INMORTALIDAD, Simondon y Miguel de Unamuno

INMORTALIDAD Estudio comparativo entre Simondon y Miguel de Unamuno Asignatura: Nihilismo y Diferencia Profesor: D. Lui

Views 184 Downloads 0 File size 192KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

INMORTALIDAD Estudio comparativo entre Simondon y Miguel de Unamuno

Asignatura: Nihilismo y Diferencia Profesor: D. Luis Sáez Alumno: Eloy Huertas Aguado

1. Introducción Simondon. Si alguien me preguntara qué ha supuesto para mí este filósofo, yo respondería: “un descubrimiento”. Y es que ciertamente yo no conocía demasiado a Simondon, pero no he podido evitar entusiasmarme con su lectura. Conforme iba leyéndole comprendía algo: no se puede explicar todo; los paradigmas filosóficos que explican toda la realidad encontrándole sentido a todo… No obstante, aunque se le pueda reprochar eso –creo que no se puede explicar todo-, aquello que leía en este autor no dejaba de aportarme. Me aportaba conceptos nuevos (preindividuación, individuación, individualización, transindividualización…), me aportaba nuevas explicaciones acerca de los temas filosóficos de siempre –sí, de siempre, por mucho que a algunos le duela estos temas pensando que ya están superados- (alma, eternidad, inmortalidad, cuerpo, Dios, religión…), me aportaba confianza, pues descubría en él la confirmación a algunos de mis pensamientos sin forma… pero esto es lo de menos en un trabajo académico. Lo que pretendo transmitir al lector y evaluador de mi trabajo es lo siguiente: lo bueno de que Simondon con su filosofía lo abarque todo, aunque esto se le pueda criticar, es que ha tratado temas que a mí me resultan… cómo decirlo… ¿viscerales? Será por mi afinidad con el autor Miguel de Unamuno o no sé por qué, pero lo que yo he calificado más arriba como “temas filosóficos de siempre”, me atraen especialmente. Temas como “la nada o el todo”, al que Unamuno se refiere en más de una ocasión como “la Esfinge”, o temas como el de la eternidad o inmortalidad o la muerte… ¿Por qué he dicho que son viscerales? Quizá porque son el momento en que la razón encuentra una pared que no puede atravesar, el momento en que la razón se encuentra ante una especie de oscuridad que le gustaría iluminar y no puede, son el momento en que la razón se da cuenta de que es limitada, de que no está hecha como el agua que, sin huesos, se cuela por cualquier rendija, apertura o agujero… son, en definitiva, el límite de la razón. Permítaseme este atrevimiento, por favor. Pero es que, cuando la razón se da cuenta de que hay algo que no puede atravesar, cuando se da de bruces contra la nada –y digo contra la nada y no con la nada-, es cuando las vísceras entran en juego. Platón, creo, situaba los bajos instintos en la zona del abdomen. Pues este es el momento en que el estómago se da la vuelta, el corazón se acelera y los ojos se humedecen, es el momento en que te pones nervioso e incluso te asustas. La razón, entonces, lo único que puede hacer, ante la imposibilidad de resolver el misterio de lo oculto, es preguntarse por qué le pasa eso, caer en la cuenta de su límite y, quizá, darle una forma razonable, para que cuando se escriba o se cuente dicha 2

experiencia, al menos el que la lea o la escuche pueda entenderla. Por eso los califico de temas viscerales. Al ver estos temas también en Simondon y al comprobar que también los trata – aunque llegue a consecuencias distintas a las de Unamuno- pensé que podría presentarlos en un trabajo y hacer un humilde estudio comparativo entre ambos: entre mi descubrimiento, Simondon, y mi autor de trabajo de fin de Máster, Miguel de Unamuno. Pido perdón al lector y evaluador de este trabajo si me he excedido en un tono excesivamente personal o literario a la hora de escribir esta introducción, pero pensé que tenía que dejar rienda suelta a mis vísceras, de forma semejante a Unamuno, porque creo que no hay otra forma de tratar estos temas y porque he querido hacer en esta introducción como una especie de prólogo de libro, aunque esto no sea un libro, sino tan sólo un trabajo académico. Si ha estado fuera de lugar, óbvielo, por favor, porque a partir de este momento prometo utilizar otro registro de lenguaje, uno más académico y formal. 2. La eternidad en Simondon Para analizar el tema de la eternidad en Simondon y relacionarlo con otros temas, tales como la nada, la religión, la angustia o la inmortalidad del alma, vamos a utilizar simplemente –pero creo que es suficiente- el libro que analizamos en clase 1. De forma que, si en alguna ocasión escribo citas literales de nuestro autor, tan sólo señalaré la página, pues tendremos en cuenta la primera cita, donde ya queda recogida toda referencia al libro. Lo primero que cabe exponer es que Simondon no trata exclusivamente el tema de la eternidad, sino que es una temática que va apareciendo en distintos lugares de esta obra, relacionándose con diversos temas, pero siempre dentro del marco de lo que realmente él está tratando de exponer: la individuación e individualización. No aclararemos conceptos aquí, pues se suponen aprehendidos. Realizaré, pues, un recorrido de esta temática, dentro siempre de su temática principal, y la analizaré lo más exhaustivamente posible. «Sentimus experimurque nos aeternos esse». Esta frase latina, que viene a transmitir la idea de que el individuo se siente y se experimenta a sí mismo como un ser eterno, es de Spinoza. Simondon reconoce esta frase 1

