Multitudes Inteligentes

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MULTITUDES INTELIGENTES

RHEINGOLD, Howard. Multitudes inteligentes. La próxima revolución social. Barcelona, Gedisa, 2004. Caps. 2 y 7.

2 Tecnologías de la cooperación

Tu grano madura hoy, el mío madurará mañana. Es provechoso para ambos que yo trabaje hoy contigo y que tú me ayudes mañana. No siento cariño por ti y sé que no lo sientes tampoco por mí. No debo, por consiguiente, preocuparme de tus cosas; en caso de que colaborase contigo por mi interés, con la expectativa de una acción recíproca, sé que me decepcionarías y que en vano esperaría tu gratitud. Así pues, te dejo trabajar solo y tú me tratas de la misma manera. La estación cambia y ambos perdemos la cosecha por la falta de seguridad y confianza mutua. David Hume, Tratado de ¡a naturaleza humana, 1739

La alquimia de la coopetición Redmond (Washington) es la sede de la compañía más poderosa del mundo, el filón del hombre más rico, y el campamento base de un ejército de programadores que compiten con furor salvaje. A pesar de esta intensa concentración de poder, el campus de Microsoft es también una zona de oficinas periférica normal y corriente, con aceras, abetos y zonas de césped que separan grupos de edificios de tres plantas. A diferencia de la torre Sanno, el campus de Microsoft apenas exhibe símbolos de opulencia, al margen de las antenas de Internet inalámbricas que cimbrean discretamente en las farolas. Mi intención no era husmear secretos industriales, aunque Microsoft puede llegar a ser el grupo dominante en la industria de Internet inalámbrica. No pretendía tampoco investigar las tecnologías del futuro, a pesar de que estos edificios albergan las máquinas secretas del mañana. Iba en busca de pistas acerca de las fuerzas sociales que intervienen en las multitudes inteligentes. ¿Qué conocimiento científico puede explicar los enjambres de adolescentes en Finlandia o la conducta de los revolucionarios del SMS en Manila? El antropólogo Mizuko Ito y sus homólogos escandinavos me ayudaron a entender las conductas de grupo que se derivan del uso del teléfono móvil. Necesitaba saber algo más sobre las implicaciones de estas actividades en la sociedad, y para ello peregriné hasta el lugar donde trabaja mi gurú en materia cibersociológica. En los diez años transcurridos desde que lo conozco, Marc A. Smith se ha transformado de mero estudiante del UCLA en un sociólogo investigador de Microsoft. En 1992, cuando investigaba estas comunidades virtuales, me hablaron de este chico que había convertido Usenet, el sistema mundial de comunidades virtuales de Internet, en un inmenso laboratorio sociológico. Desde entonces hemos estado en contacto para tratar asuntos relativos al estudio social del ciberespacio. En Microsoft, Smith ha afinado el instrumento que comenzó a construir en su etapa estudiantil, un programa que

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representa las redes sociales formadas por millones de mensajes electrónicos que se envían diariamente en 48.000 grupos de conversación diferentes.1 Mi pregunta de 1992 era la siguiente: ¿qué aportan las comunidades virtuales para que el individuo comparta constantemente información con personas a las que no ha visto nunca cara a cara? La respuesta de Smith fue: «capital de red social, capital de conocimiento y comunión»; es decir, el individuo deposita parte de sus conocimientos y estados de ánimo en la red, y a cambio obtiene mayores cantidades de conocimiento y oportunidades de sociabilidad.2 Diez años después me planteé qué ocurre cuando las comunidades virtuales se desplazan desde los ordenadores de sobremesa hacia los teléfonos móviles. Quena prever las formas sociales futuras que podían surgir de los grupos itinerantes que envían mensajes de texto a través del móvil. ¿De qué modo pueden repercutir en las estructuras de poder y en los contratos sociales los cambios de poder intergeneracional observados por los antropólogos? ¿Será posible que los grupos obtengan de las redes sociales móviles más de lo que aportan? Tuve la suerte de recurrir a alguien que no sólo había estudiado sociología, sino también los ciberespacios sociales. Llegué a Redmond un raro día de invierno soleado. Dejamos la gabardina en el edificio y mantuvimos una entrevista peripatética. En el horizonte se divisaba el fulgor de las cascadas. Mientras caminábamos le hablé sobre las tecnologías instrumentales de las multitudes inteligentes. Smith me llevó a tomar un café a la cafetería de la empresa, que cuenta con su propio Starbucks. «Los efectos de la tecnología móvil generalizada tendrán una repercusión mayor que Internet en la vida cotidiana», dijo Smith con tono melodramático, mientras ondeaba una mano y con la otra hurgaba en el bolsillo. En lugar de pagar los cafés en efectivo, colocó su cartera en una terminal situada junto a la caja registradora; a continuación sonó un pitido. El chip de una tarjeta de plástico que lleva en la cartera sirve para abrir puertas y pagar los gastos cotidianos en el recinto de Microsoft. Encontramos un reservado. Miré alrededor con la certeza de que nos encontrábamos ante algunas de las personas más inteligentes y mejor «cafeteadas» del planeta. Smith hizo un silencio para beber un sorbo de café y elevó la vista al techo. «¿El nuevo medio cambia las formas de cooperación?» Smith repitió la pregunta mirándome a los ojos. «Ésa es la pregunta del millón, y no se trata de una cuestión banal. Los sociólogos han desarrollado toda una jerga para explicar los aspectos técnicos de la cooperación. Para formular, en términos familiares para los sociólogos, la repercusión de los medios móviles de uso generalizado, me preguntaría cómo influyen estas herramientas en la acción colectiva y en los bienes públicos.» Marc es un maestro de la cursiva en el habla. Nueva pausa. Otro sorbo. «¿Los nuevos modos de comunicación cambian el modo en que nos vemos y en que nos ven los demás? Si investigas las tendencias de cooperación, los bienes públicos, la presentación del yo y la reputación, a lo mejor concluyes que todo está interrelacionado.» Dejó en la mesa el vaso Tall™ de café semidescafeinado con cacao no desgrasado. «El mismo interrogante -la cooperación existe, aunque no lo parezca— se ha planteado en muchas otras disciplinas. Los biólogos, los economistas y hasta los estrategas de la guerra nuclear se han interesado por los juegos sociales.»

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Le pregunté por qué pensó en la cooperación cuando le describí las tecnologías móviles generalizadas. «Cada vez que un medio de comunicación reduce el coste de la resolución de los dilemas de la acción colectiva, mayor es el número de personas que pueden crear un fondo común de recursos públicos. Y "más personas creando recursos de forma nueva" es la historia de la civilización en [...].» Pausa. «[...] siete palabras.» Paseamos despacio hasta la tienda de la empresa, donde nos encontramos con otros empleados de Microsoft que hacían cola. Marc preguntó a uno de ellos, un chico de pantalones anchos que me recordó la moda de Shibuya, por qué estaban allí. «Estamos esperando a que salgan los nuevos juegos X-Box», respondió con la euforia de un jugador empedernido. Seguimos adelante y reanudamos la conversación en el museo de Microsoft, donde contemplamos antigüedades como el legendario Altair, el primer equipo informático personal. El objeto más divertido era una fotografía del equipo de Microsoft en 1978, el grupo más variopinto de multimillonarios extravagantes. -¿Qué es un «dilema de acción colectiva»?» -le pregunté. -Los dilemas de la acción colectiva son la perpetua búsqueda de equilibrio entre los intereses personales y los bienes públicos. —Levantó las manos e hizo el gesto universal que simboliza el «equilibrio». - ¿Y los bienes públicos son...? - Un bien público es un recurso del que todos podemos beneficiarnos, tanto si hemos contribuido a crearlo como si no. -¿Por ejemplo? -Por ejemplo, la televisión pública -respondió Smith-. ¿Has visto esas campañas televisivas de recaudación de donativos? -Redujo la intensidad de su voz a un susurro cómplice-. No toda la gente que ve la televisión pública envía un talón. -Recuperó el tono normal-. Un faro que construyeron unos pocos pero que todos utilizan para la navegación es un ejemplo clásico de bien público. Al igual que un parque. O el aire que respiramos. O el sistema sanitario. Smith, de 36 años, tiene cierto parecido con el actor Jeff Goldblum. Es larguirucho, inteligente, apasionado, y no puede evitar hacer un poco de comedia cuando habla. Pone distintas voces para crear su propio elenco de personajes. Presenta un caso como un abogado y después pasa de un juzgado imaginario a una escena de vodevil. A veces parece que está defendiendo una hipótesis ante su tribunal de tesis. En ocasiones es como si defendiese un presupuesto ante la cúpula de Microsoft. No es extraño que le interesasen las ideas de Erving Goffman: la presentación del yo, núcleo de las teorías de Goffman, es el oficio natural de Smith.3 En diez minutos de pedagogía improvisada, aprendí que a quienes caen en la tentación de disfrutar de un bien público sin aportar nada al colectivo (o consumen en

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exceso, con el riesgo de agotar los recursos) los llaman con razón «francotiradores»*. Me acordé de los ciudadanos de Estocolmo que entran gratis en el metro con ayuda de mensajes SMS donde se indica la posición de los revisores. Algunas multitudes inteligentes pueden ser auténticas bandas de francotiradores organizados. «¿Te molesta que alguien se cuele delante de ti en la cola del supermercado.» Sí, desde luego. Smith explicó que la desaprobación social de los francotiradores altera el equilibrio de los dilemas de cooperación. El concepto de reputación, tenia que se abordará en el capítulo 5, «La evolución de la reputación», proviene de la utilidad de saber en quién se puede confiar para una empresa cooperativa y de e modo se puede advertir a los demás sobre la existencia de tramposos. «Si todo el mundo actúa como un francotirador en su propio interés, nunca llega a crearse el bien público, o bien se agota y desaparece. Todo el mundo sufre. Ése es tu dilema. Lo que es bueno para ti puede ser malo para nosotros.» Smith volvió a hacer el gesto del equilibrio y después lo adaptó para simbolizar la «pérdida del equilibrio». Salimos del museo y atajamos por una zona de césped, camino de su despacho. «Muchos bienes públicos, como la sanidad, aumentan de valor cuanta más gente los comparte. Pero el control de la acción colectiva siempre es conflictivo. Aunque los recursos comunes surjan de manera natural, como los bancos de peces o los pastos, el francotirador pone en peligro su sostenibilidad. La mayoría de los bienes colectivos tiene una capacidad de carga, un índice máximo de consumo a partir del cual el recurso no se repone. En los colectivos, siempre ha habido grupos que han traspasado este punto hasta provocar la ruina total, a menudo con conciencia exacta de lo que hacían. Los bancos de peces se esquilman, las capas freáticas se secan, los pastos se desertifican porque la gente participa en complejos juegos que llevan a cada individuo a actuar racionalmente en su propio beneficio y en detrimento del colectivo.» «Este campo que atravesamos es quizá un resto del primer bien público que los humanos consideraron importante», declaró Smith, con enigmáticas palabras, mientras pisábamos un césped perfectamente cuidado. Me percaté de que se disponía a contar una historia. «Cuando nuestros antepasados descendieron de los árboles, se encontraron en un territorio africano de pastizal, llamado sabana. Una de las cosas que posibilitaba la sabana era la caza mayor. El hambre llevó a nuestros ancestros a coordinar sus acciones para abatir animales tan grandes que no era posible consumir toda la carne antes de que se pudriera. En tales circunstancias, todos los miembros del grupo podían comer cuanto quisieran, incluso los que no se arriesgaban a cazar. La carne no era un recurso disponible de antemano si un pequeño grupo no tenía el valor de enfrentarse a esas grandes criaturas, pero el beneficio de la acción cooperativa unos pocos se ampliaba a todo el grupo, incluso a quienes no participaban en la cacería. Creo que Matt Ridley dio en el clavo cuando dijo: "La caza mayor fue el primer bien público".»4

