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Los Plac e re s de la Mantis por Elizabeth Blackwood Luna Blanca Los Placeres de la Mantis Elizabeth Blackwood © 201

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Los Plac e re s de la Mantis

por Elizabeth Blackwood

Luna Blanca

Los Placeres de la Mantis Elizabeth Blackwood © 2018 Luna Blanca Global Copyright Registry Nro: 1807307866235 Fecha de registro: 30-jul-2018 03:29 UTC Licencia de SAFE CREATIVE Todos los derechos reservados

Elizabeth Blackwood

Los Placeres de la Mantis

DETRAS DE LA PUERTA

¿Qué hay detrás de la puerta? ¿Te imaginas qué puede HABER? Tal vez una mujer ardiente que espera con impaciencia a un hombre... ¿Será una mujer desenfrenada? (lo que comúnmente se llama una “come hombres”) No necesariamente. Los hombres suelen fantasear demasiado… Puede que esa mujer sea esa vecinita que está en frente de tu casa o esa chica con cara de ángel que te cruzas por los pasillos del edificio. Si el que está leyendo este libro es un taxista o un remisero, entonces no habrá más remedio que cerrar las tapas de este libro... Tantas historias calientes viven a menudo estos hombres que yo, como modesta escritora, tendré que subirme a un taxi para mejorar mi manera de escribir. Ser dueño de un taxi o remis es tener un pasaporte seguro al mundo del placer. Si existe algo que he aprendido de la vida es que muchas mujeres no se privan de nada. Desde luego las hay de todo �po; discretas, zafadas, exhibicionistas, frígidas. También las hay del �po normal, ni un extremo ni el otro. Digamos que término

medio. Pero si hay una cosa que caracteriza a casi todas las mujeres (y puede que a los hombres también) es su parecido con la naturaleza. Hay un impulso animal grabado en la gené�ca de cualquier mujer. Qué hombre no ha conocido a esas mujeres salvajes y provoca�vas que, ante la primer propuesta masculina, salen huyendo espantadas como si el hombre se tratara de un sá�ro. O a esas con cara de mojigata que se acuestan con cualquiera a la primera de cambio. Muchos hombres no saben que eso en la Naturaleza se llama “mime�smo”, que es la capacidad animal de camuflarse para ocultar lo que se es. Y en las mujeres hay mucho de eso; de mime�smo, de salvajismo animal. Un salvajismo, a menudo oculto, que se hace eco en la literatura eró�ca. Pues la mujer, cuando está frente al papel, siente deseos de liberar lo que siente. Para la mujer, la literatura y el arte es una forma de liberación sexual. En el arte ella se siente libre, en el arte ella recrea sus fantasías. Por suerte ahora, para muchas de ellas, ya no necesitan refugiarse en la literatura y pueden expresar públicamente lo que sienten, incluso hacer lo que se les venga en gana (sobre todo en materia de sexo). Sin embargo, ese deseo de trascender las fronteras de la realidad no ha devenido en que la mujer se divorcie defini�vamente de los libros. Y creo que nunca lo hará, pues para ella la literatura román�ca-eró�ca siempre será una parcela aparte. Una especie de “meta-realidad” donde ella hará posible sus más inconfesables secretos. ¿Tiene límites el deseo de la mujer? ¿O su necesidad de ero�smo, si se quiere? Personalmente creo que no. Pienso que la mayoría de las mujeres pocas veces logran sen�rse saciadas. Es por eso que pueden leer Romeo y Julieta infinidad de veces… O escuchar la misma canción como cincuenta veces en un mismo día. La mujer a menudo siente que todo el Universo puede caberle en su vagina. Es un sen�miento maravilloso y desolador a la vez.

Este libro no trata sobre mis historias sino sobre historias de otras supuestas mujeres. Digo supuestas pues sus autores figuran con un seudónimo femenino. En ellas aparecen autoras como “Lucía” y “Morena Insaciable”, o “Andrea Renas”, “Ariadna” y “Melissa”, todas mujeres que despliegan en sus relatos un ero�smo carente de tapujos. Digamos que no se guardan nada y hablan de sexo con absoluta libertad. En ella aparece una buena suegra que se encama con su propio yerno, o una mujer que engaña a su marido con todos los jóvenes guapos que se le cruzan. ¿Incesto? También hay incesto y un poco de zoofilia para variar… Incluso un trío entre una mujer con su esposo y el socio de su marido. En fin, un autén�co carnaval eró�co en donde se come carne a más no poder… Yo le llamo a estas mujeres liberales “man�s”, pues la man�s es un insecto que �ene la par�cularidad de que la hembra se come al macho mientras está teniendo sexo con él. Esta conducta no �ene nada que ver con los hábitos de la “viuda negra”, que es una araña que se come al macho mucho después de haber tenido la relación. La man�s no es materialista, es ¡glotona!, ama el sexo y la comida. Tanto, que hasta se puede comer un bichito mientras está haciendo el amor con su pareja… Por eso algunos machos más listos ponen en prác�ca la siguiente estrategia para evitar ser comidos por su voraz compañera. Se le acercan amistosamente y le ofrecen un pequeño insecto para montársela luego aprovechando que ella está ocupada comiendo. Muchas mujeres de nuestra sociedad, al igual que las man�s, sólo acceden a tener sexo con su par si éste les ofrece un trago, las sacan a pasear en auto o le hacen un hermoso regalo. Con ese pequeño mimo el macho puede llevárselas a la cama… Las mujeres viudas negras, por el contrario, no se conforman con eso y quieren que el hombre les dé, aparte de eso, la tarjeta de crédito, el auto y el departamento. Muchos de ellos terminan secos como los cadáveres de una telaraña…

Como podéis ver las mujeres son como cualquier “bicho”; las hay buenas y las hay malas. No generalicemos… Es cues�ón de saber elegir en esa selva humana en que vivimos. Los relatos que vais a leer los hallé todos en Internet. Fueron escritos por supuestas “mujeres” y poseen algunas modificaciones mías; en general de puntuaciones y comas y pocas veces de párrafos o palabras. Como compiladora y cuidadosa es�lista me he permi�do agregar o quitar algunas partes del relato original para adecuarlas un poco más a mi es�lo literario (sólo un poco y obvio que no diré qué partes…) pero están tal cual las autoras las escribieron, es decir no �enen modificaciones de base. No se ha perdido nada de lo que las autoras quisieron expresar. En estas historias los hombres ingresaran al excitante mundo de las man�s. Un mundo de placeres extremos donde el hombre y la mujer serán víc�mas de sus propios cuerpos... Besos, caricias, copiosas corridas, situaciones de las más mórbidas salidas todas de la imaginación femenina. Una imaginación que no deja lugar ni a la moral ni a las buenas costumbres, es decir, es el todo vale. Por eso este libro puede ser leído tanto por hombres como por mujeres, pues por un lado se manifiestan las fantasías más prohibidas de las mujeres (o una parte importante de ellas) y por el otro se manifiesta el oculto deseo de muchos hombres de ser consumidos por el fuego femenino que emana de estas ardientes mujeres… pues, cuando se enciende el vientre de una mujer, si hay un hombre cerca ¡se quema en su caldero! Así que si eres mujer, puedes diver�rte y hasta cachondearte con esta larga recopilación de historias. Ustedes ya saben a qué me refiero... Si hay algún relato que no te engancha, no pierdas tu �empo y pasa a la historia siguiente, igualito a cuando vas a una �enda de libros; no te gastes en cosas que no te interesan.

Eso es todo lo que tengo que decirle a mis congéneres. Pero si eres hombre prepárate… pues estas mujeres pueden quitarte el hipo. Te aviso que no son mujeres comunes, son man�s, y nunca quedan sa�sfechas. Puedes catalogarlas de putas, de zorras, usa el califica�vo que quieras, para ellas eso no importa pues ellas sienten que están más allá de toda calificación. No se alimentan de la opinión pública, lo único que quieren es gozar a tope con un hombre, tocar el cielo con las manos, volar como brujas montadas en tu escoba… Los relatos que vais a leer (si eres hombre y te decides a leerlos) imagínalos como si fueran habitaciones. En cada una de ellas hay una man�s esperándote para comerte. Es como una novela de ficción en donde abres una puerta que te lleva a otro mundo… Y al final, cuando acabas el recorrido, te encuentras con otra puerta que te lleva... ¿de regreso a tu casa? No, a otro mundo más... Una puerta, un mundo, una habitación, una man�s. Este es el juego que propone este libro. Un juego en donde puedes quedarte atrapado… Desde luego puedes volver a tu mundo por la puerta de salida cuando lo desees (esa que dice BACK DOOR). No estás leyendo Dimensión Desconocida. Cuando sales por esa puerta regresas de nuevo al lugar donde estabas; Bienvenido al Mundo Real… o Welcome to the Real World, como dicen los norteamericanos. ¿Te gusta estar en tu mundo? ¿O te quedaron ganas de volver con ellas? Como en todo hotel lleno de habitaciones se ingresa por una de las puertas (el primer relato del libro). Allí te encontrarás con la primera man�s... Luego, cuando hayas recuperado energía y sientas que estás de nuevo en forma, puedes abrir las otras

puertas para encontrarte con otra man�s más. Y así, puerta por puerta, irás cruzando todas las habitaciones hasta llegar a la úl�ma de todas en donde la llave la tengo YO, pues soy la conserje del hotel (¿o habrá que llamarlo motel?). El úl�mo relato cierra el libro. Me adelanto a decirle a mis lectores que en cada habitación hay fotos “escondidas”. No escondidas porque no estén a la vista sino porque te asaltan cuando menos te lo esperas. Nosotras las mujeres no tenemos un ero�smo tan visual (aunque desde luego nos gusta mirar) pero los hombres son muy vulnerables a caer en la tentación de los ojos; una foto los puede estremecer, los puede sacar de quicio, los puede dejar bien duros... Así que he decidido incluir algunas fotos “subidas de tono” para que el proceso de alimentación de las man�s encuentre menos resistencia de lo habitual… “Una imagen dice más que mil palabras” recita el viejo refrán. Sin nada más que agregar y dejándote solo en la antesala del motel, ya estás preparado para ingresar al pasillo que te lleva a la primer puerta. Una vez que estés solo en el pasillo (nadie te va a estar espiando) desajústate la corbata y arrójala sin cuidado al piso. Luego sácate la camisa, el calzado, el pantalón, los calce�nes, el bóxer, todo lo que tengas puesto.... y así, en pelotas, como Adán en el paraíso, y teniendo plena consciencia de que no eres más que comida, gira la perilla y entra al Jardín del Amor. Entrégate totalmente a los placeres de las man�s.

¿Papá? No esperé que te levantaras tan temprano...

Mi gusto por Papi por MarCarmen

Los Placeres de la Mantis

“Una historia de incesto total, de cuando empecé a hacerlo con mi papá.”

Pues verán, habían pasado cerca de dos años del divorcio de mi mamá con mi papá y la verdad, en mi papel de hija, quedé en medio de todos los problemas. Pero me quedé a vivir con mi mamá después del divorcio. Aunque ya saben cómo son las mamás, con eso de la menopausia, con los pleitos con sus novios de turno… en fin, tantas cosas por lo cual decidí irme a vivir por un tiempo con mi papá. Y es aquí en donde empieza mi historia. Resulta que mi padre es un hombre mayor, pero que siempre se ha preocupado por mantenerse en forma... No se encuentra mal físicamente y además con las canas que tiene le dan un aire interesante. Pues ya me encontraba en casa de mi papá. Él es un hombre que muy difícilmente cambiaba sus hábitos, todo lo hacía métricamente, meticulosamente y a la misma hora. Después de varios días me di cuenta que en punto de las diez de la noche se despedía de mí, y se iba a su habitación a ver televisión, sentado en el sofá de su recamara. Así pasaron los días, pero sucedió una cierta noche que, después de la cena, oí ruidos en el patio, por lo cual salí a la terraza pero no vi nada fuera de lo normal. Sin embargo, al acercarme a la ventana de la habitación de mi papá, me di cuenta de lo que hacía todas las noches cerca de las diez… Él se encontraba desnudo sentado en el sofá, en el brazo

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derecho del mismo un pote de lubricante y en el izquierdo una toalla chiquita, y en la televisión películas pornográficas... Día a día lo espié. Veía que siempre ponía su película, después se desnudaba, untaba gran cantidad de lubricante en su pene, y empezaba a masturbarse. Al terminar, tomaba la toallita y se limpiaba todo, dirigiéndose al baño poniendo la toalla en el cesto de la ropa sucia y lavándose las manos, apagaba el televisor y se acostaba a dormir. La verdad, al ver la verga de mi padre me llamó la atención muchísimo, o sea, que quería vérsela más de cerca, porque sólo la veía por partes. Después de varios días pensé “qué pobrecito de él… le faltaba una hembra”. Así que me dispuse a ayudarlo a como diera lugar. Un sábado, que estábamos en casa, él se encontraba en el patio trasero de la casa. Al observar esto, me puse un bikini diminuta, saqué una toalla y bronceador dirigiéndome donde él estaba leyendo el periódico. Pero cuando llegué, tenía alrededor de todo mi cuerpo la toalla; entonces le dije que si no le molestaba que me asoleara junto a él, respondiendo que no. Lentamente me fui quitando la toalla y él se quedó mudo al verme en bikini y en especial la tanga que traía puesta. Me acosté boca arriba y me percaté de que no me quitaba la vista ni un momento… Después me di la vuelta, tomé el bronceador y le dije “Por favor papá, me lo puedes poner…”. Tímidamente empezó por los hombros. Yo, insistentemente, le decía que más abajo… Después de un rato dejé que me untara todas las piernas, toda mi espalda, pero faltaba que me untara mis nalgas. Le pedí que lo hiciera pero primero se negó y yo le dije que “cuál era el problema…”, por

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lo cual procedió, dada mi insistencia, a untarme de bronceador las nalgas. A propósito yo alcé la cola cuando sentí sus manos tibias sobre ellas. Y dejé escapar un gemido de placer… ¡Me estaba dejando acariciar mis nalgas por mi propio padre! Cuando giré mi cabeza y lo vi, del short que traía puesto se le veía una tremenda erección. Él se dio cuenta que lo estaba observando, pero se hizo el desentendido y se marcho de ahí. Sin embrago, de vez en cuando, echaba un ojo por la ventana para verme. Al igual en las mañanas, antes de irse a trabajar, pasaba todos los días a mi recamara, por lo cual tomaba un baño temprano y desnuda me ponía crema en todo mi cuerpo. Cuando entraba mi papá, inevitablemente me encontraba desnuda. El primer día no podía ni darme el beso de despedida. Y los demás, veía mi cuerpo enteramente. Y para incitarlo aún más, me levantaba desnuda y además del beso de despedida la daba un gran abrazo. Un día por la tarde, ya casi de noche, tomamos unas copas de vino. En ese preciso momento le dije que había visto lo que hacia todas las noches… Él se sonrojo, y me dijo que por el trabajo y todas sus ocupaciones era difícil encontrar una mujer, y que además él estaba en contra de pagar por sexo. Le dije que si quería yo le ayudaba a masturbarse. Él se indignó, se puso de pie y se fue. Por la noche, faltarían como unos diez minutos antes de las diez, me puse una bata transparente, un brassier de encaje y una tanga. Cuando oí que entró al cuarto, salí inmediatamente de mi habitación, espere varios minutos observándolo a que empezara a masturbarse, y cuando tenía la verga bien dura, entré

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de sopetón a la habitación… Él se quedo mudo, no supo que decir. Fue entonces que me dirigí a él, tomé sus rodillas –que las puso duras por un instante– y se las abrí… y ahí estaba su hermosa verga bien parada. Entonces tomé el pote de lubricante y se lo puse sobre su verga, con mi mano izquierda tomé sus testículos firmemente los cuales no me cabían en mi mano, y con mi mano derecha bien lubricada lo empecé a masturbar. Era fantástico y muy morboso tener en las manos le verga de mi papá. Después de un rato empezó a eyacular, aventando unos cuantos chorros de semen. Cuando terminó, tomé la toallita, lo limpié completamente, también limpié mis manos, fui a su baño y me lavé las manos, pase junto a él y le di un beso en la frente deseándole buenas noches. En el desayuno, por la mañana, él no podía verme a la cara. Creo que tenía vergüenza. Pero poco a poco, con el correr de los días, fue aceptando que lo masturbara todas las noches. Así pasaron varias semanas hasta que un día se tuvo que ir de viaje. Se fue veinte días, y un viernes por la mañana muy temprano nuevamente llegó. Sin embargo, como estaba demasiado cansado, le preparé el desayuno y se fue a dormir casi todo el día. Despertó como a las cuatro de la tarde. Yo ya había preparado la comida, comió y se fue a su habitación. Al igual que siempre dieron las diez de la noche, entonces me dirigí a su habitación. Él me estaba esperando. Y como siempre, me hinqué entre sus piernas, lubriqué su verga y tomándolo como siempre por los testículos, lo empecé a masturbar. Pero sucedió algo tremendo, al momento de eyacular, lanzó chorros y chorros de semen,

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como nunca lo había hecho. Lo limpié y fui al baño, al verme en el espejo vi que tenía en el cabello semen, y que en mi mejilla derecha escurría también. Iba a limpiarme la cara, pero no sé que me pasó en esos momentos, con mis dedos tomé el semen de mi mejilla y lo escurrí hacia mi boca y me lo comí. Sabía riquísimo, y no sé… fue una sensación extraña pero excitante comerme el semen de mi papá. Por la mañana le dije que había estado tremenda su eyaculación de la noche anterior. Me dijo que fue así porque no se había masturbado en todos los días anteriores y que esperó a estar en casa para que lo hiciera yo. Por la noche seguimos con nuestro ritual de masturbación, pero de momento, cuando él me pasaba el pote de lubricante, no lo acepté y le dije que íbamos a cambiar un poco... En eso con mi lengua ensalivé mi mano y ya húmeda comencé a masturbarlo. De vez en cuando me acercaba a la cabeza de su verga, y se la escupía para que estuviera bastante lubricada. Obtuve otra eyaculación tremenda. Fueron chorros y chorros blancos. Me alcanzó el cabello parte de mi cara, y mi mano quedó llena de semen. Esta vez no lo limpié, fui rápidamente al baño y sin que él me viera, limpié mi mano con mi boca el semen que tenía, y después el que tenía pegado lo fui recogiendo con mi mano para llevármelo a la boca. Al salir del baño, me despedí de él dándole las buenas noches. Él me dijo que había estado fantástica y yo sólo sonreí. Bueno, sucedió como siempre en la noche, me puse mi bata transparente, mi brassier, mi tanga y me fui a la habitación de mi papá. Entré igual que todos los días. Al hincarme frente a él ya su verga estaba erecta. Entonces me quité la bata y el brassier –cosa que nunca había hecho– y a él le brillaron los ojos. No

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dijo nada. No se movió. Me agaché, saqué mi lengua y desde la base de la verga la empecé a recorrer, deteniéndome en el frenillo que se le forma en donde empieza el glande, moviendo muchísimo mi lengua, sacándole a él un suspiro de placer… Luego me separé un tantito y le dije que me observara. Él abrió sus ojos, que parecían desorbitados, y en ese preciso instante abrí mi boca y me introduje su verga en ella. Era un pedazo de carne riquísima, deliciosa. Yo, sin cerrar los ojos, lo miraba y él me miraba teniendo su verga en mi boquita. Después de eso me concentré en darle una magnifica mamada. Empecé a chupársela toda, varias veces me la metí en la boca tan profundamente que sentía su cabezota en mis anginas. Le chupé los testículos, me pase su verga por mis senos y le echaba saliva para pasármela sobre los pezones. Me metí primero un testículo a la boca, después el otro y terminé por tener ambos testículos en mi boca. No sé cómo me cupieron porque estaban muy grandes. Y después de un rato recibí mi premio, apreté con mi boca duramente su verga y empezó a eyacular dentro de ella. No dejé que se me escapara ni una sola gota. Me comí todo, lo tragué como una desesperada pero me gustaba, lo dejé totalmente seco. Fue algo grandioso que jamás en mi vida se me olvidará. Imagínense, chupando la verga de mi papá y comiéndome todo su semen… Fue algo excitante y muy morboso. Me puse de pié. Él me abrazó siguiendo sentado. En eso sentí sus manos sobre mi cadera y empezó a quitarme la tanga. Se puso de pié y me sentó en el sofá, me abrió de piernas y empezó a lamerme toda... Primero empezó por el clítoris. De vez en cuando me metía la lengua en la vagina y dos o tres veces me lamió el ano. Era algo raro, cuando abría los ojos, el ver que mi

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propio padre me estaba comiendo la vagina. Me excitaba, no duré mucho, y tuve un orgasmo como nunca lo había tenido en mi vida. Terminé exhausta. Esa noche ya no me fui a mi recámara. Dormí con él, los dos completamente desnudos y abrazados.

Lo anterior cambio todas las cosas, ya no había forma de volver atrás. Por las noches, en vez de que estuviera en el sofá, ya estaba en la cama desnudo. Por mi parte yo iba a verlo totalmente desnuda, me montaba sobre él y hacíamos un 69 espectacular. Con los días de hacerlo, llegamos a conocernos tanto nuestros cuerpos que muchas veces terminamos al mismo tiempo y por supuesto yo me comía todo su semen. Pero una tarde le dije que cambiáramos la rutina, que saliéramos a divertirnos un poco. Fuimos a bailar y a tomarnos unos tragos. La pasamos muy bien pero creo que se nos pasaron algo los tragos, y al llegar a casa yo no me aguantaba… quería estar con él. Llegamos a su habitación y entre abrazos y besos nos desnudamos y caímos en la cama con el 69 acostumbrado. Pero después de un rato él me alzó con su fuerza y me dio la vuelta, me abrió de piernas y se dirigió hacia mí… No lo podía creer, ¡por fin mi papá se había animado a penetrarme! Cuando se acercó, tomé su verga con mi mano y lo dirigí a la entrada de mi vagina. Por un momento lo tallé contra mi clítoris y lo bajé. Empezó a entrar dentro de mí, era riquísimo, creo que desde hacía mucho tiempo había esperado esto… Me la metió hasta el fondo, sacándome muchísimos suspiros y pidiéndole que me diera con todo. Estuvimos luego cambiando de posiciones. Él me alzó las

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piernas a los hombros, después yo lo monté, pero después de un rato me dijo que me pusiera en cuatro, que me lo quería hacer así; me di la vuelta de inmediato y me abrí lo más que pude para recibirlo hasta el fondo. Sentía como sus manos me tomaban por la cintura y me jalaban hacia él. De vez en cuando me lo hacía rápido y otras veces solamente me jalaba duro, entrándome hasta el fondo. Yo puse mi cabeza sobre la almohada, dejando que él hiciera lo que quisiera, pero de momento sentí algo raro, con el pulgar de su mano me lo empezó a meter en el ano… Yo inmediatamente me volteé y le dije que no, que nunca lo había hecho por ahí. Entonces se le puso su verga aun más dura y siguió metiéndome sus dedos por el ano. Y después me dijo que me la iba a meter por el ano... Yo no lo podía creer, pero era tanta mi excitación y el morbo de estar con mi padre e imaginar que me iba a desvirgar por el culo, que le dije que sí. Es más, le pasé el lubricante que estaba en el cajón de junto de la cama, me llenó de lubricante el ano, y siguió masajeándolo y metiéndome sus dedos. Después de un rato me sacó la verga de la vagina. Sabía lo que iba a pasar, por lo cual me relajé lo más que pude. Él me dijo que estaba muy chiquito y que iba a costar trabajo metérmela toda… Pero ya no podía dar marcha atrás; deseaba la verga de mi papá como nunca. Sentí justamente la cabeza de su verga en la entrada de mi ano, y de momento empezó a empujar. Se me empezó a dilatar el ano, con un dolor tremendísimo… Le dije que me hacía daño pero él no me escuchó. Siguió metiéndomela y después de un rato de un dolor incalculable, bajé mi mano y la pasé, sintiendo que sólo llevaba adentro la mitad de su verga. Él empujó más e hizo que se me escurrieran las lágrimas. Seguí sufriendo lo que era ya un abuso por parte de mi padre, y después de un rato

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dijo que ya estaba toda adentro. Bajé mi mano y así era, sólo los testículos estaban fuera de mi orificio. Lo dejó por un rato así, según él para que se me dilatara y se acostumbrara mi ano. Luego empezó a moverse. Las primeras veces sentí un dolor tremendo a tal punto que le pedía por favor que no siguiera pues me hacía daño, pero poco a poco y sin saber cuándo lo empecé a disfrutar plenamente. Sentía todo mi ano dilatado por completo, mis intestinos lo estaban recibiendo bien, me llegaba como a la altura de mi ombligo, y de repente me empecé yo solita a moverme, me empujaba duramente hacia atrás, sentía como me taladraba mi ano y mis intestinos, pero era delicioso. De momento se puso más dura… iba a eyacular, a llenarme de esperma, y entonces tomé todo el aire que pude, y al sentir su eyaculación, me empujé hacia él con todas mis fuerzas llenándome los intestinos de leche... Fue algo para mí fuera de lo común. Pero riquísimo y con ganas de repetirlo. Cuando me la sacó, nuevamente me dolió, al darme la vuelta vi su verga un poco sucia, con su semen y algo de sangre debido a que era mi primera vez. Fui al baño, traje todo lo necesario y le limpié la verga totalmente. Con el tiempo hemos practicado muchas cosas, hacemos nuestros 69, lo hacemos anal, oral, en fin… nos hemos conocido perfectamente mi padre y yo. Creo que nunca en mi vida volveré sentir tanta excitación y morbo juntos. En fin, así fue como empezó mi gusto por papi…

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La entrega de mi pedido de tangas (Las andanzas de Doña Haydee) por Morena Insaciable

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“Después de que Luis no me pudo quitar las ganas y mi marido tampoco, llegó al día siguiente un jovencito a dejar mis tangas que le había comprado a su madre...”

Tres días después de terminadas las fiestas del pueblo fui al salón a revisar que todo estuviera limpio. Me entretuve limpiando el sanitario de hombres y no me di cuenta que ya era tarde. De pronto escucho voces de hombres que entran al orinal... Me quedo callada para no ser descubierta dentro del servicio. Eran tres hombres del equipo de fútbol del pueblo que llegaban a entrenar por las tardes a la cancha que estaba al lado del salón. Dos de ellos ya habían culiado conmigo. Uno de ellos le dice al que no me había probado. – Te estás quedando corto, no has salido con doña Haydee, como te dijimos. – No he podido acercármele, siempre está el marido cuando paso por la casa. Cuando la veo en asuntos del comité de la escuela, está con Luis. – ¡Qué flojo! Te estás perdiendo de algo bueno… Mejor diría, de algo buenísimo. Verdad Carlos, doña Haydee es una mujer sensacional. – Sí, Freddy –contesta el otro hombre– te estás perdiendo de una buena mujer. Para mí ha sido de lo mejor que me ha pasado en esta vida, sabe satisfacer de verdad a un hombre, es una buenísima veterana. Francisco me la recomendó después

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de culiar con ella… Yo no le quería creer hasta el día en que me tocó estar con ella. Está buenísima, de verdad, mejor que esas mocosas del pueblo. Esas momias lo único que hacen es abrirse de piernas, le metes la verga y ya, ni se mueven. – Este fin de semana tenemos partido, vamos para una playa, doña Haydee va porque es de la directiva… Ahí vas a tener la oportunidad de acercártele; viaja sola. – Siempre que la veo me quedo admirándola, está hermosa. No me la puedo sacar de la cabeza. Freddy se pone a orinar y le dice Francisco. – Cuando te vea la verga la vas a tener rendida a tus pies; le encantan grandes. Me asomo curiosa a la puerta y logro ver a ese hombre con su tremenda verga en la mano… Es más grande que la de los otros amigos. Se me moja la vagina de sólo pensar que él me quiere meter su vergota, que ahora veo que la sacude frente a mis ojos para largar el orín. Me toco mis tetas, me estoy excitando, me muerdo los labios para no hacer ruido. Los tres hombres salen del baño y les escucho decir. – El día del viaje vamos a hacer que se siente doña Haydee a tu lado, lo vamos a preparar todo. Ellos estaban dispuestos a que su amigo culiara conmigo a como diera lugar. Él era nuevo en el pueblo, lo habían integrado al equipo, trabajaba en la industria azucarera que está cerca del pueblo. Me retiro rápidamente del baño, bien excitada, no dejo que

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me vean. Salgo por el otro lado del salón, me acerco a la cancha por el lado contrario a dicho salón hacia donde están entrenando. Les digo. – Este fin de semana tenemos un partido en la playa, llegó una invitación para una actividad de beneficencia. Me dice uno de ellos. – Doña Haydee, este va a ser el primer viaje de Freddy con el equipo, se está adaptando bien al pueblo, todavía le falta descubrir cosas buenas del barrio… Yo me sonreí. – ¡Qué bien! Si necesita algo me puede buscar en la casa. Yo le puedo enseñar más cosas. – Gra… gracias doña Haydee. El hombre se sonrojó. Me marcho para el salón y escucho a uno de ellos. – ¡Te lo dije!, doña Haydee viaja con nosotros… Es tu oportunidad de acercártele. Salí de la cancha y me dirigí a la oficina. Allí me esperaba Luis, mi compañero del comité de la escuela. Yo sabía que Luis estaba alzado conmigo. Sentía como él me devoraba mi culo con su mirada cuando estábamos juntos. Mi ego crecía mucho al pensar que un hombre deseaba poseerme a como diera lugar. Cuando llego a la oficina y él estaba allí. – Hola Luis.

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– Hola doña Haydee, usted siempre linda, siempre deseable. – Gracias, trato de mantenerme haciendo ejercicios y conservar mi figura. Me siento mejor que cualquier jovencita de ahora. Luis se me acerca y me acaricia las tetas. Me baja mi pantalón dejando al descubierto toda la mata de pelos de mi ardiente sexo. Se saca su verga y la refriega entre mis nalgas hasta pegar su verga en la entrada de mi vagina. Me la acomoda con su mano, me la hunde despacio y ésta se resbala ricamente hasta el fondo… – Doña Haydee, que rico se siente, tiene su vagina bien lubricada. ¿Tiene ganas de culiar? – Luis, usted bien sabe que yo siempre quiero culiar. Me mojo de pensar en tener bien metida una verga. Me muevo intensamente con su verga dentro. Siento que me quemo por dentro, tenía tres días de no sentir cómo me atraviesa una verga. Nos estamos acomodando cuando tocan la puerta de la oficina. Era una compañera de la asociación. – Qué suerte… no vamos a poder culiar tranquilos. Luis se metió en el baño para acomodarse la verga mientras yo me acomodo el pantalón antes de que me vea mi compañera. Mi vagina queda echando fuego de las ganas de seguir culiando. Abro la puerta y la atiendo. – Hola doña Haydee. Me dijeron que aquí estaba Luis. – Si, aquí está.

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– Bueno, ahora que estamos los tres revisemos como estamos con las cuentas de las fiestas. – Bueno, ese tema ya habíamos tomado el acuerdo de revisarlo en la próxima reunión. – Si, yo sé, pero llevemos acomodadas las facturas y así revisar todos los gastos en esa reunión… Yo deseando que mi compañera se fuera y me dejara a solas con Luis, pero ya iba a ser imposible quitarle la idea de la revisión de facturas. Al final me tuve que ir… – Bueno, quédese con Luis, yo tengo que marcharme para mi casa. – Muy bien Haydee. Nos vemos. – Nos vemos –le respondí. Con la tremenda calentura a cuestas salgo para mi casa a buscar a mi marido, pero no había regresado del trabajo. Mis labios vaginales estaban todavía bien abultados por el ajetreo, tenía demasiadas ganas de tener una verga en mi vagina. Los hombres me habían dejado caliente y tenía que desquitarme con alguien, pero no tenía quien. Me meto volando en el baño para aplacar ese tremendo fuego. Mi marido llega borracho a la casa y no me puedo quitar las ganas… ¡Qué día más trágico! Por la mañana me levanto temprano a limpiar la cocina, regreso a mi habitación y le comienzo a mamar la verga a mi marido. – Haydee hoy anda caliente... Pare, me tengo que ir

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temprano. Le sigo mamando la verga y él me quita a la fuerza. – Pare, Haydee. Me tengo que ir, por la noche terminamos. Se levanta y se mete al baño, yo me quedo en la cama con las ganas intactas de culiar. Mi marido desayuna y se marcha para el trabajo, mis hijos salen para sus trabajos dejándome sola en la casa. Me baño para ir a visitar a una amiga. Salgo del baño en bata sin ropa interior. Tocan al portón, me asomo y ahí está el hijo de una vecina. – Le manda mi mamá este paquete. – Pase, el portón está abierto. El chico ingresa hasta la sala de mi casa. Coloca el paquete sobre la mesita. – Como le ha ido en los estudios. – Bien, doña Haydee. – Y la novia? – No tengo. – ¿Cómo es que un joven de su edad no tiene novia? – No, no he podido conseguir novia, y los estudios no me dan tiempo. – Es bueno tener novia, así se va preparando para el futuro, aprender a convivir con una mujer.