G. SIMONDON, La individuación a la luz de las nociones de forma y de información, ed. Cactus (Buenos Aires 2009), 343-503.

3

como un sentimiento real. Es interesante este dato, pues nuestro autor conviene en defender que, ciertamente, el individuo se siente a sí mismo como eterno, pero simplemente se siente. Esta experiencia individual de eternidad, según el autor que ahora nos ocupa, se mueve en el sentimiento afectivo-emotivo; es real, sí, pero sólo en ese plano y desde ese plano hemos de considerar esta idea. Dado que esto es algo que se mueve simplemente en el plano afectivo-emotivo, no podemos demostrarlo y no debemos apostar por ello. No debemos apostar por la eternidad, ya que no es demostrable; hemos de considerarla como una experiencia puramente afectiva. Esta es una primera consideración de Simondon acerca de la eternidad. Sin embargo, cabe decir que nuestro autor no se queda en este punto, da un paso más. Reconoce que en el individuo pueda existir algo de ser eterno. Pero esta dimensión eterna del individuo no será el cuerpo, la materia, ni siquiera la conciencia. Simondon propone que el individuo es eterno en tanto que ser transductivo. Personalmente me parece una idea muy interesante. No quiero entrar aquí en valoraciones personales, más adelante encontraremos un apartado dedicado a eso. Pero lo que dirá aquí Simondon es lo siguiente: ciertamente, no podemos demostrar que el individuo sea eterno en cuanto a cuerpo o conciencia, pero lo que no podemos negar tampoco es que hay una dimensión de eternidad en el individuo en cuanto a ser transductivo. Me atrevo a sacar una primera conclusión personal: no sabemos si somos eternos, porque no podemos demostrarlo, pero lo que es evidente es que somos trascendentes, en tanto que transductivos, y dada esa trascendencia podemos concederle al individuo una dimensión de eternidad. Lo desarrolla mejor. En tanto que somos transductivos, nuestro individuo no ha pasado desapercibido, sino que en su proceso de individualización, mediante la transducción, ha ido dejando –digamos de forma sencilla- huella en los otros. De esta forma, es fácilmente deducible, según Simondon –y no nos estamos saliendo de su marco comprensivo, sino que estamos intentando explicar la eternidad desde sus categorías-, que con la muerte el individuo se aniquila en relación a su interioridad, pero no en relación con su medio. Para que el individuo se aniquilara objetivamente, esto es, desapareciera del todo, también tendría que desaparecer el medio en el que el individuo se ha individualizado a lo largo de su vida. De manera que, cuando el individuo deviene al morir, sigue existiendo en cuanto ausencia de individuo. Lo expresa diciendo que el mundo está hecho de individuos vivientes y de «agujeros de individualidades». En el momento de la muerte de un individuo, mientras existan individuos que sean capaces de 4

