Maximilien Robespierre Por La Felicidad y Por La Libertad Discursos

MAXIMILIEN ROBESPIERRE POR LA FELICIDAD Y POR LA LIBERTAD M A X I M I L I E N ROBESPIERRE POR LA FELICIDAD Y POR LA

Views 96 Downloads 7 File size 13MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

MAXIMILIEN ROBESPIERRE

POR LA FELICIDAD Y POR LA LIBERTAD

M A X I M I L I E N ROBESPIERRE

POR LA FELICIDAD Y POR LA LIBERTAD Discursos Selección y presentación de Yannick Bosc, Florence Gauthier y Sophie Wahnich

EL VIEJO TOPO

©Yannick Bosc, Florence Gauthier y Sophie Wahnich Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural/El Viejo Topo Diseño: Miguel R. Cabot ISBN: 84-96356-47-7 Depósito legal: B-40449-05 Imprime: Trajéete Impreso en España

INTRODUCCIÓN

ACTUALIDAD DE U N H O M B R E POLÍTICO IRRECUPERABLE

"¡El hombre ha nacido para la felicidad y para la libertad y en todas partes es esclavo e infeliz! ¡La sociedad tiene como fin la conservación de sus derechos y la perfección de su ser; y por todas partes la sociedad lo degrada y lo oprime! ¡Ha llegado el tiempo de recordarle sus verdaderos destinos! ROBESPIERRE,

10 de mayo de 1793

Después del 9 de thermidor del año 11-27 de julio de 1794, no solo el discurso antirrobespierrista no se ha arrugado, sino que por el contrario, parece haber ganado en legitimidad y llega a imponerse como prueba de modernidad, o incluso como evidencia. En el bicentenario de la ejecución de Robespierre, una revista de historia de gran tiraje' le consagró un dossier y lo intitulo Retrato de un tirano. Si bien algunas de las contribuciones de este dossier son prudentes, los títulos de la redacción y el contenido de los artículos reproducen y actualizan el registro referido: loco, monstruo, fanático, jefe de secta, narcisista, delirante, sanguinario, paranoico, misógino, pero también —puesto que la monstruosidad podría encubrir la genialidad—, banal, apagado, pequeño-burgués, mediocre: "Los discursos de Robespierre son lamentables" afirma Pierre Chaunu. Podríamos pararnos aquí y concluir que, como se sospechaba, Robespierre no gusta a la derecha. Pero estos juicios se han transformado en hegemónicos. Un cuadro de lectura actualmente ordinario hace de Robespierre el padre del estalinismo, incluso de los totalitarismos contemporáneos^. Y si Stalin es Hitler, no estamos finalmente lejos del maravilloso sofisma que realice la cuadratura del círculo: en dos siglos Robespierre habrá sido convertido en el

1. L'Histoire, n" 177, 1994 2. Ibid., p. 50.

ancestro de sus enemigos. De forma concomitante, este discurso se acompaña de la revalorización del periodo thermidoriano: ataviado de las virtudes de la libertad, del realismo contra la ideología, se le pone en paralelo con la desestalinización. Desde 1989, fecha inesperada, los acontecimientos parecen justificar que la era postrobespierrista sea leída como post-soviética. Jean-Baptiste Say, uno de los padres fundadores del liberalismo económico, estima que la "sociedad no debe ningún socorro, ningún medio de subsistencia a sus miembros"'. En 1795, un año después de la muerte de Robespierre, Say subraya el peligro que representa la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. El principal argumento de este "liberal" consiste en estigmatizar el potencial subversivo de un texto que empuja a los hombres a resistir a la opresión y que fue el instrumento de Robespierre: "Acaso no decía él, dirigiéndose a las tribunas de la Asamblea: pueblo, te traicionan, retoma el ejercicio de tu soberanía"". El juicio de Say sobre Robespierre no sorprenderá. Pero es curioso que la opinión sobre el tirano vaya asociada con el temor ante una Declaración que hoy es el símbolo del "liberalismo". Esto no es una singularidad de Say, sino el discurso común a aquellos que, en 1795, denuncian a Robespierre y el peligro de la Declaración. Boissy d' Anglas, una de las figuras mayores del periodo thermidoriano, describe el Terror como la tiranía de la anarquía, lo acusa de haber sido nefasto para la prosperidad: el "rico era sospechoso", "el pueblo deliberando constantemente", "la oposición organizada", el ejecutivo débil, el derecho de insurrección reconocido —curioso sistema totalitario este "desorden" en que los hombres se levantan cuando sus derechos no son respetados. Al agitar el espectro de Robespierre como espantajo para justificar la política de exclusión termidoriana^ el retorno a la

3. Cours complet d'économiepolidcjue, t.II, 1852, p. 358. 4. Décadephilosophique, 20 messidor an III-8 de julio de 1795, n° 44, t.4, p. 79 y siguientes. 5. Exclusión en efecto, ya que el acceso al ejercicio de la ciudadanía fue a partir de entonces condicionado por criterios de riqueza, de cultura; los iletrados o los poco letrados no podían votar.

libertad económica y al colonialismo, Boissy d'Anglas hace una descripción ciertamente hostil, pero globalmente fiel de las concepciones robespierristas. Para los enemigos de Robespierre su "tiranía" está caracterizada por la amplificación de los "fermentos anárquicos" que, dice Boissy d'Anglas, están ya presentes en la declaración de 1789. El terror de la Declaración empieza pues con la Revolución y la sangre del Terror ha sido un buen instrumento para deshacerse de esta Declaración. Recordemos en efecto que el 9 de termidor del año 11-27 de julio de 1794, uno de los argumentos mayores de los thermidorianos frente a Robespierre es el uso desmesurado que él habría hecho del Tribunal revolucionario después de la ley del 22 de prairial del año 11-10 de junio de 1794. La imagen de bebedor de sangre fue forjada muy pronto por los mismos que no dejaron de hablar del Terror como de una dictadura bárbara pero rechazaron que se pudiera hacer la historia de este tiempo, falsificando las pruebas y haciéndolas desaparecer''. Ellos prefirieron construir la memoria horrorizada de la Revolución francesa sobre un imaginario mortífero de sangre y sexo. Terror de la Declaración, el término no es demasiado fuerte y es el que emplean los miembros de la diputación de Santo Domingo cuando rinden cuentas a sus comitentes: "Nuestra circunspección en ver a los estados generales transformarse en Asamblea Nacional se ha transformado en una especie de terror cuando hemos visto la Declaración de los derechos del hombre poner como base de la Constitución la igualdad absoluta, la identidad de los derechos y la libertad de todos los individuos"^. En cuanto a la sangre del 6. Tallien, cuando se abre el debate sobre la acusación de los cuatro grandes culpables (12 y 13 de fructidor del año 11-29 y 30 de agosto del 1794) propone así que "todos consientan en hacer desaparecer las pruebas que pueden llevar a resultados tan molestos", propone esconder definitivamente el papel que él pudo jugar rechazando que la posteridad pudiera hacer la historia de ese periodo algún día. Por el contrario, los acusados reclamaron dejar a la posteridad el trabajo de hacer est.i historia, contra los juicios inmediatos que transforman en crímenes las decisiones adoptadas por la Convención durante el periodo del Terror. 7. Archivos nacionales, AD XVIII c 118, ch. 30, "Carta de la diputación de Sanio

Terror, y más precisamente del gran Terror, que se extiende desde la ley del 22 de prairial del año 11-10 de junio de 1794 al 9 de termidor del año año 11-27 de julio de 1794, es de 1.366 muertos en dos meses. Cuando Tires reprime la Comuna de París hace ejecutar 23.000 insurgentes^ solamente en la Semana sangrienta. En el campo de Satory donde los oficiales versalleses amontonan a los vencidos, las prisioneras que llegan declaran: "el terror es más fuerte que nunca". Sin embargo, como subraya Jean-Pierre Faye', no con la represión de la Comuna de París, si no más bien con la Revolución fi'ancesa, adquirió la palabra terror su resonancia histórica. Paradoja. Tanto más cuando los útiles institucionales del Terror sirven a los thermidorianos. Ni el Tribunal revolucionario ni el Comité de Salvación pública, ni el Comité de seguridad general son desmantelados en thermidor, puesto que resultan indispensables para ejecutar la represión política de los actores "robespierristas" del año II. Desde este punto de vista, Thermidor no es una salida del terror, sino su continuación con otros protagonistas, con otros vencedores y con otros vencidos, un cambio de proyecto político y no un cambio de medios políticos'". Todo lo cual aconseja no abordar Robespierre como una curiosidad protoestaliniana y no retomar sin reflexión la imagen thermidoriana del "bebedor de sangre". Al recorrer esta selección de discursos, se constatará que la revolución francesa se atiene totalmente a la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano votada en 1789 y sobre todo que el esfuerzo de Robespierre consistió en defender el espacio político cons-

Domingo a sus comitentes', 11 de enero de 1790, reeditada en La Révolution frangaise et l'abolition de l'esclavage, París, EDHIS, 1968, t. VIII, p. 25. 8. Es la cifra mínima. Louise Michel habla de 35.000 muertos "confesados oficialmente", pero de 100.000 muertos efectivos. 9. Jean-Pierre Faye, Dictionnairepolitique, portatif en cinq mots, demagogie, terreur, tolerance, répression, violence, París, Gallimard, 1982, pp. 101-150. 10. Sobre este punto remitimos a Fran^oise Brunel, Thermidor, la chute de Robespierre, Complexe, 1989, y a Broni,slaw Baczko, Comme sortir de la Terreur, Thermidor et la Révolution, París, Gallimard, 1989. Se puede consultar también la tesis de Yannic Bosc, Le conflict des libertes, Thomas Paine et le débat sur la déclaration et la constitution de Tan III, Aix-en-Provence, département d'histoire, 2000.

10

tituido por este texto". Este esfuerzo fue el de un político "completo". Puesto que Robespierre, contrariamente a la leyenda anti-robespierrista, no es un simple retórico, incapaz de actuar. Legisladorfilósofo, ocupa una tras otra posiciones de político reputadas hoy en día como inconciliables. Representante electo en la Constituyente, constituye un modelo de diputado del que hoy en día podríamos sentir nostalgia: no obedece a las consignas de voto de ningún partido, pero expresa su sentir de lo que está bien y de lo justo y trata de convencer a una Asamblea que no deja de debatir hasta que el conjunto de los puntos de vista han sido anunciados y confrontados'^. La elocuencia era entonces un arma. Permite a Robespierre proponer los problemas teóricos que los otros Constituyentes esquivan, los de una verdadera práctica democrática conforme a los principios del derecho declarado. Da testimonio también de una concepción singular de defensor de la constitución, es decir de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, de los principios. Miembro de los Jacobinos, para él no se trata de adherirse, como se haría hoy, a un partido, si no de mantenerse en el lado izquierdo. El lado izquierdo es ciertamente, en primer lugar, el que se ha constituido en la Asamblea: los que defendían los avances revolucionarios contra el conjunto de los conservadores, se reagrupaban a la izquierda. La noción de Montaña le da enseguida una figura expresiva. Ella es la "fortaleza de los Derechos del hombre" y, según la expresión de Chaumette, el "Sinaí de los franceses"". 11. Es lo que explica Alphonse Aulard: "La revolución consiste en la declaración de los derechos redactada en 1789 y completada en 1793, está en las tentativas hechas para realizar esta declaración; la contrarrevolución son las tentativas para impedir a los franceses conducirse segiin los principios de la declaración de derechos, es decir, según la razón iluminada por la historia". Histoire politique de la Révolution fran^aise, París, Colin, 1901, p. 782. 12. Esta potencia política propia del diputado ha inducido a hablar, respecto de la Asamblea legislativa, de Parlamento de la elocuencia, donde los discursos eran enteramente actos políticos capaces de desplazar la opinión. Nicolás Rousselier, que ha trabajado sobre esta forma de trabajo político, ha puesto fecha al final de esta forma de acción parlamentaria: después de la Primera guerra mundial. Nicolás de Rousselier, Le Parlement de l'éloquence, PFNSP, 1997 13. Expresión pronunciada el 5 de septiembre de 1793 y reproducida en Le Jour-

11

Los que son de la Montaña hacen el esfuerzo de efectuar su difícil ascenso, nunca realizado completamente. Los derechos del hombre y del ciudadano son como un acantilado árido que domina la vida de aquel que se mantiene en el lado izquierdo. Presidente de sesiones, escuchado desde esta tribuna de debates políticos cotidianos, aplaudido, Robespierre hace posible un discurso radical al que la asamblea no deja espacio. Durante los años de la Asamblea legislativa, tras haber rechazado que los Constituyentes se transformen en legisladores y haberlo conseguido, el Club se transforma en el lugar donde ejercita su inteligencia política. Hay que poner en guardia al pueblo y traducir sus emociones y reivindicaciones, responder a sus detractores. Defensor de la soberanía del pueblo, portavoz de este pueblo, es parte del pueblo y habla la lengua del pueblo'"*. Miembro de la Convención, teórico del gobierno revolucionario, miembro del Comité de Salvación Pública, se encuentra en un momento en que cada situación política es indescifrable y obliga a apostar por lo imposible. Es un actor en el sentido fuerte del término, el que toma las decisiones en situaciones de difícil decisión: "En circunstancias tan tormentosas hemos sido guiados más por el amor al bien y por el sentimiento de las necesidades de la patria que por una teoría exacta y por reglas precisas de conducta"". Las lógicas del terror en acción no son efectos de la aplicación de una razón fría, sino efectos de la aplicación de lo decisivo, del buen momento para actuar. El arte político del terror es el de la apuesta intuitiva sobre la acción que conviene para llevar a buen puerto el bajel revolucionario y fundar la República. La inteligencia es imprescindible para evitar la guerra civil, pero también la apatía o la congelación de la revolución, por retomar la metáfora de Saint-Just. "Si no hace falta más que coraje o un exceso de desesperación para emprender una revolución, es necesaria tanta perseverancia como sabiduría para conducirla bien".

nal de la Montagne, 6-7 de septiembre de 1793. 14. Sobre la lengua del pueblo remito a Jacques Guilhaumou, La Languepolitique révolutionaire, París, Meridiens Klincksieck, 1989. 15. 17 de pluvioso-4 de febrero de 1794, sobre los principios de moral política.

12

declaraba Billaud-Varenne el 1° de floreal del año 11-20 de abril de 1974. El arte de mantener firme el timón del bajel no le es sin embargo confiado jamás a un ejecutivo separado, y el propio Robespierre fijndamenta la legitimidad de este arte político en tanto que miembro del poder legislativo. Aunque la noción de dictadura tiene siete vidas como los gatos, es obligatorio reconocer de inmediato que el Comité de Salud Pública es una emanación del poder legislativo. La asamblea prorroga cada mes este Comité encargado de controlar al ejecutivo votando nominalmente cada uno de sus miembros. El objetivo central de los revolucionarios en materia de distribución de los poderes es subordinar sin reserva el ejecutivo al legislativo. El poder legislativo es el poder supremo, la verdadera potencia soberana. Este objetivo fue mantenido con firmeza durante el periodo del Terror. Por el contrario, el poder totalitario del Estado total teorizado, por ejemplo por Gentile en Italia en los años 1920, apunta a la subordinación absoluta del poder legislativo al poder ejecutivo. El poder supremo es, en este caso, el poder ejecutivo. Dos siglos después de estos acontecimientos se nos dice que liberalismo económico y derechos del hombre y del ciudadano hacen buena pareja. Participando de esta ideología estándar, la historiografía dominante, que ha mantenido la actitud de denunciar la "dictadura de Robespierre", ha olvidado, en cambio, el contenido "anarquista" de la Declaración que atemorizaba a Jean-Baptiste Say. Leer a Robespierre permite reencontrar la virtud perdida. Pero no nos equivoquemos: si defender el principio de los derechos del hombre se ha hecho tan políticamente correcto hoy en día, es porque el régimen de la política que se despliega en su defensa no tiene ya gran cosa que ver con el régimen de soberanía democrática inventado en 1789. Entonces era el pueblo quien se transformaba en depositario único de la soberanía y Robespierre lo llama, a menudo, el soberano. El pueblo, es decir, aquellos que ordinariamente son excluidos de la política por las diferentes formas de la aristocracia de los ricos, pero también el pueblo en su sentido constitutivo de la política, como principio de inclusión ilimitado. La universalidad de los ciudadanos como pueblo no puede confundirse jamás 13

con el conjunto de los nativos. Un pueblo no es un rebaño. El "pueblo" de la Revolución francesa es una categoría política que remite al principio de división, constitutivo del régimen democrático"^. Si con la Revolución francesa "miseria y exclusión aparecen por primera vez como un escándalo totalmente intolerable", "nuestra época (el proyecto democrático-capitalista). No es otra cosa que la tentativa implacable y metódica de colmar la escisión que divide al pueblo, eliminando radicalmente al pueblo de los excluidos"'^. La alianza del liberalismo económico y de los derechos del hombre, que además no son ya derechos del ciudadano, no es la figura de la soberanía democrática, sino la de lo biopolítico. Michel Foucault definió la biopolítica como la gestión estatal de los cuerpos humanos en tanto que están vivos, la gestión de la vida natural en detrimento de la construcción de la vida política y de las relaciones sociales y morales que implica'\ Lo humanitario da testimonio de esta forma contemporánea de la biopolítica. Se trata en efecto de salvar los cuerpos pretendiendo que estos cuerpos sufrientes pueden ser aprehendidos sin ocuparse de las causas que han ocasionado su sufrimiento. Toda catástrofe política puede ser rebajada a catástrofe natural. El espacio político coincide con el espacio de la vida natural. A partir de ahí uno puede dispensarse de asociar los derechos del hombre, los derechos del ciudadano. "El espacio de la vida desnuda ya no es situado como el origen al margen de la organización política, sino que acaba progresivamente por coincidir con el espacio político, donde exclusión e inclusión, exterior e inte-

16. Sobre la definición de la democracia y la cuestión de la división constitutiva del pueblo, remitimos por un lado a Jacques Ranciére, La Mésenteme, París, Galilée, 1995, por otro lado a Nicole Loraux, La Citédivisée, París, Payot 1997. Uno y otra muestran que la democracia supone no un régimen consensual sino la capacidad de poner en escena la toma del poder de los que no tienen parte sobre aquellos que ordinariamente están autorizados a tomar parte en la política. Si esta expresión de la división se borra, la democracia, como toma del poder por parte del demos, se borra también. 17. Giorgio Agamben, Moyens sans ftns, París, Rivages, 1995, p. 45. 18. Michel Foucault, La Volante de savoir, París, 1976; II faut defendre la société, París, 1996.

14

rior, bios y zoé''\ derecho y hecho, entran en una zona de indiferenciación irreductible"^". Este espacio de la indiferenciación absoluta es el espacio de los Estados totalitarios. Mientras que la tarea de la soberanía democrática consiste en mantener la vida desnuda al margen del espacio político —aunque estuviera en su origen—, y constantemente desplazar la división del pueblo, es decir, desplazar lo que los revolucionarios llamaban el lado derecho y el lado izquierdo de la política, sin tratar de abolirlos, el trabajo totalitario de la biopolítica consiste en borrar esta división del pueblo y en hacer que "la vida desnuda" recubra todo el espacio político. Así pues, por esta doble razón, combatimos la tesis de la Revolución francesa como matriz de los totalitarismos. La revolución francesa subordina constantemente el ejecutivo al legislativo; es un régimen de soberanía y no un régimen de biopoder. De hecho, hoy ya no estamos en espacios públicos de soberanía democrática. Por ello se hace difícil trasladar sin mediación los conceptos de Robespierre, y más en general los de las Revolución francesa, a nuestro campo político. Esto sería ilusorio. Estos conceptos, sin embargo, no están caducos. Son referencias que autorizan a imaginar que es posible tener otros objetivos políticos más allá de salvación de los cuerpos. ¿Cuál es la mediación que puede devolver a los enunciados de Robespierre la actualidad de su virtud? La del acontecimiento. El hundimiento del comunismo, al trabajar nuevamente la historia, ha reactivado simultáneamente recursos políticos que el discurso de la guerra fría enmascaraba e intentaba eliminar. En los años 1980 Frauíjois Furet podía escribir "la revolución francesa ha terminado". El tiempo en que la política se ejercía a través de la historia de la Revolución francesa, o sea, en buena medida, con o contra Robespierre, parecía cumplido. Pero es posible responder a Franíjois

19. En griego, zoé expresa el simple iiecho de vivir y es un término común a los animales, a las plantas, a los humanos y a los dioses, mientras que bios indica la manera de vivir propia de un individuo o de un grupo. 20. Giorgio Agamben, Homo sacer, París, Le Seuil, 1997, p. 17.

15

Furet. Alain Badiou afirma, por ejemplo, que "la cuestión del universalismo político depende enteramente del régimen de fidelidad o de infidelidad que se mantiene no respecto de esta o aquella doctrina, sino con respecto a la Revolución francesa, o a la Comuna de París o a Octubre de 1917, o a las luchas de liberación nacional, o al Mayo de 1968. A contrario, la negación del universalismo político, la negación del propio motivo de la emancipación, exige algo más que una simple propaganda reaccionaria. Exige lo que se debe llamar un revisionismo del acontecimiento. Por ejemplo, el trabajo de Furet para establecer que la Revolución francesa fríe completamente inútil e infecunda"^'. Pero si existe una fecundidad de la Revolución francesa, no cabe buscarla del lado de la política estatista, sino del lado de los movimientos de emancipación. "Los acontecimientos de la Revolución francesa inauguran una modernidad que no puede encontrar su norma y su conciencia de sí, si no es en ella misma. Esta es la apuesta sobre la actualidad de la Revolución francesa"^^. Para Jacques Guilhaumou "el acceso a la Revolución francesa en la actualidad" no debe ser considerado como una desviación, si no el retorno legítimo de un dato, de una creatividad, de una serie de acontecimientos siempre disponibles en contra del actual estado de cosas"''. Al respecto una cuestión retorna permanentemente: "¿qué queda hoy de una política en movimiento, de su potencial de emancipación para la sociedad en su conjunto?"-"* Los movimientos sociales internacionales actuales indican una simpatía de aspiración y una práctica política que reúne, tras dos siglos de separación, a los defensores de la "igualibertad"": La libertad al servicio de la humanidad y no de algunos.

21. Alain Badiou, "Huit théses sur runiversel", Universel, Singulier, Sujet, Jelica Sumic ed. París, Kimé, 2000, p. 13 22. Jacques Guilhaumou, La Parole des sans. Les mouvements actuéis a l'épreuve de la Révolution frangaise, París, ENS éditions, 1998, p. 18 23. Ibid 24. Ibid 25- Etiennc Balibar. "Droits de l'Homme et droits du citoyen, la dialectique moderne de l'égalité et de la liberté", Actuel Marx, 1990, n° 8, pp. 13-44. (Nota del traductor: he traducido "cgaiiberté" por "igualibertad").

16

Entonces, lejos de ser contradictoria con la libertad, la igualdad es la consecuencia de respetarla. En efecto, para que la libertad de cada uno sea respetada, es necesario que todos los hombres tengan un derecho igual a esta libertad, que la libertad de uno no se inmiscuya en la del otro. Por ello, la igualdad y la libertad son recíprocas. No hay una revolución de la libertad y una revolución de la igualdad, las dos son indisociables. La Revolución francesa es la de la iguaübertad. Las libertades individuales no forman un capítulo separado de los derechos colectivos, como se dice en nuestros manuales de educación cívica. Robespiere lo enuncia claramente: "Hay opresión contra el cuerpo social cuando uno solo de sus miembros es oprimido. Llay opresión contra cada miembro cuando el cuerpo social es oprimido: cuando el gobierno oprime al pueblo, la insurrección del pueblo entero y de cada una de sus porciones es el más santo de los deberes; cuando la garantía social falta a un ciudadano, forma parte del derecho natural que éste se defienda por sí mismo. En uno u otro caso, sujetar a formas legales la resistencia a la opresión es el último refinamiento de la tiranía"^*^. Esta iguaübertad no concierne únicamente a las relaciones entre ciudadanos de un mismo pueblo, también funda las relaciones entre los pueblos. En efecto, cada pueblo tiene el derecho de darse la constitución que elija a condición de que ésta respete las obligaciones del principio universal del derecho y de la reciprocidad que éste comporta. Nadie tiene el derecho de impedir a un pueblo que "recupere sus derechos" y que salga del sometimiento. El derecho de gentes viene así a limitar el derecho de los Estados particulares, la Revolución francesa pone los fundamentos de un derecho universal, o cosmopoiítico, que impide la conquista, el colonialismo y el imperialismo. Robespierre formaliza explícitamente sus implicaciones: "Los hombres de todos los países son hermanos y deben ayudarse en la medida que puedan del mismo modo que los ciudadanos de un mismo estado. Aquel que oprime una sola nación se declara enemigo de todas. Aquellos que hacen la guerra a un pue26. Proyecto de Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de! 24 de abril de 1793.

17

blo, para detener los progresos de la libertad y aniquilar los derechos del hombre, deben ser perseguidos en todas partes, no como enemigos ordinarios, sino como asesinos y bandidos rebeldes. Los reyes, los aristócratas, los tiranos, sean quienes sean, son esclavos que se revuelven contra el soberano de la tierra que es el género humano, y contra el legislador del universo que es la naturaleza"'*^. Hoy se presenta el "Estado jacobino centralizado"^^ este viejo Estado-nación que felizmente desaparece, como obstáculo contra lo universal. La leyenda de una continuidad de la forma estado de Luis XIV a nuestros días, forma que se habría afianzado notablemente durante el periodo revolucionario, es particularmente tenaz. Pero no solo la Revolución francesa no inventa esta forma política propia del siglo XIX sino que la combate, afirmando la igualibertad de los ciudadanos y de los pueblos. La nación soberana no es el obstáculo que impide el advenimiento de una sociedad de las naciones, sino que la hace posible fuera de toda hegemonía imperialista^'. La igualdad como reciprocidad de la libertad produce un efecto subversivo de la verdad, establece que cada uno tiene el derecho de hacer política y que las relaciones de dominación entre los pueblos son contrarias al derecho. Derechos del hombre, declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, ciudadanía, exclusión, voto, sin papeles, sin domi-

27. ídem. Sobre estas implicaciones remitimos a Florence Gauthier, Triomphe et mort du droit naturel en Révolution 1789,1795,1802, París, Kimé, 1998.; Sophie Wahnich, L'impossible Citoyen, Létranger dans le discours de la Révolution fran^aise, París, Albin Michel, 1997; Marc Belissa, Fraternité universelle et intérk national, 1713-1795, París, Kimé, 1998. 28. Este concepto no existe en el siglo XVIII y hay que esperar a la victoria de Jean-Baptiste Say y consortes para verlo florecer. Por esto en la presente edición de los Discours hemos decidido mantener, contra el Estado-nación del siglo XIX, el estado del XVIII. Baudelaire en "L'Ésprit et l'style de M. Villemain" luchaba ya contra un "gusto de servilismo incluso en el uso inmoderado de las mayiísculas: el estado, el Ministro, etc.. etc", Baudelaire, Oeuvres completes, París, 1961, p. 764. 29. Kant, en su Project de paix perpétuelle sintetizó admirablemente los proyectos y las experiencias revolucionarias, desde 1795. Edición en español: "Sobre la paz perpetua", Tecnos, Madrid, 1996.

cilio fijo, sans-culotte, responsabilidad, corrupción, igualdad, liberlad, liberalismo, especulación, acaparamiento, redistribución, renta mínima, derecho a la existencia, cosmopolítica, humanidad, mundialización, conquista, guerra... jugar a enredar las palabras de la actualidad y de la Revolución francesa es cómodo. Hoy, como en 1789, en estos dos momentos en que se espera ver emerger formas [lolíticas nuevas, se plantea la misma cuestión: ¿por qué los homlires se reagrupan en sociedad y cuál debe ser la relación de estos hombres entre ellos? En otros términos: ¿sobre qué se puede fundar una sociedad nueva? El sentido común y Robespierre responden, contrariamente a Jean-Baptiste Say, que las sociedades humanas existen para que los derechos del más débil de entre los hombres sean garantizados, cosa que Robespierre llama economía política popular y el sentido común justicia.

19

I AFIRMAR LOS PRINCIPIOS DE LA SOBERANÍA DEL PUEBLO

C O N T R A EL RÉGIMEN CENSITARIO "LA SOBERANÍA RESIDE EN TODOS LOS INDIVIDUOS DEL PUEBLO"

22 de octubre de 1789, a la Asamblea Constituyente

La revolución campesina del "Grande Peur"^ da la medida de la esperanza del verano de 1789; los debates de la Constituyente en otoño ¡ít de la decepción. Una vez pasó la emoción, la estrategia de la mayoría de la Asamblea consiste en efecto en esquivar las obligaciones legislativas contraidas "bajo el resplandor de los castillos incendiados" (Marat). Los días 20 y 22 de octubre de 1789, los Constituyentes debaten así las cualidades requeridas para acceder al voto y a la eligibilidad. El .'2 de octubre, Robespierre -^minoritario como era habitual, aquí con (i'regoire, Duporty Defermon— se opone a la condición de censo planteada por el Comité de constitución. Se apoya en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano a fin de mostrar lo absurdo del censo y las contradicciones de una Asamblea que ha votado esta declaración dos meses antes (26 de agosto). Denuncia una concepción política en la que el derecho es medido por la riqueza^. Contra el fisiócrata Dupont de Nemours, que sostiene que para "ser elector es preciso tener una propiedad", Robespierre rechaza la idea de que una sociedad política sea una sociedad por acciones, que el interés de aquel que posee represente el interés del conjunto de la sociedad. Según Robespierre, todos

1. Gran Miedo. En francés, nombre con que se designó la revuelta campesina de julio de 1789 que acabó con el feudalismo, obligando a la Asamblea Constituyente .1 derogarlo (nota del traductor). 2. Ver en particular el discurso sobre la organización de la Guardia Nacional de 1 8 de diciembre de 1790 y sobre el marco de plata de abril de 1791.

23

los individuos del pueblo detentan de pleno derecho el poder. Ellos deben ejercerlo y ser representados. Contrariamente a los lugares comunes de la historiografía, Robespierre no razona a partir de un pueblo abstracto (el Pueblo) sino sobre la base de los derechos del hombre, es decir de cada uno de los seres humanos que componen el pueblo. Cuarta cualidad para la eligibilidad': "Pagar un impuesto directo por un importe del valor local de tres jornadas de trabajo". El Señor Abate Grégoire ataca este artículo; teme la aristocracia de los ricos, hace valer los derechos de los pobres, y piensa que para ser elector o elegible en una asamblea primaria, es suficiente ser buen ciudadano, tener un juicio sano y un corazón fi'ancés. El Señor Duport. He aquí una de las cuestiones más importantes que tenéis que decidir. Es preciso saber a quién otorgaréis y a quién rehusaréis la cualidad de ciudadano. Este artículo tiene en cuenta la fortuna que no es nada en el orden de la naturaleza. Es contrario a la declaración de los derechos. Exigís un impuesto personal, pero ¿este tipo de impuestos existirán siempre? ¿No vendrá un tiempo en que únicamente serán sometidas a impuestos las propiedades? Una legislatura, o una combinación económica podría pues, cambiar las condiciones que habéis exigido. El Señor Biauzat. Fijáis en el valor de un marco de plata la cuata del impuesto para ser diputado a la asamblea nacional. ¿Por qué no hacer lo mismo para las otras asambleas? Indicad pues para las asambleas primarias una contribución equivalente a una o dos onzas de plata. El Señor Robespierre. Todos los ciudadanos, sean quienes sean, tienen derecho a aspirar a todos los grados de representación. No hay nada más conforme a vuestra Declaración de derechos, ante la cual todo privilegio, toda distinción, toda excepción deben desaparecer.

3. El Comité de constitución somete a la Asamblea cinco cualidades necesarias para la eligibilidad: haber nacido y haber llegado a ser francés; ser mayor (25 años); estar domiciliado; pagar un impuesto equivalente a tres jornadas de trabajo; no ser criado o doméstico.

24

I ,a constitución establece que la soberanía reside en el pueblo, en lodos los individuos del pueblo. Cada individuo tiene, pues, el derecho de contribuir a la ley por la cual él está obligado, y a la administración de la cosa pública, que es suya. Si no, no es verdad que los hombres son iguales en derechos, que todo hombre es ciudadano. Si aquel que no paga más que un impuesto equivalente a una jornada de trabajo tiene menos derecho que aquel que paga el valor (le tres jornadas de trabajo, aquel que paga la de diez jornadas tiene más derecho que aquel cuyo impuesto equivale solo al valor de tres; y en ese caso, aquel que tiene cien mil libras de renta tiene cien vet es más derecho que aquel que no tiene más que mil libras de renta. Resulta de todos vuestros decretos que cada ciudadano tiene el derecho de contribuir a la ley, y a partir de ahí, el de ser elector o ilegible, sin distinción de fortuna. El Señor Dupont de Nemours. El Comité de constitución ha cometido un error estableciendo distinciones entre las cualidades necesarias para ser elector o elegible. Para ser elegible, la única cuestión es saber si se tienen las cualidades necesarias ante los ojos de los electores. Para ser elector, es preciso tener una propiedad, es preciso tener una casa. Los asuntos lie administración conciernen a las propiedades, los socorros debitlos a los pueblos, etc. Nadie tiene interés si no es propietario; únicamente los propietarios pueden ser electores. Aquellos que no tienen propiedades no son aún parte de la sociedad, aunque la sociedad está en ellos. El Señor Defermon. La necesidad de pagar un impuesto destruiría en parte la causa de la mayoría, puesto que los hijos mayores no pagan impuestos. La sociedad no debe estar sometida a los propietarios o bien se daría nacimiento a la aristocracia de los ricos que son menos numerosos que los pobres. ¿Cómo, por otra parte, podrían someterse a leyes aquellos que no hubieran participado en su elaboración? Pido la supresión de esta cuarta cualidad. El Señor Démeunier polemiza, en nombre del Comité, con las diversas objeciones hechas contra esta condición. No exigiendo ninguna contribución —dice—, se admitiría a los 25

mendigos en las asambleas primarias puesto que ellos no pagan tributos al estado; ¿se podría además pensar que estarían al abrigo de la corrupción? La exclusión de los pobres de la que tanto se ha hablado, no es más que accidental; ella se transformará en objeto de emulación para los artesanos, y esto será aún la ventaja menor que la administración pueda recoger. No puedo admitir que se establezca el impuesto en una o dos onzas de plata. El establecido a partir de un número de jornadas sería más exacto para los diversos países del reino, donde los precios de las jornadas varía con el valor de las propiedades. La redacción del Comité para la cuarta condición es adoptada por la Asamblea Constituyente.

26

SOBRE EL D E R E C H O DE V O T O DE LOS C O M E D L \ N T E S Y DE LOS JUDÍOS "EXPIAR NUESTROS CRÍMENES NACIONALES"

23 de diciembre de 1789, en la Asamblea Constituyente

El 23 de diciembre de 1789, la Asamblea debate la moción de Clermont-Tonnerre mediante la cual pide que las profesiones o cultos no sean motivo de inelegibilidad. Contra el abate Maury que estigmatiza la libertad de costumbres de los comediantes y hace a los judíos responsables de su exclusión, Robespierre reclama la justicia, la expiación de "nuestros crímenes nacionales"para aquellos que han sido excluidos. ¿Se puede ser libre teniendo al lado hombres que, al estar excluidos, no son libres^ Un hombre no será libre si oprime a otro. Así, Robespierre reclama la aplicación del principio según el cual todos los habitantes del territorio francés deben tener los mismos derechos civiles y políticos. Del mismo modo, un pueblo que proclama su libertad no puede oprimir a otro. Si hay opresión, el reconocimiento del crimen y su reparación son necesarios para que un pueblo se constituya como pueblo político, pueblo libre, no simplemente un agregado, un "rebaño"'.

El señor abate Maury. [...] La opinión que los excluye (a los comediantes) no es un prejuicio; por el contrario ella honra al pueblo que la ha concebido. La moral es la primera ley; la profesión del teatro viola esencialmente esta ley, porque sustrae a los hijos de la autoridad paternal. Las revoluciones en la opinión no pueden ser tan 1. Ver el proyecto de Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano del 24 de abril de 1793.

27

rápidas como nuestros decretos. [...] Al decir que los hombres excluidos de las funciones administrativas son infames se ha hecho servir siempre un sofisma; pero vosotros mismos habéis excluido con vuestra constitución a los criados domésticos. Yo únicamente he lamentado verlos en la misma posición de quienes han quebrado, lememos rebajar a las municipalidades en el momento en que debemos crearlas de forma que merezcan el respeto para obtener la confianza. Pasemos a un asunto más digno de esta Asamblea. Señalo de entrada que la palabra Judío designa no a una secta, sino a una nación que tiene sus leyes, que siempre las ha seguido y que desea aún seguirlas. Dar la ciudadanía a los judíos sería como si los Ingleses o los Daneses pudieran llegar a ser Franceses sin carta de naturalización y sin dejar de ser Ingleses o Daneses. [...] Los judíos han permanecido diecisiete siglos sin mezclarse con otras naciones. No han hecho otra cosa que comerciar con dinero; han sido la plaga de las regiones agrícolas; ninguno de ellos ha sabido ennoblecer sus manos empuñando la reja y el arado. La ley c|ue siguen no les deja tiempo para dedicarse a la agricultura; además del sabat, tienen cincuenta y seis fiestas al año más que los cristianos. En Polonia, poseen una gran provincia. ¡Pues bien!, el sudor de los esclavos cristianos riega los surcos donde germina la ()(>ulcncia de los judíos, quienes pesan ducados y calculan lo que pueden sustraer de las monedas sin exponerse a las penas señaladas por la ley, mientras sus campos son cultivados de ese modo. No eran labradores ni bajo el reino de David, ni bajo el de Salomón. Se les reprochaba entonces su pereza: ocupándose únicamente del comercio, eran lo que hoy en día son los piratas berberiscos. ¿Podéis convertirlos en soldados? El celibato les horroriza: se casan muy jóvenes. Aun cuando poseyeran el patriotismo y el valor que los llamaría bajo nuestras banderas, no se sacaría mucha cosa de ellos. No conozco ningún general que quisiera comandar un ejército de judíos durante el sabat; ellos nunca han dado ninguna batalla en ese día, y sus enemigos lo respetaban como ellos. ¿Liaríais de ellos unos artesanos? Sus fiestas multiplicadas y sus días de sabat serían obstáculos insuperables. 28

Poseen doce millones de hipotecas sobre la tierra en Alsacia. En lili mes serían propietarios de la mitad de la provincia; en diez años hi habrían conquistado completamente, no sería otra cosa que una lolonia judía. Los pueblos sienten un odio por los judíos que este engrandecimiento no haría sino hacer estallar. Por su propio bien, no podemos ni entrar a deliberar el tema de su reconocimiento como ciudadanos. No deben ser perseguidos: son hombres, son nuestros hermanos; janatema para quien hablase de intolerancia! Habéis reconocido (¡ue nadie puede ser inquietado por sus opiniones religiosas, y a partir de ahí habéis asegurado a los judíos la protección más amplia. Que sean protegidos como individuos, y no como franceses, puesto que no pueden ser ciudadanos. De lo que he dicho sobre los judíos no debéis concluir que los (.onfundo con los protestantes. Los protestantes tienen la misma religión y las mismas leyes que nosotros, pero no tienen el mismo culto; sin embargo, como ya disfrutan de los mismos derechos, pienso que no hay lugar a deliberar sobre la parte que les concierne en la moción presentada. El señor Robespierre. Todo ciudadano que cumple las condiciones de elegibilidad que habéis prescrito tiene derecho a ejercer las funciones públicas. Cuando habéis discutido estas condiciones, habéis tratado la gran causa de la humanidad. Quien me ha precedido en el uso de la palabra ha querido hacer de algunas circunstancias particulares tres causas diferentes. Las tres están encerradas en los principios, pero, por honor a la razón y a la verdad, voy a examinarlas brevemente. No se podrá decir nunca con éxito en esta Asamblea que una función necesaria de la ley puede ser marchitada por la ley. Es necesario cambiar esa ley, y el prejuicio, al no tener fundamento, desaparecerá. No creo que tengáis necesidad de una ley sobre los comediantes. Los que no son excluidos están incluidos. Sin embargo, es bueno que un miembro de esta Asamblea venga a reclamar en favor de una clase oprimida durante demasiado tiempo. Los comediantes merecerán una mayor estima pública cuando un absurdo prejuicio no se 29

oponga a lo que ellos obtienen: entonces las virtudes de los individuos contribuirán a depurar los ^pectáculos y los teatros se transformarán en escuelas públicas de principios, de buenas costumbres y de patriotismo. Os han dicho cosas infinitamente exageradas sobre los judíos, corrientemente opuestas a la histeria. ¿Cómo se les puede objetar las persecuciones de las que han sido víctimas en diferentes pueblos? Por el contrario, ellas son címenes nacionales que debemos expiar, dándoles los derechos imfrescriptibles del hombre, de los que ninguna potencia humana poiía despojarles. Aún se les imputan vicios y prejuicios, se exagera su espíritu de secta y de interés. Pero, ¿a qué podemos imputarlos si no es nuestras propias injusticias? Después de haberlos excluid) de todos los honores, incluido el derecho a la estima pública, nofeshemos dejado más que los objetos de especulación lucrativa, ¡^volvámoslos a la felicidad, a la patria, a la virtud, devolviéndoles a dignidad de hombres y de ciudadanos; soñemos que jamás puele ser política, que se pueda llamar así, el condenar al envilecimiaito y a la opresión a una nuiliitud de hombres que viven entre n'sotros. ¿Cómo se podría íuiidar el interés social sobre la violación ce los principios eternos tic la justicia y de la razón que son las bas6 de toda sociedad humana?

El 24 de diciembre, la Asamblea 'ota a favor de la admisión de los no católicos a las funciones públicai pero "se reserva el /miniinriarse" sobre el estado de los judías. El 27 desetiembre de 1791, lo\ judíos "son incluidos en el derecho común de tolos los franceses".

30

PODER LOCAL, PODER CENTRAL "¡AH! SI ÉL HUBIERA SIDO UN ENEMIGO DEL PUEBLO, N O ESTARÍA GIMIENDO EN UNA CÁRCEL" 17 de marzo de 1791, a la Asamblea

Constituyente

El 10 de febrero, una diputación de la aldea de Issy-lEvéque (Saóneci-Loire) fue recibida en la Asamblea y pedía la liberación de su alcalde, el cura Carian. Este, portavoz de los aparceros y de los peones, había ¡mimado un comité permanente, creado en octubre de 1789, al final de la gran jacquerie' de julio de 1789. El comité había organizado un verdadero poder municipal popular en las seis comunas del cantón de Issy-lEvéque el cual había decidido la tasación de los precios del grano, la creación de graneros municipales, la recuperación de las tierras comunales usurpadas, la reglamentación de los contratos de arrendamiento en un país de aparcería. Utilizaba para ello eljuez de paz local, que entonces era elegido por el pueblo, y la guardia nacional. En las elecciones municipales de marzo de 1790, Carian fue elegido alcalde. Los ricos le acusaron del crimen poca común de "lesa patria"y lo hicieran encarcelar en agosto. Pero la experiencia de los campesinos de Issy recibió un amplia apoyo popular. En la Asamblea, el informante del asunto propuso no deliberar, forma de dejar al inculpado pudrirse indefinidamente e« la cárcel. Robespierre intervino para recordar a la Asamblea que era ella quien debía declarar si la acusación de crimen de lesa nación había lugar.

1. Jacquerie, nombre despectivo dado por los nobles a las revuelcas campesinas en la edad moderna en Francia. Proviene de Jacques, nombre propio habitual entre los campesinos. Como suele suceder, finalmente acabó definiendo estas revueltas perdiendo el carácter ofensivo (nota del traductor).

31

Carion fue liberado al día siguiente. Es imposible que la Asamblea decrete que no deliberará sobre este asunto; es imposible que por una resolución, prolongue la cautividad de un infeliz detenido desde hace siete meses. Desde hace siete meses, el cura de Issy-L'Evéque ha sido tratado por decreto como criminal de lesa patria. El mismo título de esta acusación os obliga a deliberar sobre su reclamación, puesto que habéis establecido mediante una ley que los crímenes de lesa patria no pueden ser juzgados sino tras un decreto de la Asamblea nacional, que declarase que la acusación ha lugar. ¿Cuál es el fondo del crimen del cura de Issyl'Évéque? No se le reprocha nada que se aproxime a la acusación de lesa patria. Se le reprochan algunos hechos que eran de la competencia de la comuna y de la municipalidad de la que era miembro. Se le reprochan otros que quizás eran extraños a la jurisdicción municipal, y que eran más análogos a las funciones de legislador. Pero más allá de que los hechos no son personales, que son los de la municipalidad de Issy-l'Evéque, ¿qué tienen en conuiti con estos atentados contra la libertad, contra la soberanía del pueblo a los que se aplica la denominación de crimen de lesa nacicMi. ¿C)ué digo?, Todos convienen que sus errores, sean los que sean, tienen como fuente un celo quizás demasiado ardiente, pero puro y generoso, por los derechos del pueblo y por los intereses de la luiinanidad. ¡Ah! Si hubiera sido un enemigo del pueblo no gemiría desde hace siete meses en una cárcel. Quizás nunca habría entrado en ella. ¿Seremos solamente inexorables con los infortunados, con los amigos de la patria acusados de un exceso de entusiasmo por la libertad? No, no hay que agobiar a los ciudadanos sin apoyo cuando tantos culpables, antes ilustres, han sido absueltos. Pido que todos los procedimientos abiertos contra el cura de Issy-l'Evéquc seati declarados nulos, y que sea puesto en libertad.

32

CONTRA LA LEY MARCIAL "SE TRATA DE DESCUBRIR POR QUÉ EL PUEBLO MUERE DE HAMBRE" 21 de octubre de 1789, en la Asamblea

constituyente

El 29 de agosto de 1789, la Asamblea votaba la libertad ilimitada en el comercio de granos. Esta política, intentada ya durante las reformas de 1764y después en 1775, consistía en librar el mercado de subsistencias a los grandes productores y negociantes de granos y harinas, autorizándoles a subir los precios de estos productos de primera necesidad. Pero los salarios no se subían tanto, esta "libertad de precios" castigaba las rentas fijas, y entre ellas, los salarios. Estas experiencias provocaron la indignación de los asalariados pobres que se encontraban incapaces de comprar sus alimentos. Tras dos fracasos sucesivos, la monarquía había renunciado a la experiencia pero desde el principio de la Revolución los economistas arrastraban de nuevo a la Asamblea en la aventura: inspirándose en la experiencia, de Turgot de 1775, la libertad ilimitada del comercio de granos debía acompañarse de medidas represivas para impedir las respuestas populares, que consistían en tasar los precios en los mercados, es decir, bajarlos, ya que las autoridades no lo hacían. El medio de aplicación de la "libertad de comercio" fue la ley marcial, que autorizaba a la fuerza armada a intervenir contra los "motines de tasación" en los mercados'. El establecimiento de la ley marcial necesitaba una puesta en escena minuciosa: se trata de fomentar m.otines para justificar la represión. El

1. Sobre la ley marcial ver Florence Gauthier, Triomphe et mort du droit naturel en révolution, 1789-1802, PUF, 1992.

Universidad Católica de Chile INSTITUTO DE CIENCIA POLÍTICA

33

ministro Necker había preparado una carestía de hecho interrumpiendo el avituallamiento de París. Después, el 21 de octubre, un altercado provocó la detención del panadero Frangois quien, conducido a la Comuna de Paris, fue a continuación entregado por la guardia nacional a la multitud, la cual lo mató. Inmediatamente, en la Asamblea, Barnave y Mirabeau reclamaron la ley marcial. Robespierre interviene para denunciar la maniobra. Su moción fue rechazada y la asamblea votó la ley marcial El Señor Robespierre se ve sobrepasado por la libertad de sus pensamientos Y la energía de sus expresiones: Guiados siempre por el patriotismo más ardiente y más puro, sin embargo, señores, hemos llegado —dijo— al límite de las pruebas más rigurosas; y si vuestro patriotismo pudiera debilitarse, si vuestro coraje pudiera tambalearse, si el terror pudiera sustituir esta heroica firmeza que habéis profesado generosamente... ¡Ah! Seiiores, temblad; en esto estriba de hecho la libertad fi:ancesa. Acaban de pediros soldados y pan; los enemigos del bien público han previsto bien las perplejidades en que vosotros os ibais ,i sumergir, estas perplejidades son su obra; pero, ¿se piensa en ell.is ( uando se os pide la ley marcial? Es como si se os dijera: el pucl)l .m el en el penal de Brest. Ampliamente apoyados por la ojiinión p(i|iiil.ii, li>', i 11. in 1 lulos ohiuvicron el perdón real en diciembre de 1790, pero no liirimi IIIMI.I.IO', |li.r,i.i m.ii/o de 1792! Los jacobinos de París organizaron el 15 de .ibiil ih 1 '').' imi lii M.I iii honor de los presos liberados que desfilaron con su gono lii(i,iii.

46

les tiara el nombre de ciudadanos, quintes; y ante este nombre ellos riiiojecen y se indignan. ()tro escollo para el civismo de los militares es el ascendiente que llegan a adquirir sus jefes. La disciplina conduce a la costumbre de una pronta y entera sumisión a su voluntad; las caricias, virtudes más o menos reales la transforman en devoción y fanatismo; es así • orno los soldados de la República devienen los soldados de Sila, de i'dinpeyo, de César, y no son más que ciegos instrumentos de la )',i,indeza de sus generales y de la servidumbre de sus conciudadanos. l'lntre nosotros será fácil prevenir todos estos inconvenientes. Reiordemos la distancia enorme que debe existir entre la organización lie un cuerpo de ejército destinado a hacer la guerra a los enemigos (le fuera, y la de ciudadanos armados para estar prestos para defender sus leyes y su libertad contra las usurpaciones del despotismo: lecordemos que la continuidad de un servicio riguroso, que la ley ác obediencia ciega y pasiva, que transforma soldados en autómalas terribles, es incompatible con la naturaleza misma de sus deberes, con el patriotismo generoso e ilustrado que debe ser su primer móvil. No intentéis dirigirlos con el mismo espíritu, ni moverlos con los mismos resortes que a vuestras tropas de línea. Ya sea porque en los inicios de la revolución, haya sido necesario, como se ha dicho, hacerlos muy similares al ejército, ya sea por motivos diferentes, o solamente por el espíritu de imitación la razón de que se hayan multiplicado estos estados mayores, estos grados, estas condecoraciones, me parece cierto que este no debe ser el estado permanente de la guardia nacional. Sobre todo, es preciso aplicarse en identificar la cualidad de soldado con la de ciudadano: las distinciones militares las separan y resaltan. Reducid el número de oficiales a la estricta medida de la necesidad. Sobre todo no creéis, en el seno de esta familia de hermanos confederados por la misma causa, cuerpos de élite, tropas privilegiadas, cuya institución es tan inútil como contraria al objetivo de la guardia nacional. Tomad otras precauciones contra la influencia de los jefes. Que todos los oficiales sean nombrados por un tiempo muy corto; yo no quisiera que excediera la duración de seis meses. 47

Que los mandos estén repartidcs, por lo menos, de forma que un solo jefe no pueda reunir diversos distritos bajo su autoridad. Añadid una disposición cuya iriportancia es quizás más grande de lo que parece a primera vista No es fácil imaginar hasta qué punto este espíritu de despotisrro militar, que intentamos extinguir, puede ser fomentado por la costumbre de llevar las marcas distintivas del grado del que se está levestido. En general, todo magistrado, todo funcionario público, fiera del ejercicio de sus funciones, no es más que un simple ciudadaao. Las insignias que recuerdan su carácter no le son otorgadas más cue para el momento en que cumple sus funciones y para la digitaddel servicio público, y no para su condecoración personal; la costunbre de exponerlas en el comercio ordinario de la vida puede pueí ser mirada, de alguna manera, como una suerte de usurpación, como una verdadera falta a los principios de igualdad. Sólo sirve para identificarlo con su autoridad ante sus propios ojos; y no ceo alejarme mucho de la verdad diciendo que estas distinciones exeriores, que los hombres con cargos llevan siempre, han contribudo no poco a hacer nacer en sus mentes el espíritu de orgullo y de vanidad, y en las de los simples ciudadanos esta timidez rampane, esta diligencia aduladora, incompatible también con el carácter de los hombres libres. ¿A quién conviene menos esta vanidad pueril, si no es a los jefes de los ciudadanos-soldados? Defensores de la libertad, no añorareis estos abalorios con que los monarcas fagan la devoción de sus cortesanos. El coraje, las virtudes de los hombres libres, la causa sagrada por la que estáis armados, son vuetra gloria, aquí están vuestros ornamentos Yo no he dicho que estos oficiales deberían ser nombrados por los ciudadanos, porque esta verdad rre parecía demasiado obvia. Tampoco he podido concebir aún la lazón que había podido determinar a vuestros comités de constitución y militar a proponeros una mitad por parte de los ciudadanos y la otra mitad por la administración del departamento. Ellos han partido de un principio; pero si este principio exigía la elección del pueblo, ¿por qué respetarlo en parte y violarlo en parte? O, ¿po: qué decidir una cuestión única basándose en dos principios contndictorios? ¿No es evidente que el 48

ilcrecho de elección pertenece esencialmente al soberano, es decir al pueblo; que no puede ser devuelto a unos oficiales del pueblo cuya autoridad está circunscrita dentro de los límites de los asuntos iidministrativos; que es contradictorio hacer concurrir, con el mismo soberano, a sus propios delegados para la elección de la misma especie de fiancionarios públicos? ¿Qué ventaja se puede encontrar en confiar esta parte de su poder a un pequeño número de administradores? Los que, por el contrario, saben hasta qué punto se está expuesto a la desgracia de ser traicionado o abandonado por aquellos que ejercen su autoridad, por todos aquellos que no son el puel)lo, temerán que la intervención de estas directrices no sirva más que para dar a la guardia nacional jefes enemigos de la causa popular, adecuados para hacer más pesado el yugo militar sobre los débiles ciudadanos, y para servir a los intereses de la aristocracia, monstruo que tiene diversas formas, que los ignorantes creen muerto y que es inmortal. Si llevan sus reflexiones aún más lejos, temerán quizás que este sistema no lleve hasta volver a poner pronto parte de las fuerzas nacionales en manos del poder ejecutivo, cuyo destino fue siempre dominarlo todo y corromperlo todo. Estos inconvenientes no han sido tenidos en cuenta por los dos comités. Me parece que ambos se han equivocado también queriendo prolongar a dos años la duración de las funciones de los oficiales. Y que este peligroso error, sobre todo en el sistema del que acabo de hablar, está suficientemente refutado por los principios que hemos establecido. Por lo demás, por muy importantes que sean las disposiciones que acabamos de indicar, aún no atañen el punto capital de la gran cuestión que debemos resolver; y si yo hubiera debido ignorar alguna de las ideas que parecen ofrecer las primicias al espíritu, las habría dejado de lado para ir derecho al principio simple y fecundo del que ellas sólo son consecuencias. Hagáis lo que hagáis, la guardia nacional no será jamás lo que debe ser, si ella es una clase de ciudadanos, una porción cualquiera de la nación, por muy importante que la consideréis. La guardia nacional no puede ser otra cosa que la nación entera en armas para defender, en caso necesario, sus derechos; es preciso 49

que todos los ciudadanos en edad de llevar armas sean admitidos en ella sin ninguna distinción. Sin eso, lejos de ser el apoyo de la libertad, será su necesaria desgracia. Será preciso aplicarle el principio que hemos recordado al principio de esta discusión, cuando hablábamos de las tropas de línea; en todo estado donde una parte de la nación está armada y la otra parte no lo está, la primera es dueña de los destinos de la segunda; todo poder se aniquila ante el suyo; aún más temible en tanto que ella será numerosa, esta porción será la única libre y soberana; el resto será esclavo. Estar armado para su defensa personal es el derecho de cualquier hombre, estar armado para defender la libertad y la existencia de la patria común es el derecho de todo ciudadano. Este derecho es tan sagrado como el de la defensa natural e individual de la que es la consecuencia, ya que el interés y la existencia de la sociedad están compuestos por los intereses y las existencias individuales de sus miembros. Despojar a cualquier porción de los ciudadanos del derecho a armarse por la patria y darle el derecho exclusivo a la otra porción, es pues violar al mismo tiempo esta santa igualdad que está en la base del pacto social y las leyes más irrecusables y sagradas de la naturaleza. Pero, reparad, os lo ruego, que este principio no consiente ninguna distinción entre lo que llamáis ciudadanos activos y los demás. Que los representantes del pueblo francés hayan creído durante cierto tiempo que era necesario prohibir a tantos millones de Franceses que no son bastante ricos para pagar una cantidad de impuestos determinada, el derecho de asistir a las asambleas donde el pueblo delibera sobre sus intereses o sobre la elección de sus representantes y de sus magistrados; en estos momentos, no puedo hacer otra cosa que prescribirme un silencio religioso sobre estos hechos; todo lo que debo decir es que es imposible añadir a la privación de estos derechos la prohibición de estar armado para su defensa personal o para la de su patria; es que este derecho es independiente de todos los sistemas políticos que clasifican a los ciudadanos, porque se refiere esencialmente al derecho inalterable, al deber inmortal de velar para su propia conservación. Si alguno me respondiese que es preciso tener un tipo o una ex50

tensión determinados de propiedad para ejercer este derecho, no desdeñaría responderle. ¡Eh! ¿Qué le respondería yo a un esclavo tan vil, o a un tirano tan corrompido, como para creer que la vida, que la libertad, que todos los bienes sagrados que la naturaleza ha repartido a los más pobres de todos los hombres no son objetos que merecen ser defendidos? ¿Qué respondería a un sofista tan absurdo como para no comprender que los soberbios dominios, que los goces fastuosos de los ricos, que les parecen únicamente un gran premio, son menos sagrados ante los ojos de las leyes y de la humanidad que la magra propiedad mobiliaria, que el más módico salario al que está unida la existencia del hombre modesto y laborioso? ¿Alguno osará decirme que esas gentes no deben ser admitidas entre el número de los defensores de las leyes y de la constitución, porque ellos no tienen interés en el mantenimiento de las leyes y de la constitución? Como respuesta, le rogaría que me respondiese al siguiente dilema: si estos hombres tienen interés en el mantenimiento de las leyes y de la constitución, tienen derecho, siguiendo vuestros mismos principios, a estar inscritos en la guardia nacional; si no tienen ningún interés, decidme entonces pues qué significa esto, si no es tjue las leyes, que la constitución no habrían sido establecidas para el interés general, sino para beneficio particular de una cierta clase de hombres; que no serían la propiedad común de todos los miembros de la sociedad, sino el patrimonio de los ricos; lo que sería, estaréis sin duda de acuerdo, una suposición demasiado indignante y absurda. Vayamos más lejos: estos mismos hombres de los que hablamos, ¿son, según vosotros, esclavos o extranjeros? ¿O son ciudadanos? Si son esclavos o extranjeros es preciso declararlo con franqueza y no intentar disfrazar esta idea bajo expresiones nuevas y bastante oscuras. Pero no; ellos son en efecto ciudadanos; los representantes del pueblo francés no han despojado de este título a la mayoría de sus comitentes; puesto que se sabe que todos los Franceses, sin ninguna distinción de fortuna o de cotización han concurrido a la elección de los diputados de la Asamblea nacional: aquellos no han podido volver en contra de ellos el mismo poder que habían recibido, arrebatarles los derechos que estaban encargados de mantener y afirmar, y con este hecho negar su propia autoridad, que no es otra que 51

las de sus comitentes; ellos no han podido ni querido hacerlo, y no lo han hecho. Pero si esos de los que hablamos son en efecto ciudadanos, les corresponden derechos de ciudadanía; a menos que esta cualidad no sea más que un título vano y un escarnio. Sin embargo, entre todos los derechos a los que se refiere la idea, encontradme, si podéis, uno solo que le esté más esencialmente unido, que esté más necesariamente fundado sobre los principios más inviolables de toda sociedad humana, que este: si se lo quitáis, encontradme una sola razón para conservarle algún otro derecho. Reconoced pues como el principio fundamental de la organización de la guardia nacional que todos los ciudadanos domiciliados tienen el derecho de ser admitidos en el número de la guardia nacional, y decretad que podrán hacerse inscribir como tales en los registros del ayuntamiento donde ellos paran. En vano querríamos oponernos a estos derechos inviolables pretendidos inconvenientes o quiméricos terrores. No, no, el orden social no puede fundarse sobre la violación de derechos imprescriptibles del hombre que son sus bases esenciales. Después de haber anunciado de una manera tan franca e imponente, en esta declaración inmortal donde los hemos reconstituido, y que fixe colocada a la cabeza de nuestro código constitucional, a fin de que los pueblos estuvieran en condiciones de compararla a cada instante con los principios inalterables que encierra, no fingiremos perpetuamente apartar nuestra vista de ellos bajo nuevos pretextos, cuando se trata de aplicarlos a los derechos de nuestros comitentes y a la felicidad de la patria. La humanidad, la justicia la moral; ahí esta la política, ahí está la sabiduría de los legisladores. El resto no son más que prejuicios, ignorancia, intriga, mala fe. Partidarios de estos sistemas funestos, dejad de calumniar al pueblo y de blasfemar contra vuestro soberano, presentándolo sin cesar como indigno de gozar de sus derechos, malévolo, bárbaro, corrompido; sois vosotros los injustos y los corrompidos; son las castas afortunadas a las que queréis transferir su poder. Es el pueblo quien es bueno, paciente, generoso; nuestra revolución, los crímenes de nuestros enemigos lo atestiguan: mil rasgos recientes y heroicos, que en él son naturales, lo demuestran. El pueblo no pide otra cosa que tranquilidad, justicia, c|iie el derecho a vivir; los hombres poderosos los ricos están ansiosos de distinciones, de tesoros, de 52

voluptuosidades. El interés, el deseo del pueblo es el de la naturaleza, el de la humanidad; es el interés general. El interés, el deseo de los ricos y de los hombres poderosos es el de la ambición, del orgullo, de la codicia, de las fantasías más extravagantes, de las pasiones más funestas para la felicidad de la sociedad. Los abusos que la desolaron fueron siempre obra suya; ellos fueron siempre las desgracias del pueblo. Además, ¿quién ha hecho nuestra gloriosa revolución? ¿Son los ricos? ¿Son los hombres poderosos? Sólo el pueblo podía desearla y hacerla; el pueblo es el único que puede sostenerla, por la misma razón... ¡Y se osa proponernos arrebatarle los derechos que ha reconquistado! Se quiere dividir a la nación en dos clases, una de las cuales solo parecería armada para contener a la otra, ¡como una pandilla de esclavos a punto siempre de amotinarse! ¡La primera clase incluiría a todos los tiranos, a todos los opresores, a todas las sanguijuelas públicas; y la otra clase incluiría al pueblo! Diréis después de esto que el pueblo es peligroso para la libertad: ¡ah!, él será su más firme apoyo, si se la dejáis. Crueles y ambiciosos sofistas, sois vosotros quienes, a fuerza de injusticias, desearíais obligarle, de alguna manera, a traicionar su propia causa debido a su desesperación. ¡Dejad pues de querer acusar a aquellos que no dejarán jamás de reclamar los derechos sagrados de la humanidad! ¿Quiénes sois vosotros para decir a la razón y a la libertad: "iréis hasta aquí; pararéis vuestros progresos en el punto donde ellos no estarían de acuerdo con los cálculos de nuestra ambición o de nuestro interés personal"? ¿Pensáis que el universo será tan ciego para preferir a estas leyes eternas de la justicia que lo llaman a la felicidad, estas deplorables sutilezas de un espíritu estrecho y depravado, que no han producido hasta hoy más que la prepotencia, los crímenes de algunos tiranos y las desgracias de las naciones? En balde pretendéis dirigir, con pequeños tejemanejes charlatanescos; y con las intrigas de corte, una revolución de la que no sois dignos: seréis arrastrados como débiles insectos, en su curso irresistible; vuestros éxitos serán pasajeros como la mentira, y vuestra vergüenza inmortal como la verdad. Pero, por el contrario, supongamos que en el lugar de este injusto sistema, se adopten los principios que hemos establecido, y veamos aparecer, en primer lugar, la organización de la guardia nacional por así

53

decirlo, naturalmente, con todas sus ventajas, sin ninguna especie de inconvenientes, Por un lado, es imposible que el poder ejecutivo y la fuerza militar de la que está armado puedan subvertir la constitución, puesto que no existe poder capaz de contraponerse al de la nación en armas. Por otro lado, es imposible que la guardia nacional se transforme por sí misma en peligrosa para la libertad, dado que es contradictorio que la nación quiera oprimirse a si misma. Ved como por todas partes, en lugar del espíritu de dominación o de servidumbre, nacen los sentimientos de la igualdad, de la fraternidad, de la confianza, y todas las virtudes dulces y generosas a las que necesariamente darán la vida. Ved también como, en este sistema, los medios de ejecución son simples y fáciles. Se nota bastante que, para hallarse en condiciones de imponerse frente a los enemigos del interior, tantos millones de ciudadanos armados, repartidos por toda la superficie del imperio, no tienen necesidad de estar sometidos al servicio asiduo, a la disciplina sabia de un cuerpo de ejército destinado a llevar lejos la guerra. Que ellos tengan siempre provisiones y armas a su disposición; que ellos se reúnan y se entrenen durante ciertos intervalos, y que ellos vuelen en defensa de la libertad cuando ésta se encuentre amenazada: he ahí todo lo que exige el objetivo de su institución. Los cantones libres de Suiza nos ofrecen ejemplos de este género, aunque sus milicias tengan una utilización más extensa que nuestra guardia nacional, y ellos carezcan de otra fuerza para combatir a los enemigos externos. "Allí todo habitante es soldado, pero solo cuando es preciso", por servirme de una expresión de de Jean-Jacques Rousseau. Los días de domingo y de fiesta, se entrenan las milicias según el orden de sus cometidos. Mientras no salen de su lugar de vida, poco o nada distraídos de sus trabajos, no tienen ninguna paga; pero tan pronto como marchan en campaña, reciben un sueldo del estado". Sean cuales hayan sido nuestras costumbres y nuestras ideas antes de la revolución, hay pocos franceses, incluso entre los menos afortunados, que no quieran prestarse a un servicio de esta especie, que se podría hacer menos oneroso entre nosotros que en 54

Suiza. El manejo de las armas tiene para los hombres un atractivo natural, que se duplica cuando la idea de este ejercicio se relaciona con la de la libertad y el interés de defender lo que es más querido y más sagrado. Me parece que lo que he dicho hasta aquí ha debido prevenir una dificultad trillada que quizás alguien tenga la tentación de oponer a mi sistema; ella consiste en objetar que una cantidad muy grande de ciudadanos no posee los medios para comprar armas, ni para subvenir a los gastos que el servicio puede exigir. ¿Qué conclusión extraéis de aquí? ¿Que todos aquellos que llamáis ciudadanos no activos, que no pagan una cierta cuota de impuestos, quedan desposeídos de este derecho esencial del ciudadano? No, en general, el obstáculo particular que impediría o que dispensaría a tales individuos de ejercerlo, no puede impedir que este derecho pertenezca a todos, sin distinción de fortuna; y sea cual sea su cotización, todo ciudadano que ha podido proporcionarse los medios, o que quiere hacer todos los sacrificios necesarios para usarlo, no puede ser rechazado. Este hombre no es suficientemente rico como para dar algunos días de su tiempo a las asambleas públicas, ¿le prohibiré asistir a las mismas? Este hombre no es suficientemente rico como para hacer el servicio de los ciudadanos-soldados, ¿se lo prohibiré? Este no es el lenguaje de la razón y de la libertad. En lugar de condenar a la mayoría de los ciudadanos a una especie de esclavitud, sería preciso, por el contrario, superar los obstáculos que podrían alejarlos de las funciones públicas. Pagad a aquellos que las cumplen; indemnizad a los que el interés público llama a las asambleas; equipad, armad a los ciudadanos-soldados. Para establecer la libertad, no es suficiente con que los ciudadanos tengan la facultad ociosa de ocuparse de la cosa pública, es preciso también que puedan ejercerla efectivamente. En cuanto a mí, lo confieso, mis ideas sobre este punto están muy alejadas de las de muchos otros. Lejos de mirar la desproporción enorme de las fortunas, que coloca la mayoría de las riquezas en algunas manos, como un motivo para despojar al resto de la nación de la soberanía inalienable, no veo en eso, por lo que respecta al legislador y a la sociedad, más que un deber sagrado de suministrar 55

los medios para recuperar la igualdad esencial de los derechos, en medio de la desigualdad inevitable de los bienes. ¡Y qué! ¿Este pequeño número de hombres excesivamente opulentos, esta multitud infinita de indigentes, no es en parte el gran crimen de las leyes tiránicas y de los gobiernos corrompidos.'' ¡Qué modo de expiar este crimen, añadiéndole a la privación de ventajas de la fortuna el oprobio de la desheredación pública, a fin de acumular sobre algunas cabezas privilegiadas todas las riquezas y todo el poder y sobre el resto de los hombres todas las humillaciones y toda la miseria! Ciertamente hay que sostener que la humanidad, la justicia, los derechos del pueblo son palabras vanas, o convenir que este sistema es absurdo. Por otra parte, para limitarme al objeto de esta discusión, concluyo de lo que he dicho que el estado debe hacer los gastos necesarios para poner a los ciudadanos en condiciones de cumplir las funciones de guardias nacionales, que debe armarlos, que debe, como en Suiza, asalariarlos cuando abandonan sus hogares para defenderlo. ¡Eh! ¿Qué defensa pública fue jamás más necesaria y más sagrada.' ¡Cual sería esta extraña economía que prodigando todo al lujo funesto y corruptor de las Cortes, o al fasto de los secuaces del despotismo, rehusaría todo a las necesidades de los funcionarios [niblicos y de los defensores de la libertad! ¡Qué otra cosa podría anunciar esa economía sino que prefiere el despotismo al dinero, y el dinero a al virtud y a la libertad! Tras haber establecido los principios constitutivos de la guardia nacional, es preciso, para completar esta discusión, determinar sus funciones de una forma más precisa. Esta teoría puede reducirse a dos o tres cuestiones importantes. 1° ¿La guardia nacional debe ser empleada para combatir a los enemigos extranjeros? ¿En qué casos y cómo pueden serlo? 2° ¿Debe ser destinada la guardia nacional a prestar ayuda a la justicia y a la policía? ¿O en qué circunstancias y de qué manera debe cumplir estas funciones? 3° ¿En todos los casos en que debe actuar puede hacerlo de motu propio^. ¿O cual es la autoridad que las debe activar? Para responder a la primera de las preguntas, es preciso aclararla. 56

Siempre que se trata de un sistema militar, me parece que no debemos perder de vista la situación en que estamos, y donde debemos estar, en relación a otras naciones. Tras la declaración solemne que hemos hecho de los principios de justicia que queremos seguir en nuestras relaciones con ellas; después de haber renunciado a la ambición de las conquistas, y reducido nuestros tratados de alianza a términos puramente defensivos, debemos en primer lugar tener en cuenta que las ocasiones de guerra serán para nosotros infinitamente más raras, a menos que tengamos la debilidad de dejarnos arrastrar fiaera de las reglas de esta virtuosa política por las pérfidas sugerencias de los eternos enemigos de nuestra libertad. Pero, ya porque sea necesario suministrar a nuestros aliados el contingente de tropas estipulado por los tratados, o hacer la guerra en el exterior por cualquier causa que se pueda imaginar, es evidente que nuestras conveniencias, nuestro interés, y la naturaleza misma de las cosas, destinan a nuestras tropas de línea solamente a esta fianción. La tarea de combatir a nuestros enemigos extranjeros solo puede, pues, concernir a la guardia nacional en el caso de que estuviéramos obligados a defender nuestro propio territorio. Sin embargo, aquí no sé si la cuestión podría parecer, de alguna manera, ociosa. Por lo menos si hacéis excepción del caso en que tumultos civiles, traiciones domésticas, por parte del propio gobierno, estarían combinadas con invasiones extranjeras; si hacéis esta excepción, digo, el caso en que el olvido de los principios que he expuesto comportaría más seguramente la ruina del estado, como tendré ocasión de subrayar pronto, es posible creer que la más extravagante y la más quimérica de las empresas sería la de atacar un imperio inmenso, poblado de ciudadanos armados para defender sus hogares, sus mujeres, sus hijos y su libertad; y si este acontecimiento extraordinario llegase a suceder, si un ejército de línea no fuera suficiente para rechazar un ataque, ¿quién podría dudar del ardor, de la facilidad con la que esta multitud de ciudadanos-soldados que cubrirían su superficie se reagruparía necesariamente para proteger todos los puntos, y oponer a cada paso una barrera formidable frente al temerario que hubiera concebido el proyecto, no digo de hacerles la guerra, si no 57

de venir a enterrarse el mismo en medio de sus innumerables legiones? Sin embargo, por una parte una especie de peligro tan raro, por otra medios de defensa tan fáciles y tan sólidamente establecidos por la propia naturaleza de las cosas, por la simple existencia de la guardia nacional, deben alejar de nosotros toda idea de plegarla a un sistema militar que desnaturalizaría su espíritu y su institución, integrándola, de la manera que fuera, con las tropas de línea. Es a este punto donde quería llegar. Es una observación cuya plena importancia se percibirá cuando la aplique al sistema del Comité de constitución, del que pronto haré conocer todo su peligro en un examen rápido. l'aso ahora a la segunda de las preguntas que he formulado, que concierne a la acción de la guardia nacional en los tumultos interiores, y que se refiere a observaciones igualmente simples. No hablo aquí de las grandes conspiraciones tramadas contra la libertad del pueblo por parte de aquellos a quienes él les ha confiado su autoridad. La guardia nacional es, en verdad, el instrumento más poderoso y más suave para aplastarlas y prevenirlas; este será, sin duda, el mayor de los servicios y el más santo de sus deberes; pero el ejercicio del derecho sagrado de insurrección está sometido a la explosión de la voluntad general, al imperio de la necesidad, y no a un desarrollo metódico, a reglas exactas. No hablamos de los movimientos sediciosos, o de los actos contrarios a las leyes que pueden turbar el orden público. Es precisa una fuerza pública que los reprima; esta fuerza no puede ser la de las tropas de línea, primeramente porque ellas están entrenadas para combatir a los enemigos exteriores; en segundo lugar porque entre las manos del príncipe que la dirige, sería un instrumento demasiado peligroso para la libertad. Por otro lado, en los tumultos civiles, no hay otra fuerza movida por la voluntad general que pueda ser legítima y eficaz; y las órdenes del príncipe no representan y no suponen en absoluto esta voluntad, ya que su voluntad está demasiado naturalmente en oposición a la misma. De ahí se deduce la máxima generalmente aceptada actualmente: que en un estado libre, las tropas no deben ser empleadas jamás contra los ciudadanos. No queda más que la guardia nacional, que debe, en esas 58

ocasiones, restablecer la tranquilidad pública. Esta consecuencia es al menos evidente y aceptada por todo el mundo, para el caso de sedición, es decir de la insurrección de una multitud de ciudadanos contra las leyes. ¿Pero debe ser empleada la guardia nacional para el mantenimiento de la policía ordinaria? ¿Hay que confiarle la tarea de poner en manos de la justicia a los ciudadanos sospechosos de los que ella quiere apoderarse; o de forzar las resistencias que los particulares pueden sostener a la ejecución de sus juicios; o es preciso crear un cuerpo particular para cumplir estas funciones? Ahí las opiniones parecen dividirse; en este tema, la conservación de la gendarmería está relacionada con la organización de la guardia nacional; cuestión verdaderamente importante y complicada que merece toda vuestra atención. Por muy serias que sean las diferencias que la rodean, me parece que todas las razones a favor y en contra llegan a un punto de decisión muy fácil. Son necesarios —se dice— hombres activos especialmente dedicados y con experiencia en este menester, para cumplir las funciones atribuidas hasta aquí a la gendarmería, Sólo la gendarmería puede cumplir estas funciones. El simple nombre de gendarmería está en condiciones de imponer a los malhechores. ¿Los ciudadanos-soldados sabrán espiarlos, descubrirlos, perseguirlos tan bien como ella? ¿Consentirían ellos en ejercer un oficio al que se añade una especie de disfavor? Cuando he expuesto estas razones, he agotado, me parece, todo lo que se ha dicho, y quizás todo lo que se puede decir a favor de la institución de la gendarmería. Veamos ahora las razones del sistema contrario, que a muchos les parecen más sólidas e importantes. Ellos desearían, en primer lugar, que al hablar de los servicios que ella rendía en el ejercicio de un ministerio indispensable, no se disimulasen las vejaciones y los abusos que eran inseparables de una tal institución; ellos querrían que se recordase que si, como se ha dicho, ella era excesivamente temida por los malhechores, era en parte porque ella era formidable ante la propia inocencia. ¿Qué se podría en consecuencia, esperar de 59

mejor, si se confían las funciones de la policía a un cuerpo constituido militarmente, sometido, como tal, a las órdenes del príncipe; que, solo por eso, estaría inclinado al ejercicio de estos actos rigurosos, debería ser poco capaz de conciliar con ello los deberes con el respeto debido a los derechos de la humanidad y a las reglas protectoras de la libertad de los ciudadanos? Sin embargo, los ciudadanos-soldados solos pueden cumplir este doble objeto. No hay que temer que entre ellos el espíritu de justicia estorbe a la seguridad pública. En primer lugar, ¿quién sería más apropiado que ellos para emplear la mano dura en la ejecución de las ordenanzas de la autoridad pública? En cuanto al arresto de los culpables, ¿por qué no podrían ellos ejercer este servicio a la sociedad? Como habría guardia nacional en todos los ayuntamientos, es evidente que, sin espionaje ni inquisición, serían alcanzados en todas partes con una extrema facilidad. ¿Creéis que la guardia nacional no tendría buena voluntad para detenerlos? Tenéis dos garantías de lo contrario: el horror que inspiran los crímenes y el interés de los ciudadanos; también tenéis además la experiencia. ¿No habéis visto a toda la guardia nacional del reino, sobre todo la de París, suplir, con tanto éxito como celo, a los antiguos agentes de la policía y mantener el orden y la tranquilidad en medio de tantas causas de tumultos y desórdenes? ¿Se han deshonrado poniendo en manos de la ley, o guardando en su nombre a los infractores de las leyes? ¿Creyó deshonrarse el comandante de la guardia de París arrestando con sus manos a un ciudadano", yo no sé en qué movimiento popular? ¿No prueban todos estos ejemplos que el prejuicio que nos objetáis no es más que una quimera? Que, bajo el despotismo, donde la ley, obra del déspota, es tiránica y parcial como él, la opinión pública envilezca la acción de sus satélites, se comprende: pero ¿cómo añadiría este disfavor a los deberes de los ciudadanos que prestan el apoyo de la fuerza nacional a la ley que es al propio tiempo su obra y su patrimonio?

4. El 25 de mayo de 1790, tras un tumulto, La Fayettc, comandante de la guardia nacional de París, apresó a un hombre al que se suponía autot de un asesinato y lo condujo a Chátelet. • -. .

60

liste sistema que los une a la ley con nuevos ligámenes y por la costumbre de hacerla respetar, que deja a la fiaerza pública toda su iMicrgía, y que le quita todo lo que puede tener de peligroso y de arbitrario, ¿no es más análogo a los principios de un pueblo libre que un espíritu violento y despótico de un cuerpo tal como la gendarmería? ¿Por qué conservar pues este cuerpo que no sirve más que para aumentar la potencia temible del monarca a costa de la libertad civil? Es una gran desgracia cuando el legislador de un pueblo cjue pasa de la servidumbre a la libertad imprime en sus instituciones los trazos de los prejuicios y de las costumbres viciosas que el despotismo hizo nacer; y nosotros caeríamos en este error si conservásemos la gendarmería. Sin embargo, se nos habla no solamente de conservarla, si no de aumentarla, es decir, de multiplicar sus inconvenientes; proyecto tan incomprensible, que parece suponer que, bajo el reino de las leyes, los crímenes deben ser naturalmente más frecuentes que bajo el despotismo; lo que es a la vez un insulto a la verdad y una blasfemia contra la libertad. Tales son los razonamientos de aquellos que quieren dejar a los guardias nacionales las funciones atribuidas haSta aquí a la gendarmería. En lo que a mí respecta, aunque estas razones me parecen convincentes, no puedo disimularme que este sistema, considerado en todo su rigor, ofrece inconvenientes reales, y conllevaría grandes dificultades en su ejecución; sólo puedo adoptarlo en parte. Por un lado, veo que si todos los ciudadanos indistintamente estuvieran destinados al servicio del que hablo, hay muchas ocasiones en que éste sería para la mayor parte de ellos infinitamente incómodo y oneroso; por otra parte, adopto el principio de que es preciso necesariamente encontrar un sistema que ligue la fuerza pública al respeto debido a los derechos y a la libertad de los ciudadanos. No encuentro nada que responder a las objeciones hechas contra la institución de la gendarmería; yo no querría que funciones tan importantes fueran abandonadas a un cuerpo militar absolutamente independiente y separado de la guardia nacional, que forme parte del ejército de línea, puesto bajo la dependencia inmediata del rey, comandado por jefes nombrados por el rey, asimilados a los demás

oficiales del ejército. Querría en fin una institución que reuniera las ventajas adjuntas al servicio de las guardias nacionales, y que estuviera exento de los inconvenientes que he destacado. Sin embargo, me parece que esta doble condición estaría cumplida por el medio que voy a indicar, y que no tiene en contra suyo otra cosa, quizás, que su simplicidad. Consiste en formar en cada cabecera de distrito una compañía asalariada, consagrada a las funciones que ejercía la gendarmería, pero sometida a los mismos jefes y a la misma autoridad que la guardia nacional. Se podría añadir a la utilidad evidente de esta institución una ventaja particular relativa a las circunstancias actuales. Nada impediría componer estas compañías con los mismos individuos que forman actualmente la gendarmería, y de ahorrar a la nación el reproche de despojarles de su estado. Queda la tercera y última cuestión. ¿La guardia nacional puede actuar por sí misma, o es preciso que sea puesta en movimiento por alguna autoridad? Esta cuestión se reduce a una palabra. La guardia nacional no es otra cosa que ciudadanos que, por ellos mismos, no están revestidos de ningún poder público, y no pueden actuar si no es en nombre de las leyes; es preciso pues, que su acción sea provocada promovida por los magistrados, por los órganos naturales de la ley y de la voluntad pública. Así la guardia nacional debe estar subordinada al poder civil; no puede marchar ni desplegar la fuerza de la que está armada más que por las órdenes del cuerpo legislativo o de los magistrados. Lo que he dicho hasta aquí me parece que contiene todas las reglas esenciales de la organización de la guardia nacional. Creo un deber observar que una parte del plan que acabo de someter a la Asamblea nacional está determinado por la existencia del sistema de tropas de línea que ella ha conservado. Útil, necesario durante todo el tiempo en que este sistema subsista, debe sufrir grandes cambios en el momento en que este sistema haya desaparecido. Porque yo oso creer que desaparecerá; oso incluso predecir que antes de que la guardia nacional esté organizada, la constitución sólidamente afirmada, que todo el mundo sentirá cuan absurdo es que una nación que quiere ser justa, que se prohibe toda agre62

sión y toda conquista, y que puede a cada instante armar cinco millones de brazos para rechazar ataques criminales, crea en la necesidad de mantener perpetuamente otro ejército, cuyo menor inconveniente sería ser inútil y caro. El espectáculo de un vasto imperio cubierto de ciudadanos libres y armados inspira grandes ideas y altas esperanzas. Me parece que da a todas las naciones la señal de la libertad; las invita a ruborizarse de esta vergonzosa estupidez con la que, al librar todas las fuerzas del estado tn manos de algunos déspotas, ellas les han remitido el derecho de incadenarias y ultrajarlas impunemente; les enseñará a hacer desaparecer estos cuerpos amenazadores que se mantienen con sus despojos, (lara despojarlas más, y levantarse ellas mismas, armadas, para llevar al torazón de los tiranos el terror que éstos les han inspirado hasta ahora. ¡Ojala pueda el genio de la humanidad extender pronto en el universo este santo contagio de la justicia y de la razón, y liberar al género humano a través del glorioso ejemplo de mi patria! [...] Propongo el decreto siguiente: La Asamblea Nacional reconoce: 1° Que todo hombre tiene el derecho de estar armado para su defensa y para la de sus iguales. 2° Que todo ciudadano tiene un derecho igual y una obligación igual de defender su patria. Ella declara por tanto que la guardia nacional que va a organ izar no puede ser otra cosa que la nación armada para defender, en en ccaso necesario, sus derechos, su libertad y su seguridad. En consecuencia, ella decreta lo siguiente: 1. Todo ciudadano, con edad de diez y ocho años, podrá hacerse inscribir con esta cualidad en el registro del ayuntamiento en que está domiciliado. 2. Mientras la nación mantenga tropas de línea, ninguna parte de la guardia nacional podrá ser comandada por los jefes ni por los oficiales de estas tropas. 3. Las tropas de línea quedarán destinadas a combatir los enemigos exteriores; no podrán jamás ser empleadas contra los ciudadanos. 63

4. La guardia nacional será la tánica empleada en la defensa de la libertad atacada o en el restablecimiento de la tranquilidad pública turbada desde el interior. 5. No podrán actuar si no es a petición del cuerpo legislativo o de los oficiales civiles nombrados por el pueblo. 6. Los oficiales de la guardia nacional serán elegidos por los ciudadanos por mayoría de sufragio. 7. La duración de sus funciones no excederá de seis meses. 8. No podrán ser reelegidos hasta haber transcurrido un intervalo de seis meses. 9. No habrá comandante-general de distrito; pero los comandantes de las secciones que formarán los distritos, ejercerán estas funciones por turno. 10. Lo mismo sucederá para las reuniones de departamento en los casos que las haya; los que desempeñen las funciones de comandante de distrito, comandarán el departamento por turno. 1L Los oficiales de la guardia nacional no llevarán ninguna marca distintiva fuera del ejercicio de sus funciones. 12. La guardia nacional será armada a expensas del estado. 13. Los guardias nacionales que se alejen tres leguas de sus hogares, o que empleen diversos días al servicio del estado, serán indemnizados por el tesoro nacional. 14. La guardia nacional se entrenará algunos días de domingo y de fiestas que serán indicados en cada ayuntatniciuo 15. La guardia nacional se reunirá el 14 de julio de lodos los años, en cada distrito, para celebrar, mediante iifstas patrióticas, la época feliz de la Revolución. 16. Llevarán sobre sus pechos estas pal.ibi.is ¡Mabadas: EL PUEBLO FRANCÉS y debajo: LIBERIAD, KiüAI DAD, I liA I l'KNIDAD. Las mismas palabras estarán inscritas en sus handci.i.s, que llevarán los tres colores de la nación. 17. La gendarmería será suprimid.i; se csuMecerá en cada cabecera de distrito una compañía ¿c i'.ii.iidi.i'. ii.u lon.iles a sueldo que cumplirá sus funciones, siguiendo l( \(". ([in •.. cl.iboren sobre la policía, y a las que se incorporarán los i .IIMII. KI'. de la gendarmería actualmente existentes. 64

El 6 de diciembre de 1790, los constituyentes habían autorizado que los ciudadanos pasivos entrasen a formar parte de la guardia nacional El decreto de 29 de septiembre-l4 de octubre de 1791 fijó un servicio obligatorio para los ciudadanos activos. La marécheussée se transformó en la Gendarmería Nacional por decreto del 12 de diciembre de 1790-16 de febrero de 1791.

65

EL MARCO DE PLATA 'SOBRE LA NECESIDAD DE REVOCAR LOS DECRETOS QUE UNEN EL EJERCICIO DE LOS DERECHOS DE LOS CIUDADANOS A LA CONTRIBUCIÓN DEL MARCO DE PLATA, O DE UN NUMERO DETERMINADO DE JORNALES DE OBREROS"

Abril de 1971

Por culpa de una obstrucción sistemática que duró meses, este célebre discurso de Robespierre no pudo ser leído en la Asamblea. En cambio fue impreso y después leído y discutido en las sociedades populares. Se inscribe en una serie de tomas de posición^que tienen como objeto rechazar que el ejercicio de los derechos del ciudadano esté sometido a una condición de contribuyente, sea para ser elector o elegible. Este punto de vista patriota, el del lado izquierdo, no triunfará puesto que la Constitución de 1791 establecerá un sufragio censatario y la distinción entre ciudadano activo y pasivo. Las primeras frases de los textos dan cuenta del método y del objetivo de la intervención: pedir justicia en nombre de la Declaración de los derechos votada por la Asamblea. Para Robespierre es la Declaración quien constituye la sociedad: ella es la constitución, la norma según la cual la sociedad debe estar organizada. No es una simple recopilación de principios que pueden guiar al legislador, sino la ley. En esto, en nombre de la autoridad de la Asamblea que ha votado la Declaración, las disposiciones censatarias queridas por esta misma Asamblea son "anticonstitucionalesy antisociales". Como lo indica el titulo de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, es en tanto que son hombres que poseen derechos que los hombres son ciudadanos, es decir, que poseen los medios para garantizar sus derechos. Siguiendo a 1. Ver el discurso contra el ré^iincii (ciis.iiario de 22 de octubre de 1789 y el discurso sobre la guardia nacional del IK de dicienibre de 1790.

66

Rohespierre, las "laboriosas sutilezas", "los sofismas"y los demás "abusos de las palabras" a través de los cuales los Constituyentes imponen el sufragio censatario resultan del miedo y del desprecio que las "honestas y/ntes" tienen hacia el pueblo. Haciendo depender de la fortuna el derecho unido a la persona, establecen una "aristocracia de los ricos". Su concepción de clase de la propiedad ignora la propiedad de si o de las cosas más humildes que permiten la vida. Su criterio de una socierlad justa no es el que debería ser: "proteger la debilidad", a "los ciudadanos menos acomodados". Señores, He dudado, durante un momento, de si debía proponeros mis ideas sobre las disposiciones que parecéis haber adoptado. Pero he visto que se trataba de defender la causa de la nación y de la libertad, o de traicionarla con mi silencio; y no he dudado más. Incluso he emprendido esta tarea con una confianza tan firme en tanto que la razón imperiosa de la justicia y del bien público que me la imponía me era común con vosotros, y que son vuestros propios principios y vuestra propia autoridad lo que invoco en su favor. ¿Por qué estamos reunidos en este templo de las leyes? Sin duda, para dar a la nación francesa el ejercicio de los derechos imprescriptibles que pertenecen a todos los hombres. Tal es el objeto de toda constitución política. Ella es justa y libre si lo cumple; ella no es otra cosa que un atentado contra la humanidad, si lo contraría. Vosotros mismos habéis reconocido esta verdad de forma clara, cuando antes de empezar vuestra obra, habéis decidido que era necesario declarar solemnemente estos derechos sagrados, que son como bases eternas sobre las cuales debe apoyarse. "Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho". "La soberanía reside esencialmente en la nación". "La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen el derecho de concurrir a su formación, sea por ello.s mismos, sea por sus representantes, libremente elegidos". "Todos los ciudadanos son admisibles en todos los empleos públicos, sin otra distinción que la de sus virtudes y sus talentos". 67

I I .ii|ui los principios que habéis consagrado: ahora será fácil i|iiiuar las disposiciones que me propongo combatir; será sufii icwic confrontarlas con estas reglas invariables de la sociedad humana. Ahora bien, 1° ¿Es la ley la expresión de la voluntad general, cuando la mayoría de aquellos para los que está hecha no pueden de alguna manera concurrir a su formación? No. Así pues, prohibir a todos aquellos que no pagan una contribución igual a tres jornales de obrero, el propio derecho a elegir a los electores destinados a nombrar a los miembros de la Asamblea legislativa, ¿no es hacer a la mayor parte de los franceses absolutamente ajenos a la formación de la ley? Esta disposición es, pues, esencialmente anticonstitucional y antisocial. 2° ¿Son iguales en derechos los hombres, cuando los unos disfrutan exclusivamente de la facultad de poder ser elegidos miembros del cuerpo legislativo, o de otros establecimientos públicos, los otros solamente de nombrarlos y los otros permanecen privados al mismo tiempo de todos estos derechos? No. Sin embargo, tales son las monstruosas diferencias que establecen entre ellos los decretos que transforman a un ciudadano en activo o pasivo; mitad activo, y mitad pasivo, según los diversos grados de fortuna que le permiten pagar tres jornadas, diez jornadas de impuestos directos o un marco de plata. Todas estas disposiciones son, pues, esencialmente anticonstitucionales y antisociales. 3° ¿Son admisibles los hombres en todos los empleos púbÜcos sin otra distinción que las de sus virtudes y talentos, cuando la imposibilidad de pagar la contribución los descarta de todos los empleos públicos, sean cuales sean sus virtudes y sus talentos? No, todas estas disposiciones son pues esencialmente anticonstitucionales y antisociales. 4° En fin, ¿es soberana la propia nación, cuando la mayoría de los individuos que la componen está despojada de los derechos políticos que constituyen la soberanía? No, y sin embargo acabáis de ver que estos decretos se los arrebuan a la mayor parte de los Franceses. ¿Qué sería vuestra Dcclai,i(.ióii de los derechos, si estos decre68

los pudieran subsistir? Una vana fórmula, ¿Qué sería la nación? L'Lsclava; puesto que la libertad consiste en obedecer a las leyes que uno se ha dado y la servidumbre es estar obligado a someterse a una voluntad ajena. ¿Qué sería vuestra constitución? Una verdadera aristocracia. Puesto que la aristocracia es el estado en que una porción de los ciudadanos es soberana y los otros le están sujetos. ¡Y qué aristocracia! La más insoportable de todas: la de los Ricos. Todos los hombres nacidos y domiciliados en Francia son miembros de la sociedad política, que se llama la nación francesa, es decir, ciudadanos franceses. Lo son por la naturaleza de las cosas y por los principios primeros del derecho de las gentes. Los derechos unidos a este título no dependen ni de la fortuna que cada uno de ellos posee, ni de la cantidad del impuesto a la que está sometido, porque no es el impuesto lo que nos hace ciudadanos; la cualidad de ciudadanos obliga solamente a contribuir a los gastos comunes del estado, según sus facultades. Ahora bien, podéis dar leyes a los ciudadanos, pero no podéis aniquilarlas. Los propios partidarios del sistema que combato han percibido esta verdad, ya que, no osando negar la cualidad de ciudadano a aquellos que desheredan políticamente, se han limitado a eludir el principio de igualdad que esa cualidad supone necesariamente, a través de la distinción entre ciudadanos activos y pasivos. Contando con la facilidad con la que se gobierna a los hombres con las palabras, han tratado de darnos el cambio publicando, con esta expresión novedosa, la violación más manifiesta de los derechos del hombre. Pero quién puede ser tan estúpido como para no percibir que esta palabra no puede cambiar los principios, ni resolver la dificultad; ya que declarar que tales ciudadanos no serán activos, o decir que ya no ejercerán los derechos políticos vinculados al título de ciudadano, es exactamente lo mismo en el idioma de estos políticos sutiles. Ahora bien, yo les preguntaría siempre con qué derecho pueden golpear con la inactividad y la parálisis a sus conciudadanos y a sus comitentes: yo no cesaré de reclamar contra esta locución insidiosa y bárbara que ensuciará al propio tiempo nuestro código y nuestra lengua, si no nos apresuramos a borrarla de uno y otra, con el fin de que la propia palabra libertad no sea insignificante e irrisoria. 69

¿Qué puedo añadir a estas verdades tan evidentes? Nada, para los representantes de la nación, cuya opinión y deseo han prevenido mi demanda: solo me queda responder a los deplorables sofismas sobre los cuales los prejuicios y la ambición de una cierta clase de hombres se esfiaerzan en apuntalar la desastrosa doctrina que combato; solamente a ellos voy a dirigirme. ¡El pueblo! ¡Gentes que no tienen nada! ¡Los peligros de la corrupción! El ejemplo de Inglaterra, el de los pueblos que se supone libres; he aquí los argumentos que se oponen a la justicia y a la razón. No debería responder más que una sola palabra: el pueblo, esta multitud de hombres cuya causa defiendo, tienen derechos que tienen el mismo origen que los vuestros. ¿Quién os ha dado el derecho de arrebatárselos? ¡La utilidad general, decís! ¿Pero es útil lo que no es honesto? ¿Y esta máxima eterna no se aplica sobre todo a la organización social? Y si el fin de la sociedad es la felicidad de todos, la conservación de los derechos del hombre, ¡qué debemos pensar de aquellos que quieren establecerla sobre el poderío de algunos individuos y sobre el envilecimiento y la anulación del reso del género humano! ¡Quiénes son estos sublimes políticos, que aplauden su propio genio, cuando a fuerza de laboriosas sutilezas han conseguido por fin sustituir los principios inmutables que el eterno legislador ha grabado en el corazón de todos los hombres, por sus vanas fantasías! ¡Inglaterra! ¡Eh! ¿Qué os importa Inglaterra y su viciosa constitución, que os ha podido parecer libre porque vosotros habíais descendido hasta el último grado de la servidumbre, pero que hay que dejar por fin de exaltar por ignorancia o por costumbre? ¡Los pueblos libres! ¿Dónde están? ¿Qué os presenta la historia de estos que honráis con ese nombre? No son más que agregaciones de hombres más o menos alejados de las rutas de la razón o de la naturaleza, más o menos esclavizados, bajo gobiernos que el azar, la ambición o la fuerza establecieron. ¿Acaso hay que copiar servilmente los errores o las injusticias que han degradado y oprimido durante mucho tiempo a la especie humana, cuando la eterna providencia os ha llamado a vosotros, los únicos desde el origen del mundo, a restablecer sobre la tierra el imperio de la justicia y de la libertad, en el seno 70

de las más vivas luces que hayan nunca esclarecido la razón pública, en medio de unas circunstancias casi milagrosas que ella ha podido reunir, para aseguraros el poder devolver al hombre su felicidad, sus virtudes y su dignidad primaria? Sienten todo el peso de esta santa misión aquellos que, por toda respuesta a nuestras justas demandas, se contentan diciéndonos fríamente: "Con todos sus vicios, nuestra constitución es la mejor que haya existido". ¿Acaso veintiséis millones de hombres han puesto en vuestras manos el temible depósito de su destino para que vosotros dejéis, indolentemente, en esta constitución vicios fundamentales, que destruyen las mismas bases del orden social? ¿Se responderá, acaso, que un gran número de abusos y diversas leyes útiles, sean otras tantas gracias otorgadas al pueblo que os dispensan de hacer más en su favor? No, todo el bien que habéis hecho era un deber riguroso. La omisión de lo que podéis hacer sería una prevaricación, el que hicierais un mal, crimen de lesa nación y de lesa humanidad. Hay más; si no lo hacéis todo por la libertad, no habéis hecho nada. No hay dos maneras de ser libres: es preciso serlo enteramente o volver a ser esclavo. El menor recurso dejado al despotismo restablecerá pronto su potencia. ¡Qué digo! ¡Ya os rodea con sus seducciones y con su influencia, pronto os agobiará con su fuerza! Pero vosotros que, contentos de haber unido vuestros nombres a un gran cambio, no os inquietáis sobre si resulta suficiente como para asegurar la felicidad de los hombres, no os equivoquéis, el ruido de los elogios que el asombro y la ligereza hacen resonar en torno a vosotros se desvanecerá pronto; la posteridad comparando la grandeza de los deberes y la inmensidad de vuestros recursos con los vicios esenciales de vuestra obra, dirá de vosotros con indignación: "Ellos podían hacer felices y libres a los hombres; pero no lo quisieron; no eran dignos de ello". Pero decís: ¡el pueblo! ¡Gentes que no tienen nada que perder! Podrán, sin embargo, ejercer todos los derechos de ciudadanos como nosotros. ¡Gentes que no tienen nada que perder! ¡Qué falso a los ojos de la verdad es este lenguaje de orgullo delirante! Estas gentes de las que habláis son, aparentemente, hombres que 71

viven, que subsisten, en el seno de la sociedad, sin ningún medio de vida y de subsistencia. Puesto que ellos están provistos de esos medios, tienen, me parece, alguna cosa que perder o que conservar. Si los vestidos groseros que me cubren, el humilde reducto donde adquiero el derecho de retirarme y de vivir en paz; el módico salario con el que alimento a mi mujer, a mis hijos; todo ello, lo confieso, no son tierras, no son castillos ni carrozas; todo esto quizás se llama nada para el lujo o la opulencia, pero es alguna cosa para la humanidad; es la propiedad sagrada, tan sagrada sin duda como los brillantes dominios de la riqueza. ¡Qué digo! Mi libertad, mi vida, el derecho de obtener seguridad o venganza para mí y para aquellos que me son queridos, el derecho a rechazar la opresión, el de ejercer libremente todas las facultades de mi espíritu y de mi corazón, todos estos bienes tan dulces, los primeros de aquellos que la naturaleza ha dado al hombre, ¿no están confiados, como los vuestros, a la guardia de las leyes? Y decís que no tengo ningún interés en estas leyes. Y queréis despojarme de la parte que debo tener, como vosotros, en la administración de la cosa pública, ¡y esto con la única razón de que sois más ricos que yo! ¡Ah! Si la balanza dejara de ser igual, ¿no debería inclinarse a htvor de los ciudadanos menos acomodados? Las leyes, la autoridad pública, ¿no han sido establecidas para proteger la debilidad contra la injusticia y la opresión? Ponerla por completo en manos de los ricos significa herir todos los principios sociales. Pero los ricos, los hombres poderosos, han razonado de otra manera. Mediante un un extraño abuso de las palabras, han restringido la idea general de propiedad a ciertos objetos. Se han titulado a sí mismos como los únicos propietarios. Han pretendido que sólo los propietarios eran dignos del título de ciudadano. Han llamado interés general a su interés particular, y para asegurar el éxito de esta pretensión, se han apoderado de toda la potencia social. ¡Y nosotros! ¡Oh, debilidad de los hombres! Nosotros, ¡que queremos volverlos a llevar a los principios de la igualdad y de la justicia, buscamos, sin apercibirnos, levantar nuestra constitución sobre estos crueles y absurdos prejuicios! Pero, después de todo, ¿qué es ese raro mérito de pagar un marco de plata o cualquier otro impuesto al que unís tan altas prerrogativas? 72

Si lleváis al Tesoro público una contribución más considerable que la mía, ¿no es porque la sociedad os ha procurado mayores ventajas pecuniarias? Y si queremos apurar esta idea, ¿cual es la fuente de esta extrema desigualdad de fortunas que reúne todas las riquezas en un número tan pequeño de manos? ¿No son la malas leyes, los malos gobiernos, en fin, todos los vicios de las sociedades corrompidas? Entonces, ¿por qué es preciso que los que son las víctimas de estos abusos, sean encima castigados por su desgracia, con la pérdida de la dignidad de ciudadanos? No os envidio el reparto ventajoso que habéis recibido ya que esta desigualdad es un mal necesario o incurable: pero no me quitéis al menos los bienes imprescriptibles que ninguna ley humana me puede arrebatar. Permitid incluso que pueda estar orgulloso alguna vez de una honorable pobreza, y no busquéis humillarme, por la orgullosa pretensión de reservaros la calidad de soberano, para no dejarme más que la de sujeto. Pero, ¡el pueblo!... Pero, ¡la corrupción! ¡Ah! Dejad de profanar este nombre emocionante y sagrado del pueblo, relacionándolo con la idea de corrupción. ¡Quién es el que, entre los hombres iguales en derechos, osa declarar a sus iguales indignos de ejercer sus derechos, para despojarlos de ellos en su provecho! Y ciertamente, ¡que terrible poder os arrogáis sobre la humanidad, si os permitís fundar pareja condena sobre presunciones de corruptibilidad! ¿Donde estará el límite de vuestras proscripciones? Pero, ¿estas proscripciones deben recaer sobre los que no pagan el marco de plata o sobre los que pagan mucho más? Sí, a despecho de toda vuestra prevención en favor de las virtudes que da la riqueza, ¡yo oso creer que encontraréis tantas virtudes en la clase de los ciudadanos menos acomodados como en la de los opulentos! ¿Creéis de buena fe que una vida dura y laboriosa produce más vicios que la apatía, el lujo y la ambición? ¿Y tenéis menos confianza en la probidad de nuestros artesanos y de nuestros labradores, que según vuestra tarifa no serán casi nunca ciudadanos activos, que en la de los tratantes, de los cortesanos, de los que llamáis grandes señores que según la misma tarifa lo serían seiscientas veces? Quiero vengar por lo menos un vez a aquellos a quienes llamáis el pueblo de estas calumnias sacrilegas. 73

I i.ils hechos para apreciar y para conocer a los hombres, vosotros que desde que vuestra razón se ha desarrollado, no los habéis juzgado si no es a partir de las ideas absurdas del despotismo y del orgullo feudal; vosotros que acostumbrados a la jerga bizarra que el despotismo ha inventado, habéis encontrado fácil degradar a la mayoría del género humano con las palabras canalla o populacho. Vosotros, que habéis revelado al mundo que existen gentes sin nacimiento, como si todos los hombres que viven no hubieran nacido; gentes de nada que eran hombres de mérito, y gentes honestas, gentes de bien que eran los más viles y los más corrompidos de todos los hombres. ¡Ah! Sin duda, se os puede permitir no rendir al pueblo toda la justicia que se le debe. En cuanto a mí, yo doy fe ante todos aquellos cuyo instinto de un alma noble y sensible los ha acercado a él y los ha hecho dignos de conocer y amar la igualdad, que en general no hay nada tan justo ni tan bueno como el pueblo, cuando no está irritado por el exceso de la opresión. Que está agradecido de las menores atenciones que se le testimonia, del menor bien que se le hace, incluso del mal que no se le hace. Que en él se encuentran, bajo unas apariencias que consideramos groseras, almas francas y rectas, un buen sentido y una energía que se buscaría en vano en la clase que lo desdeña. El pueblo no pide más que lo necesario, quiere justicia y tranquilidad, los ricos lo quieren todo, quieren invadirlo y dominarlo todo. Los abusos son la obra y el dominio de los ricos. Ellos son la desgracia del pueblo: el interés del pueblo es el interés general, el de los ricos es el interés particular. ¡Y queréis anular al pueblo y hacer todopoderosos a los ricos! ¿Se me opondrán acusaciones eternas de las que no se le ha dejado de cargar desde la época en que se ha sacudido el yugo de los déspotas hasta hoy, como si el pueblo entero pudiera ser acusado de algunos actos de venganza locales y particulares ejercidos al comienzo de una revolución inesperada, donde al respirar por fin el aire tras una tan larga opresión, él se encontraba en un estado de guerra contra todos los tiranos? ¿Qué digo? ¿En qué tiempo ha dado pruebas más claras de su bondad natural, sino en aquel en el que armado por una fuerza irresistible, se ha parado de pronto para volver a la calma, a la orden de sus representantes? ¡Oh! ¡Vosotros 74

(|ue os mostráis tan inexorables con la humanidad que sufre, y tan indulgentes con sus opresores, abrid la historia, echad una ojeada en torno a vosotros, contad los crímenes de los tiranos, y juzgad los del pueblo. ¿Qué digo? Ante los esfuerzos que han hecho los enemigos de la revolución para calumniarlos ante sus representantes, para calumniaros a vosotros ante él, para sugeriros medidas apropiadas para aplastar su voz, o para abatir su energía, o para extraviar su patriotismo, para prolongar la ignorancia de sus derechos, escondiéndole vuestros decretos, ante la paciencia inalterable con la que ha soportado todos sus males y ha esperado un orden de las cosas más feliz, debemos comprender que el pueblo es el único apoyo de la libertad. ¡Eh! ¡Quién podría soportar la idea de verlo despojado de sus derechos por la misma revolución que es consecuencia de su coraje y el tierno y generoso vínculo con que ha defendido a sus representantes! ¿Acaso debéis a los ricos y a los grandes esta gloriosa insurrección que ha salvado a Francia y también a vosotros? Estos soldados que han depuesto sus armas a los pies de la patria alarmada, ¿no eran del pueblo? Los que las conducían contra vosotros, ¿a qué clase pertenecían? ¿Era para ayudaros a defender sus derechos y su dignidad que combatía el pueblo entonces, o para daros el poder de aniquilarlos? ¿Para volver a caer bajo el yugo de la aristocracia de los ricos rompió con vosotros el yugo de la aristocracia feudal? Hasta aquí me he prestado al lenguaje de aquellos que parecen querer designar mediante la palabra pueblo una clase de hombres separada, a la que ellos vinculan una cierta idea de inferioridad y de desprecio. Es el momento de expresarse con mayor precisión, recordando que el sistema que nosotros combatimos proscribe a las nueve décimas partes de la nación, que borra de la lista de los que llama ciudadanos activos, a una multitud incontable de hombres que incluso los prejuicios del orgullo habían respetado y distinguido por su educación, por su industria e incluso por su fortuna. Tal es, en efecto, la naturaleza de esta institución, que se sostiene sobre las más absurdas contradicciones, y que tomando la riqueza como medida de los derechos del ciudadano, se separa de esa propia regla uniéndolos a lo que llama impuestos directos, aunque sea 75

evidente que un hombre que paga impuestos indirectos considerables, puede gozar de una mayor fortuna que aquel que no está sometido más que a un impuesto directo moderado. ¿Pero cómo se ha podido imaginar hacer depender los derechos sagrados de los hombres de la movilidad de los sistemas de finanzas, de las variaciones, de los abigarramientos que nuestro sistema presenta en las diversas partes del mismo estado? ¡Qué sistema es éste en el que un hombre que es ciudadano en tal punto del territorio fi-ancés, deja de serlo en tal otro punto; o en que aquél que hoy lo es mañana dejará de serlo, si su fortuna sufie un revés! ¡Qué sistema es este en el que aquél que hoy es un hombre honesto, despojado por un injusto opresor, cae en la clase de los ilotas mientras que el otro se eleva por su crimen al rango de los ciudadanos! ¡Donde un padre ve crecer, con el número de sus hijos, la certeza de que no les dejará este título junto a la magra porción de su patrimonio dividida entre ellos! ¡Donde todos los hijos de familia, en medio imperio, no pueden encontrar una patria desde el momento en que ya no tienen padre! En fin, ¿para qué sirve esta soberbia prerrogativa de ser miembro del soberano, si el repartidor de las contribuciones públicas es dueño de arrebatármela, disminuyendo mi contribución en un sueldo; si ella misma está sometida a la vez a los caprichos de los hombres y a la inconstancia de la fortuna? Pero fijad sobre todo vuestra atención sobre los funestos inconvenientes que esto conlleva necesariamente. ¡Qué armas poderosas dará a la intriga! ¡Cuántos pretextos al despotismo y a la aristocracia, para descartar de las asambleas públicas a los hombres más necesarios para la defensa de la libertad, y así librar el estado a la merced de un cierto número de ricos y ambiciosos! Una pronta experiencia nos ha revelado todos los peligros de este abuso. ¿Qué amigo de la libertad y de la humanidad no ha gemido viendo, en las primeras asambleas de elección, formadas bajo los auspicios de la nueva constitución, la representación nacional reducida, por así decirlo, a un puñado de individuos? ¡Que espectáculo deplorable el que nos han dado esas ciudades, esos sitios donde unos ciudadanos disputaban a los ciudadanos el poder ejercer los derechos comunes a todos; o donde ofi76

c i;iles municipales, o los representantes del pueblo parecían poner (1 precio más alto posible a la calidad de ciudadano activo mediante la tasación arbitraria o exagerada de las jornadas de obrero! Ojala no notemos pronto los efectos funestos de estos atentados contra ios derechos del pueblo! Pero sois únicamente vosotros los que |:)odéis prevenirlos. Estas mismas precauciones que vosotros habéis c|uerido tomar para endulzar el rigor de los decretos de los que hablo, sea reduciendo a veinte soles el precio más alto de la jornada de un obrero, sea admitiendo diversas excepciones; todos estos paÜativos impotentes prueban por lo menos que vosotros mismos habéis notado toda la amplitud del mal que vuestra sabiduría está destinada a extirpar completamente. ¡Eh! ¿Qué importa en efecto que veinte o treinta soles sean los elementos de cálculo que deciden mi existencia política? Los que no lleguen a diecinueve no tienen los mismos derechos; y los principios eternos de la justicia y de la razón sobre lo cuales se fundan estos derechos, ¿pueden plegarse a las reglas de una tarifa variable y arbitraria? Pero mirad, os lo ruego, qué extravagantes consecuencias comporta un gran error de este género. Forzados por las más primarias nociones de equidad a buscar los medios de paliarlo, habéis otorgado a los militares, con un cierto tiempo de servicio, los derechos del ciudadano activo como recompensa. Los habéis otorgado a los ministros del culto como una distinción cuando ellos no pueden cumplir las condiciones pecuniarias exigidas en vuestros decretos; los habéis concedido también en casos análogos por motivos parecidos. Pero todas estas disposiciones tan correctas por su objetivo, no son más que otras tantas inconsecuencias e infracciones de los primeros principios constitucionales. ¿Cómo, vosotros que habéis suprimido todos los privilegios, habéis podido erigir en privilegio para ciertas personas y para ciertas profesiones, el ejercicio de los derechos del ciudadano? ¿Cómo habéis podido transformar en recompensa un bien que pertenece esencialmente a todos? Por otra parte, si los eclesiásticos y los militares no son los únicos que tienen merecimientos ante la patria, ¿esta misma razón no debe forzaros a extender el mismo favor a las demás profesiones? Y si vosotros la reserváis al mérito, ¿cómo la 77

habéis podido transformar en patrimonio de la fortuna? Esto no es todo: habéis hecho de la privación de los derechos del ciudadano activo la pena del crimen, y del más grande de todos los crímenes, el de lesa nación. Esta pena os ha parecido tan grande, que habéis limitado su duración, que habéis dejado a los culpables dueños de terminarla por sí mismos a través del primer acto de ciudadano que les complazca hacer. Y esta misma privación, la habéis infligido a todos los ciudadanos que no son suficientemente ricos como para pagar tal cuota o tal tipo de contribución; de manera que por la combinación de estos decretos, aquellos que han conspirado contra la salud y contra la libertad de la nación y los mejores ciudadanos, los defensores de la libertad, que la fortuna no habrá favorecido, o que hayan rechazado la fortuna para servir a la patria, se encuentran mezclados en la misma clase. Me equivoco: vuestra predilección se declara a favor de los primeros, puesto que desde el momento en que ellos deseen hacer la paz con la nación, y acepten el beneficio de la libertad, pueden volver a gozar de la plenitud de los derechos del ciudadano; mientras que los otros son privados indefinidamente, y no pueden recobrarlos más que bajo una condición que no están en poder de cumplir. ¡Justo cielo! ¡El genio y la virtud más rebajados que la opulencia y el crimen por el legislador! ¡Lástima que él no viva aún, hemos dicho algunas veces, al acercar la idea de esta gran revolución a la de un gran hombre que ha contribuido a prepararla! ¡Que no viva aiin, este filósofo sensible y elocuente, cuyos escritos han desarrollado entre nosotros estos principios de moral pública que nos han hecho dignos de concebir el propósito de regenerar nuestra patria! ¡Y bien! Si viviera aún, ¿qué vería? Los derechos sagrados del hombre que él defendió, violados por la constitución naciente; y su nombre borrado de la lista de los ciudadanos. ¿Qué dirían también todos estos grandes hombres que gobernaron antaño los pueblos más libres y más virtuosos de la tierra, pero que no dejaron nada con que pagar sus funerales, y cuyas familias fueron alimentadas a costa del estado? ¿Que dirían, si reviviendo entre nosotros, pudieran ver levantarse esta constitución tan alabada? ¡Oh, Arístides, Grecia te llamó el Justo y te hizo el arbitro de su destino: la Francia regenerada no vería en ti más que un hombre 78

de nada, que no paga un marco de plata. En vano, la confianza del pueblo te llamaría a defender sus derechos; no habría ninguna municipalidad que no te rechazase de su seno. Habrías salvado veinte veces a la patria, pero aún así no serías ciudadano activo, o elegible... a menos que tu gran alma no consintiera en vencer los rigores de la fortuna a costa de la libertad, o de alguna de tus virtudes. Estos héroes no ignoraban, y nos repetimos nosotros mismos, que la libertad no puede estar sólidamente fundada si no es sobre las costumbres. Pero, ¿qué costumbres puede tener un pueblo cuyas leyes parecen aplicarse en dar a la sed de riquezas la más furiosa actividad.'' ¿Y qué medio más seguro pueden tomar las leyes para irritar esta pasión, que marchitar la honorable pobreza, y reservar para la riqueza todos los honores, y toda la potencia? Adoptar una institución pareja, ¿es diferente de forzar incluso la ambición más noble, la que busca la gloria sirviendo a la patria, a refugiarse en el seno de la codicia y de la intriga, y hacer de la misma constitución la corruptora de la virtud? ¿Qué significa pues este cuadro cívico que pegáis con tanta dedicación? Ante mis ojos expone con exactitud todos los nombres de los viles personajes que el despotismo ha engordado con la sustancia del pueblo; pero yo busco en vano el de un honesto indigente. Este cuadro da a los ciudadanos esta sorprendente lección: "Sé rico al precio que sea o no serás nada". ¿Cómo, tras esto, podéis presumir de hacer renacer entre nosotros este espíritu público al que está unida la regeneración de Francia, cuando al convertir a la mayoría de los ciudadanos en seres ajenos al cuidado de la cosa pública, la condenáis a concentrar todos sus pensamientos y todos sus afectos en los objetos de su interés personal y de sus placeres; es decir, cuando eleváis el egoísmo y la frivolidad por encima de las ruinas de los talentos útiles y de las virtudes generosas, que son las únicas guardianas de la libertad? No habrá jamás una constitución duradera en cualquier país donde ella sea, de alguna manera, el dominio de una clase de hombres; y no ofrezca a los otros más que un objeto indiferente, o un sujeto de los celos y de la humillación. En cuanto sea atacada por enemigos hábiles y poderosos temerosos, es preciso que sucumba tarde o temprano. Resulta fácil, señores, prever todas las... fatales consecuencias 79

que acarrearían las disposiciones de las que hablo, si pudieran subsistir. Pronto veréis vuestras asambleas primarias y electivas desiertas, no sólo porque estos mismos decretos impiden el acceso a las mismas a la mayor parte de los ciudadanos, sino también porque la mayor parte de aquellos a los que convocan, tales como las gentes de tres jornadas, reducidos a la facultad de elegir sin poder ser nombrados ellos mismos a los empleos que da la confianza de los ciudadanos, no se apresurarán a abandonar sus asuntos y sus familias para frecuentar unas asambleas donde ellos no pueden aportar ni las mismas esperanzas ni los mismos derechos que los ciudadanos mas acomodados; a menos que muchos de entre ellos acudan para vender sus surragios. Ellas serán abandonadas a un pequeño número de intrigantes que se repartirán todas las magistraturas, y darán a hrancia jueces, administradores y legisladores. ¡Legisladores reducidos a 750 para un imperio tan vasto! Que deliberarán rodeados por la influencia de una corte armada con las fuerzas públicas, con el poder de disponer de una multitud de gracias y de empleos, y de una lista cívica que puede ser evaluada al menos en 35 millones. Vedla, esta corte, desplegando sus inmensos recursos en cada asamblea, secundada por todos estos aristócratas disfrazados que, bajo la mascara del civismo, buscan captar los votos de una nación aun demasiado idolatra, demasiado frivola, muy poco instruida en sus derechos, para reconocer a sus enemigos, sus intereses y su dignidad; vedla después probar su fatal ascendiente sobre esos miembros del cuerpo legislativo que no hayan llegado ya corrompidos y dedicados a sus intereses; vedla jugarse los destinos de Francia, con una facilidad que no sorprenderá a aquellos que siguen los progresos de su espíritu peligroso y de sus funestas intrigas y preparaos a ver al despotismo envilecerlo todo, depravarlo todo y tragárselo todo e insensiblemente; o bien apresuraos a devolver al pueblo codos sus derechos, y al espíritu público toda la libertad que necesita para extenderse y fortalecerse. Acabo aquí esta discusión, quizás me la podría haber ahorrado; quizás debería haber examinado, aiiic todo, si estas disposiciones que yo atacaba existen en electo; si son verdaderas leyes, ¿lor que temería yo presentar la verdail a los representantes del pueblo, por 80

qué olvidaría que defender ante ellos la causa sagrada de los hombres y la soberanía inviolable de las naciones, con toda la fi^anqueza que exige, es al propio tiempo acariciar el más dulce de sus sentimientos y rendir el más noble homenaje a sus virtudes? Por otra parte, ¿no sabe el universo que vuestro verdadero deseo, que vuestro verdadero decreto es la pronta revocación de las disposiciones de las que hablo; y que es, en efecto, la opinión de la mayoría de la Asamblea nacional lo que yo defiendo combatiéndolas? Lo declaro pues, semejantes decretos no tienen necesidad de ser revocados expresamente; ellos son esencialmente nulos, porque ninguna potencia humana, incluida la vuestra, era competente para producirlos. El poder de los representantes, de los mandatarios de un pueblo está necesariamente determinado por la naturaleza y el objeto de su mandato. Así pues, ¿cual es el objeto de vuestro mandato? Hacer leyes para restablecer o para cimentar los derechos de vuestros comitentes. No os es posible despojarlos de sus mismos derechos. Prestad atención: aquellos que os han escogido, aquellos para los que existís, no eran contribuyentes del marco de plata, de tres o de diez jornales de impuestos directos; eran todos los Franceses, es decir, todos los hombres nacidos y domiciliados en Francia, donde naturalmente pagan una contribución cualquiera. El propio despotismo no osó imponer otras condiciones a los ciudadanos que convocaba. ¿Como podéis, pues, despojar a una parte de estos hombres, y con mayor razón a la mayoría de ellos, de sus propios derechos políticos que ellos han ejercido enviándoos a esta Asamblea, y cuya guarda os han confiado? Vosotros no podéis hacerlo sin destruir vuestro propio poder, porque este poder no es otro que el de vuestros comitentes. Elaborando semejantes decretos no actuaríais como representantes de la nación: actuaríais directamente contra este título; no haríais leyes sino que golpearíais la autoridad legislativa en su fundamento. Los propios pueblos no podrían jamás ni autorizarlos ni adoptarlos, porque ellos no pueden jamás renunciar ni a la igualdad, ni a la libertad, y a su existencia como pueblo, ni a los derechos inalienables del hombre. También señores, cuando habéis adoptado la resolución ya bien conocida de revocarlos, es menos porque habéis reconocido su necesidad, que

por dar a todos los legisladores y a todos los depositarios de la autoridad pública un gran ejemplo del respeto que deben a los pueblos; para coronar tantas leyes saludables, tantos sacrificios generosos, con la magnánima desaprobación de una sorpresa pasajera, que no cambia ni vuestros principios, ni vuestra voluntad constante y valerosa para la felicidad de los hombres. ¿Qué significa pues la eterna objeción de aquellos que os dicen que no os está permitido en ningún caso cambiar vuestros propios decretos? ¿Cómo se ha podido hacer ceder ante esta pretendida máxima la regla inviolable de que la salvación del pueblo y la felicidad de los hombres es siempre la ley suprema; e imponer a los fundadores de la constitución francesa, la de destruir su propia obra, y detener los gloriosos destinos de la nación y de la humanidad entera, antes que reparar un error del que ellos conocen todos sus peligros? Sólo pertenece al Ser esencialmente infalible ser inmutable; cambiar es no solamente un derecho, sino un deber para toda voluntad humana que haya errado. Los hombres que deciden de la suerte de los otros hombres están menos exentos que nadie de esta obligación común. Pero es tal la desgracia de un pueblo que pasa rápidamente de la servidumbre a la libertad, que transporta sin darse cuenta al nuevo orden de cosas los prejuicios del antiguo, de los (]ue aún no ha tenido tiempo de deshacerse; y es cierto que este sistema de la irrevocabilidad absoluta de las decisiones del cuerpo legislativo no es otra cosa que una idea cornada en préstamo al despotismo. La autoridad no puede desdecirse sin comprometerse, se decía, cuando alguna vez había sido forzada a desdecirse. Esta máxima era buena en efecto para el despotismo, cuya potencia opresiva no podía sostenerse más que por la ilusión o el terror; pero la autoridad tutelar de los representantes de la nación, fundada al propio tiempo sobre el interés general y sobre la fuerza de la propia nación, puede reparar un error funesto sin correr otro riesgo que despertar los sentimientos de la confianza y la admiración que lo rodean; ella no puede comprometerse si no es por la perseverancia invencible en las medidas contrarias a la libertad, y reprobadas por la opinión pública. Ahora bien, hay decretos que no podéis abrogar, son los que se encierran en la Declaración de los derechos del hombre, por82

que que no sois vosotros quienes habéis hecho estas leyes; vosotros las habéis promulgado. Son decretos inmutables del legislador eterno depositados en la razón y en el corazón de los hombres antes de (]ue los hubieseis inscrito en vuestro código, que yo reclamo contra unas disposiciones que los hieren y que deben desaparecer ante ellos. Tenéis que elegir entre las unas y las otras y vuestra elección no puede ser incierta, a partir de vuestros principios. Yo propongo pues a la Asamblea nacional el proyecto de decreto siguiente: "La Asamblea nacional, penetrada por un respeto religioso por los derechos del hombre, cuyo mantenimiento debe ser objeto de todas las instituciones políticas; Convencida de que una constitución hecha para asegurar la libertad del pueblo francés, y para influir sobre la del mundo, debe ser establecida sobre este principio; Declara que todos los Franceses, es decir, todos los hombres nacidos y domiciliados en Francia, o naturalizados, deben disfrutar de la plenitud y de la igualdad de los derechos del ciudadano; y son admisibles a todos los empleos públicos, sin otra distinción que la de las virtudes y de los talentos.

83

PROYECTO DE CONFEDERACIÓN ENTRE FRANCIA Y CÓRCEGA 20 de abril de 1790 E N LA SOCIEDAD DE LOS A M G O S DE LA CONSTITUCIÓN

La "gloriosa revolución corsa"contraía dominación genovesa empezó e 1729 y duró cuarenta años. La Decliración de Independencia de 1735 file seguida, en 1755, por la Constitudón democrática propuesta por Pasquale Paoli. Sin embargo, el rey de Fnncia, a quien Genova había vendido Córcega, la conquistó en 1769 y^^a ocupó militarmente hasta 1789, introduciendo la feudalidad, extrañad esta sociedad. Numerosos patriotas corsos, entre ellos Paoli, tuvieron qie exiliarse. La revolución en Francia devolvió U esperanza de la libertad a los corsos que, desde agosto de 1789, se le/antaron y reunieron a los ayuntamientos de la isla para organizar m Comité nacional que sesionó en Bastía en febrero de 1790. Se tomó la decisión de llamar a Paoli y de preparar elecciones a su retorno. Paolifi^erecibido en la Asamblea ccnstituyente el 22 de abril de 1790. La revolución empezaba aponer en cuistión la política de potencia del antiguo régimen y a buscar los fundamertos nuevos de las relaciones entre lo pueblos. Paoli lanzó la idea de una confderación igualitaria entre la Francia de la libertad y la Córcega liberaca: él distinguía la patria corsa de imperio f anees y los Corsos, sus compariotas, de los Franceses, sus cole El 26 de abril de 1790, Paoli fue r£Íbido en la Sociedad de los Amigos de la Constitución (club de los Jacobinos), presidido aquel día por Robespierre, quien rindió homenaje dpueblo corso que había conquistado su libertad mucho antes que elpieblo francés, denunció el despotismo conquistador y apoyó la propisición paolista de confederación igualitaria de los dos pueblos. 84

El día en que la Sociedad de los Amigos de la Constitución recibe a los diputados del pueblo corso es para ella un día de fiesta. Ella ya os había expresado sus sentimientos cuando, para admitir en su seno al señor Paoli, suspendió las reglas ordinarias que se había prescrito a sí misma. Es un homenaje que ha querido rendir a la libertad, en la persona de uno de sus más ilustres defensores. ¡La Libertad! ¡Nosotros también somos dignos de pronunciar este nombre sagrado! ¡Ay! ¡Hubo un tiempo en que nosotros íbamos a oprimirla en el último de sus asilos! Pero no; este crimen fue el del despotismo. El pueblo francés lo ha reparado. ¡Francia libre y llamando a las naciones a la libertad! ¡Que magnífica expiación para la Córcega conquistada y la humanidad ofendida! Generosos ciudadanos, habéis defendido la libertad en un tiempo en que nosotros no osábamos esperarla aún. Habéis sufrido por ella; triunfáis con ella y vuestro triunfo es el nuestro. ¡Unámonos para conservarla siempre; y que sus cobardes enemigos palidezcan de horror a la vista de esta santa confederación que, de un extremo a otro de Europa, deberá unir bajo sus estandartes a todos los amigos de la razón, de la humanidad, de la virtud!'

1. Sobre la historia de esta confederación, ver Jean Defranceschi, La Corsé frangaise 1789-1794, París, 1980. Como se ve, Paoli fue no sólo apoyado por los jacobinos, sino que llegó a ser miembro del club. La proposición de Paoli buscaba resolver el problema de los pequeños pueblos oprimidos por las potencias: la idea de autonomía interna dentro de un cuadro confederal ponía las bases de un nuevo derecho de gentes y de una alianza de Estados libres, en vista de la paz. Ella conoció un nuevo desarrollo con la revolución antiesclavista (1789-1801); fue teorizada por Kant (Proyecto de paz perpetua, 1795). Estamos lejos del prejuicio demasiado extendido del "jacobinismo centralizador".

85

CONTRA LA CONSTITUCIONALIZACIÓN DE LA ESCLAVITUD EN LAS COLONIAS "PEREZCAN VUESTRAS COLONIAS SI LAS CONSERVÁIS A ESTE PRECIO"

13 de mayo de 1791, en la Asamblea Constituyente

El problema colonial suscitó un importante debate en la Asamblea Constituyente, del 11 al 15 de mayo de 1791. El 11 de mayo, Malouet, uno de los que llevaba la voz cantante del lado derecho esclavista, reclamó una constitución especifica para las colonias, afín de escapar a la aplicación de los principios de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano: "La población de las colonias está compuesta por hombres libres y esclavos... Es imposible, pues, aplicar a las colonias la Declaración de los derechos sin excepción... Es necesario determinar especialmente para las colonias principios constitutivos que sean apropiados para asegurar su conservación según el único modo de existencia que ellas puedan tener"\ El 13 de mayo, Moreau de Saint-Méry, diputado esclavista de la Martinica, propuso una enmienda apuntando a constitucionalizar el esclavismo en las colonias; él intentaba matar dos pájaros de un tiro llevando, en esta ocasión, a la Asamblea a deshonrarse violando los principios de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano que había votado el 26 de agosto de 1789^. Robespierre intervino en diversas ocasiones en este debate. El 13 de mayo respondió de forma fulminante a Moreau de Saint-Méry. Tengo una explicación de dos palabras sobre la enmienda; seño1. Archivos Parlamentarios, 2^ serie, t. 25, p. 752. 2. Ibid., t. 26, p. 49.

86

res, el mayor interés en esta discusión es conseguir un decreto que no ataque de una forma demasiado indignante los principios y el honor de la Asamblea. Desde el momento en que, en uno de vuestros decretos, hayáis pronunciado la palabra esclavo, habréis pronunciado vuestro propio deshonor y el derrocamiento de vuestra constitución. Yo me quejo, en nombre de la propia Asamblea, de que, no contentos de obtener de ella lo que se desea, se la quiere forzar a acordarlo de una manera deshonrosa para ella, y que desmiente todos vuestros principios. Cuando se ha querido forzaros a vosotros mismos a levantar el velo sagrado y terrible que el pudor mismo del legislador ha sido forzado a tender, creo que se ha querido conseguir un medio para atacar siempre con éxito vuestros decretos, para debilitar vuestros principios, a fin de que se os pudiera decir siempre: alegáis sin cesar los derechos del hombre, los principios de la libertad; pero vosotros creéis poco en ellos ya que habéis decretado constitucionalmente la esclavitud. La conservación de vuestras colonias es de un gran interés, pero este interés es relativo a vuestra constitución; y el interés supremo de la nación y de las propias colonias es que conservéis vuestra libertad y que no derroquéis con vuestras propias manos las bases de esta libertad. ¡Eh!, perezcan vuestras colonias, si las conserváis a este precio. Sí, si fuera necesario perder vuestras colonias o perder vuestra felicidad, vuestra gloria, vuestra libertad, yo repetiría: perezcan vuestras colonias. Concluyo de todo esto que la peor de las desgracias que la Asamblea puede atraer, no sólo sobre los ciudadanos de color, ni sobre las colonias, sino sobre el propio imperio francés entero, sería adoptar esta funesta enmienda propuesta por M. Moreau de St-Méry. Concluyo que cualquier otro proyecto, sea el que sea, es mejor que éste'.

3. Aimé Cesaire comenta así esta intervención de Robespicrrc: "Por primera vez, el asunto era expuesto con toda su amplitud y verdadera dimensión. La cuestión colonial. Pero también la cuestión de la propia Revolución. Hasta ahí la Revolución se presentaba como un bloque. El debate colonial introdujo en la Revolución su propia contradicción, y por ello, una línea nodal: por un lado aquellos que quieren detener la Revolución; por otro, los que quieren continuarla y extenderla Por esto, la Revolución

87

A pesar de los esfuerzos del lado izquierdo, la Asamblea Constituyente votó, el 13 de mayo de 1791: "[•••] como articulo constitucional, que ninguna ley sobre el estado de las personas no libres podrá ser hecha por el cuerpo legislativo para las colonias si no es a demanda formal y espontánea de las asambleas coloniales". Notemos que la historiografía de la revolución, comprendida la de "izquierda", no ha visto o sabido ver la significación de este voto. ¡Algunos incluso han buscado disolver esta importancia insinuando que habría alguna diferencia entre esclavo y no libre/ Aimé Cesaire no se ha dejado engañar por esta distinción falaz y fue el primero en poner a plena luz el sentido del voto del 13 de mayo de 1791: "Tras tres días de debate, la Asamblea ratificó. Era cosa grave: una asamblea, elegida para constitucionalizar la libertad, venía a constitucionalizar la esclavitud más abominable... "^ Algunos meses más tarde, en la noche del 22 al 23 de agosto de 1791, la insurrección de los esclavos de Santo Domingo comenzaba, abriendo un nuevo ciclo de las revoluciones anticolonialistas.

se revela a sí misma; toma conciencia de que ella no es una si no doble; que por esto, ella está llena de futuro y preñada de una historia". Toussaint L'Ouverture. La révolution frangaise et leprobleme colonial. Présence Africaine, 1961, p. 117. 4. Ibid., p. 122

POR U N ESPACIO PUBLICO D E M O C R Á T I C O SOBRE EL DERECHO DE PETICIÓN, LA LIBERTAD DE PRENSA, LOS DERECHOS DE LAS SOCIEDADES Y DE LOS CLUBS

9-10 de mayo, 22 de agosto y 29 de septiembre de 1791, en la Asamblea Constituyente

Derecho de petición, libertad de prensa y derecho de reunirse sin armas son los tres pilares del espacio público democrático constituido desde 1789. Este título comprende las instituciones fundadoras de la ciudadanía efectiva de los Franceses, estuvieran clasificados en la categoría de ciudadanos activos o en la de pasivos según la constitución votada el 3 de septiembre de 1791. Pero estas instituciones son atacadas por los constituyentes moderados, quienes no solamente rechazan hacer de la ciudadanía un derecho natural (ver el discurso sobre el marco de plata de abril de 1791) si no también considerar que la asamblea encargada de hacer la ley no es más que una representación del soberano, que debe estar constantemente en relación de interdependencia con el soberano legítimo: el pueblo, la universalidad de los ciudadanos. Esta interdependencia se expresa en el momento de las elecciones pero se expresa sobre todo en lo cotidiano, por un deber de vigilancia de los ciudadanos sobre sus representantes. Estos últimos tienen la responsabilidad de traducir la opinión pública, los deseos de la nación, en leyes. Pero, para conocer esta opinión pública, tienen necesidad del derecho de petición que permite a todo ciudadano expresarse directamente a la Asamblea por correo o por delegación. Tienen igualmente necesidad de una prensa libre que asegure la publicidad de los debates a la asamblea y la circtdación de todas las opiniones. En fin, las sociedades y los clubs ofiecen a los ciudadanos verdaderos lugares de lo político donde el trabajo legislativo puede ser reflexionado, debatido, apropiado o rechazado. En ellas se prepara así, a través del uso del

89

debate público, la expresión de opiniones largamente maduradas. Es este ejercicio cotidiano de la política, esta vigilancia revolucionaria de la producción legislativa y de los legisladores, lo que se pone en cuestión cuando se pretende restringir el derecho de petición, cuando se prohibe a la prensa opinar sobre la calidad de los funcionarios y cuando se afirma que las sociedades y los clubs ya no sirven. Protegiendo estas tres instituciones, Robespierre adopta no sólo la defensa de todos los ciudadanos si no la de una concepción de la soberanía revolucionaria. Sin vigilancia pública de los representantes del soberano la soberanía del pueblo no sería más que una palabra vana. Esta práctica de la soberanía se efectúa igualmente en el marco de las secciones o asambleas seccionarías, que son el lugar de elección para las asambleas primarias en cada uno de los barrios de París. Pero el club de los Jacobinos, igual que las asambleas seccionarías, invitó a los ciudadanos pasivos a participar en los debates y en los escrutinios. La instrucción del pueblo se realizó a través de la práctica política. Por ello, el 10 de agosto de 1792 no es solamente un acontecimiento de la soberanía popular, sino un acontecimiento preparado por el ejercicio efectivo de esta soberanía.

SOBRE EL DERECHO DE PETICIÓN

El derecho de petición es un derecho imprescriptible de todo hombre en sociedad. Los Franceses gozaban de él antes de que vosotros hicierais asambleas; los déspotas más absolutos jamás osaron negar formalmente este derecho a los que ellos llamaban sus subditos. Muchos de ellos se vanagloriaban de ser accesibles o de hacer justicia para todos. Así, Federico II escuchaba las quejas de todos los ciudadanos. Y vosotros, legisladores de un pueblo libre, no querréis que los Franceses os envíen observaciones, demandas, ruegos, ¡como queráis llamarlo! No, no hablo desde esta tribuna para azuzar al pueblo a la revuelta, sino para defender los derechos de los ciudadanos; y si alguno quisiera acusarme, yo querría que él cotejase sus acciones con las mías, y yo no temería esa comparación y yo no temería este paralelo. Defiendo los derechos más sagrados de mis comitentes, porque mis comitentes son todos Franceses; y yo no haré, en este informe, nin90

guna diferencia entre ellos, yo defenderé sobre todo a los más pobres. Cuanto más débil y desgraciado es un hombre, más necesita del derecho de petición; ¿y precisamente porque él es débil y desgraciado vosotros se lo quitaríais? Dios acoge las peticiones no solo de los más desgraciados de los hombres, sino de los más culpables. Ahora bien, no hay otras leyes sabias y justas sino las que se derivan de las leyes simples de la naturaleza. Si vuestros sentimientos no estuvieran de acuerdo con estas leyes, no seriáis legisladores, seriáis más bien los opresores del pueblo. Creo pues que, en vuestra calidad de legisladores y representantes de la nación, sois incompetentes para quitar a una parte de los ciudadanos los derechos imprescriptibles que tienen por naturaleza. Paso al título II, a aquel que pone trabas de toda clase al ejercicio del derecho de petición. Todo ser colectivo o no que puede formular una petición, tiene el derecho de expresarlo: es el derecho imprescriptible de todo ser inteligente y sensible. Es suficiente que la sociedad tenga una existencia legítima para que tenga el derecho de petición; puesto que si tiene el derecho a existir, reconocido por la ley, tiene el derecho de actuar como un colectivo de seres razonables que pueden publicar su opinión común y manifestar sus peticiones. Vemos a todas las sociedades de amigos de la constitución presentaros peticiones adecuadas para esclarecer vuestra sabiduría, para exponeros hechos de la mayor importancia; y precisamente entonces se quiere paralizar estas sociedades, quitarles el derecho a iluminar a los legisladores. Pregunto a todo hombre de buena fe que quiere sinceramente el bien, y que no esconde bajo un lenguaje especioso el deseo de minar la libertad: pregunto si eso no es intentar turbar el orden público mediante leyes opresivas, y dar el golpe más funesto a la libertad. Reclamo que se retrase esta cuestión hasta después de la impresión del informe. (Al día siguiente) De lo dicho por el señor Le Chapelier resulta que no está de acuerdo con la aclaración que yo he propuesto. Resulta que no conviene que todo ciudadano sin distinción pueda ejercer igualmente el derecho de petición. No se nos puede decir que en la redacción 91

propuesta, él haya incluido la opinión de aquellos que pretenden que el derecho de petición no pueda ser rechazado a nadie. No es así como se decide sobre los derechos más sagrados de los ciudadanos, y como se eluden las reclamaciones más importantes y más legítimas. El derecho de petición que, como el señor Le Chapelier acaba de convenir, no es un derecho político... Señor Le Chapelier. No convengo en ello. Señor Robespierre. El derecho de petición no es otra cosa que la facultad acordada al hombre, sea quien sea, de emitir su petición, de pedir lo que le parece más conveniente, sea de su interés particular, sea del interés general. Es evidente que no hay en ello derechos políticos porque dirigiendo una petición, emitiendo un deseo, su deseo particular, no se hace ningún acto de autoridad, se expresa a quien tiene la autoridad lo que se desea que os dé. Remarcad, señores, que el ejercicio del derecho de petición supone, por el contrario, en aquel que lo ejerce, la ausencia de toda autoridad; supone la inferioridad y la dependencia; puesto que aquel que tiene alguna autoridad, aquel que tiene algún poder, ordena y ejecuta; aquel que no tiene poder, aquel que es dependiente, desea, pide, dirige sus deseos, dirige sus peticiones. (Aplausos) Pregimto si esta facultad así definida, puede ser negada por quién sea. Digo más: digo que es el libre ejercicio de esta libertad... (Murmullos en el centro) Pido al señor Presidente, de una vez por todas, que no deje que se me insulte precisamente por que reclamo los derechos del pueblo. (Vivos aplausos a la izquierda; murmullos en el centro). El señor Presidente. Pregunto al opinante si encuentra que no pongo suficiente cuidado en conservarle la palabra. Una voz a la izquierda. No. El señor Presidente. Ruego a aquel que acaba de decirme no, que me diga en que he faltado a mi deber. El señor de la Borde. En que el señor Robespierre ha sido interrumpido dos veces, y usted no ha puesto el mismo cuidado en protegerle el silencio que a otros (aplausos a la izquierda). El señor Presidente. Señor, si usted hubiera seguido la deliberación, usted habría visto que durante todo el tiempo en que el opinante

92

ha hablado, yo no he dejado de utilizar la campanilla y mis pulmones para obtenerle silencio; que he llamado al orden a diversas personas, de forma notoria al señor Le Chapelier, Regnault, Beaumets, al orden, así que su inculpación está absolutamente fuera de lugar. (Aplausos en el centro.) Señor Robespierre. Cuanto más pobre se es, más necesidad se tiene de la autoridad protectora; así, lejos de disminuir esta facultad, para la causa de los ciudadanos más pobres, es por el contrario a estos ciudadanos a quienes el legislador debe garantizarla de la manera más auténtica y extensa: digo que todos estos términos oscuros que se insinúan para hacer decretar que los ciudadanos más pobres, los más débiles, no puedan disfrutar de este derecho en una igual extensión... (Murmullos). El señor Presidente. Señores os ruego no interrumpáis al señor Robespierre. (Risas) Señor Robespierre. Digo que todas estas distinciones que se establecen mediante esta nueva legislación son injuriosas para la humanidad. Digo que la Asamblea elabore un decreto que no eluda la explicación que pido, un decreto que no tema declarar los derechos más sagrados de la humanidad, un decreto suficientemente claro como para prevenir todo equívoco, y para rechazar los principios expuestos ayer, y habitualmente por el Comité de constitución, principios que permitirían decir que el espíritu del decreto ha sido no otorgar en toda su extensión este derecho más que a los ciudadanos activos. Digo que si los principios que acabo de desarrollar son verdaderos, no se puede rechazar poner expresamente en el decreto que el derecho de petición pertenece igualmente a todo ciudadano, sin ninguna distinción, y concluyo. (Es aplaudido.)

SOBRE LA LIBERTAD DE PRENSA

Señor Robespierre. Precisamente porque la libertad de prensa fue vista siempre como el único freno del despotismo, resulta que los principios sobre los cuales está fundada han sido ignorados y obscurecidos por los gobiernos despóticos, es decir, en casi todos los 93

gobiernos. El momento de una revolución es quizás aquel en que los principios pueden ser desarrollados con menos ventajas pues entonces cada parte se acuerda dolorosamente de las heridas que se le ha hecho; pero somos dignos de elevarnos por encima de los prejuicios y de todos los intereses personales. He aquí, señores, la ley constitucional que los Estados Unidos han hecho sobre la libertad de prensa. Al ser la libertad de publicar los pensamientos el primer camino de la libertad, no puede ser limitado ni estorbado de ninguna manera, si no es en estados despóticos. ¿Es verdad que la libertad de prensa consiste únicamente en la supresión de la censura y de todas las trabas que pueden detener el florecimiento de la libertad? Yo no lo creo así, y vosotros tampoco lo pensaréis. La libertad de prensa no existe desde el momento en que el autor de un escrito puede estar expuesto a diligencias arbitrarias. Aquí es preciso comprender una diferencia muy esencial entre los actos criminales y lo que se llama delitos de prensa. Los actos criminales consisten en hechos palpables y sensibles. Pueden ser constatados siguiendo reglas seguras y por medios infalibles, a partir de los cuales la ley puede ser aplicada sin ningún tipo de arbitrariedad. Pero en cuanto a las opiniones, su mérito o su crimen dependen de las relaciones que tienen con principios de razón, de justicia y de interés público, y a menudo con una multitud de circunstancias particulares; a partir de ahí todas las cuestiones que se elevan sobre el mérito o sobre el crimen de un delito cualquiera son necesariamente abandonadas a la incertidumbre de las opiniones y a la arbitrariedad de los juicios particulares. Cada uno decide sobre estas cuestiones según sus principios, según sus prejuicios, según sus costumbres, según los intereses de su partido, según sus intereses particulares: de ahí viene que una ley sobre los delitos que pueden ser cometidos por la vía de la prensa, exige la mayor circunspección antes de ser creada. De ahí que esa ley, bajo el pretexto de la libertad de prensa, produce casi siempre el efecto infalible de aniquilar la propia libertad de prensa. Recordad señores lo que ha pasado hasta ahora, cuando el gobierno, con el pretexto del orden y del interés público, perseguía a los escritores. ¿Cuáles eran los escritos que eran objeto de su severidad? 94

Eran precisamente los que actualmente son objeto de nuestra admiración y que han merecido homenajes por nuestra parte a sus autores. En efecto, está en la propia naturaleza de las cosas que según los tiempos y los lugares, un escritor recoja persecuciones o reciba coronas. ¡El Contrato Social era hace tres años un escrito incendiario! Jean-Jacques Rousseau, el hombre que ha contribuido más a preparar la revolución, era un sedicioso, era un innovador peligroso, y para hacerlo subir al cadalso sólo le faltó al gobierno menos miedo al coraje de los patriotas; y se puede añadir, sin temor a equivocarse, que si el despotismo hubiera contado con sus fuerzas y con la costumbre que encadenaba al pueblo bajo su yugo, para no temer una revolución, Jean-Jacques Rousseau hubiera pagado con su cabeza los servicios que él quiso prestar a la verdad y al género humano, y que él hubiera aumentado la lista de las ilustres víctimas que el fanatismo, el despotismo y la tiranía han ocasionado en todos los tiempos. Concluid pues, señores, que nada es más delicado, ni quizás más imposible de hacer que una ley que pronuncie penas contra las opiniones que los hombres pueden publicar sobre las cosas que son objetos naturales de los conocimientos y de los razonamientos humanos. En lo que a mí respecta, yo concluyo que no se puede hacer; vosotros habéis hecho una; quizás es la única que sea posible hacer restringiéndola a los términos en que vuestra sabiduría la ha expresado: es la que permite pronunciar penas solamente contra aquel que provocara formalmente (esta palabra es muy esencial) algún crimen o a la desobediencia de la ley. No creo que podáis ir más lejos, que podáis poner términos diferentes, sin atacar la libertad de prensa en su esencia y en su principio. Esto concierne a las opiniones que se pueden publicar sobre las cosas que atañen al bien de la humanidad. Otra cuestión no menos importante se refiere a las personas públicas. Es preciso observar que en todo estado, el único freno eficaz ante los abusos de la autoridad es la opinión pública; y como su consecuencia necesaria, la libertad de manifestar su opinión individual sobre la conducta de los funcionarios públicos, sobre el buen o mal uso que éstos hacen de la autoridad que los ciudadanos les han confiado. Pero, señores, suponed que no se pueda ejercer el de95

recho si no es con la condición de estar expuesto a todas las persecuciones, a todas las demandas jurídicas de los funcionarios públicos; os pregunto si este freno no somete a la impotencia y casi anula a aquel que quiera satisfacer la deuda que crea haber contraído hacia la patria, denunciando abusos de autoridad cometidos por funcionarios públicos. Si es posible sostener una lucha terrible con él, ¿quién ve la ventaja inmensa que tiene en esta lucha un hombre armado de un gran poder, rodeado de todos los recursos que da un crédito inmenso, una influencia enorme sobre el destino de los individuos y sobre el del mismo estado? ¿Quién no ve que muy pocos hombres serían suficientemente valientes para advertir a la sociedad entera de los peligros que la amenazan? Permitir a los funcionarios públicos perseguir como calumniador a cualquiera que ose acusar su conducta es abjurar de todos los principios adoptados por los pueblos libres. En todos los pueblos libres, cada ciudadano fue considerado como un centinela vigilante que debe tener los ojos abiertos sin cesar sobre lo que pueda amenazar la cosa pública; y no sólo no se consideraba un crimen una denuncia fundada sobre indicios plausibles; no solamente no se exigía que el ciudadano que prevenía a sus conciudadanos viniera armado con pruebas jurídicas; todos los magistrados virtuosos se sometían con alegría a la libertad de esta medida pública. Arístides condenado a un glorioso exilio por el capricho de sus conciudadanos no criticaba la libertad que la ley daba a todo ciudadano de vigilar con la mayor severidad las acciones de sus magistrados, porque el sabía bien que si una ley más favorable a los magistrados lo hubiera puesto a cubierto incluso de una acusación temeraria, esta misma ley habría favorecido a la masa de magistrados corrompidos, y que eso mismo, el principal apoyo de la libertad, hubiera sido revocado. Que no se crea que en un estado de cosas en que la libertad está sólidamente consolidada, la representación de un hombre virtuoso pueda ser objetivo de los caprichos y la malicia del primer denunciante. Cuando la libertad de prensa reina, cuando se está acostumbrado a verla ejercerse en todos los sentidos, ésta causa heridas menos peligrosas, y solamente los hombres cuya virtud es nula o 96

equívoca pueden temer la mayor libertad de la censura de sus conciudadanos. Aplicad a los artículos del Comité las ideas que acabo de desarrollar, y veréis que estos artículos están concebidos en unos términos vagos que abren todas las vías posibles para sacrificar arbitrariamente a todos aquellos que hayan publicado las opiniones más justas, ya sea sobre los temas más esenciales para el bien público, ya sea sobre los abusos de la autoridad pública. Subrayo que la Asamblea nacional había adoptado una enmienda juzgada indispensable para prevenir la arbitrariedad a la que los artículos daban lugar. Esta enmienda era la palabra "formalmente". Entonces se había observado claramente que no había ningún escrito razonable y útil sobre los vicios de la administración o de la legislación, que no pudiera ser visto por parte de jueces ignorantes o advertidos como una provocación a desobedecer la ley. Ya que ellos pueden pretender siempre que lo que muestra los vicios de la ley, inspira menos respeto por la ley, y provoca a la desobediencia. Es absolutamente necesario que la enmienda adoptada a este respecto por la Asamblea nacional sea restituida. El Comité añade términos que no estaban en absoluto en la ley que habéis traído, y que ciertamente configuran la ley más arbitraria y tiránica que se pueda hacer sobre la prensa. Helos aquí: el envilecimiento de los poderes constituidos. ¿Qué puede provocar el envilecimiento de los poderes constituidos? Esto se refiere sin duda alguna a todo aquello que sea contrario a un fiíncionario público. Pero si un funcionario público comete errores, si se desvelan en público sus prevaricaciones, este hombre, revestido de los poderes constituidos es, sin embargo, envilecido. Seguramente es esto lo que ha querido decir el Comité, al menos se puede interpretar así, y esto no puede permanecer en la ley (lee el tercer párrafo). Nosotros estamos de acuerdo sobre este punto, pero es preciso observar que el Comité, con este mismo proyecto, no solamente compromete a la Asamblea a pronunciar penas demasiado arbitrarias contra el uso de la libertad de prensa, sino no que incluso llega hasta a detener la emisión de los escritos. Este vicio se encuentra en la segunda disposición del artículo II; he aquí, en consecuencia, una especie de 97

censura establecida sobre los escritos. {Murmullos.) Pido pues que la Asamblea nacional decrete que, salvo las excepciones que ella crea necesarias en relación a los escritos que formalmente provocan a la desobediencia de la ley, declare que todo ciudadano tiene el derecho de publicar su opinión sin estar expuesto a ninguna persecución. {Aplaudido desde las tribunas.)

SOBRE LOS DERECHOS DE LAS SOCIEDADES Y DE LOS CLUBES

El señor Robespierre. Se propone a la Asamblea decretar que este informe sea impreso y distribuido como instrucción. Sin embargo el informe encierra una ambigüedad y expresiones que atacan el espíritu de la constitución. Se ha sabido hablar el lenguaje de la libertad y de la constitución para aniquilarlas, esconder concepciones personales, resentimientos particulares bajo el pretexto del bien y del interés público y de la justicia. {Aplaudido desde las tribunas). Diversas voces. ¡Orden! El señor Robespierre. Es un arte que no es extraño a las revoluciones y que hemos visto desplegarse demasiadas veces durante la nuestra para haberlo sabido apreciar. En cuanto a mí, lo confieso, si alguna vez he sentido la alegría de llegar al fin de nuestra carrera, ha sido precisamente en el momento en que he visto dar este último ejemplo. Yo habría pensado que en la víspera del día en que la legislatura nueva nos va a reemplazar, nosotros podríamos haber descansado al mismo tiempo sobre las luces y sobre el celo de nuestros sucesores que, llegando de los departamentos, están en condiciones de apreciar los hechos de los que se os habla y de saber lo que las sociedades de los amigos de la constitución han sido y son aún, y si ellas deben ser más útiles que perjudiciales a la constitución y a la libertad: me parece, digo, que podríamos descansar en su celo y en sus luces el cuidado de tomar el partido más conveniente. Recuerdo con confianza, y esto es algo que me tranquiliza ante la manera como se quiere terminar nuestra sesión, recuerdo con confianza que es del seno de esas sociedades de donde ha salido un gran 98

número de aquellos que van a ocupar nuestros sitios. {Aplausos desde las tribunas.) Señor Barnave. Señor presidente, imponed silencio a las tribunas. Señor Robespierre. Son ellos los que estarán encargados de defender los derechos de la nación contra los artificios de estos hombres falsos, que no elogian la libertad si no es para oprimirla con impunidad {aplausos desde las tribunas), para apuñalarla a su gusto. Es la elección de estos legisladores, de estos verdaderos representantes del pueblo, lo que me tranquiliza contra el decreto propuesto hoy, sea cual sea su éxito. Abordo la cuestión más directamente: voy a comparar el proyecto de decreto y la instrucción con los principios de la constitución. La constitución garantiza a los Franceses el derecho a reunirse apaciblemente y sin armas: la constitución garantiza a los Franceses la comunicación libre del pensamiento, siempre que no se perjudique a nadie. A partir de estos principios, pregunto ¿cómo se osa decir que la correspondencia de una reunión de hombres apacibles y sin armas con otras asambleas de la misma naturaleza, puede ser proscrita por los principios de la constitución? Si las asambleas de hombres sin armas son legítimas, si la comunicación de los pensamientos está consagrada por la constitución, ¿como se osará sostenerme que esté prohibido a estas sociedades corresponderse entre ellas? ¿No es evidente que es aquel quien ataca estos principios, que los viola de la forma más abierta, y que hoy los pone por delante para paliar lo que lo odioso del atentado que se quiere permitir contra la libertad? ¿Cómo y con qué audacia enviaréis a los departamentos una instrucción por la que pretendéis persuadir a los ciudadanos de que no está permitido a las sociedades de los amigos de la constitución tener correspondencias, tener afiliaciones? ¿Qué hay de anticonstitucional en una afiliación? La afiliación no es otra cosa que la relación de una sociedad legítima con otra sociedad legítima, por la cual ellas convienen tener correspondencia entre ellas sobre temas de interés público. ¿Cómo puede haber ahí algo de anticonstitucional? O más, que se me pruebe que los principios de la constitución que he desarrollado no consagran estas verdades. 99

El señor ponente informante. Exijo responder al señor Robespierre que no sabe. Señor Lavie. Son declamaciones divagantes. Señor Prieur. Y yo exijo responder a la instrucción cuando la conozcamos. {Es aplaudido por las tribunas). Señor Roederer. Que se deje para la próxima legislatura. No se debe molestar más la libertad de los clubs que la de los juegos deportivos. Señor Robespierre. Se han hecho grandes elogios a las sociedades de amigos de la constitución: en realidad era para adquirir el derecho de hablar mal de ellas y para alegar, de una forma muy vaga, hechos que no están probados, y que son absolutamente calumniosos. Pero no importa: por lo menos se ha reconocido lo bueno que no se podía desconocer. ¡Y bien! No es otra cosa que el reconocimiento de los servicios prestados a la libertad y a la nación desde el comienzo de la revolución; me parece que esta consideración habría podido dispensar al Comité de constitución de apresurarse en poner trabas a unas sociedades que según reconoce han sido tan útiles. Pero dice el ponente informante que ya no necesitamos de estas sociedades porque la revolución ha acabado. Ha llegado el momento de romper el instrumento que nos ha servido tan bien. {Es aplaudido desde las tribunas). Señor presidente. Orden en las tribunas. No deben turbar la deliberación a cada instante. Señor Robespierre. La revolución ha acabado; quiero suponerlo con vosotros, aunque yo no comprenda bien el sentido que dais a esta proposición, que he oído repetir con mucha afectación; pero aún en esa hipótesis, ¿es menos necesario propagar los conocimientos, los principios de la constitución y del espíritu público, sin el cual la constitución no puede subsistir? ¿Es menos útil formar asambleas donde ciudadanos puedan ocuparse en común, de la forma más eficaz de estos temas, de los intereses más queridos de su patria? ¿Hay una preocupación más legítima y más digna para un pueblo libre? Para que sea verdad decir que la revolución ha acabado, es preciso que la constitución se haya afirmado, ya que la caída y el quebran100

to de la constitución deben necesariamente prolongar la revolución, que no es otra cosa que los esfuerzos de la nación para conservar o para conquistar la libertad. Pero, ¿cómo se puede proponer anular y quitar la influencia al más poderoso medio de afirmarla, aquel que, según la confesión del propio ponente informante, ha sido reconocido generalmente como necesario hasta aquí? Pero ¿de dónde viene este extraño apresuramiento para quitar todos los puntales que apoyan un edificio poco consolidado aún? ¿Qué es este sistema de querer sumergir a la nación en una profunda inercia sobre los más sagrados de sus intereses, de querer prohibir a los ciudadanos toda especie de inquietud, cuando todo anuncia que pueden ser abrigadas aun sin ser insensatos? ¿De convertir en crimen la vigilancia que la razón impone a los propios pueblos que gozan desde hace siglos de la libertad? En cuanto a mí, cuando veo de un lado que la constitución naciente tiene aún enemigos interiores y exteriores, cuando veo que los discursos y los signos exteriores han cambiado, pero que las acciones continúan siendo las mismas, y que los corazones no pueden haber sido cambiados por un milagro; cuando veo a la intriga, a la falsedad dar al mismo tiempo la alarma, sembrar los disturbios y la discordia, cuando veo a los jefes de las facciones opuestas combatir menos por la causa de la revolución que por hacerse con el poder de dominar en nombre del monarca; cuando por otro lado veo el celo exagerado con el que prescriben la obediencia ciega, al tiempo que prohiben hasta la palabra libertad; que veo los medios extraordinarios que emplean para matar el espíritu público, resucitando los prejuicios, la ligereza, la idolatría, lejos de condenar el espíritu de borrachera que anima a quienes me rodean, no veo otra cosa que el espíritu de vértigo que propaga la esclavitud de las naciones y el despotismo de los tiranos. {Es aplaudido desde las tribunas.) Si aquellos que comparten las preocupaciones de los legisladores son mirados como hombres peligrosos; si no estoy convencido de que los piensan así son insensatos o imbéciles, la razón me fuerza a considerarlos pérfidos. Si es preciso que yo deje de protestar contra los proyectos de los enemigos de la patria, si es preciso que aplauda la ruina de mi país, ordenadme lo que queráis, haced101

me perecer antes de la pérdida de libertad {aplausosy murmullos): seguirán habiendo en Francia hombres sinceramente amigos de la libertad, suficientemente clarividentes para percibir todas las trampas que se nos tienden por todas partes, para impedir a los traidores que gocen jamás del fi-uto de sus trabajos. Sé bien que para preparar el éxito de los proyectos que se os ofi^ecen hoy a vuestra deliberación, se ha tenido el cuidado de prodigar las críticas, los sofismas, las calumnias y todos los pequeños medios empleados por hombrecillos que son al mismo tiempo el oprobio y la plaga de las revoluciones. {Es aplaudido desde las tribunas, en el centro se ríe). Sé que han agrupado en torno a sus opiniones a todo lo que hay en Francia de malévolo y de tonto {Risas). Sé que este tipo de proyectos gustan mucho a todos los hombres interesados en prevaricar impunemente: puesto que todo hombre puede ser corrompido, teme la vigilancia de los ciudadanos instruidos, como los bandidos temen la luz que ilumina sus crímenes. Sólo la virtud puede desbaratar esta especie de conspiración contra las sociedades patrióticas. Destruidlas y le habréis quitado a la corrupción el fi^eno más poderoso, habréis derribado el último obstáculo que se opone a estos proyectos siniestros; puesto que los conspiradores, los intrigantes, los ambiciosos bien sabrán reunirse, sabrán eludir la ley que ellos han hecho aprobar, sabrán reagruparse bajo los auspicios del despotismo para reinar bajo su nombre, y quedarán libres de las sociedades de hombres libres que se reúnen apacible y públicamente bajo títulos comunes, porque es preciso oponer la vigilancia de la gente honesta a las fiaerzas de los intrigantes ambiciosos y corrompidos. Entonces ellos podrán desgarrar la patria impunemente para elevar su ambición personal sobre las ruinas de la nación. Señores, si las circunstancias pasadas pudieran volverse a presentar de forma clara ante vuestro espíritu, os acordaríais de que estas sociedades estaban compuestas por los hombres más recomendables por sus talentos, por su celo por la libertad que ellos han conquistado; que en su seno ellos se reunían para prepararse antes de combatir en esta misma Asamblea a la liga de los enemigos de la revolución, para aprender a desenredar las trampas que los intrigantes no han dejado de tendernos hasta este momento. Si recordaseis 102

todas estas circunstancias, veríais con tanta sorpresa como dolor que ese decreto está provocado quizás por la injuria personal que se ha hecho a ciertas personas que habían adquirido una influencia demasiado grande en la opinión pública que ahora las rechaza. ¿Es pues una gran desgracia que, en las circunstancias en que nos encontramos, la opinión pública, el espíritu público se desarrollen incluso a expensas de la reputación de algunos hombres que, después de haber servido la causa de la patria en apariencia, la han traicionado con no menos audacia? Sé lo dura que es mi franqueza; pero el único consuelo que puede quedarle a los buenos ciudadanos en medio del peligro en que esos hombres han puesto a la cosa pública, es juzgarlos de forma severa. Os han presentado a las sociedades patrióticas como si hubieran usurpado el poder público, cuando ellas no han tenido jamás la ridicula pretensión de tocar a las autoridades constituidas, cuando no han tenido nunca otro objetivo que instruir, que ilustrar a sus conciudadanos sobre los verdaderos principios de la constitución, y expandir las luces sin las cuales ella no puede subsistir. Si algunas sociedades se han desviado de las reglas prescritas por las leyes, ¡y bien! las leyes están ahí para reprimir estas desviaciones particulares. Pero de algunos hechos aislados sobre los que no se ha aportado ninguna prueba, ¿se quiere extraer la consecuencia de que hay que destruir, paralizar, aniquilar enteramente una institución útil por sí misma, necesaria para el mantenimiento de la constitución, y que, como reconocen sus propios enemigos, ha rendido servicios esenciales a la libertad? Es un espectáculo repugnante éste en que la asamblea representativa sacrificaría a los intereses de algunos individuos, devorados por pasiones y ambiciosos, la seguridad de la constitución. Me limito a reclamar la cuestión preliminar sobre el proyecto del Comité, y dejo a aquellos que quieren combatir mi opinión la ocupación de refutarme a través de bromas tan ingeniosas, y por este arte maquiavélico... {Es aplaudido alfondo del lado izquierdo y desde las tribunas.)

103

II NO CEDER ANTE LOS CONTRARREVOLUCIONARIOS Y LOS FALSOS PATRIOTRAS: EL ACANTILADO DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE

SOBRE LA GUERRA " N A D I E QUIERE A LOS MISIONEROS ARMADOS"

2 de enero de 1792, en la Sociedad de los Amigos de la Constitución

Tras elfracaso de Varennes, la Corte intentaba utilizar la guerra para reconquistar el poder. Por su parte, tanto en el seno de los Jacobinos como en la Asamblea Legislativa, los Girondinos emprenden una campaña belicista encarada a destruir el núcleo de emigrados contrarrevolucionarios de Coblenza, donde están refugiados los hermanos de Luis XVL, y extender la revolución a los otros pueblos. Robespierre replica aquí a una serie de discursos de Brissot. A contracorriente, con Marat y Billaud-Varenne, describe esta política belicosa como una vana agitación y una trampa. Denuncia la guerra de conquista, contraria al principio de libertad y sitúa el objetivo político no en el exterior, si no en el interior del territorio: "la verdadera Coblenza está en Francia". La "guerra ridicula" encarada contra "un puñado de aristócratas emigrados", "esta turba de fugitivos impotentes", sólo sería risible si no fuera tan peligrosa. Si Robespierre ironiza sobre "los artificios groseros", las promesas de gloria y las "imágenes emocionantes de la felicidad" empleadas por Brissot, él recuerda sobre todo que las ilusiones delfalso patriotismo y los discursos marciales tienen como función "desviar la atención pública", de "hacer distracción", en particular en el momento en que se multiplican los motines de subsistencias. La libertad que se querría aportar a los demás pueblos no está asegurada en Francia, donde los derechos declarados son burlados por la constitución censataria, donde la política económica "en nombre de las propias leyes de la libertad", ataca "a la debilidad y a la propia inocencia". Allí, en Francia, está la verdadera Coblenza, el "nuevo despotismo", la 107

"nueva aristocracia". Esta guerra, estima Robespierre, no es buena para los pueblos, sino para los especuladores, a los que abre mercados, para la carrera de los oficiales, con el peligro de cesarismo, buena para el poder ejecutivo que entonces propaga un espíritu de obediencia, usurpa progresivamente al legislativo y confisca la soberanía. Una tal guerra sólo sirve para acentuar los esfiíerzos ya desarrollados para escapar a la Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano. Creer, en fin que se pueda aportar la libertad a otros pueblos por la invasión, es decir, con desprecio de sus derechos a la libertad, es, según él, "la más extravagante idea que pueda nacer en la cabeza de un político": "nadie quiere a los misioneros armados; y el primer consejo que dan la naturaleza y la prudencia, es el de rechazarlos como enemigos". Las más grandes cuestiones que agitan a los hombres tienen habitualmente un malentendido como base; es suficiente hacerlo cesar, y todos los buenos ciudadanos se unirán a los principios y a la verdad. De las dos opiniones que han sido sopesadas en esta asamblea, una tiene en ella todas las ideas que fomentan la imaginación, todas las esperanzas brillantes que animan el entusiasmo, e incluso un sentimiciuo generoso sostenido por todos; los medios que el gobierno más activo y poderoso puede emplear para influir sobre la opinión; la otra no está más que apoyada por la fría razón y sobre la triste verdad. Para complacer, hay que defender la primera; para ser litil hay que sostener la segunda, con la certeza de disgustar a todos los que tienen el poder de perjudicar: es por ésta última que me declaro. ¿Haremos la guerra o haremos la paz? ¿Atacaremos a nuestros enemigos o los esperaremos en nuestros hogares? Creo que este enunciado no presenta la cuestión con todas sus relaciones y en toda su extensión. ¿Qué partido deben tomar la nación y sus representantes en las circunstancias en que estamos, en relación con nuestros enemigos interiores y exteriores? Este es el verdadero punto de vista bajo el que se debe contemplar, si se lia quiere abarcar completa, y discutirla con toda la exactitud que exige. Lo que importa, por encima de todo, y sean cuales sean los (rutois de nuestros esfuerzos, es esclarecer a la nación sobre sus verdaderos iintereses y sobre sus enemigos; es no quitarle a la libertad su último recurso, no engañando al espíritu 108

público en estas circunstancias críticas. Yo me esforzaré por cumplir esta tarea respondiendo principalmente a la opinión del señor Brissot. Si unos trazos generales, si la pintura generosa y profética de los cxitos de una guerra terminada con los abrazos fraternales de todos los pueblos de Europa son razones suficientes para decidir una cuestión lan seria, yo convendré que el señor Brissot la ha resuelto perfectamente; pero me ha parecido que su discurso presenta un vicio que no es nada en un discurso académico, pero tiene cierta importancia en 1.1 más grande de todas las discusiones políticas; se trata de que él ha evitado el punto fundamental de la cuestión, para levantar al lado lodo su sistema sobre una base absolutamente ruinosa. Ciertamente me gusta tanto como el señor Brissot una guerra emprendida para extender el reino de la libertad; y yo podría librarme lambién al placer de explicar de antemano todas su maravillas. Si yo fuera amo de los destinos de Francia, si yo pudiera dirigir sus luerzas y recursos a mi gusto, habría enviado hace tiempo un ejcri ito a Brabante, habría socorrido a Lieja y roto las cadenas de los Batavos; estas expediciones me parecen muy bien. Verdaderamente, yo no habría declarado la guerra a subditos rebeldes. Yo les habría arrebatado incluso la voluntad de reunirse; yo no habría permitido a enemigos tan formidables y más cercanos a nosotros protegerles y suscitar peligros más serios en el interior. Pero en las circunstancias en que veo a mi país, echo una mirada inquieta a mi alrededor, y me pregunto si la guerra que haremos será aquella que nos promete el entusiasmo; yo me pregunto, ¿quién la propone, cómo, en qué circunstancias, y por qué? Es ahí, en nuestra situación extraordinaria donde reside la cuestión. Vosotros habéis mirado a otro lado sin cesar; pero yo he probado lo que estaba claro para todo el mundo, que la proposición de la guerra actual era el resultado de un proyecto formado desde hace tiempo por los enemigos interiores de nuestra libertad; os he demostrado el objetivo; os he indicado los medios de ejecución; otros os han probado que era una trampa visible: un orador, miembro de la Asamblea constituyente, os ha dicho en relación a esto verdades de hecho muy importantes; no hay nadie que no haya percibido esta trampa, imaginando que era después de haber protegido cons109

tantemente las emigraciones y a los emigrantes rebeldes, que se proponía declarar la guerra a sus protectores, al tiempo que se defendía aún a los enemigos de dentro, confederados con ellos. Habéis incluso convenido conmigo en que la guerra complacía a los emigrados, que complacía al ministerio, a los intrigantes de la Corte, a esta facción numerosa cuyos jefes, muy conocidos, dirigen desde hace mucho tiempo todas las iniciativas del poder ejecutivo; todas las trompetas de la aristocracia y del gobierno dan la señal simultáneamente; en fin, cualquiera que pudiera creer que la conducta de la Corte, desde el inicio de esta revolución, no ha estado siempre en contra de los principios de la igualdad y del respeto por los derechos del pueblo, sería mirado como un insensato si fuera de buena fe; quien pudiera decir que la Corte propone una medida tan decisiva como la guerra, sin relacionarla con sus planes, no daría una idea muy favorable sobre su capacidad de razonamiento. Pero, ¿podéis decir que sea indiferente para el bien del estado que la empresa de la guerra sea dirigida por el amor a la libertad o por el espíritu del despotismo, por la fidelidad o por la perfidia? Sin embargo, ¿que habéis respondido a todos estos hechos decisivos? Vuestra respuesta a este principio fundamental de todo este debate permite juzgar todo vuestro sistema. La desconfianza, habéis dicho en vuestro primer discurso, la desconfianTM es un estado horroroso: impide a los dos poderes actuar concertadamente; impide al pueblo creer en las demostraciones del poder ejecutivo, debilita su adhesión, relaja su sumisión. ¡La desconfianza es un estado horroroso! ¿Es este el lenguaje de un hombre libre que cree que la libertad no puede ser comprada a muy alto precio? ¡Impide a los dos poderes actuar concertadamente! ¿Sois vos quien sigue hablando? ¡Qué! Es el pueblo quien debe creer ciegamente en las demostraciones del poder ejecutivo; ¿no es el poder ejecutivo quien debe merecer la confianza del pueblo, no por las demostraciones, si no por los hechos? ¡La desconfianza debilita su adhesión! -^ a quién debe el pueblo su adhesión? ¿A un hombre? ¿A la obra de sus manos, o bien a la patria, a la libertad? ¡Relaja su sumisión! K la ley sin duda, ¿i i.i faltado a la misma? ¿Quién debe hacerse más reproches a esie respecto, el pueblo o sus opresores? Si 110

(.ste texto ha excitado mi sorpresa, ella no ha disminuido, lo confieso, cuando he oído el comentario a través del cual lo habéis desaI lollado en vuestro último discurso. Nos habéis informado que era preciso eliminar la desconfianza porque ha habido un cambio en el ministerio. ¡Qué! ¡Sois vos que leñéis filosofía y experiencia, sois vos, a quién he oído veinte veces ticcir, sobre la política y sobre el espíritu inmortal de las Cortes, lo (|ue piensa sobre ello todo hombre que tiene la facultad de pensar, soy vos quien pretende que el ministerio debe cambiar con un ministro! A mí me corresponde explicarme libremente sobre los ministros: primeramente por que yo tema ser sospechoso de especular sobre su cambio, ni para mí, ni para mis amigos; en segundo lugar porque yo no deseo verlos cambiar por otros, convencido de que (|uienes aspiran a sus puestos no valdrían mucho más. No es a los ministros a quién yo ataco; son sus principios y sus actos. Que ellos se conviertan, si pueden, y yo combatiré a sus detractores. Tengo el derecho, en consecuencia, de examinar las bases sobre las cuales re[50sa la garantía que les dais. ¡Criticáis al ministro Montmorin que ha cedido su puesto, para atraer la confianza sobre el ministro Lessart, quien ha ocupado su lugar! ¡No quiera Dios que yo pierda momentos preciosos en crear un paralelismo entre estos dos ilustres defensores de los derechos del pueblo! Habéis expedido dos certificados de patriotismo a dos ministros, por la razón de que ellos provienen de la clase de los plebeyos, y yo lo digo francamente, la presunción más razonable, a mi modo de ver, es que en las circunstancias en que nosotros somos plebeyos no habrían sido llamados al ministerio, si ellos no hubieran sido juzgados dignos de ser nobles. Me sorprende la confianza que un representante del pueblo tiene sobre un ministro que el pueblo de la capital teme ver llegar a un cargo municipal; me sorprende veros recomendar a la benevolencia pública al ministro de Justicia', que ha paralizado la corte provisional de Orleáns, dis-

1. Se traca de Duport quien, bajo la Asamblea constituyente, impidió el funcionamiento de la alta corte de justicia de Orleáns. Tras la "huida del rey a Varennes", en junio de 1791, defendía a la Corte al lado de Barnave y los hermanos Lameth en el partido de los Feuillants.

111

pensándose de enviarle los principales procedimientos; al ministro que ha calumniado gravemente, ante la Asamblea nacional, a las sociedades patrióticas del estado, para provocar su destrucción; el ministro que recientemente acaba de pedir a la Asamblea actual la suspensión del establecimiento de nuevos tribunales criminales, con el pretexto de que la nación no estaba madura para los jurados, con el pretexto (¡quién lo creería!) de que el invierno es una estación muy dura para realizar esta institución declarada parte esencial de nuestra constitución por el acta constitucional, reclamada por los principios eternos de la justicia, y por la tiranía insoportable del sistema bárbaro que pesa aún sobre el patriotismo y sobre la humanidad; este ministro, opresor del pueblo de Aviñón, rodeado por todos los intrigantes que vos mismo habéis denunciado en vuestros escritos, y enemigo declarado de todos los patriotas invariablemente unidos a la causa pública. También habéis tomado bajo vuestra protección al actual ministro de la Guerra. ¡Ah! Por favor, ahorradnos la tarea de discutir la conducta, las relaciones y lo personal de tantos individuos, cuando únicamente debemos tratar sobre los principios y sobre la patria. No es suficiente emprender la apología de los ministros, vos queréis además aislarlos de la concepciones y de la sociedad de aquellos que notoriamente son sus consejos y sus cooperadores. Nadie duda hoy de que existe una liga potente y peligrosa contra la igualdad y contra los principios de nuestra libertad; se sabe que la coalición, que a tocó con manos sacrilegas las bases de la constitución, se ocupa activamente de los medios para acabar su obra; domina la Corte, gobierna a los ministros; habéis convenido que tenía el proyecto de extender además el poder ministerial y de aristocratizar la representación nacional; nos habéis rogado que creyéramos que los ministros y la Corte no tenían nada que ver con ella; a este respecto, habéis desmentido las aserciones positivas de muchos oradores y de la opinión general; os habéis limitado a alegar que unos intrigantes no podían atentar contra la libertad. ¿Ignoráis que unos intrigantes secundados por la ñierza y por los tesoros del gobierno, no deben ser ignorados? ¿Que antaño vos mismo habéis hecho una ley para perseguir con calor a una parte de aquellos de 112

los que tratamos? ¿Ignoráis que tras la partida del rey, cuyo misterio empieza a aclararse, ellos han tenido el poder de hacer retroceder la revolución, y de cometer impunemente culpables atentados contra la libertad? ¿De dónde os viene pues, de pronto, tanta indulgencia y tanta seguridad? No os alarméis, no ha dicho el orador si esta facción quiere la guerra; no os alarméis si, como ella, la Corte y los ministros quieren la guerra; si los papeles, que el ministerio soborna, llaman a la guerra: los ministros, a la hora de la verdad se unirán siempre a los moderados contra los patriotas; pero se unirán a los patriotas y a los moderados contra los emigrantes. ¡Qué teoría más tranquilizadora y luminosa! Los ministros, convenís, son enemigos de los patriotas; los moderados, a favor de los cuales se declaran, quieren transformar nuestra constitución en aristocrática. ¿Y queréis que adoptemos sus [Hoyectos? Los ministros sobornan, sois vos quien lo dice, papeles cuyo empleo consiste en apagar el espíritu público, borrar los principios de la libertad, alabar a sus más peligrosos enemigos, calumniar a todos los buenos ciudadanos, ¿y queréis que me confíe en las opiniones y en los principios de los ministros? ¿Creéis que los agentes del poder ejecutivo están más dispuestos a adoptar las máximas de la igualdad, y a defender los derechos del pueblo en toda su pureza, que a transigir con los miembros de la dinastía, con los amigos de la Corte, a costa del pueblo y de los patriotas, que ellos llaman fuertemente facciosos? Pero los aristócratas de todos los matices piden la guerra; pero todos los ecos de la aristocracia repiten también el grito de guerra; es preciso no desconfiar, sin duda, de sus intenciones. Admiro vuestra felicidad pero no la envidio. Vos estáis destinado a defender la libertad sin desconfianza, sin disgustar a sus enemigos, sin encontraros en oposición con la Corte, ni con los ministros, ni con los moderados. ¡Qué fáciles y sonrientes se han transformado para vos los caminos del patriotismo! Por el contrario, yo he encontrado que como más se avanzaba en esta carrera, más obstáculos y enemigos se encontraba, más abandonado se encontraba de aquellos con los que había empezado; y confieso que si yo me viera rodeado de cortesanos, de aristócratas y de 113

moderados, estaría por lo menos, tentado de creerme en bastante mala compañía. O me equivoco, o la debilidad de los motivos por los que habéis querido tranquilizarnos sobre las intenciones de aquellos que nos empujan a la guerra, es la prueba más clara que pueda demostrarlas. Lejos de abordar el verdadero estado de la cuestión, siempre lo habéis rehuido. Todo lo que habéis dicho está, pues, fuera de cuestión. Vuestra opinión no está fundada más que en hipótesis vagas y extranjeras. ¿Qué nos importan, por ejemplo, vuestras largas y pomposas disertaciones sobre la guerra americana? ¿Qué hay en común entre una guerra abierta que un pueblo hace a sus tiranos, y un sistema de intriga conducido por el propio gobierno contra la naciente libertad? Si los Americanos triunfaron sobre la tiranía inglesa combatiendo bajo las banderas inglesas y bajo las órdenes de sus propios generales contra sus propios aliados, el ejemplo de los Americanos sería bueno: se podría incluso añadirle el de los Holandeses y el de los Suizos, si ellos se hubieran apoyado en el Duque de Alba y en los príncipes de Austria y de Borgoña para la tarea de vengar sus ultrajes y de asegurar su libertad. ¿Qué nos importan las rápidas victorias que obtenéis desde la tribuna sobre el despotismo y sobre la aristocracia del universo? ¡Como si la naturaleza de las cosas se plegara tan fácilmente a la imaginación de un orador! ¿Es éste el pueblo o el genio de la libertad que dirigirá el plan que se nos propone? Es la Corte, son sus oficiales, son sus ministros. Olvidáis siempre que este dato cambia todas las combinaciones. Creéis que el designio de la Corte es derribar el trono de Leopoldo y de todos aquellos reyes que en sus respuestas a sus mensajes le testimonian una adhesión exclusiva. La Corte no cesa de pediros respeto para los gobiernos extranjeros, ella que ha turbado con sus manejos la revolución de Brabante, ella que quiere designar ante la nación, como salvador de la patria, como héroe de la libertad, al general que, en la Asamblea constituyente se declaró claramente contra la causa de los Brabanzones^. Esta reflexión me hace nacer otra 2. Se trata de La Faycttc. I :i revolución de las provincias belgas (Brabante, Lieja),

114

idea. Me recuerda un hecho que quizás prueba a qué trampas están expuestos los representantes del pueblo. Quizás sea sorprendente

194

que cada hombre es dueño de disponer de sus bienes, de sus capitales, de sus rentas y de su industria". Según Robespierre, una definición como ésa favorece a aquellos que quieren acrecentar indefinidamente sus propiedades en detrimento de la propiedad de los otros, la más preciosa de las cuales es la propiedad de si. El comerciante de esclavos, el señor, el rico, el acaparador, el agiotista, el tirano comparten esta concepción de la propiedad: "no se apoya sobre ningún principio moral". Por el contrario, una sociedad justa debe aplicar a la libertad del propietario el principio que limita el uso de toda libertad: el respeto a la libertad del otro. El proyecto girondino favorece a los ricos y, de manera concomitante, "también se ha olvidado por completo de recordar los deberes de fraternidad que unen a todos los hombres de todas las naciones". Las mismas reglas se aplican a las relaciones entre hombres y a las relaciones entre pueblos. La lógica que Robespierre denuncia para la propiedad es también la de un proyecto que ignora "al soberano de la Tierra que es el género humano". El estado de guerra entre hombres o entre pueblos, que . existe cuando la libertad de un hombre o de un pueblo es puesta en peligro, procede de un mismo espíritu: el de conquista, de prepotencia o de egoísmo. Un hombre o un pueblo que oprime a otro hombre o a otro pueblo no es ni un hombre ni un pueblo libre. Un hombre como ese es un "asesino"y un "bandido". Un pueblo como ese no está constituido como sociedad política, no es un pueblo sino "un rebaño". Robespierre recuerda así que la lógica de los principios políticos declarados en 1789 se inscribe en una "cosmopolítica" de la libertad, un respeto de la libertad del otro a escala del género humano. Su Proyecto de declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, por su coherencia y por las proposiciones que comporta —como el impuesto progresivo, factor de redistribución de las rentas^— servirá de referencia a todas las revoluciones del

1. "El impuesto progresivo difiere del impuesto proporcional en que la relación de este con la renta, por muy elevada que sea, es siempre la misma, mientras en aquel la relación crece con lo superfluo. El impuesto progresivo impide las grandes fortunas y arregla las pequeñas", en Philippe Buonarroti, Conspiration pour l'égalité dite de Babeuf, 1828, reed. París, Editions Sociales, 1957, t. 1, p. 35, que comenta este texto de Robespierre. _ . ,, , ..,,..

195

siglo XIX. La Revolución de 31 de mayo-2 de junio de 1793, derrocará a los Girondinos y a su concepción del derecho. En primer lugar, os voy a proponer algunos artículos necesarios para completar vuestra teoría de la propiedad. Que esta palabra no asuste a nadie: aJmas mezquinas, que solo estimáis el oro, no quiero tocar vuestros tesoros, por muy impuro que sea su origen. Tenéis que saber que esa ley agraria de la que habéis hablado tanto no es más que un fantasma creado por bribones para asustar a los imbéciles. Sin duda no era necesaria una revolución para saber que la extrema desproporción de las fortunas es el origen de muchos males y muchos crímenes, pero no estamos menos convencidos de que l;i igualdad de bienes es una quimera. Por mi parte la creo menos necesaria para la felicidad privada que para la felicidad pública. Se trata más de hacer honorable la pobreza que de proscribir la opii lencia. La cabana de Fabricio no debe envidiar nada al palacio tlr Craso. A mí me gustaría más ser uno de los hijos de Arístides, cr¡:i do en el Pritaneo a costa de la República, que el presuntuoso heix dero de Jerjes, nacido en el fango de las cortes para ocupar un trono adornado por el envilecimiento de los pueblos, y brillante a cosi.i de la miseria pública. Propongamos de buena fe los principios del derecho de propiedad. Es preciso hacerlo, y más aún cuando los prejuicios y los vicid-, de los hombres no se han abstenido de envolverlos con la niebl.i más espesa. Preguntad a ese comerciante de carne humana qué piensa de l.i propiedad: os dirá, mostrándoos este largo ataúd que llama bario, donde ha encajado y encadenado hombres que parecen vivos: "Estas son mis propiedades. Yo las he comprado a tanto por cabeza". In terrogad a ese gentilhombre que tiene tierras y vasallos, o que ene que el universo se ha desmoronado desde que no los tiene, os res pondera con ideas similares respecto a la propiedad. Interrogad a los augustos miembros de la dinastía capeta. Os dirán que la más sagrada de todas las propiedades es, sin duda, el derecho hereditario, del que- lian gozado desde antiguo, de oprimir, envilecer y asfixiar legal y itioiiárciuicamente, a su placer, a los veinticin 196

co millones de personas que habitaban el territorio de Francia. Para toda esa gente, la propiedad no se apoya en ningún principio de la moral. Excluye toda noción sobre lo justo y lo injusto. ¿Por que vuestra Declaración de derechos parece presentar el mismo error? Al definir la libertad como el primero de los bienes del hombre, el más sagrado de los derechos que obtiene de la naturaleza, habéis dicho con razón que ella tiene por límites los derechos del otro. ¿Por qué no habéis aplicado el mismo principio a la propiedad que es una institución social? Como si las leyes eternas de la naturaleza fueran menos inviolables que las convenciones de los hombres. Habéis multiplicado los artículos para asegurarle la mayor libertad al ejercicio de la propiedad, pero no habéis pronunciado una sola palabra para establecer su carácter legítimo. De manera que vuestra declaración parece hecha, no para los hombres, sino para los ricos, para los acaparadores, para los agiotistas y para los tiranos. Yo os propongo reformar estos vicios consagrando las verdades siguientes: Art. I. La propiedad es el derecho que posee cada ciudadano de gozar y disponer de la porción de bienes que se le garantiza por ley. II. El derecho de propiedad está limitado, como todos los demás, por la obligación de respetar los derechos del prójimo. III. No puede perjudicar ni la seguridad, ni la libertad, ni la existencia, ni la propiedad de nuestros semejantes. IV. Toda posesión, todo tráfico que viole este principio es ilícito e inmoral. Habláis también del impuesto para establecer el principio incontestable que éste no puede emanar más que de la voluntad del pueblo o de sus representantes. Pero olvidáis una disposición que el interés de la humanidad reclama. Olvidáis consagrar el impuesto progresivo. Puesto que en materia de contribuciones públicas, ¿acaso existe un principio que derive más claramente de la propia naturaleza de las cosas y de la justicia eterna, que el que impone a los ciudadanos la obligación de contribuir a los gastos públicos, progresivamente según la extensión de su fortuna, es decir, según las ventajas que perciben de la sociedad? Yo os propongo consignarlo mediante un artículo concebido en estos términos: 197

"Los ciudadanos cuyas rentas no excedan lo que es necesario para su subsistencia deben ser dispensados de contribuir a los gastos públicos, los demás deben soportarlos progresivamente según la extensión de su fortuna". El comité también ha olvidado recordar los deberes de fraternidad que unen a todos los hombres y a todas las naciones y sus derechos a una mutua asistencia. Parece haber ignorado las bases de la eterna alianza de los pueblos contra los tiranos. Se diría que vuestra declaración ha sido hecha para un rebaño de criaturas humanas hacinadas en un rincón del globo y no para la inmensa familia a la cual la naturaleza le ha dado la tierra para su dominio y como residencia. Os propongo rellenar esta gran laguna con los artículos siguientes. Sólo pueden granjearos la estima de los pueblos. Es cierto que ellos pueden tener el inconveniente de concitar el odio sin fin de los reyes. Confieso que este inconveniente no me asusta. No asustará a aquellos que no quieren reconciliarse con ellos. Art. I. Los hombres de todos los países son hermanos, y los diferentes pueblos deben ayudarse entre ellos según su poder, al igual que los ciudadanos de un mismo estado. n . Aquel que oprime una nación se declara enemigo de todas. I (I. Aquellos que hacen la guerra a un pueblo para detener los progresos de la libertad y aniquilar los derechos del hombre, deben ser perseguidos por todos, no como enemigos ordinarios sino como asesinos y bandidos rebeldes. IV. Los reyes, los aristócratas, los tiranos, sean cuales sean, son esclavos que se han rebelado contra el soberano de la tierra, que es el género humano, y contra el legislador del universo que es la naturaleza.

DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO PROPUESTA POR MAXIMILIEN ROBESPIERRE, IMPRESA POR ORDEN DI' LA CONVENCIÓN NACIONAL

Los representantes del pueblo francés reunidos en Convención nacional, reconociendo que las leyes humanas que no se despren198

den de las leyes eternas de la justicia y de la razón no son más c|uc atentados de la ignorancia o del despotismo contra la humanidad. Cüonvencidos de que el olvido o el desprecio de los derechos naturales del hombre son las únicas causas de los crímenes y de las desgracias del mundo, han resuelto exponer en una declaración solemne estos derechos sagrados, inalienables, a fin de que todos los ciudadanos, pudiendo comparar permanentemente los actos del gobierno con el objetivo de toda institución social, no se dejen oprimir jamás y envilecer por la tiranía; a fin de que el pueblo tenga siempre ante los ojos las bases de su libertad y de su felicidad, el magistrado la regla de sus deberes, el legislador el objeto de su misión. En consecuencia, al Convención nacional proclama delante del universo y bajo los ojos del legislador inmortal, la siguiente Declaración de derechos del hombre y del ciudadano. Art. I. El fin de toda asociación política es el mantenimiento de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre y el desarrollo de todas sus facultades. II. Los principales derechos del hombre son el de proveer a la conservación de su existencia y el de la libertad. III. Estos derechos pertenecen igualmente a todos los hombres, sea cual sea la diferencia de sus fuerzas físicas y morales. La igualdad de derechos está establecida por la naturaleza: la sociedad, lejos de atentar contra ella, la garantiza contra el abuso de la fuerza que la hace ilusoria. IV. La libertad es el poder que pertenece al hombre de ejercer, según su voluntad, todas sus facultades. Ella tiene la justicia por regla, los derechos del prójimo por límites, la naturaleza por principio y la ley por salvaguardia. V. El derecho de reunirse apaciblemente, el derecho de manifestar las propias opiniones, sea imprimiéndolas, sea de otro modo, son consecuencias tan necesarias del principio de la libertad del hombre que la necesidad de enunciarlas supone o la presencia o el recuerdo reciente del despotismo. VI. La propiedad es el derecho que tiene cada ciudadano de gozar y de disponer de la porción de bienes que se le garantiza por ley. 199

VIL El derecho de propiedad está limitado, como todos los demás, por la obligación de respetar los derechos del prójimo. VIIL No puede perjudicar ni la seguridad, ni la libertad, ni la existencia, ni la propiedad de nuestros semejantes. IX. Toda posesión, todo tráfico que viole este principio es ilícito e inmoral. X. La sociedad está obligada a proveer la subsistencia de todos sus miembros, sea procurándoles trabajo, sea asegurando los medios di existencia a aquellos que se encuentran incapacitados para trabajar. XI. Las ayudas indispensables a quien carece de lo necesario son una deuda del que posee lo superfluo: corresponde a la ley determinar la forma en que esta deuda debe ser saldada. XII. Los ciudadanos cuyas rentas no excedan lo que es necesario para su subsistencia deben ser dispensados de contribuir a los gastos públicos. Los demás deben soportarlos progresivamente según la extensión de su fortuna. XIII. La sociedad debe favorecer con todas sus fuerzas el progreso de la razón pública, y poner la instrucción al alcance de todos los ciuda danos. XIV. El pueblo es soberano: el gobierno es su obra y su propiedad, los funcionarios públicos sólo son sus mandatarios. El pueblo puede, cuando así lo considere, cambiar su gobierno y revocar a sus mandatarios. XV. La ley es la expresión libre y solemne de la voluntad del pueblo. XVI. La ley es igual para todos. XVII. La ley no puede defender lo que perjudica a la sociedad. Sólo puede ordenar lo que les es útil. XVIII. Toda ley que viola los derechos imprescriptibles del hombrees esencialmente injusta y tiránica: no es, de ningún modo, una ley. XDC. En todo estado libre, la ley debe sobre todo defender la libertad pública e individual contra el abuso de la autoridad de los que gobiernan. Toda institución que no suponga que el pueblo es bueno y el funcionario corruptible, está viciada. XX. Ninguna porción del pueblo puede ejercer el poder del pueblo entero, pero la opinión que expresa debe ser respetada como la 200

opinión de un parte del pueblo, que debe concurrir a la formación de la voluntad general. Cada sección del soberano reunida debe tener el derecho de expresar su voluntad con entera libertad. Es intrínsecamente independiente de todas las autoridades constituidas, y dueña de organizar su orden y sus deliberaciones. XXI. Todos los ciudadanos poseen el mismo derecho a participar en todas las funciones públicas, sin otra distinción que la de las virtudes y talentos, sin ningún otro título que la confianza del pueblo. XXII. Todos los ciudadanos tienen un derecho igual participar en el nombramiento de los mandatarios del pueblo, y en la elaboración de la ley. XXIII. Para que estos derechos no sean ilusorios y la igualdad quimérica, la sociedad debe dar un salario a los funcionarios públicos y hacer que los ciudadanos que viven de su trabajo puedan asistir a las asambleas públicas donde los convoca la ley sin comprometer su existencia, ni la de su familia. XXIV. Todo ciudadano debe obedecer religiosamente a los magistrados y a los agentes del gobierno, cuando éstos son los órganos o los ejecutores de la ley. XXV. Pero todo acto contra la libertad, contra la seguridad o contra la propiedad de un hombre, ejercida por quien sea, incluso en nombre de la ley, a excepción de los casos determinados por ella y en las formas que ella prescribe, es arbitrario y nulo. El propio respeto de la ley prohibe someterse a él, y si se le quiere imponer mediante la violencia, es lícito rechazarlo mediante la fuerza. XXVI. El derecho de presentar peticiones a los depositarios de la autoridad pública pertenece a todo individuo. Aquellos a quienes están dirigidas deben legislar sobre los puntos que son su objeto, pero no pueden prohibir, ni restringir ni condenar su ejercicio de ningún modo. XXVII. La resistencia a la opresión es la consecuencia de los demás derechos del hombre y del ciudadano. XXVIII. Hay opresión contra el cuerpo social, cuando uno sólo de sus miembros es oprimido. Hay opresión contra cada miembro del cuerpo social cuando el cuerpo social es oprimido. 201

XXIX. Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada porción del pueblo, el más indispensable de los deberes. XXX. Cuando falta la garantía social a un ciudadano, él vuelve al derecho natural de defender por sí mismo todos sus derechos. XXXI. En uno o en otro caso, sujetar con formas legales la resistencia a la opresión es el último refinamiento de la tiranía. XXXII. Las funciones públicas no pueden ser consideradas como distinciones ni como recompensas, sino como deberes públicos. XXXIII. Los delitos de los mandatarios del pueblo deben ser severa y fácilmente castigados. Nadie tiene el derecho de pretender ser más inviolable que los demás ciudadanos. XXXIV. El pueblo tiene el derecho de conocer todas las operaciones de sus mandatarios. Ellos deben rendirle cuentas fíeles de su gestión, y someterse a su juicio con respeto. XXXV. Los hombres de todos los países son hermanos, y los diferentes pueblos deben ayudarse entre ellos según su poder, al igual que los ciudadanos de un mismo estado. XXXVI. Aquel que oprime una nación se declara enemigo de todas. XXXVII. Aquellos que hacen la guerra a un pueblo para detener los progresos de la libertad y aniquilar los derechos del hombre, deben ser perseguidos por todos, no como enemigos ordinarios sino como asesinos y bandidos rebeldes. XXXVIII. Los reyes, los aristócratas, los tiranos, sean cuales sean, son esclavos alzados en rebeldía contra el soberano de la tierra, que es el género humano, y contra el legislador del universo, que es la naturaleza.

