LA METAFISICA CARTESIANA

LA METAFISICA CARTESIANA (Tomado del estudio introductorio deCirilo Flórez) «De este modo, la totalidad de la filosofía

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LA METAFISICA CARTESIANA (Tomado del estudio introductorio deCirilo Flórez) «De este modo, la totalidad de la filosofía se asemeja a un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física y las ramas que brotan de este tronco son todas las otras ciencias que se reducen principalmente a tres: a saber, la medicina, la mecánica y la moral» (Los principios de la filosofía)

Nicolas Grimaldi defiende que en el sistema de Descartes tenemos que diferenciar tres órdenes distintos: el de la verdad, el de la utilidad y el de la beatitud, y a cada uno de esos órdenes le corresponde un determinado tipo de saber: el saber metafísico y matemático, el saber físico y el saber revelado. Descartes deja este último tipo de saber a los teólogos y él se centra en los otros tipos de saberes: metafísico, matemático y físico. La ciencia cartesiana no es teoría, contemplación desinteresada del mundo, sino saber aplicado que busca la utilidad. Descartes considera a la experiencia como elemento fundamental para el progreso del conocimiento científico y la contrapone al método de los comentarios, que había sido predominante hasta su planteamiento. La concepción cartesiana continúa el ideal técnico de la ciencia procedente del Renacimiento, y esto nos muestra que el paradigma de la filosofía cartesiana no sólo es el filósofo especulativo del yo pienso (metafísica), sino también el ingeniero o técnico que busca aplicar los conocimientos para obtener cosas útiles para los hombres (técnica). El gran objetivo es que el hombre llegue a ser el dueño y señor de la naturaleza, tarea que se cumple gracias a la ciencia y a la técnica modernas, cuyo fundamento se encuentra en la metafísica, dado que es ella precisamente la que establece asimismo el fundamento de todos los saberes. Tal fundamento descansa en la veracidad de Dios, que se demuestra en la quinta meditación, porque de acuerdo a esta concepción cartesiana las ciencias físicas pueden partir de suposiciones o hipótesis; mientras que tanto las matemáticas como la metafísica tienen que fundamentarse en una certeza primera, que en el caso de la metafísica tiene que ser una certeza metafísica y en el caso de la matemática (geometría) una certeza matemática. En el nuevo proyecto cartesiano de filosofía es fundamental el papel de la mente, que Descartes entiende como una potencia capaz de construir la realidad del mundo en su camino de salida a las cosas, camino que es distinto del de la salida de la caverna platónica y también del papel que la memoria desempeñara en la filosofía de san Agustín. Descartes está invirtiendo los modos antiguos de hacer filosofía y está abriendo un nuevo camino a la metafísica, que puede calificarse como el camino específico de la modernidad, en la que la metafísica deja de ser la ciencia del ser en cuanto ser y se transforma en la ciencia fundamentadora de la física, o sea, en filosofía primera. No se trata de ir más allá de la física, como pensaba Aristóteles, sino de fundamentar la física como ciencia, y para ello va a considerar la veracidad incuestionable de Dios como el fundamento para llegar con seguridad al conocimiento del mundo construyendo una ciencia física capaz de desvelar los secretos de las cosas y del mundo. «Descartes salta, pues, del islote solitario de su conciencia de ser pensante a la existencia de Dios; y de la mano garante de este, que no puede ser falaz, desciende al mundo exterior, para hacer posible su conocimiento. Necesita un alto fiador que garantice la relación entre su yo pensante y el mundo circundante» (García-Hernández)

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El modelo cartesiano reivindica la necesidad de la metafísica como ese saber que se ocupa de la posibilidad del conocer antes de que éste se especifique en distintas ciencias. El objeto fundamental de la investigación cartesiana es la mente llamada espíritu, y es hacia ella donde se orienta el giro que Descartes introduce en la historia de la metafísica. En la concepción del espíritu es donde Descartes abre el nuevo camino de la filosofía moderna y una nueva senda en la historia de la metafísica. La gran innovación cartesiana está en el descubrimiento del espíritu entendido como pensamiento en el sentido griego de nous. El espíritu se percibe sintiendo en los distintos actos que engendra el pensamiento: imaginar, entender, querer y hablar, y esa experiencia originaria es el espacio de interlocución o escenario dentro del cual se hace posible cualquier otro tipo de actividad mental; es el espacio que denomina alma o espíritu y es el espacio de toda representación, de todo aparecer. Ese espacio no es otra cosa que el yo que se nos da directamente antes de que lo expresemos en la famosa proposición: «yo pienso, luego yo soy». Antes de que podamos formular esta expresión nos autoexperimentamos como un yo existente, y esta idea de yo es la gran novedad de la nueva metafísica de Descartes, y por eso es importante entenderla adecuadamente. El punto de partida de la metafísica es la certeza que resiste a toda posible duda, tanto si procede de los sentidos, de los razonamientos o de los pensamientos en general. Esa primera certeza indudable es formulada en este texto como la existencia indudable del yo como sustancia pensante. Observando que esta verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando». Este primer principio puede interpretarse también como fundamento. Estamos, pues, ame la primera verdad a la que accede Descartes, que es la del ego sum (yo soy), yo existo, que se nos da como existencia antes de que se conozca como sustancia pensante. Esta primera verdad es la de un sujeto que se experimenta existiendo y con el poder de decir «yo soy», colocándose en el ámbito de lo que Gilson llama metafísica del Éxodo refiriéndose al enunciado con el que Dios se presenta a Moisés en el episodio de la zarza ardiente, según el cual Moisés le pide a Dios que se identifique y aquél le dice: «Yo soy el que soy». Algo similar ocurre en el caso de Descartes: su filosofía tiene como base una ontología del yo que es anterior a la distinción de las sustancias, pensante una y extensa otra. Esa ontología del yo se me hace presente en cuanto cosa pensante: El pensamiento es un atributo que me pertenece: sólo él no puede ser desprendido de mí. Yo soy, yo existo: esto es cierto; pero ¿por cuánto tiempo? A saber, por el tiempo que piense; porque tal vez sea posible que si yo dejara de pensar, cesara al mismo tiempo de ser o de existir. Ahora no admito nada que no sea necesariamente verdadero: por lo tanto no soy, hablando con precisión, sino una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón, que son términos cuyo significado me era desconocido hasta ahora. Así pues, soy una cosa verdadera, y en verdad existente. (Meditaciones)

El punto de partida de la metafísica se sitúa en la mente entendida como espíritu pensante y considerada como sustancia. Su proyecto, era la búsqueda de la verdad en relación con la cual podemos hablar de un tiempo inmutable que supone la presencia de un espectador desinteresado

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que, situado en el entendimiento, contempla la realidad según un orden necesario, sub specie aeternitatis, como diría Spinoza. Como tal primera verdad de la filosofía sustituye a la duda, la cual desempeñaba ese papel de primera verdad en la Investigación de la verdad. En esto todos los intérpretes de Descartes están de acuerdo. Ahora bien, ¿en qué consiste esta primera verdad? Esta primera verdad, en su formulación como «yo soy», no es ningún razonamiento, ni ningún juicio, sino una existencia, que en el momento de su enunciación se constituye como la primera verdad, absolutamente cierta, sobre la que se levanta todo el edificio de la filosofía. En el caso de la metafísica el punto de partida es la certeza absoluta e indudable, mientras que en el caso de la moral no puede ser así por distintas razones, entre las cuales nos encontramos con el tiempo y el modo en que está presente en nuestra vida. Al principio de la cuarta meditación Descartes traza el camino que nos lleva de la certeza de Dios, alcanzada en la tercera meditación, al conocimiento de la realidad de las cosas y del mundo: «Y me parece que descubro ya un camino que nos conducirá de esta contemplación del verdadero Dios (en el cual están encerrados todos los tesoros de la ciencia y de la sabiduría), al conocimiento de las demás cosas del universo», con lo cual tenemos que Descartes está invirtiendo el argumento cosmológico, ya que demuestra la existencia del mundo a partir de la existencia y de la veracidad de Dios. No vamos, como en las vías de santo Tomás, de las cosas a su causa primera, Dios, sino de Dios, como verdad, al conocimiento de las cosas, que en definitiva son el objetivo último de la filosofía de Descartes. En el planteamiento cartesiano es importante distinguir entre la seguridad moral de la existencia de las cosas y la certeza metafísica. En el punto de partida de la filosofía lo que busca Descartes es una certeza metafísica, y para ello el referente fundamental está, en definitiva, en la existencia de Dios. Sólo la existencia de Dios garantiza la certeza metafísica de nuestras ideas. Dios, como fundamento de nuestra certeza metafísica, garantiza las evidencias de nuestra razón (ideas o nociones). En la metafísica culmina y se realiza el proyecto cartesiano de la verdad, que entre sus componentes fundamentales está la distinción entre evidencia y certeza. La teoría cartesiana de la verdad implica la certeza de nuestras evidencias. Y esa certeza sólo es posible cuando se establece que Dios, como absolutamente veraz, es la garantía de nuestras creencias. Así, el sujeto humano se tiene a sí mismo como un bien que hay que realizar, y todo esto desplaza la concepción tradicional de la filosofía que culminaba en la metafísica como ciencia suprema hacia su concepción moderna, que apunta hacia el hombre en el mundo y concluye en una antropología con su moral correspondiente. Influencia de Ockham y Suárez en Descartes El nominalismo del filósofo medieval Guillermo de Ockham trae consigo, entre otras consecuencias, un fenomenismo epistemológico que cuestiona la certeza de nuestro conocimiento del mundo sensible de la naturaleza. Si la potencia absoluta de Dios puede hacer que yo tenga una noticia intuitiva sin la existencia del objeto de esa intuición, entonces el sujeto del conocimiento no puede estar seguro de la realidad de lo que intuye o percibe, lo que vuelve problemática toda ciencia de la naturaleza. La discusión de esta tesis ockhamista, presente en la hipótesis del genio maligno, va a conducir a Descartes al cogito, en el que la pasividad del