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– Doña Haydee, yo solo tengo 17 años y no me quiero comprometer. Abro el paquete y era el pedido de las tangas hilo dental que le hice el día después de las fiestas del pueblo. Necesitaba renovar mi ropa de salir… Lo que le iba a mostrar a los hombres antes de culiar con ellos. Le pregunto al joven. – ¿Su mamá le dijo que era lo que contenía el paquete? – No, doña Haydee. – ¿Cuánto dinero es? – Tampoco me dijo. Tener a aquel jovencito inexperto a solas conmigo en la casa me estaba empezando a excitar. Iba a poner en juego toda mi veteranía. Le pregunto. – A tu edad, ¿ya has tenido experiencia sexual con alguna de tus novias? – ¿Co…co…cómo? – Sí, relaciones sexuales. – N…o. n…o, doña Ha…haydee. Me contesta tembloroso y se le enrojece la cara. Eso me pone más caliente. – ¿No has visto alguna mujer desnuda? Digo, alguna de tus compañeras de colegio.

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– N…o, so…so…lo en pe…películas. – ¿Qué tipo de películas? – Si le confieso, por favor, no me acuse con mi mamá. – No, yo no te acuso. – He visto pornográficas... Entonces saco una tanga hilo y se la enseño. – ¿Las mujeres que mirabas tenían puestas de estas tangas? – Si señora, se veían hermosas. – ¿Sólo eso? – Se les veía un culo bien hermoso y las tetas muy ricas. El jovencito estaba muy sonrojado contestando mis preguntas. Me le acerco y saco una de mis tetas. – ¿Ricas como estas? – S…si, las suyas s…se v…ven he…he…hermosas. Le cojo una mano. – Tócalas. Posa su mano temblorosa sobre mis tetas, me acaricia suavemente. – E…esto s…solo lo ha…había visto en las películas, nu… nunca había visto a una mujer desnuda delante de mí.

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Me saco la otra teta y se las acerco a la boca, mi vagina ya está bien inundada, tengo dominado al jovencito... Le voy a dar la mejor lección de sexo de su vida en vivo, no en películas porno. – Mámelas, como en las películas. Me las comienza a mamar como un bebé hambriento, me muerde en pezón. – Aaaaayyyyy, suavecito, tranquilícese. Tenemos todo el tiempo necesario. Le coloco sus manos en mi espalda y me recorre el cuerpo desesperadamente hasta llegar a mis nalgas, me las aprieta con fuerza, levanta mi bata y siente que no llevo nada puesto, me las recorre para comprobar bien lo que siente, baja una de sus manos hasta llegar a la entrada de mi vagina, me la acaricia y me muevo para que quite su mano de ahí. – Despacio mi niño, despacio, no se apresure, todo a su tiempo. Lo despego de mis tetas y me acomodo la bata. Le toco la verga sobre el pantalón y la tiene bien erecta, se estremece al contacto de mi mano. – Respire profundo y despacio, todavía falta mucho, aguante. – Do…doña Ha…hay…dee, que sensación más electrizante al tocar su vagina, ese lugar se siente calientito, como si tuviera fuego. – Si, mi amor, ahí lo que tengo es fuego, soy muy ardiente.

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Me levanto, me coloco delante de él y me subo la bata enseñándole la entrada de mi vagina cubierta por mi monte de Venus recortado. Me doy vuelta enseñándole mi culo y me muevo como cuando tengo una verga metida. Estoy entretenida excitándolo... Cuando me doy vuelta para quedar frente de él, lo tengo de pie frente de mí con su verga bien erecta, es bien grande y gruesa, me jala hacia él, me hace movimientos como queriéndome ensartar su verga. Intento soltarme de él, su verga la siento palpitante sobre mi abdomen. Ya había despertado al macho, tenía que seguir dominando la situación. – No, jovencito, no lo intente. – Pe…pero do…doña Ha…hay…dee, usted me…me ti… tiene bien excitado, es muy linda y hermosa, yo quiero culiar con usted, yo nunca había tenido a una mujer desnuda delante de mí, ahora que la vi lo comprobé. – Tranquilo, mi niño. – Pero, doña Haydee, no me deje así, esto yo lo he visto únicamente en las películas porno, y yo ahora lo estoy viviendo en la vida real. – ¿Y qué más has visto en las películas? – Le maman la vagina y el clítoris. – ¿Y qué más? – La mujer le mama la verga al hombre, y algunas veces el hombre le mete la verga en el culo a la mujer, pero se ve que es doloroso para la mujer.

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– ¿Y cuál es la parte principal de la película? – Donde el hombre se coge a la mujer en diferentes posiciones, se ve como le entra la verga. – Y si es así, ¿por qué usted quiere apurar las cosas? Usted tiene que hacer que la mujer disfrute también, tiene que aprender… sino va a ser de esos hombres que se excitan viéndola a una, le meten la verga, le bombean la vagina y al momento ya están disparando el semen sin una haber disfrutado. – Pero doña Haydee, ya no aguanto, quiero meter mi verga en su vagina. – No jovencito, aquí la que manda soy yo. Lo dejo sentado en el sofá y me voy con el paquete para mi habitación. Busco cual tanga estrenar con el joven, me pongo una color rojo. Regreso a la sala y el jovencito ya está calmado, se acomodó la verga dentro del pantalón. Me le acerco y comienzo a moverme delante de él… Me acaricio las tetas sobre la bata y él comienza a tocarse su verga. Me saco la parte de arriba de mi bata dejando al descubierto mis tetas, a los hombres les encanta mamármelas y acariciármelas. Me las levanto con las manos y se las acerco al joven a la boca. Me las mama y dirige sus manos a mi trasero y se las aparto de él. – ¡Qué chiquito! Espérece, no apresure las cosas. Alterna mis dos tetas en su suculenta mamada. Lo despego de ellas y me pongo de pie para dejar caer mi bata. Quedo sólo en hilo dental. El joven queda con la boca abierta.

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En la parte delantera el pequeño triangulo apenas cubre mi monte de Venus, se observan los labios de mi vagina abultados. Exclama el joven. – ¡Pero qué mujer más hermosa! ¡Qué piernas más lindas! Me volteo y le enseño mi trasero para que observe como se desaparece el hilo de la tanga en medio de mis hermosas nalgas. – Yo que siempre la veo en el vecindario, jamás pensé que fuera tan hermosa, los jóvenes del barrio dicen que usted es muy linda, que está muy buena. Me sentía alagada. Siempre despertaba los deseos sexuales hacia mí de los jovencitos. Ya varios de ellos habían culiado conmigo, habían tenido su primer experiencia sexual. Me le acerco y le coloco mi vagina cerca de su boca. – Usted sabe lo que tiene que hacer, haga de cuenta que somos los actores principales de la película. Me jala hacia él y hunde su cara en medio de mis piernas, sintiendo el aroma de mi ardiente vagina, con su lengua me la recorre toda sobre el pequeño triángulo de mi tanga… – ¡Qué aroma más delicioso, a mujer de verdad! Lo tomo de la cabeza como queriéndolo ahogar en medio de mis piernas. Sus manos me cogen de mis hermosas nalgas y me aprieta más contra él. Siento su respiración sobre mi clítoris el cual comienza a crecer. Me lo atrapa con sus dientes y me le da pequeños mordiscos, haciendo convulsionar mi cuerpo y llego

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al orgasmo. Me hace a un lado mi tanga y me mama los labios vaginales, me introduce su lengua en la vagina, me la mete como si estuviera culiando. Lo despego de mi vagina y lo acuesto en el sofá, le saco el pantalón y le bajo el bóxer saltando a mi vista su enorme verga; el muchachito está bien dotado. Le toma la verga con una mano mientras con la otra le acaricio sus testículos. Están bien duros y cargados. Comienzo a mamársela, no me cabe toda en la boca, le chupo la brillosa cabeza, lo hago como si comiera un helado. – Aaaaahhhh, doña Haydee, qué delicioso… Siento que me lleva al cielo. Me toma de la cabeza y trata de meterme toda la verga en la boca. Siento que me está ahogando, me le suelto. – ¡Mi niño, tranquilo!, no me haga eso porque siento que me va a ahogar... ¡Levántese! Lo quito del sofá y me acuesto boca arriba abriendo mis piernas, dejando mi ardiente vagina a disposición de su verga. Me saca por completo la tanga que lo que está haciendo es estorbando. Se inclina y me mama de nuevo mi vagina. Lo jalo hacia arriba. – Ya mi niño, ahora lo que quiero es que me meta su verga. Que se haga hombre de verdad. Siento su enorme verga presionada a mi abdomen. La agarro con una mano y la dirijo a la entrada de mi vagina, la recorro de arriba abajo, estoy bien mojada, mis líquidos vaginales son abundantes, lo cual va a facilitar la penetración. La coloco y le digo:

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– Métala despacio para que mi vagina se adapte al tamaño de su verga. Me la hunde despacio y grita. -Aaaaaaaahhhhhhh, qué delicioso, doña Haydee… Yo no les quería creer a mis amigos, se siente fenomenal la primera vez con usted. Es la mejor experiencia de mi vida, mi primer vez con una mujer veterana y fenomenal. Me la hunde toda, me separó por completo los pliegues de mi vagina. – Qué gran verga tiene usted, me gusta disfrutarla. Me bombea despacio, fuerte y profundo, me abraza fuertemente y me mama las tetas. Me abrazo a él y me clava profundamente su verga. Poco a poco va cogiendo el ritmo de sus embestidas… siento que acelera su respiración… está a punto de acabar… entonces lo detengo. – Tranquilo, despacio, no quiero que le pase rápido, tiene que complacerme. – Sabe, doña Haydee, usted es una mujer fenomenal, yo no les quería creer a mis amigos de que usted culiaba muy rico, que tenía unas tetas bien ricas y hermosas, yo los envidiaba, pero ahora no, usted ha sido mía. Es lo mejor que me ha pasado –me dice emocionado. Le indico que se levante, me pongo de pie y lo acuesto en el sofá con su verga bien erecta apuntando al cielo. Me subo al sofá y calculo sentarme en su verga. La coloco bien en la entrada de

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mi vagina y la desaparezco de un solo viaje. Me la ensarto toda y comienzo a cabalgarla intensamente. El joven me agarra de mis nalgas y me ayuda a moverme, siento un fuego que recorre todo mi cuerpo. Se endereza un poco y me mama de nuevo mis tetas, lo tienen loco… no se quiere despegar de ellas. – Oooohhhh, doña Haydee, qué delicioso, siento como que me voy a orinar. – Tranquilo, mi amor, quiero beber tu lechita. No la saque, acabe adentro. Me sigue mamando las tetas. – Tome mi leche, mi negra preciosa. – Si mi amor, démela. Tensa su cuerpo y comienza a disparar todo dentro de mi vagina. Es abundante su acabada y parte de ella se resbala sobre su verga dejándola mojada. – Mi negra linda, nunca te voy a olvidar, eres una mujer muy especial, realmente eres muy buena. Muevo los músculos de mi vagina apretando su verga para sacarle toda la leche. – ¿Qué dice ahora, mi niño? ¿Cómo fue su primera experiencia? – Fenomenal, mejor que en esas películas porno. Yo por dentro pensé: “Por fin pude complacer a mi vagina de

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tener una verga dentro de mí en esta semana”. Todavía tiene su verga bien erecta y me sigo moviendo en ella. Él se sienta y yo quedo clavada en su verga frente a él. Me besa y me mama de nuevo mis tetas, me abraza y en cada movimiento mío me clava más sobre su verga… siento que me va a hacer gritar de placer. Estoy alcanzando un orgasmo cuando escucho que abren el portón del garaje. Era mi marido que había llegado y está guardando la moto, no le escuchamos. Me levanto al instante y le digo al joven que se pase para el patio. Recogemos la ropa y salimos corriendo de la sala desnudos, su gran verga se balancea, lo meto en el patio para que le dé tiempo de ponerse la ropa. – Doña Haydee, ahora si me ve don Gerardo desnudo en el patio me mata, por favor, no deje que me vea. Se pone a llorar. – Tranquilo, yo lo entretengo, yo me hago cargo de todo. El joven quedó en el patio con su verga bien parada acomodándosela en el bóxer y yo salí hacia el baño a limpiarme mi chorreante vagina llena de semen. Lo escucho cuando entra a la casa y le hablo mientras me pongo la bata. No llevé nada para ponerme por dentro, lo que tenía a mano era la tanga hilo y no quería que mi marido me encontrara con ella puesta, ya que con él no me las ponía. No se da cuenta que las uso para salir. Salgo rápidamente del baño para que no se asome al patio. – Hola, regresó temprano. – Ya casi es la hora de almuerzo y tuve que venir a buscar unos

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papeles, voy a quedarme un rato descansando. – Bueno, aguarda un momento para que te prepararle algo. Estaba ocupada con el hijo de María, le pedí que me acomodara unas cosas en el patio. Como yo sabía que él nunca se fija en el patio, le mentí, ya que yo había hecho eso la semana anterior. Gerardo se me acerca y nota que no llevo brassier. – Haydee, tenga cuidado con los jovencitos… ellos aprovechan cualquier descuido para mirar o tocar. Me acaricia el trasero y se da cuenta que no llevo nada puesto. – Y no llevas nada abajo… Ya le digo, tenga cuidado. Tú te descuidas por un segundo y él te ve todo debajo de la bata. Ojo con andar así pues a esas edades esos chicos andan alzados... Te llega a ver con la tota al aire y te va a querer culiar como un perro. – Cómo se te ocurre pensar eso, Gerardo… Él es un muchacho muy bueno, no me va a hacer eso. – Bueno, no se confíe… No quiero oír en el pueblo que ese muchachito se la cogió en la casa cuando yo no estaba porque usted lo provocó… Llega a pasar eso y usted no tiene derecho a decir nada. – ¡Gerardo! ¿Qué estás insinuándome? Voy a ir a hablar con el muchacho para que veas que él no es mal pensado. Es inocente, es un amor, lo que se dice un muchachito de la casa sin ningún

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morbo, sin experiencia. Salgo hacia el patio y él había escuchado que yo lo iba a buscar y hace que está acomodando lo acomodado. – ¿Ya casi termina? – Si doña Haydee. Él me contesta y sigue en lo que está, no me presta atención. – Cuando se vaya me avisa para pagarle. Regreso donde está mi marido. Se dio cuenta que el chico no es morboso. – Sí, ya me di cuenta, a pesar de que usted es hermosa él es muy respetuoso al dirigirle la mirada, otro se le quedaría viendo a sus tetas, más que se ven un poquito donde están sin nada. Mi marido se va a reposar a la habitación y yo me quedo sentada en la sala esperando que salga el joven. Cuando lo veo venir me subo la falda para mostrarle que no tengo nada por dentro todavía. Se me acerca y me la acaricia. – Ya terminé, doña Haydee. – ¿Cuánto le debo? – No es nada, con mucho gusto le hago el favor. – Después lo llamo para que me arregle otras cosas. Me tiene un dedo metido en la vagina y me da un beso. – Hasta luego, doña Haydee.

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– Gracias por todo. Me dirijo a la puerta y me agarra de las nalgas y me pega a él. – Gracias por este hermoso regalo. – Es tuyo cuando quieras volver. Me besa con intensidad, me aprieta con fuerza contra él, tiene erecta su verga. Me hubiera gustado seguir culiando con él, pero mi marido está reposando y nos podía escuchar lo que estábamos haciendo. Se marcha para su casa y yo me quedo con mi vagina palpitante esperando el viaje a la playa, pensando en la verga que tengo pendiente de probar. A los cinco minutos suena el teléfono, era María. – Hola, doña Haydee, estaba regañando a mi hijo porque no había aparecido por la casa. – ¿Y por qué lo estaba regañando? – Me dio miedo que se hubiera quedado de camino con los amigos y les hubiera enseñado el pedido de sus tangas. Usted sabe lo que son los jóvenes, me hubiera dado mucha vergüenza. – No, no se preocupe, se quedó conmigo y me ayudó a arreglar unas cosas de la casa. Quedé de llamarlo para que regrese a terminar otras cosas pendientes. – Ay, doña Haydee… Y yo que lo regañé temiendo lo peor. Me dijo que usted es muy buena y lo atendió muy bien, llegó muy contento. – No se preocupe María… su hijo es muy bueno y servicial.

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Hizo todo lo que le pedí. Lo que yo siempre le pido a usted es que nadie se dé cuenta lo que le compro, sino, mi marido se enoja y me va a causar muchos problemas. – Yo le guardo su secreto como usted guarda el mío. – Sí, no se preocupe, no digo nada si usted guarda el mío. – Gracias, después le digo cuanto me debe. A la vecina yo le guardaba el secreto de haberla encontrado culiando con un amigo. Un día, en la casa de ella, la fui a buscar para pagarle. Entré y pensé que estaba con el marido, ya varias veces los he visto en la cama. Me asomé para hablarles y me llevé la gran sorpresa de que estaba con otro hombre… Me quedé parada viéndola desaparecerse la verga en la vagina. Era una verdadera máquina de sexo esa mujer. Se comía buenas vergas y yo no me había dado cuenta hasta ese día…

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El mejor amigo de mi Hijo por Andrea Renas

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“Una mujer divorciada y profesora de gimnasia encuentra un excelente amante en el mejor amigo de su hijo.”

Me llamo Andrea y esta historia ocurrió en diciembre del año 2000, cuando empezaron las vacaciones escolares. No es una ficción, es algo real, y le puede pasar a cualquier mujer. Yo soy una mujer divorciada, de 35 años, mido 1.75, catira, de ojos verdes, soy instructora de spinning del gimnasio donde trabajo, lo que para mi suerte me mantiene con muy buen cuerpo. Soy de pechos grandes y firmes, piernas duras y bien formadas, delgada y tengo un buen trasero, firme y duro. Vivo en un apartamento pequeño (que consta de 2 cuartos, 1 baño, salacomedor y la cocina) con mi hijo Alejandro, un joven de 17 años que cursa el último año del colegio. Al comenzar las vacaciones escolares de diciembre, la mamá de Alfredo –un amigo del colegio de mi hijo– me preguntó sí Alfre podía quedarse una semana en casa ya que ella y su esposo tenían que asistir a un viaje de negocios y no lo podían llevar ni tenían con quién dejarlo, a lo cual accedí, ya que era el mejor amigo de mi hijo. Lo conocía a él y a sus padres desde que entraron al colegio en preescolar y ella y yo éramos muy buenas amigas. Alfredo llegó a la casa un lunes por la mañana. Yo estaba en el gimnasio donde trabajaba hasta el mediodía, cuando llegué. Alfre y Ale ya se habían acomodado en su cuarto que tiene una cama

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con gaveta y estaban jugando con el play station. Les preparé el almuerzo y los llamé para comer. Hablamos mientras comíamos y le dije que se sintiera como en su casa, que no tuviera pena con nada y que me pidiera cualquier cosa, a lo que respondió no te preocupes Andre (que es como me dice ya que lleva muchos años conociéndome y es como el hermano que nunca tuvo Ale). Pasaron dos días muy bien. Los chicos se la pasaban saliendo, jugando y en las noches, a veces, los tenía que regañar para que se durmieran ya que hacían mucho ruido y no me dejaban dormir para ir en la mañana al trabajo. El miércoles, recibí la llamada del papá de Ale, mi ex esposo dándonos la mala noticia de que su mamá había muerto y ya le había comprado el pasaje a Alejandro para que se fuera a Madrid para que asistiera al entierro de su abuela, el cual salía ese mismo día en la noche. Alfredo y yo llevamos a Ale al aeropuerto y después fuimos a ver una película al cine y a comer helados. Cuando llegamos a la casa, le dije a Alfre que no tuviera pena que no estuviera Alejandro que hiciera las mismas cosas que antes. Me fui a bañar y me puse el camisón para dormir. Cuando entré a la habitación donde dormía Alfredo, lo encontré jugando play station sentado en la cama sólo con unos bóxer, que era la ropa que usaba para dormir. Me puse a recoger un poco el reguero que dejó Ale por el apuro con que hizo la maleta y a ordenar un poco el cuarto y de pronto noté que Alfredo no me quitaba la vista de encima… y claro, como tenía el camisón que me queda un poco holgado al agacharme se me veía todo por dentro y como no llevaba sostén me podía ver mi pecho, lo que hizo que me sonrojara y saliera rápido de ahí, con la excusa que iba a llevar la ropa al lavandero. Ya más calmada, pasé otra vez

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pero sólo para darle las buenas noches y al verlo, sin pensarlo me puse a detallarle su cuerpo, que estaba en muy buena forma, ya que asistía con mi hijo a mi gimnasio y jugaban para el equipo del colegio de football (soccer) y natación, lo que los mantenía en buena forma. Tenía una espalda ancha y bien definida, al igual que el pecho y buenos brazos, debidos a la natación y piernas muy fuertes por el football, un abdomen en donde se le marcaban sus cuadritos, mide como unos 1.82, ya que es un poquito más alto que mi hijo el cual mide 1.79, de piel bronceada por el Sol que agarra en la piscina y de cabello y ojos negros. Al acostarme no podía conciliar el sueño, ya que no me quitaba de la mente la forma en que me miraba y su espectacular cuerpo. Paso más de 1 hora hasta que me dormí. En la mañana siguiente cuando ya estaba saliendo al gimnasio, salió corriendo del cuarto y me preguntó si se podía ir conmigo ya que Ale no estaba y nos fuimos juntos, al terminar mi clase de spinning, lo encontré en las máquinas y dijo que ya estaba terminando que sólo le faltaba una y lo ayudé a terminar. Fuimos a la casa y mientras preparaba el almuerzo, dijo que se iba a bañar y se metió al baño, saliendo sólo en toalla y me preguntó dónde había otro jabón que se había acabado, el cual me tardé en conseguir para apreciar su cuerpo con sólo la toalla que tenía atada a la cintura. Al salir del baño, le dije que me iba a bañar, mientras me quitaba la ropa, él me gritó desde la cocina que olía a quemado y abriendo un poco la puerta del cuarto le di las instrucciones, como había dejado la puerta entre abierta sin querer, pudo ver cómo me terminaba de quitar la ropa del gimnasio y yo al ver que me estaba viendo, me hice la loca y seguí en lo que estaba.

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Después salí con la bata del baño y le dije que iba a entrar a la ducha que estuviera pendiente y me fui al baño. Cuando entré me quité la bata, noté que me estaba espiando por las ventanitas que tiene la puerta del baño y no dije nada, me metí en la ducha y me bañé pensando en lo mucho que me gustaba que un joven de 17 años me espiara. Me hacía sentir que mi cuerpo todavía era sexy. Al finalizar, abrí la cortina de la ducha y me puse a escurrirme el agua y a peinarme para que tuviera tiempo de verme bien y me sequé muy sensualmente, me puse la bata, lo que le dio tiempo de irse a la cocina y salí a ver cómo estaba la comida. Noté que tenía un bulto en su bóxer que podía disimular y disimuladamente me aflojé la bata un poco para que se me abriera al inclinarme y permitirle ver un poco más, eso me estaba calentando y me fui a vestir. Me puse un short de los que uso en la casa pero busqué los que me quedaran más apretados y una camiseta sin sostén claro está para estar cómoda y darle el gusto a mí huésped. Comimos y después me ayudó a recoger la mesa y mirarme cada vez que me agachaba lo cual hacía con mucha frecuencia para que me viera Alfre. Al terminar tuve que salir un momento a hacer unas diligencias y cuando regresé, noté que había revisado el cajón de mi ropa interior, ya que lo encontré algo revuelto y eso es algo que acostumbro tener muy ordenado, y vi que la tanga hilo dental que había usado para ir al gimnasio tenía restos de semen... lo que me llevó a la conclusión de que se había masturbado con ellas. Eso me calentó al máximo y me llevó a ingeniar un plan… En la noche había alquilado una película para verla y le pregunté si la quería ver que viniera a mi cuarto donde estaba el VHS. Yo me encontraba acostada de mi lado y él se sentó en el piso y yo le dije que no le diera pena y subiera a la cama y se sentó

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en la esquinita. Después de un rato, le dije si quería ponerse más cómodo se recostara a lo que accedió. Al terminar la película hice movimientos de molestias en mi cuello y dije en voz alta “¡Qué lástima que no está Ale para que me dé unos masajes!”, y le pregunté después “¿Tú sabes dar masajes en el cuello?”. Me dijo “No debe de ser muy difícil, pero nunca lo he hecho”. “Deja la pena y dame uno por favor”, le contesté. Se situó detrás de mí y comenzó con los masajes, me bajé los tirantes del camisón un poco para que estuviera más cómodo y busqué una crema que tengo que tiene un olor muy rico y sensual. Terminó el masaje, se despidió y se fue a dormir. Ahí me quedé pensando que mi plan no había dado resultado, el muchacho no era lanzado como yo creía y tenía que facilitarle las cosas un poco. El viernes en la mañana no pasó nada interesante. Fuimos al gimnasio y después de comer le dije que iba a salir y que llegaría un poco tarde ya que iba al cumpleaños de una amiga. Estuve un rato en la fiesta y como a las 12 de la noche regresé a la casa. Él estaba despierto viendo una película en su cuarto y al sentirme salió a saludarme. Yo había tomado un poco y estaba medio alegre (eso era parte de mi nuevo plan para tener un poco de iniciativa) pero cuando lo vi, me hice que estaba más borracha de lo que en realidad estaba y tambaleando, me senté en el sofá, él preguntó si estaba bien y le dije que sólo un poquito pasada de palos, que me disculpara y él sonrió. Me hice la dormida por unos minutos, dejando un ojo medio abierto pero sin que se diera cuenta y él aprovechó para verme un poco, yo estaba con una minifalda de cuero muy corta y que me quedaba muy ajustada y una camisa que tenía un gran escote en la espalda, lo que ocasionó que no me pusiera sostén. Disimuladamente me recosté para un lado abriendo un poco mis piernas y él no me quitaba la vista de

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encima, ya que se me veía todo. En eso me desperté y le dije que me ayudara a ir a mi cuarto. Me dejó sentada en la cama y se fue cerrando la puerta pero por supuesto no por completo, me quité la camisa y la falda y me puse la ropa de dormir más sexy que tenía, él no dejaba de verme por entre la puerta y me tiré en la cama haciéndome la dormida nuevamente, sin arroparme ni apagar la luz. A los cinco minutos sentí que entró y me habló para ver si estaba despierta. Como no le respondí, supuso lo contrario. Ahí estaba él contemplando mi cuerpo tirado en la cama con sólo mis diminutas tangas blancas y mi pijama blanca sexy de encajes, que dejaba ver mi pecho a través de ella. Me moví un poco lo que ocasionó que saliera una de mis tetas de la diminuta pijama y oí un ¡oh! que salió de su boca. Me movió un poco y como no desperté se atrevió a tocarme con mucho cuidado mi teta al aire. La acarició con mucho cuidado hasta poner mi pezón duro y parado, luego le dio una chupadita y no aguanté más y gemí lo que hizo que retrocediera. Al darse cuenta que seguía dormida, me comenzó a tocar las piernas y como un reflejo se las abrí, ya estaba bastante mojada y cuando me tocó mi concha, no aguanté más y le dije “Alfredo quiero que me cojas”. El chico dio un brinco de susto que llegó a la puerta del cuarto. Le dije “No tengas miedo. Siempre he estado despierta y quiero esto tanto como lo quieres tú”. Me dijo “Andre… ¿no estabas dormida?”. Le dije que no, que también había visto cuando me veía por dentro de la camisa, por la puerta del baño y que me ponía la ropa más pequeña y sexy que tenía para provocarle, y como que lo logré, sonreí. Me paré y me quité el pijama, quedando en mis tanguitas, lo abracé y le di un largo beso, el cual correspondió metiendo su lengua en mi boca y tocando mis nalgas. Lo llevé a la cama y lo acosté, lo puse boca arriba con los

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brazos abiertos y le ordené que no me tocara o besara hasta que le dijera. Él me dijo “¿Qué me vas a hacer?”, y le dije que le iba a hacer sentir lo mejor del mundo... Me dijo que tenía miedo y me confesó que era virgen, y se dejó llevar por mis órdenes. Lo comencé a besar por todo el cuerpo y le restregaba el mío por el suyo. Le bajé el bóxer con los dientes y salió de un salto su enorme y grueso pene. Lo agarré entre mis manos y lo comencé a masturbar lentamente… Él respiraba fuertemente y se retorcía de placer. Luego me lo llevé a la boca y lo comencé a lamer, primero la cabeza y bajé hasta el tronco, luego sus bolas y me inspiré en la parte esa de piel que está debajo de las bolas y antes del culo. Cuando estaba en el clímax total me metí todo su miembro y se lo chupé hasta que me descargó toda su cálida leche en mi garganta. Me acosté a su lado y le dije que era su turno. Comenzó con un beso muy cálido y apasionado, mientras me agarraba las tetas. Luego bajó a ellas y las comenzó a lamer y chupar… Me las masajeaba y mordisqueaba con mucha dulzura. Luego, bajó besándome el vientre mientras me quitaba la tanga, dejándome completamente desnuda ante sus ojos. Me abrió las piernas al máximo y comenzó a besarme mi mojada y depilada conchita. Luego con sus dedos, separó un poco y me metió la lengua y empezó a jugar con mi clítoris a la vez que con un dedo me penetraba. Yo ya estaba muy caliente y gemía desesperada, luego metió dos y hasta tres dedos aumentando sus movimientos y a lo que sentí su lengua otra vez dentro de mí me corrí en su boca llenándosela de mis líquidos vaginales. Esta sensacional chupada que me había dado le provocó una nueva erección, lo que sin pensarlo le pedí que me penetrara, que

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deseaba sentir su enorme polla dentro de mí. Me quedé acostada con las piernas abiertas y él se acomodó encima y apuntó su enorme y parado miembro a la entrada de mi mojada y caliente conchita y de un empujón me lo metió de una sola vez, lo que provocó un chillido de dolor en mí, ya que tenía muchos meses sin novio y no tenía relaciones hace mucho tiempo. Comenzó lentamente con el “mete y saca” y el dolor iba desapareciendo y se transformaba en gemidos de placer. Fue acelerando mientras me chupaba las tetas cuando de repente soltó un grito y se corrió llenando mi concha de su tibia leche… que provocó mi inmediato orgasmo. Cuando sacó su ya flácida polla, se la lamí hasta dejarla bien limpia, pero al ver que con mi limpieza ya se le estaba poniendo dura otra vez, me puse en cuatro patas y le pregunté que si estaba cansado, a lo que respondió empujándome todo su trozo dentro de mi dilatada concha y comenzó con el meneo otra vez… Mientras lo hacía, con el dedo medio lleno de saliva, lo comenzó a meter en el hueco de mi virgen culito a lo que le dije que no, pero no me hizo caso y me dijo que quería probar cómo se sentía y yo accedí ante la misma curiosidad. Luego de haberlo dilatado un poco, me empezó a meter la cabeza y yo llorando le suplicaba que no. Al oír mi llanto, lo excitó más y me empujó otro poco, dejándolo para que se abriera mi estrecho culito. Me sujetaba por las caderas mientras yo forcejeaba para que lo sacara y besándome el cachete me metió el resto de una sola embestida produciendo un grito de mi parte por el inmenso dolor que sentía a la vez que se me salían las lágrimas. Cuando me calmé un poco, empezó con su suave movimiento, y empecé a cambiar mis quejidos y llantos por gemidos de placer, lo que le provocó un aumento en la velocidad y mi primer orgasmo

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gracias a la penetración anal. Él, mientras agarraba mis tetas bamboleantes por el movimiento, incrementó su velocidad al máximo y entre nuestros gritos de placer se corrió dentro de mi culito provocándome otro orgasmo sensacional. Quedamos muertos de cansancio y nos quedamos dormidos abrazados. En la mañana siguiente, cuando me desperté, busqué un pote de miel que tenía en la cocina y se lo eché por todo el cuerpo mientras dormía. Lo comencé a lamer, lo que provocó que se despertara y me hiciera el amor otras dos veces más antes de meternos a bañar juntos para terminar haciéndolo enjabonados en la ducha. Nos desayunamos y fuimos juntos a buscar a mi hijo Alejandro que regresaba a Venezuela. Cuando llegamos a la casa, no perdíamos ninguna oportunidad para besarnos y tocarnos a escondidas de mi hijo, lo cual nos excitaba muchísimo, y cuando se metía a bañar hacíamos el amor en cualquier sitio del apartamento. Alfredo sigue siendo el mejor amigo de Ale, mi hijo. Ahora se queda a dormir con más frecuencia que antes y, cada vez que puede, se va de viaje con nosotros. Ahora no sólo es el amigo de mi hijo sino que pasó a ser mi amante y compañero sexual… Espero que les haya gustado mi relato, esto que les conté no es mentira, es algo real, y espero que continúe por mucho tiempo más.

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La tentación de una Suegra por Melissa

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“Visitarme en la noche de mi cumpleaños, fue el regalo más excitante que me hizo, Andrés, mi yerno.”