reactualizar esa ausencia, de alguna forma el individuo se hace eterno. Esto es, expresado ahora en categorías de Simondon, según mi parecer, lo que siempre se ha hablado entre las personas iletradas como la memoria de los muertos, la memoria que los vivos tienen de los muertos. Cito a Simondon, para que no perdamos detalle de lo expuesto más arriba: «Ciertamente, el “sentimus experimurque nos aeternos esse” de Spinoza corresponde efectivamente a un sentimiento real. Pero el tenor de esta experiencia es afectivo-emotiva, y uno no debe trasponerla como definición representativa ni tampoco como una decisión voluntaria; no se puede demostrar la eternidad (o aun propiamente hablando concebirla) ni apostar por la eternidad; son dos trayectos insuficientes, inadecuados a su verdadero objetivo. Se debe dejar la experiencia de eternidad al nivel de lo que verdaderamente es, a saber el basamento de un régimen afectivo-emotivo. Si existe alguna realidad eterna, es el individuo en tanto ser transductivo, no en tanto sustancia sujeto o sustancia cuerpo, conciencia o materia activa. Ya durante su existencia objetiva, el individuo en tanto experimenta es un ser relacionado. Puede ser que algo del individuo sea eterno, y se reincorpore, de cierta manera, al mundo en relación al cual era individuo. Cuando el individuo desaparece, sólo se aniquila en relación a su interioridad; pero para que se aniquilara objetivamente, habría que suponer que el medio también se aniquila. Como ausencia en relación con el medio, el individuo continúa existiendo e incluso siendo activo. El individuo deviene al morir un anti-individuo, cambia de signo, pero se perpetúa en el ser bajo forma de ausencia aún individual; el mundo está hecho de los individuos actualmente vivientes, que son reales, y también de los “agujeros de individualidades”, verdaderos individuos negativos compuestos por un núcleo de afectividad y de emotividad, y que existen como símbolos. En el momento en que el individuo muere, su actividad es inacabada, y puede decirse que permanecerá inacabada en tanto subsistan seres capaces de reactualizar esta ausencia activa, semilla de conciencia y de acción. Sobre los individuos vivientes descansa el encargo de mantener en el ser a los individuos muertos en una perpetua νέκυλα» (p. 370).

Νέκυλα se refiere a los ritos de evocación de muertos. Es con esta referencia con la que Simondon enlaza con el tema de la religión. ¿Qué sería la religión? Aquello que ha dominado el ámbito de lo transindividual. La religión se alimentaría de este sentimiento de eternidad. La religión no se funda tanto en el temor a los muertos, como en el temor al vacío que se deja experimentar en la muerte y en el anhelo afectivo-emotivo de eternidad. De hecho, en la misma página que la cita anterior, lo expresa así: «La religión es el dominio de lo transindividual; lo sagrado no posee todo su origen en la sociedad; lo sagrado se alimenta del sentimiento de la perpetuidad del ser, perpetuidad

5

vacilante y precaria, a cargo de los vivos. Es vano buscar el origen de los ritos sagrados en el temor a los muertos; este temor se funda en el sentimiento interior de una falta que surge cuando el vivo siente que abandona en él esta realidad de la ausencia, este símbolo real».

Hemos hecho referencia antes a la transindividualidad del individuo como el aspecto de eternidad que puede existir en éste. Vemos cómo Simondon, bajo su marco comprensivo de la realidad, va relacionando el tema de la eternidad con lo transindividual, da explicación a lo religioso y más adelante veremos cómo explicaría desde el mismo marco el ansia de inmortalidad del individuo, tratando temas como el alma, la santidad o el heroísmo. Pero antes expliquemos qué es lo transindividual, porque en este apartado Simondon va a tratar el tema de la espiritualidad del individuo y de la nada. Todos estos temas tienen mucho que ver con la idea de eternidad y es interesante estudiar cómo lo explica Simondon. Pasaremos de largo el tema de la angustia –que también podríamos comparar con Unamuno, pero no lo haremos-, para no excedernos en número de páginas. Simondon se plantea hasta qué punto lo transindividual puede llegar a explicar la espiritualidad del individuo. Desde luego, para nuestro autor, el hecho evidente de la espiritualidad en el individuo no demuestra la existencia de eternidad, ni la existencia de un Dios, pero no por esto debemos negar que el individuo es un ser espiritual; exista o no Dios y la eternidad, el individuo es espiritual. Sensata observación, según mi opinión, la de Simondon. Pero más sensata aun es la que sigue y que afirma que debemos dejar de lado todo dualismo; no se debe oponer vida biológica a vida espiritual. Ambas forman parte del individuo. La vida espiritual no sólo se ve cuando el individuo ansía eternizarse, ansía la inmortalidad; recordemos el dicho de Spinoza, al que hace referencia de nuevo Simondon. Esta vida espiritual también se manifiesta en nuestra experiencia de la nada. Si para Simondon el ansia de inmortalidad no puede demostrar la existencia de eternidad, es porque además de este deseo de inmortalidad, también tenemos una experiencia, no menos espiritual, de nada: nuestro ser frágil, expuesto a la muerte. Lo contradictorio es que precisamente, en ocasiones, en esa fragilidad se muestra la fortaleza espiritual del individuo. Hay un párrafo en la página 372 que no me gustaría dejar pasar de largo. Aquí Simondon, que parecía darle explicación a todo con su sistema racional-omniabarcable, parece transmitir una especial sensibilidad al hablar de la nada. Cito: «Y sin embargo, nosotros sentimos también que no somos eternos, que somos frágiles y transitorios, que ya no estaremos mientras que el sol brillará aún sobre las rocas en la

