LIBRO Vuelta Al Libro en 80 Cuentos

Concurso Nacional Cuentos escritos por Niños, Niñas y Adolescentes 80 Cuentos escritos por Niños, Niñas y Adolescente

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Concurso Nacional

Cuentos escritos por Niños, Niñas y Adolescentes

80 Cuentos escritos por Niños, Niñas y Adolescentes Concurso Nacional convocado por el INAU

Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay

Autoridades del INAU: A. S. Marisa Lindner Presidenta Mag. Fernando Rodríguez Director Lic. Dardo Rodríguez Director Psic. Isabel Soto Directora General

Tapa y Diseño: o María Victoria Bagliett Coordinación general: ión y Protocolo del INAU Unidad de Comunicac

En este libro, escrito por niños, niñas y ad olescentes, en el Marco del Conc urso “Vuelta al lib ro en 80 cuentos”, se han respetado y transcripto los textos fielmente, salvo mínimas corre cciones ortográfica s.

Índice general Palabras del Directorio del INAU .............................................. Pág. 5 Prólogo: Palabras del Jurado .................................................... Pág. 7

Índice I - Cuentos escritos por Niños y Niñas Categoría de 8 a 12 años .......................................................... Pág. 9

Índice II - Cuentos escritos por Adolescentes Categoría de 13 a 17 años ........................................................ Pág. 82 Escribieron este libro: ............................................................... Pág. 143

Queremos con mucho cariño presentar la publicación del libro “Vuelta al Libro en 80 Cuentos”, en el marco del 80 Aniversario de nuestra Institución, y felicitar a los pequeños grandes autores de estos relatos. Cada uno de estos cuentos vivencia muchas historias. Las que el relato comparte, pero también las historias que revivimos cuando leemos cada una de estas páginas. El cuento nos encuentra como lectores, pero también como creadores de nuevas historias. Al compartir un cuento nos damos permiso para soñar, para recrear juntos esas historias. El relato de un cuento nos abre la oportunidad del diálogo desde la imaginación, el espacio de encuentro entre adultos, niños, niñas y adolescentes en el momento de compartir la lectura, la vivencia, la palabra. Les invitamos a que estos relatos sean parte de sus propuestas educativas, como material de clases, en momentos de recreación, en los instantes de reflexión, en el espacio familiar, para que podamos aportar a una sociedad más justa, más solidaria, y más abierta a sentir las voces que menos escuchamos. Directorio del INAU

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Se reconoce especialmente al prestigioso Tribunal encargado de juzgar los cuentos: Lía Schenck, Dinorah Lopez Soler y Marco Moysen (por el Instituto Interamericano del Niño), resaltando su esmerada tarea y su calidad y calidez para con nuestros niños, niñas y adolescentes. Así como la dedicación y el compromiso asumido en la labor de selección de los cuentos premiados.

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Prólogo “Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa en ella es maravillosa.” G.K. Chesterton Las palabras preliminares de quienes fuimos parte del jurado del certamen “Vuelta al libro en 80 cuentos”, tienen un alto contenido de agradecimiento por ser parte de una experiencia de gran valor humano, que fomenta la cultura, el arte, la didáctica y el aprendizaje, a través de los primeros encuentros de muchas niñas, niños y adolescentes del Uruguay con la creación literaria, siendo ésta construcción de significados que dan sentido a la propia existencia. La escritura se transforma en acto incesante, colmado de pasión y de encuentro. No deja de ser revelación, cumple con una tarea esencial dentro de las personas, sin importar edad. Más aún, desde la voz de la niñez, nos comparte el asombro original por las cosas, la epifanía de lo maravilloso que muchas veces perdemos los adultos en el devenir del tiempo. La convocatoria que realizó el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) nos dio la oportunidad de seleccionar los cuentos que acerca esta publicación, atendiendo a criterios estéticos literarios adecuados a dos categorías: niños de 8 a 12 y adolescentes de 13 a 17 años. Los cuentos que han participado en el Concurso “Vuelta al libro en 80 cuentos”, tanto los que se incluyen en este libro como aquellos que no lo han sido, denotan el interés del público infantil y juvenil en expresarse y crear historias. Este proceso de creación y comunicación es sin duda la resultante de una sumatoria de estímulos educativos y sociales. Este aspecto, además de su importancia intrínseca, tiene un valor testimonial y representativo de un hacer educativo comprometido con la creatividad y la literatura a lo largo y ancho de nuestro país, tanto en las aulas de Primaria como de Secundaria. Esta comprobación está avalada por los 757 cuentos que leyó este jurado, en una tarea de selección por momentos muy difícil, dada la calidad del material recibido.

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En estos cuentos los protagonistas son personajes de ficción; en la creación de los mismos, los protagonistas son niños, niñas y adolescentes que enriquecen con su aporte la construcción colectiva de una sociedad en la que los libros, en cualquiera de sus soportes, son un preciado bien cultural enraizado en nuestra sociedad. Podemos agregar que el resultado de este esfuerzo nos llevó a andar una circunferencia mucho más amplia. Nos introdujo al universo que recorren las niñas, niños y adolescentes del Uruguay, una realidad compuesta por tonos y atmósferas, cargada de un carácter fuertemente familiar donde los protagonistas tienen cabida a la par de sus padres y hermanos, ya sea en la alegría de su presencia o en el dolor de sus ausencias. Nos permitió sentir el idioma en la reelaboración de historias clásicas y episodios nacionales narrados con originalidad. Trajo consigo la emoción de ver en la cancha a la celeste en repetidas ocasiones, el asombro de sentirse salvados al despertar de un sueño confundido con la realidad. Son muchas y variopintas las historias que convocó este concurso y todas ellas nos depositan un poco de lo que acontece en este otro mundo de la niñez, a la que hoy se invita a dar la vuelta al lector en 80 cuentos. José Gorostiza, escritor mexicano, decía del poeta: “éste es el hombre más libre del mundo, y en el mundo no existe bien más bueno ni riqueza más rica que la libertad”. Que este acto libertario de escritura en el talento de los creadores uruguayos que aquí se presentan, ilumine el tiempo de lectura y acreciente la fascinación por las palabras y la imaginación, como atestiguamos los que fuimos parte del jurado de este concurso.

Lía Schenck Dinorah Lopez Soler Marco Moysen Jurados del Concurso “Vuelta al Libro en 80 Cuentos”

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Índice I Categoría de 8 a 12 Años Premios 1er Premio Cómo comenzaron los tres cerditos su emprendimiento inmobiliario ..... Pág. 11 Mateo Bertolio - 10 años - Montevideo

2do Premio El día en que el Sol se fue de vacaciones ................................................. Pág. 13 Cleo Bervejillo - 11 años - Montevideo

3er Premio Librolandia ............................................................................................... Pág. 15 Belén Felipe - 10 años , y Paulina Méndez - 9 años - Montevideo Henry la foca ............................................................................................ Pág. 16 La máquina del tiempo ............................................................................ Pág. 17 El extraño cuento de Jazmín sobre un muelle y un faro .......................... Pág. 19 Esmeralda y su esmeralda ....................................................................... Pág. 21 Mi Príncipe de Arenas. Una historia de amor ........................................... Pág. 22 Un mundo bajo la cama ........................................................................... Pág. 24 Valentina .................................................................................................. Pág. 26 Un lugar llamado Tierra ........................................................................... Pág. 27 Sueños multicolores ................................................................................ Pág. 28 Sonrisas compartidas ............................................................................... Pág. 29 Mi loca familia .......................................................................................... Pág. 31 La amistad, algo más que una palabra ..................................................... Pág. 32 Kimo, el pulpo ........................................................................................... Pág. 35 La valija de mi abuelo ................................................................................ Pág. 36 En el bosque oscuro ................................................................................. Pág. 37 El presagio ................................................................................................ Pág. 38 El gran viaje de la hormiga Josefina .......................................................... Pág. 39 El enano y el diamante ............................................................................ Pág. 41 El contraespejo ........................................................................................ Pág. 43 Las luces mágicas ..................................................................................... Pág. 44

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Los susurros de los árboles ...................................................................... Pág. 46 Sebastián y la nube mágica ...................................................................... Pág. 47 Franco y el Mar ........................................................................................ Pág. 48 El árbol más viejo .................................................................................... Pág. 49 Juan y Samuel ........................................................................................... Pág. 50 Un día en el campamento ........................................................................ Pág. 51 Un paseo al Campamento Artigas con algunos tropiezos ........................ Pág. 53 Fax y la banda gatuna ............................................................................. Pág. 54 La envidia ................................................................................................ Pág. 55 Amigos y amor, ¿mala combinación? ...................................................... Pág. 56 El niño defensor ....................................................................................... Pág. 57 El espejo mágico ...................................................................................... Pág. 58 El ganso camionero ................................................................................. Pág. 60 El otro lado del mundo del fútbol ............................................................ Pág. 61 El Piojo Ricardo ........................................................................................ Pág. 62 El zorrino Manuel y el bicho raro .............................................................. Pág. 63 Green ....................................................................................................... Pág. 64 La máquina del tiempo ............................................................................ Pág. 66 La huerta amigable ................................................................................. Pág. 67 Las criaturas extrañas .............................................................................. Pág. 68 Las Manzanas Mágicas ............................................................................. Pág. 70 El pez y su complicado tamaño ................................................................ Pág. 71 El Reencuentro ......................................................................................... Pág. 72 El tesoro al final del arcoiris ..................................................................... Pág. 75 Liz ............................................................................................................. Pág. 77 Francisca y el dragón ................................................................................ Pág. 79

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Cómo comenzaron los tres cerditos su emprendimiento inmobiliario Los años pasaron y en una navidad se reunieron los 3 cerditos, y saben qué? Ya eran abuelos. Decididos a contar la 2° parte de su historia comenzaron con su relato: -Todos saben que el lobo no pudo derrumbar la casa de ladrillos, verdad? Pero la historia no termina allí... dijeron los 3 cerditos. -El lobo estuvo alejado por un tiempo, un día regresó y se sorprendió, pues nosotros habíamos construido varias, varias casitas de ladrillo y las vendíamos a otros animales del bosque. El lobo recordó entonces lo mal que se sintió al no poder derribar aquella casita, igual a las que ahora veía alrededor. Enojado porque sabía que su soplido no era tan fuerte, el lobo pensó una forma de vengarse, y se le ocurrió la idea de competir con nosotros. Pensaba que si lograba su objetivo nos sentiríamos tristes y enojados, y él ganaría mucho dinero. Comenzó la competencia y ambas construcciones crecían día a día, eran muy parejas, un día construíamos 2 y el lobo 1, al otro día el lobo construía 3 y nosotros 2. Habían pasado semanas, cuando una mañana encontramos huellas de lobo y faltaban ladrillos de algunas casas. Decididos a no perder, esa noche entramos a su terreno y le quitamos varios ladrillos, para que él viera que no podría con nosotros. Pero esto no terminó así, las visitas nocturnas del lobo continuaron por varias noches y por esto, las nuestras también. Hasta que una mañana nos dimos cuenta de que ya no teníamos casas, y el lobo tampoco. Sólo teníamos montañas de ladrillos. -Tristes, porque el lobo había logrado su objetivo, nos sentamos a comer manzanas. -¿Y el lobo, y el lobo?... preguntan los nietos. ¡Ding dong!, ¡ding dong!, se escuchó el timbre. -Y el lobo, qué pasó con el lobo?, repetían los nietos. Esperen, vamos a abrir la puerta.

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-¡Ayyyy! - exclamaron los nietos aterrorizados. Era el lobo quien tocó su puerta, pero no venía solo, lo acompañaba su familia. -No se asusten, el lobo es quien terminará de contar nuestra historia, dijeron los 3 cerditos. -¡Siempre quería ganar en todo!, dijo el lobo con voz gruesa y pausada. -Pero, cuando me quedé solo con una montaña de ladrillos, me di cuenta que me comportaba así porque no tenía amigos y pensaba que ganando sería admirado por todos. Pero, ¿saben qué? Los 3 cerditos vieron mi soledad y cruzaron a convidarme con sus manzanas y desde entonces somos amigos y además también somos socios. Ellos ya no tenían casas, si no montañas de ladrillos al igual que yo. Entonces decidimos juntar todos los ladrillos en una gran montaña y comenzamos a construir casas. Y así terminó el lobo su explicación. Desde entonces, cuando caminen por el bosque encontrarán muchas casas y casitas con carteles que dicen:”Pigs and Fox Construcciones”. Y fue así como los tres cerditos comenzaron su emprendimiento inmobiliario, claro, en compañía del lobo.

Mateo Bertolio, 10 años, Montevideo

Primer Premio

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El día en que el Sol se fue de vacaciones Un día el Sol se cansó de ser Sol. Se cansó de estar todo el tiempo trabajando, iluminando gente acá y allá y se quiso ir de vacaciones. La luna se preocupó. Ella no podía ocuparse de todo. Pero, ¿le importaba eso al Sol? No, ¡qué le iba a importar! Lo unico que quería era descansar un poco. Así que un buen día armó las valijas, se despidió de la Señora Luna y se fué. ¿Y ahora que iba a pasar con el día? ¿Con el calor? El Sol, al irse, había dejado a los humanos en un clima espantosamente frio y algunas estrellas y la Luna tuvieron que hacer lo posible para que la gente no se muriera congelada en la Tierra. Los adultos estaban desesperados, buscaban que los científicos hicieran algo, que buscaran una solución, ¡lo que sea! Sin embargo, los niños más pequeños encontraron divertida aquella situación. Les parecía gracioso salir con miles de buzos, pantalones, medias, camperas, de todo un poco. Y mientras tanto, ajeno a todo ese lío que estaba ocurriendo en la Tierra, el Sol disfrutaba de unas vacaciones increibles en La Galaxia Howai. Tanto se estaba divirtiendo entre aquellas estrellas tropicales, que pensó que tal vez podría quedarse allí a vivir. Pablo debía ser el único niño en la Tierra que entendía lo que estaba pasando. Seguramente, porque era el que tenía más imaginación. Podía pasarse horas observando las estrellas, buscando constelaciones, intentando averiguar a qué se parecían las nubes según su forma, y muchas cosas más, que a la mayoría de los niños les parecian aburridas. Por eso, apenas empezó a hacer tanto frío, Pablo les dijo a sus padres: -Para mí que el Sol se fue de vacaciones-. Los papás del niño tuvieron que explicarle que no, que era imposible, pero entonces Pablo les preguntó cómo es que hacía tanto frío, entonces, ¿eh? Y por supuesto, sus padres dijeron que estaban seguros de que había una explicación lógica y se acabó el tema, como hacen siempre los adultos. Aún así, Pablo no se daba por vencido, y una noche decidió salir a llamar al Sol, para ver si lo escuchaba. No le contó nada a sus papás porque seguramente dirían que era una tontería salir a esa hora con el frío que hace, a llamar al Sol, que ni siquiera le iba a contestar y que les hiciera caso, y todas esas cosas aburridas que dicen siempre. Así que salió, nomás, se fue a la vereda y gritó bien fuerte: -¡Sol! No pasó nada. -¡¡¡¡SOOOOOOL!!!!- Gritó con mucha más fuerza y ahí si, se escuchó algo: un vecino quejándose: -Son las 4 de la mañana, ¿no pueden dejarme dormir? ¡Es insoportable todo ese ruido!Protestó. En seguida se le sumó otro y otro, y al final estaba toda la cuadra a los gritos. Pablo, avergonzado, se metió en su casa sin decir nada, tratando de no hacer más ruido, porque sus padres también estaban gritando y peleando con los vecinos.

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Pasaron los días y las cosas no mejoraban. Debido al escandalo que se desató cuando llamó al Sol por la noche, Pablo había perdido las ganas de hacerlo otra vez. El frío se tornaba cada vez más insoportable y la gente estaba cada día más asustada. Pablo no podía soportar ese espectáculo sabiendo lo que estaba pasando allá arriba, en el espacio. Así que, a pesar del peligro, salió solo, una noche, como la vez anterior, pero ahora no se dirigía a la vereda de su casa sino al parque, que por las noches quedaba vacío y no habían casas cerca. -¿Sol? ¿Estás ahí?- Preguntó en voz baja, por las dudas- Sol, ¡necesito hablar contigo!-. Y entonces, se escuchó una voz suave y femenina. -El Sol no está, Pablo. Él se fue de vacaciones y nos dejó con todo este lío acá. No creo que te responda- Era la Luna, claro. -Ya sé- Dijo el niño- Pero pará, no entiendo: ¿quién sos vos? ¿cómo sabés mi nombre?Preguntó sorprendido. -Soy la Luna y sé tu nombre porque, bueno... ¡Porque soy la Luna! Conozco a todas las personas que habitan en la Tierra-. Pablo le preguntó si sabía porqué al Sol no le gustaba su trabajo, pero la señora Luna insistió e insistió con que no tenía idea y que no sabía ya qué hacer. Finalmente, al niño se le ocurrió algo: -¿El Sol trabaja solo?-. -¿Cómo, Pablo? No te entiendo- Dijo ella. -¿El Sol trabaja solo, sin nadie que lo acompañe?-Si, ¡claro!- Exclamó la Luna, emocionada- ¡Ya entiendo, Pablo! Decís que se fué porque se aburría de estar solo y sin compañía. Así que, luego de insistir, el niño consiguió que la Luna lo llevara a La Galaxia Howai. Cuando llegaron no les fue difícil encontrar al Sol, debido, por supuesto, a su gran tamaño. Pablo se le acercó y le dijo: -Señor Sol, vine porque ya sé porqué no le gusta su trabajo y puedo ayudarlo. Lo necesitamos en la Tierra-. El Sol se sorprendió: -¿De verdad sabes qué me pasa?- Pablo asintió y le dijo que quería ayudarlo a no sentirse tan solo. -¿Y cómo?- Preguntó el Señor Sol, que no podía creer que ese niño quisiera hacer algo por él. -Yo le puedo leer cuentos todos los días, o bueno, cuando tenga tiempo, pero estoy seguro de que eso le va a divertir mucho-. La enorme estrella no cabía en sí mismo del asombro. Recordó lo mucho que se lo necesitaba en la Tierra y al final cedió. -Está bien, fuí muy irresponsable, voy a volver y nunca me volveré a ir. ¡Lo prometo! Desde ese día, es muy normal encontrarse a Pablo leyendo cuentos al aire libre sentado en el balcón de su casa, en un parque o una plaza. El lugar no importa. Y en esos momentos, el sol parece estar aún más cerca de la Tierra.

Cleo Bervejillo, 11 años, Montevideo

Segundo Premio

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Librolandia Había una vez, un lugar mágico llamado Librolandia, donde había muchos libros y nadie estaba triste. Pero este cuento no empieza ahí, empieza en el bosque... Un día la bruja Burbuja estaba leyendo muy tranquila, pero decidió salir afuera a tomar sol. De pronto sintió un golpeteo, se acercó a un árbol y vio que había una puerta muy pequeña. Ella quería entrar, pero como era muy grande, usó uno de sus hechizos para encogerse. La puerta conducía a Librolandia. Entró y tres amigos entraron con ella, ellos eran: el conejo Saltarín, la hormiga Emily y la abeja Mareja. Saltarín le decía a Mareja “rallada” y a Emily le decía “negra”, por lo cual era muy maleducado y travieso. Cuando entraron, Saltarín empezó a romper todos los libros y las personas empezaron a llorar. Cuando todos se fueron, la bruja le dijo: “No debes romper los libros, porque los libros educan a los niños”. -¿Están tristes porque me porto mal? -Sí, ve a disculparte con Emily y Mareja. Saltarín fue y se disculpó, prometiendo nunca más volver a hacer cosas que lastimaran a los demás. Todos lo perdonaron y los cuatro se hicieron mejores amigos. Un día, Saltarín fue a visitar a Burbuja y le mostró un pedazo de libro que había encontrado. Decía: “magia de.... “, y abajo decía: “para convertir en...” Le preguntó porqué había hojas sueltas y Burbuja le contestó que era porque los libros estaban esparcidos por todo el bosque, y lo que sucedía era que el viento travieso las había arrancado. Después de unos días de pensar, a Saltarín se le ocurrió una idea brillante. Fue corriendo a ver al Árbol Sabio y le contó que había pensado en hacer una biblioteca, para que todos los libros estuvieran juntos y cuidados. Al árbol le pareció una idea maravillosa y se ofreció para hacer la biblioteca dentro de él, ya que era un árbol enorme. Todos empezaron a trabajar de inmediato, Burbuja escribió libros de hechizos, Saltarín le pidió a los árboles amigos si les podían donar partes de sus cuerpos: “madera”, Emily construía y Mareja fabricaba miel para todos los animales. Cuando terminaron, pusieron un cartel en la puerta que decía: “¡Los libros educan a los niños. Si lees libros crecerás muy feliz!”. Todo el mundo fue a leer allí, y cada año se festejaba el cumpleaños del árbol y el día internacional de la biblioteca. Un día, el árbol quiso mudarse a Librolandia y todos lo acompañaron muy contentos, sobre todo nuestros amigos que tanto habían trabajado para crear la biblioteca, y Saltarín, que estaba muy orgulloso de haber ayudado a hacer algo tan lindo por los demás. Todas las tardes, al finalizar el día, recitaban juntos: “Lengua de avestruces, cola de lombrices, en este cuento terminaron todos muy felices”. Belén Felipe, 10 años, y Paulina Méndez, 9 años, Montevideo

Tercer Premio

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Henry la foca Había una vez, una foca llamada Henry, a él le encantaba cantar, pero cantaba muy mal. Un día entró en un concurso de canto, pero quedó en el puesto 10 de 10, era el casting para entrar en “Tu animal me suena” y se fue a su casa a llorar, porque había perdido. Ahí estaba su amigo Jack el cocodrilo, que ya sabía que iba a perder, por lo mal que cantaba, cuando Henry dejó de llorar se hizo de noche y ya se tuvo que ir a dormir. Soñó que era una estrella de rock y que cantaba con Jaime Roos y que hacía una gira mundial, al otro día al despertar le pidió ayuda a su amigo “Cuchi”, el perro, que hace años había sido cantante. Cuchi llamó a su representante y a su maestro de canto, para que entre los dos lo ayudaran a Henry a ser mejor cantante. El próximo año se postuló nuevamente para entrar en “Tu animal me suena” y por suerte entró al concurso y el primer cantante que le tocó interpretar fue a su amigo “Cuchi”, el cual lo ayudó para que lo pueda interpretar bien. Henry estaba muy nervioso a la hora de entrar a cantar imitando a su amigo, no por cómo lo iba a interpretar, aunque Cuchi era el mejor cantante de todo el mar y selva, sino porque le daba vergüenza, porque había muchos animales que él no conocía. Por eso su amigo “Cuchi” el cantante lo incentivó a salir a escena y lo interpretó tan, pero tan bien, que ese día, él ganó con 34 puntos. En el próximo encuentro de “Tu animal me suena” le tocó interpretar a Elvis Presley , para lo cual se tuvo que poner una peluca y un traje blanco y cantar Jail Rock. Henry estaba reentusiasmado porque Elvis Presley era su cantante favorito, cuando terminó el Concurso de canto, muchas bandas de rock lo llevaron a un montón de giras mundiales y pudo cantar en vivo con Jaime Roos, lanzó un disco con su amigo “Cuchi”, y se convirtió en el mejor cantante del mundo animal porque todos escuchaban sus hits, y hasta hicieron un documental sobre su vida y la de Cuchi. Jack el cocodrilo, terminó siendo el representante de Cuchi y de Henry, ellos eran la banda “Los Seres”. Henry se dió cuenta de que con ayuda, esfuerzo y dedicación se pueden cumplir los sueños.

Joaquín Rodríguez, 9 años, Colonia

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La máquina del tiempo Pi-pi-pi-pi, maldito despertador, pensé yo. Lo apagué de un manotazo y seguí durmiendo. Al rato, mi mamá gritó: -¡Guidaí, despertate que vamos a ir al nuevo museo Espacio Tiempo! -Okey… zzz. Mamá entró y abrió las cortinas de mi cuarto. -Dale, despertate… -Um hummm...- me destapé y me senté al borde de la cama.- ¿Qué me pongo, mami?. -Lo que quieras, pero que sea abrigado. -Okey. Me puse una polera debajo de mi buzo de One Direction, una calza y mis championes preferidos. -¿Estoy bien así?- le pregunté a mamá. Me miró de arriba a abajo y asintió con la cabeza. -¿Es lejos?, ¿puedo llevar mi celu con los auriculares?- pregunté. -Sí. -¡¡Yupiii!! Cuando llegamos, había una cola tremenda. -Ufa, cuánta cola che!- dije en voz alta, tan alta que todas las personas que estaban al lado mío me miraron. -Shhh…- me dijo mami. -Upss. Luego de media hora, por fin pudimos entrar. Recorrimos el museo en silencio hasta que nos encontramos con algo parecido al trineo de Papá Noel, entonces pregunté: -¿Qué es eso?, Ma. Mamá se acercó al letrero que había al lado del “trineo” y luego leyó en voz alta: -Máquina del tiempo-. -¿Máquina del tiempo?, qué loco, ¿no?- reímos. -¡SHHHH! Que no sabe que está en un Museo, m’hija.- Dijo una señora bastante mayor. Ahí sí, solté una carcajada tan fuerte que retumbó por las paredes. -¡¡SHHHH!!- Gritaron todas las personas al unísono. Me sequé una lágrima y dije: -Bueno, ¿seguimos?, Ma. -Sí. Anduvimos recorriendo el Museo un rato más, pero yo no dejaba de pensar en la Máquina del Tiempo. Antes de salir del museo, mamá dijo: -Vamos al baño que no me aguanto más. -OK. Cuando mamá entró al baño, yo aproveché para escaparme e ir hacia la Máquina del Tiempo, me subí a la Maquina y dije en voz baja, cosa de que nadie me escuche: -Mmm… ¿a qué año puedo ir?... ¡Ya sé!- y disqué en el teclado: Año 1811. Cerré los ojos y cuando los abrí estaba en la Ciudad Vieja, desorientada empecé a caminar por la calle. -Qué raro que nadie me mira extraño. –Intenté saludar a alguien. -Hola- dije, nada pasó.

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-¿Será que soy invisible? De repente, vi a Artigas caminando por la calle, así que fui, saqué mi celular y me saqué una foto con él, sin que se diera cuenta. Luego de un rato me aburrí y decidí ir al futuro. Disqué en el teclado “Año 3000”. Cerré los ojos nuevamente y cuando los abrí estaba en una ciudad enorme, llena de movimiento y luz. Empecé a caminar maravillándome con cada cosa que veía. Al cabo de un rato decidí volver, pero no encontraba la máquina, me desesperé y empecé a caminar por todos lados sin encontrarla. Tanta fue la angustia, que empecé a subir a los ómnibus voladores a ver si la encontraba, pero no. -¡Lo tengo!- grité- Sólo necesito ir al museo Espacio Tiempo y buscar la Máquina del Tiempo, subirme y regresar a mi tiempo. Me subí a un ómnibus que iba directo al museo, me bajé corriendo y entré a la edificación, corrí en la dirección donde debería estar la Máquina, pero no estaba. Con el ánimo por el piso, me senté contra la pared para pensar y se me vinieron a la cabeza dos palabras. -¡El sótano!- Exclamé. Caminé hasta el sótano y entré buscando la máquina. -¡Ahí está!- Me subí a ella y escribí: 31/4/2014. 15:35 hrs. Cerré los ojos y los abrí con desconfianza, pero allí estaba todo, salté alegremente del “trineo” y fui a la puerta del baño, al rato apareció mamá. -Ahí estás.- dije. -¿Que hacés toda despeinada? -Es que… es que estaba haciendo rueda de carro. -Estás loca, m’hija. Ya en mi cuarto, agarré mi celular y puse en Facebook, publiqué la foto que me saqué con Artigas, con el estado: “Con Artigas pa’l face”. Luego de un rato alguien comentó la foto: Claudia Suárez: ¿Dónde te sacaste esta foto? Guidaí Rivas: Me subí a una máquina del tiempo, fui al pasado y me la saqué. Claudia Suárez: Te creo, te creo…

Guidaí Rivas Suárez, 11 años, Montevideo

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El extraño cuento de Jazmín sobre un muelle y un faro -Padre, padre, cuéntame un cuento. -Pero Jazmín, ya he agotado todos tus libros, los hemos leído todos. -Visto que tú no quieres contarme un cuento, yo inventaré uno, lo escribiré y mañana tú me lo leerás. -Muy bien, entonces. Había una vez un gran faro, era enorme, igual que su soledad. Ya nadie lo quería, ni su mejor amigo el muelle, y todo por un mal entendido. Cierta noche estaban ambos conversando mientras llovía torrencialmente. En cierto momento, debido justamente a la tormenta, el faro se quedó sin luz. El vigilante intentó arreglarlo durante diez minutos. A lo lejos se podía divisar un barco, pero el capitán de éste no podía ver ni al faro ni al muelle. Cuando por fin pudo hacerlo porque se había arreglado la luz, fue demasiado tarde, ya había chocado con el muelle. Hoy, a una semana de esta “tragedia”, era el cumpleaños del muelle, pero éste se sentía enfermo y ya no quería al faro, pues creía que el faro lo había hecho a propósito. Él le había dicho al faro que tenía un secreto pero que no se lo contaría, en ese momento el faro se quedó sin luz, por tanto el creía que el faro lo había hecho a propósito. Por eso le dejó de hablar. El faro solo tenía la compañía del vigilante que nunca le contaba nada, de algunos turistas, o muy de vez en cuando de algún grupo escolar que, no supervisado por sus maestras, terminaban rayando todas sus paredes. Y así pasaba el tiempo, pensando en lo ocurrido, contando las olas hasta llegar a mil y luego volvía a comenzar. Por las noches, intentaba alumbrar cada vez a más caracolas, pero éstas protestaban insultándolo, porque estaban durmiendo. Un día, nuestro amigo divisó a lo lejos a un grupo de chicos que jugaban en el casi del todo destruído muelle. Más tarde se iban con sus pequeñas caritas infantiles tristes, tal vez por el estado del muelle. Algunos días después, llegó a ver que por el mar se construía algo, pero no sabía con exactitud qué sería. Unos pocos días después, eso tomaba la forma de un nuevo muelle y… un nuevo faro. En ese instante se dio cuenta de por qué aún no habían ido a reparar a su amigo: estaban construyendo uno nuevo. “Los nuevos” serían ahora el placer de la ciudad, allí desembarcarían su mercancía los barcos felices, pero ellos serían historia. Aunque su amigo no le hablase, él lo quería, y creía injusto no avisarle lo que ocurría. -Querido amigo, nos quieren destruir, nos están construyendo un reemplazo, debemos hacer algo… -¿Hacer algo?, no creo que haya problema, tal vez el otro faro será tan injusto como tú y también hará que destruyan a su amigo, allí nos querrán de vuelta, si aún no nos han destruído- respondió el muelle, reprochándole.

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El faro, con mucho dolor por lo que su amigo le había dicho, aclaró lo sucedido y, ya de vuelta amigos, armaron un plan. Primero le pidieron a las olas que enviaran a la playa más cercana una botella que contenía un mensaje cifrado (sin letras porque, obviamente, aunque tenían pequeñas manos, no podían escribir correctamente). En la orilla de esta playa vivía uno de los niños que había visitado al faro. Al ver la botella que contenía una madera del muelle y un mensaje escrito en la arena con agua de las olas, informó de lo sucedido a sus amigos. Juntos, con su imaginación de niños descifraron el mensaje. Tal cual lo pensado, los niños les informaron a sus padres que querían arreglar el viejo muelle (no le contaron lo del mensaje porque no lo creerían) y armaron una manifestación en contra de “los nuevos” en el frente de la Intendencia, comunicando que ellos ya tenían un muelle y un faro. Los padres y los chicos arreglaron al muelle y el Intendente al ver esto, pidió autorización al Presidente, y se terminó de arreglar a “los viejos”. Los nuevos, ya construidos, también tenían una labor, el nuevo faro ayudó a Ronu (así le habían puesto los chicos al viejo faro) y el nuevo muelle funcionó como un mercado, desde este se transportaba mercadería a Tonsi, que era el viejo muelle. Al final, no hubo ni “nuevos” ni “viejos”, todos fueron amigos y los chicos siempre visitaban a ambos. En el cumpleaños de Ronu, Tonsi le contó su secreto: -Ronu, eres mi amigo, y mi secreto era tu regalo de cumpleaños- y ayudado nuevamente por las olas llegó hasta Ronu el mejor regalo de todos. Éste era un frasco lleno de luciérnagas y caracolas, que le harían recordar al faro que era el mejor y más luminoso faro de la playa y también que era el mejor amigo del muelle, pues en el frasco también está un pedazo de tabla de su amigo. El padre terminó de leer el cuento de su hija, la despidió muy asombrado y le mostró el cuento a la madre de su hija. Su esposa al leer el cuento también se asombró, eso era lo que le había pasado a ellos y a Ronu y Tonsi. Los personajes del cuento de su hija no eran más que ellos mismos, la casa en la playa era la de ellos y los muelles y los faros eran los mismos de hace treinta años…

Milena Camila Álvez, 12 años, Canelones

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Esmeralda y su esmeralda Esmeralda cumpliría 11 años y su sueño era tener un collar de esmeraldas, pero su familia era muy pobre para comprarle esa joya. -¡Martha!- llamó su padre a su mamá: -Si, Otto? -Nuestra hija se porta muy bien, así que quise cumplir su deseo. Iré a la mina abandonada en el bosque a ver si encuentro una esmeralda y luego la engarzaré. -¡Qué gran idea, Otto querido!Así que Otto partió entusiasmado pero…. no encontraba esmeraldas ¡sólo ágatas, ágatas y más ágatas! Se sentó en una piedra a descansar y un brillo lo atrajo: una esmeralda puesta exactamente en una piedrecilla con musgo verde… La tomó y corrió hacia su casa. Esa noche Esmeralda recibió una gran sorpresa. -¡No puede ser! ¡un collar de esmeralda!- dijo sorprendida. Al otro día cuando fue a la escuela se lo mostró a todos: -¡Qué lindo collar!- le dijo Adela. -¿Dónde lo conseguiste?- la halagó Fiorella. -¡Te combina con los ojos y con el nombre!- rió Janet. Esa noche estaba tan feliz que se acostó con el collar puesto, pero no se podía dormir a causa de una “rara luz” que provenía de su gema. Estaba tan cansada que tomó la esmeralda, la colocó en el suelo y asombrada vio como una “extraña puerta multicolor” apareció suspendida en el aire. Sin pensarlo dos veces se tiró hacia adentro, inmediatamente se encontró frente a una mansión con una enorme fuente. Al mirarse en las aguas cristalinas de la fuente se vio adulta con un trajecito negro, lentes y una carpeta bajo el brazo pero… a la vez tenía algo a su cara de siempre. -¡¡¡¡¡MAMÀ!!!!! –gritó un nene de como 5 o 6 años que se dirigía corriendo hacia Esmeralda con un osito de peluche en brazos. -¡¡¡Llegaste, llegaste!!! ¿Y còmo te fue en el trabajo?-¿biiiiiien?- dijo, algo confundida -Entre señora, entre- dijo una mujer vestida de mucama. Esmeralda entró en la mansión y vio una escalera larguísima y 2 ascensores que la dejaron sorprendida. -Ma……………- dijo una muchacha que caminaba con un celular. Después de descubrir aquella mansión se fue a dormir, pero un ruidito llamó su atención, era una mariposa que revoloteaba y le dijo: -tu collar es un portal hacia el futuro…Esmeralda volvió a tirar su collar al piso, la puerta se abrió otra vez, la cruzó y apareció, algo confundida, en su casa de siempre.

María Emilia Hermida, 10 años, Canelones

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Mi príncipe de Arenas Una historia de Amor -¡Adiós! Dijo Isabel al terminar su horario de trabajo. Veré si hago algo esta semana de descanso, dijo en voz baja. Después de un largo viaje llegó a su casa, abrió la puerta, tiró su bolso al piso y se hundió en el sofá. Tengo que distraer mi cabeza. Pensó. Justo en ese momento tocaron a su puerta, cuando la abrió no había nadie, solamente un folleto que decía: ¿Está cansado de pasar todo el día trabajando? No se preocupe, tenemos la solución, por solo 50 dólares váyase a disfrutar por una semana. Llame ya al 5050-2238. Isabel, sin pensarlo, llamó y sacó un pasaje para viajar en avión esa misma noche. No se dio cuenta que el folleto no decía el lugar a donde ella iba a viajar. Cuando llegó al aeropuerto, no había nadie, a ella no le importó, se subió a su avión y el vuelo partió. Al llegar a destino todo era muy raro, el cartel de la ciudad decía: Bienvenidos al país de los hombres de Arena y Agua. Todo, todo era de agua y arena, las calles, las casas, los árboles, las personas, las tiendas, hasta la comida ¡¡todo era de agua y arena!! Al bajar del avión se pechó con un muchacho, que era todo de arena. -Hola ¿Eres nueva aquí? Le preguntó. -Si, vine por una semana, a pasear. ¿Cómo es tu nombre? Yo soy Isabel. -Qué lindo nombre, Isabel. Yo soy Antonio. -Entonces Antonio, podrías mostrarme el lugar, estoy bastante perdida. -¡¡¡Si, claro!!! Con gusto. Antonio la llevó a ver una obra de teatro, fueron a un museo y muchas cosas más. En el correr de la semana, Isabel logró distraer su cabeza, se sentía feliz, tranquila, y eso le gustaba. Además, se sentía muy bien junto a Antonio. Hasta que: Los días fueron pasando y los jóvenes se fueron enamorando…. La semana pasó muy rápido, y llegó el día que Isabel tenía que volver a su hogar, a seguir trabajando. La última noche que Isabel estuvo en el país de los hombres de Arena y Agua, Antonio, organizó una cena romántica para ella. -Antonio, sin duda esta fue la mejor semana de mi vida. -La mía igual, Isabel. De verdad quiero que vuelvas a visitarme, te voy extrañar mucho.

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El día llegó, Isabel organizó sus valijas y fue al aeropuerto junto a Antonio. -Llegó la hora, espero volver a verte. Dijo Isabel mientras le caía una lágrima. -Me vas a ver en tus sueños. Dijo Antonio sosteniéndole la cabeza. Isabel le entregó a Antonio su pañoleta, y él llorando le dijo: -Como verás, no tengo nada para regalarte, solamente esto. Entonces se inclinó hacia ella y le dio un beso. Después Antonio se raspó los labios sacando arena y se la dio a Isabel. Sin que ninguno de los dos diga una palabra, se abrazaron e Isabel se fue corriendo al avión. Después de ir todo el viaje con lágrimas en los ojos, llegó a su hogar… Hoy en día ya han pasado diez años desde ese viaje, e Isabel sigue esperando que toquen a su puerta y que le dejen un folleto como antes. Sigue viviendo con la esperanza de volver a ver a Antonio, todas las noches duerme con ese poquito de arena en su mesa de luz, y sigue esperando a que llegue a sus sueños su príncipe de Arenas….