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El término inglés utilizado es free rider, que en la teoría de juegos significa «francotirador», en el sentido de «Persona que actúa aisladamente y por su cuenta en cualquier actividad sin observar la disciplina del grupo» (DRÁE, francotirador3). El término free rider designa también «gorrón» o individuo que recibe más de lo que da en cualquier colectividad: (N. de T)

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Entramos en el edificio de oficinas de Smith. «Ridley, en The origins of virtue, dice los pastizales han sido un tema constante de la historia humana», afirmó con su voz de «tienes que leer esto».5 Siempre se aprende algo en las conversaciones con Smith, y se tarda varias semanas en leer todas sus recomendaciones bíblicas. Después de leer el libro que citó Smith, empecé a entrever relaciones nuestros orígenes en la sabana y el deseo de adquirir un pequeño tirreno de deporte del golf y los parques que creamos en medio de las ciudades. Según Ridley, no es exagerado decir que los humanos siguen resolviendo problemas que ya se toparon nuestros antepasados en las praderas africanas. Para acceder a la parte del edificio donde trabaja, Smith acercó el billetero a una terminal situada al lado de la puerta. «La palabra comunes designaba originariamente un pastizal tratado como recurso común, donde cada pastor individual podía llevar a su ganado. La tierra soporta un número limitado de animales de pastoreo. La tentación de pastorear a más animales de la cuota permitida es una estrategia racional del pastor. Pero si todos caen en la misma tentación, deja de crecer la hierba y desaparece el valor del pastizal.» Recordé que ésa es la situación que Garrett Hardin denominó «la tragedia de los comunes», en un artículo muy polémico titulado precisamente así, donde el autor concluía lo siguiente: «Y ahí está la tragedia. Cada hombre está encerrado en un sistema que lo impulsa a incrementar su ganado ilimitadamente en un mundo limitado. La ruina es el destino hacia el que corren todos los hombres, cada uno buscando su mejor provecho en un mundo que cree en la libertad de los recursos comunes. La libertad de los recursos comunes deriva en ruina para todos».6 El artículo de Hardin suscitó un debate que continúa hasta nuestros días. Ante la tentación de comportarse de modo egoísta, ¿cómo se logra la cooperación? ¿Es necesario recortar la libertad a través de algún tipo de autoridad normativa? La polémica en torno a la tragedia de los comunes de Hardin es una versión contemporánea de un antiguo debate filosófico. En 1660, Thomas Hobbes defendió que los humanos son tan competitivos que la única forma posible de cooperación es la que establecen con un rival más fuerte para imponer una tregua. Hobbes denominaba Leviatán a la autoridad coercitiva; en consecuencia, esta lógica fundamenta los argumentos a favor de una soberanía fuerte.7 En los conflictos sobre la aportación o consumo de recursos comunes, los argumentos se centran en dos perspectivas contrapuestas: la regulación gubernamental centralizada y la autorregulación descentralizada en función del mercado. Sin embargo, el principal argumento contra la teoría de Hobbes es que los humanos consiguen llegar a acuerdos de colaboración. Varias décadas después de Hobbes, John Locke, maestro filosófico de Thomas JefFerson, afirmó que los humanos pueden regirse por medio de contratos sociales en lugar de la autoridad coercitiva.8 Desde los tiempos de Hobbes y Locke, los filósofos políticos, sociólogos, economistas y aspirantes a cargos públicos han discutido el papel de la autoridad central en la gobernanza, los mercados y los asuntos humanos. El debate adquirió carácter científico y filosófico cuando los investigadores comenzaron a observar, de manera sistemática, los actos de colaboración. Para estudiar la conducta cooperativa se desarrollaron experimentos de laboratorio que consistían en juegos sencillos donde los sujetos experimentales podían ganar o perder dinero (más abajo se abordará más a fondo la teoría de juegos). En los años cincuenta, el economista Mancur L. Olson observó que las conductas de cooperación voluntaria, en estos juegos experimentales, son más

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frecuentes en los grupos más pequeños que en los de mayores dimensiones, y que las conductas cooperativas se incrementan si se repite el mismo juego en un grupo determinado y si se permite la comunicación entre los participantes.9 En 1982, Olson concluyó lo siguiente: «Salvo si el número de individuos de un grupo es reducido, o salvo si existe coacción o algún otro mecanismo especial que inste a los individuos a actuar en favor de los intereses colectivos, los individuos racionales e interesados no actuarán para satisfacer los intereses comunes o grupaÍes».10 Pero seguía abierta una cuestión ineludible. No cabe duda de que algunos grupos aprenden a resolver los dilemas de la acción colectiva para producir bienes públicos o evitar el consumo excesivo. ¿Cómo lo consiguen? Olson ofreció algunas pistas cuando señaló que un gran empresario podía financiar un faro como un acto pensado para atraer la atención de los demás y obtener prestigio y reconocimiento. La reputación es un leitmotiv recurrente en el discurso de la cooperación. En 1990, la socióloga Elinor Ostrom defendió que no siempre son necesarias las autoridades externas para controlar lo que ella denomina common pool resources («recursos comunales»).11 Ostrom estudió casos como los recursos forestales mancomunales de Japón, los pastos colectivos de Suiza y las comunidades de regantes en España y Filipinas. Aportó ejemplos de comunidades que, desde hace varios siglos, comparten bienes públicos sin esquilmarlos. Descubrió que en las huertas españolas con sistemas de regadío colectivo, «los guardas se quedan con un porcentaje de las multas; asimismo, los detectives japoneses se apropian también del sake que recaudan de los infractores».12 Para facilitar la cooperación, los españoles sincronizan los horarios de los usuarios de agua colindantes, de modo que se controlan unos a otros; los japoneses, por su parte, recompensan a quienes delatan una infracción, y los grupos de recursos comunales más consolidados imponen sanciones sociales a los transgresores. Al comparar las distintas comunidades, Ostrom averiguó que los grupos capaces de organizar y controlar su conducta colectiva se rigen por los siguientes principios: •

Se definen claramente los límites del grupo.



Las normas que rigen el uso de los bienes colectivos responden bien a las necesidades y condiciones del lugar.



La mayoría de los individuos sujetos a estas normas puede participar en la modificación de las mismas.



Las autoridades externas respetan el derecho de los miembros de la-comunidad a definir sus propias normas.



Existe un sistema para controlar la conducta de los miembros; los propios miembros de la comunidad ejercen ese control.



Se emplea un sistema de sanciones graduado.



Los miembros de la comunidad tienen acceso a mecanismos poco costosos de resolución de conflictos.

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Dado que los recursos comunales forman parte de sistemas más generales, las actividades de apropiación, aportación, control, cumplimiento, resolución de conflictos y gobernanza se organizan en múltiples niveles de empresas anidadas.13

En las semanas de lectura siguientes al viaje a Redmond, averigüé que Hardin ha declarado recientemente que el título de su artículo debería haber sido «La tragedia de los comunes incontrolados».14 También descubrí que se siguen investigando los secretos de algunos bienes comunales bien gestionados. Ostrom ha aportado un amplio conjunto de cuestiones específicas para futuras investigaciones: «Todos los esfuerzos dirigidos a organizar la acción colectiva, ya sea por parte de un gobernante externo, un empresario o un conjunto de mandos que desean obtener beneficios colectivos, deben abordar una serie de problemas comunes, relacionados con la existencia de infractores, los conflictos de responsabilidad, la creación de nuevas instituciones y el control del cumplimiento individual con medidas normativas».15 A partir del trabajo de Ostrom se ha formado una comunidad interdisciplinar de investigadores sobre recursos comunales que se basan en las investigaciones de Anthony Scout y H. Scout Gordon sobre la pesca, publicadas en 1954 y 1955.16 En un artículo sobre la aplicación de los recursos mancomúnales a ámbitos colectivos artificiales basados en nuevas tecnologías, como Internet, Charlott Hess ha puesto de relieve la importancia de la convergencia interdisciplinar: Hace varios siglos que se investiga la naturaleza de los derechos de propiedad, la conducta del francotirador, la superpoblación, la eficiencia, la participación, el voluntariado, la gestión de recursos, la conducta organizativa, la sostenibilidad medioambiental, la igualdad social, el autogobierno, las dispuestas transfronterizas, los terrenos comunales, los cercamientos, las sociedades comunales y el bien común. Lo que ha cambiado de forma notable es la Confluencia de disciplinas, las metodologías, el enfoque cooperativo internacional y la intencionalidad de la bibliografía sobre recursos comunales. 17

La investigación sobre recursos comunales, todavía en ciernes, puede ser un paso hacia la «teoría, empíricamente fundamentada, de la autoorganización y el autogobierno en la acción colectiva», defendida por Ostrom en 1990.18 Si se empiezan a organizar nuevas formas de acción colectiva a través de los sistemas electrónicos inalámbricos, las teorías de Ostrom contribuirán a explicar lo que observamos en nuestro entorno. Cuando terminé de leer las recomendaciones bibliográficas de Smith, lo llamé. El teléfono móvil es el mejor medio para localizarlo. Estaba esperando para recoger a su hijo del colegio, e intentaba conectarse a un nodo inalámbrico abierto desde el aparcamiento del centro. Además de sociólogo, Smith es un obseso del hardware y el software. Mientras caminaba por un aparcamiento de Redmond con un ordenador de bolsillo, me dijo: «Ostrom averiguó que cierto tipo de sistema para controlar y sancionar las acciones de los miembros es un rasgo común a todas las comunidades bien organizadas. El control y la sanción son importantes no sólo para castigar a los infractores, sino también para que todo el mundo esté seguro de que los demás cumplen su parte. Muchos miembros son cooperadores contingentes, dispuestos a cooperar mientras lo haga la mayoría». Smith me recordó que el compromiso de cooperar es tan importante como la tentación de convertirse en francotirador; la amenaza de castigo puede refrenar, pero