A pesar de que sólo éramos no más de seis mujeres que festejábamos mi cumpleaños número 42 , daba la impresión que la casa estaba llena de invitados, porque los sonoros comentarios, las risas destempladas y el sonido de los cristales trasmitían esa sensación... Pero nada más erróneo. Incluso yo, en mi calidad de dueña de casa, ni siquiera me había propuesto celebrar nada, ya que mi marido se encontraba en viaje de trabajo en el norte del país y mi única hija Ignacia, una joven estupenda y madre de dos niños, vivía en una ciudad del Sur, distante casi quinientos kilómetros, llamada Concepción y se había excusado este año de venir a pasar el cumpleaños con su madrecita. No obstante le pidió a Andrés, su marido, que se encontraba por esos días en la capital, para que viniera personalmente a saludarme, me trajera un regalo y no le permitió la excusa de que se desocupaba muy tarde de sus actividades empresariales para no acompañarme en este día tan especial para mí. María Isabel, mi amiga y vecina, no se lo perdonaría si no le hacía un pequeño agasajo a su muy buena amiga, por lo que invitó para esa noche a otras íntimas como lo eran Viviana, mi asesora en esto, Melissa, Verónica, Liliana e Irene, formándose así un potente conjunto femenino para esta celebración. Ellas, según mi marido, conformaban lejos la mejor selección de

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hembras, dignas del más erótico y sensual Harem. Todas de una u otra forma, usuarias de la Web. Confesándose asiduas lectoras de estas páginas y todas dispuestas a contar sus intimidades que de sólo escucharlas me dejaban tan excitadas, que esa noche les confieso tuve que cambiarme en dos oportunidades mis pequeños calzoncitos, mojados por mis irrefrenables jugos productos de mi ardiente calentura de sólo escuchar a mis amigas. Afortunadamente lo matizábamos con conversaciones propias de mujeres con hogar tales como, la moda, las enfermedades, los niños, los maridos y los hombres en general, salpicando todo con algunos chismecillos sabrosos que alentaban los ánimos efervescentes y chispeantes de alcohol de mis alegres y buenas mozas, amigas. – ¡Salud! Por los cuarenta y dos –gritaba María Isabel– alzando su copa burbujeante de champaña, siendo imitada al instante por el resto de las invitadas, ante mi reacción de festejada que me quejaba ante mi amiga por delatar cuántos eran los que cumplía. – No digas por favor que son cuarenta y dos, ves que me voy a bajonear más todavía. – Pero mujer, si estás estupenda, te ves tan joven como estas niñas que estoy segura no pasan los treinta. – María Isabel, tu siempre tan lisonjera, vives estimulándome, tú eres la única que no me encuentras vieja. – ¡Vieja tú! –dijeron a un mismo tono Viviana, Irene y Liliana– por favor no exageres, estás estupenda niña.

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Yo, a pesar de mis cuarenta y dos años, estaba pasando una etapa de mi vida plena de vitalidad y así lo sentía. Esto puede resultar vanidoso de mi parte o alocado para otras, pero es lo que me ha tocado vivir y trato de sacarle el máximo de provecho. Alta de un metro y setenta y tres, tenía la suerte que los años casi no me habían tocado, pero también había dedicado muchas horas de gimnasio y sacrificadas dietas que me hacían mantener una figura y un físico envidiable tanto para mis amigas como para los amigos de Fernando que no podían abstraerse de fijar su vista en mis atractivos de mujer y esto no era ajeno a quienes estábamos reunidas esa noche, pues nuestra amistad provenía del gimnasio o de mi tienda de ropa íntima femenina y teníamos un denominador común, el mantenernos bien físicamente, ser atractivas lo que nos hacia sexualmente deseables, no éramos ningunas beatas o santas y cada una tiene más de un sabroso y excitante secreto que contarnos, es por eso que en nuestras conversaciones de esa noche, salieron las confesiones aparecidas en Internet y muy luego nos pusimos de acuerdo para confesarnos también con ustedes para lo cual nos ayudaríamos unas a otras. De profesión nutricionista e Ingeniera en Alimentos, había dejado de ejercer la profesión, dado que las cosas por esto de la economía mundial no andaban muy bien y, para ser sincera con ustedes, me iba mejor como dueña de una pequeña pero selecta tienda de ropa intima femenina en un sector exclusivo de la gran ciudad de nuestro Santiago de Chile. Siempre yo acostumbraba a vestir muy bien y esa noche lucía un muy coqueto conjunto, donde el corte del vestido hacían realzar mis admiradas piernas, las que mostraba con incitado orgullo, calzando unos bonitos zapatos de tacos altos.

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Ya el reloj marcaba las diez de la noche cuando todas nos sorprendimos por el sonido del timbre de la entrada a la casa, eso además las distrajo del ambiente en que nos encontrábamos inmersas. ¡Hola! –entró saludando Andrés, mi joven yerno, pidiendo excusas por la tardanza en pasar a saludar a su querida suegra. Las mujeres estaban en conocimiento que el joven me pasaría a saludar en esta fecha, recibiéndole con la mejor de las sonrisas e insinuantes miradas. Una vez acomodado en una butaca, empezó a dar respuestas con simpatía a la avalancha de preguntas sobre su familia y la razón de su estadía temporal en la ciudad capital, además de comentar sobre su obligación de pasar a saludarme, pues si no su mujer no se lo perdonaría tan fácilmente. La presencia de las invitadas se prolongó por casi una hora más, durante esa hora yo notaba que Andrés no dejaba de entusiasmarse con mis invitadas y se mostraba muy obsequioso conmigo mientras me movía de un lado a otro atendiendo a mis amigas, lo que indudablemente e involuntariamente me hacía mostrar mis bien dotados atributos, llegando a escuchar de una de mis amigas un dicho muy chileno: “Ya pues mi hijita, no muestre de esa forma la mercadería, que no ve que el niño no es de fierro”, me lo decían con mucha picardía y en relación a mi yerno, quien hacía esfuerzos por disimular los efectos que le causaba su atractiva suegra, así como las bondades físicas de mis amigas. Más tarde y siempre en compañía de mi yerno, despedimos en la puerta de mi hogar a mis invitadas y reía de buenas ganas de las bromas y comentarios de mis amigas a quienes se le notaban los efectos del alcohol ingerido y toda la latente alteración

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lasciva que le había producido al relatar y recordar dentro de su conversación algunas aventuras extramaritales que Lily e Irene se encargaron de contar con lujos y detalles. Por fin Andrés, tomando mi mano avanzó conmigo hasta el interior de la casa. Una vez adentro, el hombre llenó dos copas de una botella de champaña que me había traído y ofreciéndome una, me miró a los ojos como diciendo mentalmente “¡Al fin solos!”. – ¡Esta copa que te invito a beber! –dijo Andrés, con cierta emoción– quiero que la bebas toda, pues ella representa el saludo de tus queridos nietos que están orgullosos de tener una “Nona” tan linda, de tu querida hija y los míos, que te queremos mucho. – ¡Gracias Andrés! por tus lindas palabras y por acompañarme esta noche que ha sido muy hermosa y significativa para mí, aunque me apena que no haya estado mi Roberto, mi hija Ignacia y mis lindos nenes, pero comprendo sus obligaciones y sé que tú los reemplazas a todos ¿Verdad? – ¡Verdad! – espondió mi apuesto yerno, mientras ambos alzábamos nuestras copas con el efervescente licor, en el instante en que la música arrabalera de un tango invadía nuestros oídos. – ¡Oh! qué hermoso es este tango, si Roberto estuviera aquí ya lo habríamos estado bailando dije al terminar de beber todo el licor, notando lentamente sus efectos. – Bueno, dijo Andrés, yo no seré tu Roberto pero si deseas bailar, qué problemas nos hacemos.

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Y cómo lo diría un avezado escritor que trata de describir esta escena, lo habría relatado así: La singular y solitaria pareja, embriagados de alcohol, música y extraño comportamiento se unieron dando acompasado ritmo a la música y a la furtiva pasión que ésta entregaba. Andrés empezó a sentir pegada a su cuerpo la figura esbelta, sensual y coqueta de su suegra, por quien sentía una gran admiración y una platónica atracción sexual, que en muchas oportunidades cuando estaba en la intimidad con Ignacia, le invadían las fantasías de estarlo haciendo conmigo, ya que madre e hija poseían un extraordinario parecido y un físico que despertaba la pasión y sexualidad del más frígido amante. Por su parte la mujer que había tenido fuertes excitaciones derivado de los relatos de sus amigas, empezó a sentir el roce en su zona pelviana del erecto y mejor proporcionado pene de su joven yerno, que a partir de ese momento inició un acoso frontal a la enigmática y sensual mujer que, en su ya escasa lucidez mental, trató de evitarlo, pero lentamente fue cediendo ante la insistencia de Andrés de mantenerla estrechada a su cuerpo mientras el ritmo cadencioso de la música hacía lo suyo. Ese tango dio paso a otro más erotizante aún, mientras la pareja mantenía en secreto los motores de la excitación funcionando a todo ritmo; Andrés con su mentón acariciaba el cuello y la nuca de la mujer y ésta se estremecía de placer dejándose llevar por la embriaguez del champaña y la complicidad y embrujo de la noche. Cuando el joven rozó levemente sus carnosos y sensuales labios, ella simuló un leve rechazo e intentó sin gran empeño zafarse de los brazos de su acosador yerno, un leve “¡Oh,

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nooo!” surgió de su boca, pero Andrés ya estaba decidido a seguir adelante en su empeño. Atrayéndola con fuerza hacia su cuerpo, volvió a posar sus labios sobre los de ella, produciéndose un apasionado y ardiente beso que se prolongó con ansiedad, motivado por el naciente deseo carnal que surgía entre ambos. Andrés activó sus maniobras de conquista sobre su querida suegra y pronto sus inquietas manos empezaron a recorrer la imponente anatomía de la mujer, desde el levantar su coqueto vestido para acariciar su bien conformado y casi desnudo trasero... para después, ya más seguro en su accionar, se fue a acariciar unos senos espectacularmente opulentos que él muchas veces soñó acariciar y mamar de ellos y ahí estaban esos dos hermosos trofeos, cobijados bajo la protección de un fino y delicado brazier blanco. Ambos detuvieron el compás del baile por que el joven en su recorrido corporal, bajó su cuerpo hasta quedar arrodillado junto a una sorprendida mujer, deslizando sus manos bajo la corta falda acariciando la bella desnudez de sus piernas y la opulencia de esos casi juveniles y firmes glúteos, haciéndolo con verdadera devoción. Ella se contorneaba voluptuosamente, y sólo reaccionó cuando Andrés extraía con ambas manos el diminuto calzoncito que, bañado en los jugos de su ardiente excitación, le indicaban al joven macho que la hembra estaba dispuesta a ser poseída carnalmente hasta la saciedad. Una vez desaparecido el diminuto calzoncito, él introdujo su rostro a la altura del sexo de ella, donde besaba y mordía los vellos pubianos de la sensible y súper excitada mujer. – ¡Oh! Por favor Andrés no hagas eso que no lo resisto... Pero el excitado yerno prosiguió en su afán seductor con su

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suegra y alzándola en sus brazos cual novia en noche de bodas encaminó sus pasos hasta su tibia alcoba. La espectacular imagen que entregaba ella en brazos de su amante, ustedes la podrán imaginar... En su desnudez mostraba su rica y apetecida zorrita (vagina) de labios tersos, palpitantes y brillante de deseos. Él, que en el trayecto no perdía la oportunidad de besar todo lo que llevaba a su alcance, la tendió suavemente y sin resistencia sobre la mullida cama matrimonial, para luego, con la rapidez de un felino, quitarse sus prendas de vestir dejando libre un erecto y macizo miembro. Ella le miró nuevamente sorprendida y expectante ante la viril desnudes del joven. Siempre pensó que su marido poseía un hermoso y bien dotado garrote, pero su yerno ¡lo superaba con creces! Dejándose llevar por aquella nube envolvente de lujuria y como hipnotizada, se irguió y quiso tomar el miembro de Andrés. Éste no fue esquivo a los deseos de ella y acercándolo a la boca de la mujer dejó que ésta se lo mamara, lo lamiera con su lengua y lo masturbara entre sus grandes y duros senos. La excitación de ambos se tornaba incontrolable, hasta que él nuevamente la acomodó al borde de la cama y separando las piernas de suaves y estimulantes muslos, tomó instintivamente posesión para lo que habría de ser la feliz realización de su más cara y ansiada fantasía sexual . Ella sintió el desesperado roce de la hermosa herramienta sobre sus húmedos labios vaginales y pronto la estocada a fondo en su lubricada y excitante vagina. Quiso detener la acción del vigoroso Andrés, susurrándole en voz baja. (Aquí vuelvo yo a mi relato) – ¡Por favor Andrecito, detente, detente! –le pedí suplicante,

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pero no pude continuar articulando palabras, pues los labios del hombre sellaron mis temblorosos labios y sentirme penetrada por mi incontrolable yerno en esa forma, se bloquearon todos mis instintos de resistencia, irremediablemente quedaron de lado mis aprehensiones de suegra y madre y mi moralidad sucumbió ante la arrolladora pasión de que éramos presa. Nuestros cuerpos se estremecían al disfrutar del mágico placer de una entrega tan especial. Él no me daba tregua, su fuerte y erecto miembro me penetraba con ansias desmedidas, lo sentía todo exquisitamente dentro de mí. Aquí no quiero pecar de modesta, cuando estoy en estos “trances” con mi marido, lo noto extasiado con lo mío y me repite que él (siendo guapo aún) no necesita de otras mujeres porque yo le satisfago todas sus necesidades de macho. Lo mismo notaba en esos momentos con Andrés, lo notaba muy reconfortado con todo lo mío. Pero no lo pude resistir más, me lo hacía con tanto fervor y locos deseos quebrantando todas mis fibras nerviosas, una fuerte excitación orgásmica recorrió todo mi cuerpo y mi mente, descargándome como nunca lo había sentido. Estaba totalmente entregada al deseo y al placer con el marido de mi propia hija, que me devoraba por completo y continuaba bombeándome. Mi gran orgasmo lo había impactado y no me daba tiempo para descansarlo como lo hacía con mi esposo, ello más lo excitaba, haciendo recuperar rápidamente mis deseos y el ritmo de una suculenta entrega. Mis repetidos y convulsivos orgasmos que disfrutaba en corto tiempo, me hacían ver que lo dejaban al borde del clímax, pero sabía reprimir su eyaculación porque deseaba prolongar al máximo ese momento tan soñado. En mi vertiginosa locura sexual a la que era sometida, yo

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exigía más y más, respondiendo con pasión las caricias y besos de mi entusiasta yerno. Notaba como mi ardiente sexo se expandía al movimiento del potente miembro y al sentirlo en carne propia, venían a mi mente el comentario que me hiciera tiempo atrás mi propia hija, respecto a la conducta sexual de Andrés. Perdonen ustedes que los distraiga un minuto en estas reflexiones, pero las traigo a colación esto pues encajan perfectamente a lo que les estoy relatando. Ello ocurrió al observarla una mañana mientras tomábamos el desayuno juntas en una visita que le hiciera en Concepción... – ¡Pero mi amor! –le dije– ¿ Y esa cara demacrada y ojerosa? No me diga que está enfermita y anoche no pudo dormir. – ¡Hay, madre mía! Nada de eso, lo que pasa que este marido que yo tengo, cada vez que me agarra, me deja medio muerta. Tú no sabes cómo es en la cama… Además que se gasta una cosa que es capaz de hacer acabar hasta la más frígida de las mujeres. – ¡Pero mi niña! Cómo habla usted así tan suelta de boca, esas cosas íntimas no se andan contando por ahí. – Pero mamá –me replicaba– Tú eres mi madre y más que mi madre eres mi amiga de confianza. Además debo confesarte que este es el precio que pago por tenerte como visita en mi casa. – ¡No le entiendo nada lo que me quiere insinuar mi amor! – Por favor madre, no lo tomes a mal… Pero sucede que Andrés, cada vez que tú nos visitas, o nosotros vamos a tu casa, me doy cuenta que anda todo el día con el miembro duro y en la noche se desquita conmigo transformándose en un insaciable...

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Simulando sentirme extrañada, aunque me había percatado hacía mucho tiempo de ello, me apresuré a decirle en esa ocasión… – Tú ves mi amor que yo no hago nada anormal y mi única intención es que ustedes sean felices. Ahora si tú observas algo raro y que yo como soy un poco “volada” no me he dado cuenta, tienes que decírmelo mi amor. – ¡No te preocupes madre! Si tu única culpa es tener aún todo bien dispuesto en tu cuerpo –rió a carcajada mi querida hija, sobre quien yo sabía que había salido tan caliente como su madre. Retornando al cuadro pleno de erotismo y sexo que desarrollábamos con Andrés, ya ahora era yo quien estaba siendo presa de esa fabulosa máquina de placer que me había comentado Ignacia. Pero ante mi experiencia y encantos copulativos, la formidable maquinita sucumbió con una copiosa eyaculación al fondo de mi ardiente vagina de su madura y atractiva suegra que a su vez me desahogaba con inquietas convulsiones presa de un descontrolado y prolongado nuevo orgasmo. El observante escritor habría dicho: La abatida Maribel (o sea yo), no reaccionó cuando pasado relajadores diez o quince minutos, Andrés despegó su cuerpo sobre el de ella, para dirigirse a la sala de baño donde se dio una ducha tibia, que lo hizo pensar con algo de claridad sobre el lío en que se encontraba metido con la madre de su propia mujer y las repercusiones que ello podría tener de conocerse este affaire tan comprometedor. Su miembro semi erecto aún y enrojecido, demostraba el arduo trabajo al que fue sometido para doblegar en el placer a esa hembra tan

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ardiente y rica en formas que ahora dormía profundamente sobre su cómoda y amplia cama. Andrés cubierto sólo con la sábana de baño, con un vaso de refresco en la mano se sentó frente a ella para contemplar su atrevida y provocativa desnudez, al ver tan magnífica obra humana, inflaba su pecho mostrando un indisimulado orgullo de macho triunfante, al haber fornicado a la madura mujer que había deseado ocultamente desde que la conoció y que para su sorpresa resultó mucho mas fogosa, ardiente y cooperadora, de lo que el mismo se había imaginado y por ende, lejos, más competente que su hermosa y atractiva Ignacia. Sin recriminaciones ni rechazos, la noche fue entera de ellos, el hombre sacó a relucir toda su potencia sexual a la que ella se entregaba sin resistir colocando también lo mejor de sí. Así esa habitación se llenó de lujurias, gemidos y más estridentes orgasmos, hasta que el cansancio y el sueño doblegó a la ardiente pareja.

La mañana de ese sábado Andrés, mi querido yerno, se despertó temprano, dado que tendría que asistir hasta su lugar de trabajo para reunirse con otros colegas para terminar algunos asuntos pendientes, almorzaría en el centro para por la tarde dedicarle un tiempo a un proyecto que estaba finalizando y dejaría la noche del sábado y el domingo para pasarlo, según dichos de él, junto a su ardiente y apetecida suegra. Después de ducharse y afeitarse se dirigió a la cocina para prepararse una taza de café, quiso hacerse el amable y preparó una bandeja para dos disponiéndose a llevarla a la suite donde me encontraba también saliendo de la ducha, cubierta en una amplia sábana

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de baño y con una horrible resaca, así y todo a él, yo le parecía magníficamente atractiva. – ¡Hola! –me saludó Andrés– detenido al medio de la alcoba, observándome avanzar. – ¡Hola amoroso! –respondí con una amable sonrisa– ¿ Y tú qué haces con esa bandeja, cuando se supone que soy yo quien debe hacerlo? –le espeté. – Por favor no te preocupes, hoy he querido darme este gusto. – ¿Uno más? –pregunté sonriente– mientras me quitaba, sin recato alguno, la sábana de baño y accionando desnuda me metí nuevamente a la cama. – ¡Podríamos hablar de uno más –repitió él, dejando la bandeja a mi cuidado, para luego desprenderse también del batón que cubría su desnudez. Ágilmente se introdujo a la cama junto a mí, disponiéndose a servirse el estimulante desayuno, empezando por un refrescante jugo de frutas natural. Afuera de nuestro reconfortante lecho, la otoñal pero agradable mañana sabatina mantenía una tranquilidad y silencio casi sepulcral, con una temperatura muy sorprendente para ser Abril, la misma calidez que se apreciaba al interior de casa. – ¿Cómo te sientes? –preguntó tímidamente Andrés mientras terminaba de beber su vaso de jugo acompañado por un analgésico.

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– ¡Hay mi amor! –le dije bajando el tono de mi sensual voz– Creo que no he logrado despertar aún y si no fuera por este dolor de cabeza, tendría la sensación que aún duermo y sueño profundamente. – Pero tómate un analgésico y pronto el dolor se te pasará. – Ya me la he tomado, al igual que ingerí una pastilla para el ardor de estómago que me dejaron tanto trago raro que me metí para adentro. – ¿Y que más te metiste para adentro? –me preguntó sonriente y burlonamente Andrés, quien ahora actuaba con total confianza y libertad, cosa que antes no se lo permitía. – ¡Oh! – Que eres sarcástico muchachito, se te ha olvidado que le has metido a mamita una rica cosita que le tenías reservada, pero de eso hablaremos después de tomar este rico desayuno. A Andrés le costaba creer que yo, en mi calidad de suegra, no estuviera preocupada más que él de lo sucedido esa madrugada entre ambos. Y mientras se deleitaba con su aromática taza de buen café, escuchaba los comentarios que yo le hacía, sobre el gesto de mis amigas de celebrarme en forma tan sorpresiva mi cumpleaños, y de la larga amistad que mantenía con ellas, de las características de cada una. Lo que extrañaba a Andrés –me lo dijo después– es que en toda esta conversación su querida suegra no hiciera ningún comentario a las repetidas entregas sexuales de esa noche, pero no quiso él tampoco insistir en ello, pues la tibieza de las sábanas más la intima y cercana posición de una apetecible mujer desnuda, hizo que el joven sintiera la erección de su potente

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miembro que se hizo más patente al observarme mi ampuloso trasero al girar el cuerpo para dejar la bandeja sobre la alfombra, dándome cuenta que me observaba con animosa detención especialmente mi velludo y excitante sexo. Ya no existía el embrujo de la noche anterior, pero yo entendía que el tener a una tan deseada suegra desnuda a su lado, no le permitía hacerse el desentendido. La fuerte erección lo llevaron a acosarme una vez más, al sentirme nuevamente asediada y requerida por Andrés. Me dejé llevar nuevamente por la fogosidad y la pasión y bien no habían transcurridos cinco minutos, cuando sentí nuevamente toda su potencia, siendo nuevamente penetrada con ansias por mi excitado yerno, que escuchaba maravillado mis incontrolados y ardientes gemidos que ya le eran excitantemente familiar. Él puso en práctica sus mejores técnicas de las que lo alababa mi hija, para que su suegra gozara con toda su intensidad de alborotados y arrebatadores orgasmos que se empezaban a suceder en corto tiempo uno tras otro con toda su rica intensidad. Así ese sábado por la mañana y después de esa fogosa entrega, él me abandono rápidamente pues ya estaba atrasado con su cita laboral. Yo quise quedarme un momento más en cama descansando del tremendo esfuerzo a que me sometí con el marido de mi única hija ausente. Desnuda como me había dejado mi tremendo amante, me cubrí con la ropa de cama y feliz y sin darme cuenta me dormí pesadamente…

Habría transcurrido una media hora cuando escuché, con mucha sonoridad, el timbre de la puerta de entrada. Pensé que

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a Andrés se le había olvidado algo, por lo que al levantarme a observar por la ventana, cubierta tan sólo con mi corto batón, me di cuenta que era el móvil de repartos de un supermercado mediano que había en mi barrio y quien tocaba el timbre era nada menos que Bob, hermano y socio del dueño y que se encargaba de estos menesteres. Recién entonces me acordé que había quedado de acuerdo con ellos que ese sábado pasarían a dejarme mi pedido y otro par de cajas de alimentos que me había comprometido regalar junto a mis amigas a un Hogar de Ancianos. El hombre, al observarme tras la ventana, mostrándome su reloj en señal a que le atendiera rápido pues al parecer tenía algo de prisa. No supe qué decirle y me apresuré a abrocharme bien el batón que cubría mi desnudez. Busqué a la rápida mis zapatillas planas y no las encontré… Entonces, me vi obligada a calzar mis zapatos de tacos y ordenándome algo mi desordenada cabellera salí por una puerta lateral para pasar las cosas directamente al cuarto despensa, junto a la oficina de proyectos que tenía mi marido y que se la manejaba un joven minusválido al interior de la casa. – ¡Hola Bob! –saludé al hombre que traía el pedido del negocio donde siempre compraba las previsiones. Bob Geller, era un tipo de unos treinta y tres años, soltero, un metro ochenta de estatura, tés blanca pecosa, ojos azules y pelo castaño. Durante el día trabajaba con su socio y hermano Ulises en el supermercado, tanto en la cosa administrativa o cumpliendo tareas especiales como lo hacía ahora y por la noche estudiaba Ingeniería Comercial en una Universidad Privada. Se destacaba por ser un tipo con bastante atractivo, muy locuaz y servicial, razón por lo que era muy admirado y apetecido por

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muchas clientas del concurrido negocio, pero él se hacía querer y no escatimaba tiempo para atender a las insinuaciones de las exigentes damas. No niego que a mis ojos tampoco pasaba inadvertido el tipo, pero yo era una mujer casada y aunque yo sabía que hubiera hecho cualquier cosa por tenerme en la cama de un Motel, yo era fruta prohibida para sus instintos de macho. Mi coqueta vecina María Isabel, me contó hace algún tiempo que a ella si se la llevó a la cama después de un rápido flirteo que tuvieron. Como amante ella le puso el máximo de distinción, pero me comentaba en esa ocasión que le interrogó en varios aspectos de sus deseos y le consultó sobre cuál era la mujer que más apetecía sexualmente en todo el vecindario. No dudó en describirme como su favorita. Esa vez me sonrojé mucho, debo de confesar que dentro de las clientas de su negocio llegan mujeres casadas y solteras muy atractivas, pero lo que más le reproché a mi amiga es que al insistir sobre algún pronunciamiento mío para satisfacer sus ardientes deseos, ella le dijo “No seas impaciente, espera que ella te entregue una señal y a partir de ese momento te la debes jugar”. Esa mañana, al verme vestida tan provocativamente y sensual, le llamó fuertemente la atención y no pudo evitar no confesarme el impacto que le había dado... – ¡Hola, señora Maribel! No podría entrar con su pedido ante de decirle que se ve usted realmente hermosa y muy atractiva. – Gracias Bob, aunque te desconozco jovencito, si a veces apenas me saludas… ¿De dónde te nace lo adulador ahora? –respondí con una sonrisa creo sensualmente provocativa.

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– ¡No! No es así –dijo el aludido– Siempre su presencia en el negocio, me ha causado una especial admiración y sólo con saludarla me siento gratificado. Además siempre la he admirado mucho, aunque sé que tiene marido… – Bob, por favor, no exageres en tus cumplidos, que me voy a poner nerviosa muchacho. El joven, me entregó una pequeña bolsa con mercancía, mientras él entraba una de las dos cajas con mercaderías. Caminé con pasos cimbreantes delante del hombre guiándole hasta la despensa. Bob se regocijaba observándome toda y seguramente la armonía de mis lindos muslos que asomaban a su vista tras mi corto batón. Dejó la caja donde le indiqué y volvió por la otra. Mientras caminaba hacia su vehículo repartidor, supe después que reflexionaba diciendo: – ¿Dónde he estado metido yo, que he dejado pasar tanto tiempo sin arrullar a esta palomita que parece que quiere comer maíz de mi propia mano? Esa sola confesión privada me dejó caliente de inmediato. El shock que le produjo mi inesperada visión le causó una fuerte erección, por lo que con la segunda caja debió ponérsela por delante del vientre para que en su delgado pantalón no se notara tan pronunciado bulto. Cuando estaba a pocos metros de la despensa, vio que me encontraba en cuclillas de frente a la puerta, guardando unas latas en un mueble bajo. El ver el batón subido al máximo, mis piernas exentas de pantys y de mi pequeño calzón, el velludo y atrayente sexo que con el apuro en que salí a recibirlo no me lo puse como tampoco me daba cuenta que me

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observaba en esa tan señalara posición, fue como recibir el haz de luz de un flash fotográfico. El detenerse en seco quedando su vista pegada a mis partes íntimas, les confieso que no me había dado cuenta de la presencia de Bob, dado que una hoja de la puerta del armario tapaba su rostro para ver hacia afuera. El hombre dio un par de pasos más para observar más de cerca el erótico espectáculo, su pene erecto, palpitaba con fuerza, y su mente era ocupada por el bullente deseo sexual. Bob de inmediato pensó que todo esto era un ardid mío, y que era la esperada señal que le comentara mi amiga... Al parecer no era la primera vez que le sucedía algo semejante; muchas mujeres maduras lo hacían así para reafirmar sus atractivos ante los hombres. Y él, en más de alguna oportunidad, había caído en las redes de ése tipo de mujeres. Lo escuché irrumpir con ruido con la nueva caja en la habitación, haciéndome reaccionar ahora con prontitud, me levanté de inmediato un tanto confundida por la sorpresa de no haber escuchado sus pasos. – Señora Maribel, ¿Qué le parece si le ayudo a desempacar la mercadería y usted la guarda? – ¿No te quitará mucho tiempo Bob? Te vi muy apresurado… – No por favor para nada –dijo el hombre. – Entonces coopérame y te lo agradeceré mucho –dije sonriéndole al joven repartidor. Sí que me lo vas a agradecer, pensó Bob, mientras habría la

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caja. – ¿Fernando, aún duerme? –Preguntó Bob. – No, anda por el norte y recién llega el martes próximo... –le respondí. Al no escuchar ningún ruido de personas dentro de casa , ni la presencia de Fernando, a Bob, no le quedaron dudas que estaba a solas y ése cambio tan brusco en mi estilo de vestirme le daba una clara señal de acción. Continuó entregándome mercadería y yo las ubicaba en repisas. Bob, me contaba después que se desesperaba cada vez que me agachaba o cuando finalmente subí a una escalerilla de aluminio casi encima de él y me detuve en lo alto para arreglar algunas conservas, mientras abajo Bob se extasiaba viendo mis piernas, mis muslos, mis suculentas nalgas y la excitante y llamativa vellosidad de mi sexo, excitándose por la grata y erótica visión que le entregaba desde la altura, sin proponérmelo. Antes de bajar de la escalerilla, le pedí a Bob que se acercara para que me auxiliara a bajar. Éste, caliente como se encontraba y sin que me diera cuenta, me recibió desnudo de la cintura hacia abajo y su imponente verga erecta y desafiante. Mi pierna izquierda tocó el suelo, mientras la derecha aún se mantenía en el alto peldaño de la escala. Fue en esta posición que Bob apuntó su pene y no me di ni cuenta cómo era penetrada por un grueso y fuerte miembro, mientras las manos del hombre se multiplicaban por recorrer mi desnudo cuerpo aprisionándome entre ellas… – ¡Oh, Bob! No, por favor ¿Qué haces Bob? ¿Te has vuelto

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loco Bob? –susurraba yo sin levantar mucho la voz, mientras sentía los efectos de las descontroladas clavadas del hombre. – Cómo voy a dejar este bocado tan exquisito que me ofreces, mi gatita hermosa, lo leía en tus lindos ojitos que querías que fuera el hombre que te hace tanta falta ¿Verdad? – ¡Oh, no Bob! –Estás confundido muchacho, por favor. Pero Bob ya no razonaba, y viendo un antiguo diván que había pertenecido a mi padre que ejerció la medicina, me alzó por atrás y sirviéndole el duro falo dentro de mí como soporte, caminó con su apetitosa presa en vilo hasta el diván, donde me acomodó para disfrutar mejor del acto. Lo único que recuerdo que me atreví a decir fue que cerrara la puerta de la despensa y no hiciera mucho ruido. El hombre sabía bien cómo hacer gozar a mujeres como yo, por lo que no escatimó emplear toda su argucia y capacidad de buen amante en el tiempo en que duró el jaleo, a lo que obtuvo como respuesta mía la total participación de mi cuerpo, que gozaba sin reservas del ataque sexual y pasional del que era objeto.

