Monologo, teatro.

Aquella triste tarde del 25 de junio del 2011 donde el viento soplaba tan fuerte y el frío abrumador que calaba hasta lo

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Aquella triste tarde del 25 de junio del 2011 donde el viento soplaba tan fuerte y el frío abrumador que calaba hasta los huesos, podía ver mi aliento reflejado en una cortina de niebla que podía atrapar entre mis manos. Él había muerto y no sabía el porqué. Al estar presente toda la familia a la reunión para el velatorio de mi padre, sentí mi cuerpo temblar; mi hermana, Anna, recibía a nuestra familia. Recuerdo que en nuestra infancia éramos sonrientes, crecimos en un ambiente amoroso, pero después de la terrible desaparición de mi madre no supimos cómo sobrellevar aquello y nos sumergimos en una profunda depresión. El tiempo fue afable y pudo curar la ausencia de la figura materna que algún día tuvimos. Los llantos no pudieron cesar a causa del gran apego que tenía a mi padre; Anna por su parte, trataba de llevar la situación de una manera más madura, ya que era la mayor debía comportarse como tal. Sentía mi cuerpo temblar, en ese momento recuerdo que Anna vino a mí y me abrazó con todas sus fuerzas diciendo que todo mejoraría. Al terminar la pequeña reunión del velatorio y habiendo enterrado a mi padre regresamos a casa. A los tres días tocaron nuestra puerta, vivíamos en una vasta casa por la famosa calle El Álamo, la ciudad más adinerada de todo el país, la muchacha fue a atender y escuché la puerta de mi habitación sonar, era la ama de llaves que decía que una dama me buscaba, no imaginaba quién era, no esperaba alguna visita ese día, sin embargo, aún sin ánimos fui a recepcionarla a la sala, pues Anna había ido a conversar con el abogado sobre la herencia que nuestro padre nos había dejado. Al llegar a la sala de espera vi a una hermosa mujer de cabellera larga y lacia de color negro, vestía un pantalón oscuro y una blusa blanca, no lograba reconocerla, al llegar dijo: “Hola, soy Marianne” Me sorprendí, no sabía qué decir en ese momento, a los segundos de procesar aquello le devolví el saludo. Se llamaba igual a mi madre, no entendía quién era ella y porqué había venido a casa, me senté frente a ella y espere a que siguiera con lo que tenía que decir. Por un tiempo, escuché atentamente su relato, un sudor frío recorrió mi cuerpo tras escuchar la gran noticia que me dio. Inmediatamente me coloqué de pie y la eché de la casa, no tenía cabeza para pensar y mucho menos para que aquella persona desconocida viniera a decirme tal barbaridad. Era mi hermana, fue lo que dijo, ya la había echado y azoté con fuerza la puerta en su cara. No quería irse pero logré mi propósito de echarla, me fui rápidamente a mi habitación a echarme sobre mi cama y poder descansar. Al anochecer Anna había llegado, desperté por el sonido del auto que estacionaba en la cochera, rápidamente me puse de pie y fui a recibirla a la sala, tenía que contarle lo que había ocurrido. Al verla comencé a informarle lo sucedido, me escuchó atentamente y vi un gesto de enojo en su rostro. “¿Quién se ha creído esa? ¡Que no venga a jodernos justo en estos momentos!” Fueron exactamente las palabras que ella dijo presa de una incontrolable cólera. Pasaron varios

minutos para que pudiese calmarse y, una vez logrado esto, me indicó que el abogado había leído el testamento. Atendí aquello, me lo dijo insatisfactoriamente. Era verdad, mi padre le había dejado parte de la herencia a Marianne, mi supuesta hermana. No podía creerlo, fue cuando entendí el enojo de mi hermana y su reaccionar, no quería ver más a esa mujer que vino a decir tal estupidez. Pasaron los días y Marianne seguía insistiendo, venía a casa, nos buscaba y dejaba recuerdos para nosotros. Ella era una mujer pobre, parecía una mujer humilde y bondadosa, no sabíamos el por qué seguía haciendo eso. ¿Sería por la herencia?, ¿Quería tratar bien con nosotros? Lo que hasta ahora no logro entender es ¿cómo supo de la muerte de mi padre?... Pasaron exactamente tres semanas después del funeral de mi padre, Anna me llamó. Bajé hasta la sala y me dirigí hasta el salón de estudio de mi padre, un gran cuarto en el cual no se podía escuchar nada, podríamos asesinar a alguien ahí y nadie se enteraría. Entré y vi a Anna sentada en el sillón en el cual mi padre solía descansar, me senté frente a ella en el mueble que daba vista al jardín; la mampara cubría esa zona y no dejaba entrar ni salir algún sonido, perplejo veía a mi hermana cuyos ojos estaban llenos de furia, rencor, odio, enojo. “Asesinémosla”, fueron las palabras que salieron de su boca. Me quedé helado al escuchar aquella propuesta, no sabía que responder, suspiré y tan solo asentí a lo que me dijo. En ese instante no tenía uso de razón, creía que me mataría en ese momento si le decía que no. ¿Fue miedo? No lo creo. Después de todo había algo en mí que quería hacerlo, no quería que una intrusa usurpara el lugar de Anna o de mi madre y escuché atentamente el plan de mi hermana, asintiendo absolutamente a todas sus propuestas. Al día siguiente escuché la puerta principal nuevamente tocar, era aquel sonido que ya comenzaba a reconocer, Marianne. Enseguida, fui a abrirle y con una sonrisa que ladeaba la dejé ingresar. Llamé a la empleada para que le preparase algo mientras esperábamos en la sala de estar. Platicamos toda la tarde, era extraña esa situación. Era de noche cuando Anna llegó, por fin se encontraría a Marianne. Al entrar a casa la vio, vi su cara tomar un color carmesí, entendía su enojo, la miré y moví lentamente mis ojos dándole la señal de que era ella, la saludó y le dijo que la perdonara por todo lo sucedido días anteriores. ¿Se había tomado tanto el papel de buena? Incrédulo, no quise pensar más y tan solo actuamos para ganarnos la confianza de Marianne. Conversamos entre todos y al terminar, ella se fue. Le dijimos que venga cuando quisiera. Día tras día, Marianne llegaba a casa, siempre con algo diferente: flores, recuerdos, entre otras cosas. Llegó el día en el cual teníamos que concretar lo planeado, para alegría propia ya Marianne se había encariñado con nosotros. Había preparado un té para hacer dormir a las empleadas, el cual fue entregado por mí. Una vez logrado esto la llamé y minutos más tarde llegó con Marianne, entraron a casa e ingresaron al cuarto de estudio de mi padre. Posteriormente,

irrumpí en la habitación con tres tazas diferentes sobre una charola, una para cada uno. En una de ellas había colocado un veneno que Anna me había dado, desconocía cuál era, sólo lo vertí en el té de Marianne. Dejé las infusiones en el escritorio de mi padre y cerré las puertas sentándome luego en el sofá. Conversamos por unos minutos y luego me dirigí a coger las tazas entregándole a cada una la suya. Mi hermana y yo cruzamos miradas, no sabía que sentía en ese momento, vimos a Marianne tomar todo de aquél líquido. Mi hermana empezó a reír, Marianne no entendía, y yo tan solo me dirigí al librero y cogí el favorito de mi padre, aquél que leía cuando sentía un vacío en él. Estaba de espaldas cuando escuché caer el portalapicero de la mesa, Marianne ya había empezado a sufrir por acción de aquél veneno que mataba lentamente a una persona. En ese momento tenía miedo y las lágrimas empezaron a llenar mis ojos, mi hermana reía, estaba demente, miraba cómo sufría y se quejaba de dolor. “¡Mátala carajo, mátala!”, fue lo único que dije sintiendo el llanto salir de mí. No volteé para nada, mi hermana estaba ahorcando con sus manos a Marianne que quedó sobre el piso, segundos después ya cadáver. Fui rápidamente por unas bolsas negras para colocar el cuerpo, la ayudé y juntos llevamos el cuerpo hasta la camioneta del garaje. Colocamos el cuerpo dentro y mi hermana subió al asiento del piloto para manejar y en cuanto tomé lugar, puso en marcha el auto hasta el panteón que estaba a 30 minutos de nuestra casa, un lugar descampado en la localidad donde vivíamos. Al llegar bajé rápidamente del auto y Anna bajó con las llaves de la maletera, cuando abrió sacamos el cuerpo y vi unas lampas junto a varias cosas que no sabía que había traído, tenía todo preparado. Comenzamos a cavar un gran y enorme hoyo en el cual echamos el cuerpo de Marianne. Una tormenta de sentimientos me abrumó, sentía odio, miedo, mi cuerpo temblaba y no sabía qué hacía en ese momento, mi hermana miraba el hoyo y reía al ver a Marianne ahí, la miraba con temor, temblando y en ese instante sin pensar en lo que haría cogí la pala y con furia golpeé con todas mis fuerzas a Anna con ella en la cabeza, mis ojos dejaban salir las lágrimas sin cesar. Su boca había lanzado un grito de dolor y su cuerpo cayó al suelo haciendo un sonido sordo. Sobre el pasto yacía el cuerpo inmóvil de mi hermana, ¿la había matado? Lo ignoraba pero tiré el cuerpo junto a Marianne. Veía a mi madre, su collar puesto en el cuello de Anna, era el que ella usaba cada vez que salía con mi padre. Fue cuando me di cuenta lo que realmente había hecho, con ánimo frenético, comencé a echar la tierra sobre aquél lugar lo más rápido que pude, inconscientemente ladeé una sonrisa de un asesino, entendía que me quedaría con toda la fortuna de mi padre, al terminar hui de aquel lugar rápidamente. Subí al auto y desaparecí de ahí, tenía miedo de aparecer por casa. Fui a dormir a un hotel, me bañé eliminando todo rastro de suciedad y traté de conciliar el sueño aunque no pude. Al día siguiente al llegar a casa en la tarde entre y estaba todo tranquilo, cogí mis maletas y me fui de la casa lo más rápido que pude, antes había echado a las

empleadas de casa, fui donde el abogado y exigí que me diera todo los bienes de mi padre, las actas, le dije que Anna me había mandado, el accedió y salió sin mirar a nadie… estaba huyendo de todo acto realizado, sabía que si no escapaba todo iba a terminar…