Literatura Canadiense

Literatura canadiense Literatura canadiense, literatura escrita en lengua inglesa y francesa por canadienses. Como país

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Literatura canadiense Literatura canadiense, literatura escrita en lengua inglesa y francesa por canadienses. Como país joven y de pioneros, Canadá dedicó sus energías más al desarrollo económico que a las artes. Sin embargo, cuando mejoraron las circunstancias materiales, florecieron dos literaturas que reflejan la doble herencia cultural de Canadá. Al principio, las dos manifestaron un interés común por los territorios sin explorar y tendieron a imitar los estilos europeos. En el siglo XX un creciente sentido de identidad nacional quedó reflejado en una literatura madura y característica. LITERATURA CANADIENSE EN INGLÉS Debido a que los canadienses de habla inglesa eran más numerosos que los de habla francesa, la literatura canadiense escrita en inglés ha sido hasta hace poco más abundante y variada que la escrita en francés. * Periodo colonial  Entre las primeras obras canadienses en inglés se cuentan relatos de los exploradores del siglo XVIII y comienzos del XIX. La primera novela escrita en Canadá fue The History of Emily Montague (La historia de Emily Montague, 1769), un relato epistolar escrito por Frances Moore Brooke, esposa de un capellán del Ejército inglés. A principios del siglo XIX, Oliver Goldsmith publicó un extenso poema sobre una comuna pionera, en respuesta al escrito por su tío abuelo, el autor británico del mismo nombre Oliver Goldsmith. Wacousta (1832), de John Richardson, sobre la rebelión del jefe Pontiac, fue la primera novela basada en la historia canadiense. La dureza de la vida de los pioneros fue descrita en dos obras autobiográficas, la primera de 1836, de la que es autora Catherine Parr Traill, y la segunda de 1852, escrita por su hermana Susanna Moodie. * Finales del siglo XIX y siglo XX 1) De la Confederación a la I Guerra Mundial: La Confederación de 1867 espoleó un sentimiento de identidad nacional que estimuló la actividad literaria. Inspirados por los románticos ingleses (véase Romanticismo) y por el amor a la naturaleza de los primeros victorianos, los canadienses buscaron argumentos en sus propios paisajes naturales. El primer poeta canadiense significativo fue Charles G. D. Roberts, cuyo libro Orión y otros poemas (1880) estimuló a otros escritores,

como Archibald Lampman y Duncan Campbell Scott. El poeta canadiense más conocido de comienzos del siglo XX fue Robert W. Service. Aunque su obra ha sido muy alabada, él mismo se consideró sólo un rimador. Los dos principales novelistas de fines del siglo XIX, William Kirby y Gilbert Parker, escribieron relatos históricos referidos a los rigores y placeres de la vida en la extensa tierra recién ocupada. Con el cambio de siglo proliferaron las novelas regionales que proporcionaban descripciones más bien idílicas de la vida rural de la época. Ralph Connor escribió El hombre de Glengarry (1901), y Lucy Maud Montgomery sitúa su clásico relato para niños Ana la de las tejas verdes (1908) en la isla del Príncipe Eduardo, donde había nacido. El humorista nacido en Inglaterra, Stephen Leacock, escribió críticas sociales agudas e ingeniosas. 2) Periodo entreguerras: Durante la década de 1920 los escritores realistas fueron críticos con respecto a los valores e instituciones canadienses, una experiencia intensificada por las duras experiencias vividas durante la Gran Depresión y la I Guerra Mundial. Uno de los mejores poetas del periodo fue el profesor, nacido en Terranova, Edwin John Pratt; su poesía refleja la fascinación por el mar, la violencia impersonal de la naturaleza y una visión del mundo fundamentalmente trágica. Los poetas nacidos en Montreal hicieron de las décadas de 1930 y 1940 uno de los periodos más interesantes de la historia de la poesía canadiense en inglés. Los principales fueron Francis Reginald Scott y A. J. M. Smith. Entre los mejores escritores de novelas sociológicas destacó Frederick Philip Grove, quien describió la vida de los pioneros con energía y perspicacia, aunque su estilo no sea muy cuidado. Mazo de la Roche combinó las tradiciones de las novelas históricas del siglo XIX y los idilios regionales de comienzos del XX, y se convirtió en la novelista canadiense más leída de su época, con una crónica titulada Jalna (16 volúmenes, 1927) sobre una familia de Jalna, Ontario, su provincia natal. Morley Callaghan exploró los conflictos entre el individuo y la sociedad en Ellos heredarán la tierra (1935), y Hugh MacLennan estudió las diversas vetas de la herencia canadiense en novelas

