MC0052004Cantares Zurita

Cantares: Nuevas vocea de la poeala chilena [texto impreso]/ Raúl Zurita (Antologador)/. la ed. --Santiago LOM Ediciones

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Cantares: Nuevas vocea de la poeala chilena [texto impreso]/ Raúl Zurita (Antologador)/. la ed. --Santiago LOM Ediciones, 2004. 322 p.: 16x21 cm.- (Coleccibn Enhe Mares Poesía)

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R.PI. : 142.457 ISBN : 956-282-6744 1. Poesías chilenaa 2. Zurita, Raúi (Antologador) 1. Serie D e ~ e y: Ch861.- cdd 21

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7. I

Agencia CatdogrBfica Chilena

Cantares Nuevas voces de la póecía chilena

Selección

LOM PALABRA

DE LA LENGUA

YAMANA QUE SIGNIFICA SOL

El 12 de junio de 1981, seis avionetas civiles en perfecta formación sobrevolaron las comunas más populosas de Santiago dejando caer 400.000volantes. El texto decia: "Cuando usted camina atravesando estos lugares y mira el cielo y bajo él las cumbres nevadas, reconoce en este sitio el espacio de nuestras vidas: color piel morena, estatura y lengua, pensamiento... Nosotros somos artistas, pero cada hombre que trabaja en la ampliación, aunque sea mental, de sus espacios de vida es un artista".

RAOLZURITA

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Registro de Propiedad 1nteley:tuh N":142.457

! 'l Dirige esta colección: Naín Nbmez Motivo de la cubierta: "Ay Sudamerica". Realizacibn: CADA. Fotografía: Patncia Saavedra, Chile, 1981. Diseflo, Composición y Diagramación: Editorial LOM. Concha y Toro 23, Santiago Fono: (56-2) 688 52 73 Fax: (56-2)696 63 88 impreso en los talleres de LOM Maturana 9, Santiago Fono: (56-2)672 22 36 F a : (56-2)673 09 15 web: www.lom.cl e-mail: [email protected] En Buenos Aires Editores Independientesde Chik b . ~(ELIIN) . Parad 230, 1" piso, oficina N"12, Cap. Fed. , Fono: 541 1-43730980Fax: 5411-43734210

[email protected] impreso en Santiago de Chile.

By. -

Tres años, desentonando con su época, luchó por resucitar el arte muerto de la poesía; por mantener "lo sublime" en su sentido antiguo. Ezra Pound, de Cantares

Cantares, prólogo

Es la reiteración colectiva de los Cantares de Pound. Los nuevos poetas chilenos nos conciernen porque la poesía ha sido el arte mayor de Chile y su irrupción constituye uno de los hechos más deslumbrantes de la literatura en castellano del siglo XX. Corno suele suceder con las poesías nacionales poderosas, ella no surgió corno resultado de un desarrollo calmo y continuo, sino que, al contrario, a través de verdaderos terremotos, de cataclismos que ponen en cuestión todo lo anterior. Así, en un lapso no mayor de 25 años en la primera mitad del siglo recién pasado y sin que nada (ni una literatura, ni un pasado, ni una historia) las hiciesen presagiar, aparecieron obras tan rotundas corno las de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo y Winett de Rokha, Pablo Neruda y más allá, Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Eduardo Anguita. Cada uno de ellos realiza un gesto extremo: levantar poéticas totales llevadas hasta el límite de sus consecuencias, donde el mundo parece ser refundado permanentemente. En los cincuenta, otra escritura radical: la antipoesía de Nicanor Parra; junto con plantearse la antítesis de las formas anteriores, reformula con un proyecto igualmente extremo -la demolición del poema- el itinerario de lo hasta entonces leído. Está claro que para toda literatura la patria es el idioma, pero son también las señas de una globalización que puede resultar arrasadora lo que hace que la particularidad de la poesía escrita en Chile adquiera un fulgor a la vez dramático y esplendente.

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Esa particularidad no es en sí explicable, pero quizás tiene que ver con una constatación: Chile mucho antes de ser un país fue un poema. Eso es lo que significa La Araucana de Alonso de Ercilla. Ella nos señala en última instancia que, no se sabe si como un atributo o como una tragedia, carecemos de otra historia que no sea la historia de nuestra poesía. En todo caso, lo cierto es que todo lo escrito en nuestra lengua con posterioridad al siglo de oro y a la épica de Ercilla fue literalmente borrado y esto porque hasta Rubén Darío nada hubo en el castellano de los últimos trescientos cincuenta años, ningún autor, ningún poema, ninguna obra que pueda explicar la gran poesía que emergió en Latinoamérica y muy especialmente en este territorio. Así alIado de César Vallejo, de Goytisolo y de Paz, obras como Sonetos de la muerte de Gabriela Mistral, Canto del macho anciano de Pablo de Rokha, Altazor de Vicente Huidobro, Residencia en la tierra y Canto General de Pablo Neruda, Obra Gruesa de Nicanor Parra, Venus en el pudridero de Eduardo Anguita y los mayores poemas de Gonzalo Rojas (como su desollante "Rimbaud"), representan algo de una magnitud que no puede predecirse sencillamente porque nada existe en un idioma ni en un ser humano que pueda contener siquiera la posibilidad de que esas obras hayan sido escritas. Y sin embargo fueron escritas. Esta poesía ha emergido así a través de esas irrupciones bruscas durante períodos concretos de tiempo, que han afirmado de una u otra manera lo que se puede entender por una tradición. La nuestra pasa por las obras nombradas; sus antecedentes están en otras literaturas y su continuidad no se produjo en la poesía sino en la novela. Fueron los narradores: Rulfo, Carcía Márquez, Lezama Lima, Cortázar, Carpentier, Vargas Llosa, Fuentes, Donoso, Onetti, quienes sostuvieron la vastedad de ese aliento inaugural, mientras que la mayoría de los poetas que surgieron en

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el mismo período se iban empequeñeciendo, se hacían cada vez más privados, casi como si se acomplejaran. Es un asunto de escala: así libros como Pedro Páramo, Cien años de soledad, Paradiso, Rayuela, La casa verde y Terra Nostra, entre otros, se constituyeron en los nuevos grandes referentes, en los nuevos cantos generales, en los nuevos Trilce, evidenciándonos de paso que en la escritura, que en la creación en general, no son infrecuentes las metamorfosis y que a un movimiento pletórico en un campo le suceda un período de empequeñecimiento y vacío. Es lo que en general sucedió con la poesía latinoamericana después de Nicanor Parra. Nada hace presagiar el nacimiento de una obra nueva hasta que se está frente a ella y la constatación en Chile de ese hecho se ha vuelto hoy impresionante. Hablaré entonces de la irrupción en los últimos años de una poesía cuyos autores no estaban contemplados. Mejor dicho, que surgen cuando, de un modo mucho más visible que medio siglo atrás, todo en la sociedad, en el mundo que vivimos, en la cultura, nos está mostrando que la poesía es hoy un acto imposible. La constatación es tajante: en el último tiempo ha irrumpido en Chile un impresionante número de poetas cuya fuerza y originalidad nos remiten, y prácticamente sin mediaciones, a la fuerza y originalidad de los poetas inaugurales. Al menos por un tiempo todo gran creador anula el porvenir y en cierto sentido asesina a quienes debían continuarlos. En la poesía chilena ocurrió exactamente eso. Se trata entonces de un corte fulminante y nítido: ese tiempo ha tocado a su fin y los pocos y extraordinarios poemas que surgieron en el intertanto (como el Chile que emerge de la descollante poesía de José Ángel Cuevas o La Tirana de Diego Maquieira) pueden ahora ser revisitados también como anuncios. Lo que estos nuevos poetas han traído es una potencia que se había perdido y una nueva certeza. No la certeza en un

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futuro que finalmente debía prevalecer, como en el Canto General de Neruda, sino la certeza en la poesía precisamente en un mundo insolidario, mercantiIista, que ha sentenciado la muerte del poema. Es lo que muestra el poema Un panorama de Germán Carrasco que abre esta antología que sigue luego el orden cronológico. Este poema de su libro Calas es en sí una ética, un testimonio y una denuncia, y Carrasco, junto a Javier Bello y Héctor Hernández Monteemos, quizás los creadores más emblemáticos de hoy, demarca el abismo que separa la poesía que ha emergido (y que continúa emergiendo) de la anterior. Las estéticas y los discursos son múltiples y la contundencia de sus voces recogen las líneas y ecos más diversos. Las imitaciones acríticas a Nicanor Parra han desaparecido y entre los referentes se destacan.los redescubiertos autores de raíz metafísica o surrealista que habían sido prematuramente cancelados, como Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Ornar Cáceres y Eduardo Anguita, y entre las posteriores se pueden citar junto a Maquieira y Cuevas, las experiencias de arte público y político del grupo CADA, la escritura límite de la novelística de Diamela Eltit (quien de una vez por todas debe ser también leída desde la poesía y que está presente en poéticas tan radicales como las de Héctor Hemández Montecinos, Paula llabaca, Diego Rarnírez Yotros), la despersonalización de Juan Luis Martínez y Gonzalo Millán (notoria en Gustavo Barrera y Gabriel Silva), la poesía desafiante e iluminadora de Stella Díaz VarÍn y, en alguno de ellos, los poemas de corte existencial de Enrique Lihn. De nuevo vuelven a plantearse proyectos totales que implican un riesgo sumo, integrando en un solo cuerpo la poesía en su forma ortodoxa con la performance, el video, la música, la creación en red y el poder omnipresente de la oralidad, corno si ser expuestas frente a grandes públicos -al igual que en los conciertos rock- fuese inseparable de su escritura.

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Por otra parte, la amplitud de experiencias, de situaciones y de voces que abarcan es igualmente rotunda, como si por segunda vez en un arco no mayor de quince años hubiese surgido un mundo no antes escrito y que continúa expandiéndose en una generación de poetas más jóvenes aún, casi adolescentes, como Macarena Valenzuela, Alexia Caratazos, Luisa Rivera y Eduardo Cortés. Como decíamos, los tonos son múltiples y van desde el desborde alucinatorio y desgarrado de Javier Bello (cuyo Fulgor del vacío que reúne su obra es uno de los libros de poesía más impresionantes de nuestra época), del esplendor de los lenguajes de Cristián Gómez y del experimentalismo convulsionante de Matria de Antonio Silva, hasta la contención máxima, lacerada, de Tanatorio de Edmundo Condon, de Thera de Kurt Folch y de los más hirientes poemas de La enfermedad del dolor de Alejandra González. Así encontramos desde la multiplicidad de registros: coloquiales, cultos, jerguísticos, de Germán Carrasco (después de él se sigue el orden cronológico) y, en sus antípodas, la poesía ortodoxamente métrica de Rafael Rubio, quien al reocuparla la renueva otorgándole una tonalidad no oída antes, primero lúdica, luego solemne, finalmente desesperada corno en sus Elegías. Están los microrrelatos de Andrés Anwandter y de Alejandro Zambra frente al que es quizás el epitafio más desolado de una época: No durmió en Menphis de Elizabeth Oria. Vemos el poder desacralizador de Aniversario y otros poemas de Matías Rivas y las señales de un neorromanticismo en Sol de acero de Rodrigo Rojas y en las recientes obras de David Bustos. Están las alucinadas reformulaciones épicas (como en un Saint John Perse inesperado) de Las extensiones de Carlos Baier y de Teseo en el mar hacia Cartagena de Marcelo Guajardo, junto con la potencia de la nueva crónica de Christian Forrnoso, de Juan Paulo Wirimilla y, más cerca de Vallejo, el poema Reducciones de Cristián Cruz. Va desde un lirismo del yo que asumiendo a Alejandra Pizamick

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roza la iluminación como en las notables Damsi Figueroa, Lila Díaz y Rosario Concha, hasta la total despersonalización de Adornos en el espacio vado de Gustavo Barrera y la reflexividad lógica de Números del reo de Gabriel Silva. AlIado de las construcciones, de raigambre metafísica como Tres bóvedas de Leonardo Sanhueza, Escrito en Braille de Alejandra del Río y la estructura dramática, coral, de Las metamorfosis de un animal sin paraíso de Julio Espinoza Guerra, se encuentra la desfachatez irónica, rockera y finalmente desolada de De amor y de balas y Pálida de Benjamín Aguayo. Entre los más jóvenes, y en medio de una verdadera explosión de nuevos autores, de nuevas formas y nuevos lenguajes que se produce a partir del 2000, se puede -por ahora- citar la nueva sentimentalidad (derrotada, urbana, conmovedora) de Gladys González, los relatos epifánicos de Claudio Gaete, el luminoso clasicismo de Carola Vesely y la textura onírica, casi fílrnica, de La Insistencia de Carmen Garda; los experimentos visivos de D de Walter Hilliger, la ferocidad jerguística, agónica y crítica de Bajezas de Machu Picchu de Felipe Ruiz y de otro de los más contundentes y remarcables libros de estos últimos años: El barrio de los niños malos de Pablo Paredes. Al lado de ellos encontrarnos las experiencias de un hibridismo textual llevado a sus consecuencias extremas, orgiásticas y disolutorias en los deslumbrantes Diego Ramírez Gajardo, Paula llabaca y Héctor Hemández Montecinos (autor a los 23 años de tres libros que constituyen unas de las escrituras más arriesgadas y lúcidas de hoy) y, en sus opuestos, la poesía vanguardista, sorprendente, que retornando los ternas de la pubertad, da cuenta de una nueva forma de la pureza (y del poema) de Macarena Valenzuela, Alexia Caratazos y Luisa Rivera. Como reanunciando el comienzo, el más joven de estos poetas, Eduardo Fuentes, cierra esta antología devolviéndonos a un panorama.

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Los 42 poetas incluidos representan una escritura urgente, de hoy, de este momento, y las típicas coartadas estadísticas que se argumentan para señalar que son muy pocos los que al final sobreviven, no le resta un átomo a la absoluta concretud y permanencia de cada uno de los poemas que aquí se reúnen. Al mismo tiempo, hay en el conjunto ~n la cantidad de poetas nuevos, en la contundencia de sus lenguajes, en la irrupción definitiva de grandes poetas mujeres- algo que los sobrepasa, un efecto total como si -lo señalábamos al comienzocolectivamente se estuviesen escribiendo otra vez los Cantares de Ezra Pound. Es la razón del título de esta muestra. Ellos obligan a remirar lo que se ha escrito desde Nicanor Parra hasta hoy (cosa que para cierto establíshment literario parece resultar aterrador) y entender que lo que está emergiendo es en definitiva una era nueva de la que es muy poco lo que se puede vaticinar. Nada existe, decíamos, en el Chile de hoy que pudiese favorecer la aparición de estas obras y ellas sin embargo plenamente están aquí, mostrándonos el centro de una profunda incomodidad, de una extrañeza que lo social está hoy menos que nunca en condiciones de responder porque sus sueños (como sus pesadillas) no encuentran ni en la política, ni en la cultura, ni en la economía, seres sociales que las encamen. Los poemas que emergen -desollantes y desesperados, irremediablemente bellosestán cumpliendo con el vaticinio de ver constituirse un mundo que no se ha querido. Ellos representan la deserción del suicidio (la pérdida de su aura), la travesía de un infierno mudo y sin palabras (el Chile de hoy jamás podría pensarse a sí mismo como un infierno) y nos muestra el nuevo sujeto que surge desde la suspensión de lo social, o si se quiere, de la suspensión de lo social tal como fue entendido en Latinoamérica hasta las postrimerías del siglo XX.

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Así como Ercilla definió un poema que mucho después sería un país, la poesía que aquí se está escribiendo nos traza el esbozo de algo que inevitablemente será el mundo, es decir, nos traza el itinerario de la nueva forma con que se entenderán los hombres y por ende nombra una ciudad nueva. En síntesis: nombra algo que emergerá, que no tiene otra posibilidad que la de emerger. En uno de los poemas más superlativos de esta nueva saga: Baile general de los niños, el joven poeta Diego Ramírez Gajardo le responde al Canto General de Neruda con la imagen de una resplandeciente noche, de un baile cuya alegría es proponemos la construcción de un nuevo deseo y de una nueva ternura. Al final -apelando a un sueño que es en sí un fu turo- le pide a la historia general de Chile que aprenda a bailar con él. Ese es tal vez el único sentido. Raúl Zurita Santiago, julio de 2002

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Notas sobre esta edición

La gran mayoría de los poetas que se incluyen han sido publicados, sin embargo se encuentra también un número significativo de poemas y -entre los más jóvenes- de autores inéditos de cuyos trabajos me enteré por distintas vías: talleres, recitales, clases, concursos donde he sido jurado o referencias de los mismos incluidos. Si bien su punto de vista es distinto, ya existe la Antología de la nueva poesía chilena de Francisco Véjar (Editorial Universitaria, Santiago, 2001. 2d• ed. 2003), que tiene el mérito no menor de ser la primera que reunió a muchos de estos nuevos autores. En lo que respecta al extraordinario movimiento que comienza a darse a conocer después del 2000, lo que se muestra aquí es inevitablemente sesgado. Son muchos más, al respecto remito al lector al artículo "Brevísimo panorama de la novísima poesía chilenísima" de Héctor Hemández Montecinos, que se encuentra en el sitio web de la revista Plagio (www.palgio.cl). La irrupción masiva y casi simultánea de nuevos y grandes poetas estableció de un modo tajante el corte que se inicia con los nacidos a partir de 1970. Ellos representan una renovación y un vuelco radical, sin embargo este rango deja afuera a algunos autores nacidos en los sesenta que, a diferencia de la notable poesía de origen mapuche antologada por Jaime Luis Huenún (LOM, 2003), no han tenido la fuerza colectiva ni probablemente los canales que los nuevos jóvenes se han creado. Me refiero concretamente a Guillermo Valenzuela (1961), Víctor Hugo Díaz (1965) y Malú Urriola (1967). Sus obras son destacables y por supuesto están completamente abiertas.

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Frente a él o ella me disculpo y no; las injusticias y las omisiones son un combustible formidable para un artista verdadero. Su obra sobrevivirá.

Germán Carrasco Antonio Silva Fuentes Kurt Folch Chrisfian Formoso Matías Rivas Cristián Gómez Rodrigo Rojas Carlos Baier Javier Bello David Bustos Alejandra del Río Juan Paulo Wrimilla Cristián Cruz Leonardo Sanhueza Gabriel Silva Andrés Anwandter Julio Espinoza Guewa Elizabeth Oria Gustavo Barrera Edmundo Condon Lila Díaz Rafael Rubio Alejandro Zambra Damsi Figueroa Alejandra González Benjamín Aguayo Marcelo Guajardo Rosario Concha Claudio Gaete Paula llabaca Carmen García Héctor Hemández Montecinos Felipe Ruiz Carola Vesely Gladys González Walter Hilliger Pablo Paredes Diego Ramírez Gajardo Macarena Valenzuela Alexia Caratazos Luisa Rivera Eduardo Fuentes

Un panorama

se supone que ya estaban asimilados los dos o tres o cien paradigmas que habían forjado el lenguaje de la tribu "y luego de los de la generación del cincuenta no hay absolutamente nada o hay en definitiva pura mierda" -afirmaban algunos. Bien. En las dos últimas décadas del siglo algunos estériles ponys del sesenta ya empezaban a cabalgar trabajosamente por las verdes y plácidas praderas del establishment; los niños en la plaza de provincia -primer endecasílabo de un poema láricomiraban y maldecían su condición pueblerina pero con un dejo de nostalgia las crines y ojos opacos de esas bestias enanas que parecían simbolizar una suerte de cretinismo, falta de aliento, estreñimiento, sin mencionar subvenciones y repartijas: -Tú no escribes tus palabras para cuatro personas sino para ponerte en cuatro por prebendas. Oh, mundo, lo siento por todos.

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Siempre hay algo, sin embargo, en las ferias persas de la mente, en las bodegas: primeras ediciones de tu memoria para conectarte con los años, el canal seco con todos sus residuos, Juguetes mutilados, reyes sin cabeza de un ajedrez de lapislázuli, o la biblioteca, souvenirs y un monóculo de una aristócrata en decadencia o muerto (muerto, dije). Por lo demás, entre todos escribimos el libro

y quizá la Doralisa hecha pedazos por el tren de Miranda Casanova sea una buena metáfora: el poeta intenta reensamblar a la musa con la memoria o crear seres extraños en su laboratorio. Ay, Jullán, es que lucimos tan ridículos al trasladar un pony de aserrin embalsamado en las micros en las plazas donde nadie se toma siquiera una fotografía. Yo creo que así debe ver la sociedad a los dementes que escriben COSAS.

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Algunos reemplazaron a los ponys zampándose unos ladrillos ilegibles tratando de enderezar signos de interrogación forjados en acero. Otros adoptaban las guarradas americanas del realismo sucio o la contracultura que llegaban con años de retraso al correo de Nueva Quillahue y Nueva Barrancas y había quien confundía la escritura con el nuevo testamento, o el antiguo. No faltaba al que se le desordenaba el engominado gritando que había que volver a la bodega donde se desgranan las habas y frijoles de la métrica. No hubo fusión de lo elegante y lo demótico. Nunca una mezcla de ideas clases estilos sexos. En el país de las patotas, el huacho se muere de hambre. Así, nos dedicamos a vender nuestro elixir, nuestro muday o champagne como malos de la cabeza.

y si hay tantas maneras, quisiera mezclarlas en un cóctel para ver qué pasa contigo, Rita Consuelo, amante de cualquier trago nuevo con burbujas y colores extraños como la fascinante Sodoma en cuyos postigos te quitas la ropa entre entusiasmada e hipnótica. De un momento a otro a varios nos dio por escribir acerca del problema de escribir, la culpa de escribir, la escritura misma o el placer de las huellas digitales al barajar un libro.

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Ruby, de hecho, se aburría como otra en los recitales; yo, ingenuamente, para compensar, le escribía de amor y le mostraba daguerrotipos de Santiago. Las palabras son causa de prejuicios y escrúpulos: es lo único que puedo sostener ¿qué se hace con los prejuicios, Julián? ¿Se los vomita? ¿Se los describe en forma fria y científica? ¿Se los sublima? Las palabras son síntomas del estado actual de cosas, para hacer un diagnóstico antropológico o cultural, si te parece, más no por eso hay que olvidar su calidad de abrigo, digo yo (búscate un lenguaje que te abrigue -me decíapero a veces el lenguaje que abrigaba estaba lleno de pérdidas feroces, muertos por alcoholo balas desparramados en las escaleras). El canto debe hacer surf en el oleaje de la mente. El poema camina por una cuerda floja en un circo que no cumple con las mínimas medidas de seguridad.

G.c.

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Antonio Silva (1970)

Matria la óperafue ensayada día y noche, una pieza sentimental para los comensales una pequeña ventanita de cholguán y visillo color muerto permite al lectorfisgonear -y por qué no reír de la india travestida de selva lírica.

Yo no elegí el operático decorado de la cordillera pero pinté de sal y rosa los Andes para contemplar en él, el blancor de una patria, Me vestí con los atavíos de mi madre. Me saqué los ojos para nombrar Edipa santificada de coronas En la ceguera vi a la india que cuelga de mis vértebras, loca que ejercita en mapuñol el celular corro de las soledades. ¿Cómo comprender el pajaral canto de tu boca en el níveo anonimato de las palabras? ¿A quién preguntarle por el sur o el norte? He inventado una patria para los despatriados, mi pequeña Ítaca, mi futura lengua Para el ignoto fulgor que vibra en ventanas tapiadas, Para el hechizo que una mujer despliega en la finitud de las tiendas Para la carcajada cesante en la fugacidad de un atardecer alcohólico en un tempo áfono y áfasico

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Para el cuenco donde las cosas caen y donde cada sentido riza la concavidad de un cuerpo Para la pequeña distancia de tus huesos que imita un futuro día blanco Blanco de mi memoria Para el espeja! gesto de tu mano en la trenza de la selva Para la disposición de lo bello; el oxígeno de tu boca sobre el pelaje de mis dedos Para tu cabeza india Ramera Amancebada de sol Azteca Ona Maya Zapoteca araucanita Quechua Aimará Naguatl De sangre mi vestido jamás americana Huk Indiapa Minueto Trompanne Gapachacun Tzay Ichisaj Selvapita Uchkunkaj

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Toda bandera es un río de sangre S.tella.díazvarín

Una patria De la mano de un poeta junto a las aves de la noche, hacia el quejumbroso amanecer de una lagartija hacia el diestro y manco de un corazón: el luminoso Santiago su cojera su música; una droga espiritual, indecorosa. Un lunar paseo en la noche zalamera De tu viaje y el mío, amor mío; sombra y pluma Dejas caer una liendre de plata Instalas tu dedo en una nube de moscas donde las alas son puertas y ventanas. Tú y mi guaipe; cosmetóloga de una derrota en esta pretensión de viaje Humedece el futuro en la boca de un muchacho y no toques al que canta. Eres una ruina de aromas y amores en el incendiado pasillo de una patria Una india violentada por una ciudad de balcones y alamedas Por las uñas de Santiago Por los muslos de España Por el glande de Santiago Por el ombligo de España Por las caderas, las arterias, el hígado y la bronquial de un relato pista y dorsal.

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Dónde está tu casa Dónde están tus pájaros de polen Dónde está tu foto, tal vez en aquella vitrina pintada en la orfandad de una calle. Subir por la dorsal Bajar por la hipófisis periferia de tu canto.

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La insignificancia del gesto 1

Como una noviezuela en la nocturna soledad de una plaza, el amor se peina en una silla calzones raídos y zapatos de polvo de diamantes dejan oír el musiqueo de una campesina. Se ve en las bocas y en las camas en los luminosos en las líneas de una mano en las iglesias en la guerra y en la paz en las vitrinas de moda en la luz de una primavera en la pestaña de una avispa en el párpado de un ciego en la confección de un vestuario en una mesa junto a un río en el anillo de muerte de tu madre en una pistola equilibrada en las agujetas del sol en la inmaculada corona de un travestí en el museal laberinto de un supermercado en una plaza imitando la sonrisa de los solitarios en un baño público en una mínima teleserie en la mirada de una pobladora en el arete del marica que mira en pizca o en el destello de una gota al final de una rama o el agujero en el corazón de un niño Afgano en la cojera del sol sobre la paz de un día de campo en el trayecto de una lengua o en una ciudad pintada sobre la piel de la sama. El amor contempla su gesto, su insignificancia El amor es un nicho sin tapa ni nombre.

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II

Una partícula de amor: Que es un pájaro una amatista un fonema una cajita musical un prendedor la saliva de tu madre un armonio un adaggio en la piel de tu enamorado un rojo cardenal en el hilo muerto de tus una pérgola un disfraz una guirnalda en el atardecer de un verano (el clímax desvanece el decorado y como en una ópera China, te entregas a lo misterioso)

En la mendiga flor que no amamos en kundalini y la antigua esperanza en la cascada matinal en la androginia en la ceguera de tu canto (sÍ, increscendo) en un film de Godard o Antonioni en un jacarandá iluminado por un hombre en Juana Iris la matria la huérfana y los milagros en el oro seminal de un jovenzuelo en tu culo herido en tus partos en la blanca música de una morgue en la transubstanciación del arte (manicure, cosmética y pincelaje) en la pobreza espiritual en un corazón donde he cavado la tumba de mi padre mi madre

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He aquí mi signo He aquí mi diamante invertido Nota: Luego de etílico trance caes desmayada sobre un ramillete de soldados. La iris no puede explicar que su corazón ha muerto.

& Cuando un hombre penetra a una mujer -dicen los bellacos-

forma una cruz. & cuando un hombre penetra a otro hombre -dice tu padrediseña la inversión de una cruz & cuando una mujer frota su espejuelo con otro espejuelo -dicen las Erinnias- se hechiza a sí misma y piensa en la geometría de una cruz penetrar y ser penetrado -digoes la ley del universo....

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Lingual Liada en el límite de un lunar venusto Lees el lupanar latido de tu nombre Lacrada y loca haces de tu voz un Látex lingual en el rosal de las vocales La carcajada de limo en la verga de la noche Libélula lustrosa; simulacro en el muecal Jacinto de tu padre Levitante lanar de liendres, orquídea nefasta en el ulular de tus miembros, en el Linceo parpadeo; silbico orinal de los hombres Labialligoso de tu cuello, aljofares que hacen de tu boca una cueva de deseos Lengua perdida en el luminoso letral de un Chile que deviene Lágrima, pene y herida.

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digamos que eran estúpidas y feas; albinas y ojerosas -unas Venus del siglo V- Todas ellas las niñas de la moda. En Juana Iris despertaba una protagónica y pasarela fantasía, mas en la temporera el óseo crujido de sus pómulos daba al programa de variedades una lúdica combinación de reality show y documental sudaca. &&&&&&&&&&&&&&&&&&&&k&&&&&&&&&&&&&&k&&&& & (Vestuario) & &&&&&&&k&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&

esta higuera que da ciruelas Confeccionas un vestuario Una manta para la niña Que atraviesa el prostibular Corazón en busca de un padre. Hilvanas un idioma, cantatriz de los ríos y la sangre Cantatriz de todas las palabras que temen los hombres. Ve a pintar la sombra de tu lengua en la orfandad del mediodía Ve a oír el himno que gorjea en los aretes del verano y toma cada risa herbal como signo de un futuro viaje. Escribe el nombre que te dio la patria; Aquella vocal bastarda -piel lodo ayesy bella decapita el nombre de tu Padre. (de Matria)

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Kurt Folch (1970)

Víctor Otto Maass La tierra, no el cielo, oscurece. Mi madre entierra a su padre: el rostro huesudo: mejillas de piel y pulpa de blanco higo reblandecido. (No quiero verlo, pero lo veo tieso en una sala lateral de la parroquia con su mejor camisa y sin placa). Asistido por sus cuatro hijos (dos hombres, dos mujeres mal avenidos) y nietos bajará a tierra. Mi madre lamenta la pobreza de los oficios,

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la lejanía del campo santo (no tener un auto) y la constante odiosidad de los hermanos en medio del crudo frío (onda polar) en que fue a morir don Víctor Otto Maass -se acabó la claridad de ese silencio, el pan de miel, la sombra del parrón y la gata.Mi madre es un muñón de pena sola que mira la tierra (no el cielo) oscurecida ya por los cuatro costados.

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Los amantes

El animal fue sacrificado.

y sonó (por el viento) clara una campana de aire -al azar extendió sus notas (de pueblo fantasma) bajo el parrón donde se molía el verano que precede los últimos oficios-: Cayó La sangre llenando los tiestos profundos hasta desbordarlos. El rostro separado del resto fue lavado y llevado después dócilmente vadeando charcos de luz entre ramas de níspero y limonero como una criatura.

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El resto fue cuestión de simple oficio: practicar una incisión, repartir, comer. Dejar las sobras para los perros.

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Mampostería Herencia de la lluvia: tierra negra y charcos; nuestro pesado sueño de toda la mañana, el tibio vaho de las bestias que sube desde el horizonte: ánforas de silencio y escudillas para recoger el tierno légamo de las lágrimas: el corazón puesto a orear al fondo de la noche. Uno a uno y silenciosos, aparecemos de pie o sentados en el mimbre del corredor, entre pilares podridos; empuñando tazas picadas o vasos neblinosos de baja por algún pariente cuyo lema es: todo sirve, nada se bota; o leyendo una página de diario extendida en el suelo. Anoche, la sombra de un árbol a medio florecer alcanzó tu cuerpo (algo terso entre encalada mampostería ruinosa) a la luz de un fósforo. Abrevé. El viento rizó la extensión de las aguas, sacudió los latones del techo, la madera de puertas y ventanas. La escarcha se elevó

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algunos centímetros sobre el suelo. Fue necesario (a hora prudente) salir a buscar forraje, flores, sal de la tierra muerta. (de Thera)

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Christian Formoso (1971)

América a 35.788 km. de altura Tu nombre arrojado fuera de la órbita terrestre un puño en la casa de la ira del niño rojo de muerto de sed de muerto de ganas de comer lo resbaloso. Blanda temperatura y la sangre blanda rigidez de la espada que levanta a se morir en blanda agua. Lo conocemos todo en la hora del golpe, todo señor del fuego la tierra allá en su frío también ardió un pelaje de agua y un no y una hembra. Tu nombre visto como América a 35.788 km. de altura en el frío después de tanta sangre, tanto te llevo, calor de fricción, de aullar como vaciada la cabeza de estrellas como un río arrastra su montaña aullando, hasta la costa.

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Leonardo Garda

t 28 - ID - 1953 La raza, la especie, la miseria el poder que bajó de los árboles de ramas hice mi aburrimiento lo feroz a una hora aún ahora. Todos saben todos llevan hace tanto el corazón por los suelos. Oh, lengua destructora ni poesía, mi dios no creo nada. Moriría, para ensuciar el mundo.

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Ángel Gómez t 20 - X - 1986

Del hueso huye la carne y el agua huye del hueso. Mi madre servía la sopa de días friolentos lavaba mi sombra las tardes de escuela

caía yo en fiebre y temblaba. De mis ropas huía mi alma. Cómo odiaba las quijadas en el patio. Así, pensaba, será un día mi madre y caía la quijada sola sobre el frío de mis pies terrestres. Ahora entiendo los pobres huesos la tibia, alfileres duros como piedras que rugen. Porque los huesos duran algo más en tierra alejados del hombre que cosa que toca se pudre, mi dios. (de Estaciones cercanas al sueño)

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Juan Manrique, soldado, natural de Medina de Rioseco Aúllo para huir del horizonte, del tiempo del hijo melancólico como una piedra marchita, del tiempo herido por su premeditada derrota, arrojado a esta orilla por una vieja ola, y permanezco ciego y atento a la marea, a escuchar el lamento de gaviotas y el vuelo plácido del viento, perdidamente ensimismado y envejeciendo, perdido entre las hojas mortales de la esperanza, sin ánima ni aura, sin destino, muriendo entre las fauces de un minuto sin tregua. De tal modo me levanto, me retracto de mis días y mis noches, rodeado de animales y fantasmas. Y paso entre unas pocas mujeres intocables, y entre niños llorosos y municiones herrumbrosas. Y caen a mis pies las estaciones diariamente, en la tregua del sol descolorido, y caen señales tan llenas de despojos, entre grandes rocas y sobre acantilados, como alas empapadas, a morir entre las piedras. Y así por cada piedra, eternidad partida ahogada en una gota; resplandeciente hijo de la brecha y la conciencia. Voy con la sangre hundida en mis escombros, y una hembra ardiendo en cada dedo de la noche, con resistencia y furia respiro mi esperanza, y me devora el corazón este desastre. Así, de cuando en cuando, voy donde llaman mi alma compartida, y me dibujo una palabra en la mejilla, en mi cadáver donde brota el manantial de la verdad. Porque quiero ser herido por mi forma desmembrada, por mi seca victoria sobre el tiempo de los dioses. Yo quiero recordar la medida de mi estrella tendido sobre el duro despertar de mi ceniza. De pie, llorando sobre el aire endurecido, en la ausente, en la cansada presencia de lo eterno, callando la sentencia que se lleva la raíz al imperio de la noche. Yo desciendo a los rastros más oscuros, a mi huella ante el pie del adversario, ante el tiempo soñoliento y enfundado en la rueda de los cielos ateridos. Yo bebo de mi copa polvareda y maldigo cada tarde de esta tierra, y me recreo en las olas transitorias y el tranquilo destronar de funerales. En mi vestido hay un recuerdo transformado: un hijo de la nieve, callado por venganza, blandiendo un arcabuz como una estrella.

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Juan Martín, soldado, natural de Estepa Estos navíos me han devorado la lengua, con su disparo rojo en la cabeza de los mares, en las banderas que sisaron mis nombres y les ahogaron sin piedad entre sus barcos, con una vela quebrada en un oasis marino, con oraciones mortuorias y legiones mortuorias, con la ciencia de la estrella perdida que yo amaba. Yo era una rama entre los ríos de mi patria, y me vestía con el agua de sus rastros, con el follaje de la brisa perfumada, con la humedad de un cielo de raíces. Y pasaba entre otros con orgullo, con pabellones de hermosas rendidas en la noche y una mirada de fuego entre los labios. Porque se hacía más grande en mí la sangre, más fuerte en cada copa de la aurora, más dura en la montaña de mis ojos, con tranco de guerrero y residencia. Más no pedía oír y no escuchaba. Entonces vine a dar con los navíos, por dar un pie emedado en la marea, por dar con otras bocas en los mares y en islas donde el sol se hace mujer. Yo sería capitán en la derrota, pero un señuelo seco me llamaba, haciendo a mi medida la fosa de la tierra, haciendo un reguero de cenizas y de lágrimas. Yo caminé entre jarcias mucho antes de ver el fondo de los mares, y levanté el pendón de la batalla y de los besos, y una substancia de roca corrió en mis venas al entrar en otra sangre: Yo imité los ríos perdiéndose en la mar. Tan cierta y natural fue mi cobija, que nada mortal me parecía, hasta que vine a dar con los navíos. Así me despojaron de mi lengua, la llevaron peces río arriba, en la geografía blanca de su especie, hasta dar con la boca de la muerte, por donde ahora hablo.

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Dos mujeres cercadas por la tarde 1 -Oh dios, levanta mi cabeza sumergida en este ancho caminar de los abismos. Demonios me han vencido, me han traído su correa de lamento, de fuego alimentado con sangre, hecho pálido desvelo en la llama de una promesa impura, escondida como ando y temblando, entre los árboles, escondiendo mi pecho sediento. Y le doy agua con su boca de mañana, y le doy de comer con su mano escondida en lo hondo de las hojas, en la suya madera húmeda del bosque que recibe mi mancha como una hora de crepúsculo en su guante emojecido, en mi boca emojecida, con las paredes echando aire por hablar sin boca ni denuncia. Es todo lo que doy de mí estas noches, tendida a su lado como un río de calores y de sombras transformadas. No tengo otra esperanza más que ver, este día llegando hasta la noche. 11 Hijo, mío amado hijo de piedra, esta cárcel de tierra me aleja de tu mano echada en la marea, de tu voz que viene a cerrar mi sangramiento, estoy lavando tu nombre y disputándolo a los muertos. Y ahí va -dicen los otros- mostrando mi mortaja, mi resto coagulado de alegría. Pero dolor, promesa de mi gozo, aire de mi lecho abandonado y taciturno, ¿qué cortó tu respiro, hundido en la espesura de la muerte y de este bosque, ahogado en la rompiente de mi llanto? Yo habría andado por ti hasta las horas más frías, y habría hecho por ti una nave feliz yendo a otras estaturas. Mas ya no puedo estarme quieta, tranquila entre el desvelo y la luz muerta, sabiendo que te llamo y por respuesta hay un coro de palabras no dichas y enterradas, que no tengo otra esperanza más que ver, este día llegando hasta la noche.

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El sol baja sangrando a la cabeza de mi madre veo que el sol baja sangrando a la cabeza de mi madre y su cabeza es un patio y la cabeza ensangrentada del sur la mañana saluda con su mano recién desenterrada mi madre, con el sombrero mojado del alba en la cocina la ventana despedaza el horizonte yo hija amada mordisqueo un mendrugo yo hija abandono la cabeza de mi madre me desconcierta el vuelo veloz de una mosca la mañana saluda con la mano de mi madre recién enterrada renaciendo

(de Puerto de Hambre, inédito)

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Matías Rivas (1971)

Absolución Ególatra de posesiones considerables y buena familia se ofrece hoy, en cuerpo y alma, sin más compasión hacia sí, que esa que puedan otorgarle sus ilustres colegas, a ser fustigado severamente con palabras y actos por ramplonería y mala leche inexpugnable. Desearía, incluso, que se llevase a cabo en su contra un juicio por vanidad, mal olor y robo de planes ajenos. y de esta manera limpiar los obscuros rastros que deja su cabeza en la almohada durante las noches donde esparce su dormir. Está dispuesto también, si sus amigos se lo piden, a hacerse ver por los famosos sicólogos, el doctor Strachey y el eminente Mister Joshua Baretti. Encontrando posiblemente en el tratamiento de análisis algún salvoconducto para sus pérdidas y desvarío con las damas, cuya posesión le obsesiona hasta las más aberrantes elucubraciones. Las que incluyen: el asesinato de pobres, la traición a la familia y, sobre todo, un gusto meloso en la lengua después de perseguir niñas arias por las calles. Ruega paciencia con su vida y decisión a la hora de actuar. 45

Señora Gabriela Mistral Su piedad piadosa de virgen violada, de reina de los afligidos y madre de leche roja, escasa como densa, señora de pocos aspavientos, nadie le va a negar el lugar suyo en la corte de los presumidos señores de la lengua. Aunque se derramaran hordas de ira contra su gusto a clavo muerto y se encendieran piras con sus libros, sería sólo por vemos reflejados en el espejo infeliz de un niño mordiendo su propia mano. Nadie se espanta, sin embargo, con las cascadas de letras que aterran el decir. Nadie sumerge su cara en el agua quebrada de su lirismo de veguina del Siglo de Oro. Señora, usted, que masca la lengua de llanto y reza en acaloradas iglesias plegarias de viva, disculpe la torpeza de los alcaldes y del mundo cultural; usted ya no es una estatua, su gusto a nada parecido es el sostén de los peñones más duros de nuestro idioma. Una vieja para Chile, qué honor.

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Para una nínfula irreductible Ardilla pulcra y manipuladora se hace llamar niña. Enciende y apaga su vida a caprichos y argucias vergonzantes; finge taquicardia y pena negra en el espíritu y los hace patentes con lágrimas y gritos sexualizados. Es difícil escapar intacto al verla dormir porque desnuda desnuda su cama y su mente frente a los ojos de sus preceptores. Inocencia febril, regaña su madre. Dolores de cabeza y testículos argumentan sus admiradores en el parque. Al parecer, todo y nada la hace feliz: un burro podría llevársela a un internado de degeneraditas y enseñarle normas un tanto menos singulares que las que practica para torturar a sus abuelos con calculados e histéricos gemidos. Una niña preciosa, jugosa en su jumper apretado. (de Aniversario y otros poemas)

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Cristián Gómez (1971)

Ultramar (El relato final de Marlow o tres sonetos negros y blancos) La flor del cerezo a punto de caer y desprenderse es un guerrero apunto de caerse y perecer Que bien visto, do la marea se estremece i las olas maldicen nuestra gracia i trazan mapas los alarifes como si el mar se domase trazando algún futuro que por supuesto ya no nos espera no, por lo menos, aquí en medio de todo i de nada i de nadie, carentes entonces buscamos un guerrero de los de lanza en astillero, adarga antigua rocín flaco i galgo corredor como pocos valeroso i llegue a la tierra do la marea se estremece (la tierra a la que víne no tiene primavera) donde los poetas ya no pueden o no saben, o no quieren ver lo que ellos vieron profanos, sagrados í corrompidos alli en el territorio de los pocos alli debajo de las aguas

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do la marea se estremece i un guerrero ha cometido (acometido: mi seria miseria) la peor de sus locuras dejándose morir por otras manos que no las de la melancolía. No quiso oír el canto de los tripulantes. No quiso enviar una carta que no leería nadie (nadie lee cartas que no se envían), no quiso estar enfermo i aislado en su pena, aguardando cada día por la muerte. No dejó de vagabundear Sin dar un paso más allá de la cerca de su casa Do la marea se estremece y una muchacha Joven, por escasísimos denarios Acortaría sus distancias con el cielo: En la genealogía de los dioses No era materia de poco interés Esto de haber descubierto un nuevo Fundamento: el barro, de barro Se hizo el hombre, nada sabemos de la mujer. a de maíz, o de piedra, o de sol: Lo importante es que ella Tiene el bonito defecto De comprender un poco mis versos. Un joven, hermoso, llama su atención: Decide seguirlo, sabe que está condenado Lo abuchean en su estreno, pero el mar Sí que lo espera. El mar, el mar: La linea de sombra. Ymás allá.

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(Inédito)

El cielo protector (albada) Mancharemos un poco más las sábanas de ese motel de sábanas manchadas y camareras que fisgonean más por oficio que indiscreción y se divierten con lo que ellas creen es una máscara de cerdo al ver mi rostro contraído al iniciar mis oraciones de espalda y de rodillas con tal de que no se vengan abajo las catedrales i tú no salgas corriendo violentamente y sin aviso antes de que se avecine el alba: aún no ha despuntado el día en que tengamos que hacer los papeles tú el de una perdida en el desierto, yo el de un poeta con rumbo o sin rumbo pero alejado: sin saber muy bien de qué pero alejado, distante de no haber otro destino o un camarote con las sábanas manchadas al cual llegar. Haremos nuestro el tópico del viajero inmóvil: y no me dejaré vencer por una sospechosa inclinación hacia la nostalgia y no pasaré por la puerta del edificio donde vives y no se me agolparán los recuerdos que no me atreveré a calificar de felices e imborrables: desde la azotea distinguimos con precisión de anatomistas el rostro de las constelaciones: pero ninguna tuvo las respuestas: que en otras circunstancias hubiéramos esgrimido ante el rigor de los censores: hoy, sin embargo, están de nuestra parte y escogeremos el peor de los poemas de un romanticismo decimonónico y provinciano como el nuestro para interpretarlo como si fuera una canción de amor más bien piadosa y apegada con orteguiana tristeza a las circunstancias: los mismos transeúntes habitualmente parcos y temerosos dejarán de mirar para el lado cuando nos acerquemos a entregarles como si estuviéramos en la mitad de mil novecientos sesenta y ocho este riguroso montón de flores plásticas: paraísos naturales y artificiales que en ese momento del crepúsculo del amanecer o de la noche (cuando amanezca ya te habrás ido) estarán como este cielo de pacotilla al alcance de tus manos. (de Pie quebrado)

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Versus (tándem)

A orillas del hombre, el mar. Viene a ovillarse a mis pies como un gato de pelaje blanco y hogareño insinuando cierta familiaridad a menudo engañosa y artera ("En esta época llena de desfallecimientos y omisiones..."). A mis pies la basura desperdigada sobre la arena, los restos de una noche vasta y sin consecuencias como la vida. Del inventario lo más rescatable son un par de condones sin usar y las quejas que aún se escuchan del amante y sus frustraciones: yo también he ideado escenas similares tanto en su confección como en su fracaso: lo más cerca que estuvimos fue al leer el Tercer movimiento: affectuoso (Agua que no has de beber, Cisneros, 1971: año de mi nacimiento). Pero de eso ya nada queda -ni un poeta para dar testimonio ni la crónica de los pobres amantes dispuestos a lanzar una moneda y dejarle la toma de las decisiones a la cara o al sello que disponga la fortuna: (" .. .la toma de situación y de conciencia es ineludible (...) Creemos impostergable el deber de expresar las circunstancias presentes sin contemplaciones..."). Pero el mar sigue aquí: va y viene haciendo gala de la lealtad de un arrepentido: en esta orilla se han declamado los para siempre y te lo juro que hayan sido o no hayan sido innecesarios: el orden de los factores nunca altera el producto: posteriores arrepentimientos i deslealtades pasarán a beneficio del inventario; bueno sería y beneficioso para nosotros el que la próxima partida de solitario la jugáramos como una cuestión de vida o muerte, limpieza para el alma, halterofobia para el espíritu ("A nosotros nos fue dada una catástrofe para poetizar (... ) La poesía mal denominada social fue practicada hasta la fatiga por

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una ruma de histéricos insustanciales, perdidos en gritos inconsecuentes", "...su tenaz hermetismo y su vuelta a las formas clásicas no tiene ninguna justificación. Sin embargo no hay tampoco ninguna justificación histórica para su retomo a las fuentes españolas"). Allá al fondo viene un par de adolescentes como si fueran una declaración de independencia. Y qué puede hacer el mar con ellos. Y qué puedo hacer yo con ellos. Y la arena, y el viento (" ...perdidos en el círculo de la problemática burguesa, oscilando dentro de un intelectualismo helado y estéril"). Cuando pasan por mi lado me preguntan la hora ("Frente a esto nosotros proponemos una poesía viviente. Y una orgía de trabajo para la labor poética") y ni siquiera se detienen a oír mi respuesta.

J. Pimentel, C. Gómez O., J. Ramírez Ruiz (1970-2001, Lima/Santiago)

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La pregunta de los cuervos

Más de alguna vez nos echaron de la fiesta y no era el momento ni el lugar oportuno para darle las disculpas del caso a un dios que brillaba por su ausencia (de haberlo confundido con el hombre que vendía lupas por la calle te habrías puesto a ver pasar el mundo como pasa el cadáver de tu enemigo justo por delante de tu puerta) yen ese caso cuantas son las sombras necesarias para sacar un saldo a favor en el regateo innecesario de los amantes: -la casa queda para ti, pero yo los tengo todo el fin de semana. -Fotografías que la Modotti hubiera envidiado: de las graderías vacías de un estadio en Chapultepec, de los paseos peatonales de los que una revolución

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se hubiera enorgullecido ~ables de alta tensión, grúas, sobre todo las grúas y las herramientas sobre todo los mismos rostros de siempre que operan y manejan y cargan y utilizan las grúas y las herramientas y seguirán siendo siempre los mismos rostros de siempre: gente (como nosotros) ensayando lo que ante el obturador no se sabe exactamente si es o no es una despedida.

y además: déjame con el sol, es la última metáfora en que incluyo al mismo tiempo el afán de aparecer y desaparecer como parte de una misma rutina donde público y artista conocen de antemano tanto el principio como el final y se encuentran sin embargo con la obligación de festejarla: déjame con el viento que desordena las cortinas del ventanal abierto y a la espera de que algún día el nombre no coincida necesariamente con la cosa: entonces podré llamarte amor mío, rostro, pródiga, verbo. No será necesariamente una mentira. (de Ex)

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Un verano que aún se nos pega aquí en la piel

Esto no es un poema en prosa sino tu cuerpo. Tampoco una explicación ni una disculpa a estas alturas innecesarias sino más bien las ganas de volver a tenerte entre mis brazos, cerrar el círculo de ser posible desa larga rueda de las reencarnaciones: y que tu rostro siga siendo tu rostro cuando llegue si es que llega la mañana y aún no te hayas ido, en el medioevo los amantes obligados a separarse antes de que llegara el amanecer componían ese género de las albadas sin darse con facilidad por satisfechos: tampoco la evidencia incuestionable de haber acumulado víveres indispensables para la sobrevivencia de la población en épocas de acaparamiento y escasez: ni muchísimo menos la especulación financiera del mercado de capitales para asfixiar a los accionistas minoritarios que obnubilados por los voladores de luces del capitalismo popular pensaban que podrían mandar a sus hijos a la universidad con lo que hubieran sacado de las ganancias de los depósitos a plazo con renta fija: pero heme aquí atosigado con los calores insoportables de un verano que aún se nos pega aquí en la piel. Nadie diría, nadie -en realidad-lo hubiera dicho

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quien se atrevería en este tiempo sin tragedia a recoger una lata vacía de cerveza como un trofeo en gloria y loor de nuestras ganas de no volver a levantamos cuando anuncien el término de la temporada veraniega -pero no necesariamente del calor que aún llevamos como una piel sobre la piel. (Inédito)

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Gloucester

" ... no había más que caminar en vano, el polvo que venía comiéndonos los pies se puso a tu lado, nos deja atrás en su infamia carrera, los uniformes cargando a los soldados, la patria asomándose al balcón para despertar de un largo sueño y recostarse entre mis faldas para volver a soñar despierta con lanzarse al precipicio desde la planta baja de nuestro hogar color olvido, no había otra cosa entre todas las cosas que no debíamos hacer sino salir a las calles de nuestra tierra, llamarla por su nombre a pesar de que hace tanto tiempo lo hubiéramos olvidado (hemos olvidado tantas cosas durante el largo transcurso de la negra madrugada en que se dilata esta primavera y que insiste en dejar de lado a una mujer con las compras del supermercado y a un señor con bicicleta y cortadora de pasto que sin lugar a dudas son los protagonistas deste tomo infinito y cruel), no podíamos, no queríamos respirar otro aire sino el aire negro que siempre nuestros ojos respiraron: me tiembla la mano de sólo pensar que otros escribieron esto, de sólo pensar que no había otra cosa sino el más descarado asombro, este insomnio vulgar y rutilante, que podríamos llamar también de otra manera lisa y llanamente mi descaro: perder los ojos y soñar que aunque fueran soles todas las letras, aunque fueran soles todas las letras, no podría ni siquiera ni quisiera verlas". (de Inessa Armand)

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Seis A.M. (Recién se fue) (Huidobriano para Chester K.) Uno de los pocos lugares donde los gringos se permiten fumar y beber al mismo tiempo. Alguien pronunciaría allí un discurso sobre el imperialismo, el napalm y la guerra contra el vietcong. Lo único que la cubría sobre mi cama era una polera alrededor de su cintura. Y respiraba no sin cierta dificultad. Apretaría los dientes al recordar cómo cayeron a su lado esos menores de veintiuno cuyo apellido me parece que era jim, timothy, lee: se avergüenza de que ya no puede recordar/ otra cosa que no sea el estallido desos cuerpos/ a quince metros de su escondrijo. De pronto, aunque aún estaba durmiendo, estiró su mano como si estuviera buscándome, como si no quisiera estar tan sola. A mí me daban lo mismo esa o cualquier otra guerra. Había llegado hasta el medio de la nada olvidando otra: acaso la más triste, sin duda la más bella. y entonces me pregunté y le pregunté cómo

habría podido sobrevivir a todo aquello. Pero entonces se despertó y me dijo que ya era muy tarde y que iba a perder el vuelo y

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que todas las atrocidades cometidas en el nombre de la belleza no habrían sido en vano de no haber tenido ella tanto apuro como el tiempo. (Inédito)

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Rodrigo Rojas (1971)

Ocho horas al día sin llegar a nada ni al amor metiendo a patadas tu inteligencia al infierno

y a patadas metiendo el infierno a tu espíritu. Deja destrozarme Para que contemples la verdad. ¿Acaso no recuerdas si éramos felices? Todo lo ves te ha sido dado Este río subterráneo que pasa entre nosotros y las hortalizas frescas de la feria Sépanlo He venido a buscar la abundancia. Allá afuera las estrellas parecen almendradas. Eso es abundancia.

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Todos ustedes son bellos. Se parecen al mar cuando salpica con su violencia. Espuma levantada por el viento son ojos que hacen sagrado al corazón bocas que lamen santo, santo. A nadie miramos a los ojos colgamos de la vida como liendres somos santos una desgraciada generación santa. Cuando decimos amor, esa palabra tambalea.

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El sol disparo la verdad contra mi cara

y ha hecho del paraíso un estúpido vacío. En esta ciudad dios y hambre tienen el mismo sonido un lenguaje furioso que los niños nos arrojan en la cara. Mi trabajo es hacer estrellas

con excremento de perro. Tengo flores en el semen fui levantado de la basura se me reveló el nombre de las cosas. Con sus lenguas de fuego se presentó ante mis ojos. Mi trabajo es hacer estrellas con excremento de perro.

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La muerte es luminosa Una semilla sobre tierra caliente y húmeda. la muerte es luminosa es luminosa una semilla las abejas y el pasto mojado por zumbidos. Tiene luz el vibrar de la tierra por insectos. Es luminosa una oruga sus púas. El panal de desgrana en pequeños puntos de luz lleno de alas y calor y el vibrar del pasto por el ruido. Vibra la luz de los insectos con el vuelo de la muerte. Vuela la boca pistillo y estambre al morir el insecto. El ruido de la semilla en brote. La luz sobre el pasto. La luz que irradian mis costillas trizadas. He aquí el fluido luminoso en la sangre. Cada golpe me ha servido así aprendamos del amor en esta cloaca.

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nI. (el riesgo)

Todavía cuando empiezo a beber aunque quiera romperse mi cabeza el amor sigue siendo el camino. misteriosos nace entonces con los brotes con azúcar en las piernas. Así es cuando moja la lengua. Así con la humedad. Cuando un panal cosquillea en mis granos de azúcar derretido así: Muy lacio sin estambres insinuándose borracho a las flores. Culebrea lento, me dice Por mí se va al eterno dolor.