6

primavera siguiente. De cara a la vida natural, nos sentimos perecederos como la foliación de los árboles; en nosotros, el envejecimiento del ser que transcurre hace sentir la precariedad que responde a ese ascenso, a esa eclosión de la vida radiante en los demás seres; los caminos son diversos en las sendas de la vida, y cruzamos a otros seres de todas las edades que están en todas las épocas de la vida. E incluso las obras del espíritu envejecen… No es sino por ilusión, o más bien por visión a medias, que la vida espiritual ofrece la única prueba de la eternidad del ser. La massa candida, único resto tangible en los mártires quemados en la cal viva, es también testimonio de espiritualidad, a través de su simbolismo de penosa fragilidad; es como el monumento más durable que el bronce, como la ley grabada sobre las tablas, como los mausoleos de los tiempos pasados. La espiritualidad no es solamente aquello que permanece, sino también lo que brilla en el instante entre dos espesores indefinidos de oscuridad y se olvida para siempre».

Ante semejante párrafo, poco queda que comentar. Tan sólo señalar que Simondon descubre un aspecto importante, según mi opinión, de la espiritualidad. La espiritualidad no sólo anhela el todo, sino que sufre la nada. Cuando al hablar de espiritualidad se piensa en la religión o en Dios, se está sesgando la espiritualidad. El individuo es espiritual, aunque Dios no exista. Por eso puede vivir de forma espiritual los momentos de la vida cotidiana. Simondon lo define como «la espiritualidad del instante, que no busca la eternidad»2. Por último, quisiera comentar formas concretas de inmortalidad, de las que habla Simondon. Recopilando un poco lo expuesto más arriba, Simondon comenta en las últimas páginas del capítulo III de su libro, que la supervivencia del alma sería algo fundado en lo transindividual y que el anhelo de eternidad no demuestra dicha eternidad, sino que lo que muestra es la dimensión afectivo-emotiva de dicho deseo. Pone de manifiesto, de nuevo, la importancia de olvidarse de todo dualismo. Dicha recopilación desemboca en los siguientes ejemplos de lo que, según nuestro filósofo, podría ser eternidad en el individuo basada en lo transindividual. Cito textualmente: «Sabiduría, heroísmo y santidad son tres vías de búsqueda de esta transindividualidad según la predominancia de la representación, de la acción o de la afectividad; ninguna de ellas puede desembocar en una definición completa de la transindividualidad, pero cada una designa en cierta manera uno de sus aspectos, y aporta una dimensión de eternidad

2

p. 372.

7

a la vida individual. El héroe se inmortaliza por su sacrificio como el mártir en su testimonio y el sabio en su pensamiento resplandeciente» (p. 419).