Miguelina Chagas, 12 años, Salto

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Un mundo bajo la cama Había una vez, hace no tanto tiempo, una niña, una niña normal, una niña a la cual le gustaba jugar, dibujar y divertirse, como cada niño que existe, pero no era una niña tan normal, era especial. A esa niña le llamaban Sofía, ése era su nombre, era una niña muy bonita. Tenía pelo negro como la noche, que combinaba con sus ojos, que también eran negros, su piel era morena y su voz era armoniosa, una voz dulce que con solo escucharla te alegraba el día, pero lo que más llamaba la atención era su sonrisa, una sonrisa blanca como la mismísima nieve y unos labios rosa claro. Pero a ella no le importaba ser bonita, toda esa belleza no le servía, porque no tenía amigos, pero no tenía amigos reales, amigos que se pueden abrazar o besar, tenía amigos imaginarios, con los cuales ella hablaba siempre, en todo lugar a toda hora, por lo cual sus compañeros de clase decían que estaba loca o ”media cucú”, como le llamaban: “la media cucú”. Sofía era muy inteligente, muy bonita, pero no muy sociable. No era de las niñas que hablaban mucho, ni de las que buscan líos, o se defienden si las quieren ofender. Cuando llegaba a la casa siempre estaba esperándola con el almuerzo su mamá. En su casa vivían 4 personas: su abuela Gertrudis, su abuelo Pepe, su mamá Esmeralda y Sofía. Sofía llegó a la casa, saludó a sus abuelos y a su mamá, se lavó las manos, comió y se fue a su cuarto. Tenía un cuarto muy lindo, las paredes eran color violeta, la puerta de madera de pino, tenía un armario color rojo, una mesa de luz color amarillo al lado de su cama, una cómoda color rosa y una cama de 2 plazas que siempre estaba cubierta con un acolchado de muchos colores y encima del acolchado 2 almohadas y muchos, muchos, pero muchísimos muñecos, grandes, pequeños o medianos. Pero lo que más le gustaba a ella era una mecedora color verde que tenía muchos años. Ella amaba esa mecedora, porque perteneció a su padre, Juan, que había muerto cuando ella tenía 5 años, unos días antes de su cumple. Ella sufrió muchísimo por su papá, pero su mamá le dijo que él siempre está a su lado, pero que no lo ve porque es un ángel que siempre la está protegiendo. Sofía hizo su tarea y se metió bajo la cama, seguro se preguntarán ¿Qué haría una niña bajo la cama?, pues les contestaré la pregunta: Sofía amaba estar bajo la cama, porque ahí ella tenía su mundo de fantasía, un mundo donde solo aquel que crea en la magia podía entrar. Ahí Sofía era la creadora de todo lo que existía, tanto las hadas como los dinosaurios, tanto los juguetes con vida como los murciélagos, todo desde lo más pequeño como lo más grande, ella era la presidenta eterna de ese mundo, era la gobernante de todo. Ahí todos la apreciaban, y todos eran sus amigos, si obvio, a veces tenían sus conflictos, pero siempre estaban si se necesitaban el uno al otro, en ese mundo podías ser lo que quisieras, pero tenía sus límites, no podías ser ni ladrón ni asesino y ni tampoco ser malo, y tenías que ser menor de 13 años si no, no podías trabajar ni ser alguien influyente en la política.

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Sofía tenía 12 años, dentro de poco cumpliría los 13 y eso le preocupaba mucho y se preguntaba a si misma -¿Quién manejaría este mundo tan maravilloso, quien sería capaz de mantener ese mundo en existencia?- pasó toda la tarde viendo supuestas posibilidades para la Presidencia pero no, ninguno estaba a la altura ni tenía la fuerza para mantener ese mundo. De pronto, su mamá la llamó -Sofía, ven a cenar. A lo que Sofía respondió -¡voy para allá!. Salió de bajo la cama, corrió al comedor y tomó asiento, de pronto la mamá le preguntó: -¿Sofía, que hacías bajo la cama? y Sofía respondió: -Estaba decidiendo qué Presidente le pondré a mi mundo. La mamá la miró, como sus abuelos y antes de que se les escapara una risa la mamá le preguntó: -Pero, ¿Por qué no sigues siendo tú la Presidenta?. A lo que Sofía le respondió -No es tan fácil, tanto mi mundo como este país tienen sus leyes, y yo no puedo hacer nada para cambiarlas, porque las leyes las puso el antiguo Presidente, y yo no puedo hacer absolutamente nada, a menos que vuelva a cumplir 11 sin cumplir los 13. Después de haber dicho esto, se fue a acostar pensando qué iba a hacer, hasta que se durmió . Pasaron las horas, hasta que la mamá la despertó para ir a la escuela, pasaron las horas y Sofía se aburría, hasta que rrrriiiiiinnnggggggg, sonó el timbre del recreo. Todos salieron lo más rápido posible y Sofía salió caminando tan lentamente y mirando al piso que se chocó con una niña, al parecer una niña de 3º grado. Sofía se disculpó cortésmente y le preguntó su nombre, a lo que la niña respondió: -Paula. Bajaron juntas y como vio que la niña no tenía amigos y estaba sola, la invitó a charlar y le preguntó -Paula, ¿tú crees en la magia?, a lo que Paula le respondió que sí, que sí creía, y Sofía le preguntó si ella quería ir a su casa hoy y Paula volvió a responder que sí. Pasaban las horas y Sofía se seguía aburriendo hasta que se puso a pensar, si Paula cree en la magia, ella podía ser la nueva Presidenta del mundo de fantasía y que no tendría que volver a cumplir 11 años. Sonó el timbre de salida y Sofía esperó a que Paula saliera y se fueron juntas a casa de Sofía. Llegaron, comieron y como nadie preguntó nada como quién era, de dónde venía, etc., las dos subieron y Sofía invitó a Paula a pasar a su mundo. Ella aceptó, pasaron, Paula se sorprendió al principio, Sofía le propuso ser la Presidenta de todo esto, a lo que Paula respondió que sí. Ahora Sofía ya tenía una nueva Presidenta que mantuviera ese mundo en pie, pero mucho más importante aún, tenía alguien que mantuviera esa gran amistad que siguió y siempre seguirá de pie.

Ana Karennina Echevarría, 10 años, Cerro Largo

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Valentina Había una vez, una niña muy, pero muy traviesa que se llamaba Valentina. Era tan traviesa y tan inteligente, que la gente decía: ¡Qué niña tan pilla! Tenía pajaritos en la cabeza, pero unos pajaritos muy, pero muy despiertos, y un corazón enorme. La verdad es que era una niña muy especial. Era muy rara, sabía hacer de todo, lo único que no podía hacer era quedarse quieta. Su voz, su risa, sus pasos, nunca sonaban donde estaba ella. Si rompía una taza por acá, seguro que ella ya estaba allá. Para algunos era una dulce y linda niña y para otros era una verdadera diablilla. Si en la escuela perdía un cuaderno, era fácil adivinar quién era la dueña: en cada tarea hacía un dibujito, en cada lección hacía un versito. Lo más divertido era verla llegar de la escuela. La mochila y los libros llegaban siempre primero, volando por los aires. Después entraba ella, alegre y sonriente gritando, y Aurelia, la cocinera, decía: “Me parece que ya llegó”. Así era su casa: aunque afuera lloviese, adentro había sol, porque ella lo dibujaba en todos sus papeles. Si se sentía sola inventaba un abrazo especial. Si había silencio, se ponía a hablar. Si estaba triste, inventaba mil maneras para que la llenaran de besos. Tenía supersecretos que eran solo para ella y nadie sabía cuántos secretos podía tener. Pero el mayor misterio para todos era la manera secreta que Valentina tenía de jugar… con el tiempo. ¡Valentina las hacía todas! Pero hubo algo que no pudo hacer, algo que es imposible de lograr, incluso para una niña como ella. Valentina no pudo frenar el tiempo. Y el tiempo pasó y como todo el mundo, Valentina creció y fue entonces cuando todo el mundo descubrió que no había sido una niña despistada. Había sido una niña feliz. A veces los niños son insoportables, pero lo más lindo es verlos reír y los niños que ríen son niños felices.

Lucía Rodríguez, 11 años, Montevideo

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Un lugar llamado Tierra Hace millones de años, un lugar hermoso fue creado para la existencia de una especie capaz de hacer cosas fantásticas. El celeste de su cielo, el verde de sus pastos y sus árboles, el perfume de sus flores y el canto de sus pájaros, fascinaban desde el más pequeño hasta el más anciano. Sus primeros habitantes, los llamados indios, sobrevivieron en este maravilloso planeta por su fuerza y valentía, dejando ejemplos y cosas que ayudaron a las generaciones futuras. Las distintas generaciones que por la Tierra pasaron fueron evolucionando, haciendo nuevos descubrimientos, creando nuevas tecnologías, ya no tenían que hacer esfuerzos para lograr lo que querían, sino que salían a trabajar para satisfacer sus deseos y tener una vida de bienestar. Esta especie llamada humana vio la capacidad que tenia y creó. Creó gigantes ciudades, grandes industrias, lujosos y lindos transportes, fue tanto lo que consiguieron que cada vez quisieron más y más, dejando de lado y descuidando el planeta Tierra. A pesar de que algunos seres humanos, viendo el daño que se le hacía a la Tierra, se unieron en protesta y luchas para cuidar mejor de ella. La mayoría de los humanos siguieron con su vida, contaminando cada vez más la Tierra, que se estaba enfermando. Cansada de tanto descuido y muy enferma, la Tierra se rebeló, cambiando bruscamente su clima, extinguiendo especies de animales, con fuertes tormentas, rayos, inundaciones, volcanes, terremotos, huracanes, calores muy fuertes, causando muchos de estos, enfermedades entre los humanos. Sin saber si era demasiado tarde, el ser humano intentó cambiar, pues estaba trazando su propio fin, y que sin Tierra el humano no podría existir. Y ese lugar maravilloso donde vivieron mucho recibieron sus antepasados, donde ellos construyeron sus familias y amistades a lo largo de sus vidas no resistiría. Por la voluntad del hombre y por la Tierra ser muy buena, y amar mucho la especie que en ella habitaba, decidió darle otra oportunidad haciendo un trato. Si cada uno hace una buena acción, haciendo su parte, vivirían felices y sanamente.

Camila Mora, 8 años, Rivera

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Sueños multicolores Había una vez, un país diferente donde todo era blanco. Era blanca la hierba de los parques, los pájaros, el agua, el sol, las nubes y también los niños, todo era blanco… Un día Cami, una pequeña niña blanca del país Blanco, buscaba entretenida letras blancas que se habían perdido. ¿Por qué se habían perdido? El sol era blanco, también la hierba, el tigre, la taza. ¡Cuánto blanco por todos lados! Cami se perdió entre tanto blanco, las letras se perdieron de tanto blanco. Comenzó a andar de un lado a otro, sin saber a dónde ir y sin poder encontrar el camino de vuelta. Tanto tiempo estuvo andando que se sintió muy cansada y se echó a dormir en la rivera de un río blanco, con blanca agua y bajo un árbol blanco, sobre el pasto blanco. En su blanca cara dormida se dibujaba una sonrisa, sus sueños eran en colores… muchos colores que en su país Blanco hacía mucho que no veían. Las letras allí eran multicolores. Cuando despertó se encontró sobre una especie de alfombra que no era blanca y se asustó. Miró hacia arriba y descubrió que lo que veía era distinto a lo que estaba acostumbrada a ver y se asustó mucho más. Y así fue de susto en susto descubriendo un cielo, un sol y agua diferentes. Quería huir y no sabía hacia dónde ir. El sol, que no era blanco, le calentaba demasiado, y la hierba que tampoco era blanca le picaba los pies. Tenía tanto miedo que comenzó a llorar y fue mayor cuando de pronto veía a su lado niños diferentes. Uno tenía la cara rosa y el pelo amarillo, otro era casi al revés, tenía la cara amarillita y el pelo negro, otro tenía la cara marrón casi negra y el pelo negro… y todos se divirtieron juntos. A Cami esto la tranquilizó y comenzó a disfrutar como nunca antes había podido. Risas, gritos, cosquillas, ¡todo era lindo! En sueños el secreto le fue revelado: en el país Blanco era todo blanco porque sus habitantes blancos habían dejado de tener sueños multicolores. Cami fue la primera en mucho tiempo en ir transformando todo lo blanco en un arco iris de colores y así muchos se fueron animando a soñar en colores.

Agustín Tzitzios López, 11 años, Montevideo

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Sonrisas compartidas En una tierra lejana, pero cerquita nomás, vivía un abuelo muy, muy bueno. Amigo de todos los animales, todos los que necesitaban algo lo buscaban. Si tenían algún problema, él le encontraba la solución. El león”Rulos” vino un día, muy triste porque estaba perdiendo su hermoso cabello, su melena se le caía. Con un poco de paciencia y mucho cuidado, el abuelo Pancho (porque ése era su nombre) le cosió una larga y ondulada melena. El león, muy agradecido, se fue contento con su melena al viento rubia y brillante, parecía que volaba de alegría. Al poco tiempo, cuando el abuelo Pancho caminaba por el campo, se encontró con “Doña vaca GPS”, como siempre, se había perdido porque era muy despistada y nunca encontraba su camino, ahora necesitaba algo para que la encontraran, el abuelo Pancho se puso a pensar, después de un rato le dijo: -Te haré un cencerro, para que cuando te pierdas podamos escucharte y saber donde estás. La vaca se lo quedó mirando hasta que lo terminó, quedó tan encantada con su cencerro nuevo, que el sólo escucharlo cuando caminaba la ponía feliz. Después de agradecerle a Don Pancho, le dejó un tarro de leche recién ordeñada como regalo. Compartir es bueno, dijo el abuelo Pancho. Don conejo “Pocas Pulgas” por enojón, se lastimó su pata de la suerte, era muy atropellado y pasaba rezongando por todo, entonces Don Pancho al verlo lastimado lo cuidó y alimentó hasta que se puso mejor. Gruñendo, se alejó agradecido. Una tarde, el abuelo Pancho decidió salir a pescar en su viejo bote, después de un rato sintió ruidos en el agua y encontró a “Sonrisa Mortal”, un gran tiburón blanco que conocía hace mucho tiempo. Se había enredado en una gran red que dejaron olvidada unos pescadores. Con mucho cuidado lo ayudó a salir, agradecido le dijo que si él necesitaba algo lo buscara en ese lugar. Don Pancho, aunque no pescó nada, volvió contento al poder ayudarlo, de otra manera hubiera muerto. Ya en su casa, cansado y con hambre decidió prepararse una galleta de campaña con queso. La galleta era tan pero tan dura, que cuando la mordió se le cayeron todos los dientes. Al otro día se preparó un rico asado, pero recordó lo de sus dientes, no podía masticar. Se puso a pensar quién podría ayudarlo. Dijo: -Los dientes del león serían muy útiles- y se los pidió prestados, como Don Pancho lo había ayudado tanto, “Rulos” se los prestó. Después de almorzar se los devolvió. Al segundo día, el mismo problema, se había preparado una excelente ensalada con todas las verduras: ¿Quién lo ayudaría ahora? Pensó en Doña Vaca GPS, que estaba acostumbrada a comer mucho pasto, ella también agradecida le prestó sus dientes. A la mañana siguiente se levantó con muchas ganas de comer galletitas, muchas galletitas, entonces apareció el conejo “Pocas Pulgas”, con unas grandes paletas para masticar ricas galletitas crocantes, se las pidió, conejo aunque refunfuñando por todo, se las prestó y desayunó contento. Pero para el abuelo Pancho esta situación se estaba complicando, ya que cada diente servía para una comida en especial, y a él no le gustaba comer siempre lo mismo.

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El león “Rulos”comía solo carne, ”Doña Vaca GPS” comía solo hierba, conejo “Pocas Pulgas” comía zanahorias, semillas, brotes y raíces. ¿Ahora qué puede hacer? Por eso pensó en su amigo “Sonrisa Mortal”, que le dijo que lo buscara cuando necesitara algo ¿qué mejor que dientes de tiburón, para masticar? Él lo ayudó complacido y se los regaló, porque a los tiburones los dientes les crecen de nuevo y podría comer de todo, cuando decimos “todo” es “todo”, porque ellos comen todo lo que se les cruza. Don Pancho queda contento con sus nuevos dientes, pero todos los que lo veían cuando sonreía, corrían asustados, pensando que se los quería comer. Entonces, el abuelo Pancho se empezó a sentir muy solo. Nadie se animaba a acercarse, hasta sus amigos los animales dejaron de ir a verlo. Entonces decidió no usar más los dientes de “Sonrisa Mortal”, no podía ir por la vida asustando a sus amigos. Después de un tiempo caminando por la playa, le dio hambre, cuando sintió un olor delicioso que venía de un ranchito en la costa. Se acercó, miró por la ventana y vio a una viejita de delantal, preparando un delicioso puré de verduras. Al verlo, Doña Pancha (así se llamaba), lo invitó a pasar, con una gran sonrisa sin dientes, el abuelo Pancho aceptó contento. Comieron, conversaron y se rieron mucho, descubriendo que tenían muchas cosas en común. De postre le trajo una rica crema de chocolate, ella le contó todas las cosas ricas que sabía cocinar, y él quedó encantado. A partir de ese día comían juntos siempre, y resolvieron el problema de Don Pancho y sus dientes. Sus sonrisas eran las más lindas, tanto, como las historias que se contaban, de sus amigos los animales, como las de todos los abuelos, llenas de aventuras y enseñanzas. Siempre es lindo compartir.

Constanza Cecilia Bossolasco, 11 años, Canelones

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Mi loca familia Eran las diez de la mañana y Chapsup recién despertaba, trató de desperezarse y tomar un poco de aire, se levantó, tomó sus chanclas y fue al baño. Minutos después, vio a su padre a través de la ventana corriendo por el patio como loco, volvió a mirar y éste seguía a una rana. ¿Estás loco papá? – gritó Chapsup. El papá lo miró con una cara rara y siguió corriendo como un loco, Chapsup bajó al sótano en busca de la madre y allí estaba metiendo una asadera rebosante de comida al lavarropas pero como no entraba, lloraba como otra loca más. Minutos después de intentarlo varias veces, su madre se dio cuenta que no entraba, sacó la comida de la asadera y la metió al lavarropas, tomó el jabón y le puso bastante. ¡Oh, Dios! ¡Piensa que el lavarropas es el horno y el jabón la sal! - pensó Chapsup. Subió con tanto temor que se mareó al imaginar que iba a comer eso. Al subir se topó con sus dos hermanos Chuz y Choz. Chuz lloraba como desesperada, porque Choz le dijo que la despedían de la empresa “Lunar”, porque le tiró el café al presidente y éste se había enojado mucho. Chapsup salió corriendo a buscar a su amiga Luisa. -¡Luisa! – gritaba Chapsup. -¿Qué? ¡Feliz primavera! ¿Me trajiste una flor? -Si, si, feliz primavera. -¿Me trajiste una flor? -Sí, te traje una flor, ¡una flor de noticia! ¡Mi familia actúa como loca! Ven Luisa, vamos a mi casa. Al llegar, su familia estaba gritando en una ronda y a la vez decían: Purificación terminada, somos familia, somos familia… en ese momento Chapsup se dio cuenta de todo, el padre con la rana, la mamá cocinando en el lavarropas con el jabón, Choz con su empresa, todo señalaba que su familia era extraterrestre. ¡No! ¡No! ¡No! -decía Chapsup, de repente todo parecía confuso, nublado… y escuchaba una voz que decía: -Míralo cómo duerme. -¡¡¡Chapsup!!! ¡¡¡A desayunar!!! Ésas fueron palabras mágicas en sus oídos. ¡Aaaahhhhh! Gritó Chapsup, al ver que todo había sido una pesadilla. Fue a la mesa, les contó el sueño raro a sus padres y éstos se rieron…. Pero Chapsup los miró por el rabillo del ojo y vio a su papá mirando con cariño a la rana que descansaba tranquila sobre una de las piedras de la pecera… ¿Hasta dónde había sido solo un sueño?

Yazmín dos Santos, 12 años, Montevideo

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La amistad, algo más que una palabra Hace tiempo, a mí me contaron la historia de una niña, que vivía en Uruguay, de perfil bajo, no se hacía notar mucho, a la que poco después de su cumpleaños, le informaron que ella y su familia se mudaban a Francia. La niña, llamada Lucía, no sabía bien cómo estaban ubicados los países, ya que tenía 6 años, así que por ese momento confundió a Argentina por Francia, un poco raro para nosotros, que ya sabemos que Francia está en Europa, pero Lucía lo había entendido así. Lú (que así le decían sus amigos), al llegar a su colegio, les contó a sus amigos que se mudaba para Francia, que “está al lado de Uruguay” y que se iba a divertir mucho allí. Muy pronto, la maestra corrigió a Lucía; le explicó que Francia no está al lado de nuestro país, si no que estaba en Europa, y claro, nuestra amiga preguntó dónde quedaba Europa, y se sorprendió con la respuesta: que estaba separado de América del Sur por un enorme océano. Lucía estaba decepcionada porque no iba a estar tan cerca de sus amigos: Lucas, Miguel, Luana, y sobre todo Clara, su amiga del alma. Pero encontraron una solución, que no los conformó bastante, pero podrían estar en contacto. Se crearon una cuenta de Hotmail cada uno, para mandarse e-mails y chatear, si por casualidad estaban conectados al mismo tiempo. Cuando llegó el momento de irse, Clara la fue a despedir al aeropuerto, y, como todas las amigas que se quieren mucho, se echó a llorar porque Lú se mudaba MUY lejos. Por supuesto, Lucía también lamentaba irse tan lejos. -¡¡RÁPIDO!!- Dijo la madre de Lucía. -¡¡Denle que perdemos el vuelo!!- Continuó el padre¡¡Apuren Lucía y Mateo, que no llegamos!! Upsss…. Se me olvidó contarles algo, que nuestra amiga Lú tiene un hermanito menor, Mateo. Al llegar a la pista de aterrizaje, una señora los guió para que encuentren su avión, que como todos sabemos, va rumbo a Francia. Un detalle más: la señora que ayudó a esta familia resulta que era la tía abuela de Miguel (uno de los amigos de Lucía), y ella les contó una anécdota divertida sobre Miguel: resulta que con lo “torpe” que es, en el cumple de su hermana tropezó con los sillones de madera y cayó de cara sobre la torta de cumpleaños. ¡Qué despiste! Al subir al avión, luego de agradecer la ayuda de Gabriela (que así se llamaba la señora de la pista de aterrizaje), Lucía tenía mucho miedo de caer, como vio en el informativo. -Tranquila Lú- la calmó Mateo -No va a pasar nada, hay sólo un 30% de caer, puede ser que los motores fallen, que se rompa un ala, o peor, que choquemos contra otro avión, aunque…. ¡¡BASTA!! -Lo detuvo Lucía -Que ahora tengo aún mas miedo. -Lú- La interrumpió la mamá -no trates así a tu hermanito, él es dos años menor que tú, y además, sólo trataba de calmarte y que no tuvieras tanto miedo. Lucía obedeció y se sentó en el lugar que le correspondía.

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Ella tuvo la suerte de sentarse junto a la ventanilla, y observó cómo despegaba el avión, las nubes, y después de unas cuantas horas, como aterrizaba el avión en la “Autopista Francesa”. Al bajar, siguió a sus padres hasta un lugar donde los esperaba una señorita, se hacía llamar “Srta. Laure Renou”, probablemente era un nombre común en Francia, que decía de llevarlos hasta un hotel llamado “Sofitel Paris Le Faubourg”, claro que al principio cuesta acordarse de este nombre tan “francés”. Llegó la noche, cenaron “Ensalada Lyonnaise” con “Terrina de Foie Gras”, que, como les informaron, son comidas típicas de ese país. Cuando ya la familia dominaba bien el francés, los padres trabajaron y los ascendieron, pudieron comprarse una casa para seguir su vida allí. Claro que también Lú y Mate tuvieron que comenzar la escuela, se les hizo difícil conseguir amigos. Lucía conoció muchas personas nuevas, entre ellas a Aurélien y Charles, que eran dos chicos muy inquietos; Sarah y Sophie, dos chicas muy charlatanas; y por supuesto, los gemelos Megan y Tom Smith, que, como quien dice, vinieron de Inglaterra. Cuidado que no quiero decir que estos últimos son malos, al contrario, son de lo más amables que existen; siempre cuentan cosas que les pasan y Lú a ellos, después de sus charlas siempre terminan felices y con ganas de seguir hablando durante horas. Pero claro, en el colegio no todos son buenos, también estaban Rebecca Biasini (que vino de Italia), y Annika Schneeberger (que vino de Alemania). Estas últimas son malas con todos en el cole, siempre se ponen adelante en la fila por más que sean unas de las más altas, para hacerse ver. Pasaron muchos años, y cuando digo muchos, son muuuuchos años, cuando ya Lucía cumple sus 14 años, (piensen que cuando comenzó esta historia ella tenía solo 6 años), Megan Smith y ella son oficialmente mejores amigas, pero ella no se olvida de su vida en Uruguay: no se olvida de su idioma, ni de su casa, ni mucho menos de sus amigos ya mencionados al comienzo: Lucas, Miguel, Luana, y sobre todo Clara, de ella nunca se va a olvidar. Tampoco nos olvidemos de Tom, que él también será siempre el mejor amigo de Lú. Lucía cumplió 15, 16, 17, 18, 19, 20, y cuando ya tenía edad y dinero suficiente invitó a Tom y a Megan a una visita por Uruguay, para recordar momentos únicos y volver a ver caras que sólo las recuerda por una foto que se sacaron hace más de 13 años, cuando hacían el paseo de fin de año en 1ro de escuela. Volviendo al tema, Megan y Tom por supuesto aceptaron y se fueron en el vuelo más cercano, rumbo al aeropuerto de Montevideo.

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Al llegar, pasaron por un almacén a comprar el almuerzo, pero Lucía notó algo raro en la cara de los almaceneros… ¡¡Eran Lucas y Luana!!¡¡Los amigos del alma!! Lucía se puso tan feliz que echó a llorar, es que no lo podía aguantar, sus amigos, ella, habían vuelto a encontrarse! Luana le contó a Lú que Clara se había recibido de abogada, como ella soñaba, y Lucas le contó que Miguel… bueno… que él no tuvo mucha suerte… pero que hace no mucho, consiguió trabajo como auxiliar en el Club Parque del Plata. Lucía presentó a sus nuevos amigos y se llevaron bastante bien, entre ellos planearon “el reencuentro” de todos, ya que Luana aún estaba en contacto con los demás. Llegó esa gran noche, nadie se podía aguantar, todos nerviosos por lo sucedido hasta que, ese sábado por la noche, todos se encontraron y festejaron muy felices, fue como volver a tener 6 años, en esos momentos, esos Momentos Únicos. También me contaron que no dejaron dormir a los vecinos, que despertaron hasta el sol, y que los amigos juraron no volver a separarse nunca, jamás, en la vida.

Valentina Álvarez, 10 años, Canelones

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Kimo, el pulpo Era un día muy sereno, Martín el tritón estaba haciéndose la leche porque después se iba a la escuela. Él siempre salía una hora más temprano porque en el camino se distraía. En el camino vio muchas cosas, algas brillantes, flores, piedras preciosas, pero algo lo intrigó mucho. Era algo que salía de una piedra gigante, una cosa alargada, violeta y con agujeritos. Martín se acercó para saber lo que era y se asustó. Era un animal y tenía ocho de esos brazos largos y una cabeza grande. Entonces, Martín le dijo temblando: -Hola. Y el animal respondió, con voz de niño pero algo grave: -Hola, soy Kimo el pulpo, ¿y tú? -Soy Martín, un tritón. ¿Te gusta jugar? Y el pulpo le respondió: -Sí, claro, tengo la colección de los “Krots”. Martín le dijo:-¡qué coincidencia! Yo también, y ¿te gusta jugar al fútbol? -¡Claro! Soy el goleador de mi equipo de fútbol. ¿Quieres ser mi amigo? le pregunta Kimo -Sí, quiero ser tu amigo. Martín estaba feliz, su madre no le había dicho nada de no acercarse a los pulpos, sí de no acercarse a los tiburones, calamares y medusas, pero a los pulpos, no. Martín y Kimo se pusieron a jugar, hasta que Martín se acordó de la escuela y se fue corriendo para no llegar tarde. A la vuelta de la escuela volvió a jugar con Kimo, pero Kimo escuchó un sonido que lo alarmó. Era un animal de especie indefinida que mataba a los animales marinos. El matador se acercó a Martín y él gritó tan fuerte que se despertó. ¡Todo había sido un sueño! A la hora de desayunar le contó la historia a su familia, todos se rieron, ¡ellos nunca serían sirenas ni tritones! Martín estaba ansioso a que llegara la noche para soñar nuevas aventuras con Kimo, el pulpo.

Ana Belén Almandos Flores, 10 años, Montevideo

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La valija de mi abuelo Mi abuelo se llama Alcides y vive en la ciudad de Carmelo, donde nacieron mi mamá, mis tíos, mis primos y casi todos los meses nos viene a visitar. Me encanta que venga a casa mi abuelo, él es carpintero, y rne gusta mucho verlo trabajar la madera, con el cariño que pone al hacer los trabajos, a él también le gusta explicarme cómo se utilizan sus herramientas y hasta me las presta, pero solo aquellas que no son peligrosas. Cada vez que viene a mi casa, trae una valija, de madera, hecha por sus propias manos, repleta de herramientas muy antiguas, pero bien cuidadas, siempre viaja a todos lados con él, porque donde vaya, construye o arregla algo. En su última visita, cuando fuimos a buscarlo a la terminal, entre besos y abrazos bajamos todos los equipajes y la valija de madera ¡¡ No estaba!! . ¡No podía ser, mi abuelo juró que la había subido al ómnibus! Enseguida nos comunicamos con la agencia de viajes de Carmelo, de Fray Bentos y hasta la de Bella Unión que es hasta donde llega el coche, para reclamarla, pero la valija no estaba por ningún lado. ¿Cómo se pudo haber perdido? tenía su nombre, dirección, teléfono.... ¡Qué tristeza nos embargó a todos! Porque la valija de mi abuelo, no es solo una simple valija de herramientas, en su interior hay mucho amor, muchas historias, anécdotas, recuerdos... Como dice mi abuelo: -”es un pedazo de mi vida”; con ella comenzó a trabajar, fabricó juguetes para todos los niños de la casa, arregló los bancos de la escuela donde fue mi mamá, y cientos de historias más, donde pudiera ayudar, mi abuelo marchaba con su valija. Lo veíamos muy confundido y triste y no sabÍamos cómo consolarlo, pensamos en comprarle otra, con herramientas parecidas, pero él no quiso, insistía en que no se trataba del valor material, si no del valor afectivo que tenía para él y para la familia. En la noche sonó el teléfono, era un señor que trabajaba en Carmelo como taxista, para avisarnos que cuando iba a guardar su coche, al revisar el baúl se había encontrado con una valija de madera, y decidió llamar a uno de los teléfonos que tenía en la tarjeta para encontrar a su dueño. También nos contó que antes de hacer el llamado, lo comentó con su familia y su padre, al enterarse que mi abuelo era el dueño de la valija, comentó que era su amigo, que lo conocía desde la infancia, pero que hacía mucho tiempo que no se veían. Al día siguiente con la ayuda del taxista y de mis papás, cerca del mediodía mi abuelo recibió una doble sorpresa, la visita de un viejo amigo que le traía su valioso tesoro perdido. Fue un día lleno de alegrías, risas, cuentos y recuerdos...y comprendí que la gratitud, la honradez, la honestidad y Ia amistad son buenos sentimientos y lo más importante es que no se pueden comprar con dinero, al igual que la valija de mi abuelo.

Lautaro Negro Rodríguez, 9 años, Río Negro

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En el bosque oscuro En tiempos pasados había un bosque, no era un bosque común, sino uno muy oscuro y tenebroso, que daba miedo, pero no solamente daba miedo por eso, sino también por quién lo habitaba. Era una cálida mañana de otoño cuando un hombre fue a cazar animales en el bosque. No le tenía tanto miedo, a pesar de lo que había escuchado decir sobre él y de lo difícil que era penetrar debido a las ramas enredadas de los árboles que obstruían la luz del sol. Taylor, que así se llamaba el hombre, entró cada vez más en el bosque, entre barro y ramas. De pronto se escucharon crujidos de hojas secas. Él no podía ser, ya que estaba parado, sin mover ni un solo músculo. Entonces los árboles se empezaron a mover. Su corazón latía cada vez más fuerte. El hombre sin darse cuenta estaba atemorizado. Tenía una escopeta en la mano y cinco cartuchos, pero… ¿para qué? ¿Un animal que movía los árboles? Parece muy difícil, ¿no? Taylor, sin apenas mirar, echó a correr, pero cuando parecía que tenía mucha distancia sobre esa cosa… ¡FRRRRRRRRRRRR! Puso un pie delante del otro y frenó. Frenó porque vio un gran agujero en el piso. Entonces se escondió tras un árbol grande y hueco. Fue ahí cuando empezó a escuchar un ruido cada vez más cercano de pasos que retumbaban en el piso. Finalmente… Lo vio. Era un enorme troll con taparrabo, un palo con pinchos en la mano izquierda y en la otra un animal muerto. Taylor respiraba cada vez más rápido y deseaba que todo eso no fuera nada más que una pesadilla. Por un momento el Troll se detuvo. Olió algo. El Troll sabía que algo andaba mal pero, sin embargo, siguió caminando. Fue hacia el agujero y se hundió en la oscuridad. Taylor con miedo aún, se asomó y no vio nada. No había ni un rastro de vida. Taylor salió del bosque a toda velocidad. Fue hacia su pueblo y al llegar empezó a gritar: ¡Un troll! ¡Un troll! ¡Entre los árboles caminando vi un Troll! Medía como cinco personas adultas y llevaba un palo con pinchos para matar animales. ¿¡Creo!? Una carcajada final fue la respuesta de las personas que hacían sus compras o caminaban en ese momento por allí. Taylor, indignado por esta situación y no seguro de lo que había visto, se fue del pueblo y nunca más regresó. Nadie de los que lo habían escuchado supieron si aquello había sido verdad. Es por esto que el bosque oscuro seguirá siendo por siempre un misterio.



Mateo González Ortiz, 11 años, Montevideo

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El presagio La playa era paradisíaca, solo se escuchaban las olas del mar. En el cielo no se veía ninguna nube. El sol estaba radiante y hacía mucho calor. Ramiro leía un libro que él mismo había escrito, cuando de pronto un cangrejo se le acercó y le preguntó: -Ramiro, ¿sos vos?. -¿A quién le están hablando?, dijo Ramiro haciéndose el distraído. -A usted señor, capaz que me equivoco, pero se parece mucho al detective más famoso del arroyo, Ramiro, ya que usa la misma remera que él (con una R en el centro) y porque su sombrilla dice: “EL MEJOR DETECTIVE DE TODOS“, le explicó el cangrejo. -La R es de Roberto y... -¡Ramiro!, uf, traje el libro que escribiste, para corregir las faltas de ortografía – dijo Tania, su novia. -¿No te llamabas Roberto? – preguntó el cangrejo. -Síii...- Ramiro ya no sabía que decir. -Mi novio no se llama Roberto, aunque no le quedaría mal ese nombre, Roberto Ramiro Lagarto- su novia no se imaginaba lo que estaba ocurriendo. Cuando escucharon la palabra “Ramiro” todos los que se encontraban en la playa corrieron en forma de avalancha para pedirle autógrafos. Y desde ese entonces, ya no hubo nadie que no lo reconociera, ya que era el único lagarto del arroyo que usaba gafas y una remera con una R en el centro. Mientras tanto, los secuaces del Doctor Terco (su archienemigo), no le perdían pisada a Ramiro, y en una conversación que mantuvo con su novia escucharon que ellos se querían ir de vacaciones a un lugar donde nadie los molestara. Entonces, al malvado Doctor Terco se le ocurrió crear una agencia de viajes fantasma, cerca de donde ellos vivían. Y, tal cual lo planeado, un día Tania entró a la agencia a consultar qué lugares turísticos tranquilos tenían disponibles, cuando les dijeron que uno de ellos era una isla desierta, especial para los enamorados. No dudó en comprar los pasajes. Tania no se había percatado que la rana que le vendió el tour era uno de los secuaces de Terco. Cuando llegaron, fueron abandonados en la playa, desconcertados, vieron a su alrededor , y no divisaron a nadie, hasta que comenzaron a escuchar un ruido lejano que los paralizó. De pronto, el sonido comenzó a ser más intenso, hasta dejarlos aturdidos, Ramiro , Ramiroo, Ramirooo, Ramiroooo... ¡Era Tania!, Ramiro despertó dándose cuenta que se había quedado dormido en la playa, y que su novia lo estaba llamando contándole alborotada que había comprado un tour a una isla paradisíaca, donde nadie los molestaría. Ramiro le dijo: -No me parece una buena idea, prefiero no tener unas vacaciones taaan tranquilas. ¡Me gusta más este lugar!.



Julieta Sambucetti, 10 años, Montevideo

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El gran viaje de la hormiga Josefina Había una vez, una pequeña hormiguita llamada Josefina. Ella era muy trabajadora, todos los días se levantaba tempranito para recolectar semillas y llevarlas al hormiguero. Pero ella ya estaba cansada de tener que hacer lo mismo todos los días y quería divertirse con sus amigos. Entonces decidió hablar con la Reina de las hormigas. -Señora Reina, ¿se encuentra ahí? -Sí, ¿qué sucede? -Bueno, es que todos los días me levanto temprano para recolectar semillas, pero ya estoy un poco cansada de hacer eso todos los días y quiero divertirme con mis amigos. -Pues en ese caso, en pocos días ya llegarán las vacaciones de verano y ¡ahí podrás divertirte con tus amigos! Pero mientras tanto, tendrás que seguir trabajando. -Está bien. ¡Muchas gracias, mi Reina! Josefina se puso muy contenta al haber oído lo que dijo la Reina, entonces se puso a trabajar. Poco tiempo después, ¡ya eran vacaciones de verano! Josefina llamó a todos sus amigos: Timoteo, Sofía y Victoria. Cuando ya estaban todos juntos, comenzaron a plantear ideas para ver a dónde podían ir. -¿Por qué no vamos al campo de mis padres? ¡Podremos divertirnos mucho! -No, Timoteo. ¿Por qué no vamos de campamento?, eso sería más divertido. -No, Sofi, ¿Por qué no vamos a una isla? ¡Va a ser como una aventura! -Si, ¡buena idea, José! Cuando ya todos estaban de acuerdo, se fueron a sus casas y prepararon todo. Josefina le pidió el barco a sus abuelos y ellos con gusto se lo dieron. A la mañana siguiente, cuando todos ya habían subido al barco, Victoria dijo: -Chicos, lo lamento pero no puedo ir con ustedes, porque me siento muy mal. ¡Adiós! Victoria salió corriendo y nadie entendía porqué, pero no se podían echar para atrás. Josefina encendió el motor y emprendieron el viaje. Se hacía de noche y josefina estaba muy cansada, pero tenía que seguir conduciendo. De repente, un enorme remolino se desata en el mar ¡y josefina no podía girar el barco! -¡Chicos, vamos hacia un remolino! Fue muy tarde cuando lo dijo, porque el barco se hundió hasta el fondo del mar. Tuvieron mucha suerte de haber encontrado un pedazo de madera para subirse arriba. Todos estaban muy cansados, entonces quedaron completamente dormidos. A la mañana siguiente llegaron a una misteriosa isla, que no estaba en sus mapas. -¡Chicos, no van a adivinar qué encontré! Gritó Timoteo. -¿Qué encontraste? -¡Encontré muchas semillas que podemos comer! Síganme.

