Historia de La Literatura Inglesa. H. Taine

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HISTORIA. DK LA

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LITERATURA INGLESA r

¡S^ fi'CAflDocoVAfiRUBIAS

OBKAS PUBLICADAS

HISTORIA

POR

LA ESPAÑA MODERNA JHurray.—Historia de la Literatura c l á s i c a g r i e g a , 10 pesetas. F i t z m a u r i e e - K e l l y . —Historia

de l a

DE

LA

LITERATURA INGLESA

Literatura

POR

española, 10 pesetas. D o w d e n - Historia de la Literatura francesa, 9 pesetas.

HIPOLITO TAINE

G a r a e t . — H i s t o r i a de la Literatura italiana, 9 p e -

"

de la Academia francesa.

setas. WalSssBewsky. — Historia de l a Literatura rusa, 9 pesetas. Taine.—Historia de la Literatura inglesa, 5 v o l ú menes, 34 pesetas.—Tomo I, Los orígenes, 7 p e s e t a s T o m o II, El renacimiento, 7 pesetas. — T o m o III, La Edad clásica, 6 pesetas.—Tomo I V , La Edad moderna, 7 pesetas.—Tomo V , Los contemporáneos, 7 pesetas. C a d a tomo se v e n d e suelto. Otras obras de H . T a í n e publicadas por LA ESPAÑA MODERNA: L a I n g l a t e r r a , 7 p e s e t a s . — L o s orígenes de la F r a n c i a c o n t e m p o r á n e a . — E l antiguo régimen, 10 pesetas.—Notas sobre París, 6 p e s e t a s — L o s filósofos del siglo x i x , 6 pesetas.—El A r t e en G r e c i a , 3, pesetas.—El I d e a l en el Arte, t 3^pesetas.—Filosofía del Arte, 3 p e s e t a s . — V i á j é á Italia,"Florencia, 3 pesetas.—La Pintura en los Países Bajos, 3 pesetas.—Viaje á Italia, Milán, 3 pesetas.—Viaje á Italia, Nápoles, 3 pesetas.—Viaje á Italia, R o m a (2 tomos) 6 pesetas.— V i a j e á Italia, V e n e c i a , 3 pesetas.

TOMO I

LOS

ORÍGBNBS 8. a B D I O I Ó N

ap«í0.16¿$ mmmm,

MADRID LA E S P A Ñ A MODERNA Cuesta Sto. Domingo, 16.

¡misa

OBKAS PUBLICADAS

HISTORIA

POR

LA ESPAÑA MODERNA JHurray.—Historia de la Literatura c l á s i c a g r i e g a , 10 pesetas. F i t z m a u r i e e - K e l l y . —Historia

de l a

DE

LA

LITERATURA INGLESA

Literatura

POR

española, 10 pesetas. D o w d e n - Historia de la Literatura francesa, 9 pesetas.

HIPOLITO TAINE

G a r a e t . — H i s t o r i a de la Literatura italiana, 9 p e -

"

de la Academia francesa.

setas. WalSssBewsky. — Historia de l a Literatura rusa, 9 pesetas. Taine.—Historia de la Literatura inglesa, 5 v o l ú menes, 34 pesetas.—Tomo I, Los orígenes, 7 p e s e t a s T o m o II, El renacimiento, 7 pesetas. — T o m o III, La Edad clásica, 6 pesetas.—Tomo I V , La Edad moderna, 7 pesetas.—Tomo V , Los contemporáneos, 7 pesetas. C a d a tomo se v e n d e suelto. Otras obras de H . T a í n e publicadas por LA ESPAÑA MODERNA: L a I n g l a t e r r a , 7 p e s e t a s . — L o s orígenes de la F r a n c i a c o n t e m p o r á n e a . — E l antiguo régimen, 10 pesetas.—Notas sobre París, 6 p e s e t a s — L o s filósofos del siglo x i x , 6 pesetas.—El A r t e en G r e c i a , 3, pesetas.—El I d e a l en el Arte, t 3^pesetas.—Filosofía del Arte, 3 p e s e t a s . — V i á j é á Italia,"Florencia, 3 pesetas.—La Pintura en los Países Bajos, 3 pesetas.—Viaje á Italia, Milán, 3 pesetas.—Viaje á Italia, Nápoles, 3 pesetas.—Viaje á Italia, R o m a (2 tomos) 6 pesetas.— V i a j e á Italia, V e n e c i a , 3 pesetas.

TOMO I

LOS

ORÍGBNBS 8. a B D I O I Ó N

ap«í0.16¿$ mmmm,

MADRID LA E S P A Ñ A MODERNA Cuesta Sto. Domingo, 16.

¡misa

DEDICATORIA

E

l historiador de la. Civilización

FONDO

de Europa

y

de Francia es h o y aún en nuestro país el jefe

W C A M K ) COVARRUB1AS

de los estudios históricos, c u y o

ES

PROPIEDAD

promovedor

fué en otros días. Y o , por mi parte, he recibido pruebas de su benevolencia; he aprendido en su c o n v e r sación, consultado sus libros, y gozado de esa amplitud imparcial de espíritu, de esa activa y generosa simpatía con que acoge los trabajos y las ideas ajenas, aunque esas ideas no sean las suyas. Es para mí un deber y una honra dedicar esta obra á M. Guizot.

«

.

A • »



L

•• H. TAINB.

toeUOTECA UNIVERsjgfflA "ALFONSO

REYES

i c o COVftRR

4812. —AYRIAL, impresor, San Bernardo, 92.—Teléf. 3.922

INTRODUCCIÓN «El historiador podría colocarse en el seno del alma humana durante un período de tiempo, una serie de siglos ó en un pueblo determinado. Podría estudiar, describir, contar todos los acontecimientos, todas las transformaciones, todas las revoluciones consumadas en el interior del hombre; y cuando hubiese llegado al fin, tendría una historia de la civilización en el pueblo y en el tiempo elegidos.»

ge . .

'Guizot: Civilización de Europa, pág. 25.)

D

esde hace cien años en Alemania, desde hace

sesenta en Francia, se ha transformado la historia á favor del estudio de las literaturas.

Se ha descubierto q u e ' u n a obra literaria no es un

simple juego de imaginación, capricho aislado de una acalorada fantasía, sino una copia de las costumbres reinantes, y signo de un estado de espíritu. Se ha inferido, por consecuencia, que, atendiendo á los monumentos literarios, podría discernirse l a manera de pensar y sentir los hombres siglos hace. Se ha realizado el ensayo, y se ha obtenido un éxito satisfactorio.

Reflexionando sobre esas maneras de pensar y de sentir, se ha visto que eran hechos de primer orden;

valen más que como indicios del ser íntegro y vivien-

que se enlazaban íntimamente con los más grandes

te. Hasta ese ser hay que llegar; ese ser es el que •ne-

acontecimientos: que los explicaban y se explicaban

cesitamos reconstruir. Es engañarse estudiar el d o c u -

por ellos á su v e z ; que en lo sucesivo había que c o n -

mento como si existiese por sí solo; es tratar las cosas

cederles un puesto, y uno de los más altos puestos, en

c o m o simple erudito, y caer en una ilusión de biblio-

l a historia. Se les ha concedido ese puesto, y desde

teca. En el fondo, no hay mitología ni lenguas, sino

entonces se v e cambiar todo en la historia: el objeto,

únicamente hombres que coordinan palabras é imá-

el método, los instrumentos, la concepción de las le-

genes según las exigencias de sus órganos y la forma

yes y de las causas. Ese cambio, según se efectúa y

original de su espíritu. Un dogma no es nada por sí

debe efectuarse, es el que vamos á tratar de exponer

mismo; mirad á los que le hicieron: ved tal retrato del siglo x v i , ved la rígida y enérgica fisonomía de un

aquí.

arzobispo ó de un mártir de Inglaterra. Nada existe sino por la acción del individuo; el individuo mismo es el que debemos conocer. Guando se ha determinado la filiación de los dogmas, ó la clasificación de los I

poemas, ó el progreso de las constituciones, ó la transformación de los idiomas, no se ha hecho más que despejar el terreno; la verdadera historia sólo surge

Les documentos históricos no son más que indicios, por medio de los

cuando el historiador empieza á desentrañar, al través

cuales hay que reconstruir el individuo visiole.

de la distancia de los tiempos, el hombre vivo, activo, dotado de pasiones, provisto de hábitos, con su v o z y su fisonomía, con sus ademanes y sus vestiduras, vi-

Cuando volvéis las grandes páginas de un tomo en

sible y tangible como el que hace poco acabamos de

folio, las hojas amarillentas de un manuscrito, de un

dejar en la calle. Procuremos, pues, suprimir, hasta

poema, de un código, de un símbolo de fe, ¿cuál es

donde quepa, ese gran intervalo de tiempo que nos

vuestra primera reflexión? Que no se ha hecho él solo,

impide observar al hombre con nuestros ojos, con los

naturalmente: que es un molde, semejante á una con-

ojos de nuestra cabeza. ¿Qué hay bajo las lindas hojas

c h a fósil; que es una impresión, semejante á una de

satinadas de un poema moderno? Un poeta moderno,

esas formas depositadas en la piedra por un animal

Un hombre como Alfredo de Musset, Hugo, Lamartine

que vivió y murió. ¿Por qué estudiáis la concha sino

ó Heine, que ha estudiado y viajado; que usa levita

para figuraros el animal? Pues de la propia suerte n o

negra y guantes; que es bien visto de las damas; que

estudiáis el documento sino para conocer al hombre.

por la noche hace cincuenta saludos y una veintena

L a concha y el documento son restos muertos, y no

d e frases en las reuniones; que lee los periódicos por l a mañana; que habita por lo común en un piso s e -

gundo ; y que no es muy alegre porque tiene nervios,

ajuar tres cántaros en su casa, y por provisiones dos

y sobre todo, porque, en esta democracia en que nos

anchoas en aceite; y hombres ociosos, servidos por

ahogamos, el descrédito denlas dignidades oficiales h a

esclavos que les dejan vagar y holgura para entre-

exagerado su importancia, y la delicadeza de sus sen-

garse al cultivo de su espíritu y al ejercicio de sus

saciones habituales le da ciertas tentaciones de creer-

miembros, sin otra preocupación que el deseo de p o -

se dios. He ahí lo que descubrimos al través de medi-

seer la más bella ciudad, las más bellas procesiones,

taciones ó sonetos modernos. Del propio modo, en una

las más bellas ideas y los tipos humanos más hermo-

tragedia del siglo x v n hay un poeta, un poeta, c o m o

sos. Sobre esto, una estatua como el Meleagro ó el

Racine, por ejemplo, elegante, mesurado, cortesano,

Teseo del Partenón, ó l a vista de ese Mediterráneo

pulido; con una peluca majestuosa y zapatos de cintas;

lustroso y azul como una túnica de seda, por donde

monárquico y cristiano de corazón, «que había reci-

asoman las islas á manera de cuerpos de mármol, y

bido d é l o alto la gracia de no sonrojarse delante d e

unas cuantas frases escogidas de Platón y Aristófanes,

nadie, del rey ni del Evangelio»; hábil en distraer al

os enseñará mucho más que todas las disertaciones y

príncipe, en traducirle en hermoso francés del dia el

comentarios. Igualmente, para entender un Purana

«lenguaje rancio de A m y o t » ; muy respetuoso con los

indio, empezad por figuraros al padre de familia que,

grandes, y sabiendo siempre «guardar su puesto» c e r -

«habiendo visto un hijo en las rodillas de su hijo», se

c a de ellos; obsequioso y reservado en Marly como en

retira, según la l e y , á la soledad, con un hacha y un

Versalles, en medio de los atractivos regulares de una

vaso, debajo de un plátano ó á orillas de un riachue-

naturaleza atildada y decorativa, entre las reveren-

lo; deja de hablar; multiplica sus ayunos; permanece

cias, las gracias, los artificios y sutilezas de los seño-

desnudo entre cuatro hogueras, y bajo la quinta h o -

res que han madrugado para merecer un privilegia

guera, es decir, el terrible sol devorador y renovador

de sucesión, y de las damas encantadoras que cuentan

incesante de todas las cosas vivas; y durante semanas

por los dedos las genealogías á fin de obtener el dere-

enteras mantiene fija su imaginación, ahora en el pie

cho de asiento en palacio. Sobre esto consultad á Saint-

de Brahma, luego en la rodilla, después en el muslo,

Simon y ved las estampas de Pérelle, como antes con-

más adelante en el ombligo,y así sucesivamente, hasta

sultasteis á Balzac y visteis las acuarelas de Eugenio

que, á impulsos de esa meditación intensa, aparecen

Lami. Asimismo, cuando leemos una tragedia griega,

las alucinaciones; hasta que todas las formas del ser,

nuestro primer interés debe ser figurarnos griegos, es

fundidas y transformadas unas en otras, oscilan al

decir, hombres que v i v e n medio desnudos en gim-'

través de aquella cabeza arrebatada por el vértigo;

nasios ó plazas públicas, bajo un cielo esplendoroso,

hasta que el hombre inmóvil, con los ojos fijos y c o n -

y en medio de los más delicados y nobles paisajes,

teniendo la respiración, v e desvanecerse el mundo

ocupados en dar agilidad y fortaleza á su cuerpo, en

como una humareda por encima del Ser universal y

conversar, en discutir, en votar, en ejecutar pirate-

vacío en que aspira á abismarse. L a mejor enseñanza

rías patrióticas; pero hombres sobrios, que tienen p o r

á este propósito seria un viaje á la India; en su defec-

to, podrán utilizarse las descripciones de los viajeros, de los libros de geografía, de botánica y de etnología, En todo caso, la investigación debe ser idéntica. Una lengua, una legislación, un catecismo, no es nunca más que una cosa abstracta; lo completo es el hombre

II

que obra, el hombre corporal y visible que come, que anda, que combate, que trabaja. Dejad á un lado la teoría de las constituciones y de su mecanismo, de las religiones y su sistema, y procurad v e r á los hombres • en su taller, en sus escritorios, en sus campos, con su

SI hombre corporal y visible no es más que un indicio, por medio del cual debe estudiarse el hombre interior é Invisible.

cielo, su suelo, sus casas, sus trajes y sus comidas, no de otro modo que lo hacéis cuando al desembarcar en Inglaterra ó en Italia, miráis las caras y los ademanes, las aceras y las tabernas, la gente que se pasea y los obreros que beben. Nuestra gran preocupación debe ser suplir hasta donde podamos, l a falta de la observación presente, personal, directa y sensible, porque es el único camino para conocer al hombre. Hagámonos presente el pasado; para juzgar una cosa, es menester su presencia; no h a y experiencia de los objetos ausentes. Claro que esta reconstrucción es siempre incompleta, y no puede dar margen más que á juicios incompletos; pero hay que resignarse: más vale un conocimiento mutilado que un conocimiento nulo ó falso, y no hay más medio de conocer aproximadamente las acciones de otros días que ver aproximadamente á los hombres de otros días.

