Historia de La Artilleria en El Peru

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HISTORIA DE LA ARTILLERIA EN EL PERU

Para tratar sobre la historia de la Artillería en el Perú es necesario realizar una mirada retrospectiva a la pre-historia, y no porque en esta época ya haya existido la artillería como arma institucionalizada, sino porque allí encontraremos los primeros signos de su presencia. La artillería, en nuestro territorio, data de mucho antes de la llegada de los españoles, ya que algunos instrumentos fueron empleados por el antiguo hombre americano como armas de guerra, y entre ellos, podemos mencionar a las boleadoras, ondas, galgas, estoica y tiradera, que fueron utilizadas en un principio para la caza. Ciertamente que antes de ellas, el hombre, para defenderse de la naturaleza, así como para alimentarse, empleó otras armas, tales como las piedras y la lanza; y conforme fue evolucionando, el arco y la flecha. Pero de todas ellas la que más se usó y con gran destreza fue la honda, desde tiempos muy remotos, para el lanzamiento de piedras a distancia y con velocidad, que dependía de la destreza y fuerzas musculares del individuo. El lanzamiento era tanto de piedras en algodón rociado con resina, al que prendían fuego en el instante de la proyección; o también calentada al rojo vivo, de manera que la inflamación se producía en el aire. Se constató su empleo después, en el sitio del Cusco, por la hueste de Manco Segundo. Otra arma de esta categoría era el arco lanzador de flechas, cuya modalidad de acción también evolucionó en el cerco del Cusco, proyectándose la flecha con una yesca encendida que al caer sobre los techos de paja de las casas provocaban incendios. Finalmente, la estoica, tiradera o atlante, que proyectaba un dardo y que puede ser considerado como precursora de la ballesta. El arribo de Francisco Pizarro al Perú, el año 1535, señala la llegada del cañón al nuevo mundo donde habría de ejercer poderosa influencia. La primera actuación de la artillería española se realiza en la toma de Cajamarca, cuando el artillero Don Pedro de Candía, por orden de Pizarro, coloca una pieza de artillería en la cumbre del cerro Santa Apolonia que rodea la cuidad y abre fuego sobre las huestes del Inca. Con los estampidos de su disparo y la presencia de la caballería, infundieron asombro y pánico en el Ejército del Inca, por lo que huyeron dejando abandonado el hermoso valle y prisionero de los españoles a su noble Inca. Pizarro y sus compañeros mostraron por vez primera a las huestes de Atahualpa los efectos terribles de la Caballería y Artillería; la primera significaba ante los ojos de los naturales un ser portentoso que principiaba en el caballo y terminaba en el jinete, mientras que la Artillería, con sus piezas, semejaba un deposito del fuego celeste, que al lanzar el “illampu” (rayo) por la boca de los cañones, los arcabuces y mosquetes que traía la expedición castellana, semejaba la presencia de seres superiores o dioses

de otros mundos; ya que para los hombres del Tahuantinsuyo, aquellos guerreros manejaban el rayo y también el trueno con sus devastadoras consecuencias. En las primeras guerras de la conquista y en las habidas entre los españoles, Pedro de Candía condujo sus cañones a través de abismos inaccesibles y cumbres infranqueables. Realizo además diversos trabajos de ingeniería para apoyar a las fuerzas de Pizarro, con una tenacidad y un denuedo que jamás lo abandonaron, cabiendo consignar que él, con propia mano, fundió en broce las primeras piezas de artillería en el Perú. Consumada la conquista y abatido el poder de los Incas, sucedieron innumerables acontecimientos bélicos en donde siempre estuvieron presentes las piezas de artillería. Pasados algunos años se suscitaron divergencias entre los conquistadores. Pizarro y su socio Diego de Almagro, sostuvieron encarnizadas luchas por la posesión del Cusco y sus riquezas fabulosas. Fue en la batalla de Salinas (1537 – 1538) donde se enfrentaron en combate, siendo los pizarristas los primeros en romper el fuego de su artillería. En la Batalla de Chupas, entre Vaca de Castro y el hijo de Almagro, actuó también la artillería al mando de Pedro de Candía, con 14 cañones de avancarga, ánima lisa y de proyectiles esféricos; gran parte de estas piezas fueron fundidas y construidas en el país, y el mayor número de ellas en el Cusco. Durante el virreinato, no menos significativa fue la actuación de la artillería, más aun si consideramos que se incrementaron los cañones fabricados en el Cusco. Según la historia, en la Batalla de Huarina, Gonzalo Pizarro entabla una batalla campal contra el conquistar Diego Centeno; y en tal ocasión, también se empleó eficientemente la artillería, bajo órdenes del Capitán de Artillería Don Hernando Bachicao. Durante el Gran Movimiento Libertario de José Gabriel Condorcanqui (TUPAC AMARU II) que se inició en Tinta el 04 de Noviembre de 1780, y que en tanto peligro puso a la autoridad de los Virreyes, el Mariscal Del Valle encontró a las fuerzas del precursor peruano en posesión de muy buenas piezas de artillería trabajadas en el Cusco y destinadas a sostener la causa de la independencia y el nacimiento de la nueva república. En los siglos XVII y XVIII, afianzando el poder español en el Perú, comenzó la organización paulatina y metódica del país; se inició entonces la creación de fuerzas regulares, entre ellas la artillería, que hasta fines de 1779, solo estaba considerada como elemento propio de la marina y las fortalezas o recintos fortificados. En el año1804 la artillería española en el Perú solo contaba con una compañía de 82 hombres comandada por un Capitán y algunos subalternos. Esta pequeña fuerza se hallaba alojada en el cuartel de los Desamparados, hoy estación principal del ferrocarril central. Era la única tropa de artillería veterana que existía en todo el vasto territorio sometido entonces a la jurisdicción del Virrey del Perú. Seis cañones de batalla de cuatro libras y sin contramuñones; dieciocho de montaña y cinco piezas más, de una, dos y tres libras, formaban todo el material de esta compañía de artillería.

