Nicolas Shumway

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NICOLAS SHUMWAY: LA GENERACIÓN DE 1837 La generación del 37 fue un grupo de jóvenes entusiastas, que en 1837 organizaron una Sociedad Literaria, como parte de una reflexión crítica sobre el país. Los hombres del 37 se asignaron dos altas tareas intelectuales: identificar sin idealización los problemas que enfrentaba el país y trazar un programa que hiciera de la Argentina una nación moderna. Al describir los problemas del país, crearon lo que con el tiempo se transformó en un género lamentable de las letras argentinas: la explicación del fracaso. Durante sus años formativos, todos los miembros de la generación del 37 presenciaron la incapacidad de las diversas provincias de formar una unidad, el fracaso de los liberales porteños de proporcionar un liderazgo inclusivo, el fracaso de las masas de elegir funcionarios responsables, y el fracaso de las teorías europeas, que tan sólidas parecían, de ofrecer una alternativa constitucional a la ley de los caudillos. La ocupación de esta generación ha sido explicar los fracasos con una crudeza que se acerca al negativismo. En cuanto a la segunda tarea, la de crear un programa para resolver los problemas de la Argentina tomaron el grueso de las ideas de sus contemporáneos europeas, al punto de repetir el error rivadaviano de creer demasiado en el poder redentor de las nuevas teorías europeas y norteamericanas. La historia de estos hombres no puede empezar con ellos, puesto que su identidad de grupo y su desarrollo intelectual están vinculado con el reinado de su enemigo político Juan Manuel Rosas, el dictador que domino la política argentina de 1829 a 1852. Mientras Rosas estuvo en el poder, los hombres del 37 se vieron obligados a considerar como su país podía producir semejante dictadura. En 1828, la legislatura provincial, ahora dominada por los federales, eligió a Manuel Dorrego gobernador de la provincia de Buenos Aires, para el horror de los unitarios, quienes lo consideraban un salvaje contrario a todo lo europeo. Dorrego reconoce como Comandante de la milicia del Sur a Juan Manuel Rosas. Dorrego no se limitó a congraciarse con los estancieros y los ingleses; se lanzó a la tarea de restaurar las relaciones con los caudillos provinciales y construir una base política popular en la provincia de Buenos Aires. Esto dio como resultado el triunfo electoral de 1828, que alarmo a los unitarios porteños, quienes atribuyeron el triunfo de Dorrego al fraude. Frente a la posibilidad cierta de no recuperar nunca el poder ante este federal popular. Lo unitarios eligieron una solución: y en nombre de la democracia y el constitucionalismo, organizaron un golpe de estado contra un gobierno electo. La oportunidad vino cuando Dorrego, por intermedio de su ministro García, ratificó en Septiembre de 1828 un acuerdo con el Brasil que hacía al Uruguay una Nación Independiente. Ante esta situación el general Juan Galo Lavalle soldado apasionado y héroe de la independencia, que en ese momento era comandante de las tropas porteñas en el Uruguay, reagrupó a sus soldados y marchó hacia Buenos Aires. A fines de 1828, por el derrocamiento del gobierno de Dorrego (y su posterior fusilamiento sin juicio previo), Lavalle se hizo elegir gobernador por una asamblea, reunida para tal propósito. Con la rebelión de Lavalle los unitarios porteños olvidaron de inmediato sus discursos sobre democracia institucional, y corrieron a unirse a Lavalle y su golpe. El fusilamiento de Dorrego llevado a cabo por Lavalle, fue producto del consejo de sus asesores unitarios. Y en consecuencia los unitarios quedaron manchados por el asesinato político, y