Treinta minutos después Bob abandonaba mi casa. Su rostro enrojecido y transpirado, su boca; rostro y pecho, denotaban el color del nácar de mis labios. Se miró al espejo interior de su carro y trató de borrar las huellas de rouge con el pañuelo. Mostraba una enorme alegría interior, su pecho se inflaba de gozo y aún sentía en su cuerpo la suavidad de mi piel y mi deliciosa anatomía, más una vagina ricamente lubricada y estrecha cual

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muchacha novata en el arte de hacer el amor. Ése pensamiento lo gratificaba en forma muy especial, además de todas esas bondades, había descubierto en mí un hambre incontrolable de sexo y una técnica de movimientos insuperables en otra mujer u otra de las tantas que habían caído bajo su vientre varonil. En resumen, se decía que había encontrado una mina de oro que había que seguir explotando con mucha laboriosidad y empeño. Yo, por mi parte, tendida y desnuda sobre el viejo tapiz de cuero del diván, respiraba agitada, tratando de controlarme después de tan exigente sesión. Con mi sexo empapado de copioso semen, del que también habían vestigios en mis tetas, rostro y cuello. Mi sexy batón de levantarme se encontraba tirado en un rincón y sólo mis bonitas chalas de tacones, aún calzaban mis delicados pies. Mi mente presentaba situaciones confusas de lo ocurrido, lo que si tenía muy claro, es que perdía el control sobre mí y se me olvidaban todos mis prejuicios ante el acoso y las exigencias de una buena verga dentro de mí y volvía a sentir los desenfrenados efectos de buscar un orgasmo tras otro como le había ocurrido sólo hacía tan pocas horas con Andrés, mi insuperable yerno. Debieron pasar varios minutos, para que me pudiera reincorporar a duras penas del viejo diván, donde como testigo quedó parte del semen que escurrió por mi resistente vagina. Después del baño, no me explicaba porque había sucedido aquello. Estaba molesta conmigo misma, porque me consideraba culpable de que Bob reaccionara así, ya que sin proponérmelo lo había provocado sexualmente y después no tuve el coraje de quitármelo de encima y hacer que abandonara mi casa. Muy por lo contrario, mi débil resistencia a la penetración le dio la luz

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verde a Bob para que actuara de esa forma y al retirarse incluso le contesté afirmativamente cuando me hizo prometerle que muy pronto mantendríamos un nuevo encuentro en un lugar más íntimo. Ahora me costaba creérmelo a mí misma lo que me sucedía cuando el sexo bullía dentro de mí.

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Visita al Ginecólogo por Lucía

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“Descripción real de lo ocur rido en la consulta de un ginecólogo, algo que a muchas mujeres les da mucho morbo y las excita de manera sobrenatural.”

Mi nombre es Marta, tengo 26 años, mido 1,72 cm, peso 63 kg, ojos verdes y sobretodo algo que vuelve loco a los hombres... tengo 100 de pecho. Creo que gusto a los hombres y lo digo sin prepotencia, pero realmente es algo problemático para mí ya que me encanta follar. Lo necesito. Y si encima los hombres están de “buen ver” pues mejor que mejor. Creo realmente que soy adicta al sexo porque no hay día que pase, que no me masturbe o piense en hacer el amor con algún hombre o con varios, porque no. Diariamente me meto en webs de sexo, adultos, eróticas, etc, sitios que están llenos de gente salida y creo que algo mal de la cabeza, al final acabo chateando en privado con alguno que lo caliento al máximo y yo termino metiéndome el dedo u otras cosas que tenga a mano... Estoy tan enganchada a todo tipo de redes sociales, sobre todo a las relacionadas con el sexo, que no paro de conocer gente nueva todos los días como por ejemplo la otra noche que conocí por casualidad a Roberto, el típico divorciado golfo de 50 años, con buena posición económica y según lo iba viendo por la webcam con un físico de escándalo para su edad. Comenzamos la conversación algo subida de tono poniéndonos calientes con las cosas que nos decíamos. Después de un rato chateando y viéndonos por la webcam, Roberto

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empezó el juego sexual desnudándose lentamente, primero se desabrochó su camisa blanca de Armani, quedándose con su pecho depilado al aire, para luego bajarse su pantalón vaquero y tan sólo lucir su short ajustado también de la marca Armani. La verdad es que desnudo tenía un físico bastante bonito y marcaba un paquete nada despreciable. Yo, como golfa que soy, le hice sufrir y me desnudaba muy lentamente, primero me desabroché la blusa y me quedé con mi sujetador negro de encaje que marcaba mis grandes melones, posteriormente me quité mi pantalón vaquero también y me quedé sólo con mi tanguita negra a juego con el sujetador... Roberto, mientras me desnudaba, no perdió el tiempo; comenzó a sobarse por encima de su short hasta que al cabo de un rato no dudó en quitárselo y masturbarse sin cortarse un pelo. Tenía un miembro bastante grande en líneas generales, que no hacía más que menear como si de un poseso se tratara, cada vez estaba más excitado y me decía que hiciera más cosas para él, a lo que yo, cuál japonesa sumisa, le obedecía y me tocaba y tocaba... Yo, que soy una mujer muy caliente y que me falta muy poco para excitarme, con nuestro cibersexo cada minuto estaba más cachonda y fuera de mí, por lo que empecé por supuesto a tocarme suavemente mis pezones erectos, bajaba mis manos por el contorno de mis pechos y así repetía la operación una y otra vez... Roberto chillaba, me pedía más, no paraba de meneársela frente al monitor. Me había puesto muy mojada a esas alturas, con mi otra mano me masajeaba el clítoris y como no, introducía mi dedo índice

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hasta el fondo del mismo, a los pocos minutos ya introducía dos dedos y hasta tres... Simultáneamente acariciaba mis senos, mis pezones y mi vagina húmeda, algo que volvía loco a mi ciberman. De alguna forma me preguntaba cada vez que llevaba a cabo una aventura de este estilo, que hacía yo practicando sexo con un desconocido, aunque fuera a través de una webcam, pero siempre dicen que lo desconocido es lo que da morbo, lo que inquieta y de alguna manera gusta. Yo aparte era una mujer experimentada en estas cuestiones, aunque por edad fuera joven, pero ya eran muchas veces las que había practicado sexo con muchos hombres y de muchas formas y maneras. Así estuvimos Roberto y yo, aproximadamente durante 35 minutos, y al final él ya no pudo más y se pegó un corridón tan grande que manchó la mesa donde apoyaba el portátil… Obviamente yo que no soy de piedra y de ver cómo se corría mi par, me puse tan cachonda que no pude aguantar más la excitación, grité como una perra en celo y me corrí de forma prolongada y álgida. Fue fantástico. La verdad sea dicha me gustó mucho mi experiencia con Roberto, no sé si porque me atraía de alguna manera o porque hacía varios días que no tenía cibersexo, el caso es que quedamos para repetir la semana siguiente y vernos, como no, en persona, para tener otra experiencia pero esta vez real. Sin embargo esa no es la historia más importante que quiero contaros. Esto fue tan sólo una presentación para que conozcan mi debilidad por el sexo y así puedan comprender mejor la historia que viví con mi ginecólogo. Paso a contaros…

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Desde hace ya varios años la relación con mi ginecólogo era bastante inusual, ya que yo notaba en él cierta atracción sexual hacia mí. Como mujer notaba que le excitaba, aunque nunca me había dicho nada al respecto y ni siquiera se me había insinuado. Es sensual y morboso la visita al ginecólogo. Muchas compañeras de trabajo me lo han confesado confidencialmente. La cuestión es que me operaron de un pequeño quiste en la matriz hace tres meses y ya me tocaba la pertinente revisión en su consulta. A mí los ginecólogos en general siempre me han dado un morbo increíble, ya que son profesionales que aparte de ver a las mujeres en la mayoría de los casos desnudas del todo, saben donde palpar y saben los sitios más erógenos y sensuales de la mujer, aparte que hay muchísimos profesionales del sector que están de toma pan y moja... Mi ginecólogo en cuestión era Martín, un argentino ubicado en España desde hace muchos años y de unos 50 años más menos, peinaba canas pero eso le hacía un hombre tremendamente sensual, aparte como no de su acento y verborrea argentina. Mentiría si no reconociera que en muchas ocasiones de estar en consulta tumbada en camilla, no había fantaseado con alguna escena erótica con él, donde hacíamos el amor de manera desenfrenada. Ese día mi cita era a última hora de la mañana, para más “inri” era la última visita, por lo que me lo tomé con tiempo. Me di una buena ducha, me perfumé y me puse mi ropa interior que había comprado días antes. Al llegar a la consulta me dijo la recepcionista que acababa de entrar la mujer que iba delante de mí por lo que me puse a leer una revista del corazón

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y a esperar a que fuera mi turno. Salió la paciente anterior a mí y me dispuse a entrar en consulta. – Buenos días Martín. – Buenos días Marta, ¿qué tal vas? –me dijo dándome dos besos como siempre hacía, y nos sentamos. Él me preguntó que tal estaba después de la operación y si había notado algún cambio a tener en cuenta. Le dije claramente que después de la operación, ya no tenía prácticamente relaciones sexuales con nadie porque no tenía ninguna gana de hacer el amor, ni siquiera cuando intentaba excitarme con alguna fantasía sexual o algún aparatito de esos que hay apropiados para la ocasión. – Martín, estoy preocupada, se me ha ido mi apetito sexual... ¿Es normal o es que me estoy haciendo vieja tan pronto a los 26? –le dije medio riendo. Martín me miró al principio con cara de sorpresa, pero pronto entendió cuál era mi juego. Tenía claro que le estaba mintiendo y que lo mío era una escusa para que él se lanzara. Como decimos comúnmente las mujeres “que saque a relucir sus dotes de macho”. – Ja Ja Marta, no te preocupes mujer, aún eres joven y bella para pensar esas tonterías. Pasa a la sala, desnúdate y túmbate en la camilla por favor, voy a explorarte y ver que sensaciones tienes, mientras voy a lavarme las manos. Pasé a la sala de exploración, quedándome sólo con la camiseta que traía y me tumbé en la camilla. A los dos o tres minutos se

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acercó hasta la camilla y de pie, me cogió de las manos y me sentó en la camilla, diciéndome con naturalidad: – Desnúdate del todo Marta, debo explorarte completa… Yo, como habrás imaginado, accedí sin decir una palabra, aunque debo reconocer que me sorprendió tanta seguridad varonil. Procedí a sacarme la ropa fingiendo que no estaba excitada. Cuando al fin me saqué las bragas me senté nuevamente en la camilla. Comenzó entonces a palparme el cuello, la espalda, la mandíbula de manera suave y sabiendo qué se hacía, pasó luego al contorno de mis pechos, donde momentos más tarde acarició mis prominentes tetas y mis pezones cada vez más erectos por la excitación del momento. Era todo tan sensual, tan mágico que cerré los ojos para experimentar aquella sensación tan extraordinaria. – Marta relájate y disfruta, quiero que sientas sensaciones nuevas. Yo, por aquel entonces, ya estaba en otro planeta y de vez en cuando me venía a la cabeza la posibilidad de que pudiera entrar de repente la secretaria y nos viera, algo que me daba morbazo ya que no paraba de pensar en cómo sería la escena. Con voz bajita y sensual me dijo al oído: – Siente, disfruta el momento, carpe diem... Yo estaba ya bastante mojada y con muchos jugos vaginales por el contorno de mis ingles, algo que notó al momento Martín al pasar su dedo índice por mi coño mojado ya del todo. Hurgaba y jugaba con sus dedos alrededor de mi vagina,

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incluso se permitía introducir en ocasiones un dedo y hasta varios dentro de mí. Yo gemía y gemía, él creo que se volvía loco de verme gozar, y sin cortarse un pelo bajó su cabeza hasta mis piernas donde introdujo su lengua biperina hasta el fondo de mis entrañas y lamió y lamió mi jugoso clítoris... Yo le apretaba con fuerza su cabeza con mis manos una y otra vez. Después de unos instantes, tiré de Martín hacia arriba y abrí los ojos, le desabroché el cinturón, pantalón y bajé sus calzoncillos negros ajustados, donde apareció una enorme polla que pedía a gritos “¡chúpame!”. Sin vacilar ni un momento me acerqué a ese juguete tan especial y comencé a lamerlo lentamente, de arriba hacia abajo, introduciendo su capullo rojo, hinchado, dentro de mi boca, apretando contra mi lengua y paladar, sabía a gloria... También me comí en varias ocasiones sus testículos gordos, hinchados por la leche acumulada y lista para salir disparada en cualquier momento. Martín estaba más cachondo que yo y gritaba despacito pero gritaba de placer, no quería que parara y me cogía con sus manos mi cabeza, dirigiéndola de un lado a otro de su polla cada vez más grande y gorda. Después de tanta chupada por parte de los dos, Martín introdujo su verga dentro de mí y fue un no parar de follar durante aproximadamente 15 minutos, donde aparte de empujones y cambios de ritmo, nos besamos apasionadamente, hasta que él decidió cambiar de postura y me puso a cuatro patas mirando a cuenca como se suele decir, volvió a lamerme el clítoris unos minutos, yo ya no estaba en mí, estaba en otro planeta.

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Tanto morbo, y tanta sensualidad había entre los dos, que Martín en un momento dado me dijo: – Marta cabálgame por favor, te deseo más que nunca... Dicho y hecho, me llevó al sofá de la sala y allí lo cabalgué cuál potra desbocada. Fueron momentos únicos e inimaginables. Sensaciones únicas que no había experimentado antes. Martín me comía todas mis tetas con su boca, mordisqueaba mis erectos pezones, golpeaba mi trasero firme y puntiagudo, apretaba con sus manos mis pechos, algo que me ponía aún más cachonda, hasta que ya no aguantamos más y tuvimos un orgasmo simultáneo, donde nuestros íntimos flujos se unieron en el interior de mi vagina. Mientras su polla recuperaba, dentro de mi coño, su tamaño normal en estado de flaccidez, yo le decía que me encantaba sentir el orgasmo de los hombres dentro de mí, sentir su leche caliente y espesa golpear el fondo de mi coño cuando salía a borbotones. Descansamos unos minutos en el sofá, abrazados, juntos y al despedirme de él le dije que ya me encontraba de nuevo en plenitud sexual y le di las gracias dándole un profundo beso. Martín me dijo que allí estaría para cuando necesitara a un profesional y me dio una palmada en el culo. Cuando le pregunté si ya había tenido sexo con otras pacientes antes de mí, me contestó “Ese es un secreto profesional. No puede darte esa información”. No hacía falta que me lo dijera, pues en sus ojos pude ver que sí. La verdad es que desde aquel día, cada vez que quiero

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entrenarme sexualmente, busco a mi buen ginecólogo que conoce como nadie la anatomía femenina. Hacerse un Papanicolaou de vez en cuando nunca está demás...

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¡Qué confesiones, mi gran Dios! por Melissa

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“¡Robertito! ¿Me puedes decir porqué guardas los calzoncitos de mamá manchados con tu semen?”

A la hermosa Roxana, con el dinero que le daba su marido, pudo distribuir sus horas en gimnasios, institutos de belleza, masajistas, dietistas, desfiles de moda etc. Pronto los efectos fueron notorios, su belleza se había realzado a tal punto que no representaba más de unos veintiocho a treinta años. Su vestir juvenil y distinguido la hacían adorable a Mauricio y también con mayor razón a Marcos su yerno que, extasiado por los encantos de su suegra, acabó con ella enredado en la cama... La comunicación de Roxana con Gloria, su amiga y amante lésbica, se había hecho casi cotidiana; si pasaba más de un día sin llamarse por teléfono les afectaba a ambas. Para no despertar sospechas en el marido de Gloria, era Roxana quien llamaba y se pasaban hasta más de una hora en el fono. Claro que esta vez habían pasado más de tres días que Gloria esperaba el llamado de su amiga y no pasaba nada, hasta que en la mañana del cuarto día desesperada Gloria fue a tomar el aparato para hacer ella un llamado, cuando sonó su teléfono. – ¿Hola mi amor, estás bien? –preguntaba Roxana. – Estaba desesperada que no sabía nada de ti… ¿Por qué me haces esto? – Se dice que cuando se empieza a sufrir de amor, ese es el

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verdadero. – ¿Entonces me estas poniendo a pruebas? – Como se te ocurre tontita –rió Roxana– lo que sucede es que mis hombres no me dejan ni a Sol ni a sombra. – Pero tú ya sabes manejar bien a Mauricio y en mejor forma a Marcos. – ¡Ah! Si fueran ellos nada más no habría ningún drama. – No me digas que... ¡Cuenta! ¡Cuenta!, que me muero por saber en qué líos andas metida. – Si no fuera por mis clases de gimnasio, hoy no me podría levantar... – ¿Te dieron duro anoche? – Ayer se me pasó la mano, eso es todo. – Pero no me has dicho nada… ¿Te puedes explicar que estoy súper intrigada? – Lo que pasa que hacía casi una semana que no me había pasado nada, ya que Roberto viajó a Antofagasta y volvió sorpresivamente anoche cuando menos lo esperaba y por extraña coincidencia Marcos se quedó unos días más en Concepción y apareció por acá también ayer a media tarde, pero resulta que ayer a eso del mediodía anduve por la tienda y después me fui caminando por Providencia, ya en la mañana me había despertado con una tremenda excitación, producto de una película del cable “Play Boy” y la falta de una buena polla que me hiciera descargar tensiones. Tú no sabes –continué– que me encontré

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con Marcelo, el amigo de Marcos, está estupendo el muchachito este. Se me pegó a mi lado e insistió tanto que no pude negarme a su invitación a almorzar algo livianito en un local bien mono de Providencia. Conversamos de todo, incluso de un negocio de importación de mi rubro desde Europa y especialmente de España. También hicimos recuerdos de aquella noche y me dijo que estaba desesperado por encontrarme porque lo había dejado marcando “ocupado”. A partir del postre, empezó a insistir que fuéramos a su departamento que estaba a tres cuadras de donde nos encontrábamos… La verdad que me hice de rogar nada más que por etiqueta, pues como andaba con la calentada me lo habría llevado de inmediato a la cama. Subimos a un quinto piso de un edificio en Avda. Ricardo Lyón, un apartamento pequeño pero bien alhajado y con bonita vista a la cordillera, el dormitorio con una amplia cama del tipo Box spring. Lo que no había previsto es que tenía visita; se trataba de Donald. Igual que el pato Donald, un joven gringo estadounidense, inmenso, que se encontraba en Chile, en casa de una hermana de Marcelo, por un programa de intercambio estudiantil y aprovechaba el gabinete computacional de Marcelo para hacer sus trabajos de investigación. Lo primero que optó Marcelo fue pedirle al gringuito que se fuera y volviera otro día, pero yo lo contuve y no se lo permití; me dio lástima el pobre gringo, así que Marcelo le pidió que se encerrara en el gabinete sin salir. – Lo que me cuentas me hizo acordar... –interrumpe Gloria. – Pará que te cuento cómo lo pasé en la cama con este súper hombre, déjame terminar. Me hizo acabar con tantas ganas que con toda seguridad mis aullidos rebotaban en los oídos del pobre Donald, quien a propósito, en nuestro primer descanso, me

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comentó Marcelo que el muchacho tenía sólo 17 años y que aún era virgen. Como también le suplicaba a su amigo presentarle a una mujer para su primera experiencia. Te imaginas cómo reaccioné... Yo, que soy especialista en robarles la virginidad a los bebitos. De inmediato le dije a Marcelo que lo invitara a nuestro dormitorio. Marcelo lo meditó un tanto y cubriendo su desnudez con una sábana de baño salió en su búsqueda. Yo, en el ínter tanto, ordené la ropa de cama y nuestras prendas de vestir que se encontraban desparramadas por todos lados. Pasaron como diez minutos y apareció tímidamente mi gringuito… de tez rubia, ojos verdes azulados con un tremendo físico de aproximadamente 1,80 m. de alto. Nos saludamos de besos en la mejilla y lo conminé a que se quitara su ropa y se metiera en la cama conmigo, lo que obedeció influenciado por la presencia de su amigo sin dejar su nerviosismo de lado. No se quitó los calzoncillos y sólo se fue relajando cuando lo tuve a mi lado. Era un niño hermoso, me dieron deseos de comérmelo a besos, le imprimí tranquilidad y que yo le iba a enseñar todo, como una buena maestra camera. Su pene estaba determinado conforme a la estatura del muchachito. Pronto lo tuve en todo su volumen en mis manos y lo encontré maravilloso y sorprendente. A una señal mía Marcelo abandono la sala, quedando libre para manejar a mis antojos a ese rico bebé. Le permití que sus manos me recorrieran entera y su boca se pegara a mis labios. Nuestra excitación estaba al máximo, fue a buscar con mis manos su duro pene que buscaba afanoso mi vagina y le introduje su cabeza en mi entrada. Lo sentí en todo su esplendor cuando inició la penetración. Por más que lo trataba de retener, el muchacho no podía resistirse ante la sensación que le producía su primera penetración. Se encargó de perdérmelo todo, todo y de hacérmelo tan rico que

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terminamos acabando juntos con grandes gemidos y mojados completamente. Después tomó confianza montándome como un verdadero macho; la profesora convertida en una inocente alumna. Me produjo unos orgasmos de muerte. Por la forma en que me lo hacía entré en dudas respecto a su edad, y después de muchos cabildeos me confesó tener 14 años… pero próximo a cumplir 15. ¿Te imaginas, querida mía, catorce años, un bebé, fornicándose a una abuela de cuarenta y dos? – Por favor no exageres Roxana… Tú estás estupenda. Pero me calienta a rabiar que ese cachorro te haya hecho gozar tan rico. Lo que pasa es que ahora estos niños son invadidos por el sexo tempranamente y frente a algunos hechos tú te quedas de plástico. Te diré que mi hijo menor que también tiene 14, le he sorprendido en su cuarto, escondido, unos calzoncitos míos emblanquecidos de semen, y dentro de un sobre, fotografías mías súper sexy, en el baño desnuda, en mi dormitorio, en tanga, en la sala de estar mostrándolo todo… Incluso puso una camarita en el baño que yo, enojada, se la hice sacar. ¿A vos te parece? Lo de las fotos se debe a que su padre, para las navidades pasadas, le regaló una cámara fotográfica de esas digitales. Lo convirtió en su gran juguete, convirtiéndome a mí en su objetivo favorito y me perseguía por todos lados sin que yo ya le tomara mayor atención, hasta convertirse en un verdadero espía de su madre... y he ahí el resultado, si esas fotos seleccionadas las vieran ustedes me llevarían de inmediato a la cama por lo calientes que son. – ¡Y qué medidas has tomado con tu hijo, mujer! –le dije a mi amiga muy sorprendida. – Esto lo estoy viendo yo y nadie más. A mi gordo (marido)

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no le he dicho nada. Hablar con mi hijo no me ha sido fácil, pues al verse descubierto, se bloqueó completamente a mí. Pero ya ahora tenemos conversaciones más abiertas y he logrado que me cuente sus cosas. Se masturba hace seis meses y yo soy el centro de sus fantasías. Me sueña siendo su mujer y me hace gozar en cientos de escenas que rondan en su cabecita… Tendré que llevarlo a un psicólogo y seguirle un tratamiento, eso lo tengo asumido, pero lo que más me preocupa, es que el único que ha visto estas fotos y le ha enseñado el manejo de la cámara, es su primo Álvaro, de 17 años, que incluso aparece en una toma mostrando su desnudez y con un pene parado que te deja mojada entera. Es un muchacho muy hábil y no tiene un solo pelo de tonto. Me dijo abiertamente que yo lo excitaba y que me deseaba, jurándome que nadie más sabía lo de las fotos y la debilidad de mi hijo, pero que la única forma de olvidarlo completamente era fornicando conmigo. – ¡Uy! Querida, que te la puso dura ese muchachito. – Sí, me la ha puesto muy dura, pues te contaré que la semana pasada me entregué a él y me hizo sentir su estaca a fondo. Me lo hizo de tal forma que un par de días después fui yo misma quien le pidió repetición. – Más o menos qué dimensión tiene su pene... – No sé, no se lo medí... pero cuando me la metí en la boca completa hasta el fondo estando el muchacho al palo no sobraba nada, así que imaginate. – ¡Mi Dios! ¿Y cómo vas a solucionar eso ahora? –le pregunté preocupada.

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– No sé –me contestó– Estoy viviendo otra de mis locuras, de la que también espero salir airosa. Pero ahora déjame gozar a este muchachito y sígueme contando lo del gringuito ese… – Bueno mi amor, te diré que esa tarde me sentí amada e idolatrada por un jovencito tan hermoso y tan varonil que me di el gusto de acabar cuantas veces pude, al igual que a él su duro pene rindió pruebas de éxito eyaculando copiosamente cada vez que llegaba al clímax. No sabes cómo me habría gustado que ese gringuito tan hermoso y potente me pudiera dejar embarazada, pero tú sabes que por mi ligamiento de trompas, al igual que tú, para nosotras son etapas superadas. – Te pasaste Roxana. No te puedo creer tanta belleza. Me tienes mojada la zorra de puro caliente. Estoy que me agarro un orgasmo mujer –exclamaba caliente la bella Gloria del otro lado del teléfono. – Zorra no se dice ordinaria, se llama vagina. – ¿Qué va? Y como mi gordo me dice: tienes la “zorrita” más rica de toda la zona. – Es que a tu gordo no se le quita lo acampao pos niña. – Ya tengo lista la excusa para pegarme otro viajecito mi amor. – Oye –dijo Roxana– pero eso no fue todo… Llegué de retorno como a las siete de la tarde, me di un baño de tina para relajarme y descansar del tremendo desgaste. Desnuda me peiné, arreglé algo mi maquillaje y sentí el timbre de la puerta de calle. Me planté mi batón encima y escudriñé tras la ventana, era nada menos que Marcos que ya había traspasado la puerta

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del antejardín y se aprestaba a su ingreso empleando sus propias llaves. Nada le dije de mi encuentro con Marcelo –continuó–, ni con su amiguito gringo. Al tocarme desnuda bajo el batón no lo pude detener en su ímpetu de macho reproductor. Al borde de la cama y con mis piernas sobre sus amplios hombros me lo metía con una fuerza increíble. Mis tetas rebotaban sobre mi rostro y yo, la muy satánica, le aullaba pidiendo más y más fuerte… Éramos unos locos desatados. Estábamos reposando después de nuestra segunda o tercera sesión de sexo cuando sonó el teléfono, el reloj marcaba las nueve de la noche. – ¿Quién era? ¿Otro de tus amantes? – No, Mauricio... que me llamaba del Aeropuerto para anunciarme que acaba de llegar, que traía un amigo invitado y que me alistara para salir a cenar juntos. Me quise resistir a la idea, lo único que deseaba en ese momento era dormirme profundamente y descansar hasta el otro día. Pero terminé por aceptarlo, total se suponía que estaba deseosa de recibir a mi propio marido con el mejor de los ánimos. Marcos se marchó rápidamente no sin antes despedirse de su suegra a la usanza de él, me tiende en el sofá y en vez de besarme en la boca, mete su cabezota entre mis muslos y me besa repetidamente la vagina y se va. “Quiero llevarme conmigo tus esencias” me dijo. Al ingresar Mauricio con su acompañante en casa, yo ya me encontraba casi lista. Muchos paños de leche fría en mi rostro y un buen maquillaje disimularon muy bien las huellas dejadas por los acontecimientos de la tarde. Lo que no podía disimular era la sensación de permanente excitación de mi vagina. Al caminar sentía aún el rico miembro de Donald, horadando mi sexo o las fuertes penetraciones de Marcos, era una rara sensación que ya

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me había sucedido antes, que entre más fornicaba, luego más fuertes deseos me venían por hacerlo. – No me digas nada –interrumpió el largo monólogo Gloria– con decirte que después de la media orgía que nos pegamos, también anduve como diez días con una sensación de calentura espantosa. – Bueno –argumentó Roxana– déjame terminar de contarte que ahora sí que vas a acabar de puro gusto. El tipo que acompañaba a mi Mauricio resultó un tipazo; treinta y cinco años, alto, tez morena… pero morena morena, procedente de Panamá y asesor para negocios del rubro de mi marido, con una sonrisa cautivadora, solterón a la sazón y parece que venía dateado o su característica es ser entrador, porque en el restaurante, no me despegaba la vista y se comía cada palabra mía sin importarle la presencia de mi marido. Bailé dos o tres piezas con él y terminó por cautivarme o sería que ya los tragos que me había tomado me habían subido el ego. Para acortarte el relato, ya de retorno y en casa, sentía el acoso de ambos hombres sobre mí. Antes de irnos a la cama, mi marido dispuso de unos tragos y nos sentamos en nuestra sala de estar. En mi excitación y con la complicidad de mi marido, mostraba mis atributos más allá de lo adecuado… Esto puso a mil a nuestro invitado, a quien debe haberle costado mucho para dirigirse a su alcoba. Ya solos y sobre nuestra cama, Mauricio me empezó a acariciar y a calentarme para hacerme el amor, cosa que prolongaba en demasía, pese a mis súplicas a que me penetrara pronto, porque no resistía mi calentura. Estábamos en este coloquio cuando siento que alguien más se sube a nuestra cama. Mauricio se quita de encima mío y con una inusitada rapidez toma su lugar este tremendo tipazo moreno,

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que se llama Cristóbal. No alcancé a reaccionar para nada, el moreno hombre me cubrió con su cuerpo desnudo y buscaba con ansiedad mis labios, mientras un fuerte garrote oscuro hacía de las suyas junto a mis lubricados labios vaginales. Yo miraba a mi marido como pidiendo una explicación, pero éste tenía una cara de deleite y de aprobación que me incitaba a ser generosa a los deseos de nuestro huésped.... Yo al principio me hacía la contrariada para que mi marido no sospechara nada. Imagínate que no le podía demostrar que ese machote me calentaba a morir. Pero al final saqué a relucir todos mis argumentos de hembra caliente y le di batalla al macho moreno, delante de mi marido, pero pronto caí doblegada con grandes gemidos mientras ese semental seguía dándome duro. Me sentía cual hembra silvestre a quien tratan de dominar, pero el placer de una tremenda fornicación fueron más fuertes y en mi segundo orgasmo me lo llevé puesto al moreno, haciendo que acabara como un caballo, su gran trozo de músculo oscuro perdido todo en mí me enloquecieron. Cristóbal, férreamente pegado a mí, me deleitada con sus fuertes convulsiones, sintiendo escapar su chorro seminal sin poder hacer nada para evitarlo... mientras Mauricio, que se masturbaba a solas en un extremo de la pieza, también acababa copiosamente frente a la tremenda fornicación que le pegaron a su mujercita en su presencia. – ¡Uf! ¡Me fui! ¡Me fui! –gritaba del otro lado del teléfono Gloria, que no aguantó más el erótico relato de su amiga. – ¿Ves? Te tienes que venir a Santiago. Te tengo unos tremendos panoramas. – He quedado mojada completa. Manché hasta la sabana de la cama, pero antes de irme al baño, cuéntame que sucedió el resto

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de la noche... – Bueno, una vez que se reanimó Mauricio, le di su papita y se quedó dormido. Cristóbal me tomó en sus tremendos brazos y en pelotitas nos fuimos al cuarto de huéspedes. Ahí nos adoramos y fornicamos apasionadamente. Sólo desperté a eso de las once de la mañana. Allí debí agradecer a mis duras horas pasadas en el gimnasio si no mi pobre físico no habría resistido a tanto esfuerzo. Me desperté de un pesado pero reparador sueño. Lo primero que se me vino a la cabeza era que me había dormido fornicando con Cristóbal, ya que fueron sus clavadas las que me despertaron… Miré asustada el reloj mural, éste marcaba las once y cinco minutos y la habitación estaba clara de luz natural. Con el miembro de Cristóbal metido a fondo no me quedó otra cosa que seguirle el juego, reavivándose mis deseos de este nuevo día. Me sentía feliz con lo que me estaba sucediendo, deseada, amada y fornicada por tantos hombres, sintiendo que yo también les entregaba mucho amor y ternura en la desnudez de nuestros contactos inter piel. Estábamos disfrutando con Cristóbal de esa ardiente entrega, cuando entró mi pobre Mauricio con una bandeja con el desayuno servido, esperó pacientemente que acabáramos, para decirnos que estaba listo nuestro desayuno. Él también se mostraba feliz, me besaba y palmoteaba a Cristóbal, satisfecho de lo que nos estaba ocurriendo. – Tienes una mujer fabulosa Roberto –hablaba Cristóbal– Nunca una mujer en una noche me había estrujado como Roxana, te lo prometo. – Sí, te creo, y de ello me encuentro orgulloso –le respondió

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mi marido–, aunque tú sabes que esta fantasía es la primera vez que la ponemos en práctica, y creo que tú, que eres mi amigo, también la has hecho sentirse muy a gusto y acoplaron tan bien que anoche acabé sólo al verlos con qué ansias gozaban juntos. – Es que una mujercita como ésta necesita más de un marido para apaciguar todo ese tremendo fuego que lleva en su interior, ¿verdad que es así? – Con dos hombres como ustedes yo sería súper feliz –les dije riendo mientras me encaminaba al cuarto de baño. – ¡Oh! Te pasaste, qué envidia –le decía Gloria– o sea en menos de veinticuatro horas fornicaste con cinco hombres diferentes ¡Y qué hombres! – Tienes razón. Empecé haciéndolo con Marcelo a las tres de la tarde y no paré hasta el otro día a la una de la tarde con Cristóbal. Incluso hasta estuvimos haciéndolo juntos en la pileta. – ¿Y cuántas veces acabaste, sacaste la cuenta? – ¡Uf! Perdí la cuenta mi amor… Estoy súper sensible para irme, pero tengo la característica, tú sabes, que rápidamente me vuelven los deseos y así voy cayendo de un orgasmo a otro y como soy medio expresiva, los hombres disfrutan viéndome acabar. Aunque te confieso que por primera vez con Cristóbal y debió ser por la presencia de mi marido, me vino una cosa tan tremendamente excitante que nunca me había llegado un orgasmo con tanto deleite y convulsiones, fue lo máximo, que hasta Roberto acabó sólo a verme gozar de esa forma.

