muerte a los normy

2 Angela Nagle Muerte a los normies Traducción de Hugo Camacho ADELANTO DE PRENSA Contacto de prensa: Alfonso Caro 6

Views 60 Downloads 0 File size 282KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

2

Angela Nagle

Muerte a los normies Traducción de Hugo Camacho

ADELANTO DE PRENSA Contacto de prensa: Alfonso Caro 658 767728 [email protected] @ NostromoCom Orciny Press: www.OrcinyPress.com @OrcinyPress

3

Introducción

De Hope a Harambe

Después de la victoria de Barack Obama en las elecciones de 2008, su mensaje de esperanza fue compartido de manera pública y concienzuda por gran cantidad de progresistas en internet, deseosos de demostrar su amor por el primer presidente negro, eufóricos por formar parte de lo que parecía un movimiento cultural positivo y masivo. Después de George W. Bush, que había hecho la guerra en Iraq y en Afganistán, y que había abochornado a la gente culta con su estilo sureño y sus habituales meteduras de pata y errores gramaticales o «bushismos», el sentimiento de vergüenza entre los progresistas estadounidenses se había plasmado en libros como Estúpidos hombres blancos de Michael Moore. En contraposición, Obama resultaba elocuente, sofisticado, erudito y cosmopolita. Durante el espectáculo mediático de su elección, se pudo ver llorar a Oprah, y Beyoncé cantó para regocijo de una multitud de jóvenes y devotos fans. Incluso algunos de los corazones helados de aquellos que se situaban de manera significativa más a la izquierda del Partido Demócrata se derritieron por un tiempo a causa de lo que parecía una efusión de pensamiento positivo y esperanza; el sueño cumplido de la igualdad. Hillary Clinton trató de repetir esa misma fórmula en 2016 al bailar en el programa The Ellen DeGeneres Show y reclutar de nuevo a Beyoncé, al contarle a la audiencia su amor por la salsa picante y al atraer a celebridades feministas como Lena 11

Dunham y su eslogan «I’m with her» («Estoy con ella», en alusión a Hillary Clinton). Pero en lugar de repetir el éxito, fue ridiculizada online y se convirtió en sujeto de las bromas de grandes segmentos de audiencia procedentes de todo el espectro político. Cuando, de manera solemne, condenó la existencia de un nuevo movimiento de derechas hijo de la era de internet y aseguró que formaba parte de la «gente deplorable» que seguía a Trump, la masa de usuarios de la red que habían sido objeto de su comentario entró en tromba en una erupción de memes, mofas y festejos. ¿Cómo hemos pasado de aquellos días en los que los medios convencionales transmitían esperanza al punto en el que nos encontramos ahora? Este libro cubre ese período desde la perspectiva de las diferentes culturas y subculturas de internet, y sigue el rastro de las guerras culturales que se han disputado online sobre temas como el feminismo, la sexualidad, la identidad de género, el racismo, la libertad de expresión o la corrección política, y que se han mantenido ocultas al radar de los medios convencionales. Estas se diferencian de las guerras culturales de los años sesenta y noventa, en las que, por lo general, una cohorte de envejecidos conservadores morales luchaban contra una marea de secularización y progresismo por parte de los jóvenes. En este caso, la reacción violenta en internet ha sido capaz de movilizar a una extraña vanguardia de gamers adolescentes, amantes del anime que comparten esvásticas bajo seudónimo, fans de South Park irónicos y conservadores, bromistas antifeministas, frikis acosadores y troles que hacen memes cuyos humor negro y amor por la transgresión gratuita hacían difícil diferenciar a priori cuándo mostraban sus verdaderas ideas políticas y cuándo buscaban echarse unas risas. Lo que parecía unirlos a todos en su secreto era el amor compartido por mofarse de la rectitud y el autobombo moral de la desgastada conformidad intelectual progresista que iba desde los políticos progresistas del establishment a los más militantes activistas de las nue12