perdieron toda credibilidad en su reclamo de alta moralidad que supuestamente los diferenciaba de los caudillos. Tras el asesinato de Dorrego, la ilegalidad y la violencia se hicieron características de los unitarios como de los caudillos bárbaros. Los motivos de los unitarios para promover el asesinato de Dorrego pueden entenderse sólo en términos de su mala percepción del federalismo. Para los unitarios, el federalismo no era un movimiento de oposición con el que había de negociar dentro de un marco pluralista y democrático. Antes bien era pura demagogia, producto de unos pocos individuos que engañaban a las masas iletradas y obstruían la ilustración. De esta opinión los unitarios sentían que el federalismo desaparecería si eran eliminados unos pocos hombres claves como Dorrego. Por supuesto que ello no funcionó. La muerte de Dorrego acallo las voces más sensatas del federalismo y preparó la entrada de Juan Manuel Rosas, como elemento más reaccionario del partido. Tras la muerte de Dorrego, la oposición federalista se reunió en torno de Rosas, quien con sus milicias gauchas y el concurso de las tropas de López, se preparó para la guerra contra Lavalle. Éste viendo la deserción de sus tropas planeo y firmo el pacto de Cañuelas con Rosas, del cual salió un gobierno provisional bajo el General Viamonte. Poco después Lavalle se retiró al Uruguay, que estrenaba su independencia. Y Buenos Aires tenía ahora su propio caudillo, Juan Manuel Rosas, hombre probado en la batalla, idolatrado por los pobres de la ciudad y los gauchos del campo, perteneciente a la oligarquía terrateniente conservadora, y al parecer capaz de restaurar el orden merced a su vigorosa personalidad. Y la legislatura provincial en 1829 nombró a Rosas nuevo gobernador de Buenos Aires con la entrega de facultades extraordinarias, que lo hizo un virtual dictador, con sanción legislativa para los siguientes tres años. En este primer periodo Rosas utilizó el poder con prudencia: liberó más tierras de los indios, fortificó las defensas contra estos, mantuvo calma la disputa entre porteños y provincianos. Salvo los unitarios más doctrinarios todos quedaron conformes, incluidos los ingleses. Anuló las reformas rivadavianas, restringió la libertad de prensa, se olvidó de la educación, apoyo al clero conservador, reforzó el ejército y acalló a los críticos. Concretizó la tenencia de tierras comenzada por Rivadavia, convirtiendo tierras arrendadas en propiedades individuales. Para que nadie pudiera acusarlo de autoritarismo en Noviembre de 1832 devolvió las facultades extraordinarias y renunció. La legislatura aceptó su renuncia y él volvió a su estancia. Luego de la renuncia de Rosas, el desorden volvió a apoderarse de Buenos Aires, se sucedieron dos administraciones que fracasaron rápidamente. Y en Junio de 1834 la legislatura votó el nombramiento de Rosas, pero éste lo rechazo por no agradarle los términos. Y la burguesía terrateniente (Rosas) manifestó que solo aceptaría del puesto sólo si la legislatura le concedía la suma del poder público. En Marzo de 1835 la legislatura le otorgo lo que pedía, y Rosas fue gobernador por segunda vez. Y así comenzó la dictadura de Rosas, no por la fuerza o el golpe dde Estado, sino por el consentimiento de la legislatura. Hasta el momento de su caída, Rosas permitió que hubiera elecciones pero sin un candidato opositor, así mismo enviaba rutinariamente su renuncia a la legislatura, que él había elegido miembro por miembro, y siguiendo la misma rutina la legislatura la rechazaba.