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– ¿Y qué ha pasado en estos últimos tres días? – Me meto a la cama con mis dos hombres. Aunque no sé porque razón siempre amanezco en el cuarto de huéspedes en brazos del panameño…

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¡Mejor la Madre que la Hija! por Ariadna

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“Una mujer de grandes pechos debe convencer a un chico que haría mejor en tirársela a ella que a su hija.”

Prefiero no aburrirles contando lo que me ocurrió en mi visita al director del colegio donde estudia mi hija. Traté de convencerle de que cambiara de clase a un chico que la estaba molestando, pero al final nos liamos y no me quedó claro si se cumplió mi propósito inicial. Los días siguientes le pregunté sutilmente a mi hija por si se habían producido cambios en la clase. “¿Alguna compañera nueva?” le pregunté. “No, todo igual que siempre” era su respuesta. “¿Estáis entonces los de siempre?”. “Sí, claro mamá”. No quería que mi hija se diera cuenta de mi preocupación por un compañero de su clase que la pretendía. Ella era muy joven y el chico querría aprovecharse de su ingenuidad para disfrutar de su ya apetecible cuerpo de mujercita. Cierto era lo que el director me había dicho la última vez, que mi hija vestía muy provocativamente y que yo no hacía nada al respecto. Es más fácil decir qué hacer cuando hoy en día las chicas van todas muy ligeras y modernas. Mi hija tiene el problema del pecho, heredado de mí, pues incluso usa algún sujetador de copa D lo cual me parece demasiado para su edad, y eso que es bastante delgada como yo. Aquel día se despidió tras el desayuno mientras meditaba su

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forma de vestir. Iba con zapatos de ligero tacón y unos jeans muy ajustados que para mi gusto. Eran de una talla menor a la suya. Luego llevaba un top de tirantes de los que se ajusta el escote con un lazo. Lo llevaba bastante descuidadamente anudado y mostraba mucho más que el nacimiento de sus pechos sino gran parte de la enormidad de sus encantos. Era verdad que parte de la culpa era mía por dejarla ir así. Cualquier chico de su edad se volvería loco con sus tetas, no podría limitarse a mirarlas, desearía tocarlas, apretarlas, morderlas y besarlas. Antes de dejarla marchar le rehíce un poco el lazo, me sentí culpable. Mientras se lo anudaba para que ocultara más sutilmente sus tetas, sentí la firmeza incierta de unos pechos que aún no tenían su forma definitiva, en continuo crecimiento. Subí a mi cuarto a vestirme por cuanto tenía que aclarar las cosas con el director del colegio. No podía permitir que ese alumno siguiera en la clase de mi hija, si fuera necesario la cambiaría de colegio pero no permitiría que se aprovechasen de ella a tan tierna edad. Mi anterior visita había resultado infructuosa en parte porque el director se volvió loco con mis pechos y desviaron el centro de la conversación. Me dije a mí misma que vestiría con modestia. Para no tentarme le avisé a mi hija de que pasaría por clase a saludarla después de visitar al director. No quería verme envuelta en otro desliz. Me planté ante mi armario y sólo se me ocurrían prendas provocativas, algunas, en el borde mismo entre la ropa convencional y la lencería. Siempre exhibiendo mis enormes pechos, incluso barajando la temeridad de no llevar sujetador.

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Pero aquello no podía ser. Tenía que comportarme, la educación de mi hija y su futuro estaban en juego. Así, elegí un suéter de cuello alto, de la estación pasada. A juego elegí unos jeans como los de mi hija, bien ajustados. No podía resignarme a ocultar toda mi belleza. Si bien mis pechos son los que más llaman la atención entre los hombres, creo que tengo un trasero muy bien formado, respingón y firme. A pesar de que la vez anterior había acabado entregada a la lujuria revolcándome en la cama con el director (habíamos ido a un lujoso hotel), esta vez no iba con victimismo ni con la intención de volver a cometer ese error. Mientras esperaba para ver al director pude darme cuenta de que mi vestuario no era adecuado para el lugar. Y no por ser demasiado exótico sino por el calor que hacía allí. No debía funcionar bien el aire acondicionado y el cuello alto me estaba empezando a molestar demasiado. Mi hija, pensé, había ido tan fresca por razones de temperatura. Tras esperar un par de minutos pude acceder al despacho del director, que no dudó ni medio segundo en cerrar con llave tras de mí, incapaz de ocultar la alegría que le ocasionaba mi presencia. Sin embargo yo misma volví a quitar la llave. – He estado pensando sobre lo del otro día... Estuve pensando en llamarle a su casa. –le dije al director – para hablar sobre ello. – No creo que hiciera falta, lo más correcto es lo que ha hecho, venir aquí y hablarlo, que lo veamos... – Sí, pero quise hablar con usted antes y no pude venir. Conseguí el teléfono de su casa pero cuando le llamé no estaba,

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me contestó una mujer... imagino que su esposa –le dije con sangre fría. – Sí, sí. No tiene que llamar a mi casa, puede llamarme al colegio si lo desea. –dijo azorado mientras me extendía una tarjeta del colegio que no me digné a tomar. Aunque las infidelidades nos afectan más a las mujeres, son los hombres los que tienen más que perder, así que tras poner las cartas sobre la mesa continué con mi idea inicial. – El otro día hablamos de que usted retiraría a su hijo de la clase de mi hija pero no ha hecho nada al respecto... –le dije. – Bueno, entiéndalo, las cosas requieren un tiempo. –dijo el director. – Quizás debería hablar con su esposa, las mujeres somos más comprensivas en estos aspectos. –le dije de nuevo. – No se preocupe, su problema se arreglará, es solo que ahora no tenemos plazas en las otras clases. –repuso el director. – No me parece más que una mala excusa. –le dije enfadada. – Verá, estoy haciendo todo lo que puedo. –dijo él bastante preocupado– En clase se comportan muy bien todos los alumnos, se lo puedo asegurar. Si mi hijo es molesto con su hija lo seguirá siendo aunque le cambiemos de clase. La verdad es que tenía razón en lo que decía. No se podía luchar contra la naturaleza. Pero tampoco podía resignarme. Al menos quería sentir que había hecho lo que estaba en mi mano por mi propia niña querida.

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Ahí estábamos los dos, sentados donde casi una semana antes había cometido mi pecado de lujuria con él. Pero no me sentía excitada, el calor era bastante molesto y estaba empezando a sudar lo cual me molestaba enormemente. No quería que el director se diera cuenta. No teníamos forma de acercar nuestras posturas. Entonces él propuso: – Verá, quiero que los vea en clase... –y tras consultar su reloj– Hace unos minutos que han empezado la clase. Vaya a verlos por la puerta de detrás, discretamente. Verá como la clase es el lugar más seguro del colegio. A diferencia de otros centros aquello no es una jungla. Compruébelo. Y se levantó para acompañarme a la puerta. En parte tenía razón y era lo más que podría conseguir de esta segunda visita. Si al menos me tranquilizaba un poco mi conciencia descansaría. – Son pocos alumnos por clase. Hay mucho respeto. No se interrumpe al profesor. –continuó– Los chicos atienden y no hablan entre sí. – Sí claro –le dije como protesta– Cuando le vean a usted en la puerta se pondrán todos firmes como soldados. – No nos verán –dijo el director, que insistía en acompañarme a la puerta– Verá como atienden al profesor. La puerta está detrás y nadie se fijará en nada. – Pero seguro que el profesor nos ve –le dije con algo de enfado– Y se pondrá más estricto con los alumnos en ese momento. – Se lo estoy poniendo fácil –dijo el director con muestras

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de haber perdido su paciencia– Vaya usted sola, pero véalos, observará que aquello es un remanso de paz. La verdad es que no estaba muy conciliadora. En parte lo achacaba al molesto calor. Quería ajustarme el cuello del suéter, subirme las mangas. El director tenía razón y salí de allí tras despedirme e indicarle que echaría un vistazo. Ya sola por los pasillos del colegio tuve oportunidad de remangarme un poco. Quise entrar en unos baños a refrescarme pero me sentía ridícula de pensar en encontrarme compartiendo el lavabo con unas niñas. Sabía dónde estaba la clase de mi hija. Aquello estaba desierto y no se oía un ruido salir de las aulas, pero era porque estaban muy bien aisladas. Me acerqué a la clase y miré por la puerta de atrás. Era cierto lo que decía el director de que no podían verme, tal vez el profesor y tal vez los alumnos de la última fila si se giraban, pero no tenían pinta de hacerlo. Mi hija estaba en las primeras filas, a su lado estaba su amiga María y un chico de cabello largo. “Tal vez fuera ese el temido hijo del director” pensé. Me quedé mirándolo un buen rato y me extrañó porque no parecía nada atractivo. Además, tenía pinta de crío. Desde luego no sería él. Al menos no se había sentado al lado de mi hija, como presagiaba su compañera, el que sería el primer paso de la conquista hacia ella. Miré el resto de los asientos… eran pocos, no llegaría a veinte. Por algo pago un colegio caro, para que tenga buenas instalaciones. La excusa de que no habría sitio en otras aulas no me acabó de convencer. Repasé el resto de asientos sin encontrar a ningún posible candidato que concordara con Carlos, el hijo del director. Cierto era que había

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un par de sillas vacías. Pensé que el chico que me encontré el otro día y que desde lejos me pareció hacer alguna señal podría ser Carlos. Concordaba con las descripciones y parecía conocer a mi hija. Sin nada que ver más tuve que estar de acuerdo con el director, las clases eran muy organizadas y los chicos no se descontrolaban. Harta de tanto calor, decidí marcharme a casa sin esperar a saludar a mi hija. Dudé sobre si saludar al director pero tenía que mantener un tono cordial con él. Seguramente tendría que volver por allí. Quería que todo fuera breve. Fui directamente a su despacho. La puerta estaba abierta y el director hablaba con un chico que resultó ser el que me pareció que me miraba el otro día. Debía ser Carlos. Me sentí cohibida pues la vez anterior salí un poco descocada del despacho y no me sentía cómoda. Carlos era un chico alto, debía medir más de un metro ochenta, era muy moreno de piel y de complexión fuerte y deportiva. Y era muy atractivo, para nada tenía cara de adolescente. Sus maneras eran tranquilas y reposadas y sabía comportarse. El director me miró con cara de miedo, se ve que no había puesto al tanto a su hijo sobre nuestras conversaciones y mis miedos de que Carlos se aprovechara de mi frágil hija. – ¿Verdad que lo ha visto todo en orden? – dijo nervioso el director. – Es un instituto modélico. No tiene de qué preocuparse. – ¿Preocuparse? – dijo Carlos extrañado.

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– Sí... la señora es una... periodista que ha venido a hacer un reportaje sobre los... estudiantes problemáticos –mintió el director. En principio, no quise dejarlo por mentiroso pero me molestó que no le dijera la verdad a su hijo. Aunque me resultaba violento hablar de que quería que lo cambiaran de clase delante de él. Así que dije: – Sí, todo bien. Ya me pondré en contacto con usted. Espero que salga bien el reportaje, de lo contrario quizás haya que hacer algunos cambios –fue mi respuesta. – No se preocupe –dijo el director – Tiene mi teléfono para lo que lo necesite. – Sí –respondí– Pero no me ha dejado el de su casa. Me gustaría tenerlo por si no le localizo aquí –le dije para recordarle que podía contarle a su esposa lo que había pasado entre nosotros en el hotel... – Tome –aceptó a regañadientes. Mientras escribía el número en la tarjeta, Carlos habló: – ¿A quién ha entrevistado para su reportaje? – Bueno, a nadie... todavía –dije como pude. El director me extendió la tarjeta. Hice por marcharme pero Carlos me retuvo suavemente con la mano. Sentí la fuerza contenida de sus brazos poderosos. – Puede entrevistarme a mí si quiere –dijo Carlos.

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– Sí, sería una buena idea –dijo el director entusiasmado– así verá de primera mano cómo son los chicos repetidores de clase. No son para nada conflictivos. – No creo que haga falta –les dije mientras me marchaba– Pero gracias. Me marché finalmente. Estaba asfixiada por el calor que me provocaba el suéter. También estaba nerviosa por haber conocido a Carlos de primera mano. Era un chico muy maduro para su edad. Se le notaba mucha seguridad en sí mismo. Podría ligarse a mi hija cuándo y cómo quisiera y no podría hacer nada al respecto. Eso me hacía preocuparme demasiado. Estaba ya fuera del colegio acercándome a mi coche aparcado cuando oí que me llamaba Carlos. – Espere, espere. Me paré para ver qué quería decir. – ¿Está segura de que no quiere una entrevista? Tengo muchas cosas interesantes que contar. Y conozco el instituto mejor que otros alumnos porque llevo mucho tiempo en él. – Estaría encantada. –le dije– pero ahora tengo otros compromisos. Además, no traje la grabadora. – No hace falta, puede tomar notas si quiere –dijo Carlos– Me apetece mucho que me haga una entrevista. Todo el tiempo me hablaba mirándome a los ojos, tenía algo su voz, su mirada que te hacía hacerle caso, querer agradarle. Por otro lado veía que hablaría así a mi hija. Sentía un enorme

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descontento por ello. Esa mezcla de placer y desagrado, de atracción y disgusto es en cierto modo el morbo. No sabía que decirle pero me costaba darle una respuesta cortante. – Es que ahora mismo no tengo tiempo. He olvidado enviar un fax y tengo que hacerlo de inmediato– mentí una vez más. – Si quiere le acompaño, usted hace ese encargo y luego me entrevista. ¿De acuerdo? –dijo mirándome francamente. Y como no dijera nada rápido– No acepto un no por respuesta. Me fastidió su prepotencia pero aún así pensé que si hablaba un poco con él podría tranquilizarme respecto a mi hija. Así que le dije que me esperara allí y que volvería en un rato. – No se preocupe, voy detrás de usted con el coche. Ahora no tengo nada que hacer –dijo Carlos. – ¿No tienes más clases? – le pregunté. – No, las asignaturas que quedan ya las tengo aprobadas –dijo en lo que claramente era una mentira. Me sorprendió que tuviera coche siendo tan joven. Quise quitármelo de encima pero no supe cómo. Conduje hasta mi casa. Estaba deseando cambiarme de ropa. Aparqué el coche y él hizo lo propio. Me acerqué a su coche y le dije que me esperara ahí. – No se preocupe, la acompaño a enviar el fax– me dijo con descaro. – No –le dije con rotundidad– Me esperas aquí.

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Y subí a mi casa, angustiada por la respuesta tan brusca que le había dado pero molesta por su impertinencia. Me alegré de haberle puesto las cosas claras pero también me molestó no haberlo sabido hacer mejor. Entré en casa. De inmediato me quité el suéter. Me refresqué en el lavabo de casa. Qué alivio tan grande después de tanto calor. Antes de que pudiera quitarme los jeans llamaron a la puerta. Ignoré la primera llamada pero siguió una segunda. Avisé de que ya abría. Miré por la mirilla y era Carlos el que estaba esperando. Me molestó infinitamente. Pensé en ignorarlo pero siguió llamando. Me puse lo primero que pude del armario. Resultó ser un top de tirantes algo escotado. – Sé que estás aquí, así que ya tardas en abrir –dijo Carlos desde fuera. Ese idiota va a molestar a los vecinos, pensé. Fui a abrirle. Antes oculté las fotografías de familia del salón, no fuera a reconocer a mi hija. Las oculté en el trastero. Finalmente le abrí. Si esperar invitación alguna, pasó dentro. Su prepotencia me irritaba demasiado. Pero antes de que pudiera decir nada me enseñó mi teléfono móvil. – Lo debiste dejar caer al salir del coche –me dijo Carlos con su tranquilo hablar– Pensé dártelo cuando bajaras pero es que ha estado sonando y quizás fuera importante. Tomé nerviosa mi teléfono. Miré las últimas llamadas y eran de mi hija. Me asusté y la llamé de inmediato. Carlos se quedó en el recibidor sin pasar, así que entré al salón para hablar con

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un poco de intimidad. – Hola Teresa –le dije a mi hija– ¿Todo bien? ¿Me has llamado antes, no? – Sí, mamá, todo muy bien –dijo ella dejándome tranquila de golpe– Nada, te llamaba para decirte que me quedaré a comer en el instituto. – ¿Y eso? –le pregunté sabiendo que no tenía más clases ni trabajos que hacer. – Nada, es que he quedado con... un amigo... –me dijo con síntomas de nervios– Para comer y luego estudiar un poco. Mi primera reacción fue defensiva, pero luego pensé que si había quedado con un chico desde luego no podría ser Carlos, que estaba en mi casa y que desde luego no habría mejor medida para evitar el acoso de éste que otro chico más honrado y decente. – ¿Y ese amigo tuyo es de tu clase? –le dije. – Sí, es un compañero de clase –dijo Teresa. – ¿Es de tu edad? –dije estúpidamente pero para confirmar que no fuera Carlos. – Sí, claro mamá –dijo ella. – De acuerdo, perfecto hija mía –le dije como quitándome un peso de encima– Pero no vuelvas muy tarde. – Gracias, mamá. Chao!

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De repente me di cuenta cómo había hecho una montaña de un grano de arena, y hasta qué punto había sido injusta con Carlos que había demostrado ser un chico estupendo en todo momento. Le di las gracias por darme el móvil y lo invité a que se sentara en el sofá. Me traté de tranquilizar después de tantos días preocupada por mi hija. Seguramente tenía uno de esos novios inocentes de su edad, alguno de los chicos que había visto en su clase. Le dije a Carlos que me esperara en el sofá que me cambiaría y le haría la entrevista. Enfrente del armario pensamientos morbosos comenzaron a invadirme... Tenía a un jovencito estupendo en el salón de mi casa esperándome. Mi marido no llegaría hasta bien entrada la noche. Mi hija se quedaría a comer. Tenía ganas de disfrutar después de tanta tensión. Pero no se me pasaba por la cabeza acostarme con un compañero de clase de mi hija. Menuda barbaridad. Aunque estaba cachonda perdida. Quería excitar al pobre chico que seguro se sentiría apabullado ante una mujer de verdad, no una de esas niñas de instituto. Quería jugar con él y sabía cómo hacerlo. Cambié mi discreto vestuario de visita de colegio por el provocador con falda corta y top bien ajustado. Elegí uno de los tops más excitantes que tenía. El pecho se agolpaba contra la tela y ante la presión buscaba espacio subiendo hacia el escote de forma descarada, si me movía demasiado podían salírseme del top. Huelga decir que no me puse sujetador. Mi pecho se veía espectacular. Tuve alguna duda de salir así vestida. Era escandaloso. Así que me puse una blusa por encima, con varios botones desabrochados. Al entrar de nuevo en el salón Carlos me repasó de arriba abajo pero sin babear ni demasiado descaro. Eso me gustó. Llevaba un

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cuaderno y un bolígrafo para tomar notas. Me senté en el sillón enfrente de Carlos; aunque estaba un poco más alejada de él podría verme mucho mejor. Ver, pero no tocar... pensé. – A ver Carlos –le dije– ¿Es cierto que en los institutos hay mucha violencia y agresividad? – No, no es cierto –dijo con su cálida voz– Depende del sitio pero en el que yo estudio no es así. Hice como que anotaba pero sólo puse un “1: No”, no me apetecía escribir pero no quería ser demasiado falsa. – Carlos –le pregunté de nuevo– ¿Crees que los chicos recibís una buena educación? – Sí, más o menos –dijo Carlos. – ¿Mejor que la de vuestros padres? –volví a preguntar. – No creo, quizás más superficial pero también más amplia. No se me ocurría que preguntar. El chico no me quitaba ojo pero no veía lascivia en sus ojos, sólo tranquilidad. Mis piernas desnudas en la falda se veían estupendas, pero quizás hubiera resultado más adecuado unos pantalones ajustados. Me arrepentía por haber llevado la blusa encima. Quise quitármela sin ser muy evidente, así que le pregunté: – ¿Quieres tomar algo? Perdona que haya sido tan descortés. – Una coca–cola – Y con una amplia sonrisa – Gracias. Aproveché para quitarme la blusa sobre el sofá y me dirigí a la cocina sin que Carlos pudiera verme el enorme escote.

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Allí en la cocina le preparé su bebida. Por los nervios no me atrevía a salir, estaba casi desnuda. Mis pechos se exhibían y amenazaban con saltar por el ostentoso escote. Esperé a propósito. Entonces destapé el tapón del fregadero. Mi casa es antigua y por un sistema de tuberías se oye perfectamente lo que se habla en el salón, aunque es un truco que sólo yo conozco. Carlos estaba hablando con alguien por teléfono. – Sí, no creo que me demore mucho. En un rato voy para allá. Sí, quedamos para comer. Un beso. Me sentía decepcionada. A pesar de mis esfuerzos Carlos se iba a marchar. Tal vez mi escote le frenara, pensé. Sin embargo relacioné su salida a comer con la quedada de mi hija. Pensé que tal vez él fuera el que iba a verla y mis motivos de tranquilidad desaparecían. Quise retenerlo por mi propio orgullo de mujer y por el honor de mi hija. Noté que por tratar con las bebidas frías mis pezones se habían puesto muy duros. Se notaban debajo del top, casi a la altura del escote. No me importó y salí con las bebidas. Me contoneé en el trayecto hacia la mesa como una puta de carretera y le di a Carlos su bebida. Noté que me miraba con mayor claridad que antes. Mis pechos eran el objetivo de sus ojos. Me alegré de atraerle. – ¿Qué tal es estudiar en el instituto tan mayor? –fue mi siguiente pregunta. – Es un poco frustrante. Pero también tiene numerosas ventajas. –dijo Carlos.

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– ¿Y cuáles son estas ventajas? – Bueno, sabes de qué va todo. Y con las chicas tienes éxito garantizado. Esa respuesta me hizo de nuevo pensar en mi pobre hija. – También habrá chicas que prefieran chicos de su edad, ¿no te parece? –le pregunté. – Bueno, no sé. Puedo hablar por mi propia experiencia. A mí no se me ha resistido nunca ninguna – dijo Carlos sin pestañear. – ¿Ahora mismo tienes novia? –le pregunté. – A mi edad el concepto de novia no creo que tenga sentido –dijo– Salgo con algunas durante algún tiempo. Ahora voy detrás de una chica, luego cambiaré por otra cuando me harte de esa. Me sentía preocupada por mi hija. Casi olvidaba que iba vestida enseñando todo mi cuerpo. Mi falda corta mostraba sin pudor mis piernas hasta bien subida la rodilla. Mis pechos se bamboleaban cuando hacía notas en el cuaderno y Carlos podía ver mis tetas mientras respondía. – Ante tantas relaciones supongo que tomarás medidas... de protección. ¿No? –dije. – Eso es cosa de las chicas. La que se acuesta conmigo sabe a lo que voy. Yo no fuerzo a nadie. Pero no uso preservativos si es lo que quiere saber. “Menudo chulazo” pensé, pero aunque por una parte me

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molestaba mucho por otra me daba mucho morbo oírle. – Perdona, pero tengo que marcharme –dijo Carlos– Disculpa si no puedo terminar la entrevista pero he quedado para comer. Casi sin pensarlo traté de retenerlo a toda costa. No podía propasarme más en mi exhibición. Era evidente que le gustaba pero no lo suficiente. Recurrí al viejo truco de tirarle la bebida encima. Pero lo hice tan burdamente que se notó lo forzado del gesto. – Me has tirado la bebida encima a propósito –me dijo mirándome a los ojos. No supe qué decir. Carlos se puso de pie junto a mí. Volvió a decirme lo mismo. Le aparté la mirada. – ¿Te parecería bien si yo hiciera lo mismo? –dijo Carlos. Y ante mi silencio– Levántate, ahora voy a hacer lo mismo yo. Le hice caso. Tomó mi blusa que estaba junto al sofá y me dijo: – Pon las manos atrás y no te retires cuando te tire la bebida. ¿De acuerdo? –dijo Carlos. No era una pregunta que buscaba contestación pero le dije que sí. Me recordaba lo que viví con el director una semana antes. De nuevo mis enormes pechos iban a ser el objetivo de los hombres. Esperé a que lanzase el resto de su bebida. Los hielos impactarían contra mis pechos. El frío y la humedad endurecerían mis pezones que clarearían a través de la fina

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tela del top. Empapada, mis pechos se mostrarían con mayor claridad. Además temía que el impacto de la bebida me hiciera moverme demasiado con lo que algún pecho podría escapar del prieto top mostrándose en su rotunda desnudez. Ajeno a mis preocupaciones, Carlos se lo tomaba con tranquilidad. Parecía más preocupado por sus pantalones que se habían mojado. Impasible, esperaba la ejecución de su amenaza. – No te importa que te tire la bebida –dijo Carlos– Claro, estás en tu casa. Te podrás cambiar y ya está. Pero yo he quedado en tu casa y no puedo ir así mojado. – Lo siento Carlos –le dije– Pero tampoco es para tanto. – ¿Cómo que no es para tanto? –dijo enfadado– Me has tirado la bebida a propósito. ¿Por qué lo has hecho? No era capaz de decir nada pero como me movía un poco repuso: – Deja las manos en la espalda como te he dicho. Y le obedecí. – ¿Por qué me has tirado la bebida? ¿Acaso no querías que me marchara? –y ante mi silencio– ¿Qué, era ese el problema? – Sí, quería que te quedaras a terminar la entrevista –le dije. No acababa de tirarme la bebida. Finalmente dijo. – Está bien, entonces me marcharé –dijo Carlos– He quedado para comer con una chica. Y comenzó a marcharse.

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No podía dejar las cosas así. Lo agarré por el hombro. Se giró. Estábamos tan cerca que nuestras respiraciones se entremezclaban. – ¿Quién es esa persona con la que vas a comer tan importante? –le dije en tono conciliador. – Es una chica con la que tengo algo – dijo Carlos. – ¿Es de tu instituto? –le pregunté. – Sí, sí que lo es. – ¿Tu novia? – No es mi novia pero seguramente me la tiraré esta tarde. Podéis imaginar la tensión que tenía hablando a escasos centímetros de Carlos. Estaba claro que sería mi hija. Era mi última oportunidad. – ¿Y sólo te gustan las chicas jóvenes? – A mí me gustan las chicas que están buenas –dijo Carlos con seguridad. – ¿Y yo no te lo parezco? – pregunté lo más seductoramente que pude. Y como no dijera nada le tomé de su mano derecha y la puse sobre mi pecho. – ¿No crees que mis pechos aún están firmes? No podéis imaginar lo sucia que me sentía. Pero era una suciedad atractiva, me sentía como una prostituta que no

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sólo lo hace por el dinero. Quería seducir a ese chico. Quería demostrarle que yo valía más que mi propia hija… Carlos no se dejó rogar más y con sus manos apretó mis pechos, con sabia delicadeza y perversión causándome un estremecimiento de placer por todo mi cuerpo. Me miraba a los ojos y eso me hacía sentir más frágil, más suya. – Tus tetas aún están bien firmes –y no dejaba de masajearme, apretando y rozando con ritmos estudiados– Pero la chica a la que voy a ver las tiene aún más duras y bien formadas. Me sentí insultada y forzada a continuar. – ¿Pero esa chica tiene unas pezones tan duros como los míos? – y me quité el top, tirándolo en el suelo y mostrándole en su plenitud todos mis pechos. Carlos se abalanzó sobre ellos. Me los besaba y lamía, a veces hasta mordía causándome un morboso dolor. Con un chico tan joven entre mis pechos sentía que estuviera amamantándolo de nuevo. Estaba disfrutando tanto que sólo quería más y el banquete que se estaban dando a mi costa me tenía totalmente húmeda y ansiosa de más. Mis jadeos descontrolados le hacían ver que sus esfuerzos no resultaban vanos. Hacía muchos años que no me comían los pechos tan bien y estaba abandonándome a la lujuria. – Tus pezones saben deliciosos –interrumpió Carlos– Pero los de la chica joven son más dulces. Olvidándome por completo de mi hija, ya sólo pensaba en mi propio placer. Le desnudé cuidadosamente, dejándole los

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calzones para el final. La tenía bien dura a través de la ropa. – Pero seguro que la chica esa no tiene una boca como la mía –le dije. Y en un movimiento que domino a la perfección le quité los calzones con mi boca, dejando mis manos para tocar sus musculosas piernas de deportista. Le retiré la inútil prenda y me deleité con su perfecto paquete. Estaba totalmente depilado y el pene tenía una textura y color que llamaban a ser besado y adorado. Era de considerable tamaño aunque se notaba que no había alcanzado toda su plenitud. Sin esperar mayor invitación comencé a chupar lo que allí se me ofrecía. Traté de poner toda mi experiencia en darle el mayor placer posible. Con lametones certeros en los puntos más sensibles, ensalivándole el glande, forzando mi garganta hasta su límite y más allá. Carlos disfrutaba y sus continuos empujones hacían que más que una mamada parecía que me estaba follando por la boca. – La chupas estupendamente –dijo Carlos– Se nota que estabas bien hambrienta. Y yo seguía tragando de su sabrosa polla, disfrutando con la presión de su miembro entre mis labios, con sus vaivenes sobre mi boca. Con mis manos tocaba su fibroso cuerpo, masajeándole los huevos que encerraban el néctar de su hombría. – Tus labios son muy buenos, pero la chica con la que he quedado a comer se la traga hasta el fondo –dijo Carlos. Traté de esforzarme. La saqué entera y me pareció que había crecido varias pulgadas. De un empujón me la metí toda de

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golpe, el último trozo me costó demasiado, grandes cantidades de saliva lo llenaron todo. Fue un esfuerzo físico pero noté que le gustó. Al final tenía todo aquello dentro de mi garganta y él seguía follándome la boca sin piedad. Me costaba respirar pero estaba encantada con lo que me hacía. Carlos tenía una resistencia infinita a las mamadas. Aunque jadeaba y aumentaba el ritmo de sus acometidas no parecía cerca de terminar. No quería aburrirlo así que se la saqué con cuidado. Me desnudé completamente mostrándole todo mi cuerpo. Mi coño siempre está muy cuidado, si no depilado completamente sí con un buen trabajo de tijera. Me puse a cuatro patas sobre el sofá. Y le dije: – Pero esa chica seguro que no tiene unas nalgas tan firmes. Carlos se colocó tras de mí. De nuevo apretaba mi cuerpo, esta vez mi culo. Ahora lo hacía con mucho menos cuidado pero causándome más placer. Sus dedos estaban tan cerca de mi coño que sentía como si el líquido de mi interior saliera en su búsqueda. De repente me dio un enorme tortazo en una nalga. – Ah! –grité sorprendida y dolorida. – Perdona –dijo Carlos– Es que la chica con la que había quedado disfruta mucho con los azotes. Su respuesta no me hizo ninguna gracia pero sabía cuál era mi obligación. Esgrimí la mejor de mis sonrisas y moví mi trasero ante sus ojos, como pidiendo más. Plas! Llegó un nuevo golpetazo, que me dolió pero mucho menos que el anterior. Plas! Otra vez. Plas! Carlos se tomaba

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su tiempo entre azote y azote. Eso lo hacía aún más excitante para él pero más doloroso para mí. Pero al poco rato del dolor surgió el placer. Me veía a mí misma desnuda, de espaldas, totalmente ofrecida a un chico joven, forzada a ceder en todas sus perversiones. Cada azote me hacía sentir más perversa, más sucia, a él más hombre, más fuerte, más dueño de la situación. Estaba abandonada a lo que quisiera hacer conmigo. Al cabo llegó lo que tenía que llegar, con suma facilidad Carlos me penetró desde atrás. Estaba tan lubricada que Carlos se sorprendió de metérmela con tanta facilidad. Tenía una complexión mágica, perfecta, tocaba cada punto sensible de mi interior. Ahora me dejé llevar por él y por su sabiduría. Mis jadeos eran incontrolables. – Oh, oh, mmmm. A que esa otra, mmmmmmmmmm, chica joven, ¡Oh, oh! –dije como pude– No se pone tan mojadaaaaaaaaaaaa. Carlos no respondió, pero siguió centrado en lo que tenía que hacer. Darme más y más fuerte con su enorme instrumento. Su mano apareció en mi boca y le chupé los dedos que me ofrecía. Estos dedos volvieron atrás, y empezaron a tocarme el culito. Metódicamente iban hacia delante y hacia atrás, hasta que pudo introducirme en el ano uno de ellos. Fue entonces cuando tuve mi orgasmo, una explosión que me hizo caer de bruces sobre el sofá, destrozada. Mis gritos fueron aterradores y en ningún momento Carlos dejó de bombearme con su polla. Mi cuerpo estaba vencido por el placer, pero Carlos no estaba dispuesto a dejarlo así...

