JOSÉ DE LA RIVA-AGÜERO Y OSMA O EL INTELECTUAL ANTIMODERNO

Cuestiones JOSÉ DE LA RIVA-AGÜERO Y OSMA O EL INTELECTUAL ANTIMODERNO Francisco Bobadilla José de la Riva-Agüero y Osma

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Cuestiones JOSÉ DE LA RIVA-AGÜERO Y OSMA O EL INTELECTUAL ANTIMODERNO Francisco Bobadilla José de la Riva-Agüero y Osma es un personaje que no deja indiferente a quien se acerca a él. Su vida y su obra despiertan indudable interés. Sus trabajos de Historia y Crítica literaria son un hito en la cultura republicana del Perú. Se dedicó a la política práctica con escaso éxito en su juventud y, a su vuelta, después del autoexilio de 1919 a 1930, volvió a la arena cívica y política como alcalde de Lima y ministro en el gobierno de Benavides. Sus escritos jurídicos y políticos rebosan, igualmente, erudición. Un peruanista como pocos. Hombre de letras con una formación humanística exquisita, como se puede apreciar en la variedad y solidez de sus escritos. Como muy bien lo ha resaltado el Dr. José Agustín de la Puente, respecto a sus trabajos de Historia Peruana, Riva-Agüero “recorre el clásico camino de lo particular a lo general y llega a una construcción sobre nuestro país. Y esta construcción de un esquema de las cosas peruanas, de una teoría de las cosas peruanas, es evidentemente, al lado de otras notas, el título que con mayor fuerza le concede a Riva-Agüero una presencia siempre

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contemporánea al lado de las nuevas generaciones1. La mirada de Riva-Agüero sobre la realidad de su tiempo, no transita presurosa y fugaz como luz de faro. Es una mirada que se detiene y reposa, de ahí que su pluma describa, valore y busque sentido. La suya es la mirada del intelectual que se sabe interpelado por su tiempo y si del Perú hizo una teoría de las cosas peruanas, lo mismo se puede decir de toda su obra escrita: hizo teoría y tomó posición respecto al rumbo de la cultura peruana y occidental como lo hacen los hombres de pensamiento. Considero que ésta perspectiva holística de su pensamiento está presente en sus trabajos de historia, derecho, crítica literaria, política. Si se ignora el carácter intelectual de su talante y se mira aisladamente sus aportes en estas disciplinas, se pierden la sustancia y nervio de su legado, y difícilmente se pueden evitar las perplejidades ante determinadas posiciones intelectuales suyas. Es lo que les pasó a Carlos Rodríguez Pastor y a Aurelio Miró Quesada, por poner dos ejemplos entre los que quieren bien a nuestro autor.

Revista Mercurio Peruano (520) 2007: 46-81

Cuestiones Carlos Rodríguez Pastor prologa acuciosamente los escritos políticos de Riva-Agüero en la edición de sus Obras Completas. El prologista cumple con su oficio resaltando positivamente las peculiaridades de su pensamiento, pero al poco tiene que dar cuenta de un lunar incómodo en su biografía intelectual: RivaAgüero tenía una notoria simpatía por el fascismo italiano de Benito Mussolini. Allí están su Discurso en la Inauguración del Libro Italiano2 de 1934 y sus Dos Estudios sobre Italia Contemporánea3 de 1937, entre otros escritos. ¿Cómo se explica esta posición intelectual de Riva Agüero? Quienes como Carlos Rodríguez Pastor sienten admiración por su obra intelectual no dejan de manifestar su perplejidad y a lo mucho atinan a pensar que quizá su adhesión fue sólo epidérmica: “Abrigo dudas razonables acerca de si su aceptación de la doctrina fascista fue integral, plena e irrestricta, o si se limitó exclusivamente a determinados aspectos, fenoménicos, aparienciales y deslumbrantes de la obra mussoliniana. Su silencio posterior y su abstención total a esa otra paranoica locura colectiva que se llamó el nazismo, son ciertamente sintomáticos”4. En su momento, volveremos sobre este tema. A Aurelio Miró Quesada le pasó algo semejante que a Carlos Rodrí-

guez Pastor. Miró Quesada redactó el Prólogo a los Estudios de Literatura Universal de Riva-Agüero. Recorre uno a uno los diversos escritos que nuestro autor dedicó a la literatura alemana, italiana, francesa. Todo es fulgor y equilibrio hasta que llegamos al siglo XIX, aquí, escribe Miró Quesada “empieza a debilitarse –hay que decirlo- la seguridad crítica que hasta allí demostraba Riva-Agüero. Generalmente por razones extraliterarias, y por una firmeza doctrinaria respetabilísima en los campos ético o político pero perturbadora en el campo literario, su valoración de los escritores se oscurece, o los reparos en esencia acertados se exageran con una acumulación de adjetivos contrarios. Así sucede con Víctor Hugo, a quien ya había llamado “retórico estrepitoso” y al que ahora reprocha su fondo paupérrimo, sus perogrullescas sentencias, (…) Así ocurre también con Anatole France, al que tacha de “delicuescente (…). Entre los más notables representantes de las letras francesas, Riva-Agüero critica a Marcel Proust, a Andre Gide, a Roman Rolland; llama a Paul Valéry “abstruso vate” (…). Nos conturba lo recargado y hasta lo denostador de los reproches, sobre todo cuando le escuchamos elogiar con exceso no sólo a escritores derechistas como Barres, Maurras o Massis, sino a quienes él llama extrañamente, “las voces magistrales de los grandes

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Cuestiones ancianos Benoist y Bourget”. “La única explicación se halla en su beligerancia política creciente y en su concepto formativo de la Literatura, que lo lleva en todos los casos a reprobar austeramente “el orden corintio” y a aspirar –como él dice- “a la maciza y viril robustez dórica”5. Miró Quesada atribuye esta hostilidad a tales autores consagrados a “razones extraliterarias”, motivos éticos y políticos que deberían permanecer ajenos a la mirada literaria del crítico. Motivos “perturbadores” dice. Como en el caso anterior, las categorías puramente literarias no son suficientes para entender las posiciones de Riva-Agüero, atento siempre a ver fondo y forma de la pieza literaria en unidad sustancial. Nada más ajeno a nuestro autor que la simple gimnasia literaria. Tanto Rodríguez Pastor como Miró Quesada muestran su perplejidad ante la postura política y las preferencias literarias, respectivamente, de Riva-Agüero. Pero la sombra que ennegrece el talante intelectual de nuestro autor queda en pie. Y es que el camino para entender sus posiciones ante la política y cultura de su tiempo debe situarse mucho más atrás y más a fondo. Hemos primero de comprender al

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intelectual, para después entender al político, al historiador o al crítico literario. Intentemos, pues, recorrer su iter intelectual. I. Iter intelectual de Riva-Agüero Cuenta Riva-Agüero que desde el segundo año de preparatoria empezó su interés serio por “los estudios que no fueran las matemáticas”. Gozaba sobremanera de sus lecturas en su casa de Lártiga. Entre sus preferidos están “el Quijote con láminas; el Telémaco de Fenelón (…); los helenísticos y melodiosos Mártires de Chateaubriand”. A los 10 años leía de corrido el francés6. Se iniciaba, a todas luces, la vida intelectual de un hombre de Letras. En el Colegio Recoleta y en la casa familiar se formó en las tradiciones cristianas, pero ya en sus dos últimos años de educación secundaria (1900-1901) sus convicciones religiosas y filosóficas toman nuevos giros por las lecturas que hace de Nietzsche, Anatole France, y las ideas de Renan, Taine, Fouillée y Guyau. Influencia intelectual corrosiva en palabras del mismo Riva-Agüero que, en parte, fue paliada por otras lecturas más constructivas como fueron las obras de Balmes, Fray Ceferino González y el Menéndez Pelayo de la Crítica Filosófica7. Al ingresar a la Uni-

Cuestiones versidad Mayor de San Marcos se rompe este “inestable equilibrio” intelectual8.

con una estrictez dogmática y bien trabada que no dejaba de contrastar con sus variaciones políticas”11.

Años en San Marcos

Por su parte Alejandro Deustua, introduce en el ambiente cultural universitario de la época a Bergson, con su Materia y Memoria, “cuyos conceptos, y en particular el de tiempo –escribe Riva-Agüero-, anuncian las especulaciones recientes de Simmel y Heidegger y la llamada escuela de Friburgo, de que ahora no falta jóvenes adeptos entre otros. El bergsonismo o filosofía antimecanicista de la intuición y de la evolución creadora, prendió a poco en el Perú, como dondequiera, y su luz apacible, tan distinta de la brutal y cegadora fogata positivista es justo reconocer que la encendió el primero Deustua. El bergsonismo tiene sus peligros enervadores; propende a un emanantismo alejandrino; desdeña lo preciso, estable y causal, que la experiencia reclama; y no resguarda bien la substancia del yo. Pero salimos de tan estrecha y ruin prisión empírica, que tomamos por cumplida salud lo que no fue sino mejoría de convalecencia. Época hubo en que todos los redactores del Mercurio, no completamente ajenos a los estudios filosóficos, nos sentíamos con júbilo bergsonianos; y dura hasta hoy intacto su claro influjo en las elegantes páginas de Iberico Rodríguez”12.

En sus primeros años en la Facultad de Letras (1902-1903), se embebía en relativismo, espencerismo y en el empirismo de Jeremías Bentham, seducido por las obras de Spencer, Durkheim, Le Bon y Guyau. En segundo nivel, muy lejano por aquel entonces, venían sus lecturas particulares de Menéndez Pelayo, el Cardenal González, Balmes, Cánovas, Bello y Miguel Antonio Caro9. Hacia 1903 se apasiona con el panteísmo y cerrado determinismo de Espinoza al cual calificó como “el lógico más riguroso y el filósofo más exacto, cuyas conclusiones armonizan con las de la Ciencia y el pensamiento de nuestra edad”. Este entusiasmo espinoziano lo comparte con Víctor Andrés Belaunde quien le facilitó la Ética de Espinoza10. De sus profesores de San Marcos, destacan Mariano Cornejo, Alejandro Deustua y Javier Prado quienes encarnaban las direcciones del movimiento reformador en los estudios de Filosofía universitaria. Así, “Mariano H. Cornejo representaba el positivismo de Spencer,

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Cuestiones Javier Prado, finalmente, “comenzó positivista espenceriano, decidido secuaz de la Filosofía Experimental y relativista y de lo Incognoscible (…) y terminó enfervorizado adepto del impulso vital y la evolución creadora bergsonista; y en uno de sus últimos discursos académicos acerca de las letras castellanas coloniales alabó sobremanera y con manifiesta hipérbole aquella provinciana literatura de nuestro Virreinato, que antes había deprimido13. Resulta interesante resaltar de este período universitario la influencia que recibe del sociólogo y criminalista francés Gabriel Tarde (1843-1904). Dice Riva-Agüero: “confieso, por lo que a mí toca, que siendo estudiante, el autor que más me puso en guardia y me abrió mejor los ojos contra la rígida esterilidad de los organicistas y deterministas, y contra la obtusa unilateralidad del materialismo histórico, llamándome la atención hacia la importancia substantiva de la espontaneidad, del fenómeno de la invención y del valor de las creencias, fue el ingeniosísimo francés Gabriel Tarde, tan injustamente olvidado hoy, original heredero de Cournot y sagaz precursor de las teorías de la contingencia que actualmente prevalecen en las Ciencias Físicas y Sociales”14. Efectivamente, Gabriel Tarde

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toma distancia de Spencer, quien “estudia la sociedad en su evolución superorgánica, condicionada por las fuerzas o factores físicos y orgánicos: el medio natural (clima, producción geografía, …), el medio fisiológico desempeñan en la sociología spenceriana un papel importantísimo”. En Gabriel Tarde, por el contrario, “lo social adquiere una sustantividad irreductible a lo fisiológico y orgánico; se explica por sí mismo: a lo menos las causas y condiciones de cada hecho social, inmediatas, son las que están en la sociedad misma: los influjos climatológicos, los influjos fisiológicos, son remotos, mediatos, para cada caso concreto, sin importancia preeminente”15. Positivismo sociológico Se ha dicho que Riva-Agüero fue un liberal en sus años mozos hacia 1915 cuando firma la Declaración de principios del Partido Nacional Democrático. Muchos de sus críticos hacen referencia a este Riva-Agüero juvenil para luego contraponerlo al de los años 30, tremendamente conservador y reaccionario. Me parece que esta apreciación es inexacta: su conservadorismo político fue una constante. Su adhesión juvenil al liberalismo francés fue episódica y, como veremos más adelante, pronto se decepciona de la filosofía de las luces y de los ilus-