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V. (la canción) Que no desate el hombre las estrellas migajas en la gran mesa de Dios. Que no destroce los cardos, el áspero metal de los pétalos, flores como lanzas que no las esparza el hombre. No el clavo, no la madera ni el débil brote de la espina el botón de sangre que une a mis manos que ningún hombre separe estas cosas. Que nadie contenga esos liquidas. Así nosotros sin dolor, casi ardiendo desarmado todo por el bulbo en eso del amor abriremos las flores. (de Sol de acero)

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Carlos Baier (1972)

El reniego Entonces ya no quise entrar en los Océanos Ya no quise abrirme paso entre el tumulto Ya no quise entrar en las arenas dando tumbos Ya no quise estar con los hombres caminando Ya no quise estar Con las mujeres bañándome en los ríos Sólo quise subir hacia los cerros Hacia las cordilleras Abrirme paso entre ellos para salir de las Ciudades Yo quise dejar estas praderas abiertas Y extensas, amor Porque veo aún en ellas la infamia Y el castigo. Y lo hice. Desde ahí, de la más alta vastedad gris De las montañas, pude ver estas Ciudades Que se están quemando Estos bares de mala muerte Donde dejábamos el sueño Estos bares de mala muerte Donde se nos corría la baba Estas bahías locas donde fornicábamos Los valles con sus gritos Estas Ciudades de la locura con los ojos vacíos.

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Los espasmos

Contigo en una roca De estos ríos que avanzan sin parar llenos de cenizas Que van abriendo este desierto donde estás tú Yyo Rasguñándonos de susto el miedo de entender Lo que viene para este loco mundo que arderá De viento y soledad Se partirá entero con vientos huracanados Caídos de los cerros Miedo nuestro de sentir el fósforo Impregnado en nuestras narices Esta polvareda que se levanta a la hora de la quema Este polvo oscuro que todo lo cubre, este mar Estas cordilleras del norte dando espasmos Juntos a oír el ruido Que vendrá tras los fardos Entonces, contigo en una roca, hablándonos de eso Que era entrar en Las Espléndidas Ciudades Cuando ya no queríamos sino irnos los dos En el vuelo Abandonando juntos las habitaciones de esta tierra Subir, entiendes, entrar a esas columnas Que están ahí frente a nosotros En los cerros Un poco más allá de este desierto hecho de aire Ocultamos de las aguas. Entonces Me dan ganas de llorar y lloro.

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El canto de los locos y en este viaje que hago voy contigo amor Por las Ciudades solas con tus senos duros al aire Corriendo también la pradera desnuda y en llamas Con tu espalda al aire Con tu espalda al aire y desnuda y en llamas Llenándola de sales Cuando viajas por el mundo hacia el norte Hacia el norte bestia mía a donde vamos Hacia el norte bestia mía a donde vamos y no hay límites Cruzando los pantanos para llegar hacia la luz Puros y virtuosos jóvenes Habitantes de Ciudades en llamas. Cómo no Cómo no, loca mía Si hemos oído cantar a locos, amor Los hemos oído entre rocas y piedras que arden Avanzando en la oscuridad hacia el hemisferio norte En la oscuridad amor mío Llegando a la esquina del mundo Donde nos vamos a juntar a cantar Con las costillas quemadas. Oigo los silbidos Sudor, refriega Púas en mis pezones, entonces. Oigo silbidos Como asmas.

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Ciudades de la locura Es este el día entonces en que las Ciudades se elevan En que las Ciudades serán estos desiertos Que se van quedando solos Ciudades de la locura que no tendrán más habitantes Que seres humanos sin rostro y no tendrán más habitantes que los condenados A no subir A no subir estas cordilleras que no tienen nombre Condenados a no salir de sus huecos Debajo de estos puentes Hechos de musgo y lodo Huecos donde se toma té y también se ama Huecos de musgo y lodo donde habitan hombres Parecidos a Dios.

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El hedor Yo vi entonces cómo los malvados se quemaban Yo vi cómo los malvados se torcían Cómo se arqueaban dando espasmos Yo vi cómo desaparecían entre ellos sin voz Yo vi en los malvados a mí mismo de rodillas Abierto de muslos al sol yo vi en ellos al poeta Irse transformando en serpiente con alas Y luego en gárgola loca y en celo echando moco Y baba afuera. Los malvados Y un caballo. Los malvados Y un caballo en llamas al cielo. Entonces Amnesia de mí.

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Nuevamente la locura y abajo los países y abajo están las locas y las santas

Estas santas locas que caminan solas por el mundo Están caminando solas Estas santas mías Que vienen por la senda de los desaparecidos Que están en los países de la locura De la refriega Del sudor De los silbidos como asmas Santas vírgenes del desierto en llamas Santas abajo de las cordilleras Las locas Las hembras y las locas Mi hermana revolcándose entre las alfalfas oscuras y a lo lejos, la que amo me busca como madre.

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Angustia de amor Yesos somos amor por el desierto Yesos somos amor por la pradera Yesos somos amor bajo las cordilleras Yesos somos amor sobre los mares Yesos somos amor encerrados en el encanto Yesos somos amor en la hermosura del tiempo Yesos somos amor Cuando nos acercamos a los Océanos Amor, amor al amanecer del último día Portadores de lo eterno De aquello que nos hace invisibles Amor, amor entonces Los amantes al amanecer con todo el sol en la cara De los que se aman y padecen sin cama y sin cielo De los que se aman y se aman a alcohol y a tabaco De los que se aman cruzando el Océano Pacífico Como una estrella Cruzándolo como amantes oscuros y hermosos Amor, amor de amantes que se aman y se aman como desaparecidos.

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El amor Así nos vamos perdiendo entre el humo que levanta El viento A la hora de la quema A la hora de la quema donde no te veo y te amo Donde no te veo y te entro entera Ahora que se va acabando el mundo sin tu cuerpo Se va acabando el mundo sin mi cuerpo Se va acabando el mundo sin nuestros cuerpos de sal. (de Las extensiones)

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Javier Bello (1972)

XI Noticias del dolor, anuncios enterrados, una heredad sin luz, más luz que aquellos cuerpos que vuelan encendidos de esperma y de ceniza. Así es el corazón, así su llama fría, una espiga muerta que el odio reconoce, que las aves de hielo desangran de su ira. Noticias del dolor, las bestias duermen, duermen bajo el latido de la nieve, duermen bajo los montes congelados. Ha nacido la guerra y la voz que podía devoramos, el cáliz de la sangre, paloma condenada, tiene alas y noche, largas vejigas tiene regidas por el árbol del aceite. En mi pecho el verano mintió como las barcas, en mi pecho el deseo bramando se deshizo, la hierba prometida nos dijo el peso helado de un duro corazón. No hay voz que dé al amor tanta ceniza, no hay voz que desde un púlpito señalados nos vea como gárgolas. Así nos castigó la vejez, un labio que cae en los rosales.

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Ésa es el ala que nos dijo la muerte, ésa la edad de los pastores que se apaga en tus manos, que se apaga en tus manos la noche en la cal de los pilares, si el amor o la muerte se tiñeran de cantos, se abrieran de palomas para saludar la mano de la nieve. No mentirán mis ojos al mirarte, llevo un paisaje helado de estatuas que me hablan. No diré la palabra, decir es dar la muerte. Vengo despierto del amor, vengo dormido del amor, corno los muchachos que labran tu pecho de libélulas, pero no fueron colmados pues la sangre fue arena. En vano besarían racimos sobre un vientre, en vano se oiría el relámpago gotear el jugo de cada criatura y verlas flechas o dardos, pequeñas sangres vivas. Entonces el labio de tu cuerpo fue reconocido igual que fuente, eras una palabra cruzada por el valle. Pero el amor, soledal y relámpagos y labios, huyó junto a los pájaros más altos. No habrá semilla peor que ésta que ves, la tristeza irguió en mí sus soledades, y el cuerpo, como el oro, fue sangre en la codicia. Esta es la forma en que el aliento de las aves se derrama.

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Ha de temblar, hoy no quedan más labios. Sólo bestias de esperma como largos aullidos se levantan y fríamente crujen, fríamente hierven y crepitan. (de La rosa del mundo)

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XI

Quiero palabras grandes corno caballos grandes, palabras pesadas, candados en los bolsillos de enfrente, palabras enormes, el cielo después del relámpago, palabras, polvo para cubrir las huellas. Quiero palabras grandes corno cenizas grandes. No seré tan alto para pronunciarlas, no seré tan sabio para decirlas despacio, no seré tan valiente para ofrecer a la noche esas huesas, las dejaré beber junto a los animales que viven en mis manos, animales arteros que vigilan mi frente. Quiero palabras calladas, susurros, palabras descalzas para tejer y salir de casa, pero que sean grandes para cubrir el vacío que queda en las heridas del sueño. Quiero palabras grandes, enormes caballos que beban de mis manos. Yen mis manos haya óxido y muerte. (de El fulgor del vacío)

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La jaula del canto Cuánto amo todavía mi buche hinchado de presagios, mi vientre preñado de tormenta, cuánto quiero a mi animal que se echa a dormir los días de lluvia junto al patio, mi bestia que se tiende hacia el sur con la lengua teñida de números impares, su lengua que llega hasta el mar para lamer la barba de mis antepasados, los brazos abiertos en honor a mis deudos indicando la casa de los polos, el desastre del pájaro que silba en el jardín quemado por el viento de las premoniciones, la cantidad de almendras que ahora he de contar para morder las sílabas que me otorguen la gracia, los heliotropos que acarrean el mal, el canto como una gran paloma. Cuánto amo todavía mis orejas, imanes de una fertilidad que no cabe en mi boca, mi espejo sin azogue con el día enterrado al final de la noche, mi uña melancólica que araña en el fondo el papel de plata junto al tigre, mi cabello mojado por el agua sin nombre que cae como un alambre lento en las destilerías, un hilo que se despeña en vano del alambique que ata las palabras con fuego y se acerca a mi frente y se extiende en el frío y cumple su mandato cuando aúlla en mis huesos y es otro el que se llueve y se escurre sin pausa y restriega a mi hijo y mis llaves con arena,

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los enigmas, las piedras, las manos que irrumpen de noche con las largas herencias. Cuánto amo mi cabeza destinada a la sal que llora la plegaria, la oscura radiación de los lechos que entierra el vendaval de hormigas, la caja cerrada donde escupen, el saco que llenan las víctimas con nieve, las guarderías donde viven los graves rayos inmunes, el lamento de las tortugas en el abecedario, la mujer decapitada con un ideograma en la rodilla, la cabeza del poema que arde en mi cabeza de madera cortada, tabla de oscuridad, pájaro negro contra el cielo arañado por los discos. Cuánto amo mi nombre y mis falsas predicciones sin dueño, mis pobres ropas en la fotografía del tiempo entregado corno limosna a los náufragos, el túnel tan ajeno con que intentan probarme, la avispa en las bodegas donde canto y oigo a un anciano y a su madre hablar de los incendios y entonces reconozco a mis hermanas, un rostro con dos cestas donde yace abundancia. Amo todavía mis cantos, el polvo de mis venas, mis instrucciones para arder en el vocablo del sábado, pero no he comido de ellos, su fe me ha abandonado, el suicidio del pájaro de Dios contra el árbol sin cielo, el adulterio blanco que eyacula Las letras de la palabra hijo.