202

SOBRE LA C O N S T I T U C I Ó N " Q U E EL GOBIERNO N O PUEDA VIOLAR

JAMÁS LOS D E R E C H O S DE LOS CIUDADANOS" 10 de mayo de 1793, en la Convención

I Cómo controlar la tendencia tiránica de los gobiernos y evitar que el interés particular, que "el interés particular de los hombres de importancia", se transforme en la medida del interés general? Contra las legislaciones que institucionalizan "el arte de despojar y dominar a la mayoría en provecho de la minoría", Robespierre predica una economía política popular, una organización de la sociedad que reposa sobre la "virtud del pueblo", es decir, el "sentimiento de los derechos sagrados del hombre". Este discurso de Robespierre describe aquello que debe ser un espacio público constituido por la Declaración votada en 1789 y denuncia el proyecto girondino de un aparato de estado centralizado y separado de la sociedad civil que, lejos de defender "la libertad pública e individual contra el propio gobierno", "supone que el pueblo es insensato y sus magistrados sabios y virtuosos": es una variación sobre "los rasgos de la aristocracia". El desorden, explica Robespierre, no resulta de la insurrección popular sino de la acción de un gobierno injusto. Por ello "de ningún modo, la enfermedad del cuerpo político es la anarquía, sino el despotismo y la aristocracia", la confiscación del poder por los hombres "bien nacidos". Pues querer moderar el poder de los magistrados mediante otros magistrados es una ilusión. El equilibrio ficticio de los poderes que resulta de ello no es otra cosa que una coalición de intereses contra el pueblo: "los pueblos no deben buscar en las querellas de sus amos la ventaja de respirar un poco. Donde hay que poner la garantía de sus derechos es en su propia fuerza". La práctica política de los ciudadanos 203

como garantía de los derechos, el control estrecho del ejecutivo y la división sistemática del poder implican una descentralización generalizada: "huid de la manía antigua de los gobiernos de querer gobernar demasiado. Dejad a los individuos, dejad a las familias el derecho de hacer aquello que no molesta al prójimo. Dejad a las comunas el poder de regular ellas mismas su propios asuntos, y todo aquello que no tenga que ver con la administración general de la república". Las delegaciones de poder deben ser reducidas a lo estrictamente necesario, deben ser cortas y controladas. El gobierno no debe tener los medios para manipular a la opinión pública: "corresponde a la opinión pública el deber de juzgar a los hombres que gobiernan, y no a éstos el de dominarla". Los mandatarios son responsables ante el soberano y están obligados a deliberar "ante la mirada de la multitud más numerosa posible". Así se hacen visibles, se hacen públicos, los actos que comprometen el poder delegado por cada hombre afín de que sus derechos sean respetados. El hombre ha nacido para la felicidad y para la libertad y, sin embargo, ¡es esclavo y desgraciado en todas partes!' La sociedad tiene como fin la conservación de sus derechos y la perfección de su ser, ¡y en todas partes los sociedad lo degrada y lo oprime! Ha llegado el tiempo de recordarle sus verdaderos destinos. Los progresos de la razón humana han preparado esta gran revolución, y es a vosotros a quién se os ha impuesto especialmente el deber de acelerarla. Para cumplir esta misión hay que hacer precisamente lo contrario de lo que ha existido antes de vosotros. Hasta aquí, el arte de gobernar no ha sido otra cosa que el arte de despojar y dominar a la mayoría en provecho de la minoría, y la legislación, el medio de convertir estos atentados en sistema. Los reyes, los aristócratas han hecho muy bien su trabajo: ahora debéis hacer el vuestro, es decir, hacer felices y libres a los hombres mediante las leyes. 1. Cita textual de im liliro IHCH I (niocido por los legisladores de la Convención: El Contrato Social ¿i: |.::-

" D I G O QUE SI N O SE LEVANTA EL PUEBLO ENTERO, LA L I B E R T A D E S T Á PERDIDA"

29 de mayo de 1793, en la Sociedad de Amigos de la Libertad y de la Igualdad

La Gironda consiguió encender la guerra civil: en abril y después en mayo, las secciones de Marsella y de Lyon son sitiadas por las fuerzas contrarrevolucionarias. El 27 de mayo, la Comisión de los Doce, formada por diputados girondinos, intenta un golpe de fuerza convocando secretamente a trescientos guardias nacionales cerca de la Convención. Pero Maraty la Montaña hacenfracasarel complot y desenmascaran públicamente a sus autores. La Montaña quería, por el contrario, proteger la Asamblea y hacer juzgar a los diputados cuyas traiciones se manifestaban ahora a la vista de todos, para detener la guerra civil por medios que preservasen la soberanía popular y la democracia. Podemos ver aquí a un Robespierre, agotado por los preparativos de la insurrección, hacer una última llamada al pueblo, a la Comuna de París y a los diputados, en la antevíspera del desenlace. El se había declarado personalmente en insurrección desde el 3 de abril, lo que se tradujo en una actividad incesante para informarse, analizar, comprender y proponer las medidas a tomar en las secciones, en la Comuna, en el Departamento de París, en los Jacobinos y unificar todas las fuerzas favorables a la libertad. Pero él continúa también escribiendo en sus Lettres á ses Comettants\ presentando su proyecto de Declara1. Cartas a sus Comitentes, periódico de Robespierre, destinado a la ciudadanía que lo había elegido como diputado por Paris. Con este periódico, Robespierre cumplía sus criterios de rendir cuentas a la ciudadanía y de publicidad de la activi-

220

ción de derechos del Hombre y del ciudadano relacionado con el de constitución confiado a Saint-Just^, y preparando la lucha que se desarrollará en la Convención. La facción que domina en el seno de la Convención, íntimamente ligada a los generales conspiradores, continuará dominando. El plan de degollar a los patriotas no será abandonado. Todos los medios de corrupción y toda la influencia que proporcionan las riquezas de la República están en manos de esta facción. Pensad lo que queráis, castigadme si queréis, pero ésta es mi opinión. Si no la manifestase, traicionaría mi conciencia. Digo que un nuevo despotismo regio se levantará sobre los cadáveres de los patriotas. Digo que las noticias, tan pronto favorables como malas, según las circunstancias, no son más que ilusiones para llevarnos al precipicio. Se ha engañado al pueblo en todas las crisis donde debía levantarse para reconquistar su libertad y aplastar las conspiraciones. El pueblo, ha sido engañado hasta aquí. Aún está engañado y la continuación de este error será la muerte de todos los patriotas. Ellos desafían a la muerte, pero no desafían la infamia y la servidumbre de su país. Digo que si no se levanta el pueblo entero, la libertad está perdida, que no hay un empírico' más detestable que aquel que le pueda decir al pueblo que aún le queda otro médico que no sea él mismo. Yo digo que en poco tiempo veréis París sitiado por todas las

dad política. La palabra comettant, que aquí traducimos por comitente, tenía el significado comercial. "Aquel que encarga a otro un negocio", según el diccionario de la Academia Francesa de 1762 (sexta edición). Con la Revolución francesa sufrirá una rápida evolución pasando a tener también un contenido político vinculado a los problemas de la representación del soberano (el pueblo). La séptima edición del mencionado Diccionario de la Academia Francesa (1832-18345) ya registra este uso político: "Aquel que encarga a otro el cuidado de sus intereses políticos o privados". (Nota del Traductor). 2. Véase Saint-Jtist, Par itiiii revolución democrática popular. El Viejo Topo (en prensa), Barcelona 2005 (nota del Traductor). 3. Que pertenece al empíreo, la estera celeste más elevada, o sea la más lejana a la realidad.

221

potencias extranjeras a las que se habrán entregado vuestras plazas fuertes. Sólo queda un deber por cumplir a los mandatarios del pueblo, que es decir, al pueblo toda la verdad, y marchar a su cabeza para mostrarle la vía de salvación. Yo digo que si la Comuna de París en particular, a quién está confiada especialmente la tarea de defender los intereses de esta gran ciudad, no sigue este principio, que si ella no denuncia ante todo el universo la persecución dirigida contra la libertad por los más viles conspiradores; digo que si la Comuna de París no forma con el pueblo una estrecha alianza, viola el primero de sus deberes y desmiente la reputación de popularidad de la que ha sido investida hasta hoy. Digo que en la crisis en que nos encontramos, la municipalidad deberesistir a la opresión, y reclamar los derechos de la justicia contra l;i persecución de los patriotas. Cuando es evidente que la patria esi;í amenazada por ei peligro más poderoso, el deber de los represen tantes del pueblo es morir por la libertad o hacerla triunfar. Soy in capaz de prescribir al pueblo los medios para salvarse; esto no me es dado a mí, agotado como estoy por cuatro años de revolución, y por el espectáculo agobiante del triunfo de todo lo que hay de más vil y corrompido. No soy yo quien tiene que indicar estas medidas. No soy yo que estoy consumido por una fiebre lenta, aún más, poi una fiebre de patriotismo. He dicho y no me queda ningún otro deber que cumplir. Desde el viernes 31 de mayo hasta el domingo 2 de junio de 179.y. 80.000 ciudadanos, el ejército revolucionario levantado por fin, unido a los guardias nacionales de las secciones comandadas por Henrioi, rodearon la Convención y obtuvieron la denuncia de treinta y díi\ diputados girondinos, la mitad de los cuales ya habían emprendido la fuga y atizaban la guerra civil en los departamentos.

222

III IMPEDIR A UN PUEBLO RECUPERAR SUS DERECHOS Y DARSE UNA CONSTITUCIÓN DE SU ELECCIÓN ES UN CRIMEN DE LESA HUMANIDAD

SOBRE EL MÁXIMUM 31 de julio de 1793, en la Convención

En abril de 1793, peticiones y delegaciones populares impulsan a la Convención a ocuparse de las subsistencias. El debate comienza el 25y se acaba el 4 de mayo con el voto sobre el Máximum: los directorios de los departamentos son encargados de hacer un censo del grano disponible, de requisar lo necesario y de elaborar los cuadros de precios desde enero de 1793 para establecer un precio máximo de los granos. Esta ley cuestiona la política de libertad ilimitada, pero presenta el inconveniente de fijar un precio por departamento, lo que provoca nuevos problemas de ruptura de aprovisionamientos interdepartamentales, en tanto que las diferencias de precios favorecen la especulación. La Convención reabre el debate el 31 de julio y sigue a Robespierre, que interviene para que la ley no sea anidada sino mejorada. El Comité de Salvación Pública, del cual acababa de ser elegido miembro el 27 de julio, es encargado de hacer propuestas Los inconvenientes de la ley del Máximum se hacen sentir en muchos sitios, y los malhechores que abusan de las mejores leyes han aprovechado ésta para tramar sus complots. Sin embargo, no es suficiente informar ligeramente una ley, es necesario reemplazarla por disposiciones más sabias. Pido que se retrase la proposición que os han hecho, porque el Comité de Salvación Pública medita en este momento un proyecto que, sin duda, hará fi'acasar los complots de los conspiradores, y asegurará la abundancia y la prosperidad pública.

225

C O N T R A LA PROPOSICIÓN DE ERIGIR EL C O M I T É DE SALVACIÓN PÚBLICA EN GOBIERNO PROVISIONAL i" de agís» de 1793, en la Convertcién

La Revolución del 10 de agosto había derrocado la monarquía: el rey era jefe del ejecutivo, era preciso reemplazarlo en esta función. En un primer tiempo, este rol fue confiado al Consejo Ejecutivo provisional, formado por los ministros, que se reunía cada día para promulgar las leyes y mantener correspondencia con las administraciones descentralizadas y electas (departamentos, distritos, cantones y comunas). Pero este Consejo se mostró demasiado autónomo en relación al poder legislativo. Este problema fue resuelto pragmáticamente —después de un ensayo infructuoso de Comité de defensa general— en el momento de la debacle de marzo y de la traición de Dumouriez, con la creación, el 6 de abril, de un Comité de salvación pública: formado por diputados elegidos por la Convención, su función específica era hacer de puente entre el ejecutivo (Consejo ejecutivo) y el legislativo (Convención); vigilar al ejecutivo y tomar medidas de defensa general decididas de forma colegial con la mayoría de dos tercios de sus miembros, y rendir cuentas a la Convención". 1. Para nosotros, que estamos "habituados" a un ejecutivo fuerte, ampliamente autónomo e invasor de las competencias del legislativo, esta función de relación entre los dos poderes se nos escapa muchas veces. Es así como tras un siglo de glosas abundantes se ha querido ver en este Comité de salvación pública una institución de carácter dictatorial. Pero los historiadores que se han molestado en leer los archivos no han descubierto nada que justifique esta opinión. También se ha confundido la función de este Comité con la de un ministerio responsable. No era ni un ministerio —puesto que existía el Consejo Ejecutivo— ni un gobierno (ejecuti-

226

El Comité fue renovado entre julio y septiembre. Durante un debate sobre el poder ejecutivo, Danton propuso transformar el Comité de salvación pública en gobierno provisional, en lugar del Consejo líjeciitivo. Robespierre se opuso a ello y fue seguido por la Convención, que mantuvo el Comité de Salvación Pública en las funciones definidas con anterioridad. Si cambiando el estado del gobierno actual se pudiese sustituir por un estado cierto y estable, yo apoyaría la proposición de Danton; pero destruyendo la autoridad del Consejo ejecutivo no veo que se haga marchar mejor al gobierno. La proposición me parece vaga, su objeto de una ejecución incierta. Sería peligroso paralizar súbitamente el gobierno existente. No es suficiente decir: ya no existirá Consejo ejecutivo y el Comité de salvación pública será un gobierno provisional; es preciso organizar este gobierno, y como no se nos han mostrado los medios, pido que esta proposición se posponga.

vo) provisional, sino un comité de asamblea, formado por diputados elegidos cada mes por la Asamblea, responsables ante ella y rindiendo cuentas, no muchos años más tarde sino inmediatamente. Su papel esencial era hacer de relación entre los dos poderes, con el fin de subordinar el ejecutivo al legislativo. Ver A. Aulard, Recueil des Actes du Comité de Salut Publique, París, desde 1889, 28 vol.; M. Bouloiseau, Le comité de saludpublic, Que sais-je?, PUF, 1962; J.P. Faye, Dictionnairepolitiqueportatifen cinq mots Gallimard, 1982; E. Zade, "Robespierre et la fonction ministérieUe", Robespierre. Col-loque d'Arras, Lille, 1994, pp. 175-182.

227

LA S A B I D U R Í A D E UNAS LEYES TERRIBLES " E s PRECISO QUE SE UNAN LA CONVENCIÓN, LAS SOCIEDADES POPULARES, LAS SECCIONES Y EL PUEBLO ENTERO DE P A R Í S " 4 de septiembre de 1793, en la Sociedad de los amigos de la Libertad y de la Igualdad

¿Para qué era preciso un movimiento de unidad? Para que la Con vención, las sociedades populares, las secciones, París entero devinieran pueblo y pesaran de forma decisiva para imponer una política popular. Los esfuerzos de la Montaña y del Comité de salvación pública no fueron suficientes para arrastrar a la Convención\ Las jornadas populares de los días 4y 5 de septiembre determinaron lo que los actores denomi naron una nueva revolución. Robespierre, que preside la Convención desde estas jornadas, interviene también en los Jacobinos, el 4, para estrechar la unión y dar satisfacción a la demanda dle los peticionarios. X\Ví cuanto a las subsistencias —añade Robespierre—, haremos leyes sabias y al mismo tiempo terribles, que, asegurándolas al pueblo, destruirán para siempre a los acaparadores y los acaparamientos, satisfarán todas las necesidades del pueblo, prevendrán y desharán todos los complots y las tramas pérfidas que urden sus enemigos, p;i

1. El 4 de agosto, la Convención votó, a propuesta del Comité de salvación piihli ca, la leva de un nuevo ejército revolucionario; el 9 adoptó el principio de los gi.i ñeros de abundancia y de los hornos ptiblicos con el fin de que los particulares pudieran cocer su pan sin pasar por los panaderos que eran insuficientes; el 14, l.i nueva cosecha fue requisada para resolver la necesidades de la sociedad; el 19, el principio de Máximum de los precios se extiende a los combustibles y el 26 a l.is mercancías de primera necesidad (subsistencias, materias primas); el Maxim\ini general pasa a la ley.

228

ra hacerlo rebelar por hambre, debilitarlo por medio de la indigencia, exterminarlo por medio de la miseria. Si los granjeros opulentos quieren ser las sanguijuelas del pueblo, nosotros los entregaremos al propio pueblo: Si encontramos demasiados obstáculos para hacer justicia a los traidores, a los conspiradores, a los acaparadores, diremos al pueblo que se haga justicia él mismo. Reunamos pues este haz temible, contra el cual todos los esfuerzos de los enemigos del bien público se han estrellado hasta hoy. No perdamos de vista que ellos no desean otra cosa que hacer sospechosos a los patriotas frente a otros patriotas, y sobre todo hacer que se odien unos a otros, hacerles desconocer las autoridades constituidas. Malévolos y canallas se unen a los grupos que se pueden observar a la puerta de los panaderos, y los irritan con propósitos pérfidos. Se alarma al pueblo persuadiéndolo de que las subsistencias le faltarán. Se ha querido armar al pueblo contra sí mismo, echarlo sobre las cárceles para degollar a los prisioneros, estando seguros de que se encontraría la manera de hacer escapar a los culpables, a los canallas que están detenidos en ellas, y de hacer perecer al inocente, al patriota, a quién el error le ha podido llevar allá. Ha buscado extrañarlo del pueblo, atribuyéndole todos los males respecto de los cuales ellos lo han transformado en víctima. En este momento, se asegura que Pache está asediado por algunos intrigantes que lo injurian, lo insultan y lo amenazan y no por el pueblo. Debemos presentarnos todos ahí, gritan algunos, es preciso liberar al alcalde de París. Bourdon pide que una diputación de veinte miembros sea enviada a la Comuna para verificar los hechos e instruir al pueblo sobre el estado actual de París. C...: Un miembro de la Comuna acaba de advertirme de una reunión de gente malévola acaba de realizarse en la plaza de la Comuna. Que Pache ha sido insultado y que algunas voces han pedido proclamar rey al duque de York. Robespierre. Ved cuales son los medios que se emplea para desviar 229

al pueblo: Aquí hay todavía un esfuerzo de nuestros enemigos que quizás sea el último. Es preciso que la Convención, las sociedades populares, las secciones, el pueblo entero de París se reúnan para impedir golpes que se preparan contra las autoridades constituidas. Es preciso deliberar hasta el fin de la sesión sobre los males de la patria y los remedios que se les pueden aportar. Es preciso a continuación velar, cada uno por su parte, vigilar a los intrigantes y reunir nuestros esfuerzos para impedir sus complots, o destruir su efecto. ¿Cuáles eran los obstáculos para esta unión? La legislación existente fue recordada o completada durante estas jornadas^, pero el nuevo p.ro blema que pusieron en el orden del día era el siguiente: las leyes no son aplicadas porque algunos administradores encargados de hacerlo se opo nen. Los contrarrevolucionarios se encuentran en las propias instancias democráticas, en las secciones y en las sociedades populares, como resal ta este texto. Una fuerza ejecutiva debe ser creada. Su principio fue expresado el 5 de septiembre, con la sorprendente fórmula: "¡Colocad el terror en el orden del dial" Será puesto en marcha con el establecimiento del gobierno revolucio nario, el 10 de octubre^.

2. Una Comisión de las subsistencias fue creada el 11 de septiembre, bajo el con tro! de la Convención, y la legislación del Máximum general fue votada el 29. 3. Ver Diane Ladjouzi, "Las jornadas del 4 y 5 de septiembre de 1793 en París; un movimiento de unión entre el pueblo, la Comuna de París y la Convención para un eje cutivo revolucionario" Anuales Historiques de la Révolution Franfaise, n° 321, 2000.

230

SOBRE LOS PRINCIPIOS DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO " E L FIN DEL GOBIERNO CONSTITUCIONAL ES CONSERVAR LA REPÚBLICA, EL DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO ES FUNDARLA"

5 de nivoso del año 11- 25 de diciembre de 1793, en la Convención

Este discurso pronunciado en la Convención en nombre del Comité de salvación pública es una respuesta a Camille Desmoulinsy a su petición de clemencia y de indulgencia. Un mes después del decreto que instituyó el gobierno revolucionario, Robespierre reafirma su necesidad en términos de fundación y de salvación pública. Se trata de distinguir entre el tiempo revolucionario, donde toda conquista política siempre es reversible o susceptible de ser aniquilada y el tiempo constitucional, que representará la victoria de la revolución y el triunfo de la libertad. En efecto, el terror como ejercicio de fundación es una "guerra de la libertad contra sus enemigos". La noción de guerra no es aquí una simple metáfora para hablar de una vía política violenta y radical, sino que expresa la situación jurídica. La revolución es un tiempo de guerra donde no es posible usar un derecho positivo que "se ocupa preferentemente de la libertad civil". El gobierno revolucionario es un régimen donde los enemigos son inmediatamente extranjeros a la revolución, extranjeros a la nación que pretende fundarse. En este cuadro, la única pena que existe es la muerte (ver el discurso sobre el proceso del rey). Sin embargo "como más terrible es el gobierno revolucionario para los malos, más favorable debe ser a los buenos". Su éxito depende así enteramente del ejercicio de la distinción entre amigos y enemigos, de la lucidez en denunciar al enemigo, de la vigilancia en proteger a los buenos ciudadanos. Esta vigilancia del gobierno revolucionario debe entonces tomar dos formas: mantener la unidad en torno de la verdad y de la virtud públicas ("la república está perdida si las funciones de la admi231

nistración revolucionaria ya no son deberes penosos, sino objeto de la ambición"). Denunciar la calumnia contrarrevolucionaria y proteger de esta calumnia a los lugares de ejercicio de la política. Es dentro de los lugares de la política que la figura contrarrevolucionaria, eventual mente enmascarada, es identificada con la categoría política de enemi go extraordinario. Son declarados como tales los emisarios de la coali ción contrarrevolucionaria, los generales traidores, los facciosos que dividen, los funcionarios ambiciosos que olvidan el interés público, en fin, todos aquellos que temen el ardor del patriotismo. Ciudadanos representantes del pueblo Los éxitos adormecen a las almas débiles, pero espolean a las ;il mas fuertes. Dejemos a Europa y a la historia alabar los milagros il< Toulon', y preparemos nuevos triunfos de la libertad. Los defensores de la República adoptan la máxima de César: crciii que no se ha hecho nada mientras queda alguna cosa por hacer. Aún quedan bastantes peligros para ocupar nuestro celo. Vencer a los ingleses y a los traidores es una cosa bastante fácil pai.i el valor de nuestros soldados republicanos. Existe una misión lu»o menos importante y más difícil: consiste en desconcertar las intrij',.' eternas de todos los enemigos de nuestra libertad con una ener^v constante y hacer triunfar los principios sobre los cuales debe asen rarsc la prosperidad pública. Tales son los primeros deberes que habéis impuesto a vuestro C>o mité de salvación pública. En primer lugar desarrollaremos los principios y la necesidad del gobierno revolucionario. Mostraremos a continuación la causa que tiende a paralizarlo desde su nacimiento. La teoría del gobierno revolucionario es tan nueva como la revo lución que lo ha traído. No hay que buscarla en los libros de ios escritores políticos, que no han previsto esta revolución, ni en las 1. De septiembre a diciembre de 1793, los esfuerzos conjuntos de la población v del gobierno revolucionario consiguieron parar la guerra civil, rechazar la invasi(')n austro-prusiana en las fronteras del Norte y del Este y responder en Toulon a los ingleses el 19 de diciembre.

232

leyes de los tiranos que, contentos de abusar de su poder, se ocupan poco de intentar legitimarla. Esta palabra tampoco es para la aristocracia otra cosa que un tema de terror o un texto de calumnia. Para los tiranos no es más que un escándalo. Para muchos, un enigma. Es preciso explicarlo a todos para agrupar al menos a los buenos ciudadanos a los principios del interés público. La función del gobierno es dirigir a las fuerzas morales y físicas de la nación hacia el objetivo de su institución. El fin del gobierno constitucional es conservar la República; el del gobierno revolucionario es fundarla. La revolución es la guerra de la libertad contra sus enemigos: la constitución es el régimen de la libertad victoriosa y apacible. El gobierno revolucionario tiene necesidad de una actividad extraordinaria, precisamente porque está en guerra. Está sometido a reglas menos uniformes y rigurosas, porque las circunstancias donde se encuentra son tempestuosas y móviles, y sobre todo porque está forzado a desplegar sin desmayo recursos nuevos y rápidos ante peligros nuevos y apremiantes. El gobierno constitucional se ocupa principalmente de la libertad civil, y el gobierno revolucionario de la libertad pública. Bajo el régimen constitucional, es suficiente proteger a los individuos contra el abuso de la potencia política; bajo el régimen revolucionario, la propia potencia pública está obligada a defenderse contra todas la facciones que la atacan. El gobierno revolucionario debe a los buenos ciudadanos toda la protección nacional. A los enemigos del pueblo sólo les debe la muerte. Estas nociones son suficientes para explicar el origen y el carácter de las leyes que llamamos revolucionarias. Los que las llaman arbitrarias o tiránicas son sofistas estúpidos o perversos que intentar confundir al contrario: quieren someter al mismo régimen la paz y la guerra, la salud y la enfermedad, o quizás no quieren otra cosa que la resurrección de la tiranía y la muerte de la patria. Si invocan la ejecución literal de los adagios constitucionales, sólo es para violarlos impunemente. Son cobardes asesinos que, para degollar en la cuna a la República sin peligro, se esfuerzan para agarrotarla con 233

máximas vagas de las que ellos mismos saben muy bien como desprenderse. El bajel constitucional no ha sido construido para quedarse siempre en el astillero. Pero, ¿era preciso lanzarle al mar en lo más duro de la tempestad y bajo el peso de vientos contrarios? Esto es lo que querían los tiranos y los esclavos que se habían opuesto a su construcción. Pero el pueblo francés os ha ordenado esperar el retorno de la calma. Sus deseos unánimes, tapando al mismo tiempo los clamores de la aristocracia y del federalismo, os han encomendado hbrarle de todos sus enemigos. Los templos de los dioses no están hechos para servir de asilo a los sacrilegos que vienen a profanarlos; ni la constitución, para proteger los complots de los tiranos que buscan destruirla. Si el gobierno revolucionario debe ser más activo en su marcha, y más libre en sus movimientos, que el gobierno ordinario, ¿es por ello menos justo y legítimo? No. El está apoyado sobre la más santa de todas las leyes: la salvación del pueblo. Sobre el más irrefragable de los títulos: la necesidad. Hay también reglas, todas ellas extraídas de la justicia y del orden público. No hay nada de común con la anarquía, ni con el desorden. Su fin es, por el contrario, reprimirlos, para conducir y afirmar el reino de las leyes. No tiene nada en común con la arbitrariedad. Es el interés público el que debe dirigir y no las pasiones privadas. Debe mantenerse cerca de los principios ordinarios y generales, en todos los casos en que éstos pueden ser aplicados, sin comprometer la libertad pública. La medida de su fuerza debe ser la audacia o la perfidia de los conspiradores. Como más terrible es para los malos, más favorable debe ser a los buenos. Cuantos más rigores necesarios le imponen las circunstancias, más debe abstenerse de medidas que molesten inútilmente la libertad y que ofenden los intereses privados, sin ningún provecho público. Debe bogar entre dos escollos, la debilidad y la temeridad, el moderantismo y el exceso. El moderantismo, que es a la moderación lo que la impotencia es a la castidad, y el exceso que se parece a la energía como la hidropesía a la salud. Los tiranos han buscado constantemente hacernos recular hacia la 234

servidumbre, a través de las rutas del moderantismo. Algunas veces nos han querido echar en el extremo opuesto. Los dos extremos llegan al mismo punto. El objetivo no se consigue tanto si uno se queda más allá, como si se queda más acá. Nada se parece más al apóstol del federalismo que el predicador intempestivo de la República una e universal. El amigo de los reyes y el procurador general del género humano se entienden bastante bien entre ellos. El fanático cubierto de escapularios, y el fanático que predica el ateísmo, tienen entre ellos muchas relaciones. Los barones demócratas son los hermanos de los marqueses de Coblenza, y en algunas ocasiones los bonetes rojos están más cerca de los tacones rojos^ de lo que se podría pensar. Precisamente es aquí donde el gobierno tiene necesidad de una extrema circunspección, puesto que todos los enemigos de la libertad velan para girar contra él, no sólo sus errores, si no sus medidas más sabias. ¿Golpea el gobierno sobre lo que se llama exageración? Ellos buscan destacar el moderantismo y la aristocracia. Si se persigue a estos dos monstruos, ellos impulsan la exageración con toda su potencia. Es peligroso dejarles los medios de desviar el celo de los buenos ciudadanos. Es aún más peligroso desanimar y perseguir a los buenos ciudadanos que ellos han engañado. Por uno de estos abusos, la república corre el riesgo de expirar con un movimiento convulsivo. Por el otro, moriría de languidez. ¿Qué hay que hacer, pues? Perseguir a los culpables inventores de los sistemas pérfidos, proteger el patriotismo. Incluso en sus errores, ilustrar a los patriotas y no dejar de elevar al pueblo a la altura de sus derechos y de sus destinos. 2. "El gorro frigio llamado de forma más común el bonete de la libertad o bonete rojo, aparece en la fiesta de la Federación de Lyon donde es llevado en la punta de una lanza por una diosa Libertad (30 de mayo de 1790), en la fiesta de la Federación de Troyes (8-9 de mayo de 1790) donde cubre la cabeza de una estatua de la nación" según Albert Mathiez, citado por E. Liris, en el Dictionnarie historique de la Révolution fran^aisc, de Albert Soboul, pág. 136. Símbolo de la manumisión de los esclavos en Roma llegó a ser, durante la Revolución francesa, el principal emblema de la libertad y ocupó lugar preeminente en la iconografía republicana y revolucionaria. Tacón rojo era sinónimo de cortesano (nota del traductor).

235

Si no adoptáis esta regla, lo perderéis todo. Si fuera necesario elegir entre un exceso de fervor patriótico y la nada de la falta de civismo, o el marasmo del moderantismo, no habría elección. Un cuerpo vigoroso, atormentado por una sobreabundancia de savia, proporciona más recursos que un cadáver. Evitemos matar el patriotismo queriéndolo curar. El patriotismo es ardiente por naturaleza. ¿Quién puede amar fríamente a la patria? El patriotismo es la parte que les corresponde a los hombres simples, poco capaces de calcular las consecuencias políticas de una iniciativa cívica patriótica. ¿Dónde está el patriotismo, incluso ilustrado, que no se haya equivocado jamás? ¡Eh! Si se admite que existen moderados y cobardes de buena fe, ¿por qué no iban a existir patriotas de buena fe, a quienes un sentimiento loable empuja a veces demasiado lejos? Si se mirase como criminales a todos aquellos que, en el movimiento revolucionario, habrían sobrepasado la línea exacta trazada por la prudencia, se envolvería a todos los amigos naturales de la libertad, a vuestros propios amigos y a todos los apoyos de la república, en una misma proscripción con los malos ciudadanos. Los propios emisarios hábiles de la tiranía, tras haberlos engañado, se transformarían en sus acusadores y quizás en sus jueces. ¿Quién aclarará todos estos matices? ¿Quién trazará la línea de demarcación entre todos los excesos contrarios? El amor a la patria y la verdad. Los reyes y los bribones intentan siempre borrarla. No quieren tener cuentas con la razón ni con la verdad. Indicando los deberes del gobierno revolucionario, hemos marcado sus escollos. Como más grande es su poder y más libre y rápida es su acción, más debe estar dirigida por la buena fe. El día en que caiga en manos impuras o pérfidas, la libertad estará perdida. Su nombre devendrá el pretexto y la excusa de la propia contrarrevolución, su energía será la de un veneno violento. Además, la confianza del pueblo francés está más unida al carácter que la Convención nacional ha mostrado que a la propia institución. Colocando todo el poder en vuestras manos, el pueblo espera de vosotros que vuestro gobierno será bienhechor para los patriotas, y temible para los enemigos de la patria. Os ha impuesto el deber de desplegar al mismo tiempo el coraje y la política necesarios para 236

aplastarlos, y sobre todo para mantener entre vosotros la unión que necesitáis para alcanzar vuestros grandes destinos. La fundación de la República francesa no es un juego de niños. No puede ser obra del capricho o de la indiferencia, ni el resultado fortuito del choque de todas las pretensiones particulares, y de todos los elementos revolucionarios. La sensatez presidió la creación del universo, tanto como el poder. Imponiendo a miembros sacados de vuestro seno la temible tarea de velar sin cesar sobre los destinos de la patria, os habéis impuesto vosotros mismos la ley de prestarles el apoyo de vuestra fuerza y de vuestra confianza. Si el gobierno revolucionario no es secundado por la energía, por las luces, por el patriotismo y por la benevolencia de todos los representantes del pueblo, ¿cómo tendrá la fuerza de reacción proporcionada a los esfuerzos de la Europa que le ataca y de todos los enemigos de la libertad que lo presionan por todas partes? ¡Caiga la desgracia sobre nosotros, si abrimos nuestras almas a las pérfidas insinuaciones de nuestros enemigos, que pueden vencernos dividiéndonos! ¡Caiga la desgracia sobre nosotros si rompemos nuestro haz, en lugar de estrecharlo; si los intereses privados y la vanidad ofendida se hacen oír en lugar de la patria y de la verdad! Elevemos nuestras almas a la altura de las virtudes republicanas y de los ejemplos antiguos. Temístocles tenía más genio que el general lacedemonio que mandaba la flota de los griegos: sin embargo, aquel, como respuesta a una opinión necesaria que debía salvar la patria, levantó su bastón para golpearlo; Temístocles se contentó con responderle: "Pégame, pero escucha", y Grecia triunfó sobre el tirano de Asia. Escipión valía más que otro general romano. Tras haber vencido a Aníbal y a Cartago, consideró una gloria servir a las órdenes de su enemigo: ¡Oh, virtud de los corazones grandes! ¿Qué son ante ti todas las agitaciones del orgullo y todas las pretensiones de las pequeñas almas? ¡Oh, virtud! ¿Eres menos necesaria para fundar una República que para gobernar en la paz? ¡Oh, patria! ¿Tienes menos derechos sobre los representantes del pueblo francés que Grecia sobre sus generales? Si entre nosotros las funciones de administración revolucionaria ya no son deberes penosos, sino objeto de ambición, la república ya está perdida. 237

Es preciso que la autoridad de la Convención nacional sea respetada en toda Europa. Es para degradarla y anularla que los tiranos agotan todos los recursos de su política y prodigan sus tesoros. Es preciso que la Convención tome la firme resolución de preferir su propio gobierno al del gabinete de Londres y de las cortes de Europa; ya que si ella no gobierna, reinarán los tiranos. ¡Qué beneficios tendrían en esta guerra de ardides y de corrupción que hacen a la República! Todos los vicios combaten para ellos: la República no tiene otra cosa que las virtudes. Las virtudes son simples, modestas, pobres, habitualmente ignorantes, a veces groseras. Son lo propio de los desgraciados y el patrimonio del pueblo. Los vicios están rodeados de todos los tesoros, armados de todos los encantos de la voluptuosidad, de todos los cebos de la perfidia. Están escoltados por todos los talentos peligrosos ejercidos por el crimen. ¡Con qué arte profundo los tiranos vuelven contra nosotros, no ya nuestras pasiones y debilidades, sino nuestro propio patriotismo! ¡Con qué rapidez podrían desarrollarse los gérmenes de la divi sión que echan entre nosotros, si no nos apresuramos a aplastarlos! Gracias a cinco años de traición y de tiranía, gracias a mucho dtimprevisión y de credulidad, y a algunos trazos de vigor desmentí dos demasiado pronto por un arrepentimiento pusilánime, Austria, Inglaterra, Rusia, Prusia e Italia han tenido tiempo de establecer un gobierno secreto en Francia, rival del gobierno francés. Ellas tienen también sus comités, su tesorería, sus agentes. Este gobierno ad quiere la fuerza que nosotros arrebatamos al nuestro. Tiene la uni dad que nos falta desde hace demasiado tiempo. Tiene la política de la que creemos poder prescindir, la voluntad de seguir y el acuerdo del que no hemos percibido siempre la necesidad. Así, las cortes extranjeras han vomitado desde hace mucho tiem po todos los hábiles canallas que tienen a su sueldo. Sus agentes infestan aún nuestros ejércitos. La propia victoria de Toulon es una prueba de ello: ha sido precisa toda la bravura de los soldados, toda la fidelidad de los generales, todo el heroísmo de los representantes del pueblo, para triunfar sobre la traición. Ellos deliberan en nuestras administraciones, en nuestras asambleas seccionarlas. Se introducen en los clubs. Se han sentado en el propio santuario de la 238

representación nacional. Dirigen y dirigirán eternamente la contrarrevolución con el mismo plan. Merodean en torno a nosotros. Sorprenden nuestros secretos. Halagan nuestras pasiones. Intentan inspirarnos incluso nuestras opiniones, vuelven contra nosotros nuestras resoluciones. ¿Sois débiles? Ellos elogian vuestra prudencia. ¿Sois prudentes? Os acusan de debilidad. Llaman temeridad a vuestro coraje; a vuestra justicia, crueldad. Tratadlos con consideración y conspirarán públicamente. Amenazadlos y conspirarán en las tinieblas y bajo la máscara del patriotismo. Ayer asesinaban a los defensores de la libertad; hoy se mezclan en sus pompas fúnebres y piden para ellos honores divinos, espiando la ocasión para degollar a aquellos que se les parecen. ¿Hay que encender la guerra civil? Ellos predican todas las locuras de la superstición, ¿Está la guerra civil a punto de apagarse bajo las olas de sangre francesa? Ellos abjuran de su sacerdocio y de sus dioses para volverla a encender. Se ha visto a ingleses y a prusianos dispersarse en nuestras ciudades y campos anunciando, en nombre de la Convención nacional, una doctrina insensata; hemos visto curas secularizados a la cabeza de reuniones sediciosas, cuyo motivo o pretexto era la religión. Algunos patriotas llevados por el odio al fanatismo han cometido actos imprudentes y han sido asesinados. Se ha derramado la sangre en muchas partes debido a estas deplorables querellas, como si tuviéramos suficiente sangre para combatir a los tiranos de Europa. ¡Oh, vergüenza! ¡Oh debilidad de la razón humana! ¡Una gran nación ha parecido el juguete de los despreciables lacayos de la tiranía! Los extranjeros han parecido durante algún tiempo arbitros de la tranquilidad pública. El dinero circulaba o desaparecía a su gusto: Cuando querían, el pueblo encontraba pan. Cuando querían el pueblo estaba sin pan. Reuniones tumultuosas a las puertas de los panaderos se formaban o se disipaban a su señal. Nos rodean con sus sicarios y con sus espías. ¡Lo sabemos, los vemos y ellos viven! Parecen inaccesibles para la espada de la ley: Es más difícil, incluso hoy, castigar a un conspirador importante que arrancar a un amigo de la libertad de las manos de la calumnia. Apenas hemos denunciado los excesos falsamente filosóficos, pro239

vocados por los enemigos de Francia; apenas él patriotismo ha pronunciado en esta tribuna la palabra ultrarrevolucionario, que los designaba; inmediatamente los traidores de Lyon, todos los partidarios de la tiranía se han apresurado a aplicarla a todos los patriotas cálidos Y generosos que habían vengado al pueblo y a las leyes. De un lado, ellos renuevan el antiguo sistema de persecución contra los amigos de la República. Por otro lado, invocan la indulgencia a favor de los canallas cubiertos con sangre de la patria. No obstante sus crímenes se acumulan; las cohortes impías de los emisarios extranjeros se reclutan cada día; Francia está cubierta de ellos; ellos esperan, y esperarán eternamente un momento favorable a sus designios siniestros. Ellos se fortifican, se acantonan entre nosotros; levantan nuevos temores, nuevas baterías contrarrevolucionarias, mientras que los tiranos que los asueldan reúnen nuevos ejércitos. Sí, estos pérfidos emisarios que nos hablan, que nos acarician, que son los hermanos, los cómplices de los satélites feroces que arrasan nuestras cosechas, que han tomado posesión de nuestras ciudades y de nuestros bajeles comprados por sus amos, que han masacrado a nuestros hermanos, degollado sin piedad a nuestros prisioneros, a nuestras mujeres, a nuestros hijos, a los representantes del pueblo francés. ¿Qué digo? Los monstruos que han cometido estos desmanes son menos atroces que los miserables que desgarran secretamente nuestras entrañas. ¡Ellos respiran y conspiran impunemente! Ellos sólo esperan unos jefes para unirse a ellos; los buscan entre vosotros. Su principal objetivo es que nos peleemos los unos contra los otros. Esta lucha funesta levantaría las esperanzas de los aristócratas, reharía las tramas del federalismo; vengaría a la facción girondina respecto de la ley que ha castigado sus fechorías. Castigaría a la Montaña por su dedicación sublime; puesto que es a la Montaña, o mejor, a la Convención a quien se ataca, dividiéndola y destruyendo su obra. Por nuestra parte, sólo haremos la guerra a los ingleses, a los prusianos, a los austríacos y a sus cómplices. Es exterminándolos como responderemos a sus libelos. Nosotros sólo sabemos odiar a los enemigos de la patria. No es al corazón de los patriotas o de los desgraciados donde hay 240

que llevar el terror, si no hasta las guaridas de los bandidos extranjeros donde se reparten los despojos, o donde se bebe la sangre del pueblo francés. El Comité ha remarcado que la ley no estaba preparada para castigar a los grandes culpables. Extranjeros, agentes conocidos de los reyes coaligados; generales manchados de sangre de los Franceses, antiguos cómplices de Dumouriez, de Custine y de Lamarliére, están arrestados desde hace tiempo y no han sido juzgados. Los conspiradores son numerosos; parecen multiplicarse y los ejemplos de este género son raros. El castigo de cien culpables oscuros y subalternos es menos útil a la libertad que el suplicio de un jefe de la conspiración. Los propios miembros del Tribunal revolucionario, cuyo patriotismo y equidad son de alabar en general, han indicado al Comité de salvación pública las causas que algunas veces ponen trabas a su trabajo sin hacerlo más seguro y nos han pedido la reforma de una ley que se resiente de los tiempos desgraciados en que fue creada. Propondremos autorizar al Comité a presentaros algunos cambios a este respecto, que tenderán a volver la acción de la justicia aún más propicia al inocente y al mismo tiempo inevitable para el crimen y para la intriga. Ya habéis encargado al Comité esta tarea, a través de un decreto precedente. Os propondremos, desde este momento, apresurar el juicio de los extranjeros y generales acusados de conspiración con los tiranos que nos hacen la guerra. Pero no es suficiente aterrorizar a los enemigos de la patria. Es preciso socorrer a sus defensores. Solicitaremos de vuestra justicia algunas disposiciones a favor de los soldados que combaten y que sufren por la libertad. El ejército francés no es solamente el pavor de los tiranos. También es la gloria de la nación y de la humanidad. Marchando hacia la victoria nuestros virtuosos guerreros gritan: ¡Viva la República! Cayendo bajo el hierro enemigo, su grito es: ¡Viva la República! Sus últimas palabras son los himnos de la libertad, sus últimos suspiros son votos por la patria. Si todos los jefes hubieran estado a la altura de los soldados, Europa estaría vencida desde hace mucho tiem241

po. Todo acto de benevolencia hacia el ejército es un acto de reconocimiento nacional. Las ayudas acordadas para los defensores de la patria y para sus familias nos han parecido demasiado módicas. Creemos que pueden ser aumentadas en un tercio sin mayor inconveniente. Los inmensos recursos de la República, en finanzas, permiten esta medida, la patria la reclama. Nos ha parecido también que los soldados lisiados, las viudas y los hijos de aquellos que han muerto por la patria, encontraban en las formalidades exigidas por la ley, en la multiplicidad de las solicitudes, algunas veces en la frialdad o en la malevolencia de algunos administradores subalternos, dificultades que retrasaban el gozo de los beneficios que la ley les asegura. Nosotros hemos creído que el remedio a este inconveniente era darles unos defensores oficiosos establecidos por ley, para facilitarles los medios de hacer valer sus derechos. A partir de todos estos motivos, os proponemos el siguiente decreto: La Convención nacional decreta: Art. 1°- El acusador público del tribunal revolucionario hará ju/ gar sin demora a Dietrich, Custine hijo del general castigado por i;i ley, Biron, des Brulys, Barthélemy, y a todos los generales y oficia les acusados de complicidad con Dumouriez, Custine, Lamarliére \ Houchard. Hará juzgar paralelamente a los extranjeros, banquero-, y otros individuos acusados de traición y de connivencia con lo, reyes coaligados contra la república francesa. 2°- El Comité de salvación pública hará, en el plazo más corto, su informe sobre los medios para perfeccionar la organización del Tu bunal revolucionario. 3°- Las ayudas y recompensas acordadas por los decretos precc dentes a los defensores de la patria heridos en combate, o a sus viu das e hijos, son aumentadas un tercio. 4°- Se creará una comisión encargada de facilitar los medios paia a gozar de los beneficios que les otorga la ley. 5°- Los miembros de esta comisión serán nombrados por la Con vención nacional, a propuesta del Comité de salvación pública. 242

SOBRE LOS PRINCIPIOS DE MORAL POLÍTICA QUE DEBEN GUIAR A LA CONVENCIÓN NACIONAL EN LA ADMINISTRACIÓN INTERIOR DE LA REPÚBLICA "EL TERROR NO ES OTRA COSA QUE LA JUSTICL\ PRONTA, SEVERA, INFLEXIBLE" 18 pluvioso del año 11—5 de febrero de 1794, en la Convención

Cuando Robespiere pronuncia este discurso en nombre del Comité de salud pública tiene la sensación de encontrarse en una situación de tregua, la cual le autoriza a pensar en elfinal de la Revolución y a abordar los principios y las formas de la República venidera. El fin de la República es "el disfrute sosegado de la libertad y de la igualdad, el reino de la. justicia eterna". Para alcanzarlo, Robespierre propone un nuevo orden de cosas construido sobre el principio de la virtud, "que no es otra cosa que el amor a la patria y a sus leyes" y el principio de igualdad. Estos principios deben servir de brújula para la acción del gobierno revolucionario que prepara el advenimiento de la República. La virtud republicana debe ser la energía tanto del pueblo como del gobierno, pero es el pueblo quien actúa como guardián último de la misma. Si éste fuese corruptible, entonces la libertad estaría perdida. Por ello mismo, Robespierre se apoya sobre un pueblo naturalmente virtuoso, puesto que ha reconquistado su libertad y al que "para amar la justicia y la igualdad le es suficiente con amarse a si mismo". En consecuencia, la virtud debe actuar como una fuerza coactiva sobre el gobierno para que éste haga el bien. Sin embargo, durante la Revolución, la virtud sin el terror es impotente. Y se trata todavía aquí de explicar el terror. Este no es "otra cosa que la justicia pronta, severa, injlexible". Hay que proseguir el trabajo politico que consiste en distinguir a los ciudadanos republicanos de los enemigos de la patria. Las ¡acciones son las que se encuentran en el núcleo del dispositivo contrarrevolucionario. En contra de los moderados, Robespierre explica ijiir rstr trabajo es un trabajo delicado: es preciso 243

/

sufrir por el pueblo, pero no tener piedad alguna hacia sus enemigos, pues "perdonar a los opresores de la humanidad es barbarie". En contra de los "ultrarrevolucionarios", él expresa que sus manifiestos contra^ la libertad de cultos y sus "extravagancias estudiadas" desfiguran el gobierno revolucionario. Por esta razón, los unos y los otros son aliados de hecho de la coalición contrarrevolucionaria y de los "aristócratas". Proclamar los principios de la moral política y luchar contra las facciones es proteger la virtud de la representación nacional. Ciudadanos representantes del pueblo Expusimos, ya hace cierto tiempo, los principios de nuestra política exterior: hoy vamos a desarrollar los principios de nuestra política interior Tras haber vagado durante largo tiempo al azar, y como arrastrados por el movimiento de facciones contrarias, los representantes del pueblo francés por fin han mostrado un carácter y un gobierno. Un súbito cambio en la fortuna de la nación anunció a Europa la regeneración que se estaba produciendo en la representación nacional. Pero, hasta el presente momento en el que hablo, hay que convenir que hemos sido guiados más bien, en estas circunstancias tan tempestuosas, por amor al bien y por la intuición de las necesidades de la patria, más que por una teoría exacta y por reglas precisas de conducta, que no habíamos tenido siquiera el tiempo suficiente para trazar. Es hora de determinar con nitidez cuál es el fin de la revolución, y el plazo en el que nosotros queremos alcanzarlo; es hora de que nos demos cuenta de los obstáculos que atin nos alejan de él, y de los medios que debemos adoptar para alcanzarlo: idea simple e importante, que parece no haber sido advertida jamás. Pero, claro, ¿cómo hubiera podido osar realizarla un gobierno cobarde y corrupto? Un rey, un senado, un César, un Cromwell deben ante todo recubrir sus proyectos con un velo religioso, transigir con todos los vicios, halagar a todos los partidos, aplastar al de las gentes de bien, oprimir o engañar al pueblo para alcanzar el fin perseguido por su pérfida ambición. Si no hubiésemos tenido una tarea más importante que realizar, si tan sólo se hubiese tratado aquí de los intereses de una facción o de una nueva aristocracia, habríamos podido creer. 244

al igual que ciertos escritores aún más ignorantes que perversos, que el plan .de la revolución francesa estaba ya escrito con todas las letras en los libros de Tácito y de Maquiavelo, y que había que buscar en consecuencia los deberes propios de los representantes del pueblo en la historia de Augusto, de Tiberio o de Vespasiano, o incluso en la de ciertos legisladores franceses; puesto que, con la diferencia de ciertos matices mayores o menores, de perfidia o de crueldad, todos los tiranos se asemejan. En cuanto a nosotros, venimos hoy para poner al mundo entero en conocimiento de vuestros secretos políticos, a fin de que todos los amigos de la patria puedan unirse a la voz de la nación y del interés público; a fin de que la nación francesa y sus representantes sean respetados en todos los países del orbe terrestre donde pueda alcanzar el conocimiento de sus verdaderos principios; a fin de que los intrigantes que no buscan siempre sino reemplazar a otros intrigantes, sean juzgados de acuerdo con reglas seguras y fáciles. Es preciso tomar precauciones por anticipado, con el fin de poner el destino de la libertad en manos de la verdad que es eterna, mejor que encuentre la muerte tan sólo con pensar el crimen. ¡Feliz el pueblo que puede alcanzar ese punto! Pues, cualquiera que sean los nuevos ultrajes que se le deparen, ¡qué fuente de recursos no le ofrece un orden de cosas en el que la razón pública es la garantía de la libertad! ¿Cuál es el fin hacia el que nos dirigimos? El disfrute sosegado de la libertad y de la igualdad; el reino de esta justicia eterna, cuyas leyes han sido grabadas, no sobre mármol o sobre piedra, sino en los corazones de todos los hombres, incluso en el del esclavo que las olvida, y en el del tirano que las niega. Queremos un orden de cosas en el que todas las pasiones bajas y crueles sean encadenadas, todas las pasiones bienhechoras y generosas sean avivadas por la ley; en el que la ambición consista en el deseo de merecer la gloria y de servir a la patria; en el que las distinciones no nazcan sino de la igualdad misma; en el que el ciudadano esté sometido al magistrado, el magistrado al pueblo, y el pueblo a la justicia; en el que la patria asegure el bienestar a todo individuo, y en el que cada individuo disfrute con orgullo de la prosperidad y de la 245

gloria de la patria; en el que todos los espíritus se engrandezcan mediante la continua comunicación de los sentimientos republicanos, Y mediante la necesidad de merecer la estima de un gran pueblo; en el que las artes sean el adorno de la libertad que las ennoblece, el comercio la fuente de la riqueza pública y no sólo de la opulencia monstruosa de algunas casas. Queremos que en nuestro país la moral sustituya al egoísmo, la integridad en el obrar al honor, los principios a los usos, los deberes a la conveniencias, el imperio de la razón a la tiranía de la moda, el desprecio del vicio al desprecio de la desgracia, el orgullo a la insolencia, la grandeza de ánimo a la vanidad, el amor a la gloria al amor al dinero, las buenas personas a la buena sociedad, el mérito a la intriga, el talento a la agudeza, la verdad al relumbrón, el encanto de la felicidad al aburrimiento de la voluptuosidad, la grandeza del hombre a la pequenez de los grandes, un pueblo magnánimo, poderoso, feliz, a un pueblo amable, frivolo y miserable; es decir, todas las virtudes y todos los milagros de la República a todos los vicios y a todas las ridiculeces de la monarquía. Queremos, en una palabra, satisfacer los íntimos deseos de la naturaleza, realizar los destinos de la humanidad, cumplir la promesas de la filosofía, absolver a la providencia del largo reinado del crimen y de la tiranía. Que Francia, antaño, ilustre entre los países esclavos, eclipsando la gloria de todos los pueblos libres que han existido se convierta en modelo de las naciones, espanto de los opresores, consuelo de los oprimidos, adorno del universo mundo, y que, al sellar nuestra obra con nuestra sangre, podamos al menos ver brillar la aurora de la felicidad universal. Esta es nuestra ambición, éste es nuestro fin. ¿Qué clase de gobierno puede realizar estos prodigios? Únicamente el gobierno democrático o republicano. Estas dos palabras son sinónimas, a pesar de los abusos del lenguaje vulgar; pues la aristocracia no es más republicana que la monarquía. La democracia no es un estado en el que el pueblo, continuamente congregado regule por sí mismo todos los asuntos públicos, aún menos aquél en el que cien mil fracciones del pueblo, mediante medidas aisladas, precipitadas y contradictorias, decidieran la suerte de la sociedad entera: un gobierno tal no ha existido jamás, y no podría existir sino 246

para volver a llevar al pueblo el despotismo. La democracia es un estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son obra suya, hace por sí mismo todo lo que puede hacer, y mediante delegados todo lo que no puede hacer por sí mismo. Por tanto, debéis buscar las reglas de vuestra conducta política en los principios del gobierno democrático. Pero, para fundar y consolidar entre nosotros la democracia, para llegar al reinado apacible de las leyes constitucionales, es preciso terminar la guerra de la libertad contra la tiranía y atravesar felizmente las tormentas de la revolución: tal es el fin del sistema revolucionario que habéis regularizado. Por tanto, todavía debéis ajustar vuestra conducta a las circunstancias tempestuosas en las que se encuentra la república; y el plan de vuestra administración debe ser el resultado del espíritu del gobierno revolucionario, combinado con los principios generales de la democracia. Ahora, bien, ¿cuál es el principio fundamental del gobierno democrático o popular, es decir, la energía esencial que lo sostiene y lo hace moverse? Es la virtud; hablo de la virtud pública que produjo tantos prodigios en Grecia y Roma, y que debe producirlos aún mucho más sorprendentes en la Francia republicana; de esa virtud que no es otra cosa que el amor a la patria y a sus leyes. Pero como la esencia de la república o de la democracia es la igualdad, se concluye de ello que el amor a la patria abarca necesariamente el amor a la igualdad. Es verdad también que este sentimiento sublime supone la prioridad del interés público sobre todos los intereses particulares; de lo que resulta que el amor a la patria supone también o produce todas las virtudes: pues ¿acaso son ellas otra cosa que la fuerza de ánimo que otorga la capacidad de hacer estos sacrificios? ¿Cómo iba a poder, por ejemplo, el esclavo de la avaricia o de la ambición, sacrificar su ídolo por la patria? No sólo la virtud es el alma de la democracia, sino que tan sólo puede existir bajo este gobierno. En la monarquía, yo no conozco más que a un individuo que pueda amar a la patria, y que, por ello mismo, no tiene incluso necesidad de virtud; es el monarca. La razón estriba en que, de todos los habitantes de sus estados, el monarca es 247

el único que tiene una patria. ¿Acaso no es el soberano, como mínimo, de hecho? ¿No ocupa él el lugar del pueblo? ¿Y qué otra cosa puede ser la patria sino es el país en que se es ciudadano y miembro del soberano? Como consecuencia del mismo principio, en los estados aristocráticos la palabra patria no posee algún significado más que para las familias patricias que se han apoderado de la soberanía. Tan sólo en la democracia el estado es verdaderamente la patria de todos los individuos que la componen, y puede contar con tantos defensores interesados por su causa como ciudadanos contiene ella en su seno. Esta es la fuente de la superioridad de los pueblos libres sobre todos los demás. Si Atenas y Esparta triunfaron sobre los tiranos de Asia, y los suizos sobre los tiranos de España y de Austria, no hay que buscarle a ello ninguna otra causa. Pero los franceses son el primer pueblo del mundo que ha instaurado la verdadera democracia, al convocar a todos los hombres a la igualdad y a la plenitud de los derechos de ciudadanía; y esta es, en mi opinión, la verdadera razón por la cual todos los tiranos coaligados contra la república serán vencidos. Hay que extraer desde este momento grandes consecuencias de los principios que acabamos de exponer. Puesto que el alma de la República es la virtud, la igualdad, y vuestro fin es fundar, consolidar la república, de ello se sigue que la primera regla de vuestra conducta política debe consistir en dirigir todas vuestras operaciones al mantenimiento de la igualdad y al desarrollo de la virtud; pues el primer desvelo del legislador debe consistir en fortalecer el principio en que se fundamenta el gobiii no. Así, todo lo que tiende a avivar el amor a la patria, a purificai las costumbres, a elevar los espíritus, a encauzar las pasiones del co razón humano en pro del interés público, debe ser adoptado o ins taurado por vosotros. Todo lo que tiende a concentrarlas en la abycc ción del yo personal, a despertar el encaprichamiento por las cosas pequeñas y el desprecio de las grandes, debe ser rechazado o reprimido por vosotros. En el sistema de la Revolución francesa, lo que es inmoral resulta contrario a la política, lo que es corruptor resulta contrarrevolucionario. La debilidad, los vicios, los prejuicios son el canii248

no hacia la monarquía. Arrastrados demasiado a menudo, quizá, por el peso de nuestras antiguas costumbres, al igual que por la imperceptible pendiente de la debilidad humana, hacia las ideas falsas y hacia los sentimientos pusilánimes, tenemos que defendernos menos del exceso de energía que del exceso de debilidad. Quizá el mayor escollo que debamos evitar no es el fervor del celo, sino más bien el cansancio del bien y el miedo a nuestro propio valor. Reavivad sin cesar la sagrada energía del gobierno republicano, en lugar de dejarla decaer. No necesito decir que yo no quiero justificar con esto ningún exceso. Si se abusa de los principios más sagrados, le corresponde a la sabiduría del gobierno el saber consultar las circunstancias, aprovechar la situación, elegir los medios; pues la manera como se preparan las grandes cosas es una parte consustancial al talento de hacerlas, al igual que la sabiduría es en sí misma una parte de la virtud. No pretendemos fraguar la república francesa en el molde de la de Esparta; no queremos darle ni la austeridad ni la corrupción de los claustros. Acabamos de presentaros, en toda su pureza, el fundamento moral y político del gobierno popular. Disponéis en consecuencia de una brújula que puede orientaros en medio de las tempestades de todas las pasiones, y del torbellino de intrigas que os rodean. Tenéis la piedra de toque con la que podéis poner a prueba todas vuestras leyes, todas las propuestas que se os hacen. Al compararlas constantemente con este principio, podéis, en adelante, evitar el escollo ordinario de las grandes asambleas, el peligro de las sorpresas y de las medidas precipitadas, incoherentes y contradictorias. Podéis dotar a todas vuestras operaciones de la organicidad, la unidad, la sabiduría, la dignidad que deben ser el signo de los representantes del primer pueblo del mundo. No son las consecuencias fáciles del principio de la democracia las que hay que detallar, es el mismo principio simple y fecundo el que debe ser desarrollado. La virtud republicana puede ser considerada con relación al pueblo y con relación al gobierno; resulta necesaria en uno y otro caso. Cuando tan sólo el gobierno carece de ella, queda aún la posibilidad de recurrir al pueblo; pero cuando hasta el pueblo mismo se ha 249

corrompido, la libertad está ya perdida. :;ÍÍ,U¡.' f > Felizmente, la virtud es connatural al pueblo, a despecho de los prejuicios aristocráticos. Un nación está verdaderamente corrompida cuando, tras haber perdido gradualmente su carácter y su libertad, pasa de la democracia a la aristocracia o a la monarquía; sobreviene entonces la muerte del cuerpo político por decrepitud. ¡Cuando tras cuatrocientos años de gloria, la avaricia logra desterrar de Esparta las buenas costumbres junto con las leyes de Licurgo, Agis muere en vano intentando restaurarlas! Por más que Demóstenes clama contra Filipo, Filipo encuentra en los vicios de la Atenas degenerada abogados más elocuentes que Demóstenes. Todavía hay en Atenas una población tan numerosa como en los tiempos de Milcíades y de Arístides; pero ya no hay atenienses. ¿Qué importa que Bruto haya dado muerte al tirano? La tiranía sobrevive en los corazones, y Roma ya sólo existe en Bruto. Pero cuando, como consecuencia de esfuerzos prodigiosos de valor y de razón, un pueblo rompe las cadenas del despotismo para ofrecérselas como trofeos a la libertad; cuando, mediante la fuerza de su temperamento moral, se libra, en cierta manera, de los brazos de la muerte para recobrar todo el vigor de la juventud; cuando, alternativamente sensible y orgulloso, intrépido y dócil no puede ser detenido ni por las murallas inexpugnables, ni por ejércitos innumerables de los tiranos armados en contra suyo, y cuando se refrena a sí mismo ante la imagen de la ley, si no se eleva rápidamente a la altura de sus destinos, no será sino por culpa de quienes le gobiernan. Por otra parte se puede decir, en cierto sentido, que para amar la justicia y la igualdad el pueblo no necesita de una gran virtud; le basta con amarse a sí mismo. Pero el magistrado está obligado a sacrificar su interés al interés del pueblo, el orgullo del poder a la igualdad. Es necesario que la ley hable sobre todo con imperio a quien es su ejecutor. Es necesario que el gobierno haga fuerza sobre sí mismo para mantener todas sus partes en armonía con aquélla. Si existe un cuerpo representativo, una autoridad central constituida por el pueblo, le corresponde a ella vigilar y reprimir constantemente a todos los funcionarios públicos. Pero, quién la reprimirá a ella misma sino su propia vir250

tud? Cuanto más alta es esta fuente de donde mana el orden público, más pura debe ser; es necesario por lo tanto que el cuerpo representativo comience por someter en sí mismo todas las pasiones privadas a la pasión general del bien público. ¡Dichosos los representantes, cuando su gloria y su mismo interés los ligan, tanto como sus deberes, a la causa de la libertad! De todo lo dicho deducimos una gran verdad; y es que la característica de un gobierno popular es ser confiado con el pueblo y severo consigo mismo. A esto se limitaría todo el desarrollo de nuestra teoría, si vosotros sólo tuvieseis que gobernar el navio de la República en la calma: pero la tempestad ruge: y el estadio de la Revolución en el que os encontráis os impone otra tarea. Esa gran pureza de los fundamentos de la revolución, la sublimidad misma de su objetivo es precisamente lo que constituye nuestra fuerza y nuestra debilidad: nuestra fuerza, porque nos da la superioridad de la verdad sobre la impostura, y los derechos del interés público sobre los intereses privados; nuestra debilidad porque reúne contra nosotros a todos los hombres viciosos, a todos los que, en sus corazones, meditaban cómo despojar al pueblo, y a los que han rechazado la libertad como si fuera una calamidad personal, y a los que han abrazado la revolución como un oficio y la República como una presa: de ahí la defección de tantos hombres ambiciosos o ávidos que, desde el comienzo, nos han ido abandonando sobre la marcha, porque ellos no habían comenzado el viaje para alcanzar el mismo fin. Diríase que los dos genios contrarios que suelen representarse disputándose el dominio de la naturaleza, combaten en esta gran época de la historia humana para fijar sin que haya posible vuelta atrás, los destinos de la humanidad, y que Francia es el teatro de esta lucha temible. En el exterior, todos los tiranos os rodean; en el interior, todos los amigos de la tiranía conspiran. Van a conspirar hasta que la esperanza le haya sido arrebatada al crimen. Es necesario ahogar a los enemigos exteriores e intcriorev ác la República, o perecer con ella; por ello, en tal situación, la primera máxima de vuestra política debe ser que se guíe al pueblo mediante la razón y a los enemigos de pueblo mediante el terror. 251

Si la energía del gobierno popular en la paz es la virtud, la energía del gobierno popular en revolución es a la vez la virtud y el terror: la virtud, sin la cual el terror es funesto; el terror, sin el cual la virtud es impotente. El terror no es otra cosa que la justicia pronta, severa, inflexible; es pues una emanación de la virtud; es mucho menos un principio particular que una consecuencia del principio general de la democracia, aplicado a las más acuciantes necesidades de la patria. Se ha dicho que el terror era la energía del gobierno despótico. ¿El vuestro se parece al despotismo? Sí, como la espada que brilla en las manos de los héroes de la libertad se asemeja a aquella con la que están armados los satélites de la tiranía. Que el déspota gobierne por el terror a sus subditos embrutecidos; como déspota, él tiene razón: domad mediante el terror a los enemigos de la libertad, y en tanto que fundadores de la República, vosotros tendréis razón. El gobierno de la revolución es el despotismo de la libertad contra la tiranía ¿O es que la fuerza existe tan sólo para proteger el crimen? ¿Acaso el rayo no está destinado a golpear las cabezas orgullosas? La naturaleza impone a todo ser físico y moral la ley de velar por su conservación; el crimen degüella a la inocencia para reinar, y la inocencia se debate con todas sus fuerzas entre las manos del crimen. Que la tiranía reine un solo día, al día siguiente no quedará ni un patriota. ¿Hasta cuándo el furor de los déspotas será denominado justicia, y la justicia del pueblo barbarie o rebelión? ¡Cuánta ternura para los opresores y cuánta inexorabilidad para con los oprimidos! Nada más natural: quien no odie el crimen no puede amar la virtud. Sin embargo es preciso que sucumba uno u otro. Indulgencia para los realistas, exclaman ciertas gentes. ¡Gracia para los infames! ¡No. Gracia para la inocencia, gracia para los débiles, gracia para los desdichados, gracia para la humanidad! La protección social sólo les es debida a los ciudadanos pacíficos; no hay otros ciudadanos en la República que los republicanos. Los realistas, los conspiradores no son para ella más que extranjeros, o más bien enemigos. Esta guerra terrible que sostiene la libertad contra la tiranía ¿acaso no es indivisible? ¿Acaso los enemigos de dentro no son los aliados de los enemigos de fuera? Los asesinos que desgarran la 252

patria en el interior; los intrigantes que compran las conciencias de los mandatarios del pueblo; los traidores que la venden; los libelistas mercenarios sobornados para deshonrar la causa del pueblo, para matar la virtud pública, para atizar el fuego de las discordias civiles, y para preparar la contrarrevolución política mediante la contrarrevolución moral, todas esas gentes ¿son menos culpables o menos peligrosos que los tiranos a los que sirven? Todos aquéllos que interponen su dulzura parricida entre los infames y la espada vengadora de la justicia nacional se asemejan a quienes se interpusieran entre los satélites de los tiranos y las bayonetas de nuestros soldados; todos los rebatos de su falsa sensibilidad no me parecen más que suspiros que se les escapan involuntariamente hacia Inglaterra y hacia Austria. ¿Y por quién iban a enternecerse ellos? ¿Acaso por los doscientos mil héroes, lo más selecto de la nación, segados por el hierro del enemigo de la libertad o bajo los puñales de los asesinos realistas o federalistas? No, esos no eran más que simples plebeyos, no eran más que simples patriotas; para tener derecho a su tierno interés es necesario ser, como mínimo, la viuda de un general que ha traicionado veinte veces a la patria; para obtener su indulgencia, es preciso demostrar que se ha hecho sacrificar a diez mil Franceses, al igual que un general romano, para obtener el triunfo, debía haber matado, según creo, a diez mil enemigos. Oyen con sangre fría el relato de los horrores cometidos por los tiranos contra los defensores de la libertad; nuestras mujeres horriblemente mutiladas, nuestros hijos degollados en el seno materno; nuestros prisioneros, sometidos a horribles tormentos en expiación de su heroísmo conmovedor y sublime: y denominan terrible carnicería al castigo demasiado lento de algunos monstruos que se han cebado en la más pura sangre de la patria. Sufren, con resignación, la miseria de los ciudadanos generosos que han sacrificado a la más bella de las causas sus hermanos, sus hijos, sus esposas: pero prodigan las más generosas consolaciones a las mujeres de los conspiradores; resulta aceptable que ellas puedan seducir a la justicia impunemente, defender en contra de la libertad la causa de sus allegados y de sus cómplices; se ha hecho de ellas casi una corporación privilegiada, acreedora y pensionada del pueblo. ¡Con qué credulidad aún nos dejamos engañar ingenuamente por 253

las palabras! ¡Hasta qué punto la aristocracia y el moderantismo nos gobiernan aún mediante las máximas asesinas que nos han dado! La aristocracia se sabe defender mejor con sus intrigas que el patriotismo con sus servicios. Pretenden gobernar las revoluciones mediante argucias palaciegas; se trata a las conspiraciones contra la República como si fueran causas sumariales abiertas contra particulares. La tiranía mata, y la libertad pleitea; y el código hecho por los mismos conspiradores es la ley por la cual se los juzga. Se trata de la salvación de la patria, pero el testimonio del universo entero no puede sustituir a la prueba testimonial, ni la misma evidencia a la prueba literal. La lentitud de los juicios equivale a la impunidad; la incertidumbre de la pena envalentona a los culpables; y todavía hay quien se lamenta de la severidad de la justicia; hay quien se lamenta de la detención de los enemigos de la República. Eligen sus ejemplos en la historia de los tiranos, porque no quieren buscarlos en la de los pueblos, ni sacarlos del genio de la libertad amenazada. En Roma, cuando el cónsul descubrió la conjura, y la sofocó al instante con la muerte de los cómplices de Catilina, ¿por quién fue acusado él de haber violado las formas? Por el ambicioso César, que quería engrosar su partido con la horda de los conjurados, por los Pisón, los Clodio, y todos los malos ciudadanos que temían la virtud de un verdadero Romano y la severidad de las leyes. Castigar a los opresores de la humanidad, es clemencia; perdonarlos es barbarie. El rigor de los tiranos no tiene otro fundamento que el rigor mismo; el rigor republicano se fundamenta en la beneficencia. Por ello, ¡maldito sea quien ose dirigir contra el pueblo el terror que no debe dirigir más que contra sus enemigos! ¡Maldito sea todo aquel que, confundiendo los inevitables errores del civismo con los errores calculados de la perfidia, o con los atentados de los conspiradores, deja de lado al intrigante peligroso para perseguir al apacible ciudadano! ¡Perezca el alevoso malvado que se atreva a abusar del sagrado nombre de la libertad, o de las armas temibles que ella le ha confiado, para llevar el duelo o la muerte a los corazones de los patriotas! Este abuso se ha cometido, no podemos ponerlo en duda. Y 254

ello ha sido exagerado, sin duda, por la aristocracia: pero aunque tan sólo existiera en toda la república un solo hombre virtuoso perseguido por los enemigos de la libertad, el deber del gobierno sería el de buscarlo con inquietud y vengarlo con notoriedad. Pero ¿es necesario concluir como consecuencia de esas persecuciones promovidas contra los patriotas por el celo hipócrita de los contrarrevolucionarios, que es preciso devolver la libertad a los contrarrevolucionarios y renunciar a la severidad? Precisamente estos nuevos crímenes de la aristocracia no hacen sino demostrar su necesidad. ¿Qué prueba la audacia de nuestros enemigos sino la tibieza con la que se les ha perseguido? Esto es debido, en gran parte, a la relajada doctrina que se ha predicado durante los últimos tiempos para tranquilizarlos. Si vosotros hicieseis caso de esos consejos, vuestros enemigos lograrían alcanzar sus fines y recibirían de vuestras propias manos el premio a la última de sus fechorías. ¡Con cuánta frivolidad se juzga cuando se ve en algunas victorias alcanzadas por el patriotismo el final de todos los peligros! Echadle un vistazo a nuestra verdadera situación: os apercibiréis de que la vigilancia y la energía os resultan más necesarias que nunca. Una sorda malevolencia se opone por todas partes a las medidas del gobierno: la fatal influencia de las cortes extranjeras, no por ser más oculta es menos activa ni menos funesta. Se percibe que el crimen intimidado no hace sino encubrir su andadura con mayor destreza. Los enemigos interiores del pueblo francés se han dividido en dos facciones, a modo de dos cuerpos de ejército. Marchan bajo banderas de diferente color, y por caminos distintos: pero marchan con un mismo fin, el fin es la desorganización del gobierno popular, la ruina de la Convención, es decir, el triunfo de la tiranía. Una de estas facciones nos empuja a la debilidad, la otra al exceso. Una quiere convertir la libertad en una bacante, la otra, en una prostituta. Algunos intrigantes subalternos, a menudo incluso buenos ciudadanos engañados, se alinean en uno u otro partido: pero los cabecillas pertenecen a la causa de los reyes o de la aristocracia y se unen siempre en contra de los patriotas. Los bribones, aún cuando se hacen la guerra entre ellos, se aborrecen mucho menos de lo que detestan a la gente honesta. La patria es su presa; se pelean entre ellos 255

para repartírsela: pero se coaligan contra quienes la defienden. A los unos se les ha dado el nombre de moderados; seguramente tiene más de agudeza que de exactitud la denominación de ultrarrevolucionarios con la que se ha venido a designar a los otros. Esta denominación, que no puede aplicarse en ningún caso a hombres de buena fe a los que el celo y la ignorancia pueden arrastrar más allá de la sana política de la revolución, no caracteriza con exactitud a los hombres pérfidos que la tiranía soborna para comprometer, mediante su aplicación falsa y funesta, los principios sagrados de la revolución. El falso revolucionario suele estar, aún mucho más a menudo, de este lado de la revolución, que más allá de la revolución: es moderado o un fanático del patriotismo, según las circunstancias. Se decide en los comités prusianos, ingleses, austríacos, e incluso en los moscovitas lo que pensará él mañana. Se opone a las medidas enérgicas, y las exagera cuando no ha podido impedirlas; severo con la inocencia, pero indulgente con el crimen, es acusador incluso de los culpables que no son lo bastante ricos como para comprar su silencio, ni lo bastante importantes como para merecer su celo, pero se encuentra a buen resguardo siempre de comprometerse jamás hasta el punto de defender la virtud calumniada; es descubridor a veces de complots ya descubiertos, desenmascarador de traidores ya desenmascarados e incluso ya decapitados, pero se deshace en elogios hacia los trai dores vivos y aún acreditados; afanado siempre en halagar la opinión del momento, y no menos solícito a no esclarecerla jamás, y sobre todo a nunca contrariarla; siempre está presto a adoptar medidas audaces con tal de que estas tengan muchos inconvenientes; es calumniador de aquellas que no ofrecen sino ventajas, o bien les añade todas las enmiendas que pueden convertirlas en perjudiciales; dice la verdad con economía y justo lo preciso para adquirir el derecho de mentir impunemente, destila el bien gota a gota y derrama el mal a chorro vivo; inflamado de ardor en pro de las grandes resoluciones que nada significan, se muestra más que indiferente por las que pueden honrar la causa del pueblo y salvar la patria; muy afanado en las formalidades patrióticas; muy apegado, al igual que los devotos de quienes él se declara enemigo, a las prác256

ticas externas, mejor preferiría poder usar cien gorros frigios que hacer una buena acción. ¿Qué diferencias encontráis entre esas gentes y vuestros moderados? Son sirvientes empleados por el mismo amo, o si preferís, cómplices que fingen estar en discordia entre ellos para ocultar mejor sus crímenes. Juzgadlos no por la diversidad de sus lenguajes, sino por la identidad de sus resultados. Quien ataca a la Convención nacional con discursos insensatos y quien la confunde para comprometerla, ¿acaso no están de acuerdo? Aquel que, con su severidad injusta, fuerza al patriotismo a temer por sí mismo, invoca la amnistía en favor de la aristocracia y de la traición. Aquel que convocaba a Francia a la conquista del mundo, no tenía otro fin sino el de convocar a los tiranos a la conquista de Francia'. Aquel extranjero hipócrita que, desde hace cinco años, proclama a París la capital del globo, no hacía sino traducir a otra jerga los anatemas de los viles federalistas que condenaban París a la destrucción^. Predicar el ateísmo no es sino una manera de absolver la superstición y de acusar a la filosofía; y la guerra declarada contra la divinidad no es otra cosa que una diversión en favor de la monarquía. ¿Qué recurso les queda para combatir la libertad? ¿Alabarán, al modo de los primeros campeones de la aristocracia, las dulzuras de la servidumbre y las beneficencias de la monarquía, el genio sobrenatural y las virtudes incomparables de los reyes? ¿Proclamarán la vanidad de los derechos del hombre y de los principios de la justicia eterna? ¿Tratarán de exhumar a la nobleza y el clero, o reclamarán los derechos imprescriptibles de la alta burguesía a la doble herencia? No. Es mucho más cómodo adoptar la máscara del patriotismo para 1. Se trata de los brisotinos, que hicieron campaña, durante 1791-1792 a favor de una guerra de anexión que comenzó a ser emprendida bajo la Convención girondina. Ver los discursos de Robespierre contra la guerra de conquista el 2 de enero de 1792, el 3 de abril de 1793 y su proyecto de Declaración de derechos del 24 de abril de 1793. 2. Anacharsis Cloots, que reclamaba con sus pronunciamientos una guerra ofensiva de los ejércitos franceses para liberar a los pueblos oprimidos y hacer de París la capital del mundo. Ver el discurso de 2 de enero de 1792.