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– La otra chica tiene más de un orgasmo cuando hacemos el amor. Sin dudarlo me recuperé, con las piernas temblorosas. Volví a ponerme a cuatro patas, él volvió a buscar su sitio, pero ahora lo hizo directamente en mi culito. Sin embargo su polla era demasiado grande y no estaba tan lubricado como él creía. Me giré para que no me hiciera daño y atrapé su polla entre mis enormes pechos. Entre ellos se la masajeé, llevándomela hasta los labios donde recibía mis besos y lametones. Carlos me apretaba los pechos, incapaz de abarcarlos con sus solas manos tan grandes que son. – Puedes correrte en mis pechos –le dije– Te prometo que me beberé toda tu leche –y al tiempo me relamí. – Claro que puedo correrme en tus pechos. Puedo hacer lo que quiera contigo –dijo Carlos. – Sí –le dije sonriente. Era la verdad. – Hoy y siempre que quiera, eres mía. ¿Verdad? –dijo Carlos sin cesar de apretar su polla entre mis tetazas. – Soy toda tuya. Y como prueba me puse de nuevo de espaldas, esperando aguantar toda su polla por donde quisiera. Y Carlos lo entendió. Volvió a meterme los dedos en los labios, volví a lubricarle y volvió a intentar introducírmela. Aquello era enorme y tuve que morder el sofá para no gritar de dolor. Pero acabó entrando. Carlos sabía lo que hacía. Se quedaba quieto y pasaba un trozo más. Yo estaba mareada entre el dolor y el placer. Tuvo mucho cuidado, en pocos

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minutos estaba de nuevo gozando. Me encantaba tener una polla tan grande llenándome todo mi culito. – ¿A que la otra chica no tiene un culito tan estrecho como el mío? – No, tienes razón, bien estrecho que lo tienes, pero ya me encargaré yo de ensanchártelo. Y con esas comenzó un vaivén frenético que poco a poco me llevó a un orgasmo desconocido, hipnótico, casi me desmayo de lo que sentí en ese momento. Carlos tenía una resistencia sobrehumana y las piernas no me soportaban el peso. Finalmente noté que no era capaz de resistir más. Sus empujones se hacían más y más fuertes. Su cuerpo temblaba todo. Mi cuerpo se preparó para el orgasmo inminente. Calientes chorros de semen inundaron mi agujero más secreto. Carlos gritaba de placer mientras se deshacía en una interminable corrida. Acabamos tirados sobre el sofá como animales, sin decirnos nada hasta varios minutos después. – ¿He sido lo suficientemente puta para ti? – le pregunté nerviosa. – Lo has sido, pero tendrás que serlo más veces… –dijo Carlos, que se vistió, se levantó y se marchó de mi casa, dejándome exhausta sobre el sofá pero con más ganas de él.

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Trofeo de guerra

(Las andanzas de Doña Haydee) por Morena Insaciable

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“Por fin descubrí quién era el que me había seguido esa noche a la escuela y al lado de atrás del salón donde tenía sexo con mi amante.”

Por fin descubrí quien era el que me seguía en la oscuridad de la noche. Era un mocoso que asiste al colegio. Me vio en el salón teniendo sexo con Luis y desde ese día anda alzado conmigo... Me marcho entonces para el salón a buscarlo, lo encuentro bailando y me le acerco. – ¿Me busca al final para que nos vayamos juntos para el pueblo? El jovencito abrió los ojos y me respondió que sí con la cabeza. Una vez terminado el baile se ofrece Luis para acompañarme hasta mi casa. – No, Luis, no he terminado de sacar las cuentas. Yo busco quien me acompañe hasta la casa. El jovencito, por su parte, se queda esperándome como le pedí. La directora del colegio me dice que ella va para la escuela a dejar unas cosas. Miro al joven y le hago señas para que venga. – Vamos, acompáñenos a la escuela a dejar unas cosas y de ahí salimos para mi casa. Como usted vive más adelante, me acompaña hasta la mía. Pasamos a la oficina, cuando llegamos a la escuela aparece el esposo de la directora para llevarla a la casa.

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– Disculpe, doña Haydee, pero ya me tengo que ir, dígale a él (señaló al chico) que la acompañe a la oficina a guardar las cosas. Me cierra la oficina con su llave. – Quédese tranquilo, no se preocupe, él me va a acompañar hasta mi casa. Nos vemos el lunes para liquidar todo. Se va la maestra dejándome a solas con el jovencito. Me giro para mirarlo y le digo: – Mejor no nos pudo haber ido.

Cuando ingresamos a la oficina lo abrazo para que sienta mis tetas, bien pegadas a su pecho para ponerlo bien caliente. Si hay algo que me sube la autoestima al ciento por mil es sentirme deseada por los jovencitos. Pese a que ya estoy a más de la mitad de mis cuatro décadas, los adolescentes no dejan de mirarme. El joven me desnuda, conforme me va sacando la ropa sus manos se ponen temblorosas, se queda admirado de verme mis tetazas… Tartamudea. -Q…q…ue he…he…hermosas te…te…tetas, do…doña Ha…hay…dee. Lo jalo para que me las mame. Está tembloroso. – Son tuyas, mi niño, mámelas. Me las mama como un desesperado, le quito la camisa, le agarro sobre el pantalón su verga, la tiene bien abultada. Por su parte él me baja la tanga y se queda observando la entrada de mi vagina.

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– Queeee….que de…de…liciosa se ve su vagina. Lo hago que se incline. – Cómasela, es toda suya. Le tomo su cabeza y lo sumerjo en mi sexo, comienza a lamérmela. Me la recorre con su lengua, me atrapa el clítoris, me le da pequeños mordiscos. – Ooohhh, rico mi niño, me lo haces delicioso, hace días que no me hacen esto, sigue, no pares, por favor… Me corro en su boca. Lo levanto y tiene su verga bien erecta, está más grande que cuando la agarré por primera vez. Lo miro a los ojos y le pregunto: – ¿De verdad no has estado con una mujer? – No, doña Haydee, hasta ahora con usted no más. – Yo lo voy a guiar para que lo disfrutemos los dos. Me inclino y le doy una buena mamada de verga, siento que lo pongo tenso y lo suelto para que su primera vez sea dentro de mi ardiente vagina. – Venga, acomodémonos en el escritorio. Me acuesto sobre mi espalda y coloco mis piernas en la orilla del escritorio y me abro dejando toda mi vagina a su disposición… – Doña Haydee, qué rica se ve su vagina, tiene unos labios bien hermosos, rosaditos.

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– Están así porque están esperando tu rica verga para comérsela. Venga, mi amor, yo la coloco para que usted me la meta suavemente, que disfrute su primera vagina que se va a coger. Se acerca con su verga bien erecta, la tomo con mi mano y la acerco a la entrada de mi ardiente y sedienta vagina. La tengo bien lubricada y estoy esperando la estocada de este hermoso miembro del jovencito. – Métala despacio, para que se amolde mi vagina. Me la introduce un poco y la saca, me la vuelve a empujar despacio. – Ooohhh, aaahhh, qué rico se siente, yo no pensé que esto fuera así, tan rico. Qué calentita que se siente su vagina. Nunca pensé que sentiría algo así doña Haydee. – Viste mi amor… De esto ningún chico se olvida. Cuando se prueba ya no se puede olvidar. Ahora disfrútela. Me mete y saca la verga con fuerza, mis tetas se balancean con sus estocadas. El mocoso está descontrolado por ser su primera vez. Me abro más de piernas y él me jala con fuerza de la cintura, sintiendo cómo sus bolas chocan contra mis nalgas. Me tiene bien atravesada con su verga el yogurín. – Ooohhhhhhh, qué rico, mi amor, sigue así... métemela toda, no te detengas. Se inclina y me mama mis hermosas tetas, siento que estoy llegando a un nuevo orgasmo.

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– Aaaaaaahhhhh, uuuuuuhhhhhhhh, no me la saques amor, métemela toda. – Que más le voy a meter, doña Haydee, si se la tengo toda adentro. – Aaaaaaaaaaaahhhhhhh, uuuuuuuuuhhhhhh, cógeme fuerte pendejuelo, méteme si puedes hasta tus bolas. El me bombea con fuerza y yo comienzo a convulsionarme al llegar a mi orgasmo. – Aaaaaahhhhhhhh, uuuuuuuhhhhhh, uuuuuhhhhhh, qué rico me haces, sigue así, no pares. – Doña Haydee, yo no pensé que esto fuera tan rico… Comienzo a trabajar mis músculos vaginales y le aprieto bien la verga. – Oh, ¿Qué me hace? ¿Por qué siento tan delicioso? Me abrazo a él y logro que me meta toda su verga hasta el fondo de mi vagina. Me tiene bien penetrada, coloco mis piernas alrededor de su cintura y lo atrapo pegándolo más a mi cuerpo. – Por favor, doña Haydee, suélteme, ¡siento que me orino ya!, ¡déjeme sacarla! Me doy cuenta que de verdad era la primer mujer que se cogía en su vida. – No mi amor, no la saques, no te vas a orinar. Intenta sacármela y no lo dejo, me río.

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– No la saque, no se preocupe, no se va a orinar. Lo que pasa es que voy a ser la primera mujer que se beba tu lechita, esta es la primera vagina que vas a inundar con tu rica leche. Se pone tenso y me deja clavada su verga en la vagina. Ya no se puede contener... -Aaaaaaahhhhhh –gimió el muchacho– Tome, tome, tome, bébase mi lechita entonces. Tome negrita linda. En cada disparo de su leche dentro de mi vagina él la sacaba y la metía. Al final me la dejó toda adentro, sintiendo donde me comenzaba a inundar toda su rico líquido caliente. – Mi amor, qué rico que me has dado a beber tu lechita. Eres fenomenal. Jadeante me contesta. – Gra…cias do…ña Hay…dee. Jamás pensé que esto fuera así. Usted es muy buena en esto. Con razón esos hombres disfrutaron mucho con usted. – Mi amor, olvídese de ellos. Usted me hizo disfrutar más que todos. Tiene más energía. Por eso lo traté así, para que nunca olvide su primera cogida con una mujer veterana de mucha experiencia. – Doña Haydee, quiero volver a culiar con usted. – Eso está difícil. A mi casa no puede llegar porque siempre hay alguien, esto lo hago cuando salgo a alguna actividad o tengo que salir del pueblo a alguna diligencia.

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– Esperaré por otra oportunidad. – No, no puedo. Espero que haya disfrutado esta vez. Yo no me puedo comprometer con un solo hombre, yo siempre necesito a alguien y no quiero que usted se haga falsas expectativas de que va a volver a estar conmigo. Me saca la verga y comienza a regarse lo que sobra de su leche por mis nalgas hasta mojar el escritorio. – Arreglemos el escritorio. Se me acerca y trae de nuevo su verga erecta, me coloca con mis manos apoyadas al escritorio y por detrás me hunde su verga. – Doña Haydee, todavía no hemos terminado. – No, por favor ya es tarde. Me la clava con fuerza haciendo que mis nalgas reboten en su pelvis. – Terminamos de culiar –insistió el muchacho– o le digo a su marido que usted estaba con otros hombres. – No, por favor, cójame entonces pero no le diga a mi marido, porque entonces no salgo a ningún lado… Ahora era el mocoso quien me tenía dominada, y eso me excitaba y divertía enormemente. Me clava la verga con fuerza y al instante me está llenando nuevamente de semen mi vagina.

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– Deliciosa, mi negra, eres una mujer fenomenal –me decía ahora con voz de hombre–. Que dicha la mía que usted haya sido mi primera mujer. Nunca voy a olvidar esto, es lo mejor que me ha pasado en mi vida, jamás pensé que esto lo haría con una excelente mujer. Me desconecta y me doy vuelta para besarlo. – Gracias por haber sido yo tu primera mujer, por haberte hecho «hombrecito» ya. Nos abrazamos desnudos sintiendo su verga sobre mi abdomen. – Ya, por favor, póngase la ropa, ya es tarde. Busco mi ropa y no encuentro mi tanga. – ¿Busca esto, doña Haydee? – Si, por favor devuélvamela. – No. Es mi trofeo. Sólo le pido que me deje limpiarla para que también tenga el olor de nuestros líquidos mezclados. Se acerca y me limpia la vagina. Se la lleva a la nariz. – Que olor más rico. Se la guarda en la bolsa de su pantalón. Me pongo con cuidado el pantalón para no mojarme con el ziper mis labios vaginales que están bien crecidos. Me pongo lo de arriba y salimos para mi casa. Es cerca de las tres de la mañana, no hay nadie en las calles de mi pueblo. Me acompaña hasta la puerta de mi casa y cuando estoy abriendo el portón se coloca detrás de mí

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apoyando su verga en mis nalgas. Se la había sacado del pantalón y me acaricia fuerte las tetas. Me doy cuenta de que ya no es ese niño que temblaba cuando veía mis tetas, y lo paro para que no se sobrepase. – No, aquí no, que puede asomarse mi marido y lo ve tocándome las tetas. Él me suelta y justo mi marido se asoma a la ventana de mi habitación. – No se preocupe, Gerardo, yo abro la puerta. Gerardo se dirige al joven. – Gracias por acompañar a Haydee, para que no se viniera sola desde la escuela. – No se preocupe, don Gerardo. Yo me quedé para esperarla y no se viniera sola. – Gracias. Mi marido cierra la ventana y me vuelvo al joven y le doy un beso. Gerardo no alcanzó a ver que tenía su verga de fuera del pantalón. Me pego a su cuerpo y se la acaricio. – Claro que nos venimos juntos y lo disfrutamos mucho ¡hombrote! El joven guardó su verga, me pellizcó las nalgas y se marchó.

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Asaltacunas sin remedio por Lucía - Elizabeth Blackwood

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“A muchas mujeres maduras nos atraen los hombres más jóvenes que nosotras. Yo empecé teniendo sexo con un alumno mío hasta que un día acabé montándome a...”

Para empezar mi relato, diré que soy una fémina de 43 años, de buen ver para los hombres según dicen, y que a diferencia de otras mujeres que a partir de los 40 se sienten viejas tanto por fuera como por dentro, yo me siento eufórica en todos los niveles, y soy aparte de las mujeres que prefieren hombres jóvenes que me hagan reír, llorar, disfrutar en la cama, en definitiva disfrutar de la vida, a hombres maduros que aparte de tener físicos que dejan mucho que desear (pelados, barrigones, falta de tersura en la piel, por no hablar de operaciones y otro tipo de achaques físicos…), son, por norma general, personas amargadas, aburridas, estructuradas, y que sexualmente no pasan de un polvo cuando no dos en contadas ocasiones. También, para más datos, soy profesora de Historia del Arte en un instituto de mi ciudad, profesión que tiene mucho que ver con mi manera de mirar la vida, muy alejada de las convenciones sociales y prejuicios morales que nos meten. También he de decir que soy viuda, mi marido desgraciadamente falleció a pocos años de casados a causa de una ACV. En el tema sexual la verdad sea dicha, en mi época de casada era algo muy monótono y poco placentero. Mi marido era un hombre muy ocupado con sus negocios y el único rato que empleaba para tener relaciones sexuales conmigo eran los fines de semana, por lo que todo era muy mecanizado, hasta llegar al

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punto que a veces fingía mis orgasmos. Al fallecer mi marido caí en una pequeña depresión y mi carácter se volvió arisco con todos los que me rodeaban. Echaba en falta a mi marido y el sexo que bueno o malo aún tenía. Respecto a mis necesidades sexuales, a menudo me masturbaba, y sentía la necesidad de un hombre que me hiciera gozar y sentir mujer de nuevo. Seguía siendo coqueta como siempre, eso no había cambiado, a menudo me compraba ropa interior sexy y en la intimidad de mi cama me gustaba acariciarme el clítoris o mis pechos hasta conseguir un orgasmo placentero. ¡A falta de pan buenas son las tortas, pensaba yo!... Como ya he dicho anteriormente me dedico a la docencia y doy clases a chicos y chicas de unos 18 años aproximadamente. A diario notaba miradas lascivas de los adolescentes que me deseaban y querían poseerme, sólo con sus ojos se delataban ellos mismos. Al principio le restaba importancia responsabilizando de ello a las hormonas naturales de los jóvenes de esa edad, pero después de tener una conversación con algunas de mis compañeras de trabajo (preceptoras, administrativas, docentes...) fue que comenzó mi interés por conocer a hombres más jóvenes que yo. Aclaro que en esa época ya era viuda, pues nunca le fui infiel a mi marido pese a que él me satisfacía poco y nada. En uno de esos días que tenía clase a primera hora de la mañana, faltando cinco minutos para concluir la misma, se me acercó Pablo, un apuesto jovencito que era de mis alumnos preferidos por su carácter adulador y extrovertido. Eso sí, algo vago para estudiar...

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Me comentó que tenía unas dudas con el temario y yo al estar próxima el fin de la clase lo invité a mi casa a eso de las 17.00 para que fuera y allí resolver sus dudas. Pablo accedió sin problemas. Yo había estado todo el día, aunque me parecía una locura, pensando en aquella cita con aquel joven atractivo que podía ser casi mi hijo. Sentía deseos de tener una aventura y me arreglé de una manera provocativa para la ocasión. Para ello, me puse un vestido de seda ajustado y muy transparente que dejaba riendas sueltas a la imaginación de cada uno, zapatos de tacón y bastante maquillada la verdad. Mi alumno vino a casa sobre las 17.10 y al abrirle la puerta se quedó estupefacto. Se notaba impresionado y creo que excitado de verme tan guapa, todo sea dicho. – ¡Buenas tardes profesora, puedo pasar! – ¡Por supuesto pasa y ponte cómodo! Nos sentamos en la mesa del comedor y empecé a explicarle sus dudas. Pronto noté que le costaba concentrarse por culpa de mi sugerente vestido. Tuve en claro que de esa manera no se podía seguir estudiando. En un momento de la explicación me acerqué lo bastante a él, y tomando una de sus manos le dije sin rodeos: – Pablo... hay atajos para poder aprobar la asignatura. El chico me miró asombrado. – Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para aprobar la asignatura, profe. Usted manda...

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Automáticamente, como un resorte, nos miramos a los ojos y nos besamos suavemente. Luego y sin demorarnos nada lo tomé de la mano y nos fuimos al sofá para estar más cómodos. Allí nos besamos acaloradamente, nos acariciamos desesperadamente y nuestras manos jugaron con ambos cuerpos… Recorrimos nuestros rincones más deseosos de sexo durante un buen rato que decidimos irnos a la habitación y tumbarnos en la cama para dejar sueltos nuestros más primitivos deseos. Atrás había quedado la relación alumno y maestra para dar paso, en breves minutos, a la relación hombre y mujer. Ya en la cama nos desnudamos lentamente, y pude ver ese cuerpo adolescente pero al mismo tiempo varonil de mi joven y excitado alumno, con su gran miembro que pedía guerra y que yo, desde luego, se la iba a dar… Yo dejé ver mis grandes senos, rodeados con una gran aureola rosada que los cubría casi por completo y unos pezones alargados que decían cómeme. Nos besamos sin dilación, y Pablo, como si fuera un experto en la materia, chupó mis pezones hinchados y todo el contorno de mis tetas. Con su lengua lamía mi cuello y bajaba con suavidad por todo mi vientre hasta llegar a mi pubis peludo pero ya mojado del todo, y me introducía la punta de su lengua en mi coño y algún que otro dedo también. Le pedí que me chupara los pelos que cubrían mi vulva y él accedió. Sentía esos ricos tirones cuando sorbía mis pelos con sus labios. Yo estaba en otro planeta, gritaba, gemía y por supuesto me corrí sin más.

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Al momento de correrme me tocaba a mi pasar a la acción y subía hacia arriba a Pablo y lo coloqué tumbado en la cama, comenzando a chuparle sus pequeños pechos de adolescente, bajando por todo su pecho hasta llegar a ese enorme cipote que me pedía a gritos que lo lamiera con pasión. Chupé aquel atractivo falo y también sus testículos hinchados de leche caliente. Al rato él no aguantaba más y me suplicó que lo cabalgase y así lo hice. Lo monté como una perra en celo durante veinte minutos aproximadamente. Cuando me cansé de cabalgar sobre él me detuve y le pedí que acariciara mi cuerpo. Pablo se prendió de mis pechos con sus manos al mismo tiempo que me los chupaba y también, de vez en cuando, apretaba contra su cuerpo mi gran culo, hasta que no pudimos ninguno de los dos y tuvimos un orgasmo simultáneo y placentero. ¡Qué gozada Dios mío! Cómo nos teníamos ganas seguimos a lo nuestro, Pablo que por su edad y por las hormonas imagino, seguía empalmado… Me puso a cuatro patas y con su pene rozó mi vagina que estaba llena de su leche recién salida y me penetró de nuevo. Entre vaivenes y arremetidas yo gritaba como una loca, sus huevos duros tocaban mi gran trasero, sus manos golpeaban mi culo y eso me excitaba todavía más. – ¡Vamos! Cachetéame las nalgas… –le ordené, y él obedeció.

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Me sentía una guarra y eso me excitaba. Era morboso que una profesora le estuviera pidiera eso a su alumno. Así duramos bastantes minutos más, hasta que yo me corrí y a los pocos segundos Pablo la sacó de golpe y derramó su espesa leche sobre mi culo grande y blanco, esparciendo con sus manos toda su leche. Quedamos tumbados en la cama durante bastantes minutos, descansando porque estábamos extasiados de nuestra primera aventura sexual que, me adelanto a decirles, no sería la última. Desde aquél día Pablo estuvo viniendo a recibir sus “clases particulares”, y la verdad es que no faltó a ninguna clase y finalmente aprobó la asignatura con la mejor nota…

Esta fue mi primera experiencia con un joven, a la cual le sucedieron otras experiencias más. Por ejemplo, el que tuve con un chico vendiendo rifas para juntar fondos con destino a mejorar un establecimiento de educación. Recuerdo que lo hice pasar porque estábamos hablando en la puerta de mi casa, y empezamos a charlar. Me contó que se había instalado en mi ciudad hacía unos días, que venía de un pueblo cercano y etc. etc. y que tenía 18 años. Tengo que reconocer que su amabilidad, su dulzura y también su desprotección e inocencia fueron despertando cosas extrañas en mí. En un momento lo invité con una gaseosa y cuando fui hasta la heladera puse en juego toda la seducción que puede manejar una mujer con experiencia ante un chico. Cuando le alcancé el vaso me incliné y me apoyé con los codos en la mesa y

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el clavó los ojos en mis tetas que estaban sin corpiño y quedaban bien a la vista. Se puso colorado y yo, bien yegua, me acerqué despacito y le susurré al oído que quería ayudarlo a vender y a que la pasara bien en la ciudad, que quería ser hospitalaria. Le tomé la cara con mis manos y le di un beso tan profundo, que de inmediato se desató un encuentro tan apasionado como loco… Sin pensar casi le arranqué la ropa, me desnudé y tuvimos sexo sobre la mesa y luego lo llevé al dormitorio y tuvimos sexo fogoso y apasionado, igual como había tenido con Pablo. Así fueron pasando en estos últimos años de mi vida... Pendejos tras pendejos con la cual me enrollaba sin más. Algunos de ellos alumnos míos ya que una, muy a menudo, coge lo que tiene más a mano… Pero el extremo de mi calentura –algo que pensé que nunca iba a ocurrirme– fue el haberme liado con uno de mis sobrinos. Jamás había llegado tan lejos… ¿Me habré vuelto una «asaltacunas» sin remedio? No lo sé, pero puedo afirmar que cuando estoy liada con pendejos ¡me la paso más que bien! Paso a relataros si demora lo que me ocurrió con Adrián, mi sobrino, un mozo de 18 años que ha dado un estirón increíble de 1,87 cm de altura y que se le ha puesto un cuerpazo de gimnasio que quita el hipo de verlo... Un día después de mucho tiempo sin saber de mi hermana mayor Begoña y de los suyos, se me ocurrió la idea de ir a visitarlos a su casa que queda no muy lejos de la mía y allí que

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me presenté. Al rato de estar con mi hermana en su salón tomando un café, apareció de repente mi sobrino que llegaba del gimnasio para no variar. – Hola tía ¡qué tal estás! – Bien cariño y tú, ya te veo lo grande y guapo que estás. Pasaron unos instantes y no paraba de abrazar y darle pequeños besitos y arrumacos a Adrián. Parecía una perra en celo más que su propia tía. Pero de repente mis fuegos internos no daban más de sí y yo me sentía muy atraída por él, que al mismo tiempo era prohibitivo, ¡Dios mío, era mi sobrino! De todas formas, tal era mi estado de embobamiento hacia él que en mi interior no paraban de reproducirse todo tipo de escenas incestuosas, algo inusual en mí pero al mismo tiempo gratificante para mi alma. Transcurrió toda la tarde y la pasé con mi hermana y sobrino entre risas y anécdotas, hasta que llegó la hora de irme a mi casa, no sin antes despedirme hasta las fiestas navideñas que estaban a la vuelta de la esquina y que desde hace varios años nos reuníamos toda la familia en casa de mi hermana Begoña. La cabeza juega malas pasadas en ocasiones. Todos los días siguientes a la visita, no paré de imaginarme a mi sobrino conmigo en todo tipo de escenas sexuales, haciendo todo tipo de posturas, a todas horas, era una exagerada obsesión por él... algo que antes no me había ocurrido ni pasado nunca por la cabeza.

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Llegó el día de nochebuena y yo estaba algo nerviosilla, como si fuera una adolescente que va al colegio a ver a su novio. Por una parte tenía ganas de ver a Adrián, obviamente porque lo deseaba, pero por otra lo veía algo tan descabellado e irreal que me hubiera gustado que no pasara. El caso es que me duché y me arreglé como si de mi vida dependiera el estar guapa. Me puse mis medias de seda, mi sujetador negro a juego con mi tanga de terciopelo, y como no un vestido negro con transparencias y escote prolongado que quitaba el hipo a cualquier hombre... Al llegar a casa de mi hermana todos me echaron piropos como si fuera una colegiala y mi sobrino no paraba de hacerse selfies conmigo y de tontear descaradamente. Se le notaba cierta atracción hacia mí aunque guardara las distancias por ser familiar. Adrián me puso tan cachonda, después de tantas tonterías y arrumacos, que puse como excusa que tenía que ir al servicio a arreglarme un poco y subí a la parte de arriba de la casa donde había una habitación y allí me metí. Necesitaba calmar un poco mi ardor, mis fuegos pasionales y la única forma que pensé fue masturbarme para relajarme y no pensar en mi sobrino... Allí, en esa soledad, me tocaba, gemía y más me gustaba… Noté de repente tras de mí como se abría despacio la puerta, y disimuladamente mirando el espejo de la habitación observé a Adrián como me espiaba y se tocaba. Aquello, lejos de ruborizarme, me ponía súper cachonda. Yo apropósito gritaba despacito y calentaba motores para comerle el coco… Al rato de tocarme él entró en la habitación y se masturbó al lado mío, ¡qué

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carita qué tenía! Yo como una buena tía le dije: – Adrián cariño, cierra la puerta y acércate, no tengas miedo, tu tía te va a cuidar. Pienso que mi sobrino ya había notado que yo estaba bastante alzada con él, y por eso se animó a entrar violando sin derecho mi intimidad. Cerró la puerta con sigilo como si fuera mi sumiso y se puso junto a mí en la cama. Yo estaba tan caliente que inmediatamente le agarré su enorme polla con mi mano y le hice una señora paja mientras le besaba acaloradamente, a los tres o cuatro minutos de pajearlo paré de repente para evitar que se corriera, porque él ya no podía más de la excitación que llevaba. Bajé mi cabeza hacia sus testículos duros y lamí su pene de arriba hacia abajo, pasando por sus huevos, así estuve un buen rato hasta que el pobre ya no aguantó tal paliza sexual; necesitaba descargar tanta leche acumulada. De repente salió un chorro grande de leche espesa blanca que manchó todo el edredón de la cama, que más tarde limpiaríamos por supuesto... ¡Madre mía si mi hermana lo ve, nos mata, pensé yo! Al ver ese corridón de mi yogurin, yo que estaba más mojada que la hierba después de una tormenta, le obligué a que me comiera todo el clítoris porque yo también necesitaba correrme. Adrián comenzó despacio y fue subiendo la intensidad poco a poco. La verdad es que para su inexperiencia lo hizo bastante bien. Yo le di el aprobado a los pocos minutos ya que consiguió que tuviera un orgasmo pleno y duradero que me volvió loca de placer. Al rato bajamos al comedor poniendo como no la típica excusa

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de que habíamos estado oyendo juntos música en la habitación. A partir de ese día, mi sobrino y yo quedamos regularmente de encontrarnos, y ya le dejo introducir su polla dentro de mi caliente coño....

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Mi gusto por la zoofilia por MarCarmen

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Los Placeres de la Mantis

“Un relato de cómo empieza mi vida sexual, pero con per ros...”

Siempre quise dar rienda suelta a mi sexualidad, pero como vivo en un pueblo chico no lo podía hacer. Ya saben; pueblo chico infierno grande, tal como dice el refrán… A causa de eso te encuentras con cada tío hablador que, si lo hiciste con él, ya toda la comunidad se entera y te tachan de puta o de buscona, por lo cual procedí a utilizar la masturbación en todas sus variantes para satisfacerme. Pues verán, me volví una especialista en masturbación, usando objetos usuales como consoladores, y también inusuales, como plátanos, pepinos, y algún otro tipo de vegetal. Al igual me lo monto con los mangos de cepillos, en fin, con todo lo que tenga punta y pueda entrarme tanto en mi vagina como en mi ano. Así paso el tiempo autosatisfaciéndome, pues resulta que un día, navegando por Internet, como me gusta buscar cosas sexuales y también me gusta lo inusual, me topé con unas fotos de zoofilia, lo cual me dio un asco tremendo… Veía a mujeres haciéndolo con perros, caballos, una que otra culebra, en fin de todo. La verdad, después de un tiempo, se me olvidó lo que había visto y seguí con mis habituales masturbaciones tal como venía haciendo. La verdad es que soy una mujer demasiado caliente y siempre que me masturbaba me imaginaba diferentes escenas de sexo, por ejemplo que lo hacía con una compañera de escuela o con mi maestra, también que hacia tríos ya sea con dos

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hombres y yo, o con otra mujer y un hombre; al igual a veces me daba por imaginar que me encontraba en una orgía, haciendo de todo contra todos… en definitiva, echaba a volar mi imaginación de una manera tremenda. Un día estaba en la ventana de mi casa, viendo como pasaba el tiempo, y vi en la casa del vecino cómo a su perro le habían llevado una hembra para tener perritos. Pues me tocó en el momento preciso en que el perro se montaba a la perrita. Recuerdo que observé todo claramente, eran unos magníficos ejemplares de raza bóxer, el perro se situó detrás de la hembra y empezó a montarla con desesperación… Vi que le empezaba a salirle la punta de pene, era de color rojo intenso. Lo sorprendente fue que creció ese pene de una manera tremenda hasta que le salió una bola que se la metió a la perrita… Después de eso el perro pasó una de sus patas por el lomo de ella y quedaron abotonados, no se podían separar. Duraron así como unos quince minutos hasta que al final pudieron separarse. Como no tenía nada que hacer, me acosté un rato después de haber visto aquello. Quería dormir un ratito en la tarde. Pero tuve un sueño en donde lo hacía con un perro como lo había visto en el Internet.

Un día me encontraba por el patio de mi casa tomando Sol en bikini sobre una toalla porque me encanta verme bronceada. Ya había tomado mucho Sol y decidí entrar a casa para darme un baño. Cuando me dirigía a la entrada, me topé con el perro del vecino, el cual es muy cariñoso, así que lo acaricié con cariño y me hinqué junto él. Y seguí jugando con él. De momento mi vista

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fue a dar en la funda de su pene… No sé que me dio. Me entró la curiosidad y a la vez cierto nerviosismo, pues con mi mano lo empecé a acariciar en su funda. El perro se quedó totalmente quieto mientras yo lo acariciaba. Empezó a salir su pene de la funda, que crecía rápidamente, y de él salían muchísimos líquidos casi todo el tiempo lo cuales al sentirlos con mi mano, eran bastante viscosos. Seguí acariciándolo hasta que el perro tuvo una eyaculación. Terminado esto me puse de pie, me dirigí al baño y me lavé las manos.

No podía creer lo que había hecho. Ya antes se lo había hecho a un novio que, para no tener sexo, lo masturbaba con la mano hasta que eyaculaba, pero nunca lo había hecho con un perro. Creo que mi moralidad salió a relucir porque me sentía una anormal. Sentí que había hecho mal, hasta que después recordé que ese mismo sentimiento me invadía después de masturbarme. Pues sucedió que otra vez me topé con el perro, y lo volví a masturbar como aquella vez, pero ahora lo hice que se echara y lo masturbé hasta que eyaculó. Otro día lo repetí de nuevo, pero esta vez acerqué mi boca a su pene. Aunque la verdad no me atreví a chupársela, ya que después me arrepentí. Lo bueno de todo esto es que conocí perfectamente la anatomía del perro, pues mientras lo masturbaba observaba como crecía su pene, como crecía el bulbo de la base para pegarse con su hembra. Mis manos recorrieron todo ese magnífico pene, pero nada más que eso. Los intentos de meterme el pene del perro a la boca fueron totalmente fallidos… Creo que me

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daba miedo. Recopilé toda la información necesaria, ya sea por Internet, alguna bastante seria y otras muy dudosas. Entré a cada uno de los sitios de relatos y empecé a leerlos a todos; de mujeres que lo hacían con perros, caballos, burros, culebras… en fin, todo tipo de animales. Pero nunca me atreví a hacerlo pese a tener múltiples oportunidades. Aunque de vez en cuando seguía soñando con hacerlo. La escena de mis sueños que más me excitaba era la de estar abotonada con el perro por largo rato, mientras yo me masajeaba mi clítoris. Pero sucedió que un día, me llegó un mail de una amiga de la secundaria, que me invitaba a pasar unos días en su casa en otra ciudad. La verdad me gustó la idea. Déjenme decirles que con ella compartí mis primeras experiencias sexuales y también teníamos mucho sexo entre nosotras sobre todo por las tardes cuando supuestamente hacíamos la tarea. Recuerdo también que un día compartimos un mismo pene que chupamos hasta el cansancio y cuando eyaculó en un gran beso entre ella y yo compartimos el semen, pero en fin, preparé mis maletas y me fui a verla.