3. La eternidad en Miguel de Unamuno Creo que podemos comenzar destacando que Miguel de Unamuno no era para nada un hombre sistemático. Él mismo comentó en alguna ocasión que mientras escribía, a veces sentía cómo la pluma trazaba las palabras prácticamente sola. Un hombre que escribía más con el corazón que con la cabeza. Eso le hace tratar el tema de la eternidad desde distintos puntos de vista, en distintos libros y de forma desordenada. En nuestro trabajo, pretenderemos darle un poco de sistematicidad, con el fin de hacer una comparativa ordenada. En primer lugar, trataremos el tema de la eternidad desde el punto de vista del anhelo de inmortalidad, podremos seguir con la fe, la fama y, por último, relacionarlo con la nada. En principio, podremos utilizar simplemente –pero de forma suficiente- dos libros3, en los que trata esta temática en relación con los demás asuntos expuestos. El tema de la eternidad o la nada, la inmortalidad del alma o la nada, Dios o la nada… -de hecho, está planteado de diferentes maneras a lo largo de la obra unamunianaes un tema recurrente en Unamuno y que forma parte esencial de su tragedia. El anhelo de inmortalidad era algo que Unamuno trató sobre todo en su libro Del sentimiento trágico de la vida. De hecho, hay un capítulo dedicado exclusivamente a este tema, llamado El hambre de inmortalidad4. Parémonos un momento simplemente a recoger algunos textos que puedan ilustrar dicho anhelo: «Tiemblo ante la idea de tener que desgarrarme de mi carne; tiemblo más aún ante la idea de tener que desgarrarme de todo lo sensible y material, de toda sustancia»5. «Nuestra lucha a brazo partido por la sobrevivencia del nombre se retrae al pasado, así como aspira a conquistar un porvenir; peleamos con los muertos que son los que nos hacen sombra a los vivos. El cielo de la fama no es muy grande…» 6.

Vemos cómo lo relaciona con el tema de la fama, en el caso de la última cita, pero también podemos observar un aparente materialismo en Unamuno, una especie de ansia

3

M. DE UNAMUNO, Vida de Don Quijote y Sancho, ed. Alianza Editorial (Madrid 2009) y Del sentimiento trágico de la vida, ed. Alianza Editorial (Madrid 2013). 4 M. DE UNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida, ed. Alianza Editorial (Madrid 2013), 6788. 5 Ibídem, 77. 6 Ibídem, 84.

8

de seguir viviendo, pero aquí y ahora, no en un mundo trascendente junto a Dios. No obstante, en otras citas sí aparecerá la inmortalidad relacionada con la fe. En este mismo capítulo, por ejemplo, dirá: «… y si a Dios me agarro con mis potencias y mis sentidos todos, es para que Él me lleve en sus brazo allende la muerte, mirándome con su cielo a los ojos cuando se me vayan éstos a apagar para siempre. ¿Que me engaño? ¡No me habléis de engaño y dejadme vivir!»7.

Según mi opinión, aquí parece entrever que Dios no es sino una solución desesperada ante la muerte. Dicho de otra forma, le encantaría seguir viviendo aquí y ahora y de esta forma, seguir siendo él mismo tal cual es ahora, pero ante la angustia de la muerte se aferraría a Dios nada más que para seguir existiendo. Y prefiere creer que Dios existe para mentirse a sí mismo y pensar que seguirá viviendo, antes que pensar en morir. Por eso la última frase, a mi entender. Estos son, pues, algunos ejemplos de los muchos que podemos encontrar en Unamuno acerca del hambre de inmortalidad. Sorprende ver, incluso, cómo pone este anhelo de inmortalidad en la base del pensamiento y del origen de la filosofía y de toda religión: «Quedémonos ahora en esta vehemente sospecha de que el ansia de no morir, el hambre de inmortalidad personal, el conato con que tendemos a persistir indefinidamente en nuestro ser propio y que es, según el trágico judío, nuestra misma esencia, eso es la base afectiva de todo conocer y el íntimo punto de partida personal para toda filosofía humana, fraguada por un hombre y para hombres… Y ese punto de partida personal y afectivo de toda filosofía y de toda religión es el sentimiento trágico de la vida» 8.

Este párrafo será interesante para una comparativa ulterior. Podemos relacionar también el tema de la inmortalidad con la problemática de la fe, también muy presente en Unamuno. Fue un tema difuso éste a lo largo de toda su vida. No obstante aquí no pretendemos solucionar el dilema de si Unamuno creía o no creía en Dios o en qué Dios creía. Pero propondremos algunas citas que puedan ilustrar el asunto que nos interesa. A lo largo de la famosa obra que trata de explicar su visión del Quijote,

7 8

Ibídem, 77. Ibídem, 66.

9

Unamuno compara en varias ocasiones a Don Quijote con una especie de caballero de la Fe (¿influencia de Kierkegaard?); un ejemplo es el siguiente: «Nada sabemos del nacimiento de Don Quijote, nada de su infancia y juventud, ni de cómo se fraguara el ánimo del Caballero de la Fe, del que nos hace con su locura cuerdos»9.

