Lenguaje Vulgar de Chile

DE LA RIQUEZA, PROPIEDAD Y ADECUACIÓN DEL HABLA VULGAR EN CHILE (o De por qué chuchas decimos tantas chuchadas) Por Emil

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DE LA RIQUEZA, PROPIEDAD Y ADECUACIÓN DEL HABLA VULGAR EN CHILE (o De por qué chuchas decimos tantas chuchadas) Por Emilio Rivano Fischer*

E

l lenguaje obsceno es medular en el habla chilena. Hay una riqueza expresiva en modalidad vulgar notable a primera vista, tanto en frecuencia como en variedad. Esto contrasta con una gran pobreza expresiva en modalidad formal. También se contrapone lo asertivo, franco y directo del habla vulgar con lo atenuado, insincero y oblicuo del habla chilena formal. Las primeras conclusiones son obvias: la realidad es abundantemente vulgar y obscena, ergo, el lenguaje del lugar es abundantemente vulgar y obsceno. Son de fácil recolección los hechos que nos hablan a diario de una realidad grosera, agresiva, abusadora, injusta, desmedida, desfrenada, obscena, insultante, humillante. Allí está también la terminología y fraseología hecha a la medida para estas condiciones: los garabatos, las vulgaridades, las obscenidades, las groserías, los insultos. Dicho en chileno inteligible, las chuchadas del lenguaje son un reflejo de la cagada social. No es la conclusión a la que llegan nuestros humanistas (curas, predicadores, intelectuales, académicos, políticos, charlatanes, profesores, administradores culturales, “trabajadores de la palabra”). Ellos rechazan esta riqueza expresiva, ofuscación que equivale a reaccionar contra cualquier terminología adecuada, detallada y especializada, como la de un cirujano del tórax, la de un ingeniero experto en puentes, la de un diseñador gráfico, etcétera. Equivale también a enfadarse con la fiebre de un niño, los estornudos de un agripado, la incesante tos de la población contaminada. Su reacción es parte de un mecanismo que reproduce la condición de obscenidad real en Chile. Los humanistas suponen que falta educación, asunto que, curiosamente, es su fuente de trabajo y que, no tan curiosamente, nunca ha logrado nada y siempre “sigue faltando”. Llevamos siglos de alienación humanista en Chile. Todos comulgan con este alienante proyecto espiritual para el país, engaño que ejecuta un milagro nada de insignificante: hacer que la gente mire en cualquier dirección, menos la correcta. Una serie de falacias se inyectan desde estas buenas intenciones de los humanistas de turno y las montañas de programas, proyectos y reformas que han consumido y consumen mucho tiempo y megafonía, y buena parte del

En el mundo académico, ¿no abundan los pobres huevones, los flojos de mierda, los huevones tontos, los lameculos, los maricones, los hinchahuevas? ¿No hablan puras huevadas, no engrupen a los estudiantes? nicación se elimina su causa o sustrato ambiental, que es la obscenidad social en que vivimos. Una tercera falacia supone que podemos intervenir, corregir, dirigir el lenguaje humano, que es como intentar que los gatos ladren, que los pájaros dejen de trinar o que los cerdos no chillen cuando se los sacrifica. Todo lo anterior se orquesta en la Gran Falacia del Humanismo en Chile: la Educación. Lejos de pertenecer a ámbitos como el del hampa, el carcelario, el callejero popular, el de “gente baja”, el lenguaje vulgar nombra con propiedad rasgos de la sociedad chilena en todas sus dimensiones, estratos y funcionamientos.

Las chuchadas del lenguaje chileno son un reflejo de la cagada social. Presupuesto Nacional. Una es creer que la obscenidad está en el lenguaje y es eso que está en el lenguaje, de modo que eliminándola de allí (prohibiéndola, corrigiéndola, reprogramando a los niños, ocultándola, marginándola, borrándola) se elimina lo obsceno de la sociedad. Otra es pensar que atacando los síntomas de lo vulgar y obsceno en la comu-

Cala fiel el mundo de la política, el de nuestras cortes de justicia, el de los negocios, el mundo académico y de las universidades, el de la educación, nuestra burocracia, nuestros servicios de salud y otros servicios sociales e instituciones. En mi larga experiencia en ámbitos académicos, por ejemplo, ¿cómo nombrar los personajes, condiciones, situaciones,

sabía usted que: … La pana de De Gavardo es una pena.

