Juan Manuel de Rosas Lynch

JO H N LYNCH JUAN MANUEL D ERO SA S 1829-1852 EMECÉ EDITORES Ilustración de rapa.- Juan Alais, Gradado. 1836. Título

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JO H N LYNCH

JUAN MANUEL D ERO SA S 1829-1852

EMECÉ EDITORES

Ilustración de rapa.- Juan Alais, Gradado. 1836. Título original: Argentine Dictador Juan Manuel de Rasas 1829-1852. Onginaüy published ay Oxford University Freos © John Lynch 1981 © Emecé Editores, S.A., 1984 Alsina 2062 - Buenos Aires. Argentina Ediciones anteriores; JO.000 ejemplares 3a impresión en offset; 3.000 ejemplares. Impreso en Compañía Impresora Argentina S.A., Alsina 2041/49, Buenos Aíres, septiembre de 1985. JMÍKESO Ef¡ LA ARGENTINA - PAINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene ia ley 11,723. I.S.B.N.; 950-04-0315-3 - " 37.046

Agradecimientos i Agradezco al doctor Joseph Smith y al doctor Peter Blanchard que me asistiej : ron en la preparación de este libro; a Mr. Malcolm Hoodless y al doctor An1 drew Barnard por su ayuda en la última etapa. En Buenos Aires, el doctor Ezequiel Gallo, del Instituto Torcuato Di Te. lia, y la señorita Dora Gándara me proveyeron de valiosos datos del Archivo ■ General de la Nación.

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Los Documentos de Palmerston (Palmerston Papers) han sido utilizados I f y citados con permiso de los Fideicomisarios de los Archivos Broadlands. Í Quiero dejar constancia de mi reconocimiento a la Oficina del Registro Públijj; co de Londres; a la Biblioteca Británica; a la Real Comisión de Manuscritos I ; Históricos y , especialmente. a la Biblioteca del Colegio Universitario de Lon| ; dres, al Instituto de Investigaciones Históricas y al Instituto de Estudios Latijn o a m erica n o s. ■i Gracias a la inteirvención del Fondo Central de Investigaciones de la UniI .versidad de Londres íue posible la investigación en el Instituto Iberoamericaf nodeBerim. j

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J.L.

Abreviaturas ÁGN

Archivo General de la Nación, Buenos Aires

BIEABR

Boletín del Instituto de Historia Argentina “Dr. Emilio Ra vignani”.

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British Library, Londres

DEA HAHR

Documentos para la historia argentina Hispanic American Historical Review

HMC

Historical Manuscripts Commission, Londres

SNA

Historia de ¡a Nación Argentina

-i ■'1 . PRO Public Record Office. Londres “ rf RIIHJM R Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan ilfanuefg . deRosas.

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Introducción Juan Manuel de Rosas, estanciero, caudillo, gobernador de Buenos Aires e n -, tre 1829 y 1852, ha dejado perplejos a los estudiosos de la historia durante más de un siglo, aunque, fuera de la Argentina, son pocos los historiadores que han intentado comprenderlo. E l tema requiere atención por varias razones. Estu- j diar a Rosas es estudiar las bases originales dél poder político en la Argenti- : na. las grandes estancias y su formación, crecimiento y desarrollo. Compren- í der a Rosas es comprender más claramente la naturaleza de las relaciones de parentesco, de los vínculos entre protector y protegido, entre patrón y peón, clave de tantas instituciones políticas y sociales en América Latina. Com-. prender a Rosas significa comprender más afondo las raíces del caudillism o,. o dictadura personal, en el mundo hispánico, y discriminar más cuidadosa­ mente hasta dónde constituye una herencia del pasado colonial o cuánto de él deriva de la independencia y sus consecuencias. Observar a Rosas es obser­ var más de cerca la tendencia a la violencia en la sociedad de esos tiempos, y el usó del terror como, instrumento de la política. Ver a Rosas es ver la presen­ cia de los intereses'británicos en el Río d éla Plata, el alcance del. apoyo brítámico a la dictadura, los límites de la influencia británica. Conocer a Rosas es ¡ conocer a un extraño y particular personaje, cuya singularidad constituyó, en ;¡ eí cambio histórico, un factor tan considerable como ia economía y la estruc- > tura social de la época. Éstos son. algunos de los aspectos a los que se dedica este libro. No constituyen ellos el total de la historia. Dejan a un lado los deta­ lles —aunque no el escenario de fondo— de la política exterior y de las rela­ ciones entre las provincias argentinas, asuntos ambos que preocupaban a Ro­ sas, para concentrarse en Buenos Aires, su economía, su sociedad y su gobier­ no. Muchos escritores se han ocupado del tema, y unos pocos historiadores, en la Argentina misma. Existe ciertamente el riesgo de que un nuevo estudio pueda convertirse .en un ejercicio de tautología. ¿Acaso no es Rosas autoevidente? ¿Es que no lo conocemos ya? Los intelectuales liberales y los estadis­ tas no tenían dudas. Domingo F. Sarmiento escribió que: "Rosas y todo su sis­ tema fue aborto de la ^ i^ d a T ¥ '^ d a ' dOSCK^^ le g u 5 s3 g T 5 H 3 t^ ^

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lo identificó inequívocamente como tin estanciero: “representante de los inte-j reses.de los grandes hacendados y jefe militar de los campesinos”, quien va-1 Ü'éndose de un control absoluto sobre el gobierno y los sectores del trabajo de-j terminó el desarrolló económico y social de Buenos Aires durante medio si-, glo.’ Según jotro punto de vista : “Rosas fue io que el pueblo, argentino quiso'; que fuese”.3 " . * •l Todos estos juicios son acertados, pero no constituyen toda la verdad. En primer lugar, la base social delrosismo debe aún ser localizada con precisión;.? ¿Gozaba Rosas del apoyo de toda la d ase terrateniente? De haber sido así„| ¿cuál fue el motivo de la revolución del Sur. en 1839, y de las deserciones de su i causa en 1852? Hay cierta confusión también en lo concerniente a sus vínculos j con los sectores populares. ¿Disponía Rosas de. una fuerza masiva que lo si­ guiera de entre los gauchos? Si así era, ¿cómo respondieron a su severa políti­ ca agraria? ¿Y no existía acaso otro grupo, un sector urbano de artesanos y personal de servicio, cuya relación con Rosas todavía debe ser establecida ? * Algunos historiadores argentinos han interpretado ya a Rosas como un conductor de masas, un precursor del dictador populista. Esto se halla implí­ cito en uno dé los primeros estudios revisionistas sobre Rosas., el de Ernesto j Quesada, quien describe el conflicto.entre unitarios y federales como si fuese ] entre propiedad y pobreza, aristocracia y democracia, conservadorismo y re.- 'i -volucíón. “Fomentó las clases populares: su base eran los gauchos y los orille- ¡i ros, a los que unió los negrQs^?rDemÓcratá^óT'féinDéraménto.Jas masas.po-'i píüarés~fueron"sírbjffu^ a Rosas ] énTérminos dirigidos OTntras£es,"cómo la personificaciónH etM enVernal, y el verdadero registró de su gobierno resallo perdido en la'mitólogía.’ Even- \ tualmente¡ las preocupaciones ideológicas desbordaron el tema, y muchas de - ? las modernas publicaciones sobre Rosas hablan más del presente que del pa- l sado. Hay nuevos mitos, de la derecha-y de la izquierda. José María Rosa ve ; á Rosas,como eLelegido de Dios y de los^gauchos,j a eorporizacíóñ'deloS'vMores argentinosrehazote'deYáimPeriafeía^GfaSYétáMT^Desdéla. cítra ala po- ■ Mica; los'ltiicrós'de Eduardo^B.'A;steslnÓYÓYóii^sicámente diferentes. Sí i bien reconoce el verdadero origen de Rosas como estanciero, lo presenta sin i embargo como un populista, cuyo nacionalismo comprende no sólo objetivos' ? políticos y económicos sino también una profunda conciencia social. Según I esta interpretación, los unitarios constituían una aristocracia urbana y mer- ■; cantil, mientras que los federales representaban a “las m asas”, a “los secto- j res populares”. Rosas lanzó una revolución social cuando subió tempestuosa­ mente al poder en 1829 como el “defensor del orden y de la legalidad, repre­ sentando las m asas, los gauchos, la pampa." Pero pronto amplió su base: “El rosismo. como movimiento popular, como expresión de la revolución popu­ lar. avanza ahora de las campañas al poblado, ganando hasta los mismos ne­ gros”.® Algunos historiadores profesionales han interpretado a Rosas desde un punto de vista menos comprometido. El profesor H. S. F em s lo describe en

términos pragmáticos como un defensor de la independencia nacional, pro­ tector de su provincia y alternativa única de la anarquía.7 Miron Burgin bace referencia a su atractivo popular diciendo que es simplemente un pro­ veedor de recursos y empleo: “Si bien representaban primariamente los inte­ reses y aspiraciones de la industria de Jos criadores de ganado, los federales se dedicaban también, al mismo tiempo, a las clases más bajas tanto de los distritos rurales como de la ciudad, ”0 Según Tuiio Halperín, la politización de las masas rurales y la movilización popular contra los unitarios en 1829 con­ vencieron a Rosas de que el Rio de la Plata sólo podía ser gobernado “popular­ mente” . Aunque Rosas estaba lejos de ser demócrata, decidió que el nuevo equilibrio era irreversible y se colocó a la cabeza del peligroso sector popular a fin de poder controlarlo y usarlo. De esa manera logró de inmediato conver­ tir a las masas rurales en sus clientes y su baseú En la Argentina, Rosas continúa provocando sentimientos de fascinación y de indignación, y los juicios que le atribuyen todo el bien o todo el mal no aca­ ban nunca. En Inglaterra ha sido olvidado hace tiempo, aunque Inglaterra lo apoyó, lo combatió, comerció con él y finalmente lo rescató. Los historiadores de Palmerston y su diplomacia, cuando se refieren al Río de la Plata, sonpoco curiosos con respecto al hombre y al mundo existente detrás de los hechos. Sin embargo, Rosas fue interesante en algún momento para los escritores ingle­ ses y cautivador para el público inglés. Lo conocieron al principio como un ti­ rano cruel, impresión transmitida por las columnas normalmente hostiles de The Times. Ése fue también el juicio informado al gobierno por algunos de los primeros diplomáticos; como declaró uno de ellos su autoridad estaba constituí-. da por “el sistema de la amenaza y el terror. ”10Sin embargo, el público pronto dispuso de un retrato de Rosas más serio y. en cierta forma, más favorable. En agosto de 1833, el JIMS Beagle llegó a la desembocadura del Río Negro en las etapas iniciales de su expedición científica a la América del Sur, y el jo­ ven naturalista Charles Darwin desembarcó e inició un viaje bacía el interior. Pasó por las ruinas de algunas estancias destruidas por los indios y luego se dirigió al norte “a través de monótonos y tristes campos deshabitados, en los que sólo encontró dos manantiales de agua salobre”, hasta que, finalmente, la campiña desértica dio lugar a las planicies más verdes del Río Colorado.11 Se encontró allí con el cuartel general del general Rosas y su caballería de feroz aspecto, empeñados a la sazón en la así llamada “campaña del desierto” con­ tra los indios. Darwin conoció a Rosas y conversó con él. “Es un hombre de ex­ traordinario carácter”, escribió en su diario, “y tiene en el campo una gran .in­ fluencia que probablemente utilizará para hacerlo progresar y prosperar.” Darwin se enteró de su eficiencia para administrar estancias, ae sus excéntri­ cos métodos disciplinarios, sus asombrosas proezas como jinete, su identifi­ cación con los gauchos. Quedó impresionado por su gravedad, inteligencia y entusiasmo, aunque notó que raramente sonreía y si lo hacía, era m ás una ad­ vertencia que una amabilidad. También demostró Darwin cierta inquietud por la política de Rosas con respecto a los indios. “Hay una sangrienta guerra

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de exterminación contra los indios1'., escribió'a Caroline Darwin.12 Y en suf Diario hizo esta anotación: “Si la campaña finaliza con éxito, es decir, si todos! los indios son liquidados, se ganarán grandes extensiones-de campos para laf producción de ganado vacuno..: El campo quedará en manos de los salvajes! ■ gauchos blancos en lugar de los indios cobrizos. Algo superiores los primeros 1 en cuanto a civilización, así como soninferiores en lo que hace a virtudes m o-| rales.!’13 Los indios obsesionaban a Darwin. Más tarde, desde las Islas Malviví ñas, volvió al tema en una carta dirigida a Edward Dumb, un comerciante in-1 glés que se hallaba en Buenos Adres: “ ¿Cómo les va a los indios contra ese Cé-1 sár de Rosas? ”14 En realidad, Darwin estaba equivocado, traicionado por un j cierto prejuicio contra las razas mestizas y mostrándose injusto con res- f pecio á la Campaña del Desierto. Es verdad que Rosas consideraba % salvajes a los indios, pero no había salido a exterminarlos, sino más bien a I darles una corta y acerba lección, para mostrar la bandera, empujar hacia | atrás la frontera y negociar desde una posición de fuerza. Lejos de extermi- J nar a los indios, su expedición obtuvo un acuerdo de paz y coexistencia para I varias décadas subsiguientes-, y la solución militar esperó a ios gobiernos de | las presidentes constitucionales. | Darwin dejó a Rosas en buenos términos. “Quedé absolutamente com pla-1 cido en mi entrevista con el terrible general. E s digno de verlo, ya que se traía I decididamente déla-personalidad más prominente de América del Sur. ”15Ro-í ■§ sa-s ayudó al viajero facilitándole caballos y un pasaporte para el viaje á: f Bahía Blanca y luego, a través de las pampas, hasta Buenos Aires. Algo más J tarde, le demostró aún su preocupación al aconsejarle, mediante un mensaje- f ro, que se uniera a una escolta de tropas que marchaba con su mismo rumbo, ¡ cruzando regiones infestadas de indios. En Guardia del Monte, Darwin dur- | mío en la gran estancia de Rosas, más parecida a una fortaleza que a un esta- | bleeimiento de campo. con rigurosa guardia para la casa, inmensos rebaños y í doscientos peones. Por sus propias observaciones, el científico quedó conven- j| cido de que el entusiasmo que despertaba Rosas era general en toda la provin;cía, que esperaban de él que librara a la gente del desgobierno, y que pronto f sería él quien condujera el país en forma absoluta A6Más tarde, después de regresar a Inglaterra, Darwin escribió su Diario déla expedición, que fue publi- i eado en 1839 y dejó a los lectores ingleses con una favorable impresión del die- j tador argentino. Pero luego reconsideró sus juicios y, en la edición de 1845, | agregó una nota al pie de la página diciendo que su profecía de un próspero go- ¡ Memo había resultado ser “total y lamentablemente equivocada ”. evidencia ¡ al menos de las noticias que circulaban en Gran Bretaña y del continuado inte- § rés de Darwin por la Argentina. Se encontró una vez m ás con Rosas en South- f ampton, a un mundo de distancia de la Campaña del Desierto de 1833. | Woodbine Parish dejó el Río de la Plata un año antes de que llegara Dar- 1 win. Había estado allí-desde 1824, como primer Cónsul General Británico, en- | tre otros enviados a la América Hispánica por Canning para representar los f intereses británicos en los-nuevos estados. Al principio, Parish se sintió deseo- *

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razonado por esta sociedad primitiva y anárquica y por una vida que estaba en los límites de la civilización. Pero reservó para sí mismo sus pensamien­ tos. informó cuidadosamente al Foreign Office sobre la situación política y económica, defendió resueltamente los intereses británicos, y aun encontró tiempo para perfeccionar sus conocimientos reuniendo documentación, estu­ diando el país, su pueblo y sus recursos, y convirtiéndose en un experto en re­ lación con este remoto y en gran parte desconocido territorio. Parish era un aficionado 'a la paleobiología y, cuando regresó a Inglaterra en los primeros meses de 1832, llevó con él no sólo sus anotaciones históricas sino también su colección de esqueletos de mamíferos extinguidos, una modesta contribución a los avances del conocimiento. Tenía por delante aün una larga vida y otras actividades, pero no perdió su interés por el Río de la Plata, En 1333 publicó Buenos Ayres and the Rio de la Pía ia, seguido en 1852 por una segunda edición revisada, que informaba sobre la historia de la región asi como sobre su situa­ ción en ese entonces y sus posibilidades futuras.17 En sus despachos. Parish había expresado su satisfacción por el acceso de Rosas al poder en 1829, y io describía como un hombre fuerte y probo, restaurador de la ley y el orden, y amigo de los británicos. En el libro, fruto de una mayor reflexión, no intentó realizar una estimación general del dictador, pero sus referencias eran fa­ vorables y parecía seguir admirándolo todavía. Por sobre todas las cosas, el libro continúa siendo una fuente de valiosa información sobre el ambiente v la economía en el Río de la Plata en la época de Rosas. La política británica con respecto al Río de la Plata, que culminó con.el bloqueo de Buenos Aires entre 1845 y 1847, ocasionó una interminable polémi­ ca en las columnas de la prensa de Londres, parte de ella —en el Morning Chronicle— inspirada por la propia propaganda de Rosas, y otra parte—en The Times— originada por sus opositores desde Montevideo. Hubo también ciertas publicaciones en forma de panfletos, de efímera existencia, pero que evidenciaban los intereses prevalecientes y el nivel de información disponi­ ble. Los comerciantes británicos que actuaban en Buenos Aires en esos días aclararon perfectamente a su gobierno que Rosas era su mejor protector y que los privilegios de los cuales gozaban los colocaban en posición más fuerte que la de los nativos, ya que tenían todos los derechas délos ciudadanos y nin­ guna de sus obligaciones, ün panfleto anónimo publicado en Londres en 1847 sostenía con respecto al gobierno de Rosas sobre su propio pueblo que, por más opresivo que fuera, no era de la incumbencia de Gran Bretaña, cuyo úni­ co interés residía en su política exterior; “ni necesitaríamos ir a tanta distan­ cia como queda el Río de la Plata para ejercer nuestra filantropía, en caso de que se juzgara conveniente para nuestros intereses nacionales que adoptára­ mos una política tan quijotesca.”18 Los británicos continuaron llegando al Río de la Plata por muchas razo­ nes. Ninguno de los viajeros tenia las credenciales científicas de Charles Dar­ win, y pocos de. los diplomáticos los intereses intelectuales de Woodbine Pa­ rish. Pero dos observadores se destacaron por sobre el nivel normal, y ambos

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dejaron relatos originales sobre la vida en las pampas. William MaeCann era Jj un comerciante inglés que arribó al Río de ia Plata en 1842. En 1-846 publicó: un trabajo preliminar sobre temas políticos. Más'tarde, entre 1847 y 1848 efec-:f tuo viajes ¿I sur y al norte de'Ja-provincia de Buenos Aires-: “mientras me ha^fj liaba buscando aperturas hacia nuevos campos de comercio, durante ambos _ viajes, mi propio interés me indujo a estar alerta en mis observaciones y a ser 1 exacto en mis juicios.”13 En una prosa tan vigorosa y clara como el aire de las f pampas, MaeCann registró con simpatía y ojo penetrante para los detalles la 1 vida rural de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos en los tiempos dé i Rosas, y desde entonces es mucho lo que le deben los historiadores. MaeCann jf fue acusado en la Sala de Representantes de ser m espía inglés y de realizar I su viaje por cuenta del gobierno británico con el objeto de recoger informa- ¡i ción de utilidad para sus intereses. Rosas se enteró del problema y lo invitó a |. su residencia dé Palermo, donde aseguró al inglés que tenía libertad para con- I tinuar efectuando sus viajes. MaeCann encontró a Rosas agradable y muy accesible: “su hermoso y rubicundo rostro, y su aspecto fornido... le daban la | apariencia de un caballero de la campiña inglesa. ” Conversaron bajo la som- | bra.de los sauces: “llevaba una chaqueta marinera, con pantalones azules y , | gorra, y tenía en la mano un largo y curvo bastón. ”20 i Otro observador británico, Wilfrid Latham, mostró menos simpatía ha- I d a Rosas y su gobierno. Escribió en forma retrospectiva, durante la década: iniciada en I860, y la Argentina que él describía estaba ya cambiando rápida- f mente. Había criado ovejas durante veinticuatro años desde su llegada en los i comienzos de la década de 1840 y mientras transcurrían los últimos diez años f dél régimen. Su versión de Rosas y su época es un relato convencional de | crueldades, fanatismo y estancamiento económico, pero su descripción de las I consecuencias tiene valor perdurable al contrastar lo viejo y lo nuevo, la tran- | sición de las vacas a las ovejas, y ej avanee hacia la modernización en la in- | fraesíructura y la tecnología.21 f Rosas fue derrocado en 1852 y, después de un largo exilio, murió en South- | ampíon en 1877. Gradualmente,, a medida que eran menos sus contemporá- J neos que quedaban, se iban desvaneciendo en Gran Bretaña los recuerdos de | su vida y su época, aunque no era así en el Rio de la Plata. Sir Woodbine Pa- I rish, al escribir a la hija de Rosas en el año siguiente a la muerte de su p a d re,. ;| observaba con cierta ironía: “Es muy difícil ahora encontrar a alguien que j recuerde, lo que era Buenos Aires hace cincuenta años. ”n Sin embargo, en la I Argentina nadie olvidó a Rosas, y en los ambientes primitivos del campo. aún I estaba vivo. En uno de sus extraños cuentos de viajes y aventuras en el inte- | rior del Río de la Plata. Cunninghame Graham recordaba una violenta escena [ de su juventud, en una pulpería en las pampas meridionales. Describría a un j grupo de hombres que se hallaban en el lugar, cantores y guitarreros que be- ¡ bían. fanfarroneaban y peleaban mientras algunas mujeres-los observaban j desde un lado; de pronto, un viej o gaucho, provocado por las palabras de hom- j bres más jóvenes, sacó su cuchillo y gritó “Viva Rosas”, para demostrar su j

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actitud desafiante, su ira y su salvajismo. Esto ocurría alrededor de 1876o 77, veinticinco años después de la caída de Rosas. ¿Era simplemente la nostálgi­ ca embriaguez de un viejo gaucho venido a menos? ¿O se trataba de la año­ ranza folklórica de una revolución popular ? Es imposible decirlo. Pero el mis­ mo Cunninghame Graham, invadido por un extraño impulso, abandonó e! grupo y salió a galopar furiosamente por el campo gritando " ¡ viva Rosas i !!23 Aunque Cunninghame Graham era un terrateniente escocés se identifica­ ba tanto con los declinantes valores del gaucho como lo había hecho con las victimas de la sociedad industrial en Gran Bretaña, y sus escritos conserva­ ros para los lectores británicos la historia, las escenas y la cultura de aquella antigua y primitiva vida en las pampas, antes de que se transformaran en una délas grandes regiones productoras de carne y granos en el mundo. También era amigo de otro experto en temas del Río de la Plata, W. H. Hudson, supe­ rior como escritor y observador más agudo de las pampas y su gente, de ma­ nera m ás reflexiva y con menos tintes aventureros. Si alguien recordaba lo que había sido Buenos Aires mucho tiempo atrás, era él. Hudson dejó la Argentina en 1874, muchos años después de la caída de Ro­ sas, y nunca regresó a ese “país fatal”, donde había vivido desde su nacimien­ to en 1841,24 En noviembre de 1915, mientras se hallaba deprimido y enfermo en la casa de reposo de un convento, en Cornwall, empezó a rememorar su ni­ ñez.25 Buscando más allá de posteriores sumas de conocimientos sobre la Ar­ gentina, Patagonia, Sussex, Hampshire y Wiltshire, descubrió los primeros recuerdos de todo aquello, los de su niñez de tanto tiempo atrás en las pampas, y las imágenes de ese mundo distante volvieron como un torrente con toda su pureza y frescura, una visión del pasado que en seguida se hizo clara y conti­ nua. Fue una extraordinaria proeza de memoria, una recreación, en prosa cristalina, de un país y una sociedad de sesenta y cinco años antes. Recordaba especialmente la vida en el campo, ei mundo azul, verde y amarillo de las es­ tancias, y las modalidades extrañas y violentas de sus habitantes. Vemos que-todas las tierras que nos rodean son llanas, el horizonte es un circulo perfecto de nebuloso color azul donde la bóveda de un cielo azul cristalino descansa sobre el nive­ lado mundo verde. Verde al final del otoño, el invierno y te primavera, es decir, desde abril hasta noviembre, pero no todo era como una verde pradera cubierta de hierbas: ha­ bía zonas desnudas donde las ovejas habían pastado, pero la superficie variaba comple: lamente y en su mayor parte era más o menos áspera... En todas astas extensiones visibles no había cercas, y tampoco árboles, excepto, aquellos plantados en proximidades de las casas de las viejas estancias, y como éstas se hallaban'aleiadas de los campos arados y las plantaciones, parecían pequeñas islas ar. boladas o montes, azules a 1a distancia, sóbrela inmensa llanura de ia pampa.26

Así introducía Hudson a sus lectores en el mundo de los gauchos y los pas­ tores, del ganado vacuno y de los caballos, de los patriarcas de las pampas, viejos estancieros y nuevos colonos británicos, un mundo sólo visitado por él pampero, el gran viento del sudoeste, por violentos incursores, por oficiales reclutadores en busca de conscriptos y por fugitivos de la justicia o de un ejér-

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cito enemigo. Pero Hudson también recordaba visitas aBuenos Aires durante! los últimos años de la dictadura de.Rosas. Guardaba en su memoria las rectas! calles, los angostos pavimentos, y el ruido de los carros sobre el empedrado d e | adoquines; y, como Darwin, también él vio uno de los bufones de la corte d el| dictador. Con oídos dé niño oyó las conversaciones de ios adultos sobre R osasl y sus enemigos, la cruel necesidad de su autoridad, su llamado a la imagina-J ción popular. Aprendió que ios gauchos lo ayudaron a tomar el poder sólo p aral quedar finalmente desilusionados cuando empezó a privarlos de su libertad. | Recordaba los nombres que le habían puesto sus enemigos, ‘'el Tirano del R ío | de la P lata", ~ei píerón dé America del Sur”, “el Tigre de Palermo”. y él mis-1 mo, por su parte, lo resumía como “el m ás sangriento, así como el más origi-1 nal de los Caudillos y Dictadores, y asimismo, tal ves el más grande de quie-1 nes han subido al poder en este continente de repúblicas y revoluciones. ’rS7Ob-1 servó que mientras algunos lo aborrecían otros estaban de su lado, aún mu- J chos años después de su caída, y entre éstos se encontraba la mayoría de los 1 residentes ingleses en el país. En el mundo de Hudson, no todos los británicos.I son figuras uniformemente simpáticas. En The Purple Land, describió una $ colonia de borrachos británicos que llevaban una vida inútil e inmoral, dejan-1 do las tareas rurales a cargo de sus peones mientras ellos-se embriagaban has- f ta la.estupidez, insultaban a los nativos y hablaban como caricaturas de los I expatriados. Esto era en Uruguay. Pero en Allá lejos y hace tiempo, los britá-1 nicos eran sobrios, ambientados y pro-Rosas. ' I Cunninghame Graham y W. H. Hudson mantuvieron vivo el mundo de R o-1 sas.y de las grandes llanuras en la literatura inglesa hasta bien entrado el si-1 glo XX, pero luego la tradición murió. Tuvieron un discípulo, queescueho y 1 aprendió, y, en 1918, brindó a un desinteresado público un largo poema narra- f tivo sobre Rosas. John Masefield había visitado América del Sur brevemente f en su juventudes calidad de marinero, pero era evidente que había estudiado f la historia de Rosas de otras fuentes, literarias u orales. E l poema culmina | con la ejecución, por el bien de la moralidad, de la joven Camila y su amante § sacerdote, una de las inexplicables crueldades de la dictadura, episodio cono- ,f cido por Hudson pero no común en las letras inglesas. El Rosas de Masefield f es una curiosa mezcla de hechos, imaginación e inexactitud, y no constituye I gran poesía: pero d autor hace algunas afirmaciones válidas y entiende que I Rosas prometió sacar al pueblo de la anarquía si le daban poderes absolutos. I

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Así llegó Rosas al poder. Pronto su garraAferró a todo el país como si hubiera sido un caballo. Iglesia, Dinero. Ley, todo cedió. Controló Las salvajes pasiones de esas tierras con su fuerza aun más salvaje. Y a través de sus lágrimas, de tanto en tanto.los hombres oyeron * A sus esclavos adorar su astuto crimen. Y sí la ciudad, aterrorizada hasta el espanto Lo aborrecía como esclavos a sus amos, aún él seguía siendo El amado capitán de los Gauchos: podía atraer A gusto sus corazones con su habilidad de jinete,

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Nadie montó jamás como Rosas; nadie como él Fue capaz de hablar su jerga o comprender sti misterio,38

___La literatura inglesa describió, m ás que interpretó, a Rosas. P ara encon­ trar una explicación, el estudioso debe recurrir a un filósofo político que escri­ bió un siglo y medio antes que naciera Rosas. La condición natural del hom­ bre, tal como fuera caracterizada por Thomas Hobbes en 1651, era una casi perfecta descripción de la Argentina después del colapso del poder español en 1810 y antes del advenimiento de Rosas en i82r. “durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que mantenga a todos ellos bajo el temor, se encuentran en aquella condición llamada-guerra; y qué guerra, ya cue es de cada- hombre contra cada hombre, ” La afirmación de los derechos indivi­ duales se-convírtió en anarquía, interrumpida solamente durante breves in­ tervalos de gobierno efectivo, y la anarquía alcanzó un punto en el que ningún hombre ni su propiedad se encontraban a salvo de los ataques enemigos. La única forma de defenderse a sí mismos de los daños'provocados por otros y de la invasión de extraños fue ceder sus derechos de gobierno y conferir todo el poder a un solo hombre. “Porque mediante esta autoridad, otorgada por cada individuo particular en el Commonwealth, es tanta la fuerza y el poder confe­ ridos y de que dispone que, por el terror que ello produce, es capaz de contro­ lar las voluntades de todos ellos, de lograr la paz interior y la mutua ayuda contra los enemigos exteriores.’'29

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CAPÍTULO I Señor de las llanuras

i Juan Manuel de Rosas nació al privilegio y la propiedad en una tierra nueva y ¡ una antigua sociedad. La familia y la frontera fueron las primeras influencias que lo formaron. Su herencia era colonial y sus antepasados se habían esta­ blecido en el Río de la Plata por varias generaciones atrás, patricios no sólo por su linaje sino también por sus rangos y propiedades.1 Su abuelo materno, Clemente López de Osornio, un terrateniente y oficial de milicias de Buenos Aires; era un clásico ejemplo de soldado-estanciero, un recio guerrero de la frontera india, que.murió con las armas en lamanodefendíendo su propiedad sureña.en 1783. Por el lado de su padre, Rosas descendía de una línea de milí:tares coloniales y funcionarios oficiales. Su abuelo paterno, Domingo Ortiz de Rozas, había emigrado a América desde la provincia española de Burgos, en 1742, y después de una oscura carrera como soldado profesional, se retiró en modestas condiciones con el grado de capitán. Su hijo, padre de Rosas, León Ortiz de Rozas, nació .en Buenos Aires en 1760-y también él continuó la tradi­ ción familiar uniéndose a un regimiento de infantería de Buenos Aires y al­ canzando el .grado-de capitán en 1801. Pasó cinco meses prisionero délos indios antes de ser rescatado de vuelta a la civilización. Ése fue su principal argu­ mento para reclamar la gloria militar y el resto de su carrera transcurrió sin distinción alguna; terminó sus días como un caballero estanciero, leyendo, jugando a las cartas e inspeccionando sus propiedades. Murió en 1839, reci­ biendo honores gracias a su condición de padre de un hijo famoso. Sin embargo, la influencia más poderosa sobre Rosas no fue su padre sino su madre. Doña Agustina López de Osornio había heredado de su padre su rica estancia, El Rincón de López, pero también su carácter despótico y alti­ vo. De los veinte hijos que tuvo sobrevivieron diez, a los que crió con extrema dureza, azotando con látigos a los niños para someterlos, aún durante su ado­ lescencia. Ella era la verdadera cabeza de familia, y dirigíala casa y la estan-

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cía de manera casi tiránica. Dejó en Juan Manuel una impresión imborrable;! escribió en su vejez: “No hay día que no me acuerdo de mi madre, sintiendo! siempre su pérdida, y no haberla podido acompañar tanto como eran m isi constantes deseos, porque las ocupaciones públicas me 3o impedían”.2 ., I Era a través de su madre que Rosas estaba emparentado con los AnchoJ rena, una de las familias mas ricas de tono el Río de la P la ta : Juan José, To-y más Manuel y Nicolás Anchor ena, hijos de un comerciante inmigrante vasco J eran sus primos segundos y pronto se convertirían en sus socios y aliados. | El futuro caudillo, por lo tanto, comenzó su vida con excelentes ventajas.? La tierra era su legado, su patrimonio las pampas. Nació el 30 de marzo dej 1793 en la casa que tenía su familia en la ciudad de Buenos Aires, siendo el p ri-| mogénito de sus padres. Su educación, aunque rudimentaria, era apropiada! para el papel que debería desempeñar. Le enseñaron en el hogar a leer y es-fjj cribir, y luego, a los ocho años de edad, lo enviaron por un corto tiempo a u n a| escuela privada de Buenos Aires. Según el observador inglés William MacCann: “Me dijo que su educación había costado a sus padres tan sólo cien d ó -| lares, ya que apenas había concurrido a la escuela durante un año; y su m aes­ tro acostumbraba decirle: !Don Juan, no debe preocuparse por los libros;; aprenda a tener una buena mano, porque pasará toda su vida en una estan­ cia. ,. no se moleste con la enseñanza.: ”3Rosas pasó una mayor parte de su ju­ ventud en la estancia que en la escuela, conociendo las cosas del campo y laí vida y lenguas de los indios. Su sobrino y biógrafo, Lucio Mansilla, afirmaba! que el joven Rosas estuvo siempre destinado a ser un hacendado, porque ésa:] era la ocupación de la élite en Buenos Aires: “Siendo sus padres pudientes, y! hacendados por añadidura, en cuanto eso implica en el Río de la Plata tener) estancia, no podían pensar y no pensaron en dedicarlo al clero, ni a la milicia,.! ni a la abogacía, ni a la medicina, profesiones que precisamente, sólo eran eífí refugio de los que no debían contar con gran patrimonio ” .4 • |i Mansilla exageraba, o le faltaba el sentido cronológico. La colonia no po-g seía grandes haciendas pobladas de peones, características de otras partes | de América Hispánica. .Alrededor del año 1800, la estancia todavía no había , adquirido el prestigio social y la supremacía económica que tuvo posterior­ mente. Los comerciantes eran probablemente superiores en riqueza y status-í &aquellos que tenían tierras y nada más. Por lo menos eran vitales aliados y | tenían capacidades admiradas por todos y que tampoco ignoraba Rosas. Pero él creció despreciando cualquier carrera de escritorio páralos jóvenes. Como! lo explicaba más tarde: “He llegado a creer que la carrera mejor que puedes I darles es la agricultura y pastoreo”, y él enseñó a sus propios hijos las labores | de campo y los estableció en sus propias estancias. Su educación formal q u e-f dó complementada con sus propios esfuerzos en los años subsiguientes. Rosas | no-era completamente iletrado, aunque su elección de autores se hallaba lim i-! tada por la época, el lugar y su personal predisposición. Parece haber tenido ! cierta inclinación, aunque superficial; hacia algunos pensadores políticos ¡ menores del absolutismo francés. I

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Los acontecimientos políticos de esos tiempos, de soma importancia para la Argentina,'resultaban marginales en el mundo de Rosas. Cuando una expe­ dición británica invadió el Río de la Plata en 1806, Rosas tenía trece años y, junto con otros niños de su edad, sirvió como ayudante de municiones en el [ ejército popular organizado por Santiago de Líniers y que derrotó a los britá| dícos en agosto de dicho ano. Durante la segunda invasion inglesa, en 1807, Ro[ sas prestaba servicios en la Caballería de los Migueletes, pero probablemente [ no pudo participar en los combates por enfermedad.5 Fue después con sus.pa[ (ires al campo, a trabajar en su estancia. Tres años más tarde, Rosas fue uno [ de los muchos que se quedaron en sus casas durante la Revolución de Mayo de j 1810, que inició la independencia de España de la Argentina. La ejecución de f Santiago Liníers, ex virrey, realista y hombre de la contrarrevolución, lo inI dignó: “ ¡Liniers! Ilustre, noble, virtuoso, a quien yo tanto he querido, y he de í querer por toda la eternidad, sin olvidarle jamás. ”6Sin llegar a desafiar el he| cho de la independencia, Rosas no ocultó su preferencia por el orden social coi lonial: “Los tiempos, actuales no son los de quietud y de tranquilidad que pre! cedieron el 25 de Mayo... Entonces la subordinación estaba bien puesta; el fuego devorador de las guerras civiles no nos abrasaba; había unión'’.7 Estaba : hablando de la frontera india en particular, es verdad, pero los sentimientos : tenían significado más amplio. R osas, como muchos de su clase, consideraba eLperíodo colonial como la época de oro, en que la ley gobernaba y la propie­ dad era determinante. Además, creía profundamente en los valores hispáni­ cos. Cuarenta años después de la Revolución de Mayo, todavía eran evidentes esos sentimientos de Rosas, al punto de ser reconocidos por un observador in­ glés : “E l general Rosas, aunque se esfuerza a veces.por disimularlo, estoy se­ guro de que nunca simpatizó con la lucha por 3a independencia. En su momen­ to, no tomó parte en el movimiento, y creo que no era patriota de corazón. Sus ideas actuales son todas españolas, y exactamente iguales a las que uno oye a los sobrevivientes del otro partido, llamados godos. ”s La Revolución de Mayo, por consiguiente, influyó poco en la formación del caudillo. Desde 18U se concentró en la administración de ia estancia de sus padres. El Rincón de López, sin recibir salario alguno, tan sólo la oportu­ nidad de aprender. Se casó en 1813, eontra los deseos de su madre, como era sabido. Su esposa, Encarnación Ezcurra y Arguibel, pertenecía a una familia de clase alta de Buenos Aires y , como su marido, había nacido para la riqueza y el status. Poco tiempo después, convencido de que su hermano Prudencio te­ nía la edad suficiente como para hacerse cargo, Rosas abandonó la estancia de sús padres y su empleo a fin de trabajar por su propia cuenta. Las circuns­ tancias de su partida son discutidas. De acuerdo con una versión, su madre se había vuelto contra él por mala administración de la estancia; su esposo se puso del lado del hijo, y se encontraba discutiendo el asunto cuando Juan Ma­ nuel los oyó desde un cuarto contiguo. Inmediatamente se quitó el poncho y la chaqueta que le había regalado su madre y, silenciosamente, dejó el hogar pa­ terno decidido a no regresar. Y la ruptura quedó simbolizada por su acepta-

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ción para usar la escritura Rosas en su nombre.9 Rosas negó posteriormente el hecho, que reviste cierta calidad folklórica pero carece de evidencias firf mes. No hay razón alguna para creer que Rosas haya tenido una ruptura draí mática con süs padres en esos días. Es más razonable su propia explicación: de que simplemente decidió valerse por sí mismo y no seguir más tiempo bajc| la dependencia de sus padres. Más aún. pese a que él no lo dijo, la tierra estaba! virtualmente a disposición de quien la tomara.

"Las varias ocasiones que quisieron obligarme a recibir tierras y ganados en justa com _ pensacíón a mis servicios, contestaba suplicándoles me permitieran ei placer de servid a mis padres, y ia satisfacción también honrosa de poder siempre decir" lo que tengo loá debo puramente al trabajo de mfindustria y al crédito de mi honradez... Salí a trabajar! sin más capital eme mí crédito y mi industria",10

Cuando su padre murió, no aceptó la parte de la herencia que le corres!! pendía, sino que la pasó a su madre y, cuando-ella murió, la dividió entre lqs| hijos de ella más necesitados y la doncella que la había atendido, y entregó é | resto para caridad. Rosas formó luego una sociedad con Juan Nepomuceno Terrero y Luís! Borrego, Los tres organizaron una compañía para explotar tierras y sus profj ductos. Borrego proporcionó alrededor de la mitad del capital. Rosas y Terre'| ro el resto: el último se hizo cargo, además, de la administración de la compa­ ñía. supervisando Rosas el aspecto rural del negocio, y Terrero el comercial!] Rosas, Terrero y Compañía promovieron varías-empresas rurales, que abar|| caban desde la compra de las tierras hasta la exportación de los productos. Su; primera operación exitosa fue la producción de carne para exportación en up; saladero, en la estancia Las Higueritas, en el distrito de Quilines. El primer¡ saladero de Buenos Aires había sido establecido en 1810, pero la nueva compai ñía estaba entre las más dinámicas y los socios tuvieron rápidas ganancias sobre sus inversiones. Comenzaron a producir el 25 de noviembre de 1815 y pronto se hallaron exportando carne vacuna trozada y salada —tasajo o char­ qui-.-- a ios mercados de esclavos de Brasil y Cuba. La planta de producción y; su ganado en pie les habían costado casi diez mil pesos; pero en dos años a e u | saron ventas brutas por catorce mil quinientos pesos y pudieron completar la¡ compra del saladero y declarar beneficios personales de cuatro mil pesos! para cada uno.11El saladero producía ganancias no sólo por una eficaz admi-J nístración sino también porque Rosas tenía capacidad para evadir el.pago des impuestos de exportación mediante la carga de sus productos no en Buenos Aires, sino en sus propios barcos anclados frente a las costas del sur. Lo hacia valiéndose de un decreto del 9 de agosto de 1815 que autorizaba el puerto dej Ensenada para aquellas embarcaciones imposibilitadas para navegar hasta! Buenos Aíres. Sus propios barcos importaban también sal desde Río Negro:* ■El rápido e independiente crecimiento pronto colocó a Rosas y sus asociados eni competencia por el abastecimiento con los proveedores de' carne de Buenos Aires, quienes se quejaban de la extrema escasez de carne para los consumí-

--dores y culpaban a los saladeros por dedicar las existencias a la exportación. Se produjo un-amargo debate, en el que los saladeristas redamaban libertad ■de comercio eindustria y señalaban los inmensos recursos disponibles en ma> feria de-ganado vacuno para satisfacer a todos, con la sola condición de que \ fuesen, mejor administrados. Pero los abastecedores de carne estaban respal; .dados por ei gobierno del Directorio y el 31 de mayo de 1817 fueron cerrados los I saladeros de Buenos Aires en beneficio del mercado doméstico. La solución lógica oe la situación era obtener mayores extensiones en tierras. Rosas, Te­ rrero y Compañía se reorganizaron y empezaron a dirigir sus miradas hacia él sur. E l capital total de la compañía era de diecinueve mu setecientos seten; ta y siete pesos, de los cuales, ocho mil setecientos setenta correspondían- al : aporte de Dorrego, cinco mil quinientos tres al de Terrero y cinco mil quiniení tos tres al de Rosas.12La compañía se hizo completamente rural y pronto co­ menzó a comprar tierras y ganado en el sur de la provincia. Fueron ios pre: cursores de una nueva etapa en el desarrollo de Buenos Aires, la época del ■ boom de la tierra, de la expansión de las estancias y de la exportación de la i producción. El puerto y su zona interior constituían una unidad. Buenos Aires no era todavía una de ias grandes capitales de las Américas. El centro de la ciudad ; tenía un mínimo encanto heredado de su pasado colonial, con sus calles regu.lares y pavimentadas, que se cruzaban en ángulos rectos, y sus espaciosas ■ plazas que aliviaban la monotonía; pero las casas de una sola planta no im­ presionaban nada, y la línea de edificación sólo estaba realzada por unas pe.cas torres y cúpulas. El ambiente era insalubre y las comodidades no abunda­ ban. Afortunadamente, la transición de la ciudad al campo era brusca. A unos cinco kilómetros del centro de la dudad, pasando barrios de suburbios, con miserables construcciones y calles llenas de pozos, el viajero cruzaba el puen­ te Barracas y entraba al campo abierto. Allí las propiedades estaban bien provistas de ganado vacuno y caballar. Pero la gente abundaba menos. Las viviendas dispersas de los colonos rurales no eran más que primitivos ran­ chos, construidos con troncos y adobe, con techos de paja, y carentes de ca­ mas. Después de recorrer unos quince kilómetros, el viajero se acercaba a las tierras-onduladas de los alrededores de Quilines, cerca de donde las tropas británicas ai mando.del general Whitelocke habían efectuado su mal predestí. nado desembarco y marchado sobre Buenos Aires en 1807. Era posible conse­ guir algunos refrescos en ocasionales pulperías, combinación de taberna yalmaeén de ramos generales, donde los jinetes podían descansar debajo del alero y observar a los gauchos, milicianos, peones, indios y otros moradores de las pampas. Pero el único alimento consistía en carne de vaca, muy dura, cocida inmediatamente después de matar al animal, y de sus partes más fuertes. Siguiendo hacia el sur. el víaj ero entraba en un paraíso de parque natural,, las-tierras de los indios, ganado vacuno, caballos, avestruces y miríadas de aves salvajes. Cerca de la Laguna Chascomüs, el terreno era llano, desprovis­ to de árboles, pero dotado de ana salvaje belleza. Durante 3a primavera, la

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■Is? tierra estaba cubierta de flores y la hierba era de un briüante.coior verde; él invierno se inundaban con grandes extensiones de agua; y en verano, cuand] las altas hierbas se marchitaban y deshacían, ios campos quedaban áridos| polvorientos en medio de un calor ardiente.-Como observaba M-acCann ef años posteriores del siglo: “La disponibilidad de pastos durante el verano d | pende de que las tierras hayan estado cubiertas por agua durante-el invierno! de ahí la necesidad de grandes estancias con terrenos ondulados. Contfj cuando más hacía el sur, en dirección a Tandil —que pronto habría de convex! tírse en un fuerte de frontera, y que aún en la década de 1840 no era más qu| una aldea primitiva— estaban por entonces empujando la frontera y, en io| años siguientes a 1815, se hallaban en proceso de formación grandes estahf c ía s; la tierra pertenecía en su mayor parte al Estado, pero su ocupación estaf ba librada a casi cualquiera que tuviera espíritu pionero. La conquista dela| pampas estaba a punto de comenzar. J Las pampas eran vastas llanuras cubiertas de hierbas. W. H. Hudson la| recuerda vividamente desde su infancia: “una tierra llana, su horizonte u| anillo perfecto de color azul brumoso, donde la cupula azul brillante del ciei2 Ma­ inel Moreno, uno de los líderes de la oposición, informó a Lord Ponsonby que srnan la intención de deshacerse de Borrego por desgobierno y reemplazarlo tor. Rosas, “jefe de toda ia Milicia Provincial y una especie de ídolo para la ;enfe del cam po,”83 Borrego tenía cierta noción del peligro, pero no lo sufí■iente: “Mientras yo viva este gaucho picaro no clavará el asador en el Fuerir, Rosas era igualmente despreciativo con respecto a Dorrego. a quien traa&a de imbécil y villano, y fanfarroneaba diciendo que tendría que deshacer, ■ é de él.184 Y a manera de preparación, renunció a su comando de milicias el l e e abril de 1828. Finalmente, Borrego resultó derrocado, pero no por sus eneñgos internos sino por los de afuera, los .unitarios, quienes aprovecháron la lacción de los aliados anteriores del gobernador. La guerra con ei Brasil terunó en octubre. El Io de diciembre de 1828, Juan La valle, porteño, unitario y ildado, se pronunció contra Dorrego y se hizo cargo del gobierno. Fueron dos los grupos que llevaron a cabo ia revolución de diciembre,Jos üiitáres. recién'llegados de la guerra con el Brasil e indignados por la paz ue había reconocido la independencia de Uruguay, y un pequeño grupo de po-

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Uticos profesionales aliados a la élite mercantil e intelectual y que represent taban a la reacción unitaria contra los caudillos, montoneros y otras maniíefl taciones provinciales. La valle y su colega el almirante Guillermo Browner J j militares profesionales, carentes de-una base económica y que contaban sinil plemente con el respaldo de otros líderes militares, tales como les general^ José María Paz, Carlos de Alvear, Martín Rodríguez. Miguel E, Soler y í | más G. Cruz. El ala civil délos unitarios. Julián Segundo de Agüero. Salvad! del-Carril y el mismo Rívadavia, tampoco tenían fortunas personales y yf vían de la política y la función pública. Defendían ciertas ideas. es verdad revolución de diciembre se biso en nombre de principios liberales y contra! conservadorismo rural, el caudillismo, una entrega a las provincias y “los bal didos y los salvajes que formaron sus reuniones, amenazaron la campaña"^ Pero, bajo la superficie, estos hechos eran una etapa más en el conflicto ent| los políticos de carrera y las nuevas fuerzas económicas, entre los profesiori| les de la independencia y los intereses de los terratenientes. Y aunque por| momento los revolucionarios de-diciembre habían capturado los instrumejj. tos del poder y eran superiores en armas y dinero, no tenían recursos ecotif micos suficientes ni bases sociales para conservar ventajas a largo término; Dorrego abandonó Buenos Aires en busca del apoyo de amigos y aliado! Según Woodbine Parish, fue “a reunirse con las milicias gauchas de don Jua| Manuel de Rosas, el más formidable líder de esa gente... Si él resuelve apoyaj a Dorrego contra el ejército —y él puede reunir una fuerza suficiente conic para intentarlo— me temo que veremos una lucha-muy sanguinaria.5,66La b á | populista de Dorrego no le negó su lealtad: “Entendí esta mañana que se e s| produciendo una considerable reacción en favor del general Dorrego, espf cialmeníe entre las clases bajas, y que muchos de ellos se están armando y d| jando la ciudad para reunirse con él, y aun m ás: que los soldados relacionad! can ellos han demostrado una gran disposición para desertar.”67Las posibili­ dades militares dé Borrego parecían brillantes, ya que Rosas también sa|i de Buenos Aires y formó rápidamente una fuerza de lucha: “Sólo salí de Bu| nos Aires el día de la sublevación y a los'cuatro días tuve conmigo dos rn¡ hombres, llenos de entusiasmo.”68 Pero otra vez chocaron los dos hombr i

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Rosas y sus partidarios reconocían a sus indios y hacían gala de ello. Si­ tiado por los montoneros de Rosas, en. marzo de 1829, el gobierno de Buenos.Ai­ res reclutó a toda prisa una milicia, incluyendo franceses y otros extranjeros. El entusiasmo de los extranjeros por la causa unitaria provocó a los federa­ les, quienes levantaron cartelones en la plaza de Monserrat, Indios sí. extran­ jeros no: y Valen más indios que unitarios.78Y en su-viaje de regreso a Córdo­ ba, eí coronel King vio nuevas evidencias de la s incursiones de los indios, des­ trucciones y rapiñas en las haciendas de las pampas. En Córdoba conoció, al general unitario Paz; "Le hablé de los terribles estragos de pueblos y caseríos en toda la pampa, y expresé mi creencia de que los salvajes habían sido incita­ dos por Rosas a cometer esos actos. ‘¡Incitados!’ exclam ó: ‘eran empleados, y realizaban su trabajo bajo promesa de recibir recompensas’.5,80 Esta incongruente alianza de federales, gauchos, delincuentes e indios no se mantenía unida por intereses sociales, que carecían de cohesión, sino por el mismo Rasas, quien era en última instancia la autoridad reconocida por todos en distintos grados. Constituían un enemigo esquivo, que no podía ser comba­ tido de ninguna manera excepto la propia de ellos mismos, incursiones muy rápidas conducidas por Molina y otros contra los unitarios y sus abasteci­ mientos, mientras los indios saqueaban en la periferia. En abril, cuando Lavaiíe marchó sobre Santa Fe, se produjeron revueltas en toda la provincia dé Buenos Aires, de modo que la provincia entera pareció encontrarse bajo la ocupación militar de unidades que actuaban en nombre de Rosas. Después de perseguir a éste infructuosamente, La valle se vio obligado a retirarse; Mientras tanto, grandes cantidades de montoneros que procedían aparentemente con extraordinaria subordinación a sus lideres, avanzaron lentamente sobre la ciudad. Con­ siderando la composición de su tuerza, su conducta parecía ciertamente, y en forma inesperada, la de tropas regulares. Se entiende que Rosas había impartido las más es­ trictas órdenes de respetar toda propiedad, y se decía que sus oficiales estaban dispues­ tos a castigar todo exceso de la manera m ás sumaria. En muchos casos han pagado por los abastecimientos que necesitaban, mientras que. en otros, han extendido recibos an nombre de Don Manuel Rosas y el Ejército Federal.®

El 25 de abril Lavadle iue derrotado en la batalla de Puente de Márquez, y posteriormente Rosas estrechó aun más el cerco sobre los unitarios en Bue­ nos Aires. Durante el transcurso de mayo y junio, con sus fuerzas reducidas' casi a un estado de inanición, Lavalle tuvo que negociar con Rosas, a quien prefería con respecto a López, el caudillo de las provincias. También Rosas estaba listo para negociar. Aunque él ocupaba toda ei área rural, controlaba los abastecimientos y podía ejercer un verdadero estranguiamiento, no que­ ría asaltar y humillar a la ciudad. É l también era porteño y prefería una solu­ ción porteña a una impuesta por las provincias.

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Como en realidad la ayuda e intervención de las otras provincias ya han dejado, de ser ne­ cesarias, se han convertido en embarazosas, y el mismo Sosas está deseoso de salvar a Buenos Aires de la evidente bumiilación de tener que obedecer órdenes de ellas. Con las fuerzas que él ha reunido en la misma provincia (que se estim an en no menos de ocho mil hombres), hace tiempo que podría haber ocupado la ciudad, pero se ha mostrado muy reacio a exponerla a las posibles consecuencias de un ataque... Esta moderación le ha valido ganar un creciente n ú m e r o de partidarios en Buenos Aíres...®

El primer fruto de las negociaciones, el Tratado de Cañuelas (24 de junio de 182S), quedó frustrado por la negativa de Lavalle para realizar elecciones imparciales y su decisión de retener el control; por otra parte, el tratado me­ joraba la posición de Rosas autorizándolo específicamente a mantener la paz en la zona rural y resolviendo poner a cargo de la provincia el pago de sus fuer­ zas, Presiones en constante aumento y sucesivas conferencias demostraron a ■ Lavalle las realidades del poder y culminaron en el Tratado de Barracas (24 de agosto); éste puso aun más en evidencia la reputación de Rosas, dado que - fue claramente él quien lo impuso. E l 26 de agosto. Lavadle renunció en favor de un honesto mediador, el general Juan José Viamonte, quien asumió como gobernador interino, mientras ellíder unitario abandonaba Buenos Aires y se dirigía al Uruguay, ááviríiendo al gobierno de la necesidad de reconstrucción después de "la sublevación en masa de los indios bárbaros y de la multitud de­ senfrenada ”, punto de vísta unitario del contragolpe.83Rosas entró en Buenos Aires en la noche del 3 de noviembre, siendo recibido no simplemente como el servidor militar dei gobierno sino como un vencedor y un jefe del partido fede­ ral. El ministro británico le agasajó como a un hombre de importancia políti.ca y departió con él considerándolo una figura pública de liderazgo. “E l gene­ ral Rosas está en este momento en Buenos Aires y tengo gran satisfacción en verlo con frecuencia. Su poder en este país es tan extraordinario como su mo­ deración y su modestia.,I84 Durante los m eses siguientes,, Rosas comenzó a extraer dividendos dex capital político que había ganado. Una pregunta crucial era ¿debía haber elecciones, o no? Los mismos federales estaban divididos al respecto. El ala ortodoxa quería la restitución de la asamblea de Dorr ego, la Sala de Repre­ sentantes, disuelta por Lavalle el 1° de diciembre de 1828. Otros querían nue­ vas elecciones. El gobernador era personalmente muy débil para resolver el tema, y pidió la opinión de Rosas, jefe indiscutído del partido federal e ídolo del pueblo. Rosas vaciló. Al principio se mostró en favor de nuevas elecciones, de acuerdo con la letra de los tratados de paz, pero por momentos daba la im­ presión de no estar en contra de la restitución de la legislatura de Dorrego.85 Lo preocupaba el hecho de que la disputa pudiera dañar al partido. O tal vez fuera que todavía no era suficientemente poderoso como para dominar la or­ ganización federal y sus partidarios terratenientes. Por último, los puristas -

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fueron tan intransigentes que, por la causa de la paz del partido, Rosas se alla­ nó junto a ellos y adoptó la opinión del grupo dominante. Anunció que el campono estaba listo para tener elecciones ni en situación de conducirlas pacífica. mente; la legislatura, ilegaimente clausurada por la revolución del 1° de di­ ciembre de 1828, debía ser restablecida. Éste fue el punto de vista que preva­ leció;. volvieron a llamar a los representantes de 1828 y. el 1“ de diciembre de 1S29 se reunió la Honorable Sala de Representantes, con cuarenta diputados en total, para resolver dos problemas inmediatos; elegir un nuevo goberna­ dor y decidir qué poderes debían dársele. ¿Era conveniente otorgarle íaculta' des extraordinarias, que significarían un poder absoluto, según lo propuesto por Tomás de Ánchorena en oposición a los puristas del partido ? La Sala esta■ba dividida entre aquellos que opinaban en .favor de una dictadura y los que te­ mían al despotismo, pero finalmente se aprobó la moción de los poderes ex­ traordinarios hasta el r de mayo de 1830. Y el 6 de diciembre de 1829, a la edad de treinta y cinco años, Rosas fue elegido gobernador de Buenos Aires por vo­ tación de todos los diputados, excepto Juan.N, Terrero. Asumió el poder en medio de una orgía de personalismo puro, extraño básicamente al pensa­ miento federal. El orden y la seguridad, observaba una nota-periodística, es­ taban asegurados, no tanto por las leyes generales como por “la personalidad de nuestro respetable gobernador; es pues en el carácter de nuestro benemé­ rito gobernador que hallaremos todas las garantías que pueden aspirar los buenos ciudadanos. ”86El ministro británico, simpatizante de Rosas, pensaba que “los únicos'obstáculos eran su propia modestia y su gran renuencia a ser colocado en una situación tan ostensible y responsable.”87 Enrealidad, Rosas quería tanto la gobernación como los poderes extraordinarios y, en los años si­ guientes, al serles renovados ambos, la renuencia habría de ser un sentimien­ to repetido. Sin embargo, si había un elemento genuino de renuencia en 1829 se debía a que, como hacendado y hombre de campo, carente de experiencia en la política de la ciudad, tenía clara conciencia de los riesgos que acompaña­ ban a la carrera política y del elevado índice de fracasos entre los políticos de Buenos Aires. Había también una razón política en su insistencia —y la de su grupo— en el otorgamiento de poderes absolutos, y era que los unitarios,dejos de hallarse completamente destruidos, podían intentar un regreso, a menos que debieran enfrentar un gobierno muy decidido. ¿Cómo podemos explicar la hegemonía de Rosas ? Hasta cierto punto, fue un producto de las circunstancias. Representaba el ascenso al poder de nue­ vos intereses económicos, de un nuevo grupo social, los estancieros. La élite clásica de la revolución de. 1810 estaba formada por los comerciantes y los bu­ rócratas. La lucha por la independencia había creado políticos profesionales, funcionarios del Estado, nuevos militares, hombres que hicieron una “carrera de la revolución" Muchos de ellos provenían de una élite, anterior a 1810. de familias de comerciantes y funcionarios d éla Corona, pero sus propias carre­ ras tuvieron un énfasis diferente, para servir al Estado y beneficiarse de él.

Los. comerciantes de Buenas Aires, surgidos dé la colonia como representantes de los intereses económicos dominantes en el Río de la Plata, fueron, al principio importantes aliados d éla nueva élite. Pero la declinación del comerd o con el interior, la destrucción de la industria ganadera del litoral por la guerra y, sobre todo, la irresistible competencia de ios comerciantes británieos, dislocaron la tradicional economía, y malograron las oportunidades a los empresarios locales. El aumento de las exportaciones provocado por los británicos y el fracaso del sector exportador par a.responder motivaron una eíusión de m etales preciosos, que fue acompañada por un aumento en la demam da de dinero efectivo. Llegó el momento en el que la economía tradicional de Buenos Aires ya no podía sostener a la élife comercial. A partir de 1S20. aproximadamente, muchos de ellos empezaron a buscar otras salidas y. sin abandonar si comercio, a invertir en tierras, ganado y saladeros.

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“El deseo de em plear los.capitales en un negocio más lucrativo, dio fomento a la indus­ tria de la cría de ganados, que hasta entonces se había mirado en poco a pesar de 3a íera- ■' cidad del suelo que ofrecía seguros y abundantes productos a esta ciase de especulado- . nes. Y hasta ios comerciantes ingleses —los negociantes más positivos— emplearon grandes rondos en'la población de nuevas estancias, dando así incremento a la riqueza .; del país en su ramo más importante”.*9

Era éste un sector que no había sido dejado enteramente a los británicos. Los empresarios ganaderos más prósperos eran los hermanos Anchorena, „ grandes comerciantes y financistas, y que pronto habrían de ser grandes terraíenientes. Había otros numerosos ejem plos: Juan Pedro Aguirre, tratante de esclavos y comerciante, Félix de Álzaga y Manuel Arroyo y Pinedo, comer- . ciantes y financistas; los hermanos Chiclana, pequeños comerciantes que se -y convirtieron en ganaderos y saladeristas; Díaz Vélez, quien invirtió en tierras toda una fortuna proveniente del comercio; Estanislao y Juan Fernández, modestos tenderos que adquirieron enormes estancias; los Saenz Valí ente, Viamonte, y otros, que se convirtieron en propietarios de grandes hadendas. Éste era el grupo social dominante del futuro, una d a se de terratenientes v con raíces en la ciudad y originada en la sociedad urbana. ;r El cambio de equilibrio desde la ciudad hacía el campo quedó reflejado en el progreso político de los-intereses rurales. En 1820, alrededor de la mitad de los miembros del cabildo, o ayuntamiento, de Buenos Aires eran comercian­ tes y otea mitad estancieros, y la misma proporción se daba en la Sala de Re- . presentantes. Al mismo tiempo, los estancieros estaban desarrollando su po­ der militar, ya que teman que ser autorizados para mantener unidades armadas para la seguridad rural y la defensa de frontera, unidades que en .último término eran pagadas por el Tesoro provincial. Pero los comerciantes-ierra- ■; tenientes no participaban todavía directamente en el ejecutivo, y se mantenía ;

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el hecho, de que. quienes tenían el poder económico no gobernaban, y quienes gobernaban carecían de base económica. Hubo por cierto tiempo una coinci­ dencia de intereses, o una relativa tolerancia, entre los dos sectores, pero las probabilidades de conflicto eran muy grandes cuando existían diferencias de intereses. El grupo gobernante, profesionales o intelectuales de la revolución, junto con algunos de sus aliados por negocios, llegaron a formar una incipien­ te oligarquía; eran unitarios con una ideología relativamente liberal, que mi­ raban al exterior en busca de ideas, capitales extranjeros y comercio interna­ cional.90E l segundo grupo se volvió hacia el interior para desarrollar tierras, ganado y saladeros, extendiendo la frontera y mejorando sus inversiones m e­ diante la comercialización de productos de la industria ganadera para expor­ tación. Estos intereses económicos preponderantes, de ios comerciantes-te­ rratenientes, estaban representados por los federales. Como era de suponer, ellos proporcionaron al partido federal un poder militar y económico del que anteriormente carecía. E ra inevitable que comenzaran a tratar de obtener el poder político directo, primero contra los unitarios, luego, entre los mismos federales. E l blanco principal de los terratenientes fue el régimen de Rivadavia. Su ideología liberal, sus intentos de diversificar la economía, su aliento a la inmi­ gración, todo ello era profundamente sospechoso para los intereses rurales, mientras que el intento de'privar a la provincia de sus ingresos fiscales y eco­ nómicos era rechazado abiertamente. La caída de Rivadavia y el adveni­ miento de los federales resultó en una mayor identificación entre los poseedo­ res y los administradores del poder. El cambio económico del comercio a la cria de ganado, la alteración del equilibrio social en favor del grupo comer­ ciante-terrateniente, quedó reflejado durante el gobierno de Borrego. Pero no lo suficiente como para satisfacer a Rosas y los Anehoreea. Es posible que ellos planearan un movimiento contra Borrego para asumir directamente el poder. El .golpe unitario del 1" de diciembre de 1828 tornó aquello innecesario: el tema quedó reducido a un simple conflicto entre federales y unitarios, y los federales tuvieron que derrotar una vez más al viejo sistema de Rivadavia. Lo hicieron de manera tan convincente bajo la conducción militar de Rosas, que en 1829 estaban capacitados para hacer lo que quisieran con el gobierno. En efecto, los terratenientes de Buenos Aires derrocaron al grupo gobernante existente, los políticos, burócratas y m ilitares asociados, y tomaron posesión directamente del gobierno de la provincia a través de su representante, Ro­ sas. En 1829, Rosas tuvo éxito para-desmantelar los remanentes del Ejército de la Independencia, ya debilitado por la guerra en la Banda Oriental; y así. la derrota de Lavalle fue la derrota.de un ejército profesional, uña fuerza rival, por las m ilicias de Rosas y sus aliados estancieros. Las circunstancias, pues, crearon a Rosas. Él era la síntesis individual de la sociedad y la economía del campo y, cuando los intereses de este sector coincidieron con los de los federales de la ciudad, Rosas resultó de inmediato él representante y el ejecutivo de la alianza. Como observó Mansilla;

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I;

“En tal sentido Rosas no se hizo; lo hicieron los sucesos, lo hicieron otros, algunos ríc a l chones egoístas, burgueses con ínfulas señoriales, especie de aristocracia territorial^ que no era, por cierto la g e n t r y inglesa, iras de él, estarían ellos, gobernando3’A' '"**

Ésta es una explicación simple del ascenso de Rosas, pero no completar! No hace referencia a sus cualidades específicas, sus orígenes, carrera y pon­ der sobre los hechos. Era ya un caudillo antes de ser elegido gobernador. % Su carrera personal fue única y no coincidía exactamente con el modela Ü cria de ganado. Y fue así como tuvo contacto directo con los gauchos, .deling, cuentes, indios y otros habitantes de las pampas, un poco para reclutarlos § para sus estancias, otro poco a ñu de movilizarlos para sus milicias. Rosas.:?’ ejercía autoridad no sólo sobre sus propios peones, sino también sobre las ma-' sas rurales más allá de los limites de sus propiedades privadas. Hubo otros. sin duda, que compartieron esa experiencia: Viamonte, por ejemplo,.era un hombre respetado por la extensión de sus haciendas y ia cantidad de peones a rí1 sus órdenes. Pero Rosas agregaba otra calificación. E ra el comandante.de mi?fj lidas' de la provincia. Tenía mayor experiencia militar que cualquier otro es-?? tandero. Nadie podía igualarlo en su capacidad para el reclutamiento de las.ip tropas, el entrenamiento y el control de las milicias y en el desarrollo de las unidades, no sólo errla frontera sino también en las operaciones urbanas. Era' % la dimensión militar desde los inicios de.la carrera de Rosas lo que le daba ventajas con respecto a sus rivales. Esto culminó con su desempeño durante laguerra de guerrillas de 1829, cuando reclutó, controló .y condujo las fuerz:.-.-.popsilares anárquicas del ejército irregular que derrotaron a los profesiona­ les de LavaJle. En este caso, las cualidades personales fueron causa d erla- ,1 mente decisiva, si no la única. Rosas no era solamente una creación de los be- . cbos; él ios producía. No sólo representaba a otros; él los conducía. Este dualismo también quedó.en evidencia cuando se distribuyeron las recompensas ? de la victoria. A Ya antes de diciembre de 1829 Rosas tema las cualidades de un líder poli- Y tico. En la década anterior había establecido una poderosa base en eleam po, en parte como propia iniciativa y, por otro lado, como delegado del gobierno. A Había servido al Estado y se había beneficiado del Estado. Ala vez que repre­ sentaba a los terratenientes sé representaba a sí mismo, el m ás poderoso de i: todos los terratenientes. Era dudoso que pudiesen haber encontrado alguien ?

mejor-calificado que Rosas. En ese sentido, no era él meramente una crea­ ción, dé ellos, ya que.se encontraba en una fuerte posición negociadora. Rosas era un caudillo producto de sus propios esfuerzos. Había una verdad, tanto po­ lítica como económica, en su afirmación: “Salí a trabajar sin más capital que mi crédito y m i industria" ,92

CAPÍTULO II

Estanciero

¿Quién era Rosas? Un propietario de tierras ¿Qué acumulo? Tierras =-> ¿ Qué dio a sus sostenedores ? Tierras ¿Qué quitó oconfiscó de sus adversarios? Tierras^

:: A

Rosas asumió el cargo en diciembre de 1829 con sus activos y pasivos equíIi-2 hrados. Reclamó el poder absoluto y se le dio con gran apoyo político.i E l absolutismo no entraba en conflicto con sus propios principios. En una;; entrevista con el enviado uruguayo Santiago Vázquez, un día después de ocn-1 par el cargo, negó que fuera federal: ,!Ya digo a usted que yo no soy federal, nunca be pertenecido a semejante partido, si hubiera pertenecido, le hubiera// dado dirección, porque, como usted sabe, nunca la ha tenido... En fin. todo ¡o ', que yo quiero es evitar males y restablecer las instituciones, pero siento que./ me hayan traído a este puesto, porque no soy para gobernar”.? Sin embargo,.una vez ocupado el cargo, Rosas no quiso fracasar por falta de poder. Las eir-Y constancias requerían un gobierno fuerte. . Tanto por obra del hombre como de la naturaleza-, la- economía descendió: ’ a un nivel bajo. La guerra con el Brasil, seguida muy pronto por la guerra civil; "] entre unitarios y federales, dañó la producción y las exportaciones y mutiló el ■ ' tesoro. Rosas heredó demasiados gastos y muy pocos ingresos. Además, du- //■ ran te la totalidad de su primer gobierno, la provincia soportó una tremenda'/; sequía. Desde diciembre de 1828 hasta abril de 1832no llovió; los lagos, los ríos ; y los pozos se secaron, la vegetación desapareció, sufrieron los cultivos y el í ganado, los caballos morían de hambre y de sed, AI declinar la producción g a -'/ nadera todo el país languideció.,Sir Woodbine Parish relató a Charles Darwin . que la tierra estaba tan seca y era tanto el polvo que volaba por todas partesque en el campo abierto quedaron borrados los mojones, y la gente ya no. sabía. dónde estaban los límites de sus haciendas.3

Los problemas politicos también estaban ejerciendo presión. Aunque Buenos Aires contaba con Santa F e como aliada, las fuerzas unitarias de la Liga del Norte estaban todavía en campaña al mando del general Paz, y sólo -cuando se produjo fortuitamente su captura, en marzo de 1831, finalizó la gue­ rra civil. Las relaciones políticas y económicas entre Buenos Aires y las pro­ vincias aún estaban por resolverse, pero después de una prolongada disputa Rosas dio su conformidad para reconocer la autonomía de las provincias en impacto federal informal. Pero en la misma Buenos Aires, el federalismo es­ taba dividido entre los moderados, llamados con las distintas denominacio­ nes de lomos negros, doctrinarios y (por Rosas personalmente) anarquistas, quienes estaban en favor del constitucionalismo, y los conservadores delinea dura, o apostólicos, que respaldaban a la dictadura de Rosas. La dictadura, en realidad, creó una buena impresión de gobierno firme y solvencia finan­ ciera, y Rosas probablemente podría haber logrado un segundo período en el cargo si hubiera estado preparado para convertirse en constitucional. Pero como fueron las cosas, la Sala de Representantes, en sesión del 29 de noviem­ bre de 1832, aceptó la devolución de los. poderes extraordinarios y expresó su gratitud porque “bajo el gobierno de Vuestra Excelencia la provincia ha al­ canzado la feliz situación de vivir con tranqulidad bajo la autoridad de las le­ yes” . Y así, el 5 de diciembre de 1832, Basas completó su primer período en el cargo. Lo sucedió Juan Ramón Bale arce, con quien comenzaron a ganar posi­ ciones los intereses moderados; pero Balcarce fue derrocado en octubre de 1S33 por la revolución de los Restauradores, provocada por los rosistas. En­ tonces la legislatura nombró a Juan José Viamonte gobernador provisional, en un intento de evitar una nueva dictadura, pero el balance de poder no esta­ ba en su favor y renunció el 27 de junio de 1834. Al principio, Rosas rehusó el ofrecimiento de la gobernación, como lo hicieron varios otros candidatos que no estaban dispuestos &aceptar. Pero eventualmente accedió, con la condi­ ción de que la legislatura le asegurara la suma del poder público. Así ocurrió el 7 de marzo de 1835. y Rosas comenzó un largo período de gobierno virtualmente bajo sus propias condiciones. Éstas eran asimismo las condiciones del sector dominante de la sociedad. Se pensaba que eran necesarios los poderes dictatoriales para terminar con el conflicto social, la inestabilidad política y el deterioro económico, y para ase­ gurar la hegemonía de ios intereses de los estancieros. La primera adminis­ tración de Rosas había tenido características conservadoras: representaba a la propiedad, especialmente la propiedad rural, y había garantizado la tran­ quilidad y la estabilidad. Fortaleció al ejército, protegió a la Iglesia, silenció las críticas, amordazó a la prensa, ignoró a la educacíóny trató de mejorar el crédito financiero del gobierno. Después de Rosas, en 1833 y parte de 1834, la inestabilidad política retornó, las exportaciones cayeron y la situa­ ción financiera desmejoró. El eónsul británico describió así lo que v io :

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Las clases ricas e-industriosas de los habitantes hanquedado ahora empobrecidas debí- . :do a ía depredación de la moneda y a los continuos gastos en que ha debido incurrirse para el mantenimiento de grandes efectivos de hombres armados, que han sido sacados apresuradamente de sus ocupaciones agrícolas -y ganaderas y obligados a tomar las ar­ mas durante estas conmociones. ■~ Todas las personas prudentes, además, se han visto impedidas de crear nuevos esta­ blecimientos en los distritos rurales, por miedo á quedar expuestas a '¡as constantes de­ predaciones e insultos de los destacamentos de aquellos hombres armados; y muchos que ya-se habían instalado en el campo, después de haber sufrido mucho durante estos , períodos de confusión, han abandonado sus granj as, y han regresado a tomar residencia en esta ciudad.4

Rosas volvió al poder- con la reputación de su primer gobierno. Mediante su política respecto a las tierras y a la frontera y su capacidad para imponer el orden ya había vuelto a dar seguridades a los estancieros. Su política fiscal or­ todoxa también resultaba atractiva para ellos. Después de reelegido, una de sus primeras medidas fue liquidar el Banco Nacional (30 de mayo de 1836). Terminaba así con cualquier posibilidad de restaurar el valor oro del peso y de deflación; en lugar de ello, su política financiera se basó firmemente en recortar los gastos, especialmente los gastos sociales, y el cobro de impuestos. Los observadores británicos quedaron impresionados.5 .' La élite de terratenientes respondió a Rosas positivamente. Ésta fue su base política. El 6 de diciembre de 1829, los treinta y tres diputados de la Sala de Representantes, producto todos ellos de los sectores altos de ciudad y provincia, habían elegido gobernador a Rosas, aun aquellos-que se oponían a concederle poderes extraordinarios. Y, como observó Baldías, “los miembros de la legislatura eran en su totalidad hombres que se distinguían en la sociedad por su posición, por su fortuna o por el rol que les había tocado desempeñar en la cosa pública años atrás”.6 El 13 de abril de 1835, la misma ciase eligió otra vez a Rosas para el cargo. Y en julio de 1835. los estancieros más prominentes de todos los rincones de la provincia viajaron a Buenos Aires para montar guardia frente a la casa de gobierno, como señal de “respeto” y “acatamiento”,7 Algunos estancieros, es cierto, se oponían a Rosas, aunque no constituían un interés identiñcable. Había algunos que tenían objeciones políticas con respecto a Rosas, unitarios a quienes disgustaba su federalismo, federales que aborrecían ía dictadura. En 1838 podía tal vez haber existido algún elementó de interés económico en la oposición, cuando se pensó que la política de Rosas, al provocar el bloqueo francés, resultaba perjudicial para el negocio de exportación de las estancias y saladeros. Dé esta forma de pensar surgió la rebelión del sur en 1839, entre cuyos líderes había un cierto número de gran­ des terratenientes, tales como Día2 Vélez, Lastra, Castelli, un hermano de Rosas, y d director de la Sociedad Rural Argentina, Ambrosio Cramer.8 Pero, en general, las críticas a Rosas eran ideológicas más que sectoriales. No había ciertamente motivos para una oposición de d ase a R osas: siendo estanciero él mismo sabía perfectamente lo que se requería y anunciaba su política por adelantado.

