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Introducción Taxonomia de la Conducta Lo Fundamental La Desesperanza Creativa y la Detección del Problema La necesidad de fomentar el Autoconocimiento en las situaciones temidas , la literalidad de las palabras y las valoraciones Relación costo-beneficio por controlar emociones respecto del Significado en la Vida

Introducción volver al índice En primer lugar, decir que todo lo que sigue no trata de ser una receta para aplicar tal cual a los pacientes que nos vayan viniendo. Cada cliente necesita de su propio análisis y una aplicación a medida de los objetivos marcados, amén de que es la propia dinámica de las sesiones la que te va proporcionando los momentos más idóneos para introducir estos objetivos. Cuando un psicólogo se limita a dar sus pasos independientemente de los momentos y demandas de la persona que tiene delante, se acaba convirtiendo en un profesor que imparte su clase magistral y acaba por no conectar con sus alumnos. Más información sobre este punto se puede encontrar en los artículos sobre PAF. El sustento de la terapia es la función del lenguaje sobre uno mismo, es decir, el autoconocimiento y la valoración. Somos enseñados a notar y darnos cuenta de lo que nos ocurre, la comunidad nos enseña a hablar de sentimientos y emociones. Cómo se produjo este aprendizaje, es importante para la terapia, pero lo fundamental es qué función se da a esa discriminación de sentimientos, es decir, cómo se reacciona ante ella. La terapia contextual no se atiene al criterio de los “déficits” o “excesos” conductuales como definición de los problemas, la solución consistiría en el cambio del contexto en el que se producen las conductas, por tanto la solución podría pasar, o no por la modificación de las conductas. De acuerdo con los supuestos conductistas, lo decisivo es la función de la conducta no sus formas (por ejemplo, una conducta tan simple como tomarse una aspirina es irrelevante por sí misma, lo importante es la

función que cumpla, esto es si me sirve para aliviar malestar, para evitar enfrentarme a situación conflictiva,...), y la función es cuestión del contexto. Según Kantor cuando las personas se hallan “atadas” a los sentimientos, ocurre que han tomado por emociones lo que sólo son sentimientos (la reacción emocional paraliza la acción al menos por breves segundos, mientras que el sentimiento es una respuesta a la función verbal de los estímulos o circunstancias que no paralizaría la acción). Un análisis funcional permite a partir de información correlacional (por ejemplo “me tomo una pastilla porque me siento mal”) establecer: 1. Las condiciones en las que se aprendió a decir “me siento mal” 2. Las condiciones determinantes de “tomar pastillas” 3. Las condiciones responsables de la relación entre los dos puntos anteriores Las relaciones entre comportamientos como sentir, pensar y hacer o actuar, se establecen arbitrariamente en la historia individual por las contingencias que operan las relaciones. Igual que existe la relación, ésta puede romperse al generar otras relaciones y sin que sea necesario cambiar los contenidos de los pensamientos, ni cambiar el aspecto formal de sentimientos aunque si su función. Uno de los pilares de ACT es que el paciente acepte su conducta verbal, fuere cual fuere, actuando hacia sus propios valores. Se realiza una taxonomía de la conducta verbal con el único fin de facilitar su análisis por parte del terapeuta.

Taxonomia de la Conducta volver al índice El objetivo es que el paciente genere interpretaciones de su propio comportamiento, con el objetivo de generar autoconocimiento.



Conductas de pliance, son comportamientos controlados por la fórmula verbal pero bajo la motivación que se deriva de las contingencias sociales de quien proporciona la fórmula (conseguir afecto -o similar- o evitar consecuencias aversivas por no hacerlo).



Conductas de tracking, son como las anteriores, es decir comportamientos gobernados por fórmulas verbales o reglas pero estos con la motivación que se deriva de las contingencias directas de la conducta producida.



Conductas de augmenting, el sujeto responde en una situación de una forma distinta a como lo hacía antes debido a que una regla (augmental) proporcionó funciones verbales más fuertes que las que pudiera tener antes de estar expuestas a ellas. Por ejemplo, una persona puede cambiar su forma de actuar respecto a la persona A tras estar expuesto a una fórmula verbal proporcionada por alguien de confianza.

Lo Fundamental volver al índice Los problemas se entienden sobre las (des) ventajas de ser personas verbales, se señalan varios problemas, serían los contextos dados por la comunidad verbal en los que tienen lugar los problemas: 1. La literalidad del lenguaje cuando se confunde la palabra y su función. Las palabras pueden apropiarse del significado de los objetos a que se refieren, y entonces adquirir su propia objetividad, es decir, su propia autonomía funcional. Esto ocurre cuando las palabras se toman literalmente. Cuando se dice “estoy deprimido” se concitan numerosas condiciones relativas, por ejemplo, a sentirse triste como para estar decaído, dejar de hacer esto y necesitar ayuda. Cuando alguien ha estado deprimido, valga por caso, porque se haya sometido a contingencias de extinción, lo ha nombrado “estoy deprimido” y se ha pensado “tengo depresión”. Ahora, independientemente de las contingencias, decir “estoy deprimido” explica y justifica estar triste, dejar de hacer y necesitar ayuda. Una relación conducta-conducta entre decir algo y la acción es sostenida fuertemente