La base más importante de Rosas fueron los estancieros conservadores como él mismo, a quienes poco les interesaba la teoría política en tanto los indios siguieran cediendo tierras y el mercado para los cueros y las salazones siguiera fuerte. A este grupo Rosas le siguiendo siendo leal, aún si debía hacer sacrificios políticos. Aun así Rosas también gozo del apoyo de los pobres, seducidos por su bien elaborado personaje político que era a la vez imperial, populista y paternalista. De ningún modo Rosas fue un intelectual, su único punto de orgullo académico fue su ortografía casi perfecta, no obstante, fue influenciado por su educado y reaccionario primo Tomás Manuel de Anchorena. Autoproclamado “El Restaurador de la Leyes, Rosas representó una vuelta a las practicas coloniales. Su amable visión de la autocracia paternalista contribuyó a la restauración de sus plenos privilegios a la Iglesia. A cambio de los favores recibidos por el gobierno de Rosas el obispo Medrano (1837) instruyó a los sacerdotes de su diócesis a exhortar a los fieles a apoyar al sistema federalista. Rosas mostró la cara antipopular del federalismo argentino: una noción aristocrática de la autoridad y el privilegio que podía ocuparse del bienestar de los pobres sólo por un impulso paternalista, pero que de ninguna manera incluía a los nacidos en los estratos bajos como ciudadanos de iguales derechos en un gobierno pluralista. La suya fue una restauración de la sociedad jerárquica de los monarcas españoles. Aunque autoproclamado federal, Rosas apoyó sólo de palabra la idea de provincias federadas en igualdad de condiciones y auténtica democracia. En los hechos, su régimen consolidó la hegemonía de Buenos Aires sobre el interior más que cualquiera de sus antecesores unitarios. Así y todo su gobierno sigue figurando en la historia argentina como la Federación. El Rosas que volvió al poder en 1835 no tardó en inmiscuirse en todos los aspectos de la sociedad argentina. Meticuloso en la cuestión de los símbolos exteriores del poder, obligó a los ciudadanos a usar la insignia roja de la Federación y su retrato aparecía en todos los lugares públicos, aún en los altares de la Iglesia. Aunque más siniestro fue el uso que hizo Rosas del terror y la violencia para imponer su voluntad: ejecuciones que se llevaban a cabo mediante un tribunal común. A partir de entonces, los enemigos de Rosas, reales o imaginados, fueron aprisionados, torturados, obligados al exilio, en número cada vez mayor; el ejecutor de esta persecución era la mazorca, una banda de espías y matones supervisados personalmente por Rosas. Se censuraron publicaciones, y los periódicos porteños se volvieron tediosas apologías del régimen. A pesar de su atraso y crueldad el gobierno de Rosas no careció de logros, pues la economía creció significativamente en el período. A pesar de que Rosas mantenía buenas relaciones con los ingleses, el único conflicto grave que tuvo con ellos, se debió a que Rosas no quiso respetar el tratado que firmó Dorrego con Brasil, garantizándole al Uruguay su independencia. En alianza con el uruguayo conservador Manuel Oribe, Rosas trató una y otra vez, de recuperar el control que tenía Buenos Aires sobre el Uruguay, para irritación de los socios comerciales del Uruguay: Brasil, Francia e Inglaterra. En un punto los franceses e ingleses bloquearon completamente el puerto de Buenos Aires. Al principio Rosas resistió el bloqueo, pero luego afectado, por los intereses económicos, Rosas firmó un acuerdo con los ingleses en 1849 y al año siguiente con los franceses.

Otro de los logros de Rosas fue uno que nunca se propuso: su gobierno reaccionario estimuló el desarrollo de la primera generación importante de intelectuales en la Argentina, la Generación del´37. Shumway explica que primeramente se referirá a un importante ensayo de Juan Bautista Alberdi, titulado Fragmento preliminar al estudio del derecho, para luego desarrollar algunas ideas claves tales como se desarrollaron en todos los escritos de todos los miembros de la generación. Pese a la modestia de su título, el fragmento fue el ensayo más significativo de la identidad argentina, publicado a comienzos del 37 el fragmento muestra una notable independencia en la comprensión del fenómeno rosista y de los caudillos en general. Alberdi simpatiza