importancia del quechua

Introducción: Nuestro país tiene una diversidad lingüística enorme, muchas de ellas actualmente en peligro de extinción,

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Introducción: Nuestro país tiene una diversidad lingüística enorme, muchas de ellas actualmente en peligro de extinción, una de estas lenguas es el quechua, declarado idioma materno de nuestra civilización por la república del Perú. Que por mucho que el estado intente recuperarla los habitantes sufren un fenómeno sociológico al excluir de su entorno todo lo que tenga que ver con el aprendizaje y dominio.

La importancia del Quechua

Nuestro país tiene una diversidad lingüística enorme, muchas de ellas actualmente en peligro de extinción, una de estas lenguas es el quechua, declarado idioma materno de nuestra civilización por la república del Perú. Que por mucho que el estado intente recuperarla los habitantes sufren un fenómeno sociológico al excluir de su entorno todo lo que tenga que ver con el aprendizaje y dominio. La Constitución Política del Perú considera al quechua idioma oficial de la república. Sin embargo en la práctica el Estado básicamente ignora este hecho así como el número de peruanos para quienes el quechua es lengua materna y prefiere suponer que los peruanos hablamos castellano. Ni las leyes ni las normas fundamentales del Estado se traducen al quechua. Los procesos judiciales se siguen en castellano y los juzgados no cuentan con traductores de oficio. Todos los trámites del aparato estatal se hacen en castellano y los servicios, incluyendo la atención de salud y seguridad (policía) se presta en castellano, dejando de lado a millones de compatriotas que difícilmente entienden leyes, recetas e indicaciones en una lengua que no es la suya. Salvo ciertamente algunos programas vinculados a los juzgados de paz no letrados y la educación bilingüe que se imparten crecientemente en zonas donde el castellano no es la lengua materna mayoritaria; y no donde la situación es a la inversa. Pero no sólo es el Estado quien no tiene espacio para el quechua. La mayoría de programas de radio y televisión se emite en castellano, como los periódicos, revistas, los libros, comics, películas, etc. A pesar del creciente esfuerzo por hacer publicaciones bilingües o quechuas, algunos programas de radio local o apoyados por ONG’s e instituciones afines, o alguna presencia en los programas de madrugada en la televisión nacional y la musica floklorica, el quechua no tiene presencia pública o institucionalizada, ni reconocimiento efectivo cotidiano. El monopolio que el castellano tiene como lengua del estado y los espacios públicos, se extiende también a nuestras sensibilidades estéticas. Las ideologías modernizantes tienden a considerar al quechua una lengua atrasada, inadecuada para transmitir los avances y desarrollos de las ciencias y las artes. Para muchos - incluidos quechua hablantes- este idioma y la cultura que le está asociada no son más que un obstáculo a ser prontamente superado y olvidado. Así, oír hablar quechua llega a incomodar y avergonzar. El quechua parece feo, fuera de lugar, e igual quien lo habla. Es curioso cómo, de acuerdo al poder de las sociedades que hablan el idioma, algunos nos parecen bonitos como el francés, prácticos como el inglés e inteligentes como el alemán, y otros nos resultan feos y desagradables. Es que, querámoslo o no, todos tendemos a repetir esquemas mentales que son prácticas discriminatorias y que nos empujan a ver el mundo de manera prejuiciosa