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Ya con anterioridad a ser elegido gobernador, Rosas había aumentado su poder y servido a sus pares. Fue él quien apresuró ei decreto de distribución de tierras firmado por Viamonte el 19 de septiembre de 1829. con k pública in­ tención, asi se explicó, de aliviar £ia orfandad y miseria a que han quedado reducidas numerosas familias del campo, por los efectos déla misma guerra, y la imposibilidad en que se encuentran de reparar sus quebrantos.”9 Se otor­ garían tierras del Estado para formar estancias a los. habitantes de la provin­ cia que quisieran establecerse sobre la nueva frontera al sur de Azul y en otros sitios de avanzada. Como comandante de las milicias en la campaña, Rosas fue autorizado a administrar el decreto, a recibir las solicitudes, elegir los be­ neficiados y las ubicaciones y asignar las tierras. Pero esto no fue una simple distribución de tierras a granjeros pobres, Instalar nuevos colonos sobre la frontera significaba dar mayor seguridad a los estancieros de las zonas inter­ medias ; de modo que se convertía en una recompensa a los partidarios de los victoriosos federales, Al mismo tiempo, ponía en manos de Rosas un impor­ tante instrumento de paternalismc. El comandante dé milicias era en ese mo­ mento el señor de las tierras públicas y su donante, aun antes de alcanzar ía gobernación. El 22 de septiembre, ei gobierno interino emitió otro decreto en favor de los estancieros; debido a los dañosos efectos de la guerra sobre los capitales empleados en tierras, ¿ría de ganado y agricultura, éstos quedaban eximidos del pago de la contribución directa (impuesto directo sobre el capi­ tal y la propiedad) por todo el año 1823, Y Rosas nunca fue negligente en los de­ talles. Para completar la serie de medidas de compensación, el gobierno hizo instalar, por decreto del 12 de octubre, dos corrales que habrían de contener el ganado llevado a Buenos Aires.'Por todos esos medios, Rosas demostraba su capacidad para servir a los estancieros. Pero eso era sólo el comienzo. Como gobernador de Buenos Aires. Rosas dio muchos pasos positivos a fin de mejorar la situación y la seguridad de los terratenientes. Empezó a partir del evidente razonamiento de que la economía de Buenos Aires dependía del agro y de que ésta necesitaba más tierras. La presión sobre los campos de pasturas desde la repentina prosperidad de los primeros años de la década de 1820 y la escasez de tierras a distribuir por el sistema de enfíteusis llevaron al sector de la ganadería a los límites de la expansión redituable. Les ganaderos estaban empujando hacia el sur, dentro del territorio indio, en busca de tie­ rras baratas. Esto requirió la acción del gobierno, para ocupar nuevos territorios y prote­ gerlos. Rosas era partidario de una política de expansión y colonización. La ley del 9 de junio de 1832 separó trescientas sesenta leguas cuadradas (nove­ cientas mil hectáreas) cerca de los fuertes Federación. Argentina, Bahía Blanca y Mayo, para distribuirlas entre los veteranos de las guerras contra los unitarios y ios ganaderos más perjudicados por la reciente sequía. Y un año más tarde la frontera volvió a agitarse con una iniciativa m ás belicosa, 1a Campaña del Desierto, conducida por Rosas personalmente contra los indios. Eliejano sur, naturalmente, no era en realidad un desierto. Aunque las regio-

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nes eran áridas y las lluvias escasas, tenía tres ríos importantes, el Salado, ei Colorado y el Negro, capaces de transformar una región de veinte mil leguas cuadradas en fértiles tierras de pasturas que se extendieran hacia efsur has­ ta los confines del norte de la Patagonia. ¿No era esto un nuevo rumbo para Rosas ? Era un tema que conocía por su experiencia como estanciero y comandante de milieias. Sabía distinguir en­ tre indios enemigos, contra quienes había que luchar, y los indios amistosos a quienes se podía conquistar mediante el comercio y obsequio de yeguas, e im­ pedirles que escondieran a los delincuentes. Sabía también cómo usar a los in­ dios para la causa federal, como lo hizo en ia guerra civil de 1828 a 1831. Sin. embargo, antes, como ya se ha visto, no estaba de acuerdo en atacar a los in­ dios, prefería la paz, los parlamentos y los obsequios, a fin de atraerlos hacia el trabajo y la civilización.10Por ese motivo habla roto con Rodríguez en 1821. ¿Estaba ahora abandonando los principios de toda su vida? De ser así, no lo hizo de golpe. Empezó a pensar en planes específicos de expansión y coloniza­ ción hacia el sur ya en los primeros tiempos de su gobernación. Woodbine Pa­ rish pensaba que ése era i:de todos sus propósitos, el que el general Rosas tie­ ne con mayor peso en su corazón. Pronto comenzará a supervisarlo personal-' mente, y sería difícil encontrar una persona más calificada para poner en efectiva ejecución dicho proyecto”.11 Los motivos eran convincentes; Al nielarse el presente mes. ios indios pampas hicieron una incursión a través de la fron­ tera sur de la provincia de Buenos Aires, y lograron llevarse alrededor de doce mil cabe­ zas de ganado. Gran parte de este ganado, propiedad del generaf Rosas, pudo luego recu­ perarse gracias a la milicia provincial; pero todavía no se ha podido obligar a los indios a que se retiren al otro lado de la frontera.12

Rosas tuvo que reconocer que esa política de pacificación.no era siempre válida, que había un límite a lo que podía obtenerse mediante los parlamentos y obsequios, y que la agresión india merecía una respuesta militar. Probable­ mente terna además otros motivos. Si la legislatura se negaba a renovar sus poderes extraordinarios y se veía obligado a abandonar la gobernación al fi­ nal dei período en el cargo, ¿cuál sería su papel y dónde estaría su poder? El comando de un fuerte ejército, por cierto virtuaímente el de todas las fuerzas dé la provincia, le proporcionaría una base inatacable. Y si él conducía ese ejército en una exitosa expedición para expandir y asegurar la frontera, no podía fracasar en el fortalecimiento de su influencia ante los estancieros de su propia provincia y los caudillos de cualquier parte. La Campaña del Desierto estuvo originalmente planificada como una empresa conjunta de todas las provincias sureñas que tenían frontera con los indios, incluyendo Mendoza, San Luis. San Juan y Córdoba; pero finalmente ' la.ejecución quedó casi exclusivamente a cargo de Buenos Aires y la acción militar confinada a su sector.13Rosas sostenía la urgeneia de lograr la seguri­ dad en la frontera y la necesidad de efectuar una expedición contra los indios, en su mensaje a la Asamblea el ? de mayo de 1832; y el 30 de noviembre, antes

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a3:• %-■ I de dejar el cargo, envió a la'legislatura un plan específico para la expedi| dón.1* Sus ideas no eran meramente defensivas. Había, en su llamado a las an ; mas un.espíritu inequívocamente expansionista:

“Hacendados: vosotros sabéis que la campaña y la frontera se encuentran noy enteramente libres de los indios enem igos: que aterrados por los repetídos golpes de muerte que han sufrido en sus mismos hogares y tolderías, se han refugiado al otro lado del Río Negro de Patagonia, y a las faldas de las cor­ dilleras de los Andes, ün esfuerzo más, y quedarán libres para siempre nues­ tras dilatadas campañas, y habremos establecido la base de todos los cálculos de nuestra riqueza p ú b lic a .15 El 28 de enero de 1833 Rosas fue nombrado Comandante General de Cam­ paña y Jefe de k División Izquierda del Ejército Nacional para operaciones contra los enemigos indios 1Y el 22 de marzo salió de la estancia de Rosas, Los Cerrillos, el largo convoy de mil quinientos hombres, treinta carretas, seis mil caballos y miles de vacunos. Hasta ese momento, la expedición había cos­ tado ya al Tesoro provincial más de trescientos mil pesos, reunidos por el go­ bierno cotilas mayores dificultades; pero hasta la caída de la administración de 3 ai caree habría de costar un millón de pesos. Con todo, era un buen nege: / do para Rosas y ios estancieros, quienes aprovisionaban a la expedición y re­ cibían un buen pago. Rosas vigilaba atentamente el tema de los abasteci­ mientos . asegurándose de que las agencias apropiadas se encontrasen baio su control y se dieran los contratos a sus protegidos y amigos. Los réditos de esta gran inversión, afirmaba, beneficiarían a todo el mundo; “quedarán abiertas nuevas vías de comercio, y a la actividad inteligente riquezas no conoci­ das”,16 E l ejército avanzó hasta la isla de Choele-Choel. sobre el Río Negro, des­ pejando el territorio cubierto, mostrando la bandera, efectuando alianzas con indios amistosos, y golpeando fuerte a las tribus enemigas.17Rosas estableció su cuartel general sobre el Río Colorado, al que hizo explorar hacia el oeste i . hasta la vista de los Andes, y envió al general Pacheco a hacer otro tanto a j todo lo largo del Río Negro. El joven Charles Darwin, que desembarcó del ¡ Beagle en el Río Negro en agosto de 1833, observó al ejército de Rosas mieni tras acampaba en una superficie cerrada por carretas, artillería, chozas de [ paja, y equipo. “Casi todos los soldados eran de caballería,” anotó, “y podría creer que jamás se había reunido un ejército como éste de gente con aparien¡ eia de malvados y bandidos. La mayor parte de los hombres era una mezcla de razas, entre negros, indios y españoles. Desconozco la razón, pero los hom­ bres de tales orígenes difícilmente tienen buen aspecto” ,1SEn realidad, esta­ ba observando a tipos clásicos gauchos, Josvagos y mal entretenidos Jos pros­ critos y otros habitantes marginales de las pampas, que eran reclutados en los ejércitos de la época. Rosas impuso una severa disciplina sobre esta fuer-' ' za pero; en medio dé-las preocupaciones militares, nunca perdió de vísta la

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justificación básicamente económica de la expedición. En su Diario, destaca ba las características positivas del Río Colorado, que regaba excelentes Ha nuras desde la cordillera hasta la costa y podía dar apoyo a muchas granjas de ovejas y aun más estancias: , “debiendo ser considerable el número de estancias que se forme, porque se conoce que todas las castas son buenas y porque desde sus nacientes hasta la embocadura en el mar debe calcularse una distancia de 190 leguas. E s decir, que a 3 leguas de frente contresde fondofcaben en ambas márgenes 100 estancias que a 10.090 cada una de ganado vacuno, resulta un millón, aue Duede dar cada año una exportación de 300.000 cueros, 365.000quin tales de carne salada y 600.000 arrobas de sebo, pues que el engorde debe ser dedos arrobas cuando menos".19

La expedición dio a R osas un nuevo título, C onquistador del Desierto, y le sign ificó grandes dividendos políticos para el reg reso al poder. El título no era en teram en te inapropiado. En un año había agregad o efectiv a m en te a Buenos A ires una superficie que se extendía d o scien ta s iegu as al oeste hacia los An­ d es y al sur m ás allá del Río N egro, m iles de kilóm etros cuadrados en total;y con los nuevos territorios vino nueva inform ación top ográfica, nuevos recur sos, nueva seguridad. Como expresaba R osas en el m en sa je final a sus tro­ pas: “Las bellas regiones que se extienden hasta la C ordillera de los Andesy la s costas que se desenvuelven hasta el afam ado M agallan es, quedan abier­ tas para nuestros h ijos”.20 D espués de la Campaña del D esierto, los indios buscaron un tratado de paz con R osas. Se com prom etieron a m an ten erse dentro de su propio territo­ rio, no cruzar la frontera y no entrar a la provincia de Buenos Aires sin per m iso. T am bién aceptaron cum plir servicio m ilitar cuando se los llamara y ac­ tuar com o pacíficos ciudadanos. En retribución, cada caciq u e recibía a inter­ valos regulares una cantidad de y egu as o potros, según el número de sushom bres, y una pequeña asignación de yerba, tabaco y sal. La provisión de abaste­ cim ientos y recom pensas a los indios am istosos, unos diez miJ en total, llegó a ser un atrayente negocio rural. Las pequeñas y pobres pulperías mejoraron su s perspectivas con este com ercio, y las tribus a m isto sa s constituyeron un m ercado insaciable para el aguardiente, tabaco, g a lleta s, mandioca y maíz, todo lo necesario para m antenerlos contentos y tranquilos; y los bienes de consum o, regalos para los caciques del “herm ano Juan M anuel”, significa ban buenas órdenes para los talleres artesan ales de Buenos Aires y también para los contratistas favorecidos, quienes engañaban notoriamente a los in­ d ios.21 Si bien la pacificación fue conveniente para la nación en los veinte años sig u ien tes, a la larga perm itió tam bién a los indios fortalecer sus posiciones.22 La negociación total significó un subsidio para los indios, pagado por el go­ bierno de Buenos A ires. E ste liberalism o, de “despilfarrado soborno" como lo llam aba el m inistro británico, dio a R osas un cierto control sobre los indiosy extendió a sí m arginalm ente su base política.22 En las dem ostraciones federa­ les, s e hacía desfilar a los indios am istosos para que se pronunciaran en favor de R osas, com o en Tapalqué, en 1835, cuando el cacique Cachuel declaró:

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“Juan Manuel es mi am igo, nunca m e ha engañado. Yo y todos m is indios m o­ rirán por él... Las palabras de Juan son lo m ism o que las palabras de D ios”.24 Con respecto a los indios “extran jeros”, ta les com o los araucanos, el régim en no m ostraba piedad. En 1836 fueron capturados unos ochenta en una incursión sobre Bahía B la n ca ; los llevaron encadenados a Buenos Aires y los fusilaron públicam ente, en grupos de diez, frente a la s barracas del Buen R etiro.25 A la Campaña del D esierto le siguió una rápida expansión de la frontera sur y, durante la década de 1840, las estan cias habían invadido otra vez las tie­ rras de caza de los indios. Pero si bien los estancieros eran en e se m om ento ob­ jeto de un m ayor respeto por parte de los indios, éstos no les prestaban serv i­ cios ni trabajo. Los indios no querían trabajar para los blancos. A v eces cui­ daban ovejas, pero estaban poco dispuestos a convertirse en peones de traba­ jo, y sus m ujeres no se adaptaban al servicio dom éstico en las estan cias. La población blanca propiam ente dicha era bastante esca sa todavía en el ca m ­ po. “Hace unos pocos años”, informaba W illiam MacCann, “el general R osas tom aba en Buenos Aires a todas la s m ujeres de dudoso carácter y las enviaba a esta frontera con estrictas órdenes para su detención; en la esperanza de au­ mentar la población por ese m edio.”26 Si bien la mano de obra esca sea b a , las tierras eran abundantes. E l gobierno provincial transfirió grandes superfi­ cies a m anos privadas durante los años posteriores a 1833. En septiem bre de 1834 la legislatura autorizó la distribución de cincuenta leguas cuadradas (ciento veinticinco m il hectáreas) entre los oficiales de la fuerza expediciona­ ria. E sta ley fue suplementaria por un decreto del 15 de noviem bre de 1834, se ­ gún el cual el general Angel Pacheco debía recibir siete leguas cuadradas (diecisiete mil quinientas hectáreas), m ientras que las restantes cuarenta y tres leguas cuadradas serían distribuidas entre once coroneles. Pero R osas no sólo incorporaba nuevas tierra s; cuando volvió al poder introdujo tam bién nueva legislación. Rosas promovió importantes modificaciones permanentes a la estructura legal referente a la posesión de tierras.27 Había tres m aneras de adquirir la tierra: alquiler, compra y otorgamiento. La enfiteusis había sobrepasado ya su período de utilidad, tanto para el Estado como para los individuos. Había fa­ cilitado la explotación de la tierra, aumentado la superficie dentro de la fron­ tera, de treinta y nueve mil doscientos cincuenta y ocho kilóm etros cuadra­ dos, a m ás de ciento dos mil, en 1826. Pero había alentado tam bién una ex cesi­ va concentración de tierras. Según las quejas presentadas en la Sala de R e­ presentantes en 1827, un número relativam ente pequeño de personas había tomado posesión de enorm es haciendas.28 Los registros oficiales de asigna­ ciones por enfiteusis entre 1822 y 1830, m uestran que los Anchorena acum ula­ ron ciento cuarenta y cinco leguas cuadradas (trescientas sesenta y dos mil quinientas hectáreas); Eustaquio Díaz Vélez, ciento cuarenta y dos leguas cuadradas (trescientas cincuenta y cinco m il h e ctá rea s); la Sociedad Rural Argentina, ciento veintidós leguas cuadradas (trescientas cinco mil hectá­ reas) ; Rojas Aguirre, cien legues cuadradas (doscientas cincuenta mil hectá-

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r e a s ) ; F r ía s y C o., s e s e n ta y tr e s le g u a s c u a d r a d a s (c ie n to cmcuefl, m il q u in ie n ta s h e c t á r e a s ) ; P a tr ic io L y n c h , s e s e n t a y tr e s leguas^ (c ie n to c in c u e n ta y s ie te m il q u in ie n ta s h e c t á r e a s ) ; J u a n Miller,^ o ch o le g u a s c u a d ra d a s (n o v e n ta y c in c o m il h e c t á r e a s ) ; Prudencj tr e in ta le g u a s cu a d ra d a s (s e te n ta y c in c o m il h e c t á r e a s ) . D e esama pequeño grupo de hom b res s e c o n v ir tió e n d u e ñ o y s e ñ o r d e toda la pjo| en r e a lid a d , q u in ien to s tr e in ta y o c h o in d iv id u o s r e c ib ie r o n tres mi]^ ta s seis leg u a s cu ad rad as (o ch o m illo n e s q u in c e m il hectáreas), gja obtuvo de e so m u y e s c a s o s b e n e fic io s , y a q u e la r e n ta d e e s a s tierrasp/t só lo un pequeño in g reso . E n 1836 fu e d e c ie n t o n o v e n ta y ocho m ilp 3 1837, cuando exp iraron lo s a lq u ile r e s o r ig i n a le s , m u c h o s arrendataria vech aron la oportunidad p a r a c o m p r a r d ir e c t a m e n t e su s tierras, ^ que fue m uy poco lo q u e q u ed ó e n e n f i t e u s i s . E n 1838 R o s a s duplicólos^ res de la s co n cesio n es r e s t a n t e s , q u e a lc a n z a b a n a u n a s tr e s mil quinj^} guas cu ad rad as, q ue p r o d u c ía n s ó lo c ie n t o n o v e n t a y s e i s m il pesos ser que, a p esa r de los p o d e r e s s u p r e m o s d e R o s a s , o qu izá gracias a ej? ley es no se ap lica b a n d e l to d o . E l r e s u lt a d o fu e q u e , y a fu e se por favoi* político o por o tra s r a z o n e s, a lg u n o s b e n e f i c ia d o s p o s e ía n m ás que el leg a l (doce le g u a s c u a d r a d a s ) , m u c h o s n o p a g a b a n e l a lq u iler, y mucw pagaban a lq u ileres m e n o r e s . E n v e z d e in t e n t a r s a lv a r el sistema de enf. sis, R osas p refirió v e n d e r d ir e c t a m e n t e l a s t i e r r a s p ú b lica s, reuniera dos donde y cuando fu e r a n n e c e s a r i o s . “ L a le y d e e n fite u sis prestó m,, servicio al p ob lar los c a m p o s , in c o r p o r á n d o lo s a la a g ricu ltu ra o f '" o rg a n iza ría vid a ru ra l, p e r o la p r o p ie d a d p r iv a d a e r a n ecesa ria despuést» elev a r p r o g r e siv a m e n te e s a p o b la c ió n a u n m a y o r a d e la n to ”.30 La p rim era le y d e im p o r t a n c ia e n c u a n t o a la v e n ta d e tierras fue ladg de m ayo d e 1836, q u e a u to r iz a b a a l g o b ie r n o a v e n d e r m il quinientas leg. cuadradas de tie r r a s p ú b lic a s , e s t u v ie r a n o n o o c u p a d a s por enfiteusis.31^ jaba el p recio en c in c o m il p e s o s la le g u a c u a d r a d a e n e l territorio al nortfi Salado, cu atro m il p e s o s p o r t i e r r a s a l s u r d e l S a la d o y h a c ia el sur hastal^ gión de T andil, y tr e s m il p e s o s p o r l a s q u e s e h a lla b a n al sur de esa lineal tenedores d e tie r r a s e n e n f i t e u s i s te n ía n p r io r id a d p a r a com prar lo queyai taban ocupando; no e s t a b a n o b lig a d o s a c o m p r a r , p e r o el incentivo consis en la d u p licación d e la r e n ta c u a n d o t e r m in a r a e l p e r ío d o de enfiteusis,esi cir, enero d e 1838. E s ta le y c o lo c ó e n e l m e r c a d o v a s t a s extensiones detien a precios b a sta n te b a jo s y s i g n if i c ó u n g r a n a u m e n t o d e superficies depas ra. La in ten ción e r a ir d e ja n d o d e la d o la e n f i t e u s i s y a le n ta r a los arrendá rios a co m p ra r la s p r o p ie d a d e s q u e e s t a b a n a lq u ila n d o . U na ley posteriori 27 de julio d e 1837, e s t a b le c ía q u e la s t i e r r a s d e v u e lt a s a l E stado por falta pago de la s r e n ta s r e s p e c t iv a s s e r í a n s a c a d a s d e l s i s t e m a d e enfiteusisytó cidas en v e n ta . U n d e c r e to d e l 28 d e m a y o d e 1838 a n u n c ió la renovación^ en fiteu sis p a ra lo s c o n tr a t o s d e t i e r r a s s i t u a d a s e n z o n a s alejadas de lap vin cia por un p eríd o d o d e d ie z a ñ o s , p e r o lo s a lq u i le r e s aum entaban enuñó por cien to. A d e m á s, u n a g r a n e x t e n s ió n q u e c o m p r e n d ía la s partes delap

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vincia m ás pobladas y valiosas quedó directamente‘fuera de la ley de enfiteusis; las tierras de esa región ocupadas por enfíteusis volvían al Estado y que­ daban sujetas a la venta pública de acuerdo con la ley del 10 de mayo de 1836. Teóricam ente, las leyes de ventas de tierras permitían que compraran los pequeños arrendatarios de la enfiteusis, y que se compraran las pequeñas estancias en cam pos no comprendidos por la enfiteusis. Sin embargo, la reali­ dad fue que, con la ley de 1836, unas doscientas cincuenta y tres personas to­ maron en propiedad mil doscientas cuarenta y siete leguas cuadradas de tie­ rras, y los nom bres de los grandes compradores eran casi idénticos a los de los grandes arrendatarios bajo el régim en de enfiteusis, los Anchorena, Diaz Ve­ lez, Álzaga, Arana, Lastra y Senillosa.32 Por el decreto de 1838 se vendieron mil novecientas treinta y seis leguas cuadradas, y otra vez dominaron las ven­ tas los m ism os intereses. De acuerdo con una estimación, en 1840, tres mil cuatrocientas treinta y seis legu as cuadradas de la provincia estaban en m a­ nos de doscientas noventa y tres personas. Después de 1838 el sistem a de enfi­ teusis quedó extinguido. El gobierno de Rosas favorecía a la propiedad priva­ da: respondió positivam ente a la demanda de tierras y a la preferencia por la compra. Además, existía la esperanza de un aumento en los ingresos origina­ do en las ventas. Los precios de venta fijados en 1836 eran bajos y resultaron aun más bajos por la depreciación m onetaria. Sin em bargo, parecía que, a corto plazo, el problema no consistía en la disponibilidad de tierras sino en la falta de deman­ da. Éste al menos era el punto de vista del Tesoro, ansioso de recoger un ingre­ so inmediato. Los terratenientes tenían una perspectiva diferente: estaban dispuestos a com prar, pero en el m om ento en que ellos quisieran y en sus pro­ pios térm inos. Hacia fines de 1838, R osas expresó su decepción por la lentitud en la venta de tierras ofrecidas en 1836. En realidad, habían producido un mi­ llón sesenta y dos mil pesos en 1839, pero sólo ciento un mil en 1840, y después de eso, nada, según el informe del Tesoro.33 Entre las diversas razones existen­ tes para la lentitud de la dem anda no figuraba el precio de las tierras ; se ha­ bía mantenido bajo, y aun se deprim ió m ás por la cautela de los comprado­ res. Había dos precios para la tierra, el oficial y el de mercado. La legislación había establecido un precio oficial bajo. E l precio de mercado era también bastante bajo, y a que no era m ucha la gente en condiciones de pagar por la tie­ rra. E l precio oficial para la s tierras que se extendían hasta el Río Salado era de cuatro mil pesos la legu a cuadrada, com o hem os visto ; el precio de merca­ do se encontraba entre cinco m il quinientos y seis m il pesos. Más allá del Sala­ do, el precio oficial de tres m il p esos tenía un precio paralelo de mercado de cuatro m il a cuatro m il quinientos pesos. En la década de 1840, MacCann que­ dó im presionado por el bajo precio de la tierra sobre la frontera más allá de Tandil, y durante todo el período de R osas el de las tierras fue un mercado que favoreció a los com pradores.34 V arios factores mantenían bajo el precio de la tierra. Uno de ellos fue la propia práctica del gobierno de emitir certificados de recom p en sas m ilitares, entregando tierras a los ocupantes según servicios

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prestados; había tantos de esos certificados en circulación (tal vez cerca de. ocho mil quinientos, contando tanto a los soldados como a los oficiales) que el precio de la tierra cayó por simple abundancia de la oferta.35 Porque muchos soldados recibían esos certificados y de inmediato los vendían, y los compra: . dores se hallaban en buena posición para mantener bajos ios precios; efecti­ vamente, ellos preferían muchas veces comprar en ese mercado privado de tierras en vez de favorecer al del gobierno. En vista de la lenta respuesta a la ley de tierras de 1836, se ofrecieron más incentivos: los pagos podían hacerse en'cuotas, en documentos del Tesoro, y aun en ganado hasta el cincuenta por ciento del total. Una cantidad de com­ pradores pagó sus.tierras con caballos y vacunos que entregarían al go­ bierno en fechas futuras y. por lo general, en ios fuertes de frontera. Otra for­ ma de ahorrar en la compra de tierras era adquirir ganado con la tierra, ya ' que el costo de 3a compra privada de ganado era siempre mucho más bajo que los precios que le ponía-el Estado. En 1836, por ejemplo, cuando un novillo cos­ taba de treinta a treinta y cinco pesos, Nicolás Anchorena obtuvo un contrato con el Estado para abastecer de ganado al fuerte de Bahía Blanca, a cuarenta y seis pesos por cabeza. De esta manera, la clase de ios estancieros usaba a l . Estado para enriquecerse. Ño obstante, hacia fines de 1837 las ventas aún no progresaban y el Tesoro seguía sin percibir sus esperados ingresos. Entonces, durante 1838 y 1839, el bloqueo francés a Buenos Aires causó una declinación en la demanda de tierras al provocar una escasez de dinero efectivo y cortar: la salida a las exportaciones de las estancias. Más aún, la política de terror y confiscación aplicada por el régimen a sus opositores creó una sensación de. inseguridad que deprimió los valores de las tierras y atemorizó a los compran dores. El gobierno se encontró con tierras sin vender en sus manos y deudas impagas en sus cuentas. Como alternativa a la venta, en consecuencia, Rosas decidió regalarla tierra. Éste fue el lógico final del mercado de compradores. El régimen operaba mediante un sistema de recompensas y castigos. Se. otorgaban las tierras a los partidarios como recompensa por lealtad, o eñ lu­ gar de salarios para soldados y burócratas. La tierra se convirtió casi en mo­ neda o en fondo de salarios y pensiones. La Campaña del Desierto fue el punto ; de partida, y Rosas en persona el primer beneficiario. Por ley del. 6 de junio de 1834; la asamblea le otorgó la propiedad de la isla de Choele-Choel, en el Río Negro, Luego, por ley del 30 de septiembre de 1834, fue autorizado a cambiar la inhospitalaria Choele-Choel por otras tierras ubicadas donde él quisiera “en propiedad absoluta para él, sus hijos y herederos, hasta la cantidad de sesen­ ta leguas cuadradas de tierras de pastura provenientes de la hacienda públi­ ca. ” También se entregaron tierras públicas, por ley del 30 de septiembre de 1834, a ios oficiales superiores que habían tomado parte en la Campaña del Desierto, hasta un total de cincuenta leguas cuadradas. Un decreto deí 25 de noviembre de 1834 aplicó esta ley al general Angel Pacheco, quien recibió sie­ te leguas cuadradas, y a once coroneles, entre quienes se dividió el resto. Una ley del 25 de abril de 1835 autorizaba al gobierno a distribuir hasta un total de

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dieciséis leguas cuadradas entre los soldados de la División de los Andes que habían-tomado parte en la expedición al Desierto.36 A la Rebelión del Sur, en í octubre de 1833, siguieron castigos para-algunos y recompensas para otros: Una ley del 9 de noviembre otorgaba tierras (con permiso para venderlas) a TI los militares que habían aplastado la rebelión y a los civiles que se mantuvie­ ii 1 ron leales. Estas cesiones- comersndían desde seis leguas cuadradas cara los i .generales, cinco para los coroneles, hasta media legua cuadrada para los su­ boficiales y un cuarto para los soldados.37 Otra ley. del 17 de diciembre de 1840-, otorgaba recompensas en sanado bovino y ovino a los oficiales partici­ pantes en la bátalla de Sauce Grande, y posteriores.decretas daban beneficios similares a quienes hubieran intervenido en otras victorias federales. Y asi la política de Rosas con respecto a las tierras culminó en un amplio sistema de compensación a las incorporaciones militares.. Había comenzado con el des­ plazamiento hacia el sur de la frontera y el incremento de tierras disponibles. Terminó luego con los alquileres de la enfiteusis, continuó después mediante la venta de tierras a bajo precio. y finalizó regalándolas. Servía a los intereses de los estancieros y saladeristas. "Ningún otro grupo social”, se ha observado acertadamente, "obtuvo mayores beneficios del régimen de Rosas, ni hubo grupo alguno más interesado íntimamente en mantener intacto el régi­ m en.”38 Así como las leyes sobre tierras y los valores de éstas favorecían a los es­ tancieros, también la política financiera de Rosas los beneficiaba. En 1829—y otra vez en 1835— heredó un fuerte déficit, una moneda depreciada y una gran deuda pública. Al liquidar el Banco Nacional abandonó cualquier intento de restablecer el valor oro del peso. Siguió en cambio una política financiera con­ servadora, cortando el gasto, mejorando la recaudación de impuestos y es­ quivando cualquier redistribución social de recursos. El grueso de los ingre­ sos, normalmente un ochenta a un noventa por ciento, continuaba teniendo origen en ios impuestos aduaneros. A excepción de los años 1839 y 1846, cuando el bloqueo interrumpió el comercio exterior y el ingreso aduanero disminuyó, las sumas percibidas crecían cada vez m ás; de diez millones de pesos en 1835 a sesenta millones en 1850 La contribución directa, un impuesto sobre el capital y la propiedad, ha­ bía sido introducida por la administración de Rivadavia en 1822, como alter­ nativa para una recesión excesiva de ios ingresos de aduana. Pero no dio los resultados esperados.40 Los índices eran demasiado bajos y no se habían he­ cho previsiones para la depreciación de la moneda. Los contribuyentes eran virtualmente sus propios inspectores de pago. Los propietarios podían tasar ii sus propiedades en valor oro y pagar el impuesto, calculado sobre la base de jun porcentaje, en pesos papel; la Sociedad Rural Argentina, por ejemplo, pa­ gaba sólo quinientos cuarenta pesos papel por una estancia con capacidad para diecinueve mil cabezas de ganado^ Como no se había efectuado un censo estatal ni una valuación de propiedades, quedaba a juicio del contribuyente la estimación de los valores a efectos del pago del impuesto. “E l impuesto a la

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propiedad", afirmaba un observador británico, “del que se esperaba algo considerable, produce sumamente poco por año—apenas doscientos mil dóla­ res— y esto, debido a los abusos que prevalecen en el cobro, ha sido pagado por la porción menos opulenta de la comunidad. ”4i Por decreto del 28.de mayo de 1838. Rosas duplicó la contribución directa sobre 3a base de que el ingresó' aduanero había mermado mucho por el bloqueo y que los contribuyentes su­ bestimaban sus riquezas. La asamblea, que era generalm ente insensible con respecto a los asuntos financieros, reaccionó de inmediato frente a los nuevos índices creando una alternativa para los años siguientes. La ley del 12 de-abril de 1833 mantenía ios índices establecidos en 1823 pero convertía al impuesto en universal; además, formaba comisiones locales para valorizar la propie­ dad. con la esperanza de lograr un registro oficial de la riqueza imponible. Pero las comisiones estaban compuestas por funcionarios locales—jueces de paz y alcaldes— que se encontraban bajo la influencia de los terratenientes y atados a los intereses de éstos. De modo que el producto de este impuesto se mantuvo bajo, alrededor de un millón de pesos por año y, a veces, ochocientas mil pesos solamente. En 1841, Rosas adquirió una nueva valoración, pero-la asamblea no aceptó y él no insistió en el tem a; durante la década de 1840 se fue permitiendo a los contribuyentes cada vez mayores atrasos en los pagos,42En 1850, cuando los ingresos totales alcanzaron la cifra pico de sesenta y dos mi­ llones de pesos (en moneda depreciada), la contribución directa, sólo produjo alrededor de un tres por ciento del total. Aun así, los capitales invertidos en la industria y el comercio pagaban bastante más de la mitad de la recaudación por contribución directa. De manera que, la parte del ingreso total'correspon­ diente a los terratenientes y a los criadores de ganado era pequeña. Según Pe­ dro de Angelis: “El dueño de una estancia de treinta mil cabezas de ganado ¡ que en el estado actual de nuestras fortunas figura entre los más ricos hacen­ dados del país, podrá cancelar su cuenta corriente con el erario, entregando el valor de cuatro novillos ” 43 Rosas prefería casi cualquier otro expediente antes que aumentar los im­ puestos y perturbar su base de poder. Había unas pocas y simples alternati­ vas, Podía solucionar el déficit del gobierno mediante una reducción de los gastos. Era particularmente agresivo con respecto a los gastos sociales, tales como educación, bienestar y obras públicas. En 1838 el gobierno retiró un sub­ sidio a la Universidad de Buenos Aires, que llegó casi a expirar en los últimos días del régimen en que el cuerpo de profesores quedó reducido a tres titula­ res impagos.44 Rosas podía también tomar préstamos e imprimir moneda. Hasta marzo de 1840 el gobierno hizo sucesivas emisiones de bonos y, hacia fi­ nes de dicho año, la deuda a largo plazo de la provincia llegaba a casi treinta y seis millones de pesos. Los servicios de esta deuda se cumplieron -puntual­ mente y, en 1850, sólo quedaban por satisfacer trece millones setecientos mil pesos de fondos públicos. Rosas-tuvo que evitar un gran endeudamiento a lar­ go plazo, ya que, los únicos capaces de apoyarlo, ios estancieros, preferían la inflación. Por lo tanto, el gobierno recurrió a k prensa impresora. Comenzan-

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do con quince millones doscientos mil pesos en moneda papel, en 1836. las su­ cesivas emisiones llevaron la suma a un total de ciento veinticinco'millones doscientos mil pesos en el momento de la finalización del régimen,45 Por lo tanto, Rosas fue-responsable de haber emitido ciento nueve millones nove­ cientos mil pesos en poco más. de once años. Éste fue el sistema financiero de Rosas. Ésta fue su manera de afrontar los déficit evitando la quiebra, los pedi­ dos de préstamos y la presión impositiva. La emisión de papel moneda, por supuesto, provocaba la suba de precios y deprimía los salarios, causando así una redistribución de ingresos desfavorable a los sectores pobres. Los terra­ tenientes no objetaban esto; aceptáronla inflación del papel moneda como al­ ternativa preferible a ios préstamos forzosos y a mayores impuestos. Alentados por las leyes, los precios y la política fiscal, los estancieros tu­ vieron acceso al mundo que efectivamente Rosas Ies había prometido. Él . provocó la transferencia masiva de la propiedad pública al dominio privado. En lugar de arrendatarios del Estado creó una élite de terratenientes, que po­ seían ahora algunas de las haciendas más grandes dei mundo. La política de Rosas con respecto a la tierra tenía un obvio objetivo económico en el hecho de que buscaba promover al máximo los bienes de mejores posibilidades de exportación. Descansaba, además, sobre ciertas ideas sociales y reforzaba el poder del dueño de la tierra por sobre el trabajador, Pero tuvo también eonse-’ cuencias políticas. Porque la tierra era el más rico medio de patronazgo dispo­ nible, un arma para Rosas, un sistema de bienestar para sus partidarios. Ro­ sas era el gran patrón, y los estancieVos eran sus dientes. En este sentido, el rosismo era menos una ideología que un grupo de intereses, un foco de pro­ piedad antes que de principios. Uno de los'principales instrumentos para la asignación de tierras eran los boletos de premios en tierras, certificados que premiaban los servicios mili­ tares. o campañas particulares, o simplemente servicios para el Estado. La exitosa Campaña del Desierto de 1833, y el aplastamiento de ia Rebelión del Sur en 1839 fueron ocasiones para pródigas cesiones de tierras. A. veces estos certificados se otorgaban efectivamente en reemplazo de salarios y pensio­ nes ; una de ¡as razones por las cuales se recompensaba con ellos a los solda­ dos y civiles leales después de la Rebelión del Sur fue que el gobierno carecía de fondos para darles recompensas monetarias. En total se expidieron unos ocho mil quinientos boletos. ¿Se justificaba el sistema? ¿No era deber de los soldados y civiles servir al gobierno y oponerse a la rebelión? ¿No se recom­ pensaba habitualmente a la lealtad con medallas u otros honores ? El hecho es que, con Rosas, el otorgamiento de tierras era parte de una operación políti­ ca, que presentaba al caudillo como distribuidor de patronazgo y a los clientes como objeto de interés. Quienes menos aprovechaban los boletos de premios eran los soldados en acción en el frente; se hallaban a mucha distan­ cia de Buenos Aires y no podí an presentarse personalmente en la eapital para redam ar su recompensa; tampoco tenían los contactos necesarios para ase­ gurar un pronto despacho de papeles y documentos. Otros morían en servicio

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activo y otros, finalmente, se limitaban a atesorar sus certificadqs. Todavía después de 1852 debían entregarse tierras a quienes presentaban certificados; Y si los vendían, era muy probable que obtuvieran precios muy bajos en el mercado de compradores. En 1849, por ejemplo, Prudencio Rosas compró a un oficial certificados por dos leguas cuadradas, a mil quinientos pesos la.le­ gua. Por lo tanto, relativamente pocos soldados recibían sus premios, y eran aun menos los que reclamaban sus tierras. Por otra parte, la inclusión de civi­ les en el sistema ocasionó un verdadero reparto de certificados a gente que se deseaba favorecer, incluyendo representantes diplomáticos, argentinos en Europa y en los Estados Unidos, quienes sólo supieron de la Rebelión del-Sur después de su finalización, el director de la Biblioteca Nacional, el portero de la Casa de Gobierno y los carceleros de la prisión de Buenos Aires. Es decir que el proyecto estaba lejos de ser igualitario y nada hizopara modificar Ia.estructura agraria. Los certificados por menos de una legua eran virtuaímente inútiles en manos de los soldados o los pequeños burócratas, en momentos en que el pro­ medio de las estancias existentes era de ocho leguas cada una. Y la tierra en sí misma, sin capital, ganado, y un buen capataz, era un dudoso bien para un re­ cién iniciado. Pero en manos de gente que ya terna estancias, los certificados constituían un poderoso instrumento para adquirir nuevas propiedades pro­ venientes del sistema de eníiteusis o de nuevas ubicaciones. Más del noventa, por ciento de los certificados de tierras otorgados a los soldados y civiles ter­ minó en manos de los terratenientes o de quienes estaban luchando para llegar a serlo.46 La gente de menores recursos vendió sus certificados de tierras a especuladores o a quienes podían comprar. En otros cases-, gente poderosa -recibió los certificados de sus protegidos o dependientes o los obtuvo en nombre de sus servidores militares. Todo funcionó, con la ayuda de una administración condescendiente, para lograr la extensión de las propieda­ des existentes, el fortalecimiento de los privilegios y la consolidación de la clase de los estancieros. Llevé también refuerzos ai campo político de Rosas. Pern la ganancia de una persona era también la pérdida de otra. La contraparte de los otorgamientos de tierras eran las confiscaciones de tierras, concebidas para castigar o impedir la oposición. Sus representantes podían haber sido encarcelados o exiliados sin dañar a sus familias o debilitar sus posibilidades. Pero la pérdida de la propia hacienda realmente perjudica­ ba. Era también una guerra económica. Mientras que las confiscaciones cor­ taban recursos a la oposición y los medios para reclutar peones, proporciona­ ban al gobierno una fuente de ingresos y de patrocinio. ¿Había algún elemen­ to de populismo en la política de Rosas? Si lo había, era sólo una derivación de su principal propósito. Dé ios arrestos efectuados en la ciudad, la mayoría eran hombres ricos, siendo sus pro­ piedades, con toda seguridad, el verdadero objeto de la acusación. A veces se decía pue, cuando el gobernador deseaba obtener la propiedad de algún individuo, lo denunciaba primero como unitario, teniendo así un pretexto para la confiscación.1,7

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Inevitablemente, las confiscaciones golpeaban a los ricos más que a los pobres.. Por decreto del 21 de mayo de 1835, Rosas dejó sin efecto la pena de confis­ cación: “Queda abolida para siempre la pena de pérdida y confiscación gene­ ral de bienes-en todos casos, sin excepción alguna... no podía aplicarse para Castigo de ninguna d ase de delito”.48 Esto nc era tan generoso como parecía, porque sólo abolía la “ confiscación general”. No se refería a otros casos, tales como la confiscación de objetos preciosos, o cargas de contrabando, o dinero para pagar una multa, porque en estas confiscaciones particulares o parcia­ les las leyes de la tierra aún se aplicaban. Además, las confiscaciones podían tomar varias formas, tales como la conscripción de víctimas en el ejército, por unitarios. Para pagar su liberación tenían que entregar una cantidad de perseñeros, o substitutos, o abonar una contribución en dinero, o ambas co­ sas. E l número de personeros entregados de esta manera alcanzaba, al 12 de febrero de 1840, a quinientos dos. casi un batallón. Algunos unitarios se vieron obligados a presentar cinco, diez, o aun veinte o más personeros, y miles de pesos.49Estas penalidades menores quedaron pronto sobrepasadas, para vol­ ver a la medida total de confiscación. La ley fundamental de expropiación fue el decreto del 16 de septiembre de 1840, emitido en un momento en que el régimen se hallaba sometido a una pre­ sión extrema por el poder combinado de los franceses y los unitarios.50 Según el mismo, cualquier propiedad de unitarios —mercaderías, tierras, propieda­ des urbanas, acciones, y propiedades rurales— debía responder por el daño causado por el general Lavalle; mientras tanto, quedaba prohibida su venta o hipoteca. El propósito era sufragar los gastos extraordinarios en que había in­ currido el Estado por la invasión y recompensar a ios individuos privados per­ judicados en la misma acción. El decreto amenazaba con la ruina a toda fami­ lia que tuviera un miembro del lado unitario. También aquellos federales cuya lealtad estaba en duda sufrieron similares efectos, como lo muestran al­ gunos ejemplos. Marcelino Galíndez peticionó a Rosas que se levantara la orden de confis­ cación sobre su estancia en Arroyo de las Flores, una propiedad que adminis­ traba su hijo, y de la cual poseía la mitad. Cualesquiera fuesen las opiniones políticas de su hijo, él protestó, porque personalmente había sido siempre un honesto federal, que sirvió a la causa con todos sus recursos desde 1820, como ¡Rosas muy bien lo sabía.51 Otro federal, Pedro Capdevila, propietario de una estancia en Chaseomús, explicó a Rosas que “por uno de aquellos incidentes que ofrece toda revolución, mi familia y yo somos victimas de un infortunio” . Después de leales y largos servicios a la causa federal, reclamaba, la revolu­ ción de 1839 lo sobrepasó en Chaseomús. Los rebeldes, al mando del “salvaje CasteHr1.llegaron a su estancia, mientras él se encontraba cuidándola seguri­ dad de su familia “para disponerme a partir”, llegaron las fuerzas del gobier­ no. Él se presentó de inmediato al general Prudencio Rosas y je dieron varías .tareas a cumplir, antes de que tuvieran que sacarlo enfermo. Mientras se ha-

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liaba convaleciente-en Buenos Aires, se enteró, de que habían,confiscado su estancia'en Chascomus y peticionó en vano al gobernador para que se la de­ volvieran. Peor aún, su pena incluía una “clasificación odiosa, que yo no me­ recía” como sospechoso político. Por lo tanto, cuando La valle invadió la pro­ vincia y se desarrollaron los hechos de abril de 1842. a pesar de su tranquilidad de conciencia, temió por su vida y huyó a Montevideo, un exilio donde conoció en forma directa “la protervia del salvaje bando unitario". Ahora había re­ gresado a Buenos Aires y, por el bien de su familia, imploraba a Rosas que lo escuchara.52 Pero una vez perdido el favor era muy difícil recuperarlo , y las peticiones de este tipo se encontraban normalmente con un helado silencio. En cuanto a Rosas. las confiscaciones le permitieron alimentar y montar a su ejército, recompensar a sus seguidores, subsidiar a sus indios amigos, y mantener en marcha todo su sistema. Años más tarde, en Southampton, pidie­ ron a Rosas un comentario sobre los motivos de este decreto, y él respondió: “Si he podido gobernar 30 años aquel país turbulento, a cuyo frente me puse en plena anar­ quía y al que dejé en orden perfecto, fue porque observé invariablemente esta regla de con­ ducta: proteger a tbdo trance a mis amigos, hundir por cualquier medio a mis enemi­ gos ”.K

Bajo el imperio de la ley de 1840 se confiscaron estancias y se tomó ganado para el ejército o para venderlo y obtener ingresos. Se recompensaba a los ofi­ ciales y la tropa directamente después de una batalla “de las haciendas que fue­ ron de los salvajes unitarios”. Los principales agentes de transferencia eran los jueces de paz. Durante el transcurso de 1841 remitieron al Tesoro numerosas e importantes sumas obtenidas con la venta de productos, mercaderías, ganado, cueros, y otras pertenencias de los unitarios. El comprador potencial se presen­ taba simplemente ante el juez de paz; convenían una suma por la estancia y su contenido, incluidos los peones, y la transacción quedaba completada en eí acto. O el juez ordenaba que “de las haciendas embargadas a los salvajes unita­ rios, remita al Fuerte Federación a disposición del comandante interino de aquel punto ochenta y cuatro yeguas bien gordas”, o podía informar que “el coronel de un regimiento ha sacado de las estancias de los salvajes unitarios emigrados con los que no debe pararse en ninguna d a se de miramientos, mil caballos con los cuales ha montado la división”. Otro oficial informaba “haber tomado a la estancia del salvaje unitario Ladislao Martínez y despachado para el Fuerte Argentino novecientas veinte reses, trescientos veintiún novillos y qui­ nientas noventa y nueve vacas, para el consumo de aquella guarnición”.55 La mayor parte de esta propiedad confiscada se vendía sin mediar orden de un juez, para gran beneficio de los federales influyentes. Lafórmula.estancias em­ bargadas a los salvajes unitarios se convirtió en un conveniente pretexto para usurpar las propiedades de los demás y, en el caso del Estado, para recompen­ sar a servidores y favoritos. En total, el gobierno de Rosas efectuó dos mil con­ fiscaciones contra individuos de reconocida afiliación unitaria, o personas sira-

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plómente marcadas como tales. Las confiscaciones comprendieron quinientas estancias y .casi un millón de cabezas de ganado, valuadas en. quince.millones quinientos'mil pesos.55 Los críticos unitarios denunciaron amargamente esta política: "La confiscación ha pesado sobre esa sociedad en una escala inmensa. La propiedad de las ciases acomodadas ¿asido sin exageración, ei botín puesto a disposición de los asesinos or­ ganizados. Escribimos a presencia de miles de testigos y de víctimas. La fortuna de mu­ chos propietarios opulences, que hoy están en suma miseria en Montevideo, ó en ios otros estados limítrofes de la República Argentina, ha sido repartida entre los hombres que Ro­ sas "na lévániádo déi cieno, y iá gozan a la vista del pueblo de Buenos Aires. Sólo una míni­ ma parte de ia propiedad comiscada, y ésta vendida a vilísimo preció, ha entrado en el Te­ soro de Buenos Aires”.56

Los m ismos unitarios, por supuesto, también confiscaron propiedades, y node manera menos despiadada que los federales. Entre 1828 y 182S, La valle te­ nía a su alrededor consejeros que estaban tan dispuestos como Rosas para rea­ lizar una guerra valiéndose de la propiedad, y. de haber permanecido ellos, Ro­ sas en persona habría sido la primera víctima, va que algunos unitarios opina­ ban que “sería muy útil indemnizar a los terratenientes saqueados por los bár­ baros de Rosas con las propiedades de ese caudillo." Y el gobernador unitario de Tucumán escribió como justificativo para confiscar las propiedades del cau­ dillo Ibarra: “los bienes de Ibarra deben servirnos para reparar los daños que Ibarra les ocasione injustamente a nuestros paisanos.”57 De acuerdo con afir­ maciones de Quesada. las prácticas confiscatorias de Rosas eran mucho más moderadas que las de los caudillos provinciales. Cualquiera sea la verdad so­ bre la propaganda dé los reclamos rivales, algunas de las consecuencias de la confiscación resultaron imprevistas. La confiscación introdujo un elemento de inestabilidad en el régimen agra­ rio que tuvo repercusiones más aüó de las víctimas inmediatas. Los valores de las propiedades se deprimieron; el mercado de tierras cayó terriblemente, las estancias cambiaban de manos a precios nominales, vendidas bajo compulsión o por miedo a los partidarios del régimen. Los principiantes dudaban antes de hacerse cargo de una hacienda, y los estancieros ya establecidos se negaban a invertir nuevas sumas, temerosos del futuro. La sensación de inseguridad se agravaba ante los ataques a los recursos de las estancias para abastecer a-los ejércitos de Rosas. La aparición de una patrulla militar en busca de provisiones podía significar el desastre para un estanciero, ya que veía requisar su ganado, llevar sus caballos y hasta reclutar a sus peones. Y estas exacciones, natural­ mente, se producían tanto contra aliados y neutrales como contra enemigos, Inevitablemente causaban un efecto depresivo sobre los terratenientes y los di­ suadían de realizar nuevas inversiones. Pero la inseguridad para algunos era la oportunidad para otros. La situación se volcó en favor de los extranjeros, quie­ nes se hallaban exceptuados de estas penalidades y obligaciones. Porque Rosas era muy escrupuloso en su tratamiento hacia los extranjeros residentes en la

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provincia, y ellos eran virtuahnente los únicos que recibían total protección de la ley. Quienes poseían ya estancias disfrutaban de una posición privilegiada; =otros compraron tierras muy baratas, confiados en el futuro. Y la libertad con respecto a las leyes de herencia locales les permitía disponer de sus propieda­ des como quisieran. Así procedió Rosas, en otros aspectos aclamado por cons­ picuo nacionalismo, para promover la penetración extranjera en la economía argentina. Las circunstancias fueron destacadas por el terrateniente británico ■ Wilfrid Latham: La protección que aseguraban sus “tratados” a ios extranjeros, ios colocaba, en estas cir­ cunstancias, en ventaja por sobre ios nativos, dado que ios primeros estaban completa­ mente exceptuados del servicio militar y de las contribuciones forzosas, menos los caba­ llos, que se consideraban elementos de guerra: y cualquier daño a sus propiedades, o 3a toma de su ganado en guerras internas, dabs lugar a reclamaciones de compensación, de acuerdo con los tratados existentes, Alentados por el bajo precio de ia tierra y la mayor se­ guridad de que disfrutaban, los extranjeros, y más especialmente los británicos, compra­ ron grandes superficies de tierras ofrecidas en venta.,/'8

Como observaba Mansüla: “Se tuvo suerte si se era inglés en aquel enton­ ces ” . Y Tomás de Anchorena se quejó amargamente a Rosas por el favoritismo demostrado hacia los extranjeros: “Las excesivas generosidades que está Vd. dispensando a los gringos me tienen de muy mal h u m o r/58La verdad es que los colaboradores cercanos de Rosas gozaban de los mismos privilegios y.comparabie seguridad. Y ei mejor ejemplo eran ios Anchorena. La estructura erigida por Rosas era apropiada para 3a concentración de la propiedad. En el período comprendido entre 1830 y 1852, la superficie ocupada de la provincia creció en un cuarenta y dos por ciento como consecuencia de la Campaña del Desierto y el mejoramiento de relaciones con los indios. Pero el crecimiento de la superficie de las tierras no fue equiparado por un aumento del número de establecimientos —veintiocho por ciento—, ni en el número de pro­ pietarios —diecisiete por ciento—, indicaciones éstas de una concentración aún mayor en manos de un pequeño grupo. Esto ocurría en la frontera. En la zona intermedia y en las proximidades de Buenos Aires había una mayor competen­ cia por las tierras, una mayor variedad de propiedades, mayor difusión de ia tierra y tal vez un cambio de posesión más rápido. Sin embargo, tomando la provincia’como un todo, la base dé una estancia típica podía comenzar con unas veinte mil hectáreas y triplicarse en tamaño, hasta las sesenta mil hectáreas hacia. 1855, y ésta posiblemente era sólo una de un-grupo de estancias pertene­ cientes ala misma.familia en diferentes partes de la provincia. Podía tener.casi diez mil cabezas de ganado, mas de mil caballos, y mil ovejas merino, mientras que, ios estancieros más progresistas estarían ya mejorando sus existencias mediante la cruza de razas. La estancia tendría también cantidad de berramientas y equipos, puestos de adobe, una granja con huerto y, por lo general, una gran casa principal.

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En este período, de acuerdo con el Maps Catastral de 1836, predominaban las grandes propiedades (de más de cinco mil hectáreas) que constituían el se­ tenta y seis con ochenta y nueve por ciento del total. Sólo un cuatro con ochenta y cinco por ciento eran propiedades de menos de diez mil.quinientas hectáreas, En 1830. novecientos ochenta terratenientes poseían las cinco mil quinientas dieciséis leguas cuadradas (trece millones ochocientas mil hectáreas) de tie- . iras ocupadas en la provincia d&Buenos Aires: de éstos, sesenta propietarios monopolizaban casi cuatro mil leguas cuadradas, es decir, un setenta y seis por ciento.60En el período transcurrido entre 1830 y 1852, las tierras ocupadas au­ mentaron a seis mil cien leguas cuadradas, con setecientos ochenta y dos pro­ pietarios. De éstos, trescientos ochenta y dos propietarios monopolizaban el ochenta y dos por eient-o de las posesiones de más de una legua cuadrada, mien­ tras que doscientos propietarios, o sea un veintiocho por ciento, monopolizaban ei sesenta por ciento d élas posesiones de más dé diez leguas cuadradas. Había setenta y.cuatro propiedades de más de quince leguas cuadradas (treinta y sie­ te mil quinientas hectáreas), y cuarenta y dós propiedades de más de veinte le­ guas cuadradas {cincuenta mil hectáreas). En las proximidades de las ciuda­ des. donde algunas pequeñas .granjas se habían dividido sucesivamente entre descendientes, se encontraban algunos minifundios. Pero eran pocos en núme­ ro. En el período de 1830 a 1852 hubo'trescientas treinta y siete propiedades de superficies comprendidas entre una y tres leguas, que en total significaban qui­ nientas veintinueve leguas, es decir. el uno por ciento de la extensión total de las tierras en uso. Éstos eran minifundios sólo para las pautas de las pampas. Es que en ese periodo, el tamaño era importante; en realidad, era lo único que im­ portaba. Da tecnología era primitiva: el único criterio de éxito era el número de animales. No había selección, ni cuidados, ni alimentación especial: simple­ mente la producción en m asa de cueros crudos, sebo, grasa, cuernos, y otros productos de las bestias criollas. Todo esto producía buenos rendimientos sobre las inversiones. “Se ha comprobado que los establecimientos ganaderos de este país producirán un incremento cierto de más del treinta por ciento por año, con un gasto anual insignificante,”61 La transferencia de tierras, representaba un movimiento de capital. La m a­ nera más rápida y efectiva de desarrollar una gran hacienda era invertirlos be­ neficios urbanos. Es cierto que, bajo ei gobierno de Rosas, la tierra se adquiría todavía en pocos casos directamente a través de viejos títulos o.mediante acti­ vidades rurales exclusivamente. Pero el estanciero más característico, espe­ cialmente a partir de 1820, fue el capitalista de ía dudad. Era con frecuencia un jefe de familia que había llegado a la colonia a fines del siglo dieciocho, como comerciante o funcionario y, posteriormente, él o su hijo habían invertido en tierras y ganado. Esto motivó una nueva relación social en la estancia..de­ terminada por la diferencia entre eí comerciante-estanciero que residía en la ciudad, y su administrador, que vivía en el campo y era completamente depen­ diente de su empleador. Los inversores de capitales provenientes de la ciudad es­ taban en sxtuación de ganar las mayores concentraciones de tierras, de participar

en todas las etapas de producción, desde las pampas hasta el puertoy, en gene­ ral,- de dominar la economía rural. No eran terratenientes abseníistas sino m ás hien administradores de la terminal de mercado de su empresa, mientras sus empleados supervisaban la producción rural. Una variación de este modelo eran aquellos comerciantes-estancieros que .trabajaban en sociedad con sala­ deristas extranjeros; también ellos tuvieron que adquirir sus propiedades éñ tierras y ganado mediante la inversión de capitales. Dentro de la clase de los propietarios había diferencias de escala económi­ ca y nivel social.82Pedro Trápani fue un ejemplo de los más pequen os, propieta­ rio visible de un saladero (en realidad pertenecía a Lord Ponsonby). terrate­ niente y dueño de ganado, que tenia doscientos doce mil pesos de capital total en el momento de su muerte. En el nivel medio estaba Juan José Yiamonte, dueño de siete leguas cuadradas y señor de numerosos peones, gobernador en ejerci­ cio en dos ocasiones y diputado durante más de siete años. En lo m ás alto de la escala estaban los Anchorena, Nicolás de Anehorena comenzó como comer­ ciante en la década siguiente a 1810; entre 1820 y 1830 realizó fuertes inversiones en tierras y, en 1852 habían acumulado trescientas seis leguas cuadradas. Era so­ cio de saladeristas argentinos y extranjeros, abastecía carne para el matade­ ro, prestaba dinero ai Estado, vendía ganado a los fuertes de frontera, fue miembro de la asamblea desde 1827 hasta 1852, y consejero permanente de Ro­ sas. ¿Cuál era el secreto de su éxito? E l fundador del imperio comercial de los Anchorena era un inmigrante vasco que había llegado a Buenos Aires en 1765 y abierto una modesta pulpe­ ría. Legó a sus tres hijos suficiente experiencia y capital como para permitir­ les hacer una fortuna en el, comercio, y luego trasladar su capital hada la tie­ rra. Como no tenían conocimientos de ganadería. Rosas se convirtió en su ver­ dadero asesor y comprador en el mercado de tierras y permaneció estrecha­ mente ligado a sus intereses rurales. Era el experto del grupo en cuanto al va ­ lor de las tierras, su capacidad productiva y potencial exportador. Con su ayu­ da los Anchorena aprovecharon la ley de enfíteusis para adquirir grandes su­ perficies a muy bajos alquileres, a veces impagos, transfiriéndolas más tarde como propiedades absolutas. Primero invirtieron en tierras para ganadería, en 1818. que se expandieron con el desplazamiento de lairontera y el agrandamienío del mercado, y se transformaron en los mayores terratenientes de la Argentina en ia década de i860, con veintitrés diferentes propiedades en la provincia de Buenos Aires, decenas da miles de vacunos y caballos, y varios cientos de peones. Desde 1821 Rosas fue el administrador de tres estancias que pertenecían a Juan José y Nicolás de Anchorena; Las Dos Islas, Los Ca­ marones, y E l Tala. En 1824 ratificólos límites de Los Camarones, y en el m is­ mo año compró para sus primos las cuarenta y ocho leguas cuadradas que pertenecían a J. J. Ezeíza en Marihuincuí, por un precio de ocho mil pesos. Entre 1825 y 1826 ios Anchorena “denunciaron” las estancias Los Toldos y El Sereno, Las Achiras y Las Averías. También eran dueños de Los Montes del Tordillo, Montes Grandes y Morón. Rosas les ayudó a poblar estas estancias

con buen ganado, a manejarlas como una sola empresa, a emplear su fuerza de trabajO'V:controlar sus capataces y, cuando llegó a la gobernación, a obte­ ner lucrativos contratos con el estado para proveer a las guarniciones de fron­ tera y otros establecimientos militares. En la cláusula veinticuatro de su tes­ tamento. escrito en 1862 en un relativamente empobrecido exilio, Rosas recla­ maba setenta y ocho mil quinientos cuarenta y cuatro pesos a los Anchorena, “el precio de mis servicios y de mis gastos en su beneficio", durante erperíodo de 1818 a 1830, cuando había creado y administrado para ellos varias estan­ cias.65 El grupo Rosas-Ánchorena no adquirió estancias en busca de prestigio o por una obsesión de cantidad; ni compró tierras en el margen de la econo­ mía, ni para dejarlas desocupadas. Lo dirigía la ambición, la búsqueda de beneficios, la atracción del poder, y sus métodos eran estrictamente comer­ ciales. Sus estancias estaban situadas, en zonas bien regadas, al norte del Sa­ lado, donde el campo era de buena calidad y próspero, los pastos cortos y de un intenso color verde, superficies tachonadas con macizos de trébol y cardo y marcadas con cuevas de vizcacha. Eran modelos'de industria y producción, con rendimientos que alcanzaban el límite dé su capacidad. Y sus propieta­ rios no eran enemigos de la agricultura, ya que producían para su propio in­ tercambio de granos, La expansión de los Anchorena se puede apreciar en sus exportaciones:

Carne salada o charqui (quintales) Cueros crudos (unidades)

1820

1825

1828

87.000 599,000

350.000 650.000

521.000 834.000

En la década de 1840 William MacCann viajaba en las proximidades de Los Camarones, sobre las orillas del Rio Salado. Quedó impresionado por su magnitud y abundancia: veinte leguas cuadradas (cincuenta mil hectáreas) y por lo menos cuarenta mil cabezas de ganado; pero igualmente notable era la escasez de población en la estancia, insuficiente para manejar el ganado, en los rodeos, por lo que las bestias eran bastante salvajes:64 E l grupo de los Anchorena era el de los más grandes terratenientes de toda la provincia; en 1830, a nombre de Juan José y Nicolás solamente tenían unas ciento treinta y cuatro leguas, cuadradas, y doscientas a nombre de todo el grupo; al llegar la década de 1840. éstas habían crecido a trescientas seis leguas cuadradas (se­ tecientas sesenta y cinco mil hectáreas) ,55 En cuanto a la extensión de tierras, el mismo Rosas estaba bastante de­ trás de los Anchorena. En el grupo de unos diecisiete terratenientes dueños de propiedades de más de cincuenta leguas cuadradas (ciento veinticinco mil hectáreas). Rosas ocupaba el décimo lugar con setenta leguas cuadradas (ciento setenta y. cinco mil hectáreas).65 El total incluía tierras pertenecien-

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tes a Rosas. Terrero y Compañía y estaba formado por varias estancias: Los Cerrillos, San Martín y El Rey. que tenían en conjunto unas trescientas mil cabezas de ganado; y aparte de esto, Rosas tenía tierras en Santa Fe. Corría el ano 1830. D e allí en adelante, la magnitud de sus propiedades es difícil de calcular con exactitud. Además de las tierras acumuladas por su empresa privada, también recibió cesiones del Estado. Durante toda su vida, las re­ compensas obtenidas por servicios públicos tomaron la forma de tierras. El premio más espectacular fue la isla de Choele-Ghoel, que le fuera otorgada por la asamblea al S de junio de 1834, después déla Campaña del Desierto.87El pidió que se la cambiaran por un. otorgamiento de tierras equivalente, a su propia elección, sobre la base de que esa isla era demasiado importante para que el Estado perdiera su posesión. El “equivalente” calculado por Rosas fue­ ron cincuenta leguas cuadradas, dos veces el tamaño de la isla ; y cuando llegó el memento, la asamblea votó en su favor la cesión de sesenta leguas cuadra­ das de tierras aptas para ganadería, superiores y más accesibles en la provin­ cia. En 1837, Rosas, Terrero y Compañía fue liquidada por acuerdo mutuo. La ■estancia San Martín y las tierras ubicadas más allá del Salado quedaron para Rosas, mientras que Terrero tomó Los Cerrillos.® Pero esta reorganización no afectó al grueso de las tierras de Rosas, que se encontraban fuera de los ac­ tivos de la Compañía. Y si sus estancias estaban en alto nivel, sus propiedades urbanas no eran menos considerables, Rosas tenía grandes propiedades en la ciudad, consistentes en cinco ca­ sas situadas en la Calle Restaurador, en parte residencia, en parte oficinas del gobierno. Y tenía su palacio en Palermo, una casa estucada de color blanco en el sector norte de Buenos Aires. Palermo estaba construida sobre tierra ad­ quirida en 1838 y se había convertido en su residencia principal; posterior­ mente Resas amplió la propiedad, obligando a vender a ios dueños de los te­ rrenos vecinos, abusando de su poder en el procedimiento, y gastando cuatro millones seiscientos .mil pesos de dinero público.® Esta grandiosa casa.de campo, con su parque rodeado de largas rejas de hierro, sus cuidados jardi­ nes, fuente, avestruces y bosquedilos de naranjos, había sido evidentemente muy costosa para construirla y mantenerla. Llegó a ser uno de los puntos de atracción de Buenos Aires, impresionando a cantidad de viajeros y personas que concurrían &vería. Rosas e s persona guió a William MacCann en su visi­ ta: Podría alguien preguntarse, dijo, ¿por qué construyó semejante casa en ese lugar? La había construido con el propósito de luchar contra dos grandes obstáculos: la obra co­ menzó durante el bloqueo francés: como ei pueblo se hallaba en esos momentos en un es­ tado de gran excitación, quiso calmar la opinión pública mediante una demostración de confianza en un Suturo estable: y al erigir su casa en un sitio tan poco apropiado se propu­ so dar a sus compatriotas un ejemplo de lo que podía hacerse para superar obstáculos cuando existía la firme voluntad de"lograrlo.7® * "

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TABLA I

Mayores terratenientes en la Provincia de Buenos Aires (estancias en leguas cuadradas) 1830 25 100 80 134,75 41,83 0.75 11,50 12 59.50 51,75 64 25,50 79 96 77.33: 83

Aguirre. Juan Pedro Aguirre. J. P. y otros Álzaga, Félix Anchorena, J. J.C. y N . Anchorena. Nicolás Anchorena. Nicolás y otros Anchorena, Tomás Anchorena y Arrovo Arriola. José Baudrix, Mariano Capdevilla. Pedro Candevilla, Marcelino Díaz Vélez, Eustaquio Ezeiza, Pablo J. Luzuriaga, .Manuel Martínez, Ladislao Miller, Juan Pacheco, Angel Piñevro. Francisco Rosas. Feline S. Rosas. Francisco Rosas, Juan Manuel Rosas. Prudencio Rosas, Terrero y Compañía Sociedad Plural Argentina Toba!, Santiago Vela. Pedro Villanueva, Eugenio Cernadas. Antonio.