por la comunidad verbal. Se podría decir que la práctica social hace que situaciones, palabras y pensamientos se constituyan en miembros de una clase funcional, de modo que probablemente supongan relaciones de equivalencia. Siendo así, las situaciones tanto remitirían al estado psicológico como las explicaciones relativas al estado psicológico remitirían a aquellas. Una situación deprimente justificaría estar deprimido, pero pensar deprimidamente y hablar de ello serían de por sí equivalente a la situación causante. Es como dar una explicación causal de la depresión en la que se haga referencia a los síntomas descritos en DSM IV y no a la historia de aprendizaje del sujeto. En términos médicos esto sería equivalente a explicar la gripe a partir de sus síntomas (fiebre, malestar general,...), y no por la presencia de una agente externo (virus X), con lo que caeríamos en un explicación circular sin salida, y ante la cual, la cura sería tratar la fiebre, los estornudos, los dolores y no la causa (el virus). Los pensamientos intrusivos y la regla “no quiero pensarlos, luego no los pienso” sería de la misma clase. 2.

Cuando no se diferencia el yo como contexto del yo como contenido, es decir, no se diferencia lo que se dice o lee de quien lo dice.

3.

Cuando la comunidad verbal ha fomentado valoraciones (en bueno, malo, positivo,…) especialmente de lo que concierne a uno mismo (sean pensamientos, emociones, sensaciones, recuerdos,…) y se actúa en relación a ellas sin la perspectiva necesaria para saber que son unas valoraciones y que podrían ser otras. Las valoraciones no están en el objeto, persona o situación valoradas sino que son comportamientos del oyente y pertenecen a la historia de cada uno. No se dice “esto es” y yo lo valoro como malo, sino “esto es malo”. Algún valor está siempre en juego, pero no es lo mismo estar hipotecado en uno, que relativamente liberado como para participar de otros.

4.

Necesidad establecida socialmente de dar razones convencionales (aparentemente como causas) sobre nuestro comportamiento y el de los demás. La gente ha aprendido de la comunidad verbal que la conducta tiene sus causas. Las causas serían las razones por las que uno hace esto, tiene lo otro o le sucede tal. Estas razones son, en realidad, explicaciones verbales, es decir, las justificaciones que uno da ante las preguntas de por qué haces o te sucede tal

cosa. Los pensamientos y los sentimientos son estas justificaciones. Según esta regla la solución sería controlarlos o modificarlos, esta norma tiene gran raigambre social. Cuando uno ha de hacer algo dificultoso o comprometido, le dicen que “piense” antes de actuar. “Yo pienso y entonces me comporto” es un esquema resultante de la práctica verbal pero esto no es más que una estructura narrativa. Las causas de la conducta tendrían que encontrarse fuera de la conducta misma, la explicación de una conducta por otra incurre en la recurrencia, las causas de la conducta se encuentran en las contingencias. Se establecen cinco componentes esenciales de ACT, son los siguientes: 1. Generar una desesperanza creativa, activa. 2. Notar que el control de los pensamientos, de las emociones, es el problema. 3. Discriminar entre el yo como contexto y el yo como contenido. 4. Elegir valores y tomar una dirección. 5. Compromiso y cambio (ruptura). Los componentes anteriores se conjugan en las dos líneas maestras de esta terapia: la aceptación sin límites (de lo que no puede o no quiere cambiarse por el costo de la operación) en el contexto del compromiso de cambio, es decir actuar hacia valores. Ambos objetivos quedan ejemplificados, a lo largo de la terapia, por el énfasis que se hace sobre la metáfora de dos escalas necesariamente presentes, y que se mantienen dependientes una de la otra en los clientes pero deben independizarse durante la terapia. Son las escalas que traen a colación el nivel de angustia, ansiedad y desasosiego producido funcionalmente por cualesquiera situación o pensamientos, y la escala de actuar en relación a las cosas que dan sentido a la vida de cada uno. A lo largo de la terapia el cliente lleva una especie de diario con anotaciones por ejemplo de momentos y pensamientos desagradables,.. dándoles un valor en cuanto al grado de ansiedad y sufrimiento, así como todo lo que hace para acabar con ellos,

valorando la efectividad de esas acciones en el día. Cada sesión se comienza revisando este diario y observando la evolución del cliente la dirección que se intentó la semana anterior. Es conveniente elaborar escenas de eventos relevantes a la evitación emocional en cuestión. Estas escenas se utilizarán semanalmente, al principio de cada sesión, para que el cliente valore la reacción emocional y su voluntad o “gana” de experimentar en este contexto. Al comienzo de cada sesión se aplica también un cuestionario sobre el miedo y un inventario de estado y al final cumplimenta otro relativo a la sesión misma.