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Las hormiguitas, Josefina y Sofía, siguieron a Timoteo hasta que encontraron muchas semillas para comer, ¡e incluso habían muchas ramitas, con las cuales podían hacer una balsa! -¡Miren chicos. Hay muchas ramitas, podemos hacer un bote y unos remos para irnos! Dijo Josefina entusiasmada. Pasaron unas cuantas horas y por fin pudieron terminar su bote. Lo llevaron a la orilla de la isla y comenzaron a empujarlo hacia el mar hasta que finalmente se subieron y comenzaron a remar. Les tomó mucho, pero mucho tiempo llegar hasta el hormiguero y cuando llegaron corrieron a buscar a Victoria. -¡Oye Victoria! ¿Por qué te fuiste corriendo de esa manera? -Es que tenía mucho miedo de que nos sucediera algo en el camino, y por eso decidí quedarme con mis padres, lo siento chicos. -Tranquila, no hay problema. Nosotros tuvimos unos pequeños problemas y nuestras vacaciones no resultaron ser como queríamos ¡pero ahora sabemos cómo construir un bote! Después de eso, Josefina volvió a su rutina diaria de recolectar semillas. -¿Y?, ¿cómo te fue en las vacaciones Josefina? Preguntó la Reina. -Bueno, no fueron como yo esperaba, pero vivimos una gran aventura. -Bueno, eso me alegra mucho, ahora ve y sigue recolectando semillas. Josefina se fue muy contenta a recolectar semillas ¡y estaba muy ansiosa por que llegaran las próximas vacaciones de verano!



Carolina Berton, 11 años, Colonia

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El enano y el diamante Hace tiempo existía un mago que tenía un gran diamante que había pertenecido a su familia. Cierto día, alguien entró en la habitación del mago y se lo robó. Luego lo escondió en una cueva y lo dejó custodiado por un enano. El mago se enteró y envió a una de sus tres hijas a que buscara ese diamante. Así fue que la hija mayor se puso su capa de viaje y se dirigió a la cueva. Cuando oscurecía, la chica ya estaba muy cansada y se sintió muy feliz al encontrar a un enano. -Perdóneme, estoy cansada porque estuve caminando todo el día y me gustaría pasar a su casa a comer y descansar un poco. El enano dijo que sí con la cabeza y la invitó a entrar. La hija del mago comió pescado, tomó agua y se fue a acostar. Pero, antes de dormirse se dio cuenta de que el enano tenía un anillo de oro. Se lo sacó y se fue de la casa a buscar la cueva. A la mañana siguiente el enano supo del robo e hizo aparecer un dragón frente a la chica, que se asustó, soltó el anillo y salió corriendo a su casa. Ella le contó todo a su padre, por lo que él mandó a la segunda hija en busca del diamante. Así fue que la hija del medio se puso su capa de viaje y se dirigió a la cueva. Al igual que su hermana, cuando estaba oscureciendo se cansó y cuando encontró al enano le dijo: -Buenas tardes, señor. Estoy muy cansada porque estuve andando todo el día, ¿Puedo entrar a su casa? El enano dijo que sí con la cabeza y la invitó a pasar a su casa. La chica comió pan, bebió jugo de manzana y se acostó. Pero, antes de dormirse vio que el enano tenía una pulsera de oro, se la sacó y se fue a buscar el diamante. A la mañana siguiente el enano se enteró del robo, hizo aparecer un león frente a la chica, que se asustó, soltó la pulsera y se fue a su casa. Le contó todo a su padre, que mandó a la tercera hija en busca del diamante.

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Así fue que la hija menor se puso su capa de viaje y se dirigió a la cueva. Al igual que sus hermanas, se cansó cuando el sol empezaba a ponerse y encontró al enano. -Hola señor -le dijo- ¿Podría pasar a su casa a descansar y comer un poco? Es que estoy muy cansada. El enano dijo que sí con la cabeza y la dejó pasar. La chica comió pastelitos de chocolate, bebió zumo de naranja y se acostó a dormir. Pero, antes de dormir se dio cuenta de que el enano tenía un collar de oro. Se acercó a él, pero no pudo sacarle esa joya, algo le decía que no debía hacerlo. Así que escribió una nota diciéndole al enano que se iba de la casa y se fue. A la mañana siguiente, el enano descubrió que todavía tenía el collar de oro y leyó la carta que la hija del mago le había dejado. Entonces le indicó el camino de la cueva a la chica enviando unas luciérnagas. Ella encontró el diamante y volvió a su casa. Justo cuando le mostraba el diamante a su padre, apareció de la nada una bolsa llena de oro que el enano le había mandado a la niña por no haber robado su collar.

Tatiana Migliani, 10 años, Montevideo

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El contraespejo En una aldea muy lejana, un creador había inventado un espejo, pero algo salió mal. Los químicos se mezclaron sobre él e hicieron que el espejo se viera al revés y si lo mirabas, veías a tu opuesto, de ahí el nombre de contraespejo. Un día, dos niños llamados José y Carlos encontraron el contraespejo. -Mira, José, un espejo- dijo Carlos -Ah sí, es un espejo. -Mira José, en el espejo se ve al revés. -Cierto –dijo José- llevémoslo a casa. Ellos llevaron el espejo a su casa y lo pusieron en su cuarto y antes de irse a acostar se miraron en el espejo y fueron absorbidos por él. Minutos después, su madre los fue a buscar a su habitación, entró y vio el espejo y pensó que seguramente lo habían traído sus hijos. De pronto, lo mira fijamente, y ve a sus hijos pidiendo ayuda. José y Carlos estaban en otra dimensión a donde los había llevado el espejo. Ellos comenzaron a explorar y a descubrir que algo extraño sucedía allí. Pensaban que estaban en otro planeta. Mientras tanto, su madre buscaba la manera de ayudarlos. Tanto insistió que, al igual que ellos, logró meterse en el espejo y pasar a la otra dimensión para ayudarlos. Pero, luego que se reunieron, sucedió lo peor. El espejo también cambiaba la personalidad de las personas. Las cariñosas, dulces, como Carlos, José y su madre, se volvían agresivas y antipáticas. Ahora, ése era el obstáculo que debían vencer para volver a su vida normal. Primero, hubo entre ellos peleas, gritos y burlas, pero poco a poco fueron venciendo esa situación, porque afloró en su corazón el amor que se tenían y contra esto ningún “espejito” y sus poderes lograría vencer. Y es así que madre e hijos lograron escapar y regresar sanos y salvos. El espejo fue destruido y Carlos y José fueron unidos para siempre, y estoy seguro de ello porque ayer Carlos me dio una linda sorpresa para mi cumpleaños.



Juan Nantes Yaniero, 11 años, Montevideo

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Las luces mágicas Todo se remonta a comienzos del siglo XX, en un gran castillo llamado “El Castillo de Chambord”, situado en Francia, donde vivían un rey y su reina cuyos nombres eran Franccesco y Adelina. El castillo estaba situado en medio de un extenso bosque. Tiempo después nacieron unas adorables mellizas, hijas del rey y la reina, llamadas Crístall y Talia. Al pasar los años las dos princesas fueron creciendo y siendo cada vez más traviesas y más curiosas debido a que nunca salían sin un soldado. Cuando Crístall y Talia cumplieron 16, las dejaron salir solas al pueblo pues ya tenían edad suficiente como para ir solas. Después de hacer varias compras quisieron volver al castillo, pero al entrar al bosque se llevaron la gran sorpresa de que ninguna sabía el rumbo. ¡Todos los árboles, plantas, etc. eran iguales! Empezaron a recorrer el bosque, valientes y decididas pues no eran como cualquier persona, ellas eran curiosas del mundo que las rodeaba. Su padre y su madre nunca dejaron que salieran a recorrer el bosque más de 10 cm2, aún así tenían algún que otro guardia, pues había animales feroces y violentos. Crístall y Talia empezaron a ver a su alrededor, notaron una presencia que las observaba continuamente, así que se quedaron quietas. De pronto un feroz… ¡¿panda rojo?!; se acercó a ellas y empezó a cantar. ¡Las hermanas no entendían qué estaba pasando! Siguieron caminando como ignorando lo que sucedió, pensando que fue una simple broma de sus ojos ya un poco cansados. Mientras tanto en el castillo, Franccesco y Adelina empezaron a notar que no venían y se empezaron a preocupar, así que comenzaron una búsqueda por el pueblo con sus mejores guardias y soldados. Crístall se puso a mirar las flores y plantas que había, pues era un lugar hermoso más allá de su oscuro y perturbador silencio. De pronto Crístall sintió el llamado de su dulce hermana: ¡¡¡Crístall ven aquí, no podrás creer lo que estoy viendo!!! ¡¡No era posible!! Las dos estaban viendo exactamente lo mismo pero no lo podían creer aún; ¡era algo imposible... Pero lo tenían enfrente de sus ojos! Un lugar lleno de luces tan coloridas como un vestido lleno de estampados. ¡Pero no eran luces comunes, eran luces mágicas! ¿Cómo que mágicas? Pues hacían que los animales cambiaran. Por ejemplo: la luz violeta hacía que cambiaran a cualquier color menos el que eran originalmente, la luz amarilla hacía que crecieran más de lo normal, la luz rosada hacía que cantaran (como vieron en aquel panda rojo), la luz verde hacía que fueran más pequeños, etc. ¡Todo tipo de transformaciones que pudieras imaginar! Paralelamente, en el pueblo Franccesco y Adelina no tuvieron éxito en su búsqueda, todos les decían que ya se habían ido del pueblo hace mucho tiempo y que desde entonces no las volvieron a ver.

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Preocupados los reyes, ya no se les ocurría nada más. Hasta que se le vino la gran idea a la cabeza de Adelina: ¿Y cómo sabemos que ellas no volvieron? El rey, intrigado sobre la pregunta de su esposa, pensó. -¡Tiene razón! Le dijo a sus soldados -quizás ellas volvieron, pero al atravesar el bosque se habrán perdido ¡Vamos al bosque! ordenó el rey, con un grito de esperanza. A su vez en el bosque, las princesas empezaron a comprender lo que pasaba con las luces y los animales y empezaron a jugar con aquella innovación. Hasta que empezaron a sentir unos pequeños pero acelerados pasos de caballo, entonces entendieron que sus padres estaban buscándolas y que, a pesar del miedo que ellos tenían hacia el bosque, las buscaron. Instantáneamente el rey y la reina llegaron con sus hijas aliviados, claro que hablaron con ellas y les preguntaron miles de cosas. También las regañaron un poco, pero fue lo de menos. Franccesco, Adelina y sus hombres, apreciaron exactamente lo mismo que sus hijas y al ver tal secreto que ocultaba ese bosque al que le temían tanto, el rey ordenó que investigaran las luces extraordinarias para usar su poder para el bien del pueblo. La luz violeta mejoró la producción de ropa y pintura, y se inventó un nuevo elemento para decorar las uñas, llamado esmalte. La luz amarilla hizo que aumentara la cosecha y que ningún ciudadano sufriera de hambre. La luz rosada le dio uso para aquellos que apreciaban el arte y la fineza del canto, y gracias a ello abrieron un nuevo teatro llamado El Rosa Cantante. La luz verde la usaron para inyecciones y que disminuyera la enfermedad en el pueblo. Y el resto de las luces puedes imaginarte para todas las cosas buenas que las usaron. Y así fue como la curiosidad de las hermanas Crístall y Talia ayudaron la economía del pueblo y le enseñó a sus padres, Franccesco y Adelina, que no porque algo sea grande y desconocido deben de tenerle miedo, que no hay que juzgar un libro por su portada, que lo desconocido no siempre es malo.



Lucía Pietrafesa, 12 años, Montevideo

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Los susurros de los árboles Había una vez, un bosque muy misterioso, donde vivía una familia muy pequeña dentro del hueco de un árbol. Todos los bellos días ellos solían animar el bosque con sus cuentos. A los que más les gustaban esas historias era a los árboles, que se deleitaban escuchándolos. Angelina la pequeña de la familia, quien tenía un hermoso cabello color carbón, se pasaba todo el día hablando con los árboles. Esta familia vivía muy feliz en el pacífico y peculiar bosque, hasta que un día lo lindo se fue. Aparecieron de la nada unas enormes bestias filosas con grandes ruedas que derribaban a nuestros amigos, arrancándoles sus grandes raíces de la tierra. Angelina, que fue la primera de la familia en darse cuenta de esta llegada, muy triste fue corriendo a avisarle a su familia para que la ayuden con esta terrible situación, pero cuando se dieron cuenta de que habían muchos hombres con unos pinchos filosos giratorios destruyendo a los árboles caídos, ellos sintieron que no podían hacer nada. Regresaron corriendo al centro del bosque, donde vivía un árbol muy bello y sabio que para su sorpresa estaba muy tranquilo. Él les dijo que estén tranquilos, porque la naturaleza era más fuerte y poderosa que esos hombres malvados que estaban destruyendo su propio mundo. Entonces, desde ese día, las plantas del planeta, los árboles, los animales y los seres mágicos que habitan los bosques, dejaron de comunicarse con los humanos por sus actitudes feas. Hoy en día, según algunos relatos, hay personas que entienden la naturaleza y aún escuchan los susurros de los árboles.



Sol Giménez, 11 años, Montevideo

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Sebastián y la nube mágica Había una vez, un niño llamado Sebastián. Era morocho, de boca chiquitita, mediana estatura y tenía diez años. Vivía en un pueblo llamado Nubinmun, cerca de un gran bosque. La gente siempre le decía que bajara de las nubes, porque era muy distraído. Un día Sebastián salió a cazar al bosque. De repente escuchó un sonido y mágicamente prestó atención como nunca lo había hecho antes. Se escondió detrás de una planta y vio que venía desde lejos algo hacia él. Era una nube. Sebastián asombrado, no podía creer lo que estaba viendo. Se acercó tanto que decidió subirse sobre ella. La nube empezó a subir lentamente hacia arriba, parecía una patineta. Lo llevó a recorrer muchos lugares que no conocía. Después de tanto andar, quedó dormido sobre ella. Se hizo la noche y la nube bajó para dejar a Sebastián en su casa. Al otro día le contó a sus padres lo que había pasado, pero ellos no le creyeron, seguramente su distracción lo llevó a imaginarse cosas, o simplemente se durmió en el bosque. Sebastián decepcionado dudó y pensó que había sido sólo un sueño, pero en lo más profundo sentía que aquello había sido realidad. Desde ese día, todas las tardes observa con mucha atención el cielo, esperando que una de las nubes que circulan baje y lo lleve a un nuevo lugar.



Joaquín Lima, 10 años, Lavalleja

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Franco y el mar Hace mucho tiempo, en un lugar que ya ni me acuerdo, vivía con su mamá un niño llamado Franco. Todos los días caminaban por la orilla del mar, buscando huevos de caracol y juntando mejillones o cucharitas. Pasaban las tardes juntos, tendidos al sol, contando historias de piratas y cuentos de aventuras. Un día, Franco se animó y le preguntó a su mamá: ¿Dónde vive mi papá? Ella quedó callada por un rato y luego le respondió: lejos, muy lejos, allá donde viven los delfines y las ballenas. El niño quedó pensativo mirando el horizonte, por donde en ese momento se estaba ocultando el sol. Se fueron para su casa, que quedaba sobre un médano muy grande de arena blanca y allí prepararon la cena. Comieron y se acostaron. Esa misma noche Franco miró hacia el mar y vio delfines bailando entre las olas a la luz de la enorme luna, y les pidió un deseo. Su deseo fue que le trajeran de regreso a su papá, porque lo extrañaba muchísimo. Pasaron los días, las semanas y los meses. Hasta que al fin una mañana Franco despertó, y al mirar por la ventana de su habitación vio a su papá llegar en su viejo barco rojo. Traía una gran sonrisa en su rostro y su barca venía repleta de peces y gaviotas a su alrededor.



Santiago Álvarez, 9 años, Canelones

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El árbol más viejo Había una vez, un árbol muy viejo. Él no era igual a los demás en el bosque, porque era muy antiguo y los otros eran muy nuevos. Pero el tener tantos años, lo hacía sentir muy triste. Un día llegaron al bosque dos leñadores con una motosierra para cortarlo. Pero la señora que lo cuidaba y lo regaba les dijo: -No se atrevan, o aténganse a las consecuencias. Pero los hombres le respondieron: -Señora, nos mandaron del Estado a cortarlo, porque dicen que está muy viejo y se puede caer arriba de alguien. La cuidadora les respondió: -Pero comprendan, yo llevo mucho tiempo cuidándolo. Finalmente los hombres se compadecieron y se fueron sin cortarlo. Se dieron cuenta que estaba en muy buenas manos. Y así fue que tanto el árbol como la señora, vivieron felices para siempre.



Franco Carrasco, 11 años, Montevideo

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Juan y Samuel Era una tarde muy bonita, por lo que Juan, un niño de once años, decidió ir a jugar al parque con su peludo y fiel amigo “Samuel”. Se estaban divirtiendo mucho jugando con una pelota roja, Juan se la tiraba y Samuel la iba a buscar y se la alcanzaba. En una de esas idas y vueltas de la pelota, pasó un niño muy travieso, tomó la pelota y la tiró muy lejos, tanto que cuando Samuel la fue a buscar, Juan lo perdió de vista. Se hacía de noche y Samuel no aparecía, Juan comenzó a sentir miedo, pero no por la oscuridad, sino por su amigo que no regresaba. Juan llegó a su casa y con su madre lo salieron a buscar por todo el barrio, por la panadería, por la carnicería, por la casa de sus amigos, pero nada, Samuel no aparecía. Regresaron muy tristes a su casa, pero su mamá le dijo a Juan, que no se preocupara, que Samuel era muy inteligente, por lo que iba a saber regresar a su casa junto a él. Juan terminó de cenar, apenas comió, pero ésta vez su madre se lo permitió, y salió al patio a seguir esperando. Se sentó en los escalones de la puerta y esperó, esperó y esperó hasta que algo le pegó en el pie, al bajar Juan la mirada para ver que era, quedó sorprendido ¡era su pelota roja! Se agachó, la levantó y atrás de ésta venía corriendo su fiel y peludo amigo Samuel, que, tal como había dicho su madre, había sabido regresar a su hogar solito.



Candela Itzcovich, 10 años, Lavalleja

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Un día en el campamento Había una vez, un grupo de niños aprontándose con sus papás para ir al colegio. No era un día cualquiera, porque era un día de lluvia y nos íbamos de campamento. Cuando llegamos, gritamos de la emoción, la maestra tocó el timbre y nos ordenamos en la fila, luego ella pasó la lista y como siempre... ¡faltaba alguno! La Directora, nerviosa llama a los padres de los compañeros que faltaban. ¡Por fin llegaron!, subimos al ómnibus, por las ventanas despedíamos a nuestros padres; con lágrimas y sonrisas. Un rato después llegamos al campamento. Nos organizamos para escuchar las reglas del campamento. Algunas de éstas eran: no pelear, no separarse del grupo, escuchar a las maestras, distribuirnos en las cabañas para ordenar las pertenencias y recordar cuáles eran los objetivos. Después de organizar las cabañas, nos reunimos todos los grupos para realizar una caminata en la playa. Mientras caminábamos, Francisco se distrajo mirando un caracol muy brillante. Empezó a seguirlo porque quería atraparlo para llevarlo a su casa de recuerdo. Cuando lo logró agarrar, el caracol lo baboseó y lo soltó. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que se había perdido. Cuando cruzamos la calle, la maestra nos contó y faltaba uno. Se puso muy nerviosa y otra vez nos contaba uno a uno. Todos decían: -¡Dónde estará Francisco! La maestra de segundo, junto con algunos de nuestros compañeros, ideábamos planes para encontrarlo. Primero pensamos en seguir las huellas que había en la arena, pero nos dimos cuenta de que eran muchas. Antes de llegar a la cabaña, encontramos unos envoltorios de los caramelos preferidos de Francisco. Entonces, seguimos los rastros hasta que a lo lejos divisamos la sombra de una persona. Era un hombre que había visto a un niño muy parecido a la descripción de Francisco y que le había advertido que no se fuera más lejos porque se iba a perder. Le preguntamos si sabía cuál era el camino que había tomado. Él nos respondió que había elegido el que está a la izquierda de un puente que había a unos pasos de aquel lugar. Fuimos por ese camino y no lo encontramos. Pensamos y nos dimos cuenta que la izquierda del hombre, en realidad era nuestra derecha. Volvimos y ahora sí, tomamos el camino correcto.

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Entonces, luego de caminar mucho, por fin lo encontramos. Allí estaba, temblando de miedo, llorando y muy angustiado. Salimos todos corriendo y lo abrazamos muy fuerte. Fue tan grande el abrazo, que parecía haber quedado flaco como un tallarín. La maestra lo tranquilizó, pero no dejó de hacerle saber que se había equivocado y le dijo: -tranquilo, ya pasó, pero viste: por distraerte, te perdiste. Todos nos sentimos tristes por lo sucedido. Finalmente salió el sol junto con un hermoso arcoiris, y así emprendimos la caminata a la playa. Allí nos divertimos mucho, más allá que recordábamos y contábamos a los compañeros de primer año, lo que le había sucedido a Francisco. De regreso, nos aprontamos para almorzar todos juntos y nos dimos cuenta de que en el campamento también se aprenden cosas. Aunque algo te atraiga, no te separes del grupo, escucha y acepta las reglas que te dan los adultos y así nada triste te ocurrirá. Todo lo que los adultos te digan, acéptalo aunque no estés de acuerdo, porque te demuestran de que te quieren y desean lo mejor para ti.



Franco Germán González, 9 años, Rocha

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Un paseo al Campamento Artigas con algunos tropiezos En un verano fuimos de vacaciones al Campamento Artigas, en Colonia. Llovía tanto cuando llegamos, que parecía que teníamos que dar vuelta a Salto, ¡¡después de haber viajado tantas horas!! Tuvimos que juntar leña para calentar el agua del baño y mientras recorrimos el lugar ¡¡otro compañero se pinchó con un alambre!! suerte no fue mucho... y seguimos recorriendo... Nos invitaron a pasear. Nos llevaron a la tirolina... nunca me había tirado... me dio tiempo para mirar para abajo, pero solo vi el agua. Me dio risa, pero no miedo. Hicimos un fogón grande. Cantamos y jugamos y después nos quedamos en cabañas con varios compañeros, tuvimos que arreglar las cosas para levantarnos temprano y al otro día... ¡pudimos ir a la playa! Recorrimos el arroyo que estaba atrás de las cabañas y terminaba en la playa. Fuimos en chalana, en varias chalanas, porque éramos varios. Dos compañeros se cayeron al agua, pero todos teníamos chalecos así que no pasó nada... solo se mojaron. En el comedor había mucha gente, de varios grupos que fueron a pasear como nosotros, pero me parece que nuestro grupo era el que se portaba mejor: teníamos las mesas más ordenadas y esperábamos que nos llegara el turno. También festejamos un cumpleaños, así que comimos torta. ¡¡Nos sacamos fotos!! Cuando nos volvíamos, nos sacamos una foto con todos... arriba de la “puerta de entrada” al campamento habían avispas... nos bajamos enseguida, pero una alcanzó a picar a un compañero. No fue mucho, así que la foto nos pudimos sacar. De regreso viajé todo el tiempo despierto, hablé mucho preguntando ¡¡de todo!! ¡hasta vimos un auto y una camioneta que habían chocado! ¿Cuándo vamos de nuevo?



José María Machado Alvez, 12 años, Salto

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Fax y la banda gatuna Fax era un perro del barrio “Los Huesitos”. Él desde pequeño soñó con ser un gran detective. Provenía de una familia de antiguos detectives y él no quería ser la excepción. A los 20 años se inscribió en la escuela de policías de Villa Dogui y luego de algunos años estudiando, se recibió de policía. Mientras patrullaba en la ciudad de “Las Plumas” acompañado de su amigo Kumo, observó una rara actuación enfrente a un bar. Era un gato que vestía una gabardina y un gorro. -Parece que intenta comunicarse con alguien- dijo Fax, pero él no lo podía saber. Luego miró para su derecha y había otro gato, pero éste estaba en un auto. Esto le pareció sospechoso, no le quiso decir a nadie sobre su investigación y después de un tiempo se olvidó de esta historia. Un día, yendo a la casa de sus padres, vio el auto y escuchó a una señora coneja gritar; rápida y ágilmente salió del auto como un rayo, pero fue muy tarde, pues los gatos desaparecieron en una humareda de polvo. Los había perdido. Él siguió su vida, hasta que un día escucha en el informativo: Robo de un banco, los atacantes eran tres gatos, no se pudo identificar a los sospechosos. Un vecino pudo ver los tres últimos números de la matricula: 485. Ahí Fax recordó aquel momento del gato en la puerta del bar y del robo a la señora, allí se dio cuenta que el caso recién comenzaba. Comenzó la investigación y le contó el caso a Kumo su amigo fiel. Fax preguntó en la Intendencia todas las matrículas que terminaban en 485 y consiguió un largo listado. Sacó aquellos que no coincidían con el modelo, el año, o el color del auto de los tres gatos, hasta que encontró un auto marrón, oxidado y viejo. -Fax, el auto pertenece a don Jacinto Grillo, que lo denunció como robado hace una semana, dijo Kumbo. -Como siempre, nuestros casos son muy difíciles- contestó Fax. Al día siguiente empezó la búsqueda del auto marrón. Pasaron días y días, hasta que al fin la búsqueda terminó en una plaza cerca de “Cat Land”. -¡Oh! ¡Allí están!- dijo Fax al verlos en el auto.-Corran, hay policías- avisó uno de los gatos a sus compañeros, él parecía ser el jefe, pero la banda no era más rápida que Fax y su compañero. Esta vez la suerte le sonreía al Sargento Fax. En el interrogatorio, la banda “Bola de pelos”, como así se hacían llamar, no dijo nada. -Serán arrestados por el robo a la señora- dijo Fax enfadado- pero antes de terminar todo esto, quiero saber: ¿Cuáles son sus nombres? -Yo soy Giulio y ellos son Lorenzo y Vanesa -contestó Giulio. Al terminar todo Fax y Kumo fueron ascendidos a detectives. Fax, una vez más, atrapa a alguien que se lo merece.



Mauricio Menéndez, 12 años, Montevideo

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La envidia Había una vez, un lobo que había construido una casa de cartón. Decidió ir a la casa de un amigo a visitarlo. Su amigo lo convidó con unas ricas moras. Fueron tantas las moras que se comió, que al rato le atacó un fuerte dolor de panza. Su amigo lo acompañó hasta su casa. Cuando llegaron, la casa estaba deshecha. El lobo no podía creer lo que estaba viendo y se desmayó. Cuando se recuperó, su amigo lo invitó a vivir en su casa. El lobo se imaginó quiénes habían sido. Eran tres pajaritos muy malos, que siempre estaban cerca de su casa, molestándolo. El lobo decidió ir a donde estaba su casa deshecha y esperarlos. Cuando aparecieron, el lobo los atrapó de un zarpazo y los colgó de sus patitas en un árbol. Cuando se iba, uno de los pajaritos le gritó pidiéndole perdón, diciéndole que rompieron su casa porque le tenían mucha envidia. El lobo los perdonó con la condición de que lo ayudaran a reparar su casa, y así lo hicieron todos juntos.



Emiliano Techera, 11 años, Montevideo

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Amigos y amor, ¿mala combinación? Gonzalo, mi mejor amigo, me acompañaba en el primer año de liceo. Íbamos caminando, como siempre. En el camino conversamos, hablamos de fútbol, de chicas, de todo un poco. Todo para disimular el nerviosismo que sentíamos y que los dos queríamos disimular. Quedaban sólo tres cuadras. En la esquina nos cruzamos con Rafa. Extrañaba que me apodara Eze. Gonza y él siempre peleaban por lo mismo. Gonza decía que era Ezequiel y Rafa decía que era lo mismo, que era un apodo nomás. Al acercarnos más al liceo, nos cruzamos con otros amigos. Nos cruzamos con otros que no conocíamos, así que supusimos que eran nuevos. En eso llegamos. Nunca en mi vida había pensado que era tan grande, ¡y eso que pasaba por delante de él todos los días! Parecía un monstruo rojo y gris que iba a comerme, aunque solo era un liceo. Sentía miedo, ansiedad, emoción, felicidad, en fin, no sé, parecía un cocktail de emociones. Pero todo se tranquilizó cuando apareció Julia. ¡Era tan linda! Rafa y Gonza, que me venían acompañando, se fueron con Rodri que estaba en la puerta del liceo ya, y yo quedé solo con Juli. Ya saben, medio incómoda la situación. -¡Hola Juli! ¿Cómo estuvieron las vacaciones?- le pregunté con un tono medio bobo, tratando de empezar la conversación. -¡Ay! ¡Hola Ezequiel!- dijo volteándose y mirándome con sus hermosos ojos café- Todo bien. Y vos, ¿cómo estás? -Tengo un poco de miedo, ya sabés, los profes, etc. -Pero no, mirá, acá está la lista. ¿Te la paso? Asentí y comenzamos a mirarla juntos. -¡Acá!- exclamó ella -¡Y mirá, acá estás vos: Ezequiel Ramos! -¡Sí! ¡Estamos juntos!- grité. -¿Por qué tanta alegría?- me preguntó ella. No sabía qué decirle, así que me fui corriendo. Rafa y Gonza se reían a carcajadas con Rodri. -¿De qué se ríen?- les pregunté un poco agitado de la corridita que me había pegado (soy asmático, aclaro, no me canso por un pique nomás). -De nada Eze. ¡Mirá como quedaste! ¡Re-pegado!- me dijo Rafa. -¡Ay, bueno! Y qué querías que le dijera, no sé. “Porque me encantás”. -Ay, Eze, Eze, dale, vamos a entrar que ya nos están llamando- dijo Rodri. -Dejá el amor para otro día…



Sara Pignanelli, 12 años, Montevideo

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El niño defensor Había una vez, un niño llamado Jaiman. Vivía en África, con una pequeña familia cazadora. Jaiman siempre iba a acompañar a su Padre y a su hermano mayor a cazar. Justamente en África se estaba desatando una guerra por importación ilegal de animales exóticos. África e Italia se estaban destruyendo entre sí. Jaiman se sentía culpable por los animales que habían matado y vendían, dijo: “por culpa de tanta guerra comienzan las enfermedades y el hambre; costumbre en África”. El Estado de África decidió traer algunos afrodescendientes para el país de Uruguay. Jaiman y su familia van en un vuelo rumbo a Montevideo, la capital del Uruguay. El viaje fue tranquilo, dijo Jaiman a su familia y con una sonrisa saludó a los que los acompañaban en su viaje. Al dirigirse a un hotel, la gente que pasaba se reía de ellos. Jaiman no sabía porqué, su madre le dijo: “No haga caso mi hijo”. Al llegar al hotel Jaiman observó atentamente lo que nunca tuvo, juguetes, televisión, play, celular, etc. El Ministerio del Uruguay los recibió muy generosamente, visitaron el shopping y recorrieron la ciudad, la familia de Jaiman hasta conoció al presidente. Después de salir del Palacio Legislativo, llegaron a una esquina peligrosa. Ahí estaban escondidos dos ladrones con navajas, de pronto, atacaron al padre de Jaiman, lo apuñalaron. Jaiman logró escaparse, no pudo ver si su madre y su hermano mayor estaban bien. Fue corriendo al hotel y le dijo al guardia… a mis padres les salieron unos ladrones y lo mataron. No sé nada de mi madre ni de mi hermano; estoy triste ¿me puede ayudar? El Guardia y Jaiman fueron a ver si encontraban a sus familiares, al llegar estaban los cuerpos extendidos en el piso y en una parte decía: “Negro”, con sangre en el suelo. Jaiman gritó: ¡Qué te habré hecho, Dios, para que me quites a mis padres y a mi hermano! ¡Qué te habré hecho!… ¡Qué te habré hecho! El guardia lo trató de consolar, pasaron los días y nadie lo podía cuidar. El Ministerio decidió que fuera al instituto INAU. Al llegar se sentía tímido, pensando que alguien lo podía humillar, por ser afrodescendiente. Pensaba que en INAU lo iban a maltratar. Al estar dentro, recibió amor, comprensión, educación y compañerismo. De parte de los otros internados y las cuidadoras. Jaiman creció y estudió… Primaria, Secundaria y hasta logró un doctorado en medicina. Con todos sus conocimientos volvió a África para curar y ayudar a su gente. Agradeció siempre al Uruguay por todo lo que le brindó y por el cariño recibido. De retorno a su país ofreció una conferencia de prensa reflexionando con su gente y preguntándose… ¿Por qué tanta discriminación, odio y enfrentamiento? ¿No nos damos cuenta que se destruye el mundo? Pensemos en hacer la Paz y en salvar más vidas. El Uruguay me educó y forjó en mí este sentimiento de solidaridad y amor hacia el prójimo. ¡NO A LA GUERRA NI A LA VIOLENCIA!

Darío Nasser, 12 años, Colonia

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El espejo mágico La vida de Ana no era la mejor, uno de sus dos mayores sueños era terminar la Primaria en su colegio (porque solo había Primaria y no Secundaria), en ese colegio ella se había criado, y cuando iba a empezar quinto grado… sus padres decidieron cambiarla de colegio, donde sí había Secundaria. Dentro de una semana exacta sería el cumpleaños de Ana, cumplía once años. Ella siempre se emocionaba por sus cumpleaños, pero en este caso… no tanto, ¿cuál era la razón?; no había ningún lugar interesante donde festejarlo, el único lugar era su casa y ella tenía miedo de que a sus compañeros les aburriera, además no podía invitar muchos amigos y ella quería invitar a los amigos del colegio de antes y del nuevo colegio. Sus padres querían hablar sobre su cumple, como padres querían organizarle algo, y la discusión terminó. El pacto era que con el abuelo, los tíos y los primos de Montevideo se organizaría una pequeña reunión en casa. El día llegó, todos estaban allí, sus dos tíos, su abuelo y su papá preparaban el asado y charlaban de cosas de hombres, en cambio, las tías y su mamá decoraban la torta del cumple y cocinaban alguna otra cosa, y lo mejor de todo: ella jugaba con el primo y sus dos primas a sus juegos de perseguirse y esconderse. Todos almorzaron, rieron, y contaron sus novedades, después, era hora de cortar la torta y cantar el feliz cumple, y así pasó. Ya satisfechos, todos se sentaron en las lindas sillas de madera y uno por uno Ana abrió cada regalo. El próximo era el del abuelo, sus regalos siempre eran los mejores, de todas las personas en el mundo, el abuelo era la persona con quien Ana disfrutaba más estar. El regalo era un lindo espejo con un marco dorado, con trabajado dorado. Ana quedó fascinada. La fiesta terminó y el viaje de vuelta era largo, todos desearon para Ana un feliz cumple y uno por uno fueron marchándose. Cuando todos se fueron, Ana corrió hasta su cuarto con el espejo del abuelo en las manos y lo colocó justo enfrente a su cama, se veía tan bien… Un fin de semana su mamá apareció en casa con un auto nuevo, era muy lindo y moderno, fue lo único lindo desde entonces, porque después de unos días, Ana escuchaba desde su habitación esos gritos y peleas de su mamá y papá, y así fue todo durante un mes y algo, más o menos, hasta que descubrió el porqué tanto escándalo: ellos no podían pagar las deudas que tenían. Cada vez que llegaba del cole era la misma rutina; se pelean, es hora de la cena, su papá la va a buscar a su cuarto para decirle que vaya a comer (lo peor es que se lo dice gritando, porque se enoja con su mamá), su mamá no quiere comer con él y se va a acostar sin un beso de buenas noches. Cuando los escucha gritar así, se pone enfrente a su espejo hermoso y desea meterse ahí dentro y no salir jamás. Hasta que un día, empezando la rutina, mirándose al espejo, éste se la tragó.

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Cuando abre los ojos se encuentra en su casa, solo que los gritos y peleas acabaron, hay silencio, y papá va hasta su cuarto y le dice que vaya a comer, solo que esta vez, cariñosamente. Ana se sorprende, pero no quiere estragar el momento, así que cede y camina hacia el comedor, todo es normal... solo que su mamá ¡está sentada a la mesa! ¿Acaso Ana está alucinando, o llegó el hada madrina de Cenicienta?, en ese momento recuerda que se la tragó el espejo, un momento: ¿acaso será el espejo?, Ana no lo sabía, pero sí sabía que no quería irse de ahí. A la mitad de la cena, Ana pide para levantarse y va a su cuarto, se sienta enfrente al espejo y dice -”Gracias abuelo, muchas gracias´”- Cuando termina de decir esas simples palabras, el espejo se la vuelve a tragar, y como si nada hubiera pasado, se escuchan los gritos y peleas otra vez. Ana se pone triste, y fascinada por el mundo mágico del espejo, se decide a que todo vuelva a ser como antes en su casa, baja por las escaleras y les explica a sus padres lo que ella siente, que ellos no deberían hacer eso y aunque no estén bien económicamente o en cualquier otro aspecto, la familia es más importante que todo eso, y que si tienen deudas y pelean, pelear no va a solucionar nada. También les dijo cómo ella se sentía y que debían ser considerados con ella. Luego de todo ese discurso, sus padres se quedaron atónitos y luego de pensar un poco, se dieron cuenta de lo que estaban haciendo. Obviamente, después de la cena Ana les contó sobre su aventura en el espejo del abuelo. Al principio sus padres no entendían y les parecía que era algo raro, pero lo que es seguro es que nunca jamás volvieron a pelear y todas las noches Ana conseguía dos besos de buenas noches. Ana creció y tuvo un hijo, ese hijo tuvo una hija, a la cual Ana le regaló ese espejo que parecía que llevaba en la familia por generaciones, y como su abuelo, Ana no le dijo a su nieta la magia del espejo, pero como todos en la familia ella lo descubrió, pero ésa es otra historia… CONTINUARÁ…



Lucía Pereyra, 11 años, Tacuarembó

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El ganso camionero Érase una vez, dos gansos hermanos: uno era Ramón y el otro Nico, que vivían en una casa cerca de la ruta. El sueño de Ramón era ser camionero, pero él sabía que era imposible, porque nadie lo contrataría, por ser un ganso. -¡Ay!, suspiró triste, ¡si un día pudiera ser un camionero!, olvídalo Ramón, se dijo. -Descuida hermanito, voy a ayudarte cueste lo que cueste. -Gracias, pero sabes que es imposible. -¡Vamos, no seas tan negativo, levanta ese ánimo! -No hermano, sabes que es imposible intentarlo. Pero Nico estaba decidido a ayudar a su único hermano, así que le dijo: -Te lo prometo. Al otro día salió temprano de la casa decidido a cumplir su promesa. Entonces siguió caminando y encontró un camión viejo y desgastado y se propuso descubrir el dueño. Vio un señor de aspecto humilde y le preguntó: -¿Ese camión es suyo? -Sí, es, y hace tiempo que busco a alguien con mucho coraje para manejarlo. ¿De casualidad usted no sabe de alguien que se anime a viajar por el camino del terror? ¡Nadie se anima a pasar por allí! -Sí, sí, mi hermano Ramón, mañana se lo presento. Entonces fue para su casa y le contó todo a su hermano. Al otro día fueron a ver el nuevo trabajo. -¡El trabajo es peligroso!, supongo que su hermano ya le avisó. -Sí, lo sé, dijo Ramón, ¡por fin seré lo que siempre he soñado! ¡¡UN CAMIONEROOO!! Y así, inició el viaje, feliz. Pasó por muchas dificultades, pero se volvió el mejor ganso camionero del mundo, transitando caminos que otros no se animaban.



