Mi Amiga Victoria Valeria Pantoja

Una muchacha que vive perdida en el mar, sueña con atravesar fronteras y llegar a El Norte. Allí conocerá a una señorita

Views 221 Downloads 2 File size 2MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

MI AMIGA VICTORIA

VALERIA PANTOJA

1

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja

Mi amiga Victoria Un suelo sin tierra, un mar que nunca desemboca, unas maderas húmedas e hinchadas con la brisa marina. En eternas escalinatas y peleando con la ironía de los clavos, es como vivimos. Cuando pretendemos ponerle fin, nuestros pies descalzos nos recuerdan nuestra naturaleza humana y nos condenan a seguir viviendo bajo los mismos colores: con la cara sucia, deslavados con el viento, rasgados por minerales que el mar nos lanza furioso y con los días multiplicando el hambre. No sabemos qué hay en El Norte y por eso, mucho se dice de sus horizontes. Según leyendas, El Norte es la ciudad de Dios; su sol es el oro que rebota en las baldosas y su luna, los finos cubiertos de plata. Muchos han intentado alcanzar sus terrenos, pero retornan en desdicha; sin salud ni memoria y con una cadenita de oro que, en un asomo de piedad, los nortinos les obsequian. El Norte se rige por el calendario lunar y cada vez que hay luna menguante ellos se dejan ver. Para mostrarnos su hegemonía, engalanan el cielo con polvo de oro y sacan brillo a una enorme cruz que encandila a pesar, de encontrarse muy a lo lejos. Somos muy diferentes, por lo menos, eso es lo que yo pienso. Ellos parecieran tenerlo todo, disfrutar de todo. En cambio nosotros, somos un pueblo incomunicado, apoyado por Dios, quien en una barca nos arroja sus dones. Todas las mañanas nos apostamos frente a una gran roca, erigida en medio del mar, a la espera de que aparezca una barca arrastrada por las olas, sea destruida por el peñasco y eche a volar lo que Dios nos quiere dar. Entonces, comienza una lucha encarnizada entre nosotros por capturar los aprovisionamientos que vuelan en el aíre. Miramos en desdicha cómo la mar extiende sus brazos y se lleva entre sus manos espumantes, lo que dicta debe ser para ella. La mar es celosa y no permite a hombre alguno despojarla de sus riquezas, por más bravo que lo haya visto. No somos gente rencorosa. No reprochamos nada a Dios. Solo vivimos de su clemencia; de los peces que deja caer sin vida sobre los puentes y de los días de sol que nos dedica cada mañana. Somos la gente del Sur, la que dicen ha sido entregada en prenda a las deidades para disculpar los yerros de sus hijos pródigos. Todos nuestros bienes se han traspasado de familia en familia; viejos roperos, camas, lozas, vajillas. En casa, tenemos unos pocos libros que no se ocupan más que para equilibrar las patas de las mesas. Casi nadie sabe leer en El Sur. El analfabetismo es lo mejor, dicen los sureños, pues por culpa de las letras, la gente conoce otros mundos y se vuelve desdichada, además de envidiosa. Contra todas las advertencias, he intentado leer. Trato de recordar las lecciones que recibí de cabellos canos, aunque me cuesta un poco entender una frase sin leerla en voz alta. Por eso, al albor, tomó los libros y me dirijo hacia Maderas Plateadas, un sector donde las escalinatas están llenas de clavos torcidos, por consiguiente, nadie va allí a

2

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja martirizar sus pies. La piel de desgarra a medio paso. Pero a mí no me importa. Cuando tomo un libro un caballero que sabe mucho viene a conversar conmigo y abre puertas para escalar a mundos desconocidos y mejores. En unas páginas, todos mis sueños se hacen realidad, como si la vida no tuviese fronteras ni tiempos que la detuviesen. Es fantástico hablar con la mente unas cuantas horas. Si tan solo, pudiese salir a pasear algún día… *** Por estos lados, mujer decente no sale de noche. Se dice que un horripilante sujeto sin dientes anda por los alrededores, amenazante. Él toma a sus mujeres, las lleva hasta el fondo del mar y las devuelve sin salud ni belleza. La noche me parece linda, estupenda, romántica. He leído párrafos que inflan mi corazón. Hablan del amor y del cariño que se tienen un hombre y una mujer. Yo nunca he sentido algo así y me pregunto si algún día podré hacer mío un poema, vivir una frase, atrapar un momento. Aunque yo no estoy tan dejada de la mano de Dios. Hay aves que me miran desde el cielo y me quieren en su nido. Un hombre ya mayor, ha puesto sus ojos en mí. No es la esencia del amor, sino mi cielo desvanecido aquello que nos une. Él ha prometido casarse conmigo y dejar atrás la deshonra en que, por su causa, me vi envuelta. Yo estoy de acuerdo, aunque le tenga rabia por haber pensado que mi vida le pertenecía. Él me miró con los ojos que un esposo ve a su mujer. Por eso, no puedo hacer más que tomarme de su mano, por más que la llama de nuestro amor no sea más que un farol sin luz. Yo quisiera un hombre como quien besé una tarde de domingo. Él era cálido y dulce. Si tan solo ese hombre hubiese querido algo importante conmigo no estaría contando esta historia. Sin embargo, estoy segura de que él versará la historia, favoreciendo su jardín y dejará el mío seco sin más que malezas atacadas por el verano. Estar enamorada, sería fabuloso. Pero qué he de hacer, si eso pondrá mi corazón sobre cuatro espadas y yo no quiero delirar por un amor que no me corresponde. En el presente, me sé tranquila y dueña de cada parte de mi cuerpo, en vez de envuelta en un amor compartido. Esto del matrimonio me da miedo. A veces, tengo ansiedad de llevar en mi vientre una vida. Otras veces, rehúyo al pensar que ya no tendré la misma libertad ni las mismas licencias que tengo en el presente. Pienso que mi vida acabará en un hombre, siendo que el mundo es tan grande que podría conocer más de él, en lugar de estar en la casa, ejerciendo las mismas labores. Pero esos pensamientos son efímeros. Lo cierto es que vivimos en un mundo, donde somos los que somos, no hay más y no aparecerá nadie aparte de las caras que ya conozco. Por eso, no vale la pena pensar en un camino

3

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja diferente y más bien, conviene dejar atrás las inquietudes para recibir con alma devota el destino de la vida. *** Pienso que la vida no puede ir peor. Es triste saber que la desdicha orbita en torno a grandes episodios de la existencia. Qué será de mí ahora… nadie querrá a un ruiseñor sin su canto. Deseo esa época de niña, cuando el corazón no latía por los hombres. Al crecer vienen las lágrimas, le sigue la enfermedad viral y por último la herida andando con la sangre caliente por las calles de invierno. Ahora, que no hay una gruta purgativa para llenar esta carencia moral, siento que ya no atesoro nada. Mi madre insiste en desposarme con un hombre de avanzada edad a quien considera más digno que mi fallecido novio. Sus territorios son vastos y no tiene a nadie más que a él mismo; valora mis palabras rebuscadas al hablar y muestra interés exclusivo en mí. “Un gran logro encontrar a un hombre que mire a una mujer y no una voluntad para penetrar”, aprueba mi madre. Por más bueno que parezca, no puedo ser suya. Él se enteraría de mi desgracia y por más amoroso que sea un hombre, su madera es de ébano cuando conoce los secretos de una mujer. He sido esquiva a sus toques y promesas, pero él tiene férreas intenciones conmigo. Yo no lo quiero, no podría. Honestamente, me cansé del amor de los hombres; ya no quiero más de eso por un buen tiempo. Su afán por disfrazar su ardor con palabras bonitas quema todas las páginas que he leído. Esa costumbre de arrancar la mayor cantidad de flores para luego quedarse con la que tiene pétalos me resulta una injusticia. Me pregunto si eso es el amor, si las relaciones humanas se sostienen en el deseo de a un hombre. Tal vez por eso, las almas rezan a un ser superior, para sentir algo puro en medio de la irracionalidad. Aun así, siento que no lo encuentran. Quisiera escapar. Sin embargo, nuestra tierra es tan reducida que no tendría hacia dónde ir. Y el anuncio de mi matrimonio ya llegó a todos lados. No sé qué hacer. No tengo remedio para esta afección ni aventura para soñar. Sea la vida, sea la muerte o un acuerdo entre las dos, es imperativo que en un rincón surja la palabra libertad. *** El compromiso era inminente. Estaba a un año del fallecimiento de mi prometido y su partida ya no sería excusa para eludir un nuevo emblema familiar. Mi madre me conocía muy bien; sabía que no era amor lo que me ataba a él. Ni siquiera era capaz de mencionarlo; en realidad solo esperaba silenciosa ser “la señora” para que la sombra de la desdicha calle. En el presente, después de arrojar la última corona a las olas, no quiero. Ni mis labios ni mi cuerpo estarían dispuestos para hombre alguno. Lo sé, porque un joven tan bello,

4

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja como un arpa balsámica me declaró su amor al amanecer. En respuesta, apreté el libro sobre mi pecho y alejé al hermoso arcángel de mis tierras. Y es que ese recuerdo de mi antiguo novio radia en mi cara, sacándome de quicio. Le escupo al mar y mezo la cuna de la muerte para maldecirlo, por haberme hecho este mal, del que no me dejó más de una viudez juvenil. “Una vez más”, no estaría en mi destino. Decidida y con el espíritu enardecido pasé los días, quitando maderas a las escalinatas de distintos sectores para construir un bote que me llevara lejos. Recordé los años en que mi padre hacía botecitos con los trozos de madera que las olas tiraban hacia nuestra ventana; lo hacía con tanta astucia que cualquiera pensaría era tarea fácil. Al ponerme en marcha, mis manos decían lo contrario, resecándose con cada intento, mas, el espíritu canalizaba mis fuerzas y ni el género ni los músculos repercutirían en mi colección de fantasías. Decidida, empaqué unas pocas cosas y una noche de domingo me interné en las inmensidades marinas. No necesitaba más que el brío de mis anhelos. Quizá moriría; no tenía certeza si pisaría suelo alguno nuevamente, aun así el sueño de vivir en Isla de Oro era parte de mis objetivos. Esa noche, se dejaba ver a lo lejos una gran cruz de oro, acompañada de un centelleo de estrellas. Era un espectáculo hermoso que me alentó permanecer despierta toda la noche. Transcurrido alrededor de un día de viaje, las maderas se fueron hinchando y el agua comenzó a atravesar los canales del bote. No sabía qué sería exactamente de mí. La cresta de las olas, desmenuzaba con cada pasada la coraza que me protegía del agua. Y su furia, creció con la solidez de las nubes, pesadas y grises que las alentaron a desbocar el bote, como un caballo sin más amo que él mismo. Luchaba contra la fuerza del viento, aferrada con el cuerpo a las maderas del bote; no podía hacer nada salvo aquello, era mi vida a merced de una empresa más fuerte que yo. Ya sin control de mi infortunio, apreté los dientes, cerré los ojos con fuerza y me entregué a Dios. Lo que había hecho era una completa insensatez y el terror al murmullo del eterno silencio, hacía eco en mi oído y se enterraba en mi corazón. Desolada, dejé los malogrados remos y con mis propias manos traté de darme impulso para cruzar el brillo interminable de un vasto mar. Mis brazos quedaron entumecidos y ¡qué decir de mis pies! Estaban contraídos hacia adentro, rígidos y con una terrible palpitación por las venas. Remar sin un norte era el centro de mi angustia y tema recurrente de mis monólogos. Me atacaba el hambre y no tenía más que harina para alimentarme. No podía creer que todo terminaría así. Volví a tomar los remos y seguí con lo que esperaba sería mi emancipación. Sin embargo, los días pasaban y mi viaje no veía término.

***

5

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Por días, no supe hacer más que gritar al cielo mi desdicha ¿Por qué me estaba pasando esto a mí?, ¡qué no tenía derecho a buscar un destino mejor! A veces, amarraba el pesimismo a mi garganta. Si me hubiera quedado tranquila, estaría en mi casa, yendo en busca de un trozo de chocolate o una rebanada de pan a la gran roca. Era hábil en eso, sabía abrirme paso para obtener lo que quería, incluso para hacer trueque con mis vecinos. Escondí mi lucidez, durante dos días seguidos. Solo me despertó el paseo de unos niños, quienes jalaban el bote hacia una orilla y, en su descanso, tocaron mi mejilla con una rama. Elevé una mano sobre la ceja para tapar el brillo del sol que se reflejaba hacia mi enfoque. Jamás había estado en ese lugar. Los niños corrieron asustados sin escuchar mis preguntas. Estaba sola, en medio de rocas arropadas con algas. El cansancio estaba ganándole a la vida; me hubiera quedado allí mucho tiempo de no ser por unos pescadores que venían acercándose. Al verlos, arrastré mi bote para esconderlo detrás de unas rocas irisadas. Allí nadie lo vería; el pedregal formaba unos recovecos muy peligrosos, los cuales me hicieron batir con el pavor a cada silbido del aire. Las olas me atacaban por la espalda y me ponían la piel de gallina con su solo contacto. Me alejé del mar, subiendo por unas escaleras de madera. A lo lejos, se veían casas con un gran patio y una variedad de árboles. Tras una casa con rejas blancas, vi a dos ancianos, descansando sobre una mecedora. Sus arrugados ojos y sus tupidas cejas no dejaban rastro a sus expresiones. Tenía tanta hambre que llamé su atención, sacudiendo las rejas y extendiendo mis manos entre la celosía para rogarles caridad. Los ancianos fueron muy generosos conmigo. Me entregaron, envuelto en un pañuelo, un delicioso panecillo que no tardé en devorar. En poco tiempo, se apresuró una extraña saciedad que asombró mis sentidos, tanto, que pude escalar un árbol para recoger unas dulces mandarinas. Deambulé por los alrededores, acompañada por las sinfonías de las tórtolas. Estudiaba en terreno lo que antes había conocido, a través de leyendas y mi pecho se ensanchaba de alegría, a pesar de que vivía al filo, saciando mi sed en acequias; descansando entre los juncos. Se paseaban frente a mí, señoras con las fragancias más exquisitas y miradas más estremecedoras que jamás pude imaginar. Al notar mi presencia, avanzaban con paso firme, temerosas, como si yo fuese una criatura voraz que se abalanzaría sobre ellas en cualquier instante. Solo una dama distinguida, extendió su mano, guarnecida con puños de encaje, para ofrecerme su ayuda. Me indicó que, a las afueras de la Catedral, unas religiosas entregaban alimento a los desprotegidos, que fuese todas las mañanas si estaba en necesidad. Sería difícil abrirse camino aquí. Una tarde, seguí a un grupo de niños hasta un cauce mal oliente, donde los vagabundos custodiaban frazadas y cartones para abrigarse del frío. Al instalarme en un rincón, fui rechazada enseguida, incluso trataron de quitarme lo

6

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja poco y nada que traía. Hallé refugio en una placita, donde me acomodé por unas horas, hasta que un guarda me corrió del lugar. El Norte era una ventisca que soplaba muy fuerte y abatía mi alma. Cada uno debía luchar por su sitio. Me planteé no ser presa de la desesperanza; como fuere estaba en un universo místico, del cual no sabía nada. Ese sentimiento de desamparo que se encerró en el centro de mis afectos desde que llegué, me motivó a seguir viviendo, para descubrir cosas nuevas. Oculta entre las olas era una promesa a mí misma, en cambio aquí era un desaliento que debía encontrar su brisa para sobrevivir. Por qué entonces, habría de llorar. *** Todas las mañanas, después de refrescarme en la ribera, acostumbraba guiar mi pies hacia un paseo solitario por las calles. Los pájaros revoloteaban en una pileta de mármol y canturreaban en sus nidos. El aire elevaba mis vestidos y me empujaba hacia adelante con rumbo desconocido, enseñando todos los días algo nuevo de El Norte. Cierta mañana, mientras recogía unas bellotas, atisbé a una señorita al interior de una casa desastrada por el abandono. Se veía hermosa con su vestido blanco, adornado con un listón rojo que ceñía su estrecha cintura. Las blondas de su traje parecían hojas primaverales que danzaban al compás de sus movimientos. La estación jugaba a su favor, decorando con pétalos color rosa su enrulado cabello y perfumando la atmósfera con sus florales fragancias. La señorita se reúne cada sábado con un grupo de damas. No me he perdido ninguno de sus encuentros. Siempre se posa como una madonna sobre el resto y lee episodios que alientan los más acalorados debates entre ellas. La señorita defiende ideales muy nobles y la admiro por todos sus pensamientos liberadores. Acusa con rudeza a quienes protegen a los hombres en desmedro de nosotras y denuncia el mundo varonil en el que vivimos. Esa dama es un ser extraordinario. Cuando habla, sus palabras suenan como las de una historia bien contada y su forma de golpear la tierra con sus tacos me parece la de una emperatriz. En cada encuentro, puedo notar un detalle elegante que la distingue por sobre el resto y la deja de las primeras. Si ella moviera el mundo con sus dedos, probablemente yo como muchas otras mujeres, podríamos salir, trabajar y hacer muchas y diversas cosas. Es una mujer hermosa, colorida, que por más que pega no logra derribar los sentimientos que se trasvasijan en ella y, cuando no está presente, los rayos del sol se recogen en un paisaje tan seco, como el de una vejez en soledad. Sus cabellos, sus ojos, su cuerpo entero se ríe de mí y de mis delirios sin nombre. Es tan bonita que dan ganas de estrecharla hasta verla sucumbir en un efusivo abrazo.

7

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Todas las mañanas me despertaba de buen humor, tras escucharle decir que buscaba una dama de compañía para su madre. Mencionó las cualidades que debía tener y pensé que yo podría ser la indicada. Dijo que publicaría el anuncio en el periódico y eso me animó a esperar por tal solicitud. Sin embargo, no vi nada más que noticias sin importancia. Transcurrieron los días, hasta que decidí seguirla, dar con su casa y presentarme. Mi aparición no era de las mejores: mi pelo era una maraña, mis uñas estaban sucias y ni siquiera traía zapatos. Las sirvientas dijeron que jamás habían visto una mujer tan desprolija como yo y rieron de mí sin contemplaciones. Sin embargo, la señora de la casa miró mis manos, tocó mi cara y organizó la idea de nobleza celeste en mi vida. Yo solo quería preguntar, cuándo necesitarían a la muchacha que la señorita decía tener la intención de contratar. Contrario a lo esperado, me recibieron como si fuese una visita de excelencia. Hablaban de los colonos que vendrían a refugiarse de los azotes de la guerra y me nombraban apellidos nobles para saber a qué familia pertenecía. Afirmé a todo con la cabeza. Sus inquietudes no eran objeto de mi interés; toda mi dedicación se volcaba en hallar a la señorita de los zapatos de charol para hablarle de mis virtudes en el hogar que sé podrían interesarle. Le pongo empeño en lo que trabajos se refiere. Soy muy buena bordando, ordenando la casa y dicen que soy una excelente cocinera. Además, algo sé de letras. He leído los textos que los dioses desperdician y eso me ha enseñado palabras nuevas, ciertas costumbres y creo, puedo expresarme por escrito. Por más que observé el entorno, no logré encontrarme con la bella dama. La señora decía tener una hija que por cierto, pasaban los días y no dejaba caer los tacones por el parquet. Solo sabía que se llamaba Victoria y a pesar de eso, me resultaba maravillosa, inquietante. Encerrada en la habitación, practicaba formas en las cuales podría presentarme sin parecer corriente y tengo la sospecha de que mis esfuerzos no madurarán, pues me veo a gran distancia de su áurea perfección. La vida nos hace disparejas. Recuerdo cuando era pequeñita y me preguntaba cómo sería cuando grande. Me imaginaba siendo una señorita, envuelta en situaciones novelescas. Me imaginaba bella. Ya de mayor, veo que las nubes no esperan, los deseos se duermen con el sol y yo me entumezco, mirando por la ventana. Esa señorita no quiere aparecer por el otro lado del cristal. Qué estará haciendo, mientras yo me esmero esperándola. Me pregunto si acaso ya conoció a alguien para enseñarle todos los conocimientos que necesita una señorita o si tan solo fue una idea banal sin verdaderas raíces. Del otro lado de la pared, escucho a su hermanita Rosario intentando cantar en el desastre más terrible que se puede hacer al oído. Me doy cuenta con ello de que cantar

8

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja no es cosa fácil, supongo que ser señorita debe ser más difícil todavía, más para alguien, como yo que no he nacido para serlo.

*** Todos los días salía a dar una vuelta. Tirada en una de las calles, encontré una guitarra, la cual logré componer gracias al jardinero de la casa. Tardé un poco en aprender a usarla, pero cuando lo hice se volvió una verdadera necesidad tocar sus melodías. Madrugaba para sentarme en la pileta que está en el patio interior y ponerme a interpretar uno que otro intento de canción que surgía en mi cabeza. “Tejo una bufanda con el amor

ingrato que me dejó un nudo en la garganta y un silencio en el corazón. Preparando el invierno, empacando el verano, escuchando las pausas de tus caricias”. De repente, una cuerda saltó en mis dedos, enmudeciéndome frente a una manga de aire frío. Era una señorita, quien me llamaba la atención por tener en mis manos un instrumento, en su opinión, poco femenino. Se quitó sus guantes y con un gesto agraz me condujo a la sala de estar. Allí se sentó frente a un piano, en el cual dejó caer todo su talento. Después de elevar el alma, golpeó sus guantes sobre la palma de su mano y con un levantamiento de ceja me dijo: “Veo que la educación no es una de sus inquietudes, señorita…” Era ella, era la mujer que refinaba mis instintos cada sábado con su calidad discursiva. Desfilaba con un sombrero de terciopelo y con sus rizos bailando sobre sus hombros. Era hermosa y soberbia. Me atiborró de preguntas, las cuales no alcancé a contestar; la misma señora, despejó sus dudas presentándome como Eugenia, una visita de la colonia, familiar lejana por lo demás. Después de la presentación, la señorita me tomó de los brazos y me dio un suave beso en cada mejilla. Se presentó como “Victoria”, la hija mayor de la señora. Aunque ya todo estaba claro, la señorita no dejaba de mirarme con recelo. Me analizó de pies a cabeza con la intención de encontrar un conflicto entre nosotras. Arrancó un cabello atrapado en mi boca con un dejo de exigencia. Ya estaba fallando ante ella. -

Debería ser más cuidadosa con su presentación personal. Su cara… – dijo examinando mi mejilla detenidamente No seas descortés con Eugenia, ella viene fatigada por el viaje. No esperarás que llegue como una princesa… – respondió la señora

Desde esa ocasión, no hemos sumado ningún encuentro. La veo muy poco, durante las comidas, más bien sé de ella por lo que me cuenta la señora y su hermanita Rosario. La busco, sin lograr encontrarla por ninguna parte y cuando lo hago, la veo muy ocupada para mí.

9

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Me aburro... Han sido días inertes. No he hecho absolutamente nada. Solo me la paso jugando con la pequeña Rosario o hablando con la señora. No hay mucho por hacer. Hay más servidumbre trabajando que casa por arreglar. Cuentan con una encargada para todo y a toda hora; se turnan con la intención de mantener todo impecable para el alba y se levantan al escuchar ruidos en alguna de las salas. Me siento una completa inútil. Cuando trato de hacer algo, las muchachas me quitan las cacerolas o los cubiertos de las manos para llevarme a la mesa y entregarme todo listo. Me tratan como si fuera una señorita, sin saber que siempre he vivido en el esfuerzo y con tanta necesidad como ellas. Yo quisiera decirles la verdad, pero no puedo. Me correrían; son un grupo cerrado de gente que no conoce a nadie más que a ellos mismos. Devuelven a sus tierras a quienes no llevan su sangre y los condenan a vivir en su propia locura. Así se mantiene su idiosincrasia. Cada mes, amontonan víveres en una barca y la entregan a las olas para festejar a la mar y calmar su furia. Aquí la gente es muy religiosa y esa conmemoración es considerada por muchos una fiesta pagana, la cual no debe realizarse, pues ofende a Dios. Yo entrego esa ofrenda, pues de ella depende El Sur. La señora me enseñó a rezar. Es algo que me parece muy ceremonioso, sobre todo, cuando me entrega el Santo Rosario. Ella piensa que lo olvidé tras mi largo viaje, lo que no sabe es que no conocía más que cortas oraciones y que, cuando las olvidaba, le ponía de mi cosecha. Rezar no me gusta. Me trae recuerdos de todo lo que dejé atrás. Si tan solo pudiera comunicarme con los míos… *** Victoria es un magnífico retrato de la vanidad. Gasta horas en el tocador, arreglando sus uñas, repasando su rostro, peinando su cabello y mirando la combinación de colores que lleva frente al espejo. Generalmente, queda disconforme con algo y vuelve al tocador o saca de su bolsito un espejo de mano. Ha tomado la costumbre de mirar los detalles de mi cara, mientras le hablo y de reparar sobre algún aspecto que considera debo mejorar. Le hago caso, supongo que es parte de lo que quiere que sea. Me imagino que esa frivolidad es un hábito que esconde sus verdaderos ideales. Actuar en conformidad con sus ideas, delante de sus familiares le llevaría grandes tempestades. Le dije que no se esconda, hasta he prometido discreción, pero nos estamos conociendo, mientras tanto seguirá frunciendo el ceño ante mis declaraciones. Su arrogancia estaba afectando a mi criterio hasta que la encontré platicando con el resto de las señoritas, sobre temas importantes para nuestro género. Para Victoria, la mujer debía tomar decisiones en el hogar, ser reconocida por su trabajo y contar con la ayuda

10

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja de su cónyuge tanto en la crianza de los hijos como en las labores domésticas. Ese último planteamiento, sonrosó a algunas de las comensales, quienes con certeza preconcebían aquellas tareas arraigadas de la mujer. Una de las más conservadoras, levantaba el dedo con ternura para discrepar y a su turno propuso ir con paso lento, pero Victoria la silenció con sus ideas revolucionarias y los frutos que podrían obtener de ellos. A mí también me parecían agitadores sus argumentos. Quise dar mi opinión, mientras escogía un sombrero, pero de pronto me sentí aplastada ante su apatía por escucharme. En vez, se fijó en mis muñecas, en mi cuello, en mis orejas; no traía ningún detalle elegante que diera cuenta de mi preocupación por parecer una dama. Me colocó unos aretes que, aunque recibí con agradecimiento, no veía la hora de verlos lejos de mí. A inicios de la cena ya me aprisionaban terriblemente el lóbulo de cada oreja. Eran una tortura que no me permitía siquiera pensar. Me tenían muerta y la señora insistía en encontrar precioso mi rostro gracias a ellos. Yo sonreía y con disimulo, reacomodaba cada aro a mi oreja. Cuando por fin llegó la noche, pude retirarlos y sentí un alivio inmediato. No entiendo cómo pueden existir ese tipo de accesorios que atormentan tanto el cuerpo. Son odiosos e insufribles; una oda a la belleza que a veces tritura a quienes la llevan consigo. Debo reconocer que solo los valoro por venir de algo más bello y resplandeciente. Guardaba un tesoro de una flor que reposaba en el agua y esa gracia me impulsaba a protegerlos en una cajita musical, donde ni siquiera la luz de la luna pudiera tocarlos. Es una noche fría y el cielo, interminable, me hace saber su grandeza. Son tantos los espacios desconocidos por el hombre y sin embargo, yo estoy estacionada solo en uno. Quizá, porque me encantaría ser tan bella como esa señorita nacarada, cuyas venas se asoman por sus pálidos brazos. Y es que lo invisible ya atraviesa mis defensas y me cautiva. Esa señorita es la campanada que rige mis horas, tal vez, porque ella es dulce, como un panecillo o porque la vida es tan rectilínea que no han nada más curvo en ella. No lo sé y las nubes, tapando la luna, tampoco podrán explicármelo, pues ellas también cubren mis ideas y no me permiten ver más que sus ondulantes rizos exiliar mi razón. Si tan solo pudiera saber qué es lo que me está pasando… *** Han aparecido panfletos por las calles, exigiendo igualdad de género. Esas ideas no pueden venir más que de Victoria y temo que puedan llevarla a la cárcel, pues los conservadores llevan afán en reconocer a las responsables. Ya han descubierto a parte de ellas, lo cual las tiene muy exaltadas y proclives a culpar a cualquiera ante la menor sospecha. Sin pensarlo, cometí el error de felicitarla por sus ideas y no tardó en responsabilizarme por tal delación con la dureza de una piedra. Estoy llegando al genuino convencimiento de que no quiero ser su amiga. Me propuse ser la dama de compañía de su madre y así será.

11

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Con las ideas más claras, me armé de valor y hablé directamente con la señora. Ella está de acuerdo en que la acompañe en todo, con el requisito de cambiar mis modales y arreglar mi cabello. Todavía me duele el casco por todos los zarandeos que me dio la señora. Me entregó unas blusas y faldas que usaba en sus tiempos de mozuela, las cuales me impresionaron por su belleza. Victoria expresó su molestia ante tal detalle, recibiendo la réplica de la señora: “Son las que tú rechazaste por venir de una vieja”. Tras escuchar a su madre, la pequeña Rosario se burló de su hermana, sacándole la lengua y remedándola en cuanto la tenía enfrente. Victoria, ya sin paciencia, jaló a Rosario de sus cabellos y ordenó con voz firme que la dejara en paz, pero la pequeña combatió con manotazos y vituperios de aislada calidad. Sus diferencias, llegaron a oídos de la señora, quien tomó una varilla y la azotó contra las manos de ambas diez veces. Rosario se fue a su habitación haciendo berrinche, mientras que Victoria se quedó en el pasillo sin pronunciar media palabra. Dejé su hombro fuera de mi alcance. No sería la compañía más grata para ella, en realidad nadie lo sería para una mente sin palabras. Poco después, las manecillas del reloj dieron instrucción al chofer para llevarnos a casa de los señores Bachmann, quienes nos aguardaban en regla para la merienda. En el comedor, Victoria editaba sus intervenciones a publicaciones de negocios, mientras que su hermana sacaba a la luz historias clandestinas de la mayor, sacando risas en la mesa. La pequeña no era selectiva en sus relatos, sonrosando a Victoria con cada pasaje sin censura que se le venía a la memoria. Yo sabía que esa desavenencia me era ajena y que no tenía mucho por decir, pero reconozco que me incomodaba lo que estaba pasando. De modo que, decidí cambiar la nota, invitando a Rosario a jugar en el jardín de los señores. Salimos y nos distrajimos oliendo las flores, corriendo una tras la otra o sacando limones del árbol. El sudor corría por mi frente y se dejaba caer por las líneas de mi nariz; estaba fatigada en medio de un césped remojado y fragante, listo para tumbarse en él. Con las manos llenas de frutos cítricos, nos acomodamos en unas mecedoras antiguas, rechinantes, que daban vista a la foresta aristócrata de los anfitriones. El aire entraba puro por mis fosas nasales, que actuaban como un sueño fantasioso al mundo celestial. Jamás había estado más tranquila, ni en el sosiego más profundo. Ya más reposadas, empecé: -

Rosario, ¿puedo preguntarte algo? ¿Qué cosa? ¿Cómo se llevan con tu hermana? Mal, ella es muy antipática ¿Por qué…? Porque no me presta sus cosas

12

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

Y tú las tomas sin su permiso – aseveré ¿Cómo lo sabes? Lo supuse… No te lleves tan mal con ella. A nadie le gustaría que sus cosas desaparecieran o que lo avergonzaran frente a los otros ¡Yo no hice eso! ¡Sí lo hiciste! – exclamó Victoria, apoyada en un pilar – te pusiste a hablar de más, chismosa, ¡intrusa! – se acercó para zamarrearla No quiero más vacaciones, quiero volver al colegio. Eugenia dile que no me moleste… – me dijo antes de refugiarse en mí y desatar un llanto tan fuerte que llamó la atención de quienes se hallaban al interior de la casa

La señora las reprendió severa todo el camino y prohibió a Victoria salir a lugar alguno sin su hermanita. Rosario sollozó en silencio, mientras que la mayor hacía un esfuerzo por no estallar en rabia. Victoria acató la orden con obediencia. La he visto más agitada estos últimos días. Supongo que no ve manera de asistir a sus reuniones y eso la inquieta mucho. Si pudiera ayudarla, yo misma saldría con Rosario, mientras ella se va a su encuentro, sin embargo ella no confía en mí y no existe nada que nos convierta en amigas por más que busque un motivo. Apenas me ve, interroga sobre mi procedencia y no duda en afirmar que no pertenezco a la colonia. No le respondo, en parte lo que dice es verdad. Este no es mi mundo, ni lo será por más que la señora me llame Eugenia. Debo admitirlo, junto con todo lo que se venga. Yo solo pido a Dios, esto no termine antes de lo que yo quisiera… *** Rosario es una niña muy afable. Le gusta salir, compartir con sus amiguitas, invitarlas a la casa y jugar con ellas tardes enteras. Cada fin de semana, era parte de lo mismo y me preparaba para verla, tirando de mi brazo en dirección a la puerta. Íbamos al parque o pasábamos a buscar a alguna de sus amiguitas. Esta vez, delegó a Victoria tal labor y ante la negación de su hermana, fue a acusarla con la señora, cuya mirada movilizó a su hija mayor en un instante. Al cabo de unas horas, apareció un niño de parte de los Herder para anunciar que sus hijas pasarían toda la tarde en su casa, ya que estaban cordialmente invitadas a la cena en honor a su padre. -

Veo que la van a pasar muy bien – comenté a la señora Ay, Eugenia, ojalá Victoria pensara como tú… ya vas a ver su cara a la vuelta…

En efecto, Victoria apareció, reprobando a los anfitriones y con un sinfín de quejas: que había tenido que compartir con unas viejas, que estaba lleno de niños indisciplinados, que se había aburrido como nunca…

13

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Su enfado tenía intenciones de quedarse e hizo esplendor cuando su hermana le pidió permiso a la señora para asistir el fin de semana a una comida campestre. -

Yo puedo acompañarla – propuse a la señora Sí, que vaya Eugenia – aprobó Victoria con entusiasmo Por ningún motivo, vas tú – respondió la señora secamente No, yo quiero ir. De verdad, no tendría ningún inconveniente. Me gustaría salir, tomar aire fresco – concluí con una risita temblorosa ¡Entonces van las tres! No es necesario – respondió Victoria con expresión ceñuda Irán las tres y que no se diga más

Tras esa discusión, nos aquejó un silencio fúnebre, apaciguado levemente por el ruido de los cubiertos, chocando con la loza. Tomé la palabra para preguntar por el señor de la casa, sin pensar que aquello solo destemplaría más el ambiente; el señor había fallecido y la familia subsistía gracias a la herencia de los abuelos. La señora refería episodios genéricos que no me hacían pensar más que en un amor decadente hacia su fallecido esposo. Victoria no elevó su rostro en todo el relato. Se le veía descompuesta y arrancada de toda aprobación por lo que escuchaba. Previo al sueño, nos topamos en la escalera. Tomé sus manos y le pedí disculpas si pude haberla incomodado. “No te molestes, solo te pediré una cosa, si quieres preguntar por mi padre, pregúntame solo a mí… ¡ah! y otra cosa, no me gusta que me tomen las manos”. Ruborizada por su comentario me precipité a dejar sus muñecas en el aire. “Pero no importa, no tenías por qué saberlo”. Sonriente, apuntó su mejilla para que le diera un beso de despedida. Lo hice y me fui a dormir al instante. Era la primera vez que sentía vergüenza propia. Medité conmigo misma mis reacciones y me reprendí por mi falta de tino. Luego, al mullir la almohada, cambié de parecer. Sacudí mi cabeza turbada; me estaba apocando, solo por un comentario y eso no era justo. Yo no era una santa, ni mucho menos una diosa, como para aspirar a la perfección. Debía pensar en mí y actuar en conformidad a lo que yo pretendo ser, sin caer rendida a las palabras de una señorita por más admirable que fuese. A veces me pregunto, por qué si todos respiramos el mismo aire hay personas que piensan pueden consumir más de él… será que la arrogancia necesita más oxígeno… *** Ese gato que Victoria tiene por mascota, realmente es insoportable. Cada vez que se topa conmigo, se le crispan los pelos y se abalanza sobre mí. Cuando puedo lo espanto con una escoba. Una vez logré darle en el vientre y tal fue su rivalidad conmigo que orinó sobre mi cama y arañó mis piernas, durante el almuerzo.

14

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja “Dile a esa bestia que deje en paz a Eugenia”, decía la señora, en desaprobación al gato que arañaba mis brazos. Victoria le dio unos golpecitos con el abanico y volvió sobre su plato sin prestar mayor dedicación. Yo no digo nada, solo intento ahuyentarlo con los pies. No puedo exigir más que sutiles correcciones, finalmente, Victoria misma me lo dijo: yo soy la “forastera” que ha sido acogida por ellos. Pese a todo, reconozco que la actitud de Victoria ha cambiado. Después del almuerzo, me invitó a conocer su guardarropa. Jamás había visto prendas tan hermosas como esas. Eran todos los fulgores de la primavera con las puertas cerradas. Se cambió frente a mí para dar luz entrever un corsé, aprisionando su vientre. Ella era labrada, su cuerpo tiraba líneas románticas y esplendorosas, no necesitaba ningún recurso tortuoso para llevar a lo imposible. Me regaló uno y en cuanto tiró de los cordeles me arrancó todo el aire. Realmente, otra frivolidad más de los nortinos. No podría concentrarme, ni ser encantadora con algo así en el cuerpo. Tampoco haría el intento con esos tacones que trituraban el dedo meñique del pie. Acepté de buena gana todos sus obsequios y prometí usarlos. Cada noche, practico en mi habitación el caminar tan natural de Victoria. Se me ocurrió colocar algodón en la punta de los zapatos para que no se fueran a salir y cubrir con gasa el dedo meñique para que no me aplastara la uña. Ha funcionado, en parte, pues si debiese recorrer largos caminos echaría al aire todos esos lujos. Si tuviera que elegir, me quedo con mis vestidos sueltos y mis chanclas. Soy de piel clara por el implacable clima de mi hogar, pero también tengo la sencillez de mis orígenes y acostumbrarme a esto es una real travesía para el cuerpo y para los hábitos de mi alma. Últimamente, tanto la señora como Victoria, se están fijando mucho en mí. Sólo le pido a Dios que deje el cielo abierto y me ayude a tolerar esas prendas que ni el vino me hace soportar… *** El día está despejado. El rigor del sol ofrece vistas hermosas. La ausencia de luz en el rostro de Victoria me hizo pensar que no sería una tarde luminosa. A ratos, me arrepentía por haber ofrecido mi compañía a Rosario; no había ganado más que incluirme en un evento que aparentaba ser grisáceo. Pese que la comida fue puro formalismo, la vitalidad de la tarde no me llevó al letargo. Nos divertimos mucho con Rosario y sus amiguitas. Victoria negaba con la cabeza al verme corriendo, jugueteando y riendo como si fuera una niña. Ella era toda una dama. A diferencia de nosotras, se mantenía estoica en medio de las señoras, intervenía de vez en cuando y descansaba de la conversación, tomando el té.

15

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Recogimos algunas flores para hacer collares y una gran corona. Las niñas inventaban cuentos de princesas, donde cada una tenía sus reinos con criaturas sobrenaturales a su servicio y vastos territorios por recorrer. -

Podríamos coronar también a Victoria – les propuse ¿Como reina de qué? – preguntó la amiga de Rosario De los vestidos, Victoria tiene muchos vestidos – respondió Rosario

La pequeña fue corriendo hacia ella para arrancarle su sombrero y colocarle la corona sobre la cabeza. Victoria sonrió respetuosamente al igual que las otras señoras, quienes felicitaron a las pequeñas por tan bella manualidad. -

¿De qué castillo salió esta bella dama? – Preguntó un joven repentinamente Es la reina de los vestidos – dijo Rosario, apuntándola con el dedo

El joven se quitó el sombrero para saludarnos y se presentó como Roberto Herder, hijo de la anfitriona. Victoria sonrió con timidez, mientras la señora Herder nos describiera ante él. En lo que restó del almuerzo, Victoria revistió sus esfuerzos por entonar con los asistentes. Irradiaba locuacidad y buen ánimo, hasta lució por mucho tiempo su corona. Se le veía un tanto rígida y nerviosa, sin el golpe expresivo tan propio de ella. Se mostró deferente con las señoras, aceptando postergar nuestra partida por horas. Roberto ofreció llevarnos en su auto. Victoria se fue todo el camino en silencio, mirando por la ventana, mientras Rosario conversaba del colegio, de sus amiguitas, de la familia. Era una niña agradable y no tardó en caer simpática a Roberto, quien le regaló una moneda. La señora fue a recibirnos en cuanto el auto se aparcó afuera de la casa. Rosario relató con lujo de detalles, por tanto no fue necesario ningún relato de nuestra parte. Victoria suspiró denotando cansancio; seguramente le era fastidioso escuchar una historia que ya vivió. No obstante, lejos de salir de la situación se ganó una réplica de la señora: “¿Podrías respirar como corresponde? Por favor, más respeto con tu hermana” Antes de irnos a dormir, Victoria se mostró amable conmigo. Acarició mis mejillas y me agradeció por haberlas acompañado. Está depositando algo de confianza en mí. Hizo eco a mis pensamientos, demandando mi ayuda para poder asistir a sus asambleas. Fue muy sutil y me inventó historias que sé no tienen que ver con sus verdaderos propósitos. El sábado salimos las tres al parque. Ella se alejó de nosotras para ir en busca de un barquillo, el cual demoró más de una hora en conseguir. Exhibir serenidad, frente a una gran vitrina a ojos de su madre, era digno de una líder. Rosario podría hablar, decirle todo a la señora, sin embargo la naturalidad fue la partida predilecta de Victoria, quien no despertó sospechas en Rosario.

16

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja A la hora de la cena, Victoria no dejaba de estornudar. Se le oía gangosa y dispersa. Lanzaba agrios comentarios que no hacían más que producir un silencio en la mesa, ¿era posible que no concordara con nada? Dejé sobre su falda un pañuelo que agradeció, obsequiándome unos bombones que traía en un bolsito de cierre con boquilla, bordado con motivos florales. No tardó en marcharse a su habitación. A la madurez de la luna, fui a llevarle más pañuelos. Estaba durmiendo, torcida en un descanso mal recompensado por una respiración aparatosa que no daba tregua. Al chillido del parquet, despertó de golpe, descuidando por las sábanas una botellita de licor, la cual rodó por la madera con las agallas de una lentejuela de oro, y, sin deferencias al clamoreo interior de su dueña. -

Ni se te ocurra hablar de lo que viste… ¿qué haces aquí? – le indiqué los pañuelos – vete Buena noche – contesté con calma Adiós, Eugenia

Lo que había visto era absolutamente inimaginable para mí hasta hace unos días. Desconocía esa faceta de Victoria. Imaginarla bebiendo no estaba en mi cabeza. Sin embargo por qué habría de ser menos escandaloso en manos de un hombre. Recordé que era una señorita revolucionaria, por ende no debería ser contradictorio ni desnutrir su belleza, sino desnudarla y hacerla más simple y natural a mis sentidos. Desde ese día, la revaloricé y la quise más todavía, sabe Dios cuántos secretos más esconderá esa bella señorita… *** Una de las camaradas revolucionarias de Victoria, Virginia, se ha convertido en su peor enemiga. Victoria expresa abiertamente su antipatía hacia ella. Pasa por su lado, la saluda por cortesía y luego vuelve la mirada o finge estar muy ocupada en otros asuntos. Le critica sus gruesas pestañas, su piel tostada y sus altos tacones que acentúan más su caminar coqueto. Corrige con molestia, cuando alguien por error la llama Virginia, dado el parecido de nombres. Delante de su contraparte no cavila en decir: “Victoria, me llamo Victoria. Le permito que me llame Virginia solo una vez”. Yo no sé por qué la discordia, si tiene la misma luz que la otra señorita; a ambas les sienta la palabra belleza. Victoria es fina, muy recatada, inspira ternura con su cara de niña y atrae por ser una verdadera dama. Virginia por su lado, es una mujer exuberante, provocativa y algo escandalosa. En los convites, se le puede escuchar reír a carcajada limpia frente a las bromas de los caballeros. Cautiva a los señores con su buen humor y sabe mantener las conversaciones con preguntas o acotaciones sobre un tema. Si de apariencia física se refiere, me quedo con la delicadeza de Victoria. Es suave, liviana y puede llevar a los pasajes más lindos de la niñez. Virginia, en cambio, llama al arrebato, al apasionamiento y no solo de pan vive el hombre.

17

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Virginia trata de ser mi amiga, invitándome a su casa, adulándome y regalándome cosas. La señora me dice que acepte todos los presentes; yo no tengo nada que ver en ese entuerto, es un problema de ellas dos. Ignoro el porqué de la discrepancia, aunque me inclino absolutamente por Victoria. En el último tiempo, se ha convertido en alguien importante para mí. Le tengo un poco de consideración. Ya no me acusa de ser ajena a la comunidad y me está llamando Eugenia, como lo hace la señora. No sé a qué se deberá exactamente ese cambio ni qué habré hecho para tener su complacencia. Lo único que sé es que me place no contar con su enemistad. No es que le tenga miedo es solo que no soy mujer de confrontaciones. La señora ya la relevó de su castigo, hasta la dejó salir a celebrar el santo de una señorita, llamada Norma. “Me gustaría ir con Eugenia”, le dijo a la señora, quien me miró, para descifrar mi respuesta. “Puedo facilitarle todo lo que necesite, sería muy bueno para ella, conocería más gente”. La señora se mantuvo con el mentón alzado, aguardando mi opinión. “Sí…, voy”, consentí con timidez. Después de la merienda, Victoria me llevó hasta su recámara, donde me acomodó un corsé que seguiría a unas medias gruesas oscuras con adornos. Sobrepuesto, escogió un vestido color ámbar abullonado de seda con pasamanerías de piedras naturales. Ya en el tocador, arregló mis rizos y me colocó un sombrero de ala ancha con plumas y flores esmaltadas. Como resultado: “¡Te ves hermosa!” exclamó felicitándome con saltitos del entusiasmo. Es difícil explicarlo; en ese abrazo de mujer, me veía suprema, distinta a la que siempre fui. Me sentía en el éxtasis, mi corazón ardía como una espiga de trigo maduro, que cepilla sus cabellos con los dientes de un molino. Estaba orgullosa de mí misma, como si fuese la dama más bella de toda la vida. Por la tarde, el chofer de la señora nos estaba esperando en su carruaje. No sabía de qué hablar con Victoria; estaba maravillada, absorta al ver mi reflejo en la ventana. Y ese vestido, acompañado de ramilletes de flores y una larga cola de encaje, derrumbaba toda mi humildad. Tal vez, Victoria supuso lo que podía estar pensando y profirió: “¿verdad que es un vestido muy lindo? Es un recuerdo de París”. Llegamos a una enorme casa bermellón de adobe con patio interior. Al ingresar, nos recibió la festejada con un efusivo abrazo. -

Victoria, siempre tan distinguida, te ves lindísima – alababa, tocando sus rizos Eso se lo dices a todo el mundo – respondió risueña No, cómo crees. No le dije nada a tu amiga… – Refirió a Virginia, quitándole la sonrisa a Victoria Ella es mi amiga, Eugenia – me presentó con la mano extendida Un gusto, Eugenia. Tú también te ves muy linda ¿Te das cuenta, cómo le dices lo mismo a todo el mundo? Ella no es todo el mundo, es tu amiga Y por eso, es tan linda – me sonrió e ingresamos a la casa

18

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja

“Es mi amiga, Eugenia”, me presentaba a los demás. Fuimos a la sala de estar, donde nos mantuvimos sentadas en un sofá tapizado en textura floreada, sin hablar más que con mujeres mayores. Las más jóvenes conversaban entre ellas, dando la espalda a Victoria, sin más interés que contar chismes. En un interés por retocar mi peinado, me dispensé para ir al baño, pero Victoria me detuvo, expresando molestia porque la dejaría sola, ante un congregado clan de mujeres. Decidí permanecer junto a ella; entendía su incomodidad, las señoritas eran muy ariscas: unas intentaban llamar la atención; otras, encerrarse en conventillos, donde nadie más podía entrar. Era difícil hacer amistad en esas circunstancias. Norma remeció las cortinas para anunciar la cena. Nos ubicamos a la mitad de una gran mesa de madera maciza para seguir conversando entre nosotras. Virginia se sentó a mi lado con afán de absorberme con preguntas sobre mis gustos y pasatiempos, además de contarme sus historias de vida “¿No ibas al baño Eugenia?”, interrumpió Victoria, apretando lo suficiente mi brazo como para ganar mi asentimiento. Me remojé la cara; yo no tenía enemistad con Virginia, pero no podía dejar a Victoria sola. Regresé con la idea de poner más atención a mi acompañante, quien se veía importunada por mi falta de atención. “No hay mucho que decir. Es mi amiga, Eugenia”, le comentó a Virginia, acercándose a mí. Llevó una de sus manos a mi hombro y la otra a mis muslos, provocándome una risita tonta en respuesta a una comprensión remota de mi parte, ¿por qué hacía eso? Si hubiese sido un concurso de simpatía, por supuesto que ganaba Virginia con su buen diálogo. Sin embargo, Victoria me había invitado, ella me arregló de esa forma y yo no podía ser indiferente. Propuse temas de conversación y comenté cuanta cosa veía para mantenernos ocupadas. Nos reímos mucho. Volvimos a casa, exhaustas, con la única intención de caer un largo descanso. Victoria se despidió de mí, chocando con mi boca en un beso descoordinado. Ni ella ni yo, nos azoramos por esa caricia ni cerramos la palabra a la otra. En las noches de invierno, son selectas todas las manifestaciones de aprecio. Ya en mi habitación, me quité la peineta y deposité mi cabellera en la cama. Ya no era una fina hierba; volvía a las viejas historias. Era yo, la mujercita que prefería soñar a las vivencias cotidianas, la que se perdía en el ramaje verdoso de sus propios cuentos y que cincelaba momentos que nunca ocurrirían. Todo había terminado y muy rápido. Yo solo me pregunto…, cuánto tiempo más tendrá que pasar para volver a ser “la amiga” de esa señorita…, cuántas veces más, cuántas… ***

19

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Hoy asistí a la casa de los Herber con un vestido más holgado y sin el corsé. Virginia alabó mi forma de vestir, considerándola más autentica. Para mí, no es necesario cambiarse tantas veces de ropa en el día, con una vez basta, aunque no niego, es un deleite ver a las señoras luciendo prendas tan lindas a cada hora. En esta velada, todos los señores y las señoras hacían brillar su estampa con los atavíos más bellos que he podido ver. Sombreros enormes con elegantes decoraciones, trajes con capas de distintos géneros, accesorios por doquier. A veces pienso que no se puede vivir con tanto desparpajo, sin ofender a la naturaleza. Ella también corrige a quienes la lastiman. Durante la cena, Victoria, junto a un grupo de señoritas, criticaban el rubor en las mejillas de Virginia, junto con su atrevido escote de encaje. Cada vez que se dejaba oír su sonora risa, se encorvaban para criticarla con más ahínco y encasillarla por debajo de la moralidad. Para mi gusto, exageran en sus apreciaciones; he llegado a escuchar de labios de Victoria que le avergonzaría compartir mesa con Virginia, como si se tratase de una planta silvestre, quemada por el sol. Aunque admito, es algo imprudente, no es para despreciarla tanto. Virginia tiene sus cualidades, entre ellas, su elocuencia. Es una señorita que le gusta llamar la atención y ser admirada, pero que saca más de una sonrisa. Los juicios de Victoria me han dejado la inquietud por su valoración hacia mí, ¿pensará lo mismo?, ¿en qué rincón ubicará mis cualidades? Ella es muy sensible a detalles tan sutiles que no me extrañaría ser rezagada por alguna falta. Pero, aunque no sea el espíritu más querido, no guardaría nada malo hacia ella. Entiendo su demanda. Es tan bonita y tiene tanto mérito. Cada pieza está compuesta con los acordes de su piano. Se siente desdichada por no encontrar el amor. Y cómo hacerlo si ninguno la iguala en su encanto. Abre las puertas de su vida y echa a sus amores por la ventana, cuando acaba por conocerlos. Todas sus conquistas tienen un defecto mortal que amerita despacharlos en el menor tiempo posible. Hace poco, hubo un joven de la colonia que estaba interesado en ella y fue despreciado rotundamente. Su mayor argumento, fue el excesivo amor que le demostraba, a través de sus palabras. Tampoco le agradó un joven militar, por considerarlo muy tosco y tacaño, ni mucho menos un doctor por encontrarlo viejo y aburrido. Por seguro, la misma suerte correrá un joven enamorado que estuvo con ella en lo que restó de la cena. A Victoria, le preocupaba en exceso la opinión de los demás. Se enrojecía cada vez que el joven cometía un desacierto, además de instarlo a dejar la sobremesa más de una vez. Sé que le durará poco y que su madre volverá a hacer esfuerzos sobrehumanos por conseguir un buen partido para ella. La señora hace lo que puede por desposarla. Lo que no sabe, es que su hija es un alma libre, emancipadora. Ella persigue fines más nobles que el matrimonio; lo sé, porque he escuchado la voz de la

20

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja verdadera Victoria. Está enamorada de sus ideales y no descansará hasta conseguir al menos uno. Ella es así, diferente, fresca, juvenil, no tendría por qué cambiar, menos, por seguir una tradición. *** A un mes del verano, sus rayos ya enmudecían el frescor de los árboles, cuya sombra no era imponente al sol. La pequeña Rosario jugueteaba en el borde de la fuente, donde soplaba a las hojas y refrescaba sus manos. Fue regañada por la señora al estropear los rizos que con tanto rigor había formado el tirabuzón. Todos en la casa sufrimos el arrobamiento del aire seco y caliente que entraba por la ventana. Cómo era posible que una casa, cuyo cielo no tenía fin, prenda las llamas del infierno… Con el sudor corriendo por su frente y el abanico soplando en su cara, la señora propuso ir a un refrescante paseo en la playa. Me imaginaba liviana y cristalina, sin embargo, me sorprendió malamente ver sobre mi cama una blusa blanca y una falta del algodón caqui que llegaba hasta los tobillos. Desde que llegamos, permanecimos en una silla de playa, donde la arena, asaba mis pies y los hacía palpitar al interior de una bota cerrada. El calor floreció por mi espalda y con astucia traspasó las media negras acanaladas que protegían mi piel. Enjugaba las gotas de sudor que se detenían en mis cejas con un pañuelo de mano, mientras contraía el entrecejo, deslumbrada por el brillo del mar. Me volvía loca ver a los niños correr por la arena húmeda con sus pantaloncillos y a las niñas chisporrotear en el agua con sus vestidos vainilla con tanto deleite. Por qué a los niños, se les exime de la palabra “ridículo”, mientras que a los adultos se les disminuye a la nada por tan poca cosa… ¿será que hay más gente envidiosa, capaz de avergonzar a otra que gente feliz? Eché un vistazo a Victoria, quien disimulaba su agobio, mirando su reloj de mano o viendo a los autos, dando vueltas para aparcar. Nada, ni su ancho sombrero refrenaban su cuerpo impaciente por sentir la tersura del viento fresco. Lo sabía, porque nuestros impulsos obedecían a lo mismo y en el mismo momento. Se levantó para ir a dar una vuelta con el manifiesto deseo de estar sola, sin ser acogida por Rosario, quien la perseguía insistentemente. “No me sigan, déjenme en paz”, pretendía acelerar el paso, pero el vestido acampanado de su hermana la alcanzaba en dos saltitos. “Eres pesada y molesta, además te ves fea con ese listón”. Rosario remedaba a su hermana, delante de sus amigas, abochornándola. La pobre se cubría disimuladamente en rostro para no ser partícipe de lo que Norma y algunas señoritas de la agrupación pudiesen comentar.

21

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja El bochorno coloreó las mejillas de Victoria, quien caminó con humildad por la pasarela de la vergüenza. Sus oídos saltaron al no escuchar más bullicio que las olas y con la fortaleza de un olmo viejo volteó hacia nosotras para sacar la lengua y responder: “Niña estúpida, ve a arrastrarte con mi madre. Conmigo bastaba, ¡intrusa!”. Rosario se fue cruzada de brazos y con la amenaza de acusarla por semejantes palabras. Victoria me dijo algunas cosas que rebotaron en mi coronilla que a esas alturas poco y nada entendía. No pensé en más que echar el calor que ya me tenía la blusa pegada a la espalda. Me sentía asqueada, cubierta por un sudor caliente que ardía en mi piel. Quería que Victoria se callara e irritada lancé mis zapatos al aire y la tomé de la mano para tironearla hasta el mar, donde una ola acabó por bañarnos de una sola pasada. Fue un alivio sentir el agua helada humectando mis brazos. Victoria chapoteaba en las olas, inquieta por la sal en sus ojos. Sus rizos, pesados, se deshacían con la humedad y se adherían a su cara. Despedía agua por la boca con un gesto hosco en disgusto por sus sabores. Regresó empapada y con duros reclamos hacia mí. La señora escuchaba con el vientre inflado en risas y con más preocupación por su mate que las quejas de su hija. Se cubría con su abanico y entre risotadas me corregía, sin la menor intención de castigarme por lo que había hecho. Nos ordenó tendernos en las sillas de playa, hasta que el calor secara las telas de nuestros vestidos. Provista de obediencia, se reclinó en el respaldo y con la mirada incierta se fue a las olas. Observé sin pudor sus cabellos caoba y sus pestañas crespas que con el agua marina, brillaban más que el sol. Su blusa traslucía su busto, cubierto por un corsé de encaje que permitía contemplar una silueta matemática y presuntuosa. No tengo el valor para conceptualizar lo que estábamos haciendo, solo puedo decir que logró reventar mi corazón y nublar mi pensamiento. Esas pupilas representaban las miradas de los hombres que pasaron por mi vida. Solo ellos me habían hecho presa, para enseñarme que de una calamidad se podía hacer música. Esa mujer era una hechicera que me atrapaba en sus dedos, que, con suma inteligencia, me ofrecía sus bondades. Y yo la adoraba antes que el sol. Ella se inclinó hacia mi lado y degustó con la lengua su labio superior, mientras yo remojaba los míos, ávida de sus dulzores. Cerré mis ojos y mis emociones se intensificaron; suspiraba con ella y respiraba hondo, como si estuviese en un sueño arrebatador. El ruido de las olas distrajo mis sentidos; desperté abruptamente. La vi con los ojos cerrados y las manos tocando su nuca. “Dime algo” – me susurró. Respiré hondo para luego decir en dirección a su boca: “Quisiera desgranar este fruto fragante, sentir su aroma con mis besos y alimentarme de su carne”. Ella me arrojó su exquisito hálito a menta para decir: “¿Y por qué no lo haces?” “No estamos solas”, respondí azorada. Victoria alzó la mirada para ver a la señora tendida en la arena y a Rosario con los ojos clavados en nosotras. Trémula de vergüenza lanzó una risotada y exclamó en el más claro sinsentido: “¡Qué buena broma Eugenia!”.

22

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Después de esa experiencia, me sentí como un melocotón que huía del canasto. Por la noche, me daba vueltas inquieta en la cama, sin pegar un ojo hasta que eché a volar la paloma sedienta y enramada entre mis sábanas. Ese día se convirtió en una de tantas cosas incomprensibles que me ha tocado vivir y subsistió en mi cabeza noches enteras. Con el paso de los días, fue cayendo al suelo desvanecido hasta que perdí los detalles y me olvidé de él. Cuando eso ocurrió, respiré aliviada, pues ya no tendría que esconder mi rostro tras las sábanas, al sentir la figura de un santito colgando en mi pared. Quería ser libre, sin embargo no podría serlo en un mundo, donde hay escalas superiores que definen mi comportamiento. Quisiera renegar, pero cómo hacerlo si tengo los brazos muy cortos y la vida finita, como para llegar al Olimpo. Dios, por qué pusiste estos placeres, si no me dejas sentarme en la mesa a degustarlos… *** La costumbre de Rosario por hurgar entre las cosas de Victoria es cada vez más habitual. Se sienta en su tocador y ocupa frente al espejo todo lo que ve. Sale perfumada, dejando por el pasillo todas las fragancias de Victoria, quien no tarda en airarse por el irrespeto de su hermana. En cuanto ve un desorden en su habitación, aprieta los puños y hace rechinar los dientes, en medio de sus labios entreabiertos y rosados por la rabia que corre por sus venas. La pequeña Rosario siempre ha tenido esa afición. Antes, lo hacía por niñería, ahora, porque ya se considera una mujer. Va de paseo por las tardes con sus amigas y se muestra avergonzada, cuando la señora intenta hacerle un moño con un listón. Se inmiscuye en conversaciones de señoritas mayores y hace amistad con el carácter de una azucena. Lo que más destaco de ella es su buen gusto en el vestir. Esta tarde vino Norma a ofrecernos unos vestidos, de los cuales Rosario escogió los mejores. Me indicó qué trajes podría lucir y sinceramente, el vestido color carmín fue mi favorito. Alucinaba con ese vestido y lo usaba en cuanto tenía ocasión; era tanta la magia de la tela que me hacía sentir más viva. También escogí otro; uno dorado que reconozco le sentaría mejor a Victoria. Norma quiso mostrarle unos vestidos a Victoria, pero Rosario la negó, diciendo que no se encontraba en casa. A mi molestia, acabó por comprar todo lo que Norma estaba ofreciendo. En cuanto pude, le recriminé su mentira a lo que ella respondió con un caos colosal, como si una multitud estuviese confabulada en su contra. Desde su punto de vista, su hermana la odia y la señora es más permisiva con Victoria. La dejé discutir consigo misma. Rosario a veces, tiene sus momentos. Se encierra en el insomnio y da rienda suelta a sus reproches contra la señora a quien considera injusta en sus reparos.

23

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja La última discusión fue a raíz de unas medias delgadas que solo le permitió usar a Victoria por ser la mayor. Yo veo las cosas muy distintas; para mí, la señora ocupa más tiempo en Rosario. No sé de qué se tratará exactamente, pero le he escuchado carta tras carta referirse a su hija: “Es el tema de Rosario”, susurra antes de ubicarse en su silla apoltronada para leer sigilosa cada línea, mientras que los asuntos de Victoria pueden esperar. Considero que Rosario es la preferida de la señora y que no ha sido juez imparcial en sus sentencias. Supongo que la menor se ha ganado ese cariño por ser más atenta, aun así Victoria también se merece un reconocimiento que no le han dado. Ojalá algún día la señora caiga en razón. Ojalá se dé cuenta de que su hija es una mujer con problemas de mujer y no una niña que llora, porque ha perdido su cintillo… *** La pequeña Rosario se casa. Yo no sé, cuándo dejó de ser la niñita de antaño para convertirse en una mujer. En qué momento, maduró tanto como para asumir esa responsabilidad. Para mí, sigue siendo una niña que está en el éxtasis de la pubertad. Le entusiasma la idea de lucir hermosa y de invitar a mucha gente para su boda, sin saber que sobreviene el trabajo después de la fiesta. La señora no luce preocupada por esos asuntos e insiste en que los novios ya están en edad. Yo en cambio, no logro contemplar más que dos niños jugando sin conocer las reglas de la partida. Victoria tampoco parece dedicarle un minuto a semejante compromiso y solo tiene cabeza para pensar en el traje que lucirá en la ceremonia. Además, está un tanto molesta, porque la señora le regaló gran parte de sus joyas a Rosario y le compró un vestido nuevo para su matrimonio, mientras que a ella, por ser la mayor, le dejará el vestido que ella usó en su boda. Con el entusiasmo del compromiso, Victoria ha tenido más libertades. Aprovecha de salir, mientras todo el servicio está corriendo de un lado para otro, limpiando la casa, ordenándola y preparando lo que será una gran cena. La señora, quien antes le ponía atajo, se ve toda alborotada, dando órdenes y pegando gritos por doquier. Lo único que la ha contrariado, fue el saludo de Norma, su amiga. Victoria se encerró con ella para discutir con fuego lo que presupongo guarda relación con Virginia “¿Y quién tuvo la genial idea de incorporarla? ¡Fuiste tú!” despidió Victoria de su boca aguda y plañida que traspasaba las paredes de mi alcoba. -

Eugenia, por favor, ve a ver qué está pasando – me suplicó Rosario con angustia Pero… ¿y la señora? – pregunté temblorosa No está, por favor Eugenia…

24

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Puse una mano en el picaporte, cuando Norma salió de pronto con los labios lívidos, presurosa sin recoger siquiera su sombrilla. Victoria respiraba hondo y miraba por la ventana con los ojos desencajados. -

Eres una loca – reprendió Rosario ¡Cállate! – le arrojó un libro furiosa Deberían internarte, ¡loca! – provocó su hermana, siendo empujada por Victoria hacia afuera

Victoria cayó en un llanto desconsolado que dejaba escapar de sus labios una tristeza profunda. Afiné mis cuestionamientos y no me acerqué a ella. Supuse que mis manos saldrían corriendo, como las cortinas bamboleantes que rozaron sus hombros y fueron alejadas adustamente por Victoria. “¿Para qué tiene la gente amigos?, ¿para que le hagan atenciones a sus enemigos?”, detuvo a la puerta con la voz desvanecida. La dejé para ir a buscar el vestido que le compré a Norma y depositarlo en sus faldas. Ella secó sus lágrimas y con curiosidad infantil desenvolvió mi presente. ¿Dónde lo conseguiste…? – preguntó sin dejar de examinar la prenda Se lo compré a Norma, espero que no te moleste de donde viene No, no para nada… yo no sabía que vendía vestidos… – me miró asustada – ¿qué puedo hacer, Eugenia? - Disculparte con ella – sugerí - No, tenemos otros pendientes… - ¿Con Norma? Ella no se ve mala persona… - ¡Ya deja de rebatirme!, ¿sabes qué? Me amargas más el día – dijo arrugando el vestido - Me pediste mi opinión… Dejó caer los brazos sobre su falda – Contigo siempre es lo mismo, te tratas de hacer la buena y siempre me perjudicas - Eso no es verdad… y… si así fuera, podrías detenerme con la misma personalidad que lo haces ahora - Te callas cuando te conviene – afirmó con sorna - Me callo, cuando mi silencio habla por mí – dije sin perder la calma - Vete, no tengo interés en discutir con tu labia Me levanté exhausta. Al cruzar el umbral, tomó el vestido y me lo arrojó por la espalda – no necesito ningún regalo tuyo - Los regalos no se devuelven… señorita – concluí con una hilvanada sarcástica -

Después del almuerzo, encontré sobre mi cama el vestido que le había regalado. Fuera de mi voluntad, disentí a su desprecio para ir a recitarle unos versos que colmasen su ingratitud. La hallé en la biblioteca, donde enarqué mis cejas al ver mi presente otra vez por el piso. Ya cansada de sus arrebatos, la tomé de los brazos para descoser sus alforzas y dejarla sin más opción que usar mi regalo ante la amenaza de una puerta

25

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja abierta. Pero la rabia a veces lleva a lugares insospechados. A veces, despierta pasiones que no creía existen. En el forcejeo, mis manos llegaron a su busto y fueron guiadas por ella misma hacia su piel inquieta. La remeció un escalofrío, cuando mis dedos llegaron a sus pezones rígidos y pronunciados. Corrió sus rizos para dar espacio a mis besos en su cuello argentado, donde dejé mis suspiros y mis mordiscos. Al sentir su mano levantando mi falda, resolví detenerla por… “¿Estás húmeda?”, me preguntó encendiendo mis mejillas. “Yo también”, susurró en mi oído. Mostré las encías reconociendo mis deseos reprimidos. Mis dedos escalaron por sus muslos llegando a su entrepierna calurosa, cuando de pronto escuché a la señora, hablando con un joven sobre la casa. “Y esta que le voy a enseñar es la biblioteca”. Victoria se incorporó asustada para colocarse el vestido dorado. Como un trueno, escondió en medio del escritorio su vestido desgarrado y se preparó para recibir a las visitas. “Victoria, Eugenia, ¿qué hacen por aquí?”, consultó la señora. Saludamos al joven que ya habíamos visto en la comida campestre. Con el permiso de la señora, elogió a Victoria y su traje sentador. Después de ese comentario no me devolvió más el vestido. Me imagino que la aprobación de ese joven era muy importante para ella, aunque reconozco tenía mucha razón en sus apreciaciones. He sido ajena a discusiones con Victoria, ya no sé qué estará pensando. Solo la veo decaída por lo de Norma. Perdió a su camarada por resaltar las formas del mártir y abrir un abismo sugerente e impenetrable por todos los que estamos fuera. Norma era una joven muy amigable, lástima que las acciones erradas nos hagan perder amistades tan valiosas… *** Jamás se había visto tanta pulcritud y elegancia como el día en que se anunció el compromiso de Rosario. Se casarían en el extranjero. La señora me entregó una caja en donde venía envuelto con un papel de seda un hermoso vestido color ámbar. El pensamiento en blanco se empolvaba con los azahares de papel, los aretes de diamantes y el collar de plata que hilaban una mujer potente, desconocida por mí misma. Esa era yo y ni siquiera me la han presentado… Estaba lista para asistir a la tertulia hasta que la señora, me tomó del brazo y me llevó hasta una de las habitaciones, donde reacomodó mi corsé, dejándolo tan ajustado que me impedía hablar con claridad. Mis pensamientos tropezaban los unos con los otros sin dar paso a la apelación, antes, de que la señora me llevara hasta el salón principal, donde esperaban los invitados. Ya expuesta a los comensales, intenté disimular el suplicio con risitas y asentimientos a conversaciones de las que poco y nada entendía. Me sentía tan ridícula; el busto se apresuraba hacia adelante y mi trasero parecía un verdadero tambor que retemblaba en cuanto me ponía de pie.

26

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja En el otoño de mi confort, pude ver a Victoria bajar de las escaleras luciendo despampanante. Sus cabellos rizados caían por sus hombros y se recogían con un arreglo floral. Llevaba un vestido ajustado palo rosa de corte sirena y pedrería color plata. Su escote de copioso encaje iluminaba su torso níveo y juvenil. Y sus zapatos blancos danzaban con sus enaguas que parecían espuma. El nuevo matrimonio fue aprobado con un brindis y un gran aplauso de los asistentes. Rosario estaba muy contenta; disfrutaba del vals al lado de su nueva familia y hacía amistad con las hermanas de su novio, cuyo carácter concordaba con la pequeña. De todas las señoritas, Victoria me parecía la mejor. Estaba tan bonita… Yo no le tenía envidia, al contrario, me parecía de una belleza suprema y lo hubiese expresado, de no ser por el bochorno que pasé en plena fiesta. Ella me lo reprochó, me reprochó por haberme desmayado sin causa alguna, durante la celebración. También recriminó mi excesivo parloteo con los presentes, jurando que jamás sería invitada a ninguna reunión. No le rebatí; espero no volver a estar tan ataviada de accesorios. Esas plumas, volantes y encajes eran una fuente de sombras; los aretes iban a destruir mis orejas, y el corsé me quitaba el aire. La señora me defendió e hizo algo que pienso empeorará las cosas. Fue hasta la habitación de Victoria, tomó algunos de sus vestidos y me los entregó. Victoria no hizo nada, solo se quedó mirándome con un brillo extraño en los ojos. Ni el mismo viento la hizo parpadear de su herida que sé ningún yodo podrá estancar. Era un cielo al que le habían quitado sus estrellas, una copa trisada por una espuela que no estaba ocupando su sitio. Con el fin de no estropear sus vestidos, decidí usar los trajes que Virginia me había regalado. No obstante, lejos de calmar las aguas hice aluvión en Victoria, quien se sintió ofendida al saber que había preferido los obsequios de su rival antes que sus prendas. Llevó la ironía al punto de pedirme la opinión sobre unas telas que un vendedor pasó ofreciendo, pues yo sabía más “de refinamiento y costura” que ella misma. Si no la conociera, diría que es insoportable, una mujer sin más que envidia por las venas. Sé que es distinta y ese conocimiento hace mi estadía menos pesada y quejumbrosa. Cada vez que no la tolero, busco auxilio en antiguas remembranzas. Traigo a la memoria, sus diálogos con las otras señoritas y sus buenas intenciones. Eso me hace sentir más tranquila. No es una mala niña, es simplemente una señorita caprichosa y muy diligente con sus propósitos. Por eso, no podría hacer más que quererla…

***

27

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Desde que la señora tomó la resolución de castigar a su hija, quitándole parte de sus vestidos, he reconquistado el desprecio de Victoria. Entra a mi recámara sin tocar y saca algunos de los vestidos para finalmente salir, dejando la puerta entreabierta. Yo solo la ignoro. Siento sus tacones a lo lejos y finjo estar muy ocupada, leyendo un libro o haciendo un bordado, frente a la ventana. No le critico lo que hace; Rosario se casó y se llevó los vestidos de su hermana, dejándola sin al menos una prenda. Lo peor, es que no tendría cómo reclamarle más que por cartas; Rosario se fue de la colonia y ahora vive muy lejos con su marido. Victoria se la ha pasado encerrada en la casa y, de no ser por los vestidos que la señora me entregó, no tendría con qué vestirse. Se enrosca al verme, pues sabe debo recibir una disculpa para que ella sea absuelta de su castigo y la señora pague a la modista por prendas para ella. En mi poder, no poseo muchos atuendos; son solo cuatro, los cuales ella misma devuelve en deterioro. Salgo al centro para comprar algunas telas o encajes con los cuales me entretengo reparándolos. Luego, cuando ella entra, los toma nuevamente y me los arroja a la cama en mal estado. No es muy difícil disculparse, no soy un naipe con muchas cartas. En la mesa, delante de Victoria, le comenté a la señora que habíamos conversado y la forcé a asentir con la cabeza. No sé exactamente lo que ella piensa, solo sé que trato de hacer lo que considero correcto. Ahora, que ya no soy el depósito de sus aversiones, está muy enojada con Virginia, pues dice se apropia de sus palabras, como por ejemplo: “Facultades”, “inferir”, “expirar”. La describe como un fruto agrio y marchita sus labios, profiriendo groserías y agresividades, cada vez que aparece su nombre. Virginia ha conseguido mucho en el último tiempo. Su tío le está enseñando a manejar los negocios en su panadería y ella rápidamente ha ido escalando. Pasó de ser la secretaria de su tío a una encargada más de sus intereses. Está haciéndose de una pequeña fortuna, que le permite obrar con autonomía e invertir en ella misma. Me he negado a trabajar con ellos, a pesar de que la oferta luce atractiva. Ya van tres oficios rechazados en favor de Victoria y eso me está convirtiendo en su incipiente adversaria. Aun así, me tiene sin cuidado lo que sé está diciendo de mí. Ella y sus amistades son personas que pasarán por mi vida y no tengo nada que demostrarles. A la tarde, vino de visita con su madre a casa de la señora. Traían una caja de galletas y un pañuelo para la matriarca. Tomamos la merienda sin Victoria, quien al saber de la presencia de Virginia se tumbó en la cama toda la tarde. Virginia no tardó en preguntar por ella y se levantó para ir a saludarla.

28

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja “Acompáñala por favor”, me dijo la señora. Toqué la puerta ligeramente en anuncio de nuestra intromisión a su privacidad. Victoria sostenía un libro en su mano, el cual arrojó con disgusto, antes de acercarse a nosotras y besar la mejilla de su camarada. -

Por qué no bajas, ¿no te agrada compartir con nosotras? – preguntó Virginia No es eso, es que no me siento del todo bien, tú entiendes, cosas de mujeres – respondió con una sonrisa forzada Puedes tomar una manzanilla y venir un rato. No será mucho tiempo… Lo haré en cuanto me sienta mejor – contestó con suavidad

“Tu amiga siempre queda bien con todo el mundo”, replicó Virginia en voz alta, esperando ser escuchada tras la puerta. Con seguridad, Victoria arará el suelo con las uñas, porque su enemiga, vino a criticarla en su propia casa. A veces, podemos ser tan complicadas y armar un torbellino en el desierto. Virginia volvió a la mesa, relatando una historia tergiversada que no correspondía a nada de lo que había pasado realmente. Diferí en muchos de sus puntos; claramente no habíamos visto lo mismo. Logré que el rostro de la señora pasara de rojo a gris, exonerando a Victoria de ciertas “faltas” en contra de Virginia. Concuerdo con la señora en que debe ser más sociable, no obstante difiero en su petición de limar asperezas con Virginia, pues no todo el mundo tiene por qué ser de nuestro agrado. Reconozco, por ejemplo, que me fastidia una amiga de Victoria. La señorita es despreciativa al saludar y no sabe pedir las cosas más que en tono imperativo. “Ve a la cocina y tráeme un jugo de maracuyá”, pide a las muchachas “¿No puedes hacer dos cosas a la vez?”, me preguntó al ver que mientras hablaba, dejaba el bordado. Es sumamente molesta y no la he abofeteado por su amistad con Victoria. A la señora, tampoco le simpatiza, sin embargo me resto mis comentarios frente a ella. La señora me podría usar como argumento para reforzar su postura de que la señorita es un desagrado y no quiero llevarme un disgusto con Victoria. Llegué a la conclusión de que lo más sano es mantenerme lejos de esa señorita. No busco el mal para ella, solo la quiero lejos de mí. Mis energías para quien me quiera, no para madejas de las cuales no se puede tejer ni un chal. Si tan solo Victoria se disculpase con Norma… A todo esto, mañana es el cumpleaños de Victoria. Se me ocurrió prepararle un pastel, decorado con frutas y motivos florales. Me tomará un par de horas, así que lo haré en la noche, cuando la cocina esté desocupada. Espero sea de su agrado. *** Con el pensamiento fijo en el cumpleaños de Victoria, abrí mis ojos con la luz del sol naciente para preparar mi regalo. Los aromas del horno despertaban mi apetito que

29

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja resonaba en mi estómago y derretía mi paladar. El pastel fructificó antes de lo esperado al igual que la aparición de la señora, quien, al verme en la cocina me preguntó por el bizcocho. Esperaba entregarle mi atención en cuanto despertara, sin embargo la señora se lo llevó y no me quiso decir qué pretendía, sino hasta la hora del cumpleaños, cuando lo dejó sobre la mesa, al lado de un pastel mucho mejor que el mío. Tenía la más profunda intención de esconder mi obsequio y buscar un regalo más acorde para una señorita, sin embargo Victoria me tomó del brazo para preguntarme: “¿y mi presente?” Arrastré la cola del bochorno, cuando la señora lo indicó con su dedo enguantado. Estaba tan avergonzada… había sido un regalo tosco, además de tonto. Uno de los motivos principales en un cumpleaños es un pastel y yo le regalé uno que por lo demás, lucía infantil. Quise levantarme de la mesa para sustraerme del festejo. Ver el pastel allí solo me ruborizaba más. Y lo peor: se mantenía altivo sin la menor intención de ser devorado por nadie. Todos fijaban su atención en la tentadora tarta de bizcocho blanco a la nuez que se sostenía sobre un soporte de hierro forjado, decorado con perlas de cristal en los bordes. Solo un joven hizo un ademán con la mano para pedir un pedazo de mi pastel. Se dejó sentir en mis oídos su inclinación el sabor y textura de mi tarta, más las recomendaciones a sus colegas. Mi corazón revoloteó por todos lados, cuando se acercó para felicitarme por tan buena mano y preguntó mi nombre. Era un caballero, un señorito a escala celestial, quien enaltecía a una muchachita de escasa educación y sin horizontes. Y esa simple aprobación me alegró la tarde entera. Del otro lado de la mesa, Victoria miraba el pastel con el ceño fruncido y luego volvía los ojos hacia mí en búsqueda de una explicación hacia algo que no sé. Se aproximó para mostrar sus impresiones, pensé. Traía el regalo de Virginia, envuelto en terciopelo rojo. Con la mano extendida en el pecho y sin dejar de perseguir a su rival me susurró: “Es una pacata”. Me entregó la figura tallada de la Virgen, sosteniendo al niño en sus brazos. No podría disparar en contra de esa imagen; la dejé en el recibidor, junto a un reloj inglés y volví a la celebración. Al otro día, me pidió que fuera hacia su recámara. Supuse que tenía una crítica por mi desempeño en su cumpleaños. Sin embargo, esta vez me llamó para ofrecerme su amistad. Extendió su mano de encaje, donde deposité la mía y fui tocada por el calor de su piel y la aspereza de la blonda. Entonces, se llevó a la mejilla mi mano izquierda y prometió que esta vez sí seríamos verdaderas amigas. Le creí, no tendría por qué desconfiar; no puede dañarme en un mundo que no me pertenece. Nuestra naciente amistad me causó gran entusiasmo. Me vi siendo su amiga y discutiendo temas que a ambas nos importan. Inventé diálogos y momentos solo para las dos. Con una amiga podía conocer tantos lugares, discutir tantos temas, hacer variadas

30

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja locuras. Éramos estrellas contemporáneas, nacidas en un cielo que las hacía bostezar. Congeniar con luces que pretendían decirnos cómo brillar era nuestro emblema de lucha. A cada hora, aguardo en mi habitación un golpecito en la puerta o una seña para que platiquemos un rato. Desde que somos amigas, ella me cuenta muchas cosas y ha hecho vivos en mí, algunos temores que antes no existían en mi corazón. Cuando estamos solas, se comporta distinto, sin una realidad impuesta, ni perfilándose como una gran dama. Una tarde de domingo, entró a mi habitación y se sentó en el diván, como si fuera un señor. Se quitó el chaleco e incluso rasgó parte de su falda, diciendo que era incómoda. Entonces, ya más holgada, pronunció: “Somos amigas, puedo hablar plenamente… ese joven, ese que alabó tu pastel…, él no me es indiferente”. En principio, me resultó extraño, apenas lo saludaba, cuando iba de visita a la casa. Luego me enteré, de que no tenía el empuje para hacerlo, pues le parecía una aberración el solo pensar en dar el primer paso. Una mujer debía esperar que el caballero le ofreciese su mano en lugar de correr tras de ella. Mientras tanto, se conformaba con verlo a lo lejos, salir cada tarde de las cátedras universitarias. La veo sufrir y hablar todo el día de él. Yo quisiera ayudarla, pero ella se va en muchos cuestionamientos: “Sí, no, espera… qué le dirás, cómo te presentarás…, ¿y si no me corresponde?, quedaría en vergüenza… su familia no está muy bien económicamente…, ¿y si me lleva a la penuria?” Su testimonio enrevesado e impreciso perduraba, acallando los latidos de su corazón. Quizá, soy demasiado bruta y no entiendo de sutilezas, pero no me parece que deba complicarse tanto, menos una mujer con de tan alto adjetivo. Ya fuera del empedrado, acordamos que iría, recomendada por la señora, a trabajar a casa de doña Enriqueta. Esa señora era reconocida por su buen gusto y refinamiento. En todas las fiestas, era invitada de honor y su presencia era mención honrosa para la anfitriona. Convencí a la señora con el pretexto de que anhelaba ser una dama muy culta. Ella redactó la carta para doña Enriqueta y me pidió que me presentara con ella. Últimamente, la señora no ha estado muy bien de salud, por lo que no puede salir como acostumbraba hacerlo. Era fascinante saber que me voy como luz poniente. Ya me lo dijo, me echará de menos, como también me dijo que me considerar parte de la familia. El fin de semana, me integró en la foto familiar. Me senté a su lado, en una silla de mimbre. Reconozco que sentí algo de vergüenza; no había un lazo sanguíneo y yo no tenía mucho que ver allí. De vez en cuando, echaba un vistazo a Victoria, preparada para sus celos de hija, pero recibí una imperturbable cordialidad en retribución quizá a mi asistencia. El tiempo se entorna a toda velocidad y pronta al vencimiento, la señora ordenó que me confeccionaran algunos vestidos sastre y trenzó mi cabello para ondularlo. Eso de los rizos, seguidos de un complicado moño ya era una costumbre en toda mujer colona.

31

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Debía cuidar de ello, más ahora que llevaba un apellido por delante. élite bajaban las cortinas a cualquier flaqueza.

Esas señoras de

Disfruté los últimos días en la casa que ya sentía un hogar y me preparé para los esfuerzos que significaría entender el rostro de la nueva familia. Ojalá obtenga con prontitud mis objetivos y pueda regresar. Solo pido un relato breve y un final agraciado. Con eso en mis manos, tendría un esplendido pasar y un retorno favorable para todos. *** Ha pasado una semana desde que llegué a la casa de doña Enriqueta. Le comenté que era buena en la cocina, sin embargo la antigua criada no quiere que ponga un pie en sus territorios. Es muy arrogante y no acepta ningún tipo de apoyo. A cambio, me han asignado la lavandería sin la menor objeción. Al ver mi estado entiendo el porqué. Esta amistad con la estregadera ya me tiene los dedos llenos de ampollas y las manos resecas. La humedad del lavadero entumece los pies con un sudor frío y sorprende a la espalda con corrientes de aire. Después viene el corral, donde el calor pega de golpe y el brillo del sol nubla la vista. Los resfríos y estornudos son la carta del día y no queda más que combatirlos con una menta al final del trabajo. El ama de llaves es muy estricta conmigo. En la mañana, me gané un regaño. Mientras separaba la ropa por colores, apareció la señorita Beatriz, hija de doña Enriqueta, con una pila de vestidos. Los arrojó a la cesta en un desorden que olvidó las mangas en el suelo. Al verlos, el ama de llaves fue hacia mí y me reprendió por no atender al montón de ropa. Yo solo agaché la cabeza, con ese calor que me pegaba en la nuca no tenía ganas de discutir con nadie. Y luego, vino a reclamar por las calcetas. Hice lo que pude, pero esas motitas me parecían imposibles de quitar sin perder toda la tarde… Esta actividad cansina llama al aburrimiento antes de empezar. Al amanecer, sacaba de un canasto las ropas de cada puerta, separaba las prendas, le quitaba los adornos y disponía una a una en el lavadero. Enjabonaba, fregaba en la tabla y finalmente tendía una a una, poniendo atención al calor del sol que podía malograr sus colores. Ya seca, las planchaba, zurcía y las llevaba dobladas a cada habitación. Me arrinconaba el desgano y las ansias por regresar a casa. Para enfriar la sangre, tomé unas muñequitas que Bernardita, la hija menor, tenía arrumbadas en una caja y me dediqué a hacerles distintos vestiditos. Las que ya estaban listas, las sentaba en una repisa para luego hacerles un tocado. Una tarde, Bernardita se acercó corriendo hacia mí para ver las muñecas. Le gustaron mucho. Tomó una de ellas y se la enseñó a Beatriz, quien volcó su amor hacia el vestidito. Me preguntó si yo podría hacer uno similar para ella. Accedí pensando que sería un planteamiento ligero; muy por el contrario, al día siguiente ya disponía de las telas y todo lo necesario para confeccionar su pieza.

32

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Fui exenta del corral para sacar el polen de mis manos. Doña Enriqueta aprobó mi cambio a costura y me encargó una pañoleta que llevara las galas que siempre acostumbra. Darles en el gusto, no es una cosa que se resuelva con ciencia, pues no nos iluminan las mismas antorchas. Al caer la tarde, vino la señora, acompañada de Victoria. Entre abrazos, manifestó su preocupación por mí. No le comenté que había trabajado como lavandera, pues me llevaría de regreso sin derecho a objeción. Victoria me miraba a la espera de una nueva que no tenía para ella. De su amor, poco sabía. Muy inquieta, me tomó del brazo para preguntarme por Roberto. Me encogí de hombros para confesarle que no tenía ningún avance; con lo del vestido, apenas salía a almorzar. Se molestó tanto conmigo que no alternamos en lo que restó su visita y solo se dirigió a mí para entonar una despedida melancólica y estampar un beso opaco. Para ser honesta, no encuentro la manera de acercarme a Roberto para hablarle y con lo que he visto, me es suficiente. Cada alborada de domingo, escucho los regaños de la señora por su mal comportamiento. Desaprueba que su hijo se vaya de juerga y saca de las greñas a cuanta criada sorprende en su habitación. Es un tipo bien parecido, es cierto, pero no sabría ser corazón de una mujer, porque le engrandece desenrollar pergaminos para luego apagar las velas y abandonar la lectura, cuando lo estime conveniente. Con certeza, Victoria sería un encuentro fugaz. Pese a todo, debo intentar algo para ella. Fue una promesa y no debo ignorar los compromisos que decidí asumir. Si él tuviera puestos sus ojos en ella, yo solo sería una alondra que emprende el vuelo para recitar frente a su ventana. Solo ella podrá tomar la decisión, aunque no me gustaría que su cuento de hadas terminase en tragedia. Tal vez, porque ya comienzo a estimarla… *** En cuanto el traje estuvo listo, Beatriz lo sometió a juicio de los comensales, luciéndolo en reuniones de la colonia. Los varones la galanteaban con sortijas y las señoritas abanicaban su envidia, ceñida en la cintura. Ganó reconocimiento al comentar que se trataba de un vestido de origen francés, incluso me obsequió unos pendientes para acompañarla en su mentira. De todos modos, no hablaría, no soy una brabucona. Mi crepúsculo se detenía en Victoria, quien venía a mí con sus alargadas pestañas surtidoras. Y yo me fundía en la ignorancia. Me crucé en el camino de Roberto con objeto de ofrecer atrevidamente mi mano para bailar el vals. Había tanta gente y mis pies eran tan neófitos a la música que mis mejillas no tardaron en combinar con mis zapatos color barquillo, frente a la primera pieza. En el transcurso de la danza, mi nerviosismo plantó una terrible jaqueca que se anudó en mi cabeza. Roberto me preguntó por mi estancia en su casa sin recibir más que notas de agradecimiento por mi parte. Mi atención se clavó como un alfiler en Victoria; estaba

33

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja bellísima, cualquier señor la tendría en sus pensamientos, dado su buen calce y distinción. -

La señorita Victoria es muy linda – le comenté, parpadeando con lentitud Ciertamente… ¿Nunca ha considerado tener algo con ella? – pregunté entusiasmada No, Eugenia – respondió con cortesía ¿Por qué no…? Porque un buen amigo mío, está muy interesado en ella y la amistad ante todo ¿Quién está enamorado de ella? – le pregunté y apuntó a un médico algo mayor – no creo que sea de su agrado – sugerí Puede ser, de todas formas… – sus ojos interrumpieron la conversación, tras divisar los volantes de Virginia ¿Le agrada Virginia? ¿Y a quién no le agradaría semejante mujer? Pero ella está lejos de ser una señorita… Por eso Eugenia, por eso…

Mis hombros se hundieron en la desilusión, después de nuestro vals. A su desinterés se le sumaba Virginia, quien tenía el favor de la tía de Roberto. Eso me quedó claro, durante la celebración, cuando opinó que era una muchacha muy atractiva y encantadora. Estaba en desacuerdo con quienes criticaban su exuberancia; a su parecer Virginia tenía la contextura para hacerlo. -

-

-

Victoria también es muy linda y además es muy educada – acoté Pero es muy calladita, muy tímida, le falta mucho para ser una mujer – refutó la tía de Roberto ¿Y eso qué tiene de malo? Una mujer reservada, es una mujer que dialoga consigo misma. Las personas tímidas se preocupan mucho por los demás, buscan su aprobación, no hacen daño, porque ven más allá de ellos mismos… En eso tiene razón – aprobó doña Enriqueta – Victoria es una señorita, muy medida y muy delicada en su trato. Me agrada, aunque temo no está lista para ser una señora. Para eso, se necesita carácter Eso no lo sabremos hasta que lo sea. Además, qué es el matrimonio, sino delicadeza y paciencia… Veo que tienes un muy buen concepto de Victoria. Ella también de ti – observó la tía de Roberto ¿De mí?, ¿por qué lo dice? – Pregunté con sobresalto. Mi cuerpo brincaba en la intriga y en el fuego de la euforia. Las preguntas se pasaban por mi cabeza en el deseo de saber más y más. La tía de Roberto terminó de saborear el canapé para disponerse a decir lo que sabía, cuando repentinamente, un joven extiende su mano hacia mí con interés de acompañarlo en la siguiente pieza. La tía de Roberto me dio un codazo y me incitó danzar junto al joven. Me quedé con la duda. No supe más de eso y no tuve forma de averiguarlo…

34

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja

A mis propias inquietudes, se le sumó la situación de Victoria. La veía consumiéndose en un amor que la hacía despreciar al resto por su leal consideración. Pensé en ayudar al doctor. Aparentaba ser un buen hombre, capaz de darle la felicidad y situación que merece. Supe que la mascota de Victoria estaba muy enferma y le sugerí que fuera a ayudarle. Él se mostró reacio a atender un animal y, cuando lo hizo, diagnosticó que la criatura no tenía vuelta. Me arrepentí de haberlo llevado; no tuvo el tacto para abordar a una mujer con la sensibilidad de Victoria y solo consiguió acongojarla más por su mascota. La muerte de su felina enmudeció su piano y amaneció un sol mohíno para Victoria. La señora restaba importancia al animal por considerarlo una simple mascota y no quebró ni una de sus ramas por el llanto de su hija. Su amargura me puso una herida en el pecho; limpié su rostro con un pañuelo y la acogí en un abrazo que no se deshizo, sino al verla más tranquila. Aguardé una semana para hablar con ella sobre Roberto. Era necesario dialogar honestamente. Ella podría seguir cultivando una ilusión que solo la llevaría a la derrota. Para qué salir a azotarse con la lluvia, si ya sabía, estropearía su tocado. Las campanadas del mediodía me anunciaron que era preciso salir a la azotea, aunque fuera con la cabeza baja. -

No voy a trabajar más para ellos… no vale la pena. Ya ayudé como más podía… – le comenté con un nudo en la garganta ¿Por qué dices eso? – preguntó curiosa Porque él tiene los ojos puestos en otra señorita y además, un amigo suyo está interesado en ti ¿En quién está interesado? ¡Eso qué importa! No te conviene, por donde lo veas – dije con angustia Eugenia por favor… En…, en Virginia – proferí sin ánimo ¿¡Prefiere a una mujerzuela antes que a mí!? – se ruborizó – qué vergüenza… me imagino que no le has hablado de mí En lo absoluto… ¿Sabe que tengo interés en él? No…, yo no le he dicho nada Me parece bien. No quiero que vuelvas… no, puede ser muy evidente. Quiero que obtengas algo de esa casa ¿Qué cosa? ¡Los vestidos! – exclamó – Esos vestidos que lucía Beatriz eran hermosos. Averigua quién fue la modista – pidió expresiva Fui… fui yo – le respondí, tocándome el corazón – por favor…, no se lo digas a nadie

35

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Se cubrió los labios con dos dedos y murmuró algo que no logré escuchar. Sacó de su baúl un rollito tela algodón nácar para que le hiciera un camisón. Me sonrió melosa y entusiasmada por lo que luciría a medialuna. Decidí volver a casa de doña Enriqueta. Mientras mis pies echaban a andar la máquina de coser, pensaba en los sentimientos de Victoria. No esperaba que su amor fuese tan volátil. Simplemente ya no tenía interés en Roberto por no cumplir con sus exigencias. Definía los bordes con putillas y las mangas con bolillas de encaje. Quería algo plisado, burbujeante, que estallara como una ola cuando diese esa media vuelta frente al espejo. Un camisón recto, no, ¡qué aburrido! ¿una manga farol?, no, mejor una manga volante, con muchos pliegues y cuya línea curva del escote permita deslizarla por debajo del hombro. Cosía con la mente en variadas direcciones. No estaba enamorada, el amor traspasa fronteras y ve con la amplitud. Ay, al fin podría volver a respirar, a disfrutar del aprecio cotidiano que tenía en la casa de la señora, ¡qué diría ella, si viera el camisón que le estoy haciendo a su hija! Del escote, y de la extensión que cubre solo por debajo de la rodilla. Bah, qué habría de importarle si no hay mujer más casera que Victoria. Esa señorita tan bonita, que me hacía recitarle a la luna… Solo el cielo la contempla en su dulce condena que la cuida y la envenena. No hay mujer más bella, ni en el huerto ni en el monte. No la hallarás con ese porte. Pero ella se esconde. No desciende sus galas, perfectamente labradas. No las renta ni por plata, si a alguien no le agrada… Ya terminado el camisón lo guardé en una cajita blanca y se le envié con un pequeño. Si en mis manos estuviese, le habría confeccionado con camisón largo de seda rosa, delicado al tacto. Para mi trabajo, no hubo respuesta. Tampoco consultaría por alguna impresión. Dejé las dudas al rojo vivo y sin ningún desenlace. Si tuviera que responder por mis trasnoches, diría que fue el calor infernal que caldeaba mi cuello el que robó mi descanso. Nada más, solo eso testificaría en mi favor… *** Dejé pasar una semana más en casa de doña Enriqueta. Una tarde de domingo me despedí de ella, mostrando agradecimientos por su acogida, durante todo este tiempo. Fue un día laborioso; lavé, planché, zurcí, bordé. A pasos de la casa, se me vino una inquietud a la mente: “¿Qué has aprendido?” No supe cómo responder en mi interior a esa pregunta, ni tampoco supe hacerlo, cuando la señora me lo preguntó “¿Sabes decir algunas palabras en francés?”, “¿te han enseñado a cantar?”, “¿sabes preparar algún

36

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja platillo?” Me quedé callada, retirada de cualquier argumento: “¡No has aprendido nada! No te enseñaron nada, vienes igual y ¡peor!” Bajé la cabeza dispuesta a aceptar todos los cuestionamientos de la señora. Que era una blandengue, que me dejaba pisotear, que no tenía carácter. Desvié el tema hacia Rosario. La señora leyó unas cartas, en las cuales se describía contenta al lado de su esposo y su nueva familia. Hablamos por horas de ella y de todos sus logros, tanto académicos como sentimentales. La señora estaba orgullosa de su hija y del prometido que había escogido para ella: “Puedo irme con la tranquilidad de que ya armó su vida” Mojé mis labios para saber de Victoria, quien no se hallaba en la casa. Mis palabras pasaron como un ruido sordo por la señora, quien atajó mis dudas con palabras escuetas. Y el desasosiego se zambullía en mis noches. Cierta mañana recibí una carta anónima, vaticinando una tragedia para Victoria. No lo pensé más y fui corriendo hacia el lugar indicado. Las piernas me flaqueaban, incidiendo en mi buen andar. Entonces, me apoyé sobre mis rodillas jadeante y volví con paso firme. Forcé mi ritmo, tragando enormes cantidades de aire en cada inhalación. Tenía que aparecer lo antes posible, no era cualquier asunto. El organismo cobró mis abusos al llegar a puerto a través de la tirantez y calor febril. En retribución, no encontré más que a Virginia con sus amigas, riéndose de mí a su antojo por ser amiga de Victoria. Les era particularmente graciosa la confección simplona de mi vestido, que para colmo, estaba salpicado en barro. “Ustedes me dan más vergüenza, dicen apoyar a la mujer y se ríen de una en cuanto pueden”. Me fui llena de disgusto. A dos pasos, mi garganta reseca me provocó un terrible escozor que culminó con un carraspeo aparatoso, atacándome por todo el camino. Tenía las mejillas hinchadas por las muelas que me dolían terriblemente. Mi corazón se acalambraba cada vez que respiraba y exigía que cubriera mi pecho del frío. Ya más repuesta, medité sobre mí misma. Yo no tenía un vestido de mañana y solo usaba un traje recto color gris. La señora trabajó en mis costumbres, logrando apenas hacerme cambiar de traje a mediodía. Fue un desastre, ese día fue un completo desastre. Estaba tan molesta que obtuve unas telas por medio de letras. Me confeccioné un vestido, el más lindo que pudiera imaginar. Y por la noche, cuando una tía de Victoria estuvo de paso, lo lucí con una elegancia magna. La señora, al verme salir con el vestido de la habitación, me prestó algunas de sus joyas y me retocó el cabello, dejándome como una propuesta luminosa y decidida. La tía de Victoria supuso que yo era su sobrina y me presentaba a todos como tal. Virginia y sus amigas ardían en rabia frente a mi soberbia, más aun al escucharme brindar por la presencia de la tía en la casa. Estaba empoderada de la noche, la cual disfrutaba a mi lado de las imágenes dispares que mis adversarias luchaban por imponer.

37

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Todo fue de maravillas hasta el día siguiente, cuando Victoria regresó de su viaje. Le comenté todo lo ocurrido con Virginia, además de mi presentación en la fiesta. Fue en ese instante, cuando ella comenzó a hacerme preguntas por el vestido. Interrumpía mis relatos, interrogando por las telas y las joyas. Incluso llegué a mostrarle las letras. Pese a todo, se fue inquieta y molesta de mi lado. La puesta en escena era una agresiva confusión. No comprendía en lo absoluto lo que estaba ocurriendo. Finalmente, las muchachas me explicaron que unas telas, obsequiadas por la tía Cristina, habían desaparecido de su recámara y hasta la fecha, nadie había podido recuperarlas. Fui hasta su descanso para aclarar todo sin ningún resultado. Me volví vulnerable. No podía hablar con todas las lágrimas que tenía adentro. Ella no me creía, no me creía nada e inquiría en mi contra. Le pregunté por las telas, iba a reponerlas como fuera, mas ella sin mayor diligencia, expiró: “No sé qué telas eran, tú debes saberlo mejor que yo”. Una de las muchachas me dio la dirección de la tía Cristina para enviarle un telegrama, consultando discretamente por su obsequio. A los pocos días, tuve respuesta y fui nuevamente adonde el vendedor de telas para conseguirlas. No me parecieron de buena calidad, así que fui a una tienda, en realidad recorrí muchas tiendas, pero en todas levantaba piedras. Resignada me ajusté a recio telegrama que cruzaba los brazos al garbo: “Popelina, color bermellón con líneas marfil; el otro, lino, brocado marrón con negro”. Fui energética a su velador para dejar la dádiva junto con el telegrama. No había más que hacer. Dejé un rayo de luz descansando en mi cama para observar su llegada desde la puerta. “Tic tac” hizo un reloj a lo lejos, cuando escuché sus tacones en dirección a su madre para preguntar con benevolencia por su presente. La señora pasó la mano ligera y respondió con una afirmativa asombrada por la calidad de los hilos. “¿Sabes qué le pasa a Eugenia?, lleva tiempo decaída, come poco y no quiere salir de su habitación”, agregó tras una breve pausa. Victoria ya más templada fue verme. Corrí a lanzarme hacia la cama y me cubrí con las sábanas. No tenía ganas de hablar con ella. “Eugenia te ves horrible” le escuché decir, mientras acariciaba las partes más vivarachas de mi espalda. “Eugenia no seas tonta, vamos a dar un paseo, podríamos comprar unas galletitas”. No quería decirle nada, pero comenzó a zarandearme y a convencerme con eso de las galletas, que está en conocimiento, son mis favoritas. Acabé aceptando su oferta y como ya era de esperarse, me llevaría a su tocador para volver a rizar mi cabello, hacerle un gran moño y esta vez, colocarme un enorme sombrero de terciopelo negro, adornado con plumas blancas y rosas de seda fina. Llevó consigo un bolso de mano y con eso nos subimos al auto. Recorrimos por un paseo rodeado de palmeras. Yo no dejaba de pensar en las galletitas. Cuando llegamos a la confitería, el aroma de los chocolates y de los dulces levantó mi apetito y no pude esperar hasta llegar a la casa para sacar una que otra galleta del bolsito que Victoria me regaló.

38

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja En nuestro paseo, nos acercamos a la casa abandonada, donde las señoritas se reunían en debate. Victoria cambió su forma amena a un silencio plomo. Prestaba atención a mi diálogo solo por cortesía, atendiendo a la superficie de la conversación. Uno de sus oídos dirigía su interés un follaje lejano y endurecía su rostro por momentos, ¿qué estaría pensando? Tras un hondo suspiró me dijo: “espera” y fue hacia una columna marmolada, en la cual se elevó unos centímetros. Me pidió su sombrilla para limpiar la vista de los rosales, encontrando a la agrupación de mujeres en el desarrollo de una asamblea. “Se reunieron y no me invitaron… ¡invitaron a Virginia y a mí no!” Se preparó para una afrenta que impedí tomándola del brazo. Al retorno, Victoria corrió hacia su recámara y se encerró dando un portazo. Su amiga, esa señorita lóbrega, la estaba esperando en el recibidor. Al ver la escena, afiló la lengua para exigir explicaciones: -

¿Qué fue lo que pasó? , ¿qué le hiciste a mi amiga? Nada… fue solo un… que ella le explique, es su mejor amiga – cambié de parecer ¡Habla! – me apretó más del brazo a lo que yo respondí zafándome Si su amiga no le tiene confianza, no es mi problema. Permiso…

La señora no perdió la naturalidad, frente a los portazos y al encierro de su hija. Desde la recámara de Victoria, se dejó escuchar un objeto siendo estrellado contra la pared. Me levanté asustada. La señora en cambio, no quitaba los ojos de sus palillos y solo se dedicó a su hija para decir: -

Ella es tan inteligente e inmadura a la vez. Su padre la quiso mucho, la cuidó y eso lo hace un gran hombre. Lamentablemente, siempre fue celoso de ella, la consentía en todo y a ahí tienes los resultados…

Si bien es cierto, Victoria es una señorita caprichosa, tenía una angustia muy grande. Se veía enfrentada a la deslealtad de las que eran sus amigas y debía reponerse a esa frustración para definir sus pasos y garantizarse la victoria. Sé que lo hará y que les dejará en claro que ella fue, es y será la génesis de lo que pretende ser la obra más emblemática de estos tiempos. *** Victoria ya no estaba siendo convocada a las reuniones y en su lugar, Virginia encabezaba la agrupación de mujeres. Mi señorita leía con los ojos cárdenos y las enaguas cubiertas de nieve, páginas de tierra seca. En parte, entendía el molde de sus frustraciones; el cambio de perspectiva favorecía plenamente a su enemiga, sobre todo en dominios de crucial importancia. Virginia manejaba los negocios de su tío, dirigía el movimiento, era la preferida de Roberto y, le quitaba originalidad, además de vulgarizar su estilo, imitándola en el vestir. Era tan explícita la competencia que, cuando Victoria mostró ligeramente el tobillo, Virginia fue más lejos acortando su vestido.

39

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Aunque a simple vista no se traten más que de frugalidades, sé que ni la miel endulza la tristeza amargura de ser superado. En cierta medida, todo lo que ha hecho Virginia la ha llevado a tener el puesto de Victoria. Es vista como una mujer rebelde y llama la atención con su escandaloso maquillaje. Representa una cultura revolucionaria en un mundo que ofrece todo lo contrario. Pese a todo, Victoria se eleva más arriba de las nubes. Virginia se jacta de haber sido la protagonista de grandes controversias, cuyos resultados jamás dejarán a Victoria en un segundo plano, pues ella se alimenta de cambios más profundos. Ella ha dado vuelta el mundo, me ha amado y ninguna de las señoritas que está en esas reuniones se atrevería a hacerlo, porque ninguna de ellas tiene nuestras frustraciones. Somos, dos almas unidas por el mismo llanto. Ella no encuentra varón que cumpla con sus exigencias y yo, soy una mujer tocada por un hombre. Por eso y mucho más, nos amamos y bajo este cielo nadie puede detenernos. No sé exactamente cómo me acerqué a ella, ni en qué momento me gané su confianza. Recuerdo que una tarde llegó muy cansada, se colgó a mi cuello y me pidió que la llevara a su habitación. Lo hice y la dejé en la cama, pero se aferró a mí con la intención de que me quedara. Permanecí por mucho tiempo recostada con ella. Victoria tosía incesantemente, mientras mi cuerpo, medroso y a la vez en desenfreno, la recibía en un abrazo, donde permití a mis manos desabrochar su vestido y soltar su corsé para dejar al descubierto su espalda tibia y acabada. Con una naturalidad irracional, hundí mis dedos en su cintura y eso fue el inicio de una historia secreta que deseo no termine jamás. Siempre he tenido los pies sobre la tierra y esta vez no es la excepción. Tengo claro que esto no dará para mucho. A pesar de eso, su buen trato me está conquistando. Cada vez que está feliz por algo, se acerca para darme un beso efusivo, se queda mirándome o me aprieta en un abrazo. Correspondo a su cariño, con el calor de mis besos, la fuerza de mis abrazos y el amor insensato que echo afuera con mis palabras. Trato de ser detallista. Le preparo pasteles o confecciono vestidos con telas que me parecen finas. A ella le agradó que hiciera diferentes pasteles y que los uniera, dando la imagen de una torta. Esto que está pasando me hace sentir la tibieza de los rayos del sol primaverales y me ayuda a amanecer con buen ánimo. Hice unas carpetas para los sillones y hasta me he ido a visitar a Bernardita para jugar un rato con ella. Les he dicho a todos que estoy muy contenta porque logré pagar todas las letras. La señora me recomendó que ahorrara en el banco todo el dinero que ganara, haciendo vestidos o cocinando pasteles. La idea de tener mis ahorros está comenzando a llamar mi atención. No soy de muchos gastos personales, en realidad solo me interesa estar bien con Victoria.

40

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja La señora piensa que intento ser amiga de su hija a través de halagos y presentes. Sobre esa creencia, se yerguen los espacios íntimos para compartir, donde nuestro amor se acentúa con el eco de sus suspiros en mi boca, los latidos de mi corazón y su cuerpo bajo el mío. Entre besos, ilustra espléndidos parajes que jamás he imaginado puedan existir. Me veo junto a ella tras el vidrio del tocador y me parece estar frente a la pintura más bella. Su nostalgia por París junto con la lejanía por los negocios de su padre, pedían más de mis abrazos y de mis palabras. Estar a su lado, es mi momento predilecto y la composición más resonante del día. Todo su cuerpo es en extremo hilarante y dinámico. La acompaño en sus fantasías, donde saca la ropa de su propio padre para que yo las use. Le confecciono trajes parisinos que, si la señora los viera, caería del espanto. La pasamos tan bien juntas. De cuando en cuando, nos escapábamos para ir a pescar, pero no podíamos mantenernos en silencio. Teníamos mucho que decirnos. Rodeaba su estrecha cintura con mis brazos y besaba su cuello. Toda la semana, planeaba algo ameno para las dos que nos viera libres de las normas de la casa. Y es que, estando solas lo negro es moreno y no sobrecoge nuestro disfrute. En cambio allí, encerradas, todo es tan limitado y sujeto a reprimendas. De nada se podía disfrutar, ni siquiera del arte. La señora nos impedía leer un libro que no vieran sus ojos o ir al teatro sin su presencia. Si alguna escena no era de su agrado, nos hacía gestos con la sombrilla para que abandonáramos la sala, dejándonos con gusto a poco. Esa casa, fresca y florida era el lecho de muchos naufragios. Y no eran las rejas las culpables, ni siquiera los arquitectos, sino quienes descansaban en ella. Victoria, la maestra que merecería todo pupilo, jamás ha podido ejercer su profesión, pues su madre considera no es digno de una mujer trabajar por más noble que sea el oficio. Yo la veo con una llama pálida en sus ojos, pues todo aquel que trabaja en las aulas, mora en la gloria por más fracasos y angustias que lleve en los hombros. Cada vez, sé algo nuevo de Victoria. Estamos en un constante conocimiento. He descubierto que tiene nociones erradas sobre sí misma. Yo desde afuera la veía poderosa, pero ella no sabía que tenía un cetro entre sus manos y que nadie podría derribar su belleza. Cuando estaba frente a otras personas era callada y se replegaba sobre sí misma. Podía sentir su cuerpo tenso, cuando pronunciaba una palabra, como si tuviera miedo al fracaso. Me confidenció que pensaba, yo era la única mujer que le tenía aprecio. Más que aprecio, siento que los espectadores valoramos cosas distintas. Le di a entender que las personas preferían la seguridad y la expresión bulliciosa, en cambio yo, optaba por el silencio y el misterio. El alma no necesita hablar para emanar su dulzura y si bien era segmentada por su retraimiento, nadie hacía nada para liberar su corazón. Solo esperaban su belleza, como si fuera una mercancía, como si ella tuviera que ofrecerse al gusto de los demás, ¿y ellos? Solo se paraban frente a ella en silencio, sin proferir media palabra. Quien espera que el cielo caiga en sus manos, so pena de tonto.

41

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja A ella solo le faltaba levantar los hombros y hablar con autoridad. Ella era la artista, los demás no tenían por qué firmar sus obras. Si pudiera entender eso, entonces se encumbraría por sobre el resto. Quizá ni siquiera estaría conmigo… *** Extrañamente, llegó correo para mí. Yo nunca recibo correspondencia. Con las manos temblorosas, abrí la carta y me dispuse a leer el mensaje. Cada línea me agitaba el corazón. Era una carta sin remitente que, por su contenido, correspondía a la agrupación de mujeres, quienes me invitaban a participar en su grupo. Ellas destacaban mi labor como mujer trabajadora y mi estilo poco convencional en el vestir. Honraban mi calidad de independiente y prometían grandes cambios para nosotras las mujeres. Mis manos agitadas arrugaban el papel con cada frase que aparecía frente a mis ojos. Me resultaba maravillosa la agrupación de mujeres… ser parte de ellas me ennoblecía y contribuir a su causa me era simplemente un placer. Sin embargo, mi lucero se ahoga, cuando aparece Victoria. Ella fue la fundadora de ese movimiento. Decidí consultarlo con ella, no solo por su vínculo con la agrupación, sino también por respeto a lo nuestro. En toda nuestra conversación, hubo algo en sus labios que me hirió levemente. Sus palabras, quizá arrancadas de la herida, lucían como una incitación deliberada: “¿Y te eligieron a ti?, ¿cómo fue posible? Ellas pretenden burlarse de mí, por algo te escogieron, de otro modo no me explico”. Tal vez me estoy volviendo algo sensible, pero creo, subestima mis capacidades. Siento que la convocatoria no fue un despropósito, sino una valoración a lo que soy como mujer. Y no es por ser arrogante, es solo que mis tiempos están puestos en otros esfuerzos y ellas no lo han pasado por alto. Victoria dejó la decisión en mis manos. Debía consensuar entre mis deseos y sus angustias. Lo decidí en una exhalación: me negaría. No lo discutimos más, cada una se fue a su alcoba, resoplando su propio azufre. Por un lado, ella estaba molesta por la noticia y yo, algo resentida por el menosprecio con que fui catalogada. Con el pasar de las horas, la nostalgia disparó a aquel conflicto y se encaramó en lo alto de mis prioridades para decirme que me hacía falta. No me gusta estar así, quiero que termine pronto, esto es perder el tiempo. Cómo puede seguir de esta manera, si yo solo pienso en estar a su lado. Es tan cruel; se pone tan bonita y a tantos pasos de distancia. Solo me permite mirarla a lo lejos. En qué le he fallado, si la quiero tanto… *** He pasado toda la semana inserta en el desgano. Son esos días en que no deseo más que estar tumbada en la cama. Abrazo una plancha caliente, envuelta en un pañuelo para apaciguar mis piernas entumecidas y el dolor en el bajo vientre. Un enorme barro

42

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja latía por mi barbilla y se agigantaba cada vez que me proponía deshacerme de él. Me había estropeado tanto en tan solo un día… La señora me fue a ver para conversar un rato conmigo sobre caballeros. Está interesada en que conozca un buen partido para formar familia. “Más que un joven bien parecido, debe ser un hombre de buen carácter. Al principio son todas virtudes y maravillas, pero a la menor discusión se deja al descubierto el verdadero amor hacia el otro. Un buen esposo jamás lastimará a su mujer, ni la ofenderá, porque eso no está en su corazón”. Su enseñanza rondó por mi cabeza y fue el arrimo para dialogar con Victoria. Ya no quería seguir disgustada con ella por algo tan menor. Le llevé unas cuantas frutillas y le preparé un merengue como a ella le gusta. Victoria volvía sobre lo mismo y me reiteraba mi derecho a elegir, el cual violentaba con su molestia, cuando pretendía tener una conversación cordial. Se negó a hablar directamente; me imagino pondría sobre la mesa sus yagas. Privilegié mis inquietudes; no sabía qué imagen tenía de mí y ya me estaba sintiendo poca cosa. Para mí, era importante su opinión, conocernos y fortalecer nuestra amistad, incluso sobre mis derechos como mujer. Creo que erré en lo último y me gané una completa reprobación de su parte. Me di por vencida. No estaba logrando más que empeorar las cosas con cada palabra. Volví a la recámara pensando en la raíz de su molestia. Repasaba mis intervenciones, analizaba los acontecimientos y no hallé más que un grácil agravio: La agrupación de mujeres y su exclusión del grupo. Yo tenía la bendición de sus integrantes; recibí la carta y la pipa de porcelana, como obsequio de mi iniciación. Siendo así, cómo me acercaba a ella… cómo… Ya a estas alturas evitaba cualquier encuentro conmigo por menor que fuese. Decidí agotar la última instancia, tomando una cuartilla para redactar un mensaje, informando que iría mañana mismo a visitar a las señoritas para comunicarles mi negativa. A los minutos, un sobre se deslizó por mi puerta. “Te espero en mi recámara, ven cuando no haya ninguna luz en la casa”. Pasada la medianoche, todavía escuchaba los pasos de las muchachas moviéndose de un lado a otro. Apagué todas las luces y solo me dejé iluminar por una vela. Ya muy entrada la noche, fui a la recámara de Victoria, donde la encontré dormida. Bajo la luz tenue de una vela, toqué su cara y dejé mis labios en su cuello hasta que despertó y me recibió con un beso. Me recosté en la cama junto a ella; a las dos nos agradaba hablar así. -

Diles que sí. Quiero que me mantengas informada ¿No vas a volver? No, fui reemplazada, no volvería con otro trato, menos con esa mujer…

43

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

-

¿Ellas saben que somos amigas? ¡No! Tú no eres de mi agrado ¿Les has hablado mal de mí? No es para tanto… mira, mi prima Rosa va a venir por unos días. Ella pertenece a la agrupación, no puede vernos juntas… es mejor que nos comuniquemos por cartas Pero… no sé…

Victoria dispuso su cuerpo para mí, encerrando mis preguntas en un laberinto sin salida. Mi piel se adosó a la suya en el testimonio más explícito de amor hacia ella ¿Pueden dos cuerpos del mismo género encajar?, yo pienso que sí. Y no es lo mismo besar a una mujer que a un hombre, pues con las primeras es como besar una rosa. Mi cuerpo explota en placer, cuando recuerdo la humedad caliente de su boca, su torso de seda abullonado y su intimidad aprisionada entre sus piernas. No hay que buscar más significados, el amor no es fruto de la caridad, no necesito de la aprobación de nadie; mientras mi carne siga caliente y la sangre corra por mis venas voy a seguir haciéndolo. Yo la amo y la amé toda esa noche de la única forma que sabía. Su rostro a la luz era efímero e imperecedero, se reflejaría en todo lo que durara mi vida. Ya ha dejado una huella en mí; ha sido la primera en hacerme soñar, amar y por qué no decirlo, llorar. Desconozco las fronteras del amor, pero hasta ahora no creo pueda amar a una mujer, más que esto. Estoy muy feliz, infinitamente feliz… *** No me gusta esto de las cartas; distrae mi sosiego, petrifica mi cautela. Todos los días, emborrono cuartillas hasta conseguir un mensaje ambiguo que dé cuenta de mi discrepancia y de mi amor a la vez. Abro ligeramente la puerta sin más que un airecillo tocándome y vuelvo a cerrarla desairada. Simulo estar leyendo un libro en la cama, como si nada me importara, mientras que me calcino en deseos por ver una carta deslizándose por mi puerta. Todo se está convirtiendo en una batalla perdida. La agrupación no es más que una junta de reclamos. Las mujeres solo asisten por un pañuelo de lágrimas para desembarcar sus problemas domésticos, que son atendidos por Virginia, quien profiere frases en contra de los hombres. Les he propuesto tomar el timón hacia la vida que ellas anhelan, sin embargo se aletargan en las rocas y pretextos que solo sirven para conservar lo que critican. Acabo levantándome de la silla de mimbre con la sensación de no haber logrado nada. Ni siquiera una propuesta frente al uso de las bicicletas.

44

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja No tengo más acontecimiento para Victoria que el humo de una pipa. Esas mujeres ya me tienen hastiada. Me di la atribución de no asistir a una de sus reuniones y cuando recriminaron mi falta, derramé toda la bilis en su contra. Llegué a levantar mi vestido para restregarles lo que significa la libertad. Virginia me recriminaba con oraciones insustanciales que solo daban cuenta de su ligereza intelectual. Madrugué la rabia y precipité la palma de mi mano contra su mejilla. No era la más apropiada para criticarme. La actitud de Virginia fue de lo más anómala. Afluía mansa y con frases bien hechas, en un arreglo de “aquí no ocurre nada”. Frente a mis justificaciones solo respondió: “No hay problema. Ya estamos a mano”. Me imagino que reconoce el equívoco al humillarme frente a sus amigas por ser simpatizante de Victoria. Me retiraría de la agrupación, mas no puedo. Hay muchos cambios que pretendo para mi género. Sobre todo uno y muy importante: poder ser una posibilidad para Victoria. Al finalizar la reunión, me apresuré a casa para volver antes que Rosa. Victoria se hacía extrañar con talento y no me daba calma recapitular el pasado. Llegué jadeante al recibidor, donde siempre interrumpía sus bordados con mis asaltos. Sin embargo, Rosa como siempre, apareció de las primeras para robarme mis tiempos junto a ella. No puedo tenerla, no puedo sentirla, ni apropiarme de ella, pues cuando no es Rosa, es su amiga, esa presumida de cabellos castaños, quien está junto a ella. Estoy llegando a aborrecer a esa señorita. Hoy mismo, manifestó la intención de dormir con Victoria en la misma cama, en lugar de acomodarse en la habitación de huéspedes. Recolecté todo el amargor de escuchar a su amiga para luego caer sobre Victoria con tono enérgico. Dormir con ella no se trataba de un simple arreglo y sería capaz de jalarle los cabellos por toda la casa, si la sorprendía sobre la que una vez fue mi almohada. Victoria alargó su mirada pálida frente a mí, para luego comentar estupefacta: “Se viene un temporal, voy a traer una pañoleta”. Se fue liviana y sin hacer ruido en el parquet. No me imputó ninguna culpa, solo apareció con su traje de dormir por mi cama y se recostó a mi lado. Habló de su huésped con zalamerías que yo ignoraba, acomodando las sábanas. Le resté importancia en principio; al poco andar, logró desterrar mi apatía, engañándola con infusiones amargas que rasparon mi garganta. El ruido interrumpió a la calma. La lluvia discutía con los árboles, quienes se burlaban de ella meciendo sus ramas. Victoria abría ventanas para que viera el peligro. Lo conseguía con prisa y allí me tenía exaltada sirviendo a su voluntad con mis celos desmedidos. Le repetía que era mía, mientras ella, como un pan dulce se disolvía en mi boca y me entregaba sus más deliciosos sabores. Ella desbordaba su amor hacia mí y se colgaba a mi cuello, amedrentaba por la voz del aguacero que no veía fin. Su pasión por mis celos hacía circular por mi camisa los más memoriosos besos. Y yo los perpetuaba con mi aliento.

45

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja El ayuno no es bueno, si de respeto se trata. Y hemos tenido muchas diferencias. Sin embargo, la prefiero arisca a desconocida. Y es que subsisto gracias a este amor sin el cual mi vida sería tan desabrida… Qué otra pasión más briosa puedo encontrar, si todo lo que puedo vivir me encantaría pasarlo junto a ella. La quiero y solo me queda la esperanza de que ella pueda sentir lo mismo… *** Victoria discutió con su amiga. No es necesario haber sido testigo ocular para darse cuenta de la discrepancia. Cuando se cruzan, la vanidad exige rencor a Victoria, quien corre la mirada o simplemente saluda y sigue con su rumbo. Su rival hace lo suyo, conversando con esa señorita e invitándola a cenar. Ya hasta se hacen presentes, lo cual ha sido interpretado por Victoria como una traición y se muestra cada día más rígida con la que fue su amiga, quien por cierto, la ha buscado para conversar. Sería más fácil hablar directamente con ella. Pero no lo hace. Su cuerpo es perturbador y cuando pretende reclamar algo, la rompe en llanto o le remece el corazón. Sus manos tiemblan y sus dientes castañean. No es cobarde, pero su sal es rosada y tiene lavanda; en lugar de ser abrasiva, suaviza. Ella es de trato dócil y sutil; está enfrentada a un mundo, donde todos “deben tener carácter”. Eso me da tanta risa. Es como pedirle al bosque que se quede sin rosas o exigirle al corzo que afile sus dientes para comer aquello que no lo alimenta. Y yo, sería muy desdichada si perdiese esa azúcar; no podría pasar una noche sin luna, ni un sueño sin sábanas. Es, esa dulzura la que vitaliza mi corazón y me empuja a despertar cada día. Ella es mucho para mí. De todas las mujeres, es la más amada. Pero ella se deteriora, comparándose con las demás señoritas. No sé por qué, si es tanto o más bella que el resto. Piensa que sus pares van un paso más adelante, siendo que van al mismo ritmo. No comprendo por qué les otorga tanta importancia a los otros y no piensa en ella misma… Se irrita tardes enteras por su archirrival, quien golpea su mejilla con cada niñería sin importancia que realiza. “Me imita en todo, ¡es una tonta infeliz!”, se queja con el ánimo descompuesto. Le he dicho que ignore esos desafíos. Un caballo inglés no se prepara para competir en calles de rocín. Para su propio pesar, es muy perceptiva y se quita el sombrero, cuando se anuncia un ataque. En el fondo, su rival es una niña consentida y que además, le fascina destacarse con atuendos rimbombantes. Se le ve desentonada, vestida de fiesta en un almuerzo pasado el mediodía. Una vez, me preguntó por su falda color esmeralda. “Sí, te queda muy bien”, fue mi comentario para ganarme el repudio de Victoria.

46

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja No debería darle tanta importancia a su enemiga. Hay algo muy hermoso que Victoria anida en su corazón y la separa de Virginia. Es su amor por las criaturas que no comprenden el mundo de los hombres. Ella ampara a los animales sin importar su linaje. Derrama lágrimas, cuando ve a una tórtola desfallecer y corre a saciar la sed de los cachorros lánguidos por el sofocante calor. Hay mucha caridad en su corazón. Su rival en cambio, solo piensa en lucir abrigos de armiño, como si la naturaleza debiese ser torturada para la dicha del hombre. Victoria les dedica más tiempo a los felinos que a las personas. Pero no me pongo celosa. Más vale un amor irracional sincero que uno controlado por los intereses… *** Después del desayuno, Victoria se alistó para salir al centro. Retocaba sus cabellos frente al espejo, mientras nos daba aviso a Rosa y a mí que iría de compras al centro. Se granjeó mi admiración con su falda drapeada, decorada con lentejuelas. Lucía tan bella que hasta el tronco más corpulento se derrumbaría al filo penetrante de su mirada. Pensé en el traje que podría usar para salir con ella. Ya con todo listo en mi cabeza, le propuse caminar juntas. No obstante las cosas no salieron como esperaba. “Si quieres te acompaño”, salió de mi boca para que Rosa interviniera, diciendo que su prima debía aprender a ser más independiente, considerando que ni sus padres ni sus amigos eran inmutables. Más temprano que tarde debía aprender a manejar su vida por sí sola. Victoria la miró agraviada y sin decir más que la soledad, dio la vuelta y se fue, cerrando la puerta de golpe. Molesta me levanté del asiento para decir con desgano: -

Rosita, yo quería ir Entonces, vaya, apúrese vaya

Me hundí asiento, revuelta en coraje. No cedería a su voluntad, solo que hacerla sentir menos culpable. Permanecí, dando vueltas por el vergel sin hacer más que contemplar las enredaderas y oler las orquídeas. Daba vida a mis mejillas con el tinte de las rosas y recogía pétalos perfumados para depositarlos en mis bolsillos. El arrebol regresó antes que Victoria con unos rayos de sol pálidos. Escuché desde afuera, las voces de unos niños correteando. Eran la distensión de los árboles y el abrigo de la corteza el tálamo adorado del letargo. Pasado unas horas, Victoria estuvo de vuelta, cansada y con una pila de cajas en uno de sus brazos. Rosa la justificaba frente a la señora, quien lejos de coincidir, redactó una carta a los padres de Rosa, informando de su “educación licenciosa”. Rosa echó afuera todos sus ideales revolucionarios que por un momento, me hicieron temer por la agrupación. “De dónde saca esas ideas, ¿sabías algo? Espero que tú no pienses lo mismo”, me interrogó la señora toda la tarde.

47

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Los comentarios sañudos de Rosa no hicieron más que empeorar la situación. Inconvenientes de esa naturaleza, solo me alejan de Victoria. Yo maldigo todas estas murallas. Otra vez, desmantelan mis veladas románticas… Por qué… otras personas me la prestan y me la quitan… *** Acordamos en la agrupación, pasear una mañana de domingo en bicicletas con un vestido un poco más corto de lo habitual. Pedaleamos por el parque, ganándonos el desprecio de las señoras más pacatas, quienes no vacilaron en gritarnos todo tipo de cosas. Norma enredó su vestido en el pedal y descaradamente levantó su falda para liberarse del escollo. Ese gesto nos costó ser tachadas de “inmorales” por los transeúntes y despojadas por la fuerza policial de nuestros vehículos. Fuimos multadas y no nos dejaron en libertad hasta que un familiar viniese por nosotras. La señora me reprendió con dureza y me prohibió salir de mi habitación por días. Me encomendó tareas laboriosas en la casa, de las que solo un mes más tarde, me indultó para permitirme salir bajo su consentimiento. Pese a todas las privaciones, las agradezco, pues sin quererlo me acercaron más a Victoria. La señora, preocupada por mis ideas, le pidió a su hija que me buscara con el fin de hacerme reconsiderar las cosas y así lo hizo. Con Victoria, hablamos en privado del movimiento y se rió mucho con la anécdota de las bicicletas. Me preguntaba por Virginia y las demás muchachas, lo cual no me interesaba relatar en detalle. De no ser por su entusiasmo, habría dejado la conversación para conquistarla con los más finos besos. Ya sin poder contener más los gritos de mi amor, pronuncié: -

No quiero participar más en la agrupación No puedes, ¿por qué? ¡Porque me tiene lejos de ti! Fue una promesa ¿El despreciarme también? Yo no te desprecio…, he respondido tus cartas Una que otra. Ya no tengo tu cariño ni tu cercanía… ¿Es lo único que esperas de una relación? Es lo único que separa el romance de la amistad… Victoria yo…, yo soy lo que tú quieras, pero con el corazón de una enamorada, antes que el de una amiga

Impetuosa como una amante a medianoche, llegué a terrenos poéticos y sin reputación. Ella respondió a mis besos con la misma densidad de mis inagotables deseos. Ese momento que me regaló la vida, me tuvo oscilando entre la fantasía y la ilusión toda la semana. La esperanza de reunirnos otra vez, llenó el vacío que me tenía atrapado el espíritu, desde hace mucho.

48

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Después del tálamo, esperé se anticipara una mayor cercanía entre las dos. Tenía toda la disposición para renovar nuestra relación. Haría funcionar esto nuevamente. Victoria me llamó por carta a medianoche. Intenté ser delicada y detallista en todo. Me presenté con preguntas sobre su ánimo, su día. Le regalé unos prendedores de plata que fueron de su agrado. Fui sutil con mi efusividad. Preferí la ternura a la pasión. Acariciaba sus mejillas, besaba sus manos, dejaba que se apoyara en mí. Le expresé mi incondicionalidad y mi amor con palabras en su oído. Fueron semanas encantadoras, donde el amor volvía a fluir con normalidad. Sin embargo, poco a poco postergó respuestas y me dejó hablando sola con el papel y la tinta. Medité sobre el tenor de mi puño, sobre el énfasis de mis filigranas, distinguiendo una cuota de narcisismo clásico. Comencé a ponerla en el centro, a referirla en todas mis inquietudes en lugar de mis sentimientos, pues terminada la cuenta, quería escucharla a ella para conocer cómo se elaboraba mi fantasía. Leía sus cartas y las releía mil veces, centrando mi atención en los “te quiero”, “he pensado mucho en ti”, “eres maravillosa”. Figuraba su candor extendiendo sus brazos para abrazarla en la más ardiente quimera. Qué delicia era esa mujer de busto suave y voluminoso… Este amor a la distancia ha sido un verdadero reto a mi cordura y a la necesidad gigantesca por tenerla en mis brazos. No puedo echar afuera todos mis sentimientos, pues rompería la armonía de un lazo que está recién comenzando. Debo ser sobria y aterrizada en lugar de flotar en los colores de mis deseos. Si no consigo eso, me lamentaré por mucho tiempo. *** Virginia me invitó a la celebración de su compromiso. Mi atención no se esmeró en detalles; solo recibí la tarjeta sin detenerme en los desposados. No asistiría, fue lo que escribí a Victoria. Sin embargo, ella no tardó en armar un castillo al verme probándome un vestido que la señora me había regalado. Ignoro cuánto tiempo estuvo allí; simplemente entró a mi recámara y se quedó mirándome desde el umbral hasta que su imagen se reflejó en el espejo del tocador. Se enfadó conmigo y por más que le insistí, no creyó en mis verdades. Sus gruesas palabras no dejaron ningún ángulo libre para rebatir y no quedó más que enmudecer ante la tormenta. Otra vez nos encontrábamos distanciadas. Di rienda suelta a sus reacciones de niñita y me culpaba por no haber puesto un freno a mi subordinación. Y es que no puedo. No puedo ser dura con ella, temo que se vaya y sin quererlo busco su complacencia. No tuve respuesta suya en meses y sacié mi ansiedad con sus cartas con sabor a miel. Le escribía a pesar de sus miradas frías y su indiferencia. Ella marcaba distancia,

49

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja apoyándose con el codo en la mesa para cubrir su rostro o volviéndose hacia otras personas. Apenas me saludaba para después darme la espalda e ignorarme. Ella se desprendía de mí con violencia, como quien aplasta una hoja seca con su mano. No sé si es mi corazón lo que ha roto o si es simplemente la ventisca que pasó por mi pecho. Me entristecen esos arranques infantiles, aunque demuestre lo contrario. Mi indiferencia artificial la lleva a reinventarse en fórmulas que solo desdibujan más mi buen ánimo. Tomé la determinación de asistir al compromiso de Virginia solo para incomodar a mi Victoria. Para mi disgusto, me llevé al asombro, comenzando por el prometido, Roberto. En cuanto Victoria se entere, se erguirán las horas insatisfactorias por el atropello que conlleva la predilección por su contraria. Yendo a otro asunto, me resultó extraño el descarte de la señora en la ceremonia. En vez de su apellido, solo me invitaron a mí. Impulsé la intriga, preguntándole a la novia por Victoria, cuyo nombre me trajo más de una nueva. -

-

Me extraña que preguntes por ella, después de lo que anda diciendo de ti…– inquirió Virginia Nosotras sabemos que no es cierto y por eso, tomamos la decisión de no llamarla más a nuestras reuniones – acompañó Paula ¿A qué se refieren?, ¿qué habló de mi? Dijo que tú eras… una mujer… desviada, rara por decirlo menos – concluyó Josefina denotando desprecio Dijo que eras lesbiana – aclaró Virginia ¿Lesbiana? No entiendo… Que en lugar de esperar a un hombre, buscabas a una mujer, Eugenia. Nosotras sabemos que eso no es así y que eres una mujer independiente. Ella nunca nos trajo pruebas y nosotras no podemos aceptar una acusación en contra de las nuestras así, sin evidencias… ¿Desde cuándo dice eso de mí…? – pregunté con tono exánime Desde que llegaste, Eugenia…

A mitad de un brindis, corrí hacia la casa, golpeé la puerta de Victoria, exigiendo una discusión. Su obstinada indiferencia me llevó a trepar por el avellano hasta alcanzar la ventana e irrumpir de golpe. Al verme, agitada y incolora exclamó: -

¡Qué haces! No puedes entrar de esa manera… ¡casi me matas del susto! Tenemos que hablar… – exigí, cogiéndole la muñeca No es momento… – dijo tocándose el pecho Así que se trataba de eso. Querías comprobar mi gusto por las mujeres. Pues bien, ya lo comprobaste. Puedes volver a la agrupación. Tienes mis cartas, mis detalles y si quieres, por voluntad propia se los digo a todos, si eso te pone contenta…

50

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

-

Eugenia no es lo que tú crees, es… Hay muchas cosas que tampoco son como tú crees… yo también tengo derecho a molestarme – fui hasta la puerta, pero estaba cerrada – abre la puerta, por favor No, no quiero que te vayas así, sin conversar… Entonces me voy por donde vine – llevé una de mis piernas a la ventana No te vayas, Eugenia… – me tomaba del brazo – Fue un error, ¿no puedo equivocarme? Sí, sí puedes y yo también. Tengo derecho a equivocarme o al menos a saber cuál fue mi error ¿Me vas a perdonar? – preguntó tiernamente, aflojando mis dudas – yo te quiero mucho, perdóname – mi corazón no la cuestionó más, sino que repintó sus ganas y se dejó atrapar en su cariño, sin darme tiempo si quiera para pensar Si te quedas conmigo, entonces sí te perdono… – respondí con la indiscreción de una mujer completamente enamorada

Me abrazó tan fuerte que no me pude contener. Son tantas cosas las que me enamoran que no podría acabarla en una. Me pidió basteciera la noche a su lado, asentándome una inquietud, recia: -

¿Solo esta noche? Esta y muchas más… Rosa, se va mañana…

Es bella, es tierna; es arcilla, es almíbar y todo eso que la define me pertenece. Por lo menos, eso iluminaba esa fría noche que estábamos compartiendo, nadie más que ella y yo. A la mañana siguiente, Rosa se subía a un carruaje para retornar a su región. Ya no la veríamos por un buen tiempo. Sentí algo de melancolía, sin ella la agrupación no sería lo mismo. Era el único toque suave en medio de tanta aspereza. No habrá más que Victoria y yo por muchos días… *** En la agrupación, nos dedicamos a graficar mediante sátiras la posición de la mujer en el hogar. La retratamos como una muñeca que se exhibe en un gran salón a la espera de ser elegida por un hombre, quien pretende nos dediquemos a su servicio y a escuchar sin oídos sus estrictas órdenes. Ni siquiera tenemos derecho a su fidelidad, a pesar de que le entregamos nuestras alas. A medianoche, montamos una gran maniquí frente a la Catedral. Estaba maquillada, con una gran peluca, un prominente escote y con los tobillos al descubierto. La maniquí causó gran impacto, tanto, que llegó a ser quemada por los grupos más conservadores.

51

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Ya nos están buscando y creo seremos duramente enjuiciadas si nos atrapan. Hicimos el juramento de no delatar a nadie del grupo y si alguien lo hiciere, debería atenerse a las consecuencias. La maniquí despertó el sarcasmo en Victoria. Hacía mofa y culpaba a Virginia por semejante iniciativa. Refería las prendas como impropias a una dama y catalogaba la idea de tonta, ya que según ella tejimos nuestra propia telaraña al montar una maniquí que evidentemente sería quemada y pisoteada. En resumidas cuentas, preparamos el material para el enemigo. Mi señorita es una constante oposición. Ahora le molesta que comparta y sea educada con su enemiga. Le comenté que no me involucraría en esa enemistad; hacerlo abriría puertas a suspicacias y no pretendo que Virginia asevere envidia por parte de su antigua camarada. Por el contrario, quiero que la vea superior, infinita, más alta que sus absurdos recursos para lastimarla. Platicamos de otras cosas más que no recuerdo del todo; yo solo miraba una escultura de resina torcerse, frente a nosotras. El frío banquito calaba mis piernas que restregué con mis manos para darle calor. En lugar de mi nombre, escuché el de su enemiga más de siete veces. Entonces, recordé el lazo de ese joven con ella. “Se va a casar con Roberto…” Pensé en voz alta. El castaño diáfano de sus pupilas fue agrisado con esa sola frase. Si pudiese habría enterrado viva a esa “vagabunda” que ya no solo copiaba su estilo, sino que gracias a él, le quitaba al que había sido su amor secreto. Fui expresa en mi disgusto. No era espacio para que el nombre de su antiguo amor siguiera vivo. Evadió mis preguntas por sus sentimientos hacia Roberto, solo enredó sus dedos en mis cabellos y me decoró con flores. “Eres muy linda, me encantaría tener tus cabellos colorines y ver esas pequitas en mi cara. Tienes muchos pretendientes, también tengo de quien ponerme celosa…”. Me perdí en sus palabras, me derretí con ellas y terminé cediendo en un juego de besos interminables. “Ni siquiera los conozco, ni tampoco me interesa. Solo me importa conocerte a ti”. Victoria no necesita ni mis cabellos, ni mis pecas. Sus rizos castaños y sus ojos marrones podrían enamorar a cualquiera. Era cosa de mirarme al espejo; me tenía para ella al instante sin caer en el menor agobio. Ella es eterna, la amparan sus cualidades. Poseía la autoridad para hacer feliz y también para destruir, pues era la dueña de un nuevo arte que me hacía hablar y me silenciaba con el candor de sus besos. Sin afanes, la alucino y la quiero… *** Me inquieta pensar en mis errores. Quiero tenerla hoy y siempre conmigo, pero por mi naturaleza, no soy perfecta. No puedo evitar ser arrastrada por mis desaciertos y termino

52

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja incomodándola con mis miradas o el repertorio de caricias que despliego en cuanto la veo. Ella es muy enigmática, cuando le pregunto qué anda mal, solo me contesta que yo debo resolver eso. No entiendo, no sé qué estoy haciendo mal y eso me desespera. Quizá soy muy efusiva; no dudo en demostrar mi cariño con palabras y detalles. Tal vez, accedo a sus designios muy fácilmente, no le rebato y eso me quita autoridad frente a ella. Al abrir el día me expresó que, si no concordaba en esta relación, podía poner término en cuanto quisiera. Fue muy escueta y tajante. Es tan frágil lo que tenemos que me hace vivir en el temor a perderlo frente a cualquier contratiempo. No sé si soportaría un error mío, como tampoco sé si podré ser la perfección para ella. No recibí respuesta a mis cartas y últimamente solo me está citando para conversar de la agrupación. Somos un sol que se está ocultando, una luna que está huyendo y yo alucinada viviendo sus noches, corriendo tras los escasos rayos que me van quitando cada día. Está siendo muy exigente conmigo. Corrige mi gramática, se fija en mis modales y se avergüenza de mis anécdotas. Le desagradan los vestidos que ocupo y ha llegado al punto de tomar todo mi vestuario y bordarle a cada uno su función, como si yo no supiera distinguir entre las prendas de dormir y la ropa de gala. Hago lo que puedo frente a su crítica, contenida en el sentimiento de las buenas intenciones. “Quiere sacar lo mejor de mí”, digo para mis adentros. Me exhorté a cambiar y ser una verdadera señorita. Ya no hablo tanto como antes, ni lanzo bromas cuando ocurre algo divertido. Degusto aquellos platos que sé puedo comer con educación sin perder un grano fuera de la porcelana. Y procuro levantarme temprano para arreglar los rizos de mi cabello y escoger los vestidos más adecuados para cada evento del día. La señora dice que he perdido el entusiasmo de antes. Llama a la personilla de carne y hueso que pasaba horas parloteando con ella. Yo quiero arrancar esas viejas costumbres, quiero ser mejor de lo que era antes, además, de seguir siendo como que soy, la perdería… Todo sería tan aburrido sin ella… *** El tránsito sigue en la agrupación. Frente a un prestigioso café, instalamos unas pancartas, exigiendo nuestros derechos. En una de ellas, un desconocido escribió: “Mujer solterona y desviada”. Mis mejillas se pusieron como dos granadas del bochorno. Estaba realmente ofendida por lo que había leído y me involucré en una gresca infernal de mensajes de la que no salí hasta que el alcalde mandó limpiar las paredes y resguardar el recinto con guardas.

53

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja A pesar de eso, me brillaba un arco iris al saber que la agrupación ya era un fulgor brioso, como la luz del sol. Los intelectuales nos entienden como un movimiento enérgico y ya ha sido ponderado como una “sublevación femenina” en todos los periódicos. Celebramos con whisky y pipa en mano nuestro gran avance. Era la primera vez que bebía, no sabía qué saldría exactamente de aquel convite. En cuanto intenté levantarme de la silla, todo giraba en tiempos distintos de los cuales, ninguno me dejaba en pie. Alargué mi estancia en la casa abandonada por horas. Me preocupaba la reacción de la señora; lo notaría, además, el maquillaje de Norma, quien se había puesto a llorar, era la máscara más ilustrativa del festejo que llevamos a cabo ¡Y ella que insistía en ir conmigo a la casa! La llevé, aligerando su ebriedad por el camino con el agua marina. Norma llegó jubilosa y colgándose de Victoria a quien empapó en besos. Mi acompañante desencajó en toda su visita con su airecillo picaresco propio de un estado alegre. El alzamiento de copas hubiese sido evidente de no ser por la misiva de los colonos. En los próximos meses, arribarían los últimos refugiados, entre los cuales la señora presume vendrán mis progenitores. El efecto del alcohol me inmunizó de ese golpe. Ya sin él, advierto las consecuencias de mi silencio. Tengo mucho miedo. Yo soy la gran responsable y cómplice de toda esta mentira. No aclaré esta confusión con el solo fin de obtener ganancias. Sé lo que debo hacer, pero lo aplazo; no quisiera perder lo que tengo con Victoria. Trato de aprovechar nuestros últimos momentos, pero ella está muy esquiva. Hoy tuvimos un ligero desencuentro. La vi salir de una pulpería, tomada del brazo de Roberto. Según ella, el vendedor le había cobrado de más y Roberto tuvo la gentileza de socorrerla. -

Pudiste haberme pedido ayuda a mí – le sugerí con enfado Somos mujeres, Eugenia, no nos harían caso ¿Y algún policía? Él estaba más cerca, exageras… ¿En qué estás pensando Victoria?, ¿por qué lo buscas? No lo estoy buscando… ¡por qué habría de hacerlo!, es un hombre comprometido… Con Virginia – recalqué Buscas una falta que no existe

Dejé las preguntas de lado, al sentirla escarbando debajo de mi vestido. Mi amor se aventura al tenerla tan cerca. Descansé con muchas dudas respecto a la asistencia que le prestó Roberto, aunque ella guardó sus explicaciones. Me inclino por la suposición de que le encanta verme celosa. A la menor pausa me habla de señores que la admiran y yo no puedo evitar mis aprensiones de mujer enamorada.

54

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Sabe que Roberto no es para ella, como también sabe cuánto la quiero. Solo espero, que no se ocupe en un apartado breve, donde solo será un personaje secundario… *** Fui a casa de Virginia con el fin de planificar lo que sería nuestra primera protesta. Me recibió sin su luciente pasión por la vida. Su única empresa aparentaba ser el repulgue de unas empanadas que terminaba en la cocina. Como era de imaginarse estaba en la forma de quien teme por su futuro en una agrupación, cuyo requisito fundamental es la soltería. Si no acataba las normas, su futuro próximo sería la expulsión. Suplicó intercediese por ella y aunque no le aseguré el éxito, prometí hacer lo que más pudiera. Agradecida, me entregó unas sábanas de madapolán exquisitas que recibí con gusto. De enterarse, sé que Victoria se enfadara conmigo, como sé también que Virginia ha dado el corazón en el movimiento. Corresponde su permanencia, independiente de las rencillas que haya tenido. Deliberamos sobre Virginia por votación a mano alzada. Todas se miraban las caras con aplomo y en abrupta cólera sobre quien opinase contraria a ellas. Tras el conteo de Norma, ya era un hecho: Virginia seguiría en la agrupación. Tengo que buscar la manera de contárselo a Victoria, quien se acurrucaba en mi cama sin saber que reposaba en las delicadas fundas de su enemiga. -

Qué sábanas tan fabulosas, las compraste para mi, ¿cierto? Sí… – respondí con timidez ¿Quién te dijo que eran mis favoritas?, ¿fue mi mamá? – preguntó risueña Yo…, la verdad… – me distraje al verla sobre mí con el camisón que la había confeccionado tiempo atrás. Estaba tan bonita… ¿Sabes que te mereces? – Acabó y con la boca libre descendió, descendió hasta sobrecogerme con un golpe eléctrico que retorció mi cuerpo en placer.

Mi Victoria es bien parecida y pura a los ojos de cualquiera. Son pocos quienes no dan crédito a sus palabras de niña buena. Yo misma adoraba su finura en gran manera al igual que la poesía que emanaba de su exterior, cuando venía a mi pecho. Mis ojos se rasgaron, cuando vino la señora Enriqueta y apenas la saludé alegó: -

No, esto es imperdonable, Eugenia. Ya es la segunda vez, que rechazas una invitación mía ¿Una invitación? Sí, la primera vez te invité para el cumpleaños de mi padre y ahora, no puedes venir a la fiesta de Bernardita… Yo…, no sé qué decirle No te preocupes, Victoria me explicó los motivos…

55

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

Ah, Victoria… yo…, he reconsiderado mi decisión y quisiera estar presente. Si usted claro, me dispensa por mi desaire… Por supuesto que sí, Eugenia – me tomó las manos – No te vas a arrepentir. Habrá muchos jóvenes de tu edad. Así que no puedes faltar

Ya era la segunda oportunidad que Victoria prescindía de mí en una reunión. Tomaba decisiones sin consultarme y me alejaba del resto, quién sabe con qué propósito. Qué era lo que pretendía… ¿se avergüenza de mí? O tal vez, ¿me está ocultando algo? Asistirían muchos jóvenes… principalmente Roberto. Me está engañando. Eso debe ser ¡Me está engañando! *** No envié ninguna carta a Victoria en días. Al despedir el sol, una de las muchachas abrió el portón para dar paso a la señora con su hija, quienes salieron con sus corpulentos abrigos y sus zarcillos de plata. Las despedí desde la ventana con una sonrisa hipócrita que apenas ocultaba mi molestia. El reloj dio una vuelta entera, antes de arreglarme para asistir a la reunión. Dada la prominente distancia, tomé un viejo velocípedo para arribar en tiempo preciso. Sentí la humedad de la tierra por mis enaguas, mas no se trataba de elegancia, sino de duda y no me iba a preocupar por esas vergüenzas. A pasos de la casa, detuve las ruedas para bajarme y ordenar los pliegues del vestido. Saludé a las señoras con discreción. No quería que Victoria advirtiera mi presencia, antes de que yo la descubriese. Lamentablemente, luchaba contra el tiempo; la señora me vio de una pasada y me tomó del brazo para preguntarme: “¿Ya te sientes mejor?” Asentí con la cabeza y me alejé con la excusa de un retoque. Indagué cada ambiente de la casa, hasta que desde un gran ventanal, la vi sentada en una banquita de mármol, admirando las rosas del jardín. La observé conturbada, durante tres piezas musicales. Ella no tenía más compañía que una profunda meditación. Mi nariz picuda chocó con el vidrio, cuando la señora fue por ella. El pecho se me hundió desairado, tras escuchar mi nombre de labios de la señora. Sentí la proximidad de Victoria, quien se levantó de un salto y fue al salón con el afán de hallarme. Qué le diría… Subí al segundo piso para escabullir de la fiebre intensa que ella reventaría con su mala lengua. Entré a una pieza, donde Bernardita perfumaba su cuello, mientras su madre atornillaba unos aretes de perlas en una de sus orejas. -

¡Eugenia! Tanto tiempo – dijo Bernardita contenta ¿Qué pasa muchacha? – preguntó doña Enriqueta Es que… mi vestido – apunté nerviosa – se manchó con el barro… Por eso no te preocupes, puedes sacar uno de los míos – sugirió doña Enriqueta ¿Por qué no bajas conmigo, Eugenia? – preguntó Bernardita

56

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

Hija, no incomodes a la señorita… Baja conmigo Eugenia, no quiero ir sola Es que…, hoy la presentaré a nuestro círculo – fue a su armario – toma, pruébate este vestido. Tú también mereces una presentación

Tragué saliva y me encogí de hombros, sin más opción que bajar con Bernardita frente a la mirada de todos. “Esta es mi hija Bernardita y su amiga, Eugenia”. En mis mejillas tenía enterrados dos claveles, bañados por el rocío. El calor del bochorno doraba mis hombros con un fervor que despojaba la valentía. No supe de Victoria; en todo el andar, no vi más que los peldaños de la escala y el oro bruñido en los marcos. -

Pudiste habernos dicho que te sentías mejor, Eugenia – decía la señora, mientras íbamos en el auto Sí, Eugenia, pudiste decirnos eso y que nos sorprenderías tan gratamente – añadió Victoria con ironía

Durante todo el camino, me miró sin pestañear. Desmayé su asedio fatigoso con mis ojuelos verdes puestos en los helechos graciosos que doblaban sus manos para despedirse. La señora también rio al verlos. Aun así, su hija echó abajo mi seguridad, además de mi blancura. Trasnoché, sabiendo que el espíritu enardecido de Victoria vendría exaltado a desquiciar mi cerebro. Y así fue. Cerró la puerta con una ventolera para acometer con la rabia hirviendo: - No sabía que te gustaban las niñitas – empezó, llevándose las manos a la cintura - ¡Por supuesto que no! ¡Cómo puedes insinuar algo así! - Cómo nos vamos conociendo… Con mi propia afrenta en el hombro, me crucé de brazos, para luego decirle: - ¡Exacto!, ¡cómo nos vamos conociendo! Me doy cuenta de cómo hablas de mí y de cómo dispones sin mi consentimiento, ¿de qué más me tengo que enterar?, ¿¡de qué más!? – pregunté en estado de exaltación - ¡Nada! – gritó con rabia – ¡nada!... por el momento… abusadora de niñitas – concluyó con la voz muerta - ¡Embustera! – le respondí marcando mi mano en su mejilla con una abofeteada que dio pie a una pelea entre las dos. Acabamos en el suelo, agarrándonos de los cabellos, hasta que la señora, alarmada por las muchachas, logró abrir la puerta - ¡Niñas!, ¡niñas! – nos gritó con los nervios de punta. Fuera de quicio tomó una correa y hostigó nuestras carnes con tanta fiereza que logró separarnos al tercer correazo – ¿será posible? Mírense, ¡parecen unas bestias! - Ella fue, ella tuvo la culpa – acusó Victoria sollozando con amargura, mientras cubría su cara con sus manos

57

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Mi corazón se oprimía al verla así y me derrumbaba culpable, ¿qué no podía controlar mi violencia? Solo pude acercarme a ella, darle un beso en la mejilla y pedirle disculpas. Ella se alejó de mi abrazo molesta y se quitó los cabellos de la cara con un gesto parco. - Victoria ya estás grandecita para estos espectáculos. Acepta las disculpas La señorita me despreció con aire infantil para luego decir: - Está bien, te perdono - ¡Y discúlpate tú también! – demandó - Disculpa, Eugenia – dijo sin mirarme - Bien, ahora me pueden explicar, ¿qué fue lo que pasó?, ¡por qué estaban discutiendo! - Discutimos por… – levanté el mentón para comenzar - Por Virginia. Eugenia me comparó con Virginia y eso me molestó mucho - Pero Eugenia, cómo puedes comparar a mi hija con esa muchacha… - Lo siento señora… - Bueno, está bien, ya es tarde. No hagamos más alarde de un absurdo y vamos a dormir – dijo la señora, yéndose con las muchachas Victoria arregló su cabello en silencio, resistente al habla. Rasqué mi cabeza nerviosa. Estaba carente de claridad, aleteando para todos lados, confusa entre sus tristezas y las mías. Caí como una tontuela a mis sentimientos para decirle: -

Te quiero, Victoria Y por eso me atacas… ¿Estás bien? Eso creo Lo siento…, no fue mi intención… Ya pasó, no viene al caso

Tras ese día, caí enferma en cama. Se trataba de un fuerte catarro con instrucción de reposo por el médico. Bebía en soledad caldos y limonadas que me llevaban las muchachas aprisa. Preguntaba todos los días por Victoria, el centro de mi interés. Sabía de ella por las muchachas, por la señora y la ventana que me la mostraba cada tarde, saliendo con sus zapatitos de charol. Revolvía las pancutras en la hondonada de mis pensamientos. Ella no venía. La llamé tantas veces que, cuando estaba a punto de ir hacia ella, me envolvió la cintura con un listón rosado. Venía con un montón de pelucas y sombreros en un canasto, los cuales empezó a tender en la cama. Victoria giraba la cabeza a las plumas de sus sombreros, llana de interés en el cuerpecillo que se alargaba para mordisquear su oreja. De improviso, me tiró el abandono para interpelar: -

¿No me vas a preguntar cómo estoy?

58

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

Eugenia, ¿por qué tienes que ser tan difícil? ¿Difícil? Sí y estás arruinando todo…

Me estaba equivocando, no estaba reaccionando con criterio. A simple vista, se notaba con una energía diferente, con un matiz conciliador y yo estada desaprovechando una oportunidad para amarnos. Ante la amenaza de una nueva discusión, procuré abstenerme de cualquier estallido. Si pretendía arreglar las cosas, de nada servía alegar por cuestiones ya hechas. -

¿Qué tal me veo? – pregunté tras probarme una de sus tantas pelucas ¡Pareces una verdadera coliflor! – comparó riendo a carcajada limpia

Nos reímos mucho. Ella sabe cómo contentarme y hacerme olvidar de todo lo que pasa. Es mi bella señorita que aparece en las formas que siempre la espero. Además, discutir con ella no me lleva a nada. Ella tiene sus motivos y yo los míos. Si no los hacemos coincidir, es porque somos diferentes y eso, es lo que me enamora. *** Victoria reía eufórica contrayendo el abdomen en celebración al infortunio de su rival, quien había sido devuelta el mismo día de la boda por su falta de pureza. La señora entornaba los ojos para llamarla “desvergonzada” y acusar a su madre de permisiva. Gruesas lágrimas brotaban de felicidad en los ojos de Victoria; los dardos apuntaban en la dirección que ella tanto había anhelado y hacía un festín con toda su desdicha. No la acompañé en su desquite; solo arrugaba mi frente y la veía sacar de su cartera muaré un pañuelo para limpiar su rostro. En contra de todo pronóstico, fui a casa de Virginia. No me recibió la señorita ilustrada y coqueta que conocía, sino una mariposa sin sus colores. Desconsolada y en un mar de llanto, juró inocencia. Su cara desteñida, sus ojos irritados y la voz ronca, revelaban una profunda tristeza que ni el más sedoso pañuelo había sido capaz de atenuar. -

-

Él no puede rechazarte solo por eso. Él decidió tomarte por esposa Me dejó en vergüenza delante de toda mi familia. Me trajo por la fuerza con su hálito de cantina – prosiguió – Fue un escándalo… ¿Qué haré después de eso, Eugenia? ¡Seguir adelante! No te puedes echar a morir por lo que pasó. Eso debe darte fuerza para seguir en el movimiento, Virginia. Una mujer no acaba en un hombre… – se me acercó, empapando mi blusa en lágrimas

Me retiré de su casa, cuando noté un brote de consuelo en su cara. Ya tenía apetito, y su energía sulfurosa fue el hinojo para sus sombras. Me dio gusto que la agrupación secara sus mejillas y pusiese el cabello en orden en un anuncio de lo que sería una señorita excelsa.

59

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja A diferencia de Virginia, yo sí tenía mucha apetencia y fui hasta la pastelería que está cerca de la plaza para comprar unas ricas masas. Relajé los músculos, favorecida por la sombra de un envolvente arce y el manso viento que con clemencia mecía sus hojas. El bullicio de los chiquillos distraía mi paladar y mi boca daba mordiscos desabridos que además no llegaban a mi estómago. La luz se enraizaba en el cielo, al igual que sus cuchillos desgajando las nubes. Era una gentil paz la que de mi espíritu nacía. De pronto, encontré a Victoria tomada del brazo de Roberto, ¿todavía le interesaba ese tipo?, ¿en qué sustentaba su aprecio, si ya no sería de su exclusiva propiedad? Sin poder contenerme, la obligué a regresar a la casa conmigo. No la solté hasta que estuve enfrente de la señora para decirle que su hija había estado paseando con un hombre casado. Mi sola declaración, encolerizó a la señora, quien abofeteó y castigó duramente a Victoria, impidiéndole salir de su habitación por todo un mes. No me ataca la compunción por más vapuleos que lleguen a mi buen vivir. Los repulgos han quedado espantosos estos días, me falta concentración. Hay muchas cosas que invaden mi paz. Recordé los afiches bajo mi cama. Los reduje a pedacitos de papel, como si fuese tan fácil destruir la fuerza humana… Estoy encariñada de meses malagradecidos que tornan en desdichas. Por qué siempre me deja para el último, por qué nunca piensa en nosotras…, será que me dejó sola, sin nada más que mi amor por ella… *** A eso del mediodía, apareció una carta sobre mi tocador con las iniciales de Victoria. Según lo escrito por su mano, me llamaba a su recámara entrado el sol. Preparé mi argumento huérfano de pretextos, angustioso por mis celos enfermizos. Fui con el alma vítrea y predispuesta a perderla en una conversación. Iba lagrimeando antes de empezar. Limpié mi cara con un pañuelo para llegar con dignidad hacia su cama, donde la hallé dormitando. Descubrí una esquina para acostarme con ella y aprisionar con mis manos su cintura. “Eugenia eres peor que los hombres: más posesiva y más apasionante”, musitó besando mi mejilla. “¿Estuviste llorando? ¿Qué le hicieron a mi Eugenia…?, ¿quién hace llorar a mi niña querida?” Enajené mis propias fuerzas, saboreando la dulzura y pasión que emitían sus labios. En la flor del éxtasis, me encerré en la tibieza de la noche para conquistarla con la grandeza de mi amor que se encarnaba en mis entrañas. Le profesé mi más puro deseo en medio de un arranque de ternura que enlazaba nuestros sentidos sobre esas sábanas de percal. Nos llevamos a una pasión que me dejó rendida en una lucha interminable con mis párpados que ya no podían más del cansancio.

60

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Esa noche dormimos juntas. Ella anunciaba su muerte y en verdad, se lo creí. Se daba vueltas en la cama incómoda con su propio calor corporal que enfriaba sus pies, luego empapaba su cuello, hinchaba sus manos y hormigueaba su espalda. No encontró paz, sino hasta entrada la noche, anestesiada por su propia laxitud y la melisa que le preparé para templar su cuerpo. Me olvidé de nuestro abrazo, de mis manos bajo su blusa y de las huellas de su labial en mi cara. “¡Levántense las amigas! Victoria ya estás grande para seguir con tus arranques de niña”. Abrí los ojos de golpe tras escuchar a la señora corriendo las cortinas para dar inicio a nuestro día. Había dormido en el torso de Victoria; los abalorios de su blusón estaban marcados en mi mejilla. No tenía explicación. Era culpable. Victoria se alejó de mí, tal vez por vergüenza, tal vez por alguna conversación que tuvo con su madre. No lo sé y creo no lo sabré jamás; ella no tiene interés en publicar sus discusiones de hija. No me queda más que llamar al simpático olvido, esta, es una relación que todavía tiene mucho por decir… *** Victoria es una enemiga silenciosa, de esas que atacan con la sonrisa. Yo la conozco y no lo digo porque la ame; no es conveniente que busque una amistad con Roberto, solo para importunar a su rival. Ya lo conoce. Él es un llanto animoso y descalzo que acobarda al regocijo. No vuela como un pájaro, pues hasta las alas tienen un nido, sino que atraviesa para destruir, así como lo hacen las flechas con su filo. Es por eso que, la decisión de retomar su matrimonio, no significa el paso a la felicidad ni a la envidia. Ya no tiene nada que ambicionar de Virginia; está casada con quien no la merece. Sin embargo, no paro de escucharla en la mesa, diciendo que los hombres frecuentan más “las casas de remolienda”, que sus propios hogares. Debate con sus tíos, aferrada al argumento de que ser una mujer respetable no ennoblece a los ojos de un hombre. Sé que Victoria dirige todas sus frustraciones hacia Virginia. Son tan diferentes y tan evocativas a la vez. Hoy me pareció ver algo de Victoria en su enemiga. Su tono de voz y su expresión a ratos, era tan similares a las de Victoria…. era como si perteneciesen al mismo árbol, pero con ramas de distintas hojas. En mi visita, le pregunté por Roberto y su cara adquirió los mismos tonos que el de Victoria, cuando un dictamen llegaba con injusticia. -

Así que volvieron, me alegro mucho por ustedes Sí, aunque no ha perdido la costumbre de hacerse acompañar por señoritas… hace rato lo vi con Victoria ¿Con Victoria? – fruncí el ceño – ¿qué hacía con ella?

61

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

-

Ayudarla a llevar unas cuantas cosas, pero eso no me preocupa, ella me tiene sin cuidado ¿Por qué no? – pregunté levantando los hombros – es muy hermosa No lo suficiente a ojos de un hombre… ¡He visto a muchos señores interesados en ella! Es una de las señoritas más educadas y hermosas que he visto No me malentiendas, Eugenia. Victoria… ella inspira ternura, respeto. Mírala, parece una señorita intocable. Sería muy difícil que un hombre admirara sus atributos de mujer ¡Insolente quien hiciera eso! El verdadero amor habla como poeta no como bestia En las novelas, claramente –hizo una pausa – Ellos valoran cosas distintas. Así es el mundo de los caballeros No somos hombres, no sabemos lo que aman hasta que estamos en sus brazos. Y yo creo, no hay nada más sublime para un ser humano que tocar a la mujer que será la madre de sus hijos

Virginia repasó mis respuestas en silencio, ensimismada en un monólogo interno. Luego, reaccionó de golpe y me llenó de preguntas indiscretas, pensando que algún caballero había tomado a Victoria, como su mujer. Conjeturó sobre ella, ganándose mi desaprobación. Si alguien atacase a Victoria, yo la defendería con mis uñas. Virginia lo sabe; no he dado espacio para que hable en su contra, ni lo daré jamás, porque si lo hiciera, ¡me tocaría la médula! Ambas han sido mis enemigas y a la vez, mis grandes compañeras. Yo las quiero a las dos. A pesar de su frivolidad, Virginia tiene la fuerza de aquellos espíritus que luchan por superarse y ser los mejores. Es un ejemplo de mujer. Y Victoria…, ella es todo lo que podría esperar de una señorita, nadie se le iguala. Sé que está celosa, porque los señores adulan frente a todos a Virginia. Cuando la ven pasar, desvían la mirada hacia ella y no escatiman proclamarla como la más bella. Pero eso, no es más que un tibio ensueño en comparación con sus alcances. Ella es expansiva y derrama su perfume en los surcos del corazón. Es la más linda en mi jardín, es la única rosa que con sus pétalos acaricia mis sueños. En ella, desembocan todos mis deseos reprimidos y mis placeres. Victoria se instaló en mi alma y se bate por mi cabeza todos los días. Me tiene consumida en su amor, como lo hizo con muchos otros y lo sabe. Me ve y ha visto a muchos más caer a sus pies. Qué más necesita saber para lucir con orgullo su corona. Cuántos corazones más debe aplastar para sentirse dichosa… ¿será que con el mío no es suficiente? *** Pasado el mediodía, me encontraba leyendo un libro de poemas, en tanto Victoria registraba en su armario, con el fin de hallar algún vestido que fuera de su agrado.

62

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Revolvía los muebles, dejando tras de sí un montón de blusas recogidas y pañuelos estirados, revueltos con chalecos bien plegados y dispuestos. Se tendió en la cama con el rostro colorado y un dejo de rabia contra su guardarropa, el cual no la motivaba a participar en la cena. Fue en ese momento, cuando recordé que le tenía un vestido violeta, con su nombre bordado con letras doradas en el forro. Se lo entregué, esperando todo menos una acalorada discusión entre las dos. Para mi mala fortuna, el vestido le quedaba angosto y me era imposible subir la cremallera. Victoria se apartó de mí y comenzó a tirar de las cintas de su corsé hasta formar un lazo con el cual ciñó más su cintura. Ya más esbelta, vistió la prenda que la arrastró a la frustración y a la necesidad de trazar nuevas líneas en su cuerpo. En la cena, se mantuvo estoica en medio de una lucha implacable entre su vanidad y las torturas del corsé. Se negó a probar bocado, convencida de que su apariencia no cubría lo óptimo y prometió que no comería hasta que ese vestido entrara en ella sin complicaciones. Mis intentos por hacerla entrar en razón no fueron más que el marco de lo que sería su nuevo retrato, pues no dudó en determinar que “me causaba envidia” verla mejor que antes. Ella estaba equivocada, no se trataba de una discusión de intereses, sino de una preocupación real de mi parte. Su intransigencia alteró mi buen humor y, sin el don de la paciencia, tomé una tijera para hacer jirones todas las tardes de trabajo que significó ese vestido, desatando la exaltación de Victoria, quien acabó por echarme a empujones de su lado. Y así, nuevamente emergían mis aflicciones en un circuito de puñaladas hacia mí. Nuestra ruptura abrió una grieta que se convirtió en un abismo del cual no puedo salir. Ella me contemplaba desde la superficie triunfal, orgullosa y echaba tierra a las flamas que proyecta mi amor hacia todo lo que representa. En el manantial de mis lamentos, ella deposita sus labios y se refleja, compartiendo animosa con otros, yendo a su encuentro y engalanándose para sus pupilas. Mis fundamentos pugnaban con los de ella y, sabiéndome más rica en argumentos, silencié la voz de mi conciencia. Reparé el vestido con las mismas medidas que lo confeccioné en primera instancia – ya estaba advertida de las consecuencias, aun así, ella deseaba seguir. Lo tendí sobre su cama a la espera de que nuestras diferencias se hubieran acabado y me preparé para recibir a las visitas de la señora. Al caer la noche, la vi cruzar la puerta del vestidor, rebosante de orgullo tras su victoria. Se veía hermosa, rutilante con ese vestido que, a intervalos develaba su incomodidad. Un joven desconocido la seguía con sus pupilas. Ella evadía su mirada, exageraba sus movimientos; coincidía inesperadamente, entonces, rompía el contacto, haciendo un barrido al ambiente o arreglando su tocado. Evité la menor réplica; hace poco nos habíamos reconciliado y era normal que una joven como ella fuese admirada por los señores.

63

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Sí destaco que se está arreglando más que antes y su belleza es tan vasta que es difícil abarcarla toda. Si no es el perfume de sus cabellos, son sus labios de cereza o su piel tonificada lo que calienta la sangre y la hace correr frenética por las venas. No tengo un motivo claro por su énfasis en lo estético. Debe ser porque su opuesto está haciendo lo mismo. Superar a la otra, se ha convertido en un desafío interminable entre las dos. Lo que una haga, anula a la otra. Si una lleva un tocado nuevo, la otra debe reinventar su cabello o conservarlo en el mismo estado; de no hacerlo, debe preparar el hábito de gregaria. Es una competencia muy exigente que me imagino dejarán algún día, aunque no me quejo; es un deleite ver a dos mujeres pasar tan hermosas frente a mí. Victoria también ha mejorado su relación con los demás. Está saliendo mucho, aunque siempre que lo hace se acuerda de mí y me trae galletas o dulces. Se le ve muy contenta. Me pidió que le hiciera muchos vestidos y preguntó por los costos, aunque sabe no es trabajo para mí ocuparme en ella. Yo solo quiero su compañía, los esfuerzos que haya que hacer es algo que no me preocupa, lo que sí me tiene atenta son los desvíos que el amor o aprecio que siente por mí, pueda tomar. Ella me ataca sin piedad el alma y el cuerpo entero. Cuánto entraño a mi amante. La veo en todas las personas y en las cosas más bellas de la vida está en su fragancia. El sol, la luna y el cielo constelado bajan del cielo a mi princesa dormida y, cuando no está, se reúnen conmigo para rememorarla. A pesar de que todo esto es maravilloso y endulza mi vida, deja mi nombre en segundo plano. No debería estar permitido amar así. Las personas deberíamos tener resistencia al amor de pareja, aunque, como decía mi madre, hay cosas que nunca pasarán de moda, entre ellas, el amar a alguien que no verá más que un amigo en nosotros… *** Pensativa, escuchaba el crepitar de las brasas. En su carta, Rosario me comentaba los detalles de su boda y los maravillosos lugares que pasaron por su vida. Ya no era la niña que llevaba al parque de diversiones. Qué melancolía… pensar que dentro de poco será madre… Me llevé la pipa a la boca, fumando tranquilamente hasta que me sobresaltaron unos golpecitos en la puerta. Era un niño con una boina café y unos pantaloncillos oscuros. Me traía recado de Virginia; hoy, a las ocho de la tarde, en su casa. Era una reunión extraordinaria de grupo. Por seguro, se trata de algo importante. Cuando el sol tejió una línea en el horizonte, nos reunimos para discutir sobre algunos temas de la agrupación. Virginia pretendía radicalizar el movimiento, fraguándolo con actos vandálicos. No estuve de acuerdo; perseguíamos un fin noble, los medios no tendrían por qué ser distintos. La aprobación no fue íntegra; tres de ellas concordaron a ocultas con Virginia y tenían planeado provocar desmanes en un teatro, cuyas obras denigraban a la mujer.

64

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja No sabía exactamente qué se traían entre manos ni sus consecuencias. Solo tenía certeza del día y la hora; pretendían causar algún daño para la próxima función. En mi alcoba, las paredes me quitaron el preciado sueño, plantándome la duda y el terror a lo que podría ocurrir. Fui a hablar con Victoria para desahogar mis pesares. Toqué su puerta varias veces, le dejé mensaje, pero no tuve respuesta. Quizá ya se había cobijado en el sueño. Pero yo debía contarle, por lo menos eso me daría paz. Trepé el árbol hasta que abrí su ventana. No la encontré. Me puse celosa, ¿dónde estaba…? La busqué por toda la casa sin encontrar nada más que la noche. Revisé en su recámara algún indicio del lugar en dónde pudiera estar. Después de mucho buscar, hallé debajo de su cama un panfleto con publicidad del teatro, ¿acaso estaba allí? Corrí con la dificultad de una densa capa de humo, apagando los faroles. Era un incendio abrasador que comenzó tímidamente en la sala de costurería y se expandió al salón principal. Las cenizas levitaban en el aire y se difundían cuadras a la distancia, al igual que la campana de bomberos, dando aviso de un incendio. La gente observaba desde afuera consternada, lenguas de fuego salir por la ventana de la mano con vientos de aire caliente. Algunos hombres de teatro llevaban baldes de aquí para allá y humedecían sábanas para sofocar lo que parecía un infierno. Los bomberos con sus mangueras lanzaban agua al interior del recinto y acomodaban la escalera para rescatar a los asistentes. El tirano incendio me tenía cautiva a lo que quisiera contar. El resplandor de un zarcillo de plata en el suelo me hizo estallar en llanto. No estaba por ninguna parte, solo, me cabía pensar que aún se encontraba en el interior del teatro. La busqué sin consciencia. Gritaba su nombre, empujaba a quien se cruzara por mi lado y me acercaba imprudentemente a las llamas. Me movía con apremio angustioso, como un pliego redoblándose a media tarde. No estaba, ni Victoria ni su bella sonrisa. Un dolor amargo vino a mi garganta, con la esperanza clara de ella a mí lado. Estaba mal trecha, pero qué importaba, si yo solo quería su mirada. Y ahí estaba como un polluelo, llorando desconsoladamente en la calzada. A mis preguntas por su salud respondía con la voz entrecortada: “Roberto no alcanzó a salir, se quedó allá adentro”. Con el rostro mojado en lágrimas, le mostré al esposo de Virginia, siendo auxiliado por uno de los bomberos. Rengueaba de una pierna y por su frente corría un hilo de sangre. Se hallaba con vida, ya podíamos irnos en paz a descansar. A la mañana siguiente, me desarmé en inquietudes sobre su antiguo amor. Mis alpargatas fueron de un lado para otro, soportando todo el peso de una mujer engañada, ansiosa por salir de su jaula. Y así lo hice. Puse mis pies en el despacho de Roberto, envanecida por mi relación con Victoria. Él ya tenía su mujer, no correspondía quitarme la mía, ¿cómo era posible tanta desvergüenza en un hombre? -

Quisiera hablar con usted – llegué sólida y seca en carisma

65

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

-

-

Déjenos asolas por favor – las muchachas se retiraron y cerraron la puerta – ¿qué la trae por mi casa? No frecuente más a Victoria ¿Cómo? Lo que escuchó. Déjela en paz, usted tiene su esposa, no tenía por qué ir al teatro con ella… – él miraba desconcertado – si persiste yo misma me veré en la obligación de… Espere – extendió la palma de su mano – no fui yo su compañía sino el señor Marchant – fruncí el ceño – Con todo el respeto que me merece, señorita Eugenia, no debería ser chaperona de ninguna esposa. No le queda bien a una mujer tan bien hecha… Con permiso – respondí con la calma desgastada Hasta pronto, señorita Eugenia…

Ese patán lastimó mi orgullo. Llegué a la casa tan irritada que olvidé la carta que escribí a Victoria. Seguramente, ya la había leído y estaba al tanto de la intervención de Virginia. Lavé mi cara para aclarar las ideas, pero al abrir los ojos, sentí un vahído que oscureció mi vista y entumeció mis piernas. Las muchachas acudieron a mi ayuda tras el estruendo de mis rodillas al caer en la baldosa. A la hora del almuerzo me negué a probar más que la crema de espárragos. Ya había expulsado todo lo que tenía adentro, además Victoria no había bajado a acompañarnos. Aproveché la oportunidad para preguntarle a la señora por la familia Marchant. Era un total de nueve hijos: cinco hombres y cuatro mujeres. De los varones, dos estaban casados, uno comprometido y otro se encontraba haciendo el servicio militar, por consiguiente solo quedaba un posible candidato de Victoria: Luis Alberto. Yo tenía mis propias dudas, pero Victoria les ganó a todas ellas. “¿Con que Virginia sigue en la agrupación? Mira lo que hizo esa incendiaria. Yo la voy a acusar, ¡la voy a acusar!” Amenazaba temerosa. Debí conformarme con las cenizas de la carta ardiendo en las brasas y con la promesa de su complicidad. Otra vez, me desvelaba impasible, enfrentada a mis inquietudes con el corazón oprimido, deshecha en ansias por saber qué hacía con el tal Luis Alberto. Por qué había salido a escondidas con él, qué hacía tan preocupada por Roberto. Me contenía, me silenciaba, perseguía respuestas inarticuladas en mi mente para apaciguar la incertidumbre de lo que solo ella sabía. Qué será de nosotras ahora… *** Los gritos iban y venían desde la sala de reuniones. Las voces se entrecruzaban en duras acusaciones contra las autoras de semejante tragedia. El número de muertos ascendía conforme pasaba los días, mientras que nosotras como agrupación ya éramos contadas con los dedos.

66

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Por votación a mano alzada, acordamos la destitución de Virginia como líder. Ella solo bajó la mirada y entregó su pipa, con el orgullo hecho viruta. Su agonía dio un vuelco en las señoritas, quienes acordaron debía mantenerse para reivindicar el movimiento, en vista de que tanto ella como sus amigas persistían en su inocencia. Lo ocurrido, no había sido más que “una negligencia”, sin más responsable que el descuido de los encargados del teatro por mantener en malas condiciones a sus costureras. El pasar de los días empobreció a la agrupación con la falta de financiamiento y apoyo por parte de nuestras antiguas aliadas. Estábamos convirtiéndonos en un movimiento sin voz, del cual ya no se hablaba en los periódicos, salvo en un pequeño apartado que aludía a nuestro silencio. Recostada sobre mí, Victoria escuchaba todo lo que estaba pasando con nosotras. Le angustió vernos próximas a la extinción, después de tantas guerras para instaurarse. Sacó unas monedas de oro de una cajita con llave y me las entregó con el fin de mantener viva su obra maestra. Me valí de su calma para erizar mis dudas en apariencia indiferente. Me confesó que Luis Alberto y su hermana la invitaron al teatro, en donde coincidió con Roberto. Luego, hizo algo muy extraño ¡me dio un golpe en el abdomen! -

¿Estás bien? ¿Por qué lo hiciste? – me incorporé bien repuesta ¿No te duele? No, aunque me sacaste todo el aire…

Su vestido se infló al sentarse con aplomo en la cama. Una más de sus chiquilladas, de seguro. Nuestra conversación fue nutrida, me dejó en claro muchas cosas, entre ellas, el origen de la rivalidad entre Victoria y Virginia: -

-

-

Ella siempre trató de lucirse y de robarme mis ideas. Éramos amigas, yo le confiaba muchas cosas, pero ella, se quedó con todas mis iniciativas y las hizo pasar por suyas, ¿eso no te enfadaría? Con justa razón ¡Y eso no es todo! Se encerraba con mi padre, que era también su padrino, le llevaba obsequios ¡le comentaba mis ideas! Luego, yo llegaba y mi padre decía: ¡ah sí, lo que me propuso Virginia! Me acusó ante él, me dejó muy mal y mi padre se fue pensando lo peor de mí… ¿Qué pensaba de ti? Que yo era una pobre inútil, una tonta y se fue con la melancolía de no haber tenido un hijo legítimo, un hombre que dejara bien su apellido… Pero eso no es verdad, eres una gran mujer Ay Eugenia…, si mi muerte no dejara mal el nombre de mi padre, yo misma acabaría con esto de una buena vez…

67

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

¡Cómo puedes decir eso! Ninguna injusticia vale tanto, como para dar la vida. Además, qué sería de mí sin ti… yo me muero si no te veo más…

Escucharla hizo pedazos mi corazón. Ni siquiera pude terminar de decir lo que pretendía expresar. Me quería abandonar para siempre, todo por una… mujer que poco y nada aportaba en su vida. Cómo era posible que un ser humano pudiese martirizar tanto a otro… Ella debía reponerse. Ser lo que siempre ha sido: La más linda. Le prometí que nos levantarían días fastos y entonados que terminarían en un aplauso. Nuestros enemigos temblorosos y afiebrados yacerían ebrios de cansancio. Ellos no sabían que una mujer enamorada puede perder la cabeza. No me quedaba más que compartir con Virginia, luchar juntas por un objetivo común, pese que no niego también se me estaban erizando los pelos como una gata, cuando la veía. Es difícil sonreír, cuando se tiene una mala imagen del semejante, sin embargo, los labios también pronuncian la palabra hipocresía. Sin condiciones ni nada en especial se puede convivir con quienes tenemos diferencias, supongo, que he de seguir como siempre y sin nada que me distancie de la que era antes. Eso claro, mientras no vea a Victoria sufrir, porque si eso ocurriese, tendría una poco conducente rabia que ni con un velo negro traicionaría. Si tan solo no me importara tanto… *** Al alumbrar el sol y destacar el cielo, apareció un hombre de mediana estatura, un vientre generoso y los ojos medios juntos. Decía ser el hermano mayor de Victoria y quien llevaba los negocios familiares. Jamás lo había visto, en realidad, del señor solo sabía que tenía dos hijas legítimas: Victoria y Rosario. De lo otro, nunca escuché. “No esperaba que llegara tan pronto” comentó Victoria, tomándome del brazo. Se encerró conmigo en la biblioteca y me pidió de favor que entretuviera a su medio–hermano. Él había quedado a cargo de los negocios familiares y cada año venía a rendir cuentas de su patrimonio. “Tienes que ayudarme. Ha fallado a nuestra promesa y esta vez, viene con la intención de encontrar una esposa, aprovechando el buen apellido de mi padre”. Victoria no congeniaba con su medio–hermano. Gracias a la intervención de Virginia, él quedó a cargo de toda la economía familiar, a pesar de no tener mérito, ni formación para manejar los negocios. En principio, consideré que Victoria navegaba en los rencores. No obstante, en un sonar de cubiertos, pude constatar que a Jorge le restaba navegar mil lagunas para instalarse con los señores. Para todo le pedía auxilio a Victoria, incluso para consultar asuntos elementales, como enviar una carta.

68

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Ofrecí instruirlo en lo que más pudiese. Trazaba planos con las localidades más emblemáticas, le sugería amistad con personalidades influyentes y le relataba obras insignes que todo caballero debía conocer. Trascurrida una semana, Jorge ganó prepotencia, desatando la rabia en Victoria tras una reunión con los sirvientes. Tanto ella como la señora estaban acostumbradas a liderar esas juntas, pero esta vez Jorge amarró la palabra, interrumpiéndolas, en todo momento. Estaba completamente empoderado de la casa y robaba el lugar de Victoria, acaparando sus turnos y dictando órdenes que antes solo ella desglosaba. Él se aprovechaba de su contextura robusta para imponerse a los empleados, quienes miraban tímidos con sus ojitos sumisos. Luego, la señora se levantaba y Victoria quedaba con la boca inflada en palabras que no pudo decir, pues ya todos estaban en pie y con la orden masticada. Yo solo me encogía de hombros, pensando en mi propia responsabilidad. Había hecho las cosas mal de nuevo… -

¡Quien se cree que es para venir a dar órdenes! esa vaca mal ordeñada… – decía con los brazos cruzados Pero Victoria… ¡Que desaparezca! – gritó expresiva ¿Cómo? Quiero que desaparezca de mi vista. No lo tolero, no es más que un hombrecito, inculto, feo y torpe

Por un lado entendía la amargura de Victoria. Sujetos inferiores a ella, habían llegado más lejos. Ella tenía excelentes cualidades. Era una señorita educada, sabía tocar el piano como nadie, terminó sus estudios con honores y tenía el título de maestra. En cambio sus rivales, apenas cursaban sus estudios, no tenían tan buenos modales como ella y les faltaban dos o tres vueltas más para tener su preparación. Debía ser muy frustrante ver a su medio–hermano, con su pobre vocabulario y su floja agilidad mental volar en el mismo cielo a pesar de no tener las mismas alas. No ganaría nada con decirle que es la mejor, pues ella quiere brillar como el oro y no como el cobre en este mundo y no en el mío. Ay Victoria, cómo se zafará de esta… *** Tengo miedo. Desde que llegó el medio–hermano de Victoria todo ha cambiado, de la misma forma en que cambió, cuando llegó Rosa. Estábamos distanciadas y lo peor, con muy poco cariño entre las dos. Antes, ella se esforzaba por ser complaciente conmigo, ahora, se enfada con frecuencia y ha optado por no hablarme en horas, cuando algo que ignoro le molesta. Simplemente, se sienta sobre la cama y con los brazos cruzados, no me dirige ni media palabra. Trato

69

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja de hablar y arreglar lo que no entiendo, pero lo único que consigo es que acompañe su actitud con muecas e ironías. Estoy cansada, no sé qué hacer. Y el corazón, yo lo quiero mío, tan mío como cuando mi madre me lo entregó al nacer. Victoria quien protege los derechos de todas las mujeres, vulnera los míos con la espada que le quitó a su enemigo. Piensa enlutarme para opacarse a sí misma en la fiesta de sus placeres. Me hace sentir tan inútil, como un trapero viejo que en lugar de sacar brillo, ensucia todo a su paso. Me tiene tan triste ¡Qué es lo que persigue! Entre frases desafortunadas, me comunicó que ya no nos veríamos más asolas como antes y que volveríamos a esto de las cartas. Hirió algo en mí y se me ocurrió acudir a cualquier persona para hacer otros planes, siendo que solo quería hablar con ella. Jugué una partida de cartas con la señora, fui con Bernardita a comprar bocací para el invierno, conversé con su medio–hermano, y me reí tan fuerte con las bromas de su primo el soldado que espero haber levantado su envidia. Me pregunto por qué me retiene, si se muestra tan ofendida. Ella corta las flores y las deja alicaídas derramando sus lágrimas. No es capaz de poner término a esto que ya se ha convertido en un oficio. Sabe que favorezco sus gustos y que sería incapaz de formar a lo menos una oración en su contra, mucho menos dar un término definitivo. Estoy esperando su orden para hablar con mi soledad al calor de la lumbre. Prefiero que esto cese con urgencia y de una sola vez, en lugar de dar luces a mi pasión para luego ennegrecer mi buen ánimo con sus caprichos. Le he dicho que siempre seré su amiga, que no sienta el más mínimo pesar, pero ella entra en conflicto conmigo y me desafía a dejarla, cosa que sabe, no quiero. Me complico pensando en sus reacciones. Razono en dos vertientes: por un lado, pienso que tiene otros amantes, de ahí su desinterés; por el otro, deseosa e irracional, me acojo a la ilusión de que sigue conmigo por un motivo romántico. Y así en semejante sótano me duermo. Vivo con un sentimiento elástico que se acopla al talle de mi amada. Es el desquite animal a la razón y no hay mucho que se pueda hacer… *** Jorge está decidido a encontrar una nueva pareja, solo para causar un gran disgusto a la señora. Lo sé, pues está molesto con ella. Logré sostener una conversación con él, en la cual me di cuenta de su habilidad en los cálculos y su capacidad para razonar matemáticamente. Tras mi felicitación por sus saberes, reprobé sus perspectivas matrimoniales; para mí, no se debe involucrar a terceros para conseguir el éxito. En el curso de su historia, apareció su media–hermana con las manos escondidas, el mentón alzado y la espalda ancha para hacernos sombra. Unos botones de oro daban luz a su cuello nacarado y su busto lechoso. Congregó sus demonios para decir con clase:

70

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

¿De qué tema tan profundo e interesante estaban hablando? De ti… – acometí, incorporándome ¿Y se puede saber por qué estoy en boca de la señorita? ¿Quieres que te diga por qué…? – arrostré, sin bajar la vista No te atreverías – provocó ofendida Sigamos hablando, a ver cuándo ceso…

Ella se fue pasmosa, cuan cristiana huye a un maleficio. Y yo, otra vez desvariaba en medio de náuseas terribles que me tiraron en brazos de un sitial. Escuchaba temblar la tierra, a lo mejor porque ya la veía sintiendo vergüenza de mí o quizá, porque en el fondo pedía a gritos develarle al mundo que la amaba. Ella me despreció como nunca ese día. Sacó de un baúl sus trajecitos de niña y me los tiró por la cabeza con una rabia recalentada al sol. Observé un ligero cansancio que revocó una parte de su tirria y me senté a su lado para dar mi opinión. Esa violencia era un síntoma de infección en nuestro modo de querer. Y no era la primera vez. Yo no quería amar así, yo quería amar como un adulto: con los brazos arremangados para trabajar, pero con la piel suave para sentir y no cicatrizada para pelear. Se lo dije claramente. Ella me dio la espalda y con expresión asidua determinó que no me hablaría, ya que estaba muy enfadada como para hacerlo. La dejé partir para que con ella se fuese el arrebato que no nos llevaba a nada. Ella era una excelente conocedora del dolor. Durante todo un mes, no me dirigió la palabra, ni me miró, ni muchos menos contestó mis cartas. Ella corría mañosa y con reservo frente a mí; también era obstinada. Llegó el día en que reconocí, la extrañaba. La busqué para disculparme con ella y tratar de hacer las cosas bien. Consulté por mis cartas; no había respondido ninguna. “Puedes hablar directamente conmigo”, recomendó, congelando mis expresiones con un golpe de aire; no había tenido el valor de acercarme; primero, por orgullo; luego, por temor al rechazo. Ella lucía sonriente, generosa en amor propio. “Ya no importa, ya pasó, dejémoslo así”, decía alivianando nuestra separación. Me comía las uñas por saber qué saldría de esas buenas intenciones, interminables y sin el lustre suficiente como para dar un augurio. Tácticamente, arrancó de cuajo mi corazón con su buen remate: “prefiero estar sola y por mucho tiempo. Tú me diste la posibilidad de que fuéramos amigas y está bien, lo acepto” ¿En qué momento le dije eso? Solo le dije que si ambas no cedíamos un poco, esto no resultaría. Y ella, ella lo daba todo por terminado con la parsimonia de quien va a la notaría a terminar un negocio. Hinchó mis ojos en lágrimas. El amor se iba con la misma alegría que llegó. Me quedé sola, fecunda de amor, decorada con dignidad para no caer en vergüenza. Ella era una

71

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja mujer enamorada, de todo, menos de lo nuestro. Qué fue lo que echó su amor para clavarle un puñal que lo mate y no me deje así nunca más. Lo que había perdido, no le hallaría en ningún bulevar ni en ningún café. No sé qué decir, ni qué opinar, simplemente, no lo entiendo… *** No sabía que las rosas color carmín, perladas por el rocío eran las más esquivas. Pero qué hacen ciertas hierbas, sino pegarles con cada toque. Ella sollozaba por un mechón de cabellos que le resecó el tirabuzón, mientras yo remojaba la almohada por haber perdido un ser amado. No había forma de volver, recuperar; una mujer no volvía a crecer como los cabellos por su frente. Insistí mucho, le dediqué poemas, le preparé regalos, todo, sin el menor resultado. Ella se fue con su prima Rosa por todo un mes y, cuando regresó, volteó indiferente hacia mí. Se lucía con esa soberbia que yo misma le había conferido admirando su belleza. Iba dos peldaños más arriba y me miraba por encima del hombro, como una diosa que denostaba su propia obra. No dejo de pensar en ella por más que pase el tiempo. Basta su ausencia para que cada faceta de la jornada sea una rutina llana sin vida. Tengo el impulso de estrecharla, pero atajo mis pasos al darme cuenta de que sería una insensatez. Ya me había rechazado; no creo merecer tanta indiferencia. Me arrepiento, me arrepiento mucho de haber conocido el sabor de sus besos, cuya textura me dejó en la más congelada desolación. Y no me importaba nada, ni el oro ni la salud ni cualquier belleza que el sol pudiese iluminar; estaba apasionada, mi deseo brotaba en el cuerpo y la hacía mía con mis pensamientos, me retraía y no pensaba en nada más que ella y yo. Estaba enferma en un amor abandonado que no tenía más razón de ser que yo misma. Con el tiempo, fui haciendo amistad con el medio–hermano de Victoria, quien ya se nominaba mi compinche. Le confesé que estaba enamorada de un sol veraniego que quemaba mi cara, cuando salía a verlo. Él escuchó mis relatos, ecuánime, despegado de todo amor y sin mentir, expresó: “El joven está jugando, tiene a otra mujer. Deja de pensar en él, no te mereces ser la segunda”. En qué he fallado para no recibí sus favores y remediarlo. Aunque lo nuestro era un vuelo de mariposa que pronto tendría una fecha de término, reconozco que me quedé unida a sus besos. Estoy en la agonía del amor, en un sentimiento que no me permite vivir sin ella. Ella solo se anuncia para quitarme los vendajes con su desamor y desaires. Yo la he nombrado tantas veces que ya tengo cara de muerta, mientras ella mordisquea manzanas al amanecer.

72

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Y quizá sea cierto, quizá yo no fui más de lo que creí ser. Qué iluso pensar que entre dos mujeres y por estos tiempos pudiese resultar algo… *** A veces, tengo armado un modo de actuar en mi mente y, cuando entro en acción, mi cuerpo desarrolla otro completamente distinto al ya elaborado. Por ejemplo en la mesa, delante de todos, le pedí a Victoria que no olvidara de nuestra amistad, que recordara el cariño que le tengo. Ella entre risas escuchaba cómo las vecinas lanzaban sus conjeturas: que estaba enamorada, que le estaba afectando la primavera, que dejaba a sus amigas más lindas para no perder admiradores… Procedió que nos enviábamos continuas razones para seguir juntas. Ella a través de la palabra; yo, en silencio. Una vez, Victoria se sentó a mi lado para el tejido y bromeó toda la tarde sobre nosotras. “Nunca conocí a mi suegra”, “y justo ahora que estabas teniendo una buena novia, la dejas”, era lo que me decía. Yo solo le sonreí y bajé la mirada; ya habíamos intercambiado así antes. Pero esta vez, no me arrastraría más. Sí le agradezco una cosa. Ella despertó en mí el deseo de tener a alguien en mis brazos, de sentir junto a otro los matices del amor. Trepidaba en pasión al avivar en otro el placer y me cautivaba saber que un ser amado podría cumplir mis sueños íntimos. Era el deseo vivo de llevar la vida con las libertades correspondientes y sobre todo de coincidir con otro en un mismo sentimiento. No tenía por qué estar amarrada a nada, debía ser rebelde alguna vez para no sufrir más. Comencé a salir por las noches, con señoritas de la agrupación. Íbamos al teatro o a la ópera, en las horas que antes me recubría en su abrazo. En esas noches, mi alma se sabía lejos de Victoria y se recogía triste, pensando en lo que podría estar haciendo, en sus sueños y en cuál sería su destino desde ahora en adelante. La quería mía a ella y a sus cabellos achocolatados que dejaba caer por mis sábanas. Era una fuerza poderosa, mezquina que me la pedía con desvaríos a toda hora. Ese sentimiento posesivo no me dejaba cabeza para nada. Tenía que buscar una distracción que fuera más allá de los tejidos y las tablas. Hablé con Virginia; ella manejaba la pastelería de su padre, quizás yo podría ayudar en algo a su negocio. Requerían personal en repostería, donde iba a preparar unas galletitas finas. Acordamos un horario y una remuneración justa; tendría paga semanalmente y dos días libres. Empecé un lunes a primera hora. Todo el día ocupaba mi mente en distintas labores. Por decisión propia, aumentaba mis horas de trabajo. Llegaba cuando corrían las cortinas y, apenas se enfermaba un vendedor, me ponía el mantel y el gorro para comenzar a atender a las señoras. Siempre había algo por hacer, era prácticamente imposible estar desocupada en el trabajo.

73

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Y cuando recibía mi paga, ¡ay! era tan feliz. Me vestía de orgullo con la legítima convicción de que era independiente. Podría apartarme del mundo de los hombres con la liviandad que siempre quise. No necesitaba a nadie para hacer lo que yo quisiera… Con seguridad, la señora no tardaría en enterarse de que estaba trabajando y se enfadaría conmigo por haber decidido sin su permiso. Para ella, la mujer no debía trabajar. Pero eso no me importaba del todo, ya no tenía a quién más molestar. Y de Victoria, prefería no referir nada frente a nadie – muy al contrario de otros tiempos – . Pensar en ella me hacía sentir vacía y caer en la fragilidad de la melancolía. Me remitía a la depresión y al desinterés por mí misma. Solo Jorge me habló de ella. Estaba muy molesto y me confesó que sabía algo de Victoria, que si hablara tendría muchas consecuencias. Me inquietó su declaración, ¿qué podría ser…?, ¿sabía que era la líder de la agrupación de mujeres? No, no podía ser eso, tampoco podía ser que… tuvimos algo… era otra cosa, pero, ¿qué…? *** Con esto de las salidas nocturnas, he llegado a casa al borde del otro día, incluso más allá del amanecer. Entraba con sigilo y, si alguien me descubría, fingía haber madrugado para tomar un poco de aíre. Tenía mucha energía; podía acompañar a la señora al centro, asistir a misa con ella y hacer todas las compras del fin de semana. En la agrupación, hemos tenido muchos avances. Reaparecimos en los periódicos, gracias a las numerosas expresiones públicas en contra del machismo. No hemos dudado en boicotear espectáculos, manifestarnos en las afueras de negocios, inclusive redactar cartas en contra de las autoridades. Los señores nos están buscando con ahínco, ya que hemos paralizado sus fábricas, en disconformidad a las pésimas condiciones laborales de la mujer. Unimos fuerzas con los obreros para obligar a los patrones a resarcirse y redactar nuevos contratos, con los cuales se comprometen a reducir las jornadas, además de mejorar los puestos de trabajo. Ahora estamos dirimiendo si nos asociaremos o no a otras agrupaciones. Algunas piensan que eso fortalecerá el movimiento; otras, que perderá su esencia y caerá bajo fines políticos y demagógicos. Me he perdido de la agrupación por algunos inconvenientes que tuve por mi trabajo. Como dije, Victoria descubriría mi empleador, en consecuencia recitaría violenta, rencorosa en mi contra. Esa tarde, llevaba envuelto el mandil y mientras lo fregaba en los corrales, escuché a Victoria, gritarme desde la ventana: -

¡Traidora! Eres una traidora, pero esta sí la pagas Señorita, ¿no le enseñaron que las damas no gritan de esa manera?

Los pájaros canturreaban desde los árboles que la perdían entre sus ramas. Atravesó el patio para enfrentarse a mi “desconsideración” por trabajar para Virginia. Yo la

74

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja escuchaba inerme, asida al acabamiento y con irrecuperable paciencia. Recordé que la señora tenía escondida una pistola en el escritorio del señor. Mis manos húmedas llevaron el arma hacia los dedos de mi enemiga, a ver de qué era capaz. Si me disparara quizá todo mi amor decantaría junto con la sangre. Ella tomó la pistola con responsabilidad. Sus ojos circulaban por el cuerpo del arma en una enfermedad fantasiosa por verme muerta. La apuntó hacia mí con afán de acierto; desconocía el asidero de su rabia, ella tampoco quiso contármelo. El sol me pegaba en la cara y arrugaba mi entrecejo. No sé cuáles eran sus facciones, solo sentí los pliegues de su vestido, tocando mi mano. Entré a la casa con la frente caliente, ¿tan importante era para mí como para darle mi vida? Mi amor inclemente no me dejaba pensar ni siquiera dos segundos. Pocas veces sentía vergüenza de mí misma, pero esta era una de esas ocasiones. Había actuado como un personaje novelesco; aquel desacuerdo no ameritaba tanta exageración. Pasé toda la tarde encerrada en mi habitación, pensando en aquel bochorno. Desperté a medianoche con los ladridos de los perros. La modorra se había llevado mi vergüenza. Debía dar la cara y no esconderme más. Al amanecer, saldría, desayunaría con ellas y seguiría. Después de todo, eso era vivir. *** Abrí los ojos, inmune a cualquier escrúpulo. Unos gatos maullaban por el tejado, mientras iba al cuarto de baño a reparar mi presentación caótica. Esa cara de niñita no me la quitaba nadie al igual que los cabellos destartalados, la piel grasa y los ojos de mujer indiferente. Será que ni yo me reconocía, había crecido tanto que parecía una jirafa. Dejé de mirarme, tenía que salir pronto al desayuno. Me senté sin inhibiciones para informar mi inserción laboral, aflojando las mejillas al enterarme de la consabida noticia que por lo demás, tenía encantada a la señora. Aquí viene el porqué. Jorge había conversado con el padre de Virginia, para ofrecer sus servicios como contador. Se aferró al falso de que era mi primo y que yo necesitaba apoyo por ser una mujer enfrentada a tanto hombre, incluso mis jefes llegaron a contratar a uno de sus amigos para que me ayudase, porque según él, “yo estaba colapsada por tanto trabajo”. Ofendida por tales subrepticias, tuve ganas de enchuecarle aún más sus ojos desorbitados. Yo quería el trabajo; me dignificaba, me daba independencia económica y me distraía de muchas cosas que estaban pasando por mi cabeza. La señora me pidió que avalara esa mentira con una cara tan inquieta y maternal que no podría dar un portazo a su requerimiento. Trato de ser considerada, pero en el poco tiempo que lleva trabajando, lo único que quiero es su retiro. Ya no me siento tan valorizada como antes por mis compañeros y mis jefes. Jamás he abusado de la buena

75

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja voluntad de nadie y creo que con esto demuestro lo contrario. Y no lo digo por haberlo incorporado, sino por el provecho que saca en ciertas cosas. Ayer, el señor inauguró una nueva pastelería. Virginia y su madre tuvieron la amabilidad de vestir a un trabajador veterano para que asistiera al evento; al fin y al cabo estaría lleno de señoras de la colonia, por lo que se requería el garbo. No di razón al trato adusto de la señora hacia mí, sino hasta el día siguiente, cuando me dijo: “Podríamos haber arreglado esto de otra forma, no era necesario, Eugenia”. Para mi sorpresa, Jorge hizo alharaca al señor por haber privilegiado a uno de los empleados, desatando la ira del padre de Virginia, ya que su esposa había actuado sin su consentimiento. Por añadidura, la señora me emplazó por el aumento en los cupones de colación que, por lo demás, superaban por mucho al resto de los trabajadores. Jorge se defendía diciendo ¡qué eran para los dos! No tenía cómo justificarme; trabajo media jornada, no lo necesito ni me corresponde. Aparte de una disculpa, no hubo forma de reparar su falta. Tiré la balanza al fastidio para alegar histérica a mi “primo”, quien chispeante y alegre respondió que era muy “mañoso” con las comidas. Le advertí que desconocería nuestro parentesco si no cumplía como es debido, aun así, seguía riendo como un tonto. Ya estoy en boca de todos por su causa. “El primo de Eugenia tiene mucha personalidad”, le escuché decir a Virginia con diplomacia. En el fondo, bien sabíamos que lo refería como un “confianzudo” y que, por respeto a mi presencia, mantenía la compostura. Yo solo espero que la señora reconsidere la estadía de su hijastro. seguiré sacando más problemas del pozo…

De no ser así,

*** A la hora del almuerzo, vino Luis Alberto, convidado por la señora. Su presencia no era novedad, sino el título con el cual se presentaba: El prometido de Victoria. La señora fue a su encuentro en medio de zalamerías y rendiciones humildes. Pasamos a la sala de estar, donde aguardaban la vitrina de cedro, los cristales azogados, la mesita de patas torneadas y los adornos de plata. El tiempo se desperdiciaba en conversaciones empalagosas, mientras la señorita estaba encerrada en el espacio de su madre, seguramente, mirándose con detalle en el espejo empotrado que adornaba la antesala. Salió después de la primera taza de té, confabulada con la belleza. Reía al menor gesto amistoso de su prometido, mientras acariciaba nerviosa el sillón afelpado. Al repasarlo con la mirada, sus ojos brillaban de una forma tan vivaz que parecían faroles en una romántica plazuela. La señorita le tomaba la mano y lo apoyaba, cuando hablaba. Asentía a sus afirmaciones y reía con

76

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja timidez a sus bromas en la mesa. Buscaba la aprobación de los invitados y para mi pena, la encontraba. Conozco sus explicaciones, mas no las creo. Afirma que es una estrategia para aprender todos los conocimientos sobre leyes que el abogado posee, pero yo sé que está enamorada. Ella se entregó a ese hombre que miraba la luna, sentado en una pileta de mármol. Dio el corazón a ese caballero, vestido de etiqueta, que movía sus ojos de un lado a otro y plegaba su frente con la esperanza perdida en el firmamento. Hasta yo misma me enamoraría de esa fábula, más todavía, si la tinta sale de la sangre que circula por nuestras venas. Pero no es más que eso, un escupitajo de la realidad. La verdad es más dura, está hecha de personas y no de novelas; para cuentos están los escritores. En cambio nosotras, ella y yo estamos hechas para la realidad. No me importa lo que piensen de mí; el ojo ve lo que quiere y valoriza a las personas según su conveniencia. Reconozco, hay muchas personas en el mundo, pero solo con una llegué a esto. Si el amor se midiera en el número de personas o posibilidades que podríamos tener, entonces el amor no sería amor, sino porcentaje. Y no es cierto que todo tenga un inicio y un final, pues el mar está ahí día y noche sin desaliento. Por qué entonces el amor habría de acabarse… No seguiría poniendo la cara a ese grito amargo. Me levanté de la mesa, no sin antes dejar caer las cucharitas de plata sobre la porcelana inglesa. Ninguno de los comensales era de mi agrado. Sé que ofendí a la señora, pero ella no sabe que amé a su hija con infinitos servilismos y que no podía aplazar mis lágrimas al saberla cada día más lejos. No comprende que es el amor, el que se opone a mi felicidad. Cómo decirle que su hija me desgarró el corazón, que fui una más, a la cual echó al olvido, como solía hacerlo con los pañuelos que escondía en su baúl. Mi tristeza se ha prologado al punto de que ya ni puedo llorarla. Su hija no ha hecho más que pedir mis lágrimas. Una vez que la visita se hubiese ido, Victoria se atrevió a preguntarme por qué no lo había atendido, como se lo merecía. No le respondí, solo cerré la puerta en su cara. Si algo había aprendido con mis años, era a no bajar los hombros. Ya no puedo dar más, la amé con todo lo que tenía. No soy tan ingenua ni tan altruista, como para tener una actitud servicial con ese dios perfecto que me sacó de mi paraíso para quedarse solo con ella. Aunque admito, él no tuvo la culpa, fue mejor que yo; es esa estación que encandila con su brillo, mientras yo, una simple primavera que arrancó todas sus flores para adorarla. Él me venció. Ahora, que descorche el más fino champán para celebrar, pero que no me pida que beba de esa copa, ni que sea el fotógrafo que capte en su mente sus bellos recuerdos. Esto ya llegó a su fin. No hay más que contar entre las dos… ***

77

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja No la entiendo. Vive el ardor de su noviazgo lejos de mí, pero en cuanto puede se encarama a mi mirada. Hoy, en casa de la señora Clódovis, se salió de margen, culpándome de nuestra separación. “Eugenia ya ni me habla, se olvidó de mí. Pasa por mi lado, como fantasma”. Me hizo caminar contenta y confiada sobre un piso resbaloso y en cuanto le propuse amistad, demolió mis intenciones con sus ansias de mujer soltera. “Bueno”, respondí con suavidad, aunque mi tristeza lijaba mi pecho y amontonaba un cerro de pataleos por tal infortunio. Mis sentimientos han sido algo desordenados y he tenido el impulso de transgredir su espacio más de una vez. Las conversaciones que hemos sostenido, no han significado más que guiños de lo que podría ser un romance consistente. Debo vaciar los cajones antes enteros de su atractivo. Ya no me quiere, eso queda en evidencia, cuando está frente a su novio. Ella ha enfriado mis esperanzas y recortó sin desgaste todos los sucesos que vivimos juntas. En retribución, yo quiero que me vea bonita y que se dé cuenta de mi buen estado. Quiero estimular su envidia, a través de mis sonoras conversaciones y mi buen vestir. He puesto gran empeño a esa empresa, la cual me ha convertido en una mujer distinta. Ahora me arreglo, uso los mejores perfumes y cuido cada detalle. Todo lo que antaño era para ella, lo está siendo para mí. He escuchado a señores decir que luzco hermosa y me cautiva escuchar galanterías de caballeros que antes ni habían notado mi existencia. Fue un placer supremo escuchar sus viejas amigas aprobación por mis vestidos que a su juicio era más bellos que el armario de Victoria. Sé que le defrauda ser igualada a mí por sus pares y eso es algo que me alegra inexplicablemente. “Eugenia es las más estupenda de la noche”, alabó Norma, aplicando con ello colorete a las mejillas de Victoria. Los dichos de mi abuela eran razonables: la carne es sabrosa hasta que se llena de moscas. Fue un corte en el corazón, entender que no seriamos más que una aventura. Lo entiendo, lo comprendo claramente en mi cabeza, piso tierra con facilidad, pero en lo más profundo, sigo entregada por entero al amor y no sé qué hacer sin ella. La quiero otra vez junto a mí para asirla en mis brazos; sentir sus labios juntándose a los míos; oír su hálito en mi oído y descansar mi cabeza en su pecho tembloroso. La echo de menos… *** El matrimonio ya está contorneado: la fecha definida; la iglesia reservada y las invitaciones repartidas. A esta instancia, no resta mucho por decir. Todo avanzó tan rápido que ni siquiera me di cuenta. Fue un suspiro a medianoche lo que languideció todo lo que fuimos y pudimos ser. Desde lo prohibido, yo la habría sabido querer. Hubiese

78

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja hecho mil sacrificios sin cuestionarme nada. Jamás hubiese derramado media lágrima a mi lado ni acusado una vida laboriosa, pues aunque soy pobre soy una mujer perseverante. No creo que su novio pueda hacer tanto por ella. Él no la conoce, no sabe de sus caprichos, ni lo pudorosa que es bajo las sábanas. No sabe amarla y sin embargo la convertirá en su eterna compañera. No van a tomar mi servicio por más mediocridades que me ofrezcan. Mi interés está por encima de ese matrimonio; ni siquiera he querido ver el vestido, pues no tengo idea cómo reaccionaría al verlo. Nuestra historia ya llegó a su fin; seguir escarbando en capítulos ya leídos no tiene mucho sentido. Ella se va a casar y no pienso ser parte de su vida, cuando lo haga. Voy a preparar mi viaje de retorno a casa. Solo pienso en desaparecer, en escapar de esta desdicha que con ella no ayuda a mis razonamientos. Cuando logro llevar mi corazón a la certeza del olvido, ella camina hacia mí, anulando todas mis noches en vela. Mi corazón está ensordecido por sus propias ideas y me mantiene ocupada en Victoria todo el día. Pero no limité mis intenciones a vagos sueños, sino que cada noche recolecto todo lo necesario para avanzar un poco más en mi obra. Debo reconstruir mi viaje a este lugar, solo así saldré a flote de este horrible pantano que ahoga la voz de mi razón. Me armo de fuerzas, apoyada por la obstinación y la impotencia que me provoca todo lo que está pasando. Victoria, la gran hipócrita que no puede dar batalla a sus sentimientos. Todos sus ideales no eran más que miel en vitrina. Ella se me va y nuestras historias se separan, ella por su camino; yo, por el mío. *** Los colonos restantes han llegado. En una enorme barca, descendieron uno a uno. La señora me tomaba de los hombros a la espera de mis familiares. Yo no estaba nerviosa, solo miraba de reojo a Victoria, ensombrecida por su sombrilla, saludar a todos sus compatriotas. Nadie se paró frente a mí. Era evidente que ninguno lo haría, menos frente a mi indiferencia mayúscula que daba cuenta del escaso interés por hallar a mis familiares. Victoria volteó hacia mí con el ceño rugoso, mientras agitaba su abanico. No tropecé con sus pisadas, más bien me paré con la columna enderezada y sin ofrecerle ni media palabra. En medio de la gente, pude ver a Virginia, entregando un ramillete de flores a una señorita. Se abrazaban con tanta euforia que dejaban caer las flores de granado de sus sombreros, al igual que los pétalos de sus collares de medallón.

79

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Los colonos se dispersaron por la plaza, donde la orquesta les estaba esperando, junto con un desfile de niños. Me dispensé del espectáculo para ir a la casa desinhibida y con los pasajes fechados. Desde la ventana, me puse a la altura de la culpa tras ver a la señora con la espalda encorvada abrir la mampara. Yo le había mentido a su corazón abierto que de buena voluntad me había recibido. Francamente, me daba pánico decirle la verdad, defraudarla, apenarla y lo peor de todo, ser expulsada de todo cariño. Ninguna de las dos fue a tocar mi puerta ni a pedirme explicación alguna hasta el día siguiente, cuando Victoria me citó al despacho para hablar conmigo. En cuanto cerré la puerta, ella golpeó la mesa y echó afuera toda la rabia en contra mía. Venía recargada en animadversión, colorada como un cangrejo a jubilar sus silencios. Casi triste, demonizaba mi omisión sobre mi origen, además de mis psicopatías de enamorada. La atmósfera era pesada, pero sincera. A todo pulmón estallaban sus insatisfacciones, entre ellas la poca transparencia y confianza para decirnos las cosas. Acabé por confesarle que soy Matilde, una joven nativa del sur. Ella afinó los ojos incrédula; estaba convencida de que solo los colonos poseen los conocimientos como para llegar hasta la ciudad y que los sureños somos solo una leyenda, perdida en el mar. Victoria seguía llamándome Eugenia, a pesar de conocer mi verdadero nombre y mis intentos por llevarla a conocer el sur. Su testarudez me llevó a dejar la conversación, que por cierto, no tenía remos. Antes de marchar, le di aviso de mi partida. Ya había conocido los misterios de El Norte y, al enamorarme de ella, comprendía el porqué nuestros compatriotas volvían a la mar. Los viejos sabios tenían razón: los nortinos eran nuestro encanto, pero también nuestro tormento. Era preciso volver y traer de regreso lo que el mar me quito… *** Entrada la noche, una bruma espesa cubría las calles. El cielo rojizo indicaba mi partida tan feliz, tan tremenda que me hacían llorar por todo lo que dejaba. Cuánto extrañaría a la señora, a la agrupación y a la futura esposa. Este llanto impenitente, pensé me detendría, pero ese vestido de novia estuvo ahí, estirado en un torso, para recordarme que debía salir. Fui hasta la playa, con el viento levantando mis enaguas y tirando de mi sombrero. Llevé lo justo como equipaje, solo comida y una frazada. Lo demás, quedó intacto en los muebles. Me adentré por los húmedos recovecos para sacar mi bote ya reparado. Tiré de él hasta que las olas lo empujaron hacia adentro. No tenía nada planificado, ni sabía qué

80

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja resultaría exactamente de mi viaje, solo pensaba en huir lejos de todos los desamores que conocí. Pasé días balanceando el hambre con frutas. No me atrevía a pegar un ojo hasta que el sol diera fuerte en mi cara y la marea estuviera en sosiego. A mi alrededor, no veía más que el infinito constante frente a unos brazos que remaban callosos, pero calmos; ella no podría comunicarse conmigo por más que mis impulso me la pidieran. El mar me la trajo y el mar me la quita a tantos soplidos de distancia. Una tarde, la marea se agitó violenta, arrastrando mi bote con furia hacia un destino desconocido. Me aferré a una orilla del bote despavorida por la secuencia de tirones que me daban las olas. Paralizada, vi una enorme roca lista para destruir mi bote y con ello acabar con mi vida. No había orden para mi cuerpo; estaba como una escultura atrapada por su rigidez. Sin más espera, el casco del bote impactó con la roca, partiendo en dos los tablones de madera y lanzándome de cabeza al mar. Mi cuerpo flotaba en el agua, mientras escuchaba la voz de una joven cantando a lo lejos. No sabía si estaba viva; me parecía flotar en un Edén, cálido y celestial. Unas gotas de lluvia dieron vueltas por mis pestañas para una visión difusa que al pasar mis puños siguió a la irritación. El cielo estaba muerto, solo el mar iluminaba unas escalinatas mortecinas que se alzaban sobre mí. Trepé por los fierros sin descanso. El agua marina se colaba por mis fosas nasales, obligándome a tragar aire por la boca. Mis ojos fogosos en ardor daban un panorama borroso y no me permitieron saberme en terreno firme hasta que mi mano se enterró en un clavo torcido. Estaba en el sur. Corrí en dirección a casa con el único deseo de hallar a mi madre. Entré de golpe, causándole un gran susto. Lloró al verme, superada por una angustia sin límites que por fin perecía. Fingí amnesia producto de unos cuantos golpes en la nuca; se preciaba de locos a quienes hablaran de los nortinos. No me sentía plenamente feliz; causé un gran daño, la madera del bote sostenía una de las pasarelas principales, la cual fue derribada por el mar, dejando incomunicados a una parte de los sureños. No había forma de reparar el daño; el bote había quedado por completo destruido y las maderas no eran más que tablones hinchados en el agua. Otra cosa que no me tenía del todo contenta era volver a mi antiguo modo de vida. Es muy fácil acostumbrarse a lo bueno y muy difícil andar sin herradura. Mi cuerpo se había ajustado al aire tibio que apenas tocaba la espalda y a las tardes soleadas que medraban el campo. En el sur, la inclemencia de las olas y el azote del viento elevaban mis vestidos, tirándome al piso de una sola pasada. Todo era tan oscuro que no lograba ver con nitidez la fisonomía de mis conterráneos, a menos que los tuviese muy cerca. Otra vez, la vida maduró en batallas. No había hora sin fatiga. Anhelaba las ofrendas de los nortinos, para sacar una torreja del pan húmedo o un puñado harina tostada. Mi

81

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja estómago insaciable se movía retumbante por un bocado que no llegaba hasta el día siguiente. Yo no podía sacar nada de la despensa, todo estaba tan bien distribuido que mi madre lo notaría enseguida. A pesar de todas las nebulosas del diario vivir, tenía espacio en mi cabeza para Victoria. Quería olvidar todo lo que había pasado; por su causa ya no tenía un motivo para hacer al menos algo. Todos los días me despertaba, pensando que la vería y que compartiríamos un momento juntas. Incluso ahora que sabía no había manera de volver. El amor… por qué tenía que ser tan ingrato conmigo… *** Otro día más. Al amanecer, corrí adormilada hacia el peñasco, estropeando con los clavos mi vestido de cretona. Lo que antes era una aventura, ahora era un verdadero fastidio. Y un fastidio rutinario. Clareaba por las maderas de mi madre, para que fuese a desmontar la cama y darme aviso de los víveres. Muchas veces mi tedio era más fuerte y tuvimos que alimentarnos solo de reservas. Mi madre tomó la determinación de prohibirme toda comida que no consiguiese por mí misma. Cedí a sus órdenes; los tiempos habían cambiado. Se acabó el bocado a cambio de dinero para dar paso a la lucha encarnizada por sobrevivir. Lo único válido era el sudor de mi cara. En poco tiempo, mis brazos se llenaron de rasguños, mis manos de carnosidades y mi piel de una superficie áspera. Entre las cosas que recogí, hubo un vestido que llamó mucho mi atención. Tenía unas letras bordadas con hilo dorado; era el vestido que le había regalado a Victoria. De a poco me devolvía mis lamentos. A la vuelta, mi madre me dio una palmada en la mano, molesta. No había conseguido más que un tarro de leche, azúcar y ese vestido. Meneaba la cabeza en lamento por mi desaparición, mientras empapaba un trozo de pan en la sopa. “Tu prometido tenía buenas tierras, no habrías pasado miserias, como ahora que apenas traes esas porquerías”, fantaseaba considerando que había numerados señoritos y mi prometido estaba casado, por consiguiente no veía tiempo próximo para mi matrimonio. Cada vez que me hablaba de lo mismo se me englobaba el pecho, pensando en Victoria y su vida de casada. Pese a todo, mi respuesta para ella sería un sí, regresaría con ella si me lo pidiese. Dios mío, había perdido mi dignidad en un amor infranqueable que ni las circunstancias me lo arrancaban. Solo el tiempo, sé que solo el tiempo va a marchitarla de mis pensamientos, como fuere, no existía el imposible para las manecillas del reloj… ***

82

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Salí a caminar por las escalinatas con un puñado de moras, apretujadas en la mano. La brisa marina se colaba por mi vestido y me ponía la piel de gallina. Mis recuerdos eran grises y me trajeron a la vista, la personalidad de Victoria. Ahora que veía a la distancia todo se juzgaba distinto. Comienzo a saber de sus formas y mi amor va desvaneciéndose. De a poco me recupero a mí misma, a ser lo que estaba siendo en un comienzo y a preguntarme cómo pude enamorarme tanto. Ya no tengo sus retratos conmigo y ni siquiera me acuerdo de su cara. Me dan miedo mis propios sentimientos, me imagino lejos de mí y desdichada en el futuro por un destino que aturdida en amor decidí. Han sido días de hambre y frío. Cuando intento hacer altura, trepando las escalinatas, las piedrecitas golpean mis brazos y los recogen sin nada en las manos. He perdido mis habilidades para capturar alimentos. Mis brazos amoratados vuelven pelear por los víveres necesarios para subsistir. Mis pies recuperaron la suavidad con que nacieron y acusan maltrato cada vez que intento caminar por las maderas. La brisa marina ha enmarañado mis cabellos y manchado con barro mis vestidos. No hay manera de escapar. Tampoco resta mucho por hacer, salvo levantarse de madrugada para llegar hasta la gran roca, a la espera de los botecitos que nos envían los nortinos. Allí todos extendemos nuestras manos y luchamos por atrapar la comida antes de que se estrelle contra la roca. Cada madrugada me siento en las escalinatas y desarmo el vestido de Victoria. Cada día, echo al mar sus piedrecitas, sus broches y desarmo los adornos bordados. Jamás volveré a hacer vestidos aquí, salvo para adornar a las malogradas muñequitas que nos llegan. Cuando puedo, recojo objetos que reconozco son de ella. Tengo un anillo en el dedo índice que estoy segura ella estaba usando. Yo sé que también me extraña. Era su incondicional, su amiga. Debe estar sola y no debe salir más que con su madre. Aquí, yo tengo a los míos, de niña conté con el cariño de algunos pares, en cambio mi Victoria, a pesar de tener el mundo a sus pies, no cuenta con fieles servidores. Por mi casa, todo el día hay visitas. Es un transitar interminable de gente. Conversamos horas y horas, tomándonos un té y no paramos hasta entrada la noche. Son muy pocos los momentos en que estoy asolas conmigo misma. Creo ya la estoy recordando de otra forma… *** En estos dos meses en casa, creo que ya agoté su canción. Pensar en ella, me hace viajar al cansancio. Ahora comprendo que estoy cerrando una etapa de mi vida. Cuando recuerdo todo lo que pasó, el gran remolino se lo lleva la tubería. Me atajó la ventisca

83

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja polar por no haber escogido un buen lugar para ver mi función, ya para la próxima iré dos puestos más adelante. Es difícil salir de la fatiga del romance. Fue tan intenso y tan bello que cuesta igualar su magia. Solo la redobla un amor, el amor propio. Ese amor me sujeta con fuerza, me hace reír jactanciosa cuando me miro en el espejo y me impulsa a decir: “Me veo muy bien hoy”. Ese cariño es el punto de partida para todo lo demás; desde ahí trabajo, me esmero y espero ame algún día. Tengo la descontrolada ambición de pedirle más a la vida. Vuelvo a pensar en mí, a priorizar en todo lo que tenga que ver conmigo. Pienso que ahora sabré administrar de manera más inteligente mi cariño, amando sin entregarme tanto a los demás. Quiero estar por un buen tiempo sola, independiente y abocada en los derechos de la mujer. Hay una vieja leyenda. Se dice que, si se canta en una luna menguante sobre la gran roca, se levanta una pesada neblina y, en ese momento, desde el fondo del mar, sale a flote un buque dorado que encandila, al cual solo pueden abordar los elegidos. Es una proeza terrible que nadie de mi generación ha intentado. Esa es la puerta al El Norte y la madera que quiero tocar. El egocentrismo emana como un vaho por mis pies y se sienta a mi lado para decirme que el camino es demasiado angosto. Todo lo que vivo no es suficiente, ya no quiero ser un peso para mi madre, además sé que puedo volver a mirar a Victoria sin mortificarme. Mi intento por escapar fue la mayor de mis locuras. Casi pierdo la vida en esa gran hazaña. La marea resecó mi cara, dejándola tensa a cualquier gesticulación y mi mente era un lienzo en blanco, ¿qué explicación daría por eso? Mi madre me trajo con el cuerpo contraído una tacita de té desportillada. Creí me sancionaría con rudeza, pero ella solo habló temblorosa y con dulzura: -

Hija, no arriesgues más así tu vida. Si quieres irte de aquí, esta casa es tuya. Ve… No podría hacer eso… Hazlo, Matilde…, empaca hoy y vete mañana Yo no quiero Sí quieres y si no te vas, yo te voy a echar. No te quiero por mi casa mañana

Dicho y hecho, me perseguía con unas enormes tijeras para que me alejase de sus terrenos. Maderas Plateadas fue mi refugio por días. Nunca más la volví a ver. Adónde se fue, qué hizo con su vida. La busqué por tanto tiempo y el mar solo me trajo de vuelta el delantal del que yo tiraba cuando niña, el delantal que arrugaba, cuando le daba un abrazo. Ese delantal que ella zurcía cada tarde. Por qué lo hizo… ***

84

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Desde que mi madre se fue, me convertí en una zángana. No hacía más que repetir la oración a Dios que la señora me había enseñado, tumbada en la cama, con un sueño avalado por la soledad. Los días se desprendían en un resentimiento hacia mí misma por haber perdido a mi madre. Qué pesadilla estaba viviendo por mi propia culpa; por dondequiera que fuese vería su muerte. Yo sabía por qué lo había hecho, por eso, recibía con mala cara mi sueño cumplido. Mi espalda adolorida no era más que un pretexto para aplazar mi empresa. Ya no podía parar. Con prudencia, comencé a desprender las maderas de la casa para llevarlas a mi escondite en Maderas Plateadas. Alojé unos días, miedosa de las vigas cada vez más flojas sobre mi cabeza. Tardé dos meses en construir un barco que acabó por dejarme sin hogar. Este viaje fue más crudo que los anteriores. En una tarde, el mar volcó mi bote y arrasó con todas mis provisiones. Las piernas me tambaleaban por el hambre y el calor intenso que pegaba desde la mañana. Pero estaba dichosa; conocía ese vientecito cálido al anochecer. Con cada paso estaba más cerca de El Norte. Me adentré en el mar con la experiencia de mi anterior viaje. Reconocía cada estrella, cada oleada y conducía, como una residente nortina. Era fría y calculadora, sabía decirle a mi estómago cuántos días exactamente debía distraer al hambre, como también sabía que mi aspecto era espantoso El reflejo del agua dejaba entrever mis cabellos opacos, mi cara grasa y mis uñas rotas. Quien me veía, arrojaba monedas a mis pies o huía asustado de la mujercilla zarrapastrosa que iba al asecho. Ni siquiera las muchachas reconocían a quien antes atendieron y con enfado amenazaban con la escoba a esa pordiosera que preguntaba por el ama de casa. La señora se asomó, interesada por el escándalo. Era demasiado buena, como para no reconocerme, a pesar de mi desgarbado aspecto. Me recibió con tanta ternura que me pensé la más querida, la más protegida por una señora a quien no había ayudado en nada. Yo tenía mucho que explicarle, pero a ella no le interesaba saber quién era yo. “Eres mi querida Eugenia y estás de regreso, eso es lo importante”, me interrumpía, sacándome gruesas lágrimas. Fuimos a la habitación de Victoria – que no tenía ni siquiera su cama – a sacar de su baúl un vestido para mí. Era ese vestido con el cual la vi por primera vez, el que curiosamente entraba a la perfección en mi cuerpo. Yo siempre me creí más rellenita que ella y sin embargo la señora decía lo contrario, que estaba “flacucha” en comparación a su hija. Por curiosidad involuntaria examiné con la vista el baúl; había muchas prendas que la señorita no se había llevado.

85

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

He tenido que regalar algunos de sus vestidos; el púrpura lo ofrecí para la pascua, como era el favorito de Victoria, pensé que sería una ofrenda adecuada Si era su preferido por qué lo dejó en casa Es lo mismo que me pregunto

Así que no había sido ella quien arrojó mi vestido, sino la señora. “¿De qué te ríes, Eugenia?” Salió esa pregunta arranca sonrisas, antes de que sacara la cabeza por la ventana para saludar a quien parecía ser una visita. Era la hija de la señora, quien venía a almorzar con ella. Sus huesos sonaron al acercar su boca entreabierta a mi mejilla. No sabía qué decir, ni cómo acribillarme; por revancha sus uñas se enterraron en mi palma, acompañados de una risita hipócrita a mi presencia. Nuestro trato ha cambiado diametralmente. Estoy comenzando a defenderme de ella, a contestar sus ironías y a ironizar yo también. El paso de tiempo, consumió toda esa jovialidad que antes me enamoró locamente. Ya no veo esa belleza regocijante que gobernaba mi voluntad ni a esa señorita inalcanzable, poderosa, capaz de fascinarme en una conversación. Mis ojos solo ven a una mujer compuesta de la misma materia que muchas otras. Ya no estoy enamorada, porque las dos así lo hemos querido. Retomé mi labor como integrante de la agrupación. Me motivaba conseguir adelantos para la mujer. Concentré mis esfuerzos en ayudar a aquellas mujeres que habían sido rechazadas en sus hogares y requerían apoyo, mientras consiguen auto sustento. En una semana, hemos avanzado bastante y no temo ser la cara visible de este movimiento insurrecto. Vamos a tomar el mundo en nuestras manos y a dar tantas vueltas como sea necesario para ocupar el lugar que nos corresponde… *** Desde mi partida, ocurrieron muchas cosas. La que más me quitó la simpatía fue la boda de Jorge con Rosa. Ese hombre mal formado le había dicho que éramos familia y que lo habíamos perdido todo en la guerra. Me desilusiona su calidad de hombre: falsificó mi firma para tomar mis ahorros del banco; se llevó todo lo que había en mi recámara e inventó que yo estaba de acuerdo con el matrimonio. La señora persiste en que sea su cómplice; a su juicio, la familia de Rosa es una arribista que le quitará todo si se entera de que es su hijastro. Desde luego, no acepté la compensación económica que me ofrecía la señora. Yo personalmente, tendría una conversación con ese sinvergüenza. También me encargó a su hija, a quien no veía en días. Solo negué con la cabeza. No sabía nada, además no es la obra de mi interés. En realidad, hace días que no se le ve por ninguna parte, mientras que a su esposo, lo veo jugando billar o en cenas familiares.

86

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Supe a través de Norma que se había ido a la casa de campo, por razones que no indagué; solo quería salir a la lluvia, oler los aromas de la tierra y luchar contra los goterones que empapaban mi abrigo. El viento refrescaba mi cara. Las muchachas me recibieron asustadas por el sonido del temporal. Tomaron mi paraguas y se llevaron mi abrigo para el corral. Mientras secaba mis cabellos con una toalla de lino, pensé en la fiesta de Virginia. Será un gran evento, ¡qué maravilla! Mis dedos rozaron los hilos que habían bordado mi nombre. La lluvia se detuvo por unos minutos, para luego volver a caer con más fuerza. Entré al cachorro, quien se acomodó en mis faldas, tiritando en frío. Ambos nos adormecimos frente al calor fraternal de la salamandra. Recordaba a Rosa entre bostezos, esa belleza de ojos claros que sucumbía a ese hombre de malos sentimientos. Era una magnolia sin luz ni aire. Pero pronto sabría de ella, pronto conocería a la nueva señora… *** Fui a encarar a Jorge. Me atreví a viajar hasta el pueblecito, donde vivía con Rosa para decirle sus verdades. Adelanté mi visita por Virginia, quien acusó en la fiesta, que Jorge fue despedido de la pastelería por haber depositado en su cuenta las ganancias de todo un mes. “Él le dijo a los trabajadores que mi padre no les pagaría y eso no es todo, curiosamente después de su retiro nuestros pasteles fresa, los que más se venden, estaban llenos de gusanos”. La fiesta se me vino encima, yo misma me sentía como una delincuente; ya no solo debía preocuparme de mis acciones, sino también de lo que hacía “mi primito”. Tanto empeño que le había puesto a mi imagen... De qué me servía ese vestido de perfectos pasamanos si, posiblemente era tan sanguijuela como mi primo. Salí en ayunas de la colonia; mi hambre no se quitaba con panecillos. En el recibidor, fui escueta con Rosa, de hablar, saldría volando como una tapa de olla en agua hirviendo. Los minutos eran eternos para una cara roja por la fuerza de la sangre. Con la boca en llamas ingresé en el despacho de Jorge, para verter toda mi rabia en su contra. Había dejado mi nombre por el suelo y además, tenía la desvergüenza de alzarse en contra de Virginia, quien tuvo la amabilidad de contratarlo. Nuestras voces se enredaban en un ir y venir de insultos. Para mí, era un completo imbécil, un oprobio a su propio género, un atado de idiotez. Mi corazón exaltado retumbaba fuera de sí en un ataque de rabia que no podía contener. Él en cambio, escuchaba festivo. Después de quedarme sin aire y con las mejillas ardiendo, se dispuso a decir: -

Di lo que quieras, quién le va a hacer caso a una mujer. No sabes del mundo en que vives Sí, sí lo sé – le contesté con los ojos humedecidos

87

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Me fui con la impotencia del llanto. No había conseguido nada y no se me ocurría qué hacer para revertir las cosas a mi favor. Ni siquiera Rosa era feliz. Me confesó que estaba cansada de su marido, quien le exigía gratitud y paciencia a cambio de una vida de miserias. La pobre ya lindaba con el odio y por lo que veo, debería echarse a llorar por años, antes de arribar al desdén. -

-

¿Por qué querías casarte con él si sabías que no era un buen hombre? Porque quería darme el gusto de entrar a una iglesia, de vestirme de blanco. Los años pasaban y no lograba encontrar buen marido. No quería quedarme sola, Eugenia… ¿Solo por eso entregaste tu vida a un bueno para nada? Es el sueño de cualquier mujer ¿El sueño de cualquier mujer? ¿sabes cuál es el sueño de cualquier mujer? – guardó silencio – Ser feliz, que todos la vean dichosa, alegre, bonita… Y la belleza solo se logra cuando se es pleno con uno mismo y con los demás.

Me escuchó con recogimiento. Dejó de estar a la defensiva para comenzar un llanto amargo. Su matrimonio había sido un tropiezo que se oponía a todas las fábulas de su adolescencia. Fue el miedo terrible a la soledad la mayor tentativa para escoger a Jorge, pues le inquietaba convertirse en una solterona, en una mujer sin hijos y peor aún, en una vejez desposeída de cariño. Cuánto lo siento por ella…, le queda tanto por vivir, tanto por desear y tan poco para recibir… si tan solo la vida no fuera tan cíclica, no volveríamos al mismo punto. Si tan solo el mundo no fuera tan redondo, quizá la vida tendría más detenciones y menos decisiones que golpean de regreso. Qué será de la pobre Rosa ahora… *** Era una tarde despejada. El sol resplandecía como bendecido por Dios. Tomé el carruaje de regreso a casa, despidiéndome de Rosa con la inquietud de su destino. Ella me rodeaba en un abrazo y me apretaba con sus dedos, cada vez que veía el carruaje más cerca. La pobre tendría que soportar a su marido por una larga temporada y, sinceramente, prefería seguir mancillando mi nombre a verla en desdicha. A la hora de la cena, percibí mi rostro sombrío e indiferente a la conversación de Victoria y la señora. Plegaba mi vestido para colmar mi ansiedad y contenía la respiración cada vez que me disponía a hablar. Luego, exhalaba con violencia al omitir en un fúnebre silencio mis angustias. Henchida en una aflicción vehemente comencé: -

¿Puedo hacer una pregunta? – consulté, dirigiéndome a la señora ¡Todas las que tú quieras! – contestó Victoria con ironía por interrumpir su “interesante” diálogo sobre frazadas de lana virgen

88

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

-

Entonces puedo preguntarte a ti también… ¿dónde está tu marido? – Victoria rió desviando la mirada Trabajando, desde luego – contestó frunciendo el labio ¿Y los fines de semana también trabaja? – Victoria se cubrió molesta con una servilleta Qué era lo que querías preguntarme, Eugenia – interrumpió la señora, a lo cual aclaré mi garganta para preguntar: ¿Por qué aceptaron el matrimonio de Rosa y Jorge? Todos sabemos su forma de ser Como comprenderás, a los ojos de todos, no somos familiares directos. No necesitaban nuestra aprobación No necesitaban la aprobación de nadie, excepto la tuya, Eugenia – inquirió Victoria con sarcasmo – que por cierto, estabas quién sabe dónde – moduló con exageración la última palabra – ni siquiera participaste en mi matrimonio… No fui invitada, no recibí ningún parte – concluí con la mirada fija en el consomé ¿Es eso verdad, Victoria? – preguntó la señora con sorpresa ¡No necesitaba ningún parte! Sería ridículo, como enviarle un parte a usted madre… De todas formas, Eugenia debía contar con su invitación ¿Qué tal si hubiese querido asistir con algún acompañante? Sí, Victoria. Hubiese invitado a alguna amiga – añadí, colgándome de la ironía ¿Una amiga…? – preguntó Victoria con suspicacia Sí. Sabes muy bien que prefiero la compañía femenina, es más delicada que la de un caballero…

Victoria entrecerró los ojos, consumida en una rabia que agitaba su pecho. No aguardó el postre para llamar al chofer y ordenarle que la llevara camino a casa. Al despedirse, recalcaba sus anhelos por ser madre y llevarle nietos a la señora. “Pronto verás cómo te traigo un caballerito a la casa”, decía con una altivez imperiosa. Mis pupilas la seguían con precisión sin perder esos gestos de batalla que iban directo a mí. Su convulsión se olía en su respirar y en sus labios acalambrados que pretendían aparentar una sonrisa. Cómo la conocía…, me sabía sus capítulos y guiones, como si fuera mi propia novela. Estaba herida, la había ofendido y me atacaba con eso del nieto. Fuimos a verla el fin de semana. Estaba acomodando unas rosas en un jarrón, con la cenefa terracota por techo. “Deja de espiarnos desde ahí, ya llegamos”, dijo la señora a una pensativa Victoria. Nos llevó al comedor, donde tomamos la merienda. Una de las muchachas saludó por el pasillo al dueño de casa. Victoria corrió enloquecida a su encuentro para sujetarlo del brazo y llevarlo al comedor. Se mordió tan fuerte el labio inferior que lo amorató su carne y se esforzó tanto por lucir encantadora que los puños de su blusa, todavía estaban húmedos, pero pulcros, encalados. El suegro de Victoria se incorporó a la mesa. Al lado de su hijo conversaban de temas elevados que con sabiduría la señora sabía sobrellevar. La piel de Victoria no era más

89

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja que una bruma que pasaba en silencio, inerte por las calles despobladas. Intentaba ser atenta, ofreciendo budín diplomático, pero solo se ganaba un ademán con la mano de los señores, quienes no tenían más interés que intercambiar ideas a la par con la señora que por cierto se desempeñó como toda una erudita en cuestiones sociales y políticas. Victoria estaba sola y, en su aburrimiento, tenía más tiempo de meditar sobre su soledad. “A mi hija siempre le hizo falta una compañera”, comentaba de regreso la señora. Y le seguirá haciendo falta, mientras convierta a sus enemigos en sus amantes. La envidia fijaba su atención en Virginia y su amiga, esa joven que llegó con el resto de los colonos. Sé que sus labios tiemblan al igual que los míos por un beso y que debo espantar con el pie las cenizas de lo nuestro. Ambas inhalamos el placer que dejó un amor a la deriva. Todavía recuerdo su mejilla en mi cuello y siento mis dedos palpando su cintura. El contorno de su cuerpo era una revelación a mis instintos primarios. La amaba, como nunca antes había amado. Éramos más que sustancia; las dos fuimos amigas; yo la escuchaba, la acompañaba en sus locuras y desaparecía, cuando ya no me necesitaba. Pero esa herida ya coaguló. El dolor pudo más que cualquier otro sentimiento. Además, yo no quiero un amor compartido, quiero un amor egoísta que no deje respirar a nadie más que a las dos, un amor que me impaciente de día y me inflame de noche, encendida en caricias que no aguardan a nadie más que a mí. Eso es lo que yo quiero y sé, no es mucho pedir… *** Cuando el fin de semana conciliaba con el calor, nos deleitamos con un paseo por las olas y la frescura marina. Nos cubrimos con nuestras sombrillas de los rayos del sol y mirábamos a los niños salpicando agua desde el borde del mar. La señora me permitió refrescarme en el mar. Acomodé mi gorro para acercar tímidamente mis pies al agua. Me adentraba frente a un mar dócil y corría cuando se recogía para bañarme con una ola. Me sentía como una niña, como si la sal arrastrara los años y me diera una dosis de la inocencia que en tierra había perdido. El agua era tan helada que me ponía la piel de gallina. Fui hacia la señora para tenderme a su lado. Entibiaba mis manos con la arena gruesa y caliente que me ayudaba a combatir las repentinas ventiscas que se colaban por mi espalda. El canto de las gaviotas pasaba por mis oídos, como un ensueño distendido. De pronto, un velero se asomó a lo lejos. El mar turquesa lo trajo a la orilla con su vigor, arribando a una mujer de cabello plateado recogido. No traía más amigo que su maletín y una exitosa navegación. La señorita salió del mar para dar un barrido a todos los expectantes colonos que se morían por saber de ella. Perdió el anonimato solo para decir que se llamaba Esther y para saber de alguna pensión donde alojar, ya que su familia pereció en la guerra.

90

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Victoria la miró de pies a cabeza con desprecio. Acomodó su sombrero de plumas para pronunciarse: “Demasiado soberbia, como para gastar aire en ella”. Esther es una mujer de carácter, decidida a no dejar pasar el mundo por sus ojos. No tardó en contactar a todas las integrantes de la agrupación para solicitar su ingreso. Fue una discusión sostenida; nadie parecía conocer sus orígenes y la desconfianza era la mayor agravante. El ritmo discordante no daba término a las extenuantes horas de debate y ya estaba cansada de alzar la mano sin obtener una diferencia en la cantidad de votos para cada postura. Finalmente, la inclusión de Norma marcó el ingreso de Esther a la agrupación. El carácter de Esther no es del agrado de Virginia, quien considera que tiene una personalidad poco acorde a una recién llegada. Sin embargo, tiene muchas ideas innovadoras y subversivas que sé nos visualizarán como una filosofía en vez de una ráfaga, seducida por la moda. En lo personal, valoro sus aportes. Su literatura es muy sabia y expone razonamientos potentes en los periódicos. Ella propone que instalemos cambios en los más desposeídos; ellos son la mayoría y se llevan la peor rebanada del mundo, solo por no poseer riqueza alguna. Desde su punto de vista, debemos establecernos en los sectores más provocadores de la colonia. Esos rincones que no figuraban en las postales ni en los periódicos. Solo tres de nosotras teníamos las maletas hechas: Esther, Norma y yo. La gran mayoría discrepó; no les agrada movilizarnos desde ese escenario, ya que significa despojarnos de los árboles llenos de frutos en los que reposamos. Para ser francos, aún persiguen su vida tradicional y hasta que sus caminos no sean derribados, seguirán acogidas a su comodidad. La señora reaccionó airada a mi decisión. Sus gritos repicaban en mis tímpanos y nublaban mi pensamiento. Por la noche, me plegaba en la cama acongojada por lo que parecía una traición a quien tan bien me había tratado. Y la señora, rezongaba a todas horas por mi necedad y rebeldía. Era la segunda vez que actuaba con desobediencia y muy por debajo a una señorita de casa. Solo la visita de Rosa evaporó nuestros conflictos. Estaba pronta a su primer hijo, cuya madrina sería la señora, quien tocaba la panza de Rosa, asegurando que sería una niñita. Rehuí de las quejas y lamentaciones, escapando por la noche. Dejé una carta sobre el tocador de la señora y partí al encuentro con Esther. No tenía idea del lugar exacto en el que viviríamos, solo me reuní en el sitio acordado, con todas mis pertenencias y la incertidumbre que solo se puede equiparar al misterio de la muerte. No sé hacia dónde iremos, solo espero no perder el cariño de la señora.

91

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja *** Llevamos poco tiempo viviendo en una pieza maltrecha que una mujer de edad avanzada nos arrienda. Es un lugar donde todos nos vemos las caras. Algunas piezas ni siquiera contaban con puertas para resguardar la seguridad. Contamos con un solo baño, el cual está determinado por turno para cada inquilino y una cocinilla para calentar la comida. De posesiones, ni hablar. Todo es público al ojo ajeno, menos el marido de la vecina, de quien basta una mirada para ser tachada de “provocadora”, por no decir “puta barata”. Aquí la gente vive muy preocupada del chisme. Ya se está hablando mal de nosotras; les parece raro que dos mujeres sin marido vivan juntas. Las señoras se han figurado que somos brujas, por ver entrar y salir señoritas cada fin de semana. “Participan en el aquelarre”, siempre cuchichea la más anciana. Me asombra su facilidad de pensamiento en esa miniatura de la vida. A menudo, las inquilinas se topan en el corral, donde se reúnen grupitos de dos o tres mujeres para desplegar la lengua en contra de una que otra vecinilla. Tendían la ropa mojada que enturbiaba la atmósfera con una humedad invernal, superada solo por el conventillo de enfrente y sus asados que expandían su humo por el resto de las casas. Y es allí, cuando empieza la gresca entre las señoras de nuestros conventillos, con sus vecinos varones. Con Esther, salimos bastante, ya sea a difundir panfletos o a dar instrucción elemental. Ella es muy buena maestra. Va casa por casa, dispuesta a enseñar a quien tenga la voluntad de aprender. Les enseña las vocales, el abecedario, a juntar las sílabas y formar una oración. A veces, los jefes de hogar la expulsan de sus casas con duras amenazas y hasta ha sido corrida a escobazos por pretender “meterles ideas tontas a las mujeres en la cabeza”. Pero eso no la detiene, al contrario, tonifica sus piernas para avanzar con más aliento. Ahora se le ve más resuelta que nunca. Una de las inquilinas, una muchachita de quince años, nos comentó que trabajaba en una fábrica. Las jornadas eran fatigosas y solo se armaban genio por un puñado de comida. Nosotras también debíamos acercarnos a esa realidad. Pediríamos trabajo en la fábrica y comenzaríamos a sembrar desde la injusticia lo que sería una reivindicación a la dignidad. Era el momento para cambiar… *** Han pasado dos meses, desde que me fui de casa de la señora. Estoy muy encariñada con ella y sufro las alteraciones que significan no contar con nadie que se preocupe tanto por mí. Al alba, tomé rumbo a su casa. Al llegar, mi cara pecosa se dejó entrever sin rayas en la mampara. Una de las muchachas me alcanzó jadeante con un canastillo en la mano.

92

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Apenas cruzamos la puerta, escuché un rumorcillo que venía del recibidor. Tomé interés en ella, no sé por qué y la vi curvándose hacia mí. Como nunca, recordaba una estatua de alabastro, de sentimientos traslúcidos y lágrimas calizas. Su pelo barnizado se recogía por un listón de satín rojo que se resbalaba por su entrepecho. Se hacía respetar con ese vestido de seda y faya marfil de buen talle. Me tenía en trance la solemnidad de los volantes brochados, cuyos adornos florales se enredaban en los pliegues de su enagua. Esa mujer ardiente que una vez tuvo el cuello desbocado; esa doncella seductora, fértil en ternura y mojigatería, mi mujer abrasadora que… “¿Ya acabaron de mirarse?” irrumpió la señora de pronto. Parpadeé exaltada, cuánto tiempo habré estado así, más bien cuánto tiempo habremos estado así: ella mirando mi echarpe; yo, su penetrante calidez. Sus ojos eran un cordel de lana negra en el cual daba vueltas encantada. Ya no la quería, ¿por qué el ojo era tan ajeno a mis órdenes…? Dilaté mi embriaguez para sentarme a la mesa. La señora me chantajeaba emocionalmente, aludiendo a la soledad que se vivía sin mí y a las comodidades que podría tener si me retractase. Estaba empecinada en que volviese a la casa, como remedio único al olvido. Pero yo no era tan ingrata como la señora pensaba, yo no escondía mi cariño en unos arbustos para hacer lo que quisiera. Siempre me acordaba de ella, siempre expresaba horror frente a un mal modal mío en la mesa y si de vestuario se trataba, escogía los que se fundaran en lo convencional. Yo no bebía del río, tosca; yo contaba con mis manuscritos, esos que escribí, desde que llegué a su casa y pretendí ser una dama de compañía. Ya heredera de la palabra, me preparé a decir al…, cuando la señorita, digo la señora Victoria rasuró mi turno: -

¿Dónde estás viviendo? – no dije nada, molesta con ella por haberme bajado el telón– ¡Eugenia te estoy hablando! Con mi amiga Esther – concluí, mirándola sin parpadear ¿Y quién es esa Esthercita? Una amiga Últimamente te has hecho de muchas amistades… ¿Y tú no? No, no caigo tan simpática como tú ¿Y entonces cómo estás tan casada y yo no? Ya, ya está bien – decidió la señora – deja a Eugenia en paz ¿Por qué no te casas entonces? – me increpó ¿Para qué?, ¿para pasármela todo el día en cualquier lugar, menos con mi marido…? Yo voy adonde quiero, pepona – reía en dirección a mis pecas ¡Victoria! – dijo la señora golpeando la mesa – ¿dónde están sus modales, niñas? Las dos parecen bajadas de un cerro Ella empezó ¡Qué le importa mi vida de casada!

93

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

-

-

-

Bueno – la señora dio un breve suspiro – ya que tocas el tema, hay algo que quiero comentarte – giró hacia Victoria – Hija, creo es momento de que te ocupes de tu hogar, el casado, casa quiere Madre, ¿me está echando? No, pero no puedes pasártela aquí todo el tiempo y luego andar llorando porque según tú, nadie te quiere Yo solo venía a verla… – inclinó la cabeza con pesar Y me parece muy bien – aprobó con un golpecito en la mano – como también me parece que debes ocuparte de tu matrimonio. Dime una cosa, ¿dónde está tu marido?, ¿podrías decírmelo? ¡Por qué siempre me lo cuestiona todo! ¿Vas a decir que yo también te odio? Debes ocuparte de tu nuevo hogar en vez, de pasar todo el día, preguntando por Eugenia – lo último empolvó mi cara con carmín Usted nunca se preocupa por lo que me pasa – dijo elevando el tono de voz – no sabe nada de mí A ver – dijo la señora, acomodándose en el sitial – cuéntanos, ¿qué tanto has sufrido?

Aparté la vista tras la agónica voz de Victoria. Unas gotas se asomaban en sus ojos y, derrotada por su angustia, cerró la interpelación para tomar su estola y marcharse sin la fortaleza para despedirse. -

Debe madurar – dijo la señora, mirándola por la ventana Pero señora…, ¿por qué no la escucha? Ella está sola… – sugerí con la voz apagada ¡Cómo que sola! ¿Le conoce alguna amiga…?, ¿ha visto a alguien preguntar por ella sin intenciones amorosas…? Sí he visto a una persona. A ti, Eugenia. Tú has sido la mejor amiga de Victoria y mírate, ni siquiera se acuerda de ti. Ella debe aprender a conservar lo que tiene. No puede pasársela despreciando a quienes la quieren; las heridas del corazón marcan los sentimientos – concluyó soltando la cortina

Con la tarde golpeó la helada. Recordé lo friolera que resulta ser Victoria. Esa estola no la abrigaría lo suficiente. Ya la vería con la nariz picosa sacar pañuelitos del bolso. Pero ella no entiende. Era una testaruda que servía a la belleza por sobre su salud. Es un sinsentido. No debería preocuparme por eso. Ya no está en mis dominios. La señora tenía sabio discernimiento, las heridas al corazón eran un vacío sin fondo que no dejaban más que las pasiones en el cuerpo. Desde que ella se fue, no fui más que una piel enardecida sin educación y llena de vulgaridad que se alborota al contacto con otras pieles. Por las noches, la neblina de los

94

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja placeres entorpece mi buen reposo y ella, esa que antes amé, es la muñeca que manejo a mi antojo y repliego, cuando me siento satisfecha. Así baraja sus cartas el amor e irónicamente, saca sus cuchillos, cuando extinguimos su llamarada… *** Esther, Norma y yo encontramos trabajo en la fábrica. De lunes a sábado madrugamos para tomar un bus que demora dos horas en llegar a la factoría, donde nos desempeñamos como costureras, quitándole las hilachas a las ropas y haciendo hilvanes. Lo que aparentaba ser una labor sencilla era un peldaño a la modorra. Mi estómago se revolvía aturdido, hastiado al punto de expulsar todo lo que entrara por mis ojos. Pasábamos todo el sol encerradas, repitiendo las mismas labores, bajo la vigilancia del supervisor, un hombre regordete que exigía por dos. En frases sintéticas, nos exigía trabajar sin descanso ni derecho a reclamo. Su lema era sencillo: “Con que igualdad, ¿eh?, ahí tienen sus dieciséis horas”. Al supervisor le estorba mi mirada espinosa, circundando sus abusos y vez que puede redobla mi trabajo. Trata de fatigarme, acortando mis horas de colación y vigilando lo que hago sin darme lugar al menor descanso. Sé que toca antes la campañilla para retomar el trabajo; yo no soy tonta, ya lo he encarado con mi reloj de bolsillo en la mano. Solo por esa queja, no me dio mi paga en fecha, sino diez días después. Estaba pronta a ser su enemiga, a pesar de que sería yo quien caería al suelo. Yo no voy a avanzar sumisa a su paso, mientras él se eleva perverso, decolorando toda cosa que no venga enjoyada. Yo no soy un anillo en el dedo, no nací para ser guardada en la casa. No me cabía en la cabeza, por qué ciertos hombres se pretendían superiores a las demás castas, como si el don de la masculinidad los convirtiera en la guinda de la torta. Romper con esos cristales que nos impedían disfrutar del paisaje era nuestro mayor anhelo. Cuántos telescopios se necesitaban para comprender que en la palabra “vida” caben más especies… *** Aprovechando mi paga, salí con Norma en nuestro día libre. Llegamos muy tarde a nuestras casas y con apenas una que otra moneda en el bolsillo. El dinero era una maldición que despilfarraba en un día sin ponerse colorado, las fatigas de toda una semana, solo para tranquilizar el espíritu. Recorrimos la alameda desnuda, esquelética por el paso del invierno. Un puñado de oro con vida de luciérnagas pululaba en los faroles discretos en su luz. Llegamos a la casa

95

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja abandonada, donde forzamos la reja para entrar a tomarnos un mate, mientras nos suspendíamos con el intenso olor del cedro escarchado. Descansé al compás de la quietud de la noche. Sus temas cualesquiera que fueran eran bienvenidos por mí con la dulzura de un melón maduro. Solo me tiró el pellejo una duda que decía más o menos así: - Eugenia, ¿te puedo hacer una pregunta indiscreta? - Dime - ¿A quién tomarías por novia si fueses hombre? Sonreí en silencio, a sabiendas de que estaba jugueteando conmigo – si tuviera que desear a alguien por novia, sería a ti - ¿De verdad? – preguntó sonriente - ¿Y tú? Una hoja seca rodó por mi mejilla un segundo antes de que ella tomase posesión de mi boca. Sentí una efervescencia, cuando sus labios candentes tocaron los míos y su lengua jugueteó por mi boca. Mi corazón agitado se apretaba contra sus senos pastosos y naturales que tímidamente se mostraban en su escote. Estaba abriendo mis pétalos a la primavera, mostrando mis frutos al sol y aleteaba contenta, como una gaviota que encuentra su playa. Pero eso ya lo había vivido antes y huí de allí con un saco lleno de amarguras. El placer implicado con el amor eran toques provocadores, cuya inocencia era la fuente del veneno al amor propio. Ya sabía yo de eso… -

Seamos novias entonces – Me propuso con un entusiasmo fresco Norma… con lo mucho que te quiero, yo no estoy para juegos…

Ella seguía riéndose y moviendo sus pies cruzados, como si fuera una niña que hacía oídos sordos al regaño de sus padres. Me levanté y sacudí mi vestido con las palmas para luego alejarme molesta de su lado. -

¡Te estoy hablando en serio! – me gritó con audacia

Norma siempre tan flemática y dormilona a los brazos amistosos. Ella tiene su propio lenguaje con el cual responde con tanta libertad que muchas veces me desconcierta, pero que otras también me aquieta. Y yo, yo que estrujaba mis ganas por hacer mías sus caderas sinuosas. Estos días de frenesí, carbonizan el alma, liberando al cuerpo para cabalgar hacia donde quisiese. Solo tuve límites cuando amé; ya no vivo al margen del río. Al otro día, fui a trabajar con la postura de que nada había ocurrido, pero Norma insistía en sentarse a mi lado en el bus para entrelazar sus dedos con los míos e intentar robarme un beso.

96

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Sus intenciones de niña no se encontraban con las mías. Yo tenía interés en que la agrupación prosperara y persuadir a todas las muchachas de los cambios a nuestra situación actual. A pesar de eso, Norma me hizo ver que el trabajo era muy aburrido sin ninguna otra distracción en el día que no fuese el hambre, la fatiga o el trabajo mismo. Le hice caso, por lo menos, seremos compañía hasta que madure. *** Doña Josefa, una de las mujeres más maduras en la fábrica, insiste en que debemos conformarnos y que nuestra situación se estriba en diferencias fundamentales entre hombres y mujeres. Es una esplendida oradora que ha vetado los mensajes revolucionarios que hemos instalado juiciosamente. Ha convencido a una parte de las mujeres. Afortunadamente, algunas tienen la ambición en su mente y sé que no darán tregua a sus ambiciones. Norma ha dejado en sus puestos, fotografías de señoritas de abolengo, las cuales reposan en el sudor de su trabajo. Son damas que no se congelan en la nieve ni se derriten al sol. Son señoritas privilegiadas por algo o alguien que nadie conoce. El jefe está ofreciendo buenos tratos a quienes colaboren con nuestra detención. No es más astuto que nosotras y, en cuanto supimos de sus planes, dejamos en el puesto de sus empleadas más serviciales un sobre con el dinero que ganarían en toda una semana. Las gratificadas no dudaron en abandonar su devoción por el trabajo para desempeñarse a su propio ritmo y sin cumplir horas extras. Es imperativo que las muchachas reconozcan el valor del trabajo, como también adviertan el valor de la vida. Trabajamos tan afanosamente que ni siquiera podemos entablar una relación con nosotras mismas. Desayunamos quemándonos la lengua y tragamos los bollos de pan sin degustar siquiera el sabor del jamón. Lamentablemente, el oficio no nos dignifica como debiera. No significa que no nos apasione lo que hacemos, sino que es degradante que nos obliguen a laborar en silencio, nos asechen y trabajen en una misma sala más de diez personas, sin ventilación y con el ruido de la máquina a todo dar. Cuando la moral habla con los metales, entonces la justicia solo se forja con fuego… *** El pitazo del supervisor anunció nuestro retiro. Al salir de la fábrica, la luna me perseguía redonda con un halo aguamarina en sus bordes. Fui hacia el Terminal de Buses, donde mis muslos chocaban con los de mi amiga. A menudo, cerraba mis párpados y me quedaba dormida cerca su mejilla. Ella me tomaba la mano o me sujetaba del brazo para reposar junto a mí.

97

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja “¿Te has fijado? Qué bonita se ve Victoria”, hizo notar mi acompañante. Corrí la vista e ignoré, retomando mi descanso. Su matrimonio sepultó mi amor con gotas de sangre y esa historia ya sabía a reliquia. No sé por qué tenía deseos de mostrarle al mundo muy desdén, como una medalla que colgaba en mi cuello. Ya ni siquiera podía ser simpática con ella. -

-

Hola Victoria, ¿no nos saludas? – la atajó Norma – qué brazalete tan bonito, tú siempre apareces con cosas lindas Gracias Norma, fue un obsequio de mi esposo ¿Por qué no te sientas cerca de nosotras? Nos has ignorado, te subes y conversas con esas señoritas. Ni siquiera nos miras, eres una ingrata – se cruzó de brazos e infló sus mejillas con molestia infantil Están muy cambiadas…, ¿qué están haciendo? – preguntó, mientras se ubicaba en el asiento delantero Estamos trabajando en una fábrica textil…

Despegué un ojo para mirarla y luego escuchar media dormida lo que decían. No le había tomado atención, ni a los trajes que la hacían ver muy atractiva, ni a las conversaciones que había sostenido con otras personas. Tampoco sabía hacia donde se dirigía y la verdad, no siento nada al pensar en sus devaneos. Solo espero que sea muy feliz con su esposo y que esté pronta a ser madre, como tanto ha manifestado a la señora. Yo creo que le gusta alguien, por eso trata de llamar su atención – se apoyó en el respaldo del asiento para elevar la vista – quizá le guste uno de los jóvenes que se sienta allá adelante - No creo, ya está casada – sugerí con mis renegados ojos clavados en ella ¡Qué no entendían las órdenes de mi cerebro!, ¡qué no podían ver a una dama sin arrobarse! - Eso no impide que le guste alguien… – replicó Norma, estudiándola con el mismo lente, a lo cual le di un codazo - ¿Quién era esa señorita? – irrumpió Esther - Victoria, la amiga de Eugenia – presentó Norma, sonrosándome - ¿Y a qué se dedica, aparte de hacer amistad? - Ella fue la fundadora de nuestra agrupación. Era nuestra líder Esther rió con ironía – El fiel retrato de la frivolidad - Ella era de la idea de que la mujer podía desempeñar las mismas labores que un hombre sin dejar de ser una señorita… – suspiró – fueron buenos años…, quizá no lográbamos mucho, pero éramos un buen grupo… – sonrió con nostalgia - Esto es algo serio. Deberías entender el movimiento como una lucha por la dignidad, no como un grupito de señoritas de bien que se juntan para hablar de cursilerías. Por eso hay tanto trabajo por hacer, por su falta de madurez Norma se encogió de hombros a lo que yo me preparé para decir: -

98

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

-

Solo Norma sabe lo que era la agrupación, ella estuvo ahí y entiende mejor que nadie por qué se hicieron las cosas ¡No avanzaron nada! – sentenció drásticamente Por supuesto que sí, ellas hicieron mucho. Ellas dieron inicio a todo esto, que es lo más importante Nos costó mucho trabajo… – agregó Norma – en un colegio de religiosas no era algo fácil de hacer… Victoria era muy tímida y muy destacada en el colegio, aun así se esmeró por crear lo que somos… Bueno, bueno, no nos desgastemos más. Mejor prepárense para lo que viene. El patrón está exigiendo más trabajo y a cambio no nos dará ningún aumento. Ya dio la orden al supervisor. Debemos aprovechar esta injusticia para convencer a nuestras compañeras

Pintamos la pared de la fábrica, con alusiones en contra de nuestros patrones. Ellos llevaban una vida holgada, mientras que nosotras vivíamos en la miseria. Si fuésemos un conglomerado la explotación estaría de rodillas, pero era necesario convencerlas de que cambiaran de parecer. Se me ocurrió comenzar a convocar trabajadoras en las bodegas. Corremos la voz discretamente y ya están llegando de a poco, convencidas de que no viven en las mejores circunstancias. Lo que parece un cuchicheo entre mujeres es en realidad un replanteamiento a las extenuantes jornadas de trabajo, los bajos salarios y el escaso reconocimiento por nuestro esfuerzo. *** Nos sublevamos en contra del supervisor. Todo comenzó con la muselina partida en dos por las añosas manos de una anciana, quien ya no tenía control de sus muñecas. La anciana se encogió de hombros avergonzada frente al supervisor, pero este rugió en menoscabos contra la mujer por sus achaques de octogenaria. Ese asno de mal vivir nos llevó a la cólera irrevocable, a las garras afiladas y a las planchas humeantes agitándose en el aire. Sus amenazas paralizaron la jornada para dar paso a las más fuerzas a los cristales rotos, junto con los ensordecedores gritos de las mujeres. Uno de los capataces logró escapar, como una rata por una ventanilla para ir a la oficina del jefe, quien mandó encerrarnos hasta que nos reformásemos. Ninguna cedió a semejante orden. Esther se distinguió sobre la mesa de planchado con su perfecta oratoria que embravecía todo a su paso. Los rollos de tela se desplomaban de las repisas y levantaban el polvo del piso, conforme avanzaba la adherencia de las mujeres. Uno de los mesones casi aplasta a unas de las muchachas que gritaban consignas contra el supervisor, quien yacía inconsciente, horriblemente herido. Esa tarde fue una hecatombe. Los guardas entraron repentinamente por los laterales para sofocarnos con garrotes y detener con balacera a las muchachas que intentaron huir

99

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja por los ventanales. Las vimos caer desfallecidas sin más ayuda que sus propias manos, rasgando la madera. Aunque no hubo mujer ilesa, nuestros intentos no fueron en vano. Algo conseguimos de todo eso. Fuimos consideradas por la prensa en un ir y venir de cartas al periódico, en el cual se redactaban propuestas innovadoras que nos apoyaban y estaban en contra de la matanza a mujeres trabajadoras. Uno de esos días, recibí carta de la señora preocupada por mi ausencia; no la había visitado como de costumbre. Y es que estaba a mal traer y muy lejos de la señorita que ella conocía. Además, pasé días presa por el escándalo en la fábrica y restaba mucho por hacer. Norma iría a ver a la señora por mí, le llevaría unas fundas de almohada de mi parte y una carta, donde explicaba que me ausentaría por una leve indisposición. Ella será una grata invitada para la señora; sé, la quiere mucho, siempre la citaba y sacaba su estima a la superficie, durante la cena. Recuerdo, las veces en que Victoria solía ponerse celosa y dejarnos solas hablando de esa muchachita tan bella y alegre. Esa Norma se hace querer… Tengo la esperanza de que todo vaya bien en la colonia. Aquí no hay más que látigos chasqueados y campanillas chillonas. El patrón ocupa el sitial de un dios y nos tiene amenazadas, diciendo que pedirá no nos contraten en ninguna parte. La única posibilidad para las mujeres es casarse o irse lejos a trabajar en las salitreras. El patrón nos ha mandado a cada una, una carta con esta advertencia y para mi desdicha, al día siguiente de libertas estábamos todas ocupando nuestros lugares. Esther fue identificada como la líder del movimiento y, en castigo por sus ideales, la cambiaron a la sección de embalaje, donde no había día sin sudor. Estábamos en la mira y siendo sincera temo, como nunca por mi futuro… *** Como siempre, las mujeres canturreaban en la sala de costura, mientras pinchaban el dedal con la aguja en un intento fallido por coser. El nuevo supervisor se paró frente a mí con cierto desprecio sin proferir media palabra. Trabajé con naturalidad frente a su sombra, destinada a lo que venía de su observación: un cerro de mangas y cuellos por hilvanar, los cuales me ocuparon hasta la hora de colación. Me enteré por mis compañeras que Esther fue removida de su castigo por su buena labor en la sección de aplanchado. Ella era un monstruo gigante, impermeable a las sofocantes temperaturas de la asfixiante sección. Esther es muy buena trabajadora, pero ella no tiene religión que la amilane. Reconocí sus gritos, mientras hilvanaba una camisa. Desde el techo, se escuchaba el golpeteo de distintos artefactos por el piso, además de las pisoteadas de las muchachas y las patas de las mesas oxidadas, dando chirridos que destemplaban los dientes.

100

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Una simple orden no iba a arreglar las cosas; ya estábamos entrampadas en la curiosidad del qué pasa. En cuanto el supervisor encendió distraído un cigarro, saltamos los peldaños para llegar hasta el aplanchado, donde las mujeres se amontonaban en torno a lo que parecía una discusión. “Por señoritas como esta, estamos como estamos. Nosotras trabajamos todos los días, largas horas, mientras ellas disfrutan con nuestro trabajo”. La señorita vilipendiada, extendió sus alargados dedos para marcar la mejilla de su contrincante y seguido de ello proferir: “Por más barullo que armes, jamás dejarás de ser lo que eres, una pobre arribista que come de mis amores”. Apenas su voz se fue en el aire, Esther se abalanzó sobre ella, dando paso a un forcejeo que dejó las manos de Esther con un mechón de cabello de la señorita entre sus dedos. Esa dama de buena cuna consiguió asombradas opiniones de las presentes por el buen derechazo que le arrancó de un golpe preciso una muela a la líder. Las muchachas animaban la pelea entre gritos y consignas a favor de quien consideraban su preferida. Era como si se tratase de un espectáculo fascinante que no debía parar hasta que una de las dos cayera vencida. Me hice espacio entre la barahúnda para contemplar aquel pleito fragoso. A punta de manotazos logré atisbar a Esther fuera de sí, con una plancha en sus manos lista para chamuscar la mejilla de la señorita. Las muchachas expulsaban su adrenalina con más gritos de horror y morbo por lo que serían testigos. Esther blandió la plancha humeante para adquirir fuerzas, mientras las muchachas empuñaban sus manos alzadas en éxtasis por el brutal espectáculo que irrumpía en su rutina. El humo calentó la mejilla de la mujer, antes de que agarrase la muñeca de Esther para torcerla de un movimiento. El artefacto cayó de golpe sobre mi pie, dejándome el dedo gordo punzante e inflamado bajo mis medias. Una de las ancianas me ayudó a contener a Esther, mientras la otra señorita frotaba su mejilla colorada por el calor de la plancha. Al toparnos de frente, gritó expulsando todo el aire: “Eugenia…”. Era ella, ese exquisito moscatel con versos de dama. Qué hacía en la fábrica, por qué había ido… La dama señorial buscó con la mirada al jefe, quien venía llegando a la sección con un aire calmo, sin conocimiento de lo que había ocurrido. Frente a la agitación de la sala, miró a las muchachas con el rostro desfigurado y sin remedio que lo arreglase. -

-

¡Y usted dónde estaba! – arremetió contra el jefe, quien agachó la cabeza – Esa mujer pretendía achicharrarme la cara con esa plancha – gritó con expresión delirante – ¡usted no sabe quién soy yo! Señorita, yo le aseguro que ella no volverá a trabajar más con nosotros No, eso no… ordene a su gente, instrúyala, es la única forma de que esa mujer deje de ser un peligro

El fraternal requerimiento de Victoria, desplegó el entrecejo de Esther. El jefe la trató con delicadeza y accedió a su petición de hablar conmigo en privado. Nos dejaron asolas en una de las oficinas, donde el viento refrescaba mi espalda caliente y secaba mi cuello sudoroso.

101

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Se le veía impresionada, porque yo estaba trabajando en la fábrica, aunque no se extendió mayormente en eso. Venía por otro asunto. Según ella, teníamos una conversación pendiente desde mi desaparición. Sus palabras eran una hirviente caldera de dulzura y guapeza. Mi mujer ingrata me decía “te amo, nadie me ha querido tanto como tú”, cuando el calor de mi cuerpo solo se interesaba en hacer mía a una mujer, cualquiera que fuese. Era instintiva y de no ser, porque como ella no había más, la hubiese reclamado para mí allí mismo. Fui cortante con ella. El amor no era un interés para mí y encerrarme en una amistad, solo haría mi existencia más dispersa. Mi raciocinio la llevó lejos de mí; una sonrisa más y me acomodo entre sus piernas para acariciar y besar sus senos. Desde su llegada, mis deseos silvestres muerden mi razón y ocupan mis horas de descanso para hacer de las suyas en una oleada de sensaciones físicas que, a intervalos, me dejan embotada en ellas. Regresé a mi puesto de trabajo atemperada y taciturna sin ganas de hablar con nadie. “Pobre mujer, quedó muy afectada, se fue llorando de la fábrica”, me comentó una de las ancianas. Mi corazón se detuvo y dejó de llegar oxigeno a mis pulmones. No entendía mis sentimientos. Lo que sí sabía era que el amor no se forjaba en base a la compasión. No iba a vaciar mis ojos en lágrimas, cuando tenía sed por alargar mi vida. Por lo demás, tenía a Norma. Esa chiquilla de ojos leopardos que sabía tanto como yo lo caliente de la carne. No iba a apagar sus besos por un viejo amor, ni tampoco a doblar hacia la esquina donde ella compró ese vestido de novia para alejarse de mí. Y pensar que un día le di hasta mi nombre… *** Llegado el sábado nos correspondía nuestra paga. El jefe pasó temprano para entregar nuestro salario. Me pagaron ocho pesos. Cuánto desearía invertir siquiera un peso en una noche; una noche de teatro y exquisiteces. No obstante, ese dinero se irá para pagar cuentas; de rico en rico diría mi abuela. Sé que ninguna de mis compañeras es dichosa en este trabajo. Leíamos las incongruentes publicaciones del periódico en las que referían la fábrica, como un lugar moderno, cómodo y con excelentes condiciones laborales para nosotras. “Así es la avaricia, siempre esconde el ganado flaco”, decían las muchachas enrabiadas. La mayor pesadumbre se nos vino encima, cuando el jefe mandó instalar más mesones, lo que reduciría nuestro espacio y presumiblemente nuestro salario. “En lugar de contratar más gente, podrían pagarle mejor al personal que ya tienen” se escuchaba por los baños. Llamé a todas para discutir esos encierros. Llegó la anochecida, señalando los primeros acuerdos; uniríamos fuerzas con mujeres de otras fábricas para llevar el sol a la canícula.

102

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Desplomaríamos a los arrieros con cielos anaranjados, mendigos de aire y no los dejaríamos respirar hasta llegar a un consenso que fuese favorable para las trabajadoras. Citamos a reunión a las líderes feministas en los olivares. Sostuvimos largas discusiones a santo de nuestras disidencias, ya que ellas exigían cambios sanguinarios que mermaban todo proceso razonable con nuestros opositores. Fueron noches en que los miembros crujían como una nuez y el sueño enturbiaba cuestiones que para todas eran importantes. Finalmente, llegó la noche en que pude descansar tranquila; habíamos llegado a un acuerdo. Me recosté pensando en el listado de reformas que exigiríamos a nuestros jefes. Envié un telegrama a Norma, contando nuestros avances. Estábamos a una semana de lo que sería la primera protesta en contra de nuestras condiciones laborales y se me hacía una eternidad. Por qué los días transcurrían con tanta calma… Estoy ansiosa y a la vez inquieta. No puedo dormir, ya quiero salir a las calles… *** En cuanto salió el sol, un grupo de guardas daba vueltas por las calles, persiguiendo a la unión de mujeres que sin mayor premura hería la sensibilidad moral del conservadurismo. Nuestros movimientos circulaban en las conversaciones sociales y en los periódicos, los cuales no hacían más que hinchar de sensacionalismo nuestras buenas intenciones. Habíamos sido delatadas, una de nosotras nos besó la mejilla y ya era público el rostro oculto de la agrupación. Sin genio de aplicarnos en las rutinarias labores fuimos a nuestras secciones. Nuestro trabajo se entorpecía con los cuchicheos de las muchachas, quienes susurraban nombres, incluso lanzaban feroces miradas a la menor sospecha de delación. No podíamos seguir con las mismas energías. Necesitábamos confiar en nosotras para no salir de este sueño de lucha. Nos reunimos después del trabajo para definir nuestra posición frente a lo ocurrido. Alguien había conspirado en contra nuestra y bajo mi punto de vista, debíamos conocer los porqués antes de improvisar un dictamen. Furibunda, Esther me trató de “ingenua” y prometió apagar las velas de quien se atreviese a boicotear nuestros logros. Su firme amenaza no languideció mi carácter. Alcé la voz y con la mano empuñada razoné en voz alta. Esther golpeó fuertemente mis argumentos, expresando que la traición podría desbaratar el movimiento, poniéndonos en un riesgo que no valía la pena si no había buena cosecha. Yo salí a la defensiva con una pila de argumentos que ya ni recuerdo. No resto valor a sus argumentos es solo que la desconfianza es síntoma de violencia y estos días han sido batallas duras y repetitivas de divisiones entre nosotras. Sin embargo, la gran mayoría estaba del lado de Esther y no había más que decir, pues así es la mayoría, opina, pero no siempre escoge lo mejor. Me resigné y me dispuse a

103

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja poner mis fuertes en el bando enemigo; al fin y al cabo, mientras hubiese suelo, había tierra firme para labrar. *** Al cerrarse el cielo, estuvimos de regreso en la casa. Mi cuerpo entero ambicionaba recostarse y ni siquiera me permitió estirar la cama para desplomarme sobre ella fatigado. Mis miembros estaban tensos y mis músculos se sobresaltaban, deteniendo mi corazón de la sorpresa. En más de una ocasión, tropecé con algo o me vi cayendo a un abismo. Luego, consciente de mi estado, volvía a espesar los ojos para dejar pasar los ruidos del entorno sin prestarle atención. Tan cansada estaba, que se podría derribar la pared en frente de mí y seguiría tendida, reposando. En esos momentos de amodorra, todo esfuerzo o motivación me resultaba un tedio. No era el mejor momento para pensar en filosofías y en ese trecho, en donde la cabeza sigue conectada con la realidad, percibí la voz de Esther despellejando a una joven. “Eugenia”, tocaba el arpa, perturbando mis propias baladas del sueño repetidas veces. El ruido ambiente fruncía mis cejas, no me dejaba dormir. Y yo necesitaba ese reposo. Pero, ese amor insepulto que me elevaba a la grandeza, echó atrás las sábanas para acudir al llamado que esa señorita me estaba haciendo. Muchas veces, arrebatada por mi amor, confundía su voz con la de otras señoritas y me sobresaltaba nerviosa, pero ahora su timbre era tan nítido que sin siquiera dar los pasos para toparme con ella, podía responder: “Victoria”. Esther a veces, no tenía buenos modales. Estaba frente a una señorita angélica, a la cual apenas conocía y sin embargo no vacilaba mostrar los colmillos, como si estuviese frente a un ciervo que escurrió de su ataque. Esa idolatría de Esther por la política solo producía fricciones con quienes no coincidieran en sus principios. Ella apoyaba las ideas socialistas y no podía tolerar que Victoria, la fundadora del movimiento, compartiera el capitalismo. Ora por aprecio, ora por su vulnerabilidad persistí en la convicción de que cada ser humano tiene el derecho a desarrollar su vida, fundado bajo el principio que estime sin ser devorado por demonios intolerantes. Esther me rebatía, arguyendo que las decisiones, instauraban los principios de una nación y que personas como “mi amiga” llevaban al estancamiento. Molesta, di un paso hacia Victoria en oposición a semejante deicidio. No tenía por qué agredirla, ni tampoco justificarse diciendo que sus ideales atacaban a mucha gente, ya que, si nuestras convicciones eran más nobles, no tendrían por qué usar las armas de nuestros enemigos. Yo sabía que Victoria era una mujer capaz, más inteligente y más alta, pero se veía tan indefensa, frente a una mujer altanera y corriente. Sus emociones eran injustas y, a pesar de tener las frases ya resueltas en su cabeza, no podía recitarlas con la amplitud de miras y seriedad que pretendía su intelecto. Esther se aprovechaba del tono sedoso de Victoria, de su fragilidad y dulzura para sacar todo de sí y luego jactarse de su

104

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja temperamento frente a ella. Pero cazar a un ángel con el ala rota no la convertía en el rey de la selva. Los epítetos de Esther destaparon por mi garganta una bocanada de ultrajes a la lengua que deshojaron los árboles primaverales de mi compañera. Su agresión enardecía mis pasiones. Victoria había sido mi amante, mi amiga y eso la hacía importante, la ubicaba de las primeras a los ojos de mi corazón. Como haya sido, fue, es y será siempre mi Victoria. No me iba a quedar sentada, observando desde la distancia, para después ir hacia ella a darle consejos. Eso no era justo; nadie abre el paraguas tras del aguacero, por qué entonces abrir la boca, cuando ya se está empapado en degradaciones. Esther se quedó sobre el choapino de brazos herméticos a la espera del término de Victoria, quien me llevó a un rincón para saber de Norma. Mi boca se alargó funesta. Norma había partido hacia dos atrás a casa de sus padres y sin embargo todavía no llegaba a destino. Desempolvé mi maleta para echar mis cosas como cayeran en el interior. Si se arrugaban o descosían no era mi interés; mis sentidos solo estaban atentos a los taconeos de Norma. Todas mis motivaciones se dormían frente a esa terrible preocupación; no tenía consciencia para nada más. No obstante, Esther aspiraba otros aires y roncaba al escuchar mis lamentos, como si no fuese carne, sino más bien una imagen reflejada en su espejo, objeto de la razón, vacía, de los perfumados poemas que redacta un espíritu enamorado. -

Irte sería una irresponsabilidad. Poco te importa la situación en que vive la mujer, solo porque gozas de sus carencias No se trata de eso, se trata de Norma. Puede estar en problemas… ¡pudo haberle pasado algo! Si ella estuviera aquí, seguiría con el movimiento – contestó con rigidez Pero no está con nosotras y no podemos saber lo que querría hasta que no la encontremos – repliqué – no cuestiones mis motivos, no te estoy pidiendo permiso

Me subí al carruaje con Victoria, convencida de que todo era superfluo sin Norma. Permanecimos taciturnas, desplazadas por el temor a la fatalidad. Las dos teníamos la mente ocupada en el entreacto que representaban las posibles explicaciones a la desaparición de Norma. Al llegar a la casa, la señora angustiada corrió a nuestro encuentro. Se dejaba entrever en su expresión las ansias por alguna novedad sobre Norma que para nuestra desazón no teníamos. Día a día la señora llamaba a sus padres, escuchaba la radio o leía el periódico a la espera de algún avance. Revivía la imagen de Norma, recordándola o lamentándose por pensarla en peligro. La señora le tenía un cariño muy grande, la quería como si fuera una hija, incluso para las navidades Norma recibía obsequios más bellos que Victoria. Pienso que le recuerda a Rosario, por eso la quiere tanto.

