Lo Que No Tiene Nombre

Lo que no tiene nombre “La vida es física” siempre me gustó ese verso de Watanabe. Y este también de Blanca Varela: “es

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Lo que no tiene nombre “La vida es física” siempre me gustó ese verso de Watanabe. Y este también de Blanca Varela: “es la gana del alma/que es el cuerpo”. Siempre vendrá alguien quien me diga que nos queda en la memoria, que nuestro hijo vive de una manera distinta dentro de nosotros, que nos consolemos con los recuerdos felices, que dejó una obra… Pero la verdadera vida es física, y lo que la muerte se lleva es un cuerpo y un rostro irrepetibles: el alma que es el cuerpo. Vamos la muerte no como una culminación y un tránsito hacia otro lugar, sino de esa forma a la vez descarnada y sin consuelo a la que la ha reducido la historia moderna: un hecho simple, natural, tan aleatorio como la vida misma. Lo único que podemos hacer ahora para sacarla de su condición de acto animal es recurrir a un ritual de despedida suficientemente hermoso, que tenga que ver con el mismo Daniel y con aquello que nosotros creemos. Sé que tenía miedo: de su futuro, del alcance de su enfermedad, de la escasez. Miedo a su propia potencia y al reconocimiento, que lo comprometía con un talento que no estaba seguro de poseer. Nos creamos ideas y mitos para poder esconder esa idea desoladora, esa pregunta sin respuesta, el hecho de que no tenemos un propósito en la vida; por ello nos inventamos las religiones, los seres superiores, para poder justificar nuestra existencia. La soledad que nos ataca, nos mata lleva a la gente a la desesperación, al suicidio. Y es que la fuerza de su racionalidad dio siempre una dura batalla contra la fuerza de sus emociones. Una de las dos iba a crecer como una hidra que terminaría devorándolo. Yo hace tres años no conecto la neurona. Cuando a sus veinte años empezó a tener comportamientos extraños, algunos amigos lo abandonaron, cediendo al primitivo miedo que nos causa la locura. Desde entonces, teniendo ya conciencia de que es una realidad insoslayable, convierte la enfermedad en el gran secreto de su vida: el temor al estigma es desde entonces un miedo más. ¿Y el miedo a la locura? ¿Y el miedo al fracaso? ¿Y el miedo a la soledad, a la falta de amor, al abandono? Eres distinto, peligrosamente distinto, debía decir su adolorida conciencia. No podrán curarte, eso no. Cada vez que alguien muere por su propia mano o intenta morir; cae un velo que nadie volverá a levantar, que quizá, en el mejor de los casos, podrá ser iluminado con suficiente nitidez como para que el ojo reconozca sólo una imagen huidiza. Pero hay otro velo sin duda también atrozmente perturbador: el que cae frente a los dolientes del que se ha quitado la vida. A través de él solo vemos sombras; y cuando, al aguzar la mirada, creemos estar la enfocando una realidad precisa, ésta cambia o se desvanece.