Literatura Latina

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Latín 2 BACHILLERATO

El libro Latín para 2.º de Bachillerato forma parte del proyecto La Casa del Saber, diseñado y creado en el departamento de Ediciones Educativas de Santillana Educación, S. L., dirigido por Enrique Juan Redal. AUTORES

Carlos García Gual Mariano A. Andrés Puente José Antonio Monge Marigorta ADAPTACIÓN DIDÁCTICA

Beatriz Torres Lizcano Susana del Castillo Serrano EDICIÓN

Silvia Caunedo Madrigal DIRECCIÓN EDITORIAL DEL PROYECTO

Estrella Molina

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Historia de la literatura latina

1 Épocas de la literatura romana 1.1. 1.2. 1.3. 1.4. 1.5. 1.6.

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Orígenes División en épocas y períodos Época arcaica Época clásica Época postclásica Época tardía

Músicos y danzantes, fresco etrusco procedente de la tumba de los Conjuros.

Una de las más importantes y fundamentales características de la literatura latina es la unidad: en Roma la literatura surge solo cuando se hubo constituido un Estado lo bastante fuerte y unitario. La lengua es, manifiestamente, unitaria, centralizada: no encontramos en ella indicio alguno de aquella singular convivencia de varios dialectos literarios que entre los griegos sirvió para crear y definir los distintos «géneros» de la literatura. No hay ninguna diferencia apreciable entre escritores del Lacio o de la Lucania, de la Galia o de Iberia. Todos convergen en Roma, donde está la vida intelectual y la Patria. A. Rostagni, Literatura latina

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1 Épocas de la literatura romana 1.1. Orígenes La literatura en sentido estricto, es decir, la escritura de obras de autor y título conocidos, con pretensiones y técnicas literarias, no empieza a producirse en Roma hasta la segunda mitad del siglo III a. C. Los primeros autores conocidos son Livio Andrónico (280-200 a. C.), un griego de Tarento, la «capital» de la Magna Grecia, y Gneo Nevio (264-200 a. C.), un italiano de la Campania, región fuertemente helenizada del sur de Italia, afincados ambos en Roma después de la primera guerra púnica (264-241 a. C.). El primero tradujo al latín la Odisea de Homero, y adaptó, dirigió y representó las primeras obras de teatro en Roma, tragedias y comedias, en lengua latina, pero según las pautas del género dramático griego: temas, estructura de las obras, tipo de lenguaje y métrica. El segundo escribió un poema épico sobre la guerra recién terminada, titulado Bellum Punicum, algunas tragedias de tema griego y algunas comedias en que se mezclan la inspiración griega y la itálica. De estos pioneros de la poesía latina no se han conservado más que los títulos de algunas obras y un puñado de fragmentos. En el campo de la prosa, los primeros nombres de autores conocidos corresponden al género histórico. Se trata de los llamados analistas, por mantener la fórmula tradicional en Roma de ir desgranando los acontecimientos año tras año, Annales. A ellos se debe la recopilación, sistematización y fijación de las tradiciones y leyendas sobre el pasado más remoto de la ciudad y de Italia. Lo más llamativo de estos primeros «historiadores» es que escribieron sus obras en griego. Estos datos dejan bien claro que el impulso inmediato que hizo surgir la literatura en latín, al menos en algunos de los géneros más importantes, fue la traducción, adaptación e imitación de la literatura griega. Detrás de este impulso están dos procesos históricos convergentes: • La culminación de la conquista de Italia por los romanos, con el consiguiente encumbramiento de Roma como centro político de toda la península, ya a principios del siglo III a. C., y su conversión en una potencia del Mediterráneo occidental tras su victoria sobre Cartago en la primera guerra púnica. Este nuevo status de la ciudad requería y posibilitaba la aparición de una literatura que enalteciera sus orígenes y proclamara su supremacía, en los géneros épico e histórico, y de unas formas de entretenimiento que dignificaran sus festividades cívico-religiosas, a saber, el teatro. • La intensificación de sus contactos con la cultura helénica de las colonias que los griegos habían venido implantando en el sur de Italia y en Sicilia desde el siglo vIII a. C. y que en el siglo III habían caído bajo el dominio romano, primero las del sur de la península, con Tarento a la cabeza, y luego las de Sicilia, como consecuencia de las victorias romanas en la primera y segunda guerras púnicas. La conquista y la consiguiente ocupación militar y administrativa hizo evidente a los romanos la superioridad cultural griega en todos los aspectos: urbanismo, arte, mitología, filosofía, literatura, formas de ocio, etc. De esta evidencia surgió el deslumbramiento y el deseo de imitación, primero, y de emulación, después. En palabras de Horacio, «la cautiva Grecia cautivó a su vencedor e introdujo las artes en el rústico Lacio» (Epístolas, II, 1, 156). Entre estas artes estuvo el arte de la literatura. Hasta entonces, en el «rústico Lacio», como en el resto de Italia, existía una rica literatura oral, que se manifestaba en las leyendas sobre los viejos tiempos de la fundación, de la época monárquica y de las guerras contra los pueblos vecinos. Estas leyendas eran recitadas durante los banquetes en un tipo de verso muy arcaico llaHistoria de la literatura latina

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Recreación del caballo de Troya, del siglo XV. Francia.