105

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Ninguna de las tres retomó sus actividades normales. Victoria se la pasaba preguntando a los colonos por ella, mientras la señora permanecía noches enteras, meditabunda en el comedor, esperando alguna llamada. Al menor telegrama las tres corríamos para leer el contenido y ardíamos en frustración al saber que no se trataba más que de un anuncio sin tanta importancia. Esther me envió una cuartilla vacua, con pretensiones majestuosas solicitando mi regreso. Me negué a hacerlo, sin Norma a mi lado. No podría girar el mundo, mientras el mío se estaba destruyendo a pedazos. *** Cada mañana, salía a buscar a Norma en bicicleta. Gritaba su nombre en los sitios eriazos y preguntaba a campesinos por ella sin el menor resultado. Había buscado por todos lados, ya tenía muy poco en dónde acudir. Con una minúscula esperanza, fui a ver a Rosa. Quizá ella tendría alguna pista, algo que pudiese recordar de Norma. Para mi sorpresa, Rosa no sabía nada, incluso me preguntaba por antecedentes sobre su desaparición. Mientras me escuchaba, caviló en breve para luego decir: -

¿Y Victoria no recuerda nada…? No…, ella vino a preguntarme – me levanté a la duda – ¿por qué Victoria habría de saber algo? Es que… no sé – respondió nerviosa Rosa por favor di algo, ya lleva una semana desaparecida… – Rosa se movía en su asiento incómoda – Rosa por favor… Norma vino aquí y habló con nosotras sobre la agrupación. Ella nos comentó que ustedes tenían pensado protestar en las calles ¿Y qué pasó con Norma después? Se fue en bicicleta. No la vimos más…

Sin despedirme, corrí hacia mi bicicleta y partí rumbo a la casa de la señora, con el juicio enturbiado; Victoria con su veleidad impulsaba actos inesperados, capaces de irritar incluso a un ángel. Al llegar, la encontré con una visita. La espera disipó la neblina que tenía en la cabeza y la pude abordar con reserva, no obstante nada pude hacer para impedir su sobresalto: -

Yo no sé qué ocurrió con ella, ¡por algo fui a preguntarte! – respondió temblorosa Debes saber algo, tú la viste No sé nada, Eugenia, te juro que no sé nada… Cómo no vas a saber nada. Victoria ya dime dónde está No sé – respondió con más angustia ¡Dónde está! ¡Dime dónde está! – exigí con disgusto

106

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

-

¡No lo sé!, ¡ya te dije que no sé! – gritó amargamente. Se cubrió los labios con dos dedos para luego suspirar agobiada – pensamos que había vuelto con ustedes. Por eso fui a buscarte, pero de nuevo, me haces lo mismo – concluyó, conteniendo su llanto Yo siempre creí en tus explicaciones, por más fantasiosas que fuesen… No me refiero a eso… ¿A qué te refieres entonces? A que otra vez, me abandonas y me engañas Yo nunca te dejé, ni mucho menos te engañé, ¿de dónde sacas eso? ¡Tú me engañaste! Me engañaste y lo sabes muy bien ¡Eso no es cierto! No me digas eso. Jamás te cambié por nadie, siempre estuve contigo. Tú preferiste a ese tipo, me dejaste por un hombre que es lo correcto para ti, ¿o no? – hice una pausa – en fin, ahora eso ya no importa, hay que encontrar a Norma

Dejé la conversación. Otra vez estábamos tocando temas del pasado que ya no venían al caso. A veces pienso que seguirla viendo solo me llevará a un pasado que me costó hojas del calendario para olvidar. Debo evitar esos recuerdos, la quiero como amiga, solo como una buena amiga, aunque nadie me quita la duda, ¿por qué piensa que la engañé…? *** El periódico anunció el hallazgo de un cuerpo sin vida a orillas de un barranco. Correspondía a una joven de tez blanca y cabellera rubia. Con el rostro empapado en lágrimas, Victoria nos relataba la noticia de lo que podría ser una desgracia. Entonces, sentí el vacío que dejaba no verla nunca más. Prefería seguir buscando a perderla. No podía ser ella… Sin esperanza, su familia fue a reconocer el cuerpo. Esperé a lo lejos su salida de la morgue. Ni una sola lágrima, sino lo que tanto anhelaba saber: un rostro con la luz de la ilusión ¡Cuánta alegría! La búsqueda no vería término; no era ni su cuerpo ni sus cabellos los que reposaban sin vida. Si perseveraba en su hallazgo, probablemente, podríamos volver a vernos nuevamente. Fui a casa dando saltitos como una niña. En el umbral, encontré a Virginia, conversando con Victoria en igualdad de hipocresía. Le estaba entregando una especie de libro envuelto en un lienzo negruzco. La señora la atisbó desde el recibidor y la invitó a tomar la merienda con nosotras. Fue digno de un brindis la noticia que les traje. Todos estaban muy contentos. Norma era muy querida… Desde hacía tiempo que no sabía nada de Virginia. Se le veía más robustecida y con un semblante soleado. Miraba mucho a Victoria. Se concentraba en su cara y se quedaba

107

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja pegada en sus labios, como una especie de analista experta. No sé por qué lo hice, ni tendría alguna explicación lógica, pero arrugué una miga en mi puño y se la arrojé a la cara. Virginia se quedó mirándome en espera de una explicación que ni yo misma sabría darme. Había reaccionado como una niña, visceralmente, sin meditar sobre mis impulsos. De pronto, se pronunció como una llama viva que reconforta o quema a quienes se posan frente a ella. Su risa inusitada arrugó el ceño de Victoria, quien hacía claras muestras de disconformidad al timbre de su rival. Iba a disculparme con Virginia, pero fue ella misma quien se adelantó, interpretando mi descortesía como un signo de malestar por su deserción del movimiento. Me tomó por sorpresa, no sabía lo de su retiro. -

Verás yo decidí dedicarme al hogar y por eso le comuniqué a Esther mi renuncia ¿Por qué lo hablaste solo con ella? Ella me dijo que se los comentaría a ustedes ¿Por qué no hablamos sinceramente?, ¿qué te dijo Esther? Eugenia yo… ¿Qué? Estoy embarazada…, me expulsaron de la agrupación porque seré madre…

No dije nada. Solo redacté una carta a Esther solicitando asamblea con urgencia. Ella redactó una carta reclamo, en la cual expresaba a todas su molestia por mi deslealtad. No la respondí, pensando que recibiría la comprensión de todas por la desaparición de Norma. Penosamente aprendí, el sentido común es un lujo para muchos. Ya las veía en la mañana increpándome en el recibidor por mi desapego a la causa de la mujer. “Poco puedes ayudar a la búsqueda de Norma, más hubieses ayudado allá. Esther está sola con todos sus problemas”. Poco podía hacer frente al griterío de mujeres que se oponía a mí. En forma repentina, apareció Victoria con una escoba para correrlas de su casa. El jardinero las echaba afuera una a una y las amenazaba con bañarlas en alquitrán si ponían un pie en el parquet. -

¿Qué fue lo que pasó?, ¿qué hacían todas ellas aquí? Vinieron a reclamarme por haber dejado la fábrica… Bueno ¡y cuál es el problema! – levanté los hombros con resignación – Eugenia de todas eres la mejor Ni mejor ni peor. Estoy preocupada por cosas más importantes, solamente… No dejes que te excluyan – me decía apoyando sus brazos en mis rodillas – no te vayas por favor… Yo nunca me he ido – susurré – cambió la estación nada más Victoria ya llegaron a buscarte – gritó la señora, desde la puerta Hasta pronto, Eugenia

Se despidió con un beso. Tenía tantas cosas en la mente que no podía agruparlas en al menos una.

108

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Ay Dios, tantas cosas que ocurren en tan solo una hora… *** Habían sido días arduos de búsqueda sin obtener el más mínimo resultado. El caso de Norma estaba quedando ajeno a la memoria del público; muchos la daban por muerta y conjeturaban, algún día su cuerpo sería hallado en algún páramo. La tragedia había moldeado a Victoria. Se le habían formado bolsas por debajo de los ojos, sus rizos caían resecos y opacos por debajo del hombro, y sonreía sin esa clase cortesana que entumece el olvido. Estaba sobrecargada en bruma, con ansias por dar vuelta la página y volver a las distracciones que le permitían descansar sin el aleteo de la neura. Una noche, el carruaje olvidó recogerla y se quedó a dormir en casa de la señora. A medianoche, sentí el crujir de las maderas; eran los pies de Victorias iluminados por un candil. En su otra mano, llevaba sus zapatos de charol, junto con su bolsito que daba vueltas de un lado a otro por su muñeca. -

¿Vas a salir tan tarde? – pregunté en voz baja Sí, Eugenia. Necesito distraerme… ¿Y vas sola? ¿Con quién más podría ir? Te acompaño

Salimos un rato a tomarnos un café. La conversación era fluida entre nosotras, nos lanzábamos bromas, nos preguntábamos diversas cosas. No había silencio entre las dos. Ella se esforzaba por buscar puntos en común entre ambas y por contar anécdotas divertidas. Solo un juego de interrogaciones me dejó blanca y atascada en una superchería vulgar, además de ridícula. -

¿Y qué fue de tu hijo?, ¿con quién lo dejaste? Victoria, yo no tengo hijos ¿Lo perdiste?, ¿lo mataste?, ¿qué hiciste con él? Victoria, yo no te entiendo… tú sabes, ya te lo he dicho tantas veces, yo soy… rara, lesbiana, como quieras llamarme, además yo te amaba mucho… Entonces…, ¿alguien se sobrepasó contigo? No Dime la verdad, Eugenia sin mentir… No – repetí sin vacilación Jorge nos dijo que te fuiste por… ¿Tú le crees a Jorge? ¿Y tus mareos…? Estoy con medicamentos desde que llegué, mis fiebres recurrentes…

109

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja -

-

Pero… Siempre he sido tuya y tú fuiste mía, hasta que llegó la duda… Eugenia…, desde que te fuiste, nunca más, jamás, me volví a enamorar… Será porque Dios, nos dio un corazón para entregar, unos brazos que acaban en una cintura y una mente para gobernar esa mirada, la única vez que nos vamos a enamorar. Yo nunca me quise caer de tu cama Y yo nunca quise extrañarte tanto… yo te amo Eugenia

Ya habíamos vaciado nuestros bolsillos. No quedaba ninguna navaja; nos habíamos dicho lo necesario. Todas mis charlatanerías demócratas no valían de nada; ahí estaba, besándola delante de toda esa gente, descorazonada por haberla perdido. Por qué seremos tan pasionales, ¿será porque salimos de la costilla de un hombre? O quizá, porque nos entendemos mejor entre nosotras, cuando sabemos admirar nuestra belleza en lugar de destruirla. No lo sé, ni buscaré una respuesta, cuando mi boca de derrite como una cera al resucitar su llama. En ese momento, en donde hablábamos de “lo nuestro”, se nos cruzó una señorita con un delantal blanco, cubriendo un vestido ajustado nos tomó la orden. Victoria se decidió por un café, cuando se distrajo con la cabellera rubia de la joven. La miró fijamente, poniendo nerviosa a la otra joven hasta que finalmente le dijo: “Norma”. Volví la cabeza hacia la muchacha y, escondida tras un pronunciado maquillaje y un brillante tocado estaba la Norma que conocía. La muchacha quitó veracidad al reconocimiento de Victoria, insistiendo con todo su ser en el equívoco de mi acompañante. Los brazaletes de Victoria tintineaban, mientras agitaba a la muchacha, con el fin de sacarla de la clandestinidad. La joven, ya más dispuesta, se acomodó junto a nosotras y al borde del lamento comenzó a relatar su largo viaje. En primera instancia, declaró ser admiradora de la bohemia y las dulzuras de la noche. Pero Victoria se opuso a aquel cambio de vida, jalándola de los cabellos para que viniese con nosotras. A medio andar, Norma estalló en llanto para confesar que no volvería por vergüenza a habernos delatado. Camino a casa, me atraparon unos señores y me obligaron a decir todo lo que sabía… Ellos me dijeron que, si hablaba me matarían… - Fue Jorge, seguro él nos escuchó, él nos delató – aseveró Victoria, ganándose la aprobación de Norma - Tienes que volver con nosotras Norma, tienes a todos muy preocupados. Por favor, sé razonable - No puedo… tengo mucho miedo… – retomó su llanto Jorge, otra vez el adocenado Jorge. Tanto Victoria como Norma lo describían como un dragón de siete cabezas. Inflamadas por saborear la venganza desarrollaban ideas que, a mi entender, no tendrían más cauce que asfixiar el movimiento. Logré disuadirlas de su venganza y conseguir que Norma volviese a la casa. Jorge no podía hacerle daño, no mientras siguiese robando a sus patrones. -

110

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Yo tenía mucho por hacer. Debía regresar a hablar con las muchachas de la agrupación para elaborar un nuevo plan de acción ahora que ya conocían quiénes formaban parte del movimiento. Partiría lo antes posible, así se lo comuniqué a Victoria, quien amorató sus labios como ciruela en resarcimiento a lo que no debía; así se lo demostró mi abrazo. Estos últimos días, ambas nos habíamos contenido y éramos una verdadera unidad en todo lo que hacíamos. No aspiramos el perfume vehemente del amor por más que su delicada piel se uniera con el calor de la mía, ni el aliento fresco de sus palabras flotara en el aire. Fui clara en mis propósitos, pero debo reconocer que la angustia por la desaparición de Norma fue mi mayor fortaleza. Habían sido noches invictas al amor, hasta que Norma nos devolvió la tranquilidad a las dos y sostuvimos ese intercambio revelador. Estábamos contentas y a la vez con un dejo de tristeza, porque había anunciado mi partida. En una noche tibia y con los doseles hinchándose con el viento, ella visitó mi cama. Se acostó a mi lado y se negó a moverse, aferrándose a las sábanas como una niña. Dispuesta a alejarme me levanté, pero ella me buscó con besos y abrazos. “Cuando se ama, se comprende lo que es el placer, Matilde”. Y ya no me pude contener más, realmente, creo que jamás había sentido lo que siento en brazos de una mujer. Mi cuerpo entero hacía combustión. Ya sin una gota de raciocinio desabotoné su camisola para dejar al descubierto su delicada piel. Hicimos tantas cosas que pienso, jamás habría hecho en brazos de un hombre. Me sentía libre para expresar todos mis instintos en una luna. Estaba enardecida, frente a un cuerpo tan suave y bello. Era distinto a lo de antes. Antes desembocaba mi amor, en esa noche mis profundos deseos. Siempre procuré que se sintiera bien y me postergué para ella. Ahora la siento tan parte de mí que ella podría reclamarme como suya. Me dieron ganas de hacer un intento. De nuevo, veo los colores de su arcoíris y me veo como un vidrio empañado listo para que ella dibuje nuestro destino. Me estoy enamorando, una vez más… *** Ya tenía mi equipaje listo y el humor fresco para mi reencuentro con la agrupación. Había guardado lo justo y necesario. Los vestidos elegantes los dejé en casa de la señora; solo en sus paredes, se vivía con tanto lujo. Tenía pensado partir después del almuerzo, sin embargo el esposo de Victoria me hizo cambiar de perspectivas. Según lo conversado, venía a buscarla en razón del lugar que le corresponde a una mujer desposada. La señora lo avalaba y mientras lo hacía, yo le recordaba el porqué Victoria estaba con nosotras.

111

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja “Yo pensaba que Victoria no tenía amigas” me dijo, mientras su esposa tocaba el piano. Argumentó que era muy retraída, hogareña y que de ella jamás tenía visita. En las reuniones sociales, intervenía poco y no lograba sintonía con ninguno de los comensales, fuera por edad, fuera por carácteres o intereses. Tales pregonadas abultaban mis venas, pues, de ser hombre rendiría homenaje a una mujer como esa y la haría mía todas las noches, en lugar de comprimir sus virtudes y enfundarla en exigencias. En cuanto terminó de hablar, solté los dientes para decir: -

Tiene una verdadera dama a su lado, ¡qué más quiere de ella!, ¡por qué no la acepta tal cual es! Sí la acepto. Solo me gustaría que compartiera más con la gente… Ya la conoció así, ¿por qué tendría que ser diferente? Porque es mi mujer, somos una pareja ¿Solo ella tiene que cambiar?, ¿y qué da usted por ella? Le doy un hogar, una familia Es broma, ¿verdad? ¡Eugenia! – exclamó la señora – deja eso, incomodas a mi yerno. Te has vuelto muy grosera últimamente. Discúlpala – dijo mirando a Luis Alberto – son muy amigas y muy celosas la una de la otra – suspiró – Victoria nunca quiso que le presentara un novio a Eugenia y por lo que veo, Eugenia ha tomado las mismas costumbres

Tenía ganas de matar a Luis Alberto. A pesar de que era su esposo, él no tenía por qué dirimir sobre ella, ni instruirla en lo absoluto. Era solo un aparecido que tuvo el desatino de tomarla para sí, nada más. Llevó mi sangre al hervor, cuando tuvo la descortesía de interrumpir el sorbo de su esposa para tomarla del brazo y llevársela aun con su mano mojada con manzanilla. -

¡Ese tipo es un cretino! Basta Eugenia, ya quédate quieta, echas a perder tu tejido Pero… Déjalos en paz. Te prohíbo los molestes – sentenció la señora

No nos vimos dos días seguidos. La señora cerró sus labios sin dejar más rastro de ella que el chaqué de su marido, y eso me irritaba mucho. Tuve la intención de ir con ella muchas veces, pero la señora ponía a trabajar mi espina dorsal en distintas labores hogareñas que pretendían solazar mi universo. No desperté sino hasta entrado el mediodía, cuando Victoria detuvo mi espera con su llamado. No sabía de qué se trataba, en realidad fui con la idea de un desayuno amistoso. Al llegar, la encontré llorando en un costado del sillón y de pie a su madre junto a su yerno, regañándola. Al parecer, la hermanita de su esposo se había quemado con el brasero en un descuido de Victoria.

112

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja A mis ojos, ya estaba lo suficientemente destruida como para seguir con el asunto. Ella no era la causa de la miseria en el mundo y la pequeña se veía más repuesta. “Victoria”, le susurré, sentándome a su lado. Ella se volvió hacia mí y se aferró a la tela de mi vestido para desencadenar en un llanto amargo. Su cara contorcida en dolor sacaba lágrimas a borbotones y coloreaba en rojo escarlata sus labios. Me pidió que me quedara con ella unos días. Lo hice. Yo quería ver a esa señorita lúcida, vital que me adoctrinó en sus brazos y que hacía a mi corazón bramar en su ausencia. Envié una carta a Esther que no se dejó esperar por una réplica. Si me marchaba, ya no pertenecería a la agrupación. No me importó. Mi respuesta fue inminente: volvería en cuanto pudiera. Soy dueña de mis decisiones y no tengo por qué dar explicaciones sobre ellas. Me denomino a mí misma, sin pedirle permiso a nadie y enciendo las iluminarias que pienso me llevan por el mejor rumbo, a pesar de que a veces, me tuerza los pies en el camino y no pueda levantarme más, sin llevar ese dolor por dentro. *** Mi decisión por partir ha sido postergada por una semana. En estos días, me he olvidado del resto de los temas. Solo pienso en Victoria y en este sentimiento que ya había echado al olvido. He cumplido mis sueños más íntimos junto a ella y no sé si podría estar más contenta. Es una belleza sacrílega. Cautiva con atenciones y preguntas que tomarían por sorpresa a cualquiera. En una ocasión me preguntó: “Si fueras un hombre, ¿me pedirías matrimonio”. Mi cabeza depuso las instrucciones y sin pensarlo dos veces le respondí: “¡Por supuesto que sí! Estaríamos siempre juntas, tendríamos muchos hijos. Yo trabajaría muy duro para tenerlos bien y que no les falte nunca nada”. Ella me sonrió con desazón. Se lamentaba porque yo jamás sería el hombre que aspiraba ser. El género me lo impedía, aunque pienso que quizá es eso lo que más nos une. Se obsesionó con la idea de que fuera “su novio”. Me llevó hasta el guardarropa de su esposo y sacó unos trajes para que los vistiera. Jugamos hasta el momento en que fuimos interrumpidas por su marido, quien golpeaba la puerta para entrar a su recámara. Victoria se molestó mucho, como fuere él vio mi espalda desnuda, abrigándose en el vestido. “Mi amiga se estaba probando uno de mis vestidos y tú, ¡entras así de repente!” La discusión perdió serenidad, cuando él descubrió una camisa manchada con el labial de Victoria. Pensó que ella intentaba celarlo, mostrarle a todo el mundo que estaba casado – humildad de intelecto para mi juicio. El señor no dio más leña a la batalla, más bien nos tendió la mano, cuando agarró su sombrero para dejarnos solas. Luis Alberto no era más que un maleducado con arranques pueriles. Me asaltaba la rabia al ver cómo Victoria intentaba ser cariñosa y conciliadora, mientras que él de un

113

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja manotazo alejaba su ternura. Es reconfortante saber que Victoria prefiere tomar del brazo mi cariño, en lugar de perder el tiempo, dando fundamento a las innumerables discusiones con su esposo. No me arrepiento de haber sucumbido ante ella en la cama que a él le pertenecía, al contrario me da más fuerza, pues sé, he sido la primera que ha expresado amor, bajo esas sábanas. Es más mía que de cualquier hombre, eso ya lo sabe el mismísimo Dios, pues nos ha escuchado repletar las noches con el fragor de nuestras pasiones. Y no me importa que él haya sido el primero; no es una competencia, es amor y el último es quien permanece. A cada instante, espero la luna para descubrir su magia y saborear la dulzura que emana de las profundidades de su corazón. Es una amante que escala peldaño a peldaño y me fascina con sus destellos candentes que se van acercando, mientras el cielo cierra sus ojos para dejarnos asolas, sin nadie más que ella y yo para estremecernos en nuestro placer. Soy su amante y no me siento culpable… *** Rememorando viejos tiempos, deambulé por el paisaje umbrío que una vez me llevó hasta la casa abandonada, donde se reunían las señoritas. Los asientos que antaño ocuparon, estaban cubiertos por un polvillo blanquecino; las enredaderas, anudadas con telarañas y sin más alimento que el agua lluvia, y los vidrios, ya rotos por travesuras infantiles. En el recodo, me reuní con Victoria, quien me buscó para entregarme un momento juntas. No me quiso decir más, solo me dejó con la emoción de la incertidumbre y los ojos vendados. Durante el camino, la fragancia de su cabello ondulaba por el aire que inspiraba y las lentejuelas de su sombrero iluminaban a intervalos mis ojos. Me mantuve silente sin saber quién era nuestro chofer. El temor a ser descubierta me impidió abrir los ojos hasta que ella me hubo dado la orden. Allí, parpadeé unas cuantas veces y espanté una que otra mosca para tener frente a mí una cristalina rivera, cuyas piedrecillas se incrustaban en mis tacones. El viento mecía de un lado a otro los fresnos y ordenaba la espesura de las malezas enraizadas al suelo. -

¿Quién te enseñó a manejar? Mis ojos, viendo a los señores – le sonreí con admiración

Reposamos apoyadas en un olmo. Cerré mis ojos al sentir a Victoria masajear mis sienes y relajar mi frente para concluir dándome un beso en la mejilla. Media dormida la divisé en el borde del río, tomando la temperatura al agua con sus dedos. “Está muy helada”, me dijo frotándose los brazos.

114

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja La tarde estaba abochornada. El viento escurría el agua por mi espalda, tensando mis músculos que se protegían del frío. Unas piedrecillas se rasgaron mis codos, mientras la besaba. No me importo, más valía el recuerdo que la herida y solo cuando entramos en la cabaña el calor de un brasero enardeció uno que otro rasguño. Al caer la noche, el clima desafió al retorno, fatigando sus horas en conjuntas batidas. Nos refugiamos en la cabaña de los antepasados de mi amiga sin comprender el repiqueteo violento de la lluvia. El viento abombaba las cortinas que volvían para golpear los vidrios, empapados por la densidad del agua. Las velas relajaban la vista de una casa lóbrega que con su frialdad la encogía en mis brazos. Pasamos la tarde entera, contemplando los humores de la naturaleza. La tierra se perfumaba con el agua lluvia al igual que las maderas con su penetrante aroma a humedad. La inmensidad del cielo divulgaba nubarrones pesados, fogata a los brotes de alegría ¡Y qué menos! Subordinaba sus respiros, sus exhalaciones a mí, lavando los toques que una vez su esposo le dio. No había nada de él en esos granos de arena, la había dejado tal cual, como la recibí la primera vez. Regresamos a casa al anochecer, encontrando a Luis Alberto, tumbado en su recámara. Victoria se puso de todos colores e inventó una historia terrible que partía por ella comprando unas flores y de regreso, siendo abatida por una tempestad que la obligó a permanecer el día entero en medio de una gaveta sin personal. Narró su mentira en el más desolador de los llantos. “Pasé todo el día perdida y nadie, nadie se acordó ni preguntó por mí. Si no hubiera sido por Eugenia, nadie me habría buscado”. Ese cuento no venía al caso, además condujo a una tormenta peor que cualquier otra. Luis Alberto me hacía preguntas que no estaba a la altura de responder. Me sumí en la confusión, viendo a mí alrededor luces que corrían sin punto de fuga. Fue entonces, cuando una sola cosa me hizo sentido: Él estaba preocupado por su esposa. Hasta su cuñada, esa que tanto criticó, también demostraba genuino interés por Victoria. Encaucé su mentira, completando los pormenores, apoyada en la puerta de su recámara. Vi a Luis Alberto estrecharla en un abrazo, acariciar sus cabellos y susurrarle dulcemente “perdón” al oído. Mi amiga Victoria había encontrado a ese príncipe azul que invocó en tantas novelas. Cerré la puerta con sigilo, antes de partir. Algunas veces, somos un tanto lloronas y no me gusta reventar en lágrimas frente a nadie. Pasé por la casa de Norma. Había vuelto a sus ilusiones de niña y gastaba las horas coleccionando muñecas que lucía en una repisa. Lo que vivimos nos fue más que una brizna que ella evocaba entre risitas de niña mala. Me volvió a preguntar por el movimiento, al cual no volvería, por el profundo temor que Jorge había ceñido. “Tú también le has perdido el interés. Así como mi buena amiga Victoria”, me dijo. Sus palabras resonaron en mi oído y tocaron mi nostalgia. Estaba aplazando ese deseo tan

115

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja grande que tenía por hacer cambios, solo por un amor desmedido y lo más aberrante era que no me importaba. Me preocupa lo que hago en el presente, porque sé que mis omisiones algún día me pasarán la cuenta. Es tan desconsiderada la juventud que mira de frente, pero no a los lados. Debo tomar una resolución y debe ser pronto antes de que mis sueños se evaporen en el aire. *** Lo he dicho tantas veces. Estoy enamorada de una mujer, hecha con tal precisión que me hace pensar, es una obra para mí. Cuando aprendí a tocar sus melodías, el destino me la arrebata entregándosela a otro rumbo que no tiene nada que ver conmigo. “Voy a ser clara contigo, lo terminas tú o lo termino yo”, fue la amenaza de Esther, mientras alzaba en su puño, una de las tantas cartas que le escribí a Victoria. Cómo se emitió en sus manos, no me lo dijo, solo me dijo la forma en que marcaba su sistema nervioso. Había tomado tantas invertebradas decisiones que se estaba quedando sola, tanto, que ya no cabía el nombre “agrupación” a lo que estábamos haciendo por la mujer. La dejé en el más simple de los silencios, abstrayéndome en la soledad de las figuras marmóreas. Un cirio se derretía entre la llama, goteando la cera por el piso de donde emergía una escalera caracol hacia un gran palco. Giré a la izquierda, hallando a Victoria con la mirada gacha hablándole a un sacerdote tras una ventanilla. Una gran verdad o una gran invención la sacó del confesionario con los ojos desgarrados por un llanto crudo y viral que no venía destino. Uno de los sacerdotes se sentó a mi lado para expiar mis faltas, como si el mal pudiese volver atrás, ¿le ahorraría yo una lágrima a Victoria? claramente, negué con la cabeza; no soy una santa paloma, pero tampoco un espíritu que ha de arrepentirse por lo que hizo. Victoria suspendía la alegría por lo que sentía hacia mía. Esas lágrimas que se formaban en sus ojos, se repartían por sus mejillas y se destinaban a morir en su mentón. Yo la entendía una a una, cavando todo lo que pudo ser un gran sueño. Yo la quiero de verdad, pero veo que nuestro amor se reblandece y la hace desdichada. No puedo convivir con esa amenaza. El amor es para los que son capaces de resistirlo, no hay otro dialecto. Desentendida y con una calma artificial me topé con ella en las afueras de la iglesia. Sus diálogos pasajeros mucho tenían que ver con su angustia, la cual apenas podía esconder. Después de los setos, el carruaje se detuvo, pero yo no me bajé con ella. Esta vez, no la acompañaría. Ella negó con la cabeza, sin entender. Ese día volví a la cordura y comprendí a cabalidad que no podía sacrificarla por el calor de mis besos. Dejé las puertas abiertas; le propuse irse lejos conmigo, extender lo nuestro por mucho tiempo, pero lamentablemente su vocación por lo ya establecido fue más fuerte. Yo no quería más dramatizaciones de lo que era un amor, ni tampoco una pasión reservada. Mi estadía es su vida sería esporádica por más que diera todo de mí. Debía

116

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja cerrar este ciclo que no nos llevaría a nada. Ella no resistiría tanta desgracia; lo sabía sin la necesidad de su pluma ni de su tinta. Todo lo que había pasado me inspiró a volver a la fábrica. No había retorno para nosotras. Esther tenía pruebas; Victoria se las entregó, atraída por sus celos. “Desde que te vi, me gustaste mucho. Intenté buscar evidencias en la gente para saber si podrías corresponderme y cuando supe que vivías con Esther me molesté mucho”. Ella desconfió de mí desde siempre. No me conocía lo suficiente, si lo hiciera, se daría cuenta de que a lo largo de toda esta historia, no he hecho más que hablar de ella. Ahora, por todo esto que ha pasado lo seremos más que un recuerdo para la una para la otra. Y el destino se ensaña con nosotras; su esposo quiere llevársela a Paris y, aunque ella quiere seguir conmigo, yo prefiero que se vaya lejos, donde todo sea nuevo para nosotras. Ambas tenemos nuestros sueños y ya es hora de cumplirlos, aunque eso hagas trizas todas las ilusiones que sembró mi corazón. *** Antes de irme, decidí tomar revancha por lo que Jorge hizo a Norma. Tras visitar la casa de la señora, recibió una carta anónima, en la cual le prohibían tener contacto con cualquier integrante de la agrupación. Norma ha estado encerrada en su recámara desde ese entonces, con el asecho rondando por su cabeza y negándose a recibir siquiera al servicio. Claramente, Jorge era influencia en esa amenaza. Él y sus amigos burgueses tenían nuestros nombres en su poder, interceptaban nuestra correspondencia y conocían, a través de cómplices cuáles serían nuestros movimientos. Ya hasta la casa abandonada fue adquirida por un banquero quien hacía burla con su exhibición de muñecas, sentadas en círculo en el patio. Demoré más de lo habitual en llegar al pueblo por el crudo temporal que anunciaba el invierno. Era un frío que calaba los huesos. El clima daba la imagen de un niño, lanzando baldes de agua hacia las ventanas, al lado de otro que rociaba la escarcha cordillerana. Me bajé en una de las esquinas, donde el viento me tendió una zancadilla que mi tiró al piso. Aguardé apoyada en el pilar hasta que los soplidos del viento dejasen de elevar mi abrigo. Entonces, tomé paso firme en dirección a la avenida, donde vivía Rosa. En cuanto llegué a su casa, solicité hablar con Jorge sin retorceduras y escapando a la emoción de Rosa. Ingresé directo a su despacho con notada predilección en rectificar el lugar de Norma. Jorge escuchaba risueño, aseverando que yo alucinaba con

117

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja “emboscadas” que nada tenían que ver con él. El muy sinvergüenza me recibía, como si yo viniese a hacerle un espectáculo, en lugar de hablar de cuestiones importantes. Deberías pedir explicación a Victoria, ella tiene muy buena retórica ¡Tú amenazaste a Norma! No, esa fue tu amiga No nos estamos entendiendo ¡deja de culpar a los demás por tus idioteces! ¡tú delataste a Norma! - Con la ayuda de tu amiga… - ¡Cómo puedes decir eso! - ¡Y por qué no! Si hacía tiempo le venía incomodando tu amante… - ¿Qué…? - Tu amante, esa, con quien la engañabas… Negué perpleja, ¿cómo sabía tantas cosas?, ¿acaso había algo de verdad en sus palabras? Taciturna acabé por decir: - Yo nunca la engañé… ¿de dónde sacaste eso…? - Jorge unos señores quieren hablar contigo – apareció Rosa repentinamente - Pudiste haber tocado antes de entrar– regañó – Que se vayan, estoy ocupado – hizo un ademán con desprecio Rosa abrió la puerta a los señores – aquí está Jorge, pueden hablar con él -

Jorge se incorporó descompuesto. Eran los empleados del padre de Virginia. Venían a exigir su paga por un trabajo que Jorge nunca remuneró. “Si de monedas se trata, se agacha hasta el rico”, dicen en el Sur y explicablemente esos hombres de esfuerzo demandaban justicia. Jorge daba irrisorias soluciones con tal de pactar sus plazos a la ruina. Y ahí estaba yo, con el bocado en la lengua para llegar a la plenitud de la venganza, diciendo a los hombres: - Señores no se confíen en un tipo con las manos sucias. No les va a pagar, él es un timador, un estafador que me quitó todos mis ahorros - No le hagan caso a esta mujer desviada - Falsificó mi firma, ¡estafó a su propio patrón! - Cómo pueden hacerle caso a esta puta, a una mujer que se revuelca con otra – me apunto viendo a Rosa – Ella es la amante de Victoria – Rosa se tapó la boca con ambas manos - ¡No les va a pagar! ¡No tiene cómo hacerlo! – alcé las manos cuan contadora familiar. Pero no estaba tan mal, Rosa, su propia mujer negó con la cabeza a los cobradores, cerrando toda oportunidad de redención a su marido. Quizá ella también quería venganza… Fue una verdadera carnicería, ver a tres hombres desmenuzando a un ser humano. Mi alma se arrebujó tras el desfallecimiento de su carne. Se contaminó con la fortuna de aquellos hombres que se habían autorizado para cobrarse con lo más valioso. Y yo no quiero poner una lágrima en la redacción.

118

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Rosa, más interesada por la “calumnia”, en pleno desahucio laboral de su marido se puso delante de mí para volver como una pesadilla a rememorar en privado los dichos del fallecido. Mis manos se enfriaros cuando comenzó: -

¿Es cierto lo que dijo Jorge? No… – sus cejas resaltaron mi mentira con un arrepentimiento enfermante que me hacía pasajera a toda revelación. Aparte de mostrar los dientes y controlar el horrible torpor, qué más podía hacer…

Rosa cerró los ojos meditabunda, desvanecida por lo que se venía. Por fin, hundió su vientre para decir: siempre lo supe - ¿Cómo…? – pregunté confundida - Porque has sido la única mujer que la ha querido. Es una adelfa, ¿qué será lo que tiene? - Qué es lo que tienen ustedes que no la aceptan tal cual es No sé lo que ocurrió con Jorge. Tampoco, qué era lo que Virginia quería decirme. Tengo tantos cabos sueltos en mi vida y a pesar de esto es tan poco lo que me importa. Solo me interesaba Victoria, el aderezo de mi vida. Era la princesa que me miraba desde el palco, mi pretérito y mi adorado ángel. Habíamos pasado una desventura. Aunque ella se fuera lejos de mí, seguiría viviendo por siempre en mí. Ella sería la siempreviva que se posaría en mi lápida con sus bellos tonos y colores. Yo siempre la voy a querer… *** Una mañana de domingo, Victoria partió rumbo a la ciudad del romanticismo. Se despidió de todos menos de mí. Se me iba lejos y no la vería nunca más; ya conocía la historia con Rosario, de quien solo sabía a través de postales. Esos instantes que compartimos eran provocadores, intensos y evocativos de los más profundos sentimientos. Esa noche lloré tanto que no podía siquiera abrir los ojos. Jamás la recuperaría. Sería imposible volver a ella, por más que me consumiera en mi amor. Caí en el desánimo nuevamente. Estaba somnolienta e inapetente; me saltaba las comidas y me recostaba temprano, solo para dejar mi cabeza sobre la almohada y torturarme, pensando en ella. Esther me miraba de reojo; por seguro estaba muy feliz; había logrado su cometido. No lo voy a negar, la odiaba; no tenía por qué entrometerse entre nosotras. Su mala costumbre de tomar parte en asuntos ajenos y resolver sobre ellos con una autoridad que no le correspondía, descuella a cuan fiel amigo pudo revitalizar su vida. De nada sirvió mi enfurecimiento, ni el carácter para arrojar al suelo el símbolo de mi iniciación, pues del mismo modo en que la pipa se desempeñaría con pureza ella lo haría la razón que vela por sus intereses.

119

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja Me iba de la agrupación y sin mentir poco me importaba. Por amor, ingresé al movimiento y por el mis sentimiento me retiro de él. Ninguna ideología me separaría de lo que más quiero pues, si voy a dar la vida por algo, que al menos, ello no me quite los pulmones para respirar. Esther me arrancó mis motivos; yo, su motor. No puede cambiar el mundo con una sola mano y ya, todas las muchachas se han ido, pues han comprendido que cuando una cosa sacrifica a la otra, entonces también se aniquila a quienes aman. Y cómo se puede plantar un jardín hermoso si la tierra es de camposanto… Por qué, por qué la vida está hecha de lecciones y aprendizajes y no de saberes ya adquiridos. Si fuera así, todo sería tan fácil y yo sería tan feliz. Tendría lo que anhelo y lo que no, sabría por qué no lo tengo. Supongo que así es la vida, un laberinto lleno de rincones por conocer, pero también de ratas, astutas y veloces que conviven con nosotros… *** -

-

-

-

Puedo soportar muchas cosas por la agrupación, pero si hay algo que no puedo tolerar son dos mujeres haciendo el papel de amantes. Me repugna la sola idea…, mata la esencia de la mujer – decía Esther con la voz entrecortada, mientras yacía en la cama Victoria tenía razón. Ustedes solo querían el mal para ella. Los enamorados viven en su propio mundo, no necesitan uno que está hecho con otras manos. Qué error fue dar la vida por un movimiento que no da un paso por mí… ¡Tú eres la responsable! – me apuntó con el dedo – Fue tu culpa, estabas despechada, por eso nos hiciste esto a todas, pero déjame decirte una cosa, aunque nos mates seguirás siendo un cáncer para esta sociedad Y qué es la sociedad, sino un grupo de personas que deben aceptarse. No les hago mal y por eso, no tengo por qué permitir que me lo hagan a mí. Todos hemos de aguantarnos si queremos una vida mejor…

Decliné a la discusión con Esther por más provocaciones irritantes. Estaba agonizando, al igual que todas las muchachas que un día quisieron cambiar su destino. El dueño de la fábrica había rociado raticida en su comida, por temor al liderazgo que estábamos adquiriendo. Cada vez que pensaba en ellas, me sentía responsable de su fallecimiento. La omisión, fue mi gran culpa; no les di aviso de lo que nos depararía. En vez, me quedé en sosiego tal mujer enamorada que no se preocupa de nadie más que de su amante. Debí haber ido, debí haber enviado a alguien, mas no lo hice… y eso me tiene casada con la mala conciencia… Todo había sido un completo fracaso. El movimiento fue un acto generoso, puesto en las peores manos. Expulsaron a Victoria a pesar de ser su líder, a Virginia por convertirse en

120

Mi Amiga Victoria| Valeria Pantoja madre y a mí por haberme enamorado de una mujer. Del resto, ya no quedaba más, ni una buena intención más que su vida convencional y en juicio. Estoy al margen, supuro, no supe ver la realidad. Luchamos por una mujer tomada de los cabellos. Nos desvivimos por una dama, vestida con los mejores atuendos de la desigualdad. A pesar de eso, les deseo el mejor lugar en el cielo, pues no se me olvida su creador fue un hombre. Nuestras mejores intenciones no son más que cenizas al viento. Esto es infinitamente patético para un corazón que desea latir, bajo sus órdenes y no las de un régimen moralista que me hace vivir como un muerto, escondido, enterrado, frío en una sociedad que se dice bella. Dejé que la vida pasara por mí, en lugar de ser yo misma quien disfrutara de ella. Si la vida es única e irrepetible, por qué había escogido el peor plato del menú. Y ya, ya era demasiado tarde, porque las escaleras al sol, las había roto con mis propios pies. Cuánto añoraba esos días de romance… *** Caminando por la plaza, Matilde se detuvo de repente y gritó: “Por el amor de una mujer”, antes de arrojarse contra un carruaje que venía a toda marcha, siendo arrollada y muerta. El público gritó horrorizado al ver el cuerpo de la joven siendo tirado al suelo por la herradura de los caballos y aplastado por las ruedas del carruaje que acabaron por arrojar al suelo a su conductor. La noticia llegó a Paris. Creía que solo la querría mientras estuviera viva frente a sus ojos, pensaba que la necesitaba por costumbre, sin embargo de todas sus amigas, Eugenia, Matilde o como quiere se llamara, fue la más auténtica. Aferrada a la idea de que lo suyo tendría un final, la dejó antes de tiempo sin pensar que su ausencia, solo le dejaría un vacío en el corazón y una tristeza en los ojos. Se fue de viaje sin siquiera sospechar que ella sería el amor de toda su vida, pues desde ese entonces los abrazos cerraron sus alas y los besos no fueron besos… Estaba enamorada y en otro lugar y en otra hora, lo sabía…

Haber seguido, solo la habría llevado a un camino rocoso que con sus tacones, jamás podría atravesar. El día que deje de ser tan exigente comprobará que está con un gran hombre. Me despido de ella, sin un beso, porque esos ya no son míos. Digo adiós, con un abrazo, pues siempre seré su amiga...