La fortaleza del Real Felipe del Callao, lugar obligado de defensa contra piratas y filibusteros, era un bastión de la corona española que estaba artillado con piezas de bronce de grueso calibre, que habían sido fundidas en Lima. Esta era la artillería española forjada en el Perú hasta que en el año 1806, vino de España un jefe superior y varios oficiales facultativos encargados de la reorganización del cuerpo de Artillería, compuesta de tres compañías de a pie y una de a caballo, con 403 plazas veteranas y 700 de milicias. Para albergar a esta artillería se arregló y edifico un hermoso y extenso cuartel en la plazuela de Santa Catalina. En el construyeron habitaciones, cuadras y otros locales para el cómodo alojamiento de la tropa, y para las oficinas. Fue pues el Cuartel Santa Catalina el segundo local que ocupo la Artillería en el Perú. La primera escuela practica de artillería funciono en un terreno en las afueras de la cuidad, no lejos de la portada de barbones donde estaba un espaldón de cinco piezas de una, dos y tres libras ya mencionadas anteriormente cubiertas de un tinglado y con un pequeño repuesto de municiones. Fue organizada y arreglada convenientemente, dándosele una nueva forma a fin de que el mismo lugar sirviera para que el nuevo cuerpo de artillería comenzara a recibir instrucción frecuente y uniforme. Así continúo la artillería por cerca de veinte años, prestando importantes servicios a la causa española. A pesar de estos antecedentes históricos, la artillería peruana, como cuerpo organizado, tiene su origen y cuenta su antigüedad desde la formación en Lima de una Compañía de Artillería Volante perteneciente a la “Legión Peruana de la Guardia”, creada por Decreto expedido por el Protector del Perú Don José de San Martin, el 18 de agosto de 1821. Poco después, a principios de 1822, se organizó una brigada compuesta de dos compañías de a pie, que junto con la primigenia compañía volante, quedo a las órdenes de Arenales, Sgto. Mayor del cuerpo. En el mismo año fue nombrado Primer Comandante General de Artillería el Coronel Don Rafael Ximena, procedente de Guayaquil, donde acababa de ejercer altas funciones como miembro integrante de la Suprema Junta Gubernativa que rigió aquel pequeño estado desde la proclamación de su independencia hasta su incorporación a la Republica de Colombia. Decretada la creación del Cuerpo de Artillería entraron a servir en él, en calidad de oficiales subalternos, jóvenes peruanos, con los que se completó la dotación de las compañías y se cubrieron los demás puestos y comisiones del servicio del arma. Este plantel de jóvenes oficiales, por su educación y por los estudios de matemáticas que habían hecho la mayor parte de ellos, ofrecían al nuevo cuerpo un brillante porvenir. El infausto final de algunas de las campañas llevadas a cabo en aquella época; y sobre todo, la desorganización en que quedo el Ejercito del Perú como consecuencia de los tristes acontecimientos militares de 1823, del motín de la guarnición del Callao a

principios de 1824, y de la guerra civil del mismo año ocurrida en las provincias del Norte peruano, casi consumaron la desaparición del cuerpo de artillería. La Artillería Peruana estuvo presente en la Batalla de Junín con una sección de cañones y a las órdenes del Mayor Guerrero. Así mismo en la espléndida y gloriosa victoria de Ayacucho, cupo a la Artillería el mérito singular de haber sostenido constantemente y con el mayor denuedo, un fuego acertado y destructor contra las bien servidas baterías enemigas. