Mas Alla Del Principio Del Placer

MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DE PLACER Sigmund Freud, 1920 El texto “Más allá del principio del placer”, puede considerarse,

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MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DE PLACER Sigmund Freud, 1920

El texto “Más allá del principio del placer”, puede considerarse, dentro de los escritos metapsicológicos de Freud, como aquel que “inaugura la fase final de sus concepciones” (V. XVIII; p.6). Estos trabajos metapsicológicos de Freud se remontan esporádicamente a comienzos de siglo, pero se concentran principalmente entre los años 1913 y 1915 (Tótem y Tabú, Introducción al narcicismo, Lo inconsciente, Pulsión y destinos de pulsión, Trabajos sobre meta-psicología, etc.), años en los cuales el psicoanálisis como nueva disciplina adquiere su mayor sustento teórico. (*Textos técnicos, clínicos o de casos, y metapsicológicos o teóricos). Más allá del principio del placer representa una nueva y última fase en este desarrollo, la cual se consuma con el ensayo El yo y el ello de 1923. Como el título lo indica, lo que se busca en este texto es superar la noción de que el principio de placer constituye un imperio en la vida anímica. Hasta este momento, la teoría psicoanalítica identificaba dos pulsiones dominantes: la pulsión sexual (o principio de placer) y la pulsión yoica (o de auto-conservación). Sin embargo, este texto introduce dos nociones que cuestionan este dualismo. Estas son: la “compulsión de repetición” y la “pulsión de muerte”. Para revisar el texto de Freud dividiré la exposición en cinco partes, ordenadas éstas temáticamente. Agregaré a cada sección una pequeña observación.

I – El principio de placer y el principio de realidad El texto comienza reconociendo que la teoría psicoanalítica ha aceptado “sin reservas el supuesto de que el decurso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio de placer” (p. 7), esto es, evitando el displacer y produciendo el placer. Más aún, el placer o el displacer son definidos a partir de la acumulación de excitación presente en la vida anímica: “el displacer corresponde a un aumento de esa cantidad, y el placer a una reducción de ella” (p. 8). Hasta 1920, la teoría freudiana comprende la vida anímica como el permanente movimiento que busca mantener lo más baja posible la carga de

excitación presente en ella, es decir, mantener neutralizada la sensación de displacer. Esto constituye lo que Freud denominó “la hipótesis del principio de placer” (p. 9). Ahora bien, este texto introduce un giro a esta hipótesis. Escribe Freud: “debemos decir que en verdad es incorrecto hablar de un imperio del principio de placer sobre el decurso de los procesos anímicos. Si así fuera, la abrumadora mayoría de nuestros procesos anímicos tendría que ir acompañada de placer o llevar a él; y la experiencia más universal refuta energéticamente esta conclusión” (p. 9). De aquí sale un nuevo planteamiento: “En el alma existe una fuerte tendencia al principio de placer, pero ciertas otras fuerzas o constelaciones la contrarían, de suerte que el resultado final no siempre corresponde a la tendencia al placer” (p. 9). La primera de esas fuerzas corresponde a la ley: el principio del placer es reemplazado por el principio de realidad impuesto por la pulsión de auto-conservación. El principio de realidad exige que posterguemos la búsqueda inmediata del placer a cambio de una satisfacción posterior, exige renunciar a diversas posibilidades de lograr la satisfacción y exige, además, “tolerar provisionalmente el displacer en el largo rodeo hacia el placer” (p. 10). El displacer posee dos fuentes principales, una interna y otra externa. La interna refiere a pulsiones insatisfechas, la externa a objetos que estimulan expectativas displacenteras o amenazas de peligro. Estas dos fuentes de displacer “pueden ser luego conducidas de manera correcta por el principio de placer o por el de realidad, que lo modifica” (p. 11). Nota: Según la teoría freudiana de la cultura, la civilización y el progreso se levantan sobre el dominio del principio de realidad (y de la postergación de la satisfacción) por sobre el principio de placer. Esta hipótesis es desarrollada extensamente en El malestar de la cultura (1929) y es retomada por Herbert Marcuse en su obra Eros y civilización (1955).