Cuando observáis con vuestros ojos el hombre visible, ¿qué buscáis en él? El hombre invisible. Esas palabras que llegan á vuestro oído, esos ademanes, esos movimientos de cabeza, esas vestiduras, esas acciones y esas obras sensibles de todos linajes no son para, vosotros más que expresiones; allí se revela algo, un alma. El hombre exterior oculta un hombre interior, y el primero no hace más que manifestar al segundo. Miráis su casa, sus muebles y su traje, para descubrir las huellas de sus hábitos y de sus gustos, el grado de su elegancia ó de su rusticidad, de su prodigalidad ó de su economía, de su vulgaridad ó de su delicadeza. Escucháis su conversación y notáis las inflexiones

de su voz y sus cambios de actitud, para

apreciar su espontaneidad, su abandono y su v i v e z a , ó su energía y rigidez. Estudiáis sus escritos, sus obras

Ese es el primer paso en historia. Se ha dado en

de arte, sus empresas mercantiles ó políticas, para

Europa, al renacer la imaginación, á fines del siglo

medir el alcance y los límites de su inteligencia, de su

último, con Lessing y Walter Scot; un poco

des-

inventiva y de su sangre fría, para descubrir el orden,

pués en Francia con Chateaubriand, Agustín Thierry,

la índole y el poder habitual de sus ideas, la manera

M. Michelet y tantos otros. He aquí ahora el segundo

cómo piensa y se resuelve. Todas esas exterioridades

paso.

no son más que avenidas que se reúnen en un centro, y no las recorréis sino para llegar á ese centro; allí

to, podrán utilizarse las descripciones de los viajeros, de los libros de geografía, de botánica y de etnología, En todo caso, la investigación debe ser idéntica. Una lengua, una legislación, un catecismo, no es nunca más que una cosa abstracta; lo completo es el hombre

II

que obra, el hombre corporal y visible que come, que anda, que combate, que trabaja. Dejad á un lado la teoría de las constituciones y de su mecanismo, de las religiones y su sistema, y procurad v e r á los hombres • en su taller, en sus escritorios, en sus campos, con su

SI hombre corporal y visible no es más que un indicio, por medio del cual debe estudiarse el hombre interior é Invisible.

cielo, su suelo, sus casas, sus trajes y sus comidas, no de otro modo que lo hacéis cuando al desembarcar en Inglaterra ó en Italia, miráis las caras y los ademanes, las aceras y las tabernas, la gente que se pasea y los obreros que beben. Nuestra gran preocupación debe ser suplir hasta donde podamos, l a falta de la observación presente, personal, directa y sensible, porque es el único camino para conocer al hombre. Hagámonos presente el pasado; para juzgar una cosa, es menester su presencia; no h a y experiencia de los objetos ausentes. Claro que esta reconstrucción es siempre incompleta, y no puede dar margen más que á juicios incompletos; pero hay que resignarse: más vale un conocimiento mutilado que un conocimiento nulo ó falso, y no hay más medio de conocer aproximadamente las acciones de otros días que ver aproximadamente á los hombres de otros días.

Cuando observáis con vuestros ojos el hombre visible, ¿qué buscáis en él? El hombre invisible. Esas palabras que llegan á vuestro oído, esos ademanes, esos movimientos de cabeza, esas vestiduras, esas acciones y esas obras sensibles de todos linajes no son para, vosotros más que expresiones; allí se revela algo, un alma. El hombre exterior oculta un hombre interior, y el primero no hace más que manifestar al segundo. Miráis su casa, sus muebles y su traje, para descubrir las huellas de sus hábitos y de sus gustos, el grado de su elegancia ó de su rusticidad, de su prodigalidad ó de su economía, de su vulgaridad ó de su delicadeza. Escucháis su conversación y notáis las inflexiones

de su voz y sus cambios de actitud, para

apreciar su espontaneidad, su abandono y su v i v e z a , ó su energía y rigidez. Estudiáis sus escritos, sus obras

Ese es el primer paso en historia. Se ha dado en

de arte, sus empresas mercantiles ó políticas, para

Europa, al renacer la imaginación, á fines del siglo

medir el alcance y los límites de su inteligencia, de su

último, con Lessing y Walter Scot; un poco

des-

inventiva y de su sangre fría, para descubrir el orden,

pués en Francia con Chateaubriand, Agustín Thierry,

la índole y el poder habitual de sus ideas, la manera

M. Michelet y tantos otros. He aquí ahora el segundo

cómo piensa y se resuelve. Todas esas exterioridades

paso.

no son más que avenidas que se reúnen en un centro, y no las recorréis sino para llegar á ese centro; allí

está el verdadero hombre, es decir, el grupo de facultades y de sentimientos que produce todo lo demás. He ahí un nuevo mundo: mundo infinito, porque cada acción visible arrastra en pos de sí una serie infinita de discursos, de emociones, de sensaciones antiguas ó recientes, que han contribuido á sacarla á luz, y que, á modo de largas rocas profundamente hundidas en el suelo, alcanzan en ella su extremo saliente. Ese mundo subterráneo es el segundo objeto, el objeto p r o pio del historiador. Cuando este último atesora la educación crítica necesaria, puede discernir al través de cada adorno de una arquitectura, de cada línea de un cuadro, de cada frase de un escrito, el sentimiento particular de donde surgieron el adorno, la línea ó la frase; asiste al drama íntimo desarrollado en el artista Ó escritor; la elección de las palabras, la brevedad ó longitud de los períodos, la especie de las metáforas, el acento del verso, el orden del discurso, todo le sirv e de indicio; mientras sus ojos leen un texto, su alma y su mente siguen el continuo desarrollo y la v a riada serie de sentimientos y concepciones de que ese texto ha nacido: hacen su psicología.

Si queréis obser-

v a r esta operación, mirad al promovedor y al modelo de toda la gran cultura contemporánea, á Goethe, que, antes de escribir su Ifigenia, pasa días dibujando las más perfectas estatuas, hasta que, llenos sus ojos de las nobles formas del antiguo paisaje, y penetrado su espíritu de las bellezas armoniosas de la vida antigua, logra reproducir en sí propio tan exactamente los hábitos y las inclinaciones de la imaginación griega, que da una hermana casi gemela á la

Antígone

de Sófocles y á las diosas de Fidias. Esa adivinación precisa de los sentimientos extinguidos ha renovado la historia en nuestro tiempo. En el siglo último se des-

conocía casi enteramente. Considerábase á los £ o m bres de todas las razas y de todos los siglos como casi semejantes; el griego, el bárbaro, el indo, el hombre del Renacimiento y el del siglo XVIH aparecían como vaciados en el mismo molde, según cierta concepción abstracta, que servia para todo el género humano. Se conocía al hombre; no se conocía á los hombres; no se había penetrado en el alma; no se había visto la diversidad infinita y la complejidad maravillosa de las almas; no se sabía que la estructura moral de un pueblo y de una edad es tan particular y tan distinta . c o m o la estructura física de una familia de plantas ó de un orden de animales. H o y l a historia, c o m o la zoología, ha encontrado su anatomía; y sea l a q u e quiera la rama histórica que se cultive, filología, lingüística ó mitología, en ese sentido se trabaja para hacerla producir nuevos frutos. Entre tantos escritores como desde Herder, Ottfried Müller y Goethe, han proseguido y rectificado incesantemente ese gran esfuerzo, considere el lector tan sólo dos historiadores y dos obras: una, el comentario sobre Cronwéll de Carlyle; otra, el Port-Boyal

de Sainte-Beuve; y verá con

qué exactitud, con qué seguridad y profundidad puede descubrirse un alma al través de sus actos y sus obras; cómo, bajo el viejo general, en vez de un a m bicioso vulgarmente hipócrita, se encuentra un hombre atormentado por los confusos ensueños de una meláncolica imaginación, pero positivo en sus instintos y facultades, inglés hasta la medula, extraño é incomprensible para el que no h a y a estudiado el clima y l a raza; c ó m o , con un centenar de cartas sueltas y con veinte discursos mutilados, se le puede seguir desde su granja y sus yuntas hasta su tienda de general y su trono de protector, en su transformación y en su

desarrollo, en las inquietudes de su conciencia y en sus resoluciones de hombre de Estado, hasta el punto de que el mecanismo de su pensamiento y de sus acciones se hace visible, y la tragedia íntima, perpetuamente renovada y cambiante, que trabajó aquella gran alma tenebrosa, pasa, c o m o las de Shakespeare, al alma de los espectadores. V e r á cómo bajo disputas de convento y resistencias monjiles, se puede vislumbrar una gran región de psicología humana; c ó m o cincuenta caracteres, sepultados bajo l a uniformidad de una narración comedida, reaparecen á la luz, cada uno con su nota saliente, y todos con sus diversidades innumerables, cómo, tras disertaciones teólogicas y sermones monótonos, se disciernen las palpitaciones de corazones siempre vivos, los accesos y los desmayos de la vida religiosa, los retornos imprevistos y el

trañar los matices: todos han labrado el mismo dominio, y se empieza á comprender que no hay región de l a historia donde no sea necesario cultivar esa c a p a profunda, si se quiere ver surgir entre los surcos provechosas cosechas. Tal es el segundo paso, que estamos á punto de realizar, y que constituye la obra propia de la crítica contemporánea. Nadie la ha hecho con tanta e x a c t i tud y tan en grande como Sainte-Beuve. En este respecto, todos somos discípulos suyos ; su método r e nueva hoy en los iibros y hasta en los periódicos toda la crítica literaria, filosófica y religiosa. De él hay que partir para inaugurar la evolución ulterior. Y o he procurado indicar esa evolución varias veces; á mi juicio, se abre aquí una vía nueva para la historia, y v o y á tratar de describirla más en detalle.

vaivén confuso de la naturaleza, las infiltraciones del mundo circundante, las conquistas intermitentes de la gracia, y con tal variedad' de matices, que la más nutrida descripción y el más

flexible

estilo á duras

III

penas logran recoger la mies inagotable que ha hecho germinar ¿a, crítica en ese campo abandonado. Lo mismo sucede dondequiera. Alemania, con su genio

Los estados y las operaciones del hombre interior é invisible recono-

tan dúctil, tan amplio, tan accesible á las metamor-

cen por causa ciertas maneras generales de pensar y sentir.

fosis, tan á propósito para reproducir los más lejanos y extraños estados del pensamiento; Inglaterra, con su espíritu de precisión, tan adecuado para concretar

Cuando habéis observado y anotado uno, dos, tres

las cuestiones morales, para determinarlas mediante

múltiples estados íntimos de un hombre, ¿creéis que eso

cifras, pesos y medidas, mediante la geografía y la

basta, y os parece completo vuestro conocimiento? Un

estadística, á fuerza de textos y de sano juicio; Fran-

cuaderno de notas, ¿es por ventura una psicología? No

cia, en fin, con su cultura parisiense, con sus hábitos

lo es; aquí, como siempre, tras la reunión de los hechos

de salón, con su análisis continuo de los caracteres y

debe venir la indagación de las causas. Todos los he-

de las obras, con su ironía tan apropiada para marcar

chos las tienen, sean físicos ó morales : las tienen la

las flaquezas, con su penetración tan fina para desen-

veracidad, la ambición ó el valor, lo mismo que la di-

gestión, el movimiento muscular ó el calor animal El vicio y la virtud son productos como el vitriolo y el azúcar, y todo dato complejo nace del concurso de otros datos más simple de que depende. Busquemos pues, los datos simples de las cualidades morales' como se buscan los de las cualidades físicas ; y consideremos á este fin un hecho cualquiera, por ejemplouna música religiosa, la de un templo protestante. H a y una causa interior que ha convertido el espíritu de los fieles hacia aquellas graves y monótonas melodías una causa más vasta que su efecto; quiero decir • lá idea general del verdadero culto externo que el h o m bre debe á Dios. Esa idea es la que ha modelado la arquitectura del templo, derribado Jas estatuas, proscrito los cuadros, destruidos los ornamentos, cercenado las ceremonias, encerrado á los concurrentes en bancos altos que les tapan la vista, y presidido á los mil detalles de las decoraciones, de las posturas y de t o das las circunstancias externas. Y ella, á su vez proviene de otra causa más general: la idea integra de la conducta, así interior como e x t e r i o r - o r a c i o n e s

ac-

tos y disposiciones de todas í n d o l e s - á que está obligado el hombre para con el Ser supremo. Esta última es la que ha entronizado la doctrina y la gracia

re

ducido el clero, transformado los sacramentos, suprimido las prácticas, y convertido la religión disciplinaria en religión moral. Esta segunda idea, á su vez depende de una í e r c e r a más general a ú n : la de lá perfección moral, tal como se encuentra en el Dios perfecto, juez impecable, riguroso celador de las al m a s , ante quien toda alma es pecadora, digna de s u plicio, incapaz de virtud, si no es por la crisis de conciencia que él provoca y la renovación de corazón que él produce. He ahí la concepción cardinal, que con-

siste en erigir el deber en r e y absoluto de la vida h u mana, y en prosternar todos los modelos ideales á los pies del modelo moral. T o c a m o s aquí el fondo del hombre: porque, para explicar esa concepción, h a y que considerar la raza misma, es decir, el germano y el hombre del Norte, la estructura de su carácter y de su inteligencia, sus modos más generales de pensar y de sentir: esa lentitud y frialdad de la sensación, que le impiden caer violenta y fácilmente bajo el imperio del placer sensible; esa rudeza del gusto, esas irregularidades y sacudidas de la concepción que atajan en su espíritu el nacimiento de las grandes síntesis y de las formas armoniosas; ese desdén de las apariencias, esa necesidad de lo verdadero, esa propensión á las ideas abstractas y desnudas que desenvuelve su conciencia con detrimento de todo lo restante. Aquí hace alto el análisis; se acaba de llegar á una disposición primitiva, á un rasgo característico de todas las sensaciones y concepciones de un siglo ó de una raza, á una particularidad inseparable de todo el porte de su inteligencia y de su corazón. Esas son las grandes causas, las causas universales y permanentes, dondequiera y siempre activas, indestructibles é infaliblemente dominantes á la postre, puesto que los accidentes que las contrarían, como limitados y parciales, acaban por ceder á la sorda y continua repetición de su esfuerzo; de modo que la estructura general de las cosas y los grandes rasgos de los acontecimientos son obra suya, y las religiones, las filosofías, las poesías, las industrias, las formas de la sociedad y de la familia, no son, en resumen, más que impresiones marcadas por su sello.

