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ARNOLD TOYNBEE LA VIDA DESPUES DE LA MUERTE

Primera parte EL INTERES DEL HOMBRE EN LA VIDA DESPUES DE LA MUERTE Conceptos de lo ultra terreno. La muerte es el precio que paga la vida por el incremento de la complejidad estructural de un organismo viviente. La investigación biológica ha demostrado que aun los organismos vivientes más simples alcanzan un grado de complejidad que suscita el asombro del lego. Las especies relativamente simples, sin embargo, se perpetúan sin que medie la muerte o una nueva progenie; en cambio, periódicamente se dividen en especímenes separados que más tarde se dividir n a su vez. Pero la vida no ha alcanzado grados de mayor complejidad sin tener que descartar a cada espécimen de las especies más altas y reemplazarlo por otro,-producto del comercio sexual y la procreación. Todo espécimen que alcanza la madurez suficiente para apartarse con un espécimen del sexo opuesto y reproducir a su raza se vuelve prescindible una vez que ha cumplido con dicha función. La fórmula de los ver- sículos genealógicos del Capítulo 12 del Libro del Génesis implica que el individuo humano no vive para sí mismo, sino para perpetuar la raza en sus hijos. No obstante, toda criatura viva sujeta a la muerte se afana por conservar la vida, haya procreado o no. Algunas especies no humanas lloran, al igual que los seres humanos, por la pérdida del compañero, y también por la pérdida de otros miembros de la comunidad, en el caso de ciertos animales sociales y no humanos. Pero de la fauna que habita la "biosfera" que rodea al planeta Tierra, los seres humanos parecen ser los únicos en advertir que tanto ellos como sus contemporáneos han de morir, y que la muerte ya arrastró a innúmeras generaciones anteriores. El historiador griego Herodoto nos refiere que Jerjes, el emperador persa, lloró luego de revistar a su inmenso ejército expedicionario, al darse cuenta que ni uno solo de sus miembros estaría con vida cien años m s tarde. Esta conciencia humana de la inevitabilidad de la muerte conlleva un interés en la muerte, y el interés del Hombre en la muerte provoca, a su vez, interés en lo que sigue a la muerte. No hay misterio alguno en las consecuencias físicas de la muerte. Después de la muerte, el cuerpo material se desintegra. Se reintegra a los componentes inanimados de la biosfera. Entre los componentes animados e inanimados de la biosfera existe un permanente intercambio. Los miembros 'de todas las especies se nutren de materia nueva y eliminan materia de desecho, mientras estén vivos; todas las especies producen nuevos miembros y eliminan cadáveres de otros, mientras las especies perduren. Pero un organismo viviente no se reduce a la materia que constituye su cuerpo; es un espécimen de materia animada; y un ser humano no sólo es animado sino consciente, y tal conciencia lo capacita para escoger entre opciones diversas, para recordar hechos pretéritos, y para prever ciertos hechos futuros - entre ellos, su muerte, eventual aunque inevitable. El espectáculo ofrecido por un cadáver, animal o humano, nos resulta familiar, -pero nadie ha visto jamás, o nadie ha creído haber visto, una criatura viva y carente de corporeidad. Cuando alguien

ve un fantasma, éste cobra visualmente la forma familiar de los seres humanos que quien lo ve encuentra a diario en su vida normal. Además, los fantasmas no aparecen desnudos, sino vestidos, y a veces con la indumentaria de una época anterior a la de quien lo presencia. Un fantasma que no cobrara forma humana sería Invisible; de hecho, nadie ha visto un ser humano vivo e incorpóreo, salvo que adoptemos la hipótesis de que un fantasma vive y carece de corporeidad. Tal hipótesis no es convincente. Pareciera más probable que la aparente visibilidad del fantasma sea una alucinación. La visibilidad y la audibilidad son propiedades de la materia. Pero los vehículos materiales tales como la vista, el sonido y el tacto no son los únicos medio! de comunicación posibles entre personalidades conscientes, y no es improbable que, en ciertos casos, la aparición de un fantasma sea el apéndice incidental de una comunicación no visual, pero auténtica, entre la persona que ve el fantasma y otra persona que esté muerta, o todavía encarnada al menos, pero físicamente ausente. En el presente libro, en la colaboración redactada por Rosalind Heywood (p gs. 253-94), el lector hallar expuestos ejemplos diversos: de comunicación entre dos seres humanos todavía encarnados en la biosfera, entre un ser humano aún encarnado y otro que alguna vez lo estuvo pero ahora no, a causa de su muerte, y entre un ser humano y una presencia espiritual que no está encarnada y que, al parecer, no lo estuvo ni lo estar jamás. Tales ejemplos son experiencias de primera mano de la señora Heywood. Desde el momento en que, por su propia naturaleza, son experiencias personales de un ser huma- no individual, y no experiencias idénticas y comunes a cierta cantidad de gente, es imposible -tal como puntualiza la sefíora Heywood- demostrar que esas experiencias de comu- nícacíón han sucedido realmente. No obstante, me asombraría sí los lectores del capítulo de la señora Heywood no llegaran, como yo, a la conclusión de que es más probable que- tales experiencias sean v lidas y no que sean explicables como meras coincida as o ilusiones. Mucho se ha difundido la aceptación de la realidad de la percepción en lo extrasensorial como medio de comunicación entre dos o más personas encarnadas. He presenciado ejemplos de tal tipo de comunicación, y la evidencia de su realidad es, a mi juicio, irrefutable. La realidad de la comunicación extra-sensorial entre los vivos es, empero, tema de controversia; y la realidad de las comunicaciones extrasensoriales con los muertos, o con personalidades conscientes que jamás estu- vieron encarnadas, suscita disputas aun más vehementes. De todos modos, la actitud más sabia por parte de quienes se inquietan por el destino de la personalidad después de la muerte es, por cierto, mantenerse abiertos a la posibilidad de que, en algunos casos, los muertos pueden haber indicado la realidad de la supervivencia de sus personalidades mediante una auténtica comunicación con personas todavía encarnadas. En la infancia, la conciencia humana está apenas en sus albo- res; en la vejez, se oscurece y a veces se extingue. Además, el ser humano puede tener defectos mentales de nacimiento, o sufrir trastornos mentales en cualquier etapa de la vida, pero tales menoscabos son excepcionales. Un ser humano normal no sólo goza de vida, sino de conciencia. Al morir, sí no antes de morir, tal conciencia Contrariamente al cuerpo- desapa- rece, al igual que la vida. El cuerpo no desaparece. La materia que lo compone no es aniquilada; el cadáver se desíntegra, pero sus componentes físicos, es manifiesto, continúan existiendo. Sin embargo, la vida y la conciencia (a diferencia del cuerpo) son invisibles e impalpables. Q ̈ ué le ha ocurrido, pues, a la vida que anidaba en este cuerpo ahora ex nime? Y, si se trata de un cuerpo humano, q ̈ ué le ha ocurrido a la conciencia entraiíada por la vida de esá persona? En otras palabras, q ̈ ué ha ocurrido con su personalidad?

Ignoramos qué le ocurre a la personalidad de un ser huma- no después de la muerte. Si disponemos de evidencias concluyentes e irrecusables en cuanto al destino del cuerpo, no sucede así ́ con el destino de la personalidad. La pregunta, reiterada con insistencia, ha recibido diversas conjeturas por respuesta. Dichas conjeturas quizá se funden en experiencias personales, pero tales experiencias no son verificables. Algunas conjeturas son incompatibles con otras, y ciertos miembros de ciertas sociedades han dado crédito simultaneo a dos o más conjeturas incompatibles. En este campo caben la variedad y la incoherencia, porque estamos en el imperio de la hipótesis, no en el de las demostraciones fundadas en la observación. No obstante, el contraste tradicional entre la incertidumbre de la hipótesis y la certidumbre de la demostración ha sido cuestionado por los descubrimientos de la reciente observación científica de la materia. Cuando se observan di- minutas cantidades de "materia" moviéndose a gran velocidad aquella se presenta o bien como partículas materiales, o bien como ondas energéticas no materiales. Ambas apariencias, por igual, son incompatibles entre si. Ambas son observables, pero jamás simultáneamente. Así,́ la naturaleza de la ,&materia" se ha vuelto enigmática a raíz de las mejoras que el observador científico ha introducido en su medio de observación. Tal paradoja no estaba prevista, y quienes la descubrieron fueron tomados por sorpresa. La conjetura más lógica en cuanto al destino de una personalidad humana después de la muerte reside en suponer que es análogo al destino del cuerpo. Después de la muerte, el cadáver comienza a desintegrarse, y, si asumimos la validez de dicha analogía, deberemos concluir que, después de la muerte, se extingue la personalidad humana. Tal conjetura ha tenido sus prosélitos. Los filósofos griegos de la escuela epicúrea la apoyaban como verdadera. Su vocero más fervoroso y distinguido es el poeta latino Lucrecio; la doctrina epicúrea de Lucrecio ha hallado un eco en la poesía de un moderno poeta ingles, A. E. Housman. La respuesta epicúrea a la pregunta relativa al destino de la personalidad humana después de la muerte pareciera ser la más obvia. Se trata, en realidad, de un modo de resolución que el "sentido común" adopta para inferir lo desconocido a partir de lo conocido, o quizá se acerque más a la verdad decir que infiere lo desconocido a partir de lo que hasta hace poco se conocía como cierto. Nadie ha enfrentado jamás a un ser humano vivo y desencarnado, a menos que se repute como vivo y des- encarnado a un fantasma de apariencia humana. Toda personalidad humana con que haya tratado un ser humano (fuera del infrecuente fenómeno de los aparecidos y de la inverificable experiencia de comunicación extrasensorial con los muer-tos) ha sido asociada a un cuerpo humano dotado de vida. Parece razonable inferir que, cuando el cuerpo muere y se desintegra, la personalidad, que desaparece al instante, padezca una aniquilación simultanea. Lucrecio insiste en el hecho, ya mencionado en el presente ensayo, de que la personalidad humana sufre a veces cierto menoscabo, o bien es ofuscada por la senilidad, antes que la muerte física sorprenda al cuerpo de ese ser humano. Lucrecio también observa que una parte considerable de la vida humana transcurre en el sueño, y sugiere que la suspensión de la conciencia durante el sueño es comparable a la aniquílación que esa conciencia ha de sufrir, según la doctrina epicúrea, después de la muerte física. Un psicólogo, sin embargo, podría objetar que el durmiente sueña ' y que sus sueños acaso sean mucho más copiosos que la memoria que tiene de ellos al despertar; y que si, durante el sueño, la conciencia abdica provisoriamente, el nivel subconsciente de la psiqu gana entonces una provisoria libertad de la que se aprovecha al máximo. El nivel subconsciente de la psique es un elemento íntegro y genuino de la personalidad humana, no menos que el nivel consciente, de modo que la comparación epicúrea entre el sueño y la muerte es una analogía imperfecta.

De cualquier manera, vale destacar que la visión epicúrea al respecto no ha sido la más aceptada, pese a ser, obviamente, la aconsejada por el "sentido común". Acaso prevalezca hoy en los países occidentales y también en una minoría de países no occidentales cuya inteligencia ha aceptado la Weltan-schauung reciente de los científicos occidentales. Lo cual es dudoso, sin embargo, pues lo cierto es que una abrumadora mayoría de la humanidad, en todo tiempo y lugar desde que nuestros ancestros despertaron a la conciencia, ha sostenido que la personalidad de un ser humano no es aniquilada por la muerte. Esta conjetura negativa ha hallado un consenso favorable, aunque en modo alguno habido una respuesta unánime en cuanto al destino de la personalidad después de la muerte, interrogante ineludible para todo aquel que rehusa aceptar que la personalidad se extingue con la muerte. A este rechazo general de la hipótesis de la extinción puede juzgarselo inspirado por el autoengaño o por la reticencia a afronta una verdad intolerable. Así y todo, el consenso mayoritario de la humanidad, al rechazar la hipótesis de la aniquilación exige una seria consideración de las diversas conjeturas -teniendo en cuenta experiencias tales como las descriptas por la señora Heywood. Una de dichas conjeturas es aun más lógica que la hipó- tesis de que, al morir, se extingue la personalidad. El cadaver no es aniquilado, sino reabsorbido por los componentes inanimados de la biosfera. Dado que la biosfera manifiesta-mente tiene un componente inanimado, puede presumiese que también tiene un componente vital y uno consciente. El componente inanimado de la biosfera no se halla sólo en la biofera. Se ha descubierto que otros astros, según el análisis del espectro de luz que irradian, tienen componentes materiales idénticos a ciertos ' elementos presentes en la composicíón física del planeta Tierra. Ahora, especímenes de materia real han sido traídos de la lun'a, el astro más cercano a la tierra. Sobre esta analogía, puede conjeturarse que la vida y la conciencia que existen en la biosfera que rodea a nuestro planeta no se limitan a esta fracción infinitamente pequeña del cosmos estelar, sino que puede existir, sin estar ligada a la materia, en un orden incorpóreo de la realidad. Esta conjetura sugiere la ulterior hipótesis de que, así como al morir, un cuerpo humano es reintegrado al componente inanimado y material del cosmos, la vida y la personalidad del ser humano que ha muerto son respectivamente reintegrados a un modo de existencia hipotético, pero lógicamente creíble, desligado de la materia, vivo y consciente. El componente material de un organismo vivo de la biosfera es una porción de la materia biosférica temporariamente separado del resto, tanto de la porción inanimada cuanto de las porciones ternporariamente corporeizadas en otros orga- nismos vivos. Esta segregación de una porción de la materia en un organismo vivo no sólo es temporaria, sino contingente. Depende de la habilidad de dicho organismo para obtener aire, agua, alimento y sustitutos de sus componentes químicos del resto de la biosfera. Tal como lo expresa Lucrecio, "a nadie se le concede la vida en propiedad absoluta; a todos se nos da sólo en calidad de usufructo temporario". Sería lógico inferir que lo mismo es cierto de una personalidad humana (es decir, para la suma total de las "capas" conscientes e inconscientes de la psique humana). Puede barruntarse que no hay una realidad espiritual no material, no personal o su- prapersonal; que ésta, al igual que el aspecto material de la realidad, existe (en términos metafóricos tomados de nuestro vocabulario espacial) "m s all " y "dentro" de la biosfera que rodea a nuestro planeta; que una personalidad humana no es sino una astilla temporariamente separada de esa realidad espiritual sin límites, y que la muerte no hace sino devolver la personalidad a esa realidad espiritual originaria. Ciertas personas han tenido experiencias que sugieren que tal es la verdad, y otras, poetas especialmente, han vertido tales intui- ciones (acaso derivadas, en tales casos, de la experiencia) en palabras memorables.

Son ejemplo de ello el poema The Retreat ("El Retiro") del inglés Henry Vaughan, y el más conocido Intimatíons of Immortality from Recollections of Early Childhood ("Insi- nuaciones de inmortalidad sugeridas por recuerdos de la pri- mera infancia"), de otro poeta inglés, William Wordsworth. Aunque Vaugh n vivió un siglo y medio antes que Word- sworth, no hay evidencias, por lo que sé, de que el poema de Wordsworth haya sido conscientemente inspirado por el de su predecesor; ambos poemas concuerdan, sin embargo, en registrar un recuerdo idéntico y en extraer de él una idéntica inferencia. Cada poeta recuerda que, en la infancia, era cons-ciente de haber habitado un mundo que no es la biosfera del planeta Tierra, y que la niiíez, aún iluminada por el resplan-dor de este "Empíreo", era jubilosa, en contraste con la vida adulta en la tierra, en la cual la luz espiritual que esclarecía la infancia se ha disipado. Happy tbose early days wben I / Shin'd in my Angel-infancy, dice Vaughan ("Dichosos los días prístinos en que yo/Resplandecía en mi angélica infan- cia"); y Wordsworth: Heaven es about us in our infancy ("En nuestra infancia nos rodea el Empíreó"). Ambos poeta infieren que, al morir, han de retornar al jubiloso estado de existencia que les fue arrebatado al nacer. Some men a for- ward motion love, / But I by backward steps would move; / and when this dust lalls to the urn, / In that state I came, return, dice Vaughan: "Hay hombres que prefieren avanzar, / Pero yo preferiría retroceder, / y, cuando este polvo caiga en la urna, / Regresar al estado del que provengo"; y dice Wordsworth: Our noisy years seem moments in the being Of' the eternas silence, "Nuestros años de estrépito parecen instantes en el seno / Del eterno silencio". Cada poeta ve la vida humana en la biosfera como un interludio que, a más de breve, es anormal e infeliz. Del mismo modo, los griegos precristianos consideraban infeliz, y por lo tanto indeseable, la vida en la biosfera (Sófocles, por ejemplo, en un pasaje famoso, así como Herodoto al referirnos un di logo entre Solón, el filósofo griego y Creso, el rey de Lidia). La condición feliz y normal, temporariamente interrumpida por la vida en la tierra, es denominada "eternidad" por Vau- ghan, e "inmortahdad" por Wordsworth. V'aughan, para alu- dirla, emplea la imagen that shady cíty ol palm-trees, "esa umbría ciudad de palmeras"; Wordsworth, that immortal sea, del muerto se comunica con los vivos y que recibe los mensajes que éstos le dirigen, en modos que, al igual que entre los vivos, quiza no sean novedosos aunque habitualmente sean confusos. La presunta aunque inverificada comunicación entre los vivos y los muertos puede darse a través de un médium o bien directamente, por transmisión del pensamiento y sin que haya contactos físicos de tipo visual o auditivo. La señora Hey- wood, en este libro, describe algunas de tales experiencias. Durante los últimos cien años, estos y otros fenómenos físicos han sido estudiados con objetividad y rigor intelectual a través de las contempor neas investigaciones sobre la natu- raleza inanimada. La explotación de los niveles subconscientes de la psique humana ha expuesto ante los investigadores un reino de realidades no materiales'que es, a su modo, vasto (por utilizar una palabra del vocabulario acuñado para la descripci incluso dos experiencias sean simultáneamente verdaderas si. son contradictorias,, incompatibles, inconsistentes o incoherentes entre sí. El que piensa por medio de la lógica, cuando enfrenta alternativas incompatibles, tiene que escoger una de ellas, aferrandose a una para desdeñar a la otra. En la fecha en que se escribía este libro, comenzaba a sospe charse que el campo de la lógica, al igual que el campo de la física newtoniana, no es coextensívo a la totalidad del uni- verso, sino que es apenas una estrecha franja del campo integral de las experiencias posibles. Se vislumbraban otras franjas en que dos experiencias incompatibles entre sí podían, sin embargo, ser reconocidas como percepciones de la verdad igualmente válidas. En este sentido, el panorama espiritual postracional se pare- cía al panorama prerracional, que se había basado en la cre encia en la infalibilidad de cuanto se había supuesto revelación divina. Ambas perspectivas no racionales admitían que dos fenómenos incompatibles entre sí podían, y acaso debían, ser aceptados como auténticos. Por otra parte, el panorama post- racionalista difería tanto del prerracionalista como del racio- nalista por no ser dogm tico. El pensador postracionalista sigue con fidelidad a la experiencia, sin importarle adonde ésta lo conduzca, tal como sus predecesores seguían, respecti- vamente, la revelación y la razón. La experiencia psíquica ilustrada, por ejemplo, por los casos descriptos por la señora Heywood, conduce a atisbos de posible realidad que el razo-namiento lógico acaso se viera obligado a rechazar por deluso-rios. Aquí flotados en las "esferas más altas" de experiencia en las que vuela Coethe al alcanzar el clímax y la conclusión de la segunda parte de su tragedia Fausto. "Todo cuanto es transitorio es apenas una imagen. Aquí [en una esfera más alta de experiencia] la imperfección transformase en un logro. Aquí se cumple lo inefable." Si consideramos tales formas de experiencia con una mente abierta, arrojar n destellos de luz sobre la inverificable posibi- lidad de vida después de la muerte, preocupación que ha acu- ciado al hombre desde la fecha ignorada en que nuestros an- cestros despertaron a la conciencia.

Segunda parte

LA IDEA DEL MAS ALLA: PASADO Y PRESENTE CoTTiœ A. BURLAND SOCIEDADES PRIMITIVAS El misterio de la muerte siempre estuvo presente para los seres humanos. Nada sabemos de los pueblos más antiguos y primitivos. Sus pocos huesos dispersos revelan que eran físi- camente similares a nosotros, pero más all de eso sólo nos queda el misterio. La sepultura más antigua que conocemos es la de un hombre de Neanderthal, encorvado en una cavidad del suelo con una pierna de bisonte junto a él. Acaso ésta había de servirle de alimento mientras viajaba al más all . Los restos de Horno Sapiens hallados en cavernas demuestran que, hace unos veinte mil años, gente de nuestra misma especie se- pultaba a los muertos en la cueva que utilizaban como vivienda. A menudo había provisiones de comida y acaso de bebida, pero la evidencia de la muerte había permanecido a la vista hasta que la carne descompuesta pudiera separarse de los huesos; éstos, entonces, eran pintados con ocre rojo y sepul-tados con cuidado y en orden. Las sepulturas de Grimaldi, en Monte Carlo, incluían hermosos brazaletes y una diadema de huesos y conchillas. A los muertos se los vestía para su nueva vida. Hay, por lo tanto, pruebas de que nuestros lejanos ancestros esperaban una vida después de la muerte. Esas prue- bas son sólo de orden material. Los últimos cazadores primitivos han sido reunidos en cam-pos y reservacíones. Algunas tribus se han extinguido sin dejar descendencia. Pero, afortunadamente, muchos de sus mitos han sobrevivido y se han registrado sus h bitos fune rarios, de modo que disponemos de algún dato sobre lo que pensaban del trasmundo. Se trata de gente sencilla que vivía de la prodigalidad de la naturaleza, cazando y recogiendo lo que encontraran en sus territorios tribales. Una vida semejante restringe el número de integrantes del grupo social. En la mayoría de los casos, la tribu de cazadores se limitaba a grupos familiares de unos veinte a treinta individuos. De ha- ber más, no habrían alcanzado los alimentos, Si contaban con un extenso territorio tribal, los cazadores se dividían en ban- das convenientemente pequeñas; cada una de ellas operaba sobre un rea determinada y sólo volvían a reunirse una o dos veces al año, para un breve período celebratorio. En un mun- do así, la muerte es siempre triste, pero el cuerpo invariable- mente recibe ciertos honores. Acaso se lo envuelva cuidado- samente y se lo deje en un lugar apartado del bosque, o bien se lo ubique en un sitio especial para que se descomponga, de modo que los parientes más cercanos puedan conservar alguna reliquia, en algunos casos el hueso maxilar, en otros el cr neo. En las Islas Andam n las viudas se adornaban con el cr . neo de sus maridos difuntos, y en el pueblo más primitivo que se conoce, los aborígenes de Tasmania, los muertos eran cre- mados y sus parientes conservaban las cenizas, que siempre llevaban, envueltas en piel o en algas, en todas sus peregri- naciones. Los aborígenes de Australia son los últimos seres humanos que han sobrevivido en una etapa totalmente paleolítica de la cultura. En cuanto a la muerte, adoptaron diversas actitudes. La más conocida es la creencia en la continua reencarnación, característica de las tribus del desierto australiano, en particu-lar de los aranda, que depositaban las almas de los muertos en

medallones de piedra llamados churíngas. Los ancestros revivían en forma de animales y de hombres. Se volvían enor-mes, y viajaban por el territorio de la tribu dejando señas es- peciales. Luego desaparecían, pero dejaban sus almas. Las almas emergían de las churingas de piedra y se transformaban en personas. Entonces afrontaban los varios rituales de íni- ciación mediante los cuales aumentaba su poder espiritual y su conocimiento interior. Eventualmente volvían a morir, uno a uno, y cada cual volvía invisible a su churinga. Los mayores que habían aprendido los secretos sagrados ocultaban las chu- ringas en intersticios de la roca a los que ninguna persona, ninguna mujer al menos, habría de acercarse. Los hombres representaban los mitos de los ancestros y entraban al Alche-ringa, la Era del Sueño. Se pintaban y adornaban con plumas blancas y se transformaban en los ancestros, que eran a la vez hombres y animales totémicos. Cuando una joven vagaba cerca de terrenos sagrados, podía ocurrir que un espíritu se escapa-ra de su churinga y entrara en el vientre de ella. Cuando el niño nacía, llamaban a un anciano para que examinara sus mo- vimientos y su aspecto y reconociera al alma que había vuelto a vivir en el seno de la tribu. Entonces le daban un nombre al niño. Esa churinga era secretamente apartada de las otras, en las que aún residía un alma. No disponemos de ninguna evidencia que nos incite a creer que se le adjudicaba conciencia al alma de la churinga, aunque ciertos relatos sugieren que se suponía que ésta elegía a su madre. Resulta claro que la residencia en la churinga no podía ser prolongada, puesto que se pensaba que el anciano que guar- daba las piedras podía reconocer al recién nacido. En otras zonas de Australia, las almas habitaban temporariamente un rbol sagrado o una hendidura de la roca, pero ninguna mujer era iniciada en el culto y se hacía lo posible por mantenerlas alejadas de los sitios sagrados. No tenían por qué adquirir conocimiento de los mitos, pese a que engendraran nuevos cuerpos para las almas que debían habitarlos. Acaso esto guar- de alguna relación con la antítesis entre la naturaleza femenina y la vida del cazador, quien debe obrar sus hechizos en se- creto. Pero en muchas partes de Australia los espíritus feme- niños juegan un destacado papel en los mitos, y en Arnhem existe un importante culto a la Gran Madre. Acaso esto se deba a ideas culturales que provienen de los agricultores de Nueva Guinea. También aquí hay otra concep- ción de la muerte: hay una isla de los muertos, de la cual llegaron los ancestros bajo la forma de dos hermanas gemelas. Las hermanas eran en efecto, la Estrella de la Mañana y la Estrella del Atardecer. Eran portadoras de cultura y fundaron el modo de vida de las futuras tribus aborígenes de Arnhem. Se dice que eran gigantescas, pero sus descendientes eran gente normal que regresaban, al morir, a la isla originaria. Es posi- ble que esto haya reflejado cierto contacto cultural con los pueblos del Estrecho de Torres. En Australia sudorientas, quedan tempranos vestigios del paulatino tratamiento que el cadáver recibía al perder contacto con el espíritu. Al principio, el cuerpo era sujeto a un enta- rimado, donde se descomponía y desecaba. En esta etapa el espíritu permanecía muy cerca, y todos tenían sumo cuidado en no mencionar el nombre del muerto por temor a ser lle- vados como compañeros del difunto. El cuerpo era sepultado provisoriamente hasta que los huesos quedaban limpios. En- tonces los mayores los exhumaban y los raspaban. El espíritu estaba muy cerca. A veces se designaba un nifío para el muerto. Cuando se celebraba una fiesta de recordación, ambos eran contemplados como una sola persona, y las ofrendas al muerto eran tributadas a su nuevo representante, mientras las almas de los tributarios iban hacia él de un modo más m gico. Pero en cuanto se limpiaban los huesos, había una despedida general. Se le quitaba el hueso maxilar, el cual era pintado para que quedara como recordatorio. El resto del esqueleto era envuelto, apartado y olvidado. El pueblo realizaba una prolongada ceremonia para ahuyentar al fantasma, y

se pen- saba que éste perdía sus poderes. Sólo la viuda y unos pocos parientes cercanos deseaban visitar en suefíos al muerto. Al parecer, se pensaba que el espíritu perdía sus poderes y que ya no tenía existencia. Pero las tribus que realizaban tales ceremonias se han extinguido hace mucho tiempo y las leyen- das originales se han perdido, de modo que no existe una confirmación moderna de los informes originales. En sus in- tentos por aprehender las verdaderas creencias de los pueblos primitivos, el hombre blanco a menudo impuso sus propias ideas, aunque por lo general no advirtiera este hecho, y lo nativos tendían a ocultar sus misterios sagrados y a decir sólo lo que, según ellos creían, complacería al poderoso extranjero. Otro grupo de cazadores paleolíticos que sobrevivieron en nuestro mundo fueron los bosquimanos. En las viejas épocas, su tierra era tan pródiga en vida animal que no corrían peligro de morirse de hambre, y vivían en hordas que llegaban hasta el centenar de individuos. Temían a los fantasmas de los muer- tos, pero así y todo tenían esperanzas de que los parientes difuntos los ayudaran aconsej ndolos para cazar. Los muertos eran inhumados en fosas de poca profundidad, cubiertos por c a@ila de piedras, con una particularmente grande en la cima mo para mantener tendido el cadáver. No-se hacía ningún esfuerzo especial para alejarse de los muertos, y cuando aú había panteras, hace un siglo y medio, los entierros solían prac- ticarse en un rincón del refugio de rocas. Los modernos bos-q'uimanos del Kalahari conservan historias sobre un poderosocreador vagamente descripto como El Capit n, que vive en el cielo dentro de una casa con techo de pasto. Esta casa tiene habitaciones superiores donde viven dichosamente los espíritus de los bosquimanos muertos. No necesitan comida ni bebida. Esto, sin embargo, suena a una reelaboración hecha en base a las predicaciones de algún misionero. Algunas de las leyen- das más antiguas sugieren que los bosquimanos podían trans- formarse en astros. De los cazadores y pescadores de Tierra del Fuego queda tan poco, que todo lo que puede decirse es que también creían en la persistencia de los espíritus. Es evidente que las culturas paleolíticas que viven de la caza y de la pesca comparten una universal creencia en la continuación de la vida después de la muerte, pero ésta difiere enormemente en cada caso. Tal creencia era muy arraigada, pese a ser muy común, en este estadio primitivo de la cultura, el espect culo de la corrupción y destrucción del cuerpo ma terial. Por lo que sabemos, no existe aquí el concepto de recompensa o castigo en el otro mundo. Pero entonces, la idea de sistemas teóricos que distinguieran la buena o mala conducta no era parte de la vida cotidiana. La vida y la muerte eran hechos, y al parecer existía una creencia general, basada ante todo en los relatos de aparecidos, en la vida de los difuntos. Hasta hace muy poco, los esquimales llevaron vida de cazadores muy especializado!. Su cultura era asombrosamente rica, si consideramos las arduas concliciones que impone la vida en el Artico. La mayor parte de los grupos esquimales se componían de sólo una o dos familias extensas, porque grupos mayores no habrían tardado en agotar el potencial alimentarlo de la zona. Vivían una vida rica en ceremoniales, rituales m - gicos y danzas colectivas, especialmente en invierno, cuando nadie podía alejarse mucho del campamento. Muchos de sus mitos aluden a las aventuras de los ancestros y al mundo de los espíritus. Algunas leyendas hablan de ancestros que se transformaron en astros celestes; otras, de héroes que eterna- mente danzan en la aurora boreal. La creencia general era que la mayor parte de los espíritus iban a un gran submundo don- de la vida

continuaba más apagada y menos dichosa que en la tierra, pero hay muchos relatos que hablan de fantasmas que visitan a sus familias. La mayoría de las comunidades esquimales creía que el otro mundo era dominio de una criatura sobrehumana, Sedna, origen de la vida en los mares. Sedna había sido humana anteriormente, aunque acaso de estatura gigantesca. Estaba unida a un padre cruel, que decidió matar a la muchacha y, en un viaje en canoa, le cortó los dedos y los miembros y arrojó el cadáver al mar. Sin embargo, él también se ahogó. Los miembros de Sedna se transformaron en ballenas, morsas y focas; los dedos de las manos y los pies, en peces. Contínuó viviendo como Gran Madre, centro de casi todas las creencias religiosas. También había muchos otros seres espirituales e la mitología esquimal, y todos eran accesibles a través del trance mediúmnico de un cham n, que podía ser hombre o mujer. También había espíritus peligrosos que frecuentaban lo hielos. stos eran los Tupilak, curiosas criaturas mitad hu- manas y mitad animales, siempre delgadas y hambrientas, de- seosas de tender trampas a los cazadores y a los viajeros soli- tarios. Devoraban a sus víctimas y enviaban sus almas a la tierras inferiores, gobernadas por Sedna o su padre. La muert como tal no era muy temida. Pero la muerte privaba a l comunidad de un diestro cazador o de una h bil costurera. Se temía la magia perversa, portadora de muerte. Pero en el caso de la gente de edad que ya no podía colaborar en la vida cotidiana, la, muerte era muy aceptable. Una noche serena, un miembro de la familia quitaba el techo de hielo de un iglú y el anciano moría por efectos de la intemperie. Irse era el último servicio que tributaba a la familia. Su alma entonces descendía al mundo subacu tico de Sedna. Pero durante algunas semanas, ningún miembro de la familia ni nadie que viviera cerca del sitio donde había muerto, utili- zaría un cuchillo o implemento cortante. Los espíritus solían rondar por un tietnpo, y los cuchillos podían cortarlos o he-rírlos. Pero a las pocas semanas, el tabú se levantaba. El trasmundo no era un sitio muy feliz, pero al parecer algunos esquimales tenían esperanzas de que cierto aspecto del alma volviera a encarnarse alguna vez. Era una creencia confusa y hay antiguos relatos que hablan de un espíritu doble y otras cualidades espirituales que se separaban en el instante de la muerte. También era posible recibir noticias de los muertos, como si fueran gente viva que habitara en otra parte. A veces la gente soiíaba con los muertos, y unos pocos veían a sus fantasmas. El cham n podía entrar en trance y su espíritu entonces viajaba al otro mundo, del que solía regresar con consejos y amables recados de los parientes difuntos. Algunas de las comunidades solitarias, aisladas en su mundo de hielo, temían que la poderosa Sedna o su maligno padre causaran algún infortunio o irrumpieran en el mundo superior para atrapar víctimas. El cham n se encargaba de prevenirlo. Ha- llaba un rincón tranquilo en el iglú donde erigir una espiral de cuerdas de piel que llegaba hasta muy alto y que tenía una estrecha abertura en la parte superior. Dos o tres personas oficiaban de ayudantes y asistía toda la familia, que salmodiaba y tocaba el tambor. Al fin se sentía que el piso se con- movía y agitaba, y se oía el estrépito del hielo al quebrarse. Entonces el cham n volvía de su trance y encajaba el arpón en el agujero que había en la espiral de cuerda, atravesando de ese modo al espíritu. A veces, como prueba de su triunfo, mechones de pelo quedaban adheridos a la hoja del arpón. Así, al culminar la ceremonia m gica, en medio de una gran tranquilidad, la familia se sentía a salvo del desastre durante varios meses.

Para los esquimales, las almas vivían en una región inferior, pero no permanentemente. Existía un contacto entre los fan- tasmas y los chamanes, y los esfuerzos del otro mundo por dominar a los vivos extrañaban un auténtico peligro. Pero las visitas oníricas a la tierra de los muertos no son inusitadas ni particularmente temidas. más al sur, los cazadores de las grandes planicies norteamericanas habían avanzado hasta una vida agraria y sencilla, antes que la introducción del caballo cambiara la orientación de su cultura al facilitarles la caza del búfalo. Siempre habían creído en la perduración de la vida después de la muerte, y demostraban poco temor por la disolución terrena. Conocían muy bien los efectos de la corrupción de los cadáveres, pues-to que los muertos eran envueltos en pieles de bisonte y depositados en plataformas elevadas, en la zona occidental de la aldea. Todos recordaban qué cuerpo estaba envuelto en qu lugar. más tarde, el bulto caía a pedazos; entonces recogían los huesos y 'limpiaban los cr neos. A menudo pintaban los cr neos y los disponían en un círculo al que los familiares acudían para comunicarse con los poderes superiores por inter- mediación de los espíritus. Se suponía que los huesos y el espíritu aún permanecían ligados d ̈ algún modo. La creencia general era que los espíritus iban al paraíso, descripto como las "Felices Regiones de Cacería", donde la vida era similar a la de los vivos, aunque más placentera y gloriosa. En ciertos casos, se creía que esta comarca feliz se hallaba bajo tierra, o hacia el oeste. Unos pocos relatos la ubican sobre la bóveda celeste, pero este miindo superior de gran belleza era la morada de los dioses y de unos pocos hé- roes y no de toda la humanidad. Por supuesto que había muchas variantes de esta creencia, y que sufrió alteraciones con el tiempo, aunque había un factor constante que consistía en pasar de las tribulaciones de esta vida a una tierra donde los ancestros vivían felices aventuras de guerra y de caza. El cambio de las circunstancias transformó estas creencias en la religión de la Danza de los Espíritus. Cuando los pieles rojas fueron conducidos a reservaciones por los hombres blan- cos, se les prohibió ir de cacería; se vieron obligados a aban- donar su modo de vida y a subsistir mediante la comida y la vestimenta que les facilitaban los agentes blancos. Desdeñados por- una raza más poderosa e ignorante del mundo de los espí-ritus, apelaron a los consejos de los ancestros. La atmósfer espiritual en que los profetas se levantaban para acudir a los ancestros y pedirles auxilio contra los males infligidos por el hombre blanco no era novedosa. En pequeña escala, venía repitiéndose durante dos siglos. Pero el movimiento realmente cobró forma cuando el gran medicine-man Wovoka fue sor-prendido por los espíritus. En 188ó hubo un eclipsedesolyWovokacayóentrance.Elsolhabíamuerto;Wovoka s-cendi >̈ alcieloy contempló a todos los muertos de su pueblo. Tuvo entonces una visión de Dios, que le dijo que él no debía permanecer en las alturas sino regresar a la tierra con un men- saje para su pueblo. Debía enseñarles una nueva danza y co- munícarles que no debían pelear, ni robar, ni decir mentiras. Debían amarse los unos a los otros. u ̈ Cuando Wovoka regresó a su cuerpo le habló a su pueblo an os esr- de esta maravillosa visión y promulgó este mensaje de espe- ranza. Los blancos se arruinarían y desaparecerían en un pe- riodo de espantosas cat strofes del que los indios emergerían tres días después. Entonces el búfalo regresaría a la tierra purificada, los muertos de las tribus indias retornarían conjúbflo, y volverían a vivir sin temer la destrucción em prendida por los blancos. Para propiciar el advenimiento de este de- seado paraíso los hombres debían abjurar de los h bitos del hombre blanco: renunciar al alcohol, a la labranza y también al duelo por los muertos, dado que todos ellos se salvarían y volverían a la vida en la tierra nuevamente purificada, en 1891. Wovoka era un indio paiute, y en cuanto organizó ̈ su gente para realizar la danza circular de los espíritus, los íntru-sos de otras tribus también se interesaron. Colmados de espe-ranzas,

volvieron para predicar la nueva religión entre sus respectivos pueblos. Hacia 1890 el movimiento se difundió y logró adherir a los veintiséis mil bravos del pueblo dakota. El cielo estaba al alcance de las manos, un nuevo cielo y una nueva tierra; los hombres perversos hallarían la destrucción, y los indios la paz. Las tribus más fuertes se volvieron agresivas y los agentes blancos le comunicaron las novedades al ejército. Los soldados capturaron a un puñado de gente pobre y mise- rable, cuya única fuerza residía en sus esperanzas. Las arma de los blancos exterminaron a trescientos de ellos en Wounded Kne@. Esa tragedia parece haber quebrado el corazón de los indios. Los ancestros no regresaban, los blancos conservaban el poder. La Danza de los Espíritus desapareció y los indios quedaron a la espera de que sus sueños engendrados por el peyotl cristalizaran en realidades. Esto, sin embargo, no bastó para destruir la creencia de los indios norteamericanos en la supervivencia de la personalidad después de la muerte: uno debía esperar un poco más para la liberación. La creencia eri la tierra celestial había sido promulgada por un visionario, y las esperanzas sólo habían alentado para frus- trarse. Pero la tragedia de la Danza de los Espíritus no habría ocurrido si las creencias de las naciones indias no fueran fuer- tes y plenas de esperanza. En esas creencias había poco mis ticismo. La reencarnación era una posibilidad, pero no el alma múltiple. La persona en su integridad estaba en el otro mun-do, y la persona en su integridad debía regresar en los albores del día de la liberación. Fenómenos algo similares al de la Danza de los Espíritus ocurren en muchas otras regiones, particularmente en Mela- nesia y Africa. En Mclanesia surgió un profeta que exhortó a su tribu a romper con el pasado, a cortar todo contacto con los europeos y a aguardar el envío de cargamentos que los ancestros les mandarían desde su morada celestial. Los ances tros siempre perviven en el otro mundo, listos para proteger y auxiliar a sus descendientes. En algunas partes de Melanesía, aparte de los Cargo Cults, los pescadores creen que las almas de los abuelos y quiza hasta las de generaciones más remotas recuerdan a sus descendientes y que regresan a ellos en forma de ave, para conducirlos adonde abundan los cardúmenes. Es- t n cerca y sólo gradualmente se desvanecen de la memoria, proceso que, al parecer, se considera recíproco. En cuanto a los polinesios más avanzados, sus ancestros dejaron el sudeste del Asia durante la Edad de Bronce, pero en las islas a las que arribaron no había metales f cilmente conseguibles. Su cultura se basaba en la ascendencia divina de sus jefes. Cuando se los descubrió en el siglo xviii, gozaban de una avanzada civilización neolítica, basada en la pesca y e cultivo de pequeñas parcelas. La guerra era endémica en cada grupo de islas, y clanes altamente organizados luchaban por la supremacía. Las creencias en la supervivencia de la perso- nalidad después de la muerte eran claras y vigorosas. stas, naturalmente, reflejaban las condiciones sociales de la tierra. Se conservaban las diferencias sociales, puesto que éstas se basaban en el número de generaciones que separaban al índi viduo de los ancestros divinos. En el instante de la muerte, el alma permanecía tres o cuatro días cerca del cuerpo y luego se dirigía hacia el crepúsculo de la tarde, generalmente hacia una península sagrada del oeste donde el alma o bien se arro- jaba al mar o bien se embarcaba en un bote espectral y bogaba hacia la tierra del sol poniente. Con frecuencia solía verse una trémula estela roja sobre las aguas. Se creía que el otro mundo estaba hacia el oeste, pero al mismo tiempo la mayoría pensaba en él corno si estuviera debajo de la tierra, con una estructura dividida en capas que a su vez suponían reinos superiores. Para los maoríes de Nue- va Zelandia, estas capas del trasmundo eran sagradas, y sólo podía llegarse a ellas realizando una serie de ceremonias des- tinadas a disipar la sacralidad (tapu), que se fortalecía a medida que uno se elevaba y se reducía cuando uno regre- saba a los

niveles inferiores. La ubicación exacta de estos mundos de los espíritus jamás estaba clara. Era tan vaga como el Avalón de los celtas, que estaba en alguna parte, cru- zar.do el mar, siempre hacia el oeste. Los polinesios podían Regar al otro mundo en canoa, y al navegar hacia el oest-e la embarcación ascendía o descendía hacia otros niveles. De las Marquesas proviene la historia de Kena, que partió en busca del alma de su amada muerta, Tefiotinaku. Viajó en canoa y llegó a una isla en la tierra de los muertos, pero tuvo que viajar bajo el agua hacia una isla más profunda; dos veces m s debió descender, y en cada etapa hallaba bellezas admi- rables que lo demoraban. Pero en el cuarto submundo llegó a la morada de la diosa que regía el mundo de las almas. Ob- tuvo permiso para llevarse el alma de Tefiotinaku, que yacía en un cesto envuelta en telas de corteza. Cuando regresó a la aldea dejó libre el alma, pero aunque la muchacha parecía real, demostró ser un fantasma intangible cuando Kena la es- trechó en sus brazos. Debió repetir el terrible viaje al otro mundo, y la diosa una vez más envió a Tefiotinaku a la tierra en un cesto, aunque esta vez Kena recibió advertencias de que debía asegurarse de realizar ceremonias de purificación antes de liberar el alma, que durante todo el viaje luchó por escaparse. Sin embargo, esta vez todo se realizó a conveniencia y Tefiotinaku fue devuelta a su amante como una hermosa mujer. más tarde, ambos engendraron hermosos hijos. Esta historia retrata el alma como una criatura evanescente que sabía que el sitio que le correspondía después de morir era el submundo donde iban las almas nobles, cerca de la corte de la diosa. De ahí las luchas para escapar hasta que los ritua- les la devolvieron a la tierra. El alma, entretanto, no había perdido su aspecto terrenal y conservaba su belleza física. En ese proceso no había división, salvo que el cuerpo había sido moment neamente descartado. Los maoríes de Nueva Zelandia veían las tierras de los muertos como una serie de estratos, por debajo y por encima de este mundo. El status de las almas dependía de su paren- tesco con los dioses que eran sus antepasados. Entre los dioses existía una constante rivalidad que provenía del gran poder del engaiío y la destrucción, Whiro, que procuraba arruinar todas las cosas buenas. El destino de la humanidad era ingre- sar a otro mundo muy semejante a éste, aunque algo más triste. No había elección de la morada definitiva que se basaio en la conducta, buena o mala, desempeñada anteriormente. Tales concepciones polinesias de la muerte son parte de una compleja construcción teológico, probablemente originada en el sudeste asi tico en el primer milenio a.C. y difundida por las islas cuando las canoas migratorias enfilaron hacia el océano. El mundo de los espíritus era de índole aristocr tica y se di- vidía jer rquícamente. Pero esto no era sino el reflejo de la vida terrena, con sus familias poderosas elevadas sobre el co- mún de los hombres. En todas partes era posible, para los seres humanos, visitar en sueiíos el mundo de los espíritus, y el mundo de los espíritus a veces entraba en contacto con la gente a través de los fantasmas de los antepasados y las visio- nes de las moradas en que éstos vivían. Los parientes muertos se interesaban en las guerras emprendidas por sus descen dientes. La unidad cultural y el alto grado de organización jer rquica de los polinesios es más característica de las culturas de la Edad de Bronce de otras zonas. Es posible que esa conce ón Pcl de un trasmundo estratíficado con una rígida organización jer rquica fuera un reflejo natural de su ordinario modo de vida. Sus vecinos del Pacífico, los melanesíos, acaso fueran un exponente más

típico de las culturas,de pesca y labranza del Neolítico. Los grupos tribales eran populosos, y a menudo llegaban a varios millares de personas que compartían un grupo de aldeas unidas con propósitos defensivos. Los jefes eran imprescindibles, pero no siempre hereditarios. Fuera del grupo tribal, había poca cohesión social, y era común la guerra con quienes no eran miembros de la tribu. De ahí cierta es- trechez de miras que hacía'que los pueblos de una costa fueran enemigos por definición. Tal estado de cosas se reflejaba en una amplia variación en las artes de una zona donde hubiera m s de una aldea. Los melanesios guardaban hacia los muertos una actitud de ,speto ceremonial. A los difuntos se les tributaban rituales inerarios y ofrendas. En la mayoría de los casos, se suponía ue sus espíritus habían de aparecer. La gente recordaba todas is pequeñas faltas que pudieran haber suscitado la animad- ersión de los muertos. ]stos, sin embargo, solían ser favo- ,-ules. Velaban por la fortuna de sus familiares, inspiraban a los pescadores e infundían fuerzas a los guerreros. Al parecer, no se pensaba mucho en una resurrección terrenal. En Nueva Bretafía, los malanga tallaban tablas ceremoniales con guardas muy elaboradas, compuestas ante todo de p jaros, serpientes y cabezas estilizadas. A menudo se incluía, en el diseiío ge- neral, una figura que representaba al difunto, pintada de rojo y blanco. Eventualmente los tallados se deshacían, pero solían durar por el término de tres generaciones. Durante dicho pe- ríodo, el espíritu estaba disponible. Se lo recordaba como a una persona viva. más tarde se lo olvidaba. Tampoco que- daba el monumento, de modo que el alma se había alejado. No obstante, había sido fuente de inspiración para sus descen- dientes inmediatos durante mucho tiempo, gui ndolos hacia pródigos bancos de pesca y derrotando a las fuerzas malignas que los amenazaban durante la guerra. En las Islas Salomón había una separación social similar. Un grupo de dos o tres aldeas configuraban una gran unidad social. Aunque la cultura de los pueblos era b sicamente idén- tica, había variaciones en los estilos artísticos y en los h vitos locales. En Roviana, los jefes muertos ejercían un poder de ultratumba. ste no era simplemente espiritual, sino que se vinculaba a reliquías físicas. El cr neo de los muertos era temporariamente sepultado, luego exhumado y limpiado hasta que los huesos quedaban tersos y blancos. Entonces se ubi- caba la cabeza en una residencia sagrada, una especie de jaula C(@ n forma de casa desde cuyo fondo el cr neo vigilaba, con cll,i""i;@)S de conchwas blancas alrededor de los ojos. Esta ca,.,,@i @:)Iía erguirse en terreno sagrado, cercada por una circun- fer(@,@; a de piedras. Pero cuando había un peligro inminente, el Gótico era quitado de su lugar de reposo y depositado, con s,,is íi gicos adornos de conchfflas, en la canoa de guerra a cargo del mando. De algún modo, el espíritu del jefe estaba de inmediato dentro y encima de ella. Entonces guiaban la embarcación hacia una aldea enemiga, protegidos por el poder del cr neo. Los guerreros luchaban con más ardor porque de- fendían su paladión con forma de calavera. Esperaban regre-sar con cabezas enemigas, como glorioso trofeo de victoria. Las diferencias entre las actitudes de los polinesios y mela- nesíos hacia los muertos reflejan las condiciones sociales en que vivían. Los melanesios concebían dioses locales, sin que les importara mucho la cuestión jer rquica, mientras que los polínesios profesaban un arraigado culto de los ancestros (ba- sado en sus relaciones con una jerarquía divina) que tiene un aspecto asi tico. Los rnelanesios creían que los muertos esta-. han fuertemente vinculados a sus descendientes, al menos mientras se los recordara. Pero los polinesios no corrían peli- gro de olvidar los nombres de los muertos porque disponían de "recordatorios" que aseguraban la conservación de los jefes.

Aun en las sociedades polinesias más avanzadas hallamos un lazo entre el espíritu y una reliquia corporal. Así sucedió en Hawai con los restos físicos del Capit n james Cook: algunos de sus huesos fueron envueltos en bultos de tela para reve- renciar a su poderoso espíritu, al que de algún modo se aso- ciaba con Lono (Rongo), el poder creador entre sus dioses. En Nueva, Zelandia, los maoríes también creían que el alma iba a otro mundo y trataban de apoderarse de las cabezas de sus enemigos con el objeto de debilitar a los espíritus de la otra tribu. Se realizaba una ceremonia con la cual la cabeza cuidadosamente disecada, era depositada en el suelo de la casa, mientras las mujeres mayores danzaban alrededor de ella, mal- diciéndola y exponiendo sus cuerpos desnudos para debilitar la voluntad de los opositores y atraer sobre ellos la mala suerte. Se pensaba que la cabeza disecada mantenía algún contacto con sus antiguos compañeros. Por supuesto que la cacería de cabezas es típica de muchas comunidades humanas. En la mayor parte de los casos, la cabeza era sólo un trofeo, aunque al parecer se pensaba que, de diversos modos, preservaba alguna especie de vida. Las cabezas utilizadas por los jíbaros del Ecuador, por ejemplo, eran reducidas y lucidas por los guerreros como símbolo de bravura; pero se les cosía la boca, por temor a que hablaran y maldijeran al que las llevaba. Aun entre los celtas de la Edad de Hierro se creía que las cabezas- trofeo eran capaces de hablar y de entonar c nticos. Había una modalidad de pensamiento que casi sugiere una creencia en la dualidad del alma, una de cuyas partes iría al j@otro mundo mientras la otra permanece cerca de las reliquias físicas. El concepto de un alma múltiple es más bien característico de las creencias africanas. Puede que la idea haya derivado ,hacia el sur a partir del Egipto faraónico. No cabe duda de que en la antigedad había rutas comerciales que unían las tierras de pastoreo entre el Nilo y Nigeria y que cruzaban los desiertos desde el Mediterr neo. Pero las creencias no son universales e incluso el deseo afectuoso de estar en contacto con los parientes muertos no es uniforme y a veces no existe. Los nuer del Alto Nilo, a principios de siglo, hacían lo posible para disuadir a los muertos de regresar. El cuerpo era llevaco afuera a través de un agujero practicado en el muro de la choza, luego sepultado con algunos sacrificios y una ceremo-nia de despedida. Se lo ubicaba en un sitio remoto y se lo inhumaba de cara hacía el lado opuesto a la aldea. Los muer- tos debían ir adonde les correspondiera y mantenerse aparte. En otras zonas del Africa, sin embargo, los muertos eran recordados con afecto. En muchos sitios se erigían im genes para que ellos pudieran retornar, habitarías provisoriamente, y así convivir con su descendencia. Aquí nos hallamos ante un caso de alma múltiple. La persona está en cierto modo –dentro de la imagen, y sin embargo los nativos suponen que puede haber un fantasma suelto, al tiempo que la verdadera alma reside en un mundo feliz de las alturas. Tales creencias abun- dan en las regiones de la costa occidental del Africa y en el Sud n, al sur del Sobara, así ccimo en el Congo. Todos estos pueblos provenían del norte. En ciertos casos, la idea de un vínculo espiritual con.los restos del muerto se relacionaba estrechamente con la realeza. Pensemos en la preservación de los cordones umbilicales de los reyes BaGanda de Uganda. Eran especies de paladiones que ligaban el espíritu vital de los jefes a través del tiempo, cada uno con su historia personal. Eran un medio de establecer contacto entre los espíritus, inasequibles a nadie que no fuera miembro del clan real. En el pueblo de los BaGanda, los nifíos solían recibir el nombre de un ancestro que había entrado en el mundo de los espí- ritus. Se esperaba que una parte de la personalidad ancestral entrara en el niño y permaneciera para ofrecer su colaboración y sus buenos pensamientos durante la vida. Los reyes tam- bién eran consejeros, y vivían misteriosamente en la choza donde se conservaban los maxilares sagrados de los monarcas muertos. Cada rey tenía su casa y su servidumbre. El sacer- dote, consagrado al beber del cr neo

del muerto, solía entrar a la choza y salir en estado de trance. Solía traer consejos del espíritu, y ante el rey actual actuaba inspirado por el es- píritu, de modo que los reyes pretéritos y presentes pudieran comunicarse entre sí. Se pensaba que los espíritus tenían la misma forma que habían tenido en la flor de la edad, pero toda mutilacíón corporal sufrida durante la vida terrena per-sístía en la forma del espectro. No queda muy claro si los espíritus vivían en el cielo o bajo la tierra. Sin duda, solían mantenerse cerca de sus descendientes terrenales, y se los contemplaba con ecuanimidad cuando aparecían. Al sur y sudeste de Africa, se creía que los vivos podían ocultar el alma en un sitio a salvo de los hechizos. Psta podía vivir en un amuleto, o recibir protección dentro de un rbol o una roca. Esta especie de personalidad separada era también la secreta fuerza vital del individuo. También en las civiliza-ciones africanas más altas la personalidad podía ser preser- vada fuera del cuerpo viviente. Un ejemplo bien documentado es el banquillo personal de los ashanti. La columna central del banquillo es, en cierto modo, un altar que guarda la fuerza vital del propietario. El banquillo recibe permanentes cuida- dos; al morir el dueño, se lo deposita en la tumba y sobre él se vuelcan las ofrendas. Con el tiempo se pudrir , pero entonces ya no ser necesario. La fuerza vital se ha desplazado, puesto que el altna del dueño entró en el mundo de los espíritus. sta no tiene ubicación específica, pues las almas son móviles, libres y proteicas. Aunque no son dioses, ejercen poderes muv superiores a sus atributos terrenales, y se puede entrar en contacto con ellas mediante adivinos y mediante ofrendas acompafíadas de plegarías. Cuidan a sus descendientes, y no es asombroso que cada tanto se manifíes- ten como espectros. Son seres vivos capaces de dispensar fuerza vital que otorgue vigor a los miembros de la familia. Pareciera que el ser humano tiene más de una porción espí ritual durante la vida y una mayor unidad en la muerte. En Africa no hay unidad de creencias, y el hogar de los muertos parece ubicarse ante todo en el cielo, pero muchos ,pensaban que sus parientes muertos circulaban cerca de ellos, en la tierra, aunque habitualmente invisibles. La mayor uni- dad de pensamiento que puede registrarse se halla en los relatos que aluden al origen de la muerte. Por todas partes oímos que el creador", desde su morada celeste, envió un mensajero para anu@iciarle a los hombres que habían de vivir para siempre y que algún enemigo (por lo general un espíritu mahgno) induje al mensajero a reposar mientras él enviab un mensaje falso. En algunos casos los seres humanos reci- bían poderes sexuales para que su vida terrenal dejara de ser permanente. Pero el caso es que Dios había tenido el propósito de darle la vida al hombre y que algo había inter- ferido en sus intenciones. Otra zona habitada largamente por pueblos de una avan- zada cultura de la Edad de Hierro es Indonesia. Entre esos pueblos remotos que,no fueron convertidos ni al hinduismo ni al Islam, pervive la creencia en un universo de criaturas espirituales donde las almas humanas son recordadas y re- cuerdan la vida. Entre los batak de Sumatra las almas son plurales, aunque las tradiciones divergen en lo que respecta al número de cualidades espirituales incluidas en tal categoría. El alma externa muere al morir la persona, pero el alma puede permanecer en el mundo de los espíritus e inspirar a los chamanes. Reúne las mismas condiciones vitales que la semi- lla de arroz, que permanece seca en un canasto hasta que se la siembra. El alma también puede reencarnarse, y con fre- cuencia en un animal, tal como el temido y respetado tigre. Entretanto, los cr neos de la gente importante eran guardados en grandes sarcófagos de piedra con forma de embarcación, con im genes de espíritus labradas en la proa. En Borneo algunas tribus sepultaban a

sus muertos v abrían una puerta al otro mundo llevando una vara fina 'v quebr ndola. Al regresar del funeral, los deudos, uno a uno, pasaban sobre l vara partida. Cuando terminaban, el sacerdote de la alde unía la vara y la ataba. Los deudos se alejaban y se frotaban totalmente, para ahuyentar la contaminación de la muerte; se suponía que el espíritu despertaría al día siguiente, vería las ofrendas mortuorias y advertiría que estaba muerto. Se iría pues a la tierra de los muertos, en lugar de quedarse par, amedrentar a los vivos. Llevaría mucho tiempo registrar las múltiples variantes de las creencias humanas en cuanto al destino del alma en los estadios previos al alfabeto, pero podemos declarar que no hay mucha unidad en ello. Las evidencias no sugieren que nada, salvo la simple fe en la supervivencia, sea arquetípico e inalienable en la personalidad humana, Uno puede asociar los diversos relatos del viaje del alma al otro mundo con sue-ños del pasaje a través de la vida, que a menudo asumencualidades numínosas. Pero la creencia b sica consiste en que la personalidad pervive y puede -ser despertado de su sueiío, o bien en que éste puede continuar sin interrupción. Sin duda, esto halla un respaldo en la experiencia. El más universal de los fenómenos experimentados en relación con la muerte es la realidad de los fantasmas. No existe cultura en queindividuos especialmente dotados no puedan caer en trance y conversar con las almas desencarnadas. Muchos modelos de conducta típicos de los primitivos charnanes pueden ser investigados científicamente en la moderna sesión de espi-ritismo. Las descripciones son las mismas, mientras que los detalles reflejan las normas culturales de la audiencia. No se pueden extrapolar creencias recientemente registradas y adjudicarlas a sociedades prehistóricas, pero, cuando dispo- nemos de pruebas arqueológicas de entierros deliberados, observamos que hay cuidado por el cadáver, ya sea que éste se halle vestido, adornado, o reducido a un esqueleto pintado con ocre rojo y ubicado, habitualmente, en la postura del sueño. Hasta en las sepulturas de Neanderthal, que tienen unos ochenta mil años, había trozos de carne enterrados con los muertos. Ello implica un sacrificio de comida y trabajo de considerable valor. La creencia en el trasmundo parece endémica en la raza humana. AD BosHiER LAS RELIGIONES DE AFRICA Entre las naciones negras del sur de Africa, las de lengua bantú, existe la creencia de que todas las personas poseen un espíritu con el cual nacen. Incluso pueden, durante la vida, heredar el espíritu de familiares muertos. La influencia de estos espíritus puede ser muy poderosa y es capaz de alterarcompletamente la conducta del receptor. De modo que cuando un hombre o mujer africanos actúan de manera extraña, los de su tribu, según su filosofía habitual, adjudican tal conducta a la naturaleza de ese espíritu o moya. Una de las más poderosas de estas manifestaciones espirí- tuales es la que exige que el individuo poseso sea entrenado e iniciado como sangoma, médico-brujo.* Suele ocurrir que se le atribuya a una persona ordinaria el espíritu de un caza- dor, debido a su amor por la caza y su éxito en ella. Lo mismo puede aplicarse a cualquier oficio o profesión, pero cuando de alguien se dice simplemente que posee "el espíritu", se entiende por ello las características religiosas que hacen al

médico-brujo. Los moya (que también significa h lito y viento) pueden manifestarse en cualquier adulto, y su pre- sencia en hombres y mujeres de cualquier color, credo,o raza, es abiertamente admitida por los africanos Esto surge de su creencia en un Dios supremo que rige a todos los seres huma* En inglés, witch-doctor. El autor aclara en un paréntesis que emplea el término witch con conciencia de que éste deriva de wbit o wit, que significa "cognoscible". Vale recordar que witan, en inglés antiguo, y wizzan, en alto alemán antiguo, significan "conocer"; wita y wizza, que respectivamente derivan de esas voces, significan "sabio", consejero", en esos mismos idiomas; la misma raíz perdura en el inglés actual witcb ("brujo, hechicero"), en wise ("sabio"), y en el alemán ac tual wissen "conocer". (N. deláT:) nos. Sin embargo, se juzga presuntuoso y en verdad virtual- mente imposible acercarse a Dios por medios directos. Exís- ten pues intermediarios a quienes los mortales pueden acucur para que comuniquen sus pensamientos a Dios. Se trata de los espíritus de los ancestros muertos. Esta creencia le valió a los africanos el erróneo título de "adoradores de los ante- pasados". En realidad, lo que hace el africano es adorar i Dios, sólo que dicha comunión se realiza mediante los espí ritus ancestrales. La raza, la lengua, la clase, una multitud de factores dividen a la humanidad en la tierra, pero el credo africano afirma que tales barreras desaparecen en el mundo espiritual, De acuerdo con ello, cualquier individuo de cualquier grupo étnico puede ser aceptado en la sociedad tribal africana, lo cual depende de la armonía reinante entre los espíritus de dicho individuo y los de la tribu. Tales creencias tradicionales me eran desconocidas hace veinte años, cuando llegué a las comarcas salvajes del Africa En un esfuerzo por descubrir el Africa comentada por explo radores pasados, busqué esas regiones que en los mapas aparecían como zonas desiertas. Como no contaba con ningún recurso financiero, viajaba a pie y vivía de los recursos natu- rales. Al poco tiempo entré en contacto con las creencia tribales y me informaron que yo tenía "el espíritu". No mucho después de afrontar el desierto, la montaña y lij selva africanas, descubrí que me era esencial un retorno perió dico a la civilización y a la compañía de quienes eran mis semejantes. Tales visitas solían ser fugaces y yo no tardab,3 en lanzarme nuevamente a esas- regiones salvajes que tanto ffl(@ seducían. Mis ocasionales visitas a la ciudad y a mis amigo@ exigían de mí cierto aspecto civilizado. Me fue necesario, era consecuencia, organizar al@in medio de procurarme ingresos Las serpientes siempre habían ejercido cierta fascinación sobr(; mí y, cuando me encontraba con ellas -,i mis deambulaciones sentía siempre el impulso de capturarlas. Este deporte s( transformó en un medio de vida, de modo que empecé a bus cartas y a extraerles el veneno con un propósito determinado, pues existía un mercado para dicha sustancia en el mundo de la medicina. Al transformarme en un cazador de serpientes profesional me relacioné sin darme cuenta con la criatura m @inextricablemente vinculada a las creencias nativas tradicio-nales. Tras vagar por buena parte del Africa meridional, oriental y central, mi extremado interés en los pueblos tribales me condujo a una escarpada cadena de montañas en la zona noroes- te del Transvaal, no muy lejos del Río Limpopo. Estas monta- fías, las Makgabeng, habían recibido muy poca atención de los extranjeros y cuando yo llegué a ellas por primera vez en 1959, fue como descubrir una antigua ciudad-fantasma. Por todas partes hallé abundantes vestigios de pueblos

extin- guidos: ruinas de piedra, cuevas fortificadas, laderas parcela- das en terrazas, y, lo más interesante de todo, una verdadera galería de pinturas rupestres. Había en las cuevas una profusión de escenas con figuras humanas, animales y simbólicas, ejecutadas con una variedad crom tico que conservaba su es-plendor a pesar de los años . P(se a tener reputación de no ser muy amiga de los extran- jero@, la gente de Makgabeng toleró mi presencia, lo que me pcimitió examinar esta asombrosa fortuna en arte rupestre. Aunque esta voluntaria tarea me consumía casi todo el tiempo, aun me sentía impulsado a realizar viajes ocasionales a la civi-lizaci(Sn para una dosis periódica de "equilibrio". La alter- nada frecuentación de la ciudad y esas comarcas salvajes con- tribtiia a acrecentar mi asombro y mí interés, tanto por las noticias de los lanzamientos espaciales como por el sacrificio de tina bestia en una ceremonia tribal para propiciar la lluvia. Eii una de esas visitas, en 19ó2, contraje matrimonio, y mi tiiujer, una artista, me acompañó a las montañas para hacer copi,,is de las pinturas de las cavernas. Durante el mismo añ , !nís actividades llegaron a oídos de dos antropólogos, de modo que recibí, por vez primera, tanto una ayuda financiera como una guía profesional. Walter Battis y R ymond Dart insistieron en que yo continuara estudiando a ese pueblo en forma directa, como lo había hecho siempre, pero gradualmente comenzaron a embarcarse en proyectos relacionados con ciertos aspectos de la vida tribal. Dos años más tarde, circunstancias extraordinarias interrumpieron mí labor en Mak- gabeng y me llevaron a investigar una montaña en Suazilandia, pues había interés en explotar sus vastas reservas de mineral de hierro. M trabajo inicial en esa montaña, conocida como el Pico Bomvu (rojo), reveló que los depósitos de mineral estaban mezclados con antiguas excavaciones realizadas por el hombre, que posteriormente habían sido rellenadas. De los nativos suazis recibí el dato que ese lugar, donde había de operar una gran compañía minera, había sido explotado por su propio pueblo desde tiempos muy remotos. En realidad, hasta lo tiempos a los que se extendía su tradición oral, la tribu había trabajado en los filones del Pico Botnvu no sólo por el mineral de hierro sino por el pigmento rojo al que ellos otorgaban tanto valor. Las antiguas obras que yo había descubierto en la montaña testimoniaban la fidelidad del informe de los suazis. más tarde, cuando mi colega Peter Beaumont some-tió los obrajes y estratos a la prueba del radio-carbono, com- probamos que la hematita roja y su brillante variedad negra, la especularíta, había sido atrancada a estas montañas durante muchos milenios. Las fechas se remontaban, de hecho, al tercero, cuarto, sexto, décimo, vigésimo tercero y vigésimo noveno milenios antes de la actualidad. La fecha más remota que obtuvimos fue de 43.200 años atr s, El Pico Bornvu, por lo tanto, es la -obra de minería más antigua que se conoce. Adidonalmente, llegamos a la conclusión de que se habían extraído cerca de cien millares de toneladas de hematital y que esta notoria empresa se había realizado con herramientas de piedra! Mis investigaciones preliminares provocaron cierta agitación entre los suazis, pues se profetizaba que los espíritus ng habían de tolerar la presencia de mineros modernos, equi- pados con m quinas y dinamita. Los temores de los tribeiíos ante la ira de la gran serpiente Inyoka Makhanda Khanda y los espíritus ancestrales hacia la proyectado explotación de los depósitos de mineral se agudizaron a tal punto que a la com-pañía se le sugirió que le ofrendaran a la nación suazi una parte de la montaña. La hernatíta, u ocre rojo, no es en absoluto un elemento inusitado en la investigación arqueológica. Apareció por pri- mera vez en Europa, en el bajo Paleolítico, cuando el hombpe de Neanderthal la utilizó en sus pr cticas funerarias. Simult - neamente, o en época acaso más

temprana, los primeros hom- bres modernos (Homo sapiens sapiens) la explotaban al sur del Sabara, y desde allí se difundió a casi todas las partes del mundo. Se la utilizó en Europa, Asia, Africa, Australia y en las Américas, en los rituales funerarios, con un énfasis que denota la preocupación del hombre por la vida ultraterrena. Desde remotos tiempos prehistóricos existe la creencia, aún vigente en ciertos pueblos en el día de hoy, de que la tierra es un cuerpo viviente. Consecuentemente, a los filones de ocre rojo se los describe como si fueran la sangre de esta madre tierra. No hay mejor ejemplo que el nombre que actualmente se !.isa para denominarlo, Hematita. De modo que era sangre de piedra para los griegos, al igual que para los aborígenes d Australia, algunas tribus africanas y, presumiblemente, para los hombres de Cro-Magnon y Neanderthal. En forma contempor nea al ascenso de la razón, en el meso- Utico, surgió la idea de que la sangre era la fuente de la vida. Ya se matara a un enemigo humano o a una presa animal, la evidencia más tangible de la muerte de esa criatura era la pér- dida de sangre. La excesiva pérdida de sangre daba por resul- tado la muerte, con la excepción de las mujeres, que perdían sangre con la misma regularidad con que la luna cumplía sus ciclos místicos. Este fenómeno femenino sufría, sin embargo una interrupción, o sea cuando la sangre era contenida durante nueve lunas, consagrada a engendrar una nueva vida. Además, el ingreso de esa nueva vida al mundo iba acompañado de un flujo de sangre que tampoco esta vez era fatal a la madre. Las asociaciones entre sangre y vida-y-muerte son múlti- ples, especialmente para el hombre primitivo. Al reflexionar sobre los años en que viví como cazador, evoco con toda vivi- dez los interminables días en que seguía el rastro de la pres herida. Ya fuera solo o en compañía de cazadores bosquima- nos o bantúes, nada era mejor como espect culo de triunfo que la visión de las manchas de sangre, que nos impulsaban a recorrer increíbles distancias. En cuanto aceptamos que nuestros lejanos antepasados, los primeros que comenzaron a sopesar causas y motivaciones, veían el papel desempeñado por la sangre tal como lo sugieren los datos antropológicos, querríamos saber cómo actuaban par incrementar, promover, garantizar y aun inducir la vida. Sin duda, muchos rituales surgieron a dicho efecto, y aun al pre- sente no faltan en el mundo ceremonias de fertilidad. En este caso lo único que nos interesa, sin embargo, es ver hasta qué punto esos ritos tienen por propósito asegurar la vida del hombre después de la muerte. El acto de inhumación es, de por sí, un intento para ayudar al difunto en su viaje al otro mundo. Como medida adicional al respecto, se adoptaban ciertos métodos, tales como el de ubicar al cadáver en determinada posición y el añadido de enseres que pudieran ser útiles en el otro mundo. Nada es m s común, entre estas mercancías funerarias, que la hematita. La cantidad puede variar de unos pocos terrones, como los que se hallaron en la sepultura Neanderthal de Chapelle-aux-Saints (entre 35.000 y 40.000 años de antigedad), a casos como el de la Dama Roja de Paviland, cuyos restos fósiles estaban cu- biertos por una costra de ocre molido con el que se la había untado en el momento de sepultarla. Las sepulturas con ocre son universales y en algunas zonas han persistido hasta el presente. Ello nos permite apreciar la difundida creencia en los poderes revitalizadores de la madre tierra, cuya sangre sagrada puede devolver la vida. Así como la excesiva pérdida de sangre determinaba la muerte, la in-clusión de la sangre de la tierra podía infundir la vida una vez más. Tan poderosa era la fuerza vital atribuida a esta sustancia que, tal como hemos visto, fue la causa de la pri- mera aventura minera del hombre; por otra parte, la continua demanda existente en esa región bastaba

por sí sola para expli- car la extracción de millares de toneladas de hematita me- diante el solo empleo de herramientas de piedra. Tanto el empleo universal del ocre como medio de asegurar una forma de reencarnación cuanto la antigua explotación minera de hema- tita (el mayor filón de hierro del mundo) indican que el interés del hombre en la vida después de la muerte fue la primera motivación de la industria. Una vez concluidas las investigaciones preliminares en Pico Bomvu, y tras dedicarme a un pequeño estudio del mencionado simbolismo del ocre rojo, partí nuevamente hacia las remotas montañas Makgabeng. Así comenz staban bien preservados. Dando por supuesto que eran los ,spíritus quienes me habían revelado la ubicación de la caver- ia, me explicaron que la posición y la condición de los tam- )ores ejemplificaban el dilema de la tribu. Para sus proge- iitores había sido imposible ceder ante las demandas de los nisioneros, de modo que, en lugar de destruir los objetos sagrados, los habían escondido. El ignorado poder del espíritu del hombre blanco les había vedado la adecuada utilización d los tambores, tal como su creencia tradicional había rechazad la Sagrada Biblia. La gente de Makgabeng se hallaba, pues en una difícil situación espiritual y me pedía que los aconse- jara en cuanto a la actitud que debían adoptar para apaciguar a Dios y los ancestros. Debo confesar que, pese a mi educación cristiana, me im- portaba más la felicidad de la tribu que los misioneros que habían visitado la zona, muy brevemente, hacia fines del siglo pasado. Por lo tanto, alenté al jefe para que regresara los tambores a un sitio de honor. En respuesta a sus temores, l aseguré a esa gente que el hombre blanco no se vengaría por tales acciones, ni tampoco los "ancestros" del hombre blanco. Durante el debate subsiguiente, en que se trataron los diversos problemas técnicos que implicaban el traslado de los tambores y los rituales, sentí alarma cuando alguien preguntó de dónde se obtendría la sangre necesaria. Los sacrificios humanos no son inusuales en ciertas zonas del Africa donde se realizan ceremonias para concluir con graves sequías. Temeroso de verme comprometido en un asesinato ritual, le supliqué al