La Desesperanza Creativa y la Detección del Problema volver al índice El cliente ha de advertir que lo que desea (quitarse la ansiedad, los pensamientos, los sentimientos de malestar…) no es algo que pueda ser obtenido, no es la solución a su problema sino al contrario, sus acciones ejercitadas a diario para escapar son exactamente el problema (y se dice que ha trabajado duro muy duro para quitarse el malestar, el agobio pero ¿qué ha conseguido?). Tras las primeras ocasiones en las que lo aplico, me doy cuenta de que lo hago mal, los pacientes me informan de que están constantemente dándole vuelta a las cosas, dudando. En el caso de personas atrapadas en recuerdos (por ej. Duelo patológico) se puede introducir la metáfora de los dos corazones: Metáfora dos corazones: “puedes tener un corazón para recuerdos y sentimientos de todos tus seres queridos con consecuencias positivas o tenerlo sólo para el dolor y recuerdos, desterrando al resto de seres queridos importantes, con consecuencias negativas” En los casos de clientes con síntomas psicóticos (alucinaciones, delirios) se puede utilizar, sobre todo en la etapa inicial, de la paradoja. Por ejemplo ante alguien que escucha voces se le puede decir que él jamás ha tenido voces porque ha estado siempre luchando contra ellas, que es también por lo que está en terapia; y por tanto, no las ha llegado a experimentar tal cual son. Por supuesto, evitando cualquier tono condenatorio. Al explicarles la diferencia entre una terapia farmacológica y una psicológica, se le dice que por ser la terapia psicológica un lugar en el que su participación resulta

fundamental, le pediremos que haga menos cosas, que deje de hacer muchas de las cosas que estaba haciendo (en clara referencia a evitar pensamientos negativos). En las primeras sesiones puede resultar interesante explicar de alguna forma las metáforas, por ejemplo se puede decir: “vas en el autobús y te vas peleando con los pasajeros en tu intento de no tener pensamientos negativos”. El terapeuta habrá de recoger y así tener presente (incluso como esquema escrito entre el cliente y él) todas las emociones, los pensamientos de interés y actuaciones de manera que quede ejemplificado abiertamente todo lo que ha hecho y hace para solucionar lo que cree que es el problema. La angustia sentida es la ocasión para evitar o escapar, pudiendo haberlo hecho de muchas maneras (por ejemplo drogas, alcohol, pastillas, acostarse, llorar, pedir ayuda, ir al médico, agredir, insultar, …). Ha de quedar presente lo que el paciente consigue con ello de forma inmediata (seguramente algo de alivio) y a largo plazo lo que es importante en su vida. La lógica es, que el cliente no puede conseguir lo que busca, algo que le alivie su malestar. Este estado de desesperanza ha de ser real, no es razonado, ni comprendido, es decir, no podría ser fruto de la instrucción por sentir desesperanza, sino que ha de ser sentido por el cliente y así provocado por el terapeuta, y por tanto real. El cliente debe darse cuenta que todos sus intentos han sido baldíos. En esta fase el terapeuta debe estar muy unido al cliente en este estado de desesperanza. Cuando quedan planteadas todas las estrategias utilizadas por el paciente, es un buen momento para ir introduciendo las metáforas de forma cuidadosa. Este sentimiento de desesperanza es un aspecto que ha de ser cuidadosamente manejado por el terapeuta a varios niveles, primero ha de quedar claro que es la comunidad verbal quien desde la más tierna infancia va perfilando estrategias en torno a lo que conscientemente se valora como negativo (la angustia, tener sentimientos y pensamientos negativos, sentirse inseguro, ciertos aspecto físicos, ciertos recuerdos,…). La comunidad verbal instaura soluciones lineales, “cuando algo va mal elimínalo porque todo problema tiene sus causas pero estas conexiones lineales entre sucesos no

funcionan en el mundo psicológico, incluso ésta puede ser la base del problema. En segundo lugar, se ha de advertir explícitamente que lo anterior no significa que en otras facetas de la vida, las acciones conscientemente emprendidas para eliminar o evitar calamidades no sean efectivas, de hecho el cliente tendrá experiencia en numerosos ejemplos a este nivel, y en ellos debe focalizarse el terapeuta. Es decir, se trata de hacer explícito que a veces nuestro sistema verbal (en forma de descripciones o habla pública o privada en torno a qué hacer para conseguir x, o evitar x) es efectivo mientras que en otras ocasiones (al referirse al funcionamiento de los pensamientos, sentimientos y recuerdos) puede no ser eficaz. Por ejemplo, cuando duele una muela, o molesta algo encima de una mesa, o molesta una música o un programa de TV, uno simplemente lo quita y desaparece el problema. Igualmente la planificación es útil para evitar errores cuando se trata de evitar una enfermedad, o conseguir unos estudios, o planificar un viaje, pero la planificación deliberada para no tener o para “quitarse de encima” un sentimiento o evitar un recuerdo es inútil. Se utilizan ejercicios para ejemplificar el acto paradójico de no querer tener algo: es tenerlo. Por ejemplo, se le dice “no piense en números o en el mar o en elefantes, ¿en qué piensa?”. Una de las metáforas que trata de hacer ver esta situación es la de las dos escalas. Metáfora: “imagine dos escalas (como el volumen y el tono de un estéreo) siendo una la “ansiedad” (o la depresión o la obsesión) y la otra la “voluntad” o “gana”, graduables de 0 a 10. La ansiedad está al máximo y desearía rebajarla (por eso busca ayuda). Sin embargo la otra escala de la que no se ha hablado es la más importante y la que hace la diferencia. Cuando la ansiedad está a 10, la gana está a 0. La meta es conseguir cambiar el foco de atención de la ansiedad a la gana. En concreto, lo conveniente sería centrarse únicamente en esta segunda escala y olvidarse de la ansiedad (con cuya escala siempre ha tenido problemas). Cuando haga esto yo le garantizo que su ansiedad podrá estar baja o alta pero no estaremos intentando cambiarla. Otra de las metáforas esenciales para mostrar el efecto paradójico del lenguaje y de querer controlar las emociones y los pensamientos es la metáfora del polígrafo. Las

metáforas han de ser presentadas en relación a algún comportamiento del cliente que pueda ser clínicamente significativo y la comprensión de las mismas las ha de realizar el paciente por sí mismo, nunca de forma instruida. Metáfora: supongamos que un cliente menciona al hilo de la provocación de la desesperanza creativa algo como “el problema es que no puedo parar mis pensamientos, no consigo controlar mis emociones...”. Se puede señalar ahí lo siguiente: “Imagina que estas conectado a una máquina que indica tu nivel de ansiedad. Supón que cuando la ansiedad llega a un punto x, entonces la máquina activa una pistola que apunta directamente a tu cabeza. En esa situación, te pido que hagas todo lo que está en tu poder para no ponerte nervioso, ni un ápice. ¿Qué crees que ocurriría?......”. la respuesta del paciente debe ser “no duraría ni un minuto”. Se le indica entonces que él tiene una máquina aún más poderosa para detectar su ansiedad (su sistema verbal) de forma que esa es la paradoja o la trampa de las acciones para controlar ciertas cosas, que no otras. Se pueden proponer para casa la autoobservación de sus intentos por controlar los pensamientos y reacciones emocionales del estilo por ejemplo, “si no pensara esto, no me sentiría así” o “si no sintiera tal, haría esto otro”. El propósito no es su modificación sino el registro. En esta fase, el terapeuta ha de actuar directamente en relación a diferentes señales que ofrezca el comportamiento del cliente, como confusión, sentimiento de estar en la desesperanza, racionalizar la terapia, cuando esta ha de ser básicamente vivencial. En definitiva, reacciones puntuales por parte del terapeuta para bloquear, y dejar sin función, los razonamientos, excusas sobre su problema, o cualquier intento por racionalizar la terapia por parte del cliente. Algunos ejemplos de reacciones directas por parte del terapeuta pueden ser preguntar ¿qué siente ahora?. Ante razonamientos o excusas sobre el problema, que no será más que una parte del problema, puede preguntársele, ¿de qué le vale decir tal y tal? ¿y si fueran otras razones, qué cambiaría?, o “¿lo que estas haciendo ahora se parece a lo que sueles hacer, cavar?.

Ante afirmaciones de la comprensión de esta terapia en esta fase inicial han de introducirse preguntas que garanticen la confusión como estrategia para romper el contexto de los problemas y que el cliente pueda actuar desde otro marco. Por ejemplo, se le dirá: “si lo comprende, entonces no es”, esta terapia no es para comprender es para actuar, ya se verá. Más aún, si señala que entiende al terapeuta, que está de acuerdo con él, se le dirá “no crea una palabra de lo que digo, no es una cuestión de creer, si funciona ya se verá”. El objetivo es, conducir al cliente a la experiencia, a la actuación sin que sea instruido para hacerlo sino a través de una firme ruptura de la raíz de las relaciones entre comportamientos que son desadaptativos, generando tal ruptura por el manejo de ejercicios y metáforas que sitúen las relaciones pasadas en un contexto nuevo. Más situaciones propicias para actuar durante la sesión, son las señalada como CCR en FAP (silencios, vacaciones,....). Una de las metáforas clave para generar sentimiento de desesperanza creativa es la del campo de hoyos. Planteada la radiografía del problema, el terapeuta planteará ¿cuál es el problema de todo aquello? Y tras algunos segundos de confusión y silencio, se puede indicar algo así como “veamos si esto ayuda” y se plantea la metáfora más adecuada al caso. Metáfora: (Los comentarios entre paréntesis son añadidos que no se facilitan al paciente) un hombre camina por un campo de hoyos con los ojos vendados (se trata de poner al cliente en la situación de que el campo de hoyos es la vida pero no se sabe donde están los hoyos (situaciones de dolor, angustia y ansiedad) aunque no queremos caer en ninguno de ellos). Se le provee de una pala (que es el equivalente a las reglas verbales que la gente sobre qué hacer si sentimos malestar, por ej no pensar). Vendado y con la pala, el hombre cae en un hoyo y quiere salir de allí porque no le gusta y además, estar allí le impide hacer lo que es valioso en su vida. Pero ¿qué puede hacer con la herramienta que tiene?, sólo cavar, pero al cavar resulta que consigue hacer el hoyo más grande, no importa que cabe en distintos sitios del hoyo o de distintas formas. No obstante, a veces tales acciones, sirven para salir del hoyo (valen a C.P:) pero vuelves a caer en otro. El problema no es la herramienta, el problema es que sólo sabe cavar, quitar tierra (eliminar lo que molesta, hacer lo que sea para reducir el