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La jaula de la sentencia 1

Cuídate de los viajes, hijo mío, cuídate de los viajes y de los trenes y del tambaleo de los barcos en la batalla del amanecer. Cuídate de los trenes y de la tierra donde baila sepultada una llama, cuídate de los barcos y de los fuegos fatuos como escondes tus rodillas del tormento de la tempestad. Nunca entenderás el recorrido de los animales por las veredas y los parques, los animales malos que se comen la sed. Nunca entenderás los ojos de los perros que desaparecen tras el silbido de los cazadores. No me digas que no has visto los animales negros que tienen cara de anciano. No me digas que no has visto los caballos cansados que cruzan con sus patas la verdad. Ten cuidado de los viajes, ten cuidado de los trenes y de las potencias malignas y de perderte entre tus propias aguas. No dejes tu sombrero fuera de la casa, no dejes tus guantes lejos del amanecer, porque las hormigas te golpearán con sus antenas hasta causarte daño, porque las piedras arderán en tus zapatos negros, para que aprendas a no jugar con las líneas de tus manos,

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para que recuerdes, hijo mío, que el norte de las brújulas se come la cabeza de tu propio animal. Cuídate de los viajes, cuídate de los viajes y de los trenes y del tambaleo de los barcos en los mares sin ley, porque en los viajes va la muerte hablándote al oído, porque en los trenes va la muerte sentada y en los barcos va la muerte de pie.

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Il Sólo miras el cielo, conoces la intemperie, las pedradas del sol. Conoces lo que dices, el olfato del perro vuelve a ver las piedras que pisó.

Animal de la lluvia, bestia de hielo y flores, puro cuando el invierno te llamaba a abandonar tu cuerpo, a obedecer a la flechas calientes, a los cepos quemados en las salas de piedra. Tan soberbia es el águila en tu voz, tan altiva la noche donde giran estrellas, los nombres más hermosos de la yerba que te incitan a huir, a rebelarte. Miras el cielo, es engañoso el mundo, separas tus palabras de las demás herencias, te rozas con la muerte pero no puedes verla. De nada servirá tu memoria, animal parado en un rayo de sol, tigre sin sentido que me preguntas sólo por las leyes inciertas de la luz, el día y su insistencia de caballo perdido.

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De nada servirá tu memoria contra el canto de un dios, de nada servirá tu memoria cuando clamen las aguas su fervor de asesino. Bestia de hielo y flores, animal parado en un rayo de sol, sólo miras el cielo, y el cielo, el alto cielo, es siempre la condena de un dios.

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III Los que marcan los libros mueren jóvenes, lo invisible quema nuestros actos con la fuerza del sol. No hay libertad en la transparencia de las partituras, no hay libertad a la hora confiscada por el cielo, tatuamos nuestros días con el dedo de un dios. Hijo de la paz y las decapitaciones, hijo de la semilla que derrama el ahorcado, no hay libertad en los ladrillos rojos, no hay pureza en la palabra que dicta la noche a los patios. Escondes tus libros del amanecer, no pones en ellos tu nombre, sólo tu luz de animal, sólo tu caballo en la casa del padre. No estás a resguardo, no estás a resguardo. Mueren jóvenes aquellos que se van, los viejos mueren viejos en sus camas, los que marcan los libros y los que no los marcan, los que cantan plegarias, también los que maldicen, los que esperan en la paz del señor, los que van a la guerra con traje, todos, todos. Sólo tú cuando comes el fuego, sólo tu caballo en la casa del padre, sólo tu luz de animal, hijo proscrito contra mi abecedario, hijo cojo ante el ramo del sol. 84

Los que marcan los libros mueren jóvenes, también los que les rezan, también los que les ladran. Cualquier otra verdad es ominosa, cualquier otra mentira es un campo de alambres: la palabra que viene, va descalza.

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Jaula del padre De todos los que comen de esta mesa el único que vive de su fuego es el padre. Yo no sé de dónde vienen estas piedras ni tampoco conozco a quien las trajo, pero aquí las comemos, pero aquí las mascamos. Salvaje padre sorprendido en tu error, enemigo caliente de mirada amarilla, me refiero a tu casa quemada por los bárbaros, me refiero a tu lecho marcado por un nudo, me refiero a tu alma que sale a predicar a la calle el domingo volcánico de los evangelios, palabra medio rota que envenena el suburbio coronado por la lengua de un ángel, coronado por la lengua que has de obedecer, el decimal que te dará la muerte. Padre en silencio, eliges el peso de tu voz, el exacto calibre que arma tu vergüenza, el bastón de la rabia, el cristal de la sed cuando el cáncer congela tu garganta y te deja alucinar en su hueco. Padre furioso contra un sol de neón padre furioso contra un grito de fuego, encerrado con la luz que no entiendes, encerrado en la jaula del mal, perseguido por tus bestias de piedra ofendes la raíz de los árboles. Las hormigas se comen un perro, el perro se come la cara de un hombre, el hombre el excremento de un buey. Bajo las mantas están tus hermanos

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agazapados en la lágrima de su propio calor. Este fuego es su fuego, y es mi fuego también, este fuego es su hambre con las alas de mosca. Un hombre se come la cara de un hombre. Yo, mi padre, el padre de mi padre. (de Las jaulas)

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No conozco el río, alguien acaba de llegar. Una noche de gas, las linternas vivas en el ojo del ebrio, el corazón entra de puntillas en la cabaña de la mala fe. Ven a la explanada, en la explanada hay luna, uña de hoguera triste, boca muerta y guijarro. o sé dónde te escondes, la casa de mi mente está vacía, la casa de tu mente es un viejo dormido con la jaula del pájaro. Hay luz dentro del árbol que derrama en secreto su propio centro frío, su propia habla que no pide disculpas.

y tú, mi dulce muerta, en tu viñeta absurda, cantas, saltas del agua, y tu cantar infunde la demencia en mis ojos. Alguien acaba de llegar, un caballo en un puño, en el otro la sal que se orina en la niebla. (de Los pobladores del entresueño)

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David Bustos (1972)

Exilio en Tánger Una lata de bebida pateada por el viento. El viento que nos patea el culo, la mantis que se agrieta. The sheltering sky. y Tánger es un cuarto olvidado por las hormigas. y la lata que insiste en rebotar en el viento y las homigas Que se untan la lengua con el dedo.

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Peces de colores Mover la mano en la pecera no quiere decir atrapar un pez si se advierte que los peces jamás cierran sus ojos y el agua pocas veces sube aunque hay versos ascendentes en la caída secos en el golpe en el instante del papel. Pero observen cómo huyen los peces cómo nos jabonan la existencia. Nos reducen a especies intencionales a palos de ciego a oído batiéndose en ondas estremecedores sectores óseos musicales aciertos en la partitura mojada y cada vez más borrosa de la letra. Los peces de colores ya no existen. Las orillas se secaron demasiado pronto. y luego otras orillas menos auspiciosas sedimentaron o sea que cedimos del pantano a la greda y de la greda a unos tiestos de vidrio que orgullosamente portamos en las peores temporadas de sequía. Decía que los peces de colores no existen: ¿Has visto un pez de color untando el cristal con su nariz? ¿Has puesto tu mano sobre el vidrio mojado? ¿Has llegado a vislumbrar el reflejo de tus ojos en sus ojos?

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En la ruta de las hormigas

Uno Vivíamos en la pensión de los imbéciles durante las tardes nos prestábamos calor y abríamos latas de cerveza. Dos El picoteo del lenguaje en tu cabeza. El inglés y el español se disputaban un trozo de pan. Mientras bostezo (un alarido del alma): rastreo el eslabón de tus pechos el surco inagotable de la letra.

Tres Las hormigas de las lápidas rastrearon nuestro nicho de amor la geometría del cuerpo a cuerpo acechada por la flecha del ojo en el blanco del instante.

Cuatro y ahora comienza el silencio -me dijiste

y grabarnos nuestras huellas contra la opacidad.

Cinco Nada termina cuando todo se agita por dentro.

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Seis No te culpo: en este país nos acostumbramos a esperar. La frontera está demasiado lejos cuando uno piensa en la ruta de las hormigas.

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Interrupción del diálogo del deseo Estoy sentado a la diestra del Dios que incendió el mar en una sola noche y le pregunto cómo es eso: lo de las brasas. Cómo encienden con el viento Cómo se camina descalzo Cómo se evitan los puertos. (Inédito)

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