II – El shock y la neurosis traumática A la hora de analizar las causas externas del displacer, Freud plantea que existen tres tipos de sentimientos diferentes (el miedo, la angustia y

el terror), los cuales son equívocamente usados como sinónimos. “La angustia designa cierto estado como de expectativa frente al peligro y preparación para él, aunque se trate de un peligro desconocido; el miedo requiere un objeto determinado, en presencia del cual uno lo siente; en cambio, se llama terror al estado que se cae cuando se corre un peligro sin estar preparado: destaca el factor de la sorpresa” (p. 1213). A la hora de estudiar las neurosis traumáticas (más vulgarmente definidas como traumas) Freud las define “como el resultado de una vasta ruptura de la protección anti-estímulo” (p. 31), y propone la vía del sueño y del juego infantil como mecanismos para su análisis. En el caso de un paciente que haya sufrido un accidente, Freud plantea que en su estado de vigilia, el afectado intentará pensar lo menos posible en él. En el sueño, en cambio, la escena traumática será revivida una y otra vez, “despertando con renovado terror” (p. 13). Este mecanismo responde a un intento de la vida anímica por superar el trauma, neutralizando el factor sorpresa del accidente: al revivir una y otra vez el terror, la conciencia intenta asimilar el shock traumático, es decir, “realizar a posteriori el control del estímulo” (p. 31). Lo mismo ocurre con el análisis del juego infantil. Freud toma el caso anómalo de un niño de año y medio que nunca protestaba por el abandono temporal de la madre. Este niño, sin embargo, repetía una y otra vez el mismo juego: lanzaba los juguetes lejos de su cama pronunciando un sonido , el cual Freud interpreta como “fort” (se fue). Cuando alguien le devuelve el juguete, el niño dice “da” (acá). “Ese era pues, el juego completo, el de desaparecer y volver” (p. 15). Luego de la descripción del juego, Freud concluye: “la interpretación del juego resultó entonces obvia. Se entramaba con el gran logro cultural del niño: su renuncia pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre. Se resarcía, digamos, escenificando por sí mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer y regresar” (p. 15). El objetivo de la repetición, tanto en el sueño de quien sufre un accidente o en el juego del niño, consiste en neutralizar el trauma causado por el evento displacentero inicial, haciendo de dicho evento un objeto de la conciencia. Freud propone que “aún bajo el imperio del principio del placer existen suficientes medios para convertir en objeto

de recuerdo y elaboración anímica lo que en sí mismo es displacentero” (p. 17). En conclusión, el sueño y el juego infantil son comprendidos por Freud como mecanismos de “tramitación” del shock: el evento que produjo el trauma es elaborado en la vida anímica, eliminando su factor sorpresa. Al igual que el sueño y el juego, Freud propone que el arte juega un rol similar: “sea como fuere, de estas elucidaciones resulta que es superfluo suponer una pulsión particular de imitación como motivo del jugar […] El juego y la imitación artísticos practicados por los adultos, que a diferencia de la conducta de un niño apuntan a la persona del espectador, no ahorran a este último las impresiones más dolorosas (la tragedia) no obstante lo cual puede sentirlas con un elevado goce” (p. 17).

Nota: en el capítulo IV de la Poética, Aristóteles identifica que uno de los orígenes del arte es la inclinación natural de los hombres a gozar con la imitación (mimesis): “Testimonio de esto es lo que sucede en la práctica, pues las cosas que vemos en el original con desagrado, nos causan gozo cuando las miramos en las imágenes más fieles posibles, como sucede con las figuras de los animales más repugnantes y de animales muertos” (1448b). Como vemos, el análisis de la neurosis traumática a partir del sueño y del juego infantil funciona como soporte para el argumento aristotélico: lo que es vivido directamente como trauma es luego, a través de la representación y la repetición, elaborado por la conciencia e incorporado como “experiencia vivida”. En el caso opuesto tenemos la lectura que Benjamin realiza sobre Baudelaire: aquí el shock aparece como el único lugar posible de la experiencia artística, es la única capaz de despertarnos de la anestesia impuesta por la conciencia y generar en nosotros verdaderas experiencias.

III – La conciencia Para la concepción psicoanalítica de la vida anímica, la conciencia no es “el carácter más universal de los procesos anímicos, sino sólo una función particular de ellos” (p. 24). Debido a su función perceptiva tanto

de los estímulos externos como internos, la conciencia puede ser imaginada en términos espaciales: “tiene que encontrarse entre lo exterior y lo interior, estar vuelto hacia el mundo exterior y envolver a los otros sistemas psíquicos” (p. 24). Para reforzar esta hipótesis, Freud recurre a los avances de la anatomía cerebral según los cuales la conciencia encuentra su “sede” en la corteza cerebral, “en el estrato más exterior, envolvente, del órgano central” (p. 24). Esta corteza, la conciencia, tiene por función proteger a la vida anímica de todo estímulo lo suficientemente fuerte como para dejar en ella una secuela. Generalmente los estímulos regulados por la ella no dejan “como secuela ninguna huella duradera; todas las huellas de ese proceso, huellas en que se apoya el recuerdo, se producirían a raíz de la propagación de la excitación a los sistemas internos contiguos” (p. 25). La conciencia es por lo tanto una corteza que funciona como protección anti-estímulo para el resto de los procesos psíquicos, filtrando tanto las percepciones exteriores como las pulsiones interiores, reduciendo la posibilidad de provocar traumas. Cuando el estímulo es demasiado fuerte, o cuando éste ocurre sorpresivamente, la conciencia es desbordada provocando una secuela en el aparato inconsciente, una huella mnémica en la memoria. La consecuencia patológica de esto es la neurosis traumática. “Llamaremos traumáticas a las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección anti-estímulo” (p. 29). El punto importante de esta concepción es que desplaza el principio del placer a un lugar secundario: el trauma provocará una “perturbación enorme en la economía energética del organismo y pondrá en acción todos los medios de defensa. Pero en un primer momento el principio de placer quedará abolido” (p. 29). Nota: En este punto, Freud hace referencia a la teoría kantiana de la sensibilidad. Para Kant, una experiencia es siempre un mixto de sensibilidad y de un concepto (“Sin sensibilidad no nos serían dados los objetos, y sin el entendimiento, ninguno sería pensado. Pensamientos sin contenido, son vacíos; intuiciones sin conceptos, son ciegas”; Crítica de la Razón pura; p. 226). Cada vez que percibimos sensorialmente el mundo, nuestro entendimiento lo ordena en un tiempo y un espacio determinados (principios a priori de la estética trascendental) y bajo categorías trascendentales (principios a priori del entendimiento). Este modelo correspondería en Freud a la función de la conciencia, ordenar y

administrar los estímulos. El inconsciente, por el contrario, corresponde a un territorio no gobernado por estas categorías, ni determinado por una condición espacial o temporal específica: “Los procesos anímicos inconscientes son en sí atemporales. Esto significa que no se ordenaron temporalmente, que el tiempo no altera nada en ellos, que no puede aportárseles la representación del tiempo” (p. 28).

IV – Compulsión de repetición El análisis de la neurosis traumática nos revela que cuando el estímulo es demasiado fuerte y sobrepasa el carácter defensivo de la conciencia, se producen secuelas en la vida anímica. Este análisis nos revela también el mecanismo de compulsión de repetición, el cual no se deja gobernar por el principio de placer. La compulsión de repetición es definida a rasgos generales como la constante exteriorización en la conciencia de un objeto reprimido en el inconsciente, corresponde al “eterno retorno de lo mismo”. Dada la condición atemporal del inconsciente, la compulsión de repetición corresponde a la permanente actualización en el presente de la conciencia de un displacer reprimido. El ejemplo más clásico corresponde al ludópata. El jugador patológico no puede evitarse una y otra vez el displacer de perder: aún cuando su conciencia intenta disuadirlo racionalmente, su inconsciente se impone a través de la compulsión de repetición. El jugador experimenta una y otra vez, sin progreso alguno, la misma experiencia traumática que su consciente trata de reprimir. Nota: El concepto de compulsión a la repetición es introducido por primera vez en el ensayo “Lo ominoso” de 1919. En las páginas finales de dicho texto, Freud escribe: “sólo de pasada puedo indicar aquí el modo en que lo ominoso del retorno de lo igual puede deducirse de la vida anímica infantil; remito al lector a una exposición de detalle, ya terminada” (Vol. XVII, p. 238). Esa exposición referida es precisamente Más allá del principio de placer, publicada un año después. Ahora bien, el concepto de lo ominoso refiere a algo familiar que ha sido reprimido, y que por ende retorna como algo in-familiar y desagradable. La explicación cabal de este sentimiento de displacer no es desarrollada por Freud en el texto de 1919, aunque ya se da en él la clave respecto del rol que juega la compulsión de repetición en dicho displacer. Cito a Freud: “En lo inconsciente anímico se discierne el imperio de una