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conocimiento sensible se ha sustituido por la actividad del sujeto pensante caracterizado por la libertad. El sujeto humano es capaz de suspender el juicio y, por lo tanto, de evitar el error y puede afirmarse a sí mismo como el punto de partida del conocimiento e interpretar el conocimiento, por lo tanto, como la acción del sujeto que conoce. Es decir, desaparece de escena el ser que está en la base de todos los empirismos y realismos y pasa a primer plano la acción del sujeto. El origen del conocimiento no está en la recepción pasiva de los hechos, sino en la proyección activa del sujeto. Descartes abandona la imagen del cosmos antiguo y da paso a una nueva imagen del mundo en la que la teoría como contemplación pierde la relevancia que tenía en la filosofía antigua y medieval y lo importante será el dominio de la realidad, la sumisión de la ciencia a la técnica y, como consecuencia de esto, la funcionalización del saber, como ocurre en la astronomía que renuncia a la explicación causal de los movimientos celestes y se conforma o satisface con explicaciones hipotéticas, que podemos calificar de ficciones. En esta línea epistemológica el conocimiento del mundo está en dependencia de la capacidad humana de elaborar hipótesis, fábulas. La validez de las hipótesis no viene dada en función de su correspondencia con la realidad, sino por su utilidad para intervenir en la realidad. Descartes, siguiendo a Suárez, hará de la mente un elemento fundamental de su filosofía. En Descartes la mente será el núcleo mismo de la metafísica y la clave de la nueva filosofía tal como él la planteará. Una mente entendida como ipseidad en un espacio de interlocución y que por eso puede decir en cada momento «yo»: «No el ego que se representa, sino la ipseidad que, presupuesta en toda representación, excluye insalvablemente a ésta de sí mismo». La ipseidad que Descartes pone en el comienzo de la filosofía moderna no tiene nada que ver con una teoría de la representación, sino con una teoría de la fuerza, la energía y el conatus, que es capaz de auto-engendrar un mundo nuevo. Todo lo que estamos diciendo aparece sintetizado en un texto de las respuestas de Descartes a Gassendi: Así, dado que tal vez los primeros autores de los nombres no distinguieron en nosotros ese principio por el que somos alimentados, crecemos y hacemos sin el pensamiento todas las demás funciones que nos son comunes con los animales, de aquel por el que pensamos, ellos llamaron a uno y otro con el único nombre de alma; y viendo luego que el pensamiento era diferente de la nutrición, llamaron con el nombre de espíritu a esa cosa que en nosotros tiene la facultad de pensar, y creyeron que era la parte principal del alma. Pero yo, al darme cuenta de que el principio por el cual somos alimentados es por completo distinto de aquel por el cual pensamos, he dicho que el nombre de alma, cuando es tomado conjuntamente por el uno y el otro, es equívoco, y que para tomarlo precisamente por ese primer acto, o por esa forma principal del hombre, debe entenderse solamente de ese principio por el cual pensamos: también yo lo he llamado con más frecuencia con el nombre de espíritu, para evitar ese equívoco y esa ambigüedad. Porque no considero al espíritu como una parte del alma, sino como esa alma completa que piensa. (Meditaciones)

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