Milton Luciano Silvera, 12 años, Cerro Largo

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El otro lado del mundo del fútbol Érase una vez un niño llamado Lucas, y le encantaba jugar al fútbol. El padre viajaba a distintos lugares jugando al fútbol, y él le enseñaba a Lucas. Lucas ya tenía su propia canchita, era un crack. Todos los días jugaba en su canchita, pero ese día estaba muy contento con su nueva pelota que le acababa de regalar su abuela. Le pegó tan fuerte que se fue al patio del vecino, la buscó y la buscó pero no la encontró. Vio unas ramas en un rincón del patio que estaban iluminadas por una pequeña luz y fue a averiguar qué era. Cuando vio, era un portal, no soportó la curiosidad y… lo cruzó y pasó a un mundo distinto. Estaba asustado, pero tranquilo. Cuando pasaba el susto escuchó pasos, miro atrás y vio una manada de leopardos corriendo, pensó: -¡Por Dios, me van a pasar por arriba! Él trató de comparar esto con el fútbol, se subió a una palmera y arrancó cocos, corrió con el coco tan rápido como en su canchita. De pronto, se dio cuenta que estaba llegando a una playa. -Será mejor que me esconda en el mar, jugaré con las olas mientras se alejan estas fierasse dijo. Así pasó toda la tarde. Al día siguiente partió un coco para tomar su jugo y sobrevivir. De pronto, se le ocurrió hacer una balsa, lo hizo rápidamente pero no sin antes llevarse unos cocos para alimentarse y jugar. En pocos minutos se formó una fuerte tormenta y las olas venían con todo, pero él, más inteligente, entró a pensar: -Si tengo tanta fuerza para pegarle a la pelota y hacer los mejores goles ¿Por qué no patear cocos?- Y se le vino una idea, empezó a patear algunos cocos que tenía contra las olas, y de esa manera las olas se debilitaban. Después de patear muchos cocos, ya muy cansado, llegó al otro lado del mar. Mientras pensaba en lo preocupada que estaría su mamá, salió a caminar y… ¡encontró la misma pelota que la abuela le había regalado! La cosa se ponía rara. Comenzó a caminar muy rápido buscando una salida. -Tengo que encontrar la forma de volver a mi mundo. ¿Qué podré hacer solito yo aquí? No podré volver a jugar al fútbol con mi papá y con mis amigos. Repentinamente tropezó y cayó. Comenzó a rodar hasta que chocó con una roca. El choque se sintió frío, vio que en aquella roca había una caracola muy rara. La quiso tener, pero vio que estaba fuertemente pegada, comenzó a hacer fuerza, tiró y tiró muy fuerte, tanto que logró despegarla. En ese momento en aquella roca se abrió un portal. Sin dudarlo lo cruzó con demasiado gusto. Para su sorpresa, salió en el patio del vecino y más feliz que nunca, como que nada hubiera pasado, entró a su casa despeinado, con la caracola y la famosa pelota de la abuela. -¿Lucas? ¿Dónde estabas? Hace rato que empezó tu dibujito favorito en la tele y la leche ya está lista- dijo su mamá. ¡Oh sí, nada más apetecible que una rica cocoa caliente! Tuve una larga jornada de fútbol hoy.

Marcos Santiago González de Oliveira, 10 años, Tacuarembó

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El Piojo Ricardo Como todos los niños, Catalina, de vez en cuando, tiene piojos. Y su mamá, como todas las madres, le pone remedio. A veces champú para piojos, otras spray para piojos, otras, y esta no le gusta para nada a Cata, le pone mayonesa y luego una gorra de baño. Esto sucedió un día como todos, Cata fue a la escuela, volvió a su casa, hizo los deberes, y ahí, cuando su mamá le desató la trenza y descubrió la montonera de bichitos tratando de colonizar la cabellera de su hija, largó un grito desesperado. Inmediatamente, abrió la canilla de la bañera y le dijo que se desvistiera para entrar a la ducha. Catalina, cuando empezó a acatar la orden que le dio su mamá, escuchó un zumbido, algo suave, y vio un pequeñísimo puntito marrón en el almohadón blanco. Se acercó despacito y logró escuchar aquel sonido. -Hola Cata, soy Ricardo, el piojo Ricardo, y te quería pedir que por favor me ayudes a no morir achicharrado en ese champú.- Le dijo con voz aguda el piojo. -Bueno, pero, ¿cómo vamos a hacer? - Le contestó Catalina, un poco sorprendida por estar hablando con un piojo. -A mí se me ocurre que podemos hacer esto: ahora vos me escondés en cualquier lado, te vas a bañar, te ponés el champú, y cuando salís, te me acercás un poquito al escondite y yo salto a tu oreja. Para devolverte el favor, yo te voy a contar un cuento todas las noches, hasta que te quedes dormida. -Ok, es un buen plan, pero, ¿qué cuentos contás vos?- Le consultó Cata, ya interesada en tener un amiguito piojo. -Y... yo cuento muuuchos cuentos, ¿Te parece si cada noche vos me decís qué clase de cuento querés que te cuente, y yo te cuento uno de ese estilo?- Le propuso Ricardo. -Está bien, me tengo que ir a bañar, mi mamá se está poniendo como loca.- Dijo apurada Cata. -Sí, pero, ¿el escondite?- Preguntó su nuevo amigo. -Mmm... ¡Ya sé! Saltá al lomo de mi gatita Lila.- Le dijo la niña. -Bueno, ¡Chau!-¡Chau!Y Catalina se fue a bañar, cuando salió, hicieron lo que habían planeado, y Cata se acostó, Ricardo se recostó en su oreja y le empezó a contar un cuento. Antes de terminar, el piojo vichó para ver si su amiga estaba dormida y como sus pensamientos habían acertado, se acomodó y se durmió él también. La madre de Cata entró a la habitación de su hija para contarle un cuento como todas las noches, pero ella ya estaba dormida. Y eso iba a pasar todas las noches de ahí en adelante, ya que Ricardo le contaba un cuento en su lugar. Y eso sí, Catalina nunca se aburrió de las historias de su amigo, aunque Ricardo, a veces se distraía un poco conversando con algunos piojos nuevos que llegaban a la cabeza de su amiga, eso sí, en idioma piojo, y les recomendaba que se vayan a otra cabecita, para no morir achicharrados en el champú. Así nació una nueva amistad entre Cata y Ricardo, el piojo, que hasta ahora le sigue contando cuentos todas las noches, hasta que su amiga se queda dormida.

Antonia Casariego, 11 años, Rocha

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El zorrino Manuel y el bicho raro Nuestro héroe, el más vago y oloroso de todos dormía en su cueva. Porque era el número 1, el que todos los bichos acudían para que resuelva sus problemas; el más famoso del bosque. Mientras el zorrino Manuel dormía, algunos bichos como los sapos, los bichos bolita y las hormigas amigas, estaban inquietos. Manuel se despertó con el sonido de una mano tocando una puerta, así: “toc toc”. En realidad, ese ruido era bastante molesto para Manuel. Después de mucho luchar para levantarse, porque la verdad estaba bastante gordo, se levantó y abrió la puerta. -Manuel, hay un bicho extraño rondando en el bosque- Dijeron los bichos. Manuel fue con la hormiga Catalina, que había visto como al pasar a esta criatura. -¿Qué viste? le preguntó a la hormiga. -Yo estaba tomando sol con mi amiga Nilda, cuando de pronto una sombra me cubrió, abrí mis ojos y vi a una criatura extraña y rara con cola de rata y unos ojos como si te estuvieran mirando con maldad. -Claro, ¿y te habló? -No, pero yo tengo una amiga de mi prima que su hermano tiene un tío, el cual tiene un sobrino que vio una criatura que tiene un… -Esperáaaaaa , ya entendí. -Bueno, adiós. Manuel pasó a ver a la víbora Juanita, ella era la única que había visto a la criatura extraña hablar: -Hola- dijo Manuel. -Hola- dijo la víbora. -¿Me puedes decir qué viste y oíste? -Bueno, yo estaba pasando, cuando sentí un ruido de yuyos moviéndose, fui a investigar, cuando me dijo: -¡Te corrés o te aplasto! -Claro que yo no estaba muy de acuerdo, así que le dije: -Psssf, yo no me corro, señorita maleducada- Entonces me atropelló con todo. -Muy interesante- dijo Manuel. -¡Ay, mirá la hora, quedé de ir a pasear con mi amiga Susanita. Adiós! -Bueno, chau- saludó Manuel. Mientras Manuel caminaba de regreso a su cueva, las pistas que le habían dado los bichos le sonaban en la cabeza como si fuera una radio. -Con cola de rata, ojos malignos, maleducada –muy interesante, pensaba Manuel... De pronto los yuyos se movieron, Manuel se detuvo, de pronto salió aquella cosa de la que todos hablaban: -¿Prima Lola? ¡Santa comadreja, sos vos! Al final todo salió bien, era nada menos que la prima de Manuel: Lola. -Hicieron una fiesta de bienvenida a la prima de Manuel y algunos bichos estaban como raros… para mí que tomaron demasiado jugo de yuyos.

Sofía Bergos, 11 años, Paysandú

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Green Me llamo Ismael. Cuando yo tenía nueve años, en la casa de mi bisabuela Elvira, había un gran, gran árbol, era tan lindo, era lindo en serio. Era una higuera, si les soy sincero, odio los higos, son muy viscosos y verdes por fuera y rosaditos por dentro. Horripilantes. Bueno, el tema es que la higuera era hermosa, los frutos que estaban en la higuera y su textura suave, me encantaban, pero solo cuando estaban ahí, colgando de ella. Mi bisabuela dormía siempre su siesta, y cuando ella se acostaba, yo aprovechaba para ir a deambular alrededor de la higuera que, en serio, era grande. Un día, que jamás voy a olvidar, luego del almuerzo mi bisabuela se acostó y yo me fui al fondo, donde se encontraba ella, y comencé a tocar sus ásperas hojas, mientras recordaba el poema de Juana de Ibarbourou que mi madre recitaba para mí desde chiquito. Siento un llanto que me quita la concentración, me dirijo hacia atrás del árbol, para ver quién interrumpía mi felicidad. Una niña, de llanto dulce. Sin poder evitarlo, me siento mal por haber estado enojado, y haber querido matar al que me interrumpió. Pero ahora, ya no estaba enojado, estaba totalmente hipnotizado con ella, que vestía una gran ¿hoja verde aterciopelada como las hojas de la higuera, pero enorme?, mis ojos no lo creían, esa niña parecía Tinker Bell, parpadeé, esto no podía ser real. La niña, ahora, se quitaba las lágrimas. -Tú - dijo señalándome. -¿Qué? -No tenés ni idea de lo que me estás haciendo, ¿verdad? Miré sus pies descalzos, no podía creer lo blanca que era ella. -No, no tengo idea, por cierto, ¿qué hacés en el fondo de la casa de mi abuela? Me doy cuenta de que en realidad no es posible que una niña, que tenga más o menos mi edad, vista una hoja y esté descalza detrás de una higuera. -Me llamo Green, y ella -dijo tocando la higuera - es mi madre. Green me contó que la higuera era su madre, y me contó que le encantaba el fondo de mi bisabuela. Al principio, creí que me estaba haciendo una broma, pero no estaba haciendo una. Hablaba en serio. Green me contó que por la noche ella dormía junto a su madre, muy cerca, que por la noche la tierra era tibia y uno podía dormir tranquilamente. Cuando le pregunté qué era lo que yo le estaba haciendo, me dijo que cuando mi abuela dormía la siesta, antes de que yo llegara, hace un mes, ella podía pasear tranquilamente por el gran fondo de mi bisabuela y podía escuchar la radio que mi bisabuela dejaba encendida siempre, pero ahora yo llegaba todas las tardes y me ponía a merodear, y ella se tenía que quedar escondida entre las raíces. -Es por eso que estaba llorando -me dice-. ¿Cómo te llamás? -Me llamo Ismael. -¿Y por qué estás acá? -Porque estoy de vacaciones en la casa de mi bisabuela.

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Ese día, cuando caía la tarde, después de conversar un largo rato con Green, entré a la casa de mi bisabuela, luego de despedirme. Me di cuenta de que mi bisabuela estaba en el baño, me di cuenta de que mi bisabuela estaba despierta, y me di cuenta de que si sabía que no había dormido se iba a enojar... y lo más importante, recordé que no podía contarle a nadie de Green, pensarían que estaba loco. Corrí a lo que era mi cuarto, y me tapé hasta la cabeza, unos segundos después mi bisabuela estaba dentro, pensando que me estaba despertando. Ese día tomé la leche, miré la televisión, pensé en Green cuando cenaba, pensé en Green cuando me cepillaba los dientes, pensé en Green cuando me ponía el pijama, y pensé en ella mientras me dormía. Me había enamorado de Green. Los siguientes días estuve todas las siestas con ella, recorrimos el fondo grande de mi bisabuela, le recité el poema de Juana de Ibarbourou, el cual le encantó. Ella era hermosa, linda, bella, especial, y no tenía ni idea del mundo exterior, ella solo conocía algunas cosas que había escuchado en la radio de mi abuela, y hacía muchas preguntas sobre ello. Lo cual me fascinaba, me fascinaba contestar todas sus preguntas. Un domingo, mientras mi bisabuela dormía, me dirigí hasta la higuera, la madre de Green (nunca le pedí explicaciones sobre su madre, sólo lo asumí). Comencé a buscar a Green, pero no estaba en ningún lado. La busqué por todas partes del fondo, en el galpón, cerca de su madre, entre los yuyos de mi bisabuela, e incluso entre las macetas de las flores, la busqué por todas partes, pero Green no estaba en ningún lado. Estuve buscándola toda la tarde, incluso mi abuela se despertó y comenzó a gritar mi nombre, supongo que porque no me vio en la cama. Tuve que entrar. Ese día, estuve pensando en Green, la amaba, y hasta el día de hoy me pregunto si ella también lo hacía. Pasaron dos días de búsqueda, era de tarde, y mi bisabuela me preguntaba si estaba bien a cada rato, estos dos días mi bisabuela me encontraba dormido contra la higuera cuando despertaba, recostado con la madre de Green. Siempre me dormía, porque los últimos dos días me desvelaba en las noches pensando en ella, en si me estaba haciendo una broma, pero Green no hacía bromas, creo que ni siquiera sabía lo que eran, tal vez las había escuchado en la radio de mi abuela. Las excusas no servían. Miré de reojo, recostado en la madre de Green, había un brote de higuera, era pequeñísimo, pero con Green como amiga, yo ya sabía todo sobre las plantas, me acerqué al brote, era tan lindo como... su madre, como la madre de Green. Era Green. En el fondo de mi higuera. Conmigo siempre.



Fidelia Inés País Martínez, 12 años, Montevideo

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La máquina del tiempo Liliana, Laura y Gastón son grandes amigos. En su escuela tienen una feria de ciencias y el proyecto que presentan es sobre una máquina del tiempo. Hay muchos lugares para conocer. Cada uno lleva algo que considera importante y necesario. Laura lleva comida, Gastón lleva agua y sus binoculares, y Liliana una cámara digital. Suben a la máquina del tiempo y ven varios botones, pero solo uno les sorprende y ese decía: “Beringia”, lo presionan y viajan varios años al pasado. Cuando llegan allí, Gastón abre la puerta de la máquina y Liliana está pronta con su cámara digital. Ella es una niña muy curiosa y le gusta registrar cada momento de su vida. Todos se sorprendieron de lo que estaban viendo: grandes praderas, glaciares y animales extraños. De repente, por al lado de Liliana pasa un mamut y se sube a él. Laura vio un tigre dientes de sable y hace lo mismo. Gastón con sus binoculares, ve un oso comiendo un animal, del otro lado del puente, le da curiosidad, le avisa a sus amigas y lo cruzan. Cuando se dan cuenta de que el puente es estrecho, Laura empieza a tener miedo. Ahí descubren por primera vez, que estaban cruzando un puente de hielo. Del otro lado del puente ven nieve y también encuentran: semillas, fósiles de animales y de partes de árboles, plantas de todo tipo. Gastón, Liliana y Laura deciden sembrar las semillas y les colocan un poco de agua de la que había llevado Gastón. Al llegar a la máquina, se suben y tocan un botón que dice “ir a casa”, allí comen lo que llevó Laura. Cuando llegaron al presente, Liliana enseguida prendió su computadora y se metió en internet, puso: “Beringia”. Leyó la información y se dio cuenta que al cruzar el puente de hielo habían cruzado “el Estrecho de Bering” y estado en dos continentes: Asia y América. Se conecta a facebook y chatea con Laura y Gastón, les cuenta lo que descubrió. Quedan shockeados de la emoción. Los tres niños cuentan su experiencia a los padres, familia, amigos de la escuela y a la maestra. Algunos opinaban que estaba bueno lo que contaban y otros que estaban locos. Liliana mostró las fotos y al fin le creyeron. A Gastón poco le importaba lo que los demás creyeran. Los tres amigos sí estaban de acuerdo en que esa experiencia había sido inolvidable. Ellos ya estaban planeando su próxima aventura en la máquina del tiempo...



Camila Mendiolo, 9 años, Montevideo

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La huerta amigable Había una vez, tres niños llamados: Juan, Miguel y Santiago. Tenían una huerta junto a un galpón viejo, donde guardaban las herramientas. Un día estaban sembrando lechugas, cuando Miguel escuchó un ruido que venía del galpón. Inmediatamente fueron a ver qué sería. -¿Quién anda ahí?, dijo Santiago. Sintieron otro ruido y, sin dudarlo, entraron. Gran sorpresa cuando se encontraron con otro niño que estaba hurgando entre las cosas. -¿Quién eres?, dijo Juan, apuntándolo con una pala de dientes. -Soy un niño de la calle y tengo mucha hambre. -¡Baja la pala, Juan!, ordenó Miguel. Fueron aparte, para conversar sin que el niño los escuchara. Juan, Miguel y Santiago debían decidir si le permitían al niño entrar a trabajar en la huerta con ellos. -¿Quieres unirte a nuestro equipo de trabajo?, le preguntó Juan. -¡Sí, claro! -¿Cómo te llamás?, le preguntó Santiago. -Me llamo Fabián. -Bueno, vení a la huerta con nosotros, dijo Miguel. -Vamos a tener que enseñarle a trabajar con las herramientas, seguramente no las sabe usar. -Trabajando siempre, nunca te faltarán alimentos para comer, dijo Miguel, además, ten presente que el trabajo nos dignifica, le da valor a nuestra persona. Se fueron todos contentos a la huerta con su nuevo amigo. -Qué cantidad de cosas que tienen para comer, dijo Fabián. Después fueron a vender rabanitos por el barrio y regresaron sin ninguno. Estaban felices, era fruto de su trabajo. Así fue como ellos estuvieron juntos para siempre y enseñándole a Fabián lo bien que podía sentirse trabajando.



Fabián Caballero Maier, 9 años, Cerro Largo

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Las criaturas extrañas Un día, en el año 1966, en una casa en Londres, vivía una pareja de novios, ella se llamaba Lisa y él Liad. Lisa era una persona muy carismática, le encantaban los niños; ella siempre deseaba tener una hija para poder enseñarle todo lo que le gustaba hacer cuando era niña. A Lisa le gustaba vestirse normal y no le importaba lo que los otros piensen de ella, le gustaba ponerse ropa cómoda, se arreglaba para salir fuera de la casa, pero cuando estaba en su casa era informal. A Liad le gustaba estar prolijo para salir, pero para estar en la casa era sencillo. Le gustaban los niños, pero no mucho. Él apoyaba el deseo de su novia que era tener una hija, Liad era valiente, pero le temía a solo una cosa: los payasos. Liad había tenido una no muy linda infancia con los payasos, ése era su secreto y no quería que nadie lo supiera; por otro lado, Lisa, era súper valiente, no le temía a nada en especial. Bueno, como estaba contando... Un día en la casa de esta pareja, empezaron a suceder cosas muy raras, más de lo normal, la primera que sufrió fue la bebé que hace unos meses había nacido. Ella lloraba todas las noches y no era porque tenía hambre o porque estaba sucia, sino porque había una criatura rondando cerca de la familia. Al principio Lisa y Liad pensaron que era normal que la bebé llorara tanto, pero después ya empezaron a dudar que estaban solos en la casa, empezaron a sonar los muebles, las puertas, las escaleras, etc... Días después, la niña empezó a empeorar, lloraba en cada momento del día, a veces gritaba, entonces sus padres decidieron tomar determinadas medidas. Lisa y Liad decidieron poner cámaras en todas las habitaciones, ¡esta decisión no fue de mucha ayuda, que digamos! Esto empeoró las cosas ya que hacía enojar a estas criaturas extrañas. Unas semanas después de haber puesto las cámaras, Lisa y Liad se dieron cuenta que a las cámaras, alguien les había sacado las grabaciones, Lisa le propuso a Liad poner cámaras escondidas en el cuarto de la bebé, en su cuarto, en el living, en la cocina y en el baño, para ver si sucedía lo mismo. Al día siguiente, Lisa al despertarse fue a ver las grabaciones de las cámaras, ella se fijó primero en la cámara del baño y no había nada de raro, luego se fijó en la cámara de la cocina y tampoco había nada raro, después vio la cámara de su cuarto y ahora sí llegó a ver algo extraño, era como una araña en el cuerpo de una persona, era como un humano de 30 cm, blanco, jorobado y muy flaco, que se le notaban las costillas.

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Lisa se asustó mucho al ver esta grabación, pero todavía le quedaba ver un vídeo que era el del cuarto de la niña, llamada Madison; Lisa puso la grabación y de repente se apagaron las luces. Cuando Lisa agarró una vela y la prendió, le pareció ver una de estas criaturas extrañas en la cama de Madison, ella gritó tan alto que esa criatura desapareció. Cuando Liad fue a ver qué había pasado, Lisa estaba tirada en el piso al lado de la cama de la niña. Liad agarró a Lisa y la llevó a su cama para que descanse y al día siguiente poder preguntarle qué le había pasado. A la mañana siguiente, cuando Lisa ya había despertado, Liad decidió hablar a solas con ella, hablaron y después quisieron traer a un cura para sacar esas criaturas de su casa y para no poner en riesgo la vida de su hija. El cura estuvo casi tres horas haciendo una bendición. A los días después de haber ido el cura a su casa, se dieron cuenta que esas criaturas habían desaparecido. Pero igual seguían con temor a que su hija sufra alguna consecuencia de estas criaturas extrañas.



Melany Pamela Moreira González, 12 años, Montevideo

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Las Manzanas Mágicas Ésta es la historia de un niño que se llama Nelson, que vive en Uruguay - Montevideo. Todos los días se llevaba a la escuela una manzana. Un 23 de setiembre de 2013, Nelson se tenía que ir a la casa de su abuela, que la habían operado de la rodilla y no podía caminar. Nelson salió de la escuela y fue por un camino sin ningún árbol, le pareció raro, entonces continuó su recorrido por un campo lleno de flores de todos los colores, pero lo que lo deslumbró fue que a unos pocos metros vio lo más rico que había visto en el día: Era una manzana, espera... no era una manzana, si no... ¡un árbol de manzanas! Entonces dijo: ¡voy a tomar una y a probar, porque no comí nada! El primer mordisco fue el mejor, pero tenía mucha sed y dijo: -desearía tener un jugo de naranja, y en un «zas», ¡el más rico jugo de naranja cayó en sus manos! Pensó: -¿esto es algo mágico?, entonces pidió una nueva bicicleta roja flameante y en un momento, estaba sentado en su bici nueva. Pidió otro deseo, comiendo otro trozo de manzana y dijo: -desearía tener un león, y «zas» ¡en un momento apareció el más feroz león! que lo empezó a perseguir y gritó, comiendo otro trozo de manzana: -¡quiero volar!, y entonces se elevó por los aires y estaría a salvo. Pero, al poco tiempo se dio cuenta de que estaba volando muy alto y pidió otro deseo, comiendo otro trozo de manzana y dijo: -deseo no volar más. Y al morderla se empezó a desplomar en el aire y cayó en picada y el último pedazo de manzana la comió y dijo: -¡deseo nunca haberme encontrado con este árbol de manzanas!... y entonces el jugo, la bici, el león desaparecieron y él cayó en el suelo. Al llegar a la casa de la abuela ella le dijo: -Nelson tengo manzanas en la heladera- y él le dijo: -no, gracias abuela, estoy lleno.



Victoria Marroig Rodríguez, 12 años, Montevideo

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El pez y su complicado tamaño Érase una vez un pez. Un pez del cual todos se burlaban. Un día fue al doctor. En la espera se encontró con una ballena y le dijo: -¿Cómo hacés para ser tan grande?Y la ballena le dijo: -¿y vos, como hacés para ser tan chiquito?Entonces el pez dijo: -Te lo digo si mañana vas al rio Negro a las 5.30 ¿entendido?Y la ballena respondió: -Claro como el agua-. El día siguiente a las 6.30, el pez estaba esperando a la ballena. La ballena llegó tarde y le preguntó: -¿Por qué me hiciste venir?Y el pez respondió: -Para preguntarte ¿Cómo hiciste para ser tan grande?La ballena pensó, pensó y pensó, hasta que dijo: -¡Ya sé! vamos a la casa de una bruja que a vos te haga grande y a mí chiquito.El pez respondió: -Listo, vámonos. Cuando llegaron a la cueva de la bruja le explicaron lo que querían. La bruja a la ballena le dijo: -No te puedo hacer muy chiquita, pero puedo hacerte mediana ¿aceptás? La ballena respondió: -Acepto. Y la bruja le dijo al pez: -No te puedo hacer grande, pero puedo hacerte mediano ¿aceptás? Y el pez dijo: -Acepto. Entonces la bruja les dio té. Se fueron a su casa y en el camino planearon encontrarse de mañana. Al día siguiente se despertaron y se reunieron, mirándose viendo que eran tamaño medio, con la piel suave y tenían un hoyo en la espalda. Se llamaban delfines.



León Martínez Velazco, 9 años, Montevideo

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El Reencuentro Esa mirada. ¡Oh! Dichosos sean esos ojos que la miraban con deseo. Unos ojos rojos, era lo único que se veía desde el porche de la casa de Martina, vivía alejada de todo, aislada en su mundo... Había veces que pensaba que cualquier cosa que le pasara no habría nadie que podría acudir en su ayuda, pero ella seguía allá, bastante insegura, siendo observada por esos ojos rojos y cansados. El golpe seco de las ramas de los árboles moviéndose por el viento era lo único que se distinguía en el ambiente, el frío iba en aumento, estaban en pleno mes de julio, en pleno invierno, pero esos ojos la seguían observando, cada mínimo movimiento, alertas a cualquier cosa que Martina hiciera, sin darle descanso alguno. Martina escuchó un ruido, el mismo que siempre escuchaba antes de que la tormenta se abalanzara sobre las tierras de Pando. El lugar era muy bonito, pero solo cuando los pájaros cantaban, y el Sol emanaba alegría tras sus rayos. Ella, rápidamente entró a lo que era la sala de la casa, y se sentó atenta, viendo lo que pasaba afuera. Un suave golpeteo se escuchó desde la cocina, Martina no le dio importancia, estas tormentas barrían con todo, así que supuso que alguna rama se habría escabullido por algún rincón de la casa. Estaba inquieta, demasiado nerviosa, se sentía observada, ¡claro que lo estaba!, pero esta vez con más intensidad. Sabía que eran ellos, esos ojos rojos que la vigilaban en todo momento, pero esta sensación era diferente, era extraña, había algo más en ella. -¿Quién anda ahí?- preguntó en casi un grito, con voz temblorosa. Se leía el miedo en su voz, estaba asustada e inquieta. Un silencio que le heló los huesos inundó el salón, ¡sí! aún se escuchaban las gotas de lluvia caer en las chapas del porche, aún se podía distinguir el ruido del viento moviendo ramas y llevándose consigo lo que consiguieran a su paso, pero había un silencio ¡Oh! Ese silencio tan mortífero que le helaba los huesos, y que solo se encontraba dentro del salón. De repente esa sensación de ser observada fue disminuyendo, hasta que dio por hecho que ese par de ojos se habían cansado y la dejaban en paz, se había equivocado... No bastaron cinco minutos cuando el suave golpeteo se volvió a oír, esta vez con más intensidad, pero seguía siendo demasiado débil. Es que... ¡¿Acaso no se cansaban?! Podría ver que no, harta de ello, cerró cortinas y usó trapos y sábanas para tapar cualquier hendija de cualquier sitio. Estaba nerviosa, la paranoia la estaba consumiendo. -Martina... Martina... -susurró una voz sorprendentemente dulce, la conocía, pero ¿de dónde? Martina estaba nerviosa, alterada llevaba su mirada a cada sitio posible donde la voz podría hallarse, pero no obtuvo ningún indicio. El golpeteo no paraba, y los susurros cada vez eran más débiles, ya casi no había prueba de que alguien estuviera hablando dentro de esa habitación, pensaba que todo estaba en su mente... ¡La estaba volviendo loca! El golpeteo paró, varios minutos fueron testigos de su posible locura. -No te desharás de mi... Martina... Martina... Martina... - comenzaron los susurros de esa delicada y dulce voz, que provenía de una mujer.

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-¿Quién... qué quieres?- tartamudeó muerta del miedo Martina.- Es que esto ¡¿No terminará más?! -La pregunta es a quién quiero... -dijo “la voz” con aire burlón. Los vellos de la nuca de Martina se erizaron al instante, cuando vio a una mujer frente a ella, vestida con un vestido blanco, y con rizos rubios que le caían en cascada sobre los hombros, tenía los mismos ojos que su hermana Annie, era su madre. Martina se quedó helada. -Pe-pe... pero... -Martina no hacía nada más que tartamudear, ¿qué estaba pasando? -Tranquila, mi niña... -Dijo siniestramente la mujer. Se acercó a ella y le acarició con delicadeza la mejilla -Te he echado mucho de menos-dijo, alejándose de ella. Martina, ¡estaba temblando de miedo!, escalofríos le recorrieron toda la columna vertebral, no entendía qué pasaba, apenas recordaba cuando... -¡Oh!, no, no, no, no pienses en ello... -le dijo su madre, ¡leyéndole la mente! -¿Có-cómo has... ?- Martina aclaró su garganta y siguió -¿Cómo has hecho eso?- terminó la pregunta, emanando tranquilidad. -Hay muchas cosas que puedo hacer. Martina, querida... El tiempo corre, el tiempo corre...susurraba repetidamente, como una grabadora. Martina se volvía loca. Asustada, se alejó lo más que pudo de ella, esa mujer que se hacía pasar por su madre la miraba fijamente mientras seguía susurrando, ahora cosas sin sentido, parecía una estatua, la luz tenue que había no le molestaba, y el aire que ahora corría no la hacía pestañear. La mujer se acercó a ella, como un imán... ¡¿Pero qué carajo?! Pobre Martina, hacía lo posible para alejarse de esa mujer y ésta no hacía más que asustarla en cada segundo. ¿Qué quería de ella? ¿Por qué ahora? ¿Quién era realmente? Ella había estado en... ¡Oh no! -Has sido tú... -susurró en un hilo de voz Martina, la mujer paró bruscamente, la miró con furia en sus ojos. -¡Oh, claro que no!, ha sido ella, ¡ella! ¿Me escuchas? ¡Ella!- gritó furiosa, Martina se encogió sobre sí misma, estaba aterrorizada. De repente, la figura comenzó a esfumarse, ya no era tan nítida, ya no se veía tan clara... Se difuminaba como se esfuma el polvo en el aire, como los colores del arco iris cuando comienza el atardecer, luego de una débil lluvia. Junto a ella, comenzaba a verse el Sol entre los pastizales, ¿tanto tiempo había estado discutiendo con esa figura?¿Había pasado mucho, desde que estuvo presa en su propia mente?¿En su propia paranoia? Martina buscaba explicaciones donde no las había, alterada por buscar lo lógico del asunto, pero no lo encontraba. -¿Qué ha pasado?-susurró para sí misma, era realmente inexplicable. Verla en carne propia, verla frente a ella, furiosa y cariñosa al mismo tiempo, siempre con esos ataques de bipolaridad, tan característicos de ella. Martina sonrió con melancolía. Aún recordaba su risa, dulce y sensible, su toque cuando ella se hacía alguna nana, su voz protectora cuando se peleaba con sus hermanos, eran tantos los recuerdos que tenía junto a ella. -Mamá... mi.. mamá.. -susurró con una sonrisa nostálgica en su rostro.

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¿Hace cuánto no se sentía así? ¿Cuánto ha pasado desde que no la ve? Tal vez cinco, o seis años, demasiado diría yo. Martina se dirigió a la salida del salón y cuando llegó al porche comenzó a listar cada cosa que tendría que hacer, la tormenta había dejado muchas secuelas. En una rápida mirada, se podían observar ramas destruidas por doquier, agua estancada, realmente era un desastre. Llevó su mirada al cielo, con parsimonia y delicadeza, tenía todo el tiempo del mundo. Martina tenía que disfrutar de este momento tan... peculiar, esa era la palabra, todo había sido tan peculiar. Había sido de otro mundo. Como si estuviera mandada por una fuerza invisible todopoderosa, comenzó con su tarea del día. Poner al día todo el desorden de ayer por la noche. Estaba cansada, no había pegado ni un ojo. ¡Y claro! Se había pasado toda la noche discutiendo con su madre, o con alguna mujer tan igual a ella. Le gustaba más la primera idea, ese sentimiento de cercanía que volvía a vincularse entre su mamá y ella... Ese vínculo maternal tan poderoso, pero que no logra romper barreras. Ese vínculo que había ido desapareciendo cuando hacía casi seis años, su madre fue encontrada muerta, asesinada en el porche de la casa que ahora ella ocupaba. La sorpresa de ver a su madre muerta fue terrible, aún recordaba los rostros tristes de familiares y amigos al momento del entierro. Lo que le causó más terror, era que no sabía qué era más aterrorizante, encontrarse a su madre tan sana y aparentemente ¡viva!, o que alguien se haya tomado la molestia de fingir tan bien su propia muerte.



Zaid Díaz, 12 años, Maldonado

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El tesoro al final del arcoiris Había una vez, en un pueblo rodeado de montañas azules y desiertos, tres amigas que se querían mucho: se llamaban Rosy, Regina y Sofía ¡Eran las mejores amigas del Mundo! Por las tardes, al salir de la escuela, se iban caminando juntas a sus casas. Un día, luego de salir de clases, se dieron cuenta que Sofía estaba llorando. De inmediato le preguntaron qué le pasaba. -Es que estoy muy triste, porque mi papá no podrá venir para mi cumpleaños.- respondió ella. Hacía tres años que su papá se había tenido que ir a trabajar en la pizca, al otro lado de la frontera. Cada cumpleaños de su hijita, el señor volvía sin falta para festejarla, y era la época más feliz para la niña. Pero una noche antes, había escuchado sin querer una conversación en la cual su mamá le decía a su abuelita que la cosecha de tomate se había arruinado con las nevadas, y por tanto, su papá no tenía dinero para regresar al pueblo. Desafortunadamente, la familia tampoco tenía dinero para mandarle. -¡Tengo una idea! - exclamó Rosy: - Mi abuelita Cuquita, que está en el cielo, me platicó una vez que al final del arcoiris hay un tesoro de monedas de oro. Si lo encontramos, ese tesoro será suficiente para traer a tu papá de vuelta. Iremos juntas a buscarlo. Los días pasaron, sin rastro del arcoiris. Una tarde al finalizar las clases, luego de la lluvia cantarina, el sol asomó su carita entre las nubes, y un arcoiris precioso apareció. Las niñas estaban emocionadas. ¡Ahora, tenían que emprender el camino para hallar el tesoro! Por primera vez en su vida, en lugar marcharse hacia sus hogares, se dirigieron hacia el Cerro de las Noas, detrás del cual estaba la Gran Ciudad. Ahí parecía estar el final del arcoiris. Las niñas iban admirando las florecillas que la lluvia había adornado con gotitas de diamantes. Caminaron por mucho tiempo, y Regina preguntó: -¿Cuánto falta para llegar? Me duelen los pies, y ya me está dando hambre. -Hay que preguntarle a la señora ardilla.- sugirió Rosy, divisando a uno de estos animalitos, que observaba curioso al trío de chiquitas: -Hola, señora ardilla... ¿Falta mucho para llegar al final del arcoiris? La ardilla sacudió la cabeza como diciendo “NO”. -Ya ven -dijo Rosy:-Al ratito llegamos. Siguieron, ahora de subida, llenas de esperanza. Avanzaron entre los cactus y los conejitos que se asomaban a verlas, y ayudándose las unas a las otras cuando era necesario. De repente, el sol y el arcoiris se esfumaron, y se hizo de noche. -¡Ya se fue el arcoiris! -dijo muy decepcionada Sofía. Fue cuando se dieron cuenta que no podrían regresar a casa, ya que la oscuridad se los impedía, y Rosy, que era la más decidida, determinó: -Ya casi llegamos a la cima. Pasaremos ahí la noche, y mañana, encontraremos el tesoro. No te apures, Sofía -Sí -afirmó Regina: -No te apures, Sofis, que vamos a encontrar ese tesoro para tu papá.