63,50 1.25 12 61,33 30 9 98 71 62 34 39,23

Fuentes," Carretero,' “Propiedad rural en * 22-23 ',1970), 273-92; L a

alr. 1846s

132 306 ,.v

161 58 52 74 52 79 59 193 104 69

provincia de Buenos Aires”\B .. IS A E R ,i .*■ .13,

^ ir* V * i l í C i t i U t i Í j u L I I u ÍS fill, t í *

p ro p ie d a d a e ¡s

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cíO-160.

7;

Estas-curiosas razones se ie ocurrieron sin duda a R osas en otras circuns­ tancias posteriores, de mayor tranquilidad. Otro observador inglés, que via­ jaba por tren a lo largo del Río de la Plata, donde una vez había galopado el dictador, describió a Palermo diez años después de la caída del. régimen; “Está ahora bastante abandonado, pero ios parques constituyen amplía evi­ dencia de los enormes gastos realizados para que esto fuera una muy lujosa residencia. Todavía se ven allí los bosquecillos de naranjos y durazneros. Sin embargo, en los caminos y senderos alguna vez bien cuidados, ahora crecen malas hierbas, y el silencio de la desolación reina entre esas paredes. ”n ¿Cuál era el saldo final de este gran complejo patrimonial? “En 1336 su fortuna, según declaración pava impuestos, sobrepasaba los cuatro millones de pesos plata y no tenía similar en la provincia.”72 En su testamento. Rosas especificaba ciertas reclamaciones que sus herederos tendrían que presentar contra el gobierno de Buenos Aires por legítimas compensaciones. Se refería a ‘116.000 reses, 40.000 ovejas, 60.000 cabezas de ganado entre vacas, novillos y terneros, 1.000 bueyes gordos, 3.000 caballos buenos y sanos, 100.000 ovejas, 100.000 animales yeguarizos y demás de mi propiedad, de que ha dispuesto el Gobierno desde el 2 de febrero de 1852. ”73 Se requerirían vastas estancias para sostener todo este ganado; la estimación oficial era de ciento treinta y seis leguas cuadradas (trescientas cuarenta mil hectáreas).74 ¿Cómo se al­ canzó esta cifra ? Por decreto del 16 de febrero de 1852. las posesiones de Rosas fueron declaradas de propiedad pública, por causa de sus “sangrientos crí­ m enes”. Más tarde, el general Urquiza emitió otro decreto, por el que se orde­ naba que la propiedad existente de Rosas fuera entregada a Juan Nepomuceno Terrero, el abogado del exiliado. Pero la ley dei 28 de julio de 1857, contra el llamado reo de lesa patria, ordenó la venta de las tierras de Rosas por cuenta de la legislatura. Se hicieron informesl se levantó un inventarío, pero éstos no indicaban las fechas ni el origen de las diversas propiedades, sólo su exten­ sión. De acuerdo con el Departamento Topográfico (12 de agosto de 1863) la cantidad de las propiedades en tierras “conocida como de Rosas” , sumaba ciento treinta y seis leguas cuadradas. El informe del fiscal doctor Pablo Cár­ denas (23 de noviembre de 1863) dio una cifra algo más alta; ciento cuarenta y cinco leguas cuadradas (trescientas sesenta y dos mil quinientas hectá­ reas).75 . Rosas no se limitó a acumular tierras; también las explotó. Tenía estric­ tas reglas con respecto a la propiedad privada; “El peón o capataz que ensilla un caballo ajeno o haga uso de un animal ajeno, sea de la d a se que sea, comete un delito tan grande que no lo pagará con nada absolutamente: será penado con echarlo en el momento de las haciendas a mi cargo, y a m ás será casti­ gado según lo merezca. ”7e

Tenía ojo de halcón en Jo atinente a su propiedad. Ajustaba el funciona­ miento de sus estancias hasta el más mínimo detalle y controlaba todos.los ac­ tos de sus empleados. En sus primeros años de estanciero estableció las re-

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glas paraúsas capataces y peones. De ellas puede deducirse que no era un es­ tanciero progresista. No obtenía sus resultados por innovaciones sino por tra­ bajo, organización y meticulosidad.77 Estaba menos preocupado por la cali­ dad de sus animales que por su cantidad. A diferencia de muchos otros estan­ cieros, no parece haber intentado mejorar su ganado mediante la cría selecti­ va, No daba instrucciones referentes a la cantidad óptima de animales para un rodeo. Pero si. bien su tecnología era deficiente, su organización, en cam ­ bio, era impecable; y para movilizar la mano de obra no tenia parangón. Charles Darwin conoció a Rosas en la Campana del Desierto, en 1333, y quedo impresionado por lo que d o y oyó: Es un hombre de extraordinario carácter y tiene en e l campo una. influencia tremenda, que probablemente utilizará para hacerlo progresar y adelantar. Se dice que es duóño de setenta y cuatro leguas cuadradas de tierras y de trescientas mil cabezas de ganado. Sus estancias se hallan manejadas de m asera admirable, y su producción cerealera es-mu­ cho mayor que las de otros. Prim ero se hizo famoso por sus disposiciones para sus pro­ pias estancias y por haber disciplinado a varios cientos de hombres como para resistir con éxito los ataques de los indios.

Darwin pasó luego por Los Cerrillos, “una de las grandes estancias del ge­ neral Rosas. Estaba fortificada y tenia una extensión tal que. al llegar yo en la oscuridad, pensé que se trataba de un pueblo y un fuerte. Por la mañana vi­ mos enormes rebaños de ganado, ya que allí tenía el general setenta y cuatro leguas de tierra.”78 Mientras Rosas dedicó todo su tiempo a la estancia, él mismo hacía las veces de capataz. Pero cuando ocupó la gobernación, sus ad­ ministradores atendían sus propiedades bajo la distante aunque estricta vigi­ lancia de su patrón, quien escribía, ordenaba y amonestaba, recordándoles sus obligaciones y exhortándolos a mayores esfuerzos. En 1838. durante el bloqueo de los franceses, escribió a Juan JoséBeccar, administrador déla es­ tancia San Martín: “En primer lugar debo decir a V, con toda claridad que observo que V. no atiende a los in­ tereses de esa hacienda como antes. Que ya no es eíque era en otro tiempo y que tiradas bien las cuentas de los productos de estancia no han correspondido ai capital invertido en su compra en el año de 1821. Y si esto es lo esencial que son ias haciendas de todas espe­ cies, en le que son las cosas, absolutamente se ha olvidado V. del hombre que era” .7°

Rosas tenía elevadas pautas y, como observaba Darwin, sus estancias eran-modelos en su clase. . Las mejores estancias se hallaban situadas donde las tierras tenían ondu­ laciones, regadas por aguas permanentes y crecían en ellas variedades de pastos. La casa estaba ubicada generalmente en los terrenos más elevados, cerca del agua y en ei centro de la propiedad. Próximos a la casa se encontra­ ban los corrales para encerrar los caballos y el ganado cuando era necesario, construidos con postes y una tranquera en la entrada. La estancia estaba divi­ dida en cierta cantidad de puestos, donde los respectivos puesteros atendían

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el ganado vacuno o las ovejas, distanciados de la casa principal y cercanos al agua, y algunos con sus propios corrales. Había un capataz para determinado número de puestos, y un mayordomo- que mandaba sobre ei conjunto. Cuando h'abía-que poblar una estancia con animales recien comprados, se contrataba a un grupo de arrieros a las órdenes de un capataz, quienes conducían el gana­ do a través de grandes distancias y durante varios días. Había que tener cui­ dado para alejar a los animales de su anterior querencia y acostumbrarlos a ' la nueva; pastaban durante el día bajo la vigilancia de ios arrieros y eran en­ cerrados de noche en los corrales. En el sur de la provincia de Buenos Aires, donde la tierra era menos valiosa por ^ ex isten cia de .pajonales y bañados,, se consideraba necesario, en general tener una legua cuadrada por cada mil cabezas de ganado vacuno; pero en el norte la calidad de la tierra era superior y en una legua se podían mantener dos mil a tres mil cabezas de vacunos, cua­ trocientos a quinientos caballos,.y cuatro a cinco mil ovejas. El incremento anual de ganado vacuno se estimaba en un treinta y cuatro a treinta y cinco por ciento, pero aumentaba a menudo a un cuarenta por ciento. Durante la dé­ cada de 1840 había tres millones de cabezas de ganado vacuno, el patrimonio principal del país. Eran animales de raza inferior, criados a campo abierto y -al cuidado de un solo puestero para tres m i cabezas por lo menos, pero capa­ ces de producir el rendimiento esperado en cueros y carnes saladas, las prin­ cipales- exportaciones de Buenos Aires. La práctica de marcar el ganado promovió el crecimiento de la propiedad privada en las pampas y la asignación de todos los animales alas estancias, y se hizo ilegal comerciar con animales sin marca. El estanciero que no podía o no quería marcar su ganado ponía en peligro toda su inversión, y cuando las autoridades negaban el permiso para marcar lo hacían con el propósito de se­ ñalar al estanciero en persona por razones políticas o de otra índole. En 1843, José Braulio Haedo, un porteño propietario de una gran estancia en Tandil, se quejó ante Rosas porque el juez de paz, Mariano Castañera, le había negado permiso para marcar su ganado desde hacía dos años, y pedía autorización para ejercer su derecho. Tenía una estancia de dieciséis o diecisiete leguas cuadradas, veinticuatro mil cabezas de ganado vacuno con gran cantidad de terneros, y había introducido recientemente otros quince a veinte mil anima­ les jóvenes, diez mil de los cuales eran vaquillonas que estarían listas en pri­ mavera para ser servidas. El hombre arriesgaba perder todo eso en beneficio de las estancias vecinas. Según su propia estimación, era un progresista te­ rrateniente que invertía grandes sumas en su propiedad. Su inversión inicial en ganado había sido del orden de los novecientos veinte a novecientos sesenta mü pesos; gastó luego ciento cincuenta a doscientos mil pesos para reunir y engordar su ganado en la estancia; el valor de ios animales de dos años de edad que recientemente había agregado era de ciento cincuenta a doscientos mil pesos y, finalmente, entre varios otros gastos menores, contaba la suma de treinta a cuarenta mil pesos parala construcción de dos corrales de piedra con capacidad para diez a doce mil cabezas. Y todo lo que podía exhibir des­

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pués de semejantes inversiones era-un rebaño de ganado sin marca, que esta­ ba perdiendo en beneficio de las estancias vecinas, y con el cual tenía prohibi­ do comerciar, mientras vecinos suyos tales como Felipe Arana y Sáenz Va­ liente estaban marcando y comerciando y obteniendo utilidades originadas en sus pérdidas. ¿Por qué —preguntaba Haedo— era él una excepción, cuan­ do tenía antecedentes de lealtad y patriótico servicio a la causa federal?80 La rutina de la estancia era invariable. Todas-las mañanas los puesteros conducían ei ganado hasta un cierto punto llamado el rodeo, donde se reunían durante una o dos horas y donde se subdividí an solos e instintivs mente de en­ tre miles de otros., formando pequeños rebaños llamados puntos y constitui­ dos por cincuenta a cien animales que incluían vacas, toros y terneros para cada punto. Cuando los animales se sometían fácilmente para que los lleva­ ran al rodeo, se los consideraba mansos; pero sí escapaban al aproximarse los hombres, los clasificaban como salvajes. En una estancia bien conducida no se permitía que se juntaran más de tres mil animales en el mismo rodeo, y era responsabilidad de los puesteros mantenerlos dentro de ciertos límites para evitar que se'mezclaran con otros rebaños. En algunas estancias lleva­ ban el ganado al rodeo a la puesta del sol, o los reunían allí ocasionalmente. Los peones eran quienes formaban el rodeo, cabalgando alrededor de los ani­ males —rodeando— y de esta práctica con el ganado se extendió el nombre Üe rodeo tanto allugar donde se realizaba como al conjunto de animales reuni­ dos. Las estancias valuaban el ganado principalmente por los cueros, sebo y grasa. Consecuentemente, no había incentivo para mejorar la raza a fin de conseguir mejor calidad en la carne. Eso era cosa del futuro, cuando los es­ tancieros empezaron a encerrar sus campos con cercas de alambres de púas, levantadas a veces por peones europeos. En 1876, los Anchorena invirtieron diez millones de pesos en alambrados de púas para sus inmensas estancias. Así como las estancias eran fuentes de riqueza, estereotipos de relaciones sociales y puntos focales de poder político, eran también lugares primitivos y nada cómodos para vivir en ellos, y muy poco se parecían a las grandes ha­ ciendas de regiones más antiguas de América española. Era un mundo vacío,, severo en su simplicidad. William MaeCann describe la estancia de Mr. Tay­ lor, en la provincia dé Buenos Aires: cuatro mil hectáreas de campo con abun­ dancia de agua, caballos, vacunos, ovejas, muías y asnos en cantidad, una casa de dos pisos construida con ladrillos en un sitio alto de un jardín donde había árboles frutales y hortalizas, y sin embargo casi completamente des­ provista de comodidades materiales. Aun así, MaeCann la consideró'“un pe­ queño oasis de comodidades y cultivos en un desierto de inculta rusticidad” . El ambiente hacía pensar en los tiempos bíblicos; “Cuando llegamos. los re­ baños de ovejas estaban entrando al redil, y nos sentamos en los escalones de la puerta para contemplar la escena, que transportaba la mente a las costum­ bres pastorales de épocas patriarcales, tal como están registradas en ei Anti­ guo Testamento,”81 Sin embargo,.la hospitalidad de las estancias era igual­ mente cálida. Por cierto, constituían los únicos lugares de alojamiento para el

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viajero, y se podía cabalgar novecientos o mil kilómetros .en las pampas sin pagar un solo peso por comidas y alojamiento. La generosidad de la población ' rural suplía la falta de hoteles y posadas, aunque había una notoria.escasez de camas, y la gente más ordinaria dormía en el suelo, dentro o fuera déla casa, a 3a vez que faltaban en ésta platos, tenedores, mesas y sillas y difícilmente alguien lavaba o usaba agua y jabón. La estancia tenía que enviar sus productos a Buenos Aires o más allá, pero la infraestructura era aun más primitiva que la misma economía rural. Éste era un país sin caminos ni puentes, que sólo tenía huellas en las rutas principales. Casi todo se hacía a caballo, también ei abastecimiento. Gauchos montados dominaban a los animales con sus lazos. Los pescadores cabalga­ ban m ás de un kilómetro dentro del rio y arrojaban sus redes como podrían haberlo hecho desde una embarcación, luego arrastraban la pesca hasta la costa. Cazaban perdices montados en sus caballos, por medio de un lazo co­ rredizo sujeto en el extremo de una larga caña. Todo el mundo andaba a caba­ llo, las mujeres y los niños tanto como los hombres. Hasta los mendigos lo hacían.82 El único medio de transporte de cargas consistía en carretas de bueyes, construidas en los talleres de Tucumán y conducidas por recios indi­ viduos, principalmente a lo largo de las dos rutas importantes que atravesa­ ban la Argentina, una desde Buenos Aires, por San Luis y Mendoza hasta Chi­ le, la otra también desde Buenos Aires, vía Córdoba, Santiago, Tucumán. Sal­ ta y Jujuy hasta Bolivia. Viajaban en trenes de unas catorce carretas, cada una tirada por seis bueyes y llevaban tres de reserva. El costo del transporte de cargas, incluyendo ios impuestos provinciales, era equivalente a veinte li­ bras esterlinas por tonelada, y el porte solamente absorbía el cuarenta o cin­ cuenta por dentó del costo.83 Las estancias preferían controlar, si no monopolizar, todas las relaciones comerciales entre el campo y la ciudad, üna particular amenaza a sus recla­ mos de exclusividad provenía ce las pulperías volantes, especie de tiendas viajeras, que recorrían el campo comerciando productos de la ganadería y otras mercaderías de origen rural, tales como pieles y plumas de avestruz, y vendiendo artículos de la ciudad a los habitantes del campo. Usaban carros y carretas y un grupo de ayudantes; realizaban sus negocios con cualquiera que encontraran y frecuentemente ofrecían también juego y bebidas; a veces comerciaban con mercaderías robadas de las estancias. Las autoridades y los estancieros consideraban que las pulperías volantes eran económica y so­ cialmente subversivas. Efectuaban su comercio fuera del monopolio infor­ mal de las redes de la estancia; eran libres e independientes, y fomen­ taban el robo y el pillaje. Además, establecían contacto directo con los peones y los alentaban a producir y vender fuera del control de sus patrones, ofreciéndoles, a la vez, un medio para comprar fuera de la tienda de la estan­ cia. Rosas era hostil con respecto a las pulperías volantes. Siempre ¡as había prohibido en sus propias estancias y, a partir de 1831, su gobierno las proscri­ bió en toda la provincia. La prohibición se mantuvo durante el resto del régi»

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men de R osas; la ley trataba de vagos a los operadores y los reclutaba en el ejército. Para la estancia, el saladero era la principal salida de sus productos. Al­ gunos estancieros producían-par a saladeros que pertenecían a su propio gru­ po, familiar. que podia también ser dueño de depósitos en Buenos Aires o de sus propios barcos en la costa cercana. Otros estaban en sociedad con salade­ ristas. como el mismo Rosas lo había estado, De lo contrario, el saladero com­ praba ganado directamente a un estanciero independiente, o a través de un agente; en esos casos, el saladero asumí- todos los riesgos de llevar el ganado a la ciudad. La responsabilidad del vendedor cesaba una vez que había entre­ gado los anímales fuera de los límites de su estancia, "pero más tarde, mu­ chos de los estancieros más influyentes vendían su ganado a entregar en el sa­ ladero.”® Conducían los animales desde las tierras del vendedor hasta el sala­ dero u otro comprador un capataz con cinco o seis arrieros, y podían llevar unos seiscientos animales a razón de cuarenta o cincuenta kilómetros por día; deteniéndose a pasar las noches en campos de buenas pasturas. Los saladeros eran grandes establecimientos donde mataban a las bes­ tias. extraían el sebo, salaban y secaban la cam e, y preparaban los cueros crudos para exportación. Habían comenzado en Buenos Aires en 1810 y, des­ pués de una vacilante iniciación, quedaron firmemente establecidos en 1819. En 1820 había unos veinte saladeros en la provincia de Buenos Aires, aunque su producción era relativamente baja: menos de cien animales por día y por saladero. Sin embargo, en la década de 1840, aunque el número de saladeros que operaban en Buenos Aires o sus proximidades se había mantenido en la misma cifra, su producción había crecido considerablemente, y cada uno sa­ crificaba alrededor de doscientos a cuatrocientos animales por día durante la temporada.®6 El trabajo alcanzaba su pico en el verano, de noviembre a mar­ zo, cuando el ganado estaba en las mejores condiciones y el calor del sol era más intenso, El tasajo era carne cortada en tiras, avinagrada, salada y seca­ da al sol. Resultaba inaceptable para la mayoría de los paladares, pero la ex­ portaban a Brasil y a Cuba para alimentar a los esclavos. Los cueros crudos eran embebidos en salmuera, tendidos en sal y luego estirados y puestos a se­ car; el estiramiento variaba según el espesor requerido. Se había introduci­ do laiuerza del vapor para producirsebo. Col ocabana los bueyes sacrificados en grandes vasijas donde se los trataba con vapor; el sebo se extraía y se lle­ vaba luego a una caldera de hierro fundido para purificarlo, después se lo en­ friaba en tanques de hierro forjado y. finalmente, era vaciado entoneles listos para embarque. “La enorme vasija del establecimiento de mister Dowdall podía contener los restos de doscientos cincuenta anim ales; el tratamiento con vapor tiene una duración de sesenta a setenta horas. Mister Dowdall tiene también otras dos calderas, y en cada una de ellas se pueden procesar dos­ cientos animales por día. ”S7El ganado se pagaba siempre con dinero efectivo. En la década de 1840 el precio era de aproximadamente tres pesos por cabeza, si la entrega se hacía en el saladero. El costo de una planta suficiente para

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procesar mil animales por semana era de dos mü libras aproximadamente, aunque algunas costaban bastante m ás: ios aparatos de vapor solamente va­ lían alrededor de mil libras. Establecer un saladero, en consecuencia, reque­ ría una gran inversión de dinero; los gastos generales eran importantes, y se necesitaba una buena administración de la planta si se deseaba obtener bene­ ficios y resistir la competencia de otras provincias. La mayoría délos salade­ ros pertenecían a sociedades más que a individuos, y muchos extranjeros te­ nían capitales en esta industria.88 De manera que los saladeros eran parte integrante deí sistema de las es­ tancias y, como tales, fueron favorecidos por Rosas. En su mensaje anual de 1849 recordó a la asamblea que “estos grandes establecimientos merecen la protección de la autoridad porque son talleres importantes de la riqueza na­ cional.” En realidad, eran fácilmente la industria más grande de Buenos Aí­ res, en razón de la cantidad de personas que empleaban y el capital invertido en ellas. La “protecciónresuelta por Rosas consistía en una virtual exención del pago de impuestos. En 1852, de un ingreso total de cuarenta, y cinco millo­ nes ciento noventa y cinco mil trescientos veintidós pesos obtenido por el go­ bierno provincial, sólo den mil pesos provenían de los saladeros. Y la ley de aduanas de 1835 eximió del pago de .impuestos de exportación a toda la carne salada embarcada en barcos nacionales. Financiados y manejados por ex­ pertos, abastecidos por las estancias y protegidos por el gobierno, los salade­ ros aumentaron su producción. La exportación de carne salada desde Buenos Aires pasó de cinco mil seiscientas cincuenta toneladas iun millón cuatro­ cientos sesenta y dos mil cuarenta y dos pesos) en 1835, a nueve mil novecien­ tas toneladas (dos millones novecientos quince mil setecientos noventa y seis pesos) en 1841, un buen año después del bloqueo; y a veintiún mil seiscientas toneladas en 1851.as Rosas ha recibido críticas por su fracaso en desarrollar una política económica integrada y reconciliar los intereses divergentes- dei país. Fa­ voreció a los estancieros, y criadores de ganado a expensas de los pequeños chacareros, y hasta el punto en que el país dependía del grano importado. Sin embargo, existían razones convincentes para promover las riquezas natura­ les del país y alentar sus más exitosas exportaciones, aun cuando ello signifi­ cara privar de recursos a empresas menos rentables, por más meritorias que fueran. El plan de Rivatíavía había consistido en subsidiar la inmigración y confiar en el suelo fértil y las fuerzas del mercado. Pero los esquemas de .colo­ nización agrícola de la década de 1820 fracasaron por la falta de capital, orga­ nización, seguridad y estabilidad, en contraste con la expansión de la gran es­ tancia con su propio dinamismo interno. En último caso, la agricultura estaba sujeta a obstáculos particulares y necesitaba un tratamiento especial. La mano de obra era escasa y costosa, los- métodos eran primitivos y el rendi­ miento muy bajo. El alto costo del transporte obligó a los chacareros a insta­ larse cerca de las ciudades, donde los precios de las tierras eran más altos; y había siempre competencia extranjera. De manera que la agricultura necesi­

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taba capital y protección. En este punto, el gobierno dudaba, temiendo cau­ sar una escasez de alimentos y ganarse la antipatía del apoyo político masivo. Desilusionados por ios regímenes anteriores, los granjeros esperaban más de Rosas.. Su primer paso fue disolver la Comisión de Inmigración (20 de agosto de 1830) con el fundamento de que los resultados no justificaban los gastos. El argumento era difícil de negar. Rosas cultivó trigo y maíz en su estancia Los Cerrillos, donde tenía parte ¿8 sus tierras dsciic&ds sericultura. F ug cisrtHinsnts sctivo 8n si comerció de granos, y se decía que, a través de su agente Pablo Santillán, había acu­ mulado todo el trigo de la provincia para venderlo a las panaderías. Había tie­ rras aradas y granjas en las afueras de Buenos Aires, en distritos ubicados ai norte de la capital, y también alrededor de Rosario. Rosas hizo una contribu­ ción para aumentar los.establecimientos agrícolas, aunque en menor escala. En 1832 distribuyó;chacras fen lotes tomados de las tierras de la vieja estancia de Nuestra Señora de Luján. Los dio a los colonos de la región y se convirtie­ ron en activas granjas. En 1836, con ocasión de la nueva ley de aduanas, los chacareros de Luján agradecieron a Rosas por la protección recibida. En 1836 se distribuyeron más tierras para cultivo en San Andrés de Giles Apóstol. Du­ rante la primera administración de-Rosas se dis tr ibuy e ron) ehacr as'en Monte y, en 1836, se nombró a Vicente González, guardaespaldas local de Rosas, co­ misionado especial para la distribución de chacras en dicho pueblo. En mayo del mismo año, éste informó que el sistema era exitoso y que los chacareros estaban contentos con la nueva ley de aduanas. En ese año, eran más de dos­ cientos los colonos beneficiados con el sistema de asignación de chacras.90 Después de la tierra misma, lo que más querían los chacareros del gobier­ no era protección. Rosas estaba en un dilema. Tenía que'mantener bajo con­ trol los precios del trigo y de la harina, para evitar inquietud social y agitación política. Esto significaba mantener abiertas las puertas a la importación y negar protección a los chacareros nativos; y en los primeros años de la déca­ da de 183C Rosas estaba preocupado para estabilizar ios precios locales del trigo, que fluctuaban demasiado con respecto a lo esperado,93 Sin embargo, a partir de 1834, los chacareros empezaron a aumentar su presión en busca de la protección requerida. En 1835 peticionaron a la asamblea una política de de­ sarrollo y protección para la agricultura. Su lista de problemas era muy lar­ ga. Los chacareros necesitaban más tierras y seguridad para su tenencia; ne­ cesitaban capitales y créditos para semillas y equipos; necesitaban caminos y puentes; necesitaban graneros, galpones y molinos; necesitaban merca­ dos, además del de Buenos Aires, donde en último caso debían competir con las importaciones extranjeras; y necesitaban una marina mercante para ex­ portar. “Éste es el cuadro dej labrador provincial que, sin protección y sin am­ paro, tiene que luchar solo con el temperamento y los abusos; y presentarse en un mercado único, regido por leyes absolutas, incipientes, y sin previsión para trabar la concurrencia de los extranjeros^.92 Por último, en di­ ciembre de 1835, mediante la ley dé aduanas de 1836, Rosas tomó una resoíu-

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TABLA 2

ción: anunció una política de protección para la industria y la agricultura. El grano nacional quedaba protegido por una tarifa móvil y se prohibía la impor­ tación de trigo en forma absoluta cuando el precio local del trigo cayera por debajo de los cincuenta pesos por fanega, A ello siguió una modesta recupera­ ción de la agricultura y hubo una serie de buenas cosechas; hasta se rcalizaí'cu algunas exportaciones de granos y harina, y varios grupos de agricultores de diferentes localidades hicieron llegar su agradecimiento por ia nueva polí­ tica. Pero el bloqueo francés de 1339 interrumpió la marcha de estas exporta­ ciones, como lo hizo también el bloqueo anglo-írancés de la década de 1840. De allí en más, el gobierno guardó silencio con respecto ala agricultura. El hecho era que los chacareros no constituían un grupo de intereses lo suficientemente fuerte, en 3o económico ni en lo político, como para apoyar una campaña y ob­ tener una adecuada respuesta.93 Mientras que la agricultura no significaba amenaza alguna para el domi­ nio de la estancia ganadera, la cría de ovejas sí lo era. La “merinización" de Buenos Aires, el aumento en importancia de una sustancial economía basada en la oveja y i a lana, comenzó en la década de 1840 y condujo a una pelea por nuevas tierras. El cambio fue decisivo para la Argentina, ya que fue a través de la exportación de lana que el país expandió por primera vez su capacidad productiva, experimentó una acumulación de capitales y aceleró su integra­ ción en el mercado mundial. Una de las razones para ese cambio en favor de la cria de ovejas fue que el precio de la lana no sólo aumentó m ás rápido que el de cualquier otro producto agrícola sino que también lo hizo más rápido-que la inflación, a diferencia de los cueros crudos y la carne salada. E l índice de pre­ cios de la lana subió de cien, en 1833. a trescientos trece en 1850. comparado con ciento cincuenta y ocho con dos décimos para los cueros crudos y doscien­ tos setenta y siete con tres décimos para la carne salada, aumento de precio diferencial motivado por la demanda originada en una industria textil euro-, pea en expansión,94 Esta circunstancia proporcionó un buen mercado para la exportación e indujo a los terratenientes argentinos a diversificar su produc­ ción en favor de la oveja. Muchos de los primeros criadores de ovejas eran de origen inglés e irlandés y al llegar a la década de 1860 los colonos británicos se habían convertido en algunos de ios más grandes terratenientes del país, aunque era mayor el número de hacendados criollos, atraíaos por los altos be­ neficios derivados de la crianza de ovejas. El Estado se interesó una vez más en nuevos desplazamientos de la frontera, porque las ovejas necesitaban grandes extensiones de tierras, aunque no mucha mano de obra. Pero, al prin­ cipio, la cría de ovejas se expandió en perjuicio de la estancia ganadera. En 1810 la provincia de Buenos Aires tenía una existencia de dos a tres mi­ llones de ovejas, aunque eran de inferior calidad y ocupaban tierras margina­ les. Los restos de las ovejas sacrificadas, secados al sol, servían de combusti­ ble para los hornos de ladrillas, y para muy pocas cosas m ás. En los primeros años de ia independencia los estancieros mostraron poco interés en mejorar las razas de ovejas, y fueron dos ingleses, John Harratt y Peter Sheridan.

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quienes tomaron la iniciativa. A partir de ios primeros años de la década de 1820, Earratt empezó a comprar merinos españoles, y a cuidar y purificar lasrazas mejoradas. Luego comenzó a vender y. en la mitad de la década de 1830.. las ventas empezaron a aumentar cuando logró colocar varias parcelas de la­ nas mejoradas en Liverpool, a poco más de dos chelines la libra. La lana ar­ gentina no era tan apreciada en Gran Bretaña como la australiana, porque era más corta, pero el mercado resultó lo suficientemente confiable como para justificar posteriores expansiones, y no había virtualmente impuestos de importación en Inglaterra sobre ese articulo. E’ creciente interés en la cría de ovejas quedó reflejado en subsiguientes importaciones de merinos desde Europa y los Estados Unidos enl836 y 1837, a la vez que se efectuaban también cruzas de ovejas criollas y pampas con otras de raza Saxony. “A mediados de la década de 1830”. informaba el cónsul británico, “las exportaciones de lana mostraron un notable aumento, tanto en cantidad como en precio.”93 El blo­ queo de Buenos Aires interrumpió esta tendencia y detuvo el mejoramiento de razas de ovejas por un tiempo. Pero la cantidad de animales mejorados au­ mentó rápidamente, y al terminar la década de 1840, la existencia total de ovejas en la provincia de Buenos Aires era de seis millones, un tercio de los cuales eran de raza mejorada. Las exportaciones crecieron lentamente. En 1822, la lana sólo significaba un noventa y cuatro centesimos por ciento de las exportaciones totales de Buenos Aires; los cueros vacunos constituían el se­ senta y cinco por ciento. En 1836, la lana representaba el.siete con seis déci­ mos por ciento, los cueros vacunos el sesenta y ocho con cuatro décimos por ciento; en 1851, la lana el diez con tres décimos por dentó, ios cueros el sesen­ ta y cinco por ciento. En 1861, la lana habla aumentado al treinta y seis por ciento, y los cueros representaban un treinta y tres con cinco décimos por ciento.66Al llegar 18521a provincia tema una población ovina de diez millones de animales, y las exportaciones de lana se encontraban en el orden de los veinticinco millones de libras. El clima moderado y las tierras fértiles permitían que las ovejas se ali­ mentaran a campo abierto durante todo el año. Las tierras que habían estado ocupadas durante más tiempo, en la zona norte de la provincia, eran las que mejor se adaptaban para las ovejas, mientras que las nuevas tierras, en el sur, eran más apropiadas para la cria de ganado vacuno. En las pampas, en­ tre Buenos Aires y el Río Salado, la oveja había empezado a desplazar ai vacu­ no; a partir de la década de 1840 en particular, estancia tras estancia pasó a manos de los criadores de ovejas. Una legua cuadrada de tierra podía propor­ cionar pasturas para doce a catorce mil ovejas. A cien kilómetros de Buenos Aires hacía el sur. una legua de tierra de buena calidad valía de cincuenta .a sesenta mil pesos; para 1880 esos .valores habían aumentado tres a diez veces más. Al sur del Salado, la tierra valía la mitad de esas sumas.

TABLA4 Producción de lana y exportaciones, Argentina 1830-80 ■

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laboral, aunque fuera unos pocos esclavos podían influir logrando diferencias en la tierra. Rosas era dueño de esclavos. La vasta adquisición de tierras, la explotación de estancias en desarrollo, la creciente producción para los sala­ deros, todo eso aumentó la demanda de mano de obra, en una época en que los peones eran escasos y el reclutamiento militar intenso por la guerra con el Brasil. De manera que Rosas compró esclavos para sí mismo y para ios Anehorena. E n el período de 1816 a 1822 adquirió tres esclavos en Santa Fe, y los Anchorena compraron también tres. En 1822 y 1823 Rosas compró quince es­ clavos paralas estancias délos Anchorena, y en 182S efectuó nuevas compras. Solamente en las estancias Los Cerrillos y San Martín, tenía treinta y cuatro esclavos.75 Era severo en su tratamiento con los esclavos, y partidario del azote para mantenerlos obedientes y preservar el orden social. Reveló su ac­ titud con franqueza en una carta: “Pero me parece que el asunto es de poca importancia y que quedaría remediado con que Ud. prenda al mulato y lo mande a ésta a don Vicente González, que yo ie dejaré dicho que le arrimen trescientos azotes y lo conserve preso hasta que yo disponga o el señor don Ni­ colás Anchorena su amo”.'77 Rosas fue responsable de un parcial restablecimiento del tráfico de escla­ vos. Su decreto del 15 de octubre de 1831 permitía la venta de esclavos impor­ tados por ios extranjeros como sirvientes, i;para hacer sentir a ios desgracia­ dos hijos de África los beneficios de la civilización", y además, evidentemen­ te, para aliviar la escasez de mano de obra. Además de esto, en la década de .1830 subsistió un tráfico ilegal de esclavos desde Brasil, Uruguay y Africa, al que el gobierno no reprimía con seriedad. E l mismo Rosas alegaba qué la es­ clavitud era necesaria para aliviar la escasez de mano de obra en las estan­ cias, industrias y casas de familia. Y durante toda la década de 1830 ios perió­ dicos publicaban diariamente avisos que ofrecían esclavos en venta. Según ios observadores británicos, los esclavos “se vendían sin mayor oculta­ ción” .7S El gobierno británico presionó a Rosas para que actuara y. en parti­ cular, intentó concretar un tratado que se opusiera al tráfico deesclavos, pero no recibió respuesta alguna hasta que Rosas necesitó el apoyo británico-con­ tra los franceses, durante el último bloqueo de Buenos Aires, desde 1838. El 24 de mayo de 1839 se firmó un extenso y completo tratado contra el comercio de esclavos, én el que se preveían procedimientos de búsqueda recíproca, cortes mixtas y reclam os.75 Hacia 1843, según una estimación británica, no había m ás de trescientos esclavos en las provincias argentinas, aunque las perso­ nas de color constituían una calor cea va parte déla población total.80Mientras tanto, los caminos tradicionales para la emancipación aún estaban abiertos: los esclavos que se unían al ejército federal, especialmente si pertenecían a dueños unitarios, ganaban su libertad ál volver del servicia m ilitar.81Hacia el final del régimen, la emancipación parece haber aumentado: “Se sabem uy bien en Brasil que si un esclavo logra alcanzar e! territorio de la Confedera­ ción, es libre. Aquí, Rosas ha sido el libertador de los africanos, y si hay .en el país una clase que lo mira con afecto es la constituida por las razas de color, a

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las que invariablemente ha favorecido”.**Y cuando en la Constitución de 1853 se abolió finalmente la esclavitud en toda la Argentina, quedaban ya m uy po­ cos esclavos.. La oposición atacó los antecedentes de Rosas sobre la esclavitud, y los li­ berales de Montevideo inevitablemente hicieron hincapié en el asunto. Com­ paraban la política de la antigua república después de la revolución de 1810 con lo que siguió bajo R osas: “Él dio un decreto, ahora ocho años, permitien­ do introducir negros esclavos; porque él y los Anchorena los necesitan para sus estancias,í!E3 También Alfaerdi criticó la discriminación que se practicaba contra la gente de color, aunque él se refería a todo el Río de la Plata y no sólo al estado de Rosas. Citaba la expulsión de cuatro jóvenes negros de un café de Montevideo en 1840. Y también el teatro estaba cerrado para los negros. Pero esta clase de discriminación no fue nunca una característica déla actitud per­ sonal de Rosas con respecto a los negros y mulatos, que era ordinariamente amistosa. Rosas tenía muchos negros empleados y muchos más a su servicio políti­ co. No los elevaba so d aim ente, pero tampoco ejercía una discriminación con­ tra ellos desde el punto de vista racial. Tenían un sitie aceptado en su casa, y una negra, Greguria, era madrina de uno de sus hijos.84 Fuera de su círculo más próximo, el elemento de color le proporcionaba un apoyo sum ameníeúíii :Sn las calles y eran parte de sus seguidores “populares”. Los negros de Bue­ nos Aires estaban agrupados en varias sociedades, tales como la Sociedad Conga o la Nación Bangueia, cada una de ellas con su propio nombre, sus pro­ pios líderes y sus trajes distintivos, conservando todas un fuerte y relativa­ mente reciente carácter africano. En las afueras de la ciudad formaban una serie de pequeñas colonias, enclaves negros, donde seguían haciendo sus bai­ les, toeando su música y practicando sus costumbres y lenguas. Rosas patro­ cinaba algunas de sus reuniones festivas y asistía discretamente a sus can­ dombes,,como lo hacia también su hija Manuela. “Los negros encontraron en el candólo de la pampa una decidida protección: íes hizo concesiones y proporcionó f o n d o s para que se estableciesen asociaciones con la denomi­ nación délas respectivas tribus africanas a que debían su origen. Así es que toda esa gen­ te estaba alzada y más entonada que nunca: sabido es cuanto lisonjea a ios negros las far­ sas y representaciones de sus extravagantes costumbres, usos, bailes y alusiones a su •país natal.”85 ~ '

A su turno, los negros dieron a Rosas su ciego apoyo. Dedicaban a él sus candombes, a su "grande hombre”, y unidos alas clases más bajas, en gene­ ral. se congregaban en el Carnaval de Rosas, donde batían sus tambores, marchaban ,_bm] aban y gritaban en un delirio de bebida y entusiastas “Viva el Restaurador”. Estas orgías de bebida, bailes y peleas constituían un iróni­ co indicio para las clases altas del tumulto que podían esperar sin una mano fuerte y restrictiva. En particular, el régimen usaba a la gente de color para dos propósitos. Los desplegaban en el servicio militar en Buenos Aires y la

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provincia, donde form aban .una unidad de milicia, la negrada-federal, tropas negras con camisas rojas, muchos de ellos-ex esclavos.. Rosas también los usaba como instrumentos políticos. Cuando en agosto de 1833. desdé el desier­ to, dirigía la actividad política en Buenos Aires, aconsejó a su esposa y a-otros agentes que identificaran a la oposición en el ejército observando a las espo­ sas de los oficiales y sus contactos, recomendándoles en la práctica un siste­ ma de espionaje en el que los esclavos y los negros eran alentados para qüe in­ formaran a sus amos y amas®6 Y el negro Domiciano, ún antiguo peón de la estancia deRosas, era uno de los .principales degolladores sa la s escuadras an­ tiunitarias. Sin embargo, en último análisis, la demagogia de Rosas entre los negros y mulatos no hizo nada para cambiar su posición en la sociedad que los rodeaba. La sociedad tomó su forma bajo el gobierno de Rosas y subsistió después de él. La hegemonía de los terratenientes, la degradación de los gauchos, la dependencia de los peones, todo eso fue herencia de Rosas. Durante muchas de las generaciones siguientes. la Argentina sobrellevó la impronta de una ex­ trema estratificación. La sociedad quedó establecida en un molde rígido, al cual tuvieron que adaptarse luego la modernización económica y el cambio político. Hasta cierto punto, Rosas fue una criatura de la estructura de clases, un producto de la élite terrateniente, un hombre formado en la imagen social de la estancia. Pero era más que eso. No era simplemente un fenómeno so­ cial ; era un hombre de idiosincrasia'. Hizo más que heredar un sistema; udó a crear una sociedad. Comenzando por la estancia, estableció valores y es­ tructuras que se extendieron a toda la provincia y se convirtieron en alma y nervio en el estado de Rosas. En la estancia, él era el amo absoluto y exigía a sus peones obediencia incondicional. Ya desde los comienzos castigaba a sus hombres sin piedad. La pena por llevar un cuchillo en día domingo o en feria­ dos era permanecer dos horas en el cepo; por otros delitos menores, la esta­ queada ; por ir a trabajar sin llevar el lazo, cincuenta latigazos sobre la espal­ da desnuda. Siempre insistía en someterse él mismo a igual disciplina, y orde­ naba a su sirviente que le administrara a él el mismo castigo a manera de ejemplo; a su vez, castigaba a los que dudaban en castigar a su propio amo. Esta severa excentricidad dejó una huella en 3a sociedad por sus resultados: “Este fue el modo con que Rosas comenzó a formarse una reputación. En toda la campaña del sud. muy particularmente, era más obedecida una orden suya que la del mismo gobierno. ■'87 E l sistema de Rosas era un producto del ambiente y la idiosincrasia. Su estado era la estancia ampliada en extensión. La sociedad en sí fue edificada sobre la base de la relación patrón-peón. Rosas ayudó a definir los términos de esta relación, modelando un estado previo de cosas en el que la vida era brutal y la propiedad un riesgo. “Subordinación” era su palabra favorita, la autoridad su ideal, el orden su logro. Como lo expresó un ministro británico, “Elogia a las clases bajas por su docilidad y obediencia”,83Esto ocurría en la cumbre de su poder, Al principio, la obediencia no estaba tan asegurada. Por

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cierto, Rosas explicábalos orígenes de su régimen como una desesperada al­ ternativa para la anarquía; “La sociedad se encontraba disuelta enteram enteuerdido si influjo de ios hombres eme en todo el país son.destmados a dar la dirección, el espíritu de insubordinación Labia cun­ dido, y echado multiplicadas raíces: cada uno conocía su impotencia y la de los otros, y no se resignaba ni a maridar ni a obedecer... Efectivamente había llegado aquel tiempo fa­ tal, en que se hace necesario el influjo personal sobre las masas, para restablecer el or­ den, las garantías y las mismas leyes desobedecidas; y cualquiera que fuese el que tenía respecto a ellas el Gobernador actual, fue muy grande su conflicto, porque conoció la fal­ ta absoluta de medios de gobierno para reorganizar la sociedad. ”M‘

Los fundamentos lógicos del régimen, su origen y su desarrollo, habrían sido instantáneamente reconocibles para Thomas Hobbes.

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CAPITULO IV Una Argentina alternativa Ir

1 Buenas Aires era tanto un puerto como una provincia y en sus calles y plazas situadas entre el río y las llanuras existían una vida y una sociedad apropia­ das para una ciudad. Había un grupo,.pequeño pero discernible, de clase m e­ dia apesar déla polarizaciónsoeial. Inclusive en el campo había modestos ga­ naderos, arrendatarios, capataces, dueños de tienda, dependientes todos—en una u otra forma— de los grandes propietarios rurales, pero caracterizados por un status superior al de los peones carentes de bienes. Los que vivían m ás cerca déla ciudad eran los chacareros granjeros suburbanos y hortelanos del mercado y, en los alrededores, los empleados de los mataderos. El personal dei.sector de servicios desarrollaba su actividad en el puerco —sirvientes, mo­ zos d e cordel, cocheros, carreteros, lavanderas—la mayor parte de ellos ocu­ paban el más bajo nivel de la sociedad; muchos eran negros o mulatos y pocos de ellos aspiraban a cosas más elevadas. Los burócratas, profesionales, libe­ rales, policías, militares de jerarquía y hombres de la iglesia pertenecían a diversas posiciones sociales y habitaban, generalmente, en la ciudad. Igual ca­ racterística teníanlos artesanos urbanos., los dueños o empleados de talleres, los elaboradores de bienes manufacturados o productos procesados para el mercado local, y los contratistas y obreros de la industria de la construcción. Finalmente, los comerciantes constituían un importante grupo, urbano, hasta cierto punto un enclave extranjero, pero que. incluía familias locales tanto en las m ás altas posiciones como en el comercio minorista, en el clero y en otros puestos menores. Todos estos tipos tenían amplías diferencias entre ellos.en ingresos e intereses, pero los unía una identidad común en su residencia v ocu­ pación urbana o suburbana, y algunos de ellos buscaban un vocero político y protección contra otros intereses.

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A lo largo de la calle deí Buen Orden estaban ubicados numerosos estable­ cimientos comerciales y de pequeña industria —plateros, talabarteros, he­ rreros— quienes, como artesanos y comerciantes minoristas, s e encuentran asentados en los censos rudimentarios de la época y en los registros de im­ puestos como la contribución directa. En muchos casos eran tanto propieta­ rios del edificio como del negocio. Era una época de bajo costo de los edificios, con mano de obra y terrenos baratos y abundantes materiales de construc­ ción, que incluían los ladrillos fabricados localmente por una amplía fuerza Laboral de negros. En los comienzos del período de Rosas la construcción ur­ bana estaba todavía en la infancia. Había unas pocas plazas espaciosas; la principal era ia Plaza de la Victoria, rodeada por la catedral, el cabildo y una arcada de tiendas. Pero las calles, que se cruzaban en ángulos rectos, estaban mal pavimentadas y llenas de pozos-con barro, mientras que las casas, pinta­ das de blanco a la. cal. con rejas verdes de hierro forjado en las ventanas y adornadas con plantas del Paraguay, no eran del todo elegantes y carecían de comodidad; muchas tenían un aspecto pobre y ruinoso. La mayoría de las ca­ sas privadas tenían una sola planta, simples habitaciones comunicadas unas con otras, pisos de ladrillos, paredes blanqueadas y carecían de cielo raso que ocultara las vigas, mientras que el moblaje, según Woodbine Parish, “era ge­ neralmente de la más rústica manufactura norteamericana.'’1 No había un sistema público de aguas corrientes, y el aguapara beber debía comprarse en los carros que la llevaban en toneles’. En cambio, había abundancia de al­ cohol, con no menos de seiscientas pulperías solamente en la ciudad, sin con­ tar las de los alrededores. En la década siguiente a la de 1820. las comodidades mejoraron ligera­ mente y hubo un cambio en las modas y costumbres, cuando las influencias in­ glesa y francesa se extendieron a muebles y decorados. Los hogares ingleses reemplazaron a los calentadores españoles y el carbón, que se enviaba como lastre desdeüverpooi, se vendía más barato que en Londres. También ia edi­ ficación empezó a desarrollarse. Con el crecimiento de la población y cierta afluencia de inmigrantes, el valor de la propiedad se elevó considerablemen­ te, en especial en ia parte más céntrica de la dudad, por lo que los dueños de casas empezaron a agregar más pisos y a construir hacia arriba. Se pavimen­ taron cada vez más calles con excelente granito extraído déla cercana isla de Martín García. Algunas calles tales como Perú adquirieron una nueva ele­ gancia, aceptable para sus ricos vecinos. En los suburbios, las clases altas te­ nían espaciosas quintas con naranjos y colibríes y agradables jardines llenos de flores y frutales, algunos de ellos eran especies nativas, otros introducidos de Europa por jardineros y horticultores ingleses y escoceses.2 En un periodo de moderados costos de. construcción y terrenos de bajo precio, hasta los sectores-más bajos de la sociedad porteña, los carniceros, panaderos y trabajadores del transporte, podían aspirar a convertirse en due­ ños de sus casas, y la propiedad urbana estaba distribuida posiblemente de una manera más equitativa que en épocas posteriores. Pero esos dorados días

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pronto pasaron. La vida ciudadana se transformó en una lucha por la existen- ? cía, y también allí un patrón debía proteger a ios suyos. Había barrios de ne­ gros y mulatos cuyos habitantes tenían inciertos derechos de propiedad y se consideraban especialmente protegíaos por Rosas. Los muy pobres y semi delincuentes se mudaban con frecuencia, entrando como intrusos en uno y otro lado, sin documentos legales ni derechos formales, de propiedad. Los pro- ■, tegidos pobres pedían a veces a.Rosas las casas de ios “salvajes unitarios”, o que el dueño unitario de sus casas les redujera el monto del alquiler. Y si. ade^V7 más de ser pobre, tenían buenos antecedentes federales, eran muy grandes sus | probabilidades de lograr éxito en su pedido.3 La construcción urbana refleja- 'l; bs las condiciones económicas v sufrió cierta recesión durante las épocas de -■ bloqueo y de guerra, con la consiguiente escasez de viviendas; aunque esto fue-seguido de un florecimiento de la construcción en los últimos años del régi­ men. Hacia la década de 1850, Buenos Aires se había convertido en una ciudad sumamente cara para vivir en ella ; los alquileres eran altos, los servicios ha­ bían aumentado mucho de costo y una creciente pobl ación debía competir por los terrenos, el trabajo y las viviendas. TABLAS

Permisos de construcción de vhriendas en Buenos Aires, 1829-51

,.

Año

Permisos

Año

Permisos

1829 1830 1831 1832 1833 1834 .3835 1836 18?7 1838 1839 .1840

91 138 145 139 98 130 142 342 120 94 90 49

1841 1842 1843 1844 1845 1846 Íí>47 1848 1S49 1850 1851

32 49 64 108 158 120 124 ■148 128 410 323 .

Fuentes: Elíseo Lesiva de. “Rosas: estudio demográfico de su época" RI1HJMR N° 9 ( 1942 ), 55- 72 ,

Por lo tanto, Buenos Aíres no tuvo en este período un significativo desa­ rrollo urbano, a pesar de su economía de exportación o, tai vez, porque ésta no era suficientemente dinámica. Había poco progreso material, las. comodida­ des básicas seguían siendo primitivas y la infraestructura se estancó. La ur­

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*

*

banización no fue bastante decisiva como para transformar la economía o para crear un mercado en expansión para la producción industrial, Hubo, es verdad, cierto crecimiento de la población urbana y los habitantes de la du­ dad aumentaron de cincuenta y cinco mil cuatrocientos dieciséis en 1822, a no­ venta mil setenta y seis en 1855. aunque este crecimiento no estaba en propor­ ción con el del campo, de sesenta y tres mil doscientos treinta a ciento ochenta y tres mil ochocientos sesenta y uno. En realidad, muchas actividades urba­ nas y grupos sociales eran simplemente una extensión del campo, y el incre­ mento urbano fue un aspecto del desarrollo rural,.Esto fue así inclusive en el sector comercial, que vendía o exportaba los producios de una economía ex­ clusivamente pastoral, y en el sector manufacturero, o en aquella parte del mismo que procesaba productos de la ganadería. En otros aspectos también Buenos Aires alojaba una población “ruralizada”. Los chacareros de los-alre■dedores y suburbios eran pequeños granjeros y horticultores del mercado, ur­ banos y rurales al mismo tiempo, y producían trigo, maíz, melones, uvas, membrillos y otros frutos y verduras, en especial para los mercados de la ciu­ dad. La mayoría de ellos eran dueños de su propiedad, aunque algunos las arrendaban. Los abastecedores proveedores al por mayor de carne para la ciudad y sus alrededores, eran también típicos en la sociedad rosista ¿gene­ ralmente poseían modestas fortunas y gozaban del favor del dictador, quien, a su vez, dependía de ellos en cuanto a su apoyo y sus peonadas. Los abastece­ dores erar, dueños tanto de los mataderos como de las bocas de salida; en los primeros empleaban esencialmente trabajadores rurales, a los que podían movilizar para el servicio del dictador de manera muy parecida a la que usa­ ba el propietario rural para movilizar a sus hombres. Finalmente, la ciudad tema una considerable población de peones, carreteros, vagos y mal entrete­ nidos; y otros tipos marginales, directa o indirectamente sometidos o busca­ dos por los propietarios rurales, quienes con frecuencia eran habitantes de la ciudad y estaban relacionados con el comercio. De acuerdo con un relato, Buenos Aires estaba plagada de vagos rurales: “En 1856, dieciocho mil porte­ ños estaban inscriptos como peones de campo y más de dos mil se clasificaban como vagos, pero la cifra de estos últimos era mucho más abultada, decía Sarmiento, ‘porque todos propenden a disimular ese estado de vivir’”.4

2 Si bien Buenos Aires era en muchos aspectos una sociedad rural más que urbana, se encontraban además en ella las tradicionales industrias artesana­ les, cuyos dueños y empleados eran parte integral de la estructura urbana. Los grupos de artesanos habían establecido su identidad en la sociedad colo­ nial aunque, hacia 1810, habían fracasado en asegurarse'una alta posición. Los plateros porteños, por ejemplo,.no pudieron crear instituciones corporati­ vas o, por lo menos, un control efectivo en su propia industria, y tuvieron que

conformarse eon una situación margina] en la sociedad colonial.6 Sin embar­ go, la industria artesanal sobrevivió la transición hacíala independencia y la ‘ competencia extranjera, a la cual estaba en ese momento expuesta; las gue­ rras de la. independencia dieron mayor ímpetu a muchas industrias existen­ tes. y empezaba a desarrollarse un nuevo sector: el procesamiento de produc­ tos de la ganadería. El sector industrial tuvo capacidad para producir algu­ nas importantes sustituciones cuando fue necesario, como durante la guerra con el Brasil y el consiguiente bloqueo. En 1827, unos comerciantes británicos que estaban en Buenos Aires informaron: No ha existido una verdadera carencia de artículos importados, ni siquiera dé elementos suntuarios, ni parece que pueda producirse alguna como para causar inquietud; pero los elevados precios que en general han alcanzado han reducido mucho el consumo de los úl­ timos y. para los primeros, en muchos casos se han encontrado sustitutos en ¡a produc­ ción del país, lo que ha disminuido enormemente ios problemas que, en caso contrario, habría causado lá suspensión de importaciones del extranjero.6

La Argentina oo experimentó en esa época una revolución industrial, na­ turalmente, y no hubo transformación de una forma de producción a otra. El historiador buscará en vano evidencias de especialización y división del tra­ bajo, aplicación de tecnología y de la energía mecánica, y métodos eficientes para minimizar los costos por unidad y maximizar los ingresos. E s obvio que no existían las condiciones previas para la industrialización. Aunque la eco­ nomía tenía un sector exportador, no era lo suficientemente dinámico como para generar capitales excedentes para Inversión; la única excepción posible era el saladero, financiado por una mezcla de ahorro interno y capital extran­ jero. En general, las industrias tradicionales no atraían las inversiones del exterior. Por último, el mercado interno aún no estaba desarrollado; la pobla­ ción total era reducida, la población consumidora más pequeña todavía, y tampoco estaba creciendo con la rapidez suficiente como para estimular la producción industrial. En consecuencia, la industria se mantenía en el nivel artesanal y de taller. La candad del producto era generalmente baja. la tecno­ logía primitiva, el mercado limitado, la fuerza laboral pequeña y, en el inte­ rior, diseminada en el campo, formando unidades domésticas más'que agru­ pada en concentraciones mayores. Sin embargo, en Buenos Aires la escala de las operaciones era más alta y las cifras en juego más abultadas, La-oferta. laboral aumentó gracias a la in­ migración desde el deprimido interior y, en la década de 1820, por ios inmi­ grantes extranjeros, cuyos abortados proyectos agrícolas los habían dejado a la deriva en-Buenos Aires.7 Babia numerosos establecimientos urbanos que se dedicaban a la manufactura de ropas, uniformes, trabajos en cuero, zapa­ tos, sombreros, artículos de plata, vehículos, muebles y materiales de cons­ trucción, además del procesamiento de alimentos y bebidas.ñ No es posible medir con exactitud el tamaño o el crecimiento de la industria. No hay eviden­ cia del monto de capital invertido o del número de trabajadores empleados, y

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no hay forma de calcular el valor o el volumen de la producción. Las estima­ ciones oficiales y privadas contienen serios defectos de clasificación y enume­ ración, y son inconsistentes entre ellas mismas; entre otras cosas, no acier­ tan a distinguir entre establecimientos industriales y comerciales.9 Se aplica a algunas el término fábrica;a otras aríesanoío artesanía), pero las caracte­ rísticas diferenciales no se explican. Por lo tanto, sólo es posible obtener una burda medida del desarrollo industrial, Un censo oficial de 1836 publicaba una lista con un total de ciento veintiuna “fábricas”,10 Entre los diversos establecimientos, los que confeccionaban sombreros eran los m ás numerosos (treinta y nueve), seguidos por la fabrica­ ción de sillas (diecisiete) y la de velas para embarcaciones (trece); muchas de las otras empresas se relacionaban con la producción de alimentos, más que manufacturas. Había también una cantidad de talleres artesanales, dos­ cientos treinta y ocho en total, divididos de la siguiente m anera: carpinterías (ochenta y cuatro), forjas (cincuenta y cuatro)., sastrerías (treinta y una), fa­ bricantes de arneses (veintisiete). hojalaterías (veinticinco), platerías (vein­ titrés). fábricas de toneles (diecisiete), fábricas de monturas (nueve), tapi­ cerías (cinco), broncerías (cinco), tornerías (cinco), armerías (tres).D ieci­ siete años más tarde, en un censo de establecimientos, en 1853, figuraba un to­ tal de ciento seis “fábricas”. Aparté de los molinos harineros (cuarenta y nue­ ve) y los saladeros (tres), había cuarenta y cuatro establecimientos de tipo manufacturero, aunque muchos de éstos eran plantas- procesadoras de ali­ mentos. Los principales eran; fideos (diez), jabón (siete), velas para embar­ caciones (ocho), bebidas alcohólicas (cuatro), cerveza (tres), pianos (tres), y carruajes (dos). El mismo censo daba una lista de trescientos veintinueve talleres artesanales en total, como sigue: carpinterías (ciento diez), forjas (setenta y cuatro), sastrerías (cincuenta y una), fabricantes de arneses (ca­ torce), hojalaterías (diecinueve), fábricas de toneles (siete), monturas (veintitrés), tapicerías (cuatro), broncerías (una), tornerías (cuatro), arme­ rías (quince), platerías (veintiséis). Había además nuevos talleres: mueble­ rías (doce) y trabajos con cuero marroquí (seis). Ninguna de estas estadísti­ cas incluía astilleros, aunque Buenos Aires tenía una pequeña industria para construir y reparar embarcaciones, especialmente las de río. También resulta difícil medir el uso de maquinaria. E s probable que estu­ vieran comenzando a aparecer incipientes métodos de fabricación y que algu­ nos sectores de la industria manufacturera, tales como la confección de som­ breros, de velas para barcos, jabón, muebles y otros pocos, estuvieran em­ pleando cierta cantidad de obreros enün lugar, con alguna especialízaeión y uso de máquinas. En 1832 se ofreció en venta, en Cangallo 152, Buenos Aires, un taller metalúrgico que pretendía ser el mejor de la zona en su tipo, con ocho fraguas, tornos, fresadoras, cortadoras de metal y máquinas para fabricar una amplía gama de productos metalúrgicos y de herrería en general. La prueba básica de progreso, sin embargo, fue la aplicación de la energía de va­ por en la industria. La energía de vapor, con calderas y bombas, se adoptó por

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primera vez en ios saiaderos y se la usaba para curar cueros, extraer el sebo y procesar otros productos déla ganadería.11 Unas pocas firmas, especialmen­ te de origen británico, vendían y mantenían esa maquinaria en.Buenos Aires, y cierta cantidad de plantas metalúrgicas estaban en condiciones de cons­ truir y reparar equipo industrial. La energía de vapor se aplicó-lúe go a ios mo­ linos harineros. E l método tradicional de moler el grano se basaba en el traba­ jo de las muías, atahonas, de las cuales había cuarenta y nueve en Buenos Ai­ res en 1853.12 Pero desde 1846, las máquinas de vapor se aplicaron cada vez más a los molinos harineros, y algunas de sus calderas en uso habían sido construidas por J. E, Hall, de Dartford. En.1853 había probablemente no me­ nos de seis u ocho máquinas de vapor operando en Buenos Aires, algunas en molinos harineros, otras en fábricas de jabón. . Aproximadamente en 1850, por lo tanto, la industria había logrado cierto avance a través de la aplicación de nueva maquinaria y el crecimiento de la especialización laboral. Pero esto no podía ocultar la ausencia de cambios bá­ sicos en cuanto al número y tipo de establecimientos. La industria estaba diri­ gida primariamente hacía la demanda local y concentrada en alimentos; ro­ pas y vivienda; había pocas industrias de exportación, entre ellas, saladeros, cueros y velas de barcos. El progreso así logrado, sin embargo, no significó una verdadera industrialización. Fue en los saladeros donde la combinación de la energía del vapor y ja division del trabajo condujeron a un aumento de la producción y a la variedad de ios productos. Pero los saladeros eran parte inte­ gral del sector exportador de ganadería, y su adelanto no representó progreso alguno en la industria manufacturera sino un refuerzo de la economía agra­ ria. generando aun-irravores beneficios para los estancieros. Mientras tanto, las fábricas y los talleres artesanales sólo experimentaban mejoras margina­ les y no lograron mantener la proporción con el crecimiento de la población. En resumen, después de medio siglo de1independencia, Buenos Aires tenía una industria tradicionalmente artesanal, nada más. La producción estaba limitada por las dimensiones del mercado y cual­ quier demanda extraordinaria significaba siempre un suplemento bien reci­ bido. Por lo tanto, la política militarista de Rosas tenía el apoyo incondicional del sector .industrial, porque muchas de esas empresas se mantenían econó­ micamente gracias a la guerra, a través de los pedidos de armas, equipos, quincalla y uniformes. La provincia tenía una pequeña industria de arma­ mentos, capaz de fabricar riñes, cañones, sables y pólvora, aunque algunos de ellos se compraban también en el exterior. Los gastos de defensa, sin em­ bargo, estimulaban no sólo a las fundiciones y talleres de arm as; también da­ ban impulso a otras manufacturas. Los ejércitos de Rosas necesitaban miles de ponchos, chaquetas, espadas, lanzas y otros equipos de cuero, tela y metal. La guerra era una tabla de salvación para muchos talleres de Buenos Aires, y Rosas se valía también de unafábrica.militar especial en Santos Lugares, que empleaba una considerable fuerza laboral para confeccionar uniformes y reparar arm as.13 Los artesanos urbanos, en'consecuencia, eran una parte

importante de la economía. Bastante numerosos como para significar cierto .peso y,;sm constituir un grupo mayor de presión, para merecer considera­ ción. Aparte de los argumentos económicos, era de estos grupos de donde Ro­ sas reclutaba su milicia urbana.14 Parece haber cultivado también a los ne­ gros como apoyo social menor. Los negros y los mulatos estaban empleados en las industrias artesanales: fabricaban escobas con ramas de durazneros, hogares de arcilla, bolsos de cuero, cestas de mimbre, e intervenían además en la-venta de trajes, zapatos, cigarrillos y pasteles. La presencia de los ne­ gros y mulatos en el sector industrial puede haber sido ciertamente una. de las razones por las que los artesanos no pudieron logar una posición social eleva­ da y que motivaron siempre una escasez de mano de obra especializada a pe­ sar de los salarios relativamente altos. Fuera de Buenos .Aires había pocas actividades industriales. En las dis­ cusiones contemporáneas referidas ai libre comercio y a la protección se ha­ cía referencia frecuentemente a “la industria del país" y a "las fábricas de las provincias’', y la historiografía posterior ha citado a veces las “industrias del' interior” como evidencia de intereses alternativos. Pero es muy difícil esta­ blecer su número y. en algunos casos, identificar dichas industrias. ¿Qué eran las industrias del interior ? Las provincias litoraleñas de Santa F e . Entre Ríos y Corrientes tenían re­ cursos económicos similares a los de Buenos Aires, aunque menos desarrolla­ dos. Para quesos economías pastorales fueran más competitivas, querían ac­ ceso directo al mar por los ríos Paraná y Uruguay, mientras que Buenos Aires se interponía entre ellas y sus mercados extranjeros y trataba de mantener cerrados los ríos al comercio exterior. A pesar de eso, Entre Ríos desarrolló un exitoso comercio exportador de saladeros y. hacia la década-de 1850, esta­ ba compitiendo con Buenos Aires. También Corrientes, si bien parecía estar satisfecha con una economía de mera subsistencia, tenía algunas posibilida ­ des comerciales. Su clima tropical le permitía producir algodón, tabaco, arroz, azúcar e índigo, además de la normal ganadería y sus derivados en las estancias. Nada de esto podría considerarse realmente industrias sino más bien productos procesados, aunque algunos de ellos requerían protección con­ tra la competencia extranjera. Corrientes tenia también una industria de fa­ bricación de embarcaciones, Jo suficientemente fuerte como para valerse por sí misma. El interior propiamente dicho comenzaba en Córdoba, y allí operaba cier­ to pequeño número de plantas industriales que procesaban materias primas locales: molían harina del trigo cultivado en Ja provincia, y había una-indus­ tria que curtía cueros de cabra y de guanaco.15 Pero la actividad cordobesa más característica era la producción textil. Había tomado la forma de indus­ tria doméstica rural, que empleaba cientos de mujeres y les compraba su pro­ ducción de telas de lana y especialmente ponchos. La industria artesanal de. este tipo no sucumbió del todo ante la competencia europea después de 1810; Córdoba sufrió más por la pérdida de sus antiguos mercados coloniales en Pa-

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raguay y en el Alto Perú, y sus textiles siguieron abasteciendo al interior y también Buenos Aires, aunque allí enfrentaban una dura competencia. La Rióla tenía una economía aislada, pastoral y primitiva, con algunos viñedos en el norte de la provincia. Mendoza, en cambio, estaba más desarro­ llada. Además de una agricultura diversificada, en ia provincia había exten­ sos viñedos y huertos, y producía vino, coñac y frutas secas que se vendían tradieionalmente no sólo en el mismo Cuyo sino también en Buenos Aires y otras partes de América del'Sur. Estas industrias tenían en esos tiempos una severa competencia europea, como resultado de lo cual ia industria del vino de Mendoza entró en prolongada recesión. No'estaba capacitada para competír, en Buenos Aires y oíros lugares, con los vinos franceses, españoles, portu­ gueses y alemanes, excepto quizás en tiempos de bloqueo, cuando los consu­ midores descubrieron que era un producto inferior y que no podía sobrevivir comparado con los importados de mejor calidad. Los vinos de Mendoza se vendían entonces solamente en el mercado provincial y, por el momento,.no se hizo esfuerzo alguno para mejorarlos. Santiago del Estero vivía en un nivel apenas superior al de subsistencia; cierta cantidad de mujeres del campo confeccionaban ponchos, mantas y rús­ ticos paños para ios recados, pero sólo para ei mercado provincial. El camino que partía de Santiago hacia el norte conducía a la provincia de Tucumán, más cálida y exuberante y cuyas fértiles llanuras producían no sólo trigo, maíz y excelente ganado vacuno sino también arroz, tabaco y-caña de azúcar. El tabaco se comercializaba en escala interprovincial, mientras que los esta­ blecimientos dedicados a la producción de azúcar hacían también aguardien­ te y melaza. Pero, los molinos de azúcar no eran eficaces. Todavía en la déca­ da de 1850 la maquinaria era primitiva —consistía en poco más que rodillos verticales de madera— y ios costos de mano de. obra eran elevados. En vez de -usar el-rezago como combustible, se gastaba excesivamente para trasladarlo hasta, cierta distancia y traer el combustible. Pero Tucumán tenía su propio mercado, protegido hasta cierto punto por su aislamiento y por sus tarifas y durante el bloqueo de Buenos Aires el azúcar tucumano se vendía a buen pre­ cio en-el puerto .16 Hacia la década de I860 hubo signos de mejoras. La provin­ cia ya tenía catorce plantas productoras de azúcar, y cinco de ellas contaban con maquinaria construida’por Fawcett. Preston & Compañía,.de Liverpool; pero ios costos de producción eran todavía altos, y el azúcar de Cuba, que se vendía en Ja vecina provincia de Santiago, resultaba más barato que-el tucumano.17 Había cierta cantidad de industrias artesanales en Tucumán, siendo notabie la manufactura de carretas de altas ruedas, con las maderas muy du­ ras de la zona, vehículos que constituían el medio dé transporte básico en la Argentina de la primera mitad del siglo xix. H ada el norte, la provincia de Salta tenía una economía diversificada correspondiente a la variedad de su clima. En los valles regados por el río Juiuy se cultivaba azúcar, algodón y ta­ baco, y algunos molinos de azúcar que empleaban estacionalmente mano de obra india, producían para el mercado local.