Cuestiones trados16; fue más bien un hombre de derecha porque el positivismo en el que se formó en política y ciencias sociales, nunca congenió con la expresión democrática de la ilustración francesa. Sus preferencias políticas, por eso, se explican mejor como una manifestación práctica de su posición hondamente crítica ante la Modernidad, en sus dos expresiones más paradigmáticas: la Reforma Protestante y la Revolución Francesa. Veámoslo. En el discurso del Colegio Recoleta en 1932, Riva-Agüero hace un esbozo a mano alzada de su peregrinaje intelectual. Deja sentado que su conservadorismo político es de antiguo y sus raíces están en los autores que alimentaron su formación juvenil: Nietzsche, Renan y Taine17. A ellos habría que agregar, como lo hemos señalado líneas arriba, a Anatole France, Fouillée y Guyau. De éste último fue un fervoroso admirador, a quien imitó en sus primeros ensayos inéditos “y en las pésimas poesías de su adolescencia, que –confiesa- tuvo la discreción de no publicar”18. “De la especulación francesa –continúa diciendo- no hemos solido conocer aquí sino la dirección sensualista y positivista, o el tibio, deficiente e híbrido eclecticismo, el de Cousin y Jules Simon primero, y

después, en nuestra juventud, el de Fouillé. Y ni siquiera supimos sacar provecho de consecuencias favorables a la autoridad y la represión social, deducidas a menudo, por los pensadores de la escuela naturalista, de sus desoladoras premisas; pues Augusto Comte y Le Bon, Renan y Taine serán irreligiosos y agnósticos, pero su filosofía política, fruto al cabo de tan nutridos y eximios intelectos, es la antítesis más completa y la más cruel sátira de la oclocracia y la callejera demagogia19. El juicio de Riva-Agüero respecto a los autores que influyeron en su formación juvenil es certero: son irreligiosos, pero de ninguna manera liberales del corte revolucionario francés. Mirémoslo con calma. Nietzsche tiene una fuerte veta de individualismo radical. Apunta al superhombre que abomina de la degradación humana, de las cargas morales e, incluso, del simple “yo puedo”. De otro lado, aun cuando Nietzsche nunca se refiera a Marx y a Engels, siempre se ha visto en su postura una crítica implícita al marxismo: el racionalismo duro y frío marxista por más dialéctica que inocule a su sistema no congenia con el vitalismo nietzscheano20. De ahí que para nuestro autor, Nietzsche fue un antídoto eficaz contra “el grosero y deformante error del radicalismo social”21.

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Cuestiones Al respecto, la carta que dirige a Miguel de Unamuno en 1907 dice mucho del temprano carácter severo de Riva-Agüero. Le pregunta: “¿Qué me aconseja para ser siempre digno de mí, y para realizar constantemente mi ideal de severidad espiritual y de estoicismo? ¿Me faltará un principio religioso? (…) A lo que más le temo es a la depresión, a que esta rutina de la vida, a que este clima enervante, me dobleguen y me conviertan en uno de tantos vencidos y resignados, infieles a su ideal, que arrastran una vida triste y trunca”22. Se deja ver en este párrafo una cierta “petulancia de los años mozos” y huellas de sus “lecturas imprudentes” de Nietzsche. No quiere ser un simple epígono, un repetidor de mediocridades, sin aspiraciones, sin tareas. Hay en él un deseo vitalista que se asemeja al poeta, al filósofo y al santo en el que consiste el superhombre nietzscheano23.

de la que sólo una reorganización de los poderes espirituales puede salvar a la humanidad.

De otro lado, como hemos tenido oportunidad de referir, el positivismo sociológico de A. Comte es el humus natural de la intelectualidad de finales del siglo XIX. Para Comte, el Protestantismo, la revolución y el liberalismo deben ser sustituidos por el estadio positivo, cuya sociedad ha de organizarse de acuerdo a los principios de unidad y universalidad católicos. La democracia para él no es más que una anarquía indolente,

A. Fouillée es el gran conciliador de la mentalidad positivista entre el ideal aristocrático y el ideal democrático. Al mejor estilo racionalista de la época, Fouillée concluye que “si la escuela aristocrática tiene razón para sostener que la desigualdad primitiva de los hombres es un hecho natural, la escuela democrática, puede, con razón, responderle que la igualdad final es el ideal del pensamiento”25.

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Renan y Taine son los legítimos continuadores de Comte. Renan era un liberal ilustrado. Piensa que ni el idioma ni la raza son criterios distintivos de la nacionalidad. Además, considera que ética e intelectualismo están conectados y, al igual que Comte, considera que la sociedad puede ser gobernada por la razón. La posición política de Taine -predilecto de Riva-Agüero- es más bien conservadora. Le atribuye mucha importancia a la propiedad y sostiene que ésta crea a la sociedad. El Estado se establecería para proteger a la propiedad sobre base autoritaria. La familia y el Estado se fundan, también, en el principio de obediencia, la una a la autoridad del marido y padre, la otra a la autoridad del jefe24.

Cuestiones Como se ve, los cultores del positivismo sociológico, optaron por la racionalidad, pero en política eran unos aristócratas de la inteligencia: el sólo número de la democracia electoral no les llamaba la atención en lo más mínimo. Riva-Agüero veía con claridad que el Siglo XX pedía una renovación de las ideologías políticas de la época. No hacía falta ser demasiado perspicaz para darse cuenta de las insuficiencias del liberalismo revolucionario. El sindicalismo de fines del siglo XIX era un mentís práctico de la exageración de la Revolución Francesa que prohibió todo tipo de asociación gremial: lo que había sido arrojado por la puerta volvía por la ventana y de forma violenta26. Este sindicalismo era, en cierta forma, restauración del espíritu gremial del Antiguo Régimen que la Revolución borró.

jubiloso amanecer de todos los ideales terrenos que aun nos alumbran, fue admitido y asimilado por la Iglesia Católica, la cual, observando las expresas lecciones de los Apóstoles y los Santos Padres, y moderando y corrigiendo poco a poco los excesos paganos, adoptó con entusiasmo lo muchísimo utilizable que había en el risueño y triunfal resurgir luminoso de la cultura greco-latina rediviva. Cuando se estaba ejecutando la espléndida operación asimiladora, de que pendía la suerte del mundo, a poco del descubrimiento de América, que duplicaba sus esperanzas y posibilidad, vino a malograrla, con pretexto y aspaviento de remediar abusos, siempre imputables y curables, y al fin y al cabo secundarios, el protestantismo germano de Lutero, preludiado y ensayado desde la Edad Media por el inglés Wiclef y el checo Juan Huss”27.

La modernidad fallida

Su juicio sobre la Reforma protestante es inequívoco y severo, al punto que considera que con ella se frustra la unidad de la cultura europea al negar la joven floración del Renacimiento y Humanismo nacientes. En este sentido, Riva-Agüero sostiene que la Reforma protestante fue la antinomia del Renacimiento “por el odio feroz que mostró en los comienzos a toda la tradición clásica de arte y filosofía, el pensamiento de Platón y Aristóteles, prohijado y

Riva-Agüero sostiene una postura crítica con la Modernidad desde sus inicios, tanto en su despliegue ideológico como en sus concreciones históricas. Considera que la civilización de la América española fue hija de la Contrarreforma católica, cuyo despliegue se ve alterado por los frutos de la Reforma protestante. Así, afirma que “el Renacimiento, primavera magnífica de la Edad Moderna,

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Cuestiones bautizado por la Iglesia Católica, y al que Lutero, Calvino y los puritanos vituperaron como nicodemismo punible y paganismo diabólico. Fue la contradicción brutal del catolicismo optimista, porque el pesimismo protestante afirmó la depravación insanable de la naturaleza humana, su absoluta incapacidad para el bien, la irresistible atracción del pecado. Fue la blasfemia contra Dios y la negación de la libertad, porque sostuvo ser divina y omnipotente la causa del mal moral. Casi como los maniqueos; porque defendió las tesis desoladoras e impías de la reprobación y pérdida eterna de los inocentes, el fatalismo ciego, la predestinación tiránica, el siervo arbitrario, la inutilidad de la contricción y las buenas obras, la absurda justificación por la mera fe, aún perseverando el creyente en el crimen. Fue la conjuración contra la alegría y la belleza plástica, porque la Reforma destructora renovó el insano fanatismo de iconoclastas y mahometanos”28. En continuidad con la Reforma Protestante viene la Filosofía de las luces. Considera, Riva-Agüero que la Ilustración del XVIII fue fruto contradictorio y paradoja de la propia Reforma. “Era la falsificación caricaturesca del Renacimiento y del Humanismo, la hipertrofia de sus propensiones naturalistas, al parecer ya bastante reprimidas; era

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el racionalismo absoluto, encarnizado negador de aquella fe íntima y especial, sin preparación inteligible alguna tan encarecida por los protestantes; el racionalismo idólatra de la condición humana, tan deprimida por ellos; era en suma la pagana filosofía de las luces, el deísmo anglo-francés de Collins y Toland, Voltaire y Rousseau, la aparatosa filantropía de la Enciclopedia y las logias”29. El Perú no fue ajeno a la expansión del espíritu de las luces. Hacia mediados y fines del siglo XVIII la cultura peruana, sostiene RivaAgüero, pasaba por un momento evidente de languidez intelectualidad, “se imponía una renovación en los agotados campos de las ciencias filosóficas, naturales y literarias. (…). Por desgracia –sigue diciente nuestro autor-, las modas intelectuales extranjeras eran a la sazón las más propias para disolver y anarquizar en todos los órdenes, y estimular por consiguiente las peores tendencias de nuestro temperamento, así en lo especulativo como en la acción cotidiana. Del ergotismo, que si era fosilización, lo era al cabo de tan poderosos sistemas como el aristotelismo y el tomismo, se vino a caer en el sensualismo más estrecho, que frisa con el materialismo torpe y rastrero. En la literatura, a la orgía gongorina sucedieron la flaqueza y miseria prosaístas, y la almibarada y

Cuestiones nauseabunda sensiblería. En ciencias políticas y sociales, a racionalismo sensato y tradicionalista, reemplazó la desenfrenada utopía rusoniana, la apología de la vida salvaje, y la quimera igualitaria y demente del efímero pacto social”30. No fue siempre éste el juicio que le mereció la Ilustación. En su juventud, llena de inquietudes por los problemas históricos, políticos, literarios y filosóficos de su tiempo, fue un devoto admirador de los filósofos ilustrados. Pascal y San Agustín, tan queridos para su gran amigo y contertulio Víctor André Belaunde, le resultaban, por el contrario, lejanos. Dice RivaAgüero: “en la escuela de ese siglo XVIII, fuente indudable del mundo contemporáneo, me fascinaba su ilusorio clasicismo, que hoy me parece débil remedo y apagadísima y yerta caricatura del auténtico clasicismo greco-romano. Me engañaba la mentida elegancia, que es mera frivolidad, y fue suicida snobismo de incautos señores deslumbrados por la insolencia de un grupo de arribistas pseudofilósofos, que eran en el fondo sus peores enemigos. Y algo menos me atraía la aparente generosidad filantrópica, que es la blandura y laxitud disfrazada de abnegación, la beneficencia privada del impulso y la infinita amplitud de los divino”31. Esta postura crítica

ante la filosofía de las luces, RivaAgüero la acrecienta y afina con la lectura de los pensadores antimodernos de la primera hora, es decir, los de la primera mitad del siglo XIX. Los antimodernos de la primera hora Al respecto ha escrito Antoine Compagnon que la sensibilidad antimoderna propiamente dicha encuentra su partida de nacimiento en la Revolución francesa, pues ha habido tradicionalistas antes de 1789, pero no antimodernos en el pleno y moderno sentido de la palabra32. A esta familia intelectual se une Riva-Agüero y continúa diciendo Compagnon: “los antimodernos nos seducen. La Revolución Francesa pertenece al pasado (…) Parece que ya no tiene nada que enseñarnos, mientras que los antimodernos están cada vez más cerca de nosotros y nos parecen incluso proféticos. Nos interesamos por los caminos que no tomó la historia. Los vencidos y las víctimas nos conmueven, y los antimodernos se parecen a las víctimas de la historia”33. No es otro el sentir de Riva-Agüero, quien se vio a sí mismo “censurado por los ignorantes, menospreciado por los bribones y mofado por los viles”34. Los antimodernos ahora no dejan de ser actuales. “Casi toda la