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A pesar de los ruidos del viento y los aullidos de los coyotes, las niñas trataron de ser valientes, y tomándose de la mano, llegaron a lo más alto del cerro. Ahí, la imagen enorme y silenciosa de un Cristo con los brazos abiertos las esperaba. -Él nos cuidará. ¡Qué altote está! -dijo Sofía, muy animada. Bajo sus pies, la Gran Ciudad se desplegaba llena de luces de colores. Las niñas se sentaron al pie de la imagen, y abrazándose trataron de darse calor. De pronto, unos gritos las asustaron. ¿Quién sería, en medio de la noche? Unos hombres se acercaron a las pequeñas, con linternas en la mano. -¡Niñas! - les dijo uno de ellos, bigotón y de cara bondadosa: -¡Mucha gente las ha estado buscando, gracias a Dios que las encontramos! Las llevaron en un automóvil a la Gran Ciudad, para que pasaran la noche bajo techo. Mientras les daban de cenar, las niñas explicaron a sus salvadores su odisea, y el motivo que las había llevado a emprender la excursión tan lejos de casa. La noticia del salvamento de las pequeñas y su historia se regó hasta en los programas de radio y televisión de la localidad. Al día siguiente, cuando las llevaron de vuelta a casa, las niñas pidieron perdón a sus familias por haberse ido sin permiso, y el señor bigotón que las había encontrado expresó: -Ahora que están todos reunidos, y que ya pidieron perdón a sus papás, ¡les tenemos una sorpresa! La historia de amistad de las pequeñas habían conmovido tanto a los habitantes de la ciudad, que habían organizado una colecta para traer de vuelta al papá de Sofía. ¡Qué alegría! Había dinero más que suficiente para ello, y las niñas brincaban de contento. Después de todo, la abuelita Cuquita había tenido razón. Al final del arcoiris, estaba el tesoro más maravilloso que cualquier ser humano pudiera desear: ¡El tesoro de la verdadera AMISTAD!



Juan Ignacio Enciso, 12 años, Montevideo

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Liz Me encontraba al lado de su madre, sentado en las frías e incómodas sillas de la sala de espera del hospital al que acude Liz cada vez que tiene que ir al médico por sus pulmones. -¿Familiares de Liz Hemmings? -dijo el doctor que atendió a Liz al salir de su habitación. Al escuchar esas palabras, Teresa salió corriendo de su asiento y se acercó al doctor. Yo la seguí, aunque más despacio. -Yo soy la madre -dijo Teresa-. ¿Cómo está mi pequeña? ¿Está bien? ¿Qué le sucedió?. -Buenas tardes, señora Hemmings. Por favor, le pido que me acompañe a mi oficina así podremos hablar tranquilamente sobre el estado de su hija, ¿de acuerdo? -preguntó amable el doctor. -Claro, claro -respondió ella-. ¿Puede ir ella conmigo? -preguntó señalándome. -Sí, sí puede ir. Pero tiene que mantener completo silencio –dijo, mirándome. -Por supuesto, doctor. Tenga eso asegurado. Apenas le contesté, el doctor empezó a caminar a lo largo de la sala de espera sin darse vuelta ni una vez; al parecer estaba seguro de que lo íbamos a seguir, y, a decir verdad, lo seguimos. Al terminar de recorrer la sala de espera, llegamos a un pasillo con dos paredes blancas que se extendían aproximadamente 10 metros y separadas una de otra por aproximadamente 4 metros. En cada una de las paredes había al menos 5 puertas y en cada una de ellas estaba escrito “Dr.” y luego el nombre del doctor. Entramos a una que decía ‘Dr. Morales’. -Bien, llegamos, por favor tomen asiento -dijo el doctor, ya sentado. La oficina era bonita y moderna; las paredes eran blancas con uno que otro cuadro abstracto. Todos los muebles eran negros; repisas, escritorio y sillas. El escritorio, se podría decir, estaba en el medio de la oficina; del lado de la puerta tenía dos sillas y del lado contrario una sola, en la que estaba sentado el doctor. -Bueno, seré directo con ustedes. A Liz le queda como máximo 1 hora de vida. Las células cancerosas… El doctor siguió hablando sobre la situación de Liz, pero yo ya no lo escuchaba; él había dicho que a Liz le quedaba 1 hora de vida. Esto no podía ser, tenía que ser una broma. -¿Podemos ir a verla? -preguntó Teresa cuando el doctor, al parecer, terminó de hablar. -Sí, sí pueden, pero les pido que sea de a uno y solo pueden estar 10 minutos; luego tendremos que dejarla morir.

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Apenas el doctor terminó esa frase, yo ya estaba caminando en dirección a la sala de Liz. Al llegar, abrí silenciosamente la puerta, para después cerrarla de igual manera. -¿Liz? ¿Estás despierta, amor? -pregunté en un susurro, por si estaba dormida. -Lottie -dijo ella, tan bajo que apenas la escuché. -Liz, oh amor, no sabes cuánto lo siento –dije, acercándome a ella y agarrándole la mano, -daría todo por salvarte cariño, todo. -Lottie, no sabes cuánto te amo, ven, dame un beso, por favor. Le hice caso y le di un beso, un beso que mostró tanto amor y cariño, que parecía más una despedida que un beso. -Te amo tanto Liz. No me dejes por favor, no podría soportarlo. Te amo. -No te dejaré, Lottie, estaré siempre en tu corazón y mente. Te amo -y dicho eso, me dio otro beso que me dejó sin aliento. Luego de eso, tuve que salir de la habitación. Fue el último beso que me dio, y el último “Te amo” que me dijo.



Blanca Charamelo, 12 años, Montevideo

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Francisca y el dragón Todo comenzó en la casa de mi abuela, cuando yo, Francisca, tenía 12 años. Como todos los años, en verano, mis padres me mandaban a la casa de mi abuela Chocha, que vivía en el campo. Ahí yo leía, leía y caminaba entre el trigo al atardecer. Mi abuela, en ese entonces, era una señora muy mayor. Sus ojos color café ya estaban desteñidos y su pelo gris le daba un aire de anciana experimentada en el correr de la vida. Su casa estaba al pie de un cerro rodeado de un espeso bosque. Nadie vivía a menos de 8 km de distancia. Todos decían que mi abuela era una mujer extraña ya que de su bosque, siempre a la misma hora, se oían extraños rugidos. De pequeña lo único que siempre me había picado la curiosidad, fueron unas extrañas cicatrices que mi abuela tenía a lo largo del cuello. Las cicatrices eran negras, algo inusual. Chocha siempre dijo que fue en un accidente, nunca dio más detalle. Una mañana, me desperté por los gritos de un vecino que había venido a quejarse, diciendo que si no hacía algo con esa bestia del bosque, él mismo la mataría. “Bestia”. Esa palabra resonó en mi cabeza durante horas. Antes de la hora que normalmente era cuando se escuchaban los rugidos, salí de la casa y me adentré en el trigal para llegar al bosque. No me preocupé de mi abuela, ya que a esta hora era típico en ella encerrarse en su habitación y dormir unas cuatro horas. El sol empezó a esconderse y el matiz dorado del trigo se fue opacando. Cuando llegué, el bosque estaba inmerso en una profunda oscuridad. Rápidamente mis ojos se acostumbraron y sentí que mis sentidos se agudizaban. Empecé a escuchar voces como en un susurro. Vi como el viento agitaba las hojas de los árboles y arbustos, pero alrededor mío, no se movía nada ni se sentía nada. “Ja!. Estoy agonizando, escucho voces y siento el viento aunque no haya. No hay duda, me estoy volviendo loca”, pensé. En un momento, las voces pararon. El bosque entero se calló y yo me quedé quieta. Al cabo de unos minutos, empecé a caminar de nuevo. De repente mis piernas se cansaron. Decidí recostarme sobre un grueso árbol. Cerré los ojos y en un instante y me dormí. Al levantarme, me sentía mucho mejor. Me paré y me di vuelta para mirar al árbol que me había levantado las energías y me pareció ver un destello en un agujero. Miré más fijamente y metí la mano. “Estoy loca. Podría haber cualquier bicho y comerme la mano”. Pero mis pensamientos no me alteraron. Finalmente toqué algo, una especie de espiral, cálida y del tamaño de mi mano. Cuando saqué esa cosa del árbol, me di cuenta de que eran dos. Dos espirales azules, brillosas y tintineantes.

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De pronto, una ráfaga de aire me hizo estremecer. Me di vuelta y ahí estaba el responsable de los rugidos: un dragón de un azul oscuro. Era enorme. Sus escamas brillaban, aunque no hubiera luz. Sus ojos color café desteñidos por el paso de los años. “Las encontraste. Encontraste mis alas”. Esa voz hablaba a través de mi mente. Era una voz que yo conocía muy bien. La voz de la mujer que me cuidaba todos los veranos: era la abuela Chocha. -¿A-abuela?- No lo creía posible, pero tenía sentido, todos los días que desaparecía en su habitación era para que yo no pudiera saber que se iba al bosque a buscar sus alas. Y porqué no podía hacer nada para parar los rugidos del bosque: ¡Ella era el dragón! “Sí, cariño, yo soy lo que ves. Y ahora necesito lo que tienes entre las manos”. -Pero ¿Qué son? “Son alas, cariño. Las cicatrices que tengo son por eso. Es la condición de nacer dragón.” -¿Condición de ser dragón?- dije, acentuando cada palabra. No lo entendía. Se me estaban agolpando muchas ideas en la cabeza. Pero cuando lo pude procesar (percibí mis ojos muy abiertos, llenos de asombro), las espirales empezaron a vibrar en mis manos. Se empezaron a elevar y a acercarse a mi abuela-dragón. De un momento al otro, de la espalda le empezaron a salir alas. Unas alas enormes. Y luego un destello me cegó. Después no recuerdo más. Al despertar al día siguiente, Chocha estaba acariciándome la frente. -Buenos días, cariño. ¿Quieres desayunar?- dijo y se fue a la cocina. Al mirarle la espalda, las cicatrices negras habían desaparecido. Sonreí y me levanté. -Tenemos mucho de qué hablar.- dijo Chocha mientras vertía la leche en la jarra para calentarla. Y así fue como mi gran aventura como dragón comenzó. Me llamo Francisca y soy un dragón.



Emilia Telesca, 12 años, Colonia

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Índice II Categoría de 13 a 17 Años Premios 1er Premio Soy Canelón .............................................................................................. Pág. 83 Julio David Pereyra - 16 años - Río Negro

2do Premio Recuerdos ................................................................................................ Pág. 85 Paula Fernández - 14 años - Lavalleja

3er Premio El misterio de las tortas fritas de Maracaná ............................................. Pág. 87 Leandro Pereira - 13 años - Montevideo Angelina ................................................................................................... Pág. 90 Mi Querido Yerno ..................................................................................... Pág. 92 Un carnaval en blanco y negro ................................................................. Pág. 94 No cierres los ojos .................................................................................... Pág. 96 Volver ........................................................................................................ Pág. 97 El día que el silencio habló ....................................................................... Pág. 99 Relatos en papel mojado ......................................................................... Pág. 100 Grandes cosas en pequeños momentos .................................................. Pág. 102 El corazón del bosque ............................................................................. Pág. 106 ¿Dónde están mis alas? ........................................................................... Pág. 109 A toda velocidad ...................................................................................... Pág. 111 Recuerdos ................................................................................................ Pág. 112 La luz mala ................................................................................................ Pág. 115 Mi abuela, Pablo y yo ............................................................................... Pág. 117 Los elefantes y el pajarraco. Un pajarraco salva a Felipa .......................... Pág. 120 Luz en la neblina ...................................................................................... Pág. 122 Una gran historia ...................................................................................... Pág. 124 Caperucita Blanca ..................................................................................... Pág. 125 Atrapada en casa ...................................................................................... Pág. 126 Paz a los hombres ..................................................................................... Pág. 128 El nido de hornero .................................................................................... Pág. 130 El Ocaso .................................................................................................... Pág. 131 La última presa ......................................................................................... Pág. 132 Error ......................................................................................................... Pág. 133 ¿Será un robo? .......................................................................................... Pág. 134 El Duende del sótano ............................................................................... Pág. 137 Brisas de Otoño ........................................................................................ Pág. 139 Sonrisas falsas y abrazos verdaderos ........................................................ Pág. 141

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Soy Canelón Estoy a su lado, siempre estuve a su lado desde que tengo algún vago recuerdo, y en este momento se me agolpan como queriendo inundar de colores que cambien esta penumbra lúgubre, de sombras grises, de cadáveres saliendo de esta inmensidad negra, en esta noche tan negra y tan oscura, como este ladino lodo, solo teñido por el color rojo que alguna vez fue vida y corría por las venas de cada uno de estos, y ahora son solamente cadáveres, despojos de aquellos hombres que un día conocí, fieras erguidas, que yo veía como gigantes, cuyas voces resonaban dando órdenes a las que obedecía sin siquiera parpadear. ¿Mi amo? ¿Mi dueño? ¿Mi amigo?, aquí estás, aquí yaces a mi lado, yo, que prometí protegerte y no lo pude lograr. Desde mis pensamientos recuerdo tu voz, llamándome por ese nombre que tú elegiste para mí: “Canelón”, recuerdo echarme a tus pies para recibir las caricias, que como regalo a mi devoción no negabas en dármelas. Ésta fue tu última batalla, mi amo, la última batalla que yo, como un simple aliado, luché a tu lado, aún casi sin entender en mi mente de perro, de qué se trataba y de por qué. A su lado viví lo inimaginable, los días de sol ardiente que ni siquiera se podía respirar, más que la polvareda de los equinos y mi lengua afuera para poder así amainar tanto calor, y mi dueño siempre tan bondadoso. -Canelón, venga mijo, vamos a compartir el último trago de agua, que cuando no aiga má, el tata que ta ayá arriba, proveerá. Y otras veces esos tremendos sonidos que retumbaban en mi ser, y me hacían estremecer hasta las entrañas, sonidos que provenían de no sé donde, pero que por más que me afanaba en no escuchar, en esconderme y no sentir temor, se adentraban en mí hasta lastimarme los tímpanos, y mi amo con su voz me tranquilizaba. -¿Canelón? ¿y agora se me ha achicau perro?, ¡sea perro y no sea como ratón! Y así, cabeza gacha y dándome vergüenza de mi actitud, salía, como se dice comúnmente, con la cola entre las patas. Hasta esta espantosa noche, la noche más aterradora de todas, donde zumbaban las balas, caían los gigantes a mi lado, el cielo se estremecía con fogonazos y estruendos horripilantes.

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Y entre sangre, barro, gritos, llantos y mucho dolor, vi caer a mi amo a mi lado y yo sin poder hacer nada, traté de protegerle, pero no pude ser más veloz que quien le quitó la vida, y aquí estoy, siendo fiel a un montón de despojos de su cuerpo, protegiéndolo de esos sanguinarios que quieren devorarle, y si tuviera que dar mi propia vida lo haría sin pensarlo, ya que no tiene sentido vivir para mí. Lo lamo, le ladro, pero no logro reanimarle, me quedo a su lado aún sin escuchar su voz. ¡Soy Canelón! Soy un perro, pero no dejaré que esos bichos profanen su cuerpo, si algún cuervo o cimarrón se atreviera a saltarse aquí, estaré como el perro fiel y leal, como él me enseñó a ser. No tengo temor, ni al dolor, ni a morir, porque no soy un simple perro. Soy Canelón, el perro del sargento Sanabria.

Julio David Pereyra, 16 años, Río Negro

Primer Premio

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Recuerdos Sí, su vida no era fácil, ¿Por qué? Porque veía las cosas más complicadas del mundo. Caminó a paso lento por las casas derruídas, obra y gracia de la madre naturaleza. Subió con pesadez las escaleras de hormigón, que conducían hacia la gran casona de madera, aún seguía sin perder la cuenta de las veces que había tenido que subirlas y bajarlas, hasta ahora, unas 5621 veces. Abrió la puerta lentamente, el chirrido de ella era como un llanto de bebé recién nacido. Una brisa helada corrió desde dentro de la casa, erizándole la piel en el proceso. Recorrió con rapidez la sala de estar y subió hasta el desván. Allí reposaba un gran baúl antiguo, algo viejo y gastado, aparentemente estaba a punto de estallar de la gran cantidad de objetos que contenía dentro. Se acercó con recelo, como si fuese un gran tesoro. Abrió sigilosamente la tapa y observó su contenido. Infinidad de cosas se hallaban allí, comenzó a hurgar entre ellas, se sentía cual niño en una dulcería. Finalmente, después de mucha búsqueda, la encontró: una carta. La tomó con delicadeza, como si de una reliquia se tratase, deslizó sus dedos por la solapa hasta encontrarse con el sello carmesí, que contrastaba con los colores sepia del papel, abrió con cuidado el sobre y sacó la carta. Una corriente eléctrica le recorrió y se encontró a sí mismo sentado en una butaca con una pequeña mesa de luz, frente a un espejo, se miró, una melena rojiza le caía por sobre los hombros, un vestido morado que le llegaba hasta la rodilla y unos ojos granate adornados por lágrimas. Perfecto, otra vez pasaba. Ahora él era ella. En su mano derecha había una pluma. Emociones extrañas; ajenas a las suyas, le inundaban. La carta estaba terminada, sus manos se deslizaron sobre la mesa, buscando un sobre, abrió la solapa y colocó la carta dentro, buscó el sello y lo colocó con cuidado de que se viera el emblema de la familia derecho. Más y más lágrimas bajaban por sus ojos, los cerró con fuerza y apretó la carta contra su pecho. Un viento helado provocó que abriera los ojos, otra vez estaba en el desván. Dejó la carta donde estaba y miró él baúl. Ésta no era la primera vez que le pasaba. En realidad, desde pequeño tenía este don, o maldición, como se le quisiera llamar; la capacidad de ver pasados con solo entrar en contacto con un objeto de una gran carga energética. Éste era su secreto, no porque le asustaban los perjuicios que podrían hacerle, si no, porque no tenía la necesidad de gritarle al mundo lo que podía hacer. Buscó entre las cosas una vez más y encontró un vaso de cristal, uno pequeño. Se lo acercó a la nariz y el nauseabundo olor del alcohol inundó sus sentidos.

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Esta vez, se encontraba en una vieja taberna, el olor a alcohol y cigarros no se hizo esperar, se encontró con que su cabello era negro, y su vestimenta era casual. Miró a su alrededor y observó el vaso de Tequila que tenía a un lado, con agilidad lo tomó y lanzó el líquido a su boca, este quemó su garganta por unos segundos, pero luego la sensación desapareció, junto con su cordura. Sí, ya estaba borracho. Se levantó tambaleándose, trastabilló y se desplomó en el suelo. Sintió como alguien lo levantaba y lo llevaba fuera de la taberna, lo dejaba en la puerta y entraba de nuevo. Después de eso, perdió la conciencia. Abrió los ojos de nuevo, por suerte estaba otra vez en el desván. Ese recuerdo era algo confuso, pero ya no importaba. Dejó con cuidado el vaso de cristal y recuperó la compostura, tal vez podía revisar una última vez, antes de irse a su hogar. Se dedicó a buscar una cosa especial, algo que pudiese cerrar ese día con broche de oro, escarbó hasta lo profundo del baúl y se encontró con algo perfecto: un anillo de rubí. Lo sacó y examinó con detenimiento, observó que estaba en muy buenas condiciones, y su gema seguía intacta, una alegría le inundó desde lo profundo de su corazón, podía hasta escuchar las campanas nupciales resonar en su cabeza, se colocó el anillo en el dedo anular y un profundo sueño le llegó. Ahora se encontraba en un parque, sentado bajo uno de los árboles más grandes de todos. Sentía el viento mecer su cabello rubio, por lo tanto dedujo que estaba en otoño. Se percató de que alguien estaba agarrado su brazo, giró su cabeza en dirección de la persona y encontró a una muchacha joven, ésta parecía estar dormida plácidamente sobre su brazo, lucía totalmente feliz, tocaba con sus manos un anillo, el mismo anillo de rubí. Su cuerpo se movía solo y acarició el rostro de la joven con ternura, esta sonrió en respuesta mientras se aferraba más a su brazo. Le empezaba a dar sueño otra vez, sus párpados le pesaban y optó por dormirse. El canto de los grillos lo despertó, al parecer este último recuerdo lo había dejado agotado, se quitó el anillo y lo puso en el baúl. Lo cerró y se levantó desperezándose, bajó hasta la sala, abrió la puerta y salió. Bajó por vez 5622 la escalera y partió rumbo al pueblo. Pasó una mano por su cabellera castaña y bufó mientras pensaba qué excusa les diría a los demás por tardar tanto. Pero no era su culpa, los recuerdos le daban una luz a su vida que nadie más entendería. Sonrió y siguió su camino mientras el Sol se ponía a sus espaldas. Tal vez, algún día, le contaría a alguien de su condición, pero por ahora, él era feliz con su secreto.

Paula Fernández, 14 años, Lavalleja

Segundo Premio

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El misterio de las tortas fritas de Maracaná ¿Vieron esos días de sol, en mitad de vacaciones de verano, cuando uno está en un balneario en la playa, y no puede ni moverse por la cantidad de gente? Bueno, eso no pasaba hoy, porque estábamos en invierno y hacía unas horas había llovido. Estábamos en vacaciones de julio, en un balneario precioso, un balneario hermoso en todas épocas, pero que solo era apreciado en verano. Siempre en vacaciones con mi familia alquilábamos la misma casa porque nos caía bien la señora. En invierno, mejor para nosotros que no hubiera nadie, ya que teníamos la sensación de que todo allí nos pertenecía: las playas, las calles, la lluvia, el sol, el cielo y las nubes. Como cualquier uruguayo en un día nublado, me vino antojo de tortas fritas. -Mamá, ¿Puedo ir a comprar tortas fritas al puesto del Periquito? -Sí, pero ya te di hoy para bizcochos, así que llevá tu propia plata. Corrí hasta la puerta y salí rumbo al quiosco del Periquito. Yo nunca lo había visto, pero se decía que el Periquito era un hombre viejo de unos 80 años. Me enteré por los vecinos que lo llamaban así porque cuando era joven no paraba de hablar a los clientes, contaba de todo, incluso aunque no hubiera qué contar. Ahora el quiosco lo dirigían sus nietos, Rosario y Joaquín que tenían veintipico de años. Cuando estaba a unas cuadras empecé a distinguir el quiosco de color verde y el puesto de tortas fritas delante. Rosario se encargaba de uno y Joaquín del otro. ¿Vieron cuando uno, de tanto tomarse el mismo ómnibus puede distinguirlo por la forma de sus letras y números de arriba aunque esté a dos cuadras de distancia y no se pueda leer? Esto me pasaba con las tortas fritas, siempre que me acercaba veía el cartel de tortas fritas y empecé a reconocerlo a grandes distancias. Pero hoy no pude. Era algo extraño, no veía las letras correctas, lo que más me llamaba la atención era que no podía ver la T y en cambio distinguía una C. Intrigado corrí rápido hasta estar a unos metros de distancia. El cartel había cambiado, no decía más “Tortas Fritas” si no que decía “Chocolate Caliente”. Pensé que capaz era porque también hacían chocolate caliente ahora y como la gente ya sabía que hacían tortas fritas, decidieron cambiar el cartel. Mejor, podría comprarme tortas fritas y chocolate caliente. Me acerqué a Rosario y pregunté: -Hola ¿Me podés dar un chocolate caliente y una torta frita? -¿Torta frita? ¿Qué es eso? -¿Cómo que qué es eso? Si las cocinás vos siempre y te salen buenísimas, dale, no me embromes y dame una torta frita, por favor. -¿Pero qué decís? No conozco ninguna torta frita, pará que le voy a preguntar al Tata a ver si sabe.

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Se metió dentro del quiosco y unos minutos después volvió con el famoso Periquito, yo lo esperaba un poco más chiquito, pero era robusto y alto. Se acercó a paso lento, como era esperado de una persona de 80 años, hasta estar a solo unos metros míos. -Cuchame, mijo -empezó Periquito -hace más de cincuenta años que no se cocinan esas tortas fritas de las que vos hablás, ¿es una broma? -¿Pero, cómo una broma? -dije enojado -anteayer vine a esta misma hora a pedir tortas fritas y me dieron dos, para mi hermano y yo. -¿No me estás escuchando? -insistió Periquito -te estoy diciendo que no se cocinan más, en el 46 se dejaron de cocinar porque pasaron de moda, pero mirá, ya que estoy de humor te voy a contar una historia antes de que te vayas -dijo, y supuse que de alguna manera me estaba empezando a echar. -El 16 de julio de 1950 fue el último día que cociné tortas fritas, el día de la final del mundo en Maracaná. Aaah, ¡qué recuerdos aquellos! Como ya sabrás, ganamos 2 a 1 con ese fantástico gol de Ghiggia, pero no sabés cómo se vivió, las orejas pegadas a la radio. Cuando Friaça anotó el gol para Brasil a comienzos del segundo tiempo, casi nos morimos en mi casa. Así siguió hasta que por los veinte minutos Ghiggia se escapa, amaga un remate y se la pasa a Schiaffino que queda solo y la clava como un zapato. Y ahí sí, en el minuto 34, el memorable minuto 34, Pérez se la toca a Ghiggia y éste, en la misma posición que en el gol pasado amaga el centro y Barbosa, el golero, se la come enterita y se adelanta, dejando un espacio que Ghiggia aprovechó para clavarla y terminar con el partido. El Periquito me contaba como si él mismo estuviera jugando. -Ese día todo el mundo estaba contento, yo tendría unos diecisiete años, y aunque ya habían pasado de moda, le rogué a mi padre que hiciéramos tortas fritas, por lo menos para nosotros. Mi padre aceptó y así empezamos a cocinarlas. A eso de las seis terminamos y nos pusimos en el puesto a intentar vender y mientras charlábamos, tomando unos mates y comiendo tortas fritas, empezó a venir mucha gente, se llenó de gente que compraba y compraba tortas fritas hasta que se acabaron todas. Y ése, ése fue el último día que cociné y comí tortas fritas. Ahora volvé a tu casa que tus padres deben andar preocupados-. Y se dio la vuelta. Yo estaba en estado de shock, no podía creer que esto estuviera pasando, parecía una de esas películas de viajes en el tiempo y universos paralelos que tanto veía. ¿Estaría soñando? Volví corriendo a mi casa y le conté todo a mi mamá: -¡Por Dios! -dijo enojada -No puedo creer que inventes todo eso para que te compre tortas fritas con mi plata, vení, nene, te las compro, pero no salís a jugar a la pelota por el fin de semana. -Bueno, vas a ver que estoy diciendo la verdad.

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Y así partimos rumbo al puesto de tortas fritas; mi madre con pasos largos como cuando está enojada. A unos metros vi que el cartel no decía más “Chocolate Caliente” sino que relucía un letrero que decía: “Tortas Fritas”. -Hola, Rosa -Como le decía mi madre a Rosario -¿me das dos tortas fritas? -Cómo no, señora -dijo Rosario preparándolas en un papel -acá tiene. Se las entregó a mi madre y ésta me miró con cara de fastidio. Entonces le pregunté a Rosario: -¿No me dijiste que no se hacían más las tortas fritas? ¿Qué pasó con lo que me contó tu abuelo? -¿Qué decís? El abuelo hace tiempo que no habla con nadie, ni sabe quiénes somos nosotros. -Sí, pobre Periquito, es horrible. Bueno, muchas gracias y saludos. Yo no entendía nada, bah, nunca entendí. Capaz que era un sueño o viajé a otra dimensión o algo por el estilo, pero siempre que vuelvo a pensar en eso, me acuerdo de dos grandes cosas, una buena y otra mala. Torta frita gratis pero un fin de semana sin pelota.

Leandro Pereira, 13 años, Montevideo

Tercer Premio

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Angelina Mi nombre es Angelina, y tengo dos amigos con un corazón enorme. Me presento: soy Angelina y vivo en Pando, que es una ciudad que pertenece a Canelones. No tengo la suerte de poder caminar o correr, quizás jugar con un balón, como lo hacen los chicos que van a mi instituto. Me encanta leer, paso horas y horas leyendo, al menos en algo soy buena, algunas veces escribo algunos relatos, no muy largos, me encanta ver la cara de Cristian, cuando lee cada palabra y se emociona. Cuando veo sus lágrimas de felicidad o de tristeza. Pero dejemos de hablar de mí, hablemos de Cristian, y también podríamos hablar de Alan. Son maravillosos, sí, detrás de ellos hay muchas chicas, con largas melenas, rubias, morochas, y rojas. Ellos juegan al fútbol todos los domingos en la vieja canchita del barrio. No hay domingo que no se juegue al fútbol. Pero los sábados, ahí es donde ocurre toda la magia… Los sábados se juntan en un laboratorio secreto y yo tengo la entrada prohibida. Ellos dicen que están inventando algo, algo nuevo y revolucionario, realmente yo les creo, ellos inventaron cosas que me encantaron siempre que las vi. Lo que me extraña algunas veces es su capacidad para mimarme, siempre se juntan y cuando crean algo, el motivo soy yo. Eso me hace sentir especial. Pero fuera de eso ellos son “gays”, sí como lo leen, sus padres no lo saben, y ellos consideran que esto es algo pasajero o lo más loco que he escuchado, que es una enfermedad, sí una enfermedad. Yo no lo veo raro. Tania y Rita se dieron un beso en una fiesta y andan de la mano, se ríen juntas y comparten cosas bonitas. Yo no lo veo raro, ni mis padres, ellos dicen que los tiempos han cambiado y las mentes también. Pasaron 4 domingos en los que no vi a Cristian ni a Alan jugar al fútbol, los veía tristes en el instituto y muy distanciados. Casi no se hablaban, y a la salida del instituto se iban por diferentes lugares. Para mí era raro, justo la semana anterior a eso yo había faltado al instituto porque estuve internada. Un día me dio por escuchar los rumores que habían, y escuché cosas tremendas. Personas que se reían porque los habían visto de la mano, eso no tiene nada de raro, al menos para mí, también escuché que los habían castigado, que ya no jugaban al fútbol y que no podrían seguir creando cosas. Realmente llegué a casa y me tiré en la cama a llorar. Luego de eso no los vi por una semana en el instituto, esos días se hicieron largos, leí muchos libros, novelas principalmente, no paraba de pensar en ellos dos… Cuatro días más tarde los vi en el instituto, tan felices como siempre, traían algo entre ellos, algo raro, recuerdo que entré en duda, los veía muy felices.

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Resulta que, a pesar de todo lo que tuvieron que luchar, habían construido un aparato que me permitiría caminar. Sí, como lo acaban de leer, era el sueño de mi vida, y el domingo patearía la pelota en la canchita con ayuda de este artilugio. No me aguanté y tuve ganas de probármelo. Cristian salió corriendo, porque tenía que entrar a la clase de música y Alan salió detrás de él. Al llegar los dos y sentarse, todos los comenzaron a mirar raro. Ellos se sentaron distanciados, miradas perdidas era lo que había en esa sala. Para ellos solo habían risas y miradas de asombro. Todos se reían, nadie sentía dolor al hacerlo, les causaba gracia. Retomando lo de mi impaciencia, me coloqué aquel artilugio y decidí entrar a la clase de música de Cristian y Alan, cuando entré vi la distancia que había entre ellos dos y me acerqué a Cristian. Colgaban sus auriculares de su cuello, él tenía su cabeza gacha, me acerqué y le dije… -Yo sí quiero tomar tu mano… Él levantó la cabeza y lloró. Aunque ese llanto no lo distinguía bien, era una mezcla de sentimientos. Tomé su mano y miré hacia alrededor, comenzaron a pararse todos los chicos de la clase y uno a uno se dio la mano. Las chicas igual, y sí, aquellos tres que se reían de que eran unos tontos, quedaron desubicados. No sabían qué hacer y dejaron de reír de pronto, sin más. Ya no existían motivos para sus burlas. Desde ese momento ya nadie cuestionó las elecciones sexuales de cada persona de aquel instituto. Los padres de Cristian y Alan aprendieron sobre sus hijos y se interesaron más por ellos. Y justo ese domingo, ese domingo pateé la pelota por primera vez, me sentí como Lugano en un partido de la Copa Mundial. Todo cambió desde ese momento, tenemos más amigos y realmente adoro a mis amigos. En cuanto al laboratorio, sigue abierto a aquellos curiosos que se animen a experimentar. Debo decirles que esto es muy bonito, pero es un sueño, aunque quizás sea el comienzo de una bella historia… Recuerda que los sueños mueren cuando el soñador deja de luchar…

Tamara Acosta, 17 años, Canelones

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Mi Querido Yerno Acá estoy, ¡no puedo creerlo!, cómo esperé para que llegara este momento y qué miedo tenía, pero ahora ya está, ya estoy acá, me recuperé, pude vencer aquel cáncer que tanto problema me dio. No sé qué pensar ¿Tendría que estar triste, considerando que fue una larga lucha, o tendría que estar más contento que nunca? Yo me esperaba otra cosa. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? Todas esas preguntas invadían mi cabeza aquel 20 de Noviembre, cuando el cielo era gris y todavía no amanecía, tenía un sentimiento inexplicable, pero eso sí, como siempre, no podía parar de pensar en mi hija Betania, ella era la luz de mis ojos, mi princesita, siempre tan responsable, tan buena estudiante, tan dedicada, era un milagro, luego de toda la vida triste y dura que yo había pasado. Hace mucho tiempo que no la veo -me dije, pero no supe resolver el porqué, recordaba escuchar su voz, sus caricias, incluso su aroma, pero no su carita. Minutos después recordé a mi mujer, mi precioso tesoro, una combinación inexplicable entre sensualidad y ternura que me conquistó, al punto de que por ella lo dejé todo. Salí de la habitación del hospital, no usé la puerta… arriba cielo, abajo cielo… Llegué a mi casa, no era lo más lujoso de este mundo, pero era mi nidito de amor, hacía poco nos habíamos mudado. ¡Qué feliz estaba Betania! Ya todo lo malo quedaba en el olvido. Me pareció extraño, porque estaba lleno de gente conocida, pero no emití comentario y fui a buscar a Lourdes, mi mujer. -Lourdita ¿Qué pasa que está toda la familia en casa?, faltan todavía unos días para el cumple de Betania”- Silencio. -Mi amor, no te veo bien, ¿Por qué estás llorando? -Silencio nuevamente. Me fui. -Beti, ¿sabés qué le pasa a mamá? -No obtuve respuesta -Negrita- Intenté nuevamente y le toqué el hombro, rompió en llanto, como jamás la había escuchado antes, ni siquiera cuando era bebé, ni cuando se cayó de la bicicleta por primera vez. Me alejé, no entendía qué pasaba, me fui para afuera, me senté y me puse a pensar… 22 de noviembre, mejor voy a lo de mi hermana Cristina de Solymar, ella me va a contar qué pasa. Son las 08:00 a.m, caminando rápido desde Montevideo me llevará tres o cuatro horas. 08:30, ya llegué, no sé cómo, fue como flotar, llegué volando. Olor a tostadas y café característico de la casa de Cris, todo muy ordenado, pero ella no estaba, entré a la casa porque sabía dónde guardaba la segunda combinación de llaves y lo primero que me encontré fue una carta: -Luis, me fui al cementerio, si podés cuando salgas de trabajar date una vuelta por allá, no te olvides de darle de comer a Carlos. Te amo- ¿El cementerio? Ah, claro, hace una semana se habían cumplido 5 años que mamá se había ido, aunque yo últimamente la sentía cada vez más cerca, por alguna razón. Decidí tomarme el ómnibus de vuelta a Montevideo, pero no porque estuviera cansado, si no porque necesitaba tener contacto con alguien, pero nadie me miraba, nadie me dirigió la palabra, sentí que ni siquiera el conductor del coche se percató de mi existencia. ¿Qué daño le había hecho a todos, que era un cero a la izquierda? Llegué por fin al cementerio, me encontré con mi hermana, y escuché atentamente sus palabras: “Te voy a extrañar, Néstor“, dejó su flor en la lápida… En mi lápida.

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Pasaron tres meses desde que asumí mi destino, no sé qué hacer, no veo a nadie como yo, nadie me escucha, nadie me habla, esto parece el infierno. Betania ya no parece recordarme, hace poco conoció un chico llamado Sebastián, y por lo que veo está muy enamorada de él, es un buen muchacho, a veces cuando se va a la casa lo sigo y veo lo que hace, se preocupa mucho por ella, no puedo quejarme al respecto. El otro día Sebastián le preguntó a Beti sobre mí, ella le contó y no se le cayó ni una lágrima de su rostro, sin embargo él sí lloró y me llamó en lo bajito -Néstor ¿estás? -. Hoy fue la primera vez que Seba fue a casa, analizo cada una de las fotos que teníamos y sentí cómo se compadecía de mí. Por la noche me llamó, y le hablé, él me dice que no me escucha, pero me siente. Pese a que nunca lo conocí físicamente, nuestras almas se conectan a la perfección, por eso nos podemos comunicar. La vida de Seba tampoco ha sido nada fácil, y él piensa que se juntó por esa razón con Betania, para que sus vidas pudieran tener un pequeño hueco de esperanza. Él habla, yo escucho. Hoy se cumple un año desde mi muerte. Lourdes tiene un nuevo novio hace un par de meses, y Betania sigue con Seba, hoy se mudan de mi casa. Todo es un caos de cajas. Lourdes y Betania fueron a comprar bolsas para poder seguir guardando cosas. Seba se quedó en la casa y se acostó en el sillón boca arriba y vio la luz de la claraboya y puedo afirmar que jamás nos sentimos tan cerca. Me contó lo triste que estaba por dejar esa casa atrás, que tenía miedo de ya no sentirme más, me pidió que me quedara, que no me fuera. Ya ha pasado un año y medio desde mi muerte, después de mucho tiempo me volví a conectar con Seba. Betania le mostró mis dibujos , aquellos que tanto tiempo de inspiración me llevaban, en donde no pensaba en nada más que eso, me bloqueaba totalmente, la primera página de la carpeta de mis dibujos decía: “Desde el cielo“ y Sebastián supo que nos volvíamos a encontrar. Mis dibujos eran bastante abstractos, digamos que eran rayas, pero a partir de ellas yo formaba distintas formas. Tenían distintas visualizaciones según el punto de vista del cual lo vieras, y ahora entiendo que lo mismo pasa conmigo, Seba tenía una manera de ver la vida que no era la misma que la que tenían los demás, él quería, o tal vez debía, comunicarse conmigo, el me salvó a mí y yo lo salvé a él, él me mantuvo vivo y yo le otorgué tranquilidad. Llegó un momento en que claramente me di cuenta que esa vida como espectro terminaría, estaba muy desilusionado, todo había acabado, pero en el último de mis suspiros, Seba me dio voz en esta historia, antes de desaparecer para siempre, y ahora cada vez que alguien la lea, yo apareceré en la brisa, o tal vez en un rico perfume que te transporte hacia mí. Querido lector: jamás te olvides de un ser querido que ya no está, ámalo y siempre recuerda que él te ama, y por las noches te da las más desesperadas caricias esperando que tú las sientas. ¡Muchas gracias, Seba!

Paula Álvarez, 17 años, Montevideo

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Un carnaval en blanco y negro Érase una vez una ciudad, no muy grande, había un desfile que estaba por comenzar... Era de disfraces, se situaba en la costa de la ciudad, concurrían jóvenes, niños, adultos y abuelos. Todo lucía muy bien y colorido, llamativo. Esa noche fue la mejor noche, pero lo mejor de todo fue cuando llegó la hora de los fuegos artificiales. Miré hacia la luna y vi en ella reflejada los fuegos artificiales... Fue así como lo recordé... fue una noche de febrero, fría pero cálida a la vez. Me imaginé todos esos colores recorriendo el cielo y llegando hasta mi mente. El color del cielo era como el color del mar en la noche, las estrellas brillaban resplandecientes, atravesadas entre los fuegos artificiales. Este olor a tronco seco me llevó a esos tambores templándose al son de aquella comparsa, que sonaba en mis oídos como una brisa agradable y placentera. Todos estos olores y recuerdos que estoy experimentando aquí sentada, viendo sin ver, son traídos desde mi niñez, cuando esos colores se me hacían nítidos y los olores se me hacían fácil traducir. Aquellos carnavales eran tranquilos, divertidos y espontáneos, nos organizábamos en el pueblo para ver el desfile desde nuestros balcones. Todo el pueblo participaba de esa fiesta. Formaban parte de la fiesta todos los colores, disfraces, papelitos de colores, aquellas lonjas sonando, la gente entusiasmada bailando al compás del tamboril. Las guerrillas de agua que nadie se las perdía, menos nosotros siendo niños y sin querer molestando a los viejos vecinos del pueblo. A pesar de estos carnavales en Blanco y Negro, ellos fueron muy coloridos y marcaron mi mundo y mis ojos de niña. Ahora que no veo con aquellos ojos, mis recuerdos conservan aquellos olores y colores carnavaleros. Recuerdo aquellos carros alegóricos que tenían figuras de la naturaleza, con muchas flores que perfumaban toda la cuadra del barrio, también tenían decoraciones en diferentes colores como el blanco que refleja la luna luminosa, ese azul que tanto me hace recordar aquel cielo estrellado, una mezcla de naranjas y tonos de rojo que me llevaban a confundirlos con aquellos fuegos artificiales. Estos colores se repetían en mi mente al ver los vestidos y disfraces de aquellos vecinos que felices recorrían la calle principal en la cual también desfilaban esos carros alegóricos. Todo estaba tan bien planeado y planificado que me imaginaba formando parte de aquella gran comparsa.

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Mi mente empezó a volar, me imaginaba toda una vedette con esas plumas de varios colores, y con un conchero como lo usaban esas otras bailarinas. Mi rostro totalmente maquillado, empezando por mis ojos pintados de color turquesa y con mucho brillo, mis labios resaltaban con ese color rojo intenso que a la multitud le encantaba. Las pestañas sobresalían de todo este maquillaje, ya que eran postizas y muy largas. Mi cuerpo completamente cubierto de color plateado por la purpurina, que resaltaba mi silueta y mis movimientos al bailar. Todo eso era una fiesta de colores, alegría, diversión y felicidad. Mis movimientos eran muy particulares y únicos, así lo sentía yo, dejándome llevar por la música, los sonidos de los tambores, la vibración de aquellas lonjas al ser tocadas por los morenos que reproducían y repiqueteaban sin parar. Hoy estoy aquí con mis 65 años, recordando mi niñez en la que yo podía disfrutar de los colores, imágenes y personas tan alegres... En aquel entonces todo era diferente para mí. Siendo ahora esos colores solamente realidades en blanco, negro y gris.

Maite Moreno, 18 años, Montevideo

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No cierres los ojos -¿Eres tú, padre? -Sí pequeño, siempre he estado aquí. -Lo siento, yo… yo arruiné todo. El joven que yacía en el suelo recostado en el regazo de su padre moría y no solo de las profundas heridas o la sangre que éstas emanaban, si no de arrepentimiento y puro dolor. Él sabía que era la última oportunidad que tendría de confesar el amor que sentía por su padre y, de una vez por todas, retractarse. -No, no, está bien… ¡NO CIERRES LOS OJOS, EDUARDO! -el padre, furioso, sumido en el dolor en que se había convertido la vida de su hijo, aún guardaba una gota de esperanza.No sirve ni para eso, usted nunca queda donde debe, ni asume responsabilidad, que no entiende que tiene una madre que piensa en usted y cómo yo le voy a explicar a la pobre mujer que su hijo, como siempre, decidió irse y dejarnos con los problemas. Es usted un desconsiderado, un fanfarrón y… ¡TE DIJE QUE NO CIERRES LOS OJOS! -Estoy cansado padre, dudo que pueda... -Eddy, hijo, tú no eres un mal hombre, sino un mal producto del destino.- Mientras el hombre decía esto, una lágrima corrió por su mejilla. Vio como los ojos de su hijo se iban perdiendo en un punto que no existía y que su respiración, minutos antes rápida y nerviosa, se convertía en algo lento y suave como una caricia. -Recuerdo que cuando niño no me podía dormir y tú con voz suave me cantabas hasta que lo hacía, ¿lo harías ahora? El hombre no podía pronunciar palabras, todas se trancaban en algún lugar de su garganta, pero ése era el último pedido de su hijo y se esforzó por cumplirlo. -Te quiero papá… -sus últimas palabras. Qué valor tenían. A medida que la tierna canción avanzaba, el chico hacía memoria de todas las fallas que había tenido en su vida. Él estaba seguro que se merecía el destino que estaba sufriendo en ese momento, las palabras anteriormente dichas por su padre retumbaron en su cabeza y comprendió que nadie debería sufrir sus acciones. La gota que se negaba a salir cayó finalmente, y con ella muchas más, la esperanza. El hombre, devastado por la pérdida de su único hijo, el que dijo odiar toda su vida. -Qué cruel la vida -pensó- lo que fue necesario para que notara que yo sí lo quería. Besó la frente húmeda de su hijo, tal vez de sudor o tal vez de sus propias lágrimas, y pronunció con dificultad las últimas palabras que dirigiría a su querido Eddy, unas que hace mucho no le decía.- Duerme Eddy, cierra los ojos.

Sofía Aristov, 13 años, Salto

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Volver Las mariposas en la panza se habían convertido en escorpiones hacía cinco minutos, y Juan seguía allí sentado esperando su café. En su mente aparecían como flashes imágenes de la vida que había tenido hasta hoy, la que abandonaría en unos instantes cuando subiera al avión. Se preguntó a si mismo por qué estaba tan nervioso y no se supo responder. Nunca, en sus cuarenta años se había sentido así antes de abordar un vuelo, ni siquiera la primera vez, en la que tuvo que contener a su mamá y decirle que algún día iba a volver. Una joven caminó hacia él con su café y una porción de tarta de cereza y luego de agradecerle se marchó con el mismo sigilo con el que se había acercado. Probó un poco de la tarta, la cual encontró ridículamente deliciosa y luego dejó que el aroma del café lo invadiera. Mala idea, porque el malestar en su estómago creció haciéndole perder el apetito por completo. Entonces todo fue claro para Juan. Ningún café iba a saber igual si no era servido por ella, si sus manos no acariciaban la taza antes de que las de él lo hicieran. Viajó por el mundo durante quince años, y su plan de vida era seguir haciéndolo para siempre, hasta aquel lejano día en que llegó a ese lugar, y luego de salir del mismo aeropuerto en el que ahora estaba, decidió ir a aquel viejo bar donde ella le sirvió un café y lo enamoró con sus ojos miel. Desde ese momento esta ciudad antes desconocida, se volvió su hogar, el de ambos. Cada edificio, cada baldosa fue testigo de cada beso, cada caricia, cada taza de café. Y ahora, todo había perdido la gracia nuevamente. Una voz femenina se escuchó por el altoparlante, anunciando que todos los pasajeros de su vuelo debían abordar. Juan dejó el dinero suficiente para pagar la cuenta y una propina mediocre, junto a la porción de tarta a medio comer y el café sin tocar, y se alejó de la pequeña mesa plateada, tratando de controlar el temblor de sus piernas. Después del pequeño vértigo del despegue, dejó las lágrimas salir con un poco de timidez. Al mismo tiempo que la ciudad se hacía cada vez más diminuta, la molestia de su estómago se transformaba en un nudo en el pecho. Tenía la certeza de que cuando regresara a casa nada sería como lo recordaba. Sus padres estarían viejos, algún primo se habría casado y tenido hijos, las calles no serían las mismas y muchos comercios habrían cerrado y luego sido reemplazados por otros. Estaba preparado para enfrentarse a todo eso desde hacía mucho tiempo, pero se suponía que lo haría con ella. Viajarían juntos, tomados de la mano y al bajar del avión la presentaría a todo el mundo con un orgullo enorme, le mostraría toda la ciudad y le contaría sus anécdotas de la infancia, como un guerrero que se va por largo tiempo y regresa alardeando y recorriendo todo el pueblo con su trofeo de batalla.

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Pero Juan volvería sin nada, incluso con una parte menos, porque más de la mitad de él se la había llevado ella. El avión aterrizó horas más tarde. En el aeropuerto nadie lo esperaba, porque nadie sabía de su regreso. Volvía viejo, en silencio, con la cabeza gacha y el corazón partido, totalmente opuesto a cómo se había ido. Dio un gran suspiro y no pudo evitar sentirse fuera de lugar, se sentía un completo extraño en su propio país, y tuvo unas ganas tremendas de volver allá con ella, pero no había vuelta atrás, esto era lo mejor para él. Ella había comenzado un viaje muy largo, y él necesitaba alejarse de ella para retomar su vida. Se subió a un taxi y le dio la dirección de la casa de sus padres. Acto seguido miró su foto junto con ella en el fondo de pantalla del celular y cerrando los ojos prometió que volverá a visitarla en su aniversario. «Te llevaré un hermoso ramo de magnolias, me arrodillaré ante ti, besaré la piedra fría con todo mi amor y con la vista perdida en tu lápida como un turista que ve por primera vez la Torre Eiffel, te juraré volver cada año hasta que nuestras rutas se vuelvan a juntar».

Cecilia Piñero, 18 años, Lavalleja

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El día que el silencio habló El mar golpea la arena con una violencia romántica, el sol comienza a esconderse en el horizonte y en la playa solo estamos ella y yo. Puedo ver mis pies descalzos, llevo un short y mi torso desnudo, ella viste un especie de vestidito blanco, está un poco despeinada y eso me encanta, su pelo aún está mojado, y ahora me doy cuenta de que el mío también. Observo sus ojos, y en ellos también me veo a mí, lucen brillantes, tal vez un poco empañados, eso me preocupa, agarro su mano, le acaricio la mejilla y muestra una sonrisa tímida, pero en sus ojos continúan asomando las lágrimas, ¿qué es lo que la aflige? ¿qué la hace sentir mal?. No puedo verla llorar, y mis caricias no alcanzan, de pronto me surge una necesidad tremenda de decirle que la quiero, pero la voz no me sale, no puedo hablar, estoy completamente mudo, ningún sonido sale de mi boca. La desesperación se apodera de mí, aprieto mi garganta, y continúo gritando en mute muchos “te amo” que no puede escuchar, ella nota mi desesperación, me toma de la nuca, y me besa. Los sonidos del mar parecen calmarse, ya no se escucha nada más que el sonido del silencio, me asusta un poco tanta paz, pero me acostumbro rápido. Así transcurren unos segundos y finalmente ella separa sus labios de los míos, me mira a los ojos, y dice “yo también”.

Nicolás Luzardo, 17 años, Canelones

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Relatos en papel mojado Es otro día triste y vacío, casi tan parecido al ayer como lo sería al de mañana. Pero éste día tiene algo diferente, algo que lo hace más solitario y penoso: es mi cumpleaños. Cumplo treinta y cinco, pero decidí mantenerlo en secreto, como lo hago desde hacía ya mucho tiempo. Nunca me agradaron mucho las fiestas, los tumultos de personas jubilosas son cosas que aborrezco y de las que decido pasar totalmente. En realidad, creo que no festejaré mi cumpleaños, porque no tengo qué festejar. ¿Qué festejaría? ¿Un año más de soledad? ¿Un paso más hacia mi cercano final? Eso no es nada de lo que alegrarse. Además, hoy, veintiocho de junio, se cumplen veinticinco años de la partida de mi madre. ¡Cuánto la extraño! ¡Cuánto la necesito! Ella siempre supo apoyarme cuando lo necesitaba, lamento tanto no haberle dicho nunca cuánto la quiero, ni cuán importante era para mí. Pero ahora no es momento de lamentarse, ya casi son las dos de la mañana, y sigo sin poder dormir, ahogado en mis propias lágrimas. Qué estúpido, ¿no? Un hombre de más de treinta años debería estar durmiendo a esta hora con una hermosa mujer a su lado, y no debería tener esas dos habitaciones para huéspedes totalmente vacías y llenas de polvo y arañas. Un hombre no debería llorar la pérdida de su único ser querido, luego de tantos años. Eso es ridículo. ¿Quién dijo que deberían ser así las cosas? ¿Quién dijo que era fácil encontrar al amor de tu vida, formar una familia, y tener hijos? Es domingo por la noche, mis compañeros de trabajo me habían invitado a un bar, ya que el patrón nos dio el día libre, para olvidar un poco las penas, el estrés, y el aplastamiento de la vida. Deben estar muy felices ahora, teniéndose el uno al otro. Ahora que me viene la nostalgia, aparece una mujer en mi mente. Un amor de la juventud, mi único amor en realidad, de esos que duran toda la vida en el corazón de uno. Era hermosa. ¡Mierda! Ella sí que lo era, más que cualquier otra mujer que haya conocido. Era simplemente perfecta, pero en mis estupideces de la juventud la dejé ir, creyendo que sería así por siempre, que siempre tendría oportunidades, pero no. ¿Alguien no está de acuerdo? Solo mírenme, ni la muerte quiere ayudarme y darme un empujón para librarme de todo esto. Aunque en realidad morí hace mucho tiempo, ya no estoy viviendo. Hace un tiempo se me apareció ella, la muerte, personificada en la mujer de mi juventud, y justo cuando me dejé caer por el puente, me tomó fuertemente el brazo, y me dijo: “aún no es la hora”. ¿Qué hago? Espero, solo eso. Nunca conocí a mi padre, pero me contaron que era un hombre grande, fuerte, de rasgos montunos, grotescos, capaces de asustar a cualquiera, pero también de enamorar a una mujer, a Ana, mi madre. Mi padre era pescador desde joven. Salía en un buque pesquero y no regresaba sino hasta uno o dos años de zarpar. En casa, contaba mi abuela, siempre se comía pescado, no había otra cosa más que esa, no daba para mucho.

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Una mañana, pocos meses antes de que yo naciera, golpearon la puerta. El día estaba tormentoso desde hacía varios días, y el aire traía la clarividencia de que algo malo ocurriría. Y así fue. Un hombre empapado, con un paraguas destrozado por la lluvia y el viento, y con un bolso de cartas pidió para entrar a la casa. Ana estaba durmiendo, y mi abuela casi no lo deja pasar, siempre desconfiada y con pretextos. Luego de varias insistencias, el hombre entró y se sentó en una vieja silla, sobre un almohadón de plumas que no parecía tener menos de veinte años. Puso su bolso empapado sobre la mesa, y comenzó a buscar. Mi abuela lo observaba, aún con desconfianza, hasta que el hombre sacó una carta que tenía el apellido familiar, y comenzó a leer: “Hoy, veintiuno de agosto de mil novecientos veintidós, falleció Julio Radice, ahogado en una tormentosa noche en las turbias aguas del Pacífico. Nuestro más sentido pésame”. Mi abuela se largó a llorar, no sabía cómo se lo diría a Ana, con un niño en sus entrañas y sin un solo hombre en la familia. El hombre buscó un poco más dentro del bolso, y dentro encontró un reloj de bolsillo, dorado, con la inscripción “J.R.” grabada en la tapa. Se lo entregó a mi abuela, y se fue, sin un saludo, una despedida, o el más mínimo sentimiento de piedad ante aquel desgarrador momento. Unos meses después nací yo, el veintiuno de diciembre de mil novecientos veintidós. En este momento estoy prácticamente igual que allí, sin padre, sin amigos, sin primos, y sin nada de lo que aferrarme, pero ahora es aún peor, porque ni siquiera tengo un solo familiar que me tome la mano al caer. Está bien, creo que me fui un poco por las ramas, pero lo que ocurre es que tengo tanto por decir, tanto he callado durante tantos años, que si algún día alguien se interesa en mí, si algún día llego a importarle a alguien, se asustaría de todo lo que me ocurriría al intentar decir lo tanto que he decidido callar. Debo dormir, intentaré hacerlo unas veces más, y si no puedo, tengo las pastillas sobre la mesa de luz, que me dirán si al día siguiente me despertaré una vez más, o si simplemente podré dormir para siempre, de una vez por todas…

Genaro Longo, 15 años, Canelones

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Grandes cosas en pequeños momentos La calle se encontraba inundada de vehículos, como generalmente ocurría. Cientos de personas caminaban con su cabeza en alto, gente de traje y corbata, con una maleta, pensando simplemente en ellos y nadie más, eso se notaba en sus caras; el cadáver de una ardilla yacía en el medio de la calle, aplastado por cientos de automóviles, otro intento fallido de la naturaleza por dominar al humano; un perro, que parecía simplemente un esqueleto, pasaba por la vereda, totalmente desnutrido. Pero al ver sus ojos se podía ver algo más, se podía ver a un ser lleno de tristeza, se podía ver un grito de auxilio en un mundo tan desinteresado. Juan no pudo resistirse, y decidió tenerlo como compañero de vida, y de tristeza, prometió alimentarlo y protegerlo, ya que en él, se vio reflejado a sí mismo. Juan no tenía un hogar, sino que sólo tenía unos harapos sucios con los que taparse en invierno, y una taza de aluminio, que contenía unas pocas monedas. El único alimento que le quedaba era un poco de pan de la semana pasada, una feta de fiambre, y una manzana. Juan tenía mucha hambre, ya que había pasado todo el día sin comer, y a pesar de que ya fuera el mediodía, decidió llamar al perro. Cuando éste vio que alguien lo llamaba, corrió hacia allí; Juan le ofreció todo el pan que tenía, y el perro lo aceptó, sin importar lo viejo que era; yo sé que lo disfrutó, porque seguramente habría estado más tiempo sin comer que Juan. Luego de comer el pan, el perro se quedó al lado del hombre, totalmente agradecido, porque si Juan no le hubiera ofrecido ese pan, en unas horas se encontraría muerto de hambre. Juan no tenía amigos ni familia, era una persona solitaria. Él no era malo con nadie, siempre fue simpático, y buena persona, aunque su cara no lo demostraba muy bien. Las personas que pasaban, acostumbradas al buen vivir, lo miraban con desprecio, como si les hubiera hecho algo malo, cuando en realidad era mucho mejor persona que todos ellos, esos prototipos que parecen robots, sin sentimientos, como los ladrillos de una pared todos iguales, sin piedad, despreocupados por el mundo, pensando únicamente en ellos y su trabajo. Esa noche fue muy dura, el perro se quedó con Juan, pero no tenía mucho abrigo, entonces decidió entregarle todo al perro, que en ese momento era su único amigo. Juan se acostó al lado del perro, y acurrucados en la entrada de un viejo banco ya cerrado hace años se imaginaban en una gran casa, con un patio enorme, una cama, y disfrutando de una amistad más valiosa aun que todo lo anterior. Al día siguiente no hubo mucha gente en la calle, ese día era feriado en todo el país, por lo tanto Juan no pudo obtener mucho dinero. Aun así, luego de pedir durante todo el día, pudo ir a un precario mercado, y allí comprar lo necesario para unos tres días más de incertidumbre.

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Ese día comieron poco, y los dos quedaron con mucha hambre, como era habitual, pero de esta manera la comida duraría un poco más. Luego, al caer la noche, las calles se encontraban desiertas, todas las personas se habían ido a sus casas, con sus familias. Desde la escalera del banco abandonado se podía ver a través de una ventana, una familia feliz, el padre y la madre abrazados en el sofá, los hijos jugando en el suelo. En ese momento Juan comenzó a llorar, y preguntó a dios por qué esto le pasaba a él, y por qué no a otra persona que se lo mereciera más, hasta que sintió algo en su brazo; era su perro, que le estaba dando la pata. Ese fue un gesto muy valioso para Juan. Cesó de llorar, y abrazó al perro, y les aseguro que le devolvió el abrazo. Luego de esto, Juan abrigó al perro y procedieron a dormir, o al menos a intentarlo, pues Juan casi no pudo hacerlo debido a las bajas temperaturas que los azotaban desde hacía casi ya un mes. A la mañana siguiente Juan despertó más tarde que lo normal, era martes, el tránsito estaba en su hora pico, cientos de autos y ómnibus pasaban por la calle, cientos de personas pasaban a su vez por la vereda, hablando por teléfono, revisando papeles, enviando mensajes, o simplemente caminando rápidamente para no llegar tarde a su trabajo. Al llegar el mediodía Juan se dispuso a repartir la comida; el día anterior había gastado el dinero que llevaba recolectado durante un mes en esa comida, y se encontraba muy hambriento. Y se llevó un enorme disgusto al ver que la comida ya no estaba, y no quedaba ni un rastro de ella. Lo primero que pensó fue que el perro, hambriento también, se habría comido todo en la noche, mientras Juan dormía. Así que, cegado por su enojo, golpeó al perro y lo echó con una furia que habría bastado para que el perro no se acercara nunca más a esa calle. Juan no podía creer lo que había pasado, e intentaba despertarse, creyendo que quizás esto era un sueño, pero a pesar de pellizcarse, golpearse, y gritar, cada vez que miraba la comida seguía sin aparecer. Después de varios intentos se dio por vencido, revisó mejor, y encontró un pedazo de pan, “sólo esto me dejó el perro inmundo”, pensó para sí mismo. Luego el hambre lo venció, y comió el pan, duro como piedra, con un sabor bastante desagradable, pero a Juan no le importó, porque esto era lo único que lo mantenía vivo. Al caer la noche Juan se dispuso a ver cuánto dinero había ganado en el día, pero al acercarse a la herrumbrada y sucia taza, y verla vacía, se sintió de verdad muy triste; no tendría qué comer mañana, pero ése no era el mayor problema… Tras pasar otra horrible noche, Juan comenzó a toser de una manera incontrolable, y una hora después comenzó a escupir una sangre casi negra y espesa. Un niño que pasaba por la vereda de la mano de su madre, pudo advertir lo que ocurría, de no ser así, Juan hubiera muerto ese mismo día. La ambulancia llegó rápidamente, lo subieron a una camilla y lo llevaron al hospital. Ingresó al área de emergencias y comenzaron a hacerle análisis de todo tipo. Pero tuvieron que parar para bañarlo, porque su hedor era realmente insoportable. Luego de bañarlo y afeitarlo, volvieron a los análisis, Juan se encontraba inconsciente, porque anteriormente había sido anestesiado.

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Al caer la noche Juan había perdido ya casi 2 litros de sangre, porque los médicos no podían controlar su vómito de sangre. Juan ya se encontraba consciente, pero aun así no sentía dolor alguno. A las 23:30 culminaron los vómitos de sangre, y entonces Juan pudo dormir. A la mañana siguiente llegó una enfermera a la habitación, le dejó el desayuno e intentó irse, pero Juan la detuvo, le pidió que se acercara y le dio un abrazo, porque él no había comido durante un día, y hacían varios años ya, que no podía tener un desayuno tan abundante frente a él. Cuando la enfermera se fue, Juan se dispuso a comer. Se devoró todo de un bocado, y por primera vez en varios años, se sintió lleno, o al menos dejó de sentir la horrible sensación del hambre. Cerca del mediodía llegó un doctor y le explicó la causa de su enfermedad: el pan que comió no era el que había comprado el día anterior, sino que era uno que tenía ya un mes de antigüedad, y tenía muchas bacterias que no son muy graves para la salud de una persona bien alimentada, pero éste no era el caso de Juan. En una noche las bacterias comenzaron a destruir sus órganos internos, y en pocas horas ya estaría muerto. Juan se sintió muy triste e indignado, y le pidió al doctor que se retire. Pasó todo el día pensando en el perro, pensando que todo esto había sido su culpa, tenía ganas de matarlo; hasta que en un momento alguien tocó la puerta. Juan lo dejó pasar: era el hombre que lo saludaba todas las mañanas, y el que más lo conocía, era una hombre con familia, trabajador, pero con un gran corazón, ya que gran parte del dinero que recibía Juan era donado por éste. Juan lo recibió, le pidió que tome asiento, y le agradeció por ir a visitarlo, pero el hombre lo interrumpió, comentándole que había cometido un gran error, le explicó que el perro no se había comido nada, sino que en la noche, otro mendigo pasó y la robó. Juan se sintió avergonzado, y se dio cuenta de que cometió un grave error al hacer eso, entonces le pidió por favor al hombre: que localizara al perro, ya que éste había sido su mejor amigo. Los siguientes días había carteles y avisos por todas partes que pedían ayuda para encontrar al perro. Los siguientes días fueron muy difíciles para la vida de Juan, en varias ocasiones estuvo al borde de la muerte, pero para su suerte, siempre hubo un médico de guardia que lo pudo ayudar. El martes, ya una semana después de que Juan fue internado, alguien tocó su puerta, apenas se pudo escuchar el “pase” que provenía de una voz muy debilitada, ya casi muda. Alguien entró: era el hombre con el perro. Juan se sintió como la persona más feliz del mundo, y le abrió los brazos al perro. Fue corriendo hacia Juan, saltó sobre él, y le lamió la cara. Juan se disculpó con el perro, y el perro perdonó a Juan, simplemente con una mirada. Juan le agradeció con toda su alma al hombre, el cual dijo que fue un placer haberle servido de ayuda. Esa noche el perro durmió junto a Juan. Fue otra de las tantas noches difíciles, pero a diferencia de las otras, esta vez Juan no pudo ganarle a la muerte. Los mejores doctores del país estuvieron en esa habitación, pero aun así no pudieron salvarlo.

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“Este miércoles Juan Molina falleció luego de largas horas de intervención de los mejores doctores del país, nada se pudo hacer”. Así decía el cartel que el hombre vio en el hospital, justo cuando se acercaba a llevarle flores y un libro a Juan. El hombre se largó a llorar, porque realmente llegó querer a Juan, y pensó para sí mismo “Juan fue la mejor persona que conocí en mi vida, no sé por qué razón la vida es tan injusta, y se lleva a cualquiera sin importarle nada”. El día jueves fue el funeral de Juan, las únicas personas que fueron eran el hombre, el perro y el cura. Luego de enterrarlo, el hombre quiso llevarse al perro a su casa, para ofrecerle un hogar, una familia, protección y alimento, la promesa fallida que le hizo Juan varios días atrás. El perro ni siquiera se dio vuelta para mirar al hombre, y éste entendió y se fue a su casa. El perro no había comido nada en los últimos días, y había pasado frío, pero aun así decidió hacerle compañía a su amigo, esperando en todo momento que Juan se despertara y lo acompañara. Lloró mucho esa noche lluviosa, clamando por su amigo, hasta que en un momento el frío y el hambre pudieron con él, y esa noche, bajo la mirada tierna de la luna, los dos amigos inseparables se reencontraron…

Genaro Longo, 15 años, Canelones

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El corazón del bosque En sus primeros años este bosque era hermoso, era lo más bello que hubieran visto jamás, humanos y criaturas convivían en armonía, hasta que una bruja celosa de tanta felicidad y bondad entre ellos, destruyó el bosque, los humanos quedaron bajo su poder, amenazados de que si ponían un pie allí, su familia correría peligro y les ordenó que dejaran en el olvido a aquel lugar. Desde ese día, no hubo la misma bondad y felicidad en las personas, de las criaturas nada se sabía, la bruja las había destruído junto con su hogar. Corría el rumor de que lo había hecho robándoles un objeto muy valioso, se decía que era el corazón del bosque, y, que si lo recuperaban y lo devolvían al árbol más oscuro, alto y extraño del bosque, éste volvería a la vida al igual que sus seres mágicos. Mientras transcurrían los años, la orden de la bruja fue cumpliéndose, ya nadie se acordaba de aquel hermoso lugar que había sido destruido y de las criaturas que una vez vivieron allí. Al lado del bosque se encontraba una casa muy grande, ésta había sido la casa de aquella bruja malvada que ahora estaba muerta. La casa estaba muy bien iluminada por causa de sus grandes ventanales, era fría y de dos plantas. A esta casa se mudó una familia, compuesta por el papá, la mamá y una joven, que era la hija. La joven se llamaba Amalia, sus ojos eran azules como el océano, tenía una sonrisa perfecta y delicada, su rostro era suave como la seda, tenía el cabello rizado y tan largo y negro como la noche. Apenas llegó a su nueva casa, lo que atrajo su atención fue ese bosque seco y en ruinas porque sentía que era mágico. Cuando recorrieron la casa, a Amalia le dieron curiosidad algunos libros que encontró en el sótano y los empezó a leer. Al terminar de leerlos se dio cuenta de que pertenecían a una Biblioteca y los devolvió. Cuando se dirigió al bibliotecario y se los entregó, él, mirando la fecha de devolución, le preguntó porqué no los había entregado hace muchos años atrás. Ella, contestando a su pregunta, le contó la situación de cómo los había hallado. El bibliotecario, aliviado, le agradeció preguntándole si estaba interesada en escuchar una leyenda del bosque cercano a su casa y a quién ésta había pertenecido anteriormente. Amalia asintió con curiosidad, él, al terminar de contarle esa vieja leyenda, agregó: -Me la contó mi padre cuando yo tenía catorce años, al terminar, yo fui apresurado hasta esa casa en busca del corazón del bosque, pero allí no estaba-. Amalia, asombrada, preguntó -¿Pero usted no encontró ninguna pista o algo que lo llevara al objeto? él, contento por el interés de la joven, dijo -Yo no encontré nada, pero se dice que hay escondido en la casa un acertijo, o algo para hallarlo-. Ella se despidió, agradeciéndole por la leyenda.

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Al llegar a su casa, fue inmediatamente al sótano en busca de una pista o acertijo, ya que le había parecido la habitación misteriosa. Aproximadamente una hora después, encontró una caja que le llamó la atención, no solo por su aspecto, sino también porque conteniendo información sobre el corazón del bosque, estaba sin sellar ni nada que le impidiera abrirla. Además de contener la información, que al parecer era un acertijo, también tenía fotos, que eran de la bruja haciendo pócimas, ella era milenaria, de figura estrafalaria, tenía una enorme joroba, era canosa y arrugada, no tenía dientes, sus ojos eran transparentes, su nariz era enorme y estaba llena de verrugas. Por otra parte, el acertijo decía: “Si el corazón quieres encontrar, sobre el doce la bola naranja tienes que mirar”. Amalia esa noche no pudo dormir bien, por una parte porque estaba intentando descifrar el acertijo, y por otra porque escuchaba ruidos similares a bosquejos de voces. Ya entrada la mañana, fue a la cocina, desayunó y volvió a su habitación para desempacar sus pertenencias. Luego de un par de horas, exhausta, se dejó caer en la cama, pensando en lo que había encontrado en el sótano, y en lo que el bibliotecario le había contado. Fue en ese momento cuando, mirando por la ventana, vio el sol posado sobre una colina, haciendo que algo en la cima brillara, incorporándose de repente miró su reloj viendo que eran las doce en punto, ella, muy emocionada gritó:-¡Eso es, lo resolví!-, y se dirigió hacia la cocina, donde se encontraban sus padres y les preguntó si esa tarde podía ir con su nuevo amigo bibliotecario a esa colina no tan distante de la casa. Muy contentos de que se adaptara tan deprisa al lugar, le dijeron que sí, pero que no se alejara más. Esa tarde, ella salió de su casa con una canasta que contenía alimentos, para merendar en la colina con su amigo. Al llegar a la Biblioteca le contó todo lo sucedido y se dirigieron apresurados a su destino, al llegar encontraron un objeto de forma abstracta y a la vez delicada, de color celeste, era translúcido y en él había tallado un árbol. Los dos amigos muy alegres lo tomaron, guardándolo en la cesta, luego prepararon la merienda festejando su hallazgo. Más tarde, ya en casa de la joven se encontraban ella y el viejo bibliotecario pidiéndole a su mamá que le diera permiso a Amalia para ir al bosque. Con un poco de duda en su voz ella aceptó, con la condición de que en una hora estuviera de vuelta. Entusiasmados por resolver aquel antiguo problema, causado por esa cruel bruja que había muerto de soledad, desaparecieron por la puerta principal. Cuando entraron al bosque, inmediatamente se pusieron a buscar un árbol con las características que el anciano había dicho, el más oscuro, alto y extraño del bosque.

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Estar ahí, viendo todas esas ramas y arbustos secos y quebrados les dio tristeza. De repente, Amalia se tropezó con una raíz, al darse vuelta vio que no era cualquier árbol, sino que se había tropezado con el más oscuro, alto y extraño del bosque. Llamó a su amigo que estaba cerca de ella y juntos colocaron al corazón del bosque en un hueco que tenía el árbol con la misma forma abstracta del objeto. Un instante después, empezaron a brillar, luego de a poco el brillo se fue desvaneciendo de la copa, que para sorpresa de Amalia y de su amigo ya no era negra sino de un azul intenso, de ella salieron aquellas criaturas que un día muy antiguo y lejano a éste desaparecieron sin dejar rastro, la verdad es que, al robar la bruja aquel objeto muy valioso, el árbol las atrajo inmovilizándolas en el interior de su copa, para protegerlas. Amalia y el anciano estaban maravillados, viendo toda clase de criaturas, hadas, duendes, elfos, trolls y seres acuáticos, parecía que todas sabían hablar, porque les agradecieron a los dos amigos, aún más a Amalia por no perder la esperanza, nombrándola reina y protectora del bosque. Desde ese día, después de hacer los deberes y de ayudar con las tareas de la casa, Amalia iba a aquel bosque, que un día había sido destruído y en otro recuperado. Hasta ahora Amalia no solo lo protege, si no que también está recuperando la felicidad y bondad que se había perdido en las personas.

Fiorella Alvez, 14 años, Durazno

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¿Dónde están mis alas? Hace mucho tiempo, mucho antes de los automóviles, de las fábricas, de las guerras o de la contaminación, y mucho antes del nacimiento de cualquier persona que hubiera vivido allí para contarlo, las personas tenían la capacidad de volar. Podían volar sin la necesidad de un avión o un helicóptero: ellos tenían alas. No todos las tenían, si no que las alas aparecían solo cuando una persona encontraba a su otra mitad, esa mitad que al sumársele a la otra, aunque siendo dos, terminaban siendo uno solo. Las dos mitades iban siempre de la mano, a todas partes, y cada uno tenía un ala, que con la ayuda del otro, los llevaba a donde quisieran. Todos los días se veían volando como pájaros a cientos de mitades por entre las nubes, intentando tocar el cielo con sus manos. Lamentablemente, no todos tenían sus alas. Algunos tenían la suerte de encontrar a su mitad a los quince años, apenas en el comienzo, otros, en cambio, la encontraban a sus veinticinco, y eran raros los casos en los que una mitad mayor de treinta no hubiera encontrado aún la suya. Anaí tenía treinta, veía desde el aburrido suelo a todas aquellas mitades complementándose en el cielo, amándose en las nubes, tocando el Sol y durmiendo sobre la Luna. Ella aún no había conseguido sus alas, y era imposible volar sin ellas. Para ella, sentir el cielo en la piel debía ser una de las cosas más hermosas de todas, deseaba cada noche despertar con su mitad a su lado, y poder salir a volar, a conocer, a descubrir, y a sentir. El ser una de las pocas mitades en todo el pueblo sin poder volar aún, la deprimía mucho. Se sentía inútil, inservible, vacía, todo el tiempo. La consolaba el saber que en alguna otra parte del pueblo, del valle, o del mundo, habría alguien igual a ella, otra mitad mirando cada noche cientos de pares de alas volando por los aires, otra que se dormía ahogada entre sus lágrimas de soledad, soñando sus sueños de algún día poder correr tan rápido hasta dejar de sentir la tierra en sus pies, y comenzar a sentir la brisa en el rostro, y salir, y volar. Pero después de tantos años era casi imposible encontrar a esa otra mitad. Además era muy probable que su verdadera mitad hubiera cambiado, hubiera intentado parecerse a otra para poder volar al fin, así que sus esperanzas estaban prácticamente agotadas. La única salida que encontraba era imaginarse volando, cerrar los ojos, abrir los brazos, y sentir el viento, susurrándole a los oídos las canciones más hermosas. No ocurría mucho, pero aun así la vida se le iba de las manos con mucha facilidad. Anaí era cada vez más anciana, deteriorada, sin esperanzas, y melancólica, llena de desamor, y de un sentimiento de decepción con el mundo por no haber encontrado una mitad que decidiera ayudarla a volar.