Pues resulta, que cuando me bajé del camión después de un largo viaje de más de doce horas, ella estaba ahí de pie esperándome. Nos abrazamos tremendamente. Creo que el volver a verla me excitó muchísimo y a ella también. Bueno, en el trayecto a su casa platicamos de todo. Me hacía preguntas sobre mi pueblo y que si seguía siendo el “inmundo pueblillo” en donde había vivido. Yo le comenté que había crecido mucho pero que había cosas que nunca cambian. Llegamos a su casa, que era bastante chiquita, dos recamaras y nada fuera de lo

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normal. Lo que sí era que lo tenía muy arreglado, y también tenía un patio muy grande en la parte de atrás. Al acercarme a la ventana, inmediatamente vi un perro que tenía ella; era un doberman hermoso. De esos tan negros que les brilla el pelaje. A mí siempre se me ha hecho un perro bastante estético y muy bonito. Se alzó a la ventana e inmediatamente se dejó que lo acariciara. Era muy amigable. Ella me dijo “Veo que le caíste bien a Jack”. Ese era su nombre. Bueno, la cuestión es que platicamos largo y tendido, entonces salió el tema del sexo y como nos había ido ambas. Después de un rato, ella me dijo que si recordábamos viejos tiempos y yo le dije que sí. Entonces nos fuimos a la recamara y nos metimos las dos desnudas al baño. En la regadera nos besamos apasionadamente, nos masturbamos mutuamente y acariciamos mutuamente. Fuimos a la cama y como en los viejos tiempos hicimos un 69 magnífico… que mientras lo hacíamos nos metíamos mutuamente los dedos por nuestros respectivos anos; y culminó todo con un placentero orgasmo. Acostadas seguíamos platicando de todo. Entonces le hablé sobre mis sueños de zoofilia, creyendo que mi amiga se espantaría… pero ella, lejos de asombrarse, me dijo que no tenía nada de malo. También le comenté que varias veces había masturbado al perro de mi vecino y tampoco dijo nada. Lo tomó con normalidad. Al otro día ella tenía un compromiso de trabajo, por lo cual por mi parte me fui de compras todo el día. Cuando vi que ya estaba oscureciendo me regresé de inmediato a la casa de mi amiga. Al entrar me di cuenta que ella ya había llegado. En ese preciso instante salió de su recamara y me dijo que me había visto bajar del taxi. Ella vestía unos shorts diminutos y un top

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corto sin nada abajo. Me dijo que me tenía una sorpresa y que la acompañara a su habitación. Al entrar, en la alfombra se encontraba su perro Jack, pero me llamó la atención que el perro en sus cuatro patas llevaba puestas unas calcetas gruesas. Ella me dijo: “Pon mucha atención a lo que vas a ver”. Se puso junto del perro y se quitó la poca ropa que llevaba, y después se recostó junto a él. Tomó con sus manos la funda del pene del perro y lo empezó a acariciar de arriba abajo. Sólo tomó un momento y el perro empezó a sacar su pene. Primeramente un par de centímetros, pero cuando ya iban aproximadamente unos diez centímetros, ella se agacho abriendo su boca y metiéndose el pene del perro, veía claramente que ella lo disfrutaba. De vez en cuando se lo sacaba de la boca para solo pasarle lengua desde la base a la punta, y después con sus labios y su lengua jugaba con la punta del pene del perro. Así estuvo largo tiempo, ya el pene del perro había crecido hasta unos veinte centímetros. Ella lo sujeta abajo del bulbo con dureza, de momento soltó al perro, ella se puso en cuatro patas, y en un instante el perro se puso detrás de ella moviéndose frenéticamente… hasta que ella, con una de sus manos, dirigió el pene a la entrada de su vagina. Le entró todo el pene del perro, pero ella sujetaba el bulbo para que no entrara poniendo sus dedos en la entrada de su vagina en forma de “V”. Pero después de un instante lo soltó, fue sorprendente ver como su vagina se dilató extremadamente hasta que el bulbo le entró en su totalidad. Quedaron pegados. El perro giró una de sus patas por la espalda de mi amiga, y ahora sí quedaron pegados como perro y perra.

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Era claro que ella lo disfrutaba muchísimo. Se tocaba el clítoris para que estuviera excitada, y después de unos quince minutos de abotonamiento se despegaron. De su vagina salían chorros de líquidos. Al principio parecía que estaba orinando. Ella se recostó sobre la alfombra y se puso a acariciar a Jack. Al ver al perro vi su pene… No lo podía creer. Podría asegurar que como mínimo tendría unos veinticinco centímetros de largo. Era descomunal. Mi amiga me pidió que sacara a Jack al patio mientras se daba una buena ducha en el baño. Yo estaba muda por lo que había visto, pero eso sí, demasiada excitada. Al regresar a la recámara, ella se encontraba desnuda en ella, y me enseñó un consolador, diciéndome “Ven, te ayudo”. Me metió el consolador hasta que tuve mi orgasmo. Después de esto volvimos a platicar. Me dijo que Jack estaba entrenado. Que por lo regular lo hacían una vez por semana. Y me dijo que lo debería de intentar porque era rico. Yo le dije que todavía tenía mis dudas.

Pasaron los días y me excitaba con el recuerdo de ver a mi amiga pegada al perro. Entonces un día por la mañana que ella salió, dejé entrar a Jack y lo lleve a la salita de la casa. Me senté en la alfombra junto a él y lo empecé a masturbar suavemente. De momento a momento crecía su pene, entonces me incliné hacia él, tomé el valor necesario, abrí mi boquita y de un solo bocado me comí el pene del perro. Lo lamí hasta el cansancio, sabía muy rico. Lo chupé como toda una loca. Jugué con él con mi lengua y mis labios, comí mucho de su liquido que le salía, aunque algunas veces prefería

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escupirlo Acaricié todo su pene, jugué con su bulbo… en fin, mi boca recorrió toda la anatomía del pene del perro, hasta que en un momento eyaculó. Me tomó desprevenida. No sabía cómo era, pero eso sí, me comí gran parte de su semen. Al terminar, me di cuenta que ahí estaba mi amiga viendo como lo hacía con su perro... Ella solo me aplaudió. Me dijo que lo había hecho magníficamente, pero me advirtió que siempre hiciera lo que hiciera le pusiera sus calcetas al perro, para evitar que en cualquier movimiento brusco me rasguñara. Por la noche, ella y yo tuvimos nuevamente sexo, y después me comentó que por razones de trabajo no iba a estar dos días en casa, y que me encargaba mucho a Jack. Bueno, ella se fue, y en la tarde salí al patio a darle de comer a Jack. No lo había visto desde que le hice el sexo oral. Al verlo nuevamente, me dieron ganas de estar con él. Entré a la casa y busqué las calcetas de Jack. Él, muy dócilmente, se dejó ponérselas por mí. Creo que ya sabía para que eran. Entonces hice que entrara a la casa, y ya en la alfombra me desnudé por completo. Empecé a masturbarlo y después a chuparle el pene, luego de un rato, se lo solté. El perro, como resorte, se puso de pie y se ubicó detrás de mí. Empezó a lamerme mi vagina, era una lengua deliciosa, muy dura, un poco áspera pero deliciosa, y después de ello él se me montó. Se movía como loco, no me atinaba a la vagina… En un momento hasta risa me dio, de ver al pobre del animalito desesperado por penetrarme. Bajé mi mano, tomé su pene, lo llevé a la entrada de mi vagina y de un solo golpe me la metió toda. Después de unos segundos sentí un dolor tremendo, pero de esos dolores que te dan placer. Me estaba entrando el bulbo del perro, sentí que pasó mucho tiempo

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antes de tenerlo adentro todo, y en eso ya sabía que estábamos pegados. Después hizo su movimiento característico con su pata y se dio la vuelta; estábamos como perro y perra pegados. Empecé a masajearme el clítoris, sentía que de momento a momento crecía más y más el pene dentro de mí… Creo que fueron unos diez minutos cuando empezó a eyacular y después a separarse de mí. Había tenido cinco orgasmos placenteros, fue sensacional, en ese momento me arrepentí de no haberlo hecho antes con un perro. Al otro día, por la tarde nuevamente, le puse sus calcetas a Jack y lo volvimos a hacer. Le dejé primeramente que me lamiera mi vagina yo sentada en el sofá. Después le chupé el pene y luego dejé que me montara. Era delicioso. En eso, cuando ya estábamos pegados, entró mi amiga… Sólo sonrió. Se sentó en el sofá a ver lo que el perro y yo hacíamos. Fue fantástico, mejor que la primera vez. Al terminar, ella me abrazó, me dio un beso y me hizo una felicitación.

Pues como todo lo que empieza termina, tenía que irme a mi casa nuevamente. Ella preparó todo y en la noche dejamos que entrara Jack a la casa. Ahora las dos como antes compartimos un pene pero ahora de un perro. Las dos al mismo tiempo le chupamos el pene. Ella lo sostenía y yo me lo metía a la boca. Luego yo le sostenía el pene del perro y ella se lo metía a la boca. Fue una noche muy placentera, como buena anfitriona dejó que el perro me penetrara a mí. Ella se puso debajo de mí haciendo un 69 mientras estaba pagada al perro. Tuvimos un sin fin de orgasmos, ella de momentos se salía de abajo mío y me metía

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un dedo en el ano. Esta vez duró más de veinte minutos el estar pegada con el perro. Fue algo sensacional. Al otro día por la mañana me llevó a la estación de camiones, nos despedimos soltando lágrimas y regresé a mi pueblo. Cuando me bajé del camión, estaba entumida de tantas horas sentada, así que me puse a caminar a mi casa que no estaba lejos. De momento me paré en una tienda de artículos deportivos y pasé a comprar dos pares de calcetas gruesas de futbolista. Llegué a mi casa, puse en la sala una alfombra que tenía guardada y dejé entrar al perro de mi vecino… Le puse las medias, me saqué las bombachas y lo hice con él como toda una perra. Lo que aprendí también que dependiendo de la raza, es el tamaño del pene. Ahora mi sueño es hacerlo con un gran danés, o con un San Bernardo, pero mientras tanto lo sigo haciendo con el perro bóxer de mi vecino, y uno que otro de algún pariente que gustosamente me he ofrecido a cuidar mientras están de viaje.

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Back Door por Elizabeth Blackwood

“Al parecer, de estas mujeres mantis, no se salvan ni los perros…”, pensó Juanjo sonriéndose. Ya había concluido el relato cuando debería ser más de la una. “Encima —continuó— estos mamíferos la tienen más fácil que yo. Comen gratis, no necesitan vestirse y tiene sexo con la primera perra que se les cruza… sino incluso con su propia dueña. ¡En mi próxima vida quiero ser perro!”. Pasó la página para leer el último relato, que al parecer, tenía pocas hojas. Quería terminar el libro antes de irse a dormir. … … “¿Y el último cuento de la autora?” Ya había llegado hasta la contraportada y no había ni rastros de él. Juanjo volvió a hojear el libro buscando el relato de Eliza... No estaba por ninguna parte. Sólo el escueto título: Back Door.

Volvió a revisar el libro para ver si era un error de impresión, pero nada. El libro terminaba así. “Back Door” y una página en blanco. “Quizás MarCarmen sea la misma autora pero usando un nombre distinto” pensó. “O quizás alguna de las mantis le robó las llaves de la conserjería.” Juanjo cerró el «libro verde» y lo guardó en el armario de su pieza. “No estuvo mal para pasar el rato”, y entonces fue a por su caja de cigarros. La cogió y vio que estaba vacía. “Joder, se me acabó el tabaco”. Su celular marcaba las 1.30 hs. y ya era tarde para salir de compras. “Si salgo ahora tendré que ir caminando hasta la Estación de Servicio que queda como a 5 cuadras... ¿Qué hago? ¿Me voy con éste frío?”. Juanjo se puso la campera, buscó su billetera y salió del departamento.

Las veredas estaban húmedas pues había caído una llovizna. Con las manos en los bolsillos de su campera Juanjo se dirigió a la Estación de Servicio... Dejó atrás la cancha de tenis, el supermercado que ya había cerrado, llegó hasta la Iglesia Mormona doblando una esquina e hizo dos cuadras más que costeaban las vías del ferrocarril. La Estación estaba justo en una esquina. Entró y la empleada de turno estaba atendiendo a una chica. Esperó a ser atendido y pronto escuchó una discusión.

— paga.

Le digo que no tiene crédito... el sistema no me acepta la

— ¿Cómo que no tengo crédito? ¡Si anteayer cobré mi seguro! — Pues le digo que no, señorita. El sistema me marca que está en cero. Juanjo, que miraba la escena, se dirigió con curiosidad a la chica. En un tono muy amable le preguntó qué necesitaba pagar… — Un Marlboro, tío. ¡Que ni para ESTO tengo! Joder… ¿Qué pasa con este país? — Deme dos paquetes por favor... —Los pagó y uno se lo dio a la joven. — Gracias —le contestó ella. Sacó dos cigarros y le ofreció uno a él— ¿Quieres? Juanjo asintió. — Pues si tú me los has pagado, amor… Me llamo Luisa. ¿Tú cómo te llamas? — Juanjo. Juan José Piedrabuena. — ¿Piedrabuena? Por eso te me apareciste… — No entiendo. — PIEDRABUENA. Tú eres la “piedra buena” que se topó justo en mi camino.

La chica era una venezolana que llevaba años viviendo en España. Conservaba su acento latino pese a habérsele pegado el “español”. Luego de la crisis del 2008 se había quedado sin empleo y hacía poco más de un mes que había dejado de cobrar el seguro. Estaba buscando trabajo y además, un lugar para alquilar. Pero no había tenido suerte pues la realidad de España era otra. Es por eso que Luisa —una joven inmigrante— ahora se replanteaba si volverse a su país o no. — ¿Entonces… estás en la calle? Quiero decir, no tienes dónde alojarte. Luisa fumó una pitada corta, hizo una pausa y luego le contestó. — Tengo una amiga aquí, en Madrid, está alquilando un departamento. Mañana le hago una llamada y me voy a vivir con ella. La vieja que me alquila me dijo que me aguanta hasta mañana. Además… me tiene que dar el dinero del depósito del alquiler. Son € 1.500. — ¿Y dónde estás apostada? — A pocas cuadras de aquí. Juanjo acompañó a la venezolana hasta la casa donde se alojaba. Era una casa colonial ubicada no muy lejos de donde vivía él. En el camino de la estación a la casa la joven contó cosas de su familia, de lo mal que está Venezuela y los tíos con los que se enredó estando en España. — Así que saliste un tiempo con el sobrino del intendente de Madrid…

— Sí. Nos llevábamos bárbaro. Nos conocimos en una disco de la zona. New Garamond... ¿Te suena? El tío me tenía como una reina. No sabes cómo me trataba. — Supongo que estará con el partido de su tío… — No, él es socialista. Muchos de sus amigos militan en el PSOE. — Entonces es la oveja negra de la familia… — En la política todo es lo mismo, van a la pasta, nadie se pelea hoy por las ideas.

Luisa, a los ojos de Juanjo, era una chica bastante bien parecida, aunque no lo demasiado atractiva como para que un “nene bien” se fijara en ella. Pese a eso sintió curiosidad por conocer un poco más de aquella historia… — ¿Y por qué dejaste de salir con él? O mejor dicho, qué los separó. — Los padres se opusieron desde el primer momento a que yo me casara con él. No me querían como compañera de su hijo, pues me veían como una “tirada”. Una sudaca interesada… Pensaban que yo estaba por su pasta. Su familia es dueña de una agencia de turismo muy conocida. — ¿Y eso era cierto? ¿Vos lo querías por interés? La cara de Luisa se transfiguró como si estuviera frente al corazón de Jesús. No dudó en reafirmar que lo amaba.

— Yo lo amaba con toda mi alma. Te lo juro. No sabes qué bueno era él. Un tío dulce, súper inteligente, nada que ver con lo que eran sus padres… Cuando llegaron a la casa de Luisa las luces de la casa estaban apagadas. — Yo vivo al fondo. Adelante vive la dueña. Luisa tocó el timbre del edificio pero nadie salió a atenderla. Volvió a tocar el timbre y una luz amarilla se encendió. Por la amplia ventana de la casa se asomó una mujer de unos 60 años. Vio que Luisa venía acompañada y dudó unos segundos en salir a atenderla, pero al final se decidió a hacerlo y la puerta de entrada se abrió. Cuando estuvo a metros del portón de la reja increpó a la chica con poca cortesía… — ¿Qué vienes a hacer acá? Te dije que ya no alquilas más la pieza. ¿Por qué me vienes a molestar a mi casa a las dos de la madrugada? Luego le echó una mirada a Juanjo —su acompañante— de arriba a abajo. — ¿Y este tío porqué viene contigo? ¿Es acaso tu nuevo machito? Le advierto a usted señor —señalando a Juanjo— que no se meta en este asunto ¿entendió? Otra luz se encendió en la vivienda pero esta vez la que daba al pasillo. Una chica se asomó por la otra puerta y la vieja, al verla, le hizo un gesto con la mano. La joven, como entendiendo la seña, captó el mensaje y se metió de nuevo adentro. A todo esto

Juanjo miraba impávido. — Usted me dijo que podía quedarme a pasar la noche —le increpó Luisa a la mujer. — ¡Pues si me pagabas los tres meses que me debes sin contar esta última semana! Ese fue el trato ¿o te olvidas? ¡Por esperarte a ti perdí varios clientes! —la mujer se mostraba ofuscada— Así que ya no quiero verte por aquí. Vete a un hotel y no me vengas a molestar. La mujer se dio media vuelta y regresó a su casa luego de esa sentencia. — ¡Devuélvame entonces mi depósito! —le contestó Luisa hecha una masa de nervios— ¡Necesito ese dinero para vivir, ¿me oyes, vieja?,¿¿me oyes??! — Cuando me pagues los tres meses te lo daré… Es más: ya me los cobré. Tres meses son €1200 más €250 del arreglo de la heladera… La mujer detuvo sus pasos, se revisó los bolsillos y sacó €50. Luego se volvió hacia la reja y le revoleó el vuelto sobre la vereda húmeda… — ¡Toma y vete de aquí! Mientras la mujer se encaminaba hasta su casa Luisa cogió una piedra y amagó con arrojársela a ella… — ¿Qué vas a hacer? ¿Estás loca? ¿Quieres pasar la noche en una celda?

Juanjo la sujetaba por el brazo inmovilizándola por unos instantes. — ¡Esa vieja me las va a pagar! ¡No puede dejarme en la calle! Un patrullero se acercó a la casa y se detuvo a metros de ellos. La mujer, que ya se había metido adentro, se asomó para mirar por la ventana. — Lo sabía. Llamaron a la policía —le dijo Juanjo a la desquiciada joven— Déjame que hable con los oficiales. Tú quédate aquí ¿me entiendes? ¡Y por favor no hagas locuras! Luisa se calmó un poco luego de devolver la piedra a su lugar. A todo esto miraba al joven hablar largo rato con la patrulla. Sin dejar de mirar a Juanjo, no dejaba de frotarse las manos. Esperaba que ese buen muchacho fuera finalmente su SALVADOR. Su instinto de mujer de la vida parecía indicarle que sí… — Ya hablé con la policía y le expliqué cual era la situación. No van a llevarte con ellos sólo si no causas problemas. Ahora te quedas en mi departamento a pasar la noche ¿sí? Mañana llamas a tu amiga y solucionas tu problema... Vámonos.

Juanjo se llevó a la chica caminando hasta su departamento. En el trayecto al mismo le fue “cayendo la ficha” y pensó qué hubiera pasado si esa noche se hubiera quedado en su casa durmiendo en vez de ir a por cigarros. La respuesta que se le vino fue simple: las líneas de tiempo serían otras. No había estado en sus planes llevarse a su casa, ese día, a una desconocida, pero así

son los giros del destino. Así fue como se dieron las cosas. Aproximadamente a mitad del camino siente que ella le coge del brazo. Juanjo lo sintió como si se le pegara una ameba, no se sintió nada cómodo. No atinó a despegarse de ella pues le pareció que sería descortés... Se limitó entonces a dejar que le abrazara y así entraron juntos al edificio. Una vez adentro del departamento Juanjo le dijo que se pusiera cómoda. Le indicó donde estaba la cocina, el baño, su dormitorio y otras partes de la vivienda. — ¿Quieres comer algo? —le preguntó amablemente, suponiendo que la chica tenía hambre. — No, tengo ganas de dormir. — Bien. Como quieras. Yo ya cené. Juanjo sacó unas colchas e improvisó una cama en el sofá del living. Prendió para ella una vieja estufa eléctrica que a veces usaba para aplacar el frío. Luisa le dio las gracias con una luz de vida en sus ojos, y antes de meterse en las colchas le dio al joven un beso en las mejillas. — Eres mi salvador. — Ve y descansa que has tenido un día muy duro —le contestó él en un tono amable pero sobrio.

No habían pasado veinte minutos que la puerta del dormitorio de abrió. La habitación estaba a oscuras y el silencio reinaba en

ella. Juanjo estaba despierto pues le había costado dormirse. Intuyó que Luisa necesitaba algo y la llamó por su nombre… — ¿Pasa algo Luisa? — Nada. Quiero dormir con vos… Luisa corrió las cobijas y se metió en la cama del joven. Se acurrucó sobre el cuerpo de él como una niña necesitada de protección... Sus labios quedaron frente a frente; Juanjo sintió muy de cerca su aliento. No pudo resistirse al deseo y le comió la boca de un beso... Prolongado. Más de lo que hubiese querido. Luego se disculpó, avergonzado por su reacción animal. — No, está bien —respondió ella— Lo necesitaba. Quiero que me sigas besando… Hace mucho que no siento un beso. Esas frases fueron el comienzo de algo que iba a continuar durante días. Algo fuerte que los iba a mantener unidos a los dos bajo un mismo techo. Hasta el momento no estaba en él permitir que ella se quedara pernoctando en su casa. Pensaba botarla al día siguiente para retomar su vida normal. No imaginaba ni por los pelos que esos besos ingenuos que ella le daba, allí, entre sus fuertes brazos, irían despertando muy gradualmente sus pasiones viriles más desenfrenadas. Y es que no le sería fácil, de ahora en más, echar a Luisa de su cama. Y si no la echaba de su cama menos podría echarla de su casa. La chica, decidida ahora a quedarse, no tardaría en descubrir sus necesidades carnales más escondidas que utilizaría luego en su propio provecho para ir ganando tiempo de buscarse otro lugar. Los besos se prolongaron por un tiempo en la oscuridad hasta que sus bocas se separaron. Llenas de humedad y de deseo. La

verga de Juanjo ya se había puesto dura. Ella la notó en su vientre por estar pegada a su cuerpo. Y no dijo nada, se quedó quieta mirándolo, esperando ser poseída por su encendido protector...

Eran las 10.30 de la mañana cuando Juanjo se despertó. Luisa dormía a su lado, de espaldas a él, dándole las nalgas. Apartó las sábanas y se levantó de la cama. Fue hasta la cocina y bebió un sorbo de leche. Con el cuerpo totalmente entumecido se metió en la ducha buscando espabilarse. Mientras la lluvia escurría por su cabello no paraba de pensar en lo que había hecho anoche… “Y ahora qué hago… —pensó entredormido— ¿Cómo le digo ahora que se vaya?” Juanjo se acordó que la chica tenía que hacerle una llamada a su amiga. Eso fue lo que le había dicho cuando salieron juntos de la estación de servicio. “Espero que cuando vuelva del centro me diga que tiene que marcharse a lo de su amiga”, se esperanzó. “Si se llega a quedar en mi casa ¿cómo diablos hago luego para que se marche?” Salió de la ducha envuelto en una toalla y regresó a la pieza para vestirse y salir. Luisa seguía dormida mostrando su torso semidesnudo. La miró y volvió a recordar sus gemidos de placer al momento de penetrarla… Mientras se calzaba el pantalón y las botas, se reprendió el haberse aprovechado de ella. “Soy un puerco —se incriminó con dureza— ¿Cómo pude aprovecharme de su vulnerabilidad?” Cuando Juanjo regresó del centro ya era cerca del mediodía.

El reloj marcaba las 12.30 y tenía mucho apetito. La muchacha ya se había levantado y estaba en la cocina preparando la comida. Cuando la vio, lucía una tanga roja, unas chinelas y un delantal floreado. Al acercase a ella para saludarla, se dio cuenta que no llevaba corpiño. El delantal le tapaba los pechos, que aunque pequeños, se notaban bastante. — ¿Y esa valija que hay en el living? —le preguntó. — Fui hasta la casa donde alquilaba a buscar mis cosas. Llamé a mi amiga, pero me dijo que por ahora no tiene lugar para mí. Está alquilando la pieza con dos chicas que por el momento se van a quedar allí. Así que no tengo una puta idea de lo que voy a hacer de ahora en más… Juanjo se quedó callado y entró en su dormitorio para cambiarse de ropas. Se sentía un poco confundido, no sabía qué decisión tomar. Pese a ello, el verla vestida así hizo que volvieran a su mente las imágenes de esa noche... Los besos interminables, la penetración profunda, los gemidos de la chica y su piel delicada y femenina que lo enervaron a más no poder. — Juanjo, por favor… — No, Luisa… ¡No doy más! Sácate las bragas que quiero darte DURO… Se sacudió la cabeza buscando ordenarse. “Luisa…” — pensó— “¡Joder!” Cuando acabó de cambiarse regresó al comedor. La comida ya estaba servida.

— Me arreglé con lo único que tenías en la heladera. — No está mal —dijo él más tranquilo, y empezaron a comer juntos. Al ver que Luisa se había servido muy poco, Juanjo la increpó a que se sirviera otra porción. — No, está bien… Ya con esto ya me lleno. — ¡Come más Luisa! ¿Acaso quieres desnutrirte? Juanjo cogió la bandeja y le sirvió en el plato más ensalada. Cuando ambos terminaron de comer, Luisa se ofreció a levantar la mesa y lavar los platos. Al verla levantarse de la silla, él aprovechó para mirarle el trasero. No tenía pensado hacer eso pero el deseo, al parecer, lo venció... Volvió a ver entonces esa tanga roja perdida entre sus nalgas lozanas, esas piernas delgadas de jovencilla y aquella espalda espigada y frágil. Juanjo se quedó a hacer sobremesa con sus pensamientos haciéndole la rotonda. Desde el comedor se escuchaba el ruido de platos, de vasos, de cubiertos y el agua de la canilla. Pronto se acordó de que esa era su casa, se incorporó y se dirigió a la cocina. Se apoyó sobre el marco de la puerta y se quedó allí, observándola en silencio. — Me dijiste que trabajaste en algunas discotecas o pubs de Madrid… —le preguntó luego de mirarla un rato. — Sí —contestó ella sin girarse— Estuve un tiempo en el “OPIUM Madrid” y en otros negocios menos conocidos. Trabajaba en esos lugares cuando no encontraba algo mejor.

Las piernas de Luisa se movían suavemente y sus caderas acompañaban su andar. A todo esto la tanga roja — que se movía inquieta entre los blancos glúteos— se fundía en la retina de los ojos de Juanjo casi sin que él pudiera notarlo. Como si le hubieran hecho una especie de hechizo sintió un deseo inesperado de poseerla. Algo en su interior lo retuvo y se fue al dormitorio a buscar cigarrillos. Después de un par de pitadas se sintió más tranquilo y regresó al living. El ambiente era un espacio que estaba al lado del comedor, sin ningún muro que los separase. Al llegar allí vio a una Luisa tranquila sentada en el sofá con una taza en la mano. — Te estaba esperando con el café, pero como no venías se me enfrió… Juanjo pudo ver sus tetas casi saltándoles por el delantal. — No, están bien… Estaba pensando un poco. — ¿Qué estabas pensando? — Nada. Nada de importancia. — Toma… —le dijo Luisa alcanzándole su taza para que bebiera de ella. Juanjo tomó unos sorbos y notó que tenía un gustito raro. — ¿Qué le echaste? — Un poco de vainilla. ¿Te gusta? Yo lo tomo así. — Sí… tiene buen sabor. Voy a copiarte la receta.

Juanjo supuso que la vainilla la había sacado de aquella valija, pues en la cocina no había eso, no usaba vainilla en sus comidas. Bebió otro sorbo de café caliente y le devolvió la taza para que ella bebiera. Ella bebió de la taza y se pasó la lengua por sus labios húmedos. Al hacerlo, le miró a los ojos y Juanjo creyó entender el mensaje. Ese gesto era más que evidente. Sus miradas se quedaron suspendidas… Pronto sobrevino lo inevitable… ya era imposible detener aquello. Como anoche en su propio dormitorio, Luisa volvió a ganar.

Él le apartó la taza de café, se le tiró encima y la mató de un beso. Sus lenguas, con aroma a café, se entremezclaron y se hicieron una. Una vez desatada la pasión ya no era posible controlar los cuerpos. No había manera de regresar… Ahora mandaba el instinto reproductivo. Ella se dejó someter pues tenía experiencia con los hombres… En el sofá se despojaron de sus prendas y empezaron a “darse” como bestias salvajes. Juanjo, después de besarla, la subió al sofá para entrarle desde atrás. La tomó por el cuello, un poco a lo bruto, y empezó a movérsela para que ella alcanzara el éxtasis. Excitado, fue recorriendo su cuello con su lengua húmeda hasta alcanzar la oreja y dejarla jugueteando allí. Parecía que a la chica no le molestaba aquello, por lo que siguió humedeciendo con saliva su piel. Mientras olía y saboreaba su cuello, no dejaba de mover su pelvis con inusitada virulencia. Necesitaba escuchar su grito, quería enseñarle que era él quién mandaba… Su vientre masculino chocaba contras sus tiernas nalgas emitiendo un “chirlo” fuerte y acompasado. Chirlo que se escuchaba de manera monótona por toda la habitación junto con los gemidos entrecortados de ella. La sacudida era ruda y sostenida, pues Juanjo estaba empecinado en acabar su labor. Quería demostrarle que él era su “macho”, al menos mientras ambos vivieran bajo el mismo techo. Al final parece que ella terminó “cediendo”, pues empezó a emitir grititos. Comenzó al principio emitiendo gemidos entrecortados que fueron aumentando en frecuencia e intensidad. Pero no decía nada, no emitía palabra alguna, sólo gemía y gritaba como una chiquilla indefensa. Juanjo, sin parar de moverse, se descargó completamente dentro de ella. La mojó

toda, dejándola excitada y caliente, con ganas de recibir más, luego se apartó de su cuerpo. Juanjo se quedó unos minutos sentado en el sofá, pensativo, mirando hacia la calle... Luego de lucubrar un rato sin decir una palabra se encerró en su habitación. En ese tiempo Luisa tampoco dijo nada, se puso su tanga y se quedó en silencio en el living. Mientras tomaba café frío muy tranquilamente, le dio una revisada a los mensajes de su celular. A todo esto Juanjo, encerrado en su pieza, meditaba sobre lo que había ocurrido.

Juanjo seguía sin comprender porqué motivo había reaccionado así. De repente, sin que mediaran razones — pensaba—, se había comportado como un verdadero animal. “Yo no soy así”, se repetía una y mil veces. “Yo no trato de esa forma a las mujeres.” ¿Acaso Juanjo no se daba cuenta de que ella fue quien lo había provocado? ¿Que era él el pequeño ratoncito y ella la gata que jugaba con él? A la media hora alguien golpeó la puerta de su habitación y él sabía que era ella. — ¿Ocurrió algo? —le preguntó Luisa. — No, nada. Estoy bien… Luisa se acomodó a lado suyo sentándose en la punta de la cama. Juanjo, que no quería mirarla, estaba tendido a lo largo de la misma. — Pasó lo que tenía que pasar. No te sientas culpable —le dijo ella. — Supongo que sí —le contestó él, con un tono algo cerrado. Luisa se levantó y le dijo “Voy a salir a caminar para ver si consigo algún empleo”. Luego salió de la pieza sin escuchar contestación por parte suyo.