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no es un estímulo. Se necesita alguna motivación para contribuir al bien público. Mientras hablábamos por teléfono, Smith me envió un párrafo de su tesis doctoral. Le gusta hacer ese tipo de cosas desde un aparcamiento público con su ordenador de bolsillo. «Los bienes comunes pueden ser algo más que recursos físicos como pescado o pastos», decía su correo electrónico. Lo leí mientras charlaba con él. Seguramente porque no me crié con este tipo de aparatos, las actividades multitarea me exigen concentración. «Los bienes comunes —proseguía el mensaje— pueden ser también las propias organizaciones sociales. Algunos bienes son tangibles, como los pastizales o los regantes; otros son intangibles, como la bondad, la confianza y la identidad. Los mercados, los sistemas judiciales y el capital social de las comunidades son recursos comunes. Estos recursos deben reconstruirse activamente; en el mar sigue habiendo peces independientemente de que se pesquen o no, pero un sistema judicial u otro tipo de contrato social no puede persistir sin las continuas aportaciones de sus participantes».19 Smith añadió, por el canal de voz, que la reputación y la presión social entre iguales desempeñan un papel esencial en el mantenimiento de los recursos colectivos: «Las diversas presiones sociales para exigir el cumplimiento de las deudas u obligaciones, desde el insulto hasta el encarcelamiento, ayudan a las comunidades a mantener la confianza, un bien colectivo esencial». La reputación, que se puede controlar con rumores, manifestaciones de conducta ritual, agencias calificadoras de crédito o servicios de reputación en línea, parece uno de los medios con los que se negocia la danza cotidiana de los intereses privados y el bien público. La identidad, la reputación, los límites", los incentivos al compromiso y el castigo de los francotiradores parecen ser los recursos críticos comunes que necesitan todos los grupos para mantener el compromiso cooperativo de sus miembros. Éstos son los procesos que se verán afectados, con mayor probabilidad, por la tecnología que permite controlar la reputación, recompensar la cooperación y castigar la deserción. El estudio interdisciplinar de los recursos comunales y el continuo debate sociológico sobre la acción colectiva constituyen, en realidad, un único modelo de teoría de la cooperación. Se han desarrollado investigaciones paralelas en las diversas zonas del espectro disciplinar. Un enfoque matemático que se remonta a los años cincuenta comenzó a dar frutos varias décadas después, cuando se disponía ya de ordenadores más potentes. Pero se ha desarrollado también otro discurso en el ámbito de la evolución biológica, un modelo que converge con las técnicas de simulación por ordenador. Sus sorprendentes resultados habrían quedado relegados a las revistas científicas y los comités de expertos si no hubieran tenido implicaciones tan importantes para la conducta grupal humana. Parecía que el hilo que comencé a rastrear en Tokio se tornaba en madeja tras mi regreso de Redmond. La simple búsqueda de conocimientos válidos para explicar el fenómeno de las multitudes inteligentes me condujo a un caudal inmenso de pensamiento, mucho más complejo de lo que imaginé la tarde en que Mizuko Ito y yo conversamos sobre las tribus del pulgar tokiotas.

El apoyo mutuo, el dilema del prisionero y otros juegos

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¿La cooperación se da exclusivamente entre personas, y constituye por ello objeto de estudio de psicólogos, sociólogos y antropólogos? ¿Es una propiedad emergente de cualquier población de individuos que interactúan, lo cual la sitúa también en el ámbito de la economía? ¿O puede ser también una estrategia de los genes para garantizar la reproducción, circunstancia que la enmarcaría en el dominio de la biología? La respuesta a todas estas preguntas parece ser «sí, en parte». En mi opinión, no conviene concluir, sin más, que ninguna teoría o modelo logrará predecir la conducta social humana; recomiendo plantear estas cuestiones desde la óptica de diversas disciplinas, no a modo de oráculos, sino con el fin de comprender distintos aspectos de los procesos sociales humanos. Aunque la influencia de los factores genéticos en los dilemas sociales parece muy inferior a la que ejercen las tecnologías de las multitudes inteligentes, ciertos temas que reflejan la tensión entre los intereses individuales y la acción colectiva reaparecen en varios niveles. El argumento biológico que defiende el papel del altruismo en los orígenes de la cooperación se remonta al descubrimiento darwiniano de los mecanismos evolutivos. Si la selección natural, una rivalidad hobbesiana encaminada a transmitir los genes a las generaciones futuras, es la fuerza que esculpe la especie a lo largo de millones de años, entonces la disposición genética hacia la cooperación ha tenido que engendrarse en todas las especies hace tiempo. El filósofo que defendió la importancia de la cooperación cuando se debatió por primera vez la teoría evolutiva fue un geógrafo aventurero y anarquista, Peter Kropotkin. Este príncipe ruso fue seleccionado por el zar para su formación elitista desde muy temprana edad, y posteriormente llevó una vida secreta dedicada a escribir panfletos anarquistas, firmados con seudónimo, hasta que fue detenido. Tras fugarse de la prisión zarista, Kropotkin acabó en Londres, donde rebatió la idea de que la rivalidad fuera la única fuerza impulsora de la evolución. El naturalista Thomas H. Huxley defendió la teoría darwiniana en tiempos de Kropotkin, sobre todo en su ensayo de 1888 titulado «La lucha por la existencia», donde identificaba la rivalidad como el estímulo más importante de la evolución humana.20 Kropotkin declaró que Huxley malinterpretaba la teoría de Darwin. La publicación del ensayo de Huxley le sirvió de acicate para escribir, a modo de respuesta, El apoyo mutuo, un factor de evolución, su libro más famoso, formado por una serie de artículos que originariamente se publicaron por entregas en el mismo periódico, The Guardian.21 La cooperación, afirmaba Kropotkin, se observa con frecuencia en el reino animal. Los caballos y ciervos se unen para protegerse de sus enemigos, al igual que las abejas y hormigas colaboran en diversos sentidos. Desde la época de Kropotkin, se han corroborado algunas de sus ideas; el interés por su obra biológica, eclipsada durante mucho tiempo por sus escritos anarquistas, se reavivó cuando el biólogo Stephen J. Gould concluyó que Kropotkin había descubierto algo.22 En efecto, la simbiosis y la cooperación se han observado en todos los niveles, desde la célula al ecosistema. Kropotkin también sostenía que los humanos estaban predispuestos a ayudarse sin coacción autoritaria. En su opinión, no se necesitaba un gobierno centralizado para dar ejemplo o instar al pueblo a obrar bien. El pueblo ya actuaba así antes del surgimiento del Estado. De hecho, Kropotkin afirmaba que el gobierno reprime nuestra tendencia natural a la cooperación. Su fe en el principio del poder de las masas era tan firme que le valió la reclusión en la cárcel del zar.

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Kropotkin comentó el ejemplo de los gremios temporales de la Edad Media, grupos «puntuales», resultado de la unión de individuos con mentalidades similares, que compartían un espacio y un objetivo comunes. Estos grupos se constituían a bordo de los barcos, en las obras de los proyectos arquitectónicos de gran envergadura, como las catedrales, y en cualquier otro lugar donde «los pescadores, cazadores, mercaderes ambulantes, constructores o artesanos sedentarios se unían para un fin común».23 Tras levar anclas y salir del puerto, el capitán de un barro reunía a la tripulación y los pasajeros en la cubierta y les decía que estaban todos en la misma misión, cuyo éxito dependía de la colaboración de todos. Todos los que viajaban a bordo elegían entonces a un «patrón» y a varios «ejecutores» encargados de cobrar «impuestos» a quienes infringiesen las normas. Al final del viaje, las ganancias recaudadas se repartían entre los pobres de la ciudad portuaria de destino. La incontestable observación de Kropotkin de que la cooperación surge en todos los ámbitos de la biología desencadenó, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, una revolución en la teoría evolutiva. El biólogo marino George Williams formuló el problema que plantea la conducta cooperativa de los insectos sociales: «Cuando un biólogo moderno observa que un animal hace algo para beneficiar a otro, presupone que ha sido manipulado por el otro individuo, o bien que es una forma sutil de egoísmo».24 Si cada organismo busca sólo su propio beneficio frente al de los demás, ¿por qué se sacrifican las abejas por la colmena? En 1964, el especialista en insectos sociales William Hamilton, aportó una respuesta hoy conocida como «selección de parentesco». Dado que las abejas son hermanas (en realidad, comparten más genes que las hermanas), salvar la vida de varios habitantes de la colmena a costa de la vida propia es una ganancia neta en el número de genes iguales transmitidos a las futuras generaciones.23 La interpretación más radical de la selección de parentesco es la que popularizó Richard Dawkins en su libro El gen egoísta, con una formulación asombrosa: «Somos máquinas supervivientes [...] vehículos automatizados y programados ciegamente para preservar las moléculas egoístas llamadas genes».26 La diferencia entre predisposición y predestinación se aleja del objeto de este libro, pero recomiendo observar otra de las afirmaciones de Hobbes sobre la conducta de los insectos frente a la de los humanos: «El acuerdo de estas criaturas es natural; el de los hombres sólo se realiza a través de un pacto, que es artificial; y por tanto, no es extraño que se requiera algo más».27 Ese «algo más» que puede requerir la conducta humana cooperativa es tan importante como las influencias evolutivas y constituye el núcleo de una disciplina propia. El grueso de esa parte «artificial» es lo que hoy denominamos «tecnología». Los «pactos» mencionados por Hobbes resultan engañosos, porque los humanos desarrollan complejos juegos de confianza y engaño. Los economistas buscan desde hace tiempo el santo grial matemático capaz de predecir el comportamiento de los mercados. En 1944, la obra Theory of games and economic behavior [Teoría de los juegos y comportamiento económico] de John von Neumann y Oskar Morgenstern aportó, si no un grial, por lo menos un medio para observar cómo compiten y actúan en connivencia, cómo cooperan y desertan las personas en situaciones competitivas.28 John von Neumann fue, posiblemente, el científico más influyente y menos famoso de la historia si tenemos en cuenta sus importantes aportaciones a la matemática, la física cuántica, la teoría de juegos, y el desarrollo de la bomba atómica, el ordenador digital y

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el misil balístico intercontinental.29 Von Neumann fue un niño prodigio que bromeaba con su padre en latín y griego clásico a los seis años de edad; posteriormente fue colega de Einstein en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, y quizá el miembro más inteligente del grupo estelar de científicos que se dio cita en Los Alamos para llevar a cabo el Proyecto Manhattan. Jacob Bronowski, colaborador de dicho proyecto, contaba que Von Neumann le había dicho, en un taxi de Londres, que «la vida real es una serie de faroles, pequeñas tácticas de engaño, preguntas a uno mismo sobre qué va a pensar el otro que pretendo hacer. Y sobre eso tratan los juegos de mi teoría».30

La teoría de juegos se basa en varias presuposiciones: que los jugadores están en conflicto, que deben emprender acciones, que los resultados de las acciones determinarán qué jugador gana según unas reglas definidas y que todos los jugadores (ésta es la trampa) actúan siempre «racionalmente», eligiendo la estrategia que aumenta al máximo sus beneficios, al margen de las consecuencias que ello conlleve para los demás. Estas reglas no encajan en la vida real con exactitud predictiva, pero atraen a los economistas porque pueden aplicarse a la conducta de fenómenos observables como los mercados, la carrera armamentística, los cárteles y el tráfico. Después de la Segunda Guerra Mundial, Von Neumann formó un equipo, junto con otros matemáticos y economistas, para desarrollar la teoría de juegos en un edificio rústico que todavía alberga hoy la misma institución, en las proximidades de la playa de Santa Mónica. El primer grupo dedicado a esta labor fue la Corporación RAND, donde los intelectuales con acreditación de seguridad, como describió Hermán Hahn —uno de sus miembros—, «pensaban sobre lo impensable»: el arte de la estrategia bélica termonuclear.31 En vista de que la carrera armamentística parecía estrechamente relacionada con el tipo de engaño y contraengaño descrito en la teoría de juegos, este nuevo campo se popularizó entre los primeros estrategas de la guerra nuclear. En 1950, los investigadores de la RAND formularon cuatro elementos fundamentales de los juegos de estilo Morgenstern y Von Neumann: el pollo, la caza del ciervo, el empate y el dilema del prisionero. Téngase en cuenta que, aunque se pueden describir como cuentos, están representados por ecuaciones matemáticas exactas. El juego del pollo se representa en las películas de delincuentes juveniles: dos adversarios corren hasta perder el conocimiento, y el primero que se detiene o se desvía, pierde. El empate es la traición constante: todos los jugadores se niegan a cooperar. Los dos juegos siguientes tienen mayor interés. La caza del ciervo se describe por primera vez en una obra de Jacques Rousseau de 1755: «Si se trataba de matar un ciervo, todos comprendían que para ello debían guardar fielmente su puesto; pero si acertaba a pasar una liebre al alcance de uno de ellos, no cabe duda de que la perseguiría sin escrúpulos y, después de alcanzarla, no le incomodaría mucho haber provocado que sus compañeros perdieran la suya».32 La caza del ciervo es un ejemplo clásico del problema de abastecer un bien público ante la tentación individual de desertar por propios intereses. ¿Debe permanecer en el grupo el cazador y apostar por la caza, menos probable, de la presa grande para toda la tribu, o le conviene '_más desgajarse del grupo y perseguir el objetivo más certero de llevar un conejo a su propia familia? El cuarto juego de la RAND se ha desarrollado como un punto Schelling interdisciplinar. Su invención se debe a los investigadores del RAND Merrill Flood y