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Cuestiones literatura francesa de los siglos XIX y XX preferida por la posteridad es –sostiene Compagnon- si no de derechas, al menos antimoderna. A medida que pasa el tiempo Chateaubriand se impone a Lamartine, Baudelaire a Victor Hugo, Flaubert a Zola, Proust a Anatole France, o Valéry, Gide, Claudel, Colette –la maravillosa generación de los clásicos de 1870- a las vanguardias históricas de principios del siglo XX (…) A contrapelo del gran relato de la modernidad flamante y conquistadora, la aventura intelectual y literaria de los siglos XIX y XX ha tropezado siempre con el dogma del progreso y resistido al racionalismo, al cartesianismo, a la Ilustración, al optimismo histórico- o al determinismo y al positivismo, al materialismo y al mecanicismo, al intelectualismo y al asociacionismo, como repetía Péguy”35. Riva-Agüero llama a los antimodernos “doctores de la contrarrevolución”, medicina salvadora para los malos consejeros de la primera generación de nuestro siglo XIX, aquellos que se educaron con Rousseau, Volney y Condillac y redactaron la abortada Constitución peruana de 1823. De Francia vino el tósigo, de Francia el remedio y así llegaron –sostiene nuestro autor- “los libros de Royer-Collard y Guizot, Chateaubriand, Bonald y aquel deslumbrador De Maistre, que si no fue francés de

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nacimiento y ciudadanía política, lo fue de alma, lengua y progenie filosófica y literaria. Cuando en las polvorientas y descabaladas bibliotecas de nuestros abuelos descubro uno de los tomos de los recordados reaccionarios, o cuando veo sus nombres en las páginas de Herrera o en las Memorias de Mendiburu, bendigo la influencia de Francia, que tras el mal nos envió el remedio y el bien; y reparó el filosofismo enciclopedista del siglo XVIII, suscitando, a mediados del XIX, la truncada e insuficiente, pero efectiva y saludable escuela conservadora, que suspendió la demolición insensata, y procuró guardar y aprovechar los materiales subsistentes entre los acumulados escombros”36. Sin duda Riva-Agüero conoce muy bien a Chateaubriand desde sus lecturas en Lártiga y congenia entusiastamente con De Maistre, el de las Consideraciones sobre Francia (1817) y Las veladas de San Petersburgo (1821). Las influencias de éste pensador son notorias en su forma de entender el lenguaje. En efecto, De Maistre tiene una teoría del lenguaje que expone en la segunda de Las veladas no ajena a su doctrina política como ha puesto de manifiesto George Steiner. Habría una congruencia esencial entre estado del lenguaje y la salud del cuerpo social: “toda degradación individual o nacional –dirá

Cuestiones De Maistre- es anunciada en el acto por una degradación rigurosamente proporcional en el lenguaje”. Hay, pues, una concordancia ontológica entre las palabras y su sentido porque toda habla humana es la emanación inmediata del logos divino37. No hay lugar para la arbitrariedad o el azar. El pensamiento de Riva-Agüero guarda una simetría extraordinaria con esta forma trascendente de entender el lenguaje y por eso resulta coherente su rechazo a algunos movimientos literarios del siglo XX como el vanguardismo, el ultraísmo, el superrealismo y hasta el dadaísmo, tan contrarios a las más hondas características nacionales de racionalidad, proporción, simetría y mesura. Dice: “Sólo repetiré que el gongorismo, con todo su inveterado influjo, fue casi estéril, baldío de alma entre nosotros; que el arte es por esencia la adecuación de la idea a la forma, y que el lenguaje es un instrumento lógico, hereditario, histórico, en que la arbitrariedad topa con precisos e infranqueables límites. Por eso hay que esforzarse en mantenerlo dentro de su cauce principal y castizo, y evitar las extremas y diluviales inundaciones de neologismos, que devastan lo sembrado, arrasan lo edificado y traen, con el lodo hediondo, escombros embarazosos e inútiles y toscos guijarros. El que descoyunta y estraga por capricho el idioma,

se deja arrastrar por el mismo alud revolucionario que en otros campos aniquila instituciones y patrias, porque todos los desenfrenos son solidarios y todos los anarquismos son hermanos, y a la larga provocan las mismas catástrofes. El desarreglo de las mentes causa al cabo el de las acciones. De ahí que el que cuida del léxico y regula los pruritos innovadores en gramática, aunque se le tache de académico y purista, realiza una tarea en alto grado clarificadora y saludable, de coordinación y esclarecimiento, no sólo estética, sino pedagógica, ética y social”38. La similitud con De Maistre salta a la vista y quizá sea la respuesta a la perplejidad de Aurelio Miro Quesada respecto a las preferencias literarias de Riva-Agüero. Desde esta perspectiva antimoderna, asimismo, se entiende mejor la crítica que Riva-Agüero hace de Victor Hugo: “Nadie niega –ha escrito- la magia verbal, la opulencia retórica, la maestría poética de este ídolo romántico del postrer siglo; pero su fondo paupérrimo, sus perogrullescas sentencias, sus antítesis maniáticas, su cándida y vulgar filosofía política, su humanitarismo pomposo, vacío y declamatorio sobre toda ponderación, su hoy tan trasnochado anticlericalismo, su socialismo antimilitarista han perdido todo prestigio y dañan enormemente el conjunto de su reputación.

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Cuestiones Ditirambos sin reservas en honor de Víctor Hugo, como el que le entonó nuestro González Prada en Pájinas libres, mueven ahora a risa. Algunos le deniegan toda inteligencia. Como a este respecto apuntó hace bastantes años Emilio Faguet, un genio literario no es por necesidad inteligente. Hay a la verdad infinitos pasajes de Hugo que no lo califican de sagaz, certero ni previsor. ¿No dijo acaso que el sufragio universal y la instrucción obligatoria acabarían con las contiendas civiles, la pugna de las clases y las discordias en la sociedad?”39. En este juicio, Riva-Agüero no está solo ni necesariamente muestra desmesura. Cito a Alain Finkielkraut, uno de los intelectuales franceses más lúcidos y agudos del momento actual, quien no es nada condescendiente con Victor Hugo: “lo que sorprende en este texto –se refiere a la versión completa del texto citado en el párrafo anterior por nuestro autor- es, en primer lugar, que, como casi todas las predicciones, se equivocó. El oráculo se equivocó doblemente: no se dobló el cabo de las tempestades, no se reemplazó las batallas por los descubrimientos o los asesinos por los trabajadores. Hubo catástrofes en cadena, el saber se puso al servicio de la masacre y los asesinos se pusieron al trabajo. Ahora bien el siglo XX no se contentó con

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desmentir el optimismo ingenuo de Victor Hugo. Desveló asimismo la incompatibilidad radical que existe entre la libertad de los hombres y la soberanía de la ciencia”40. Más realidad, más historia, menos abstracciones El sentido histórico de la realidad fue muy fuerte en Riva-Agüero. No hay continuidad sin tradiciones. Fue, dice José Agustín de la Puente, “un hombre tradicional. No un ser anacrónico, ni un nostálgico pasadista que con dolor vive su época. Muy al contrario, Riva-Agüero es tradicional en tanto que entiende con nitidez inequívoca cómo la historia y cómo el hombre y los pueblos pertenecen a un mundo histórico que no es fruto del azar, ni de la improvisación, ni de creaciones violentas o instantáneas, sino que el hombre y los pueblos son fruto de un largo proceso de continuidad histórica dentro de la libertad que Dios nos concede”41. En varias oportunidades, RivaAgüero dejó sentado que no todo lo pasado es bueno ni recomendable, al mismo tiempo que señaló el mal sendero que tomó el Perú moderno dejándose arrastrar por influencias extrañas a nuestro carácter nacional42. “En efecto –afirma- si la empresa de Herrera, por culpa del medio apático y los continuadores insuficientes,

Cuestiones quedó en gran parte frustrada o neutralizada, y sobrevino tras ella, hasta los primeros decenios del presente siglo, la acometida del positivismo y del liberalismo anárquico, en lo político y económico, de la que la generación que precedió a la mía, la mía propia y yo el primero, fuimos incautas y lamentables víctimas”43. No se trató nunca de una vuelta a la Colonia. Entendió y vio con beneplácito el proceso de Independencia peruana44. En los albores del siglo XIX la nacionalidad hispana era ya una patria demasiado ancha e indiferenciada. La patria chica que se había formado reclamaba su propia personalidad “fundada en razones geográficas, étnicas e históricas, inmensamente superiores a los meros marcos administrativos”. Hubiese preferido una evolución en la línea sugerida por Bartolomé Herrera45, cuyo proyecto político conservador, orientado a una soberanía de la inteligencia, encajaba mejor con la actitud restauradora que Riva-Agüero entendió de superioridad teórica respecto del republicanismo liberal del momento. Rescataba, incluso, de la tesis monárquica, sus acentos en la tradición, el orden y las relaciones densas del tejido social46.

el primero. Dice: “las patrias históricas y particulares no serán sin duda eternas dentro de los actuales límites, por las necesarias y cruentas vicisitudes de la historia; pero quien de propósito recalca y subraya su carácter efímero, lo que en realidad hace es debilitarlas, amortiguarlas y al cabo matarlas, preparando con ello cataclismo y crueles barbaries. La categoría de patria es substancial en la vida terrestre, por más que su extensión y modalidades cambien: representa la diversidad, la diferenciación inherente al ser, la variedad sin la cual la unidad es inerte e inorgánica. Hay entendimientos sobrado sutiles, almas generosas, modernísimas y refinadas, que no se contentan sino con la gran confederación panamericana o indo-americana. Yo confieso sin rubor y legítimo orgullo mi inferioridad intelectual y afectiva, que no comprende esa subordinación a un todo confuso y utópico. (…) Yo no niego que sean previsibles y deseables confederaciones, que incluyan a varios de los actuales países; pero limitadas y no indefinidas y continentales. Y para cimentar a esas mismas federaciones regionales harían falta sacrificios que retemplaran y dieran el tono histórico creador, que por aquí aún no asoma”47.

Entre la Patria concreta y ancestral y un Panamericanismo ancho y abstracto, Riva-Agüero optó por

Es la Historia la que lleva a Riva-Agüero a huir de todo exceso racionalista y abstraccionista. No

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Cuestiones podía, tampoco, seguir en su inicial positivismo jurídico, ni siquiera en su postura meramente historicista; no, por lo menos, después de conocer el iusnaturalismo clásico compatible con el sentido cristiano de la convivencia social. En su discurso de 1935 en el Colegio de Abogados de Lima expresa: “no desoyendo las severas lecciones de mi siglo, he vuelto a acatar la doctrina católica de un Derecho Absoluto o Ley Natural, a cuyas prescripciones debe subordinarse la indefinida multiplicidad de los derechos históricos y relativos. Por eso a mi incompleta definición del Derecho, mandato coactivo y constante (simple variante de la fórmula empleada por los historicistas, poder acumulado secularmente, fuerza organizada en el tiempo), hay que substituir la de mandato racional, y por racional coactivo y durable; porque el poder ha de fundarse en la razón y en el bien común. (…) Este derecho natural se reduce a muy breves y primarias reglas, cuyas aplicaciones provocan innumerables modalidades y accidentes; y permiten una multiplicidad y variabilidad de derechos positivos e históricos, harto mayor que la imaginada por el rutinario derecho natural del último siglo”48. En muy pocas líneas queda precisada su posición realista y clásica en la forma de entender el derecho natural. No es la visión iusnaturalista

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racionalista49 de corte ilustrado que termina en una secuencia interminable de derechos naturales deducidos de un tronco común, prescindiendo de la historia y de la cultura. Es esta herencia ilustrada y desencarnada de los hechos la que Riva-Agüero critica de nuestra legislación republicana tan pronta a legislar en el vacío, importando instituciones jurídicas foráneas que no arraigan en el suelo patrio por su divorcio con la realidad. Bastan estas pinceladas para comprender la postura crítica de Riva-Agüero ante la Modernidad en varias de sus expresiones. Frente a ella permanece alerta y difícilmente cede a sus a sus cantos. En esta postura crítica Riva-Agüero no está solo. La primera mitad del siglo XX es una clara eclosión de pensadores que vuelven a colocarse críticamente ante la modernidad, adelantándose con creces a lo que a finales del siglo XX hemos dado en llamar postmodernidad. RivaAgüero se sabe acompañado en su descontento de la realidad política y cultural de su tiempo. Escribe en 1934: “ningún pensador de fuste cree en la hora actual que la evolución humana siga candorosa y rectilínea trayectoria del progreso indefinido, embaucador de nuestros padres. Hemos vuelto a admitir la espiral de ricorsi de Vico. Por eso nuestro siglo

Cuestiones no se parece al XIX y al XVIII que lo precedieron; no es como ellos de demolición, dispersión y crítica, sino que se acerca más a la Contrarreforma del XVII y al corporativismo del XIII; y en vez de destruir y aventar, prefiere edificar, consolidar y reunir. Resultados palmarios son éstos de la elaboración mental y moral, y de la experimentación política de los treinta años últimos. Yo no me atrevo a pediros que inquiráis y apuréis todos los fundamentos escritos en que esa vencedora reacción se informa y asienta; pero a lo menos no será excesivo instaros a que manejéis y estudiéis a sus principales voceros y vulgarizadores en las diversas culturas europeas, desde Chesterton hasta Maritain, y desde Spengler hasta Papini y Maeztu”50. Riva Agüero se sentía afín a estos escritores, todos ellos de renombre y con peso en la intelectualidad europea del momento. Chesterton (1874-1936), converso al catolicismo, escritor predilecto, también, de Jorge Luis Borges. Agudo en sus comentarios, brillante en el manejo de la paradoja. Crítico de su tiempo, excéntrico y contestatario. Todo un personaje en su época y en la actual, cuyos libros se siguen reeditando. Su sentido del humor hizo que la crítica a la modernidad que enarboló resultara amable en el entorno polémico en el que se desenvolvió.

Igualmente, Maritain (18821973) es otro converso, cuyas ideas sobre la persona y sus derechos, influyeron en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Se había formado en un ambiente familiar protestante y liberal. Su encuentro con Bergson llena el vacío que encontraba en el positivismo de la época e inicia el camino al catolicismo. Es, en su juventud, un crítico firme de la modernidad filosófica y un gran cultor del tomismo. Ramiro de Maeztu fue un antiguo liberal español de la generación del 98 que se vuelve nacionalista y tradicionalista. “En 1934 publicó Defensa de la Hispanidad, la resurrección más clara y elaborada de la ideología española tradicional que se escribiera en esa época (…) Maetzu propugnaba la restauración de la unidad panhispánica y el desarrollo de un bloque transatlántico católico corporativo para proteger el mundo hispánico del liberalismo anglosajón y del comunismo asiático”51. Fue fusilado por el gobierno republicano en 1935. Riva Agüero ni profesó el liberalismo ni pretendió ser un ilustrado del XVIII: En esto se equivoca Luis Alberto Sánchez 52. Nuestro autor está más cercano a San Alberto Magno y Tomás de Aquino (S. XIII); a Francisco de Vitoria y

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Cuestiones Domingo de Soto (S. XVI) que a Voltaire y Rousseau (S. XVIII). En estas preferencias estaba acompañado por pensadores serios que veían las fisuras de la modernidad y las exageraciones del espíritu revolucionario francés. El pensamiento científico y filosófico del cambio de siglo trae novedades. El siglo XX supone un giro importante para la cosmovisión que venía de la centuria anterior. Son pasos que llevan más allá del positivismo y que dejan entrever espacios para la libertad y el misterio, más simétricos a una concepción cristiana de la vida como lo era la de Riva Agüero53. Giro y cambios que confirmaban su postura crítica frente a las ideologías reinantes, pero que nuestro autor interpretó como un movimiento reaccionario. Aquí se quedó corto, pues probablemente anunciaban rumbos distintos a los ideales de la modernidad, pero no necesariamente una vuelta a la antigua Cristiandad. II. El fascismo en Riva-Agüero Pasemos, ahora a examinar, aquél lunar incómodo de esta magnífica biografía intelectual: José de la Riva-Agüero tuvo una notoria admiración por el fascismo italiano como se puede ver en los varios escritos que le dedicó a esta materia.

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Hoy en día rodeados como estamos de un humus intelectual liberal y democrático ostentar esta simpatía política no es, precisamente, un mérito. Si se apuran las cosas, diríamos que el escándalo no aconteció en los años 30 del pasado siglo, sino más bien en los variopintos años 60 cuando la corriente de izquierda antifascista, campeaba entre los intelectuales de la época: al primer descuido cualquiera que se opusiera al comunismo era considerado fascista. Y si es verdad que nuestra época se muestra contraria a todo totalitarismo político, también es cierto que ahora tenemos la suficiente distancia histórica para juzgar con mejor criterio la enmarañada época de los años 20 y 30 que suscitaron la ideología fascista y nacionalsocialista. Asimismo, después de la caída del muro de Berlín en 1989, no hace falta ser anticomunista para criticar, también, los errores de fondo de la ideología marxista. Hay quienes ven en la simpatía de Riva-Agüero por el fascismo un recrudecimiento de su conservadorismo político que se explicaría en gran parte por los cambios sociales y políticos que se operaron en el Perú de los años 30. Una etapa llena de incertidumbre e inestabilidad en expresión de Basadre54, con nuevos actores políticos e ideas de corte revolucionario. Después de la caída

Cuestiones de Leguía, por primera vez -escribe Franklin Pease- “se realizaron elecciones contendiendo dos fuertes agrupaciones, que reclamaban y obtenían apoyo popular. La Unión Revolucionaria se beneficiaba, sin duda alguna, de la visible popularidad de Sánchez Cerro; el APRA se presentaba como abanderada de los intereses populares y tuvo, ciertamente, una rápida expansión”55. Durante esta etapa de violentas conmociones, volvió Riva-Agüero de su exilio en 1930. Respecto a la impresión que esta situación produjo en su ánimo, Luis Alberto Sánchez comenta: “se hizo patente algo que reñía con su concepción congenial de la sociedad humana, y del Perú. La multitud representada fundamentalmente por descontentas masas de trabajadores y por ambiciosos y entusiastas grupos juveniles pugnaba desembozadamente por ocupar un puesto de la historia social. Para un partidario de la jerarquía y de la autoridad, es decir, para un radical de la autocracia y la oligocracia, aquella naciente violencia implicaba intolerable insurrección56”. De ahí a la apología del fascismo habría una delgada línea roja que Riva-Agüero habría pasado. Considero que estas interpretaciones no dan en la diana del problema. Conviene volver a leer

sus escritos jurídicos y políticos, así como sus notas autobiográficas para comprender y adentrarse en su perfil intelectual. No basta decir que RivaAgüero fue fascista57, pro fascista58 o simpatizante epidérmico. Podemos ir más a fondo y, con la perspectiva del tiempo, debemos pasar de la simple invectiva política a una comprensión mayor que nos permita entender la época y el personaje. Riva-Agüero no era hombre de modas, sino de convicciones y compromisos. Entendió muy bien el fascismo en su teoría y praxis. En él no se puede hablar de un error de perspectiva o de una mera reacción visceral al momento político del Perú. Su postura se comprende mejor desde un plexo de razones que van desde la severidad de su carácter, pasan por el pensamiento en curso de finales del siglo XIX e inicios del XX y terminan con su conversión intelectual al Catolicismo. En este orden de ideas, y teniendo como marco de referencia el perfil intelectual de Riva-Agüero que ya hemos señalado en la primera parte de este escrito, considero pertinente, primero, examinar el fascismo desde la perspectiva de la propia época y también con la visión de fines del siglo XX. En segundo lugar pasaremos a precisar el sentido del corporativismo en el pensamiento católico de fines del siglo XIX y primeras décadas del

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Cuestiones siglo XX. Con ambas perspectivas, la postura política de Riva-Agüero se esclarece notablemente. El fascismo Los años trascurridos desde la caída del Fascismo histórico italiano en 1945 nos dan ahora una mayor perspectiva para valorar la teoría y la praxis de esta ideología. Quienes han estudiado (o vivido) los regímenes totalitarios del Siglo XX, coinciden en señalar las grandes diferencias entre el nacional socialismo (nazismo), el comunismo marxista y el fascismo italiano. Juan Pablo II no dudó en llamar ideologías del mal a las dos primeras59. Desde luego, como lo indica Ernst Nolte, la prehistoria del fascismo y el nazismo es anterior a 1914 y no se trata de una tradición alemana sino de la tradición “contrarrevolucionaria” que es común a toda Europa; también es cierto que –según lo sostiene Francois Furetel movimiento fascista se alimentó del anticomunismo y el comunismo del antifascismo, alentando ambos el odio al mundo burgués60. Pero, aunque hay puntos de contacto entre las grandes ideologías de principio del siglo XX, el régimen fascista no puede ser colocado entre los sistemas totalitarios aún cuando fue el propio Mussolini quien usó el término “to-

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talitario” en 1925 (IV Congreso del Partido nacional Fascista), haciendo referencia a la importancia que para él tiene el Estado61. “En efecto, dice Mussolini, para el fascismo, todo está en el Estado y nada humano ni espiritual existe y a fortiori nada tiene valor fuera del Estado. En este sentido el fascismo es totalitario, y el Estado fascista, síntesis y unidad de todo valor, interpreta, desarrolla y domina toda la vida del pueblo”62. Como lo indica Stanley Payne, los analistas serios del gobierno totalitario reconocieron posteriormente que la Italia fascista nunca llegó a tener una estructura totalitaria. En los dos lustros que siguieron al establecimiento del sistema de Mussolini, la dictadura leninista era extendida por Stalin dentro del sistema completo de un Estado socialista, con un control de facto casi total sobre la economía y todas las instituciones formales del Estado, con lo que consiguió la casi completa atomización de la sociedad bajo el Estado, algo no comparable, ni en lo más remoto, con lo que ocurría en la Italia fascista. Unos pocos años más tarde, en Alemania, el régimen de Hitler, hacía otro tanto. “Esos dos regímenes facilitaron los modelos dominantes de los que los analistas políticos –especialmente en los años entre 1940 y 1960- tendieron a llamar totalitarismo. La Italia de

Cuestiones Mussolini tenía poco parecido con cualquiera de ellos”63. El régimen fascista fue, principalmente, una dictadura política sobre un sistema institucional semipluralista. Víctor Manuel III, y no el Duce, continuaba siendo el jefe de Estado. “El propio partido fascista llegó a burocratizarse casi por completo y pasó a servir al Estado y no a dominarlo. El gran mundo de los negocios, de la industria y las finanzas siguió manteniendo una extensa autonomía y, hasta un grado considerable –si bien nunca enteramente-, siempre dispuso de sus propios recursos (…) Nunca se planteó la cuestión de someter la Iglesia64 a una servidumbre general, como en Alemania, y menos aún el control casi total al que frecuentemente fue sometida en la Unión Soviética. Amplios sectores de la vida cultural italiana conservaron una gran autonomía y no existió un importante ministerio estatal de propaganda y cultura hasta ya tarde, en 1937, cuando se copió el ejemplo alemán”65. La dictadura formal de Mussolini comienza en 1926 iniciándose el camino al corporativismo con la creación de doce sindicatos nacionales que fueron reemplazados en 1934 por 22 corporaciones nacionales. Un dato especialmente significativo

es que “durante toda la historia del régimen, unas cinco mil personas fueron condenadas a prisión por razones políticas, aunque el número de las enviadas a confino (destierro en el interior del país) fue el doble. Hasta 1940 sólo hubo 9 ejecuciones políticas (la mayoría de terroristas eslovenos), seguidas de 17 más durante los años de guerra 1940-1943. En Italia el régimen de Mussolini fue brutal y represivo, pero no asesino ni sediento de sangre”66. Autoritarismo y represión censurables, desde luego, pero que no llegaron a los excesos de los regímenes nazi y comunista. La sombra del fascismo ha sobrevivido al régimen de Mussolini y el ‘antifascismo’67, manipulado por el Kremlin, es un epíteto de actualidad, pues tildar a un enemigo político de “fascista” sigue siendo un expediente fácil para descalificar al contrincante. Aquí falta espacio para agrupar a los candidatos. Están los grupos pequeños, pero agresivos que se oponen frontalmente a la ideología socialista; los colectivos conservadores y moderados que critican las posturas de radicalismo social. Caben también combinaciones ingeniosas como las de los anarco-fascistas, trosko-fascistas, revisionista-fascistas, etc.68 . Para Thierry Wolton “el antifascismo contemporáneo constituye una expresión de la pereza intelectual, pues siempre

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Cuestiones resulta más fácil identificar los males del pasado que darse cuenta de los del presente”69. Entre los contemporáneos de Riva-Agüero, Víctor Andrés Belaunde sostuvo una posición ponderada y juzgó que no sería justo poner en el mismo plano a todos los regímenes totalitarios. “El nazismo alemán realiza la idea del estado absoluto de Hegel, corresponde a la idolatría de la raza y encarna a la filosofía de la fuerza de Nietzsche. Es pues el caso típico del verdadero totalitarismo y la antítesis de la concepción cristiana del estado. El fascismo dentro del régimen autoritario ha declarado respetar la comunidad espiritual de la religión tradicional y ha revisado el concordato con la iglesia católica. Ha utilizado, aunque dándole extrema rigidez burocrática, la vieja idea católica de las corporaciones”70. Francisco García Calderón, otro insigne representante de la generación del 900, siguió de cerca la evolución del fascismo italiano como lo muestran sus artículos de los años 20. García Calderón maneja con soltura los diversos aspectos prácticos y teóricos del fascismo: antimodernista, contrario al racionalismo de la Revolución Francesa y al individualismo de la Reforma, profundamente nacionalista y romano. Nacionalismo, por cierto, que

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inquieta a García Calderón, amante como es de la libertad democrática. Dice: “El fascismo se presenta, en ese sentido, como sincera y audaz reacción. Impone la colaboración entre las clases y exalta las energías nacionales. Topa, en su severa ruta, con un principio que se opone al orden estricto: la libertad. No podemos vivir sin ella, sin un mínimun de independencia, quienes hemos crecido en una edad democrática. No así los fascistas. O la autonomía de los individuos que es dispersión, o la grandeza del país en un concierto que puede ser forzoso; tal parece el dilema concebido por Mussolini”71. Hacia 1926, García Calderón deja abiertas las incógnitas naturales que cualquier observador político externo se haría: “El fascismo restaura el orden antiguo, ningún poder menor se sobrepone a la suprema autoridad de los que gobiernan, en el sistema que prohija. ¿Se salvará de la acusación que le hacen lúcidos enemigos? ¿No será instrumento de una clase, de la burguesía, como el comunismo ruso representa los intereses del proletariado? La experiencia de años venideros demostrará si el Estado fascista se convierte en verdadero poder arbitral, evita excesos del capital o del trabajo, crea estables relaciones de convivencia entre las clases, y si concilia la riqueza y la

Cuestiones justicia, el poder y el bienestar, en la vida interior del país”72. Se podría decir que la actitud de García Calderón es de reserva frente al fascismo. No es aceptación incondicional, pero tampoco es crítica acerba o distanciamiento insalvable. Los tiempos de los años 20 son tiempos de marchas y nacionalismos ruidosos, de camisas negras y de élites enérgicas. El talante liberal de García Calderón no es proclive al autoritarismo fascista, pero acaba otorgándole el beneficio de la duda en un acto de tolerancia liberal: “Nos inquieta el fascismo porque olvida o desdeña un aspecto esencial en el desarrollo de las sociedades y considera que todo anhelo de libertad manifiesta desunión y anarquía. Pero también, como se ha convertido en dogma una concepción de la vida, de la primacía de lo económico, formada en el Norte, conviene que pueblos fuertes –es el caso de Italia- defiendan su visión del mundo y sepan sonreír y desdeñar”73. Víctor Raúl Haya de la Torre es, también, testigo de excepción de las ideologías de los años 20 y 30 del pasado siglo, las cuales coinciden con su anticapitalismo y antiliberalismo programático. Con su dialéctica indoamericana presenta al socialismo marxista de fines del siglo XIX como la negación del capitalismo,

constituyéndose como el anticapitalismo internacional socialista. Frente a esta nueva tesis surgiría una nueva antítesis económica y social, se trataría del nacional-socialismo nazi. “Dos fórmulas económicas que políticamente inciden en los mismos objetivos: antiparlamentarios, antidemocráticos, antiliberales. La una invoca los derechos de clase; la otra invoca los derechos de raza. Para una, la clase proletaria debe decidir dictatorialmente la suerte del mundo europeo. Para la otra, el “Herrenvolk” la raza de los señores, el pueblo ario privilegiado es el que está llamado a señalar lo rumbos del mundo”74. Como es lógico, la nueva síntesis sería el Aprismo que, frente a la negación de la libertad temporal obrada por el comunismo ruso y la negación de la libertad definitiva del nacional-socialismo alemán, plantea la fórmula: “No es necesario sacrificar la libertad al plan. Planificación y Democracia caben dentro de la libertad”75. No interesa ahora verificar la calidad política de esta fórmula. Hago alusión a Haya de la Torre, más bien, para hacer notar que -en su posición ideológica- el fascismo italiano no forma parte del nacional-socialismo alemán. Ya José Carlos Mariátegui lo había tildado de fascista en carta

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Cuestiones del 16 de abril de 1928, a lo que Haya responde- diagnosticando en Mariátegui un cierto tropicalismo y eurocentrismo ideológico-: “¡Calma, amigo Mariátegui! Yo no soy engendro de Mussolini”76. En el Perú, el Partido Unión Revolucionaria formado por Sánchez Cerro en 1931, pronto tomará caminos explícitamente fascistas desde 1933 a 1936 bajo la conducción de Luis Flores77. Un Partido Político que desde sus inicios goza de la aprobación popular y se disputa con el APRA la preferencia de las multitudes. Riva Agüero conoció el nacimiento y desarrollo del PUR, pero no tuvo un acercamiento a ellos78. Su actuación política en aquellos años 30 fue por otros rumbos: Alcalde de Lima, ministro de Benavides, promotor de Acción Patriótica. Su admiración del fascismo italiano de los años 30 no se convirtió en militancia fascista. Riva Agüero privilegió el orden y la firmeza, pero no congenió con la revolución, ni la asonada política. Para nuestro autor, el fascismo obedece a una revolución moral. “No se reduce a un calco dócil de la organización gremial corporativa, ni a sus consecuencias sustitutorias, antielectoreras y antiparlamentarias. Es mucho más que todo eso. Si con criterio superficial y mezquino procediéramos a una caricatura del corporatismo autoritario, sin

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limpieza y renovación internas, sin elevación y depuración de espíritu, desacreditaríamos el último remedio salvador”. Esto último lo escribe en 1937 en mirada retrospectiva de un movimiento político –los urristasque no ha dado el tono79. De otro lado, el nacional socialismo alemán le quedaba lejos, muy lejos, pues para no ser hitleriano le bastaba con ser cristiano. Afirmaba: “Yo, señores disto mucho de ser un admirador incondicional de Hitler y de sus métodos de gobierno; para no ser racista como los nazis alemanes, me basta con ser cristiano y recordar las palabras de San Pablo sobre la igualdad del género humano y la indeferencia para la obra espiritual absoluta, de las diversas progenies de griegos, escitas y bárbaros. Esta confianza en la posibilidad de regeneración de todas las razas es la raíz de la tradición católica, y de la generosa y calumniada tradición española, que es la nuestra, y de sus benéficas y desagradecidas Leyes de Indias. Por todo esto, señores reconozco extremados e injustos los procederes de los nazis; pero no olvidemos que sus extralimitaciones contra el centrismo alemán tuvieron, no ya pretexto, sino ocasión y disculpa sobradas con la ambigua y nefasta actitud de aquel partido del Centro, que sirvió de cómplice, encubridor y sostén a la atea y de-

Cuestiones soladora demagogia de su frecuente aliado el marxismo”80. Asimismo, quien como él defendió la vocación mestiza del Perú estaba curado contra todo atisbo de racismo. Vásquez Benavides, al comentar los temas de naturaleza indigenista en el pensamiento de Riva-Agüero, concluye afirmando el rechazo del racismo. “El pensador peruano está convencido de que por razones históricas y de civilización «predicar odios y exclusivismos de raza es en el Perú tarea extemporánea, insensata y criminal, y destinada a la postre al fracaso y al ridículo». Más allá concluye imperiosamente que «el absoluto predominio del instinto racial es la antítesis y negación de la nacionalidad, la regresión a un nivel, no ya bárbaro, sino salvaje y totémico»”81. Riva-Agüero es más bien un hombre de derecha, nacionalista y corporativista. Así lo expresa en un discurso en la agrupación electoral Acción Patriótica en 1936: “El camino hacia la organización corporativa, de que tantas veces os he hablado, supone una previa y ardua labor de reformas y reagrupaciones en lo constitucional, administrativo, gremial y económico82”. Fórmula corporativa que ya aparecía, bajo la figura de una Cámara Funcional, en la Declaración de Principios del

Partido Nacional Democrático en 1915, precisamente porque el corporativismo ya estaba perfilado a fines del siglo XIX entre los pensadores franceses. Pasemos a examinar ahora este ismo de finales de siglo. El corporativismo Ciertamente, el final del siglo XIX es un mar en ebullición social y política. El liberalismo revolucionario no es el gran triunfador del siglo. La libertad de contratación, las industrias abiertas a todos por igual -sean adultos o niños, mujeres gestantes o solteras, obreros calificados o sin calificar-, ideales típicos de la Revolución, no fueron la panacea que llevaría el progreso a todos. El descontento explota y las revueltas no se dejan esperar. Había sido la misma Revolución la que prohibió el derecho de asociación de los obreros por miedo a que puedan resucitar los gremios del Antiguo Régimen. Existía libertad individual, pero se rechazaba la libertad social de asociación. Los problemas entre el capital y el trabajo eran evidentes y nace lo que se llamó en aquélla época la cuestión social. El liberalismo insistía con su fórmula: dejar hacer y dejar pasar. La mano invisible se encargaría de volver el equilibrio perdido. No hacía falta intervención del Estado.