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procedimientos, hábitos, actitudes y manejos que me ha tocado vivir y confrontar? La fauna local hervía en especies. La taxonomía popular, si bien magistral e insuperable, no es ningún Shakespeare. ¿No estaban allí los pobres huevones, los pelusas, los cabezas de chancho, los flojos de mierda, los huevones tontos, los tontos inútiles, los tontos útiles, los buitres, los jotes, las ratas, los chanchos, los zánganos, los güiñas, las mosquitas muertas, los pungas, los lanzas, los cogoteros, los barsa, los carrileros, los grupientos, los farsantes, los pomadientos, los chanta, los cargantes, las viejas metetes, los viejos verdes, los caras de raja, los lameculos, los maricones, los hinchahuevas? ¿No hablaban puras huevadas, no engrupían a los estudiantes, no se mandaban las partes, no chamullaban, no cagüineaban todo el día, no aserruchaban el piso, no arrastraban el poncho, no sacaban la vuelta, no se tiraban las huevas, no se cagaban enteros, no se iban a la cochiguagua, no estaban al cateo de la laucha, no se tiraban al dulce, no se hacían los huevones, no morían piola, no se creían la raja, no la cagaban y volvían a cagarla? ¿No era ese un despelote descomunal, la escoba, la zorra misma, un permanente

chanchullo, pose y farsantería, cuática y mariconada tras mariconada? La lista no termina. Sigue indefinidamente en impredecibles y creativas caracterizaciones. Se extrae de un recurso inagotable que sirve para proyectar, examinar y manejar el mundo, en este caso, el miserable mundo académico. ¿Qué mejores términos para reflejar esa insultante realidad? Muchísimo más adecuados que la nomenclatura inerte del profesor poco productivo (por negado), del decano distraído (por incompetente), de la asociación extra-académica (por mafiosa), de la coacción injusta (por ilegal), del rector equivocado (por corrupto). Si esto es así para la academia, esfera supuestamente elevada y refinada de la sociedad, ¿qué podemos esperar para los otros ámbitos? De hecho, la pregunta está mal planteada: el mundillo académico no es más ni menos vulgar y obsceno que el mundo de la prostitución, que el del crimen organizado, que el político, que el de la administración pública, que el empresarial y el financiero y que todos los otros mundillos en Chile. ¿Ha tenido el lector alguna experiencia con la Justicia Chilena? ¿Ha escuchado decir o le ha tocado concluir que “la Justicia funciona como las huevas”, que “el sistema judicial chileno vale hongo”, que “la Corte Suprema está cagada por dentro”? Nuestra realidad puede expresarse en terminología y fraseología vulgar sin falta a la propiedad, sin problema de adecuación o fidelidad alguno. Más bien lo contrario: ese lenguaje la articula virtuosa y honestamente. Lo hace en forma creativa y al punto como ningún otro. Ningún extranjero que quiera conocer a Chile y a su gente puede darse el lujo de ignorar esta nomenclatura de lo obsceno, de lo grosero, de lo vulgar, de lo chabacano; de hacerlo, simplemente no ha entendido nada. Recién comienza la comunicación profunda entre chilenos cuando soltamos nuestros garabatos. Somos expertos en obscenidades y vulgaridades. Es la terminología técnica para nuestra realidad social. Así como el zapatero nombra las partes del zapato, tipos de cuero, de pegado, de cocido y mucho más que concierne a su arte y oficio, así como el carpintero en el suyo, y todo otro especialista, así también el chileno es experto en terminología de lo obsceno, de lo vulgar, de lo grosero -los elementos que fabrican la sociedad en la que debe sobrevivir. Ese hecho, que el lenguaje vulgar y obsceno sea la expresión articulada de nuestra habla debe integrarse abiertamente a la discusión sobre esta sociedad en la que vivimos y los tipos de seres que somos. *Doctor en lingüística, ha sido académico e investigador en las universidades de Lund, Berkeley y Concepción. Ha publicado una veintena de libros; el último es “Chileno Obsceno”, diccionario de la lengua vulgar de Chile (Bravo y Allende Editores, 2009). 27

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