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Melvin Dresher, que lo formularon en 1950.33 Unos meses después de este hallazgo, un asesor de la RAND le puso nombre en un seminario de la Universidad de Standford. Tucker describió así la situación del juego: «Dos hombres están acusados de conchabarse para infringir la ley. La policía los interroga por separado. A cada uno de ellos le dicen que (1) si uno confiesa y el otro no, el primero será recompensado [...] y al segundo se le castigará [...]; (2) si ambos confiesan, los dos serán multados. [...] Al mismo tiempo, cada uno de ellos tiene motivos para pensar que (3) si ninguno de los dos confiesa, ambos serán liberados sin cargos».34 Con los años, ha surgido una variante popular del dilema del prisionero, distinta de la formulación de Tucker. Desde el punto de vista narrativo, la amenaza de cárcel es más jugosa que el ofrecimiento de recompensas. Recuérdese que el interrogatorio se realiza «por separado» y los presos no pueden comunicarse entre sí, de modo que sólo pueden imaginar las respuestas más probables del otro. El preso que declara contra su compañero saldrá libre, y su cómplice será condenado a tres años de prisión. Si ambos deciden declarar en contra del otro, los dos serán condenados a dos años de cárcel. Y si ninguno declara, la sentencia será de un año de reclusión para cada uno. Como se trata de la teoría de juegos, cada jugador se preocupa sólo de su propio bienestar. Con un planteamiento racional, cada jugador concluirá que, si declara, se le rebajará un año la condena, independientemente de lo que haga el otro jugador. La deserción es el arma de un jugador para que el otro no se aproveche de él, circunstancia que se daría si el primero guarda silencio y el otro declara. Sin embargo, si los dos se niegan a declarar, la condena es sólo de un año para cada uno. El dilema es el siguiente: si cada jugador actúa según sus propios intereses, el resultado no es del agrado de ninguno de los dos. La formulación matemática representa en forma tabular el resultado de la estrategia de cada jugador. Las filas indican la estrategia de un jugador y las columnas la estrategia del otro. Los pares de números que figuran en las celdas de la tabla representan los resultados de cada jugador. Los resultados se estructuran de tal modo que, en los términos originarios de los investigadores de la RAND, la recompensa por la cooperación mutua es mayor que el castigo por la deserción mutua; ambos resulta dos son mejores que el resultado del bobo que coopera mientras el otro deserta, y peores que la tentación de desertar mientras el otro coopera. Los cuatro dilemas sociales de la RAND son variaciones sobre un mismo modelo: si se invierten los resultados del bobo y la tentación, el dilema del prisionero se convierte en el juego del pollo; si se intercambian los resultados de la recompensa y la tentación, el dilema del prisionero coincide con la caza del ciervo. B coopera

B deserta

A coopera

2,2

0,3

A deserta

3,0

1,1

En 1979, el politólogo Robert Axelrod se interesó por la cooperación, un giro esencial para la historia de la teoría de las multitudes inteligentes: El proyecto comenzó con una pregunta sencilla. ¿Cuándo debe cooperar una persona, y cuándo debe ser egoísta, en una interacción con otra persona? ¿Debe un amigo hacer favores a otro amigo que nunca actúa en reciprocidad? ¿Debe una empresa prestar un

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servicio diligente a otra empresa que está a punto de quebrar? ¿Con qué intensidad debe intentar castigar Estados Unidos a la Unión Soviética por un acto hostil, y qué pauta de conducta debe seguir el primero para obtener del segundo la conducta más cooperativa? Existe un modo sencillo de representar el tipo de situación que origina estos problemas. Se trata de un juego llamado el «dilema del prisionero» iterativo. El juego permite a los investigadores obtener beneficios mutuos de la cooperación, pero también deja abierta la posibilidad de que un jugador explote al otro, o la opción de que no coopere ninguno de los dos.35

El dilema del prisionero adquiere nuevas propiedades si se repite varias veces («dilema iterativo»). Aunque los jugadores no puedan comunicarse sus respectivas estrategias, la historia de las decisiones anteriores se convierte en un factor importante en la presuposición de las intenciones del otro jugador. Como apunta Axelrod, «lo que posibilita el surgimiento de la cooperación es el hecho de que los jugadores vuelvan a encontrarse. Esta posibilidad implica que las decisiones tomadas hoy no sólo determinan el resultado de esta jugada, sino que influyen en las decisiones posteriores de los jugadores. El futuro puede proyectar su sombra sobre el presente y, por tanto, influir en la situación estratégica actual».36 La «reputación» es otro modo de observar esta «sombra del futuro». Axelrod propuso un «torneo informático del dilema del prisionera» que enfrenta un programa informático contra otro. Cada programa elegía entre cooperar y desertar en cada movimiento, e iba obteniendo puntos según la matriz de resultados del juego. Cada programa tenía en cuenta la historia de las decisiones anteriores del adversario. Axelrod recibió programas desarrollados por diversos teóricos del juego especialistas en economía, psicología, ciencias políticas y matemáticas. Enfrentó catorce de esos programas entre sí, con una regla aleatoria y una iteración constante. «Para mi sorpresa —concluyó Axelrod—, el vencedor fue el programa más simple que me habían remitido,"Tit for Tat"."Tit for Tat" es la simple estrategia de empezar con la cooperación y a partir de entonces repetir lo que hizo el otro jugador en la jugada anterior».37 Si el adversario coopera en el primer movimiento, entonces «Tit for Tat» coopera en el siguiente movimiento; si el adversario deserta en el primer movimiento, entonces «Tit for Tat» deserta en el siguiente movimiento. Si el adversario pasa de la deserción a la cooperación, «Tit for Tat» pasa también de la deserción a la cooperación en el siguiente movimiento, castigando así al adversario por perdonar. Axelrod invitó a otros profesores de biología evolutiva, física e informática a que enviasen nuevas propuestas de programas para la segunda ronda. Los diseñadores de estrategias podían tener en cuenta los resultados del primer torneo. «Tit for Tat» volvió a ganar. A Axelrod le pareció muy curioso este resultado: Ocurrió algo muy interesante. Sospechaba que las propiedades que explicaban el éxito de «Tit for Tat» funcionarían también en un mundo donde fuera posible cualquier estrategia. Si fuera así, entonces parecía posible la cooperación basada exclusivamente en la reciprocidad. Pero quería saber las condiciones exactas que se requerirían para impulsar este tipo de cooperación. Esto me llevó a adoptar una perspectiva evolutiva: la observación de cómo surge la cooperación entre individuos egoístas sin autoridad central. La perspectiva evolutiva planteaba tres cuestiones distintas. Primero, ¿cómo puede introducirse una estrategia potencialmente cooperativa en un entorno principalmente no cooperativo? Segundo, ¿qué tipo de estrategia puede desarrollarse en un entorno variopinto, formado por individuos que emplean una amplia diversidad de

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estrategias más o menos sofisticadas? Tercero, una vez introducida una estrategia de este tipo en un grupo, ¿en qué condiciones puede resistir la invasión de una estrategia menos cooperativa?-38 Los ajustes en la simulación del juego revelaron la respuesta a la primera pregunta de Axelrod, al menos en el plano teórico. En un entorno de estrategias absolutamente no cooperativas, las estrategias cooperativas evolucionaban a partir de pequeños grupos de individuos que respondían con cooperación recíproca, aunque las estrategias cooperativas representasen un pequeño porcentaje de sus interacciones. Los grupos de cooperadores obtienen puntos más rápidamente que los desertores. Las estrategias basadas en la reciprocidad pueden sobrevivir frente a diversas estrategias, y «la cooperación, una vez establecida como base de la reciprocidad, puede protegerse de la invasión de otras estrategias menos cooperativas. Así pues, los engranajes de la evolución social tienen un trinquete que impide que ésta vuelva hacia atrás».39 Axelrod, politólogo de la Universidad de Michigan, no tenía conocimientos de biología, de modo que consultó el asunto con el biólogo del «gen egoísta», el británico Richard Dawkins, quien a su vez le recomendó que hablase con William Hamilton, descubridor de la selección de parentesco en los insectos, que trabajaba en la misma universidad que Axelrod, sin que éste lo supiera hasta entonces. Hamilton recordó el caso de un estudiante de Harvard, Robert Trivers, que había documentado casos de reciprocidad como mecanismo que permite cooperar a los individuos que defienden sus propios intereses.40 La «sombra del futuro» permitía a los individuos hacer favores a otros individuos que, a su vez, se los devolvían en el futuro. ¿Había descubierto Trivers, años antes de Axelrod y de «Tit for Tat», la relación entre los intereses individuales y la cooperación? La publicación del libro de Axelrod titulado La evolución de la cooperación: el dilema del prisionero y la teoría de juegos suscitó: interés por los fundamentos biológicos de la cooperación.41 En 1983 el biólogo Gerald Wilkinson observó que los vampiros de Costa Rica regurgitan sangre para compartirla con otros vampiros que no han tenido tanta suerte en la cacería nocturna, y además juegan al «Tit for Tat», pues sólo alimentan a quienes han compartido sangre en el pasado, no a los que han actuado de forma egoísta.42 Wilkinson conjeturaba que los frecuentes rituales de limpieza que se dan en esta especie son el medio a través del que opera esta memoria social. En una investigación pareja, Manfred Milinski desarrolló un sagaz experimento con espinosos, una especie de peces pequeños.43 Los bancos de espinosos envían parejas de peces para inspeccionar la presencia de posibles depredadores en las proximidades. ¿Cuál es la motivación de un individuo para arriesgarse a abandonar la seguridad del banco y sondear las reacciones de algún pez que tal vez quiere comérselo? Milinski observó que cada pareja de espinosos que sondea la peligrosidad de un depredador se turna para avanzar hacia el pez más grande, en movimientos cortos y rápidos. Si el depredador muestra interés, los espinosos vuelven presurosos al banco. Milinski sugirió que los turnos eran un ejemplo del dilema del prisionero. Probó la hipótesis colocando un espejo cerca de un depredador en un acuario. Un espinoso suelto reaccionaba al modo de «Tit for Tat» al observar la imagen del espejo; es decir, cada vez que se desplazaba hacia delante o hacia atrás espontáneamente, repetía la acción después de ver su propia imagen reflejada.