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Cuestiones Los movimientos socialistas, primero, y el socialismo marxista, después, enarbolan la bandera del obrero y se declaran anti burgueses. Marx, junto con Engels, escribe en 1848 el Manifiesto del Partido Comunista y, desde entonces, emprende una lucha ideológica sin cuartel contra todos los que el llamó “socialismos utópicos”: Saint Simon, Fourier, Owen, Bakunin, Lasalle, Proudhon, Lasalle entran en el mismo saco de gente bien intencionadas –en el mejor de los casos-, pero que no se habrían dado cuenta de las inexorables leyes de la Historia y la lucha de clases. El Revisionismo marxista no tardó en aparecer y nacen las terceras vías de finales de siglo. Entre ellas la Social Democracia de Bernstein y el mismo corporativismo que se definen, igualmente, antiliberales. Como hace notar Gonzalo Redondo, “en relación con la presión social anticlerical generada por el liberalismo, en el siglo XIX se registra una fuerte tendencia a asociar la suerte de la religión con las instituciones políticas y sociales rechazadas por el cambio social. Es la conocida unión tópica entre el Trono y el Altar. (…) Los hombres que interpretaron los cambios como meras variaciones estructurales, y que en consecuencia intentaron reaccionar frente al cambio desordenador mediante la restauración de las estructuras anti-

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guas, son los que dieron origen a los viejos mitos. Una mitificación que, si no en todos los casos particulares, sí se presentó a nivel colectivo en clara desconexión con la fe y la vida de la fe. El núcleo de este intento mitificador –el lanzamiento de los viejos mitos- vino constituido por la instrumentalización de las ideas religiosas colocadas al servicio de realidades exclusivamente temporales, por entender que tales ideas eran la mejor garantía del preciso orden social. Fue aquí donde comenzó a engendrarse el intento que daría lugar, ya en el siglo XX, a algo muy parecido a los sistemas democráticos descritos: el sistema corporativo”83. El corporativismo o corporatismo busca la armonización orgánica de los diferentes sectores de la sociedad en amplias estructuras de representación y cooperación; concibe a la sociedad formada por corporaciones más que por individuos aislados. Sus orígenes se pueden rastrear como bien hace notar RivaAgüero84 en pensadores católicos del XIX, como los franceses Le Play, De Mun y La Tour du Pin85. La idea aparece en la doctrina social de la Iglesia a partir de la Encíclica Rerum Novarum (1891) de León XIII y fue bien recibida por los tradicionalistas. Esta doctrina inicialmente se presentó como simple corporativismo social: búsqueda de la reforma de

Cuestiones la vida económica mediante las corporaciones y gremios de la vieja tradición medieval para superar la empresa capitalista86. Sólo a partir de la Encíclica Quadragesimo anno (1931) de Pío XI el corporativismo católico toma carta de ciudadanía. Dice Pío XI: “Tanto el Estado como todo buen ciudadano deben tratar y tender especialmente a que, superada la pugna entre las clases opuestas, se forme y prospere la colaboración entre las diversas profesiones. Es necesario, por consiguiente, que la política social se dedique a restaurar las profesiones”. Muchos católicos en su intento de poner en práctica estas sugerencias “mezclaron el corporativismo con la dictadura. La discreta alusión de Pío XI al Antiguo Régimen sirvió para enlazar el viejo sistema con el corporativismo insinuado”87. Víctor Andrés Belaunde tuvo la agudeza de diferenciar el corporativismo fascista del corporativismo inspirado en la doctrina social de la Iglesia. Dice: “No cabe confundir la concepción del Estado ético-realistaorgánico-corporativo que se desprende de la tradición católica, con la concepción de totalitaria esta prescinde de dos factores esenciales para nosotros, la persona humana con los derechos individuales y la existencia de un orden moral y jurídico anterior

y superior al estado al cual este debe estar sometido. El estado totalitario ha aprovechado la concepción corporativa e institucional derivada de la concepción católica de la vida; pero en el las corporaciones y las instituciones tienen una absoluta rigidez estatal. El estado absorbe todas las fuerzas nacionales. Sobre el estado no existe ningún principio de orden superior. En el estado totalitario, el estado y la nación se confunden en ecuación absoluta. En la concepción éticorealista, el estado debe plasmarse en la realidad estructural e institucional de la nación pero esta es concebida como superior al estado. Al lado de la estructura política se hallan elementos de la comunidad espiritual que el estado protege y defiende y que debe respetar en su esencia y libertad”88 . Pero esta claridad de ideas que supo distinguir un modelo de otro no fue patrimonio de todos y en los años treinta, las iniciativas de muchos que se sumaron a la Acción Católica discurrieron por la instauración del Estado corporativo y, en algunos casos, con evidente añoranza del Antiguo Régimen, una añoranza por lo demás tan vaga y abstractamente generalizada como para que pudiera rellenarse de los más dispares contenidos. Un último rasgo termina por complicar el análisis de esta cues-

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Cuestiones tión. El corporativismo se asoció, de hecho, a regímenes de corte fascista o totalitario que no tuvieron buen fin. Víctor Andrés Belaunde89 lo hizo notar a propósito de su propuesta del Senado Funcional en 1933. Sostenía que la experiencia del fascismo italiano y del Soviet comunista no era un buen ejemplo de corporativismo por los modos dictatoriales de su ejecución. No obstante, para los años 30 el Estado Corporativo era una fórmula sostenible como de suyo aconteció en varios países europeos. El Perú no fue una excepción, al punto que la Constitución Política de 1933 recoge la figura del Senado Funcional promovido por Belaunde y del Consejo de Economía Funcional defendido por el APRA90. Bien sabemos que ambas instituciones nunca se aplicaron, fueron letra muerta desde el inicio. “No obstante –afirma Gonzalo Portocarrero-, el haber sido incluidos en la Constitución es índice del prestigio que en la época tenía el principio funcional defendidos por católicos, apristas y admiradores de la Italia fascista”91. Pareja Paz Soldán consideró que “el Senado Funcional fue teóricamente la reforma más importante en el Estado Nacional y de mayor alcance en la Constitución de 1933”. Pero el tiempo en política no pasa en vano y este mismo autor, quien

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vio grandes esperanzas en el Estado Corporativo de la época, consideraba después que ese momento histórico ya había caducado92. No era ésta la opinión de Vicente Ugarte del Pino, quien ante la anunciada Asamblea Constituyente que dio origen a la Constitución Política del Perú de 1979, pensaba que sería una pena que la nueva Constitución no tuviera en cuenta esta institución y se dejara de estrenar, como en efecto pasó93. Conclusión Este largo recorrido rastreando la biografía intelectual de RivaAgüero ha servido para comprender mejor las raíces de las que se nutre el pensamiento de nuestro autor. Sin esta clave cultural no se acaba de comprender la especificidad de su legado intelectual, de ahí que tantos hayan manifestado su perplejidad ante determinadas posiciones históricas, literarias o políticas defendidas por él. Para el ambiente liberal de su tiempo fue un autor con ideas políticamente incorrecto. Sus oponentes, contemporáneos a su época, no lo entendieron: vieron la punta del iceberg, pero no llegaron a ver el fondo. Y el fondo, desde la biografía intelectual que hemos intentado perfilar, radica en su profunda actitud crítica frente a la Modernidad reinante.

Cuestiones La severidad de su carácter congeniaba con el orden y la autoridad firme, pero nunca con la barbarie. “Riva-Agüero –ha escrito José Agustín de la Puente- pertenece al tipo humano no frecuente entre nosotros que quiere coordinar, inclusive a ratos con franqueza radical e incómoda, el pensamiento con la vida. Precisamente porque Riva-Agüero no disimula sus posibilidades, porque se siente un hombre auténtico como peruano y auténtico en las posibilidades de servir al Perú, es que sufre en esa frustración de su destino político”94. Políticamente, Riva-Agüero opta por el conservadorismo político95. Se inclina por el corporativismo, como tantos políticos de su tiempo. En su caso, además, ve avalada esta postura por las claras recomendaciones que emanan de los documentos pontificios de su época como fue la Encíclica Quadragesimo anno (1931) que recomendaba la organización social corporativa. En este aspecto no hizo sino unir legítimamente política y religión en cuanto su propia naturaleza y mutua relación lo demandaron y lo Iglesia lo exigía96. Riva-Agüero dijo de sí mismo ser un reaccionario y así es como Sánchez titula el libro que le dedica, citando una carta de aquél a éste97. Sin embargo, el calificativo que él

mismo usó y mejor hace justicia a su pensamiento y actuación pública es el de restaurador98, más que conservador o reaccionario. No intentaba conservar el orden político y social vigente que entendía como un rezago del siglo XIX. Pretendía restaurar en clave corporativista el orden desecho por la ideología liberal. Veía en las nuevas corrientes de la ciencia y de la filosofía de inicios del siglo XX savia nueva para renovar los clichés positivistas heredados de la cultura decimonónica. Por lo demás, nunca se tuvo por un sistemático y obtuso apologista de todo lo pasado. Posición restauradora, ciertamente, que compartió con muchos intelectuales europeos de su época, de vuelta de las promesas incumplidas por el positivismo y el liberalismo revolucionario de fines del siglo XIX. Ha visto Luis Loayza en la postura de Riva-Agüero al hombre que languidece frente a la historia que se le escapa de las manos y que tiene necesidad de creer aunque sea en el fascismo. También dice que esta actitud es “confesión de un solitario que envejece lejos de su ciudad, negación del tiempo que pasa como una sombra y deshace el mundo y la propia vida99”. Este cuadro triste no hace honor al talante espiritual e intelectual de este insigne peruano. El fascismo no fue para Riva-Agüero un absoluto vital, fue sólo una pre-

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Cuestiones ferencia política dentro de sus múltiples intereses. Para creer ya tenía el Catolicismo. Intelectualmente, su espíritu contestatario y restaurador, se nutre del pensamiento de muchos ensayistas, filósofos y científicos de principios de siglo que han percibido

las insuficiencias de la propuesta moderna y revolucionaria, cuyas promesas han sido incumplidas. Como intelectual, el paso del tiempo le confirmó en su crítica a la Modernidad a cuya cultura le tomó el pulso con la avidez del pensador que busca lo permanente en el bullir de la Historia.

NOTAS

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PUENTE Y CANDAMO, José Agustín de la. “Prólogo” en RIVA-AGÜERO, JOSÉ DE LA. Obras Completas. Estudios de Historia Peruana. La Emancipación y la República. Tomo VII, Lima: PUCP, 1971; p. XXI. RIVA-AGÜERO, José de la. “Italia moderna” (1934) en Por la Verdad, la Tradición y la Patria. Opúsculos, Tomo I. Lima, 1937; pp. 481-485 RIVA-AGÜERO, José de la. Dos estudios sobre Italia Contemporánea. Lima: Librería e Imprenta Gil S.A., 1937 RODRÍGUEZ PASTOR, Carlos. “Prólogo” en RIVA AGÜERO, José de la. OBRAS COMPLETAS. Escritos Políticos. Tomo XI. Lima: PUCP, 1975; p. XLVIII. MIRÓ QUESADA, Aurelio. “Prólogo” en RIVA-AGÜERO, JOSÉ DE LA. Obras Completas. Estudios de Literatura Universal. Tomo III, Lima: PUCP, 1963; pp. XXIX-XXX. RIVA-AGÜERO, José de la. “Añoranzas” (1932) en Por la verdad, la tradición y la Patria. Opúsculos. Tomo I. Lima, 1937; p. 323. Por los años en que nos sitúa Riva-Agüero debe tratarse de la primera edición de la Crítica Filosófica en 1892. Esta edición contenía los siguientes trabajos de Menéndez Pelayo: I De las vicisitudes de la filosofía platónica en España. II De los orígenes del criticismo y del escepticismo y especialmente de los precursores españoles de Kant. III Algunas consideraciones sobre Francisco de Vitoria y los orígenes del Derecho de Gentes. Cfr. GONZÁLEZ, Ángel y Sánches, Enrique en la presentación de la edición del mismo libro (Santander, Aldus S.A, 1948) Cfr. RIVA-AGÜERO, José de la. “Recuerdos de la Universidad y de algunos de sus maestros” (1945) en Obras Completas. Ensayos Jurídicos y Filosóficos. Tomo X, Lima: PUCP, 1979; pp. 387- 388. Cfr. TEALDO, Alfonso. “Una extraordinaria cultura en un espíritu valiente” (1941) en RIVA-AGÜERO, José de la. Afirmación del Perú. Fragmentos de un ideario. Tomo II. Lima: PUCP, 1960; pp. 242-243. Cfr. RIVA-AGÜERO, José de la. “Recuerdos de la Universidad …”, p. 388. Idem, p. 388. Idem, pp. 392-393. Idem, p. 393. RIVA-AGÜERO, José de la. “El derecho en el Perú” (1935). Por la verdad, la tradición y la Patria. Opúsculos. Tomo II. Lima, 1938; p. 310

