La estructura de la Personalidad. Lersch

LA ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD P H IL IP P LERSCH Profesor O. de Psicología 7 Filosofía. Director del Instituto Psic

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LA ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD P H IL IP P

LERSCH

Profesor O. de Psicología 7 Filosofía. Director del Instituto Psicológico de la Universidad de Munich

Revisión 7 Estudios Preliminares por

RAM ÓN

SARRÓ

Profesor de Psiquiatría 7 Psicología Médica en к Facultad de Medicina de Barcelona

19 6 6

EDITORIAL Peligro, 39.

SCIENTIA Barcelona

ediайита лишила de и овал i.* a 3.*, bajo el titulo «Der Ani bau der Characters» aflos 1938, i>i:, 1948 4,* a 8.% balo el titulo «Aufbau der Person» años 1951, 195a, 1954, iÿ6i

Las tres primeros ediciones aparecieron en la editorial Johann Ambrosios Barth, Leipzig. La cuarta hasta la octava ediciones, ec la editorial Johann ürabrosius Barth, Munich CUARTA ED IC IO N ESPA DOLA

Traducida, de acuerdo con la S.‘ edición alemana, por D R . A_ S E R R A T A T O R R A N T E

de la Sociedad Española de Psicología Colaborador en la revisita : K 7D0 . D h . J, М .* A h a g ó M iïJANS, S . I.

Profesor de Psicologia

’ © EDITORIAL SCIENTIA, 19% • Barcelona - España D ep ó sito L e g a l, B. ’ 4.053-63 - N ú m ero R e g istro , B . 638-61 im p reso en Edigraf - B arcelon a - España

A los seis años de la versión española de la obra, de L e rs c h resulta nece­ saria una tercera edición. Este éxito es del todo excepcional ею una obra de Psicología. Que un tratado de Psicología tan denso y profundo como el de LERSCH, se haya convertido en un best-seller es demostrativo, incluso para los más escépticos, de la transformation que en orden a la sociología de la cultura estamos experimentando los países de habla española. El éxito del libro no se explica únicamente por sus cualidades intrín­ secas, sino por la coincidencia con las tradiciones culturales hispánicas y con las prospecciones futuras; satisface a un tiempo las necesidades de nuestro pasado y de nuestro futuro en el orden psicológico y antropológico. Por mucho que valoremos la psicología experimental y empírica, sus resultados deben integrarse en la visión antropológica y fenomenològica. Su utilidad en el campo de la Psicología Médica, con los suplementos que lógicamente debe agregarles el profesor, se han confirmado una vez más. En nuestro concepto, la misma Psiquiatría no es definible desde гта perspectiva puramente médica. El estudio de la enfermedad y de la des­ adaptación mental sólo puede ser fecundo dentro de un marco pluridimens io n d d e un multi'disciplinary-approach. La nueva Ciencia del H om bre nace en virtud del esfuerzo convergente de múltiples profesiones; psiquia­ tras, psicólogos, trabajadores sociales, maestros, economistas, sociólogbs, enfermeros, médicos generales, terapeutas ocupacionales y .

S anders : «nothing

A n g em u t et w er d bn . Z u m ü t e s e in , A n m u tun g . La raíz o término

mut figura en el mismo sentido que Gemüt. Sirve

a L e r s c h para expresar y acentuar la tendencia antiintelectualista de su

Psicología, o, mejor dicho, para reconocer al plano afectivo la importancia que le negaban los tratados de Psicología clásicos. Mientras que el término «conciencia» pertenece a la sobreestructura personal, los términos con la raíz tnüt se refieren al plano endotímíco y ex­ presan esencialmente «sentirse afectado». M it g e f ü h l .

Para diferenciarlo de «simpatía» en sentido estricto, lo hemos traducido por «sim-patía». Etimológicamente habría sido equivalente a «compasión», pero como la participación afectiva puede ser tanto en el dolor como en la alegría (Mitfreude und Mitleid) y en español «compasión» es una reacción limitada al sufrimiento, resultaba insuficiente. *

Como en los ejemplos anteriores la elección, con sus aciertos y errores, del término español equivalente al alemán ha sido siempre producto de gestación larga y difícil. Tuvimos que resistir a la tentación del perfeccio­ nismo que habría exigido una traducción interlineal. Para facilitar la crítica positiva del lector, especialmente del conocedor del alemán, agregamos el siguiente índice de traducciones, ciñéndonos a la esfera dé la afectividad y sin aspiración alguna de ser completos : Anspruchsniveau : Nivel de aspiraciones. Heíterkeit: Animo alegre (frivolidad). Lustigkeit (Vernügtheit).: Animo festivo. Traurigkeit (Schwermut) : Humor triste (melancolía). Missmut (Verdrossenheit); Humor amargo. Über-sich-hinaus-sein : Transitividad. Miteinandersein (Strebungen) : Tendencias a la convivencia. Füreinandersein (Strebungen) ; Tendencias asístenciales.

Sucht, SeIbstf«í/&;, GeltungswícA/; Ansia. Vergeltungsdrang : Afán vindicativo, Genugtuung: Desquite, Entziicfeen: Embeleso, — Entsetzen: Pánico. Befürchmng : El temor al futuro. Sorge: La preocupación, Erschiecken: Susto. Aufregung : Agitación. W ut: Ira. Verehtung :

Respeto. —■Spott ;

Burla.

Bedeutungswert : Valor de significado. — Sinnwert : Valor de sentido. Überdruss : Saciedad. —■Wiederwille : Repugnancia. Zufriedenheit : Contento. — Unzufriedenheit : Descontento, Eckel: Asco físico. — Abscheu: Asco psíquico.

Tanto los traductores como el prologuista, hacen constar su deuda de gratitud con los investigadores que, en el campo de la Psicología general y médica, han comprendido que el esfuerzo por elevar el nivel de las tra­ ducciones es una contribución, en modo alguno despreciable, al progreso de la Psicología. D ebe considerarse una única ruta la de las traducciones de obras capitales de psicología— singularmente del alemán, porque exige un mayor esfuerzo de adaptación y dilatación de las posibilidades de nuestra lengua— y la de la creación de una ciencia psicológica de raíz española. Limitándonos a los médicos, por la única razón de que d citarlos espe­ ramos incurrir en menos omisiones, recordamos a López Ibor, Lain Entrdgo, R of Carbdlo, Germain, V dlejo, Lafora, Rojas Ballesteros, Rey, Alterca, Vdenciano, Uopis, llavero, Martín Santos, Cabaleifo. En las páginas de esta obra hdiarán constantemente las huellas de sus hallazgos y sus estímulos.

Este libro se ocupa de los hechos fundamentales de la vida anímica humana. Ya en el: animal hemos de admitir con certeza la existencia de procesos y estados anímicos. Pero es el hombre el ser. animado por excelencia. Lo que acontece en nosotros — emergiendo de la profundidad dé nuestro interior—^como el curso cambiante de nuestros sentimientos y estados de ánimo, de nuestras emociones y pasiones; lo que se manifiestá cómo él ímpetu de nuestras pulsiones y tendencias, el transcurso de nuestras acciones y resoluciones, el juego de nuestras representaciones y pensamientos,; con tos cuales podemos abarcat la inmensidad de espacio y de tiempo ; todo esto, es el escenario en donde se desarrolla y se colma, desde el nacimiento hasta la muerte, nuestraexistencia proyectada hacia el mundo. La vida anímica no sólo palpita en nuestro interior sino que se derra­ ma hacia .fuera y nos envuelve ■constantemente en la convivencia cotí los demás> haciéndosenos aparente en sus. manifestaciones >expresivas, eti su comportamiento, en sus actos y en sus obras. Se nos revela de un modo inmediato en el acontecer presente y como tradición de los tiempos pre­ téritos. гл.,: '• "ó I . ■■■" .:.W : Entrelazada de este modo en la experiencia de la vida cotidiana, la rea­ lidad del aimasse enfrenta con el hombre como un enigma que, al igual que la realidad dd mündo físico circundante, soiicità las fuerzas de su espíritu, en cuanto éste ha alcanzado la etapa de la reflexión consciente y ha llegado a ;la diferenciación éntre sí misino y e l mündo. Dondequiera :que el: genio del .poeta ha aspirado: a dar vida à tipos humanos,, ha tocado la vida del . alma. Pero la realidad anímica no sólo es susceptible de exposición poética^ sino que también puede ser objeto de consideración teorética sistematizada, constituytado así :aqueUa:cieftcia que denóMnam6s Pj»eo¿ogfi. Le incumbe . el estudio, de las múltiples formas en qiie' experimentamos la vida anímica propia y Iá ajéna^ reduciéndola^ a: objeto de conocimiento y comprensión. Su exposición constituye la tarea que nos hemos impuesto en este libro.

Si la psicología científica concibe su taiea en todo el ámbito concern tenté a lo anímico, ha de partir de una consideración sobre el hecho mismo de la vida, ya que los procesos y estados anímicos sólo son posibles en los seres vivos. El hombre es, sobre todo y antes que nada, un ser viviente. Lo que llamamos vida es, por consiguiente, una totalidad que desborda e incluye lo anímico. Por esto lo anímico no puede comprenderse suficiente­ mente si no lo vemos emergiendo del fondo vital y en relación con éste. En el hecho de que esta circunstancia haya sido desconocida durante mucho tiempo radican ciertas desviaciones del desarrollo de la psicología científica a lo largo de su historia.

A

LAS CARACTERÍSTICAS

de

l o v iv ie n t e

Por consiguiente, si la expresión «vida anímica» no debe ser una fórmula vacía en la que dos palabras tengan el mismo significado, resulta claro que 'el concepto de lo anímico debe añadir una nueva determinación al de «vida». Aquél sólo podrá ser comprendido adecuadamente cuando se haya puesto en claro la peculiaridad de la vida y de sus procesos, las caracterís­ ticas que la diferencien. Naturalmente, la esencia íntima de la vida es, y sigue siendo, un misterio de la Creación, impenetrable al conocimiento humano. Sin embargo, es posible, por comparación, hacer resaltar algunos rasgos que distinguen las formas vivientes, orgánicas, de las inanimadas, inorgánicas, rasgos que pue­ den considerarse como características de la vida, entre los que destacan como más importantes:

Crecimiento y evolución. —- Si se compara la realidad de una piedra con la de una planta, se observa como diferencia sobresaliente un fenómeno que se expresa con el concepto de desarrollo. La característica de desarrollarse es inherente a todo lo viviente, y si tuviéramos que definir este fenómeno

diríamos, en una primera aproximación, que es la modificación de una forma viva en el tiempo. Si bien una piedra ofrece un cambio de su forma externa en el curso del riempo, este cambio obedece exclusivamente a influencias exteriores, climáticas o mecánicas, mientras que la modificación que observamos en un vegetal, en el curso temporal de su vida, sólo en parte puede explicarse por aquéllas. Estamos más bien obligados a admitir en la planta tendencias propias de crecimiento que actúan y son dirigidas desde dentro : fuerzas formadoras internas que cuidan de la realización de posibilidades disposicionales (innatas) del ser y que. prescriben al organismo, no sólo su forma externa, sino también su organización interior. El conjunto de estas fuerzas formativas pueden resumirse en el concepto metafisico de la «Gestaltidee» (Idea configurado») o en el biológico de «plan de construcción» (v. UexKü l l ). Así, por ejemplo, en la semilla del girasol actúa una «idea», lo mismo que en un huevo humano fecundado. Esta idea configurado», realizada en la consumación del desarrollo, es lo que A r is t ó t e l e s entiende por «entelequia» y G o e t h e con el conocido término de «forma acuñada que viviendo se desarrolla». El desarrollo ha de tener por consiguiente una finalidad, un téXoç y así se ha venido en decir que tiene un carácter teleológico. Su -É/cç es el despliegue de las posibilidades innatas del ser o sea, de la idea configuradora incluida en el conjunto orgánico al que da su forma exterior y su organización interna. Influencias externas pueden modificar el desenvol­ vimiento de aquella idea configuradota, de aquel «plan de construcción»; pero el arranque inicial y su dirección se realizan siempre desde dentro. Por consiguiente, el desarrollo es el autodespliegue y la autoconfiguración del organismo, el cual está basado en un plan, en una Idea de la totalidad como unidad actuante de determinadas fuerzas configurativas. Naturalmente ésto no ha de comprenderse en el sentido de la teoría de la preformación, divulgada en los siglos x v il y XVП ' según la cual todas las partes de un ser viviente ya están prefigurad., че un modo minúsculo, imperceptible, en el huevo o en la semilla de manera que el desarrollo sig­ nificaría tan sólo una ampliación. El proceso del autodesarrollo y de la autoformacicn no es un mero crecimienro, sino una diferenciación progresiva, y con esto llegamos a otra característica del desarrollo. La diferenciación se expresa, en una doble dirección, morfológica y funcional. Es, por una parte, configuración formal (morfológica) de ciertas partes mediante lo cual el organismo progresa desde lo sencillo-no-organizado a lo múlriple-organizado y es, al mismo tiempo, especialización de la función de estas partes. (Verbigracia: de los ojos, del oído). Así, por ejemplo, el huevo humano fecundado es una totalidad relativamente simple y homo génea que empieza a dividirse y cuyas partes, semejantes al principio, se di

vérsificart con el desarrollo progresivo para llegar a asumir una función par­ ticular dentro del conjunto vital en forma de brazos; piernas, corazón, pul­ mones,-óiganos sensoriales, etc; '■ Ahora bien; no ha de creerse ф е estas diferentes partes qué se han ido destacando en el proceso de diferenciación, no sólo en cuanto a. su morfología,1sino rambién en su función, quedan aisladas unas-de otras; en la acción siguen Constituyendo una unidad. Designamos este principio básico con el concepto de centralización1.

Totalidad; estructura; integración . —>De lo dicho se infiere que el hecho de là «totalidad» viene a ser otro rasgo esencial de lo viviente. Todo lo viviente es una totalidad. Este concepto resulta claro si contraponemos totalidad y suma. «Eñ la suma las partes están ordenadas contiguamente de tal modo que cada una de ellas sigue siendo la misma tanto sí se la considera como un sumando o aisladamente en sí mismas 3; Como ejemplo de la totalidad aditiva puede servirnos el montón de piedras desordenadas o un conjunto de números, la s partes son intercambiables én su valor pósiciohal. La relación entre ellas es del tipo de la que establece la conjunción gramátical copulativa. «Uniones Y» de los psicólogos alemanés de la Gestalt. Por el contrario, én la ordenación dé la totalidad las páttes se hallan en una relación recíproca muy diferente. Éstas «no se pueden nunca agrupar de modo que el todo represente sólo una simple 'adición». Cada miembro conserva su particularidad únicamente en cónéxidii: con el todo ài cual pertenece3, tiene un valor determinado de posición no permutable en là conexión del conjunto. La melodía Musical puede servirnos de ejemplo. Ésta quedaría completamente destruida si se nos Ocurriera alterar el orden de las distintas notas aisladas, comò si sé tratàrà de las' distintas piedfás dé un montón. La melodía es, por consiguiente, algo más que la suma de tonos aislados. Esto- se revela dé un modo convincente por el hecho de qué permanece inalterada como totalidad al transportarla de un'torio à otro.-El todo es, por tanto, una ordenación de mayor jerarquía que la áuhia dé las partes diferenciables. Podemos expresarlo mejor diciendo que la suma consta de partes y la totalidad de miembros. El concepto de тШ Ьгаабп señala el nexo funcional interno de la totalidad. La relación entre los miembros que encontramos en una totalidad, singularmente su supra y sub ordinaciód .en ‘el nexo funcional del todo, sé dénomiriáestructura} Está es la organización jerarquizada de los distintos miembros de una tota­ lidad. Tal estructura la posee toda planta, todo árbol, todo ser viviente. En el esclarecimiento dé la peculiaridad dé la vida los' conceptos 'de totalidad y estructura juegan un importante papel. El de totalidad per­ mite evidenciar qué entendemos por la ley décentralización'' qùè rigë: el

desarrollo. Significa que las paites que se diferencian durante el desarrollo no están desconectadas en sus funciones específicas, sino que se hallan asociadas eQ un' todo. Si aplicamos ahora el concepto de la estructura al fenómeno de la centralización,podemos decir: «la centralización significa ordenación estructural de los componentes en proceso de diferenciación en vistas a la actuación conjunta, es decir, una ordenación y agrupación de las partes, a partir de la totalidad de la forma viviente» *. Aunque precisamente los conceptos de totalidad y de estructura son necesarios para, caracterizar la particular manera de ser de lo viviente^ en modo alguno ha de suponerse que sean rasgos exclusivos del ser viva Tam­ bién la formación púramenté mecánica de la máquina representa una tota­ lidad estructurada; es decir, cada una de las partes tiene un significado, no para áí como fragmento independiente, sino en función del conjunto. En este sentido los mirterales cristalizados soq una totalidad de estructura particular También hemos de referirnos a las figuras geométricas. Un triángulo equilá­ tero, un cuadrado son totalidades estructuradas y como tales «transportables», sin que su carácter de sfigurai se altere. Totalidad y estructura no son, pues, categorías biológicas específicas, por necesarias que sean para .la comprensión de los fenómenos vitales. Sin embargo, totalidad y estructura muestran una diferencia, según se trate de formas animadas O inanimadas. Esta diferencia reside en la relación de Ice miembros: entre sí; Para todas las formas vivas es aplicable la frase de que la modificación de un miembro de la totalidad no queda limitada a éste, sino que repercute también sobre otros miembros. Si en una máquina se altera la función de una pieza, toda к máquina se para. Las demás partes, sin embargo, quedan inalteradas. De otro modo ocurre en una totalidad viviente; Si de dos riñoneS de un hombre se extirpa uno, sobreviene un aumento de tamaño del otro; aún cuando la secreción urinaria queda completamente asegurada por un riñón único y normal. Existe, pues, entre las partes de formáciones orgánícás una conexión vital que no queda aún suficientemente. expresada ьmediante d concepto de totalidad. Llamamos iníegración la dependencia recíproca de los' miembros у к compenetración mutua de sus ¡funciones que se demüestra por el hecho de que la alteración de un miembro de la totalidad no queda limitada a éste, sino que provoca también alteraciones en'los demás, que. afectan tanto a su forma como a su función. Esta ley de là integración diferencia la totalidad viva de la mecánica inanimada. Las formaciones animadas son totalidades integrativas y ésta es su característica distintiva frente a ks inanimadas.

Tendencia y capacidad de autoconservación. — El organismo no sólo tiene, como nos enseña el1fenómeno del desarrollo, la tendencia y la capa-

cidad de la autoconfiguración y del autodesarrollamiento, sino también la tendencia y la capacidad de autoconservación. Con medidas apropiadas se afana y es capaz, de por sí, de apartar los daños y perturbaciones que le sobrevienen ; así mantiene la integridad de su existencia, a la que ha llegado en el proceso del autodesarrollo y autoconfiguración, asegurando de este "modo el curso ulterior de la evolución. Aun cuando estamos habituados a hablar de la autoconservación refiriéndonos tan sólo a seres vivientes, como los animales y los hombres, un conocimiento preciso de ciertos procesos vítales nos obliga, sin embargo, a atribuirla a la vida en депега1. Se trata de aquellos curiosos procesos de autorregulación que únicamente encontra­ mos en los organismos. En todos los sistemas funcionales mecánicos, tome­ mos por ejemplo la máquina, cesan las funciones cuando en el engranaje interno — verbigracia, de un reloj — ha sido deteriorada una parte, es decir, que no funciona ya en la forma prevista en el plan de construcción. Debe set reemplazada mediante una intervención externa. Por el contrario sabemos por experiencia que los sistemas funcionales orgánicos son capaces de solventar por sí mismos los trastornos de uno de sus miembros. Esta autorregulación radica en el hecho de que los miembros que han sido dañados son nuevamente formados o renovados (regeneración), o bien sucede que la fundón del miembro lesionado es llevada a cabo por otros ; se crea de este modo una compensación, gracias a la cual se mantiene la capacidad vital del ser. Ejemplos de regeneración son el crecimiento de la cola arrancada del lagarto, o de la cabeza separada en el gusano; además la autocuración de las heridas en los músculos o la reparación de la piel tras una escoriación. Un proceso de autoregulación compensadora lo observamos, verbigracia, en el cangrejo, una de cuyas pinzas es más pequeña y en el que tras la pérdida de la pinza mayor el órgano menos desarrollo adquiere el tamaño del perdido. También en las plantas se dan múltiples hechos análogos. Son estos procesos de autorregulación los que nos inducen a atribuir a la vida, junto a la tendencia y capacidad de autodesarrollo y autoconfigura­ ción, la de autoconservación. Autodesarrollo, autoconfiguración y autocon­ servación se hallan en una estrecha relación, puesto que si para comprender la evolución hacia la realización de la forma nos vemos obligados a admitir en su base fuerzas formativas dirigidas por un centro vital, son precisa­ mente estas mismas fuerzas las que en el proceso de autorregulación cuidan también de la conservación o restablecimiento de la totalidad.

Comunicación.—-Tin la realización del autodesarrollo, de la autoconfigura­ ción y de la autoconservación, el ser orgánico depende de un modo particular del medio ambiente. Lo necesita para d desarrollo de sus posibilidades, para la encarnación de su «forma ideal» y para la conservación de su

existencia; lo utiliza constantemente y sin él no sería capaz de vivir. Por consiguiente, existe entre ser vivo y mundo circundante una relación de comunicación fundada en ciertas necesidades. Esta ley de la comunicación es válida para codos los seres vivos, hombres, anímales y plantas, que declinan o mueren si no les es posible' seguir incorporando nueva substancia. Necesitan esta substancia que les proporciona el perimundo y la aprovechan de una u otia forma paxa la autoconfiguración y conservación. «Si el alimento de que puede disponer el cuerpo carece de calcio y fósforo, substancias imprescindibles para la formación del esqueleto, si no están presentes las cantidades mínimas de vitaminas para formar el tejido óseo, pasando por la formación cartilaginosa, aparecen deformidades én los miembros»6. Las formas más elementales de la comunicación son los procesos del metabolismo. Son ingeridas sustancias del mundo exterior— por ejemplo como alimento — y utilizadas para el crecimiento de la sustancia corporal propia o para la compensación del desgaste que cada organismo sufre en su actividad vital (asimilación). Los productos de desecho originados en este proceso son eliminados (desasimiladón). La ley vital de la comunicación se hace también patente en el hecho de que las disposiciones innatas del ser vivo requieren estímulos ambientales, gracias a los cuales se pone en marcha el proceso del desarrollo. Si hemos dicho que la autoconfiguración y la autoconservación son mantenidas y dirigidas por las fuerzas formativas internas, no es menos detto que el ser vivo aislado nunca podría desarrollarlas por sí mismo, independientemente del exterior. Ser vivo y ambiente están situados en una relación de correspondencia, formando un todo polar. Quien imagine el individuo vivo, aislado de su ambiente, incurre en una ficción teórica.

Adaptación. —гSi la ley vital de la comunicación viene a expresar que todo organismo, paia llegar al autodesarrollo y conservar la vida, necesita de ciertas condidones de su perimundo, éstas no suponen empero un siste­ ma rígido e invariable. Antes aJ contrario, el organismo es capaz, dentro de determinados límites, de adaptarse mediante la autoregulación a nuevas condiciones ambientales, inhabituales hasta un momento dado. Este proceso es llamado adaptación. Sabemos que algunos animales pueden adaptarse al hambre y a la sed. En el desierto de Arizona el ganado puede vivir tres y cuatro días sin agua. Un perro sigue bien nutrido y sano aunque en una semana se le dé sólo dos veces de comer. Animales que sólo en raras ocasiones pueden calmar su sed, aprenden a beber en abundancia y acos­ tumbran a almacenar en sus tejidos una gran cantidad de agua durante largo tiempo *. Todo lo que llamamos habituación es expresión de la capacidad de adaptaciéa En ella el organismo se revela como un sistema funcional

elástico; moldaable, a diferencia del sistema funcional rigido de tipo mecá­ nico, vérbigiacia, utia máquina. Los órganos de los seres vivientes «improvi­ san Constantemente recursos auxiliares xon los cuales afrüntan las nuevas situaciones creadas por el munda d rcundanre, aspirando siempre a asegurarse una duración máximas V Por, consiguiente, la adaptación está siempre id servició de la autoconservación.

■Autóactividad y comportamiento; ~ AutodesárroIIo'y autoconfiguracióh, autorregulación y adaptación, descansan a su vez eri una ' actividad propia que distinguerei organismo de las formaciones inorgánicas yrque hácé com­ prensible que Roux vea en ésta ,actividad autónoma, en- la .«autoergia», la característica central de la vida®; Lá actividad propia del ser vivo no se lleva a cabo con un aporte.externo de energía; sino desde dentro; Digamos aquí de paso que el concepto de. lo «interno»; de' «centro vital» sigue siendo com­ pletaniente hipotético, es decir, no es asequible una determinación racional más aproximada. ^ ' En el grado en que nos es conocida esta espontáneidadycoasisté en procesos^internos del organismo, qtie se caracterizan por ir firmemente dirigidos a un fin común, cuidando de que la totalidad viva llegue a su desarrollo dentro de las posibilidades de su «forma idealo y la 'conservé y fomente una vez alcanzada. -ГPero, cuando la actividad 'propia del organismo es puesta en marcha como reacción al ambiente, o sea en comunicación Con- éste; la llámateos comportamiento. Cuando utilizamos este concepto nos referimos a procesos de áutoactividad en comunicación con el ambiente; Tal' conducta puede desarrollarse en el interior, es decir sin que:se manifieste al exterior.^ A éste tipo pertenecen, por ejemplo, las modificaciones del peristaltismo intestinal, de la. actividad cardíaca y del quimismo sanguíneo, con las que el organismo reacciona al mundo exterior. Junto a esta conducta interna del organismo se halla otra interna; la del movimiento propio, es decir del cambio de lugar realizado por uno mismo, en el espacio qüe el organísmo comparte con-Su mundo exterior. Sus formas más sencillas ¡ son, por un lado, las del volverse o del aproximarse cüando las acciones del. ambiente^ satisfacen las necesi­ dades vitales, por otro lado las del apartarse o rechazar cuando los estímulos se oponen a estas necesidades y perturban el desarrollo y la conservación del individuo. Así, la planta que colocamos en el fondo de una habitación vuelve sus hojas hacia el lado en que por la ventana penetra la luz (tropis­ mo), o la flor se cierra al tocarla para protegerse del daño exterior. El movi­ miento del organismo mediante el cual determina él mismo su situación en el ambiente sirve, pues, al desarrollo y a: lá conservación de la vida en la comuni­ cación con el mundo exterior; Salta a la vista; comparando con el mundo

inanimado, que este comportatiliento, esta actividad autónoma haciaafuera, es unanueva característica generalde lavida. Los movimientos de la natu* raleza inanimada áo suponen un comportarse en èl mentido de autoactividad, sino un suceso. Lós: movimiéntos de una bola de billar que es -empujada pdr otra’ se esplicah como «percusión y transformación de fuenas que actúan desde fuera y se expresán mediante иш ecuación qué formulé la relación cuantitativa entre causa y efecto resultante. Mientras que en la naturaleza inanimada es válido el aforismo «causa aequat effectums; no ocurre lo mismo en los movimientos espontáneos de los seres vivientes. En efecto, no pueden interpretarse como mèra transmisión de magnitudes de energía, sino sólo comorejfiuejfa/сопю reaccióna un estímulo que* ¡desde el exterior, afecta á la formación viviente! Por esto en biobgía se ha señalado la irritabilidad, orno una dé las características fundamentales de la vida. Los procesos que se llevan a cabo entré las dos bolas de billar no son tributarios de la aplicación del concepto de «estímulo», porque éste implica la respuesta con una acti­ vidad y un movimiento autónomos, llevados a cabo desde un núcleo vital. Así, pues, entre el organismo y su ambiente no existe una transmisión mecánica de fuerzas que pueda reducirse cuantitativamente à una ecuación, por cuanto la conducta es la respuesta a la significación qué un estímulo tiene para el .organismo ; es decir; se base efl una relación cualitativa entre el estímulo objetivo y el ser Vivo: Con el comportamiento él sér vivo respoñde en virtud de la espontaneidad de sus fuerzas creadoras ál servido del autodesarrollo, autoconfiguración y autoconservación ; en ellas juegan sin duda un papel las relaciones causa-efecto en el seútido físicoquímico, pero todo ello supraestructurado y dirigido por la fuerza teleológica, ' finalista del organismo. El comportamiento, supone en realidad un diálogo en el que el organismo da'una respuesta a un estímulo ambiental, respuesta que le dicta la propia actividad; que; como béinos dicho, está al servicio del autodesarrollo y de la autoconservación.

■;h:-Laít«mporaluM de'la vida,-^ U m 'dé las cáractérísticai eséníiáles dé la vida es que sólo es susceptible de realizarse en la forma del devenir y del acontecer. De^aquí que mantenga uria especial relación cdn el tiëmpd Puede decirse que toda realidad se halla situada en el tiempo, que es ei esquema ordenador ¡‘en el que se ofrece a nuestra experiencia la multipli­ cidad de lo real; Podemos preguntamos empero SÍ ton está fórmula queda suficientemente ,explicada la relación en que se halla la vida con respecto al tiempo; surge: aquí una distinción que sólo puede expresarse diciendo : lo Viviente no sólo en el tiempo comò lo inanimado, sino qué el tiempo está en k». viviente; el tiempo pertenece a la. intimidad dé la vidá tanto como su respiración y su pulso. Todo ser vivo es en sí mismo tiempo ; es una

realidad que se temporaliza. También la vida y sus procesos — como toda realidad — se manifiestan en el tiempo como esquema ordenativo formal de nuestra experiencia. Pero el tiempo a que nos referimos al decir que la vida acontece ertenece a la esencia del amor. Pero, por otra parte, sería insuficiente querer definir el amor puramente como alegría por la existencia de otro ser humano; haciéndolo así no tendríamos en cuenta el factor de la ten­ dencia específica dirigida hacia la persona amada'y en la que se revelan significados particulares. Así, en el fenómeno psicológico dd amor está contenido el de la alegría sin que sea posible situar el amor y la alegría en la relación propia de una ordenación lógica de concepto general y concepto particular, de género y especie, como por ejemplo la humanidad y la raza blanca. Ni puede comprenderse al amor como un caso particular de la alegría, ni a ésta como un caso especial de aquél. En suma, los hechos com­ prendidos en la conceptuación psicológica no pueden llevarse de ningún modo al esquema geométrico de la inclusión o exclusión recíprocas. Los conceptos que se aplican aquí son acentuadores, no determinantes. Sería un craso error interpretar como defecto de claridad y concisión el hecho de que muchos conceptos psicológicos no puedan ser compren­ didos como «delimitaciones» sino como «acentuaciones», pues «es una aspiración equivocada querer trabajar siempre exclusivamente con conceptos separados entre sí por límites rigurosos. Un concepto puede satisfacer muy bien la exigencia de claridad y precisión sin tener por ello un límite que lo aísle es un espacio lógico» 20

Tampoco el concepto de tipo — sea dicho de paso — ha de compren­ derse en Psicología como concepto determinativo sino acentuativo. En lalógica de E rdm ann , por ejemplo, el «tipo» forma parte de los «conceptos fluidos» en los cuales «los miembros aparentemente fijos e independientes unos de otros de nuestras series de ordenación se entrelazan en un plexo en el que, a la postre, cada miembro está unido con todos los demás por las variadas relaciones» 21. Desde luego hagamos notar en, este punto que E rdmann emplea el término de «conceptos fluidos» en un sentido más am­ plio— refiriéndose a la continuidad de lo real — que el señalado por nos­ otros d hablar de conceptos no determinativos sino acenmativos para'ex­ presar la conexión integrativa de lo anímico. En virtud del hecho de la relación integrativa, la realidad anímica se diferencia con suficiente daridad de aquella otra sobre la cual operan las Ciencias naturales mensurativas cuyo objeto de estudio permite concebir los elementos de una totalidad en el esquema lógico de la yuxtaposición y de la exclusión recíprocas. El fenómeno de la integración, es decir, el hecho de que en la vida anímica todo se halla en relación con todo y nada puede ser concebido aisladamente, nos proporciona también la explicación de un principio básico en la formación de los conceptos psicológicos. Estriba en que en la conceptuación psicológica la variada realidad anímica es considerada des­ de diversos puntos de vista. Aun cuando vemos también que en otras es­ feras de la realidad, acontece lo mismo, en la psicológica ocurre en grado mayor. Si queremos que la Psicología absorba la gran riqueza de términos que ha creado el lenguaje para designar fenómenos anímicos debemos tener presente que muchas veces palabras distintas se refieren a un mismo fe­ nómeno, pero considerado desde diversos puntos de vista. La confusión terminológica en Psicología deriva en gran parte de nó tener en cuenta esta diversidad de aspectos. Así el amor en un caso aparece como sentimiento, en otro (por ejemplo en P f a n d e r ) como «actitud». Ambos conceptos están justificados, pues sentimiento y actitud no son en el fondo cosas diferentes, sino la misma cosa vista bajo distintos aspeaos. Si designamos al amor como sentimiento expresamos una forma específica de ser afectados por un objeto, incluyendo al mismo tiempo una inclinación hacia él. En cambio si lo denominamos «actitud» lo vemos desde la perspectiva de lo que el objeto puede esperar del sujeto amante. La multiplicidad de conceptos para los fenómenos anímicos depende, por tanto, en gran parte de la di­ versidad de los aspectos bajo los cuales pueden ser considerados *, lo cual, * La diversidad de los tipos establecidos en la Caracterología depende en parte de la diversidad de los puntos de vista desde los que es considerada la realidad anímica

en último término, deriva de la ley de integración a que se halla'sometido lo anímico.

El papel de la conservación y regulación del individuo en la vida aními­ ca. — También el signo del organismo viviente citado en tercer lugar (pá­ gina 4) continúa directamente en la esfera anímica. La tendencia bioló­ gica primitiva de la conservación del individuo aparece en el acontecer aní­ mico como instinto de conservación individual y las emociones del egoís­ mo y del deseo de poder —■como veremos —- han de comprenderse como variaciones humanas de este instinto. Como medio de la conservación del individuo se halla al servicio de la vida anímica humana madura, sobre todo, ■la inteligencia; pero también pueden servir a los fines de la conservación individual la capacidad de representación, la memoria y la imaginación. Y como además la compensación —- o sea aquel proceso mediante el cual el fallo de la función de un órgano es compensado por otro órgano — (pá­ gina 5) es una forma de la autorregulación del organismo vivo que se halla al servicio de la conservación del individuo y tiene una gran importancia en el acontecer biológico, encontramos también aquí una correspondencia en lo psíquico. También la vida anímica encuentra medidas para lograr una compensación que sirve para establecer o para lograr el equilibrio anímico en el sentido de asegurar la conservación y el desarrollo del individua Son medidas de protección de la economía anímica, que tienden a establecer mecanismos de seguridad secundarios donde el hombre no se halla sufi­ cientemente equipado por sus disposiciones corporales y anímicas para su realización en el mundo y en la vida. Así, por ejemplo, puede establecerse una superestructura racional, un sistema racional de líneas directrices, como compensación de un caos de sentimientos en el que el hombre sabe que puede hallarse en peligro de perderse. O pueden aparecer un modo de conducta rudo y repelente, o.descaro y frivolidad como medidas de pro­ tección y fachada, compensadora de una hipersensibilidad y una suscep­ tibilidad anímica, por las cuales un hombre se siente expuesto y librado al mundo y a la vida. No raramente encontramos esto en la fase de la pubertad. Como ha demostrado- ADLER 2S, la compensación deseippeña un papel especial en relación con la existencia de sentimientos de inferioridad de modo que este sentimiento — del que hablaremos después (pág. 298) — busca una compensación por medios en parte objetivos,en parte subje­ tivas, así la tendencia innata del hombre hacia el poder y la estimación en­ cuentra una satisfacción o por lo menos una satisfacción sustitutiva. Di­ gamos finalmente que С. G. J u n g acepta una relación compensatoria entre la conciencia y el inconsciente. Se refiere con ello a que el inconsciente representa la compensación de la unilateralidad y estrechez necesarias de

lo consciente y dice ai hombre, y le hace comprender, lo que deja de oír y de ver en la situación determinada por la actitud condicionada por su consciente (pag. 548). « lo inconsciente da pot ejemplo, en el ensueño, todos los contenidos que pertenecen a la constelación de la situación cons­ ciente que han sido reprimidos por la elección consciente y cuyo conoci­ miento sería indispensable a ía conciencia para una adaptación com­ pleta» 2\ Lo común a todos los casos citados es que se trataba de procesos de com­ pensación que sirven al establecimiento o a la conservación del equilibrio anímico y han de comprenderse como medidas de la conservación del in­ dividuo.

La vida anímica como proceso comunicativo. —т Si seguimos recordando los signos distintivos de la vida, y lo que dijimos acerca de la representa­ ción, hemos de señalar especialmente que esta ley vital se encuentra tam­ bién en la esfera anímica. Así como el organismo viviente vive en el mundo, con el mundo y por el mundo, así también el alma y el mundo se hallan en una relación comunicativa, forman un todo. El alma vive y se des­ arrolla sólo en el encuentro con el mundo. Este hecho se justifica por el modelo establecido por nosotros del círculo funcional anímico. Se puede ver en sus dos ramas dinámicas dirigidas al mundo el entrelazamiento del alma y el mundo. Cuando los impulsos a la búsqueda ponen en marcha la vida anímica— pero esos impulsos provienen de las necesidades que el ser viviente plantea al mundo, porque sólo por él llega al desarrollo y configu­ ración de las posibilidades de que dispone — , entonces se pone de relieve, con toda claridad, que el mundo y el alma se hallan subordinados uno a otro. También la vivencia se mueve en el círculo de la comunicación. La Historia de là Psicología muestra que el olvido de este hecho funda­ mental ha tenido las más graves consecuencias. Desde que DESCARTES en su Metafísica dividió a la realidad en una res соgitans, cuyo nombre no desig­ na otra cosa que la conciencia vivencial, y una res extensa, bajo la cual se sobreentiende el mundo externo, declarando que tanto una como otra deben considerarse como sustancias, entendiendo por sustancia un ser in­ dependiente en sí y por sí, la Psicología de los tiempos modernos sigue dominada por el dogma de la «interioridad» de lo anímico*5. Esto significa que la realidad del alma es concebida como una conciencia abstracta situada fuera del mundo y junto a él, con el cual se halla en una relación qué es sólo de influencia causal. Por esto, caracteriza a la Psicología, orientada se­ gún el ideal de las Ciencias Naturales meosurativas, el esfuerzo por inter­ pretar la vida anímica como condicionada por la realidad de estímulos fí­ sico-químicos de acuerdo con las leyes que regulan el funcionamiento de

los órganos de los sentidos. Esta concepción del alma y del mundo como dos sectores ónticos rigurosamente separados, falsea radicalmente.-la realidad de la vida anímica. Desconoce que ésta, como tal, siempre está proyectada hacia el mundo constituyendo ambos una unidad coexistencial bipolar en la que, los .llamados mundo exterior y mundo interior, se condicionan y pe­ netran recíprocamente, en modo semejante a lo que ocurre entre el polo positivo y negativo del campo magnético. La vida anímica es comparable a un diálogo que tiene lugar entre el ser vivo individual y su ambiente, o para decirlo con las palabras de N oval i s : «la vida anímica surge donde entran en contacto el mundo exterior y el mundo interior». Sobre rodo, la subordinación comunicativa y la relación mutua entre alma y mundo se muestran en la esfera socio-psicológica. Precisamente el hombre vive en un diálogo con el mundo de sus semejantes y es una ficción teórica el creer poder considerarlo psicológicamente como un individuo aislado.

La adaptación como principio anímico. — Así como la ley vital de la comunicación posee validez para la vivencia, así también ocurre en la esfera anímica con el principio de la adaptación, estrechamente ligado a la comu­ nicación. La adaptación, que se halla al servicio de la conservación del in­ dividuo, es tanto un fenómeno fundamental psicológico como biológico. Esto se ve no sólo, en la esfera elemental de las funciones sensoriales, en los fenómenos de adaptación (pág. 349), sino también en las esferas anímicas más elevadas.. Sobre todo el aprendizaje puede ser interpretado como adap­ tación al ambiente. Y como ningún ser vivo tiene que aprender tanto como el hombre, se ve claramente ei papel que desempeña la adaptación en la organización de su vida anímica. El fenómeno de la adaptación se mues­ tra también claramente en el campo sociopsicológico. El. matrimonio, la fa­ milia, la escuela, la profesión, todas las clases de comunidad social, plantean la exigencia de la adaptación, que ha de realizarse como actitud y cambio de actitud a otras costumbres de vida, a otras fotmas de pensar y de sentir^ de conducta y de exteriorización, de valoraciones y de voliciones. Existe una teoría de las neurosis, que refiere todos los trastornos de tipo neuró­ tico a una defectuosa capacidad de adaptación y ésta, a su vez, a actitudes erróneas ante la vida, que tienen sus raíces en defectos de la educación in-' fantil. S e i F señala, como resultado de su experiencia psicoteràpica con neu­ róticos, la opinión de que sus conflictos «se basan en la mayor o menor perturbación de su adaptación a las exigencias medias justificadas de la vida en común», «con lo que se preparan grandes dificultades para sí mismos y para su ambiente»2*. Aunque sea una generalización excesiva el decir que todas las perturbaciones neuróticas resultan de dificultades de adaptación (pág. 475), es, sin embargo, seguro que este axioma posee

validez para un determinado grupo de neuróticos, y que la adaptación es una tarea de la organización de la vida anímica, aunque no h única y exclusiva — sobre esto volveremos más adelante.

La vida anímica como actividad propia y conducta. — Comó otro grupo de signos distintivos del organismo vivo, citamos la actividad propia y la conducta. También ellos se repiten en la vida anímica y le prestan un rasgo fundamental de su peculiaridad al que hemos de referirnos canto más cuanto que en la historia de la psicología científica no ha sido men­ cionado. Bajo la acción del sensualismo inglés de L o c k e y de H u m e y por el camino del ideal cognoscitivo de las ciencias naturales se rendió a inter­ pretar también lo anímico causal-analíticamente en analogía al mundo cor­ poral mecanicista. El alma fue comprendida en lo esencial como tabla rasa, como un escenario en el que se desarrollaban los procesos puestos en marcha por los estímulos del mundo exterior, en lo que el alma sería pre­ dominantemente espectadora y sólo desarrollaría un mínimo de actividad propia en los mecanismos de asociación y de reproducción y en las viven­ cias del placer y del desplacer. Una transformación de esta concepción se abrió paso en la Psicología voluntarisra de W ündt , en la que debe aceptarse que no se realizó sin la influencia de la doctrina metafísica de la voluntad de S c h o p en h a u e r y su continuación por N ie t z s c h e . Para ambos la verdadera esencia del mundo y del hombre es la voluntad que también — vista en el aspecto psicológico y comprendida en el sentido de impulso — se halla tras todos los procesos de nuestra percepción y de nuestro pensamiento. Con esto, se realizó un gito de 180 grados con relación a la concepción mecanicista de la Psico­ logía asociativa. W undt , por su parte, definió como núcleo de la psicología voluntarista la opinión de que el querer, junto con los sentimientos y afectos con los que se halla estrechamente ligado, constituyen una parte tan inalie­ nable de la experiencia psicológica romo las sensaciones y las representa­ ciones, y que todos los demás procesos psíquicos deberían comprenderse en analogía con el proceso de la voluntad27. Otro progreso esencial eh el conocimiento del carácter dinámico de los procesos anímicos, lo signifi­ caron los descubrimientos del psicoanálisis y de la psicología individual en los que se ve en qué gran medida la vivencia de los seres humanos es puesta en marcha y dirigida por impulsos en parre inconscientes. Pero, el carácter dinámico de la vida anímica alcanza mucho más lejos de lo que aparece en esta concepción de la {(psicología profunda». Veremos que no sólo nuestras representaciones, cursos de pensamiento y acciones se hallan dirigidos desde un centro anímico, sino que también en las percepciones, que antes se intentaban explicar sólo como influencias del mundo exterior,

participa una actividad propia que procede de las necesidades y de la te­ mática tendencial del ser vivo. Lo anímico és—-como ya dijeron LEIBN IZ y después H e r d e r y F i c h t e — por naturaleza, un proceso dinámico y la acti­ vidad personal uno de sus rasgos esenciales. En tanto la vida anímica, caracterizada por la propia actividad, se realiza por la comunicación con el mundo, es la vivencia no un efecto cau­ sal mecanicista del mundo exterior sino una conducta activa, una conver­ sación, un diàlogo entre el ser vivo y el mundo exterior. En ese sentido son una conducta no sólo nuestras acciones, sino también nuestras viven­ cias impulsivas y nuestros sentimientos, nuestras percepciones y los pro­ cesos de representación y de pensamiento. Comprendida así— péro sólo así — puede definirse a la Psicología como doctrina de la conducta.

La temporalidad de .la vivencia. -— Lo mismo que los demás signos característicos de la vida se continúa también la temporalidad en la esfera psíquica. Es una característica esencial de la vida anímica el que todo lo vivenciado en un ahora, no desaparece con este presente sin dejar huella para hundirse en la nada, como la imagen de las nubes que pasan sobre un lago tranquilo y se reflejan en su superficie. Más bien diríamos que lo vivenciado pasa a un oscuro trasfondo. No queda definitivamente per­ dido para el alma, sino que permanece en un estato profundo, conservándose allí como poder activo, vivo, y desde donde se infiltra en cada momento vivido como presente. Este fenómeno fundamental de la vida anímica, se acostumbta a desig­ nar como memoria. No podemos, como es natural, pensar exclusivamente en aquella forma de memoria en que las vivencias del pasado penetran de nuevo en la conciencia en forma de representaciones, es decir cuando re­ cordamos el pretérito. Junto a esta memoria del recuerdo existe otra forma en la que lo ya vivenciado está implícitamente presente en el aquí y el ahora y que se designa como memoria experiential26. Se le ha dado tam­ bién la denominación de mrnme. Hablamos de esta memoria experiencial sobre todo cuando tempranas vivencias del pasado influyen attivamente en el vivenciar actual, en los afanes, en las percepciones, en los sentimientos y en la conducta, sin ser llevadas a la conciencia en forma de recuerdos. Ya en el animal hemos de admitir esta forma de memoria experiencial. Sobre ella se basa todo adies­ tramiento, En el hombre la memoria experiencial es de particular impor­ tancia porque ningún ser dotado de alma tiene que hacer tantas expe­ riencias, tiene que aprender tanto, para mantenerse en vida. En los más sencillos ejercicios de la vida cotidiana, empezando por el levantarse, la­ varse y vestirse, hasta el acostarse, el ir al trabajo, en la utilización de un

medio de transporte, en la actividad profesional, en toda orientación, en la percepción del ambiente y en' la conducta frente a él, actúa en nosotros una considerable masa de pasado sin que en cada caso particular realicemos un acto claramente explícito de recordación. Sería imposible tener presente y abarcar en cada momento, en claras representaciones, el conjunto de nuestro pasado anímico, de todo nuestro saber, de todas nuestras experiencias, vivencias afectivas y valores a que hemos aspirado alguna vez. Es manifiestamente una forma de economía el hecho de que nuestro vivenciar esté organizado de tal modo que lo que hemos sentido, pensado, aprendido, querido y experimentado desde nuestra pri­ mera infancia se hunda en una región profunda del inconsciente y sólo una parte mínima de nuestro pasado sea consciente, esto se halla presente en las representaciones del recuerdo. Pero, inconscientemente todo el pasado está presente y activo en lo que ambicionamos y percibimos, en lo que pensamos, sentimos, queremos y hacemos. «Pues, ¿qué somos en realidad y qué es nuestro carácter sino la condensación de aquella historia que hemos vivido desde nuestro nacimiento y, podríamos decir incluso antes de él, en la medida en que aportamos disposiciones innatas? » 24. Al igual que el pasado, el futuro, por su parte, está contenido en la ac­ tualidad de la vivencia. Todo presente vivido es anticipación del futuro. Esto es cierto en la medida en que cada momento de la vida anímica está entretejido por la dinámica y la temática de la tendencia que se dirigen hacia la realización de un estado todavía no existente y que constituye una constante en la dirección y configuración de la vida, Así, pues, la vivencia presente implica siempre un preludio, una búsqueda anticipada *. Y así como la memoria es una conservación del pasado, es la imaginación una anticipación del futuro. De un modo análogo a lo establecido para la memoria ' podemos diferenciar entre una imaginación ideativa (representa­ ción), que conocemos sobre todo bajo la forma de deseos, planes y pro­ yectos y una imaginación primaria a-representativa, de la que hablaremos en detalle más adelante. Lo que se revela en la memoria y en la imagina­ ción no es otra cosa sino que la vida anímica, como la vida en general, sólo puede concebirse como una realidad que se forja en el tiempo; a medida que ayanzamos en la línea del mismo el presente se transforma en pasado y el futuro en presente. Dicho en otras palabras : este rellenarse su­ cesivamente de realidad en la línea huidiza del tiempo, que constituye éí carácter del presente, coincide con un continuo sumergirse de éste en un * C. S gamüini insiste en la «función fundamental, esencialmente categórica que desempeña en lo viviente-anímico el factor de Ja "anticipación" comprendido en un sentido estrictamente categoi-ial. "Anticipación" es aquello de lo que resulta toda realización; todo lo que se realiza en lo anímico es. en sentido prin­ cipal, una realización de anticipaciones »s.

pasada y con una transformación presentificante de aquello que precisa­ mente espetábamos, deseábamos o temíamos31. Pero— y esto es lo decisivo— en este avanzar, el pasado se conserva por sí mismo. Sigue nuestros pasos en todo momento, irrumpe en cada instante, a Ja vez que el futuro está también prefigurado en él. Siempre, en el estudio del acontecer anímico, debemos liberarnos del esquema orde­ nador del tiempo externo, que sitúa de un modo sucesivo los contenidos aislados de la vivencia y los delimita como objetos separados unos de otros del mismo modo que ordenamos y separamos unos de otros las distintas co­ sas y fenómenos en el esquema extensivo del espacio de modo que cada cosa y cada fenómeno se hallan separados de los demás. Si designamos la remporalización como rasgo esencial de lo anímico queremos decir con ello que el tiempo ьо es para la realidad anímica un esquema externo de ordenación, que pone de relieve los contenidos aislados en forma de una sucesión, sino que pertenece a la intimidad de la vida anímica misma. Sería falso imaginar los presentes diferenciabks de la vida anímica como una cadena de perlas ensartadas en el hilo del tiempo, estando cada una de ellas en una relación de exclusión con respecto a las restantes. Los presentes diferenciables de la vivencia no se excluyen entre sí, sino que se interpenetran tanto prospettiva como retrospectivamente. En todo presente vive todavía el pasado y alienta ya el futuro. Con lo que venimos diciendo, el concepto de presente adquiere una significación muy distinta a la del tiempo externo en el esquema ordena­ dor con el que trabaja el físico. Pata éste el presente es como la perpen­ dicular que corta en un punto la línea que. va del pasado al futuro, sepa­ rando el uno del otro. Рею, lo que integra realmente el presente vivenciado es algo más y algo distinto de lo que puede comprenderse a partir de la imagen de un mero punto temporal*2. El concepto puntiforme de instante no puede aplicarse a la vivencia. Los procesos y estados psíquicos, por fugaces que sean, no se reducen a un punto en el sentido matemá­ tico; tienen siempre una cierta extensión que se designa como presente psíquico o tiempo psíquico presente. Esto es ya cierto para là percepción de un sencillo estímulo momentáneo. «Si se mira un momento una luz muy clara y luego se cierran los ojos, por un cierto tiempo, se sigue viendo la imagen luminosa. De la misma manera, un punto que se mueve brusca­ mente en la oscuridad, por ejemplo la lumbre de un cigatrillo, no se ve como un punto en movimiento sino como una línea» 3:. En este fenómeno de la llamada postimagen- positiva se basa el efecto del cinematógrafo, en donde la momentaneidad mecánica de las imágenes discontinuas, gracias al fenómeno del tiempo de presencia anímica, se vive como la continuidad de una sucesión de movimientos. El tiempo de presencia psíquica se com-

prueba también al escuchar una palabra, una frase o una melodía, Vivenciamos una totalidad temporal, si bien en el sentido del tiempo externo, las sílabas, las palabras y los sonidos aislados son oídos en presentes mate­ máticos diferentes. En el plano de la vivencia el presente abarca, por tanto, algo que en el sentido de tiempo externo és ya pretérito. Así, pues, cuando hablamos de la temporalidad del vivenciar quere­ mos decir que la vida anímica no sólo está en el tiempo como lo están todos los objetos de nuestra experiencia externa, sino que ella misma es tiempo y por así decir tiempo total como una unidad trinitaria de pasado, presente y futuro. Gracias a Su vivenciar el hombre es un ser histórico, un ser cuya existencia se va formando, se va temporalizando en todo momento, es decir se mantiene en aquella región límite que pertenece tanto al pasado como al futuro. La vida anímica es, como la vida en general, una realidad que siempre se subsigue y que, a la vez, siempre se precede. Es consecu­ tiva y es anticipada. En esto consiste su temporalidad.

Transmisión y herencia en la esfera anímica. — Finalmente, por lo que se refiere ala última característica de la vida antes estudiada (pág. 10) evidentemente, el fenómeno del amor sexual es la forma en que aparece en el plano de la actualidad de la vivencia la ley biológica de la transmi­ sión, y la herencia es el camino por el que las funciones de la vivencia se propagan de un individuo a otro. Fundamentalmente suponemos «que así como el desarrollo de las estructuras corporales y de sus funciones es de­ terminado en sus rasgos principales por la herencia.,, lo mismo ocurre en el desarrollo de la organización anímica y de sus funciones» 31 La temática suprabtológka de la vivencia humana.— El acontecer aní­ mico es la vida que ha llegado a un grado de actualidad y a una di­ mensión especial o — como otras veces hemos formulado — es la vida llegada al estado vigil de la vivencia. Sin embargo, ahora se plantea la cues­ tión de si lo anímico debe ser comprendido exclusivamente como una forma en la que la temática biológica del desarrollo físico, configuración y conser­ vación del individuo busca realizarse. Esta pregunta ha de contestarse afirmativamente para la vida anímica animal. Lo que podemos deducir de la conducta externa del animal en los procesos y estados anímicos se puede comprender sin violencia como me­ didas para el desarrollo, configuración y conservación puramente biológicos del individuo. Se ha intentado comprender biológicamente todo el inventario de la vida anímica humana de este modo biológico. Así A. G e h l e n “ inter­ preta todo,el aparato de los procesos anímicos del hombre hasta los es­

fuerzos de !a ciencia y las ideas de la religión, como medio de compensa­ ción de las deficiencias físico-biológicas del hombre — como si fuera la única demanda del ser humano conservarse y asegurarse biológicamente — es decir, la lucha física por la'existencia. También interpretan la vida anímica! humana de un modo exclusivamente biológico aquellas direcciones de la psicología americana que no ven en la psique otra cosa que «una función de la adaptación del organismo a 'su ambienten con lo que, por ejemplo, son también explicadas por D e w e y ideas como las de las «funciones biológi­ cas» 3r‘. «Todo el curso de la vida puede reducirse al concepto de un aprendizaje incesante, es decir a una adaptación continuada a las circunstan­ cias continuamente cambiantes» ” . En todas estas consideraciones se halla una importante verdad. Рею essólo media verdad. No hay duda de que lá ley biológica de la adaptación también determina la vida anímica humana, que, sobre rodo, la capacidad de aprendizaje y la inteligencia humana, pero también otras funciones anímicas se hallan al servicio de la conservación, el afianzamiento y la realización del individuo en la «lucha por la vida». Pero no es ciertamente lo mismo si todo lo que hallamos en el hombre como procesos anímicos lo relacionamos con la temática de la conservación del individuo, o si nos vemos obligados a reconocer que en la vivencia humana, sobre ,1a vivencia puramente biológica, se sobrepone otra. Lo último está fuera de duda para una concepción fenomenològica teórica sin prejuicios. Si los fenómenos como la compasión, el amor y la veneración, el impulso a la verdad y a la justicia, el sentido del deber, las vivencias ar¿ tísticas y religiosas, los consideramos tan importantes como los fenómenos del instinto de conservación del individuo, del egoísmo y del afán de poder, de la adaptación, del aprendizaje y de la inteligencia, resulta que la vivench humana no es exclusivamente lá continuación de las tendencias puramente biológicas, áino que está matizada por otra temática que, provisionalmente, y sólo programáticamente, llamamos'«espiritual». Aunque es necesario com­ prender la vivencia del hombre en primer lugar desdé el punto de vista de la vida, resulta unilateral quererla exponer, en tedós sus procesos y conte­ nidos, exclusivamente desde el punto de vista biológico. El animal, como ser vivencial, no es otra cosa que un ser vital. El hombre, en cambio, no es un ser solamente biológico sino también un ser espiritual. Por eso su vida anímica recibe un carácter dialéctico peculiar. Se halla situada entre la realidad de la vida natural y el mundo suprabiológico del espíritu; es el puntó de entrecruzamiento dé la vida y del espíritu. Esto determina su peculiar posición intermedia en la esfera de la realidad3®.

Objeto y esfera de la Psicología es, según lo dicho hasta ahora, el con­ junto de todas las experiencias que en el ser vivo, dotado de alma, se rea­ lizan en su encuentro con el mundo. La esfera de hechos, así circunscrita, puede ser investigada científicamente en diferentes problemas, de donde resulta una división de la Psicología en distintas esferas parciales.

A.

PSICOLOGÍA GENERAL

Tenemos, en primer lugar, el círculo de problemas de la psicología ge­ neral, que considera la vivencia del hombre, anímicamente •normal y ple­ namente maduro, en la total amplitud de sus funciones y contenidos. Deja, pues, de lado tanto los diferentes estadios del desarrollo por los que atra­ viesa la vida anímica desde el nacimiento, pasando por la infancia y ju­ ventud, hasta la edad senil, como las modalidades individuales'de la vida anímica. Habla de la memoria sin abordar el hecho de que se manifiesta con diferentes modificaciones individuales; habla del amor, de la deses­ peración, de lá alegría como posibilidades del vivenciar, prescindiendo del hecho de que hay personas que son absolutamente incapaces de amor, de desesperación o de alegría y que cobran, por este motivo, una peculiaridad individuaL Con este planteamiento se ofrecen a la psicología general tres tareas fundamentad

Sistematización y clasificación.—’La más importante es là que concierne a la diferenciación conceptual (clasificación) y a la división jerárquica (siste­ matización), de las formas básicas de los estados y procesos anímicos. Se as­ pira a destacar estructuras constantes dentro del acontecer abigarrado y fluc­ tuante dado en la experiencia interna, que muestra por todas partes matices de transición, pero nunca contornos bien estables y en donde todo se conecta; con todo. De este modo se podrá alcanzar la base para una estructuración y

clasificación orientadora que nos permita llegar a una sistematización de los diversos- fenómenos anímicos. Precisamente este problema ofrece grandes dificultades a la psicología científica por la peculiaridad del objeto de su estudio y ha sido solucionado por ella-tanto-menos satisfactoriamente por cuanto que la psicología del siglo pasado, en líneas generales, no tuvo en cuenta esta cualidad. Pero, sería injusto quererle negai mérito a aquella psicología. Hemos de reconocerle, ante todo, en el dominio de las funciones sensorialés y de las percepciones una serie de conocimintos valiosísimos y definitivos. Por otra parte, hemos de decir que aquella psicología, elaborada según el ideal me­ todológico de las ciencias naturales mensurativas no logró plantear más que un determinado tipo de problemas. Esta limitación salta a la vista de la manera más palmaria en su incapacidad de incorporarse aquellos con­ ceptos que el conocimiento práctico del hombre había ido acumulando en el lenguaje a lo largo de siglos, como realidades de' uso corriente y aún necesario. En vano buscamos en los tratados de aquella psicología conceptos comò humor antojadizo, vanidad, obstinación, egoísmo, amabilidad, resignación, desesperación, etc. Así, pues, no hay un camino que lleve de la consideración aislada y de la división elemental a la percepción y esclarecimiento de los procesos y estados anímicos citados que, a su vez, constituyen unidades plenas de sen­ tido en la realidad de la vida anímica. El instrumental de la psicología, orien­ tada por el ideal metodológico de las ciencias naturales mensurativas, nos deja en la estacada cuando queremos acercarnos a los procesos centrales y más íntimas de la vida anímica, que pertenecen a la esfera de la vida afec­ tiva y de las tendencias y que irradian a través de toda la realidad anímica. La culpa de la insuficiencia de esta psicología le corresponde a un doble descuido en la concepción de la vida anímica en que se basa. El uno reside en que no ha sido tenida en cuenta la idea de la conexión, integra­ tiva en una totalidad del acontecer- anímico. Así, la vieja psicología da gran cantidad de conocimientos aislados sobre los procesos de la sensación, de la percepción, de la memoria, del pensamiento, del sentir y del querer ; sin embargo, deja sin dar una respuesta a cómo todos estos procesos se reúnen en la unidad de la percepción y qué significado poseen en el total de. la vida anímica. Proporciona disjecta membra pero le falta la ligazón anímica. La segunda raíz de su insuficiencia reside en el ya citado desconoci­ miento respecto al entrelazamiento comunicativo entre el alma y el mun­ do, o sea del hecho de que el alma y el mundo constituyen una unidad existencial bipolar, y por tanto la vivencia no es un èfecto condicionado

casualmente por el mundo exterior, sino que tiene lugar una conversación entre el individuo dotado de alma y el mundo que le rodea. La exposición que sigue se esforzará en mostrar los hechos fundamen­ tales de la vida anímica en un orden sistematizado que haga justicia a los dos signos distintivos citados de la vida anímica, pasados por alto poi la viej'd psicología. El modelo del círculo funcional anímico presenta la vivencia en su relación comunicativa con el mundo, en el sentido de una correlación coexistencial bipolar. Pero al mismo tiempo peimite ver el entrelazamiento integrativo de los procesos básicos de la vivencia — los instintos y las ten­ dencias, los procesos y los contenidos de la percepción, de la estimulación y de Ja conducta activa. Ei modelo del círculo funcional anímico, no sólo pone de relieve la unidad alma-mundo, sino también ei factor de la tota­ lidad anímica interna. • Pero sabemos que esta totalidad se halla a su vez estructurada, o sea que los miembros del acontecer anímico circunscritos por ella se hallan en una relación de supra y subordinación. Poi eso, además del punto de vista del círculo funcional anímico, que funciona en sentido horizontal, resulta obli­ gado para la clasificación sistemática de los fenómenos anímicos el de la estructura vertical. Así, nuestra tarea será unir en la clasificación de los progresos y estados anímicos ambos puntos de vista para lograr una siste­ matización adecuada a su peculiaridad y que abarque la totalidad de la vida anímica y todas sus relaciones. Esto por lo que se refiere a la tarea de la sistematización en el marco de la psicología general, pues ésta sólo se solucionará satisfactoriamente cuando la clasificación pueda señalar a cada fenómeno el lugar que realmente le corresponde en el toral de la vida anímica. Unida indisolublemenee a la carea de la sistematización se halla la de la clasificación, o sea la dé la distinción y separación de los distintos fenó­ menos mediante conceptos. Ya dijimos que la formación de conceptos psi­ cológicos, y con ello la de la psicología general, tiene su problemática es­ pecial. Por la conexión integrativa bajo cuya ley se halla la vida anímica, la formación de conceptos psicológicos no es determinante sino acentuadora. Pero la tarea de la clasificación psicológica tiene que considérar algo más, sobre todo la diferencia de los aspectos posibles bajo los que lo aními­ co puede ser considerado y determinado conceptualmente. Ya dijimos hasta que punto depende de la conexión integrativa la posibilidad de los dife­ rentes aspectos en la psicología. Pero también aquella peculiaridad, repetidas veces citada, de la vida aní­ mica que llamamos entrelazamiento comunicativo del alma y el mundo per­ mite la existencia de los diferentes aspectos bajo los que puede verse la realidad anímica. La vidi anímica se halla orientada al mundo. El individuo

dotado de alma experimenta ei reflejo del mundo y sus relaciones con él en las percepciones, tendencias y estimulaciones, que mediante la expe­ riencia le son dadas de un modo directo e íntimo. Mediante el eslabón final del círculo funcional anímico, la conducta activa, la vida anímica sale de la intimidad de su experiencia y resulta visible — en todo caso en cierto sentido — en la esfera del mundo exterior. La vida anímica se manifiesta y se muestra en la conducta que es objetiva­ mente perceptible. Pero no es esta la única forma en que la realidad anímica aparece en el círculo de lo perceptible objetivamente. Se manifiesta no sólo en la con­ ducta actual que está ligada al ser viviente, sino también en efectos, en ren­ dimientos, que resultan de la conducta y en los que se objetiva lo anímico. El rendimiento es, por decirlo así, la faceta más exterior, el producto final de los procesos anímicos. De este modo existen tres esferas de experiencia en las que encontramos la realidad anímica y que se hallan unas sobre otras como semicírculos con­ céntricos, Una esfera más interior es la vivencia inmediata, sobre ella se halla la esfera de la conducta externa y la más exterior es la esfera de los rendimientos. De aquí resultan, como K. B ü h l ER ha señaladoзэ, tres aspec­ tos bajo los cuales puede ser considerada y fijada conceptualmente Ja realidad anímica: el aspecto de la vivencia, que trabaja con los conceptos de la vivencia, el aspecto de la conducta, que intenta comprender la realidad aní­ mica como conducta externa y determinarla con conceptos de conducta, y el aspecto del rendimiento, que muestra lo anímico en su objetivación con­ creta y llega así a la utilización de conceptos de rendimiento. Para la clasificación psicológica es de decisiva importancia -poner en claro de cuál de los tres aspectos posibles se ha deducido cada concepto. Cuando examinamos los conceptos que se utilizan en la Psicología, resulta que, en parte, operamos con conceptos que caracterizan a las vivencias como tales en su aspetto interior, luego con conceptos que sólo caracterizan a una conducta externa y finalmente con otros que designan un rendimiento como efecto objetivo de la conducta. Conceptos psicológicos de rendimiento son, por ejemplo, la adaptación, el instinto, la inteligencia o la memoria. Ejemplos de conceptos de conducta son la agresión, la huida, la defensa, la acción, el manejo y el comportamien­ to. Al grupo de los conceptos de .ta vivencia pertenecen, entre otros, la per­ cepción y la representación, así como las designaciones de las tendencias y sentimientos como hambre, necesidad de estimación, sentimientos de infe­ rioridad, compasión y amor. En la historia de la Psicología se ha constituido una dirección que es postulada bajo el nombre de conductismo, sobre todo en Norteamérica, y

que ha hecho su axioma considerar a b psicología sólo como ciencia de la conducta exterior (activa). No es que queramos dar a entender que trás: la conducta no existan vivencias; pero se afirma que esas vivencias no serían un objeto posible para la investigación científica, sino — según frase de W a t so n — «cosas privadas». Teniendo en cuenta la exigencia de que toda ciencia ha de compirobar objetivamente las manifestaciones sobre su objeto, es decir de un modo accesible y observable por todos los hombres, se comprende el punto de vista del conductísmo. Pero, se debe saber dónde esta exigencia encuentra sus límites en la naturaleza propia de la vida anímica. Si no queremos comprobar meramente la conducta externa, sino también comprenderla — domo eslabón final del círculo funcional anímico— , do podemos pasarlas por alto, sino que hemos de preguntar por las vivencias que se hallan tras la conducta. Una psicología que se conforme con dar solamente anticipaciones, basadas en datos estadísticos, sobre la conducta que hay que esperar en de­ terminadas situaciones, no justificaría su nombre. Pues, psicología significa ciencia del alma y lo que es el alma lo percibimos esencialmente no por los procesos exteriores sino por las vivencias internas. La psicología no sólo no puede renunciar a los conceptos de la vivencia, sino que debe ver en ellos el núcleo para su clasificación. Y esto sin prescindir de los conceptos de conducta y de rendimiento — pues precisamente en ellos aparece la relación comunicativa con el mundo — pero siempre consciente de las diferencias que existen entre los conceptos vivenciales, los de conducta y los de ren­ dimiento 40.

Fenomenología.—* Una segunda tarea de la Psicología general consiste en el esclarecimiento fenomenològico. Le incumbe la representación intui­ tiva de los procesos y estados anímicos coya acción conjunta constituye la totalidad de la vivencia humana. Fenomenología tiene el significado que le dio originariamente H u s s e r l , es decir psicología descriptiva de lo que se halla presente en la vivencia. ,E1 esclarecimiento fenomenològico alcanza su objetivo cuando los contenidos anímicos son considerados en su apariencia inmediata, como si dijéramos en su semblante interno, determinando al propio tiempo sus rasgos esenciales. Así, en el esclarecimiento fenomenolò­ gico de la alegría debería destacarse la vivencia de una luminosidad interior y la desaparición de tres notas penosas de la existencia, su peso, su tensión y su angostura, la conciencia de una expansión dinámica y, por último, una singular vivencia del tiempo en cuanto la conciencia queda totalmente inmersa en la visión del presente. Citamos otro ejemplo de caracterización fenomenològica: la percepción difiere de la simple sensación en que la pri­ mera exhibe como rasgo la nota de configuración (Gestalt) y de objetividad

estructurada y se distingue de la representación por él rasgo peculiar de su plenitud sensorial y claridad.

Etiología. — La consideración psicológica general plantea una tercera pregunta: la de las cpndiciones y relaciones de producción de los fenómenos básicos. Elegimos para designar esta tarea el término; usual en medicina, de «etiología». De una parte descubre conexiones intraanímicas que se in­ cluyen en el concepto de motivación, de otra parte las condiciones que pertenecen al mundo de lo corporal (conexión psicofisica y psicosomàtica). Volveremos a referirnos a estas cuestiones en otro capítulo. Con esto creemos haber expuesto las tareas más esenciales de la Psico­ logía general, que parte de la consideración' de la realidad anímica plena­ mente desarrollada en todas sus posibilidades, peto siempre supeditando la visión de la parte a la del conjunto imegiador.

B.

PSICOLOGÍA EVOLUTIVA

Ahora bien, aquel conjunto totalitario de procesos y estadós anímicos que la psicología general cuida de diferenciar y examinar; aquel armazón acoplado de tendencias, percepciones, representaciones, pensamientos, sen­ timientos y acciones no se da de иш ver, sino que se va formando progre­ sivamente en el individuo desde el nacimiento. Formaciones relativamente simples, indiferenciadas, en las que sólo empiezan a distinguirse aJgunas de sus futuras partes, llegan, con el tiempo, y según la ley de la diferenciación, a perfilarse en múltiples rasgos aislables de modo que cada vez se destacan más unos de otros y, no obstante su progresiva diversificación, permanecen en el nexo operante de la realidad. Como quiera que la vida anímica depende de tal modo de la ley de la evolución, junto al planteamiento de una psicología general, es lógico que se requiera el de la psicobgía evolutiva, que se ocupa precisamente de aque­ llos procesos de la diferenciación y desarrollo progresivos de la vida anímica en sus más importantes estadios y de las leyes de su curso. Podría intentarse subordinar la psicología evolutiva a la psicología ge­ neral y tratarla como problema particular de esta última. Esto se justificaría sì en la evolución anímica se estudiara exclusivamente la diferenciación de funciones aisladas, es decir, la génesis de la percepción, de la representación, del pensamiento, de la memoria y de la atención, del sentimiento y de la volición. Sin duda que también estas funciones parciales de la psicología general están sujetas a una evolución. Y asi, en una primera fase evolutiva del hombre sólo se manifiestan los procesos anímicos de las pulsaciones y

sensaciones más simples, mientras que el desarrollo de la voluntad finalista, de las percepciones bien configuradas y de las representaciones independien­ tes de un estímulo, tan sólo aparecen en fases ulteriores. Está, por lo tanto, justificado considerar, desde el punto de vista evolutivo, los procesos y es­ tados diferenciables de la vida anímica de los que se ocupa, la psicología general; así. por ejemplo, la evolución de las tendencias, de los sentimientos, de las representaciones y de las percepciones, de la atención, del pensamiento y de la voluntad. Ahora bien, en una consideración rigurosa hay que decir que no sólo se desarrollan estas funciones anímicas parciales, sino que evoluciona la totali­ dad anímica^ el hombre entero. El niño, el joven, el hombre anímicamente maduro y el anciano, son fenómenos que deben ser comprendidos conio va­ riantes totales de la evolución y no pueden referirse al estado evolutivo de procesos parciales aislados de la vida anímica. Esta es la razón más impor­ tante para que la psicología evolutiva se sitúe como disciplina independiente junto a la psicología general. Un segundo morivo para ello radica en el hecho de que la psicología evolutiva, no sólo se ocupa de la ontogénesis del desarrollo anímico del individuo a través de las fases de su vida, sino que debe estudiar también la evolución de la especie humana (filogénesis) en b s. diferentes estadios de su desarrollo espiritual y cultural. Aquí juega un papel importante la psi­ cología de los primitivos, porque muestra elocuentes paralelos con las formas anímicas de la edad infantil. Y, finalmente, la tarea de ía psicología evolutiva se dirige también a la esfera de la vida animal. También las formas de vida anímica que observamos, sobre todo en los animales más superiores, arrojan mucha luz sobre los primeros estadios de la evolución ontogénica del hombre, tanto en el sentido de la existencia de ciertos paralelos como de ciertas diferencias esenciales.

C.

CARACTEROLOGÍA

La Psicología general y la Psicología evolutiva estudian la vida psíquica atendiendo a los rasgos comunes a todos los hdmbres. Pero la vida aními­ ca humana nunca reviste una completa uniformidad, sino que siempre muestra en cada individuo ciertos rasgos diferencides. Todo hombre tiene un modo de ser propio que le distingue de los demás no sólo en su apariencia corporal, en su rostro y en su figura, sino también en sus manifestaciones psí­ quicas. Por esto la psicología sería insuficiente con sólo el enfoque general y el evolutivo. Requiere un complemento que estudie las características propias V generales que la vida psíquica reviste en cada individuo. Para designar este

aspecto de la Psicología se ha generalizado el término de Caracterología esta blecido por B a h n s b n 11. Mientras que «vivencia» o «vida anímica» es el concepto básico según el cual se ofrece la realidad psíquica para la Psicología general y la evolutiva, por mucho que difieran en el punto de vista desde el cual la consideran, el concepto básico de la caratterologia es el de «carácter» al que debe dársele una significación particular, puesto que en el uso general del lenguaje el carácter no es un concepto exclusivamente psicológico.

El concepto del ca/ráctet. — Derivado de la palabra griega узр zqvíví = marcar, acuñar, ha sido ampliado en su significación. Tal es el caso cuando hablamos, verbigracia, del carácter del paisaje italiano o del carácter de la música dé B ach , comprendiendo con ello la peculiaridad formal por la que se diferencia, en nuestros ejemplos, el paisaje italiano dél alemán o la música de BACH de la de WAGNER ; una peculiaridad que, en cierto grado, por lo menos, puede aclararse conceptualmente y formularse verbalmente. En este vastísimo significado, el concepto de carácter puede aplicarse a toda suerte de fenómenos. A este respecto puede hablarse de su acepción estética, siem­ pre que comprendamos la palabra estética, no en el sentido de la teoría clásica, como estudio de lo bello, sino en aquel más dilatado que ha introducido el ro­ manticismo, el concepto básico de «lo característico», es decir, el sello propio en la configuración de un fenómeno. Por el contrario, en un sentido esencialmente más estricto aparece el concepto dé carácter en la acepción, bastante socorrida, de la que echamos mano al decir de alguien que es «un hombre de carácter». Carácter tiene aquí el sentido de un valor ético y se atribuye a aquellos sujetos que en su actitud volitiva y en su modo de pensar están organizados de tal forma que revelan dos cualidades fundamentales: una plena responsabilidad y conse­ cuencia en su obrar y, por lo tanto, una regularidad en la conducta. La fideli­ dad a sí mismo, la firmeza y la directriz unívoca de la vida son las carac­ terísticas principales'— consideradas como valores éticos — a que queremos referirnos al hablar de formación y educación del carácter 12. Entre el concepto estético del carácter, como más amplio, y el ético como más estricto, se encuentra, equidistante de ambos, el concepto psicológico, pues por una parte se refiere a los fenómenos, pero no de un modo general como en la acepción estética, sino, al igual que en la acepción ética, dirigién­ dose de una manera particular a las manifestaciones del hombre considerado como ser anímico. Por otra parte, el concepto psicológico de carácter es más amplio que el ético, pues no considera al hombre bajo la exigencia de un ideal ético, tal como debe ser, sino ral cual es. Individuos que en sentido ético están faltos de carácter, lo tienen bien acusado desde un punto de vista

psicológico. Pues en su significación psicológica el concepto de carácter de­ signa la peculiaridad individual del hombre, la manera como, ascendiendo de la profundidad inconsciente de la naturaleza viva hasta la conciencia de la existencia humana, se enfrenta con el mundo haciendo uso de sus distintas facultades, es decir, en su sentir y en su obrar, en sus decisiones volunta­ rias, valoraciones y objetivos, en sus juicios y orientaciones espirituales, con todo lo cual adquiere su existencia individual una fisonomía que le dife­ rencia de los demás. Esta determinación del concepto de carácter es, en todos sentidos, pro­ visional Debemos, por tanto, indicar de una manera más precisa qué sentido encierra la consideración de la vida anímica humana desde el punto de vista del carácter.

la s disposiciones como cualidades, — El primer concepto de fundamental importancia que aquí se nos ofrece es el de disposición. Su esclarecimiento requiere un comentario previo especial La vida psíquica tal como se nos da de un modo inmediato en la propia experiencia manifiesta siempre su realidad como proceso acontecer que varía de un instante a otro. No podemos hablar, en sentido riguroso, de ningún estado inmutable. No obstante, la vida anímica de un hombre, considerada en el corte longitudinal del tiempo, no ofrece en modo alguno el aspecto de una mes­ colanza y heterogeneidad caóticas que se opondrían a todo intento de orde­ nación clasificación y síntesis. Por el contrario, más bien .observamos en la mudanza de los estados y procesos anímicos de un hombre una repetición de algo semejante, una cierta consecuencia y una regularidad individual. Si se comparan las diferentes etapas de la vida de un individuo, teniendo en cuenta su temple vital básico, el punto de mira de sus fines y tendencias, el curso y forma de sus pensamientos, sus decisiones y tipos de conducta, se encuentra siempre, dentro de la variabilidad de los múltiples acontecimientos, cierta uniformidad en el modo de ser elaboradas anímicamente las experiencias de la vida a lo largo de la existencia individual. Así, por ejemplo, es propio de ciertos sujetos responder con una intensificación de la voluntad a las resistencias que encuentran a su paso, mientras que otros se apartan de la lucha, buscan rodeos y se resignan, renunciando una y otra vez a alguno de sus objetivos. O, para citar otto ejemplo: hay hombres que frente a los desengaños de sus esperanzas, reaccionan con pesadumbre y tristeza; otros, con irritación y cólera, con enfado e impotente exasperación; otro grupo, por el contrario, con activa protesta. En la medida en que tales tipos de vivencia se pueden comprobar como constantes relativas de la vida anímica del individuo, las designamos con el nombre de disposiciones anímicas.

Por consiguiente, cuando en psicología hablemos de carácter, será sobre la base de una distinción entre la vida anímica actual, los estados y procesos anímicos dados en cualquier momento y la propensión habitual, relativamen­ te constante, pero distinta de uno a otro hombre, para determinadas formas de comportarse, de responder, de reaccionar anímicamente. Las disposiciones se conciben como rasgos habituales del tipo de vivencia, que se repiten en el flujo de los acontecimientos y determinan la vida anímica en el aquí y el ahora. Por consiguiente, en sentido caracterológico, se comprende bajo el nombre de disposición, la propensión o inclinación a experimentar determi­ nadas vivencias anímicas (maneras de sentir, de actuar), considerando que dicha inclinación no varía a cada momento, sino que tiene siempre una relati­ va estabilidad. Toda disposición representa una base reaccional y puede ser innata o adquirida, como en el caso del niño que se ha quemado y tiene horror aj fuego. Las disposiciones no se pueden averiguar de un modo inmediato, sino por inferencia, partiendo de las reacciones siempre repe­ tidas de un individuo. La relación que hay entre los acontecimientos anímicos actuales y las disposiciones se expresa de la manera más elocuente cuando decimos: las disposiciones se hacen patentes en la vida anímica adual**. Gracias a las disposiciones, la vida anímica de un hombre vista en el corte longitudinal del tiempo adquiere un sello definible. Así, pues, consi­ derar la vida anímica como carácter significa ante todo considerarla como impronta, como sello peculiar o fisonomía, qué viene determinado por aque­ llas formas de vivencia anímica y por aquellas tendencias que aparecen con relativa constancia en el flujo de los estados y procesos anímicos, siem­ pre cambiantes. La determinación de las repetidas disposiciones se verifica mediante rasgos, concepto que la psicología en parte se ve en trance de crear, pero que en la mayoría de los casos se encuentran ya en condiciones utilizables en el vocabulario del idioma, enriquecido en su desarrollo a lo largo de los siglos. La caracterología llenará tanto más sus posibilidades y cometido cuanto más recoja en su sistemática, y con mayor soltura, aquellos conceptos que se encuentran ya preformados en el lenguaje precientífico. Haber seña­ lado este camino es uno de los grandes méritos de KLAGES. Pero la adopción de estos términos tiene que realizarse a la luz de una definición precisa de las distintas acepciones del concepto de cada cualidad o rasgo. Para con­ seguirlo hay que tener fundamentalmente en cuenta una distinción entre tres conceptos, los de vivencia, los de conducta y los de rendimiento **. Si para expresar el sello caracterológico de un hombre nos valemos de vocablos tales como «cuidadoso, tratable, amable^ áspero, callado, activo, consecuente», con ellos se señala sólo una conducta manifestada exteriormente por dicho individuo. Esta conducta tiene, como es natural, su base

anímicocaiacterológica, pero ésta queda todavía indeterminada en las citadas expresiones idiomáticas. Alguien puede ser tratable ppr auténtica bondad y amor a los hombres, pero también por rutinaria mundología, e incluso por una calculada técnica que se haya impuesto con el fin de alcanzar éxito, pero con exclusión de participación sentimental. El concepto «tratable» es por tanto un concepto de conducra; el rasgo por él significado, un rasgo de conducta. Lo mismo podría decirse del concepto de «diligentes. La conducta externa a la que alude puede obedecer a superabundancia de energía, a que el sujeto encuentre una real satisfacción en la actividad, pero también puede depender de la presunción, de un afán de notoriedad o de dominio. Otra cosa ocurre en conceptos tales como «alegre, melancólico, insensible, emotivo, sentimental, vivaz de espíritu». En. ellos la vida anímica no es considerada únicamente según el aspecto del comportamiento externo, sino en Ja intimidad de los procesos y estados anímicos, tal como se nos revela y se nos hace comprensible en la propia experiencia interna. Tenemos, pues, que ver con conceptos especialmente caractecológicos. Naturalmente, éstos pueden simultáneamente designar una forma de comportamiento. En estos casos no sólo se refieren a los fenómenos anímicos internos, sino que al mismo tiempo se considera el punto de vista de la conducta. Ejemplos de este tipo son «seriedad, frivolidad, humor, bondad, hostilidad, orgullo, seve­ ridad, caprichosidad». Se recomienda agrupar los conceptos de esta clase en un apartado especial, dentro de los caracterológicos esenciales, bajo el nombre de conceptos de actitud. La diferenciación entre conceptos de conducta y de carácter no es en modo alguno absoluta, es decir, que entre los extremos en donde situamos por una parte las puras designaciones de conducta y por la otra las puras designaciones de carácter, existen formas de transición, algunas de las cuales poseerán en mayor proporción el tipo de características de conducta y otras el de rasgos de carácter psíquico. Desde otro punto de vista, tampoco es terminante la distinción entre rasgos de conducta y de carácter, por cuanto en los calificativos de conducta es frecuente que, si bien no se expresa nada positivo sobre los rasgos anímicos esenciales, sí se afirma algo negativo. Así, por ejemplo, el hombre diligente— expresado en sentido negativo — es seguro que no será anímicamente inhibido. De cnanto llevamos dicho con respecto a los conceptos de conducta y de ■Чи diferenciación con los de carácter se puede fácilmente deducir lo que ha de comprenderse bajo el nombre de «conceptos de rendimiento». Con ellos ■caracterizamos al hombre—>como ser anímico viviente—'atendiendo sólo i la manera en que su idiosincrasia individual se proyecta en la esfera de la productividad y de las relaciones laborales, como en el caso de la profesión, Aquí se induyen conceptos como «inteligente, intuitivo, hábil, dotado para

esto o aquello, concienzudo, ordenado, dúctil, rico en iniciativas». Todos ellos representan cualidades de rendimiento, aun cuando en cada caso poseen un determinado trasfondo anímico que no se tiene especialmente en cuenta al manejarlos. El último propósito de la caracterología se encamina siempre hacia el descubrimiento de las cualidades esenciales de carácter. Pero al propio tiem­ po tiene la misión de exponer las posibilidades relaciónales entre estas cua-» lidades y las de conducta y rendimiento.

Integración y estructura de las disposiciones. — El carácter ha sido deter­ minado hasta ahora como el conjunto de disposiciones anímicas (cualidades), pero esta determinación es a todas luces insatisfactoria, ya que examinando los hechos con mayor detención nos damos cuenta de que la coexistencia de disposiciones anímicas dentro de la trama de un carácter es de naturaleza par­ ticular. Como quiera que el carácter es una realidad viva, le es inherente el nexo de integración. Así, pues, podemos decir que las disposiciones, consi­ deradas hasta ahora como rasgos aislados y diferenciables del carácter, están engarzadas en íntima conexión y se compenetran en su funcionalismo. Todos los rasgos ostensibles aislados son, en virtud de la conexión que. posee la unidad de la persona, dependientes unos de otros, y se influyen entre sí, se confunden sus matices al superponerse; en pocas palabras: están ínti­ mamente unidos en particular correspondencia. Nunca por lo tanto aparecen separados unos de otros ; cada rasgo aislado tiene su importancia para los demás43. Vemos, por ejemplo, que las direcciones disposicionales de las tendencias se encuentran, en cada individuo, en íntima conexión con sus estados de ánimo. Y así quien está poseído per un desmesurado afán de figurar es incapaz del temple básico de la alegría. Por otra parte,sus ten dencias se infiltran también en las orientaciones de su percepción, de su pensar y de su manera de sentir. Le son extrañas las vibraciones de la sim­ patía y los acres de entrega amorosa. Así, pues, considerar la vida psíquica de un hombre como carácter signi­ fica no sólo el intento de determinar la constante disposícional de las ma­ nifestaciones psíquicas momentáneas, siempre cambiantes, sino que supone además la consideración del conjunto de estas disposiciones como estructura, en la que los rasgos aislados se entrelazan y determinan recíprocamente. Los estratos profundos de los instintos y emociones, de los estados de ánimo y de los sentimientos, se encuentran en relación integrativa con el contenido de las percepciones, representaciones, reconocimiento de valores, pensamien­ tos y resoluciones. Del hecho dé que los rasgos diferenciables del carácter estén siempre incluidos en un nexo integrativo, se deriva necesariamente que ciertas cua­

lidades caracterológicas guarden entre sí relación de íntima afinidad o que, por el contrario, se excluyen mutuamente. Así dice L ic h t e n b e r g : «Siempre he visto juntas la ambición y la desconfianzas. Al preguntarnos si el ambi­ cioso es capaz de sentir compasión, una lógica interna nos inclina a contestar en sentido negativo. En todo caso es improbable que ambición y capacidad de compasión puedan brctar. de una raíz caracterológica .común ; para expresar lo mismo en forma afirmativa diremos: del mismo modo que la ambición y la capacidad de compadecerse no pueden encontrarse en la misma unidad de carácter, la ambición y ía crueldad pueden considerarse como empa­ rentadas o afines. Por el contrario, ambición y capacidad de compasión son caracterológicamente opuestas o desafines*, se excluyen mutuamente en el marco de una misma unidad de carácter, o por ío menos están alejadas una de otra. Los hombres que tienen por naturaleza un temperamento fle­ mático no es probable, a priori, que se inclinen de modo apasionado hada el odio profundo. Asimismo son opuestos carácter apacible y falsedad, y también carácter apacible y envidia. Por último, ciertos rasgos se comportan entre sí hasta cierto punto como neutrales, esto es, ni como afines ni como opuestos ; por ejemplo, inteligencia y sentimientos morales. El mismo grado de inteligencia puede existir en un malvado criminal que en un genial investigador o en la persona de un médico, cuyo fin es socorrer a la huma­ nidad. El marco de los posibles rasgos caracterológicos que, en virtud de las afinidades, podemos adivinar por la presencia de un rasgo caracterológico determinado, lo denominamos contorno caracterológico. La delimitación de este contorno de un rasgo bien definido constituye un importante principio técnico de investigación para la determinación del carácter. Las disposiciones como aspectos diferenciables en la nnidad de un carác­ ter están no sólo en relación de interpenetración y acción recíproca, sino que además se hallan sujetas a determinada ordenación jerárquica. Hay un principio ordenador que confiere a los diferentes rasgos su valor de posición y su sentido dentro de la unidad de un carácter. A esta organización de los rasgos aislados, a esta relación de subordinación la llamaremos estructura o textura de un carácter. Si afirmamos que un hombre es ambicioso, malhu­ morado, irritable, incapaz de abnegación amorosa, trabajador, enérgico, es obvio que estos rasgos aislados tienen una íntima afinidad entre sí, pero no basta considerar su acoplamiento y estrecho parentesco, sino que en el caso particular que nos ocupa hay que comprobar además que todos ellos se encuentran en una ordenación estructural : así la ambición puede cons­ tituir, por así decir, el tono fundamental del carácter, la fibra que pasà a * Lat. ef/inis = vecino, análogo, similar, pariente ; áiffugíum = la desbandada. El concepto «afinidad» y ehuir en desbandada» se encuentran con otra acepta­ ción que aquí, en Hellpach «.

través de todos les diferentes rasgos aislados y los religa en su función de principio básico, a partir del cual los demás rasgos resultan comprensibles. Gracias al principio organizador de la estructura, que transforma ei íntimo parentesco y la acción recíproca de los rasgos aislados de un carácter en una relación jerárquica, la unidad del carácter adquiere la índole propia de la totalidad individual. Lo cual significa simplemente que el sentido y esencia de los rasgos diferenciables sólo resultan comprensibles a partir de la totalidad. Piles si bien estos rasgos aislados pueden desglosarse del total, permanecen, sin embargo, en realidad, engranados en la conexión del con­ junto. Los distintos rasgos separables de un carácter, los estados de ánimo específicos y los sentimientos, las emociones, instintos y tendencias, pensa­ mientos y representaciones, decisiones y acciones,-se reúnen en una conexión llena de sentido y nunca pueden comprenderse en su esencia si los aislamos de esta totalidad estrueturada que llamamos carácter. Por razones de acuerdo terminológico y en relación de lo dicho sobre la estructura como conjunto arquitectónico de las disposiciones, es necesario entrar en detalles respecto al empleo del concepto de estructura en FÉLIX K r u e g e r , a quien corresponde el mérito de haber señalado en su más pleno alcance, después de D il t h e y , la importancia de dicho factor en el mundo anímico. En primer lugar se da una coincidencia en el hecho de que también según K r u e g e r las estructuras son «direcciones coherentes relativamente permanentes, constantes del comportamiento anímico global». Estructura psíquica es la arquitectura global de las disposiciones psíquicas» 47. Ahora bien, K r u e g e r limita el concepto de estructura a lo disposieiond, es decir, que estructura no es, según él, un concepto aplicable a la actualidad anímica, sino que se refiere siempre precisamente a lo que viene a condicionar lo anímico. «La estructura psíquica es, según esto, transfenoménica, trascenden­ te; no pertenece al fenómeno, sino que se halla por debajo de él como el fundamento en que se apoya»48. Se admite, pues, una dualidad de «ser y apariencia», de «estructura y realidad vivencia!», en donde la estructura sólo tiene la función de un concepto explicativo, en el sentido de una re­ ducción de lo vivido de un modo inmediato a ciertas condiciones que le son anteriores; empero no es admitida la estructura como concepto descriptivo. Cuando en el presente trabajo la utilizamos — igual que D i l t h e y — algu­ nas veces como concepto descriptivo en la vida anímica actual, ello .tiene lugar por las siguientes razones : Experimentamos nuestra vida anímica no sólo como actos aislados que se dan en nuestra conciencia actual y se hallan mantenidos en conexión unos con otros, pues nunca se dan en forma de disjecta membra — este hecho quedaría suficientemente definido con el con­ cepto de totalidad organizada. (Gestalt) de K r u e g e r — , sino que en la suce­ sión variable de las vivencias somos conscientes de la identidad de un ser

anímico que permanece más allá del momento presente que vivimos. Este ser no es el ptuo yo de la conciencia, meto punto de referencia formal de nuestra vivencia, que descubrimos en una introspección retrospectiva, sino el centro personal, aquella íntima concordancia de valoraciones y decisiones, de pensamientos, representaciones y percepciones, cuya variedad y metamórfosis queda contrarrestada en nuestra vivencia por La conciencia de la per­ manencia de nuestra identidad psíquica. No obstante, dice también K r u e g e r : eLo que con pLeno sentido se de­ signa como estructura anímica, se nos hace consciente de un modo inmediato en los datos complejos, pero cualitativamente diferenciables de la profun­ didad vfi/encialt. ¿Las estructuras, psíquicas se manifiestan de modo inme­ diato en las tonalidades cualitativas de nuestras vivencia» " . Pero K r u e GBR lo toma sólo en el sentido de que cías vivencias de profundidad sirven de puente para remontarse desde el fenómeno a la estructura» 50; pero el testi­ monio de la introspección obliga a admitir que la estructura ya nos es accesible inmediatamente en la vivencia y por tanto debe ser considerada como concepto descriptivo. Esta condición no afecta en absoluto a la afir­ mación de que la estructura como realidad vivenciable presuponga direc­ ciones constantes de la vida anímica, anclada en un sfundamento disposicional» **, que a su vez está dotado de estructura y constituye precisamente lo que llamamos carácter. Ahora bien, con el concepto de la estructura totalitaria del carácter no debe involucrarse la idea de una armonía necesaria, de ua acorde y equilibrio de los rasgos aislados. Por el contrario, el principio formal de la totalidad del carácter admite los fenómenos de la oposición, de la recíproca tensión y de la diversidad. Estos hechos sólo son posibles según la hipótesis de la relación de totalidad de los rasgos aislados. «Pues no habría ningún antago­ nismo interno de las tendencias si el portador donde éstas coexisten no fuese un solo sujeto, un centro único de interés, un mismo individuo, si aquéllas no fueran rasgos momentáneos o permanentes de un carácter unitario. Preci­ samente su tensión recíproca es la expresión de la pluralidad dentro de la unidad; sin ella, las tendencias podrían tal vez ser diferentes, pero no po­ drían significar un interno antagonismo52. Del hecho de la estructura se desprende una importante tarea para la determinación empírica de un carácter en la práctica; tarea que designamos con el nombre de esclarecimiento de la estructura. Con él se aspira a situai los rasgos examinados de un carácter en una relación de jerarquía de ante­ posición y subordinación, a determinar el valor del lugar que ocupan en la totalidad del carácter. Si tenemos dos sujetos dotados de gran inteligencia y capaces, en la misma medida, de pensar agudamente en forma crítica y analítica, en este caso al esclarecimiento de la estructura le corresponde deter-

?

minai qué valencia posee en cada carácter un poder intelectual. Entonces se pondrá de relieve que quizá uno de ellos utiliza la inteligencia abstracta, le complace explicarse el mundo, encuentra el sentido de su vida en la asimi­ lación de puros conocimientos teoréticos. Por d contrario, en otros hombres sii Inteligencia tiene uñ valor estructural completamente distinto: son im­ pulsados por fuertes deseos de vanidad y de poderío, y precisamente al servicio de estas tendencias se muestra la inteligencia como instrumento ade­ cuado y eficaz. Mientras en el primer caso—-en el de los hombres teoré­ ticos— la inteligencia en cierto modo se basta a sí misma y por tanto tiene un papel central en el total del carácter, en el segundo caso aparece en ил lugar muy diferente de la personalidad, cori una valoración estructural radi­ calmente distinta. Por consiguiente, es de gtan importancia señalar que tras los mismos rasgos caracterológicos caben de un hombre a otro las más desiguales conexiones de estructura, esto es, qué pueden tener todos ellos diferente sentido. Así, pues, en el fondo, se ha dicho todavía poco al llamar ambicióse a los hombres. Si se llega, caracterclógicamente, a situar la ambición en el total de la persona, entonces se comprueba que uno de ellos es centralmente ambicioso, es decir, la ambición es el principio estructural dé su carácter ; otro, por el contrario, está guiado en primera línea por inte­ reses científicos y además es ambicioso. l a cualidad de la ambición es aquí, por tanto, más periférica; allí, al contrario, ocupa un lugar central en la totalidad del carácter. El fin qué persigue el esclarecimiento estructural es la reducción estruc­ tural, es decir, la subordinación de todas las cualidades ostensibles a un principio básico organizador, ya no supeditable a sil vez, qué determina todos los rasgos anímicos de un hombre. Pues si la vída anímica está estruc­ turada, existe hasta cierto punto como una jerarquía de las características distintas. Deberían diferenciarse características relativamente centrales y relativamente periféricas, en el sentido de que dos características— a y b — son periféricas respecto de c, si su existencia sé puede deducir según leyes de «lógica psicológica» ( R i e f f e r t ) por la presencia de c. Por este ca­ mino deberíamos llegar finalmente a unas .características ya nò supeditables y que yo designo como cualidades primarias. Con esta denominación no se ha de comprender lo mismo que con el concépto de «radical» que emplea la caracterología heredobiológìca, Lo «primario» a que se refiere el concépto de rasgo primario, no es genético como en el radical heredobíoíógico, sino estructural. Lo primario heredo-biológico, sin embargo, no es, en modo al­ guno, estructural.

D.

PSICOLOGÍA SOCIAL

La psicología general, la psicología evolutiva y la caracterología constitu­ yen los campos centrales de la psicología científica, a los que recientemente ha venido a agregarse el de la psicología social. Investiga o que acontece en la vida en común del individuo, con sus semejantes, y los factores de que depende. W, B e c k define como objetó de la psicología social «la con­ vivencia humana, como efectos de condiciones anímicas y como condición de efectos anímicos» 5". La separación de la psicología social como un campò especializado de la ciencia, está plenamente justificada por razones prácticas. En rigor, una gran parte de los fenómenos psicosocialés eran ya tratados en la psicología general. El hedió de '.que alma y mundo constituyan una unidad polar coexistencial, implica que el individuo está en relación con el mundo de sus semejantes. Es consubstancial a lo anímico humano el darse en convivencia, ed ser con los demás». «El hombre no puede existir sin sociedad, de la misma manera como no puede vivir sin oxígeno, agua, albúmina, grasa, etc.» Como estas substancias, la sociedad es también una de las condiciones indis­ pensables para su existencia Por ser esto así un gran número de fenómenos psicosocíoiógicos serán analizados en nuestra exposición de los hechos básicos de la vida anímica desde el punto dé vista de la psicología general. Así el instinto de conservación con las emociones que le son referidas, el temor, la confianza y la desconfianza, el egoísmo que ve en los otros una limitación dé sus propios intereses, la voluntad de poder, la tendencia a la notoriedad de cuyas irradiaciones se halla impregnada la sociedad humana, el resenti­ miento, que desempeña un importante papel en la ordenación social, los grados de relación en el prójimo y las variedades de actitudes sociales, las nociones de la simpatía y de la antipatía, de los sentimientos y del amor, de la envidia y de la maldad. Todos estos fenómenos citados que son por exce­ lencia de carácter psicológico social, pertenecen al propio tiempo a la Psicología general, puesto que es misión de ésta analizar los procesos y esta- dos anímicos en su relación comunicativa con él mundo circundante. Si a pesar de ello resulta recomendable tratar separadamente los proble­ mas de la psicología social, es en virtud del hecho de que las relaciones entre los individuos pueden también ser observadas desde el exterior en las situa­ ciones y configuraciones en que se desenvuelve la convivencia humana. Es más, resulta incluso necesario analizar desde este punto de vista los procesos anímicos del individuo porque aquéllas situaciones constituyen totalidades integradoras que crean determinadas relaciones anímicas. Actúan como los

campos de fuerza.que se forman entre los polos magnéticos. Por consiguiente, los procesos anímicos individuales determinan la vida social, pero, por otra parte, se hallan determinados por los organismos sociales en el seno de los cuales aparece. Así analiza la psicología social los fenómenos anímicos que de manera específica se llevan a cabo .en las distintas variedades de comunidad humana en la familia y en el matrimonio, en el jardín de infan­ cia y en la escuela, en la comunidad del hogar y en la política, en las agru­ paciones económicas y profesionales, en la comunidad de destino, y con no menor importancia en lo que denominamos masa y masificación. La vida social humana viene determinada según lo dicho hasta aquí, de una parte, por las tendencias anímicas que van de un individuo a otro, y de otra, por la función social mediante la cual, el individuo figura en las diversas formas sociales : sea como hijo o hija, como padre o madre, como primer o último hijo, como esposo o esposa, como compañero de juego o de escuela, como vecino, o extranjero, como superior o como subordinado, como correligio­ nario político o como enemigo, como compañero de trabajo o como rival y competidor, etc. Existe todavía un tercer grupo de determinantes de la vida en común del hombre, que tiene una repercusión psicológica social Son las fuerzas supraindividuales, en cuyo círculo de acción y esfera de influencia se en­ cuentra el individuo en su vida en común. A este grupo pertenecen entre otras, las costumbres y tradiciones, el idioma, los mitos, la religión, la forma de gobierno y de instrucción. De cada úna dé estas fuerzas e instituciones deriva un punto de vista para considerar la convivencia humana en el aspec­ to socio-psicológico. De este modo trasciende sus límites e ingresa en el de las ciencias limítrofes de la sociología, la política, la cultura, folklore y la historia. Por esta razón está justificado considerar como campos cen­ trales de la Psicología científica sólo los de la Psicología general, Psico­ logía evolutiva, y la Caracterología, sin que ello entrañe disminución de la significación relevante tanto de la ficología social como de la Psicología pedagógica, E.

EL PUNTO DE VISTA ANTROPOLÓGICO

La Psicología general, la Psicología evolutiva y la Caracterología estu­ dian la vida anímica dentro del marco de lo empírico conocido por la expe­ riencia. Pero en cuanto buscamos la realidad anímica precisamente en el hombre, la reflexión se siente impulsada más allá de la simple averiguación dé los hechos dados en la experiencia enímica. Caracteriza la situación del hombre el hecho de que su existencia no le viene simplemente dada como al animal, sino que representa una tarea a

realizar. Por esto los hechos de la experiencia psicológica deben examinarse a la luz de la- pregunta de qué significación puedan tener en relación coa la esencia y la misión del ser humano en di conjunto de la realidad, qué sen­ tido de la existencia humana se implica en los diferentes procesos y estados anímicos. Si el concepto fundamental de la psicología general y de la psico­ logía evolutiva es por tanto el vivenciar, un infinitivo, que caracteriza lo anímico en la actualidad de sus múltiples estados y procesos; si, por otra parte, el concepto básico de la caracterología es el carácter, como impronta individual y forma disposicional permanente del vivenciar, en cambio la categoría fundamental de la consideración antropológica es d hombre con­ siderado desde el punto de vista de la citada pregunta: la cuestión de qué es esta existencia (Dasein), que realiza en Jas experiencias anímicas (como ser biológico o como ser espiritual), y qué posibilidades de realización residen en aquellas experiencias. Esta fórma de consideración que llamamos antropológica es de natu­ raleza filosófica y desemboca, a fin de cuentas, en una filosofia .del alma. Pues la filosofía se ocupa siempre de la totalidad de la realidad procura integrar en el seno de esta totalidad los contenidos de la experiencia huma­ na otorgándoles, por tanto, un sentido en su conexión con el tcáq.; La totalidad por la que se interesa una filosofía del alma es nada menosque el mundo que se descubre al hombre en el vivenciar y en el cual vive, y él rema fundamental de una filosofía del alma es preguntarse qué se indica y se expresa en cuanto a relaciones con la totalidad del mundo, en los diferen­ tes hechos y estados psíquicos. WlNDELBAND dijo una vez que filosofar era un pensar los hechos hasta el fin. En el enfoque antropológico, por consiguiente, los hechos del vivenciar que la psicología general, la psicología evolutiva y la caracterología esta­ blecen y explican a través de la experiencia, son desarrollados hasta sus últi­ mas consecuencias a la luz de una idea del hombre. Esta idea no procede de una posición aprioristica ideológica, abstracta, ajena a la experiencia a la que deba ser referida y subordinada la realidad de la vida anímica, sino que se desarrolla a partir de esta misma realidad y de su experiencia en el proceso del pensar filosófico consecuente. Lo que sèmpretende ponei; de manifiesto son las leyes de sentido inmanentes a Ja vid&, atendiendo a la posición del hombre en el mundo, leyes que sólo se le hactn patentes en la vivencia. Así, por ejemplo, considerada antropológicamente la capacidad que tiene el hombre de recordar, ofrécesenos de la siguiente forma : si dispusiéramos solamente de capacidad de aprehender el mundo en la percepción sin que las imágenes que fueron presentes a nuestros sentidos pudieran conservarse en­ ferma de representaciones, que luego pueden ser evocadas a la conciencia, entonces nuestro conocimiento del mundo y nuestra propiu existencia po-

seerfan sólo la dimensión del presente, seríamos comparables a la pantalla cinematográfica, sobre la que van deslizándose las diferentes imágenes sin dejar hueco ni resonancia alguna; seríamos, según dice N i e t z s c h e en el segundo de sus «Comentarios inacmales», «semejantes al rebaño que apa»cìenta ante nosotros, que ignora qué cosa es ayer y hoy, que salta de acá »para allá, come, reposa, digiere, brinca de nuevo y así de la mañana a la »noche y de uno a otro día, atado corto con su placer o disgusto a la cerca »del presente». Sin esta posibilidad del recuerdo nuestra vida se restringiría a la centella del momento presente, nos empobreceríamos en la dimensión del tiempo que otorga amplitud liberadora y plenitud de contenido. En la posibilidad del recuerdo y en su contrapunto, esto es, en la pre-visión del futuro, el hombre se hace ente histórico, gana pretérito y futuro para hori­ zonte de su existencia. Esta revela, como dice C. G. CAKUS, s u doble faceta epimeteica (retrospectiva) y prometeica (prospectiva). Pero la posibilidad del recuetdo no solamente otorga a nuestra existencia liberación y ensanchamiento — una liberación del aquí y del ahora y una expansión en la dimensión del tiempo —■,sino que a la vez conlleva un lastre y el peligro de un empobrecimiento de la vida en espontaneidad, que el animal tiene siempre de modo inquebrantable. El animal «vive sin his­ toria, pues queda absorbido en el presénte como un sumando en una adición, sin que subsista ningún extraño residuo. El hombre, por el contra­ rio, debe soportar la carga siempe creciente del pasado que le encorva y ago­ bia, que dificulta su marcha como un peso invisible y oscuro; por eso el hom­ bre siente una cierta nostalgia, como si recordara un paraíso perdido al ver el rebaño que apacienta o, al observar al niño que todavía no ha de lamen­ tar nada pasado y que juega en ciego alborozo entre las lindes del preté­ rito y del futuro. Y, sin embargo, este juego será perturbado. Demasiado pronto se le despertará de su olvido y entonces aprenderá a comprender la palabra «érase», aquel santo y seña con que luchas, dolor y hastío acome­ ten al hombre para recordarle lo que su existencia es en realidad : un per­ petuo pretérito imperfecto»JS. Ambos aspectos: el de liberación y ampliación de nuestra existencia por un lado y el del gravamen y apartamiento de la espontaneidad del pre­ sente vital por otro, pertenecen — considerados antropológicamente — a la esencia de la capacidad rememorativa, y precisamente de esta doble faceta surge el problema de saber en qué forma debe buscar el hombre el equilibrio entre un entregarse sin reparos a la espontaneidad viva del momento o en ..posar la mirada en la lejanía del pasado y del futuro para colmar las posibili­ dades y las tareas peculiares de su vida. Tanto como los hechos de la psicología general tienen los de la psico­ logía evolutiva un aspecto antropológico. Como ejemplo de la consideración

antropológica evolutiva puede servir el hecho de que apenas existe un . que conozca la depresión, ya que los accesos depresivos son característicos \ la edad puberal. La psicología general considera la depresión empíricamente como sentimiento vital, caracterizada por la vivencia de íntimo apagamien­ to, de vacío, de pesadez. Si este feQÓmeno psicológico general' es transportado al plano más elevado de la pregunta antropológica, ¿qué sentido tiene la tristeza para la vida humana?, la respuesta tiene que ser la de que en ella se expresa la referencia del hombre a valores de sentido que le Uaman a una .actitud trascendente y que proporcionan a su existencia apoyo y cumplimiento. El hecho de que esta llamada quede sin respuesta y desemboque en un vacío constituye la melancolía. El hecho de que el niño desconozca la melancolía, que en cambio apa­ rece en la edad puberal, significa desde el punto de vista antropológico que el hombre, en su edad infantil, vive todavía en un ámbito cerrado de sus intereses y demandas, mientras que en la pubertad ese círculo se rompe y el hombre empieza a formular cuestiones más allá de él mismo y a dar a su existencia uná referencia superior. En la adolescencia surge la pregunta sobre el sentido dèi mundo, los accesos melancólicos de los adolescentes que se designan como «dolor, cósmicos no son otra cosa que el deseo incumplido de encontrar un sentido gracias al cual la propia existencia quede elevada por encima de sí misma. Por último, la interrogación redama un puesto en la esfera caracterológíca. La Caracterología se ocupa en esclarecer las diversas fotmas de perso­ nalidad de las cuales la primera y más aparente la constituye la diversidad de los sexos. La pregunta que en este caso formula la consideración antro­ pológica es la del significado de la división del ser del hombre en lo mas­ culino y lo femeninoíe. Estos ejemplos pueden bastar para mostrar en qué consiste la consideración antropológica de los hechos aportados por la Psico­ logía general, la Psicología evolutiva y la Caracterología. Señalemos de pasada que también la experiencia en el campo social psicológico impulsa a una consideración antropológica. Permite ver que el individúo es un miembro de una totalidad óntica supraindividual en la que ha de desempeñar una función. Así, la familia y el matrimonio son totali­ dades ónticas que representan su propia idea supraindividual, lo mismo que la cultura en que vivimos y la Humanidad en su desarrollo histórico irreversible. Puede objetarse a la inclusión de la consideración filosófico-алtropolò­ gica entre las tareas de la Psicología, que ésta es únicamente una Ciencia objetiva. Quienes así hablan ignoran cuál es el objeto que aspira a estudiar. En mucho mayor grado que en las restantes ciencias objetivas — como p. ej. la

Física o la Histotia — exige la Psicología, como teoría de la vida anímica humana, que la elevemos al plano de la consideración filosófica, es decií, que reflexionemos sobre el tema de la Psicología hasta sus últimas conse­ cuencias. No es ningún azar que la Psicología de la antigüedad, hasta el siglo X IX , fuese una hermana de la filosofía y que esta unión sólo quedara rota en la segunda mitad del siglo pasado en la época del auge de las Cien­ cias Naturales y del positivismo. Los problemas en que se establecía el contactó entre la Filosofía y la Psicología eran principalmente los de la Teoría del Conocimiento y los de la Etica. No puede fundamentarse una teoría filosófica del conocimiento, de sus fuentes y de su validez, sin tener en cuenta los procesos de la percep­ ción, de la representación y del pensamiento. La lucha entre el sensualismo y el idealismo epistemológico también evidencia la importancia de los hechos psicológicos para el planteamiento del problema filosófico del conocimiento. Por otra parte, podemos ver que precisamente el esclarecimiento psicoló­ gico de los procesos de percepción piantea inevitablemente cuestionies filo­ sóficas. Por lo que concierne a la ética como teoría de la jerarquía de los valores y del adecuado comportamiento en la vida, por mucho que busque la última justificación de sus exigencias a partir de una norma ideal, debe tener presente los diversos motivos de las acciones humanas qüe estudian la Psicología. Así en la Etica de A r is t ó t e l e s y en la de K an t se saca partido de un gtan número de conocimientos psicológicos. Tampoco los problemas especiales de una Filosofía del lenguaje, del Derecho, de la Religión o del Arte; pueden esclarecerse sin recuffir al análisis psicológico. En la actualidad es, ante todo, el problema de la Antropología el que ha restablecido la antigua relación éntre la Psicología y la Filosofía. De una parte porque la Antropología Filosófica considera al hombre en la totalidad de su ser, del cual forma parte preeminente su vida ánímic y dt otra parte porque; según ya hemos dicho, la Psicología sólo cumple su cometido cuan­ do interroga a los hechos anímicos acerca de su sentido para la totalidad der ser del hombre. La moderna Psicología tiene la misión de recuperar el horizonte filosófico, en el cual se planteó originariamente la teoría del alma y de la vida anímica. Esto es precisamente lo que pretende la interro­ gación antropológica.

F.

LA TAREA DE UNA PSICOLOGÍA DE LA PERSONALIDAD

Los diferentes enfoques de la psicología no se agrupan caprichosamente desligados, ni entran en competencia unos con ctrós, ni tampoco se excluyen, sino que se condicionan y Se complementan recíprocamente y prestan de

este modo unidad a la psicología. Esto es válido, sobre todo, para la relación de las tres esferas de acción principales de la Psicología : La Psicología ge­ neral, la Psicología evolutiva y la Caracterología. Su base es la psicología general, pues es evidente que la psicología evolutiva depende de los con­ ceptos fundamentales con los cuales aquélla trata de aportar una ordenación y una sistematización a la variada urdimbre de los prccesos y estados aní­ micos. Lo mismo puede decirse de la caracterología; también ella presu­ pone la psicología general y sólo puede desenvolverse sobre su base. Así, por ejemplo, la psicología general ha de investigar el curso del proceso de la voluntad, en el que destaca, entre otros, e] fenómeno de la decisión como una de las etapas más importantes. Este fenómeno debe ser explicado en un sentido psicológico general, antes de que la consideración caracterológica pueda preguntar en qué formas de personalidad se da la capacidad o incapacidad de decisión como actitud permanente y qué significa para la persona entera. O, para poner otro ejemplo, cuando la caracterología nos habla de personas alegres, esto sólo puede tener pleno sentido cuando la psicología general ha esclarecido el fenómeno de la alegría. Finalmente, por lo que respecta a la relación entre la psicología evolutiva y la caracterología, es evidente que la consideración caracterológica presupone el conocimiento de las fases psicológicoevolutivas. Pues como estas últimas constituyen es­ tados y formas globales de la vivencia, se entrecruzan con las formas mani­ festativas del carácter, obligando a discriminar en cada caso lo que en el cuadro anímico global de un individuo corresponde a la impronta individual y además todo aquéllo lo que debe ser entendido como peculiaridad propia de la fase de su desarrollo. Mientras que la relación entre la psicología general, la psicología evolu­ tiva y la caracterología se mantiene en un plano horizontal, la interrogación antropológica se halla perpendicular a ellas y las atraviesa. Y del mismo modo que la psicología general, la psicología evolutiva y la caracterología se presuponen y completan mutuamente, así también, como ya dijimos, un esclarecimiento global de la realidad anímica sólo puede alcanzarse si aque­ llos diferentes puntos de vista van impregnados e iluminados por un sentido antropológico. En, otras palabras, toda psicología queda en mera fachada, sin verdadera basé y sin estructuración interna^ en tanto no consiga hacer visible, a través de múltiples hechos de la experiencia, una imagen global del hombre, de su lugar en et mundo, de su mutuo engarce. Si bien la tarea y finalidad de nuestro estudio es, como se ha dicho, lle­ gar a conocer y a comprender las múltiples formas en que experimentamos la vida anímica en nosotos y en los demás, esto debe hacerse de modo que no tomemos exclusivamente en consideración uno de los cuatro as­ pectos— lo cual estaría en contradicción con el hecho de su mutua inte­

gración— , sino cuidando de que, en todo lo posible, sean todos tenidos « i cuenta. El concepto bajo el cual esto puede realizarse, permitiendo asumir ios cuatro aspectos, es el de persona (véase fig. 2). En éste la vida anímica es vista antropológicamente, en tanto la multiplicidad de sus contenidos cam PERSONA

caracteriza al hombre como

T Ser singular en el mundo (aspecto antropológico) 7 engloba al mismo tiempo

Procesos y contenidos anímicos actuales (aspecto de Ja . psicología general)

Desarrollo Anímico

,, (aspecto psicológico-evolutivo)

Forma de' impronta individual (aspecto caracterología))

F ig . 2

biantes son comprendidos dentro de la unidad de la existencia humana, como algo en que el hombre se realiza y en vista de la cual se experimenta a sí mismo como esiendo-en-el-mundo». En la consideración del hombre como persona entra, por consiguiente, la vida anímica en la rotai amplitud y multiformidad de sus hechos 7 contenidos actuales, que se manifiesta en el as­ pecto de la psicología general. Por otra parte, en tanto la realización del ser humano a través de los múltiples procesos de la vivencia tiene lugar mediante una diferenciación que progresa paulatinamente recorriendo diversas metamorfosis, el desarrolló anímico es siempre también desarrollo de la persona. Por lo tanto, el punto de vista que ¡implica este concepto engloba también los hechos de la psico­ logía evolutiva. Objeto central de la psicología evolutiva es precisamente describir y explicar la sucesión de los estadios anímicos, desde el nacimiento a la plena madurez, interpretándolos como expresión de la progresión gra­ dual de la persona humana.

Finalmente, por lo que respecta al problema de la relación entre el concepto de carácter y el de persona, 7 hasta donde una consideración de la rida anímica desde el punto de vista de la persona implica también la con* sideración caracterológica, diremos lo siguiente: carácter es la peculiaridad anímica de un hombre como si, en cierto modo, fuera visto desde fuera, destacándolo de los demás sujetos. Carácter, en el sentido de la caracterolo­ gía, se entiende en función de comparación con los semejantes, uno es así 7 otro de otta manera. Por el contrario, se es persona en una acepción mucho más amplia en la constitución ontològica del mundo, como ser humano singular, único e insustituible, que realiza 7 experimenta sa existencia en 7 con el mundo, a través de las múltiples funciones 7 contenidos de la viven­ cia. Como quiera que el «mundo de los semejantes» forma parte de la tota­ lidad del mundo, la consideración de la vida anímica desde el punto de vista de lá persona concede también toda su amplitud al aspecto caracterológico, sin confundirse, no obstante, con él *. * «Asi entendidos, también loa conceptos de carácter y personalidad vienen • a corresponder a dos dimensiones distintas de considerar el problema, de tal modo que todos lo 9 esfuerzos para analizar el carácter presuponen el conoci­ miento de 3a estructura de la personalidad Wi.

Después de haber fijado la vivencia como el objeto de la psicología y después de habernos extendido sobre los puntos de vista fundamentales, de su consideración, surge ahora el problema del método; problema sobre el cual toda ciencia ha de rendir cuentas. Puede reducirse a la siguiente fórmula : ¿Cómo ha de proceder la psicología en su campo de estudio para lograr conocimientos, de qué medios y de qué vías de investigación puede disponer? La respuesta a estas preguntas ha de partir del hecho de que la realidad anímica — a diferencia de lo inanimado de una piedra, por ejemplo — se manifiesta en una doble vertiente. Por una parte se ofrece a su portador indi­ vidual como su mundo interior, como la esfera de sus vivencias, de sus apetitos y tendencias, de sus estados de ánimo y sentimientos, de sus repre­ sentaciones y pensamientos, de sus valoraciones y fines, de sus decisiones y acciones. Pero el mundo interior no queda en modo alguno limitado al conocimiento de su portador individual, no tiene sólo una faz interna, sino que puede exteriorizarse. Penetra en aquella esfera del mundo exterior en la que lós seres anímicoespirimales se encuentran, se conocen y se relacionan mutuamente. La doble vertiente en que la realidad anímica se nos ofrece, esto es, por una parte como experiencia del propio mundo interior y, por otra, como expresión de la vida anímica de los demás, esta doble faceta corresponde también a una dualidad de los métodos psicológicos. En c;;nseciiencia, a partir de esta nueva doble vertiente hemos de distinguir el método de la autoobservación y el de la heteroobservación.

A.

AUTOOBSERVACIÓN

Para comprender a qué nos referimos al hablar de autoobservación, es . necesario distinguirla de la autoexperiencía y del autoenjuiciamknto. Todos sabemos, por propia experiencia, lo que es dicha, sorpresa, hambre o sacié-

d a i Todo esto corresponde a nuestra propia experiencia anímica. También al niño le son familiares estos estados. Nos dice que está cansado, hambriento o temeroso. Pero, en general, el niño desconoce la autoobservadón. Tan sólo hablamos de ella cuando la atención dirige conscientemente su haz luminoso a los procesos y estados anímicos para registrar y describir las diferentes fases de su curso y la multiplicidad de los contenidos. Finalmente, por lo qué atañe al enjuiciamiento de sí mismo, consiste siempre en juicios de valor sobre lo que descubrimos dentro de nosotros mismos. Puede refe­ rirse a nuestras manifestaciones corporales, a nuestros actos y comportamien­ to, pero también a los procesos intraanímicos que son objeto de autoobservación. Es, sobre todo, necesario, diferenciar entre auroobsetvación y autocrítica para delimitar debidamente el campo de aplicación de la primera y para defender el método ante las objeciones que puedan ser hechas y de las cuales vamos a revisar las más importantes. Se ha señalado con razón que la experiencia enseña hasta qué punto los hombres al realizar la autoobservadón resbalan ya a la actitud de autoenjuiciamiento, incurriendo con ello en el riesgo de engañarse a sí mismos. Esto es verdad especialmente en la averiguación de motivos. Aquí resulta apropiado el aforismo de N ie t z s c h e : aMi memoria me dice que yo he hecho esto; mi orgullo me dice que no puedo haberlo hecho. Calla la me­ moria y se da la razón al orgullo». Si hay que citar estos hechos como objeciones a la autoobservadón, pre­ cisa reconocer que, en efecto, siempre peligra su objetividad si en ella en­ tran en juego procesos cuya aceptación resulta penosa al individuo, o sea cuando la autoobservadón da lugar a un juicio valorativo de la propia per­ sonalidad. Pero esto no implica que en tales casos no pueda profundizarse lo suficiente para descubrir el factor de autoengaño originado por el amor propio. Hay que decir además que en la vida anímica existen también nume­ rosos procesos cuya obseivación no implica un juicio de valor, es decir, que no encierran crítica alguna, sino sólo una apreciación. Las reservas en cuanto a Jas posibilidades de ' autoobservadón que se basati en el peligro del autoengaño, no tienen ¡п.жortancia para una serie de procesos anímicos, de hecho en todos aquellos ante cuyo reconocimiento el sujeto se comporta neutral­ mente. Esto es válido para una serie de procesos de la percepción y del pen­ samiento, de la memoria y de la voluntad. Una segunda objeción al método de la autoobservadón emana de que "nuestro lenguaje resulta demasiado tosco para designar en nosotros los pro­ cesos extraordinariamente fugaces, diferenciados y variables que se dan en nuestro interior. Pues las palabras son, en realidad, trajes apropiados pata

revestir los objetos del mundo externo, cada uno de los cuales está figuro­ samente delimitado de los otros, mientras que en la vida psíquica los fenó­ menos se imbrincan en su sucesión. Que, en efecto, constituye una dificultad considerable reproducir verbalmente Jos contenidos de la vivencia, lo sabe todo aquel que intenta exptesar con palabras el contenido de un sueño en la peculiaridad específica en que fue vivenciado. El lenguaje se revela, pues, demasiado tosco y demasiado rígido para captar todo este matiz atmosférico y fluyente que es lo esencial del sueño cuando el alma está enteramente abandonada a sí misma. Cuando intentamos describirlo, ya al buscar las palabras corremos el peligro de modificar el sueño, dándole contornos más precisos de lo que en realidad tiene. Así, pues, en la dificultad de la for­ mulación encuentra la autoobservación ciertos límites que, como es natural, varían según los casos, pero que siempre pueden reducirse a un cierto mí­ nimo a través del ejercicio y del aprendizaje. l a tercera y más importante de las objeciones a la autoobservación con­ siste en señalar que es imposible considerar los procesos psíquicos en su realización actüál manteniendo la propia atención dirigida a ellos. Se dice que, operando así, la vivencia queda perturbada o por lo menos modificada, ¿a autoobservación exige una duplicación del sujeto que, en el fondo, no es siempre más que uno. Esta objeción fue hecha especialmente por el filósofo francés COMÍE y contiene sin duda un núcleo verdadero. El hombre sano, normal tiene espon­ táneamente su atención dirigida al ambiente, a las sensaciones qué recibe de él, a los fines y tareas que se propone. Cuanto más absorbido se baila en esta dirección, tanto más antinatural resulta para él volver hacia su inte­ rior el enfoque de su atención y observar y registrar sus procesos anímicos. «Pienso, por ejemplo, en un problema matemático. Ahora bien, si tengo que observar este proceso de reflexión no podré progresar en mi razonamiento matemático; mi propósito de autoobservación lo impide. O bien, experi­ mento una emoción. En é caso de que sea capaz de pasar a la autoobserva­ ción, la reacción emocional en sí misma se debilitará y se desvanecerá y sólo subsistirán ciertas sensaciones viscerales y de tensión, o sea, manifestaciones sólo concomitantes» ' 8. Por consiguiente, cuanto más nos cautiva la vivencia, cuanto más inten­ samente vivenciamos, tanto menos se hace posible una observación simul­ tánea. Sólo es necesario imaginar lo que ocurriría en una carreta de auto­ móviles si el conductor debiera observar simultáneamente sus procesos aní­ micos y emociones. Si en él momento de la vivencia intenta concentrar en ella su atención, siempre existe el peligro de perturbar sü curso natural. Hay una narración de G u st a v M e y r in k en la que se expone en forma divertida y a la vez ilustrativa el efecto perturbador de la autoobsevracióa Lleva el tí-

rulo de «Maldición de la rana*, y tiene el siguiente argumento: Una cana se âœrca de un brinco ,a un ciempiés y le hace una reverencia ; piensa, le dice la tana, que es un animal maravilloso, pues sabe en cada momento lo que debe hacer con cada una de sus patitas y no puede imaginarse cómo puede ser esto posible. £1 ciempiés queda admirado de su propia habilidad y se propone observar de cerca lo que realmente hace al andar. Cuando la rana se hubo ausentado y el ciempiés intentó volver a su casa fue incapaz de mover una sola de sus extremidades. Si es evidente que la autoobservación altera o perturba el curso natural del proceso que se observa, existe, sin embargo, una justificación plata rea­ lizarla. Aun cuando se reconozca que en la autoobservación tiene lugar una disociación entre la vivencia y la atención a la vivencia, lo cual es imposible que ocurra en la unidad de un mismo instante, no obstante es perfectamente posible dirigir la atención a lo que podríamos llamar imagen sucesiva de U vivencia. La autoobservación no necesita operar simultáneamente a la viven­ cia, sino que puede hacerlo sobre su recuerdo inmediato. La existencia de esta imagen sucesiva se halla en relación con el fenómeno ya expuesto del «tiempo de presencia psíquico». Así como una sensación momentánea de lüz sigue presente cuando el estímulo objetivó que la provocó ha dejado de actuar, así también la vivencia—>ya sea un proceso de pensamiento, üna emoción ó una acción — desencadenada por una situación continúa presente por breve tiempo como una estela, aun cuando aquélla haya desaparecido. La Psicología no puede renunciar a los datos que le proporcione esta autoobservación realizada sobre la imagen sucesiva de la vivencia. Conviene que el psicólogo no olvíde nunca los peligros de la autoobser­ vación Debe saber que la actitud de la autoobservación no es natural, sino que es un mal necesario. £1 recelo que muchos individuos sienten por la Psicología depende en gran parte del juicio certero de que la autoobserva­ ción practicada como fin -en sí mismo es algo estéril,'más aún, antinatural e incluso ofensivo, si Se piensa que el hombre no se pertenece a sí mismo, sirio al mundo. La autoobservación le centra por completo en torno de su propio yo y le aleja del mundo. Entre él y el mundo surgen mil espejos en los cuales sólo a sí mismo se ve reflejado. Esta objeción queda rebatida cuan­ do la autoobservación no se toma como fin en sí misma, sino como un medio pata fines generales de comprensión humana. Aún- cuando sólo puede ser psicólogo aquel que haya aprendido a conocerse en una concienzuda autoobservación, no podrá participer en la tarea y sentido de la Psicología si queda detenido en esta fase. El sentido ético de la Psicología no consiste en encerrarse en el círculo diabólico de la aütocontemplación y autoanálisis, sino en la comprensión de lo humano en los múltiples encuentros en la amplitud del mundo. Es necesario insistir sobre esto porque la experiencia

demuestra que la Psicología ejerce particular atracción sobre los individuos que no consiguen comprenderse y que abrigan la creencia de que el análisis psicológico de sí mismos Ies permitirá salir de la maraña de sus dificultades y confusiones internas. La Psicología, desde el punto de vista del método, no puede íenundar a la experiencia de sí mismo clarificada por la autoobservadón. Es induda­ ble que sólo entendemos los conceptos con los cuales designamos ios fenó­ menos de la vida anímica, en la medida eir que los hemos,experimentado ea nuestro propia vivencia. El vocabulario básico de la Psicología esta toma­ do de nuestra propia vida. Es la experiencia que tenemos de nosotros miamos la que nos'/perm ite^ comprender el lenguaje de la Psicología cuando nos habla de representaciones, sensaciones, estados afectivos, memoria y fanta­ sía, sentimiento de sí mismo, o de actos volitivos. De no ser así seríamos como el ciego, al que no es posible hacerle comprender qué significa ver formas, colotes y movimientos. El valor de la autoobservadón no queda limitado a las experiencias que d sujeto puede realizar sobre sí mismo, sino que también es aplicable en un sentido más amplio a las autoobservaciones realizadas por otra persona. Así, la Psicopatologia adquiere información sobre vivencias anormales, como alucinaciones, robo dd pensamiento en ¡a esquizofrenia o representadones y actos obsesivos, por mediación de enfermos que comunican sus autoobser­ vaciones. Esta autoobservadón transmitida no se limita a vivencias anormales, sino que también puede utilizarse para vivencias provocadas por situaciones excepcionales ; verbigracia, peligro inminente de muerte.

Heteroobservación. — Si el trabajo de dasificación y esclarecimiento fe­ nomenològico implica la gran importancia de la autoobservadón en d enfo­ que de la Psicología general, hay que dejar, en cambio, bien sentado que la Caracterología y la Psicología Evolutiva descansan, sobre todo, en la heteroobservación. Prescindiendo del hecho de que la Psicología animal se en­ cuentre fuera del alcance de todas las posibilidades de una autoobservadón, tampoco sabremos nada, o muy poco, por autoobservadón del alma dd bebé o del escolar; y por lo que respecta a la psicología del adolescente tampoco podemos dar crédito in M o, sin el menor reparo, a lo que se expresa en los diarios íntimos de la edad juvenil como vivencias anímicas y se nos brinda como autorretrato psicológico fidedigno. Por otra pane, por lo que respecta a la Caracterología, recordemos que el carácter es la peculiaridad individual tal como se percibe en comparación con otros hombres. No es posible determinar en la autoobservadón si alguien es caratterològicamente distinto a otro y en qué sentido, y esto, no sólo porque d amor propio empaña la mirada y conduce al auroengaño, sino por motivos mucho más

importantes, porque uno no puede verse en absoluto del mismo modo des. fuera como se perfilan caratterològicamente ante él todos los demás fenó­ menos expresivos. La heteroobservarión, que, por los motivos que acabamos de citar, se hace necesaria especialmente para la Psicología Evolutiva y Caracterología, se basa en el comportamiento externo en su sentido más amplio. Aquí se incluyen por una parte las acciones de los individuos, la multiplicidad de lo que hacen en una situación determinada, la fotma de comportarse, su «behavior», para emplear el concepto introducido por la Psicología ameri­ cana ; por otra parte, el amplio campo de los fenómenos expresivos, que a sa vez se subdividen en diferentes variantes. Encontraremos primero las manifestaciones expresivas inmediatas que observamos en otros hombres. Entre ellas figuran los fenómenos de la mí­ mica y de las huellas que en forma de rasgos fijos deja la repetición de unas mismas teacciones expresivasTam bién los ademanes, gestos y actitudes corporales, agrupados en el concepto de pantomímica, pertenecen al campo de expresión de la vida anímica Son, ante todo, diferencias del tempera­ mento las que se expresan en la marcha y en los gestos. Se distingue al im­ pulsivo vivaz del reflexivo y tranquilo, el flemático comodón del empren­ dedor apasionado, el excitado nervioso del sosegado y moderado. Actitud corporal y gestos reflejan también, la mayoría de las veces, el sentimiento de sí mismo de un modo que no da iugar a dudas. En sus formas reconoce­ mos el servil adulador que siempre está dispuesto a doblegarse, y el hombre particularmente afectado que trata de dar a su cuerpo el mayor volumen posible mientras se pavonea satisfecho. De otro modo es la forma de moverse V la actitud externa característica del tímido pusilánime que no tiene el valor de erguirse firme y situarse libre y decididamente ante los demás. También podemos comprender como expresión las múltiples maneras como un hembre había a diferencia de lo que dice " . Aquí descubrimos diferencias de ritmo (lento-rápido), del. curso verbal (regular y fluido, entrecortado, precipitado, atropellado), diferencias de la intensidad de voz (débil o po­ tente) y otras más que declaran todas algo sobre la persona que habla. Des­ cubrimos al triste en la opacidad de voz, al tímido en su habla entrecortada, al excitable en ciertas oscilaciones y súbitos gritos, al anímicamente inhibido por sus bloqueos y su crispación. Junto a estos fenómenos de la expresión, perceptibles de un modo inme­ diato en el trato con los demás, hay ciertas exteriorizaciones que se han hecho objetivables, que se han desprendido del portador personal, pero que no dejan de poseer un aspecto interpretable psicológicamente. Las llamamos expresión mediata o configuraciones objetivadas. Entie ellos se incluye el estilo de la escritura que permite descifrar los movimientos vivientes de

la mano en el acto de escribir y a cuya interpretación se consagra la Grafo­ logia 62. Por otra parte, toda clase de producciones, tanto si se trata de una composición escrita como del dibujo de un escolar o de los bienes culturales conservados en la tradición histórica: pintura, plástica, arquitectura, arte poética y música, cosmovisióri, religión, formas de Estado y de comuni­ dad, etc. Entre las manifestaciones mediatas de expresión destacamos las configuraciones objetivadas, porque no sólo se refieren al sujera de la vida anímica, sino que suponen un sentido objetivo supraindividual. Han de ser comprendidas como realidades autónomas de naturáleza suprapersonal. Su interpretación psicológica viene a ser su segundo semblante que se trasluce tras los contenidos objetivos de sentido. Así, por ejemplo, nos cuenta L u d w ig R ic h t e r , en sus Memorias, que «encontrándose en Tivoli en su juventud con otros tres camaradas, se propusieron pintar un sector del paisaje con el firme propósito de no separarse ,ni un ápice de la naturaleza que tenían delante. Y si bien el modelo era el mismo para todos y a pesar de que cada uno se había aplicado a la simple reproducción de lo que veían sus ojos, resultaron, sin embargo, cuatro cuadros completamente diferentes, tan distintos entre sí como la personalidad de los cuatro pintores. De lo cual dedujo R ichtjbr que no existe una visión objetiva, que formas y colores fue­ ron captados según el temperamento de cada cual». Fue D i l t h e y quien bajo el título de hermenéutica elevó la interpretación de las configuraciones objetivadas a la categoría de método de la comprensión histórico-espiritual o históncomitural. Con esto queda expuesto lo esencial-sobre los fenómenos de expresión ccmo método importante especialmente para la heteroobservación. No hay que decir que la heteroobservación debe ser empleada con par­ ticular cautela metódica, pues la vida anímica de los demás nunca se nos descubre con la misma claridad que la propia. Se requiere un cierto aptendizaje y experiencia, así como una especial capacidad de reflexión crítica para interpretar justamente las formas de comportamiento y de expresión de los demás seres vivos a partir de lo que se nos hace perceptible a través de exteriorizaciones anímicas. Esto es válido especialmente para la averiguación de la vida anímica del animal y del niño, en los que Carecemos de un control de la autoexperiencia y de la autoobservación y en donde existe siempre el peligro de una interpretación precipitada y falseadá por equiparación con la propia forma de vivencia.' Los behavioristas americanos, en vista de este peligro, de proyectar la propia vida anímica en la de los demás seres, fueron a parar a la conse­ cuencia radical de limitarse a la observación del comportamiento externo en determinadas situaciones. Rehusaron sentar cualquier afirmación sobre

la vida anímica interna. Ló único que aceptan como real y dado en la expe* tienda es el comportamiento en sus múltiples variantes. Consideran en cambio inadmisible científicamente hablar de alma, vivencias, conciencia. En la actualidad, esta forma de behavorismo radical está ya tan superada que resulta superfluo polemizar contra ella (pág. 40).

B.

OBSERVACIÓN OCASIONAL Y EXPERIMENTO

Tanto la autoobservación como la heteroobservarión pueden llevarse a cabo de dos maneras : como observación ocasional y como experimento.

Observación ocasional, — Hablamos de observación ocasional cuando depende del azar o de las vicisitudes el que aparezcan determinados pro­ cesos y estados anímicos y se hagan abordables a la observación. Esto es válido tanto para la auto comò para la heteroobservarión. Lo que un hombre vive en la angustia de la muerte y cómo se comporta, esto lo experimentamos en nosotros o en los demás, tan sólo en los raros casos en que el destino nos pone en peligro de muerte. Lo mismo podríamos decir refiriéndonos a un cúmulo de, experiencias ; así, pata el gran amor y para la pasión que no pueden provocarse voluntariamente, sino que se nos deparan en el momento fijado por el hado. Y si recordamos las diferencias entre las vivencias en la guerra, en el frente, y en nuestros hogares, nos daremos cuenta de una serie de experiencias psicológicas en nosotros y en los demás que pertenecen al dominio de la observación ocasional. Pero no hay que recurrir a estos casos dramáticos de la experiencia anímica para poner de relieve el concepto de la observación ocasional. En­ cuentra una amplia aplicación en la psicología dd niño. Se abandona a éste a sí mismo y se registra todo lo que se pueda apreciai en exterioiizacioneis anímicas y formas de comportamiento en el. curso del día. Estas observacio­ nes de las manifestaciones vítales espontáneas del niño aparecen en la litera­ tura en forma de «diario del niño» que elaboran padres, educadores y maes­ tras de los jardines de infancia. El experimento. — Pero también pueden provocarse procesos y estádos anímicos mediante la creación consciente de una situación. Entonces el pro­ ceder científico adopta la forma del experimento. La ciencia en cuyo dominio el experimento tiene su aplicación primordial y más eficaz es la Física. Se originó del hecho de que los. diferentes procesos del mundo corporal 'fueron obsevados por azar y ocasionalmente. Así, el investigador italiano G alvani determinó la contracción de un músculo de. rana que colgaba de un garfio

de latón cuando se le tocaba con un metal Esta observación, puramente casual, se convirtió en el punto de partida de ensayos sistemáticos que condujeron al descubrimiento de la pila de Volta. Lo mismo ocurrió en el origen de diversos descubrimientos fisicoquímicas. Se encontró, sin pretenderlo, que una constelación de circunstancias desencadenaban un proceso determinado y permitían su observación. Este campo inicial de observación pudo ampliarse mediante la expe­ rimentación. Ésta consiste en una observación incrementada y perfeccionada y metódicamente preparada, en la cual la aparición del fenómeno que se desea investigar no queda abandonada al curso natural de los hechos. Caracteriza precisamente al experimento crear, siguiendo un plan conscientemente pre­ parado, las condiciones de un proceso, que debe ser observado en su mani» festación y en su cuno. Como dice K an t , en el experimento aprendemos de la Naturaleza, pero no en la actitud de discípulos a los que el profesor puede hacerles toda clase de preguntas, sino en la actitud de un juez que obliga a los testigos á contestar las preguntas que les hace **. El experimento tiene por tanto la ventaja sobre la mera observación ocasional de permitir la repetición, tan frecuente como convenga, dd proceso que se investiga, des­ cubriendo así las leyes a que se halla sometido. Además, en el experimento resulta posible modificar las condiciones del proceso añadiendo nuevos facto­ res. Estás condiciones, creadas deliberadamente, permiten d descubrimiento de nuevas rdadones. La forma y extensión de las aplicaciones dd experimento son diversas én la Física y en la Psicología. Una primera diferencia estriba en que la experimentación física recurre siempre a mediciones cuantitativas (tiempos, longitudes, fuerzas). Así, unos miligramos de diferencia de peso en distintas determinaciones del nitrógeno, dieron lugar át"descubrimiento de nuevos elementos químicos. En la Psicología, en càmbio, la medición no es un demento indispensable del experimento. Y a desde un punto de vista general, puede afirmarse que la esfera anímica es poco propicia para las mediciones debido a que la multiformidad de fenómenos anímicos no tiene su origen en diferencias cuantitativas sino cualitativas. Así no tardó en comprobarse lo erróneo del ensayo de F e c Hn e r de concebir la Psicología como una dencia susceptible de ser basada en mediciones rigurosas. Lo mismo ocurrió con- la Psicología de HERBART, que, a partir de la representación tomada como de­ mento básico, pretendía explicar la totalidad dd mundo vivendal; conside­ raba las representaciones como magnitudes físicas cuantitativamente determinables y que se diferenciarían entre sí en forma análoga a como lo hacen los demenros de la química por su peso atómico. La psicología abandonó rápidamente estos intentos erróneos de ¿educción cuantitativa, retornando a la noción de que la realidad vivencial es un dominio de diferencias cualita-

tivas. A consecuencia de esto la experimentación psicológica tiche que con­ tentarse las más de las veces con observaciones paramente, cualitativas. Así se provoca experimentalmente una hipnosis para observar cómo se conduce la persona de ensayo durante y después de la misma. En cuanto al campo de aplicación del experimento, la experiencia de­ muestra que en la Psicología es considerablemente menor que en la Física. Mientras que ésta, como también la Química, puede decirse que viven del experimento, en la esfera, de la Psicología sólo un sector es accesible a la experimentación. Condiciones relativamente favorables se dan en el campo de las sensaciones, percepciones y memoria, al cual se ha aplicado con éxito el método experimental. También procesos anímicos superiores han resultado, en cierta medida, accesibles al experimento. Así la Psicología experimental del pensamiento de la Escuela de 'Wurzburgo ha aportado datos importantes, singularmente sobre el proceso de formación de los conceptos. También la Psicología experimental de la voluntad que partió de A c h esclareció nota­ blemente la estructura y. peculiaridad del proceso volitivo. La aplicación del experimento se hace más problemática cuando se trata de procesos aní­ micos mis complejos y pertenecientes al sector central de la vivencia. En cambio las investigaciones de G ir g en sh o n sobre las vivencias religiosas, ampliadas y continuadas por W e r n e r G ru h en sobre las de los valores en general, se resienten, a pesar del interés de los hallazgos, de la artificiosidad de la situación experimental65. En todo caso es indiscutible que el experimento psicológico ha condu­ cido y seguirá conduciendo a valiosos resultados. Por orra parte, todo el que posee un conocimiento profundo de la naturaleza humana y de la peculiaridad de lo anímico, sabe que sólo un sector reducido de procesos anímicos puede ser provocado experimentalmente en el laboratorio y que la aplicabilidad del experimento va disminuyendo en la medida en que nos alejamos de la periferia para penetrar en las regiones centrales y profundas dé la vivçncia. Para provocar un sentimiento de odio o de amor, un acto de resolución irre­ vocable, una actitud valerosa o cualquier manifestación auténtica que emane de una profundidad anímica no basta la situación experimental del laborato­ rio, sino que se requiere la situación existential de la vida. El método experi­ mental nos deja en la estacada precisamente cuando intentamos aproximar­ nos a las capas más profundas de la vida anímica. La desconfianza, que ante la Psicología, todavía hoy no es, en modo alguno, excepcional, está plena­ mente justificada ante el optimismo metodológico unilateral de una Psico­ logía de laboratorio, orientada en un sentido científico-natura!, que se creía en condiciones de captar la realidad anímica exclusivamente por el camino de la experimentación. Desde que W un dt en su «Psicología de los pueblos» se apartó de esta orientación unilateral., el desarrollo de la Psicología ha

avanzado más allá de sus ’primeros límites concediendo igualdad de derechos a la experiencia clínica y a k observación de las situaciones vítales que provoca el destino y a los métodos de laboratorio. Con ello queda el camino abierto para que ingrese en la Psicología el saber psicológico que d poeta alcanza como observador e intérprete de la naturaleza humana, aun cuando este saber no se haya obtenido a base de mediciones y de experimentación. H er d e r dijo en una ocasión que creía «que H o m e r o , y S ó f o c l e s , D an te y S h a k e sp e a r e y K l o p s t o c k habían aportado a la Psicología mayores conocimientos que loe A r i s t ó t e l e s y los L e ib n it z de todas las épocas y tiempos». Aun cuando esta afirmación resulta unilateral y exagerada^ está justificada en cuanto la Psicología no puede renunciar al,saber psicológico de los poetas, en los que encuentra valiosas enseñanzas. Quien vea en esta actitud un abandono de la conciencia metodológica y de la disciplina cien­ tífica no se ha dado cuenta de que la realidad anímica no puede ser com­ prendida sólo en la mesa de experimentación, sino que, en muchos casos, sólo responde a preguntas que únicamente la vida puede formular. Muchas veces son. las situaciones límites de la vida, las crisis y loe golpes, del destino, los que hacen aparecer el núcleo auténtico del alma de un hombre6®.

C.

m é to d o c i e n t í f i c o

n a tu r a l y c ie n t íf ic o e s p ir itu a l

El problema de las posibilidades del experimento se relaciona estrecha­ mente con la discusión acerca de si la Psicología pertenece a las Ciencias naturales o a las Ciencias del. espíritu. Este problema ingresó en la con­ ciencia metodológica de la Psicología a fines del siglo pasado, gracias al opúsculo de W. D il t h e y «Ideas sobre una Psicología analítica y descriptiva». Posteriormente, S p r ANGER, en su libro «Formas de vida», estableció una sepa­ ración radical entre ambos tipos de Psicología. El estímulo para este planteamiento del problema lo dio el hecho de que la Psicología científica procedente del siglo x ix se inspiraba, como ya lo hemos dicho, en loe métodos de las ciencias naturales exactas. Tres son los puntos básicos de una investigación científica natural que hacen proble­ mática la transferencia de sus procedimientos a la vida anímica. 1° La re­ ducción de la realidad a sus elementos integrantes más sencillos y a leyes básicas de su combinación y configuración. 2.° La determinación mensurativa y numérica de los procesos y estados, es decir, la reducción de to cualitati­ vo a relaciones cuantitativas; y 3.° La aplicación general y exclusiva del principio explicativo mecánico-causal. Respecto a la descomposición de la vida anímica en elementos por ana­ logía con el modelo científico natural del átomo, уз se expuso que es opuesta

al carácter integrativo y global de la vida anímica, O sea que la transferencia del pinto de vista atomizante de la física no puede adaptarse a la peculia­ ridad de la vivencia. Tampoco es válida, según demuestran el fracaso de los ensayos de H e r b a r t y de F e CHNBR, la aplicación del procedimiento cuantita­ tivo de medición de magnitudes que caracteriza y sirve de fundamento л las ciencias naturales. Por ultimo, en lo que se refiere a transferir a los procesos anímicos el procedimiento mecánico causal característico de la física* suscita objeciones decisivas por la razón de que las'condiciones de producción de los fenó­ menos y la relación entre ellos es fundamentalmente distinta en la física y én la psicología. Si depositamos en un crisol un fragmento dé plomo y le aplicamos una llama, realizamos la experiencia de que el plomo se funde. Establecemos una relación de causa a efecto entre el calor de la llama y la fusión dd plomo. Pero en modo alguno descubrimos una necesidad interna en virtud de la cual el calor de la llama tenga que ptoducir como conse­ cuencia precisamente la fusión del plomo. Si bien es cierto que, según nos mostró KANT, la estructura de nuestra razón nos obliga a pensar el mundo de los fenómenos según lá relación de causa a efecto, y, por tanto, es úna necesidad ineludible de nuestra facultad de pensar la de exigir que la fusión del plomo obedezca a una causa ; el hecho de que la aplicación de la llama determine precisamente este particular efecto de, la fusión del plomo, lo sabemos únicamente porque nos lo atestigua la experiencia. Pero esto no implica que seamos conscientes de una necesidad interna de esta relación. De un modo muy distinto nos es dada la conexión que actúa en lo anímico. Así, cuando un hombre ha experimentado algo terrible en algún lugar y siente el impulso, al que a la postre acaba por ceder, de abandonarlo, la relación entre ambos fenómenos nos es dada de un modo muy distinto a la relación expuesta en el ejemplo ya citado o el que une la. percusión de una campana y el sonido que la sucede. En el primer caso no nos limi­ tamos a registrar que un fenómeno-sucede en forma puramente externa a otro, sino que nos damos cuenta de una conexión dinámica, de una nece­ sidad interna, en virtud de la cual el abandono del lugat surge de la-vivencia terrorífica. Esta vivencia es comparable a una semilla en el alma de la que se engendra el deseo de abandonar, aquella situación¡ Estas imágenes de un surgir y. de un engendrar no pueden aplicarse a ios ejemplos citados del plomo calentado o de la campana percutida. l a forma en que nos es dada esta conexión entre fenómenos es del tipo de una sucesión externa como el de las perlas enhebradas. En cambio la conexión actuante que se da en lo anímico se nos aparece bajo la imagen de un surgir lo urio dé lo otro en la que va implícita la idea de un centro dotado de actividad. En la esfera de la expetienria física la conexión de

los efectos tiene una estructura lineal: en cambio, en la esfeta anímica es cíclica. También podemos expresar esta diferencia diciendo que en un caso captamos esta relación desde fuera y en otro desde dentro. Formulado en una terminología más rigurosa podemos decir: que en la esfera de las Ciencias Naturales mensurativas operamos con relaciones cmsdes, mientras que en la de lo anímico hallamos relaciones■motivacionales. D il t h e y ha ex­ presado esta diferencia con la frase: «explicamos la Naturaleza, comprende­ mos lo anímico». En virtud de estas relaciones motivacionales comprendemos que el sentimiento de la propia insuficiencia puede engendrar los impulsos del resentimiento, es decir, dar lugar a la tendencia a rebajar o negar aquellos valores en los que no se puede participar. También entendemos, según una conexión motivacional, que hombres que de niños han sido muy criticados y corregidos y que, por tanto, estaban acostumbrados a verse considerados inferiores en el juicio de los demás, a lo que podía añadirse la convivencia con hermanos más dotados y egoístas, en fases posteriores han de luchar con sentimientos de insuficiencia y temor en la lucha por la vida. La tesis de que las relaciones anímicas en su' surgir y producirse unas de otras son aprehendidas desde el interior y en forma inmediata, no queda limitada en su vigencia por el hecho de que, en ocasiones, la relación moti­ vacional no aparezca en modo alguno en la conciencia, en. la que no obstante es efectivamente operante. Corresponde a N ie t z s c h b el, extraordinario mé­ rito de haber descubierto estas conexiones motivacionales inconscientes, lo cual dio lugar a que se aplicara a su investigación psicológica el calificativo poco feliz de «Psicología desenmascarante». El hecho.de que la vida anímica transcurra, par lo menos ampliamente, en forma de nexos motivacionales, evidencia que el método mecánico-causal de las ciencias naturales resulta inadecuado para la realidad anímica por lo menos en términos generales! Ahora bien, no son sólo las relaciones de motivatión las que prohíben esta transferencia de los métodos de las ciencias naturales. La vida anímica no sólo está impregnada de relaciones de motivación, sino también de rela­ ciones de sentido. Éstas tienen su fundamento en la estructura ideológica de la vida anímica, en su ordenación y referencia a un fin a realizar. Las rela­ ciones de sentido son aquellas que derivan ds la inclusión de un proceso parcial biológico o psicológico en el seno de. un todo apuntando a la con­ servación, configuración y desarrollo del individuo, sin que esta finalidád aparezca en la vivencia inmediata como ocurre en las relaciones de motiva­ ción. Algunos ejemplos aclararán lo que debe entenderse como relaciones de sentido. La experiencia demuestra que las sensaciones desencadenadas por estímulos objetivos no figuran en la percepción como elementos equi­ valentes yuxtapuestos como en un mosaico, sino que se fusionan en unidades

configuradas de tal modo que se produce una estructuración del campo per1 ceptivo en figura y fendo. En el caso de que, como veremos más adelante, esta transformación de cierros conjuntos de estímulos en unidades percep­ tivas configuradas la atribuyamos ai;hecho de que en los apetitos y tendencias que participan en el proceso de la percepción se contienen imágenes preconscientes de lo buscado e inquirido, que luego hallan su contrafigura con­ creta en las imágenes del campo sensorial, lo que hemos hecho ha sido reducir la percepción gestáltica a una conexión de sentido. Esra conexión de sentido no aparece en la vivencia, pero no obstante actúa en lo anímico. Así también K. GROSS 67 asigna al juego infantil el sentido de repre­ sentar una preparación para formas de comportamiento finalistas ulteriores mientras que el motivo actuante 'en îa vivencia inmediata del niño es lo que K arl B u h l e r califica como placer de función. Las conexiones de sen­ tido rebasan, por tanto, las motivacionales, pero tanto unas como otras son radicalmente distintas de las relaciones causales, que son las únicas que manejan las Ciencias Naturales mensurativas. En-la frase que D il t h e y formuló en su polémica contra la Psicología cienr/íiconatural,: «Explicamos la naturaleza, comprendemos la vida aními­ ca», el término (reemprender» r>e refiere al descubrimiento de relaciones de motivo y de sentido. La experiencia demuestra, sin embargo, que no todos los procesos aní­ micos resultan comprensibles utilizando como hilo conductor las conexiones de motivación y de sentido. Como ejemplo podemos citar la llamada (timagen sucesiva negativa». Si durante algunos minutes se contempla una super­ ficie cuadrada encarnada sobre un fondo gris y luego se retira aquélla de­ jando la mirada fija sobre el fondo gris, en el contorno que antes ocupaba el rojo aparece ahora el color verde. Para explicar este fenómeno se suele recurrir a la teoría psicológica de los colores de H ep.ing , que supone que en la retina existen tres substancias sensibles al color: una encarnada-verde, etra azul-amarilla y otra negra-blanca. La teoría admite que la sensación de tojo à la que se refiere nuestro ejemplo depende de una desintegración fisiológica de la sustancia rojo-verde ocasionada por la estimulación objetiva y que en cuanto el estímulo deja dé actuar tiene lugar un proceso de recons­ trucción én el que se restablece el equilibrio y que es experimentado subje­ tivamente como- sensación de verde. Este ejemplo muestra que Jas condi­ ciones de producción de estados vivenciales no sólo pueden depender de relaciones inttapsíquicas, sino también de procesos corporales. Puede, por tanfo, demostrarse uña relación de dependencia entre Ja realidad materialcorpórea y la anímica. En todos estos casos en los cuales, estímulos proce­ dentes del mundo externo material, a través de los órganos periféricos de nuestros sentidos, se convierten en contenidos de la vivencia, hablamos de

«relaciones psicofísicas». Pero también existen relaciones entre determi­ nados contenidos de nuestra experiencia anímica y aquellos procesos que se verifican en los órganos centrales del organismo. Así sabemos que existen relaciones de dependencia no sólo entre las funciones de la corteza cerebral y ciertas funciones anímicas—’inteligencia, memoria, etc.— , sino también éntre el tronco cerebral y la afectividad; sabemos asimismo que las fun­ ciones de las glándulas endocrinas, estrechamente conectadas con el sistema nervioso vegetativo, ejercen su influjo sobre el conjunto de la personalidad. Estas relaciones entre procesos y estados de nuestro propio organismo y los de nuestra vivencia las designamos comò «psicosomáticas». Más adelante expondremos que no pueden ser interpretadas en un sentido mecánico causal según la analogía con los procesos físicos. Mas por lo que se refiere a la cuestión de si la Psicología es Ciencia del Espíritu'p Ciencia de la Naturaleza, la imposibilidad de negar las rela­ ciones psicofísicas y psicosomáticas impide concebir la Psicología como per­ teneciendo exclusivamente a las Ciencias del espíritu. Una paite de los hechos que estudia penetra en la esfera de las Ciencias Naturales, sobre todo de la Fisiología y Biología, sin olvidar en modo, alguno que en estas Ciencias de la Naturaleza viviente resultan insuficientes las categorías y formas de pen­ samiento de la Física, El hecho de que pueda plantearse la cuestión metodológica de si la Psicología pertenece a las Ciencias de la naturaleza o a las del espíritu, es una prueba de que ocupa una posición dave entre unas y otras y que, en último término, está basada en la unidad cuerpo-alma. SÍ la Psicología quiere abarcar la esfera de la vivencia en todas direcciones, tiene que atender tanto a las conexiones psicofísicas y psicosomáticas como a las de motivación y de sentido, con lo cual la alternativa Ciencia natural-Ciencia del espíritu, pierde sentido. En el entrecruzamiento de las conexiones psicofísicas y psi­ cosomáticas, la esfera de la Psicología rebasa las Ciencias naturales, en el de las conexiones de motivación y de sentido perrenece a las Ciencias del espíritu. No se trata de decidirse unilateralmente o por una psicología como ciencia' del espíritu, o por una psicología como ciencia natural. La experiencia psicológica nos obliga a ser conscientes de la necesidad de tener en cuenta tanto el punto de vista de las ciencias naturales como de las ciencias del espíritu, una necesidad que radica en el entrecruzamiento de las conexiones psicofísicas, psicosomáticas, motivacionales y de sentido. Una psicología exclusivamente como ciencia del espíritu sólo sería capaz de aclarar una parcela de las experiencias anímicas; lo mismo cabe decir de una psicología entendida meramente como ciencia natural, que intenra hacer comprensible todo lo anímico a base tan sólo de los procesos físicos, con lo que se cierra el paso para las relaciones de sentido y motivación.

Digamos todavía unas palabras sobre la importancia de la psicología científica. La Psicología carecería de justificación si procediera solamente de una curiosidad intelectual o del m iaño placer de bucear analíticamente en la vida anímica propia y en la extraña. Sólo adquiere su plena razón de ser al ponerse al servicio de Ja vida, de su configuración y de la reali­ zación de su sentido. Y ello tanto por lo que se refiere a la vida del individuo como de la comunidad. Cuando se inspira , en este designio de seriedad y responsabilidad adquiere en seguida una importancia práctica inmediata. Si son variadas las manifestaciones de la vida social, profesional, pública y privada, lo son en la misma medida las formas en que la psicología demuestra su importancia. Hechos y conexiones psicológicos impregnan el círculo de experiencias cotidianas, la convivencia humana en las organizaciones de la sociedad y de las formas de comunidad : familia, pueblo y estado. Incumben al médico, al director de almas, al educador, al político y a] juez en las esferas particulares de sus profesiones 'respectivas. Hay que reconocer que en los citados sectores se practica empíricamente una forma del conocimiento del hombre que es por completo de naturaleza precientífica. Piénsese en aquel don de gentes de que disponen los políticos, diplomáticos y hombres de negocios, o en la clarividencia que a menudo en­ contramos en el sacerdote, el médico y el educador. Aun cuando en estos casos hallamos con frecuencia muestras de comprensión profunda de los fenómenos y relaciones anímicas, se diferencia aquel «conocimiento práctico del hombre» ( J a s p e r s ), de la psicología científica, en una doble directriz. El conocimiento práctico del alma, que se acredita y ejerce en el trato con los hombres, no necesita hacerse constantemente consciente al que lo posee con la claridad conceptual y precisión verbal que reclama el conocimiento científico. Aquel conocimiento práctico obra más bien como intuición instintiva inconsciente. Y en el caso de que estas intuiciones se hagan conscientes y precisas, esto acontece casi siempre en forma de aforismos incidentales, sin

la pretensión de dai un conjuntó abarcable y coherente de conocimientos, es decir, sin el propósito que persigue la psicología como ciencia. La diferencia entre conocimiento práctico del hombre y ciencia no ha de comprenderse en el sentido de un antagonismo. «Entre una y otra no existen limites definitivos ; más bien podríamos decir que las fronteras de la ciencia avanzan cada vez más a expensas de las del conocimiento intuitivo. Éste, empero, nunca queda eliminado, sino que gana incluso nuevos territo­ rios. Sin embargo, allí donde la ciencia es viable, la preferimos siempre. El arre de conocer instintivo, personal — que naturalmente yerra a menu­ do— , lo desaprobaremos, cuando lo mismo puede saberse científicamen­ te» ís. De ningún modo queremos significar que aquel conocimiento práctico del hombre sea superfluo. AI contrario, la experiencia enseña que una apli­ cación de la psicología a la vida, aun contando con un amplio conocimiento de los métodos científicos y de Jos resultados de la investigación, conduce al fracaso cuando carece de la base de aquel conocimiento intuitivo, conte­ nido ya en las formas precientíficas dd conocimiento práctico del hombre y del don de gentes, y que encuentra en la psicología científica su comple­ mento y esclarecimiento metódico y sistemático.

Pa r t e

general

LA T E C T Ó N IC A DE LA P E R S O N A

En el curso de nuestra exposición de la estructura de la persona he­ mos diferenciado tres capas: la del fondo vital, la del fondo endotímico y la de la estructura superior de la persona. Debemos ahora estudiar la relación entre estas diversas capas. Ya indicamos entonces (pág. 77) que la peculiaridad del principio de la estructuración estriba en que las diversas capas diferenciables descan­ san una sobre otra, hallándose la superior siempre apoyadá sobre la in­ mediata inferior. Aun cuando es evidente la analogía con la estratificación geológica, en rigor esta comparación es en absoluto insuficiente y, en cierto sentido, incluso desorientado».

La integración de los estratos. — Es erróneo admitir que la. estructura superior de la persona queda simplemente superpuesta al fondo endotí­ mico, y que este último quedaría intacto si la primera pudiera suprimirse. Lo mismo puede decirse de la relación entre el fondo endotímico y el fondo vital. Los estratos que hemos diferenciado al hablar de la estructura de la personaron capas independientes, como las geológicas, que se hallan sim­ plemente supuerpuestas ; antes bien su conjunto representa una totalidad integrativa cuyas partes se condicionan y compenetran mutuamente. Si no existiera la estructura superior de la persona, que se manifiesta a través del pensamiento y de la voluntad centrada en el núcleo del «yo», tampoco existirían las tendencias endotímicas, ni las relaciones afectivas del yo in­ dividual, ni el egoísmo ni el afán de notoriedad, ni la tendencia a la autoestimación, ni el conjunto de reacciones y estados afectivos que les acom­ pañan, N i tampoco existirían las tendencias y vivencias afectivas de la transitividad, puesto que todo ello presupone la convivencia de la diferen­ ciación entre el «Yo» y el «nò Yo»; No obstante, todas estas vivencias pertenecen al fondo endotímico; tienen tm carácter pático-ajeno al Yo, y requieren una ordenación y orientación que sean realizadas por el pen-

una primera estructuración en capas de la vida anímica, aún si bien continúa siendo siempre una estructuración unilateral. Un segundo impulso para el desarrollo de una teoría de las capas en lo. anímico resultó de, la moderna investigación çerebraL Ya en el siglo pasado se sabía que la corteza cerebral se halla en conexión con los procesos de la percepción, con las funciones del lenguaje, de la inteligencia, de la memoria y de las acciones finalistas. Todos estos son procesos que sirven a la orientación del individuo en el mundo. Más tarde se llegó a saber qué. existe una conexión entre los procesos más íntimos de la afectividad, de los instintos y de la vida afectiva y el tronco cerebral, embriológicamente más antiguo. Así ha llegado la moderna investigación del cerebro a la dife­ renciación de una persona cortical y una persona profunda. Al hablar de la persona cortical nos referimos a las conexiones que existen entre la estrucmra y los procesos cerebrales y los rendimientos anímicos de la orientación en el mundo : ' el pensamiento, el lenguaje y la memoria. A diferencia de esta persona cortical, la persona profunda está regida por el tronco cerebral, que se halla por debajo de la corteza. las manifestaciones vitales, de la persona profunda son, como ya hemos dicho, sobre todo las pulsiones y los instintos, los sentimientos y las emociones. También con 1¿ teofía estruc­ tural fisiológioo-cerebral se dio a lá Psicología un nuevo estímulo para considerar a la vida anímica desde el punte de vista de una estructura en capas. Esta recibió finalmente un tercer impulso de la Ontologia filosófica, es decir, de la doctrina de la estructura de la realidad, según fue desarro­ llada por N ic o l a i H artmann . D os de sus conceptos fundamentales han sido muy fecundos para la Psicología. El uno es la tesis de que la estructuración en capas es una ley constante dé la realidad. El otro es la afirmación de que en esa estructuración la capa superior se apoya sobre la inmediatamente inferior y es sustentada por ésta, pen^ esencialmente, cada una representan algo particular y poseen su propia peculiaridad y sus leyes propias. «Esta relación de superposición es una dependencia óntica, de la cual no encorr tramos en el mundo ninguna excepción. N o afecta para nada la autonomía de los1estratos más altos, pero nos enseña de un modo inequívoco que esta autonomía no ha de ser entendida como una total emancipación» *®, N o se puede determinar en qué medida ;4os estímttloe citados han contribuido consciente o inconscientemente a la concepción de las capas anímicas. La idea de la estratificación de la vida psíquica, independiente de su aplicación filosófico-ontológica, ha penetrado cada vez más en la psicología contemporánea; a ello ha contribuido no poco el influjo de las observacio­ nes de la psicología evolutiva70. Su desarrollo puede seguirse, desde los primeros esbozos de E. E. J a en sch , que habla de estratos profundos, medios

y superiores de lo anímico ” , E. B r a u n ” , F. GROSSAUT, y otros78 hasta una explícita teoría de los estratos proclamada por primera vez por H. F. HOFF­ MANN 74 y luego — independientemente de éste por E R o t h a c k b r 75. Gra­ das a la contraposición de «instinto 7 voluntad», «pensamiento emocional y razón®, «espontaneidad y reflexión», «sentimientos y deber», obtiene H o ffm a n n diferentes aspectos que utiliza para desarrollar las ideas de una triple estratificación en la personalidad. Como estrato más profundo' sitúa los instintos vitales que sirven a la satisfacción de las necesidades más elementales ; en un estrato superior coloca los sentimientos y las tendencias, y, en el estrato más alto, el espíritu «que no puede subsistir sin las capas más profundas, pero que vela sobre ellas como guarda severo y se esfuerza en compensar sus defectos. Se halla unido a las capas profundas 7, sin em­ bargo, es relativamente libre frente' a ellas. Es el estrato de la volición cons­ ciente, del pensamiento racional, del autodominio y del cumplimiento consciente del deber». El mismo H o ffm a n n hace notar la afinidad de esta clasificación con la diferenciación que hace P l a t ó n entre los cargados de deseos (lir( 3u¡jn]T(rÓ4) los denodados (SujjLoetïéç) 7 los espirituales — con­ dicionados biológicamente vg^tiV.ív). También Н. N o h l 7e, re­ firiéndose explícitamente a la fundamental «concepción genial» de PLATÓN, desarrolla la idea de la organización estratiforme del alma. Elaborada del modo más amplio y llena de nuevas sugestiones estudia R o t h a c k b r la orga­ nización estratiforme. Su concepción básica es la distinción entre persona profunda (o estrato del Ello) 7 estrato personal. La persona profunda, a su vez, se subdivide eri tres capas que comprenden la «vida» en el hombre (en el sentido de los procesos biológico-vegetativos), lo «animal» en el hombre (instintos animales 7 emociones instintivas) y el estrato emocional exclusivamente humano, el estrato del alma de K l a g e s . El estrato personal que se organiza con la ayuda de la función del Yo es idéntico a lo que en este libro se estudia como «supra-estructura personal». Recientemente, R. THIELE 77 ha intentado reducir a una imagen convergente las clasifica­ ciones por estratos de los diferentes autores que en ningún modo coinciden exactamente; distingue un estrato somatopsíquico (vital), otro timopsíquico que incluye «la vida emocional y sentimental y las tendencias correspon­ dientes» y un estrato «poiopsíquico». Este último es «el reino de la voluntad que manifiesta su poder tanto en los actos volitivos como en el pensamiento y en la acción»7S. Si hemos de incluir en nuestra doctrina la idea de la estructura en capas de la vida anímica, habremos de señalar de antemano una advertencia fun­ damental. Cuando se oye hablar de una estructura en capas de la vida anímica se piensa involuntariamente, y con razón, en la imagen de las capas geoló­ gicas b sea que la idea de las capas contiene una imagen espacial, Pero

sabemos que el mundo anímico interno no tiene extensión espacial. Preci­ samente DESCARTES ha distinguido el mundo externo con extensión espacial dpi mundo de nuestra conciencia que no posee espacio ni extensión y ha edificado sobie ello su diferenciación metafísica de las dos sustancias, la res cogitons y la res extensa. La idea de la estructura en capas de lo anímico, es, pues, sólo una representación científica, una ayuda a la que nos vemos obligados. Pues todo nuestro pensamiento conceptual, con cuya ayuda dis­ tinguimos y ordenamos el mundo de nuestra experiencia, se halla orientado en el esquema del espacio. Hablamos de la amplitud y del contenido de un concepto,; decimos que un concepto incluye o excluye a otro. Tampoco podemos proceder de otro modo en la Psicología científica. No podemos evitar el pensar en analogías con relaciones espaciales. Y así está justificado utilizar la imagen del espacio al hablar de la estructura en capas de la vida anímica si tenemos presente que sólo Se trata de una imagen, de un modo de ■entendernos, y si nos damos cuenta de los límites de esa imagen. Estos límites se hallan en el hecho de que en la vida anímica todo se halla en conexión y entrelazamiento recíprocos. Y así, las capas de la vida anímica de las que aquí hablaremos no se hallan separadas como los estratos geológicos, sino que — con toda su diferenciación conceptual — se entrelazan unas con otras.

Bosquejo de la exposición .— Siguiendo las nociones del principio de la estructura en capas podemos dar ahora un bosquejo previo del orden siste­ mático en que aparecerán en este libro los hechos fundamentales de la vida anímica humana. Como hemos dicho, esta exposición ha de tener en cuenta la doble totalidad de la vida anímica humana, por un lado su entre­ lazamiento comunicativo con el mundo y por otra, la estructura interna de sus diferentes procesos, contenidos y estados. Por motivos fácilmente com­ prensibles la exposición ha de empezar por el punto de vista de la estruc­ tura vertical para extenderse luego hacia la capa horizontal del círculo fun­ cional anímico. En la cuestión de la estructura vertical de la vivencia debemos partir de la siguiente reflexión previa : Cuando contemplamos la multiplicidad de lo que sucede anímicamente en nosotros se pone de relieve en primer lugar un grupo especial de vivencias que se hallan en nuestra coflciencia y son puestas en marcha y dirigidas por su portador, nuestro Yo. A este grupo pertenecen nuestro esfuerzo por hallar una solución a un problema mate­ mático, o el recuerdo de algo que se halla almacenado en nuestra memoria, la concentración de nuestra atención en la observación de un proceso, o el cutso controlado de una acción que se halla dirigida a una finalidad deter­ minada. De este grupo de vivencias anímicas se separa otro que no es puesto

propiamente en marcha por el Yo, sino que proviene de una esfera más profunda. A él corresponden los procesos y estados anímicos que acostum­ bramos a llamar emociones, movimientos afectivos, sentimientos y estados de ánimo y también los deseos, los instintos y las tendencias. Todos ellos proceden de un plano anímico que se halla por debajo de la esfera de las iniciativas del Yo consciente. Nuestro Yo puede, en efecto, reprimir un senPensamiento y voluntad consciente

SUPRAESTRUCTURA PERSONAL

Mundo como lugar de percepción y comportamiento activo

Apetitos y tendencias i Vivencias afectivas ! F ondo Temples estacionarios ) —

F ondo

en d o t ím ic o

v it a l

F ig . 3

timiento, un instinto, un estado de ánimo, una emoción, рею no está en su poder el provocarlos. Hemos, pues, de reconocer la esfera en que se origi­ nan todas estas vivencias como una capa especial de la estructura de la vida anímica a la que designamos como fondo endotímico * (ñg. 3). Con la designación de fondo endotímico nos referimos, pues, a una. capa infe­ rior portadora de la ^ida anímica, una esfera de vivencias que proceden de una profundidad del ser anímico que se halla por debajo de nuestro Yo consciente. Si ahora relacionamos la idea de la estructura anímica vertical con ia del círculo funcional psíquico, se plantea la cuestión de qué miembros de * Del griego évSov = dentro, interior ; ©ti/iéç = en el sentido m is amplio, sensación, sentimiento, humor.

este círculo funcional pertenecen al fondo endotímico. Esta cuestión ya ha sido contestada antes : Son los estados de ánimo persistentes, las vivencias impulsivas (instintos y tendencias) y las vivencias estimulantes. Los estados de ánimo persistentes son, al mismo tiempo, lo fundamental del fondo en­ dotímico, las vivencias impulsivas y reaccionales provienen de su profun­ didad y se reflejan en ella. Pero al mismo tiempo, horizontalmente, se dirigen hacia el mundo y se desarrollan al contacto con él. Por eso aparece ante nosotros el mundo como el horizonte de la vivencia (fig. 3). Por la percepción y la orientación nos introducimos en aquella esfera exterior del mundo en la que se realiza la conducta activa. O sea que en nuestra exposición llegamos*- después de la explicación de las vivencias del fondo endotímico, a los otros miembros del círculo funcional anímico, sobre todo a la interiorización del mundo y a la conducta activa. Entonces veremos que en los sucesos de la percepción y de la conducta se hallan integradas las vivencias del fondo endotímico. Pero al mismo tiempo veremos que las formas de percepción del mundo y de la conducta no están determinadas en el hombre — a diferencia del animal—-exclusivamente por la acción de las tendencias y de las vivencias estimulantes, sino que en ellas actúan también los procesos del pensamiento y de la voluntad consciente (fig. 3). El pensamiento da a lo percibido en el mundo una ordenación, una comprensión del ser-así de las cosas y una visión de conjunto de sus relaciones; la voluntad decide en qué medida deben inñuir los procesos y estados endotímicos en nuestra conducta y acciones. O sea, que las vivencias endotímicas en la percepción del mundo y en la conducta activa son reestructuradas, reformadas, por los procesos del pensamiento y de la voluntad que,- evidentemente, constituyen una capa más elevada de la vida anímica a la cual llamamos supraestructura personal; se distingue fenómenológicamente de los procesos y estados del fondo endo­ tímico si consideramos en su estructura interna a la percepción del mundo y a la conducta activa como miembros del círculo funcional anímico. De este modo se ha logrado ligar el punto de vista de la ordenación del círculo funcional anímico con el de la estructura en capas y justificar así la doble totalidad de la vida anímica: su entrelazamiento horizontal con el mundo y su estructura interna edificada verticalmente. Pero el punto de vista de la estructura vertical debe ser ampliado. Hemos visto que la vida anímica es la vida que ha llegado al estado vigil de la vivencia. Si esto es así, también es cierto que toda vivencia descansa sobre una capa anterior que la soporta, es decir, sobre el fondo de lo inconsciente, o sea la de la vida que es muy anterior al estado vigli de la vivencia. A esta capa inferior, anterior a la vivencia en la estructura vertical de la persona humana, la llamamos el fondo vital. Si queremos explicar la vida anímica

en la totalidad de sus conexiones debemos comenzar la explicación con la consideración del fondo vital. Así, el punto de vista de la estructura vuelve pot sí mismo al comienzo de nuestra exposición para ligarse con el del círculo funcional anímico. Partiendo del fondo vital inconsciente descono­ cido pasaremos a estudiar los procesos, los contenidos 7 los estados anímicos en el entrelazamiento horizontal con el mundo, y, en su estructura vertical interna, iremos desde las vivencias del fondo endotímico a los procesos de la percepción del mundo y de la orientación en él así, como a los de la conducta activa, y distinguiremos en ellos la participación del fondo en­ dotímico y la de la supraestructura personal, la del pensamiento y la del querer. Este es, a grandes rasgos, el plan que seguiremos en nuestra exposición de la vida anímica que iniciamos seguidamente.

Comprendemos como fondo vital el conjunto tic estados y procesos orgá­ nicos que tienen lugar en nuestro cuerpo. No es, pues, una realidad psíquica sino — considerada ¿ínticamente —>una realidad pre-psíquica, antecesora de la vivencia. Pero sabemos que lo que llamamos «vivencia» tiene, en ciertos procesos del acontecer vital corporal las condiciones necesarias aún cuando no exclusivas, de su posibilidad.

A.

EL ACONTECER CORPORAL ORGÁNICO COMO CONDICIÓN PARA LA VIDA PSÍQUICA

Si seguimos el desarrollo histórico de la ciencia actual vemos que los procesos fisiológicos y la estructura morfológica del cerebro fueron prime­ ramente reconocidos como condiciones necesarias para el acontecer anímico. En su forma más general se aprecia esta relación en los fenómenos anímicos defectuales que acompañan a la parálisis general debida a las lesiones' des­ tructivas de la corteza cerebraL Los síntomas que repetidamente venimos observando consisten en una dificultad para la comprensión y orientación, así como en una perturbación de la memoria y de la capacidad crítica y razonadora. Avanzando más allá de este conocimiento global de una relación entre la corteza cerebral y las funciones anímicas superiores, la patología cerebral ha llegado a descubrir la subordinación de las funciones intelectuales dife­ renciadas a legiones específicas de la corteza. Sabemos que las alteraciones o lesiones de determinados centros de la corteza cerebral dan lugar a los fenómenos de déficit llamados afasia, agnosia, alexia y apraxia, o sea que ciertos rendimientos de la vida anímica se hallan ligados a la integridad funcional de determinados puntos de la corteza cerebral, A este grupo per­ tenecen también los rendimientos de los órganos de los sentidos, que nos

proporcionan la percepción del mundo exterior, así romo también los mo­ vimientos voluntarios que integran- la conducta activa. Se ha demostrádo que fallan cuando están lesionadas o destruidas ciertas regiones de la corteza cerebral. Mientras que en un principio, según los resultados obtenidos en las in­ vestigaciones de la fisiología cerebral, se pretendieron establecer las rela­ ciones psicosomáticas con la fórmula «corteza cerebral y alma»' últimamente se tiene también en cuenta al tronco cerebral como factor neurofisiológico esencial de los procesos anímicos. Mientras que los trastornos anímicos que dependen de lesiones de la corteza cerebral' se refieren sobre todo a la orientación en el mundo y a la conducta, los procesos centrales de la per­ sona, su vida instintiva y emocional se hallan, según se ha demostrado, en estrecha relación con d tronco cerebral. .Una experiencia relacionada con esto es, por ejemplo, lo observado en la encefalitis. Al declinar la inflama­ ción de los centros subcorticales aparece un notable cambio de lá perso­ nalidad. lo s niños que, antes de la enfermedad, eran tranquiles, dóciles, mo­ destos, trabajadores y amables, se convirtieron, ai cesar el proceso patológico agudo, en inquietos, inestables, impertinentes, perturbadores, irascibles y agresivos, perezosos para el trabajo e indisciplinados. Del mismo modo que se señala una estrecha dependencia mutua entre cerebro y alma, así rambién las últimas investigaciones sobre las glándulas endocrinas han demostrado que las relaciones psicosomáticas no se limitan, ni mucho menos, al cerebro. Hoy sabemos que también las glándulas de secreción interna, es decir, aquellas que vierten sus secreciones, no hacia el exterior, sino a la sangre en forma de hormonas y cuyo significado ha sido un misterio durante mucho tiempo, desempeñan un importante papel en la totalidad del organismo humano y contribuyen esencialmente a determinar su peculiaridad física y anímica. Esta acción se manifiesta sobre todo en las perturbaciones cuantitativas. Aparece claramente, por ejemplo^ en el mixedema, en el cual una hipofunción o una ausencia de función de la glándula tiroides se manifiestan en lo corporal en forma de una extremada inhibición del crecimiento y del desarrollo y en lo anímico por una indiferencia emocio­ nal y debilidad intelectual. También en la hiperfunción de la glándula tiroides (enfermedad de B a se d o w ), aparecen trastornos anímicos, principalmente labilidad del humor, excitabilidad nerviosa, tendencia a . la angustia, irrita­ bilidad, hipersensibilidad e inestabilidad en la asociación de ideas. Del mismo modo, la investigación científica de las restantes glándulas endocrinas, de la hipófisis, de las paratiroides, de las suprarrenales, del pánctea;, del tramo gastrointestinal y de las glándulas sexuales masculina y femenina, permite ver claramente que el estado del quimismo sanguíneo determina decisiva­ mente d hábito humano, tanto en la esfera anímica como en la corporal.

La ausencia de secreción de las suprarrenales (enfermedad bronceada de ADDISON), se manifiesta anímicamente por una intensa disminución y fatiga­ bilidad de los impulses y por irritabilidad, estado depresivo del ánimo e insomnio. La función de las glándulas sexuales tiene un especial papel en el hábito anímico humano. Las mujeres, después de la extirpación quirúrgica de ios ovarios, ifauestran una disminución del umbral afectivo. Los sujetos castrados ofrecen un cuadro anímico especial que, evidentemente, se halla relacionado con la pérdida de los testículos. No son sólo, con frecuencia, asocíales, cobardes e hipócritas, sino que, sobre todo, les falta el brío de la actividad viril y la iniciativa. Así dice C abhel que un eunuco no ha sido nunca un gran filósofo o un gran científico ni siquiera un delincuente excepcional ” . Рею el efecto psíquico de los procesos fisiológioo-químicos no se muestra sólo en los cuadros caracterológicos persistentes, sino también en los procesos anímicos agudos pasajeros. Así sabemos que la cocaína, el opio y el haschisch provocan muy especiales estados anímicos — «paraísos artificiales» (BAUDELAIRE)— , que el bromuro sódico actúa como sedante en las excitaciones y que ciertas clases de amanita muscaria producen ac­ cesos de furia80. Sabemos que la carne y las bebidas alcohólicas son causa de agresivi­ dad—-sobre todo en la. esfera sexual—, mientras que la alimentación vegetariana desplaza el humor hacia el polo opuesto y que el ayuno disminuye sobre todo el instinto sexual81. Todos sabemos que el alcohol orienta el humor hacia la placidez o la alegría desbordante y que libera las tensiones y depresiones anímicas. El hecho evidente de que las vivencias se hallen en una interior rela­ ción con la esfera vital de la nutrición deriva de que «los órganos del aparato digestivo vierten en los humores corporales importantes sustancias que actúan a su vez sobre lo anímico» ®2. Así repetidamente venimos obser­ vando que la mayor parte de los enfermos de estómago tienden hacia el mal humor, la irritabilidad y la cólera. Que, en fin de cuentas, también los procesos de las glándulas sexuales influyan en lo anímico es la expresión científica desapasionada de una relación cuerpo-alma que Mefisto expresa con palabras a Fausto en la cocina de las brujas: «Con esta bebida en el cuerpo, en cada mujer verás una Helena». Indudablemente se hallan también en una estrecha relación con el comienzo de la maduración de las glándulas sexuales las modifica­ ciones anímicas de la pubertad, la tendencia a los desbordantes afectivos, la impetuosidad (sSturm und Drang»), las fluctuaciones del estado de ánimo, el rápido paso del entusiasmo a la desilusión y, en general, la os­

cilación entre estados extremos. Del mismo modo que en la mujer se refleja ya el proceso vital de la menstruación en un desplazamiento de toda la situación psíquica en dirección a una fragilidad nerviosa y a una disar­ monía anímica, así también la involución de la función de las glándulas sexuales femeninas produce en el dimaterio de muchas, aunque no de todas, un cambio del humor en d sentido de la labilidad afectiva con pre­ dominio de la depresión ansiosa. Todo esto como referencias concretas a la conexión entre la realidad anímica y el suceder orgánico corporal en lo cual se refleja el fondo vital de nuestra experiencia. En una forma más general la rdación del fondo vital con el psiquismo es dada en lo que acostumbramos a designar como vitalidad. Este concepto es originariamente de orden biológico y designa la fuerza con que el organismo—-colocado en dependencia del mundo exterior — puede desarrollarse y conservarse por- el camino de la incorporación de k> que necesita, por un lado, y por el de la adaptación al ambiente, por otro. El ser de vitalidad débil perece en la lucha por la vida, el de vitalidad fuerte se abre camino. Y esta energía vital general irradia también en la vivencia como una fuerza que sirve de base a los procesos anímicos. lo que en este sentido llamamos vitalidad coincide con lo que Ewald llama el biotono, la tensión vital. Biotono es un concepto global psicosomàtico. Lo que designa­ mos con él aparece en la esfera física como «turgor vital», en la psíquica como «impulso psíquico»88. Según Ewald, el biotono determina también el temperamento. Con un buen biotono el ser humano siente la alegría de crear y posee capacidad de decisión. No queda agotada con los hechos señalados la esfera de las rdaciones entre el fondo vital y la vida psíquica. La extensión que alcanna no nos es, en realidad, conocida Pero sabemos, desde luego que el fondo vital llega mucho más allá de los límites de la individualidad, que no se limita a sí mismo, sino que .se halla abierto y en simbiosis con todo lo viviente. Está demostrado que por intermedio de nuestro fondo vital nos hallamos en una rdación, con el medio mucho más profunda, íntima y amplia que a tra­ vés de lo que llamamos nuestra conciencia, a pesar de que en ella no nos es dado oscuramente, sino en su máxima objetividad. H e l l p a c h 81 llama la atención acerca de la acción de los colores sobre el organismo humano, una acción que también se comprueba en los ciegos, es decir, que no se verifica a través de la vista. Nuestro fondo vital se halla permanentemente bajo la acción del ambiente. Sabemos que nuestro organismo se halla en simbiosis con las condiciones atmosféricas, con d clima, con las caracte­ rísticas del suelo y con la vegetación del paisaje, que también el ritmo de las estaciones penetra en nuestro organismo y que esta convivencia de todo con el fondo vital irradia también hacia lo anímico 8S. Es conocida la

acción del «fohn», en el sentido de aumentar la irritabilidad, así como la del clima tropical en los delirios de los trópicos. «Ejemplos de una relación, que llega hasta la vida cósmica, entre los pequeños ritmos humanos y los grandes ritmos de la Naturaleza los en­ contramos en el hecho, tantas veces mencionado, de que los habitantes de las islas atlánticas no suelen morir nunca en la pleamar y en que los casos nocturnos de muerte sobrepasan en número a los diurnos» sí. E.OTHACKER habla de la «resonancia sobre el sexo femenino de la Naturaleza, cuyos rit­ mos se reflejan no sólo en su modo de vivir, sino a través del organismo y de su periodicidad» 8Í. Así, pues, el fondo vital del individuo se halla en■laiado con la vida del mundo exterior próximo y remoto, y esta relación aparece también en el estado vigil propio de la vida psíquica. «El que ana­ lice fenómenos como la nostalgia o la añoranza al separarse de un ambiente al que nos habíamos habituado, pero que hemos de dejar, los dolorosos sen­ timientos de todo desarraigamiento, de toda despedida profundamente sentida, de teda partida de una ciudad en la que habíamos puesto catino entrañable», no puede engañarse pensando que estos procesos se desarro­ llan en la esfera abstracta del pensamientos o son actos puramente espiri­ tuales, sino que percibe que es primariamente nuestro propio organismo el que proyecta «raíces» hacia capas muy profundas de su «ambiente» que sólo por medio de dolores pueden «arrancarse» f"‘;. Las frases de sabor pan­ teista, tan del gusto del Romanticismo, de vida y unión cósmica, no son otra cosa que la expresión de la ligazón del individuo con su ambiente a través del fondo vital.

B.

LA UNIDAD CUERPO-ALMA

Aun cuando puede demostrarse ur;a relación entre el fondo vital, como conjunto de todos los procesos y estados orgánicos corporales, por una parte, y los procesos y estados anímicos por otra, sería totalmente erróneo et pretender considerar lo anímico como producto del fondo vital corporal, atribuyéndolo así a causas fisiológicas. De este modo lo anímico resultaría un epifenómeno y un proceso de segundo grado y sería colocado bajo la ‘dependencia absoluta de lo corporal. La experiencia enseña que en ningún modo existe tal dependencia unilateral, sino que, recíprocamente— si pen­ samos según las categorías de causa y efecto—, existe también una acción de lo anímico sobre lo corporal «porque el curso de las funciones orgánicas puede ser esencialmente modificado por los influjos anímicos, especialmente los afectivos»3B. «Ya la experiencia diaria nos enseña que el dolor, el temor y la rabia

— también el enfado— «actúan sobre el estómago y disminuyen el ape­ tito» í0 Se ha demostrado también que la presentación de alimentos y de agua a animales hambrientos y sedientos estimula el peristaltismo intesti­ nal91. En las emociones desencadenadas anímicamente se alteran el tamaño del corazón, las secreciones salivar y gástrica y la actividad del estómago. W it t k o w e r ha demostrado el efecto estimulante sobre la secreción biliar de la mayor parte de los movimientos afectivos, entre los cuales, sin em­ bargo, ocupa un lugar especial la cólera, pues mientras dura se halla rotai o casi totalmente suspendido el flujo de la bilis. «En un grupo de intere­ santes investigaciones ha demostrado C annon que en el temor, en la rabia y en el dolor tiene lugar un elevado aporte al torrente circulatorio de la adrenalina producida por las suprarrenales y que esta hormona disminuye los movimientos y secreciones del tramo gastrointestinal» 92. También la cifra de leucociros de la sangre se altera en las emociones. «Bajo el in­ flujo de algunos movimientos afectivos aumenta el contenido en yodo de la sangre, en la que se alcanzan valores que sólo son conocidos en la enferme­ dad de B a se d o w . Al declinar la emoción desciende progresivamente la cifra de yodo de un modo variable según los individuos hasta llegar a la normal» ” . Aun cuando todo esto se halla todavía en la esfera de lo normal, los'casos excepcionales de alteraciones y perturbaciones orgánicas histéricas (parálisis, seudoembarazo, histeria) muestran con qué intensidad la rela­ ción psicosomàtica va también de lo anímico a lo corporal. A esta esfera corresponden también, finalmente, las experiencias de la Medicina psicosomàtica que hoy constituye una orientación especial de la Medicina. Como un ejemplo entre muchos, citamos las relaciones que se han comprobado entre la úlcera de estómago y algunos factores emociona­ les. F. A le x a n d er basándose en sus investigaciones y experiencias clínicas ha presentado como muy probable que la úlcera gástrica sea una expresión simbólica de un conflicto anímico. Y en la práctica se trataría del con­ flicto entre el deseo de permanecer en la situación infantil de ser querido y cuidado, y la exigencia de producir rendimientos, de lograr la autonomía y la independencia que el Yo, consciente, se plantea a sí mismo. Muchos ulcerosos de estómago muestran en su conducta una actitud exageradamente agresiva, ambiciosa e independiente que no es otra cosa que una com­ pensación o sobrecompensación de sus necesidades inconscientes de depen­ dencia y apoyo. «En lo profundo de su personalidad eí enfermo de úlcera gástrica lleva una exigencia inconsciente hacia la existencia protegida del niño pequeño, Pero oculta cuidadosamente esta actitud de dependencia aún a sí mismo y la reprime de modo que no puede encontrar una salida a la conducta exterior. La exigencia reprimida de ser querido es el estímulo psíquico inconsciente que se halla relacionado directamente con el proceso

fisiológico cuyo resultado final es la ú l c e r a E l hecho de que la situa­ ción conflictiva citada actúe como perturbación de la función gástrica se explica porque la ingestión de alimentos en un estado infantil precoz, en la fase llamada por F r eu d oral, es percibida como experiencia amorosa y la espera de este amor produce un estado de hipermotilidád e hipersecreci priori. Por eso ahora parece oportuno ocupamos de este mundo en tanto esfera externa de la vivencia e investigar los procesos anímicos merced a los cuales aquél se convierte en horizonte de ésta y lo que significa para el conjunto de la vivencia.

I

CONCIENCIACIÓN Y ORIENTACIÓN EN EL MUNDO

Al hablar de concienciación del mundo, la acepción que damos al con­ cepto de mundo no es jii científico-natural ni metafísica, sino que se refiere a cuanto constituye contenido de experiencia en el seno de un espacio vital concreto para un ser viviente que en nuestro caso es el hombre en su plena madurez. Integran su «mundo» los objetos y seres que lo pueblan, con los cuales entra en comunicación y hacia los que su vivir se haya pro­ yectado. Forman parte de este mundo en el cual se despliegan las tendencias y que es interiorizado endotímicamente mediante las emociones, el cielo y la tierra, los bosques, los campos y las praderas, los animales, árboles y flores y asimismo las cosas que ha hecho el hombre, mobiliarios e instru­ mentos de uso, ciudades y aldeas, moradas y sedes de la cultura, IaS crea­ ciones del arte y de la ciencia. También pertenecen a ella los seres con los cuales convivimos, los estados durables y los mudables acontecimientos que

L a perc epc ió n s e n s ib l e

A.

Conceptos básicos

La percepción, — A pesar de la inagotable variedad que muestran estos contenidos de nuestra conciencia del mundo, exhiben un rasgo común: poseen el carácter de objetividad, constituyen para la vivencia plenamente evolucionada algo que se halla fuera y enfrente del sujeto a diferencia de las tendencias, emociones y temples persistentes, que quedan adscritos al centro de nuestro ámbito vivencial. Esta es la razón por la cual se incluyen en el sector exterior de la vivencia. En la concienciación del mundo entra­ mos en contacto con un ahora y un aquí que poseen una realidad de tanto peso come aquella con que nos es dado nuestro propio ser en forma inme­ diata mediante las tendencias y sentimientos. Solemos delimitar este fe­ nómeno con el contepto de percepción. El concepto de sensación. — Los contenidos de estas percepciones mues­ tran, a su vez, una extraordinaria multiplicidad No sólo en el sentido ya mencionado de que en el seno de nuestra percepción adquieren relieve in­ dependiente cosas, seres y acontecimintos diversos, sino también en el de que dentro de las unidades percibidas podemos diferenciar nuevamente dis­ tintas cualidades gracias a las cuales adquieren los fenómenos del mundo su riqueza cualitativa. Son los colores y las formas, los tonos y los ruidos, las cualidades de lo blando y de lo duro, de lo pesado y lo ligero, lo rugoso y lo liso, lo caliente y lo frío, lo amargo y lo dulce. Cuando el análisis de lo que nos es dado en la percepción es proseguido hasta su último límite, se va a parar a las cualidades más sencillas más allá de las cuales ya no es posible la diferenciación; la psicología científica les da el nombre de sensa­ ciones y son los contenidos más sencillos, e indivisibles, de la percepción. La investigación científica ha demostrado que las sensaciones que des­ cubrimos al analizar la percepción proceden de influjos del mundo exterior que designamos como estímulos. Las sensaciones que engendran la visión derivan de vibraciones electromagnéticas, los sonidos y los ruidos de vi­ braciones del aire, las del gusto y el olfato, de estímulos químicos, y las del tacto de estímulos mecánicos. Ahora bien, la piedra inanimada también experimenta estas acciones del medio circundante, sin que ello baste para que adquiera conciencia de ellas. Para que esto ocurra, las estimulaciones exteriores deben, mediante órganos receptores, ser transmitidas y transfor­ madas én vivencias. Esto se realiza mediante un aparato psicológico muy complicado. Esta función la realizan los órganos de los sentidos que se

han formado en el animal y en el hombre en el curso del desarrollo, mejor dicho de la diferenciación y especialización en la superficie del cuerpo. Reciben los estímulos y a través del sistema nervioso central hallan acceso a la conciencia. Mas no en forma de vibraciones electromagnéticas o aéreas que descubre el análisis causal y mensurativo de las ciencias naturales, sino como cualidades vivenciales de colores y formas, de sonidos y ruidos, de olores y gustos, etc. El mundo cualitativo objeto de la percepción sensible es, por tanto, radicalmente distinto del de las ciencias naturales, en las cuales las cualidades son reducidas a cantidades. En todo caso, los órganos de los sentidos en colaboración con todo el aparato del sistema nervioso cen­ tral que termina en el cerebro son los receptores del ser viviente que le ca­ pacitan para adquirir conciencia dd mundo circundante y enfrentarse con él. Constituyen los lazos de unión entre el alma y el mundo. las sensaciones aisladas, los estímulos que las desencadenan, los órganos sensoriales recep­ tores y los procesos del sistema nervioso central que las convierten en vi­ vencias son, por tanto, condiciones necesarias de la percepción.

Percepción y sensación, — Cuando ejercitamos la percepción sensible no nos es dado un sinnúmero de sensaciones aisladas yuxtapuestas espacial y temporalmente. Constituye un caso límite que sea objeto exclusivo J e vivencia una sensación aislada simple y no subdivisible. Por lo general, lo que percibimos a través de los sentidos son estructuras totales, formas glo­ bales que el análisis fragmenta en las distintas cualidades sensibles. La ex­ periencia demuestra que en nuestra concienciación del mundo casi nunca ocurre que una sensación nos sea dada aislada e independientemente, sino que, por lo general, lo que llega a la conciencia son configuraciones globales de sensaciones. En nuestra percepción, las diversas sensaciones aisladas nos son dadas como cualidades de objetos, seres y acontecimientos formando parte de unidades mayores y más complejas, dotadas de significación. Las per­ cepciones poseen, como se dice en la actualidad, carácter de G estdt; como ve­ remos, no es posible interpretar este rasgo peculiar de nuestra percepción como producto de una mera sucesión y yuxtaposición de simples sensacio­ nes. Los hechos son mucho más complejos y en el conjunto de lo que llamamos percepción, no sólo tienen una participación esencial los estímulos exteriores y las sensaciones correspondientes transmitidas por los órganos de los sentidos y el sistema nervioso central, sino que también interviene de un modo decisivo un factor más elevado que integra la heterogénea plura­ lidad espacial y temporal de las diversas sensaciones en percepciones deli­ mitadas; lo denominamos provisionalmente factor de forma o de la Gestalt. Aun cuando las sensaciones desencadenadas por los estímulos del mundo exterior, transmitidas por los órganos de los sentidos y convertidas en

vivencia por el sistema nervioso central, no son condiciones suficientes para la concienciación del mundo, son, no obstante, antecedentes de extraordinaria importancia. Su yuxtaposición espacial y temporal no constituye en modo alguno toda la percepción, pero contribuye a fundamentarla. Si los órganos de los sentidos no proporcionaran a nuestra conciencia la materia prima de las sensaciones, no tendríamos conciencia alguna del mundo y el círculo funcional de la vivencia quedaría destruido. Partiendo de este hecho, resulta explicable la minuciosidad con la cual la psicología experimental se ocupó largo tiempo, metódica y exclusivamente, de la investigación de las sensaciones. Durante el siglo pasado, era pre­ minentemente psicología de las sensaciones y de los sentidos. Su trabajo abarcaba también la investigación de la estructura y de la función nerviosa de los órganos de los sentidos, con lo cual la psicología invadía amplia­ mente el terreno de la fisiología; se ocupaba además de la diferenciación y ordenación sistemática de las diversas cualidades sensibles transmitidas por los órganos de los sentidas (colores, impresiones auditivas, olores, etc.), como también de la relación entre estímulo y sensación (psicofisica). Aquella vieja psicología desconocedora del factor de la Gestalt se ins­ piraba en la concepción falsa de que las percepciones resultan explicables como puros enlaces asociativos y como agregado puramente aditivo de las diversas sensaciones aisladas. A la psicología de la Gestalt ( W e r t h e im e r , KoHLER, K o f f k a ) corresponde el mérito de haber demostrado aquel error. A pesar de esto, los resultados y métodos de la psicología del siglo X IX conservan un valor permanente siempre que las sensaciones sean enten­ didas como lo que realmente son, es decir, como condiciones necesarias, pero no suficientes, de la percepción sensible. Resultaría superfluo reproducir aquí los detalles de la psicología de los sentidos y su investigación metódica, que se halla expuesta detalladamente en numerosos tratadosí2í. Sólo se hará mención de ellos para mostrar la relación de los diversos hechos psíquicos con la totalidad de la conexión vivencial y hacerlos así comprensibles. B.

Los sentidos inferiores

El punto de vista genético permite ordenar y encontrar un sentido a la multiplicidad de las vivencias sensoriales. Como la evolución transcurre desde lo relativamente simple e indiferenciado hacia lo especializado, son evidentemente los órganos sensitivos de la piel los que transmiten la comu­ nicación más elemental con el mundo circundante, puesto que se hallan es­ parcidos por toda la superficie corporal y no se hallan localizados, como el oído y la vista, en regiones del cuerpo especialmente diferenciadas.

Los órganos sensitivos à e la fiel. — Durante mucho tiempo se ha con­ siderado la piel como el órgano de un sentido único, el del tacto, hasta que investigaciones más recientes han demostrado que la piel contiene diversos órganos sensitivos. Si se aplican a la piel estímulos que sólo exciten un punto de su superficie, se comprueba que estos estímulos no provocan una sensación en todas las zonas de la piel, sino sólo en algunos puntos aislados unos de otros y más o menos próximos. De este modo se han descubierto cuatro va­ riedades de puntos sensibles de la piel : de presión, de dolor, de calor y de frío. Es decir, un grupo de puntos cutáneos proporciona la sensación de frío únicamente, otro sólo la de calor, un tercero la de dolor y un cuarto sola­ mente la de presión o contacto propiamente dicho que transmite las cualida­ des de lo duro y lo blando, lo áspero y lo liso, lo aguzado y lo romo. Por lo tanto, la piel tiene por lo menos cuatro órganos sensitivos. A todos estos órganos sensitivos y a las sensaciones que transmiten les corresponde una función biológica, advierten al organismo la cualidad nociva o beneficiosa de los estímulos; así, por ejemplo, la experiencia de que al tocar la piel con un hilo metálico enfriado o calentado se descubren por centímetro cuadrado de doce a trece puntos sensibles al frío y sólo uno o dos al calor, indica evidentemente que el frío puede ser más nocivo para él organismo que el calor y por esa razón debe poseer órganos de mayor pron­ titud para señalar el uno que el otro. También debe interpretarse en este sentido el hecho de que los puntos de percepción del calor se hallen situa­ dos más profundamente en la piel y sean más difícilmente accesibles. Tam­ bién desempeñan una función biológica los puntos para el dolor que se ponen de manifiesto tanteando atentamente la piel con la punta de un alfiler, l a sensación de dolor que transmiten actúa ftcomo factor desencadenante de una reacción de huida o de defensa frente a un estímulo nocivo» M®. Entre los órganos sensoriales de la piel existe una cierta diferencia en cuanto a su función especial en el conjunto de la vida. Los sentidos del calor, del frío y del dolor funcionan de un modo reamonal, son en lo esencial ór­ ganos de alarma frente a los estímulos perjudiciales. El sentido del tacto, es decir, el conjunto de puntos sensibles a la presión distribuidos por toda la superficie corporal y que se ponen de manifiesto excitando la piel con un cabello de crin y que m uhtim su mayor sensibilidad y densidad en la super­ ficie interna de la mano, posee una significación biológica superior al de aquéllos. Exhibe, precisamente en la mano, una mayor especialización que los receptores para el calor, el frío y el dolor. Otra diferencia entre estas sensa­ ciones y las del tacto estriba en que estas últimas se hallan sometidas en mayor grado a un factor «configuracionab. Por lo que respecta a la significación biológica del sentido del tacto ésta se pone de manifiesto en lo que no sólo sirve para señalar la presencia de

estímulos perturbadores, verbigracia, cuando el lactante se siente demasiado oprimido por los pañales o molesto por sus pliegues, sino que además cumple una misión de superior importancia : la de proporcionar al niño su primera orientación en su ambiente a partir del momento en que empiece a realizar movimientos espontáneos y se convierte en un «prensor». Con la ayuda del sentido del tacto manual realiza el hombre los primeros pasos que le abren el acceso al espacio circundante. El sentido del tacto le permite per­ cibir las cualidades espaciales de la forma, de la extensión y de la posición sin la ayuda de la vista, lo cual posee especial importancia para los ciegos ; claro está que el sentido del tacto realiza esta función con menor perfección que la vista, tanto por lo que se refiere a diferenciación como a amplitud. El sector hacia el que permite acceso el sentido de tacto, el llamado espacio táctil es incomparablemente más limitado que el visuaL Pero es seguro que él sentido del tacto tiene un papel primario y decisivo para un con­ tacto orientador en el mundo espacial. Sabemos por la psicología genética que el sentido del tacto es pa^ el lactante órgano verdaderamente rector para adquirir conciencia y orientación del mundo. El niño descubre el mundo en tomo no contemplándolo, o sea, mediante la visión, sino tanteando o ma­ nejando los objetos. Primaria y originariamente las cosas no son para el niño algo que tiene este o aquel aspecto, sino algo con lo cual se puede haceï esto o aquello. Poseen «cualidades de manejabilidad» (H . V o l k e l t ).

.El sentido cinestètico. —.No obstante, las sensaciones táctiles, por sí solas, no son suficientes para que se lleve a cabo esta función de orientación en el mundo. Para que el mundo pueda ser descubierto por la manipulación de objetos es necesario que sean percibidos por lá conciencia los movimien­ tos de nuestros miembros y el esfuerzo variable con que los ejecutamos. D e esto se encarga un nuevo grupo de sensaciones, las cinestésicas o sensa­ ciones de movimiento. Se designa con este nombre la conciencia del estado de los músculos y tendones durante la realización de los movimientos. Así ha venido a agregarse un nuevo sentido al del tacto, el anestésico. «Sus órganos se hallan repartidos en gran número y en diversas formas por todo el cuerpo, y sus sensaciones, aun cuando unidas a las del tacto, son bien di­ ferenciables, estando constituidas por vivencias de esfuerzos y resistencias y de la posición y movimiento de nuestro miembro»3Í9. Cabe preguntar si es admisible atribuir estas sensaciones de movi­ miento a un órgano sensorial propio, puesto que sólo se entiende como tal un receptor corporal que nos proporcione acceso al mundo circundante. A primera vista, las sensaciones de movimiento no son otra cosa que las que nuestra propia corporeidad transmite a la conciencia durante nuestros anos, que, al propio tiempo, regulan. No obstante, está justificado hablar

de un sentido cinestésico porque en colaboración con el tacto 7 ulterio. mente con la vista, desempeñan una función en el proceso de abrirnos al mundo. Es gracias a las sensaciones anestésicas que e l.sensorium y. el тоtorium se hallan estrechamente unidos.

El sentido del olfato y el del gusto. — Las sensaciones citadas hasta ahora no se hallan localizadas en un lugar determinado del cuerpo, sino distribui­ das por todo él, y ocupan, por ello, el puesto inicial en la escala evolutiva. Si ahora pasamos al estudio de los sentidos circunscritos a una región cor­ poral y seguimos la jerarquía, evolutiva, antes que a la vista y el oído de­ bemos prestar atención al gusto y al olfato. El lactante ya reacciona en forma relativamente diferenciada ante impresiones gustativas 7 olfativas antes de hacerlo a las más finas del oído y la vista. En los oligofrénicos se observa el fenómeno análogo de que ante objetos de los cuales el normal adquiere conocimiento con sólo mirarlos, ellos necesitan olfatearlos 7 a veces la­ merlos para identificarlos. Este comportamiento prueba que estos sentidos son más primitivos en la escala evolutiva y entran en acción antes que la vista y el oído como órganos de percepción y de orientación en el mundo. El sentido del gasto, cuyos órganos nerviosos, las papilas gustativas, se hallan distribuidos en la punta, los bordes y la base de la lengua y también en el velo del paladar, transmiten las sensaciones básicas de lo dulce y lo amargo, de lo ácido 7 de lo salado. Es evidente que estas sensa­ ciones van vinculadas a una función de vital importancia, la de ingestión de alimentos, y se hallan, por tanto, al servicio del instinto de conserva­ ción. Vemos que los animales no comen o beben más que lo que apetece Z'su paladar 7 que en ellos la sensación gustativa agradable revela que un ali­ mento es adecuado o necesario para h vida. Lo que ocurre en el hombre es muy distinto. La correspondencia biológica entre la conveniencia para la vida y la sensación del gusto es en él laxa, puesto que es evidente que el hombre come 7 en'cuentra sabrosas muchas substancias que son nocivas para su salud. Nos enfrentamos nuevamente con el hecho que hemos citado rei­ teradamente de que en el hombre los estados y procesos anímicos, si bien regulados biológicamente en amplia medida, 7a no se hallan firme y ex­ clusivamente inscritos dentro del marco biológico del instinto de conserva­ ción. Mientras que en el animal — de acuerdo con su superior dotación ins­ tintiva—r se hallan encaminados a la consecución de un resultado biológico óptimo, en el hombre, en cambio, se han desprendido parcialmente de los objetivos biológicos y se han emancipado, si bien sólo hasta cierto límite. Esto, precisamente, se comprueba en las vivencias del gusto, que aun cuando no dejan de ser señales de conveniencia vital, pueden convertirse en ins­ trumentos de goce, o adquisición de placeres como en el arte culinario.

l o mismo cabe decir de las sensaciones olfatorias, cuyo órgano está constituido por una pequeña porción de la mucosa nasal, situada en el techo de la cavidad del mismo nombre, donde se hallan alojadas las células olfatorias. Originariamente, estas sensaciones «tampoco tienen una fi­ nalidad en sí mismas, sino que su sentido biológico es el de aproximación motora a un objeto apetecible para la nutrición o la cópula, desencadenán­ dose el ulterior comportamiento instintivo automático» ís0. Recuérdese, por ejemplo, la importancia del olfato en los animales en la época del celo. En el hombre, la importancia de las sensaciones olfativas se ha ampliado más allá de su función puramente biológica, en la esfera del goce estético. «Miles de barcos transportan a través de los mares del mundo, desde los países más lejanos, los frutos, especias y ñores más escogidos. Proporcionan la materia prima para la fabricación de perfumes, en los cuales, aromas de todas las substancias imaginables se mezclan según recetas secretas para elaborar olo­ res nuevos jamás conocidos» 23\ Las cualidades básicas de las sensaciones olfatorias son extraordinaria­ mente variadas, a diferencia de las del gusto, que pueden reducirse a las cuatro citadas. Aun cuando aparentemente las cualidades gustatorias de nues­ tras comidas y bebidas sean mucho más numerosas de lo que correspondería a estas cuatro cualidades, esto es debido a que no todo lo que atribuimos al gusto pertenece realmente a él. Con las sensaciones gustatorias- propiamente dichas se integran en una impresión unitaria múltiples sensaciones de con­ tacto, temperatura y, sobre todo, de olfato. Una parte importante de lo que atribuimos al gusto depende, en realidad, del olfato. Las finas dife­ rencias entre las diversas variedades de carnes y de vinos son más olidas que gustadas. Todo el que se encuentre obligado a tomar aceite de bacalao, puede ver cómo desaparece su gusto si la naiiz se cierra completamente.

Los sentidos inferiores como órganos de orientación en el mundo.— Los sectores hasta ahora citados de la percepción sensible, los órganos que trans­ miten sus sensaciones, suelen designarse como «sentidos inferiores». Con esto no se formula un juicio de valor, sino que simplemente se señala el puesto que ocupan en la escala de la evolución. El que en la vida anímica humana, en su plena madurez, el mundo del cual tenemos conciencia y en el seno del cual nos orientamos, sea predominantemente un mundo oído y, sobre todo, visto depende de que es un producto tardío de una larga evolucióa La cons­ titución del mundo perceptivo empieza, desde el punto de vista genético, en los sentidos inferiores. Esto es válido tanto en la escala ontogénica como filogénica, tanto en la evolución del individuo como en la de la especie. La orientación en el mundo circundante en el sentido de la realización de las reacciones biológicas necesarias, corre a cargo de los sentidos inferió-

res en el comienzo de la evolución individual. Ya señalamos el importante papel de las sensaciones táctiles : es gracias a ellas como el lactante aprehende el pezón materno o el chupete como un determinado estímulo «gestáltico». También acepta o rechaza la comida a base de la información que le pro­ porciona el sentido del gusto y del olfato — mucho antes de que pueda orientarse óptica o acústicamente. Transcurrida la fase de la lactancia, el infante conquista el mundo mediante la manipulación. Merced a la coope­ ración de las sensaciones táctiles y cinestésicas se configura el torrente de estímulos en formas diversas. Como es lógico, también contribuye a ello la visión. Pero lo que las cosas son para la vivencia infantil se determina menos por su aspecto que por lo que con ellas puede ejecutar. Y por ello necesita esencialmente el sentido del tacto colaborando con el cinestésico. La significación biológica de los sentidos inferiores se demuestra sobre todo en los animales, tanto por la perfección con que actúan como por la función que realizan. Los órganos de los animales inferiores, como, verbi­ gracia, los brazos de la anemona marina, el caparazón del erizo, los brazos de la estrella de mar, los tentáculos del calamar o los órganos táctiles de los cangrejos o insectos, se hallan en estrecha relación con la ingestión de alimento y sirven para el examen mecánico" y químico de los objetos23í. Tam­ bién en el animal es el tacto una actividad sensorial que se combina con los propios movimientos para una función orientadora. Los movimientos del animal o de sus miembros táctiles determinan la forma del estímulo; es decir, gracias a la cooperación de las sensaciones táctiles y las cinestésicas, de movimientos en el propio cuerpo se hacen patentes en el animal los es­ tímulos del medio circundante. El ejemplo más hermoso y demostrativo de la importancia vital del sentido del olfato en los animales sigue siendo el ensayo de H e n r i F ab r e con mariposas. «Los machos— guiados por el perfume — encontraron su camino hasta la hembra desde un bosque situado a varios kilómetros de distancia, atravesando de parte a parte la ciudad de París, que, como es sabido, emite una variedad considerable de olores» r'si. También se han des­ crito ejemplos análogos de orientación merced al sentido del olfato en animales que se alimentan de otros animales vivos o muertos. «Así, el cuervo huele desde gran distancia el cadáver del animal, incluso cuando se halla cubierto por la nieve... El animal de presa olfatea su botín y sus enemigos y sigue su pista con igual seguridad que la de los miembros de su misma especie.»*34. Es de todos conocida la finura del sentido del olfato en el perro. «Los perros ven y oyen, pero los actos decisivos de orientación se apoyan en las percepciones olfatorias. U e x k Ül l admite que la fidelidad del perro hacia su casa y su dueño se basa en una fijación a ciertos olores» 235. También son conocidas las investigaciones de F r is c h sobre la vida de las

abejas ( 1931), entre otras muchas cosas muestra con qué finura opera el sentido del olfato en las abejas y qué servicio presta para la orientaciónís*. Y a hemos dicho que la razón de que los territorios sensoriales hasta ahora citados se denominen «inferiores» se basa en el hecho de que en estadios inferiores de la evolución desempefían un papel decisivo para la conciencíación y orientación en el mundo. La justificación de anteponerlos en la evolución a los sentidos «superiores» de la vista y oído aparece tam­ bién en la consideración siguiente. La evolución transcurre en el sentido de una diferenciación progresiva. Como ya se indicó anteriormente (pág. 18), esta diferenciación en la evolución del círculo funcional anímico se marca, entre otros aspeaos, en el de que el buscar, el percibir y su reflejo en las vivencias afectivas y el comportamiento que de ello resulte, constituyen inicialmente un conjunto escasamente diferenciado, en el que cada miembro destaca poco su pe­ culiaridad propia. Sólo en el cursa de la evolución esta unidad, relativamente indiferenciada, va adquiriendo miembros definidos, surgiendo y destacán­ dose la vivencia sobre un fondo de esquema bipolar, uno el horizonte del medio circundante con el que nos enfrentamos como con algo extraño a nosotros, y otro el polo del propio centro vivencial desde el cual vivimos. Sólo gradualmente se va realizando una diferenciación en sector interno y externo de la vivencia, claramente distinguibles uno de otro. Esta distinción es mucho menos acentuada en los contenidos de la percepción de los sen­ tidos inferiores, que en los de la vista y el oído. Esto es especialmente válido para la sensación de dolor. Se había discutido mucho sobre si el dolor cutáneo es una sensación o un sentimiento. C. Stumpf intentó zanjar la cuestión admitiendo una clase especial de vivencias, las llamadas por él sensaciones afectivas, entre las cuales incluía no sólo el dolor, sino el cos­ quilleo, el prurito, la voluptuosidad física, etc. Es posible hablar de estas sensaciones afectivas, pero dándonos cuenta de que se trata de vivencias sensoriales en las cuales todavía no se ha producido una separación data y terminante entre el sector interno y el externo de la vivencia, percibién­ dose por tanto el propio estado y algo objetivo en una intrincación aún no claramente separable. Esto ocurre no sólo en el dolor cutáneo, sino también en las vivencias térmicas, táctiles, gustativas y olfativas. Al experimentar una sensación de temperatura nos damos cuenta de que algo externo está «frío», pero al propio tiempo, este «frío» es mi propio estado. También se da una fusión entre lo objetivo y lo subjetivo en la cooperación que se establece entre las. sensaciones táctiles y anestésicas para la percepción del mundo. Lo mismo ocurre con las sensaciones olfativas y gustativas. «Algo» tiene un sabor salado o un olor a quemado. Pero este «algo» no nos es dado para nuestra vivencia con la distancia objetivante de lo que vemos

u oímos. Naturalmente, también los colores, claridades y formas, los sonidos y ruidos no sólo nos son dados como contenidos de la percepción del mundo, sino también en el reflejo de estados afectivos. No se da nunca ила per­ cepción sin el acompañamiento, por pálido que sea, de vivencias emociona­ les; pero lo esencial pata el punto de vísta aquí sostenido es que esta aso­ ciación con el estado del sujeto es menor en la vista y en el oído que en los sentidos que denominamos inferiores. Desde el punto de vista de la diferenciación de la vivencia en sujeto y objeto, en sector interno y ex­ terno, éstos representan un tipo evolutivamente anterior.

С tos sentidos superiores El concepto últimamente enunciado ya señala cuál es el rasgo fenomendógico común de los sentidos superiores, l a concienciación del mundo que proporcionan es dada con una objetividad acusadamente distinta de la propia subjetividad y a una distanda que excede considerablemente el espacio vital prójima en torno al cuerpo. Oído y vista son sentidos lejanos que nos abren el mundo como espacio remoto. Cumplen así'una función especial en el conjunto de la vida. Sirven para la orientación anticipándose en cierto modo a posibles encuentres inmediatos. Así d explorador pro­ cura atisbar al enemigo en la lejanía o descubrirlo a -través de ruidos. Mas la vista y el oído tienen, por lo menos para el hombre, do sólo una función al servicio de la vida que amplía d rendimiento de los sentidos próximos dando acceso al espado lejano de una situación vital concreta; d califi­ cativo de sentidos superiores les corresponde también por el hecho de que sirven de vehículos al toundo espiritual. A través del oído nos llega la pa­ labra hablada y también d canto y la música ; a través de la vista, la pa­ labra escrita y la efstética de la forma. Esta jerarquía más elevada de los sentidos superiores se expresa también en la. complejidad incomparable­ mente mayor de sus órganos y en la mayor diferenciación de las cualidades sensoriales que transmiten.

El sentido del oído. — El oído es un órgano de una complejidad extraor­ dinaria. Consta dd oído externo, con el pabellón de la oreja y el conducto auditivo externo, que se extiende hasta la membrana timpánica; dd oído medio atravesado por una cadena ósea formada por tres huesos articulados entre sí, martilio, yunque y estribo, y del oído interno que contiene los conductos semicirculares, el sáculo y el utrículo. En el interior dd cara­ col se halla la membrana basilar, que consta de unas 20.000 fibras elásticas de diversa longitud. Según la teoría de H elmholtz, cada una de estas fibras es excitable por una frecuencia vibratoria distinta y resuena cuando alcanza

el oído interno una vibración de longitud de onda apropiada. Esta vibración ocasiona una excitación nerviosa que es transmitida al cerebro, donde pro­ voca la específica sensación acústica. A través del oído nos llegan o ruidos (arañar, detonar, estallar, tronar, crujir, etc....), o sonidos. Desde el punto de vista físico, la diferencia de­ pende de la composición de las vibraciones y de su duración. Las vibracio­ nes del aire de los sonidos son periódicas, las de los ruidos no. Tanto los sonidos como los ruidos difieren entre sí según su altura, intensidad y timbre. Así el timbre de la voz humana es distinto del del violín, piano o flauta, y además varía en sí mismo según corresponda a soprano, contralto, tenor o bajo. La diferenciación de los sonidos, el problema de su consonancia (fusión) y disonancia, tanto en lo que respecta a su fenomenología como en su teoría, constituyen problemas complejos de los que se ocupa un campo de investigación especial, la psicología del sonido. En el marco de nuestra exposición, nos interesa especialmente la fun­ ción de las sensaciones acústicas en la vida humana. Ya indicamos que también lo percibido acústicamente sirve para la orientación y gobierno en el espacio vital del ser viviente. Tiene el carácter de señal como las que transmiten b s sentidos inferiores, pero en un espacio vital mucho más amplio. La función de los ruidos es exclusivamente ésta,, tanto en los hom­ bres como en los animales. La desigual percepción acústica posibilitada por el carácter doble del órgano coadyuva eficazmente a esta función bblógíca dando el elemento de la dirección en la que está situado b oído. La expe­ riencia de esta dirección viene dada por el hecho de que las ondas llegan a los dos oídos con diferencia de fase. ; Los sonidos tienen, además de esta función biológica, otra sociológica. Sirven para la comunicación con seres de la misma especie y fundan en la vida una relación de convivencia. Esto ya se observa en los gritos de advertencia y llamada de los animales. En el hombre, la comunicación social la estableció el lenguaje articulado mucho antes de que se descubriera y empleara la escritura. Todo ello se basa en la voz humana. Es a través de ella como se realiza el encuentro con otro ser humano, pues como A r is t ó ­ t e l e s ha dicho ¡«Ningún ser carente de alma posee la palabras. De este hecho, de que no sean los ruidos sino justamente b s sonidos los que posean una función sociológica permitiendo establecer una rela­ ción de convivencia y de que sea el lenguaje el vehículo para esta re­ lación, se deriva que el contenido tonal del lenguaje tiene que poseer una significación decisiva paca la comunicación social. Este contenido tonal reside en las vocales. Investigaciones sobre la psicología, de la altura tonal han puesto de manifiesto que en las vocales, incluso en las puramente ha­ bladas, reside una cualidad tonal, siendo la и la que vibra más baja y la г

la más alta Donde más acusada se muestra esta tonalidad del lenguaje es en el canto, en el cual las vocales quedan destacadas sobre los ruidos de las consonantes. Precisamente el canto tiene una función comunicativa, creando una unión solidaria entre los cantores. El hecho de que las per­ sonas sordas propendan a la desconfianza e irritabilidad tiene su exclusiva explicación en la función sociológica de la audición. Padecen por quedar fuera de la agrupación social donde la comunicación se establece por vía acústica.

El sentido de la vista. — De los sentidos hasta ahora estudiados, puede decirse que en los inferiores—-temperatura, dolor, tacto, olfato y gusto — el sujeto perceptor no experimenta una diferenciación rigurosa y precisa de sujeto y objeto, entre sector interno y externo de la vivencia. Aunque en la audición de la palabra de un semejante pertenece éste exclusivamente a una esfera exterior al sujeto, es en el sentido de la vista en el que el mundo circundante se nos aparece bajo la forma de pura objetividad. La vista es el más objetivado r de los sentidos y el que nos transmite una imagen del mundo en la cual se nos insertan las experiencias de los restantes sonidos. La peculiaridad del hombre de poseer un mundo en el seno del cual vive bajo la forma de objetividades variadamente estructuradas, implica que más que ningún otro ser viviente sea un ser visual. La riqueza del mundo la descubre mediante la vista, y el ojo es el órgano más importante para su orientación dentro del espacio vital. Esto es así ya desde el comienzo de su evolución cuando empieza a incorporarse y a erguir su cabeza alcan­ zando la marcha erecta y las manos libres ante el mundo, A partir de este momento le aparece el espacio como una de las dimensiones del mundo y de cuanto contiene, y esto en una amplitud que supera a la que tiene el órgano del oído. En cuanto la figura humana queda plenamente erguida, la vista adquiere su lugar denominador en la ordenación de lo superior y de lo inferior en la que tiene gran influencia el encéfalo гза. Cuando inten­ tamos compenetrarnos con alguien que ha perdido la vista o que nunca la ha poseído, nos damos cuenta de que se hallan privados de un mundo que a los videntes, más felices, les es concedido: el mundo de los cobres y de las formas, del cielo y de la tierra, del primer plano y de la lejanía, hasta el horizonte, en que coinciden cielo y tierra. Que el hombre pretenda esen­ cialmente lograr una «visión de conjunto» del mundo es la prueba de que este mundo humano es, sobre todo, un mundo perceptible visualmente. Para el hombre adulto el mundo está representado por lo que puede ser visto. En concordancia con esto, nuestro poder representativo emancipado de los sentidos es esencialmente de un tipo análogo al de la visión. Así hablamos del espacio de nuestras representaciones. Análogamente, el mundo de nues­ tros pensamientos está constituido como el de la visión. Simbolizamos la

extensión y contenido de los conceptos y su relación recíproca mediante es­ quemas espaciales de círculos ; hablamos de campo de visión mental y de ho­ rizonte espiritual. Existe, por tanto, una mutua correspondencia entre visión y pensamiento, si bien con la salvedad de que la analogía con el pensa­ miento se establece con la visión de las formas, mientras que la visión de los colores, sobre la cual insistiremos, se halla en una relación estrecha con las vicencias afectivas. En los tratados de fisiología y de psicología fisiológica se expone de­ talladamente la maravilla que ha creado la naturaleza con el ojo humano, su posición móvil en las cuencas orbitarias, su protección mediante los pár­ pados, los elementos que lo integran, la esclerótica, la córnea, las pupilas, el iris, el cristalino y la retina. Aquí sólo vamos a recordar lo más importante. El órgano propiamente sensible a la luz, que nos proporciona la visión del mundo externo, es la retina, que constituye una expansión del nervio óptico despue's de penetrar en el interior del ojo por su parte posterior. Los rayos luminosos que inciden en ella provocan excitaciones que son trans­ mitidas al encéfalo, donde se convierten en sensaciones luminosas. La retina consta de diversas capas, la más superior está constituida por finos conos y bastones formando una tupida empalizada; son los verdaderos receptores y transmisores de los estímulos luminosos. La sensibilidad de la retina a la luz y la precisión de la visión no es igual en todos sus puntos. Es más acen­ tuada en la llamada mácula (fovea centralis), situada a unos cuatro milí­ metros del punto de entrada del nervio óptico. Esta sensibilidad va decre­ ciendo hacia la periferia de la retina, donde ya no se distinguen con pre­ cisión ni formas ni colores. Este es el motivo por el cual cuando queremos mirar atentamente un objeto colocamos los globos oculares de modo que la imagen caiga sobre el punto de visión más preciso. Si procedemos ahora a analizar, como hemos hecho ya con los otros sentidos, las diversas cualidades que percibimos con los ojos, vemos que la multiplicidad de los colores es la que presta a las percepciones visuales su riqueza y su contorno, puesto que incluso lo que designamos como forma es destacado y circunscrito en sus límites mediante los colores. Para las personas de una sensibilidad cromática normal, los colores se dividen en dos grandes grupos: las variaciones de claridad llamadas tam­ bién colores neutrales, que oscilan entre el negro profundo y el blanco deslumbrante y que pueden ordenarse en una línea recta, y, por otra parte, los colores propiamente dichos en los cuales distinguimos cuatro fundamen­ tales: amarillo, rojo, azul y verde. Los órganos de la retina sensibles a los colores son los conos, y, para las diferencias de luminosidad, les bastones. La psicología fisiológica ha realizado descubrimientos importantes sobre las sensaciones cromáticas. Ha demostrado que desde un punto de vista

exclusivamente fenomenològico, los colores se disponen según una ordenación que puede representarse con extraordinaria precisión en una doble pirá­ mide (figura ó). En el cuadrilátero de la base se hallan situados los cuatro colores «puros» y entre ellos todos los restantes, siendo posible, mediante transiciones graduales, según la ley de la semejanza, pasar del rojo al amarillo B ta n te

Xegrff Fig. 6

a través dei anaranjado, del amarillo al verde, del verde al azul y del azul, a través del violeta, de nuevo al rojo. En los ángulos de los cuatro colores fundamentales encontramos siempre un cambio de dirección. Si partiendo del rojo avanzamos hacia el amarillo a través del anaranjado, podemos ex­ presar este trayecto mediante una línea recta, pues todos los colores de esta serie tienen analogía con el rojo y el amarillo, aumentando la proporción de uno en la medida en que decrece la del otro; pero si avanzamos más allá del amarillo, surge un cambio de dirección porque desaparece la seme­ janza anterior con el'rojo y en su lugar surge una semejanza progresiva con el verde; desde el verde al azul aparece un nuevo cambio de dirección, la semejanza con el amarillo ha desaparecido y sólo existe con el verde, que gradualmente cede su lugar al azul. Un proceso análogo se repite desde él azul al rojo a través del violeta; ha desaparecido el parecido con el verde y sólo existe con el azul, que va cediendo el paso al rojo, con lo cual voi-

vemos al punto de partida. De este modo se logra la disposición de los co­ lores sobre un cuadrilátero. Cortando el punto central de este cuadrilátero, se halli la línea vertical de los colores neutrales que oscilan entre el negro y el blanco. De este modo se obtiene una pirámide doble, pero su base no forma un ángulo recto con el eje vertical, sino que se halla algo inclinada debido a que el amarillo, a consecuencia de su mayor grado de claridad, está más próximo al bianco que al azuL En esa doble pirámide pueden incluirse todos los colores posi­ bles. El cromatismo de los colores puede adquirir muchos matices ; así existe un rojo pálido y otro intenso ; cuanto más pálido es un color, tanto más se aproxima a la línea de los colores neutrales. De este modo los colores quedan sujetos a una ordenación que da un máximum de sistematización. Ésta ha sido obtenida por vía puramente fenomenològica; por lo mismo es más sorprendente que la contraposición entre blanco-negro, azul-ama­ rillo y rojo-verde, que lleva a una ordenación fenomenològica, corresponda a las relaciones mutuas entre los colores que también se confirman me­ diante procedimientos experimentales. Si se contempla durante algunos minutos un cuadrado rojo sobre un fondo gris, al retirarlo y fijar la mirada sobre el mismo punto del fondo gris, al cabo de breve tiempo aparece la superficie del cuadrado rojo con un colorido verde. Él fenómeno se realiza a la inversa si se empieza por con­ templar un cuadrado vade. Este fenómeno se denomina la imagen consecu­ tiva negativa. En forma análoga provocan imágenes negativas el blanco y el negro, el amarillp y el azul y todos los matices intermediarios. Los colores que forman pareja en la imagen consecutiva y que se substituyen recípro­ camente, se denominan colores de contraste. Este fenómeno de contraste puede darse no sólo en forma sucesiva, sino simaltáneá. Del mismo modo que después de presentar un color se sucede el de contraste en una relación temporal, si el estímulo cromático objetivo recae sobre la zona contigua de la retina, surge también, un fe­ nómeno de contraste. Así, si sobre un fondo verde se dispone un anillo de cartón, gris y se extiende por encima un papel de seda transparente, el anillo aparece coloreado de rojo. Análogamente, un anillo gris sobre fondo blanco es obscurecido y, a la inversa, aparece más claro sobre fondo obscuro. El contraste simultáneo, contra lo que podría parecer a primera vista, no es perjudicial para nuestra visión, sino que la refuerza en grado con* siderable. Posee especial importancia para fijar el contorno de los objetos. Si no existiese, todas nuestras percepciones visuales se difuminarían. «A consecuencia del diverso grado de refracción de los medios que atraviesan los rayos luminosos al penetrar en el globo ocular, la imagen que se forma en la retina es una copia muy desdibujada de los objetos externos, con lo

cual resultaría una imagen visual de contornos muy imprecisos. Gracias al contraste simultáneo, desaparecen más o menos borradas las ligeras desfi­ guraciones que se producirían en la imagen verdadera» 239. Los colores no se limitan a proporcionar contornos a las formas faci­ litando así la distinción de los objetos entre sí. Poseen también una acción emocional sobresaliente que analizó G o e t h e en su teoría de los colores. Así, el rojo tiene una acción excitante ; el azul, en cambio, sedante. Las valencias afectivas de los grados de claridad nos sirvieron en la descripción de los sentimientos, verbigracia, la luminosidad de la alegría y las sombras del pesar. Aunque dijimos que la vista proporciona al hombre, la percepción de la objetividad del mundo y es, por tanto, el sentido más objetivo y aun­ que los colores colaboran a veces para contornear los objetos, en otras oca­ siones, en cambio, provocan estados endotímicos; de modo que las sen­ saciones cromáticas actúan tanto sobre la vertiente de la objetividad como sobre la de la subjetividad. De acuerdo con estQj se diferencian tipológicamente individuos sensi­ bles al color y a la forma. Los primeros viven influidos por sus sentimientos y estados de ánimo; los segundos se caracterizan por situarse ante el mundo con la distancia de la objetividad. Las sensaciones cromáticas son, en suma, un fundamento indispensable para las posibilidades de la visión, el supuesto material para la reproduc­ ción del mundo exterior en nuestra conciencia. Esta reproducción se realiza en nuestra retina como en un aparato fo­ tográfico. Los rayos luminosos que en su diversidad constituyen la ima­ gen de lo percibido, pasan a través de la lente del cristalino y se proyectan sobre el fondo del ojo en la retina siguiendo las leyes de la óptica. En cuanto al enfoque que en el aparato fotográfico se consigue variando la distancia que separa la lente de la placa, se realiza en el ojo humano variando la curvatura del cristalino por la acción de los músculos ciliares. La analogía entre el aparato fotográfico y la función del ojo se com­ prueba también en un singular detalle. Sabemos que la imagen de la placa se halla invertida. Lo mismo ocurre en la retina. Cuando nos hallamos frente a alguien, sus pies se hallan en la parte superior de nuestra retina y su cabeza en la parte inferior. No obstante, juzgamos acertadamente su posición. Le vemos vertical sobre sus pies aun cuando en nuestra retina se apoye sobre su cabeza. La única explicación es que la localización en el espacio según la dirección de lo superior y lo inferior no depende de la posición efectiva de la imagen retiniana, sino que se basa en nuestra experiencia sobre la acción de la gravedad, o sea a base de sensaciones de movimiento y posición. Si dividimos el sector retiniano más sensible en dos mitades, superior e inferior, la experiencia nos ha enseñado que lo que se halla abajo, verbi-

gracia, la parte del mango de un bastón, se halla en dirección opuesta à,la de la gravedad, y a la inversa. Por consiguiente, para nuestra orientación en el espacio los puntos de la mitad superior de la retina poseen d valor espacial de lo inferior, y los de la inferior a la inversa. Las experiencias del americano STRATTON demuestran qué estos .valores espaciales de la retina no se hallan preestablecidos de una manera defini­ tiva, sino que dependen de la experiencia, precisamente de la de lá gra­ vedad y pueden ser variados en consonancia con ella. S t ra tto n usó durante varios días un sistema de prismas gracias a los cuales la imagen retiniana giraba 180°. El resultado fue que ai principio todo le pareció al revés. Pero al cabo de algunos días volvió a ver las cosas normalmente. Esto dependía evidentemente de que había variado la interpretación de las posiciones de los puntos retinianos. AI aplicarse los lentes subsistían los valores espa­ ciales de la retina fijados por lá experiencia. La parte superior de la retina correspondía a la paite inferior de los objetris y al contrariò. Gamo con las gafas la posición de los objetos había variado 180°, los veía todos invertidos. Pero en los siguientes días de llevar continuamente las gafas, incluso de noche, su retina aprendió en cierto mòdo el cambio que se había producido, o sea que la parte superior era la opuesta a la acción de la gravedad. Y à pesar de las gafas, volvió a ver los objetos en su posición normal. AI reti­ rarlas, tuvo que realizar una nueva rehabituacióa La comparación con el aparato fotográfico es útil para poner de ma­ nifiesto otro aspecto importante de la visión. Vemos con dos ojos, cada uno de los cuales es comparable a uh aparato fotográfico y obtiene su propia imagen retiniana de los objetos. No obstánte, en la conciencia sólo se forma una imagen de estos objetos. La acción de ambos ojos es comparable a la de un solo objeto dividido en dos partes. Pueden considerarse las dos superficies retinianas como si la mitad derecha de la retina derecha se superpusiera a la porción derecha de la izquierda. Los puntos retinianos así dispuestos, al ser excitados simultáneamente, tienen una acción conjunta y transmiten a nuestra conciencia solamente una imagen. Lá explicación debe buscarse en là colaboración entre el sentido dd tacto y el de la vista: si fijamos la vista en la punta de un. alfiler, comprobamos al tocarlo con los dedos que no es doble. La duplicidad de las imágenes retinianas no llega, por tanto, a nuestra conciencia. Estos puntos de ambas retinas que de tal modo se corresponden se llaman idénticos o correspondientes. Son idénticos tanto los puntos centrales de la retina como los que.se hallan à su derecha y á su izquierda o en un plano superior e inferior a igual distancia. Los res­ tantes puntos retinianos que no sé corresponden de este modo se deno­ minan dispares, disparidad que puede darse tanto en un planò horizontal como en un plano vertical. Pero para obtener una visión única con ambos

ojos dirigimos involuntariamente los dos ejes oculares de modo que la ima­ gen del objeto recaiga sobre puntos retinianos idénticos, correspondientes. Ésta posición de los ojos se denomina convergencia, y es grande con los objetos próximos y va disminuyendo .a medida que se alejan. Ahora bien, si se fija un punto poniendo los ojos en la posición de con­ vergencia en la cual la imagen de aquel incide en idénticos puntos cen­ trales de ambas máculas, la imagen de un punto más alejado va a parar a puntos retinianos dispares y debería, por tanto, percibirse doble. Por con­ siguiente, una determinada posición de convergencia permite que sólo cierto número de puntos estimule zonas retinianas idénticas, proporcionando una imagen única. El lugar geométrico de estos puntos se denomina horóptero, y superficie nuclear (H ering) aquella en que aparecen todos los objetos que en la convergencia de la mirada en un focó determinado se reproducen en puntos retinianos idénticos. Todos los puntos que caen fuera de esta superficie nuclear determinada por el grado de convergencia pro­ ducen imágenes dispares y deberían provocar una visión doble. Péro babitualmente esto no ocurre, mejor dicho, no llega a nuestra conciencia. Sólo si dirigimos especialmente la atención'conseguimos imágenes dobles. Si situamos un lápiz a 20 cm. de distancia de los ojos y otto más atrás a igual distancia, pero sólo fijamos la vista en el primero, el más alejado producirá una imagen doble evidente. Sí nos fijamos en el más lejano, se producirá el fenómeno inverso. El hecho de que habitualmente no aparezcan en la con­ ciencia las imágenes dobles es debido a que la impresión óptica que recibe la fovea central en la que la agudeza visual es máxima en ambos ojos, co­ rresponde siempre a los objetos que mayor interés nos despiertan, mientras que las imágenes que se forman en puntos retinianos dispares pertenecen a objetos que en un momento dado no nos interesan y por ello no nos ente­ ramos en absoluto de su aparición doble. l a percepción del relieve o tercera dimensión había pretendido expli­ carse por la excitación de puntos retinianos dispares. Sin duda la percep­ ción de la profundidad espacial está en relación con la visión binocular. En la visión monocular la localización de las impresiones visuales en profun­ didad es incomparablemente más difícil que en la visión binocular. Se suponía que en los casos en que las zonas retinianas excitadas por puntos determinados de los objetos se hallan entre sí en una relación de disparidad horizontal de pequeña magnitud, ésta nos da la noción de la distancia á que se halla el objeto en profundidad. Por ser la retina una superficie, sólo puede percibir en forma inmediata la anchura y la altura, mientras que la profundidad del espacio sólo puede captarla en forma indirecta. Cómo hemos dicho, se ha admitido que la disparidad horizontal podría ser el factor que nos proporcionaría este conocimiento. Se argumentaba en esta forma: si pone-

mos ante nosotros una caja de cerillas y nos fijamos en su cara interior, sólo una serie muy precisa de puntos se forma en la superficie nuclear, es decir, en puntos retiñíanos idénticos. Todos los puntos situados fuera de esta superficie se forman en puntos retiñíanos dispares. Pero no son per­ cibidos dobles; según aquella concepción, la magnitud de su disparidad horizontal es la que nos proporciona el dato inconscienté de que se hallan situados tras del borde fijado y de que lo visto se extiende en profundidad. No obstante, nuevas investigaciones han mostrado que la visión de relieve no depende propiamente de la disparidad horizontal de puntos ais­ lados de la retina, sino que obedece a diferencias en la reproducción gestáltica, es decir, sólo aparece cuando la configuración de los estímulos difiere en ambos ojos por un «matiz gestáltxco» de determinada magnitud140. En todo caso es la función binocular la que agrega a la visión de la dimensión horizontal y vertical la de la profundidad hasta el límite del horizonte. En virtud de ella adquiere el sentido de la vista la plenitud de su significación vital; sólo por ella consigue el hombre la visión de conjunto y abarcar el campo de su actividad. Aparte de la disparidad «gestálticas binocular, el ojo dispone de otros datos para la extensión en profundidad, en especial las sensaciones cinestésicas durante la acomodación y la convergencia, que son mayores ante los objetos próximos que ante los lejanos, A estos criterios se agregan la re­ partición de luz y sombras y las superposiciones y variaciones de magnitud de la perspectiva. D.

El principio de la forma

La vía que en nuestras consideraciones sobre la percepción sensorial hemos seguido hasta ahora estaba determinada por las condiciones en que tiene lugar la percepción sensorial. Este modo de pensar nos remite a la existencia de órganos de los sentidos en la periferia del cuetpo que se encargan de la recepción de los estímulos de origen externo y a través de las vías nerviosas sensoriales los transmiten a zonas cerebrales centrales donde son convertidos en vivencias de lo captado. Los contenidos vivenciales sencillos, es decir los ya no divisibles, que aparecen de este modo y que se pueden comprobar en las experiencias, son las sensaciones que vienen a ser, por tanto, las condiciones previas necesarias para la percepción. Sin el material de las sensaciones no existiría una verdadera percepción. Aunque las sensaciones aisladas son indispensables como condiciones para la percepción se demuestra, por otra parte, que no bastan para hacer comprensible el hecho de la percepción. Esto lo expresamos del siguiente modo : Las sensaciones son condiciones necesarias pero no suficientes para la

percepción. Si ésta fuera determinada sólo por las sensaciones producidas sucesiva o simultáneamente por estímulos aislados lo percibido sería en una masa homogénea, inarticulada e indiferenciada de sensaciones aisladas. En realidad no es cierttf que las sensaciones que pueden aislarse me­ diante determinada forma de análisis pasen a integrar nuestra percepción manteniéndose cada una en sí misma y en su relación con los demás valores uniformes, sino que lo que ocurre es que nos aparecen condensadas en una unidad, verbigracia, la de un árbol, de un arbusto o de una piedra. Es, por tanto, necesario admitir que junto á, las condiciones materiales de las sensaciones actúa un factor independiente de ellas que las informa y con­ figura y al que provisionalmente vamos a dar el nombre de factor o prin­ cipio de la forma (Gestajtfaktor). Fue y. E h r e n f e l s quien atrajo la atención sobre el principio de la forma después que durante largo tiempo la psicología se había consagrado a explicar la percepción partiendo exclusivamente de las sensacionesш . E l ejemplo de que se sirvió y que ha llegado a hacerse clásico fue el de la melodía. Lo que percibimos en *dla excede y es distinto de la suma de los diversos sonidos aislados, pnes en cuanto la transportamos, las sensaciones pasan a ser otras, pero la melodía en conjunto, como Gestalt, sigue siendo la misma. Si las sensaciones aisladas fueran las condiciones únicas y, por tanto, suficientes de la percepción, al modificarse sus componentes también variaría in foto nuestra percepción, lo cual no es el caso, según demuestra precisamente el ejemplo de la melodía. La: posibilidad de transposición fue considerada por esto por v. E h r e n f e l s como uno de los criterios decisivos de la forma. La psicología de la percepción asimiló estas ideas, y mediante la lla­ mada «Gestaltpsychologie», 'demostró especialmente en la esfera óptica que nuestras percepciones se hallan condicionadas, en parte, por las sensaciones -aisladas, pero son algo más que la mera proximidad espacial y temporal de ellas, o sea que en la concienciación de la sensación que lleva a la per­ cepción actúa, como configuradora, la vivencia de la forma, por lo que el privilegio designado como de la forma es un factor autónomo que inter­ viene en la transformación de las sensaciones en percepción

La percepción de la jo m a como fenómeno, — En la esfera óptica puede demostrarse en forma especialmente evidente y convincente la tendencia de nuestra concienciación sensorial del mundo a revestir ya desde el primer momento una estructuración formal del campo y de las sensaciones: Los tm os negros y los espacios del papel blanco no nos aparecen aislados y dotados de igual %valor, sino que cada trazo adquiere para la conciencia un carácter formal, constituye una figura.

Si luego agrupamos los trazos por pares (fig. 8) son estas parejas las que aparecen como figuras. Estos ejemplos muestran que existe en el su­ jeto una tendencia a proporcionar una configuración a sensaciones fisioló­ gicamente equivalentes. Exhiben, además, estos ejemplos los rasgos fenomenológicos básicos de toda vivencia de forma: el contraste entre figura y fondo, la mayor importancia y consistencia de la figura respecto al fondo, la tendencia de la figura a emerger del fondo pasando a primer plano y

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el carácter de cosa de la figura frente al carácter puramente material del fondo. La figura es, además, transportable. Podemos, por ejemplo, reducir a la mitad la longitud de los trazos y las distancias que los separan, y el carácter de Gestalt del campo en su conjunto seguirá siendo el mismo. El siguiente ensayo puede servirnos para inquirir a qué punto de vista obedece esta estructuración formal del campo sensorial (fig. 9)Lo ópticamente dado puede estructurarse formalmente de dos modos: es posible tomar el negro como fondo, en cuyo caso destaca como figura una copa, o bien tomamos como fondo el blanco para ver surgir dos perfiles humanos enfrentados. Una vez descubierta esta doble posibilidad, a la larga acaba predominando la forma que posee más sentido, es decir, los perfiles humanos, que lo tienen mayor que la copa, a pesar de su contorno escueto y simétricoS4S. Con razón sacamos de esta experiencia la conclu­ sión de que las figuras son siempre conjuntos significativos. Nuestra con­ ciencia perceptiva va primeramente dirigida a la concienciación de estos conjuntos interpretando las sensaciones en este sentido. Este hecho se confirma también en las llamadas ilusiones ópticas. Dos círculos de igual radio (a y b ) aparecen a la percepción de diferente tamaño cuado se combinan con otro que actúa de círculo externo (d) o de círculo interno (e). l a estimulación de la retina y las sensaciones provocadaí no han expe­ rimentado variación, pero el círculo interno с y el externo d aparecen de

distinto tamaño porque son percibidos como contornos de dos distintos conjuntos significativos, o sea que se perciben dos círculos de los cuales el izquierdo es mayor que el derecho. Las mismas sensaciones adquieren una distinta interpretación a partir de la diversidad de los conjuntos a que pertenecen. Lo mismo se observa con la figura ilusoria de Samder (fig. 11 ). En un triángulo isósceles los lados que descansan sobre la base son interpre­

tados justamente como de igual longitud. Pero si ambos lados .pasan a ser las diagonales de dos paralelógtamos de distinto tamaño, entonces se modifica el juicio perceptivo. respecto a ambos lados, juzgándose uno mayor que otro. No ha variado en nada el caudal de estímulos, las sensaciones provocadas en la retina siguen siendo las mismas, pero la impresión de conjunto de la percepción ha pasado a ser otra. Los dos lados iguales son vistos como partes de diferentes totales, es decir, como diagonales de paralelogramos de muy distinto tamaño. De la diversidad de los conjuntos se infiere errónea­ mente la de las partes. Las ilusiones óptico-geométricas no dejan lugar a dudas sobre el hecho de que partes completamente idénticas desde el punto de vista de los estímulos o de las sensaciones de que se componen, poseen un valor de impresión totalmente distinto según los conjuntos significativos en que se hallen incluidos. Y generalizando respecto a las relaciones de las sensaciones y las percepciones se puede decir: Los elementos sensoriales son interpre­ tados dentro del total del proceso de la percepción según la totalidad de significado, según la fortna dentro de la cual aparecen. Lo que desde el

punto de vísta de la sensación, es idéntico, al variar las condiciones formales aparece en la vivencia como distinto (figs. 9, 10 y 11 ) y a la inversa, si lo que permanece idéntico es la figura, las diferencias en las sensaciones pasan a segundo término (véase figs. 9, 10 y 11). Esto depende de la posi-

O bilidad de transposición de las figuras. Dos cuadriláteros o dos círculos pueden tener distinta longitud en sus lados o radios respectivos, con lo cual variarán las sensaciones aisladas y la suma de los puntos retinianos excitados, no obstante lo cual el carácter formal permanecerá el mismo.

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Todas estas reflexiones muestran que la estructuración formal del campo sensorial no deriva de las sensaciones, sino que el principio formal es un factor previo a aquellas. Los resultados de la psicología experimental han mostrado que el principio de la forma (Gestalt), en la esfera de la visión propende a la «delimitación y unificación, a hacer abarcable y dominable la percepción, a la ordenación, simetría e integración según las direcciones espaciales preferentes que posibilitan nuestra orientación en el campo perceptivo. En suma, toda percepción apunta a un òptimum de configura­ ción significativa» (S ander ), El principio de la forma no sólo actúa en la esfera de las percepciones visuales, sino también en el oído, como demuestra el ejemplo de la melodía. Rige, por tanto, los sentidos superiores. Pero también tiene su validez en los inferiores, aun cuando en ellos es mayor el poder de las sensaciones para aparecer independientemente en la conciencia. El hecho ya señalado de que en el paladeo de manjares y bebidas interviene el sentido del olfato,

muestra que también en los inferiores percibimos las diversas sensaciones formando conjuntos significativos. Esto vale especialmente para las sen­ saciones táctiles, que colaboran ampliamente con- la vista desde los co­ mienzos de la evolución anímica, para proporcionar la adecuada orientación en el espacio.

Sobre la explicación del principio de la Gestdt, — En rigor, al definir el principio de la forma como un factor que se agrega a las sensaciones y las integra en un conjunto significativo, sólo hemos expresado una nega­ ción. Se ha dicho únicamente y se ha confirmado con una serie de expe­ riencias que para constituir la percepción es esencial la estructuración formal del campo sensorial y que no pueden proporcionarles las sensaciones en sí mismas. Surge, por tanto, la cuestión de cómo se engendra la estructuración formal y cuál es su verdadera causa. W . K oH LER, uno de los representantes más impotantes de la psicología de la forma, ha ensayado una explicación fisiológicaz14. No ve en el prin­ cipio de la forma algo específico de los procesos anímicos, sino que deriva la configuración de los contenidos perceptivos de la estructuración de los procesos neurofisiológicos que acompañan a la percepción. Apoya su aserto admitiendo que también en el plano físico, en lo inanimado, pueden regis­ trarse procesos de forma. Cita como ejemplo la repartición de la carga eléctrica en un conductor, en el cual descubre las mismas características formales que en la percepción. Si la caiga disminuye en un punto del con­ ductor, aparece una compensación inmediata en todo el sistema de repar­ tición. La carga se conduce como una totalidad dinámica. Es, además, transportable y exhibe, por tanto, el criterio capital de la forma. Si se modi­ fica la capacidad del conductor, la carga que aparece en cada lugar es cierta­ mente distinta,'pero su repartición permanece invariable como una estructura independiente. Esto conduce a K o h l e r a admitir que en el proceso neurofisiológico concomitante de la percepción se da también un proceso global físico de esta clase. De este modo, el principio de la configuración gestáltica de la percepción se explicaría a partir del que también rige los procesos fisiológicos concomitantes. Cabe en lo posible que estos procesos fisiológicos dependientes de la percepción tengan este carácter formal como pretende K oH LER . P ero con ello no queda en ningún modo suficientemente explicada la percepción de ja forma. Queda especialmente sin explicar por qué la configuración forma! ck nuestro campo sensorial se modifica según nuestra actitud subjetiva. Si sí: contempla la figura 8 se propende a interpretar a primera vista los trazos verticales próximos como constituyendo una figura que destaca sobre bs espacios blancos más anchos, a los que asignamos una función de fondo.

Pero es perfectamente posible y depende sólo de la actitud subjetiva consi­ derar los trazos distanciados como contornos de formas, con lo cual queda trocada la relación figura-fondo. Las mismas condiciones se dan en lá figura copa-perfil. Depende de nuestra, actitud el que configuremos el campo perceptivo en forma de una copa blanca sobre un fondo negro o como un doble perfil humano negro sobre un fondo blanco. Estas experiencias demuestran que la condensación de las sensaciones en formas está determinada por factores anímicos centrales. Ya EbbinghaU S subraya en sus «Elementos de Psicología», en los cuales todavía qo aparecían los conceptos de «forma» y de «totalidad», que en cada percepción participa el yo vivenciante. En cada percepción se halla induida la totalidad del alma, que acusa su peculiaridad en los actos receptivos merced a la selección, enri­ quecimiento y clasificación de lo objetivamente dado MS. Ya W . S t e r n ha formulado el principio : «No existe figura sin configurados 24e. Con esto queda dicho que la percepción no es una simple recepdón y reproducción automática de las sensaciones provocadas por los estímulos, sino que implica una actividad propia del sujeto anímico. La pregunta que ahora se plantea es la de si esta actividad dd sujeto, estructurando el campo sensorial en componentes significativos, puede determinarse con mayor precisión. Para contestarla, empecemos recordando lo que ocurre en los dibujos con sorpresa. La tarea que nos proponen es la .de descubrir determinadas figuras en lo que a primera vista parece un informe ovillo de líneas. Por lo general, se procede a buscar partes de las figuras para completarlas después. Siempre interviene un esquema antidpador que acaba por coincidir con ciertas líneas de lo que primero parecía un campo perceptivo caótico. La actividad anímica que conduce a ¡a configuración formal de las sen­ saciones aisladas consiste, por lo tanto, en una búsqueda orientada según un esquema anticipada:. Esta búsqueda es de un género especial, puesto que es realizada con aquel propósito plenamente consciente que designamos como atención voluntaria. Además, este esquema anticipante inmanente a la busca es consciente, es dedr, lo tenemos presente en la representación. Pero en la mayoría de los casos de nuestras percepciones la aparición de la confi­ guración no se basa en una búsqueda ddiberada. Debemos, por tanto, pregun­ tarnos si tenemos el derecho de equiparar a una busca la actividad que opera en la percepción de la forma. Podemos contestar afirmativamente si se da también una busca preconscíente, es decir, sin previa representación de lo buscado. Una búsqueda de esta índole la tenemos en los instintos y tendencias. El objetivo de los mismos puede transformarse en representadón y quedar incorporado a los designios conscientes. Pero esto es algo secundario y en muchísimos casos

no ocurre. Las imágenes de lo buscado permanecen, como suele decirse, inconscientes, no representadas, análogamente a como en la pregunta se intuye de algún modo la respuesta aún no consciente ni conocida. Que lo preguntado se halla ya esbozado en la pregunta se muestra también en el hecho de que la contestación sea como tal aceptada o rechazada. O sea que en la pregunta se intuye un esquema al que debe ajustarse la respuesta. En forma análoga, lo inquirido y buscado en las tendencias e instintos se halla ya inconscientemente anticipado. Estas reflexiones sugieren la hipótesis de que la espontánea actividad psíquica que aglutina las sensaciones en percepciones formales la encon­ tramos en aquel buscar que opera en los instintos y tendencias. Hablan en este sentido una larga serie de hechos de la psicología evolutiva y de la psicología general. Las investigaciones de v. U e x k ü l l sobre el medio cir­ cundante de los animales muestran que sólo perciben como conjuntos signi­ ficativos aquellos complejos de estímulos que tienen una importancia positiva o negativa para su conservación ; es decir, que dan alguna íespuesta al inquirir y buscar implícito en los instintos. De este modo, el mundo con el cual el animal se relaciona queda estructurado en diversos grupos de con­ juntos significativos: el círculo de la presa, el de la nutrición, el de los enemigos, el de la cría, el del juego y el del sexo. Puede, por tanto, admitirse como seguro que lo que en la vida psíquica de los animales diferencia en formas delimitadas y fendo difuso la multiplicidad de las sensaciones es el caudal de impulsos instintivos que posee un animal y las imágenes incons­ cientes de lo buscado. El temario de las necesidades propias al animal plan­ tea un inquirir y buscar que es configurador para la percepción del mundo. Lo que no proporciona una respuesta a este inquirir y preguntar, mejor dicho, lo que no encaja en este esquema anticipador queda en el vasto sector de lo no percibido o, a lo menos, forma patte del trasfondo indiferenciado sobre el que destaca lo propiamente percibido. Las sensaciones aisladas son, por tanto, agrupadas en conjuntos significativos de acuerdo con un sistema determinado de tendencias. Si para el animal aceptamos que la clasificación, del campo de los estímu­ los corresponde a la temática de sus instintos y necesidades se plantea la cuestión de si de modo semejante tal preguntar y buscat contenido en la temática impulsiva impregna también la percepción del hombre y también aquí caracteriza como un todo la multiplicidad de lo simultáneo y lo suce­ sivo de las diversas sensaciones. U e x k ü l l llama la atención sobre la siguien­ te experiencia: cuando buscamos algo con la mirada, es como si transpor­ táramos la imagen de lo buscado a través de nuestro espacio vital En cuanto coinciden la imagen buscada y el objeto, surge una exclamación « ¡ aquí está i » y se pasa a la acción. De la naturaleza de estas imágenes bus­

cadas se derivan singulares consecuencias. Buscamos sobre nuestro escritorio las tijeras— este ejemplo es de U e x k ü l l — y no damos con ellas a pesar de que reiteradamente han entrado en nuestro campo visual. El motivo es, sin duda, que las tijeras apuntaban hacia nosotros, pero en nuestra imagen de busca se hallaban en la posición contraria. La experiencia aporta ma­ yores pruebas en favor de que en el ser humano lo que delimita su percep­ ción en el infinito campo de las sensaciones depende del temario de sus tendencias. El hombre con una preocupación incrementada por sí mismo recorta del múltiple material de su contorno lo que es o puede ser favo­ rable o nocivo para su bienestar mientras que aquello que no tiene relación con sus tendencias permanece como fondo ignorado o indiferenciado. Lo mismo le ocurre al afanoso de notoriedad, cree ver y oír en el comporta­ miento y las palabras de sus semejantes la satisfacción o frustración de sus deseos. Esta ley de articulación del campo perceptivo en orden a su impor­ tancia para la temática tendencial la formula D. K a t z en estos términos : «En la vida cotidiana, el relieve del mundo perceptivo es modelado por la necesidad predominante en un momento dado. Sobre todo influye en la delimitación entre primero y segundo término. Al cambiar la tendencia predominante cambia al propio tiempo el sentido total del mundo circun­ dante. Para el. hambriento el mundo se articula en cosas comestibles y no comestibles. Para el soldado en el frente la diferencia esencial es entre las zonas indefensas y las protegidas de la visibilidad y los disparos. Juntamente con el estado de ánimo que depende de las necesidades varía el «carácter invitativo» (L e w in ) de los objetos del contorno. Puede por tanto decirse que el grado de precisión y configuración de sus percepciones depende de sus tendencias, o, lo que es lo mismo, de sus imágenes implícitas de busca. Esta ley es válida también para las más elevadas tendencias humanas. Así el artisia extrae del abigarrado campo sensorial aquellas formas que corresponden a las imágenes estéticas inconscientes de su alma. Este término de imágenes de búsqueda inconscientes o no representativas, no significa otra cosa sino que al ser viviente, al conectar sus instintos y tendencias con el mundo, algo le responde en el sentido del «ahí está». El término de imáge­ nes de búsqueda sólo puede tomarse en la acepción metafórica, como un recurso auxiliar de la expresión verbal conceptual. Pues en el fondo se trata de algo que todavía no es una imagen, sino que sólo sucge como tal al entrar en contacto con el mundo. Es posible hacer una objeción a la hipótesis aquí sustentada de que la estructuración formal de lo percibido deriva de las imágenes de búsqueda conscientes o inconscientes implícitas en las tendencias. Si la hipótesis fuera cierta, cuanto es objeto de percepción debería poseer la propiedad de interesarnos o, en todo caso, quedaría excluida la indiferencia. Todo lo perei-

bido debería poseer— en analogía con la superposición de las vivencias tendenciales instintivas y las emocionales— una valencia emocional, una cua­ lidad afectiva con la cual, como respuesta al temario t e n d e n c i a ll o perci­ bido sería retransmitido al fondo endotímico. Debemos ahora preguntarnos : ¿no nos son indiferentes millares y miliares de percepciones? La silla apo­ yada en la pared de la habitación, el pavimento de la calle sobre el cual deambulamos, etc. Sc h e l b r 24® contestó a esta pregunta diciendo que cuando creemos realizar una percepción desinteresada, o incurrimos en imprecisión verbal o nos engañamos a nosotros mismos. La mayoría de las veces la percepción indiferente sólo significa que no prestamos atención alguna a lo percibido aquí y ahora, o bien que se equilibran variadas tendencias, dando así lugar a un estado positivo de indiferencia. En realidad, según S c h e l b r , sólo existen gradaciones de interés o de desinterés en las percepciones. Que la silla o el empedrado provocan un efectivo interés, podemos comprobarlo cuando no podemos sentarnos por falta de silla, o cuando, por estar levan­ tado el pavimento, nos vemos obligados a caminar venciendo obstáculos de montones de piedras y tierra. Todavía cabría la objeción de que al percibir figuras geométricas como cuadrados y círculos no es posible hablar de que tengan una importancia para nuestras tendencias y que se trata de objetos realmente indiferentes que, no obstante, nos aparecen como formas. Pero si contemplamos la figu­ ra 12a, no se fragmenta para nuestra percepción en las figuras parciales b y e, sino en un cuadrado y un círculo, sin duda porque éstos poseen para nosotros una significación preferente respecto a las figuras b y c, lo cual depende, a su vez, de que para nuestro trato con el mundo el círculo y el cuadrado son más importantes que las otras formas. Ш círculo simboliza algo que podemos hacer rodar, el cuadrado algo con lo cual podemos cons­ truir. Debemos, pues, ser precavidos antes de hablar de formas indiferentes. Este concepto sólo podemos tomarlo aquí en sentido relativo. Conviene, además, tener presente un segundo punto. Que ciertas formas nos aparezcan como relativamente indiferentes ahora y aquí, no significa que siempre haya ocurrido así. Cuando un niño descubre la forma circular en una pelota que puede hacer todar, o la del ángulo recto en un ladrillo con el cual puede montar construcciones, realiza un hallazgo impulsado por una constelación de tendencias muy alejada de la indiferencia. Ciertamente el hábito y la repetición van borrando cada vez más la significación originaria de estas formas para la vivencia,”pero nunca desaparece totalmente. Además, puede ser siempre reevocada. Adquiere, por tanto, gran verosimilitud la hipótesis de que la estructu­ ración gestáltica del campo sensorial en campo perceptivo tiene su raíz en la dinámica de las tendencias. Las palabras de BUYTENDIJK, «sin espera

no puede tener efecto ninguna percepción»í19, nos proporcionan una justi­ ficación de- nuestras tesis con sólo que recordemos que el rasgo más general de nuestras tendencias reside en su orientación hacia el futuro, en la realiza­ ción de su objetivo, y que la espera es la más neutral de todas las reacciones emocionales con las cuales podemos vivir en la anticipación del futu­ ro (pág. 249). La temática de lo que se busca en las tendencias es ¡a que transforma ciertas configuraciones sensoriales en formas significativas y la que separa en formas percibidas y fondo difuso lo que a nuestra conKgsalis, puesto que las percepciones exhiben una plenitud y dife­ renciación mucho más ricas. Comparadas con ellas, las representaciones son pálidas, reducidas a algunos rasgos esenciales de lo representado. Aun cuan­ do en las representaciones nos referimos al objeto concreto, verbigracia, cuando queremos evocar en la conciencia el rostro de una persona fallecida, nunca consiguen igualar el poder de la percepción. Las percepciones nos aparecen, además, en su espacio real objetivo que nos descubre un órgano de los sentidos, el de la vista; en cambio, las repre­ sentaciones surgen en un espacio que llamamos representativo, que posee dimensiones propias y distintas, superpuesto en cierto modo al espacio sen­ sible, aun cuando puedan integrarse uno en otro como ocurre en los fenó­ menos ya descritos de la transformación de los colores y de las formas, TJna última diferencia entre las percepciones y las representaciones reside

en lo siguiente: _en las percepciones sensibles realizamos la experiencia de que se nos dan con relativa persistencia, mientras que en las representa­ ciones nos vemos obligados a realizar un esfuerzo para retenerlas. Por otra parte, radica también una diferencia en el hecho de que las representaciones — salvo el caso patológico de las representaciones obsesivas— se hallan a nuestra libre disponibilidad, podemos llamarlas y, en cierto modo, despe­ dirlas a nuestro gusto, mientras que no depende de nosotros en igual grado lo que percibimos. Éstas serían las diferencias fenomenológicas entre per­ cepción sensible y representación. Ahora bien, existe una forma de actividad representativa para la cual no son válidas todas las diferencias expuestas con las percepciones. Son las que su primer descubridor VON U r b a n TSCHITSCH denominó «imágenes in­ tuitivas subjetivas». E. R. JAENSCH las ha investigado a fondo y las ha des­ crito con el nombre de «fenómenos eidéticos». Su peculiaridad consiste en que lo representado está dado en forma aproximadamente igual a como si se hallara sensorialmente presente. El grado de sensorialidad es aproxima­ damente el mismo que en la imagen consecutiva negativa, pero con la dife­ rencia de que lo visto no posee colores de contraste, sino los originales y de que el fenómeno eidetico puede ser provocado sin relación de continuidad inmediata con la percepción. Así un «eidètico» está en condiciones de pro­ porcionar informaciones detalladas sobre el número y trajes de personas reproducidas en una postal, pero no porque se haya fijado en estos daros, sino poique los lee en cierto modo de la imagen eidetica que evoca. Mientras que. U r b a n t s c h it s c h consideraba anormales las «imágenes intuitivas subjetivas», J a en sc h ha procurado demostrar que se trata de fe­ nómenos que se dan con gran frecuencia en los niños, quizá en todos, que suelen desaparecer en la pubertad y que sólo persisten fragmentariamente en adultos que poseen talento artístico. Estas observaciones apoyan la hi­ pótesis de que los fenómenos eidéticos constituyen, desde el punto de vista genético, formas intermediarias entre la percepción y la representación. Apoya también este supuesto el hecho de que las representaciones, con­ sideradas en su génesis, presuponen las percepciones. Sin éstas no existirían aquéllas. Precisamente por esto la relación de una respecto a otra puede compararse a la de una imagen y su reproducción. La percepción es condi­ ción indispensable para la aparición de las representaciones que no son'po­ sibles sin aquélla. Por otra parte, el análisis de la percepción nos mostró en qué grado in­ tervienen en ella las representaciones. El fenómeno de la constancia de la forma o proceso de transformación de la forma en la percepción oblicua de un plato ha sido explicado por la acción de una representación en la que el plato tiene una forma redonda. 'Esto demuestra que la representación es a

un tiempo efecto y supuesto de la percepción, y que su relación constituye un perfecto circuíus vitiosus. Pero la contradicción se desvanece si conside­ ramos m « atentamente los hechos desde el punto de vista genético. AI bus­ car el origen de la estructuración formal del campo sensorial, vimos que es­ taba condicionado por las imágenes preconscientes de búsqueda y de expec­ tación de la protofantasía inmanente a las tendencias. Así, una silla es des­ tacada del resto de los estímulos como unidad formal por su utilidad para sentarse, una rueda por su utilidad para rodar. La repetición de estos procesos y la capacidad de representarse lo antes percibido posibilitan que veamos las mismas cualidades formales y las mismas unidades significativas en puntos diversos del tiempo y del espacio. Partiendo de la identidad de las cualidades reiteradamente percibidas, se desarrolla una representación esquematizada aplicable a todas las sillas, que abarca sólo los rasgos esenciales de la uni­ dad sigüificativa «utilidad para sentarse», prescindiendo de todos los rasgos coücretos variables de un caso a otro. Se trata, por consiguiente, de repre­ sentaciones esquematizadas estandardizadas, generalizadas, que integradas en la percepción, actúan en la transformación de la forma. Pero consideradas en su origen, estas representaciones no son otra cosa que la imagen de las per­ cepciones sensibles, y son, por tanto, representaciones aisladas que sólo gra­ dualmente van evolucionando hasta convertirse en representaciones gene­ rales, a lo cual contribuye, según veremos, de un modo decisivo, el lenguaje y lá formación de conceptos en él implicada.

La significación antropológica de las representaciones. — La relación re­ cíproca entre percepciones y representaciones tiene una importancia básica para la concienciación y orientación en el mundo. AI propio tiempo, el con­ cepto de mundo adquiete, gracias а еЦо, un nuevo significado y una nueva dimensión. Aun cuando por su génesis dependan de la; percepción, las re­ presentaciones adquieren una vida propia y abreii al alma un nuevo hori­ zonte mucho ntós amplio que él de la percepción sensible. Gracias al poder de la representación, ya es «ascendido lo inmediatamente percibido. Si bien sólo vemos la. parte anterior de los objetos, la completamos incluso en sus partes invisibles gracias a la actuación de la representación. Así la imagen de la manzana es experimentada como un conjunto significativo del cual forman también parte su sabor y su valor nutritivo, o sea, cualidades que no nos proporciona la percepción visual de la fruta. Asimismo ampliamos en la dimensión del tiempo nuestra conciencia representativa del mundo. Las representaciones nos abren el mundo en una amplitud espaciotemporal que está vedada a la concienciación puramente sensible. En esto se nos mues­ tra lá significación antropológica de la representación. Si sólo poseyéramos la percepción sensible, el horizonte objetivo de nuestra vivencia sçria el de

un ser reducido, como el animai, a un ahora y aquí. Es la capacidad de repre­ sentación la que nos abre el horizonte del mundo y nos proporciona liber­ tad de acción ante él.

Representaciones de la memoria y de la fantasía, —-Las representaciones pueden ser de la memoria y de la fantasía, mejor dicho, de la fantasía repre­ sentativa—^que debemos diferenciar de la protofantasía carente de repre­ sentaciones— . Mediante la memoria actualizamos Io ya percibido y con la fantasia lo que todavía no lo ha sido. Cuando leemos la descripción de seres y países extranjeros que aún no hemos visto o somos informados sobre acon­ tecimientos de tiempos pasados, el poder de la fantasía desborda amplia­ mente lo percibido. No cbsrante, se halla en relación con nuestra experien­ cia anterior en la medida en que sólo podemos representarnos lo nuevo sobre la base de lo ya previamente conocido. Éste viene a representar et ma­ terial del cual extrae lo nuevo la fantasía. Por mucho que el poder de la fantasía exceda al de la memoria, no existe ninguna representación de aqué­ lla que, por lo menos en aspectos parciales, no derive de experiencias pre­ vias. Por otra parte, con la capacidad de evocación aparece siempre la fanta­ sía representativa que puede exceder considerablemente al mero recordar. B.

El proceso del recuerdo

Si estudiamos primero aquella forma de representación que trae de nuevo a la conciencia el pasado, hemos de recordar lo que dijimos sobre Ja memoria al explicar la temporalidad de la vivencia (pág. 28). Definimos la memoria como la capacidad del alma para conservar contenidos de viven­ cias más allá del ahora y aquí en que fueron vivenriados, con la posibilidad de actualizarlos en momentos posteriores. Esto tiene lugar bajo dos formas, una la memoria experiencial que desde el inconsciente influye en la con­ ciencia del presente y sobre todo en la regulación de nuestra conducta; otra, el recuerdo o memoria reproductiva que consiste en la reaparición en la conciencia en forma de representación de los contenidos de vivencias pretéritas. Recordar nuestra-dnfancia o un individuo fallecido equivale a ac­ tualizar en nuestra conciencia determinadas imágenes que se diferencian de las vivencias originales en ser menos plásticas y concretas, sin que esto sea obstáculo para qüe la relación entre ellas se dé de manera más inequívoca. Sin la menor duda la acción de la memoria experiencia! es más amplia que la del recuerdo, y se halla situada en un plano más profundo de la es­ tructura de la personalidad. Mucho de lo que se ha sustraído a nuestra ca­ pacidad de recuerdo actúa todavía en nuestra memoria experiencial. Así, en tanto hombres adultos, mostramos las huellas de infinitas impresiones de la

infancia sin que podamos recordarlas. Asimismo, las vivencias con una per­ sona amada que ha fallecido, o de la que estamos separados, actúan sobre el conjunto de nuestra personalidad de un modo que desborda ampliamente el de los momentos en que conscientemente la recordamos. Cuanto constituye un saber susceptible de ser evocado en la conciencia en forma'de representaciones, tiene como base la memoria reproductiva. Se incluyen aquí los conocimientos técnicos de los ingenieros, de los histo­ riadores y, en general, todo lo que sabemos acerca de personas, cosas, países, idiomas, acontecimientos, etc a.

Formas del recuerdo

Las formas que pueden revestir estas representaciones mnémicas son extraordinariamente variadas. La sucesión genética en que van apareciendo muestra cómo la concienciación del mundo se va ampliando a partir de un ahora y aquí hacia círculos cada vez más extensos, y cómo la vivencia va adquiriendo- libertad, emancipándose gradualmente de su dependencia del momento y de la situación.

Representaciones mnémicas ligadas y desligadas. — Es la primera dife­ rencia que se nos impone al considerar el curso de la evolución anímica desde la infancia a la vida adulta. Son ligadas las que surgen con ocasión de una percepción sensible. Puede revestir dos formas o bien se nos da la iden­ tidad de una cosa, ser o acontecimiento presente con otro pretérito, o sea, cuando reconocemos algo, o bien cuando una percepción nos recuerda algo. Desligadas son las que no requieren la previa percepción sensible para sur­ gir en la conciencia. Se desarrollan más tarde que las primeras. El reconocimiento, a su vez, tiene lugar bajo dos formas. En la pri­ mera referimos conscientemente la percepción a una experiencia anterior. Recordamos que la persona que hoy hemos encontrado la habíamos conocido hace años sin haber pensado en ella durante esté intervalo. En la segunda, surge una «impresión de familiaridad» (HOEFFDING) sin que aparezcan la situación y el momento pretérito en que por vez primera conocimos lo que ahora reconocemos. Este es el caso cuando el niño se va habituando a lo que percibe. A las pocas semanas sonríe a su madre. La primera impresión no se consolida en una reproducción, pero proporciona a lo percibido la nota de lo familiar y conocido. Esta forma de reconocimiento viene a ser la línea de sutura en que contactan la memoria experiencial y el recuerdo. Representaciones mnémicas localizadas y no localizadas. — Debemos se­ ñalar otra diferencia básica de las representaciones mnémicas, desde el punto

de vista de h posibilidad de reconocimiento. La aparición \ sión de familiaridad» no contiene referencia a un momento ». del pretèrito, a diferencia de lo que sucede en aquella forma dé miento en que recordamos el anterior encuentro. Vemos por consiguiente que tanto las representaciones ligadas com. desligadas pueden estar o no localizadas. Hemos dicho que todo cuanto sa­ bemos se basa en la memoria reproductiva, pero estos conocimientos apa­ recen en la conciencia sin la referencia expresa al momento y al lugar en quç fueron adquiridos. En cambio, otros guardan una referencia precisa de lugar y de tiempo. En ambos casos el pretérito está contenido en el presente, en el último perfilado como pretérito, en el primero sin que poseamos conciencia de en qué grado nuestro pasado pervive en nuestro presente. Cuanto mayor es la frecuencia con que son reproducidas las representaciones mnémicas, tanto más pierden la marcá de localización temporal y espacial de su adqui­ sición específica.

Representaciones mnémicas espontáneas y provocadas, — Una tercera di­ ferencia respecto a la forma en que actúa la memoria reproductiva, es la exis­ tente entre los recuerdos espontáneos y los provocados. En el primer caso ascienden de las profundidades de la 'memoria espontáneamente, sin nuestro concurso y esfuerzo deliberado. En el segundo caso, la representación mnémica es el producto de un esfuerzo intencionado. En aquel caso, su aparición se asemeja a una ocurrencia; en el segundo, a una reflexión. De la combinación de estas posibilidades resulra una serie de formas di­ ferentes, según las que la memoria reproductiva actúa ; de cada una de ellas en particular no vamos a hablar aquí, sólo pondremos de relieve aquellas que caracterizan el curso del desarrollo anímico. Sobre la evolución de la memoria, — Las primeras en aparecer son las representaciones mnémicas ligadas no localizadas, o sea, aquellas formas de reconocimiento en que experimentamos únicamente la cualidad de lo ya conocido. En una fase muy posterior aparecen las representaciones mnémicas espontáneas no localizadas. Esto se ve, por ejemplo, cuando un niño de año y medio al que, jugando, se Je ha metido una pelota bajo la mesa, sin haber prestado atención a ello, la busca allí pasado algún tiempo. Es improbable que recuerde el rodar bajo la mesa como algo ocurrido con anterioridad, porque en el niño de esta edad no existe todavía una conciencia del tiempo en el sentido de diferenciar el ahora, el antes y el después. Pero hemos de admitir que el niño reproduce la situación de la pelota bajo la mesa, per­ cibida dé un modo gestáltico.

Las más tardías genéticamente son las imágenes mnémicas desligadas, localizadas y evocadas que sirven de base a la reflexión; es decir, caracteriza la plena madurez del desarrollo de la memoria reproductiva el que seamos capaces de acordarnos de algo ya pasado mediante el dominio de nuestras representaciones. El modo progresivo como aparecen las distintas clases de representaciones mnémicas, desde la vivencia de lo meramente familiar hasta la evocación pienamente consciente de la vivencia del pasado, pone de relieve una emancipación progresiva del mundo de las representaciones del aquí y del ahora, en lo cual reside como ya indicamos la importancia antropológica de las representaciones. Nadie las ha descrito de un modo ■más plástico e impresionante que S a n AGUSTÍN. En el libro X de sus «Confesiones» habla de «los campos y amplios palacios de mi memoria, donde se halla el tesoro de innúmeras imágenes de cosas que han penetrado por los sentidos, unas veces ampliando, otras disminuyendo, o combinando de diferentes maneras, lo percibido por ellos... Exijo que la memoria haga aparecer allí mismo lo que quiero... En la gran mansión de mi memorisi se hallan presentes el cielo, y la tierra, y el mar... Allí me encuentro a mí mismo y me;configuro nuevamente... De este mismo tesoro tomo ora esta, ora aquella imagen de las cosas.,.,. Y entonces pienso en lo que puedo hacer, esperar o recibir en el futuro y lo concibo como si perteneciera al pre­ sente.., Este es el gran poder de la memoria, ¡oh, Dios m ío!, santuario oculto, amplio e infinito, que me sobrecoge. ¿Quién puede llegar a su fondo? 5>

b.

Leyes del procao del recuerdo

La experiencia enseña que la capacidad de disponer de las vivencias pasadas en forma de actualización representativa a la que llamamos retención f Bebdten), se halla sujeta a ciertas leyes. Existen determinadas i'ondiciones de las cuales depende el que la memoria pueda asimilar algo y reproducirlo después en forma de representación. Son especialmente importantes para el aprendizaje, ya que éste depende por completo de la memoria, no sólo de la memoria experiential por la cual aprende también el animal, sino sobre todo del proceso del recuerdo, si hablamos del aprendizaje en el sentido pedagógico humano.

Atención y valencia emocional. — Por el papel que la atención desempeña en la percepción se ve que ella es una de las primeras de estas condiciones. Comprendemos como atención — formulado de un modo provisional — 256 la preparación y adaptación de nuestros órganos y funciones de concienciación , y de orientación en el mundo hacia algo que se halla en el horizonte de nuestra percepción. Cuando leemos algo con atención, nos acordamos del

contenido mucho mejor que si lo hojeamos sólo por encima. Nos sorpren­ demos leyendo una página, que en ocasiones la releemos varias veces, sin enterarnos en realidad de qué es lo que hemos leído. Sobre muchas cosas que en el curso de nuestra vida cotidiana penetran innumerables veces en nuestro campo visual no podemos dar ningún dato cuando nos preguntan por ellas, porque no les hemos prestado atención Desde luego, esta atención no depende solamente de nuestra voluntad, sino también de la valencia afectiva, de la capacidad de provocar senti­ mientos de las cosas que percibimos. Así la valencia afectiva es otea con­ dición de la retención. Por lo pronto existe una diferencia en relación con la profundidad de la vivencia. La muerte de un set querido se adhiere más al recuerdo que la pérdida de un objeto, aunque sea indispensable. Entre las vivencias de igual profundidad afectiva, las que estimulan un afecto positivo son mejor conservadas y más fácilmente evocadas que las que provocan afectos negativos. De este hecho depende el llamado optimismo del recuerdo: tendemos a embellecer el pasado en el espejo del recuerdo porque la memoria conserva las buenas experiencias de La vida mejor y más a gusto que las malas. Ingratos pata con el Destino, pensamos más en aquello a lo que hoy hemos de renunciar, y que poseíamos en el pasado, y no pensamos en que en ese pasado tenía también insatisfacciones y miserias de las que hoy estamos libres. La valencia afectiva representa un especial papel en el recuerdo, sobre todo en los casos en que se ttata de contenidos vivenciales que pesan sobre nuestro sentimiento del Yo. A esto se refiere !a frase de N ietzsche citada a menudo: «Esto he hecho, dice mi me­ moria; esto no puedo haberlo hecho, dice mi orgullo y permanece incon­ movible. Al fin, cede la memoria». El proceso del recuerdo se halla, pues, en gran parte sometido a la ley de represión, de la que hablaremos más adelante. Acerca de esto veremos que ciertas vivencias con valencia afectiva negativa son apartados del recuerdo, pero se conservan en la capa más pro­ funda de la memoria experiendal y desde allí pueden ejercer su influjo sobre el presente en la vida posterior. Naturalmente, existen también contenidos vivenciales cuya valencia afec­ tiva es pequeña, o sea, que son relativamente neutrales en cuanto a la afectividad. También ellos se adhieren menos al recuerdo que los que tienen una valencia afectiva positiva. Si lo que se come deja indiferente, no se recordará mañana lo que se ha comido hoy; en cambio, la interrupción de comidas monótonas por un plato favorito permanece largo tiempo en el recuerdo. Con la ley de la valencia afectiva se relaciona también el hecho de que ciertas personas tengan una memoria especial para los números, los nombres, para caras, para idiomas, para relaciones topográficas, etc. Probablemente en

todos estos casos existe un interés especial para determinados objetos, lo cual les presta a sü vez una determinada valencia afectiva. Del papel que ésta desempeña en la retención se deduce la consecuencia pedagógica de que al enseñar algo a los niños debe hacerse de modo que lo que se les ofrece interese a la esfera de valores infantiles.

La totalidad con significado, — Otro factor que ya influye en la percep­ ción y que es importante para la percepción y la reproducción es el grado en que lo que ha de ser retenido representa por sí mismo un total o queda dis­ gregado en disjecta membra, es decir, en fragmentos independientes y sin relación recíproca. Cuanto más ocurre esto último, tanto menos será rete­ nido. Pero cuanto más los contenidos aislados y separables de lo percibido se puedan reunir en totales con significado, en formas (Gestalten), tanto mejor será la retención. No percibimos las palabras por sus letras o sílabas aisladas, ni tampoco las frases por sus palabras sueltas, sino en tanto que' unidades significativas amplias atendiendo al sentido intelectual que expre­ san. Lo que llamamos mnemotecnia, y que no es más que el arte de crear relaciones entre los detalles que debemos retener, depende del hecho de que percibimos mejor las totalidades configuradas que los fragmentos aislados, sin relación entre sí. La relación con lo conocido, — La persistencia con que algo es conservado por la conciencia y se halla en ella como contenido evocable, depende además de hasta qué punto puede encajarse en lo ya conocido o puede ser puesto en relación con ello. W undt designa este proceso con el nombre de asimi­ lación, También de la ley de la asimilación se deduce una importante conse­ cuencia pedagógica. Al ampliar nuestros conocimientos, lo nuevo que hemos de comprender y grabar debe insertarse, en la manera que sea posible, en lo ya conccido y poseído.

La extensión de lo percibido. — Así como las condiciones hasta ahora citadas para la retención y la evocación se hallan ya en la percepción misma, igual ocurre con otro factor que es también decisivo: es la extensión de lo que debemos percibir. Precisamente la experiencia de la enseñanza y del aprendizaje muestra que lo que debe ser retenido en la memoria ha de ser dosificado para ser percibido y no puede sobrepasar una cierta med Existe un óptimo de lo que puede ser exigido a la retención. El que por primera vez va a Roma y dispone solamente de pocos días de estancia retie­ ne más en el recuerdo cuando se resigna a una determinada medida que si intenta asimilar y retener todo lo que hay que ver. Esta dependencia de la retención de la extensión de lo que debe ser

notado 7 retenido en la percepción, como otras muchas leyes del proceso del recuerdo, se ha puesto de manifiesto experimeñtalmente, con medidas y cifras, creando condiciones exactamente determinables y variables. Para ello hubo de tenerse en cuenta el hecho de que la evocación depende de la valencia afectiva, de la capacidad de integración en totalidades con signifi­ cado propio y de la posibilidad de relación con lo ya conocido. Para excluir estos factores E bbinghaus ha utilizado como material mnémico desprovisto de valores y homogéneo las sílabas sin sentido (lab-n ef - bal-etc). Las pruebas llevadas a cabo han mostrado, entre otras cosas, que 6-7 de tales sílabas son retenidas tras una sola presentación cuando el grupo que se ha de aprender está integrado por ocho a nueve miembros. Pero si consta no de nueve, sino de veinte sílabas, el número de miembros que se retienen es notablemente menor. Se ha sobrepasado el óptimo de lo que puede exigirse a la .retención. Pero estas experiencias no pueden transferirse sin más a las circunstancias de la vida. Las leyes aquí indicadas sólo son válidas cuando los contenidos aislados de la percepción constituyen realmente elementos, es decir, no tienen ninguna relación entre sí ni se hallan integrados ,en tota­ lidades con significado ni en formas perceptibles. Cuando oímos un frag­ mento musical no tiene sentido el preguntar cuántos sonidos aislados po­ demos percibir y retener. Es el conjunto de la melodía lo que percibimos y retenemos. Pero también en este caso la capacidad de retención depende de la amplitud de lo percibido, aun cuando esta relación no pueda ex­ presarse en cifras. Retenemos siempre solamente partes de un fragmento musical más extenso, y cuanto mayor es éste, tanto más difícil resulta, por lo regular, el retener fragmentos aislados.

La reiteración de la percepción, — Como todos sabemos por la experien­ cia que nos proporciona la enseñanza y el aprendizaje, otra condición im­ portante para la retención es la frecuencia de la percepción. Cuanto mayor es ésta, tanto más fácil es reproducir después su contenido y tanto mayor es el tiempo durante el cual puede ser evocado. Cuanto más a menudo me ocupo en una materia, tatito mejor la retengo. Esta regla ha sido también demostrada experimentalmente. Las experiencias con silabas sin sentido han demostrado no sólo lo que ya sabíamos por la experiencia cotidiana, es decir, que lo que ha de permanecer en la memoria se retiene tanto mejor cuanto más a menudo es percibido, sino también que no existe una relación directamente proporcional. Pongamos un ejemplo: Si después de-dos repeticiones de un grupo de sílabas sin sentido se retienen n miembros, en cuatro repeticiones no se retendrán 2 x n, ni tampoco 3 x n en tres repeticiones, sino menos. Con esto se demuestra que la amplitud de lo retenido en la repetición de las impresiones aumenta al principio con

rapidez y después lo hace más lentamente,- para Uegar finalmente а ш límite máximo.

El tiempo dé latearía. — Las condiciones de la retención hasta ahora citadas son dadas con la percepción. La amplitud de lo que puede ser repro­ ducido depende además del tiempo de latencia, que es el que transcurre entre las percepciones y el momento en que debe realizarse la evocación. Ya la experiencia empírica permite comprobar que la posibilidad de repro­ ducción disminuye al aumentar el tiempo de latencia. En general,'lo que hemos visto u oído, es decir, percibido, lo olvidamos tanto más cuanto más largo es el tiempo en el que no hemos tenido ningún motivo, interno o exter­ no, para recordarlo. La psicología experimental de la memoria ha comprobado con el método de las sílabas sin sentido que el olvido progresa al principio con rapidez y después cada vez con mayor lentitud es decir, que el olvido no es direc­ tamente proporcional al tiempo de latencia. Si un grupo de doce sílabas puede ser repetido entero después de un determinado número de presenta* ciones y a las dos horas se han olvidado dos sílabas, a las seis horas no son seis las sílabas que no pueden ser evocadas, sino menos de seis. Pero la psicología experimental de la memoria ha demostrado también que lo ingresado por la percepción, aun cuando no sea evocable, no ha per­ dido por completo su influencia. Si un grupo de doce sílabas es repetido hasta poder ser reproducido entero y varios días después ha sido totalmente olvidado, para aprenderlo de nuevo se necesitan menos repeticiones que la vez primera. O sea que, evidentemente, las sílabas aprendidas -una vez, han dejado huellas en la memoria que por no aparecer en ella se llaman subliminares. La experiencia confirma el viejo axioma de que lo que una vez se aprendió, y se ha olvidado, se aprende después con más facilidad que la primera vez. Pero demuestra también, y esto es lo más importante, que los contenidos vivenciales que existían anteriormente no desaparecen por completo de la memoria, aun. cuando no puedan ser evocados. Se hallan almacenados en la capa profunda de la memoria experiencia! Por eso ciertas imágenes de nuestra infancia se proyectan desde la memoria experiencial inconsciente hacia el presente, que vivimos como adultos, sin que seamos capaces de evocar una imagen mnémica. La psicología profunda ha puesto de relieve hasta qué punto el adulto se haJJa influido por la acción de estas experiencias infantiles. Acerca de la acción del tiempo de latencia hemos de añadir que el óptimo del recuerdo no se halla por lo regular inmediatamente después de adquirido por la percepción, sino cierto tiempo después. Así, se ha comprobado que a las veinticuatro horas de haber aprendido algo se retiene más que a las

ocho horas. Evidentemente, lo que se adquiere por la percepción debe prime­ ramente sedimentarse y organizarse interiormente.

La antigüedad de la adquisición.—El olvido que aparece cuando él tiempo de latencia sobrepasa una cierta medida no afecta, por lo demás, en el mismo grado a todos los contenidos del recuerdo. Ocurre más bien que los contenidos ranémicos adquiridos más precozmente en el curso de nuestra vida se hallan menos sometidos al efecto del tiempo de latencia, o sea que se conservan mejor, supuesta una valencia afectiva igual, que los más tardíos. Si a los oncé años hemos aprendido la relación casa-domus y a los dieciséis la relación casa-maison y. ninguna de ellas es reproducida después 'durante ш mismo número de años, el tiempo en que se olvida la relación casamaison es más corto que el que corresponde al olvido de la relación casa-do­ mus (segunda ley de J óst). Del mismo modo, lo que una vez aprendido se olvidó necesita para poder ser reaprendido y evocado después un menor número de repeticiones si se aprendió precozmente que si se aprendió más tarde en el curso de la vida (primera ley de J ost ). O sea que en la esfera de la memoria existe como un derecho de primogenitura que se conoce ya por la experiencia empírica. Retenemos mejor lo que hemos aprendido en la infancia o en lá juventud. En ello tiene también importancia, naturalmente, la capacidad de adquisición que se pone en juego en la .percepción y que es mayor en los tres primeros decenios que en el resto de la vida. Los niños y los jóvenes aprenden con mayor facilidad que los adultos. Desde el punto de vista de los rendimientos se produce una determinada curva del desarro­ llo. Existen épocas de florecimiento de la memoria y por tanto del apren­ dizaje. Así, la época entre los nueve y once años es una fase en que aumenta la adquisición de materiales mientras que la memoria para las relaciones intelectuales aparece alrededor de los dieciocho años. Las asociaciones.— Las condiciones hasta ahora señaladas para la. apa­ rición de los recuerdos constituyen factores de los que depende si lo adquiri­ do es evocable y durante cuánto tiempo. Pero si consideramos la relación vivencial actual en la que se evocan conscientemente los recuerdos perci­ bimos una nueva ley. Vemos a una persona y pensamos inmediatamente en su nombre, vemos una rosa y pensamos en su aroma, a la pregunta de cuántos son 2 ж 2 decimos sin reflexionar que 4, cuando vemos un relámpago espe­ ramos el trueno, es decir, anticipamos el trueno imaginativamente; cuando olemos a ácido fénico tenemos la idea de hospital y sala de operaciones. Cuando el que estuvo en Venecia ve en su país unespejo veneciano nota despertarse en él un haz de recuerdos, por ejemplo dela plaza deSan Marcos, del palacio del Dux o del Canale grande.

Todo esto permite ver que determinados contenidos de nuestra vida actual, es decir, aquellos que una o varias veces nos fueron dados simultá­ neamente o uno a continuación de otro, crean entre ellos una ligazón tan estrecha que la evocación de uno trae a la conciencia a los otros, por lo menos parcialmente. Esta ligazón de contenidos vivenciales se conoce con el nombre de asociación. Llevamos a cabo una restricción injustificada cuando en la Psicología definimos corrientemente la asociación como una ligazón de representa­ ciones como si sólo afectase a la memoria reproductiva. También la memoria experiencial se halla sometida a la ley de la asociación. Así, una conducta puede hallarse ligada a una percepción, de t d modo, que a percepciones determinadas siga una cierta conducta sin que entre ellas haya de intercalarse una representación. Todo el doinesticamiento de animales se basá sobre la creación de estas asociaciones. También pueden asociarse percepciones y vivencias afectivas. Para quien ha sido Atacado por un perro se asocia la visión de este animal con la vivencia del miedo, sin que el temor sen­ tido. en aquel momento anterior haya de ser forzosamente actuali2ado en. forma de representación. El que en la Psicología, corrientemente, sea definida la asociación como un enlace de representaciones, puede explicarse porque las asociaciones desempeñan un importante y evidente papel en nuestra vida intelectual, A su acción debemos el que — hallándose permanentemente entrelazados él presente y el pasado—■nuestra percepción del mundo rebase ampliamente el círculo de lo que nos es dado sensorialmente aquí y ahora. Merced al establecimiento de asociaciones se amplía cuantitativa y progresivamente nuestro horizonte del mundo. La ley de las asociaciones, entendidas estás como enlace de representa­ ciones, o mejor dicho de contenidos de la conciencia de objetos, fue Ja primera ley descubierta en la Psicología en el curso de su historia muchas veces centenaria. Aristóteles la dividió en cuatro leyes parciales: las de Ja dependencia espacial y temporal, de las que ya hemos hablado; la de la semejanza y la del contraste. Con las leyes de la asociación de Aristó ­ teles quiere decirse lo siguiente: Los contenidos de nuestra percepción se conectan entre sí asociativamente y se evocan recíprocamente cuando son colindantes espacial o temporalmente, es decir, cuando se hallan en contacto, o bien cuándo son semejantes u opuestos entre sí. La psicología moderna ha elevado la asociación a ley fundamental de la vida anímica, sobre todo por los esfuerzos de la filosofía inglesa del siglo XVili, que afirmaba que la es­ tructura y el decurso de la vida anímica se explicarían exclusivamente por la acción dé la asociación de sensaciones aisladas con la adición de los sen­ timientos fundamentales de placer y desplacer.

Ya dijimos que la -integración asociativa de sensaciones aisladas en tota­ lidades mayores dotadas de significado no podía- explicarse por el hecho de su contigüidad espacial y de su continuidad temporal, sino que debía aceptarse Ja acción de un factor psíquico especial, o sea el principio dé lá Gestalt que tiene sus raíces en la protofantasía inmanente a los instintos y las tendencias y que destaca ciertas unidades dotadas de significado de las sensaciones espacial y temporalmente vecinas. SÍ esto es así, sobte d encadenamiento asociativo de los contenidos ais­ lados de la percepción decide, no sólo el hecho del contacto y vecindad temporales y espaciales, o sea, no un faстог externo, como pretende la hi­ pótesis de la psicología de Ja asociación, sino un factor interno, o sea la re­ unión de contenidos aislados de la percepción sensorial en totalidades dota­ das de significado. Naturalmente que lo que es integrado en estas totalidades y queda acoplado asociativamente debe hallarse en vecindad espacial o tem­ poral, Pero no todo lo que se halla en esta relación de vecindad es conec­ tado asociativamente. Más bien ha de existir previamente la percepción de una dependencia significativa para que en la práctica los contenidos ais­ lados vecinos espacial y temporalmente se asocien. Consideremos el siguiente ejemplo: frente a Ja mesa de trabajo puede verse una reproducción en color del cuadro de B rueghel «Otoño». S.u propietario siente gran placer en la contemplación de este cuadro ; lo ve todos los días con igual complacencia y con el tiempo lo ha incorporado totalmente al caudal de su memoria. Si en un libro encuentra la reproducción de algún fragmento del cuadro — por ejemplo del buey claro en el centro, en primer tármino —, podemos admitir con seguridad que surgirá en su recuerdo el cuadro completo, el paisaje co­ loreado, con sus montes-y valles, con el río al fondo y las personas y ani­ males. Según la teoría asociativa, bastaría para explicar el rendimiento de la memoria reproductiva la mera vecindad espacial que mantienen con la imagen del buey las restantes partes del cuadro. Si esta teoría fuese cierta, nuestro hombre, que cotidianamente tiene ante sus ojos la región limítrofe de la pared con su decoración o sus manchas, debería también recordarla. Esto no ocurre en absoluto porque no foima parte de la unidad significativa, sino que es sób «fondo» sobre el que destaca éste. Que esto ocurre-así realmente, ha sido demostrado por las pruebas con las que la psicología experimental ha intentado descubrir las leyes de la memoria. Fue elegido el método de las sílabas sin sentido, que debían ser aprendidas y después reproducidas tras repetidas presentaciones. Con el ma­ terial de sílabas sin sentido se quiso evitar el que los experimentos fueran influidos por asociaciones anteriormente establecidas, como ocurriría si el material que se ha de retener tuviera un significado, por ejemplo, consis­ tiera en palabras con un sentido. Si realizamos la prueba de las sílabas sin

sentido bajo una minuciosa autoobservación resulta — como sobre todo in­ dicó W. KÔHLER — que siempre tendemos a integrar las sílabas sin sentido en formas, organizándolas rítmicamente Evidentemente, esta tendencia es la condición previa pata la creación de asociaciones., «Durante el.aprendizaje y sobre todo durante la primera repetición de la serie se realiza un proceso de organización. Las sílabas sin sentido deben adoptar un determinado ca­ rácter que lés 'corresponde como miembros con peculiar posición en el total del grupo» 2ir. eEl aprendizaje voluntario consiste siempre, y también aquí, en una configuración intencionada del material» sse. En el aprendizaje de sílabas sin sentido ocurie, en principio, lo mismo que en el aprendizaje de pares de palabras con sentido. «Se hace leer varias veces atentamente — con el encargo de aprender la dependencia— los siguientes pares de pa­ labras : mar-azúcar, zapato-plato, muchacha-canguro, pincel-bencina, iglesiabicicleta, ferrocarril-elefante. El aprendizaje resultará más fácil que si se trata del mismo número de sílabas sin sentido» 21B. Según la psicología de la asociación, esta mayor facilidad depende de que aquí vienen en nuestra ayuda viejas asociaciones que con el nuevo aprendizaje reciben un refuerzo. Pero, ¿ocurre realmente así? «Esto no me parece posible; porque las pala­ bras citadas han aparecido mil veces con otras ligazones mucho más ínti­ mas, las cuales —■precisamente siguiendo el criterio de la psicología asociacionista — dificultarían en grado máximo las nuevas asociaciones.» El hecho de que los pares de palabras con sentido se aprendan más fácilmente que las sílabas sin sentido tiene otro motivo muy diferente. «Si leo estas palabras y quiero aprenderlas por pares puedo imaginarme imágenes com­ pletas (a veces muy raras), por ejemplo, en los pares de palabras citadas, un gran trozo de azúcar que se disuelve en un mar, un zapato que se halla sobre un plato, una muchacha que da de comer a un canguro, etc. Si esto ocurre durante la lectura se originan totalidades muy llamativas y gráficas, aunque extrañas, y el aprendizaje de tales pares es evidentemente tan fácil porque en estos casos el proceso de organización específico de estas totali­ dades es mucho más sencillo que en las sílabas sin sentido completamente indiferentes»*60. Pero también en las sílabas sin sentido sólo tiene lugar una asociación cuando existe previamente una determinada actitud e inten­ tamos reunirías en unidades y organizarías como totalidades. También aquí precede una búsqueda merced a la cual reunimos en totalidades significa­ tivas los contenidos vivenciales parciales, siendo la culminación del proceso la percepción de la forma. Lo que en el acontecer mnémtco aparece aso­ ciado se ha hallado antes coñdensado en una forma, en una totalidad con un significado especial. En todo caso, la vecindad témporo-espacial de los diversos contenidos vivenciales no basta para fundar asociaciones, sino que debe existir previamente una relación de significado para que los conte-

nidos parciales vecinos en el tiempo o en el espacio se asocien verdadera­ mente. Con otras palabras y formulado de un modo general : El principio de la forma o Gestalt antecede al principio de la asociación. Esos hechos no nos obligan a dejar de lado la ley de la asociación, como a veces ocurre en la psicologia actual. Cuando la experiencia muestra que la evocación de partes aisladas de conjuntos significativos antes percibidos trae a la'memoria las restantes partes, nada nos impide el designar a este proceso como asociación. Únicamente debemos tener presente que esta co­ nexión tiene como condiçiôn la previa aprehensión de los miembros aso­ ciados dentro de una totalidad provista de significado. Como tales totali­ dades fignran en nuestra vida no sólo cosas percibidas aisladamente, sino también situaciones enteras que están constituidas por diversas cosas o sucesos. Como asociación comprendemos, pües, la ligazón en que se hallan los contenidos aislados de nuestra percepción por haber sido percibidos una o más veces como miembros de un amplio total significativo. Sólo por lá acción del principio de la forma se comprende que el efecto asociativo de las representaciones no sea tan rígido como para hacer que los contenidos conectados .con ellas anteriormente aparezcan del mismo mçido como fueron dados. Una igualdad tan absoluta no sería deseable, y preci­ samente de que esto no ocurra así depende la extraordinaria importancia del proceso, de la reproducción asociativa para la vida psíquica. Aun cuando los contenidos vivenciales actuales no sean idénticos a otros anteriores, sino solamente semejantes, provocan asociaciones, aAl aprender a leer adquieren los nipos sonidos y combinaciones de sonidos ligados a determinados signos gráficos. Los ñiños reproducen después estos sonidos con máxima seguridad cuando se les presentan exactamente los mismos tipos de letra, pero los re­ producen también, casi siempre, cuando los signos son más grandes o más pequeños, cuando están impresos cocí otros tipos de letra e incluso cuando aparecen ligeramente deformados» **1.. Lo que es reproducido por la asocia­ ción son evidentemente las cualidades de la forma o gestáliicas, c.

Trastornos de la memoria

Después de haber analizado los diversos factores de los cuales depeúde el normal rendimiento de la memòria reproductiva, procede ahora estudiar ciertos trastornos que, aun cüando parcialmente corresponden al campo de la psicopatologia, deben ser mencionados aquí porque aclaran los procesos anímicos normales. Estos trastornos se refieren en parte al reconocimiento, en parte a la evocación. Los primeros aparecen en dos formas. Puede ocurrir que contenidos de la percepción no sean reconocidos, a pesar de que deberían s¿rlo por la

importancia que les corresponde en el conjunto de la vida. Así se cuenta de Linneo que en edad avanzada ya no reconocía como propios los pensamientos o las ideas que él mismo había consignado por escrito ; por otra parte exis­ ten hombres de-ciencia que rechazan en forma negativista toda nueva idea, pero, no obstante, la elaboran inconscientemente, acabando por ofrecerla como pensamiento propio, incluso a aquellos que ya con anterioridad la habían expresadoI82. El «déjà vu» viene a ser como una inversión de estos trastornos del reconocimiento ; cosas o situaciones son percibidas como si ya hubiesen sido vivenciadas, a pesar de que el curso biográfico excluye esta posibilidad. Mucho más variados y de mayor importancia psicológica son los trastor­ nos de la evocación: revisten la forma de amnesias o de paramnesias.

Amnesias. — Designa la incapacidad de reproducción representativa de determinadas vivencias o fragmentos biográficos. Debemos darnos cuenta que es normal que todos nuestros contenidos vivenciales palidezcan con el tiempo, que su recuerdo pierda vivacidad y que por último pueden olvi­ darse parcialmente. Fuera de esta esfera de variación normal del olvido se dan casos anormales de incapacidad de recuerdo. Debemos diferenciar dos grupos : los fisiógenos, condicionados por una alteración del encéfalo, y los psicógenos, que tienen su raíz en procesos intrapsíquicos. El ejemplo clásico de la amnesia fisiógena es el de la parálisis general (véase pág. 84), que al principio se limita a los recuerdos más recientes para irse propagando hacia el pasado biográfico del enfermo (amnesia retró­ grada), También dependen de una desintegración progresiva de las funcio­ nes fisiológicas del encéfalo los defectos de memoria que aparecen como manifestación involutiva en la arterioesderosis. Es una experiencia de todos los días que gente de edad avanzada repitan o hagan siempre lo mismo sin recordar que poco rato antes lo habían ya dicho o hecho. Es posible contar a una mujer senil que su marido ha fallecido, con lo cual derramará lágri­ mas, pero al cabo de pocos minutos ya no recordará nada” 3. También la amnesia senil tiene carácter retrógrado ; afecta primero a los recuerdos más recientes, luego a los períodos tardíos de la yida, pudiendo ocurrir en oca­ siones que los recuerdos juveniles «aparezcan con excepcional claridad y am­ plitud y que se manifieste con luminosidad precisamente aquello que llegó a poseerse realmente en una vida afectiva plenamente evolucionada» Las amnesias pueden, como las paralíticas y seniles, depender de una modifica­ ción progresiva del cerebro y sus funciones, pero también pueden obedecer a una lesión aguda del cerebro. Pueden ser causadas por influjos mecánicos como ictus-apopléticos, disparos, conmociones cerebrales o bien tóxicos. De las últimas guerras mundiales se conocen algunos casos, si bien raros;

de heridas cerebrales en los cuales se produjo pérdida del recuerdo de la propia persona y del propio pasado. En ictus apopléticos y conmociones cerebrales la amnesia aparece en la ya citada forma retrógrada y por lo ge­ neral ábarca un período- de tiempo corto, no adentrándose mucho en el pre­ térito. Como ejemplo de una amnesia de origen tóxico figura la enferme­ dad de Korsakow, que aparece como consecuencia de un prolongado alco­ holismo por aguardiente, «Los pacientes pueden no llamar la atención, se muestran conscientes, comprenden rápidamente y conversan y se conducen correctamente por los cauces convencionales, pero se hallan considerable­ mente desorientados en el tiempo y muchas veces también en el espacio, a consecuencia de sus defectos de memoria. Olvidan de un momento a otro. Con frecuencia son incapaces de recordar un rostro, un nombre; incluso acontecimientos emocionantes no dejan huella en ellos.... En muchos casos el caudal antiguo de la memoria se extingue por completo, pudiendo abar­ car períodos de años muy anteriores al comienzo de Korsakow.»ias. Completamente distintas son las amnesias psicógenas que el psiquiatra francés P ie r r e J anet estudió minuciosamente26*. El caso siguiente puede' servir de modelo: una mujer sufre una crisis nerviosa durante el parto; a continuación se pone de manifiesto un singular .trastorno de memoria; no sólo no sabe nada de su alumbramiento, sino tampoco de su período de embarazo, ni de su matrimonio, incluyendo el día de su boda. Deben ser admitidos en este caso diversos factores intrapsíquicos ; uno de ellos puede ser que el parto constituyó una experiencia para afrontar la cual tenía que vencer grandes resistencias internas; por esta razón borra de su memoria todos aquellos acontecimientos que se hallaban en relación inmediata o me­ diara con ei mismo; pero también puede ocurrir que el matrimonio fuera algo contra lo que íntimamente se rebelaba, y que en su resistencia utilizara el proceso dramático del parto para expresarse en forma de amnesia. No puede ponerse en duda que esta amnesia está condicionada anímicamente, porque lo que se borra de la memoria es un sector de la vida que mantiene una unidad temática ; además, se ha visto que lagunas de la memoria del tipo citado pueden ser suprimidas mediante la hipnosis. Evidentemente, en la amnesia psicògena un complejo de recuerdos es borrado de la memoria porque constituye una carga. Es olvidado según principios de economía vital porque el sujeto no puede elaborar interiormente su vivencia ; no con­ sigue liquidarla. La amnesia psicògena del tipo citado es, por tanto, 'una exageración patológica del proceso normal de la represión, del cual volve­ remos a hablar más adelante. Otra forma de incapacidad de recordar, distinta de la represión, es la interceptación, de la cual sufren principalmente los psicasténicos. No pue­ den dudar de que se han asimilado realmente lo que han aprendido, pero

en el momento en que deberían reproducirlo, por ejemplo, en un examen, no se les ocurre, no pueden evocarlo en su memoria. Pot lo demás no es necesario ser psicastènico para sufrir estas interceptaciones; también el nor­ mal puede presentar trastornos de esta índole, cuando no consigue evocar oportunamente una palabra conveniente, viéndose obligado a abandonar el esfuerzo de recordarla, para que luego aparezca espontáneamente en la con­ ciencia. En estas interceptaciones se rrata de trastornos de los procesos intrapsíquicos espontáneos, a causa de la intervención de la voluntad.

Paramnesias. — No sólo puede ser perturbada la extensión de la memoria, sino también su fidelidad. La experiencia demuestra que deseos y temores pueden ocasionar, profundos cambios en nuestro material mnémico, y por la selección partidista del mismo pueden en ocasiones aparecer recuerdos desfigurados e incluso totalmente falsificados26í. Sobre todo, el orgullo tiene gran poder para transformar y falsificar el recuerdo; los individuos de mucho amor propio no sólo olvidan lo que es desfavorable para su senti­ miento del yo, sino que transforman a su favor lo que ellos y otros han dicho y han hecho. Un falseamiento de recuerdos que nos da la experiencia cotidiana y que también deriva de la autovaloración, se produce cuando dos individuos entran en pendencia y ambos se acusan recíprocamente de ha­ berla provocado. El problema de la fidelidad o infidelidad del recuerdo adquiere especial importancia en las declaraciones de testigos ante los tribunales. Sólo en época relativamente reciente, exploraciones metódicas (W . Stern, CLAPAKÈDE, V. L is t z ) han puesto de manifiesto con qué prudencia deben ser tomadas las declaraciones de los testigos2*8. En una experiencia organizada por la Asociación de Psiquiatría Forense de Gotinga, en la cual tuvo lugar un acontecimiento dramático experimentalmente simulado, de pocos minu­ tos de duración, se vio, con ayuda de un cuestionario, que la mayoría de los observadores que habían sido sorprendidos por la escena habían pasado por alto la mitad de los hechos que habían ocurrido, o bien habían dado informaciones falsasít9. Las causas de que en las declaraciones testificales puedan producirse erro­ res de la memoria son muy variadas. Una primera causa puede radicar en la percepción del proceso a testificar, debido a que el testigo la mayoría de veces no vive la situación desde el punto de vista de la declaración que tendrá que hacer ulteriormente, es decir, no presta atención a detalles que luego pueden resultar importantes, siendo su percepción de la situación sólo difusa o bien fragmentaria. Esto ocurre sobre todo cuándo los aconte­ cimientos transcurren rápidamente o la situación era apropiada para pro­ vocar sensaciones de angustia o de pánico. La invitación a proporcionar una

descripción exacta y precisa puede llevar al testigo, sin que él se dé cuenta de ello, a hacer declaraciones sobre la situación y lo acontecido con un grado de precisión que en ningún modo concuerda con el carácter difuso de su percepión real. Otra posible causa de los errores en las declaraciones testificales depende de que un interés inconsciente o una simpatía o antipatía no confesada hacia el acusado encaucen La declaración hacia una determinada dirección sin que el testigo se dé cuenta de ello ; además, preguntas sugestivas pueden influir en la declaración brindándole determinadas ideas. Por último, uno de los factores más importantes que restan valor a las declaraciones de los testigos es el de que toda vivencia según la ley de la. latencia, cuanto más retrocede hacia el pasado, tanto más pierde en exactitud y en riqueza de detalle. Al exigirse al testigo una declaración, le amenaza el peligro incons­ ciente de que supla lás lagunas de su memoria con su imaginación. Este pe­ ligro aumenta a medida del tiempo transcurrido entre el acontecimiento y la declaración. También contribuyen a remoîdear inconscientemente las per­ cepciones, los interrogatorios repetidos. C.

La fantasía representativa

Por medio de las representaciones no sólo evocamos en nuestra con­ ciencia, como en los procesos de la memoria, contenidos de la experiencia anterior, sino que somos capaces de ir más allá de lo percibido hasta ahora. En estos casos hablamos de fantasía. Un producto de ésta es que podamos imaginar el aspecto de países y de hombres nunca vistos. Pero la fantasía trae al horizonte de nuestra vida no sólo lo real, todavía no percibido por nosotros, sino también lo futuro, lo que aún no se ha realizado. Y la fan­ tasia no sólo nos permite vivir lo futuro, sino también lo puramente posi­ ble, que quizá nunca encuentre su realización. Hemos hallado anres el concepto de fantasía bajo el nombre de protofantasia, que debe considerarse como fundamento de la percepción de for­ mas. Entonces dijimos que la protofantasía no se acompañaba de representa­ ciones y por ello debía ser expresamente separada de la fantasía represen­ tativa de la que nos ocupamos ahora. Pero lo que nos autoriza a aplicar de este modo a dos procesos anímicos diferentes la denominación común de fan­ tasía, es el hecho de que ambos contienen una premonición de lo que to­ davía no es presente sensorial, una anticipación de lo que se busca. En la fantasía representativa, más aún que en el proceso del recuerdo, rebasa nuestra vivencia los estrechos límites en que se halla encerrada sen­ sorialmente, aquí y ahora, en el presente y en el mundo ambiente que lé es dada Naturalmente, también la fantasía representativa, que en lo que sigue

—■guiándonos por el lenguaje corriente— designaremos solamente como fantasía, depende del caudal de los recuerdos. Pero lo que la fantasía hace con las representaciones mnémicas es algo más que una mera reproducción, aun cuando los límites entre representación mhémica y fantasía sean bas­ tante imprecisos. A la libre actividad de las representaciones que llamamos fantasía le co­ rresponde una importancia eminente en el conjunto de la vida anímica y en la estructura de la personalidad. Esto se pondrá claramente de relieve cuando estudiemos las diferentes formas de- actividad de. la fantasía e in­ vestiguemos sus posibles motivos y causas. a.

Las formas de la fantasía representativa

La fantasía ludica, —1En el curso del desarrollo encontramos la fantasía por primera vez como fantasía de juego. Alrededor del tercer año de la vida empieza un teatral juego imitativo en el que el niño y el juguete re­ presentan algo completamente distinto, y considerablemente más que meros objetos reales 270. Unas pinas y unas piedras se convierten en un caballo y un coche, un trozo de madera en una muñeca. Más tarde el niño se erige en punto central de sus fantasías y puede representarlo todo. En su fantasía re­ presentativa puede convertirse en la abuela, en el doctor, en soldado, en animal, incluso puede adoptar el papel de cosas inanimadas. Si investigamos' los motivos por los que aparecen estos juegos de la fantasía, hemos de admitir por lo pronto un vivo impulso a la reproduc­ ción. El juego fue ya interpretado (pág. 112) como fenómeno del impulso vital, mejor dicho, del impulso a la actividad por el cual la vida se des­ arrolla como pura vitalidad acompañada del placer de la función. Después de que el niño ha madurado anímicamente hasta conseguir la función de la actualización representativa y ha descubierto la representación como ac­ tividad en sí, hace uso de esta función en forma de juego. Mejor dicho, hace uso, jugando, de la libertad y abertura al mundo que a los hombres se les da merced a la actualización representativa. Рею coa esto sólo se ex­ plica фот qué el niño juega, pero no a qué juega y por qué utiliza su actividad representativa precisamente en forma de interpretaciones muy determinadas de las cosas. La respuesta a estas cuestiones. nos es dáda por la teoría del juego de K. Gros 271>según la cual el juego considerado en sus motivos, se explicaría, en efecto, por el impulso a la actividad y al placer de la. función, pero además tiene un sentido finalista que es el ejer­ cicio de actividades que más tarde han de ser út'les para su vida. Y así, en el juego imaginativo de los niños debe verse un ejercicio de funciones que más adelante tendrán una importancia vital. El juego de la niña con la

muñeca es un ejercicio previo de la importante función que más tarde serán los cuidados maternales. O sea que el juego imaginativo del niño es, desde el punto de vista finalista, lealmente un desarrollo y realización an­ ticipados del Yo, En el juego imaginativo el niño traspasa los límites de la realidad de su Yo y de su medio ambiente, se crea un mundo propio y ex­ perimenta de este modo por primera vez la liberación del aquí y el ahora que nos es proporcionada por las representaciones. Esta liberación no llega a alcanzar el grado que tiene en los adultos. Cuando el adulto se abandona al impulso de su fantasía casi siempre se aparta del mundo ambiente real. En cambio, el niño necesita impresiones sen­ soriales reales para el estímulo de su actividad imaginativa. Las represen­ taciones de la fantasía aparecen al principio en forma de una ligazón del mismo tipo que las representaciones mnémicas en el reconocimiento. Por eso casi siempre actúan como estímulos de la fantasía cualidades, carac­ terísticas aisladas de las cosas percibidas y por b general aquellas que parecen hacer a éstas apropiadas para uno u otra forma de manejo.. En estos juegos de la fantasía las representaciones y la realidad percibida sensorialmente no se hallan todavía separadas. En un alto grado que nunca más será alcanzado, están integrados entre sí. Hasta qué punto ocurre esto es atestiguado por un ejemplo de SCUPIN referente a su hijo de tres años. Cuando el niño jugaba à ser un «deshollinador» se le aproximó su madre para peinarlo ; pero el niño se separó diciendo : «No me toques, mamá ; el pelo del deshollinador está tan negro que te mancharías los dedos» m . Con el aumento de los años se separan poco a poco las dos esferas de lo directamente percibido por los sentidos y de la fantasía representativa. El niño llega a la edad de los cuentos, a la efase principal de ejercicio de la actividad representativa» (B ü h ler ). En ella el mundo de la fantasía y el mundo de lo percibido sensorialmente se hallan, para el niño, separados de un modo claro e inequívoco, pero no se hallan en contraposición. El niño vive en dos mundos, el de la realidad y el de los cuentos, sin notar en ello una contradicción. Este estado no se modifica hasta la fase siguiente de la edad del Robinson, la fase principal de ejercicio del pensamiento crítico y del conocimiento práctico y objetivo del mundo. El mundo de los cuentos es abandonado cada vez más como esfera de ilusiones irreales y se desvanece ante la conciencia de realidad del niño. Además de la fantasía de juego y de la fantasía de los cuentos se hallan en la primera infancia otras dos formas de fantasía: la fantasía de deseos y la fantasía de temores.

Fantasía desiderativa y fantasía de temores. — Las representaciones de la fantasía de deseos están claramente separadas, como irreales, de la conciencia

de realidad, se percibe claramente que lo deseado es distinto dé lo real­ mente dado. l a fantasía de deseos significa pata el conjunto de la vida psíquica un refugio frente a la realidad cuando los contenidos de las tendencias no encuentran satisfacción. Ya antes de la pubertad aparece el soñar despierto, que se prolonga hasta la adolescencia para cesar entonces o continuar hasta una edad más avanzada. En estos ensueños diurnos, debidos a la fantasía, el soñador está casi siempre en el centro del suceso. Gbn el pensamiento se traslada a diferentes situaciones y busca su satisfacción de distintos modos. Los motivos que dominan en estas fantasías son, por lo general, muy claros. Se trata, sobre todo, de impulsos a la autoafirmación, a la estimación y al poder, de deseos eróticos y del impulso vivencial que precisamente en la pubertad se halla aumentado y busca su satisfacción sobre todo en las propias producciones literarias o en las emociones de la poesía, principalmente lírica y dramática. «Frecuentemente la resistencia a la auto­ ridad paterna ofrece el fundamento para las fantasías del adolescente. Sueña que se halla por encima de todas las leyes con la fuerza que la soledad presta a los rebeldes que sólo pueden contar consigo mismos; Se imagina escenas en las que el padre se enfrenta contra él dura e injustamente hasta que finalmente llega la ruptura y en su obstinación— naturalmente siempre sólo de un modo imaginativo — abandona la casa paterna» 173. También aquí se pone de relieve el carácter anticipatorio de la fantasía. Pues la adoles­ cencia no es otra cosa que una fase de ttansición en la que el hombre al ha­ cerse autónomo se desarrolla, emancipándose de la familia y de la escuela hasta llegar a la autonomía del pensamiento y de 1я acción. Pero no sólo en la psicología del desarrollo juega la fantasía áe deseos ид papel especial. Pues, como dijimos, las fantasías de deseos están estrecha­ mente relacionadas con las tendencias cuya realización es rehusada, al menos por el momento (pág. 178). Con las fantasías de deseos se busca una susti­ tución a la insatisfacción de las tendencias en la vida real. Por eso puede ocurrir que las fantasías de deseos aparezcan en lugar de acciones y esfuer­ zos reales. «El hombre cada vez se asusta más y retrocede frente a la lucha por la vidas, el mundo de sus fantasias de deseos es para él «más satisfactorio, mis importante, más real que el mundo exterior. Y entonces se traspasa aquel límite vago e indeterminado que separa la fuerza imagi­ nativa sana y la fantasía morbosa» *74. ■ La fantasía no constituye sólo, como en los casos que acabamos de citar, el horizonte de la objetivación de las tendencias insatisfechas, sino también el horizonte de la objetivación de temores. Esto puede decirse sobre todo del temor ante el Destino (pág. 251), cuya imaginación está llena con lá representación de todas las formas posibles de amenaza y de peligros, de todas las formas posibles de derrota en la lucha por la vida, por enfermedad,

ruina y fracaso. l a fantasía de temores es la invetsión de la de deseos, pues aquéllos no son, en el fondo, otra cosa que deseos con signos negativos.

La fantasía planeadora.—-También la fantasía de deseos, como la fan­ tasía de juegos, es una anticipación, mejor aún, una realización aparente de las tendencias que no pueden satisfacerse en la realidad. Por eso no tienen fuerza obligatoria para la acción, incluso pueden llegar a la parali­ zación de la acción. La conexión con la realidad la vuelve a encontrar la fan­ tasía en la forma que, genéticamente, se desarrolla después de la fantasía de deseos y temores y a la cual podemos llamar fantasía planeadora. El hombre, como único ser vivo racional, tiene, a diferencia del animal, no sólo la facultad de mirar hacia atrás, hacia el pasado, y de evocarlo en forma de representaciones en el horizonte de la vida actual, sino que tam­ bién puede anticipar el futuro planeándolo en forma de representaciones. Precisamente este doble aspecto de las representaciones, esta doble función epimeteica (que mita hacia atrás) y prometeica (que mira hacia adelante) de las representaciones es un hecho que en el plano de la vida humana de­ muestra el principio de que la vida anímica tiene una especial forma de existencia, puesto que transcurre en un territorio limítrofe que pettenece tanto al pasado y al futuro como al presente'. La vida anímica es la vivencia de un presente que siempre se desborda en las dos direcciones del pasado y del futuro. Si la irradiación del pasado se ye en la memoria experiencial y en la memoria del recuerdo, la anticipación del futuro se realiza por la repre­ sentación de la fantasía planeadora. En ella se confirman la libertad en general y la liberación de la estrechez de un mundo concreto y de un pre­ sente en la forma de la anticipación planeadora del futuro. El hombre «me­ diante la anticipación se adelanta al tiempo real, es capaz de previsióni 3ÍÍ. Desde luego esta previsión se halla limitada en la medida en que el cono­ cimiento se encuentra dentro de las leyes según las cuales tienen lugar los sucesos en el mundo. Pero en tanto éstos se derivan de la experiencia puede el hombre, con ayuda de la fantasía, vivir anticipadamente lo que ha de venir. Esta fantasía planeadora es la que lo convierte en un ser que actúa. De ella dependen su actividad e iniciativa, su disposición a la selección y actividad, configuradoras del mundo. La fantasía creadora, ■— La anticipación que existe en la famasia planea­ dora alcanza su más alto grado en una forma de fantasía que aparece tardía­ mente en el curso del desarrollo y que podemos llamar fantasía creadora. Su esencia ya no puede ser determinada psicológicamente como se hace en la fantasía de juego, de deseos, de temores y en la fantasía planeadora. Solamente podemos decir: llamamos cteadora a la fantasía cuando se

muestra capaz de anticipar, en forma de representaciones, la realidad en su facticidad sin haberla percibido sensorialmente y sin limitarse a proyectar en el futuro experiencias anteriores, como ocurre sobre todo en la fantasía planeadora. También en ésta puede hallarse algo de la fantasía creadora, en tanto la anticipación planeadora del futuro no procede exclusivamente de la utilización de experiencias adquiridas, sino que va guiada por una especie de olfato de la marcha de las cosas. En forma pura encontramos la fantasía creadora en los poetas que crean por sí mismos la realidad, pero cuyas fan­ tasías no son ilusiones quiméricas, antes por el contrario hacen patente la realidad. Sin la fantasía creadora no sería posible la actividad del inventor, del fundador de un Estado o del estratega genial. También ,1o que llamamos «fantasía psicológica» es una fuerza eminentemente creadora que se acre­ dita en la representación de la situación interior y le la estructura anímica de otros hombres. l a fantasía creadora tiene, pues, un carácter cognoscitivo, es una especie de conocimiento del mundo, que no es posible sin la experiencia, pero que trasciende a ésta. Es una anticipación cognoscitiva de la realidad. Así como la fantasía de deseos enmascara la realidad merced a su carácter ilusorio y en el fondo no es otra cosa que la imaginación de lo imposible por medio de representaciones y se halla en peligro de separarse dd terreno de la reali­ dad, la fantasía creadora, en cambio, es un modo de poner de manifiesto la realidad, una manera de revelarse la realidad a través de nosotros mismos. Lo que llamamos intuición es este manifestarse la realidad, un súbito hacerse visibles circunstancias y relaciones mediante .la fantasía creadora. Cómo sea posible esto, sólo puede explicarse mediante una hipótesis m etafísica. E n el caso de la fantasía creadora, com o forma más elevada del desarrollo, nos hallamos en la misma situación que respecto a la form a de fantasía más elemental, la protofantasía. Ésta sólo puede explicarse por la hipótesis, que rebasa la experiencia psicológica, de que el alma — como L e i b n i z expresa en su concepto de la mónada — representa un m icro­ cosmos en el que se halla prefigurada la realidad existente fuera del alma individualizada. Con la expresión protofantasía se supone que las imágenes de lo que se descubre en la percepción com o unidad de form a y totalidad significativa se hallan ya preformadas en el alma de un modo preconsciente y no representativo y - son puestas de relieve en la percepción del mundo por intermedio de los órganos de los sentidos. A esta suposición nos obliga la experiencia, pero la suposición en sí desborda la experiencia, aun cuando sea una conclusión derivada de ella.

Una cosa semejante ocurre con la fantasía creadora. Pero en ella no hace falta ya el estímulo del mundo exterior para que las imágenes primordiales se despierten en el psiquismo dándose en la percepción la superposición

entre la áprotoimagen» y la imagen sensorial. Más bien el psiquismo anticipa por su propia espontaneidad y productividad la realidad en forma de repre­ sentación, como si se bailara en una relación cognoscitiva con la realidad por otra vía que la de la percepción. Es como si el mundo, el macrocosmos, se manifestara en la fantasía creadora no sólo comò esfera de lo real, sino tam­ bién como esfera de lo posible, es como si el macrocosmos — según LBIBNIZ supone — se hallara preformado en el alma no de un modo consciente y ex­ preso, no in actu, sino según la posibilidad, la potentia, como el mármol contiene en sí las figuras que el artista saca de él y hace visibles. Así consi­ derada, la fantasía creadora sería, pues, un proceso gracias al cual estas imá­ genes son sacadas del inconsciente a la claridad de la representación merced a la espontaneidad del alma. Pero esto son, como dijimos, solamente hipótesis. En todo caso es se­ guro que la fantasía creadora no puede ser explicada desde el punto de vista psicológico y éste es uno de los hechos que demuestran que lo anímico es, en sus procesos y contenidos, algo trascendente 276 y que entre el alma y el mundo existe una relación qué es de una jerarquía óntica más elevada que la relación dual que percibimos intrapsíquicamente en el curso de nuestra vida. Esto se pone de relieve también en algunas manifestaciones de ciertos hombres geniales dotados de fahtasfa creadora. Así, en la frase de G oethe que nos ha sido transmitida por E ckermamn: «Toda producti­ vidad de dase elevada, toda intuición importante, todo invento, todo gran pensamiento, que son fecundos y tienen alguna consecuencia, no dependen de nosotros y se reciben por encima de todo poder terreno. Todo ello ha de considerarlo el hombre como meros dones de Dios, como regalos inespera­ dos que ha de recibir y reverenciar con alegre agradecimiento. Se halla pró­ ximo a lo demoníaco que, dominándolo, hace del hombre lo que quiere y .lo maneja sin intervención de su conciencia, aunque él crea que actúa por su propio impubo. En tales casos el hombre debe considerarse como un instrumento de algo superior que gobierna el mundo, coino un recibiente que ha sido juzgado digno de contener el influjo divino». b.

El significado de la fantasía en el conjunto de la vida

Después de haber considerado las formas de la fantasía representativa debemos estudiar la importancia que a la fantasía corresponde en el con­ junto de la vida. Si la protofantasía no representativa constituye una condi­ ción para que la percepción sea posible, y si además pensamos en el papel que en la ley de la constancia de las cosas corresponde a las representaciones mnémicas, veremos claramente hasta qué punto la fantasía representativa in­ fluye sobre la percepción. La experiencia pone de manifiesto, de una ma­

nera gráfica, la integración de las percepciones y de la fantasía represen­ tativa por el hecho de que las representaciones consecutivas a la fantasía de deseos y temores pueden hallarse entretejidas con la percepción sensorial Muy frecuentemente la percepción se calca sobre la vocación representativa de lo que esperamos deseosos o tememos preocupados. El que ama cree ver a la amada que espera en la persona que se acerca ; al temerosa el tron­ co de árbol puede convertírsele, por la noche en el bosque, en la figura de un ser amenazador. Ambos proyectan sus representaciones en lo que perciben sensorialmente. Estos hechos se han utilizado para el diagnóstico, haciendo interpretar ciertos objetos perceptibles que son equívocos en su carácter objetivo; por ejemplo, cuadros de nubes (W . Stern ) o manchas de tinta (R orschach ), «Según como un hombre- fantasea, así es él ; por lo menos desde una determinada perspectiva, o sea como ser capaz de deseos y temores, como configurador de su mundo interior anímico en el sentido de sus necesidades vitales, direcciones instintivas e ideales»1Tf. Sobre todo las fantasías de los suefios, de las que más ¿delante hablaremos, son una vía de acceso a la intimidad del ser humano especialmente al mundo de sus ins­ tintos y tendencias y de los sentimientos que los acompañan. Del mismo modo que los instintos y las tendencias son la manifestación de la temática vital de ún hombre, las representaciones de la fantasía son la objetivación gráfica de estos instintos y tendencias. Las imágenes de lo que las tenden­ cias buscan, que se hallan contenidas de un modo preconsciente y no repre­ sentativo en la protofantasía y que adquieren su concreción gracias a la percepción sensorial, se hacen concretas y plásticas en la fantasía represen­ tativa gracias, precisa y exclusivamente, a la fuerza de las representaciones. Entre la temática de las tendencias y la fantasía representativa existe, pues, una estrecha relación integrativa. La acción de las representaciones de la fantasía sobre la totalidad de las vivencias se extiende también hasta el recuerdo. D ilthey indica que en rigor en el «curso anímico accesible a nosotros no retoma la misma representación a la conciencia... del mismo modo que tampoco aparece exactamente igual en otra conciencia» 17í. O sea. que en el recuerdo se en­ cuentran entretejidos elementos de la fantasía representativa, aunque en diferente grado según los individuos. «Así como no existe imaginación sin memoria, tampoco existe memoria que no contenga una parte de ima­ ginación. El recuerdo es, al mismo tiempo, metamorfosis» 279. El que conoce la psicología del testimonio sabe hasta qué punto lo recordado, aun con la honrada intención de reproducir sólo lo realmente percibido, se halla pe­ netrado o influido por las representaciones de la fantasía, de modo que, fi­ nalmente, no es posible distinguir lo que es realmente recordado de lo exclu­ siva y meramente imaginado

Hemos de indicar; por último, que la fantasía desempeña también un papel decisivo en la conducta humana El hombre es un ser que puede an­ ticiparse a sí mismo y al curso de las cosas, precisamente gracias a su fan­ tasía representativa. Esto se ve claramente en la fantasía de juego y en la fantasía planeadora y creadora. Así, pues, la fantasía está «implicada en todas las relaciones anímicas» seo Es el nexo de unión, en la dimensión temporal de la vida anímica entre el pasado,el presente y el futuro, y en la dimensión espacial, de la comunica­ ción entre el alma y el mundo. Así como antes dijimos que el alma y el mundo constituyen una unidad coexistencial con dos polos y por otra parte que el ser del hombre no puede ser comprendido más que como un ser-en-el mundo, así también, por lo que hemos dicho, la fantasía tiene realmente una función de creación dd mundo. En este sentido- debe ser comprendida la frase de J a s p e r s .: «La fantasía es la condición positiva para la realización de la existencia» s81. Es en la fantasía, sobre todo, donde se expresa la propia actividad creadora (espontaneidad) del alma humana ligada con el mundo y abierta a él por su tendencia al desarrollo y realización del individuo. La fantasía es bosquejo, anticipación del mundo como horizonte del desarrollo y realización del individuo. Naturalmente que el mundo creado por la fantasía tiene en cada caso contenidos reales diferentes, un peso ontològico distinto. El mundo de la fantasía de deseos es un mundo ficticio, de ilusiones y ensueños, al que el hombre huye para encontrar protección contra la realidad de su experiencia y contra sus durezas, exigencias y frustraciones. Pero también aquí se halla conservada la función de creación del mundo, propia de la fantasía. El so­ ñador, el que fantasea, al cual distinguimos del realista, crea con sus ilu­ siones un mundo en el que vive, porque la vida anímica humana sólo es posible en el horizonte de un mundo. El que sea capaz de crear tal mundo ilusorio lo debe a su liberación del aquí y del ahora que le son dados por las representaciones. Sin embargo, esta liberación es, al mismo tiempo, espe­ ranza y riesgo; esperanza como «ampliación de la personalidad indivi­ dual» zez, como posible rebasamiento del presente y de su horizonte espacial concreto al que se halla sujeto el animal ; tiesgo, como posible extrañamiento de ]a realidad, la cual, quiéralo o no, determina la vida del hombre. El mundo ilusorio de la fantasía de deseos no siempre conduce a una vida independiente, paralela a la realidad. Como ya indicamos, puede estar enttetejido con ésta y convertirse en el vocabulario que permite leerla. En­ tonces lo irreal y el mundo real se entremezclan y solamente los conflictos agudos permiten conocer que la realidad no es vista como es y no es como se ve. Un caso de éstos es el de la «mentira vital», el vivir «como si», en el cual una persona se imagina algo y rehúsa ver la realidad como realmente es.

En los casos citados la actividad de la fantasía como esbozo del mundo se muestra en forma de proyección : se introduce en lá realidad o bien se la reviste con elementos de la temática de las tendencias; del desarrollo y realización del Yo. La función creadora del mundo, propia de la fantasía, todavía se pone más de manifiesto cuando alumbra o extrae algo de la realidad. Este hecho de que gracias a la fantasía se descubra y haga visible la realidad podría designarse como «evocación» para diferenciarle de la proyección. Esto ya acontece en la protofantasía que articula el campo perceptivo en conjuntos significativos y sobre todo en la fantasía creadora que tiene el poder de extraer del material sensible algo que trascienda la realidad de lo percibido. Proyección y evocación son por tanto las dos formas en las cuales tienen efecto la anticipación del mundo. Aun cuando la capacidad de la fantasía para lograr estos resultados es diferente en los distintos hombres, según nos muestra la experiencia, siempre, en la estructuración del mundo real que el hombre construye, participa la fuerza de apertura del mundo, que es propia de la fantasía,. El mundo y el alma no se hallan en una mera relación copu­ lativa. El alma es más bien un miembro del inundo, y como tal, según la ley del reflejo del macrocosmos en el microcosmos, contiene el preesbozo del todo. Este preesbozo es el que actúa y se manifiesta en la protofantasía y más tarde en la fantasía creadora. Ésta, a su vez, participa en la comunicación entre el alma y el mundo, configura la apariencia de éste y hace así posible la conducta del hombre en él. Como evocación la fantasía penetra en la co­ municación entre el alma y el mundo, configura la visibilidad del mundo y posibilita de este modo el comportamiento en éL Ya se recordó que KANT en la primera edición de la «Crítica de la Razón Pura» acentuó la partici­ pación genuina de la fantasía en la percepción, o, formulado con mayor exactitud, caracterizó la fantasía como miembro intermediario entre la Sen­ sibilidad y el entendimiento y al propio tiempo como su raíz común281 Su más elevada potencia la alcanza la función de la fantasía, que crea el mundo, en el genio. En su intuición se demuestra su fuerza cognoscitiva. Por intuición se comprende un proceso anímico que rebasa la actividad de la mera objetivación representativa y corresponde a una tercera fase de la orientación en el mundo : la aprehensión intelectual.

LA APREHENSIÓN INTELECTUAL Si utilizamos el concepto griego noesis en su acepción más general de conocimiento por medio del pensamiento, podemos designar a los procesos anímicos de la concienciación del mundo y de la orientación en él, en los

que tiene lugar la aprehensión intelectual, como procesos o actos noéticos. Re­ comendamos hacerlo así porque, como veremos, los conceptos de espíritu e intelecto son demasiado específicos para abarcar en su totalidad los procesos del pensamiento. Ei resultado de la aprehensión intelectual en el conjunto de la vida consiste— digámoslo de paso—^ en que trae a la conciencia la realidad del ser y acontecer del hombre como un campo abarcable y ordenable de ob­ jetos, relaciones y contenidos de sentido, que constituyen el mundo en el sentido humano. Los procesos noéticos permiten al hombre comprender la constitución objetiva de la realidad, el tejido de relaciones de las cualidades que corresponden a las totalidades significativas percibidas, así como las relaciones del ser y el acontecer. Le capacitan para, orientarse en el espacio vital en el que se ve situado, le hacen ver el mundo de un nuevo modo que no es el de lo percibido sensorialmente y el de lo objetivado por medio de representaciones. A.

El lenguaje como vehículo del pensamiento

Antes de ocuparnos de las formas fundamentales en las que se expresa la aprehensión intelectual, nos referiremos a las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento. Tanto la percepción sensorial como la objetivación repre­ sentativa son posibles sin lenguaje ; pero el pensamiento se halla en conexión indisoluble con él. Ya en El Sofista, de P latón , se dice que el lengua­ je es el pensamiento expresado en voz alta. Y en la Antropología de KANT: «Todo lenguaje es expresión de pensamientos y, al contrario, el tipo más excelente de expresión de pensamientos es comprenderse y comprender a los demás merced al gran vehículo que es el lenguaje. Pensar es hablar con­ sigo mismo». Pero la relación entre el lenguaje y el pensamiento es todavía más estrecha de lo que se manifiesta en esta fórmula, en tal grado que en su origen no pueden separarse 2ai. Esta afirmación no queda invalidada por el hecho de que parezca exis­ tir un pensamiento intuitivo, preverbal (B. E rdmann). DeSde el punto de vista psicológico, la intuición es un estado antecedente ai pensamiento, que tiene sus raíces en la fantasía creadora. Pero esta intuición, pa^a ser eficaz, necesita un despliegue, clasificación y precisión, que sólo son posibles por medió del pensamiento ligado al lenguaje. La experiencia enseña tam­ bién que el pensamiento, en el sentido de la formación de conceptos y de la constitución de juicios y raciocinios, se halla inseparablemente ligado con el desarrollo del lenguaje. De todos modos puede ocurrir que cuando este desarrollo ha terminado, el pensamiento se emancipe del lenguaje y se ex­ prese en símbolos puramente intelectuales, como en las matemáticas y en

la modernajógica, Pero éstos sólo pueden considerarse como casos límites*. Utilizamos la relación entre el lenguaje y el pensamiento para poner en claro el modo particular cómo el mundo nos es dado рог la aprehensión intelectual. Para ello es necesario un esfuerzo de la fantasía psicológica. De­ bemos transportarnos de nuevo a la situación de la vivencia no dotada de lenguaje y desde ella y merced a esa vivencia llegar a conocer de qué modo el mundo se halla interpretado y situado ante la conciencia gracias al len­ guaje. Como modelo de la vida sin lenguaje puede servimos el animal. Tam­ bién hablamos de un lenguaje animal designando con este nombre ciertos procesos de intercambio de señales, sobre todo de llamadas de atracción y de aviso. Pero esto no es lenguaje én el sentido humano, pues la emisión de sonidos sólo se convierte en lenguaje cuando asciende hasta la jerarquía de la palabra y con ella del pensamiento. Lo que la palabra significa para el modo humaiio de estar-en-el-mundo se pone de manifiesto por una com­ paración entre la vida dotada de lenguaje y la carente de él. Lo' q u e primero se nota en tal comparación es la fijación del mundo gracias a la’palabra. El mundo designado con palabras es realmente el mundo fijado e identificado. La vida sin palabras del animal se consume en lo fugitivo de las impresiones que cambian a cada momento y es ella misma onda en el flujo del acontecer en el que nada es fijo y duradero. Esto cambia radicalmente en' el hombre desde el momento en que descubre la palabra. Ésta produce una detención en la corriente de las impresiones. Por la aplica­ ción de la palabra al mundo las impresiones quedan articuladas en comple­ jos permanentes con significado y situadas ante la conciencia como campos de orientación objetivos y abarcables. Las impresiones de lo directamente percibido se ordenan alrededor del núcleo de determinados signos preferenciales borrándose ampliamente otras que también pertenecen a la totalidad del fenómeno. La palabra es el símbolo de lo permanente en el fluir de los fenómenos y merced a ella se detiene su fugacidad. Y por ser la palabra el vehículo del pensamiento se realiza en éste una «destemporalización de las vivencias temporales y una separación del fluir de la vidas (A. "W enzl). Así el lenguaje permite al hombre no tener ya que flotar en la corriente de los fenómenos y le hace elevarse por encima de ella y obtener una visión panorámica de la misma. No se debe al azar que el desarrollo del lenguaje empiece con la función de denominación y que ésta se inicie una vez que el niño ha aprendido a ponerse en pie y andándo, con la cabeza levantada y las manos libres, se enfrenta con su pequeño mundo. Y gracias a esta visión panorámica el lenguaje se convierte en un instrumento humano, en * Véase K- Jaspers: «El pensamiento exacto se realiza sólo con el lenguaje. Un pensar sin palabras es un germ en.de pensamiento o la condensación de un pensamiento verbal ya realizado que puede ser actualizado inmediatamente en nuestra conciencia como una totalidad desarrollable en todo' momento» 2 8 5 ,

un medio para tratar con e] mundo y para orientarse en él. La aplicación de la palabra al mundo es un proceso de organización, es una ordenación y clasificación de lo percibido en el espacio vital en el que el hombre ha de cuidar de su existencia. Pero la fijación del mundo individualizado en la vivencia es sólo una faceta de Ja diferencia entre lo verbal y lo no-verbal : existe todavía otra. El animal incapaz de lenguaje es uno con su ambiente, es además su ex­ ponente y su función. El ser dotado de lenguaje, en cambio, se halla en­ frentado con su mundo exterior. Mediante el símbolo de la palabra que sirve para denominar las impresiones sensoriales complejas, las múltiples imágenes percibidas en una proximidad opresiva son llevadas a cierta distan­ cia. Con el lenguaje se lleva a cabo, pues, no solamente una fijación del mun­ do, sino también un distanciamiento de él. La vivencia sin palabras se halla más allá de la diferenciación de sujeto y objeto, de Yo y no-Yo.. Sólo gra­ cias a la formación del lenguaje resulta posible esta separación, sólo por la participación de la palabra en el mundo aparece la vivencia diferenciada en Yo y no-Yo. La fijación y el distanciamiento son, pues, lo que aparece con el des­ cubrimiento y desarrollo de la palabra. Y si buscamos una denominación general para expresar lo que ocurre en la vivencia acompañada de lenguaje al tener lugar el distanciamiento y la fijación, debemos decir que se trata de algo como una liberación en que las impresiones quedan despojadas de su carácter inmediato. En la vivencia que se acompaña de palabras, el alma ya no es arrastrada por la corriente de las impresiones, no es anegada por su plenitud cambiante, sino que se convierte en una firme isla en Ja que se rompen las olas de las impresiones; actúa como una instancia rectora que llama al orden a las impresiones y las lleva desde una proximidad opresiva a la distancia de la objetividad. De este modo el hombre es liberado, me­ diante el lenguaje, de la prisión de las impresiones directas con las que le asedia el mundo. Pero con esto no hemos mostrado todavía todo lo que constituye la diferencia entre la vivencia, según sea capaz o incapaz de palabras. Gracias al lenguaje el hombre, no sólo se encuentra libre frente al mundo, sino que queda también liberado del mutismo de su ptopia intimidad. Solamente el hombre puede decir lo que sufre ; sólo él puede, mediante el don del len­ guaje, salir de la soledad de su intimidad. A primera vista parecería que aquí no existe una diferencia fundamental con el animal incapaz de hablar. «Un animal que sufre — dice HERDER en su tratado sobre el «Origen del len­ guaje» — , del mismo modo que el héroe Filoctero, si es presa del dolor se quejará y gemirá, y haría lo mismo si estuviera abandonado en una isla desierta sin perspectiva, rastro ni esperanza de un semejante que le ayude.

Resalta como si respirala mejpr exhalando el jadear angustiado. Existe aquí un ser sensible que no puede ocultar ninguna de sus sensaciones violentas, que en el primer momento de sorpresa, incluso sin voluntad ni intención, tiene que manifestarlas mediante sonidos... Estos suspiros, estos sonidos, son lenguaje. Existe, pues, un lenguaje de la sensación que es una ley directa de la Naturaleza.» Hasta aquí Hebder. Pero él mismo añade que es im­ posible derivar el origen del lenguaje humano tan sólo de estas manifes­ taciones afectivas. Y así, la emancipación de la opresión de la intimidad, que aspira a convertir el mutismo en sonidos perceptibles, es en el hombre algo fundamentalmente distinto que en el animal incapaz de hablar. Pues no se realiza en forma de sonidos inarticulados, sino de palabras articuladas que se ordenan en pensamientos. El primitivo sonido expresivo es’todavía ciego; sólo cuando la intimidad se sirve de palabras y de pensamientos llega la expresión a ser clarividente. Sólo en la palabra se despliega la interioridad circunstancial de la vivencia en el horizonte de lo objetivamente visible. Pues la palabra es por sí misma algo objetivo y mundano. Mediante ella no se expresa, como en el sonido expresivo dd animal, solamente un estado subjetivo sin contenido mundano, como el dolor, el celo, la irritación o el miedo, sino lo que del mundo penetra en la intimidad de la vivencia. El mundo que el hombre ha ingresado en su intimidad como impresión, lo exterioriza como expresión mediante la palabra. Es como la inspiración y la espiración. listo constituye un tercer significado del lenguaje. Le ha sido dado al hombre, no sólo para que dirija su palabra al mundo, lo fije y lo sitúe en la distancia del Yo y el no-Yo, sino también para que los exprese y los exponga, y haga surgir la realidad dé-la intimidad de su vivencia. «Al principio fue el Verbo y el Verbo estaba en Dios y Dios era el Verbo... Todas las cosas fueron hechas de este modo y sin él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres y la luz brillaba en las tinieblas y las tinieblas no la compren­ dieron.» Estas frases con las que comienza el Evangelio de San J uan ex­ presan que en la palabra y por la palabra se manifestaron la Creación y el Creador, de la misma manera que el MAESTRO ECKEHART dice que el mun­ do es la palabra de Dios y que el mundo es ìa expresión de Dios. Todo esto expresa simbólicamente que la palabra es revelación y manifestación de la realidad. Éste es precisamente el sentido más elevado del lenguaje. Al 3irigir la palabra al mundo designándolo y fijándolo, el hombre no salé todavía de sí mismo y de sus intereses. Pone el mundo a disposición de su conciencia como campo de la conversación y desarrollo de su Yo. Pero, al seguir la dirección inversa y dar expresión del mundo desde su intimidad, se muestra como un ser que puede inquirir más allá de sí mismo y hacer vi­ sible el mundo, desde su intimidad, bajo el signo del pensamiento.

Si resumimos la diferencia entre la vivencia incapaz y la capaz de len­ guaje, puede servirnos como ilustración una imagen. La. vida carente del poder de la palabra aparece desde ef punto de vista del hombre como un encantamiento. La metamorfosis de seres humanos en animales y plantas mudos, de la que nos hablan los cuentos, puede ser tomada como expresión del hechizo y desamparo en que vive el ser que no dispone de lenguaje. Supongamos que a este ser, mediante un acto de gracia de la Creación, le fuera prestado el don de la palabra; entonces quedaría liberado de aquel mutismo que hace a veces tan sobrecogedora para el hombre la visión del animal, cambiaría además súbitamente su modo de vivir y de estar-en-elmundo, se libraría de una cadena, se rompería el hechizo, y el ser vivo se vería elevado a una libertad que hasta entonces le había sido negada; a lá libertad de la visión de conjunto y de la ordenación, a la libertad de disponer del mundo y a la libertad de considerar a éste como un milagro de la Crea­ ción. Esta triple libertad es concedida al hombre por el don de la palabra. B. Los procesos del pensamiento El análisis de las peculiaridades de la vivencia sin lenguaje nos ha pro­ porcionado el marco en el que deben verse los procesos de la aprehensión intelectual como modos a través de los cuales realizamos la concienciación y la orientación en el mundo. Los procesos múltiples y complejos en los que se verifica la aprehensión intelectual se dividen en tres grupos: el de la formación y uso de con­ ceptos en los que la esencia de los fenómenos es fijada objetivamente pres­ cindiendo de sus cambios temporales; en segundo lugar el del estable­ cimiento de relaciones entre conceptos, por medio del juicio, la afirmación de hechos y sus relaciones, y finalmente el de la deducción de conclusiones resaltantes de la percepción de las relaciones entre el ser y acontecer. Concepto, juicio y deducción son las tres formas del pensamiento que dis­ tingue la Lógica desde AiUSTÓTELes y a ellas ha de atenerse también la psicología del pensamiento, a.

La formación de conceptos

Los conceptos constituyen, los fundamentos y el material de. la aprehen­ sión intelectual : sin los conceptos no son posibles los juicios ni las de­ ducciones. Fenomenològicamente, la formación de conceptos es un aislar y un abstraer rasgos esenciales generales a partir de lo dado objetivamente en la percepción y de lo actualizado en la representación.

Representación y concepto. — Ya dijimos de las representaciones que eran reproducciones de las percepciones en las que ciertos rasgps preferenciales de lo capeado sensorialmente se habían condensado en símbolos con carácter de mínimo. Esto puede decirse tanto de las representaciones aisladas como también, y muy particulatmente, de las generales, de las reproducciones estandardizadas y esquematizadas de las impresiones sen­ soriales repetidas. Se plantea la cuestión de si los conceptos se diferencian de las representaciones y, en caso afirmativo, en qué medida. Existen psicólogos—-y entre ellos hemos de citar sobre todo a los re­ presentantes de la psicología de la asociación — que niegan toda diferencia fundamental entre representaciones y conceptos. Según ellos, éstos no serían más que un tipo especial de representación. Unos dicen que se trata siempre de representaciones individuales, de modo que cuando, por ejemplo, pen­ samos el concepto triángulo, siempre imaginamos un triángulo determinado. Otros, en cambio, ven en los conceptos representaciones esquematizadas que se han constituido por la superposición de diferentes representaciones se­ mejantes, con lo cual se refuerzan los rasgos comunes y se borran las dife­ rencias individuales — algo análogp a lo que ocurre al supetponer varias diapositivas— El concepto casa no sería, pues, más que una representación general de la casa obtenida del modo indicado, el concepto triángulo la representación general del triángulo. Una consideración fenomenològica más detenida no permite mantener esta equiparación de las representaciones y de los conceptos. Cuando me­ diante el recuerdo nos imaginamos una casa, sólo se hace consciente la ima­ gen de una casa dada. Esta representación casa puede referirse a una casa determinada vistá anteriormente (representación aislada) o ser el esquema de una casa según la imagen representativa que resulta de superponer todas las casas vistas hasta entonces (representación general). En uno y otro caso el contenido intencional de estas representaciones apunta siempre, como en toda representación, hacia algo dado plásticamente, aun cuando la actuali­ zación representativa nunca pueda alcanzar la objetividad de las percepciones. Las representaciones tienen siempre una relación con lo plásticamente dado en la percepción. Son por su naturaleza: representantes de la percepción me­ diante las cuales penetran en nuestra conciencia fenómenos aislados de la experiencia. Además, como ya dijimos antes, la percepción posee, fenomeno­ lògicamente, otra textura que la representación. Tiëne carácter de plasticidad y en ella nos es dada no sólo la esencia, sino también la existencia de un fenómeno en su aquí y ahora. Ni en la representación mnémica ni en la imaginativa logramos esta realidad concreta y esta corporeidad de la per­ cepción, pero aspiramos a ella intencionalmente, y en la imagen de la re­ presentación procuramos acercarnos a la original percibida con corporeidad.

Si, pues, es propio de la representación que apunte a la realidad con­ creta de la percepción, en esto precisamente consiste la diferencia con aque­ llas formas de la aprehensión del mundo que llamamos conceptos. En el con­ cepto casa no nos interesa la actualización objetiva de una casa concreta, sino el conocimiento de determinados significados de la citada casai por ejemplo, de su habitabilidad; y esto puedo pensarlo sin imaginarme una casa. Los signos característicos contenidos en la representación general son dados intencionalmente, pero no actualizados. El conocer y el saber algo mediante conceptos es un proceso anímico diferente que el actualizarlo en forma de representación. Al concepto le falta el propósito de ser concreto : cuando llamamos abstracto a un concepto queremos decir que al hacer uso de él no nos imaginamos una casa, un triángulo o una persona determinados, ni tampoco el esquema general de una casa, un triángulo o una persona: a lo que nos referimos más bien es a la esencia deí triángulo, a la esencia de la casa que viene constituida por su habitabilidad. Cuando, por ejemplo, enunciamos la frase «ningún hombre debe ser forzado a realizar actos contra su voluntad», con el concepto hombre pensamos en una abstracción, sin que 'tengamos que representárnosla plásticamente. Podemos muy bien formar conceptos sin elaborar para ello una representación: así ocurre con un poliedro de mil caras o con la «curvatura del espacio» de que habla la física, que puede ser pensada como concepto, pero, en cambio, no realizada como, representación. La opinión de que los conceptos no son otra cosa que representaciones, resulta totalmente insostenible cuando tratamos de conceptos como virtud o prudencia. Podemos imaginarnos una conducta virtuosa y prudente, pero lo que queremos decir con los conceptos virtud o prudencia es otta cosa que el caso concreto de una conducta prudente o virtuosa: precisamente lo que queremos significar ha sido abstraído de la conducta prudente o virtuosa, «Cuando el objeto de una representación o de varias representa­ ciones se convierte en objeto de un concepto, la conciencia cambia de actitud respecto a él, el objeto es dado a la conciencia de un modo completamente nuevo» (B rentano). Este nuevo modo de aparecer en la conciencia los contenidos de los objetos en virtud de un saber intencional, puede tener lugar sin representaciones, aunque puede ocurrir que sea ocasionalmente ilustrado por ellas. Pero desde el punto de vista fenomenològico las repre­ sentaciones y los. conceptos son distintos, y el haber aclarado esto frente al error de la psicología asociacionista es el mérito de la moderna psicología experimental del pensamiento (escuela de Würzburg, KÜLPE, AcH, Messer , B ühler, Marbe). AcH, para diferenciarlos de las representaciones, llama a los conceptos «ooncienciaciones» en tanto son formaciones anímicas de la conciencia de los objetos en las que se realiza el conocimiento intelectual;

B ühler los llama «pensamientos» a secas. Puesto que el término «concien-, dación» se halla cargado en d lenguaje empírico con otro significado, del cual también hemos de ocuparnos, es recomendable seguir la terminología de Bühler y hablar de «pensamientos». Éstos son, pues, formaciones aní­ micas de un tipo especial, que sin hallarse ligadas a representaciones poseen claros contenidos cognoscitivos. El que en la psicología se pudiera llegar a una equiparación de las re­ presentaciones y de los conceptos depende del hecho de que entre ellos, a pesar de la diversidad de su esencia, existe cierta relación en sus fundamen­ tos. Si los conceptos son el material gracias al cual se realiza la aprehensión intelectual, constituye una condición necesaria para la formación de con* ceptos el poder disponer de representaciones. El concepto se refiere a un grupo de rasgos que corresponden en forma comparable a diferentes cosas y sucesos; esto presupone que los contenidos de que se parte puedan hacerse conscientes en forma de representaciones aisladas para llevar a cabo la comparación. Las representaciones aisladas son, pues, una condición previa necesaria para la formación de los conceptos. Genéticamente, la comparación lleva primero a la formación de representaciones generales esquematizadas y estandardizadas.Éstas constituyen d trazo de unión entre la actualización representativa y la aprehensión intelectual mediante conceptos. También en las representaciones generales colabora la aprehensión intdectual, en tanto que para su formación utiliza la vía de la comparación, siendo ésta una aprehensión de idaciones, o sea, una actividad de la elabo­ ración intelectual. Las representaciones generales, en la estructura de la com­ prensión del mundo y de la orientación en él, se hallan en d punto en que tiene lugar la transición de la actualización representativa a la aprehensión intdectual. Pero, a pesar de esto, los conceptos no son meras representa­ ciones generales. Sólo es posible que nuestro pensamiento transcurra con la rapidez que le es ptopia porque podemos utilizar conceptos sin tener que evocar en la conciencia determinados contenidos representativos. Sí oímos la frase «cada uno es forjador de su felicidad», no es en modo alguno ne­ cesario para comprenderla el que todos o siquiera algunos, de los signos característicos dd estado de fdicidad sean objetivados mediante representa­ ciones. En efecto, por d concepto fdicidad son movilizados un gran número de contenidos representativos de tipo individual o general, pero flotan, a lo sumo, en los límites de la esfera de nuestra concienda. El concepto felicidad es comprendido sin que ¡tenga que ser ilustrado mediante representaciones. Resumiendo, de las relaciones entre representación y concepto podemos decir lo siguiente: Las representaciones constituyen genéticamente la basé para los conceptos, los fundamentan, son la condición necesaria para su posibilidad, pero no son iguales a ellos en cuanto a su esencia.

Sobre el desarrollo de la-formación de conceptos. — l o que se consi­ gue en la aprehensión intelectual mediante el concepto equivale, en cuanto a concienciación y orientación mundana a una relativa fijación, y estabili­ zación que «asciende el cambio de las impresiones sensibles y de los con­ tenidos representativos. Este proceso no se realiza de una vez, sino que exige una larga evolución de lo que podemos darnos cuenta a través de la del lenguaje. La fase genética anterior a la de la formación de conceptos es la de la denominación y constituye una consecuencia, una imitación, de lo que el niño ve en el adulto, a imagen del cual se acostumbra a subordinar a un hombre ciertas tonalidades, provistas de significado, de su experiencia sensorial. Esto ocurre al principio de un modo puramente asociativo. Y hasta que la experiencia del niño establece las relaciones entre determinadas cosas percibidas y ciertos sonidos, o sea, que descubre la «función de nomina­ ción» (K . BÜHLER) propia del lenguaje, se desarrolla una especial búsqueda de nombres en la llamada primera edad de la interrogación, en la cual el niño quiere saber cómo se llaman las cosas : « ¿Qué es esto?», es la pregunta que continuamente formula. Pero esta nominación, merced a la cual las cosas reciben su nombre, es, como antes dijimos, solamente una etapa previa a la verdadera formación de conceptos: Contiene una objetivación, una referencia intencional indicativa con algo objetivo, pero no llega todavía a una generalización conceptual (abstracción). Las palabras utilizadas en la fase inicial de nominación son sustantivos, designaciones individuales. La palabra se transforma de nombre propio en concepto solamente cuando deja de representar la subordinación puramente asociativa de un sonido a un determinado objeto o ser aislado y el niño aplica ya determinadas palabras a grupos de objetos semejantes, es decir, cuando la palabra se convierte en un signo representativo de rasgos comunes de diferentes contenidos percibidos. En esta fase, mediante el acto intelectual de la comparación se realiza ya una abstracción ; se ha dado el pri­ mer paso para' la formación del concepto obteniendo una primera clasifica­ ción sumaria del mundo merced al esquema del concepto. Es típico de este primer paso que las palabras’ sean aplicadas a un gran número de objetos o de seres que solamente se asemejan o coinciden en uno, o pocos signos característicos. El niño designa al principio con la misma palabra cosas que sólo muestran una analogía y semejanza superficia­ les. Con la palabra «perro» nombra no solamente al perro, sino también al cordero, a la vaca, al caballo y, en general, a todo lo que tiene cuatro patas y una cola, o sea, que muestra una semejanza general de forma. El motivo para que esto ocurra es triple: Por un lado el niño dispone de pocos nombres y por tanto ha de designar con pocas palabras a muchas cosas. En segundo lugar exige menor esfuerzo de abstracción convertir un rasgo sensorial única

en el contenido de un concepto y aplicai luego éste a diferentes objetos que reunir varios rasgos para abstraer el concepto de las cosas. Finalmente, ocurre que el niño sólo merced a la progresiva experiencia aprende lo que es esencial en una cosa y lo que debe aprehender de ella para formar, por, abstracción, un concepto. Dirigido por esta experiencia y guiado por el ejercicio de diferenciar y abstraer surgen los conceptos y aumenta el voca­ bulario, desarrollándose en primer lugar los substantivos, luego los con­ ceptos para los procesos y actividades y, en último lugar, aparecen los que se refieren a las cualidades, b.

Juicios y deducciones

Así como los conceptos son «pensamientos» de unidades del ser y del acontecer, así también los juicios son la aprehensión intelectual de las rela­ ciones entre estas unidades, son totalidades conñguradas, «gestálticas», de conceptos en las que establecemos una relación entre lo expresado en ellos.

juicio y concepto. — Por eso existe siempre una conexión particular entre el juicio y el concepto. Ya en el concepto se oculta un juicio, es el resumen y abreviatura de un juicio, lo cual se muestra en que todo concepto necesita una definición y ésta se realiza siempre mediante un juicio. Así como el pensamiento es un proceso de conjunto, su forma de realización típica es el juicio, la aprehensión de relaciones que al mismo tiempo sirve para establecer el concepto. Así, pues, juicio y concepto van indisoluble­ mente unidos y la cuestión de ia prioridad tiene tan poco sentido como la pregunta de qué fue primero, si la gallina o el huevo. «El concepto es tanto resultado de un juicio como elemento para fundamentar otros nuevos» sea. Si lo comparamos con las representaciones, puede decirse del juicio lo mismo que del concepto. También es «pensamiento», es decir, vivencias que no se hallan ligadas a la realización simultánea de representaciones. En todo caso los miembros de las relaciones que percibimos, implicados en el juicio, pueden ser ilustrados, hasta cierto punto, por representaciones, pero la relación en sí es representativa y, sin embargo, claramente consciente. Las relaciones que se perciben en el juicio son las del ser como cosa y cualidad (substancia e inercia), igualdad (identidad), semejanza, diver­ sidad y oposición — que son percibidas como conceptos— o son relaciones del acontecer, es decir, las del si-entonces (condicional), del para qué (fina­ lidad) o del por qué — porque (causalidad). Mientras que el instrumento verbal del concepto es la palabra, el juicio es la frase, que tiene su forma más sencilla en la unión de un sujeto con un predicado. Afirmamos que La rosa es roja, que truena después de haber

relampagueado, «o sea, en general: que se establece tal о tal cosa» 2!7, El juicio formulado no contiene, pues, una cosa, sino una relación de cosas.

El juicio сото v-afirmactim . —-Sin embargo, la relación con el mundo que se establece en el juicio es totalmente análoga a la del concepto gracias al uso de la palabra, "también el juicio es una fijación, una a-firmación, en­ cendiendo la «afirmación» en su sentido etimológico germánico: erguir la fcabeza y obtener una visión panorámica sobre b que es y acontece. Esta in­ terpretación indica que con el juicio se establece una nueva relación con el mundo. La afirmación y comprobación son fenomenològicamente diferentes de la concienciación del mundo y de la orientación en él que son dadas en la percepción sensorial y en la actualización representativa. En éstas se admite como dado un contenido de la percepción solamente en su. esencia y existen­ cia. Otra cosa ocurre en la aprehensión intelectual propia del juicio. Lo que en aquellas es sencillamente aceptado es sometido en el juicio a la pregunta de qué es y qué no es: se investiga acerca de su objetividad o no-objeti­ vidad; sobre su necesidad o posibilidad. Los conceptos del ser y de la po­ sibilidad del no-ser son los que hacen posible la pregunta que se entraña en el juicio mediante la cual tiene lugar el establecimiento de éste como afir­ mación o como negación. Resulta evidente que esto representa una nueva y especial relación con el mundo, un modo nuevo y autónomo de conectar con el mundo y de orientarse en él. Para la aprehensión intelectual del juicio lo percibido sensorialmente y lo actualizado en la representación se con­ vierten en algo cuestionable. Aparece una relajación de la relación directa entre la vida anímica por un lado, y el mundo por otro, al interponerse entre ambos la interrogación sobre el ser o no-ser, la cual debe ser contes­ tada por el juicio. Pero al mismo tiempo, mediante éste, convertimos el mundo en un terreno que podemos pisar, el mundo se ‘ransforma en un horizonte de relaciones con las que podemos o debemos contar. Este mundo fijado es distinto del meramente percibido sensorialmente o del evocado en la representación. El mundo fijado por la aprehensión intelectual del juicio es experimentado por nosotros y esta experiencia presta a nuestra conducta un apoyo que no pueden proporcionamos la mera percepción sensorial ni la evocación representativa. Cuando vivimos solamente en la mudanza de las impresiones puramente sensoriales y de nuestras representaciones, estamos a merced de ellas, somos sumergidos por ellas, e incluso llegamos a ser olas en la corriente de ese torbellino. Naturalmente, con lo percibido sensorial­ mente y lo evocado mediante representaciones podemos realizar un juicio fijador y esto ocurre también en la aprehensión intelectual, Pero podemos percibir sensorialmente y evocar por medio de representaciones sin llevar a cabo tal fijación.

El carácter de firmeza que todo juicio tiene se manifiesta subjetiva­ mente por la certeza, el convencimiento. SÍ una frase afirmativa es dicha sin convencimiento no es un juicio en el sentido psicológico. La certeza que sostiene a un juicio puede tener diversos grados, desde el cener-porcierto, pasando por el tener-por-probable o por-posible, basta la presunción.

Juicio y deducción. —■Así como los juicios son actos noéticos mediante los que fijamos relaciones, así las deducciones y consecuencias son aprehen­ siones, mediante un nuevo juicio, de relaciones entre diversos estados fija­ dos por juicios. «Se llama deducir, derivar de uno o varios juicios dados otro diferente y lógicamente consecuente» 28S. O sea que la deducción no es un modo autónomo de pensamiento, sino solamente una clase de juicio in­ directo, mediato. Si aceptamos que en el concepto se contiene una afirmación que es, como dijimos, la abreviatura de un juicio, resulta que el juicio es — Como ha visto Bühler — la» forma primitiva y fundamental de la aprehensión inte­ lectual. Y si el significado y el rendimiento del juicio en la vida humana se apoyan en una afirmación, lo mismo puede decirse del pensamiento deductivo. También con la relación de juicios afirmativos que da lugar a un nuevo juicio, el contacto con el mundo y la orientación en él aparecen en uri estadio diferente del de la percepción sensorial y de la evocación representativa. La sucesión de los contenidos de lo percibido sensorialmente y de lo evocado por medio de representaciones, así como su yuxtaposición en el espacio se convierten en una red de dependencias en cuya concienciación el mundo nos aparece como una ordenación de conjuntos y como un campo de operaciones para nuestra actividad planificadora. Sobre el desarrollo de la función del juicio.—-Voz lo que respecta al desarrollo del juicio genéticamente, su primera forma no es la de una frase afirmativa organizada y formulada según el esquema lógico S-P, El niño juzga mucho antes de dominar la forma gramatical verbal propia del juicio y to hace expresando el juicio por medio de una sola palabra. Cuando dice «silla» quiere decir con ello : esro es una silla, o tal vez también que querríá subir a la silla. Con esta palabra realiza una afirmación A esta primera fase del desarrollo del juicio se la ha llamado de la «frase de una palabra». Es seguida por la frase plural en forma de acumulo de ellas, una sucesión de palabras aisladas sin flexión. Sólo relativamente tarde aprende el niño la correcta ordenación y flexión de las palabras en frases coherentes y por último la división jerárquica en frases principales y secundarias. Simultáneamente con este desarrollo se realiza también la progresiva for-. mación de la aprehensión intelectual de relaciones más amplias a la que

corrientemente designamos como «explicación». Los primeros indicios ca­ racterísticos de esta aprehensión explicativa de lo percibido anteriormente y afirmado, en la que el pensamiento va de ш cosa dada a otra, también dada, aparecen en la fase del desarrollo, muy importante, que llamamos «pe­ ríodo del por qué*, o segunda edad de la interrogación. Corrientemente apa­ rece, en les niños despejados, en el cuarto año, y dura muchos meses. Naturalmente que esta aprehensión explicativa debe comprenderse en un sentido muy amplió. No se trata de una explicación como la del físico que establece relaciones de causalidad. La necesidad y la capacidad de apre­ hensión de relaciones de causalidad se desarrolla a partir del décimo año de la vida. Antes aparece la aprehensión de relaciones condicionales'según el esquema cuando - entonces — cuando el sol brilla, entonces hace calor ; cuando soy bueno, entonces me dan chocolate— , y la de relaciones de fi­ nalidad, o sea, de las relaciones entre las acciones y procesos y los fines, que se hallan en la base de la pregunta del para qué. El niño aprende a com­ prender estas relaciones por las acciones finalistas de los adultos, de las que dependen su propio bienestar o malestar, y aplica este esquema también a los procesos de la Naturaleza. Así, según K roh , un escolar de ocho años que preguntó «¿por qué la niebla se origina casi siempre por la noche y no por el día? », se dió por satisfecho con la respuesta «porque, si no, por el día no podríamos ver»2íí. En todo caso, el niño comprende también los procesos de la Naturaleza, sobre rodo los que afectan la esfera de su vida práctica, de on modo teleológico, finalista, según el modelo de las acciones finalistas vividas por él mismo, antes de que despierte en él la necesidad y la capa­ cidad de una explicación propiamente causal. C.

El curso d d pensamiento

Después' de haber hablado de las formas de la aprehensión intelectual debemos ocupamos de la cuestión dé su curso y de las leyes del pensamiento. Esta cuestión sólo en parte puede ser contestada por la psicología, ya que también corresponde a la jurisdicción de la Filosofía, es decir, a la Lógica. Lo que la psicología puede ofrecernos es la mera descripción de lo que ocurre en nosotros cuando pensamos. Sobre este problema se ha ocupado la moderna psicología experimental del pensamiento y uno de. sus más importantes resultados es el hecho si­ guiente.: Durante largo tiempo, siguiendo la tradición de la psicología asociacionista, se ha creído poder explicar ei curso del pensamiento solamente por las leyes de la asociación. Pero la psicología experimental del pensa­ miento ha puesto en claro que el modo en que éste llega a crear sus distintas formas y a ordenarlas en su cutso, no es dirigido, o en todo caso no exclusiva

' y primariamente, por las leyes de la reproducción asociativa, sino que es re­ gido siempre por una actitud anticipadora> por un «esquema anticipado» es decir, por un preguntar y buscar en el que lo preguntado y buscado, que sólo se encuentra en el juicio, es dado previamente en una forma singular­ mente indeterminada, a modo de un esquema vacío. Todo pensamiento tiene una meta, una tarea, y esta meta actúa como «tendencia determinante» (A ch ), que dispone el curso del pensamiento. Naturalmente, las asociaciones desempeñan también cierto papel. Pero las asociaciones evocadas dependen de la actitud anticipatoria que se halla en el fondo dél curso del pensa­ miento. Sólo se asocia lo que está relacionado con la pregunta que yace en el fondo del pensamiento y por ello también en el esquema anticipador. Estos esquemas son también los que prepatan los conocimientos y experien­ cias especificadas, ya adquiridas, que han de servir para la realización del pensamiento en curso. Todo pensamiento productivo tiene, pues, consi­ derado respecto a su curso, una «forma», contiene ya desde el comienzo de su realización el anteproyecto de la totalidad que determina los contenidos parciales y las fases del pensamiento. Lo que en el pensamiento, como tal totalidad, se realiza es el cambio de estructura del material de nuestros: co­ nocimientos para nuevos fines y tareas. Con la afirmación de que el pensamiento tiene un carácter de Gestalt no se expresa más que el hecho de que también en la realización del pensa­ miento es válida la ley dinámica-finalista. También el pensamiento se halla subordinado a la totalidad del conjunto de la vida, «Por los sentimientos que acompañan tanto al dudar, al buscar y preguntar, como a las respuestas mediante juicios, se descubre el fondo tendencial instintivo de todo pensa­ miento, desde la más sencilla «objeción» hasta los trabajos de investigación más complicados» 19 Aun cuando la psicología muestra que el curso del pensamiento es di­ rigido, determinado y configurado hasta un total, una forma, desde el centro del psiquismo, por las vivencias tendenciales, la experiencia psicológicacientífica no es capaz de establecer las leyes del pensamiento. La aprehensión intelectual aspira al conocimiento ds lo verdadero y de lo real. Para lograrlo el pensamiento ha de ser correcto. Pero las leyes del recto pensar no son determinadas ya por la Psicología, sino por la Lógica. La Psicología es una ciencia práctica que establece leyes reales; la Lógica, en cambio, es ciencia normativa, ciencia de valideces y leyes que no dependen de la experiencia, sino que constituyen principios ideales o normas. Las leyes de la asociación y la ley de las tendencias determinantes son leyes psicológicas reales. Pero la ley por la que sacamos la conclusión de que si A > B y B > C , A > C no se deduce de la experimentación, sino que como ley lógica es válíd? independientemente de toda experiencia. La investigación de las leyes

del verdadero pensamiento que conduce al conocimiento, rebasa los límites de la psicología empírica. Sin embargo, indica que la vida psíquica se halla incluida en un orden de hechos transubjetivos, transpsicológicos, que codeterminan de un modo esencial lo que realizamos en el pensamiento. Todo ello nos lleva a la conclusión de que en lo psíquico actúa, irradiando, algo qué está más allá de la Psicología. D.

Sobre el papel del pensamiento en el conjunto de la vida

Lá opinión de que el pensamiento está dirigido temáticamente y que en sü fondo existe un preguntar y un buscar previos recibe un significado especial cuando nos referimos una vez más al papel de la aprehensión me­ diante el pensamiento en la totalidad de la vida y de las vivencias del ser humano. Al principio de nuestras consideraciones sobre el pensamiento di­ jimos que los actos noéticos sirven a la orientación del hombre en el mundo. Esta formulación requiere ahora un distingo, es decir, la diferenciación de una doblé función del pensamiento en intelectual y espiritual, basándose cada uná eri un distinto preguntar. De ello resulta un doble significado del pensamiento que actúa en el conjunto de la vida y de las vivencias humanas. . . .

. a.

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Función intelectual y función espiritual del pensamiento

Su función intelectual consiste en que el pensamiento, al darnos con­ ceptos y afitmar relaciones, nos da la posibilidad de conocer el mundo como una ordenación de cosas y relaciones por las cuales resultamos capaces, cal­ culando prácticamente, de adaptarnos a la realidad y tratar con ella. Por la función intelectual del pensamiento el mundo de la mera percepción sensorial:se transforma. De un «campo infinito de sorprèsasi) (G ehlen ), se convierte en un campo de disponibilidades que nos proporciona la orien­ tación para nuestra conducta. Este resultado de la función intelectual del pensamiento, el hacer dis­ ponible el mundo, se halla ya en germen en el estadio previo al de la for­ mación de conceptos, en el de la denominación. Cuando nos dirigimos con la palabra al mundo y damos nombres a sus fenómenos «no sólo los fijamos y distanciamos», sino que los hacemos ingresar en el ámbito del poder de manejabilidad por el hombre. Pues por el hecho de que la palabra se halla a disposición del hombre que trata'al mundo con ella, él poder de éste se extiende a aquello que la palabra de­ signa. La nominación es un acto de dominio, de tener-a-mano, de tomar po­ sesión y de poder disponer. «Tener la palabra para el mundo dice W . JA­ MES en su «Pragmatismo» — es, en cierto sentido, poseer el mundo.» *9

Existen numerosos testimonios empíricos de que esto es así, de que la nominación es, en su intención primitiva, un acto de voluntad dominativa y posesiva. Ei mejor ejemplo es el poder mágico de la palabra en los pueblos primitivos ; la mención de un nombre puede producir el conjuro de su portador, la palabra permite disponer de lo designado: «Salomón sabía los nombres de los espíritus y de este modo se hallaban sometidos a su poder» (W . JAMES). A esto corresponde también la aversión a decir el nombre del Maligno; pues quien pronuncia el nombre llama a su portador. Todo en­ cantamiento depende en lo esencial de este mágico poder de la palabra. Donde se realiza un encantamiento, la palabra desempeña el papel principal. Sólo por la magia de las palabras puede comprenderse el sentido profundo del cuento de Rumpelstilzchen. El misterio del poder de éste depende del desconocimiento de su nombre. Pero en cuanto sabe su nombre descubierto se siente despojado de su poder y se rasga por la mitad. Así, también, más allá de los cuentos y encantamientos, en los hombres civilizados y cultos actúa todavía la primitiva magia y poder de la palabra. También ellos pien­ san haber dominado un fenómeno y poder disponer de él en cuanto le dan un nombre. En la práctica así ocurre dentro de ciertos límites. El mapa con sus denominaciones convierte a una región en «base de operaciones», en campo disponible. Con los nombres disponemos, aunque en un sentido externo, del mundo y nos orientamos en él. Así, la palabra, después de haber sido descubierto su poder fijador en la denominación, se convierte, como la mano que maneja, en instrumento para el trato con el mundo. Y así como de la nominación, con ayuda de las representaciones, se desarrolla el concepto, gracias al saber intencional de éste y del juicio alcanza su máximo rendimiento la función intelectual del pensamiento. El mundo interpretado en la función intelectual del pensa­ miento es realmente el mundo hecho disponible y comprobable desde el punto de vista de la manejabilidad de los objetos. En este sentido habla también P etermann de un «enlace de estructuras intelectuales con la or­ ganización del intercambio con el mundo en la voluntad y la acción» 292. En su función intelectual — aunque sólo en ella — el pensamiento, como ma­ nifiesta Gehlen, es «un sistema de interpretaciones y designaciones diri­ gido hacia el exterior, un órgano de planeamiento y de visión panorámica, un órgano conductor de la acción.... un sistema de des-carga» que se halla dirigido hacía la «disolución de los contenidos sensibles inmediatos, hacia el «despojamiento de la sensorialidad» 103, O sea que el mundo es visto, por la función Intelectual del pensamiento, como un conjunto de cosas delimitadas y de contenidos fijos que se hallan incluidos en una red de referencias y de relaciones sujetás a leyes y es con­ siderado con la intención de hacerlo y mantenerlo manejable.

Así como dijimos que el pensamiento constituye un proceso anímico que alienta en el conjunto de la conexión vital y vivencial y es dirigido por un preguntar y un buscar, 'así también en el fondo de la función intelectual del pensamiento debe hallarse una pregunta determinada. Es la siguiente: ¿en qué medida se logra tener la realidad a nuestra disposición, hasta qué punto podemos calcularla, ayudados por los signos intelectuales y las fór­ mulas de relaciones comprobadas? El pensamiento es utilizado en su fun­ ción intelectual como herramienta para la orientación práctica-finalista. Es una especie de adaptación del ser humano al mundo y la adaptación del mundo exterior a ciertas necesidades del Yo individual. Se halla — con más exactitud — al servicio de las vivencias tendenciales de la conservación y desarrollo del Yo y del incremento del poder de disponibilidad. Con ayuda de la función intelectual del pensamiento aislamos -de los fluctuantes fenómenos de la realidad percibida aquellos contenidos parciales que pue­ den considerarse como objetos manejables y cuya diversidad puede pen­ sarse dentro dé un conjunto sujeto a determinadas leyes. Que esto es po­ sible y conduce al éxito depende de que nuestro pensamiento corresponde a estructuras de ciertas capas de la realidad y está adaptado a ellas. A. G ehlen, recientemente, mediante un análisis agudo y profundo, «señaló en el pensamiento esta función intelectual que le es propia291, pero de un modo unilateral, viendo el pensamiento sólo en su función intelec­ tual è interpretándolo únicamente como instrumento, como medio de adap­ tación y como compensación de la imperfección natural del hombre. Pero en rigor con la función intelectual no se agotan las posibilidades y el sig­ nificado del pensamiento en el conjunto de la vida humana. Junto a su función intelectual tiene el pensamiento otta, la ideal-es­ piritual, cuya esencia se percibe claramente en el lenguaje de los poetas. El pensamiento vestido con las palabras saca a la luz en la poesía la realidad como es experimentada en la intimidad del ánimo, de un modo que, me­ diante esta formulación verbal, lo que én la vivencia parece oscuro y ago­ biante se ilumine, aparezca como mostrable y se sirte en el horizonte de la objetividad. La poesía sólo se comprende a partir de la intimidad de la cordialidad. Pero esta misma. intimidad queda incomprendida y sumida éñ la oscuridad de su propia irracionalidad si no encuentra, una ilumina­ ción merced al pensamiento. H eg e l en su Estética lo ha expresado así : «La realidad más próxima de lo íntimo es todavía la _misma intimidad, de modo que la salida fuera de sí mismo sólo tiene el sentido de liberación de la concentración inmediata del corazón, desprovista tanto de palabra como de representación para la expresión verbal articulada. De este modo lo que antes sólo era objeto de sensación se forma y expresa en ideas y representaciones conscientes de sí mismas» 2S'\ En la función espiritual del

pensamiento, Ja vivencia de la intimidad del centro cordial del alma es li­ berada de la mudez expresiva y de la oscura mstintividad de la vivencia sub­ jetiva inmediata — esto no sólo vale para las creaciones de los poetas — y es llevada a una evidencia que.designamos con el nombre de revelación del sentido. «Sentido» significa aquí más que la inclusión «de las relaciones aisladas..;.-, en una Gestalt acabada de pensamiento»29c, una relación dé lo pensado y lo conocido con la intimidad de .la cordialidad. Con esto nos hemos aproximado a lá cuestión de en qué modo la fun­ ción espiritual del pensamiento se halla integrada en el conjunto de la vida y de las vivencias del hombre. Si el pensamiento está siempre dirigido por la temática y la dinámica de un buscar y preguntar que se halla eo su fondo y si son la temática y la dinámica de la conservación, de la segu­ ridad y del desatrolló del Yo y del poder de disponer las que ponen en marcha el pensamiento en su función intelectual, evidentemente, la que in­ fluye en la función espiritual del pensamiento es к temática de la transitividad dirigida a los valores de sentido. Lo qué en ella se investiga y busca son los contenidos de sentido iluminados por el poder del pensamiento. El sentido se percibe donde quiera qué entramos en contacto con algo intramundano y se nos muestra y nos llama como un «valor demostrativo del ser» ( B u y t e n d ij k ), como algo qué tiene la legitimación, el peso y la im­ portancia de su ser, de no pertenecer a un conjunto referencial dé maneja­ bilidad o utilidad, sino como algo que es y que tiene un valor por sí mismo, en cuyo horizonte está colocada nuestra propia existencia. Esta experiencia tiene lugar e î los sentimientos transitivos, en la intimidad de la «cordiali­ dad» y así la función espiritual del pensamiento consiste en objetivar fes vivencias subjetivas de sentido que acompañan al contacto cOn el mundo, otorgándoles la visibilidad de una Idea. La Idea es la iluminación objetiva conceptual de aquello que es vivenciado cómo valor de sentido en la inti­ midad del «corazón»; vgr. la intimidad de la vivencia religiosa encuentra su aclaración objetiva-intelectual en la idea de Dios o de lo Santo. También la función ideal-espiritual del pensamiento crea, mediante una objetivación, un horizonte de la realidad abarcable, ordenado e interdependiente; pero no un horizonte de objetos y de sus relaciones, que medimos y a los que manejamos, sino un horizonte de contenidos de sentido qüe se pueden determinar y poner en relación por . medio de conceptos. En todos los intentos metafísicos para establecer una «cosmovisión» se halla impli­ cado el pensamiento en su función espiritual También el pensamiento pu­ ramente teórico al servicio del afán de saber puede hallarse matizado por la ■pregunta por el sentido. El saber es entonces buscado e investigado como conocimiento de un Logos legislador y ordenador del cual recibe su sentido nuestra propia existencia (pág, 163).

El hecho de que paia la función espiritual del pensamiento sea decisivo el factor del sentido hace aparecer claramente la diferencia con la función intelectual, En ésta los pensamientos son relaciones, o puntos nodales de relaciones, que tienen importancia para la temática de nuestra propia con­ servación y de la tarea de dominación del mundo. Aquí, comprender signi­ fica, de acuerdo con su sentido etimológico, abarcar con la mano un feno­ meno, incluirlo en un esquema de relaciones como campo de disponibili­ dades. En cambio, én la función espiritual el pensamiento es eidos, Idea, protoimagen espiritual de la realidad, con sentido propio y poder ema­ nante. La Idea llama al hombre fuera de sí mientras que en el concepto y en el juicio, en tanto son utilizados solamente como instrumentos de la función intelectual del pensamiento, el hombre se dirige al. mundo y. toma posesión de él. Ambas funciones del pensamiento prestan al hombre orien­ tación y sostén en el mundo. La función intelectual se los da en tanto el hombre se dedica, por la temática de su Yo individual, a afirmarse en el mundo y a disponer de él. La fundón ideal-espiritual, en cambio, le presta orientación y apoyo en el mundo porque es un ser que puede trascender y se siente impulsado a participar en valores de sentido del ser y del acon­ tecer. Para ello la Idea ejerce una fuerza liberadora y rectora sobre el sujeto cognoscente, que aparece así como viviente y vivificador de un modo que no encuentra analogía en la esfera de la función intelectual del pensamiento. Mediante ésta un objeto es fijado solamente para dominarlo y poder disponer de él. Pero la Idea es un pensamiento que desarrolla una acción dinámica al dirigir una llamada elevadora al sujeto cognoscente. Como la función intelectual del pensamiento, también la ideal-espiritual puede ser referida al lenguaje. Ya dijimos que éste no es sólo dar nombre a las cosas y una interpretación verbal del mundo, que solamente sirve para su fijación y disponibilidad desde nuestro punto de vista, sino que además posee otra función que consiste en proporcionar expresión al mundo. El hom­ bre no es tan sólo el ser que se dirige al mundo, lo fija y lo objetiva como Campo de su existencia, sino que es el ser que hace además que el mundo se exprese. Hace que la realidad se manifieste a sí misma haciéndola mos­ trarse, no en la perspectiva de las necesidades humanas del Yo individual, sino como lo que es, o debe ser, como Idea de la Creación. Este doble significado del lenguaje se refleja en la doble función del pensamiento. Si el pensamiento en su función intelectual es un medio para organizar el mundo y la existencia en él y si el conocimiento así obtenido es lo que M. SCHELER llama «saber de dominación», en la función idéalespiritual se llega a la expresión del mundo como ordenación de contenidos de sentido, de Ideas, de esencias del ser y del acontecer, cuya percepción pasa siempre a través de la intimidad de la correspondiendo al programa del behaviorismo, que se define a sí mismo como doctrina de la conducta, con lo que el concepto del aprendizaje resulta reducido al de la conducta finalista. Punto central de las investigaciones americanas son los experi­ mentos con animales con la ayuda de instalaciones experimentales adecuadas (el laberinto, o las jaulas que sólo pueden abrirse si él animal sujeto a ex­ perimentación descubre la palanca necesaria, etc). Ya en el siglo pasado el principio de la conducta aprendida fue for­ mulado por el psicólogo asociacionista inglés B a i n como «prueba y error». Pero según las leyes clásicas de la asociación la conexión de la situación esti­ mulante y de la conducta finalista sólo puede explicarse por su coincidencia temporal casual. No se tiene en cuenta aquí el factor del significado viven­ ciado, indispensable para la fundación de asociaciones (págs. 369 y sigs.). Sólo T h o r n d ik e ha dado una formulación psicodinàmica al principio teó­ rico de asociación de la prueba y el error al hablar de la «ley del efecto». Dice que los modos de conducta se imprimen en la memoria experiencial y son repetidos en las mismas o semejantes situaciones cuando lleva al logro de una satisfacción instintiva. El conductista H u l l sn sustituye el concepto de satisfacción instintiva por el de «reducción de la necesidad» (reducción de la tensión de la nece­ sidad), que puede tener varios grados hasta llegar a la total extinción de la necesidad. El contenido esencial de la teoría muy diferenciada y complicada

de H u ll puede ser visto en que la fuerza y la persistencia de una forma de conducta finalista adquirida (aprendida) depende de varios factores: de la magnitud de la reducción instintiva (reducción de la necesidad), de las repeticiones de la conducta adecuada, mediante la cual se fija una conexión ya existente entre la situación y la reacción, y del tiempo entre la conducta reactiva y el éxito; cuanto más corto es, taato más se fija la conducta ade­ cuada. De todos modos con la aplicación de los conceptos «necesidad e ins­ tinto» se abandona el territorio del conductismo estricto y consecuente ya que se trata claramente de conceptos vivenciales que sólo pueden compren­ derse por Ja propia experiencia introspectiva. Lo mismo puede decirse de Tolman324 que quiere, como H u ll, que su teoría del aprendizaje sea considerada como behaviorista, pero a diferencia de H u ll no ve en el aprendizaje de la conducta finalista el factor primario y principal en la conexión entre la situación y la reacción que reduce la necesidad repentina, sino en la acción de una meta, a la que el ser vivo se halla dirigido—'en el sentido de una anticipación o de una tendencia de­ terminante— mediante la «intención» y la «espera» y por ía que se halla ya estructurado el campo de la percepción, ((En la conducta que debe llevar al logro de una meta, los seres vivos se dejan conducir por el conocimiento del significado que los estímulos entonces existentes poseen para el hallazgo de dicha meta: estos estímulos tienen un significado de símbolos, por ejem­ plo como obstáculos o medios para lograr la meta» >ís. Tolman acepta así ya un factor «cognitivo» en la adquisición de formas de conducta finalistas, de modo que en su teoría existe sólo una diferencia de grado y no de esencia entre la conducta aprendida y lá inteligente. c.

La conducta inteligente

Independientemente de sí ya en la conducta aprendida, junto al probar confiado al azar, se acepta también como actuante un factor de com­ prensión no podremos menos de reconocer la conducta «inteligente» como un tipo de conducta finalista peculiar filogenetica y ontogenéticamente más tardía por cuanto en ella el factor del probar confiado a la casualidad pasa a segundo término ante la comprensión que anticipa el éxito. Queda con esto suficientemente destacada la importancia sobresaliente que las acciones experienciales poseen para el hombre como compensación de la pobreza de sus instintos. En cuánto a la multiplicidad de las formas de comportamiento humano sometidas a una regulación mnéstica, sólo puede ser esbozada. Deberíamos incluir en ellas aquella multitud de actos habi­ tuales que realizamos en el cutso del día desde que nos levantamos, lavamos y vestimos, hasta que nos acostamos o vamos camino de nuestro trabajo,

durante el trabajo mismo, en el trato con los demás y, en general, en todas las situaciones de la vida, que se repiten regularmente. Ya en el niño de tres años, la mayor parte de sus formas de comportamiento adecuado cons­ tituye un caudal adquirido por la experiencia. Ya en los primeros meses de la vida, empiezan a crearse formas de comportamiento mnésticamente regu­ ladas. Es en virtud de sus experiencias por lo que el lactante se comporta en forma distinta ante e] pecho materno que ante el biberón. Así, puede resistirse a tomar el pecho materno si entretanto ha realizado la experiencia de que consigue el alimento del biberón con menor esfuerzo. Lo mismo ocurre con el llanto; si el lattante realiza la experiencia de que el 11зпк> nocturno sirve para atraer la madre, empleará este recurso hasta convertirse en una pesadilla; si se le deja llorar varias noches sin acudir junto a su cama, no tarda en desacostumbrarse, suponiendo, claro está, que no esté enfermo. d. El comportamiento inteligente Las acciones instintivas y las acciones reguladas por la memoria son formas de adaptación del. individuo ál mundo circundante al que se. halla incorporado con la totalidad de sus tendencias. Existe además un tercer tipo de conducta adquirida posterionriente en la evolución de la especie que sirve para la realización de los fines de las tendencias en un sentido de adaptación. A este comportamiento lo calificamos de inteligente.

Inteligencia animal.— Aparece ya en el peldaño más alto de lá escala animal, en los antropoides, según señaló W. KÜHLER con sus famosas ex­ periencias en los chimpancés en TenerifeSí6. Encerró a un chimpancé ham­ briento en un espacio de experimentación circundado por una reja y colocó una fruta fuera de la misma más allá del alcance del brazo. Cualquier otro animal, que ocupara en la escala filogenètica un nivel más inferior, habría reaccionando ante esta situación corriendo excitado^ en una y otra dirección, tras de la verja de la jaula para precipitarse de nuevo contra los barrotes, dominado por el impulso de apoderarse de. ella, y nada de esto habría dado resultado. En cambio, el chimpancé supo encontrar la solución. Sir­ viéndose de una rama o de un fragmento de alambre que se hallaba en el espacio de experimentación, como de un bastón, atrajo hacia sí el fruto. K ohler imprimió diferentes modificaciones en la experiencia, verbigracia, colgaba del techo de la jaula un plátano a tal altura que el animal no podía alcanzadlo ni saltando ni trepando. También para esta situación encontró el chimpancé una solución, arrastró un cajón debajo de la fruta, sobre el cual colocó un segundo y un tercero hasta que desde la plataforma superior pudo apoderarse de la fruta con la mano o mediante un brinco.

La inteligencia como rendimiento. — En ésta y en otras experiencias se­ mejantes se ha visto una prueba de la inteligencia de b s monos antropoide*. Su comportamiento se ha calificado como acción inteligente. Lo que debe quedar bien daio es que este concepto de inteligencia es puramente el de un rendimiento, con el cual no se define con precisión ningún proceso anímico. Se refiere a determinados resultados que, si bien presuponen ciertos procesos anímicos, no proporcionan ningún dato concreto sobre los mismos. El chim­ pancé ha demostrado la capacidad de Llegar a un determinado resultado, en una situación no habitual, de encontrar los medios y el camino para adaptar­ se a ella y satisfacer sus fines instintivos. Es indudable que esta orientación fue precedida de una comprensión de determinadas relaciones, cualquiera que sea el concepto que nos formemos de esta comprensión, que precisare­ mos más adelante. El animal se había percatado de que algunos objetos de su ambiente eran utilisables como instrumentos y los empleó adecua­ damente. Precisamente esto es lo singular. El animal до inteligente puede ciertamente comportarse adecuadamente en virtud de los instintos que ha recibido de la Naturaleza en condiciones de disponibilidad para posibili­ tarle una adaptación según los fines de la autoconservación. Pero el rendi­ miento del instinto es distinto del de la inteligencia. Como hemos visto, sólo funciona frente a determinadas situaciones y constelaciones del am­ biénte. En cambio, el comportamiento inteligente está caracterizado porque el ser vivo puede salir del apuro incluso en situaciones nuevas y atípicas en virtud de una comprensión de relaciones de que carece el ser que sólo es gobernado por el instinta Por ello el comportamiento inteligente se acredita siempre en la capacidad de inventiva, orientación y reorientación en el marco de situaciones de las acciones reguladas por la memoria, en que para encon­ trar la adaptación a la situación no debe tantear todas las formas de com­ portamiento posibles, sino que la encuentra sin el largo rodeo a través del ensayo y el error. Inteligencia humana. — Un comportamiento inteligente equiparable al que observamos en los animales como rendimiento máximo se da en los niños como primera manifestación de su inteligencia a partir del segundo año m . En el primer año de vida su comportamiento activo se halla todavía reducido a acciones instintivas y mnésticas. Sólo al entrar en el segundo año aparecen rasgos de comportamiento inteligente que recuerdan a los monos de KÔHLER en grado tal que indujeran а К BÜHLER ha hablar de una «edad chimpancé» del niño. En esta época realiza el niño sus primeras pequeñas invenciones que aunque sean muy primitivas significan un impor­ tante progreso para su evolución porque representan un nuevo tipo de com­ portamiento finalista, una nueva forma de adaptación al ambiente que va

más allá del rendimiento de las relaciones instintivas y mnésticas. Así, para conseguir atraerse a su madre tirará del extremo del cinturón de su delantal, que utilizará como instrumento para alcanzar sus fines3í®. ScuPIN refiere que un hijo suyo de once meses, que deseaba que le levantaran del suelo, dirigió a su madre un gesto de ruego, y en vista de que la mujer no le atendía, cogió su vestido para alzarse329. К B ü h l e r intentó provocar accio­ nes inteligentes por vía experimental análoga a la que había utilizado KÔHLER en su chimpancé. Si el niño se halla situado en un espacio circun­ dado por una barandilla y fuera de ella se pone un pañuelo y sobre él una tostada, el niño, como es lógico, pretenderá apoderarse de ella, Pero B ü h l e r complicó más la situación, la tostada fue atada a un cordel y colocada fuera del alcance del niño, que, en cambio, podía alcanzar el cabo del cordel. Debía 'observarse si el niño era capaz por sí mismo de utilizar el hilo como medio de entrar en posesión de la tostada. Todavía en el noveno mes extendía el niño el brazo en dirección de la tostada sin prestar atención al cordel, pero a fin del primer año la situación se modificó. Por mucho que se des­ plazara el cordel con tal de que quedara al alcance del niño, incluso com­ plicando la situación colocando la tostada a la derecha y el cabo del cordel a la izquierda, siempre el niño tí taba del cordel. B ü h l e r organizó un se­ gundo ensayo; una anilla de marfil, con la que el niño estaba habituado a jugar, fue colocada en una varilla de 12 cm. de longitud, mantenida verticalmente sobre un soporte. El niño de siete meses suele estirar y sacudir la anilla, pero no se le ocurre levantarla. Esto sólo acontece a la mitad del segundo año, en la cual el niño también es capaz no sólo de extraer el anillo de una varilla, sino también de descolgar una llave de un clavo o un sombrero de su soporte. Si bien la acción se realiza torpemente, es adecuada a su objetivo3S0,

Compartimiento inteligente y pensamiento. — No es posible precisar en qué grado en estas sencillas acciones inteligentes intervienen actos noéticos o de elaboración intelectual. Debemos recordar una vez más que el con­ cepto de inteligencia, al hablar de comportamiento inteligente, sólo se em­ plea desde el punto de vista de un rendimiento y que se limita a definir un comportamiento adaptado al ambiente que no depende del instinto ni de un tanteo según el método del ensayo y error. Ahota bien, en los adultos, el comportamiento inteligente suele efec­ tuarse con ayuda de la función intelectual'del pensamiento. Su orientación inteligente en el mundo se verifica con ayuda de conceptos gracias a los cuales diferencia y ordena la multiplicidad de los fenómenos. Gracias a ello juzga acertadamente, percibe relaciones y extrae conclusiones. Pero para decidir si lo que designamos como inteligencia en el sentido de una capa-

cidad de adaptación es siempre producto de una actividad de pensamiento, debemos preguntarnos si* también debemos presumir la existencia' de actos noéticos en los rendimientos inteligentes de los monos antropoides. Lo que parece ocurrir en los chimpancés no debe sèi análogo a lo que acontece cuando nos forjamos un plan y al hacerlo nos damos clara cuenta de cómo se ensamblan, unos a otros, los diversos elementos y establecemos una rela­ ción de medio a fin. Para ello le faltan verosímilmente los conceptos y la función del juicio3S1. Lo que nos obliga a admitir esta suposición es el hecho dé que los animales no poseen lengnaje. Hallándose el lenguaje y el pen­ samiento tan estrechamente unidos e integrados, no podemos atribuir a los rendimientos inteligentes de los animales procesos de aprehensión intelec* tual en sentido estricto. Queda planteada la cuestión de saber qué es lo que efectivamente ocurre en los rendimientos inteligentes de los animales. K. B ühler da una res­ puesta muy verosímil y es la que el comportamiento «inteligente» de los chimpancés en los ensayos de K ohler resulta comprensible como un pro­ ceso de aprehensión de la Gestalt. Bühler señala que en los rendimientos de inteligencia de los animales se trata siempre de entrar en posesión del fruto apetecido. Que el animal pueda manejar adecuadamente ramas de árbol, que, por ejemplo, sepa atraerlas hacia sí para apoderarse del fruto que de ellas pende, o que pueda partirlas y golpear ran ellas, resulta explicable a partir, de instintos congénitos y de experiencias adquiridas. En todo caso debemos admitir que a los monos les es familiar la coexistencia de la rama y del fruto, mejor dicho, su unidad global significativa. Si se halla en él espacio de experimentación ante la reja estando fuera el fruto sin rama y dentro la rama sin fruto, su comportamiento inteligente consiste en esta­ blecer una relación de reconocimiento entre ambos aspectos. El proceso anímico que entraría aquí en juego sería el de una aprehensión de formas que, a su vez, estaría dirigido dinámicamente por la actual configuración instintiva, en este caso el impulso de entrar en posesión del fruto, y con el apoyo, además, de la memoria experienciaL En resumen, debemos decir que lo que llamamos comportamiento in­ teligente en los animales — orientación e inventiva en las situaciones vitales inhabituales — es distinto del proceso de aprehensión intelectual que se da en el pensamiento verbal humano. A lo sumo puede admitirse que en los animales más evolucionados pueda surgir un esbozo de pensamiento empa­ rentado con el germen informulado de un verdadero pensamiento que К B ühler ha designado como «vivencia del ¡ah!». Pero esto sólo sería un estadio previo, sin que constituyera realización del pensamiento que sólo es posible por medio del lenguaje Lo que observamos en los monos antropoi­ des es uña inteligencia práctica totalmente preconceptual y preverbal, cuyo

resultado es Ja invención de instrumentos, tínicamente en este sentido re­ ducido debe entenderse la expresión de que ciertos comportamientos de ani­ males parecen inteligentes. Sólo en el hombre adulto la orientación y la invención se verifican con la cooperación de actos' noéticos, y ’sólo para los seres humanos es válida la definición propuesta por W. SlBRN de que la inteligencia çs «la capacidad personal de adaptarse a nuevas situaciones utilizando adecuadamente los recursos del pensamiento. La misión de Ja inteligencia (en contraste con la de la memoria) estriba en atender las nuevas demandas que la vida plantea, realizándolo en forma tal que se haga un uso adecuado de los medios de pensamiento disponibles»33\ Pero tam­ bién este concepto de S tern de la inteligencia es el de un rendimiento. e.

Acciones neutrales en cuanto a su fin

Mientras que las acciones instintivas, las. reguladas por la memoria y las inteligentes, son formas de comportamiento activo, que establecen la re­ lación entre el alma y el mundo, con Ja finalidad de una orientación y adap­ tación al mundo circundante, y en este sentido pueden considerarse como adaptadas o referidas a un fin, existe otro tipo de acciones que pueden considerarse neutrales o indiferentes en cuanto a su fin, porque lo que en ellas acontece no permite descubrir ninguna finalidad de adaptación. Estas acciones, neutras en cuanto a su finalidad, constituyen la realiza­ ción de las configuraciones mocionales contenidas en cada movimiento afec­ tivo. El análisis fenomenològico de los sentimientos nos mostró que en cada uno de ellos existe la imagen virtual de un comportamiento frente a los contenidos ambientales que desencadenan lá reacción afectiva. Así, el furor contiene la configuración mocional del ataque; la alegría la del abrazo; el dolor, la de la defensa ; Ja cólera, la de una agresión contra ej ambiénte ; el odio, la de la'aniquilación de lo odiado, y la agitación alberga la imagen virtual de una anarquía de movimientos. Todas estas configuraciones mocionales virtuales pueden actualizarse y convertirse en acciones. El furioso puede destruir el ambiente; el que odia, aniquilar lo odiado; el excitado por la alegría, puede abrir los brazos y abrazar a los demás; el que es presa del dolor, puede retorcerse; el agriado por la cólera, realizar agresiones contra el ambiente; el excitado, correr sin rumbo en una y otra dirección y realizar esto y lo de más allá. Todo esto son acciones. Si utilizamos el término griego траура= acción, podemos de­ signarlas como «manifestaciones emocionales pragmáticas». Los ejemplos ci­ tados evidencian que no están orientadas hacia un objetivo y que no fa­ cilitan Ja adaptación a la vida como las acciones instintivas, experienciales e inteligentes. Precisa, no obstante, hacer constar que ciertas manifestaciones

emocionales pragmáticas pueden también incluir actos instintivos. Así, el temor contiene la forma mocional del retroceso, en la cual podemos presumir con fundamento que coopera el instinto de autoprotección. Pero la mayoría de manifestaciones mocional es pragmáticas es neutral en cuanto a sus fines. Las manifestaciones mocionales pragmáticas pertenecen al amplio sector de la «expresión», que no podemos estudiar aquí. No puede tener su puesto dentro del marco de una psicología general de la personalidad, sino en el de las relaciones interhumánas, especialmente en el de la comprensión mutua. Pertenece, por tanto, a la psicología social. Abarca la totalidad de fenómenos de la apariencia sensible humana que acompañan a sus vivencias anímicas y que por ello reflejan la situación interna y sirven de medio de comunica­ ción interhumana. Sin embargo, queremos indicar aquí que no todos los fenómenos expresivos son acciones del tipo de las manifestaciones mocio­ nales pragmáticas. Así, por ejemplo, el descenso de las comisuras labiales en un estado de tristeza, o el pliegue vertical frontal en la cólera o en la meditación intensa. No obstante, estas manifestaciones expresivas tampoco carecen de una relación con la acción, si bien indirecta, puesto que, según L K lages, representan «metáforas de acciones». Así, el descenso de la comisura labial en la expresión de disgusto es el rudimento de una acción perfectamente adecuada cuando experimentamos la sensación gustativa de lo amargo, en la cual no sólo la boca, sino también la lengua y el paladar, entran en una configuración de movimientos apropiada para que la substan­ cia desagradable entre en un contacto lo más mínimo posible con la esfera gustativa, facilitando su expulsión de la boca. B.

La acción desde el punto de vista de la estructura psíquica

La clasificación, realizada hasta ahora, de las formas de acción posibles, se ha hecho considerando la conducta activa en su relación comunicativa horizontal con el mundo. Así llegamos a la distinción entre las acciones finalistas representadas por la serie evolutiva de comportamientos instin­ tivos, dirigidos «mnémicamente», e intuitivos y las acciones no finalistas en las que se realizan las formas impulsivas de los movimientos afectivos. Pero las formas de la conducta activa pueden considerarse también desde el punto de vista de la tectónica vertical interna y del curso. a.

Las acciones tendenciales inmediatas

Si comprendemos la acción como realización de metas tendenciales y como esbozos de conductas, de la multitud de acciones posibles se separan en primer lugar como un grupo especial aquellas en las que el impulso a

la conducta se convierte en acto inmediatamente. Impulso y acción, prin­ cipio y fin del círculo funcional anímico hacen su recorrido abreviada[ mente. A estas acciones ([tendenciales inmediatas», como se llaman aquí, per­ tenecen todas a las que habitualmente designamos como acciones instintivas o emocionales o como conducta impulsiva. Así, el animal hambriento se pre­ cipita, por la urgencia de su impulso, sobre un trozo de carne que aparece en el círculo de su percepción. Del mismo modo inmediatamente coge el P infante el objeto que desea tener. Estos ejemplos permiten ver que las acciones tendenciales inmediatas son las primitivas desde el punto de vista i del desarrollo, tanto filogeneticamente como ontogénicamente. El animal ~ queda estacionado en esta fase de la acción instintiva inmediata, mientras que el hombre progresa más allá, hasta las formas de conducta que llamamos acciones voluntarias, sin que este tipo domine exclusivamente toda su con­ ducta. También el adulto utiliza con frecuencia la acción instintiva inmediata. Esto se demuestra cuando nos planteamos la pregunta de hasta qué punto las formas de acción hasta ahora analizadas pueden ponerse en rela­ ción con el tipo de acción directamerfte instintiva. Indudablemente las accio­ nes instintivas y las condicionadas por la experiencia se realizan de un modo impulsivo-inmediato. Lo misino puede decirse de las manifestaciones afec­ tivas ([pragmáticas». Cuando la configuración mocional se actualiza lo hace siempre inmediatamente después de la emoción. Por lo que se refiere, en fin, a las acciones finalistas no son jamás de respuesta inmediata en el adulto, puesto que éntre el estímulo y la acción se establece un hiato, una cesura, que son colmados por la reflexión y el planeamiento. Más compli­ cada-,es la cuestión en los animales. Es indudable que en sus acciones inte­ ligentes la conexión entre el estímulo y la acción ha sufrido una cierta relajación. Pero, por otra parte, es precisamente característico de la acción .inteligente del animal que sólo tenga lugar en situaciones en que éste se encuentra bajo el dictado de un estímulo instintivo actual, por ejemplo cuando — como en las pruebas con los chimpancés de K oH LE R —atiene í hambre y quisiera llegar a alcanzar el plátano. Lo que distingue al animal del hombre es que no puede liberarse de la actualidad de sus impulsos, que no puede postergar sus necesidades en el momento de su vivencia inme­ diata ni llevar a cabo una acción inteligente de largo alcance. En este sen­ tido las acciones inteligentes del animal son siempre, hasta cierto punto, ins­ tintivas inmediatas; instinto y acción se hallan conectados en máxima j proximidad. b.

Las acciones voluntarias

En el hombre se constituye, en el curso de su desarrollo, aproximada­ mente en el cuarto año de su vida, una segunda forma de acción que, con-

siderada en su esttuctura y curso internos, se separa claramente de la acción de respuesta inmediata: la acción voluntaria. Para mostrar en qué se dife­ rencia ésta de la acción impulsiva es necesario precisar primero el concepto de voluntad y delimitar un significado estricto y otro más amplio.

El concepto de voluntad. — En el lenguaje corriente empírico es habi­ tual comprender el concepto de voluntad tan ampliamente que abarca tam­ bién los procesos de las tendencias y significa tanto como sentir un im­ pulso y ser dirigido hacia una finalidad por tal impulso. Al hablar de vo­ luntad en esta acepción nos referimos a aquella actividad desencadenada y determinada por una vivencia impulsiva propia del ser racional, es decir, por todas las vivencias tendenciales que buscan alcanzar su finalidad mediante la acción. Así ocurre al hablar de la «voluntad de poder», de la «voluntad de conservación del individuo» o de la ([voluntad de asociación». También en*la expresión de Schopenhauer del «mundo como voluntad y represen­ tación» se utiliza en este sentido el concepto de voluntad. Sin embargo, al aplicarlo en sentido más estricto se designa con él el proceso anímico humano por el cual se determina qué impulso debe ser realizado y que además alcanza de este modo la meta fijada contra todas las resistencias que se oponen a su realización. Sobre la fenomenología de la voluntad. — En esta función la voluntad es un hecho autónomo y peculiar que no puede relacionarse en su esencia con otros procesos anímicos, y sobre todo no puede ser equiparado con las vi­ vencias endotímicas de las tendencias y sentimientos como hacen W undt , Z ie h e n y otros psicólogos. «Los procesos volitivos, dice W un dt , son en la práctica siempre emociones... En ellos no debe buscarse.,., la naturaleza del proceso de la voluntad concibiéndola como un suceso específicamente distinto dd sentimiento y la emoción. Más bien debe induirse por completo en el concepto de la emoción. Aparece simplemente como una forma especial de curso de ésta, caracterizada por signos peculiares» 333. Así llega W und T a la condusión de. que la existencia de una voluntad no basada en los sen­ timientos y emociones es una mera ficción de la Filosofía. BLEULER531 de­ fiende un punto de vista análogo cuando ve en la voluntad una resul­ tante de todas las tendencias que laten en las emociones. También EbbinGHAUS 335 defiende una «teoría afectiva de la voluntad». Tal equiparación entre la voluntad y los procesos endotímicos es insos­ tenible si se piensa seriamente en la muy diversa peculiaridad fenomeno­ lògica de las vivencias tendenciales y de los movimientos afectivos con ellas conectados, por una parte, así como de los procesos de la voluntad propia­ mente dicha, por otra.

Todas las vivencias tendenciales y emocionales tienen un signo común : Se originan en un fondo anímico que no es controlable por el Yo cons­ ciente, afectan y sobrecogen al hombre y tienen una tendencia primaria a determinar su conducta y el gobierno y estilo de su vida. Como mejor se califica esto es diciendo — adhiriéndonos a KLAGES — que tiene un ca/__ rácrer pático (iraa^Etv = experimentar un influjo, en oposición a la, activi­ dad espontánea). También к escuela estoica utiliza el concepto ita&oç para : caracterizar las vivencias tendenciales. Las vivencias endotímicas son páticas j en la medida en que nos domina un estado de ánimo, somos afectados por los estímulos del miedo, del entusiasmo, de la ira, o nos vemos sojuzgados por los sentimientos de admiración, de veneración, etc. Lo que llamamos instinto — por ejemplo al hablar de instinto de nutricción o sexual-— no es en el fondo otra cosa que un sentirnos impulsados. Pero también por las tenden­ cias somos afectados páticamente, también las vivendamos como un im­ pulso proveniente de una fuerza que es desencadenada en el fondo endo­ tímico por los valores vitales, los valores de significado y de sentido y que influye en nuestra conducta y en nuestra dirección y configuración de la vida. Nos sentimos sojuzgados e impelidos por nuestros intereses, por el amor, por el egoísmo, etc. De este carácter pático de las vivencias tendenciales se desvía feno­ menologicamente de un modo inequívoco la voluntad. En ésta el hombre se siente como Y o central consciente, unitario, no impulsado ni gobernado páticamente, sino dirigiendo activamente; no como movido, sino como moviente o mejor dicho como instancia que decide si debe realizarse un movimiento, una acción y una conducta, y en qué dirección. «Por la vo­ luntad—’dice K l a g e s — yo soy... según el testimonio de la introspección, portador activo del suceso, en la vivencia— KLAGES coloca ja vivencia como concepto genérico que abarca todas las experiencias endotímicas — portador pático» íse. En la voluntad, desde el punto de vista fenomenològico, el Yo consciente se eleva, como la tierra firme de una isla, sobre el mar proceloso de las vivencias endotímicas, se convierte en el punto de Arquímedes me­ diante el cual son dirigidas o reprimidas las tendencias a la conducta. AI carácter pático de las vivencias tendenciales y de los sentimientos se opone fenomenològicamente el factor de la soberanía (autodominio) y de la au; ..tonomía (autodeterminación) oue el hombre experimenta en la voluntad. Vista así, la voluntad es un proceso anímico de tipo especial y autónomo que no puede referirse a otros procesos anímicos. También N . Асн, basán­ dose en sus investigaciones experimentales sobre la voluntad, llega a la con­ clusión de «que el acto voluntario está caracterizado por su cualidad de ser directamente dado y debe considerarse como una vivencia específica» 3ÏÏ. Ésta es, evidentemente, también la opinión de NIETZSCHE. «La voluntad

— dice en «La voluntad de poder» — no es de desear, aspirar, exigir. Se tingue de todo esto por la emoción del mando» 33e. Lo que NlETZSGv llama mando es precisamente aquella decisión activa que tiene lugar en el proceso del aero volitivo. Por la relación bosquejada en que la voluntad se halla con los impulsos ) endotímicos puede verse que sus tareas y funciones son meramente forma­ les. «La propia voluntad es un instrumento meramente formal que por sí j mismo no crea nada, sino , que sólo puede elegir, reprimir y fomentar lo que ya existe sin ella»330. La abundancia de contenidos y la particularidad^* temática de lo que es querido proceden de los impulsos endotímicos. Éstos no son creados por la voluntad, sino únicamente dirigidos por ella. La vo- j luntad es «sólo un cambio de agujas» (L insworsky), un «peculiar meca­ nismo de dirección» (K lages). Este es el motivo por el que los psicólogos citados han equiparado a la voluntad con los impulsos y emociones endotí­ micos. Pero aún cuando la conducta reciba sus contenidos de las vivencias \ endotímicas representa una función anímica autónoma que consiste en que el Yo consciente tome posición respecto a los impulsos a la conducta, ex­ prese conformidad o rechazo, oponga un veto o haga una decisión y cuide de que se alcance la finalidad propuesta considerada como línea directriz de toda la conducta, o sea que se transporte de la mera posibilidad al hecho y se enfrente con todo lo que se opone a su realización. La voluntad es, pues, siempre.—-y con ello aparece un nuevo rasgo en su cuadro fenomenolò­ gico— una lucha contra las resistencias, una postura del Yo frente a ellas para su superación. El surgir ante las resistencias y el hallarse dirigida contra ellas es un rasgo esencial de la voluntad. Esto se ve con toda claridad si se­ guimos su desarrollo en sus diferentes fases. ,/

Sobre el desarrollo de ¡a voluntad.—: Puesto que dijimos que la voluntad incluye una vivencia del Yo, sólo aparece en el curso del desarrollo cuando existe de un modo demostrable esta vivencia del Yo. Sabemos que en el niño de un año todavía no puede hablarse de una conciencia del Yo. Ésta sólo se constituye en la llamada primera edad de la obstinación, o sea cuando el niño hace la experiencia de que no puede ceder sin más a sus impulsos, de que no todas las metas de sus instintos encuentran su realización me­ diante reacciones «inmediatas», sino que tropiezan con resistencias del mun­ do exterior. El círculo de las vivencias impulsivas y de la conducta activa experimenta así un trastorno por las limitaciones producidas por el mundo exterior. La ola del acontecer psíquico que busca su expansión en el mundo mediante la conducta activa, choca contra el mundo exterior y refluye hacia el sujeto. Con esto se da el primer impulso al desarrollo de la voluntad y se alcanza una primera vivencia del yo. Y es percibido como Yo práctico-

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individual que intenta llevar a cabo, mediante la conducta activa, sus fina■ lidades tendenciales luchando contra el mundo exterior. Desde el pùnto de vista genético el desarrollo de la voluntad empieza a partir del enfrentaI miento con las resistencias exteriores. También en los adultos se echa siem­ pre mano de la voluntad cuando por ejemplo en una función que hasta en­ tonces se había desarrollado sin dificultad se tropieza con un trastorno, cuando se le opone un obstáculo inesperado. Si en el hombre adulto la onda del acontecer anímico al servicio de un impulso es rechazada así hacia el sujeto por la resistencia del mundo ex­ terior y entonces se echa mano de la voluntad, ésta será referida, én primer lugar, en su función inhibidora y conductora, al propio cuerpo que es el que [ realiza las acciones. El cuerpo se halla en los límites de los mundos ex­ terior e interior y es dado al hombre como parte del mundo exterior y también como morada de su mundo interior. Por ejemplo, sentimos nues­ tro brazo o nuestras manos como algo que pertenece al mundo exterior, pero f . también como algo que en su movimiento se halla ligado inmediatamente a nuestra intimidad. Así en el desarrollo de la voluntad existe una segunda fase en la que regula el aparato motor, merced al cual el sujeto al accionar se pone en relación con el mundo exterior, de modo que los movimientos ' que realiza sean adecuados para alcanzar la meta a que aspira. Ciertas ac­ ciones son omitidas, otras son configuradas y dirigidas por un objetivó. Esto ocurre, por ejemplo, al enhebrar una aguja o en la ascensión de una montaña difícil, en la que nuestros movimientos deben hallarse bajo un control cons­ ciente para no despeñarnos. 1 Desde la periferia del cuerpo y de sus órganos de movimiento que par­ ticipan en la conducta exterior, la voluntad, en otra etapa posterior del des­ arrollo, se extiende hasta la esfera de los procesos anímicos internos, y cumple también allí su acción como instancia dd Yo que no deja que ocurra lo ¡ que quiera suceder, sino que intenta regular el acontecer anímico. Esto tiene lugar sobre todo en aquel grupo de procesos anímicos que— como los movimientos en lo motor — constituyen el nexo sensorial de unión ; " con d mundo exterior : la percepción sensorial. La función inhibidora y directora de la voluntad lleva aquí a lo que la psicología llama atención [ voluntaria. La atención, como tal, no es todavía un fenómeno volitivo310. Sólo se convierte en él cuando mediante- la participación de la función de la voluntad amortiguamos, es decir, pasamos por alto, todas las impresiones sensoriales que perturban la observación de lo que se halla en d foco dé una finalidad determinada. También aquí la voluntad sé desarrolla sobre los puntos de fricción en el curso de la realización de una meta tendencial. Г Lo mismo que a las percepciones, la voluntad alcanza también con su función inhibidora y rectora a las representaciones y al pensamiento.

Hablamos entonces de concentración. Si nos abandonamos a la actividad es­ pontánea de nuestras representaciones se origina un abigarrado tejido de contenidos aislados que de un modo continuado surgen autónomamente desde la profundidad del inconsciente o son desencadenados por vía asocia­ tiva por los estímulos exteriores. En cambio, en el curso de representaciones y pensamientos ordenados y dirigidos por la voluntad tiene lugar una se­ lección a favor de aquellos que tienden a un fin determinado. ^ Desde el horizonte objetivo de lá vida psíquica; de los contenidos de ; la percepción sensorial, de la actualización representativa y de la aprehen­ sión intelectual, la voluntad se extiende finalmente hasta la esfera íntima de los procesos endotímicos, de las vivencias tendenciales y de los sentimientos. Naturalmente que no corresponde a los efectos de la voluntad el que vivenciemos tendencias y sentimientos y cuáles sean éstos. Pero la voluntad puede determinar en qué medida han de actuar los impulsos a la acción, contenidos en las tendencias y sentimientos, para la dirección y la con­ figuración de la vida. La voluntad se pone al servicio de una determinada meta tendencial г cuyo logro intenta ayudar. También aquí se desarrolla la voluntád desde un punto de fricción aparecido en el curso de la vida anímica. Pues el logro del objetivo tendencial por ella açeprada ha de mantenerse tanto contra todos los demás movimientos tendenciales como contra las re- . sistencias exteriores.

La acción voluntaria simple. —- Sólo ahora, después de haber precisado conceptualmente la voluntad, descrito su peculiaridad fenomenològica y mostrado los estadios de su desarrollo, estamos en situación de caracterizar más exactamente aquellas formas de la conducta activa que — a diferencia de las acciones impulsivas— podemos llamar acciones voluntarias. Su cuali j dad específica consiste en que una vivencia tendencial no se convierte inme­ diatamente en acto, sino que es puesta bajo la dirección de la voluntad y llevada a cabo en contra de las resistencias. . i Esto puede ocurrir de dos maneras diferentes. Una, de modo que distintos ' impulsos se hallen en competencia y la voluntad decida cuál de ellos ha de ser realizado. Este es el caso más complicado de la acción electiva, de la que hablaremos más adelante. Pero existen también acciones voluntarias simples en las que la meta tendencial es dada inequívocamente y no se . halla en competencia con otras. —I Lo que en esta acción voluntaria simple ocurre en el interior del psiquismo contiene cuatro factores por los cuales se distingue, como tipo de conducta, de la acción impulsiva. Uno es la concienciación y la fijación de la meta. La meta de la ten­ dencia es actualizada por la representación y convertida en lo que llamamos

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propósito, intención. Naturalmente que la meta elegida no tiene que estar presente en forma de representación en todo momento de la realización de la acción. La representación de la meta elegida fijada en el propósito ,en la in­ tención, actúa, aun sin una permanente concienciación, como actitud o tendencia determinante. Una vez elegida se convierte en la línea directriz de nuestra conducta. Las investigaciones de Lewin han demostrado que la meta se hace inefectiva por más o menos tiempo y con ello la acción voluntaria puede experimentar una interrupción, pero siempre reaparece de nuevo para encontrar, por fin, su realización. También las tendencias actúan como fac­ tores determinantes. Esto puede ocurrir, sin embargo, de un modo total­ mente inconsciente, es decir, sin concienciación representativa de la meta y sin propósito previo. Lo que se añade en la acción voluntaria es precisamente que la meta es concebida claramente, es decir, se hace Consciente y es fijada como propósito. Pero sólo con la representación y la fijación del objetivo no hemos eje­ cutado todavía nada. La meta fijada sólo se revela como verdadero propósito cuando se realiza prácticamente. Si solamente figura en forma de re­ presentación en la vivencia, sin ser puesta ea práctica mediante la voluntad, la tendencia puede quedar detenida en meros deseos. Sólo existe una acción volitiva cuando la voluntad pronuncia el ¡ejecútese!, el fíat, cuando ocurre lo que "W. Ste r n llama «golpe de la voluntad» en el cual se ve el «punto central de todo acto voluntario» m . El impulso de la voluntad consiste en una acumulación de toda la energía psicosomàtica que se hace consciente como una tensión dirigida Contra resistencias, Aún ocurre algo más en esta concentración, por lo cual se distinguen la acción voluntaria y la impulsiva. Es lo que podríamos llamar organización de la ejecución. Consiste por un lado en el planteamiento, es decir, en la refle­ xión y en la elección de los medios qué son apropiados para alcanzar la meta fijada en el propósito, y por otra parte en la dirección de los órganos que toman paite en la realización de la acción. Por ejemplo, cuando escalamos una roca difícil ponemos un pie ante el otro,* probamos no sólo si la roca resistirá, sino que-organizamos nuestros movimientos dé modo que con cada paso hagamos posible el siguiente. Esta dirección de los movimientos en la realización de una acción volitiva existe también cuando enhebramos una aguja. Pero sobre todo desempeña un importante papel en el apren­ dizaje de habilidades corporales que no son innatas en el hombre como el ir en bicicleta, tocar el piano, escribir a máquina. E l que se sienta por vez primera ante un piano, para tocar bien un acorde, no sólo tiene que buscar cada teda, sino también poner sus dedos en una determinada posición. En la acción impulsiva las cosas ocurren de un modo completamente diferente. El esquema de movimiento contenido en ellas es siempre una Gestalt de mo-

vimiento que integra y anticipa ya toda la conducta que ha de llevar \ la meta tendencial, mientras que el esquema de movimiento de las acciones vo­ luntarias puede fraccionarse en acciones parciales. Del mismo modo, la meta de la acción voluntaria puede desmembrarse también en otras metas intermedias aisladas. Junto a los signos citados — fijación de la meta tendencial mediante el " j propósito, el impulso de la voluntad y ia organización de la ejecución — la acción voluntaria simple contiene aún otro factor que la distingue de la acción impulsiva. Es propio de ésta que el impulso y la acción, el comienzo i y el fin det círculo funcional anímico se hallen aproximados. Cuanto más lejos se halla en el futuro el logro de la meta propuesta y más difícilmente se configura la organización de la acción, tanto más laxa se hace, en la acción voluntaria simple, la conexión entre impulso y conducta. En la acción vo- 1 luntaria, entre d impulso y su realización se produce una cesura, que lla­ mamos hiato de la concienciación, y en él se hallan incluidos el propósito, el impulso de la voluntad y la organización de la ejecución. j

Las acciones automatizadas. — La experiencia enseña que una acción voluntaria simple del tipo indicado puede aproximarse a la forma de curso y a la estructura interna de la acción impulsiva inmediata, tanto más, cuanto con mayor frecuencia se repitan las acciones parciales dirigidas por la voluntad que son necesarias para la organización de la acción, que de este modo llegan a ser aprendidas y convertidas en costumbres. Decimos entonces que las acciones voluntarias primarias pueden automatizarse. «No tengo ya que querer voluntariamente este o aquel movimiento, no tengo ya que in­ tentar expresamente esta o aquella acción parcial. Así, por ejemplo, el ci­ clista experimentado no sólo no tiene que pensar: ahora tengo que hacer un movimiento con el brazo izquierdo, sino que tampoco ha de pensar : ahora debo torcer el manillar .hacia la izquierda, sino solamente tener con claridad en su conciencia: ahora quiero evitar este o aquel objeto. Pero incluso este pensamiento puede resultar superfluo y se sumerge, en ciertas circunstancias, en un nivel inferior de la conciencia» 342. Así como la fijación de la meta en el propósito, el impulso volicional, la organización de la ejecución y el hiato de la concienciación han sido designados como signos típicos de la acción voluntaria simple, hemos de decir ahora que estas ac­ ciones voluntarias se acercan al tipo de las acciones impulsivas inmediatas por el camino de la costumbre, de la automatización, merced a la cual los movimientos parciales de la acción voluntaria jrim aria se compendian cada vez más en una configuración global de movimiento y acción. Las acciones automatizadas se hallan, pues, fenomenològicamente, entre las acciones im­ pulsivas y las acciones voluntarias simples y desde el punto de visca genético

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son derivadas de estas últimas. Por ello tienen un especial significado en el I conjunto de la vida. En la automatización de las acciones voluntarias primi­ tivamente simples existe, sin ningún género de duda, una economía para I nuestra vida anímica. Nuestra conciencia es descargada, ahorramos energía " anímica y la dejamos disponible para la realización de tareas y necesidades vitales nuevas y desacostumbradas que deben llevarse a cabo por intermedio de la voluntad. Desde el punto de vista práctico existen, entre los polos de la acción im­ pulsiva y de la acción voluntaria simple, todas las transiciones posibles, es decir, que la fijación de la meta mediante el propósito, el necesario impulso volitivo, la organización de la ejecución y el hiato de la concienciación pue­ den manifestarse en diferentes grados. Ante todo debemos señalar que en la mayoría de las acciones voluntarias se hallan contenidas, comò procesos par­ ciales, acciones impulsivas inmediatas y acciones automatizadas.

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La acción electiva. —;,Junto a las acciones voluntarias simples existen otras de tipo más complicado en las que la separación y cesura, ya citadas, entre impulso y realización, se hallan especialmente claras: son las acciones. electivas. Surgen cuando una meta íendencial aparece en competencia con otras y sólo logra su fijación después de una selección y una decisión. Esto ocurre cuando una situación nos coloca ante la posibilidad de acciones diferentes poniendo de manifiesto diversas motivaciones. La acción electiva tiene un estadio-previo especial que se caracteriza por la competencia de varios motivos a diferencia de las acciones voluntarias simples que—■del mismo modo que las acciones impulsivas— proceden de un motivo único. Este estadio previo termina con la decisión en favor de úna de las metas tendenciales que han sido dadas a elegir por los motivos merced a la reso­ lución por la cual, como portadores de diversas conductas posibles, nos identificamos con la meta de una determinada tendencia. Esta decisión se basa en reflexiones, o sea sobre actos noéticos, que proporcionan la comprensión necesaria para la realización práctica y tienen en cuenta las consecuencias de una acción en su finalidad o falta de finalidad, en su valor O falta de valor respecto a la meta a que se aspira encaminada a lograr una configúración y una forma de vida con responsabilidad. Estas reflexiones y la reso­ lución que de ellas resulta pertenecen a la estructura interna y al cuadro total de la acción electiva, se hallan incluidas en el hiato de la concienciación, en la cesura entre impulso y conducta, Mediante la decisión el motivo de nuestras acciones recibe un acento especial. También aquí existe una diferencia, con la acción'voluntaria simpie. Ya que ésta procede siempre de un motivo único no es‘necesario que

éste sea claramente consciente,' es decir, se halle fijado por el conocimiento de por qué precisamente queremos esto y no otra cosa. La que se fija en la acción voluntaria simple es únicamente la meca de la acción, pero no el . motivo del que procede. En la acción elettiva las cosas ocurren de un modo diferente. En general, para que se llegue a una elección deben perfilarse en i la conciencia los distintos motivos posibles de la acción, pero sobre todo aquellos sobre los que recae la decisión. , ! Naturalmente, el motivo en que se basa la decisión de nuestra conducta no siempre actúa claramente en la práctica. Cuando reconocemos algo como motivo de nuestra conducta podemos engañarnos sobre las verdaderas rela­ ciones interiores. Muy frecuentemente algunos motivos pueden aparecer en ~1 .primer plano, mientras que la acción, o la decisión que la precede, provienen realmente de otros instintos completamente diferentes. A N ie t z s c h e co­ rresponde el mérito de haber descubierto tales motivos aparentes y el con- ] junto de motivos Inconscientes, realmente efectivos, en cuya vía ha sido seguido después por la moderna psicología profunda. Independientemente de que la decisión se base sobre un motivo verda­ dero o aparente— con tal de que ocurra — cuando existe una verdadera acción electiva nos identificamos, en tanto portadores de diferentes con­ ductas, con la meta, y la fijamos mediante el propósito. Además de ello, en la acción electiva participa también todo lo que ya en la acción voluntaria simple fue designado como esencial, el impulso voîicional y ía organización de la ejecución.

Sobre la cuestión del libre dbedrio. — Se plantea ahora el problema de si la voluntad interviene también en la elección, en la decisión que sirve para resolver la concurrencia de motivos. Se trata aquí nada menos que del problema del libre albedrío. Psicológicamente, la situación es la siguiente: En el proceso de elección y decisión existen para la voluntad dos posibili- ~1 dades. La una es : respecto a las distintas posibilidades de conducta resul­ tantes de la competencia de diversos motivos, la decisión depende solamente de que un motivo determinado, merced a la reflexión sobre las consecuen­ cias de las conductas posibles, vea reforzada su finalidad e importancia en tal medida que sea realizado a despecho de los demás. En estos casos la vo­ luntad no tiene que hacer más que ayudar a la realización del motivo más fuerte. Tiene solamente una función ejecutiva, organizadora; no es libre respecto a la decisión, puesto que ésca viene dada por las propias vivencias impulsivas. Pero la otra posibilidad es : La voluntad decide сото juez supe­ rior entre los motivos en competencia y da la preferencia a uno sobre los demás. Le corresponde el Fiat, decide como soberana, libremente, sobre lo que ocurre o debe ocurrir en la conducta activa. J

Sabemos que la decisión de si se trata del primero o del segundo caso ha provocado en la historia de la Filosofía, sobre todo de la Ética, la discu­ sión entre determinismo e indeterminismo, que aún hoy'no ha terminado. Recientemente se ha intentado derivar la prueba del libre albedrío de las experiencias de la Física moderna. El argumento decisivo que siempre se esgrimió contra el libre albedrío era el hecho de que en la Naturaleza no ocurre nada que no tenga sus causas suficiéntes y que no sea calculable por éstas. Pero la moderna Física del átomo ha demostrado que es imposible prever, por ejemplo, en qué ángulo es desviado un electrón que tropieïa con una resistencia. De aquí se deduce que en los procesos atómicos se quiebra Ja ley de la causalidad. Y — se sigue argumentando — si en el acontecer microfísico no rige la ley de la causalidad, queda demostrado que puede acep­ tarse el acontecer no-causal en principio también én lo psíquico, especial­ mente en el curso de la acción. Contra el intento de apoyar de este modo la aceptación del libre albe­ drío pueden hacerse dos objeciones. En primer lugar no sabemos si nuestros conocimientos de los procesos atómicos están influidos por la insuficiencia de nuestros medios, sobre todo de los instrumentos de observación y me­ dida, o si realmente hemos de aceptar un acontecer no-causal. Por otro lado es falsa la analogía entre la conducta de un electrón y una acción electiva. Una acción electiva se basa siempre sobré una vivencia de cualidad. Está incluida en el concepto de las vivencias de valores del hombre. Es inadmi­ sible aceptar en el electrón algo análogo, puesto que la Física se ocupa siempre de cantidades y no de cualidades. Por eso parece poco prometedor el querer deducir de las Ciencias naturales exactas la prueba de la posibilidad del libre albedrío. Pero tampoco para lo contrario, para el determinismo de la voluntad, es una demostración la Ciencia natural. Aun cuando ésta se aferrara a la ley de la causalidad permanente no podría concluirse de aquí que el libre albedrío no podía existir. Los argumentos con los que K ant trató la cuestión del libre albedrío no han sido hasta ahora invalidados Intentó demostrar, en la crítica de la razón teórica «pura», que los sucesos del mundo fenoménico sólo pueden ser comprendidos por la ley de la causalidad. En cambio, en su Ética colocó la posibilidad del libre albedrío como postulado de la razón práctica. De ambas premisas deduce la conclu­ sión de que el hombre, como ser que actúa, no pertenece al mundus sensibilis, al mundo fenoménico accesible a nuestra experiencia, sino a otra esfera, a un mundus intelUgíbilis, que se halla más allá del mundo feno­ ménico qué percibimos. Hoy hemos de adoptar también este punto de vista. Pues una cosa es cierta : Si no aceptamos la decisión entre distintas posibilidades de conduc­ ta como cosa de la voluntad, sino que limitamos la función de ésta sólo a la

ejecución de una decisión tomada por los propios instintos, si aceptamos que cada uno actúa necesariamente como sus impulsos le dictan, entonces d concepto de responsabilidad pierde toda justificación, y la conciencia, portadora de la responsabilidad, se convierte en una quimera, en una fic­ ción, lo cual tergiversa la realidad moral psíquica. Pues la conciencia es siempre una llamada a la voluntad cuando consideramos a ésta como libre, una llamada tanto antes de la acción como después de ella. Esta llamada sólo tiene sentido si tenemos la posibilidad de hacer una cosa u otra, o sea, cuan­ do aceptamos que la voluntad es responsable de la decisión *. * E l Rvdo. Dr. 3. A r a c ó , S. I-, profesor de Psicología en la Facultad Filosófica de San Cugat del Vallés, ha leído la versión española de la obra de su maestro L e r s c h , prestándonos una colaboración valiosísima en el esclarecimiento del problema terminológico. La atenta lectura de la obra le ha sugerido la si­ guiente nota que gustosamente reproducimos: , «Para un espectador venido de las filas del neotomismo, el libro del Profesor Pu. L ersch tiene un encanto especial: basándose en precisos análisis fenomenológicos, logra integrar en su psicología todos los valores humanos, realizando así una profunda aproximación entre la psicologia moderna y la tradicional escolástica, tan distanciadas hace cincuenta años. Y esta integración humana seria, a nuestro juicio, perfecta si no se notase en algunos puntos el influjo de la filosofía kantiana, con su dicotomlzación entre la razón práctica y la teórica ; asi, por ejemplo, al tratar de la captación racional de lo Absoluto (pá­ gina 170), de la cuestión teórica de la libertad (pág. 443) y algunos otros afines. Con todo, estos reparos no aminoran el valor de esta obra, cuya importancia en el campo de la psicología moderna, será siempre excepcional, por haber res­ taurado esta idea tan antigua y tan olvidada de la unidad del hombre.»

Aquí acaba el estudio del «sector externo» de nuestra vida anímica en la dimensión horizontal del círculo funcional anímico, en el cual hemos incluido la percepción del mundo y la orientación en él, así como también la condücta activa. Tanto la diferenciación de los estadios de la percepción del mundo y de la orientación en él — notación sensorial, actualización re­ presentativa y aprehensión intelectual—>, como Ja distinción de estadios de la conducta activa, con la separación de las acciones tendenciales inmedia­ tas de Jas automatizadas y de las dirigidas por la voluntad, orientan ahora nuestras consideraciones hacia el estudio de la dirección vertical de la es­ tructura interna que ahora abordamos.

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EL SECTOR EXTERNO DE LA VIDA ANIMICA DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA ESTRATIFICACIÓN

El pensamiento y la voluntad como funciones del Yo .— Si comparamos los estadios superiores de la percepción y orientación en el mundo con los planos más elevados de la conducta activa, entonces el pensamiento y la voluntad muestran una comunidad fenomenològica, que se diferencia cla­ ramente de la peculiaridad de las vivencias endotímicas. Éstas tienen — se­ gún dijimos— un carácter pático. Llevan en sí, podemos añadir, el sello de lo ajeno al Yo. En los movimientos afectivos somos sojuzgados por algo; en los instintos y tendencias somos impulsados o atraídos y llamados por algo. Las tendencias y los sentimientos proceden de un fondo anímico que está fuera de los límites de la introspección consciente y se pierde en la obscuridad de la vida, que fluye continuamente de un modo inconsciente. A diferencia de esto, en el pensamiento y en la voluntad se percibe el Yo como punto de partida e iniciador de los procesos anímicos. Merced a la su

voluntad d hombre se siente, como dijimos, centro consciente unitario del Yo, no imputado y gobernado de un modo pático, sino dirigiendo activa­ mente : no como movido, sino como moviente. Dd mismo modo, d pen­ samiento es también sentido como proceso activo del Yo consciente. También en él adoptamos una posición firme. Pues el pensamiento nos eleva por en­ cima del torrente fluyente de las cambiantes impresiones inmediatas y nos hace capaces de ver la multiplicidad de relacionarla con las cosas que siguen siendo idénticas a sí mismas, así como sus relaciones y conjuntos con los que hemos de contar. En el pensamiento ordenado «el Yo se percibe como instancia activa del Yo pienso» 313- También W . S ter n habla del «carácter activo del pensamiento» y de la conciencia indiscutible que el yo pensante posee de que es origen de una actividad»114. Este «carácter de acción dd pensamiento» ( S t e r n ) no se invalida porque existan casos en los que el pensamiento se realiza «inconscientemente» y nos sintamos indinados a de­ cir que «algo» piensa dentro de nosotros. Así puede ocurrir que nos esfor­ cemos por descubrir un enigma o un problema matemático y no tengamos éxito, pero luego, súbitamente, después de haber cesado en nuestros esfuerzos, se nos ocurra la solución. Pero también en estos casos el pensamiento es ini­ ciado e impulsado merced a la actividad espontánea del Yo consciente. Tam­ bién aquí procede del Yo la puesta en marcha del pensamiento. Y esta puesta en marcha es la que crea la disposición para que el pensamiento prosiga su curso hasta finalizar. !

El concepto de la estructura superior de, la personalidad. — A la comuni­ dad fenomenològica del pensamiento y de la voluntad, que existe en Га vivencia de una actividad del Yo consciente y se aparta con suficiente daridad del carácter pático, ajeno al Yo, de las vivencias endotímicas, le co­ rresponde también una comunidad de funciones en el sistema total de la vida anímica. Las vivencias endotímicas determinan la temática de la existencia indíviduaL Es una tarea del Yo el gobernar nuestra conducta, orientada en determinada dirección por la temática de la existencia. Esto se realiza por intermedio de la voluntad. Pero ésta necesita, para llevar a cabo esta tarea, la colaboración de aquellos procesos anímicos que hemos reunido bajo el concepto de aprehensión intelectual. Mediante ellos intenta el hombre co­ nocer y dominar la realidad de lo percibido en el mundo y ordenar los objetos y esencias en forma comprensible Los estados y procesos endotímicos son así recubiertos, en el sistema global de la vida anímica, por los procesos del pensamiento y de la volun­ tad. Es misión del pensamiento el clasificar y ordenar d mundo que apa­ rece reflejado en las vivencias endotím¿cas. Proporciona al hombre no sólo la visión intelectual de las posibilidades y consecuencias de la conducta en

su. adecuación o desadecuación, sino también en su posesión o carencia de valor. Le muestra el mundo, sobre el cual actúa por medio de su conducta, como un horizonte con contenidos espirituales de sentido a los que está referida su existencia. La voluntad decide hasta qué punto permite que se desenvuelvan o no los procesos y estados endotímicos. Mediante los procesos | de la aprehensión intelectual y de la voluntad se constituye lo que pudié­ ramos llamar núcleo del Yo. La conciencia de este núcleo del yo, por un lado, y del pensamiento y de la voluntad, por otro, se hallan en una correIación recíproca. Estos hechos constituyen el punto de partida para enfrentar la capa más profunda del fondo endotímico con la más elevada de la estructura superior personal *. La calificación de esta estructura superior con el signo «per­ sonal» no ha de entenderse como que lo que llamamos «persona® está repre­ sentado únicamente por el pensamiento y la voluntad. Al hablar de estruc- j tura superior personal nos referimos sobre todo a la capa más elevada, cons­ tituida por el pensamiento y la voluntad, del total al que llamamos persona y del que forma parte tanto el fondo vital como el fondo endotímico con sus vivencias páticas. Pero el sentido y las posibilidades de la existencia humana no se hallan satisfechos con la mera aceptación de los procesos y estados endotímicos, o sea, abandonándose el hombre sin resistencia a los impulsos de sus vivencias páticas. Precisamente el ser humano tiene" su dig­ nidad, su libertad y responsabilidad; aparece como ser personal, porque se enfrenta con las vivencias endotímicas, inhibiendo y reprimiendo a unas, y dejando, en cambio, a otras actuar en la dirección de su vida. Lo cuaí hace precisamente gracias a su voluntad y à su pensamiento, ____ i л El sí mismo personal». — Hemos visto que la supraestructura personal y el fondo endotímico, dicho en otros términos, las funciones egoicas del pensamiento y de la voluntad de una parte y el acontecer pático de las vi­ vencias tendenciales y emocionales inmersas en los temples estacionados, se hallan en mutua referencia en la totalidad de la persona humana. Cuando sé establece esta correlación, es decir, cuando ambas capas mantienen entre sí una relación de mutua abertura y cooperan íntegramente se constituye lo j que denominamos el «sí mismo personal», para diferenciarlo del «yo». Éste ‘\ no se halla ligado a determinados contenidos, por lo menos dentro de am­ plios límites. Puede darse la orden de querer, de elaborar con el pensamiento ,... esto o aquello. Pero la fijación del contenido de lo que se piensa o se i • En todo caso, también W . S t e h w habla, respecto a la voluntad, de la «estructura superior de la conducta volitiva» (Psicología General,), siguiendo el pen­ samiento de la estratificación Que ilumina constantemente su estudio de .la vida psíquica, aunque no haga de él el punto de vista rector de su psicología ^personalistas.

quiere no es de la incumbencia del yo. El yo es en este aspecto una instancia

1. puramente formal Sólo la temática de las vivencias endotímicas proporciona a la persona humana su riqueza y concreción de contenido. Es en la -medida en que esta temática se integra con las fundones del yo, lo cual se logra permitiendo acceder al pensamiento lo que pulsa en la vida endotímica y enfrentándolo con la voluntad, como se constituye el «sí mismo personal» como el centro I_propio de la persona humana. En tanto el hombre vive-sólo ft merced de sus impulsos endotímicos, todavía no representa un «sí mismo personal», tampoco si sólo vive según las órdenes abstractas de la voluntad y dé las* reglas del pensamiento. Sólo cuando ambas capas se abren recíprocamente ! y cooperan íntegramente se realiza el «sí mismo personal». En este proceso de integradón se enfrentan unas con otras las tendendas y emociones, espe­ cialmente las temáticas opuestas del «sí mismo individual» y la de la transi­ tividad, que siempre implica religación y responsabilidad. Así, la conciencia I moral y la «cordialidad» se convierten en núdeos del «sí mismo personal». De este modo el fondo endotímico y la supraestructura personal se hallan mutuamente relacionados en el esquema global de la persona humana. Esto significa que su integración para constituir el centro del sí mismo y la unidad de la persona no es algo espontáneamente dado, sino que es tarea de cada individuo .encaminarlo a su realización. Más adelante volveremos a hablar de las posibles desviaciones y les trastornos del equilibrio integra­ tivo entre las capas del fondo endotímico y de !a supraestructura personal.

El círculo funcional de la vivencia y la estructura de la persona. — Después de la confrontación básica del fondo endotímico y de la estructura superior de la persona nos hallamos en situación de simbolizar en un es­ quema lo que llamamos persona, en el cual se pongan de relieve los dos puntos de vista de nuestro estudio: d horizontal del círculo fundonal I anímico y el vertical de la tectónica interna (fig. 13). — El fondo vital aparece como la capa más inferior, de sostén, y todavía preanímica, de la vivencia global Sobre él se halla d fondo endotímico, no herméticamente cerrado, sino permitiendo que los procesos vitales puedan difundirse por él. En la profundidad del fondo endotímico y entretejidas con los estados persistentes del ánimo se desarrollan las vivencias tenden­ ciales con su triple temática de la vitalidad, del Yo individual y de la ttansitividad. Se despliegan como una búsqueda interrogativa que, en d desarrollo horizontal del círculo funcional anímico, se dirige hacia d mundo y en­ cuentra en la percepción de éste su respuesta positiva o negativa. Lo per­ cibido, reflejado en la temática dé las tendencias, es retransmitido, mediante los sentimientos, a la profundidad del fondo endotímico. En d último esla-

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bón del círculo funcional anímico, en la conducta activa, se realizan tanto ias configuraciones mocionales contenidas en los sentimientos, como las tendencias que matizan la percepción del mundo y perfilan sus contenidos como totalidades significativas. Las configuraciones mocionales del sentimiento y las inclinaciones de las tendencias se realizan en el mismo sector del mundo que es dado en la percepción. La percepción y la conducta activa,

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fAOCIONAI- DELOS SENTIMIENTOS

Fig. 13 que en el esquema precedente aparecen separadas en un ángulo de 180°, discurren en realidad funtas en la misma dirección horizontal. Pero al mismo tiempo muestran una estructura escalonada. La aprehen­ sión. intelectual, como forma más elevada del desarrollo de la comprensión del mundo, y la acción voluntaria, como forma superior de la conducta activa, permiten ver — consideradas en la peculiaridad fenomenològica de su vivenciación — que están determinadas por una instancia que se halla supraordinada al fondo endotímico, o sea, por la estructura superior de la persona centrada en el núcleo del Yo, cuyas funciones son precisamente e l .... pensamiento y la voluntad. Por lo tanto, lo que tiene lugar en el sector

externo de la vivencia no está determinado exclusivamente por di fondo endotímico, no es meramente una recepción del mundo en el espejo de la temàtica instintiva y una realización inmediata de la tendencia hacia lo percibido en el seno del mundo, sino que al piopio tiempo es formado y di­ rigido mediante , 1a comprensión intelectual y las acciones voluntarias, por la capa más elev/da de la estructura superior de la persona. La participación de estos estratos en los procesos y contenidos del sector externo de la vivencia da lugar a los diversos grados constitutivos de la concienciación del mundo y del comportamiento activo. Esto ya se cumple en la percepción sensible, en el seno de la cual hemos diferenciado la impresión de imágenes y la percepción de objetos. Puesto que en la última interviene la elaboración intelectual, se entremezcla en ella una actividad de la estructura superior de la persona, mientras que la im­ presión de imágenes queda en el plano del fondo endotímico, y por tanto es percibida de un modo meramente pático. La impresión de imágenes nos conmueve. La impresión de una imagen llega directamente a la intimidad del fondo endotímico, mientras que lo percibido objetivamente es colocado a una cierta distancia, JEsta diferencia se repite en la actualización representativa, en el recuerdo y en la fanrasía. Si las representaciones mnémicas aparecen como repre­ sentaciones individuales pueden hallarse muy próximas a la imagen y por ello permanecer en el plano de las fuerzas endotímicas. En cambio, las re­ presentaciones generales tienen ya algún carácter objetivo, se hallan deter­ minadas en parte por la actividad propia del pensamiento, o sea, que tienen una evidente relación con la estructura superior de la persona. Lo mismo puede decirse de las representaciones de la fantasía. Las de la fantasía de deseos y temores son la objetivación plástica de la temática dé las tendencias endotímicas y comparten con ellas el carácter de lo viven­ ciado de un modo pático-ajeno al Yo. «En el fantasear el Yo se siente... comparativamente como espectador más pasivo que respecto a lo que acon­ tece en «él», o mejor dicho, en su «sí-mismo»315. En este sentido habla H. K un z del «alejamiento del Yo en la fantasía». Pero las cosas ocurren de otro modo en la fantasía planeadora y creadora. También aquí sucede algo parecido a la vivencia pática-ajena al Yo, pero al mismo tiempo colabora la iniciativa del Yo propia del pensamiento. Como en los estadios de la percepción del mundo y de la orientación en él, también en los de la conducta activa se puede observar una parti­ cipación diferente de los dos estratos de lá persona. Las acciones tendenciales inmediatas quedan por entero en el plano del fondo endotímico, son las reacciones directas de las vivencias tendenciales a lo percibido en el mundo, iluminado por ellas y revestido de'una valencia emocional; tienen un

carácter pático en cuanto representan un acontecer que anticipa la actividad vigil del Yo. Se desarrollan sin la colaboración de la estructura superior de la persona que dirige canto las acciones voluntarias simples como las elec­ tivas. Finalmente, por lo que respecta a las acciones automatizadas ya diji­ mos que se derivan de acciones voluntarias en su origen. Esto significa que se han emañcipado del dominio de la estructura superior de la persona, bajo el cual se hallaban como acciones principalmente voluntarias, adqui­ riendo así la posibilidad de integrarse al acontecer pático propio de las acciones impulsivas inmediatas.

II.

CARACTEROLOGÍA DE LA ESTRUCTURA SUPERIOR DE LA PERSONA

En el aspecto psicológico general, es decir como sucesos actuales de la vivencia humana, y prescindiendo de sus variantes individuales, han sido ya. estudiados, los procesos del pensamiento y la voluntad que pertenecen a la capa de la estructura superior de la persona. Hemos hablado tanto de su peculiaridad fenomenològica como de su génesis y de su significado pata el conjunto total de la vida psíquica. Queda la tarea de estudiar la estruc­ tura superior de la persona desde la vertiente caracterológica — lo mismo que hicimos con las vivencias del fondo endotímico— . Nuestra exposición ha puesto claramente de relieve de qué modo determinan la peculiaridad individual de un hombre los temples prolongados del sencimiento vital, del sentimiento del Yo y del sentimiento cósmico. Lo mismo se ha demostrado pata las vivencias tendenciales. La clase de tendencias que impulsan a un hombre constituye la temática individual de su existencia y se incluye como rasgo esencial en su perfil caracterológico. Es además importante, desde el punto de vista del carácter, saber si las tendencias que actúan en un hombre convergen o divergen y también hasta qué punto son satisfechas y cómo son elaboradas psíquicamente sus frustraciones. Finalmente, puede decirse, acerca de la importancia de las emociones para la Caracterología, que el concepto de «espera vivencial» indicaba que la peculiaridad anímica de un hombre es determinada en una parte esencial por los sentimientos que para él son posibles o específicos, es decir, por el hecho de hasta qué punto es capaz de goce, de alegría, de enojo, de envidia, de esperanza, de temor, de compasión, de amor, o en qué medida propende a estos Sentimientos. Y hemos de señalar, además, como rasgos caracterológicos relé rantes, el umbral y la profundidad de la vivencia.

Г

Lo mismo que las vivencias del fondo endotímico, también los procesos de la estructura superior de La persona tienen su importancia caratterològica. El selio individual del hombre se halla codeterminado en una parte esencial por la índole de su pensamiento y de su actividad voluntaria.

El

h Abito noetico

Aplicando una vez más el término griego al pensamiento podemos designar como hábito noètico de un hombre el tipo individual del pensa­ miento. Su determinación puede partir de la clasificación ya dada en las formas de pensamiento en concepto, juicio y deducción.

La capacidad de abstracción, —■Al hábito noètico de una persona perte­ nece en primer lugar la capacidad, distinta en cada individuo, de formar conceptos, o de utilizar adecuadamente los conceptos corrientes, mejor dicho, el grado de su capacidad para encerrar en ellos los rasgos esenciales gene­ rales de los contenidos experienciales múltiples dados por la representación y de colocar lo individual desde el punto de vista de lo general, remontando así a una visión ordenadora de la realidad. La capacidad para el pensamiento abstracto existe en distinto grado en cada individuo. Hay algunos que no pueden elevarse sobre la esfera de lo dado concretamente, que no pueden ver lo individual desde el punto de vista de lo esencial general. En el curso del desarrollo psíquico se ve en alto grado la falta de capacidad de abstracción en los niños, en los que, por ejemplo, la palabra «silla» es utilizada al principio únicamente como deno­ minación de una silla determinada y sólo progresivamente— mediante el proceso de la . abstracción — aprenden que con el concepto silla se alude a rasgos esenciales que corresponden de un modo semejante a diferentes objetos parecidos en cuanto a su uso. Al hombre que ha nacido en un círculo cultural ya constituido, la tarea de la abstracción se le da muy facilitada porque el lenguaje corriente pone a su disposición un gran número de conceptos ya acuñados que sólo nece­ sita apropiarse. Pero aunque esto sea así, debemos preguntarnos hasta qué punto cada uno de los conceptos utilizados tiene un significado claramente consciente, hasta qué punto son efectivamente «entendidos». Desde este punto de vista distinguimos el pensamiento claro del confuso. Pensamiento concreto y abstracto. — Aun cuando, como dijimos, los Con­ ceptos representan productos autónomos del conocimiento intelectual para los que, genéticamente, las representaciones creaii la base, pero que pueden

ser utilizados sin que sean ilustrados por ellas, existe, sin embargo, la posi­ bilidad de recurrir, al pensar, en mayor o menor grado, a las representacio­ nes como instrumentos facilitadores de !a comprensión, y, según la medida en que se utiliza esta posibilidad, hablamos de pensamiento concreto o abstracto. El que piensa de un modo concreto-objetivo hace refulgir lo que sabe intelectualmente en una representación concreta. Esta objetivación del pensamiento no debe atribuirse a falta de capacidad de abstracción. Quien piensa concretamente queda adherido al campo de lo concreto, pero en lo particular procura encontrar lo que encierra de generai ; el hecho con­ creto se convierte en el símbolo de su pensamiento, en la ilustración de lo generai, mientras que el hombre con una defectuosa capacidad de abstracción no puede siquiera penetrar en el estrato de los conceptos generales. Naturalmente que el grado de abstracción del pensamiento se halla tam­ bién determinado por el objeto al que se dirige. Las matemáticas superiores y la Lógica son, por su peculiaridad, los dominios del pensamiento abstracto. Sin embargo, cuando caracterológicamente hablamos del pensamiento abs­ tracto de un hombre, en realidad no nos referimos con ello a que, gracias a sus aptitudes, es capaz de pensar abstractamente cuando el objeto así lo exige, sino que queremos decir que por su actitud noètica hacia el mundo tiende a tener en cuenta la realidad únicamente en función de los conceptos abstractos. Evidentemente en esa inclinación existe un cierto peligro de alejar al hombre de sus contenidos y relaciones, obtenidos por su conciencia, de la realidad de lo individual concreto. Así, existen hombres que están inmersos de tal modo en la esfera de lo abstracto que no tienen ya ojos para lo dado concretamente y sólo ven el mundo a través de las gafas de pálidas abstracciones y de esquemas conceptuales. Con este abstractismo llevan a cabo una especie de «endogamia de los conceptos», con lo cual dejan de ver la realidad concreta. Están presos en las redes de sus propios conceptos. En la valoración de la capacidad de abstracción debe considerarse siempre como caso ideal el de la elaboración conceptual de la realidad por la abstrac­ ción, sin perder el contacto con lo que la experiencia muestra de abundante y variado, o sea, el caso en que la capacidad de abstracción y el sentido de realidad se hallan en un equilibrio armónico. Paralelamente a la triple división lógica en concepto, juicio y deducción se plantean como puntos de vista para la determinación del hábito noètico de un hombre las cuestiones de su capacidad de juicio y la del encadena­ miento consecuente y ordenado de su pensamiento.

La capacidad de juicio. — Puesto que en el juicio siempre se establecen unas relaciones entre términos como verdaderas, comprendemos como capa­ cidad de juicio la posibilidad de alcanzar una comprensión de una relación

dada. Caracterológicamente no se habla nunca de ella en general, sino siem­ pre respecto a determinadas esferas de objetos. Uno puede poseer una buena capacidad de juicio para cosas técnicas mientras le falta una visión de los hechos y relaciones anímicas, y al tóntrario. El estratega dirige su capacidad a otra esfera que el médico, el hombre con inteligencia práctica para la vida a otra esfera distinta que el investigador científico. Naturalmente, la capacidad de juicio de una persona debe también considerarse en relación con sus intereses.

La capacidad razonadora. — Corresponde al proceso del pensamiento que jerárquicamente se halla en tercer lugar, es decir, al razonamiento, mediante el cjjal se aporta precisión, coherencia, orden y sistema al curso del pensa­ miento. Ha de utilizarse siempre que echamos mano de argumentos, en toda serie de pensamientos y demostraciones. Donde quiera los pensamientos son puestos uno a continuación de otro de ún modo puramente asociativo, o cambian caprichosamente,isin relación interna, donde no existe la línea directriz reconocible o se hallan ligados unos con otros de un modo falso, se cometen faltas en la consecuencia lógica y el orden del pensamiento. ' Lo que hemos señalado como capacidad de abstracción, capacidad dé . juicio, consecuencia lógica y orden del pensamiento, tienen como condicio­ nes previas las aptitudes (dotes del pensamiento), dadas por la constitución, que se hallan sometidas a la ley del desarrollo y son susceptibles de desen­ volvimiento y de aprendizaje metódicos. Pero la falta de daridad conceptual, de la exactitud del juicio y del orden y consecuencia lógica del curso del pensamiento, pueden basarse no sólo en una insuficiencia de las dotes del pensamiento, sino también en ciertos influjos que sobre él ejercen las vivencias endotímicas y los actos de la voluntad. Vida endotímica y pensamiento. — Sobretodo, las formas emocionales paroxísticas (ira, irritación, susto, temor, angustia, éxtasis) son las que obscurecen y hacen desaparecer, como tras uná niebla, el horizonte noètico de la conciencia, en el cual llevamos a cabo las diferenciaciones de conceptos, los juicios y las deducciones con los que ponemos orden en ñuestra imagen del mundo. También los estados de ánimo tienen, indudablemente, un cierto influjo sobre la elaboración noètica de la realidad. El sentimiento vital de­ presivo lleva en sí la tendencia a juzgar más desfavorablemente determi­ nadas situaciones y circunstancias vitales qué él estado de ánimo funda­ mental alegre. El descontento obra modificando el juicio sobre el mundo exterior en el sentido de la parcialidad y de la injusticia. Ya dijimos hasta qué punto el enamoramiento puede ejercer su influencia sobre la claridad y firmeza del juicio.

Debe ponerse especialmente de relieve que el sentimiento del propio valor y la necesidad de estimación pueden perturbar en gran medida el juicio, tanto sobre los demás como sobre la personalidad propia. Es típico de los hombres con sentimiento del propio valor inautèntico, sin crítica y narcisista, y con necesidad aumentada de estimación que les falte el nece­ sario distanciamiento del propio Yo, requerido para la autocrítica y con ello la necesaria libertad de movimiento y la incorrupt ibilidad del juicio. La falta de autocrítica puede llevar a las más groseras ilusiones, cuya raíz más importante parece ser la necesidad de autoestimación, sobre todo en la forma patológica del ansia de estimación. El reverso de la defectuosa auto­ crítica, que tiene sus raíces en el sentimiento de autovaloración y en la necesidad de autoestimación, es casi siempre un gran afán por criticar a los demás. Este afán de crítica no tiene nada que ver con la verdadera capa­ cidad de juicio. Del mismo modo que el sentimiento de autovaloración y la necesidad de estimación exagerados pueden enturbiar el juicio sobre los demás y sobre uno mismo, se produce también una perturbación del juicio, tanto sobre sí como sobre los demás, a causa del sentimiento de inferioridad cuando es elaborado no en forma de protesta, sino de resignación. Se encuentran aquí a menudo los rasgos de una autoobservación y autocrítica patológicas por las cuales el hombre se hace una imagen de su personalidad totalmente inexacta respecto a su utilidad y por otro lado juzga también a sus seme­ jantes equivocadamente, en general sobrevalorándolos. Por lo demás, acerca de la relación entre vida endotímica y pensa­ miento recordemos—-aunque no sin cierta reserva en algunos puntos — lo que Schopenhauer ha dicho «de la primacía de la Voluntad en la concien­ cia del Yo» «Un gran susto nos priva de reflexión en tal grado que o bien nos sentimos petrificados o impulsados a hacer lo contrario de lo que deberíamos, por ejemplo, en un violento incendio corremos desatentados hacia las llamas. La cólera —■la emoción a que Schopenhauer se refiere aquí no es realmente la cólera, sino la ira — nos impide saber lo que ha­ cemos y más aún lo que decimos. Los celos, llamados por eso ciegos, nos hacen incapaces de considerar los argumentos de los demás e incluso de buscar y ordenar los nuestros. La alegría vuelve irreflexivo, desconsiderado y temerario; casi de la misma manera actúan los deseos. El miedo nos impide ver y utilizar los medios de salvamento existentes, a veces próximos... La esperanza nos hace ver como probable y cercano lo que deseamos, el miedo lo que tememos, y ambos agrandan su objeto... И amor y el odio falsean completamente nuestro juicio : eft nuestros enemigos no vemos más que defectos; en nuestros seres queridos sólo los méritos, y sus mismas faltas nos parecen perfecciones. Un poder secreto semejante ejerce sobre

nuestro juicio nuestro provecho, de cualquier clase que sea: lo que.lo favo­ rece nos parece aprobable, justo, razonable; lo que se opone a él se nos representa realmente como injusto y desagradable 6 como inoportuno y absurdo.... Así nuestro intelecto está continuamente enturbiado y mediatizado por los espejismos de la inclinación.» De estos ejemplos Schopenhauer, en una de sus impresionantes comparaciones, deduce la conclusión siguien­ te: «Realmente el intelecto se parece a la superficie especular del agua y ésta a la Voluntad — como tal comprende Schopenhauer lo endotímico tendencial— , cuya agitación destruye la pureza de aquel espejo y la claridad de sus imágenes». l a citada relación entre los estados y procesos endotímicos y el pensa­ miento influye en lo caracterológico por el diferente grado en que en cada persona el pensamiento es influido por lo endotímico, quedando enturbiado en distinta medida en su claridad, exactitud y lógica.

La voluntad en el pensamiento. — Del mismo modo que las vivencias endotímicas también la voluntad puede influir en el pensamiento. Todo pensamiento es un trabajo sobre un objeto, y como tal necesita una tensión de la voluntad que lleva consigo un esfuerzo. Por ello la determinación de la cualidad noètica de un hombre ha de preocuparse también de la cues­ tión de en qué modo toma sobre sí el esfuerzo de pensar, tanto en la abstrac­ ción y la formación de juicios como en el desarrollo y estructuración del pensamiento. l a falta de tal disposición de la voluntad para pensar se traduce en una reducida, actividad intelectual espontánea, el proceso del pensamiento no se lleva a cabo por comodidad : a tales personas las llamamos perezosas en d aspecto intelectual. En otras la falta de la disposición voluntaria a pen­ sar se manifiesta en forma de escasa claridad, minuciosidad y lógica. Se inicia el proceso intelectual, pero no se prosigue con la necesaria con­ centración y esfuerzo. En estos casos hablamos de una defectuosa disciplina intelectual; el pensamiento resulta superficial, el juicio precipitado. l á profundidad del pensamiento se demuestra, por otra parte, porque no usa­ mos ningún concepto ni expresamos ningún juicio, ni deducimos nin­ guna conclusión sin que antes hayamos examinado su claridad, su exactitud y sus fundamentos. »

La autonomía del pensamiento. •—■Así como al estudiar la capacidad de abstracción dijimos que el trabajo de la formación de conceptos del hombre culto está muy disminuido porque el ambiente oone a su disposición una gran cantidad de conceptos ya acuñados que sólo necesita adoptar y utilizar adecuadamente, así también podemos decir lo mismo de los juicios, opiniones y razonamientos. Por esto el pensamiento necesita una cierta autonomía y

actividad espontánea paia examinar por sí mismo estos contenidos en su exactitud y autenticidad, siguiendo el requisito que según KANT caracteriza la esencia de la Ilustración : «Ten el valor de servirte de tu propia razón». Por eso distinguimos hombres con pensamiento (relativamente) inde* pendiente y hombres con pensamiento (relativamente) dependiente. Decimos que una mente piensa con independencia cuando tiene la capacidad, que además se esfuerza en ejercer, de examinar, en sus contenidos, su exactitud y su validez, los conceptos, los juicios y las series de pensamientos recibidos; se sitúa frente a ellos en actitud crítica y, a partir de los mismos crea sus pensamientos propios, llega a crear actitudes,- juicios, opiniones y conclu­ siones que sabe fundamentar. A veces, por la elaboración autónoma del material que le proporciona la experiencia puede llegar a alcanzar nuevos conocimientos. De estas personas críticas, independientes; hemos de separar, como una forma aparente de la autonomía del pensamiento, el afán de crítica de aque­ llos hombres que, a causa de su necesidad de estimación, consideran una cuestión de prestigio no precisamente el tener opiniones propias y el fundamentarlas, sino el poner de manifiesto que saben las cosas mejor que los demás, mostrando con ello una superioridad del pensamiento. Si a la mente independiente, al hombre con reflexión crítica, le oponemos el hombre con pensamiento no-independiente, hemos de tener en cuenta que esta falta de independencia del pensamiento puede rener como ori­ gen tres raíces diferentes : . a ) Puede depender de que las dotes intelectuales alcancen a hacer al hombre capaz de reproducir pensamientos ajenos y de apropiarse de ellos (facilidad de comprensión), pero resulten demasiado escasas para conducir al hombre a un juicio, a una opinión, a un razonamiento propios. A este grupo pertenecen aqudlas personas meramente receptivas y reproductivas que sólo gracias a una suficiente facilidad de comprensión, a una buena memoria y a una gtan aplicación amontonan conocimientos aprendidos, pero allí donde han de prescindir de lo adquirido de un modo metódico, cuando les falta el apoyo del pensamiento rutinario, se hallan desamparadas frente a las cosas que han de dominar medíante el intelecto. Tienen que aferrarse a las formas y contenidos intelectuales admitidos y no pueden superar Ja actitud del escolar. Corresponden a este grupo muchos «primeros de la clase» que han brillado en la escuela y han fracasado en la vida. Su pensar, juzgar, combinar y deducir se agotan en la reproducción de lo que han aprendido y otros pensaron. Y fracasan frente a las situaciones nuevas, no habituales de la vida. Por lo demás, no siempre es fácil atravesar la fachada intelectual de estas inteligencias meramente reproductivas y re­ ceptivas para conocer la falta de independencia de su pensamiento.

/?) Así como en las mçntes receptivas y reproductivas existe una falta de independencia de pensamiento, no porque falten los esfuerzos para elabo­ rai conceptos, juicios, etc., propios, sino por falta de la necesaria capacidad intelectual, así también existen, por otra parte, hombres que tienen escasa independencia de pensamiento porque' les falta, no realmente capacidad intelectual, sino capacidad de esfuerzo. En ellos debe considerarse una técnica del no-molestarse el que se conformen con repetir lo que otros han pensado antes, sin formarse opiniones propias. Dejan a otros el esfuer­ zo de pensât, huyen por comodidad de la tarea de hallar por sí mismos conceptos, juicios y desarrollarlos consecuentemente, y navegan sin preocu­ paciones, sin inquietarse por la propia posición ante los problemas, siguiendo la estela de los conceptos y de las opiniones que encuentran ya elaborados. En estos individuos su pensamiento discurre a gusto entre los lugares co­ munes y las frases hechas. y) La falta de independencia del pensamiento puede tener sus raíces, finalmente, en que al hombre le falte valor para servirse de su propia inteligencia. A causa de una intensa fe. en la autoridad y de una sujeción a ella, no se atreven a examinar là exactitud y firmeza de los conceptos, juicios y razonamientos que les aparecen revestidos de una validez conferida por un prestigio. La capacidad espontánea de pensamiento es paralizada como por un hechizo hipnótico, fascinados estos hombres por la autoridad que reconocen a otras personas. Así Stendhal dice, en «Rojo y Negro», de la señora de Renal: «Con su espíritu inofensivo no se atrevía ni a criticar a su marido ni siquiera a confesarse que la aburría». Como autoridades que cohíben la independencia del pensamiento pueden actuar no sólo personas aisladas (padres, educadores, superiores, etc.), sino también el pensa­ miento consagrado por la tradición o el pensamiento de la generalidad de las personas. Se ve claramente que esta falta de independencia del pensamiento presenta cierta afinidad con los denominados sentimientos as­ ténicos del propio poder.

Dirección del pensamiento y amplitud del horizonte noètico. — Hasta ahora en los puntos de vista para la determinación del hábito noètico hemos hablado del pensamiento como de una función general que entra en acción al adueñarnos del mundo merced al conocimiento. Pero caracterológicamente existen diferencias no sólo por lo que respecta a los distintos grados de la capacidad intelectual, de la intervención de la voluntad y de la indepen­ dencia con que se piensa, sino también con referencia al sector de la realidad al que se dirige el pensamiento de un hombre. Estas distintas direcciones del pensamiento dependen naturalmente, hasta cierto punto, de los inte­ reses, aun cuando no cada interés se acompaña de una correspondiente

capacidad intelectual. Un individuo dirige su pensamiento al reino de la Naturaleza, el otro al terreno de la Historia, un tercero al de la política y otros al de la técnica, al de la realidad de alma, etc. El investigar la dirección del pensamiento de un hombre constituye un punto de vista especial, puesto que el pensamiento puede hallarse dirigido unilateralmente a una esfera de objetos sin preocuparse de las demás. Por eso hablamos de la amplitud o estrechez (limitación) del horizonte noètico refiriéndonos con ello a la variedad y extensión de objetos que el hombre puede percibir y retener como conocimiento de la realidad, de sus circunstancias, orden y relaciones. La amplitud del horizonte noetico de un hombre debe ponerse en relación, a su vez, con la independencia y espontaneidad del pensamiento. Pues existe una amplitud del horizonte noètico que sólo depende de una buena memoria y de la capacidad de reproducir pensamientos ajenos. Desde este punto de vista debe ser examinado todo el conocimiento intelectual que un hombre ha asimilado, pues este saber cultural es muy a menudo sola­ mente un conjunto fragmentario de diferentes contenidos a los que les falta la relación interna con una imagen noètica armónica del mundo. La posibi­ lidad de que la variedad de las esferas de conocimientos se integre en una imagen noètica del mundo, única, sólo se da cuando el conocimiento cultu­ ral es apoyado por una independencia y espontaneidad del pensamiento, o sea por la capacidad y disposición de reflexionar por sí mismo sobre las cosas, de hacer experiencias personales, de obtener conocimientos propios y de incorporarlos al caudal anterior del sabér.

La movilidad del pensamiento. — La extensión del horizonte noètico, determinado por la amplitud y la variedad de los territorios de la realidad que pueden ser aprehendidos por el pensamiento, se halla en una cierta dependencia de lo que hemos de denominar como movilidad del pensamien­ to. Con ello no nos referimos a la rapidez con que en un hombre discurren los procesos intelectuales, lo cual se halla en relación con la rapidez del acontecer anímico, diferente en cada individuo, sino al grado de facilidad con que el pensamiento va de un objeto, o circunstancia, a otro y puede comprender y ligar estos contenidos distantes. Puesto que el pensamiento está fundado sobre las representaciones, esta movilidad del pensamiento de­ pende de la movilidad de aquéllas. Existen hombres en los que las repre­ sentaciones que han llegado a la conciencia persisten con cierta tenacidad (perseveración), impidiendo así el aflujo de otras nuevas, con lo que se da cierta rigidez a esta esfera, mientras que en otras personas representaciones distintás en cuanto a su contenido cambian de lugar, en rápida mutación, en el escenario de la conciencia de los objetos317. Y existen también personas que muestran una cierta rigidez de pensamiento en una dirección ya esta­

blecida hacia determinados objetos y no son capaces de cambiar con rapidez el foco de su intelecto hacia otras relaciones o esferas objetivas. Por eso les resulta difícil percibir, intelectualmente, relaciones entré objetos y circuns­ tancias lejanos entre sí y lograr una visión de conjunto de los diversos aspeaos: les falta, desde el punto de vista del objéto pensado, capacidad de adaptación y agilidad en la orientación noètica. Cuando habíamos de prontitud y de viveza no nos referimos a otra cosa que a una gran movili­ dad del pensamiento. Así,'por ejemplo, en el jugador de ajedrez la movi­ lidad del pensamiento consiste en que es capaz de relacionar la situación de las piezas con las posibles jugadas propias, así como con las respuestas del contrario. La movilidad del pensamiento ha de ponerse siempre en relación con su profundidad, pues indudablemente en aquélla existe una cierta tenta­ ción hacia la superficialidad ; y así, a menudo, se encuentra una gran mo­ vilidad del pensamiento, a expensas de la profundidad, en aquellos hombres que con cierta diligencia se orientan rápidamente en las diferentes esferas del saber y logran captar las relaciones más aisladas sin tomarse la molestia de reflexionar profundamente, de meditar y cavilar. La profesión de perio­ dista contiene por un lado una exigencia bastante elevada en movilidad de pensamiento, pero por otra el peligro, por favorecer lá amplitud, de renun­ ciar a la penetración y profundidad de la percepción y comprensión intelec­ tuales. Tal peligro existe sobre todo para aquellos hombres que— no im­ pulsados realmente por una tendencia al conocimiento, por un interés real, sino solamente por la curiosidad intelectual— se preocupan más de lo ac­ tual de las cosas y sucesos que de sus contenidos profundos. Però de ningún modo tiene que ir paralela necesariamente la movilidad del pensa­ miento con lá falta de profundidad. Existe una amplitud del horizonte noè­ tico que se funda en una gran movilidad del pensamiento sin caer por ello en la rutina superficial.

Inteligencia y espiritualidad. — Finalmente, puesto que es corriente ca­ racterizar el hábito noètico de un hombre también por el grado de su «in­ teligencia», hemos de recordar que con esté concepto en su sentido estricto no circunscribimos un proceso anímico concreto, sino, que nos referimos únicamente a la capacidad de proporcionar un determinado rendimiento, es decir, a la capacidad de orientarse en situaciones nò habituales sin uti­ lizar formas de conducta innatas (instintos), y sin repeticiones fatigantes, o sea sin aprendizaje por la experiencia según el principio de la prueba y el error. Sólo en este último sentido puede hablarse de una inteligencia de los antropoides. Puesto que en los hombres ésta orientación descansa sobre su pensamiento, el concepto de inteligencia puede utilizarse para

caracterizar su hábito noetico. Cuando en los hombres hablamos de inteli­ gencia nos referimos a que se orientan en determinadas esferas de objetos y en situaciones vitales basándose en una comprensión de las estructuras objetivas, de las leyes y relaciones de las circunstancias y de las cosas. Así, llamamos inteligente al secretario que es capaz de redactar para su jefe cartas de tal modo que éste sólo necesite firmarlas. Llamamos inteligente al jugador de ajedrez que prevé a largo plazo las consecuencias de una ju­ gada y todas las respuestas posibles. Llamamos inteligente al escolar que se orienta en el mundo de las leyes matemáticas que su maestro intenta ex­ plicarle. Llamamos inteligente al ingeniero que lleva á cabo una instalación útil ó construye una máquina. Siempre la inteligencia es un concepto re­ ferido ai rendimiento. En este sentido debe comprenderse también el con­ cepto de inteligencia general que se intenta investigar con las pruebas de inteligencia. No representa otra cosa que la capacidad de orientación en el círculo vital en el que todo hombre se halla hoy instalado. Cuando utili­ zamos un medio de transporte, consultamos la guía de ferrocarriles, leemos el periódico, concertamos un contrato, redactamos una declaración de im­ puestos 0 nos ponemos de acuerdo con otras personas sobre una cosa, en todos esos casos nos afectan ciertas exigencias de la orientación. Si la inteligencia es un concepto de rendimiento podemos hablar, aparte de la inteligencia general, de ciertas formas especiales, o sea de inteligencia matemática, técnico-ccmstractiva, jurídica, médica, psicológica, estratégica, comercial, teniendo en cuenta las diferentes esferas objetivas en las que el hombre ha de orientarse. Por otra parte, hay que distinguir de la inteligencia la espiritualidad. En los dos casos interviene el pensamiento. Sin embargo, cuando hablamos de la espiritualidad de un hombre no queremos decir — como al hablar de su inteligencia — que puede aplicarse mediante el pensamiento al cálculo y dominio del mundo, sino que se esfuerza, y es capaz de ello, en dar a su existencia, iluminándola intelectúalmetite, un horizonte de sentido, en con­ cebir el mundo como algo que proporciona sentido a su existencia. Esta diferencia entre inteligencia y espiritualidad corresponde a la que existe entre ingeniosidad y profundidad. Cuando hablamos de ingeniosidad nos referimos a la función intelectual del pensamiento, mientras que el concepto de profundidad es solamente aplicable a su función espiritual. Ésta indica que un'hombre se esfuerza, y es capaz de ello* en configurar su ima­ gen noètica del mundo, de modo que los contenidos de sentido percibidos en lo profundo de la vida psíquica, en la intimidad, sean esclarecidos in­ telectualmente para poder ser incluidos en un horizonte de la realidad que se nos ofrece ordenado y abartable.

Los TIPOS DE VOLUNTAD Si nòs volvemos ahora hacia el otro aspetto de la estructura superior de la persona, hacia la voluntad, es decir, sí planteamos la cuestión de en qué modo es acuñado el perfil de un hombre por la función del Yo lla­ mada voluntad, que en él actúa, o falta, o es defectuosa, y llamamos a esto su tipo de voluntad, los criterios esenciales para su determinación derivan de lo que dijimos sobre la estructura interna de la acción voluntaria. Para lo­ grar la mayor variedad posible de puntos de vista hemos de partir de la forma más elevada de acción voluntaria, o sea, de fe accióa electiva.

La capacidad de decisión. — Toda acción electiva contiene, como estado previo, una competencia de motivos que termina merced a la decisión; Por eso el tipo de voluntad de un hombre depende en primer lugar de hasta I qué punto es capaz de decidir. La importancia de esta cuestión de la capacidad de decisión se pone de relieve teniendo en cuenta que hay indi­ viduos que no llegan a la acción porque les resulta imposible el decidirse, o sea elegir entre las diversas posibilidades de dirección y configuración de la vida. No pueden plantear metas claras a la voluntad, les resulta difícil llevar a cabo por sí solos el acto electivo. Por eso tienden siempre a pospo­ nerlo. Así se hallan atascados, a veces, como el asno de Buridan, en el estado vacilante de la indecisión. No raramente el sujeto incapaz de decidirse se ayuda en este atolladero, haciendo depender la decisión de circunstancias externas: por el número de botones de su chaqueta decide si debe hacer o dejar de hacer algo. Hemos de añadir que estos hombres incapaces de decisión pueden mos­ trarse como consecuentes, tenaces, y dispuestos al esfuerzo en la consecu-' ción de una meta cuando la dificultad de decisión les és aliviada por otras personas. La acción de la voluntad se halla alterada en ellos solamente en el hecho de ser incapaces de llegar a una decisión por sí mismos. Si encontramos en una persona uña incapacidad para elegir éntre mo­ tivos contrapuestos, y para llegar de este modo a una decisión y a una actitud consecuente, es de la mayor importancia, para el aspecto caracterolóГ gleo de sii personalidad, que pongamos en claro que la incapacidad de de­ cisión no és una cualidad primaria, sino que procede estructuralmente de otras raíces. Y hemos de distinguir tres raíces posibles de la incapacidad ¡ O'de la dificultad de decisión. a ) Una de estas raíces se halla en la esfera de las tendencias. Mediante éstas conoce el hombre las posibilidades o deseos de su existencia. Pero í

róda decisión exige el sacrificio de algunas de estas posibilidadessis. «El J acto pasa, merced a la fuerza de un movimiento de decisión, desde к abun­ dancia de la vida a la unilateralidad. Se produzca como se produzca sólo ex­ presa uná parte de nuestro ser. Muchas de las posibilidades que en ese ser existen son destruidas por é h J49. «Al principio de su vida el hombre está dotado de amplias posibilidades ; sólo coartan su desarrollo los límites, muy amplios, de su disposición heredada. Pero a cada momento tiene que lle­ var a cabo una elección y cada elección condena a muerte a una de sus posibilidades. Necesariamente tiene que elegir uno de los varios caminos que se le ofrecen como cauce para su vida y ha de excluir rodos los demás. Naturalmente, se priva así de la visión de todas aquellas regiones a las que hubiera llegado por las restantes rutas» El hombre percibe esto en grado superlativo en la elección de profesión. Ésta, como toda deci­ sión, le resulta tanto más difícil cuanto más quiera conservar la abundan­ cia de posibilidades de su existencia y cuanto menos dispuesto esté a sa­ crificar las demás a la realización de una posibilidad determinada. El deci- П dirse es siempre, pues, en este sentido una renunciación; resulta difícil sobre todo para los hombres que no están acostumbrados a renunciar y en tanto mayor grado cuanto más variadas sean sus tendencias. Ellos quisieran hacer una cosa, pero sin abandonar la otra, y al final ya no saben qué hacer y giran en el círculo de las representaciones de lo posible y lo deseable. Quie- _ ren sustraerse a la ley de la renunciación, a la que se halla sometida la existencia del hombre en tanto es un ser que actúa y por tanto obligado a tomar decisiones. Por el hecho de que una decisión Heve siempre consigo el abandono de • otras metas posibles de las tendencias se comprende que к decisión resulte difícil sobre todo én los hombres que llamamos disármónicos, refiriéndonos a las relaciones internas de sus tendencias. Cuanto más se separan o se con- j traponen en un hombre, es decir, se hallan en concurrencia o en oposición las tendencias que actúan, menor es la probabilidad de que una de ellas adquiera к supremacía que constituye el motivo de la acción y de la con­ ducta humanas y el cual conduce a la decisión. Goethe representa en «Clavijó» ün hombre que se encuentra desgarrado entre las tendencias de su ambición y el tirón de su amor, o mejor de su compasión, a su amada y que se convierte en el instrumento sin voluntad de su amigo, quien le dice : «Nada hay más lamentable en el mundo que un hombre indeciso que vacila entre dos sentimientos y querría conciliarios y no comprende que nada puede conciliarios sí no es la duda y la inquietud que le atormen­ tan... Decídete, y te diré: eres todo un hombre.® Así como los casos citados de imposibilidad o de dificultad de decisión tienen sus raíces en к disposición de las tendencias, existen aún otras dos

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formas cuya explicación estructural nos lleva a las esferas del sentimiento del propio poder y del sentimiento vital. P) Existe una incapacidad de decisión que se basa en úna aversión a aceptar la responsabilidad y el riesgo. l a mayoría de las decisiones llevan consigo un riesgo, presuponen el valor de arriesgarse y de aceptar una responsabilidad y, por tanto, también una confianza en las propias fuerzas. En cualquier caso «todas las acciones decisivas y valiosas son... hechas sin seguridad» (N ietzsch e ). Así casi siempre encontramos esta coartación de la voluntad por indecisión, basada en la aversión al riesgo y a la respon­ sabilidad, en el círculo de los hombres que poseen un escaso sentimiento de las propias fuerzas. En estos hombres, frente a los impulsos de las distin­ tas tendencias a los que correponde la decisión voluntaria,' aparecen repre­ sentaciones en forma de rqparos acerca del resultado y de las posibles con­ secuencias, o de dudas y escrúpulos acerca de la rectitud o pécaminosidad de la acción. Con esto se socava el único terreno sobre el que puede surgir una decisión, a saber, un cierto grado de irreflexión que no se anula con­ siderando ya las seguridades del éxito ya las posibilidades de fracaso. NIET­ ZSCHE dice que el que actúa es «siempre inconsciente; lo olvida casi todo para hacer una cosa y únicamente conoce un derecho, el de lo que ahora debe realizarse». «A toda acción le corresponde un olvido: como a lai vida de todo lo orgánico no sólo le corresponde la luz, sino también la sombra»351. l a meditación sobre todas las eventualidades debilita la fuerza de decisión y despoja a la dirección vital de la determinación y la decisión : Así la conciencia nos hace a todos cobardes ; el color natural de la decisión es debilitado por la palidez del pensamiento y las empresas llenas de vigor y de fuerza desviadas de su ruta por este cuidado pierden el nombre de acción..., Shakespeare («Hamlet»)

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v) Finalmente, las raíces de la irresolución y de la dificultad de deci­ sión se hallan también en la esfera del sentimiento vital. Sobre el fondo de un estado de ánimo vital fundamental depresivo, abatido, la voluntad de un hombre queda debilitada no sólo como son debilitadas las tendencias endotímicac que afluyen a la voluntad, por el empobrecimiento general de valores, sino también porque el estado de ánimo fundamental depresivo hace brotar de su fondo las representaciones del lado sombrío de la vida, de lá desgracia posible, de la inutilidad y de la ineficacia de todas las iniciativas, convirtiéndose en motivos opuestos a los impulsos en sí débiles y hundien­

do al hombre en la letargia de la indecisión, A la inversa, el estado de ánimo vital positivo lleva consigo un favorable enjuiciamiento de las cir­ cunstancias y del curso de las cosas y facilita de este modo là capacidad de decisión voluntaria. Desde luego, en la capacidad de decisión y en la indecisión desempe­ ñan un papel las disposiciones dadas por la Naturaleza. Pero también es verdad que la capacidad de decisión puede ser adquirida o inculcada, por lo menos hasta cierto punto. En todo caso, una educación que despoje al hombre de la responsabilidad, del esfuerzo de îa decisión y del riesgo del empeño personal tiene, según la experiencia, menos probabilidades de ha­ cerlo Capaz de decidir que una educación que lo coloque ante la necesidad de hacerlo sin ayuda exterior y de aceptar su responsabilidad.

La autonomía de los fines, — Debemos distinguir la autonomía de los fines y la capacidad de decisión de un hombre. En aquélla brilla precisa­ mente lo que vivenciamos en la voluntad como autonomía y soberanía del Yo. La capacidad de decisión y lá autonomía del objetivo se relacionan entre sí cómo rasgos que son del tipo dé voluntad, hasta el punto de que algunos hombres con capacidad de decisión defectuosa permiten a menudo que sean otros los que les señalen loS objetivos para zafarse del dilema de la elección. C o n todo la capacidad de decisión y la autonomía del objetivo nó son, en mòdo alguno, idénticas. En lá indecisión se trata de la incapa­ cidad de decidirse entre las diversas metas posibles y de aceptar la respon­ sabilidad y él riesgo de esa decisión; hablamos de falta de autonomía de los; fines cuando un individuo sólo llega a comprometer su voluntad si las metas le son propuestas por otros. A las personas con independencia de los fines las llamamos naturale­ zas autónomas; al tipo opuesto, naturalezas heterónomas. La actitud autó­ noma aparece er su expresión más pura, es decir, en la forma más ab­ soluta, cuando uu hombre sólo compromete su voluntad si es él el que for­ mula las metas. Así, S h a k e s p e a r e hace a Cicerón decir que César : « Nun­ ca toma una cosa como suya si no le ha dado el primer impulso». E l hom­ bre autónomo percibe con especial acento aquellos factores del acto vo­ luntario por los que éste se caracteriza fenomenològicamente : la libertad, la espontaneidad y la soberanía del Yo. Desde el punto de vista del desarrollo psicológico es precisamente en esta autodeterminación del Yo en la que el hombre se descubre como un ser dotado de voluntad en aquella fase del desarrollo entre el tercer y el cuarto años de la vida qup se ha llamado primer período de la obstinación. La tendencia del niño en esta edad a decir que «no» a todo lo que se le pide debe comprenderse como el descu­ brimiento de su capacidad de querer o de determinarse por la voluntad.