con los caudillos: nativo de la provincia norteña de Tucumán y protegido por Alejandro Heredia (caudillo y aliado de Rosas) quién intercede por él ante Facundo Quiroga (que en ese momento vivía en Buenos Aires) para que proveyera a Alberdi de fondos para un año de estudio en los Estados Unidos. No está claro porque el viaje no se realizó. Pero meses después Quiroga fue asesinado volviendo para Buenos Aires. No obstante los rumores que implicaban a Rosas en el asesinato de Quiroga, el retrato que hace Alberdi del dictador, en el Fragmento, es sorpresivamente conciliatorio. Alberdi aconseja a su generación apoyar a Rosas como a un líder estable, cuya misma estabilidad le permitirá a la Argentina desarrollarse orgánicamente hacia una democracia cada vez mayor. Ve a Rosas como un líder natural cuya existencia debe ser aceptada como un paso necesario hacia la virilidad de los pueblos. Sugiere también que cualquier intento por eliminar a Rosas daría por único resultado el caos que asedió al país desde sus comienzos en 1810. Aunque Alberdi mostraba notable perspicacia ante el fenómeno del caudillo, subestimaba la malevolencia de Rosas y dos años después debió huir de Buenos Aires rumbo a Montevideo, uniéndose a otros expatriados argentinos que luchaban desde el exilio para derrocar al dictador. El nombre de Generación del 37 proviene de una Salón Literario organizado en Mayo de 1837 en una librería de Buenos Aires (Sartre), por una juventud apasionada por lo bello y la libertad, que se reunía a leer, discurrir y conversar. Fundada varios meses después de que Alberdi publicara su Fragmento, la Asociación fue modelada e inspirada por las sociedades revolucionarias juveniles que habían surgido por toda Europa, y fue conocida como la Asociación de la Joven Generación Argentina o la Asociación de Mayo. La elección de la palabra Mayo, tenía un objetivo ideológico basado en las ideas de que los errores de las generaciones previas podían ser borrados y una nueva Argentina podía surgir de las ruinas de la tiranía de Rosas, así como Mayo había sacudido el yugo colonial. La generación del 37 fue una de escritores que al parecer sintieron que el progreso estaba en las palabras correctas, las creencias correctas y la Constitución correcta. Su lema era “Abandonemos las obras de la oscuridad y vistamos las armas de la luz”. La importancia de las palabras para la Generación fue destaca en la primera reunión de la Asociación de Mayo por Esteban Echeverría fundador del grupo. Lo que se necesitaba según Echeverría eran nuevas ideas para una nueva argentina, para de este modo iluminar al pueblo. Bajo ese fundamento, el Salón fundó una revista semanal “La Moda” que logró publicar 23

números antes de que Rosas, la cerrara. Bajo el encabezado ¡Viva la Federación! Se anunciaba el objetivo de la revista: informar sobre moda, poesía, arte, literatura, música y danza, tanto de Europa como de Buenos Aires. Por ende, la revista parece estar interesada en traer la cultura Europea a la Argentina. Y para evitar problemas con el dictador, debió apoyar las políticas del régimen por más absurdas que fueran (ej. El uso de la divisa punzó estaba de moda). Aunque los miembros del Salón tomaron las precauciones de no ofender a Rosas, éste no tardó en cerrarlo y en empezar a perseguir a sus miembros, quienes después de varios meses de reuniones clandestinas, huyeron del país al temer por sus vidas. Hacia 1841, la mayor parte de la Generación del 37 estaba viviendo en el exilio. Aunque la generación de escritores fue relacionada con el año 1837, la mayoría de sus obras principales fueron escritas en el exilio mucho después de ese año. Entre los miembros de la Generación del 37 estaban:  Esteban Echeverría, el principal entre los organizadores del Salón literario, un joven poeta que acababa de volver de Francia, donde se había empapado de sentimiento romántico y teoría social saintsimoniana.  Juan Bautista Alberdi entre sus muchos escritos, el más leído y recordado es Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, 1852. Las Bases sirvieron de fuente de inspiración a la Constitución de 1853.  Miguel Cané periodista y novelista. Fidel López novelista ocasional.  