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POSADA, Adolfo. “Prólogo” en TARDE, Gabriel. La Criminalidad Comparada. Madrid: La España Moderna, s/f. Prólogo y notas de Adolfo Posada; p. 18. Hay, asimismo, una reciente reedición de una pequeña, pero sustantiva obra de Gabriel TARDE. Monadología y sociología. Buenos Aires: Editorial Cactus, 2006. Cfr. RIVA-AGÜERO, José de la. “Discurso en el entierro de José María de la Jara” (1935) en OBRAS COMPLETAS. Escritos Políticos, pp. 214-216. Cfr. RIVA-AGÜERO, José de la. “Discurso en el Colegio Recoleta” (1932) en OBRAS COMPLETAS. Ensayos jurídicos y filosóficos. Tomo X; p. 186 RIVA-AGÜERO, José de la. “Recuerdos de la Universidad …” p. 388. RIVA-AGÜERO, José de la. “La influencia francesa” (12. VII. 35) en Por la verdad, la tradición y la Patria. Opúsculos. Tomo II. Lima; p. 377. Nietzsche influyó sobre la amalgama ideológica del fascismo (conformada más que de Marx, de Sismondi, Blanqui, Sorel, Pareto, Proudhon, Nietzsche y Oriani, al decir de Riva Agüero). “Acaso el fascismo abusara de las palabras de Nietzsche, pero es singularmente fácil abusar de tales palabras. Nietzsche fue un extremista, y nadie tuvo más talento que él para hacer que una opinión extrema pareciese atractiva, presentándola con gran audacia y elocuencia”. DANNHAUSER, Werner J. Op. cit., p. 797. RIVA-AGÜERO, José de la. “Discurso en el Colegio Recoleta”, p. 186. RIVA-AGÜERO, José. Afirmación del Perú. Fragmentos de un Ideario. Tomo II. Lima, Publicaciones del Instituto Riva-Agüero: PUCP, 1960; p. 102 Cfr. DANNHAUSER, Werner J. “Friedrich Nietzsche (1844-1900)” en STRAUSS, Leo y CROPSEY, Joseph (compiladores). Historia de la Filosofía Política. México: Fondo de Cultura Económica, Reimpresión 1996; pp. 781 y 795. Cfr. KHON-BRAMSTEDT, E. “La sociedad y el pensamiento político en Francia” en MAYER, J.P. Trayectoria del pensamiento político. México: Fondo de Cultura Económica, 5ta. Reimpresión, 1985; pp. 184-187. FOUILLÉE, A. Novísimo concepto del Derecho en Alemania, Inglaterra y Francia. Madrid: La España Moderna, s/f, p. 303. Cfr. REDONDO, Gonzalo. HISTORIA UNIVERSAL. La consolidación de las libertades. Tomo XII. Pamplona: EUNSA, 1985; pp. 121-144. RIVA-AGÜERO, JOSÉ DE LA. “La Emancipación y los jesuitas del Perú” (1941) en Obras Completas. Estudios de Historia Peruana. La Emancipación y la República. Tomo VII, Lima: PUCP, 1971; p. 10. Idem, p. 10. RIVA-AGÜERO, José de la. “La Emancipación y los jesuitas del Perú” (1941); pp. 1213. RIVA-AGÜERO, José de la. “En el Centro de la juventud católica” (1934) en Obras Completas. Ensayos Jurídicos y Filosóficos. Tomo X. Lima: PUCP, 1979; pp. 224-225. RIVA-AGÜERO, José de la. “Belaunde en misión a Colombia” (1934). Por la verdad, la tradición y la Patria. Opúsculos. Tomo II, Lima, 1938; pp. 140-141. Cfr. COMPAGNON, Antoine. Los antimodernos. Barcelona: Acantilado, 2007; p. 14. Idem, p. 14 TEALDO, Alfonso. “Una extraordinaria cultura en un espíritu valiente”; p. 260. COMPAGNON, Antoine. Op. Cit.; p. 17. RIVA-AGÜERO, José de la. “La influencia francesa” (1935); pp. 374-375. Citado por STEINER, George. “Los logócratas: De Maistre, Heidegger y Boutang” en

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Los logócratas. México: Fondo de Cultura Económica y Siruela, 2007; pp. 19-20 RIVA-AGÜERO, José de la. “Las condiciones literarias del Perú (1939)” en Obras Completas. Estudios de Literatura Peruana. Del Inca Gracilazo a Eguren. Tomo II. Lima: PUCP, 1962; pp. 599-600. RIVA-AGÜERO, José de la. “La influencia francesa” (1935); p. 378. FINKIELKRAUT, Alain. Nosotros, los modernos. Madrid: Ediciones Encuentro, 2006; p. 219. PUENTE Y CANDAMO, José Agustín de la. “Prólogo” en RIVA-AGÜERO, JOSÉ DE LA. Obras Completas. Estudios de Historia Peruana. La Emancipación y la República. Tomo VII. Lima: PUCP, 1971; p. XXII. Cfr. TEALDO, Alfonso. “Una extraordinaria cultura en un espíritu valiente”; p. 260. Riva-Agüero, en otras oportunidades se refiere al “temperamento nacional”, queriendo resaltar el peso de las tradiciones y costumbres en el devenir de la sociedad. RIVA-AGÜERO, José de la. “En el Centro de la juventud católica” (1934); p. 227. Cfr. RIVA-AGÜERO, José de la. “Manuel Pardo escritor” (1935) en Obras Completas. Estudios de Historia Peruana. La Emancipación y la República. Lima: PUCP, 1971; p. 249-250. Herrera (1808-1864) mantuvo una posición crítica frente al liberalismo democrático de su tiempo. Distingue entre soberanía absoluta y relativa; la primera es de Dios, la segunda del pueblo quien, aunque puede elegir a sus mandatarios, no tiene la capacidad ni el derecho de hacer leyes. Abogó por un hondo sentido de la responsabilidad, el respeto a la ley y a las instituciones. Fue un convencido de la soberanía de la inteligencia y de la necesidad de formar en el Perú una clase dirigente que lleve las riendas directivas del país. Cfr. PUENTE, José de la. Bartolomé Herrera. Lima: Hernán Alva Orlandini, 1964; pp. 24-40. Cfr. TEALDO, Alfonso. “Una extraordinaria cultura en un espíritu valiente”; p. 245. RIVA-AGÜERO, José de la. “Belaunde en misión a Colombia” (1934); pp. 144-145. RIVA-AGÜERO, José de la. “El Derecho en el Perú” (1935) en Obras Completas. Ensayos Jurídicos y Filosóficos. Tomo X. Lima: PUCP, 1979; pp. 257-258 Es muy importante la distinción entre el iusnaturalismo racionalista y el clásico. Este último es el que guarda conexión con la doctrina social de la Iglesia y al que se adhiere Riva-Agüero. Para una discusión amplia del tema puede verse mi libro Derecho y Educación. Piura: Ediciones Universidad de Piura, 2004; pp. 22-54. RIVA-AGÜERO, José de la. “Discurso en el Centro de la Juventud Católica” (1934) en OBRAS COMPLETAS. Ensayos jurídicos y filosóficos. Tomo X. Lima: PUCP, 1979; pp. 228-229. PAYNE, Stanley. El catolicismo español. Barcelona: Planeta, 2006; p. 217. “Riva-Agüero, que era un radical de la autoridad, se decidió a declarase contra la insurrección de las masas y de los jóvenes, y rompió con su antiguo liberalismo, con su erudito agnosticismo y con su alma mater, la universidad de San Marcos que, en esos días, representaba aquello por lo que Riva Agüero se había confesado “reaccionario antes que conservador” o sea algo parecido a la ilustración de finales del siglo XVIII, un paso firme hacia el progreso”. SÁNCHEZ, Luis Alberto. Op. Cit.; pp. 73-74. Es muy interesante a este respecto, el libro COMELLAS, José Luis. El último cambio de siglo. Barcelona: Editorial Ariel, S.A., 2000. Comellas analiza las notas características del final del siglo XIX e indica el giro (tournant) que toman la ciencia, el pensamiento y

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las letras en los primeros 20 años del Siglo XX. Un giro que es ruptura y que desemboca en nuestra actual cultura posmoderna. Cfr. BASADRE, Jorge. Historia de la República del Perú, 1822- 1933.Tomo X. Lima: Editorial Universitaria, 7ma. Edición, 1983; pp. 108-109. Basadre inicia este volumen de su Historia dando cuenta de los pensadores y políticos de esta nueva etapa en el Perú: José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. PEASE, Franklin. Perú, Hombre e Historia. La República. Tomo III. Lima: Edubanco, 1993; p. 160. SANCHEZ, Luis Alberto. Conservador, NO Reaccionario, SI. Lima: Mosca Azul Editores, 1985; p. 73. Esta es la opinión de López Soria quien considera a Riva-Agüero exponente de lo que él llama fascismo aristocrático. La tipología que ofrece no deja de ser sugestiva (fascismo aristocrático, mesocrático y popular), pero, en mi opinión se queda en “un mero muestreo” de materiales insuficientemente ponderados. No hay intelectual o político que se salve del calificativo de fascista si no profesa una orientación política de izquierda. Cfr. LÓPEZ SORIA, José Ignacio. El pensamiento fascista. Antología. Lima: Mosca Azul Editores, 1981. Especialmente sus “Notas para el estudio del fascismo peruano”, pp. 9-37. “Quizás el Riva Agüero del desencanto, el vuelto al cristianismo ultramontano, el profascista, el dogmático anticomunista sí fue un intelectual orgánico, él sí respondió a lo que esa vieja oligarquía exigía como requisitos: reaccionario, antipopular, anticomunista, exacerbadamente elitista y profundamente antidemocrático. Esto como primer punto”. GONZALES, Omar. Sanchos fracasados. Los arielistas y el pensamiento político peruano. Lima: Ediciones PREAL, 1996; p. 311. “He tenido la oportunidad de experimentar personalmente las «ideologías del mal». Es algo que nunca se borra de la memoria. Primero fue el nazismo. Lo que se podía ver en aquellos años era ya terrible. Pero muchos aspectos del nazismo no se veían en aquel período. No todos se daban cuenta de la verdadera magnitud del mal que se cernía sobre Europa, ni siquiera muchos de entre nosotros que estaban en el centro mismo de aquel torbellino”. JUAN PABLO II. Memoria e Identidad. Madrid: La Esfera de los libros, 2da. Edición, 2005; p. 27. Cfr. FURET, F. y NOLTE, Ernst. Fascismo y Comunismo. Bs. As.: Fondo de Cultura Económica, 1999; pp. 40 y 76. Cfr. BENOIST, Alain de. Comunismo Y Nazismo, 25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917- 1989). Barcelona: Editorial Altara, 2005; p. 93. MUSSOLINI, Benito. El Fascismo. Doctrina e Instituciones. Buenos Aires: Editorial Tor, 1933; p. 12 PAYNE, Stanley G. Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español. Madrid: Planeta, 1997; p. 36. S. Payne es, probablemente, uno de los historiadores de más prestigio que ha dedicado muchas monografías serias al estudio del fascismo. Una buena síntesis de sus estudios iniciales se encuentra en PAYNE, S. El fascismo. Madrid: Alianza Editorial, 1982; reimpresión de 2005. De hecho, durante el régimen fascista las relaciones Iglesia y Estado fueron de buena vecindad, sin llegar nunca a relaciones de intimidad. La Iglesia Católica consiguió que se firmaran los Pactos de Letrán en 1929, que ponían fin a la pendiente “cuestión romana” arrastrada desde Pío IX. Estos acuerdos le dan personería jurídica internacional a la Iglesia Católica, unos pequeños territorios (cuidad del Vaticano, el Palacio Luterano y