cribirse las civilizaciones, como los cristales. ¿Quéhay en el hombre en el punto de partida? Imágenes ó representaciones IV

de los objetos, es decir, aquello que

flota interiormente ante él, que subsiste algún tiempo, y después se borra y reaparece, cuando ha contemplado tal árbol, tal animal, tal cosa sensible. Esa es la

Principales formas de pensamientos y sentimientos. Sus efectos históricos.

materia de todo lo demás; y el desarrollo de esa materia es doble: especulativo ó práctico, según que esas representaciones conducen á una concepción general ó á una resolución activa. He ahí todo el hombre en com-

Los sentimientos y los pensamientos humanos forman, pues, un sistema, y ese sistema tiene por primer motor ciertos rasgos generales, ciertos caracteres de la inteligencia y del corazón, comunes á los hombres de una raza, de un siglo ó de un país. Asi c o m o , en mineralogía, los cristales, por diversos que sean, derivan de algunas formas corporales simples, así también en historia, las civilizaciones, por diversas que sean, derivan de algunas formas espirituales simples. Los unos se explican por un elemento geométrico primitivo, como las otras por un elemento psicológico primitivo. Para comprender el conjunto da las espe-

pendio; y en ese recinto limitado se concentran las diversidades ñumanas, y a en el seno de la materia primordial, y a en el doble desarrollo primordial. Por pequeñas que sean en los elementos, son enormes en la masa, y la menor alteración en los factores acarrea alteraciones gigantescas en los productos. Según* la representación es clara y definitiva ó confusa y mal delimitada, según reúne en sí un grande ó pequeño número de caracteres del objeto, según es violenta é impulsiva ó tranquila y serena, todas las operaciones y ^ todo el juego corriente de la máquina humana se trans" forman.

cies mineralógicas, debe considerarse de antemano un

Y , asimismo, todo el desarrollo humano varía á

sólido regular en general, con sus caras y sus ángulos,

compás del desarrollo ulterior de la representación.

y notarse las innumerables transformaciones de que es

Si la concepción general á que ésta conduce es una

susceptible. De análogo modo, si queréis comprender

simple notación seca á la manera chica, la lengua se

el conjunto de las variedades históricas, considerad de

convierte en una especie de álgebra, la religión y la

antemano un alma humana en general, con sus dos ó

poesía se atenúan, la filosofía se reduce á una especie

tres facultades fundamentales, y en ese compendio no-

de sentido moral y práctico, la ciencia á una colec-

taréis las principales formas que puede admitir. Des-

ción de recetas, de clasificaciones, de mnemotecnias

pués de todo, esa especie de cuadro ideal, el g e o m é -

utilitarias, y el espíritu entero adquiere una tendencia

trico como el psicológico, no es muy complejo, y p r o n -

positivista. Si, al contrario, la concepción general á

to se ven los límites del marco en que han de circuns-

que la representación conduce es una creación poética y figurativa, un símbolo v i v o , como acontece en 2

las razas arias, la lengua se convierte en una especie

como los romanos y los ingleses, se detienen en los

de epopeya matizada y coloreada, donde c a d a v o z es

primeros escalones; otras, como los indos y alemanes,

un personaje; la poesía y la religión adquieren una

suben hasta los últimos. Si ahora, después de haber

magnífica é inagotable amplitud; l a metafísica se des-

considerado el tránsito de l a representación á la idea,

arrolla libre y sutilmente, sin curarse de las aplicacio-

se examinase el tránsito de l a representación á l a re-

nes positivas; el espíritu entero, al través de las des-

solución, se encontrarían diferencias elementales de la

viaciones y los desfallecimientos inevitables de su es-

misma importancia y del mismo orden, según que la

fuerzo, se prenda de lo bello y lo sublime, y concibe

impresión es viva, como en los climas del Mediodía, ó

un modelo ideal, capaz de c o n c e n t r a r a n torno suyo,

pálida, como en los climas del Norte; según que lleva

por la virtud de su nobleza y su armonía, las simpa-

á la acción desde el primer instante, como sucede en

tías y los entusiasmos del humano linaje. Si ahora la

los pueblos bárbaros, ó tardíamente, como ocurre en

concepción general á que la representación conduce,

las naciones civilizadas; según que es ó no susceptible

es poética pero no meditada y medida; si el hombre

de acrecentamiento, de persistencia y arraigo. Todo el

la alcanza, no por una gradación constante, sino por

sistema de las pasiones humanas, todas las condiciones

una intuición brusca; si la operación original no es el

de la paz y de la seguridad públicas, todas las fuentes

desarrollo regular, sino la explosión violenta, -enton-

del trabajo y la acción derivan de ahí. Lo mismo su-

ces, como acontece en las razas semitas, falta la me-

cede con las otras diferencias primordiales: sus conse-

tafísica; la religión no concibe más que el Dios r e y ,

cuencias abrazan toda una civilización, y pueden c o m -

devorador y solitario; la ciencia no puede formarse; el

pararse á esas fórmulas algébricas que, en sus estrechos

espíritu es demasiado rígido ó inflexible para reprodu-

limites, contienen de antemano toda la curva cuya

cir el delicado orden de la naturaleza; la poesía no ^

ley constituyen. No es que esa l e y se cumpla siempre

sabe dar á luz más que una serie de exclamaciones*

hasta el fin; á veces se encuentran perturbaciones;

vehementes y grandiosas; la lengua no puede expresar

pero, cuando así ocurre, no es que la ley sea falsa,

la trabazón del discurso y de la elocuencia; el hombre

sino que no ha obrado por sí sola. Nuevos elementos

se reduce al entusiasmo lírico, á la pasión indómita, á

han venido á mezclarse á los antiguos; grandes fuer-

la acción fanática y estrecha. En ese intervalo entre

zas extrañas han venido á contrariar las fuerzas pri-

la representación particular y l a concepción univer-

mitivas. Ha emigrado la raza, como el antiguo pueblo

sal, se encuentran los gérmenes de las mayores dife-

arfo, y el cambio de clima ha alterado toda la econo-

rencias humanas. Algunas razas, como las clásicas,

mía de la inteligencia y toda la organización de la so-

por ejemplo, pasan de la primera á la segunda por

ciedad. Ha sido conquistado el pueblo, como la na-

una escala gradual de ideas regularmente clasificadas

ción sajona, y la nueva estructura política le ha im-

y más generales cada v e z ; otras, como las germáni-

puesto hábitos, capacidades é inclinaciones que no

cas, realizan la misma travesía por saltos, sin uniformidad, después de largos y v a g o s tanteos. Algunas,

tenía. La nación se ha instalado en medio de vencidos #

amenazadores, como los antiguos espartanos, y la obli-

• rosas é inteligentes y otras tímidas y de cortos alcan-

gacióa de vivir á la manera de tropa acampada ha tor-

ces; unas capaces de concepciones y de creaciones

cido violentamente en un sentido único toda la consti-

superiores, y otras reducidas á las ideas y á las in-

tución moral y social. En todo caso, el mecanismo de

venciones rudimentarias; algunas dispuestas más es-

l a historia humana es semejante. Siempre se encuen-

pecialmente para ciertas obras y dotadas más r i c a -

tra como primitivo resorte alguna disposición m u y g e -

mente de ciertos instintos, al modo como se ven castas

neral del espíritu, ora innata en la raza, ora adquiri-

de perros de aptitudes especiales para la carrera, ó

da por virtud de alguna circunstancia influyente. Esos

para el combate, ó para la caza, ó para la custodia

grandes resortes hacen p o c o á poco su efecto, y al

de las casas ó de los rebaños. Hay aquí una fuerza

cabo de algunos siglos colocan á la nación en un nue-

definida, tan definida, que, al través de las enormes

v o estado religioso, literario, social, económico: c o n -

desviaciones que los otros dos motores la imprimen,

dición nueva que, unida al esfuerzo renovado de tales

se reconoce aún; y una raza, como el antiguo pueblo

factores, produce otra condición, y a buena, y a mala,

-ario, diseminada desde el Ganges hasta las Hébridas, •

ora con lentitud, ora con rapidez, y así sucesivamente; de modo que el movimiento total de cada civilización distinta, puede considerarse como resultado de una fuerza permanente, que á cada instante modifica su obra, alterando las circunstancias en que actúa.

establecida en todos los climas, escalonada en todos :

los grados de la civilización, transformada por treinta siglos de revoluciones, manifiesta, sin embargo, en sus lenguas, en sus religiones, en sus literaturas y en sus filosofías, la comunidad de sangre y de espíritu que enlaza hoy aún á todos sus vástagos. Por diferentes que esos vástagos sean, no ha desaparecido su parentesco; por mucho que hayan labrado la selvati-

V

quez, el cultivo y el injerto, las diferencias de cielo y #

Las tres fuerzas primordiales: la r a z a , el medio y el momento.

de suelo, y las prósperas ó adversas vicisitudes, han subsistido los grandes rasgos de la forma original, y se descubren los dos ó tres lincamientos principales de la impresión primitiva bajo las impresiones secun-

Tres fuentes diversas contribuyen á producir ese estado moral elemental: la raza,

el medio y el mo-

mento. Lo que se llama la raza son esas disposiciones innatas y hereditarias que el hombre aporta consigo, y que van unidas, por lo común, á marcadas diferen-

darias que el tiempo ha superpuesto. Nada tiene de asombroso esa tenacidad extraordinaria. Aunque la inmensidad de la distancia no nos deje entrever más que á medias y á una incierta luz el origen de las especies (1), los hechos de la historia iluminan bastante

cias de temperamento y de estructura corporal. Varían según los pueblos. Hay naturalmente variedades de hombres, como de toros y de caballos: unas v a l e -

(1) Darvrin: Del origen de las especies. — Prosper Lucas: De la

herencia.

• rosas é inteligentes y otras tímidas y de cortos alcan-

gacióa de vivir á la manera de tropa acampada ha tor-

ces; unas capaces de concepciones y de creaciones

cido violentamente en un sentido único toda la consti-

superiores, y otras reducidas á las ideas y á las in-

tución moral y social. En todo caso, el mecanismo de

venciones rudimentarias; algunas dispuestas más es-

l a historia humana es semejante. Siempre se encuen-

pecialmente para ciertas obras y dotadas más r i c a -

tra como primitivo resorte alguna disposición m u y g e -

mente de ciertos instintos, al modo como se ven castas

neral del espíritu, ora innata en la raza, ora adquiri-

de perros de aptitudes especiales para la carrera, ó

da por virtud de alguna circunstancia influyente. Esos

para el combate, ó para la caza, ó para la custodia

grandes resortes hacen p o c o á poco su efecto, y al

de las casas ó de los rebaños. Hay aquí una fuerza

cabo de algunos siglos colocan á la nación en un nue-

definida, tan definida, que, al través de las enormes

v o estado religioso, literario, social, económico: c o n -

desviaciones que los otros dos motores la imprimen,

dición nueva que, unida al esfuerzo renovado de tales

se reconoce aún; y una raza, como el antiguo pueblo

factores, produce otra condición, y a buena, y a mala,

-ario, diseminada desde el Ganges hasta las Hébridas, •

ora con lentitud, ora con rapidez, y así sucesivamente; de modo que el movimiento total de cada civilización distinta, puede considerarse como resultado de una fuerza permanente, que á cada instante modifica su obra, alterando las circunstancias en que actúa.

establecida en todos los climas, escalonada en todos :

los grados de la civilización, transformada por treinta siglos de revoluciones, manifiesta, sin embargo, en sus lenguas, en sus religiones, en sus literaturas y en sus filosofías, la comunidad de sangre y de espíritu que enlaza hoy aún á todos sus vástagos. Por diferentes que esos vástagos sean, no ha desaparecido su parentesco; por mucho que hayan labrado la selvati-