dolor), y paradójicamente lo único que consigue es hacer el hoyo más grande. Se hará explícito que él, y sólo él, sabrá cuando está cavando, lo notará en su corazón, en sus entrañas (el terapeuta puede colocar sus manos en el abdomen). Sólo aprenderá otras formas que no sean cavar desde un conocimiento profundo del sentimiento que le produce cavar. Por eso no se pueden proporcionar en ese momento las fórmulas que el cliente solicita para aliviar su dolor, de hacerlo sólo las usaría para cavar. Desde este momento, durante la terapia el terapeuta indicará al paciente cada situación en la que esté cavando. A partir de aquí el curso de la terapia puede ser muy variable, en función de cómo resulte la historia de cada paciente sobre el autoconocimiento, puede ser que se comience a actuar en la dirección valiosa o que esto no ocurra. Resulta imprescindible la exposición a los sentimientos y pensamientos más dolorosos y las situaciones más desagradables. Todos los ejercicios y exposiciones irían precedidos de metáforas.

La necesidad de fomentar el Autoconocimiento en las situaciones temidas , la literalidad de las palabras y las valoraciones volver al índice Se trata de llevar al cliente a vivir la perspectiva, o el autoconocimiento en cuanto que él, es y será siempre un lugar en el que ocurren pensamientos, sentimientos, apetencias, se realizan actividades variadas, es decir, a diferenciar el yo como contexto y el yo como contenido. El yo como contexto es un lugar que siempre es el mismo, como un testigo u observador del contenido producido a lo largo de la vida, es decir, es observador de los sentimientos, pensamientos, recuerdos, etc. Un posible ejercicio a proponer, relacionado con el tema, es el llevar diario en el que se anoten los momentos en que el cliente se note pensando pensamientos. Hablamos de diferenciar entre ser y estar. Con los diversos ejercicios a realizar, se busca que el cliente perciba al observador consciente que hay en él, el objetivo es enseñarle o fomentar el distanciamiento. Se pueden introducir las dos escalas para distinguir entre (el contexto

de) la persona y la (ocurrencia de la) conducta, entre ser-ansiedad y estar comportándose ansiosamente (entre ser-pensamiento y pensar-pensamientos). Metáforas como la del tablero y las fichas serían muy útiles. A lo largo de la terapia se realizan preguntas en referencia al nivel en que se halla el cliente: tablero o contexto y fichas o contenido. Cuando interesa que el sujeto se dé cuenta de lo que está haciendo, por ejemplo, se atisba la presencia de un sentimiento negativo o positivo (se percibe que el cliente baja los ojos, suspira, etc.). En ese momento el terapeuta podría preguntar por lo sucedido, qué siente o qué ocurre, y en relación a qué, si es algo familiar en su vida. Incluso, si fuese el momento, generar la condición para que el cliente afronte el sentimiento, primero percatándose de él y después actuando en la dirección apropiada, sin necesidad de manifestaciones públicas al respecto. Metáfora: sobre el juego del ajedrez. Supongamos un tablero y las figuras de ajedrez. Se constituiría una partida en la que dos bando intentarían vencer. Un bando de esos, “el bueno”, representaría los sentimientos de control y los pensamientos de autoconfianza que quieren ganar la partida a la ansiedad, las obsesiones y demás “figuras malas”. En verdad, se trataría de una partida sin final, por cuanto que las piezas no pueden desaparecer del tablero. Se le llama la atención al cliente acerca de si esta metáfora alude, de alguna manera, a su situación. Se le preguntaría con que se identificaría en ese juego. La única respuesta aceptable sería el tablero. Pero sería perfecto que se identificase con una de las partes, probablemente, con la ansiedad. Si acaso, se le haría la insinuación, por ejemplo, “¿qué hay del tablero?”. Se le resituaría en la perspectiva del contexto o tablero y se le cuestionaría por sus opciones: deshacerse de las figuras o contemplar el juego sin estar particularmente implicado. A propósito de la aceptación de pensamientos negativos, otra metáfora válida es la del puzzle. Metáfora del puzzle. “se compara a la persona con un puzzle en el que hay muchas piezas, algunas de un color que no gusta al cliente y, por tanto que intenta alejar, no usar. Lo cierto, sin embargo, es que sin esas piezas el puzzle está incompleto, no se puede terminar y, posiblemente, el color de las