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Más adelante, a propósito de la diferencia entre los juegos de suma cero y los de no suma cero, mostraré cómo se entrelazan las conductas cooperativas y no cooperativas. Recuérdese el ejemplo de los primeros bienes públicos, cuando los cazadores primitivos cooperaban para cazar, pero recurrían a otras estrategias más competitivas, como las jerarquías de dominación, a la hora de repartir la carne (si bien una de las observaciones más manidas sobre el surgimiento del reparto alimentario es que «el esquimal sabe que el mejor lugar para almacenar los excedentes es el estómago de otro»).44 La cooperación y el conflicto son dos caras de un mismo fenómeno. Uno de los modos de cooperación más importantes entre los humanos consiste en unirse en ¿Janes, tribus y naciones, con el fin de competir con mayor eficacia contra otros grupos. Los cooperadores pueden prosperar en medio de poblaciones de desertores si aprenden a reconocerse y a interactuar. ¿Los «límites del grupo claramente definidos» de Ostrom son otro medio de reconocimiento mutuo entre los cooperadores? Los cooperadores que se unen pueden hacer frente a las estrategias no cooperativas a través de la creación de bienes públicos que sólo los benefician a ellos, no a los desertores. Un procedimiento de eficacia probada para inducir a un grupo a trabajar conjuntamente consiste en introducir una amenaza externa. La empresa cooperativa y el conflicto intergrupal han evolucionado conjuntamente, porque la capacidad de reconocer quién está dentro o fuera de los límites del grupo es inherente a la cooperación intragrupal y al conflicto intergrupal. La reciprocidad, la cooperación, la reputación, la limpieza social y los dilemas sociales parecen piezas fundamentales del puzle de las multitudes inteligentes. Cada uno de estos fenómenos biológicos y sociales puede verse influido por las conductas y hábitos de comunicación, y a la inversa. El dilema del prisionero y la teoría de juegos no son «respuestas» a las preguntas que plantea la cooperación, sino instrumentos para entender la dinámica social humana. Además de la teoría de los recursos comunales, la teoría de juegos y otros modelos de simulación informática abren nuevas vías para conjeturar el tipo de conducta grupal que puede desarrollarse con las tecnologías de las multitudes inteligentes.

El surgimiento de los bienes comunes de innovación Internet es el ejemplo de bien público artificial con mejores resultados en los últimos tiempos. Los microprocesadores y las redes de telecomunicaciones son sólo la parte física de la fórmula que explica el éxito de Internet; en su arquitectura básica se incluyen también contratos sociales cooperativos. Internet no es sólo el resultado final, sino la infraestructura que posibilita nuevos modos de organizar la acción colectiva a través de las tecnologías de la comunicación. Este nuevo contrato social permite la creación y mantenimiento de bienes públicos, una fuente común de recursos de conocimiento. El ordenador personal e Internet no existirían tal como hoy los conocemos sin extraordinarias empresas de colaboración donde los actos cooperativos eran tan esenciales como los microprocesadores. Las tecnologías en que se basan las multitudes inteligentes del futuro son un invento de hace tres décadas, obra de personas que competían entre sí para aumentar el valor de las herramientas, medios y comunidades que compartían. Durante la mayor parte de este período, el «valor» se traducía en

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«utilidad», no en precio por acción. Un breve recorrido por la historia de la informática personal y las redes no sólo pone de relieve los orígenes tecnológicos de las multitudes inteligentes; los bienes comunes impulsados por las innovaciones técnicas constituyen también la tecnología social esencial de dichas multitudes. Todo empezó con los primeros hackers, a comienzos de los años sesenta. El término hacker, antes de aplicarse al pirata informático que entra ilícitamente en ordenadores ajenos, se acuñó en los años sesenta para designar a las personas que creaban sistemas informáticos. Los primeros que se denominaron hackers eran leales a un contrato social informal llamado «la ética hacker». Según Steven Levy, esta ética regulaba los siguientes principios: El acceso a los ordenadores debe ser ilimitado y total. Siempre tiene prioridad el imperativo práctico sobre el enfoque teórico. Toda información debe ser libre. Desconfiar de la autoridad; fomentar la descentralización.45

Sin este código ético, probablemente nunca habría existido una red como Internet para fines comerciales. Téngase en cuenta que, si bien muchos de los personajes que participaron en esta historia poco conocida, pero importante, actuaban movidos por intereses altruistas, su colaboración pretendía crear un recurso que beneficiase a todo el mundo, empezando por los propios colaboradores que lo crearon. Al igual que otros creadores de bienes públicos, los hackers inventaron algo que deseaban utilizar para sus propios fines. Los hackers diseñaron Internet como un bien común de innovación, un laboratorio para crear colectivamente mejores tecnologías. Sabían que algunas comunidades de hackers algún día sabrían más sobre redes que los creadores originarios, de modo que los diseñadores de Internet procuraron evitar todo obstáculo técnico para la innovación futura.46 La creación de Internet era una empresa comunitaria, y los medios inventados por los hackers originarios pretendían servir de apoyo a las comunidades de programadores.47 Para este fin, varios de los programas de software más importantes que posibilitaban Internet no son propiedad de ninguna empresa, sino un híbrido de propiedad intelectual y bien público, inventado por los propios hackers. Los fundamentos de Internet son obra de una comunidad de inventores que los cedió a la comunidad de usuarios. En los años sesenta, la comunidad de usuarios era la misma que la de creadores, de modo que los intereses individuales coincidían con los bienes públicos, pero los hackers se anticiparon al día en que las herramientas serían utilizadas por una población más amplia.48 La comprensión de la ética hacker y el modo en que se construyó Internet para funcionar como bien común es esencial para pronosticar dónde se originarán las tecnologías de cooperación futuras y de qué modo se fomentará o limitará su uso. Inicialmente el software iba incluido con el hardware que vendían al cliente los fabricantes de ordenadores, que eran ordenadores maiframe manejados por operadores especializados. Los programadores enviaban sus programas a los operadores en forma de tarjetas perforadas. Cuando la tecnología y las necesidades políticas posibilitaron que los programadores trabajasen directamente con ordenadores, estalló la innovación. Este profundo cambio de la tecnología informática se atribuye a Sputnik. En 1957, el Departamento de Defensa estadounidense, motivado por la pionera entrada en órbita de

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la tecnología soviética, creó la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados (ARPA), institución que contrató a un profesor del MIT, llamado J.C.R. Licklider, con el fin de superar la tecnología informática existente. Los investigadores de ARPA desarrollaron programas informáticos que mostraban los resultados de las computaciones en forma de gráficos en pantalla, en lugar de recurrir a las impresiones. Asimismo, aportaron algo de relevancia aún mayor: «sistemas operativos» que permitían a la comunidad de programadores/usuarios interactuar directamente con los ordenadores. Un sistema operativo (SO) coordina la interacción entre el hardware de un ordenador y el software de las aplicaciones. Los primeros sistemas operativos interactivos se denominaban popularmente «sistemas de tiempo compartido», porque dividían la «atención» del ordenador entre grupos de varios programadores, gracias a la velocidad de computación electrónica. El procesador del ordenador cambiaba de un usuario a otro en una fracción de segundo, lo cual daba al usuario la impresión de que no había otras personas conectadas. Como trabajaban con un mismo ordenador central, los programadores que trabajaban en los proyectos de ARPA desarrollaron pronto una sensación de comunidad. Comenzaron inventando modos de enviarse mensajes desde los terminales individuales a través del ordenador común. El correo electrónico y las comunidades virtuales tienen su origen en los hacks ancestrales creados por los programadores de tiempo compartido para comunicarse entre sí. Las becas de la ARPA sufragaban el coste de estas innovaciones. Los hackers creaban herramientas para utilizarlas en grupo, es decir, competían para compartir los mejores hacks con la comunidad, de modo que devolvían un rédito notable a los contribuyentes norteamericanos y al resto del mundo. A comienzos de los años sesenta, la programación informática interactiva en el MIT era una empresa colectiva. Los programas más importantes se almacenaban en tarjetas perforadas y se guardaban sin llave en un cajón; cualquier hacker podía utilizar el programa, y si encontraba un modo mejor de hacer lo mismo que el programa en cuestión, podía revisarlo, cambiar la cinta y meterla de nuevo en el cajón.49 A finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, varios procesos iniciaron la siguiente fase de frenética innovación. Licklider y otros investigadores comenzaron a planificar una «red intergaláctica» para conectar los diversos centros de computación de ARPA dispersos por el país.3" A mediados de los años setenta, además de los laboratorios estatales y las grandes empresas, entró en escena un nuevo usuario lúdico, el adolescente aficionado a los juegos por ordenador. En 1974 se comercializó Altair, el primer equipo informático personal, y los aficionados a la «informática casera» comenzaron a reunirse en Palo Alto.52 El Homebrew Computer Club («Club del ordenador casero») recibió en 1976 una célebre carta de Bill Gates, que por aquel entonces tenía 21 años, donde protestaba porque los aficionados caseros utilizaban la herramienta de programación que había creado su nueva compañía, Microsoft, para Altair sin recibir por ello remuneración alguna.52 Gates explicaba que el software no es un bien público que se guarda en un cajón para que cualquiera pueda cogerlo o jugar con él, sino una propiedad privada. Bill Gates, que por aquel entonces sorprendió con estas declaraciones, en los años noventa se convirtió en el hombre más rico del mundo con la venta del sistema operativo utilizado por el 90% de los ordenadores de sobremesa. En 1969 los laboratorios de AT&T Bell se retiraron del proyecto de sistema operativo Multics de ARPA, y varios programadores de la compañía, que añoraban la dimensión comunitaria, comenzaron a trabajar en su propio proyecto de sistema operativo

