Hobsbawm Eric Como Cambiar El Mundo

Hobsbawm, Eric. Cómo cambiar el mundo. Críítica. Traduccioí n de Furioí Silvia. Espanñ a. 2011. MARX Y ENGELS 2. Marx En

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Hobsbawm, Eric. Cómo cambiar el mundo. Críítica. Traduccioí n de Furioí Silvia. Espanñ a. 2011. MARX Y ENGELS 2. Marx Engels y el Socialismo premarxiano II A diferencia de la palabra comunista, que siempre significaba un programa, el teí rmino socialista era baí sicamente analíítico y críítico. Se utilizaba para describir a aquellos que manteníían una idea particular de la naturaleza humana (la importancia fundamental de la sociabilidad o de los instintos sociales) que implicaba una particular visioí n (p. 35). Los sansimonianos estaban maí s interesados en la regulacioí n colectiva de la industria que en la propiedad cooperativa de la riqueza. Hay que distinguir dos aspectos del socialismo primitivo: el críítico se componíía de una teoríía de la naturaleza humana y la sociedad. El aspecto programaí tico consistíía tambieí n en dos elementos: una variedad de propuestas para crear una nueva economíía basada en la cooperacioí n, e casos extremos en la fundacioí n de comunidades comunistas; y un intento de reflexionar acerca de la naturaleza y las caracteríísticas de la sociedad ideal que habíía que crear (p. 36). Consideraban con razoí n que la construccioí n de una comunidad utoí pica era polííticamente insignificante, como en realidad lo era (p. 37). Casi desde el principio Marx y Engels destacaron tres pensadores utoí picos como especialmente significativos: Saint-Simon, Fourier y Robert Owen. Owen frente a los tres grandes obstaí culos a la reforma social, propiedad privada, religioí n y matrimonio en su forma presente (p. 38). Saint-Simon (1759-1825). Una teoríía de revolucioí n industrial. Los industrialistas constituyen la mayoríía de la poblacioí n e incluyen a los emprendedores productivos, entre ellos especialmente a los banqueros, los cientííficos, los innovadores tecnoloí gicos y otros intelectuales. Las doctrinas de Saint-Simon atacan a la pobreza y la desigualdad social, a pesar de que eí l rechaza totalmente los principios de libertad e igualdad de la Revolucioí n Francesa por individualista y por conducir a la competencia y la anarquíía econoí mica. En eí l estaí implíícito el reconocimiento de que la industrializacioí n es fundamentalmente incompatible con una sociedad no planificada (p. 39).

“La explotacioí n del hombre por el hombre” es una expresioí n sansimoniana, como tambieí n lo es la foí rmula ligeramente modificada por Marx para describir el principio distributivo de la primera fase de comunismo (p. 40). Charles Fourier (1772-1837). Críítico brillante, sagaz y feroz de la sociedad burguesa, o mejor dicho del comportamiento burgueí s; por su defensa de la liberacioí n de las mujeres; y por su concepcioí n esencialmente dialeí ctica de la historia. EÉ l desconfiaba del progreso, y compartíía la creencia rousseauniana de que la humanidad habíía tomado el camino equivocado al adoptar la civilizacioí n. Desconfiaba de la industria y de los avances teí cnicos, aunque estaba dispuesto a servirse de ellos, y estaba convencido de que la rueda de la historia no podíía dar marcha atraí s. Filosoí ficamente era un ultraindividualista cuyo objetivo supremo para la humanidad era la satisfaccioí n de todos los impulsos psicoloí gicos de los individuos y el logro del maí ximo placer por parte del individuo. Cada individuo tiene una inclinacioí n o preferencia por un determinado tipo de trabajo, la suma de todas las inclinaciones individuales ha de construir, en (p. 41) general, una fuerza suficiente como para satisfacer las necesidades de todos. La absoluta inactividad es un absurdo, y nunca ha existido ni puede existir… demuestra ademaí s que el trabajo y el placer son ideí nticos, y que lo que separa a ambos es la irracionalidad del orden social existente. La insistencia de Fourier en la emancipacioí n de las mujeres, con el corolario explíícito de liberacioí n sexual radical, es una extensioí n loí gica, quizaí incluso de meollo, de su utopíía de la liberacioí n de todos los instintos e impulsos personales. Los socialistas utoí picos proporcionaron asíí una críítica de la sociedad burguesa, el esbozo de una teoríía histoí rica, la confianza en que el socialismo no soí lo era realizable, sino necesario en este momento histoí rico, y mucha reflexioí n acerca de coí mo habíían de ser en semejante sociedad los acuerdos humanos (incluyendo la conducta humana individual) (p. 43). P-J Proudhon (1809-1865) obra ¿Qué es la propiedad? (1840). Elogiaba a Proudhon no porque tuviera algo que aprender de eí l, sino porque le consideraba un pionero de la críítica de la economíía políítica que eí l mismo reconocíía como la principal tarea teoí rica, y lo hizo de forma generosa porque Proudhon era ambas cosas, un auteí ntico obrero y una mente incuestionablemente original. La pobreza de la filosofía (1847) III Engels adquirioí de la Historia de las clases medias y obreras de John Wade la idea de que las crisis con una periodicidad regular eran un aspecto integrante de las operaciones de la economíía capitalista, utilizando el hecho para criticar la Ley de Say (p. 46). IV

La Alemania de la juventud de Marx no teníía socialistas de quienes pudiera aprender nada importante. En Alemania, a diferencia de Francia y Gran Bretanñ a, los comunistas no teníían maí s opcioí n que caminar juntos con la burguesíía en contra de la (p. 48) monarquíía absoluta.. Los temas que en Francia e Inglaterra surgieron concretamente en forma políítica y econoí mica, en la Alemania de su juventud surgieron solamente bajo la apariencia de investigacioí n filosoí fica abstracta (p. 50). Feuerbach. La escuela del materialismo filosoí fico maí s conocida y coherente, la de la Francia del siglo XVIII, no soí lo estaba relacionada con la Revolucioí n Francesa, sino tambieí n con el primer comunismo franceí s (p. 51). V “Ninguí n antagonismo histoí rico importante desaparece o se extiende a menos que surja un nuevo antagonismo”. La transformacioí n marciana no soí lo habíía reemplazado a sus predecesores, sino que los habíía absorbido. El uí nico autor socialista del periodo premarxista que todavíía conserva cierta relevancia como teoí rico en el aí mbito general de los movimientos socialistas es Proudhon, que sigue siendo citado por los anarquistas, la ultraderecha francesa y otros atimarxistas (p. 55). 3. Marx, Engels y la políítica Lo que determinoí la transicioí n del capitalismo al socialismo fueron las contradicciones internas del desarrollo capitalista, y en particular el hecho de que el capitalismo generaba inevitablemente su propio sepulturero, el proletariado, “una clase cuyo nuí mero aumenta constantemente, disciplinada, unida, organizada por el proceso mismo de la propia produccioí n capitalista” (El Capital I: capíítulo XXXII) (p. 59). La primitiva forma comunista de la teoríía de Marx del Estado esbozaba cuatro puntos principales: la esencia del Estado era el poder políítico. Con la victoria revolucionaria del proletariado, durante el esperado periodo de transicioí n, no desapareceríía inmediatamente, sino que adoptaríía la forma temporal del “proletariado organizado como una clase dirigente” o de la “dictadura del proletariado” (p. 63). Marx siempre negoí el federalismo (p. 65). Todas las controversias polííticas de Marx de sus uí ltimos anñ os eran en defensa del concepto triple de (a) un movimiento políítico de clase del proletariado; (b) una revolucioí n vista no simplemente como una transferencia de poder de una vez por

todas que iríía seguida de alguna utopíía sectaria, sino como un momento crucial que iniciaba un complejo periodo de transmisioí n no faí cilmente predecible; y (c) el consecuente necesario mantenimiento de un sistema de autoridad políítica, una “forma revolucionaria y transitoria de Estado“ (p. 71-72). La perspectiva de 1848 descansaba en el supuesto, que resultoí correcto, de que una crisis de los antiguos regíímenes conduciríían a una revolucioí n social generalizada, y en el supuesto, que resultoí incorrecto, de que el desarrollo de la economíía capitalista habíía prosperado lo suficiente como para posibilitar el triunfo final del proletariado como resultado de dicha revolucioí n (p. 73). Excepto en Gran Bretanñ a, donde, en contra de los pronoí sticos de Engels, no se produjo revolucioí n alguna (p. 74). La burguesíía y el gobierno alemanes “temen mucho maí s la accioí n legal del partido de los trabajadores que la ilegal, el eí xito electoral que la rebelioí n” (p. 77). La reaccioí n obtendríía ahora el apoyo de sectores mucho maí s numerosos de los estratos medios: “El pueblo apareceraí pues siempre dividido, desapareciendo asíí la poderosa palanca que resultoí tan efectiva en 1848”. No hay razoí n para suponer que Engels discrepara de la nocioí n de Marx en aquel entonces de que “ninguí n gran movimiento se ha producido sin derramamiento de sangre” (p. 78). El crecimiento de los partidos socialdemoí cratas de masas no conducíían a una cierta forma de confrontacioí n, sino a una forma de integracioí n del movimiento al sistema existente. Si hay que criticarle, es por subestimar esta posibilidad (p. 78-79). Durante gran parte de sus vidas, tanto Marx como Engels consideraron que Francia, maí s que su propio paíís, era decisiva para la revolucioí n. Su actitud respecto a Rusia, durante mucho tiempo el principal objetivo de su ataque y desdeí n, cambioí tan pronto como se vislumbroí la posibilidad de una revolucioí n rusa. Como analistas, reconocíían que la sociedad capitalista se desarrollaba a traveí s de la subordinacioí n de los intereses locales y regionales a unidades maí s grandes; probablemente, a partir del Manifiesto esperaban que fuera finalmente en una genuina sociedad mundial. La historia definioí tres fases importantes en su estrategia revolucionaria internacional: hasta 1848 inclusive, 1848-1871 y desde 1871 hasta la muerte de Engels (p. 85). “Rusia e Inglaterra son las dos grandes piedras angulares del verdadero sistema europeo” (p. 89-90).

Marx y Engels hacíían hincapieí en la subordinacioí n de la políítica al desarrollo histoí rico (p. 93). 4. Sobre Engels, La situacioí n de la clase obrera en Inglaterra Algunos sucumben a ella dejaí ndose llevar por el desaliento: pero el aumento de la embriaguez, el vicio, el delito y el gasto irracional es un fenoí meno social, la creacioí n del capitalismo, y no se explica por la debilidad y holgazaneríía de los individuos. Otros se someten pasivamente a su sino y subsisten lo mejor que pueden como honrados ciudadanos respetuosos con la ley, no muestran ninguí n intereí s por los asuntos puí blicos y contribuyen asíí a tensar las cadenas con las que la clase media atenaza a los obreros (p. 105). El buen cientíífico social, como mostroí Engels, no podíía ser una persona libre de las ilusiones de la sociedad burguesa (p. 107). Engels no presentoí a la burguesíía como una uí nica masa malvada… su odio por lo que representaba la burguesíía y lo que hacíía comportarse de aquel modo no era un odio ingenuo por lo hombres de mala voluntad en comparacioí n con los de buena voluntad. Era parte de la críítica de la crueldad del capitalismo que automaí ticamente convertíía a los explotadores colectivamente en una “clase totalmente carente de moral, incurablemente corrupta por el egoíísmo, corroíída por sus mismas entranñ as” (p. 108109). “Y el hombre civilizado se convierte asíí en un salvaje” (p. 109). 5. Sobre el Manifiesto comunista “Idiota” o “Idiotez”, “Una persona preocupada soí lo por sus asuntos privados y no por los del resto de la comunidad” (p. 118). Marx escribioí el Manifiesto maí s como comunista ricardiano que como economista marxista (p. 119). La cuestioí n es que el mundo transformado por el capitalismo que eí l describioí en 1848, en fragmentos de oscura y lacoí nica elocuencia, es a todas luces el mundo de comienzos del siglo XXI, Curiosamente, el optimismo harto irreal, polííticamente hablando, de los revolucionarios de veintiocho y treinta anñ os, ha resultado ser la fuerza maí s perdurable del Manifiesto (p. 120). Marx y Engels no describieron el mundo tal como habíía sido transformado por el capitalismo en 1848, sino que predijeron coí mo estaba loí gicamente destinado a ser transformado por eí ste (p. 121). Una vez maí s, antes de los anñ os sesenta, el anuncio del Manifiesto de que el capitalismo acarrearíía la destruccioí n de la familia no parecíía haberse cumplido, ni siquiera en los

paííses occidentales avanzados donde hoy aproximadamente la mitad de los ninñ os nacen o son criados por madres solteras, y la mitad de los hogares de las grandes ciudades estaí n compuestos por personas solas. ¿De queí otro documento de la deí cada de 1840 puede decirse lo mismo? (p. 122) La aproximacioí n de Marx y Engels al “proletariado” y al comunismo eran complementarias. Lo mismo ocurríía con su concepcioí n de la lucha de clases como motor de la historia, derivada en el caso de Marx del estudio del perioí dico de la Revolucioí n Francesa, y en el de Engels de la experiencia de los movimientos sociales en la Gran Bretanñ a posnapoleoí nica (p. 126). 7. Marx y las formaciones precapitalistas Cuando la estrecha forma burguesa se ha eliminado, ¿queí es la riqueza, si no la universalidad de las necesidades, capacidades, placeres, poderes productivos, etc., de los individuos, producidos en el intercambio universal? (p. 142) Una frase lapidaria, el estadio prehistoí rico de la sociedad humana – la era de las sociedades de clases de la que el capitalismo es la uí ltima fase – a la era en que el hombre controla su destino, la era del comunismo. La negativa de Marx a separar las diferentes disciplinas acadeí micas. Pero es posible hacerlo en su lugar. Asíí pues, J. Schumpeter, uno de los crííticos de Marx maí s inteligentes, intentoí distinguir al Marx socioí logo del Marx economista, de modo que podíía separarse enganñ osas, y totalmente contrarias al meí todo de Marx (p. 143). Es una maníía profesional de los intelectuales el pensar que la simple acumulacioí n de voluí menes y artíículos incrementa el entendimiento. Lo que hace es uí nicamente llenar bibliotecas (p. 146). II Evolucioí n histoí rica. La primera etapa, distintas fromas de propiedad. Era comunal “estadio no desarrollado de produccioí n en el que un pueblo se sustenta de la caza, la pesca, la ganaderíía o como mucho de la agricultura”. Divisioí n interna del trabajo. Este grupo de parentesco (la fa,milia) tiende a desarrollar en su seno no soí lo la distincioí n entre jefes y el resto, sino tambieí n esclavitud, que se desarrolla a su vez con el incremento de la poblacioí n y el crecimiento de las relaciones externas, ya sea de guerra o trueque. Separacioí n del trabajo industrial y comercial respecto del trabajo agríícola, ciudad y campo. Segunda fase “propiamente comunal y estatal de la antiguü edad”, formacioí n de ciudades mediante la unioí n (por acuerdo o por conquista) de grupos tribales, en los que subsiste la esclavitud. Emerge la propiedad privada (p. 152). La sociedad romana constituye el maí ximo desarrollo de esta fase de evolucioí n. Tercera forma histoí rica “propiedad feudal o estamental”.

Senñ ala la sucesioí n y el efecto de la mezcla de instituciones romanas desmembradas e institucionales tribales (germaí nicas) conquistadoras. El feudalismo parece ser la evolucioí n alternativa surgida del comunalismo primitivo bajo condiciones en las que no se desarrolla ninguna ciudad, porque la densidad de la poblacioí n en una amplia regioí n es baja. La clase explotada, contra la cual la nobleza feudal organizoí su jerarquíía y reunioí a sus fuerzas armadas, no era la de los esclavos, sino la de los siervos. Al mismo tiempo existíía una divisioí n paralela en las ciudades. Allíí, la forma baí sica de propiedad era el trabajo privado de los individuos, los gremios de maestros, artesanos o mercaderes. La propiedad terrateniente trabajaba por mano de obra servil y el trabajo artesanal a pequenñ a escala con aprendices y oficiales son descritos en este estadio como la “principal forma de propiedad” bajo el feudalismo (Haupteigentum) (p. 153). La transicioí n del feudalismo al capitalismo es un producto de la evolucioí n feudal. Empieza en las ciudades, divisioí n del trabajo entre produccioí n y comercio, comercio a larga distancia (especializacioí n de la produccioí n), clase de burgueses (habitantes de burgos). Toda la propiedad efectiva queda transformada en capital comercial o industrial (p. 154). La textil resultoí ser la maí s importante. El crecimiento de las manufacturas proporcionoí a su vez una víía de salida a los campesinos feudales, que hasta entonces habíían huido a las ciudades, pero que habíían quedado excluidos de ellas por la exclusividad de los gremios. Con el crecimiento de las manufacturas las naciones empiezan a competir como tales, y el mercantilismo (con sus guerras de comercio, tarifas y prohibiciones) se instaura a escala nacional. Con las manufacturas se desarrolla la relacioí n del capitalista y el trabajador. La ideologíía alemana recoge otros dos periodos de desarrollo antes del triunfo de la industria, hasta mediados del siglo XVII y desde entonces hasta el final del siglo XVIII, y sugiere tambieí n que el eí xito de Gran Bretanñ a en el desarrollo industrial fue debido a la concentracioí n del comercio y la manufactura en aquel paíís durante el siglo XVII (p. 155). La principal innovacioí n en la tabla de los periodos histoí ricos es el sistema “asiaí tico” u “oriental”, que estaí incorporado en el famoso prefacio de la Crítica de la economía política (p. 156). El sistema asiaí tico. Marx considera que las sociedades mexicanas y peruanas pertenecen al mismo geí nero, lo mismo que ciertas ciudades celtas, aunque maí s complicadas (p. 158). La investigacioí n es siempre acerca de queí clase de propiedad crea al mejor ciudadano. “La esclavitud y la servidumbre son, por consiguiente, simples evoluciones posteriores de la propiedad basada en el tribalismo” (p. 163). La fases del desarrollo capitalista no se explican (p. 170).

La atencioí n hacia el hecho de que las relaciones sociales baí sicas, que son necesariamente limitadas en nuí mero, son “inventadas” y “reinventadas” por los hombres en numerosas ocasiones, y que todos los modos monetarios de produccioí n (excepto quizaí el capitalismo) son conjuntos constituidos por todo tipo de combinaciones de eí stos (p. 179). 8. Las vicisitudes de las obras de Marx y Engels II MARXISMO 9. El Dr. Marx y los crííticos victorianos Las ideas no se convierten en fuerzas hasta que se apoderan de la masa y esto, como bien saben los publicistas, requiere muchas repeticiones e incluso conjuros (p. 208). Es una ilusioí n melancoí lica de quienes escriben libros y artíículos pensar que la palabra escrita sobrevive. Por desgracia no es asíí. La gran mayoríía de obras escritas entran en un estado de animacioí n suspendida al cabo de unas pocas semanas o anñ os de su publicacioí n, del cual las despiertan en ocasiones, por periodos igualmente cortos, los investigadores (p. 208). Llewellym-Smith sentíía que “aunque Marx ha pintado un cuadro demasiado negro, ha prestado un gran servicio al dirigir la atencioí n a los aspectos maí s sombrííos de nuestra industria moderna, ante los cuales es inuí til cerrar los ojos” (p. 214). 10. La influencia del marxismo 1880-1914 Croce en Italia, Struve, Berdyayev y Turgan-Baranowsky en Rusia, Sombart y Michels en Alemania o Bernard Shaw en Gran Bretanñ a para apreciar el peso de esta primera generacioí n de ex marxistas de la deí cada de 1880 y 1890 en la cultura general y la vida intelectual de este periodo (p. 221). II Tres subperiodos principales. El primero es el de la aparicioí n de partidos obreros y socialistas de orientacioí n maí s o menos marxista en distintas eí pocas de la deí cada de 1880 y comienzos de la deí cada de 1890, y sobre todo el enorme avance de dichos movimientos durante los cinco anñ os o seis de la Internacional (p. 222). El segundo subperiodo empieza a mediados de la deí cada de 1890, cuando el resurgimiento de la expansioí n capitalista global se hizo evidente. Surgimiento de grupos con intereses muy diferentes dentro de lo que hasta hacíía poco parecíía una uí nica oleada de socialismo; por ejemplo, las divisiones nacionales en el seno de movimientos como el austriaco, el polaco y el ruso. Esto transformoí

claramente la naturaleza de los debates dentro del marxismo y de los movimientos socialistas, y el impacto del marxismo fuera de ellos (p. 223). La revolucioí n rusa introduce el tercer subperiodo, que finalizaríía en 1914… importantes acciones de masas a raííz de la revolucioí n de 1905, disturbios obreros que dominaron los uí ltimos anñ os antes de la primera guerra mundial (p. 223). La preocupacioí n por el marxismo fuera de los movimientos socialistas naturalmente aumentoí . Asíí, el Archivo für Sozialwissenchaft und Sozialpolitik de Max Weber publicoí solamente cuatro artíículos sobre el tema entre 1900 y 1904, pero entre 1905 y 1908 publicoí quince; por otro lado, el nuí mero de tesis acadeí micas alemanas sobre el socialismo, la clase obrera y temas similares aumentaron de una media de entre dos y trespor anñ o en la deí cada de 1890 a una media anual de cuatro 1900-1905, 10,2 en 1905-1909 y 19,7 en 1909-1912 (p. 224). III Hasta queí punto el marxismo atraíía el estrato que probablemente estaba maí s interesado que cualquier otro por las teoríías: los intelectuales (p. 224). El anarquismo, a pesar de la notoria hostilidad entre Marx y Bakunin, adoptoí gran parte del anaí lisis marxista, a excepcioí n de determinados puntos en disputa entre ambos movimientos (p. 226). Conretamente, Rusia fue conquistada por una ideologíía que anunciaba que el progreso del capitalismo era histoí ricamente irreversible, y no podíía ser derrotado por la resistencia de fuerzas externas a eí l (como el campesinado), aunque fueran hostiles, sino uí nicamente por las fuerzas que eí l mismo habíía generado y que estaban destinadas a sustituirlo. Esto significaba que Rusia teníía que pasar por la etapa del capitalismo (p. 227). IV En la peníínsula Ibeí rica el grueso de los intelectuales era liberal anticlerical y radical. Quizaí sea por esto que la “generacioí n del 98” que clamaba por una renovacioí n de Espanñ a tras las derrotas de la guerra – Unamuno, Baroja, Maeztu, Ganivet, Valle-Inclaí n, Machado, y otros -. Gran parte de los intelectuales masculinos de la Sociedad Fabiana procedíían principalmente de un nuevo estrato de profesionales autodictadas de la clase trabajadora y de la clase media baja (Shaw, Webb, H. G. Wells, Arnold Bennett) (p. 231). Anque profundamente concientes del marxismo, se mostraron generalmente inmunes a eí l: el intelectual checo maí s eminente, Thomaí sMasaryk, se dio a conocer internacionalmente con un estudio de Rusia y una críítica del marxismo (p. 235).

“Probablemente en ninguí n otro paíís hay tantos socialistas entre los cientííficos , eruditos y escritores eminentes”, observoí un escritor americano refirieí ndose a Italia (p. 238). Los convertidos al socialismo/marxismo italiano incluíían hombres maduros establecidos: De Amicis en 1846, Croce, Pareto (p. 239). Rumania, donde el socialismo de un grupo aislado de intelectuales no tardoí en desmoronarse despueí s de la deí cada de 1890 (p. 243). VI (arte socialista) Oscar Wilde, a pesar de que la accioí n políítica no figuraba en su terreno, estaba fuertemente atraíído por el socialismo y escribioí un libro sobre ese tema (p. 253). Nietzsche, un pensador que por razones bastante obvias era poco atractivo para los marxistas y otros socialdemoí cratas, a pesar de su odio por los “burgueses”, se convirtioí en un tíípico guruí de los rebeldes anarquistas y anarquizantes, asíí como de la disidencia cultural no políítica de la clase media. En palabras de Luxemburgo “uno no puede crear seres humanos con estados de aí nimo” (p. 261). 11. En la era del antifascismo 1929-1945 II Si el contraste entre el derrumbe del capitalismo y la planificada industrializacioí n socialista hizo que algunos intelectuales se decantasen hacia el marxismo, el triunfo de Hittler, una evidente consecuencia políítica de la crisis, hizo que muchos de ellos se convirtiesen en (p. 272) antifascistas. El antifascismo se convirtioí en la principal opcioí n políítica por tres razones baí sicas. Primero, el fascismo se convirtioí en el principal vehíículo internacional de la derecha políítica. En segundo lugar. Si el fascismo acababa con Marx, tambieí n acabaríía con Voltaire y John Stuart Mill. El fascismo rechazaba el liberalismo en todas sus formas tan implacablemente como el socialismo y el comunismo. Rechazaba toda la herencia cultural de la ilustracioí n del siglo XVIII junto con todos los regíímenes surgidos a raííz de las revoluciones francesa y americana (p. 273). En tercer lugar, y lo maí s importante, “fascismo significaba guerra”… cuando el golpe de estado en Austria (1934), la guerra etiope (1935), la guerra civil espanñ ola (1936), la invasioí n japonesa a China (1937) y el sometimiento de Checoslovaquia despueí s de Muí nich (1938). Las generaciones posteriores a 1918 vivíían bajo la amenaza y con el temor de otra guerra mundial (p. 274). III

Este aspecto del antifascismo de los intelectuales estaí particularmente bien documentado (p. 281). Los estudiantes universitarios de la Europa Occidental y Central fueron en su mayoríía inmunes al antifascismo, y eran maí s proclives – como en Alemania, Austria y Francia – a movilizarse hacia la derecha, mientras que en algunos paííses balcaí nicos (especialmente Yugoslavia) su entusiasmo por el comunismo fue proverbial. El grupo de los poestas de izquierdas: W. A. Auden, Stephen Spender, Cecil Day Lewis, etc., en parte porque varios joí venes intelectuales comunistas se comprometieron hasta el putno de convertirse en agentes secretos sovieí ticos en la deí cada de 1930 (Burgess, Maclean, Philny, Blunt) (p. 284). El antifascismo de los cientííficos era natural, dada la expulsioí n y emigracioí n masiva de cientííficos procedentes de paííses fascistas. Sin embargo, su atraccioí n hacia el marxismo no era tan natural, debido a la dificultad para reconciliar gran parte de la ciencia del siglo XX con los modelos decimoí nicos en los que Engel habíía basado sus opiniones, y por las que Lenin batallaba filosoí ficamente (p. 296). Los cientííficos se lamentan por no tener una teoríía general del mundo; o en el eclecticismo, en el que todas las teoríías especializadas se agrupan para formular una (p. 297) visioí n del mundo a retazos sin ninguí n intento de integrarlas; o en la especializacioí n, en la que el mundo entero se reduce a la teoríía de la ciencia particular especializada en la que el teoí rico estaí praí cticamente interesado (p. 298). El materialismo dialeí ctico sosteníía tambieí n firmemente la creencia de un uí nico universo indeterminado e incognoscible, frente al agnosticismo filosoí fico, el positivismo o los juegos matemaí ticos (p. 298). 12. Gramsci Antonio Gramsci murioí en 1937. Importante pensador marxista, y en un plano maí s general, como figura relevante de la cultura italiana (p. 319). Fuera de Italia, los paííses de habla inglesa parece que fueron los primeros en manifestar un intereí s constante por Gramsci. Cartas desde la cárcel (1965) (p. 320). En mi opinioí n e pensador maí s original de Occidente desde 1917. Su teoríía políítica. Escribioí relativamente poco sobre desarrollo econoí mico, y mucho sobre políítica. Cuando Gramsci entroí en la caí rcel de Mussolini era lííder del Partido Comunista Italiano (p. 321). Su pensamiento no iba destinado exclusivamente a los paííses industrialmente avanzados ni era soí lo aplicable a ellos (p. 322).

La mayor contribucioí n de Gramsci al marxismo es la de haber promovido una teoríía marxista de la políítica (p. 324). Para Gramsci lo que constituye la base del socialismo no es la socializacioí n en sentido econoí mico, sino la socializacioí n en sentido políítico y socioloí gico, es decir, un proceso de formacioí n de haí bitos del hombre colectivo (p. 327). Un tema constante en Gramsci: el futuro (p. 328). Como Maquiavello, es tambieí n un teoí rico de coí mo las sociedades deberíían fundarse o transformarse, no de detalles constitucionales, ni mucho menos de las trivialidades que preocupan a los lobbies correspondientes. El motivo radica en que, entre los teoí ricos marxistas, es el uí nico que valoroí con la mayor claridad la importancia de la políítica como dimensioí n especial de la sociedad, y porque reconocioí que en políítica hay implíícito mucho maí s que poder (p. 336). ¿Coí mo podemos esperar transformar la vida humana, crear una sociedad socialista (opuesta a una economíía poseíída y administrada socialmente), cuando la masa del pueblo estaí excluida del proceso políítico, e incluso se le permite ir a la deriva en la despolitizacioí n y apatíía de los asuntos puí blicos? (p. 337). 13. La recepcioí n de Gramsci Las principales lecciones de Gramsci no son gramscianas sino marcianas. Son un conjunto de variaciones sobre el tema de Marx de que “los hombres hacen su historia, pero no la hacen… bajo circunstancias elegidas por ellos, sino bajo circunstancias directamente halladas, dadas y transmitidas por el pasado” (p. 340). 14. La influencia del marxismo 1945-1983 La historia de las ideas polííticas, consiste en redescubrir el significado y la intencioí n original de los pensadores y los contextos y las referencias originales de su pensamiento, ocultos tras las reinterpretaciones poí stumas. Las uí nicas obras que escapan a este destino son las que nadie se tomoí nunca en serio. El Adam Smith de hoy en díía no es el Adam Smith de 1776, salvo para un punñ ado de estudiosos especializados. Lo mismo ocurre inevitablemente con Marx (p. 351). 1968 es una fecha senñ alada en la historia de Yugoslavia, Polonia y Checoslovaquia, asíí como Meí xico, Francia y Estados Unidos. No obstante, atrajo la atencioí n principalmente porque recorrioí paííses que formaban parte del nuí cleo de la sociedad capitalista desarrollada, en la cuí spide de su prosperidad econoí mica. Por uí ltimo, su impacto en el sistema políítico y en las instituciones de varios de los paííses en que se manifestoí fue, aunque por poco tiempo, absolutamente espectacular (p. 364).

La “nueva izquierda” intelectual tendíía, por consiguiente, a descartar a veces a los obreros como una clase que ya no era revolucionaria por haberse integrado en el capitalismo (p. 371). Tíípico del pluralismo de este periodo es que no soí lo la naturaleza de su marxismo, sino tambieí n su relacioí n con eí l, resultaba a veces poco clara. La líínea entre lo que era marxista y lo que no lo era se hizo cada vez maí s confusa (p. 376). El vasto y fundamental campo de las ciencias naturales y de la tecnologíía es un aí mbito en el que muy pocos marxistas se han aventurado como marxistas despueí s de 1947 (p. 385). 15 El marxismo en recesioí n 1983-2000 En los uí ltimos veinticinco anñ os ninguí n lííder de ninguí n partido de la izquierda europea ha declarado que el capitalismo como tal sea un sistema inaceptable. La uí nica figura puí blica que lo hizo sin vacilar fue el papa Juan Pablo II (p. 402). Revolucioí n iraníí de 1979, la uí ltima de las grandes revoluciones del siglo XX (p. 403). 16. Marx y el trabajo: el largo siglo Ni el marxismo ni los movimientos obreros pueden entenderse salvo como agentes histoí ricos independientes, como una compleja y cambiante relacioí n entre síí (p. 405). Y sin embargo, algo ha cambiado para mejor. Hemos redescubierto que el capitalismo no es la (o no es la uí nica) respuesta, sino la pregunta. “El gobierno no es la solucioí n, sino el problema”, que finalmente implosionoí en 20072008 (p. 423). “El mercado” no tiene respuesta al principal problema al que e enfrenta el siglo XXI: que el ilimitado crecimiento econoí mico cada vez maí s altamente tecnoloí gico en busca de beneficios insostenibles produce riqueza global, pero a costa de un factor de produccioí n cada vez maí s prescindible, el trabajo humano, y, podrííamos anñ adir, de los recursos naturales del globo. El liberalismo políítico y econoí mico, por separado o en combinacioí n, no pueden proporcionar la solucioí n a los problemas del siglo XXI. Una vez maí s, ha llegado la hora de tomarse en serio a Marx (p. 424).