Kaldor Mary - Las Nuevas Guerras

Mary Kaldor Las nuevas guerras VIO LEN CIA O R G A N IZ A D A EN LA ERA G LO BAL fus Q uets Marv Kaldor LAS NUEVAS

Views 65 Downloads 1 File size 8MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Mary Kaldor

Las nuevas

guerras VIO LEN CIA O R G A N IZ A D A EN LA ERA G LO BAL

fus Q uets

Marv Kaldor LAS NUEVAS GUERRAS La violencia organizada en la era global Traducción de M aría Luisa Rodríguez Tapia

4 K R IT E R IO S

TUSUUETS F.01 Í O R E S

1.a edición: septiem bre 2001

€> Mary Kaldor, 1999 v 2001

© de la trad u c ció n : M aría Luisa R o d ríg u ez T apia, 2001 D iseño d e la colección: Lluís C loíeí y R am ó n Úbeda

ISBN: 8 4 -8 3 10-761 -9 D epósito legal: B. 33.044-2001 Im p reso so b re papel Offset-F C ru d o de P a p e le ra del Leizarán, S.A. Im p resió n : A & M Gráfic, S.L. Im p reso en E sp a ñ a

índice

A gradecim ientos................................................................................. 9 A breviaturas...................................................................................... 11 1. In tro d u c c ió n ............................................................................ 15 2. Las viejas guerras . . . ........................................................... 29 3. Bosnia-Herzegovina: estudio de una nueva guerra ...........49 4. La política de las nuevas g u e r r a s ........................................ 93 5. La economía de guerra globalizada .................................. 119 6. Hacia una perspectiva cosmopolita .................................. 145 7. Gobemanza, legitimidad y s e g u rid a d ............................... 177 Epílogo

......................................................................................... 195

Apéndices Notas .............................................. ............................................... 213 ín d ice o n o m á s t i c o ............................................................................................

235

Estoy muy agradecida a una serie de personas que han leído el manuscrito y me han hecho valiosos comentarios, y me gus­ taría dar las gracias, en particular, a Ulrich AJbrecht, Mient Jan. Faber, Zdenek Kavan, Julián Perry Robinson, M artin Shaw y el anónimo lector en Polity Press. Por supuesto, no son responsa­ bles del resultado final. También me gustaría dar las gracias a Aimée Shalan por su ayuda con el manuscrito y a todo el mundo en Polity, especialmente David HeJd, por su apoyo y su ánimo. Algunas partes del capítulo 3 se incorporaron a un capítulo escrito conjuntamente por mí y Vesna Rojícic» «The Political. Economy of War in Bosnia-Herzegovina», en Restructuring the Global Military Sector: New VVars, Mary Kaldor y Basker Vashee, eds. (Cassell/Pinter, 1997). Una. prim era versión del capítulo 4 apareció como «Cosmopolitanism versus nationalism: the new divide?» en Europe's New Nationalisms, Richard Kaplan y John Feffer, eds. (Cambridge University Press, 1996).

ACH ACNUR CEI CIAY CICR CNA EB ÍH ECHO ECOM OG ECOWAS EPLS ERB ESB FM I HDZ HOS HSP HV HVO IFOR IFP IISS IRA JNA MOS M PRI NACC ONG ONU OSCE OTAN OUA PASOK PDI PIB

Asamblea de Ciudadanos de Helsinki Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados Confederación de Estados Independientes Conferencia Internacional sobre la Antigua Yugoslavia Comité Internacional de la Cruz Roja Congreso Nacional Africano Ejército de Bosnia-Herzegovina Oficina Hum anitaria de la Comunidad Europea Grupo de Vigilancia de la Tregua de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental Comunidad Económica de Estados de África Occidental Ejército Popular de Liberación de Sudán Ejército Revolucionario de Bougainville Ejército Serbobosnio Fondo Monetario Internacional Partido Demócrata de Croacia Ala param ilitar del HSP Partido de las Derechas de Croacia Ejército Croata Consejo Croata de Defensa Fuerza de Aplicación (de los acuerdos de Dayton) Partido Inkatha de la Libertad Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres Ejército Republicano Irlandés Ejército Nacional Yugoslavo Fuerzas Armadas Musulmanas Recursos Militares Profesionales Consejo de Coordinación de la OTAN Organización No Gubernamental Organización de las Naciones Unidas Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa Organización del Tratado del Atlántico Norte Organización para la Unidad Africana Movimiento Socialista Panhelénico (Grecia) Persona Desplazada en el Interior Producto Interior Bruto

RCS R EN AMO SDA SDS SFOR TQ TPI UE UEO UNICEF UNPROFOR UNU W IDER

R esolución del C onsejo de S eg u rid ad de la ONU R esisten cia N acional M o z am b iq u eñ a P artid o (M usulm án) de A cción D em o crática P artid o D em ó crata S erbio F u erza de E stab ilizació n U nidades de D efensa T errito rial (en Y ugoslavia) T ribunal Penal In te rn a c io n a l U nión E u ro p ea U nión E u ro p e a O ccidental F ondo de N aciones .Unidas p a ra la In fa n cia F u erza de P ro tecció n de N aciones U nidas en B e rn ia U niversidad de las N acio n es U nidas In stitu to M undial de Investigació n so b re la E co n o m ía del D esarrollo

:iue^'as m e n a s

Introducción

En el verano de 1992 visité Nagorno-Karabaj, en la región transcaucásica, en medio de una guerra que enfrentaba a Azerbaiyán con Armenia. Entonces comprendí que lo que había pre­ senciado antes en Yugoslavia no era nada extraordinario; no era un retroceso al pasado de los Balcanes, sino una situación con­ temporánea, que podía encontrarse especialmente -o así lo pen­ sé- en el mundo poscomunista. La atmósfera de salvaje oeste de Knin (entonces capital de la autoproclam ada República Serbia en Croacia) y Nagorno-Karabaj, habitadas por jóvenes vestidos con uniformes caseros, refugiados desesperados y políticos neó­ fitos y bravucones, era muy peculiar. Más tarde emprendí un proyecto de investigación sobre el carácter de este nuevo tipo de guerras y descubrí, a través de colegas que tenían experiencia de prim era mano en África, que lo que había advertido en Euro­ pa del Este tenía muchas características en común con las gue­ rras que se libraban en África y quizás otros lugares, por ejem­ plo el sur de Asia. De hecho, la experiencia de guerras en otras regiones me ayudó a com prender lo que ocurría en los Balcanes y la antigua Unión Soviética.1 Mi argumento fundamental es que durante los años ochenta y noventa se ha desarrollado un nuevo tipo de violencia organi­ zada -especialm ente en África y Europa del Este- propio de la actual era de globalización. Dicho tipo de violencia lo califico de «nueva guerra». Utilizo el término «nueva» para distinguir estas guerras de las percepciones más comunes sobre la guerra procedentes de una época anterior y que esbozo en el capítu­ lo 2. El término «guerra» lo empleo para subrayar el carácter po­ lítico de este nuevo, tipo de violencia, pese a que, como se verá

claramente en las páginas que siguen, las nuevas guerras impli­ can un désdibujamiento de las distinciones entre guerra (nor­ malmente definida como la violencia por motivos políticos entre Oslados o grupos políticos organizados), crimen organizado (la violencia por motivos particulares, en general el beneficio eco­ nómico, ejercida por grupos organizados privados) y violaciones a gran escala de los derechos humanos (la violencia contra per­ sonas individuales ejercida por Estados o grupos organizados políticamente). En la mayor parte de la literatura existente, a las nuevas guerras se las califica de guerras internas o civiles, o de «con­ flictos de baja intensidad». Sin embargo, aunque la mayoría de dichas guerras son locales, incluyen miles de repercusiones transnacionales, de forma que la distinción entre interno y ex­ terno, agresión (ataques desde el extranjero) y represión (ata­ ques desde el interior del país) o incluso local y global, es difícil de defender. El término «conflicto de baja intensidad» lo acuña­ ron durante el periodo de la guerra fría los militares estadouni­ denses para hablar de la guerrilla o el terrorismo. Si bien es po­ sible trazar la evolución de las nuevas guerras a partir de los llamados conflictos de baja intensidad de aquella época, las ac­ tuales tienen unas características distintivas que quedan ocultas cuando se utiliza un término que se ha convertido, de hecho, en un comodín. Algunos autores definen las nuevas guerras como guerras privatizadas o informales;2 no obstante, aunque la pri­ vatización de la violencia es un elemento im portante en ellas, en la práctica la distinción entre lo privado y lo público, lo estatal y lo no estatal, lo informal y lo formal, lo que se hace por m oti­ vos económicos o políticos, no es fácil de establecer. Tal vez sea más apropiado el término «posmodemo», que utilizan algunos autores.3 Como «nuevas guerras», ofrece una forma de distin­ guir esos conflictos de las guerras que podríamos considerar ca­ racterísticas de la modernidad clásica. Sin embargo, el término también se emplea para referirse a las guerras virtuales y las guerras en el ciberespacio;4 además, las nuevas guerras incluyen también elementos de premodemidad o modernidad. Por úl­ timo, Martin Shaw usa el término «guerra degenerada». Para él existe una continuidad con las guerras totales del siglo xx y sus

aspectos genocidas; el calificativo llama la atención sobre la descomposición de las estructuras nacionales, especialmente las fuerzas militares.5" Entre los autores norteamericanos especializados en estrate­ gia hay un debate sobre lo que se denomina «revolución en los asuntos militares».6 El hecho es que la llegada de la tecnología de la información es tan im portante como lo fue la del- tanque y el avión, o incluso tanto como el paso de la tracción por caba­ llos al m otor m ecánico, con sus profundas repercusiones para el futuro del arte bélico. Sin embargo» estos autores conciben la revolución en los asuntos militares den re las estructuras institucionales de guerra y ejército que hemos heredado. Prevén conflictos con arreglo a un modelo tradicional en el que las nuevas técnicas se desarrollan más o menos en una línea que viene del pasado. Además, están diseñadas para m antener el ca­ rácter imaginario de la guerra que distinguió a la era de la gue­ rra fría y se usan de una m anera que permite reducir las bajas propias. La técnica preferida es el bombardeo aéreo espectacu­ lar, que reproduce la apariencia de la guerra clásica para con­ sumo público y, en realidad, tiene muy poco que ver con lo que está pasando en tierra. De ahí la famosa, observación que hizo Baudrillard de que la guerra del Golfo no se produjo.7 Estas téc­ nicas, elaboradas y complejas, se han empleado no sólo en Irak, sino también en Bosnia-Herzegovina y Somalia, yo diría que con una im portancia relativamente escasa» aunque causaran nu­ merosas bajas civiles. Comparto la opinión de que ha habido • una revolución en los asuntos militares, pero se trata de una revolución en las re­ laciones sociales de la guerra, no en tecnología» aunque esos cambios en las relaciones sociales estén infinidos por la nueva tecnología y hagan uso de ella. Bajo los despliegues espectacula­ res se libran guerras auténticas, que, incluso en el caso de la guerra de Irak de i — 1 i la que murieron cientos y miles de kurdos y chiítas, se explican mejor de acuerdo con mi concep­ ción de las nuevas guerras. Creo que las nuevas guerras deben interpretarse en el con­ texto del proceso conocido como giofaalización. Por tal entiendo la intensificación de las interconexiones políticas, económicas,

militares y culturales a escala mundial. Aunque acepto el argu­ mento de que 1a. globalización tiene sus raíces en la modernidad o incluso en etapas anteriores, opino que la globalización de los años ochenta y noventa es un fenómeno cualitativamente nuevo que, al menos en parte, puede explicarse como «tía consecuen­ cia de la revolución en las tecnologías de la información y también de las drásticas mejoras en la comunicación y el trata­ miento de datos. Este proceso de intensificación de las interco­ nexiones es un fenómeno contradictorio que implica, a la vez, integración, y fragmentación, homogeneización y diversificación, globalización y localización. Se ha dicho con frecuencia que las nuevas guerras son resultado del final de la guerra fría; reflejan un vacío de poder que es típico de los periodos de transición en la historia mundial. Desde luego, es cierto que las consecuen­ cias del final de la guerra fría -la existencia de excedentes de ar­ mas, el descrédito de las ideologías socialistas, la desintegración de los imperios totalitarios, la retirada del apoyo de las superpotencias a los regímenes clientelares- contribuyeron de m a­ nera im portante a las nuevas guerras. Pero el final de la guerra fría podría considerarse asimismo la forma en que el bloque del Este sucumbió a la inevitable invasión de la globalización: el derrum be de los últimos bastiones de la autarquía territorial, el momento en el que Europa del Este se «abrió» al resto del mundo. El impacto de la globalización es visible en muchas de las nuevas guerras. La presencia internacional en ellas puede incluir a periodistas extranjeros» soldados mercenarios y asesores mili­ tares, expatriados, voluntarios y un auténtico «ejército» de orga­ nismos internacionales que van de las organizaciones no guber­ namentales iOMG) como Oxfam, Save the Children, Médicos Sin Fronteras, Human Rights Watch y la Cruz Roja Internacional a instituciones internacionales como el Alto Comisariado- de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la Unión Euro­ pea (UE), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), la Organización para la Seguridad y la Cooperación en. E uro',a . SCEL i.i Organización para la Unidad Africana la propia Naciones Unidas (ONU), pasando por las tro­ pas de pacificación. En realidad, las guerras son el símbolo de

una nueva división mundial y local entre, los miembros de una clase internacional que saben inglés, Tienen acceso al fax, al co­ rreo electrónico y a la televisión por satélite, utilizan dólares o marcos alemanes o tarjetas de crédito, y pueden viajar libremen­ te, y los que; están excluidos de los procesos globales, que viven de lo que pueden vender o intercam biar o lo que reciben en con­ cepto de ayuda humanitaria, cuyos movimientos están restringi­ dos por los controles, los visados y los costes de los viajes, y que son víctimas de asedios, ham brunas forzosas, minas, etcétera. En la literatura sobre la globalización, una preocupación fundamental es la de las repercusiones de la interconexión m un­ dial en el futuro de la soberanía basada en el territorio; es decir, en el futuro del Estado moderno.8 Las nuevas guerras surgen en el contexto de la erosión de la autonom ía del Estado y, en cier­ tos'casos'extrem os, la desintegración del Estado. En concreto, aparecen en el contexto de la erosión del monopolio de la vio­ lencia legítima. Dicho monopolio sufre una erosión por arriba y. po r abajo. Por arriba lo erosiona la transnacionalización de las fuerzas militares, que comenzó durante las dos guerras m undia­ les, .y quedó, institucionalizada por el sistema de bloques de la guerra fría y las incontables relaciones transnacionales entre fuerzas arm adas que se desarrollaron en el periodo de posgue­ rra.9 La capacidad de los Estados para usar la fuerza de modo unilateral contra otros Estados está muy debilitada. Ello se debe, en parte, a razones prácticas: el creciente poder destruc­ tivo de la tecnología militar y la mayor interconexión entre los Estados, sobre todo en el ámbito militar. Es difícil imaginar, hoy en día, un Estado o grupo de Estados que se arriesguen a una guerra a gran escala que podría ser todavía más destructiva que lo que se experimentó durante las dos guerras mundiales. Además, las alianzas militares, la producción y el comercio in­ ternacional de armas, diversas formas de cooperación, e .inter­ cambio militar, los acuerdos de control de armamento, etcétera, han creado una forma de integración militar mundial. También se debe a la evolución de las normas internacionales. El princi­ pio de que la agresión unilateral es ilegítima se estableció por prim era vez en el pacto Kellogg-Briand de 1928, y se reforzó después de la segunda guerra mundial con la Carta de las Na­

ciones Unidas y los razonamientos utilizados en los juicios de crímenes de guerra de Nuremberg y Tokio. Al mismo-tiempo, por abajo, el-monopolio-■de; la--, viólesela organizada sufre la erosión de la privatización. En realidad, po­ dría decirse que las nuevas- gtierragv forman- parte, de u n procescsrque: é%; más-,-.©'..-menos,-el-.-inverso--a Ios-procesos por los' .que-' evdlucioíiárott los: Estados modernos-. Como explico en el capítu­ lo 2, el ascenso del Estado moderno estuvo íntimamente unido a la guerra. Para llevar a cabo las guerras, los gobernantes ne­ cesitaban aum entar la fiscalidad y los préstamos, eliminar el «desperdicio» resultante del crimen, la corrupción y la inefica­ cia, regularizar las fuerzas armadas y la policía, eliminar los ejércitos privados y movilizar el apoyo popular para recaudar dinero y reclutar hombres. A medida que la guerra se convirtió en competencia exclusiva del Estado, surgió, en paralelo al ca­ rácter cada vez más destructivo de la guerra contra otros Esta­ dos, un proceso de seguridad creciente en el interior; por eso el término «civil» acabó significando interno. Las nuevas guerras surgen en situaciones en las que los- ingresos del Estado- dismi­ nuyen-por. el declive de la economía y la expansión-'del delito')la corrupción y- la ineficacia, la violencia está cada vez más- privatizada, como consecuencia del creciente crimen organizado-'-y la aparición de grupos paramilitares, mientras la legitimidad polí­ tica- va desapareciendo. Por tanto, las distinciones entre la bar­ barie externa y el civismo interno, entre el combatiente como legítimo'' portador- de armas.-.y - el-no..-combatiente-, entre- el sol­ dado o policía y el' criminal, son'distinciones que están-desvane­ ciéndose. La barbarie de la guerra entre Estados puede acabar siendo una cosa del pasado. En su lugar surge un nuevo tipo de violencia organizada que está más extendida pero que es, tal vez, menos extrema. En el capítulo 3 utilizo el ejemplo de la guerra en BosniaHerzegovina para ilustrar los principales rasgos de las nuevas guerras, y lo hago, sobre todo, porque es la guerra que mejor conozco. La guerra de Bosnia-Herzegovina comparte muchas de las características de las guerras en otros lugares, pero es excep­ cional en un aspecto: acabó siendo el foco de la atención m un­ dial. En ella se concentraron más recursos -gubernam entales y

no gubernam entales- que en ninguna otra nueva guerra. Por un lado, esto significa que, como ejemplo, tiene ciertos rasgos atí­ pleos. Pero, por otro, también significa que se ha convertido en un paradigma del que pueden extraerse diversas enseñanzas, un ejemplo que se utiliza para argum entar desde distintos puntos de vista y, al mismo tiempo, un laboratorio en el que se experi­ m entan distintas formas de dirigir las nuevas guerras. Se: puede- establecer un contraste entre las, nuevas-; guerras y las de otros-tiempos-en.lo que respecta a.sus objetivos, sus.m é­ todos-de lucha y sus modos de financiación; Los objetivos de las' nuevas'-' guerras., están relacionados con la política de identida­ des,. a -diferencia de los objetivos geopolíticos o ideológicos de las guerras anteriores. En el capítulo 4 sostengo que, en el con­ texto- de la globalización, las divisiones ideológicas o territoria­ les-■del pasado., se han ido sustituyendo» cada vez más, por una nueva...división..política entre -lo que yo llamo cosmopolitismo», basado-..en. valores.- incluyentes, universalistas y multiculturales, y la política- de las identidades particularistas.10 Esta brecha se puede explicar por la separación creciente entre quienes forman parte de los procesos mundiales y los que están excluidos, pero no es la misma división. Entre quienes pertenecen a la ciase mundial se encuentran miembros de redes transnacionales ba­ sadas en una identidad exclusivista, mientras que, a escala lo­ cal, existen muchas personas valerosas que rechazan la política de la particularidad. Al -decir política de identidades, me refiero a la reivindica­ ción del-poder-basada-en una identidad concreta» sea nacional, de clan, religiosa o lingüística. En cierto sentido, todas las gue­ rras implican un choque de identidades: británicos contra fran­ ceses, comunistas contra demócratas. Pero lo que quiero decir es que, antes, esas identidades estaban vinculadas o a cierta no­ ción de interés del Estado, o a algún proyecto de futuro, a ideas sobre la forma de organizar la sociedad. Por ejemplo, los nacio­ nalismos europeos del siglo xix o los nacionalismos posco.lon.iales se presentaban como proyectos emancipadores para cons­ truir una nación. La nueva política de identidades consiste en reivindicar el poder basándose, en etiquetas*, sí- existen ideas so­ bre-el"'-cambio político o social» suelen, estar relacionadas con

una representación nostálgica e idealizada del pasado. Se suele afirm ar que la nueva oleada de política de identidades no es más que un retroceso al pasado, la reaparición de antiguos odios que estaban bajo control durante el colonialismo y la gue­ rra fría. Si bien es cierto que las narrativas de la política de identidades dependen de la m em oria y la tradición, tam bién es verdad qué /se «reinventan» aprovechando el fracaso o la corro­ sión de otras .fuentes de legitimidad política: el desprestigio del socialismo o la retórica nacionalista de la prim era generación cié dirigentes poscoloniales. Tales proyectos políticos retrógra­ dos surgen en el vacío creado por la ausencia de proyectos de futuro. A diferencia de la política de las ideas, que está abierta a todos y, por tanto, tiende a ser integradora, este tipo de política de identidades es intrínsecam ente excluyente y, por tanto, tiende a la fragmentación. Hay dos aspectos de la nueva oleada de política de identida­ des que están específicamente relacionados con el proceso de globalización. En prim er lugar, la nueva oleada de política de identidades es» a la vez» local y mundial, nacional y transnacio­ nal. En muchos casos, hay im portantes comunidades expatria­ das cuya influencia se ve incrementada por la facilidad para via­ jar y las mejoras en las comunicaciones. Los grupos dispersos en países industrializados o ricos en petróleo sum inistran ideas, dinero y técnicas, con lo que imponen sus propias frustraciones y fantasías en situaciones que, con frecuencia, son muy distin­ tas. En segundo lugar, esta política utiliza la nueva tecnología. La velocidad de movilización política es mucho mayor debido al uso de los medios electrónicos. No es exagerado hablar de las inmensas repercusiones de la televisión, la radio o los vídeos en un público que, muchas veces, está compuesto por no lectores. Los protagonistas de la nueva política exhiben, a menudo, los símbolos de una cultura mundial de masas -coches Mercedes, relojes Rolex, gafas de sol Ray-ban- junto a las etiquetas que re­ presentan su identidad cultural concreta. La segunda característica de las nuevas guerras es que ha cam biado el modo de combatir," la forma de librar esas gue­ rras. Las nuevas estrategias bélicas aprovechan la experiencia tanto de la guerrilla como de la lucha contrarrevolucionaria,

pero,., sin embargo, son muy peculiares*. En .la- guerra, convencio­ nal o regular» el objetivo es la captura del territorio po r medios miMtáres>./lás: batallas; son -los, enfrentamientos-:decisivos-. La' gue­ rra de guerrillas se desarrolló como forma. de; sortear,las..gran­ des'. concentraciones desfuerza-militar qué-caracterizan, a. la. gue­ rra convencionaL En ella», el territorio se captura m ediante el control político de la población, más que a base de avances mi­ litares, y se;intenta-evitar'los-combates todo lo-posible» También la nuevas/guerra intenta- evitar, el combate y hacerse-con- el- terri­ torio a través del control político de la población, pero.-;-mientras que la guerra de guerrillas -al menos en la teoría elaborada por Mao Zedong o Che Guevara- pretendía «ganarse a la gente», la nueva guerra tom a prestadas de la contrarrevolución unas téc­ nicas de desestabilización dirigidas a sem brar «el miedo y el odio». El objetivo es controlar a la población deshaciéndose de cualquiera que tenga una identidad distinta (e incluso una opi­ nión distinta). Por eso, el objetivo estratégico de estas guerras es expulsar a la población m ediante diversos métodos, como las matanzas masivas, los reasentamientos forzosos y una serie de técnicas políticas, psicológicas y económicas de intimidación. Ésa es la razón de que en todas estas guerras haya habido un aum ento espectacular del núm ero de refugiados y personas des­ plazadas, y de que la mayor parte de la violencia esté dirigida contra civiles. A principios del siglo XX, la proporción entre ba­ jas militares y civiles en las guerras era de 8:1. Hoy en día esa proporción se ha invertido casi al milímetro; en las guerras de los años noventa, la proporción entre las bajas militares y civi­ les es de 1:8. Diversos comportamientos que estaban prohibidos en virtud de las reglas clásicas de la guerra y penalizados en las leyes sobre la m ateria elaboradas a finales del siglo xix y princi­ pios del xx, como las atrocidades contra la población no com­ batiente, los asedios, la destrucción de monumentos históricos, etcétera, constituyen en la actualidad un elemento fundamental de las estrategias de las nuevas modalidades bélicas. En contraste con las unidades jerárquicas verticales que ca­ racterizaban a las «viejas guerras», las unidades que libran las guerras -actuales comprenden una enorme variedad de grupos: paramilitares, caudillos locales, bandas criminales, fuerzas de

policía, grupos mercenarios y ejércitos regulares, incluidas uni­ dades éseindíclas de dichos ejércitos. Desde el punto de vista or­ ganizativo están muy descentralizadas y actúan con una mezcla

