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Los hijos del limo I La tradición de la ruptura El tema del libro es “mostrar que un mismo principio inspira a los románticos alemanes e ingleses, a los simbolistas francés y a la vanguardia cosmopolita de la primera mitad del siglo XX.” (17) Este principio es singular en la historia de la humanidad según el recuento que Paz hace de la concepción del tiempo que tenían civilizaciones primitivas, la religión hindú y el cristianismo; ellas “son tentativas por anular o, al menos, minimizar los cambios.” (26) Primero Paz reflexiona sobre el oxímoron que implica la enunciación de la tradición moderna: tradición evoca el pasado, moderna evoca la actualidad, ¿cómo entendemos la actualidad, o la traída de regreso, del pasado en una tradición que lo niega? “La tradición de la ruptura implica no solo la negación de la tradición sino también de la ruptura…” (11) El cambio de episteme, seguido del próximo cambio de episteme: parece que nada llega para quedarse sino la idea de lo actual. Hay una celeridad del tiempo; pasado, presente y futuro se (con)funden. Subyace una angustia, en este aparente eterno presente, que brota del conocimiento (porque la modernidad se reconoce como tradición) que tenemos de que no hay un gran quiebre, sino un perpetuo quiebre, estamos en una época autodestructiva. “La negación de todos los principios, el cambio perpetuo, es su principio.” (15) Con anterioridad, en el siglo XVII, se hablaba de los modernos como aquellos que actualizaban los estilos antiguos, no mediante la negación sino mediante la sorpresa y el asombro. ¿Qué diferencia a los modernos rupturales de los modernos sorpresivos? La “crítica del pasado inmediato, interrupción de la cotidianidad.” (13) El arte moderno no solo es hijo de la nueva episteme, signada por la ruptura de la anterior, sino que él mismo la cuestiona y la niega. El pasado antiquísimo se puede presentar como un comienzo, porque propone algo distinto a la tradición inmediata anterior. Pero la tradición moderna no acude a las combinatorias de los estilos inmediatamente anteriores, sino a su negación como algo, tal vez, ya caduco, incapaz de nombrar la nueva realidad, en constante actualización. Nuestro fundamento es el cambio, por tanto, el dejar atrás al pasado se torna compulsivo: “Al cambiar nuestra imagen del tiempo, cambió nuestra relación con la tradición.” (19) Lasociedades primitivas viven el pasado como presente: el mito del eterno retorno. “El arquetipo temporal, el modelo del presente y del futuro, es el pasado.” (19) El pasado inmemorial, relacionado directamente con el mito, es el ritmo temporal que habitan las sociedades primitivas. Los hechos y actos presentes calzan con ese modelo arquetípico, que se conoce a través del mito y se vive a través del rito. No existe el cambio porque todo momento es repetición, la actualidad es nula porque toda acción fue realizada ya: “no es lo que pasó una vez, es lo que está pasando siempre.” (20) Es tiempo y es, también, la negación del tiempo: no conoce el cambio porque disuelve la diferencia entre el ayer y el

hoy. “…para nosotros el tiempo es el portador del cambio, para ellos es el agente que lo suprime.” (20) Esta noción del tiempo tiene un carácter circular, el cambio es nefasto y advierte la caída. Este modelo de pasado se relaciona más con zoé que con bios: (re)nace y muere: la recurrencia es la salvación a la caída: “El pasado es una edad venidera.”(21) La historia, en cambio, “es una degradación del tiempo original, un lento pero inexorable proceso de decadencia que culmina en la muerte.” (21) El futuro, para nosotros, es lo nuevo; para el primitivo es lo más antiguo traído de vuelta. Este pasado inmemorial es conocido en Occidente como la edad de oro, en otras civilizaciones, asiáticas, americanas, es el jade. Metal y piedra preciosa son símbolos dobles: muerte y resurrección, inexorables. “En una fase el tiempo se condensa y se transmuta en materia dura y preciosa, como si quisiera escapar del cambio y sus degradaciones; en otra, piedra y metal se ablandan, el tiempo se disgrega y corrompe vuelto excremento y pudrición animal y vegetal.! (22) El carácter cíclico nos regresa un pasado que se aleja nuevamente: la conjunción del pasado con el presente, mediante el rito o el momento mágico, supongo, es la condensación de momento precioso que se desvanece al instante. Religión hindú se opone radicalmente a la historia, es la negación del tiempo más radical, el cambio es una ilusión: está relacionado con el sueño de Brahma, quien sueña nuestros ciclos temporales y al despertar los disipa, al quedar dormido está condenado a tener el mismo sueño. “Ese enorme sueño circular, irreal para el que lo sueña, pero real para el soñado. Es monótono: inflexible repetición de las mismas abominaciones.” (23) “La religión india no rompe el tiempo cíclico: sin negar su realidad empírica, lo disuelve y lo convierte en una fantasmagoría insustancial.” (23) Podemos pensar que el indio disipó el ciclo, no es algo que retorna, parece más un presente inexorable. El cristiano sí rompió el ciclo: todo ocurre una vez y todo me ocurre a mí. El sentido (“el drama cósmico” (24)) ya no gira en torno al mundo, sino en torno al hombre, en torno a cada uno de ellos, así se marca la heterogeneidad, fragmentación, del tiempo. El cristiano está convencido de la decadencia de su época, del fin de un ciclo. La marca temporal de esta religión es el fin de los tiempos, la salvación está sujeta a la atemporalidad, a un tiempo perfecto y divino donde todas las contradicciones se disuelven; para el primitivo esta atemporalidad está en el principio de los tiempos. “El centro de gravedad de la historia cambió: el tiempo circular de los paganos era infinito e impersonal, el tiempo cristiano fue finito y personal.” (24) El principio circular, o de espiral, se comienza a relación con lo demoníaco, lo incidente: el infierno de Dante. La historia, es decir, la sucesión es sinónimo de caída, de expulsión del presente eterno del paraíso, es el principio del quiebre, de la escisión. La heterogeneidad del tiempo y la eternidad son las fuerzas o tensiones en que el hombre se mueve, pensando en la eternidad como un futuro perfecto, en el que el cambio no existirá y se reestablecerá la armonía inicial. “El abanico de las concepciones del tiempo es inmenso, pero toda esa prodigiosa variedad puede reducirse a un principio único. Todos esos arquetipos, por más distintos que sean,

tienen en común lo siguiente: son tentativas por anular o, al menos, minimizar los cambios.” (26) “La época moderna –ese período que se inicia en el siglo XVIII y que quizá llega ahora a su ocaso-es la primera que exalta el cambio y lo convierte en su fundamento (…) No pasado ni la eternidad, no el tiempo que es, sino el tiempo que todavía no es y que siempre está a punto de ser.” (26-27)