La Amistad Femenina

J OAN D. C HITTISTER , escritora y conferenciante conocida internacionalmente, es la directora ejecutiva de Benetvision,

Views 76 Downloads 1 File size 2MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

J OAN D. C HITTISTER , escritora y conferenciante conocida internacionalmente, es la directora ejecutiva de Benetvision, Centro de Recursos e Investigación en Espiritualidad Contemporánea, así como expresidenta de la Conferencia de Prioras Benedictinas Norteamericanas y de la Conferencia de Religiosas. Entre sus numerosos libros se cuentan El fuego en estas cenizas, Odres nuevos y Ser mujer en la Iglesia, publicados en España por Sal Terrae.

JOAN D. CHITTISTER

LA AMISTAD FEMENINA La amistad femenina

La amistad impregna el aire mismo que respiramos; es omnipresente; une el pasado y el presente y hace soportable la incertidumbre respecto del futuro. En La amistad femenina, Joan Chittister analiza la dimensión sagrada de la amistad a través del prisma de la fe, la tradición, la Escritura y las ciencias sociales, revelando la voz y la experiencia, frecuentemente desdeñadas, de las mujeres bíblicas. Chittister recupera y reivindica el testimonio y la sabiduría de mujeres como Lidia, Prisca, Débora y Febe; Esther, Marta, la Verónica e Isabel; y Rut, Ana, Miriam y María Magdalena. Con el inspirador mensaje que Joan Chittister extrae de la vida de estas mujeres, nos invita a buscar y aceptar la amistad tal como se encarna entre mujeres, entre Dios Creador y toda la creación y entre todos los seres humanos.

JOAN D. CHITTISTER

62

LA TRADICIÓN OCULTA DE LA BIBLIA

La amistad femenina

Colección «ST BREVE»

62

J O A N D. C H I T T I S T E R

L A A M I S TA D FEMENINA L A T R A D I C I Ó N O C U LTA DE LA BIBLIA

S AL T ERRAE S A N TA N D E R – 2007

Título del original en inglés: The Friendship of Women. The Hidden Tradition of the Bible © 2006 by Joan D. Chittister Publicado por Bluebridge www.bluebridgebooks.com

Traducción: Milagros Amado Mier

Para la edición española: © 2007 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) Tfno.: 942 369 198 Fax: 942 369 201 [email protected] www.salterrae.es Diseño de cubierta: Copicentro (Santander) Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionada puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y s. del Código Penal).

Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 978-84-293-1688-9 Depósito Legal: BI-37-07 Impresión y encuadernación: Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya)

ÍNDICE Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

9

Lidia: el crecimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Prisca: el yo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Débora: la sabiduría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Febe: el apoyo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Esther: el liderazgo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Marta: la verdad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Verónica: la presencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . Isabel: la aceptación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Rut: la disponibilidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ana: la solicitud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Miriam: gozo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . María Magdalena: la confianza y el amor . . . . . . . . . . . . . . .

21 29 35 41 49 57 65 71 77 85 91 99

Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105 Referencias bíblicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111 5

Hace falta tener un montón de amigos para escribir un libro sobre la amistad. Les estoy agradecida a todos ellos.

INTRODUCCIÓN

L

amistad impregna el aire mismo que respiramos. Es omnipresente. Podemos verla en los ojos de las ancianas que se han pasado la vida cocinando para los suyos. Pode-mos escucharla en las risitas de las jóvenes al teléfono. Podemos sentirla latiendo en nuestro propio corazón en días lluviosos y solitarios en lugares remotos donde, cuando más solos nos sentimos, nos asaltan los recuerdos de quienes han recorrido la vida con nosotros y aún siguen caminando a nuestro lado. La amistad une pasado y presente y hace soportable la incertidumbre del futuro. Pero la amistad, en el mejor de los casos, es un concepto elusivo, una fiesta móvil. La palabra misma cambia de significado de periodo histórico a peA

9

riodo histórico. La interpretación de la misma cambia de persona a persona, de relación a relación. Su categoría se escinde y matiza hasta su casi desaparición en ocasiones. La amistad, como bien sabemos, es a veces «lo mejor» y a veces «buena». Suele ser «casual» y normalmente «ocasional». Va de la ternura al agobio. No es nunca una sola cosa y, sin embargo, no hay duda de lo que es cuando la poseemos. La cuestión del lugar, la naturaleza y el valor de la amistad ha sido durante siglos fascinación para los filósofos, incertidumbre para los eruditos, sacramento invisible para los maestros espirituales y grial para los místicos, artistas y poetas. Sea cual sea el contexto en que el debate brote, la amistad, en definitiva, es siempre y en todas partes misterio eterno, deseo eterno. Es inteligencia de lo último, búsqueda de comprensión humana. «Más valen dos que uno –enseña el Libro del Eclesiastés–. Si uno cae, lo levantará su compañero; pero ¡ay del solo que cae!...». Este lugar común bíblico es una afirmación simple, aunque profunda. Pero la sabiduría convencional de una sociedad sumamente móvil, básicamente anónima y totalmente fragmentada aparenta, al menos, ignorarla. «Nadie es indispensable», decimos desdeñosa e insensiblemente en esta cultura masificada. Pero estas palabras raspan como una lija en el espíritu de los ancianos y de los amantes. Los sofisticados que las 10

dicen son capaces, en este remolino de aislados, de hacerse pasar por sabios y humildes, e incluso por santos, por el mero hecho de pronunciarlas. No obstante, es un hecho que decirlas es penosa, lamentable y obviamente equivocado. Frente al Eclesiastés, simplemente se vienen abajo ante una verdad más exacta y abrasadora. Hay, ciertamente, una cosa que nos hace a todos y cada uno indispensables. Mientras haya alguien en algún lugar cuya vida lata al tiempo que la mía, sabré en lo más profundo de mí que soy verdaderamente necesaria y que no tengo derecho a morir. Sabré que soy verdaderamente indispensable, irreemplazable, vital para una vida que está más allá de la mía. Para esa persona, yo soy indispensable. Sean cuales sean mis necesidades, el amor del otro tiene mayor incidencia en mí que yo misma. Nuestros amigos dependen de nosotros. Cicerón escribió sobre su dolor a la muerte de su amigo Escipión: «Siento un desconsuelo por un amigo como el mundo no volverá conocer... [Pero] no pienso que Escipión haya sufrido un infortunio; soy yo quien ha sufrido el infortunio». Tener un amigo es admitir que alguna parte de la vida de otra persona que hemos tenido tierna y confiadamente en nuestras manos podría morir con nosotros. ¿De dónde procede, de hecho, el dolor por los muertos sino de la ira y la sensación de abandono que nos invaden al caer en la cuenta de 11

que una parte de nosotros nos ha sido arrebatada sin nuestro permiso? El dolor es simplemente una medida del gozo, de la profundidad procedente de conocer a otra persona y permitirle que me conozca de modos en que no me expongo a nadie más. De hecho, perder un amigo es ser arrojado de nuevo a la insularidad que es el yo. Y se trata de un lugar oscuro y gimiente, un lugar peligroso para estar, estrecho y confinado dentro de los límites del yo. Únicamente la amistad puede salvarnos realmente de nuestra pequeñez. Pero primero, como es natural, hay cosas que considerar: ¿qué es exactamente un amigo?; ¿es la amistad verdaderamente posible?; ¿es la amistad un bien necesario o simplemente un añadido social?; ¿es la amistad espiritual?; ¿no basta sólo con Dios?; ¿qué tiene la amistad que ver, si es que tiene que ver algo, con vivir la vida por siempre en proceso de transformación? A la pregunta sobre qué tiene que ver la amistad con el desarrollo personal y el crecimiento espiritual hay una respuesta extensa y otra breve. La respuesta breve es: «todo», si hemos de creer el pensamiento de los filósofos, los descubrimientos de los científicos sociales modernos, así como el testimonio de la historia y la sabiduría del Eclesiastés. La respuesta extensa llega en la lenta consciencia emergente de que, una vez que somos queridos, tenemos la obligación de vivir lo mejor que podamos; 12

una vez que hemos descubierto el amor que duplica la vida pero sin consumirla, debemos vivir para que la otra persona, que camina iluminada por la luz que hay en nuestro interior, así como por la luz que hay en el suyo, no tenga que avanzar desorientada por no iluminar nosotros bien el camino. El amor a un amigo va siempre acompañado de una linterna en la mano. Al hablar de amor, no estoy hablando de pasión, aunque ésta sea ciertamente, en algún revitalizador sentido, una dimensión fortificadora de cualquier relación profunda y buena. Al hablar de amor estoy refiriéndome al proceso de fundirse con la vida de otra persona de un modo que fusiona nuestros espíritus, abre nuestros corazones y dilata nuestras mentes, y sin pedir nunca nada a cambio. La amistad es el proceso de abrirnos al cariño y la sabiduría del otro. El amor de amistad es amor sin secretos, sin preguntas no hechas, sin pensamientos no expresados, sin preocupaciones no respondidas. La amistad nos lleva a lugares en los que no hemos estado antes y a los que no podemos ir solos. La amistad puede ser o bien fundamental, o bien banal, pero nunca se da sin ganar un poco más de yo. *** La historia de la amistad ha sido oscura en todas 13

sus dimensiones, pero sobre todo en la relativa a la mujer. Al igual que todo lo demás de la vida, la amistad ha sido coto masculino. Montaigne, en una época ya avanzada, el siglo XVI, escribía en su ensayo «De la amistad» que «...la inteligencia ordinaria de las mujeres no alcanza a que puedan compartir los goces de la amistad; ni el alma de ellas es bastante firme para sostener la resistencia de un nudo tan apretado y duradero». Mon-taigne no fue original ni único en su manera de pensar; tenía siglos de filosofía y discurso masculino en los que basar su afirmación. Los antiguos –Platón y Aristóteles y las escuelas filosóficas que los siguieron– partían de la base de que la amistad es uno de los más excelsos actos del espíritu humano, y los varones, las más excelsas criaturas de la jerarquía de la creación, escogerían a sus iguales –otros varones– como amigos. Los amigos eran el elemento cohesivo de la nación, la red de alianzas políticas, asociaciones, lealtades y colaboraciones sobre la que se basaban las decisiones del Estado. Cicerón, el gran orador romano, escribió su ensayo «De la amistad» no como un tributo al afecto personal, sino como un último intento de salvar a la endeble república romana de caer en la monarquía y la dictadura, revivificando las redes democráticas basadas en los ideales compartidos y las relaciones personales. 14

En la Edad Media, la palabra «amigo» incluía a los familiares, así como a cualesquiera asociados o benefactores o mecenas con los que se pudiera contar para alianzas que pudieran establecerse a fin de asegurar el poder y las propiedades de la familia. Los amigos eran, para la mayor parte de esta sociedad, simplemente «conexiones». Dado que tales asuntos políticos no estaban dentro del ámbito femenino y dado que la mayor parte de las mujeres estaban confinadas al círculo familiar, tampoco la amistad era dominio de la mujer. De hecho, hasta nuestro tiempo la privatización de la amistad no se ha convertido en moneda de curso social. Y, sin embargo, es igualmente cierto que a lo largo de la historia ha habido otra tradición más profunda y personal de amistad espiritual que las alianzas de las altas instancias. Hay otra corriente –fácil de ver– que transcurre en paralelo a esta dimensión política. Hay otro modelo de amistad, junto al modelo convencional de amistad masculina, del que podemos extraer una medida de la calidad de la nuestra simplemente con abrir los ojos y mirar. Los filósofos y los maestros espirituales se han debatido siglo tras siglo con la idea de amistad. Aristóteles decía: «¿Qué es un amigo? Una sola alma que mora en dos cuerpos». Y Catulo, en uno de los más conmovedores elogios a un amigo que se han hecho nunca, dice de esta relación: «Nuestra alma está enterrada, la mía con la tuya entrelaza15

da». Aquí no se trata de meras conexiones políticas. Los monjes del desierto comprendieron el papel de la amistad espiritual y la consideraron parte esencial de la vida espiritual incluso aunque exaltaran la apatheia –impasibilidad– y advirtieran contra las distracciones de los apegos humanos. El mandato de hospitalidad llevaba a aquellas mujeres y aquellos hombres a atender tanto a las necesidades físicas como espirituales de cuantos veían como sus discípulos espirituales. San Ambrosio consideraba la amistad humana como una parte necesaria de la efusión de la amistad divina. «Porque Dios es verdadero –argumentaba Ambrosio–, los amigos pueden ser verdaderos... Porque Dios ofrece amistad, podemos ser amigos los unos de los otros». San Agustín conceptuaba las relaciones humanas como fundamento del crecimiento. «Cuantos más amigos tenga –decía–, tanto más amaremos la sabiduría en común». Y san Benito consideraba la manifestación del yo a otro como un paso fundamental en el camino hacia el pleno desarrollo humano. La tradición fue constante: la amistad se convirtió en el elemento cohesivo de la comunidad cristiana y alcanzó su punto más excelso en los escritos espirituales del monje y abad cisterciense Aelred of Riveaulx, que dedicó su vida al tema. En 16

el siglo XII escribió una teología de la amistad que dedujo de la tesis de que «Dios es amistad». Para Aelred, la amistad es una dimensión necesaria de la vida cristiana y también una dimensión particular de la conciencia espiritual del individuo. Estos puntos de vista sobre la vida espiritual no prevalecieron a largo plazo. En un mundo dominado por la guerra, el hambre, las plagas y la opresión, el Dios del Amor perdió frente al Dios Juez y el «Cristo Rey». El ascetismo negativo, el arrepentimiento, la represión –destinados a expiar el tipo de pecado que podía generar la ira divina– eran la tónica de los tiempos. Durante el mismo periodo, con el ascenso del sistema universitario únicamente masculino, la influencia de las mujeres en el desarrollo del pensamiento y su visibilidad pública disminuyeron aún más. Apartadas del naciente mundo académico, cualesquiera experiencias e ideas que las mujeres pudieran haber aportado al tema se perdieron tras los muros de claustros, castillos y cocinas. La amistad prosiguió su machista camino, materia de poetas y ensayistas varones quizá, pero no moneda de curso corriente y, definitivamente, tampoco prerrogativa femenina. Hasta ahora. Hasta nuestro tiempo. Es decir, hasta que la liberación de energía llegada con la nueva conciencia de sí mismas que tienen las mujeres ha llevado a éstas a hablar de sus propias experiencias. Hasta que la psicología abordó el análi17

sis de las relaciones humanas y hete aquí que descubrió que la relación es esencial en el hecho de ser mujer. Hasta que descubrimos el lugar de la conversación en el desarrollo de la comunidad humana y el salutífero don de la mujer en este aspecto. Entonces empezamos a mirar la historia con nuevos ojos. Entonces comenzamos a ver, como si fuera por primera vez, a las mujeres que dieron nacimiento a nuestras esperanzas y proclamaron su presencia como mujeres y demostraron su conexión mutua y con Dios. Entonces empezamos a vernos con ojos nuevos. Entonces descubrimos lo que es ser mujer con otras mujeres. «Cada amigo –dice Anais Nin– representa para nosotros un mundo; un mundo posiblemente no nacido hasta que ellos llegan, y únicamente gracias a nuestro encuentro nace ese nuevo mundo». La amistad en general, y la amistad entre mujeres en particular, se ha vuelto de nuevo un tema valioso. La amistad está hoy cobrando vida de un modo nuevo. Y está cobrando vida muy claramente en las mujeres. La cuestión es qué cualidades la sustentan y dónde las encontraremos si hemos de vivir todos los mundos para los que hemos sido hechos. Las propias mujeres nos dicen ahora qué buscan en la amistad, y la Escritura nos presenta ejemplos en los que esas cualidades femeninas han cambiado el mundo. Es tiempo de rendirles homenaje. «Mis amigos son mis bienes», escribió Emily 18

Dickinson. Los amigos son, en otras palabras, la única riqueza que tendremos en último término. Mis amigos serán el tesoro que acumularé en vida, y puede que también la medida de mi propia valía. Por tanto, celebrar el Sacramento de la Amistad es de orden espiritual supremo.

19

20

21

LIDIA El crecimiento

N

alma se siente desolada –decía George Eliot– mientras haya un ser humano en quien pueda confiar por el que pueda sentir respeto». El comentario merece ser considerado seriamente. Nos lleva a repensar la idea de amistad. Si Eliot está en lo cierto, la amistad es más que un elemento de la vida social; es una fuerza espiritual que toca el alma. Es un hecho que la mera compañía no basta para llenar la vida. Lo que es por encima de todo necesario en las relaciones humanas, si han de dar INGÚN

22

sentido a nuestra vida, es el atributo de la fusión, el carácter de la combinación. Se trata del desafío de la conexión, que es algo de graves consecuencias en un mundo en el que podemos vivir en medio de la multitud por siempre sin ni siquiera notar nunca que estamos solos. ¡Es tan fácil pensar que tenemos amigos y saber cómo ser amigo cuando lo único que realmente tenemos es contactos...! ¡Es tan fácil pensar que tenemos una relación con alguien cuando lo único que realmente tenemos es más o menos tiempo de conversación anodina con personas a las que vemos con frecuencia pero a las que mantenemos siempre a distancia...! Donde no hay respeto ni confianza, puede haber atracción, pero no amistad. Se trata de una cuestión social de gran importancia en esta sociedad extremadamente anónima en la que vivimos, donde los vecinos no se conocen y los teléfonos tienen contestador para filtrar nuestras llamadas. La tensión subyacente en la sociedad contemporánea occidental es la lucha entre lo público y lo personal. Somos personas privadas que resulta que vivimos en grupos. Somos individuos que desarrollamos comunidades basadas más en los derechos de cada miembro separado que en nuestras obligaciones para con los grupos mismos. Valo-ramos la autonomía como pocas otras cosas, y, sin embargo, nada ha resultado más evidente en el avance hacia la independencia personal que la 23

inextricable conexión entre las relaciones humanas y la salud mental. Las mujeres que tienen amigos/as –que confían en alguien y le reverencian– son sencillamente más sanas, más felices. Son más sensibles con respecto a los demás y están más seguras de sí mismas. Los amigos nos abren nuevos mundos invitándonos a entrar en ellos riendo y cantando. Los amigos llevan nuestras cargas en su corazón y nos proporcionan la sabiduría de la distancia para manejarlas. Los amigos, las personas en las que realmente confiamos, enseñan caminos. La cuestión es cómo equilibrar la independencia y la relación. ¿Qué se requiere para salir de nosotros sin perdernos en los intereses, las ideas, los planes y los objetivos del otro? Es difícil en una sociedad de gurus que ofrecen cada día nuevas soluciones para sentirse bien. Pero sea cual sea la última moda en desarrollo personal, para la mujer que busque raíces en lo que se ha probado eficaz está el recuerdo de Lidia. Para entender la amistad y su lugar en la vida de la mujer, debemos mantener presente el recuerdo de Lidia. *** Lidia, a la que la Escritura reconoce, junto con Pablo, como implantadora del cristianismo en Europa, es claramente una mujer fuerte e indepen24