de

c o n

(mutación y cooperación, incluso cuando están en bandos

Opuestos. Utilizan la tecnología avanzada, aunque no sea lo que

solemos llamar «alta tecnología» (bombarderos fantasma o misi­ les de crucero, por ejemplo). En los últimos cincuenta años ha habido progresos importantes en el armamento ligero, como las minas indetectables, o unas armas pequeñas que son tan ligeras precisas V fáciles de usar que hasta un niño puede emplearlas. También utilizan los medios modernos de comunicación -teléfo­ nos móviles, conexiones informáticas- para coordinarse, mediar y negociar entre las distintas unidades de combate. El tercer aspecto en el que las nuevas guerras pueden distin­ guirse de las anteriores es lo que denomino la nueva economía de guerra «globalizada», de la que me ocupo en el capítulo 5, junto a la modalidad de guerra. La nueva economía de guerra globalizada es casi exactamente lo contrario de las economías bélicas de las dos guerras mundiales. Aquéllas eran centraliza­ das, totalizadoras y autárquicas. Las nuevas economías de gue­ rra están descentralizadas. La participación en la guerra es baja y el paro es enormemente elevado. Además, dependen en grado sumo de los recursos externos. En estas guerras, la producción interior disminuye de forma drástica debido a la competencia global, la destrucción física o las interrupciones del comercio normal, como ocurre con los ingresos fiscales. En tales circuns­ tancias, las unidades de combate se financian mediante el sa­ queo y el mercado negro, o gracias a la ayuda exterior. Ésta puede presentar diversas modalidades: envíos de los expatria­ dos, «fiscalización» de la ayuda humanitaria, apoyo de los go­ biernos vecinos o comercio ilegal de armas, drogas o m ercan­ cías de valor, como el petróleo o los diamantes. Todas estas fuentes sólo pueden mantenerse a través de la violencia perm a­ nente, de modo que la lógica de la guerra se incorpora a la m ar­ cha de la economía. Estas relaciones sociales tan retrógradas, todavía más enraizadas debido a la guerra, tienden a difundirse a través de las fronteras mediante los refugiados, el crimen or­ ganizado o las minorías étnicas. Es posible identificar zonas de

economía de guerra o próximas a ellas en lugares como los Bal­ canes, el Cáucaso, Asia central, el Cuerno de África, África cen­ tral o África occidental. Como las diversas partes en conflicto com parten el mismo objetivo de sem brar «miedo y odio», actúan de tal m anera que se refuerzan unas a otras y se ayudan entre sí a crear un clima de inseguridad y sospecha; de hecho, es posible encontrar ejem­ plos, tanto en Europa del Este como en África, de cooperación entre bandos con fines económicos y militares. A menudo, los primeros civiles que se convierten en blanco de los ataques son los que defienden una política diferente, los que intentan m an­ tener unas relaciones sociales incluyentes y cierto sentido de moral pública. Es decir, aunque las nuevas guerras parecen de­ berse a diferencias entre distintos grupos lingüísticos, religiosos o tribales, también pueden considerarse como conflictos en los que representantes de una política de identidades particularista cooperan para suprim ir los valores del civismo y el multiculturalismo. En otras palabras, se pueden considerar guerras entre el exclusivismo y el cosmopolitismo. Este análisis de las nuevas guerras tiene connotaciones rela­ cionadas con la gestión de los conflictos, que estudio en el capí­ tulo 6. No hay ninguna solución posible a largo plazo dentro de la política de identidades. Y dado que se trata de conflictos con amplias ramificaciones sociales y económicas, los métodos im­ puestos desde arriba tienen todas las probabilidades de fracasar. A principios de los años noventa había un gran optimismo res­ pecto de las perspectivas de la intervención hum anitaria a la hora de proteger a la población civil. Sin embargo, creo que en la práctica dicha intervención se ha visto coartada por una es­ pecie de miopía sobre el carácter de la nueva guerra. La persis­ tencia de mandatos heredados y la tendencia a interpretar estas guerras en términos tradicionales eran la principal razón por la que la intervención hum anitaria no sólo no ha sido capaz de impedir las guerras sino que, tal vez, ha ayudado activamente a mantenerlas de diversas formas. Por ejemplo, mediante el sum i­ nistro de ayuda humanitaria, que es una im portante fuente de ingresos para las partes en conflicto, o con la legitimación de criminales de guerra al invitarles a la mesa de negociaciones, o

mediante el esfuerzo para lograr acuerdos políticos basados en teorías exclusivistas. La clave de cualquier solución a largo plazo es restaurar la legitimidad» devolver el control sobre la violencia organizada a las autoridades públicas» sean locales, nacionales o internacio­ nales. Es» al tiempo, un proceso político -el restablecimiento de la confianza en las autoridades y el apoyo a ellas- y un proceso legal: el restablecim iento de un imperto de la ley que permita actuar a dichas autoridades. Es imposible llevarlo a cabo a par­ tir de una política particularista. A la política del exclusivismo es preciso oponer un proyecto político alternativo, cosmopolita : futuro, que sea capaz de superar la división entre global y local y reconstruir la legitimidad asociada a un sistem a de va­ lores incluyente y democrático. En todas las nuevas guerras surgen personas y lugares que luchan contra la política de la exclusión: los hutus y tutsis, que se llam aban a sí mismos hutsis e intentaban defender sus pueblos contra el genocidio, los no nacionalistas en las ciudades de Bosnia-Herzegovina, sobre todo Sarajevo y Tuzla, que mantuvieron vivos los valores cívi­ cos multiculturales» o los ancianos del noroeste de Somalia, que negociaron la paz. Lo que se necesita es una alianza entre los defensores locales del civismo y las instituciones trans­ nacionales que ponga en m archa una estrategia dirigida a con­ trolar la violencia. Dicha estrategia com prendería factores polí­ ticos, m ilitares y económicos. Funcionaría en un marco legal internacional» basado en el conjunto de leyes internacionales que abarcan tanto las leyes de la guerra como los derechos hu­ manos, algo que quizá podría denom inarse derecho cosmopo­ lita. En este contexto, la labor de pacificación podría adquirir una nueva acepción conceptual» la de hacer respetar la ley cos­ mopolita. Dado que las nuevas guerras son, en cierto sentido, una mezcla de guerra, crim en y violaciones de los derechos hu­ manos» los agentes de esa ley cosmopolita tendrían que ser una mezcla de soldados y policías. También creo que los métodos dom inantes actuales de ajuste estructural o hum anitarism o de­ berían ser sustituidos por una nueva estrategia de reconstruc­ ción que incluyera restablecer las relaciones sociales, cívicas e institucionales.

En el último capítulo del libro hablo sobre las implicaciones de la defensa de un orden mundial. Aunque las nuevas guerras están concentradas en África, Europa del Este y Asia, son un fe­ nómeno global, y no sólo por la presencia de redes de com uni­ cación mundiales o porque se hable de ellas en todo el mundo. Las características de las nuevas guerras que he descrito tam ­ bién se dan en Norteam érica y Europa occidental. Las milicias de extrema derecha en Estados Unidos no son tan distintas de los grupos param ilitares en Europa del Este o África. En Esta­ dos Unidos, según los datos difundidos, el número de guardias privados de seguridad duplica el de los agentes de policía. Y tampoco la im portancia de la política de identidades y la cre­ ciente desilusión con respecto a la política formal son fenóme­ nos exclusivos del sur y el este. En cierto sentido, se puede cali­ ficar la violencia en los barrios marginales de las ciudades de Europa occidental y Norteamérica de una nueva guerra. A veces se dice que el mundo industrial desarrollado se está integrando y las regiones más pobres del mundo se están fragmentando. Yo diría que todas las zonas del mundo se caracterizan por una mezcla de integración y fragmentación, si bien las tendencias a la integración son mayores en el norte y las tendencias a la fragmentación son tal vez mayores en el sur y el este. Ya no es posible aislar unas partes del mundo de otras. Ni la idea de que podemos recrear una suerte de orden mundial bi­ polar o multipolar basándonos en la identidad -p o r ejemplo, cristianismo contra Islam-, ni la idea de que la «anarquía» de lugares como África y Europa del Este se puede contener, son posibles si mi análisis del carácter cambiante de la violencia or­ ganizada tiene algo de realidad. Por eso el proyecto cosmopolita tiene que ser un proyecto global, aunque su aplicación sea -co ­ mo debe ser- local o regional. Este libro se basa, sobre todo, en la experiencia directa de las nuevas guerras, especialmente en los Balcanes y la región transcaucásica. Como presidenta de la Asamblea de Ciudadanos de Helsinki (ACH), he viajado con frecuencia por esas regiones y he aprendido gran parte de lo que sé de los intelectuales críticos y los activistas de las secciones locales de la Asamblea. En BosniaHerzegovina, en concreto, a la ACH se le otorgó la condición de

organismo ejecutor de ACNUR, lo que me permitió recorrer el país durante la guerra para ayudar a los activistas locales. Asi­ mismo tuve la suerte de poder acceder a las diversas institucio­ nes encargadas de aplicar las políticas de la comunidad interna­ cional; como presidenta de la ACH, una de mis tareas consistía en presentar, junto con otros, las ideas y propuestas de las sec­ ciones locales a gobiernos e instituciones internacionales como la UE, la OTAN, la OSCE y la ONU. Como universitaria, pude completar y situar en su contexto esos conocimientos adquiridos mediante lecturas, conversaciones con colegas que trabajaban en ámbitos relacionados y proyectos de investigación realizados pa­ ra la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) y la Comisión Europea.12 Sobre todo, me fueron de gran ayuda los boletines, resúmenes de noticias, solicitudes de ayuda e informes de segui­ miento que ahora es posible recibir a diario a través de Internet. El objeto de este libro es no sólo informar, aunque he inten­ tado dar información y respaldar mis afirmaciones con ejem­ plos. Su meta es ofrecer una perspectiva diferente, la perspec­ tiva derivada de las experiencias de personas de mente crítica que se encontraban sobre el terreno, filtradas por mi propia ex­ periencia en diversos foros internacionales. Es una contribución a la reconceptualización de los modelos de violencia y guerra que debe llevarse a cabo si queremos detener las tragedias en­ raizadas en muchas zonas del mundo. No soy optimista, pero mis sugerencias prácticas pueden parecer utópicas. Las ofrezco llena de esperanza, no de confianza, como única alternativa a un futuro siniestro.

- -;

ejai guerras

Como a Clausewitz le gustaba destacar, la guerra es una ac­ tividad social.1 Incluye la movilización y organización de hom ­ bres, casi nunca mujeres, con el propósito de infligir violencia física; entraña la regulación de ciertos tipos de relaciones socia­ les y posee su lógica particular. Clausewitz, que posiblemente fue el mayor defensor de la guerra moderna, insistía en que no se podía reducir ni a un arte ni a una ciencia. En ocasiones, com paraba la guerra con la competencia en el mundo de los ne­ gocios y muchas veces usaba analogías económicas para ilustrar sus argumentos. Toda sociedad posee su forma característica de guerra. Lo que solemos considerar como guerra, lo que los políticos y jefes militares definen como guerra, es, en realidad, un fenómeno es­ pecífico que tomó forma en Europa entre los siglos xv y xvin, aunque desde entonces ha atravesado distintas fases. Fue un fe­ nómeno íntim am ente ligado a la evolución del Estado m oder­ no. Tuvo varias etapas, como intento m ostrar en el cuadro 2.1: desde las guerras relativamente limitadas de los siglos xvn: y xviii, relacionadas con el poder creciente del Estado absolutista, a las guerras de tipo más revolucionario del siglo xix, como las guerras napoleónicas o la guerra civil norteamericana -am bas unidas a la instauración de naciones-estado- y» de ahí, a las guerras totales de principios del siglo xx y la imaginaria, guerra fría de finales de siglo, que eran guerras de alianzas y» poste­ riormente, bloques. Cada una de esas fases se caracterizó por una modalidad bélica diferente, con distintos tipos de fuerzas militares, estrategias y técnicas, diferentes relaciones y diversos medios de lucha. Sin embargo, a pesar de esas diferencias, se

3 J¿

? 'Í O .*> u

1) -d

§c x& cu A

-= ~ ti, "O

lo ri

oj S! •i) C _o ’u

q 'a

7) O “T3 5 vd

UJ V

~3

O u

cu "T3

C

.2 70 O 73 2 175 ÍXj

u

'Ti

O s ’C *w _.'.ves

- ¿lc

En la obra de Clausewitz siempre había una tensión entre su insistencia en la razón y su énfasis en la voluntad y la emoción. Los personajes centrales de De la guerra son hombres de genio y héroes militares; el tejido del libro está hecho de sentimientos co­ mo patriotismo, honor y valentía. Sin embargo, también son im­ portantes sus conclusiones sobre el carácter instrumental de la guerra, la importancia de la dimensión y la necesidad de una coneeptualixación analítica de la guerra. En realidad, las tensiones en­ tre razón y emoción, arte y ciencia» desgaste y maniobra, defensa y ataque, instramentalismo y extremismo, constituyen los elemen­ tos clave del pensamiento de Clausewitz. Y puede decirse que esas tensiones alcanzaron su punto de ruptura en el siglo xx. En prim er lugar; las guerras de la prim era mitad del siglo xx fueron guerras totales» que incluyeron una amplia movilización de energías nacionales» tanto para luchar como para apoyar la lucha mediante la producción de armas y otros artículos. Clau­ sewitz no podía haber previsto la asombrosa combinación de producción de masas, política de masas y medios de com unica­ ción de masas, utilizados para la destrucción masiva. No obs­ tante, la guerra en. el siglo xx se ha acercado muchísimo a la noción de guerra absoluta de Clausewitz, con su culminación en el descubrim iento de las armas nucleares que, en teoría, po­ drían provocar la destrucción, total sin ninguna «fricción». Sin embargo» al mismo tiempo» algunas de las características de las

nuevas guerras estaban ya anunciadas en las guerras totales del siglo xx. En una guerra total, la esfera pública intenta integrar a toda la sociedad y eliminar, de esa forma, la distinción entre lo público y lo privado. De la misma manera, empieza a difuminarse la distinción entre lo militar y lo civil, entre combatientes y no combatientes. En la prim era guerra mundial, los objetivos económicos se consideraron blancos militares legítimos. En la segunda guerra mundial, el término «genocidio» entró a formar parte del lenguaje legal, como consecuencia de la exterminación de los judíos.18 En el bando aliado, el bombardeo indiscrimi­ nado de civiles, que causó una destrucción de proporciones ge­ nocidas (aunque no llegase al grado de exterminación realizado por los nazis), se justificó por que había que m inar la moral del enemigo, por que era una «necesidad militar», para emplear el lenguaje de las leyes de la guerra. En segundo lugar, a medida que la guerra afectaba cada vez a más gente, su justificación en virtud de los intereses del Estado se fue vaciando de contenido, si es que alguna vez había tenido una validez convincente. La guerra, como señala Van Creveld, es una prueba de que los hombres no son egoístas. Ningún cálculo utilitario e individualista puede justificar el hecho de arriesgarse a morir. El principal motivo por el que los ejércitos mercenarios eran tan insatisfactorios es que el incentivo económico es, por su propia naturaleza, insuficiente como motivación para guerrear. Lo mismo ocurre con el «interés de Estado», un concepto que deriva de la misma escuela de pensamiento positivista que en­ gendró la economía moderna. Los hombres van a la guerra por diversas razones individuales -aventura, honor, miedo, cam ara­ dería, protección de «la casa y el hogar»-, pero la violencia legí­ tima, socialmente organizada, necesita un objetivo común en el que cada soldado pueda creer y que pueda com partir con los de­ más. Para que los soldados sean considerados héroes y no crimi­ nales, es necesaria una justificación heroica que movilice sus energías y les convenza de m atar y arriesgarse a que les maten. En la prim era guerra mundial, el patriotismo parecía lo bas­ tante poderoso como para exigir el sacrificio, y millones de jó­ venes se presentaron voluntarios para luchar en nombre de la patria y el rey. La terrible experiencia de la guerra produjo desi­

lusión y desesperanza, así como una atracción hacia causas más abstractas: io que Gellner llama las religiones seculares.19 Para las naciones aliadas, la segunda guerra mundial fue literalmente una guerra contra el mal; se movilizó a sociedades enteras con la conciencia -que sus predecesores de la prim era guerra m un­ dial no tenían- de lo que entrañaba la guerra: la lucha contra el nazismo y la protección de sus formas de vida. Lucharon en nombre de la democracia o el socialismo contra el fascismo. En la guerra fría, se acudió a esas mismas ideologías para justificar la continua carrera de armamentos. Con el fin de respaldar la amenaza de destrucción masiva, se presentó el enfrentamiento como una lucha del bien contra el mal con arreglo a la expe­ riencia de la guerra. El hecho de que esta explicación fuera poco convincente o insuficiente es seguramente el principal mo­ tivo del fracaso de las intervenciones militares después de la guerra, especialmente la intervención estadounidense en Vietnam y la intervención soviética en Afganistán. Los obstáculos para el triunfo de la contrainsurgencia se han analizado con de­ talle, pero el argumento fundamental es que los soldados no se sentían héroes. Estaban en países lejanos en los que no estaba claro quién tenía razón y quién no. En el mejor de los casos, los participantes en esos conflictos se sentían peones en un juego de alta política que no lograban comprender; en el peor, se sen­ tían asesinos. En Estados Unidos -aunque no en Rusia, que repitió el mismo error en Chechenia-, donde los dirigentes polí­ ticos tienen muy en cuenta la opinión pública, aquella experien­ cia produjo un profundo rechazo a correr el riesgo de tener ba­ jas entre sus hombres. Como consecuencia, se han desarrollado estrategias basadas, sobre todo, en la fuerza aérea, que puede aplicarse sin poner en peligro vidas americanas, lo que Edward Luttvvak llama la «guerra posheroica».20 Gabriel Kolko, en su obra monumental sobre la guerra en el siglo xx,21 afirma que los conflictos siempre los inicia «un puñado de hombres» que padecen «ceguera sancionada por la sociedad». Los líderes políticos actúan con el consenso de un grupo escogido que excluye a los que no están de acuerdo y, por consiguiente, hay una transmisión de falsas informaciones e ilusiones engañosas sobre lo que implica una guerra. El argu­

mentó de Kolko refuerza la tesis de que las dem ocracias tienen menos probabilidades de verse envueltas en guerras. Desde luego» unos líderes a los que se exige más responsabilidad de­ berían ser menos propicios a em barcarse en aventuras imposi­ bles. Sin embargo, en el caso de la prim era guerra mundial, los hombres y mujeres corrientes parecieron com partir la ceguera de los dirigentes políticos. En el caso de la segunda guerra mundial, al menos en Gran Bretaña, la opinión pública fue probablemente más beligerante cine ios líderes políticos» que intentaban apaciguar las cosas. Pero em prender una guerra no es más que el principio; lo que importa» a la hora de soste­ nerla, es en qué medida los que participan en ella consideran que el objetivo del conflicto es legítimo. La guerra es una acti­ vidad paradójica. Por un lado, es un acto de extrema coacción» que implica un orden social organizado» disciplina» jerarquía y obediencia. Por otro» necesita lealtad, devoción y fe por parte de cada individuo. Lo que el periodo posterior a la guerra ha dejado claro es que existen pocas causas que constituyan un objetivo legítimo para la guerra y por las que la gente esté dis­ puesta a morir. En realidad, la idea de que la guerra es ilegítima empezó a lograr aceptación ya después del traum a de la prim era guerra mundial. El Pacto Kellogg-Briand de 1928 rechazaba la guerra como «instrumento político», salvo en casos de defensa propia. Esta prohibición se reforzó en los juicios de Nuremberg y To­ kio, en ios que se procesó a los líderes alemanes y japoneses por «planear una guerra de agresión», y quedó codificada en la Carta de las Naciones Unidas, Hoy en día, parece haberse gene­ ralizado la idea de que ei uso de la fuerza sólo se justifica en defensa propia o si está sancionado por la com unidad interna­ cional, en especial el Consejo de Seguridad de la ONU. En tercer lugar, las técnicas de la guerra moderna se han de­ sarrollado hasta el punto de disminuir notablemente su utilidad. Los grandes buques de guerra de duales del siglo xtx acabaron siendo más o menos irrelevantes en la primera guerra mundial. Lo que im portaba era la potencia de fuego producida en masa. La primera guerra mundial fue una guerra defensiva de des­ gaste en la que las ametralladoras acribillaban a filas y lilas de

jóvenes, dirigidos por generales que se habían formado en la es­ cuela estratégica decimonónica del uso sin reservas de la fuerza. Hacia el final de la guerra, la introducción de tanques y aviones permitió un avance ofensivo que hizo posible el tipo de guerra de maniobras que caracterizaría después a la segunda guerra mundial. En el período posterior a la guerra, el aumento del ca­ rácter letal y la precisión de todas las municiones, en parte, al menos, debido a la revolución en la electrónica, aum entó enor­ memente la vulnerabilidad de todos los sistemas de armamento. Las plataformas de am ias de la segunda guerra mundial se han hecho extraordinariam ente complejas y costosas, por lo que su utilidad ha disminuido debido a los costes y las exigencias lo­ gísticas, además de que las mejoras de rendimiento son cada vez, menores.22 En este período aum entaron considerablemente los problemas de movilización e infiexibilidad y los riesgos del desgaste, hasta hacer casi prohibitivo m ontar una operación im­ portante salvo que sea contra un enemigo claramente inferior, como en el caso de la guerra de las Malvinas de 1982 o las ope­ raciones del Golfo en 1991. La conclusión lógica de la trayectoria tecnológica de la gue­ rra moderna la constituyen, por supuesto, las armas de destruc­ ción masiva, especialmente las armas nucleares. Una guerra nu­ clear sería aquella en la que se aplicara una medida extrema de fuerza en cuestión de minutos. Pero ¿qué propósito racional po­ dría justificar nunca su uso? En el periodo posterior a la guerra, muchos pensadores estratégicos han reflexionado sobre este problema. ¿Acaso las arm as nucleares no anulan la premisa de la guerra moderna, el interés de Estado?23 Por último, en la posguerra las alianzas se hicieron más rígi­ das, de forma que la distinción entre lo interno y lo externo tam ­ bién se ha deteriorado. Ya en la segunda guerra mundial se vio con claridad que los Estados-nación no podían llevar a cabo las guerras de forma individual y unilateral. Esta lección se aplicó en la formación de las alianzas de posguerra. Los sistemas de mando integrado establecieron una división militar del trabajo en la que las superpotencias eran las únicas con capacidad inde­ pendiente de llevar a cabo guerras declaradas. En la práctica, después de la guerra, los países europeos abandonaron uno de

los atributos esenciales de la soberanía -el monopolio de la vio­ lencia organizada legítima- y, al menos en Europa occidental, lo que en realidad era una sociedad civil transnacional se extendió a un grupo de naciones. Existe un amplio debate sobre la con­ clusión de las ciencias sociales de que las democracias no se de­ claran guerras entre sí.24 Pero, curiosamente, lo que no se discute es la integración transnacional de las fuerzas militares, que pro­ porciona una limitación práctica contra la guerra. Claus Offe tiene un argumento parecido sobre las revoluciones de 1989 en Europa del Este; la razón por la que fueron tan pacíficas, afirma, fue la integración de las fuerzas militares en el Pacto de Varsovia, y eso explica, al mismo tiempo, la excepción de Rumania.25 Fuera de las alianzas, se estableció una red de conexiones militares a través de alianzas menos estrictas, el comercio de ar­ mas y el ofrecimiento de ayuda y formación militar, que crearon una serie de relaciones entre patrono y cliente que, a su vez, in­ hibieron la capacidad de declarar guerras de forma unilateral. Desde 1945 ha habido muy pocas guerras entre Estados, y éstas (India y Pakistán, Grecia y Turquía, Israel y los Estados Arabes) se vieron limitadas, en general, por la intervención de las superpotencias. La excepción que confirma la regla fue la guerra en­ tre Irán e Irak. Este conflicto duró ocho años y pudo librarse de forma unilateral gracias a que disponían de los ingresos del pe­ tróleo. Ambos bandos aprendieron la inutilidad de la guerra m oderna convencional. Citando de nuevo a Van Creveld: «Un millón de bajas más tarde, aproximadamente, los beli­ gerantes se encontraban de nuevo en sus puntos de partida. Los iraníes aprendieron que, ante una potencia de fuego gigantesca, a la que se añadía el gas, sus jóvenes soldados fanáticos no iban a poder avanzar más que en la ruta hacia el cielo. Los iraquíes aprendieron que la superioridad convencional, por si sola, era incapaz de infligir una derrota significativa a un gran país con casi el triple de su población. Ambos bandos se vieron constan­ temente obstaculizados por el miedo a que, si se interrum pía en serio el caudal de petróleo, su conflicto atraería la intervención de las superpotencias. Ambos querían un alto el fuego y se sin­ tieron aliviados cuando, por fin, se firmó».26

El deterioro de las distinciones entre lo público y lo privado, lo militar y lo civil, lo interior y lo exterior, también pone en tela de juicio la propia distinción entre guerra y paz. La segunda guerra mundial fue una guerra total y representó una fusión en­ tre guerra, Estado y sociedad, una fusión que siguió caracteri­ zando a las sociedades totalitarias. La guerra fría sostuvo una es­ pecie de psicosis de guerra permanente basada en la teoría de la disuasión, que queda magníficamente resumida en el lema «la guerra es la paz», de la obra de George Orwell 1984. La guerra fría mantuvo viva la idea de guerra al mismo tiempo que evitaba su realidad. Se suponía que el mantenimiento de grandes ejérci­ tos permanentes integrados en alianzas militares, la carrera con­ tinuada de armamento tecnológico y los niveles de gasto militar, hasta entonces jamás experimentados en tiempo de paz, debían garantizar la paz porque no estalló en suelo europeo ninguna guerra tan sencilla que encajara en el esquema descrito en este capítulo. Simultáneamente, en todo el mundo -incluida Europase produjeron muchos conflictos en los que murió más gente que en la segunda guerra mundial. Pero como estas guerras no se ajustaban a nuestra concepción de la guerra, no fueron teni­ das en cuenta. Las guerras irregulares e informales de la segunda mitad del siglo xx, empezando por los movimientos de resistencia durante la guerra y la guerra de guerrillas de .Mao Zedong y sus suceso­ res, son el preludio de nuevas formas de guerra. Los actores, las técnicas y las contratécnicas que surgieron de las grietas de la guerra moderna iban a proporcionar la base para nuevas for­ mas de violencia socialmente organizada. Durante la guerra fría, su carácter quedó oscurecido por el dominio del conflicto Este-Oeste; se consideraron una parte periférica del conflicto central. Pero ya antes del final de la guerra fría, cuando la ame­ naza de otra «guerra moderna» empezaba verdaderamente a re­ troceder, empezamos a ser conscientes de lo que Luttwak deno­ mina la nueva belicosidad.