257

desfigurar, mediante insolentes parodias, el drama sublime de la revolución, con el fin de comprometer la causa de la libertad mediante una moderación hipócrita o mediante extravagancias estudiadas. También la aristocracia se constituye en sociedades populares; el orgullo contrarrevolucionario oculta bajo harapos sus complots y sus puñales; el fanatismo destruye sus propios altares; el realismo canta las victorias de la República; la nobleza, agobiada por los recuerdos, abraza tiernamente la igualdad para ahogarla; la tiranía, teñida con l;i sangre de los defensores de la libertad, esparce flores sobre la tumba de aquéllos. ¡Si todos los corazones no han cambiado, cuántos rostros se han enmascarado! ¿Cuántos traidores se inmiscuyen en nuestros asuntos para arruinarlos! ¿Queréis ponerlos a prueba? Pedidles, en lugar de juramentos y declamaciones, servicios reales. ¿Hay que actuar.'' Ellos discursean. ¿Hay que deliberar? Quieren comenzar por la acción. ¿Los tiempos son pacíficos? Se opondrán a todo cambio útil. ¿Son tempestuosos? Hablarán de reformarlo todo, para trastornarlo todo. ¿Queréis contener a los sediciosos? Ellos os recuerdan la clemencia de César. ¿Queréis arrancar a los patriotas de la persecución? Os ponen por modelo la firmeza de Bruto. Revelan que tal individuo ha sido noble cuando él sirve a la Repúbüca; no recuerdan en cambio quién la ha traicionado. ¿Es útil la paz? Ellos os muestran las palmas de la victoria. ¿La guerra es necesaria? Alaban las dulzuras de la paz. Es necesario defender el territorio? Pretenden castigar a los tiranos más allá de los montes y dr los mares. ¿Es necesario recuperar nuestras fortalezas? Quieren tomar por asalto las iglesias y escalar el cielo. Olvidan a los austríacos para hacerle la guerra a los devotos. ¿Hay que sostener nuestra caus.i con la fidelidad de nuestros aliados? Clamarán en contra de todos los gobiernos del mundo y os propondrán acusar, incluso, al Gran Mogol mismo. ¿El pueblo acude al Capitolio a dar gracias a los dioses por sus victorias? Entonan cánticos lúgubres sobre nuestros reveses pasados. ¿Se trata de obtener nuevas victorias? Siembran entre nosotros el odio, las divisiones, las persecuciones y el desánimo. ¿Hay que hacer real la soberanía del pueblo y concentrar su fuerza en un gobierno fuerte y respetado? Consideran que los priii258

cipios del gobierno lesionan la soberanía del pueblo. ¿Hay que reclamar los derechos del pueblo oprimido por el gobierno? No hablan de otra cosa que del respeto por las leyes y de la obediencia debida a las autoridades constituidas. Han encontrado un admirable expediente para secundar los esfuerzos del gobierno republicano: desorganizarlo, degradarlo completamente, hacer la guerra a los patriotas que han contribuido a nuestro éxito. ¿Buscáis los medios para abastecer a vuestros ejércitos? ¿Os ocupáis en arrebatar a la avaricia y al miedo las subsistencias que ellos tienen encerradas? Gimen patrióticamente sobre la miseria pública y anuncian el hambre. El deseo de prevenir el mal es siempre para ellos un motivo para aumentarlo. En el norte se ha matado a las gallinas y se nos ha privado de huevos so pretexto de que las gallinas se comían el grano. En el sur se ha hablado de destruir las moreras y los naranjos, so pretexto de que la seda es un artículo de lujo, y los naranjos algo superfluo. No podríais llegar a imaginar jamás ciertos excesos cometidos por contrarrevolucionarios hipócritas para infamar la causa de la Revolución. ¿-Podríais creer que en el país donde la superstición ha ejercido mayor imperio, no contentos con sobrecargar las actividades relativas al culto con todas las formas que podían hacerlas odiosas, han propagado el terror entre el pueblo, difundiendo el rumor de que se iba a matar a todos los niños menores de diez años y a todos los viejos mayores de setenta? ¿Y que este rumor ha sido difundido particularmente en la antigua Bretaña, y en los departamentos del Rin y del Mosela? Este es uno de los crímenes imputados al antiguo acusador público del tribunal criminal de Estrasburgo. Las locuras tiránicas de este hombre hacen verosímil todo lo que se cuenta de Calígula y de Heliogábalo; pero no podemos darles crédito ni siquiera con las pruebas a la vista. Él llevaba su delirio incluso hasta el punto de requisar a las mujeres para su uso personal: se asegura incluso que ha empleado este expediente para casarse. ¿De dónde ha salido, de repente, ese enjambre de extranjeros, de curas, de nobles, de intrigantes de toda laya, que simultáneamente se ha esparcido sobre la superficie de la república, para ejecutar, en 259

nombre de la filosofía, un plan de contrarrevolución que sólo ha podido ser detenido por la fuerza de la razón pública? ¡Execrable concepción, digna del genio de las cortes extranjeras coaligadas contra la libertad, y de la corrupción de todos los enemigos interiores de la República! Y así, a los milagros continuos obrados por la virtud de un gran pueblo, la intriga mezcla siempre la bajeza de sus tramas criminales, la bajeza ordenada por los tiranos, que la convierten a continuación en materia de sus ridículos manifiestos, para sujetar a los pueblos ignorantes con el fango del oprobio y con las cadenas de la esclavitud. Bueno, pero, ¿qué daño le pueden hacer a la libertad los crímenes de sus enemigos? ¿Acaso el sol, aún cuando está tapado por un nubarrón pasajero, deja de ser el astro que anima la naturaleza? ¿La espuma impura que el Océano arroja sobre sus orillas lo hace acaso menos imponente? En manos pérfidas todos los remedios a nuestros males se convierten en venenos; todo lo que podáis hacer, todo lo que podáis decir, lo volverán ellos contra vosotros, incluso las verdades que acabamos de desarrollar. Así, por ejemplo, tras haber sembrado por todas partes los gérmenes de la guerra civil con el ataque violento contra los prejuicios religiosos, intentarán armar al fanatismo y a la aristocracia con las mismas medidas que la sana política os ha aconsejado prescribir a favor de la libertad de cultos. Si hubierais dejado libre el curso a la conspiración ésta habría desencadenado, tarde o temprano, una reacción terrible y universal. Si la detenéis, tratarán de sacar partido todavía, tratando de propalar que protegéis a los curas y a los moderados. No debéis maravillaros si los autores de este sistema son precisamente los mismos curas que más osadamente han confesado su charlatanería. Si los patriotas arrebatados por un celo puro pero irreflexivo, han sido en algún lugar víctimas de sus intrigas, ellos arrojarán toda su reprobación sobre los patriotas; pues el primer punto de su doctrina maquiavélica es perder a la República perdiendo a los republicanos, del mismo modo que se somete a un país destruyendo al ejcr cito que lo defiende. Podemos concluir de aquí uno de sus princi260

pios favoritos, y es que hay que valorar a los hombres como si no fuesen nada; máxima de origen monárquico, que quiere decir que les deben ser entregados a ellos todos los amigos de la libertad. Hay que destacar que el destino de los hombres que sólo buscan el bien público es convertirse en víctimas de quienes buscan su propio bien, y esto tiene dos causas; la primera, que los intrigantes atacan con los vicios del antiguo régimen; la segunda, que los patriotas no se defienden más que con las virtudes del nuevo. Una situación interior tal debe pareceros digna de toda vuestra atención, sobre todo si reflexionáis que debéis combatir al mismo tiempo a los tiranos de Europa, que debéis mantener sobre las armas a un millón doscientos mil soldados, y que el gobierno está obligado a reparar continuamente, a fuerza de energía y vigilancia, todos los males que la innumerable multitud de nuestros enemigos nos ha infligido durante el curso de cinco años. ¿Cuál es el remedio de todos estos males.'' No conocemos ningún otro que no sea el desarrollo de la energía general de la República, la virtud. La democracia perece como consecuencia de dos excesos, la aristocracia de los que gobiernan o el desprecio del pueblo por las autoridades que él mismo ha establecido, desprecio que hace que cada camarilla, que cada individuo atraiga para sí el poder público, y conduzca al pueblo, mediante los excesos del desorden, a la aniquilación o al poder de uno sólo. La doble tarea de los moderados y de los falsos revolucionarios consiste en hacer que demos vueltas perpetuamente entre estos dos escollos. Pero los representantes del pueblo pueden evitar ambos escollos; pues el gobierno siempre es dueño de ser justo y sabio; y cuando posee esta característica, está seguro de la confianza del pueblo. Es bien cierto que el fin de todos nuestros enemigos es disolver la Convención; es verdad que el tirano de Gran Bretaña y sus aliados prometen a sus parlamentos y a sus subditos arrebataros vuestra energía y la confianza pública de la que ella os ha hecho merecedores; y esta es la primera de las instrucciones que ha dado a todos sus comisarios. Pero hay una verdad que debe ser tenida por trivial en política, y 261

esta es que un gran cuerpo investido de la confianza de un gran pueblo no puede perderse más que por sí mismo; vuestros enemigos no lo ignoran, así que no dudéis de que ellos se dedican sobre todo a despertar entre vosotros todas las pasiones que pueden secundar sus siniestros planes. ¿Qué pueden ellos contra la representación nacional, si no logran sorprenderla en actos políticamente inapropiados que puedan suministrar pretextos a sus criminales protestas? Ellos deben desear tener necesariamente dos tipos de agentes, unos que traten de degradarla mediante sus discursos, otros que, en su seno mismo, se esfiiercen por engañarla, por comprometer su gloria y los intereses de la República. Para atacarla con éxito, sería útil comenzar la guerra civil contra aquéllos representantes vuestros en los departamentos que habían merecido vuestra confianza, y contra el Comité de salud pública; también ellos han sido atacados por hombres que parecían combatir entre sí. ¿Qué mejor cosa podían tratar de hacer que paralizar el gobierno de la Convención, y quebrantar todas sus energías, justo en el momento en que se debe decidir la suerte de la República y de los riranos? ¡Lejos de nosotros la idea de que existe aún entre nosotros un solo hombre suficientemente vil como para querer servir a la causa de los tiranos! ¡Pero más lejos aún el crimen, que no nos será perdonado, de engañar a la Convención nacional, y de traicionar al pueblo francés con un culpable silencio! Pues si existe algo feliz para un pueblo libre, esto es la verdad, azote de los déspotas, que es siempre su fijerza y su salvación. Ahora bien, es cierto que aún existe un peligro para nuestra libertad, quizá el único peligro serio que le queda por correr: este peligro es el plan que ha existido verdaderamente de unir a todos los enemigos de la República resucitando el espíritu de partido; de perseguir a los patriotas, de desmoralizar, de perder a los agentes fieles al gobierno republicano, de hacer que falten las partes más esenciales del servicio público. Se ha querido engañar a la Convención con respecto a los hombres y con respecto a las cosas; se ha querido darle el pego respecto de las causas de los abusos que se han exagc rado, con el fin de hacerlos irremediables, se ha estudiado cómo llenarla de falsos temores, para extraviarla o para paralizarla; se buscí dividirla, se ha buscado sobre todo dividir a los representantes en 262

viados a los departamentos y al Comité de salud pública; se ha querido inducir a los primeros a contrariar las medidas de la autoridad central, para crear el desorden y la confusión; se ha querido irritarlos a su regreso, para convertirlos, sin que lo supieran, en instrumentos de una conspiración. Los extranjeros utilizan en su provecho todas las pasiones particulares, e incluso al patriotismo engañado. Habían tomado, al principio, la determinación de ir por derecho al objetivo, calumniando al Comité de salud pública; se regalaban los oídos, entonces, diciendo abiertamente que aquél sucumbiría bajo el peso de sus penosas funciones. La victoria y la fortuna del pueblo francés lo impidieron. Tras esta época tomaron la decisión de alabarlo, mientras lo paralizaban y destruían los frutos de sus trabajos. Todas esas vagas protestas contra los agentes fijos del Comité, todos los proyectos de desorganización, disfrazados bajo el nombre de reformas, ya rechazados por la Convención, y reproducidos hoy con una extraña afectación; ese apresuramiento en ensalzar a algunos intrigantes que el Comité de salud pública debió alejar; ese terror inspirado a los buenos ciudadanos; esa indulgencia con la que se acaricia a los conspiradores, todo ese sistema de impostura y de intriga, cuyo autor principal es un hombre al que habéis expulsado de vuestro seno^, está dirigido en contra de la Convención nacional, y tiende a hacer realidad los propósitos de todos los enemigos de Francia. Desde el momento en que ese sistema fue anunciado en los libelos, y puesto en práctica mediante actos públicos, la aristocracia y el realismo comenzaron a levantar una insolente cabeza, el patriotismo fue nuevamente perseguido en una parte de la República, la autoridad nacional percibió una resistencia que ya había comenzado a resultar inusual entre los intrigantes. Por lo demás, aunque esos ataques indirectos no hubiesen ocasionado otro inconveniente que el de dividir la atención y la energía de los que tienen que sobrellevar el inmenso peso con el que vosotros los habéis cargado, y distraerlos demasiado a menudo de las grandes medidas de salud pública, para ocuparse en desbaratar intrigas peligrosas, podrían 3. Fabre d'Énglantine, implicado en el asunto de la Compañía de Indias, fue detenido el 12 de enero de 1794.

263

todavía ser considerados como una diversión útil a nuestros enemigos. Pero tranquilicémonos; aquí está el santuario de la verdad; aquí residen los fundadores de la República, los vengadores de la humanidad y los destructores de los tiranos. Aquí, para destruir un abuso, basta con indicarlo. Y en cuanto a ciertos consejos inspirados por el amor propio o por la debilidad de los individuos, nos basta con llamarlos, en nombre de la patria, a la virtud y a la gloria de la Convención nacional. Hemos decidido abrir en la Convención una discusión solemne sobre todos los motivos de su inquietud y sobre todo lo que puede influir en la marcha de la revolución; la conjuramos a no permitir que ningún interés particular y oculto pueda usurpar aquí el ascendiente de la voluntad general de la Asamblea y el poder indestructible de la razón. Nos limitaremos hoy a proponeros que consagréis mediante vuestra aprobación formal las verdades morales y políticas sobre las que debe basarse vuestra administración interna y la estabilidad de la República, al igual que consagrasteis ya los principios de vuestra conducta respecto de los pueblos extranjeros: mediante esto congregaréis a todos los buenos ciudadanos, despojaréis de la esperanza a los conspiradores; aseguraréis vuestro camino y confundiréis las intrigas y las calumnias de los reyes; honraréis vuestra causa y vuestro carácter a los ojos de todos los pueblos. Dadle al pueblo francés esta nueva prueba de vuestro celo en proteger el patriotismo, de vuestra justicia inflexible para los culpables y de vuestra adhesión a la causa del pueblo. Ordenad que los principios de moral política que acabamos de desarrollar sean proclamados, en vuestro nombre, dentro y fuera de la República.

264

SOBRE LAS MANIOBRAS CONTRARREVOLUCIONARIAS Y POR LA LIBERTAD DE CULTOS " E Ñ PRIMER LUGAR OS PIDO QUE PROHIBÁIS A LAS AUTORIDADES PARTICULARES FOMENTAR, CON MEDIDAS IRREFLEXIVAS, 15 defrimario

LA GUERRA CIVIL" del año II — 5 de diciembre de 1793,

en nombre del Comité de salvación pública, en la Convención

La radicalización de la revolución tomaba un carácter netamente popular con la legislación agraria del verano de 1793: la ley del 10 de junio reconocía definitivamente los bienes comunales como propiedad colectiva de los habitantes de las comunas, la del 17 de julio suprimía la feudalidad sin rescate, lo que significaba que los arrendatarios devenían propietarios libres de las tierras arrendadas —o sea alrededor de la mitad de las tierras cultivadas en Francia. La política del Máximum de los precios de las mercancías de primera necesidad se consolidaba con la puesta en marcha de la Comisión de subsistencias. Es en este contexto que se produjo una tentativa de "desfanatización", emprendida en primer lugar por espíritus honestos como Fouché^ que en misión en el Nievre, creyó oportuno tomar medidas locales contra el culto: clausura de iglesias, prohibición de los sacramentos. La "desfanatización" intolerante y violenta escandalizó a las gentes afectas al culto. Más grave aún, la Convención llegó a ceder ante una maniobra contrarrevolucionaria que, hábilmente, utilizaba el sectarismo de desfanatizadotes honestos para dividir al pueblo. Así, el 6 de noviembre, un decreto autorizaba a las comunas a renunciar al culto católico: el principio de la libertad religiosa cedía sitio a la tiranía de la opinión mayoritaria^.

1. Fouché, ex fraile oratoriano, visiblemente tenía cuentas que pasar con su propio pasado y había llegado a tomar su opinión personal como una política general. Es en este sentido que era, en esa época, honesto pero sectario. 2. Sobre la guerra civil suscitada por la "desfanatización violenta" ver el clarifica-

265

Juzgando a partir de los hechos, Robespierre intervino en diversas ocasiones para denunciar estas maniobras de división del pueblo en el interior y de los pueblos en el exterior. El 5 de diciembre presentó un proyecto de decreto comprometiendo a la Convención a retornar al respeto a los principios enunciados en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Este decreto fue adoptado al día siguiente. Este llamamiento a los principios suscitó las pasiones del ateísmo fanático que acusó a Robespierre de pactar con la religión y después en el momento de la Fiesta del Ser supremo (mayo de 1794) de querer erigir un nuevo culto y de ser su supremo sacerdote. Debéis conocer, por la carta del conspirador Calonne, que vuestros enemigos habían fundado grandes esperanzas en el Midi' de la República. Si estuvierais más informados de los detalles particulares, sabríais que este hecho se relaciona con otros muchos, que ellos se prestan mutuamente la fuerza de cada uno y que forman un estado tal de cosas que vuestra atención no puede distraerse de ninguna manera. Veríais que no está permitido a los legisladores que han jurado salvar a la patria dejar deslizar la riendas del gobierno en manos, no digo solamente inhábiles si no, a veces, criminales. Os convenceríais de que no debéis permitir a quien sea imprimir en la opinión movimientos violentos cuyas consecuencias son imposibles de calcular. Ya habríais reflexionado que el pueblo francés no puede ni debe ser impunemente jamás el juguete de algunos energúmenos que esconden sus proyectos bajo el aspecto del civismo y acusan vagamente a todos aquellos que no comparten su efervescencia astuta y criminal. ¡Que desesperen, sin embargo, de levantar sospechas sobre nuestro patriotismo! Somos, y nadie lo duda, somos del partido de los patriotas. Somos patriotas ardientes, puesto que forma

dor artículo de Georges Lefebvre "Oü il est question de Babeuf", Ettides sur la révolution frangaise, PUF, 1963, consagrado al cura Croissy en el Somme. Ligado a Babeuf y devoto de la causa del pueblo, Croissy fue perseguido por sus adversarios de clase, antiguos señores y grandes granjeros, que ¡utilizaron la legislación desfanatizadora para obtener su pena de muerte! 3. Zona meridional de Francia (nota del traductor).

266

parte de la esencia del patriotismo ser ardientes. Pero no somos, no seremos nunca amigos de aquellos sólo poseen la máscara del patriotismo. Creéis, si queréis razonar sobre vuestra situación actual, que podéis luchar contra todas las cortes de Europa, combatirlas, incluso vencerlas, sin que ellas busquen influir por los medios más viles y más odiosos, sobre las operaciones más decisivas de la libertad y sobre todo lo que pasa en torno a vosotros. Y que para conseguir su objetivo los canallas que ellas sobornan se dedican a hablar más elocuentemente que nosotros mismos el lenguaje de la libertad, si no obstante es propio de esclavos hablar más elocuentemente que los hombres libres. Pues bien, esta reflexión os conduce naturalmente a distinguir dos cosas bien importantes: a separar lo que pertenece al patriotismo puro e inocente que reina en el alma de amigos verdaderos de la libertad, y lo que es impulso de las potencias extranjeras. Lo que pertenece al patriotismo es este concierto de homenajes inspirados en principios tan puros como la razón y la verdad a quienes se dirigen los buenos republicanos. Lo que es obra de los emisarios del extranjero es un plan profundamente perverso de acelerar los movimientos de la opinión para conseguir efectos peligrosos. Es un sistema tan temible porque está revestido de formas seductoras, incluso para los patriotas que son menos políticos que ardientes, que combinan menos los efectos próximos y del momento que las consecuencias más lejanas. Lo que pertenece a las potencias extranjeras, es servirse contra nosotros del arma que hemos visto en sus manos en todas las épocas más remarcables de nuestra historia, sobre todo tras la gloriosa revolución que hemos hecho. Es decir, tratar de despertar el fanatismo en los lugares donde había buscado su último asilo. Armar al hombre que no es un enemigo de su país, que no es un enemigo de la libertad, pero que se siente unido a un culto y que mantiene opiniones religiosas. Armarlo, digo, contra otro patriota, contra un amigo de la libertad que tiene opiniones diferentes sobre la religión. Es desnaturalizar la revolución antes de que sus creadores la hayan consolidado. Y cuando el pueblo entero debe velar por la salvación pública, cuando debe prestar oreja atenta a la voz de sus representantes que son como los primeros centinelas de la libertad, 267

y desviarla de la vigilancia y de la atención a las que tiende el establecimiento de la República, para inspirarle opiniones opuestas, y poner en sus manos las antorchas de la discordia. Así es como, en pocas palabras, han calculado las potencias extranjeras. Ellas han dicho a sus emisarios: vosotros podéis hacerlo todo con el pueblo francés. Sólo debéis comprenderlo. El es sensible. El ama la libertad. Bajo este cebo, debéis esconder la trampa que nos encargaremos de tenderle. Caerá en ella infaliblemente. ¿Queréis saber lo que desvela ante mis ojos la gran parte de esta conspiración? Yo pienso que impresionará vuestros espíritus. Es el descubrimiento del traidor que habéis puesto fuera de la ley. ¿Sabéis que ese Rabaut'* estaba en París? ¿Que desde allí este ministro protestante atizaba las brasas de la guerra civil? La presencia de un hombre como ese que viene a desafiar la ley, osaría decir que ante las miradas de los legisladores, su presencia ¿no os anuncia que un gran complot estaba a punto de estallar? Vuelvo al plan de las potencias extranjeras. Así es como ellas razonan. Reunamos nuestros esfuerzos para atacar el culto católico, allí donde sus huellas aún son profundas, allí donde la filosofía ilustra menos al pueblo. Nosotros reclutaremos a muchos en la Vendée. Desarrollaremos la potencia del fanatismo. Desviaremos la energía del pueblo a favor de la libertad y asfixiaremos su entusiasmo en medio de disputas de religión. Además, como la filosofía no ha hecho tantos progresos en Europa como en Francia, en todos los pueblos encontraremos fácilmente esclavos que se armarán a favor de la tiranía. Así el tirano de Austria reclutaría a mucha gente en Bélgica, donde la libertad no es absolutamente extranjera, pero donde la religión ejerce un gran poder. Y Francia perdería no solamente los puntos por los que se aproximan, si no que nacerían entre ambas motivos poderosos de oposición. Así, los cantones católicos se separarían de nosotros por diferencias religiosas, cuando con otras relaciones no seríamos extranjeros los unos con los otros. 4. Rabaut Saint-Étienne era uno de los diputados girondinos acusado durante la Revolución de 31 de mayo-2 de junio de 1793. Desterrado, huyó y participó en l,i guerra civil en el departamento del Gard.

268

En fin, los intrigantes que buscan embrollarlo todo para derrocar la libertad y establecer su usurpación podrían, quizás, ejecutar sus complots sacrilegos por estos medios. Esto es remarcable en el interior. Después de que ese movimiento se ha puesto en marcha, se ha producido una emigración notable desde el Midi a Suiza. Muchas comunas donde el fanatismo ejerce su espantoso despotismo, donde, sin embargo se ve mal que las autoridades y la fuerza armada ordenen desertar de las iglesias y arrestar a los ministros del culto, a causa del carácter del que están revestidos; estas comunas han presentado reclamaciones. Ello ha sido realizado por algunos hombres que han depuesto los instrumentos del culto y por curas que han dejado de lado en un primer momento sus quejas por amor a la paz y a la filosofía. No dudo de que todos sacrificaran con añoranza su culto a la libertad, pero finalmente ellos protestan. El movimiento que se ha hecho contra el culto católico ha tenido pues dos grandes objetivos. El primero, reclutar la Vendée, alienar a los pueblos de la nación francesa y emplear la filosofía de la destrucción de la libertad. El segundo, turbar la tranquilidad pública y distraer todos los espíritus, cuando es necesario reunirlos todos para asentar los fundamentos inamovibles de la revolución. Podría demostrar hasta la evidencia el plan cuyas bases principales os acabo de exponer, si quisiera desnudar aquí a aquellos que han sido sus principales motores. Me contentaré declarando que en la cabeza, hay extranjeros, emisarios de Inglaterra y de Prusia, y ministros protestantes. En estas condiciones ¿cuál debe ser vuestra postura? Debéis mostraros como legisladores y como políticos: proteger el patriotismo contra sus enemigos, ilustrarlo sobre las trampas que se le tienden, guardaros de inquietar a los patriotas que hayan sido engañados por insinuaciones pérfidas y conservar lo que ha sido realizado con el consentimiento del pueblo francés. Ahí está vuestro primer deber. También debéis tomar medidas para evitar estas extravagancias bien reflexionadas, estas locuras preparadas con madurez y perfectamente coincidentcs con los planes de la contrarrevolución. Debéis decir a la aristocracia: no te beneficiarás de los éxitos que tu bellaquería te había promeiido: la libertad y la igualdad triunfarán. Os pido en primer lugar, prohibir a las autoridades particulares 269

que fomenten, con medidas irreflexivas, la guerra civil, secundando con ello los planes de nuestros enenigos. Otra medida a tomar es prohibir a cualquier fuerza armada nezclarse en lo que pertenece a las opiniones religiosas y de limitar el ejercicio de su poder a las simples medidas de policía que son ai tarea. En fin, os propongo una medida di;na de la Convención nacional y de los legisladores que la componer: se trata de recordar solemnemente a todos los ciudadanos el int p. 3 4 1 . Contra la extensión de la ley marcial Les Révolutions de France et de Brabant, n° 15, p. 62. Sobre la organización de las guardias nacionales Société des Amis de la Constitution, París, Buisson, 1790. El marco de plata Publicado por orden de la Asamblea constituyente, París, Imprimerie nationale, sin fecha. Proyecto de confederación entre Francia y Córcega Bibliotheque Nationale, Lb29 3326. Contra la constitucionali/ación de la esclavitud en las colonias

Sobre la guerra Impreso por orden de la Sociedad de los Jacobinos, 1792. Respuesta a la acusación de Jean-Baptiste Louvet Impreso por orden de la Convención, Imprimerie Nationale, 1792. El Club de los Jacobinos dedició también la impresión, París, Duplaix, 1792. Sobre las subsistencias y el derecho a la existencia Impreso por orden de la Convención nacional, Imprimerie nationale, 1792. Sobre el proceso del rey Impreso por orden de la Convención, Imprimerie nationale, 1792. Sobre la pena de muerte Journal Logographique, t. 26, p. 496 y Le Moniteur, n° 25, p. 125

285

Preparar la revolución del 31 de mayo2 de junio de 1793 Journal des débats et de la. correspondance de la Société séante aux Jacobins, n° 388, p. 3.

mité de salud pública en gobierno provisional Le Moniteur, n° 215. La sabiduría de las leyes terribles Journal des Jacobins, n° 490, p. 1.

Hacia el Máximum Lettres aux Frangais, n° 9, 6 de abril de Sobre los principios del gobierno revo1793, rúbrica "Sobre los disturbios de Pa- lucionario rís", reed., Oeuvres Completes, t. 5, p. 344. Impreso por orden de la Convención, París, Imprimerie nationale, sin fecha. Por la subordinación del ejecutivo al legislativo Sobre los principios de moral política que deben guiar la Convención nacioLe Moniteur, t. 16, p. 125. nal en la administración interior de la República Impedir la guerra civil Impreso por orden de la Convención, Impreso por orden de la Convención, reproducido en Archives Parlementai- París, Imprimerie nationale, sin fecha. res, t. 62, n° 37. Sobre las maniobras contrarevolucioProyecto de Declaración de los dere- narias y por la libertad de cultos Journal des Débats et Décrets, n° 444. chos del hombre y del ciudadano Impreso por orden de la Convención, Imprimerie nationale, 1793. Decreto sobre el Ser supremo Impreso por orden de la Convención, París, Imprimerie nationale, sin fecha. Sobre la Constitución Impreso por orden de la Sociedad de los Jacobinos, reed., París, 1831. Contra los comportamientos inquisitoriales Sobre el deber de insurrección Journal de la Montagne, t. 3. p. 180. Le Point du Jour, r. 3, n° 6 1 , p. 247. Sobre las intrigas y las calumnias que dividen la Convención Sobre el Maxinuim Le Moniteur, t. 17, p. 365Journal de la Montagne, n° 68, pp. Contra la proposii ion de erigir el Co- 553-555.

286

REFERENCIAS CRONOLÓGICAS

1758. Nacimiento de Robespierre en Arras el 6 de mayo, 1769-1781. Estudios, de los 12 a los 23 años, en París, como becario en el colegio Luis el Grande y posteriormente en la Facultad de Derecho. Nombrado abogado en el Parlamento de París. 1781. Vuelve a Arras, donde ejerce como abogado y también como juez a partir de 1783. 1783. Elegido miembro de la Academia de Arras en la que presenta su Memoria sobre los bastardos en 17851786. Entra en la Sociedad literaria de los Rosati y es elegido director de la Academia de Arras. Convocatoria de los Estados generales Agosto de 1788. Robespierre publica yl la nación artesiana. 1789 Abril. Publica Los enemigos de la patria desenmascarados por el relato de lo que ha pasado en las asambleas del Tercer estado de la ciudad de Arras. 26 de abril. Es uno de los ocho diputados del tercer estado de Artois elegidos para trasladarse a Versalles. Tiene 30 años. 5 de mayo. Apertura de los Estados generales en Versalles. Junio. Robespierre es miembro del Comité bretón. 20 de junio. Juramento del Juego de Pelota. 9 de julio. La Asamblea se proclama Asamblea nacional constituyente. La soberanía es transferida del rey a la nación. La Asamblea constituyente Julio. La insurrección popular transforma la revolución jurídica en revolución. El Gran Miedo, un levantamiento campesino inmenso, se acompaña de una revolución municipal. La gran institución cic l;i 287

monarquía se hunde en pocas semanas. 14 de julio. Los ciudadanos de París se arman y toman la Bastilla. 15 de julio. Bailly es elegido alcalde de París. La Fayette elegido comandante de la guardia nacional de París el día siguiente. "Noche del 4 de agosto". La Asamblea suprime las órdenes, los privilegios, el principio del régimen feudal (pero no su realidad) y se compromete a dar una declaración de derechos. 26 de agosto. Voto del principio de la libertad ilimitada del comercio de granos. 5-6 de octubre. El pueblo de París acompaña al rey y a la Asamblea a París. Octubre. El Comité bretón se convierte en la Sociedad de los Amigos de la Constitución, encuentra un local en el convento de los Jacobinos, en la calle Saint-Honoré, de donde procede su apodo de club de los Jacobinos. Robespierre vive en en número 30 de la calle de Saintonge. 21 de octubre. Votación de la ley marcial en relación a los "disturbios por las subsistencias". 2 de noviembre. Nacionalización de los bienes del clero. Diciembre de 1789-febrero de 1790. Segundo levantamiento campesino. Los campesinos, no habiendo obtenido la abolición del régimen feudal, reemprenden su movimiento armado. 1790 2.\ tic febrero. La Asamblea extiende la ley marcial a los levantamientos campesinos. 15 de marzo. Decreto de aplicación de remisión de los derechos feudales. 22 de mayo. La Asamblea renuncia a toda guerra de conquista. Octubre de 1790-febrero de 1791. Tercer levantamiento campesino. Diciembre. Robespierre inventa la divisa "Libertad, Igualdad, Fraternidad". 24 de diciembre. Protestantes y comediantes reciben los derechos de ciudadanía. 1791 3 de enero. Votación de la Constitución civil del clero. 28 de enero. Los judíos del sur de Francia, pero no los de Alsacia, reciben los derechos de ciudadanía. 288

Marzo. El Papa condena la Declaración de derechos y la Constitución civil del clero. 13 de mayo. La Asamblea constitucionaliza la esclavitud en las colonias. 14 de junio. La ley Le Chapelier extiende la ley marcial a las huelgas y coaliciones de obreros y prohibe las peticiones colectivas. 16 de junio. Escisión en los Jacobinos, formación del club de los Feuillants, calificados peyorativamente de "monárquicos". Junio-Septiembre. Robespierre aglutina la Sociedad de los Amigos de la Constitución en torno a la defensa de los principios de la Declaración de derechos. 20-21 de junio. Huida del rey, quien es arrestado en Varennes y obligado a volver a París. 17 de julio. Manifestación en París contra la monarquía. Bailly y La Fayette aplican la ley marcial. Represión del movimiento democrático. Robespierre halla refugio en casa de los Duplay, en el 366 de la calle Saint-Honoré, donde seguirá viviendo hasta su ejecución. Verano de 1791. Cuarto levantamiento campesino. Noche del 22 al 23 de agosto. Insurrección de los esclavos de Santo Domingo. 3-24 de septiembre. Votación de la Constitución censitaria, esclavista y racista de 1791. 25 de septiembre. Barnave, Goupil, los Lameth, quienes defienden el mantenimiento de la esclavitud y de los prejuicios de color, son excluidos de los jacobinos. 30 de septiembre. Robespierre, Pétion, Grégoire reciben del pueblo una corona cívica por haber defendido los derechos y la causa del pueblo. La Asamblea legislativa 1° de octubre. La nueva asamblea elegida por sufragio censitario se reúne. Septiembre-octubre. Elección de todas las autoridades constituidas (departamentos, distritos, cantones, comunas) mediante el sufragio censitario. Viaje triunfal de Robespierre a Arras en octubre. Octubre de 1791-agosto de 1792. Debate sobre la guerra. BillaudVarenne, Marat, Robespierre denuncian el proyecto belicista de la 289

Corte y el de la conquista de Europa defendido por Brissot. 9 de noviembre. Nacionalización de los bienes de los emigrados. Son considerados emigrados quienes no vuelvan a Francia en un plazo de dos meses. 13 de noviembre. Los judíos de Alsacia reciben los derechos de ciudadanía. 1792 Primavera. Quinto levantamiento campesino. 4 de abril. Los hombres libres de color en las colonias reciben los derechos de ciudadanía. 20 de abríL El ministerio "brissotino", nombrado el 15 de marzo, declara la guerra a Austria y al Sacro Imperio romano germánico. Mayo-agosto. Robespierre publica su diario Le Défenseur de la Constitution, llamamiento a la deposición del rey y a la elección de una convención mediante el sufragio universal. 12 de junio. Destitución del ministerio "brissotino", vuelta de los FeulUants, los "monárquicos". 6 de julio. El ejército prusiano ocupa el norte de Francia. 11 de julio. La Asamblea declara la Patria en peligro. Julio. Los Federados, voluntarios, convergen hacia París y reclaman la deposición del rey. Motines de soldados contra los generales traidores. 25 de julio. El Manifiesto de Brunswick, conocido el día 28, amenaza a París con una represión ejemplar. 9 de agosto. La Comuna insurreccional se instala en el Ayuntamiento. Revolución del 10 de agosto dirigida por los Federados y los sansculottes parisinos 10 de agosto. Robespierre es elegido miembro de la Comuna insurreccional. 13 de agosto. La Comuna data sus actos como año I de la Igualdad. 14 de agosto. La Fayette intenta sublevar sus tropas contra París, fracasa y emigra, 17 de agosto. Creación de un tribunal extraordinario para juzgar a los adversarios del Diez de agosto. 290

22 de agosto. La Comuna reemplaza en su correspondencia Señor por Ciudadano. 25-28 de agosto. Legislación agraria que declara abolidos gratuitamente los derechos feudales, los bienes comunales propiedad de las comunas, pero sin decreto de aplicación. Agosto-octubre. Sexto levantamiento campesino. 2-6 de septiembre. Masacres en las prisiones de París y en las provincias. Septiembre. Elección de la Convención y de todas las autoridades constituidas mediante el sufragio universal. 20 de septiembre. Victoria de Valmy. Ley laicizando el estado civil e instaurando el divorcio. 21 de septiembre, reunión de la Convención. Primera República La Convención girondina Septiembre. Inicio de la campaña de calumnias llevada a cabo por los girondinos contra la diputación de París. El club de los Jacobinos cambia de nombre y se convierte en la Sociedad de Amigos de la Libertad y de la Igualdad. Septiembre-abril de 1793. Robespierre publica Lettres h ses commettants. Octubre. Los girondinos abandonan el club de los Jacobinos. Octubre-noviembre. Las tropas francesas ocupan Saboya, Niza, Maguncia y después Bélgica. 20 de noviembre. Descubrimiento de los papeles secretos del rey en "el armario de hierro", probando su traición. 8 de diciembre. La Convención prorroga la libertad ilimitada de comercio y la ley marcial. 11 de diciembre. Inicio del "proceso al rey". 15 de diciembre. La Convención decide la anexión de los territorios ocupados, escogiendo llevar a cabo una política de conquista a la que Robespierre y los Jacobinos se oponen. 1793 20 de enero. Asesinato de Le Peletier, mártir de la libertad. 21 de enero. Ejecución de Luis XVI en la plaza de la Revolución. 291

1° de febrero. La Convención declara la guerra a Inglaterra y Holanda. 11 de febrero. Elección de Pache como alcalde de París. La Comuna se encarga de las subsistencias. Febrero-marzo. Disturbios de tasación en París. 7 de marzo. La Convención declara la guerra a España. 10 de marzo. La Convención crea el Tribunal revolucionario. 11 de marzo. Inicio del levantamiento en la Vendée. Marzo. La traición de Dumouriez es descubierta. La guerra de conquista se convierte en una debacle. 3 de abril. Robespierre se declara personalmente en insurrección y lanza las consignas de salud pública: proteger la Convención retirando los diputados que hayan perdido la confianza del pueblo. 6 de abril. La Convención crea el Comité de Salud Pública. 13-23 de abril. Marat es juzgado y absuelto por el Tribunal revolucionario. 4 de mayo. Máximo departamental de los precios de los granos y de las harinas. 30 de mayo. Leva de un ejército revolucionario en París bajo el mando de Hanriot. Revolución del 31 de mayo-2 de junio 32 diputados y ministros girondinos pierden su función y se les condena a arresto domiciliario: la mayor parte han huido y alimentan la revuelta federalista aliada con los realistas. Convención de la Montaña 3 de junio. La Sociedad de los ciudadanos de color para la abolición de la esclavitud en las colonias se adhiere al club de los Jacobinos, que jura liberar a los negros (Robespierre se encuentra presente). 4 de junio. Esta misma Sociedad es recibida en la Convención. 10 de junio-17 de julio. Decretos de aplicación de la legislación agraria (abolición gratuita de los derechos feudales, los comunales reconocidos como propiedad de las comunas). 23 de junio. Abolición de la ley marcial y de la ley Le Chapelier. 23-24 de junio. La Convención vota la constitución que será ratificada por los ciudadanos en agosto. El artículo 61 instaura la era repu292

blicana a partir del 22 de septiembre de 1792, el año I de la República. 1° de julio. Hanriot es elegido comandante de la guardia nacional de París. 13 de julio. Asesinato de Marat, el Amigo del Pueblo. 27 de julio. Robespierre es elegido para el Comité de salud pública. 28 de julio. La República se encuentra asediada, el ejército austríaco ocupa el norte de Francia y restablece el antiguo régimen. 10 de agosto. Gran fiesta de la Unidad en toda la República. 23 de agosto. Se decreta la leva en masa (para los hombre entre los 18 y los 25 años). 29 de agosto. Abolición de la esclavitud en Santo Domingo. Elección de una diputación para la Convención. La marina inglesa desembarca en septiembre para impedir la abolición. Revolución del 4 y 5 de septiembre 13 de septiembre. Decreto que reserva bonos de 500 libras para los indigentes para comprar bienes nacionales. 17 de septiembre. Ley sobre los sospechosos. 29 de septiembre. Decreto sobre el Máximum general reajustando salarios y precios. Septiembre-diciembre. Las victorias militares consiguen detener la guerra civil y hacen retroceder al enemigo en la mayor parte de las fronteras. 5 de octubre. Adopción del calendario revolucionario. 10 de octubre. Decreto estableciendo el principio del gobierno revolucionario presentado por Saint-Just. 16 de octubre. Ejecución de María Antonieta. 24-31 de octubre. Proceso y ejecución de los girondinos que participaron en la revuelta federalista. 26 de octubre. La Convención decide la división de las herencias entre todos los herederos, incluyendo los hijos naturales. Noviembre. Inicio de la legislación contra la libertad de cultos. 28 brumario - 18 de noviembre. Decreto sobre el funcionamiento del gobierno revolucionario, presentado por Billaud-Varenne. 2 frimario — 22 de noviembre. La Convención decide la venta de los bienes nacionales en pequeños lotes. ^