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extraoficial. El programador Ken Thompson diseñó un juego en un pequeño ordenador que había caído en sus manos, y durante ese proceso escribió un «núcleo» a partir del cual acabaría desarrollándose el SO «Unix», así denominado por el colaborador Brian Kernighan en 1970. El nombre era un juego de palabras basado en el proyecto Multics originario.53 Los creadores de Unix hicieron público el código fuente e invitaron a los colaboradores a desarrollar software que aumentara la utilidad del SO, decisión que dio origen a un nuevo modo de escribir programas. El software se distribuye en forma, de «código objeto», una traducción del programa («fuente») originario a una serie de ceros y unos, ilegible para humanos pero pensada para su ejecución en un ordenador. Al distribuir el código fuente, los creadores de Unix posibilitaban que otros programadores descifrasen el funcionamiento del software e introdujesen sus propias modificaciones, como ocurría en los viejos tiempos de la cinta de papel que se guardaba en un cajón sin llave. Ken Thompson copiaba el código fuente y las utilidades de Unix en cintas magnéticas, las etiquetaba y documentaba con las palabras «Amor, Ken», y luego se las enviaba por correo a sus amigos.54 Con el tiempo, el software Unix se convirtió en el SO de la red. A su vez, Internet creó un entorno magnífico para que los programadores de Unix estableciesen una de las primeras comunidades virtuales de ámbito internacional. Dennos Ritchie, uno de los creadores de Unix, recuerda así aquel momento: «Lo que queríamos preservar no era sólo un buen entorno de programación, sino un buen sistema en el que se fomentara el compañerismo. Sabíamos por propia experiencia que la esencia de la computación comunitaria a través de máquinas de tiempo compartido y acceso remoto no consiste sólo en escribir programas en un terminal, en lugar de un teclado, sino en propiciar una estrecha comunicación».55 Sin embargo, en 1976 AT&T interrumpió la publicación del código fuente de Unix; los libros originarios, cuando se prohibió su difusión, se convirtieron «posiblemente en las obras más fotocopiadas de la historia de la informática».56 Por la misma época en que se fusionaba la comunidad Unix, el laboratorio de investigación del MIT sobre Inteligencia Artificial (IA) cambió el tipo de ordenadores que utilizaba. Esto supuso un gran golpe para la cultura hacker del MIT, porque las herramientas de software quedaron obsoletas. Paralelamente, muchos de los primeros investigadores de IA se pasaron a la industria privada para participar en la tecnoburbuja de la época, el boom comercial de la IA y su posterior descalabro. Uno de los que permanecieron en el MIT, privado de su querido entorno de programación, reacio a la comercialización de lo que consideraba propiedad pública de AT&T y Microsoft, era Richard Stallman. Stallman pretendía escribir un SO que fuera tan transportable y accesible como Unix, pero que contara con una licencia capaz de mantener su estatus de bien público. Stallman, padre de la Fundación de Software Libre, comenzó a crear GNU, siglas recursivas que significan «GNU no es Unix». Ajeno al concepto de propiedad privada — posee escasos bienes de su propiedad y su hogar es, su oficina—, se dedicó a partir de entonces a lo que denominó «software libre» (y recalcaba que quería decir «libre en el sentido de "libertad de expresión", no en el de "barra libre"»).37 Stallman trastocó las leyes de la propiedad intelectual, además de crear el primer código fuente para un SO libre. Difundió el software de su creación con una licencia llamada GPL (Licencia Pública General). La GPL de GNU permite copiar, distribuir e introducir cambios en el software, siempre y cuando los innovadores no impidan a los demás hacer lo mismo. Stallman denominó «Copyleft» al nuevo tipo de licencia.38 Al

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igual que la cinta de papel guardada en el cajón del MIT, el software GPL es libre para quien quiera utilizarlo, y cualquiera puede desarrollarlo, con la condición de mantener siempre abierto el código fuente para que otros puedan usarlo y perfeccionarlo. La creación de un sistema operativo no es una tarea sencilla. En 1991, el GNU era ya un SO completo, salvo en su parte más esencial, el «núcleo». Linus Torvalds, estudiante de la Universidad de Helsinki, comenzó a escribir una versión propia del núcleo. Todo el código desarrollado en GNU era abierto, tal como se estipulaba en la GPL, pero además Torvalds tuvo la feliz idea de enviar su trabajo a la red para solicitar la ayuda de otros programadores. El núcleo, llamado Linux, atrajo a centenares de jóvenes informáticos, que con el tiempo acabarían siendo miles. En los años noventa, la oposición al dominio monolítico de Microsoft en el mercado de los sistemas operativos fue un factor de motivación para los jóvenes programadores rebeldes, que retomaban la antorcha de la ética hacker. El término «fuente abierta» se refiere al software, pero también designa un método de desarrollo de programas informáticos y una filosofía de conservación de los bienes públicos. Eric Raymond ha reflexionado sobre la diferencia entre los métodos «catedral y bazar» en el desarrollo de software complejo: Sin embargo, la característica más importante de Linux no era técnica, sino sociológica. Antes del desarrollo de Linux, todo el mundo creía que un software tan complejo como un sistema operativo debía desarrollarse en un grupo de personas relativamente pequeño, bien trabado y coordinado. Este modelo era y es el más común en el desarrollo de software comercial y de las grandes catedrales de freeware. [...] Linux evolucionó de un modo totalmente diferente. Casi desde el principio, participaron en su desarrollo numerosos voluntarios coordinados sólo a través de Internet. La calidad se mantenía no a través de la autocracia o de una serie de normas rígidas, sino con la sencilla estrategia de publicar partes de programa cada semana y recibir comentarios de cientos de usuarios al cabo de pocos días, creando así una suerte de rápida selección darwimana en las mutaciones introducidas por los programadores.59

Gracias al desarrollo de software como un bien público, se puede teclear www.smartbmobs.com, en lugar de una cadena de números, para ver el sitio web de este libro; el sistema de «nombre de dominio» de Internet depende del software BIND, que probablemente es el programa de dominio público más utilizado.6" Cuando llegó el momento de que ARPAnet se convirtiese en una red de redes, los magos de la programación que crearon los principales protocolos de Internet comprendieron que las decisiones que tomasen respecto de ese software afectarían a futuras generaciones de innovadores. Inventaron los primeros protocolos de envío de datos por la red según un procedimiento que tenía profundos efectos sociales: «La tesis básica es que, como principio fundamental, ciertas funciones necesarias "de extremo a extremo" sólo pueden ejecutarse correctamente en los sistemas finales. [...] La función de la red es transmitir datagramas con la máxima eficiencia y flexibilidad posibles. Todo lo demás debe hacerse en la periferia».61 (Un «datagrama» puede definirse como un trocito de contenido que incluye una dirección.) A partir de uno de los principios formulados por Ostrom -en lós sistemas sociales complejos, los niveles de gobernanza deben anidarse entre sí-, los arquitectos de Internet definieron el principio «de extremo a extremo», que permite a los innovadores individuales, y no a los controladores de la red, decidir el desarrollo de las funcionalidades de Internet.62 Cuando Tim Berners-Lee creó el software World Wide Web

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en un laboratorio físico de Ginebra, no tuvo que pedir permiso para cambiar el funcionamiento de Internet, porque Internet evoluciona en los ordenadores que están conectados (la «periferia»), no en una red central. Berners-Lee escribió un programa que funcionaba con los protocolos de Internet y convenció a un grupo de colegas para empezar a crear sitios web; la web se expandió por infección, no por decreto.63 En 1993, Marc Andreesen y otros programadores del Centro Nacional de Aplicaciones de Supercomputación estadounidense (NCSA) lanzaron el software «navegador» Mosaic, que permitía el acceso a la web con una interfaz de apuntar y pulsar. Los principales programadores de Mosaic se trasladaron del NCSA, institución pública que produce software de dominio público, a Netscape, Inc., compañía que «cerró» el código del navegador. Marc Andreesen se hizo multimillonario cuando se dio a conocer Netscape en 1994. Mientras la modesta industria de Internet se transformaba vertiginosamente en «la mayor acumulación legal de riqueza de la historia»,64 la web surgía también como un proyecto no comercia], desarrollado por programa-dores que no habían nacido cuando se inventó la red ARPAnet. Los voluntarios comenzaron a intercambiar software para mejorar el servidor web creado por los informáticos del NCSA. Si el navegador es el software para desplazarse por la web, el servidor web es el software utilizado para publicar información en la red. Estos programadores voluntarios acordaron que el desarrollo de un software libre, de fuente abierta, para el servidor web era la clave para mantener el espíritu de innovación. Brian Behlendorf cofundó la comunidad virtual de voluntarios encargada de mantener el software de fuente abierta que todavía corre en el 60% de los servidores web del mundo. En vista de que el primer software de servidor web no comercial requería muchos «parches» —software adicional para solucionar pequeños fallos de un programa— Behlendorí organizó una coalición de programadores en línea para intercambiar parches. Como se trataba de un programa «parcheado», lo llamaron «Apache». En la actualidad, Behlendorf es presidente de Collabnet, una de las raras puntocom supervivientes, que utiliza métodos de fuente abierta para el desarrollo de software comercial. En 1998, IBM basó en Apache su línea de productos e-business y, a continuación, anunció una partida presupuestaria de cien mil millones de dólares para financiar el desarrollo de software de fuente abierta. Usenet, que probablemente es la principal incubadora de redes sociales en línea y la comunidad virtual global más antigua, es también un ejemplo de anarquía gigante y duradera, un bien público que se mantiene con un mínimo esfuerzo de cooperación. En 1979, Jim Ellis y Tom Truscott -estudiantes de la Duke University- y Steve Bellovin, de la Universidad de Carolina del Norte, establecieron el primer enlace entre ambas universidades.65 El protocolo de copia Unix-to-Unix, herramienta de comunicación que se incluía con cada ejemplar de Unix, permitía a los ordenadores enviar y recibir archivos a través de conexiones telefónicas por módem. Una vez al día o cada hora, un ordenador marcaba automáticamente el número para activar el módem conectado a otro ordenador, y enviaba o recibía mensajes previamente escritos por usuarios en cada uno de los extremos; cada ordenador transmitía los mensajes que le habían pasado hasta que llegaban a su destino, como un trabajo en cadena. Este tipo de correo electrónico público, llamado originariamente postings o posts, es legible por todo el que se suscribe a un grupo temático de interés, denominado «grupo de noticias». La red de conversación global autoorganizada comenzó a difundirse entre los centros de computación industriales o universitarios, transmitiendo mensajes por todo el mundo a través de la marcación de números telefónicos.

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Para entrar en Usenet, el operador de un sistema informático sólo necesitaba recibir información de otro sistema informático que (re)transmitiera mensajes de/para los usuarios del sistema. Ese protocolo único para enviar mensajes de ida y de vuelta en un formato acordado indica el grado de cooperación de Usenet. No hay control central, ni social ni técnico. «El orden de Usenet, si existe, es producto de un delicado equilibrio entre la libertad individual y el bien colectivo», apunta Marc Smith.66 Esta anarquía, que ya tiene más de veinte años de antigüedad, alcanzó un éxito espectacular después de 1986, cuando el flujo de noticias comenzó a difundirse por los sitios de Internet a través de conexiones de alta velocidad, en lugar de las redes de retransmisión ad hoc por módem. En el año 2000 Usenet envió y recibió 151 millones de mensajes procedentes de 8,1 millones de usuarios identificados. A diario se transmite más de un millón de mensajes entre más de 110.000 participantes de 103.000 grupos de noticias.67 ¿Perdurará Internet como un bien común autoorganizado y descentralizado cuando la infraestructura de red por cable se adapte a las tecnologías de conexión inalámbrica? Lawrence Lessig, eminente profesor de derecho en Harvard y Stanford, ha manifestado su preocupación por los movimientos técnicos y legales, hoy en ciernes, que pueden llegar a transformar las características que hicieron posible el desarrollo de Internet. Intrigado por su libro Tliefuture qf ideas, me entrevisté con él en su despacho de la facultad de derecho de Standford.68 Lessig iba vestido de modo informal, con pantalones vaqueros y un cardigan de color azul. Observé que en la mesa había cinco tazas de café diferentes. Le pregunté si era correcto concebir Internet como un tipo de recurso comunal similar a los descritos por Hardin y Ostrom. Sin duda. El recurso común en este caso era el derecho a la innovación. Y era un recurso común porque la arquitectura de Internet impedía que el propietario de la red vetase las innovaciones de contenidos o aplicaciones que no fueran de su agrado. El principio «de extremo a extremo» significaba que la red en sí no tenía poder para discriminar. Significaba que cualquiera podía beneficiarse de los bienes comunes creados al conectar todos estos ordenadores con el fin desarrollar nuevas ideas y aplicaciones a las que todo el mundo podía tener acceso. Y eso es lo que ocurrió. El valor de Internet no procedía de una sola institución o compañía, sino de las innovaciones colectivas de millones de participantes.