como Dos soledades (1945). Aunque los dos fueron muy alabados como creadores de relatos donde retrataban el carácter canadiense, su reputación ha declinado. 3) La literatura canadiense a partir de la II Guerra Mundial: Desde la II Guerra Mundial la literatura canadiense ganó en volumen y creatividad, y pasó a ser reflejo y estímulo de la conciencia nacional. Producida en una época de ruptura con la tradición, ha sido experimental en estilo y universal en sus argumentos. Muchos críticos consideran la poesía canadiense de la década de 1970 como la mejor del mundo de habla inglesa. Quizá las voces poéticas más significativas sean las de Earle Birney y Dorothy Livesay, que trataron los problemas sociales de la década de 1930. El estilo lírico y el humanismo controlado de Birney están presentes en sus obras posteriores, que llegan hasta sus Poemas completos, publicados en 1975. Livesay se ha ocupado de los esfuerzos del individuo por superar las fuerzas de destrucción internas y externas. La obra de esta mujer parece hacerse más intensa según va envejeciendo. Raymond Souster, Louis Dudek e Irving Layton criticaron el materialismo de la sociedad canadiense en poemas publicados a partir de la década de 1960. Leonard Cohen escribió emotivamente de su propio amor y arte, y del mal en el siglo XX. Margaret Atwood explora las ansiedades que acompañan al poeta en su oficio. Novelistas importantes son Ernest Buckler, Ethel Wilson, Robertson Davies y Margaret Laurence. Davies es autor de novelas como El mundo de las maravillas (1975) y Ángeles rebeldes (1982). Laurence se distingue por la brillante caracterización de personajes y una depurada técnica. Una broma de Dios (1966) y Los agoreros (1974) se cuentan entre sus novelas más logradas. Más recientemente, Michael Ondaatje ha surgido como uno de los novelistas canadienses más destacados. En una piel de león (1987) es una de sus mejores novelas. Otros novelistas contemporáneos escribieron obras más experimentales. Tal es el caso de Sheila Watson y Marian Engel. Algunos poetas se dedicaron a la narrativa, como el citado Leonard Cohen, que escribió El juego favorito (1963) y Los hermosos vencidos (1966), además de Margaret Atwood, cuyos puntos de vista feministas conforman sus diversas y muy importantes novelas, entre las que sobresale Resurgir (1972) y otras como Doña Oráculo (1976) Ojo de gato (1989) o La novia ladrona (1993), que la han convertido en la novelista canadiense actual más interesante. Alice