compulsión de repetición que probablemente depende, a su vez, de la naturaleza más íntima de las pulsiones; tiene suficiente poder para doblegar al principio de placer y confiere carácter demoníaco a ciertos aspectos de la vida anímica […] Todas las elucidaciones anteriores nos hacen esperar que se sienta como ominoso justamente aquello capaz de recordar a esa compulsión interior de repetición” (Vol. XVII, p. 238). Ahora bien, “la resistencia del yo consciente está al servicio del principio de placer y en efecto: quiere ahorrar el displacer que se excitaría por la liberación de lo reprimido, en tanto nosotros nos empeñamos en conseguir que ese displacer se tolere invocando el principio de realidad” (p. 20). ¿Cómo explicar entonces que el inconsciente se esfuerce por revivir escenas que necesariamente nos conducen la displacer, en contradicción directa con el principio de placer? Esto lleva a Freud a plantear que en la vida anímica de los hombres “existe realmente una compulsión de repetición que se instaura más allá del principio del placer” (p. 22). La hipótesis de Freud es la siguiente: “la compulsión de repetición se nos aparece como más originaria, más elemental, más pulsional que el principio de placer que ella destrona” (p. 23). Ahora bien, para indagar en esta compulsión, Freud sostiene que es necesario preguntar por su función, por sus condiciones y por su relación al principio de placer. Todo esto lo llevará a la conclusión de que las dos pulsiones básicas no son la pulsión sexual y la pulsión yoica, sino la pulsión de vida (eros) y la pulsión de muerte.

V – Nueva teoría de las pulsiones Hasta ese momento la teoría de las pulsiones (tratada temáticamente en los textos Introducción al Narcicismo, de 1914 y Pulsión y destinos de pulsión, de 1915) concebía a la pulsión como “un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo

anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal” (Vol. XIV; p. 117). La pulsión es la representación, la traducción de un proceso corporal, de un placer o un displacer del órgano, en la vida anímica. Más aún, en estos textos metapsicológicos, Freud llega a la conclusión de que la vida anímica se encuentra gobernada por la pugna entre las pulsiones sexuales y las pulsiones de auto-conservación. Sin embargo, en 1920 escribe: “La conclusión obtenida hasta este momento, que estatuye una tajante oposición entre las pulsiones yoicas y las pulsiones sexuales […] resulta sin duda insatisfactoria en muchos aspectos, aun para nosotros mismos” (p. 43). En reemplazo de esta oposición binaria, Freud introduce un nuevo concepto, el de pulsión de muerte: “nuestra concepción fue desde el comienzo dualista, y lo es de manera todavía más tajante hoy, cuando hemos dejado de llamar a los opuestos pulsiones yoicas y pulsiones sexuales, para darles el nombre de pulsiones de vida y pulsiones de muerte” (p. 52). En esta parte del texto, el tono psicoanalítico es reemplazado por un análisis “biologicista” de los conceptos de vida y muerte. Sin entrar en mucho detalle, la hipótesis general es la siguiente: todo organismo vivo posee dos tipos de células: las células mortales (soma), y las células germinales que son en potencia inmortales, “en cuanto son capaces, bajo ciertas condiciones favorables, de desarrollarse en un nuevo individuo (de rodearse con un nuevo soma)” (p. 45). El soma tenderá siempre a regresar a su estado inorgánico (muerte), mientras las células germinales insistirán en la reproducción celular. Este es el origen de las pulsiones de vida y de muerte. Y como vemos, entonces, tanto la pulsión sexual como la pulsión de auto-conservación (en un comienzo concebidas como contradictorias) se ubican ambas del lado de la pulsión de vida. Por el contrario, la compulsión a la repetición intenta devolver al organismo a su estado originario, inorgánico, y compone la pulsión de muerte propiamente tal. El papel que juega entonces la compulsión de repetición es el de insistir en la muerte como único destino de la vida, mientras que la pulsión de vida (Eros), a través del deseo sexual y de la pulsión de auto-conservación intenta reproducir el carácter inmortal de las células germinales. Como reconoce el propio Freud: “Inadvertidamente hemos arribado al puerto de la filosofía de Schopenhauer, para quien la muerte es el

genuino resultado y, en esa medida, el fin de la vida, mientras que la pulsión sexual es la encarnación de la voluntad de vivir” (p. 49). A modo de resumen, podemos decir que el ensayo Más allá del principio de placer se propone indagar desde diversas perspectivas las limitaciones de la “hipótesis del imperio del principio del placer”. Para ello, los principales conceptos introducidos son el de “compulsión de repetición” y el de “pulsión de muerte”. La vida anímica no es la simple tensión entre la búsqueda del placer y el principio de realidad, sino que hay en ella un elemento más oscuro que tiende siempre hacia el retorno de la vida a su estado anterior, inorgánico.

Claudio Celis Agosto 2010