Con la actitud de la obstinación el niño realmente no lucha por una meta de tal o cual tipo, sino para demostrar ante los demás y ante sí mismo la sobe* ranía y la libertad de su Yo en la función dé là voluntad. Naturalmente, esta obstinación y este antagonismo infantiles son todavía formas muy im­ perfectas de demostrar la autonomía dd yo merced, a la voluntad. Pues — como dijimos — ésta sólo satisface su sentido en la .totalidad de la per­ sonalidad cuando se halla al servicio dé una tendencia de determinada te­ mática. La obstinación y la terquedad del niño presentan un ejercicio me­ ramente formal en el vacío, de la voluntad que todavía no ha encontrado el material adecuado, peip poseen su importancia psicológica como entre­ namiento de la voluntad. Sin embargó, si el desarrollo de ésta se detiene en este primer período, es decir, si en un adulto encontramos todavía actitudes de obstinación y de terquedad, hemos de valorarlas como infantilismo, como deficiencia dd desarrollo de la personalidad. En los adultos, la obstina­ ción y la terquedad son intentos inadecuados para demostrarse a sí mismos y a los demás la libertad del Yo y sirven — para hablar con K l a g e s . — para «llenar huecos», los de la verdadera «fuerza de voluntad», que ha de preocuL parse solamente de una meta determinada con raíces en el valor fun­ damental del hombre. Pero en la obstinación y en la terquedad no se as­ pira a nada determinado, sino que sólo se quiere rechazar el reconocimien­ to de la autoridad ajena. Por ello se comprende que la obstinación y la terquedad se hallan combinadas caracterológicamente con un : sentimiento inautèntico del propio valor, hinchado con fines compensatorios; y con el afán de valoración. En todos los casos en que existe un sentimiento del propio valor, y un afán de valoración falsamente altos, aparecen actitudes que indican claramente que el sujeto no está dispuesto a aceptar el papel del que obedece porque en cada acto por el qúe coloca su voluntad al servicio de otra persona o cosa ve un ataque a su independencia y, por consiguiente, a su propio valor. En todas estas formas de obstinación y terquedad indivi­ dualistas y particularistas no existe una verdadera autonomía de los fines, siendo tan sólo tipos aparentes de ella. La soberanía y la autonomía del Yo vivenciados en la voluntad se convierten aquí en su caricatura. Naturalmente, también la actitud realmente autónoma se relaciona es­ trechamente con el sentimiento del Yo. Los hombres con sentimientos po­ sitivos de su poder y de su valor tienden, más que los dotados de senti­ mientos opuestos, a ser ellos mismo la instancia que determine sus fines. También con el deseo de poder tiene cierta afinidad la autonomía en la elección de las metas. Pues la inclinación dé la tendencia al podér, a co­ locar bajo la dependencia del propio Yo al mundo de los objetos y de los semejantes, contiene también, por su naturaleza, la tendencia a .la autode­ terminación. Pero, por otra parte, en cada hombre con fines autónomos no

tiene por qué ser el deseo de poder el instinto dominante.. Pues la autono­ mía de los fines puede perfectamente hallarse ligada con la disposición a la integración social, puesto que :ésta descansa en la comprensión del carác­ ter necesario de los valores supraindividuales. Por lo que respecta al tipo opuesto a la actitud autónoma de la volun­ tad, a la falta de independencia en el séfialamientó de los fines, aparece en diferentes conjuntos caracterológicos. Puede depender: a ) De una escasa fuerza impulsora de las tendencias existentes en un hombre, es decir, de una impotencia o escasa profundidad de la vivencia dé los valores. A las personas de este tipo Ies falta fantasía para proponerse fines, visión para las metas posibles, productividad en la configuración de lá vida. En la medida en que llegan a realizar actos de voluntad necesitan que los demás les propongan las metas.. . P) Una faifa de independencia en el señalamiento de los fines aparece también en los hombres con debilidad del sentimiento del propio poder, así como en los que han de soportar el peso de sentimientos de inferioridad. No les faltan en realidad metas posibles para su voluntad, sino ánimo para dirigirse a esas metas, én realidad valor para querer. Por eso, con manifiesta. necesidad de apoyo, buscan sostén y segnridad interiores en instancias dotadas de autoridad, sometiéndose a su voluntad o haciendo propios sus imperativos. Un ejemplo de esta actitud es la del carácter de subalterno. ?) Finalmente, también la incapacidad de decisión puede conducir a la felta de independencia de los fines, puesto que los hombres incapaces de decisión intentan liberarse— como dijimos — del apuro de su falta de de­ cisión abandonando en manos de instancias volitivas ajenas al tormento de decidirse. Esperan recibir de orras personas los imperativos para su vo­ luntad y se abandonan, sugestionados por la fascinación, a los hombres re­ sueltos, que se deciden con rapidez. Por lo demás, la falta de independencia de los fines —. venga de donde viniere — puede hallarse ligada a una suficiente fuerza de voluntad. que se pone en marcha para las metas dadas por otros. Finalmente, es de im­ portancia para su diagnóstico distinguirla del ceder sin condiciones frente a todos los estímulos externos, que sé considera como una técnica de adap­ tación para la consecución de los fines muy personales, como no raramente vemos en la conducta del advenedizo.

El concepto de Id «fuerza de voluntad* . — La decisión teamiento de la meta es el primer estado en la ejecución tiva. Pero el acto volitivo sólo alcanza su plenitud cuando por la decisión se convierte en línea directriz de toda

que lleva al plan­ de la acción elec­ la meta percibida la conducta y es

llevada a cabo a pesar de todos los estados y procesos que se oponen a su realización, o sea que es transformada de mera posibilidad en hecho. Todo querer es, como ya hemos dicho, una lucha con las resistencias. Donde no hay que superar ninguna resistencia no existe un verdadero querer. Respecto a esto naturalmente no hay que pensar sólo en el mundo circundante, A las resistencias gracias a las cuales se desarrolla el querer, pertenecen también todos aquellos estados y procesos anímicos que—y ya lo hace notar JuNG muy expresivamente— el abandonarse por completo a la corriente y a la fuerza de los arquetipos. Conciencia e inconsciente deben estar en comu­ nicación y en diálogo mutuo. Esto es lo que J ung quiere indicar cuando dice que sepamos entrar en nuestro inconsciente, pero sin disolvernos en é l «Ambas mitades del alma, la luz de là conciencia y la obscuridad del inconsciente, se complementan y necesitan mutuamente, constituyendo un sistema que se regula a sí mismo» 4S2. Según esto, al inconsciente incumbe de un modo especial la tarea de compensar la unilateralidad y la angostura de las conciencias cognoscitiva y reflexiva, diciéndole ál hombre y hacién­ dole ver todo aquello que se le escapa en estado consciente, A este pro­ ceso lo denomina J ung compensación. Así ocurrió — volviendo al ejemplo con que hemos iniciado la explicación del inconsciente colectivo — que en aquel enfermo no se hizo solidaria la conciencia con lá repulsa por el desengaño y la humillación, sino que tomó la palabra el inconsciente con el lenguaje de un arquetipo: el dolor en el talón. Sólo el encuentro y la mutua comunicación entre la conciencia y el inconsciente colectivo es capaz de conducirnos a la realización del sí mismo. Tales son las ideas básicas de la teoría de J tjNg sobre el inconsciente colectivo. Si intentamos ahora adoptar una postura crítica frente a la misma, debemos comenzar por admitir como exacto que en el álma humana aislada

existen cómo unas representaciones primordiales en Jas que se integran experiencias generales de la humanidad sobre las situaciones siempre repe­ tidas y que entran en acción como modos de vivir y de interpretar el mundo. Ahora bien V si se desarrollan consecuentemente estos pensamientos y se tiene en cuenta que, según opina J ung , los arquetipos representan una especie de vivencia aprioristica del mundo, surge entonces la pregunta de cómo estas representaciones pudieron penetrar en el alma de la humanidad en los primeros tiempos de su existencia. Si los arquetipos son induibles en el inconsciente disposicional, en tal caso, remado con rigor, no se pueden considerar propiamente como memoria de la especie, sino que hay que aceptar que existían ya prefofmados en la estructura anímica humana general como puntos de cristalización y como condiciones previas que hiciesen posibles determinadas experiencias primitivas. Puede además admi­ tirse que fueron modificadas por experiencias acaecidas en el curso evolu­ tivo de la humanidad. La idea de los arquetipos se aproximaría a la hipóte­ sis de la protofantasía. Habla en favor de la existencia de tales arquetipos la similitud de motivos mitológicos en todas las épocas de la historia de la humanidad y en los más apartados lugares de la tierra. También J un G la invoca como prueba decisiva de la existencia del inconsciente colectivo, aunque preciso es confesar que resulta difícil ir siguiendo y admitir todas las interpretaciones de los motivos mitológicos aportados por J ung , sobre todo los qué se contienen en sus últimos trabajos sobre los símbolos de la alqui­ mia. La cuestión de la evidencia, de la razonabilidad y de la fuerza de con­ vicción de dichas interpretaciones, constituye sin duda uno de los puntos más problemáticos de la dottrina del inconsciente colectivo. Otro aspecto más importante reside en la concepción totalista antropo­ lógica que trasciende de la psicología de J un G. Es, sin duda, cierta: la con­ vicción fundamental de qué lo que cristaliza en vivencias alrededor del núcleo del yo en las conciencias cognoscente y reflexiva, no integra en modo alguno la totalidad del alma. Desdé el punto dé vista histórico- cultu­ ral, la teoría del inconsciente, de JUNG, constituye Ы esfuerzo más meritorio para hacer estallar la estrechez de la conciencia del hombre actual y la rigidez de su conciencia reflexiva imponiendo nuevamente junto al racio­ nalismo de los conceptos intelectuales y de la voluntad de acción la actitud de abandono al acontecer anímico para enraizar otra vez al hombre en el suelo orgánico-natural del alma. Mientras F r eu d ha mostrado únicamente la naturaleza instintivo-biológica del hombre y el espíritu terrenal como compañero inseparable de la vivencia, cíe la dirección y de la configuración vital, habiendo puesto de manifiesto los trastornos que sobrevienen si la supraestructura personal se aparta de la capa instintiva, J ung , por su parte, ha vuelto a poner sobre el tapete el mundo pre-racional de las imágenes

en su significación para la vida del alma y ha exhortado al hombre moderno a que se sirva de este mundo de las imágenes como fondo creador de la vivencia. Si el hombre de nuestros días ha perdido su totalidad, si se ha hecho excéntrico a sí mismo, siendo presa del sentimiento de haberse des­ raizado y de haber perdido su eje, ello es sin duda debido a que a causa de su progresiva racionalización ha perdido la capacidad de ver imágenes. Todo aquello que ingresa en su conciencia es inmediatamentre filtrado en gran medida a través de conceptos. El modo de su recepción del mundo se ha ido constriñendo más y más a la materialidad de las cosas. KLAGES fue el primero que, en nuestro siglo, interpretó tal estado como una pérdida del mundo de las imágenes. Sus trabajos sobre la «Wirklichkeit der Bilders realidad de las imágenes) y «Zug der Bilder» (secuencia de las imágenes), constituyen una llamada a volver, desde la estrechez del pensamiento obje­ tivo realizado en la conciencia y desde la voluntad de hacer, guiada por la conciencia reflexiva, a las prístinas fuentes de la vida anímica. Y también la doctrina de lo i arquetipos, de Jung, debe valorarse como un valioso ensayo para aguzar de nuevo en el hombre la capacidad de visión para la realidad de las imágenes que le pasaban inadvertidas en la ceguera de su aprehensión consciente de las meras cosas. Pero la dilatación de la estrechez de la conciencia y la distensión de la conciencia reflexiva tetanizada han servido a JUNG pata mostrar el in­ consciente colectivo solamente en la parte que yace por debajo del yo. No tiene en cuenta que la angostura del yo puede también ceder abrién­ dose en otra dirección que conduce hacia la. parte situada por encima del yo, es decir, hacia el mundo de lo espiritual, de la Idea, de los contenidos de sentido realizados en el mundo mismo. Recordemos aquí una vez más lo ya dicho; espíritu es, visto desde el hombre, trascendencia. En las ten­ dencias y en los sentimientos de la transitividad se realiza el hombre a sí mismo como ser espiritual y, con ello, como persona. Tan sólo podemos ser persona cuando vivenciamos el mundo como poseedor de sentido a partir del cual recibe nuestra propia existencia su sentido y su misión. Sólo en la realización de las tendencias dei ser-más-allá-de-sí, le es dado al yo individual su ser como yo personal. Pero esto solamente es posible cuando el alma posee la capacidad de la trascendencia, del ser-más-allá-desí-misma, la capacidad de encontrarse con otro, que no es ella misma, y de entrar en comunicación con él. Es precisamente este factor de la trascen­ dencia del ser-más-allá-de-sí lo que falta en la global concepción psicoló­ gica de JUNG y lo que justifica el hablar de un «rasgo impersonal» de su psicología*53. La actividad del inconsciente colectivo, la realización de los arquetipos, por medio de la cual debe ser dilatada la estrechez de la con­ ciencia cognoscente y reflexiva, no es otra cosa sino un acto de «proyec-

dòn® según la explícita opinión del propio JUNG. En dicho acto, un proceso subjetivo que se formó en otro tiempo con motivo de una situación pri­ mordial de la vida, y que ha perdurado plásticamente en los arquetipos, queda desplazado al mundo exterior. Así, el alma до sale de sí misma en la realización de los arquetipos, ya que; en cierto modo, proyecta sus imágenes sdbre la sú|íerficie interna de una esfera en la cual vive. « J un g nos enseña a habitar en la morada del alma, pero nos encierra en ella; la puerta de! la trascendencia queda obstruida» 4S4. Esto aparece especialmente claro en la interpretación que J ung da de la vivencia religiosa. También las represen­ taciones religiosas son para él como proyecciones de experiencias primitivas endotímicas, pero no son verdadera percepción de algo, ni encuentro, ni concepción, ni sentirse llamado por lo trascendente. E l alma queda también aquí como entidad preindividual, como alma colectiva encerrada en su propio recinto, y es interpretada, pura y simplemente, como interioridad Pero a la totalidad del alma, no solamente le pertenece el mundo subracional de imágenes constituido por los arquetipos (y que aparece en los sueños y en las mitologías), sino también el mundo transracional de las Ideas, del contenido espiritual del ser, alrededor del cual gira últimamente en las tendencias y en los sentimientos del ser-sobre-sí y fuera-de-sí. «La Psique humana es un ser espiritual que, de acuerdo con su naturaleza, rebasa el espa­ cio psíquico para penetrar en el mundo metafisico. Esta total dimensión es nivelada por JUNG y reabsorbida en el espacio intrapsíquico»455. Es verdad que J ung ha descubierto la «realidad del alma» como un «ser abierto» én los dominios de una vida y una vivencia todavía preindividuales, pero al mismo tiempo “ en un psicologismo y autismo fatales— convierte en absoluta la realidad de esa vivencia, desconociendo con ello que es propio de la esencia del ser humano el encontrarse también abierto a la realidad supraindividuai del espíritu.

EPÍLOGO

El concepto de la «.Psicología profundan. — Se ha hecho coniente d denominar «Psicología profunda.» al modo de considerar la -vida anímica inaugurado por Freud y continuado por A dler y J ung. Esto tiene su justificación histórica. La Psicología académica del siglo pasado no era, en rigor, sino una pura Psicología de la conciencia. La realidad de la vida anímica terminaba para ella con lo que nosotros vivenciamos consciente­ mente, y esto y sólo esto constituía el objeto de su investigación. Tal actitud debe atribuirse, no sin motivo, al influjo perdurador del principio de DES­ CARTES « cogito, ergo sumit, y a la interpretación de ella derivada, en la que se identifica el ser del hombre con el de su conciencia cognoscente. Después de que Schopenhauer y-N ietzsche dirigieron su mirada hacia los procesos anímicos situados bajo la superficie de la vida consciente, fue d Psicoanálisis al crear y precisar el concepto del inconsciente, el que nos ha enseñado que lo anímico va más allá de aquello que experimenta la con­ ciencia, y que nuestra vida anímica es mucho más rica y extensa de b que dicha conciencia identifica. Mas como no podía por menos de ocurrir, también los enfoques psicoanalíticos implicaban unilaterali dades, porque procediendo su experiencia de casos patológicos (principalmente de psiconeurosis), generalizaron de­ masiado sus hallazgos. Seguramente, los enfermos en los cuales se aplicó con éxito el psicoanálisis freudiano presentaban ante todo deseos sexuales reprimidos, pudiendo decir algo equivalente de las experiencias de A dler respecto a los sentimientos de inferioridad. Pero de ello no podemos dedu­ cir, en modo alguno, que en todo ser humano tengan d sexo y la voluntad de poder la importancia preponderante que desde el punto de vista de la Psicología profunda le asignan los referidos autores, pretendiendo con ello encerrar el concepto de dicha ciencia en el molde monotemàtico de la representación dd sexo y del deseo de dominio en la zona del inconsciente. La indiscutible politemàtica de la vida tendencial humana autoriza a pensar que también pueden ser reprimidas otras pulsiones procedentes de lá cordia­ lidad o de la conciencia moraL La? tendencias de la simpatía o dd auténtico amor o de la inquietud religiosa pueden ser reprimidas, alterando tal repre­ sión, desde el inconsciente, nuestro equilibrio anímico, llegando en algunos casos a originar una desarmonía de toda la persona. Precisamente por esta razón de sil unilateralidad monotemàtica han sido deformados, desde su origen, los enfoques del psicoanálisis y de la psicología individual

Pero la expresión de «Psicología profunda» adolece también de unila­ teralidad si limitamos el concepto de lo profubdo a tos dominios de la represión. Pues fuerza es reconocer que lo que confiere profundidad a la vida, anímica es el hecho de que los procesos en el sector externo de la vivencia^ de la percepción, la representación y el pensamiento, así como los de lá conducta activa, están modelados y ampliamente determinados por la temática del ser humano que se encuentra anclada en el fondo endotímico y que es vivenciada en forma de pulsiones, tendencias, sentimientos y esta­ dos de humor. La vida anímica tiene también, por lo tanto, profundidad, en cuanto que todo aquello que vivenCiamos en la superficie de la conciencia es constantemente modulado y perfilado por las vivencias endotímicas, Y, para terminar, todavía tiene una última significación el concepto de profundidad en la doctrina de la vida anímica en el hecho de que el estrato más inferior en la estructura de la persona, el del fondo vital, iúfluye sobre lá vivencia actual eíi forma ds memoria en la que sé ha condensado nuestro pasado 4S&. En cada momento vivido somos la historia de nuestro pasado. Des­ de nuestra más tierná infancia recibimos la impronta de impresiones y de experiencias, tales como la acción modeladora del paisaje patrio y del am­ bienté humano, la atmósfera familiar, la convivencia con el padre, la madre y los hermanos, y el trato con otras personas. También dejan su huella en nosotros los sobresaltos y las exaltaciones del ánimo que nos trae el destino. Y, de este modo, todo nuestro pasado se refleja constantemente en nuestro presente, no sólo en ló que ambicionamos, sentimos, pensamos, imaginamos o hacemos, sino que también cada percepción lleva el sello de nuestro pasado, sin que éste tenga por qué aparecer en la superficie de la conciencia. Si nosotros, por lo tanto, comprendemos el concepto de la profundidad con una amplitud que la hace efectivamente válida para la vida anímica, no podemos limitar en modo alguno su extensión a los dominios dél incons­ ciente reprimid^, o del colectivo, sino que pasa a ser un concepto funda­ mental de la Psicología. Este cohcepto viene a expresar que nuestra vida anímica no se acaba con lo que queda fijado en la superficie de la concien­ cia, sino que ésta tiene sus trasfondos y sus subfondos que llegan hasta las sombras del inconsciente-sin conocimiento. Tal inconsciente pertenece, pues, en realidad a lá vida ánímica tanto como lo conscientemente vivido. Por lo tanto la Psicología no puede dejar de ser «Psicología profunda» si no quiere apartarse dé su auténtico objeto. Mas con lo dicho anteriormente nos parecé este cohcepto un tanto superfluo si b tomamos al pie de la letra, ya que la «psicología profunda» no constituye una teoría especial de la vida anímica, sino que es precisamente el único aspecto que se ajusta con exactitud a lo anímico.

La unidad de la Psicología, — También ocutre lo propio con el título con que se presentan otras direcciones de la Psicología. Hoy día es inne­ cesario hablar de una «Psicología de la totalidad# (por ejemplo, en el sentido de F. KRUEGER), pues la vida anímica no puede ser considerada de otro modo que como un todo integrativo que puede desmembrarse en partes diferenciables. Y en tanto que esta totalidad está estructurada (membrada) en totalidades parciales y posee ¡ana forma, el concepto de la «Psicología de la Gestallii no es tampoco más que la designación de un enfoque de las ciencias psicológicas que se ha hecho históricamente indispensable. La Psi­ cología solamente es posible como psicología de la forma (Gestdtpsychologie), aunque comprendida ésta en un sentido mucho más amplio que el que le concedieron sus propios introductores. Éstos opusieron, con razón, poniéndola en primer plano, la figundidad totalitaria de la vida anímica a la tradicional concepción de la Psicología dé los elementos. Este programa tuvo como última consecuencia que los sectores anímicos diferenciables, en los cuales puede ser demostrada aisladamente la ley de la forma (Gestalt), es decir, los dominios de la percepción, de la representación, del pensamiento y de la acción, e incluso de los sentimientos (que tan poco son renidos en cuenta por la «Psicología de la forma»), son considerados como miembros de una totalidad ; es decir, como partes de ese todo que al tratar del hombre designamos como persona. El objetivo que-nos guía al titular nuestro libro «Estructura de la persona» no ha sido otte sino el de llevar el punto de vista de la figuralidad de la vida anímica hasta el extremo de integrar los sectores parciales y los hechos aislados de la vivencia, investigados científi­ camente,, en una totalidad interrelacionada y estructurada y, con elfo, dirigir la Psicología hacia una concepción totalista del hombre 45'. Por lo que respecta a la «Psicología dinámica», su mismo iniciador, McDoUGALL, dice que debería perder su exclusivismo y volver a ser sim­ plemente Psicología, tanto más cuanto que el finalismo y la plasticidad dinámica de todo lo anímico han llegado a ser conocidos y reconocidos por todos los psicólogos (véase pág. 100). Y , por último, considerando la oposi­ ción existente entre la Psicología como Ciencia natural y como Ciencia del espíritu, vemos que ocupa una posición-clave basada en la unidad cuerpoalma, la cual hace necesaria la consideración desde ambos puntos de vista. Por lo tanto, la Psicología no puede ser fiel a su objeto si no es actuan­ do al mismo tiempo como Psicología profunda, como Psicología de la totalidad, como Psicología de la forma y como Psicología dinámica. Además, debe servirse tanto de los métodos de las ciencias paturales como de los de las ciencias del espíritu. Hoy estamos en condiciones de darnos cuenta de que aquellas direcciones de la Psicología que han logrado plenitud hístórico-científica y que han exaltado en sus programas y en su filiación los

conceptos de profundidad, totalidad, forma y fundamentación dinámica, o bien los métodos experimentales científico-naturales o los comprensivos científico-psicológicos, se basan sólo en la diversidad de aspectos. Lo mismo ocurre con la división en «Psicología general», «Psicología evolutiva» y aCaracterología», que se basan en cada caso sólo en un enfoque distinto. También está determinada por su aspecto la «Psicología social», pues con­ sidera a los seres anímicos individuales desde el punto de vísta de sus rela­ ciones con el mundo de sus semejantes y se propone esclarecer los procesos anímicos dentro de las diversas formas de comunidad. También nos hemos referido (pág, 36) a las diferencias entre los distintos aspectos de rendi­ miento, esencia y conducta, bajo los cuales Да vida anímica se ofrece a nuestra experiencia. Y recordemos, una vrz más, en qué medida precisa­ mente la vida anímica exige una consideración desde diversas vertientes (véase pág. 23). Lo que realiza la unidad de la Psicología es la mutua complementación de todas ellas. Peto la multiplicidad de los aspectos no es sino la expresión de las múltiples relaciones en que está implicado lo anímico. La vida anímica del hombre tiene un peculiar carácter intermediario-dialéctico. Está situada entre la realidad de la vida natural y el mundo suprabiológico del espíritu. Forma parte de ambas realidades sin pertenecer en exclusiva a ninguna de las dos La egresión simbólica de esa posición intermedia en sentido vertical es la de là «figura corpórea erecta» (A. V ettbr ) del ser humano. Pero tam­ bién en sentido horizontal la vida anímica es un proceso dialéctico inferme* diario. Es el arco luminoso éntre el ser individual y el mundo que le rodea. Es el reflejo de dicho mundo y, al mismo tiempo, en el comportamiento respecto a él, la realización del propio ser. Está entrelazado en los rendi­ mientos en los que se objetiviza, y se es dado al misino tiempo a sí mismo como subjetivo en su intimidad y en el centro de sú sí mismo personal. Está ligado a las mudanzas históricas de los tiempos y, simultáneamente, al retorno de los protofenómenos del ser humano. Y en todas estas relaciones, la vida anímica del hombre constituye siem­ pre eí ser de una unidad indivisible, incanjeable, irrepetible, procedente de un fondo metafisico en el que está anclada. Esta profunda y más última referencia del ser anímico humano se halla más allá del total conocimiento psicológico empírico. El secreto metafisico de la individualidad, los desig­ nios de Dios para cada ser singular, el sentido de su unidad, insubstituibilidad e írrepetibilidad, no puede ser abarcado ni formulado en una forma merámente racionalista. Solamente el amor nos permite entreverlo. Por eso debe ser preceptivo en toda tarea psicológica el respetarlo con veneración. Tan sólo cuando la Psicología, como ciencia dd hombre, cumple tal pre­ cepto, puede acreditar su propia humanidad.

NOTAS I, V. t. H. W erner, Ein/fihrung in die EntvAcklunçspsychologie, 1933 (Psicologia evolutiva). 2-3. H. K ickebi , Gruridprobleme der Philosophie, 1944 (Problemas básicos de Filosofía). 4. H. Werner, ob. cit. nota 1. 5-6-7. A. C arre l, La incógnita del hombre. Barcelona, Iberia, 1952. 8 . W. Roux, Das Wesèn des Lebens (La esencia de la vida), en Alta. Biologie. 9-10. A. C arrel, ob. cit. nota 5. II. W. Houx, ob, cit. nota 8 . 12, E. Rothacker, Die Schichten der Persünlichkeit. 1947 (Los estratos de la per­ sonalidad). 13-14. N. Petersen, Die Eigenwelt des Menschen (Ш mundo propio del hombre). 15, Ver K u c is , Wie /inden w it die Seele des ¡íebenmenschen (Cómo descubrirnos el alma de los semejantes). 16. McDougaia, The energies o f Men. A Study of the Fundamentals of Dynamic Psychology (Las energías del hombre. Un estudio sobre los fundamentos de : la Psicologia dinámica). 17-18. D il t h e y , Obras completas. Fdo. de C. E . Méjico, 1945. 19-20. En H elw ig se encuentra esbozada esta lógica de la Psicología. V, H elw ig, Seele ala Ausserung, 1936 (El alma como exteriorización). El. B, Ebbmahn, Logife, 1923. 22, Lersch, Probleme und Ergebnisse der cfterafcterologischen Typologie (Pro­ blemas y resultados de la tipología caracterológica) en: Actas sobre el Х Ш Congreso de la Sociedad Alemana de Psicología), 1934. 22, - A. Adler. El carácter neurótico. Buenos Aires, Paidos, 1959. 24. C. G. Jura; Psychologiscfte Tupen, 1937, pág, 607. 25. La superación del degma de la interiorización de lo psíquico está tratado extensamente en L e r s c h , Sesie und Welt, 1941(Alma y mundo). 26. I * Seií, Wege der Erzíe hun pshi Ife, 2.* ed., 1952, pág. 17. 27. W, W ohotj Compendio de Psicología. Madrid, La España Moderna. 28. Ver L. K l a g e s , Fundamentos de la Caracterología. Buenos Aires, Paidos, 1959. ¡9, H. B e r g s o n , Evolución creadora. Madrid, Renacimiento, 1912. 30. Scahzihi, Ursprung und W irklichkeit, 1951, pág, 159. 31. D ilthey, ob. cit. nota 17. 32. Fu. B olihow , Dilthey. 1930 33. L eisworsky , Psicología expérimental. Bilbao, El Mensajero, 1953. 34. M c D o u g a u , ob. cit. nota 16. 35. A. Gehlek, D er Mensch, seine Natur und seine Stellung in der Welt, 1S40 (El hombre, su naturaleza y su puesto en el mundo). 36. Curt, Amerifcanisches Geistesleben, 1947, págs. 739 y 745. 37. Fp_ A lexander, Nuestra era irracional. Buenos Aires, Poseidón, 1944. 38. El ser humano como nexo de unión entre la esfera asuperior» del espíritu y la dníeriors de la vida es la concepción principal e Importante de la obra «Natur und Person», de A. V eiter , 1949. 41. J. Влннзек, Beitrüge Zur Charakterologie, 1837, 40. Ph. Lersch, Das Problem des Aspe fetea in der Psychologie. En: Jahrbuch /, . Psychologie u. psychothérapie, 1953, págs, 385 y slgs, 41. J. B ahhseh, Beitrdge zur Charakterologie, 1867. 42 Ver K erschehsieimer, Charafeterbegriíf und Charaktererziehung, 1923 (Con­ cepto y educación del carácter). 43. Ver Ptakder, Grundprobleme der С harafeterologie (Problemas básicos de C a­ racterología) en el Jahrbuch der Charafeterotogie, 1924.

44. Ver t. K lages, Graphologisches L e s e bueh, 1943 (Álbum grafològico). 45. Ver P tahler, Vererbunp a is S ch ícksa l, 1932 (La herencia como destino). 46. Heupach, Elementares Lehrb. d. S ozialp sy ch olcg ie (Tratado elemental de Psicología social). 47-48-49-50-51. Cit. por A. W ellek, Das Problem des seetischen Seins. Die Strukturtheorte F elix Kruegers: D eutung und Kritife (El problema del ser psí­ quico. La teoría estructural de Felix Krueger: Interpretación y crítica). 52. H abehldí. Der Character, 1925, pág. 45. 53. W. B eck, Grundziige der Soíialpsychologie, 1953, pág, 109. 54. G. Jtjhc, Psychologische B etra ch ta n g en , 1945, pág. 192. 55. NnTiscBE. De las v en ta ja s e inconvenientes de la historia para to trida. 5B. V er P h. L ehsch, V om Wesen der G esch lech ter, 1947 (La esencia de los sexos) y Vom. Sínn der Geschlechtsunterschiede (Sentido de las diferencias sexuales). 57. Ver t. R, T m tií, P erson und C h a rakter, 1940 (Persona y carácter). 58. Ver M essek, Psychologie, 1934, pág. 101. 59. Ver L ersch. Gesleht und Seele, Grundllnien einer mítnisehen Dtagnostllc, 1932 (Rostro y alma, Bases para un diagnóstico mímico). 60. V er S tbehle, Analyse des Gebarens, 1934 (Análisis del comportamiento). 61. Ver RnTFEar, Sprechtypen (Tipos de alocución) en: Actas del XII Congreso de la Sociedad Alemana de Psicología, 1932. 62. V er L. K l a g e s } Escritura y Carácter. Buenos Aires, Paidos,1959. 63. WOlítliít, KunstgescMchtliche Grundbegri fíe, 191B (Conceptos fundamentales en la historia del arte). 64. E beiïtghaüs, Grundxilge der Psychologie (Fundamentos de la Psicología). 65. K. Girgemsoiin, Der seelisefte A ufbau des religWsen Erlenbens, 1930 (La es­ tructura psíquica de la vivencia religiosa), — W, Gruehn, Das Werteríebnis, 1924 (La vivencia axíológtca). 66 . Ver A . W ellek, Das Experiment in der Psychologie, 1047 (El experimento en Psicologia). 67. К . G b o o s , Die Spiele des Menschen, 1899 (Ie s juegos humanos). 68 . К. Jaspers, Psicopatologia generai, Buenos Aires, Elm i у eia., 1955. . 69. Nic. H a r t m a n n , D os P roblem des geliti cren Seins, 1933 (El problema del Ser espiritual). 70. Ver О. K ror , Die Gesetzha/tigkeit geistiger Entwieklung (Leyes de la evo­ lución psíquica), en Z tschr. fü r pddagog. Psychol., 1936. 71. E. R, Jasnsch, Formas bdsicas del S e r humano. 72. E, B baun, Psychogene Réaktionen, Handb. der Geistesfcrankh (Reacciones pstcógenas, Tratado de las enfermedades mentales, dirigido por O, Bumke), Y v. t. Die v ítale Person (La persona vital), 73. F e, G h o s s a r t , G efü h l und Strebung (Sentimiento y tendencia), 74. H. F. H o ft m a n k , L a teoria de los estratos psíquicos, Madrid, Morata, 1953. 75. E. Rothackeh, ob. cit. nota 12. 76. H. Нош» Charafcter und Schicfcsal, 1038 (Carácter y destino). 7 7 -7 8 . R, T h i e l e , Ob. C it. nota 5 7 . 79. A. C arrel, ob. cit. nota 5. 80. Ver R e k o , Magische G ijte (Venenos mágicos).Bl. Ver Rüfheh, Die Ent/altung des SeeMschen (El despliegue de lo anímico). 82. N aftdí, Einfflhrung in die Psychologie (Introducción a la Psicología). 83. G. E wald, Lehrbuch der Neurologie und Psychiatrie (Tratado de Neurología y Psiquiatría). 84-85. W, Hellpach, Geòpsique. 86-B7-88. Ver Roihacker, ob. cit. nota 12. 89. V er W ittkower, E influss der Gemiitsbeioegungen au ] den Квтрег, 1937 (In­ flujo de las emociones sobre el cuerpo). 9 0 . BoYTEMDrjK, Et dolor, Madrid, Rev. de Occidente, 1 9 5 8 . 91. V er W it t k o w e r , o b . cit. n o ta 89, 92. BtiïTEMDHic, ob. cit. neta 80. 93. Ver WrrncoWEH, ob. cit. nota 89. 9 4 . F. A l e x a n d e r , Psychosomatic Medicine. 95. D. Клтг, T ratad o de P sicología. Madrid, Morata, 1954. 96. McD ougall, ob. cit. nota 16. -97. K. L ewin , Vorbemerkungen iiber die psychischen K rd fte und Energien und iiber die Stru ktur d er Seele, en Psychologfeche Forschung, n. 7, 1926.

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102.

103. 104. 105. 100. 107. 108. 109. 110. 111. 112. 113. 114.

115. 116. 117. 11S. 119. 120. 121. 122.

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Rueert, Zum Problem der Antriebe und Triebe des Menschen, (Sobre el problema de las incitaciones y tendencias instintivas en el hombre). Ver A. Schweitzer, Die Weltanschauung der indischen De nicer, 1935 (La con­ cepción del mundo de los pensadores indios). Goethe, Poesía y Verdad. Madrid, Espasa Calpe, 1942. Kierkegaard, Ges. Werfce. Jena, 1914. Kaki, Anthropologie in pragm atischen Hinsicht, pág, 25. Sobre el significado caracterológico de la libido, según el concepto de Freud, V. R. Allers, Medizinische Charafeterologie (Caracterología mèdica) en: Bhogscti y Lewv, Die Biologie der Person, 1931 (Biologia de la persona). Cit. por H. Nom., db. cit. nota76. Cit. por A. M a u r o is , Byron,1930. N ietzsch e , Obras completas. Madrid, Aguilar, 1953. J a sp e r s , Psychologie der Weltanschaungon, 1922 (Psic. de las cosmovisiones). S chopenhauer, Obras Completas. G. W. A llpo rt , Psicologia de la Personalidad. Buenos Aires, Paidos, 1962. E. Sphamger, Formai d e vida. Madrid, Rev. de Occidente, 1953. Nietzsche, ob. cit. nota 110. E. Spranger, ob, cit. nota 114. S chopenhauer , ob. cit. nota 112, E. Sprancer, ob. cit.’ nota 114. M. Weber, Politifc als Beruf. W : James, Compendio de Psicologia. Madrid, Edit.Jorro, 1930. Jaspers, ob. cit. nota 63 ; K. Schneider, Las personalidades psicopáticas. Ma­ drid, Morata, 1953. K. Soni elder. Las personalidades psicopáticas. Madrid, Morata, 1953. J.

123.

K lages, o b . c it. n o ta 28.

129.

L . K lag es ,

136. 137.

M c D ougall , o b. c it. n o ta 16. N ietzsch e , ob c it. n o ta 110.

124. F. Hoppé, Erfolg und JVTisserfotj, en Psych. Forschung, 1930. 125. G uardimi, Die Unterscheidung des Christlichen, 1935 (La peculiaridad del cristiano). 126. S chneider , ob. cit. nota 122. 127. Sobre la cuestión del instinto de- agresión v. t. H, Kuki, Die Aggressiuitdt und dìe Zdrtlichfceit, 1947 (Lo agresivo y lo tierno). 128. Sòbre los intereses v. K e r sc h e n st eih er , Theorie der Bildung, 1926 (Teoría de la educación) y Lunk, Dos Interesse, 1926 (El interés). ob cit. n o ta 28.

130. Ver Th. Lifps, Leitfaden derPsychologie (Vademecum de Psicologia) y K erschensteiner, Theorie der Bildung (Teoría de la educación), 131. Spkamger, Psicología de la édad juuentl, Madrid, Revista de Occidente, 1962. 132. К. J a sp e r s , o b . cit. nota 111. 133. Ver S p r a n c er , o b . cit. nota 131. 134. Cit. рог H, Nohl, Einlettung in die Philosophie (Introducción à la Filosofia). 135. S c h o p e n h a u e r , o b . cit. nota 1 1 2 .

138. Respecto a esto, v, t. el concepto de Sa tectónica dèi carácter en K lages, ob. cit. nota 28. 139. D ollard, Dooii, M il l e r , M o b e r , S e a r s , Frustration and aggression, 1949, 140. Rosenzweig, An outline o í Frustration Theory, 1944. Cameron, Psychology of behavior disorders, 1947. G. Muhphy. Personalidades. Madrid, Inst, de Estudios Políticos, 1957. 141. ■ Adler, ob.: cit. nota 23 y Conocimiento del hombre, Madrid. Esp. Calp., 1Э54. 142-143. M cD ougall^ o b. cit nota 16. 144. L. K lages, Grundlegung der Wissenscha/t uom Ausdruck, 3942 (Fundamentos de la Ciencia de la expresión). Sobre la interdependencia interna de las tendèncias y los sentimientos v. sobre todo Fr. G r o ssa r t , Ge/iihie und. S trebttngen (Sentimientos y tendencias). Arch. j. d. yes. Psychologic, núms. 79, 81. 145. H. L otze, Microcosmos. 146. Ver McDougall, Fundamentos para w a PsiruítM/m suciaí: «Nos parece jus-

152.

tificada nuestra opinión de que toda conducta instintiva se acompaña de una excitación emocional... aunque pequeña, la cual es específica o caracte­ rística de aquel tipo de conducta». V. t. W. F ischel,.Psyche and Leistung der T iere, 1938 (Psique y rendimiento de los animales). Esta expresión fue utilizada en las tres primeras ediciones de la presente obra. F. Китаеe h , Dns Wesen der G efilh le, 1929 (La esencia de los sentimientos). A K lages le corresponde el mérito de esta importante distinción. Ver sobre todo su ob. cit. nota 144. F. K r u e g e r , ob. c it. n o ta 148. Odebrecht, G efith l und Ganzheit. Der ldeen gehalt der Psychologie F, Krue­ gers, 1929 (Sentimiento y tonalidad. Las ideas psicológicas de Krueger). W. S t e r n , Psicología general. Buenos Aires, Paidos, 1957.

153. 154.

K la g es . o b . c i t . n o ta 144. W , S t e r h , o b , c it. n o ta 152.

147. 148. 149. 150.

151.

155. Cit. por BuytïndWk. ob. cit. nota 00. 156-157, F, K r u e g e r . Die Tie/endimension und die Gegensiitïlichkeit des G elü hlstebens, 1930 (La dimensión profunda y la polaridad de la vida afectiva). 158. Ver Ph. L e r s c h , S ee le und Welt, 1941 (Alma y mundo). 159. F. K h u eg e r , obs. cíts. notas 148 y 158. 160. M. S cheleh , Et form a lism o en la ética y la ética m aterial de los calores. Madrid, Hev. de Occidente, 1941. 161. Véanse en especial, caps. VÍII y IX, 162-163-164-165. BuYTENDiJKr. ob. cit. nota 90. 166. J, v. K h ie s , Allg. Sinnesphysiotogie, 1923 (Fisiología general de los sentidos). 167-168. Buytenduk, ob. cit nota 90. 169. Ewald, Temperament und Character, 1924 (Temperamento y carácter). 170. Th. Z ie h in . Die G run dlagen der C h a ra k tero lo g ie, 1930 (Los fundamentos de la Caracterología). • ■ 171. Ver t. M. S c h elleb , D e lo ete rn o en el hombre. Madrid, Rev., de Occ., 1941. 172. Ver S c h e le r , E se neta y Jomas de la simpatía y V ie r k a n b t, Geselijcho/tslehre, 1923 (Sociologia). 173-174. S cheler , o b. c it . n o ta 172. 175-176-177, N ietzsch e , o b . c it. n o ta 110,

178. Saw Aocstín, C on fesion es, Libro III, cap. 2.* Madrid, Apostolado de la Pren* sa, 1958. 179. Ver M. S cheler , ob. cit. nota 172. 180. Stendhal, Sobre el amor. Buenos Aires, Edit. Sopeña, 1946. 181. Ver t. B ollnow, D as W esen der Stimmvngen (La esenc, de los est. de ánimo). 182. G o e th e , Sobre el amor incipiente de Wilhelm Meister hacia Mariane. Ma­ drid, Espasa Calpe, 1953. 183. H oldeb глн, Hyperion, Libro 2.* 184. J. C o n rad , The Arrow of G old (La flecha de oro). 185. Ver t. E. Speèh,- D ie 'Ltebes/ahigfceit, 1937 (La capacidad amorosa). 186. Acerca del amor en la mujer véase ante todo el libro de M a ria n n e W eb er Die Frauen und d ie L ie b e (Las mujeres y el amor), escrito con gran deli­ cadeza y madura experiencia psicológica. 187. Ver t. Ph. L e h s c h , ob. cit. nota 56. 188. A. C a e r e l , ob. c it. n o ta 5. 189. Sobre la caracterología del hombre estético v. E. Spbamgeh, ob. cit. y K. J. Obenauer, Die Problematic des üsthet, Mcnschen in der deutschen Literatur, 193S (Problemática del hombre estético en la literatura alemana). 190-191. F. H. B o l l n o w , Líber die Ет/urcht (Sobre el respeto). 192. Un análisis completo del sentimiento religioso, que aquí no podemos dar, se encuentra en R. Ono, Das H eilige, 1924 (Lo santo). 193-194. P. S chkodeh. Kindliclie C h a ra k tere und ih re A b artigkeiten , 1951 (Carac­ teres infantiles y sus desviaciones). S chuoder concede un mismo significado a «cordialidad» (Gemüt) y «Amor al prójimo» (Menschenliebe). 195. K ant, Grundlegung der Metnphusik der Sitien (Fundamentos de la meta­ fisici de las costumbres). 196. A. Wellek, Die P olaritat im A u fbau d es C harakters, 1950 (La polaridad en la estructura del carácter). 1ЭТ.

A si h a b la W eluek s o b r e la « d u alid ad u n ita r ia d e c o rd ia lid a d y c o n c ie n c ia » y A u g . V etter d e u n a « r e fe r e n c ia m u tu a e n tr e c o rd ia lid a d y c o n c ie n c ia s .

entendida là primera como principio femenino y la segunda como princi­ pio masculino (ífotur und P erson , 1949). 198. Buytenmjk, Wege rum Verstffndnis der Tiere (Vías para la comprensión de los animales). 199.

W. S tern , ob. cit. nota 152.

200. E. B leuwr , Trotado de Psiquiatría. Madrid, Espasa Calpe, 1924. 201. K. ScmreíDZR, Psychopathologie der Gefühle und Triebe, 1938 (P 6lcopatolog{a de los sentimientos e Instintos). 202 . K. Jaspers, ob. cit. nota 68 . 203. К . Бснпгоеп, ob. cit. nota 201. 204. L. K laces, ob, cit. nota 28. 205. W. S tern, ob. cit. nota 152. 206. T. K p a u s. Allgemeine und spezietle Pathologie der Person. I, Tiefenperscm, 1928 (Patologia general y especial de la persona. I. Persona profunda). En K raos «persona profunda» tiene un sentido más peculiar que en Rothackxr. 207. Véase acerca de esto: G. R. H rrzn. Dos fcttrpetich-eeelische Zusommentuirfcen in den LebensvorgtLngen, 192S (La cooperación anímica corporal en los proce­ sos vitales) y Der Organism us der See le, 1937 (El organismo del alma), 208. G oethe, ob. cit. nota 104. 209. R irtzscbe, ob. cit, nota 110. 210. B aenbeh, Mosatfcen und Sithouetten, 1931(Mosaicps y siluetas). 211. Bumke, Lehrbuch der Geistesfcranfeheiten, 1924 (Nuevo tratado de enferme­ dades mentales). Sobre psicópatas lábiles v. J, Lance, K u rxgesfásstes Lehrbuch der Psychiatrie, 1036. (Psiquiatría.) 212. Para Cuanto se refiera a la ciclotlmia v. Кнг гнснмвн Constitución y carácter. Barcelona, Edit, Labor, 3.* edic, 1961. De la literatura sobre los estados de ánimo, citemos ante todo el libro de Fr. O. B olln ow , Dos Wesen der Stim~ mvngen, 1940 (Esencia de los estados de ánimo). 213. E. R ohde, Psyche. Madrid, Summa. 1942. 2 1 4 -2 1 5 , N ie t z s c h e , El origen d e la t r a g e d i a . Madrid, Rodriguez S e r r a ( s . a.). 216. V. t. L. K lages; Vom kosmogcmischen Eros, 1930 (Del Eros cosmogónico). 217. P l u t a r c o , Vidas de Grandes Hombres. Barcelona, Mateu, 1953. Vidas para­ lelas. Barcelona, Plaza y Janés, 1953. 218. E w a l d , Temperament u n d Character, 1924. 219. K. S chneider, ob. cit, nota 122. 220. V. t. G uroou , Goethe, 1918. 221. L ichtenberg, dphorismen (Aforismos). 222-223. G. A iatout, ob. ett. nota 113. 224. Clt. por J aspers, Nieteche. 225. S a st r e , L'existentialisme est un humanisme, 1946. 226. G oethe, Fausto, 1.* parte. (N. del T.J Madrid, Aguilár, 1954. 227. W. Wohdt, Gruhdíflge der physiotog. Psych. (Manual de Psicologia fisioló­ gica), t, Ш . 1,* ed. 1874.— E b s in g h a d s , Grundzüge der Psicologie, 1911. ■ — FnOBES, Tratado de Psicologia empirica V experimental, — L u í d w o r s k y , Experimentelle Psychologie, 1031,— R ohracher, Ein/ilhrung fn die Psichologie, 1946. 228. -Ê ..Kretschmer, Psicologia Médica. Barcelona Labor, 1954. 220. Евншснлие, P sy ch olog ie, en Die Kultur der Gegenuiart, partè I, cap. VI. 230, E. K retschmer, ob. cit. nota 228. 231. H. Rohhacher, Einjiihrung in die Psychologie, 1948, pág. 239. 232-233-234-235. B dytenduk,. ob. cit. nota 198. 236. Véase también Hempelmann, Tierpsycftologie (Psicologia Animai), 1928. 237. H. R ohhacher, Ob. cit. nota 231. 238. Sobre esto, véanse las interesantes consideraciones de A. V étter, Jíatur und Person, Umrtís einer ÁnthropogricmiJc, 194B. 239. L insworsky, ob. c i t nota 33. 240. K. Wilde, Der Punktreiheneffekt ■ und die Rolle der binoltutaren Querdisparation beim Tie/enschen. Psycholog. Forschung (El efecto de las serles de puntos y el papel de la dlsparación horizontal ■ binocular), t. 23 (1950). 241. Ver E hb ewtlls, tfber GestaltqualiWten (Cualidades geetálticae), 1890. 242. Véanse F. Sander, Ezperimentelte Ergebnisse der Gestattpsychobwte (Resul­ tados experimentales de la psicologia de la Gestalt), en: Bcrich ilber den X Kongress filr exp erim en ted Psychologie, 1928, y en concisa y clara expo­ sición de D. K ati, Psicología de la Formo.

243. 244.

245. 246. 247. 248.

S ander, ob. cit.. pég. 32. W. K ohler , Die physischen Gestatten in Ruhe und im stetiondrcm Zustand (Las formas físicas en reposo y en estado estacionarlo), 1920. P a r a lo qae sigue véase además: P etermanm , Wesensfragen seetischen Setns (Problemas esen­ ciales del Ser Psíquico, 1938, págs.-28 y sig. O. T u m l ir z . Anthropoloptsche Psychologie (Psicología Antropológica), 1930. W. S ïebn , ob. cit, nota 152. D. K atz, ob. c it nota 95. M. S cheler , El saber y la cultura, Madrid, Revista de Occidente, 1926.

249.

B uyten dux, ob .

C it. n o t a

19 8 .

250.

Cit. por L. K lag es , Der Geist ais Widersacher der Seele (Elespíritu como adversario del alma), t. П. 251. D. K atz, ob. cit. nota 95. «Ciertamente todo lo que vemos está cargado dé saber experiencial, pero esta circunstancia no nos lleva a que las cosas se constituyan en nuestro campo visual. Más bien sucede lo contrario, las cosas se constituyen en unidades por otros motivos más profundos y ésta es la condición previa para que podamos deducir alguna experiencia de ellas». 252. D. K atz, ob. cit. nota 95. 253. E bbinghaus , ob. cit. nota 64. 254.

B

u y t en d u x ,

27 2 .

K . BÜHLEB, o b . c i t . n o t a 2 7 0 .

o b . c it. n o ta

19 8 .

255. W. Kóhler, Psychologísche Problème (Problemas psicológicos), 1933, pág. 46. 256. Sobre la atención v. págs. 513 y sig. 257-258-259-260, W.KtìHUSR, Psychologique Problem i 1933. págs. 179, 181, Í82. 261. E bbih gh aus , Grun dzilge der Psychologie, pág. 2B0. 262-263. E. B l e u l ir , ob. cit. nota 200. : 264-265. J. L amcb, K u rzg etü stëi Lehrbuch der Psychiatrie, 1936, pág. 52-142. 266. P. Jahet, L’état mentaldèshystériques. 267. E. K r e TSCKMe r , ob. cit.nota 228. 268. W. Sterk, Beitrüge zur Psychologie der Aussage (Contribución a la psicologia del Testimonio), 1903; О. M okrem üllïr, Psychologie und Psÿchopàthologie der Aussaçe (Psicologia y Psicopatologia del Testimonio), 1930. 269. MOn k e m ü ix e b , ob. cit. pég. 23. 270. K. E l desarrollo espiritual del mño. Madrid, Espasa Calpe, 1934. 27 1 . Véase K . G b o o s , ob. c i t . nota 6 7 . 273.

S c h jelderup , Psychologie, págs. 201

274. 27 5 .

M c D o u c a l i, o b , N ie . H a r t m a n h ,

276. 277.

c it. ob.

y sig. n o t a 16. c i t n o lá 69.

P h . L ersch , o b . c i t . n o t a 158. W . S ter n , o b . c i t . n o ta 152.

278-279-280. W. D i lt h e y «Goethe y la fantasia poética» en «Das Erlebnis únd die Dichtung» (Vivencia y Poesía), 4.* ed., 1913, pág. 181, 182, 184. 281. K , J a sp e r s , Filosofía. Madrid, Revista de Occidente, 1958. K u iíz , en su pro­ fundo libró Die anthroprologische Bedeutung der Phantoste (La significación antropológica de la fantasía) (1946), ha hecho del papel que a lá fantasía co­ rresponde en e l conjuntó de nuestra vida, hilo rector, y punto de partida de una Antropología filosófica, con lo que a l llevar a cabo esta tarea «el concepto de fantasía tomado en el sentido más amplio desaparece casi por completo de nuestra vista*. ( B o l u ío w , Filosofia dé la nostalgia, en Die Sammtutig, 1948.) 2B£. W. S t e r n , ob. cit. nota 152. 283. Sobre esto véase H e id e g g e r , Kant y et p ro b lem a de la Metafisica. Méjico, Fdo. de C. E„ 1959, 28 4 . A. G eh iæ n , o b . c i t . n o t a 35. 285-286. K. J a sp e r s , Von der W ahrheit (Sobre là verdad). 287.

K.

BU h leb. ob .

c i t . n o t a 27 0 .

288. K .- J. G r a u , Grundriss der Logik (Manual de Lógica), 1929, pág. 79. 289. О, Кноя, Psychologie des Grundschulatters (Psicologia de la edad escolar). 290. Véase S elz , V ber die G esetze ¿es g eoTdnetén DenJcuèrtaufs (Sobre las leyes del curso del pensamiento) (1911), y Zur Psychologie des produktiuen Denfcens und des Irrtums (Sobre la psicologia del pensamiento), (1912). 291. A. M e s s e r , Psicologia. Madrid, Revista de Occidente, 1954, 292. В. P eiebm a m h Wesensfragen seetischen Seins (Problemas esenciales del ser psíquico), 1938, pág. 93.

293-294. A. G ihleh, ob. cit. nota 35. 295. Hegels Acsthetik, seleccionado por A. B a e u m le r , 1922, pág. 38. 296-297-296-299. W. S t e r n , o b . c it. n o ta 152. 300. Cit. por.NoHb, ob, cit. nota 134. ' 301-302. Véase E, R otitacker, ob. cit. ilota 12. 302 bis. B u y t e k d ijk , ob. cit. nota 198. 303. B i e r e n s se Hann. Die Instinkte der Tiere (Los instintos de los animales). 304.

R ohracher , o b , c it. n o ta 231.

305-306-307. ScraiDER, Psicología Médica, Buenos A íres, Paidos, 1082, ЗОВ. М. РлШсн, Wahmehmungstehre (Teoria de la percepción), 1924. 309. B uyt etitiих," ob. cit. nota 198. 310. K. Lewih, A dynamic Theory о/ personality, 1935.— Principles of Topological Psychology, 1938.— Field Theory In Social Science, 1951 (aquí especialmente el capitulo : Behavior and Development as a Function of the Total Situation). 311. B e rta u ik tit, Das Gefüge des Lebens (Estructura de la vida), pâg. 142. 312. K. B ü h le r , ob. Cit. n o ta 270. pl3. B e r t a l à t i t t y , ob. c i t . n o ta 311. 314. M cD ougall, ob. cit. nota 16. 315. B i e r e n s de К лан, ob. cit. nota 303. 316.

B

u v tk n ü ijk ,

o b . c it. n o ta 198.

317. V. t o n W e iis â c k e r , Der Gestaltfcreis (El circulo figurai). 318. B i e r e n s de Я аак. оЬ. cit. nota 303. 319-320. W. S t e h h , Psychologie der frühen Kindheit (Psicologia de la primera In­ fancia) ; 1027, pág. 47. 321. К. B ükiær, ob. cit. nota 270. 322. ВиктЕнтагк, ob. cit. nota 198. 323. C. L. H u il, Principles of behavior, 1943. 324. E. C. Tolman, Purposive Behairfor in animalsan d . men,1932. 325. Rohracher, ob, cit, nota 231. 326. W. K 6 b ler, lntelligenzprü¡ungen an Anthropoiden, Abh, der Bert, Afead, der Wissensch. (Investigaciones sobre la inteligencia en antropoides), 1917 ; para lo que sigue véaseí К. BümER, ob. cit. nota 270. 327. W. S t e r ñ , ob. d t. nota 319. 328. Cu, B ühler. Infancia y Juventud (Là génesis de la conciencia). Madrid, Espasá Calpe( 1954, 329.

W . S í e r n , o b . c it. n o ta 319.

330-331. K. BthttER, ob. cit. nota 270. 332. W. S t e r n , o b . c it. n ò ta 152, 333. W. W u n d t , Physiolog. Psychologie* 6 .‘ ed„ vol. III, pág. 223. 334. B l e u l e r , Zsehr. f. Psychol., vol. 69, pág. 61. 335. Еевшонлиэ, ob, cit. nota 64. 336. K l a g e s , ob. cit. nota 62. 337. N. A ch, Wiltensakt und Temperament (Acto Volitivo y Temperamento). 338. Ob. cit. nota 110. 339. K. J aspers, pb. cit. nota 111. 340. {Sobre la atención v. págs. 513y sig. 341. W. Sirrot, Ob. cit, nota 152. ' 342. S chudeh, ob. cit. nota 305. 343. H. Kiruz, Die anthropologlsche Bedeutung der Phantaste, 1948, vol. I, pág. 16. 344. W. S t e r n , ob. cit. nota 152. 345. H. Kum . ob. cit. nota 343. 346. Sch o p en h au er, El mundo como voluntad y represent. Madrid, Aguilar, 1927. 347. Acerca de esto véase la diferenciación que hace Ртляин de los hombres, según tengan contenidos intelectuales m á s fijos o . más fluyentes. ( P i a u l e r , Vererbunp ais Schicksat.) 348. Este factor del sa c rific io 'e s puesto de relieve también, sobre todo, por G bassl en Die WillensschuOche (La debilidad de voluntad), 1937. 349. D ilth e y , ob. c i t nota 17. . *¡50 A. C a r r e l , ob. cit. nota S. 351. N ie tz s ch e , ob. cit. nota 110. 352. R, K irch o jt, Zu r Phttnomenolopie des Wollens (Sobre la fenomenología de la voluntad), En: Actas del 23 Congress d, Deuts, Ges. f. Psychologie, 1958.

353.. R oesmu , PMnomenologie und Pathologie des Wfllena (Fenomenología y P a­ tologia de la voluntad), Ztsr.hr. f. d. ges. Neur. u. Psychiatrie, vol. 157, 1937. 354, Ver T. К. Оееттпппси. Die Phénoménologie des Ich in ihren Grùndproblemen (Los problemas básicos de la fenomenologia del уов, 1910, pág. 220 , 355. Б. Ghassl, Die Willensschzvfiche, 1937 (Supl. 77 del Ztschr. für ange It’. Psych.). 358.

Ethik,

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N i e t z s c h e , w ille G . L e B oh, Psychologie

1926. p á g . 397.

zur Macht, Aforismo 928. 358. des Poules. 359. К. Jaspers, ob. cit. neta 68 . 360-361-362. E. КПЕГЗCHHEH, ob. Cit. nota 228. 363. Ph. L e r sc h , Der Traum in der deutschen Romantik (El Sueño del Romanti­ cismo Alemán), 1922, pág. 15. 364. Kos referimos aquí a la continuación de la novela como estaba planeada por el poeta. Begun las noticias de Тшэс. — Haym, Die romanttsche Schule (La Escuela Romántica), Berlín, 1320, pág, 444 y sig. 365. Th, M o m m s e n , HSmtsche Gaschichte (Historia de Roma), t. III, ИЪго V. 366-367. R .T k iele , o b . c i t nota 57. 368. H. F. Hoftmanw, ob. cit. nota 74. 369. HEYMAH3 Psychologie der Frau (Psicología de la Mujer), 1910. 370. Ph. L e r sc h , ob. cit. nota 56. 371-372. K lages , ob. cit, nota 28. 373-374. O. F. BolUîOW, ob. cit, nota 181, 375-376. K. S chneider , Der tríebhafte und der bewusste Mensclí, Jb. f. Charákterol. (El hombre consciente y el hombre impulsivo), t I, pág, 350. 377. Spdanger, Psicologia de la edad juvenil. Madrid, Revista de Occidente, 1953. 378. Fh, Giese, Das ireie literarischc Schaffcn bel Kinciem und Jugendlichen (La producción literaria espontánea de niños y adolescentes), 1924, 379. O. K roh, ob. cit. nota 289. 380. G. G. L ich ten berg , Tag und Dflmmerung (Día y Crepúsculo), 1941, pág, 262. 381. Cit. por K. Joel, Nietzsche und die Romantik (Nietzsche y él Romanticismo), 382-333. S. F reud , Lo Interpretación de los Sueílos. Santiago de Chile,Fax, 1936. 384. E-K hctschmer, ob. cit. nota 228, 385. Freito, ob. cit. nota 382. 386. Cit. por K. J a s p e r s , ob. cit. nota 68 . 387. A, Ptamdeb, Psychologie der Gestnnunges. Jahrbuch für Philosophie tind phünomenolog. F orichuna (Psicología de las Actitudes Eticas), t. I у Ш . 388. K. J a spers , ob. cit. nota 111. 389. Acerca de esto véase F k iy e r, Theories des objektiven Geister (Teoria del es­ píritu objetivo), 1923, pág. 15, y K lages , .Ausdrucfcsbewegung und Gestaltungskra/t (Movimiento expresivo y fuerza de configuración). 3.* y 4.* ed., 1923. nota 387, 390. A sí L o t e r o : (que) «todo lo que ellos ahora perciben y son, quede fijados (H ey h e Deutsches Wí»rterbuch>. 391. Sobre l á inautenticidad de los estados de ánimo, véase P tandeh, ob. cii. 392. J aspers, ob. cit. nota, 111. 393. HoMEURGER, Vorlesungen ilber Psychopathologie des Kindesalters (Lecciones sobre la Psicopatologia de la edad Infantil), 1926. 394. I cheisejr , Sein und ¡Brscheinen, Jahrbuch der Charakterologie (Ser y apa­ riencia), t. V, 1928. Este artículo trata detalladamente «del típico papelde las múltiples ([apariencias» impuestas en la estructura dé la conciencia del Yo, y de su repercusión en la configuración de la vida psíquicas. 395-396. H e id e g g e r , Ser y Tiempo. Méjico. F do. d e Cultura Económica. 1951. 397. J a sp e r s , ob. cit. nota 111. 398. F r o s t , Echt und Unecht, 1923; pág. 130. 399. E. K retschmer, La Histeria. Madrid, Revista de Occidente, 1928. 400. K lag es , ob. c it. nota 28. 401. E. J aehsch y E. S ctheideh , Der Beru/stypus d e s Schóuspielers (El tipo profe­ sional dél actor), 1932. > 402. E. B er tr a m , яNietzsches, 1919. Véase el capítulo sMaskes: 403. Lo esencial sobre la psicología del actor se encuentra en P. Stepun, Theater und Kino (Teatro y Cine), 1932. 404. J a spers , ob. cit. nota 111. A las relaciones del hombre «nihilista» con el tipo «S» de la tipología de J a eh scs , me he referido en. mi ponencia «Problème

und Ergebnisse der charakteralogischen Typologie» (Problemas y resultados de la Tipología Caracterológíea). Actas del XIII Congreso de la Sociedad Alem ana de Psicología. 1934, pág. 93. 405-40$. E. R. J azhsch y colab., ob. cit. nota 7Ï. 407. E. R. Jaensch, Die Fortbltdung der íid e ttk (La evolución de la Eidètica). E n : Bnue зев y L iw r , Biologie der Person t, П, 1931, pág. 932, 406. Schopekhauth, Рагетда und Paralipcmena, parágrafo 340. 409. S n rfx. Bewusstsein ais Verhfln^nfs(La conciencia como fatalidad). 410. N ie tz s ch e , o b . c it. n o ta 110. 411. S o t e r t , Die Wissensehfl/t com Menschen tn der Gegenwart (La ciencia del Hombre en la actualidad), aflo 1930, pág. 30. 412. Sobre la fuerza de impregnación del Ideal víase Rotbacks*, Geschlchtsphllosopftle, en: Handbtich der Philosophie (Filosofía de la Historia,, en e l Tra­ tado de Filosofía), aflo 1934, pág. 101. 413. Cit. Воггигетего, Das Problem des Unbeioussten (El problema del Inconsciente). 414-416. Véase Hombuegeb, ob. cit. nota 393. 416. Нооплсяеи, ob. cit, nota 231. 417. W, Sterit, ob. cit,. nota 152, 418. La distinción entre atención fluctuante y fijadora procede de N eumann y ha sido aceptada por K roh, K reischmer у Рмгоет. 419. W. Wvbd, ob. cit. nota 27. 4Ì0. О. Впмке, Das Unterbewusstseín (La Subconsciencia), 1926. pág. 186. 421-422-423. Véase H. Тпомлг, Ztschr. f, angew. P sy ch , tomo 60, págs. 346-383. 424. K. Schneider, Der triebhafte und der bewusste Mensch. Jahrbuch fiIr Charnie terologie, t. I, pág. 350425. R othacker, ob. cit. nota 12. 428. Heyeh, D er Organtsmus der Seele, 1951, 427-428-429. L. KiACis, en e l prólogo a la nueva edición de «Psycfte», de С. G. C arus, publicada f o r él, págs. X у XVI. 430. G. Heyer, ob. cit. nota 427. 431. N ie t z sc h e , Ober Wahrheit und Lttge im ausser moralischen Sinne (Sobre la verdad y la mentira en un sentido extramoral), 432. M. P alÍGW, Ob. cit. nota 308. 433. L. K u cra , Der Geíst ais Widersacher der Seele, t. I, pág. 229. 434. Dilthey, ob. c i t nota 17. 435. Cit. por BoLLifow en Dilthey, pág, 86. 436-437. W, Wotdt, ob. cit. nota 27, 438-439. Hehjho, loe, cit. ■ 440. Véase A. W ellek, ob. cit. nota 47, y H. V olkelt, Grundbeçrtffe (Conceptos básicos), págs. 34 y sig. 441. O. B umke, ob. c it nota 420, 442-443-444. C. G. J uno, Lo Psique y sus problemas actuales. Editorial Poblet, 1935. 445. C. G. Jukg, El secreto de la Flor de Oro. Buenos Aires, Faidos, 1955. 446-447-448-449. C. G. J ung, ob. cit. nota 442. 450-451. C. G. J uno ob, cit. nota 445. 452. Golobrunneb, individuation, Die Tlefenpsychologie von C. G. Jung, pág. 121 (Individuación, la Psicología Profunda de C. G. Jung). 453. V. t. G ebsattil, Die Person and die Grenzen des Uefenpsycholoçischen Verfahrens (La persona y- los limites de las técnicas de Psicología Profunda). En iSttullum Genera lei, 1950, pág. 275. 454-455. G oldbhtjnner, ob. d t, nota 452. 456. Ver G. Ргаяии, Der Mensch' und seine Vergangenheit. Eine Besinnunj flber die Psychologie der Tiefe (El hombre y su pasado. Reflexiones sobre la psicología profunda), 1950. 457. Ver F. HjmnMANN (sWas 1st tebendig und was 1st tot in der Existenzphilosaphíe*, Zeitschrift fitr philosophUche Forschung, t. V, 1950) (Qué hay de viviente y qué de muerto en la filosofía existencial): яLa Integración de las partes dispersas y despedazadas) la rehumanización del hombre, tal es la labor que se nos ha asignado» (págs. 19 y siguientes).

ÍNDICE

DE A U T O R E S

АсЬ, N. 67, 391, 398, 436, 476 Adler, А. XXIX, 24, 100, 103, 158, 176, 179, 180, 299,300, 511, 541, 575. 576, 584 Al berça, Luis xlv Alexander, F. 89 Allport, G. XL, x l i , 126 Andrómaco XXXI Aragó, Rvdo., J. M. 445 Areteo de Capadocia x x x i i Aristóteles XXlv, xv, XLI, 54, 68, 149, 324, 368, 389 Arnim, 'B. v. 293

Boring XXXV Braun, E. 79, 93 Brentano, F. 391 Breuer, R. 572, 573 Breughel 369. Bruner, J. S. 345 Buda 107 Bühler, Ch. 377 Bühler, К. XVI i l , XXV, XXI, 36, 71, 11U 391, 392, 393, 396, 429, 4 3 0 ,4 3 1 Buytendijk, F. J. J. 341, 348, 402, 418, 422, 550 . Byroh, Lord, G. 119

B

C ...........

Bach, J. S. 40 Bachelard x x x i i i Bachofen, J. J. 284 Bahnsen, J. 304 Bain 426 Balzac 235 Baudelaire 86 Becher, E. 194 Bechterew, W. 422 Bech, W. 49 Bentham, J. 102 Bergson, H. 107 Bernard, C. XXX Bertalanffy, L. v. 422 Bierbaum, O. J . 307 Bierens de ■Haan, J. A. 422 Binswanger XXXV Blafee, IL R. 345 Bleuler, E. 150, 257, 435, 522 Boecio X X V II, XLI Bollncw, Fr. XX I11

Cabaleiro xlv Calvino XL Cannon 89 Carlyle 474 Carrel, A. 86, 236 Carus, C. G. 52, 541, 559, 560, 561, 569 ■ Cervantes, M .. de 307 César 287, 288 Claparède, E. 345, 374 Clauss, L F. 150 Coleridge 474 Comte, A. 60 Condillac XXV Cuviér, G. 342 d

Dante 68, 307 Darwin, Ch. 174, 175, 239 Demóstenes 299

Descartes, R. 25, 90, 561, 584 Dewey, J. 32 Dilthey, W. XXV, XL, XLI, XLII, 20, 21, 46, 64, 68, 70, 71, 188, 382 Dollard, J. 178, 179 Dosrojewski, P, М. XXIV, 107, 133, 138, 156, 260, 498, 500 Driesch, H. 543 E Ebbinghaus, H, x v ii, 338, 365 Eckehart, Maestro 107, 199, 388, 408, 435, 518, 536 Eckermann 381 Ehrenfels, Yon 333 Epicuro 102 Erdmann, В, 23, 385 Esquirol XXXV Ewald, G. 87 . F Fabre, H. 321 Féchner, G. 69, 346, 552 Felipe II XXXII Fichte, J. G. 27, 344, 521 Freud, S. XIX, XX, XX III, XXIV, XXVIII, XXIX, XXX, XXXIV, XXXVIII, 77, 78, 90, 100, 103, 114, 115, 116, 175, 176 y sigs., , 490 y sigs., 541 y sigs., 571, 572, 574, 578, 581, 584 Frisch, K. v. 321, 347 Frost, W. 521, 538 G Galeno XXX Gallant 422 Galsworthy, J. 118 Galvani, L. 65 Gehlen, A. 31, 104, 106, 399, 400, 401, 410, 418 Germain XLV Gide, A. 123 Giese, F. 500 Giné y Partagás XXX ÍTirseoshon, K. 67 Glaukon 102

Goethe, J. W. von X X in , 3, 107, 111, 165, 180, .214, 229, 231, 232, 255, 268, 288, 293, 329, 381, 465, 484, 51S, 541, 555 Goldstein, K. XL, 423 Gracián XXiv Griliparzer, F. 273, 274 Gross, K. 71, 376 Grossart, Fr. 79 Gruehn, W. 67 Guardini, R, 146 H Hamsun, K. 136 Hartmann, E. v. 152, 283, 304 Hartmann, N. x x , 78, 238, 428 Harvey XXX Hattingberg, H. v. 229. Hebbel, Fr. 232, 495 Hegel, G. W , F. 152, 283, 401 Heidegger, M. x x i i , 280, 281,

528 y sigs. Hellpach, Ж 87 Helmholtz, H. , von 323 Herbatt, J. Fr. 66, 69, 190, 502 Herder, J. G. 27, 68, 122, 268, 387, 388, 518, 559 Hering, E. 71, 331, 349, 566, 568 Hesse, H. 171, 233 Heyer, R. 559, 560, 561 Hipócrates X X v m , x x x , x x x i n , XXXIV, XXXVII, x x x v iii Hobbes, Th. 103, 164 Hoeffding 360 Hoffmann, E. Th. A, 506 Hoffmann, H. F. 79, 495 Holderlin, Fr. 270 Hombargcr, A. 526 Hornero 68 Huarte de San Juan XXïv Huch, IL 541 Hull 426, 427 Hume, О. XXVI, 27 Husserl, E. X X III, 37 Huxley, Th. A. 422 I

J

L

Jaensch, E. R. 79, 3 5 7 , 5 31, 532,

La Rochefoucauld, F. de XXIV, 102 Lafora XLV Lain Entralgo XXXIV, XLV Lavater, J. К,- 111 Le Bon, G. 486 Leibniz, G. W. 27, 68, 344, 381, 535, 541, 554 Leibrandt, W. XXXiv Lenau 273 Lersch, Ph. i, xvn, xix, XX/ xxmXXVI I, XXXVIII-XLIV, 101 Lesage XXXII Lessing, G., R 505 Letamendi, J. de XXX, xxxvm Lewb, K. 20, 100, 140, 340/415, 419, 439, 550 Lichtenbetg, G. C 45, 296, 5Ó6 Lindworsky, J. 437, 476 ■Lise, V. 374 Ljessfe