J

'3 o bj :e Herzegovina:

estudie ~e >ee ^ee^e gue r a

La guerra de Bosnia-Herzegovina se desarrolló desde el 6 de abril de 1992 hasta ei 12 de octubre de 1995, cuando entró en vi­ gor un acuerdo de alto el fuego promovido por el vicesecretario de Estado norteamericano Richard Holbrooke.1 Murieron unas 260.000 personas y aproximadamente dos tercios de los habitan­ tes se vieron desplazados de sus hogares. Se produjeron vio­ laciones de los derechos humanos a gran escala» comprendidas detenciones forzosas, torturas, violaciones y castraciones. Se des­ truyeron muchos monumentos históricos de valor incalculable. La guerra de Bosnia-Herzegovina se ha convertido en el ejemplo arquetípico, el paradigma del nuevo tipo de guerra. Hay otras muchas guerras en el mundo, como indicó -con gran falta de sensibilidad- Boutros Boutros-Ghali a los ciudadanos de Sa­ rajevo en su visita a la ciudad, el 31 de diciembre de 1992. Si las tragedias hum anas se pueden medir en cifras, es posible asegu­ rar, como hizo él, que han ocurrido cosas más terribles en otros lugares.2 Pero la guerra de Bosnia-Herzegovina se introdujo en la conciencia mundial como ninguna otra guerra reciente. La guerra suscitó un enorme esfuerzo internacional, que in­ cluyó negociaciones políticas de alto nivel con la participación de todas las grandes potencias, los esfuerzos humanitarios de insti­ tuciones internacionales y ONG, y una gran atención por parte de los medios de comunicación. Se consolidaron y se destruyeron carreras personales y se decidió, al menos en parte, la situación del mundo después de la guerra fría: la penosa incapacidad de la política exterior de la UE, los fallos de la ONU, el regreso de Es­ tados Unidos, la redefinición del papel de Rusia. La actual pre­ sencia masiva de las tropas de la OTAN y las de los países de la

Asociación para la Paz (antiguos miembros del Pacto de Varsovia) tendrá profundas consecuencias tanto para el futuro del Tra­ tado del Atlántico .Norte como para el marco institucional de la seguridad europea y nuestra concepción de las tareas de mante­ nimiento de la paz. Por dichos motivos» 1^ guerra de Bosnia-Her­ zegovina acabará siendo» probablemente» uno de esos aconteci­ mientos definitorios en los que se cuestionan y se reconstruyen teorías políticas muy arraigadas, ideas estratégicas y acuerdos in­ ternacionales. Si la guerra del Golfo fue significativa por ser la primera crisis internacional después de acabar la guerra fría, la crisis de Bosnia duró más y es más representativa de las guerras de los años noventa. Cuando empezó la guerra, los principales ac­ tores de la llamada comunidad internacional no habían tenido tiempo de modificar sus ideas heredadas sobre el carácter de la guerra ni su percepción de Yugoslavia. La reacción internacional fue, como mínimo, confusa, a veces estúpida, y, en el peor de los casos» culpable de lo que ocurrió. Sin embargo, durante la guerra cambiaron ciertas actitudes, sobre todo entre quienes se encon­ traban sobre el terreno. Algunas personas con amplitud de miras, tanto de la propia Bosnia como de las instituciones internaciona­ les, lograron ejercer cierta influencia» aunque fuera marginal, y promover nuevas formas de pensar. En este cambio de siglo es mucho -tal vez el propio futuro de Europa- lo que depende de hasta qué punto se hayan aprendido y aun asimilado las lecciones. Este capítulo traza los defectos de las formas heredadas de concebir la guerra y establece la necesidad de un nuevo tipo de análisis en relación con las teorías políticas y militares sobre có­ mo y por qué se libran las guerras en el contexto del fin de siglo y sus repercusiones en cuanto a la participación internacional.

bo la guerra: L -'í-jtivc" Bosnia-Herzegovina era la república con más mezcla étnica de la antigua Yugoslavia; según el censo de 1991, la población estaba formada por musulmán-'- ‘ ' ~ fo r ciento), serbios (31,4

por ciento), croatas (17,3 por ciento) y otros que incluían a yu­ goslavos, judíos, gitanos y personas que se calificaban de diver­ sas formas, como «jirafas» o «lámparas». Aproximadamente la cuarta parte de la población pertenecía a matrimonios mixtos y, en las zonas urbanas, florecía una cultura laica y pluralista. La gran diferencia entre los grupos étnicos era la religión: los ser­ bios eran ortodoxos y los croatas eran católicos. En las prim e­ ras elecciones democráticas, de noviembre de 1990, los partidos que afirm aban representar a los diversos grupos étnicos obtu­ vieron más del 70 por ciento de los votos y se hicieron con el control de la Asamblea Nacional. Dichos partidos eran el SDA (Partido de Acción Democrática), que era el partido nacionalista musulmán, el SDS (Partido Demócrata Serbio) y el HDZ (Par­ tido Demócrata de Croacia). Aunque durante la cam paña electo­ ral prometieron que su meta era que las tres comunidades vivie­ ran juntas y en paz, estos grupos acabaron siendo las distintas partes del conflicto. El objetivo político de los serbobosnios y los serbocroatas, apoyados respectivamente por Serbia y Croacia, era la «lim­ pieza étnica». La comisión de expertos de la ONU ha definido este fenómeno como «la homogeneización étnica de un área m ediante el uso de la fuerza o la intimidación para eliminar de una zona concreta a personas de otro grupo étnico o reli­ gioso».3 Querían establecer territorios étnicam ente homogéneos que acabasen formando parte de Serbia y Croacia y dividir Bosnia-Herzegovina, con su mezcla étnica, en una parte serbia y otra croata. Para justificar estos objetivos, utilizaban el len­ guaje de la autodeterm inación extraído de la retórica com u­ nista sobre las guerras de liberación nacional en el Tercer Mundo. El objetivo del gobierno bosnio, que estaba controlado por musulmanes, era la integridad territorial de Bosnia-Herze­ govina, dado que los musulmanes constituían la mayoría en la república y eran quienes más tenían que perder con una parti­ ción; aunque en ocasiones el gobierno estuvo dispuesto a con­ siderar la posibilidad de un Estado musulm án residual o una cantonización étnica. La limpieza étnica ha sido característica del nacionalismo de Europa del Este en el siglo xx. El término se empleó por pri-

mera vez para hablar de la expulsión de griegos y armenios de Turquía a principios de los años veinte. La limpieza étnica adopta diversas formas, desde la discriminación económica y le­ gal hasta espantosas formas de violencia. La modalidad más suave fue la que ejerció Croacia tras las elecciones de 1990, cuando los serbios empezaron a quedarse sin trabajo y los que pertenecían a la policía en zonas de mayoría serbia se vieron sustituidos. La limpieza étnica violenta que iba a caracterizar la guerra de Bosnia-Herzegovina la iniciaron los serbios en Croa­ cia, en colaboración con el JNA (el ejército nacional yugoslavo) y numerosos grupos paramilitares; la sistematizaron los serbo­ bosnios y sus aliados en Bosnia-Herzegovina y la copiaron los croatas, tanto en Bosnia como en Croacia. ¿Cómo puede explicarse esta forma tan virulenta de nacio­ nalismo étnico? La percepción generalizada de la guerra queda expresada en los términos «balcanización» o «tribalismo». Los Balcanes, se dice, situados en la confluencia de civilizaciones y atrapados históricamente entre las fronteras cambiantes de los imperios otomano y austrohúngaro, siempre se han caracteri­ zado por sus divisiones y rivalidades étnicas, por antiguos odios que persisten soterrados. Tales divisiones quedaron suprimidas temporalmente durante el periodo comunista, pero volvieron a surgir en las primeras elecciones democráticas. Como argu­ mento a favor de esta opinión se suele mencionar Carta de 1920, un relato corto escrito por Ivo Andric entre las dos guerras mundiales. En esta historia, un joven decide irse de Bosnia para siempre porque es «un país de miedo y odio».4 Esta concepción de la guerra, visible, por ejemplo, en el libro de David Owen, se extendió por los círculos europeos de deci­ sión y las negociaciones de alto nivel.5 La fomentaron de forma deliberada algunos de los propios participantes en el conflicto. Así, Karadzic, el dirigente serbobosnio, declaró que serbios, croa­ tas y musulmanes eran como «perros y gatos», mientras Tudjraan, el presidente croata, subrayó en repetidas ocasiones que serbios y croatas no podían vivir juntos porque los croatas eran europeos, mientras que los serbios eran orientales, como los tu r­ cos o los albaneses.6 (Curiosamente, parece pensar, al menos en ocasiones, que es posible vivir con los musulmanes, ya que, de

acuerdo con esta teoría» en realidad son croatas» y Croacia y Bosnia-Herzegovina han estado tradicionalmente unidas. Por otro lado, los serbios equiparan a los musulmanes con los tu r­ cos, es decir, ¡como los croatas les ven a ellos!) Es un punto de vista que corresponde a la concepción pri­ mordial del nacionalismo» la idea de que éste está intrínseca y profundamente arraigado en las sociedades humanas que proce­ den de «etnias» orgánicamente desarrolladas.7 Lo que no explica es por qué hay largos periodos de coexistencia entre distintas comunidades o nacionalidades, ni por qué se producen oleadas de nacionalismo en momentos concretos. No explica la existen­ cia indiscutida de otras concepciones alternativas de la sociedad bosnia, e incluso yugoslava, que la consideran una cultura rica y unificada» en oposición al multiculturalismo, que comprende las distintas comunidades religiosas» las lenguas e im portantes factores de secularidad.8 Desde lúe __ - mia-Herzegovina posee una historia sombría, sobre todo durante el siglo xx, pero lo mismo ocurre con otras partes de Europa. La idea de que el na­ cionalismo agresivo es una especie de peculiaridad de los Balca­ nes nos permite pensar que el resto de Europa es inm une al fenómeno bosnio. La antigua Yugoslavia» que antes estaba con­ siderada como el más liberal de los regímenes com unistas y el primero en la lista de posibles nuevos miembros de la UE, se ha convertido en un punto negro en plena Europa, rodeado por otras sociedades presuntam ente más «civilizadas»; Grecia al sur» Bulgaria y Rumania al este, Austria» Hungría e Italia al norte y el oeste. Pero ¿y si la oleada actual de nacionalismo tiene cau­ sas contem poráneas? ¿No equivale la teoría primordial» enton­ ces, a una especie de miopía, una excusa para la falta de acción» o algo peor? Existe una teoría alternativa que sostiene que el naciona­ lismo se ha reconstruido con fines políticos. Esta opinión está más vinculada a la concepción «instramentalista» del naciona­ lismo, según la cual los movimientos nacionalistas reínventan versiones concretas de la historia y la memoria con el fin de construir nuevas formas culturales que sean útiles para la movi­ lización política.9 Lo que ocurrió en Yugoslavia fue la desinte­ gración del Estado, tanto el federal como» en los casos de Croa­

d a y B osnia-H erzegovina, ei republicano. Si definimos el Esta­ do, de acuerdo con la acepción de Webep como la organización que «conserva el monopolio de la violencia organizada legíti­ ma», es posible localizar, primero, el derrumbe de la legitimidad v, segundo, el de! monopolio de la violencia organizada. La a p a ­ rición del nacionalismo virulento, que efectivamente se co n sti­ tuyo sobre la base de tradicionales divisiones y prejuicios socia­ les -unas divisiones que de ningún modo alcanzaban a toda la sociedad yugoslava contemporánea-, debe interpretarse como nna lucha por parte de unas elítes cada vez más desesperadas (y co rru p ta s) para c o n tro la r los despojos del Estado. Además, en una sociedad p o sto ta lita ria el control es mucho más amplio que en sociedades más p lu ralistas y se extiende a todas las grandes instituciones sociales: empresas, escuelas, universidades, hospi­ tales, medios de comunicación,, etcétera. Para com prender la razón de que el Estado se desintegrara siguiendo los límites nacionales, lo mejor es acudir a la historia reciente de Yugoslavia, m ás que adentrarse en el pasado ante­ rior al comunismo. El régimen de Tito era totalitario en el sentido de que había no control centralizado de todos los as­ pectos de la vida social. Pero era más liberal que otros regíme­ nes de Europa del Este; permitía cierto grado de pluralismo económico; a partir de los años sesenta, se autorizó a los ciu­ dadanos yugoslavos a viajar y tener cuentas en moneda extran­ jera; la libertad artística e intelectual era mucho mayor que en otros países comunistas. La identidad política del ré g im e n yu­ goslavo procedía, en parte, de la lucha de los partisanos du­ rante la segunda guerra mundial; en parte, de su capacidad de o frece r un nivel de vida razonable a la población; y en parte, del hecho de tener una posición internacional especial, al ser un puente entre el este y el oeste, con su propia variedad nativa de socialismo y su papel dirigente en el movimiento de los no alineados. A medida que el recuerdo de la segunda guerra mundial se fue desvaneciendo y las mejoras económicas y so­ ciales del período de posguerra empezaron a desaparecer, era inevitable que se pusiera en tela de juicio su legitimidad. La caída del Mu ro de Berlín, los movimientos democráticos en el resto de Europa del Este y el fin de la división entre el bloque

oriental y occidente fueron el tiro de gracia para la identidad de la antigua Yugoslavia. Aunque los partisanos yugoslavos habían luchado bajo el lema «Fraternidad y unidad», y el objetivo era desarrollar un nuevo hombre o mujer socialista y yugoslavo, como en la Unión Soviética, el régimen tenía incorporado en su funcionamiento un complicado sistema de frenos y contrapesos para asegurar que ningún grupo étnico fuera dominante; es más, había insti­ tucionalizado la diferencia étnica. Para compensar el predomi­ nio numérico de los serbios, se crearon seis repúblicas, cada una (con la excepción de Bosnia-Herzegovina) con una naciona­ lidad dominante: Serbia, Montenegro, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Eslovenia y Macedonia. Además, había dos provincias autónomas dentro de Serbia: Kósovo (con una mayoría albanesa) y Vojvodina (con una población mixta, compuesta por ser­ bios, croatas y húngaros). A pesar de ello, los sondeos m ostra­ ron siempre, hasta los años ochenta, un apoyo creciente al yugoslavismo. Este sistema se reforzó con la Constitución de 1974, que traspasó poderes a las repúblicas y provincias autóno­ mas y estableció un mecanismo de rotación de las clases diri­ gentes basado en una aritmética étnica. Aunque la Liga Comu­ nista conservó su posición de monopolio, a partir de 1974 el propio partido se fue dividiendo, cada vez más, con arreglo a los límites nacionales. En una situación en la que se rechazaban otros desafíos políticos, el discurso político nacionalista se con­ virtió en la única forma de debate legítimo. En la práctica, ha­ bía 10 partidos comunistas, uno para cada república y provincia autónoma, otro para la federación y otro para el JNA. Como su­ braya Ivan Vejvoda, la Constitución de 1974 daba poder a los agentes colectivos, especialmente la nomenklatura, en las ins­ tancias republicanas y provinciales, al tiempo que se lo quitaba todavía más a los ciudadanos particulares. Era la descentraliza­ ción del totalitarism o.10 En este contexto, las identidades comu­ nitarias nacionales eran los candidatos más claros para llenar el vacío producido por la pérdida del yugoslavismo. Yugoslavia experimentó las tensiones de la transición econó­ mica unos 10 años antes que otros países de Europa del Este.11 Durante los años cincuenta y sesenta, el país tuvo un rápido

crecimiento económico, basado en ei modelo de rápida indus­ trialización pesada, orientada al sector de la defensa, típico de las economías centralizadas. En el caso yugoslavo, hubo alguna modificación debida al modelo de autogestión y al hecho de que la agricultura, en su mayor parte, permanecía en manos priva­ das. Durante este periodo, Yugoslavia recibió grandes cantida­ des de ayuda exterior porque se consideraba que era un baluar­ te contra un posible ataque soviético en el sureste de Europa. En los años setenta, la ayuda occidental empezó a disminuir y se vio sustituida por préstamos comerciales, que eran relativa­ mente fáciles de conseguir tras la crisis del petróleo. Como en el caso de otras economías centralizadas, a Yugoslavia le fue muy difícil reestructurar su economía; a ello hubo que añadir la de­ saceleración del crecimiento en los países occidentales -que in­ hibió el aumento de las exportaciones y redujo las remesas de los yugoslavos que trabajaban en el extranjero- y la creciente autonomía de las repúblicas y las provincias autónomas, que no se sentían responsables de la balanza de pagos y competían, unas con otras, para generar dinero. En 1979, la deuda había alcanzado proporciones de crisis: alrededor de 20.000 millones de dólares. En 1982 se aprobó un Plan de Recuperación del Fondo Monetario Internacional (FMI), que consistía en liberalización y austeridad. La principal conse­ cuencia de este plan fue la intensificación de la competencia por los recursos entre las repúblicas y la contribución a la cre­ ciente criminalización de la economía. La federación fue inca­ paz de controlar la generación de dinero, y en diciembre de 1989 la tasa mensual de inflación había alcanzado el 2.500 por ciento. El paro tuvo un promedio del 14 por ciento durante toda la década; resultaron especialmente afectadas las clases medias urbanas, que dependían en gran medida de los sueldos y pensiones del Estado, y los obreros industriales de zonas rura­ les, que se vieron obligados a sobrevivir con lo que podían obte­ ner de sus pequeñas parcelas. Una serie de escándalos de co­ rrupción producidos a finales de los años ochenta, sobre todo en Bosnia-Herzegovina, revelaron los vínculos cada vez mayores entre la degenerada clase dirigente y una nueva clase de m año­ sos. Un caso típico fue el escándalo de Agromerc, que dio a co­

nocer las nefandas actividades de Fikret Abdíc, jefe histórico del partido en Bihac y que posteriorm ente sería una figura clave en la guerra. Los argumentos nacionalistas eran una forma de li­ diar con el descontento económico» porque apelaban a las vícti­ mas de la inseguridad económica y ocultaban la alianza cre­ ciente entre la nomenklatura y la mafia. A finales de los años ochenta se aceleró la desintegración del Estado yugoslavo. El último prim er ministro federal, Antje Markovic, intentó volver a im poner el control central con un pro­ grama de «terapia de choque», introducido en enero de 1990. A pesar de que el program a logró reducir la inflación» provocó un enorme resentimiento en las repúblicas porque eliminó» de he­ cho, su «licencia para im prim ir dinero».12 En noviembre de 1990, Yugoslavia se encontró, como espacio económico único, ante el desafío de varias acciones económicas unilaterales; sobre todo, el enorme préstamo solicitado por los serbios para sufra­ gar la imposición de su gobierno en Kósovo, conocido como «el gran robo del banco», pero también la negativa eslovena a con­ tribuir al Fondo de Regiones Subdesarrolladas y la abolición unilateral, por parte de los croatas, de los impuestos sobre los coches, que en la práctica equivalía a sobornar a los votantes con la promesa de coches de im portación más baratos. Como espacio único de comunicación, Yugoslavia se fue de­ sintegrando paralelamente a la economía. En los años setenta, cada república y cada provincia controlaba sus propias cadenas de radio y televisión. De vez en cuando había una rotación de informativos en el prim er canal de televisión., y se podían ver noticias de otras repúblicas y provincias autónomas (también por rotación) en el segundo canal. Este sistema se vino abajo a finales de los años ochenta.13 A pesar de un último intento de­ sesperado, por parte de Markovic, de instaurar una televisión para toda Yugoslavia, Yutel, los medios de comunicación, a la hora de la verdad, estaban nacionalizados, y fueron una base poderosa para la propaganda nacionalista. En 1990, la legitimidad federal era discutida, desde el 'punto de vista legislativo y desde el judicial. Las primeras elecciones democráticas se celebraron en las repúblicas, pero no en el. ám ­ bito federal. Cuando el tribunal constitucional federal se oponía

a decisiones tomadas por los parlamentos republicanos recién elegidos -com o la decisión eslovena de no contribuir al Fondo de Regiones Subdesarrolladas o las declaraciones eslovena y croata de soberanía-, sus opiniones legales eran ignoradas. Y parecido desprecio por las decisiones constitucionales, a escala republicana, fue el que dem ostraron los serbios de Croacia cuando pretendieron declarar una «Región Autónoma Serbia». El último vestigio del Estado yugoslavo desapareció en 199.1, cuando se desintegró el monopolio de la violencia organizada. Ei JMA había sido el bastión del yugoslavismo,14 Ya en los años se­ tenta se crearon las Unidades de Defensa Territorial (TO) en las repúblicas, como consecuencia de un nuevo «Sistema de Defensa Popular Generalizada» introducido después de la invasión sovié­ tica de Checoslovaquia en 1968. En .1991, el JNA era, cada vez más, un instrumento de Siobodan Milosevic, el presidente de Serbia, mientras que eslovenos y croatas organizaban y armaban en secreto sus propias tropas independientes, creadas a partir de las TO v la policía, con suministros de excedentes de armas pro­ cedentes del mercado negro que estaba naciendo en Europa del Este por aquel entonces. Al mismo tiempo, los serbios creaban sus propios grupos paramilitares. En concreto, iniciaron su plan «RAM» (Marco) para arm ar y organizar en secreto a los serbios de Croacia y Bosnia-Herzegovina. El JNA fracasó por completo en sus esfuerzos de desarmar a los paramilitares (los croatas y los eslovenos afirmaban que sus fuerzas no eran grupos param i­ litares sino fuerzas legales de defensa) y acabaron aliándose con los grupos serbios en Croacia y Bosnia,15 La aparición de una nueva forma de nacionalismo corrió pa­ ralela a la desintegración de Yugoslavia. Era un nacionalismo nuevo en ei sentido de que estaba unido a la desintegración del Estado, a diferencia de los nacionalismos anteriores, «moder­ nos», cuyo objetivo era construir ese Estado, y, también a dife­ rencia de los nacionalismos anteriores, carecía de una ideología modernizadora. También era nuevo por sus técnicas de movili­ zación y sus formas de organización. Milosevic fue el primero en utilizar a gran escala los medios electrónicos para propagar el mensaje nacionalista. Su «revolución antiburocrática», que pretendía acabar con el sistema titista de frenos y contrapesos

porque lo consideraba discriminatorio para los serbios, fue la base de un llamamiento político populista que pasó por encima de la jerarquía com unista existente. Legitimó su presencia en el poder en asambleas de masas. Alimentó la m entalidad de víc­ tima, tan frecuente en las mayorías que se sienten minorías, con una dieta electrónica de historias sobre el «genocidio» en Kó­ sovo -prim ero a manos de los turcos, en 1389, y más reciente­ mente por parte de los albaneses- y el holocausto en Croacia y Bosnia-Herzegovina, con documentos cinematográficos de la se­ gunda guerra mundial intercalados con informaciones sobre su­ cesos actuales. En realidad, el público serbio experimentó una guerra virtual mucho antes de que estallara la guerra real; un conflicto virtual que hacía difícil distinguir la verdad de la fic­ ción, de forma que la guerra asumía una continuidad en la que la batalla de 1389 en Kósovo, la segunda guerra mundial y la guerra de Bosnia formaban parte del mismo fenómeno. David Rieff cuenta cómo los soldados serbobosnios, después de pasar un día disparando desde las colinas que rodean Sarajevo, llama­ ban a sus amigos musulmanes en la ciudad. Esa conducta tan contradictoria les resultaba totalmente lógica a los soldados, debido a la disonancia psicológica producida por esa realidad virtual. No disparaban contra sus amigos, sino contra turcos. «Antes de que acabe el verano -le dijo un soldado a Rieff-, ha­ bremos expulsado al ejército turco de la ciudad, de la misma forma que ellos nos expulsaron de los campos de Kósovo en 1389. Aquél fue el comienzo del dominio turco en nuestras tie­ rras. Y éste será el fin, después de todos estos siglos crueles... Los serbios estamos salvando a Europa, aunque Europa no va­ lore nuestros esfuerzos».16 Si Milosevic perfeccionó la técnica en cuanto a los medios, fue Tudjman quien desarrolló la forma de organización horizon­ tal y transnacional. A diferencia de Milosevic, procedía de un entorno disidente, y había cumplido tiempo en prisión a princi­ pios de los setenta por sus opiniones nacionalistas, aunque an­ tes había sido general del JNA. Su partido -el HDZ- tuvo poco tiempo para prepararse para las primeras elecciones dem ocráti­ cas, y no controlaba los medios de comunicación. Pero Tudjman había estado buscando el apoyo de los expatriados croatas en

Norteamérica. Aseguraba que el HDZ tenía secciones en 35 ciu­ dades de Estados Unidos, cada una con un número de miembros entre cincuenta y varios centenares, y alguna hasta con 2.000. Las autoridades comunistas siempre m iraron con suspicacia a los expatriados; se consideraba que, en general, los emigrados eran antiguos Ustashe (los fascistas croatas de la segunda gue­ rra mundial). Tudjman declaró después que la decisión política más im portante que tomó nunca fue invitar a los emigrados a volver para el congreso del HDZ en febrero de 1 9 9 0 . 17 Esta for­ ma de organización transnacional fue una considerable fuente de fondos y técnicas electorales, y posteriorm ente de armas y m er­ cenarios. Provocó otra forma de realidad virtual, derivada del distanciamiento, en el tiempo y el espacio, de los miembros del partido expatriados, que estaban aplicando a una situación con­ temporánea una imagen de Croacia que correspondía a cuando ellos se habían marchado. El proceso de desintegración y el ascenso de una nueva for­ ma de nacionalismo virulento tuvo el mejor ejemplo en BosniaHerzegovina, que siempre había sido una sociedad mixta. La diferenciación de comunidades en función de las religiones (or­ todoxa, católica, musulmana y judía) había quedado institucio­ nalizada durante el último periodo del imperio otomano median­ te el sistema de millets (nombre que recibían las comunidades religiosas); ese «comunitarismo institucionalizado», como lo lla­ ma Xavier Bougarel,8 se mantuvo, en diversas formas, durante todo el periodo de dominio austrohúngaro (1878-1914) y en la primera y la segunda Yugoslavias. No obstante, en el periodo de posguerra hubo muchos matrimonios mixtos y, sobre todo en las ciudades, la lógica comunitaria se vio sustituida por una mo­ derna cultura laica. El yugoslavismo era especialmente fuerte en Bosnia-Herzegovina. Esta república era en la que más populari­ dad tenía Yutel y donde Markovic decidiría lanzar su partido re­ formista. Bougarel diferencia el «comunitarismo institucionalizado» del nacionalismo político y territorial. El primero depende de un equilibrio entre comunidades que se denomina komsiluk (buena vecindad) y que está amenazado por la movilización po­ lítica o militar, como ocurrió en las dos guerras mundiales. La

reaparición del nacionalismo político a finales de los ochenta se debió, como había ocurrido anteriormente, a motivos instru­ mentales. Según Bougarel, fue una reacción, al descontento deri­ vado de un desarrollo desigual y la creciente división entre las elites económicas y científicas y las regiones rurales atrasadas. Dicha división estaba especialmente agudizada en Bosnia-Her­ zegovina, y se exacerbó durante los años ochenta. Asimismo fue una reacción a la pérdida de legitimidad del partido en el poder. Seis meses antes de las elecciones de 1990, un sondeo reali­ zado en Bosnia-Herzegovina m ostraba que el 74 por ciento de la población estaba a favor de prohibir los partidos nacionalis­ tas. Sin embargo, cuando llegó el momento, el 70 por ciento de los votantes los apoyaron. Esta discrepancia puede explicarse acudiendo al argumento de Bougarel. La mayoría de la gente tenía miedo de la am enaza al komsiluk que representaban los partidos nacionalistas. No obstante, una vez comenzada la mo­ vilización política, sentían la necesidad de agrupar a su com uni­ dad. De todas formas, hay que tener en cuenta otros factores. Por un lado, la Liga Comunista de Bosnia-Herzegovina era con­ siderada tradicionalmente un partido de la línea dura y retra­ sado a la hora de adaptarse a la ola de pluralismo que invadía el resto de Europa del Este; y los partidos nacionalistas repre­ sentaban la alternativa más clara a los comunistas. Además, quedó desacreditada por una serie de escándalos de corrupción a finales de los años ochenta. Por otra parte, la rapidez de la movilización nacionalista se explica, en parte, por el papel de Croacia y Serbia. El HDZ, el partido nacionalista croata, en rea­ lidad era una ram a del partido de Tudjman, y el SDS, el partido nacionalista serbio, era una sección del partido nacionalista ser­ bio establecido en Krajina, la región serbia de Croacia.. Asimis­ mo, tanto el Centro cultural croata de Zagreb, Matica Hrvatska, como la Academia Serbia de Ciencias, responsable del famoso m em orándum de 1986 que puso en marcha por primera, vez un program a nacionalista serbio, desempeñaron un papel muy ac­ tivo a la hora de suscitar el sentimiento nacionalista, en com pa­ ñía de las instituciones religiosas. Las elecciones las ganaron los partidos nacionalistas, que formaron una incómoda coalición; cosa nada extraña, dado el

carácter c o n tra d ic to rio de sus objetivos. En concreto, los miem­ bros del SDS en la Asamblea perdieron repetidas votaciones ante el SDA y el HDZ. Los partidos cívicos n o nacionalistas ob­ tuvieron el 28 por ciento de los votos; les apoyaron, sobre todo, los intelectuales urbanos y los trabajadores de la industria. La guerra se precipitó por la decisión de la comunidad internacio­ nal de reconocer E slovenia y Croacia, y cualquier otra antigua república yugoslava siempre que celebrase un referéndum y re­ conociera los derechos de las minorías (cosa que se ignoró en los casos de Croacia y Bosnia). El SDA y el HDZ e sta b a n a favor de la independencia; los serbios» no. B ougarel llega a la conclusión de que las dos imágenes con­ tradictorias de Bosnia-Herzegovina com o u n a tie rra de to le ra n ­ cia y coexistencia y como u n país de m iedo y odio son ciertas. El miedo y el odio no so n endémicos sino que, en ciertos p e rio ­ dos, se fomentan con fines políticos. La p ro p ia d im en sió n de la violencia puede interpretarse no com o u n a co n se cu en c ia del «miedo y el odio», sino como un reflejo de la d ificu ltad de re ­ c o n s tru ir el «miedo y el odio». Como decía Zivanovic, un liberal independiente que permaneció en áreas d o m in a d a s p o r los ser­ bios durante todo el conflicto: «La g u e rra ten ía que ser m uy sangrienta, porque los lazos que nos unían eran muy fuertes».19 Esta provocación de «miedo y odio» ad o p ta fo rm as co n cretas en determinados periodos y debe explicarse en fu n ció n de c a u ­ sas especificas. En otras palabras, el nuevo nacionalismo es un fenómeno contemporáneo que deriva de la h isto ria recien te y en el q ue influye el contexto actual. A veces se dice que el nacionalismo musulmán es u n fen ó m e­ no diferente del nacionalismo serbio y croata. Los que no están de acuerdo con la idea dominante de que ésta fue u n a g u e rra ci­ vil suelen argum entar que se trató de una agresión serbia y, en menor medida, croata. Desde luego, es v erdad que los n a c io n a ­ listas serbobosnios, ayudados e instigados por los gobiernos ser­ bio y yugoslavo, fueron los agresores» y que .fueron ellos quienes iniciaron y aplicaron de forma más sistem ática y extendida la política de limpieza étnica. Los nacion alistas cro atas, re sp a ld a ­ dos p o r el gobierno de Croada, siguieron su ejem plo, au n q u e a menor escala. También es cierto que el SDA, el p artid o n a c io n a ­

lista musulmán, siempre estuvo a favor de una Bosnia-Herzego­ vina unificada y multicultural. Pero el multiculturalismo, para los nacionalistas musulmanes, significaba una organización po­ lítica de acuerdo con límites comunitarios; de ahí los intentos de Izetbegovic de organizar grupos étnicos «aceptables» como el Consejo Civil Serbio o el Partido Campesino Croata. Además, el SDA también m ostraba algunas de las mismas tendencias de los demás partidos nacionalistas, como la de imponer un rígido control político sobre todas las instituciones, o el uso de los me­ dios de comunicación para provocar una guerra virtual contra las demás comunidades: la revista del SDA, El Dragón de Bosnia, es especialmente estridente en sus llamadas a la violencia nacio­ nalista.20 La comisión de expertos de la ONU afirma que las fuer­ zas bosnias no emprendieron ninguna campaña de limpieza ét­ nica, aunque sí cometieron crímenes de guerra. No obstante, hubo croatas expulsados o que decidieron marcharse de las zo­ nas de Bosnia central tomadas por las fuerzas bosnias durante el conflicto entre musulmanes y croatas, y lo mismo ocurrió con los serbios en las zonas ocupadas durante los últimos días de la guerra. En otras palabras, fue una guerra de agresión serbia y croata, pero también fue una nueva guerra nacionalista. El hecho de que el miedo y el odio no eran endémicos en la sociedad bosnia quedó claro en el brote de activismo civil du­ rante el preludio de la guerra.21 Se desarrolló un amplio movi­ miento pacifista, muy apoyado por los medios de comunicación bosnios, los sindicatos, los intelectuales, los estudiantes y orga­ nizaciones de mujeres. En julio de 1991, decenas de miles de personas formaron una cadena hum ana en todos los puentes de Mostar. En agosto de 1991, Yutel organizó una concentración en Sarajevo a la que asistieron 100.000 personas. En septiembre, 400 pacifistas europeos, constituidos en la Caravana de la Paz de la Asamblea de Ciudadanos de Helsinki, se unieron a miles de bosnios en una cadena hum ana que conectaba la mezquita, la iglesia ortodoxa, la iglesia católica y la sinagoga de Sarajevo. Parecidas manifestaciones se organizaron en Tuzla y Banja Luka, así como otros pueblos y ciudades. El punto culminante y final del movimiento llegó en los me­ ses de marzo y abril de 1992. El 5 de marzo, los pacifistas con­

siguieron derribar las barricadas erigidas por grupos nacionalis­ tas musulmanes y serbios después de que alguien disparase con­ tra un novio serbio en su boda. El 5 de abril, entre 50.000 y 100.000 manifestantes desfilaron por Sarajevo para exigir la di­ misión del gobierno y pedir un protectorado internacional. Mi­ les más llegaron en autobuses, procedentes de Tuzla, Zenica y Kakanj, pero no pudieron entrar en la ciudad debido a las ba­ rricadas de serbios y musulmanes. La guerra comenzó cuando unos francotiradores serbios dispararon sobre los manifestantes desde el Holiday Inn; la prim era persona en morir fue una estu­ diante de medicina de 21 años, que había ido desde Dubrovnik.22 Al día siguiente, los Estados europeos reconocieron a Bos­ nia-Herzegovina y los serbios abandonaron la Asamblea bosnia. El Estado quedaba reconocido precisamente en el momento de su desintegración. Según Bougarel, la de Bosnia fue una guerra civil en el sen­ tido de que fue una guerra contra la población civil y contra la sociedad civil.23 Y Tadeusz Mazowiecki, el relator especial de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, menciona la opi­ nión de algunos observadores de que «las fuerzas atacantes es­ tán decididas a "matar" la ciudad [Sarajevo] y la tradición de tolerancia y armonía étnica que representa».24 O, para decirlo de otra forma, se puede considerar que fue una guerra de los na­ cionalistas exciuyentes contra una sociedad secular, multicultu­ ral y pluralista.

Cómo se llevó a cabo la guerra: medios militares y económicos Yugoslavia era seguramente el país más militarizado de Eu­ ropa después de la Unión Soviética. Hasta 1986, el gasto militar representaba hasta el 4 por ciento del PIB, más que ningún otro país europeo no soviético, excepto Grecia.25 El JNA estaba com­ puesto por unos 70.000 oficiales y miembros profesionales, más 150.000 reclutas. Además, cada república y provincia autónoma era responsable de organizar y equipar las TO, en general fuer­

zas de reserva, que ascendían, según Jos informes, a un millón de hombres. El JNA siguió siendo una entidad yugoslava hasta 1991. El ejército controlaba una red de bases, empresas y arsenales co­ nectados entre sí, que, a diferencia del resto de la economía, te­ nían una organización de ámbito yugoslavo. Aunque la estrate­ gia partisana que inspiraba la organización del JNA se basaba en formaciones de combate locales y descentralizadas, el mando se­ guía estando centralizado para todo el país. Entre los oficiales del JNA, de los que el 70 por ciento eran serbios o montenegrinos, el yugoslavismo siguió expandiéndose en una época en la que disminuía en otras esferas de la vida social. El JNA absorbía la mayor parte del presupuesto federal, y en 1991 parecía que el ejército y la Liga Comunista eran prácticamente las únicas cosas que quedaban de la idea de Yugoslavia; por esa razón, el yugoslavismo acabó asociándose con el totalitarismo y el militarismo. Entre 1986 y 1991, el gasto militar disminuyó de forma drástica, de 2.491 millones de dólares -en precios constantes de 1988- a 1.376 millones de dólares,26 lo cual contribuyó a au­ m entar en el JNA la sensación de victimismo y paranoia sobre los enemigos externos e internos. (La detención de unos jóvenes periodistas eslovenos que habían criticado las exportaciones de armas al Tercer Mundo en 1988, y el subsiguiente y aireado ju i­ cio, fue un ejemplo de esa paranoia.) La historia de las guerras en Eslovenia, Croacia y, sobre todo, Bosnia-Herzegovina es tam ­ bién la historia de la desintegración del complejo militar e in­ dustrial yugoslavo. El JNA y las TO se desintegraron en una combinación de fuerzas regulares e irregulares a las que se fue­ ron añadiendo criminales, voluntarios y mercenarios extranje­ ros, y que rivalizaban por el control sobre los bienes militares de la antigua Yugoslavia. Al comienzo de la guerra en Bosnia-Herzegovina existía una variedad desconcertante de grupos militares y param ilitares. En teoría, había tres bandos en el conflicto; los serbios, los croatas y los bosnios. En la práctica, las diversas fuerzas coo­ peraron unas con otras, en distintas combinaciones, a lo largo de toda la guerra. Así, en las prim eras etapas, croatas y bosnios colaboraron contra los serbios. Después, tras la publicación en

* a plan V ance-O w en -que se basaba en la cantonización étnica-, c r o a t a s y m usulm anes em pezaron a luchar entre sí, porque los prim eros querían asegurarse el dominio de «sus» cantones. Entonces llegó el acuerdo de Washington entre m u­ sulmanes y croatas, impuesto por los norteamericanos, y, en las últimas fases del conflicto, los musulm anes y los croatas volvie­ ron a cooperar, al menos oficialmente. En el transcurso de la guerra, las fuerzas de cada paite del conflicto se fueron centra­ lizando y regularizando cada vez más. Hacia el final, las princi­ pales fuerzas regulares eran el Ejército Serbobosnio (ESB), el Consejo Croata de Defensa y el Ejército de Bosnia-Her­ zegovina (EBíH). Tras la guerra de diez días en Eslovenia, en junio de 1991, el JNA se retiró a Croacia (y dejó atrás sus armas). A mediados de julio de 1991, el JNA había trasladado aproxim adam ente a “v j ÜO soldados a Croacia, Junto a unos 12.000 soldados de las fuerzas irregulares serbias» compuestas por voluntarios locales V grupos (a menudo, criminales) propiam ente de Serbia, estas tropas experimentaron con las estrategias que después se usa­ rían en. Bosnia-Herzegovina. Después del alto el fuego en Croa­ cia, el JNA se retiró a Bosnia-Herzegovina y se llevó su material. En mayo de 1992, el JNA se retiró formalmente de Bosnia-Her­ zegovina. En la práctica, sólo hubo unos 14.000 soldados que se m archaran a Serbia y Montenegro; alrededor de 80.000 fue­ ron transferidos al ejército serbobosnio. El HVO estaba compuesto por las milicias adjuntas al HDZ. Trabajaba en colaboración con el ejército croata (HV), que se había formado a partir de las fuerzas croatas de defensa territo­ rial y se había constituido en el transcurso cié la guerra con la ayuda -en materia de form ación- de una empresa privada for­ mada por generales norteamericanos retirados, Recursos Milita­ res Profesionales (MPRI).27 No existía un ejército bosnio cuando estalló la guerra. En lo esencial, la defensa del territorio bosnio estaba organizada de manera local, Sarajevo estaba defendida por una mezcla vario­ pinta de ligas patrióticas y otros grupos paramilitares, dirigidos, en gran parte, por los líderes clandestinos de Sarajevo. Tuzla es­ taba defendida por la policía y tina liga patriótica local. Aunque

Izetbegovic anunció la formación de un ejército regular en mayo de 1992, hasta que Silajdzic se convirtió en prim er minis­ tro, en otoño de 1993, no fue posible controlar a los distintos grupos criminales y centralizar el mando militar. Todavía enton­ ces, la comisión de expertos de la ONU calculaba que de los 70.000 soldados, sólo estaban armados 44.000.28 El ESB estaba m ucho mejor equipado que las dem ás fuer­ zas regulares, como puede verse en el cuadro 3.1. En concreto, tenía una ventaja considerable en arm am ento pesado: tanques, artillería, lanzacohetes y morteros. Había heredado el material del JNA y, sobre todo, controlaba la mayoría de sus almacenes de armas, que se habían colocado en las colinas de BosniaHerzegovina, porque se preveía que esa región sería la base de cualquier defensa de tipo guerrillero para Yugoslavia, y se ha­ bían abastecido bien en previsión de una larga guerra. El EBiH, que era el peor equipado y sufría, sobre todo, una gran escasez de arm am ento pesado, dependía de las rutas de sum i­ nistros croatas para sus adquisiciones de arm as.29 El HVO re­ cibía m aterial de Croacia. Además de los equipos sacados de los arsenales croatas, se utilizaban varias fuentes del mercado negro, sobre todo para com prar excedentes de m aterial del an­ tiguo Pacto de Varsovia. (Curiosamente, había ciertas pruebas de que las antiguas em presas del JNA en Croacia, Eslovenia y Serbia seguían colaborando en la fabricación de piezas de re­ cambio y m aterial.)30 Además de las fuerzas regulares, es posible identificar tres tipos fundamentales de fuerzas irregulares: organizaciones paramilitares, en general bajo el control de una persona; grupos mercenarios extranjeros; y la policía local, a la que se habían unido civiles armados. La comisión de expertos de la ONU es­ pecificó 83 grupos param ilitares en el territorio de la antigua Yugoslavia; 56 eran serbios, 13 eran croatas y 14 eran bosnios. Se calcula que el número de miembros era, respectivamente, entre 20.000 y 40.000, entre 12.000 y 20.000, y entre 4.000 y 6.000. La gran mayoría de ellos actuaban en su localidad, pero algunos grupos extendieron mucho más sus acciones, en coordi­ nación con las fuerzas regulares, y adquirieron una celebridad considerable.

EBiH HVO ESB

Fuerzas armadas

Tanques de combate

Artillería

Lanzacohetes múltiples

Morteros

92.000 50.000 75.000

31 100 370

100 200 700

2 30 70

200 300 900

Fuente: Military Balance 1995-1996, Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, Londres, 1996

En el bando serbio, los dos grupos más conocidos eran los «Tigres» de Arkan y los Chetniks -«Águilas blancas»- de Seselj. Arkan, cuyo auténtico nombre era Zeljko Raznjatovic, era una figura im portante en los bajos fondos de Belgrado. Poseía una cadena de heladerías, una tapadera -según se decía- para sus actividades de contrabando, que se habían incrementado enor­ memente durante la guerra. Antes del conflicto, al parecer, le había reclutado una unidad especial del gobierno yugoslavo para asesinar a personas emigradas. Asimismo era dueño del club de aficionados del equipo de fútbol de Belgrado, el Estre­ lla Roja, y fue de allí de donde sacó a sus Tigres. Éstos, al prin­ cipio, actuaban en Croacia; en Bosnia-Herzegovina se decía que operaban en 28 condados. Según informaciones recogidas por la comisión de la ONU: «Tenían el cabello corto y llevaban gorros negros de lana, guantes negros con los dedos recortados e insignias negras en el brazo. Según otros testimonios, lleva­ ban uniformes multicolor, flechas rojas, gorras de lana, una in­ signia con la bandera serbia en el brazo derecho y un emblema con un tigre y las palabras Arkanove delije en el hombro».31 Los Tigres estaban bien dotados de armamento, incluidos tanques y morteros. Seselj había sido un disidente. Había dado clases en la uni­ versidad de Sarajevo y al parecer, pasó un año en la universidad de Michigan.32 Fue encarcelado a principios de los años ochenta por sus escritos anticomunistas. Al salir en libertad se trasladó a Belgrado, donde se unió a los nacionalistas serbios. Su partido, el Partido Serbio de Renovación Nacional, obtuvo escaños en las elecciones de 1990 y triunfó especialmente en las elecciones í

federales de mayo de 1992, en las que obtuvo 33 de 138 esca­ ños. Como los Tigres, los Chetniks, al principio, actuaban en Croacia. En Bosnia-Herzegovina se decía que estaban presentes en 34 condados. Los hombres de Seselj eran «barbudos». Lleva­ ban boinas serbias con una bandera militar serbia en la parte delantera, o gorros negros de piel con una escarapela serbia. Se decía que estaban siempre borrachos y que reclutaban a otros «luchadores de fin de semana». Parece que tanto Arkan como Seselj colaboraron con ei JNA. Según la comisión de la ONU: «En muchos de estos condados, Seselj y Arkan ejercían el control de las demás fuerzas que ac­ tuaban en la zona. Dichas fuerzas consistían, en grupos param i­ litares locales y, a veces, el JNA. En algunos condados, las fuer­ zas de Seselj y Arkan actuaban bajo el mando del. JNA».33 Seselj siempre insistió en que sus fuerzas estaban arm adas y equipa­ das por Milosevic. El grupo paramilitar más conocido de Croacia era HOS, un ala del Partido de las Derechas de Croacia (HSP). Sus miembros llevaban uniformes negros y el escudo ajedrezado de Croacia, co­ mo los Ustashe de la segunda guerra mundial. Hasta .1993, año en el que su jefe, Dobroslav Paraga, fue detenido por intentar derro­ car al gobierno croata, HOS colaboró con el HVO. Otro grupo pa­ ramilitar croata era el de los «Lobos», que lideraba Jusuf Prazina, llamado Juka. Éste era un personaje de los bajos fondos de Sara­ jevo antes de que estallara la guerra, y había estado en la cárcel cinco veces. Los Lobos llevaban «el pelo cortado ai rape, monos negros, gafas de sol y, a veces, máscaras» Colaboraron con el EBiH hasta agosto de 1992 y, a partir de entonces, con el HVO. Los dos famosos gángsteres Caco y Celo estuvieron actuan­ do en Sarajevo hasta el otoño de 1993. Caco había sido músico de club con el nombre de Musan Topalovic, y Celo era un delicuenté recién salido de prisión tras haber cumpiido una conde­ na de ocho años por violación. La mayoría de los grupos paramilitares del bando bosnio recibían el nombre de Boinas Verdes o Fuerzas Armadas Musulmanas (MOS), y teóricamente estaban a las órdenes del EBiH. Otros nombres de grupos param ilitares eran los Cisnes Ne­ gros, las Hormigas Amarillas (por su capacidad de saqueo), los ,3 4

Bebés de Mecet» las Palomas de Mezquita» los Caballeros, los Halcones Serbios, etcétera. Entre los mercenarios, ios más famosos eran los muyahidiin, en su mayoría veteranos de la guerra afgana. Después fueron expulsados en virtud del acuerdo Me Dayton. Se decía que ac­ tuaban en Zenica, Travnik» Novi Travnik, Mostar y Konjic. Se­ gún los servicios de inteligencia croatas» su organizador efa un hombre llamado Abdulah» dueño del videoclub «Palma» en Travnik. La comisión de i U ” j agiere que los muyahidiin operaban más o menos con independencia del EBiH. Otros mercenarios eran la Unidad Garibaldi (compuesta por italianos que luchaban junto a los croatas), los rusos que luchaban en el bando serbio y otros procedentes de Dinamarca, Finlandia, Sue­ cia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Hubo soldados británicos que se habían quedado sin trabajo por los recortes posteriores a la guerra fría y que asumieron puestos de formación tanto en las fuerzas bosnias como en las croatas. Las milicias locales estaban dirigidas por ayuntamientos, co­ mo en Tuzla, o grandes empresas, como en Velika Klusa, el Agromerc de Fikret Abdic» o en Zenica» donde los antiguos comunis­ tas seguían controlando las plantas siderúrgicas. Durante la guerra, la economía formal se desplomó. Ello se debió a una combinación de factores: la destracción física, la imposibilidad de adquirir materias primas y la pérdida de los mercados. Se calcula que la producción industrial descendió al 10 por ciento de su nivel anterior a la guerra, y el paro alcanzó entre el 60 y el 90 por ciento. La moneda se hundió; los inter­ cambios comerciales se basaban en una mezcla de trueque y marcos alemanes. La mayoría de ios habitantes se enfrentaban a un penoso dilema: la ayuda hum anitaria no les daba lo sufi­ ciente para vivir» de modo que podían presentarse voluntarios para el ejército, convertirse en delincuentes, o ambas cosas; o bien podían intentar marcharse. Muchos se fueron, sobre todo los jóvenes con estudios» así que el descenso de la población fue todavía más drástico de lo que indican las cifras de la limpieza étnica. Las diversas tuerzas militares dependían por completo de la ayuda exterior. Ésta consistía en el apoyo directo de gobiernos

extranjeros, la «fiscalización» de la ayuda hum anitaria y los en­ víos de personas particulares. Las fuerzas regulares estaban fi­ nanciadas y equipadas, en gran parte, por los gobiernos que las patrocinaban. El gobierno serbio financió el ESB hasta el em­ bargo impuesto por Milosevic en 1994. Croacia sostenía al HVO, y el EBiH recibía ayuda de los Estados islámicos y, de manera encubierta, de Estados Unidos. Los paramilitares se financiaban mediante el saqueo y la extorsión de la población expulsada, con la confiscación del material en los territorios conquistados, la «fiscalización» de la ayuda humanitaria, que recaudaban en numerosos puestos de control, y el mercado negro. Las milicias locales estaban financiadas por los ayuntamientos, que recibían los «impuestos» recaudados sobre la ayuda hum anitaria en sus zonas y, además, seguían cobrando impuestos a los ciudadanos -incluidos los que estaban en el extranjero- y las empresas de su territorio. Estos tres tipos de fuerzas cooperaban entre sí tanto en el aspecto militar como en el económico. La estrategia que adoptaron esas fuerzas, regulares e irregu­ lares -u n a estrategia practicada de forma sistemática y cons­ tante por serbobosnios y serbocroatas-, fue ganar territorios mediante el control político, más que las ofensivas militares. La violencia se utilizaba para dominar a las poblaciones, y no para ocupar terreno. La dificultad de conquistar territorio mediante ofensivas militares quedó patente desde el principio de la guerra en Croacia. El JNA experimentó los mismos clásicos problemas ofensivos que caracterizan a la guerra moderna, como se vio en el conflicto entre Irán e Irak. El sitio de Vukovar -u n a ciudad de Eslavonia oriental, en Croacia-, que duró dos meses, sep­ tiembre y octubre de 1991, mostró que una enorme superiori­ dad en arm am ento y hombres no bastaba para tom ar una ciu­ dad relativamente pequeña. Cuando Vukovar cayó, por fin, el 20 de noviembre, había quedado reducida a escombros. El intento de tom ar Dubrovnik, que -según las memorias del entonces mi­ nistro de Defensa, el general Kadijevic- formaba parte de un plan para ocupar Split y la costa dálmata, fracasó.35 Un rasgo característico de la guerra de Bosnia fue el cerco de las princi­ pales ciudades. Aunque no lograban conquistarlas, las bom bar­ deaban sin cesar y les cortaban los suministros.