V

quez, el cultivo y el injerto, las diferencias de cielo y #

Las tres fuerzas primordiales: la r a z a , el medio y el momento.

de suelo, y las prósperas ó adversas vicisitudes, han subsistido los grandes rasgos de la forma original, y se descubren los dos ó tres lincamientos principales de la impresión primitiva bajo las impresiones secun-

Tres fuentes diversas contribuyen á producir ese estado moral elemental: la raza,

el medio y el mo-

mento. Lo que se llama la raza son esas disposiciones innatas y hereditarias que el hombre aporta consigo, y que van unidas, por lo común, á marcadas diferen-

darias que el tiempo ha superpuesto. Nada tiene de asombroso esa tenacidad extraordinaria. Aunque la inmensidad de la distancia no nos deje entrever más que á medias y á una incierta luz el origen de las especies (1), los hechos de la historia iluminan bastante

cias de temperamento y de estructura corporal. Varían según los pueblos. Hay naturalmente variedades de hombres, como de toros y de caballos: unas v a l e -

(1) Darvrin: Del origen de las especies. — Prosper Lucas: De la

herencia.

los hechos anteriores á la historia, para explicar la casi inquebrantable solidez de los caracteres p r i m o r diales. Cuando quince, veinte, treinta siglos antes de nuestra e r a , los encontramos en un ario, en un egip-

mera y la más rica fuente de esas facultades matrices de donde derivan los acontecimientos históricos; y desde luego se v e que, si es poderosa, es p o r q u e no constituye un simple manantial, sino una especie de

cio, en un chino, esos caracteres representan la o b r a

lago y c o m o un depósito profundo donde los otros m a -

de un número de siglos m u c h o m a y o r , quizá la o b r a

nantiales han ido aglomerando sus propias aguas du-

de millones de años. P o r q u e , desde el punto y hora en

rante una multitdd de siglos.

q u e un animal v i v e , es menester que se amolde á su

Cuando se ha r e c o n o c i d o así la c o m p l e x i ó n interior

medio: respira, se r e n u e v a , se conduce de distinto

de una raza, h a y que considerar el medio en q u e v i v e .

m o d o , según el aire, los alimentos y la temperatura.

Porque el h o m b r e no está solo en el m u n d o , sino que

U n clima y una situación diferentes engendran en él necesidades diferentes, y , por consecuencia, un sistem a de acciones diferentes; y de aquí un sistema de hábitos diferentes, y en último resultado un sistema de aptitudes y de instintos diferentes. El h o m b r e , obligado á mantenerse en equilibrio c o n las circunstancias, contrae un c a r á c t e r y un temperamento en armonía con esas circunstancias; y su carácter, c o m o su temperamento, son adquisiciones tanto m á s estables cuanto más reiterada ha sido la impresión e x t e - " rior y m á s antigua su transmisión p o r herencia á la progenitura. D e f o r m a que el c a r á c t e r de un pueblo puede considerarse en c a d a punto c o m o el resumen de todas sus acciones y de todas sus sensaciones p r e c e dentes, es decir, c o m o una cantidad y c o m o un peso, no infinito (1), puesto q u e todas las cosas de la naturaleza son limitadas, pero si desproporcionado c o n lo restante y casi imposible de levantar, en atención, á que ha contribuido á agravarle cada minuto de un pasado casi infinito, y á que, p a r a v e n c e r la balanza, habría que acumular en el otro platillo un n ú m e r o de acciones y de sensaciones m a y o r aún. Tal es la pri-

le envuelve la naturaleza y le rodean los otros h o m bres. Así sobre la impresión primitiva y permanente se extienden las impresiones accidentales y secundarias, y las circunstancias físicas ó sociales alteran ó completan la condición original. O r a es el clima el que hace su efecto. A u n q u e no p o d a m o s seguir más que oscuramente la historia de los pueblos arios desde su patria c o m ú n hasta sus patrias definitivas, c a b e afirm a r , con todo, q u e la p r o f u n d a diferencia q u e separa á las razas germánicas de las latinas y helénicas, procede en gran parte de las comarcas en que se han establecido: unas en los países íríos y húmedos, en el fondo de ásperas selvas pantanosas ó á orillas de un occéano bravio, viéndose reducidas á las sensaciones melancólicas ó violentas, estimuladas á la embriaguez y á la alimentación fuerte, inclinadas á l a v i d a militante y carnicera; las otras, al contrario, en medio de los más bellos paisajes, á orillas de un m a r resplandeciente y risueño, invitadas á la navegación y al c o mercio, exentas de las necesidades groseras del estóm a g o , dirigidas desde el principio hacia los hábitos sociales, hacia la organización política, hacia los sentimientos y las facultades q u e desenvuelven el arte de hablar, «1 talento de g o z a r , la invención de las cien-

(1) Espinosa: Etica, 4.a parte, axioma.

cías, de las letras y 'de las artes. Ora han trabajado las circunstancias políticas, como en las dos civilizaciones italianas: la primera convertida por entero h a : cia la acción, la conquista, el gobierno y la legislación, por la situación primitiva de una ciudad de refugio, de un emporium de frontera, y de una aristocracia armada que, importando y regimentando bajo sus órdenes á los estranjeros y á los vencidos, ponía en pie, uno frente á otro, dos cuerpos hostiles, y no encontraba solución para sus dificultades interiores ni desahogo para sus instintos r a p a c e s más que en la guerra sistemática; la segunda, privada de la unidad y de la gran ambición política por la permanencia de su forma municipal, por la situación cosmopolita de su Papa y por la intervención militar de las naciones vecinas, dejándose llevar totalmente por la pendiente de su magnífico y armonioso genio hacia el cultivo de la voluptuosidad y de la belleza. Y a , en fin, han impreso su sello las condiciones sociales, como hace diez y ocho siglos mediante el cristianismo, y veinticinco siglos mediante el budhismo, cuando, así en torno del Mediterráneo como en el.Indostán, las consecuencias extremas de la conquista y de la organización aria trajeron la opresión intolerable, el anonadamiento del individuo, la desesperación completa, la

maldición

lanzada sobre el mundo, con el desarrollo de la metafísica y de la meditación soñadora, y cuando el hombre, en su calabozo de miserias, concibió la abnegación, la caridad, el amor tierno, la dulzura, la humildad, la fraternidad humana, allí ante la idea de la nada universal, aquí bajo la paternidad de Dios. Obsérvense los instintos reguladores y las facultades implantadas en una raza, obsérvese el sentido en que h o y piensa y obra, y se verá las más de las veces

cómo es la resultante de alguna de esas situaciones prolongadas, de esas circunstancias envolventes, de esas persistentes y gigantescas presiones sufridas por una masa de hombres que, uno á uno, y todos juntos, no han cesado de plegarse y amoldare á sus exigencias de generación en generación: en España, una cruzada de ocho siglos contra los musulmanes, prolongada aún más allá yhasta el agotamiento de ía nación por laexpulsión délos moros, el despojo de los judíos, el establecimiento de la Inquisición y las guerras católicas; en Inglaterra, una constitución política de ocho siglos que permite al hombre mantenerse erguido y respetuoso, independiente y obediente, y le acostumbra á luchar en masa bajo la autoridad de la l e y ; en Francia, una organización latina q.ue, impuesta en un principio á bárbaros dóciles, y deshecha luego en medio de la demolición universal, se rehace de suyo bajo la conspiración latente del instinto nacional, se desarrolla bajo reyes hereditarios, y acaba en una especie de república igualitaria, centralizada, administrativa, bajo dinastías expuestas á revoluciones. Esas son las más eficaces entre las causas observables que modelan al hombre primitivo; son para las naciones lo que la educación , la profesión, la condición y la residencia para los individuos; y parecen abrazarlo todo/puesto que abrazan todas las potencias externas que labran la materia humana, y por cuya virtud el exterior obra sobre el interior. Hay, sin embargo, un tercer orden de causas, porque, juntamente con las fuerzas del interior y del e x terior, existe la obra que han realizado ya; y esa obra contribuye á su vez á producir la que sigue : además del impulso permanente y del medio dado, existe la velocidad adquirida/Guando actúan el carácter n a -

cional y las circunstancias ambientes, no actúan sobre una tabla r a s a , sino sobre una tabla donde se han marcado y a impresiones. Según se toma la tabla en un momento ó en otro, la impresión es diferente; y eso basta para que el efecto total sea diferente. Notad, por ejemplo, dos momentos de una literatura ó de un arte: la tragedia francesa, bajo Corneille y bajo Voltaire; el teatro griego, bajo Esquilo y bajo Eurípides; la poesía latina, bajo Lucrecio y bajo Claudiano; la pintura italiana-, bajo Vinci y bajo Guido. Claro es que la concepción general no varía de uno á otro de esos puntos extremos: siempre es el mismo el tipo humano que se trata de representar ó de pintar ; el molde del verso, la estructura del drama, la especie de los cuerpos han persistido. Pero entre otras diferencias , hay ésta : que uno de los artistas es el precursor. y el otro el sucesor ; que el primero no tiene modelo, y el segundo tiene un modelo; que el primero v e las cosas frente á frente, y el segundo v e las cosas por el intermedio del primero ; que se han perfeccionado varias grandes partes del a r t e ; que han disminuido la sencillez y la magnitud de la impresión; que han aumentado el atractivo y el refinamiento de la forma; en resumen, que la primera obra ha deteriñinado la segunda. Pasa aquí con un pueblo lo que con una planta : la misma savia, bajo la misma tem- . peratura y sobre el mismo suelo, produce, en los diversos grados de su elaboración sucesiva, formaciones diferentes, botones, flores, frutos, semillas; y de tal modo que cada una tiene siempre por condición la anterior, y nace de su muerte. Si miráis ahora, no y a un corto momento, sino uno de esos vastos desarrollos que abrazan uno ó varios siglos, como la Edad Media, ó nuestra última época clásica, la con-

clusión será la misma. En cada uno de esos períodos reina cierta concepción dominante; los hombres, du-rante doscientos ó quinientos años, se representan cierto modelo ideal del hombre: en la Edad Media, el caballero y el monje; en nuestra edad clásica, el hombre de corte y el purista. Esa idea creadora y universal se manifiesta en todo el campo del pensamiento y de la acción, y después de llenar el mundo con sus obras involuntariamente sistemáticas, palidece y

muere,

surgiendo después una nueva idea, destinada á la misma dominación y á la misma multiplicidad de creaciones. Poned aquí que la segunda depende en parte de la primera, y que la primera, combinando su influjo con el del genio nacional y de las circunstancias, es la que v a á imponer á las cosas nacientes su sesgo y dirección. Según esta ley, se forman las grandes corrientes históricas, ó sean, los largos reinados de una forma de espíritu ó de una idea matriz, como ese período de creaciones espontáneas, que se llama el Renacimiento, ó ese periodo de clasificaciones oratorias que se llama la Edad clásica, ó esa serie de síntesis místicas, que se llama la época alejandrina y cristiana, ó esa serie de

florecimientos

mitológicos que se

encuentra en los orígenes de Germania, de India y de Grecia. No hay aquí, como dondequiera, más que un problema de mecánica: el efecto resultante es un compuesto determinado totalmente por la magnitud y dirección de las fuerzas que le producen. L a única diferencia que separa estos problemas morales de los problemas físicos, es que las direcciones y las magnitudes no se dejan valuar ni precisar en los primeros como en los segundos. Si una aspiración, si una facultad es una cantidad susceptible de grados como una presión ó un peso, esa cantidad no es medible como

l a de una presión ó un peso. No podemos fijarla en una fórmula exacta ó aproximada; no podemos tener ni dar acerca de ella más que una impresión literaria; nos vemos reducidos á notar y citar los hechos salientes en que se manifiesta, y que indican sobre poco más ó menos, grosso modo, hacia qué altura de l a escala hay que colocarla. Pero aunque los medios de notación no son los mismos en las ciencias morales que en las físicas, sin embargo, como la materia es la misma y se compone igualmente de fuerzas, de direcciones y de magnitudes, puede decirse que, en unas cómo en otras, el resultado final se produce según la misma regla. Es grande ó pequeño, según que las fuerzas fundamentales son grandes ó pequeñas, y actúan más ó menos exactamente en el mismo sentido, según que los efectos distintos de la raza, del medio y del momento se combinan para sumarse unos con otros, ó para anularse unos á otros. Así se explican las largas incapacidades y los brillantes triunfos que se registran irregularmente y sin razón ostensible en la vida de un pueblo: tienen por causas concordancias ó contrariedades interiores. Hubo una de esas c o n c o r -

tesanía y la literatura majestuosa y regular bajo Luis X I V y Bossuet, la metafísica grandiosa y la amplia simpatía critica bajo Hegel y Goethe. Esa c o n trariedad secreta de las fuerzas creadoras es la que produjo la literatura incompleta, la comedia escandalosa, el teatro abortado bajo Dryden y W y e h e r l e y , las malas importaciones griegas, los tanteos, las bellezas menudas y parciales, bajo Ronsard y la Pléyade. Podemos afirmar con certidumbre que las creaciones desconocidas á que nos arrastra la corriente de los siglos serán suscitadas y determinadas completamente por las tres fuerzas primordiales^? que si pudiesen medirse y cifrarse esas fuerzas, cabría deducir como de una fórmula las propiedades de la civilización futura; y que si, á pesar de lo grosero de nuestras notac i o n e s , y lo inexacto de nuestras medidas, queremos hoy formarnos alguna idea de nuestros destinos generales, sobre el examen de esas fuerzas tenemos que fundar nuestras previsiones. Porque, al enumerarlas, recorremos el círculo completo de las potencias activas; y cuando hemos considerado la raza, el medio y el momento, es decir, el resorte interior, la presión exterior y el impulso y a adquirido, hemos agotado,

dancias cuando, en el siglo XVII, se aunaron el carác-

no sólo'todas las causas reales, sino todas las causas

ter sociable y el genio de la conversación innatos en

posibles del movimiento.

Francia con los hábitos de salón y la boga del análisis oratorio, ó euando, en el siglo x i x , el flexible y profundo genio de Alemania vió lucir la edad de las síntesis filosóficas y de la critica cosmopolita. Hubo una de esas contrariedades cuando, en el siglo XVII, el rudo y solitario genio inglés intentó asimilarse la urbanidad nueva, ó cuando, en el siglo x v i , el lúcido y prosaico espíritu francés procuró inútilínente engendrar una poesía v i v a . Esa concordancia secreta de las fuerzas creadoras es la que produjo la acabada c o r -

t

seis regiones bien delimitadas: l a religión, el arte, la filosofía,

el Estado, la famüia, las industrias; des-

pués, en cada una de esas regiones, departamentos VI

naturales, y , en cada uno de esos departamentos, territorios menores, hasta que se llega á esos detalles innumerables de la vida que observamos diariamente

Cómo se distribuyen los efectos de ana causa primordial —Comunidad de los elementos.—Composición de los grupos.—Ley de las dependencias mutuas.—Ley de las Influencias proporcionales.

en nosotros y alrededor de nosotros. Si ahora se examinan y se comparan entre sí esos diversos grupos de hechos, se verá que están compuestos de partes, y que todos tienen partes comunes. Consideremos primeramente las tres obras principales de la inteligencia hu-

Falta inquirir de qué modo se distribuyen los efectos de esas causas en una nación ó en un siglo. Así c o m o las aguas de un manantial elevado se reparten según las alturas, y descendiendo de piso en piso, hasta lleg a r al fin á la capa más baja del suelo, así la disposi-' ción de espíritu suscitada en un pueblo por la raza, el momento ó el medio se difunde en proporciones diferentes y mediante descensos regulares por lqs diversos órdenes de hechos que componen su civilización (1). Si se traza el mapa geográfico de un país á partir de la divisoria de las aguas, vemos dividirse las vertientes, por debajo del punto común, en cinco ó seis cuencas principales, luego cada una de éstas en varias cuencas secundarias, y así sucesivamente hasta que la comarca entera con sus millares de accidentes queda comprendida en las ramificaciones de esa red. De análoga suerte, si se traza el mapa psicológico de una civilización, se encuentran desde luego cinco ó

mana: la religión, el arte y la filosofía. ¿Qué es una filosofía sino una concepción de la naturaleza y de sus causas primordiales, bajo forma de abstracciones y de fórmulas? ¿Qué h a y en el fondo de una religión y de •uñarte sino una concepción de esa misma naturaleza y de esas mismas causas primordiales, bajo forma de símbolos y de personajes más ó menos precisos, con la diferencia de que, en el primer caso, se cree que existen, y , en el segundo, que no existen? Considere el lector alguna de esas grandes creaciones del espíritu en la India, en Escandinavia, en Persia, en Roma, en Grecia, y v e r á que en todas partes el arte es una especie de filosofía sensibilizada, la religión una especie de poema tenido por verdadero, la filosofía una especie de arte y de religión reducida á las ideas puras. Así, pues, en el centro de cada uno de esos tres grupos hay un elemento común: la concepción del mundo y de su principio; y si difieren entre sí, es porque cada uno combina con el elemento común un elemento distinto: aquí el poder de abstraer; allí la facultad de

(1) Consúltese, para ver esta escala de efectos coordinados: Renán: Lenguas semíticas, cap. i.—Mommsen: Comparación de las civilizaciones griega y romana, cap. n , v o l . i, 3. a edic.— Tocqneville: Consecuencias de la democracia en América, v o -

lumen ni.

personificar y de creer; más allá el talento de personificar sin creer. Tomemos ahora las dos obras principales de la asociación humana: la familia y el Es-

tado. ¿Qué es lo que constituye el Estado sino el sentimiento de obediencia por cuya virtud se reúne una multitud de hombres bajo la autoridad de un jefe? ¿Y qué es lo que constituye la familia sino el sentimiento de obediencia por c u y a virtud l a mujer y los hijos obran bajo la dirección del marido y del padre? L a familia es un estado natural, primitivo y restringido, como el Estado es una familia artificial, ulterior y ampliada; y en la sociedad pequeña como en la grande, en medio de las diferencias debidas al número, al origen y á la condición de los miembros, se discierne fundamentalmente una misma disposición de espíritu que las aproxima y une. Suponed ahora que ese elemento común recibe del medio, del momento ó de la raza caracteres propios, y es claro que todos los pos en que entra se modificarán

en consonancia.

gruSi el

sentimiento de obediencia no es más que temor (1), como en la mayoría de los Estados orientales, encontraréis la brutalidad del despotismo, la prodigalidad de los suplicios, la explotación del súbdito, el servilismo de las costumbres, la inseguridad de la propiedad, el empobrecimiento de la producción, la esclavitud de la mujer y los hábitos del harem. Si el sentimiento de obediencia tiene por raíz el instinto de la disciplina, la sociabilidad y el honor, como en Francia, encontraréis la perfecta organización militar, la gran jerarquía administrativa, la falta de espíritu público juntamente con las sacudidas del patriotismo, la pronta docilidad del súbdito con las impaciencias del revolucionario, las genuflexiones del cortesano con las resistencias del caballero, el atractivo delicado de la

conversación y de la sociedad con las miserias del hogar y de la familia, la igualdad de los esposos y la imperfección del matrimonio bajo el y u g o necesario de la ley. Si, en fin, el sentimiento de obediencia tiene por raíces el instinto de subordinación y la idea del deber, como en las naciones germánicas, hallaréis la tranquilidad y felicidad del hogar, el sólido asiento de la vida doméstica, el desarrollo tardío é incompleto de la vida mundana, la innata deferencia hacia las dignidades establecidas, la superstición del pasado, el mantenimiento de las desigualdades sociales, el respeto natural y habitual á la ley. D e igual suerte, según sea la aptitud de una raza para las ideas generales, así serán su religión, su arte, su filosofía. Si el hombre es naturalmente idóneo para las más amplias concepciones universales, á la vez que propenso á alterarlas por la sobreexcitación nerviosa de su organización, se verá, como en la India, una asombrosa profusión de gigantescas creaciones religiosas, un florecimiento espléndido de epopeyas desmesuradas y transparentes, un laberinto extraño de filosofías sutiles é imaginativas, tan conexas todas entre sí y tan penetradas de una savia común, que, por su amplitud, por su color, por su desorden, se reconocerán al punto como producciones del mismo clima y del mismo espíritu. Si el hombre, á la inversa, naturalmente sano y equilibrado, limita la extensión de sus concepciones para precisar mejor su forma, se verá, como en Grecia, una teología de artistas, dioses distintos separados pronto de las cosas y transformados en personas casi desde el primer instante, un sentimiento borroso de la unidad universal apenas conservado en la vaga

(1) Montesquieu: Espíritu tres gobiernos.

de las leyes, Principios

de loi

noción del Destino, una filosofía sutil y precisa más que grandiosa y sistemática, limitada en la alta meta' 3

física (1), pero incomparable en la lógica, la sofística

día una porción restringida del conjunto vislumbra

y la moral, una poesía y un arte superiores por su

d e antemano y casi predice los caracteres del resto.

claridad, por su naturalidad, su.medida, su verdad y

Nada hay de vago en esa dependencia. L o que la

su belleza, á cuanto se ha visto nunca. Si el hombre,

determina en un cuerpo v i v o es, en primer térmi-

por último, reducido á concepciones estrechas y pri-

no, la tendencia á manifestar cierto tipo primordial;

vado de toda penetración especulativa, se halla á la

en segundo término, la exigencia de poseer órganos

v e z absorbido y entumecido por las preocupaciones

que puedan proveer á sus necesidades, y de encon-

prácticas, se verá, como en R o m a , dioses rudimenta-

trarse de acuerdo consigo mismo á fin de vi^ir. Lo

rios, simples nombres vacíos, buenos para anotar las

que la determina en una civilización, es el hecho de

menores particularidades de la agricultura, de la ge-

presidir á cada gran creación humana un elemento

neración y del hogar, verdaderas etiquetas domésticas

productor igualmente presente en las otras creacio-

y rurales, y , por tanto, una mitología, una

filosofía

nes, esto es, alguna facultad, alguna aptitud, alguna

y una poesía nulas ó de préstamo. Aquí, como en to-

disposición eficaz y notable que, teniendo un carácter

das partes, se aplica* la ley de las dependencias

propio*, le introduce consigo en todas las operaciones á

mu-

tuas (2). Una civilización forma cuerpo, y sus partes

que concurre, y , siempre que varía, hace variar las

se relacionan á la manera de las partes de un cuerpo

obras en que interviene.

orgánico. Asi como los instintos, los dientes, los miembros, el esqueleto y los músculos de un animal son cosas tan enlazadas que una variación de cualquiera de ellas determina en cada una de las otras una v a riación correspondiente, y algunos fragmentos bas-

VII

tan á un naturalista hábil para reconstruir mentalmente el cuerpo casi integro; así también, en una

Ley de formación de un grapo.—Ejemplos Sindicaciones.

civilización, la religión, la filosofía, la forma de familia, la literatura, las artes, componen un sistema donde todo cambio local trae consigo un cambio ge-

Llegados aquí, podemos entrever los principales

neral; de suerte que un historiador perito que estu-

rasgos de las transformaciones humanas, y empezar á investigar las leyes generales que rigen, no y a simples

(1) La filosofía alejandrina no nace sino en contacto con el Oriente. Las concepciones metafísicas de Aristóteles son aisladas, aparte de que en él, como en Platón, no son más que un bosquejo. Ved, en cambio, el vigor sistemático de Plotino, Proclo, Schelling y Hegel, ó la audacia admirable de la especulación brahmánica y búdica. (2) He procurado expresar esta ley varias veces, sobre todo en el prólogo de los Ensayos de critica y de historia.

hechos, sino clases de hechos, no y a tal religión ó tal literatura, sino el grupo de las literaturas ó de las religiones. Si se admitiese, por ejemplo, que una religión es un poema metafísico acompañado de creencia; si se notase, además, que hay ciertos momentos, ciei* tas razas y ciertos medios, en que la creencia, la f a -

cuitad poética y la facultad metafísica se despliegan juntamente con un vigor inusitado; si se considerase que el Cristianismo y el budhismo nacieron en épocas de síntesis grandiosas y entre miserias semejantes á l a opresión que sublevó á los exaltados de los C é v e n nes; si se reconociese, por otra parte, que las religiones primitivas surgieron al despertar la razón humana,jlurante el más rico florecimiento de la fantasía, en tiempo del más hermoso candor y de la mayor credulidad; si se reflexionase aún que el mahometismo apareció con el advenimiento de la prosa poética y l a concepción de la unidad nacional, en un pueblo desprovisto de ciencia, en el momento de un repentino desarrollo del espíritu, podría concluirse que una religión nace, declina, se reforma y se trasforma según que las circunstancias fortifican y asocian más ó m e nos íntima y enérgicamente sus tres instintos generadores, y se comprendería por qué es endémica en l a India, entre cerebros imaginativos, filosóficos, exaltados por excelencia; por qué se despliega tan extraña y ampliamente en la Edad Media, en una sociedad opresiva, entre lenguas y literaturas nuevas; por qué volvió á levantarse en el siglo x v i con un carácter nuevo y un entusiasmo heroico en el momento del renacimiento universal y al despertar de las razas germánicas; por qué se multiplica en extrañas sectas en la ruda democracia americana y bajo el despotismo burocrático de Rusia; por qué, en fin, se encuentra hoy distribuida en Europa con proporciones y particularidades tan diferentes según las diferencias deJas razas y de las civilizaciones. Lo mismo ocurre con cada especie de producción humana, con la literatura, la música,las artes del dibujo, la filosofía, las ciencias, el Estado, la industria, etc. Cada una tiene por causa

-directa una disposición moral ó un concurso de disposiciones morales: dada esa causa, aparece; ausente esa causa, desaparece; la debilidad ó la intensidad de esa causa, miden su debilidad ó su intensidad propias. Se liga á ella como un fenómeno físico á su condición, como el rocío al enfriamiento de la temperatura ambiente, como la dilatación al calor. H a y en el mundo moral, como en el mundo físico, pares de términos, tan rigurosamente encadenados y tan universalmente difundidos en el uno como en el otro. Todo lo que produce, altera ó suprime el primer término de uno de esos pares, produce, altera ó suprime, de rechazo, el segundo término. Todo lo que enfría la temperatura ambiente hace que se deposite el rocío. Todo lo que desarrolla la credulidad al mismo tiempo que las concepciones poéticas generales, engendra la religión. Así han sucedido las cosas; así seguirán sucediendo. Desde el punto en que sabemos cual es la condición suficiente y necesaria de una de esas vastas apariciones, nuestra inteligencia abarca el porvenir como el pasado. Podemos decir con certidumbre en qué circunstancias deberá renacer, prever sin temeridad varias partes de su historia próxima y bosquejar con circunspección algunos rasgos de Su desarrollo subsiguiente.

ral. Esas reglas de la vegetación humana son las que al presente debe inquirir la historia; lo que importa es hacer esa psicología especial de cada formación ; lo que importa es componer el cuadro completo de esas

vni

condiciones esenciales. Nada más delicado y más difícil. Montesquieu acometió la e m p r e s a ; pero, en su tiempo era demasiado nueva la historia, para que pu-

Problema general y porvenir de la historia.—Método p s i c o l ó g i c o . — . Valor de las literaturas.—Objeto de este libro.

diese salir airoso: no se sospechaba siquiera el camino que debía seguirse, y apenas si hoy empezamos á e n treverle. Así c o m o en el fondo la astronomía es un problema de mecánica, y la fisiología un problema de

A tal altura se encuentra h o y la historia, ó, m á s bien, está m u y cerca de ella, en el umbral de esa investigación. El problema planteado en este momento es el siguiente: Dada una literatura, una filosofía, una soeiedad, un arte, tal clase de artes, ¿cuál es el estado moral que la produce, y cuales son las condiciones de raza, de momento y de medio más apropósito para producir ese estado moral? H a y un estado moral distinto para cada una de esas formaciones y para cada una de sus ramas; lo hay para el arte en general, y para cada especie de arte; para l a arquitectura, para la pintura, para la escultura, para la música, para l a poesía; cada una tiene su germen privativo en el vasto campo de la psicología humana; cada una tiene su ley, y en virtud de esa ley la vemos surgir fortuitamente, en apariencia, y completamonte sola en medio de los abortos de sus congéneres, como la pintura en Flandes y en Holanda en el siglo x v n , como la poesía en Inglaterra en el siglo x v i , como la música en Alemania en el siglo x v i n . En esos momentos y en esos países, se Jian visto reunidas las condiciones necesarias para un arte, y no las precisas para los otros, y brotó una rama sola en medio de la esterilidad g e n e -

química, asi en el fondo la historia es un problema psicología.

de

Hay sistemas particulares de* impresiones

y operaciones interiores que engendran respectivamente el artista, el creyente, el músico, el pintor, el nómada, el hombre s o c i a l : en cada uno de éstos v a rían la filiación, la intensidad, las dependencias de las ideas y de las emociones ; cada uno de ellos tiene su historia moral y su estructura propia, con alguna disposición primordial y algún carácter dominante. Para explicar cada una de estas naturalezas habría que escribir un capítulo de análisis íntimo, y h o y apenas si se halla esbozado ese trabajo. Sólo un hombre lo ha emprendido, Stendhal, merced á un sello singular de espíritu y de educación, y al presente aún la mayor parte de los lectores estiman sus obras paradójicas y oscuras: su talento ^ s u s pensamientos eran prematuros. No se han comprendido sus admirables adivinaciones, las profundas frases que siembra como de pasada , la asombrosa exactitud de sus notaciones y de su lógica. No se ha visto que, con sus apariencias de hombre de mundo y en el tono de la conversación corriente, explicaba los mecanismos internos más c o m plicados, ponía el dedo en los grandes resortes, é in-

trodueía en la historia del corazón los procedimientos

tancia de las obras literarias: son instructivas porque

científicos, el arte de cifrar, de descomponer y dedu-

son bellas; su utilidad crece con su perfección; y si su-

cir ; no se ha visto que-era el primero que señalaba las

ministran documentos,

causas fundamentales, es decir, las nacionalidades,

Cuanto más visibles hace un libro las ideas y senti-

los climas y los temperamentos; que trataba, en suma,

mientos, más literario es; parque el oficio propio de la

los fenómenos internos como deben tratarse, como na-

literatura es la notación de las ideas y sentimientos.

turalista y como físico, haciendo clasificaciones y pe-

Cuanto mayor es el número de ideas y sentimientos

sando fuerzas.

importantes que pone de relieve, más alto lugar alcan-

es porque son monumentos.

Por todo eso se le ha juzgado seco y excéntrico, y ha

za en la literatura; porque si un escritor logra atraerse

permanecido aislado, escribiendo novelas, viajes, apun-

las simpatías de toda una nación y de todo un siglo, es

tes, para los cuales sólo deseaba y obtenía veinte lec-

por representar la manera de ser de todo un siglo y de

tores. Y , sin embargo, aun h o y , en sus libros es donde

toda una nación. He aquí por qué, entre los diversos

podrán encontrarse los ensayos más á propósito para

documentos que ponen delante de la vista la intimidad

allanar el camino que he tratado de describir. Nadie

de las pasadas generaciones, el mejor incomparable-

ha enseñado mejor á abrir los ojos y á mirar, á mirar

mente es una literatura, sobre todo una gran literatu-

ante todo los hombres que nos rodean y la vida p r e -

ra: se parece á esos aparatos admirables, de una sen-

sente, y después los documentos antiguos y auténticos;

sibilidad extraordinaria, por medio de los cuales dis-

á leer algo más que lo escrito, á ver, al través de la

ciernen y miden los físicos los más íntimos y delicados

añeja impresión ó de los garabatos de un texto, el sen-

cambios de un cuerpo. Las constituciones y las religio-

timiento exacto, el movimiento de ideas, el estado de

nes no lleganá tanto: los artículos de códigos y de cate-

espíritu en que el autor escribía. En sus publicaciones,

cismos no pintan jamás el espíritu sino grosso modo y

en las de Sainte-Beuve, en las de los críticos alemanes,

sin delicadeza; si hay documentos en que adquieran vida

es donde verá el lector todo el partido que puede sa-

la política y el dogma, son los discursos elocuentes del

carse de un documento literario: cuando ese documen-

pùlpito y de la tribuna, las memorias, las confesiones

to es rico, y sabemos interpretarle, descubrimos en él

Intimas, y todo eso pertenece á l a literatura; de modo

la psicología de un alma, frecuentemente la de un siglo,

que ésta, amén de su propio dominio, abraza lo bueno

y á veces la de una raza. En este respecto, un gran

délos demás. Asi,pu§s, el estudio de las literaturas es el

poema, una bella novela, las confesiones de un hombre

que ha de servir principalmente para construir la his-

superior son más instructivas que un cúmulo de histo-

toria moral y encaminarse hacia el conocimiento de las

riadores y de historias; y o daría cincuenta volúmenes

leyes psicológicas de que dependen los acontecimientos.

de cartas y privilegios y cien volúmenes de protocolos diplomáticos por las memorias de Cellini, por las epístolas de San Pablo, por los coloquios de sobremesa de Lutero ó las comedias de Aristófanes. Tal es la impor-

Y o me propongo aquí escribir la historia de una literatura é investigar en ella la psicología de un pueblo. No sin motivo escogí la inglesa. Había que encontrar un pueblo que tuviese una gran literatura completa, y

3 M e . 1625fóQNÌÈRRK,MEXie®

eso es raro: existen pocas naciones que hayan pensado y escrito, verdaderamente, durante toda su vida. Entre los antiguos, la literatura latina es nula al comienzo, y después prestada é imitada. Entre los modernos, la literatura alemana presenta un gran vacío durante

HISTORIA DE LA LITERATURA INGLESA

dos siglos (1); la literatura italiana y la española a c a ban á mediados del siglo x v n . Sólo la Grecia antigua y la Francia é Inglaterra modernas, ofrecen una serie completa de grandes monumentos expresivos. He elegido Inglaterra, porque, viviendo aún y estando some-

LIBRO PRIMERO Los

orígenes.

tida á la observación directa, puede ser mejor estudiada que una civilización destruida, de que no nos quedan y a más que girones, y porque, siendo distinta de la nuestra, presenta más fácilmente caracteres acen-

CAPITULO

PRIMERO

tuados á los ojos de un francés. Por otro lado, esa civilización tiene la particularidad de que, á más de su

LOS SAJONES

desarrollo espontáneo, ofrece una desviación forzada por haber sufrido la última y la más eficaz de todas las conquistas, y de que los tres elementos de que h a salido: la raza, el clima y la invasión normanda, pueden observarse en los monumentos con una precisión perfecta; de modo que, en esa historia, se estudian los dos motores más poderosos de las transformaciones humanas: la naturaleza y la presión exterior; y pueden estudiarse sin incertidumbre ni laguna en una serie de monumentos auténticos é íntegros. Y o he t r a tado de definir esos primitivos re^prtes, de mostrar sus efectos graduales, de explicar c ó m o han acabado por dar vida á las grandes obras políticas, religiosas y literarias, y de exponer el mecanismo interno por c u y a virtud el sajón bárbaro ha llegado á ser el inglés que v e m o s en el día.

(1) De 1550 á 1750.

I. La antl^a patria.—El suelo, el mar, el cielo, el clima.—La nueva patria.—El país húmedo y la tierra ingrata.—Influjo del clima sobre el carácter. II. El cuerpo.—La alimentación.—Las costumbres.—Los instintos rudos en Qermania y en Inglaterra. III. Los instintos nobles en Germania.—El individuo.—La familia.—El Estado.—La religión.—El -Edda.r-Concepción trágica y heroica del mundo y del hombre. IV. Los instintos nobles en Inglaterra.—El guerrero y su jefe. —La mujer y su marido.—Poema de Beowulfo.—La sociedad bárbara y el héroe bárbaro. V. Poemas paganos.—Indole y fuerza de los sentimientos.—Sello del espíritu y del lenguaje.—Vehemencia de la impresión y rudeza de la expresión. VI. Poemas cristianos.—Predisposición de los sajones al cristianismo.—Cómo se convierten al cristianismo.—Cómo entienden el cristianismo.—Himnos de Coedmon.—Himno de los funerales.—Poema de Judit.—Paráfrasis de la Biblia. VII. Por qué no penetra en los sajones la eultura latina.—Razones derivadas de la conquista sajona.—Beda, Alcuino, Alfredo. —Traducciones. —Crónicas. — Compilaciones. — Im-

eso es raro: existen pocas naciones que hayan pensado y escrito, verdaderamente, durante toda su vida. Entre los antiguos, la literatura latina es nula al comienzo, y después prestada é imitada. Entre los modernos, la literatura alemana presenta un gran vacío durante

HISTORIA DE LA LITERATURA INGLESA

dos siglos (1); la literatura italiana y la española a c a ban á mediados del siglo x v n . Sólo la Grecia antigua y la Francia é Inglaterra modernas, ofrecen una serie completa de grandes monumentos expresivos. He elegido Inglaterra, porque, viviendo aún y estando some-

LIBRO PRIMERO Los

orígenes.

tida á la observación directa, puede ser mejor estudiada que una civilización destruida, de que no nos quedan y a más que girones, y porque, siendo distinta de la nuestra, presenta más fácilmente caracteres acen-

CAPITULO

PRIMERO

tuados á los ojos de un francés. Por otro lado, esa civilización tiene la particularidad de que, á más de su

LOS SAJONES

desarrollo espontáneo, ofrece una desviación forzada por haber sufrido la última y la más eficaz de todas las conquistas, y de que los tres elementos de que h a salido: la raza, el clima y la invasión normanda, pueden observarse en los monumentos con una precisión perfecta; de modo que, en esa historia, se estudian los dos motores más poderosos de las transformaciones humanas: la naturaleza y la presión exterior; y pueden estudiarse sin incertidumbre ni laguna en una serie de monumentos auténticos é íntegros. Y o he t r a tado de definir esos primitivos re^prtes, de mostrar sus efectos graduales, de explicar c ó m o han acabado por dar vida á las grandes obras políticas, religiosas y literarias, y de exponer el mecanismo interno por c u y a virtud el sajón bárbaro ha llegado á ser el inglés que v e m o s en el día.

(1) De 1550 á 1750.

I. La antl^a patria.—El suelo, el mar, el cielo, el clima.—La nueva patria.—El país húmedo y la tierra ingrata.—Influjo del clima sobre el carácter. II. El cuerpo.—La alimentación.—Las costumbres.—Los instintos rudos en Qermania y en Inglaterra. III. Los instintos nobles en Germania.—El individuo.—La familia.—El Estado.—La religión.—El -Edda.r-Concepción trágica y heroica del mundo y del hombre. IV. Los instintos nobles en Inglaterra.—El guerrero y su jefe. —La mnjer y su marido.—Poema de Beowulfo.—La sociedad bárbara y el héroe bárbaro. V. Poemas paganos.—Indole y fuerza de los sentimientos.—Sello del espíritu y del lenguaje.—Vehemencia de la impresión y rudeza de la expresión. VI. Poemas cristianos.—Predisposición de los sajones al cristianismo.—Cómo se convierten al cristianismo.—Cómo entienden el cristianismo.—Himnos de Coedmon.—Himno de los funerales.—Poema de Judit.—Paráfrasis de la Biblia. VII. Por qné no penetra en los sajones la eultura latina.—Razones derivadas de la conquista sajona.—Beda, Alcuino, Alfredo. —Traducciones. —Crónicas. — Compilaciones. — Im-

potencia de los latinistas.—Razones deducidas del carácter sajón.—Aldhelm.—Alcuino.— Versos latinos.—Diálogos poéticos.—Mal gusto de los latinistas. VIII. Oposición de las razas germánicas y de las razas latinas. Carácter de la raza sajona.—Sn persistencia bajo la conquista normanda. %

ta más adelante del siglo onceno. La savia húmeda, recia y potente del país corre en el hombre como en las plantas, y , mediante la respiración, la alimentación, las sensaciones y los hábitos, forma sus aptitudes y su cuerpo. Esa tierra, así constituida, tiene un enemigo: el

I

mar. Holanda no subsiste sino á favor de sus diques. En 1654 se rompieron los de Jutlandia, y quedaron sepultados quince thil habitantes. Hay que ver encres-

Si recorréis las orillas del mar del Norte desde el Es-

parse al nivel del suelo aquel pálido y avieso oleaje

calda hasta Jutlandia, notaréis al punto que el rasgo

del Norte (1); el enorme mar amarillento se abalanza

característico del país es la falta de pendiente: cena-

de golpe sobre la llana tirilla de costa que no parece

gales, landas y terrenos bajos; .los ríos se arrastran

capaz de resistirle un solo instante; el viento aulla y

trabajosamente, inertes y entumecidos, trazando lar-

muge; las gaviotas gritan; las pobres embarcaciones

gas ondulaciones negruzcas; su agua extravasada r e -

huyen instantáneamente vencidas, casi tumbadas, y

zuma al través de la orilla, y reaparece más allá es-

procuran buscar refugio en la boca del río, que pa-

tancada en charcos. El suelo de Holanda no es más

rece tan hostil como el mar. Triste y precaria vida,

que cieno que se hunde; apenas si sobrenadé la tierra

como delante de hambrienta fiera. Los frisones, en sus

aquí y allí formando una delgada y frágil costra de

añejas leyes, hablan y a de la liga que formaron con-

barro: aluvión del río que el río mismo parece pronto

tra «el feroz Océano». Aun durante la calma, ese mar

á sumergir. Por encima se ciernen las pesadas nubes,

es inclemente. «Ante los ojos se extiende el gran de-

alimentadas por las eternas exhalaciones; vuelven v i o -

sierto de las aguas; por encima bogan las nubes, esas

lentamente sus vientres violáceos, se ennegrecen, y de

pardas é informes hijas del aire, que con sus cubos de

pronto se desploman deshechas en aguaceros; el v a p o r

nieblas sacan el agua del mar y la arrastran con gran

se arrastra de continuo por el horizonte, á modo de

trabajo, para dejarla caer en el 'mar nuevamente:

humo. Con ese riego pululan las plantas; en el ángulo

triste, inútil y enojosa fHena(2)». «Tendido á la larga,

de Jutlandia y del continente, en un suelo pingüe, limoso, «la vegetación es tan fresca como en Inglaterra (1)». Inmensos bosques cubrieron la c o m a r c a has(1) Malte-Brun, t. rv, pág. 398. Dinamarca significa campo bajo. Sin contar las bahías, golfos y canales, la décimaserta parte del país se halla ocupada por las aguas. El dialecto jutlandés guarda aún mucha analogía con el inglés.