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En sus últimos años pasaba sentada junto a un árbol casi tan viejo como ella, y hasta sentía rencor por el árbol, porque él sí podía tocar el cielo con sus ramas y sus hojas. Miraba con curiosidad y deseo a lo lejos una gran montaña, que luego de la cima, tenía un precipicio que no se alcanzaba a ver el final. Siempre le llamó la atención, desde pequeña, hasta sus años de decrepitud. A veces sentía el impulso de ir hasta allí, correr, y saltar, para sentir al menos por un momento la sensación del viento en todo el cuerpo, pero la detenía la pequeña llama de esperanza por encontrar a su otra mitad que aún tenía, a pesar del tiempo y las experiencias. Cuando quería olvidar su desdicha, su vida, sus problemas, su frustración por ser tan horriblemente simple y diferente, y cuando ya no tenía lágrimas para llorar y lamentarse, corría hacia su cuarto, cerraba la puerta, y solo la oscuridad sabe cómo le dejaban las cuchillas la piel de ángel a aquella mujer que creía ser invisible para el mundo. Una noche, luego de darse por vencida, luego de liberar todo lo que tenía dentro, luego de destruir cuanto encontró a su paso, expresar toda su furia por sí misma, de llorar y sufrir, y luego de cortarse más que nunca, se vistió con unas sedas apenas perceptibles en la oscuridad, y corrió hacia el monte, nada la detenía, ni la Luna misma se atrevía a verla, y en sus delirios de soledad, en la cumbre del mundo, saltó hacia el vacío, hacia aquel precipicio sin fin que la vida le había puesto frente a sus ojos desde la infancia, y que ahora la haría la mujer más feliz del mundo, y la llevaría a su fin. Tantos años vacíos pasaron frente a sus ojos mientras el viento le volaba la seda y la dejaba caer como un ángel, volando hacia abajo, tan simple como un humano y sin una sola pluma para arrepentirse y dar marcha atrás, o levantar vuelo. Terminó como vivió, acostada sobre la tierra que la mantuvo prisionera por toda una vida. El día siguiente amaneció normal, como si nada hubiera pasado, pero cerca del mediodía, a lo lejos, salió volando un pájaro del precipicio, se elevó en el aire, recorrió el cielo, y se perdió en el horizonte, buscando otras mitades que hubieran sufrido lo mismo, y hubieran tenido que buscar su propia libertad de esa manera tan simple, pero que sólo los valientes lograrían. A pesar de que los pájaros tengan ya dos alas, vuelan en grupos para acompañarse, porque saben lo que es haber vivido toda una vida de soledad, y no quieren desperdiciar la mejor parte de su existencia volando en soledad…

Genaro Longo, 15 años, Canelones

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A toda velocidad Bajé la pendiente en mí bicicleta, muy rápido. Esquivando árboles llegué al último tramo. Un pozo que no vi, hizo saltar mi bici, haciéndome volar por los aires, hasta dar mi cabeza contra una roca. Mi mundo se desvaneció. … Corría, mi corazón latía al máximo y apenas podía respirar. Intenté parar, pero mis piernas me lo impedían, mi cerebro y mi cuerpo eran dos partes distintas, unidas físicamente, pero al parecer, no coordinaban. El camino estaba lleno de árboles y follajes varios. Esquivarlo se me hacía imposible, por lo que las ramas me azotaban el rostro como navajas afiladas, lastimándome. A pesar de todo, nada me dolía, me toqué el rostro, húmedo y frío, mi tacto se sentía extrañamente raro; un hormigueo me invadió. Volví a centrarme en mi camino, el pánico me dominó. Una piedra enorme frente a mí, con cada paso que daba, más cerca la tenía. -Detente, detente, detente- pensé. Y, de un momento a otro, me hice polvo, literalmente, estaba hecha polvo en el césped mojado. No sé cómo es posible recordarlo, pero el polvo se elevó hacia los árboles. Mi cuerpo se materializó y comencé a caer, lento, como si flotara en un vacío sin fin. Gritaba, pero mi voz quedaba ahogada en la caída, como si me hubiera quedado muda. Las palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez. Miré abajo, a unos pocos metros se encontraba el suelo, tan limpio como blanco, tan irreal e incomprensible. Mi reflejo en el suelo era grande y deformado, y, en un instante, me pareció ver a más gente cayendo detrás de mí. Y justo a unos centímetros del suelo, con las lágrimas resbalando por mis ojos y la adrenalina corriendo por mi cuerpo, desperté… Abrí los ojos, la cabeza me daba vueltas, y la caída se repetía una y otra vez dentro de mí. Me toqué la sien y me miré las manos, sangre; mi sangre. Me dolía muchísimo, y no podía ver bien. Alguien me tomó en brazos y me habló. No sabía lo que decía, ni quién era. Me acostaron en mi cama, y cerraron la puerta. -Todo está bien, todo bien, bien, bie... - Y me dormí.

Tamara Silva, 13 años, Lavalleja

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Recuerdos Sujeto la escoba con ambas manos, lentamente la meneo de aquí para allá y siento ese cómodo ruido de barrer hojas de los árboles en otoño; al cabo de unos segundos me detengo y tengo la sensación de que alguien me observa. Cuando me decido a observar para confirmar mis dudas, me doy cuenta que lo que sobresale en aquel árbol, frente a mí, no es una persona, es el brazo de un humano. Va desde su antebrazo hasta su muñeca, es blanco como la nieve, y por su tamaño podría decirse que es de una persona no mayor a 22 años de edad. Tan concentrado me encontraba en saber de dónde y por qué se encontraba ese brazo ahí, que los comentarios de mis compañeros me trajeron de nuevo a la realidad, les comenté sobre lo que estaba viendo, y ellos dijeron que no veían nada. Más tarde, cuando me dirigía a casa, con los ingredientes para la cena, allí frente a mí, estaba de nuevo esa mano, sobresaliendo esta vez de abajo de un muro, me costó al inicio reconocerla, pero era la misma mano que había visto por la mañana en el árbol. Avancé unos pasos adelante, me pareció que esa mano me seguía, tenía el aspecto de ser la mano de un maniquí; me asustaba, pero decidí avanzar unos pasos hacía ella. De inmediato, la mano se movió hacia mí, yo, asustado y nervioso, salí corriendo hasta perderle de vista. Luego de ya haber corrido unas cuantas calles y subido unas escaleras, miré hacia atrás para ver si había rastro de esa mano; tan cansado y nervioso estaba, que no me había percatado de que me encontraba en una calle donde habían árboles, y más abajo un pequeño río que recorría la ciudad. Me decidí por caminar tranquilo de nuevo, pero, cuando volteo a mi frente, allí se encontraba esa mano espeluznante, y pude deducir que no era ningún maniquí, sino una mano real. A la lejanía vi venir a dos mujeres conversando y dos jugadores de béisbol, a los que esperé que pasaran, para ver si sentían la presencia de aquella mano, pero noté rápidamente que no la notaban, entonces decidí retroceder. Pero la mano me seguía, cruzaban personas por mi lado pero no la veían, decidí bajar a donde se encontraba el río, luego posé mis manos en mis rodillas para poder descansar un poco. Ya cansado me encontraba, cuando me volteé a ver si me siguió hasta aquí, y allí se encontraba, realizando un movimiento con sus dedos, ya me tenía entre el río y ella. Mi miedo ya estaba a su límite. Tenía que hacer algo, si no, esa espeluznante mano me haría algo, y en ese momento sentí que alguien arriba de un árbol, me gritó que corriera, y, en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba corriendo hacía el árbol. La mano, al verme salir corriendo, me seguía a muy corta distancia, y más de una fueron las veces que intentó tomarme, pero no pudo.

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Cuando ya me encuentro sobre una rama del árbol, a salvo de la mano que me seguía, agradezco rápidamente a este chico que me ayudó, y me recomendó que le tire sal a la mano, la cual desapareció al ser tocada por la sal, luego añadió: -Es mi lugar favorito para pensar -mientras ve al frente y añade -sé que aquí arriba no molesto a nadie -mira mi mochila y pregunta: ¿qué es eso? -Es mi nombre y en el grado en el que estoy. -Watanuki -dice, mientras ve hacia arriba, y cuando me mira añade: -corrígeme si me equivoco, pero tu nombre no significa primero de Abril. -Así es -me sonrojo, le digo: yo nací en esa fecha, es un nombre muy raro. -No, es genial, me interrumpe y vuelve a mirar hacia enfrente, y sigue diciendo -nadie olvidará tu fecha de cumpleaños, porque tu nombre lo dice -se pausa -además, esa fecha también es importante para mi. Luego, más de tarde, hablando con él, me dice que vuelva cuando quiera, y reiteradas veces son las que nos encontramos en ese mismo árbol. Ya había salido de la escuela, era un día soleado, me encontraba otra vez en el árbol con mi amigo, conversando y le pregunté si quería ir a casa mañana, el aceptó y luego cada uno se fue. Al otro día llegué a la puerta del hotel donde vivo, ahí en la entrada se encontraba él esperando, me mira algo indeciso y me dice amablemente que hice otra vez yo las compras, le contesté diciendo que yo vivía solo, mis padres habían muerto en un accidente, él me queda mirando sorprendido, luego le invité a pasar y se veía muy sorprendido de que viviera solo, siendo tan pequeño. Mientras cocinaba, él me recordó que mañana era mi cumpleaños y la fiesta de escuela. Yo, mientras cocinaba, decidí invitarle mañana al parque a comer algo juntos para celebrar mi cumpleaños, él sin nada más que decir, aceptó. Esa misma noche no podía dormir de los nervios, entonces me levanté, vi mi traje de graduación, y eché un vistazo en mi almanaque, donde tenía marcado mi cumpleaños y la fiesta de la escuela, y una sonrisa amplia salió de mí. Al otro día por la mañana ya tenía toda la comida para llevar hecha, y me sentía bien; ya me dirigía al parque con todo. Cuando llego, veo que no hay nadie y pienso que he llegado demasiado temprano, que debo esperar, y mientras lo hago, veo esa horrorosa mano de nuevo. La evito, pero es un esfuerzo inútil. Cuando me dirijo en otra dirección, veo que enfrente a mí se encuentra otra, la evito también, pero al mirar a mi derecha hay tres más y en cuestión de segundos hay docenas de ellas, rodeándome. Veo como todas se estiran hacía mí y coloco mis brazos como una X, para ver si podía defenderme, y en el momento que se acercan, algo aparece sobre mí: algo pequeño que brillaba mucho, de a poco las iba deteriorando a todas.

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Abro los ojos. Por fin veo que no hay nadie en frente a mí, pero en cuestión de segundos, escucho una voz, y sé que es él, y dice: -Así que llevas uniforme nuevo -me sorprendo de verle. Añade él -te queda bien -y veo cómo una extraña Aura lo rodea, nos quedamos mirando unos segundos: -Gracias, me rescataste otra vez. -Esas manos aparecen de vez en cuando, seguramente habrás oído las historias -se pausa un momento, y continúa -Algunas personas tienden a dejarse llevar cuando están bajo estos árboles, y esas manos aprovechan para arrastrarlas a otro mundo. -¿De qué estás hablando? -interrumpo. -Pero creo que ya no las verás en un buen tiempo -no responde mi pregunta, y mi cara se pone seria. Es ahí cuando lo miro y veo que ya no está su cuerpo, solo queda de su torso para arriba, lo demás no está, y de a poco me cuesta más verlo, y sin pronunciar alguna palabra, él responde mi pregunta, antes de ser formulada: -Sí, yo fui uno de ellos, ya han pasado 7 años desde que esas manos me llevaron, ¿recuerdas que el día que nos conocimos te dije que el primero de Abril también era una fecha importante para mí?, hoy debo decirle adiós a este mundo -se pausa -para siempre. Se pone aún más tangible, se eleva y se me acerca, y dice: -Tomá. Esto fue lo que las destruyó -lo pone en mi mano, con su mano ya casi no visible, lo miro y no sé qué es, pero él de nuevo contesta, sin yo haber formulado una pregunta -Uno de mis huesos -lo miro con asombro -es mi regalo de cumpleaños -añade -me alegra habértelo podido dar, antes de irme. -No puedes irte -le digo -somos amigos, y los amigos no se abandonan -agacho la cabeza, resentido y triste -Lo sé -responde -pero debo hacerlo, me alegra haberte conocido y que hayas sido mi amigo. -Prométeme -y lo miro fijamente a los ojos -que siempre serás mi amigo. -Claro -y termina de desaparecer completamente, miro su dirección y pienso en él, y luego veo mi mano y el hueso que me ha dejado como regalo de cumpleaños.

Raúl Martín Ferrari, 16 años, Maldonado

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La luz mala La tarde caía sobre la ladera, el sol por fin se alejaba después de haber abrasado la tierra como un pulpo gigante, ahogándola, sin dejarla casi respirar con sus encendidos tentáculos, tras arder toda esa calurosa tarde a mediados de enero. Las chicharras apagaban sus cánticos que habían dirigido a tan majestuoso rey, los perros ya se levantaban de su siesta y miraban hacia el horizonte, esperanzados en la hora del regreso de quienes, más que sus dueños eran sus amigos, o más que eso, su familia. El rancho yacía desolado, desde hacía muchas horas, solo con la compañía que como guardias leales de un tesoro real, resguardaban esas viejas paredes de adobe, piso de tierra y techo de paja. A lo lejos se oye el galope de unos cascos. Se levanta una densa polvareda, producto de una sequía de varios meses atrás. Se divisa la figura de dos hombres, Romualdo y su hijo Juan, que vuelven a su hogar después de una agobiante jornada. Sus perros los reciben moviendo la cola en señal de alegría, los hombres los saludan, llamándolos por sus nombres y acariciándoles sus cabezas. -¡Falucho, Carbón y Pirata, venga pa´cá!, dice Romualdo. -¡Juan, mijo, saque agua del pozo que los perros tienen el hocico seco! -Ya va tata, ato la Manola y el Mingo al palenque y voy pa yá. Luego de esto, Juan, un joven muchacho de unos dieciocho años, moreno algo flacucho, pero con la bastante fortaleza para no arrugarle al trabajo y nunca quejarse por nada, saca un balde de agua fresca del pozo, llevándole a los sedientos perros. -Tatita, esta sequía nos está matando, ya no queda ánima que la resista, si sigue así ya no va haber onde comer las vacas, ayer mesmo me contó el patrón que se murieron cinco. -Sí, mijo, contestó Romualdo (hombre de unos cincuenta años, que no se sabe bien si era feo producto de la naturaleza, o de la vida ensañada a veces con el ser humano, que le había tratado tan mal que esas marcas, arrugas y fealdades de su rostro se debían a las amarguras vividas). Yo no sé, pero muchos dicen que la vieron por acá, por estos pagos, sabe que donde aparece pasan cosas raras y todo muere enrededor, primero los pastos, descué los bichos, y ya descué…….. -¡No lo diga tata! ¡no lo diga, que ya de pensar se me pone el cuero ´e gallina y se me paran los pelos! -Güeno Juan, vamos dentrando a prender el fogón y poner la pava, que tengo ganas de unos güenos mates.

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Juan saca más agua del pozo, pero en sus pensamientos solo puede imaginar lo que está pasando, la idea de tener que abandonar el rancho donde nació, creció y disfrutó de la sonrisa y caricias de su mamá, que se fue por que Tata Dios así lo quiso, cuando él tenía apenas diez años lo aterraba, pero más aterrador le era pensar en eso que ni él quería mencionar por temor, y con solo imaginar, mejor ya no pensaba. -¡Juan, Juan, mijo, venga pa´cá! -¿Qué pasa tatita? ¿qué pasa? -¡No la vi, Juan, mijo, no la vi, su tatita lo deja solo! (Romualdo yacía en el piso) -¡No, tata, nooo!-mirando la víbora de cascabel que se enroscaba en el rincón oscuro del rancho. -Qué hago tatita, ¡¿qué hago?! -Juan, mijo, ya no hay nada que hacer, su mama me está llamando, y esa luz mala que andaba por acá ya se cobró lo que venía a buscar, lo dejo mijo, se queda solo, pero prometa que se va dir de acá, ¡váyase pal pueblo!, ¡mijo queme este rancho!¡llévese los perros y venda los caballos! Que esta luz maldita se ha ensañao, y no va dejar nada vivo acá. -¡Tatita, no me deje! -¡Sea hombre mijo y no llore, pa donde va el tata va a estar bien, pero jure que va a ser la última enmienda a su tata que se va de esta tierra! -¡Sí tata, se lo juro! Dicho esto, Romualdo mira por última vez alrededor, deja escapar un suspiro y siente que su alma se eleva de este cuerpo terrenal. Amanece en el campo, en el lugar del rancho se ve una gran llamarada. Al costado del ombú que tantas tardes les dio su sombra, yace una cruz. Juan se da vuelta para observar, los perros lo miran con ojos tristes. -Adiós tatita, adiós, ya pronto nos volveremos a reencontrar. Una última lágrima corre por su mejilla y las palabras de su tata que le resonaban: -Sea hombre mijo, los hombres no lloran.

Julio David Pereyra, 16 años, Río Negro

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Mi abuela, Pablo y yo Terminaron las clases. ¡Por fin! Todo ese tiempo haciéndole caso a los profesores, gastando todas mis energías en cada escrito, eso es devastador. Pero por fin ya no, ahora tengo tres meses para hacer lo que yo quiera; quedarme hasta tarde despierto, usar la computadora y no decir que es para los deberes... qué lindas vacaciones que voy a tener. Empecé a imaginar todo lo que podía hacer, hasta que mi madre me interrumpió y me dio la peor noticia del mundo, bueno la peor no, porque la peor sería que me dijeran que mi perro Tito se murió por una pulga rabiosa que lo picó. La noticia fue que vendría mi primo Pablo de Córdoba, esa misma tarde. Toda mi familia lo adora. Bueno... yo no. Él tiene dos caras; con toda mi familia es re amoroso y conmigo se muestra como es realmente. Él siempre quiere hacer cosas “raras”, o por lo menos yo siento que lo son. La última vez que vino quiso que fuéramos a una rampa que queda atrás de mi casa y nos tiráramos con unas patinetas que trajo; lo más raro que quiso hacer -pero no pudo- fue que nos escapáramos una noche de mi casa para ir al parque de juegos abandonado que queda a seis cuadras. Quiso ir porque leyó en Internet que en ese lugar hay cosas fuera de lo común, y me obligó a acompañarlo, pero como no lo logró, seguro esta vez me va a volver a querer llevar, y como él es mayor que yo, le tengo que hacer caso. Aunque esta vez va a ser diferente. ¡No voy a dejar que él me mande! Sea mayor que yo o no, ya tomé mi decisión. Cuando llegó la tarde apareció Pablito, con su carita de simpático, el muy amoroso saludó a todo el mundo, pero llegó a mi y me tiró las maletas en los pies, lo miré de pies a cabeza, tenía puesto un jean ya gastado por mucho uso, un buzo de manga corta con el escudo de Superman y unos championes negros, de lona, con algunos agujeritos. Me fui a mi cuarto, él me siguió, yo tenía todo listo para decirle que no me iba a mandar más, que no íbamos a salir esa noche, ahora el que mandaba era yo, ya pasó mucho tiempo después de su última visita. Yo ya maduré. Él se sentó en la cama y me dijo con voz de mando: tengo que hablar contigo. Yo ya sabía lo que me iba a decir: tenemos que salir, nadie se puede enterar, yo soy el que manda en toda esta operación y todo el bla bla bla que repetía cada vez que proponía sus locas ideas. -Nicolás: como ya sabés, cuando vengo el que manda soy yo, y la última vez que vine nos quedó una cosa pendiente. Hoy iremos al parque abandonado. Yo solo asentí y mi primo me miró con cara de ganador. ¿Qué está pasando conmigo? Otra vez me dejé mandar por él, pero todavía tengo otra opción. ¡Sí! Hoy en la cena les diré a mis padres cómo es Pablo, se le va a caer la máscara de niño bueno y no me va poder mandar más. Mientras yo pensaba eso, mi madre nos llamó porque la cena estaba lista. Excelente, el plan comienza...

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En la cena les dije: -Mamá, papá, les tengo que contar algo súper importante. -Hijo, espera un momento que nosotros también tenemos que contarles una cosa- dijo mi padre. Mi madre, que siempre da las noticias gritando y de manera muy efusiva, cortó el misterio: -Me dieron un viaje gratis en el trabajo para dos personas durante una semana. ¡Nos vamos mañana en la mañana! -¿Cómo que se van de viaje? ¡No, no! No pueden dejarnos acá, solos... -No te preocupes Nicolás, se van a quedar con su abuela Mirta- dijo mi padre. ¿Por qué me sucede esto? pensé. Mi plan se va a la basura, no les podía decir nada a mis padres, se iban de viaje y lo peor es que me quedaba con mi abuela. Mi abuela no es como las otras, que te preparan galletitas de chocolate con leche tibia, te hacen acostarte antes que oscurezca y se preocupan exageradamente por su nieto. Mi abuela no prepara galletas, ella pide comida en La Pasiva, pero no pide puré de manzana, que es lo que comería una abuela a su edad; ella pide papas fritas a montones, aunque de eso no me quejo para nada. Me deja dormir a la hora que yo quiera y si salgo, y llevo mi celular prendido, puedo volver a la hora que quiera. Sin embargo, a mí no me gusta quedarme con mi abuela, porque ella quiere más a mi primo, entonces, cuando mis padres se vayan, Pablo va hacer lo que quiera, y mi abuela no le va a decir nada. -¿A qué hora llega la abuela?- le pregunté a mis padres, interrumpiendo su alegre charla. -Ya tendría que estar viniendo- dijo mi madre. Y en ese momento se abrió la puerta y apareció ella, con una calza negra apretada animal print, unos championes blancos, una campera negra haciendo conjunto con la calza, el pelo suelto y despeinado por el viento. Mis padres se levantaron, la saludaron y agarraron sus maletas. Mi primo fue a saludarla y yo fui tras él, la saludamos y la abuela le apretó los cachetes tan fuerte, tan fuerte, que a Pablo le quedó la cara colorada como un tomate, cosa que me causó mucha gracia. En cambio a mí me saludó como si saludara a mi perro Tito, a quien no soporta. Mis padres enseguida le dieron las maletas de la abuela a Pablo y se llevaron a mi abuela al living. Cuando Pablo vio que mis padres se fueron, me tiró las maletas encima. -Llevale a la abuela sus maletas al cuarto de ella y después vení que tenemos que hablar- me dijo. -Enseguida voy, como un rayo- le dije con la cabeza baja y comencé mi camino hacia el cuarto. Mientras llevaba las maletas, seguía pensando... ¿Qué me está pasando? ¿Por qué mi hombre interior no sale y no se deja mandar más por Pablo? ¿Por qué siempre me callo? Entré al cuarto, que tenía una cama de dos plazas, un acolchado con flores de colores, las cortinas de color como la nieve y a su lado una mesita de luz donde la abuela puede apoyar sus dientes postizos. Dejé las maletas y regresé con Pablo, lo miré como para decirle todo de golpe, él estaba con los brazos cruzados y me dijo: -Tenemos que hablar. -Ok- le contesté. -Hoy de noche no podemos salir, tus padres, o sea mis tíos, no nos van a dejar, así que saldremos mañana en la noche. Antes que le dijera algo se fue a jugar con mi perro Tito.

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Me quedé ahí, parado, asombrado, sin hacer absolutamente ningún movimiento, viendo cómo él se iba a jugar con Tito. Otra vez no pude decir nada. Pasé toda la tarde escribiendo qué palabras podía usar para poder enfrentar a Pablo. Ninguna me convencía. Mi cuarto estaba lleno de papeles, y mi cuaderno casi sin hojas. Llegó la noche y no se me ocurría nada.-No puedo creer que sea tan cobarde- dije. Bajé a la cocina porque sonaba el teléfono y nadie contestaba. -¿No hay nadie en esta casa?- pregunté. Cuando iba a contestar, se me adelanta Pablo y contesta él. Mientras hablaba por teléfono me miraba, pero no con una cara normal, me miraba con una mirada sarcástica. Apenas terminó de hablar por teléfono, Pablo se me acercó y me dijo: -Cambio de planes. ¡Saldremos hoy! -¿Qué? ¿Por qué?- le dije. -A tus padres se les adelanta el viaje. En una hora sale el vuelo. Pablo subió para aprontarse la mochila. Yo, cansado de todo esto, llamé a mi abuela, ella vino de mala gana y le conté lo que sucedió con Pablo, todo lo que él tenía planeado, y que me iba a obligar a ir a ese lugar tan extraño, y que yo no quería ir. -Perfecto- dijo mi abuela, -inmediatamente vamos hablar con este jovencito. Lo llamó y él vino, con su carita de simpaticón. La vieja nos sentó en el sillón y nos dijo: -¿Ustedes están bien de la cabeza? ¿Ustedes saben todo lo que hay en ese lugar? ¿Piensan que con ir a ese lugar van a ser muy machitos? Bueno, les digo que no, ustedes solos no pueden ir, ya que eso es una irresponsabilidad. Así que vos, Nicolás, te quedás con tu perro Tito, y yo voy con Pablo. -¿Estás segura?- le dije. -¡Sí! Muy. Mi abuela y Pablo se fueron aquella noche. El tiempo pasó y jamás regresaron. No sé qué pasó con ellos. Por suerte, yo no fui.

Mikaela Castro, 17 años, Canelones

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Los elefantes y el pajarraco Un pajarraco salva a Felipa

En una selva de África vivían muchas familias de elefantes, pero apareció entre ellos una enfermedad que no conocían y al no saber qué hojas comer para curarse, se fueron enfermando, y comenzaron a morir de a uno. Poco a poco fueron desapareciendo, hasta que solamente quedó un casal, los más fuertes y sanos de la manada. Un macho llamado Petdrum, y una hembra, su pareja Felipa. Ellos eran muy unidos y compañeros, salían a comer juntos, se defendían de los peligros, y se refugiaban al lado de unas enormes rocas que les daban abrigo, sombra y seguridad. Un día, al amanecer, Petdrum se dio cuenta de que a su lado no estaba Felipa, eso lo preocupó mucho, porque nunca se habían separado… La buscó por todas partes, y la encontró en el lago, ella se sentía afiebrada y había ido a calmarse en el agua fresca, allí estaba, acostada con su cabeza afuera del agua. Petdrum quedó muy preocupado, y se puso a pensar en una solución, una manera de salvar a Felipa, entonces recordó que su padre le había enseñado, hacía muchísimos años, que si había alguna enfermedad casi incurable, deberían ir al centro de la espesa selva, que allí encontrarían cura para todos sus males. Le dijo a Felipa que lo esperara, que él buscaría ayuda, así que rápidamente salió en busca de la solución para Felipa. Era difícil adentrarse en aquella desconocida selva, y en cierto momento se sintió perdido, fue en ese momento que apareció un enorme pajarraco… el elefante le pregunta -¿Por qué camino voy al medio de la selva? El pajarraco le dijo -Para llegar allá tienes que pasar tres pruebas. El elefante le dijo que las haría. -La primera prueba es traerme diez pétalos de rosa. Petdrum buscó rápidamente los diez pétalos y se los trajo. El pajarraco dijo -ahora tienes que ir a lo profundo de los árboles sagrados y traerme dos ramas de abeto. No fue muy fácil esta prueba para el elefante, pero al fin la cumplió. El pajarraco le dijo nuevamente, ahora te falta solo una última cosa, Petdrum dijo: -¿Qué es? El pajarraco dijo -Tráeme una nuez.- Inmediatamente el elefante se la trajo, porque los nogales estaban cerca de allí. Llegó corriendo y le pregunta al pajarraco -¿Ahora sí puedo pasar? -No, aún no, contestó el pajarraco, espérame aquí. -No te demores, por favor, dijo Petdrum. El pajarraco nunca apareció, así que Petdrum regresó, pero, para su sorpresa, encontró a Felipa al lado de la gran roca donde vivían juntos.

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-¿Cómo te recuperaste? Le pregunta, ella contesta -Ni te imaginas, apareció un pajarraco, y se arrancó seis plumas, luego me hizo morderlas y además me dio para beber una poción hecha con pétalos de rosa, hojas de abeto y nuez. Entonces Petdrum comprendió todo, y salió a buscar al pajarraco para agradecerle su buena acción, Felipa le dijo que lo encontraría en el lago. Allí estaba el pajarraco, parecía cansado y triste… El elefante le dio las gracias, y le preguntó si le pasaba algo malo, y en qué podría ayudarlo. -Sí, dijo el pajarraco, estoy cansado de volar de aquí para allá y no tener un lugar donde vivir. A Petdrum se le ocurrió una idea. -¿Quieres venir a vivir con nosotros? -Le preguntó. -¿Están seguros? -dijo el pajarraco ¿No seré una molestia para ustedes?- Claro que no, contestó el elefante muy feliz de poder ayudar a su amigo que les había ayudado a ellos. Desde ese día, Petdrum, Felipa y el pajarraco viven juntos al lado de la gran roca cerca del lago, y con sus plumas de colores y su sabiduría de pócimas mágicas, el pajarraco ayudó a que Felipa pudiera tener muchos elefantitos, para poblar de nuevo la tierra de los elefantes.

José María Muñoz, 17 años, Cerro Largo

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Luz en la neblina El sol apenas asomaba por los pequeños agujeros de las cortinas desgastadas, cuando se dio cuenta de lo tarde que era, y se obligó a sí mismo a incorporarse más rápido de lo que quisiera, estando aún medio dormido. Tanteó el suelo frío bajo sus pies en busca de algo para abrigarse, sin abrir los ojos. En tanto sintió la textura áspera de su viejo abrigo que tantos años lo había acompañado, lo agarró con escasas ganas y se lo pasó por detrás de los brazos. Se quedó un momento allí, con las manos en las sienes, aún sin despegar los párpados. ... Linterna, botas, balde, palangre… - comenzó a repasar lo necesario para salir aquella mañana fría de invierno. Se calzó las botas sintiendo su calidez, una calidez que no le traería más que sueño. Salió sin más, caminando por el muelle de madera pútrida, sintiendo la helada de la mañana corriéndole por los orificios nasales y llenándolos del aire salado, mezclado con el hedor de las algas y los mejillones que la resaca pasada había traído. Al final del muellecito lo esperaba su vieja barcaza desteñida de maderos viejos, la cual se remontaba en el compás de la marea y se golpeaba contra la amarra. Cuando apoyó el cabo en proa, dio por comenzada esa jornada. Recorrió unos kilómetros, dejando la costa como una pequeña línea a sus espaldas, donde se erguía tan alto, como lo más notable del pequeño pueblo, el faro. El mar comenzaba a templarse un poco, pero nada que un viejo pescador no pudiese soportar. Eran incontables los años que había pasado en aquellas aguas. Se acercaban, viniendo desde el sur, unas nubes oscuras que parecían del todo traicioneras. Pero a él no le aterraban, solo ponían a prueba su rapidez en la tarea. Alcanzó a ver la boya de la que prendía el primer palangre; dos corvinas, un montón de anzuelos sin carnada y al final, como nunca faltaba, un congrio que había hecho reverendo embrollo. No le quedó más que cortar el resto de la línea. A medida que iba avanzando, levantaba uno y tiraba otro. Ya se acercaba el mediodía, cuando dio la labor por terminada. La costa era tan lejana que no alcanzaba a ver más que el color, para distinguirla del azul que lo rodeaba todo. Antes de salir, se enjuagó las manos en el mar y se secó con un trapo que encontró en proa, rezongando al final, porque dicha tela no hizo más que volver a ensuciarlo. Caminó, moviendo la barcaza a cada paso que daba, hasta que llegó al motor. Jaló tres veces para que encendiera; nada, ni siquiera un ruido. Siguió unas cinco veces más, pero con menos pausas en la frecuencia; muerto. Al desesperarse por lo sucedido ,comenzó a intentarlo una y otra vez sin resultado. Se sentó con las manos en las sienes, reflejando su angustia. El motor ya no iba a funcionar. No había otra cosa más que buscar los remos. Y allí estaban, bajo todas las cuerdas.

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Comenzó a remar, calculando que llegaría en cuestión de horas y maldiciendo el haberse alejado tanto. A cada rato se cansaba y tomaba un descanso. Sabía que no podía exigirse mucho, ya no era un joven como antes. Pasaban las horas y el día se oscurecía a medida que se acercaban aquellas nubes negras que no traerían más que problemas, si no llegaba antes de la tormenta. No estaba seguro si se hacía de noche, cuando el cielo se tornó de un gris oscuro, impenetrable. Entonces comenzó a llover. El hombre miró al cielo y dejó que el diluvio lo dejase empapado. Cada gota era como un cristal de hielo que caía y helaba al contacto con su piel. Se vieron a lo lejos las dentelladas brillantes que desprendía el manto de nubes que se enrojecía y volvía a enfriarse. Cuando todo se tornó negro, dio por hecho que había anochecido. Entre medio de la noche, y perdido en la tormenta, avistó un rayo de luz que parpadeaba, algo que le dio esperanza. En aquel momento soltó los remos, y se dejó llevar por el furioso mar y la ligera tempestad. Todo lo veía borroso, menos aquella luz que prendía y apagaba, que se iba acercando y le daba tranquilidad. Era algo tan familiar que estaba seguro de haberla visto antes. Pero no lograba pensar con claridad. El único instinto que tenía era el de acercarse a ella. Sintió un gran estruendo que poco lo movilizó; y en un abrir y cerrar de ojos, todo terminó.

Celeste Cabrera O´Neill, 14 años, Maldonado

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Una gran historia Cuenta una antigua historia la vida de una niña que estaba por llegar a la Tierra, pero el dueño del reino donde vivía, antes de mandarla le dijo: Señor: -¡Es hora de que abandones este lugar, para ir a otro mejor! Niña: -Señor… ¡yo no quiero irme de aquí, soy muy feliz! Puedo cantar y bailar… Señor: -En la Tierra también podrás cantar y bailar. Niña: -¿Tú vendrás conmigo? Señor: -No… Niña: -¿Quién me cuidará si tú no vas conmigo?, soy muy pequeña y no podré cuidarme sola. Señor: -De todos los ángeles de la Tierra… yo elegí el más especial, él te cuidará, te cantará y te hará reír. Niña: -¿Y cómo será mi ángel? Señor: -Es un ángel muy lindo y amable y tú te pareces a él. Niña: -¿De verdad? Señor: -Síiiii. Cuando una luz encandilaba y unos sonidos extraños se empezaron a escuchar, la niña le hizo una última pregunta: Niña: -¿Y cómo se llamará mi ángel? Señor: -El nombre no importa, tú le dirás Mamá.

Melani Agustina López, 15 años, Florida

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Caperucita Blanca Hace mucho, mucho tiempo, había una bonita niña llamada Caperucita Blanca. Ella, además de ser muy bonita, era una niña que vivía muy feliz, vivía en una casa blanca muy linda, con muchas flores de distintos colores. Un día, la madre de Caperucita la llevó a la plaza a jugar, y a la vuelta pasaron por una bonita casa. La madre de Caperucita vio unas hermosas rosas azules y le dijo a Caperucita: -Mira, hija mía, esas hermosas flores. -Madre mía, si te gustan tanto, yo te las conseguiré. Luego de unas horas, Caperucita fue al bosque en busca de esas hermosas rosas, pero de tanto que caminó, se perdió al rato. Caperucita se dio cuenta que estaba oscureciendo, entonces le vino una idea: que si se trepaba arriba de algo alto podría llegar a ver la casa, entonces enseguida trepó a un árbol y vio a lo lejos una gran mansión. Cuando llegó a ella, golpeó bien fuerte y gritó: -¿Hola, se encuentra alguien? Enseguida se abrió la puerta y ella se asustó viendo que era la presencia de un horrible lobo. Ella enseguida se quiso ir, pero el lobo le dijo gritando: -¡Qué quieres! ¿qué viniste a hacer en la mansión del rey? Caperucita contestó: -Disculpa, no sabía, solo estaba buscando un refugio. ya que me he perdido. El enorme lobo la hizo pasar, Caperucita, con miedo, pasó y se encontró con muchos extraños animalitos. Eran como perros, o algo así, y a lo largo que iba recorriendo la torre se iba encontrando con asombros jamás vistos. La bestia la llevó a su habitación y la pobre Caperucita lloraba. En eso apareció un lindo reloj parlante, diciéndole que estaba la cena. Caperucita se negó a bajar a cenar con la horrible criatura. Pasaron un par de horas y a Caperucita le había entrado hambre, entonces agarró una vela y bajó por las escaleras. Cuando bajó, en una de las habitaciones se veía una luz azul brillante. Ella, muy curiosa se acercó, y era una rosa azul de esas que había visto su madre, la tomó y se acercó a la puerta. Cuando la fue a abrir, todos los perritos empezaron a hacer un ruido muy raro, Caperucita empezó a correr por el bosque, corrió, corrió hasta que se dio cuenta que estaba en la plaza, aquella que estaba a la vuelta de su casa. Entonces se apresuró y llegó a su casa y entró la madre preocupada, le dijo: -Hija, ¿dónde estabas? Y Caperucita le dijo: -Mamá, llama al tío Alfred que traiga su escopeta, que una horrible bestia me persigue. La madre no entendía mucho, pero enseguida llamó. A los minutos llegó su tío, que era cazador. Caperucita llevó a su tío a donde se ubicaba la torre, y se encontró con una desagradable sorpresa: que la torre no estaba ahí. Allí se encontraba una linda casa chiquita, nadie supo qué había pasado, pero Caperucita se quedó muy sorprendida, su madre y el tío no le creyeron, pero ella sabe que hay algún portal mágico que conduce a esa torre de la bestia. Y si esta historia les gustó, es porque Colorín Colorado, esto se ha terminado.

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Atrapada en casa Me desperté a las siete de la mañana, como siempre. Con los ojos cerrados por el sueño, fui hasta la cocina para preparar mi desayuno. Parecía un día normal; era un jueves, iba a trabajar, hacía un poco de frío... No me di cuenta de que ocurría algo extraño, hasta que terminé de vestirme. Estaba acostumbrada a oír ruidos de autos, personas, ómnibus, que venían desde afuera mientras me aprontaba, pero ese día no escuchaba nada. Me acerqué a la ventana para ver si pasaba algo, pero todo parecía normal, solo que se veía un poco borroso, supuse que por la niebla. Agarré mis cosas y cuando estaba por irme, volví a mirar hacia afuera. Y entonces me di cuenta de que no todo estaba normal. No había nadie en la calle. Ni personas, ni animales. Nadie. Y eso era raro, ya que por ahí pasaba mucha gente. Pero lo más extraño era que todo se veía... diferente. Como si lo estuviera viendo a través de un vaso de agua. Sabía que tenía que irme, pero quería saber qué pasaba, así que abrí la ventana. Sentí como si alguien me hubiera tirado un balde de agua encima. Grité y cerré la ventana. El piso de mi cuarto estaba mojado. Agua. Había entrado agua por la ventana. Pensé que debía estar lloviendo, pero no sentía sonido a lluvia. No se veían gotas de lluvia. Entonces me dí cuenta de que ya eran las ocho menos diez. No quería irme sin saber qué había pasado, pero ya era muy tarde, así que me fui. Abrí la puerta y no supe qué había ocurrido, pero otra vez sentí agua, grité y la cerré enseguida. Estaba empapada. Todo el suelo estaba empapado. No entendía lo que pasaba, así que hice lo que siempre hago cuando no entiendo algo: llamé a mi amigo Carlos. Pero no respondía. El teléfono ni siquiera sonaba. No se escuchó el contestador. Era como si no estuviera llamando. Ya eran las ocho y cinco, así que decidí no ir a trabajar. Pero tenía que saber lo que pasaba. Carlos siempre me respondía cuando lo llamaba. Siempre. Aunque estuviera ocupado, trabajando, o haciendo otra cosa. Intenté llamar a otros amigos, y ocurrió lo mismo. Entonces empecé a preocuparme de verdad. Así que decidí ver la tele para distraerme. La tele no se prendía. Después de recorrer toda la casa para ver si algo iba mal, me di cuenta de que ningún aparato electrónico funcionaba. No sabía qué hacer: eran las nueve de la mañana, no podía salir de mi casa ni comunicarme con nadie; estaba atrapada.