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Castel Gandolfo) y una indemnización financiera por los bienes despojados a la Iglesia durante la ocupación de los Estados Pontificios. La mayor fricción de la Iglesia Católica y el régimen fascista giró en torno a la educación de los jóvenes y a las actividades de éstos a través de la Acción Católica promovida por Pío XI, lo que motivó la encíclica Non abbiamo bisogno en 1931 condenando los excesos del fascismo en este tema. Cfr. CÁRCEL, Vicente. Historia de la Iglesia. Tomo III. La Iglesia en la Época Contemporánea. Madrid: Ediciones Palabra, 1999; pp. 389-399. Idem, p. 37 PAYNE, Stanley. Op. Cit., p. 32. “Sea como fuere en relación con la situación respectiva de los historiadores franceses y alemanes frente a la comprensión del Siglo XX, está claro que la obsesión del fascismo, y por lo tanto del antifascismo, fue instrumentada por el movimiento comunista como medio para ocultar su realidad…”. FURET, Francois. En FURET, F. y NOLTE, Ernst. Fascismo y Comunismo. Bs. As.: Fondo de Cultura Económica, 1999; p. 39 Cfr. MAULNIER, Thierry. Diccionario de la terminología política contemporánea. Madrid: Ediciones Rialp, 1977; pp. 128-131. Citado en BENOIST, Alain de. Op. Cit., p. 169. BELAUNDE, Víctor Andrés. La crisis presente. Lima: Luís Alfredo Ediciones, 1994; pp. 249-250. GARCÍA CALDERÓN, Francisco. Europa Inquieta. Madrid: Editorial Mundo Latino, 1926; p. 292 Idem, p. 294. Idem, p. 156. HAYA DE LA TORRE, Víctor Raúl. “Conferencia en el Teatro Municipal de Lima, 9. X. 1945” en OBRAS COMPLETAS, Tomo V. Lima: Editorial Mejía Baca, 4ta. Edición, 1985; p. 155. Idem, p. 156. Las cartas están recogidas en MARIÁTEGUI TOTAL, Tomo I. Lima, Empresa Editora Amauta S.A. 1994; pp. 1898-1899 y 1901-1902, respectivamente. Jorge Basadre recoge esta polémica en su Historia de la República del Perú, 1822-1933, Tomo X. Lima: Editorial Universitaria, 7ma. Edición, 1983; pp. 22 y ss. Cfr. MOLINARI MORALES, Tirso. “El Partido Unión Revolucionaria y su proyecto totalitario-fascista. Perú 1933-1936” en REVISTA INVESTIGACIONES SOCIALES. No. 16, Agosto de 2006. Universidad Mayor de San Marcos; pp. 321-346. Una semblanza de Luis Flores puede verse en CHIRINOS SOTO, Enrique. Historia de la República. Tomo II (1883-1968). Lima, A. CH Editores S.A., 4ta. Edición, 1991; pp. 188-191. “Las fisuras en la oligarquía se hicieron aún más visibles al no poder la derecha coincidir en un único candidato. En la extrema derecha estaba Luis A. Flores, líder de la Unión Revolucionaria, el viejo partido de Sánchez Cerro. Flores, un ex ministro del interior, era un declarado fascista que organizó una fuerza paramilitar de seis mil militantes partidarios de camisa negra para atacar a la izquierda, al APRA y al PC. Otro candidato de la derecha era el Dr. Manuel Vicente Villarán, un antiguo civilista al que respaldaban Beltrán, el intelectual ultra conservador José de la Riva Agüero y varios prominentes hacendados de la costa y la sierra”. KLARÉN, Peter F, Nación y Sociedad en la Historia del Perú. IEP Ediciones. Lima, 2005; pp. 342-343. RIVA-AGÜERO, José de la. “Dos estudios sobre Italia Contemporánea”, p. 54.

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RIVA-AGÜERO, José de la. “Discurso en el Centro de la Juventud Católica del 1º de junio de 1934” en OBRAS COMPLETAS. Escritos Políticos, Tomo XI. Lima, PUCP, 1975; p. 229. Citado en VÁSQUEZ BENAVIDES, Jorge. “Lo constante en el ideario político de José de la Riva-Agüero” en BIRA 21 (Lima): 241-269 (1994); p. 255. RIVA-AGÜERO, José de la. “En la Acción Patriótica, 1936” en Escritos Políticos, p. 253. REDONDO, Gonzalo. HISTORIA UNIVERSAL. “La Consolidación de las Libertades”, Tomo XII. Pamplona: EUNSA, 1985; pp. 77-78. [En Francia hay dos escuelas en economía, distintas a la clásica de Leroy-Beaulieu]. “Es la primera nuestra escuela de catolicismo corporativo, la dirección católica gremial, que arranca de Federico Le Play, e intenta restaurar los núcleos familiares y profesionales, destruidos por los instintos y errores revolucionarios. Esta escuela que podría llamarse la del sindicalismo conservador, fue continuada y mejorada, después de Le Play, por el Marqués de La Tour-du-Pin Chambly y el Conde Alberto de Mun”. RIVA-AGÜERO, José de la. “La influencia francesa (1935)” en OBRAS COMPLETAS. Estudios de Literatura Universal. Tomo III. Lima: PUCP, 1963; p. 295. “Después de la Comuna (Tercera República 1871-1891), la reflexión social de los católicos es pilotada por la Obra de los círculos católicos obreros, de Albert De Mun y de La Tour du Pin. De inspiración contrarrevolucionaria, la Obra de los círculos pregona la vuelta a las corporaciones, pero exige también un fuerte desarrollo de la legislación social, lo que supone una intervención importante del Estado (…) Durante los años 80, el gran orador parlamentario Albert De Mun presenta, incansablemente, a la Asamblea Nacional proyectos de leyes sociales que no prosperarán sino entre diez y cuarenta años después”. El carácter antiliberal de los círculos queda manifiesto en la oposición expresa a la Declaración de los Derechos del Hombre y a su inspiración en el Syllabus y en las doctrinas de Pío IX. DE LA MONTAGNE, Havard. Historia de la Democracia Cristiana. De Lamennais a George Bidault. Madrid: Editorial Tradicionalista, 1950; pp. 96-97. “El corporativismo económico difiere del sindicalismo en que combina la organización del capital y del trabajo dentro de la asociación interna de cada gran sector económico. El corporativismo político adoptó la teoría de la representación por grupos funcionales, o unidades económicas o profesionales (…) Para sus partidarios, la ventaja del corporativismo estriba en su descentralización de funciones y grupos –con lo que se evita el estatismo-, y en su sistema de representación “natural y armonioso, en contraste con la competencia individual y el faccionalismo del liberalismo”. PAYNE, Stanley. El catolicismo español. Barcelona: Editorial Planeta, S.A. 2006; p. 215. REDONDO, Gonzalo. HISTORIA UNIVERSAL. Las libertades y las democracias Tomo XIII. Pamplona: EUNSA, 1985 BELAUNDE, Víctor Andrés. La crisis presente. Lima: Luís Alfredo Ediciones, 1994; pp. 237-238. En esta misma línea se encuentra la crítica que el historiador Juan Roger Riviere hace del fascismo, diferenciándola de la concepción cristiana del Estado. Cfr. RIVIERE. Historia de los movimientos sociales. Madrid: Confederación Española de Cajas de Ahorros, 1971; pp. 373-375. “El señor Sánchez ha tratado de la representación funcional; me ha hecho el honor de citar varias veces párrafos de mi último libro. Soy funcionalista, gremialista, convencido, como me llama mi maestro el doctor Villarán, pero no puedo ocultar las dificultades que

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tiene este problema que todavía parece insoluble. Estamos de acuerdo en que es necesario ir al funcionalismo y en que fue un error, como lo ha explicado muy bien el doctor Roca, establecer la democracia individualista y atómica; pero no encontramos la fórmula. (…) Difiero radicalmente del Partido Aprista en los que se refiere a la representación funcional integral. Yo también tenía ese sueño y creía que podíamos ir a un parlamento de carácter funcional. He repudiado esta idea, no solo por la falta de experiencia, como dice el señor Sánchez. (…) La experiencia funcional no se ha producido, por que no podemos citar como experiencia el sistema fascista y el sistema soviético. ¿Por qué? Por que en ambos sistemas de representación profesional no hay un profesionalismo espontáneo y libre sino un profesionalismo sometido del Fascio y del Soviet. Ahora bien, frente a esta falta de experiencia, frente a la dificultad de establecer de un modo espontáneo el régimen funcional o corporativo, yo aconsejaría el camino intermedio, camino que, de otro lado, está aconsejado por los grandes tratadistas que comprenden que en la democracia hay principios propios de los que no puede prescindirse. Se hace mal en dar al individuo todo poder y mal en prescindir del individuo. De modo que dejemos el sufragio individual para una cámara y establezcamos para otra cámara el sufragio funcional”. BELAUNDE, Víctor Andrés. Obras Completas. El Debate Constitucional. Tomo IV. Lima: Edición de la Comisión Nacional del Centenario, 1987; pp. 80-81. Idea que Belaunde ya había defendido en La realidad nacional publicado en 1931. Cfr. BELAUNDE, Víctor Andrés. La realidad nacional. Lima: Editorial Horizonte, 1991; pp. 140-141. CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL PERÚ DE 1933: Artículo 89.- El Congreso se compone de una Cámara de Diputados, elegida por sufragio directo y de un Senado Funcional. Artículo 182.- Habrá un Consejo de Economía nacional, formado por representantes de la población consumidora, el capital, el trabajo y las profesiones liberales. Una ley determinará su organización y sus funciones. PORTOCARRERO, Gonzalo. “El APRA y el Congreso Económico Nacional” en ADRIANZÉN, Alberto (editor). Pensamiento político peruano 1930-1968. Lima: DESCO, 1990; p. 124. Cfr. PAREJA PAZ SOLDÁN, José. Derecho Constitucional Peruano. Lima: Studium, 1973; p. 286. Cfr. UGARTE DEL PINO, Vicente. Historia de las Constituciones del Perú. Lima, Editorial Andina S. A., 1978; pp. 528-529. En la Constituyente de 1979 se evidenció que ya había pasado la hora del Senado Funcional. PUENTE Y CANDAMO, José Agustín de la. “Prólogo” en RIVA-AGÜERO, JOSÉ DE LA. Obras Completas. Estudios de Historia Peruana. La Emancipación y la República. Tomo VII. Lima: PUCP, 1971. Remito al trabajo de Jorge VÁSQUEZ BENAVIDES para conocer las ideas claves del pensamiento político de Riva-Agüero. Cfr. RIVA- AGÜERO, José de la. “Discurso en el Colegio Recoleta”, p. 186. “Mucho más que conservador (p. 45 de su Literatura Peruana), que podría significar avenido con lo presente, he sido y soy reaccionario, convencido como lo estoy de que, en decaimiento moral e intelectual del mundo, ha de retrotraerse el ánimo hacia mejores épocas, para hallar ideales sanos y nobles. El tiempo es una superstición. Atendamos a lo bueno; y no a la moda, ni a los caprichos y errores de un período, que podemos reformar”. En SANCHEZ, Luis Alberto. Conservador, NO; Reaccionario, SI. Lima: Mosca Azul

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Cuestiones



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Editores, 1985; p. 106. “Oigo todavía decir, por algunos de ellos, que los derechistas carecemos de ideología. Habría que averiguar si ellos tienen alguna que rebase la negación o la nulidad. Viven de los desechos y basuras intelectuales que el movimiento liberal y el materialista, hoy en pleno fracaso, regó por el mundo. Ropavejeros sin el prestigio siquiera de la remota antigüedad arqueológica, siguen absortos en las novedades de anteayer, en el postre estilo art noveau de 1900. Nosotros, los del otro bando, no somos conservadores sino restauradores, por que pretendemos ampliar y corregir lo que de válido queda en la tradición nacional. Sostener que no hay tradición y derechas en el Perú, es una blasfemia absurda, porque equivale a declarar que no hay ni intereses ni ideales heredados, que faltan en suma el cuerpo y el alma de la patria. Por pesimistas que nos sintamos, jamás podemos proferir tan monstruoso dislate. La patria es por esencia continuidad”. RIVA-AGÜERO, José de la. “Religión y Peruanismo” (1934) en Por la verdad, la tradición y la Patria. Opúsculos. Tomo II; p. 132. La cursiva es nuestra LOAYZA, Luis. Luis. Sobre el 900. Lima: Hueso Húmero Ediciones, 1990; p. 108.

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