Excepto en la prim era fase de la guerra de Bosnia-Herzego­ vina, cuando los serbobosnios se encontraron con muy poca oposición, y en los últimos momentos del conflicto, cuando se habían debilitado enormemente, fue escaso el territorio que cambió de manos. En realidad, la guerra no estaba dirigida contra los bandos rivales, sino contra las poblaciones civiles. Ello explica por qué no hubo un frente continuo. Por el con­ trario, diferentes partes controlaban las distintas áreas, y las fuerzas estaban repartidas por lo que la comisión de la ONU califica de «tablero de ajedrez» militar; las líneas de choque en­ traban en las ciudades y las rodeaban. De hecho, a finales de 1993, antes del acuerdo de Washington entre musulmanes y croatas, el territorio bajo control bosnio consistía, en definiti­ va, en unos cuantos enclaves rodeados por fuerzas hostiles, un territorio que algunos han descrito como de «piel de leopardo». Con la excepción de Banja Luka, que estaba bajo dominio ser­ bio, y Mostar, que estaba dividido entre croatas y musulmanes, la mayoría de las ciudades perm anecían en poder de los bos­ nios, mientras que el campo estaba repartido entre serbios y croatas. Aparte de unos cuantos puntos estratégicos, como el corre­ dor de Brcko, que enlazaba los territorios serbios y podía ser una ruta de comunicación entre el norte de Bosnia y Zagreb, había relativamente pocos combates entre los bandos enemigos. Es más, hubo varios ejemplos de cooperación, sobre todo en el mercado negro, pero también en diversas formas de colabora­ ción militar a corto plazo y local entre distintos partidos. En una ocasión, la UNPROFOR interceptó una conversación telefó­ nica en Mostar entre el com andante musulmán local y el co­ m andante serbio local, en la que discutían el precio que debía pagarse, en marcos alemanes, si los serbios bombardeaban a los croatas. El punto más bajo se alcanzó cuando los serbios to­ maron el monte Igman, junto a Sarajevo, en julio de 1993; los grupos paramilitares que defendían en aquel momento la mon­ taña estuvieron dispuestos a «vender» sus posiciones a cambio de controlar las rutas del mercado negro. La mayor parte de la violencia estaba dirigida contra los civiles -el bombardeo de ciudades y pueblos, los disparos de francotiradores y otras di­

versas atrocidades- y acabó convirtiéndose, en la práctica, en lo que se denominó limpieza étnica. Los serbobosnios querían crear un territorio serbobosnio autónomo. Pero dado que no había prácticam ente ninguna zona -aparte de Banja Luka- en la que los serbios fueran mayoritarios y que, lo que quizá fuese más importante» los serbios extre­ mistas eran superiores en número, la única forma de hacerlo era mediante la limpieza étnica. Da la impresión de que las zo­ nas se escogieron por razones estratégicas, para unir los territo­ rios controlados por los serbios en Krajina con Serbia, y para hacerse con las bases y los depósitos de armas del JNA. Por lo que parece, la táctica de instaurar «áreas autónomas serbias» si­ guió un modelo sistemático, elaborado por prim era vez en la guerra de Croacia. Se pueden ver descripciones del proceso en numerosas informaciones de periodistas, organismos de la ONU y ONG independientes como Helsinki Watch. El modelo más típico era el que se aplicaba en las zonas ru­ rales: los pueblos y las aldeas. En prim er lugar, las fuerzas regu­ lares bom bardeaban la zona y repartían propaganda intimidatoria para crear el pánico. Las noticias sobre el terror en otros pueblos cercanos contribuían a ello. Entonces, las fuerzas paramilitares entraban y aterrorizaban a los residentes no serbios con asesinatos indiscriminados, violaciones y saqueos. Después imponían su control sobre la adm inistración local En los casos más extremos, a los hombres no serbios se les separaba de las mujeres y se les llevaba a centros de detención. A las mujeres las secuestraban y violaban; luego podían dejarlas ir o llevarlas a centros especiales de detención y violaciones. Las casas y los edificios de significación cultural, como las mezquitas, eran sa­ queados, incendiados o volados. Parece también que los grupos param ilitares tenían listas de individuos importantes -dirigentes de la comunidad, intelectuales, miembros del SDA, personas acom odadas- a los que se separaba del resto y se ejecutaba. «Fue la eliminación consciente de la oposición organizada y la moderación política. Fue asimismo la destrucción de una com u­ nidad de arriba a abajo».36 El periodista de televisión Michael Nicholson califica este proceso de «eliticidio», y el alcalde de Tuzla habla de «limpieza intelectual».

La. existencia ele centros ele detención se conocio en agosto de 1992, La comisión de expertos de la ONU identificó alrede­ dor de 715. .i? los cuales _ " -ataban dirigidos por serbobos­ nios, 89 por el EBiH y el gobierno» y 77 por serbocroatas. Según la comisión, fueron escenario de «los actos más inhumanos»: ejecuciones en masa, torturas» violaciones y otras formas de agresión sexual. (Aunque se notificó que había graves violacio­ nes de la Convención de Ginebra en los campos bosnios, las ale­ gaciones fueron menos numerosas y menos sistemáticas que en los de los serbios y croatas.) Un aspecto concreto del proceso de limpieza étnica ha sido la violación generalizada. Aunque ha ha­ bido violaciones masivas en otras guerras» en este caso, su ca­ rácter sistemático» en los centros de detención, en lugares con­ cretos y en momentos determinados» indica que tal vez todo fue parte de una estrategia deliberada.37 En las áreas urbanas, en especial en Banja Luka, la limpieza étnica fue un proceso más lento y legalista. A los no serbios les hicieron la vida insoportable. Por ejemplo, les apartaban de sus puestos de trabajo» les retiraban el acceso a la asistencia mé­ dica; cortaban las comunicaciones; no estaban permitidos los grupos de más de cuatro. En muchas ciudades se establecieron oficinas de intercambio de población» de diversas característi­ cas, a través de las cuales los habitantes no serbios o no croatas podían entregar sus propiedades y pagar grandes sumas de di­ nero para que les autorizaran a irse.38 En las zonas dominadas por los croatas se adoptaron técnicas similares. En las zonas bosnias no hay pruebas de una limpieza étnica deliberada» aunque muchos no musulmanes, sobre todo los serbios» se fueron por múltiples razones, entre ellas las pre­ siones psicológicas» la discriminación y el reclutamiento forzoso para el ejército.39 A finales de 1995» la limpieza étnica estaba casi culminada» como puede verse en el cuadro 3.2. En el norte de Bosnia sólo quedaban -según los cálculos de ACNUR- 13.000 musulmanes, de una población original de aproximadamente 350.000» y sólo 4.000 musulmanes y croatas en el este de Bosnia y el sur de Herzegovina» de una población inicial de 300.000. También muchos serbios y croatas se fueron de Tuzla y Zenica. Parece que las peores atrocidades» desde luego en las prime-

o o d

oo «->

o o o o q q O fO r- on LO

\0

o o q U-> U~¡

o O q d

O O q iri

U~l

o

o o

00

o o O cu O o OO OI— oI Tí o O o oo qo o o O Oo ■£ o o o rf rn o —'->$, los dirigentes occidenta­ les hicieron enérgicas declaraciones sobre su empeño de evitar la guerra en Kósovo. «No vamos a permanecer al margen vien­ do cómo las autoridades serbias hacen en Kósovo lo que ya no pueden hacer im punemente en Bosnia», dijo Madeleine Albright en marzo. Parecidas afirmaciones hicieron el secretario general de la ONU, el secretario general de la OTAN y diversos minis­ tros de Exteriores y Defensa. No obstante» el método escogido para evitar la guerra fue la diplomacia respaldada por la amenaza de ataques aéreos. En el capítulo 3 afirmaba que en Bosnia se había introducido una forma debilitada de intervención hum anitaria y que la lección más im portante de dicha guerra era la necesidad de reforzar ese tipo de intervención, que la instauración de zonas de seguridad y corredores hum anitarios debía apoyarse en una enérgica labor de mantenimiento de la paz sobre el terreno. No fue ésa la con­ clusión a la que llegaron los líderes occidentales. Creyeron que el acuerdo de Dayton era consecuencia de la diplomacia respal­ dada por la fuerza y que lo que hacía falta era otro acuerdo como el de Dayton para Kósovo. No tuvieron en cuenta el he­ cho de que el acuerdo de Dayton se había alcanzado tras cuatro años,de guerra y una limpieza étnica casi culminada; a diferen­ cia de la situación de Kósovo, las partes habían llegado a un punto en el que necesitaban un pacto, y necesitaban que la co­ munidad internacional diera legitimidad a ese acuerdo. ' ’~esar de las bellas palabras, hubo que esperar a octubre,

en medio de la preocupación de la opinión pública por la crisis hum ana que se avecinaba, para que Richard Holbrooke, el ar­ quitecto de Dayton, negociara un pacto prelim inar con Milose­ vic. Las negociaciones fueron acompañadas de la am enaza de ataques aéreos. El acuerdo al que se llegó fue muy endeble. Po­ nía limitaciones a las fuerzas serbias e introducía a «verificado­ res» de la OSCE en la región. Ahora, Holbrooke dice que no pudo negociar un acuerdo más firme por la negativa norteam e­ ricana a pensar en tropas de tierra: «En octubre no pude nego­ ciar unas fuerzas arm adas de seguridad internacional en Kó­ sovo porque no era posible con las instrucciones que se me habían dado».10 Pero el acuerdo no duró. Aunque, al principio, remitió la violencia, los observadores no pudieron im pedir que ELK se instalara en las áreas que había dejado libres la retirada de las fuerzas serbias. A principios de 1999, los serbios empezaron a introducir nuevas tropas en la región. Se iban acum ulando los indicios de una ofensiva planificada. La m atanza de 40 personas en Racak desencadenó una nueva oleada diplomática que cul­ minó en el acuerdo de Rambouillet, en el que se preveía un pe­ ríodo de transición, de tres años, de autonomía para Kósovo, aunque los serbios m antendrían el control de ciertas actividades fundamentales, y una presencia considerable de la OTAN sobre el terreno. Presionados por los norteamericanos, los albaneses firm aron el acuerdo. Cuando los serbios se negaron a firmarlo, la cam paña de bombardeos se volvió inevitable. Algunos dirigentes occidentales afirm an que les sorprendió la aceleración de la limpieza étnica. Pero era evidente que tenía que ocurrir. Se dijo que los servicios occidentales de información conocían un plan llamado Opera­ ción Herradura, que se rem ontaba al mes de septiembre, aun­ que este dato nunca se ha confirmado. Al parecer, el general yu­ goslavo Sreten Lukic les dijo a los miembros de la misión de verificación en Kósovo: «Esperen una semana, y limpiaremos Kósovo de terroristas». Asimismo, Seselj, líder del Partido Radi­ cal Serbio y viceprimer ministro de Serbia, advirtió en televi­ sión, una semana antes de que empezaran los bombardeos, que «no quedaría un solo albanés si la OTAN bombardeaba».

Los ataques aéreos se llevaron a cabo, tal vez, porque se cal­ culó mal la reacción de Milosevic; confiaban en que diera su acuerdo al cabo de unos días. Pero, sobre todo, se llevaron ade­ lante porque los líderes occidentales pensaron que daría peor impresión no hacer nada, y, como los norteamericanos, al me­ nos, no estaban dispuestos a enviar tropas de tierra, los bom­ bardeos, que tenían la ventaja de ser un espectáculo televisivo impresionante, eran la única opción que les quedaba. Los peli­ gros de la inacción los dejó bien claros Javier Solana, entonces secretario general de la OTAN, en un artículo publicado en The International Herald Tribune una semana antes de com enzar la campaña. La preferencia por los bombardeos como estrategia militar hay que explicarla por una combinación de política interna es­ tadounidense e intereses institucionales. Todos los gobiernos de Estados Unidos, desde la segunda guerra mundial, han creado un consenso nacional a propósito de la idea de defender Amé­ rica de sus enemigos externos gracias al uso de una tecnología superior. El conflicto imaginario del periodo de la guerra fría y las guerras aéreas y sin bajas que ha mostrado la televisión en épocas recientes sirven para m antener viva la idea de esos ene­ migos exteriores, al tiempo que reducen el riesgo de sufrir im­ popularidad como consecuencia de los horrores de una autén­ tica guerra. La idea -fom entada por Madeleine Albright- de los «Estados irresponsables», capaces de patrocinar a terroristas dotados de armas de destrucción masiva, es el último sustituto de la amenaza soviética de épocas anteriores; Serbia e Irak son los grandes candidatos para desempeñar ese papel. Se supone que la am enaza de los «Estados irresponsables» debe justificar el aumento de los gastos en potencia aérea. Esta preocupación política la sostienen los intereses institu­ cionales del sector industrial de la defensa, los entusiastas de la tecnología y las fuerzas aéreas, que han provocado la evolución de costosas y complejas armas de largo alcance a las que se aplican los últimos avances en tecnología de la información. La fase más reciente en esta evolución es la llamada Revolución de los Asuntos Militares (RMA) y su ejemplo más simbólico es el misil de crucero Tomahawk. La RMA ofrece a los políticos la po­

sibilidad de «intervención en cualquier lugar; en cualquier sitio, con unas bajas mínimas».11 A la hora de la verdad» sin embargo» ia utilidad de ios ata­ ques aéreos fue muy dudosa. En conjunto, hubo aproxim ada­ mente 36.000 salidas, de las que 12.000 fueron ataques. Se arro­ jaron aproxim adam ente 20.000 bombas «inteligentes» y 5.000 convencionales. Pero no parece que se hiciera nmcho daño a la máquina m ilitar yugoslava. Hacía 50 años que el ejército yugos­ lavo se entrenaba para hacer frente a un enemigo superior. Se había construido una vasta red subterránea que incluía almace­ nes, aeropuertos y cuarteles. Se habían elaborado tácticas como construir reclamos, depósitos de camuflaje y artillería, conser­ var las defensas aéreas y evitar las concentraciones de tropas. La OTAN, al principio, no consiguió anular el sistema yugoslavo de defensa aérea; por eso sus aviones siguieron volando a >.000 metros. Tampoco consiguieron hacer demasiado daño a las fuer­ zas serbias en tierra. La Alianza afirma que los ataques aéreos lim itaron a los serbios y les impidieron que sacaran material al aire libre, pero, aun así, los ataques no sirvieron para evitar las acciones contra los civiles albanokosovares. En especial, parece que la OTAN obtuvo malos resultados en los ataques contra los vehículos blindados. A pesar de las cifras que da, cuando se re­ tiraron los serbios, sólo se encontraron en Kósovo 26 «carcasas de tanques».12 Además, de Kósovo se fueron aproxim adam ente 40.000 soldados yugoslavos, lo cual indica que habían caído más bien pocos. Tuvieron más éxito con los objetivos civiles: carreteras, puentes, centrales de energía, depósitos de petróleo y fábricas. Debido a la insistencia en que los aviones volaran por encima de los 5.000 metros, los pilotos no podían ver lo que ocurría en tierra y dependían de los datos que les proporcionaban num ero­ sas fuentes, muchas veces mal coordinadas. Por consiguiente, se cometieron varios errores, como se vio, para vergüenza de ellos, durante toda la campaña. Entre los peores momentos estuvie­ ron el bombardeo de la Em bajada china y el de refugiados en el interior de Kósovo. Los llamados «daños colaterales» supusie­ ron la muerte de unas 1.400 personas. Los ecologistas están to­ davía evaluando las consecuencias de los daños en las instala­

ciones industriales. Se destruyeron emplazamientos históricos, por ejemplo en Moví Sad, Se destruyó una emisora de televi­ sión, y los periodistas que estaban en ella murieron. Y se atacó a objetivos en Montenegro, cuyo gobierno se había negado a participar en la guerra de Kósovo, Desde el punto de vista político, este tipo de bombardeo fue contraproducente. A pesar de la insistencia de los portavoces de la OTAN en que hay una gran diferencia entre m atar por error y m atar deliberadamente» las víctimas de los bombardeos no lo tenían tan claro. ¿Quién decide si la muerte de civiles es una «matanza» o un «daño colateral»? Igualmente, la insistencia de los dirigentes occidentales en que los bombardeos estaban diri­ gidos contra el régimen y no contra los serbios no les resultó tan lógica a quienes habían experimentado sus efectos. Los ataques aéreos suscitaron el sentimiento nacionalista serbio y permitieron que Milosevic tomara enérgicas medidas contra las 0 ,\C los medios de comunicación independientes durante la guerra, con lo que logró reducir las limitaciones in­ ternas de sus actividades en Kósovo. Los ataques aéreos, junto a la llegada de refugiados, polarizaron la opinión en Macedonia y Montenegro y acentuaron las tensiones internas y el riesgo de una nueva extensión de la violencia. También polarizaron la opinión internacional: en el Este, muchos pensaron que la afir­ mación de que se trataba de una guerra para defender los dere­ chos humanos era una tapadera para proteger los intereses im­ perialistas de Occidente en los Balcanes. Al final, .Milosevic capituló y aceptó las exigencias de la OTAN. ¿ Se puede decir que fue una victoria de la estrategia aé­ rea? Hasta los últimos días, nadie creía que fuera a rendirse. Al parecer, los factores cruciales fueron la destrucción de las infra­ estructuras civiles, la pérdida de apoyo en parte del círculo más cercano a Milosevic y, sobre todo, la intervención de los rusos, que dejaron claro que no podían seguir respaldando la postura yugoslava. También se dice, a veces, que Milosevic tuvo seria­ mente en cuenta las declaraciones de la OTAN sobre una inter­ vención por tierra, si bien, aunque hubiera sido inminente -com o se afirm aba-, habrían tardado cierto tiempo en organi­ zaría.

La rendición de Milosevic permitió que los refugiados regre­ saran a Kósovo. Pero el traum a de la limpieza étnica no puede hacerse desaparecer. La incapacidad de evitar la limpieza étnica y el vacío creado tras la retirada de los serbios ha fortalecido enormemente la situación del ELK. Aproximadamente 160.000 refugiados serbios han abandonado Kósovo desde que la OTAN se instaló en la provincia. En vez de conservar los valores multi­ culturales, la OTAN está protegiendo un enclave albanés étnica­ mente homogéneo. Hay quien afirma que los ataques aéreos contribuyeron a la caída de Milosevic en octubre de 2000. Desde luego, ayudaron a precipitar -junto con las sanciones económ icas- el derrumbe de su economía, pero tam bién ayudaron a afianzar posturas resen­ tidas, nacionalistas y antioccídentales, que perduran incluso después de Milosevic.

Un enfoque alternativo Las «guerras espectáculo», como las «nuevas guerras», pre­ suponen unas categorías exclusivistas de seres humanos. Las vidas de los occidentales tienen preferencia sobre otras. Para evitar las bajas de la OTAN se pusieron en peligro vidas de ci­ viles, incluidas las de aquellos a quienes la operación debía proteger. Un enfoque cosmopolita de la crisis de Kósovo habría abor­ dado directamente la protección de la gente. Habría habido una intervención hum anitaria sobre el terreno, destinada a reducir lo más posible todas las bajas, aunque ello significase arriesgar las vidas de los soldados internacionales. La intervención hum a­ nitaria se diferencia de los ataques aéreos y de las operaciones terrestres de las «viejas guerras»; el objetivo es im pedir graves violaciones de los derechos humanos, no derrotar a un enemigo. La intervención hum anitaria es defensiva y, por definición, no provoca una escalada. Su interés es el ser humano individual, no otro Estado. La intervención hum anitaria, además, tiene que incluir el respeto al imperio de la ley y el apoyo a la dem ocra­

cia. En la práctica, es hacer respetar la ley cosmopolita y, por tanto, es más una acción policial que una guerra. La intervención que se realizó en Bosnia -la instauración de zonas de seguridad y corredores hum anitarios- representa un modelo, aunque sea endeble, de este tipo de operación. Una in­ tervención así necesita apoyo aéreo, pero no una gran campaña aérea de destrucción. Necesita también material pesado y po­ tencia de fuego, que debe usarse de forma muy selectiva. Algu­ nas fuerzas armadas europeas, sobre todo las de Gran Bretaña y Dinamarca, han aprovechado las enseñanzas de Bosnia para en­ trenar a sus tropas en este tipo de operación. Si es posible, esa intervención tiene que partir del consenti­ miento. Pero, en vez de unas negociaciones entre autoridades, para hallar un compromiso político entre partes irreconcilia­ bles, las negociaciones deben centrarse en la posición sobre el terreno. El objetivo era establecer una presencia internacional en Kósovo, no resolver el problema de la categoría del territo­ rio. En lugar de respaldar las negociaciones con la amenaza de ataques aéreos, deberían haberlo hecho con el despliegue de la OTAN sobre el terreno, en la vecina Macedonia. La intervención humanitaria, al proteger a la gente y hacer respetar la ley, puede crear las condiciones necesarias para una reacción política cosmopolita. El objetivo es establecer un en­ torno seguro en el que la gente pueda actuar con libertad y sin miedo, y en el que puedan fomentarse formas políticas inclu­ yentes. Es preciso encontrar maneras de m arginar a los respon­ sables de la limpieza étnica, no darles más im portancia al in­ cluirles en las negociaciones. La acusación presentada contra Milosevic y varios de sus conspiradores en la semana anterior al final de los bombardeos fue un paso constructivo. También po­ dían haberse aplicado sanciones concretas como la denegación de visados o la congelación de cuentas bancarias. Una interven­ ción así le habría hecho a Milosevic más difícil justificar su con­ ducta dentro de Yugoslavia y habría generado mucho más apoyo internacional. ¿Qué ocurrirá en el futuro? Depende de qué lecciones se ha­ yan aprendido de las guerras de Kósovo. Los políticos tienen tendencia a creerse sus propias «mentiras». A lo mejor, lo único

que les im porta es el éxito de los ataques aéreos desde el punto de vista de la opinión pública de sus respectivos países. Si es así, podemos estar seguros de que veremos más inversiones en potencia aérea y más «guerras espectáculo». Podemos prever un mundo en el que las «nuevas guerras» justifiquen las «guerras espectáculo», y viceversa. Incluso es posible que la distinción entre las «nuevas guerras» y las «guerras espectáculo» empiece a difuminarse. Podemos im aginar que habrá más extensión de las «nuevas guerras» y, de vez en cuando, una «guerra espec­ táculo» que sirva para garantizar a la opinión pública que a los políticos les preocupan las violaciones de los derechos hum anos en otras partes del mundo y están dispuestos a actuar para im­ pedirlas. La otra lección posible es que la OTAN se redimió, en parte, después de una derrota desastrosa la primera semana, en la que se produjo precisamente lo que debían evitar, es decir, la lim­ pieza étnica de Kósovo. Dada la poca disposición de los nortea­ mericanos a enviar fuerzas terrestres, los europeos deberían es­ tar mejor preparados para asum ir la carga principal de este tipo de operación en el futuro. Además, la voluntad de em prender una intervención hum anitaria debe formar parte de una estrate­ gia más general de apoyo a los demócratas y estímulo del desa­ rrollo económico productivo, con el fin de ofrecer una alterna­ tiva a la red de políticos extremistas y criminales. El Pacto de Estabilidad para los Balcanes y la propuesta de un «Plan Marshall» son medidas loables en este sentido, sobre todo desde la caída de Milosevic. Es especialmente im portante fom entar todo tipo de intercam bios entre la gente, con el fin de fortalecer y dar más poder a los «islotes de civismo» en la re­ gión y abrir Serbia al diálogo y la cooperación. Cuál de estas dos lecciones es la acertada es un asunto que probablemente seguirá siendo objeto de debate. La prim era lec­ ción es la que extraerán los .realistas, los que defienden un fu­ turo como los que perfilan Samuel Huntington o Robert Ka­ plan. La segunda lección la aprovecharán los cosmopolitas y quienes todavía creen que es posible construir una serie de or­ denaciones mundiales capaces de incorporar el control dem o­ crático de la violencia.

Apéndices

Motas

1. In tro d u c c ió n 1. E l proyecto de investig ació n se realizó p a ra el In s titu to Mun­ dial de Investigación so b re la E c o n o m ía del Desarrollo, de la U n iv ersi­ dad de las Naciones U n id a s (U N U /W ID ER). Los re su lta d o s e s tá n p u b li­ cados en Mary Kaldor y B a s k e r Vashee (eds.), Restructuring the Global Military Sector: Volume 1: N ew Wats, Cassell/Pinter, Londres» 1997. 2. David Keen, «When war ítself is privatized», Times Literary Sup-

plement (diciembre 1995). 3. M árfc-D uffield» « P o st-m o d em conflict: warlords, post-adjustm ent states and p rív a te protection», Journal o f Civil Wars, a b ril 1998; Miehael Ignatieff, The Warriors H o n o r : Ethnic War a n d t h e Modem Conscience, C h a tto a n d Windus, L ondres, 1998 (trad. cast.: El h o n o r d e l

guerrero, T auros, M ad rid , 1999). 4. C hris H ables Gray, Post-Mbdem W a r : T h e flicts, Routledge, L o n d res y N ueva York, 1997.

N e w

Politics

o f

C o n -

5. M a rtin Shaw , «W ar and globality: the role a n d character o f w a r in th e g lo b al transition», en Ho-Won Je o n g (ed.), Peace and Conflict: A New Agenda, Ashgate Publishing, Hampshire, 1999. 6. Véase D avid Jablonsky, The Owi o f M i n e r v a Flies a i Night: Doc­ trinal Change and Continuity and the Revolution in M i l i t a r y Affairs, Uni­ versidad del Ejército Norteamericano, Carlisle Barracks, Pensilvania, 1994; Elliott Cohén, «A revolution in warfare», Foreign Affairs (mar­ zo/abril 1996); Robert J. Bunker, «Technology in a neo-Clausewitzean setting», en Gert de Nooy (ed.)» The Clausewitzean Dictum and t h e Future o f Western Military Strategy, Instituto Holandés de Relaciones In­ ternacionales, «Clingendael», Kluwer Law International, 1997. 7. le a n Baudrillard, The Gulf W a r , Power P u b lish ers, L o n d res, 1995 (trad. cast.: La guerra del Golfo no ha t e n i d o l u g a r , ; A n ag ram a, Bar­ celona, 1991).

8. Véase Malcolm Waters, G l o b a l i z a t i o n , Lo n d re s, Routledge, 1995; David Held, D e r n o c m c y a n d the G l o b a l Order: From the Modern State to C o s m o p o l it a n G o v e r n a n c e , P o lity Press, C am bridge, 1995 (trad. cast.: La d e m o c r a c ia y e l o r d e n g l o b a l : d e l e s t a d o m o d e r n o al gobierno cosmopolita, Paidós, B arcelona, 1997). 9. V éase M ary Kaldor, U irich Albrecht y Asbjórn Eide, The Inter­ n a t io n a l M i l i t a n ' O rd e r , M acm illan, L ondres, 1978. 10. A nthony G íddens p la n tea un arg u m e n to sem ejante a p ro p ó s ito de la nueva división política e n tre co sm o p o litism o y fu n d a m e n ta lis m o . Véase A nthony Giddens, B e y o n d L e f t a n d R i g h t : The F u t u r e of Radical P o litic s , S ta n fo rd University Press, Stanford (C a lifo rn ia ), 1994 (trad. cast.: M á s allá d e l a i z q u i e r d a y l a d e r e c h a , C áted ra, M a d r id , 1996). 11. S o b re el co n cep to de la m o d a lid a d de guerra, véase M a r y K a l­ dor, «W arfare a n d Capitaiísm», en E.P. T h o m p so n et al., Exterminism a n d C o id W a r , Verso, L ondres, 1981. 12. A dem ás del proyecto de investigació n re a liz a d o p a ra U N U / W1DER, m is colegas del In stitu to E uropeo de Sussex y yo e m p re n d im o s en 1995 un provecto de investigación sobre la reconstrucción en los Bal­ canes p a ra la C om isión E u ro p ea. V éase Vesna B o jic ic , Maiy K a ld o r e le an Vejvoda, «Post-war rec o n stm c tio n in the Balkans», SEI Working P ap er, In stitu to E u ro p eo de Sussex, 1.995. U na v e rsión más breve y ac­ tu a liz ad a ap a reció en European F o r e i g n A f f a i r s Review, 2, 3 (otoño de 1997).

2. Las viejas g u erras 1. S egún C lausew itz: «La g u e rra no p erte n ec e al terreno de las a r­ tes y las ciencias sin o al de la vida social... En vez de co m p a ra rla c o n u n arte, sería m ejo r e q u ip a ra rla a u n a riv alid ad de negocios, que tam ­ bién es un conflicto de in tereses y activ id ad es de los seres humanos». O n W a r (1 d edición, 1832), L ondres, P elican B ook s, 1968, pág. 202 (trad . cast.: D e la g u e r r a , Labor, B arcelona, 1984). 2. Clausewitz, On War, pág. L 3. M artin van C reveki, T h e T m n s f o r m a l i o n o f War, Fre e Press, Macmillan, L ondres, 1991. 4. Jo h n K eegan, A History o f Warfare, Hutchinson, Lo n d re s, 1993, pág. 12 (trad . cast.: H i s t o r i a d e l a g u e r r a , P laneta, B a rce lo n a , 1995). 5. Michael R oberts, «The military revolution 1560-1660», en Da­ vid B. R alston, S o l d i e r s a n d S t a t e s : Civil-Military Relations in Modern Eitrape, H eath an d Company, B oston, 1966, pág. 18.

6. M ax Weber, The Theory of Social and Economic Organization, versión inglesa tra d u c id a y e d ita d a p o r A. M. Henderson y T alcott P arsons, F ree Press, Macmillan, L ondres, 1947, pág. 326. 7. Van Creveld, Transformation of War, pág. 41. 8. E stoy en d e u d a co n Robert Neild p o r vario s de esto s a rg u m e n ­ tos. V éase «The E v o lu tio n of C lean G overnm ent», Trinity College, C am ­ b ridge, tesis sin publicar, 1997. 9. V éase C harles Tilly, Coercion, Capital and European States AD 990-1990, Blackwell, O xford, 1990 (trad . cast.: Coerción, capital y los es­ tados europeos, A lianza, M adrid, 1992); Michael M an n , States, War and Capitalism, B lackw ell, O xford, 1988. 10. A nthony G iddens, The Nation-State and Violence, Polity Press, C am bridge, 1985.

11. Theda Skocpol, States and Social Revolutions, Cambridge University Press, Cambridge, 1979. 12. «Abstract and judgment of Saint-Pierres project for perpetual peace» (1756), en Stanley Hoffman y David P. Fidler, Rousseau on Inter­ national Relations, O xford University Press, Oxford, 1991, págs. 90-91. 13. «P erp etu al peace» (1795), en Hans Reiss (ed.), Kant’s Political

Writings, C am bridge U niversity P ress, C am bridge, 1992 (trad . cast.: La paz perpetua, Tecnos, M adrid, 1989). 14. Clausewitz, On War, pág. 12. 15. V éase R ich a rd S im kin, Race to the Swift: Thoughts onTwenty First Century Warfare, B rasseys D efence P ublishers, L o n d res, 1985. 16. C lausew itz, On War, pág. 102. 17. La D eclaración de S an P ete rsb u rg o de 1868, q u e lim ita b a las a rm a s q ue c a u sa n su frim ie n to s in n ecesario s, dice lo siguiente; «C onsid eran d o q u e el p ro g re so de la civilizació n d eb e te n e r el

efecto de aliviar lo más posible las calamidades de la guerra; »Que el único objetivo legítimo que los E stados deben intentar alcan­ zar d u ra n te la gu erra es d ebilitar a las fuerzas m ilitares de la sociedad; »Que para ese propósito basta con incapacitar al mayor número posible de hombres; »Que dich o objetivo q u e d a ría c la ra m e n te so b re p a sa d o con el uso d e a rm a s q u e ag rav en in n e c e sa ria m e n te los su frim ie n to s de los hom­ b res in c a p a c ita d o s o h a g a n inevitable su m uerte; »Que, p o r consig u ien te, el em pleo de d ic h as a rm a s es c o n tra rio a las leyes de la h u m a n id ad » . C itado en M ichael Howard, «Constraints on warfare», en Michael

Howard, George J. Andreopoulos y Mark R. Shulm an (eds.), Constraints on Warfare in the Western World: The Laws o f War, Yale Univer­ sity Press, New Haven y Londres, 1994. 18. Este crimen contra la humanidad, como se denominó después de la guerra, no se consideró una violación de las leyes del siglo xrx, técnicamente -com o señala Adam Roberts-, porque se produjo en un territorio ocupado. Véase Adam Roberts, «Land warfare: from Hague to Nuremberg», en Howard, Andreopoulos y Shulman, Constraints on Warfare.

19. Véase Em est Gellner, The Conditions o f Liberty: Civil Society and its Rivals, Hamish Hamilton, Londres, 1994 (trad. cast.: Condiciones de la libertad: la sociedad civil y sus rivales, Paidós, Barcelona, 1996). 20. Edward N. Luttwak, «Towards post-heroic warfare», Foreign Affairs, 74, 3 (mayo/junio de 1995). 21. Gabriel Kolko, A Century o f War: Politics, Conflicts, and Society since 1914, New Press, Nueva York, 1994. 22. Esto se estudia en mi libro The Baroque Arsenal, Andre Deutsch, Londres, 1982 (trad. cast.: El arsenal barroco, Siglo XXI, Madrid, 1986). 23. Véase, por ejemplo, Lawrence Freedman, The Evolution o f Nu­ clear Strategy, Macmillan, Londres, 1981 (trad. cast.: La evolución de la estrategia nuclear, Ministerio de Defensa, Madrid, 1992). 24. La cuestión se ha tratado ampliamente en las páginas de la pu­ blicación estadounidense International Society. Entre los estudios fun­ damentales está el de Michael Doyle, «Liberalism and world politics», American Political Science Review, 80, 4 (diciembre de 1986); Bruce Russett, Grasping the Democratic Peace: Principies for a Post-Cold War World, Princeton University Press, Princeton, 1993. 25. Claus Offe, «Western nationalism, Eastern nationalism, and the problems of post-communist transition», Europe and the Balkans Inter­ national NetWork, Bolonia, 1996. 26. Van Creveld, Transformaron o f War, pág. 16.

3. B osnia-H erzegovina: E stu d io de u n a nu ev a g u erra 1. Es posible que la guerra no haya terminado todavía. En el mo­ mento de escribir, se está aplicando el Acuerdo de Dayton. Éste podría no ser más que un paréntesis en la lucha. 2. Dijo: «Comprendo su frustración, pero tienen una situación que es mejor que otros diez lugares del mundo... Les puedo m ostrar una lista.» Citado en David Rieff, Slaughter House: Bosnia and the Fai-

lure of the West, Vintage, N ueva York, 1995» pág. 24 (tra d . cast,: M a t a ­ dero, Aguilar, Madrid, 1996). 3. Informe definitivo de l a C o m i s i ó n de E x p e r t o s d e conformidad con la Resolución 780 del C o n s e j o ( 1 9 9 2 ) , S /l994/674, 27 d e mayo de

vol. I, an ex o TV, párr, 84. 4. L a h is to ria figura e n u n a co lecció n de rela to s breves d e Ivo Andric, publicada en The Damned Yard and O t h e r Stories, Forest B ooks, Londres y Boston, 1992 (trad. cast.: E l l u g a r m a l d i t o , N oguet, B a rc e ­ lona, 1975). Al final del relato» el jo v en se p re se n ta v o lu n ta rio p a ra lu ­ c h a r en la guerra civil española» y m u e re allí, en u n a ta q u e aéreo . «Así a c a b ó la vid a de u n hombre q u e h a b ía h u id o del odio», d ice Andric. 1994,

¿Quiere esto decir que el odio está en todas partes? ¿O que, al ofre­ cerse voluntario para luchar en España, tenía alguna esperanza de ven­ cer al odio? 5. Quizá se debió a que la percepción correspondía a la v isió n mundial de los propios políticos europeos. El libro de David Owen está salpicado de comentarios que sugieren que él también clasifica a la gente con criterios nacionales. Así, por ejemplo, de Cosic, el entonces presidente yugoslavo, dice que exhibe «algunas de las cualidades que han hecho y harán de los serbios un p u eb lo importante». E l reto que tienen las negociaciones es concebir una estructura que conserve la in­ tegridad de Bosnia-Herzegovina pero perm ita a ios serbios «conservar y salvaguardar su identidad nacional». Véase David Owen, A Balkan Odyssey, Víctor Gollancz, Londres, 1995, págs. 48, 67. 6. «Los croatas pertenecen a una cultura diferente, una civiliza­ ción diferente que los serbios. Los croatas fo rm a n parte de Europa occi­ dental, de la tradición mediterránea. Mucho antes de Shakespeare y Moliere, ya se traducía a nuestros autores a las lenguas europeas. Los serbios pertenecen a Oriente. Son un pueblo oriental, como los turcos y los albaneses. Pertenecen a la cultura bizantina... A pesar de las seme­ janzas lingüísticas, no podemos vivir juntos.» Citado en Leonard J. Co­ hén, Broken Bonds: Yugoslavia’s Disintegration and Balkan Politics in Transition, Westview Press, Oxford y Boulder (Colorado), 1995, pág. 211. 7. Véase, por ejemplo, A.D. Smítli» Theories o f Nationalism, Duckworth, Londres, 1971 (trad. cast.: L a s teorías del nacionalismo, Penín­ sula, Barcelona, 1976). 8. Según Sead Fetahagic, m iem bro del C írcu lo 99, la a s o c ia c ió n de intelectuales independientes en Sarajevo: «Muchos de nosotros nos oponem os a este m ulticulturalism o porque el m ulticulturalism o ha aceptado la m anera en la que lo ha aceptado O cc id en te: una cul­ tu ra junto a otra cultura y junto a una tercera. Yo crecí en la cultura

:r

serbia, croata» m u s u lm a n a , ju d ía , checa» e u ro p e a y am ericana. C re e ­ m o s q ue ex iste u n a c u ltu ra , no v a ria s q u e se desarrollan una al la d o de o tra » . «The F o rc é o f Irreality», hCa Quarterly, 15, 16 ( in v ie r n o / p r i­ m a v e ra d e 1996). E n el m is m o sentido» según un estudio s o c io ló g ic o llev ad o a c a b o en >' r ,'rmanece vivo u n sentim iento de a u té n ­ tica u n id a d é tn ic a y caracterológica al la d o de toda la d ife r e n c ia c ió n h is tó ric a y político-nacional», c ita d o en C ohén , Broken Bonds, págs. 19-20.

9. V éase Ernest G eilner, Naíions a n d N a t i o n a l i s m , Basil Blackwell, O xford, 1983 (trad . cast.: Naciones y n a c i o n a l i s m o s , Alianza, M a d r id ,

2001).

10. V éase Ivan Vejvoda, «Y ugoslavia 1945-91 - from decentralisation without democracy to d isso latio n » , en D.A. Dyker e I. V ejvoda, Yu­ g o s l a v i a a n d After. A Study in Fragmentation, Despair and Rebirth, Longmans» L on d res y N ueva York, 1996. 1 1. Para un análisis más extenso de este punto, véase S usan Woodward, Socialist Unemployment: The Political Economy o f Yugoslavia 1 9 4 5 - 9 0 , P rin c eto n U niversity P ress, P rin c eto n , 1995; Vesna B o jic ic y Mary Kaldor, «The political economy of the war in Bosnia-Herzegovina», en Mary K ald o r y Basker Vashee (eds.), Restructuring the Global Military Sector: Volume I: New Wars, Casseil/Pinter, Londres, 1997. 12. V éase D avid Dyker, «The degeneration of the Yugoslav Communist Party as a n ia n ag in g eiite - a fam iliar East European story?», en Dyker y Vejvoda, Yugoslavia and After. 13. V éase Mark T h o m p so n , Forging War: T h e Media in Serbia, Cro­ ana, a n d Bosnia-Herzegovina (artíc u lo XIX, Londres, 1994). 14. V éase Ja m e s Gow, Legitimacy a n d t h e Military: The Yugoslav C r i s i s , Pinter, L ondres, 1992. 15. V éase Milos Vasic, «The Y ugoslav Army a n d the post-Yu goslav armies», en Dyker y Vejvoda, Yugoslavia and After. 16.

Ríeff, Slaughter House, pág.

103.

17. «Invitar a la em ig ració n a re g re sa r a su patria para u n a gran reunión era tan peligroso que in clu so gente que después estuvo en mi d irec ció n a g u a rd ó al último m inuto p a ra ver si iban a de ten ern os o no. Por eso fue un m o m e n to crucial en mi vida, en lo que respecta a la toma de decisiones... Las g ran d e s h az añ a s in d iv id u ales y creativas, so­ bre todo en el ámbito de la innovación social, e incluso en el terreno m ilitar, su rg en en el filo de la n avaja e n tre lo posible y lo imposible.» C itad o en L a u ra Silber y Alan Little, T h e D e a t h of Yugoslavia, Penguin Books, L ondres, 1995, pág. 91.

18. Xavier Bougarel, «Etat et Communautarisme en Bosnie-Herze-

govina», tesis sin publicar; versión inglesa en Dyker y Vejvoda, Yugosla­ via and After. 19. Entrevista privada con la autora. 20. Por ejemplo, uno de sus editoriales decía: «Instintivamente, a todo musulmán le gustaría salvar a su vecino serbio y no lo contrario, pero todo m usulm án debe designar a un serbio y hacer el juram en­ to de matarlo». 1 de abril de 1993, citado en el Informe Mazowiecki E/CN.4/1994/3, 5 de mayo de 1993. 21. Estoy en deuda con mi estudiante de doctorado Neven Andjelic, por su detallada información sobre el movimiento pacifista antes de la guerra. La historia de la sociedad civil bosnia la relata en su tesis del master, «The Rise and Fall of Civil Society in Bosnia-Herzegovina», Universidad de Sussex, Sussex, 1995. 22. Según uno de sus condiscípulos: «Mucha gente le dirá que la guerra se veía venir, pero yo no la vi, y no creo que Suada (la estudiante que murió) lo hiciera tampoco... Como alumna de medicina que iba a term inar en mayo, Suada habría podido fácilmente quedarse fuera de la manifestación aquel día. No era de Sarajevo. Ni siquiera era bosnia... No era una multitud enfurecida... La gente que nos rodeaba, la mayoría de ellos jóvenes, mostraban buen hum or y estaban deseosos de exponer sus argumentos de forma pacífica. Yo estaba a unos cincuenta metros del puente cuando sonaron unos cuantos disparos, tal vez cinco o seis. Todos empezaron a correr. Cuando conseguimos protegemos detrás de un edificio, me enfadé muchísimo. Nunca se me había ocurrido que al­ guien fuera a abrir fuego sobre un grupo de manifestantes desarmados. Aun así, por extraño que parezca, la guerra seguía sin parecer inevita­ ble. Sólo unos días después, ya parecía no haber vuelta de hoja y empe­ zamos a considerar a Suada como la primera víctima de la guerra de Bosnia. Lo que había parecido un acto casual de violencia, una gran tragedia personal, poco a poco se convirtió para nosotros en el primer incidente de un dram a mucho más amplio: la peor guerra de Europa en cincuenta años». Citado en Silber y Little, The Death o f Yugoslavia, págs. 251-252. 23. «Dans un ultime sursault, la société civíle bosniaque naissante a tenté d evincer le communautarisme de la sphére politíque. Un moment destabilisées, les parties nationalistes se vengent en faisant entrer la guerre dans la vie quotidienne.» Bougarel, «Etat et Communautarisme». 24. Informe sobre la situación de los derechos humanos en el territorio de la antigua Yugoslavia, Naciones Unidas, E/CN.4/1992/S-1/9, Nueva York, 28 de agosto de 1992, párr. 17. 25. Instituto Internacional de Estocolmo de Estudios sobre la Paz,

SIPRI Yearbook 1992: World Armaments and Disarmament, OUP, Ox­ ford, 1992. 26. Ibíd. 27. Se ha empleado a la misma compañía desde el Acuerdo de Dayton para form ar al ejército de la Federación de Bosnia-Herzegovina. Véase David Shearer, «Prívate Armies and Military Intervention», Adelphi Paper 316, IISS, Londres, febrero de 1998. 28. Informe definitivo de la Comisión de Expertos. 29. Este punto pasó inadvertido, en general, a quienes defendían el levantamiento del embargo de armas a Bosnia-Herzegovina como solu­ ción de la guerra. Por, m ucha importancia simbólica que hubiera po­ dido tener, habría tenido poca en la práctica, dado que el hecho de que el ejército bosnio recibiera armas o no dependía de la actitud del go­ bierno croata. Tal vez la consecuencia más positiva habría sido la posi­ bilidad de sortear a los traficantes ilegales de armas en Zagreb. 30. Las informaciones de prensa, tanto en el lado croata como en el serbio, se refieren a la cooperación entre el JNA y las fábricas croa­ tas para producir tanques M-84. Asimismo se dijo que los tres bandos de Bosnia-Herzegovina cooperaban en la fabricación de municiones porque hasta la bala de rifle de 7,62 mm contenía elementos que se producían en distintas partes. Véase Milán Nikolic, «The Burden of the Military Heritage», ponencia sin publicar para WIDER, Helsinki, 1993. 31. Informe definitivo de la Comisión de Expertos, Anexo IV, «Lim­ pieza étnica», párr. 238. 32. Su tesis doctoral, que terminó en 1976, trataba de las justifica­ ciones marxistas de la guerra. 33. Informe definitivo de la Comisión de Expertos, Anexo IV, «Lim­ pieza étnica», párr. 103. 34. Ibíd., Anexo III A, «Fuerzas especiales», párr. 68. 35. Véase Vasic, «The Yugoslav Army», pág. 129. 36. Silber y Little, The Death o f Yugoslavia, pág. 270. 37. Shems Hadj-Nassar, «Has Rape been Used as a Systematic Weapon of War in the Conflict in the Former Yugoslavia?» Universidad de Sussex, tesis del m aster sin publicar, 1995. 38. La limpieza étnica prosiguió en Banja Luka y Bijeljina y Janja hasta el final de la guerra. ACNUR le informaba a un hombre que lle­ gaba a Tuzla a finales de 1994: «No quedan niños, ni amigos, ni infor­ maciones, ni vida, ni mezquitas ni cementerios.» ACNUR, Notas infor­ mativas sobre la antigua Yugoslavia, 11/1994, Zagreb, noviembre de 1994. 39. Informe Mazowiecki E/CN.4/1994/3, 5 de mayo de 1993.

40. Informe d e f i n i t i v o de la Comisión de Expertos, A no o III a «Fuerzas especiales», párr. 70. 41. At D retelj, «Las víctimas aseguraron que las habían sometido a torturas sexuales, las habían golpeado con palos y cachiporras, que­ mado con cigarrillos y velas y obligado a beber orina y comer hierba. Una víctima contó que la encerraron en una habitación durante diez días, junto a otras tres mujeres profesionales, y en ese tiempo las viola­ ron repetidas veces». Ibíd., párr. 67 42. Vasic, «The Yugoslav Army», pág. 134. 43. Informe definitivo de la Comisión de Expertos,Anexo III, párr. 239. Es interesante que, durante la guerra de Croacia, un m em orán­ dum interno del JNA afirmaba que Arkan y Seselj eran peligrosos para la «moral militar» y que su «motivación primordial no era luchar con­ tra el enemigo sino robar la propiedad privada y tratar de forma inhu­ m ana a los ciudadanos croatas», ibíd., párr. 100, 44. Xavier Bougarel, L’A natomie d ’un conflit, Édition Découverts, París, 1995. 45. Informe definitivo de la Comisión de Expertos, Anexo III, párr.

102

.

46. Ibíd., Anexo IV, párr. 142. 47. Alex de Waal, «Contemporary Warfare in Africa», en Kaldor y Vashee (eds.), Restructuring the Global Military Sector. 48. Ésta fue una iniciativa alemana, apoyada por los demás países europeos a regañadientes. En realidad, bajo presiones alemanas, la UE designó la Comisión Badinter para que informase sobre los criterios para reconocer a todos los Estados sucesores de Yugoslavia. Al final, sólo Macedonia y Eslovenia cumplían los requisitos en cuanto al trata­ miento satisfactorio de las minorías, pero el reconocimiento de Mace­ donia se retrasó debido a las objeciones griegas. 49. El propio Owen sugiere que se habría podido llegar a un acuerdo mucho antes si la comunidad internacional hubiera estado más unida y los negociadores hubieran contado con el pleno respaldo de los norteamericanos. Achaca a la falta de apoyo de Estados Unidos la im­ posibilidad de aplicar el plan Vance-Owen e n el v eran o de 1993. Desde luego, es cierto que, en cuanto se hicieron cargo los norteamericanos, se lograron muchas más cosas, como es el caso del Acuerdo de Washing­ ton y el de Dayton. Pero esta explicación no tiene en c u e n ta la p o lítica de la época; había un enorme rec h azo a im p o n e r la p artició n . Otra pro­ puesta diferente, por ejemplo un protectorado, tal vez habría contado con el apoyo internacional. Cuando se firm ó el A cuerdo de D ayton, la mayoría de la gente ya había a b a n d o n a d o las altern ativ as a la p a rtic ió n .

50. V éase Pie»:-' t>> \ «Ex-Yougoslavie: Le Toumant?», Polifique Internationale, o to ñ o de 1995, 51. C om o re c u e rd a Carrington: «Cuando hablé con los presidentes Tudjman y M ilosevic, m e q u ed ó b a s ta n te claro que am bos te nían una so lu c ió n m utuam ente satisfactoria, q ue e ra que se lo ib a n a d iv id ir en ­ tre ellos. Iban a divid irse B osnia. Las [zonas] serbias ir ía n a S e rb ia y las [zonas] c ro a ta s a Croacia. Y a n in g u n o de los dos le p re o cu p a b a de­ m a sia d o qué ib a a se r de los m u su lm an es» . Citado en S ilb e r y L ittle , D e a t h o f Y u g o s la v ia , pág. 210. 52. O w en in siste en q ue trató a Izetbegovic de forma dife re n te p o r ser p resid e n te , pero no fue ésa Ja im p re sió n general, y eso era, al fin y al cabo, lo im p ó rta m e . 53. D ep a rtam e n to de Información P ública de la ONU, N o t a s i n f o r ­ T h e

m a t i v a s de l a ONU sobre el mantenimiento de l a paz,' actualización de di­ ciembre de 1994, D P I/! 306/Rev. 4, N ueva York, marzo de 1995, pág. 104. 54. La RCS 836 a m p lia b a el mandato de UNPROFOR de proteger las zonas de se g u rid a d « para d e te n e r los a taq u e s co n tra las zonas de se­ g u rid ad ... fo m e n ta r la re tira d a de las u n id a d e s m ilita re s y paramilitares que no sean del G o bierno de la R ep ú b lica de Bosnia y Herzegovina y o c u p a r varios p u n to s clave del te rrito rio » . Autorizaba a UNPROFOR a « ac tu a r en d efen sa p ropia, to m a r to d a s las medidas necesarias, in c lu id o el u so de la fuerza, com o réplica a los bombardeos co n tra las zonas de se g u rid a d p o r p a rte de c u a lq u ie ra de los bandos, o a la incursión ar­ mada en ellas, o en el caso de obstrucción deliberada, en dichas áreas o su e n to rn o , a la lib e rta d de m o v im ien to s de UNPROFOR o de los con­ voyes h u m a n ita rio s protegidos». Y d ec id ía q u e «los E sta d o s miembros, com o n ac io n e s o a través de o rg an iz ac io n es o acuerdos regionales [es decir; la OTAN], p u ed e n tom ar, bajo la a u to rid a d del C onsejo de Seguri­ d ad y so m e tié n d o se a u n a e stre ch a c o o rd in a c ió n con el S ecretario G e ­ neral y UNPROFOR, todas las m e d id as necesarias, incluso el uso de la fuerza aérea, en las zonas de se g u rid a d de Bosnia y Herzegovina, y su en to rn o , p a ra a p o y a r a UNPRO FO R.» Departamento de Información Pública de la ONU, L a s Naciones Unidas y l a a n t i g u a Y u g o s l a v i a , DPI/1312/Rev. 2, Mueva York, 15 de m arzo de 1994, pág. 136. 55. É sta fue u n a p ro p u esta p re se n ta d a al comienzo de la guerra por el m ovim iento pacifista en Bosnia. Se discu tió como una propuesta para negociar; la id ea era que a Izetbegovic le habría satisfecho con se rva r la in teg rid ad de B osnia y H erzegovina y q ue los serbios h u b ie ra n p re fe rid o el aleja m ie n to del SDA del poder. La p ro p u e sta se examinó seriamente en el oto ñ o de 1992, pero se rech azó p o rq u e habría resu ltad o d e m a­

siado costosa, desde el p u n to de vísta m ilita r y desde el econ óm ico.

56. Sexto In fo rm e Mazowiecki, E/CN 4/1994/110,

21 de feb rero de

1994, párr. 347. 57. Citado en Rieff, Slaughter House, pág. 211. 58. Owen, A Balkan Odyssey, pág. 354. No fue así para varios hom­ bres sobre el terreno con los que hablé. 59. Fuerzas Aliadas del Sur de Europa, Información Pública, Fact Sheet: Operation Deliberate Forcé, Nápoles, 6 de noviembre de 1995. 60. Zdravko Grebo, «An appeal for realistic expectations», en hCa Quarterly, 15, 16 (invierno/primavera de 1996).

4. La p o lític a de las n u ev as g u erras 1. Em est Gellner, Nations and Nationalism, Basil Blackwell, Ox­ ford, 1983 (trad. cast.: Naciones y nacionalismos, Alianza, Madrid, 2001). 2. Paul Hirst y Grahame Thompson, Globalization in Question: The International Economy and the Possibilities o f Govemance, Polity Press, Cambridge, 1996. 3. C. Freeman, J. Clarke y L. Soete, Unemployment and Technical Innovation: A Study o f Long Waves and Economic Development, Francés Pinter, Londres, 1982 (trad. cast.: Desempleo e innovación tecnológica: es­ tudio de ondas largas y desarrollo económico, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 1985). C. Pérez-Pérez, «Micro-electronics, long waves, and world structural change», World Development, 13, 3 (1985). 4. Véase Margit Mayer, «The shifting local political system in European cities», en Mick Dunford y Grigoris Kafkalas, The GlobalLocal Interplay and Spatial Development Strategies, Belhaven Press, Londres, 1992; tam bién Manuel Castells y Peter Hall, Technopoles o f the World: The Making of 21st Century Industrial Complexes, Routledge, Londres, 1994 (trad. cast.: Tecnópolis del mundo, Alianza, Ma­ drid, 2001). 5. Las cifras del aumento de las actividades privadas y sin fines lucrativos en diversas partes del mundo, lo que a veces se denomina la revolución «asociativa», se pueden ver en Lester M. Salamon, «The rise of the non-profit sector», Foreign Affairs, julio/agosto de 1994. 6. Nikolai Bujarin, Economics o f the Transformation Period, Bergman, Nueva York, 1971. 7. Robert Reich, The Work o f Nations: Preparing Ourselves for 2 Ist Century Capitalism, Simón and Schuster, Londres, 1993, pág. 97 (trad. cast.: El trabajo de las naciones, Vergara, Madrid, 1993). 8. Alberto Melucci, Nomads of the Present: Social Movements and

Individual Needs in Contemporary Society, Radius, Hutchinson, Lon­ dres, 1989. 9. Alain Touraine, The Post-Industrial Society, Random House, Nueva York, 1971 (trad. cast.: La sociedad post-industrial, Ariel, Barcelbna, 1971). 10. Reich, The Work o f Nations, pág. 178. 11. Giddens llama a estos símbolos «mecanismos de desarraigo». La característica fundamental de la modernidad era lo que él deno­ mina el «distanciamiento en el tiempo y el espacio», en el que se pue­ den construir relaciones sociales con otros «ausentes». Define la globalización como una extensión de ese distanciamiento espacio-temporal. Véase Anthony Giddens, The Consequences o f Modemity, Polity Press, Cambridge, 1990 (trad. cast.: Consecuencias de la modernidad, Alianza, Madrid, 1997). 12. Esta definición la elaboró Radha Kumar. Véase Mary Kaldor y Radha Kumar, «New forms of conflict», en Conflicts in Europe: Towards a New Political Approach, Publicaciones de la Asamblea de Ciu­ dadanos de Helsinki, Serie 7, Praga, 1993. 13. En su análisis de los conflictos relacionados con el islamismo político, Muhamed El Said Said distingue entre el Islam basado en la po­ lítica misionera y el Islam basado en la política de identidades. La re­ volución iraní es un ejemplo del primero, mientras que los movimien­ tos islámicos en India son un ejemplo del segundo. Véase «Conflicts involving Islam», en Mary Kaldor y Basker Vashee (eds.), Restructuring the Global Military Sector. Volume 1: New Wars, Cassell/Pinter, Londres, 1997. 14. Estoy en deuda con Ivan Vejvoda por este argumento. 15. El término lo utiliza Katherine Verdery en «Nationalism and national sentiment in post-socialist Rumania», Slavic Review, verano de 1993. 16. Ibíd., pág. 82. Véase también Robert M. Hayden, «Constitutional nationalism in the formerly Yugoslav republics», Slavic Review, 51 (1992). 17. Este argumento también lo desarrolla Katherine Verdery. Véa­ se, en particular, «Ethnic relations, economies of shortage and the transition in Eastem Europe», en C.M. Hann (ed.), Socialism: Ideáis, Ideology and Local Practice, Routledge, Londres, 1993. 18. Véase, por ejemplo, Andrei Amalrik, Will the Soviet Union Survive Until 1984?, Penguin Books, Londres, 1970, o Héléne Carrére d’Encausse, Decline o f an Empire: The Soviet Socialist Republics in Revolt, Newsweek Books, Nueva York, 1979 (trad. cast.: El triunfo de las nacio­ nalidades: el fin del imperio soviético, Rialp, Madrid, 1991).

19. Teresa Rakowska-Harmstone, «The clíaiectics of nationalism in the USSR», Problems of Communism, XXIII, 1 (1974). 20. En muchos casos, esas nacionalidades titulares eran artificia­ les. Tadjikistán, por ejemplo, es una unidad territorial inventada. El tadjik es un dialecto del persa que se habla en partes de Irán y Afga­ nistán, y al que se atribuyó un alfabeto cirílico. Los principales centros tadjik de civilización, Sam arkanda y Bujara, acabaron fuera de las fronteras asignadas a Tadjikistán, en Uzbekistán. 21. Victor Zaslavsky, «Success and collapse: tradicional Soviet nationality policy», en Ian Brem m er y Ray Taras (eds.), Nations and Politics in Soviet Successor States, Cambridge University Press, Cambridge, 1993. 22. Véase, por ejemplo, Peter Lewis, «P rom prebendalism to predation: the political economy of decline in Nigeria», Journal of Modem African Studies, 34, 1 (marzo de 1996); Obi Igw ara, «Holy Nigerian nationalisms and apocalyptic visions of the nation», Nations and Nationa­ lism, 1, 3 (noviembre de 1995); Kisangani N.E Ermizet, «Zaire after Mobutu; a case of a hum anitarian emergency», WIDER Research for Action 32 (UNU/WIDER, Helsinki, 1997). 23. Véase Human Rights Watch, Playing the Communal Card: Communal Violence and Human Rights, Nueva York, 1995. 24. Es especialmente fascinante cómo se ha reinterpretado la gue­ rra civil en Grecia en los últimos años. Antes, se consideraba un con­ flicto ideológico. Se decía que, si no hubiera sido por la intervención angloamericana y la presión para que se retirasen Stalin y Tito, Grecia habría sido un país socialista. Ahora se afirma que el principal objetivo de los comunistas era crear una Macedonia u n id a que incluyera las partes griega y búlgara. Por tanto, las actitudes macedonias represen­ tan una forma de distanciarse de una antigua sim patía por el com u­ nismo. 25. Para una descripción de este fen ó m e n o en varios lugares, véase en Informe sobre la Intervención en Crisis Mundiales de Médicos Sin Fronteras, Life, Death and Aid, Londres, Routledge, 1993. En Liberia, se describe al Frente Patriótico Nacional de Charles Taylor mientras m ar­ cha hacia la capital; «Constantemente borrachos o ahitos de m arihua­ na, con pelucas, vestidos de boda o gafas de soldador, encam aban la profunda crisis de identidad a la que les ha conducido su mundo he­ cho trizas», pág. 56. 26. Rakiya Omaar y Alex de Waal, Rwanda: Death, Despair and Defiance (Africa Rights, septiembre de 1994), pág. 35. 27. Sumit Ganguly, «Explaining the Kashmir insurgency: political

mobilisation an d institutional decay»,

In t e r n a t io n a l

Security,

21,

2

(otoño de 1996), 28. R a d h a K um ar, « N ationalism , nationalities and civil society», en Nationalism and European Integmtion: Civil Society Perspectives, P u b li­ ca ció n de la A sam blea de C iu d ad a n o s de H elsinki, serie 2, Praga, 1991. 29. V éase Oliver Roy, The Failure o f Political Islam, Taurus, L o n ­ dres, 1994; véase ta m b ié n E m e st GeUner, Postmodemism, Reas o n and Religión, Routledge, L ondres y N ueva York, 1992 (trad. cast.: Postmo­ dernismo, razón y religión, Paidós, B arcelona, 1994). 30. A.D. Smith, Nations and Nationalism in a Global Era, Polity P ress, C am brid ge, 1996. 31. Kwame A nthony Appiah, «Cosmopolitan patriots», Critical Inquiry (p rim av e ra de 1997), 618. 32. V éase Robert D. K aplan, «The coming anarchy», Atlantic Monthly (fe b re ro de 1994).

5. La eco n o m ía de g u e rra g lo b alizad a 1. Jeffrey Herbst, «Responding lo State failure in A frica » , Interna­ tional Security, 21, 3 (invierno de 1996-1997), 121-122. 2. H u m a n Rights Watch, Playing the Communal Card: Communal Violence and Human Rights, N ueva York, 1995. 3. D avid K een, «When w a r itself is privatized», Times Literary Supplement (d iciem b re de 1995). 4. P ara ios detalles de e sta h isto ria , véase David Shearer, «Prívate armies a n d m ilita ry invention», Adelphi Paper 316 (IISS, Londres, fe­ brero de 1998). 5. In stitu to In te rn a c io n a l de Estudios Estratégicos, Military Ba­ lance 1996- 7, B rasseys, Londres, 1997, pág. 237. 6. C itad o en Simkin, Race to the Swift: Thoughts on Twenty First Century W a r f a r e , B rasseys, L ondres, 1985, pág. 311. 7. La gran excepción, muy citada, fue la experiencia británica en M alaya. No o b sta n te , el m o v im ien to rev o lu cio n ario era muy lim ita d o y co n sistía , so b re tocio, en la m in o ría ch in a. No obstante, lo interesante es cómo, a diferencia de otros casos de contrainsurgencia, los británi­ cos co p ia ro n tá ctica s re v o lu c io n a ria s e in te n ta ro n «ganarse a la gente» m e d ia n te la p ro m e sa de in d e p e n d e n c ia y con tácticas militares seme­ jantes a las de las guerrillas. Véase ibíd. 8. H u m an R ights Watch, P l a y i n g the C o m m u n a l Card, pág. 9. 9. C itado en Irving Lew is Horowitz, Taking Lives: Genocide and

State Power, 4.a edición, Transaction Books, New Brunswick, i 997. Se­ gún Horowitz, el genocidio es una actividad del Estado y es distinto de la vigilancia parapolicial, que es la que llevan a cabo grupos privados, por ejemplo el Ku Klux Klan. 10. Para las cifras anteriores, véase Dan Smith, The State o f War and Peace Atlas, Penguin Books, Londres, 1997 (trad. cast.: El estado de la guerra y la paz, Akal, Madrid, 1998). La cifra para los años noventa es un cálculo mío; véase Mary Kaldor, «Introduction», en Mary Kaldor y Basker Vashee (eds.), Restructuring the Global Military Sector: Volunte 1: New Wars, Cassell/Pinter, Londres, 1997. 11. ACNUR, The State o f the World’s Refugees: In Search o f Solu­ tions, Oxford University Press, Oxford, 1995. 12. Estas cifras pueden encontrarse en el World Refugee Survey pu­ blicado periódicamente por el Comité norteamericano sobre los refu­ giados, Washington, DC. 13. Myron Weiner, «Bad neighbours, bad neighbourhoods: an inquiry into the causes of refugee flows», International Security, 21, 1 (ve­ rano de 1996). 14. Mark Duffield, «The political economy of intem al war: asset transfer, complex emergencies and internacional aid», en Joanna Macrae y Anthony Zwi (eds.), War and Hunger: Rethinking International Responses, Zed Press, Londres, 1994. 15. David Keen ha explicado que la hambruna en el sur de Sudán se debió a los robos de ganado de los milicianos baggara en el norte, con el apoyo del gobierno sudanés, para debilitar al EPLS (Ejército Popular de Liberación de Sudán), que tenía su base en el sur: «Para los jóvenes bag­ gara, sobre todo los más afectados por la marginación económica y la sequía, el robo ofrecía la perspectiva de aumentar su escaso capital». Da­ vid Keen, «A disaster for whom? Local interests and internacional donors during famine. Among the Dinka of Sudan», Disasters 15, 2, 155. 16. Central Asia’s narcotics industry», Strategic Comments, 3, 5 (ju­ nio de 1997); «Colombias escalating violence: crime, conflict and poli­ tics», Strategic Comments, 3, 4 (mayo de 1997). 17. Duffield, «Political economy of intemal war», pág. 56. 18. Keen, «When war itself is privatized». 19. John Simpson, In the Forests o f the Night: Encounters in Perú with Terrorism, Drug-running and Military Oppression, Arrow Books, Londres, 1994. 20. Keen, «When war itself is privatized». 21. Un psicólogo noruego describe una sesión con «Ivan», un chico de Bosnia-Herzegovina:

«¿Cómo se puede hablar con un niño de nueve años del hecho de que su padre haya disparado contra su mejor amigo? »Le pregunté qué explicación tenía él, y me miró a los ojos y dijo: "Creo que han bebido algo que les ha envenenado los sesos”. Y luego añadió, de pronto: “Pero ahora están todos envenenados, así que estoy seguro de que es el agua potable, y tenemos que averiguar cómo lim­ piar los depósitos contaminados”. Cuando le pregunté si los niños esta­ ban tan envenenados como los adultos, movió la cabeza y dijo: “No, ni hablar. Tienen cuerpos más pequeños y por eso están menos contami­ nados, y he descubierto que los niños pequeños y los recién nacidos, que sobre todo beben leche, no están envenenados en absoluto”. »Le pregunté si alguna vez había oído la palabra política. Casi saltó, me miró y dijo: “Sí. Ése es el nombre del veneno”». Citado en Dan Smith, State o f War and Peace, pág. 31. 22. Varios autores se refieren al carácter depredador de las econo­ mías contemporáneas de guerra. Véase Xavier Bougarel, L’A natomie d ’un conflit, Édition Découverts, París, 1995, a quien cito en el capí­ tulo 3. Véase también R.T. Naylor, «The insurgent economy: black market operations of guerrilla organizations», Crime Law and Social Change, 20 (1993), y Peter Lewis, «From prebendalism to predation: the political economy of decline in Nigeria», Journal o f Modem African Studies, 34, 1 (marzo de 1996). 23. Michael Cranna (ed.), The True Cost o f Conflict (Saferworld, Earthscan, 1994). 24. Véase Vesna Bojicic, Mary Kaldor e Ivan Vejvoda, «Post-war reconstruction in the Balkans», European Foreign Affairs Review, 2, 3 (otoño de 1997). 25. A fines de 1986, Estados Unidos había suministrado ayuda por valor de 3.000 millones de dólares. La CIA desvió parte hacia Nicaragua y Angola; los servicios militares de información de Pakistán desviaron parte para su uso y para el mercado negro; otra parte fue vendida por dirigen­ tes políticos, y otra la desviaron los proveedores de armas, mediante fac­ turas infladas y cargamentos robados. Según Naylor: «El resultado fue que no sólo las organizaciones internacionales de ayuda tuvieron que re­ correr los bazares para volver a comprar los alimentos, las ropas, las tien­ das y ios medicamentos desviados, sino que los jefes rebeldes afganos que verdaderamente luchaban tuvieron que emplear, a veces, los beneficios del tráfico de heroína para comprar armas que ya habían sido pagadas por Estados Unidos y Arabia Saudí», «The insurgent economy», pág. 19. 26. Duffield, «Political economy of intemal war», pág. 57.

6. H acia una perspectiva cosmopolita 1. Véase Michael Walzer, Just and Unjust Wars: A Moral Argument with Historical Illustrations, Pelican Books, Londres» 1980. 2. Hannah Arendt, Reflections on Violence, Harcourt, Brace and Company, Londres y N ueva York, 1979, págs. 50-51 (trad. cast. en Cri­ sis de la República, Taurus, Madrid, 1998). 3. «Perpetual Peace» (1795), en H an s Reiss (ed.), Kant's Political Writings, Cambridge, Cambridge U niversity Press, 1992. 4. «La ley del c o n flicto a rm a d o tenía el p ro p ó sito de re strin g ir los usos de la violencia entre Estados y, en el caso de las guerras civiles, entre gobiernos y rebeldes. La ley de los d e re ch o s h u m a n o s tenía (en­ tre otras cosas) el propósito de ev itar y re strin g ir los usos de la violen­ cia por parte de los gobiernos contra sus ciudadanos, estuvieran for­ malmente en rebeldía o no; un te rre n o de co n flicto para el que el derecho internacional, por d efin ició n , no te n ía so lu cio n es.» Geoffrey Best, War and Law Since 1945, Clarendon Press, O xford, 1994. 5. Sobre las referencias a la ley h u m a n a o c o s m o p o lita , véase J. Pictet, «International hum anitarian law: a definitíom », en UNESCO, International Dimensions o f Humanitarian Law, Marinus Nijhoff, Dordrecht, 1988. 6. Para unas buenas in tro d u c c io n e s a la literatura re la cio n a d a, véase Oliver Ramsbotham y Tom Woodhouse, Humanitarian Intervention in Contemporary Conflict: A Reconceptualization, Polity P ress, Cam­ bridge, 1996; Ian Forbes y Mark Hoffman, Political Theory, Internatio­ nal Relations and the Ethics o f Intervention, Macmillan, L o n d res, 1993. 7. Adam Roberts, « H u m a n ita ria n action in war», Adelphi Paper 305, IISS, OUP, Londres, 1996. 8. Véase Radha Kumar, «The troubled history of partition», Foreign Affairs, 76, 1 (enero-febrero de 1997). 9. David Bremmer, «Local p eace a n d the South African transition», Peace Review, 9, 2 (junio de 1997). 10. William Warfield, «Moving from civil war to civil society», Peace Review, 9, 2 (junio de 1997). 11. Ed García, «Filipino zones o f peace», Peace Review, 9, 2 (ju n io de 1997). 12. Times Literary Supplement, ' V febrero de 1997. 13. Citado en ibíd., pág. 30. 14. Alex de Waal, Famine Critnes: Politics and the Disaster Relief Industry in Africa (Africa Rights and the In te rn a tio n a l A frican Institute, Indiana University Press, Bloomington e Indianapolis, 1997), pág. 178.

V éase ta m b ié n Mohamed Sahnoun» Somalia: T h e Mis sed Opportunities (US Institute fo r Peace, W ashington, DC» 1994). 15. V éase, p o r ejem plo, William I. Durch (ed.), The Evolution o f

UN Peacekeeping: Case Studies and Comparative Analysis,

St M a rtin 's

P ress, N ueva York, 1993; M in isterio de D efensa, Wider Peacekeeping, HMSO, L on d res, 1995; Mats R. BerdaJ, «Whither UN peacekeeping?», Adelphi Paper 281, IISS, L ondres, 1993. 16. Véase, p o r ejem plo, John Mackinlay y Jarat Chopra, A Draft

Conce.pt o f Second Generation Multinational Operations. The Thomas J. W atson Ir. In stitu te for In te rn a tio n a l Studies, Providence (Rhode Istan d ) 1993, ■ 17. C harles D obbie, «A concept for post-Cold War peace-keeping», Survival, o to ñ o de 1994. 18. «La to rtu ra , las violaciones, el pillaje e in c lu s o el c a n ib a lis m o a m a n o s de las faccio n es ap o y a d as p o r ECOMOG p e rju d ic a ro n la acepta­ ción p o lítica g en e ral de ECOM OG.» Herbert Howe, «Lessons of Liberia: ECOMOG a n d reg io n al peace-keeping», International Security, 21, 3 (in v iern o de 1996-1997), pág. 163. 19. C itad o en A frica R ights, Somalia and Operation Restore Hope: A Preliminar}1Assessmenf (L ondres, mayo 1993), pág. 28.

20. Roberts, «Humanitarian action», pág. 51. 21. Jo h n M ackinlay, «Improving multifunctional forces», Survival, o to ñ o de 1994. En re a lid a d , el p ro p io M ackinlay está confuso. Dice d esp u és: «C u an d o se u tiliz a la fuerza, puede parecer que se ha perdido la im p a rc ia lid a d [q u ie re d e c ir n e u tra lid a d ], especialmente por parte del lado in v o lu c rad o . En. ca m b io , si la legitimidad está intacta, se puede r e s ta u r a r la a p a rie n c ia de im p a rc ia lid a d » . Lo importante, en e ste caso, es la le g itim id ad a ojos de la p o b la c ió n lo ca l. P u e d e no ser p o sib le r e s ta u r a r la n e u tra lid a d , a la que califica de imparcialidad, d a d o que las p a rte s del co n flicto no re s p e ta n las normas. Lo funda­ mental es c o n s e rv a r la im p a rc ia lid a d desde el punto de vista de las v íctim as. 22. Citado en D obbie, «A concept», pág. 137. 23. lo a n Lewis y Ja m es MayaJI, «Somalia», en James Mayall (ed.),

The New Interventionism 199 -ted Nations Experience in Cambodia, Ponner Yugoslavia, and Somalia, C am b rid g e University Press, Cam­ bridge, 1996, pág. 117. 24. H a h a b id o noticias de v iolaciones de los derechos humanos p o r p a rte de p erso n a l de la ONU en Camboya, B o sn ia -H e rze g o v in a , S o ­ m a lia y Mozambique. Los delitos c o n sistie ro n en violaciones, asesina­ tos y rela cio n e s con la p ro stitu c ió n in fan til en Mozambique. Véase, por

ejemplo, Africa Rights, Somalia: Human Rights Abuses by the UN Forces (Londres, julio de 1993). 25. Mark Duffield, «Relief in war zones: towards an analysis of the new aid paradigm», Third World Quarterly, 1997. 26. Alvaro de Soto y Graciana del Castillo, «Obstacles to peacebuilding», Foreign Policy, 94 (primavera de 1994). 27. Africa Rights, Somalia and Operation Restore Hope. 28. Mats Berdal, «Disarmament and demobilization after civil wars», Adelphi Paper 303, IISS, OUP, Londres, 1996. 29. Alex de Waal, «Contemporary warfare in Africa», en Mary Kal­ dor y Basker Vashee, (eds.), Restnicturing the Global Military Sector: Volume 1: New Wars, Cassell/Pinter, Londres, 1997, pág. 331.

