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FUSTEL DE COULANGES

LA CIUDAD ANTIGUA ESTUDIO SOBRE EL CULTO, EL DERECHO Y LAS INSTITUCIONES DE GRECIA Y ROMA

ESTUDIO PRELIMINAR DE

DANIEL MORENO

DECIMOTERCERA EDICIÓN

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EDITORIAL P O R ÚA

AV. REPÚBLICA ARGENTINA, 15 MÉXICO, 2003

by Quattrococodnlo

LA CIUDAD ANTIGUA

by Quattrococodrilo

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INTRODUCCIÓN SOBRE LA NECESIDAD DE ESTUDIAR LAS MÁS ANTIGUAS CREENCIAS DE LOS ANTIGUOS PARA CONOCER SUS INSTITUCIONES Nos proponemos mostrar aquí según qué principios y por qué reglas se gobernaron la sociedad griega y la sociedad romana. Asociamos en el mismo estudio a romanos y griegos, porque estos dos pueblos, ramas de una misma raza y que hablaban dos idiomas salidos de una misma lengua, han tenido también un fondo de instituciones comunes y han atravesado una serie de revoluciones semejantes. Nos esforzaremos, sobre todo, en poner de manifiesto las diferencias radicales y esenciales que distinguen perdurablemente a estos pueblos antiguos de las sociedades modernas. Nuestro sistema de educación, que nos hace vivir desde la infancia entre griegos y romanos, nos habitúa a compararlos sin cesar con nosotros, a juzgar su historia según la nuestra y a explicar sus revoluciones por las nuestras. Lo que de ellos tenemos y lo que nos han legado, nos hace creer que nos parecemos; nos cuesta trabajo considerarlos como pueblos extranjeros; casi siempre nos vemos reflejados en ellos. De esto proceden muchos errores. No dejamos de engañarnos sobre estos antiguos pueblos cuando los consideramos al través de las opiniones y acontecimientos de nuestro tiempo. Y los errores en esta materia no carecen de peligro. La idea que se han forjado de Grecia y Roma ha perturbado frecuentemente a nuestras generaciones. Por haberse observado mal las instituciones de la ciudad antigua, se ha soñado hacerlas revivir entre nosotros. Algunos se han ilusionado respecto a la libertad entre los antiguos, y por ese solo hecho ha peligrado la libertad entre los modernos. Nuestros ochenta años últimos han demostrado claramente que una de las grandes dificultades que se oponen a la marcha de la sociedad moderna, es el _hábito por ésta adquirido de tener siempre ante los ojos la antigüedad griega y romana. Para conocer la verdad sobre estos antiguos pueblos, es cuerdo estudiarlos sin pensar en nosotros, cual si nos fuesen perfectamente 3

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extraños, con idéntico desinterés y el espíritu tan libre como si estu. diásemos a la India antigua o a Arabia. Así observadas, Grecia y Roma se nos ofrecen con un carácter absolutamente inimitable. Nada se les parece en los tiempos modernos. Nada en lo porvenir podrá parecérseles. Intentaremos mostrar por qué reglas estaban regidas estas sociedades, y fácilmente se constatará que las mismas reglas no pueden regir ya a la humanidad. ¿De dónde procede esto? ¿Por qué las condiciones del gobierno de los hombres no son las mismas que en otro tiempo? Los grandes cambios que periódicamente se manifiestan en la constitución de las sociedades, no pueden ser efecto de la casualidad ni de la fuerza sola. La causa que los produce debe ser potente, y esa causa debe residir en el hombre. Si las leyes de la asociación humana no son las mismas que en la antigüedad, es que algo ha cambiado en el hombre. En efecto, una parte de nuestro ser se modifica de siglo en siglo: es nuestra inteligencia. Siempre está en movimiento, casi siempre en progreso, y, a causa de ella, nuestras instituciones y nuestras leyes están sujetas al cambio. Hoy ya no piensa el hombre lo que pensaba hace veinte siglos, y por eso mismo no se gobierna ahora como entonces se gobernaba. La historia de Grecia y Roma es testimonio y ejemplo de la estrecha relación que existe siempre entre las ideas de la inteligencia humana y el estado social de un pueblo. Reparad en las instituciones de los antiguos sin pensar en sus creencias, y las encontraréis oscuras, extrañas, inexplicables. ¿Por qué los patricios y los plebeyos, los patronos y los clientes, los eupátridas y los tetas, y de dónde proceden las diferencias nativas e imborrables que entre esas clases encontramos? ¿Qué significan esas instituciones lacedemónicas que nos parecen tan contrarias a la naturaleza? ¿Cómo explicar esas rarezas inicuas del antiguo derecho privado: en Corinto y en Tebas, prohibición de vender la tierra: en Atenas y en Roma, desigualdad en la sucesión entre el hem1ano y la hermana? ¿Qué entendían los jurisconsultos por agnación, por gens? ¿Por qué esas revoluciones en el derecho, y esas revoluciones en la política? ¿En qué consistía ese patriotismo singular que a veces extinguía los sentimientos naturales? ¿Qué se entendía por esa libertad de que sin cesar se habla? ¿Cómo es posible que hayan podido establecerse y reinar durante mucho tiempo instituciones que tanto se alejan de todo lo que ahora conocemos? ¿Cuál es el principio superior que les ha otorgado su autoridad sobre el espíritu de los hombres? Pero frente a esas instituciones y a esas leyes, colocad las creencias: los hechos adquirirán en seguida más claridad, y la explicación se ofrecerá espontáneamente. Si, remontando a las primeras edades de

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al tiempo en que fundó sus instituciones, se observa . esa raza , es decir, del ser humano, de la vida, de la muerte, de la segunda que 'dea tema 1 \tencia, del principio divino, adviértese una relación íntima entre es; : : opiniones y las reglas anti uas del ere ho_privado, .e tre los ritos ue emanaron de esas creencias y las mshtuc10nes pohticas. q La comparación de las creencias y de las leyes muestra que una religión primitiva ha constituido la familia griega y romana, ha establecido el matrimonio y la autoridad paterna, ha determinado los rangos del parentesco, ha consagrado el derecho de propiedad y el derecho de herencia. Esta misma religión, luego de ampliar y extender la familia, ha formado una asociación mayor, la ciudad, y ha reinado en ella como en la familia. De ella han procedido todas las instituciones y todo el derecho privado de los antiguos. De ella ha recibido la ciudad sus principios, sus reglas, sus costumbres, sus magistraturas. Pero esas viejas creencias se han modificado o borrado con el tiempo, y el derecho privado y las instituciones políticas se han modificado con ellas. Entonces se llevó a cabo la serie de revoluciones, y las transformaciones sociales siguieron regularmente a las transformaciones de la inteligencia. Hay, pues, que estudiar ante todo las creencias de esos pueblos. Las más antiguas son las que más nos importa conocer, pues las instituciones y las creencias que encontramos en las bellas épocas de Grecia y de Roma sólo son el desenvolvimiento de creencias e instituciones anteriores, y es necesario buscar sus raíces en tiempos muy remotos.Las poblaciones griegas e italianas son infinitamente más viejas que Rómulo y Homero. Fue en una época muy antigua, cuya fecha no puede determinarse, cuándo se formaron las creencias y cuándo se establecieron o prepararon las instituciones. Pero, ¿qué esperanza hay de llegar al conocimiento de ese pasado remoto? ¿Quién nos dirá lo que pensaban los hombres diez o quince siglos antes de nuestra era? ¿Puede encontrarse algo tan inaprensible Ytan fugaz como son las creencias y opiniones? Sabernos lo que pensaban los arios de Oriente hace treinta y cinco siglos; lo sabemos por los himnos de los Vedas, que indudablemente son antiquísimos, y por las leyes de Manú, que lo son menos, pero donde pueden reconocerse pasajes que pertenecen a una época extremadamente lejana. Pero, ¿dónde están los himnos de los antiguos helenos? Como los italianos, poseían cantos antiguos, viejos libros sagrados; mas de todo esto nada ha _llegado a nosotros. ¿Qué recuerdo puede quedamos de esas generaciones que no nos han dejado ni un solo texto escrito? . Felizmente, el pasado nunca muere por completo para el hombre. Bien puede éste olvidarlo, pero siempre lo conserva en sí, pues, tal

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como se manifiesta en cada época, es el producto y resumen de todas las épocas precedentes. Si se adentra en sí mismo podrá encon, trar y distinguir esas diferentes épocas, según lo que cada una ha dejado en él. Observemos a los griegos del tiempo de Pericles, a los romanos de¡ tiempo de Cicerón: ostentan en sí las marcas auténticas y los vestigios ciertos de los siglos más distantes. El contemporáneo de Cicerón (me refiero sobre todo al hombre del pueblo) tiene la imaginación llena de leyendas; esas leyendas provienen de un tiempo antiquísimo y atestiguan la manera de pensar de aquel tiempo. El contemporáneo de Cicerón se sirve de una lengua cuyas radicales son extraordinariamente antiguas: esta lengua, al expresar los pensamientos de las viejas edades, se ha modelado en ellos y ha conservado el sello que, a su vez, ha transmitido de siglo en siglo. El sentido íntimo de una radical puede revelar a veces una antigua opinión o un uso antiguo; las ideas se han transformado y los recuerdos se han desvanecido; pero las palabras subsisten, testigos inmutables de creencias desaparecidas. El contemporáneo de Cicerón practica ritos en los sacrificios, en los funerales, en la ceremonia del matrimonio; esos ritos son más viejos que él, y lo demuestra el que ya no responden a sus creencias. Pero que se consideren de cerca los ritos que observa o las fórmulas que recita, y en ellos se encontrará el sello de lo que creían los hombres quince o veinte siglos antes.

LIBRO I CREENCIAS ANTIGUAS CAPÍTULO J

CREENCIAS SOBRE EL ALMA Y SOBRE LA MUERTE Hasta los últimos tiempos de la historia de Grecia y de Roma se vio persistir entre el vulgo un conjunto de pensamientos y usos, que, indudablemente, procedían de una época remotísima. De ellos podemos inferir las opiniones que el hombre se formó al principio sobre su propia naturaleza, sobre su alma y sobre el misterio de la muerte. Por mucho que nos remontemos en la historia de la raza indoeuropea, de la que son ramas las poblaciones griegas e italianas, no se advierte que esa raza haya creído jamás que tras esta corta vida todo hubiese concluido para el hombre. Las generaciones más antiguas, mucho antes de que hubiera filósofos, creyeron en una segunda existencia después de la actual. Consideraron la muerte, no como una disolución del ser, sino como un mero cambio de vida. Pero, ¿en qué lugar y de qué manera pasaba esta segunda existencia? ¿Se creía que el espíritu inmortal, después de escaparse de un cuerpo, iba a animar a otro? No; la creencia en la metempsicosis nunca pudo arraigar en el espíritu de los pueblos greco-italianos; tampoco es tal la opinión más antigua de los arios de Oriente, pues los himnos de los Vedas están en oposición con ella. ¿Se creía que el espíritu ascendía al cielo, a la región de la luz? Tampoco; la creencia de que las almas entraban en una mansión celestial pertenece en Occidente a una época relativamente próxima; la celeste morada sólo se consideraba como la recompensa de algunos grandes hombres y de los bienhechores de la humanidad. Según las más antiguas creencias de los italianos Yde los griegos, no era en un mundo extraño al presente donde el alma iba a pasar su segunda existencia: permanecía cerca de los hombres y continuaba viviendo bajo la tierra. 1 1 Sub /erra ce11sebant reliquam vilam agi 111or1uoru111. Cicerón. Tusc., I, 16. Era tan fuerte esta creencia, añade Cicerón, que, aun cuando se estableció el uso de quemar los

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También se creyó durante mucho tiempo que en esta segunda existencia el alma pem1anecía asociada al cuerpo. Nacida con él, la muette no los separaba y con él se encerraba en la tumba. Por muy viejas que sean estas creencias, de ellas nos han quedado testimonios auténticos. Estos testimonios son los ritos de la sepultura, que han sobrevivido con mucho a esas creencias primitivas, pero que habían seguramente nacido con ellas y pueden hacérnoslas comprender. Los ritos de la sepultura muestran claramente que cuando se colocaba un cuerpo en el sepulcro, se creía que era algo viviente lo que allí se colocaba. Virgilio, que describe siempre con tanta precisión y escrúpulo las ceremonias religiosas, termina el relato de los fuherales de Polidoro con estas palabras: "Encerramos su alma en la tumba." La misma expresión se encuentra en Ovidio y en Plinio el joven, y no es que respondiese a las ideas que estos escritores se formaban del alma, sino que desde tiempo inmemorial estaba perpetuada en el lenguaje, atestiguando antiguas y vulgares creencias. 2 Era costumbre, al fin de la ceremonia fúnebre, llamar tres veces al alma del muerto por el nombre que había llevado. Se le deseaba vivir feliz bajo tierra. Tres veces se le decía: "Que te encuentres bien." Se añadía: "Que la tierra te sea ligera." 3 ¡Tanto se creía que el ser iba a continuar viviendo bajo tierra y que conservaría el sentimiento del bienestar y del sufrimiento! Se escribía en la tumba que el hombre reposaba allí, expresión que ha sobrevivido a estas creencias, y que de siglo en siglo ha llegado hasta nosotros. Todavía la empleamos, aunque nadie piense hoy que un ser inmortal repose en una tumba. Pero tan firmemente se creía en la antigüedad, que un hombre vivía allí, que jamás se prescindía de enterrar con él los objetos de que, según se cuerpos, se continuaba creyendo que los muertos vivían bajo tierra.-V. Eurípidcs, Alces/es. 163; Hécuba, passim. 2 Virgilio, En., 111, 67: a11ima111q11e sepulcro condimus.-Ovidio, Fas/., V, 451: Tumulo frotemos co11didit 11111bras.-Plinio, Ep., Vil, 27: 111a11es rite co11diti.-La descripción de Virgilio se refiere al uso de los cenotafios: admitíasc que cuando no se podía encontrar el cuerpo de un pariente se le hiciera una ceremonia que reprodujese exactamente todos los ritos de la sepuln,ra, creyendo así encerrar, a falta del cuerpo, el alma en la tumba. Eurípides, Helena. l 061, 1240. Escolias!, ad Pindar, Pit., IV, 284. Virgilio, VI, 505; Xll, 214. 3 Jlíada. XXIII, 221. Eurípides, Alces/es. 479: Koúcpa croi xecov Énávw0Ev nfooi Pausanias, 11, 7.2.-Ave atque vale. Cátulo, C. 10, Servio, ad /Eneid.. II, 640; lll, 68; XI, 97. Ovidio, Fas/., IV, 852; Metam .. X, 62. Sil tibi !erra levis; te1111em et si11e pondere terram; Juvenal. VII, 207: Marcial. I, 89; V, 35; IX, 30.

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4 suponía, tenía necesidad: vestidos, vasos, armas. Se derramaba vino calmar su sed; se depositaban alimentos para satissobre la tumba para facer su hambre. 5 Se degollaban caballos y esclavos en la creencia de que estos seres, encerrados con el muerto, le servirían en la tumba como le habían servido durante su vida. 6 Tras la toma de Troya, los griegos vuelven a su país: cada cual lleva su bella cautiva; pero Aquiles, 7 que está bajo tierra, reclama también su esclava y le dan a Polixena. Un verso de Píndaro nos ha conservado un curioso vestigio de esos pensamientos de las antiguas generaciones. Frixos se vio obligado a salir de Grecia y huyó hasta Cólquida. En este país murió; pero, a pesar de muerto, quiso volver a Grecia. Se apareció, pues, a Pelias ordenándole que fuese a la Cólquida para transportar su alma. Sin duda esta alma sentía la añoranza del suelo de la patria, de la tumba familiar; pero ligada a los restos corporales, no podía separarse sin ellos de la Cólquida. 8 De esta creencia primitiva se derivó la necesidad de la sepultura. Para que el alma permaneciese en esta morada subterránea que le convenía para su segunda vida, era necesario que el cuerpo a que estaba ligada quedase recubierto de tierra. El alma que carecía de tumba no tenía morada. Vivía errante. En vano aspiraba al reposo, que debía anhelar tras las agitaciones y trabajos de esta vida; tenía que e1rnr siempre, en forma de larva o fantasma, sin detenerse nunca, sin recibir jamás las ofrendas y los alimentos que le hacían falta. Desgraciada, se convertía pronto en malhechora. Atom1entaba a los vivos, les enviaba enfem1edades, les asolaba las cosechas, les espantaba con apariciones lúgubres para advertirles que diesen sepultura a su cuerpo y a ella misma. De aquí procede la creencia en los aparecidos. 9 La antigüedad

