Michel de Montaigne (Michel Eyquem de Montaigne, 1533-‐1592). Conclusiones. Josep Fortuny Pou Más que
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Michel de Montaigne (Michel Eyquem de Montaigne, 1533-‐1592). Conclusiones. Josep Fortuny Pou Más que unas conclusiones estas líneas van a ser “unas invitaciones”. El pensamiento de Montaigne expuesto en su obra única, los Ensayos, permanece abierto y por lo tanto no admite conclusiones. No admite final ni desenlace, pero si consecuencias y secuelas. Dicho mediante una comparación superficial, es como esas películas que terminan con la socorrida coletilla de “continuará”. Es obvio que me faltan conocimientos como para hacer un análisis concienzudo de su filosofía y de mis afirmaciones. Este es un comentario producto de una lectura veleidosa de algunas de sus páginas. Por seguir con el símil de la película diría que no sé muy bien de que va el argumento, no sé quien es el director y apenas conozco a los actores, pero estoy entusiasmado y la recomiendo porque me lo he pasado muy bien. Con Montaigne no estamos ante un ambicioso sistema filosófico totalizador, construido a conciencia con orden y disciplina, lo cual no significa que haya temas que no aparezcan. Directa o indirectamente están presentes y tratados, con mayor o menor profundidad, todos los ámbitos de la filosofía. El panorama conceptual es muy extenso, igual que mis limitaciones, por eso me conformaré con comentar, por encima, una de esas facetas, la que se refiere a la ética. 1. La diferencia entre "una buena vida" y "una vida buena" es algo que va mucho más allá de un mero juego de palabras. Encierra, por así decir, la clave de la distinción mas elemental de la ética: la diferencia que existe entre el bien físico y el bien moral. Lectores y estudiosos de los Ensayos coinciden acerca de que la acepción de filosofía que defiende Montaigne con más empeño es la de "filosofía moral". Está es la que trata de la forma en la que debemos vivir, la que sirve para configurar nuestras costumbres. Pero no como un código de preceptos normativos, sino como una “técnica de la vida”. Una disciplina natural que se puede aprender desde la infancia, periodo en que se forma nuestra inteligencia, a través de la educación. Tiene sentido una filosofía que nos permite conocernos mejor a nosotros mismos y así nos ayuda a ser felices. A vivir una vida buena y a bien morir. No tiene sentido la filosofía como ciencia, pues la ciencia es útil pero incierta. No sirve tampoco la teología porque la religión es un conjunto de opiniones que se validan con un acto de fe. Metafísica y lógica son, en cierto sentido, palabrería. La de Montaigne es una mirada crítica hacia la filosofía y la ciencia “oficiales” en su época. Lo que parece proponer, por contra, es una filosofía del aquí y ahora, que propugna conocerse a uno mismo para afianzar el yo como pasos previos al reconociendo del mundo exterior. Algo así como dar importancia a la subjetividad como condición y garantía
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de la objetividad. Una idea decididamente moderna en la que parece claro que se apoyará Descartes y, más adelante, el mismísimo Kant. Debo reconocer que las primeras aproximaciones a la obra de Montaigne me han descubierto a un aliado en algunas de mis propias ideas en el que me veo reflejado con sorprendente claridad. Tengo la sensación de haber conversado con él, compartido pensamientos con él, incluso de haber compartido alguna vivencia. He encontrado una fuente de conocimiento, de reflexión y de inspiración que no podía imaginar y que no creo poder encontrar en ningún tratado de filosofía moral al uso o en ningún sistema filosófico sistemático y ortodoxo, por importante que sea. Hay en sus escritos cierta cualidad, alegre y vital, que pocos escritores y filósofos consiguen, al menos de los que yo haya leído. Humildad y generosidad son sentimientos que se extienden en sus páginas. La obra de Montaigne no se ajusta, en principio, a un orden, a un sistema, es cierto, pero esto es una virtud antes que un defecto. El hilo conductor es la intuición, son las ocurrencias. Es un libro alejado del, a veces obtuso, discurso académico, pero que resulta ameno y provechoso. Parece escrito a partir de asociaciones de ideas y divagaciones, es espontaneo y fluido. Plagado de citas, (más de mil), anécdotas, recuerdos. Está escrito con desenfado, en aparente libertad, pero a la vez es sereno y tiene ritmo. En algún momento, por su desinhibición en sus digresiones sobre los aspectos personales, parece que realmente va dirigido a sus conocidos y parientes, tal como se anuncia en el prefacio dedicado “Al lector”, y parece que no está escrito para ser publicado. Un poco cómo esos gestos que hacemos en la intimidad cuando sabemos que nadie nos mira. Pero en otros pasajes, cuando se tratan temas comunes, da la sensación de que se tiene muy en cuenta al lector y, quizá, al censor. Este vaivén de cavilaciones le confiere a sus escritos un aire sincero, franco y honesto que seduce de inmediato y mantiene el interés. El conjunto resultante es una contradicción tras otra, pero es justamente en esa imperfección donde se confirma la fuerza de la obra. Montaigne dice que cuando escribe se ensaya a si mismo, de ahí el título. Ensayo no es una categoría literaria es un método filosófico. Quien se ensaya se auto-‐experimenta, se pone a prueba en busca de unos resultados. Del ensayo, a través del análisis que lleva a cabo la razón, se obtiene un conocimiento, en este caso conocimiento de uno mismo. No se trata, la suya, de una narración ni de una biografía en el sentido académico de “nació, vivió, hizo, etc”. Es, más bien un biopic, (biographic picture), un retrato abierto, en movimiento, que cambia con los días y cuyo resultado final, paradójicamente, está en su proceso sin fin. La materia, el tema, la sustancia del libro es su autor. El autor es el libro y el libro es el autor. Fondo y forma son lo mismo. De no ser así no tendría sentido alguno, seria un capricho
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inútil. Se trata de saber como se es, como se vive para aprender a modelarse. Para bien vivir y bien morir. Y en una actitud y conducta armoniosa siempre hay cierta belleza. Al hacer semejante ejercicio de una forma literaria, relacionando a través de la palabra el pensamiento y la acción, se descubre en Montaigne una cierta visión estética de la conducta y la moral. Estamos ante un poeta que escribe en prosa o, mejor, un prosista que piensa en verso, y en verso libre además. La consideración de si literato o si filosofo ha sido una de las discusiones que ha mantenido alejado a Montaigne de las historias de la filosofía. Hegel, por ejemplo, siempre categórico, lo considera un "filosofo popular", excluido de la historia de la filosofía y cuyos pensamientos «[...] pertenecen más bien al panorama de la cultura general y se mueven dentro del marco del sano sentido común» Pero, tal como el propio Montaigne supo anticipar, los hechos cambian, la escritura permanece y los lectores son el puente entre la estabilidad y el cambio. Pese a quien pese, la suya es una aportación rigurosa, racional y heterodoxa, basada en la experiencia y orientada a la felicidad, sin cuya contribución hoy no se entiende la filosofía moderna. 2. Los Ensayos son un libro singular, total e íntegro. Creo que de la misma manera que «cada hombre lleva en él la forma entera de la condición humana» cada uno de los capítulos de los Ensayos de Montaigne contiene los elementos del pensamiento que configuran a su autor. Igual que una célula contiene en su ADN la información de todo el organismo al que pertenece. Se trata de una obra esférica. Cada uno de sus capítulos equidista de un centro único. Por ello se puede empezar a leer desde cualquier capitulo, con indecencia del orden de su índice, ya que, por muy distintos que sean los temas tratados siempre conducen a Montaigne. Él es la sustancia y la forma de su obra y la obra es la forma y la sustancia de su autor. En parte por azar, por un error de interpretación en una cita, y luego por curiosidad, leí el capitulo titulado "Costumbre de la isla de Ceos". Servirá esta circunstancia, ya que tal lectura fue casual y no producto de una búsqueda concienzuda, para ilustrar esquemáticamente, mi intuición de una obra global. En el tercer capitulo del libro segundo de los Ensayos Montaigne habla del suicidio y, aun que no la mencione explícitamente, de la eutanasia. Saber si en el siglo XVI francés era este una cuestión polémica de debate, motivo de agrias controversias, es un tema de estudio que escapa a las intenciones de este escrito. Saber que en el día de hoy si lo es, es tan fácil como leer un periódico. Simplificando, se puede decir que el capitulo de marras es una relación de ejemplos que justifican las ventajas del suicidio frente a una relación de ejemplos que lo condenan. La mencionada “costumbre” de la isla de Ceos se relata al final del mismo.
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El primer párrafo, a modo de introducción, advierte de que se va a tratar un tema sobre el cual no hay una única consideración, no hay certeza y, sobre el que sólo Dios puede juzgar. Que decida la iglesia porque yo no lo tengo claro, parece decir. La actitud recuerda aquel dicho que la leyenda le atribuye a Bertrand du Guesclin, en el siglo XIV: "yo no quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor". «Si filosofar es dudar, según se dice, con mayor razón tontear y fantasear, como lo hago yo debe ser dudar. A los aprendices les atañe, en efecto, preguntar y debatir, y al maestro, resolver. Mi maestro es la autoridad de la voluntad divina, que nos rige sin disputa, y cuyo rango se halla por encima de estas humanas y vanas discusiones».