(1) Cuadro de Ruysdael, galería del Sr. Baring. De las tres islas sajonas, North Strandt, Bnsen y Heligoland North Strand, fué invadida por el mar en 1300, 1483 1532, 1615, y casi destruida en 1634; Rusen es una llanura rasa azotada por las tempestades, que ha habido qne rodear de un dique; Heligoland fué devastada por el mar en 800, en 1300, en 1500 y en 1649, esta última vez de un modo tan terrible que no ha quedado más qne un fragmento de ella.—Turner, i, 118. (2) Enrique Heine: Die Nordsee. Véase en Tácito, Anales, lib. ii la impresión de los romanos. Truculentia coeli.

'



«1 informe viento del Norte murmura con v o z doliente

bles de sus costas, que atraerán más tarde las verda-

y misteriosa como un viejo gruñón, y cuenta una por-

deras flotas y los grandes buques: la verde Inglaterra,"

ción de? patrañas.» Lluvia, viento y oleaje: no hay ca-

esta expresión viene aquí á los labios, y lo dice todo.

bida aquí más que para ideas siniestras ó melancóli-

También allí abunda con exceso la humedad; aun en

cas. El retozo mismo de las olas tiene un no sé qué

estío sube la niebla; aun en los días despejados se adi-

que preocupa é impone. Desde Holanda hasta Jutlan-

vina que v a á venir de la gran cintura marítima, ó á

dia una hilera de islillas sumergidas (1) atestigua sus

salir de la inmensa pradera siempre empapada que,

estragos; las móviles arenas que acarrean las aguas

cortada por setos,, ondula del llano á la colina hasta el

siembran de escollo la costa y la entrada de los

confín del horizonte. A trechos cae un r a y o de sol so-

ríos (2). Allí pereció la primera flota romana (mil na-

bre las altas hierbas, iluminándolas violentamente, y

ves); aún hoy los buques permanecen á la vista de los

el brillo de la vegetación hiere y deslumhra. El agua

puertos durante un mes ó más, bazuqueados sobre las

rebosante yergue los tallos blandos; las plantas, hen-

grandes olas blancas, sin atreverse á penetrar en la

chidas de savia, brotan con profusión, y esa savia se

canal movediza y tortuosa, célebre por sus naufra-

renueva de continuo; porque sobre un fondo de niebla

gios. En invierno una coraza de hielo cubre los dos

inmóvil se arrastran las pardas nubes, y de v e z en

ríos principales; el mar repele los témpanos que ba-

cuando un chubasco enturbia el borde del cielo. «Hay

j a n ; los témpanos se amontonan crujiendo sobre los

aún commons,

bancos de arena, y oscilan; á veces se han? visto bu-

abandonados (1), incultos, llenos de aliagas y

ques que, aferrados como por una tenaza, partíanse

rrales espinosos, sin'más que algún que otro caballo

en dos mitades, á impulsos de su presión. Figuraos en

paciendo en la soledad. Triste aspecto; ingrata tie-

medio de esa atmósfera brumosa, entre esos hielos y

rra (2). ¡Cuánto trabajo ha sido menester para huma-

esas tempestades, en esas ciénagas y % n esos bosques,

nizarla! ¡Qué impresión debió producir sobre los hom-

salvajes medio desnudos^ especie de animales rapaces,

bres del Mediodía, sobre los romanos de César! Vién-

como en los tiempos de la conquista, mato-

pescadores y cazadores, pero sobre todo cazadores de

dola, pensaba y o en los antiguos sajones, en los vaga-

hombres: esos s a l f a j e s , sajones, anglos, jutos, friso-

bundos del Oeste y del Norte, que fueron á acampar á

nes también (8), y más tarde %aneses, fueron los que

ese país de cenagales y de brumas, en la margen de

en los siglos v y i x , con sus espadas y sus grandes

los antiguos bosques y á orillas de esos grandes ríos

hachas, tomaron y conservaron la felá de Bretaña.

cenagosos que arrastran su fango hacia las olas. Nece-

País rudo y brumoso, semejante al suyo, salvo en la profundidad de su mar y en las condiciones favora(1)

Watten, Platen, Sande,

Düneninseln.

(2) A nueve ó diez millas, cerca de Heligoland, es donde se encuentran por primera vez profundidades de veinte pérticas. . (3) Palgrave: Saxon commonwealth, tomo i.

sitaban vivir como cazadores y porqueros; necesitaban hacerse, como antes, atléticos,feroces y sombríos.

(1) Notes de un viaje por Inglaterra. (2) Leonce de Lavergne: De l'agriculture anglaise. El suelo es mucho peor que el de Francia.

Suprimid de ese suelo la civilización, y no quedará á

enérgicas. En todo país el hombre se adhiere á la na-

los habitantes más que la guerra, la caza, la pitanza

turaleza por todas sus raíces corporales, y tanto más

y la embriaguez. El amor risueño, los dulces sueños

cuanto mayor es su incultura y menor su emancipa-

poéticos, las artes, el pensamiento ágil y sutil qué-

ción por consiguiente. Estos de Germania, en medio

danse para las afortunadas playas del Mediterráneo.

de sus tempestades, dentro de sus míseros barcos de

Aquí el bárbaro que, mal resguardado en su fangosa

cuero, entre los rigores y los riesgos de la vida marí-

cabaña, oye caer la lluvia durante días enteros sobre

tima, se hallaban hechos como ningunos para la re-

las hojas de las encinas, ¿qué ensueños puede tener

sistencia y las empresas difíciles, á fuer de curtidos

cuando contempla su lodo y su cielo empañado?

en el sufrimiento y despreciadores del peligro. Piratas ante todo, porque la caza del hombre es la más noble y provechosa, dejaban el cuidado de la tierra y de los rebaños á las mujeres y á los esclavos: navegar, c o m -

n

batir y saquear (1), era para ellos cuanto competía á un hombre libre. Se lanzaban al mar en sus barcas de dos velas; arribaban á la ventüra; mataban, é iban á

Corpanchones blancos,

flemáticos,

con fieros ojos

azules y pelo de un rubio rojizo; estómagos voraces, repletos de carne y queso, y caldeados por bebidas fuertes; un temperamento frío, tardío para el amor (1); apego al hogar doméstico; propensión á la embriaguez brutal: tales son aún los caracteres que la herencia y el clima conservan en la raza, y son los mismos que ofreció en su primer país á los ojos de los historiadores romanos. No se v i v e en esas comarcas sin abundante y sólida alimentación; el mal tiempo encierra á los moradores en sus casas; para reanimarlos, se necesitan bebidas fuertes; sus sentidos son obtusos, sus músculos resistentes, sus

voluntades

(1) Tácito: De moribus Germanorum, passim: Diem, noctemque continuare potando, nnlliprobrum.— Sera juvenum Venus.-Totos dies juxtafocum atque ignem agunt.-Dargaud: Voy a ge en Danemark. Seis comidas al día, la primera á las cinco de la mañana. Véase las figuras y las comidas en Hamburgo y en Amsterdam.

otro lado á proseguir sus fechorías, después de degollar en honor de sus dioses la décima parte de los cautivos, y dejando tras de sí el resplandor rojizo del incendio. «Del furor de los jutos, decía una letanía, líbranos, Señor.» «De todos los bárbaros (2), son los de cuerpo y de corazón más firmes, los más temidos»; añádaselos más «cruelmente feroces». Convertida en oficio, la matanza llega á ser un g o c e . Hacia fines del siglo VIII, la descomposición definitiva del gran cadáver romano, que Carlomagno había querido reanimar y que se disolvía roído de podredumbre, los atrajo á la presa como buitres. Los que habían quedado en Dinamarca, con sus- hermanos de Noruega, paganos fanáticos y encarnizados contra los cristianos, c a yeron sobre todas las riberas. Sus reyes de mar (3) (1)

terra.

Beda, v, 10; Sidonio,

VIII,

6; Lingard, Historia de Ingla-

(2) Zósimo, m, 147; Ammiano Marcelino, xxvin, 526. (3) Vitíngs. Agustín Thierry, Hist. Sancti Edmundi, t. vi, i

Suprimid de ese suelo la civilización, y no quedará á

enérgicas. En todo país el hombre se adhiere á la na-

los habitantes más que la guerra, la caza, la pitanza

turaleza por todas sus raíces corporales, y tanto más

y la embriaguez. El amor risueño, los dulces sueños

cuanto mayor es su incultura y menor su emancipa-

poéticos, las artes, el pensamiento ágil y sutil qué-

ción por consiguiente. Estos de Germania, en medio

danse para las afortunadas playas del Mediterráneo.

de sus tempestades, dentro de sus míseros barcos de

Aquí el bárbaro que, mal resguardado en su fangosa

cuero, entre los rigores y los riesgos de la vida marí-

cabaña, oye caer la lluvia durante días enteros sobre

tima, se hallaban hechos como ningunos para la re-

las hojas de las encinas, ¿qué ensueños puede tener

sistencia y las empresas difíciles, á fuer de curtidos

cuando contempla su lodo y su cielo empañado?

en el sufrimiento y despreciadores del peligro. Piratas ante todo, porque la caza del hombre es la más noble y provechosa, dejaban el cuidado de la tierra y de los rebaños á las mujeres y á los esclavos: navegar, c o m -

n

batir y saquear (1), era para ellos cuanto competía á un hombre libre. Se lanzaban al mar en sus barcas de dos velas; arribaban á la ventüra; mataban, é iban á

Corpanchones blancos,

flemáticos,

con fieros ojos

azules y pelo de un rubio rojizo; estómagos voraces, repletos de carne y queso, y caldeados por bebidas fuertes; un temperamento frío, tardío para el amor (1); apego al hogar doméstico; propensión á la embriaguez brutal: tales son aún los caracteres que la herencia y el clima conservan en la raza, y son los mismos que ofreció en su primer país á los ojos de los historiadores romanos. No se v i v e en esas comarcas sin abundante y sólida alimentación; el mal tiempo encierra á los moradores en sus casas; para reanimarlos, se necesitan bebidas fuertes; sus sentidos son obtusos, sus músculos resistentes, sus

voluntades.

(1) Tácito: De moribus Germanorum, passim: Diem, noctemque continuare potando, nnlliprobrum.— Sera juvenum Venus.-Totos dies juxtafocum atque ignem agunt.-Dargaud: Voy a ge en Danemark. Seis comidas al día, la primera á las cinco de la mañana. Véase las figuras y las comidas en Hamburgo y en Amsterdam.

otro lado á proseguir sus fechorías, después de degollar en honor de sus dioses la décima parte de los cautivos, y dejando tras de sí el resplandor rojizo del incendio. «Del furor de los jutos, decía una letanía, líbranos, Señor.» «De todos los bárbaros (2), son los de cuerpo y de corazón más firmes, los más temidos»; añádaselos más «cruelmente feroces». Convertida en oficio, la matanza llega á ser un g o c e . Hacia fines del siglo VIII, la descomposición definitiva del gran cadáver romano, que Carlomagno había querido reanimar y que se disolvía roído de podredumbre, los atrajo á la presa como buitres. Los que habían quedado en Dinamarca, con sus- hermanos de Noruega, paganos fanáticos y encarnizados contra los cristianos, c a yeron sobre todas las riberas. Sus reyes de mar (3) ( 1 ) Beda, v, 10; Sidonio, V I I I , 6; Lingard, Historia de Inglaterra. (2) Zósimo, m, 147; Ammiano Marcelino, xxvin, 526. (3) Vitíngs. Agustín Tñierry, Hist. Sancti Edmundi, t. vi,

i

«que nunca habían dormido bajo las vigas ahumadas de un techo, que nunca habían vaciado el cuerno de cerveza en un hogar habitado», se reían de los vien tos y las tormentas, y cantaban: «El soplo de la tempestad ayuda á nuestros remeros; el mugido del cielo y el r a y o no nos dañan, el huracán está á nuestro servicio y nos lleva adonde queremos ir.»