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mado «saturnio»: Saturno era el mítico creador del pueblo latino. Se sabe también que en los funerales se narraban las hazañas, siempre exageradas, del muerto y de sus antepasados más ilustres, y que en algunas festividades religiosas los «cofrades» cantaban plegarias a su dios. A todo este tipo de composiciones en verso se las denomina carmina, plural de carmen, «canción». Apenas queda nada de todo ello; en el mejor de los casos se conserva en versiones ya muy tardías, que impiden hacerse una idea clara de su nivel literario original. Algo parecido ocurre con las primeras manifestaciones de la prosa escrita: leyes, libros sagrados, Annales oficiales, archivos privados, etc.

Mosaico con escena báquica. Museo de Antioquía, Turquía.

Mayor entidad y persistencia tuvieron las creaciones literarias relacionadas con el teatro. Procedentes de las zonas limítrofes, Etruria al norte, Campania al sur, se habían introducido en Roma espectáculos teatrales de tipo popular, con un fuerte carácter satírico: los llamados versos fesceninos de los etruscos, diálogos picantes recitados por actores con máscara, y las fábulas atelanas, obras más complejas representadas por varios actores que daban vida a las peripecias de unos personajes arquetípicos: el tonto glotón, el esclavo listo, el viejo verde borracho, el contrahecho maligno, etc. En este tipo de funciones la improvisación era la norma, aunque es posible que hubiera un «libreto» mínimamente literario. Su arraigo en el gusto popular pervivió a lo largo de los siglos, impregnó en parte la comedia literaria posterior, por ejemplo, las obras de Plauto, y, en el caso de la atelana, llegó a alcanzar rango literario a través de autores reconocidos (siglos II-I a. C.).

1.2. División en épocas y períodos Tradicionalmente se viene dividiendo la historia de la literatura romana en épocas, y estas en períodos, según el siguiente esquema: I. Época arcaica: siglos iii-ii a. C. Primer período: hasta el final de la tercera guerra púnica (146 a. C.). Segundo período: después de la tercera guerra púnica. II. Época clásica: siglo i a. C. Primer período: final de la República. Segundo período: principado de Augusto (31 a. C.- 14 d. C.). III. Época postclásica: siglos i-ii d. C. Primer período: siglo i. Segundo período: siglo ii. Iv. Época tardía: siglos iii-v d. C. Es el esquema que aquí seguiremos. En cada una de las épocas y períodos se presentará el contexto cultural y literario –el histórico está expuesto en el tema Historia de Roma–, para pasar a dar noticia sucinta de los autores y obras más importantes. Aquellos cuyos textos han sido seleccionados para el trabajo de análisis, traducción y comentario en este libro, son estudiados con mayor amplitud en las introducciones correspondientes.

Artemisa y Acteón, metopa del templo de Selinunte, Sicilia.

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1.3. Época arcaica Primer período: hasta la tercera guerra púnica (146 a. C.) El siglo que va desde el final de la primera guerra púnica (218-202 a. C.), que establece definitivamente la supremacía de Roma en Italia, hasta el final de la tercera (146 a. C.), que coincide con su conversión en potencia dominante del Mediterráneo, puede considerarse el período más decisivo de la historia de Roma. Esta asombrosa expansión provocó una transformación de la República en todos los aspectos: político, socioeconómico y cultural. La cultura romana, sin perder sus rasgos tradicionales, se volvió hacia Grecia, que empezará a tener el papel de inspiradora o modelo que antes tuvieron los etruscos. El proceso de helenización cultural de Roma, ya iniciado tras la conquista de la Magna Grecia italiana y siciliana, se intensificó después de la conquista de Grecia y su partición en dos «provincias» romanas coincidiendo con el final de este período. La demanda de cultura griega creció en todos los terrenos: se latinizan los nombres de los grandes dioses del panteón griego, se introducen los cultos de Cibeles, Apolo y Baco, se multiplican a lo largo del año los juegos (ludi) cívico-religiosos, con el teatro como ingrediente indispensable, se empiezan a utilizar los diferentes estilos arquitectónicos griegos, etc. Este proceso afectó a todas las capas de la población. Pero se dio sobre todo en la clase dirigente; o en una parte de ella, pues otra más tradicionalista se oponía visceralmente a esas nuevas ideas por considerarlas una amenaza a la vieja moral romana, los mores maiorum. Esa demanda cultural incluía naturalmente también la literatura. En ésta ocupó un lugar destacado el teatro al estilo de los griegos, sobre todo la comedia, que vivió en esta época, con Plauto primero y Terencio después, el período más brillante de este género en toda la historia de Roma. Pero también se empezaron a desarrollar otros géneros, siguiendo las pautas temáticas, estilísticas y métricas de los griegos. Por ejemplo, la poesía épica, que tuvo su principal representante en la figura de Ennio. También se iniciaría la literatura en prosa, aunque ésta de la mano de uno de los principales opositores a la helenización cultural, el viejo M. P. Catón, «el Censor». Estos cuatro autores, Plauto, Ennio y Catón, de la generación que vivió la segunda guerra púnica, y Terencio, de la generación siguiente, constituyen lo más valioso de este período.

Representación de Aulularia de Plauto. Montaje de la Compañía Omérico Teatro. Madrid, 2001.