Un piropo para la duda que es uno de sus ingredientes favoritos. Basta recordar el famoso «¿qué se yo?». Igual que no considerarse a si mismo como un filosofo uno de sus recursos más frecuentes pues hay que recelar de todas las disertaciones que hablan en nombre de la verdad. Montaigne se tiene, con su acostumbrada modestia, por un aprendiz, pero a la vez, no reconoce más maestro que Dios, la única autoridad cuyos conocimientos nadie discute. La fe parece pues, el ultimo refugio del escéptico. Esta paradoja, en cierto sentido, se ajusta a la máxima de “allí donde fueres haz como vieres” con la que parece que él estaba de acuerdo si pensamos en su actitud moderada y conciliadora frente a la religión. Pero sigamos con el capitulo. Después de la introducción vienen los argumentos en favor del suicidio. Están profusamente ilustrados, como toda su obra, con ejemplos de la biblia, de la historia y la literatura clásicas. No faltan referencias a los estoicos que, como es sabido, mantenían el suicidio en su decálogo de buenas costumbres. También, por supuesto, hay ejemplos de su actualidad, pues Montaigne, en contra de las apariencias, no fue un erudito ermitaño, al menos no más que un hombre de su tiempo. Aquí sólo relaciono algunas de las conclusiones de tales citas a favor: «[...] en la vida hay muchos accidentes peores de soportar que la muerte misma»; «[...] el don más favorable que nos ha otorgado la naturaleza, y que nos priva de toda posibilidad de lamentar nuestra condición, es habernos dejado la llave de la libertad»; «[...] la muerte es la receta para todos los males»; «La muerte más voluntaria es la más hermosa. La vida depende de la voluntad ajena, la muerte de la nuestra»; «Es flaqueza ceder a los males pero es locura alimentarlos»;
Y las consideraciones en contra: «[...] no somos dueños de abandonar la tierra sin voluntad expresa del que nos puso en ella; que solo el Dios que nos envió al mundo, no por nuestro bien únicamente, sino para su gloria y servicio de nuestros semejantes, es dueño soberano de quitarnos la vida cuando bien le plazca; que no vimos la luz para vivir existencia egoísta, sino para consagrarnos al servicio del pueblo en que nacimos. Las leyes nos piden cuenta de nuestros actos por el interés de la república, y castigan el homicidio; como desertores de nuestra carga se nos castiga también en el otro mundo»; «Es ridícula la opinión del que menosprecia la vida, pues al fin es nuestro ser, es todo lo de que disponemos. [...] es ir contra la naturaleza el despreciarse a sí mismo y el dejarse empujar hacia la debilidad»; «El que desea trocarse de hombre en ángel, [parece referirse a los mártires], nada hace en provecho suyo, porque no existiendo ya, ¿quién disfrutará y experimentará de transformación tan dichosa?»; «No merecen todos los males juntos que se busque la muerte para evitarlos»
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La costumbre a la que hace referencia el titulo del capitulo es, según cita Montaigne que cuenta Valerio Máximo, miembro del séquito de Sexto Pompeyo, la que descubrieron por casualidad al pasar por la isla de Ceos y que no es otra que una suerte de “eutanasia tradicional”. Allí fue donde una mujer de la clase alta le «pidió a Pompeyo que presenciara su muerte para honrarla». El suicidio, el acto de morir, pasa de esta manera a convertirse en un acto social, como lo son un bautizo o una boda. La anfitriona, después de despedirse convenientemente de sus correligionarios, pronuncia un exordio en el cual recomienda paz y concordia, reparte sus bienes entre los suyos, en público y se encomienda a los dioses, o sea, realiza las ceremonias religiosa pertinentes. Tal era, según cuenta Máximo, la tradición en Ceos. Al parecer, Pompeyo intentó, sin éxito, disuadirla de sus intenciones. La mujer tenia noventa años muy bien llevados y, con animo apacible, le dijo a su invitado: «Que los dioses, ¡oh Sexto Pompeyo! más bien los que abandono que los que voy a encontrar, te premien por haberte dispuesto a ser consejero de mi vida y testigo de mi muerte. Yo que experimenté siempre los favores de la fortuna, temo hoy que el deseo de que mis días se prolonguen demasiado me haga conocer la desdicha, y con ademán tranquilo me separo de los restos de mi alma, dejando de mi paso por la tierra dos hijas y una legión de nietos»