' Eurípides, A/cestes, 637, 638; Orestes, 1416-1418. Virgilio, En., VI, 221; XI, 191196.-La antigua costumbre de llevar dones a los muertos está atestiguada para Atenas por Tucídidcs, II, 34: EÍcrxiicrt 11.icr11 x11.u'ta l:0vEa vExpwv.-Esquilo, Coef, 475; "¡Oh bienaventurados que moráis bajo la tierra, escuchad mi invocación; venid en socorro de vuestros hijos y concederles la victoria!" En virtud de esta idea, llama Eneas a su difunto padre Sancte parens, divinus parens: Virg., En., V, 80; V. 47.-Plutarco, Cuest. rom., 14: 0Eov YEYOVEVat ,:ov 1:E8v11xó,:a 11.éyoucrt.-Comelio Nepote, fragmentos, XII; parentabis mihi et invocabis deum parentem. 3° Cicerón, De legibus. 11, 22. 31 San Agustín, Ciudad de Dios, VIII, 26; IX, 11.

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32 divinidad bienaventurada." Los romanos daban a los muertos el una bre de dioses manes. "Dad a los dioses manes lo que les es debido, Cicerón; son hombres que han dejado la vida; tenedles por seres "33 . , d1v111os. Las tumbas eran los templos de estas divinidades. Por eso osteny en griego 0Eots taban la inscr!pción sacramental J?is nibuf, Manes ue enterrado, alh que el dios esto v1v1 xsovíots. Signi_fic ?ª 34 sacrifipara los un altar la tumba Ante V1rg11Io. Sepulti, dice ab1a de dioses. templos los cios, como ante Este culto de los muertos se encuentra entre los helenos, entre los 36 latinos, entre los sabinos, entre los etruscos; se le encuentra también entre los arios de la India. Los himnos del Rig Veda hacen de él mención. El libro de las Leyes de Manú habla de ese culto como del más antiguo que los hombres hayan procesado. En ese libro se advierte ya que la idea de la metempsicosis ha pasado sobre esta antigua creencia; y ya antes se había establecido la religión de Brahma, y, sin embargo, bajo el culto de Brahma. bajo la doctrina de la metempsicosis, subsiste viva e indestructible la religión de las almas de los antepasados, obligando al redactor de las Leyes de Manú a contar con ella y a mantener sus prescripciones en el libro sagrado. No es la menor singularidad de este libro tan extraño el haber conservado las reglas referentes a esas antiguas creencias, si se tiene en cuenta que evidentemente fue redactado en una época en que dominaban creencias del todo opuestas. Esto prueba que si se necesita mucho tiempo para que las creencias humanas se transfom1en, se necesita todavía más para que las prácticas exteriores y las leyes se modifiquen. Aún ahora, pasados tantos siglos Y revoluciones, los indos siguen tributando sus ofrendas a los antepasados. Estas ideas y estos ritos son lo que hay de más antiguo en la raza indoeuropea, y son también lo que hay de más persistente.

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ii Eurípides, Alces tes, 1O15; vüv 6' foti µáxmpo. 60.lµcov xo:i:p, c1 1t6tvt, d í 6e 6ol11s. 33 Cicerón, De leg., II, 9, Varrón, en San Agustin, Ciudad de Dios, VIII, 26. 34 Virgilio, En., IV, 54. 35 Eurípides, Troyanas. 96: túµ ous 9' ÍEpó: tciiv xtxµ17xótcov. Electra. 505-510.Yirgilio, En., VI, 177: Aramque sepulcri; JII, 63: Stanl Ma11ib11s arre ; III, 305: Et geminas, causam lac1y111is, sacraverat aras; V, 48: Divini ossa paren/is condidimus terra mrestasque sacravimus aras. El gramático Nonio Marcelo dice que el sepulcro se llamaba templo entre los antiguos, y en efecto. Virgilio emplea la palabra, templum para designar la tumba o c:notafio que Dido erigió a su esposo (En., IV, 457). Plutarco. Cuest. rom., 14: E7tt trov ;ov &s a�a-cov x a l lepóv -có1tov E7tlXEtpoüvm 6a1tr¡6iiv x a l 1toteiv �É�r¡;>..,ov. 47 Catón, citado por Servio: Urbem designa/ ara/ro; quem Cato in Origi11ibus dicit