mismas cobre un buen matiz en el conjunto del puzzle, eso es algo que nunca se sabrá hasta que no se complete el puzzle. Lo que si es seguro es que una vez encajado el puzzle, las piezas perderán ya tal carácter de pieza al no poder ser contempladas sino dentro de una estructura mayor que las supera (puzzle). En definitiva, quitar las piezas del puzzle que nos molestan no es la solución. Las sesiones y la vida no funcionan como una suerte de cirugía estética que logra arrancar lo que no nos gusta.” En cualquier momento de la terapia en el que el cliente manifieste comprender lo que intentamos comunicarle, le diremos que no se trata de comprenderlo ni de dejarse llevar por sus creencias o las nuestras, lo único válido es su experiencia. Con respecto a la "distancia cognitiva" hay que tener cuidado porque es muy fácil que acabemos ensañando técnicas de distanciamiento como los cognitivos enseñan técnicas de distracción. A mi juicio, la distancia que uno guarda con respecto a sus pensamientos es una cuestión conductual. Uno coge distancia a medida que se comporta según sus valores y con independencia de los pensamientos que uno tiene. Es algo parecido a hacer dieta. La única manera de que uno vaya teniendo menos hambre es no comer cuando tiene mucha hambre. Un ejercicio que suele ir bien para ilustrar el tema del distanciamiento es el de "sacar la mente a dar un paseo". Se suele empezar preguntando al cliente cuántas personas hay en la habitación. Generalmente, el cliente responde que 2. Entonces el terapeuta le dice que no, que en la habitación hay 4 personas: "yo, tú, tu mente y mi mente". Se propone al paciente que primeramente el terapeuta va a hacer de la mente del cliente. Después el paciente hará de mente del terapeuta y, por último, cada uno de los dos irá sólo dándose cuenta de que existe una mente que nos está hablando continuamente. La única regla del ejercicio es ésta: El que haga de persona nunca puede discutir con la mente, le diga la mente lo que le diga. Se sale, pues, a dar una vuelta por la calle. El terapeuta va detrás del cliente y le va diciendo los pensamientos habituales que tiene el paciente, intentando decirle justamente los que más le duelen. Es importante que el cliente no entre a discutir con la mente (el terapeuta). Si lo hace, el terapeuta le recuerda la regla: "Nunca debes discutir o hablar con tu mente". El objetivo es que el paciente se comporte conforme a sus objetivos, independientemente de lo que tú

(mente) le digas. Después cambiais roles: Tú haces de persona y él de mente. Generalmente a los clientes no se les suelen ocurrir muchas cosas como mentes. Por último os separáis 5 minutos y, cada uno por separado, va notando que tiene una mente que le habla, que le critica, que le amenaza, que le evalúa, que predice lo que va a ocurrir, etc.. Otra posibilidad es hacer el ejercicio de mirar a los ojos del terapeuta en silencio durante varios minutos, a la vez que se notan pensamientos y emociones, inicialmente se hace ver al paciente la importancia de mantenerse en el ejercicio como una acción en dirección a los valores en terapia (resolver el problema). Ejercicios relacionados con exposición a altos niveles de ansiedad, tal vez con un orden jerárquico, se realizan como un compromiso por parte del cliente a estar abiertos a la experiencia de sentir sin límites. Una vez alcanzado, el máximo nivel de ansiedad se alienta a que el sujeto note esos sentimientos como observador activo de los mismos, a que note su mente valorativa, crítica, consejera (incluso de abandonar el ejercicio y la terapia), de manera que pueda seguir en el ejercicio con ellos, pasando de unos a otros de una forma intencionada a fin de percibir su efecto. Cuando un paciente te dice que no sabe si podrá o no hacer algo, le decimos que poder es ya un intento de control, de lo que se trata es de querer. Poder pensar o no, poder dormir o no,… es intentar controlar algo que no podemos controlar. Las metáforas en este punto se relacionan con la distinción entre decidir y elegir. El primero, tiene que ver con describir algo a hacer, con y por razones, mientras el segundo es el compromiso a hacer algo con razones pero no por ellas. La decisión supone una razones para hacer algo, y si estas varían se justificaría romper el compromiso, o no llegar a comprometerse si no se está seguro. La elección compromete más en el proceso que en el resultado. Ejercicios en los que se pida al cliente que dé las razones por las cuales elija una entre dos bebidas, una de limón y otra de naranja. Cada razón es atacada señalando que la elección podría ser diferente aun contando con esa razón. Se le pide que haga una nueva elección. El punto es elegir no dar razones de por qué. Se trata de distinguir entre gana y gustar, uno puede tener la gana de hacer cosas que en realidad no le gusten. O simplemente, hacer algo por ganas, a pesar de sentimientos desagradables, por ejemplo, mirarse uno a otro de cerca durante varios minutos sin hablar.