7. Gobernanza, legitim idad y seguridad 1. Verso, Londres, 1996. 2. Samuel R Huntington, The Clash o f Civilizations and the Remaking o f World Order, Simón and Schuster, Nueva York, 1996 (trad. cast.: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Barcelona, 1997). También «The clash of civilizations?», Foreign Affairs, verano de 1993. 3. La tesis del neomedievalismo suele atribuírsele a Umberto Eco, Travels in Hvperreality, Picador, Londres, 1987. Para una descripción, véase Barry Smart, Postmodemity, Routledge, Londres, 1996. Debe dis­ tinguirse del nuevo medievalismo de Bull, que se refería a la idea de superponer soberanías políticas y se acerca más a la perspectiva del gobierno cosmopolita. Hedley Bull, The Anarchical Society: A Study o f Order in World Politics, Macmillan, Londres, 1977. 4. Robert D. Kaplan, «The coming anarchy», The Atlantic Monthly (febrero de 1994); y Robert D. Kaplan, The Ends o f the Earth: A Joumey at the Dawn o f the Twenty First Century, Papermac, Londres, 1997 (trad. cast.: Viaje a los confines de la tierra, Ediciones B, Barcelona, 1997). 5. Según Martin Van Creveld: «La verdad es que lo que tenemos aquí no es ni un conflicto de baja intensidad ni un hijo bastardo de la guerra. Es la g u e r r a t o t a l en el sentido elemental que le da Hobbes, el conflicto más importante de nuestra época, con gran diferencia». Van Creveld, The Transformation o f War, Free Press, Macmillan, Londres, 1991, pág. 22. 6. Mary Kaldor, «New world order: war of the imagination», Marxism Today (13 de febrero de 1991).

7. Huntington, The Clash o f Civilizations, pág. 321. 8. Kaplan, The Ends o f the Earth, pág, 6. 9. Ibíd., pág. 45. 10. Ibíd., pág. 329. 11. Ibíd., pág. 432. 12. Citado en David Keen, «Organized chaos: not the new world we ordered», World Today, enero de 1996. 13. Kaplan, The Ends o f the Earth, pág. 337. 14. Ibíd., pág. 436. 15. On Humane Govemance, Polity Press, Cambridge, 1995. 16. David Beetham, «Human rights as a model for cosmopolitan democracy», en Daniele Archibugi y David Held (eds.), Reimagining Po­ li tical Community: Studies in Cosmopolitan Democracy, Polity Press, Cambridge, 1998. 17. Véase Daniele Archibugi y David Held (eds.), Cosmopolitan De­ mocracy: An Agenda for a New World Order, Polity Press, Cambridge, 1995.

Epílogo 1. La Comisión la creó el primer ministro sueco y la presidió Ri­ chard Goldstone, el prim er fiscal jefe de los Tribunales Penales Inter­ nacionales de las Naciones Unidas para la antigua Yugoslavia y Ruanda. Véase The Kosovo Report, Oxford University Press, 2000, y www.kosovocommission.org 2. Doctrine o f the International Community, 22 de abril de 1999, Hilton Hotel, Chicago, Illinois. 3. Noel Malcolm, Kosovo: A Short History, Macmillan, Londres, 1998. 4. Unas 2.000 familias se reconciliaron y unas 20.000 personas fue­ ron puestas en libertad tras arresto domiciliario. Se creó un «Consejo de la Reconciliación» que buscó a las familias de origen albanés (incluso las que vivían en el extranjero) y las reunió para una reconciliación masiva; de aquí surgió el Movimiento pannacional para la Reconciliación de las Venganzas de Sangre. Véase Andrew March y Rudra Sil, The «Republic of Kosova» (1989-1998) and the Resolution o f Ethno-Separatist Conflict in the Post-Cold War Era: Implications o f a Post- Westphalian View o f Sovereignity?, University of Pennsylvania, Filadelfia, 1999. 5. Citado en Tim Judah, «Kosovo’s Road to War», Survival (ve­ rano de 1999), pág. 12.

6. Maggie O’Kane, «The T errible Day when Frenkis Boys carne Calling», The Guardian (19 de junio de 1999). 7. El número de m uertes es muy d iscu tid o . Estas cifras re p re s e n ­ tan el mejor cálculo de la CIIK, b a sa d o en el estu d io de una a m p lia v a­ riedad de informes de O NG y otras fuentes. Véase Anexo I, «Documentation on Hum an Rights Violations», T h e Kosovo Report. 8. Richard Caplan, « In te rn a tio n a l Diplomacy and the. Crisis in Kosovo», International Affairs, 74, 4 (octubre de 1998), pág. 752. 9. Véase Gramoz P asliko, «Kosovo: Facing Dramatic Economic Decline», en Thanos Veremis y Evangelos Kofos, Kosovo: Avoiding another Balkan War, ELIAMEP, U niversidad de Atenas, 1998. 10. The Observer (18 de julio de 1999). 11. John Arquilla, «The “Velvet” Revolution in Military Affairs», World Policy Journal, 14/4 (invierno de 1997-1998). 12. Véase Ministerio de Defensa británico, Lessons from the Crisis, Cmnd 4724 (HMSO, Londres, 2000); Cámara de los Comunes, Comité de Defensa, 14.° Informe, p e rio d o de sesiones 1.999-2000 (HMSO, Lon­ dres, 2000).

índice onom ástico

Abdic, Fikret, 57, 70 Abdulah, 70 Abjasia, 123, 126, 130, 140 Afganistán, 44, 110, 117, 121, 126, 129, 132, 140, 141, 145 África, 15, 25, 27, 78, 102, 103, 104, 107, 110, 113, 123, 129, 140, 185, 186 África central, 25, 135, 142 África, Cuerno de, 25, 142 África occidental, 25, 142, 155, 186 Africa Rights, 111, 225n., 229n., 230n„ 231n. Agromerc, escándalo, 56, 70 Aideed, Mohamed, 146, 153, 158, 165-166 Albania, 140, 141 Aibrecht, Ulrich, 9, 214n. Albright, Madeleine, 121, 202, 204 Alemania, 41, 83, 102, 109, 134, 140, 183, 189, 191, 198 Alemania, unificación de (1871), 41 Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 11, 18, 28, 74, 85, 88, 131, 140, 169, 220, 227 Amalrik, Andrei, 224n. Amnistía Internacional, 98 Andjelic, Neven, 219n. Andreopoulos, George J., 216n.

Andric, Ivo, Carta de 1920, 52, 217n. Angola, 125, 132, 140, 145, 228n. Appiah, Anthony, 115, 226n. Archibugi, Daniele, 232n. Arendt, Hannah, 147-148, 229n. Argelia, 128 Arkan, 68, 69, 76, 122, 221n. Armenia, 15, 134, 155 Asia, 27, 104, 107, 140, 182 Asia central, 25, 141, 142, 227n. Asia meridional, 15, 78, 84, 102,

110

Atlantic Monthly, The, 186, 226n, 231n. Australia, 112 Austria, 53, 134 Azerbaiyán, 15, 140, 155

Babic, 79 Badinter, Comisión, 22In. Balcanes, 15, 25, 27, 52, 53, 109, 139, 206, 209, 214n. Banco Mundial, 168 Banja Luka, 63, 72, 73, 74, 130, 220n. Baudrillard, Jean, 17, 213n. Bauman, Zygmunt, 177 Beetham, David, 232n.

Bélgica, 135 Berdal, Mats, 171, 230n., 23 ln. Berlín, caída del muro de, 54, 109 Best, Geoffrey, 229n. Bihac, 57 Bijeljina, 220n. Bojicic, Vesna, 9, 214n., 218n., 222n. Bosnia, 50, 52-53, 58-59, 62-64, 71-72, 74, 76, 78, 81, 83, 88, 91, 92, 122, 124-126, 135, 138, 142, 154, 151-152, 157, 167, 172, 178, 182-183, 191-193, 197, 199, 202, 208, 216n., 219n„ 222n. Bosnia-Herzegovina, 9, 11, 17, 20, 26, 29, 49, 50-56, 58-69, 72, 78, 79, 81-86, 88, 91, 93, 112, 124, 126, 130, 134, 139, 141, 143, 155-156, 182, 192, 216n„ 217n„ 218n, 219n„ 220n., 227n., 230n. Botswana, 139 Bougarel, Xavier, 60, 61, 62, 64, 77, 80, 218n„ 219n„ 221n„ 228n. Boutros-Ghali, Boutros, 49, 145 Brcko, corredor de, 72 Bremmer, David, 155, 225n. Bremmer, Ian, 229n. Bujarin, Nikolai, 98, 223n. Bulgaria, 53, 112, 140 Bull, Hedley, 23ln. Bunker, Robert J., 213n. Burundi, 107, 140, 141, 142

Caco, 69 Cachemira, 104, 111, 126, 141, 195 Camboya, 145, 153, 154, 230n. Canadá, 112, 113, 134 Caplan, Richard, 233n. Capljina, 76 Carrére d’Encausse, Héléne, 224n.

Carrington, Lord, 82, 222n. Carrington-Cuteleiro, plan (1992), 82, 83 Castells, Manuel, 223n. Cáucaso, 25, 142 Celo, 69 Centroamérica, 155 Chad, 140 Checa, República, 185, 190 Chechenia, 44, 142, 195 Checoslovaquia, invasión soviética de (1968), 58 China, 182, 184 Chipre, 153, 161 Chopra, Jarat, 230n. Cisjordania, 140 Clarke, I., 223n. Clausewitz, Karl von, 29, 31, 33, 119, 146, 160, 166, 167, 214n.; véase también De la guerra Código Lieber, 41 Cohén, Elliott, 213n. Cohén, Leonard J., 217n. Colombia, 132, 133, 227n. Comisión de Derechos Humanos de la ONU, 64, 79, 85 Comisión Europea, 28, 214n. Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), 85, 86, 96, 149, 163 Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS), 146 Confederación de Estados Inde­ pendientes (CEI), 125, 146, 180 Congreso Nacional Africano (CNA), 124, 155 Consejo de Europa, 90 Cosic, 217n. Cranna, Michael, 228n. Croacia, 11, 15, 51-53, 55, 58-62, 65-69, 71, 73, 77-79, 82-84, 112,

124» 134, 139, 140, 192, 19?, 199, 202, 221 ii., 222n. C rom w ell, Oliver, 34

D ayton, A cuerdo de» 11» 70, 82, 83, 84, 87, 90, 91, 154, 172, 200, 202, 203, 216n„ 220n„ 221n. De la guerra (O n war, Clausewitz), 37-40, 42, 214n., 215n. de Nooy, Gert, 213n. de Soto, Alvaro, 168, 23In. de W aal, Alex, 78, 156, 158, 22In., 225n„ 229n„ 231n.

del Castillo, Graciana, 168, 23 ln. Délo, 78 Dinamarca, 70, 208 Dobbie, Charles, 164, 230n. Doyle, Michael, 216n. Dretelj, 76, 2 2 ln . Dubrovnik, 54, 71 Duffield, Mark, 133, 137, i-'., > 213n., 227n., 228n., 23ln. Dunant, Henri, 41 Dunford, M ick, 223n. Durch, William J., 230n. Dyker, D.A., 218n., 219n.

Eco, Umberto, 23 ln. Eide, Asbjom, 214n. El Said Said, Muhamed, 224n. El Salvador, Programa de Paz en, 168 E lias, Norbert, 177 Eritrea, 104, 140, 142, 186 Ermizet, Kisangani, N.F., 225n. Eslovaquia, 112, 190 Eslovenia, 55, 62, 65-67, 82, 138, 192, 197, 22 ln . Estados Unidos, 27, 41, 44, 49, 60,

70» 71, 78, 83, 9 | u)9, n i

i'-'

124, 134, 140-141. 1 ñ?, ¡58. 66, 182-184, 196, 204, 221n., 228n. E sta m b u l, 186 E tio p ía, 140, 142 E u ro p a , 11, 29, 31, 37, 38, 48, 50, 53, r-r. 59 . 5*+, 79. 90-92, 100, 102, 103, 117, 121, 140, 178, 179, 180, 182, 184, 185, 198 Europa del Este, 15, 18, 25, 27, 47, 51, 54, 55, 58, t i . 04. 111, 113 Europa occidental, 27, 47, 103, 108, 217n. Europa, sur de, 223 Executive Outcomes, S u rá fric a, 124, 125, 126

Falk, R ich ard , 188

Federico Guillermo de Prusia, 35 Fetahagic, Sead, 217n. Fidler, David P, 215n. Filipinas, 155 Finlandia, 70 Fondo de Naciones Unidas para la In fa n cia (U N IC E F), 18 Fondo M o n e tario In te rn a c io n a l (FMI), 56, 168 Forbes, Ian, 229n. F ra n c ia , 35, 83, 109, 135, 189 Freedman, Lawrence, 216n. F re em a n , C., 223n. F re n te N acio n al, Francia, 109

Ganguly, Sumit, 225n. García, Ed, 229n. Gaza, 140 G ellner, Emest, 44, 95, . *. ’ , 226n.; véase también Naciones y nacionalismos

G eorgia, 113, 123, 141 Giddens, A nthony, 35, 148, 214o.., 224n. G o radze, 90 Gow, Ja m es, 218n. G ra n B retaña, 41, 45, 70, 83, 119, 124, 208 Grav, Chris H a b le ., 2 2

Grebo, Zdravko, 223n. G recia, 11, 31, 47, 53, 64, 109, 140, 182, 225n. G reen p eace, 98, 116 G ru p o de V igilancia de la T regua de la C o m u n id ad E co n ó m ica de los E stad o s de Á frica O ccid en ­ tal (ECOMOG), 125, 162, 230n. G u a r d i a n , T h e , 79, 233n. G uevara, E rn e sto Che, 23, 127 Guillermo de G range, p rín cip e, 32 G u inea, 140 G u stavo A dolfo de Suecia, 32

Hadj-Nassar, S hem s, 220n. Hall, Peter, 223n. Hann, C.M., 224n. Hassner, F ierre, 222n. H avel, Vaclav, 185 HDZ véase Partido D em ó c rata de C roacia

Held, David, 9, 2 14n., 232n , H elsinki, A sam blea de C iu d ad an o s de (ACH), 9, 27, 63, 155, 224n„ 226n. H elsinki Watch, 73 Henderson, A.M., 215n. Herbst, Jeffre\. : L . I26n. H irst, Paul, 223n. Hoffman, Stanley, 215n. Hohenzollern, 35 Holanda, 169

Holbrooke, Richard, 49, 203 Hollingsworth, Larry, 88 Horowitz, Irving Lewis, 226n. H ow ard, Michael, 215n. Howe, Herbert, 165, 230n, Hulme, Gerry, 88 Human Rights Watch, 18, 130, 198, 225n„ 226n„ 231n. Hungduan, 155 H u n g ría, 53, 140, 190 H u n tin g to n , Samuel P., El choque de civilizaciones (Clash o f Civilizaiions), 181-185, 187, 190, 192, 209, 231n., 232n. Hussein, Saddam, 181

fgm an, monte, 72, 87, 90

Ignatieff, Michael, 213n. Igwara, Obi, 225n. India, 47, 108, 142, 153, 186, 224n. In stitu to Internacional de Estudios Estratégicos de Londres (IISS), 220n„ 226n„ 229n„ 230n„ 23 ln. International Security, 226n., 227n. Irán, 47, 71, 124, 140, 142, 186, 225n. Irak, 17, 47, 71, 86, 140, 167, 196,

204 Irla n d a, 153

Irlanda del Norte, 109, 155, 161 Israel, 47, 142 Italia, 32, 53, 97 Izetbegovic, Alija, 63, 67, 84, 222n.

labionsky, David, 213n. Jan ja, 220n. Jeong, Ho-Won, 213n. Jo rd a n ia , 140 Juka, 69, 76

Kadijevic, general, 71, 78 Kafkalas, Grigoris, 223n. Kakanj, 64 Kant, Immanuel, 37, 149, 193, 215n., 227n. K aplan, R o b ert D., 185-188, 209, 226n., 231n., 232n. Karadjordjevo, 83 Karadzic, 52, 113, 153 K azaj, 155

Keane, John, 177 Keegan, John, 32, 214n. Keen, David, 137-138, 213n., 226n., 227n„ 232n. Khalistán, 112 Kladanj, 88 Knin, 15 Kolko, Gabriel, 44-45, 215n. Konjic, 70 Kósovo, 55, 57, 9, 113, 195, 197209, 232n„ 233n. Kouchner, Bemard, 145 Krajina, 61, 73, 79, 83 Kumar, Radha, 113, 224n., 226n., 229n. KwaZulu-Natal, 155

Le Pen, Jean-Marie, 109 Lewis, loan, 165, 230n. Lewis, Peter, 225n., 228n. Líbano, 140, 153 Liberia, 94, 95, 108, 126, 164n. Liga Comunista, Yugoslavia, 55, 61, 65 Little, Alan, 219n., 220n., 222n. Luttwak, Edward, 44, 48, 216n.

Macedonia, 55, 112, 139, 206, 208, 221n„ 225n.

Mackinlay, John, 164, 230n. Macrae, Joanna, 227n. Mahdi, Ali, 153, 158 Malawi, 139 Malaya, 226n. Mann, Michael, 215n. Mao Zedong, 23, 48, 78, 127-128 Markovic, Antje, 57, 60 Martic, 79 Matica Hrvatska, 61 Mayall, James, 165, 230n. Mayer, Margit, 223n. Mazowiecki, Tadeusz, 64, 86-87, 89, 219n„ 22 ln. Médicos Sin Fronteras, 18, 145, 225n. Melucci, Alberto, 223n. Milosevic, Slobodan, 83, 196198, 200, 202-204, 206-209, 222n. Mladic, 153 Mobutu, presidente Joseph (Sese Seko), 107, 122, 141, 225n. Mogadiscio, 88, 153, 160, 165 Montenegro, 55, 66, 139-141, 206 Morillon, general, 88-89 Mostar, 63, 70, 72, 76, 79, 85-86, 171, 173 Movimiento Socialista Panhelénico (PASOK), 109 Mozambique, 124, 129, 139, 230n. Mpumalanga, 155

N aciones Unidas, 18-19, 28, 45,

86, 145, 157-158, 160, 162, 165166, 190, 213n„ 219n„ 222n. Naciones y nacionalismos (Gellner), 95, 218n„ 223n. Nagomo-Karabaj, 15, 134, 140 Namibia, 145

Nations and Nationalism in the Global Era (Smith), 114, 226n. Naylor, R.T., 228n. Neild, Robert, 215n. Ngala, 108 Nicaragua, 129, 145, 228n. Nicholson, Michael, 73 Nigeria, 108, 225n., 228n. Nikolic, Milán, 220n. Novi Travnik, 70

Offe, Claus, 47, 216n, Ogata, comisaria, 85 Omaar, Rakiya, 225n. Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), 18, 28, 90, 125, 180, 190, 203 Organización para la Unidad Afri­ cana (OUA), 18 Oriente Próximo, 102, 134 Orwell, George, 48 Osetia del Sur, 113 OTAN, 28, 49, 57, 61, 63, 86, 9091, 125, 146, 180, 184-185, 189191, 195-197, 200-205 OTAN, Consejo de Coordinación de la (NACC), 178 Owen, David, 52, 66, 82-83, 87, 89, 157, 217n„ 221n„ 222n., 223n. Oxfam, 18

Pakistán, 47, 110, 126, 140, 141, 153, 185, 228n. Pakrac, 79 Palestina, 153 Papúa-Nueva Guinea, 125 Paraga, Dobroslav, 69, 76 Parsons, Talcott, 215n. Partido Campesino Croata, 63

Partido Comunista de Yugoslavia, 81, 107 Partido (Musulmán) de Acción De­ mocrática (SDA), 51, 62, 63, 73, 222n.; El Dragón de Bosnia, 63 Partido de las Derechas de Croa­ cia (HSP), grupo HOS, 69 Partido del Congreso, India, 108 Partido Demócrata de Croacia (HDZ), 51, 59, 60, 61, 62, 66 Partido Demócrata Serbio (SDS), 51, 61, 62 Partido Inkatha de la Libertad (IFP), 123, 124, 155 Partido Serbio de Renovación Na­ cional, 68 Pérez-Pérez, C., 223n. Perú, 133, 138 Pictet, J., 229n. Polonia, 190 Prazina, Jusuf, véase Juka Prijedor, 79 Programa para la Paz, 145

Rainbow Warrior, 116 Rakowska-Harmstone, Teresa, 105, 225n. Ralston, David B., 214n. Ramsbotham, Oliver, 229n. Raznjatovi c, Zeljko véase Arkan Recursos Militares Profesionales (MPRI), 66 Reflections on Violence (Keane), 177 Reich, Robert, 73, 76, 95, 98-99, 121, 125, 223n„ 224n. Reiss, Hans, 215n., 229n. RENAMO (Resistencia Nacional Mozambiqueña), 124, 129 Richelieu, cardenal, 36

Rieff, David,

159, 216n., 218n., 223n. Roberts, Adam, 216n., 229n., 230n. Roberts, Michael, 33, 36, 214n. Roma (an tig u a), 31-32 Rose, g en eral Michael, 36, 160 R o u ssea u , Jean-Jacques, 36 Roy, Oliver, 226n. Rumania, 47, 53, 112, 140, 190, 224n. Rusia, 44, 49, 83, 106, 110, 134, 141, 183, 190, 192 Ruanda, 107, 111, 113, 117, 123, 134-135, 140-143, 146, 150, 156, 196, 232n. Russett, Bruce, 216n. Rutenia, 112

Saferworld, 139 Sahnoun, Mohamed, 158, 230n. S ala m o n , Lester M., 223n, Sandline International, 124-125 Sarajevo, 26, 49, 59, 63, 64, 66, 68, 69, 72, 82, 87, 89, 93, 117, 172, 217n., 219n. Save th e Children, 18 Serbia, 15, 51, 55, 58, 61, 66, 67, 73, 77, 83, 134, 139, 140, 141, 151, 192, 197, 203, 204, 209, 222n. Seselj, 68-69, 76, 203, 2 2 ln . Shaw, Martin, 9, 16, 213n. Shearer, David, 220n., 226n. Shevardnadze, Eduard, 123 Shulman, Mark R., 216n. Sierra Leona, 123, 125, 132, 137, 140, 142, 185, 195 S ilajdzic, 67 Silber, Laura, 218n., 2 19n., 220n. Simkin, Richard, 39, 215n., 226n. Simpson, John, 138, 227n.

Skocpol, Theda, 35, 215n. Smart, Barry, 2 3 ln . Smith, A.D., 114, 226n. Smith, Dan, 227n., 228n. Soete, L., 223n. Somalia, 17, 26, 86, 88, 108, 121, 126, 142, 145, 153, 157, 158, 163, 165, 166, 168, 178, 230o,, 231n. Somalilandia, i 55, i 74 Soweto, 155 SOYAAL, 174 Srebrenica, 77, 87, 146 Stalin, Josef, 225n. S toltenberg, Thorvald, 83 Strategic Comments, 227n. S u d án , 108, 130, 133, 135, 137, 140, 542, 227n. S u azilan d ia, 139

Suecia, 32 Suiza, 86 Suráfrica, 124, 126, 139, 145, 155 Sureste asiático, 100

122, 125, 132, 133, 2, 225n. T anzania, 140 Taras, Ray, 225n. Taylor, C harles, 123, 225n. T h o m p so n , E.P., 214n. T h o m p so n , Grahame, 223n. T h o m p so n , Mark, 218n. Tilly, C harles, 215n. Ti mor O rien tal, 128 Topalovic, Musan v é a s e C aco Touraine, Aiaín, 99, 224n. Transcáucaso, 15, 27, 66 , 81, 112, 130, 157 Travnik, 70 T ribunal Penal In tern ac io n a l (TPÍ), 150

T adjikistán,

Tudjman» Franjo» 52, 59, 60, 61, 63, 222n. T urquía, 47, 52, 140» 142, 162, 185 Tuzla» 26, 63,64, 66, 70, 7 87-88, 124» 143» 155, 169, 220n.

U crania» 110, 112 Uganda, 112» ' \

.

U nión E u ro p e a ( U E ) , 18» 2 8 , 49» 53» 80, 82» 85-86» 90, 116, 171, 173» 182» 184-185, 2 2 In. U nión Europea O ccidental (UEO), 86» 90» 178» 180 U nión Soviética» 53» 64; a n tig u a 15» 104-105» 119, 184» 190

Washington, Acuerdo de (1994), 66 » 72» 83-85, 154 Waters, Malcolm, 214n. Weber, Max» 33, 54, 215n. Weinberger-Powell, doctrina de la fu erza abrumadora, 165 Weiner» Myron, 132, 142, 227n. Westfalia, Tratado de, 35 Wilgesprunt Fellowship Centre, 155 Woodhouse, Tom, 229n. Woodward, Susan, 218n. El trabajo de las naciones (Reich), 98-99, 223n. World Refugee Survey, 227n.

Yugoslavia» 15, 50, 53-58, 60, 64Van Creveld, Martin» 31» 33» 43» 47, 214n.» 21 5n., 216n.» 2 3 In. Vanee» Cyrus, 82, 83 Varsovia, P acto de» 47» 50, 67 Vashee, Basker, 9» 213n., 218n.» 221n.» 224n., 227n.» 231n. Vasic» Milos» 76» 77, 218n.» 220n.» 22 ln. Vejvoda, Ivan, 55» 214n.» 218n.» 219n.» 224n.» 228n.

66, 79-80, 82, 91, 104-107, 111, 123, 133, 140, 150, 152, 157, 162, 195, 198, 201, 208, 217n„ 218n., 219n.» 220n., 22ln., 222n„ 230n.» 232n.; véase también Bos­ nia-Herzegovina; Croacia; Macedonia; Eslovenia Y u tel, 57, 60, 63

Velika Klusa, 70 Verdery» Katharine, 163n Viaje a los c o n f i n e s d e la T i e r m (Kaplan)» 185, 23ln., 232n. Vojvodina, 55» 112 Vukovar, ased io de (1991), 71

Zagreb, 61, 72, 220n. Zaire, 108, 112, 122, 135, 137-138, 141-142, 225n. Zambia, 139 Zaslavsky, Víctor» 105, 225n. Zenica, 64, 70, 74 Zepa» 87 Zimbabwe, 139 Zivanovic» 62 Zwi, Anthony» 227n.

Walzer» Michael» 229n. Warfield, William, 229