T. M. Plauto (254-184 a. C.) Es el autor de teatro más importante de la historia de la literatura latina. No era romano, pues nació en Sársina, en la región de la Umbría, pero fue en Roma donde escribió, dirigió y representó las más de 120 comedias que se le atribuyen. Se conservan 20 prácticamente completas. Pertenecen al tipo denominado palliata porque, al estar adaptadas de otras de autores griegos anteriores, sus personajes vestían a la griega: el pallium era para los griegos lo que la toga para los romanos. A pesar de ello, o quizá gracias a ello, gozó de enorme y perenne popularidad. Buena prueba es la extraordinaria cantidad de obras conservadas. Los títulos más importantes son: Amphitrion, Curculio, «El gorgojo», Asinaria, «Comedia de los asnos», Aulularia, «Comedia de la olla», Captivi, Menaechmi, «Los hermanos Menecmos» o «Los gemelos», Miles gloriosus, Mostellaria, «Comedia de los fantasmas», y Truculentus.

Q. Ennio (239-169 a. C.) Nacido en el sur de Italia, cerca de Tarento, se convirtió en el primer poeta nacional romano por su epopeya Annales. A lo largo de sus 18 libros cantaba las gestas romanas desde sus orígenes hasta la victoria sobre los cartagineses. Solo se conocen de ella unos centenares de versos sueltos. En la historia de la literatura ocupa un lugar destacado por ser la primera obra en la que se empleó el hexámetro dactílico, el verso tradicional en la épica griega a partir de Homero. Como será habitual entre los autores romanos, no se limitó a cultivar un solo género: escribió también tragedias y comedias, de las que no se conservan más que fragmentos. Historia de la literatura latina

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M. P. Catón (234-149 a. C.) Nacido en Túsculo, cerca de Roma, ocupó las más altas magistraturas de la ciudad. Es conocido como «el Censor» por la energía con que desempeñó este cargo. Cultivó diversos géneros en prosa. Sus obras más importantes son una especie de manual sobre la administración de una explotación agraria, De agri cultura, interesante sobre todo porque es la obra en prosa latina más antigua que se conserva, y una historia de Roma y de Italia, escrita según la técnica de los primitivos analistas, titulada Origines, que no se ha conservado. Tuvo fama también de buen orador, defensor del estilo tradicional de los políticos romanos.

P. Terencio (185-159 a. C.) Se le dio el sobrenombre de Afer, «el Africano», por tratarse de un esclavo procedente de Cartago. Liberado por su dueño, un romano llamado Terencio, fue adoptado por el selecto grupo de filohelenistas que se iba formando en la aristocracia romana alrededor de los Escipiones. Murió muy joven y dejó escritas seis comedias del tipo palliata, que se conservan. Al igual que Plauto, tomó sus argumentos de autores de la «Comedia Nueva» y, como él, practicó la contaminatio, mezcla de argumentos, a fin de conseguir una acción más movida. Pero, como escribe J. Bayet en su Literatura latina, «pese a sus fuentes comunes, media un abismo entre Plauto y Terencio». Con Terencio la comedia latina se refinó. Estaba más cerca del drama burgués que de la farsa desenfrenada de su predecesor. Sus títulos, todos ellos griegos, son, por orden cronológico: Andria (166 a. C.), Eunuchus, Hecyra, «La suegra», Heautontimorumenos, «El autotorturador», Formio, nombre del protagonista, un «parásito», y Adelphoe, «Los hermanos», del año 160 a. C.

Segundo período: después de la tercera guerra púnica Liquidado el peligro cartaginés, Roma fue completando, en la segunda parte del siglo II a. C., el círculo de su dominio alrededor del Mediterráneo. El Imperio romano empieza ya a ser el «más grande conocido, después del de los dioses», como dirá Tito Livio. Desde el punto de vista cultural, la implantación de la cultura griega en los medios aristocráticos se acentúa. Filósofos y rethores reabren sus escuelas. Escritores griegos de prestigio, como el historiador Polibio y el filósofo Panecio, se instalan en Roma. Se abren círculos intelectuales y literarios, en los que se van formando los nuevos dirigentes: el más importante es el ya aludido de los Escipiones, en que se formaron, por ejemplo, los Gracos. Empiezan a conocerse en Roma las nuevas tendencias del helenismo, tanto filosóficas: estoicismo, epicureísmo, academicismo, como literarias: la lírica «alejandrina» de Calímaco o Teócrito. Pero, por razones históricas y políticas, la admiración hacia lo griego va equilibrándose con el orgullo nacionalista y se va consiguiendo una vía mixta, grecorromana, en la que se mezcla lo mejor de cada tradición. Buen ejemplo de ello es el autor más destacado de este período, el poeta Lucilio.

G. Lucilio (180-120 a. C.) Nacido al sur del Lacio, se mantuvo al margen de las luchas políticas. Sirvió en la guerra de Numancia (134 a. C.). Se movió en ese círculo literario formado alrededor de los Escipiones. A partir de los 50 años se dedicó enteramente a la literatura. Escribió según las técnicas importadas de Grecia: hexámetros, dísticos elegíacos, yambos y troqueos, pero con un espíritu cien por cien italiano: crítica acerba, realismo, socarronería popular, moralismo. Publicó unos 30 libros de Sátiras, convirtiéndose en el creador de este género, considerado el más romano de todos: Satira tota nostra est, escribió Quintiliano Página ilustrada de una edición de 1493 de las obras de Terencio, corresponde a la comedia titulada Formión.