diente, inusual en su tiempo. Inusual quizá en cualquier tiempo. Lo que sabemos de la mujer Lidia puede ser escaso, pero es claro. Era una mujer acomodada, era de carácter resuelto y era autónoma. Donde la Escritura describe a Lidia no se menciona a un marido, tampoco se mencionan tareas domésticas ni indicios de dependencia. No era una provinciana protegida esta mujer. Al contrario, Lidia procedía de una activa zona comercial limítrofe con el Egeo llamada a su vez en el pasado «Lidia», que era la puerta urbana de comunicación entre el Oriente y Occidente, una encrucijada de ideas, culturas y actividades comerciales. Lidia tenía experiencia. Había viajado. Lo que sabía de la vida superaba los límites del clan y las certezas rurales. Lidia había visto cosas con las que la mayor parte de las mujeres de su tiempo ni siquiera habían soñado. Y congregó a esas mujeres a su alrededor abriéndoles un nuevo modo de pensar el mundo. La Escritura dice que Lidia era «vendedora de púrpura». En otras palabras, hacía negocios con las personas que hacían ropas para los reyes o tintes para las industrias locales. No era una vendedora callejera. No era una asalariada. Aquella mujer tenía influencia, y la utilizaba. «Obligó» a Pablo, según dice la Escritura, a quedarse en su casa, a formar su primera congregación en Euro-pa, una congregación de mujeres. Lidia no era una mujer 25

corriente. De hecho, era la clase de mujer que cualquiera quiere por amiga. Era una mujer que se hacía respetar, cuya voz debía ser tenida en cuenta. Lidia hacía lo que se proponía. En Lidia se podía confiar. En las Lidias del mundo se encuentra esa confianza personal que magnetiza a los demás, que atrae a la gente hacia ellas, que da sensación de seguridad y un toque de emoción a la vida de los que las rodean. Era una buscadora que arrastraba a otros en la pasión de sus empresas y hacía que el trayecto mereciera la pena aunque no fuese más que por la euforia de la búsqueda. Era una mujer libre que liberaba a otras mujeres que la rodeaban. En Lidia, una mujer podía ver aquello en lo que ella misma quería convertirse. Podía desarrollar una sensación de pertenencia. Podía explorar nuevas ideas en un espacio seguro y sin desprecios. La dimensión que da Lidia a la amistad es el deseo de obtener de otro la fuerza que necesitamos para ir más allá de donde iríamos solos. Buscamos una Lidia en nuestra vida para que nos dé el coraje de caminar por la cuerda floja sobre las furiosas cataratas de confusión que hay bajo nosotros. Con Lidias marcando el camino, podemos hacer cualquier cosa. Podemos abrirnos a nuevas ideas y arriesgarnos a arrostrar lo desconocido. Sin embargo, hay un problema en la búsqueda de una Lidia. El papel de Lidia es llevarnos más allá 26

de sí misma. Cuando nos encontramos caminando únicamente a la sombra de las Lidias de nuestra vida, en lugar de junto a ellas, hemos sustituido la amistad por la dependencia. Es fácil confundirlas, pero los signos son claros. Las verdaderas Lidias, cuando finalmente las encontramos, no son las que nos rehacen a su imagen; son las que nos facultan para ser lo mejor que podemos ser, para desarrollar lo que somos; son las que consideran nuestras ideas tan valiosas, tan posibles, como las suyas propias. Las Lidias que nos circundan no nos esclavizan a sus ideas; nos proporcionan el entorno, el modelo, que nos lleva a pensar por nuestra cuenta. En esta forma de fuerza radica la gloria de la amistad.

27

28