vas sensibilidades surgidas de los rincones más excéntricos de Tumblr, pasando por los movimientos políticos estudiantiles. A lo largo de dicho período también podemos contemplar la muerte de lo que quedaba de una sensibilidad asociada a la cultura de masas, en la que los medios de comunicación convencionales todavía dictaban las reglas del juego y existían una cultura y un público mainstream. El triunfo de los trumpianos supuso también una victoria en la guerra contra estos medios de comunicación tradicionales, convertidos en objeto de las burlas del votante medio y de las extrañas subculturas cargadas de ironía de internet, ya sean izquierdistas o derechistas, que se apartan de esa odiada cultura dominante. Dar muestras de no enterarte de nada porque te has quedado atrás se considera indicio suficiente de que tu carrera está condenada al desastre y deja patente que eres demasiado rudimentario, o un normie o miembro de algún corrupto medio de comunicación tradicional. En contraposición, vemos cómo ha aparecido en internet una especie de sensibilidad contraria al establishment que se ha plasmado en una cultura del meme y de los contenidos generados por usuarios sobre los que los verdaderos creyentes en las ciberutopías pontificaban desde hace años, aunque jamás se imaginaron que pudieran adoptar esta particular expresión política. Comparemos las primeras elecciones ganadas por Obama, tras las cuales los devotos de las redes sociales reprodujeron el cartel, icónico pero oficial, hecho mediante plantillas y que mostraba un retrato en rojo y azul del nuevo presidente con la palabra «esperanza» impresa en la parte inferior, creado por el artista Shepard Fairey y aprobado por el equipo de Obama, con la explosión de la irreverente cultura meme que se mofa de la cultura dominante durante la última campaña electoral, en la que la página de Facebook Bernie Sanders Dank Meme Stash1 y el subreddit The Donald definieron el tono para toda una generación joven y recién politizada, con los medios de comunicación desesperados por adaptarse a la subcultura de chiste privado de 13

las emergentes oleadas contrarias al establishment de izquierda y de derecha. Escritores como Manuel Castells y varios comentaristas del entorno de la revista Wired ya nos habían hablado de la llegada de una sociedad red, en la que los viejos modelos de negocio y cultura jerarquizados serían reemplazados por la sabiduría del grupo, del enjambre, de la mente colmena, el periodismo ciudadano y el contenido generado por los usuarios. Su deseo se ha hecho realidad, pero no se parece a la visión utópica que esperaban. Mientras los viejos medios mueren, los guardianes de las sensibilidades culturales y de la etiqueta han sido depuestos, el contenido viral online procedente de fuentes desconocidas ha dejado atrás las nociones de gusto popular que mantenía una pequeña clase creativa, y a los consumidores de la industria cultural los han sustituido los productores de contenido instantáneo. Puede que el 2016 sea recordado como el año en que murió el control de la política formal por parte de los medios de comunicación dominantes. Un millar de memes que fusionaban a Trump con la Rana Pepe florecieron, y un extraordinario trol de Twitter con poder que mostraba abiertamente su hostilidad contra los medios y contra los establishments de ambos partidos llegó a la Casa Blanca sin el apoyo de ninguno de ellos. Uno de los primeros momentos importantes de esta ruptura de las sensibilidades de la cultura dominante de internet fue el vídeo viral Kony 2012. Es posible trazar una línea que va del vídeo de Kony hasta la explosión de memes de Harambe en 2016 que atraviesa las modas dominantes desde la virtud hasta la ironía más cínica e inescrutable. La película Kony 2012 tenía como objetivo promover la campaña benéfica «Stop Kony» («Paremos a Kony»), que buscaba la detención del líder de las milicias ugandesas Joseph Kony a finales de 2012. El filme se reprodujo cien millones de veces y fue tan viral que una encuesta sugirió que la mitad de los adultos jóvenes de los Estados Unidos habían oído hablar de él en los días posteriores a la publicación del vídeo, lo 14

que hizo que se cayera la página que lo hospedaba. La revista Time lo calificó como el vídeo más viral que se había realizado nunca. En Facebook y en Twitter, una amplísima audiencia de jóvenes occidentales que por lo general se mostraban bastante indiferentes respecto a las actividades de los criminales de guerra ugandeses compartían el vídeo y lo acompañaban de insistentes exclamaciones emocionales, actividad que ahora podríamos calificar de manera irónica como «muestras públicas de virtud». Pero entonces, tanto el vídeo como la campaña empezaron a ser criticados por los propios ugandeses, expertos en la región, e incluso el propio presidente del gobierno. Empezaron a surgir denuncias del vídeo debido a su burda y excesiva simplificación, inexactitud, manipulación emocional y su «activismo de sillón» (un término peyorativo que se ha hecho popular, sinónimo de «clictivismo»). Un multitudinario pase de la película en Uganda suscitó los abucheos y la hostilidad del público, irritado porque esta se centraba en la figura del director estadounidense al tiempo que desatendía a las víctimas de Kony. Y críticos occidentales deseosos de recibir la aprobación de su superioridad moral corrieron a denunciar las insuficientes cualidades de Kony 2012 y sus seguidores. Entonces, cuando la película todavía estaba en lo más alto de su fama viral, a Jason Russell, el director, lo detuvieron y retuvieron para practicarle una evaluación psiquiátrica después de haber sufrido un ataque de nervios en público que fue grabado y publicado en internet. Este se convirtió en otro vídeo viral en el que se lo podía ver en la calle, desnudo y gritando, golpeando el suelo, masturbándose y destrozando coches. A un ritmo mareante, esta historia del vídeo de Kony había seguido una maldición que ahora ya nos es familiar y que consiste en pasar de que todo el mundo te considere virtuoso a ser objetivo de artículos de opinión simplistas y moralizantes que acarrean la desgracia y el consiguiente Schadenfreude. Esto marcaría la tónica de los oscuros espectáculos que aparecieron 15