La elección implica todo o nada, no valen medias tintas. Si me muestro débil y cedo, pierdo (los pasajeros del autobús ganan o el niño vence con una rabieta). Para la distinción elegir-decidir, valen metáforas como la del río. Metáfora: “Cruzar el río”. Si se elige cruzar un pequeño río, nadie puede garantizar que al hacerlo sus pies no chocarán con alguna piedra, ni que se vaya a hundir un poco o que el agua no esté fría, etc. No obstante, uno irá bien equipado. Ocurre lo mismo en la vida nadie puede garantizar cómo será, elegimos hacer algo porque forma parte de lo que es valioso en nuestra vida, pero sin cerrar o quedar atrapados en el presente por un resultado específico en el futuro. Toda elección implica un costo y jamás se puede tener la seguridad de acertar, incluso si poner una bombilla nueva no podemos tener seguridad de que encienda al pulsar el interruptor. Fomentar la flexibilidad, una opción en un momento dado no implica elegir la contraria en otro momento. Es más la mayoría de las acciones tienen aspectos positivos y negativos, puede irme de vacaciones lo cual no implica que hayan momentos buenos y malos. Lo mismo ocurre cuando queremos vivir con alguien o elegir una carrera. Lo interesante es fomentar la autoresponsabilidad. En este punto se busca el compromiso del cliente para experimentar sin defensas, aceptando la posibilidad de la ansiedad. Se trata de seguir experimentando lo mismo que hasta ahora pero abandonando la lucha. Se puede hacer una representación imaginaria a una situación temida por el cliente, actuando el terapeuta de guía, se pide al cliente que se imagine poniendo las emociones fuera de sí, ahí enfrente, y se le pide que las describa en su forma, color y demás dimensiones. La sesión concluye cuando lo hace la lucha contra las emociones. Para terminar se puede planear una exposición en vivo para la próxima sesión. Incluso, vengan las valoraciones que vengan sobre el resultado de nuestra elección, éstas deben ser tenidas como palabras y dada la bienvenida mientras nos implicamos en aquello que es válido para nosotros. En este punto, los ejercicios que se presentan se dirigen a romper la literalidad de las palabras, de las frases, de modo que se vean como palabras y pueda separarse la palabra de la función que cumple. Las palabras (en pensamientos, en recuerdos….) no son las experiencias que relatan, aunque algunos de

los efectos o sentimientos que ocurrieron en determinadas experiencias vengan a colación cuando ocurren pensamientos o palabras. Una de las convenciones del lenguaje viene dada por la manera ordinaria de referirnos a la ansiedad (o miedo) y a pensamientos (por ejemplo obsesiones) como algo que se tiene y forma parte constitutiva de uno. “Tengo ansiedad”, “siento miedo”, “los nervios no me dejan”, “es horroroso, no puedo con esto”. Estas convenciones son tan envolventes que dan por hecho unas condiciones que se haría preciso quitar para estar bien. Otra convención es la establecida por las conjunciones adversativas “pero”, hablamos muchas veces así: “iría pero estoy deprimido, angustiado,...”, “lo haría pero...”, se cuestiona al cliente que le sugiere esto y a qué le recuerda en su vida. Se trataría de que el paciente haga referencia a justificaciones en las que se relacionan dos conductas que no tienen nada que ver (sentir-hacer). Se le invita a cambiar los “peros” por “y”. Ejercicio para no razonar: se selecciona una palabra que pueda tener asociadas diferentes sensaciones y que tenga una o dos sílabas de modo que pueda perder fácilmente el significado. Por ejemplo, se le dice que diga la palabra leche o vino o yogurt o cualquier otra, y se le pide ¿qué otras palabras y sensaciones le vienen a colación, y le vienen a la mente? (cremosa, blanca, sabor,…). Ahora se le invita a repetir (con el propio terapeuta) rápidamente esa palabra por dos o tres minutos continuados, de modo que veamos que ocurre. Se pregunta qué queda del sabor, del color, de la textura,…Probablemente, no quede nada, por tanto una cosa es la palabra y otra su función según el contexto en el que se presente. Al mismo tiempo se realizan ejercicios para cambiar el contexto verbal de los pensamientos o recuerdos. Por ejemplo, cuando el cliente diga o piense algo como “voy a morir, mi cabeza no para, me está matando, no me soporto más” se fomenta directamente su sustitución por “estoy notando el pensamiento de…”, “soy yo y noto mis recuerdos….”. De lo que se trata es de diferenciar la frase en su aspecto descriptivo y valorativo, es decir, que se toma la valoración como tal y no como característica del acto, objeto o persona al que se refiere (descripción). Una puesta de sol puede describirse en parámetros específicamente físicos pero puede valorarse como bella,