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Luego de un rato se me ocurrió intentar conectarme a Internet con mi laptop -ya que no necesitaba electricidad- pero no se encendía. Supuse que no tenía batería. Así que intenté hacer cosas “normales” mientras esperaba a que ocurriera algo más. Comí, leí, intenté ducharme (pero no pude, porque no había agua caliente). Intenté salir de la casa y llamar a mis amigos varias veces en el día, pero todo seguía igual. Hace casi un mes que estoy atrapada en mi casa, y sigue sin ocurrir nada. Todavía no entiendo qué es todo esto. Me pregunto si a todas las personas en el mundo les sucede esto. O si sólo a mí, por alguna razón. Sé que en poco tiempo voy a quedarme sin comida y sin oxígeno. Pero mientras tanto, ahora estoy escribiendo esto para distraerme y para que, si esto se acaba algún día, alguien pueda encontrarlo y leerlo. Y si sigo viva, explicármelo. Porque de verdad quiero saber qué está pasando, y por qué. Y si va a volver a ocurrir. Es como si alguien hubiera tomado mi casa, y la hubiera arrojado bajo el océano. O como si hubiera habido una gran inundación. Demasiado grande. Y no lo entiendo. Y quiero que termine. Creo que ahora incluso me encantaría poder ir a trabajar. Lo haría todos los días si fuera necesario. Ahora voy a dejar esto por aquí. Espero que alguien lo encuentre algún día. Aunque si todas las personas están como yo, no creo que eso pase. Pero espero que toda esta agua se vaya. Y que las personas vuelvan a tener vidas normales. Y que se den cuenta de porqué pasó esto, y que hagan que nunca vuelva a ocurrir. Así que ahora voy a intentar llamar otra vez a mis amigos. Y espero que esta vez me respondan. Y voy a intentar salir de casa otra vez. Y espero que esta vez logre hacerlo.

Lucía Germán, 14 años, Montevideo

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Paz a los hombres ¡Paahh! Ustedes no saben lo vivo que soy. Y mis amigos, más vivos todavía. Tengo el orgullo de figurar en el Cuadro de Honor de la barra brava del Club Wandubio Ofensor, el mejor, el único, el decano, el siempre Campeón, el de los colores más hermosos, el de la hinchada más culta, respetuosa, simpática, agradable, pulcra, perfumada, higiénica. En fin, somos gente cuidadosa del medio ambiente, que por vestir la gloriosa camiseta, no deja de cubrirse con una primorosa capa de ozono. A mis amigos los conocí en un certamen de poesía lírica organizado por la Honorable Comisión Directiva de Wandubio Ofensor. ¡Ay! ¡Cómo me palpita el corazón cuando pronuncio su sagrado nombre! Decía, entonces, que nos conocimos en la cola de postulantes al premio mayor de poesía. Como somos muy generosos, compartimos nuestros escritos y terminamos componiendo unos versos encendidos, para animar a nuestros venerados jugadores, siempre tan sensibles al aliento de sus parciales, o sea: nosotros. Luego de un profundo intercambio, lo titulamos “Poema de amor en un cálido setiembre”. Todavía lo recuerdo con un temblor de emoción. Decía así: “Los vamo a reventar Los vamo a achurar Los vamo a destripar Los vamo a desangrar Los vamo a degollar Los vamo a fulminar Les vamo a arrancar lo diente Pero eso sí, delicadamente”. La gente está muy confundida con nosotros. La prensa nos trata mal, la policía nos persigue sin razón, los peatones se alejan de nosotros, nadie nos comprende. No saben cuánto esfuerzo requiere integrar la barra. Para entonar los cantitos, asistimos a clases de solfeo. Para tocar el bombo, estudiamos historia de los instrumentos musicales. Hay que ser muy sutil para distinguir el ¡boommmm! del ¡bumm! y del ¡boing! Para ensayar nuestros graciosos movimientos, aprendemos ballet con Julio Bocca. ¿O era Julio Juniors? Siempre me confundo. Para conseguir las entradas y las bebidas refrescantes sin alcohol ni querosén, trabajamos día y noche, afanosamente, afanadamente, afanantemente y lo que no afanamos lo mangueamos con decoro y dignidad.

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Y hasta aprendimos a escribir. ¡Pensar que odiábamos tanto el pizarrón y ahora comprendemos que era para nuestro bien! Sin aquellos duros días escolares no hubiéramos podido embellecer las paredes, las calles y los monumentos, con leyendas pintorescas como: HAGUANTE EL WANDUBIO OFENSOR, AVAJO LOS GAYINA, CORRAN MILIKO. Todo con caligrafía gótica y una leve y elegante inclinación. Aplicados monjes copistas de la antigüedad medieval, eso parecemos. ¡Y la puntería que tenemos! No hay vidrio que se nos escape. Y por cada uno que logramos derribar, nos llevamos un recuerdito de la vidriera, que conservamos con cariño hasta venderlo en la feria del domingo siguiente. ¡Y qué veloces somos! ¡Cuántas correteadas alrededor del estadio! Corriendo valientemente detrás de los malos, o disparando valientemente delante de ellos, hemos batido nuestros propios records. Todo sea por defender el reluciente pabellón que a nuestro corazón tanto hace golpetear en el profundo pecho, especialmente después de pegar semejantes carreritas. Nunca permitiremos que las manos asquerosas de los eternos adversarios posen las mugrientas y malolientes yemas de sus pulgares sobre nuestra bandera inmaculada, o excepcionalmente maculada por las palomas. Sí, sí, somos muy vivos y por ese camino llegaremos un día a ser personas de bien, útiles para la sociedad, amados por el pueblo, modelo para los niños. Porque la paz se construye con las actitudes de cada día.

Gonzalo Gutiérrez Rodríguez, 15 años, Montevideo

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El nido de hornero El pequeño Marcos caminaba con la vista al frente, lleno de expectativas hacia lo que seguía. Le entraba por los orificios nasales el aire helado de aquella mañana. El frío crepuscular había congelado el pasto, dejando el rastro de rocío blanquecino recorriendo todo el verde hasta el alambrado, donde luego se extendía pocos metros, un tajamar. El niño llevaba apoyada al hombro, su cinco y medio; muy pesada para su pequeñez. El caño tenía un tacto frío; helado, de hecho. Por eso trataba de no tocarlo más que para cargar. Los rayos de sol que asomaban por encima de los cerros a la distancia, aunque no eran muy numerosos ni muy fuertes a esa hora de la mañana, le molestaban al avanzar y lo obligaban a entrecerrar los ojos. Casi llegando al alambrado, se levantó de entre los pastizales una liebre, que estaría pastando tranquilamente antes de oír los pasos de las botas de goma. Marcos disparó uno de sus chumbitos sin acertar, aunque también sin apuntar. No esperaba poder darle, pero por lo menos si lo intentaba y algún día le daba a alguna, sentiría una gran satisfacción. Comenzó a bordear el alambrado en busca de alguna perdiz al pío y no muy arisca. Estaba dispuesto a tirarle a cualquier cosa que se le cruzara. A unos pasos de donde se encontraba, se levantó una bandada de cotorritas de bañado, las cuales se alejaron exhibiendo sus vivos colores. Estaban tan juntas y eran tantas, que si tiraba un chumbazo al medio de la bandada, bajaría una al aire. Pero tarde se le ocurrió; ya se habían alejado demasiado. La próxima vez que las viera, lo haría. En uno de los postes y contra el alambre, había un nido de hornero que parecía muy reciente, pues conservaba una perfecta forma circular sin ningún rasguño. Marcos sabía que podría tener pichones, así como huevos. Y sin razón alguna, ya que de ellos nada podría aprovechar, metió la mano dentro del hueco que tenía como entrada y salida, esperando encontrarse con algo de lo que imaginaba. Primero recorrió con la mano la curva hacia adentro, teniendo bajo los dedos el tacto de las paredes barrosas de la estructura. Al final, tocó algo tibio que no se parecía ni a un huevo ni a la piel de un pichón. De inmediato se acordó de una de las advertencias de su padre y de inmediato sacó la mano. Pero no llegó a alejarse. Antes de siquiera dar un paso, los colmillos de una cascabel que había trepado al nido y había acabado por comerse los pequeños horneros que allí se hallaban, le perforaron la garganta casi sin darse cuenta. Marcos cayó de espalda y se quedó allí, sabiendo lo que le iba a suceder por su tontería sin razón. Una lágrima corrió por su mejilla, sabiendo lo que sería la reacción de sus padres y lamentándose por haber salido esa mañana. Su mente se llenó de angustia en ese momento. Apretó fuerte el caño de la chumbera al hallarlo a su lado. Ya no sentía lo helado de su metal. Miró hacia el cielo; el anaranjado del amanecer que salía detrás de las nubes rojizas fue lo último que pudo ver al cesar su respirar. Celeste Cabrera O´Neill, 14 años, Maldonado

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El ocaso Me acerqué hacia ella e inmediatamente todo se volvió oscuridad, no veía absolutamente nada, estaba cegado totalmente, mi conciencia palpitaba una gran confusión; pero sabía lo que quería… llegar hasta ella, pero no lograba alcanzarla. Poco a poco comienzo a retomar la conciencia y la visión. Observo mucha gente contemplando a una persona con temor y tristeza. Me acerco hacia la persona que se encuentra tirada en el suelo, había gente alrededor de él. Lo mejor de todo, era que entre la multitud que se encontraba llorando estaba ella, mi sueño de amor. Me acerco despacio, tímidamente llego hasta su lado y la llamo, pero ella no contesta. Yo estaba mal al verla llorar por esa persona que se encontraba en el suelo boca abajo, y no sabía quién era. Le toco el hombro y no obtengo de ella respuesta, todavía no sé porqué me ignora. Capaz que estoy siendo muy atrevido por querer intentar hablarle en este momento tan difícil, pero no tengo otra opción. Insisto nuevamente, pero nada pasa, me acerco a otra persona y tampoco me responde; es como que no estuviera y fuera una conciencia de alguna persona, nada más. Miro a mi alrededor y pienso; ¡Estoy solo!, nadie me habla, ni siquiera me miran, siento que es triste la escena, pero no veo motivo para que se me ignore. Todos se alejan de la persona, incluyendo ella, llega una ambulancia, me acerco a la persona y veo que lo levantan del suelo y… ¡ por fin vi su rostro! Lo contemplo por un momento, se me empañan los ojos y siento correr por mi mejilla una lágrima. Ahora me doy cuenta el motivo de tristeza y el porqué se me ignoraba. La melancolía se esparció por el cielo, tornándolo de gris perla, inmediatamente comenzó a llover, empecé a caminar solo y sin rumbo. Siento que lentamente todo se apaga como en el momento en el que me acerqué a ella; respiro profundo, cierro los ojos, ahora me encuentro en otro lugar.

Axel Almirón, 16 años, Montevideo

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La última presa Era una noche de intensa calma, llegando al punto de ser desoladora, donde, en un pueblo rural de alguna parte del mundo, habitaba el último ser humano con vida del planeta Tierra, su vida era aburrida, rutinaria, vaga. Al tener totales libertades, al no tener control ni matices sociales los cuales seguir, al no tener a nadie con quien platicar, su existencia prontamente se encontró sin sentido. Este hombre ya no encontraba placer en realizar todos sus antojos, en hacer todo lo que quería, ya que no tenía a nadie con quien compartir su... ¿Dicha? Un día, cansado de su desdichada bendición, el hombre comenzó a rezar a Dios, a Alá, y a todas las deidades que pudo llegar a recordar, a las que nunca había prestado atención alguna, hasta al Diablo le pidió ayuda, llegando a ofrecer su vida, para obtener alguna compañía... Para que si alguna de esas poderosas entidades llegara a existir, que se apiadasen de él y le enviaran a alguien que le dé sentido a su existencia, alguien que lo saque de su rutina, alguien que no siga patrones, en fin... Alguien... Llegadas las altas horas de la noche, sin nada ya que hacer, el hombre muy lentamente se dirigió hacia su dormitorio, dejando todas sus puertas entreabiertas, ya que, al no existir nadie más que él, este hombre llegó a perder la necesidad básica de protección que todos tenemos, la privacidad. Pasadas varias horas, justo antes de conciliar el tan ansiado sueño, el hombre sintió un pequeño y algo molesto ruido, que provenía desde afuera de su habitación.. “Bah... Debe haber sido el viento, debo cerrar la ventana..” -Se dijo a sí mismo. A pasos obligados, el hombre se acercaba sin temor a cerrar los ojos de su casa, aquel gran y hermoso ventanal que tanto le llegó a gustar... De muerte fue su sorpresa, al ver una esquelética mano, blanca como la nieve, que con un muy demacrado dedo, lo señalaba... Mano que prontamente lo tomó por el cuello, y lo elevó por los aires, ahorcándolo. La Mano Blanca por fin pudo lograr cumplir con su cometido, había podido encontrar... A su Última Presa..

Santiago Garo Avero, 17 años, Montevideo

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Error Esta historia no es una historia común. Si lo fuera comenzaría por el principio. Pero en cambio, esta historia empieza con un final. Ahí estaba yo, a punto de ver el trabajo de mi vida desmoronándose, viendo a la gente que más quería y anhelaba, yéndose sin dar vuelta atrás. Y yo, ya perdido en mis propios pensamientos, no sabía qué hacer para afrontar mis errores e intentar arreglar el gran error, pero GRAN ERROR, que había cometido. Cruzando el gran telón rojo, veía cómo el Director, la encargada de iluminación y hasta la maquilladora, me observaban decepcionados. Yo, sinceramente no los culpaba. Me merecía eso y mucho más. Desde niño aprendí que todos, pero todos, cometemos errores. Es seguro lo que nos une más como especie humana. Pero el cometer el mismo error más de dos veces, eso sí que es cuestionable. Y eso es lo que me pasó. No puedo excusarme en que errores cometemos todos, porque mi error ya lo había cometido antes y no aprendí. Esto es lo que me hace imperdonable a mí mismo: mi acción. Perdido y desorientado, me coloqué una capucha para intentar esconder mi asquerosa cara que ya no tenía derecho a ser vista por los demás, y salí del establecimiento con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Reflexionando sobre mis actos, tomé el primer ómnibus que encontré y busqué un asiento al lado de la ventanilla. Yo sostenía un pensamiento: siempre pensé que la ventanilla de un bus es el mejor maestro de filosofía del mundo. Sin destino, dejé que marchara y no hice más que observar la gente en los autos, en las veredas, en las ventanas y me puse a reflexionar acerca de lo que podían estar pensando cada una de ellas, en los miles de problemas y en los errores que podrían haber cometido... y en la falta de comunicación que habría entre ellas... Tal vez no me explico bien. Después de viajar horas y ver gente que seguramente ignoraba lo que en su entorno sucedía, después de ver mendigos durmiendo en la calle, luego de apreciar tanta variedad de personas con formas de pensar tan dispares, viviendo en mundos completamente aislados, con sus propias respuestas a las interrogantes que yo me planteaba y también otros que simplemente ignoraban tantas cosas. ¡Ay!, suspiro,¡Cómo me gustaría ser ese tipo de persona! Y no estar todo el tiempo pensando y observando. ¡Ay! ¡Qué bueno sería! Por algo la ignorancia y la felicidad van tomadas siempre de la mano. Creo que ya me estoy yendo por las ramas. Mi error es el motivo que los cita a ustedes en este cuento y lo que me citó a mi para escribirlo. El ómnibus termina su trayecto y yo el mío. Aquí, junto a un puente me despido y espero que nunca cometan un error tan grande como el mío.

Sebastián Silva, 16 años, Canelones

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¿Será un robo? Un día común y corriente, estaba sentado en el sofá de mi casa, muy relajado y tranquilo, comiendo unas pizzas con muzarella ¡muy ricas! para lo normal... Totalmente concentrado en la película, siendo las 22:00 hs de la noche, escuché ruidos al lado de mi casa. Como si estuviese ocurriendo un robo en la casa de mi vecina. Intrigado por los ruidos, corrí a la casa de mi vecina, pero, apenas llegando a la puerta de mi casa, me di cuenta que mamá se había llevado las llaves para el trabajo y me había dejado trancado. Pensé que si en verdad estaba ocurriendo un robo tenía que salvar a mi vecina, la cual era muy egoísta, pero mamá me había dicho que: “No importa cómo son las personas, pero nosotros tenemos que marcar la diferencia y ayudar”. Motivado por la frase, me dije a mí mismo: -¡Tiraré la puerta y salvaré a mi vecina! Tomé distancia del sofá y corrí hacia la puerta... pero... ¡Bom! no logré tirarla, solo logré enderezarme la nariz, lo cual fue bueno, porque la tenía torcida. Volví a intentarlo y esa vez sí la tiré. Salí corriendo hacia la puerta de mi vecina y toqué timbre... esperé, pero no se oyó nada, volví a tocar y luego de esperar unos cinco minutos, me abrió la puerta una señora de edad avanzada, gorda, con lentes redondos de color rojo y con un libro en la mano, se llamaba: «El que no avanza, no retrocede». Apenas me vio, me dijo: -Hola niño, ¿Qué quieres?, ¡si quieres tu pelota, entra y ve al fondo, en el patio está! Yo la miré y le respondí: - Amm... no, no venía a buscar la pelota si no a preguntarle: - usted, ¿no escuchó ruidos por acá?, ¿en esta zona? Y me dijo: -¡No!, yo no escuché nada, solo estaba escuchando unos discos viejos de mi padre, que me dejó. Y le dije: -Oh... bueno, siendo así... a propósito ¿puedo ir a buscar mi pelota? Y me respondió: -Sí, sí niño malcriado ¡qué son estas horas de andar molestando a una persona mayor! Entonces entré, seguí el pasillo que me llevaba al patio y justo en ese momento me encontré con su gata peluda, se llamaba Keit, la esquivé y llegué a la puerta, la abrí y cuando estaba en el patio encontré mi pelota. Pero cuando la agarré, había una nota pegada al balón que decía: «1.95 x 0.85 metros» De pronto, sentí unos movimientos detrás de los arbustos de la casa y pensé: -Aaah... serán los ladrones, ¡están escapando!. Entonces me armé de valentía y salté los arbustos y grité: -¡Alto ahí, ladrones! ¡Manos arriba!... llamaré a la... Y lo que encontré eran dos gatitos jugando, serían los hijitos de Keit. Me sentí muy decepcionado al ver que no podía saber qué era lo que ocurría. Entonces, agarré mi pelota, guardé la nota en el bolsillo de mi pantalón y salí del patio. Llegué a donde estaba la señora Betti, me despedí y me fui. Llegué a casa, entré, le tiré mi pelota a mi perro Bolfi y me senté en el sofá a pensar. Leía la nota una y otra vez, pero no comprendía qué quería decir esa nota. Lo único que pensaba que podía ser un robo que se pudiera cometer en la casa de la señora Betti y creo que sería lo más probable, porque Betti había heredado mucho dinero y objetos valiosos de su padre, cuando murió, y ella los tenía todos guardados en un cofre con candado.

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Lo sabía porque ella me había mostrado lo que tenía, parte de esos objetos eran de oro y plata, entre otros metales preciosos. Miré el reloj y eran las 23:59 hs. Me apresuré a bañarme y a tender mi cama para dormir, ya que mamá iba a llegar en un par de minutos. Cuando apenas toqué la lámpara para que se apagara la luz, sentí el auto de mamá entrando en el garage. Luego mamá abrió la puerta, dejó sus llaves en la mesa y se dirigió a mi cuarto, se acercó a mi cama, me agarró la cabeza, me dio un beso y me dijo: -Que descanses, hijo mío. Se fue despacito, pero antes de que se fuese la llamé y le dije: -¡Mamá, mamá! y ella respondió: -¿Qué? y le dije: -Hoy me pareció que casi roban en la casa de Betti, ¡en serio! y ella me miró y respondió: -No hijo, no robaron, si hubiesen robado ya estaría en las noticias de último momento. Y le respondí: -Mamá, es en serio, por favor creé en mí. Respondió: -¿Estuviste viendo de nuevo esa película que trataba de robos? Y le respondí: -No... Eh, bueno... Sí la vi, pero no tiene nada que ver. Me miró enojada y respondió: -Ezequiel, ya sabes que tu imaginación no tiene límites... así que duérmete y mañana te llamo para desayunar. ¡Que descanses! Sabiendo que ese tema lo tendría que enfrentar solo, se durmió y dijo: -mañana haré un plan para poder salvar a la señora Betti de un robo, no dejaré que nada malo le pase. A la mañana se levantó, desayunó y se fue a su cuarto. Agarró una cartulina, la colocó sobre el suelo, tomó sus marcadores y se puso a dibujar todos los pasos que tendría que seguir para no caer en manos de los ladrones. En la tarde, cuando su madre se fue al trabajo, Ezequiel volvió a su papel de espía, saltó el muro y cayó dentro del patio de la señora Betti. Se escondió detrás de unos arbustos, donde podía estar protegido del peligro y revisó su mochila para ver si había traído su arma de juguete, la cual parecía real. A la medianoche escuché pasos y ruidos en el patio, supe que eran los ladrones, miré por un lugar libre de los arbustos y vi que eran dos hombres altos, vestidos con negro, encapuchados y con una mochila como las de camping. Luego, comenzaron a dialogar entre ellos y Ezequiel enseguida prendió su grabadora, grabó toda la conversación y escuchó que decían cómo podían hacer para abrir la puerta, ya que estaba cerrada, también mencionaron las medidas de la nota misteriosa. Ezequiel entendió de donde salían las medidas de la nota, eran de la puerta del patio de la señora Betti. Luego de intentar abrir la puerta varias veces, lograron abrirla, cuando los ladrones entraron dentro de la casa y no se oían rastros, intenté llegar a la puerta para ver si veía algo, apenas me acerqué y venían los ladrones para el patio. Corrí hacia los arbustos y me escondí, por suerte no llegaron a verme. Salieron hacia el patio y dejaron una bolsa con cosas adentro, no sabía qué era lo que había en la bolsa, pero algo si tenía claro: era un robo. Enseguida que volvieron para la casa me acerqué a la puerta, me fijé que no estuviesen cerca y entré, muerto de miedo, pero entré.

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Luego de estar dentro de la casa me dirigí a la habitación de la señora Betti, me fijé si estaba, pero no estaba, seguro estaba en la casa de una amiga, ya que era sábado. Solo éramos yo y esos dos ladrones dentro de la casa. Llegué al baño, y por la puerta entreabierta pude ver que estaban cortando el candado con una sierra. Después, empezaron a sacar relojes, diamantes y dinero, el ladrón le dice al otro: -Hey, ¿dónde está la bolsa en la cual teníamos que guardar estos objetos? -No lo sé, ¿acaso yo tengo que saberlo todo? Respondió. -(enojado) dijo: ¡ve afuera y fíjate si está ahí! -¡Está bien, iré! Se fue para afuera y no dio un paso al patio y gritó: -¡Ahhhaaa! Andy ¿qué es esto? Andy salió corriendo y le dijo: -Es solo un pobre gato ¿a esto le tienes miedo?, por un momento pensé que era la policía, tonto. -¡No!, no es que le tenga miedo, es que soy alérgico a esta especie de ¡felinos peludos! Viendo Ezequiel cómo estaban entretenidos con la conversación, salió del baño y corrió al living, abrió su mochila y guardó todos los objetos que estaban sobre la alfombra, cerró la mochila y se fue corriendo para la cocina, se escondió bajo la mesa que tenía un mantel que llegaba hasta el piso, y observaba en vez de cuando para ver si se podía escapar. Cuando los ladrones volvieron para el living se quedaron con la boca abierta y se dieron cuenta que no estaban solos en la casa. Se pusieron a buscar en toda la casa para ver si encontraban alguna pista, pero no encontraban nada. En ese momento, Ezequiel aprovechó para salir de la casa, cuando vio despejado el corredor, se fue despacito sin hacer ruido hasta llegar a la puerta, la cerró y ató una cuerda en el pestillo hasta un gancho que había en la pared. Así no tendrían forma de escapar y se quedarían ahí adentro hasta que llegara la policía. Inmediatamente llamó al 911 y le dijeron que enseguida iban para ahí. En menos de diez minutos se sentían las sirenas de que estaban llegando los policías. Llegaron, se estacionaron rodeando la casa, salieron de sus autos, armados, y entraron por la puerta principal. Mientras, Ezequiel llamó a su mamá y le avisó de lo que había ocurrido. Llegó asustada y le preguntó si estaba bien, él le respondió que sí y su madre le pidió perdón por no haberle creído. Luego, salieron los policías con los ladrones, los metieron dentro de una patrulla y se los llevaron para la comisaría. Después se le acercó el Jefe de Policía y le dijo que ya hacían cuatro años que los estaban buscando y no podían atraparlos -y ahora tú los atrapaste, y te queremos dar las gracias si nos permites, con un cheque de un millón de dólares, y además si te gustaría capacitarte, te daremos una beca gratis por un año para especializarte como policía. Ezequiel, muy sorprendido, dijo: -claro que sí. El año entrante comenzó sus clases muy feliz y se dijo a sí mismo: -¿Qué otra aventura me esperará?

Priscila Melanie Sosa, 13 años, Lavalleja

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El Duende del sótano Yo estaba asombrada por todo lo que allí se encontraba, había como otro mundo y lo podía usar de refugio durante el día, para jugar con mis muñecas y mi perrito Pipo. Sí, es mi sótano, yo no sabía de su existencia, ni de que mi mamá guardaba cosas en él. Yo pensaba, voy a armar un lindo castillo de cajas, almohadones, telas y espumaplast, voy a ser la reina y mi perrito el príncipe Pipo. -Oh! ¿Quién eres tú? -Dije muy asustada. Yo soy el Duende del sótano, ¿Puedo jugar contigo?, ¡Puedo ser un gran mosquetero! -Me dijo-Em. Creo que sí -exclamé con una voz temblorosa-. Esa criatura era más chiquita que yo, que tengo siete años, y tenía las orejas en punta, vestía una ropa particular, la mitad derecha era roja y la mitad izquierda era verde, con pompones en la punta de los zapatos. Él dijo, con una voz aguda- : ¡Genial! seremos grandes amigos. Cuando supe que el duende solo quería una amiga, ya no tuve miedo, pero ¿mi mamá sabía del duende? -¿Quién más sabe de ti? -Le dije al duendecillo. -Mmm… Solo tú – susurró el duende. -Yo le dije -¿Por qué solo yo, y no le cuentas a mi mamá que estás aquí? -¡No! -Gritó el Duende- No puedes decirle a nadie, ¡No! -Repitió. -Está bien, pero ¿Hay aquí más amigos de tu especie? Pregunté. -No, solo yo, y no sé cómo volver a mi mundo. Una noche vinimos todos los duendes por un portal mágico, y yo me distraje y cuando quise acordar, ya todos se habían ido, y desde entonces estoy aquí- Me contó el duende, muy triste. Yo le comenté: -Tal vez yo pueda ayudarte. -No creo- Me respondió. -¿Por qué no? Yo sé algo que tú no sabes, todo se puede, si crees en ti mismo. -Le dije al Duende-Pero, ¿cómo puedes ayudarme tú, por más que yo crea en mí? Refunfuñó el duende. -¿Recuerdas algo de tu Hogar?-le pregunté. -Sí, sé que había una olla de oro, junto a un montón de colores agrupados, al cual los humanos llaman arcoiris. Relató. Yo le dije -Ah! ¡Un arcoiris, claro! Mi mamá me ha contado cuentos, y para llegar a tu mundo necesitamos que llueva y que salga el sol al mismo tiempo, y deslizarnos por el arcoiris hasta la olla de oro. ¿Entiendes? ¡Sí, andando! Oye ¿y cómo hacemos que llueva y que salga el sol al mismo tiempo?- Me preguntó. -Ja ja ja, eso no lo puedes hacer tú, tienes que esperar a que ocurra ¿pero? Tal vez podamos crear uno ¡Acompáñame! Le dije, muy entusiasmada.

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Saliendo del sótano al patio trasero de mi casa, le pregunté algo que era lo principal y que no le había dicho: ¿Cuál es tu nombre? -Splinky ¿Y tú?- Exclamó. -Nicol. Y seguimos caminando, al llegar al patio, tomé la manguera e hice una lluvia con el sol en su punto más alto y ahí estaba ¡El Arcoiris! Pero, ¿cómo subiríamos? Tomé mi cama elástica, y saltamos y saltamos, pero no llegábamos. Traté de enlazar el arcoiris con el cordón de mi zapato, pero no pude. Ya estaba llegando la hora del almuerzo, y no lográbamos subir, en el patio se estaba haciendo un charco de lodo gigante y tuve que cerrar el agua. -Lo siento Splinky, pero creo que tenías razón, no puedo ayudarte- Le dije, dándole la razón a su pensamiento anterior. Y él me animó, diciéndome -Sabes qué... Tal vez no podré volver a mi casa, pero descubrí que ya tengo un hogar, y es aquí, además, he ganado una amiga maravillosa… -¿Y quién es?- le pregunté -¡Eres tú! ja ja ja… nadie había sido tan amable antes, y así podremos jugar juntos por siempre, en nuestro castillo del Sótano.

Melanie Salvo, 13 años, Canelones

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Brisas de Otoño El cuidador se sentó en uno de los bancos de la plaza, cansado de tanto trabajar. A sus pies un manto de hojas secas se arremolinaba y amenazaban con separarse de ese manto uniforme, que él hacía más de una hora había intentado formar. Movió su larga cabellera oscura y se la ató en la nuca con una gomita. Una brisa de viento le golpeó el rostro de forma abrupta e hizo que éste levantase la mirada, que estaba posada en el suelo. Al otro lado del camino estaba ella. Era, según él, la mujer más impresionante que jamás hubiese visto… impresionante sí, pero atemorizante. Con el pelo despeinado y la vista en el cielo, la mujer se le fue acercando. Parecía no haberse percatado de la presencia de una segunda persona en la plaza y exhalaba pequeñas nubes de vapor. Mientras se acercaba, el cuidador la pudo observar mejor, tenía la piel clara, muy clara y parecía que brillase con los reflejos del sol otoñal, sus ojos color caramelo resplandecían de entusiasmo, mientras ésta observaba el cielo. Sus labios, por otra parte, eran claros y parecían estar hechos de plástico… todo eso, más sus pómulos elevados y rojizos le daban una apariencia casi aniñada; pero su cuerpo y sus curvas despertaban el deseo en los hombres. Terminó su recorrido por la plaza y se paró frente al cuidador, meneándose suavemente, como si fuera parte del viento. Ella bajó su mirada y lo observó, esbozando una sonrisa cálida. Él se sonrojó ante la mirada penetrante de la mujer y prefirió no sostenerle la vista, así que se entretuvo estudiando su vestimenta: ésta llevaba un saco marrón que le llegaba hasta las rodillas, pero no tenía más ropa que ésa. Sus pies descalzos parecían haber sido tallados a mano y resultaban excitantes sobre el manto de hojas marrones y amarillas que los árboles habían dejado caer. Sus piernas largas y con la piel suave y perfecta hicieron que el cuidador agarrara con fuerza los extremos del banco de plaza donde todavía permanecía sentado. Y Ella habló. No fue más que un suspiro en el cual pronunció el nombre de él. Pero fue inquietante y extrañamente familiar La voz de la mujer hizo que los pensamientos del cuidador despertaran y su cerebro saliera del trance en el cual ella lo había metido. Esa voz ya la había escuchado. Ya había visto la articulación de los labios de Ella al pronunciar su nombre… ya había sentido flotar desde el fondo de su alma esa sensación de felicidad y tristeza que esas palabras le causaban. La mujer le tomó la mano y se la acarició suavemente. El cuidador disfrutó del contacto y la miró a los ojos. Ella le soltó la mano y se alejó de él desprendiéndose el saco de a poco. La respiración del cuidador se agitó y se paró abruptamente al entender las intenciones de la mujer. Observó sus movimientos suaves al desprenderse el saco y una sensación de calor le fue tomando el cuerpo de a poco, y se dejó arrastrar por esa sensación que le daba ganas de llorar y reír al mismo tiempo.

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Ella se terminó de desprender el saco, y sonriendo dejó que se le deslizara con suavidad por su espalda. Su cuerpo hermoso y desnudo causó instantáneamente la felicidad en él. Porque ese cuerpo ya lo conocía… Intentó decirle algo a su amada, pero las lágrimas que caían de sus ojos no dejaban que respirase, y menos articular ningún sonido. Intentó preguntarle porqué lo había dejado y porqué había vuelto así, diferente a como era antes, pero raramente igual. Ella negó con la cabeza, y desde los costados de su cuerpo dos alas se desplegaron y se enseñaron con toda su majestuosidad. Eran alas otoñales, parecían hechas con hojas de árboles y eran de sus mismos colores. Las alas salían de la espalda de su amada, así, convirtiéndola en un ser fuera de lo común, un ser hermoso y fantástico y él pudo entender qué tan lejos estaba de ella. Sus piernas no aguantaron y cayó de rodillas sobre el manto de hojas. Se tapó la cara con las manos y dejó que el llanto lo alcanzase. Su amada se agachó a su lado y lo observó con una mirada triste en su rostro y extendió sus brazos para que él encontrara el apoyo que no tenía en ella, como tantas otras veces lo había hecho. El cuidador se entregó a sus brazos besándole con desenfrenado frenesí las manos y deseando que ese momento nunca terminara. Se separó de sus brazos y la observó acariciando su rostro con sus dedos. Ella cerró los ojos frente al contacto y él sonrió y soltó una risita tonta. Suavemente se acercó a ella con extremo cuidado y la abrazó, apretándola fuertemente contra su pecho y besándola… besándola y saboreando su aroma y dejando que el gusto salado de las lágrimas que salían de los ojos de ella tocaran sus labios, marcándolos de por vida. Una nueva brisa golpeó el rostro del cuidador y al abrir los ojos observó como su amada se encendía y desaparecía entre el movimiento de las hojas marchitas. Él observó con ternura el lugar donde ella había estado, se levantó temblando de pies a cabeza y se fue caminando por el camino con la cabeza gacha. Dicen que cada otoño él vuelve al mismo lugar, el mismo día y a la misma hora, para encontrarse con su amada. Dicen que pasan largas horas sentados en un lecho de hojas de otoño que él junta para ofrecerle a ella… Dicen que él vivió toda su vida marcado, marcado por el gusto de los labios de ella en los suyos.

Emilia Saibene, 16 años, Montevideo

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Sonrisas falsas y abrazos verdaderos Sonrió, con una sonrisa que no le pertenecía, que no era suya y que se sentía amarga en sus labios. Sonrió, por el simple hecho de no llorar, sonrió para que nadie notara sus ojos colados de lágrimas. Sonrió, porque no quería demostrar lo débil y herida que estaba. Nadie lo notó, nadie se dio cuenta de que quería llorar, llorar hasta que sus ojos se secaran, hasta deshidratarse, hasta ahogarse en sí misma. Excepto él. La miró fijamente, incluso cuando ella ya había dejado de ser el centro de las miradas. La observó mientras borraba la sonrisa de su rostro y el semblante se le volvía serio, la vio poniendo todo de sí para no romper en llanto. Ella lo notó, sus miradas quedaron conectadas durante unos segundos, él comenzó a caminar hacia ella, acortando la distancia entre ellos. No corrieron la mirada ni por un segundo, de los tantos que parecían eternos, requirió mucho esfuerzo para no hacerlo, él, sobre todos los demás, era el que más podría darse cuenta de cuán mal estaba, con solo mirarla a los ojos, él sí notaba cuando su sonrisa no era franca. -Magui...-Susurró una vez que la distancia fue casi nula. Lo dijo con esa voz que lograría calmar a cualquiera, pero que también podía hacer flaquear hasta a los intentos de mantenerse fuerte más férreos. Efectivamente, a ella se le cayó una lágrima. Él, sin soportar verla llorar, la atrajo hacia sí, dándole un abrazo tan contenedor como le era posible, la abrazó como si su vida dependiera de mantenerla firme a su pecho, como si su vida dependiera de la de ella. Magdalena le devolvió el abrazo automáticamente, acercándolo a su cuerpo tanto como le era posible, sintiéndose más segura ahora que se hallaba protegida entre el calor de su cuerpo. Y lloró, lloró todo lo que quería llorar; lloró como si su misión en la vida fuera inundar el mundo y estuviera decidida a cumplirla en una sola noche. Él la abrazó, herido de escuchar sus lamentos, pero mudo, no le pidió que parara, simplemente la apretó con fuerza y eso fue suficiente para que ella fuera completamente consciente de que él estaba ahí para ella, de que no estaba sola.

Valentina Forteza, 14 años, Canelones

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Escribieron este libro: Niños y Niñas: Mateo Bertolio, Cleo Bervejillo, Belén Felipe, Paulina Méndez, Joaquín Rodríguez, Guidaí Rivas Suárez, Milena Camila Álvez, María Emilia Hermida, Miguelina Chagas, Ana Karennina Echevarría, Lucía Rodríguez, Camila Mora, Agustín Tzitzios López, Constanza Cecilia Bossolasco, Yazmín dos Santos, Valentina Álvarez, Ana Belén Almandos Flores, Lautaro Negro Rodríguez, Mateo González Ortiz, Julieta Sambucetti, Carolina Berton, Tatiana Migliani, Juan Nantes Yaniero, Lucía Pietrafesa, Sol Giménez, Joaquín Lima, Santiago Álvarez, Franco Carrasco, Candela Itzcovich, Franco Germán González, José María Machado Alvez, Mauricio Menéndez, Emiliano Techera, Sara Pignanelli, Darío Nasser, Lucía Pereyra, Milton Luciano Silvera, Marcos Santiago González de Oliveira, Antonia Casariego, Sofía Bergos, Fidelia Inés País Martínez, Camila Mendiolo, Fabián Caballero Maier, Melany Pamela Moreira González, Victoria Marroig Rodríguez, León Martínez Velazco, Zaid Díaz, Juan Ignacio Enciso, Blanca Charamelo, Emilia Telesca

Adolescentes: Julio David Pereyra, Paula Fernández, Leandro Pereira, Tamara Acosta, Paula Álvarez, Maite Moreno, Sofía Aristov, Cecilia Piñero, Nicolás Luzardo, Genaro Longo, Fiorella Alvez, Tamara Silva, Raúl Martín Ferrari, Mikaela Castro, José María Muñoz, Celeste Cabrera O´Neill, Melani Agustina López, Lucía Germán, Gonzalo Gutiérrez Rodríguez, Axel Almirón, Santiago Garo Avero, Sebastián Silva, Priscila Melanie Sosa, Melanie Salvo, Emilia Saibene, Valentina Forteza

Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay Montevideo - Uruguay Piedras 482 Tels: 2915 07 12 / 2915 73 17 [email protected] www.inau.gub.uy

Cada uno de estos cuentos vivencia muchas historias. Las que el relato comparte, pero también las historias que revivimos cuando leemos cada una de estas páginas. El cuento nos encuentra como lectores, pero también como creadores de nuevas historias. Al compartir un cuento nos damos permiso para soñar, para recrear juntos esas historias. El relato de un cuento nos abre la oportunidad del diálogo desde la imaginación, el espacio de encuentro entre adultos, niños, niñas y adolescentes en el momento de compartir la lectura, la vivencia, la palabra. Les invitamos a que estos relatos sean parte de sus propuestas educativas, como material de clases, en momentos de recreación, en los instantes de reflexión, en el espacio familiar, para que podamos aportar a una sociedad más justa, más solidaria, y más abierta a sentir las voces que menos escuchamos. Directorio del INAU