morem J11isse; conditores enim civitalis taun,m in dextra, vaccam i111rinsecus j1mgebant: et incincti ritu Sabino. id est, togre parte caput velati, parte succincti, tenebant stivam inc11rvam ut glebce omnes intrinsecus caderent: et ita sulco dueto loca murorum designaban/, aratrwn s11spendentes circa loca portarum (Servio, ad A::n .. V, 755). . _48 Cicerón, De nat. deorum. llI, 40: muri urbis quos vos, pontifices, sane/os esse d·icu,s, diligentiusque urbem religione quam mamibus cingitis.-Gayo, II, 8: Sane/re quoque res, ve/za muri et portre, quodammoda divi11i juris s11111. Digesto, I, 8, 8: muros esse sanctas; ibid., 11: Si quis violaverit muros, capite punitur.

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para su reparación, sin el permiso de los pontífices. A ambos lados d esta muralla hay un trecho de algunos pasos concedido a la religió se le llama pomcerium, y no está permitido pasar el arado por allí ni ni construir ningún edificio. 49 Tal ha sido, según una multitud de testimonios antiguos,, la cere1110_ nia de la fundación de Roma. Si se pregunta cómo ha podido conser. varse su recuerdo hasta los escritores que nos la han transmitido, dirernos que esa ceremonia se refrescaba cada año en la memoria del pueblo gracias a una fiesta aniversaria, que se llamaba día natal de Rorna.io Esta fiesta se ha celebrado en toda la antigüedad, de año en año, y el pueblo romano aún la celebra hoy en la misma fecha como en otro tiempo, el 21 de abril: ¡de tal modo los hombres pennanecen fieles a las viejas costumbres, a través de sus incesantes transfom1aciones! N o puede suponerse razonablemente que Rómulo haya sido el primero en concebir tales ritos. A l contrario, es seguro que muchas ciudades anteriores a Roma habían sido fundadas del mismo modo. Varrón dice que esos ritos eran comunes al Lacio y a Etrnria. Catón el Viejo, que para escribir su libro sobre los Orígenes había consultado los anales de todos los pueblos italianos, nos dice que ritos análogos eran practicados por todos los fundadores de ciudades. Los etruscos poseían libros litúrgicos en los que estaba consignado el ritual completo de esas ceremonias. 5 1 Los griegos creían, como los italianos, que el emplazamiento de una ciudad debía ser escogido por la divinidad. Así, cuando querían fundar una, consultaban al oráculo de Delfos. 52 Herodoto consigna como un acto de impiedad o de locura que el espartano Dories osase erigir una ciudad "sin consultar el oráculo y sin practicar ninguna de las ceremonias prescritas", y el piadoso historiador no se sorprende

49 Varrón, V, 143. Pos/ea qui fiebal orbis, urbis principium: ... postmUAEtlX liEt7tVCL xat t a li11µot1xa 1tpocrÉtCLCLV < l CXl t a

i;11.ov i:iiiv 'lwvwv nl v11crtwi:rov cruv yúvml;t x.at 1tmcrtv É0ECÍ>pouv, x.at a.yrov É1tOlEti:o, xópous ,E av11yov a i JtÓA.Ets. Esta am!ictionía fue restablecida por Atenas en el siglo quinto, pero con distinto espíritu. 314 Esquino, Jt. 1tapa1tpEcr ., 116, enumera los pueblos que compartían la posesión del templo, E0v11 µEi:Éxov,:a ,:ou iEpoü; tales eran los tesalios, los beocios, los dorios de la te.trápolis, los jonios, los perrcbos, los magnctas, los dólopes, los locrios, los eteos, los fiiotas, los malios, los focenses. Esparta figuraba como colonia de la Dórida, Atenas como Pane del pueblo jonio. Cf Pausanias, X, 8; Harpocración, Vº a.µqnx.i:úovEs. i,s Estrabón, IX, 5, 17: M1µ111:pos iEpóv Év c1 0ucriav Éi:É11.ouv oi a.µ