Al final llegó el fin de semana y durante esos días casi ni se hablaron. Juanjo hacía sus cosas y Luisa, de a ratos, salía a caminar. Llegó el Lunes y Juanjo se alegró de terminar más temprano su trabajo en la empresa. Un inesperado paro en el sector de despacho le permitió retirarse de su oficina antes de horario. Cuando llegó a su departamento, Luisa no estaba y entonces se cambió y salió a hacer footing por una hora. Quería aprovechar el buen tiempo y de paso “oxigenarse” un poco. Una vez de vuelta en su vivienda se tomó una ducha y se puso ropa limpia; estaba bastante traspirado. Mientras navegaba tranquilo en Internet se percató, por los ruidos, que la chica ya estaba en casa. Al ratito fue hasta la cocina a hacerse un café y, al cruzar el comedor, vio unas bolsas del supermercado en la mesa. “Parece que Luisa fue de compras…” — ¿Qué es eso? —le preguntó él. — Comida. Hoy hago la cena. Luisa regresó al comedor dejando a Juanjo bastante pensativo. “¿Habrá conseguido un trabajo? —pensó— Eso es una buena noticia.” — Todavía no conseguí un trabajo fijo —le explicó Luisa poco después—, pero me las sé arreglar para conseguir algo de dinero… Juanjo no sabía qué contestarle. Algo en su interior le impidió seguir indagando. Por la noche cenaron juntos matambre de cerdo y ensalada rusa. Al terminar de levantar la mesa Luisa sacó una caja. La puso encima de la mesa y la abrió delante de él. Era una botella

de champaña. — ¿Y eso? — Es para que lo bebamos. Recién lo saqué del freezer. Luisa sacó dos copas y las llenó con ese líquido ambarino. Brindaron por la suerte de ella y en poco tiempo se vaciaron la botella. Hablaron de temas varios, entre ellos, historias de la infancia. En pocos minutos los bebedores estaban riendo como buenos compinches. — ¿A dónde vas? —le preguntó él. — No me sigas. Quédate allí. Luisa se levantó de la mesa, cogió una de las bolsas y se metió en la cocina. Juanjo se quedó bebiendo a solas tratando de resistir los efectos del alcohol. “¿Cuánto tiempo se quedará viviendo aquí? ¿Será cierta esa historia de su amiga? ¿Estará acaso jugando conmigo?” “Creo que ya he bebido demasiado”. En medio de sus cavilaciones la chica reapareció pero vestida como una nena. Juanjo se restregó los ojos, “¿Cómo diablos consiguió esas ropas?”, pensó. — ¿Te gustan los cuentos eróticos? Se me ocurrió que variáramos un poco… La chica sostenía en su mano el libro de Elizabeth, Los Placeres de la Mantis. En la otra mano una paleta Chupa Chups de unos diez centímetros de diámetro.

— ¿De dónde sacaste ese libro? —le increpó él un poco molesto. Antes de contestarle ella se dio una vueltita para mostrarle el vestido. — Lo encontré de casualidad en la mesa de luz de tu pieza. Un día que entré para cambiarme. Perdóname. No pensé que te molestarías. Juanjo no podía recordar haber dejado el librito allí, pero no estaba en condiciones de discutir dentro de ese contexto. Después de todo la estaba pasando bien. — No, está bien. Olvídalo... Lo compré en el subte a un vendedor ambulante. Estaba aburrido y quería leer algo, ya que no traía nada para leer. — Me gustó mucho el primer relato —dijo ella con un tono picaresco— “Mi gusto por Papi” está bastante bueno. ¿No queréis ser ahora mi papito? Juanjo la contempló extrañado. Titubeando atinó a responder. — No recuerdo bien la historia... Creo que la chica estaba caliente con su papá. — ¿Caliente? Más que eso. Nadie se acuesta con su padre por “calentura”. Ponte cómodo en la silla que te hago refrescar la memoria… Luisa le bajó los pantalones y empezó a practicarle una mamada. Era buena “estirando la goma” y Juanjo, de a poco,

empezó a recordar... — El padre veía películas pornos. Por la noche… —empezó diciendo— Un día la hija se fue a vivir con él y lo vio una noche masturbándose en el sofá… — Muy bien. ¿Y qué más sigue? ¿Te acuerdas lo que pasó después? — Creo que la hija se le presentó una noche cuando él se masturbaba... Ahhh… Qué bien que la chupas… ¿Quién te enseñó a chuparla de esa forma, Luisa? — Digamos que mamando se aprende… Como todo oficio, una va tomando experiencia. Pero en tu relato te salteaste la parte en donde el padre le pasa el bronceador…

— Ah! Es cierto, el bronceador. Un día que el padre estaba afuera… Estaba leyendo el diario, creo, y la hija, ahhh…, la puta madre, ¡Creo que voy a acabar! — No vas a acabar, papito, porque no te voy a dejar… quiero reservarme tu lechita para mi conejita bien depilada, que está loca por mamar una pinga. Luisa se tomaba su tiempo a la hora de estirar el fideo. Su técnica era embeberla en saliva y hacer mucho ruido cuando lo succionaba fuerte… — Chup! Chup! Chup! — Ohhh… Sí… — ¿Te gusta papi? — Sí… Me gusta así… Esa forma “succionante” de mamarla era propia de las mujeres japonesas, que nunca dejaban que el miembro viril se pusiera totalmente duro. Cuando el miembro se estaba endureciendo, lo sacudían fuerte con la mano… y apenas lo sentían menos tenso lo volvían a chupar y a endurecer. Así, indefinidamente, hasta que el hombre ya no resistía más… Esa técnica de las mujeres japonesas ha sido exportada a los países de occidente, porque el placer se prolonga por más tiempo y hace rugir a los hombres como leones… — Bien. Parece que mi Papi ya tiene la pinga bien dura. Esto significa que está listo para satisfacer las apetencias de su querida hija…

Luisa encendió el equipo de música y puso un CD con temas rap. Comenzó a bailar delante de él como lo hacen las chicas del nightclub. Mientras lo hacía se desenganchaba la coleta, se soltaba el pelo, todo eso sin parar de mover sus caderas. Más tarde se sacó la camisa y se la arrojó en la cara a Juanjo, pero éste la cogió en el aire... “Así que sabe bailar aparte de tirar la goma como los dioses”, pensó él mientras la nena de Papi ya se iba bajando el cierre de la falda. “¿En qué cosas habrá andado esta chica? No me la imagino de simple camarera en un pub… Ahora que recuerdo no me quiso decir en dónde trabajó para ganar ese dinero”. Juanjo no paraba de pensar hasta que Luisa lo sacó pronto de sus cavilaciones. La falda fue bajando lentamente dejando al descubierto una cola bien entangada... “Joder, si parece una stripper... —pensó Juanjo en medio de un sobresalto— Esta tía no es ninguna novata...” Su inquilina, ahora sin su falda, quedaba solo en ropa interior. Luisa fue hasta el equipo y bajó un poco el volumen de la música. Puso una música lenta y regresó con su “papá”, que la miraba desde la mesa. — ¿Vamos al sofá, Papá? — Vamos… El padre y la hija se dirigieron al living. — ¿Qué me vas a hacer en el sofá, Papá?

Juanjo la tomó por el hombro y pensó unos segundos antes de responder. — Creo que te voy a enseñar el juego del cochecito en el garaje…

Los días se fueron sucediendo y los juegos sexuales también. Cada vez que venía del trabajo ella lo esperaba dispuesta a hacer de todo. Juanjo se fue enredando en su telaraña casi sin quererlo, a tal punto de que ya no se preguntaba qué día le tocaría marcharse. “Méteme bomba…” le decía ella cuando él la tenía en la catrera, o “Cógeme rico papi, dame pinga” con ese acento sensualmente caribeño. Juanjo, enloquecido, le daba “pinga” a la que ahora era su hembra. Hembra que se instaló en su casa una noche de invierno en que salió a comprar cigarrillos… Había momentos en que tenían sexo de manera continua toda la madrugada, lo que hacía que él muchas veces se fuera al trabajo casi sin dormir. En otras ocasiones Juanjo se acostaba temprano no sin antes tirarse un polvito, o una rica estirada de goma que le hacía bailar el esqueleto. Era un venir del trabajo y follar. Acabar la cena y follar de nuevo... Y Juanjo, que soportaba el trajín, no entendía qué diablos había pasado en su mente, cómo se le había ido todo al carajo. La que otrora fuera una niña extraviada que había encontrado de casualidad en la calle, ahora era una cortesana curtida que lo tenía loco las 24 horas del día. ¿O es que Luisa siempre había sido así: una gata astuta esperando a su ratón? “Sí, quizás sea su ratón… —llegó a pensar Juanjo una vez— ¡Pero no sé cómo zafar de sus juegos felinos! En el trabajo ando

de mal humor, pero al llegar a casa y verla todo cambia…” En un momento intentó PARAR pero no tenía idea de cómo hacerlo; se había encoñado hasta la médula con su inquilina y ahora era ella quien tenía las riendas. El interruptor sexual ya no estaba en sus manos. La historia por fin terminó un día en que él tenía planeado hacerla su pareja oficial. ¿Para qué irse a vivir a otro lado cuando se podía quedar a vivir con él? Aparte no perdía nada pues si algún día se acababa el romance, él podría echarla de la casa. Ese día se tendría que ir. Pero no fue necesario llegar a eso pues un mensaje que ella le dejó le anunció que no vivirían más juntos. Estaba escrito en un papel: “Mi amiga de Madrid que te conté al fin está viviendo sola. Me llamó y ya me voy para allá. No te imaginas qué contenta estoy. Gracias por todo lo que me diste. No me debes nada, vos te lo ganaste. Luisa” Juanjo, con una sensación extraña, dejó la hoja en el lugar que la encontró. Al final todo se acabó. De nuevo a vivir en soledad.

Cuando llegó la noche salió a caminar en busca de cigarrillos. Tenía algunos dentro del paquete pero quería despejar un poco su mente... Con la campera protegiéndose del frío dejó atrás la cancha de tenis, el supermercado que ya había cerrado, la Iglesia Mormona y las vías del ferrocarril. Al entrar a la Estación de Servicio se percató que había una empleada nueva. La saludó y pidió “dos Marlboro”.

— ¿De 10 o de 20? —preguntó ella. — De 20 y box si es mejor... Se giró para ver si venía alguien, pero no había ni un alma en la calle. “Dos veces no se me puede dar...”, pensó con un dejo de sorna.

Aquél día tenía franco y se le ocurrió salir a hacer unas compras. Ya habían pasado tres meses desde que había dejado de ver a Luisa. Tomó el subte en dirección al microcentro y se sentó en uno de los asientos vacíos. Se relajó y al poco tiempo se durmió. No había problemas pues el viaje sería largo. Entre medio del sueño escuchó voces y al alzar la vista volvió a ver a aquel hombre que vendía libros en los vagones... Por curiosidad le recibió algunos ejemplares para echarle un vistazo y dispersarse. Volvió a ver ese librito verde junto a otras obras más conocidas. Se sonrió. “La ficción no es tan ficción. Quizás mi historia algún día aparezca en estas…”. Le devolvió los ejemplares al vendedor pero, sin saber porqué, se quedó con el verde en su mano. — Gracias caballero. ¡Y buen viaje! Juanjo guardó el libro en su campera. Antes de bajarse en Plaza de España una mano lo tomó de improviso por el hombro. — ¿Luisa? — ¿Ya no te acuerdas de mí? Los pasajeros empezaron a empujar. Juanjo dejó pasar a la gente sin saber si bajarse o no. Decidió quedarse en el vagón para platicar con su recordada y entrañable “amiga”. — Yo me bajo en la próxima ¿Estás apurado? — No…

— Entonces sentémonos.

— ¿Así que estás trabajando en lo de tu amiga? — Sí. Soy dancer en una disco de Madrid. Me pagan muy bien. El dueño me tiene en consideración. Carmela me encontró ese trabajo, ella es barman, trabajamos los fines de semana. — Con razón que bailabas tan bien... Así que nunca fuiste camarera. — Lo fui pero siendo dancer se gana muchísimo más. — Y también eres “animadora de fiestas”, me imagino, ¿no? — Ja! Ja! Bueno… A veces sí. Saco un dinerillo extra. — Está bien… Bueno, qué puedo decirte. No sabes cómo te extrañé... Nunca pensé que me iba a enganchar tanto contigo, pero entendí que tu vida era tuya. Todavía me acuerdo de tus besos… pero no quiero ponerme sentimental. Cambiando de tema amiga, cuéntame cómo te llevas con ella, con Carmela… ¿Es una tía difícil? Si estás mal, ¡vete a vivir conmigo! — Todo va bien con mi amiga, no te preocupes, aunque es un poco despelotada en todo. No es tan ordenada como yo pero se lleva ¿sabes? Todo se va llevado. Oye Juan… ¿Tienes algo que hacer hoy? Porque quisiera presentarte a Carmela. Le he hablado mucho de ti en este tiempo que estoy con ella. Juanjo pensó unos segundos y sin saber qué hacer le dijo

que sí. A la segunda estación se bajaron y Luisa se lo llevó al departamento donde vivía. Al llegar, vio que su amiga Carmela no estaba en casa. — Debió salir de compras. Siéntate Juan…—le dijo Luisa. La vivienda de las chicas estaba bien amueblada, de dos ambientes amplios y en pleno centro madrileño. El dormitorio tenía una sola cama de tamaño matrimonial. La ventana de la cocina comedor tenía una cortina que apenas dejaba entrar la luz del Sol, de tela gruesa y bonito estampado, que Luisa corrió para iluminar el ambiente. Había varias lámparas allí, tapadas con unos pañuelos, un sofá amplio de cuero marrón y un bargueño repleto de jugos y bebidas alcohólicas, junto a un pequeño equipo de música ubicado en una de las esquinas. El ambiente no daba en absoluto la impresión de ser una cocina comedor sino una sala de citas de parejas. Juanjo, que había “calado” el ambiente, sin prejuicios le dijo a Luisa: — No es por nada pero no sé por qué este lugar me resulta “familiar”. No me imagino a mí, siendo mujer, viviendo en un lugar así. Pero bueno, cada uno hace su vida... — Carmela es un poco “especial” —contestó Luisa sabiendo a qué iba su amigo—. Resulta que ella se quedó sin trabajo y empezó a salir con unos chicos que los traía aquí y le ayudaban con dinero, en fin… se divertían un poco, ya sabes, pero no es una puta, Carmela es muy chapada a la antigua ¿sabes?… Es trabajadora y muy buena persona. Y además muy inteligente. Cuando regrese la vas a conocer. — Es de Colombia me contaste aquella vez…

— Sí, fu familia es de allí. Viene de familia muy pobre ella. Carmela les gira dinero desde aquí. No sabes cómo ayuda a su familia. Ellos comen de lo que Carmela les manda. Ella no anda en la droga ni esas cosas. Sus amigos fuman, sí, pero ella no. A todo esto la puerta se abrió y Carmela hizo su ingreso triunfal. En sus manos llevaba dos bolsas de supermercado llena de mercadería. — ¡Parece que llegué en el momento justo! —dijo la recién ingresada. Dejó las bolsas sobre la mesa y dirigió sus ojos al invitado— Me imagino que él es el amigo del que me hablaste ¿no Luisa? — Te presento a Juanjo, mi héroe salvador... Ella es Carmela, mi mejor amiga—dijo Luisa mirando a Juanjo— Como veis, es una colombiana auténtica. Juanjo miró a Carmela y pudo comprobar la veracidad de sus palabras. Su piel era de color oscuro, de ojos saltones y pelo enrulado. Su voz sabía a café. — Compré algo para la cena. Me imagino que os quedaréis a cenar… Miren esto; un matambre de cerdo, algo de pastas, dulce de arándanos —luego abrió la otra bolsa— café, azúcar, amaretis para acompañar el café, pan, un vinillo —sacó un chardonay de la bolsa y lo puso adelante para que ambos lo vieran— cigarros, chocolate y, como no podía faltar… cha chán! Lo mejor del tequila de México, niña. Luisa abrió los ojos ante el magnífico Don Julio Añejo. Juanjo se rascó la cabeza, “Cómo toman estas tías...”, pensó.

“Sí. Soy dancer en una disco de Madrid. Me pagan muy bien... Carmela me encontró ese trabajo, ella es barman, trabajamos los fines de semana.”

Una vez reunidos en la mesa las dos mujeres empezaron la plática. — Todo lo que te dije es verdad. Y Juanjo, aquí presente, no me deja mentir. El me aguantó en su casa y me dio de comer hasta que al fin pude venirme contigo. — No siempre te di de comer… A veces eras tú la que pagabas. — Oh! Sí… Aquél día que enganché a ese tío y me pagó €1000 por... —Luisa hizo una sonrisa cómplice y le lanzó una mirada a su amiga. Carmela abrió los ojos y exclamó: — ¡€1000! ¡Tú sí que eres buena, mi amiga! — Ja! Ja! No tanto como tú… Luisa tomó a Juanjo de la mano y éste se ruborizó un poco. Él hubiera tomado aquello como una “ayuda” si no fuera porque tenía sexo a diario con su inquilina. — Pero eres jamón, Juanjo. De verdad te lo digo, chico… Mira que aguantar a esta tía, tan independiente y loca, no es pa cualquiera. Luego la colombiana miró a Luisa y le hizo una seña. — Pero haber… Vamos al granillo pues. ¿Es cierto que este tío guapo es un toro español en la cama? Juanjo, sin prever sus palabras, se adelantó a no entrar en aquel tema.

— No sé de qué hablas, tía. No sé qué cosas te contó Luisa de mí. — ¿Cómo que “qué cosas me contó”? Si Luisa me dijo que no parabas de movértela como a una yegua a diario… — A ver, a ver… no sé a dónde queréis llegar. Yo nunca me quise aprovechar de Luisa. Simplemente se dio así y listo. Pero si no se hubiese dado como se dio yo la hubiese ayudado igual... Díselo Luisa, por favor. Que no quiero que tu amiga piense mal de mí. — Oye —le paró la colombiana— que aquí no estás pa hacerte el monaguillo. Si te gustó la Luisa ¡está bien! Que mi amiga es toda una mujer. Y tú eres un hombre ¿o no? Está bien que te guste chingar… que te guste ser el hombre de la mujer que está viviendo bajo tu mismo techo. En mi país los hombres son así, bien machos, les gusta chingar... Y si les toca tener a una hembra bajo su total protección ¡se la chingan y ya! Pues pa eso son hombres ¿o qué? Juanjo echó una mirada a la botella de tequila; estaba por la mitad. Las dos tías le habían dado duro al Don Julio Añejo y mucho más Carmela, que bebía y bebía como una esponja. — Pero aquí estamos en España —le contestó Juanjo— ¡Esto es el primer mundo…! En este país está mal visto aprovecharse de una mujer que no tiene cobijo. — ¡Pero quién habla de APROVECHAR! Estoy hablando de hombre y mujer… De esa cosilla rica y maravillosa que es el “amor”… O del sexo, si prefieres. A ver Luisa, vamos al grano, que estoy cansada de parlotear... Pues si este tío está tan bueno

por dentro y por fuera quiero comprobarlo ahora mismo. Juanjo giró su cabeza para mirar la expresión de Luisa. Esta no paraba de reírse, esperando de él una reacción. Juanjo no reaccionó, entonces Luisa le explicó la situación. — Yo le prometí a Carmela que si te traía aquí le harías el amor... Pero puedes negarte, si quieres, ella no se va a enojar por eso. — ¡Pero si esta tía está más ebria que una cabra! ¿No lo ves? Perdóname Carmela… No te quise ofender, disculpa tía. — Oh, no Juan... Carmela siempre es así. Y no hace falta que te disculpes. Te aseguro que con todo lo que se tomó si te agarra en la cama te deja sin aliento. Juanjo miró a las dos amigas y finalmente a Luisa. — ¿Hicieron una apuesta? — Más o menos… Bueno, yo le conté lo buen amante que eras. Y de… tu tamaño. Carmela le hizo otro gesto a su amiga flexionando el brazo. Luisa asintió. — A Carmela le gustan los hombres “rudos”, los “machotes malos”. Y yo le conté que vos… — Pará, pará, pará… —Juanjo hizo una pausa breve y bebió otro trago de tequila— ¿De dónde sacaste eso de que a mí me gusta ser “malo” en la cama? Bueno… reconozco que por “momentos” fui duro contigo, sí, porque se me salía la cadena y

bueno, no sé... Quizás fue tu actitud demasiado “pasiva” lo que despertó en mí mi tigre sexual. — ¡Entonces es verdad! —gritó la colombiana con ojos encendidos— Eres un auténtico latin lover, mi Juanjillo, un man machine, un… Juanjo, con los ojos desorbitados, empezó a ver cómo Carmela se sacaba sus ropas. — ¿Qué está haciendo tu amiga, Luisa? ¿Esto es una broma, no? — No temas que no te va a comer… Pero bueno, eso depende de vos. Eso sí, si aceptas follar con ella quiero que folles conmigo también. Que estemos los tres disfrutando. Hace mucho que no nos divertimos… Juanjo no tenía claro si ese nos se refería a “ellos dos” o a “ellas dos”. Pero eso ahora no importaba pues la colombiana ya se había quedado toda en ropita interior… con un cuerpo bien tallado y una piel plenamente tersa. Su delgadez hablaba sin reparos de una sana alimentación y sus curvas, sin ser exageradas, eran lo suficientemente notables para llamar la atención de cualquier hombre. Luisa también se desvistió, aunque su cuerpo ya lo conocía. Las dos mujeres se acercaron a él y empezaron a sacarle la ropa. Luisa, al verlo nervioso, intentó calmarlo haciéndole bromas... — El primer día que me metí en su cama Juanjo no sabía qué decir. Parecía un muñeco descompuesto, había que moverlo para jugar con él…

— Seguro que tu protector era virgen. Entonces fuiste tú la que lo salvaste a él… —Las dos mujeres empezaron a reírse de una forma muy socarrona. — Oye —se quejó Juanjo— ¡que yo al conocerla no era ningún pendejo! Es que yo… ¡no, paren! ¿qué hacen? ¿No van a jugar un poco? — Ya tendremos tiempo para jugar —le dijo la colombiana al colega, mientras sostenía en su mano derecha la dura polla lista para usarse. Pronto se puso en cuclillas y se la empezó a mamar a lo bestia. — Mmm, ¡mira qué tiesa está! Y eso que se hacía el dificilillo el chico... Cuando me contaste las cosas que hicieron juntos no me saqué a tu amiguito de la cabeza. La colombiana estaba fascinada con la formidable poronga de Juanjo. La lamía y se la metía en la boca mientras acariciaba con sus dedos sus huevos calientes. A todo esto Luisa, ubicada detrás de su amigo, le terminaba de sacar los pantalones y el bóxer negro habiendo sacado primero su calzado. Ahora Juanjo estaba sólo en medias… — Las medias se las dejamos, ¿qué te parece, Carmela? Para que no tome frío. Además, no sé por qué, me gusta ver al hombre con medias. Será porque se ven graciosos. Sé que a muchas mujeres no les gusta… — A mí con medias o sin medias me da igual si es un auténtico machote conmigo. Pa medias y tacos estoy yo… que es el hombre el que tiene que traspirar. Pa enterrar la batata en la tierra, claro, “A buen jardinero amor duradero” —concluyó la

ardiente colombiana que no paraba de tragarse la polla. — ¿Aguantará dos mujeres a la vez? —preguntó Luisa dubitativa. — Pues va a tener que aguantar porque si no, no sale de aquí —contestó Carmela muy divertida— ¿No es cierto mi gladiador ibérico que podrás con estas dos mesalinas? Juanjo las miraba asombrado pero al final tuvo que rendirse. Tenía que reconocer que aquellas tías lo hacían sentir más que bien. — Bueno, voy a intentarlo… Voy a tratar de aguantar varios rounds. Voy a tomarlo como una guerra de sexos; un hombre contra dos mujeres. El primero que cae pierde y los gemidos te hacen perder puntos… así que a gozar del sexo con el pico bien cerrado ¿Podrán aguantar par de niñatas? Las dos mujeres se miraron compartiendo miradas picarescas. Juanjo intuyó una conspiración entre las dos amigas para hacerlo perder. Pronto las tangas volaron abandonando el cuerpo de sus dueñas, que se acomodaron de rodillas en el sofá con el culo a la vista a la espera del ataque... ¿Podrán resistir las mujeres? ¿Caerá derrumbado él? ¿O es que aquello es un juego más dentro de un juego que nunca se acaba? Juanjo se quedó mirando a las dos “puertas” que tenía en frente... La de la izquierda era blanca como el pino y la de la

derecha un poco más oscura, con olor a café de Bogotá. Respiró hondo y se decidió por la oscura, la que lo llevaba a los cálidos cafetales. Se menó la polla hasta ponerla bien dura y se adentró en la maleza colombina. Pero no importaba qué puerta eligiera, si la de la izquierda o la de la derecha, pues “una llevaba a la otra y la otra a la una” en un círculo sin fin… Eligiera el camino que eligiera al final le sería imposible escapar. Y así, aquel “libro verde” que había vuelto a comprar en el subte, sumaba otra historia más que se añadiría al final del mismo, con su título y su encabezado, como los otros relatos allí presentes. Aunque tal vez Juanjo nunca lo sepa porque raras veces este tipo de lectores leen dos veces el mismo libro. Nunca sabrá que su historia ahora se encuentra allí. Pese a ello y más allá de todo, siempre quedará una puerta mágica al final de libro para sumar otra historia… Otro “Back Door” que hará incompleta la obra desconcertando a un nuevo lector.

FIN

Y tú, que estás leyéndome. ¿Qué esperas para vivir (y sumar) TU PROPIA HISTORIA? ¿Qué esperas para entregarte a los Placeres de la Mantis?

INDICE INDICE Detrás DetrásdedelalaPuerta Puerta(Pag.5) (Pag.5) MiMigusto gustopor porPapi Papi——MarCarmen MarCarmen(Pag.15) (Pag.15) LaLaentrega entregadedemimipedido pedidodedetangas tangas—Morena —MorenaInsaciable Insaciable(Pag.26) (Pag.26) ElElmejor mejoramigo amigodedemimiHijo Hijo—Andrea —AndreaRenas Renas(Pag.49) (Pag.49) LaLatentación tentacióndedeuna unaSuegra Suegra—Melissa —Melissa(Pag.60) (Pag.60) Visita VisitaalalGinecólogo Ginecólogo—Lucía —Lucía(Pag.86) (Pag.86) Una UnaMan�s Man�senenmimijardín jardín—El —ElJardinero Jardinero(Pag.97) (Pag.97) ¡Qué ¡Quéconfesiones, confesiones,mimigran granDios! Dios!—Melissa —Melissa(Pag.113) (Pag.113) ¡Mejor ¡MejorlalaMadre Madreque quelalaHija! Hija!—Ariadna —Ariadna(Pag.128) (Pag.128) Trofeo Trofeodedeguerra guerra—Morena —MorenaInsaciable Insaciable(Pag.157) (Pag.157) Asaltacunas Asaltacunassinsinremedio remedio—Lucía-Elizabeth —Lucía-ElizabethBlackwood Blackwood(Pag.168) (Pag.168) MiMigusto gustopor porlalazoofilia zoofilia—MarCarmen —MarCarmen(Pag.182) (Pag.182) Back BackDoor Door——Elizabeth ElizabethBlackwood Blackwood(Pag.198) (Pag.198)

Los Placeres de la Mantis

Idea original de Elizabeth Blackwood Edición y diseño completo del libro realizado por la misma autora con fotos e imágenes extraídas de Internet.

Un Hotel Ambulante

El señor Robinson ya se había puesto el último botón de la camisa. Miró al piso para cerciorarse de que no se olvidaba nada. Se llevó la mano a la boca. Todavía tenía el sabor de Carmela… “Cómo se movía esa negra… Por poco pensé que desarmaba el sofá”. Seguro de tener todo en orden caminó por el pasillo hasta la puerta de salida. Una vez que llegó hasta allí vio parada en la antesala a la conserje del hotel. — ¿Todo en orden señor Robinson? — Mejor no podría haber sido. Bueno, aquella es la salida ¿cierto? La señorita Blackwood no le respondió. — Oh! Disculpe... La llave, sírvase. Casi me la olvido en el pasillo… La mujer le recibió la llave. — Es normal que los clientes se la olviden. En ese caso yo los hago regresar al pasillo… Bueno señor Robinson, hasta luego, me alegra que la haya pasado bien. Es un gusto haberlo tenido aquí. ¿Está seguro que quiere dejar el hotel? Sabe que puede quedarse un tiempo más...

— Me encantaría pero es suficiente, tengo cosas pendientes que hacer. Es probable que regrese este fin de semana. Aunque sé que me arriesgo a no encontrarlo… — Muy bien, como más le guste. Que pase unas buenas noches señor Robinson. — Igualmente señorita Blackwood —y el caballero se encaminó hacia la puerta de salida.

El señor Robinson se encontró por casualidad con el mítico “Hotel Ambulante”. Igual que muchos escépticos creía que aquello era una leyenda urbana… hasta que esa misma noche, al venir de cenar del departamento de un ex compañero de trabajo, vio el nombre en luces verdes de neón... “Los Placeres de la Mantis — HOTEL” Según los testimonios de muchos de sus “clientes” el hotel aparecía y desaparecía sin dejar rastros. Se podía encontrar en una ciudad como Londres o al costado de una ruta poco transitada. No tenía un paraje determinado. Aquellos que tenían la fortuna de encontrarlo (en su mayoría del sexo masculino) afirmaban tener las aventuras sexuales más increíbles, con mujeres que no se cansaban de follar y cambiando de historia una y otra vez. El hotel era un lugar “hiper-dimensional”; no parecía provenir de este mundo. Los testigos hablaban de habitaciones virtuales donde el cliente vivía la historia de otra persona…

“Cuando atravesé la puerta simplemente estaba allí… atendiendo a una chica que decía querer hacerse un Papanicolaou. Lo cierto es que yo recordaba haberla atendido antes, y sabía lo que tenía que hacer con ella, aún sin haber estudiado medicina. Fue increíble, tuvimos un sexo fantástico. Todavía me acuerdo de lo vivido en aquel hotel.” “Sabía lo del hotel pero nunca lo creí. Un día me lo crucé y pensé que era una broma. Me atendió una señorita que me dio una llave y me condujo a un pasillo que daba a las habitaciones. No me cobró nada, dijo que el semen era la paga…” Hay que decir también que en las webs de Ufología aparecieron ciertos casos muy semejantes a estos, de gente que inexplicablemente estuvo ausente por meses fuera de sus casas y que cuando regresaron a sus hogares contaron las historias más desopilantes. O que aparecían en distintos países una vez que salían de extraños nightclub… Al regresar a sus casas, estos sujetos hablaban de haber pasado días en “pubs intergalácticos”, o teniendo sexo con “mujeres alienígenas” y hasta viviendo la vida de hombres millonarios al cual nunca les faltaban mujeres… La cuestión es que nadie creyó eso de una “intervención alienígena” en el planeta, por lo que las autoridades de cada país hicieron caso omiso a esos delirios ufológicos y nunca investigaron los casos. Antes de que el señor Robinson atravesara la puerta de salida, la señorita Blackwood lo llamó con énfasis aludiendo que se olvidaba algo.

El señor Robinson se giró para mirarla. La mujer estaba a un paso de él. — Discúlpeme señor Robinson, pero me olvidé de darle esto… El señor Robinson miró el objeto. Era un libro, “Los Placeres de la Mantis”. — Cortesía de la casa, no más. Para que tenga un recuerdo de su estadía aquí. Ahora mismo estamos vendiendo algunos ejemplares en los subtes de Europa… — Gracias. No me vendrá mal para revivir las historias que tuve aquí... ¿Tiene una idea de en dónde estará el Hotel la próxima vez por si no lo encuentro en este lugar? Lo digo pues andan por todo el planeta… — Nuestra próxima parada será New York, aunque no le puedo asegurar en qué lugar. Allí hay muchos clientes potenciales ya que la ciudad tiene mucha actividad nocturna. — Bien, si llego a andar por allá por cuestiones de negocios puede que los encuentre de vuelta. — Lo estaremos esperando señor Robinson. Usted ha resultado ser un semental excelente. El señor Robinson pudo atravesar, al fin, la puerta trasera. Buscó dónde quedaba la calle y al verla se encaminó en esa dirección. Luego de recorrer cien metros sobre una vereda poco iluminada, se tentó a ir sobre sus pasos para ver si el hotel aún seguía donde lo encontró, o sea en el mismo lugar.

Por alguna razón no pudo hacerlo y siguió su camino hacia la estación del subte. Tal vez no queriendo comprobar la veracidad de la leyenda del hotel… o, en caso contrario, temiendo caer en la tentación de volver a entrar y no querer salir.

Un misterioso libro que con�ene varios relatos eró�cos y un motel imaginario donde se realizan esas fantasías… El primero es algo real, el segundo es pura ficción. Lo común en ambos casos: las man�s, mujeres insaciables. ¿De dónde provienes nuestros sueños? ¿Alguien se alimenta de nuestras fantasías? ¿Es cierto que la pulsión sexual puede abrir las puestas hacia otra dimensión? “Los Placeres de la Man�s” es una producción literaria que plantea otra forma de entender el ero�smo. Tanto de escribirlo como de leerlo, siempre en los límites de la realidad y la ficción. La mayoría sólo lo pueden leer. Algunos menos lo pueden disfrutar. Pero sólo una pequeña minoría puede captar lo que esconde la obra… Quien descubra la clave secreta jamás verá el sexo de la misma manera.