Le pregunté por qué le preocupaba el futuro. Los bienes comunes de innovación se ven mermados por cambios que se están introduciendo en el nivel de la arquitectura. Estos cambios surgen al permitir que las versiones futuras de los protocolos de software de Internet abandonen el principio «de extremo a extremo», circunstancia que autoriza a los propietarios de la red a decidir qué aplicaciones pueden ejecutarse en la red y cuáles quedan excluidas. Los propietarios de cable coaxial que ofrecen acceso de alta velocidad ya impiden a sus usuarios la utilización de determinados servidores o el alojamiento de algunas páginas web; de este modo, dificultan que los contenidos que compiten con el del propietario del cable circulen por la parte de Internet que controlan. La fusión AT&T—MediaOne creó una gran infraestructura por cable controlada por AT&T. AOL-Time-Warner, por su parte, constituyó también una gran infraestructura por cable controlada por AOL, y ahora intentan fusionarse en una única infraestructura por cable para una gran parte de Internet. A medida que los proveedores de cable consolidan su propiedad, reafirman su derecho de decidir quiénes pueden utilizar la red.

Cuatro meses después de la entrevista con Lessig, la Comisión de Comunicaciones Federales (FCC) emprendió una campaña para expandir el acceso de alta velocidad a

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Internet, recalificando el negocio del cable módem como un «servicio de información» que no requería acceso abierto al resto de Internet para conectar con sus líneas.69 Paralelamente, la industria de la televisión por cable presionaba a la FCC para impedir que los gobiernos locales solicitasen una parte del ancho de banda para fines públicos, educativos e institucionales.7" En marzo de 2002, la FCC emitió una resolución favorable a la industria del cable al suprimir el requisito de que los operadores de cable permitiesen a la competencia el uso de sus redes y al privar a los gobiernos locales de la capacidad de solicitar recursos públicos a cambio del monopolio de acceso a la comunidad local.71 Lessig y yo conversamos sobre los cambios técnicos y jurídicos que pueden determinar el futuro de la Internet inalámbrica; esta entrevista continúa en el capítulo 6, «Retazos inalámbricos». A propósito de la habilitación de tecnologías para las multitudes inteligentes, Lessig comentó lo siguiente; Con las tecnologías inalámbricas se abren nuevos modos de concebir la conexión de los usuarios de Internet a los servicios de información, pero lo que se debe preservar ante todo es el derecho a innovar en ese terreno de los procedimientos de conexión a la red. El derecho de conectar todo tipo de dispositivos a la red para hacer cosas que nunca imaginaron sus arquitectos garantizará un amplio margen de innovación en torno a la Internet móvil. ¿Avanzamos hacia un mundo inalámbrico controlado, donde el equivalente a las compañías telefónicas o por cable decida lo que podemos hacer con nuestros aparatos móviles? Esto será innovador en relación con los sistemas móviles de hace cinco años, pero sólo lo será en la medida en que las compañías que controlan el negocio se beneficien de él. ¿O adoptaremos una arquitectura para sistemas inalámbricos donde nadie decida las tecnologías que se pueden utilizar y las que no? Cuando construyamos un bien común de innovación, creo que veremos la siguiente gran revolución en la tecnología de Internet inalámbrica.

¿Quién sabe quién conoce a quién? Las redes sociales como factor dinamizador Hace unos años, Marc Smith me presentó a su colega Barry Wellman, experto en una disciplina que Smith sabía que podía interesarme, el análisis de las redes sociales. Así descubrí que el estudio de las redes sociales comenzó varias décadas antes de que se inventaran las redes informáticas o los teléfonos móviles, y que para Wellman «las redes informáticas son redes sociales».72 Sus investigaciones e hipótesis acerca de las conexiones entre redes sociales en línea y cara a cara encajaban perfectamente con muchas cuestiones que me planteé al estudiar los ciberespacios sociales. Durante un viaje de Wellman a California, tuvimos ocasión de conversar sobre la influencia mutua de los espacios públicos y los ciberespacios, mientras paseábamos por un robledal. Wellman es un hombre callado, con un cáustico sentido del humor, y no se abstiene de defender posiciones audaces. Recordé sus comentarios al investigar los fundamentos sociales de las multitudes inteligentes. Cada vez que interactúan dos personas, existe la capacidad potencial de poner en común información acerca de terceros, conocidos por ambas partes. La estructura de los vínculos entre cada individuo y todos los demás es una red que sirve de canal por el que viajan noticias, consejos laborales, posibles parejas amorosas y enfermedades contagiosas. Es posible medir las redes sociales y representar sus interconexiones, cuya tipología varía enormemente, desde los consejos de administración de las grandes

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empresas hasta las redes terroristas. Una de las tesis de Wellman es que «encontramos comunidades organizadas en redes, no en grupos».73 Según sus explicaciones, «un grupo es un tipo especial de red: tupido (la mayoría de sus miembros está conectado directamente), estrechamente trabado (la mayoría de los vínculos se dan en el seno del grupo tupido) y ramificado (la mayoría de los vínculos contiene varias relaciones de rol)». Wellman cuestiona el pensamiento convencional acerca de la organización social en grupos: Aunque se suele pensar que el mundo se organiza en grupos, en realidad se estructura en redes. En las sociedades organizadas en red, las fronteras son permeables, las interacciones se dan con terceros muy diversos, las conexiones alternan entre múltiples redes y las jerarquías pueden ser menos piramidales y más recursivas. La transformación del grupo en red se percibe en muchos niveles. Los bloques comerciales y políticos han perdido su carácter monolítico en el sistema mundial. Las organizaciones constituyen redes complejas de alianzas e intercambio, en lugar de cárteles, y los trabajadores informan a múltiples compañeros y superiores. [...] Las comunidades son más extensas, menos trabadas, más ralas y fragmentarias. La mayoría de sus miembros actúa en múltiples comunidades parciales, estrechamente conectadas, cuando trata con las redes de parentesco, vecinos, amigos, compañeros de trabajo y relaciones asociativas. En lugar de integrarse en el mismo grupo de las personas de su entorno, cada individuo tiene su propia «comunidad personal».74

Este concepto de «comunidad personal» ¿no guarda, acaso, cierta similitud con los adolescentes de Escandinavia y Pakistán, Tokio y Manila, que mantienen un flujo de mensajes de texto con grupos pequeños de entre cinco y ocho amigos, mientras se ocupan de su vida cotidiana? Creo que la propuesta de Wellman de proyectar el análisis de la red social tradicional a los ciberespacios sociales puede aplicarse también a los ciberespacios móviles: Siempre han existido redes sociales complejas, pero los avances tecnológicos más recientes en telecomunicación han permitido que se consoliden como una forma de organización social dominante. Cuando la sociedad, las instituciones y el conocimiento se interrelacionan a través de redes de comunicación informáticas, se convierten en redes sociales asistidas por ordenador. El desarrollo tecnológico de las redes informáticas y la proliferación de redes sociales se encuentran, actualmente, en una fase de feedback positivo. Al igual que la flexibilidad de las redes sociales menos trabadas y más dispersas en el espacio fomenta la demanda de una red mundial y una comunicación colaboradora, el desarrollo imparable de redes informáticas nutre la transformación de los pequeños grupos en redes sociales. Defino la «comunidad» como redes de vínculos interpersonales que aportan sociabilidad, apoyo, información, sensación de pertenencia e identidad social. No limito mi pensamiento sobre la comunidad a los barrios y las pequeñas localidades. Éste es un enfoque adecuado para cualquier época, y sobre todo resulta pertinente en el siglo XXI.75

Wellman prevé que «la persona —no el espacio, el hogar o el grupo de trabajo— llegará a ser un nodo de comunicación aún más autónomo», y observa que «la gente suele obtener apoyo, compañía, información y sensación de pertenencia a través de otras personas que no viven en el mismo barrio o área metropolitana. Se mantienen estos vínculos comunitarios por medio del teléfono, los mensajes escritos, los desplazamientos por carretera, ferrocarril o avión. [...] La persona se ha convertido en el portal».76 Internet facilita la creación y gestión de múltiples redes sociales personales.

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¿De qué modo se interrelacionan las propiedades técnicas de las redes informáticas con las propiedades comunicativas de las redes sociales? Cuando empecé a plantearme esta pregunta en mi propia red social, los vínculos más interesantes remitían a la «ley de Reed», formulación matemática de David R. Reed. Al documentarme sobre este autor, comprendí que tenía que conocerlo. Era uno de los autores del principio «de extremo a extremo» de Internet; fue el investigador principal de Lotus Corporation y, en colaboración con el laboratorio mediático del MIT, fue uno de los instigadores del movimiento «espectro abierto», un replanteamiento radical del modo en que se regulan las comunicaciones inalámbricas. Cuando visité el laboratorio mediático en el otoño de 2001, Reed y yo nos reunimos allí y continuamos la conversación durante la comida, momento en el que rememoró el descubrimiento inicial de su ley. La ley de Reed sobre las redes sociales e informáticas es uno de los descubrimientos recientes más importantes sobre las fuerzas que regulan los ordenadores y las redes. En las ciencias sociales, la predicción es necesariamente difusa. Sin embargo, en la economía de las redes sociales a través del ordenador, cuatro astutos investigadores han formulado cuatro leyes de crecimiento matemáticas fundamentales: la ley de Sarnoff, la ley de Moore, la ley de Metcalfe y la ley de Reed. Todas ellas tratan sobre la influencia del desarrollo tecnológico en el valor. La ley de Sarnoff surgió a partir del desarrollo de las redes radiofónicas y televisivas a comienzos del siglo XX, redes en las que una fuente central emite desde un pequeño número de emisoras a un gran número de receptores. David Sarnoff, pionero en la investigación de este fenómeno, concluyó lo más evidente: el valor de las redes de difusión es proporcional al número de espectadores.77 La tan manida ley de Moore es el motivo por el que la miniaturización electrónica ha impulsado la hiperevolución de la electrónica, los ordenadores y las redes. En 1965, Gordon Moore, cofundador de Intel y uno de los inventores del micro-procesador, observó que se había duplicado anualmente el número de elementos que podían introducirse en el mismo espacio de un microchip. La previsión de Moore era que el número de elementos se duplicaría cada dieciocho meses en el futuro.78 Cualquier cosa que se duplica y reduplica crece a gran velocidad; de hecho, se pasó desde los 2.250 elementos que contenía el primer microprocesador de Intel en 1971, hasta los 42 millones de elementos del procesador Pentium 4 fabricado treinta años después.79 Los ordenadores y componentes electrónicos forman parte de esas raras tecnologías que aumentan su capacidad y se abaratan simultáneamente. Sin las eficiencias descritas por la ley de Moore, el PC, Internet y los teléfonos móviles serían excesivamente grandes, caros y poco inteligentes. Qué sucede cuando se enlazan varios sistemas basados en la ley de Moore? Cuando los magos de ARPA se reunieron en el Centro de Investigación de Xerox en Palo Alto (PARC) a comienzos de los años setenta, con el fin de construir los primeros ordenadores personales, uno de los ases de la ingeniería, Bob Metcalfe, dirigió el equipo que inventó Ethernet, una red de alta velocidad que interconectaba los PC del mismo edificio. Metcalfe dejó el PARC, fundó 3Com, Inc., posteriormente se retiró, y formuló la ley que lleva su nombre, que describe el crecimiento de valor en las redes. E] principio es sencillo y se basa en una propiedad matemática fundamental de las redes: el número potencial de conexiones entre nodos crece más rápidamente que el número de nodos. El valor total de una red en la que cada nodo puede conectarse con todos los demás equivale al cuadrado del número de nodos. Si hay dos nodos, cada uno con un valor de