Juan María Gutiérrez novelista, crítico y cronista de la generación Dos miembros importantes de la Generación del 37 que no formaron parte del Salón Literario de Buenos Aires, se acercaron después al grupo originario, cuando todos estaban en el exilio. Fueron:  José Mármol novelista y poeta conocido por su novela antirrosista Amalia (1855). Fue desterrado por Rosas en 1841.  Domingo Faustino Sarmiento, joven pobre de la provincia de San Juan, en su época un desierto cultural, que siguió como pudo las actividades del Salón Literario. De toda la generación fue Sarmiento quien tuvo una carrera pública más exitosa. En diversas ocasiones, tanto en Chile como en Argentina, lo enviaron a Estados Unidos y Europa para analizar el sistema educativo de esas regiones. Tras su regreso a su país natal, fundo docenas de escuelas públicas cuyos maestros, en su mayoría mujeres, eran jóvenes recién recibidas de las escuelas normales también fundadas por Sarmiento. Quizá su mayor influencia fue como escritor, porque dejó algunos textos que siguen siendo básicos para la comprensión de la visión que tienen los argentinos de su país. Entre ellos podemos mencionar: Civilización y Barbarie: Vida de Facundo Quiroga, de 1845. Pese a sus simpatías en general unitarias, la Generación del 37 se distinguió de la vieja guardia unitaria en varios aspectos:  Aunque eran ávidos lectores de pensadores europeos (Locke, Mill, Bentham, Comte, Hegel) los hombres del 37 trataron de ser más cautos que sus antecesores rivadavianos al aplicar teorías europeas a problemas argentinos. Así es que Sarmiento, pese a su admiración por Rivadavia, crítica a los unitarios porteños por imitar ciegamente las costumbre europeas (…Montesquieu distinguió tres poderes y al puntos Buenos Aires tenía tres poderes...). Pese a ello, los hombre del 37 manifestaron una similar pasión por las

teorías europeas y los modelos norteamericanos, tal como había pasado con los unitarios. Sus altisonantes palabras sobre la independencia del pensamiento europeo no bastaron para quebrar el condicionamiento de 300 años de colonialismo: las nuevas ideas y los modelos sociales para esta generación vinieron de afuera pese a todo lo que pudieron decir en sentido contrario.  La generación del 37 trato de romper con sus padres intelectuales e intentaron terminar con las sangrientas divisiones entre unitarios-centralistas y federales-autonomistas, división que más de una vez había amenazado la organización del país. La nueva Argentina que aspiran a crear debía tener un sistema mixto que abrace y concilie las libertades de cada provincia y las prerrogativas de toda la nación como un todo, libre de vanas ambiciones por el poder exclusivo (Bases). Ahora bien, al explicar los problemas de la Argentina, el pensamiento de la Generación del 37 corre entre dos polos. En un extremo está Sarmiento apasionado, romántico, impulsivo y a veces más poético que práctico. En el otro extremo está Alberdi lucido, analítico e irritado por las exageraciones de Sarmiento. En un sentido muy curioso, la democracia era a la vez el problema y la solución para los pensadores de 1837. Por un lado suscribían las ideas de gobierno representativo institucional; por el otro desconfiaban profundamente de la voluntad del pueblo, ya que las masas se encolumnaban detrás de Rosas y el autoritarismo tradicional que él representaba. Por eso, la misión de los hombres del 37 era paradojal: debían desacreditar a las masas y a la democracia inorgánica representada por el caudillismo, al mismo tiempo que reorganizar la sociedad argentina en nombre de las masas y echar los cimientos para la democracia institucional, una vez que las masas estuvieran preparadas para ella. En pos de este objetivo paradójico, lanzaron un persistente ataque contra lo que veían como las bases del poder de Rosas: la tierra, la tradición española y la clase humilde y mestiza consistente de gauchos, criados domésticos y peones. Respecto de la Tierra, los hombres del 37 veían a las pampas argentinas como una bestia que era preciso domesticar. Sarmiento vio en la tierra argentina la fuente primordial de los problemas del país. Y se lamenta una y otra vez, de que Buenos Aires haya aceptado la ley bárbara de Rosas porque el espíritu de la pampa ha soplado en ella. Los caudillos en la mente de Sarmiento, eran la encarnación del “espíritu de la pampa” y Rosas un bárbaro engendrado en “el fondo de las entrañas” de