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1.4. Época clásica Primer período: final de la República A toda esta época se la considera el siglo de oro de la literatura romana. Y a sus autores más destacados, los clásicos, es decir, «de primera clase», por antonomasia. A este primer período, que transcurrió mientras la República se desangraba por sucesivas guerras civiles, se le conoce también como «período ciceroniano» o «época de César», por ser éstos los autores más representativos. Junto con Salustio y Cornelio Nepote, constituyen la generación de prosistas más brillante de la historia de la literatura escrita en latín. Dado el momento que les tocó vivir, no es extraño que los dos géneros en prosa que más se desarrollaran fueran la historiografía y la oratoria. Pero su brillantez oscurece injustamente a dos figuras excepcionales de la poesía latina como son Catulo y Lucrecio, el primero en el género lírico y satírico, el segundo en el didáctico. El grupo se completa con la figura de M. Terencio varrón, el más grande erudito romano, intelectual investigador de todo lo divino y lo humano.

Pájaros y motivos vegetales, detalles de los frescos de una villa romana de Oplonti, cerca de Pompeya (siglo i d. C.).

Educados todos ellos por maestros griegos, según había empezado a ser costumbre en las familias ricas romanas desde comienzos de siglo, en algunos casos con estancias más o menos prolongadas en los principales centros de cultura de Grecia y Asia Menor, conocían a fondo la lengua, la literatura y el pensamiento griegos. Pero no era menor el conocimiento y aprecio de la tradición literaria romana y, sobre todo, de las posibilidades de su propia lengua, a la que elevaron al altísimo nivel de precisión, flexibilidad y elegancia que caracterizaría ya para siempre al latín literario. Si a esto unimos su fuerte nacionalismo, el orgullo por su propia historia y por el nivel cultural alcanzado, se puede afirmar que encarnaron la simbiosis perfecta entre helenismo y romanismo, que es lo que mejor describiría al clasicismo romano.

M. Terencio Varrón (116-27 a. C.) A lo largo de su dilatada vida, este asombroso polígrafo escribió multitud de obras sobre los temas más diversos y sirviéndose de diferentes géneros literarios. Desgraciadamente solo una se ha conservado entera: De re rustica, una obra de economía agrícola, en la tradición ya iniciada por Catón. Parcialmente se conserva una obra interesantísima para el conocimiento de los estudios gramaticales romanos: De lingua latina. De las demás obras solo se conservan fragmentos, en el mejor de los casos.

M. Tulio Cicerón (106-43 a. C.) De formación enciclopédica: retórica, filosofía, literatura, tanto romanas como griegas, dedicó la mayor parte de su vida a la abogacía y a la política. Fruto de esta actividad se conservan de él unos sesenta discursos, Orationes, ante los tribunales, la mayor parte como defensor: Pro Sexto Roscio, Pro Murena, Pro Milone, etc., y algunos como acusador: In Verrem, las famosas Verrinas, In Catilinam, las Catilinarias, las Filípicas, contra Marco Antonio. Sus conocimientos sobre la teoría y la práctica de la oratoria las dejó plasmadas en tratados como el De oratore o el Brutus. Al final de su vida utilizó el forzado retiro de la política para recopilar, en forma de diálogos, el saber filosófico de su época sobre los más diversos temas: políticos, en De re publica y De legibus, morales, en De finibus bonorum et malorum, De officiis, De senectute y De amicitia, y religiosos, en De natura deorum y De divinatione. Cultivó profusamente el género epistolar: Cartas a su amigo Ático, a sus familiares, a su hermano Quinto.

C. Julio César (100-44 a. C.) Perteneciente al patriciado, se dedicó desde joven con ahínco a la carrera política hasta conseguir el poder supremo en Roma tras una cruenta guerra civil. Apenas disfrutó de él, porque fue asesinado a poco de conseguirlo. Pero fue también un excepHistoria de la literatura latina

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Cicerón.

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cional hombre de letras. Se dedicó a ellas, sobre todo en su juventud, con escritos de poesía, gramática y discursos, todos ellos perdidos, y en el momento de su triunfo, la conquista de las Galias, con sus Commentarii de bello Gallico, y en su victoria sobre Pompeyo y el Senado, con los Commentarii de bello civili. Estas dos obras, difíciles de catalogar dentro del género historiográfico, han sido consideradas siempre como una de las cumbres a las que llegó el latín literario.

Cornelio Nepote (100-25 a. C.) Procedía de la Galia Cisalpina, como su amigo Catulo, y en Roma se movió en el círculo de Cicerón. Se dedicó sobre todo a la biografía de tipo divulgativo. De su obra De viris illustribus solo se conserva el libro III, sobre famosos generales de origen extranjero, como Milcíades, Pausanias, Alcibíades, Amílcar y Aníbal, y sobre algunos personajes romanos, como Catón el Censor.

Lucrecio Caro (96-54 a. C.)

Atalanta e Hipómenes, una de las historias que relata Ovidio en las Metamorfosis.

Apenas se sabe nada de su vida y se conserva de él una sola obra: un largo poema del género didáctico, titulado De rerum natura, «Sobre la naturaleza de las cosas», dividido en seis cantos y escrito en hexámetros. A pesar de que es una exposición sistemática del pensamiento de Epicuro sobre física, moral y religión, la belleza de su lenguaje, la perfección de su composición, el dramatismo y la sinceridad con que está escrito hacen de él el poema filosófico-científico más grande jamás escrito.