Las provincias subandinas de la Argentina tenían recursos minerales, pero no había industria minera. La Rioja, Mendosa y San Juan tenían yaci­ mientos de plata, y en Cafcamarca había cobre. Pero las zonas remotas y de di­ fícil acceso, la necesidad de una afluencia masiva de capitales, la deficiencia de establecimientos de fundición, la gran escasez de mano de obra, y la casi absoluta falta de transporte a través de ¿as ¿¿¿mensas distancias basta ib . cos­ ta. eran todos obstáculos mayores para la producción y determinaban que la minería argentina fuera una pobre inversión. Una circular del departamento de Relaciones exteriores- británico, en la que se requería información sobre las minas de oro y plata en la Argentina, motivo una ciara siirmación por par­ te de Woodbine Parish sobre la superioridad de la cría de ganado con respecto a cualquier otra forma de inversión: Desde hace muchos años la exportación de cueros desde este país ha sustituido en gran medida a los metales preciosos como principal ingreso de las importaciones desde Euro­ pa, Se ha comprobado que los establecimientos ganaderos de este país producirán con un aumento seguro de más del treinta por ciento por año con un gasto anual realmente insigniñcante, beneficio que constituye para los capitalistas un atractivo mucho mayor que i s inversión en operaciones de minería, que en estas provincias nunca han sido muy pro­ ductivas y siempre han motivado elevados gastos de atención, por la escasez de mano de obra y los impedimentos locales de los distritos donde hasta ahora se han encontrado ya­ cimientos de oro y plata. Las compañías inglesas que se formaron para traba-jar las mi­ nas de estas provincias no hallaron incentivo alguno ni siquiera para iniciar sus opera­ ciones, y abandonaron su intento después de recibir ios primeros informes de sus agen­ tes.**

¿Cuál era entonces el peso que tenían las industrias del interior? Desde ya, constituían una actividad económica menor. La Argentina tenía una eco­ nomía pastoral de exportación y una agricultura de'subsistencia. Las indus­ trias locales estaban representadas por unos pocos talleres artesanales f cierta producción doméstica rural; ia expresión cubría también el procesa­ miento de productos locales, especialmente en alimentos y bebidas. La tecno­ logía era primitiva, el producto era a menudo inferior y de elevado costo, y la salida estaba limitada al mercado provincial. Las industrias del interior, en resumen, estaban aún menos avanzadas que las de Buenos Adres. Woodbine Parish desalentó con firmeza 1a posibilidad de desarrollar una, industria na­ cional en la Argentina con un argumento clásico, cuando se refirió a-la domi­ nación de las mercaderías británicas: “y en lo que respecta a cualquiera de las manufacturas nativas, sería ocioso pensar en ellas en un país que se en­ cuentra hasta ahora tan escasam ente poblado, en el que toda mano es-necesa­ ria y puede volcarse hacia un aprovechamiento diez veces superior para au­ mentar sus recursos naturales y medios de producción, tan imperfectamente desarrollados hasta este momento. "iS Y hasta los propagandistas de Corrien­ tes admitían que "Argentina no tiene fábricas", aunque agregaban que nunca las tendría, a menos que se adoptara ia protección.20

3 La industria argentina comprendía poco más que los productos artesana­ les de Buenos Aires y los procesados del interior..Sin embargo, ambas activi­ dades ¡legaron a conformar un interés y un grupo de presión, y cualquier régi­ men en Buenos Aíres debía definir su política con respecto a ellos. Rosas creía en el libre juego de las fuerzas del mercado. Sostenía que era necesario dejar a un lado “el espíritu reglamentario y prohibitivo” impuesto por España en tiempos de ignorancia y servidumbre.” Para lograr ei progreso económico había que adoptar un absoluto laissez-faire y proveer de esa manera las con­ diciones apropiadas para ei crecimiento déla estancia y la exportación de sus productos.23 Pero dos grupos sufrieron la indiscriminada aplicación-de estas políticas, los artesanos porteños-y las provincias. Rosas había heredado una fuerte posición con respecto a las provincias y si bien no pudo determinar sus estructuras internas, estaba bien colocado para dictar ía política económica, Esto porque Buenos Aires controlaba el rio. el puerto y ia entrada hacia ei in­ terior. Buenos Aires podía cerrar el rio a cualquier comercio que no fuera el propio; podía cortar el uso de los puertos del Paraná y el Uruguay ala navega­ ción oceánica y obligar a las provincias del interior a que comerciaran a través de Buenos Aires. Todos los productos argentinos para exportación y todas las .importaciones del exterior tenían que pagar derechos a Buenos Aires. La tari­ fa no era simplemente un impuesto, era una política económica, que permitía a Buenos Aires promover ciertos productos en el interior y deprimir otros y, al ' mismo tiempo, determinar cuáles mercaderías importadas debía consumir el interior. Ese control podía asumir significación política, porque daba a los gobiernosiporteños; los medios para empobrecer un grupo social de una pro­ vincia y favorecer otros. Por todas estas razones, el más serio desafío a la po­ lítica económica de Buenos Aires se originó en las provincias, y así se inicié el gran debate entre el libre comercio y la protección, En julio de 1830 se reunieron en Santa Fe los delegados de Buenos Aires , Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes para discutir ios términos délo que habría de conocerse como el Pacto Federal. El líder del movimiento proteccionista en el litoral era Pedro Ferré, gobernador de Corrientes, descendiente de una familia catalana aunque nacido en ía provincia. Él requirió cíe inmediato a Rosas que modificara la política de tarifas de-Buenos Aires para proteger las industrias provinciales, aunque sólo se encontró con el argumento de que la política existente tenía ei apoyo de Tomás de Anchorena. “diciéndome que para él era un oráculo pues lo consideraba infalible.”22 Ferré presentó la mo­ ción de nacionalizar los ingresos aduaneros y permitir la libre navegación de los ríos, declarando que debía autorizarse a otros puertos, además del de Bue­ nos Aires, a operar directamente con el comercio exterior, disminuyendo así las distancias y costos de transporte hacia las provincias. Estas exigencias tradicionales del federalismo, además, fueron acompañadas por otras. Ferré insistió en que debía permitirse a las provincias que participaran en el control

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del comercio exterior, con el objeto de reemplaza!' el liberalismo económico porteño por una política proteccionista que promovería la agricultura y la in­ dustria en las provincias prohibiendo la importación de productos que se obte­ nían en el país. No fue una coincidencia que Corrientes asumiera el liderazgo para formular una política proteccionista, porque la expansión de su tabaco, algodón y otros productos subtropicales dependía de la protección contra la competencia paraguaya y, más aun. brasileña. Y se abogaba en favor de la protección alegando la creación de trabajo, la calidad de ios productos loca­ les, los precios.competitivos y la pérdida de efectivo metálico a través de las importaciones extranjeras.33 José María Rojas y Patrón, el delegada norteño, replicó en un extenso me­ morándum . afirmando la política de Buenos Aires ,2i Los impuestos de protec­ ción, decía, golpeaban al consumidor y no ayudaban realmente a las indus­ trias locales sí éstas no eran competitivas y capaces de abastecer las deman­ das de la nación. La economía pastoral dependía de tierras baratas, bajos cos­ tos de producción y demanda de cueros por parte de los mercados extranje­ ros. La protección elevaría los precios, aumentarla los costos y dañaría el co­ mercio de exportación. Y los que podían beneficiarse con la protección, apar­ te de la economía ganadera, eran una pequeña minoría. La masa de la pobla­ ción dependía del comercio exterior y. concluía, “nada podrá convencerme de que es correcto prohibir ciertos productos extranjeros con el propósito de promover otros que, o no existen todavía en este país o son escasos o inferiores en calidad..” Ferré volvió a rechazar los argumentos porteños.25 En su réplica a Rojas censuró la libre competencia. Las industrias nativas no podían competir con-' tra los menores costos de producción de los países extranjeros. Y así se per­ dían las inversiones, aumentaba el desempleo y los gastos de importaciones llevaban a la ruina. Las provincias del litoral y del inferior necesitaban la pro­ tección para salvar sus economías, pero Ferré insistía en que él sólo.buscaba la protección para aquellas mercaderías que el país yaestaba realmente pro­ duciendo, no para aquella que podría producir. Buenos Aires no cedió, y el trata do federal del 4 de enero de 1831 fue con­ certado sin Corrientes, aunque posteriormente lo firmó. El delegado dé Co­ rrientes. Manuel Leyva, en una carta al gobernador de Caiamarca. acusó a Buenos Aires de ser un obsta culo para la paz y la unidad, sólo interesada en.retener los ingresos nacionales para su propio beneficio. La carta fue intercep­ tada por Facundo Quiroga y entregada aEosas, quien expresó su indignación. Ferré, sin embargo, se negó a repudiar las opiniones de Leyva e hizo circular nuevas argumentaciones dirigidas a los gobernadores de las provincias. Bue­ nos Aires, alegaba, estaba arruinando la economía del país, que dependía de “la promoción y protección de una industria territorial’'. “Prohibida la intro­ ducción de vinos, aguardientes, tejidos y demás productos que proporciona nuestro feraz territorio, las producciones dé éste adquirirían ia debida impor­ tancia, y en igual sentido a proporción todos los ramos de industria nacional

que se crearon”'-26En lo concerniente al comercio exterior, debía ser alentado mediante la apertura de los puertos fluviales a la navegación.de ultramar. Pero la circular de Ferré fue criticada en Buenos Aires; la opinión oficial señalaba los altos costos de producción y preguntaba: “¿Es correcto tiranizar a la gran masa de consumidores simplemente para beneficio délos artesanos y los estancieros?”27 ¿Acaso no existían ya impuestos del cuarenta-por ciento para los vinos y licores importados, y veinticinco por ciento sobre las aceitu­ nas? El gobierno invocó otros argumentos. Cuando Ferré viajó en 1831 a Bue­ nos Aires para reunirse con M. J. García, el ministro de Hacienda de Rosas, e insistió ante él sobre la necesidad de proteger a la agricultura local y a la in­ dustria contra la importación extranjera, sólo recibió en respuesta lo que él consideró argumentos “puramente especiosos”. García sostuvo que “noso­ tros no estábamos en circunstancias de tomar medidas contra el comercio ex­ tranjero, particularmente inglés, porque hallándonos empeñados en grandes deudas con aquella nación, nos exponíamos a un rompimiento que causaría grandes m ales: que aquel arreglo era obra del tiempo, pues en el día tenia también inconveniente, que con él disminuirían las rentas de Buenos Aires y no podría hacer frente a los inmensos gastos dei aquel gobierno”.28 Tampoco pudo aventurar sobre cuándo cambiaría esa situación. Sin embargo. Corrien­ tes tenía que resolver sus propios problemas, como siempre, siguió insistiendo Ferré. En el período de 1825-30, la provincia tuvo una balanza comercial nega­ tiva durante todos esos años, excepto uno. La de Ferré no era la-tínica voz de protesta. En enero de 1835, el gobernador de Mendoza, Redro Molina, solicitó a-Rosas medidas que proporcionarán “una justa protección a su industria y producciones” de su provincia. Se refería en la práctica a la prohibición de importaciones, a fin de detener el desempleo y el drenaje de las reservas mo­ netarias.® El federalismo provincial era la expresión política de la autonomía eco­ nómica, ya que el interior y el litoral procuraban defenderse contra Jas políti' cas de Buenos Aires y también, es necesario agregarlo, contra la de uno con respecto al otro. Córdoba daba libre entrada a los vinos de Mendoza y San Juan, privilegiados en relación con los importados del extranjero y, recípro­ camente, exportaba ganado vacuno, sin impuestos, a esas provincias. Co­ rrientes prohibió la importación de aguardiente (1830), ropas y calzado Í183H, efectos y muebles de extranjería (1832), y yerba mate (1833).30 Pero Corrientes era una provincia pobre, y demasiado grande su necesidad de mercaderías y de ingresos; en 1834 se vio obligada a permitir la importación de azúcar y yerba mate. A las provincias del litoral, en general, les resultaba difícil resistir la atracción del comercio exterior, como puede apreciarse en su deseo de soslayar el puerto de Buenos Aires, especialmente durante ios pe­ ríodos en que éste se hallaba bloqueado. Hasta este punto su proteccionismo era irreal. El nacionalismo económico era una fuerza política tanto en Buenos Aires como en las provincias. No había, naturalmente, nada que pudiera llamarse

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líbre comercio, ya que ei gobierno dependía de la aduana para recaudar ei grueso de sus ingresos, y debía hallar ei correcto nivel impositivo que le per­ mitiera entradas suficientes sin matar el comercio que las generaba. Las ac­ titudes económicas estaban divididas siguiendo la linea de los partidos. En general. los unitarios del grupo de Rivadavia apoyaban el libre comercio, y los federales sostenían mía política más nacionalista, Pero los estancieros no eran proteccionistas incondicionales, porque querían importaciones baratas, ' producción y ^ucns-s oporiuni&tidGS ^0 exportación. 31 bajos costos La. penetración extranjera en Buenos .Aires, y particularmente la británica, así como era bien recibida por algunos, tenia la amarga oposición de otros, ar­ gumentando que ella significaba un control exterior del comercio, competen­ cia con la industria local, desocupación y un obstáculo para ei desarrollo de una marina mercante nacional. No todos estos razonamientos, reiterados desde entonces, son válidos. Es verdad que los británicos, después de 1810, in­ trodujeron telas de algodón baratas para consumo popular, pero que no reem­ plazaron necesariamente a las telas producidas iocalmente. Hasta cierto punto reemplazaron a las telas peruanas, que tenían mucha demanda en las épocas coloniales. Más positivo fue el hecho de crear una demanda completa­ mente nueva, poniendo por primera vez algodones baratos al alcance de un mercado masivo. Mientras tanto, en el campo y en el interioraos ponchos de lana de confección local coexistían bon los textiles británicos en el nivel más bajo del mercado.22Las industrias locales artesanales en Buenos Aires y en el interior, por lo tanto, sobrevivieron después de 1810, aunque tuvieron que pa­ sar por un lento y constante periodo áe declinación. Para promover las manufacturas nacionales, un grupo de comerciantes, locales propuso en 1815 una política fiscal que comprendía desde elevados im­ puestos hasta la absoluta prohibiciónpunto de vista secundado por los arte­ sanos de Buenos Aires que, durante la década de 1820 continuaron presionan­ do para lograr la intervención estatal, exigiendo la importación libre de im­ puestos de las materias primas necesarias para la manufactura, y la protec­ ción de las mercaderías procesadas con productos locales. Los estancieros, en cambio, incluidos Rosas y los Anehorena, preferían el libre comercio a la protección, sosteniendo los intereses del sector ganadero orientado a las ex­ portaciones. Los intereses de los consumidores también se oponían a la expor­ tación, ya que ésta restringiría el abastecimiento, eliminaría las alternativas de la competencia y elevaría los precios. Existía cierta propensión contra ios producios locales y en favor de los artículos importados. En 1831, el propieta­ rio de una fábrica de cerveza de Buenos Aires, Antonio Martín Thym, en la pu­ blicidad de su producto en la Gaceta Mercantil, defendía la industria nacional y desaprobaba :tía preocupación inveterada que remaba generalmente en esta ciudad de que todo lo elaborado en ei país no vale tanto como io elaborado en el extranjero”.23 Los consumidores no eran nacionalistas. La opinión favorable al libre comercio contaba con el apoyo de los que se oponían a la intervención del Estado como principio; sostenían que la indus-

tria sólo se desarrollaría cuando tuviera condiciones para hacerlo, y que los fabricantes nacionales que no pudieran competir en precio y calidad con las importaciones extranjeras no merecían la protección. Pedro de Angelis, uno de los más ilustrados voceros del régimen de Rosas, decía que "antes de ser manufactureros es preciso ser labradores”.34 Atacaba con dureza la idea de dar protección a ia industria provincial del vino y a ia porteñadel calzado, so­ bre la base de que la protección alzarla los precios para la masa de ios consu­ midores y distraería hacia la industria una mano de obra que sería mejor em­ pleada en el sector agrario. Si existía fuerza laboral disponible, rendiría ma­ yores beneficios utilizándola en la producción de sustitutos para los productos agrícolas importados; ífUna abundante cosecha de trigo sería incomparable­ mente más útil a la población, que todo el producto délas industrias que, a cos­ ta de inmensos sacrificios, se procura fomentar entre nosotros1'.35Angelis es­ taba realmente en favor del concepto de la división internacional del trabajo, contra la cual las leyes restrictivas resultaban impotentes o perniciosas. Sin embargo, la preocupación por la adversa balanza de pagos, aunque no lo fuera por la industria y sus empleados., fue suficiente para convencer al go­ bierno de que no debía cerrar las puertas a la protección. En 1829, a una im­ portación de treinta y seis millones ochocientos treinta y seis mil seiscientos un pesos, correspondió una exportación de sólo veinticinco millones quinien­ tos sesenta y un mil novecientos cuarenta pesos; el país estaba gastando másde lo que ganaba, y la diferencia tuvo que ser llenada con salida de efectivo. Las cifras de mayo y junio de 1832 muestran nuevamente una muy desfavora­ ble relación entre importaciones y exportaciones, y otra vez sufrió el país la salida de dinero al exterior.36 La inflación y la pérdida de valor de la moneda absorbieron la pequeña protección otorgada previamente. En esas circuns­ tancias. el grupo de los industríales tuvo oportunidad para hacerse oír. La in­ dustria sombrerera y la naciente industria manufacturera del cuero estuvie­ ron entre las voces que se levantaron exigiendo protección contra la influen­ cia de las importaciones extranjeras y, en algunos casos, contra la competen­ cia por las materias primas. El desarrollo de una industria.del sombrero, en Buenos Aires, a fines del siglo dieciocho, se vio estimulada por el descubrimiento de que la piel de la nu­ tria —disponible localmente— era tan apta para-haeer el fieltro como la del castor, Pero existía una fuerte competencia por el cuero de nutria por parte de los compradores extranjeros de Inglaterra y los Estados Unidos. Desde las pampas y las provincias, a través de Buenos Aires, se exportaron miles de pieles, aumentando de nueve mil novecientos catorce docenas en 1822, a trein­ ta y cinco mil seiscientos setenta en 1825, cincuenta y nueve mil setecientas cincuenta y seis en 1329, y setenta mil doscientas cincuenta y siete en 1835. y pronto las pieles de nutria ocuparon ei tercer lugar en las exportaciones, des­ pués de los cueros vacunos y la carne salada,37 La excesiva exportación, la caza irrestricta y la sequía de 1830-32, que casi aniquilaron la especie, motiva­ ron una fuerte suba en el precio de las píeles y amenazaron aumentar de tal

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manera los costos de producción que los fabricantes locales habrían de que­ dar en desventaja con respecto a los competidores extranjeros. Algunos fa­ bricantes porteños de sombreros se quejaban de que ios compradores británi­ cos y norteamericanos estaban tratando deliberadamente de acaparar las materias primas y de eliminarlos a ellos del negocio. En 1832, cuarenta y cin­ co fabricantes de sombreros pidieron ai gobierno que prohibiera Ja exporta­ ción de pieles de nutría, para favorecer a la industria local y reducir el desem­ pleo. Pero la intervención oficial se limitó a controlar la intensidad y el perio­ do de caca. La alternativa consistió enutilbtar nuevos materiales, tales como la seda y la felpa. Pero la industria porteña no se adaptó fácilmente a innova­ ciones de este tipo y al intentar hacerlo perdió una de las ventajas de las que ha­ bía gozado originalmente: el abastecimiento local de la materia prima. En ese momento como los costos de producción aumentaron, la industria som­ brerera necesitaba protección contra las importaciones del exterior y, en 1835, así lo solicitaron. Mientras tanto, se había establecido una nueva rama déla industria con la manufactura de cuero marroquí. La iniciativa nació en 1834 y fue de Juan Brydone y su socio Carlos Cadett, quienes invirtieron en una nueva fábrica empleando artesanos europeos y logrando un artículo de buena calidad, aun­ que a precios no competitivos, a pesar de la ventaja de contar con materias primas locales. Pidieron protección al gobierno para permitir que la “nacien­ te industria1’ pudiera sobrevivir, rechazando las teorías de Adam Smith y aduciendo que “s in k protección patriótica y paternal de la Honorable Legis­ latura nos veremos precisados a desistir de nuestra empresa para no arrui­ narnos. ”33 La legislatura, esperando tal vez la mano directiva de R osas. no in­ cluyó este pedido en el arancel para 1835. Pero el debate continuó afuera. Un artesano que tuvo que cerrar su taller escribió a la prensa explicando que la razón principal era la posibilidad de conseguir mercadería extranjera de con­ trabando, que se vendía a precios imposibles de igualar por ios fabric antes lo­ cales. Una razón secundaria era que ios establecimientos manufactureros ex­ tranjeros que había en Buenos Aires estaban favorecidos al ser exceptuados del servicio de milicia: "Mientras un hijo del país tiene que servir personal­ mente o pagar personero por sí y por sus dependientes, un extranjero y los su­ yos (que generalmente son de su nación) trabajan sin ser interrumpidos en sus tareas”.39 En medio de estos puntos de vistas conflictivos, ¿cuáles eran las intenciones de Rosas? Rivadavia y ios unitarios, teóricamente, habían apoyado el libre comercio, aunque también ellos dependían de los ingresos aduaneros. Rosas favorecía a los estancieros con respecto a los granjeros y artesanos, mantuvo bajos los impuestos de importación y. por mucho tiempo, resistió los pedidos de intervención. Durante su primera administración no hubo aumentos significativos en ios aranceles. Un decreto del 7 de enero de 1831 impuso una escala móvil sobre la harina importada, en interés de los agricultores y molineros, pero las cifras no eran lo suficientemente altas como para significar una verdadera protección, no índuí2 el trigo y otros gra-

nos y no ayudó positivamente a la actividad agrícola.44:1En los aranceles de 1832, el impuesto sobre la sal importada se redujo de dos a un peso por fanega, a pesar de las necesidades del Tesoro y el perjuicio a la industria doméstica de Ja sal; se dio prioridad a los saladeros, que alegaban estar sufriendo por la competencia de Montevideo y Río Grande del Sur. En la misma tabla arance­ laria, el impuesto sobre los sombreros importados subió de nueve a trece pe­ sos por unidad, a fia de proteger a la industria local. Durante el debate en 1.a Sala de Representantes algunos diputados pidieron que se extendiera la pro­ tección a otras industrias domésticas, tales como la de zapatos, ropas y mue­ bles, pero no lograron su propósito, y el tratamiento especial acordado a la in­ dustria del sombrero fue defendido sobre la base de que utilizaba mano, de obra y materias primas de origen local.41 Los aranceles de 1833 redujeron ios impuestos sobre la exportación de cueros y abolieron el gravamen sobre la sal transportada en barcos nacionales desde las provincias del sur; pero la agri­ cultura y la industria no tuvieron otra protección. En las tablas arancelarias de 1834, la sobrecarga del diez por ciento en aquellas importaciones gravadas en un treinta por ciento, se redujo a un cinco por ciento, en interés de la expan­ sión comercial, y el impuesto total sobre las mercaderías sobrecargadas era ahora del treinta y cinco por ciento. La tabla arancelaria de 1835, entrada a la Sala de Representantes durante el interregno, fue ampliamente debatida allí. Los estancieros expresaron claramente que deseaban mantener una política de libre comercio favorable para la exportación de cueros y carne salada, mientras que una minoría “nacionalista'' buscaba lograr un sistem a de pro­ tección para las industrias locales y provinciales. En esa ocasión se mantuvo la tendencia opuesta a la protección, y un pequeño ajuste del impuesto sobre el trigo hizo muy poco en ayuda de ios agricultores locales.

TABLAS

Establecimientos comerciales e industriales en Buenos Aires, 1836-53 Tipo Alambique Almidón Alfarería Atahonas Abanicos Ahumadores ArmeríasBombas ÍF) Billares (F) Botones

14C

1836 1 — —

3 1 —

3 1 — —

1853 -HW

2 2 49 2 i 15 —

1 ' 14

Tipo Arneses Litografía Mercería Mármol Modistas Mueblería Molino Cascos Loza de barro (F) Albamleria (F) '

1836

1853

27 1 48

14 i



13 —

1



2 15 12 1 6



1 3

— —

Tipo Baúles Broncerías Braseros (F) Barracas Carruajes (F) Caías Carpinterías Colchones Cuchillería Curtiduría Cigarros Carros ÍF) Cordones Chocolaterías Carne de cerdo Carretas CF) Cuerdas Cerveza (F) Fideos Fundiciones Goma Guitarras Grasas Herrerías Herrería mecánica Harineros Hilos Imprentas Jabón ÍF) Joyerías Licores (F)

1836

1853



2 i __

5

l

33 3 — 84 7 1 — — I 4 11 9 2 1 7 _ — 54 25 35 1 3 — —

_ o g

110 6

— 5

19 — 2 9 — — — 3 10 2 2 2 13 74 19 — — — 7 15 4

Tipo Panaderías Peluquerías Piel de ovéis Platerías P araguas(F ) Persianas ÍF) Pianos CF) Peines Piel de oveja ÍF) Sillerías (F) Sombreros íP) Sebo Zapaterías

1836

1853

34 10 — 23

61 43 2 26

1

_

1 2 5 1 2 39 1 31



_

— 17 1 1 13 42 9 — 17 0 5 9 — í5 1 49

_ _ — — — 51 3 19 3 — 4 10 — 23 3 7 5 4

10 3 8 — 108

Nota: CF) indica que el,establecimiento estaba clasificado como fábrica. Fuente; Nicolau, Industria A r g e n t i n a y a d u a n a , p. 161.

En 1835, anticipando tal vez una nueva iniciativa del gobierno entrante, los pedidos de protección porteños y provinciales se hicieron más insistentes. Hasta ese momento, las políticas arancelarias en vigencia desde que Rosas asumió el poder en ,1829 favorecían a los estancieros y saladeristas antes que a

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í la provincia como un todo. No estaba dispuesto a-arriesgar aumentos de los costos de vida y de producción y perjudicar así al sector exportador; no creía ■que el precio del nacionalismo económico fuera digno de ser pagado. No exíste evidencia de que Rosas reviera un programa industrial o una política ecocómica de largo plazo para la Argentina. Pero no estaba atado a los principios y . .a veces ( ei pragmatismo pasaba ai frente. Asi como estaba decidido a mantener las estructuras e intereses dominantes de la economía argentina, se haHaba también dispuesto a rescatar a las particulares víctimas de esa econom ía. de modo que. en el momento oportuno, tenia en cuenta las necesidades de protección. En la ley de aduana del 18 de diciembre de 1835 (es decir, para aplicación en 1836) Rosas introdujo una tabla-arancelaria significativamente elevada.. Partiendo de un impuesto básico de importación del diecisiete por ciento, las cifras aumentaban para dar mayor protección a los productos más vulnerables, hasta alcanzar un punto de absoluta prohibición. Las importaciones vitales, como el acero, el latón, carbón y herramientas agrícolas pagaban ac. impuesto del cinco por ciento. El azúcar, las bebidas y productos alimenticios pagaban el veinticuatro por ciento. El calzado, ropas, muebles, vinos, coñac, licores, tabaco, aceite y algunos artículos de cuero pagaban el treinta y cinco por ciento. La cerveza, la harina y las papas, el cincuenta por ciento. Los sombreros pagaban trece pesos cada uno. Estaba prohibida la importación de un gran número de artículos, incluidos los textiles y productos de cuero; guineaHa y otros elementos de hierro y acero; productos déla madera y, cuando el precio local cayó;por debajo de los cincuenta pesos por fanega, el trigo.42 Por decreto del 31 de agosto de 1837, los aranceles de 1835 sufrieron algunos aum entes: se agregó una Sobretasa del dos por ciento a las importaciones su jetas al diez a diecisiete por ciento, y una sobrecarga del cuatro por ciento a aqueHas que pagaban ei veinticuatro por ciento, Aunque estos aumentos estaban calculados para elevar los ingresos por la guerra boliviana, fueron eontinuados después de ella y, en la práctica fortalecieron la protección. El ajuste de.1887 fue el último aumento. El acta arancelaria de diciembre de 1835 fue una revisión antes que un , cambio de la política tradicional. Desde 1810 los sucesivos gobiernos habían intentado solucionar las tres exigencias en cuanto a sus políticas arancelarias —ingresos aduaneros, principios de. líbre comercio y protección a la industria— y mantenerlas en correcta proporción. La política de 1835 fue algo nuevo en cuanto a que reducía la tendencia hacia el libre mercado y buscaba dar ayuda positiva a las industrias manufactureras y agricultura de sembrados; ai hacerlo, dio un paso adelante para satisfacer las demandas proteccionistas hasta el punto de prohibir la entrada de gran número de artículos. ¿Cómo reaccionó el mayor socio comercial de la Argentina ? El cónsul británico pensó que la ley de aduanas de 1835 iba a estimular la industria local y la agricultura, y el gobierno británico no objetó las nuevas escalas arancelarias. Los aumentos de 1837 se consideraron más serios, y Palmerston aconseje al con-

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sul británico para que ilustrara al gobierno de Buenos Aires sobre los benefi­ cios de] libre comercio.43 Aun así. el cónsul británico estaba más preocupado con el poder de compra de los consumidores que con ios aranceles y ni siquiera con el bloqueo francés; y la caída de la demanda de producios británicos "superiores’’ la atribuía a la conscripción para la guerra con Bolivia. las po­ bres pagas de los militares y los préstamos forzados: Lina disminución muy considerable del valor de ios productos británicos importados p ara consumo de estas Provincias se ha producido, como podrá apreciarse, durante el úl­ timo año, y puede ser atribuida a is ere ai enre pooress ce las ciases m edias y m as bajas, debida a la guerra con Bolivia y sus lam entables consecuencias.. - Por causa de estas, ca­ lam idades, la dem anda de productos británicos m anufacturados superiores ha declina­ do esencialm ente, y es de tem er que siga declinando h asta que se haya restituido otra vez la paz y la tranquilidad en las Provincias.44

Si bien los británicos reaccionaron con calma ante la ley de aduanas de 1835 y es cierto que existían antecedentes en cuanto a parte de su contenido, es realmente un hecho que se trató de una innovación, una vuelta de tuerca hacia la protección, una concesión ala industria nacional y 8 la agricultura. ¿Por qué lo hizo Rosas ? ¿Creía realmente que la .Argentina podía aumen­ tar su autosuficiencia en la industria? ¿Estaba convencido de que el país po­ día reducir su dependencia de las importaciones, resistir la competencia ex­ tranjera y tolerar los costos de vida más elevados? ¿O influyó en él cierta preocupación por lo que un historiador llamó “el bienestar de las clases me­ días”, a las cuales habría sido políticamente peligroso oponerse? De acuerdo con esta interpretación, el partido federal estaba perdiendo terreno hacia me­ diados de la década de^ 1830 y necesitaba ampliar su base social, "'una vez más, el partido federal necesitaba apoyo popular y estaba dispuesto a pagar el precio, Reconoció que había que sacrificar al libre mercado en ei altar déla conveniencia política”.45 Sin embargo, la explicación política sólo conduce a nuevos interrogantes. El régimen tenía ya una base sólida en la estancia. ¿Qué diferencia política podía significar un débil sector industrial ? ¿Qué evi­ dencia existe de que Rusas necesitaba el apoyo de un interés minoritario? Y aun si había en Buenos Aires una “clase media”, ¿se iban a beneficiar todos sus miembros con la ley de aduanas de Rosas? Una explicación alternativa utiliza el argumento dei nacionalismo. Considera a los aranceles de protec­ ción como un intento de dar realidad a la Confederación Argentina planeada en el Pacto.de i83i: Rosas, hasta ese momento nombre de Buenos Aires, co­ menzó a actuar como autoridad nacional en favor de las "clases populares”'y contra los intereses extranjeros.45 Pero de una política "nacional” era de es­ perar que incluyese concesiones sobre la navegación de los ríos y el control de Sos ingresos aduaneros, y no había señales de que Rosas estuviera pensando en eso. En cuanto a las "clases populares ”, no entraban en sus cálculos como parte de la nación política. La ley propiamente dicha no tenía un texto explicativo, pero el Discurso

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del Gobernador a la Sala de Representantes, en dieiembre.de 1835. dio -algu­ nas indicaciones sobre sus fundamentos. "Largo tiem po hacia que la agricultura y 3a naciente industria fab ril dei país, se resen­ tían dé la falta de protección, y que la clase m edia de nuestra población. que por cortedad de sus capitales, rio puede en trar en em presas de ganadería, carecía dei gran estímulo al trabajo que producen las fundadas esperanzas de adquirir con él m edios de descanso en la ancianidad, y de fomente a sus hijos. El Gobierno ha tomado este asunto en considera­ ción, y notando que la agricultura e industria extranjera im piden esas útiles esperanzas, sin que por ello reportem os ventaja en las form as o calidad

En otras palabras, sin comprometer la hegemonía de los estancieros, Ro■ tas se proponía asegurar el bienestar de los sectores menos-privilegiados; mientras mantenía ís economía existente, tomó las medidas para ayudar a sus víctimas. Sin embargo, la ley de aduanas de diciembre de 1835 no puede ser juzgada exclusivamente en términos de populismo porteño, porque sus fundamentos tampoco eran exclusivamente sociales. Como el mismo Rosas lo explicaba, la ley tenía un fuerte contenido iníerprovindai: si bien su propósito no era pro­ mover una política nacional, silo era lograr, por lo menos, que la política fede­ ral tuviera mayor credibilidad, dando protección tanto a las provincias como a Buenos Aires, y constituía una invitación a las provincias para que adopta­ ran una política de mayor colaboración en sus propias tarifas aduaneras. Pero no todas las provincias quedaron tranquilas, porque una resolución no declarada de la ley de 1835 era que Buenos Aires seguía controlando la aduana y ejercía aún hegemonía sobre la política económica de la Confederación. En consecuencia, Rosas tuvo que justificar su posición y, en particular, explicar por qué la yerba mate y el tabaco de Corrientes pagaban en Buenos Aires los mismos.impuestos que los de origen paraguayo, y por qué existía un derecho; de importación sobre los cigarros del veinte por ciento, igualmente en detri­ mento del producto de Comentes. Escribió al gobernador correntíno que la discriminación entre los productos de su provincia y los paraguayos provoca­ rían el contrabando: !!Por lo que hace a ios cigarros, tuve la fuerte considera­ ción de que en esta provincia hay muchas mujeres pobres que viven de esta clase de industriad’ Había factores de compensación en otras partes del siste­ ma arancelario que favorecían a las provincias contra Buenos Aires: un ejemplo era la prohibición de importar ponchos extranjeros, que eran noto­ riamente más baratos para el consumidor porteño que el artículo manufactu­ rado en las provincias (un treinta a un cuarenta por ciento).48 Posteriormente, después de haberse producido el aumento de los arance­ les, Rosas declaró en su discurso de enero de 1837: "L as m odificaciones hechas en la ley de aduana, a favor de k ag ricu ltu ra e industria, han em pezado a h acer sen tir su benéfica influencia... Los calieres de ios artesanos se h as poblado de jóvenes, que con la vigilancia de la policía han dejado de m olestar el tránsito de las calles, y debe esperarse que el bienestar de estas ciases aum ente con u su ra la in-

iroducción de los numerosos articules de la industria extranjera, que no han sido prohibí­ aos o recargados de derechos. Y es efecto, el com ercio exterior crece de un modo sólido y perceptible”.

Por último, explicaba de nuevo que la ley de aduanas “no fue un acto de egoísmo”, y que Buenos Aires esperaba de las provincias una acción recípro­ ca evitando levantar barreras contra su comercio.’®La inconsistencia deestas afirmaciones puede tener una explicación muy simple, que Rosas estaba pronunciando un discurso formal desde el trono, que no había sido escrito por él sino por algunos funcionarios que no coordinaron sus meas o sus políticas. Una explicación alternativa puede ser la de que Rosas buscaba honestamente, algo paraúoüos, especialmente para los estancieros y saladeristas, pero tam­ bién para los comerciantes, artesanos, obreros y granjeros. Porque continuó afirmando que la restauración de la ley y el orden había beneficiado a todos, incluyendo alos pobres: “cada uno se encuentra rico en su pobreza, desde que sabe que lo que tiene es suyo, y que puede disponer de cuanto adquiere”, ün punto de vista complaciente, sin "duda, pero muy característico. En estas pa­ labras, Rosas imprimía su bendición al orden social existente, no al cambio.

5 Los efectos de los aranceles de protección de 1835 se hallaban lejos de ser ciaros. Los primeros en beneficiarse eran, aparentemente, los agricultores. Los precios de los granos mejoraron, ante ¡a satisfacción de los cultivadores déla provincia de Buenos Aires y del interior; bubo cierta di versificación y un aumento constante en la producción de trigo, maíz y hortalizas hasta 1850 y aún después. Entre 1835 y 1838 hasta se realizaron exportaciones de trigo, ha­ rina y maíz.5QPero la agricultura continuaba sufriendo la falta de condiciones estables y ios precios de los granos oscilaban. En algunos años, ios altos pre­ cios eran un estímulo, en otros, subían a tales niveles que indicaban una esca­ sez de oferta. Los bloqueos dieron a la agricultura una protección agregada, pero entonces los consumidores experimentaron una verdadera escasez. En los últimos años de la década de 1840. todavía se importaba harina norteame­ ricana, En años buenos, como 1850, los productores de harina de Buenos Aires pudieron abastecer el mercado local y dispones* ademas de cierta cantidad para exportación, pero ia agricultura de sembrados habría de encontrarse en­ tonces con otro desafío para obtener la tierra, debido a la creciente cría de ovejas. Mientras tanto, los productores de vino y coñac del interior, incapaces de mejorar la calidad de sus productos —o no deseando hacerlo— no pudieron salir de la depresión, a pesar de las medidas de protección. La respuesta de las industrias locales a la protección fue lenta y débil. Al­ gunos críticos alegaban rápidamente que las tarifas arancelarias eran dema­ siado bajas. Los fabricantes de zapatos, de Buenos Aires, uno de los grupos de

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artesanos más numerosos en 1836. alegaron que el treinta y cinco por ciento dJ derechos ■de importación no constituía protección adecuada, y que solamente una prohibición total para importar calzado podría detener las crecientes pér| dídas de capital, la reducción del tiempo de trabajo, los cierres y el desem j pieo.51 Las quejas eran probablemente exageradas: si bien era cierto au¡á existía una intensa competencia extranjera en el nivel superior del mercado j ia importación de zapatos era sólo limitada, y Buenos Aires exportaba nor-J malmente calzado de fabricación local a las otras provincias. De "manera que-: los argumentos del sector industrial no impresionaron demasiado al gobisrY no. Y de cualquier forma, pronto hubo otras presiones sobre su política econó-f mica, SI primer bloqueo francés comenzó en marzo de 1838. y casi de inmediato ! provocó una grave escasez de abastecimientos en Buenos Aires, produciendo f así, en la práctica, un exceso de protección. Por decreto del 28 de mayo, Rosas ¡ redujo en un tercio todos los derechos de importación, con el objeto de inducir! a los extranjeros a una ruptura del bloqueo y continuar las provisiones. Una-f vez levantado el bloqueo (29 de octubre de 1840), los aranceles retornaron a if sus niveles de protección, y eso duró un año. Pero el 31 de diciembre de 184iJ Rosas decidió permitir la entrada de todos los productos anteriormente prohi- ¡ oídos, “para que se provea al ejército y la población de unos artículos que hanlf escaseado enteramente".52Éstos incluían. las manufacturas de hierro y hoja-j lata, ruedas para vehículos y algunos textiles, aunque fueron gravados con un § impuesto del treinta y nueve por ciento, que tenía el propósito de aumentar los J ingresos e impedir que resultaran demasiado favorecidos en la competencia.!! con la industria local. Este apartamiento de la ley de 1835 sugiere que la pro-1 tección o el bloqueo, o una combinación de ambos, había reducido de hecho las | importaciones, pero la industria local no podía producir como para evitar las ? consiguientes escaseces. Éste fue el final d éla prohibición de importaciones. | En 1845, cuando los británicos y los franceses-bloquearon Buenos Aires por se- j gunda vez, Rosas tuvo que modificar otra vez los aranceles para reducidos, y J los-derechos de importación bajaron en un tercio, Hubo un flujo de importa- f dones a través del bloqueo, y los productos locales sufrieron las consecuen- j das. Los textiles de Córdoba, por ejemplo, soportaron una brusca declinación | entre 1844 y 184S, y se produjo un vuelco en la economía provincial, de textiles | a lana virgen. El bloqueo francés quedó levantado en 1848, y sólo entonces fi- J nalizo la reducción de los aranceles en un tercio y.éstos volvieron a sus niveles. J normales. Eran los derechos de protección establecidos en 1835, aunque en ; ese momento habían pasado a ser poco más que una formalidad, solamente j útiles para obtener ingresos. 5 ¿ Qué opciones tenía Rosas ? El empobrecimiento de ia provincia, combi- ! nado con la depreciación de la moneda y la pérdida de poder adquisitivo —el i peso papel había perdido en 1850 más de la mi íad de su valor oro de 1835— indi- ¡ bia el desarrollo industrial pues se había reducido el mercado para la pro- ; ducción local. De modo que la tabla arancelaria, aun cuando era efectiva, sólo i

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[causaba escasez y elevación de precios, alimentando el costo de vida para la [masa dél pueblo. Por lo tanto, Rosas abandonó tácitamente el intento de pro[mover las industrias nacionales mediante nuevas tarifas de protección y, en [los últimos años de su régimen, los estancieros y consumidores estuvieron m ejor servidos, mientras que ios artesanos tenían que contentarse con los ¡aranceles existentes. Los estancieros probablemente habían sufrido menos .que otros sectores las consecuencias de los bloqueos, porque ellos podíanacumular y multiplicar sus rebaños mientras esperaban la reapertura del co­ mercio exterior; y aunque is producción do tetas de tana podía sumir ios erec­ tos de ia competencia extranjera, había ya un mercado de exportación en ex­ pansión para la lana virgen. Luego, una vez que el bloqueo quedó levantado, se produjo un breve pero agudo aumento de la demanda de artículos de consu­ mo importados. Este periodo pronto quedó superado a raíz de una prolongada y grave sequía que causó una seria depresión en ei mercado, y por un abarro­ tamiento de importaciones que excedían la capacidad de absorción. Pero en. 1851 la prensa de Rosas pretendía ver signos de mejora. Sin embargo, lo que quería significar corno-mejora era la capacidad dei mercado para absorber las importaciones extranjeras y la capacidad del sector exportador para sol­ ventarlas : ' Durante eí m es pasado ha tenido lugar cierto movimiento en los productos m anufactura­ dos. La dem anda local ha estado m ás anim ada. Se han despachado varias tropas de ca­ rretas hacia las provincias del interior para llevar provisiones de toda ciase... .Ei consu­ mo de azúcar, vino, aceite, café, arroz, licores, tabaco, m aderos, carbón, quincalla y la larga lista de im portaciones m enores desde el Brasil, ios Estados unidos y el M editerrá­ neo. es tan grande que. en cualquier m omento, bastan unos pocos meses para corregir cualquier desequilibrio accidental entre la oferta y la dem anda.55

Las importaciones extranjeras continuaron buscando el mercado de Bue­ nos Aires. Los artículos de algodón, que constituían el grueso de las exporta­ ciones británicas hacia la Argentina, crecieron de un promedio anual de diez millones ochocientas mil yardas entre 1822 y 1825, a cuarenta y seis millones seiscientas mil en 1849; las sedas, de ochenta y tres mil sesenta pesos a dos­ cientos treinta y un mil cuatrocientos ochenta y cinco pesos;- la loza de barro, de trescientos cincuenta y tres mil seiscientos ochenta y cuatro a un millón se­ tecientos mil.54 A los británicos parecía no obstaculizarlos debidamente la ta­ bla arancelaria ni los bloqueos. Cuando Charles Mansfield visitó ei Río de la Plata entre 1852 y 1853. viajaba como publicidad ambulante para los artículos británicos: su poncho de algodón blanco, comprado en Corrientes, estaba con­ feccionado en Manchester; sus espuelas electro-plateadas, compradas en Buenos Aires, habían sido fabricadas en Birmingham.55 Entonces, ¿cómo respondía a la protección la producción nacional? Era incapaz de aprovechar la oportunidad. Una simple ley. naturalmente, no po­ día por sí misma provocar un cambio estructural o reasignar recursos dentro de la economía. Una política arancelaria solamente no podía dar a la indusÍ47

tria loe al la infraestructura necesaria para el desarrollo, y su efectividad quei daba contrarrestada por otros factores. En un país de tan grandes distancias] y medios de transporte tan primitivos, el costo del flete era extremadamente! alto. De manera que los productos délas provincias estaban gravados coupe-] sados costos de transporte aur¿ antes de que llegaran a enfrentar la competen-! cia de los precios internacionales en el litoral. El hecho fue que la industria do-| m ésííca no aprovechó las ventajas de ia protección otorgada por ley ni las de]| bloqueo francés, y no desarrolló suficiente resistencia contra la competencia! extranjera. Y si éste fue el caso con las empresas existentes, era aún menos» probable que se intentara crear otras nuevas o que se arriesgara el capital enf la industria cuando estaba más seguro en la tierra. Lo cierto es que la indus-J tria no se expandió; mantuvo su característica artesanal y su limitada extern] sión. | La protección significó dar respiración artificia] al sector más débil de lal economía, mientras estrangulaba al más fuerte. Pocos agradecerían por eso ! a un gobierno. El mismo Rosas parece haber perdido ia fe en la protección, J aunque formalmente no la abandonó. Y después de dieciséis años de altas ta-| rifas aduaneras, con listas de prohibiciones totales durante seis años, ¿quéf podía mostrar la industria? En el debate de 1853 sobre la ley de aduanas, un] año después de la caída de Rosas, resultaba claro que el proteccionismo esta-! ba a la defensiva y que las fuerzas decisivas de la economía no eran los artesa- ] nos sino los estancieros, exportadores y comerciantes. Hasta un ex restate, J como Lorenzo Torres, criticaba el anterior proteccionismo declarando que í era inútil para la economía, costoso para el consumidor y complaciente con la 1 fuerza laboral, y aseguraba que no había hecho nada para promover el crecí- s miento ni la calidad en la industria: “el resultado era que existían hoy los mis- ] mos talleres que antes. Que no había tales fábricas en nuestro país, sino sola- J mente talleres, los más de los que se hallaban sin haber progresado un ápi- i ce. ’'3GÉsta era también la opinión de los observadores extranjeros. Martín de \ Moussy. al escribir pocos años después de la caída de Rosas, observaba que ! fíLa industria, por lo menos como la entendemos en Europa, ha hecho muy I poco progreso en el Plata... Es más económico, generalmente, comprar ar- ¡ tículos importados extranjeros, a pesar de los elevados derechos aduaneros i que deben pagar, que los producidos en el país. ”s7 La ley de 1853 de hecho re- i dujo la protección a ia industria, bajando el impuesto más elevado al veinte f por ciento, pero la mantuvo para la agricultura, por lo menos para el trigo, el i maíz y la harina. E Había muchos obstáculos para el crecimiento industrial en la Argentina, | y la política de Rosas era sólo parte de ia situación económica de la época. La | propensión hacia una economía pastoral orientada a la exportación reflejaba \ tanto las condiciones económicas como la estructura social. Sin duda, un i próspero sector exportador promovía el crecimiento del ingreso y el aumento l de la demanda interna. Pero esto no aumentaba necesariamente el mercado \ interno. Los grupos más altos preferían las manufacturas importadas. Ha bis ]

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■poco ahorro o acumulación de capitales para inversiones fuera del sector pas­ toral, Las importaciones de artículos de consumo y suntuarios utilizaban ; gran parte del capital excedente que. de lo contrario podría haber sido invertí: do. Los textiles y otros artículos de consumo para el mercado calificado com­ prendían mas del cincuenta por ciento de las importaciones totales de Buenos Aires, en los últimos años de la década de 1830. mientras que las materias pri­ mas industriales, como el hierro y la hojalata, sumaban menos del uno por ciento, cruda indicación de una producción reducida, de una tecnología infe­ rior y áel empleo limitado en las industrias artesanales locales.5®Si el capital era escaso, otro tanto ocurría con la especializacíón y ei trabajo; eran muy pocas las previsiones para la adquisición de nueva tecnología o aprendizaje industrial. Pero el principal obstáculo era tal vez el mercado. Mientras las ciases altas no invertían, el resto de la población no podía comprar; los bajos ingresos y la capacidad adquisitiva limitada impedían que las masas forma­ ran un mercado consumidor capaz de crear y sostener una industria nacional. Aunque había cierto crecimiento déla población urbana, sus necesidades po­ dían cubrirse con una combinación de importaciones y manufacturas artesanales. Estos hechos no deben sorprender: la naturaleza, y no la política, hicie­ ron a la Argentina como era. Ni el Estado ni la economía estarían suficiente­ mente desarrollados como para generar una moderna industria manufactu­ rera hasta después de la década de 1870. Los organizadores de la Gran Exposición del Palacio de Cristal, en Lon. tires, en 1851, invitaron a las legaciones extranjeras y consulados a que requi­ rieran la,colaboración de sus gobiernos para reunir productos de las indus­ trias nacionales. Manuel Moreno, ministro argentino en Londres, escribió a sus superiores en Buenos Aires, con más esperanzas que confianza; "Aunque a prim era vista pudiera no aparecer un interés en nuestro p a í s eneoneurrir a esta exhibición por falta de m anufacturas nacionales y productos de industria, hay no obstante algunas labores, bien que en pequeño núm ero, que pudieran ser rem itidos con mucho beneficio como son alfom bras bordadas de Córdoba, ponchos de cierta ciase, es­ pecialm ente de vicuña, alfom bras de pieles para antes las chim eneas provenientes de Patagones, algunos tejidos de Corrientes, obras de encaje y otros trabajos que quizás existen y yo ignoro. Varios de estos artículos han venido aquí algunas veces en mano de individuos m ás como objeto de curiosidad que de especulación y puedo asegurar a V.S. que lian sido adm irados. En este último invierno se ha introducido en Londres el uso del poncho por la calle o para viajar; hay tiendas donde se venden ya fabricados en Inglate­ rra y puede decirse que h a sido moda, m ayorm ente entre la juventud, aunque inferiores a ios de nuestro, país en su tejido, durabilidad y en sus coloridos. ”5e

Los productos de las artesanías tradicionales no bastaban para causar entusiasmo en Buenos Aires, y las opiniones británicas eran allí de que había muy pocas probabilidades de participar: Casi puede decirse que la m aquinaria y las invenciones m ecánicas son desconocidas en este país, tan reducido es su empleo p ara cualquier finalidad. Los únicos artículos de m a ­ quinaria que'hay en el país —y fabricados en Gran B retaña— son un molino a vapor para

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m oler trigo y ana docena de tinajas a vapor p ara obtener grasa de los huesos y reses m uertas. Los artículos m anufacturados, ilustrativos de los resultados producidos por eií trabajo humano sobre las m aterias p rim as naturales,, son de extensión m uy lim itada, y " la población prefiere casi sin excepciones la industria extranjera aun p ara los productos, m ás insignificantes.® ’ ■' 1

El sector industrial no era lo suficientemente importante ni numeroso, como para constituir una base de poder, y Rosas no tenía necesidad de satisfa-i cerio o cultivarlo. Si lo hizo, temporariamente, parece haber estado persi-i guiendo mía potinca social .preferida, para ayudar a quienes había dejado! atrás la economía prevaleciente, y como excepción a la regia general, la b s-| gemonía de la estancia. No existía una Argentina alternativa y aún no podía *

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Leviatán

Rosas dividió a la sociedad entre aquellos que mandaban y aquellos que obe­ decían. El orden lo obsesionaba, y la virtud que más admiraba en una persona era la subordinación. Sus opiniones sobre la historia argentina reflejaban esas simples ideas. Veía a la Revolución de Mayo de 1810 como un mal necesa­ rio; había dado la independencia a la Argentina, pero dejando un vacío en el que prevalecía el desorden y reinaba la violencia. Él mismo había salido a rescatar ei país del caos en 1829: entonces se vio por fin que la teoría era una ilusión, la democracia una utopia y la libertad una forma de esclavitud. E l es­ tanciero que había dado detalladas instrucciones a sus capataces para esta­ quear a sus. peones al sol se convirtió en el gobernador que incitaba a sus jueces de paz y colmaba Sa-capacidad délas cárceles. En lugar de una constitu­ ción pidió un autoritarismo total, y en 1335 justificó la posesión de “un poder sin límites" como vital para suprimir la anarquía: “He cuidado de no hacer' otro uso que el muy preciso con relación al orden y tranquilidad general del país5' .1Mucho después, en Southampton, declaró que se había hecho cargo dé un país anárquico, dividido, desintegrado, arrumado einestable, “uninfierno en miniatura", y hecho de él un lugar adecuado para vivir. “Para mí, el ideal de gobierno feliz sería el.autócrata paternal, inteligente, desinteresado e infa­ tigable... he admirado siempre a los dictadores autócratas que han sido los primeros servidores de sus pueblos.”~Pero io que Pvosas veía como un bene­ volente despotismo, er.a calificado por otros argentinos como una despiadada tiranía. Si había algo para Rosas más detestable que la democracia, era el libera­ lismo. La razón por la que odiaba a los unitarios no consistía en que ellos que­ rían una Argentina unida, sino que eran liberales que creían en los valores se­ culares del humanismo y del progreso. Los identificaba como francmasones e intelectuales, "hombres de las luces y de los p rin cip io s . subversivos que so-

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cavaban el orden y la tradición, y a q u ien es h a lla b a responsables en último término de los asesinatos políticos que hab ían d esa ta d o la brutalidad enla vida pública argentina desde 1828 hasta 1835.3 L a s doctrinas constitucionales de unitarios y federales no le interesaban, y nunca fu e un verdadero federal En 1829 negó que perteneciera al federal ni a ningún otro partido, y expresósu desprecio por Dorrego.4 Pensaba y gobernaba co m o un centralista y estaba en favor de la hegemonía de Buenos A ires. E x p lic a b a la s divisiones políticas en términos de estructura so cia l. Interpretó e l co n flicto de 1828-29 y sus const cuencias como una guerra entre las c la s e s m á s p o b res y la aristocracia mer cantil. “La cuestión es entonces entre una m in oría aristocrática y una mayo, ría republicana.”5 “La m asa federal la com p on en só lo la gente de campaña; el vulgo de la ciudad, que no son los que d irig en la política del gabinete".*! en cierta ocasión confesó la fa u te d e m ie u x d e su f e d e r a lism o : “Estoy persua­ dido de que la Federación es la form a de G obierno m á s conforme conlospró cipios democráticos con que fuim os ed u cad os en el esta d o colonial sin serct nocidos los vincules y titulos de la A risto cra cia co m o en Chile y Lima...pero aun asi, siendo Federal por íntimo con ven cim iento m e subordinaría a serUni­ tario, si el voto de los pueblos fuese por la U n id a d .”7 La unidad, solía decir, era m ás aprop iad a p a ra una aristocracia,elfedt ralismo para una democracia. En abril de 1839, seg ú n lo informado porsuso cretario, el conspirador Lafuente, p red icab a a lo s d e su peña en un atardece bajo los ombúes de Palermo. Sostenía “que n o so tro s éra m o s demócratasofo derales que para él todo es lo m ism o, d esd e lo s e s p a ñ o le s ”.8 Pero esto era retórica política. No h ab ía d e m o c r a c ia en la Argentinaya pueblo no gobernaba. R osas m anipulaba a lo s s e c to r e s inferiores, comosebi visto, pero no los representaba ni los em a n c ip ó . S e n tía horror de la revoluciót social y cultivaba a las cla ses populares no p a ra d a r le s poder o propiedades sino para apartarlas de la violencia y la in su b o rd in a ció n . Creía tener unalec ciónpara enseñar a otros gobernantes. L a r e v o lu c ió n d e 1848, en Francia,® tivó su más enérgica condenación. La vio co m o un co n flicto entre aquellos^ no tenían intereses en la sociedad y los h o m b r e s ju ic io so s y prudentes, duefó de propiedades; y debía culparse al g o b iern o fr a n c é s por no prestaratenckí a las clases más bajas.9 No abogaba él, n a tu r a lm e n te , por una reforma soci¿ sino por la propaganda y com pulsión. R o sa s te n ía in stinto para manipulan los descontentos de las m a sa s y v o lv e r lo s c o n tr a s su s propios enemigos^ manera tal que no dañaran la e stru ctu ra b á s ic a d e la sociedad. Mediante^ mezcla de nacionalism o y d e m a g o g ia e r a c a p a z d e d a r , con mucha habilité una ilusión de participación popular y u n a co m u n id a d de intereses entrepf trón y peón. Pero su fed era lism o ten ía p o co c o n te n id o so cial. En realidad, sas destruyó la división trad icion al e n tr e f e d e r a le s y unitarios e hizo queest^' calificaciones carecieran v ir tu a lm e n te d e s ig n ific a d o . Las sustituyóporr^ sism o y antirrosism o. , ¿Qué era el rosism o? Su b a s e d e p o d er e r a la e s ta n c ia , foco de recur* económicos y sistem a de control s o c ia l. L a e s t a n c ia dio a R osas lospertr#

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j^fle guerra. la alianza de colegas estancieros, y los medios para reclutar un í ¡Ejército de-peones, gauchos y vagos. En 1829, no sólo derrotó a sus enemigos jjpnitarios, también demostró su habilidad para controlar fuerzas populares. >aJEntonces explotó de tal manera eimiedo que los hombres sentían por la anarp'lqula. que pudo pedir y obtener el poder absoluto. Así armado, procedió a to^ ímar la posesión total del aparato estatal—la burocracia, la policía, el ejército °§de linea—. Con los principales medios de coerción en sus manos, terminó su de.^¡pendencia de las fuerzas irregulares del campo. Ya podían volver a casa, los ^estancieros a trabajar sus haciendas, los gauchos a cumplir sus tareas depeo' §ne$ o a servir en el ejército reguiar. Rosas ejercía en ese momento un monopojlio de poder en un estado adecuado a los intereses de ios ganaderos y a una pri■|jmitiva economía de exportación. A medida que el populismo retrocedía, la f persuasión tomó su lugar; el control, la coerción y 3a propaganda se hicieron características intrínsecas del régimen. Se impuso un control político total. 3'¡ En ese sentido, el rosismo era un clásico despotismo, pero era un despotismo ,-í con una novedosa organización y con su propio estilo. No se permitían leaita° | des rivales ni partidos alternativos, ün régimen que controlaba todos los medios de comunicación inculcaba en los cerebros délos hombres un implacable | adoctrinamiento. Se hizo de Rosas una gran figura líder, un gobierno uniper.“¡ sonal, protector y padre de su gente, mientras un movimiento político único íl tomaba el lugar de la elección constitucional. Los activistas del partido en alianza con la policía aplicaban un sistemático terrorismo contra "el enemigo í interior” . La detección de disidentes y la destrucción de quienes eran oposito:| res comprometían gran parte de los recursos del Estado, mientras se imponía f un sistema de conformidad que era de carácter casi totalitario. La pacifica | ción tenía ou precio. I Este régimen dio a Rosas hegemonía sobre Buenos Aíres durante más de | veinte años. Pero no pudo aplicar la misma estrategia para todo el resto de la I- .Argentina. En las provincias del oeste veían a Rosas como un caudillo que ser| vía los intereses locales de Buenos Aires; allí no era tan fácil conseguir ia lealf tad de los hacendados y los servidos de sus peones. En el interior, el partido | federal tenía raíces económicas más débiles y una base social más estrecha; | y en las zonas más remotas de la confederación no se podía aplicar de inme| diato la dominación autocrática ni regular el uso del terror. La pacificación I de! interior, por lo tanto, significaba la conquista del interior por parte de Bue­ nos Aires,10 Él federalismo daba paso al rosismo. Sin embargo, esta solución no se pudo aplicar a las provincias del litoral, donde la intervención extranje­ ra, aliada con los opositores locales, impidió la hegemonía total de Buenos Ai­ res y finalmente ambos inclinaron la balanza en contra de Rosas. El advenimiento de Rosas al poder en 1829 fue considerado como una res­ tauración después del interregno del usurpador Lavalle. La Sala de Repre­ sentantes aprobó con retroactividad todos los actos de su conducta política y militar como Comandante General de Campaña desde el r de diciembre de 1828 hasta el 8 de diciembre de 1829, en que asumió como gobernador de Bue-

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nos Aires dotado de poderes extraordinarios, Jo declaró Restaurador de ia| Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos .Aires, y le otorgó-diversos 1 tulos y condecoraciones.13 Por supuesto, no existía cohesión ideológica e n | país, ni unidad social detrás de los valores aceptados. De manera que la r e í tauración estaba dirigida más a los intereses que a las ideas, Rosas represes! taba poderosos grupos de intereses, estancieros y hombres de negocios, qu| querían pa2y seguridad y que identificaban a los gobiernos unitarios de Rival davia y Lavalle con la innovación y la inestabilidad. El primer gobierno dtf Rosas (1829-1832) subordinó todo a la ley y el orden. Reforzó el ejército y prof tegió a la Iglesia, silenció las críticas e ignoró a la educación. Pero no ignoró ios pobres o, por lo menos, a aquellos que se habían empobrecido por la caus&í federal durante la guerra de 1828-29, abasteciendo con bienes y servicios a lasP fuerzas de R osas; a éstos los compensó, o les prometió compensación con fo s| dos públicos.12 Así fue como Rosas entró para reconciliar, y comenzó con ungí administración moderada: nombró al general Tomás Guido ministro de Go4 bienio y Relaciones Exteriores, al general Juan Ramón Balcarce ministro de! Guerra y al doctor Manuel J. García ministro de Hacienda. Pero en marzo deij 1830 Guido fue designado comisionado argentino para considerar la constituí': don del Uruguay, siendo reemplazado temporariamente (hasta el 5 de enero! de 1832} por el doctor Tomás Manuel de Anchorena, a quien Rosas describía:! como su “oráculo ” y Woodbine Parish como "un hombre de carácter violente í y muy descuidado de la popularidad".33 Anchorena era un fanático conserva- ” dor, un ultra católico, un nacionalista que hasta se había mostrado hostil aitratado anglo-argentino de 1825. ” { Esto marcó la iniciación de una política de facciones, con un gobierno dis-| puesto a vengarse de sus enemigos unitarios. Las publicaciones antifederalesl fueron objeto de ataques, y el ejecutor público quemó en la plaza principal! muchos ejemplares del Pampero, la Gaceta Mercantil y E l Tiempo zL as “ía -| cuítades ex traordin arias” significaban que Rosas podía restringir la libertad i de prensa mediante acción ejecutiva. Un decreto del 3 de octubre de 1831 f prohibió la venta de libros e ilustraciones “contrarios a la religión y buenas y costumbres”. Se quemaron públicamente obras de Volney, Voltaire y hasta f de Racine, juntamente con biblias protestantes y cuadros que representa -1 ban la más remota sospecha de desnudez, Pero el verdadero propósito era la 1: censura política. El 29.de enero de 1832, Rosas decretó la suspensión de dos pe-1 riódicos, E l cometa y E l Clasificador o E l Nuevo Tribuno sobre la base de que | constituían una amenaza para ei orden y la unión. El V de febrero de 1832 emi- : ció un decreto de imprentas,, imponiendo la obligación de obtener un per- , miso expreso del gobierno antes de establecer cualquier diario o periódico. Los dueños de los existentes tenían quince días para cumplirlo, vías pecalida- j des en caso de falta eran severas; primera vez, seiscientos pesos o tres meses i de prisión: segunda v e z : el doble de la primera: tercera vez, castigo como j perturbador del orden público. Después de esto, la prensa quedó eíeetivamen- f ■te amordazada y se convirtió en simple vocero del gobierno.34 ií

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El cambio de dirección, sin embargo, no-fue causado solamente por per­ sonalidades. La razón básica era el colapso del federalismo en el interior, que ■amenazaba difundirse hacia el litoral y revertir las victorias de 1829. Facundo Quiroga llegó dramáticamente a Buenos Aires el 11 de marzo de 1830, huyendo del general Paz y los unitarios. Sin duda, Rosas explotó estos hechos para excitar el odio contra sus enemigos, pero la amenaza en sí misma era su­ ficientemente real y. al ponerse personalmente a la cabeza del federalismo intransigente, Rosas sólo respondía a las circunstancias. Retuvo los poderes extraordinarios, presidió una clara victoria federal en las elecciones de abril de 1830 y empezó a gobernar en forma antocrática. Hubo una cantidad de arrestos arbitrarios, que la Sala de Representantes se apresuró a criticar, pero los ministros Anchorena y Balcarce defendieron basándose en la seguri­ dad pública. Desde ese momento en adelante estaban en conflicto dos alas po­ líticas, el federalismo tradicional y el nuevo rosísimo. En consecuencia, el pri­ mer gobierno de Rosas se transformó en una lucha entre el gobernador y su facción, que buscaban implantar una dictadura, y la Sala de Representantes, que intentaba preservar el constitucionalismo federal. Y este conflicto era acompañado por otro que fue aun más prolongado, entre Rosas el centralista, que se negaba a otorgar una constitución, y los caudillos provinciales, quienes querían que se les reconocieran sus derechos. En julio de 1830, el gobierno pre­ sentó a la asamblea una propuesta para que se le ampliaran los poderes ex­ traordinarios concedidos por la ley del '6 de diciembre, de 1829, y fortalecer así la dictadura. Mediante una ley nueva, sancionada el 2 de agosto, los poderes otorgados al gobernador ya no quedaban limitados por la '‘necesidad’' ni por la obligación de rendir cuentas de su uso a la legislatura. Se le dieron “faculta­ des extraordinarias” f‘con toda la amplitud” para que “haga uso de ellas se­ gún le dicten su ciencia y su conciencia. ” A partir de ese momento, cuando Ro­ sas arrestaba y castigaba a sus opositores y suprimía la libertad de prensa y ios derechos individuales, no podía ser acusado ni debía rendir cuentas a na­ die. Pero en el transcurso de 1831, Paz fue tomado prisionero y su liga militar quedó derrotada. La victoria del federalismo, no sólo en Buenos Aires sino también en el interior, produjo el efecto de calmar la atmósfera política y de­ terminó una promesa de concluir con las facciones. En 1832 Anchorena dejó la administración, y otro tanto hizo García. El gobierno estaba en ese momento formado por Vicente López y Planes, José María Rojas y Patrón, Manuel Vi­ cente de Maza y Victorio García de Zúñiga. Éstos eran hombres dignos y sen­ satos que significaban un retorno a la normalidad institucional. ¿Quería decir esto que habían terminado los poderes extraordinarios? En los comienzos de 1832. Rosas tuvo conciencia de que la opinión pública, tranquilizada por la paz y la seguridad, estaba en favor de la vuelta a la legalidad. Esto era contrario a su propia convicción de que el país necesitaba un gobierno fuerte. A manera de táctica, empezó a amenazar con su renuncia. La ofreció por primera vez a la asamblea el 22 de enero de 1832. pero lo persuadieron para que la retirase.15

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Luego se vio que la táctica no era suficiente. El 11 de mayo de-1832, en lj¡ apertura de una nueva sesión del parlamento. Rosas devolvió las facultades extraordinarias, contra sus propios deseos. Durante los meses siguiente^ tuvo lugar una prolongada lucha verbal entre Rosas y .la asamblea, “El pro greso de este debate", comentó el ministro británico, "se ha caracterizado por una oposición más decidida a las opiniones del gobierno y por una exprej sión m ás libre de los distintos puntos de vista, tanto en la misma Sala comoj por parte del público, que las acostumbradas manifestaciones anteriores. ”-(j Rosas exigía una “reforma" de la constitución con un sentido autoritario. Laj negativa a obedecer de la legislatura fue la razón por la cual Rosas repetida^ mente se rehusó a aceptar la reelección. Esto no era simplemente para poned su precio, sino porque él creía sinceramente que el gobierno no podía fundo-j nar sin una mayor autoridad, y no quería ponerse en la situación de un gobier-j no fracasado. Tenía cierto apoyo en la asamblea, pero había mucha oposi-j cion. Algunos sostenían que “vivir constitucionalmente era una necesidad vi| tal de nuestra sociedad” ; otros hacían una distinción entre las facultades con-j íerídas para una emergencia y el otorgamiento de poderes dictatoriales per-] manantes a un hombre; y otros consideraban "alarmantes” las propuestas y| que era “muy peligroso poner el destino de un país en las manos de un solo| hombre. ”17 La votación dio por resultado que una mayoría se oponía al pro-] vecto. Los argumentos usados por la oposición irritaron a Rosas, lo misme] que la votación, y lo tomó como una afrenta personal; éste fue un factor del peso en su reehazo a aceptar la reelección como gobernador. | La Sala de Representantes, en la sesión del 29 de noviembre de 1832, acep-| tó las facultades extraordinarias devueltas por Rosas y expresó su gratitud! ante ei hecho de que “durante el gobierno de Vuestra Excelencia, la Provincial ha alcanzado la feliz situación de vivir en tranquilidad bajo la autoridad de l sus le y e s .E l 5 de didem bre de 1832 Rosas terminó su periodo de gobierno y laj Sala de Representantes procedió a elegir un nuevo gobernador. La asamblea! era totalmente federal en su composición, de modo que, inevitablemente, se -! ría elegido un federal. ¿Pero quién? Ofrecieron de nuevo el gobierno a Rosas. | y otra vez lo rechazó. Por lo tanto, el 12 de diciembre, eligieron al general S Juan Ramón Baleares, a quien se veía como el más cercano a Rosas desde el I punto de vista político y que tenía, de hecho, su aprobación; la continuidad í también se lograba con dos ministros rosistas, el doctor Maza y García Zúñi-1 ga. La salida de Rosas, sin embargo, dejó un vado de poder en el que podía ge- J aerarse la inestabilidad. El sector liberal del partido federal ganó más ban-J cas en la asamblea y dio al nuevo gobierno una alternativa ante el grupo favo- ] rabie a Rosas. Y. una vez en ei poder, Bálcarce no fue un dócil instrumento de J Rosas sino un político independiente que buscó el apoyo de los oficiales del | ejército y pareció decidido a gobernar, a dominar la asamblea,.refrenar la f prensa rosisía y mantener en su lugar la facción de Rosas. Luego se vería que:| había subestimado a la oposición. El 13 de octubre de 1833, una turba de tres-1 cientos rosistas fue dispersada y obligada a huir en el puente Barracas; pero J

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se reagruparon en las cercanías y comenzaron a presionar sobre la ciudad desde afuera. Rosas estaba en la Campaña del Desierto, cuyo ejército le pro■perdonaba otra base de poder; tenía ademas en el campo el apoyo de los peo­ nes y gozaba de una decisiva influencia sobre la milicia rara!. E l movimiento ¡ de resistencia rosista fue tomando impulso y quedó convertido en un sitio ar­ mado de Buenos Aires. Dentro de ia ciudad, la esposa de Rosas, doña Encar­ nación, movilizó a sus partidarios y preparó un enlace con las fuerzas resistas que estaban afuera; tenía confianza en que “deben esperarlos en la Capital, según los esfuerzos que hacen por reunirse y componer una fuerza imponen­ te”Is Rodeado y superado en su capacidad de maniobra. Baleares renunció el 3 de noviembre, y un día después eligieron gobernador a Juan José Viamonte. Si ei gobierno de Baleares había representado una intervención militar en la [ política, terminó en un triste fracaso, porque Rosas pudo convocar un apoyo | militar mucho más amplio que el ejército regular.ifi \ El Fosismo había demostrado que sus manipulaciones de ios sectores poí pnares rurales y urbanos podía generar poder político. Con ese factor en su | vn or, no tenía interés en volver a las instituciones normales. De manera que \ vía monte, inclinado a los principios constitucionales, nunca tuvo una oportuf aidad. Su gobierno perdió prestigio por ios ineficaces intentos del doctor.Gar; cía para reformar las finanzas, Perdió el apoyo de los federales conservado: res, como los Anchoren a, por su política eclesiástica liberal. Y se hizo sospe; choso ante los ojos de los estancieros rurales, quienes, junto con sus hombres, ' dieron a Rosas una base permanente de poder. Acosado y aislado, Viamonte . renunció en junio de 1834. El ritual político empezó de nuevo. La asamblea eli­ gió a Rosas gobernador, pero él lo rechazó porque pensaba que nG se podía ejercer el cargo sin facultades extraordinarias, y más aún teniendo en cuenta que Balear ce y Viamonte habían introducido en ia administración elementos que no eran dignos de confianza. Se negé cuatro veces, y entonces, el doctor Maza,..presidente de la Sala de Representantes, fue propuesto y aceptó. Rosas : pensó que podría controlar a Masa pero, como tantas veces ocurre. Maza no fue tan fácil de controlar una vez que estuvo en el poder. Rosas le quitó su apo­ yo, y pareció inevitable la cíclica repetición del conflicto. Rosas no se limitó a rechazar la gobernación, renunció además como Co­ mandante de Campaña (14 de julio de 1834), fundamentando su decisión en la mala salud y la necesidad de atender sus descuidadas haciendas. Era de cono­ cimiento general —y así lo decían ios observadores políticos-— que su retiro tenía la intención de perturbar al régimen e inducir a la asamblea a que le con­ firieran el poder total que él consideraba esencial para gobernar o, como te­ mían otros, “para convertir un sistema de gobierno constitucional y republi­ cano en. otro virtualmente despótico.,,2Í A medida que la sensación de insegu­ ridad aumentaba, el tácito argumento de Rosas se hizo irresistible. Y fuereforzado por un dramático golpe desde afuera. Facundo Quiroga, el veterano caudillo del interior, había sobrevivido a la violenta política de los llanos mediante una combinación de ferocidad militar

y férrea autoridad. Como azote de los unitarios, fue elegido por Buenos Aixg para llevar una misión de pacificación al noroeste. Iba como emisario, no só| de Maza sino también del mismo Rosas, quien el 20 de diciembre de 1834, des de la hacienda de Figueroa, escribió a Quiroga una larga carta aconsejando! sobre los problemas de mediación entre los caudillos enfrentados y sobre Ij necesidad de apartar al gobierno y a la gente del interior de la idea de un¡j constitución. El 25 de febrero de 1835, Rosas escribió otra carta a Quiroga de| cribíéndole un remedio para el reumatismo.s Nunca le llegó. Cuando regr^ saba de su misión sufrió una emboscada y fue asesinado el 16 de febrero en B& nanea Yaco. La muerte de Quiroga facilito el ascenso de Buenos Aires enlj confederación. También preparó el camino para el retorno de Rosas al poder Por éstas razones se rumoreaba en la época —y desde entonces asi lo han creí do muchos— que el mismo Rosas había sido el responsable del asesinato, a pdf sar de la versión oficial de que los autores del crimen de Quiroga eran sus enej migos políticos, los hermanos Rein ai é, de Córdoba.32Pero si bien Rosas result tó beneficiado por el asesinato, no existen evidencias que indiquen su autoría! El asesinato de Quiroga polarizó a los políticos de Buenos Aires en federal les doctrinarios, el ala liberal del partido, y los apostólicos, o resistas. E st| concluyó abruptamente con el triunfo de los últimos, como única aJternativf ante los unitarios y el caos. Se creyó que estaba en marcha una conspiraeíó| para eliminar a los líderes del partido y que se necesitaban extremas medida| de autodefensa. Tan pronto como el gobernador anunció a la Sala de Represen^ tantee, la noticia del asesinato de Quiroga, el 6 de marzo de 1835, ios diputado! se precipitaron unos sobre otros para levantarse y clamar a Rosas que salvaf ra al país de la anarquía, como ya lo había hecho antes. Era cierto que él ha, rechazado el ofrecimiento del cargo un año antes. Pero en ese momento la si tuación era diferente. Si era necesario, debían otorgársele facultades absolu­ tas para rescatar al país de la destrucción.23 Finalmente. Maza renunció el I de marzo de 1835, y la Sala votó el siguiente decreto: "Se deposita toda la su m a del poder público de esta Provincia en la persona del Brií gadier General D. Juan Manuel de Rosas, sin m ás restricciones que las siguientes: 1 Que deberá conservar, defender y proteger la religión Católica Apostólica Rom ana. 2, Que deberá defender y sostener la causa nacional de la Federación que han proclamado todos los puebios de la República. 3. E l ejercicio de este poder extraordinario du rará por todo el tiem po que a juicio del Gobernador electo fuese necesario.”

Rosas pidió doce días para considerar su respuesta. Finalmente, el 16 dé marzo de 1835, se dirigió a la Sala expresando su agradecimiento por el hoi: y lamentando el peligro inminente que amenazaba al país por la división opiniones, el choque de intereses y las pretensiones de los individuos, todo Is cual había paralizado totalmente la acción del ejecutivo. Declaraba luego qut la única manera de resolver el problema era darle la entera suma del podes publico, pero con el respaldo de la opinión pública, “que todos y cada uno de los ciudadanos habitantes de esta ciudad, de cualquier clase y condición que

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fuesen-expresen su voto precisa y categóricamente sobre el particular”.24 TambiénJa legislatura estaba dispuesta a explorar la opinión de toaos los ciu­ dadanos, por lo menos para compartir la responsabilidad de establecer una dictadura. ■ El plebiscito se llevó a cabo los días 26 a 28 de marzo en las parroquias de Ja ciudad de Buenos Aires, y ei electorado tenía que votar por “s r o por “no” con respecto a la proyectada ley: esto no era exactamente para elegir a Ro­ sas, sino para “manifestar su opinión” en esta elección. También sépermiííó catar a ios extranjeros. En realidad, los votantes comprendían a todos "los ciudadanos habitantes de la ciudad”, “todo hombre libre, natural del país o avecindado en él, desde la edad de veinte años o antes si mese emancipado”. El voto universal masculino no era nuevo en la Argentina. Se había estableci­ do por primera vez por la ley electoral de Buenos Aires del 14 de agosto de 1821, que otorgaba el voto a “todo hombre libre, nativo o habitante del país, a partir de la edad de veinte años”. Esa vez había dos diferencias. Primero, ei plebiscite se realizaba solamente en la ciudad de Buenos Aires, presumible­ mente para ahorrar tiempo y en la suposición de que el campo era completa­ mente resista. En segundo lugar, mientras que normalmente sólo habían vo­ tado en las elecciones unos pocos cientos de personas, en ese momento partici­ pó una cantidad mucho mayor. EJ resultado rué: nueve mil trescientos dieci­ séis en favor de ia nueva ley; cuatro en contra.25 Calculando una población de unas sesenta mil personas en Buenos Aires, y un padrón electoral de veinte mil, esto significaba-que Rosas había recibido el voto de un cincuenta por ciento dei electorado que, inclusive, había sido obligado a concurrir a ios co- • micios por una mezcla de propaganda oficial y presión de los activistas. El ministro británico creía que, aunque aparentemente Rosas había recibido una aclamación universal, en realidad lo habían llevado al poder ios conser­ vadores y sus propios “servidores a medio-civilizar”, y con la sanción de un “sistema,de amenaza y terror”.26La amenaza ejercida por la maquinaria po­ lítica de Rosas era realmente fundada, como se verá. Por esta razón eran muy significativas las numerosas abstenciones; abstenerse constituía un acto positivo y peligroso y. para mucha gente, un acto de müitaneia. Rosas nunca repitió el experimento. A continuación del referéndum, la mayoría de los diputados apoyó la nue­ va ley, que fue finalmente sancionada ei r de abril de 1835. En su mensaje a la Sala, fechado el 4'de abril, Rosas aceptaba el cargo de gobernador, a pesar de sus “costosas” consecuencias, su salud debilitada, y el daño a sus intereses.27 Señalaba que se le había confiado “ilimitado poder por el término de cinco años” y que, aunque algunos pensaban que durante ese período era innecesa­ ria la existencia de la Sala de Representantes, él no podía aceptar esto, y espe­ raba que “los Sres. Representantes, que aun cuando tengan a bien cerrarla Legislatura, y a la vez suspender sus sesiones,.harán que continúe la Honora­ ble Sala, renovando cada año los Sres. Diputados que corresponda, y obser­ vando todas las demás formalidades indispensables para su conservación”.

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Era una siniestra perspectiva, que llegaba aun más allá que la preceden-'; te de 1S29-32. Entonces, por lo-menos, los tres poderes eran independientes.; teóricamente. En ese momento, se había dotado ai ejecutivo de poderes ex-'; . traordinaríos cuyos límites serían establecidos por él mismo, no por xa legis-;| latura. La Sala de Representantes quedaba reducida a cero. Y los jueces sólo ] serían independientes hasta la medida que el gobierno se lo permitiera. Si al-1 guna vez los nombres buscaron refugio de la anarquía en un leviatám eso fue | lo que hicieron en Buenos Aires en 1835. f El lunes 13 de abril de 1835. un ala de brillante sol otoñal, fue de fiesta pú- j blica en Buenos Aires, con desfile de tropas, multitudes que adamaban desde j los balcones y los techos, un arco triunfal en la esquina del cabildo, puertas y-j ventanas adornadas con sedas rojas y amarillas y las calles y postes de luces J cubiertos de ñores y estandartes. A la una de la tarde, Rosas, acompañado f por los generales Pinedo y Mansilla, se presentó en la Sala de Representantes § para prestar el juramento del cargo. Luego, tirado por hombres en vez de ca-1 ballos, fue conducido hasta el fuerte en su carrosa, donde las damas se apiña-1 ban en las terrazas, balcones, puertas y ventanas, arrojando flores al paso de-l los que desfilaban. Un observador registró una breve tragedia: “La cuadra | antes de llegar a la plaza de la Victoria, la rueda del coche apretó un niño de 121 o 14 años, que incauto se metió debajo de él y lo m ató; funesto principio que in -1 died antes del mando, lo que había de ser después de estar en él.”28 Durante | las semanas siguientes, la vida pública de Buenos Aires fue una continua ron--| da de tedéums, conciertos, bailes patrióticos y banquetes. El crescendo de l adulaciones era cada vez mayor mientras los diversos grupos sociales, mili-1 cares, comerciantes, funcionarios y otros rivalizaban para demostrar su leal-1 tad a Rosas. Los principales barrios de la ciudad organizaron sus propios fes- jj tejos. Revivieron las corridas de toros. El gobernador ofreció un baile en la | casa de gobierno, en el que las damas estaban “'federalmente vestidas”, sin la t menor traza de azul en ninguna parte.25 Rosas asistió a una función de teatro I especial en la que habían puesto su retrato en el escenario mientras le rendían | honores musicales con un himno dedicado si Restaurador de las Leyes. En i otra ceremonia, organizada por el ejército, llevaron por las calles un gran re- í trato de Rosas en un carruaje adornado con banderas y trofeos militares y f arrastrado por sus seguidores vestidos con chaquetillas rojas. La adulación, f se convirtió en idolatría, y los retratos del Restaurador ocuparon ios altares f de las principales iglesias. :]. La contribución particular de Rosas en estas celebraciones.inaugurales l fue una proclamación en la que prometía usar sus poderes ilimitados para lie -1 var a un rápido juicio y a la muerte a los enemigos del régimen, de manera. ¡ que “de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros”, y con la espe- f ranza.de que otros se alejarían espantados por el terror. Se veía a sí mismo ] como un dictador por derecho divino y consideraba a los justos castigos que él I imponía como un acto de Dios.30 En este sentido, sin embargo, el régimen co-J menzó con moderación; tres acusados de conspiración militar contra ei g o -|

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bernador fueron fusilados el 29 de mayo de 1835 en la Plaza del Retiro y sin jui­ cio previo. A excepción de éstos, hubo pocas muertes en el primer año y entre los diversos espectáculos ofrecidos al populacho, las ejecuciones públicas no fueron lasunás importantes. 'Las demostraciones estaban inspiradas oficialmente y constituían un an­ ticipo del estilo de gobierno de Rosas, un signo exterior de la sumisión inte­ rior. Pero la obediencia pasiva no era suficiente. Rosas quería un apoyo abso­ luto y activo de todas las instituciones del país, desde la Sala de Representan­ tes, las cortes de justicia, la burocracia, la prensa, la Iglesia, los militares, hasta de los patrones y los peones. Como Rosas controlaba todas las institu­ ciones dél Estado y la sociedad, no había tolerancia para la oposición, ni tam­ poco oportunidad alguna, sólo una existencia clandestina y peligrosa. Rosas proclamó una sola y exclusiva verdad en política. La Sala de Representantes continuó como criatura del gobernador, a quien ella formalmente había “elegido “. Adoptó Ja costumbre de enviar su re­ nuncia a la Sala de tanto en tanto. Pero jamás fue aceptada. Porque la Sala de Representantes solo representaba al régimen. Hubo elecciones para la legis­ latura —aunque no para el ejecutivo— y desde 1S36 siempre se presentaban candidatos oficiales y siempre eran elegidos. La Sala estaba compuesta por cuarenta y cuatro diputados, y la mitad de ellos se renovaba anualmente m e­ diante elecciones. Pero sólo una pequeña minoría del electorado podía parti­ cipar. y los jueces de paz teman el deber de enviar estos votos al régimen. De esa manera, ara.Rosas quien escogía a la asamblea; los diputados estaban comprometidos con el régimen v tenían intereses creados para preservarlo. Y ninguno de ellos quería ser reconocido como el diputado que votara —sin éxito— para aceptar la renuncia del gobernador. Por lo tanto, la asamblea era en gran parte un simple ejercicio de relaciones públicas, tanto para con­ sumo interior como exterior. La debilidad de la asamblea se originaba en Ja circunstancia de no tener con exclusividad la función legislativa y el control financiero. En el primer aspecto , la suma del poderipermítía a Rosas .legislar por decreto, Como hizo notar un ministro británico: :tSu palabra es literal­ mente una ley, para él y para todos los que viven debajo de él. 'rS1En lo referen­ te a finanzas, la Sala no tenía poder de veto sobre ingresos ni sobre egresos. Su derecho original de apropiación se perdió una vez que Rosas recibió facul­ tades absolutas en 1829..Y la Sala no hizo esfuerzo alguno para recuperar el control financiero, en parte porque había sido impuesta por Rosas la condi­ ción de obtener el poder absoluto o dejar el país en el caos, y en parte porque él era conservador y por lo tanto intachable en cuestiones de impuestos. De ma­ nera que las estimaciones financieras presentadas anualmente por Rosas a la asamblea requerían aprobación y no restringían los gastos adicionales o ex­ traordinarios más allá de lo calculado. En marzo de 1839, la Sala fue convoca­ da tres veces para considerar un proyecto de ley sobre un impuesto directo. En ninguna de esas ocasiones hubo quorum. En 1a cuarta convocatoria, el Presidente de la Sala agregó la amenaza de que informaría Jas ausencias al

gobernador. Esa vez el salón se-llenó hasta-exceder la capacidad, con diputa­ dos y gente llevada de las calles y caminos.32 Había una maquinaria política para organizar el apoyo a Rosas. Aunque él comunicó a la Sala de Representantes que debía elegir un sucesor que lo reemplazara al término de su mandato en abril de 1840, esto no debía tomarse en su sentido aparente. Sus agentes lo sabían. El 9 de noviembre de 1839. el di­ putado Baldomero García, conocido oportunista, entregó a ia Sala una peti­ ción que había recibido de los jueces de paz del séptimo distrito, eipartido de Giles; estaba firmado por doscientos cinco habitantes y solicitaba la reelec­ ción de Rosas como gobernador y capitán general de la provincia.” Las peti­ ciones de ese tipo se multiplicaron en los meses siguientes. Por cierto, la orga­ nización de Rosas consideró esto como una ''elección”. Su más fiel vocero e in­ dicador válido de la opinión-,rosista era el diputado Agustín Garrigos, un fede­ ral fanático que había participado en la campaña de Rosas de 1835, El 10 de enero de 1840, este diputado propuso a la Sala que el mandato de Rosas debía continuar hasta .el fin del bloqueo francés, y que para esto debía realizarse un plebiscito. Éste era el verdadero objetivo de Rosas y sus partidarios: el cargo sin límites de tiempo ni de poder, y que ia ley apropiada fuera sometida a un referéndum o. más bien, a la aclamación por petición. Garrigos, Baldomero García y otros diputados rosistas montaron una elocuente campaña en la asamblea y actuaron como vehículo de las “peticiones” de diferentes locali­ dades, asegurando la inevitable resolución de la Sala (5 de marzo de 1840) para que Rosas fuera elegido gobernador con las mismas-facultades que en 1835, resolución que, según se propuso.no debía ser debatida sino aprobada por aclamación, y así fue.34 Igualmente inevitable resultó el rechazo de Ro­ sas, ante la gran consternación de la asamblea, convencida de que “el señor Rosas es el.único capaz de contener las m asas.” Rosas ofreció entonces con­ tinuar en el cargo por seis meses. La invasión de la provincia por el general Lavalle en agosto "de 1840, seguida por el Terror de Octubre, preocuparon a Rosas hasta sustraerlo del ritual político, mientras que la asamblea se dedi­ caba más a la declamación de panegíricos del Restaurador que a recordarle el completamiento de su término en el cargo, Rosas tuvo que llamar la aten­ ción a los. diputados en diciembre de 1840. y de nuevo ofreció permanecer en el poder por otros seis meses, aunque sin indicar las fechas que marcaban la ini­ ciación ni la finalización de ese periodo. La Sala expresó sus deseos de hacer cualquier cosa que él pidiera. El ‘'plebiscito” de 1340 fue descripto por Garrigos a la Sala como “un acontecimiento histórico y el primero en su linea, pues que no se ha visto hasta hoy una manifestación en más de toda la población, pidiendo la reelección del Jefe del Estado”. Informó que había seis mil doscientas una firmas de ia ciudad de Buenos Aires y nueve mil quinientas veintiséis provenientes del campo.35 Los “vo­ tos”,, naturalmente, eran simples firmas de las peticiones, Y éstas habían sido instigadas por las autoridades, reunidas por ios jueces de paz, oficiales de po-

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Hela, o' sacerdotes, y firmadas bajo presión. Las firmas estaban invariable­ mente encabezadas por ios líderes'loe ales, seguidas por funcionarios inferio­ res; luego venían los nombres de muchos que firmaban personalmente y mu­ chos otros que, no sabiendo'escribir. eran representados por otros para la fir­ ma. Obviamente, el solo hecho de pedir a alguien que firmara, o que diera'su acuerdo para que lo incluyeran, en esa sociedad en la que nada era privado, la disensión peligrosa y la amenaza siempre presente, significaba una exigen­ cia casi irresistible, Y las cifras informadas en la Sala tenían tendencia a ex­ ceder a las verdaderas de las listas. Aun así, el resultado de 1840 podía moti­ var una interpretación diferente. No había sido un verdadero referéndum realizado de acuerdo con la ley electoral, como en 1835; de modo que no exis­ tían limitaciones con respecto a quiénes podían votar, libres o esclavos, nati­ vos o extranjeros, residentes o en tránsito. En estas peticiones podía partici­ par toda la provincia. Sumando las firmas que llegaron después del 5 de mar­ zo, la cantidad total fue de dieciséis mil cuatrocientas cuarenta y tres. Si la po­ blación de la provincia totalizaba alrededor de ciento setenta mil personas, los “votos” de 1840 significaban sólo un nueve con seis décimos por ciento. Rosas persistió en mantener una pretensión de constitucionalismo hasta el fin mismo de su régimen. Los extranjeros escépticos escuchaban solemnes conferencias del gobierno; les informaban que en Buenos Aires existía la opi­ nión pública y que la asamblea la representaba. Ha tenido la ceguera, o el descaro, de jactarse más de una vez ante mí de la absoluta inde­ pendencia de que goza aquí la Sala de Representantes, Es verdad, como él dice, que ja­ más ha indicado a miembro alguno lo que debe decir, pero, agrega, nunca se negó a dar su opinión a aquellos que fueron pidiendo consejo; y el hecho es que cada uno de ¡os miembros de la Cámara habla como lo hacían en un tiempo los proponem.es de leyes en Atenas, con una soga alrededor del cuello. Yo sé que la opinión de cada miembro de la Sala que se distingue por la violencia de. sus discursos es directamente contraria a la doc­ trina que predica.

Mientras tanto, a medida.que Rosas continuaba gobernando, había llega­ do a parecerle correcta una eventual reelección. En 1850 todavía expresaba su renuencia a ejercer el cargo y su deseo de retirarse, lamentando siempre la crueldad de su pueblo al mantenerlo en el puesto. La noche anterior a ia última me expresó: Siempre le dije que yo era un esclavo que tra­ bajaba con cadenas de oro, ahora mis crueles compatriotas las han tachonado de dia­ mantes. Rompió luego en lamentaciones sobre las deficiencias de ios hombres, los sacri­ ficios que ya le habían costado a su salud y casi su vida, y luego señaló a su hija —que llo­ raba a su lado— como otra víctima en el altar del patriotismo... Pero ésta es su manera de ir preparando las elecciones; el año próximo expiran sus cinco años de dictadura vota­ da por el país. Yo tengo informaciones secretas pero dignas de fe en el sentido de que está preparando el camino para que le acuerden el Poder Supremo en forma vitalicia.37

Si deseaba o no Rosas gobernar por el resto de su vida no se ha sabido.

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pero lo cierto es que indudablemente quería que sus hijos lo sucedieran. Por primera vez se comenzó a hablar de la idea en los peligrosos años 1839 a 1841. ' En respuesta a una cantidad dé complots de asesinato de Rosas, reales, imaginarios o inventados que culminaron en ia “máquina infernal’- de 1841, un grupo de ultrafederales. —José María Rojas, Felipe Arana. Felipe Ezcurra. Juan N. Terrero. Nicolás Anehorena, Lucio Mansilla y otros— se sintieron alarmados ante la perspectiva de un inminente problema sucesorio. Decidie­ ron que la única sucesora posible era la hija de Rosas, Manuela, y pidieron a Rosas que recomendara la idea a los federales de otras provincias. Sin em ­ bargo, no fue éste el origen de ¡a propuesta; el mismo Rosas ya la había lanza­ do. En ios momentos de conspiración y crisis de 1839. advirtió a su intimo amigo Vicente González sobre el inevitable conflicto que se produciría entre los federales en el caso de que lo asesinaran y tuviera que ser reemplazado. Esto podía evitarse manteniendo ia sucesión en la fam ilia: “En Manuela mi querida hija íienenustedes una heroína. — :Qué valor' Si el mismo de la Madre— ¿Ni que otra cosa podría esperarse de los hijos de una señora ia esencia de la virtud?... ¿Y Juan? Está en el mismo caso, son dos dignos hijos de mi amante Encarnación, y sí Yo falto pur disposición de Dios en ellos ande encontrar usted quienes puedan suceder m e”.38 Una gobernación hereditaria; ésa era la contribución de Rosas a las ideas constitucionales. Su sistema seguiría viviendo en sus herederos. Así como controlaba la legislatura, también dominaba Rosas el poder judícial. No sólo hacía las leyes, las interpretaba, las cambiaba y las aplicaba. Es verdad que la-maquinaria normal de 3a justicia continuó funcionando. En la base de la pirámide legal estaban los jueces de paz; éstos no eran solamente.administradores. oficiales de policía, recaudadores de impuestos y agentes políticos, sino también magistrados,..Había un juez de paz por cada distrito y once por la capital. Arriba de ellos había cuatro jueces, dos para los casos civiles y dos para los criminales; ellos recibían apelaciones de los jueces de paz y eran también jueces de primera instancia en lo civil y criminal. Las apeladones a sus juzgados iban al juez de apelaciones (ju ez de alzada,, uno solo para tod a la provincia. En el más alto nivel estaba la suprem a cor te, o cámara , qu e reemplazaba a 3a antigua audiencia española, estaba compuesta por nueve miembros y fue presidida durante casi todo el régimen por Vicente López y Planes. Había también una corte de revocación, establecida por Rosas en 1838. En estas instituciones legales, ileg itim id a d resistía v ia ley sobrevivía. Pero no era la ley la que reinaba. La intervención arbitraria del ejecutivo minaba la independencia del poder judicial. Sin ser presidente deninguca corte, Rosas tomaba personalmente algunos casos, leía las evidencias, examinaba los informes policiales y. sentado solo en su escritorio, emitía su juicio eseríbiendo en los expedientes: “fusílenlo”', “múltenlo", “pónganlo en prisión”, “al ejército”. Muchos de estos casos se han conservado en los archivos, y hacen revivir el verdadero significado deí poder absoluto.35 En algunos de ellos, especial-

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mente en los de delincuencia rural. Rosas actuaba sobre la base de las reco­ mendaciones de Vicente González, quien le enviad a informes sobre ios deteni­ dos delincuentes o políticos. El gobernador los consideraba., escribía su sen­ tencia en el documento y lo pasaba ai Camarista Juez Especial, Manuel Vi­ cente de Maza, para que se registrara judicialmente y se procediera. Lázaro Gorosito, de veintiséis años de edad, de Santiago, huérfano. Des­ pués de prestar servidos militares para la causa federal se había dado a una vida de delincuencia que incluía robo a una casa privada, evasión de arresto, otros robos posteriores de caballos, ropas y diversos efectos, la mayoría de ios cuales habían sido luego recuperados. Lo habían arrestado hacía varios me? ses-en Buenos Aires. González recomendó una sentencia de cinco años de ser­ vicios militares .en la frontera.. Rosas tomó en consideración el año que ya ha­ bía pasado en prisión esperando el juicio, y lo sentenció a siete años en el E s­ cuadrón de Dragones, en la nueva frontera (31 de octubre de 1836). Migue} Roldan, cuarenta y un años de edad, federal de Córdoba, con ser­ vicios militares. Estaba empleado en el partido de Lujan y lo arrestaron por llevar ganado robado a la casa de su patrón, cumpliendo órdenes de este-últi­ mo. González recomendó cinco años en el Regimiento de Blandengues en la' frontera. Esta sentencia fue confirmada por Rosas ir de noviembre de 1835). Cipriano Alfaro, de veinticinco años de edad, de Entre Ríos, sin- antece­ dentes de servicio para la causa federal. Fue arrestado por el juez de paz del partido de Lobos por apuñalar a un hombre, y enviado a Buenos Aires. Gonzá­ lez recomendó cinco años en el Regimiento de Blandengues en la frontera. Ro­ sas lo confirmó (F de noviembre de 1835). Pedro Ignacio González, de veintitrés años, de Santiago, huérfano. Fue arrestado por desertor de su regimiento, recibiendo cien latigazos después del arresto. González recomendó diez años en el Regimiento de Blandengues en la frontera. Rosas lo confirmó, agregando que en caso de reincidir en la de­ serción debía-ser fusilado (F de noviembre de 1835). Manuel Gorocito, de veinticinco años, porteño. “Éste parece mal Fede­ ral, porque nunca ha prestado servicio alguno a la Patria, ni ha servido en el Ejército Federal. ” Fue arrestado y aherrojado por robar terneros sin marca. González recomendó ocho años en el Regimiento de Blandengues en la fronte­ ra. Rosas lo sentenció a prestar siete años de servicio en el Fuerte Argentina, debiendo previamente pasar un año en prisión en el mismo lugar (Io de no­ viembre de 1836). Rosas justificaba la usurpación de las funciones judiciales basándose en sus facultades extraordinarias: “Aun quando estoy investido por la Honorable Junta de Representantes con la suma del Poder público, teniendo siempVe muy presente el fin con que se me dio esta alta y ex­ traordinaria investidura, he cuidado de no hacer otro uso que si muy preciso con relación al orden y tranquilidad general delPays, dejando correr cuanto me ha sido posible todas las cosas por su orden y conductos regid ares, mientras esto no estudíese en oposición con los objetos de la Política. Assi es que no me be ingerido en los asuntos correspondientes a

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los Tribunales de Justicia, sino solamente en las causas criminales, nombrando pars es­ tas un Joes especial aim de. que el pronto castigo de los delincuentes preservase ai pays de muchos delitos y asegurase d orden y tranquilidad de todos,"

En resumen, Rosas era un gobernante absoluto, "Como él mismo me lo dijo”, observó ei ministro británico Southern, “ejerce un poder más absoluto que cualquier monarca desde su trono.”40 Rosas no dominaba solamente los poderes legislativo y judicial, también controlaba la administración. Una de sus primeras y más intransigentes me­ didas fue purgar la antigua burocracia. Este era el modo más simple de elimi­ nar a los enemigos políticos y recompensar a sus seguidores, e inherente a la organización patrón-protegido que tenía ia sociedad. El mismo lo expresaba en términos más elevados. Después de un periodo de extrema violencia políti­ ca. explicaba a las provincias, el único método de gobierno que quedaba era “la depuración de todo lo que no sea conforme ai voto general de la República. Nada dudoso; nada equívoco; nada sospechoso debe haber en la causa de la Federación" ,41Había empezado ya a practicar en Buenos Aires ur¡ sistema de reparto. Entre el 13 y el 30 de abril de 1835. mediante una serie de veinte de­ cretos, destituyó a funcionarios y jueces de la administración anterior, y por otras disposiciones retiró una cantidad de oficiales del ejército. El 5 de mayo dispuso el retiro de ciento sesenta y siete oficiales del ejército, cuarenta y ocho funcionarios de la administración y seis miembros del clero.42 A los ofi­ ciales que ya estaban retirados pero eran de filiación unitaria, los privó de sus haberes de retiro. Toda la política de depuración tenía por finalidad eliminar a ios “enemigos interiores” ; se atribuía a las victimas su condición de unita­ rios o de ser simplemente personas que no eran suficientemente entusiastas en su federalismo. Los beneficiarios.eran parte de la"clientela., iprotegidos} que Rosas había acumulado en su camino hada el poder. Algunas de las va­ cantes. especialmente los lucrativos puestos-en la aduana, se llenaron con los militantes en la Sociedad Popular Restauradora: otros candidatos a nombra­ mientos —por ejemplo en la policía— tenían que superar comprobaciones po­ líticas para demostrar que eran federales y no habían sido nunca unitarios. Y, a menudo, la expulsión del cargo no era sino la primera etapa de una larga separación del país, en la que los proscriptos abandonaban Buenos Aires y buscaban refugio en Uruguay y Chile junto con otros exiliados. La nueva administración no era excesivamente grande, y algunas de las primeras-vacantes quedaron sin llenar, como parte de las economías en los gastos que debió efectuar el régimen. Los diversos ministerios y departamen­ tos —relaciones exteriores, gobierno, justicia, hacienda, policía, y defensa— tenían un total de poco más de doscientos funcionarios.43 El departamento de policía tenía diecisiete funcionarios de jerarquía y siete empleados. De arriba hacia abajo, las calidades de cliente y de federal constituían el principal criterio para efectuar los nombramientos; la idoneidad ocupaba el segundo lugar. EÍ ministro de Hacienda, José María Rojas y Patrón, era uno de los fe-

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derales más liberales y un competente jefe de departamento. Las aptitudes de otros para los cargos eran menos convincentes. El ministro áe Bel aciones Exteriores era Felipe Arana. Cuando ofrecieron su propio cargo a Rojas y se enteró de que .Arana habría de ser colega, objetó la promoción de alguien tan poco capacitado: Tomás de Anchorena estaba presente en la entrevista y ter­ minó la disensión cenias palabras 11Arana entrará. Si no es por bien, por el sa­ ble. :>4ÍPero si a Arana le faltaba estatura moral e intelectual, tenia en cambio otras condiciones, una o dos délas cuales interesaban mucho a Rosas, Era útil tener en su entorno un político urbano, especialmente si era alguien totalmen­ te servil. Además, ese hombre pertenecía a la red familiar de Rosas, ya que era hermano de la esposa de Nicolás Anchorena. En 1832, siendo presidente de la Sala de Representantes durante las controversias sobre la renuncia de Ro­ sas, dijo a su señor: “Yo haré lo que Ud. m e díga,;’45Y siempre lo hizo así. Ro­ sas trataba a Arana más como un empleado que como a un colega. “En reali­ dad. aquí hay dos ministerios de Relaciones Exteriores !\ observaba Southern. “El que conduce el gobernador con sus veinticuatro secretarios priva­ dos, que trabajan las veinticuatro horas del día. una mitad de día y la otra de noche. ” El otro ministerio era el de Arana, que se ocupaba simplemente de los asuntos menores y de la ejecución de la política.46 Oíros dos departamentos, , Interior y Guerra, recibían también la atención personal del gobernador, y sus respectivos titulares, el doctor Garrígos y el general Pinedo, políticos fe­ derales de alma, ni siquiera tenían nivel ministerial. Un miembro notable de la administración en los primeros años era el doctor Manuel Vicente Maza, antiguo amigo de Rosas, consejero y, hasta cierto punto, maestro del dicta­ dor. Maza era un hombre inteligente y capaz, que estaba por encima del nivel promedio del gobierno, y como presidente de la Sala de Representantes y déla Suprema Corte de Justicia parecía habér retenido cierta cuota de indepen­ dencia. Pero durante mucho tiempo había sido un entusiasta defensor de las ideas y actos de Rosas y, si bien no ignoraba los deberes constitucionales, no mostraba tampoco aversión hacia el sistema o el absolutismo de Rosas, de los que pronto seria él mismo una victima. Aparte de sus ministros y burócratas, Rosas tenía cierto mlxnero de cola­ boradores que mejor podrían ser llamados guardaespaldas. El más notorio de ellos era Vicente González, el Carancho del Monte, quien llegó a ser el prin­ cipal agente rural del dictador .'González era un paisano tosco y primitivo, que había llenado un papel informal pero específico en cada etapa de la carrera de Rosas: servidor gaucho del caudillo rural antes de 1829, cacique de Monte mientras el patrón se hallaba ausente peleando o gobernando, cuaríeímaestre de la expedición al desierto, intermediario en la revolución de octubre de 1833. agente de terror, ejecuciones, encarcelamientos y deportaciones d e s-' pués de 1835. La amistad entre el jefe del Estado y este bárbaro no era vista con buenos ojos por los federales más refinados. Ciertas observaciones de Tomás de Anchorena parecen haber puesto a Rosas a la defensiva:

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"Don Vicente Gonzales no m e-dirige, ni puede ser por que es un hombre común, ni a mi me dirige nadie. L a c o n o s c o desde ei año i?. Hemos vivido siempre muy amigos muy fi­ nos, muy consecuentes, y k aprecio deberás por su fidelidad, y tantos motivos que ya es de suponerse en qmistad tan antigua. No es Español, y no es capaz de hacer mas que ie que yo le, aconseje. Lo del sintilio no es de ei. ”47

En realidad, González era un sirviente politico, que mantenía un ojo de águila en el sector rural para su amo ausente. Pero era algo más que un parti­ dario y un sirviente: era un compinche, a veces un bufón, con quienRosas bro­ meaba más que conversar. En 1S4I Rosas lo reprendió por haber bebido cier­ ta cantidad de su vino Bordeaux, én Monte, que se suponía debía administrar él durante ia ausencia de Rosas; pero Rosas le aseguró que le perdonaría ia deuda “por cada unitario y unitaria.; que fuera capaz de degollar en Córdo­ b a ” Este gaucho rudo y violento, tan lleno de fiereza y agresividad durante el período ascendente deRosas, era un hombre destrozado después de Case­ ros, cuando se lo vio vagando sin rumbo por las calles de Buenos Aires, medio .ciego, con un rosario en sus temblorosas manos y murmurando con incohe­ rencia. El sistem a de gobierno que operaban Rosas y sus colegas era en extremo primitivo y carecía por completo de una estructura constitucional. Ellos no gobernaban “la Argentina". Las trece provincias se gobernaban a sí mismas en forma independiente, aunque estaban agrupadas en una Confederación General de las Provincias'Unidas del Río de la Plata. Sin embargo, aun sin una unión formal, las provincias estaban obligadas a delegar ciertos intere­ ses comunes al gobierno de Buenos Aires, principalmente las políticas de re­ laciones exteriores y de defensa y. ocasionalmente, algún elemento de juris­ dicción leg a l; cuando Rosas redamó para Buenos Aíres el juicio yeieeución de ios asesinos de Quiroga, convenció a las provincias para que aceptaran que, en efecto, se trataba-de un crimen federal. Rosas, por Jo tanto, ejercía al­ gún control de faeno sobre las provincias, en parte para impedir que la subver­ sión y la anarquía se filtraran en Buenos Aires, en parte para tener una segura base ‘en su política económica y exterior, y en parte, finalmente, para adquirir para surégím en una dimensión nacional. Su política consistió en desgastar a los caudillos provinciales y conquistarlos con paciencia. Rosas expandió su poder en el litoral en ios años 1835 a 1840. Primero fue el gobernador dé Entre Ríos, Pascual de Echagüe, quien se apartó de la influencia del poderoso Esta­ nislao López y se sometió incondicionalmeute a Rosas, Luego Corrientes, que resentida por su inferioridad económica, resistió y declaró la guerra a Rosas; pero ia derrota y muerte del gobernador Serón de Astrada en Pago Largo (31 de marzo de 1839) puso también a Corrientes bajo ei dominio de Buenos Aires. Estanislao López, el gobernador de Santa Fe. era el más formidable de los caudillos provinciales, con larga experiencia en las políticas ínter provincia­ les y una reputación en el interior equivalente a la de Rosas. Pero López murió en 1838. La siguiente elección de Domingo Cuben provocó una crisis menor, resuelta con el triunfo de Juan Pablo López, un protegido y, a partir de ese mo-"

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mentó, dependiente de Rosas. De manera que, en cada una d élas provincias pudo Rosas imponer gradualmente gobernadores aliados, satélites o simple­ mente débiles. Con la dominación del litoral, estaba listo para enfrentar al ge­ neral Rivera, quien, secundado por Lavaile y los emigrados-unitarios que se hallaban en e-1 Uruguay, habían derrocado al presidente Oribe constituyéndo­ se en un grave desafío para Rosas. En las relaciones interprovinciales, Rosas pretería el poder informa] a una constitución escrita. Siempre se negó a preparar una constitución, ale­ gando que. antes de que llegara el momento oportuno para la organización na­ cional, debían organizarse las provincias ellas m ism as; el progreso de las partes debía preceder al del todo; y la primera tarea era derrotar a los unita­ rios. Así lo comentó con Quiroga antes de su última misión, “si no hay estados bien organizados y con elementos bastantes para gobernarse-por sí mismos, y asegurar el orden respectivo, la república federal es quimérica y desastro­ sa .”® El aparato de gobierno que funcionaba bajo Rosas no era sofisticado pero sí ordenado y metódico. El centro de poder era el despacho privado de Rosas con su propio equipo de empleados. ÉJ era un dictador personal y cumplía por sí mismo la mayor parte del trabajo, haciéndolo en una extravagante rutina, casi siempre de noche, en una forma que desconcertaba a sus sirvientes y visi­ tantes. Era capaz de empezar a las tres de ia tarde y continuar sin pausa hasta las ocho o nueve de la mañana siguiente, en que finalmente se iba a la cama. “No tenía hora fija para dejar de escribir”, observaba uno de sus principales secretarios, “y sus empleados debían ser dotados de buena salud para sopor­ tar la tarea.”50 Un grupo de empleados trabajaba en turnos para seguirle'el ritmo, Perdía mucho tiempo en trivialidades y parecía incapaz de discrimi­ nar entre diferentes prioridades: detalles de asuntos domésticos, provisio­ nes, vestidos para Manuelita, órdenes de ejecución, encarcelamiento o cons­ cripción de gente, se mezclaba todo en su agenda de trabajo y recibía tanta atención como los asuntos básicos de política. No había aprendido bien a delegar. Era muy reservado y silencioso, per­ mitiendo a cada uno de sus servidores sólo una porción de conocimientos, aquella que él necesitaba. Ni siquiera sus ministros compartían el trazado de la política. Cuando el ministro británico Southern se quejó de que no podía ob­ tener de Arana la más mínima expresión de una opinión, Rosas explicó: No imagine que mis ministros son otra cosa que secretarios. .Los pongo en sus puestos . para escuchar e informar, y nada más. Antes era diferente: los ministros acostumbra­ ban ir a la Sala, donde eran acosados por ios d o c t o r e s , las plagas de todo gobierno, y a ve­ ces los llevaban a deeir un monidnde cosas que costaban grandes dolores de cabeza: pero no tardé en cambiar iodo eso.51

Nú tenía sesiones conjuntas con sus ministros; ni siquiera los consultaba individualmente: les enviaba notas e instrucciones, de las que ellos eran m e­ ros ejecutores, De manera que trabajaba solo, sin un equipo ministerial, deci-

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diendo y aplicando la política por sí mismo y comunicándose directamente con sus generales, policía, jueces de paz y otros gobernadores. Sus secreta­ rios recibían y clasificaban la correspondencia y los despachosque llegaban y ios entf egaban a Rosas. Pero él escribía o emitía personalmente la correspond dencia: “Tengo que hacer yo mismo toda la correspondencia, y no me es posi­ ble entregar a otro un trabajo que es de absoluta necesidad que vo personal­ mente lo haga.”52 El hecho es que no confiaba en la gente. Él mismo era un maestro del disimulo, on rasgo adquirido tai vez como consecuencia del am­ biente que lo rodeó desde mucho tiempo atrás, cuando tuvo que adaptarse al criollo y tratar con los indios. Algunos de sus actos eran marcadamente inu­ suales. Al barón Howden, enviado británico, le concedió una entrevista a me­ dianoche. Ei general Rosas... pasó por todas las inflexiones de los sentimientos humanos, y todas las modulaciones de la voz humana. Admiró a Jos ingleses, odió a ios franceses, detestó a ios, brasileños, injurió a los unitarios, elogió su propia política, y todo esto de una manera evidentemente calculada para producir una gran impresión en su oyente. Si yo no hubie­ ra estado ocupado muy seriamente en el intento de descubrir qué quería realmente de­ cir ..habría sido en extremo divertí do, *

Sin embargo, la burocracia de Rosas era más bien tediosa que divertida; aunque él personalmente parecía inmune al aburrimiento, algunos de sus co­ laboradores sufrían en forma aguda a causa de la sofocante rutina. Para acu­ car recibo de una carta, tm mensaje o un pedido, insistía en que se transcribie­ ra toda la nota, sin importarle que el contenido fuera trivial, y a ello debía se­ guirle la respuesta, a veces no más de dos palabras. Una victoria de “la auto­ ridad sobre la razón ”, según el veredicto de uno de sus secretarios,54Tai vez lo era, aunque Rosas no hacía jada sin razón, y es de suponer que sus métodos eran calculados. Pensaba que si un hombre de Estado se mantenía demasiado en el Olimpo, corría el riesgo de perder contacto con la realidad, que ei secreto de un gobierno exitoso consistía en prestar la atención a los detalles y a los in­ dividuos. El resultado de todo esto era un tremendo atraso en el trabajo para el gobierno y una gran frustración para los que esperaban: No permite hacer riada anadie que no sea él. Examina, filtra, acepta y decide todo perso­ nalmente. Para éí, todos los asuntos tienen la misma importancia. Una vez que se ha en­ frascado en im tema, por más insignificante que sea, lo trata como sí la vida y ei honor de­ pendieran de su decisión. En consecuencia, ías nueve décimas partes de los asuntos del país quedan sin hacer: de propiedades, en cantidades inmensas; cuestiones de extrema importancia para ios individuos a quienes conciernen; ia existencia misma de numero­ sas familias mantenida en suspenso, angustia y desesperación, y en eterna espera de una decisión de cualquier naturaleza. Además, se ha convertido ahora en una especie de Cor­ te de Apelación, aun contra las sentencias y decisiones de los Tribunales y como su avi­ dez por ei poder y para m anejar y arreglar todas las cosas es insaciable, recibe todas las solicitudes, sin importarle que sean o no procedentes; y dado que no tiene tiempo para prestarles atención, los asuntos quedan en suspenso y es así como reina una especie de estancamiento universal en todos los asuntos que deben ser referidos al gobierno.53

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Rosas conducía su gobierno desde tres lugares: su casa de la ciudad, que era en erecto la casa de gobierno; el palacio de Palermo, a unos seis kilóme­ tros del centro urbano y donde prevalecía un estilo de vida m edieval; y Santos Lugares, que era esencialmente el cuartel general militar del régimen. Pa­ lermo era el asiento característico del gobierno, donde se mezclaban curiosa­ mente las cosas de rutina, pública y privada. Se ofrecían cenas diariamente a cuantos quisieran participar en ellas, funcionarios, protegidos, visitantes, ex­ tranjeros. Dos o tres bufones profesionales —uno era un norteamericano. otro, el cómico “general” don Eusebio— divertían a los invitados mientras es­ peraban. No era frecuente que. Rosas se uniera a ia recepción, ya que sólo co­ mía una vez en el día, a la noche y muy tarde, después de haber finalizado su trabajo. Pero a veces recibía invitados especiales, como el general Aráoz de Lamadrid, ocasión en la que servía mate debajo de los ombúes, o tal vez un -asadoa orillas del río, con los bufones de la corte siempre presentes y, a la dis­ tancia, los cañones franceses que bloqueaban Buenos Aires.® Cuando Wil­ liam MacCann visitó a Rosas en Palermo, por invitación, encontró reunidas sobre el césped y bajo la galería a varias personas, hombres y mujeres, que esperaban ei despacho de los asuntos. En estas ocasiones, era la bija de Ro­ sas, Manueiita, quien presidía. “Su hija, doña ManueMta, era la intercesora universal para todos aquellos que acudían al general Rosas en carácter extrajudicial. Cuestiones de momento para los individuos, tales como confiscacio­ nes, destierros, y hasta de muerte, quedaban así en manos de ella y eran la úl­ tima esperanza de los infortunados. ”57 Manueiita era una intermediaria entre protegido y patrón, un canal para el favor y la gracia; en e! gobierno de Rosas, ella era la gobernadora o, como lo decía Southern, !‘la Gran Sacerdotisa de su Reino.”® La propaganda era un ingrediente esencial del rosismo: unos pocos y sen­ cillos eslogans reemplazaban a la ideología, saturaban ia administración y eran implacablemente inculcados al público. El lenguaje político estaba ear•gado de violencia y llevaba la intención de provocar el terror. A partir de 1835 la retórica política se envileció aun más. Un decreto del 22 de mayo de 1835 re­ forzó otro del 3 de noviembre de 1832 por el que se ordenaba que todas las notas oficiales debían empezar con el encabezamiento “'Viva la Federación” . y em­ plear el sistema federal de fechado. Otro decreto del 27 de mayo revivió al del U de marzo de 1831, según el cual debía usarse el emblema colorado como “señal de fidelidad a la causa del orden, de la tranquilidad y del bienestar de los hijos de esta tierra, bajo el sistema federal, y un testimonio y confesión pú­ blica del triunfo de esta sagrada causa en toda la extensión de la República, y un signo de confraternidad entre los argentinos. En 1842, Rosas ordenó que . en el encabezamiento de los documentos oficiales se reemplazara “Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes” por “ ;Mueran los Salvajes Unitarios: ”, co­ locando este eslogan después de las palabras “ [Viva la Confederación Argen­ tina?'60 Así como el gobierno imponía el estilo, los seguidores fanáticos lo aeep-

taban yrepetían eon menos moderación aún. y con obsesivas referencias a 3os degüellos. En las reuniones federales patrióticas se hacían brindis incitando a los leales a la violencia. El comandante Martín Santa Coloma- bebió por la muerte de todos los enemigos del Ilustre Restaurador: “Yo pido ai Todopode­ roso que no me dé una muerte natural sino degollando franceses unitarios. ”ñ5 Los serenos cantaban ” ¡Mueran los salvajes unitarios!” antes de anunciar la hcra: cada treinta minutos. Los jueces de paz adornaban sus decretos con amenazas sedientas de sangre, los clérigos predicaban feroces sermones. Normalmente se llamaba a los unitarios salvajes inmundos y bestias asque­ rosas, pero los propagandistas seguían buscando -calificativos aun más viru­ lentos, que terminaban a menudo en una promesa de depositar pilas de cadá­ veres unitarios en las calles de Buenos Aires. "¡Insensatos!-'', declaraba un decreto.conjunto de la justicia y el clero. "Los pueblos hidrópicos de cólera os buscarán por las calles, en vuestras casas y en los campos, y segando vues­ tros cuellos formarían una honda balsa de vuestra sangre donde se bañarían los patriotas para refrigerar su devorante ira.”62 Estos- eslogans monótonos y tontos eran tomados muy seriamente por el régimen y sus sirvientes. Se consideraba su uso como una prueba de lealtad, un juramento de colaboración. Un funcionario de alta jerarquía que olvidó en­ cabezar un decreto con el lema federal se humilló ante Rosas para pedir per­ dón ; sólo su miedo superaba a su servilism o: "Me hallo agoviado con un profundo pesador, al saber que tenido la enormísima desgra­ cia de haber disgustado a V.E. Protesto ante V.E. por lo mas sagrado, que solo por un des­ cuido puramente involuntario puedo haber dejado de escrivir ia palabra salvaje unita­ rio., . ¿Sería creíble que contra diciendo mi modo de discurrir, me hubiera decidido a de­ jar de escribir ¡a palabra salvaje unitario, cuando a la exactitud de su aplicación, se agrega mi convencimiento íntimo de la justicia de ella?”®

En una conversación con William MacCann en 1847, Rosas defendió el uso que todos los ciudadanos debían hacer dei lema “ ¡Viva ia Confederación .Ar­ gentina • ¡Mueranlos Salvajes Unitarios!” : Me explicó que lohabía adoptado contra ia opinión de hombres de gran reputación, pero que en circunstancias de gran excitación popular había constituido un medio para saivar muchas vidas; era un lema de hermandad, explicaba, a la vez que lo ilustraba dándome un enérgico abrazo. La palabra muerte sólo quería significar la expresión del deseo de que-lps unitarios, como partido político opositor ai gobierno, fueran destruidos. E ra cier­ to que se había ejecutado a muchos unitarios, pero sólo porque veinte gotas de sangre vertida en el momento oportuno podían salvar el derramamiento de veinte mil.6*

Desde los primeros tiempos de la dictadura se había impuesto el “aspecto federal”. Rosas insistía en el uso de la divisa punzó “colocada visiblemente en el lado izquierdo sobre el pecho”. en un decreto emitido el 3 de febrero de 1832, en virtud de sus facultades extraordinarias. La divisa debía llevar la inscrip­ ción “Federación o muerte”, y estaban obligados a usarla todas las autorida­ des civiles y militares, incluyendo a los jefes de milicias y los oficiales, todos

los seglares y sacerdotes que tenían sueldo, pensión o cualquier otro ingreso de fondos públicos, profesores de leyes y medicina, practicantes y estudiantes en estas disciplinas, abogados, agentes comerciales, ;íen resumen, por todos aquellos que. aunque no recíban salarios del. Esta do, pueden considerarse servidores públicos.1’ Gradualmente, se esperaba esta conformidad de toda la población, y significaba más que una divisa. Los federales empezaron a usar una banda colorada en sus sombreros, ante el disgusto de algunos pero con gran satisfacción de Besas. Tomás de An choren a. desaprobóla costumbre y la atribuyó a la influencia vulgar de Vicente González.65 Pero Rosas explicó que la idea había sido suya, traída a] regresar de la campaña del desierto de 1833, cuando él y muchos integrantes de las tropas rurales usaban bandas ro­ jas en sus sombreros y chaquetillas también rojas; cuando se produjo la muerte de doña Encamación, la usaba encima de una banda negra, y pensaba que ella lo habría aprobado.66 Las invectivas federales, las ropas federales y, también, el luto federai.no habían puesto término a la búsqueda de conformidad. Hasta había una fisono­ mía federal. El rostro de un verdadero federal estaba adornado con un exube­ rante bigote y largas patillas, que daban un aspecto de fiereza y servían para identificar a los amigos militares. Los informes de la policía podían condenar a un hombre por su aspecto: “no usa bigote, es unitario salvaje”: esto era sufi­ ciente para enviar a prisión al acusado. En los desfiles federales, aquellos que no teman el tipo físico correcto se apresuraban a ponerse bigotes postizos. Asi, toda la población quedaba presionada para integrar las filas federales, fuera de las cuales sólo había unos pocos excéntricos disidentes. El rojo era el color, y todo era rojo. Los soldados usaban chiripás rojos, gorras y chaqueti­ llas también rojas, y sus caballos estaban engalanados en rojo. Rosas tenía sumo cuidado de que las tropas estuvieran correctamente uniformadas y con­ decoradas con cintas y medallas federales. En 1838, ordenó personalmente v despachó seiscientas medallas especiales de campaña para las tropas que ha­ bían luchado en sus guerras federales, y tres mil divisas federales para to­ dos.67 Los civiles también usaban una especie de uniforme, de color rojo re­ glamentario. Los hombres tenían que usar chalecos rojos, cintas rojas en los sombreros, y divisas de seda roja en el ojal con la in sc r ip c ió n ;Viva la Confe­ deración Argentina.' ¡‘Mueran tos Salvajes Unitarios!”. Las mujeres debían adornar sus cabellos con cintas rojas. Los niños iban a la escuela con unifor­ mes federales y los jesuítas españoles no tardaron en comprobarlo. Los fren­ tes de las casas y sus puertas estaban también pintados de rojo y, en el inte­ rior, los muebles y decorados eran rojos. Un observador británico hizo notar que “los colores verde y celeste han desaparecido del mundo de Buenos Aires hasta donde lo permiten las manifestaciones de la naturaleza5’. Y los hombres de negocios británicos debieron tener en cuenta: Puede parecer ridículo en las latitudes de Londres pedir a los Baring que no escriban al gobierno en papel azul o azulado. Sin embargo, es un hecho que él.nunca iee —y nunca lo liará mientras viva— nada que esté escrito en papel1azul, En cambio, si las hojas están

unidas con un. pedaciío de cinta roja, se sentirá más satisfecho por ese pequeño y absurdo homenaje que si ios Earing le hubieran concedido un gran préstamo,65

La explicación oficial de toda esta extravagancia era la que Rosas dio a M ac Cana: era un signo de unidad y lealtad; permitía a los activistas que iden­

tificaran con una mirada a sus am igos; era, inclusive, una ley de amnistía. Algo de cierto había en esto, pero no era toda la verdad. E l simbolismo federal era una forma de presión; la gente estaba obligada a mostrar su conformi­ dad. Esta práctica reemplazaba a las pruebas ortodoxas, a los chequeos de seguridad, a los juramentos de lealtad. La uniformidad federal era una medida de coerción casi totalitaria, mediante la-cual las personas quedaban obligadas a abandonar el papel pasivo o apolítico y a adoptar un compromiso específico, a mostrar sus verdaderas inclinaciones. Más aún, no era voluntario. Estaba impuesto por la fuerza y fácilmente podía convertirse en instrumento de terror. Los activistas federales se desmandaban haciendo recorridos en grupos de seis u ocho, irrumpían en el interior de las casas, esto­ peaban, destruían o arrastraban a la callé todo lo que fuera de color azul o ver­ de; así le ocurría a mucha gente, “como a m í me sucedió”, registró el diarista Reruti en 1842.69 .La ortodoxia política se transmitía tanto por la palabra como por los he­ chos, y las imprentas de Buenos Aires —cinco en total— se empleaban en for­ ma absoluta al.servicio del régimen. Al asumir el poder, Rosas suprimió la prensa opositora e hizo quemar diversas colecciones de periódicos en la Plaza de la Victoria por el ejecutor público. Durante el resto de la dictadura sólo se permitió la existencia de prensa oficial, que llegó a constituir una pesada car­ ga en el presupuesto. Rosas ejercía personalmente un control directo y deta­ llado sobre los periódicos, empleando varios periodistas extranjeros. Pedro de Angelis, Nicolás Marino, Luis Pérez, y otros argentinos, tales como Ma­ nuel de Irigoyen. José Rivera Indarte y Lucio V. Mansüla.70De Angelis sobre­ salía del resto debido a su buen juicio y su erudición, que posiblemente puede apreciarse mejor que en otras obras en su valiosa compilación de fuentes his­ tóricas, la Colección de Obras y Documentos del Río de la Plata. Nacido en Nápoíes. había llegado al Río de la Plata desde Francia, con una reputación li­ beral y una invitación de F,ív adavia. Pero eventual mente se encontró con un nuevo patrón, y entró al servicio de Rosas para convertirse de hecho, aunque ■ no por título, en director general de información y propaganda. De Angelis no abandonó la investigación histórica, ni su sentido de juicio o su desaproba­ ción, en privado, de los excesos del régimen, Pero resultaba una triste ironía que un hombre traído al Nuevo Mundo para servir a la ilustración tuviera que convertirse en el publicista a sueldo de una.autocracia conservadora, Su de­ fensa básica de la dictadura era criticar la aplicación de pautas ambiguas en­ tre federales y unitarios: “no deja de ser una ironía punzante a la humanidad que. al reprobar el asesinato cruel del ilustre Gobernador Dorrego. ensalce con tanto afán a sus asesinos'7.71 La realidad era que De Angelis servía a un

gobierno que negaba la libertad de pensamiento y la libertad de prensa. Las únicas noticias locales eran las oficiales. Y las que procedían del extranjero eran corregidas cuidadosamente: “Cada mes después de la venida de! paquete inglés forman en el Ministerio de Reíadones Exteriores una nota de todas las ¿Olidas venidas por e! paquete, para pasarla al tigre. Esto ya Vd. sabe como lo sé. El tigre pasa una copia de ella a'todasias provincias: esto, por supuesto, lo nace cercenando lo oue le es desfavorable y amollando lo favora­ ble." re

De Angelis editó varios periódicos para Rosas,73 Los más importantes fueron El Lucero (1829-33). La Gaceta M ercantil y El Archivo Americano., Espíritu de Ja Prensa del Mundo. La Gaceta Mercantil había sido fundada en 1823. editada por James Kiernan, un irlandés pelirrojo, y subsistió hasta la caída de Rosas en 1852. De Angelis se unió a ella en 1829 y, con la ayuda de Ni­ colás Marino, creó virtualmente un nuevo diario, expandiendo su informa­ ción más allá de los asuntos comerciales y convirtiéndolo en el vehículo prin­ cipa] de las noticias, comentarios y propaganda oficíales. Existía una estricta censura para las noticias, mientras que la propaganda tomaba la forma de monótonos resúmenes de demostraciones favorables a Rosas y diatribas con­ tra sus enemigos. Pero la Gaceta también expresaba, aunque de manera in­ coherente, las ideas políticas de Rosas, su “americanismo" y sus esfuerzos para inculcar un sentido de identidad independiente, y hasta de nacionalismo, entre los argentinos. Como observó Southern: Es evidente que lamenta ia ausencia en esta gente de un espíritu de independencia nacio­ nal : muebos de los documentos y discursos de la Gaceta son expresamente escritos y pu­ blicados con el proposite de excitar ese sentimiento —poderoso instrumento en manos de un gobernante enciente—. Las autoridades de los distritos leen iodos los días, en todos los rincones del país, la “Gaceta Mercantil", que se encuentra directamente a su cuidado; los jueces de paz la leen a los civiles y el comandante militar a las personas relacionadas con el ejército. La Gaceta es, en realidad, parte de un s i m u l a c r u m de gobierno, que se mantiene con una perfección de la que sólo es capaz un hombre de la fuerza de carácter y de la naturaleza inflexible e incansable del general Rosas.74

Pero nada podía ocultar la haberen te opacidad de la Gaceta Mercantil , agravada por el peculiar hábito de aparecer ocho a diez días después de ia fe­ cha establecida; los suseriptores cayeron de setecientos en 1833 a ciento vein­ te en 1851, aunque su circulación, naturalmente, era mayor que esas cifras. El Archivo Americano empezó a publicarse en junio de 1843, editado por De Angelis. y pronto se constituyó en uno de los principales medios de propa­ ganda rosista, hasta su extinción en diciembre de 1851.75Su particular función consistía en explicar y defender el régimen en Europa y las Americas, en una época de constante presión y hostilidad extranjera. Era, hasta cierto punto, una edición internacional de la Gaceta Mercantil, que buscaba presentar a Rosas como un defensor del orden, de los intereses nacionales y de la indepen­ dencia americana. Lo publicaban semanalmente en tres idiomas, español,

francés e inglés, y con una tirada de mil quinientos ejemplares, cuatrocientos de los cuales se enviaban al exterior, algunos al Reino Unido; el diario Mor­ ning Chronicle lo usaba como fuente para los artículos pro-Rosas,. que, a su vez, eran reproducidos en la prensa de Buenos Aires.™ El Archivo Americano sufría la censura directa dei dictador. Pedro de Angelin le sometía regular­ mente los artículos para su examen y. al parecer, eran leídos y corregidos en detalle. Volvían marcados en aprobación o para que fueran modificados, o simplemente rechazados, y con instrucciones en cuanto al idioma en que de­ bían publicarse. Rosas también insistía en ver las pruebas, porquenada deja­ ba al azar. De Angelis empleaba un equipo de traductores, que incluía a Anto­ nio Zinny para el francés y al doctor J. Á. Wüde para el inglés: ambos tenían sueldos mensuales pagados por Rosas. Fuera del grupo de periódicos de De Angelis, pero siempre sujeto a la censura, estaba el British Packet (1827-58), un periódico en idioma inglés editado por Thomas George Love. Se trataba de un semanario que circulaba entre los residentes británicos y norteamerica­ nos, y aunque en apariencias era una publicación independíente, en rigor se­ guía la línea impuesta en la Gaceta Mercantil y en el Archivo Americano, y formaba parte de manera inequívoca de la maquinaria de propaganda de Ro­ sas. E l cuarto periódico del régimen era el Diario d eis Tarde (1831), una pu­ blicación que no se distinguía particularmente. Aquellos que no podían o no querían leer la palabra deR osas recibían el mensaje por otros medios. Había un grupo de bufones, a quienes llamaban ios locos de Rosas que debieron aprender de memoria versos, discursos y docu­ mentos federales para recitarlos mientras recorrían las calles, intercalados entre diversos actos cómicos, musicales y de danzas. Las campanas de las iglesias también repicaban por Rosas. Había una liturgia política que llegó a ser un sello característico del régimen. Las ceremonias idólatras que inaugu­ raron elperíodo de gobierno en mayo y junio de 1835 se repitieron en ocasiones posteriores, especialmente durante las crisis. Cuando en 1839 Rosas se encon­ tró rodeado de enemigos, acosado por el bloqueo francés, presionado por el descontento de las provincias, preocupado por súbditos rebeldes y viviendo en el temor del asesinato, su maquinaria política entró en acción. Los trabajado­ res del partido organizaron una.orgía de adulación -—que alcanzó a las igle­ sias™. para glorificar al dictador, felicitarlo por su obra y aterrorizar a los irresolutos. Se montó un retrato de Rosas sobre un carruaje triunfal, en medio de adornos de flores, y los activistas, sus mujeres e hijas lo arrastraron a lo largo de las desparejas calles de Buenos Aires-Lo seguía un grupo de vocalis­ tas que caminaba lentamente cantando “ ¡Viva la Confederación! ¡Mueran los Salvajes Unitarios IL lev a ro n el retrato en procesión de iglesia a iglesia, en cada una de las cuales lo recibían sacerdotes que desplegaban una devo­ ción normalmente reservada a propósitos m ás sagrados. Lo llevaban alo lar­ go de las naves mientras tocaba el órgano, se cantaban himnos y pronuncia­ ban oraciones. Mientras celebraban Misa Mayor, honraban al icono con in­ cienso y se ubicaban en el altar al lado del crucifijo y las imágenes del Salva-

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dor.77 En-la Catedral, el obispo en persona oficiaba a veces esas ceremonias; celebraban Misa con el retrato de Rosas y el Santo Misal uno junto a otro, mientras uno de los sacerdotes de la catedral predicaba simultáneamente lo sagrado y lo profano en un resonante sermón, haciendo oportunas alusiones a las virtudes cívicas del gobernador v a las justificaciones de la causa fede­ ral.™ No se perdía ocasión para identificar al federalismo con la religión, espe­ cialmente cuando constituía una cruda y masiva atracción. En marzo de 1842. el Comandante del Paroue construvó seis ciisiss de Judas, objeto anualmente del odio del pueblo; ese año. por orden de Rosas, las hicieron con la forma de “salvajes unitarios”. Rosas dio precisas instrucciones en el sentido de que de­ bían representar a Paz, Lamadrid, Rivera y otros unitarios muy conocidos, y proveyó la información detallada sobre sus aspectos y uniformes. Finalmen­ te, ordenó que fueran quemados públicamente el Sábado Santo, en diversos si­ tios de la ciudad.73 La jerarquía eclesiástica respaldaba sólidamente a Rosas, pidiendo a los fíeles que dieran total apoyo al restaurador de las leyes y defensor de la reli­ gión. E l Obispo de Buenos Aires, Mariano Medrano, que usaba vestiduras “fe­ derales” con rebuscados emblemas, instruyó a los sacerdotes en su diócesis para que predicaran a mujeres y jóvenes sobre la virtud de pertenecer a la causa federal: “Nada es más justo para el clero, como conformar sus opinio­ nes con las del Supremo Gobierno, por cuanto cualquiera divergencia en esta parte pudiera ser ruinosa y perpetuar males a todos tan sensibles ”. Mientras Rosas condenaba personalmente a los masones, heréticos e impíos, a todos los cuales identificaba con los unitarios, el obispo Medrano, a su vez, alababa “la Santa Causa Federa!", La mayor parte de los miembros inferiores del cle­ ro se mostraba con vehemencia favorable a Rosas; eran virtualmente otra, arma de su “populismo”, una especie de milicia espiritual, a menudo inclina­ da con violencia contra los unitarios, a quienes acusaban por las medidas an­ ticlericales de Rivadavia y sobre quienes instigaban ahora por venganza. Era un clero fanático, de poca educación, formación y disciplina. Muchos de estos sacerdotes criollos eran, de hecho, caudillos menores del populacho de Rosas, y desde sus pulpitos predicaban la santidad del restaurador y pedían el e x te r -, minio de sus enemigos. Así eran el Padre Camargo, Fray Florencio Rodrí­ guez, el Padre Solis y, especialmente, el Padre Gaeta. que vestía sus estatuas con colores y divisas federales y comenzaba sus sermones con la exhortación., “Feligreses míos, si hay entre nosotros algún asqueroso salvaje unitario, que reviente." El clero formaba parte sin la menor reserva del movimiento rosis- . fca. Y la Iglesia, a su vez, recibía el apoyo de Rosas, con un precio. Rosas era católico convencional por nacimiento y educación. Rezaba, creía en la Divina Providencia y consideraba a los unitarios como “enemigos de Jesucristo”. Puso fin rápidamente al liberalismo y anticlericalismo de RiV vadavía, restauró iglesias, reinstaló a los dominicos y autorizó el regreso de los jesuítas. Pero tenía un concepto utilitario de la religión y la evaluaba sobre

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todo como m apoyo para el orden social y la “subordinación’’.80Así como pro­ tegía a la Iglesia, también la dominaba y manipulaba, tratando ai clero como una rama de la burocracia y esperando de ellos que sirvieran en todo ala cau­ sa federal. Redamó el derecho de patronato, lo usaba para nombrar solamen­ te a federales en la iglesia, y mantenía fuera de la Argentina la jurisdicción papal. Por decreto del 27 de febrero de 1837 declaró nula toda bula papal emiti­ da desde 1810 y todo nombramiento eclesiástico allí contenido.81 Y todavía en 1851 se rehusó a negociar con un enviado del Papa cuya misión era resolver la disputa sobre patronazgo.82 Los jesuítas regresaron a la Argentina en 1836. unos setenta años después' de su expulsión por Carlos IIL Volvieron por invitación de Rosas, quien les restituyó su antigua iglesia y colegio de San Ignacio, les permitió abrir escue­ las, planear misiones a los indios y establecerse en Córdoba y en Buenos Ai­ res. En virtud de esta decisión llegaron a Buenos Aires seis jesuítas españoles el 9 de agosto de 1836, a bordo'del bergantín inglés Eagle, a los que siguieron otros con breves intervalos. Rosas favoreció a los jesuítas porque estaba im ­ presionado a raíz dé “los incalculables servicios que había rendido previa­ mente la Compañía a la religión y el Estado''; creía que serían una fuerza para ei orden y la unión; y esperaba de ellos que predicarían “las ventajas de nuestra Santa Causa Federal ”.83 Pronto quedó decepcionado. El éxito inme­ diato y la popularidad de los jesuítas despertaron su resentimiento por el posi­ ble desarrollo de un foco rival de intereses e influencias, y más aún cuando descubrió qué eran neutrales en política. Pronto fueron acusados de ser pro­ unitarios. los acosaron los activistas federales y los aterrorizó la mazorca. Lo cierto fue que ellos no permitieron que sus escuelas e iglesias se convirtieran en centros de propaganda federal. Se negaron a predicar la doctrina resista y a colocar el retrato de Rosas en sus altares. Hacia 1840 , Rosas se había vuelto en contra de los jesuítas y pronto estuvo en conflicto con ellos. Por un decreto del 22 de marzo de 1843 los expulsó de Buenos Aires y, durante los años siguien­ tes, logró que ios expulsaran del resto del país, alegando que buscaban obte­ ner poder y dominación y que aceptaban el gobierno de Roma. En 1852 no que­ daba ya ni un solo jesuíta en la Argentina. No había, por supuesto, evidencia alguna de que los jesuítas fueran culpables de subversión o conspiración. Sim­ plemente habían asumido una posición contraria ai compromiso político; esto era la norma de la Orden, particularmente estricta después de la amarga experiencia de la supresión. Los jesuítas se convirtieron así en una prueba para la tendencia totalitaria del régimen. Era imposible ser neutral en la lu­ cha entre la verdad oficial y sus enemigos; la gente era pro-Rosas o anti-Rosas. Él esperaba que ios jesuítas aceptaran del gobierno “las máximas, prin­ cipios y sistema político en que han de instruir a nuestra juventud. ”84 Planea­ ba hacerlos agentes ideológicos del régimen. Eventualmente, él mismo probó lo.que sus enemigos habían denunciado durante mucho tiempo: que en la Ar­ gentina de Rosas no se toleraba el más mínimo grado-de desviación, ni la me­ nor expresión de independencia, ni un sólo enclave. Personalmente, el dicta-

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.dor parecía-insensible a las implicancias de su política, y acusó a Roma y a los jesuítas ante el encargado de negocios británicos, Robert Gore, hallando un elemento de base común con la Inglaterra protestante: Se lanzó luego una furiosa invectiva contra el P apa, a quien injurié en términos desmedi­ dos; me preguntó qué Se propoma ei Papa pretendiendo interferir en ia soberana autori­ dad de un país extranjero, y más, una nación de diferente religión. Dijo: “Daría iodo el pequeño poder que tengo para destruir a un a persons tan malvada. Yo soy un buen catóií. co apostólico, pero no romano... ”. Después habió de los jesuítas. “Los curas, señor, sen la ruina de estos países: esos jesuítas son demonios conforma humana, nunca tengo natía que decirles; les atribuyo todas las desgracias de este país.w®

Si bien la Iglesia y la prensa eran auxiliares importantes de Rosas, la últi­ ma sanción de su gobierno era la fuerza, aplicada por los militares y la poli­ cía, Estrictamente hablando, el régimen no era una dictadura m ilitar: era un régimen civil que empleaba condescendientes militares. Sin embargo, la or­ ganización militar no sólo estaba para defender sino también para ocupar Buenos Aires, no sólo para proteger a la población, sino además para contro­ larla. En el camino de la Chacarita, a unos quince kilómetros al oeste de Bue­ nos Aires y junto a un miserable asentamiento indio, estaba Santos Lugares de Morón, cuartel general militar, campo del ejército y prisión política. Éste era el pilar principal del régimen, erigido poF Rosas en los últimos años de la década de 1830. Su fuerza establecida era de unos cinco mil hombres, dividi­ dos en tres divisiones, infantería, caballería y artillería. Los cuarteles consis­ tían en simples filas de barracas primitivas construidas por. los mismos solda­ dos, unos pocos alojamientos para oficiales, y unaipulpería. 86 Las fuerzas m i­ litares estaban compuestas por el ejército regular y la milicia. Pero la distin­ ción entre civiles y militares en un país donde los estancieros podían poner en acción escuadrones de peones montados no era absoluta, y la capacidad paramnitarde los estancieros actuaba como una restricción al poder de los milita­ res profesionales. La Ley de Milicia, del 17 de diciembre de 1823, estableció-en la provincia de Buenos.Aires la Milicia de Infantería, dividida en unidades de servicio acti­ vo (diecisiete a cuarenta y cinco años de edad) y reservistas (de cuarenta y cinco a sesenta y cinco, años), y la Caballería, formada por unidades de servód o activo solamente (de veinte a cuarenta y cinco años). La milicia de servi­ cio activo tenía una fuerza de once batallones en la capital y trece en el campo; la reclutaban y controlaban los comandantes generales de milicias y los jueces de paz. a menudo las mismas personas; y su función era la de com­ plementar el ejército regular.87Ésta fue la organización de milicias que here­ dó Rosas e hizo tanto para mejorar. La empleaba para mantener la ley y el or­ den, para suprimir la rebelión, para fortificar.el régimen federal en el campo, y, en la práctica, para rellenar las filas del ejército regular. Los hombres de la milicia recibían la misma paga que los soldados; los reclutas debían ser pre­ feriblemente solteros o con pocos hijos, ya que el servicio activo duraba ocho

años, antes de entrar a la reserva. La milicia consistía esencialmente en es­ tancieros que conducían a sus propios'peones; había también un cuerpo espe­ cial de élite, la Guardia de Honor del Restaurador, formada por destacados hacendados. Rosas mismo tenía experiencia militar. Después de la caída de Rivadavia salió de su “retiro” y aceptó el nombramiento de “Comandante General de las Milicias de Campaña", con la misión de mantener la paz-en el campo, sobre la frontera india y en el nuevo territorio en el que se expandían las estan­ cias.88 Él reclutó, armó y organizó una milicia de caballería y trató de infun­ dir a los milicianos un sentimiento de orgullo y darles protección contra el tra­ tamiento arbitrario y despreciativo de las autoridades civiles, que tradicio­ nalmente los veían como la escoria de la población y fácilmente confundibles con los delincuentes. “Que el miliciano honrado", proclamó Rosas, “conozca que su jefe militar lo ampara contra un acto de injusticia, que sepa el milicia­ no laborioso que no puede ser confundido con los holgazanes que infestan la campaña. ”89La reputación que ganó entre la tropa rural le permitió ejercer control y disciplina sobre sus hombres, algo raro en la época, especialmente cuando los soldados del campo entraban en Buenos Aires, como victoriosos. En 1829, el comportamiento de sus tropas mientras presionaban a las fuerzas de Lavalle dentro de Buenos Aires, fue considerado ejemplar por los observa­ dores. Otro tanto ocurrió en 1833, cuando el 7 de noviembre celebraron el acce­ so al poder de Viamonte con la entrada de los Restauradores y un desfile de la victoria; los observadores quedaron nuevamente impresionados por la au­ sencia de venganzas y pillaje entre los seis mil ochocientos.hombres; “lo más admirable de todo”, informó Araña, “ha sido el orden y disciplina de la mili­ cia de la campaña, de los que no hay una sola quexa... y todos sin excepción han admirado él acierto y poder de V, para reducir a tal orden y suvordinaeión a nuestros campesinos.’’90 La explica clon residía en el hecho de que las fuerzas rurales eran parte de la estructura de la estancia: la jerarquía de las tierras se trasladaba a las mi­ licias, donde los estancieros eran los comandantes, los capataces eran los ofi­ cíales, y los peones, las tropas. Desde arriba hada abajo había un firme con­ trol basado en la relación, patrón-cliente. Pero Rosas tenía también una mi­ licia urbana, reclutada especialmente entre los artesanos y otros grupos de la ciudad. "El primer tercio cívico estaba compuesto por comerciantes minoris­ tas y dueños de tiendas. El segundo tercio había sido reclutado de la juventud de la clase media, artesanos, empleados, carreteros, pequeños propietarios. Algunos de éstos eran también miembros de la mazorca, aunque el liderazgo de esta organización terrorista semiofieial provenía de ex oficiales milicianos y otros miembros de los sectores m ás altos. La tercera brigada estaba forma­ da por negros y mulatos, la así llamada negrada federal, tropas negras con uniformes rojos. Estas milicias urbanas no impresionaban mucho militar­ mente ; pero eran para Rosas una fuerza social, y parece haber cultivado a la gente de color muy particularmente.

Rosas no sólo tenía la capacidad de controlar "a las fuerzas rurales; tam­ bién sabía cuál era la mejor manera de desplegarlas. Era partidario de la guerra montonera. En 1829 había vencido al ejército profesional de Lavalle con la guerrilla irregular; era en esas tácticas en las que depositaba su fe, por ser las más apropiadas de acuerdo con el ambiente y ios recursos. De la m is­ ma manera, temía los efectos de una campaña guerrillera contra su propia posiciónf como fue registrado por un espía en su campamento: “Rosas tiene andón innata a la guerra montonera. Le he oído hablar sobra esto: le he oído que temía a las bizarras tropas de nuestro querido y valiente Lavalle. pues eran m i­ litares y sus secuaces no io eran. Así es como evitaba e'l año 28 presentar acción: pero cree tan buena la que él hizo, que piensa con ello burlarse siempre de sus enemigos, que son porque han aprendido a serlo, militares. Creo que teme mucho una insurrección, una montonera, que si la hubiese se moriría de miedo y sin duda caería. Lo creo así, pues ob­ servo que procura precavería. Sino fuera así, ¿por qué tener aquí al joven Ramón Maza que tiene prestigio en la campaña? ¿Por qué también tener al coronel valle? ¿Por qué adular tanto a Pacheco, consentirlo que robe tan escandalosamente en la campaña? Con su nombre han aumentado su diccionario los gauchos significando con pachequear, ro­ bar... ¿Por qué encargar sus fuerzas a hombres negados que no tienen aspiraciones? ¿Por qué llevar úna correspondencia tan larga y minuciosa con los jueces de paz de la campaña que son automates suyos, no hombres ?”Si

E l poder militar del régimen de Rosas, sin embargo, no sólo descansaba en las milicias y los montoneros, sino también en un ejército regular de oficia­ les y soldados profesionales. El ejército de Rosas, si bien no era todavía un verdadero ejército nacional, constituía el núcleo de uno de ellos. Su base insti­ tucional fue la Lev Militar del 2 de julio de 1822. complementada por ley del 17 de diciembre de 1823., “El ejército será reclutado por alistamientos volunta­ rios ; en caso de insuficiencia, por contingentes:7 La conscripción se aplicaba como castigo a los vagos, ociosos y delincuentes, a quienes se daba caza para llevarlos a las füas bajos los vigilantes ojos de los jueces de paz y los coman­ dantes militares, quedando, en realidad, en situación de encarcelados milita­ res.92 Los gauchos eran hombres de caballería naturales. Pero Rosas apreció que, para algunas guerras y particularmente contra sus enemigos de las pro­ vincias y extranjeros, necesitaba también una infantería. Dedicó, por lo tanto, gran parte de su primer gobierno a crear un ejército permanente. AI comen­ zar su segundo gobierno eliminó al ministro de G-uerra por ser un gasto inne­ cesario y se transformó, de hecho, en su propio ministro de Guerra, del ejérci­ to que era responsable ante é l; éste fue el general Agustín de Pinedo, un vete­ rano de las invasiones inglesas y de la guerra de la independencia. Debajo deél había tres comandantes militares de campaña en la provincia de Buenos Aires, Prudencio Rosas, hermano del dictador, Lucio Mansüla, cuñado de Ro­ sas y Ángel Pacheco. La mayoría de los militares de jerarquía que se hallaban bajo Rosas ha­ bían Iniciado sus carreras en la guerra de la independencia; eran soldados profesionales y servían a Rosas como habían servido a los gobiernos anterio-

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res, adaptándose fácilmente al nuevo lenguaje de la política federal. Algunos oficiales antiguos, como Prudencio Rosas y Lucio MansÜla eran parte de la red familiar áel dictador; otros como Ángel Pacheco. Juan Isidro Quesada; Rolan. Ravelo y Corvaián, eran hombres íntimamente ligados ai régimen. El coronel Nicolás Granada, veterano de las guerras de la independencia, co­ mandante del regimiento de Coraceros Escolta Libertad, un cuerpo recio y leal, era un típico oficial superior del ejército de Rosas. Pero el prototipo era Ángel Pacheco, modelo mismo del general rosista. Físicamente fuerte y er­ guido, de expresión severa y brillante uniforme. Pacheco era soldado profe­ sional de alma, peleador cruel que había ganado su experiencia en el campo 4 c batalla, en las guerras de la independencia, la frontera india y las guerras civiles. Conocía íntimamente el país, desplegaba sus fuerzas con eficacia, y su objetivo no era solamente vencer al enemigo sino destruirlo. Sus opiniones políticas eran simples: odiaba a todos los unitarios, a quienes veía como la ruina del país y aliados de los enemigos nacionales: los franceses. Pacheco era el primer general de Rosas, -leal al líder y al régimen y. a su vez, era depo­ sitario de la admiración y la confianza de aquél.33 Con generales como Pache­ co, Rosas no tenía problemas con el más alto comando. Esto era importante, porque siguiendo la línea hacia abajo, las virtudes militares eran menos evi­ dentes. El ejército de Rosas no era en realidad un ejército de voluntarios. Si bien había un fuerte núcleo de oficiales y suboficiales regulares, la masa de las tro­ pas era de conscriptos, oficialmente por cuatro años pero, en la generalidad de los casos, por una indefinida emergencia, Como la población rural no es­ taba dispuesta a incorporarse y los terratenientes tampoco querían perder su mano.de obra, se practicaban las levas, establecidas por ley e impuestas por la fuerza; las patrullas militares o rondas de enganche acorralaban a los conscriptos, arreando a los hombres desde las estancias o cazándolos en cam­ po abierto. E l gaucho era muy vulnerable, porque se lo consideraba muy bien •capacitado para el ejército, al menos para la caballería: La facilidad con que puede convertirse a los gauchos montados de este país en soldados d e caballería los hace particularmente pasibles de dichas requisiciones. En la ciudad, las ocupaciones y costumbres de las clases bajas so los hacen aptos para el servicio mili­ tar en el mismo grado; además, en la capital, hay autoridades locales y opinión pública a las.cuales apelar en extremos casos de apuros, lo que da mayor seguridad a la propiedad ■yalavida.^

Las primeras víctimas de las levas, por lo tanto, eran los hombres que se ajustaban a la ley, que no ofrecían resistencia. Otros blancos eran los delin­ cuentes, y se entendía como tales a los vagos y los desocupados tanto como a los criminales y proscriptos. En una circular del 14 de enero de 1833, el minis­ terio de. guerra ordenaba que cada partide (distrito) debía enviar cada quince días dos hombres de éntrelo peor de Jos vagos, los desocupados y los que se ha­ llaban fuera de la ley.95En un decreto del 19 de marzo de 1831, Rosas ordenaba

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personalmente a los jueces de paz que despacharan a los delincuentes de sus distritos para que prestaran servicios en el ejército por un tiempo proporcio­ nal a cada delito en particular. De tanto-en tanto se hacían barridas de nuevos grupos de vagos y delincuentes, y estos conscriptos formaban por lo menos el cincuenta por ciento del ejército, A otros conscriptos los obligaban primero a integrarlas milicias. Aunque había una diferencia entre milicias y fuerzas re ­ gulares,-bajo el régimen de Rosas cualquier unidad de milicia podía ser sim­ plemente transferida a regimientos de línea y quedaba sujeta a la severa dis­ ciplina y al serví cío activo del ej ército regular.96 Muchos de.los hombres de tropa eran negros o mulatos, algunos de ellos esclavos que ganaban su libertad mediante la incorporación; ios amos reci­ bían a veces orden de manumitir sus esclavos para que entraran al ejército, una forma indirecta de impuesto o leva. Se consideraba que las tropas de co­ lor eran las mejores disponibles; tal vez tenían poco que perder, y en todos los casos debían pasar un riguroso examen médico antes de incorporarse al ejér­ cito. La demagógica relación de Rosas con las clases más bajas no podía ocul­ tar el desdén que sentía por ellos, y si mostraba algún favoritismo hacia ios hombres de color lo hacía dentro de la estructura existente. Durante su pri­ mer gobierno, Rosas creó un regimiento de negros libres llamado'Defensores. de Buenos Aires, y un batallón de infantería, los Libertos de Buenos Aires; más tarde estableció el Cuarto Batallón de Milicia Activa, formado por ne­ gros elegidos. También se reclutaba a los indios para las fuerzas de Rosas. Al­ gunos, capturados en las guerras de frontera, otros eran guerreros mitad in­ dios mitad gauchos de la misma región del sur. virtualmenté'montoneros pro­ fesionales. Otros eran de tribus pampas, que durante mucho tiempo habían sido aliados de Rosas, uno de los pocos blancos que conocía sus costumbres y, se decía, su lengua; o eran simplemente atraídos con el señuelo del botín. Unos pocos regimientos de caballería del ejército federal tenían escuadrones de indios, y el mismo Rosas contaba con indios bien armados entre los miem­ bros de su séquito.en Santos Lugares.63í!kl '

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Rosas sabía que no existía probabilidad alguna de que Gran Bretaña acordar a un protectorado ni de que sus propios partidarios lo aceptaran. Pero la retórica de la diplomacia traicionaba una inclinación que permitió a Gran

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El párrafo entrecomillas está en castellano en el original. (N. de! T.)

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Bretaña un claro lidéra2go en el Río de la Plata y la convirtió en principal be­ neficiaría déla paz franco-argentina. Estas ventajas pronto fueron malgasta­ das. Buenos Aires no era todo el Río de Ia.Plaia. Había otro foco de política y co­ mercio; Montevideo. Durante la década de 1830. Montevideo empezó a recu­ perarse de sus largas guerras de independencia, a explotar nuevamente la ri­ queza pastoral de su territorio interior, y a atraer en forma creciente el co­ mercio y la navegación. Los negocios británicos llegaban ahora a ambas már­ genes del Río de la Plata, y los dos intereses no siempre estaban en armonía. Las políticas locales de confrontación arrastraron a quienes eran ajenos a ellas, les gustara o no. En Uruguay. Rivera, que había depuesto de la presiden­ cia ai aliado de Rosas, Oribe, y se había declarado en favor de Francia y de los exiliados argentinos, necesitaba dinero para sobrevivir. Mediante la hipoteca de los ingresos déla aduana de Montevideo, tomó un préstamo de un consorcio extranjero que era en su mayor parte británico, ;‘un asunto gordo’' hecho por “un pequeño grupo de personas” , como lo describieran luego en la Cámara de los Lores.54De manera que los financistas británicos tenían así una participa­ ción en el régimen de Rivera, y un interés natural en que aumentaran los in­ gresos de la aduana de Montevideo, en que el comercio se derivara allí, y en buscar el apoyo 'del gobierno británico. ¿Por qué se dejó comprometer Gran Bretaña, apartándose de sus prácticas tradicionales y, en particular, la délos últimos años? Lord Aberdeen, secretario del Foreign Office en la administración de Peel, se dispuso a reconstruir la entente con Francia, apoyado por la Reina Victoria -y su consorte. Una alianza con Francia en el Río de la Plata no podía hacer daño, ¿Pero seria de alguna utilidad? ¿Y sería algo más que una cooperación artificial? Superficialmente-podían esgrimirse argumentos en favor de la alianza anglo-francesa. Rosas estaba entonces tomando la ofensiva, dispues­ to a restablecer a Oribe en el poder en Uruguay. Si Rivera resistía, el resulta­ do seria una prolongada guerra. Si Rosas tenía éxito, no significaría necesa­ riamente la paz. Al ganar un satélite podía destruir el equilibrio de poder en el Río de la Plata y provocar así al Brasil. De cualquier manera el comercio bri­ tánico habría de sufrir, en un momento en el que vitalmente necesitaba cre­ cer. La crisis económica de Gran Bretaña, en 1836-3? había determinado un aumento en las presiones de los intereses comerciales e industriales para lo­ grar la acción del gobierno en la promoción de oportunidades y mercados. Si­ multáneamente. el movimiento orientado hacia ellibre comercio ganaba im ­ pulso, y también esto originaba la necesidad de nuevos mercados. El interior de la Argentina era considerado un mercado de vasto potencial, que se podía alcanzar a través del gran sistema del Río de la Plata, toda una invitación de la naturaleza a úna potencia marítima, Pero estas tentadoras vías de agua se hallaban firmemente cerradas a la navegación extranjera, por el desorden político y la política de Rosas. Desde Buenos Aíres, con el poder de una metró­ polis y las ventajas de un monopolio, Rosas prohibía el enmercio extranjero

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directo con ios puertos de ios ríos interiores, de Santa F e, Entre Ríos y Co­ rrientes. además de Paraguay. ¿Qué importancia tenía la libre navegación? En épocas anteriores al barco de vapor y al ferrocarril, la navegación fluvial hacia, el interior y el litoral no era probablemente lo suficientemente rápida como para que resultara económi­ ca, y podía ser discutible que la prohibición de Rosas dañara de manera efectiva, al interior o al comercio extranjero. La opinión británica sobre el tema estaba dividida. Woodbine Parish pensaba que la Argentina tenía derecho a restrin­ gir la navegación de sus ríos interiores. Según éilo veía, el principal problema no era la libertad sino la velocidad; navegar a vela los mil seiscientos kilóme­ tros que había entre Montevideo y Corrientes podía tomar ciento doce días. La tarea más urgente para Buenos Aires consistía en alentar el uso de barcos de vapor, La navegación a vapor en el Paraná podía traer a Buenos Aires los pro­ ductos de Paraguay y Corrientes con menores costos, estimulando asi la de­ manda extranjera: Poro la gente de esos países no debe seguir engañándose con el sueño del doctor Francia eme puede responder ai proposite de ios comerciantes de' Europa de incurrir en los ries­ gos innecesarios y los gastos de enriar sus propias naves, tan poco aptas para la navega­ ción fluvial, tantos cientos de kilómetros en el interior del continente sudamericano, en busca de una carga que está disponible en todo momento en ios puertos marítimos de sus desembocaduras.65

Pero estos argumentos eran en gran parte teóricos. Subsistía el hecho de que Rosas era dueño de la situación y no se podían cambiar las cosas. Estaba en condiciones de obstruir no sólo la navegación sino también el comercio. En 1342, cuando un comerciante británico, W. R. B. Hughes, solicitó permiso al gobierno de Buenos Aires para viajar por el Paraná hasta Asunción, se le negó. En febrero de 1843, sir Robert. Peel comentó: !‘No parece posible dispu­ tar el derecho de Buenos Aires para cerrar el Paraná.”66 Y hasta el mismo Aberdeen, en 1845, admitió en la Cámara de los Lores que no era asunto fácil ‘'abrir aquello que las autoridades legales han declarado cerrado.”67Por otra parte, mucha gente pensaba que la líbre navegación era tanto justa como de­ seable. William MacCann era uno de ellos, y proponía que un barco británico de guerra subiera y bajara continuamente por el Paraná, a fin de mantener abierto el rio y proteger a los mercantes británicos.68 De manera que la política británica en el Río de la Plata estaba cada vez mejor informada, pero aún se hallaba vagamente definida. Era al producto de diversas circunstancias y consideraciones, ninguna de las cuales, por sí misma, significaba estímulo suficiente para la acción pero que, en conjunto, podían significar incentivos. El objetivo a largo plazo era"bastante simple, un comercio en expansión y en mercados estables. Los medios eran más comple­ jos,..En la política de violencia del Río de la Plata, ¿estaban servidos los inte­ reses británicos por la no intervención y la tradicional neutralidad? ¿Se nece­ sitaban una presencia m ás poderosa? ¿un propósito más firme? En unMemm

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sobre el Comercio Británico, preparado por el Foreign Office en di­ ciembre de 1841. se desarrollaba con mayor profundidad el conocido tema de la expansión de exportaciones.65Se decía que. en América-del Sur. existían los mercados pero estaban en la práctica cerrados por el desorden político. La in­ tervención no se justificaba normalmente, ni siquiera-para asegurar merca­ dos vitales, pero a veces podía quedar justificada por razones predominan­ tes ; una situación así se había alcanzado en esos,momentos en el Pao de ia P la­ ta. Ezi años recientes habían mejorado en Montevideo las perspectivas co­ merciales, pero se hallaban amenazadas por el conflicto con Rosas. Por lo tanto, Gran Bretaña debía acudir en “socorro” del gobierno de Montevideo, en respuesta a un tratado comercial. E l “socorro” se definía como “una pe­ queña cantidad de fuerza” contra la agresión. E l M emorándum no era un do­ cumento de política de alto nivel y no formaba parte de ningún tipo de instruc­ ciones. Pero revelaba la tendencia del pensamiento oficial, y el curso de ac­ ción que recomendaba resultó notablemente similar a los hechos que se pro­ dujeron posteriormente. Revelaba también una confusión de pensamientos en el Foreign Office, Imaginaban que se podía usar la fuerza sin desatar la guerra, que los mercados de estados independientes se podían asegurar m e­ diante 3a intervención, y que “una pequeña cantidad de fuerza” sería sufi­ ciente. La política siguiente sufrió precisamente por causa de esas confu­ siones. Acertada o equivocadamente, se consideraba ahora a Uruguay como de mejores perspectivas que Buenos Aires, más promisorio comercialmente y más flexible desde el punto de vísta político. Aberdeen presionó a Mandeville para que acercara más la política británica hacia la posición Uruguay a. Toda­ vía intentaba mediar entre Rosas y Rivera, aunque un anterior ofrecimiento de Palmerston, en julio de 1841, ya hábía sido rechazado. Aberdeen instruyó a Mandeville en el sentido de que, si el gobierno de Buenos Aires aún rechazaba la .mediación y continuaba la guerra, la defensa de los intereses británicos “podría imponer al gobierno de Su Majestad el deber de apelar a otras medi­ das, a fin de suprimir los obstáculos que en estos momentos interrumpen la pa­ chaca navegación de estas aguas.”70 Las instrucciones permitían diversas in­ terpretaciones y Mandeville decidió utilizarlas como un virtual ultimátum. Posteriormente le comunicaron que se había excedido en sus instrucciones al amenazar con una. fuerza armada para poner fin a las hostilidades.71 Además, fue criticado también por parcialidad en favor de Rosas. Los residentes britá­ nicos en Montevideo hacía tiempo que, naturalmente, lo consideraban resis­ ta, y uno de ellos lo denunció como “la voluntaria y cándida víctima de uno de los hombres más inescrupulosos que hayan obtenido alguna vez ascendiente sobre una mente crédula y débil.>m Pero Aberdeen también tenía sus sospe­ chas y, después del terror de abril de 1842, con informes sobre Rosas que había recibido, más críticos que los de Mandeville. despachó una severa reprimen­ da al enviado por no protestar antes de lo que lo había hecho y por no recurrir al HMS Pearl para proteger las vidas de los súbditos británicos. En una afíigiránáum

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da respuesta, M andeville alegaba se r el único de los diplomáticos que había \ protestado, que su protesta puso fin a los crím enes, lo que no era enteram ente | cierto, y que la presencia del HMS'Pearl sólo habría lograda aum entar el te- J rror, lo que puede o no ser cierto.75 M ientras tanto, Rosas sospechaba que J M andeville estaba pasando inform ación m ilitar a R ivera.74 | De acuerdo con las instrucciones de Aberdeen. Mandeville viajó a Monte- J video p ara negociar un tratado de comercio y am istad con el gobierno de Hi- f vera. Antes de hacerlo, informó a Rosas que a ello habría de seguirlo la me- f diación anglo-francesa y que una negativa a aceptarla “podia ser de fatales, | consecuencias” p a ra Rosas y su gobierno. Rosas replicó que sí él hacía la paz f con Rivera, su partido no lo apoyaría, y si a él lo apartaban del gobierno. ni un f solo extranjero quedaría a salvo en Buenos A ires: | Sé perfectamente bien que Gran Bretaña sola —mucho más Gran Bretaña y Francia | combinadas— puede tomar Buenos Aires con sus buques y hombres. ¿Qué ocurriría en- j tortees? Las partidas de guerrilleros rodearían Ja dudad y pronto se vería obligada aren- "i dirse a nosotros de nuevo por hambre... Hay ciertas cosas, la paz con Rivera, por ejem- .1 pío, que, por más grande que fuera mi inclinación en favor de ella, por más deseoso que f estoy siempre de acceder a los deseos del gobierno de Su Majestad, mi partido y la opi- d rdón pública jamás me permitirían concretarla. Mi vida no estaría segura si lo intentara. ’:;f No hay aquí una aristocracia que apoye al gobierno; son las masas y la opinión pública ¡í las que gobiernan.75 ;¡

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■Hubo otra entrevista el 12 de agosto, cuando Mandeville regresó con un j tratado que resultó im popular en Buenos Aires e irritante p a ra Rosas, quien comentó que este tratado significaba p a ra R ivera m ás que cualquier victoria m ilitar ■.“E n este m om ento hay una gran agitación entre la gente, en especial entre la del campo. Si algo m e sucediera, todos los extranjeros —los ingleses tanto como los otros— se encontrarán en inminente peligro, particularm ente los que viven en el cam po. ” En realidad, Mandeville estaba impresionado por el control que ejercía Rosas sobre las fuerzas de la violencia, en la ciudad y en el campo:

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Nunca había visto pruebas tan grandes del poder del general Rosas sobre esta gente como en estos últimos tiempos: desde la publicación délas dos ordenanzas para la represión de conductas indignas mediante palabras o actos, no se ha. oído una sola palabra en la cíudad o en la provincia de Buenos Aires, que yo sepa, contra ningús extranjero.78

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Pero .Rosas continuaba con sus serm ones a Mandeville. En la víspera de otra visita a Montevideo, le advirtió que esas visitas eran un incentivo p ara Rivera, a quien pronto derrotaría sin em bargo, siem pre que Gran B retaña y F ran cia no intervinieran en su favor. Y si lo hacían, “Buenos Aires se convertíría en un osario y la provincia en un desierto blanqueado de huesos hum anos, Cuando llegue ese momento, que todos lo extranjeros se vayan, y que se vayan pronto; aquí no h ab rá poder que los salve, aunque yo pueda perecer en el intentó.”77Acosado porA berdeen y arengado por Rosas, Mandeville ni siquiera obtuvo éxito con R ivera, y sus esfuerzos diplomáticos para term inar la gue-

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rr.a fracasaron. La mediación anglo-francesa fue rechazada. Rosas-continuó ¿oque Peal llamó-“hostilidades de locura"; impulsó su. ejército hacia adelante y. hacía febrero de 1843, dominaba el litoral. Rivera estaba encerrado en Mon­ tevideo y Oribe se hallaba en las afueras acampado en el Cerrito. La-flota de Buenos Aires destruyó a la de Montevideo e impuso un bloqueo. En la Cámara de los Comunes, Peer declaro que el gobierno británico es­ taba decidido a no tomar parte sn las hostilidades ,n N o era ésta la impresión de los observadores que estaban en el lugar. Los enviados británico y francés dirigieron a Rosas una infructuosa nota aconsejándole oue firmara un armis­ ticio y mantuviera sus fuerzas dentro de los límites de la Confederación Ar­ gentina. Ai mismo tiempo, instruyeron a sus comandantes navales para que estuvieran listos para proteger a los residentes extranjeros en Montevideo. Al parecer. Mandevíüe también prometió a Rivera ayuda militar y naval anglofrancesa, informándole que estaba sn camino una flota. Esta promesa, junto con las acciones del comodoro J. B. Purvis, comandante navaí británico en el Río de la Plata, ayudó a sostener a Rivera y la causa unitaria en Montevideo. Purvis hizo su entrada e impidió que la flota de Buenos Aires bombardeara Montevideo poniendo así en peligro a los británicos y otros residentes extran­ jeros ; también posibilitó que llegara ayuda por barco y abastecimientos s los sitiados defensores y que reclutaran legionarios extranjeros. Si bien no llegó a quebrar el bloqueo de Montevideo por Buenos Aires. ciertam ente logró dismi­ nuir su efectividad. El sitio de Montevideo duró nueve años, desde el 16 de febrero de 1843 hasta el 8 de octubre de 1851 en que se estableció la paz entre los uruguayos ri­ vales. El compromiso británico fue de menor duración, pero, en el comienzo, resultó crucial por cuanto salvó la ciudad y prolongó la guerra. No fue una ac­ titud de neutralidad en ei Río de la P la ta ; por lo contrario, el poder naval bri­ tánico contuvo a las fuerzas navales de Buenos Aires y de esa manera propor­ cionó a los asediados defensas más efectivas y mayores reservas que las que hubieran tenido en caso contrario. Esto significó que, por tierra. Oribe no pudo asestar un golpe decisivo y las fuerzas resistas quedaron aferradas en un largo y costoso sitio. El comodoro Purvis quería ir más allá, tomar la ofen­ siva, acosar a Oribe, romper el bloqueo y dominar .el Río de la Plata, pero Mandevüle lo contuvo: él debía tener en cuenta el peligro que corría la comu­ nidad británica en Buenos Aires. El ministro británico estaba atrapado entre la ambigüedad de sus -instrucciones, la agresividad de Purvis y las contra­ amenazas de Rosas. Se insinuaba que el gobierno podía no ser capaz de garan­ tizar las vidas y propiedades de los británicos y, en abril de 1843, Arana comu­ nicó a Mandevüle que si no desautorizaba a Purvís se haría responsables a los residentes británicos por los actos de la Armada Real,79 Mandevüle se apre­ suró a rechazar este argumento y sostuvo que, mientras los súbditos británi­ cos no quebraran las leyes argentinas, tenían derecho a la protección del tra­ tado de 1825. Tomó medidas para reprender a Purvis, quien continuaba ha­ ciendo gala de su belicosidad, sin que Lord Aberdeen hiciera nada para conté259

nerlo, Pero como Gran Bretaña detuvo-sus avances p ara brindar una ayuda m ás positiva a Montevideo; pudo p rese rv a r la apariencia de neutralidad y m antener relaciones oficiales con Buenos Aires, Aberdeen, em itió instruccio­ nes en las que declaraba que Buenos Aires tenía derecho a bloquear M ontevi­ deo de acuerdo con las reglas existentes sobre bloqueos navales y que las fu er­ zas navales británicas debían aceptarlo. R etiraron a P urvis a Río de Janeiro y pareció prevalecer una neutralidad m ás evidente. La g u erra continuó su curso h asta un punto de estancam iento. Rosas y sus aliados eran, básicam ente, jos beligerantes m ás poderosos, pero Oribe e sta ­ ba todavía inmovilizado trente a Montevideo y el bloqueo había perdido su efectividad. Montevideo sobrevivió g r a d a s a su dominio de la navegación flu­ vial, la ayuda de la legión extranjera, los esfuerzos de Garibaldi—a quien la Ga­ ceta M ef cantil llam aba “el chacal de los tigres anglo-íranceses , la alianza de los exiliados argentinos y los esfuerzos dé los mism os uruguayos.30 El ocho a Rosas y el miedo a la venganza de Oribe perm itieron aceptar a los u rugua­ yos la intervención ex tran jera sin pérdida de su autoestim a, y utilizarla en be­ neficio del Uruguay. E l costo p a ra la economía era alto y las operaciones co­ m erciales declinaron. Pero eran los británicos quienes m ás se quejaban de ello. En Liverpool y en M anchester había un “interés por Montevideo” ; los banqueros y com erciantes presionaron a Lord Aberdeen en 1844 p ara que de­ fendiera su m ercado contra Rosas e im pusiera la libertad de navegación en el Río de la P lata. Las firm as británicas en Montevideo sostenían el m ism o pun­ to de vista. Algunas de éstas eran sucursales de establecim ientos británicos en'Buenos .Aires, también hostiles a la política de Rosas. “Desde el comienzo del bloqueo francés hasta el día de hoy. la m ay o ría de los com erciantes b ritá­ nicos establecidas en Buenos Aires no han intentado nunca ocultar el interés que tienen en el éxito de los enemigos del presente gobierno...”81La im presión de Mandeville era parcial. Las opiniones com erciales británicas en el Río de la P la ta no eran de ningún modo homogéneas. E l comercio de Buenos Aires sobrevivió al bloqueo francés y, ahora, durante la guerra, Buenos Aires se­ guía siendo un puerto libre y el com ercio británico se sostenía bien allí por sí m ism o; los buques británicos seguían llevando el correo a la A rgentina y —se­ gúnsospechaba ei gobierno— abriéndolo.82E n realidad, los com erciantes bri­ tánicos en Buenos Aires estaban siem pre dispuestos a tra ta r con Rosas, m ien­ tras los beneficios fueran buenos. E n este sentido, las opiniones tam bién dife­ rían. Se han hecho esfuerzos para presentar al comercio de Monte Video como de m ayor im­ portancia que ei de Buenos Ayres. Sería fácil exponer cifras para demostrar que eso no es verdad... Es suficiente decir que sí se deja seguir al comercio su curso natural, cada parte obtendrá de él aquella porción queda conveniencia de su situación y otras circuns­ tancias locales le permitan atraer... P ara nuestros fabricantes y comerciantes es indife­ rente cual sea el destino de la mayoría de sus mercaderías.83

Sin duda, algunas de estas m anifestaciones eran p arte de una cam paña

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I

pe propaganda organizada en favor de Rosas. Pero existen pruebas ciaras de |jue algunos intereses británicos importantes, por falta de esperanzas o por miedo, empezaron a favorecer a Rosas; unos peticionaron.ai Foreign Office ten beneficio de é l; otros escribieron panfletos; y otros, finalmente, hasta lle­ garon a pelear por él. I Estas tendencias del sector privado do se reflejaron in ri edia tam en te en |a política exterior británica. Aberdeen decidió destacar en Buenos Aires a un nuevo enviado, William Gore Ouseley, a quien impartió no muy precisas ins­ trucciones pero sí agresivas. El objetivo principal consistía en obtener la in­ dependencia del Uruguay : en consecuencia, Ouseley debía advertir a Rosas fjue retirara sus tropas deis Banda Oriental de lo contrario Gran Bretaña le­ vantaría él sitio de Montevideo por la fuerza. E l objetivo secundario era abrir f os ríos a la libre navegación. Si era necesaria la fuerza. Ouseley debía consul­ ta r con el comandante naval británico en el Río de la Plata y concertar medijdas con los franceses. Quedó aclarado —si es que algo resultó claramente es­ tablecido— que Gran Bretaña no tenía intención de efectuar operaciones en ¡tierra, | Ouseley no aumentó su reputación en el Río de la Plata. Pero no era tonto. '¡Había actuado ya casi doce años como secretario de la legación en Río de Ja­ neiro y de ninguna manera ignoraba los asuntos del Río de la Plata. Aunque |sus informes reflejaban en forma constante su creciente hostilidad hacia Ro¡sas, señaló algunos puntos válidos sobre el régimen: observó que Rosas, si bien usaba los términos federal y unitario, había logrado quitarles toda signi­ ficación, reduciendo la política a¡rosismo y anürrosismo comprobó que el die. dador había comenzado odiando a los intelectuales y a la cultura, pero ahora jlos explotaba y usaba a la prensa como un medio de propaganda sin preceden­ t e s ; además, tenía plena conciencia del poder y personalidad de Rosas. Pero Jsu análisis de la«útuación y la política que recomendó contenían una cantidad ¡de errores fatales. Creyó que la fuerza haría ceder a Rosas y que la guerra ha¡bría de servir a los intereses británicos. Sus opiniones ya estaban formadas ¡antes de asumir su cargo, el 20 de febrero de 1845. En un memorándum defe¡cha 12 de diciembre de 1844, Ouseley ya daba por segura la idea de la interven¡ción británica: jLa intervención de Inglaterra y Francia quedará limitada aúna mediación que se presi 0fnará con insistencia, pero sí eso fracasada cooperación naval con el Brasil." como' el blojqaeo. etcétera. ¡E s de suponer que lo primero será ofrecer la Mediación, insistiendo y presionando con f urgencia, antes de la efectiva Intervención. I Además, que no existe el deseo de deshacerse de Rosas por completo. Al contrario, que si jes posible inducirlo por las buenas para que actúe eordialmente con nosotros y asuma el j.liderazgo para conseguir que otros estén de acuerdo; si podemos hacer uso de él, tanto¡mejor,84

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Después de su llegada a Buenos Aires, en febrero dé 1845. Ouseley cotí deró confirmados sus puntos de vista, y apreció erróneamente la situacif cuando pidió una.declaración de “guerra contra llosas (no contra los argenf nos)'’, como si ambos hubieran podido separarse.85Comenzó a avanzar a tir de instrucciones que no lo.controlaban con suficiente rigor. Según una fueS te argentina, supuestamente informada por Ouseley. el gobierno británi| había decidido usar la fuerza cuando designó a su nuevo enviado: “Mr. Ous¡ ley me manifestó que cuando fue nombrado para Buenos Aires, el Ministeit Inglés estaba decidido &una intervención armada en el Río de la Plata. !| Esta interpretación, una amalgama de las preconcebidas ideas de Ouseley vaga beligerancia de Aberdeen y una tendencia argentina a exagerar las | tenciones británicas, era probablemente incorrecta, pero contribuyó ala co| fusión que caracterizaba en esos momentos a las relaciones angloargení] ñas. I Cuando Ouseley llegó al Rio de la Plata. Rosas había obtenido una can¡ dad de triunfos importantes contra sus enemigos en el Uruguay y parecía ejj tar a punto de lograr la victoria definitiva. Urquiza había derrotado comp]| lamente a Rivera en India Muerta, destruyendo tanto su ejército como su cof: fianza. Oribe había quedado ya libre para concentrarse sobre Montevidéf mientras que las fuerzas navales británica y francesa se mantenían a distai cía. En ese momento, Ouseley'declaró “Montevideo no debe ser tomada”,! convenció al enviado francés para que cooperara con é l ordenando la consi tución de una fuerza naval conjunta que produjera el desembarco de Infantl de marina e impidiera el colapso de Montevideo; declaró que no reconocería! ningún gobierno encabezado por Oribee instalado por la Argentina. E18de j | üo de 1845, Ouseley y su colega francés Deffaudis enviaron una nota al gobiél no argentino pidiendo la evacuación del territorio uruguayo por las tropas a| gentinas y la partida de Montevideo del escuadrón argentino. Estos pediddi estaban basados en tres proposiciones: la presencia de tropas argentinas | mando del general Oribe para reinstalarlo como presidente constituía una h| terferencia en los asuntos del Uruguay y un ataque a su independencia; laj atrocidades cometidas durante esa guerra habían conmovido al mundo crvg lizado; y los intereses comerciales británicos y franceses estaban sufriend| par la obstrucción áe tiempo de guerra de la navegación en el Río de la Plata.!| Rosas rechazó los pedidos y. el 30 de julio de 1845, Ouseley fue obligado a tras! ladarse de Buenos Aires a Montevideo. La posición británica había quedade así deteriorada en la Argentina; sin embargo, aun el mismo Ouseley admitif a Aberdeen que el comercio de Montevideo jamáis compensaría la pérdida di Buenos Aires. ¿Por qué intervinieron entonces los ingleses arriesgando l| más grande por lo que era menor? | Una posible explicación era que Gran Bretaña buscaba mantener el equi­ librio de poder en el Río de la Plata sustrayéndolo de la hegemonía de Buenef Aires. Sí éste era el propósito, existían mejores medios —al menos discutí bles—para lograrlo. Otro objetivo era tal vez ganar la libre navegación áe ló|

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^iosinteriores. Contra esta idea puede alegarse que Gran Bretaña ya dominajba el comercio de Buenos Aires y Montevideo y no necesitaba una penetración b ad a el interior, menos aún cuando se trataba de mercados que todavía eran sn gran parte quiméricos. El mismo Aberdeen dio una explicación. En febre146: al justificar su política en la Cámara de los Lores, afirmó que Buc­ e s había rechazado la mediación británica en 1841 y 1842. Entonces se la mediación por tercera vez: si también ésta era rechazada, existía la intención de hacer valer la fuerza. Por lo tanto, concluyó. Gran Bretañababía intervenido para preservar la paz y la independencia del Uruguay. Y , a pesar déi bloqueo impuesto por Gran Bretaña y Francia, “este país no estaba en guerra con Buenos Aires” 38 En esa forma, se usaba la fuerza para mantener la paz, no para hacer la guerra, era un argumento clásico y ni siquiera Aber­ r e e n parecía convencido. No obstante. en Gran Bretaña respaldaban a Ouseley en form a considera-' [ble. Desde 1843, Brasil había incitado a Gran Bretaña en el sentido de que ha­ mbría sido fácil montar una demostración de fuerza en el Río de la Plata y leivantar el litoral contra Rosas. El argumento encontró alguna correspondencia. .Veían entonces a Rosas como causa de perturbación, ya no de estabilidad. Los icomerciantes de Liverpool y Manchester, los políticos y la opinión publica, to­ ldos clamaban pidiendo medidas para defender al Uruguay e imponer la libre [navegación en el Río de la Plata. Un folleto publicado por Thomas Baines des|de las oficinas del Liverpool Times recomendaba la guerra como un instru;mentó de comercio.8fl Durante el transcurso de 1845, los intereses británicos jen Montevideo recibieron una oleada de apoyo de parte de los aliados y porta­ vo ces en la metrópolis y se beneficiaron de la relación de su causa con la de la ¡¡libre navegación en general. Solamente en la Argentina se oyeron voces es de­ sacuerdo ; desde allí, la comunidad británica redactó una petición protestanido contra la política angio-franees a. Y en Londres la maquinaria de propa­ ganda de Rosas lanzó un contraataque. Manuel Moreno, el ministro argentino en Londres, enviaba asiduamente ¡material pro-Rosas a la prensa británica y a las librerías. En 1843 contrató a ¡un periodista inglés, Alfred Mallalieu, amigo aparentemente de los comer­ ciantes de Londres y Liverpool y que decía tener directos conocimientos de ■América del Sur, para que escribiera un panfleto en inglés defendiendo a Rosas de sus enemigos y calumniadores.90 Escrito desde The Bank, Highgate Hill, en la forma de cartas públicas dirigidas a Lord Aberdeen entre 1844 y 1845, desde la abierta, posición de im observador independiente, el panfleto era esencialmente, en realidad, una traducción de material oficial, en su mayor parte de la Gaceta Mercantil, y constituía una franca apología del régimen de Rosas. Mallalieu opinaba que Gran Bretaña no tenía legítimos motivos de queja contra Rosas, ya que su comercio estaba protegido durante el bloqueo de Montevideo y el comercio de los buques mercantes a Buenos Aires conti­ nuaba siendo allí bien recibido. Las quejas provenían principalmente de los especuladores británicos y otros intereses en Uruguay, hombres que sehalla263

ban detrás de Purvis y Rivera y que se beneficiaron conmotivo del favorahj contrato de préstamo que este último les había otorgado. Los asuntos interit res-de Buenos Aires, tan objetables como podían considerarse, no concernía, a Gran Bretaña; la necesidad de contener la anarquía justificaba las faculta des extraordinarias del gobierno y aun del terror, como lo aceptaba ahora.], opinión délos comerciantes británicos. De cualquier manera, las acusaeíone de terrorismo que aparecían en las Tablas de Sangre eran una “monstruos; ficción^ fabricada por un desacreditado renegado. Mailalieu se quejaba de ig coran d a y superficialidad en el tratamiento británico a las noticias de Amén ca Latina, :ien esas raras ocasiones en que son puestas a disposición del públi co". aunque estos países son importantes consumidores de los productos bri tánicos.91En el caso de la Argentina, Gran Bretaña estaba asociándose abort con Francia y el Brasil para atacar una potencia que protegía ios intereses británicos., en favor de otra potencia (Uruguay) que era más'o menos una co­ lonia de Francia, mientras que el Brasil simplemente buscaba controlar com­ pletamente el Río de la Plata, Mientras tanto. Oribe favorecía la independen d a del Uruguay; Rosas nunca bahía cerrado previamente el Río de la Plata s la navegación extranjera y, en todo caso, era incapaz de hacer eso contra Ú marina británica. La Intervención, concluía Mailalieu. sólo podría frustrar ei comercio y dañar los intereses británicos.92 . . Mientras la guerra verbal continuaba en Gran Bretaña, Ouseley y sus eo; legas navales estaban combatiendo una guerra informal en el Río de la Plata La política del enviado británico era engañosamente simple. Obligaría a R oí sas a que cesara en su ayuda a Oribe, le impediría que estableciera un gobieri no títere en el Uruguay y lo llevaría a un acuerdo negociado. Pero la única íori ma era la fuerza, y esto ereaba complicaciones. Ouseley no. subestimaba la tal rea: “Hay... poca esperanza de obtener nuestra meta con e] general Rosas sin recurrir a la fuerza y en ese caso debemos esperar una prolongada y obstina! da resistencia.1,93 Por lo tanto, cuanto antes se declarara la guerra mejor se-’ ría. Él mismo dio el ejemplo. El 2 de agosto de 1845, fuerzas navales angio-’ francesas tomaron a la flota argentina que estaba sitiando Montevideo, reem­ plazaron: a sus dotaciones y la pusieron al mando de Garibaldi. El 17 de sep­ tiembre. después de desembarcar una fuerza de ocupación en la Isla Martín] García, que guardaba la entrada de los ríos Paraná y Uruguay, la flota anglofrancesa declaró el bloqueo a Buenos Aíres.94 Ouseley también quería tropas;! Los regimientos 45 y 73 de infantería se hallaban convenientemente a mano en| Río de Janeiro, en camino hacia Africa del Sur. A pedido de Ouseley. el minis-! tro británico en Río los envió a Montevideo. En octubre estaba preparada anal flota para forzar el paso hacia el norte por el río Paraná, con el propósito de es^ collar una flota de más de den barcos mercantes a puertos de Entre Ríos yj Corrientes, Invitaron a participar a los comerciantes interesados. Sólo falta-4 ba a Ouseley una declaración formal de guerra. Ejerció urgente presión sobre| Aberdeen para obtenerla; $

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f^-apaz sólo puede ser restablecida de manera sólida y ventajosa y se podrá tener fe en la prosperidad de estos países mediante la caída del general Rosas. Si el gobierno de Su Ma­ lgastad decide continuar las medidas coercitivas que la conducta de Rosas nos ha obliga­ d o ya s. adoptar, no deberá perderse tiempo alguno en hacerlas rápidamente decisivas. ¿La manera más efectiva de actuar sería declarar la guerra al general Rosas.95

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4 Aberdeen va citó. Desde cierto punto de vista pareció estar en des acuerdo ■eos la fuerza, "Rosas es tan inescrupuloso y sus instrumentos tienen una de­ voción tan ciega por él que cualquier atrocidad (contra las personas, o propie­ dades de súbditos británicos) puede ser posible.” Éstos fueron sus comenta­ rios cuando confirmó el uso de medidas coercitivas contra Rosas y basta pre­ c ió la posibilidad de guerra entre ios dos países.96 Sin embargo, el 5 de noviem­ bre instruyó a Ouseiey a ñn de que preservara una estricta neutralidad y, un Ines más tarde, dio otro paso hacia atrás: aclaró perfectamente a su enviado ijue consideraba al bloqueo como “la última medida hostil contra Rosas que jfcontemplan sus instrucciones, y lamentaría mucho que este bloqueo pudiera pegenerar en una verdadera guerra.”87 Era demasiado tarde: ía armada y |a s tropas ya estaban en acción. ¡ ¿Qué clase de acción sería más efectiva? El góbierno británico excluía ¡específicamente la guerra en tierra. É sa fue una decisión obvia, sobre la base |de la logística tanto como de la política. En su litoral atlántico, Buenos Aires testaba protegida por aguas de poca profundidad, rocas y bancos de arena, y la ¡faltade puertos. También la capital estaba defendida contra buques pesados ¡por aguas muy poco profundas que mantenían a sus cañones a varios kilóme­ tros de distancia. Cualquier ejército que desembarcara en esas zonas tendría |que combatir contra un enemigo móvil y esquivo que podría instalarse tácü|mente en el campo, y enfrentar una sociedad que resistiría por inercia. Por lo |tanto, las operaciones terrestres quedaban fuera de toda cuestión. La deci­ sion significaba que los funcionarios británicos tenían una limitada influencia ¡en el Río de la Plata. Ouseiey y sus colegas negociaron con los caudillos de En¡tre Ríos,. Corrientes y Paraguay para .formar una coalición contra Rosas. ¡José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, no se mostró contrario a las consversaciones, pero era demasiado cuidadoso como para arriesgar su futuro sin el ¡apoyo asegurado de poderosas fuerzas terrestres que garantizaran el éxito, iComo éstas no se encontraban disponibles se mantuvo junto a Rosas, contro­ lando a Corrientes y Paraguay. Los británicos, por otra parte, carentes, de [sanciones, de fuerza, de posición militar, no estaban bien colocados para ne­ gociar en asuntos de esta naturaleza ni para convencer a Urquiza para que pe­ leara. Solamente Brasil podía proporcionar las fuerzas terrestres, sin las cun­ des Urquiza no podía moverse, como lo hizo en 1852. Mientras tanto, al poder británico en el Río de la Plata le faltaba una dimensión militar: ésos eran los límites reales del imperialismo. Las operaciones navales eran el único medio, que finalmente tomó la for­ ma de una expedición -para subir al Paraná, asegurando la libre navegación e 265

inaugurando el comercio directo con el interior. Rosas estafe a preparadora: disputar el paso de la flota aliada y había realisado sus preparativos. Desp chdtropas desde Buenos Aires para reforzar las guarniciones situadas a oí lias del río Paraná e hizo instalar lanchones armados para interceptar a 1; naves mercantes británicas en ei río. En particular, decidió defender el pa; Tonelero, sobre el Paraná, en la Vuelta de Obligado, donde las barranc; son altas y el río tiene unos setecientos metros de a n ch o é E l lugar esta! bien elegido y el plan inicial fue hábilmente ejecutado. Cuatro baten, estaban en posición en terreno ventajoso, dos de ellas sobre alturas de dieeií cho metros por encima del agua, dos en el valle intermedio, con espesos boj ques a sus espaldas: en total comprendían veintidós piezas de artillería, eó: cañones que variaban de doce a treinta y dos iibras. Además de los artillero se habían reunido también efectivos de infantería y caballería, con un total! tres mil quinientos hombres. Algunos de ellos eran voluntarios de ia cornual dad británica en Buenos Aíres. Para detener a la flota enemiga habían temí do tres pesadas cadenas a través del río, desde la costa hasta una isla y sosf| nidas por veinticuatro barcazas; detrás de éstas había otras diez embarcad! nes incendiarias y el extremo oeste de las cad- ñas estaba defendido por uij goleta de guerra argentina armada con seis c í ' mes. Tal vez ei plan era m j impresionante que los recursos disponibles. Ei Rosas agotó su capital original, gastóla suscripción según iba llegando y durante los diez años siguientes sobrevivió gracias a los amigos que le quedaban y a su propia familia.30 Pero aun en los peores días de su exilio, Rosas no era realmente pobre. Su ansiedad con respecto al ingreso, sus coléricos intentos de revertir las confis­ caciones, su cuidadoso examen de las listas de suscripción, su implacable búsqueda de nuevos fondos, aumentaron hasta convertirse en una obsesión por el dinero, rayana en la avaricia o el pánico. En 1876, a los ochenta y tres años de edad, en un absurdo y último llamado, hasta se dirigió a la viuda de Urquiza en busca de ayuda. Existe la sospecha de que sus pretensiones eran demasiado altas, que estaba viviendo más allá de sus medios. Al principio gastaba ciento veinte libras por mes, lo que ciertamente sobrepasaba sus-po­ sibilidades. É l decía que su estilo era pobre, sus gastos modestos y que su vida social había quedado muy reducida, aunque sus pretensiones aún seguían en evidencia; “Por más esfuerzos que hago para no salir de m i silencioso retiro, no me es ya posible cortar por más tiempo las visitas de personas de elevada distinción, como la del H. Vizconde Palmerston y otros,., y a corresponder esas demostraciones con iguales visitas m ías.”31 Diez años más tarde, aún sostenía que vivía frugalmente: Mi economía en los doce años corados ha continuado siempre tan severa como parece. imposible al que no ha estado cerca de mí. No fumo, no tomo rapé, ni vino ai licor alguno, no asisto a comidas, no hago visitas ni las recibo, no paseo ni asisto ai teatro ni a diversio­ nes de clase alguna. Mi ropa es la de un hombre común. Mis manos y mi cara estáis bien quemadas y bier¡ acreditan cuál y cómo es mi trabajo diario incesante, para en algo ayu­ darme. Mí comida es un pedazo de carne asada y mi mate. Nada más.32

Pero esto no significa que viviera en la indigencia. Siempre tuvo su propio establecimiento y, durante un tiempo, dos casas; mantenía dos caballos y tuvo un coche durante muchos años. Su pasión por el dinero no era avaricia ni intemperancia. Rosas había estado acostumbrado por largos años al poder y la influencia. En Inglaterra, sin embargo, carecía de significación política o social. Allí, solamente la riqueza podía garantizarle el respeto y darle la posi­ ción que consideraba su deber como hombre de Estado, que su propio país le debía y que era vital para su reputación en la Argentina. Era el status más que el dinero lo que lo obsesionaba, la opinión argentina más que la inglesa lo que le preocupaba.

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4 Eosas era un hombre de formación rural y vivía para la tierra y el. cielo. Cuando llegó por primera vez a Southampton estuvo alojado en el Windsor Ho­ tel por poco tiempo y luego alquiló Eockstone House en Carlton. Tenace, don­ de mantuvo un buen nivel de vida, dio dos habitaciones a su hija y su marido y puso_a su servicio a un maltratado peón argentino, de apellido Martínez, a quien, mandó buscar de entre sus ex servidores. Pero odiaba vivir en la ciudad y en 1857, la inactividad lo estaba matando. Anhelaba tener una estancia y vi­ vir en el campo, y empezó a buscar una granja. En 1862 alquiló Burgess Street Farm, en Swaythling, a unos cinco kilómetros de Southampton. Era una pro­ piedad típica para un arrendatario, no para un estanciero, y pagaba por ella una renta anual de ciento noventa libras al propietario, Mr. John Fleming, de Stoneham Park. La casa de la granja era una amplia vivienda campestre con techo de paja, nueve habitaciones y construcciones auxiliares, pobres ran­ chos, como los llamaba Rosas. La tierra tenía unas ciento sesenta hectáreas, con una mezcla de superficies cultivables y de pasturas. Con esta propiedad, Eosas inició un nuevo capítulo en la historia de su exilio. Aquello no era la Argentina, un país joven y una nueva frontera, y Rosas no podía expandir ni la casa ni el “campo”. Las construcciones estaban llenas de bichos y descuidadas, y le le v ó algún tiempo limpiarlas y restaurarlas.33 La tierra era un desierto; fue una tarea ardua y costosa ponerla en condicio­ nes. Durante los primeros meses tuvo que dedicarse a limpiar y despejarla; drenó los pantanos, eliminó malezas y malas hierbas, cortó los troncos dé ár­ boles secos y taló cientos de árboles. En una loma cercana a la casa hizo una quinta de manzanos, peras, durazneros y ciruelos, rodeada por un seto vivo, con una cerca y portón; detrás había un prado para ejercitar los caballos y, a pocos metros un estanque con patos; todo era aproximadamente tal como re­ cordaba los alrededores de los cascos de estancias en las pampas. Excepto que no podía compararse con las grandes haciendas que había dejado atrás. No le gustaban las granjas inglesas, apretadas y confinadas, donde toda.la em­ presa constituía una lucha. “Muy poco y muy malo era lo que había en esos ti­ tulados farm s . Todo he tenido que comprarlo y que hacerlo. Pero no tengo, ni hago lo preciso por falta de fondos”, escribió.34 Tenía dieciocho caballos, tres toros jóvenes, sesenta vacas, veinte vaquillonas y treinta y cuatro cerdos, a todos los cuales podía alimentar de su propia producción correctamente cose­ chada. Trató de vender lo que podía, pero sus expectativas comerciales que­ daron limitadas por la reducida escala de las operaciones. La granja podía mantener cuarenta vacas más y mil.quinientas ovejas, pero no tenía capital para adquirirlas. Le hubiera gustado establecer una empresa de cria de gana-

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do vacuno y otros animales, comprando buenos caballos en la Argentina 7 en Uruguay; vacas y toros, gallinas y otras aves de corral en Inglaterra y Fran­ cia; ovejas en España, y mejorarlos para el mercado, alquilando tal vez la casa principal y la vivienda de la granja. Pero esos eran sueños. Todo lo que pudo hacer fue establecer un tambo y subalquilarlo, usando la renta para dis­ minuir su propio alquiler; pero el tambo fue destruido por un incendio en 1865, que puso su nombre en la prensa local y en nada contribuyó a mejorar sus fi­ nanzas. Introdujo el cultivo de zapallos e hizo dulce de leche, afirmando que había introducido también otras costumbres criollas: No se usa aquí el tasajo como no se usa el mate, por amor puramente a las costumbres dei país y porque los argentinos, orientales y paraguayos que vienen so son como yo. son como Máximo, que dice: a la tierra que fueres haz lo cue vieres. Yó sigo lo bueno que veo... No conocían el mate los vecinos del f a r m . Ahora todo el pobre que viene y recibe un m átelo prefiere a un vaso de cerveza. No conocían el zapallo; ahora todos lo comen apre­ ciándolo con gusto su verdadero mérito, pues yo lo como todo el año.35

Rosas tenía una ama de llaves, Mary Ann Mills y en la granja, em pleaba. de dos a cuatro trabajadores, o peones, como él los llamaba. Pagaba bien, al­ rededor de un tercio más que los salarios corrientes en el distrito, pero sólo contrataba a sus peones por día y, a medida que pagaba a cada hombre, le de­ cía si lo necesitaría o no ai día siguiente. Ésta era quizás una costumbre subsis­ tente délas estancias, o una resistencia a atarse con un acuerdo permanente; pero posteriormente comenzó a tomar regularmente a los hombres y efectua­ ba pocos cambios. Si bien les pagaba bien por su trabajo, era estricto en el control de la tarea; las labores de la granja estaban rígidamente reguladas, el trabajo de cada hombre calculado bora ñor hora y estrechamente supervisa­ do.' Rosas sabía que estaba arriesgando, pero confiaba en que esa granja se­ ría un éxito comercial, y que él podría demostrar “al gobierno y a la historia, que no tengo más aspiraciones que al trabajo y al retiro honesto y en el silen­ cio de la vida privada, dejando también así a mis hijos esa herencia noble, dig­ na de mi nacimiento y de mi d a se .,,36Pero la granja no produjo ganancias y ni siquiera bastó para los propios gastos en forma independiente. Sus ansieda­ des financieras continuaron y vivía diariamente en el temor a las penurias del mañana. Escribió a Josefa Gómez que sólo ganaba un poco con sus tareas ru­ rales, ni siquiera lo suficiente como para sufragar los gastos, y que estaba re­ frenado por la falta de capital para expandir la producción. Pensaba que se vería obligado a renunciar a la casa, aunque la necesitaba para recibir a sus visitantes, que incluían a Lord Palmerston, el cardenal Wiseman, !!y otras personas de la nobleza.1,37Se quejaba de que el rumor difundido en Buenos Ai­ res de que gastaba cinco mil libras al añoera falso. Luego pareció perder tan­ to su ánimo como su dinero; en la década de I860 habló con frecuencia de abandonar la granja y tomar una casa aun más pequeña, en aras.de la econo­ mía. También soportó tiempos difíciles en los primeros años de la década de

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1870 y volvió a manifestar que perdía dinero en la propiedad, estorbado por nuevas restricciones al arrendamiento, obteniendo muy poco de la tierra y ro­ deado de enemigos que le robaban, peones insolentes y campesinos-codicio­ sos.® En su exilio, las actividades de la granja eran más una forma de vida que un negocio, una ocupación para levantar so moral, una rutina diaria que le daba seguridad en sí-mismo. Así lo explicó a su familia, en tono conciliatorio, “que en él están en juego mi salud, muchos años más de mi vida, y la única dis­ tracción a mis tan tristes como desgraciados días.11La granja le restituyó su identidad. Se levantaba temprano, tomaba mate, ensillaba su caballo a lo gaucho y salía a cabalgar, con espuelas en los talones, las boleadoras al cinto, el lazo en apresto y el viejo poncho argentino sobre sus hombros, con su lana de vicuña aún fuerte después de cincuenta años. Recorría toda la granja, como un solitario patriarca de las pampas, orgulloso de su estampa y su habi­ lidad para arrojar el lazo y las boleadoras en sus más de setenta años, tal como lo hacía en la campaña contra los indios en 1833-34. “Soy a la vez admi­ nistrador y mayordomo”, alardeaba, “puede que tenga aspecto de viejo, pero mi trabajo, mi experiencia y mi progreso me dan más capacidad que la del mejor hombre joven. ” Todavía sentía placer en dar órdenes y requería que le respondieran si habían comprendido la orden y le contestaran sus preguntas. Como lo hizo notar un hábil observador: “Su mayor felicidad parecía consis­ tir en montar su caballo y dar órdenes a sus empleados. ”39 Amaba estar al aire libre y en las más calurosas noches de verano se quedaba afuera hasta tarde, y hasta dormía a la intemperie sobre la manta de su recado, como lo hubiera he­ cho un gaucho. Normalmente regresaba a la casa al final del día, y entonces rea­ sumía otra ocupación del pasado, la del burócrata, revisando sus papeles, escri­ biendo documentos y ocupándose de su correspondencia, mientras su sereno montaba guardia en la propiedad. Su estudio-dormitorio, en el primer piso, estaba lleno de libros y documentos, y sólo despejaban la mesa principal en un extremo para servirle sus comidas.4*5Era allí, a la luz de las velas, donde en­ contraba consuelo para su exilio en el recuerdo del pasado y la tranquilizado­ ra lectura de la historia.

5 Rosas llevó con él a Inglaterra abundante documentación, tanta como pudo, en contraste con su imprevisión económica. Tenía ya preparado su archivo para el embarque, empaquetado en diecinueve cajones. El 26 de enero dé 1852, ocho días antes de Caseros, los hizo llevar desde Palermo a su casa de Buenos Aires y, desde allí, los cargaron a bordo y viajaron con él.4í Después

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fue agregando a éstos otros papeles, a medida que sus amigos ios reunían y despachaban; en 1865 recibió unas diez cajas. Tenía así en su poder cartas y notas que había recibido durante su desempeño del cargo, copias de las que había enviado, documentos oficiales de su gobierno, archivos del Tesoro y de asuntos exteriores, y muchos otros papeles. Aun así. una gran masa de mate­ rial quedó inevitablemente atrás; parre de ello fue reunido por ex partidarios y funcionarios para guardarlos con seguridad, y el resto cayó en poder de los gobiernos siguientes pasando aíormar parte de ios archivos nacionales. Pero todos aquellos papeles que logró reunir en Southampton eran un consuelo en la adversidad, “mil veces más valiosos que mis bienes”, decía, una fuente por medio de la cual podía aconsejar a sus amigos, refutar sus críticas y confun­ dir a sus enemigos. Confió a Josefa Gómez que pasaba muchas horas en sus pobres ranchos, organizando su archivo: “Sigo conduciendo a estos ranchos mis papeles y muchas otras cosas que no pueden ni deben ser vendidas, los pa­ peles son numerosos y de muchísima importancia para mis herederos.”42 Legó su archivo a su hija Manuela en Londres y, según el historiador Adolfo Saldías, allí fue conservado intacto.43 Rosas aspiraba a ser escritor y hablaba de los libros sobre política y filo­ sofía que estaba preparando, además de una autobiografía, pero ninguna de ellos fue escrito. El único trabajo que completó fue una gramática y dicciona­ rio del lenguaje de las pampas, cuyo manuscrito fue confiado en su momento a Saldías. En cambio, la mayor parte de los escritos de Rosas estaba en for­ ma de cartas y, de éstas, especialmente las de su correspondencia con Josefa Gómez, es posible reconstruir su pensamiento político y social. El exilio no atemperó su rígido conservadorísimo ni ablandó la crudeza de sus opiniones. El punto de partida era todavía el derecho absoluto a la propie­ dad privada y la dominación de los intereses de los terratenientes, en general, los principios de la autoridad de su régimen en la Argentina. La polarización de la sociedad era una virtud, no un defecto. Era esencial atraer a los sectores comerciales en desarrollo hacia los estratos superiores, alejándolos de las m asas; éstas debían ser mantenidas abajo, bien apartadas del' poder. El desa­ rrollo de las ideas liberales y democráticas lo llenaba de horror, especialmen­ te en los años posteriores a 1850. “¿Dónde está el poder de los gobiernos para hacerse obedecer?”, preguntaba. La anarquía estaba avanzando en todas partes, y las autoridades debían ocuparse de sus defensas. Como Napoleón IH en Francia, las monarquías debían aprender a conceder y no ceder, actuando desde una posición de fuerza, detrás de poderosos ejércitos. La revolución no conocía fronteras y se requería la acción internacional.; los estados teman de­ recho a intervenir en otros estados para aplastar movimientos subversivos. También la Iglesia debía luchar para defenderse, resistiendo los ataques del liberalismo y. preservando su poder temporal. Rosas consideraba esencial-' mente a la Iglesia como una conveniencia política y fuerza social y al papado como una soberanía absoluta que conservaba la tradición y lideraba la lucha contra la revolución. Desaprobaba el dogma de la infalibilidad papal, del Pri­

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mer Concilio Vaticano, como inapropiada para los tiempos turbulentos'.:Pero el poder político del papado era otra cosa, y se mostraba partidario de una efectiva dictadura del Papa, presidiendo un gobierno cristiano universal. E s­ taba en favor del establecimiento de una especie de Santa Alianza, una orga­ nización internacional de monarquías cristianas bajo la presidencia del Papa, que habría de resolver los problemas del momento, contener a las cla­ ses trabajadoras e impedir la anarquía.44 Ésta era la extraordinaria conclu­ sión a la que lo condujo su lógica fanática. Rosas estaba ai tanto de'las condiciones de la clase trabajadora, se com­ padecía de los pobres y de los que pagaban alquileres e impuestos con bajos ingresos y, personalmente, no era despiadada. Pero dejaba librado a la cari­ dad y al gobierno paternal el remedio para la pobreza. Se oponía terminante­ mente al movimiento de la clase-obrera, que consideraba un insulto para la sociedad y'una amenaza h ad a la autoridad.45 Detestaba al socialismo, al que hacía equivalente al ateísmo y comunismo, y se mantuvo siempre como un firme defensor del sistema capitalista. Consideraba un ultraje la existencia de la Asociación Internacional de Trabajadores, o Primera Internacional, fundada en Londres en 1864, y jamás comprendió por qué la toleraban. Exage­ rando la importancia y confundiendo los objetivos dei movimiento. 3a denun­ ció como atea comunista y tremendamente peligrosa, una amenaza a todos los derechos de propiedad y herencia. Hasta en Sussex, informó asombrado, uno de los agentes de aquélla se había dirigido a una muchedumbre de miles de personas, amenazando con que no estaba distante el día en que incendia­ rían en Londres los palacios de ia aristocracia.46 liLo que he visto y veo es inso­ lencia en la plebe; licencia escandalosa sin freno en los agitadores; concesio­ nes y más concesiones sin equilibrarías; tumultos, reuniones, huelgas por dias, semanas, y aún más en algunos lugares ,1,117El único remedio era pode­ res ejecutivos más fuertes y más policía. La libertad de pensamiento, de expresión^ de enseñanza, era la raíz de todo el problema, Esa clase de libertades permitían simplemente que los charlatanes, “esos que profesan falsas ideas, subversivos de la mora) y el or­ den público”, explotaran sus puntos de vista conduciendo, una vez más, &la anarquía y a la torre de Babel. Al mismo tiempo, los descubrimientos científi­ cos y los avances de la técnica sólo estaban llevando hacia otra d a se de desor­ den, materialismo, codicia y corrupción. Las naciones que toleraban esos de­ sarrollos solamente recuperarían la paz cuando se sometieran al despotis­ mo.48 También sentía desdén por la educación gratuita y obligatoria, espe­ cialmente cuando leyó los planes de Sarmiento y Avellaneda en la Argentina. Pensaba que la educación era dañosa para las clases más pobres, que Ies im­ pedía aprender un oficio, ganarse )a vida y aceptar su lugar en la sociedad; alentaba falsas esperanzas y llevaba a la vagancia y el delito. En la práctica, Rosas proponía herramientas para los trabajadores y libros para la élite, un prejuicio que compartía con mucha gente de Inglaterra en esa época. A medí da que el mundo cambiaba a su alrededor, él permanecía aferrado

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a los dogmas del viejo régim en, sospechando de toda novedad y consciente de su aislamiento cada vez m ayor: “Sobre todof el mayor torm ento es quedar solo y extranjero en medio de generaciones que lo desconocen. ” Su modelo po­ lítico seguía siendo el del despotismo ilustrado . para mí, el ideal de gobierno feliz seria el autócrata paternal, inteligente, ossinieresado e infatígabíe; enérgico y resuelto a hacer la felicidad de su pueblo, sin favoritos uí favori­ tas... He despreciado siempre a los tiranuelos inferiores y a los caudillejos de barrio, es­ condidos en la sombra: he admirado siempre a los dictadores autócratas que han sido los primeros servidores de sus pueblos. Ese es mi gran titulo: he querido siempre sen-ir al país.49

Ésta era su visión de gobierno para la Argentina, su propio gobierno, for­ mado exactamente para la necesidad del país. Sostenía que todo lo que había estado diciendo y haciendo desde 1834 estaba justificado por ios sucesos del momento en la Argentina, Americas del Norte y del Sur. y en Europa.50Toda­ vía estaba convencido de que su política era correcta, aun veía a la Argentina con ojos conservadores. Si bies no fue nunca tan reaccionario como su orácu­ lo, Tomás de Anehorena —a quien le hubiera gustado restaurar la Inquisi­ ción— Rosas se mantenía implacable en sus opiniones. Su filosofía de gobier­ no siempre partía de los derechos de la propiedad privada y la primacía del sector terrateniente. La gran estancia era la principal institución social de su régimen, y los estancieros le habían dado poder absoluto, con facultades ex­ traordinarias para gobernar con fuerza y, de ser necesario, por el terror. En su gobierno no había lugar para el pueblo, ni para ei menor disenso; los oposi­ tores eran anarquistas o “salvajes unitarios”. Pero, en cuanto a federales y unitarios, quedaba én ese momento claro que durante todo el tiempo él había sido ambos,porque las dos cosas representaron.dos etapas del desarrollo poli-, tico: el objetivo ulterior era el gobierno centralizado pero, antes, el federalis­ mo fue una preparación necesaria. Seguía identificando a Sarmiento como su mayor enemigo y al liberalismo como la peor amenaza, tanto para la Argen­ tina como lo era para Europa. Parecía no tener arrepentimientos sobre un solo detalle de su política y su conciencia permanecía incólume aun ante los más controvertidos actos de su gobierno. Obviamente, consideraba al régi­ men del terror como una consecuencia inevitable de los poderes extraordina­ rios con que lo habían investido durante un período de crisis. Era cierto que la “crisis” había durado veinte años pero, ¿qué era eso ante Dios y la historia? La ejecución de Camila 0 ’Gorman y su sacerdote amante no le causó la me­ nor inquietud durante los años siguientes; estaba justificada para siempre so­ bre la base de que la anarquía moral necesitaba el castigo absoluto. Durante el tiempo en que presidí-el gobierno de Buenos Aires, encargado de las relacio­ nes exteriores de la Confederación Argentina, con la suma de! poder por la ley, goberné según mi conciencia. Soy, pues, el único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos como de los malos, de mis errores y de mis aciertos. Las circunstancias durante

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los años de mi administración, fueron siempre extraordinarias, y no es justo que durante ellas se me juzgue como en tiempos tranquilos y serenos.51

No mostraba señales de arrepentimiento por la expulsión de los jesuítas ni, ciertamente, por cualquiera de sus políticas eclesiásticas, que tendían a manejar la religión según los intereses del Estado, y que fueron posteriormen­ te criticadas por algunos hombres de la Iglesia en la Argentina. Se considera­ ba a sí mismo como un católico ortodoxo, como sin duda lo era, y sus cartas es­ taban, llenas de sentimientos piadosos e invocaciones religiosas, aunque no parecía que concurriera a misa regularmente durante su exilie. Las reflexiones de Rosas sobre política argentina carecían de ínteres e inspiración, a pesar de haberle asegurado Alberdí que “nadie tiene derecho a considerarse m ás versado que V. para conocer los asuntos del pueblo argenti­ no.”52 Sobre los temas que requerían antecedentes históricos o sobre aquellos que tenía documentación, tales como los sucesos de 1828-1829, y las disputas de límites con Chile, sus opiniones tenían un cierto valor.53 De lo contrario, se mostraba satisfecho con respecto al pasado y desdeñoso en lo que hacía ai pre­ sente; consideraba e s sus apreciaciones los factores social y económi­ co, y juzgaba a la política exclusivamente en términos de personalida­ des y facciones, federales y unitarios, lealtad y deslealtad. Rosas sobrevivió al vencedor de Caseros, cuyo asesinato en 1870 aparentemente no lo sorpren­ dió ni lo conmovió. “Por el contrario, lo admirable e inaudito en el general Urquiza es su permanencia en el poder, aunque siempre declinante debido a ac­ tos que dañan a él y a sus amigos y son favorables para sus en em igos.R osas le había aconsejado que entregara y se marchara, pero el consejo fue ignora­ do. Fue un desgraciado destino pero, ¿podía un hombre que se había alzado en rebelión criminal contra Rosas esperar algo mejor para sí mismo?54 El conservadurismo de Rosas no era único en el siglo xrx, ni sus ideas originales. Se distinguió por su persistencia a lo largo de toda una vida. Su mente estaba fija en un molde rígido; no consintió nada por movimiento cro-nológico o cambio histórico, y su pensamiento estuvo cerrado debido a la in­ fluencia del tiempo y lugar. Vivió en Inglaterra durante un período de grandes cambios políticos, pero eso no parece haberlo impresionado, excepto, tal vez, para intensificar todavía más sus propios instintos; mientras que el cónservadorisme reformador de la época de Disraeli le resultaba incomprensible. Aunque ios hechos de .esos años sólo encontraron un débil eco en sus cartas, es muy claro que su pesimismo político se aplicaba también a Inglaterra. Des­ pués del Acta de Reforma de 1867, estaba convencido de que Gran Bretaña empezaba a caer de sú eminencia, saltando de cabeza al desastre, víctima de una democracia excesiva y del liberalismo. La élite necesitaba fortalecerse, pensaba, mediante la creación de títulos nobiliarios vitalicios y no partida­ rios, iguales en número a los hereditarios.55 La enseñanza que podía apren­ derse de Inglaterra y su política estaba expuesta en el acta de preservación dé­ la paz, de 1870, para controlar en Manda ia agitación agraria. Rosas no sentía

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simpatía por el nacionalismo irlandés; al contrario, pensaba que la política de Inglaterra era demasiado débil. Si el gobierno británico hubiera asumido desde tiempo atrás la-suma del poder, como Rosas lo había hecho en la Argen­ tina, no estaría en ese momento enfrentado a la alternativa de perder Irlanda o conservarla por la fuerza.56 Rosas identificaba dos amenazas en particular para los intereses británi­ cos. Primero, quedó impresionado por la derrota de Francia en 1870 y la evi­ dencia creciente del imperialismo alemán y su fuerza militar, que, según él pensana, destruirían el equilibrio de poder en Europa. Mientras tanto, la res­ puesta del gobierno británico al avance alemán era débil; la preparación militar no era suficiente para proteger la posición material y moral británica en el mundo, por lo tanto, la situación “de esta gran nación y su glorioso futuro” estaban en peligro.37 La falla era sintomática de la retira­ da británica y su tendencia a ceder a todas las exigencias de los gobiernos ex­ tranjeros. En segundo lugar, en Inglaterra no menos que en Europa, existía el grave riesgo de subversión social —por cierto, socialista— que él veía di­ fundirse sin control y con inadecuada respuesta de la autoridad. La policía era buena pero escasa. “Cuando llegué a este Imperio, hace diecinueve años, un solo vigilante en esta parroquia era suficiente. Sigue siempre ese uno: nada más, cuando ya serian necesarios veinte, para contener los robos, las quemazones y la insolencia de la plebe.,,5a En Inglaterra, la libertad de reu­ nión había llegado a convertirse en Ucencia para la anarquía. El Estado de­ bía prohibir todos los ataques a la monarquía, al gobierno mismo y al orden establecido: “El gobierno inglés y el dé los Estados Unidos, no tienen garan­ tías contra la anarquía, y hay necesidad urgente de dársela, so pena de aca­ barse la libertad y entronizarse el despotismo sostenido por la fuerza.”59Ese era el contexto en el que Rosas formuló una de sus más intransigentes afirma­ ciones políticas: “Cuando hasta en las clases vulgares desaparece cada día m as el respeto al orden, a las leyes y el temor a las penas eternas, solamente los poderes extraordinarios son los únicos capaces de hacer respetar los man­ damientos de Dios, las leyes, el capital y a sus poseedores.”60

6 Ésas eran sus ideas privadas, reveladas a corresponsales en quienes confia­ ba. Rosas no vivía en el centro de los acontecim ientos en In g laterra, y nadie lo consultaba con respecto a sus opiniones. Siem pre fue tratado con respeto y sin olvidar su presencia. Una o dos figuras públicas lo reconocían y, en 187 ". The Tim es le rindió honores con un obituario que redim ía su anterior hostilidad. Lo conocían en la zona de Southampton como un residente interesante, y sus

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asontos aparecían ocasionalmente informados en la prensa local: pero él mismo se guardaba de los periodistas y otros visitantes, porque había apren­ dido por experiencia que sus informes podían terminar en forma falseada y poco grata en los periódicos de la Argentina. Desde 1852 fue una especie de producto político en exhibición y a medida que fueron pasando los años se con­ virtió en una curiosidad. Su lugar en la Argentina evolucionó de historia re­ ciente a creciente mitología. En Inglaterra vivió en relativo aislamiento, reti­ rado de los hombres y ios acontecimientos. Parece haber tenido algún contac­ to con el cardenal Nicholas Wiseman, arzobispo de Westminster. Y hablaba de una larga vinculación con LordPahnerston, el único hombre de Estado bri­ tánico que le había dispensado su amistad. Rosas no se acercó a Palmerston durante los tres primeros años después de su llegada a Inglaterra. Luego, en 1855. escribió su primera carta cuando Palmerston era primer ministro. A ésta le siguió una entrevista y nuevas car­ tas de Rosas, doce en total, una de ellas acusando recibo de un presente de caza, otra el recibo de una tarjeta de visita.81Sólo existe una respuesta conoci­ da de Palmerston, breve y formal.62 Por otra parte, las cartas de Rosas eran tina triste mezcla de adulación, servilismo y autojustificación, e incluían fra­ ses idénticas, oraciones y párrafos enteros que había empleado en cartas a otros, particularmente a Josefa Gómez. Fueron seguidas por tres cartas , aun más embarazosas, a la viuda de Palmerston, que al parecer no tuvieron con­ testación. Rosas afirmó que Palmerston acostumbraba a visitarlo una vez por año, y que él visitaba al estadista inglés todos los días de Año Nuevo, en Broadíands. No hay evidencias de esas visitas, aunque Palmerston mencionó una vez en su diario que el “General Rosas vino por la tarde”, y Broadlands estaba lo suficientemente cerca como para que pudiera haberío hecho.63 Nombró a Palmerston su albacea cuando redactó por primera vez su testamento en 1862, aunque sin conocimiento de aquél, y probablemente para dar fuerza a sus reclamaciones contra el gobierno de Buenos Aires. Rosas aseguraba que Palmerston le había ofrecido ayudarlo para recuperar sus bienes: El Lord Palmerston me insinuó la oferta de los buenos oficios confidenciales del Gobier­ no de Su Majestad para la devolución de mis propiedades... Mi contestación, aunque la más entrañablemente agradecida al Lord Palmerston, fue siempre la de no obligar al Gobierno de mi patria, de quien debía yo esperar no tan distante la debida justicia. ¡Qué descrédito para los Gobiernos de la América cuando se ve que el General Rosas ha m ere­ cido de uno de los primeros hombres y de uno de ios primeros Gobiernos de Europa lo que no ha merecido de ninguno de los déla América toda!54

Cuando Palmerston murió, en 1865, Rosas lamentó la desaparición de un gran estadista, cuya pérdida sería dolorosamente sentida no sólo en Europa y América “y muy principalmente en esas Repúblicas del Plata, como lo van ustedes a conocer en poco tiempo.”65 Habló cálidamente de Palmerston a cuantos lo entrevistaron y en sus cartas a Buenos Aires. Sin embargo, subsis­

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te una duda. ¿Se trataba de una amistad imaginaria? La verdad parecería ser que Rosas exageró sus relaciones con Palmerston, y que sus acercamientos no fueron alentados ni retribuidos. La amistad era una fantasía que Rosas ne­ cesitaba inventar para afirmar su identidad; enaltecer su posición e impre­ sionar la opinión en la Argentina. Rosas concedía entrevistas a muchos visitantes, la mayor parte de los cuales llegaban por simple curiosidad o en busca de una nota para los periódi­ cos. A casi todos les decíalo mismo. Había servido bien a su país, siendo luego despojado en forma fraudulenta de sus propiedades; obligado a vivir en la po­ brera y ganar un ingreso con el sudor de su frente; a su edad, todavía tenía que trabajar, aunque gozaba de buena salud, vivía modestamente en su granja a la usanza criolla, rodeado de libros y papeles y aislado de la sociedad, excepto en el trato y amistad con unas pocas personas eminentes. Sin embargo, con uno o dos argentinos tuvo conversaciones más serias. Alberdi lo conoció en Londres el 17 de octubre de 1857, cuando era ministro de la Confederación Argentina en Europa y Rosas estaba de visita en la du ­ dad para arreglar la publicación de su protesta. La ocasión fue una comida en la casa de Mr. George F. Dickson, banquero y cónsul general déla Confedera­ ción.66 Alberdi recibió una favorable impresión. Encontró a Rosas agradable e interesante, más viejo de lo que él esperaba a la edad de sesenta y cuatro años, de cabello gris, bien afeitado, pobremente vestido; hablaba de caballos y política y se mostraba muy dueño de sí mismo y en dominio de la situación, aunque sin alardes ni arrogancia. Rosas describió los actos de su gobierno y las ejecuciones como ‘‘hechos políticos de la guerra civil de esa época.” Al ver su figura toda le hallé menos culpable a él que a Buenos Aíres por su dominación. Habló mucho. Habla inglés mal; pero sin detenerse, con facilidad. Es jovial y atento en sociedad. Después de la mesa, cuando se alejaron las señoras, habló mucho de política. Acababa de leer él todo lo que trajo el vapor dé antes de ayer sobre su proceso. No por eso estaba menos jovial y alegre. Me llaman por edicto —decía— ¿pues estoy loco para ir a entregarme para que me maten? Niega a Buenos Aires el derecho de juzgarlo. Repite como de m em oriaias palabras de su protesta. Dice que el único gobierno de autoridad so­ berana es el de la Confederación, no el de Buenos Aires... Habló con moderación y respe­ to de todos los adversarios, incluso de Alsina.07

Alberdi era un hombre tolerante que no alimentaba ágravios; interpreta­ ba el cambio histórico en términos de factores generales, no de personalida­ des.6®Pensaba que los rencores del pasado eran inútiles ya que Rosas estaba derrotado y destronado, y el encuentro en Londres parece haberlo convencido de que en su ex enemigo había más que una reputación de opresor. SI dictador había estado expuesto a la civilización, había sido “bautizado en Londres por la libertad”, y había aprendido de Inglaterra que los partidos podían oponerse al gobierno sin ser enemigos nacionales dignos del cadalso. Alberdi exagera­ ba la influencia ejercida en la mente de Rosas por las instituciones libres, an­ sioso sin duda dé reclutarlo para su propia causa, y lo elogió ante Urquiza como una personalidad reformada y un buen amigo de la Argentina y de la

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Confederación; “Indudablemente el general Rosas se conduce mejor como vencido, que lo hacia como vencedor. Los trabajos y el espectáculo de la vida libre de Inglaterra han influido mucho en él.”6S Más tarde, en 1864, más .im­ presionado todavía por la conducta resignada y honorable de Rosas en el exi­ lio. su laboriosidad y dignidad, Alberdi le aconsejó escribir una breve'memo­ ria, dando los hechos documentados de su gobierno, el logro de la ley y el or­ len, de la moneda sana y el respeto internacional, en comparación con la si­ tuación actual de la Argentina,70 Pero Rosas jamás escribió una memoria po­ lítica; ei tiempo permanecía detenido para él, era Alberdi el que avanzaba. Quince años más tarde, Vicente G, Quesada. un hombre de letras y de! go­ bierno, desembarcó en Southampton en su viaje a Europa y fue a visitar a Ro­ sas con su hijo Ernesto, Posteriormente sintió cierta vergüenza por haber ido a visitar al desamparado anciano por pura curiosidad, y no publicó la entre­ vista. Sin em bargo, su hijo, que tenía entonces catorce años, conservó las no­ tas del encuentro y cincuenta años más tarde las utilizó en su historia La épo­ ca de Rosas. Aceptando la natural deformación, esa entrevista tal cual fue re­ gistrada, daba una verosímil impresión de Rosas en el invierno de su exilio. Los visitantes admiraron su fidelidad a las costumbres rurales y las tradicio­ nes criollas, y quedaron asombrados por la profusión de papeles en los que es­ ta ba trabajando. “Era entonces aquel octogenario un hombre todavía hermo­ so y de aspecto imponente; cultísimo en sus maneras, el ambiente más mo­ desto de la casa en nada amenguaba su aire de gran señor, heredado de sus mayores. La conversación fue animada e interesantísima.” Incitado por Quesada, Rosas expuso su acostumbrada apología: había impuesto un gobierno fuerte como única respuesta a la anarquía, y había gobernado como un servi­ dor del pueblo. Ésa era su justificación; no tenía arrepentimiento, aunque sí cierto resentimiento. Subí al gobierno encontrándose el país anarquizado, dividido en cacicazgos hoscos y hos­ tiles entre si... convertido en un verdadero caos, un infierno en miniatura... E ra preciso pues antes de dictar una constitución arraigar en el pueblo hábitos de gobierno y de vida democrática, lo cual era tarea larga y penosa. Cuando me retiro con motivo de Caseros —porque había con anterioridad preparado todo para ausentarme, encajonando papeles y poniéndome de acuerdo con el ministro inglés— el país se encontraba quizá ya parcial­ mente preparado para el ensayo constitucional. Y Vd. sabe que, a pesar de eÜo, todavía se pasó una buena docena de años en la lucha de aspiraciones entre porteños y provincia­ nos, con la segregación de Buenos Aires respecto a ia Confederación... Me considero ahora feliz en esta chacra y viviendo con la modestia que Vd. vé, ganando a duras penas el sustento con mi propio sudor, ya que mis adversarios me han confiscado mi fortuna hecha antes de entraren política y la heredada de mi m ujer. pretendiendo así reducirme a la miseria y queriendo quizá que repitiera ei ejemplo del romano Belisario, que pedía el óbolo a los caminantes.71

Pasaron pocos años más. pn frío y húmedo día de marzo de 1877 salió de la granja; al regresar, no se sintió bien, y rápidamente cogió una neumo­ nía. Fue atendido por el doctor John Wibblin, su médico desde 1852, quien lla­ mó a Manuela que estaba en Londres; ella llegó sola, ya que su marido acaba-

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ba de p a rtir de Southampton en viaje a Buenos Aires. Rosas pareció recupe­ ra rse, pero gradual y tiernam ente fue separándose de ella. Murió a las siete de la m añana del viernes 14 de m arzo de 1877, cuando tenia ochenta y cuatro años.72Hubo una m isa de réquiem en la iglesia católica de Southampton y pos­ teriorm ente fue enterrado en form a p riv ad a en el cem enterio de la ciudad y en p resencia de unos pocos parientes y am igos. The Times publicó un obitua­ rio. •' Una coherencia extraña m areó la vida de Rosas. Se dijo acertadam ente de su exilio, “su m ayor felicidad p arecía se r m ontar su caballo y etar órdenes a su s em pleados.5 É sa fue tam bién la v erd ad sobre su vida s n ls Argentina, en la estancia, en la cam paña y en el gobierno.

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NOTAS INTRODUCCIÓN 1 “Situación social35, 151 N a c io n a l . 1' de junio de 1857. O b r a s d e D . F. S a r m i e n t a , vol. 24 (Buenos Aires, 1899), 27. / 2 Bartolomé Mitre, H i s t o r i a d e B e l g r a n o y d e Ja i n d e p e n d e n c i a a r g e n t i n a (6a. edic., 4 vols., Buenos Aires, 1927), IV, 183-4. S Antonio Zinny, H i s t o r i a d e l o s g o b e r n a d o r e s d e l a s p r o v i n c i a s a r g e n t i n a s (5 vols., Buenos Aires, 1920-1), II, 178. 4 Ernesto Quesada, L a é p o c a d e R o s a s (Buenos Aires, 1923), 64. 5 José María Rosa, D e f e n s a y p é r d i d a d e n u e s t r a i n d e p e n d e n c i a e c o n ó m i c a (3a. ed., Buenos Aires. 1926); E s t u d i o s r e v i s i o n i s t a s (Buenos Aires, 1967). 6 Eduardo B. Ástesano, R o s a s : b a s e s d e l n a c i o n a l i s m o p o p u l a r (Buenos Aires. 1960), 64-9. 7 H. S. Ferns, Britain a n d A r g e n t i n a in t h e N i n e t e e n t h C e n t u r y (Oxford, 1960), 211-17. 3 Miron Burgin, T h e E c o n o m i c A s p e c t s o f A r g e n t i n e F e d e r a l i s m 1820-1852 (Cambrid­ ge, Mass., 1946), 109. 9 Tuiio Halperin Donghi, A r g e n t i n a : d e l a r e v o l u c i ó n d e i n d e p e n d e n c i a a l a c o n f e d e r a ­ c ió n r e s í s t a (Buenos Aires, 1372) 301-3. 10 Hamilton a Wellington, N" 27,14 de abril de 1835. PRO, FG 6/47. 11 Charles Darwin, J o u r n a l o f R e s e a r c h e s i n t o t h e N a t u r a l H i s t o r y ' a n d G e o l o g y o f t h e Countries v i s i t e d d u r i n g t h e V o y a g e o f H . M .S . “B e a g l e ” r o u n d t h e W o r ld (9a. ed. Londres, 1890), 51-4: C h a r l e s D a r w in a n d t h e V o y a g e o f t h e B e a g l e , ed. Nora Barlow (Londres, 1945), 90. 12 Charles Darwin a Caroline Darwin, 20 de septiembre de 1833, C h a r l e s D a r w i n a n d , t h e V o y a g e o f t h e B e a g l e . 90. 13 C h a r l e s D a r w i n ’s D i a r y o f th e V o y a g e o f H . M .S . “B e a g l e ’’, ed, Nora Barlow (Cam­ bridge, 1933), 172-3 ( « septiembre de 1833). 14 Darwin a Dumb, 30 de marzo de 1834. John H. Winslow, “Mr. Dumb and Masters Me­ gatherium : an unpublished letter of Charles Darwin from the Falklands”. J o u r n a l o f H i s t o r i c a l Geography , 1,4 (1975), 350. 15 C h a r l e s D a r w i n ’s D i a r y o f th e V o y a g e o f “B e a g l e ”, 164, 16 Ibid.. 164,183,190; C h a r l e s D a r w i n a n d t h e V o y a g e o f t h e B e a g l e , 205; J o u r n a l , 85. 17 Sir Woodbine Parish, Buenos Astras a n d t h e P r o v i n c e s o f t h e R i o d e la P l a t a (2a. ed Londres, 1852), 18 ■B r i t i s h D i p l o m a c y i n t h e R i v e r P l a t e (Londres. 1847), 8-9, 19 William MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ’ R i d e th r o u g h t h e A r g e n t i n e P r o v i n c e s (2 vols., Londres, 1853), I, viL 20 Ibid., II, 5. 21 Wilfrid Latham, T h e S t a t e s o f t h e R i v e r P l a t e (2a. ed., Londres, 1868), 342. Prim era edición 1866, escrita desde su casa en el campo después de un cuarto de siglo en la Ar-

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gentiha. “Ahora las palmas de mis manos están endurecidas, mis veranos son cin­ cuenta,” Parish a Manuela,Terrero, julio 1878, Adolfo Saidías, ed;, P a p e l e s d e R a z a s (2 vols., La-Plata, 1904-7) J i, 478. E. B. Cuimínghame Graham. "La Pulpería” , en T h i r t e e n S t o r i e s (Londres.. 19000, 172-5 ; sobre las circunstancias, véase Cecine Watts y Laurence Davies, C u n n i n g h a m e G r a h a m : A C r i t i c a l B i o g r a p h y (Cambridge, 1979), 28-35,195-6. Así lo llamaba en T h e P u r p l e L a n d , en S o u t h A m e r i c a n R o m a n c e s (Londres, 1930). 2. F a r A w a y a n d L o n g A g o (Allá lejos y hace tiempo) (Everyman’s library, Londres, 1967), 2-4; sobre los orígenes y circunstancias del libro, publicado par primera vez en 1918, véase Dennis Shrubsali. W. H . H u d s o n , W r i t e r a n d N a t u r a l i s t (Tisbory, 1978), 79-80. F a r A w a y m d L o n g A g o , 54-5, Ibid,, 91,108-13; véase también los comentarios sobre Rosas en el Apéndice a "El Otnbú”. en S o u t h A m e r i c a n R o m a n c e s , 819-23. R o s a s , en T h e C o l l e c t e d P o e m s o í J o h n M a s e f i e l d (Londres, 1927), Thomas Hobbes, Leviathan (Everyman’s Library, Londres, 1976), 64,89-90.

Capítulo! SEÑOR DE LAS LLANURAS Adolfo Saldías, Historia de ¡a Confederación Argentina; Rosas y su época (9 voís., Buenos Aires, 1958,1,14-24, 2 Rosas a Josefa Gómez, 20 de jumó de 1868, C a r i a s del exilio 1853-1875, ed,, José Raed (Buenos Aires, 1974), 102; Carlos Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s : s u v i d a , s u d r a ­ m a , s u t i e m n o (Buenos Aires, 1961) ,11,. 3 William MacCann, Two Thousand Miles‘ Ride, ü, S. 4 Ludo V. Mansilla’ R o z a s : E n s a y o h i s i ó r i c o - p s i c o i ó g i e o (París, 1913), 21; Rosas a Terrero, 10 de nov. 1831, EmOio Rarignani, I n f e r e n c i a s s o b r e J u a n M a n u e l d e R o s a s y o t r o s e n s a y o s (Buenos Ames, 1945). 51. 5 Saidías, Papeles de Rozas, ií, 342; Ernesto VL Celesta, Rosas, aportes para su histo­ ria (2a. ed., 2 vols., Buenos Aires, 1968). ii. 31: Ibarguren. Juan Manuel de Rosas, 2223. 6 Arturo Enrique Sampay, Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas (Buenos Ai­ res, 1972), 35-6. 7 “Segunda memoria del coronel Juan Manuel de Rosas”, 1821, Saidías, Historia de la Confederación, i, 221-34; Sampay, 100. 8 Southern a Palmerston, 18 die. 1850, HMC, Palmerston Papers, GC7SO/268, 9 Manuel Bilbao, H i s t o r i a d e Rosas (Buenos Aires, 1961), iGi-3. 10 Saidías, Historia d é l a C o n f e d e r a c i ó n , i , 25-$; Rosas a Josefa Gómez, 8 de die. 1865, C a r t a s d d E x i l i o , 67. U Alfredo J , Montoya, H i s t o r i a d e l o s s a l a d e r o s a r g e n t i n o s (Buenos Aires, 1956). 38-55; Jonnatan C. Brown, A S o c io e c o n o m i c H i s t o r y o f A r g e n t i n a , 1776-1866 (Cambridge, 1979) 110. 12 Celesia, Rosas, aportes para su historia, i, 49. 13 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l o s ’R i d e , i, 58. 14 Parish a Canning, 18 oci. 1824, PRO, FO 6/5. En realidad, había posiblemente doce mil al norte del Río Negro, de los cuales no más de cuatro mil eran'guerreros activos. 15 Bernardo González ArrilÜ, L o s I n d i o s P a m p a s (Buenos Aires, I960); Dionisio Schoo Lastra, L a l a n z a r o t a : e s t a n c i a s , i n d i o s , p a z e n l a c o r d i l l e r a (Buenos Aires, 1953); Juan Carlos Walter, L a c o n q u i s t a d e l d e s i e r t o (2a. ed. Buenos Aires, 1964); John M. Cooper, "The Patagonian and Pampean Hunters”, Oficina de Etnología Americana. H a n d b o o k o f S o u t h A m e r i c a n I n d i a n s (Washington, 1946-50), i . 133-4; Alfred J. Tapson, “Indian Warfare on the Pam pa during the Colonial Period” , HAHR, 42 (1962), 128. '

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Woodbine Parish, B u e n o s A i r e s , 190-5. 17 Ibid. 183-3. 18 Francis B o n d B e a d , R o u g h N o t e s t a k e n d u r i n g s o m e r a p i d J o u r n e y s a c r o s s t h e P a m p a s a n d a m o n g t h e Andes (Londres , 1826) 21, 19 Tubo Halperin Donghi, P o l i t i c s , E c o n o m i c s and S o c i e t y i n A r g e n t i n a i n 't h e R e v o l u ­ t i o n a r y P e r i o d (Cambridge. 1375) 81-108. ■20 Enrique M. Barba, "Notas sobre la situación económica de Buenos Aires en la déca­ da de 1820", t r a b a j o s y C o m u n i c a c i o n e s , 17 (1967), 65-71. 21 Ricardo Rodríguez Molas, H i s t o r i a s o c i a l d e l g a u c h o (Buenos Aires, 1968), 201. 22 Miron Burgin.'ÍTbe E c o n o m i c A s p e c t s o f A r g e n t i n e F e d e r a l i s m 182-1852 (Cambrid­ ge, Mass., 1946), 96-100; Emilio A. Coni, L a v e r d a d s ó b r e l a e n ñ t e u s i s d e R í v a d a v i a (Buenos Aires, 1827), 171-5; Sergio Bagó, E l p l a n e c o n ó m i c o d e l g r u p o R í v a d a v i a n o 1 S 1 M 8 2 7 (Rosario, 1966), 167-456, repetidas veces; Jacinto Oddone, La b u r g u e s í a t e ­ r r a t e n i e n t e a r g e n t i n a (3a. eá., Buenos Aires, 1967). 76-91. Una legua cuadrada equi­ valía a unas dos mil quffiientas"bectáreas. 23 Tubo Halperin Bongin. A r g e n t i n a ; d e l a r e v o l u c i ó n d e i n d e p e n d e n c i a a la c o n f e d e r a ­ c ió n r e s i s t a (Buenos Aires, 1872) 181. 24 Ibarguren, J u a n M a n u e l d e Rosas. 44, 59,87; Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o ­ r i a , I, 54-5. 25 Andrés M. Carretero. L o s A n c h o r e s s : p o l í t i c a y n e g o c i o s e n e l s i g l o x z x (Buenos Ai­ res, 1970), 9-16,136. 26 J. J . Anchorena a Rosas. Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s . 82. 27 Montoya, H i s t o r i a d e l o s s a l a d e r o s a r g e n t i n o s , 50-3. 28 Ibid., 54. 29 Juan Manuel de Rosas, I n s t r u c c i o n e s a l o s m a y o r d o m o s d e e s t a n c i a s , ed. P . Carlos Lemée (Buenos Aires, 1942). 30 "Memoria” , 1819, Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , i, 35-6. 31 “Segunda Memoria”, 182Í. Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , i , 221-34; Irazusta Julio. V id a p o l í t i c a d e J u g n M a n u e l d e R o s a s , a ' t r a v é s d e s u c o r r e s p o n d e n c i a (8 vois-, Buenos Aires, 1970), i, 100; Sampay. 97-109. 32 Rosas a Josefa Gómez, 25 julio 1869, Carias d e l e x i l io , 131. 33 Rosas a Baleares, 6 sept 1820, Irazusta, V id a P o l í t i c a , I, 85, 34 Ricardo Levene, L a a n a r q u í a d e 1 8 2 0 y l a i n i c i a c i ó n d é l a v i d a p ú b l i c a d e R o s a s (Aca­ demia Nacional de la Historia, O b r a s d e R i c a r d o L e v e n e , 4, Buenos Aires, 1972), 104■5. 35 “Manifiesto de Rosas” , 10 oct. 1820, Juan A. Pradere y Fermín Chávez, Juan M a n u e l d e R o s a s (2 veis. Bueaos Aires. -1970), i, 26-8. 36 Gregorio AráozdeLamadrid. M e m o r i a s d e l g e n e r a l . .. {2vols. Buenos Aires, 1968), I 179-81. 37 "Manifiesto de Rosas”, Pradere, J u a n M a n u e l d e R o s a s , i, 26. 38 Rosas a J. J. Anchorena, 8 sept. 1820, Carretero, L o s A n c h o r e n a , 123-4, 38 Lamadnd, M e m o r i a s , i, 197. 40 Celesta, R o s a s , a p o r t e s p a r a su h i s t o r i a , i, 6S-2; Horacio C. E. Gíberti, H i s t o r i a e c o ­ n ó m i c a d e l a g a n a d e r í a a r g e n t i n a (Buenos Aires, 1961), 129-30. 41 “Segunda memoria”, 1821, Saldías, H i s t o r i a d é l a C o n f e d e r a c i ó n , i, 309; Irazusta, V id a p o l í t i c a , i, 100-8, 42 Rómulo Muniz) L o s i n d io s p a m p a s (Buenos Aires, 1929), 77. 43 Diario déla Comisión, 25 ene. 1826, Pedro de Angelas. C o le c c ió n d e o b r a s y d o c u m e n ­ t o s r e l a t i v o s a ¡a h i s t o r i a a n t i g u a y m o d e r n a d e l a s p r o v i n c i a s d e l R í o d e l a P l a t a (2a. ed., 5 vois., Buenos Aires, 1910), V, 89, 44 J. j . Anchorena a Rosas, ene. 1824, Ibarguren, J u a n M a n u e l d e Rosas, 85. 45 “Memoria” ,.22 jal. 1828, Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , i, 235-46; Irazusta, V id a p o l í t i c a , i, 154-61; Levene, L a a n a r q u í a d e 1 8 2 6 , 166-S. 46 Mensaje, 18 may. 1825, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, M e n s a j e s 16

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(2 vols,, La Plata, 1976), i, 38. Pedro de Angelis, A c u s a c i ó n y d e f e n s a d e R o s a s , ed. Rodolfo Trostiné (Buenos Ai­ res, 1945). ' . ' 43 Ponsonby a Canning, N*38, 20 jul. 1827, PRO, FO 6/18. 49 Parish a Canning, N515,14 mar. 1826, PRO/FO 6/11. 50 Petición en contra de la división de la provincia, en Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires. D o c u m e n t o s d e l C o n g r e s o G e n e r a l C o n s t i t u y e n t e d e 1824 -1 8 2 7 (La Plata, 1949) 27S. 51 Enrique M. Barba, C ó m o l l e g ó R o s a s a l p o d e r (Buenos Aires, 1972), 8. 52 Domingo Faustino Sarmiento. Facundo (La Fiata, 1S3S), 72,120. Para una aprecia­ ción del régimen de Rivadavia, véase Ricardo Piceiriiii, R i v a d a v i a y s u t i e m p o (2a. ed. 3 vols., Buenos Aires, I960), y Sergio Ragú, E l p l a n e c o n ó m i c o d e l g r u p o R i v a d a - ■ v i a n o 1811-1827 (Rosario, 1966). 53 Ponsonby a Canning, N° 38,20 jul. 1827, PRO, FO 6/18. 54 Ibarguren. J u a n M a n u e l d e R o s a s , 102. 55 “Memoria”, 22 jul. 1828, Saldías. H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , i. 235-46. 56 Woodbine Parish, B u e n o s A y r e s . 196-20,204. 57 Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s , 104. 58 “Segunda Memoria” 1821, Sai días, H i s t o r i a d e i s C o n fe d e r a c ió n , i, 233. 59 Surgin. 109-10, afirma que Borrego representaba el ala democrática del partido fe­ deral, Rosas y Anehorena el ala derecha. La presente obra sugiere una distinción di­ ferente, entre verdaderos federales y pseudo federales. 60 Ponsonby a Dudley, 15 oet. 1827, PRO, FO 6/19. 81 Tomás de Iriarte, Memorias (11 vols., Buenos Aires. 1944-69), iv, 86. 62 Ibid, iv, 72, 63 Ponsonby a Dudley, 27 die. 1827, PRO, FO 6/19. 64 L u c a s A y a x r a g a r & y , L a a n a r q u í a a r g e n t i n a y e l c a u d i l l i s m o , (3a. ed., Buenos Aires, 1935) 115-16. 65 E l T i e m p o N° 175, 3 die. 1828. incluido en Parish a Aberdeen, N'AÜ, 3 die. 1828, PRO, . F06/23. ' 66 Parish a Aberdeen, Nfl37; i die. 1828, PRO, FO 6/23. ' 67 Parish a Aberdeen, N*38,3 die. 1828. PRO, FO 6/23. 68 Ricardo Levene, É l p r o c e s o h i s t ó r i c o d e L a v a l l e a R o s a s .(Academia Nacional de la Historia, O b r a s d e R i c a r d o L e v e n e , 4, Buenos Aires, 1972) 195-6. 69 Parish a Aberdeen, N544, ls dic. 1828, PRO, FO 6/23. 70 Parish a Aberdeen, N62,12 ene., 1829, PRO, FO 6/26. 71 Ibíd. 72 José Antonio Beja a Rosas, 1 oct. 1829, AGN, Secretaría de Rosas, Sala X, 23-8-4. 73 Rosas a López. 12 die. 1828, Bilbao, H i s t o r i a d e R o s a s , 197-8; Ir azusta. V id a p o l í t i c a . í, 189. 74 Parish a Aberdeen, N° 3,12 ene. 1829, PRO, FO 6/26. 75 Juan Manuel Reruti. M e m o r i a s c u r i o s a s , en B i b l i o t e c a d e M a y o (17 vols. Buenos Ai­ res, 1960-63) iv, 4010. 76 Lamadríá, M e m o r i a s , i, 292-93. •77 Parish a Aberdeen, N° 2,12 ene. 1829, PRO, FO 6/26. 78 John Anthony King, T w e n t y - f o u r y e a r s i n t h e A r g e n t i n e R e o u b h e (Londres, 1846), 224-5. 79 Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , i, 113. 80 King, o p . c i t 241-2, 81 Parish a Aberdeen, N" 21,20, abr. 1829, PRO, FO 6/26. 82 Parish a Aberdeen, N° 31,9 jun. 1829. PRO, FO 6/27. 83 Levene,; La vaZte a R o s a s , 262. 84 Parish a Aberdeen, N ‘ 49, u nov. 1829, PRO, FO 6/27. 85 Levene, L a v a l l e a Rosas, 256-62; Barbad C ó m o l l e g ó R o s a s a l p o d e r , 124,147. d e l a s g o b e r n a d o r e s d é l a p r o v i n c i a d e B u e n o s A i r e s 1822-1848

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ge

E l L u c e r o , N° 78,9

die. 1829, incluido en Parish a Aberdeen, N° 53,12 die. 1829, PRO, FO 6/27. Véase también Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , i,.i03-4. S7 Parish a Aberdeen, N' 53,12 die. 1829, PRO, PO 6/27. gg Para un relato original de k “carrera de la revolución", véase Halperín, P o l i t i c s , E c o n o m i c s a n d S o c i e t y i n . i r g e n t i n s i n t h e R e v o l u t i o n a r y P e r i o d , 211-15,382-91. 89 Iriarte, M e m o r i a s , üi, 25-6;- véase también .Andrés M. Carretero, “Contribución al ■cono cimiento de la propiedad rural en la provincia de- Buenos Aires cara 1.830", B I H A E R , tomo X IIL2 serie, N° 22-3 (1970), 246-92. 90 Sergio Basú. “Los unitarios: El oariído de la unidad nacional", R e v i s t a d e H is to r ia ., 2 (1957), 23-36. 91 Mansilla, R o z a s . 145, 92 Véase más arriba, nota 1G. Capítulo 2 ESTANCIERO 1 Domingo Faustino Sarmiento, I n m i g r a c i ó n y c o lo n iz a c ió n , en O b r a s d e D .F , S a r - , m i e n t o (5S voís„ Santiago y Buenos .Aires, 1887-1903). xxiii, 292. 2 El relato de Vázquez de esta celebre entrevista fue publicado en forma incompleta ' por Andrés Lamas, “Confidencias de don Juan Manuel de Rosas en el día en que se recibió, por Xa primera vez. del gobierno de Buenos Aires1’. Revista d e l R i o d e h Pia­ ra. 5 (1873), 596-606, reproducida en H i s t o r i a d e l a literatura a r g e n t i n a , de Ricardo Rojas (9 vols.. Buenos Aires, 1960), iii. 250A; para el texto completo, véase Sampay, 129-36. 3 Charles Darwin, J o u r n a l , 96. 4 Griffiths a Palmerston, Nc4,9 abr . 1834, PRO , PO 6/43. 5 Hamilton a Palmerston, N* 45,21 jui. 1835, PRO. FO 6/47. 6 Saídías, H i s t o r i a d e i s C o n f e d e r a c i ó n , ii, 122. 7 G a c e t a M e r c a n t i l , 19 jul. 1835. 8 José María Rosa. “Rosas, la sociedad rural, los terratenientes y Alvaro Yunque", R H H J M R , 22 (I960) [1961], 335-43. 9 Miguel A. Cárcano, E v o l u c i ó n h i s t ó r i c a d e l r é g i m e n d e l a t i e r r a p ú b l i c a , 1810-1916 ( 3a, ed,, Buenos Aires, 1972), 56-7; Barba, C ó m o l l e g ó R o s a s a l p o d e r , 150-2; Ibarguren, Juan Manuel de R o s a s , 137; Levene, l a v a l l e a R o s a s , 266-7. 307. 10 Véase más arriba, pp. 33,36,41. 11 Parish a Palmerston, N" 13,- 20 jui. 1831, PRO, FO 6/32. 12 Fox a Palmerston, Ne3; 29 oet. 1831, PRO, FO 6/33. 13 Sobre la Campaña del Desierto véase Salólas H i s t o r i a . d e la C o n fe d e r a c i ó n , iii, 2960; Arturo de Carranza. L a C a m p a ñ a d e l D e s i e r t o d e 1833: P l a n i f i c a d a y l l e v a d a a c a b o p o r e l S r . B r i g a d i e r O r a l. D . M a n u e l d e R o s a s (Buenos Aires, i960); Celosía, Rosas, a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , I, 286; Margarita Ferrá de Hanoi, “El origen de ia campaña al desierto de 1833", T r a b a j o s } ' C o m u n i c a c i o n e s , N° lo (1961), 31-51. 14 Mensaje, 1832,-en Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Ricardo Reve­ ne" . M e n s a j e s d e i o s g o b e r n a d o r e s d é l a p r o v i n c i a d e B u e n o s A í r e s 1822-1849 03 Sobre3 ana defensaYde la política de Rosas con respecto a los pequeños chacareros, Capítulo PATRON PEON véase José María Sosa, “Rosas, Is sociedad rural,los terratenientes y Alvaro Yunaue’\ RIIHJMR, Buenos Aires,'Ñ* 22 Í1960 [1961JL 335-43. 1 Diego la Fuente, 26 “Introducción retrospectiva", b lic a A r ­ 104 {tosasde a González. ag. 1832, Celesia, ¿tesas, a p o Pr t reismp ea rr ac esni ts ho ids et oJa r i aR,eip, ú372,589. g e n t i n a ,I n1869 105 Rosas, s t r u c(Buenos c i o n e s &Aires, i o s m a y1872), o r d o mxix-xsíi, o s d e e s tvéase a n c i a sErnesto , 18-17. J. A. Maeder, E v o l u ­ c ió n d e m o g r á f i c a a r g e n t i n a d e 1 8 1 8 b 1868 (Buenos Aires, 1989). 2 P ara estos y otros casos véase Carretero, L a p r o p i e d a d .d e Ja t i e r r a e n l a é p o c a d e R o ­ sas-, 38-9. 3 írazusta, V id a p o l í t i c a , ii, 182. 4 Southern a Palmerston. Nc 10.21. nov. 1848, PRO. FO 6/139. 5 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ' R i d e , i, 158. Jonathan Brown llama la atención so­ bre la diversidad de la población rural y estima en un 35 % aquellos que no trabaja­ ban directamente en ja tierra íen 1854); véase A S o c i e c o n o m í c H i s t o r y o f A r g e n t i n a , 155-6. 6 MacCann. o p . c í L , i, 157. 7 Ibid., i, 157-8. S rmd.! 1,30-1. 9 W. H. Hudson. F a r A w a y a n d L o n g A g o , 144. 10 Hamilton a Palmerston, Ns5,26 ene. 1835, PRO. FO 6/46. 11 Rosas a Terrero, Southampton, 21 nov. 1863,- Saídías, P a p e l e s d e R o z a s , II, 353-4. 12 D i a r i o d e S e s i o n e s 15 feb. 1828. 13 Ibid. 14 Pedro Ferré, M e m o r i a d e l b r i g a d i e r g e n e r a l P e d r o F e r r é , o c t u b r e d e 1821 a d i c i e m ­ b r e d e 184$ (Buenos Aires, 192Í>. 52. 15 Man.silla, B o z a s , 145. 16 Rosas a Pacheco, 24 de julio de 1828, Irazusta, V id a P o lí t ic a , i, 182; Rosas se refería a su relación con Lavalls. 1” Rosas a Arana, 28 ag-1833, Celesta, R o s a s , a p o r t e s p a r a su historia, i, 530. 18 Pmsas a Josefa Gómez, 24 sepí. 1871, Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s , 306. 19 José María Rexas a Rosas, 1 ene. 1862. Saídías, i-a e v o l u c i ó n r e p u b l i c a n a d u r a n t e Ja r e v o l u c i ó n a r g e n t i n a (Madrid, 1919), 376-7. 20 Brown, A S o c i o e c o n o m i c H i s t o r y o f A r g e n t i n a , 158-9. 21 Sarmiento, F a c u n d o , 44-5,53-63,65. 22 Félix de Azara, V i a j e s p o r i a A m é r i c a M e r i d i o n a l (2 vals., Madrid, 1941), ii, 193. 23 Luis de la Cruz, “Viaje desde el fuerte de Ballenar hasta la ciudad de Buenos Aires ” , Pedro de Angelis, C o le c c ió n d e o b r a s y d o c u m e n t o s r e l a t i v o s a l a h i s t o r i a a n t ig u a y m o d e r n a d e l a s p r o v i n c i a s . d e l R í o d e la P l a t a (2a ed., 5 vols., Buenos Aires, í SÍ0), i, 25

24 Sobre el gaucho, de una amplia bibliografía, véase Fernando A. Assuncáo, E l G a u c h o (Montevideo, 1963); Emilio A. Com, E l G a u c h o : A r g e n t i n a , B r a s i l , U r u g u a y (Buenos Aires, 1968). Véase MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ' R i d e , i. 57.156; Lat­ ham, 35-6. 25 Latham, 249-50. 26 Azara, Viajes, ii, 188.

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27 Charles Blackford Mansfield, Paraguay, B r a z i l a n d t h e P l a t e ; L e t t e r s w r i t te n in 1852-53 (Cambridge, 1856), 271. Latham, 326-7. 29 Benito Diaz. J u z g a d o s d e p a z d e c & m o a ú a d e l a p r o v i n c i a d e B u e n o s A i r e s (18211854.) (L aP lata. 1959).204-18. ' 30 Gori. V a g o s v m a l e n t r e t e n i d o s . 18. 31 Ibid., 53-8. 32 Pedro Andrés García, “Informe”, y -'Viaje1' , Angelis-, C o le c c ió n d e o b r a s y d o c u m e n ­ to s .- . R í o d e i a P l a t a , iii, 203-16,219-60. 33 Rodríguez Molas. H i s t o r i a s o c i a l d e l g a u c h o . 185-201. 34 Ibid.. 198-201. 35 Decreto del 19 de abril, 1822. Bagá, 106. 36 Decreto del 17 de julio, 1823. ibid., 203-4: Díaz. J u z g a d o s d e P a z , pp. 104-9. inste decre­ to permaneció en vigencia hasta i860 y aún tnás. 37 Díaz, J u z g a d o s d e p a z , 202-3. 38 Darwin, J o u r n a l . 80-1. 29 Ibid., 113. 40 Quesada, L a é p o c a d e R o s a s , 25,64; Astesano, 84-9. 41 Rosas al gobierno provincial, 1817, Montoya, Historia de ios saladeros a r g e n t i n o s , 41. 42 “Nota confidencial de Santiago Vázquez... relatando una conversación mantenida en la noche del 9 de diciembre de 1829 con el gobernador de la provincia de Buenas Ai­ res Juan Manuel de Rosas”, Sampay, 131-2. Véase más arriba p. 363, nota 2. 43 Ayarrugaray, L a a n a r q u í a a r g e n t i n a y e l c a u d i l l i s m o , 115-16. 44 Damadrid, M e m o r i a s , ' 199, quien señala que cabalgaba con cautela cuando estaba en compañía de Rosas, 45 Lafueste a Fría? 18 de abril, 1836, Gregorio F. Rodríguez, ed.. C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i ­ c a y d o c u m e n t a l 3 vals,, Buenos Aires, 1921-22) ü . 4 67-8, o f r e c e la descripción de una fiesta gauchesca en Palermo. 46 Darwin, J o u r n a l , 53,113-14. 47 Lamas, “Agresiones de Rosas”, en E s c r i t o s p o l í t i c o s y l i t e r a r i o s . 17. 48 Ibid., 27, 367. 49 Gore a Palmerston, N° 26¡ 21 oct. 1833, PRO, FO 6/37. 50 Mandeville a Aberdeen. Ñ557, 7jul. 1842, PRO. FO 6/84. 51 Southern a Palmerston, 22 de noviembre, 1848, Comisión de Manuscritos Históricos, Documentos de Palmerston, GC/SO/241, con autorización de los Fideicomisarios de los Archivos Broadiands. 52 Sarmiento, F a c u n d o . 68. 53 - Lamadrid, Memorias', I; 199; para más evidencias, en 1828 véase Celesia. R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , 1 ,33. 54 Gen, J. T. O’Brien a Aberdeen, ene. 1845, PRO, FO 6/110; véase más arriba, pp. 43,46, . _ 47, 55' Rasaste Doña Encarnación. 23 nov. 1833, en R e v i s t a A r g e n t i n a d e C i e n c i a s P o l í t i c a s . xxviíi, 118-26. 56 S a r m i e n t o , F a c u n d o , 2 8 ? . 57 Ouseley a Aberdeen, Nc 31,26 de julio de 1845, PRO, FO 6/104. Después de largas exi­ gencias de la guerra, el año 1845 fue, sin duda, particularmente difícil, pero estos mé­ todos de reclutamiento no eran excepcionales. 58 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ; R i d e , i, 154, quien usa los términos “peón nativo o labrador", “campesino nativo” . 59 Rubén H. Zorrilla. E x t r a c c i ó n •s o c i a l d e l o s c a u d i l l o s 1810-1870 (Buenos Aires, 1972), 179-85. 60 Véase más arriba, Capitulo 2. 61 M e n s a j e , 1 ene, 1837, M e n s a j e s d e l o s g o b e r n a d o r e s , i, 109. 82 M e n s a j e , 3l die. 1835, ibid., i. 91; véase también Benito Díaz, J u z g a d o s d e p a z . 211, 234, 28

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1Benito Díaz, J u z g a d o s d e p a z , 23-4, "0-3,134-40, Ibid., 133. Latham, 333. Andrés R. Allende, “Un juez de paz de la tiranía: Aspectos de la vida en una parrotraia de Buenos Arres durante la énoca de Rosas” , I n v e s t i g a t i o n e s y E n s a y o s . 14 (1973), 167-204. Msndevüle a Straugways. 18 o z t 1836, PRO,.FO 6/53. MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s 1 R i d e , i, 162-3, Xavier Marmier, B u e n o s A i r e s y M o n t e v i d e o e n 1SS2 , trad, y ed. José Luis Busaoiche (Buenos Aires, 1948), 75. Ouseiey a Aberdeen, Ne 31.26 jal. 1845. PRO, FO 6/104. MacC-ann. T w o T h o u s a n d Miles'Mide. i, 24-5. Ibid.. í, 34. 62,159-60. Mansfield, P a r a g u a y , B r a z i l a n d t h e P í a t e , 259, M arta B. Goldberg y Laura Beatriz Jany. “Algunos problemas referentes a la situa­ ción del esclavo en el Río de la P lata5’, Academia Nacional de la Historia, C u a r to Congreso I n t e r n a c i o n a l d e H i s t o r i a de A m é r i c a (8 vols., Buenos Aires, 1966), vi. 6175; M arta B. Goldberg, “La población negra y mulata de la ciudad de Buenos Aires, 1810-1840”, D e s a r r o l l o E c o n ó m i c o . N° 61, vol. 16 (1976), 75-99. “Ese mulato de Rosas”. Mansilla, R o z a s , 124-5. Carretero. Los A n c h o r e n a . 175-6; Brown. A S o c i o e c o n o m i c H i s t o r v o f A r g e n ti n a .. 1878. Rosas a Morillo. Monte, 8 mar. lS33.,Cairetero, L a p r o p i e d a d d e l a t i e r r a e n la é p o c a d e R o s a s , 50. Gore a Palmerston, 12 die. 1833. B r i t i s h - a n d F o r e i g n S t a t e P a p e r s (Londres, I832-), xxiii, 131-2; Rosas, M e n s a j e , 7 mayo 1832, M e n s a je s - d e l o s g o b e r n a d o r e s , i. 65-6. Sobre la abolición véase J . F . King. “The Latin American Republics and the Supression of the Slave Trade”, HAHR. 24 (1844), 387A ll; Hebe ClementL La abolición déla esclavitud en América Latina (Buenos Aíres, 1974), 53-75. Griffiths a Aberdeen, 1 nov, 1843, B r i t i s h a n d F o r e i g n S t a t e P a p e r s , xxxiii. 517. King, T w e n t y - f o u r Y e a r s i n th e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 342. Southern a Palmerston, 28 jul. 1851, PRO, FO .6/158. E l G r i t o A r g e n t i n o , 24 feb. 1839. Ramos Mejia, i, 74. triarte. Memorias, iv, 28l. Rosas a Arena, 8 ag. 1833, Ceíesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , i, 362-8,523-32. Lamadnd,' Memorias, i, 198-9. Southern a Palmerston, 18 oct. 1848, PRO, FO 6/139. Rosas, M e n s a j e , 31 die. 1835, M e n s a j e s d e i o s g o b e r n a d o r e s , i, 83-4.

Capitulo 4 UNA ARGENTINA ALTERNATIVA 1 Woodbine Parish, B u e n o s A y r e s , 103. 2 Ibid., 104-7. 3 Ramos Mejia, i, 277-8, 4 ‘ Gorí,.32 5 Lyman L. Johnson, “The Silversmiths of Buenos Aires: A Case Study in the Failure of Corporate Social Organization” , J o u r n a l o f L a t i n A m e r i c a n S t u d i e s , 8, 2 (1976), 181-213. 6 Informe a P arísh de la Comisi0n.de Comerciantes Británicos, 31 die. 1827, incluido en Parish a Bidwell, Nc 20, 31 die. 1827, PRO, FO 6/20: véase también Documentos de Woodbine Parish, FO 354/4. 7 JoséM, Mariluz Úrquijo, “Lamano de obra en la industria porteña (1810-1835)”, B o ­ l e t í n d e ¡ a A c a d e m i a N a c i o n a l d é l a H i s t o r i a . 33 (1963), 583-98.

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8 Ramos Mejia, i, 182-3,227-40; Juan Carlos Nicoiae, A n t e c e d e n t e s p a r a ¡a h i s t o r i a d e l a i n d u s t r i a a r g e n t i n a (Buenos Aires, 1968), 71-117, 9 Véase J. J. M. Blondel, A l m a n a q u e p o l í t i c o y d e c o m e r c i o d e l a c i u d a d d e B u e n o s A y ­ r e s p a r a e l a ñ o d e 18 2 6 , y compilaciones similares para 1829.1830 y 1834 (Buenos Ai­ res) : R e g i s t r o E s t a d í s t i c o d e la P r o v i n c i a d e B u e n o s A i r e s , 1821-1823 (Buenos Ai­ res). 10 Juan Garios Nieolau. I n d u s t r i a a r g e n t i n a y a d u a n a 1835-1354 (Buenos Aires. 1975), 52-6. 11 Ibid.. 56-64. 12 José M', Mariluz Urquijo, “La industria molinera porteña a mediados del siglo xix”. B o l e t í n d e la A c a d e m i a N & c í s z a l d e la H i s t o r i a , 39 (19S6). 1S Ezequiel Martínez Estrada, R a d i o g r a f í a d e i s p a m p a (6a. ed., Buenos Aires, 1968). 288, n.a. 14 Véase más adelante, pp. 188,191. 15 Thomas Jefferson Page, La Plata, t h e A r g e n t i n e C o n f e d e r a t i o n a n d P a r a g u a y (Lon­ dres, 1859), 352. 16 T h e B r i t i s h P a c k e t a n d A r g e n t i n e N e w s , 7 mar. 1840. 17 Thomas Joseph Hutchinson, B u e n o s A y r e s a n d A r g e n t i n e G l e a n in g s (Londres, 18®), 183-4; pág., pp. c it, 401-2. 18 Parish a Aberdeen, N* 22.17 ag. 1830, PEO, FO 6/30; véase también Martin de Moussy, ii, 389-419. 19 Woodbine Parish, Buenos A y r e s . 362. 20 Emilio Ravignani, ed., R e l a c i o n e s i n t e r p r o v i n c i a l e s : L a L i g a l i t o r a l (1829-2833) (Instituto de Investigaciones Históricas, D o c u m e n t o s p a r a la h i s t o r i a a r g e n t i n a . 1517, Buenos Aires, 1922), xvií, 360. 21 “Proyecto de Juan Manuel de Prosas sobre la escasez y la carestía de la carne L 5 may .1818, Sampay, 89-96. 22 Pedro Ferré, M e m o r i a d e l b r i g a d i e r g e n e r a l P e d r o F e r r é , o c tu b r e d e 1821 a d i c i e m ­ b r e d e 1842 (Buenos Aires, 1921). 52. 23 D H A , xvü, 279-83. 24 Texto en Ferré, M e m o r i a , 366-71. 25 “Contestación al Memorandum” , 25 jui. 1830, Ferré, Memoria, 371-6. 26 Ferré a Rosas. 22 de junio, 1832, carta circular de Ferré alos gobiernos del interior, 13 abr. 1832, DHA, xviií, 154-65. 27 Ravignani, DHA.'xv pp. clviii; xvii, 139; G a c e t a M e r c a n t i l , N“2564,31 ag. 1832; Burgin, 231-3. 28 Ferré, M e m o r i a . 55. 29 G a c e t a M e r c a n t i l , N° 3514,20 feb .1835. Según Molina, el desequilibrio de importacio­ nes sobre Jas exportaciones alcanzaba a 262.649pesos en 1828,209.395 pesos en 1833, y . 194.052 pesos en 1834. Véase también Burgin, 233, 30 G a c e t a M e r c a n t i l , N° 2462, 3 die. 1832. 31 José M. Mariluz Urquijo, “Protección y librecambio durante d período 1820-1835”, B o l e t í n d e la A c a d e m i a N a c i o n a l d e la H i s t o r i a , 34 (1964). 32 Halnerín, P o l i t i c s , E c o n o m i c s a n d S o c i e t y i n A r g e n t i n a i n t h e R e v o l u t i o n a r y P e r i o d . 89-91. 33 G a c e t a M e r c a n t i l , l oet. 1831, ■34 JoséM. Mariluz Urquijo. E s t a d o e i n d u s t r i a 1810-1862 (Buenos Aires, 1969), 65-6. 35 Pedro de Angelis, Memoria s o b r e e l e s t a d o d e l a h a c i e n d a p ú b l i c a , en Mariluz Urqui­ jo, E s t a d o e industria, 101-8, 36 G a c e t a M e r c a n t i l , N" 2542,3 ag. 1832. 37 José M. Mariluz Urquijo. "La industria sombrerera porteña y el problema de las ma­ terias primas (1810-1835)'', T r a b a j o s y C o m u n i c a c i o n e s , N” 12 (1964), 139-61. 38 2 ene. 1835, en Mariluz Urquijo, E s t a d o e i n d u s t r i a , 109-12. 39 D i a r i o d e l a T a r d e , 4 ene. 1832, ibid., 85-7. 40 G a c e t a M e r c a n t i l , N° 2091,10 ene. 1831.

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D ia r io d e S e s io n e s d e la R

J u s t a d e R e p r e s e n ta n te s d e la P r o v in c ia d e B u e n o s A ir e s

(Buenos Aires, 1827-1851), 14 nov. 1831, Texto en Mariluz Urquiio, Estado e i n d u s t r i a , 113-19. Ferns, 2S1-2. Griffiths a Palmerston. N° 7 ,14 mav. 1838, PRO, FO 6/66. Burgin, 237,240.242,263-4. Jose Maria Rosa, ’' o±i Tiurgiii. la seuGi iza Beatriz Boscli y la ley de acuana fie Ro­ sas", R I I H J M R . N* 22 (I960) , 329-34. M e n s a j e 31 die. Í835, M e n s a j e s d e ¡ o s g o b e r n a d o r e s . i, 95. Rosas a Rafael Atienza, 20 ju l 1836, Academia Nacional áe la Historia. H i s t o r i a d e l a H a d o s A r g e n t i n a , ed.. Ricardo Levexie (2a. eo., Buenos Aires. VTX, n, 147. M e n s a j e , i ene. 1837, M e n s a j e s d é l o s g o b e r n a d o r e s , i, 113, M e n s a j e s , 1 ene. 1837,27 die. 1837, M e n s a j e s d e l o s g o b e r n a d o r e s , i, 113,145. Mariluz Ur quijo, E s t a d o e industria, 123-4; Burgir. 263. Citado por Rosa. “Miron Burgin, la señorita Beatriz Bosch y la ley de aduana áe Ro­ sas” , 329-34; véase también José María Rosa. D e f e n s a y p é r d i d a d e n u e s t r a i n d e p e n ­ d e n c i a e c o n ó m i c a (3a. ed., Buenos Aires 1962), 125-43." Ffie B r i t i s h P a c k e t and .A r g e n t i n e N e w s , N51304. 4 oct. 1851. Woodbine Parish, Buenos Ayres, 362-9. Mansfield, Paraguay, B r a z i l a n d t h e F i a fe¡239-90. Mariluz Ur quijo, E s t a d o e industria, 155-8a; Nicola a, I n d u s t r i a a r g e n t i n a v aduana, 141. Martin de Moussy,ii,4T7. Surgía, 272. Moreno al Ministro de Relaciones Exteriores, 11 mayo 1950, Mariluz Urquijo, E s t a d o e i n d u s t r i a , 140-1. Martin T. Hood a Palmerston. N° 27,15 jun. 1850, PRO, FO 6/153.

Capítulos

LEVIATÁN

1 Rosas a López, 23 ene. 1836, C o r r e s p o n d e n c i a e m r e R o s a s , Q u ir o g a y L ó p e z , ed. Enri­ que M. Barba (Buenos Aires, 1958) 310. 2 Entrevista de Vicente G. v Ernesto Quesada con Rosas, Southampton, 1873, Sampay, 215,218-19. 3 Rosas a un observador, 3 mar. 1835, Saldías, Papeles d e R o z a s , i, 134. 4 Véase más arriba, p. 53. 5 Rosas a Lónez, 17 mav. 1832, Barba, C o r r e s p o n d e n c i a e n t r e R o s a s , Quiroga y L ó p e z , 158. 6 Rosas a López, i ocf. 1835, ibid., 267. 7 Rosas a Quiroga, 28 feb. 1832, Enrique M. Barba. “El primer gobierno de Rosas”, Academia Racional de la historia, E N A , vol. Y U , 2 , 5. 8 Laíuente a Frías, 18 abr, 1839. Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l ii, 468-9. 9 Rosas a San Martín, marz, 1849,15.ag, 1850, Saldías, P a p e l e s d e R o z a s , i. 303, H, 57. 10 Véase Halperín Donghi, Argentina; de l a r e v o l u c i ó n d e la i n d e p e n d e n c i a a l a c o n f e ­ d e r a c i ó n r o s i s t a , 301-4, quien desarrolla una versión original de la tesis “popular” , diferente del argumento presentado en la presente obra. 11 G a c e t a M e r c a n t i l N° 1798, 7 ene. 1830,Zinny, L a G a c e t a M e r c a n t i l , i, 244-5. 12 Barba, “El primer gobierno de Rosas” H N A , vii, 2,19-21. 13 Parish a Aberdeen, N' 36,20 nov. 1830, PRO, FO &3Q. 14 Ramos Mejí a, ii, 27-8; Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , í, 186. 15 Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , i , 258-61. 16 Gore a Palmerston, Ns 3,20 nov, 1832, PRO, FO 6/34 17 Diario de Sesiones, may.-nov. 1332, passim.

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18 Sucarnación & zairr a de Sosas a Vicente González, 22 oct. 1833, Martimano Leguizam ó n . P a p e l e s d e R o s a s (Buenos Aires, 1953), 22-3. 19 "Rechaza, ciertamente, todo conocimiento previo de las opiniones de los insurgen­ tes: pero confiesa sin ocuitamientos.su aprobación de sus medidas”, Gore a Pal­ merston 2?. 14 nov. 1833, PEO. FO 613?. 20 Gore a Palmerston, Ne 16,30 ag. 1834, PRO; FO 6/40. 21 Leguizamóm 16 . 22 Sobre los documentos de Barranca Yaco, véase Gaceta M e r c a n t i l Nc 3522. 4 mar. 1835, N" 3722,24 die. 1835,Zinny, L a G a c e t a M e r c a n t i l , II, 227. 271. Para una versión moderna que considera a Rosas autor del crimen, véase David Peña. J u a n F a c u n d o Q u ir o g a Í2a. ed. Buenos Aires, 1971). 23 Diario o e S e s i o n e s , vol. 21, 7F 503. 24 Diario de Sesiones, vol. 21. N# 506,18 mar. 1835; Emilio Ravignaní. ed.. Asambleas c o n s t i t u y e n t e s argentinas (6 vols., Buenos Aires, 1937-9). vi. 2,1087; Celesta, Rosas a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 172-7. .25 Ra vígnani, A s a m b l e a s C o n s t i t u y e n t e s A r g e n t i n a s , VI, 2,1088, da un total de 9,720 por la nueva ley. 26 Hamilton a Wellington. Ne 27,14 abr. 1835, PRO. FO 6/47. 27 D i a r i o d e S e s i o n e s , vol. 21, N" 510,6 abr. 1835; Ravignani, A s a m b l e a s c o n s t i t u y e n t e s a r g e n t i n a s , VI, 2,1089. 28 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s . B i b l i o t e c a d e M a y o , iv. 4113. 29 G a c e t a M e r a s t i l , 23 a or, 1335, 3. ' 30 Zinny, L a G a c e t a M e r c a n t i l , ii, 236. 31 Southern a Palmerston, 22 nov. 1848, HMC. Palmerston Papers. GC/SO/241. 32 A. G. Balearte a F. Frías, 25 mar. 1839, Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u ­ m e n t a l , ii, 488. 33 Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , Ii, 211-12. 34 D i a r i o d e S e s i o n e s . vol. 26, N° 663. 35 Ibid.. 1-2, 36 Southern a Palmerston, Privado, 22 nov, 1848, HMC, Palmerston Papers, GC/SO/241. 37 Southern a Palmerston, Privado, 18 de julio. 1849 (fechado en el reverso de la carta “1850”) HMC, Palmerston Papers, GC/SO/267. 38 Rosas s González, i jul. 1839, G a c e t a M e r c a n t i l , 22 jul. 1839; Ceíesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ü, 252. 39 AGN, Colección Célesia, 22-1-12, f.lül-114. 49 Rosas a López, 23 ene. 1836, Barba, “Formación de la tiranía’- H N A , vil, 2, p. 134, Southern a Palmerston, Privado, 27 ene. 1850, HMC, Palmerston Papers, GC/SG/251. 41 Rosas, carta circular a los gobernadores provinciales, 29 abr. 1835, Archivo Históri­ co de Santa Fe, Papeles? d e R o s a s 1821-1850 , ed. Félix Barreto (Santa Fe 1928). 58-9. 42 Barba, "Formación de la tiranía”, S N A , vii, 2, pp. 137-8. 43 Irazusta, V id a p o l í t i c a , VH, 89-92. 44 Ibid., ií, 23. 45 Celesta, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 24. 46 Southern a Palmerston, Privado 26 nov. 1849, HMC, Palmerston Papers, GC/50/248. 47 Rosas a T. Anehorena, 25 die. 1838, Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , i, 629." 48 Rosas a González, 16 jim. 1841, Leguizamón, 11 -12 . 49 Rosas a Quiroga, Hacienda de Figueroa, 20 die. 1834, Andrés M. Carretero (ed.), E l p e n s a m i e n t o p o l í t i c o d e J u a n M . d e R o s a s (Buenos Aires, 1970), 70-8. 50 Antonino Reyes, en Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s , 228. 51 Southern a Palmerston, 18 oct. 1848, PRO. FO 6/139. 52 Rosas a Urquiza, 3l m ar. 1842, Ibarguren, Juan M a n u e l d e R o s a s . 229. 53 Howden a Palmerston, Ns 8,23 may. 1847, PRO. FO 6/133, 54 Lafuente & Frías, 18 abr. 1839, Rodríguez. C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l . U, 469. 55 Southern a Palmerston, Privado. 11 mar. 1850, HMC, Palmerston Papers. GC/SO/254. .

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Lamadrid, M e m o r i a s , ii, 96-8. MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ’ R i d e , ii, 3. Southern a Palmerston, 26 nov. 1848, HMC, Palmerston Papers, GC/SO/248. Irazusia, V id a p o l í t i c a , ii, 25. Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 486. Ibargur en,J u a n M a n u e l d e R o s a s . 239. Decreto del juez de paz y cura párroco de la Guardia de Salto. G a c e t a M e r c a n t i l N° 5308.24 afar. 1841. 63 Casto Cáceres a Rosas, 9 oct. 1840. Leguízamón. 32-4, 64 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ' R i d e , ii, 5-6. 65 Según Sal di as, en la noche siguiente a lá muerte de la esposa de Rosas, el coronel Vi­ cente González, que se encontraba en la casa de Rosas coo oíros oficiales, lanzó la idea de usar un l u t o f e d e r a l en memoria de Doña Encarnación, consistente an una banda roja sobre un fondo de crespón negro alrededor del sombrero; véase H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , III, 54r566 Rosas a T. Ancho rena, 25 die. 1838, Celesta, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , 1,629-30, ü, 207-08,452-5. Doña Encarnación murió el 1S de octubre de 1838 después de una lar­ ga enfermedad. Rosas quedó muy afectado por la pena y cuando el ministro británi­ co le hizo una visita de condolencia, lo encontró postrado en la cama. Pero Rosas también explotó el duelo público y popular por la Heroína de la Federación para convertirlo en apoyo para el régimen. 67 Rosas a Alejandro, 30 ene. 1838, AGN, Archivo Adolfo Salólas, Sala Vil, 3-3-7, í.fi. 68 Southern a Palmerston, 16 ene. 1849, PRO. FO 6/143; Southern a palmerston, N° 55,. 16 jul, 1849, PRO, FO 8/144; King, T w e n t y - f o u r Y e a r s in t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 3267; Ramos Mejia, I I , $ 4 -6 . 69 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B i b l i o t e c a d e M a y o , iv, 4114; en 1842 la mazorca se in­ cautó de un estuche de navaja propiedad de Berutí porque no era del color adecuado, 70 Sobre periódicos y periodismo en época de Rosas.- véase Félix Weinberg, “El perio­ dismo en Ja época de Rosas". R e v i s t a d e H i s t o r i a , Na 2 (Buenos Aires, 1957), 81-101. 71 Fermín Chávez, I c o n o g r a f í a d e R o s a s y d e Ja F e d e r a c i ó n , Pradere y Chávez, J u a n M a n u e l d e R o s a s , H, 31-40. 72' Lafuente a Frías, 2 Jim. 1839, Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y documental.Ti. 479. 73 Elias Díaz Medaño, V id a y o b r a d e P e d r o d e A n g e l i s (Santa Fe, 1963}, 73-7; Julio Irazusta, “Pedro de Angelis, vocero de Rosas", E s t u d i o s A m e r i c a n o s , 9, 44 (Sevilla, 15551,411-46. 74 Southern a Palmerston, N” 55,16 jul. 1845, PRO, FO 6/144. 75 ’ Existe una reimpresión del texto en español de las prim eras series, 1843-45, A r c h i v o A m e r i c a n o y E s p í r i t u d e l a P r e n s a d e l M o n d e 1843-1351 (2 vols., Buenos Aires. 194647). 76 Sobre la campaña de propaganda de Rosas en Europa, véase Irazusta, V id a p o l í t i c a , iy. 133-67. 77 En los primeros años de la década de 1840este procedimiento fue repetido de tanto en tanto; véase King, T w e n t y f o u r y e a r s i n t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 353-54; otros ejem­ plos de demostraciones en favor de Rosas, incluyendo algunos de indios, véase infor­ mes en la G a c e t a M e r c a n t i l jun-ag. 1835, Zimiy, L a G a c e t a M e r c a n t i l , ii, 244-5. 78 G a c e t a M e r c a n t i l , Jf* 489.1,2l ocí. 1839. 79 Manuel Corvaián, ayudante de campo de Rosas a José M. Velázquez, comandante del parque, 23 m ar., 26 m ar. 1842, AGN, Sala X, 26-5-1. SO Francisco Avelia Cháfer, “Ideas y sentimientos religiosos de don Juan Manuel de Rosas", Nuestra H i s t o r i a , año 2, núm. 6 (Buenos Aires, 1S69), 339-52; Ramos Mejía, ü, 29, 81 Héctor José Tanzi, “Las relaciones de la Iglesia y el Estado en la época de Rosas", H i s t o r i a , año 9, N° 30 (Buenos Aires, 1963), 5-28. 82 Rosas a Bessi, 16 jur¡. 1851, Saldías, P a p e l e s d e R o z a s , ii, 148-51.

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Baúl Héctor Castagnino, R o s a s y 1o s J e s u í t a s (Buenos Aires, 1970), 39. Ibid., 50. Gore a Palmerston, Privado, 27 may. 1851. HMC, Palmerston Papers, GC/SO/84. M arnier, 83-6. Benito Díaz. J u z g a d o s d e p a z , 225-37. Véase más arriba, pp. 40,41. Citado por Ibárguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s . 102, Arana a Sosas, 8 nov. 1833, Celesia, R o s a s , aporres para so h i s t o r i a , i, ¿>35. Lafuente a Frías, 7 may. 183S, Rodríguez, C o n tr ib u c ió n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l , n , 478-7. S2 Benito Díaz, J u z g a d o d e p a z 202-4; véase pp. 106-7,114-15. 93 Quesada, A c h a . 49-52. 94 Woodbine Parish, B u e n o s A y r e s . 120. 95 Ramos Mejia, iii. 15?. 96 Félix Best, H i s t o r i a d e l a s g u e r r a s a r g e n t i n a s d e l a i n d e p e n d e n c i a , i n t e r n a c i o n a l e s , c i v i l e s y c o n s i i n d i o (2 vols., Buenos Aires, I960), i, 113-40. 97 Ramos Mejía, iii, 176-7. 98 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ' R i d e , i, 145-6. 99 Agustín F. Wright, B r e v e e n s a y o s o b r e l a p r o s p e r i d a d d e l o s e x t r a n g e r o s y d e c a d e n ­ c i a d e l o s n a c i o n a l e s (Buenos Aires, 1833), 35. 100 Memorandum de Ouseiey, ag. 1846. PRO, FO 6/123. 101 La distinción que hace Quesada, A c h a . 60, entre las fuerzas aristocráticas de los uni­ tarios urbanos y las fuerzas populares de la campana federal no es válida. 102 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ’ R i d e , II, 20-1. 103 R osas,22 jul. 1832. 5oct. 1832, N' 179, ÁGÑ, Secretaría deRosas, S aiaX 13-.1-L 104 Pedro Jiménez a Rosas, 6 y 14 abr. 1843, AGN. Sala VH, 22-2-1, f. 128-9. 105 Decreto del 13 de noviembre de 1842, Ramos Mejía, iii, 30-1. 106 Irazusta, V id a p o l í t i c a , vil 156-7. 107 “Estado que manifiesta la' fuerza efectiva con que se halla cada una de las divisio­ nes”. 16 mar. 1842. AGN, Sala X. 26-5-1. 108 AGÑ, Sala VII, 22-2-1, f . 65. 108- MaudeviBe a Palmerston, Ne 12,17 feb. 184I.PRO.FO 6/78; Gen. J. T. O’Brien a Aber­ deen, ene. 1845, FO 6/110: Alfredo de Brossard. R o s a s v i s t o p o r u n d i p l o m á t i c o f r a n ­ c é s (Buenos Aires 1942) 353. El trabajo de Brossard fue publicado por primera vez en París en 1850, El efectivo de un solo regimiento de milicia, el Regimiento 6 de Mili­ cias Patricias de Caballería de Campaña, en 1842, era de 1.343; véase "Estado Gene­ ra l” , Chascamos, r may. 1842, AGN, Sala X, 25-9-2. 110 Mandeville a Palmerston, Nc 27,2 m ay. 1838, PRO, FO 6/64. 111 Marnier, 21. 112 Burgin, 202-3. 113 Southern a Palmerston. N° 10,21 nov. 1848, PRO, FO 6/139. 114 Thomas Hobbes, L e v i a t h a n , 89-90.

Capítulo 6

EL TERROS

1 Hamilton a Palmerston, N°2 ,8 feb. 1836, PRO, FO 6/51. 2 Jorge M; Mayer, A l b e r d i y s u tiempo (Buenos Aires, 1963) 127-74; a veces se llama ai movimiento incorrectamente, la Asociación d e M a y o . 3 Vicente Fidel López, “Autobiografía”. en L a B i b l i o t e c a , i (Buenos Aires, 1896), 34.7. 4 Carlos Tejedor a Saldías, 16 oct. 1883, Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n fe d e r a c i ó n , IV, 2413; véase Angel J. Carranza, B o s q u e j o h i s t ó r i c o acerca d e l d o c t o r C a r lo s T e j e d o r y la c o n j u r a c i ó n d e 1839 (Buenos Aires, 1879). 5 A . G . Balearen a Frías, 29 may. 1839, Rodrigues, C o n tr i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n -

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ta l, h , 496-7. El doctor Manuel Vicente Maza no era un conspirador activo. pero cono­ cía el plan y, quizás, pensaba encabezar un movimiento constitucional si éste tenía éxito; véase Saldías, H i s t o r i a d é l a C o n f e d e r a c i ó n . IV. 6 Pablo Munoz a Pedro Burgos, l l ag. 1838, Burgos a Rosas, 12 ag-1838, AGN, Colec­ ción Celesia, 22-1 -12 , £. 196-8. 7 Rosas a Burgos, 16 ag. 1838, AGN Colección Celesia, 22-1-12-, 1 . 199-201. E, Lafuente a Frías, 7 may. 1839, Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l , 'ii, 477, Véase más abajo, p. 213. S José Antonio Liner a a Rosas, 31 oet. 1839, AGN, Colección Celesia, 22-1-12, í. 315. 9 Cuartel General en Dolores, 5 nov. 1839, AGN, Archivo Adolfo Baldías, Sala VII, 3-381, f. 126-9. Sobre la revolución del sur, véase Emilio Ksvjgnani, S o s a s : i n t e r p r e t a ­ c ió n r e a l y m o d e r n a (Buenos Aires, 1970). 21-34; Angel J. Carranza, L a r e v o lu c ió n , d e l 3 9 e n é l s u r d e B u e n o s A i r e s (Buenos Aires, 1919), 128.175. 10 Mandevüle a Palmerston, N” 81,12 die. 1839, PRO, FO 6/70. 11 Manuel Corvalán a Miguel del Valle, comandante del 4° escuadrón de Milicias, 2 nov. 1839. AGN, Archivo Adolfo Saldías, Sala VII, 3-3-8, í. 120-1. 12 Capitán del Puerto a Arana, 15. ene. 1840, AGN, Sala X, 27-7-4. 13 Rosas a Juan José Díaz, Estancia San Martín, 3 mar. 1885, Saldías, P a p e l e s d e R o ­ z a s , 1,134. 14 Saldías, H i s t o r i a d é l a C o n f e d e r a c i ó n , iv, 142; Irazusta, V id a p o l í t i c a , ii. 234-5. 15 E. LafuemeaF. Frías, 18 abr. 1839. Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l , ii, 469. 16 Mandevüle a Strangways, 18 oct. 1836, PRO. FO 6753. 17 Celesia. R o s a s , a p o r t e s ’p a r a s u h i s t o r i a , ñ, 242; Leguizaraón, 84-5. 18 Ibarguren, J u a n M a n u e i d e R o s a s , 244; Ramos Mejía, ii, 7-9. 719 Sarmiento. F a c u n d o , 76. ; 20 Ezequiel Martínez Estrada, R a d i o g r a f í a d e l a p a m p a , 47-8. 21 King, T w e n t y f o u r Y e a r s i n ¿be A r g é n t i n e R e p u b l i c , 253 A . 22 Hudson. F a r A w a y a n d L o n g A g o , 107. ' 23 Sarmiento, F a c u n d o , 77. 24 Rosas, 18 nov. 1839, Ramos Mejia ii, 99-100. 25 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B ib l i o t e c a d e M a y o , iv, 4134. 26 King, Twenty f o u r Y e a r s - in th e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 380, 27 Lamas.. E s c r i t o s p o l it i c o s y l i t e r a r i o s , 346-7. 28 General J. T, O’Brien a Aberdeen, ene, 1S4S, PRO. FO 6/110. .29 “Esta sociedad que comúnmente se llama de la Mazorca, tiene por objeto el introdu­ cir por el ñanco de la retaguardia del enemigo unitario el sabroso fruto del que ha to­ mado el nombre, así es que toda aquella gente que recela este fracaso ha dado en usar el pantalón muy ajustado, disfrazando con eí nombre de moda una prevención muy puesta en orden y razón.” Juan María Gutiérrez, 1835. en H i s t o r i a , 9,30 (Buenos Aires, 1963), 149. 30 Salomón a Rosas, 3Gsepi. 1840, Rosas a Salomón, 30sept, 1840, AGN. Colección Cele­ sia, 22-1-13, í. 160-2 ; Celesia, R o s a s , aportespara s u h i s t o r i a , ii, 235-7,461-3; Leguizamón, 48-51. 31 Esteban Echeverría. O b r a s c o m p l e t a s (5 vols., Buenos Aires, 1870-4), iv. 40. 32 Andrés Somellera, L a t i r a n í a d e - R o s a s : r e c u e r d o s d e u n a v i c t i m a d e la M a z o r c a (Buenos Aires, 1962), 20-4. 33 Saldías publica una lista de ciento sesenta y cuatro personas “bien situadas" que eran miembros, y-díce que había ciento noventa y un miembros en 1842; H i s t o r i a d é l a C o n fe d e r a c i ó n , y, 9-10. Unos doscientos nombres fueron publicados en la G a c e t a M e r c a n t i l , 16 abril 1842, es decir en el apogeo del terror, 34 Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , v, 4S. 35 Cuitiño y P arra a Rosas, 13 ene. 1834, Celesia. R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 434.

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36 Le mayoría de estos nombres son los que recuerda Berutí en 1853. M e m o r i a s - c a r i o ­ s a s . B i b l i o t e c a d e M a y o , iv, 4121-2. 37 Southern a Palmerston, N* 55,16 luí. 1849, PRO. FO 6/144. 38 King, T w e n t y - f o u r Y e a r s i s t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 326. 39 Celesia, R o s a s . aportes p a ra so h i s t o r i a , ií, 238. 40 Lamas. Escritos políticos y literarios. 310. 41 Citado por Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s , 232 42 Rosas a González. 10 ag. 1831, Ravignani, R o s a s : I n t e r p r e t a c i ó n r e a l y m o d e r n a , 756; I n f e r e n c i a s s o b r e J u a n M a n u e l d e R o s a s y o t r o s e n s a y o s , 25-35. 43 Rosas a Arana. 26 ag: 1833, Celesia. R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , 1 .190; G a c e t a M e r c a n t i l , 3 feb. 1830. 44 C a u s a c r i m i n a l s e g u i d a c o n t r a e l s x - g o t e r a s d a r J u a n M a n u e l d e R o s a s a n t e l o s t r i ­ b u n a l e s o r d i n a r i o s d e B u e n o s A i r e s (Buenos Aires, 1908), 8-10. 45 Berílti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B i b l i o t e c a d e M a y o , iv, 4110. 46 Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 376,574. 47 Doña Encarnación a Rosas, 4 dic„ 1833, ibid., ü, 43. 48 Iriarte, M e m o r i a s . iv, 47-8. 49 Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 45. 50 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B i b l i o t e c a d e M a y o , iv, 4113. •51 A r c h i v o d e P o l i c í a : í n d i c e ( 2 v o ls ., B u e n o s A i r e s . I 8 6 0 ) , ii, 2 1 0 -1 3 ,2 6 8 -7 1 . 32 Mandeville a Palmerston, Privado, 26 jul. 1836, HMC, Páíínerston Papers, GC/MA/ 262. El periódico oficial G a c e t a M e r c a n t i l N° 6426,22 mar. 1846. dio la cifra de cien in­ dios ejecutados por rebelión, asesinato y robo. La C a u s a c r i m i n a l daba ciento diez in­ dios, 29. 53 (Mandeville a Palmerston. N° 33.19 oct. 1836, PRO, PO 6/53. 54 Mandeville a Palmerston, N* 1,6 ene. 1837, PRO, FO 6/57; N '51,25 sept, 1838, FO 6/64. 55 Héctor C. Quesada, B a r r a n c a Y a c o ; a n t e c e d e n t e s , a p u n t e s . e p i s o d i o s y d o c u m e n t o s d e l A r c h i v o G e n e r a l d e l a N a c i ó n (Buenos Aires. 1934). 56 Mandeville a Palmerston, N° 10, 3 mar. 1837. PRO. FO 6/57 CLeguizamón, 25-7. 57 Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, ¿41. 58 Leguizamón, 126. 59 Mandeville a Palmerston, N° 57, 26 ag. 1839, PRO, FO 6/7G. 60 King, T w e n t y - f o u r Y e a r s . i n t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c . 401-2; Juan Jacobo Bajarlia, R o s a s y l o s a s e s i n a t o s d e s u é p o c a (Buenos Aires, 1969), 42-3. 61 Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , iv. 153-4; 62 Leguizamón. 64-7. S3 Mandeville a Palmerston, N° 82,12 die. 1839, P R íl FO 6/70. 64 Manuel Corvalán a Vicente González. 10 sept. 1840, Zinnv. L a G a c e t a M e r c a n t i l , ií, 436; 65 F. Varela a F. Frías. 8 mav. 1840, Rodríguez. C o n tr ib u c ió n h i s t ó r i c a v d o c u m e n t a l . ' ni, 200. .. 66 Antonio Díaz, H i s t o r i a p o l í t i c a y m ilitar de l a s r e p ú b l i c a s d e l P í a ta , y . % , 67 Mandeville a Palmerston, N° 67.23 sept. 1840, PRO, FO 6/75. 68 Victories a Rosas, 13 sept. 1840, Celesia. R o s a s , a p o r t e s - p a r a s u h i s t o r i a , ií, 458. 69 Ibid.,11,232. ' 70 Gálvez. M e m o r i a s de u n v i e j o , ii, 70-89; Lamas, E s c r i t o s p o l í t i c o s y l i t e r a r i o s , 310. 71 Enrique Arana (h), J u a n M a n d é ! d e R o s a s é s l a H i s t o r i a A r g e n t i n a (3 vols., Buenos Aíres, 1954), ii, 76-7, documento de A. Tauiard. 72 Mandeville a Palmerston, N" 72,14 oct, 1840, PRO, FO 6/75, 73 José Rivera Indarte, T a b l a s d e Sangre; e s a c c i ó n s a n t a m a t a r a R o s a s -(Buenos Ai­ res, 1946), 63-136; C a u s a c r i m i n a l , 13. 74 E l A r c h i v o A m e r i c a n o , 20, 31 jul. 1845, afirma que Várangot era español. 75 John Henry Mandeville, Ministro británico plenipotenciario en Buenos Aires desde 1836 hasta 1845, adquirió considerable experiencia sobre el régimen de Rosas. “Mr. Mandeville llegó a Buenos Aires a todo lujo. Vivía en el distrito conocido como el Par-

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•..; que Lezama. y su sobrina, que lo acompañaba, vivía en la esquinadle Perú y Moreno; ella era viuda y tenía familia, y fue presentada en lo mejor de la sociedad, aunque, en realidad, era algo más íntimo que una sobrina; su nombre era Mrs. McDonald”, (Mansiila. R o z a s , ensayo h i s t ó r i c o - p s i c o l ó g i c o , 129-30). Mandeville nunca fue inde­ bidamente crítico con respecto a Rosas y encontró ciertamente mucho que admirar. le : fue uno de los pocos extranjeros con quienes Rosas dejaba a un lado su-xormaiidad y los trataba de m anera jocosa. El sucesor.de Mandeville, William Gore Ouseley. arrojó dudas sobre la veracidad y objetividad de los informes de su antecesor; afir­ maba que Rosas había sobornado a Mandeville, dándole valiosos regalos y una casa para su amante. Ouseley a Aberdeen, 23 jul. 1345, British Library, Add. MS 43,127. 76 Mandeville a Rosas. 9 oct. 1840. Saidías, P a p e l e s d e R o z a s , i. 207-462; H is to r ia , d e la C o n f e d e r a c i ó n , V, 229. 77 Rosas a Mandeville, 10 oct. 1840, AGN, Archivo Adolfo Salólas, Sala VII, 3-3-8, i 31618; Saidías, H i s t o r i a d e i a C o n f e d e r a c i ó n , V, 230-4; Ramos Mejia, II, 35-61. ■ 78 Mandeville a Palmerston, N° 72.. 14 oct. 1840. PRO, FO 6/75. 79 Rosas a López, gobernador de Córdoba. 20 ene. 1841, Quesada, L a é p o c a d e R o s a s , 107. 80 Decreto, 31 oct. 1840, AGN. Archivo Adolfo Saidías, Sala VII, 3-3-8, f. 331-2; Registro oficial, 1840,162-3; G a c e t a M e r c a n t i l , N" 5177,2nov. 1840. 81 Oribe a Rosas, 11 die. 1840, AGN, Colección Ceiesia, 22-1-13, f. 225-7. Muchos de éstos fueron posteriormente ejecutados. 82 Lavalle a su esposa, 31 mar. 1841, Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l , Üi, 142. 83 Archivo d e P o l i c í a , ii, p a s s i m , 84 G a c e t a M e r c a n t i l , N° 5292,5 abr. 1841. Zinny, La G a c e t a M e r c a n t i l , ü, 450-1, e H i s t o ­ r i a d e l o s g o b e r n a d o r e s , ii, 154-7. 85 E. Bedoya a Pucñ, Tucumán, 30 jul. 1841. Quesada. L a é p o c a d e R o s a s . 106. 86 Las Heras a Brizne] a, Santiago de Chile, 21 mar. 1841, ibid. 105, véase también ibid., para la cita de Sarmiento, 101-2. 87 Un observador naval británico dio una cifra “durante las últimas ocho semanas, más de ciento sesenta individuos”, capitán C. C. Frank!and. H M S P e a r l , Montevi­ deo. 28 febr. 1842, incluido en Almirantazgo a Canning, 23 may. 1842, PRO, FO 6/86. 88 Irazusta, V id a p o l í t i c a , íii, 229-34. 89 Antonio Díaz, H i s t o r i a p o l í t i c a y m i l i t a r d e ¡ a s r e p ú b l i c a s d e l P l a t a , v. 96-7. 90 Mandeville a Aberdeen, N° 27,18 abr. 1842, PRO, FO 6/83. 91 Mandeville a Canning, privado y confidencial, 18 abr. 1842, PRO, FO 6/83. 92 Mandeville a Aberdeen, Mf° 28,23 abr. 1842, PRO, FO 6/83. 93 Declaración de D. J. Lasserre, un é m i g r é de estos sucesos, en L am as. Escritos p o l í t i ­ c o s y l i t e r a r i o s , 313-15, Mandeville a Aberdeen, N* 28,23 abr. 1842, PRO, FO 6/83. 94 Mandeville a Canning, 24 abr. 1842, PRO, FO 6/83. G a c e t a M e r c a n t i l , N° 5913,20 iui. 1843. 95 Mandeville a Aberdeen, N '57, Confidencial. 7 jul. 1842, PRO, FO 6/84. 96 G a c e t a M e r c a n t i l , N° 5945,22 jul. 1843. 97 Leguizamón, 53-6. 98 Ouseiey a Canning, 5 jul. 1845. PRO, FO, 6/104. 99 Beruti. M e m o r i a s c u r i o s a s . B i b l i o t e c a d e M a y o , N° 4066. 100 Southern a Palmerston, Privado y Confidencial. 18 oct. 1848, PRO, FO 6/139. 101 Sobre la historia de Camila O’Gorman, véase Saidías, H i s t o r i a d é l a C o n fe d e r a c i ó n , víii, 146-57: Antonio Reyes, M e m o r i a s d e l e d e c á n d e R o s a s , ed. Manuel Bilbao- USuenos Aires, 1943) 347-71. 102 John Masefield, R o s a s . . 103 Rosas a Federico Terrero, Southampton, 6 mar. 1870, Saidías, H i s t o r i a d é l a C o n fe ­ d e r a c i ó n , viii, 227-8: Mansiila, R o z a s , e n s a y o h i s t ó r i c o - p s i c o l ó g i c o , 171-2, 104 Southern a Psdmerston, 24 nov. 1848, PRO, FO 6/139. 105 Reyes, M e m o r i a s d e l e d e c á n d e R o s a s , 370. 106 Befuti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B i b l i o t e c a d e M a y o , iv» 4077.

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107 Southern aPalmerston, N°"2,10 ene. 1851, PEO, FO 6/157: 'B r i t i s h P a c k e t , N* 127.1,11, ene. 1851. 108 Southern a P aimers ton, N' 45,25 jun. 1851, PRO, FO 6/15ík 109 .Rivera. Indarte, Tablas d e S a n g r e , 3.34-5, quien parece alcanzaron total incorrecto de sus propias cifras. 11.0 King. T w e n t y - f o u r Y e a r s i n t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 426-ñr. 111 G a c e t a M e r c a n t i l , Nc 6426,26 mar. 1845 112 Véase una-referencia en la Nota 84 y varias otras cartas en PRO, FO 6/86. 113 Roberto Btchepareborda, R o s a s , c o n t r o v e r t i d a h i s t o r i o g r a f í a (Buenos Aires, 1972) 102. cita una cifra inferior a ochenta, daña por un observador español, para el terror de 1840-42. 114 Otros informes británicos dan ciiras aun más altas de las ejecuciones, aireáeoor do cien, se esta acción: véase inclusiones en Hamilton a Canning. 25 sent. 1845. PRO, FO 6/111. 115 Beruti. M e m o r i a s c u r i o s a s , 1852, B i b l i o t e c a d e M a y o , iv, 4110-11. En otras panes Beruti hizo listas de aquellas victimas a quienes conocía por sus nombres : odio oficía­ les ejecutados, uno azotado; tres funcionarios ejecutados, uso azotado; veintiún ha­ bitantes, comunes ejecutados y uno cruelmente azotado; dos comerciantes ejecuta­ dos ; ibid., iv 4122-4,4133-4. 116 C a u s a c r i m i n a l . 33-112, sin contar las ejecuciones de prisioneros de guerra. 117 Mansilla, R o z a s , e n s a y o h i s t ó r i c o - p s i c o l ó g i c o , 85. 118 Causa c r i m i n a l , 13-14. 119 Ibid., 14.

Capitulo 7 LA PENETRANTE ALBIÓN 1 Nina L. Kay Shuttleworth, A L i f e o f S i r W o o d b in e P a r i s h (London, 1910), 325, 2 PRO, FO 354/8, R. A.. Humphreys, ed. B r i t i s h C o n s u l a r R e p o r t s o n the T r a d e a n d P o ­ l i t i c s o f L a t i n A m e r i c a , . 1 8 2 4 ,1 8 2 6 (London, 1940), 26.' n. 2, Woodbine Parish, Buenos Ayres, 117; James Dodds, R e c o r d s o f t h e S c o t t i s h S e t t l e r s i n t h e R i v e r P l a t e a n d t h e i r C h u r c h e s (Buenos AÍres, 1897), 3-5.142-7. 3 Véase MacCaisn. T w o T h o u s a n d M U e s R i d e , 1 , 136,225; véase también WBlbur Devereux-Jones, “The Argentine British Colony in the time of Rosas ”, HAHR 40 (1960), 907. 4 Vera Blicn Reber, B r i t i s h M e r c a n t i l e H o u s e s i n B u e n o s A i r e s 1810-1880 (Cambrid­ ge, Mass, 1979), 58,145; y sobre Simón Pereira véase 52,108-9. 5 MacCann, II. 93. 6 Hudson, F a r A w a y a n d L o n g A g o , H A S . 7. Woodbine Parish, Buenos.A y r e s , 11", .8 M. G. y E. T. Mulhafl, H a n d b o o k o f t h e R i v e r P l a t e R e p u b l i c s (Buenos Aires 1875}, 91; G a c e t a M e r c a n t i l , N“ 2137,8 marz. 1831, Zinny. La Cacera Mercantil, i, 300. 9 MacCann, 1 ,151-2; véase también M. G. 'MÚlhail, The English i n S o u t h A m e r i c a (Buenos Aires, 1878), 416-33.. 10 Mansfield, P a r a g u a y , B r a z i l a n d t h e P l a t e , 129; véase también G a c e t a M e r c a n t i l , N° 2398,3 feb. 1832, Zínny, L a G a c e t a M e r c a n t i l , ii, 11. 11 MacCann, ii, 302-3. ’ " 12 . A r c h i v o Á M e r i c a m , N° 2 , 19 jun. 1843,. 13 Publicado en Woodbine Parish, B u e n o s A y r e s , 401-5. 14 Juan Carlos Nieoiau, “Movimiento marítimo exterior deí puerto de Buenos Aires (1810-1854)”, N u e s t r a H i s t o r i a , N° 12 (1973),.351-51; Clifton B. Kroeber, T h e G r o w th . o f t h e S h i p p i n g I n d u s t r y i n t h e R í o d e l a P l a t a Region 1794-1860 (Madison, 1957), 4965; Burgin, 270; Jonathan C. Brown, “Dynamics and Autonomy of a Traditional Mar­ keting System; Buenos Aires, 1810-1860”, HAHR, 56 (1976), 609,

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15- Woodbine-Parish, B u e n o s A v r e s . 353. 16 Nicoiau, “Movimiento Marítimo” , 358-61; Kroeber, 121-34. 17 Woodbine Parish, B u e n o s A y r e s , 362. 18 D. C. M. Platt, L a t i n A m e r i c a a n d B r i t i s h T r a d e 18Q6-I9Q4 (London, 19725,23-38,55. . is Woodbine Parish; B u e n o s A y r e s , 363. 20 Brown. “Buenos Aires. 1810-1850”, S10. 21 Humphreys, B r i t i s h C o n s u l a r R e p o r t s , . 76. 22 Mtilhali, T h e E n g l i s h in S o u t h A m e r i c a , 331. 23 Beber, B r i t i s h M e r c a n t i l e H o u s e s m B u e n o s A i r e s , 56-7. No todos ios ministros britá­ nicos aprobaron a sus compatriotas; “Sin embargo. la clase de los comerciantes in­ gleses está lejos de ser buena; son principalmente agentes en comisión y socios me­ nores de las firmas de Inglaterra, o empleados enviados para supervisar intereses que no sen los suyos. Se han aprovechado de-las convulsiones políticas y bajo el pre­ texto de estos desastres continúan manteniendo a sus superiores en Inglaterra en la ignorancia de los verdaderos negocios que desarrollan. Las empresas que dan pérdi­ das son puestas siempre a cuenta de Ja firma en Inglaterra y se echa la culpa al tira­ no Rosas cuyo nombre data del pasado y se mantiene con ese objeto: pero las especu­ laciones que dan beneficios con demasiada frecuencia se ocultan y se colocan en la cuenta de sus transacciones personales.” Southern a Palmerston. 25 abr. 1849, HMC, Plamersíon Papers,.GC/SO/245. Debe agregarse que no todos los británicos que se encontraban en Buenos Aires aprobaban a Southern. 24 Woodbine Parish, B u e n o s A y r e s . 365,367-8. 25 Ibid, 120. 26 H. S. Ferns, 220. 27 Véase Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luís Duhalde, B a r i n g B r o t h e r s y la h i s t o r i a , p o l í t i c a a r g e n t i n a (Buenos Aires 1868), 53, un folleto político masque una historia se­ ría. Agradezco ai profesor D. C. M. Plátt por haberme permitido leer el mecanogra­ fiado de parte de su historia délos Baring, que contiene el primer relato con autori­ dad de sus operaciones en la Argentina. 28 A r c h i v o A m e r i c a n o , ira. serie, N° 14,31 ag. 1844, i, 445-7. 29 Comisión Mercantil de Buenos Aires a Parish, 31 de diciembre, 1827, incluido en Pa­ rish a Bidweü 31 die. 1827, Woodbine Parish Papers, PRO. FO 354/4. 30 Sobre los británicos en la Argentina rural,, véase MáeCanñ. i.,8-9.20-1, SI, 68,99,143, 148,151. 31 Southern a Palmerston, N476. Confidencial, 25 nov. 1849, PEO, FÓ 6/145. 32 Baidomero García. Sala de Representares, 12 nov. 1843, G a c e t a M e r c a n t i l , 5771. 33 Lorenzo Torres, Sala de Representantes, Í2 nov. 1843, G a c e t a M e r c a n t i l , N° 5771-, 34 A r c h i v o A m e r i c a n o , ira. sene, N° 14,3l ag. 1844. i, 450-1, 35 Ramos Mejía, i. 194. ' 36 Sala de Representantes, 15 de diciembre, 1843, A r c h i v o A m e r i c a n o , N° 11,29S; para una denuncia similar sobre la política británica en las Americas, véase Alvear a Gui do, 18, die, 1843, írazusta, V id a p o l í t i c a , ív. 164. 37 Hamilton a Wellington, N° 30,5 m ay. 1835. PRO, FO 6/47. 38 Ferns, 203. 39 Tomás Anchor en a a Rosas, 13 oct. 1838, Irazu sta, V id a p o l í t i c a , ii, 307-8. 40 Pedro de Angelis a Tomás Guido, 17 nov. 1847, ibid., V, 388. 41 Tomás Anchorena a Rosas, i mar. 1846, Sebrelí, A p o g e o y o c a s o d e lo s A n c h o r e n a , 167. 42 Rosas a Mandevüie, 2 abr. 1839, citado por Barba en H i s t o r i a i n t e g r a l 'a r g e n t i n a , 2. D é l a a n a r q u í a a l a o r g a n i z a c i ó n n a c i o n a l , Centro Editor de América Latina (Buenos Aires, 1970), 156. 43 Ibid. 44 Southern a Palmerston, Privado, 22nov. 1848, HMC, Palmerston Papers, GC/SO/241. 45 Robert Éillínghursí. uno dé los más antiguos residentes británicos en la Argentina, hizo una larga descripción de esta celebración para el B r i t i s h P a c k e t , 19 d e diciem-

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. bre, 1835: el doctor Gibbon, que aún vivía en 1877, estaba allí; Zinny. L a Gaceta M e r c a n t i l , ñ. 25&-6G. ' ' ‘ • 46 ' Petición firmada por setenta y siete comerciantes ingleses, que incluía a MacLean. Gotland, Tompson, Hughes. Tomkinson, MacKinley, Brittain, Wilson; .^rabble’ , Lamb. Stegman, y Green, en G a c e t a M e r c a n t i l 25 oct 1849, 21 die, 1349, 47 Parish a Palmerston, 25 may. 1831, PRO. FO 6/32. 48 Parish a Bowles, 14 feb. 1839, Woodbine Parish Papers, PRO, FO 354/9 . 4$ Mandeviile a Strangways, Privado, 18 oct. 1836. PRO. FO 6/53. 50 Mandeviile a Palm erston, N" 82,12 die. 133S, PRO, FÓ 6/70. 5X Guseley a Aberdeen, Privado, 26 nov, 1845, PRO, FO 6/106, 52 Ouseley a Aberdeen, is abr. 1846, BL, Add. MS 43,127. 53 Southern a Palmerston, 25 abr. 1849, BMC. Palmerston Papers. G-C/SO/245. 54 MacCann. ii, 251. gá Andrés M. Carretero, ed., E l u e n s a m i e n i o p o l í t i c o d e J u a n M . d e R o s a s (Buenos Ai­ res,.1970), 117-19. 56 Arana a Moreno, 22 die. 1841, Ir asusta. V id a p o l í t i c a , hi, 2i0. 57 Moreno a Arana, 5 abr. 1843, Irazusta, V id a p o l í t i c a . iv. 223. 58 Ferns, 232. 0 Néstor S, Coili, L a p o l í t i c a f r a n c e s a e n e l R í o d e l a P l a t a : R o s a s y e l b l o q u e o d e 18381840 (Buenos Aires, 1963), 125-64: Gabriel A. Puentes, La i n t e r v e n c i ó n f r a n c e s a e n e l R í o d e l a P l a t a (Buenos Aires, 1958) , 49-65. g0 Puentes. 65-73. gl Ferns, 243; Puentes, 276-82. §2 John F. Oady. F o r e i g n I n t e r v e n t i o n i n t h e R í o d e Ja P l a t a 1838-30 (Phíladelohiá, 1929), 87. . S3 Mandeviile aStrangways, 17 ene. 1840, PRO, FG 8/74 . 64 .Lord Beaumont, Cámara de ios Lores, 23 abr. 1348. P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s 3ra. se­ rie, dv. 815. ‘ ■ " 65 Woodbine Parish, S u e ñ o s A y r e s , 237,251, 66 John Hoyt Williams, “Foreign 'Técnicos and the Modernization of Paraguay, 18401870”, J o u r n a l o f I n t e r a m e r i c a n S t u d i e s a n d W o r l d A f f a i r s , 19 (1977), 234. §7 Cámara de Jos Lores, 27 ene. 1845, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3 a. .Serie, ixxxi, 1306. gg MacCann, II, 292. • 0 Ferns, 254-5. 70 Aberdeen a Mandeviile, 12 mar. 1842, ibid., 250. 7 1 1; Sir Robert Peel, Cámara de los Comunes, Í 1 m ar. 1845, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. ' Serie, btxvii, 643. 72 Rasas? a n d s o m e o f t h e a t r o c i t i e s o f h i s d i c t a t o r s h i p i n t h e River Piare; i n a l e t t e r to. t h e R i g h t H o n o u r a b l e t h e E a r l o f A b e r d e e n , b y a B r i t i s h g e n t l e m a n r e s i d e n t in M o n ­

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t e v i d e o (Londres. 1844) un panfleto que presionaba para que hubiese intervención británica. Ferns, 258. SMáías.-Historia d e i s C o n f e d e r a c i ó n , VI, 28-9, Mandeviile a Aberdeen. N° 57, 7 jul. 1842, PRO, FO 6/84 Mandeviile a Addington, 10 ene. 1843, PRO. FO 6/88. Parte 1. Mandeviile a Aberdeen, N° 23,12 mar.. 1843, PRO; FO 6/88, Parte 2. CárnaradelosComunes, 22 may., 2jun. 1843, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, Ixix, 244,1251, Un año más tarde Peel aún expresaba su decisión de no interferir y se refe­ ría a “la perversidad de las potencias neutrales de mayor fuerza que cada una de las potencias en lucha, que comenzaban una hostil interferencia a la que no tenían dere­ cho” ; 17 may. 1844, Ibid, lixiv, 1259. Sal días, H i s t o r i a d é l a C o n f e d e r a c i ó n , vi, 56-60. G a c e t a M e r c a n t i l , 18 sept, 1845. Mandeviile a Aberdeen, 2 jun. 1843, PRO, FO 6/89.' Irazusta, V id a p o l í t i c a , iv, 297.

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A n A p p e a l o n b e h a l f o f t h e B r i t i s h S u b j e c t s r e s i d i n g i n a n d c o n n e c t e d w i th th e E l v e r P l a t e , a g a i n s t a n y f u r t h e r v io l e n t i n t e r v e n t i o n b y t h e B r i t i s h a n d F r e n c h G o v e r n ­ m e n t s i n t h e a f f a i r s o f t h a t c o u n t r y (Londres, 1846), 12-13, Ouseley, P r i v a t e n o t e s r e l a t i v e to th e p r o p o s e d I n t e r v e n t i o n o f G r e a t B r i t a i n , F r a n ­ c e a n d B r a z i l f o r t h e -p u r p o s e o f p u l i n g a s t o n to t h e W a r b e t w e e n B u e n o s A y r e s a n d M o n t e v i d e o , 12 die. 1844, PRO, FO, 6/96.

85 Ouseley a Aberdeen, 9 sept. 1845, BL, Add. MS 43,127.

86 Tomás Guido, Ministro argentino en Río de Janeiro, a Arana, 15 abr. 1845, Irazusia, V id a p o l í t i c a , ív, 313; para las instrucciones, véase José Luis Bustamante, L o s c in c o e r r a r e s c a p i t a l e s d e la i n t e r v e n c i ó n a n g l o - f r a n c e s s e n e l P l a t a . 1849 (Buenos Aires.

1942), 36-49, 87 Baldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , vi. 202-3. 88 Cámara de los Lores, lSfeb. 1846, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, bcodii, 1158-62. 89 Thomas Baines, O b s e r v a t i o n s o n t h e P r e s e n t S t a t e o f t h e A f f a i r s o f t h e R i v e r P l a t e (Liverpool, 1845). Reproducido parcialmente en G a c e t a M e r c a n t i l , 18 jul. 1845. 90 Alfred Mali alien, Rosas and h i s c a l u m n i a t o r s . T h e j u s t i c e a n d p o l i c y o f a T r ip l e A llia n c e in te r v e n tio n o iE n g la n d , F r a n c e a n d B r a z il in th e a ffa ir s o f th e R iv e r P la te c o n s i d e r e d i n l e t t e r s to t h e R i g h t H o n o u r a b le t h e B a r i , o f A b e r d e e n (Londres, 1845); véase también un esfuerzo anterior de) mismo autor, B u e n o s A i r e s , M o n t e V id e o , a n d A f f a i r s i n t h e R i v e r P l a t e ; i n a L e t t e r t o t h e E a r l o f A b e r d e e n (Londres 1844).

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Mallalieu signe siendo una figura anónima y se lo ha descriüto como un pseudónimo de Manuel Moreno, véase Zinny, L a G a c e t a M e r c a n t i l , iii. 82 y A r c h i v o A m e r i c a n o , 30 nov, 1845. Pero Irazusta parece estar en 3o cierto al identificarlo como un periodis­ ta inglés contratado por Moreno; véase V id a p o l í t i c a , ív, 164-7. Mallalieu, R o s a s a n d h i s c a l u m n i a t o r s , 92-3, Moreno creyó que su campaña de propaganda había tenido efecto sobre el Parla­ mento y la opinión púbiiea. Pero también pareció pensar que el gobierno británico estaba preparado para ejercer un protectorado sobre el Rio de la Plata, o aun para '‘recoionizarlo" (sic). antes de que modificara sus objetivos: Moreno a Alvear, Lon­ dres, 2 may. 1846, Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l , ill, 543-5. Ouseley a Aberdeen, 26 jun. 1845, PRO, FO 6/103. Saidías. H i s t o r i a d e Ja C o n f e d e r a c i ó n , vil, 9-17. Ouseley a Aberdeen, Ns75,18 oct. 1845, PRO, FO 6/105. Aberdeen a Ouseiey, 8 oct. 1845, BL, Add. MS 43,127. Aberdeen a Ouseley, 3 die. 1845, BL. Add, MS 43,127. Contralmirante Inglefield a Carry, secretario del Almirantazgo, H M S V e r n o n , fu e ra . de Montevideo, 25 ñov.. 30 nov, 1845 incluye el Informe del capitán Hotham, 22 sov. 1845, PB.O, Adm 1/5580, Sobre la batalla de Obligado, véase MacCann, ii, 229-36 que incliive el despacho de Hotham del 22 nov, 1845; L. B. Mac Kinnon, S t e a m W a r f a r e I n th e P a r a n á : a N a r r a tiv e o f O p e r a tio n s b y th e C o m b in e d S q u a d r o n s o f E n g la n d a n d F r a n c e , i s f o r c i n g a P a s s a g e u p d i e t R i v e r (2 vols, Londres, 1848); Saidías,' H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , vil, 27-35; José Luis Muñoz Azpiri. R o s a s f r e n t e a l i m n e r i o i n ­ g l é s (Buenos Aires I960), 28-34.

99 MacCann, i!, 233, citando a Hotham. 100 Hotham a inglefield, G o r g o n , Rosario, 5 die. 1845, PRO, Adm. 1-5560, Segtín fuentes argentinas los aliados sufrieron ciento cincuenta bajas y resultaron dañados tres na­ vios; los argentinos perdieron seiscientos cincuenta hombres, dieciocho cañones y cierta cantidad de lanchas; Baldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , vil, 34-5. Muñoz Azpirí estima las bajas argentinas en cuatrocientos muertos, "101 Fems, 274. 102 Inglefield a Corry, 17 jun. 1846, incluye Hotham a inglefield, 7 jun. 1846, PRO, Adm. 5560, Baldías H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , vil, 73-6. El resultado más valioso de la expedición fue el cuidadoso reconocimiento dé ios ríos Paraná y Uruguay, realizado por el eapiíán Sullivan, de la Armada Real y publicado por el Almirantazgo; Wood­ bine Parish, B u e n o s A y r e s , 235.

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Bustamante, 179-81; Salólas. H i s t o r i a de la C o n f e d e r a c i ó n , vil, 71-2. .' Cámara délos Lores, 10 jul. 1849, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, evii, 94. Rosas, 1845. Irazusta. V id a p o l í t i c a , v, 7-8. MacCann, ii, 227. José de San Martín a G. F. Dickson, 28 die. ;184S, incluido en Dickson a Aberdeen. 24 ene. 1846. PRO. FO 6/128. 108 MacCann, ii,-247-8, Latham, 268. 109 Aberdeen a Ouseley, 4 feb. 1846,-8 abr. 1846, BL, Add, MS 43,127. 110 Cámara de los Comunes. 29 mar. 1846, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, rixxrv, 1423-3,1437, 111 F. O, a Ouseley, N° 30, 28 abr. 1846, FRO, FO 6/114. 112 Pablo Santos Muñoz, “Antecedentes y desarrollo de la misiónHüod en el Río de la P lata”, I n v e s t i g a c i o n e s y E n s a y o s . Academia Nacional de la Historia, 14 (1973). 477525; Bustamante, 108-75. 113 Irazu sta, V id a p o lític a ., V. 332-56; sobre la misión Howden, véase Cady, F o r e i g n In t e r v e m i o n m th e R í o d e i& P l a t a . 218-26. 114 Howden a Palmerston, N“ 11, 3 jun. 1847, PRO, FO 6/133. US Baldías, P a p e l e s d e R o z a s . i, 252. 116 Carlos Ibarguren, M a n u e l i t a R o s a s (Santiago, 1937), 50A; Ramón F. Vial, M a n u e i i i a R o s a s : aspectos i n t e r e s a n t e s d e s u v id a (Buenos Aires, 1969}, í 02-4, 117 ‘Ferns, 278-9. 116 Howden a Palmerston, 18 oct. 1848. HMC, Palmerston Papers, GC/HO/914. 119 Sobre Henry Southern (1799-1853) véase D i c t i o n a r y o í N a t i o n a l B io g r a p h y , íiíi, 279. Fue acreditado ante la corte de Brasil en 1851 y murió en Río de Janeiro el 28 de enero de 1853«Sobre el aseguramiento de Mandeville a Southern, véase Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , viii, 239-42. 120 Cámara de los Comunes, líeb. 1849. P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, CU. -106-7. El informe de T h e T i m e s da una versión ligeramente distinta: “'"Una revoltosa colonia española de segundo orden ha estado imitando a la vieja madre patria en Madrid, y echando a nuestro Ministro’ (Risas-y aclamaciones}” t h e rimes, 2feb. 1849,4, col. 3. 121 T h e T i m e s , 14 abr. 1849.4. col. 3; para el discurso de Rosas a la Sala de Representán..tes, véase M e n s a j e , 27 die. 1848,' M e n s a j e s d e l o s g o b e r n a d o r e s , íi. 46-7. 122 Arana a Rosas, 16 abr. 1849, Muñoz Azpirí, 193. 123 Southern & Palmerston, NT' 57,16 jul. 1¿4S. PRO, FO 6/144. 124 Southern a Palmerston, 22 nov. 1848. HMC, Paimerston Papers, GC/SG/241. 125 Cámara de los Comunes, 2 abr. 1849, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, CIV . -14 ?. 126 Saldias, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , viii, 183-7, M e n s a j e s d e l o s g o b e r n a d o r e s , ii, 113-17, Cady, 246. 127 Cámara de los Lores, 22 feb. 1250, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, cviií, 1281-85. 128 Lord Colchester, Cámara de los Lores. 23 abr. 1849, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s . 3a. Se' rie, civ. 617. 129 Latham, 318-19; sobre los ingleses en Buenos -Aires, véanselas anecdóticas pero-inte­ resantes observaciones dé José Antonio Wilde, B u e n o s A i r e s d e s d e s e t e n t a a ñ o s a t r á s (1810-1880) (4a, ed. Buenos Aires, 1966}, 77-88.' 130 Lamas, Escritos p o l í t i c o s y l i t e r a r i o s , 64. 131 William A. Harris a Daniel Webster, 20 sept. 1850, W, R. Manning, D i p l o m a t i c C o­ r r e s p o n d e n c e o f t h e U n i t e d S t a t e s : I n t e r A m e r i c a n A f f a i r s 1831-80 (12 vols. Washing­ ton, 1932-9}, i, 502. 132 A r c h i v o A m e r i c a n o , nuevas series, N° 3,501-31. 133 Southern a Palmerston. 22 nov. 1848, HMC. Palmerston Papers. GC/50/24I. 134 Andrés Bello a Baiciomero García, 30 die, 1846. Irazusta, V id a p o l i t i c s , v . 205. 135 Howden a Aberdeen, 12 jun. 1847, BL, Add. MS 43,1241

1 r I

360

'!

Capítulos APOGEO Y DERROTA

1 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s . B ib lio te c a " d e M a y o , iv, 4059,4060. 2 Southern a Palmerston. N° 10,21 nov/ 1848, PRO. FO 6/139. 3 EEzalde a ügarte, 24 jul. 1848. Inscituto.de: Historia Argentóla y Americana “Doctor Emilio Ravignaní”. É l D o c t o r R u f i n o d e E U z a l d e y s u é p o c a a t r a v é s d e s u a r c h i y o ! (4 vols., Buenos Aires, 1967-741, íi. 266. 4 Domínguez a Frías, 17 ene. 1350/Mayer, A l b e r d i y s u t i e m p o , 373. 5 Saldtas, H i s t o r i a d e i s C o n f e d e r a c i ó n , VIII. 94 6 Southern a Palmerston, 16 jul. 1349, PRO, FO 6/144. 7 Southern a Palmerston. 18 oeí. 1848, PRO, FO 6,139. 8 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ’ R i d e , ü, 5,9. S Sarmiento, C r ó n i c a , IA 48,1849. e n C o s a s v e r d e s de Rosas (Buenos Aires, 1900}, 3-4. 10 . Southern a Palmerston, 26 nov. 1849, HMC, Palmerston Papers GC/SO/248. 11 Southern a Palmerston, 22 nov. 1848, HMC, Palmerston Papers GC/S0/241. 12 Southern a Palmerston, 6 mar. 1849, HMC, Palmerston Papers, GG/SO/243. 13 Antonias) Reyes, ayudante de campó de Rosas, al juez de paz de La Matanza, 2 mar. 1851, Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii. 512. 14 Southern a Palmerston, 25 jun. 1851, PRO, FO 6/158. 15 Mensaje, 27 die. 1849, Mensajes d e l o s gobernadores, ii, 289-70, 16 Southern a Palmerston, 11 oct 1849, PRO, FO 6/145. 17 Gore a Palmerston, 2 feb. 1852, PRO, FO 6/167, 18 Véase más arriba, p. 159. 19 Saldtas, H i s t o r i a d e is C o n f e d e r a c i ó n , viii, 180. 20 R e g i s t r o O f i c i a l , libro 29,1850,15. 21 Angelis a Guido. 12 abr. 1849. José María Rosa. L a c a íd a d e R o s a s (2a. ed., Buenos Aires^ 1968), 67. 22 C o m e r c i o d e i P l a t a , ÍA 1614, 8 jun. 1851. 23 Mayer, A l b e r d i y s u t i e m p o , 381. 24 Angelis a Guido, 27 ene. 185Ó, Rosa, L a c a í d a d e R o s a s , 67. 25 M e n s a j e . 27 die. 1849, M e n s a j e s d e lo s g o b e r n a d o r e s , ii. 95-286; Ceiesia, Rosas, a p o r ­ t e s p a r a s u h i s t o r i c , ii, 281-5. 26 Southern a Palmerstofe, 18 jul. 1850, HMC. Palmerston Papers, GC/S0/267, 27 Southern a Paimerston, 10 ene. 1851, PRO, FO 6/157, 28 Ceiesia, R o s a , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 293-323. 28 Entrevista cor. V, Qcesad a, feb. 1873, en É, Quessda, L a é p o c a d e R o s a s , 230-31. 30 Véase más arriba, p. 169. 31 Sarmiento, E l P r o g r e s o >S oct. 1844, O b r a s d e D. F . S a r m i e n t o , ii, 118-19; O b r a s s e ­ l e c t a s , ed. Enrique de. Gandía, iii J u a n M a n u e l d e R o s a s , su política, s u c a íd a , s a h e ­ r e n c i a (Buenos Aires, 1944), 103-6. 32 “No dijo en ios partidarios de Rosas, en los mazorqueros mismos ha¡ bajo las esteriorídades del crimen, virtudes que un día deberían om inarse", Sarmiento, F a c u n d o . 303. 33 Juan Baustisfca Alberdi, L a R e p ú b l i c a Argentina, treinta y s i e t e a ñ o s después d e s u R e v o l u c i ó n , Valparaíso, 25 may, 1847, O b r a s c o m p l e t a s (8 vols,. Buenos Aíres, 18667), ííi, 223,225, 241, 34 Mayer, Alberdi y s u t i e m p o , 342-7. I 3o Southern a Palmerston, 3 mar. 1849, PRO, FO 6/143. i 36 Southern a Palmerston! 3 sept. 1850, PRO, FO 6/151. 3" .Southern a Palmerston^ 18 nov. 1350. PRO , FO 6/152. 38 Southern a Palmerston, 18'ene..l851, PRO, FO 6/157. 39 Montoya, H i s t o r i a d e l o s saladeros a r g e n t i n o s . 71-2. ■ 40 Florencio Varela, C o m e r c i ó d e l P l a t a , 23 jun. 1846, R o s a s y s u g o b i e r n o . E s c r i t o s p o l it i c o s , e c o n ó m i c o s /literario s (Buenos Aires, 19273,65. 41 Southern a Palmerston, 6 mar. 1849. HMC, Paimerston Papers, GC/S0/243.

42 Rasa. La c a í d a de R o s a s . 35;-9; José María S&robe. “Camoaña de Caseros” . H N A , vil, 2. p. 520. • 43 Rose. L a c a í d a d e R o s a s . 246-7,335-45. 44 Southern a Palmerston, Í9 oct. 1830, PRO, FO 6/152. 45 Rosa. La caída de Rosas, 357. 46 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s 'Ride, U, 75-82; Nicoia u. I n d u s t r i a a r g e n t i n a y a d u a ­ n a , 101-28. 47 Page, L a P l a t a , t h e A r g e n t i n e C o n f e d e r a t i o n a n d P a r a g u a y , 52-6. 48 Beatriz Bosch. U r q u iz a y s u t i e m p o (Buenos A im . 1971), 125-34. 49 Aníbal S'. Vásquez, C a u s a s e c o n ó m i c a s d e l p r o n u n c i a m i e n t o d e U r q u iz a c o n t r a R o ­ s a s (Paraná, 1956). 28-47; Barba. H N A , vü. 2, p. 512. 5B Southern a Palmerston, 10 sepl. Í85G. PRO. FÓ 6/152. 51 Bosch, U r q u iz a y s u tiempo, 167-71. 52 Ibid., 171-2. ■ 53 Rosa. L a c a í d a d e R o s a s , 491. 54 Julio-írazusta, U r q u iz a y e l p r o n u n c i a m i e n t o (Buenos Aires, 1952). 45-53, 55 “Había llegado la hora depensar en nuestra pobre p atria; gobernada por ur¡ imbécil que no tiene una chispa de patriotismo riiun&idek generosa. El ilustre general Urqui­ za ha sido llamado por la Providencia para conducir la sagrada revuelta.” J. F. Se­ guí a José Rodríguez, 22 abr. 1852, G a c e t a M e r c a n t i l , LP825" , 20 may 1.851. llMi divisa será 'guerra al tirano Juan Manuel de Rosas y a sushostenedores' y el Programa de ' rm política restaurar el orden y la libertad en ía República Argentina Urquiza a Lu­ cas Moreno, 22 abr. 1851, ibid. 56 G a c e t a M e r c a n t i l , íl jul. 1851. 5? Celesta, R o s a s , aportes p a r a s u h i s t o r i a , íi, 347, 58 Rosas a la Sala de Representantes, 15 sept. 1851, ibid.. íi 499-501: véase también Irazusta, V id a p o l í t i c a , viii, 224, 59 Bosch, Ii r q u i z a y s u t i e m p o , i9i-2. 60 Sarobe, H3V.4., vii. 536. 61 Pedro Santos M artínez.C aseros, las tropas extranjeras y la política internacional rioplatense” B o l e t í n d é l a A c a d e m i a N a c i o n a l d e I s H i s t o r i a , xvii (1S74), 120-5; Ur­ quiza a Crespo 0 Oct. 1851, Academia Nacional de la Historia, P a r t a s d e B a t a l l a d e l a s G u e r r a s C i v i l e s , Tomo III, 1840-1852 (Buenos Aires, 1977), 439. 62 Southern a Palm erston,2 nov, 1851,.PRO. FO60/160. 63 Julio Horacio Rube, H a c i a C a s e r o s 1850-1852 (Buenos Aires, 1975). 260;. Bosch, U r­ q u i z a y su t i e m p o , 205-6. 64 ' Rosa, L a c a í d a d e R o s a s , £93-4, 65 Irazusta, V id a p o l ít i c a ., viii, 302. 66 C o m e r c i o d e l P i s t a , 8 oct. 1874. vrireia. R o s a s ,ys u g o b i e r n o , 102-3. 67 Proclamación de Urquiza, 10 die. 1851, Celesia, R o s a s , a p o r t e s - n a n a s u h i s t o r i a , ii, 506-7, 68 Sarmiento, C a m p a ñ a e n e l e j é r c i t o g r a n d e 141 68 José S. Campobassi, S a r m i e n t o y s u é p o c a (2 vois., Buenos Aires, 1975), i, 351: Sar­ miento, C a m p a ñ a e n el e j é r c i t o g r a n d e , 144. 70 Ricardo Rojas, E l p r o f e t a d e la p a m p a ; v id a d e S a r m i e n t o í2a. ed-, Buenos Aires, 1948),375. ' 71 Sarmiento, C a m p a ñ a e n e l e j é r c i t o g r a n d e , 1286-7, 72 'Los que me quieren acompañarán al ejército, los que quedan, serán degollados’, Southern a Palmerston, 22 nov. 1848, HMC, Palmerston Papers, GC/SO/241. 73 Gore a Palmerston, 4 ene 1852, %feb-1852, PRO, FO 6/167. 74 César Diaz, M e m o r i a s , 1842-1852: A r r o y o 'G r a n d e ; . s i t i o d e M o n t e v i d e o : C a s e r o s : (Buenos Aires, 19431.220, 223. 75 Ibid., 229/ 76' Ibid., 23?, Urquiza dijo a Sarmiento en esta campaña," ¡Quéhombre de tanto presti­ gio! -Lástima que sea tan m a lo ! I r a z u s ta , V id a p o l í t i c a viii, 314.

3.62

T í César Díaz, M e m o r i a s , 269. 78 José M. Francia, e n “A p u n t e s inéditos de Antonino Reyes ”, Ibarguren, J u a n M a n u e l de R o s a s , 284. "9 Sarmiento, C a m p a ñ a e n e i e jé r c it o - g r a n d e . 100-1. 80 P a r t e s d e - B a t a l í a , üi, 515-19, 524-5;-Sarmiento. C a m p a ñ a e n e l e j é r c i t o g r a n d e . 1523; Saidías, H i s t o r i a d e ¡ a Confederación, ix, 103,231-2. ■81 Hudson, F a r A w a y a n d L o n g A g o , 99-100. S2 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s " B ib lio te c a d e M a y o , iv 4088. 83 P a r t e s d e B a t a l l a , iíi, 570-1. 84 Saidías, H i s t o r i a d e Ja C o n f e d e r a c i ó n , ix. 99. 85 P a r t e s d e B a t a l l a , iií, 413, 426-8, 86 Gore a Palmerston, 9 íeb, 1852, HMC, Palmerston Papers, GC/GO/64: véase también Gore a Palmerston, 9 íeb. 1852. PRO. FQ 6/167 y HMC. Palmerston Papers, GC/GO/ 65: Santos Martínez, C a s e r o s . 135. 87 Rosas a Pacheco. 30 die. 1851. Partes d e B a t a l l a , n i . 497-500; Irazusta, V id a p o l ít i c a , viii, 306-988 Sai días, H i s t o r i a d e la C o n f e d e r a c i ó n , ix, 121 . . 89 Inform t de Antonino Reyes, P a n e s d e B a t a l l a , iií. 412; Saidías, H i s t o r i a d e l a C o n fe ­ d e r a c i ó n . ix.237-41: José Luis Busaniehe; R o s a s v i s t o p o r s u s c o n t e m p o r á n e o s , (Buenos Aires, 1955), 150. 90 Reyes. P a r t e s d e B a t a l l a , üi, 414-16. 01 Irazusta. V id a p o l í t i c a . vil. 314. S2 ‘'Deuna carta privada”, fechada en Buenos Aires, 3 de febrero de 1852, T h e T i m e s , T ; abr. 1852,5. 93 Sarmiento, C a m p a ñ a e n e l e j é r c i t o g r a n d e , 211 -12 : César Díaz, M e m o r i a s . 26". 94 Sarmiento, C a m p a ñ a e n e l e j é r c i t o g r a n d e , 216. ■95 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B i b l i o t e c a d e M a y o . iv, 4107,24 jun. 1852. 96 Gore a Malmesbury, 29 a b r. 1852. PRO, FO 6/Í67.,s 97 Ernesto J . Fitte, “Después de Caseros”, H i s t o r i a , 30 Í1963), .103, 98 Reyes, P a r t e s d e B a t a l l a , üí, 416. 99 Saidías, P a p e l e s d e H o z a s , ii. 246-8. 100 Entrevista con V. Quesada. íeb. 1873 en E. Quesaáa, L a é p o c a d e R o s a s . 231. 101 Gore a Palmerston, i\T. l6,_Sfeb. 1852, PRO, FO 6/167: Diego Luis Molinari, P r o l e g ó ­ m e n o s d e C a s e r o s (Buenos Aires, 1962), 176-83. 102 Gore a Palmerston, Privado. 9 íeb. 1852. PRO. FO 6/167: Fitte. “Deoués de Caseros". 104,113. 103 Rosas a Henderson, 8 íeb. 1852, Saidías, P a p e l e s d e R o z a s , ii, 252-3. 104 Rosas. 5 abr. 1852, ibid.ü, 256-7. 105 Tíre T i m e s , 28 abr. 1852,"5,3-may. 1852, 5. 1.06 Rosas a Granville, 18 abr. 1852. Malmesbury a Rosas, 24 abr. 1852, Saidías, P a p e l e s d e R o z a s , ii, 256-61. 107 Cámara de ios Lores, 29 abr. 1852, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, cxx, 1279-82.

Capítulo 9 EXILIO 1 2

Rosas a Peirona Villegas, 1855, Ibarguren, M a m j e ü i a R o s a s , 71. Rosas a Manuela Terrero, 28 abr., 22 may. 1859, Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u ñ i s ii, 377-8, 535-6. Rosas a Máximo Terrero, 13 jun. 1861, íbid_, ii, 378-9.522-4. Rosas á-Máximo Terrero, 8 ag. 1861. ibid., ii, 379-80,524-5Rosas a Josefa Gómez, 7 ag. 1864. Juan Manuel de Rosas, C a r t a s d e l e x i l i o , 51. Rosas a Máximo Terrero, 20 ag. -6sept. 3863, Ceiesia, Rasas, a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 380-1.52o-9.

- te r ia ,

3 4 5 6

7 Antonio Dellepiane, E l t e s t a m e n t o d e R o s a s (Buenos Aires, 1957) ,97,104. 8 Rafael Calzada. C in c u e n ta . A ñ o s d e A m é r i c a