en la red durante los años siguientes. Muchos de los que habían compartido el vídeo por buena voluntad global lo borraban ahora, avergonzados. En cuestión de días, esa preocupación sincera que resulta fácil de compartir y te hace sentir con la conciencia tranquila había dado paso al retorno del lado más oscuro de una cultura de internet más nativa, anterior a la era de la monetización y anónima, basada en el Schadenfreude, el más profundo cinismo y la ahora ya imparable fuerza de la humillación pública como forma de entretenimiento viral. Cuando llegó 2016, después de incontables repeticiones de ese ciclo, inaugurado por Kony 2012, que lleva de la virtud al ridículo, un espíritu de cinismo nihilista e ironía reactiva emergió a la superficie del mainstream de la cultura de internet y un tipo de humor absurdo antaño relegado a chistes privados en foros se convirtió en dominante. Ese año, cuando acribillaron a un gorila del zoo de Cincinnati llamado Harambe después de que un niño se cayera en su recinto, las típicas muestras de indignación en la red se sucedieron, como no podía ser de otra manera, junto con la inevitable carrera por mostrar la propia virtud. Al principio, la reacción emocional e indignada de la gente llevó a muchos usuarios a culpar a los padres del niño por la muerte del gorila y algunos incluso pidieron que se denunciase a los padres por negligencia. Pero entonces proliferó una especie de burla irónica surgida del espectáculo de las redes sociales. El meme de Harambe no tardó en convertirse en la parodia perfecta del sentimentalismo y de las prioridades absurdas de la política performativa progresista occidental y de la histeria colectiva online que la solía caracterizar. El mismo día en que una entrada sobre el incidente alcanzó la primera página del hilo de noticias de Reddit, se creó una petición en Change.org que recogió cientos de miles de firmas y que llevaba por título «Justicia para Harambe», en la que se pedía a las autoridades que hicieran responsables a los padres del niño por la muerte del gorila. No tardaron en aparecer las 16

etiquetas #JusticeForHarambe y #RIPHarambe, que fueron en su mayoría utilizadas de manera irónica. Aparecieron parodias de canciones con el nombre de Harambe insertado en la letra, e incluso el eslogan «Pollas fuera por Harambe» del cómico Brandon Wardell se convirtió en una expresión popular. Harambe empezó a ser incluido como broma en los típicos recuerdos sentimentales de famosos fallecidos a lo largo de 2016, junto a David Bowie o Prince. Apareció un vídeo en el que un estudiante de instituto disfrazado de gorila corría por la banda durante el primer partido de fútbol de su colegio mientras arrastraba tras de sí a otro estudiante, a modo de imitación de la escena de Harambe en su recinto antes de que lo mataran. El zoo le pidió a la gente que dejase de hacer memes, de usar las etiquetas con el nombre del gorila y de bombardearlos con tuits y mensajes. Los memes llegaron a los medios tradicionales cuando apareció en directo en la MSNBC un joven con una pancarta en la que se leía «Lo de Harambe fue cosa de Bush» (también una referencia a la teoría de la conspiración del 11 de septiembre) junto al recinto donde se celebraba la convención nacional del Partido Demócrata. Matt Christman, del podcast Chapo Trap House, que se considera a sí mismo como un producto de la cultura de internet sobresaturada de ironía, lo resumió con suma precisión y sin sentimentalismos: «La popularidad de los chistes sobre Harambe prueba que la gente quiere reírse del asesinato, pero que le da vergüenza admitirlo». Christman señaló asimismo en uno de los capítulos del podcast que la harambemanía se hizo de verdad popular después de la matanza del club gay de Orlando, perpetrada por un terrorista que había declarado su lealtad al ISIS. Las culturas trol llevaban años alimentándose de bromas insensibles e ironía ante tragedias con una alta presencia en los medios de comunicación, pero el de Harambe fue el primer caso que atrajo a tanta gente deseosa de participar del chiste privado en internet. También se hizo viral porque llegó en un 17