C. Valerio Catulo (87-54 a. C.) Nacido en verona, capitaneó en Roma el movimiento de poetas vanguardistas que renovó la poesía latina introduciendo en ella la técnica y la sensibilidad de la última poesía griega, la poesía alejandrina. Su vida fue breve y apasionada, y su obra es un fiel reflejo de ella: de él se conserva una colección de poco más de cien poemas o Carmina, de una enorme variedad temática: erótica, elegíaca, satírica, mitológica, y métrica, aunque predomina el dístico elegíaco, y de una extensión también muy diferente, de dos a cuatrocientos versos. Hay pocos poetas de la antigüedad clásica cuya sensibilidad sea más cercana a la de la poesía actual que la de Catulo.

C. Salustio (86-35 a. C.) Nacido en el antiguo territorio sabino, próximo a Roma, unió su destino político al de César. Con el triunfo de este, llegó a ser gobernador de la provincia Africa nova. Tras la muerte del dictador, se retiró a Roma, donde vivió de las rentas acumuladas durante su mandato africano, dedicándose a escribir diversas obras de historia. Se conservan sus monografías Bellum Iugurthinum, «La guerra de Yugurta», y Bellum Catilinarium, sobre la conjuración de Catilina. De su última obra, Historias, centrada en la primera parte del siglo I a. C., solo se conocen fragmentos. Modernizó la historiografía romana, siguiendo el modelo del griego Tucídides.

Segundo período: principado de Augusto El triunfo de Augusto puso fin a un siglo de enfrentamientos civiles y alteró por completo el régimen político imperante en Roma durante los cinco siglos anteriores. Para asegurar el éxito de su «revolución», el nuevo Princeps no se contentó con reforzar su dominio sobre el ejército y sobre el aparato del Estado, sino que se empeñó en apaciguar a la sociedad romana a base de unirla bajo una ideología común, cuyos dos ingredientes principales serían el orgullo nacional y la vuelta a las costumbres de los antepasados. Para conseguir esto último buscó y protegió a los jóvenes escritores que ya empezaban a descollar, como virgilio y Horacio primero, Tibulo, Propercio y Ovidio 14

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después; dos generaciones de poetas que no dudaron en responder a la demanda de Augusto y contribuyeron con su obra a exaltar al nuevo régimen y a su fundador. Este carácter de poetas cortesanos no impidió que protagonizaran, junto al historiador Tito Livio, el período más brillante de la literatura romana. Confluyen en todos ellos una gran erudición y dominio de las técnicas literarias, junto a una sensibilidad exquisita. Contaban además con una lengua ya madura y llena de recursos para expresar esas otras cualidades, gracias a la labor de depuración y enriquecimiento del latín literario llevada a cabo por los autores del período anterior. Todo ello, sin abandonar la admiración por la tradición literaria griega, pero ya pasando de la mera traducción inicial y de la imitación del siglo anterior a la franca emulación. Este apogeo de la literatura en latín no hubiera sido posible sin esa tradición detrás, como no hubiera sido posible el apogeo de las literaturas europeas en los siglos xvI-xvII sin el Renacimiento de la literatura clásica, latina sobre todo, que los precedió.

P. Virgilio Marón (70-19 a. C.) Nació en Andes, cerca de Mantua, en la Galia Cisalpina. Protegido por Mecenas y Augusto, se estableció en Roma y más tarde en Nápoles. Murió a la vuelta de un viaje a Grecia. Entre los 20 y los 30 años escribió las Bucólicas, diez poemas de tema pastoril al estilo de los Idilios de Teócrito, poeta griego de Siracusa (siglo iii a. C.). A los 40 años publicó las Geórgicas, un poema del género didáctico dividido en cuatro libros, ya dedicado a Mecenas: constituye una exaltación de la vida y del trabajo en el campo, entreverada de mitos, leyendas e inspirados cantos a la paz y a la grandeza de Roma, muy en la línea de la ideología preconizada por Augusto. Impulsado por este ambiente y alentado por sus protectores, concibió el plan de cantar los orígenes míticos de la familia del emperador, estrechamente ligados a los de la propia ciudad: ese es el tema de la Eneida, en que se canta al héroe Eneas, padre de Julio Ascanio, ilustre fundador de la gens Julia, a la que pertenecían César y Augusto. Esta obra póstuma –se dice que virgilio quiso quemar el original antes de morir– ha elevado a su autor a la cima de la literatura romana, convirtiéndolo en uno de los poetas clásicos universales (ver páginas 122-131).

Miniatura de un manuscrito francés del siglo xv con las Bucólicas de Virgilio. Dijon, Francia, Biblioteca Municipal. Historia de la literatura latina

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Q. Horacio Flaco (65-8 a. C.) Nació en la Apulia, región del sur de Italia. Estudió en Roma y Atenas. Sus primeras obras fueron de género satírico: dos libros de Sátiras (también conocidas como Sermones), «charlas» en latín, dedicados a Mecenas, y dieciséis composiciones tituladas Épodos. A partir del año 30 a. C. escribió los cuatro libros de sus Odas, la obra cumbre de la poesía lírica romana, uno de los escritos de la antigüedad que más han influido en la poesía posterior de todos los tiempos. En el último trecho de su vida publicó dos libros de Epístolas: al segundo pertenece la conocida Epístola a los Pisones o Ars poetica, en la que Horacio expone sus ideas sobre preceptiva literaria.

Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.) Procedente también de la Galia Cisalpina (Padua), pasó la mayor parte de su vida en la capital del Imperio. Intelectual de gran formación retórica y literaria, se centró en la investigación y recopilación de la obra de los primeros historiadores romanos con la intención de dar una visión lo más completa posible de la historia de Roma desde sus orígenes hasta la propia época de Augusto. El resultado fueron sus 142 libros de historia recogidos bajo el título de Ab urbe condita. Una obra monumental, de la que solo se conserva un tercio, considerada ya por sus contemporáneos como la historia «definitiva» de Roma. A lo largo del Imperio fue resumida y continuada por varios autores para su utilización como libro de texto, una clara muestra de su valoración como clásico por excelencia.

A. Tibulo (50-19 a. C.) y S. Propercio (47-15 a. C.) Estos dos escritores, prácticamente coetáneos, destacaron dentro de un movimiento de jóvenes poetas cultivadores de la poesía elegíaca. Del primero se conservan dos libros de Elegías y del segundo cuatro. Predominan las elegías amorosas, dedicadas a amantes de nombre ficticio: Delia, Némesis, el primero, Cintia, el segundo, y las de exaltación romana. Seguían la tradición de la poesía alejandrina, pero también es clara la influencia de virgilio.

P. Ovidio Nasón (43 a. C.-18 d. C.) De familia adinerada, se formó en Roma y en Grecia. Perteneció al círculo de poetas aglutinado en torno a Mecenas. Caído en desgracia, fue desterrado por Augusto a la costa del mar Negro, actual Rumania, donde murió gobernando ya Tiberio. Su obra poética es muy variada: Heroidas, elegías mitológicas en forma de cartas atribuidas a personajes femeninos famosos en la literatura; Metamorfosis, la colección de poemas mitológicos más bella de la antigüedad, fuente de inspiración para escritores y artistas de todos los tiempos; Fastos, la explicación en dísticos elegíacos de los mitos y leyendas de la antigüedad romana que se conmemoraban en cada uno de los meses del año, aunque solo escribió los de los seis primeros meses; Amores y Arte de amar, poemas eróticos, causa probable de su exilio. Ya en el destierro escribió dos colecciones de elegías: Tristes y Epístolas del Ponto o Pónticas –el «Ponto» era el mar Negro.

Retrato de Ovidio de Luca Signorelli.

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Fresco pompeyano con una escena de la fábula de Ío, narrada por Ovidio en las Metamorfosis, representa el momento de la llegada de Ío a Egipto. Nápoles, Museo Arqueológico Nacional.

1.5. Época postclásica Primer período: siglo i d. C. Durante este siglo, el Imperio romano, prácticamente ya constituido a partir de Augusto, refuerza sus fronteras, se estabiliza. Todavía vive un momento de gran tensión a la muerte de Nerón (68 d. C.), con el resultado de un cambio de dinastía al frente del Imperio: a la familia Julia-Claudia le sucede la de los Flavios. Desde el punto de vista cultural, se consuma la unificación lingüística de la parte occidental con el latín, mientras el griego sigue vigente en la oriental. Se trata de un imperio bilingüe. El proceso de urbanización intensiva de las provincias acelera la expansión del modo de vida romano. La escuela, el teatro, la intercomunicación entre las distintas regiones y entre estas y la capital provocan la progresiva universalización de la cultura. Una cultura cada vez más mestiza, en la que a las aportaciones griega y romana se suma la oriental, sobre todo en el plano religioso y en el gusto por lo exótico, y la de los nuevos romanos de todas las latitudes: África, las Galias, Hispania. Como consecuencia de ello se asiste durante este período a la presencia destacada de escritores procedentes de fuera de Italia, en especial de escritores hispano-romanos, como Séneca, Lucano, Quintiliano y Marcial. Gracias a esta nueva savia, la literatura romana vive durante este siglo un período de esplendor. Aplicando el mito de las edades, a este período que sigue al auténtico siglo de oro que fue la época anterior se le denomina argénteo, de plata. Desde el punto de vista literario coincidirán dos tendencias: • una continuista, basada en la imitación de los modelos clásicos: Cicerón en prosa, virgilio en poesía, como es el caso de Quintiliano o Plinio el Joven; Historia de la literatura latina

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• otra rupturista, que busca nuevos modos de expresión, cayendo en lo que podríamos calificar como «barroquismo», ya sea por la vía «conceptista», exagerando el estilo conciso, como Séneca, ya por la «culterana», exagerando la retórica grandilocuente, como Lucano. Otro rasgo que caracteriza a este período, reforzando el paralelismo con la época barroca de la literatura española, es el predominio de la literatura de tipo satírico, ya sea en verso, con Persio y Marcial, al que tanto debe Quevedo, ya sea en prosa, con Petronio, claro antecedente de nuestra novela picaresca. En unos y otros se transparenta además la enorme influencia de las corrientes filosóficas que, procedentes de Grecia, se habían implantado en Roma a partir del siglo II a. C., en especial, el estoicismo, del que son exponentes Séneca y Persio, y el epicureísmo, que se manifiesta en Petronio y Marcial.