«Hemos

esgrimido nuestras espadas (dice un canto atribuido á Ragnar Lodbrog): ¡era para mí un placer igual al de tener á mi lado una hermosa doncella!... El que no es herido nunca, lleva una vida enojosa.» Uno de ellos mata con sus manos á todos los monjes del monasterio de Peterborough, en número de ochenta y cuatro; otros, habiendo prendido al rey Alia, le abren las costillas y le arrancan los pulmones. Haroldo Pie de Liebre, habiéndose apoderado de su competidor Alfredo, con seiscientos hombres, mandó desojarlos y desjarretarlos, ó desollarles el cráneo, ó sacarles las entrañas. Suplicios y carnicerías, sed de peligros, furor de destrucción, audacias porfiadas é insensatas de un temperamento asaz vigoroso, desenfreno de los instintos carniceros: he ahí los rasgos que aparecen á cada instante en las antiguas Sagas. L a hija del Iarl danés, viendo que Egill quiere sentarse á su lado, le rechaza con desprecio, porque rara vez ha deparado «á los lobos manjares calientes, y porque en todo el otoño

que vigilaban á las puertas de la ciudad.» Por esas palabras y esos gustos de una doncella, juzgad de lo restante (1). Helos ahora en Inglaterra, más sedentarios y más ricos: ¿creéis que hayan cambiado mucho? Cambiado, quizá, pero de mal en peor, como los francos, como todos los bárbaros que pasan de la acción al goce. Son más glotones; despedazan sus puercos; se atiborran de carne; beborrotean hidromiel, cerveza, vino de pigmento todas esas bebidas fuertes y ásperas que han podido agenciarse; y con eso se animan y alegran. Añádase á todo el placer de combatir, y se comprenderá que no es con tales instintos como se llega pronto á la cultura; la cultura natural y rápida hay que buscarla en las poblaciones vivas y sobrias del Mediodía. Aquí el temperamento tardo y pesado (2) permanece sumido mucho tiempo en la vida brutal. Nosotros, gente de raza latina, no vemos al pronto en esos hombres más que bestiazas, torpes y ridiculas, cuando no rabiosas y temibles, Hasta el siglo x v i , la masa del país, según un antiguó~historiador, apenas se compuso más que de pastores dedicados á la custodia de reses de carne y lana; hasta fines del siglo XVII, el goce de la clase elevada fué la embriaguez; lo es aún de la clase baja, y todos los refinamientos de las delicade-

ha oído graznar al cuervo sobre la carnicería». Pero Egill la coge, y la aplaca cantando: «Iba yo con la espada ensangrentada, y el cuervo me seguía. Hemos combatido furiosos; cerníase el fuego sobre la vivienda de los hombres, y adormecimos en la sangre á los

441, apud Surium. Véase la Yglingasaga, y sobre todo la Saga de EgÜl.

(1) Francos, frisones, sajones, daneses, noruegos é islandeses, son un mismo pueblo. Apenas difieren sus lenguas, sus leyes, sus religiones, sus poesías. Los que están más al Norte conservan más tiempo las primitivas costumbres. Germania en los siglos iv y v, Dinamarca y Noruega en el vn y en el vih, Islandia en el x y el xi, ofrecen el mismo estado,iy los documentos de cada país pueden llenar las lagunas que existen en la historia de los otros. (2) Tácito: De moribus Germanorum, xxn. Gens nec astuta, nec callida.

zas y de la humanidad modernas no han abolido allí el uso de la vara y las puñadas. Si el bárbaro carnív o r o , belicoso, bebedor, duro á las intemperies, alienta aún bajo la regularidad de nuestra sociedad y bajo l a dulzura de nuestra cortesía, figuraos lo que debía ser cuando, desembarcado con su gente en una comarc a devastada ó desierta, y convertido por primera vez á la vida sedentaria, veía en el horizonte los pastos comunes de la Marca, y el gran bosque primitivo que proporcionaba ciervos á sus cacerías y bellotas á sus puercos. Eran hombres «de grande y grosero apetito (1)», dicen las antiguas historias. Aun en tiempo de la conquista (2), «la costumbre de beber con exceso era el vicio común de las personas de alto rango, y á él se entregaban sin interrupción días y noches enteras». En el siglo XII, Enrique de Huntington, suspirando por la antigua hospitalidad, dice que los reyes normandos no daban á sus cortesanos más que una comida al día, mientras que los reyes sajones les daban cuatro. Un día que Athelstan visitaba con los nobles á su parieñta Ethelflede, se agotó de buenas á primeras la provisión de hidromiel á consecuencia de la enormidad de los tragos; pero san Dunstano, adivinando la inmensidad del estómago regio, había abastecido la casa, y así «los escanciadores, según la costumbre de las fiestas reales, pudieron servir de beber durante todo el día en cuernos y otras vasijas». Cuando los convidados estaban ahitos, pasaba el arpa de mano en mano, y resonaba bajo las bóvedas la ruda armonía de aquellas voces profundas. En los mismos

(1)

Pictorial

history of England, por Craig y Mac-Farla-

ne, i, 337. W; de Malmsbury, Enrique de Huntington, vi, 365. (2) Turner: History of the Anglo-Saxons,

hi, 29.

monasterios, en tiempo del r e y Edgardo, oíase hasta la media noche el ruido de los juegos, de las canción nes y de los bailes ^Gritar, beber, agitarse, sentir las venas caldeadas y henchidas por el vino, oir y ver en derredor el tumulto de la orgía, era la primer necesidad de los bárbaros (1). L a torpe bestia humana se sacia de sensaciones y de ruido. Para este apetito hay un pasto más fuerte: las refriegas y las batallas. En vano se apegan al suelo tales hombres y se hacen agricultores en grupos y en sitios distintos; en vano se encierran (2) en su marca con su parentela y sus compañeros, unidos entre sí y separados de los demás por límites sagrados, por encinas seculares donde graban figuras de aves y de cuadrúpedos, por estacas clavadas en medio de los pantanos y á cuyo violador se castiga con suplicios atroces. En vano esas marcas y esos gaus se agrupan en Estados y acaban por constituir una sociedad algo ordenada, provista de asambleas, regida por leyes y dirigida por un rey único. Su misma estructura indica las necesidades á que provee. Aquellos hombres se reúnen para mantener la paz: tratados de paz es lo que celebran sus parlamentos, y providencias para la paz es lo que estatuyen sus leyes La guerra impera en todas partes y á diario. Todos tienen que v i v i r prevenidos para que no los cautiven, los mutilen, los saqueen, los maten; y las mujeres, además, para que no las violen (8). (1)

Tácito: De moribus Germanorum,

xxn, x x m .

(2) Kemble: Saxons in England, i, 70; n, 184. «Los acuerdos de un Parlamento anglo-sajón son una serie de tratados de paz entre todas las asociaciones que componen el Estaio, una revisión y nna renovación perpetuas de todas las alianzas ofensivas y defensivas entre todos los hombres liores. Son invada • blemente contratos mutuos para el mantenimiento de la paz » (3) Turner, in¿ 238, Leyes de Ina,

Todo hombre debe estar armado y dispuesto á rechazar á los merodeadores, en unión con los de su pueblo ó ciudad; los merodeadores van en partidas: las hay de treinta y cinco, y aun más numerosas. El animal es todavía demasiado potente, demasiado fogoso, demasiado indómito. L a cólera y la codicia le precipitan al punto sobre su presa. L a historia de los siete reinos, tal y como ha llegado á nosotros, se parece á «la de los cuervos y los milanos» (1). Matan ó esclavizan á los bretones; combaten á los galeses que quedan, á los irlandeses y pictos; se matan unos á otros, y son despedazados por los daneses. De catorce reyes que se suceden en Nortumbria durante un siglo, siete mueren violentamente, y seis son depuestos. Penda el de Marcia mata cinco reyes, y para tomar la ciudad de Bamborough, demuele todos los pueblos vecinos, amontona sus ruinas en una hoguera inmensa capaz de quemar á todos los habitantes, trata de exterminar á los nortumbrios, y perece á su vez por la espada á los ochenta años. Muchos de ellos son asesinados por sus thanes; tal thane es quemado v i v o ; los hermanos se degüellan á traición. La cultura progresiva ha interpuesto entre el deseo y el acto, el tejido complejo y r e lajador de los cálculos y reflexiones; pero aquí el impulso es repentino, y p r o v o c a instantáneamente el asesinato y toda acción extrema. El r e y E d w y (2),

habiéndose casado con Elgita, parienta suya en grado prohibido, salió de la sala donde se bebía, el dia mismo de la coronación, para irse al lado de ella. Los nobles se creyeron insultados, é inmediatamente el abad Dunstano se fué en persona á buscar al joven. «Encontró á la mujer adúltera (dice el monje Osbern), á su madre y al r e y , todos juntos en el lecho de libertinaje. Arrancó al rey de alli violentamente, y ciñéndole la corona, le volvió á llevar ante los thanes.» Entonces Egita mandó sacar los ojos al abad; después, como sobreviniese una revuelta, huyó con el r e y , «ocultándose por los caminos»; pero c a y ó en poder de las gentes del Norte, las cuales «la dejarretaron, y le hicieron sufrir la muerte de que era digna». Barbarie sobre barbarie. «En Bristol, durante la época de la conquista (1), era costumbre comprar hombres y mujeres en todas las partes de Inglaterra y exportarlos á Irlanda para revenderlos. Los compradores solían embarazar á las jóvenes, y las llevaban en cinta al mercado á fin de sacar mayores beneficios. Hubieseis visto con pena largas filas de jóvenes de ambos sexos de la mayor belleza, atados con cuerdas y puestos en venta diariamente...» Y el cronista añade que, habiendo renunciado á esa costumbre, «dieron asi un ejemplo á todo el resto de Inglaterra».—¿Se quiere saber cuáles eran las costumbres en las regiones más elevadas, en la familia del último rey (2)? Haroldo servia de beber al rey Eduardo el Confesor. Irritado su hermano Tosti, se

(1) Expresión de Milton (Kites and CrowsJ. Lingard, tomo r, cap. ni. Esa historia se asemeja mucho á la de los francos en las Galias. Véase Gregorio de Tours. Los sajones, como los francos, se ablandan un poco; pero sobre todo se depravan, y son saqueados y acuchillados por los hermanos del Norte, q'ue han permanecido salvajes. (2) Pictorial sacra, n.

history,

i, 171. — Vita sancti Dunstani;

Anglia

abalanza á él de repente, y le coge de los pelos. Fué

(1) Pictorial history, i, 270. Vida de San Wulston, obispo. (2) «Tantae saevitiae erant fratres illi quod, cum alicujus nitidam villam conspicerent, dominatorem de nocte interflci juberent, totamque progeniem illius possessionemque defuncti obtinerent.» Turner, in, 32; Enrique de Huntington, vi, 367.

menester separarlos. Tosti se v a á Hereford, donde Haroldo había mandado preparar un gran banquete regio; mata á los servidores de Haroldo; les corta la cabeza y los miembros; los pone en vasijas de cerveza, de vino, de hidromel y de sidra, y manda decir al rey: «Si vas á tu hacienda, verás allí una buena

HI

ración de carne salada, pero harás bien en llevar algunas otras piezas contigo.» El otro hermano de Haroldo, Sueno, había violado á la abadesa Edgiva y asesinado al thane Beorn; luego, desterrado del país, se hizo pirata. Al ver los arrebatos de esos hombres, su ferocidad, sus risas falsas de caníbales, se adivina que no necesitaban recorrer mucho camino para tornarse nuevamente reyes del mar y parientes de aquellos sectarios de Odino que comían carne cruda, colgaban hombres de los árboles sagrados de Upsal á guisa de víctimas, y se mataban á sí propios para morir, como habían vivido, en medio de la sangre. Cien veces reaparecen los feroces instintos añejos bajo la tenue corteza del cristianismo. En el siglo x i , «Sigeward (1), el gran duque de Nortumberlandia, atacado de un flujo de vientre y sintiendo acercarse la muerte: «¡Qué vergüenza (dice) no haber podido morir en tantas guerras, y acabar de este modo como las vacas! Ponedme siquiera la coraza, ceñidme la espada, c o l o cadme el casco en la cabeza, el escudo en la mano derecha y el hacha dorada en la izquierda, para que un gran guerrero, cual y o , muera como guerrero.» Se hizo lo que decía, y murió así honrosamente con sus armas. Aquellos hombres habían dado un paso fuera de la barbarie, pero nada más que un paso.

(1) Ptne oigas statura, dice el cronista, 1055. Kemble, i, 393. Enrique de Huntington, lib. vi, 367.

Esa nativa barbarie ocultaba nobles inclinaciones, desconocidas del mundo romano, y que debían erigir sobre sus ruinas un mundo mejor. En primer termino, «cierta seriedad que los aparta de las frivolidades y los inclina hacía los sentimientos elevados (1)». Desde un principio se los ve así en Germania, con severas costumbres, graves inclinaciones y una dignidad viril. Viven solitariamente, cada uno junto al manantial ó junto al bosque c u y o aspecto le ha atraído (2). Aun en las aldeas no se tocan las cabafias: sus habitantes n e cesitan independencia y aire libre. No los llama la v o luptuosidad: en ellos es tardío el amor, la educación dura, la alimentación sencilla. Todas sus diversiones se reducen á cazar el toro salvaje y á saltar entre espadas denudas. La embriaguez violenta y las apuestas preligrosas: he ahí el flaco: se inclina á buscar, no los placeres dulces, sino la excitación fuerte. En todas las cosas, en los instintos rudos y en los instintos varoniles, son hombres.

Cada cual, en sus domi-

nios, en su tierra y en su choza, es dueño de sí, sin que nada le doblegue ni quebrante su entereza. Cuando la comunidad toma algo suyo, es porque él lo concede. Vota armada en todas las grandes resoluciones

(1) Grimm: MytJiologie, 53, Prólogo.