momento en que la moda del sentimentalismo en las redes sociales, carente de humor, mojigato y políticamente correcto, había llegado a tales cotas de absurdo que, como contrapartida, esa manera de hacer bromas cínicas e irónicas, antaño coto vedado a unos pocos, llegó al mainstream de internet. Aunque funcionó como una parodia absurda y brillante, y la adoptaron ironistas de izquierdas y de derechas, lo que complicó este tipo de humor desapegado fue que, como en muchos otros casos similares, sirvió para ocultar otras cosas más siniestras so pretexto de la ironía. Por ejemplo, Harambe fue citado por los acosadores en la campaña de odio desatada contra Leslie Jones, la actriz de Cazafantasmas, en muchas de las amenazas anónimas y las comparaciones de ella que hacían con el gorila. Esa ola de maltrato se inició cuando Milo Yiannopoulos, el gay conservador que se convirtió en celebridad de la alt-right, tuiteó una serie de insultos contra ella y dijo, entre otras cosas, que parecía «un tío negro». La campaña de acoso que se desató contra ella por el mero hecho de encontrarse en el punto de mira de Milo llevó incluso a que su web fuese hackeada y que circulasen por la red fotos suyas en las que aparecía desnuda. Ya que el meme de Harambe se había convertido en uno de los favoritos de los acosadores de la alt-right, ¿se trataba del típico caso de racismo disfrazado de sátira para usuarios avanzados de internet, ya que apelaba en su mayor parte a los que buscaban mofarse de las sensibilidades progresistas? ¿Acaso era una parodia inteligente de las histerias y la falsa política de la cultura progresista de internet? ¿Recordarán ahora quienes compartían esos memes cuáles eran sus motivaciones o si pretendían ser irónicos o no? ¿Podían ser al mismo tiempo parodistas irónicos y actores sinceros de un fenómeno mediático? Un hácker conocido en Twitter como @prom entró en la cuenta del director del zoo de Cincinnati, Thane Maynard, y tuiteó «#PollasFueraPorHarambe». Pero cuando le preguntaron por su motivación para hacerlo, le respondió al New York Daily 18

News que «no estaba seguro» de por qué lo había hecho, y que «cuando pasó aquello estaba muy enfadado con el tío que había disparado». Fue en medio de ese laberinto de significado que suponían tantos chistes privados y en el que se desarrollaban las guerras culturales cuando Trump ganó las elecciones presidenciales y lo que ahora conocemos como alt-right cobró preeminencia. Todos los acontecimientos bizarros, identidades nuevas y comportamientos subculturales extraños que desconciertan al público general cuando finalmente llegan a los medios de comunicación tradicionales, de los otherkin a los memes de extrema derecha de la rana Pepe, pueden comprenderse como respuestas a una respuesta que responde a otra respuesta, cada una de las cuales responde de manera airada contra la existencia de la otra. Los productores de memes trumpianos subieron el listón de su estilo contrario a la corrección política y que busca romper tabús como respuesta a los usuarios de Tumblr que desafían los roles de género, que a su vez se volvieron más sensibles y más convencidos del racismo, la misoginia y la opresión heteronormativa que existen fuera de las subculturas de internet. Al mismo tiempo, los «deplorables», desde los troles trumpianos a la alt-right, veían en los leales a Hilary Clinton (las políticas de identidad arraigadas en Tumblr, y la izquierda universitaria interseccional y contraria a la libertad de expresión) una prueba de su igualmente desalentadora visión del rápido declive de la civilización occidental, ya que ambos bandos se han ido separando de la cultura dominante, porque esta apenas concuerda con dicha visión desalentadora. La otrora minoritaria cultura condenatoria de la izquierda que emanaba de la identidad política universitaria con un estilo a lo Tumblr alcanzó su punto álgido durante ese período, en el que cualquier cosa, desde comer espaguetis a leer a Shakespeare se consideraba «problemático», e incluso los actos más mundanos eran tachados de «misóginos» o «propios del supremacismo 19