consejo que no considerara una acción semejante, pero de inme- diato me aseguraron que no se trataba de sangre humana. Para mi asombro, me refirieron entonces que la sangre sa- grada de Mamagolo, la Gran Madre, no se podía obtener en la región. Apenas me atrevía a creer que los tribeños aludie- ran a la hematita; requerí más detalles de esa "sangre". La descripción no dejaba lugar a dudas de que la sangre de la Gran Madre no era sino el ocre rojo, ante lo cual me comprometí en el acto a conseguírsela. Declinaron mi oferta con gratitud, explic ndome que los alfareros de la tribu ya habían provocad la ira de los espíritus al emplear un polvo rojo que se obte- nía en los comercios europeos como sustituto del mineras genuino. El material que ellos requerían provenía de las en- trañas de la tierra, de los sitios donde moraba la gran ser piente. Hacía mucho tiempo, me explicaron, lo habían extraído individuos que entonces viajaban por el país y comer ciaban con ese mineral. Conteniendo mi entusiasmo, describí minuciosamente las antiguas minas del Pico Bomvu, de las que ofrecí, una ve m s, traerles un cargamento de ocre. Aún dubitativos, a caus del esmalte pintado que los alfareros habían comprado a los comerciantes blancos, los ancianos de Makgabeng dijeron que tendrían que ver el ocre de Bomvu antes de aceptarlo. No obs-tante, concedieron que valía la pena tomarse el trabajo, pues ,sin la sangre sagrada era imposible dar vida a los tambores; y, @por lo demás, los tambores, a menos que fueran nutridos con, esta sangre, no podrían cumplir con la función de comunicarlos ,con los ancestros muertos. Maravillado ante la secuencia de hechos que me había lle- vado a conocer el ocre rojo, los sitios donde podía hall rselo y, sobre todo, la supervivencia del antiguo simbolismo de sus @Ipoderes revitalizadores, partí hacia la tierra de los suazis. Al cabo de un mes volví al Makgabeng con unas doscientas 'hbras de hematita en forma de roca. Apenas la vieron, los .ancianos declararon con entusiasmo que ese era el material ,empleado por sus antepasados, y de inmediato se lo pasaron a un grupo de viejas mujeres para que lo molieran. Tanto los hombres como las mujeres que menstruaban tenían vedado moler el ocre y sólo las mujeres que habían pasado la meno- pausia podían prepararlo. Semanas más tarde advertí que los tambores habían sido sacados de su escondite, pero jamás volvió a mencion rselos, ni a los tambores ni a ninguno de los problemas tratados du- rante ese día junto al pozo de agua. Para mi gran alegría, no obstante, la siguiente estación trajo algunas de las lluvias más copiosas que cayeran durante décadas; la sequía se interrumpió y la tierra manifestó su notorio poder de recuperación. Die ciocho meses después del incidente del ocr@idio, yo vivía solo en una caverna del Makgabeng, aún dedicado a indagar la culturas pretérita y presente de ese pueblo. Un día, al ama- necer, un hombre se acercó a la caverna donde yo vivía y me invitó a una reunión que iba a celebrarse en cierto pueblo do días más tarde. De modo algo sorprendente, el hombre negó conocer la índole de dicha reunión; lo único que sabía es que me esperaban allí antes del alba. No sin suspicacia, le asegur que acudiría al crepúsculo, tal como lo pedían. Dos días más tarde hallé la aldea indicada, hogar de la mayor parte de los médicos-brujos locales, que bullía de actividad, pues muchos tribefíos iban de un lado a otro o se reunían en grupos para charlar. Tras el habitual intercambio de saludos, me dejaron atónito al anuncíarme que se había organizado el ritual que se imponía para tener la certeza de que los espíritus ancestrales me aceptarían como iniciado de la tribu. Un viejo médico-brujo me explicó que los varones de la tribu habían decidido, tiempo atr s, integrarme a su pueblo, pero como est era la primera vez que ello ocurría con un hombre blanco, era necesario obtener el consentimiento de los espíritus. Abru-

mado por la sorpresa y la emoción, fui conducido al patio cen-tral, donde había una anciana sentada, parcialmente cubierta con una tela bordada. Era Maledi, la más alta de las sangomas Makgabeng, y una mujer de la cual yo había intentado durante aiíos obtener información. En ese momento ella aguardaba el retorno del espíritu de su abuelo, el cual era su guía principal. Al parecer, había venido un poco más temprano, pero le había informado a su nieta que iba hacia la cima de una montañ cercana a recoger un poco de té silvestre. Al regreso "habla- ría ̄ con ella. Cuando pregunté para qué necesitaba el té me respondieron con naturalidad: "Porque le gusta", y cu ndo pregunté cómo viajaba, me dijeron: "Con el viento, los espí-ritus siempre vuelan con el viento". El espíritu eventualmente regresó; Maledi y su ayudante comenzaron a hablar en una lengua arcaica que sólo compren- den los espíritus y sus servidores, los brujos. Por lo tanto, un viejo adivino que no participaba de la ceremonia debió ofi cíar de intérprete para mí. Durante horas, las dos sangomas poseídas danzaron y cantaron al ritmo maravilloso de los tambores, interrumpiéndose ocasionalmente para impartir un mensaje del mundo de los muertos. Me sorprendió la vita- lidad de la vieja Maledi, quien, por lo que yo sabía, tambié era abuela, pero cuando le mencioné el hecho a su esposo, él me dijo que no era ella sino el espíritu quien bailaba. El problema de mi iniciación había surgido de modo tan súbito que sólo más tarde advertí hasta qué punto dependí de la decisión de los ancestros de la tribu. Por fortuna, no obstante, ellos aprobaron mi ingreso en la escuela de los varo- nes jóvenes', después de lo cual me dieron oficialmente mis nuevos nombres tribales. Apenas partieron los espíritus, Maledi, su ayudante, y dos de los brujos me condujeron a una caverna de las montañas, a dos millas de distancia, que yo había descubierto en mi segundo viaje al Makgabeng. Algunos de los símbolos pín- tados en el techo de esta pequeña caverna se parecían un poco a las figuras que adornaban los muros de la aldea de Maledi; intrigado por la semejanza, más de una vez vo le había preguntado a la anciana qué significaban. Durante casi siete años, ella me había negado conocer la existencia de la caverna, asegur ndome que las pinturas de los muros de la aldea eran meramente decorativas. Ahora, al detenernos ante la pared de roca que fortificaba la boca de la caverna, Maledi me dio la bienvenida oficial a su hogar espiritual, donde ellaacudía para comulgar con sus ancestros y donde iniciaba a las jóvenes de la tribu. Dentro de la caverna, Maledi se puso a interpretar los símbolos geométricos y admitió que los que había en los muros de su cabaña tenían una significación idén- tica. Cuando le recordé su pretendida ignorancia pasada, ella me replicó, sin inquietarse, que sólo ahora que yo era un niciado podía revelarme tales secretos. Antes de mi aceptación, los ancestros la habrían castigado con severidad en caso de descubrírmelos. Los próximos siete días fueron los más excitantes de mi vida, pues los médicos-brujos Makgabeng comenzaron la tarea de instruirme en el saber de su pueblo, conocimiento que poseen todos los varones iniciados. En el decurso de nuestra discusiones, los médicos-brujos aludieron a las excelentes llu vias que se habían precipitado, y declararon que ésta era una prueba del éxito de los rituales relativos a los tambores sa- grados y al ocre rojo. En realidad, reiteraron varias veces el gran alivio experimentado por la tribu al ver que tanto Dios como los ancestros habían aprobado su retorno a las antiguas ofrendas de sangre de sus antepasados.

Con esta primera iniciación, fui aceptado como médico-brujo en diversas tribus; luego, siete años más tarde, de vuelta en Makgabeng, atravesé la próxima etapa de la educación tribal, la escuela de los varones viejos. La primera escuela consiste en un período de instrucción que prepara a los jóvenes para la vida adulta y les enseña la historia, las creencias y los h vitos de la tribu. La segunda escuela atiende a conocimientos más ,altos y pone más énfasis en el credo y los rituales religiosos Ser entrenado como médico-brujo requiere ahondar aun más en lo religioso, dado que los médicos de la tribu son los sacer- dotes y sacerdotisas de su credo. Tanto en la escuela tribal como en la escuela de brujos, la instrucciones de mis maestros no cesaban de enfatizar el víncu- lo que une a los vivos con sus parientes muertos. Virtualmente pasan toda su vida de la vigilia luchando con los caprichos y fantasías de estas entidades verdaderamente reales. Es más que probable que también sufran la influencia de ellas durante el suefío, pues a los suefíos se los juzga comunicaciones directas de los espíritus. Sus discusiones respecto de estos seres siem- pre presentes son absolutamente directas y libres de incomo-didad, como las de cualquier europeo al comentar la conducta de un miembro vivo de su familia. Los médicos-brujos, al estar en íntimo contacto con los ancestros, son la mayor fuente de información con respecto a la conducta de los espíritus y, cuando están de nimo para ello, pueden hablar durante horas sobre sus peculiaridades. En ocasiones muy raras, inclusive se permiten canciones humorísticas en las que se quejan, por ejemplo, de la frivolidad de una tía-abuela muerta hace mucho tiempo, cuyos continuos pedidos de brazaletes y cuentas de color no dejan dinero para la comida. Uno suele leer con frecuencia acerca de la naturaleza severa y prohibitiva de los brujos africanos. Aunque ese puede ser el caso de ciertos individuos, la mayoría de aquellos con quíe- nes trabajo tienen todo el humor que es tan característico de los africanos en general. La habilidad para mantener este humor aun con respecto a ellos y a su profesión los transforma en compañeros gratos y placenteros. Es típico, al respecto, un di logo que oí por casualidad, entre una bruja y su mofletuda sobrina, también una sangoma. La vieja tía, reproch ndole a la mujer más joven su falta de respeto, la amenazó con re- gresar después de su muerte e infligirle a la sobrina un dolor de cabeza. Sí bien en este caso tales comentarios eran en broma, sospecho que hay cierto motivo ulterior detr s del increílble.cuidado y respeto con que se trata a los mayores, pues en la medida en que el espíritu conserve las características que esa persona tuvo en vida, el modo' en que se la trate en la tierra puede afectar en mucho su conducta posterior. Un alm a la que se ha tratado con miramientos, respeto y afecto hasta el fin, es muy probable que produzca un espíritu satisfecho. Esto es muy importante, pues se sostiene que el espíritu an-cestral más cercano suele ejercer una gran influencia sobre una persona. Sea cual fuere el motivo, sus creencias tradicionale por cierto se oponen al maltrato de viejos y débiles. El poder de la "personalidad" de los espíritus se ve mejor en los sangomas, cuando entran en trance. Como la mayoría de ellos son mujeres, no es infrecuente que uno presencie a la mujer más femenina súbitamente transformada en una fi- gura de naturaleza indudablemente masculina cuando es poseí- da por un ancestro del sexo opuesto. Su expresión facial se vuelve más rígida y severa, y una apostura definitivament masculina se adueña de su cuerpo, mientras ella habla con profunda voz de hombre. Al alejarse ese ancestro, puede ocurrir que la sangoma sea inmediatamente poseída por otro espíritu masculino de voz' de modales e inclusive de lenguaje totalmente diverso. Luego, antes de que ella recobre su estado de conciencia normal, puede suceder que la visite un antepasado femenino; su conducta volver a alterarse por com- pleto una vez más. Ndlaleni Cindi, la sangoma a quien hemos estudiado con mayor detención, tiene tantos

espíritus femeni- nos como masculinos. En el decurso de los años, la hemos visto en trance con tanta frecuencia y el modo de comportarse de cada ancestro es tan característico que ya sabemos de qué espíritu se trata aún antes de que hable una palabra. Contrariamente a ciertos informes, ni los médicos brujos ni el pueblo en general suelen preocuparse demasiado por la muer- te; supongo que esto tiene mucho que ver con su familiaridad con los difuntos. El mundo de los espíritus es tan real y se integra a tal punto a la vida cotidiana que no puede haber ninguna duda de la supervivencia después de la muerte. En cuanto al lugar exacto donde residen los Muertos, ese es un problema a discutir, aunque no muy acaloradamente, puesto que pocos africanos parecen preocuparse por la verdadera ubi- cación. Los sitios que suelen sugerirse son las nubes, el inte- rior de la tierra, las profundidades acu ticas, los diversos pun- tos cardinales, e inclusive la tierra en que moramos nosotros, los mortales, quienes, salvo raras excepciones, carecemos de la habilidad para verlos. Aunque los ancestros pueden viajar a su antojo, el sitio más indicado para establecer contacto con ellos es el lugar donde están sepultados sus cuerpos. Así, constantemente hay indi-viduos que realizan peregrinaciones por todo el subcontinente hasta las tumbas familiares, con el propósito de orar o de pre- sentar ofrendas. Asimismo, con frecuencia hay delegaciones de la tribu que viajan hacia donde se erige la tumba de un jefe del pasado, puesto que el espíritu del jefe es el máspoderoso de la tribu y hay ciertos requerimientos que deben vehiculizarse por su intermedio. El horror a la muerte que manifiestan ciertos pueblos no alcanza la misma intensidad entre los bantúes; no obstante, la congoja expresada por parientes y amigos ante el alejamiento físico de una persona es indudablemente auténtica. El muert merecer el luto de sus allegados pese a que aún vive, pues lo único que ha hecho es cortar las amarras que lo hacían visible y lo ligaban a la tierra. Ahora, cuando hereda nuevas habilidades e ingresa a otro reino, los deudos realizar n cier- tas ceremonias para asegurarle el bienestar. Pues el espíritu aún debe comer, beber y gozar de ciertos lujos como el rapé, la cerveza y el tabaco. En las zonas tribales habitadas por los Makgabeng, los campos se dividen en sectores y cada porción lleva el nombre de un miembro de la familia. Cuando muere una persona, la tierra que lleva su nombre no es cultivada durante un año, de modo que el espíritu pueda labrarla a su gusto para cosechar sus productos y consumirlos en el otro mundo. Si muere el jefe de la familia, los campos de la familia no se labran durante un año; si muere un jefe, ningún miembro de la tribu puede plantar nada durante un año. Así, los que tanto por su edad como por su rango merecen más res- peto, son los que gozan de más atenciones en el más all . Mientras que un cristiano debe llevar una vida justa para asegurarse la salvación personal, el africano tradicional no pro- cura semejante fin. Si buscamos una causa a nuestro respeto por la moral durante la vida, hallaremos que para un africano tal conducta obedece a la presencia de sus espíritus ances-trales. Tras la muerte corporal, todos los bantúes entrar n al mundo de los espíritus, y para ingresar en él uno no depende de un juicio final. Mientras se vive como mortal, sin embargo, la conducta de uno es continuamente juzgada por un conjunto de espíritus con tenaz sentido crítico. Los ancestros exigen constantes atenciones, y la menor negligencia que afecte su bienestar basta para que de inmediato revelen su naturaleza desp >̈ tica y temperamental. Un inconveniente que esta creencia ofrece a quien la con- templa desde afuera es la extrema intolerancia que estos an- cestros demuestran a todo lo novedoso. Este estado de cosas, sin

embargo, parece existir en todo el mundo entre las gene- raciones vivientes de más edad y las más jóvenes, de modo que en Africa, al igual que en todas partes, actúa como una especie de sistema de frenos que acaso conserve un equilibrio entre el progreso y el estancamiento. Pese al paulatino ablandamiento que manifiestan las gene- raciones de espíritus más recientes, éstos aún exigen obedien- cia absoluta de sus descendientes. En consecuencia, aun en el enorme complejo urbano de Soweto, en las afueras de johan- nesburgo, las sangomas (y aquí hay cerca de un millar) son completamente obsecuentes con sus ancestros. Suelen circular, ocasionalmente, historias acerca de espíritus ofendidos que toman la vida de los mortales descarriados, y, dentro de ese mundo de cemento y acero, aún suelen realizarse sacrificios a los muertos. Sólo después de la iniciación descubrí que africanos sofísticados que gozaban de una alta educación admi- tían abiertamente que aún creían en el culto de los ancestros. Er@ !@s c7ludades, tales creencias suelen ocultarse por temor al ridículo, mientras que en las zonas tribales no hay necesidad de esconder las creencias tradicionales sobre la vida después de la nitierte, salvo ante los misioneros. Así como los ancestros son los servidores de Dios, los mé-dicos-brujos son los servidores de los ancestros. Cuando al-quícn muere, el cuerpo es depositado en la tumba y se ofician os ritos correspondientes. Uno, diez o aun cincuenta años m s tarde, cualquier africano habr de admitir que si uno abriera esa tumba los restos del individuo todavía estar n allí. El espíritu o moya del muerto, sin embargo, sobrevive, y a partir del instante en que se despide del cuerpo comienza a buscilr otro cuerpo mediante -el cual expresarse. Entre los tribeños no existe la creencia en la igualdad, de modo que jiav gente con un gran espíritu y otros que hacen las veces )S iliodestos marginados de la sociedad. Los últimos tie-i)@: Lin espíritu, como todos los seres, pero el suyo es menos e' iiic y sólo requiere un mínimo de atención. Los prime- l),,i el contrario, suelen ser buscados por espíritus más I'()Sk)s, al punto de que, si se dan las condiciones, el indi- ) e., poseído por completo y obligado a consagrar su vida ii itiicestros. La persona así escogida es guiada, habitualmente mediant@, sus sueiíos, a la casa de un brujo calificado, donde comienza si! iniciación. El neófito aprende cómo atraer al espíritu, cóm(5 comprenderlo, y cómo inducirlo a realizar ciertas tareas, tales como adivinar enfermedades o ubicar objetos perdidos. El íni ciado descubre que estos ancestros pueden ser impúdicos exhi bicionistas, a veces extremadamente exigentes, y otras des- vergonzadamente vanidosos. Tal vanidad se refleja en sus servidores mortales, continuamente forzados, mediante suefíos o compulsiones internas, a la obtención de cuentas, brazaletes, plumas y todo tipo de bellos atuendos. Los espíritus son tan individuales en su enigm tico reino como nosotros lo somos en la tierra. Por lo tanto, sus capri- chos y deseos jamás se manifiestan de la misma manera @@. diferentes apreiidíces o brujos. El modo de vestir, de comer, de beber, de bailar, y toda forma de comportamiento, depen- den del dictamen de los antepasados. En realidad, pareciera que la personalidad individual del sangoma queda casi total- mente abrumada por sus espíritus ancestrales. Los médicos-brujos con quienes estudié transmitían cuanto habían aprendido de sus propios maestros y antepasados. Pero constantemente me repetían que ante todo yo debía seguir las instrucciones impartidas por mis propios espíritus para obtener el éxito.

Pese a la diversidad de temperamentos individuales que uno encuentra en el mundo de los espíritus africanos, hay ciertos ritos que cuentan con la aprobación de la mayoría de los espíritus, tales como la ejecución del tambor, la danza y el canto. Otro elemento en el que suelen coincidir casi todos lo$' médicos-brujos es la insistencia en que sus servicios al pueblo sean bien recompensados. El fracaso en las instruc- ciones dadas a un paciente o cliente es un horrible insulto al espíritu que es, por supuesto, el responsable por la cura o el éxito. Finalmente, hay una observación que todo novicio o brujo calificado debe tener en cuenta; se trata de la ofrenda de sangre, el más esencial de todos los elementos, a los espiritus. El sacrificio periódico a los ancestros es crucial, pues sin esta sangre revitalizadora son incapaces de asumir la plenitud de sus poderes. Q ̈ uién, sabiendo que depende de sus ances- tros difuntos para sobrevivir, dejaría secar la fuente que lo alimenta? Las ofrendas ocasionales de cabras y vacas a los muertos ilustran la continua creencia de los me@dico-brujos en una práctica antes observada en la antigua Grecia y regis- trada en la Odisea homérica: "Los espíritus de los muertos podían ser convocados; se congregaban en grupos cuando se degollaba a un animal, para sorber su sangre y recobrar la vida, aunque fuera por un tiempo breve". La Eucaristía es el ejemplo más famoso de relación entre la vida y la sangre, o mejor dicho, un símbolo de la sangre: el vino que representa la sangre del hijo de Dios. Por lo, que sabemos hasta el presente, sin embargo, esos notables albores de la industria en Suazilandia, las antiguas minas del Pico Bomvu, ofrecieron el ejemplo más remoto que'se conoce del interés del hombre por la vida después de la muerte.

CRispiN TICKPLL LAS CIVILIZACIONES DE AFRICA PRECOLOMBINA Las antiguas civilizaciones de América culminaron en forma violenta hace unos cuatrocientos o quinientos años. Sólo po- demos percibirlas a través de una lente empañada. Como la mayor parte de los pueblos, los aztecas, mayas e incas, así como sus predecesores durante miles de años, creían que la vida de algún modo continuaba después de la muerte. Pero el conocimiento que tenemos sobre sus creencias es penosa- mente exiguo y fragmentario. Para colmo, está deformado por el mismo impacto que destruyó dichas sociedades y por el medio a través del cual lo hemos obtenido. La historia de ese impacto -de cómo pequeños grupos de aventureros españoles, en nombre de Dios y del oro, exter- minaron toda una civilización- es a la vez intensamente ro- mántica y profundamente desagradable: por una parte, una sociedad de la última Edad de Hierro, con las ventajas de la pólvora, los caballos, el espíritu de cruzada y la iniciativa individual; por la otra, una sociedad de la Edad de Piedra tardía, rica, colectivista, reservada y ceñida a su medio am- bíente. Lamentablemente, las riquezas hicieron que los espa- ñoles se comportaran, como dijo un observador, como bes- tias salvajes; los intrincados mecanismos no pudieron sobrevivir al mal funcionamiento del engranaje principal; y la transmu- tación del medio -desde la introducción de la viruela en México a la obstrucción de los sistemas irrigatorios de Perú- trajo como consecuencia una desintegración social que aún hoy es evidente. Hoy día quiza seamos más tolerantes hacia la alterídad, o al menos más conscientes de la relatividad tanto de las ideas como de la organización humanas. Pero vale la pena pregun @arnos cómo se habrían comportado los modernos exploradores le la luna si selenitas extraños aunque no menos provistos de ,iquezas hubieran intentado -sin que ello sirviera de mu--ho- atacar a los astronautas intrusos, hubieran rechazado t odas las pretensiones de los terr queos y hubieran reclamado que los dejaran en paz. La gente a cargo de la próxima expe- dición habría demostrado, por cierto, un enf tico y –para ella- justificado af n por poner a los selenitas en el lugar correspondiente, apropiarse de sus riquezas y enseñarles –en caso de que se mostraran dispuestos a recibir enseñanzas- las virtudes del sistema ideológico de turno. Así ocurrió con los españoles en México y Perú. Lejos de reconocer los valores de la civilización que habían descubierto, sistem ticamente se dedicaron a eliminarla. El único Dios era su Dios, las únicas creencias, sus creencias. En realidad, uno de los interrogantes en boga, que subsecuentemente fue desarrollado con gran celo teológico, era si podía concebirse que los indios tuvieran alma, y ni hablar de su derecho a la vida ultraterrena. Entretanto, nadie dudaba de que la religión azteca era obra del mismo demonio. El culto del sacrificio humano, a cargo de sacerdotes con larga cabellera untada de sangre seca y cuerpos punzados por espinas de maguey, pare. cía una prueba definitiva. Ningún horror excede al que per- petran los otros. El resultado consistió en la destrucción de toda una socie- dad, tanto en sus aspectos espirituales cuanto materiales. El pegamento que los unía fue disuelto, y con las pocas piezas que nos quedan no podemos comprender cu l era su aspecto exterior y mucho menos cómo estaba conformada interior- mente. A esto se suma otro problema. Los aztecas y los incas, las culturas predominantes a principios del siglo xvi, no eran sino recién llegados a la escena de la civilización. Man-tenían una spera relación con sus predecesores, y absorbían y se apropiaban de todo aquello que no llegaban

a rechazar. Tal como lo consignó un jefe mexicano en épocas del empera- dor ltzco tl, más de un siglo antes de Cortés: "No conviene que todo el pueblo conozca las pinturas. Los siervos comunes se confundir n, y la tierra ser pervertida, porque en los docu-mentos hay muchos embustes..."' Los mismos españoles no podrían haberío dicho mejor. Comprender en la actualidad cómo los aztecas, los mayas y los incas y sus predecesores juzgaban la vida y la muerte –y la vida después de la muerte- es a tal punto una empresa conjetural que más vale reconocerla así desde un principio. Describir las evidencias es una tarea breve. En México hay cerca de doce libros de papel pintado o códices -mayas, míxtecas y aztecas- anteriores a la conquista, así como otros que se compusieron después, de los que queda una cantidad mayor. Constituyen el único resabio de los millares que algu- na vez hubo en las bibliotecas de las principales ciudades. Vale la pena citar una observación del Obispo Landa de Yucat n: "Hallamos un gran número de libros con tales ca- racteres, y como éstos sólo contenían superstición y mentiras del diablo los incineramos a todos, lo cual los indios deplo- raron a un grado asombroso y lo cual les causó una gran angustia". En Perú no había documentos escritos. Las tablas pintadas del principal templo incaico, en el Cuzco, ilustraban ciertos mitos y propuestas teológícas. Por lo demás, los incas transmitían la información administrativa mediante la distri- bucíón de nudos en cuerdas de diverso color, los quipu. Es poco lo que éstos pueden decirnos, Menos aun puedes decir- nos los granos con pinturas ídeogr fícas del pueblo mochica, muy anterior a los íncas. quiza sean más adecuados a nuestros propósitos, en primer lugar, los escritos de aztecas, incas y otros en el nuevo alfabeto europeo correspondiente, a veces en la lengua local, a veces en español; y, en segundo lugar, los escritos de los mis- mos espaiíoles, soldados, sacerdotes,- leguleyos y administra- dores, quienes, por una serie de razones que oscilaban entre la propaganda misionera y el af n por apropiarse de las tierras, querían determinar las pr cticas de un pasado que no tardaría en desaparecer. Aunque la obra de los españoles sea inapre-ciable, hay que leerla con cierto escepticismo. Inevitablemente, ellos veían lo que se adecuaba a su propia concepción de las cosas y cometían las subsecuentes distorsiones; en cuanto a sus informantes, es muy probable que reelaboraran las cosas según su propio criterio, ofreciéndoles a los españoles una versión depurada o mejorada que incluyera una alta dosis de los elementos que, según aquéllos, podrían interesarles a éstos. Disponemos además de las evidencias arqueológicas, profu- sas pero poco específicas. Constituyen nuestra fuente de ín- .formación sobre el pasado más remoto. Mientras que los templos de Tenochtitl n fueron arrasados para echar los d- mientos de la ciudad de México, los imponentes edificios ma- yas, abandonados durante cinco siglos o más, han sobrevivido intactos en la jungla. En Perú, todo nuestro conocimiento sobre civilizaciones preincaicas proviene virtualmente de los contenidos de las tumbas: momias, joyas, alimentos, y algunas piezas de alfarería que se cuentan entre las más elocuentes que se hayan confeccionado jam s. Nos quedan, por fin, las tradiciones orales. El paso de cua- trocientos años y la instalación de una civilización extraña no han eliminado el car cter específico de la sustancia subya- cente. Puede que hoy constituya una deformación del pasado y que nos señale antes los fundamentos que la superestructura de la antigua civilización. Pero el modo de apreciar la vida y la muerte en México

aún tiene cierta vigencia. Mediante 1 an lisis de estas curiosas perspectivas, al menos podemos conjeturar el pensamiento del común de la gente de hace muchas generaciones. En todo caso, los fundamentos son el sitio adecuado para comenzar. Todas las antiguas sociedades americanas, desde las m s primitivas a las más complejas, compartían' un origen común. Desde hace unos cuarenta mil años, los pueblos caza- dores del Asia se trasladaron desde las tierras bajas de lo que es hoy el Estrecho de Bering hacia Alaska, dispers ndose más tarde hacia el sur y adapt ndose simult neamente a condicio- nes nuevas e inmensamente variadas. El alza del nivel del mar que siguió al fin de la última era glacial levantó el puente levadizo, y la subsiguiente comunicación con el mundo exte- rior (tema harto controvertido) fue, en el mejor de los casos, intermitente. Los invasores distaban de ser uniformes al co- mienzo, y en el curso de los milenios conservaron amplias divergencias. Pero, ya por recíprocos intercambios, ya en vir-tud de lo que habían heredado, continuaron manteniendo ciertas ideas y pr cticas comunes. Por supuesto, sus creencias religiosas nos son desconocidas, pero, según los vestigios que han sobrevivido, debieron aseme-jarse a las de los pueblos cazadores de todo el mundo. La introducción de la agricultura y las comunidades sedentarias propiciaron un complejo sistema de creencias manejado por individuos dotados o una clase sacerdotal y fundamentado en los ciclos anuales de la naturaleza. La preocupación específica por el más all es evidente desde la época de los primeros labradores. En México, el cadáver frecuentemente era sepul- tado con estatuwas femeninas de arcilla, que al parecer sim- bolizaban la fertilidad y la continuidad de la vicla. Acaso se las destinara a acompañar al propietario en sú viaje a lo desconocido, En Perú, los alimentos y enseres depositados en la tumba también revelan el af n de proveer a las futuras necesidades del alma. A medida que la sociedad se complejizó, las tradiciones de un pasado de cacerías y de un presente agrario se fundieron en un único sistema religioso. Tanto en el caso de los aztecas como en el de los incas, el elemento representado por caza- dores, soldados y pueblo montañés hallaba expresión en la adoración de dioses celestes, especialmente el sol, con su mito- logía correspondiente; y el elemento representado por los la- bradores y los habitantes de las regiones tropicales y costeras tenía a la lluvia, la luna y los dioses marinos, también con sus respectivas mitologías. También estaba expresada la dicoto- mía de lo masculino y lo femenino. Como en tantas otras religiones, la combinación de ambos conjuntos de creencias se vinculaba mediante otra estructuracíón. En la base, había una religión para los simples y no iniciados: politeísta, ani-mista, m gica y local. Luego venía la religión de los cultos y los aristócratas: aún politeísta, pero más amplia en sus pers- pectivas y, hasta cierto punto, con una organización intelec-tual. En la cima, estaba la religión esotérica de los sacerdotes: unitaria, algo abstracta, relacionada con las matem ticas, la astronomía, la cronología, y expresada en términos simbólicos. El estado fragmentario de nuestros conocimientos nos obliga a ser cautelosos y a no pedir coherencia a una religión que fue absorbida antes que rechazada, o a pensar que las creencias de cualquiera de los grupos descriptos más arriba fueran necesariamente compartidas por los otros en algún momento. ún visitante del espacio que sólo dispusiera del credo atana-siano, del Inlíerno de Dante, del Fenómeno del hombre, el Oíd Moore's Almanack y de los testimonios orales de un campe-sino irlandés o siciliano, hallaría difícil la elaboración de un enunciado coherente sobre las creencias del cristiano moderno en cuanto al más all .

Las reflexiones sobre el más all , de hecho, eran muy dife@ rentes en las dos zonas altamente civilizadas de la antigua América: por una parte, la región hoy cubierta por México y sus vecinos meridionales (Mesoa@rica); por la otra, Perú y sus vecinos del norte, del sur y del este. Generalizar, siquiera con respecto a Mesoamérica, y extraer conclusiones a partir de lo que más conocemos parece poco conducente. Pero ciertas actitudes y elementos parecen haber sido comunes, en diversa gradación, a todas las culturas más altas. Lo primero v acaso lo más significativo es la creencia en que la muerte no es sino un punto cúlmine de la vida: la muerte y la vida son en realidad dos aspectos de lo mismo. Hallamos un buen testimonio de ello en los tempranos alfare- ros de Tlatilco, Valle de México, que confeccionaban imáge- nes bífrontes: un rostro viviente de un lado, una calavera burlona del otro. La vida y la muerte de un individuo estaban predestinadas desde el momento de su nacimiento. Hay mo- mentos, en la vida de todos, que accidental o deliberadamente determinan todo lo que sigue. Para los antiguos americanos, uno de esos momentos era la muerte. Si alguien moría así, su vida ultraterrena era de tal modo; si moría de otra forma, su vida ultraterrena era de tal otro. En ningún mo 'mento de su vida disponía de una elección individual como la que imaginamos para nosotros. No era sino una parte infinitesimal en un proceso cósmico de vida, muerte y regeneración. Se deduce que la moralidad de su vida era relevante sobre todo en cuanto concernía a su modo de morir. Los pueblos mesoamericanos tenían un rígido código moral, pero no se inquietaban por los pecados individuales. Es aquí donde más lejos nos encontramos de la tradición cristiana: las nociones de lucha personal, conciencia personal, y redención personal les eran totalmente ajenas. Lo mismo ocurría con nuestro acostumbrado dual-'lsno entre Dios y el diablo, el bien y el mal, lo justo y lo injusto. El dualismo de ellos estaba en el supremo Dios Ometéotl -el Seiíor Dual y la Dama Dual-, padre y madre a la vez, creador de todos los dioses y los hombres y no menos misterioso que la Trinidad. Los otros dioses, al igual que los hombres, tenían aspectos buenos y Mal, Y características que variaban según el tiempo y la circunstancia. NO habIa ninguna Certeza de que lo que a los hombres es parecía el bien obtuviera un triunfo fi@al. a -> quien robó el primer maíz –La serpiente Emplumada Quetzalcóatl Para los hombres y en ciertos aspectos era el rotector de la humanidad, cayó en desgracia, y padeció en manos de Tezcatlipoca El Espejo Hu@cante-, elevándose mediante el sacrifício Y convirtiéndose en la estrella vespertina. Pero si la moralidad personal incidía poco en el Proceso de amd la vida y la muerte, los actos colectivos de la hum ' ad eran esenciales a la vida misma. El mundo presente era el quinto desde la creación. Sus cuatro predecesores habían cuitninado en una cat strofe y no cabía duda de que al actual le ocurriría lo mistno. Entretanto, a los hombres les cabía la responsabí- Edad de velar por que continuara el ciclo de la vida. Se prac- tícaban diversas clases de sacrificio. Otietzalcóatl había inrno- lado serpientes, aves y tnariposas. Pero Tezcatliooca lo había qe@rotado, y a partir de entonces el sacrificio @umano era el uruco que tenía valor. Así, era necesario ahogar niños para Tlaloc, el dios de la Envía; antes que brotaran las cosechas, Xipe Totec, el dios del œ!rano, exigía la sangre de una víctítna que era desollada y cuya Piel era tefíida de amarillo y ves- tida por el sacerdote; el gran Huítzilopochtli -P iaro que Canturrea a la Izquierda, el dios tribal de los aztecas, que representaba al sol en su cenit, necesitaba sanrre humana -agua preciosa- para facilitar su cotidiano viaje a través del cielo. Para los aztecas, el sacrificio implicaba un acto de honor antes que de crueldad. Antes que el cuchillo de obsi-diana le arrancara el corazón, la víctima saludaba al sacerdote:"Oh amado padre". y el sacerdote solía responderle: "Oh amado hijo". El sacrificio era simplemente el medio para conservar la vida en un mundo arduo y sobre todo frágil.