Relacionándolo, además, con la Vida Eterna y Dios: «Ten por seguro, Sancho, que si al fin y a la postre se nos da, como te tienen prometido, una visión beatífica de Dios, esa visión habrá de ser un trabajo, una continua y nunca acabadera conquista de la Verdad Suprema e Infinita, un hundirse y chapuzarse cada vez más en los abismos sin fondo de la Vida Eterna»10. «Todo tu problema es éste: si has de empeñar esa tu idea y borrarla y hacer que Dios te olvide, o si has de sacrificarte a ella y hacer que ella sobrenade y viva para siempre en la eterna e infinita Conciencia del Universo. O Dios o el olvido»11.

Así podríamos seguir durante páginas y páginas enteras. Pero no conviene alargarnos sin necesidad. Simplemente hacer notar el dilema existencial de Unamuno, y cómo en algunas ocasiones parece optar por la fe y en otras su duda es tan profunda que no se atreve a dar este paso. El libro que trata de la vida de Don Quijote y Sancho tiene también abundantes pasajes acerca de la fama, la honra, el nombre… También el libro del sentimiento trágico. Recogemos algunas citas de ambos: «Tremenda pasión esa de que nuestra memoria sobreviva por encima del olvido de los demás si es posible… Al nombre se sacrifica, no ya la vida, la dicha. La vida, desde luego. “¡Muera yo, viva mi fama!”, exclama en Las mocedades del Cid Rodrigo Arias, al caer herido…»12. «Don Quijote de quién era, le mostró ingenuamente el fondo de su heroísmo al decirle que era caballero andante, pero no de los olvidados de la fama, sino de aquellos que ha de poner ésta “su nombre en el templo de la inmortalidad, para que sirva de ejemplo y dechado de los venideros siglos”»13.

9

M. DE UNAMUNO, Vida de Don Quijote y Sancho, ed. Alianza Editorial (Madrid 2009), 43. Ibídem, 218. 11 Ibídem, 274. 12 M. DE UNAMUNO, Del sentimiento, cit., 86. 13 M. DE UNAMUNO, Vida de Don Quijote, cit., 158. 10

10

Sirvan estas dos citas, para ilustrar cómo Unamuno también relaciona la inmortalidad con la fama, ya no utilizando sólo la figura del Quijote, sino también en sus propias reflexiones e inquietudes personales internas. Por último, quisiera relacionarlo con el tema de la nada. En el trasfondo de toda la temática unamuniana acerca de Dios, la fe, la inmortalidad del alma, la eternidad y todo lo que hemos ilustrado más arriba, está la nada. La nada, aunque parezca una metáfora paradójica, es el suelo sobre el que se cimienta todo el pensamiento unamuniano. Es algo que, como digo, le atormenta y siempre está presente. Pienso, personalmente, que lo expone, aunque en ocasiones no quiera. Dicho vulgarmente, es un tema que le sale solo, como si le traicionara el subconsciente. Quisiera ilustrarlo tan sólo con una cita sacada de un texto que, personalmente, me impresionó mucho cuando lo leí. El texto es titulado por el mismo Unamuno con el nombre de El sepulcro de Don Quijote. Parece ser una carta que le escribió a un amigo, instándole a la valentía y la lucha en la vida, todo un programa y plan de vida heroico, de estilo quijotesco. No lo copiaré entero, pero si dejaré la referencia de las páginas en una nota14. Aquí cito tan sólo la respuesta del amigo, ante la que Unamuno parece que calló atormentado. Dice así esta respuesta: «Todo eso que me dices está bien, está bien, no está mal; pero ¿no te parece que en vez de ir a buscar el sepulcro de Don Quijote y rescatarlo de bachilleres, curas, barberos, canónigos y duques, debíamos ir a buscar el sepulcro de Dios y rescatarlo de creyentes e incrédulos, de ateos y deístas, que lo ocupan, y esperar allí, dando voces de suprema desesperación, derritiendo el corazón en lágrimas, a que Dios resucite y nos salve de la nada?»15.

Quizá, si Nietzsche hubiera leído esto, habría dicho que Unamuno no es sino un nihilista que no ha aceptado aún que Dios ha muerto y no ha llegado al sentido profundo de la vida nihilista. Sin embargo, yo creo que aquí lo único que se ve es el sufrimiento humano ante el misterio que se nos oculta y que no podemos demostrar. ¿Podemos demostrar a Dios? No. ¿Podemos demostrar el no-Dios, la nada? No. Esto es mucho más que un estilo de vida. Es la agonía del filósofo y del pensador, del hombre. Y Unamuno la sufre. ¿Nihilista? ¿Materialista? ¿Religioso? ¿Ateo?... ¿Qué más da? Yo diría: sufriente. Sufriente ante la vida y sufriente ante la muerte. Ninguna solución le parecía satisfactoria. ¿Rebelde? Quizás. O simplemente es que ninguna solución es satisfactoria.

14 15

Ibídem, 25-36. Ibídem, 36.

11

En cualquier caso, vemos como los textos de Unamuno son expresivos. Tratan la temática de la eternidad y lo relaciona también con diversos temas, pero no pretende darles una explicación lógica, simplemente exponerlos, compartirlos, sufrirlos mientras los escribe y los piensa. Sin más, pasamos ahora al estudio comparativo, donde tendremos ocasión de ver las similitudes y diferencias de ambos autores. 4. Comparativa entre autores Dada las controversias del tema que tratamos, a mi entender, convendría comenzar en este estudio comparativo por los distintos estilos. Esto es, aunque hemos visto coincidencias acerca de temas tratados entre ambos, sin embargo, podemos apreciar distintas formas de tratarlos y diversos posicionamientos. Adelanto que lo que en este apartado voy a hacer no es una crítica, pues ambas posturas son razonables –me explicaré más adelante-, simplemente compararé las diversas coincidencias y diferencias encontradas durante la realización de este trabajo. En primer lugar, podremos advertir que la principal coincidencia es la de los temas estudiados. Por una parte, hemos observado que Simondon, bajo su marco explicativo, ha sido capaz de darle sentido al tema de la inmortalidad, el alma, la eternidad del individuo… o incluso ha tratado el tema de la nada. Su postura, posición y descripción – excepto en el texto acerca de la nada- suele ser más fría, racional y explicativa. Desde su paradigma lo ha explicado todo y ha hecho encajar estos temas dentro de su estructura de pensamiento, por eso da la sensación en Simondon de seguridad y de que todo lo que dice es verdad, pero si lo analizamos fríamente, sigue siendo simplemente una interpretación de la realidad; habría que ver hasta qué punto demostrable. Esto, sin embargo, es algo que no puede achacársele a nuestro otro autor, Unamuno. Trata los mismos temas que hemos visto en Simondon, pero lo hace de forma más emotiva, más pasional, más directa. No pretende demostrar nada ni darle explicación a nada, simplemente lo vive y lo expresa. Su posicionamiento trágico no es un papel adquirido para que sus lectores digan: “mira a Unamuno, es un trágico”. Simplemente piensa, siente lo que piensa, sufre lo que piensa y lo expresa. No quiere demostrarlo, porque sabe que no puede demostrarse. Ni siquiera quiere interpretarlo; lo describe y lo comparte. Por tanto, aquí ya podemos ver una diferencia en estilo: Simondon, más racional y explicativo; Unamuno, más pasional y extrovertido.

12

En esta línea fundamental trazada, podremos entrever que sus conclusiones son, en ambos autores, totalmente coherentes. Ya hemos dicho que Simondon posee un marco explicativo en el que todos estos temas tienen una lógica; su posición es la siguiente: la inmortalidad del individuo tiene como base una dimensión afectivo-emotiva, por lo que apostar por la eternidad es un disparate. La eternidad no existe, simplemente la deseamos, porque comprobamos nuestra nada y nuestra miseria. Si algo de inmortal hay en el individuo es su dimensión transindividual. Todo explicado. Sin embargo, en Unamuno no hay explicación. Fijémonos en que Unamuno sería como la prueba personificada del planteamiento simondoniano acerca de la base afectivo-emotiva del deseo de inmortalidad. ¿Qué le sucede a Unamuno? Que desea ser inmortal y así lo expresa. Inmortal en su fama; inmortal, para superar la nada; si para ello tiene que aferrarse a Dios, lo hace –inmortal desde la fe-. Por lo tanto, otro dato en esta comparativa es sus distintos posicionamientos, basados en sus distintas formas de vida y, por consiguiente, distintas formas de filosofía. Yo creo que no podemos hacer más comparativa entre ambos. Tenemos lo fundamental extraído: sus distintos estilos y sus diferentes conclusiones y, por tanto, posicionamientos. Pasemos, por último, a mi conclusión personal, lo que yo extraigo en claro de toda esta comparativa. 5. Conclusión personal Me gustaría ir a la quintaesencia del asunto. La inmortalidad en Simondon y Miguel de Unamuno. ¿Cómo decirlo? El problema sigue. Simondon ha dado una explicación formal y lógica que da la sensación de una seguridad aplastante, pero si lo analizamos fríamente, su posición sigue siendo indemostrable. Querido Simondon, le diría yo, es verdad; el anhelo de inmortalidad del individuo tiene una base afectivo-emotiva y eso lo único que demuestra es que el anhelo de inmortalidad del individuo tiene una base afectivo-emotiva. ¿Por qué concluyes más allá? ¿Acaso la base afectivo-emotiva me demuestra que la eternidad no existe? Creo que no. Sólo explica su fundamento. ¿Podríamos poner este anhelo afectivo-emotivo como prueba de la existencia de algo o alguien más allá? Tampoco. Conclusión sensata, a mi modo de entender: la base afectivo-emotiva del anhelo de inmortalidad no demuestra la existencia de eternidad, pero tampoco la no existencia. Si es verdad que el hombre se siente eterno –como dice Spinoza-, no es menos verdad que siente la nada. Por tanto, ante este asunto, llego a una conclusión personal: a veces, el “no lo sé” es la respuesta más 13

sensata. La posición de Simondon la calificaría de razonable. La posición de Unamuno la calificaría de no menos razonable. La fe en la inmortalidad o la inmortalidad reducida al simple recuerdo de los otros, son dos posiciones que ambas podrían exponerse razonablemente y entenderse, pero ninguna daría con una solución satisfactoria. Por relacionar con otros autores vistos en clase. Nietzsche, quizás, podría decir que Simondon es el típico nihilista que ha aceptado la muerte de Dios y vive feliz con ella sin poner nada en el lugar de éste. Diría de Unamuno, sin embargo, que es un nihilista imperfecto, que sigue aferrándose al deseo de Dios. No obstante, querido Nietzsche –le diría yo- esto es más profundo que un simple estilo de vida. Es más profundo que una simple crisis de identidad que necesita buscar sentido a su existencia, aferrándose a un estilo concreto, para decir: “yo soy nihilista” o “yo soy ateo” o “yo creo aún en Dios”. No; esto es mucho más profundo. No se trata de estilos de vida o etapas de nihilismo. Se trata de temas que se piensan superados y sigue atormentando a las personas, hoy se les llama individuos, dada la carga metafísica del concepto persona. Pues bien, querido lector y evaluador de mi trabajo. Pienso que cualquier posición es razonable, porque ante la nada encontramos el límite de la razón, que por un instante se queda sin palabras y… siente, sólo siente. ¿Que no son temas actuales? ¿Que ya están superados? No me lo creo, no quiero creerlo. Paseo por la calle y observo a jóvenes de mi edad con la mirada perdida, inmersos en su música de mp3 o en su i phone. Estos chicos y chicas, estos individuos, miran a su futuro y ven “nada”. Miran a su pasado y, quizá, tampoco le encuentran sentido. Intentan consolarse con los placeres momentáneos que la sociedad de hoy les ofrece con facilidad y sin pedir responsabilidades después, y quedan aún más frustrados, porque han comprobado que el placer vuela y el mismo recuerdo de haberlo sentido duele. Buscan más placer intentando encontrar ese consuelo eterno y… quedan aún más frustrados. Sus miradas, vacías. Su capacidad de lucha, prácticamente nula. Se dejan llevar por la inercia de la vida. Y me pregunto: ¿sabrán acaso, serán conscientes de que están experimentando un nihilismo terrible, de que lo que experimentan es la nada? ¿Serán acaso conscientes de que anhelan algo eterno y que no podrán saber con evidencia si algún día alcanzarán? ¿Estarán al corriente de que pueden hablarlo y que es algo común a la humanidad y que no hay nada de que avergonzarse? La nada. El todo. La inmortalidad o la eternidad. La aniquilación total del individuo e incluso de su recuerdo. ¿Que son temas superados? Perdóneme usted, pero yo no me lo creo. 14

BIBLIOGRAFÍA G. SIMONDON, La individuación a la luz de las nociones de forma y de información, ed. Cactus (Buenos Aires 2009), 343-503. M. DE UNAMUNO, Vida de Don Quijote y Sancho, ed. Alianza Editorial (Madrid 2009) M. DE UNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida, ed. Alianza Editorial (Madrid 2013)

15