blanco». Mientras el tabú y las ideologías antimorales se enconaban en los oscuros rincones del internet anónimo, las redes sociales desprovistas de anonimato, donde la mayoría de la gente joven desarrolla ahora sus ideas políticas por primera vez, se convirtieron en un panóptico, en el que muchos vivían con el miedo de que los observara el ojo avizor de los sumamente fáciles de ofender organizadores de actos de escarnio públicos. En el punto álgido de su poder, el temido condenador, sin importar lo nimia que fuese la transgresión ni las buenas intenciones del transgresor, podía acabar con tu reputación, tu puesto de trabajo o tu vida. Las particulares encarnaciones de la izquierda y la derecha online que existen hoy en día son, sin duda, un producto de ese extraño período de ultrapuritanismo. Toda una generación se formó en esta extraña manera de hacer política en la red, que tuvo un impacto en las sensibilidades de la cultura dominante, e incluso en el lenguaje. Estas condenas histéricas procedentes de entornos progresistas produjeron el caldo de cultivo adecuado para un contragolpe de mofa irreverente enfrentado a la corrección política, cuyos máximos exponentes son figuras carismáticas como Milo. Pero después de tantos años de jugar a Pedro y el lobo y tachar de «supremacista blanco» o de sexista a todo el mundo, desde estrellas del pop de sacarina hasta Justin Trudeau, y a todo el que no estuviera «Con Ella»,», el lobo llegó de verdad en la forma de una derecha alternativa blanca y abiertamente nacionalista que se escondía entre un ejército online de troles armados de irónicos chistes privados. Cuando esto ocurrió, ya nadie sabía qué se podía interpretar de manera literal, incluyendo a los miembros de esa nueva extrema derecha de internet. Las figuras de la alt-light que se hicieron famosas en ese período hicieron carrera poniendo en evidencia cuán absurdos eran el discurso de la identidad política de internet y la cultura basada en acusar a la ligera de misoginia, racismo, capacitismo, gordofobia, transfobia y demás. Sin embargo, en el mundo real, solo uno de estos bandos 20

vio cómo su candidato ocupaba el puesto de presidente de los Estados Unidos y solo uno de estos bandos tiene entre sus filas a los que saludan de manera falsamente irónica con un Sieg Heil, a los que se muestran abiertamente como segregacionistas blancos y personas llenas de odio misóginas y racistas, que en ocasiones son incluso homicidas. Antes de que la abiertamente racista alt-right fuese conocida por el público mayoritario, la más conocida alt-light ya la halagaba, le dedicaba críticas entusiastas en el diario online Breitbart y, en todas partes, invitaba a sus portavoces a sus programas de YouTube y los promocionaba en las redes sociales. Sin embargo, cuando la carrera de Milo Yiannopoulos implosionó, no se le devolvió el favor, cosa que considero que puede sentar un precedente de cara a un futuro en el que la transgresora y juguetona alt-light le haga de tonta útil (eso sí, sin proponérselo) a quienes tengan unos objetivos políticos mucho más serios. Si esta ideología oscura, antisemita y segregacionista, cuya visión de futuro pasa por el uso de la violencia, crece de aquí a unos años, quienes consiguieron que la derecha resultase atractiva deberán cargar con su parte de responsabilidad. Este libro es un intento de cartografiar las guerras culturales en internet que dieron lugar a las sensibilidades políticas de una generación, de entenderlas y guardar una relación de las batallas online que de otra manera se olvidarían pero que han ayudado a dar forma a unas ideas de manera profunda desde sus principios subculturales pequeños y oscuros hasta llegar a la vida pública y política en los últimos años. Pondrá las guerras culturales contemporáneas en cierto contexto histórico y tratará de separar lo real de la representación, lo material de lo abstracto y lo irónico de lo falsamente irónico, si es que todavía es posible hacer tal cosa.

21

Angela Nagle: Periodista irlandesa cuyos artículos han aparecido en Baffler, Jacobin, Current Affairs, Irish Times y otros periódicos. Ha aparecido en Channel 4, en el popular podcast Chapo Trap House y en varios medios estadounidenses y europeos. Su libro Muerte a los normies le ha granjeado el título de «la idea de una izquierdista vieja de lo que debería de ser una izquierdista joven» por parte de sus detractores y «una de las luces más brillantes de una nueva generación de escritores de izquierda que le han declarado la independencia al conformismo intelectual» por sus admiradores. Muerte a los normies se ha convertido recientemente en un documental que lleva por título Trumpland: Kill All Normies. @AngNagle

22