La noción azteca del tras paraísos (que no hay que netas y la luna.). En prime batalla y los sacrificados en los altares del templo. Al crepúsculo de cada tardecer sus almas se congregaban para acompañar jubilosa- mente al sol hasta su cenit. Después de cuatro años, podían regresar a la tierra como p jaros cantores o como mariposas.En segundo lugar, estaba el Paraíso Occidental del Sol, al que iban las almas de las mujeres muertas al dar a luz. Cuando el sol cruzaba su cenit ellas ocupaban el sitio de los guerreros y lo escoltaban hasta el horizonte occidental. También podían regresar a la tierra, como mariposas nocturnas. También po-dían adquirir el siniestro h bito de acechar en las encrucijadas, las noches de luna lleno, y devorar a los niños. El tercer paraíso o Cielo Meridional era para las almas escogidas por Tlaloc, el dios de la lluvia. Iban allí los que habían muerto ahogados, fulminados por el rayo, suicid ndose o por enferinedades asociadas con el agua -la lepra, la hidropesía y el reumatismo-. Era un jardín verde y exuberante, pleno de flores, donde la gente cantaba, jugaba y cazaba mariposas. La Concepción de este paraíso data de antiguo, según lo demues tra un fresco de Teotihuac n (la ciudad del Valle de,México destruida,.en el siglo ix). Para los que no lograban ingresar a ninguno de los tres paraísos, las perspectivas eran sórdidas. El alma iba al Cielo Septentrional o Sitial de los Muertos, en un viaje que llevaba cuatro aiíos, y atravesaba ocho lubmundos antes de alcanzar su meta final en el submundo noveno. Antes de la cremación o la inhumación, el sacerdote inst@a al cadáver sobre las peri pecias que lo aguardaban, equip ndolo con una buena provi- sión de comida, agua, estandartes de papel y un perro (el xoloitzcuintli sin pelo). En la boca le colocaba una cuenta de jade, para sustituir el corazón, y le dejaban presentes para que se los llevara al Señor y a la Señora del Mundo Subterráneo. El viaje, en cierto modo, representaba un regreso a los oríge- nes del pueblo americano, en las remotas regiones del norte. Los detalles varían. Según una versión, el alma primero debía cruzar un ancho río, aferrándose a la cola de su perro mas cota;* luego debía atravesar altas montañas cuyas laderas Xolotl significaba, en lengua náhuatl, "perro" y "gemelo". Xolotl era el doble de QuetzaIcoatl, a quien había acompañado en su descenso a los Infiernos; representaba la parte inmaterial del hombre y era quien mejor podía guiar al alma en los vericuetos del trasmundo, que sólo él conocía. (N. del T.) periódicamente chocaban entre sí; luego recorrer un pasaje donde el viento era tan frío y spero como las hojas de obsi- diana; luego abrirse paso a través de las rocas; luego eludirr fagas de dardos; luego ahuyentar jaguares y otras bestias feroces que intentaban devorarle el corazón; luego trepar por desfiladeros de roca quebradiza; y finalmente llegaría al lugar de las tinieblas'y el piadoso olvido. Según algunos, el alma podía regresar una vez al año a la tierra en busca de alimentos, antes de regresar a las sombras. Esta versión es simple y obviamente sospechosa. Hay muchas cosas que quedan sin explicar. Sea cual fuere el pesi- mismo de los aztecas, resulta difícil creer que sus líderes -desde los sacerdotes o los guerreros que morían en la cama a los mercaderes y al propio emperador- la aceptaran literalmente o carecieran de otras esperanzas, acaso bajo el pa- tronazgo de los dioses particulares que invocaban. Dur n, que escribía hacia 1580, consigna un discurso del rey de Texcoco a la muerte del emperador azteca Axayacatl en 1481: "... Ahora has ido al lugar donde encontrar s a tus padres, parientes y nobles ancestros. Como el p jaro que vuela has ido allí para regocijarte en el Seííor de Todo lo Creado del Día y de la Noche, del Viento y del Fuego...

Luego decía el rey de Tacuba: "... Has alcanzado la tierra de tus magníficos allegados y ancestros, yaces allí, allí reposas en las sombras de los frescos campos de las nueve bocas de muerte con tus ancestros; yaces allí, en la resplandeciente casa de fuego del Sol ... 112 ste no parece ser el sitio aterrador antes descrípto. Pero hasta los emperadores podían llamarse a engaño. Una extraña historia refiere que el emperador Moctezuma, desesperado ante la cercanía de los españoles, decidió abandonar el trono y refugiarse en el mundo subterr neo. Lamentabletnente, los mensajeros que envió volvieron con el siguiente mensaje del dios: "... Quienes aquí habitan ya no son como eran en el mundo, sino que difieren en forma y modales; previamente t@an goces, descanso y alegría; ahora todo es tormento; este lugar no es un deleitable paraíso, como pretende el antiguo proverbio, sino una continua tortura; ve y dile a Moctezuma que si viera este lugar quedaría helado de terror, y aun se volvería de piedra ... " También hemos de tener en cuenta el escepticismo predo- minante en la poesía azteca que nos ha quedado. está llena de nostalgia por las delicadas aunque transitorias cosas de la vida y de incertidumbre ante el futuro. La belleza del mundo es tanto más grande al ser pasajera. Los hombres son como flores que no tardan en marchitarse o canciones que se esfu- man en el aire. ". . Basta un día para que nos vayamos, basta una noche para que perdamos nuestra carne. . ." El espejo reluciente (elmundo perfecto) contrasta con el espejo humeante (Tezcatlipoca: el mundo real). ... A ̈ caso las flores nos acompañan al reino de los muertos? Es cierto, realmente es cierto que debemos partir. M ̈ as adónde, oh adónde varnos? A ̈ llá estaremos muertos, o aún perviviremos? En ese lugar, v̈ uelve a existir la existencia?"4 Nadie sabía la respuesta. Las creencias ortodoxas podían otorgar consuelo o desesperación, pero la muerte conservaba su misterio. Los mitos de otras regiones de Mesoamérica parecen haber sido variaciones sobre el mismo tema. Es cierto que, de acuerdo con Mendieta, el pueblo de Tlaxcala (principado inde- pendiente sobre la montaña dé México) creía que los príncipes y señores se transformaban, al morir, en nubes, en aves sun- tuosamente emplumadas o en-piedras preciosas, mientras que el común de la gente se convertía en comadreja o en fieras hediondas. Pero ésta parece una leyenda aislada sobre la distinción de clases. Aun en el lejano Yucat n, los mayas tenían una cosmología similar a la de los aztecas, aunque expresada en diversa nomenclatura. En épocas de la conquista española la civilización maya estaba en decadencia y había sufrido, al igual que los aztecas, la influencia tolteca. Como resultado, nos es casi imposible discernir las características específica- mente mayas de las que son mejicanas en general. También ellos creían en un cielo dividido en trece regiones y en un submundo dividido en n destino de] alma era diferente. un paraíso maya, un sitio de muertos en batalla, las víctímás muertas al dar a luz, y los suicidás para siempre. En el mundo subterráneo al que i gobernado por de- MOniOs torturadores, reinaba el hambre y la desolación. También esta concepción parece excesivamente simple. Es obvio que se remonta a fechas muy antiguas, acaso a una época ' previa a la incorporación de los Paraísos Oriental y Oc- cídental del

dios del sol por parte de los aztecas. Pero en modo alguno parece congeniar con las 2randes tradiciones intelectuales de la casta sacerdotal de los -mayas, y más bie parece tratarse de una historia relatada a los extranjeros o a los simples. En el México moderno la muerte aún ocupa un sitio es- pecial. A la gente le gusta referirse a ella con cierto desgano, demostrar una indiferencia poco proporcionada con la fasd-nación nacional que ella ejerce. La rapidez con que se la inflige a los otros acaso no inplíque tanto una carencia de em- patía como un h bito que sobrevive a las generaciones, qta s, en el fondo, la s@nsacíón de que lo que cuenta es la colectividad de la vida y que la muerte es, al fin y al cabo, parte del proceso tierra renovarla. Entre los mexicanos de ori- gen indio, las almas regresan por alimento el día de los mues- tds. Se cuece un pan especial, y en algunas a-Ideas las tumbas se cargan de contadas y ejavelones. Se vela durante toda la noche, a la luz de las burlas, y por la mañana la comida ha perdido misteriosamente su sabor. Para los habitantes de las ciudades, tal celebración es más bien la excusa para un festejo; pero las calaveras de azúcar y chocolate, el pan especial, los esqueletos con fuegos artificiales entre los dedos, o elev ndose como barriletes en helicópteros de papel, nos confirman que quien ríe último es la muerte. Cabe mencionar otro vinculo con el pasado. Para los antiguos mexicanos los alucínógenos poseían una sustancia divina. De ahí la denominación azteca para las setas sagradas: teonan catl, la comida de los dioses. Los alucinógenos constituían el común vehículo de acceso a lo divino, y para algunos aúrv cumplen esa función. Cuando nos volvemos hacia las creencias de las civilizacio- nes que alguna vez abarcaron los Andes centrales, desde la selva tropical hasta las costas occidentales de América del Sur, estamos en otro mundo. Existe un extraordinario con- traste entre la abundancia de testimonios arqueológicos de las primeras épocas en adelante, respecto a las cr--encias en el trasmundo, y las vagas y dispersas referencias al tema en los escritos posteriores a la conquista espafola. Acaso esto sea una consecuencia del car cter mismo de la religión bajo el imperio de los incas. ]sta consistía, por un lado, en una serie de creencias populares de índole esencialmente regional, que incluía un relevante culto de los muertos, aunque localizado en zonas sagradas, dioses locales y espíritus familiares; y, en segundo lugar, en el aparato de la religión estatal, que amal- gamaba las creencias de los pueblos dominantes y los sometidos, y constituía un indispensable medio de conducción poEtica. Este último, naturalmente, se asentaba sobre el primero y de él extraía su vigor. No es sorprendente que el primero lo haya sobrevivido y que muchas de sus variantes aún perduren. Pero en cuanto a las verdaderas creencias del común de la ente sobre el trasmundo, aún permanecen ignoradas. Con- templamos sus vestigios con impotencia, sin poder ubicarnos en la mentalidad que las sostenía. Los pueblos de la montaña y de la costa solían preservar los cadáveres, tras eviscerarlos mediante métodos que nos son desconocidos, y en las pecu- hares condiciones de la alta montaña o del desierto seco, la naturaleza culminaba el proceso de momificación. Las pr c-ticas diferían, naturalmente, según el tiempo y lugar. En el caso de algunas tribus costeras, por ejemplo, el cadáver era envuelto en -un capullo de telas tejidas, pieles de animales o atuendos, y coronado por una falsa cabeza hecha con una más- cara de madera de nariz sobresaliente y ojos redondos y sal- tones; se lo equipaba, además, con los objetos. qilámás signi- ficación habían tenido en vida para el difunto estos podían incluir cerámica de todo tipo, armas, herramientas, joyas, co- fres, flautas de hueso de tres notas, canastos labrados que contenían palillos, agujas, husos e hilo, juguetes ' pinzas para acicalarse, cinturones bordados y,

por supuesto, bebida y ali- mentos, calabazas con maíz, caracoles y ẗ ros moluscos, y re- cipientes que acaso contuvieran cervez'a de chicha. Entre los mochica y otros, pequeñas láminas de oro, plata o cobre> ova. ladas o circulares, eran depositadas en la boca del cadáver, y a veces se le introducía una c nula que iba de la boca a la atmósfera exterior. La alfarería mochica, a veces zoomórfica, a veces representando escenas de la vida cotidiana, revela una alegría ante la vida y el mundo visible que resplandece aún hoy. A juzgar por estos y otros artefactos, había un dios feh. no de especial significación. También se han encontrado es- queletos de pequeños perros (como en México) y, según la literatura, las esposas, compañeros y siervos selectos a veces eran muertos y sepultados con los grandes hombres. El jesuita Blas Valera sostenía que había una posibilidad de elección. Los candidatos al sacrificio podían ofrecer presentes que los reemplazaran, Ramas por ejemplo. En tales ocasiones, los fu-nerales eran seguidos por las celebraciones de quienes habían cumplido con las exigencias del muerto salvando al mismo tiempo la propia vida. Por lo que sabemos, las momias de la costa, una vez ínhu- madas dentro y alrededor de sus pir mides, eran dejadas en paz. Pero las de las montañas, sepultadas en cavernas, torres cuadrangulares o aun en tinajas de arcilla, eran en ciertos casos exhibidas de tiempo en tiempo a través de las aldeas o alrededor de los campos, como parte de las celebraciones religiosas. Las momias reales de los Incas desde Manco Capac, eran expuestas en orden cronológico bajo quitasoles de plumas multicolores en la plaza principal de Cuzco, en la fiesta agraria m s importante del afío. En otras ocasiones, había un equipo de sirvientes, danzarines, bufones, músicos a cargo de ellas, además de otros que les traían comida, les cuidaban la vesti- menta y procuraban divertirías. Uno de los Incas tenía incluso sirvientes a su lado día y noche, que se ocupaban de ahuyentar las moscas. Para hombres de categoría inferior las costumbres variaban. Por ejemplo, a lo largo de la costa el pariente más cercano de un cadáver recién momificado era sumergido tres veces en el río cuando se'lavaban las ropas del muerto. Tras una fiesta ritual, se vertía cerveza de chicha en el suelo para aplacar la sed del muerto, y a veces una de sus viudas @ro- gada con coca- era sepultada viva con él, para hacerle com- pañía. Algunos pueblos montañeses exhumaban a sus momias durante tres días y tres noches por año, para cambiarles la la y proveerlas de alimento y bebida. En las tumbas toda-se pueden realizar banquetes. Se ha sugerido una serie de explicaciones, que van desde reencarnación o la resurrección hasta el culto de los ances- tros. Ni la reencarnación ni la resurrección parecen probables. toda preocupacion se centraba en el cuerpo presente y no en Lo futuro. Cuando los españoles lo condenaron a muerte, el 'rica Atahualpa prefirió ser bautizado y estrangulado antes que ser enviado a la hoguera y disiparse en humo. No puede haber exístido una distinción muy clara entre el cuerpo y el alma. tampoco hay nociones de un alma que regrese para habitar el cuerpo. En cuanto al culto de los ancestros, no sabemos de nada que sugiera que a las momias mismas se las juzgara di- vinas. Blas Valera escribió que los indios rogaban a los Dioses '... para que cuidaran al muerto, para que su cuerpo no se corrompiera y perdiera en la tierra, para que no dejaran que su alma errara sin rurnbo, y para que la recogieran y conservaran en alguna región feliz. La respuesta acaso sea más simple de lo que parece. Los indios veían la vida y la muerte como parte de un único pro- ceso. No sabían qué le ocurría a los muertos. Acaso hayan alcansado, inclusive, que el sitio en que los sepultabais era lite- ralmente el escenario de su vida ultraterrena. Al menos sen-,tían la responsabilidad de perpetuar tanto como fuera posible sus condiciones visibles de vida, de tal modo que la existencia de ellos fuera más tolerable ya en esas o quizás en otras de- A cambio, suponían que los muertos constancias mas azarosas. protegerían a sus descendientes y a la comunidad en que habían vivido. Aunque los indios no hayan adorado a las momias, es seguro que las veneraban igual que a los huaca u objetos sa- grados. Los huaca podían

ser cosas imponentes, alarmantes o extraigas, desde los mismos Andes o una yuxtaposición de rboles hasta seres humanos con seis dedos en el pie. Eran, en cierto sentido, vehículos a través de los cuales la esencia de lo sobrenatural, buena o mala, se manifestaba y se hacía conocer en el mundo. Los muertos eran parte de ese misterio. El concepto de huaca es alusivo y, por lo demás, ha de ha- berse transmutado con el paso de las generaciones. Por otra parte, se lo aplicaba de diverso modo en diversos lugares. Lo mismo ha de ocurrir con la concepción del trasmundo. Hay una profusa variedad de tradiciones orales, algunas quiza muy antiguas, otras no menos remotas pero teñidas posteriormente con matices cristianos, y otras de origen más reciente. De acuerdo con una de ellas, un peñasco andino de curiosa conforrnación es el fin de una senda que guiaba al cielo las almas de los muertos. Las almas masculinas debían padecer un tipo de carga, las femeninas otro. Sufrían pruebas para demostrar su fortaleza moral. Sí las franqueaban, podían ingresar a una gozosa inmortalidad mediante hendiduras grandes o peque-ñas, según el sexo- de la roca. Sí fallaban, permanecían ante el peñasco eternamente, aunque invisibles. Para los chíbcha, el alma debía vadear un ancho río en un bote hecho de telas de araña antes de viajar al centro de la tierra a través de gar- gantas de roca negra y amarilla. En una región de la costa, las almas debían llegar a lo que se llamaba la Comarca Silente mediante un puente colgante hecho de cabellos humanos, y sólo contaban con la ayuda de perros negros. Es sobre tal infraestructura donde los Incas han de haber amalgamado su compleja religión corno parte de la organiza- ción estatal. Para ellos había un supremo dios creador, co-no- cido -al menos según los últimos cronistas- como Viracocha en las montañas y como Pachacamac en la zona costera. Su servidor más importante, según los Incas, era el dios-sol, de quien decía descender la familia real. Corno el Inca tomaba a su hermana como primera esposa, los matrimonios de su familia, velozmente ramifícada, eran agentes de un imperialis- mo genealógíco mediante el cual se incorporaban a ella nuevos gobernantes. Los otros dioses y diosas principales –algunos indígenas y otros adoptados- representaban la tierra, la luna, las estrellas, el trueno y la lluvia, y el mar. Había una pode- rosa casta sacerdotal que presidía complejos rituales adecuados al ciclo del año y que incluían la purifícacíón colectiva e indí- vidual, la adivinación del futuro, la curación de los enfermos, y los sacrificios regulares (incluyendo el sacrificio humano de los profanos en ocasiones y en sitios especiales). Por lo poco que sabemos a través de los cronistas españoles (que escribían para un público cristiano), había un paraíso para las almas buenas y la clase gobernante, v un infierno para las almas ma- las. El Paraíso @l Mundo Superior- estaba en el cielo, junto al sol. Allí abundaban la bebida y los alimentos y la vida era muy similar a la terrena. El Infierno -el Mundo Inferior-estaba en las entrañas de la tierra. Era un sitio gélido y desa- gradable donde sólo se podía comer piedras. Al describir esta versión simplificada del otro mundo, Cieza tle León destacaba el éxito obtenido por el diablo al persuadir a los indios a que otorgaran más atención al arreglo de sus tui,,ibas y sepulcros que a otra cosa: en otras palabras, parecían m s interesados en aprender a morir que a vivir. Acaso esa haya ,ido su impresión, pero es m uy posible que se haya equi- vocado. Para loS'indios, los puntos cúlmines de la vida eran seguidos por el punto cúlmint de la muerte. Los muertos debían recibir todo el auxilio q ' ue necesitaban para afrontar lo que los aguardaba al internarse en lo desconocido. Pero, en un proceso simple, cada parte era tan importante como la otra, y la línea, aunque sinuosa, era continua. El hecho de que hubiese

sacrificios, humanos o de los otros, revela que la muerte de los individuos podía contribuir a la salud integral de esta sociedad enf ticamente colectivista. Para los antiguos americanos la muerte no implicaba el si-lenciado desastre qu@ implica para nosotros. Si no era el pasaporte para los privilegios ultraterrenos, como en la angus- tiada religión de los aztecas, era parte integral del misterio de la existencia, y no podía disociarse a los acontecimientos que la precedían de los que la sucedían. Como en otras reli- giones, la gente hacía todo lo posible por regular el más all proyectando las categorías de lo conocido en lo desconocido. Sus esfuerzos pueden parecernos crueles, patéticos o absurdos. Pero ellos no contaban con más certidumbre que los demás. Los poetas aztecas se aferraban a su escepticismo, y las familias incaicas no vacilaban en sacrificar llamas que oficiaran de sus- titutos. La vida en sí misma era buena; y de la brumosa suce- sión de cosas vivientes dimanaba un resplandor que en mucho se asemejaba, sin duda, al resplandor del crepúsculo. Q ̈ uién, en cualquier parte, puede afirmar algo más? NOTAS 1 Irene Nicholson, Firefly in tbe Night (1959), 25. 2 Diego Dar n, Tbe Aztecs, traducción al inglés de Heyden y Hor- casitas (19ó4), 174-5. [N. del T.: véase Diego Dur n, Historia de las LA VIDA DESPUES DE LA MUERTE Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme (México, Editora Na- cional, 1951).] 3 Nigel Davis, The Aztecs, 23ó. 4 Irene Nicholson, op. cit., 18ó, 190. 5 Roger y Simone Waisbard, Masks, Mummies and Majzicians, trad. al inglés de Patricia RusseH (19ó5), 55. [N. del T.: La cit@proviene de Blas Valera, Costumbres antiguas del Perú (Módco, SEP, 195ó).] 0 Cieza de León es autor de La crónica del Perú (México, Editorial Nueva Espafía, 1932) y de Segunda parte de la crónica del Perú que trata del señorío de los Incas (Madrid, Imprenta de Manuel G. Her- n ndez, 1880). (N. del T.)

GEOFFREY PARRINDER RELIGIONES DE ORIENTE La India ha sido una de las mayores fuentes de la reflexión religiosa y filosófica durante por lo menos los últimos cuatro milenios, y su contribución al interés en la vida después de la muerte ha sido sobresaliente. Lo que recibió la amplia de- nominación de hinduismo ha afectado a todos los otros credos indios y aún es un factor predominante. El budismo y el jai- nismo, hoy minoritarios en la India, profesan creencias an- tiguas y en cierto modo divergentes y se las contempla como no-hinduistas o heterodoxas porque tienen sus propias escrituras, pero algunas de sus doctrinas b sicas con respecto a la vida después de la muerte son paralelas o suplementarias a las enseñanzas del hinduismo. Los sikhs vinieron mucho más tarde, pero en este campo específico tienen mucho que ver con sus vecinos hinduistas, y de los grupos religiosos inferiores hay muy pocos que tengan o hayan tenido actitudes nihilístas ante la vida después de la muerte. Ciertas enseñanzas, aunque no se restrinjan a la India, se desarrollaron allí, sobre todo la idea de la transmigración del alma, o su reencarnación, y la creencia ética, relacionada con la anterior, en el karma, efecto y secuela de las acciones reali- zadas en esta vida. No sólo los hinduistas, sino los teístas sikhs y aparentemente los agnósticos budistas y jainistas com- parten tales creencias fundamentales en la India, las cuales se propagaron por el Asia mediante, los misioneros budistas y florecieron en los terrenos antes difíciles de la China y el Japón. Tales creencias, sin embargo, no se encuentran en los textos indios más antiguos que nos han quedado; puede que estuvieran presentes en los estratos inferiores de la sociedad prehistórica, el influjo de cuyas. ideas perduró cuando los textos o los monumentos físicos habían desaparecido. La India ha sido una de las mayores fuentes de la reflexión religiosa y filosófica durante por lo menos los últimos cuatro milenios, y su contribución al interés en la vida después de la muerte ha sido sobresaliente. Lo aue recibió la amplia de- nominación de hinduismo ha afectado a todos los otros credos indios y aún es un factor predominante. El budismo y el jaí- nismo, hoy minoritarios en la India, profesan creencias an- tiguas y en cierto modo divergentes y se las contempla como no-hinduistas o heterodoxas J)Orque tienen sus propias escri- turas, pero algunas de sus doctrinas b sicas con respecto a la vida después de la muerte son paralelas o suplemen ' tarias a las enseñanzas del hinduismo. Los sikhs vinieron mucho más tarde, pero en este campo específico tienen mucho que ver con sus vecinos hinduistas, y de los grupos religiosos inferiores hay muy pocos que tengan o hayan tenido actitudes nihilistas ante la vida después de la muerte. Ciertas enseñanzas, aunque no se restrinjan a la India, se desarrollaron allí, sobre tono la idea de la transmigración del alma, o su reencarnación, y la creencia ética, relacionada con la anterior, en el karma, efecto y secuela de las acciones reali- zadas en esta vida. No sólo los hinduistas, sino los teístas sikhs y aparentemente los agnósticos budistas y jainistas com- parten tales creencias fundamentales en la India, las cuales se propagaron por el Asia mediante, los misioneros budistas y florecieron en los terrenos antes difíciles de la China y el Japón' Tales creencias, sin embargo, no se encuentran en los textos indios más antiguos q ' ue nos han quedado; puede que estuvieran

presentes en los estratos inferiores de la sociedad prehistórica, el influjo de cuyas. ideas perduró cuando los textos o los monumentos físicos habían desaparecido. Los Vedas, textos sagrados cuyas primeras composiciones datan acaso del segundo milenio a;C., dan por sentada la su- pervivencia después de la muerte. Como en muchas otras cul- turas, hay pinturas que representan una forma simple de vida más all de la muerte y que sugieren que dicha existencia transcurriría en el cielo, aunque como forma exaltada de la vida en la tierra. El seiíor del mundo de los muertos era Yama, padre de la humanidad y primero en haber padecido la muerte. Vivía en un paraíso celestial donde bebía con los dioses al amparo de los rboles, acompañado por constantes c nticos y música de flautas. También se decía que los muertos vivían en el cielo tercero, el punto más alto alcanzado por el dios Vishnú, que había cruzado la tierra, el aire y el cielo con tres pasos, semejantes a la cotidiana travesía del sol. Los himnos fune-rarios proclamaban que el espíritu del muerto iría a un mundo de luz donde, junto a los ancestros, Yama y los dioses, se "uniría a los padres, se uniría con Yama, se uniría a un cuerpo vigoroso". En un nuevo cuerpo sin las debilidades e imperfecciones terrenales, el espíritu ingresaba a una vida jubilosa donde se colmarían todos sus deseos.' Hay un esquema pintoresco, aunque más sofisticado, del pasaje a la vida ultraterrena en uno de los cl sicos Upanishads, discursos filosóficos previos y posteriores al 500 a.C. El texto declara que el alma separada se eleva a la luna, puerta del mundo celestial, y, si logra franquearla, prosigue hacia los mun-dos del fuego, el viento, el cielo y los dioses. Allí la reciben centenares de ninfas, que la exornan con vestimentas, guirnal- das, ungentos y el conocimiento del ser divino. El alma prosigue hasta un lago y un río eterno, que vadea mentalmente y donde se despoja de sus actos buenos y malos. Pstos regresan, respectivamente, a los parientes que ama y a los que no ama. Llega a una ciudad celestial, u@ palacio, a una ex- tensa sala y a un trono reluciente donde se sienta el Dios creador. Allí, la interrogan: " Q ̈ uién eres?", y responde: "Soy lo que eres tú, lo Real."' Cuando los pensadores indios de las diversas escuelas co- menzaron a desarrollar las nociones sencillas de supervivencia, se expresaban opiniones divergentes y no imperaba ninguna ortodoxia. A veces se expresaban dudas sobre la posibilidad la índole de tal supervivencia. El famoso filósofo Yajna- svalkya, una vez que derrot >̈ a sus rivales en las discusiones @bre la naturaleza del alma, les pídï ricos han de haber sido objeto de discusiones intelectuales, sin arraigo en la vida del pueblo. El viejo punto de vista sobre la religión de los muertos en Grecia giraba alrededor del animismo de E. B. Tylor, respal- dado por jane Ellen Harriso@i y Gilbert Murray. Ahora que los antropólogos han renunciado a dicho animismo, podemos elaborar un cuadro más realista de las creencias griegas. stas tomaban a los poemas homéricos casi como un texto revelado; podía coment rselos, pero no present rselas oposición. Sea cual fuera la opinión de Sócrates o Platón, el griego del Kera- meikos se quedaba con su Antesteria para gritar a su culmi- nación: "Alejaos, espíritus de los muertos; Antesteria ha ter- minado"; de tal modo se despedía de su difunto, quien aguar- daría otro año en el Hades. El triunfo de la filosofía en la cuestión del culto de los muertos no sobrevino hasta que Grecia fue absorbida por el poderío romano. Las creencias de los romanos Los romanos eran hombres pr cticos antes que especula- tivos, y es importante resefíar sus creencias en el más all a través de lo que hacían con sus muertos. Los h bitos funera- rios no son f ciles de definir, pues la ubicación de objetos preciosos en una tumba puede significar muchas cosas diferen- tes: el cuchillo o la joya pueden colocarse junto al cad ver porque se cree que éste los necesitar en el otro mundo, o porque a su muerte nadie más debería usarlos, o quizá como una ofrenda a los dioses subterr neos, o simplemente porque 130 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE era suyo y siempre lo usaba. Cicerón describe de este modo las antiguas creencias latinas: "Era una creencia fundamental entre los hombres de antaíío que después de la muerte había cierta conciencia y que al dejar esta vida un hombre no des- aparecía al punto de perecer por completo" (Tusculanae Dis- putationes, I: 12: 27). T cito, en la biografía de Agrícola, su suegro, decía con igual criterio, en el capítulo 4ó: "Si existe una morada para las almas de los justos; si, como sos- tienen lo,3 filósofos', los grandes espíritus no fenecen con el cuerpo, que descanses en paz". El cad ver era adornado y ubi- cado en un div n dentro de la tumba, como para un banquete. Esta era una pr ctica etrusca que adoptaron los romanos.

Propercio, que redactó sus poemas bajo el impulso de una tenaz preocupación por la muerte, nos ha descripto cómo él creia que debía ser su propio funeral (Elegías, 11:13). No le interesan las largas procesiones (pompa) ni las doloridas trompetas, ni andas ni un div n digno de Atalo. Preferiría, en cambio, llevarle a Perséfone sus tres libros de poemas, y que su amante siguiera el cad ver desgarr ndose el pecho desnudo en seiíal de luto. Le gustaría que lo arrojaran a una pira funeraria y que las cenizas se recogieran en una urna sencilla. La cremación comenzó a ser de pr ctica corriente en Roma durante los dos últimos siglos de la república, aunque Plinio nos asegura que ese h bito no era desconocido anterior- mente (Historia naturalis, VII:187). El alma, al morir, se unía a los Manes (almas deificadas de los ancestros difuntos), según la creencia romana, y éstos eran reverenciados por el grupo familiar o gens. En Propercio (Elegía, IV:7) se declara abiertamente que los Manes existen y que la muerte no es el fin de todo. Describe el retorno de su amada muerta, Cynthia, en una visión: ella tenía el mismo aspecto y el mismo peinado que cuando vivía, aunque su atuendo exhibía los estigmas del fuego. Podía hablar y respirar, aunque sus labios revelaban la huella del agua del Leteo y sus dedos rechinaban. Aunque ignoremos si esta visión fue real o imaginaria, al menos nos habla de una noción que un poeta romano del siglo de Augusto consideraba aceptable para el público. Los entie- rros en tumbas colectivas (o los recipientes cinerarios deposi- tados en los anaqueles separados de enormes columbaria) preSOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 131 servaban la idea de que los Manes familiares se mantenían juntos. El monumento (en griego) de un soldado romano que murió en servicio en Dura-Europos, Mesopotamia (Exca- vation Report, 9:177), fue erigido por su viuda y presenta, como traducción del habitual Dis Manibus, las palabras @uxoct Oeoct ("las almas divinizadas"). Cicer >̈ n hizo en sus Filípicas (I: ó: 13) una distinción tajante entre el homenaje tributado a los Manes de los muertos y la adoración de los dioses inmor- tales: "jamás pude vincular a un muerto coi el culto a los Inmortales, ni dirigir súplicas a alguien cuya tumba podía hallarse en cualquier parte para recibir las honras de la devo- ción familiar". La palabra parentatío, o devoción familiar, necesita alguna explicación. Los Parentalia eran una fiesta de los muertos celebrada en Roma del 13 al 21 de febrero de cada año, y el 22 de febrero era un día de congregación familiar (cara cognatio) en que se creía que los muertos venían a reunirse con los vivos. Ovidio, en sus Fasti (II:535-39) dice que todo lo que se requiere en los Parentalia es tributar pequeñas ofrendas a los muertos: un mosaico con una guirnalda de flores (pues las tumbas re- cientes se cubrían con mosaicos), unos granos de trigo, un puñado de sal, pan mojado en vino y un ramo de violetas. Tales presentes había que dejarlos en el sendero que bordeaba la tumba. Ovidio suscribía a la tradición según la cual Eneas había traído ese rito desde Troya. La Ley de las Doce Tablas, siguiendo el código ateniense de Solón, incorporó leyes que restringieran la extravagancia de los funerales romanos. Cice- rón da testitnonio del hecho y nos cuenta que, en la niñez, él

y otros debían aprender las leyes de memoria (De legibus, ll: 23: 58). En la celebración de cara cognatio (o Caristia) se quemaba incienso y se ponía comida en el hogar, 'para que los compartieran los Lares de la familia. Según Festo, el eti- mólogo romano, esos Lares eran "las almas de los hombres admitidas en compañía de los dioses". Los romanos acauda- lados tenían en el atrium de sus casas pequeños bustos de los ancestros, y esta costumbre hizo que los escultores de Roma adquirieran gran destreza en el retrato. Es característico que una de las leyes de Sol >̈ n hubiese vedado toda escultura re'cor- datoria que le llevase a diez hombres más de tres días de trabajo. 132 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE Los muertos debían ser sepultados fuera de pomoerium o zona urbanizada de Roma; así lo Prescribían las Doce Tablas. Cicerón (loc. cít.), que nos inforfna del hecho) presume que el propósito era @ edir el fuelyo en los sectores edificados, pero a (custoc blica ( Privada Cicerón sígníficati@v-o: el colegio de Pontífices en rornana) sostenía que una zona pú. no podía intervenir en una bendición hubiera ocasionado un fun tal. Lo que e (bendición Privpda) sólo teñía lugar, él (De l: @2: 57), cuando el ritual había ado Y e., estaba sepulto, ci cuando se había e barro so@ 1 los huesos que se cremaban. Arrojar el barro (gleba) mientras se recitaba Sit tibi terra levas (,,Que la tierra te sea leve") constituía el acto funerario más solemne, Festo nos informa que los que habían tomado parte en una procesión fúnebre a'su regreso debían caminar sobre una fo- gata y ser salpicados @on agua, lo cual Constituía una forma de purificación llamada SUIIitio. Ni esto ni las sepulturas fuera de la ciudad significan necesariamente que los muertos fueran impuros. La ley del Pomoerium fue la causa de la profusa ornamentación de las carreteras que salen de Roma, según puede apreciarse en la Vii Appia, pero el origen de la ley parece haber sido el conflicto entre la relieio p blica y Privada, tal como lo sugiere Cicerón. En los Fast7(4 7ú87-790) Ovidio í]Vstra la pr ctica de la sullitio; dice el poeta que el fuego y el agua son lo más importante de la vida; al exiliado se le negaba el agua Y,el fuego y la novia los recibía al ingresar en su nuevo hogar. Acaso el ritual de los que volvían de un funeral suburbano servía para indicar que éstos dejaban a los muertos por los vivos. En la Eneida (ó:735-751), Virgilio adoptó un punto de vista pitagórico en cuanto a la condición de los muertos. El alma al morir, ascendía a través del aire, luego atravesaba las@ aguas que hay

sobre el aire, y al fin recorría la atmósfera que est directamente expuesta a los rayos del sol. Este viaje irn- plicaba una purificación del alma mediante el aire, el ag?a y la radiación solar, de modo que estuviera totalmente limpia al acceder al Elíseo. Aquí podía quedarse o bien ser conducida al río Leteo para afrontar una nueva existencia en la tierra. La filosofía estoica había introducido esta noción de un ritmo SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 133 cíclico en la vida del mundo; los más perversos egresaban del ciclo para padecer un castigo eterno, otros alcanzaban el eterno júbilo, pero la gran mayoría de los hombres atravesaba un proceso de vida, muerte, purificación y resurrección, en tanto que el mundo material era renovado cada mil años. Los epi, cúreos, por contraste, negaban la inmortalidad. Tal filosofía fue resumida por la mano anónima que inscribió estos versos en un muro de Pompeya: Balnea vina Venus conumpunt corpora nostra: Sed vitam laciunt bainea vina Venus. 0 sea: "Los baños, el vino y las mujeres corrompen nues- tros cuerpos, y sin embargo son lo mejor de la vida los baños, el vino y las mujeres". 'A un pagano ordinario difícilmente lo consolara la inscripción sepulctal que proclamaba: "Soy cenizas; las cenizas son tierra; la tierra es una diosa; por lo tanto no he muerto" (C.I.L., VI: 4: 29ó09). A la muerte del emperador había una apoteosis pública. julio, al ser asesinado, había ascendido al cielo en un carro triunfal, según ciertas monedas. Al morir Augusto, se soltó un guila desde su pira funeraria, para mostrarle al pueblo el ascenso de su alma. Se hicieron-camafeos en que Pegaso acu- día a su encuentro en las alturas. Lucano (1:45) prometió a Nerón una apoteosis semejante, y Estacio (Thebais, 1:27) le hizo idéntica protnesa a Domiciano. Séneca se burló del asunto en su Apocolocyntosis, un opúsculo cuyo título podría traducirse "La metamorfosis de Claudio en calabaza". Un pa- piro egipcio nos refiere que, según se creía, Febo anundó la llegada de Trajano entre los dioses (Papyrus Giessen, 20: Klio 7:278). Popea fue embalsamada por orden de Netón (T cito, Anales, 1ó:ó), "al modo de los gobernantes extranjeros", y esta alteración de las pr cticas romanas puede haber iniciado una nueva modalidad funeraria. Lo cierto es que hacia la época de Adriano la inhumación era la pr ctica más habitual. En el libro sexto de su De Republica Cicerón argumentó, contra los epicúreos, que el alma era inmortal, acudiendo a elementos pitagóricos y platónicos. Como contraparte de la Visión de Er en la República de Plaẗ una vez más cuando la gente de la Edad Media dedicó diversas obras a Dios y al hombre, y vio al Rey, encarnación del orden, gobern ndolo todo, al labrador alimen- t ndolo todo, al soldado defendiéndolo todo, al monje rogando por todos, vivos y muertos. Los contemplativos que se habían retirado -tal como los Padres del Desierto y los primeros eremitas ingleses- de este mundo peligroso y malsano para orar a solas o en compañía de hombres consagrados a la plegaria, se vieron eventualmente impulsados a retornar a este mundo, intercediendo por nume- rosas personas y comunic ndoles una conciencia de Dios que infundían con su sola presencia. El francés San Hugo de Lincoln abandonó su silenciosa adoración en la Grande Char- treuse para reestablecer triunfalmente una comunidad en los pantanos de Somerset, servir con gran eficiencia una enorme diócesis, iniciar la reconstrucción de una catedral compartiendo el trabajo con los otros obreros, y criticar las ctueles leyes forestales de un Rey que ya había promovido el asesinato de un arzobispo y estaba sujeto a terribles accesos de furia.* La española Santa Teresa pasó de la plegaria ext tica a los viajes interminables bajo un intenso calor o un frío intenso, sobre carromatos vacilantes y en medio de la total incertidumbre, para convertir nuevas carmelitas. Una de -sus seguidoras fue,. en nuestro siglo, la monja Edith Stein, distinguida filósofa alemana que fue conducida de su convento a un campo de concentración nazi para judíos, con quienes y por quienes mu- r >̈ en una c @-nara de gas, serena, comunicando a los demás la paz y la fuerza que albergaba en sí misma. El contemplativo, pues, puede en principio procurar la gcmortificación" (un medio 'de muerte no sólo para el'pecado Alude a Enrique II, cuyos cortesanos asesinaron a Tomás Becket, arzobispo de Cantorbery, en 1170. (N. del T.) IMAGINERIA CRISTIANA 175

real, el af n de índependizarse de Dios, sino para las preocu- paciones por las necesidades, trabajos y distracciones de cada día) y más tarde anhelar aun la muerte física, como medio para obtener la visión de Dios. quizá hasta se le conceda la muerte "mística" de su propio egotismo. Pero, sea cual fuere la naturaleza del júbilo, el contemplativo no puede ingresar en vida a un Nirvana duradero, o a un estado continuo de lo que los medievales denominaban "ebriedad espíritual",,como si ésta fuese un fin en sí misma. Hay que emplearla en la oración, en las obras, y tanto para los vivos como para los muertos. Mors janua vitae, el antiguo adagio que proclama que la muerte es el pórtico de la vida, contiene más de una impli- cación. Mors no sólo significa la muerte del cuerpo, sino la reiterada muerte y renacimiento del yo renovado, la transfor- macíón de la misma identidad. En nuestro siglo, C. J. jung ha demostrado cómo este arquetipo colectivo resplandece en innumerables situaciones y mitologías humanas. Se lo ve con toda claridad, por ot-a parte, en la vida de cada persona, cuando ésta pasa de un estadio a otro de su evolución. El huevo debe transformarse en gusano, el gusano debe despo- jarse repetidamente de la piel que lo protege, y al fin tejer su propio sudario para someterse a la pasiva metamorfosis en cris lida antes que irrumpa una nueva mariposa de aspecto diferente, aunque sea continuación de su ser anterior. En muchas sociedades tales transiciones son reconocidas y cele- bradas mediante rites de passage. stos han alcanzado una nueva dimensión en el cristianismo a través de los sacramentos de la Confirmación, el Matrimonio, las órdenes Sagradas y la Extremaunción. Pero, en buena parte de la sociedad occi- dental, sólo sobreviven en formas disminuidas: recepciones nupciales y festividades religiosas racionalistas acompafíadas de licor y verbosos discursos. No obstante, esas pequeñas muertes y renacimientos son recurrentes en todas las vidas individuales; y fue hacia las vidas individuales donde se concentró la atención al declinar el feudalismo y el funcionalismo. Cada hombre comenzó a trans- formarse cada vez más en un ciudadano de segunda clase de la Cristiandad, satisfecho con ser y hacer lo que le ordenaban sus amos temporales y espirituales, quienes respectivamente lo 17ó LA VIDA DESPUS DE LA MUEPTE gobernaban todo y oraban por todos. Asu@ó responsabili- dades, rezó sin retirarse del mundo. Su vida y el modo en que la vivía continuamente contribuían a hacerlo más o menos adecuado para el Reino del Cielo, cuyos inicios est n aquí y ahora, como Píers Plowman ("Pedro el labrador"), el perso- naje del poema de Langland, lo proclamaba apasionadamente, El retrato de la vida, después de la muerte se adecúó más a su propia visión; comenzó el pop art de los misterios, el gran juicio y la misericordia tallada. Algunas imágenes se oscurecieron, otras fueron progresiva- mente iluminadas en diferentes partes de Europa. Santo To- más Moro, recluida desde joven en la austera vida contem- plativa del convento, la via negativa, luego surgió como uno de los laicos más brillantes de su tiempo, que consideraba la vida en este mundo tan importante como para urdir, en su Utopia, los planes para una sociedad perfecta. En medio de las complicaciones del poder, dedicó su vida pública y privada

a Dios, y a su muerte confió en que él, su familia y sus ver- dugos pudieran "congregarse alegremente en el cielo"; esto suena como una fiesta, un Sffiúl cuyas diversas formas (the shout of them that triumph / The song ol them that least, "el grito de aquellos que. triunfan / El c ntico de aquellos que celebran") ha resultado tan chocante para ciertos intro- vertidos corno Netí, Netí - not this, not tbís ("Neti, Neti esto no, esto no") lo ha sido para otros temperamentos. Sin embargo, Tomás Moro, al igual que john Bunyan más tarde, escribió más sobre cómo llegar al Cielo (sobre lo que advirtió que no debíamos pensar que iríamos sobre un colchón de plumas) que sobre el Cielo mismo, En cantos, himnos, y poemas, nos legó sin embargo algunas trémulas imágenes, semejantes al sol que se refleja 'en los círculos del agua. Así: 0 Jesus Lord, my heal and weal, my bliss completa Make tbou my heart thy garden plot, true, lair and neat I'hat 1 may hear Tbe music caer dulcimer and luie cymbal And timbre And tbe gentle sounding fruto IMAGINERFA CRISTIANA ["Oh Seííor Jesús, mi consuelo y bienestar, todo mi júbilo, haz de mi corazón tu huerto, auténtico, bello y bien [dispuesto, porque yo oiga la clara música, arpa, dulcémele y laúd, con cimbales y timbales y la flauta dulce y melodioso."] Y también: jerusalem, 'Wben sball Tby gardens Continually There grow As nowhere Al through The flood of tife doth flow Upon wbose banks on every side Tbe wood of lile dotb grow... And there they live in sucb deligbt Such pleasure and sucb play A tbousand years, t seems to tbem Are but as yesterday [. . . 1 ["Jerusalén, mi hogar feliz @cu nd ̈ vendré hasta ti? [... 1 Tus jardines y tus bellas calles est n continuamente verdes, crecen allí flores tan dulces y gratas como no se las ve en ninguna parte. A través de las calles, con sonidos de plata fluye el flujo de la vida, en cuyas riberas a ambos lados crece el bosque de la vida [... 1

Y se vive allí con tal deleite, tal placer y esparcimiento que mil años parecen transcurrir en un solo día Pero antes venía la jornada del c ntico fúnebre, con su refr n aterrador: T@iis ae night, this ae night Every night and all Fire and sleet and candlelight And Christ receive thy saute. my happy home I come to tbee and thy gallant walks are green such sweet and pleasant ltowers else are seen the streets, with silver sound 177 178 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE ["Esta noche, esta sola noche es todas y cada una de las noches. Fuolgo y celaca y palmatorias y Cristo reciba tu alma."] De la sala en semipenumbra, el muerto pasa a través de la oscuridad al Mar de los Gemidos (donde la aulaga muerde hasta "la médula del hueso" a quienes jamás se despojaron de "medias y zapatos"), y sigue inexorablemente hasta atra- vesar el Puente del Horror, y de aW al Purgatorio, donde It ever tbou gavest meat and drink Every night and ala The lire sbalí never make thee shrink Aud Christ receive thy saute. ["Si diste carne y bebida en todas y cada una de las noches el fuego jmás te har temblar, Y Cristo reciba tu @."] Los modos de contemplar lo'que yace más all de la muerte son los generales: el que conocen los afligidos, y el que co- noce cada hombre al aguardar su propia experiencia. Aunque son interdependientes, pueden ser tan diversos como un mapa, una herida y una serena sensación de perplejidad. Aquí, por ejemplo, llora el poeta: They are aU gone into a worid ot ligbt And I alone sit titigering bere [...1 1 I see tbem wdking ín an Air of glory 1 Dear heauteous Deatb, the jewel ot tbe just Shining nowhere but in the d@rk 'Wbat mueres do lie beyond tby dust Could man outlook tbat mark! He tbat bath tound some lledged birds nest may know At tirst sight t the bird be fíown But wbat tair 'Well, or Grove he sings in now That is to him unknown. ["Todos se han ido a un mundo de luz y sólo yo me demoro aquí [...1

1 Lw veo caminar en una Atmósfera de gloria 1 Querida muerte hermosa, la joya de los justos, que sólo resplandece en lo Hebras. Qué misterios subyacen en tu polvo! IMAGINF-RIA CRISTIANA 179 Pudiera el hombre n-úrar más all ! Quien ha encontrado el nido de un p jaro emplumado, puede saber a primera vista si el ave se voló, pero en qué bella fuente o arboleda canta ahora, eso le es ignorado."] Así canta Henry Vaughan, al lamentar a sus amigos Muer- tos; pero colmado de paz cuando I saw Eternity tbe other night Like a great Ríng o/ pure and endless Ligbt Alí calm, as t was brigbt. ["La otra noche vi la Eternidad, semejante a un gran Anfflo de Luz pura e infinita, tan sérena como brfflante."] Y una vez más, catnbiando sus imágenes pero ahondando en su deseo: Tbere is in God, some say A deep and dazzling darkness; as men here Say it- is late and dusky because tbey See not ala clear. 0 for tbat Night, tbat I in I-Iim Might tive invisible and dim. ["Hay en Dios, dicen algunos, una prognda y espléndida tini b ̈ la; así dicen aquí los hombres que es tarde y est oscuro porque no ven con claridad. Oh esa Noche, que yo en Pl pudiera vivir invisible y oscuro."] Helo aquí a Donne, que desfallece: Since I am coming to tbat Holy room Wbere witb thy Quire of Saints for evermore I shall be made Tby Music: As I come I tune tbe instrument bere at the Door And wbat I must do tben, tbink here before 1 ... 1 We tbink tbat Paradise and Calvary Cbrist's Cross and Adam's tree, stood in one place, Look Lord and find botb Adams met in me; As tbe first Adam's sweat surrounds my face May tbe last Adam's blood my sout embrace. 180 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE [ 1 'Ya que me acerco al tabern culo sagrado donde, con tu Coro de Santos, para siempre me tornaré en Tu Música: Ya que me acerco afino el instrumento ante la Puerta> y lo que haré después ahora medito Creemos que el Paraíso y el Calvario la Cruz de Cristo y el Arbol de Ad n, se hallaban en el mismo sitio. Contémplame, Sefíor, y confluyan en mí los dos Adanes; Tal como el sudor del primer Ad n empapa mi rostro, inunde mí alma la sangre del último Ad n."

Y he aquí a Donne mirando más all de la muerte: Brings us 0 Lord at our last awakeníng into tbe bouse and gate of heaven to enter ínto that gate and dwelí in that house where there shali be no carnes nor dazzling but one equal ligbt, no noise or sitence but one equal music ', no fears or hopes but one equal possession, no ends or beginnings but one equal eternity... ["En nuestro último despertar, condúcenos, Oh Seííor, a la mansión y al pórtico del cielo, para entrar por ese pórtico y morar en esa man- sión, en la que no habr tinieblas ni resplandor sino una ecu nime luz, ni ruido ni silencio sino una ecu nime música, ni temores ni esperanzas sino una ecu nime posesión, ni fines ni comienzos sino una ecu nime eternidad"... 1 Sir Thomas Browne, menos específico, sólo pide estar des- pierto y percibir lo Divino: Howe'er I rest, great God let me Awake again at last with Thee f... 1 0 come tbat bour when I may never Sleep again but wake for ever. ["Sea cotno fuere mi reposo, permíteme, gran Dios, volver a despertar al fin contigo. [... 1 Ob, venga esa hora en que jam s me venza el sueño, sino que vigile para siempre."] ̈Advirtió, como médico, qué pequeña proporción emplea- mos de nuestras percepciones potenciales? A ̈ nticipó la an- siedad actual por lo que se denomina "estados alterados de conciencia"? En la época en que fueron escritos estos versos, las doc- trinas de la Reforma habían cortado los primitivos lazos de continuidad entre los vivos y los muertos. La noción de un IMAGINERIA CRISTIANA 181 Purgatorio donde todos pudieran estar unidos por recíprocas plegarias ya se desvanecía de la imaginación de Inglaterra, y con ella otra noción, la de que las almas das a veces pudieran ,regresar por propia voluntad para confortar a los afligidos o para corregir algún entuerto, noción vigente en el cristianismo por lo menos desde San Agustín. Se abandonaron las ora- ciones a los santos, criaturas humanas muertas que podían aún amar y ayudar a los vivos mediante su santidad. Se decía que ningún espíritu desearía regresar del cielo; por lo'tanto, toda aparición reconocible como una persona muerta, debía ser o bien un alma en pena o bien un demonio que había asumido ese aspecto. Toda aparición benévola debía ser un ngel, y un ngel era no humano por definición, pese a la confusión implicada por palabras sobre el otro mundo tales como: And with the morn tbose Angel taces smite Wbom we bave loved long since and lost awbile. ["Y con el nuevo día sonríen esos rostros de Angel que hace tanto que amamos y perdimos."]

La misericordia de Dios hacia los hombres culminaba con la muerte. Por entonces, ya se habían pervertido totalmente, o se habían, redimido por completo, e irían "al lugar corres- pondiente". La imaginación vaciló y las visiones se derrumba- ron. Las imágenes que quedaron fueron "himn genes" ajenas a la experiencia ordinaria: alas, coronas, tronos, arpas, vesti- mentas blancas. A veces se las aceptaba literalmerité, como ocurrió con ese padre adventista del Séptimo Día, quien, pobre como era, insistía en que cada uno de sus siete hijos debía tener un vestido blanco linipio y dispuesto para el Día del juicio, y emprendía imprevistos ensayos haciéndolos vestirse en medio de la nocl-le. Pero para la mayoría se han vuelto cre- cientemente irreales. Muchos victorianos se desentendieron de ellas convencidos de que la muerte era el fin de la conciencia, un mero epifenómeno de la existencia física. Otros descar- gaban sus sentimientos sin examinar la fe. Aunque no podían rogar por los muertos, podían reverdecer (y ennegrecer) su memoria mediante un luto sofisticado, enormes l pidas e in- cluso, en algunos casos, la confección de imágenes de tamaño LA VIDA DESPUS DE LA MUERTF, natural de nffios vestidos con su ropa y preservados en sus cuartos, de modo que sus hermanos no los olvidaran. Se desarro)1ó el Espiritismo, restableciendo el balance psico- lógico con imágenes de una tierra dorada donde los muertos vivían en simulacros del ambiente terreno. Pero The Dream ol Gerontius * a veces empañado por su pesada música, parece ser el primer poema que en muchos siglos un cristiano inglés le dedicara a la experiencia del alma que asciende en su ca-. mino hacia Dios. Para mí, las palabras más esclarecedoras de nuestra época se encuentran al final de The Screwtape Letters de C. S. Lewis, y aluden a un hombre muerto en un raid aéreo: "Sus ojos se iluminaron súbitamente... los vio a Ellos... La vaga conciencia de que había amigos que habían poblado sus soledades desde la infancia adquiría Dor fin una @licación; esa música central de toda experiencia pura, que siempre había huido de la memoria, era por fin recobrada.. . No sello los vio a Ellos, sino que lo vio a PI... una luz (ría.. . la claridad misma." "El sueño de Gerontius", poema que describe el viaje del Alma del juicio al Purgatorio, escrito en 18óó por el Cardenal john Henry Newman, teólogo y apologista cristiano. (N. del T.) 9 ULPICH SIMON LA RESURRECClóN EN UNA ERA POST-RELIGIOSA Una vez leída la mayor parte de los artículos de este volu- men, siento una gran perplejidad y estoy seguro de que el lector la comparte. C ̈ ómo es posible que el cerebro humano pueda infundir sentido a tal cantidad de información? Las perspecti- vas de supervivencia, absorción, encarnación, júbilo y.angus- tia, cielo e. infierno, distinciones geogr ficas y culturales, las consideraciones científicas y los testimonios paranormales, pre- sentan un caleidoscopio que desafía nuestros poderes de com prensión. Me resulta imposible evaluar las diversas aproximacíones o verificar los testimonios ofrecidos. No sé siquiera si integrarme a la búsqueda con una

opinión abierta o sin opinión alguna. Unamuno, en su gran libro Del sentimiento tr gico de la vida (1921), un cl sico sobre el tema, aboga apasionadamente por el ejercicio de la "cardíaca" (la lógica del corazón de Pascal) en contra de la fría lógica de la ciencia. Creo que est en lo cierto: aun teniendo a mano los datos acumulados desde su época, no podemos llegar a la afirmación "Me levantaré de entre los muertos" mediante el recurso de un talento basado en los datos sensoriales. Aun sí se comprueba la vida incorpórea después de la muerte mediante formas verificables, no sabríamos nada de su conclidón. Esa vida", s̈ ería buena, eterna, placentera, continua? Tal como dice el Fausto de Goethe, el panorama es borroso antes de la muerte y la resurrección. El panorama es borroso no sólo porque defendamos de los métodos de razonamiento lógico y denfínidos. sólo también por- que la vida después de la muerte ha perdido su influjo para quienes ya no razonan con el corazón. Nos hemos apartado del trasmundo. Desde Spinoza, los doctos han concentrado sus afanes en esta vida. La esperanza en lo ultraterreno les cías 1 ultra letariado no éstas Introducen 1 decir la econolnía tivo no 7ecesíta 0, Conviene adrn @a que Predique a riamente peligrosa d elnpezar, no sirve dc te> atenta contra la luk'a-,, suscita ínterror 184 '-A VIDA D.ESPUS DE "A MU.CRTE @@!re de mal gusto. de la deshonestidad, te al tedio inevitable Q ̈ uí?n quiere VIVI'R p, 'os laceres de la carta ferirpía no existir. Las restricciones que así m Bese colaboran para rest,@ sobre que impone al precio de la tel del h de elatación lm tivo. Ningún Proleta set arnias setnejantes anzuelos. c@n conciencia necesarios (@ Pcnnítido @as dernocra- t@ctura de poder de la cfi s los consuelcs ex @etativos mis @t, ura del pro- p 'l Puesto que (le valo -res ql @ 1 de contra. estado MOn0 ítíco. Lc, colec- toda, que t@ doctri- a lnllerte resulta necesa- r yista colectivista. Pct p @d?cc"S-n- Por otra pa,@ dante soi últiino d @ltl-"'Ogante harto era en índivi. vista. en i colecti- índivi ILO colectivo, se aduce, es contini de los La ante no Pl @Os se coin ensa mediante los na socialismo se - ernpíríca cierran, corqo es previsible, de la superví cionai tidas, 0 bien se ve@cia. :stas s trata,de fraudes subv,,Capitalistas @ bien los in ' jejado eng3ííar, Los tlinórnenos i) cultos se han tos en segura de su lnu Inanos de observa , 1 aranorrnales Se hallan segu- bajo . . ciores estatales, así, la _ES - control d@l Soviet. si alguien P * Se halla cíat el ante' 'a regulación del estad apareciera después Pec@o. pelo en el soclal,s de que la vida cuimi,@ con la Inu 'no o se encargaría de saen- Esp, ewtrasens@,y wood, en este volumen " rige la horrna científica erte física, aun si el Problerna Véase el articulo de Rosalínd HY i7j del instante de la Muerte aún puede ser tolerado como tema de investigación en círculos médicos y bajo supervisión oficial. La secularización de la muerte da un golpe formidable a todas las tracliciones religiosas. Su mayor fuerza reside en su implícito poder de persuasión. "Hemos de morir", es el credo secular. Para los cristianos no es sencillo responder "Todos hemos de vivir", puesto que la tradición, desde la antigedad hasta la fecha, es sumamente compleja, cuando no contradic- toria. Para la mente racional debe parecer vulnerable al ex- tremo. C ̈ ómo, por ejemplo, afirmar que el cuerpo se levan- tar cuando también nosotros lo confiamos a la tierra? C ̈ ómo defender la inmortalidad del alma cuando al mismo tiempo muchos teólogos cristianos no admiten la existencia indepen- diente del alma? más importante aun, c̈ ómo interpretar la continuidad del yo, cuando la prédica cristiana, desde los días más remotos, se glorifica en la mutación, en una especie de metamorfosis mediante la cual la semilla original se prolonga en el fruto, pero casi irreconocible? Aun más inquisitivamente, c̈ ómo pueden los

cristianos denunciar el credo secular que afirma la muerte universal y total, cuando los cristianos solían declarar que la masa de la humanidad se pierde con la- muerte, puesto que sólo la fe y la unión en Cristo garantiza el milagroso pasaje de la muerte a la vida? Ahora bien, las diversas y paradójicas sugerencias acerca de la vida después de la muerte no siempre fueron fuente de de- bilidad. Por el contrario, había una convicción b sica, ex- presada en los credos cl sicos, y aun una aparente distinción entre la resurrección de los individuos y la resurrección final de toda la humanidad, que coincidía con el fin de la historia, que infundían más fuerza a los creyentes. Estas "dos resurrec- ciones" le ofrecían a la fe un doble sostén, al combinar el destino del individuo con el desarrollo cósmico de los aconte- cimientos. Del mismo modo, la triple expectativa de un In- fierno, un Purgatorio y un Paraíso concordaba con la expe- ríencia de condenación, conversión y júbilo que parecía sugerir la vida cotidiana. Pero estos esquemas ordenados y sistem - ticos no han capeado el temporal de la secularización de la muerte. No sólo la oposición socialista y colectivista, sino todo el panorama presentado por el industrialismo y la expo- liación del mundo, en la guerra y en la paz, son los que han arrancado todo germen de esperanza. El peso de nuestra his- toria ya, no propicia el grito triunfante y autosuficiente de Et Resurrexit! El lazo emocional se ha desvanecido y la hu- manidad ya no se siente naturalmente identificada con-el Crís- to resucitado. Aun más apremiante y destructivo parece ser la denominada perspectiva ecuménico. Se invita a los cristianos a mezclar sus creencias (complejas como son) con otras (de no menor complejidad) y el resultado es, de modo nada sorprendente, una maraña de símbolos que aluden a estados ultraterrenos. Las manifestaciones de intento semejante se oyen o se leen muy a menudo: se dice que nosotros ( q ̈ uiénes somos "nos- otros"?) seremos absorbidos por una nada total, que es la inmensidad cósmica del Ser, cuya fuente' o cuya meta o cuyo exponente es el Cristo (o el Buda o cualquier otro). Se nos dice que Dios "nos" recuerda como espíritu puro en un océano de recuerdos semejantes a los de Cristo. Es muy f cil parodiar estos sustitutos -plenos de buenas intenciones aun- que vacíos de significación- de las incisivas imágenes de las doctrinas y tradiciones cristianas. La confirmación, auténtica e impostergable, de la vida des- pués de la muerte no puede ser desgajada del contexto de Dios, Cristo y el Espíritu Santo. "Dios es el Dios de los vivos, y no de los muertos": así llegamos a la fe en la otra vida, no a través del estudio del hombre, ni siquiera identific ndonos con sus aspiraciones, sino mediante la revelación de Dios mismo. Sin Dios morimos ... es así de sencillo. Con -Dios obtenemos la vida, aunque no fuera de la dialéctica de la experiencia humana. Lo que vislumbramos detr s de la muerte nos colma de esperanza y temor, pues existe el incon- trovertible "O esto o lo otro" que se corresponde con la evi- dencia recogida en nuestros corazones. El Cielo y el Infierno simbolizan el Pro y el Contra de esta experiencia. A esta altura, ya oigo los gruñidos del editor y ya observo la consternación del lector. Y ambos tienen razón: el tras- mundo cristiano no debiera requerir un lenguaje tan arduo, tal como el de "O esto o lo otro". P ̈ or qué asignarle los pros a la vida y los contras a la muerte, cuando antiguamente el trasrniindo ofrecía una dulce continuidad con la vida corpórea? Entonces un amante podía saludar a su amada difunta con un c lido "adiós", y esperar el instante en que nuevamente am- bos estarían juntos, no en el sueño sino en una vida pacífica de retorno al jardín de la inocencia. Hay entre nosotros mu- cha gente simple que jamás ha visto las imágenes de las cata- cumbas romanas y que cree, sin embargo, en esta especie de feliz consumación. Conocí personas casi analfabetas que salu- daban a la muerte con una serenidad derivada de esta confianza, que no hace sino

repetir el "Entonces conoceré y seré cono- cido" de San Pablo. La eternalización del amor se da aquí por segura, aparte del drama del Pro y el Contra. No obstante, morimos y no podemos contentarnos con una pacífica continuidad. El hombre muerto est representado por L zaro, a quien jesús alza de la tumba. Est en vida después de estar en la muerte, apartado, desesperanzado, con el "he- dor" de la descomposición inicial. Este hedor no es sólo físico sino también, y acaso más asombrosamente, espiritual. L zaro, sujeto por su sudario, simboliza nuestra humanidad agónica, afienada, aislada, lista para la pila de desechos. Nada, ni siquiera la medicina, puede salvarlo, y sin embargo no ha de perecer. Quien clama en él es un núcleo de vida, una per- sona, no una máscara. Pero este Ego se pierde en sí mismo y por lo tanto no puede vivir. A la humanidad no le corres- ponde ni la muerte ni la vida, sino el gran juicio, primero la acusación, luego la defensa, los atenuantes y agravantes, hasta que se dé el veredicto y se pronuncie la sentencia. ' La tradición cristiana no puede aludir a la otra vida con exclusi >̈ n de este juicio del Hombre, la ordalfa del Hijo del Hombre, quien muere y es resucitado por Dios para que así se reivindique a sí mismo y a toda la creación. Con Dios cul- mina la desesperada ambigedad de nuestra existencia. Libra- dos a nosotros mismos, sólo nos queda angustiarnos. Tal como lo expuso Dostoievski en Los hermanos Karamazov, el hom- bre racional (Iv n) debe "devolver su boleto" ante los horro- res y padecimientos de este mundo. Sólo el hombre pasional (Alyosha) puede viajar con este boleto, que lo habilita para una jornada de fe por la que Dios vindica a sus servidores. La vida eterna es el equivalente cósmico de la vindicación personal. En términos bíblicos, es la culminación de la his- toria humana, la conquista de la historia humana por el Reino de Dios. De ahí el elemento dram tico de la vida eterna, una verdadera paradoja. La experiencia temporal de conflicto, de intensa expectativa, de padednúento, el alcance de los puntos decisivos, contrastan con la tranquila atemporalidad de la Deidad inmutable. Unamuno tiene razón cuando juzga tr gica a nuestra existencia y ve en su apetencia de eternidad una necesidad antirradonal. Esta transgresión de la razón.es pre- dsamente cierta de nuestra experiencia terrena, que anhela ser deshecha para recomponerse. Los héroes tr gicos testifican, no menos que los m rtires cristianos, este af n de una recom- pensa eterna, pues la vida es una especie de recompensa des- pués de la muerte cuando se la contempla de este modo. El héroe tr gíco.-Edípo, Orestes, Antígona, Filoctetes, Prometeo- siempre est solo; sufre a solas, agobiado por el mundo, el destino o los dioses. Pero al fin se lavan las culpas, se alcanza la muerte y se logra la reconciliación. La tragedia su- giere la inmortalidad del hombre durante y después de su ordalía. El m rtir testifica la esperanza de que la causa sagra- da, la verdad, viva a través de su sacrificio y que él mismo viva a causa de y en la verdad. Así, el futuro eterno "corona" el desastroso presente. Estos extremos de lucha y de triunfo parecen acordes con la experiencia de los gigantes de la fe, pero no con la existen- cia cotidiana del hombre ordinario. Los cristianos siempre han considerado este problema de los mediocres, que no pecan demasiado aunque tampoco son un dechado de virtudes. El Núevo Testamento no suele aludir a las ovejas que simple- mente pacen sobre la tierra y luego son trasladadas a vergeles celestiales, aunque la iconografía de las primeras épocas parece complacerse en esta imagen. La respuesta acaso resida en que los hombres "ordinarios" no son lo que creen ser. Est n hechos para la vida eterna, y si su trivialidad los excluya es porque sufren de un defecto interior que testimonia en contra de ellos. También deber n pasar el juicio, aunque deberían escoger. Por otra parte, los grandes pecadores, quienes se ufanan de su originalidad y marchan sobre la tierra como colosos, puede que en realidad no sean sino polvo trivial, Ibsen

termina su Peer Gynt con una nota magistral al res- pecto; Peer que se aproxima a la muerte como gran pecador, resulta ser tan insignificante que sólo sirve para que el Fun- didor lo derrita como un botón mal formado. No podemos estar seguros de nuestra condición, nuestras motivaciones y de nuestras expectativas. Hamlet se ve forzado. a advertirlo: la elección no es simplemente entre "ser o no ser", pues existe la amenaza de la comarca desconocida de la que ningún viajero regresó jam s. Ahí est el inconveniente: acaso soñemos, acaso nos transformemos en suefíos. Puede que nuestra conciencia permanezca mientras nosotros quedamos expuestos como lo que somos realmente. Tal exposición no es voluntaria. El insuperable logro de Dante en la Divina Commedia reside, en parte, en su insis- tencia sobre la coacción de la verdad sobre los espíritus infer- nales. Lejos de transformarse, sólo desean ser lo que son y han sido. No est n dispuestos a arrepentirse. Existen, no en el sentido de salirse de sí mismos, sino en su aislamiento. Est n totalmente cerrados en sí mismos y se devorarían unos a otros con el af n de preservar sus mezquinas identidades. Se condenan a sí mismos y actúan como sus propios verdugos. Son su propio infierno, pero además est n en el Infierno. Quebra- rían el orden divino, si pudieran, con tal de culmínar la ordalía ahora sin sentido. Carecen de poder para hacerlo, tal como debe admitirlo al fin el Sat n de Milton. No gozan de la vida eterna ni padecen la aniquilación. Las grotescas pinturas de Hyeronimus Bosch traducen este mundo pesadwesco donde el lobo devora al lobo, el leopardo se abalanza sobre el leopardo y el hombre aborrece al hombre. Pero el pandemónium puede engañar al inadvertido con ele- gancia e ingenio. El seductor ' Don Juan abraza la condenación cuando Mozart lo conduce a su negativa final, después de la estrepitosa carcajada en el cementerio. Los platillos en re menor arriba, y los trombones abajo, sellan el destino del soberbio nihilista. Uno puede rebelarse contra esta concepción del castigo eterno. Pero el "temor y temblor" es precisamente la nota que un tratamiento moderno debe infundirle al tema. Sin ella nos encontramos en un refugio dónde impera la calidez burguesa, e n un hotel de dos estrellas. Pero, como Sartre lo demostró en su Huis Clos ("A puerta cerrada"), somos nuestro propio infierno, y nuestros prójimos son los diablos que nos atormentan y a quienes atormentamos, exclaustrados para siempre entre puertas cerradas. Cuando las puertas se S, cuar cítanos ante versícuios hallamos con hombre -, Plnturas o lí- abren, ]Os condenados aún etrnanCCen dentro. Los secularis. tas no eluden esta verdad p clue 'Os cristianos a. menudo encuen. @'guíetan@e. Dante @reibíó clarame eloti desesperadas colnpariida rite esta, si condí. Por los n entes, los Perversos, los traidores> los 'I'al'Os Y los Papas. Verdí , los SU regresión - . @espués d y descenso inmortales en < Irael todos les Pertenece. 1 V'sión beatífica di nuestra sed de venganza al con- indife- uejó son p que e un Requí'ó> '̄ muy secular. p ínterrogaci, r el aspecto más Problen2 tíco de nuestra deros al abrir, S Y mujeres verda. .stos son hechpoosr: eje@Plo, ]Os anale! de los juicios de guerra. Mie@tos que les in un tin a esto, o c, 1 a les,, los campos de concentración Ni el castigo eterno ni la restauración I"Ve_rsll - dica, pues vemos .. 'slrvon va , e espuesta a nuestra pré- r toda rati que estos seres, egoístas, vacuos Y banales, carecen de -,ostro, 0, como diríamos nos.' otros) est n ,m@ertos". Y sin embargo, @ ̈ én tendría l. temeridad de negar que los nitier Y los Stalffi íncorp̈ genas.' El soma, la legendaria poción divina de los Vedas hindúes, ya era utilizado por las tribus indoiranias hace varios milenios; de acuerdo con Gordon Wasson, 2 el soma era el hongo Amanita muscaria. Durante muchos siglos, en los países orientales se han utilizado

preparados de c ñamo indio en medicina popular, en pr cticas meditativas y en ceremonias religiosas, así como para recreación y placer. En la Edad Me- dia, se creía que ciertas pociones y ungentos con propiedades de plantas psícoactivas (tale. como la belladona, el estramo- nio, el beleíío y la mandr gora) eran utilizadas en el sabat de las brujas y en los rituales de Nhsa Negra. Las plantas psico- délicas tienen una larga historia en las culturas precolombinas como los aztecas, olmecas, mayas e incas. Entre ellas, las más famosas son el cacto mexicano Lophophora williamsii (peyo- te), la seta sagrada Psilocybe mexicana (teonanacatl), diversas variedades del morning glory (ololiuqui) y el yage. Las tribus de Africa, Sudamérica y Asía han utilizado algunas otras plan- tas alucin >̈ genas. La prolongada historia de la utilización, de drogas psicodé- licas ofrece un abrupto contraste con la historia relativamente breve del estudio científico de estas sustancias. Aunque la mescalina y la bulbocapnina fueron estudiadas en las primeras décadas de este siglo, no hubo un interés auténtico hasta prín- dpios de la década del cincuenta. Hubo un desarrollo ex- plosivo luego del descubrimiento del LSD-25, realizado acci- dentalmente por el químico suizo Albert Hofmann en los laboratorios Sandoz. Desde entonces, los químicos han logrado identificar los principios activos de las plantas psicodélicas más activas y elaborarlos en su forma pura para uso clínico DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTF- 231 y de laboratorio. En las dos últimas décadas, tales sustancias fueron ofrecidas a decenas de millares de pacientes psiqui - tricos, profesionales en salud mental, científicos y artistas. Entre aquellos cuya experiencia psicodélica obró una in- fluencia profunda y transformadora se contó Aldous Huxley. Sus experiencias con la mescalina y el LSD influyeron de modo decisivo en su visión del mundo y en su obra. Los habitantes de su Mundo feliz ingieren una sustancia química para rela- jarse y recrearse; Huxley la denomina "soma", que es el nom- bre de la podón divina descripta en los antiguos Vedas. En su novela La isla, Huxley habla de la'medicina "moksha", que da a los habitantes de la isla una visión mística. Esta expe- rienda los libera del temor a la muerte y los capacita para vivir con mayor plenitud en su vida cotidiana. El mismo Huxley se interesóvivamente en esto. Cuando María, su primera es- posa, estaba a punto de morir de c ncer, él utilizó en sus horas finales una técnica hipnótico para recordarle las experiencias místicas que ella había tenido durante su vida. En La isla Huxley describe una escena similar durante la muerte de su personaje Lakshmi. A través de sus experimentos psicodélicos, Huxley llegó a la conclusión de que las experiencias con LSD pueden aliviar la agonía y elevar el acto fisiológico final del hombre al nivel de la conciencia y acaso al de la espiritualidad. En una carta que Huxley le envió en 1958 a Humphrey Osmond, un pio- nero en las investigaciones con LSD que fue quien le presentó las -drogas psicodélicas, recomendó específicamente el suminis- tro de LSD a los pacientes de c ncer en trance de muerte. En 19ó3, pocas horas antes de que él mismo muriera de c ncer, le pidió a su segunda esposa, Laura, que le diera 100 miligra- mos de LSD. En su libro This Timeless Moment 3 ella nos ofrece una conmovedora descripción de este hecho. En 19ó3, Eric Kast, de la Chicago Medical School, empren- dió sus primeros experimentos mediante el empleo de LSD con enfermos de c ncer. Su interés primario se limitaba a la anal- gesía, y su aproximación era puramente farmacológica. Descu- brió que el LSD tenía un eficaz efecto

analgésico superior al de la dihidromorfinona (morfina) y al de la meperidina (De- merol) .4, ' Adidonalmente, observó en sus pacientes una disi- pación del estado depresivo, una mejora en el sueño, y una dis232 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE minudón del temor a la muerte.O, 7 Subsecuentemente Sidney Cohen," estimulado por su amistad personal con Aldous'HuxIey y por los resultados positivos de Kast, pudo confirmar los ha- llazgos de este último. El potencial de la terapia psicodélica fue puesto sistem tica- mente a prueba en un estudio dirigido por un grupo de psiquia- tras y psicólogos en Spring Grove, Baltimore. La atención de este grupo se concentró primariamente en las necesidades de los enfermos de c ncer debido a una circunstancia dram tica e im- prevista. En 19ó5, cuando el grupo estudiaba el efecto de la terapia psicodélica en alcohólicos y neuróticos, una mujer ma- dura, miembro del personal, desarrolló un carcinoma en el pecho, acompañado por una notoria depresión física y mental. Un integrante del equipo psicoterapéutico, Sidney Wolf, sugirió que acaso la beneficiara ~un tratamiento psicoterapéutico con LSD. Los resultados de este experimento inicial fueron tan alentadores que se decidió llevar adelante las investigaciones. Se estableció un contacto con el Sinai Hospital de Baltimore, donde un grupo de cirujanos encabezados por Louis Goodman ofreció su cooperación. En 19ó7, Walter Pahnke se unió al grupo de Spring Grove, inició un programa de investigaciones en este campo y se transformó en el investigador más desta- cado. Cuando éste murió tr gicamente en 1971, el primer iniciador asumi >̈ la responsabilidad médica de este proyecto. Hasta ahora, más de cien enfermos de c ncer han sido tratados por el grupo de Spring Grove con terapia psicodélica. Las sustancias psicoactivas empleadas en la psicoterapia fueron la dietilamida de cido lisérgico (LSD-25) y la dipropiltripta- mina (DPT), un compuesto psicodélico de acción limitada con efectos similares al LSD. Los hallazgos y consecuencias de esta investigación pueden dividirse en dos categorías principales: l) la significación pr ctica de aliviar los sufrimientos emocionales y físicos de los moribundos; 2) la significación teórica, que explora la índole de la muerte real y el significado de la experiencia simbólica muerte-resurrección para los vivos. El estudio se emprendió mediante la cooperación entre el Maryland Psychiatric Research Center y el Sinai Hospital de Baltimore.', 'o Se adoptaron diversos requisitos primarios para DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTE 233 la selección de los pacientes cancerosos a incluir en el pro- grama. El enfermo debía presentar síntomas de marcada tur- bación emocional, tales como depresión, ansiedad, insomnio, tensión y aislamiento psicológico. Otra condición requerida era un alto grado de dolor físico que se aliviara de inmediato con medicación analgésico o narcótica. Como la continuidad era parte importante del estudio, se requería una posibilidad de supervivencia de por lo menos tres meses. Los problemas cardiovasculares de gravedad, las lesiones cerebrales org nicas y la met stasis cerebral eran consideradas contraindicaciones para la psicoterapia psicodélica. Desde el punto de vista psiqui trico, había cierta tendencia a descartar a los pacientes cuya psicopatología fuera acentuada, como en los casos que ofrecieran una sintomatología psic̈ n un medio de comunicación tan natural como la vista o el oído, si bien menos preciso o frecuente, e incon- trolable a nivel de la conciencia. Me gustaría detenerme un poco más en esta interacdón, con la esperanza de que arroje cierta luz sobre las dificultades que implica una posible comu- nicación con formas incorpóreas. Nuestras impresiones telep ticas son súbitas como el rayo, habitualmente cuando existe una necesidad emocional y cuan- dp no hay a mano medios de comun,z:ación ordinarios. Esto no sólo coincide con los cuentos tradicionales y con los inci- dentes referidos por los pueblos primitivos que no tienen medios de contacto artificiales, sino con las observaciones de Demócrito. Eventualmente una descubre que, aunque la ESP sea observada espor dicamente, no es discontinuo; sucede más bien que, más all del umbral de la conciencia superficial, hay una interrelación permanente entre los seres humanos, mayor o menor según sus grados de afinidad. Una vez más, lo semejante atrae a lo semejante. Una oculta captación de dicha interrelación es quizá lo que explica la honda satisfacción que brindan la músi ä , la danza, los rituales, los juegos y otras actividades conjuntas. En ellas podemos dar expresión a un lazo que conscientemente no advertirnos. P ̈ ero por qué no lo advertimos? D ̈ ónde est el bloqueo? Cabe conjeturar que en la última etapa, cuando el material subliminal aflora a la superficie de la conciencia. Da la sensación de que existe un censor, un filtro a través del cual hay que pasar. Esto bien podría ser la causa de que las impresiones surjan @omo surgen- vaga, oblicua, simbólica, xrel,kja, distorsionadamente, o que no surjan en absoluto; aunILUSION O ̈ QU? 2ó5 que aun entonces la conducta puede ser afectada por ellas. Tomemos como ejemplo la interacción telep tica entre mi esposo y yo. P ̈ or qué él hubo de sentir meramente "debo volver a casa", aunque su intención consciente fuera la de jugar golf? ̈Por qué se sintió impulsado, sin razón aparente, a entrar a la casa por la puerta menos apropiada? P ̈ or qué no advirtió el hecho real: "Rosalind se olvidó el sobre en el umbral de la puerta del frente"? Y en cuanto a mí, p ̈ or

qué mi mente razonante (que insistía sobre el hecho de que si él había ido a la cancha de golf debía estar en la cancha de golf) pudo sobreponerse a la impresión nebulosa y confusa -pero correcta- de que él conducía apresuradamente en los momentos de mayor tr nsito? Freud y otros han aducido múltiples razones por las cuales el material subliminal sufre una censura, y las experiencias con drogas psicodélicas demuestran a las claras que la inunda- ción de impresiones indiscriminadas que afloran a la conciencia -particularmente si uno imagina que acaso provengan de otros aspectos de la realidad- difícilmente propiciaría una actitud si brota cuando uno, digamos, conduce en medio del tr fico. Como lo expresó Bergson, la naturaleza ha dispuesto las cosas para la attention la vie. Aunque nada sé de fisiología, mi experiencia del balcón, que incluía tanto lo que llamamos el mundo físico como la conciencia, estimuló mi interés de aficionada en el papel des- empeñado por el cerebro ante la ESP .12 No mucho después me encontré con las siguientes citas, que pueden ser comple- mentarias. La primera es un resumen de un experimentcv piloto titulado "Acontecimientos objetivos del cerebro corre- lacionados con los fenómenos físicos", que apareció en una nueva publicación canadiense fundada por el doctor A. R. G. Owen, ex rector del Trinity College de Cambridge. La se- gunda es el comienzo de un artículo del profesor R. E. Orn- stein, "Right and Left Thinking". "I. Se informa un nuevo fenómeno. Se describe un experimenta piloto, realizado mediante t@cas bien establecidas, en el cual se descu- bre que las imágenes transmitidas telep ticamente provocan reacciones en el electroencefalógrafo, que son similares en forma y comparables en magnitud a las provocadas por estímulos físicos tales como el sonido. Notoriamente, en este experimento, aunque la reacción est ostensi2óó LA VIDA DESPUS DI, LA MUERTE blemen'e legilroda en el órgano, el receptor, aunque no ignora la índole de .l @.peim@@t.@ no registra conscientemente el contenido del mensaje o no lo reconoce conscientemente cuando se lo envían." 13 [La bastardilla es mía.] "II. Hace siglos que creemos en dos formas de conciencia. La razón versus la pasión es sólo uno de los aspectos de dicha creencia; la mente versus la intuición es otra. Lo femenino, lo sagrado, lo miste- rioso, históricamente se han alineado contra lo masculino, lo profano, lo lógico. La medicina se enfrenta con el arte, el yin complementa al yang. En la f bula y el folklore, en la religión y en la ciencia, este dualismo se reitera con asombrosa regularidad. Lo que es nuevo es el descubrimiento de que ambos modos de conciencia tienen una base fisiológica. No son una simple reflexión cul- tural o filosófica. Hay numerosas evidencias de que el cerebro humano se ha especializado, y de que cada hemisferio de ese órgano es respon- sable de una modalidad distinta de pensamiento.

Las diferencias entre las partes derecha e izquierda del cuerpo pro- porcionaron a los investigadores la clave principal de los mecanismos biológicos del pensamiento. En este aspecto, otras culturas son más avanzadas que la nuestra. Los aborígenes de Australia aferran el bastón 1 masculino' con la mano derecha y el bastón 'femenino' con la mano izquierda. Para los indios Mojave> la mano izquierda es el lado pasivo y matemal de la persona, mientras que la mano derecha representa al padre activo. Especialidades de cada hemisferio cerebral. Resulta ser que tales distinciones no son arbitrarias. La corteza cerebral est dividida en dos hemisferios, ligados por un haz de fibras denominadas corpus callosum. El lado derecho de este órgano controla en principio el lado izquierdo del cuerpo, y el lado izquierdo del cerebro tiene predominio sobre el lado derecho del cuerpo. La estructura y las funciones de ambos 'semi- cerebros' influyen sobre las dos modalidades de la conciencia. El hemisferío izquierdo se relaciona ante todo con el pensamiento analítico, especialmente el lenguaje y la lógica. Este hemisferio parece procesar la información de modo secuencias, lo cual es necesario al pensamiento lógico, puesto que la lógica depende de la consecutívidad y el orden. El hemisferio derecho, por el contrario, patece ser el principal res- ponsable de nuestra orientación en el espacio, nuestro talento artístico [incluida la destreza musical, dice más tarde Omstein en el artículo], la conciencia del cuerpo y el reconocimiento de los rostros. Procesa la infor- mación de manera más difusa que el izquierdo, e integra el material de un modo simult neo antes que lineal." 14 Para quien experimenta la percepci >̈ n extrasensorial, ésta es una buena descripción del material que se adquiere me- diante la ESP, en primer lugar-subliminalmente, al parecer, para luego deslizarse a la superficie de la conciencia ( ä través del hemisferio derecho del cerebro?) cuando el jefe, el penILUSlóN O ̈ QU? 2ó7 sador SL@uencial, est dormido, o sumido en ensofíadones diur- ,s, o podando el césped. "La precognidón tiene lugar @ice ristóteles- cuando la mente no est ocupada con pensa- iientos, sino que est , por así decirlo, desierta y completa- mente vacía." quizá la ESP nos parezca más normal si recordamos que el pensamiento creativo se comporta de modo similar. Como se sabe muy bien, los poetas, artistas, músicos y científicos nos hablan de la súbita aparición de ideas originales "como caídas del cielo": entre muchos otros, por ejemplo, Blake, Stevenson, Mozart, Dirac, Kekulé, Coleridge y'el mismo Bertrand Russell. No es de asombrarse que el gran matem tico Henri Poincaré juzgue que " ... el yo subliminal no es en modo alguno inferior al yo consciente; no es puramente autom tico; es capaz de discernimiento; tiene tacto y deli- cadeza; sabe cómo elegir y adivinar [... l. Sabe

adivinar mejor que el yo consciente, puesto que actúa acertadamente donde aquél ha fracasado. En una palabra, ä caso el yo subliminal no es superior al yo conscien- te?" 15 Esta descripción que hace Poincaré del yo subliminal su- giere que éste acaso sea más capaz que el yo consciente de captal, -'ros aspectos de la realidad. Otra semejanza entre el pensamiento creativo y la ESP es su elusividL-'œ, no se los puede someter ni conminar. En The Art of Scientifíc Investigation, el profesor W. l. B. Beveridge comenta que "las ideas suelen brotar en el límite de la con- ciencia", y que "los mensajes del subconsciente nunca pueden ser captados si la mente est ocupada muy activamente o fatigada en exceso". También consigna que A. N. Whitehead se declaraba "impresionado por la impropiedad de nuestros pensamientos conscientes para dar expresión a nuestro subcons- ciente [... 1 sólo en raros momentos ese mundo más profun- do y más vasto aflora al pensamiento consciente y a la expresión". El siguiente ejemplo de mi interacción telep tica con una persona viva constituye a mi juicio una típica irrupción de ese mundo más profundo y más vasto, porque hubo una sensación de inmediata presencia, aunque no de objetos sóli- dos, actividades, o medio ambiente. quizá podría denomin rsolo á la momentánea iluminación de una relación continua. Lo elijo como ejemplo por tres razones. Se pareció mucho a los aparentes contactos con presencias incorpóreas, salvo que (I) no pude sentir si la mente consciente de la otra persona me sentía como yo a ella; (II) era una persona a quien yo amaba pero de quien había debido separarme, lo que originó el estado emocional descripto por Demócrito, y (III) yo ya había tenido una experiencia similar con esa misma persona. En nuestra juventud, un amigo y yo habíamos padecido un duro ataque de Vénus toute entiére sa proie attachée, pero como no podíamos casarnos, nos habíamos librado, no sin dolor, de su abrazo férreo. Meses más tarde, mientras visitaba a otro amigo en una ciudad distante, una tarde, advertí súbita- mente su presencia invisible. -l estaba allí. Al día siguiente me enteré por una amiga de que también él había ido a esa ciudad el día anterior, y de que ella le había referido mi visita a ese lugar a la misma hora (por lo que pude inferir) en que yo había experimentado su presencia aparente. Este incidente nos conduce a la experiencia que constituye el principal objeto de estas especulaciones. También se trató del contacto personal con un amigo; pero esta vez era un amigo desencarnado, que pareció sentirme tanto como yo a él. La elijo con preferencia a otras similares, porque un comen- tario hecho por él sugiere que es pr cticamente imposible que las personas corpóreas, cuya captación del medio proviene de los sentidos, comprendan la naturaleza de lo desencarnado. Tomo el siguiente relato según lo consigné en 19ó3, al trans- cribir algunas de mis experiencias de ESP: "El encuentro fue totalmente ifnprevisto, y el amigo era Vivian Us- borne, el inventor naval, que había sido muy amable conmígo cuando era un joven vicealmirante en Macedonia, y que fue la prunera persona que compartió mis 'obstinados cuestionamientos de los sentidos y las cosas externas'. Desde mi casamiento, nuestros caminos rara vez se habían cruzado, hasta que, en 1950

y pico, casi treinta años más tarde, descubrimos que vivíamos a muy poca distancia el uno del otro, en Londres. Entonces reiniciamos nuestra amistad donde la habíamos de- jado; pero esto no había de durar, pues Vivían pronto fue atacado por una enfermedad lenta pero incurable. Por entonces, había llegado a sentir, al igual que yo, que el hombre al morir se extingue como una vela, y deploraba amargamente que las muchas ideas que aún se agitaban en su cabeza jamás llegaran a cristalizarse. Yo no podía menos que estar de acuerdo con él. ILUSION LO QU? 2ó9 En su funeral, sólo sentí un profundo alivio al verlo libre de la frus- tración y el sufrimiento, y también el alivio egoísta de no tener que pre- senciarlos; no sentía en absoluto la presencia de ViviatL Diez días más tarde fui a buscar un cuadro hecho por él, que él me había regalado. quizá sea relevante el hecho de que yo me dedicara a otra actividad en la que estaba emocionalmente comprometida y que ya no sintiera nostalgia por Vivian. Al entrar en su cuarto para tomar la pintura me sorprendió una intolerable bocanada de lo que he Regado a llamar el olor de la muerte. Nunca estoy segura si se trata de algo físico o de lo que un sensitivo podría Uamar fronterizo, aunque le fuera muy difícil explicarle a un investigador qué quiso decir con ese término. Luego, en asombroso contraste (en ese momento parecía casi deliberado, pero acaso haya que excluir esa idea como producto de mi imaginación), me topé con el mismo 'Vivian', muy alegre y vivaz. Me aparté bruscamente,-como si me hubiese tropezado con un amigo en la calle, y luego sobrevino una experiencia que es extremadamente difícil de describir sin que suene chata, insignificante o melodram tica. Al igual que con 'Julia', sentí que 'Vívian' se comunicaba conmigo 'dentro de mi mente'; cerré los ojos y permanecí muy quieta para prestar más atención.1ó Me comunicó @e un modo tan íntimo que la mejor palabra para designarlo, aunque parezca pre- yenciosa, es comunión- que se había equivocado totalmente al suponer que la muerte implicaba aniquilación. Por el contrario, disponía ahora de un panorama, una libertad y unas posibilidades que jamás se hubiese atrevido a sofíar. No sólo ponía énfasis en el hecho de estar vivo sino en esta magnífica expansión de sus posibilidades. Entonces parecí consus- tanciarme con la modalidad de su situación, aunque no con su forma. No experimenté forfnas ni imágenes. Por unos instantes permanecí muy quieta, agudamente consciente del sorprendente contraste entre el olor a muerte y la intensidad de vida de 'Vivian': era corro si pertenecieran a órdenes diversos. Entonces recordé mi deber y le 'dije': -Esto es maravilloso, pero aún no me has dado evidencias. Q ̈ ué puedo decirle a la S.P.R.?" * (Espero que mi intento de describir la ininediatez de la presunta comunicación de Julia conmigo haya puesto en claro que 'dije' es una palabra muy alejada de esta íntima y recíproca percepción; ésta se vive, tal como dijo Gilbert Murray hablando de su propia experiencia telep - tica, como una suerte de cosensibilidad.) La respuesta de 'Viviaji' fue enf tica e inmediata. -No puedo ofrecerte testimonios. Ustedes no tienen conceptos para estas condiciones. Sólo puedo brindarte imágenes poéticas. En eso, lejos, lejos por encima de mí, vi -con. el ojo interior- un inmenso par de alas blancas volando por un limitado cielo azul. Aunque en principio parezca absurda una imagen tan obvía y

victoriana, basté para captar totalmente las perspectivas, posibilidades y libertades en que yo, por unos instantes, me vi envuelta. Pero fue sólo por unos instantes. Society lor Psychical Research, "Sociedad de estudios psíquicos". (N. del T.) 270 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE Pronto advertí que no podía ~tener la concentración que exigía el contacto con 'Vivian', así que pronto le dije, a desgano: -Adiós, debo irme. Espero que quede claro que en su momento, la experiencia parecía completamente normal, y el invisible 'Vivian' tan real como un amigo que uno se encuentra en la calle. Yo no sentía sino deleite al comprobar lo feliz que él era y el amplio campo que se le ofrecía a su mente fe- cunda. Esta falta de temor es común entre quienes tienen tales riencias." 17 Ustedes no tienen conceptos para estas condiciones. Sólo puedo brindarte imágenes poéticas. Ese fue el comentario clave. Era totalmente cierto. Nadie dispone de conceptos para condiciones que difieren en su especie de las que nos ofrecen los sentidos, entre otras razones porque los sentidos, como ha destacado el profesor H. H. Price, nos revelan sólo aquellos elementos de lo que nos rodea que son necesarios a nuestra su ervivencia física. Blake nos dijo lo mismo hace mucho p tiempo: This lile's live windows ol the soul / Distort tbe heavens from pole to pole ("Las cinco ventanas del alma hacia esta vida / distorsionan los cielos de un polo al otro"). Y sobre esta imagen provinciana y distorsionada ha crecido el lenguaje con sus falsas opciones: subjetivo u objetivo, en- tonces o ahora, aquí o all , dertro o fuera, arriba o abajo. (Blake escribió una vez en una carta: "Di-os me guarde [... 1 de creer que Arriba y Abajo son lo mismo que suponen los experimentalistas".) No es de asombrarse que jean-Paul Sar- tre llamara al lenguaje una "estructura del mundo externo" y dijera que "el poeta est fuera del lenguaje" y que "en lugar de conocer a las cosas por sus notnbres, parece que uno pri- mero debe establecer con ellas un contacto silencioso". No es de asombrarse, tampoco, que los hombres hayan procurado modelos matem ticos para describir el mundo de la física sub- atómica, que los místicos orientales digan "no es esto, no es aquello", y que quienes visitan los ignorados paisajes del mundo abierto por las drogas psicodélicas sólo puedan balbu- cir: "El que no estuvo allí, no puede comprenderlo". No es de asombrarse que, aun a nivel físico, el profesor Richard Gregory haya preguntado:, si un viajero del espacio se topara con algo totalmente nuevo, p ̈ odría verlo? Yo sólo pude establecer contacto, pues, con el estado psico- lógico de Vivian; con su alegría, su sensación de oportunidad ILUSION O ̈ QU? 271 y posibilidades; uno casi podría decir que con la modalidad de la relación con su mbito, pero no con ese mbito mismo. Yo estaba, por así decirlo, al nivel del perro de Einsteín -si es que tenía un perro-, que podía compartir una fracción del deleite de su dueño cuando éste formulaba un nl,.jvo concepto, pero no podía comprender la causa. Si estos aparentes contactos no son ilusorios, s̈ e puede conjeturar cu l es el proceso? Ë s posible que el hemisferio derecho del cerebro (el cual, como escribía el profesor Orn- stein, se relaciona

con la intuición y las facultades artísticas) establezca un nebuloso puente entre el yo consciente y el mundo subliminal, más vasto y profundo? ̈Y es posible que haya algo de verdad en mi sensación de que el mundo subli- minal pasa sin solución de continuidad a otros aspectos del ser? Tal idea se adecua a la sensación de numinosidad que transmiten la belleza natural y el arte, especialmente la mú- sica, el arte de las relaciones puras. Sea cual fuere la explicación de tales experiencias, no puedo negar que las tengo. Me refugiaré pues en lo que decía el profesor H. H. Price, quien afirmaba que si la posteridad se ríe de nosotros será por la timidez de nuestras hipótesis antes que por su extravagancia, para consignar una curiosa aluci- nación sensitiva que tuve durante la Segunda Guerra Mundial. En ese momento no supe cómo tomarla, pues el tipo de rela- ción desencarnada que sugería no se conforma con nuestro "o esto o lo otro", pues era tan paradójico, de hecho, como las llondículas" de la física. Creo posible, sin embargo, que sea adecuada a una relación jer rquica en la que llegué a pensar más tarde y que luego describiré. Yo tenía dos amigos; uno de ellos era un viejo sacerdote retirado, un santo varón cuya salud languidecía y que vivía solo en una casa del bosque. El otro, igualmente admirable, era el anciano médico Héctor Munro, que había sido un íntimo amigo de A. E. Como yo tenía evidencias de que ambos estaban dotados de ESP, ingenuamente presumí que podrían tener un "encuentro". De modo que llevé al médico de visita a casa del sacerdote. Ambos fueron muy corteses., pero fue claro que no establecían contacto alguno. En lo que me pare- -ió un patético intento por lograrlo, el sacerdote llevó al mé- dico a ver su biblioteca, mientras vo me, nllp,1511,n -,ola unto 272 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTF, al fuego, pregunt ndome por qué no podían "unirse" como yo lo había supuesto. Frente a mí colgaba el retrato de un antiguo sabio. Como mi raz >̈ n no estaba alerta, no me sor- prendí cuando él pareció salirse del marco para decir: "Si esos dos hubieran de unirse, en el sentido en que tú pretendes que lo hagan, a este nivel perderían su identidad. Pero podr n unirse y sin embargo conservarla, cuando alcancen las nuestras". (Debo reiterar que este tipo de experiencia parece totalmente natural en su momento.) La experiencia precedió a mi encuentro con Vivían, de modo que acepté la información del sabio con infantil asentimiento y no profundicé en ella. Pero tanto el encuentro con Vivian como la imprevista conciencia de totalidad del mundo físico que me asaltó en. el balcón contribuyeron a lograr que una pregunta me acuciara con insistencia: ä caso todas las rela- dones dentro del Todo resuenan en todos sus aspectos? Por ejemplo, como preguntaba antes. @lós hombres, logran a veces, sin saberlo, esa conjunción sin @@dida de la individualidad de que hablaba el viejo sabio? ]In Occidente nos gusta conside- rarnos como destellos corpóreos y separados de conciencia, y sin embargo la mayor parte de nosotros gusta de interrelacio- narse en actividades físicas que logran resultados que ninguno de nosotros podría alcanzar por sí solo. Formar parte de un equipo de remo, de un cuerpo de baile o, en mi caso, la esti- mulante experiencia de tocar música orquestas o de c mara. Cada instrumentista conserva su individualidad y brinda todo lo que tiene. Sin embargo, ese todo no es sino parte de una totalidad musical más amplia que sólo puede surgir gracias al conjunto. Y consideremos la cooperación intelectual. Un amigo me habló de un grupo de estudiantes de matem tica que recibían la tarea semanal de cooperar para solucionar juntos un problema muy arduo. Una semana un miembro del grupo cayó enfermo antes que le dieran el

problema, pero se unió a sus compañeros antes que éstos hallaran la solución. Sin saber de qué se trataba, dijo al llegar: "Sé la respuesta al problema de esta semana. Es tal y cual. . . " Estaba en lo cierto. C ̈ ómo había sucedido? A ̈ caso el interés común había suscitado una comunicación subliminal entre los integrantes del grupo? En The Gbost in the Machine Koestler desarrolla la vieja idea de que la vida debe estar organizada jer rquicamente. "Los integrantes. de una jerar- quía @scribe- tienen, como el dios romano jano, dos@Iros- tros que miran hacia direcciones opuestas; el que mira ,hacía los niveles subordinados es el de una totalidad íutocotlt'e 18 el que mira hacia el pice, el de una parte dependiente . Para estas subtotalidades con rostro de jano, recurrentes en todo tipo de jerarquía, Koestler acufíó el término bolón.* Ë s posible que el estudiante ausente que sabía .'la respuesta al problema que aún no habían resuelto sus compañeros haya actuado como un holón menor dentro de otro más grande, formado por la integridad del grupo? También debo buscar una posible explicación a cuatro ex- periene,ias con: presencias incorpóreas al parecer su períores al hombre, las dos primeras aparentemente vinculadas a sitios 1nida; 273 particular s. La siguiente descripción fue escrita a @nt es , que e pudiera darle alguna ubicación a esos hechos. El primer ,og 9fl rrió en 1938, cuando mi esposo dejó el Foreign Service,'Y-.NPI volví de los Estados Unidos para encontrarme con ei t@rl gico desempleo que cundía por todo el país. H ̈ abía alguna cola- boradón que una mujer ordinaria pudiera ofrecer? Par averi- iluillo., fui a almorzar a la Casa d ̈ los Comunes con un amigo i?ffj"entario. Cito mi registro del hecho: 'íué muy temprano, como Lle de costumbre, así que ubiqué en un banco de la entrada de Westminster Hall, me relajé dejé que el mundo se'disipara. quizá fue debido a mis intenciones - c̈ ómd ayu- dar?- como me descubrí pasando al mbito, a la conciencia - q ̈ u ,̈ país- btas usar?- de un Ser profundamente sabio y poderoso que meditaba, tuve la impresión, sobre el Parlamento. En ese esr>acio interior él se elevaba a tal altura que los edificios parecíanl glo-tnerarse a sus pí él' Metafóricamente hablando. No había imágenes de él. Tampoco veía YO nada parecido a pies. Pero yo, advertía que su tarea, su mayor preocu- pación, era influir buenamente en. los deliberaciones parlamentarias :y también que él pensaba en términos de amplios períodos antes que en un particular momento del tiempo.

Como de costumbre, no pude proseguir la experiencia, ni pude repe- tirla la próxima vez que fui al Parlamento. Sin embargo me conmovió mucho y deseaba hablar de ella. P ̈ ero a quién? Mi marido estaba en el Africa y yo sabía que otra gente sonreiría diciendo: 'Pobre! Es un poquito excéntrica. . .' Entonces recordé a una persona, un santo varón que vivía en un bosque... El no se reiría de mí. En el original, bolon; Koestler deriva su neolo~~~ axo-i, "todo", "completo". (N. del T.) o nb' œn 274 LA VIDA DESPUS DE -LA MUERTE No lo hizo. Por el contrario, apenas llegué comenzó espont neamente a hablarle a otro hombre que estaba allí sobre el Angel de la Casa de los Comunes. (tl era cristiano.) ... Asombrada, le dije: - Ë ntonces usted también lo sintió? Se rió. -Claro que sí -me dijo. Afíos más tarde, mientras esperaba a mi hijo menor en un salón de música desierto, en Eton, una vez más creí trasladarme... al mbito de un gran Ser. Parecía estar a cargo de la escuela y, al igual que su colega de Westminster, creaba una atmósfera de calma y reflexiva sabi- duría. Creo que lo más impresionante de estas experiencias fue esa sensación de cahna y certidumbre. Ellos no tenían apuro. Sabían qué era lo que tenían que hacer. Frente a ellos, los nombres parecían hor- migas agitadas." 19 En ese momento, según dije, yo ni pensaba en relacionar tales criaturas, por muy "reales" que parecieran, con la "nor- malidad" o siquiera con otros tipos de experiencia de ESP. En realidad, no contaba con muchos estímulos para hacerlo, puesto que hasta uno de los académicos más amables, que tenía un profundo interés en las investigaciones psíquicas, se rió de mis impresiones y las juzgó sin importancia. A esa parte de mí condicionada por el materialismo le hubiese gustado estar de acuerdo con él, pero el problema era que esos seres me inducían a una actitud reverente aun más intensa que la provocada por la mejor música. Era ridículo que alguien como yo hubiese podido inventarlos. Hoy día, sin embargo, el profesor Michael Polanyi puede hablar de un universo estra- tificado, Koestler de jerarquías de holones, y los físicos avan- zados nos dejan entrever que el mundo físico que conocemos no es sino una abstracción del mundo real, hecha por los sen- tidos con propósitos pr cticos. Quiz s, entonces, la gente que experimenta esas elevadas presencias pueda acariciar la idea de que se trata de holones superiores, existentes de un modo inaccesible a la percepción sensorial pero accesible a la capa- cidad intuítiva de un ser humano para vislumbrar (al igual que el imaginario perro de Einstein que antes mencíoné) su condición e intención, o para represent rselos mediante im - genes simbólicas. A menudo me he preguntado si mis dos presencias podían ser, por así decirlo, holones localizados, y si tales holones podían crecer a través de las edades mediante la incorporación de miembros desencarnados de alguna iglesia, nación o cualquier comunidad en particular por la cual sus ILUSION O ̈ QU? 275 ii-I.-egrantes se hubiesen interesado en vida. Un caso posible 1.i@)dría ser la Socíety of Psychical Research. En sus Lectures 0,11@ Psychical Research, el profesor C. D. Broad destacó que, ci,a.tido algunos de sus miembros sensitivos tenían la aparente experiencia de contacto con lo

desencarnado, éste siempre se cíllba con sus predecesores brit nicos de clase alta en la Society. ,.Acaso el "otro mundo" -se preguntaba- sólo est poblado por investigadores brit nicos de clase alta del siglo xix? ron todo respeto, esto me desconcierta. También en "este iundo", lo semejante tiende a Ij scinejarite: los académicos Cambridge a los académicos de Cambridge, los cantantes pop a los cantantes pop, los marxistas a los marxistas. Incidentalmente advertí que de los diez amigos ante cuyas muertes yo reaccioné en el mismo instante, o que parecieron visitarme más tarde, ocho compartían conmigo cierto interés en las investigaciones psíquicas. Y no eran los amigos con quie- nes más me sentía ligada emodonalmente. que con mis amigos encarnados parezco meramente reaccionar ante su situación y sus deseos sin saber muy bien si ellos me sienten o no, con las presencias desencarnadas puede ocurrir de otro modo. Como dije, a veces parecen -hall ndonos a solas- tomar la iniciativa, ya para darme información simbólica, o, con más frecuencia, para indicar qué acción hay que tomar. Pero en ambos casos el contacto parece ocurrir cuando mi razón est adormecida. Daré un ejemplo muy ilustrativo, pues en él pareciera enfatizarse que el contacto con otros aspectos de la realidad tiene lugar a nivel subliminal y que la conciencia de dicho contacto tiene que emerger como mejor pueda al nivel consciente. En 19ó9 recibí un golpe al ver en The Times el obituario de un gran amigo, Guy Wint, y dos días más tarde me descu- brí respondiendo en alta voz a una aparente pregunta suya, antes de darme cuenta de su presencia. En realidad, sólo el sonido de mi propia voz atrajo mi atención. Es iina expe- riencia muy curiosa oír que una parte de una misma, de la cual una no es consciente al nivel del mundo físico, le res- ponde a alguien del cual tampoco una es consciente a ese nivel. No sé decir si justificadamente o no, pero cuando más tarde 27ó LA VIDA DESPUS,]*,@LA @MUERTE leí el siguiente pasaje en una conferencia del doctor Grey Walt- er sobre el ritmo cerebral, mi mente retrocedió a dicha expe- riencia de dar una respuesta antes que la superficie de la conciencia captara la pregunta. Esto volvió a sugerirme la falta de barreras entre la zona "física" y la "ultrafísica" del ser. Decía el doctor Grey Walter: hay pruebas objetivo de que los impulsos espont neos t)ara explorar y evocar experiencias imaginarias son precedidos y acompíú os por reflejos eléctricos tan nítidos y sustanciales como los que he descrípto en relación con las interacciones con el mundo externo. [Nótese el precedidos... 1. Es una experiencia inquietante discernir eléc- trico las intenciones de una persona, predecir sus decisiones antes que ella las conozca. más impresionante aun es comprobar, cuando uno mismo es sujeto a ese artefacto, que mediante un esfuerzo de la voluntad uno puede influir sobre los hechos externos, sin tnoverse o actuar en forma manifiesta, a través de los impalpables oleadas eléctricas del pró- pio cerebro. quizá no es sorprendente que el ejercicio reiterado de tal esfuerzo

requiera el logro de un particular estado de concentración, un paradójico compuesto de distancia y entusiasmo." 20 Muy especulativamente uno podría aiíadir, detr s de las palabras "evocar experiencias imaginarias", "y para toda in- teracción subconsciente relacionada con la ESP". Al menos, esa paradójica combinación de distancia,iy entusiastno @hi sido descripta a menudo por aquellos en quienes tal @ente in- teracción alcanzó la superficie de la conciencia.@-@l Con el permiso de la señora Wint, baso mi descripción de la experiencia habida con su esposo eri la,,-w is~idnj que entonces hice cw@hecho. Guy Wínt,-.y Té., solíamos encontrarnos para trabajar en Lon- dres. Nuesteol-Yprincipales intereses en común eran el drama y la inves'tígacióíi psíquica, incluida la cuestión de la supervivencia. Muy@ cada tanto yo pasaba la noche con él y su esposa en Oxford, pero como ella estaba muy ocupada con su familia y con sus muchos amigos, yo trataba de molestarla lo,, menos posible. Además sentía una pequeña barrera entre dla'y yo, pese a su extremada amabilidad; y el otro día me Is.Wrendí al enterarme, por boca de ella misma, que yo le @ía gustado pero que veía en-ní,-,au~ figura formidable que la atemorizaba. Menciono esta circunstancia porque re- duce la.,probabilidad de que ellai@bjfuliite telep tica de ILUSION O ̈ -QU? 277 la experiencia que narraré, aunque, @ por supuesto, yo no pueda estar segura de ello. El domingo, dos días después de la muerte de Guy, yo es- taba sentada a solas, dispuesta a comenzar mi trabajo, cuando, para gran sorpresa mía y sin que hubiese advertido su prefi sencia, descubrí que había apoyado la cabeza sobre el escri@ y le respondía a Guy, con emocionados sollozos: Guy, sí, lo intentaré! Lo intentaré!" Entonces, sobresaltada.: volví en mí y me di cuenta, consternada, de que no tenía idea de cu l era la promesa que había hecho. En tales ocasiones dejo de lado todo razonamiento e intento comportarme según lo requieren mis amigos desencarnados. Me parecería muy mal no hacerlo así. Entonces traté de interpretar los deseos de Guy. Al parecer, deseaba que yo me pusiera de inmediato en contacto con Freda, su mujer. La situación era embarazoso. Ella era mucho más joven, hermosa, contaba con muchos amigos, y yo no veía razón alguna para que Freda deseara de mí algo más que las condolencias que le había enviado por escrito. Además, tiendo a economizar y a no hacer lla- mados telefónicos de larga distancia a menos que haya razones pr cticas de urgencia. Pero en esta ocasión la presión era demasiado fuerte como para resistirla, de modo que la a Freda y, como a ella pareció agradarle, le conté mi riencia con Guy. Luego le escribí y telefoneé varias durante las tres próximas semanas. El resultado fue una carta de Freda agradeciéndome mis llamados y mis cartas. Decía tener la impresión de que, sin mí y otro amigo que había hecho lo mismo, se habría vuelto loca, porque todo el mundo la trataba con sumo tacto y no mencionaba a Guy, cuando lo único que ella quería era hablar de él. Tuve la impresión de que Guy era sumamente feliz, y más tarde otro par de amigos '.e contó a Freda que -sentían que Guy estaba alegre al verse libre del sufrimiento. Acaso esto parezca una impiedad de su parte, pero sospecho que, si los individuos sobreviven, son nuestras limitaciones las que crean una separación entre ellos y nosotros; somos nosotros los que presumimos que ellos se han ido. Puede que para ellos una relación valiosa no se interrumpa con la muerte. En ese caso, puede que la muerte del cuerpo no les parezca más portentosa que un viaje a Australia ... especialmente si su

llamé expeveces 278 LA VIDA DESPUS DE LA MUER.TE relación con lo que denominamos el tiempo difiere de la nuestra. Al menos, en la medida de mi percepción, la única intención de Guy, así como la de Julia y otros, era la de enviar ayuda a alguien que ellos amaban: nada supe de su propia situacíóœ,, salvo que pude experimentar su estado de dicha. En la expe- riencia siguiente, por el contrario, la aparente intención fi-ie, tal como en el caso de Vívian, la de informarme sobre la situa~ ción de un amigo muy querido que había muerto recién, el profesor Cyril Burt. Era natural que él quisiera hacerlo, vuelto que yo había discutido con él la posibilidad de la superviveri., cia de la conciencia después de la muerte y también hal@, citado sus pareceres en algunos escritos. Pero se recordó que, según Vivian, la información sobre condiciones que fieren cualitativamente de las nuestras sólo puede se@ segunda mano, por medio de imágenes. Y fueron im genl--- lo que obtuve. quizá sea natural que fueran musicales ant,%.@ que visuales, pues el profesor Burt había tenido más sen"@.. bilidad auditiva que visual, además de ser un buen músicas, También esta vez describiré el incidente según lo transcri %, en ese momento. Sir Cyril Burt murió en el atardecer del lo de 1971, y el doctor Charlotte Banks me telefoneó marme esa misma noche. Yo sabía que él estaba mo, pero tenía la impresión de que, aun en caso se recuperara, su defunción requeriría un proceso lento. Su muerte súbita, por lo tanto, me afectó duramente, no por él, pues yo ya había advertido que la vejez de su cuerpo pronto sería un obst culo para su hermosa mente, sino porque lo amaba y dependía muchísimo de él. Como me dijo mi es- poso: "Has perdido tu soporte". A la rnafíana siguiente yo seguía muy emocionada, y el efecto físico, que ya he sentido en otras circunstancias simi- lares, era un temblor en el cuerpo y las rodillas y l grimas en los ojos. No se trataba de l grimas de pena, sino de urg especie de alivio de mi cuerpo ante una presión que no posea soportar de otro modo. Después del desayuno algo me im- pulsó @ me compulsó, mejor dicho- a ir al piano y tocar el segundo movimiento de la sonata N? 10 en do mayor de Mozart. Esto me sorprendió mucho, pues hacía años que na octubre (@i, para infc muy enfe de que no ILUSION O ̈ QU? 279 tocaba el piano; ya no tengo técnica, se me endurecieron los dedos y me falta energía. Además, me sentía muy cansada y tenía mucho que hacer, lo que hacía ese acto aun más sor- prendente. Mi marido entró, perplejo, y después me contó que quiso preguntarme qué diablos hacía, pero se contuvo.

Como siempre presto minuciosa atención a ese tipo de "órdenes" traté de observar qué sensación me comunicaba el movitniento. Era una impresión de calma serenidad, esa serenidad que reporta el sentirse cómodo en un ambiente natural -jardín, flores, bosques, agua-, paz. Se trataba de una sensación de ordenada simplicidad, una nostalgia l nguida y moment nea durante el segundo tema menor, y luego ese segundo tema culminaba en clave mayor en medio de una paz perfecta. Y la clave, advertí más tarde, era fa mayor, la misma de la Sinfonía Pastoral y de la Quinta sonata para violín de Beethoven. Sentí intensamente como si el profesor Burt estuviera diciéndome: "Así es como me siento". Claro que no hay ninguna evidencia externa de que fuera así. Luego sentí, por muy embarazoso que fuera hacerlo a tan poco tiempo de su muerte, que debía telefonear a Gretl Ar- cher, su devota amiga y secretaria, y contarle este incidente. Ella respondió: " S̈ abe usted? Menos de tres horas antes de su muerte, bajo el efecto de los sedantes, el profesor tocaba el piano en la mesita de su cama. , Yo observaba sus dedos, tratando de descubrir qué tocaba, pero no pude averiguarlo, aunque también contemplé su rostro, en el que había una ex- presión de júbilo". Ayer, 14 de octubre, le conté algo de esto a la señorita Alisen Dobbs, que me había traído una pila de corresponden- cia entre su sobrino, el matem tico Adrian Dobbs, tnuerto en 1970, y el profesor Burt, porque yo los había puesto en contacto. En una de las cartas, Adrian escribía que nadie lo había ayudado tanto como el profesor Burt, y ella pensó que a mí me agradaría saberlo. Esta mañana (el día siguiente) llegó una carta de la señorita Dobbs, en la que me informaba que al llegar a casa había hallado, en ur- maletín de Adrian, algunos cuadernos de notas más recientes y que el primero que abrió tenía una cita sobre Mozart en la primera p gina que ella miró. Aunque la fraseología no me pertenezca, no cabría mejor expresión para lo que el lento movimiento de 280 LA VIDA DFS@y&?,'@l MUERTE Mozart @parecía haberme dicho sobre el profesor Burt> espe- cialmente@ en las últimas líneas. .,,@Lahntlaindeile wffió'ritti' Dobbs terminaba M, me sorprendió 'que,-ilentre@ @i@co cuadernos, abriera '@en la p gina d@,,-Mozart. Por-eso se@lo envío sin pérdida de tiempo". (La @taor,im zk, Thei@'Impossible Adventure, de A. Gheerbrant.) ndœ:)inLrm@:) 3ffl ;,P13"Bw@l m úcp,@!Mozart hay un extraño sortilegio en el más amplio sentido de la palabra, a la que ningún indio habría permanecido insen- sible. Sobre ellos, al igual que sobre nosotros, la música parecía ejercer una influencia benéfica: relajaba el cuerpo y permitía que el alma se expandara a su?-;placer. Era una especie de oxígeno, el b lsamo más sentador. D@si@4kjpo tefnores, la melancolía y las fatigas de la jornada. Nos confortaba en nuestra soledad y nos daba nimos en esa vida prími- tiva que llev bamos. Sobre esta lóbrega comarca, eternamente cerrada sobre sus secretos, la música erguía una trémula selva de afinados violi- nes, que imprimía al vello de la piel el mismo movimiento que tienen los azulados brotes de mandioca al mecerse bajo el viento de la ladera. Esa música no endurecía el cuerpo ni fijaba una máscara de temor en 105 rostros de quienes la escuchaban. Abria los rincones secretos del corazón, hacía que un millar de voces ocultas surgiera del velado centro de las casar un millar de colores, un millar de formas'insospechadas

Mi razón prefétltí 'dejar de lado los dos siguientes aiíadí- dos a la experiencia Burt-Mozart, pero sería deshonesto hacer- @io; dado que no estoy en posición de asumir que sean coin@eg.@,@!por casualidad,- y@,,-,@ por propósitos de presencias @rortis o por la ley, dt@:atracción de lo semejante. El @merof,@r@ que Adrian Dobbs, un amigo a quien yo había conocido a través de nuestro común interés en las in- .vestigaciones psíquicas y cuya tía me había enviado la cita de sus cuadernos relativa a la música de Mozart, ya había establecido contacto conmigo después de su muerte en 1970. ,Yo,@había tenido la impresión de que él quería enviarle un m em@'"'e al profesor C. D. Broad, de quien había sido íntimo amigo en Cambridge. como es de imaginar, con consi- d=ble desconfianza, pero el profesor Broad respondió en forma copiosa - y, gentil que el mensaje era correcto y que habí -,,"]I@ddj@tras él trabajaba con las anotaciones de arte-Ue tffin rnrta escrita por el antes de la muerte de este o: al enterarse de mi experiencia Tr3i,,i@jiviu ī N Qu ?,bu 281 Burt-Mbzu itpuce , que yo me compulsado a tocar música de 'Mozart en particular. ,--)tjq "Como la muerte es, si lo consideramos con cierta atención, la autén- tica meta de nuestra existencia, he cultivado duralite los últimos años relaciones más íntimas con esta franca y bondadosa amiga de la huma- nidad, de modo que su imagen ya no me resulta aterradora, sino que es fuente de alivio y de consuelo. Y agradezco a mi Dios por ofrecerme graciosamente la oportunidad (tú sabes a qué me refiero) de saber que la muerte es la llave que abre la puerta de nuestra verdadera felicidad. jamás me acuesto, por las noches, sin reflexionar -joven como soyen que q@ no vea el día siguiente. No obstante, ninguno de mis amigos podría decir que con los demás me muestro huraño o mal- humorado. Por esta bendición doy cotidianas gracias a mi Creador, y deseo de todo corazón que cada uno de mis semejantes pueda gozar de ella."21 Inútil agregar que todo el incidente Burt-Mozart despierta un conflicto entre mi razón y mi intuición. La razón dice: .',Obra de tu tonta imaginación!" La intuición responde: "Si crees eso eres una necia". De modo que mi problema consiste en lo siguiente: h ̈ asta qué punto mi razón est condicionada contra la aceptación de la idea de toda comunicación con presencias desencarnadas por una atmósfera mental que-subraya que el único mundo real es el mundo físico según lo presentan nuestros sentidos y sus herramientas? Y por otra parte, h ̈ asta qué punto mi intuición est condicionada por pensamientos deliberados? No aludo necesariamente al deseo de perpetuar la mezquina iden- tidad personal. Hay-mucha gente que est libre de esa forma de mezquindad; pero hay muchos que se sienten enjaulados, encerrados y encarcelados y anhelan una extensión de la con- ciencia, un horizonte más amplio, el aumento de perspectivas y posibilidades de que pudo gozar Vivían. Por lo demás, sí tanto él como los otros visitantes desencarnados son ilusorios, debe hallarse una razón para la utilidad de sus a veces asom- brosos requerimiento . 5

El conflicto entre razón e intuición en la psique humana sólo podr resolverse cuando los recientes,@descubrimientos de la física (que acaso aún tenga más que revelarnos) res- pe5to del provincialismo y la naturaleza ilusoria del mundo físico, según lo presentan nuestros sentidos, hayan penetrado con más intensidad en nuestra atmósfera mental. La mayor 282 LA VIDA DESPUS DE LA MUEPTE parte de nosotros aún siente lo que sentía el doctor johnson al patear la piedra, pues los hombres siempre han estado inmersos en la atmósfera mental de su época como en el aire que respiran. Afortunadamente, esa atmósfera cambia lentamente con los nuevos descubrimientos. Si uno sabe que la tierra es plana, tiene sentido imaginar el cielo arriba y el infierno abajo. Si uno tiene cuatro años (esta historia me la contó recientemente un amigo) y la madre de uno le dice que su cuerpo abultado contiene un niño que le dio nuestro padre, tiene sentido (con mis disculpas a Freud) advertirle a éste: " V ̈ iste el niño que le diste a mam ? Bueno, se lo comió". Q ̈ ué hubiera visto Francis Bacon en un aparato de TV? Le pregunté a un amigo matem tico, quien respon- díó: " L̈ e hubiese quedado otra alternativa que la magia?" La lucha por la comprensión, sin embargo, acaso sea nece-. saria para fortificar nuestros músciilos mentales. J. B. Op- penheimer dice: "La experiencia de advertir cómo nuestros pensamientos, palabras e ideas estaban encerrados en la fimi- tación de nuestra experiencia 'es saludable. . . " Esto puede servir de estímulo para que los legos traten de pensar por sí mismos, especialmente teniendo en cuenta que Oppenheinier aiíade que aun a los científicos más eminentes les cuesta salir del capullo del pensamiento contempor neo. "Kepler, que amaba las esferas, descubrió elipses Einstein propuso la noción de cuantos de luz, pero jamás pudo reconciliarse con la teoría cu ntica lógicamente elaborada a partir de ese fundamento. Y de Broglie, quien descubrió que hay ondas relacionadas con partículas materiales, jamás pudo conciliarse con el hecho de que se las interpretara como ondas que sólo representaban información y no como una pertur- badón en un medio corpóreo." [La bastardilla esmfa.] 22 Si un de Broglie jamás pudo deshacerse de la necesidad intelectual de concebir un medio corpóreo para la transmisión de las ondas, puede que una persona ordinaria que experi- mente la moment nea y aparente visita de un amigo que pro- viene de un reino para él inconcebible, sea incapaz de otra cosa que una sensación compartida, o un contacto de segunda mano a través de una imagen sensorial. Pero si tales contactos mediante imágenes de veras ocurren, q ̈ uién escoge la imagen? Vivían dijo que él me daba la imagen del ave surcando el cielo. Equivocada o no, yo sentí como si Burt me indujera ILUSIóN O ̈ Q'U? 283

a tocar Mozart cotno un indicio de su situación. Cabe conje. turar que ambos, siendo muy inteligentes, después de morir advirtieron la dificultad de informar acerca de la nueva con- dición en que se hallaban y que utilizaron imágenes para representarla. De hecho, eso fue lo que dijo Vivian. El pro- fesor H. H. Price y otros también han sugerido que, sin darse cuenta de ello, los que recién han muerto pueden continuar generando imágenes mentales semejantes a su ambiente terre- nal en provecho propio, o quizá porque ellas se adecuan a sus expectativas. (Esa producción de imágenes podría set an loga a nuestro sueño.) En mi juventud leí una hermosa historia, creo que de Annie Besant, sobre un viaje que ella creía haber hecho en "el avión astral". Vio entonces a una mujer, recién llegada y de rodillas, que adoraba una imagen de Dios Padre espléndidamente tradicional, con su larga barba blanca y su trono blanco. Lamentablemente, escribía Annie Besant, se había olvidado de hacerle la espalda. Contrariamente, también puede que el tipo psicológico del receptor sea el que determina la imagen: quien tienda a la experiencia visual quizá vislumbre campos verdes, quien tien- da a la experiencia auditiva, oir música celestial. D. Se@-,tt Rogo nos ofrece un informe al respecto. Durante una vísi,a al entonces Arzobispo de York, una tal Lady C. conipartía la habitación con una tal señorita Z. La primera escribió-. "Yo dorraía con la señorita Z., cuando súbitamente vi una imagen blanca que volaba por la habitac!ón E ... l. Le dije a la seiíoiíta Z: t V ̈ io usted eso?', y ell exclamó simult neamente,' ' O ̈ yó usted eso?' Dije en el acto: 'Vi un ngel volando por la habitacíón','y ella: "Escuché el canto de un ngel'."23 Rogo también cita un caso que sugiere un intento de repre- sentar I(@ inconcebible en términos de imagen,'y en el cual el receptor reconoce que es sólo una imagen. La modelo de un artista, que era una sensitiva, informó que mientras estaba en trance podía escuchar música iio-física. Pero el artista comentó: "Est GI@-liigada a emplear el vocablo música; es la palabra nuestra que w@ s se aproxima al sortilegio que aún la embarga". (Yo tami)íén tuve una vez una experiencia vagamente parecida, y la transcribo deliberadamente, para demostrar qué demencíales pueden sonar esos incidentes cuaii284 LA VIDA DESPUS DP- LA MUFRTE do se los traduce a íté@ tridimensíonales. Se trataba de ascender por el clímax de'la Balada en La menor de Chopin, 'Descampado como una montaña", hasta un sitio de increíble belleza. P ̈ odría tratarse de una imagen para representar un estado inconcebible con el que establecí contacto a través de mis meditaciones sobre la Balada?) Para la gente sencilla las cosas son más f ciles, porque no se molestan en tales ínterrogatorios. El otro@,ldb @:léí acerca de un escrito autom tico hecho por una viuda,-@supuestamente al dictado de su esposo, que acababa de morir. Ella escribió, como si él lo hiciera, que después de la muerte se había encon- trado con su madre y lo habían llevado a un confortable chalet donde se hallaba totalmente dichoso y a gusto. Ella se alegró inmensamente. Los más cultos dir n: "Pobre alma simple! Eso procede de su propio subconsciente, por supuesto. Ella est compensando su pérdida". Puede que eso sea cierto con mucha frecuencia. P ̈ ero debo yo, en nombre de esa presunción,

descartar mis experiencias en todos los casos? A la luz de las afirmaciones de Vivian y de las descripciones del viejo sabio, según las cuales los semejantes pueden unirse sin perder la identidad, d ̈ ebo yo presumir que el amor no puede enlazar a dos personas a través de la Frontera aparen- te? Y si ese lazo se da con la esposa a nivel subliminal, es posible que la feliz condición de su esposo sólo pudiera comu- nic rsele al estrato consciente, sujeto por los sentidos, me- diante esa imagen humilde. Pero supongamos que la viuda fuera de mi tipo, que parece experimentar un enlace ínme- diato Y sin imágenes con otras personalidades, encarnadas o no. En ese caso no necesitaría de la escritura autom tica. Podría, en ciertos momentos, vivenciar directamente la calma alegría y el persistente amor de su esposo tal como yo parecí vivenciar directamente el deleite de Vivian ante sus oportu- nidades, la felicidad de Guy y de Julia y la serenidad del profesor Burt. Espero que los investigadores algún día presten más aten- ción al hecho de que las impresiones de la ESP son vividas de modo Diferente por diferentes receptores, pues acaso re- sulte que hay más gente de la que se cree que ha tenido contactos con lo incorpóreo. En el pasado, por ejemplo, como mis experiencias -tanto las mundanas como las otras- solían carecer de mi productos de mi ir de deíCaiiarIa8 COn'O mctos destacada, honesta dijo Leonard, me 285 ('Veo que lo raismo que -y agitó una mano-, en y talentoso senslt cuando nos conck yo, pero yo lo expreso por ., aquí Esta esclarecedora lo vive directamente". tanto que usted no descartar autoln tícamente 'ón me dio coraje Pata afirrnaci o si fueran hechos accidentales o "meta tales experiencias com imaginación" - isodio ejenlplífica lo que quiero decir al rcfe- El siguiente ep atrones de recepción. Me pidieron que rírme a diversos p escribiera mi primer libro sobre.investigación psíquica cuando me hallaba muy ocupada y algo exhausta; yo sentía, sin embargo, una presión tenaz desde mi interior -aunque al mismo tiempo era como sí ' ' a de afuera- para se ir vimer gu' acc.ante con @i Esa presión se agudizó cuando llegué al en que debía encarar lo@,problemas que podían afrontar punto

las criaturas desencarnadas si de veras intentaban comunicarse con nosotros, según nos lo indican una serie de escritos auto- m ticos conocidos como la Correspondencia Cruzada de la S.P.R. (Dicha t)resión parecía ejercerse desde "arriba y deWl, hablando de un modo más o menos metafórico. Aquí @) Experimenté al fin un gran escrito lo que "alguien" deseaba. trude (Nancy) johnson, una de@. rendido muchas tareas e@perinien a G. N. M. Tyrrell, vino a aimor-7 zar conmigo. almuerzo, para mí sorpresa -jam s había tenido, tener, un impulso semejante- me sentí impulsada a sentarme en el suelo, apoy ndome contra ella, y a leer parte de lo q,ue había escrito. Pero no le mencio@@la presi@n que experimentaba. Lo que sigue es la trans- cripcíón que hice en su tnotnento: G al Per ella e e habría sido de particular interés para como una hoja, gritó-. r la emoción. Yo le afe@ es lo clue quiere. 1 y seguía repitiendo: 28ó LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE - Es George! Es George! Est justo frente a nosotros -y añadió, al cabo de un instante-: Ahora acaba de irse! más tarde, durante varios minutos, ella no parecía estar 'aquí' conmigo. Esta es una figura de lenguaje para expresar que su conciencia parecía estar concentrada en otra parte, aunque no estaba en trance. Finalmente pareció regresar, y yo le pregunté: -P ̈ uedes decirme qué quería? -Parecía satisfecho @ijo-. Fue como cuando él solfa enfrentar una tarea ardua y yo le decía algu que e ayudaba a clarificar las ideas, lo que le permitía seguir adelante. No decía mucho pero demostraba su satisfacción. Había logrado lo que quería. Y ese era el aspecto que tenía ahora. Le pregunté cómo lo había visto y ella dijo que él estaba sentado en el sof de enfrente. -Pero eso es secundario -añadir. Lo más importante para mí fue que él estuviera. Lo sentí. - Ë s decir que tuviste una sensación de su presencia? -pregunté. -Sí, sí, era George!"

Claro que no cuesta nada decir que la lectura sobre posibles comunicaciones con los muertos pudo suscitar en Nancy re- cuerdos emocionales de un guía y amigo muy querido, recuer- dos lo suficientemente fuertes como para inducir una alucina- ción creada por ella misma. Por otra parte, sí se lo contempla sin prejuicios ni a favor ni en contra, el George satisfecho que experiment >̈ Nancy se adecuaba a mi previa sensación, de sentirme obligada a escribir un pasaje difícil de un modo determinado y de haber logrado lo que "alguien" quería. Y yo nada le había dicho a Nancy al respecto, si bien ella l3udo captarlo telep ticamente a un nivel subliminal. P ̈ ero por qué yo no identifiqué a Geore como George cuando sentí esa presión? Acaso haya una posible respuesta en la afirma- ción de mi viejo sabio con respecto a la unión sin pérdida de identidad. Los intereses de George se relacionaban mucho con los del grupo de Frederic Myers, responsable de la Corres- pondencia Cruzada, y es lógico que después de la muerte lo atrajera el holón que había formado ese grupo. Además, su amistad conmigo tenía i-nucho que ver con esos mismos inte- reses. Por lo tanto, cuando escribí el pasaje que le leí a Nancy, puede que yo haya reaccionado a la presión ejercida por el grupo Mvers en tanto holón, mientras que al leerlo puede que ]lava estado centrada en mí misma, en "mi" libro, cerrando mi sensibilidad a toda impresión psi. Pero Nancy era la hija adoptíva de George v el 'œazo entre ambos era muy fuerte, ILUSlóN O ̈ QU? 287 quizá deba recordarle al lector que no consigno este incidente como una prueba de la supervivencia, sino para comparar la experiencia de Nancy, adecuada a su relación con George, con la mía, adecuada a mi relación. De todos modos, bien puede decirse que eran relaciones que tomaban diferentes aspectos de la realidad. Ahora llego a dos experiencias relevantes, que han obrado en mí durante años, bajo la superficie, para modificar tni actitud hacia la posible existencia y la eventual naturaleza de la conciencia que sobrevive a la muerte. Ya una vez intenté describirlas, pero el intento es inhibitorio, no sólo porque las sombras de Freud y Skinner parecen vigilarnos, sino también porque las únicas palabras que puedo encontrar para ello pare- cen lógicas, melodram ticas y absurdamente inapropiadas. Lo subjetivo y lo objetivo, por ejemplo, ya no eran opuestos, y esa pobre y maltrecho palabra, amor, si bien en un sentido ext tico y nada posesivo, era la expresión humana más cabal para aludir a esa armonía del universo, creencia que a Einstein le permitió (según él se lo confesó a Hans Reichenbach) des- cubrir su teoría de la relatividad. De hecho, durante esas experiencias el viejo versito de Tis love that makes the world go round ("Es el amor el que hace girar el mundo"), se transformó en un enunciado científico desprovisto de sentimenta- lismo, y energía y conciencia en dos aspectos de la misma realidad. En una carta dirigida a mí, Sir Cyríl Burt una vez expresó de este modo su idea de esa realidad: "Estoy convencido de que sólo hay un orden fundamental, que parece lógico o matem tico ante nuestra intuición cognitiva, estético ante nues- tra intuición emocional, y moral ante nuestra intuición volitiva o conativa. Y es esencialmente numinoso."

Ambas experiencias consistieron en un contacto con lo que llamaré focos desencarnados de ese orden fundamental, que por supuesto incluye la conciencia. En términos humanos el impacto que me produjeron fue el de presencias personales, muchos más "reales", aun en la memoria, que todo contacto en el mundo físico y tan infinitamente "fuera de mis esque- mas" que sugerir, como lo han hecho algunos psicólogos, que son invención mía, resulta poco menos que una broma. La palabra clave es cualidad. Ello no implica, por supuesto, que 288 LA VIDA',- !W,@b4-IMUERTE tal contacto suponga una qialidad especial por parte del te- cepto.r, , "El Rutilante Anillo de la Eternidad", como el sol, ra justos, injustos y estúpidos por igual, pero ocurre que todos suelen mantener los ojos cerrados. Esta vez ocurrió ,que, debido a, circunstancias que no esnp~@, A"nqonar los míos estaban levemente entreabiertos. Tales presencias diferían de las de p4 #mi s mtiertos recientemente en el hecho de que mis amigos venían a mí. Las presencias no "iban" ni "venían". Tampoco parecían estar localizadas, como esos seres que parecían velar por Westmins- ter Hall y Eton Chapel. Lo más que puedo decir es que estaban. Lo impregnaban todo. Acaso esto suene paradójico, pero a mi juicio, la diferencia vital entre lo que llamamos estados normales de conciencia y los estados que propician experiencias semejantes, es que en éstos las paradojas son normales. Estas presencias, por ejemplo, si bien parecían focos de energía muy intensos e intensamente personales, no tenían necesidades ni límites. Podría decirse que "desaparecían" "hacia arriba" y "hacia adentro"_p@14_@raer,vida del rutilante centro espiritual, y al mism i soii,e@pandían "hacia abajo" y, "(hacia afuera" para envolverme a mí y a todo con ella No obstante, estas palabras, de orientación geogr fica son @Wbtw. desaparecer, arriba, abajo, afuera, centro. Q ̈ ué pueden significar cuando el centro y la circunferencia son lo mismo? Especialmente,,cuudq-4 wptxp,,@t4 d y no hay circunferencia,,,,,@,g z:jbi ij,, obom 5L Ambas experiencias me sugirieron, en diversas formas, que una de las razones@para carecer de conceptos que captaran las condiciones1Piltrafa @al r>arecer relativamente accesibles en que tuncionaban@ kjuy y-@ la:n@ az' propio egocentrismo. La primera se me dio a conocer como una imagen visible de alegría, belleza y, com asión celestiales, muy, muy "por enci- 1p ma" de mí. Mientras yo miraba "arriba" en adoración y humil- dad, me sentí conectada, por así llamarlo, para mirar "al otro lado", lo que me permitió mirar "fuera" con una fracción de "sus" ojos y entrever la infinidad de relaciones entretejidas dentro del Uno limitado. El resultado fue asombroso. pro,4enypg ~iencia de mí misma.

rama de rela- pude amarlas, ILUSION O ̈ QU? 289 amarlas realmente. Es posible que en sus momentos crea- dores, los artistas, poetas, músicos, científicos y matem ticos ,(vislumbren" algo así y de ese modo puedan suministrarnos algo que nos acerque más a la melodía de la armonía central. (Apenas puedo tolerar el empleo de estas palabras tontas.) Por supuesto que, para alguien como yo, la visión tuvo que desvanecerse. Sólo puedo recordarla por momentos y, por lo general, sólo logro pensar en ella. No puedo revivirla por completo. Quince años más tarde se me recordó speramente que eso se debía a mi propia limitación. Una vez más, una inmensa presencia (invisible ahora, pero en cuyo mbito pare- cí elevarme en éxtasis en un instante de belleza extrema y natural) me hizo mirar a través de una fracción de sus ojos. Pero esta vez tuve que mirar hacia abajo, hacia abajo. Y lo que vi en el fondo fue... a mí misma, un objeto fr gil, lento y pequeño, con sus pequeñas puertas de la percepción emba- rradas por el egocentrismo. Su atención se había fijado en sí misma. No es de asombrarse que el barro se resquebrajara. Hasta ahora he registrado algunas de mis experiencias de ESP como si fueran incidentes de un viaje que podrían dar indicios sobre la índole del objetivo de ese viaje. Ë s la aniquilación, o, como lo sugieren débilmente tales experiencias, una expansión de la conciencia? (Uno recuerda que, en el aspecto físico de la realidad, la conciencia se ha expandído desde la ameba al hombre en su estado actual. N ̈ o podr expandirse más, aun aquí?) Mientras consignaba esas expe- riencias, me descubrí, y era la primera vez que lo hacía, ha- ciendo el intento de vincularlas: l) entre sí; 2) a la comunica- cíón en. la vida cotidiana; 3) a cuanto, pese a que se la suela aceptar como la última palabra, comienza a parecer una cien- cía pretérita, y 4) a cuanto llega hasta el lego de la física de hoy. Dicha tentativa indujo un cambio de actitud que trataré de explicar. En cuanto a l), ahora advierto que, si se contemplan mis experiencias como ejemplos de relación, est n hiladas con una hebra que es continua con la interacción sensorial de la vida cotidiana. Primero vinieron las interacciones telep ticas que, como las sensoriales, son un medio para relacionarse con In-, vivientes. Luego vinieron las interacciones con amigos desen- carnados, que se parecen a la comunicación telep tica con los 290 LA VIDA DESPUS DI, LA MUERTE vivos, salvo que en mi caso (fuera de los pedidos telep ticos urgentes por parte de mi esposo) esos amigos suelen demos- trar más iniciativa que los vivos. En tercer lugar, el viejo sabio del cuadro me sugirió la noción de una relación aun más íntima, el entrelazarniento de individuos desencarnados en grupos, aunque sin pérdida de la propia identidad. En 1940, yo jamás había oído hablar de holones, pero pareciera que este concepto es apropiado para describir ciertas formas desencarnadas. Finalmente, vinieron mis contactos, entre la estupefacción y la adoración, con lo que llamaré los grandes holones, en los que se corporeizaba la armonía única del amor.

En cuanto a 2) y 3), por muy reales y eficaces que me parezcan a mí mis experiencias, ellas "rompen con las reglas" y por lo tanto son impensables. "Idos a casa, seiíora Hey- wood, a vuestra cocina, maldita sea!" Pero, ÿ qué en cuanto a 4) ? Aun -.í la física de hoy no ha hallado respuestas para estos irinpensables, sí lo ha hecho, según hemos visto, para otros, y de un modo que hace que el materialismo ortodoxo parezca más bien provinciano. Los extraordinarios cambios que est n ocurriendo necesitan tiempo para llegar hasta el mundo de los legos, y mientras tanto nos desconciertan. "Hace sólo una semana", por así decirlo, nos decían que sí viaj bamos en tren a más de quince millas por hora nos saldría sangre de la nariz; "anteayer", que un avión que rompíera la barrera del sonido se desintegraría, y "ayer", que riada podía viajar más r pido que la luz. En marzo de 1974 recibimos un espléndido diario de viaje, publicado en el New Scientist, en que dos físicos informaban acerca de una partícula que ellos llaman tachyon, que parece capaz de supe- rar la velocidad de la luz. más de una vez me he preguntado, al ver cómo giran, haciéndose invisibles, los rayos de una rue- da, o al vet que soplan un silbato ultrasónico que yo no puedo oír, si la posible existencia de velocidades de movimiento o vibración que escapen a los sentidos o la imaginación humana no tiene algo que ver con nuestra carencia de conceptos para las condiciones en que quiz s existan las criaturas desencar- nadas. Poco después de leer el. informe de los cazadores de tachyons me contaron la historia de una niñita cuya madre se había ahogado. El día que siguió a esa desgracia, el padre se encerró a solas con su pena, pero ella insistió en verlo. ILUSlóN O ̈ QU? 291 Tenía noticias. "Estuve hablando con mam -le dijo-, dice que no nos preocupemos. Est todavía con nosotros, pero va más r pido, de modo que no podemos verla." D ̈ isparates? C ̈ osas de niiíos? ... )espués de todo, en el Aquí y Ahora no podemos percibir a la manta religiosa que captura una mosca, debido a su velocidad. Debo confesar que, dado el hecho de que los débiles intentos que hacen quienes tienen experiencias de ESP por describir hechos paradójicos e "imposibles" (en nuestro lenguaje) son frecuentemente recibidos con carcajadas, es más bien placen- tero encontrarse con físicos que desafían nuestra perplejidad con paradójicos neutrinos que, según nos dicen, carecen de todo atributo físico, aunque atraviesan nuestros cuerpos por billones; con positrones, que según nos dicen, retroceden mo- ment neamente en el tiempo, y con electrones que, más all de los descriptos por Oppenheirner, ostentan la capacidad de atravesar dos agujeros al mismo tiempo. Ningún fantasma, decía Sir Cyril Burt, ha igualado esa proeza. También nos dicen que la materia y la energía son idénticos, que el mundo del espacio y el tiempo según lo experimentamos no existe, y que sí existen campos no físicos. Finalmente, sin internarme en informes sobre las equivalentes maravillas del macrocosmo, citaré la reciente descripción de la diversidad dentro de lo único hecha por un físico. "Lo q ' ue llamamos una partícula aislada es en realidad el producto de su interaccíón con el medio. Por lo tanto, resulta imposible separar cualquier parte del universo del resto de él." " ̈Cómo puedo, pues, encarar la pregunta: Qué me sugieren ciertas experiencias propias en cuanto a la índole posible de la vida después de la muerte? El intento de contemplar tales experiencias a la luz de no-

ciones como la atracción de lo semejante, las jerarquías de holones y los paradójicos hallazgos de la física actual, me han dado el coraje, no sé si justificado o no, para encarar mis apa- rentes contactos ocasionales con conciencias que funcionan en aspectos más amplios de la realidad como posiblemente genui- nos. Ya no parece existir la necesidad de desconfiar de ellos a la luz de las certidumbres de ayer, puesto que las certidum- bres de ayer ya no parecen existir. Es como si las puertas de 292 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE una prisión se agitaran levemente para develar lo que quiz sean ocasionales visiones del Pacífico. Además, los conceptos de atracción de los semejantes y de jerarquías de holones me han sugerido lo que parece ser un cuadro concebible de la naturaleza de la conciencia ultrafísica. Lo cierto es que proporcionan una imagen adecuada a la des- cripción del viejo sabio del cuadro. Y además tiene sentido suponer que pueden existir holones mucho más logrados que los que hoy posibiliten aun los mejores seres humanos. Me pa- rece más bien arrogante presumir que estamos en el tope de la escalera. También, el deseo de que sobrevivan a la muerte las minúsculas entídades que somos hoy. Pero la nodón de que nuestros elementos más cooperativos, menos egoístas, pue- dan transformarse en componentes de un holón desencarnado más amplio sugiere una liberación de la c rcel del egocentrismo y una a adón de la conciencia que debería provocar ,M nuestro júbilo@li Finalmente, la idea de que esos holones desencarnados constituyan otros más grandes, íntegra a la continuidad del modelo esos tremendos focos de conciencia, esas magnas presencias, que por momentos humildemente percibí. Puede suponerse que ellos sean el fundamento de las tradicionales y difundidas cre- encias en dioses, ngeles, demonios ... creencia que acaso re- sultara de una percepción mediatizada por el hemisferio derecho e "intuitivo" del cerebro, sí bien hoy rechazada con burla por el predominio del hemisferio izquierdo y secuencias, Antes Mencioné la arrogancia humana. Soy muy consciente de la arrogancia de una mujer no académica al especular, como acabo de hacerlo, sobre la naturaleza del hombre, y del universo! Por otra parte, aun las amas de casa, al igual que Einstein, deben aprender de sus experiencias. Y ocultar las pequeñas experiencias propias por tetnor a parecer un tonto sería un acto de cobardía. El otro día me encontré con un poema del filósofo presocr tico Jenófanes, traducido por Karl Popper. Expresa lo que siento como yo jamás podría hacerlo: Tbe gods did not reveal trom tbe beginning All tbíngs to us, but in tbe course of time Through seeking we may learn to know tbings better, But as for certaín truth, >,ío mata bas known it, Nor sbalí we know it, neitber of tbe gods ILUSION O ̈ QU? 293

Nor yet ot aU tbe things of which I speak. For even if by chance he were to utter Tbe final trutb, he would himself not know it; For all is but a woven web of guesseS.25 ["Los dioses no nos revelaron todas las cosas desde el principio, pero en el decurso del tiempo, y mediante nuestros afanes, podemos cono- cerlas mejor. Pero hombre alguno conoce la verdad cierta respecto de los dioses ni de las cosas de que hablo, ni las conocer jam s. Pues aunque al azar profiriese la verdad definitiva, él mismo lo ignoraría; pues todo no es sino una apretada trama de conjeturas."] Pero Jenófanes aludía al hombre tal como todavía es, abru- mado por misterios y horizontes que escapan a su actual com- prensión. Si el hombre no se destruye a sí mismo, n ̈ o es posible, con el transcurso de los mílenios, que evolucione hasta poder formular conjeturas más talentosas y desarrollar antenas que puedan palpar aspectos más anchurosos de la apretada trama de lo único? Diciembre de 1973. NOTAS Michacl Polanyi, "Science and Man", Nullield Lecture (5 de fe- brero de 1970). 2 E. Schroedinger, What is Lile? (19ó9). 3 Herbert Dingle, The Scientific Adventure (1952). 4 J. B. Oppenheimer, Science and the Human Understanding (19óó). t> Compendiado de "ESP in the Light of Modern Physics", en Science and ESP, cd. J. R. Smythíes (19ó7 y 1971). ó Cuando ya había escrito lo que precede, leí el siguiente pasaje en el artículo de A. Koestler en The Challenge ol Chance de Alister Hardy, Robert Harvie y Arthur Koestler (1973), 235: "La tiranía ge- mela de la causalidad mec nica y el determinismo estricto ha llegado a su fin; el universo ha adquirido un nuevo aspecto, que parece reflejar ciertas antiguas y arquetípicas intuiciones de unidad en la diversidad vislumbradas desde un punto más alto. El principio de Mach se ha convertido en parte integrante de nuestra física moderna, aunque huela a misticismo. Pues implica no sólo que el universo a la larga ejerce su influencia en los hechos locales, sino que los hechos locales a la larga ejercen su influencia, por pcquefía que sea, en el universo. Como lo ha expresado Whitehead, no sin patetismo, 'no hay posibilidad de una exis- tencia separada y autosuficiente'." 7 A. Eddington, Tbe Nature ot the Physícal World (1931). 8 Citado por A. Vallentin en Einstein (1953). 9 El término ESP es hoy empleado por los investigadores para descri- bir la rama receptora o perceptiva de lo que popularmente se conoce A VIDA DESPUS DE LA MUF@ RTE

como fenómenos parapsicológicos. La rama activa o emisora incluye fenómenos tales como el movimiento de las mesas, las fuerzas poco com- prendidas liberadas por la frustración (tradicional y equívocaniente deno- minadas poltergeist), ete. Para evitar las supersticiones asociadas con la palabra "parapsicológíco", los investigadores suelen hablar del conjunto de ambas ramas como de fenómenos psi. Psi es un término neutro sugerido por un famoso psicólogo, el Dr. Robert Thouless. 1" Henry Margenau, "ESP in the Framework of Modern Science", en Science and ESP, ed, J. R. Smythies (19ó7 y 1971), 222. 11 Citado por el profesor E. R. Dodds en Supernc>rmal Phenomenl in Classical Antiquíty (1973). 12 La pregunta crucial, en lo que se refiere a las posibles comunica- ciones con criaturas desencarnadas, es por supuesto si el cerebro genera o transmite la conciencia. Los materialistas ortodoxos asumen la pririiera postura, pero hay evidencias recientes que han forzado a ciertos expertos como Sir fohn Eccles, Lord Adrian, el difunto profesor Sir Cyril Burt, el doctor Wilder Penfield y los profesores W. H. Thorpe y Gomes, entre otros, a optar por la segunda. Véase, por ejemplo, J. C. Eccles, The Brain and the Unity o[ Conscious Experience (19ó5), J. C. Eccles, cd, The Brain and ibe Conscious Experience (19óó) y Cyril Burt, Journal S.P.R. (diciembre de 19ó7), 13 D. H. Lloyd, M.D. (pseudónimo), "Objective Events in the Brain correlating with Psychíc Phenomena", en New Horizons, publicación de la. New Horizons Research Foundation. Toronto, vol. I, N? 2 (verano de 1973). Otros experimentos, -,nprendidos en los EE. UU. por los doctores Charles Tart y Douglas Dean, han demostrado también que las reacciones fisiológicas extrasensoriales ante estímulos etnocíonales tienen lugar sin que haya conciencia de tales estímulos. 14 Robert E. Ornsteín, "Left and Right Thinkíng", en Psychology Today (mayo de 1973). Véase también The Psycbology ol Consciousness del mismo autor, y un artículo sobre él publicado en New Scientist (ó de junio de 1974), ó0ó. 15 llenri Poincaré, Mathematícal Creation, citado en The Creative Process, ed. Brewster Gbiselin (1952). 1ó Julia era otra amiga que pareció present rseme en forma invisible poco después de su muerte en un accidente aéreo, con insistentes ínsttuc- ciones para que yo ayudara a su madre. Aunque éstas eran sorprendentes, funcionaron cuando se las puso en pr ctica. 17 Rosalind Heywood, The Infinite Hive (19ó4, 19ó7 y 1971). En los EE.UU. se tituló ESP, A Personal Memoir. 18 A. Koestler, The Gbost in the Machine (19ó7), 45-49. 19 De The Injinite Hive. 20 Grey Walter, "Observatíons en Man, his Frame, his Duties and his Expectations", 19ó9. 21 Mozarts Letters, trad. al inglés de Emíly Anderson, vol. II, p. 907. 22 J. B. Oppenheimer, Tbe Flying Trapeze (19ó2), 5-ó. 23 D. Scott Rogo, NAD' A Study of some unusual "Other World" Experiences (1970). 24 Dr. F. Capra, Main Currents in Modern Tbougbt (1972). 25 Citado en Brian Magee, Popper (1973).