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una unidad, el valor de la unión de ambos nodos es de cuatro unidades. Cuatro nodos interconectados, cada uno con valor de una unidad, equivalen a dieciséis unidades cuando se ponen en red, y cien nodos equivalen a cien veces cien, es decir, diez mil. Cuando el valor crece exponencial-mente con respecto al número de nodos, la consecuencia matemática se traduce en impulso económico: la conexión de dos redes crea mucho más valor que la suma de sus valores respectivos como redes independientes.81 David Reed tiene barba entrecana y un brillo travieso en los ojos. No es de las personas que aporrean la mesa para defender una opinión, sino de las que demuestran con brillantez sus argumentos, escribiendo ecuaciones en una pizarra. Mientras degustábamos una sopa de langosta en Kendall Square, le pregunté qué le había llevado a formular la «ley de Reed». «El primer "eureka" llegó cuando reflexioné sobre el éxito de eBay.»82 El sitio web eBay, que se ha convertido en el único negocio de comercio electrónico de amplia rentabilidad, no vende mercancías, sino que ofrece un mercado para que los clientes establezcan entre sí relaciones de compraventa. El éxito de eBay fue posible porque facilitó la formación de grupos sociales en torno a intereses concretos. Los grupos sociales se constituyen entre personas que quieren comprar o vender teteras o radíos antiguas. Por aquella época había leído los textos de Fukuyama sobre capital social.83 En Trust: la confianza, Fukuyama sostiene que existe una fuerte correlación entre la prosperidad de las economías nacionales y el capital social, concepto que define como la facilidad con que los miembros de una determinada cultura pueden formar nuevas asociaciones. Comprendí que los millones de humanos que utilizaban millones de ordenadores añadían otra propiedad importante, la capacidad humana de formar grupos en la red. Recordé que cuando fue posible enviar mensajes o responder simultáneamente a grupos de personas por correo electrónico, se abrió la vía para crear foros sobre temas específicos. A partir de entonces ha surgido todo tipo de salones de chat, tablones de anuncios, listas de discusión, listas de amigos o mercados de subastas que han inventado nuevos modos de formación de grupos en línea. La comunicación humana añade una nueva dimensión a la red informática. Comencé a pensar en términos de redes de formación de grupos (RFG). Observé que el valor de una RFG crece más rápido -muchísimo más rápido- que las redes donde se aplica la ley de Metcalfe. La ley de Reed demuestra que e] valor de la red no crece en proporción al cuadrado de los usuarios, sino exponencialmente.84

Esto significa que la fórmula es dos elevado a la potencia del número de nodos, en lugar de elevar este número al cuadrado. El valor de dos nodos es cuatro según ambas leyes, pero el valor de diez nodos es cien (diez elevado al cuadrado) en la ley de Metcalfe, y 1.024 (dos elevado a diez) en la ley de Reed, y la tasa diferencial de crecimiento presenta una curva en forma de bastón de hockey a partir de ese punto. Esto explica que las redes sociales, creadas por correo electrónico u otras comunicaciones sociales, hayan expandido el crecimiento de la red más allá de las comunidades de ingenieros, hasta el punto de incluir toda clase de grupos de interés. La ley de Reed es el enlace entre las redes informáticas y las redes sociales. Al utilizar esta ley para analizar el valor de diversos tipos de redes, Reed cree haber descubierto un importante cambio cultural y económico. Cuando una red pretende aportar algo de valor a los individuos, como una red de televisión, el valor de los servicios es lineal. Cuando la red permite transacciones entre los nodos individuales, el

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valor se eleva al cuadrado. Cuando la misma red incluye procedimientos para que los individuos constituyan grupos, el valor es exponencial: Lo más importante es que el valor principal de una red típica tiende a pasar de una categoría a otra a medida que aumenta la escala de la red. Tanto si el crecimiento se logra con adiciones progresivas del cliente como a través de interconexiones transparentes, el aumento de la escala tiende a fomentar nuevas categorías de «aplicaciones rompedoras» (killer apps) y, por tanto, nuevos juegos competitivos. En la historia de Internet podemos observar este cambio de valor en función de la escala. El uso inicial de Internet estaba dominado por su función de red terminal, que permitía a muchos terminales acceder selectivamente a un pequeño número de costosos hosts (ordenadores centrales) de tiempo compartido. Con el crecimiento de Internet, un porcentaje mucho mayor del uso y valor de Internet se centró en el envío y recepción de archivos o mensajes de correo electrónico entre particulares! según la ley de Metcalfe. A medida que Internet adquirió mayores dimensiones a comienzos de los años noventa, el tráfico comenzó a estar dominado por grupos de noticias, listas de correo creadas por el usuario, sitios web de intereses especiales, etcétera, según la ley exponencial de la RFG. Aunque las funciones que predominaban inicialmente no perdieron valor ni decayeron con el crecimiento de Internet, el valor y uso de los nuevos servicios propiciados por las leyes de aumento de escala se incrementaron mucho más rápido. Así, muchos tipos de colaboración y transacciones que se realizaban fuera de Internet fueron absorbidos por el desarrollo de las funciones de Internet, y se convirtieron en el nuevo campo de juego competitivo. Los elementos más importantes de una red cambian a medida que se modifica su escala. En una red dominada por un aumento de valor de competitividad lineal, «el contenido es el rey». Es decir, en estas redes, hay un número pequeño de fuentes (creadores o editores) de contenido entre los que el usuario puede elegir. Para granjearse el máximo número de usuarios, las fuentes compiten con el valor de su contenido (textos o imágenes publicados, bienes de consumo estandarizados). Allí donde prevalece la ley de Metcalfe, las transacciones son un elemento central. El producto que se intercambia en las transacciones (correo electrónico o correo de voz, dinero, títulos, servicios contratados o cualquier otra cosa) es el rey. Y si lo que prevalece es la ley de RFG, la función principal de la red corresponde al valor construido colectivamente (como grupos de noticias especializados, respuestas conjuntas a solicitudes de propuestas, rumores, etcétera)."5

Reed opina que existe una relación directa entre el tipo de capital social que comenta Fukuyama y el uso de Internet como red de formación de grupos. La existencia de esta relación explica, entre otras cosas, que los esotéricos debates sobre cuestiones técnicas y jurídicas en torno al principio «de extremo a extremo» y la normativa inalámbrica puedan tener importantes repercusiones para la humanidad. Si el bien común de innovación está accesible para muchos usuarios en el futuro, como ha ocurrido en el pasado, toda una «cornucopia de bienes comunes» podría beneficiar a muchos. Pero los que han concentrado capital en las infraestructuras y grandes empresas pueden optar también por controlar los bienes comunes y reservarse el poder de innovación, excluyendo técnicamente a los futuros innovadores. La primera batalla se ha librado ya en Napster. Por el momento vencen los intereses privados, pero todo ello ha desencadenado una campaña encaminada a desarrollar bienes comunes que no puedan caer en manos privadas. La «cornucopia de bienes comunes» es consecuencia de que la ley de Reed se beneficia de la ley de Moore. Mi periplo por el universo de adhocracias entre

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particulares, que combinan los poderes de la computación con las capacidades de desarrollo de las redes sociales en línea, comenzó de forma bastante inocente, cuando me topé con un proyecto colectivo que pretendía buscar vida en el espacio exterior. NOTAS Cita inicial: David Hume, A treatise of human nature, ed. Ernest C. Mossner, Nueva York, Viking, 1986 (Trad. cast.: Tratado de la naturaleza humana, Barcelona, Altaya, 1994.) 1. Netscan, , 5 de febrero de 2002. 2. Howard Rheingold, The virtual community: homesteading on the electronicfrontier, Reading, MA, Addison-Wesley, 1993 (Trad. cast.: La comunidad virtual: una sociedad sin fronteras, Barcelona, Gedisa, 1996). 3. Erving Goffman, The presentation of self in everyday life, Garden City, NY, Doubleday, 1959. 4. Matt Ridley, The origins ofvirtue: human instincts and the evolution of cooperation, Londres, Penguin, 1996. 5. Ibíd. 6. Garrett Hardin, «The tragedy of the commons», Science, 162, 13 de diciembre de 1968, págs. 1243-1248. 7. Thomas Hobbes, Leviathan, ed. Richard E. Flathman y David Johnston, Nueva York, W. W. Norton, 1997 (Trad. cast.: Leviatán, Madrid, Alianza, 1996.) 8. John Locke, Two treatises ofgovernment, Nueva York, Prentice-Hall, 1952 (Trad. cast.: Dos ensayos sobre el gobierno civil, Madrid, Espasa-Calpe, 1997). 9. Mancur 01son,Jr.,The logic of collective action: public goods and the theory of group, Cambridge, MA:, Harvard University Press, 1965. 10. Mancur Olson,Jr., «The logic of collective action», en Brian Barry y Russell Hardin (comps.), Rational man and irrational soaeíy, Beverly Hills, CA, Sage, 1982,pág. 44. 11. Elinor Ostrom, Governing the commons: the evolution of institutions for collective action, Cambridge, Cambridge University Press, 1990. 12. Ibíd.,pág.96. 13.Ibíd.,pág.90. 14. Ridley, The origins ofvirtue. 15. Ostrom, Governing the commons, pág. 27. 16. H. Scott Gordon, «The economic theory of a common-property resource: the fishery», Journal of Political Economy, 62,1954, págs. 124-142; Anthony D. Scott, «The fishery: the objectives of sole ownership»,Journal of Political Economy, 65,1955, págs. 116-124. 17. Charlotte Hess, «Is there anything new under the sun? a discussion and survey of studies on new commons and the Internet», ponencia presentada en Constituting the commons: crafting sustainable commons in the New Millenium, VIH Congreso de la Asociación Internacional para el Estudio de la Propiedad Común, Bloomington, Indiana, USA, 31 de mayo-4 de junio de 2000. 18. Ostrom, Governing the commons, pág. 25. 19. Marc A. Smith, «Mapping social cyberspaces: measures and maps of Usenet, a computer mediated social space», tesis doctoral, UCLA, 2001, pág. 18. 20. Thomas Henry Huxley, «The struggle for existence in human society», en Evolution and Ethícs, and Other Essays, Londres, 1894, págs. 202-218. 21. Peter Kropotkin, Mutual aid: a factor of evolution, Montreal, Black Rose Books, 1989, pág. 78. 22. Stephen J. Gould, Bullyfor brontosaurus: reflections on natural history, Nueva York, W.W. Norton, 1991. 23. Kropotkin, Mutual aid, pág. 171. 24. J. Paradis y G.C.Williams, Evolution and ethics: T.H. Huxley's evolution and ethics with new essays on its Victorian and sociobíologícal context, Princeton, NJ, Princeton University Press, 1989. 25. W.D. Hamilton, «The genetical evolution of social behavior» Journal of Theoretical Biology, 7,1964, págs. 1-52. 26. Richard Dawkins, The selfishgene, Oxford, Oxford University Press, 1976 (Trad. cast.: El gen egoísta, Barcelona, Salvat, 1993). 27. Hobbes, Leviathan, pág. 95.

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