Luego rezó y, al fin, bebió veneno mortal en una copa, (¿tal vez mezclado con vino?). Y aún tuvo tiempo y animo para describirles a los presentes las sensaciones que iba padeciendo hasta que murió. El de caso Ceos da nombre al capitulo, pero no es el único ejemplo que menciona Montaigne para ilustrar una forma de suicidio institucional cuya regulación en nuestras sociedades contemporáneas sigue siendo tema de debate y de confrontación. Para equilibrar las posturas opuestas frente a un asunto tan delicado Montaigne dice que «es preciso atenerse a alguna medida o norma». Así, huir del capricho, de la frivolidad, no caer en la cobardía ni en la desesperación, pero, tampoco actuar por causas que aparentemente son absolutas y que al cabo se demuestran perdidas: «[...] como en las cosas humanas hay tan repentinas mudanzas, es difícil distinguir el momento en que ya no puede quedarnos esperanza alguna» Sin embargo su conclusión es muy clara: «El dolor [insoportable] y una muerte peor me parecen las incitaciones más excusables». En esta ocasión se puede decir que toma partido, aunque es necesario destacar que esta última frase del capitulo fue añadida y completada en la segunda y tercera revisión de los Ensayos. En este sentido, hay que recordar que Montaigne no corrige sus escritos, les añade nuevos escritos. La obra cambia, crece y madura con su autor. Así, teniendo en cuenta que padecía fuertes dolores a causa de sus cólicos nefríticos, no es aventurado creer que en alguna ocasión especulara con la idea del suicidio. Una vez más la obra es el autor.
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3. El capitulo referido incluye de forma más implícita o más explicita algunas de las constantes del pensamiento montaniano. Menciono sólo una para terminar. Se entiende con claridad, que una de las propuestas para la reflexión y la conducta consecuente más sugestivas de Montaigne es la de viajar para curarse del dogmatismo cultural. Viajar a la isla de Ceos o viajar si es necesario a la Luna. Viajar físicamente, tal como lo hizo él cuando visitó Italia, para conocer gentes y costumbres distintas a las propias o viajar a través de los testimonios escritos de los autores clásicos o contemporáneos. Tratar, hablar y entender a gentes y costumbres diversas nos iguala bajo una forma humana que se puede manifestar de muchas formas concretas. Todos somos humanos, luego, en esencia, no hay ninguna diferencia que nos resulte ajena, aunque pueda haber muchas que nos resulten raras. Cuando la comunicación es posible se entiende la diferencia, y se la acepta. Montaigne propone vivir según la costumbre de cada lugar pero sin olvidar que existen más perspectivas que la de dicho lugar. Múltiples puntos de vista sobre una misma cuestión exigen un pensamiento maleable, dúctil. Hay que ser tolerante y entender que todos los actos humanos son lícitos. Aquí empiezan los problemas. ¿Es reprobable, por ejemplo, el suicidio?. ¿Y la eutanasia, es licita?. Montaigne comprende el rechazo que provocan ciertas "costumbres" al cambiarlas de contexto, pero se muestra convencido de que la causa de ese rechazo esta precisamente ahí, en las raíces de lo social, en nuestras tradiciones y normas de conducta aceptadas. Tanto hemos interiorizado algunas de esas rutinas nuestras que podemos llegar a pensar que se deben a una "ley natural" o que son producto de la racionalidad, dando por supuesto que las razones de quienes actúan de otra forma no son validas pues no encajan en tales preceptos. Para paliar los efectos del conflicto entre diferentes creencias Montaigne recuerda que las diferentes culturas están hechas de hombres iguales, de una misma condición humana. Una postura bien apetecible en nuestra actualidad donde el miedo al otro nos hace rodearnos de muros, vallas y alambres de cuchillas, válgame el anacronismo. Referencias: Las citas de los Ensayos están tomadas, por razones únicamente operativas, de dos ediciones diferentes: Montaigne, M.: Los Ensayos. (Según la edición de 1595 de Marie de Gournay). Acantilado, Barcelona 2007
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Montaigne, M.: Ensayos de Montaigne seguidos de todas sus cartas conocidas hasta el día. Tomo I y Tomo II. En www.cervantesvirtual.com Llinàs Begon, J. L.: Història de la filosofía moderna I: de Maquiavel a Descartes. UIB, Palma 2009 —“Modernidad y actualidad de Montaigne”. UIB, (Campus extens), Palma 2014 —“Entre filosofia i poesía. El cas Montaigne”. Taula, quaderns de pensament, n 38. UIB, Palma 2004 Rodríguez Jaramillo, A.: “Montaigne, la ética, la «manera» moderna”. Estudios de filosofía, n 33, [on line]. Medellin 2006
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