14 ARTHUR KOESTLER FISICA, FILOSOFIA Y MISTICISMO 1 En sus Unpoputar Essays, Bertrand Russell refiere una anéc- dota significativa: "F. W. H. Myers, a quien el espiritismo había índucido a creer en una vida futura, le preguntó a una mujer que acababa de perder a su hija qué pensaba que había ocurrido con el alma de ésta. La madre replicó: A estas citas podrían añadirse numerosos pronunciamientos similares suscriptos por los pioneros de la física contempor - nea. Es evidente que ellos veían en el paralelo entre ambos tipos de complementaridad -mente/cuerpo y corpúsculo/ onda- algo más que una analogía superficial. De hecho, se 1" ' 300 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTFtrata de una analogía muy profunda, pero para apreciar qué es lo que implica, debemos tratar de vislumbrar a qué se refiere el físico al hablar de las "ondas" que constituyen la materia, El sentido común, ese pérfido consejero, nos dice que para producir una onda debe haber algo que ondule: la vibrante cuerda de un piano, el agua ondulante o el aire en movimiento. Pero la noción de ondas de materia excluye por definición todo medio con atributos materiales como conductor o sustrato de la onda. De modo que afrontamos la tarea de imaginar la vi- bración de la cuerda pero sin la cuerda, la sonrisa del gato de Cheshire pero sin el gato,* o sea, otra tarea para la que no estamos "programados". No obstante, podemos hallar algún co@isuelo en la analogía existente entre ambas complementar- dades. Los contenidos de la conciencia que pasan a través de la mente, desde la percepción del color hasta los pensamientos y las imágenes, son "nadas aéreas" e insustanciales, pero de algún modo est n vinculadas con el cerebro material, tal como las "ondas" y "campos" insustanciales de la física est n de algún modo vinculadas con los aspectos materiales de las par- tículas subatómicas. Esto es lo que jeans tenía en mente al escribir su famosa declaración, en la que decía que los físicos se apartaban del punto de vista materialista casi un nimemente, porque "el universo comienza a tener más el aspecto de un gran pensamiento que el de una gran maquinaria".' Eso fue escrito en 1937. Por esa época, la materia sólida casi se había evaporado de los laboratorios físicos, para trans- formarse en focos de energía concentrada y al fin disolverse en las violencias y sinuosidades de la curvatura del espacio. Para- lelamente, nuestros conceptos de espacio, tiempo y causalidad, para los cuales estaban programadas las computadoras de nues- tra caja craneana, demostraron ser totalmente ínapropiados para aplicarlos a los hechos producidos a escala subatómica o supragal ctica. "Los tomos no son cosas @scribió Heinsen- berg-. Cuando descendemos al nivel atómico, el mundo ob- jetívo del tiempo y el espacio cesa de existir." 7 Tampoco la estricta causalídad y el rígido determinísmo son aplicables a ese nivel. El Principio de Indeterminación es tan * Alusión a un famoso pasaje del cap. VI de Alice's Adventures in Wonderland de Lewis Carroll. (N. del T.) FISICA, FILOSOFIA Y MISTICISMO 301

fundamental en la física moderna como las Leyes del Movi- miento de Newton lo eran a la mec nica cl sica. Implica que el universo, en cualquier momento dado, se halla casi sin deci- dir, y que su próximo estado carece hasta cierto punto de determinaciones, es "libre". De modo que si un fotógrafo ideal, con una c mara ideal, tomara una fotografía de todo el universo en un momento dado, la foto sería algo confusa, a causa de la indeternúnación del estado de sus constituyentes últimos.* Así que en los últimos cincuenta años, es un lugar común de la física que la visión mecanicista de un mundo estricta-, mente determinado ya resulta insostenible; se ha transformad ̈ en un anacronismo victoriano (pese a que la psicología beha- viorista y amplios sectores del público culto aún se aferren a él). El modelo del universo como un mecanismo de relojería, típico del siglo xix, se ha derrumbado; por otra parte, con el advenimiento de la teoría cu ntica y de la relatividad, el mismo concepto de materia ha perdido toda solidez, de forma que el materialismo ya no tiene derecho a proclamarse una filosofía científica. ̈Cu les son las alternativas? iv He citado a algunos de los gigantes (todos ellos premios Nobel) que, en la primera mitad de nuestro siglo (más exac- tamente en las tres primeras décadas), desmantelaron afanosa- mente el rígido mecanismo de relojería e intentaron reempla- zarlo por un modelo más elaborado, lo bastante flexible como para acoger paradojas lógicas e ideas previamente juzgadas im- pensables. En el medio siglo transcurrido desde' la revolución de los aiíos '20, se han realizado ínnúmeros descubrimientos -los radiotelescopios escrutaron el cielo, se escudriiíaron acon- tecimientos subatómicos en c maras de burbujas- pero aún no se ha elaborado un modelo satisfactorio y una filosofía coherente que sean comparables a la ofrecida por la cl sica * Puede demostrarse que, por breve que sea el tiempo de exposición, el Principio de Indeterminación har que la imagen fotogr fica salga borrosa. 302 LA VIDA DESPUS DE LA MUEKTE física newtoniana. Estos años pueden ser descriptos como uno de esos períodos de "anarquía creativa" que suelen reiterarse en la historia de la ciencia, cuando los viejos conceptos se tor- nan obsoletos y aún no se vislumbra el pasaje a una nueva síntesis. El último interregno semejante a la cosmología duró casi una centuria y media, desde la publicación del De Revo- lutioníbus de Copérnico, en 1541, hasta la de los Principiae de Newton en 1ó84. Debido a la aceleración de la historia -que incluye a la historia de las ideas- la fase actual de anarquía creativa probablemente sea mucho más breve, y cuando llegue la nueva síntesis acaso nos maravillemos de nuestra previa ceguera. En el momento en que redacto estas líneas, la misma física teórica parece encerrada en una c mara de burbujas don- de se cruzan las hipótesis más estrambóticas. No obstante pueden detectarse ciertas tendencias generales. En primer lu- gar, se acuerda que el "modelo" del universo sólo puede ser abstracto y matem tico, descartando toda tentativa de repre- sentación visual, pues sólo somos capaces de representar y vi- sualizar fenómenos en el espacio tridimensional (3-d), movién- dose por un solo eje temporal que va de causa a efecto, en tanto que un auténtico modelo de los acontecimientos micro y macrocósmicos requeriría más dimensiones, posiblemente (según algunos) un número limitado de ellas donde causas y efectos se entrelazaran en nudos gordianos. Cuando los físicos contempor

neos se atreven, pese a todo, a desafiar el tabú que pesa sobre las imágenes talladas del tomo o del cosmos, parecen hacerlo con suma reserva. Así, según john A. Whe- eler, profesor de física de la Universidad de Princeton y figura líder de la física de vanguardia, la misma geometría del espacio tridimensional "fluctúa violentamente en pequeñas distancias". Traza luego este cuadro surrealista: 11 El espacio de la geometrodin mica cu ntica es comparable E una alfombra de espuma tendida sobre un paisaje con leves ondulacio- nes [... ]. Las continuas mutaciones microscópicas de la alfombra de espuma, al surgir nuevas burbujas y desaparecer las viejas, simbolizan las fluctuaciones cu nticas de la geometría [... ]." 8 Este turbulento océano de espuma burbujeante intenta re- presentar -o, mejor dicho, simbolizarel concepto de super- espacio de Wheeler (la bastardilla es suya): FISICA, FILOSOFIA Y MISTICISMO 303 "El escenario en el que se mueve el espacio del universo no es, por cierto, el espacio mismo. Nadie puede ser el escenario de sí mismo; necesita de un teatro más grande donde moverse. El teatro donde el espacio realiza sus mutaciones no es siquiera el espacio-tiempo de Eins- teín, pues el espacio-tiempo es la historia del espacio que cambia con el tiempo. Ese teatro debe ser un objeto más amplio: el superespacio [... l. 'ste no est dotado de tres o cuatro dimensiones; est dotado de un número infinito de dimensiones. Cada punto del superespacio representa un mundo tridimensional en su totalidad." 9 El superespacio, o hiperespacio, es un viejo caballito de batalla de la ciencia-ficción, junto con el concepto de universos paralelos y de tiempo reversible o multidimensional. Ahora, gracias a los radiotelescopios y los ciclotrones, todos ellos ad- quieren respetabilidad académica. Cuanto más extraños son los datos experimentales concretos, más surrealistas son las teorías elaboradas para explicarlos. El Profesor Feynman de Caltech interpretó las huellas de los positrones, en la c mara de burbujas, como una evidencia de que estas partículas hacían breves retrocesos en el tiempo, y en lugar de ser recibido con públicas carcajadas recibió el Premio Nobel en 19ó5. El superespacio de Wheeler tiene ciertos rasgos notorios; uno de ellos es la múlt.,ple conectividad. Esto significa, para decirlo en un lenguaje simple -y simplificado- que las re- giones que dístan entre sí en nuestro familiar espacio 3-d, pue- den ser temporariamente puestas en contacto directo mediante túneles o "agujeros" del superespacio. Se los llama agujeros de gusano. Se supone que el universo est cubierto de estos agujeros, que aparecen y desaparecen en fluctuaciones inmen- samente r pidas, resultando figuras en cambio constante: un caleidoscopio cósmico agitado por una mano invisible. (Incidentalmente, estos agujeros de gusano de la espuma microscópica no deben ser confundidos con los Agujeros Ne- gros del cielo del astrónomo, que también fueron postulados primeramente por Wheeler. Los Agujeros Negros son regiones del universo en los cuales se precipita la tnasa de una estrella calcinada que sufrió un colapso gravitacional para ser aniqui- lada o para emerger en otro universo del superespacio. Por muy fant stico que suene, en el momento en que se escriben estas líneas (julio de 1975), los astrónomos parecen haber identificado varios Agujeros Negros, y numerosos observatorios se han lanzado activamente a la búsqueda de otros.)

304 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE v Las alas de la analogía son notoriamente traicioneras, pero no obstante útiles para pequeños vuelos, o saltos más bien, siempre que tengamos en vista que las met foras no son pro- batorias. Habida cuenta de esta advertencia, existen obvias analogías entre la ciencia moderna y la paraciencia, entre la física mo- dern-a y la metafísica. La primera con que nos topamos fue la aparente afinidad entre los dos principios b sicos de coriiple- mentaridad: partícula/onda y cuerpo/mente. Ahora podemos pasar a una nueva pregunta: si la materia puede convertir su masa en radiación y transformarse así en energía pura e "in- corpórea", r̈ esulta absurdo todavía hablar de energía mental desencarnada? más precisamente: s̈ emejante mención suena tan absurda como hace cincuenta años, antes que la revolución de la física destronara a la materia y nos enseñara que los tomos no son "cosas"? ̈Y es aún legítimo burlarse del tér- mino mind-stulf * (acuiíado por Eddington) como carente de validez científica, cuando un físico puede describir el universo como un baño de burbujas en el superespado? El Dr. I. J. Good, del equipo de The Scientist Speculates,"' fue aun más lejos: "La materia es etérea y la mente es la roca sólida ... No estamos a más de un paso de concebir que todas las mentes son parte de un sistema único [... 1" 11 S̈ e justifica aún la negación de la posibilidad de las señales telep ticas, cuando los físicos aceptan que existe una acción a distancia en diversas formas, desde la gravedad a los agujeros de gusano, o inclusive la denominada "paradoja Einstein-Podolsky-Rosen (EPR)"? ** Se pueden formular otras preguntas basadas en analogías que no son concluyentes pero sí muy sugestivas, respecto de otras categorías de fenómenos parapsicológicos, que incluyen la psicoquinesis y los destellos aislados de precognición, en que * "Materia mental." (N. del T.) ** En términos generales, este famoso experimento diseñado por Einstein indica que, si dos electrones son inducidos a volar en direcciones Opuestas, la interferencia que se practique sobre cualquiera de ellos influir sobre el otro, por muy lejos que se hallen entre sí. Cf. Tbe Chaltenge of Chance, p. 228. .FfSlCA, FlLOSOFfA Y MISTICISMO 305 la dirección de la flecha del tiempo parece invertírse; pero ello requeriría incursionar en regiones aun más técnicas y abstrusas de la física teórica. Lo que nos importa señalar es que en& menos que hace medio siglo parecían desafiar las leyes de la naturaleza hoy resultan menos ofensivos porque dichas leyes ya no tienen una validez estricta; y las extravagantes teorías con que se pretende dar cuenta de dichos fenómenos hoy re- sultan menos estrafalarias potque las teorías expuestas por los físicos son aun más extravagantes e insultantes para el sentido común. El universo de la física cl sica, que consistía en peque- ñas y sólidas bolas de billar que saltaban de un lado a otro en estricta obediencia a las leyes de la mec nica, ha sido reempla- zado por la indeterminación de la espuma cu ntica; sus nítidos contornos se han vuelto borrosos, su estructura se ha ablan- dado, sus leyes se han hecho más tolerantes y perrnisivas. Un objeto que vuela por el aire sin causa física aparente, como se registra con frecuencia en los fenómenos de Poltergeist, ya no ofende a las leyes de la naturaleza, sino apenas a las leyes de probabilidad. Y estas leyes, que

en la ciencia moderna reem- plazan a la causalídad, no son leyes físicas en sentido estricto. Operan -según puede testimoniatlo cualquier físico, cualquier compañía de seguros o cualquier croupier-, pero nadie puede explicar cómo y por qué lo hacen. El matem tico más grande de nuestro tiempo, john von Neumann, las denominó magia negra". Dejémoslo así. vi Hay un aspecto de la ciencia moderna que parece de par- tícular relevancia pata nuestro tema: la tendencia hacia una nueva concepción del holísmo.* En realidad, ésta se inició a principios de siglo con el Principio de Mach, que enuncia que las propiedades de inercia de la materia terrestre son detetmí* El holism̈ que el Prin- cípio de Mach "huele a astrología"," mientras que Henry Morgenau, profesor de física en Yale, hizo este reflexivo comentario: "La inercia no es intrínseca al cuerpo; es inducida por la circunstancia de que el cuerpo est circundado por todo el universo [... l. No sabe- mos de ningún efecto físico que transmita esta acción; hay muy poca gente que se preocupe por el agente físico que la comunique. Por lo que puedo ver, el principio de Mach es tan misterioso como los fenómenos psíquicos sin explicación, y su formulación me parece casi igualmente oscura Si pasamos del macro al microcosmo, nos encontramos con similares desarrollos "holísticos". Así Heisenberg: "El sistema que se trata en la mec nica cu ntica es en realidad parte de un sistema mucho mayor (eventualmente la totalidad del mun- do)." " No hay partes independientes que funcionen esplén- didamente aisladas del resto del universo. más bien sucede que ,sólo si todo el universo es incluido como objeto del conoci- miento científico, pueden satisfacerse lascondiciones para cali- ficar 'un sistema aislado' "."' 0, según el Dr. F. Capra, físico-

"Lo que denominamos una partícula aislada es en realidad el producto de su interacción con el medio. Por lo tanto, resulta imposible separar cualquier parte de universo del resto de él." "l Y en último término, el Profesor David Bohm del Birk- beck College de la Universidad de Londres (la bastardilla le pertenece): "Suele reconocerse que la teoría cu ntica tiene características asom- brosamente novedosas Sin embargo, se ha enfatizado muy poco 7FFSICA, FILOSOFIA Y MISTICISMO 307 lo que, a nuestro criterio, constituye la característica más distintamente novedosa, a saber, la íntima interconexión de los diversos sistemas que no est n en contacto espacial. De esto hemos tenido una clara revelación especialmente a través de los 1 ... 1 famosos experimentos de Einstein, Podolsky y Rosen E ... l. últimamente, el interés en esta cuestión ha sido suscitado por el trabajo de BeU, quien obtuvo criterios matem ticos y precisos, distin- guiendo las consecuencias experimentales de dicha característica de la 'interconectividad cu ntica de los sistemas distantes' [... l. Así, uno es llevado a una nueva noción de ininterrumpida totalidad Funbroken wholenessl que niega la idea cl sica de que el mundo sea analizable en partes que existan separada e independientemente [... ]."17 Estas citas (que podrían multiplicarse al infinito) no refle- jan voces de solistas, sino antes bien a un coro de físicos emi- nentes que comprenden las consecuencias revolucionarias de sus investigaciones. El cuadro de conjunto que surge de ellas nos trae reminiscencias del credo filosófico de los hipocr ticos -"Hay un flujo común, todas las cosas est n en simpatía"-, compartido por pitag >̈ ricos y neoplatónicos y sintetizado por Pico della Mirandola, el platónico del siglo xv cuyos escritos inspiraron a Kepler en'su búsqueda de las leyes planetarias: "H llase en primer lugar la unidad de las cosas por la cual cada cosa es una consigo misma. H llase en segundo lugar la unidad por la cual una criatura est unida a las otras y todas las partes del mundo constituyen un solo mundo"."' La mayor parte de los físicos contempor neos suscribirían a estas líneas. En un notable libro de aparición reciente, La Gnose de Princeton, subtitulado Des Savants la Recherche d'une Religion,"' el Profesor Raymond Ruyer.Uamó la atención sobre las conclusiones casi místicas hacia las que tienden las teorías físicas de los Agnósticos de Princeton".* Pero se trata de un misticismo sobrio, nacido en el laboratorio. La mística medieval hablaba de "simpatías", "correspondencias" del Touu-Uno, de la parte contenida en el todo, aunque también, en * GeU-Mann adoptó, para su teoría de las partículas elementales, el término budista "la óctuple vía"; se lo recompensó por el descubrimien- to de la partícula menos-omega, predicha por su teoría, y en 19ó9 reci- bió el Premio Nobel. Otros términos empleados en la jerga técnica de la física cu ntica son quark (vocablo acuñado por Murray Gell-Mann para designar una partícula lúpotética), strangeness ("extrañeza") y Charm ("Encanto"). Detr s de ese humor estudiantil, se encuentra la perp leja conciencia del misterio.

308 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE cierto modo, continente del todo. La "gnosis de Princeton" tiene un paradigma o met fora para cada una de dichas enun- ciaciones. Uno de los más sorprendentes de tales paradigmas es el ho- lograma.*"@No intentaré explicar cómo trabaja, pero se basa en un método fotogr fico (sin lente) que registra los patrones de interferencia de un rayo l ser dividido sobre una placa foto- gr fica transparente. Cuando a ésta se la vuelve a iluminar con luz l ser, se ve una nítida imagen tridimensional del objeto fotografiado. Pero la propiedad inquietante del holograma con- siste en que si uno le corta un fragmento y lo ilumina con el rayo l ser, el objeto fotografiado aún será visible en su tota- lidad, sólo que será menos.nítido cuanto más pequeño sea el fragmento que se separa de la placa. De modo que cada parte del holograma potencialmente contiene toda la información para describir el todo, aunque la información se vuelve más sumaria cuanto más pequeña sea esa parte. Se pierden los de- talles, pero se preserva la Gestalt, la configuración del todo. Las met foras que pueden derivarse del prind o de holografía p causan vértigo. Algunos neurofisíólogos creen que ofrece un modelo para el almacenamiento de las memorias en el cerebro. El místico diría que eso sólo confirma lo que él ya sabía, que todo est unido", que la parte puede contener al todo, que el microcosmo refleja al macrocosmo y a su vez se refleja en él. Pero si se puede demostrar que tal cosa es cierta en los fenó- menos materiales, no hay razón v lida que nos impida aplicar tales argumentos también a los fenómenos mentales: trazar formas paralelas al principio de Mach, a la paradoja EPR, a los agujeros del superespacio y así sucesivamente, hallazgos según los cuales se borrarían las presuntas barreras entre las mentes individuales. Si en el mundo de la materia "todo est unido", cabe suponer que lo mismo rige para el mundo complementario de la mente; y (para citar nuevamente a Good), "no estamos a más de un paso de concebir que todas las mentes son parte de un sistema único". esta era, en verdad, la opinión de uno de los más grandes fundadores de la física moderna, Erwin Schrbdinger, cuya ecuación de la onda del electrón -la fórmula de la "onda de Inventado por Denis Gabor, Premío Nobel 1971. FFSICA, FILOSOFFA Y MISTICISMO 309 materia'!- representa un viraje decisivo en la historia de la ciencia.* Los intereses de Schr@ger estaban divididos en- tre la física y la filosofía, lo que quiz s explique que él pudiese vislumbrar las aplicaciones místicas de la equivalencia mate- ria-onda, expresada en su ecuación, con más claridad que sus colegas; y él tuvo el coraje de exponerlas pública e inequívoca- mente en sus conferencias y en sus I,ibros. (En este aspecto se antidp >̈ por varias décadas a los "gnósticos de Princeton".) Uno de los artículos más importantes de Schr 3 ̈ dinger se

titula " Q ̈ ué es una partícula elemental?" Sigue de inmediato el subtítulo de la primera parte, que señala la parte relevante de la respuesta: "Una partícula no es un individuo". He aquí algunos fragmentos de ese artículo (compendiando las conclu- siones y onútiendo los argumentos técnicos sobre los cuales se basan): "La última forma del atomismo se llama mec nica cu htica. Ha ex- tendido sus alcances hasta comprender, además de la materia ordinaria, todos los tipos de radiación, la luz incluida, en pocas palabras, todas las formas de energía, entre las que se halla la materia ordinaria. En la forma actual de la teoría los ' tomos' son los electrones, los protones, los fotones, los mesones, etc. El nombre genérico es partícula elemental, o meramente partícula [ . . . 1 "Este ensayo trata de la partícula elemental, y más particularmente de cierta característica que este concepto ha adquirido -o más bien per- dido- en la mec nica cu ntica. Quiero decir esto: que la partícula elemental no es un individuo: no puede ser identificada, carece de "mis- midad" [identidad personal], El hecho es conocido por todos los físicos, pero rara vez se le da alguna importancia en los trabajos que pueden ser leídos por los profanos La partícula, según veremos, no es un individuo identificable [ . "Sin duda, la noción de la individualidad de los fragmentos de materia data de tiempo inmemorial [... 1 La ciencia la ha adoptado como un hecho evidente de por sí. La ha refinado al punto de poder abarcar todos los casos de aparente desaparición de la materia Luego nos da el ejemplo del leño que se quema; los cíentí- ficos, desde Demócrito hasta Dalton, jamás dudaron ... .l que un tomo que originariamente se hallaba en el trozo de madera lo estuviera luego en las cenizas o en el humo. En el nuevo giro del ato- mismo, que comenzó con los artículos de Heisenberg y de Broglie en 1925, hay que abandonar tal actitud. tsta es la revelación más sorpren* Schr S̈ dinger compartió el Premio Nobel con Heisenberg, en 1931. 310 LA VIDA DESPUS DE LA MUE'.TTE d,,,,Ie que surge de los subsiguientes desarrollo#, y la característica que, a la Largos ha de tener las consecuencias más importantes. Si deseamos preservar el otomismo, los hechos observados nos obligan " negar que los constituyentes últimos de la materia tengan el car cter de individuos identificables. Hasta hace poco, por lo que sé, los atomistas de todas las épocas habían transferido esa característica de los fragmentos de ma- tería visibles y palpables a los tomos, que ellos no podían ver o tocar u observar aisladamente. Ahora [... 1 debemos negar a la partícula la dignidad de ser un individuo absolutamente identificable [... ] El tomo carece de la propiedad más primaria que asociamos con un fragmento de materia en la vida cotidiana. Algwos filósofos del pasado, si a ellos se les diera la palabra, opinarían que el tomo moderno no consiste en materia alguno, sino que es forma pura [consists ol no stufl at así but .y pure sbapel." 20 Schr ï dínger el físico fue el principal responsable de la de- molición del concepto de materia (aunque modestamente le otorgara la prioridad a de Broglíe y Heisenberg); Schrbdinger el filósofo

sintió terror y alborozo ante lo que había hecho. Las partículas elementales, los presuntos "ladrillos" del uní- verso, habían perdido su identidad, no consistían en ma-teria alguna sino que eran forma pura, en otras palabras, esos ladri- llos eran un espejisn-io, una ilusión, el velo de Maya. El pró- ximo paso casi obligatoriamente lo condujo a contemplar la supuesta separación individual de las mentes como igualmente ilusoria: "Obviamente sólo queda una opción, o sea la unificación de las mentes o conciencias. Su multiplicidad no es sino una apariencia, en ver- dad sólo hay una mente. Psta es la doctrina de los Upanishads. Y no sólo de los Upanishads [... 1 Permítaseme citar, además de los Upa- nishads, un texto de Aziz Nasafi, místico persa musulm n de siglo xiii: 'A la muerte de cada criatura viviente, el espíritu retorna al mundo espiritual, el cuerpo al mundo corporal. En éste, no obstante, los cuer- pos est n sujetos a mudanza. El mundo espiritual es un solo espíritu que se yergue como a trasluz detr s del mundo corporal y que, cuando nace una criatura, resplandece a través de ella como si fuera a través de una ventana. Según el tipo y tarnaiío de la ventana, penetra más o menos luz en el mundo. La luz en sí misma, sin embargo, permanece inmu- table.' 11 21 No había conflicto interior entre Schr j̈ dinger el físico y Schr j̈ dinger el metafísico. Ambos aspectos de su pensamiento eran interdependientes y complementarios. Así, tras comen- tar el pasaje de Nasafi que hemos citado, continúa: FISICA, FILOSOFFA Y MISTICISMO 311 "Aun asf, cabe recordar que para el pensamiento occidental dicha doctrina es poco atractiva, es indigerible, fant stica, acientífica. Bien, es as( porque nuestra ciencia -la ciencia grieg"- se base en la objetiva- ción, por medio de la cual se ha vedado n, decuada comprensión del sujeto del Conocimiento, de la mente. Pero yo creo que es precisamente este el punto en que nuestro actual modo de pensar necesita ser enmen- dado, quizá mediante una pequeña transfusión de sangre del -pensamiento oriental. No será f cil, y debemos cuidarnos de los errores; la transfusión de sangre siempre requiere grandes precauciones, para evitar los co gulos. No deseamos perder la precisión lógica alcanzada por nuestro pensamiento cientffíco, que no tiene parangón en ninguna parte y en ninguna época." 22 En otra parte, Schr ̈5dinger aclara cu les son, a su juicio, los "errores" y los "co gulos" del misticismo oriental: la doc- trina de la transmigración de las almas. Si se descarta eso, Cy Modern Thougbt (septiernbre-octubre de 1972). 17 D. Bohm y B. Hiley, "On the Intuitive Understanding of Non- @ty as Implied by Quantum Theory" (en prensa, Birkbek College, Univeríidad d L̈ ondr s̈ , 1974). 18 Pico delw Mirandola, Opera Qmnia (1557), p g. 40. 19 Parfs, 1974, 20 En Erwin Schródinger, Science, Theory and Man (1957), 193 y siguientes.

21. 21 22. 22 23. 23 24. 24 25. 25

Emffi Schr8din®er, Mind and Matter (1958), 53-4. Ibid., p gs. 54-5-. Wbat is Life? (1944), 88-90. Mind and Matter, op. cit., 8ó.7. Mei>,se Weltansicbt (19ó1), 108.

20 En The Scientist Speculates, op. cit., 8ó, 27 "The Meaning of'Survivol" (S. P.'R., 1935). 29 "Concepts of Survival", en J. Soc. tor Psychical Researcb, vol. 48, N? 7ó3 (marzo de 1975), 15-1ó. lle Seventeenth Frederick w P.R,, 19ó8), 34-5- s System (190ó). FeasibiIity of a Physical Theory of 239. SOBRE LOS COLABORADORES* ARNOLD TOYNBEE (Mans Concern with Lile alter Death) fue uno de los investigadores e historiadores más eminentes del siglo. Es autor, inter alia, de Greek Historical Thougbt, A Study of History y Christianity Among the Religions of the World. COTTIE BURLAND (Primitive Societies) trabajó durante treinta años en el Museo Brit nico y ha hecho importantes obras sobre las antiguas civilizaciones de América. Su último trabajo es Montezuma: Lord of tbe Aztecs. ADRIAN BosHlER (The Religions of Africa) es explorador y antropólogo y Director de Operaciones en el Museo del Hombre y de la Ciencia de johannesburgo. CRISPIN TICKELL (The Civilizations of Pre-Columbian America) es un eminente diplom tico que ha manifestado un permanente interés en la antropología y en la América precolombina. Suele ofrecer conferencias en la Universída ̈ de Harvard. GEOFFREY PARRINDFR (Religions of tbe East) es profesor de Estudios de Religiones comparadas en la Universidad de Londres. Sus publica- ciones previas incluyen Religion in Africa, Dictionary of Non-Cbristian Religíons y Tbe Christian Debate. El PADRE JOSEPH CREIIAN (Near Eastern Societies) es miembro de la Compañía de Jesús.

M. S. SEALE (Islamic Society) es un misionero que ha pasado cuarenta años en Siria y el Líbano; es profesor en la Escuela de Teología del Cer- cano Oriente, en Beirut. RENE HAYNES (Some Christian Imagery) integra el consejo de la Society for Psychical Research; ha escrito varios libros, entre ellos una obra sobre la percepcíón extrasensorial, The Hidden Springs. En cada caso, añado entre paréntesis el título original del artículo (N. del T.) LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE, ULRICH SIMON (Resurrection in a Post-Religious Age) es Profesor de Teología en el King's College de Londres. MARTIN ISR"L (The Nature of Eterna Lile: A Mystical Consideration) es un eminente patólogo y es miembro del Royal College of Surgeons. Es autor de Summons to Lile. DoRis F. JONAS (Life, Death, Awareness atid CQncern: A Progression) es coautora de Young Titl We Die. STAN-TSLAV GROF y joAN H.ALIFAX-GROF (Psycbedelics and the Experience of Deatb) son eminentes psiquiatras; trabajan en los Estados Unidos. ROSALIND HEYWOOD (Ilíusion - or Wbat?) es una reconocida autoridad en percepción extrasensoríal; escribió Inlinite Hive y The Sixth Sense. ARTHUR KOESTLER (Whereof One Cannot Speak ... ?) se cuenta entre los escritores y pensadores más importantes de nuestra época. Sus publi- caciones incluyen Darkness at Noo>,i y The Act of Creation. INDICE GENERAL Primera parte 1 ARNOLD TOYNBEE El interés del hombre en la vida después de la muerte.............................. 9 Segunda parte LA IDEA DEL MAS ALLA: PASADO Y PRESENTE COTTIE A. BURLAND Sociedades primitivas....................... 51 ADRIANBOSHIER Las religiones de Africa..................... ó9 CRISPINTICKELL Las civilizaciones de América precolombina...... 8ó GEOFFREY PARRINDER Religiones de Oriente....................... 103 PADRE JOSEPH CREFIAN Las sociedades del Cercano Oriente............ 125

M. S. SEALE La sociedad isl mica........................ 15ó RENEHAYNES Imaginería cristiana........................ 1ó7 ULRICH SIMON La resurrección en una era post-relígiosa........ 183 MARTIN ISRAEL La naturaleza de la vida eterna: una consideración mística................................... 19ó Tercera parte LA IDEA DEL MAS ALLA: EL FUTURO 1 1 DORis F. JONAS La vida, la muerte, la conciencia y la Conciencia de la muerte............................... 213 STANISLAV GROF Y JOAN HALIFAX-GROF Las drogas psicodélicas y la experiencia de la muerte................................... 228 ROSALIND HEYWOOD Ilusión o ̈ qué?........................... 253 ARTHUR KOESTLER Física, filosofía y misticismo................. 295