y esencializante y actuar en consonancia: lo rural debajo de lo urbano, lo campesino debajo del mundo moderno, lo indígena debajo de lo occidental. Y, el quechua debajo del castellano. Confundimos el idioma con un vergonzoso defecto o un obstáculo para ser un ciudadano de verdad. Lo que no tenemos tan claro es el cómo llegamos a adquirir esta manera de sentir y pensar. Dicen que el quechua era el idioma de los incas y no el aymara o puquina. Lo cierto es que los incas lo usaron para gobernar, como luego hicieron los conquistadores españoles y más tarde los terratenientes andinos, porque el quechua era, en cada situación, mayoritario o único entre los subordinados. Las élites coloniales y republicanas hasta cerca de 1940, en cambio, hablaban también o exclusivamente un idioma minoritario que las identificaba y distinguía. Las personas aprendemos desde muy niños y a lo largo de la vida a identificar y discriminar; y a usar el idioma como marcador de la diferencia que es vehículo de exclusión. Aprendemos a catalogar a las personas cada una en su lugar según lo entiende nuestro entorno social. Las ubicamos unas como mejores que otras que consideramos no son como nosotros o no pertenecen a nuestra comunidad pues hablan otro idioma. El idioma entonces colabora para crear una red social y política de la que algunos están excluídos. Comprobamos también los efectos prácticos de estas redes: los que se comunican en castellano tienen más oportunidad de ser escuchados y atendidos por el estado, el sistema financiero y laboral, mientras que los que sólo se expresan en quechua se les ignora, subvalora o se sospecha de ellos. Nuestra historia reciente demuestra lo terrible y perjudicial que son estos prejuicios y la exclusión económica y política de las poblaciones quechuahablantes. Durante el enfrentamiento armado entre 1980 y 1993 el 75% de las víctimas fueron quechuahablantes: muertos y desaparecidos1. La pobreza es excesiva en el país, pero es mayor entre quienes hablan idiomas distintos del castellano. 61% de ellos se cuentan entre los pobres y 16 % entre los pobres extremos, mientras 45.5% y 6 % de los restantes peruanos se encuentran en esas situaciones. No es sólo un prejuicio que produce exlución y vejación, que se comprueba por ejemplo, cuando, las mujeres quechuahablantes difícilmente entienden las indicciones médicas o cuando sus hijos terminan con otros nombres porque el registrador no entiende ni civilizado el

nombre

que

le

solicitan.

También

evoca

subordinación:

esperamos

que

el

quechuahablante esté listo a servir y sea complaciente con quien habla castellano; o solíamos hacerlo. Prejuicios y plantillas mentales han permitido que ignoremos su sufrimiento o que simple y llanamente no los veamos. 1

Pero prejuicios y plantillas sirven para discriminar en ambas direcciones. También las comunidades subordinadas discriminan a quienes a su interior merecen menor respeto y quienes más, y determinan quienes pertenecen al grupo y quienes no, por el idioma que manejan. Así, por ejemplo, los profesionales muertos cuando el pánico colectivo en 1989 por la supuesta presencia de foráneos sacaojos fueron personas que no pudieron demostrar su dominio del quechua. Y es también el recurso al idioma local el que incomunica al funcionario nacional ante la población sublevada en Ilave cuando sus portavoces se dirigen a ella en aymara. El estudio de Valdivia ya citado demuestra que la diferencia en el logro social y económico de la las personas no se puede atribuir al idioma que hablan. Las diferencias se deban a las redes sociales en las que ellos pueden participar; y el idioma es una de las claves de ingreso y permanencia en ellas. No es pues descabellado que los padres no se interesen en que sus hijos aprendan quechua y pongan en cambio todo su esfuerzo en que aprendan castellano e ingles en la esperanza que estos idiomas les permitan ingresar en las redes sociales más favorecidas. Los prejuicios que las instituciones y las personas practicamos no nos dejan reconocer ni usar el quechua como un importante instrumento de comunicación y creación cultural público. Queda confinado al hogar, y dentro de él a las generaciones mayores. Es el idioma de los afectos, como dice Montoya, donde el poder y la discriminación es en todo caso un asunto de la relación de la pareja. Pero no se reproduce suficientemente. El esfuerzo por progresar que los padres hacen en un medio dominantemente castellano hace que las siguientes generaciones escuchan quechua pero no se las incentiva a hablarlo. Nada es inmutable. Es posible luchar contra nuestros prejuicios cambiando nuestras prácticas.