taciturna,… Decir “la ansiedad que tengo es horrorosa”, compromete a hacer algo en su contra, convendría reparar en que hay dos cosas mezcladas “tengo ansiedad y es horrorosa”. La valoración estaría en el observador, según su historia y funciones presentes, e igual que hay una puede haber otra. Se puede realizar cualquier tipo de ejercicio en el que se presente a dos personas un mismo estímulo y obtengamos diferentes reacciones o analizar distintas descripciones valorativas, por ejemplo, “estas son unas buenas gafas contendría “estas son unas gafas” y mi valoración de ellas es que son buenas”. Los pensamientos no son más que palabras. Seguidamente, se plantea al cliente en qué se parece a su vida. Ejercicio para romper las relaciones entre notarse valorando algo como malo o desagradable y actuar de acuerdo a sus valores, independientemente de pensamientos, emociones o sensaciones. Por ejemplo, se conduce a tocar algo (caja de pañuelos), luego se le conduce a decir “no quiero tocar la caja de pañuelos, me desagrada, no me gusta” y a la par tocarla. El mismo tipo de ejercicios se puede hacer con ejemplos de padres que hacen algo por el bien de sus hijos aunque les resulte desagradable.

Se trata de actuar siguiendo el pensamiento cuando conduce a un buen resultado (construir máquina o puzzle, escribir artículo,…) y no hacerle caso en ocasiones en las que se ha mostrado bastante o totalmente inefectivo (enamorarse por mandato,…), tu experiencia te dice cuanto sucede esto. Un ejercicio tendente a descubrir la “arrogancia de las palabras” cuando, en ocasiones, el lenguaje se sobrepasa al sustituir la experiencia cuando no es el caso. Se pide al cliente que defina qué es andar. Cualquier respuesta tendría la pregunta de cómo es eso, de modo que las explicaciones verbales queden en evidencia respecto a la propia experiencia, se anda mejor que se dice. Las instrucciones no valen para enseñar.

Relación costo-beneficio por controlar emociones respecto del Significado en la Vida volver al índice

Exposición del cliente a sus sentimientos, pensamientos y a hacerlos siempre en el contexto de lo que realmente quiere en su vida, lo que para él es importante no como objetivo sino como proceso que no acaba mientras vivimos. El cliente debe saber el significado de las recaídas, tras equivocarse aprenderá a levantarse y seguir adelante, para ello se podrá usar de distintas metáforas (jinete, bicicleta o autobús). El resultado de la terapia no será una vida sin problemas. Los valores han de ser entendidos como lo que para uno es válido en la vida, no como algo “ideal” sino como lo que le gustaría que permaneciese en el recuerdo de quienes le rodean y en él mismo si pudiera analizar su vida tras morir. Para ello resulta útil realizar un recorrido por diferentes áreas de la vida de una persona, con el fin de que el cliente se exprese al respecto en general, y en particular respecto a las acciones que está emprendiendo para ser válido en la faceta de la vida correspondiente. Con el fin de ayudar al cliente, se utilizan ejercicios en los que se pide al cliente que “asista a su funeral” y oiga a la gente que acompaña su cuerpo, diciendo lo que a él le gustaría, enfatizando que no ponga límites. El objetivo es utilizar esta información y contraponerla con lo que él está haciendo. Haciéndole ver el costo de su conducta de evitar su conducta interior. Se puede pedir al cliente, al final de sesión, que durante la semana medite sobre cómo le gustaría verse en relación a alguno de sus valores (por ejemplo la relación con pareja), cuando esto se revise es conveniente operativizarlo de una forma concreta. Se provoca que surjan los sentimientos o pensamientos que desea evitar, y se invita al paciente a estar no en ellos sino con ellos, o sea abrazar activamente haciendo lo que sea menester como valor en la vida Metáfora: “niño en el dique”, se ha de realizar con los movimientos oportunos para ejemplificar mucho más. Un muchacho se halla frente a un dique y observa que hay un agujero por el cual se sale el agua. No quiere que salga agua y entonces coloca un dedo en el agujero con lo que el agua queda “controlada”. Al rato, observa otro agujero por el que nuevamente sale agua y hace la misma operación con otro dedo de la mano. Más tarde sale otro agujero y usa otro dedo de la mano. Luego otro agujero que

controla ahora con un dedo del pie. Claro, luego ha de usa la nariz para tapar otro agujero, luego no quedan dedos y ha de colocar otras partes del cuerpo en los agujeros. Es decir, consigue evitar que el agua fluya, pero ¿cómo está, cuál es su posición?, realmente está atrapado en el dique y ahí no puede hacer más que eso, no puede hacer otras cosas importantes en su vida. Ese es el costo al “no querer ver como el agua corre” (no querer ver y notar su ansiedad, sus sentimientos, sus recuerdos…). Y ahí cuál es el costo, cuál su elección.