L. Anneo Séneca (1-65 d. C.) Nació en Córdoba. Para distinguirle de su padre, del mismo nombre, conocido como «el Retórico», se le denomina «el Filósofo». Desarrolló y vulgarizó en Roma la filosofía estoica en forma de diálogos, como De ira, De providentia, De brevitate vitae, De vita beata, De tranquillitate animi, De otio, etc., y a través de su correspondencia: Epístolas morales, dirigidas a su amigo Lucilio. Escribió también obras satíricas, tratados científicos, como Naturales quaestiones, y nueve tragedias, las más conocidas de las cuales son Medea, Fedra, Agamenón, Tiestes y Hércules furioso.

M. Anneo Lucano (39-65 d. C.) Era sobrino de Séneca, nació en Córdoba como él y murió el mismo año por el mismo motivo: condenados por Nerón, que los acusaba de haberse conjurado contra él. Escritor fogoso, partidario de los ideales de la vieja república romana, exaltó la figura de Pompeyo frente a la de César, el fundador de hecho del nuevo régimen que acabó con aquella, en su poema épico-histórico Farsalia o Bellum civile, dividido en diez cantos.

A. Persio Flaco (34-62 d. C.) Era de origen etrusco, nacido en volterra. Escribió un libro de Sátiras, fuertemente impregnadas de moralismo estoico y de un exagerado retoricismo. De ahí su fama de puritano y oscuro.

Petronio Arbiter Personaje controvertido, ya que hay dudas incluso sobre el siglo en que vivió, generalmente se le identifica con el famoso «árbitro de la elegancia», de ahí su apodo, que vivió en la época de Nerón y que también fue condenado por este en el año 65. Escribió una novela satírica, la primera obra de este género literario en latín, titulada El satiricón. Nos ha llegado solo una pequeña parte, en la que se narran las aventuras de tres «pícaros» por las ciudades del sur de Italia. Es famosísimo el episodio conocido como cena de Trimalción, en que el autor ridiculiza a este pintoresco personaje, un representante de la nueva clase emergente: la de los libertos, antiguos esclavos, enriquecidos.

M. Fabio Quintiliano (35-96 d. C.)

Retrato de Séneca, de Joos van Ghent.

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Nacido en Calahorra, estudió en Roma donde ejerció como abogado y maestro de retórica, el primero que tuvo una paga del Estado. Su fama y su gran influencia hasta la Edad Media se deben a su Institutio oratoria, tratado sobre retórica y la formación del orador. Continuó las teorías de Cicerón y atacó las exageraciones de los escritores innovadores de su siglo, Séneca sobre todo. tema 1

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M. Valerio Marcial (45-104 d. C.) Nació en Bilbilis (Calatayud), adonde volvería poco antes de su muerte tras pasar casi toda su vida en Roma, ganándose la vida como escritor de Epigramas. Especializado en este tipo de pequeña composición, generalmente en dísticos elegíacos, lo convirtió en un auténtico género literario. Escribió doce libros de epigramas satíricos y otros tres de tema variado, por ejemplo, uno con fórmulas o lemas para acompañar a regalos. En la línea de los epigramas de Catulo, constituyen una obra maestra de la agudeza de ingenio y el humor sorprendente. Por ello su influencia ha sido muy grande en la literatura posterior de todas las épocas, incluida la actual.

Segundo período: siglo ii d. C. Todo este siglo está ocupado en lo político por la dinastía Antonina. Con ella el Imperio romano alcanza su máxima expansión territorial y vive su último período de grandeza. En lo literario, se observa un cierto reflejo de todo esto, especialmente en la primera parte del siglo, bajo los reinados de los hispanorromanos Trajano y Adriano. En ella se da el último rebrote de clasicismo, personificado en las figuras del historiador Tácito, el poeta satírico Juvenal y, en menor medida, el orador Plinio el Joven. En la segunda parte del siglo empiezan a aparecer signos claros de decadencia cultural y literaria, aunque todavía son de reseñar escritores de talla, como el italiano Suetonio y el africano Apuleyo.

Mosaico de Dionisio, encontrado en Volubilis, Marruecos.

Es el arranque también de la literatura cristiana, por obra de los primeros apologistas, que empiezan a utilizar el latín en vez del griego para defender su religión y atacar el paganismo: su principal representante sería el también africano Tertuliano.

P. Cornelio Tácito (55-120 d. C.) Durante la época Flavia tuvo una brillante carrera política, pues fue senador, cónsul y procónsul en Asia. Culminada esta, se dedicó a la literatura. Primero escribió Dialogus de oratoribus, un diálogo, al estilo de los ciceronianos, acerca de la oratoria. Después compuso Agricola, una biografía de su suegro, y Germania, una monografía etnográfica y geográfica. Finalmente, ya iniciado el siglo II, aborda la redacción de sus dos grandes obras de historia. La primera narra la época de los Flavios, con el título genérico de Historiae, dividida en 14 libros, de los que solo se conservan enteros los cuatro primeros. Dedicó los últimos años de su vida a escribir sobre la primera etapa del Imperio, la de la dinastía Julia-Claudia, de Augusto a Nerón, en una obra titulada Annales, en 16 libros, de los que se conservan los cuatro primeros y los seis últimos. A pesar de que la estructura de sus obras sigue siendo la tradicional, es decir, básicamente ir contando las cosas año por año, su estilo personalísimo y su implacable sentido crítico hacen de él el historiador romano más original, más moderno.

Juvenal (55-135 d. C.) Nacido en el Lacio, dedicó la primera parte de su vida a la oratoria. A partir del año 100 se consagró en cuerpo y alma a la literaratura satírica. Sus Sátiras, dieciséis poemas, están distribuidas en cinco libros. De longitud desigual, entre ciento y pico de versos a más de seiscientos, toca toda clase de temas: la vida en Roma, las mujeres, la crítica de costumbres, la educación, la vida militar, en las primeras obras con más virulencia, al final con un tono más moralista. Se considera que es quien mejor representa este género tan romano. Historia de la literatura latina

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Plinio el Joven (61-113 d. C.) Así denominado para distinguirlo de su tío Plinio el viejo, autor de una especie de enciclopedia titulada Naturalis Historia. De familia influyente, inició su carrera política en tiempos de los Flavios y la culminó con Trajano, de quien fue amigo. Se conserva de él un largo elogio de este emperador, titulado Panegírico de Trajano, y varios libros de Cartas, entre ellas las dirigidas al emperador desde su puesto de gobernador en Asia. El carácter literario de la mayoría de las cartas de Plinio demuestran que se escribieron para ser publicadas. Se le considera el verdadero creador de este género epistolar.

Apuleyo (125-180 d. C.) Nacido en África, viajó por todo el Imperio, para establecerse finalmente en su tierra, en Cartago. De los conocimientos de todo tipo, filosóficos, religiosos, geográficos, etc., adquiridos en sus viajes surgieron multitud de obras, de las que se ha conservado solo una pequeña parte. Su obra más interesante es una novela titulada Metamorfosis o El asno de oro, en la que se cuenta la transformación de un joven en burro, por arte de magia, sus peripecias bajo su nueva condición y su vuelta a la normalidad gracias a la intervención de la diosa Isis, a cuyo culto se consagra. Se trata de una obra divertida y una fuente importante para el conocimiento del mosaico de culturas y religiones en que se había convertido el Imperio romano.

Suetonio Tranquilo (70-140 d. C.) Fue secretario del emperador Adriano y pertenece al tipo de erudito enciclopedista. Como escritor, al menos según lo que de él se ha conservado, se especializó en biografías. Se conservan algunas de escritores y oradores romanos en De viris illustribus, pero es sobre todo conocido por sus Vidas de los doce Césares, con las biografías de César, de Augusto y de los emperadores del siglo I d. C. Es, junto con Tácito, la principal fuente para el conocimiento de este siglo y, sobre todo, de las interioridades de la corte, que el autor se recrea en revelar con todo lujo de detalles.

Mosaico romano de Samandagi, Turquía (siglo III d. C.), con una escena de la fábula de Amor y Psique, narrada en la Metamorfosis de Apuleyo.

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1.6. Época tardía Siglos iii y iv d. C. A partir del siglo iii la literatura romana tradicional, «profana» por así decir o, si se quiere, «pagana», dará ya poco de sí. En historia surgen autores de resúmenes de la obra de Tito Livio, como Floro (siglo III) y Eutropio (siglo Iv), y continuadores de Tácito, como Amiano Marcelino (siglo Iv), o de la serie de biografías imperiales de Suetonio. En prosa destacan, sobre todo, gramáticos y juristas. En poesía sobresale la figura del galo Ausonio (siglo Iv), con quien resucita fugazmente la poesía bucólica de tipo virgiliano y que tendría una influencia considerable durante la Edad Media y el primer Renacimiento, y el poeta Claudiano (siglo Iv), que cultivó con brillantez diversos géneros, como la sátira, la épica mitológica y la épica histórica. Serán los siglos del auge de la literatura cristiana, sobre todo tras la cristianización de la corte imperial a partir de Constantino. Pero se debe más bien a razones extraliterarias. A los primeros apologistas de los siglos II-III les suceden ya los llamados «padres de la Iglesia». Algunos de ellos todavía demostrarían un conocimiento y una valoración de la tradición literaria, pero fueron los menos, especialmente san Jerónimo y san Agustín en la transición del siglo Iv al v. Entre los poetas de inspiración cristiana cabe citar al español Prudencio (siglo Iv).

Después de la caída del imperio romano de Occidente Liquidado el Imperio romano de Occidente, la literatura en latín siguió dando sus frutos en los nuevos reinos medievales gracias a personalidades excepcionales como Boecio (475-524), el consejero del rey godo Teodorico, con su famosa Consolación filosófica, y san Isidoro de Sevilla (570-636), autor de una obra enciclopédica titulada Etimologías u Orígenes.

Sátiro tocando la flauta, El Djem, Túnez.

También para la literatura el final del Imperio fue una especie de cataclismo. Gran parte de la literatura clásica había ya desaparecido en los siglos anteriores. Solo se seguían editando, en pergamino, las obras de los más grandes, y no todas, ni todas completas. Solo gracias a la visión de algunos eclesiásticos cultos, como Casiodoro en Italia, o los monjes de los monasterios irlandeses, fue posible que el legado literario romano no desapareciera del todo y pudiera servir de simiente de la que renacería la literatura latina medieval, primero, y las literaturas en las distintas lenguas nacionales, después.

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