la tierra. La causa de su generación fue un combate monumental que enfrentó a las fuerzas de la civilización contra los poderes de la barbarie; Civilización o Barbarie son las alternativas que nos ofrece Sarmiento. Mientras Sarmiento, el progresista liberal, quiere erradicar todos los vestigios de barbarie, Sarmiento el poeta romántico, encuentra atractivo al gaucho, como lo muestran sus hermosos retratos de tipos gauchescos, sus costumbres, sus canciones, sus poesías. También se muestra atraído por la personalidad titánica del caudillo, el héroe primitivo que desafía y trasciende la ley humana. Aunque innegable en un nivel literario, esa ambigüedad a casi desaparecido en la vida pública de Sarmiento, campo en que hizo todo lo que estaba a su alcance por erradicar al gaucho y al indio (por medio del exterminio si era necesario), por excluir a los que disentían y forzar en los sobrevivientes su visión de Civilización: una Argentina moderna europeizada. Por su parte Alberdi le discute a Sarmiento la idea de la tierra como fuente de barbarie. “la patria, escribe Alberdi, no es el suelo. Tenemos el suelo hace tres siglos y patria desde

1810”. De todos modos, los hombres de la generación del 37 están de acuerdo con la receta de Sarmiento para la domesticación de la tierra: ferrocarriles, mejores transportes fluviales, nuevos puertos de mar, propiedad privada de la tierra (necesario para la erradicación de la vida nómade de los gauchos e indios) e inversión extranjera. En resumen para Sarmiento y su generación, el desarrollo capitalista no sólo traería prosperidad a las pampas, también terminaría con la barbarie de los habitantes naturales de la pampa. También, casi en general, los hombres del 37 estuvieron de acuerdo sobre las supuestas deficiencias de España, la madre cultural. El sentimiento antiespañol caracteriza compresiblemente mucho del movimiento independentista argentino. Pero aún después de haber obtenido la libertad política de España, los liberales argentinos siguieron despreciando a España. Y ese sentimiento se hizo más virulento entre los hombres del 37, simbolizado por una notable tendencia, a excluir a España siempre que se habla de Europa. Además del desdén a la herencia española, los hombres del 37 mostraban un acuerdo casi universal respecto de la inecuación de los grupos étnicos de la Argentina, sus razas como eran llamadas. La palabra raza se refería a cualquier grupo étnico, de europeos a españoles, de indios a gauchos mestizos. Si bien, en los aspectos particulares todos los hombres del 37 compartían con Sarmiento lo esencial respecto a la raza. Fue Echeverría quién escribió la declaración más eficaz de la Generación sobre la raza, no en un ensayo sino en uno de los primeros y mejores cuentos de la literatura hispanoamericana, “el Matadero”, escrito alrededor de 1840. El argumento del Matadero es simple. Por causa de una escasez de carne, los partidarios de Rosas están empezando a dudar de la capacidad de su caudillo para proveer a la Nación. El anuncio de que varios toros serán carneados, en determinada fecha, atrae en masa al matadero a las clases inferiores de Buenos Aires. Echeverría describe con asqueante detalle cómo hombres sucios y manchados de sangre matan y desmembran el ganado; cómo la gente lucha por diferentes partes de los animales, incluyendo sesos, testículos y entrañas; y cómo la muerte accidental de un niño no provoca ninguna compasión entre la muchedumbre hambrienta y carnívora. Pero el climax de la historia muestra a un joven culto que casualmente pasa por el matadero sin llevar puesta la obligatoria insignia rosista. Obviamente es un unitario, un símbolo de la Argentina civilizada que Rosas había suprimido; la muchedumbre lo ataca y lo hace desmontar. El tumulto se descontrola, la turba amenaza con desnudar, azotar y tal vez violar al joven, quien antes que sufrir ese cambio, muere de noble furia. Echeverría logra su objetivo de difamar a las masas registrando un horrendo detalle de su conducta y llamado repetidamente la atención sobre su raza. La intención de Echeverría de desacreditar a los rosistas se realza en vívidos retratos de su conducta bárbara: usan el lenguaje más vulgar y blasfemo, atacan cobardemente a un inglés inocente, y al fin asesinan con brutalidad al joven unitario. Con las palabras