Munro y Mavis Galland han realizado en sus relatos magníficos retratos de su país. El teatro se ha desarrollado lentamente. Hasta mediados del siglo XX no se establecieron teatros de repertorio en las principales ciudades. Dos de los más destacados críticos literarios son George Woodcock y Northrop Frye. Woodcock ha escrito además de crítica literaria numerosos estudios sobre el anarquismo y la revolución social. La Anatomía de la crítica (1957) de Frye es un libro capital dentro del ensayo literario. Marshall McLuhan llamó la atención de eruditos y profanos con su teoría de que la literatura impresa estaba siendo reemplazada por los medios electrónicos de la comunicación de masas. LITERATURA CANADIENSE EN FRANCÉS Hasta mediados del siglo XX la literatura canadiense en francés se centró básicamente en la religión, la historia de Canadá y el patriotismo. Desde entonces se ha vuelto más comprometida con los problemas de la sociedad occidental contemporánea. * Periodo colonial  Las primeras obras canadienses en francés fueron escritas por exploradores y misioneros de los siglos XVI y XVII. Son importantes los relatos del viaje de Jacques Cartier entre 1534 y 1535. También deben tenerse en cuenta los informes anuales de los misioneros jesuitas acerca de su vida entre los indígenas del Canadá. * Siglo XIX  El resentimiento por la conquista inglesa, intensificado por la Union Act de 1840 y la Confederación en 1867, desarrolló un profundo sentido de patriotismo, que se percibe en los primeros novelistas. Philippe Aubert de Gaspé llenó su Influencia de un libro (1873) con tradiciones populares de Quebec, y Pierre Joseph Olivier Chauveau describió el declive del Canadá francés después de la conquista en Charles Guérin (1852). Octave Crémazie es considerado el fundador de la poesía francocanadiense, e influyó en Louis Honoré Fréchette, que basó su obra La leyenda de un pueblo (1887) en la historia del Canadá francés. También son dignos de mencionar al abad Henri Raymond Casgrain, autor de Leyendas canadienses (1861), y Joseph-Charles Taché, con sus relatos sobre tramperos y leñadores en Hombres de los bosques y viajeros (1884). * Siglo XX  La vida francocanadiense continuó siendo un tema fundamental a comienzos de siglo para la escuela regionalista, que subrayó los lazos entre el campesino y su tierra ancestral. Uno de los mejores poetas de esta tendencia fue Nérée Beauchemin, cuya Patria

íntima (1928) expresa su devoción a Quebec. Los novelistas más destacados dentro de esta tendencia fueron Ernest Choquette, Harry Bernard y, en especial, Louis Hémon, escritor nacido en Francia, autor de Maria Chapdelaine (1914). Los poetas de Montreal que escribieron entre 1895 y 1930 participaron de la estética y técnica de los parnasianos y simbolistas franceses. Particularmente original y sensible fue la obra de Émile Nelligan antes de perder la razón a los 20 años. También son interesantes los poemas de Paul Morin, Albert Lozeau y Jean Charbonneau. Como resultado de la Gran Depresión y la II Guerra Mundial, el orgulloso aislamiento cultural del Canadá francés empezó a venirse abajo; los escritores se hicieron más introspectivos, realistas e innovadores. Los poetas Hector de Saint-Denys-Garneau, François Hertel y Alain Grandbois experimentaron con el verso libre y el simbolismo, y el novelista Albert Laberge practicó un realismo ácido. Después de la II Guerra Mundial, y en especial durante los nacionalistas años de la década de 1960, aparecieron escritores nuevos. Entre ellos, una gran poeta, Anne Hébert, cuyas obras surrealistas y simbolistas, como Sueños en equilibrio (1942) y La tumba de los reyes (1953), expresan angustia, soledad y muerte. Pierre Trottier en La batalla contra Tristán (1951) presentó un drama de amor y muerte que evocaba la inquietante falta de unión de Canadá. Otro poeta notable fue Jacques Poulin, autor de la "novela-poema" experimental El corazón de la ballena azul (1970). Muchos novelistas se volvieron hacia la sátira social, como Gabrielle Roy con su obra La cajera (1955), que describía los efectos inquietantes de la industrialización. Roger Lemelin escribió sobre la vida de las clases obreras urbanas en La familia Plouffe (1948) y Germaine Guèvremont retrató de forma realista la vida rural. Polvo sobre la ciudad (1953), de André Langevin, es una novela que estudia la desesperación. Una de las novelas psicológicas más devastadoras es Una temporada en la vida de Emmanuel (1966), de Marie-Claire Blais. También destacan las novelas y los dramas de Michel Tremblay.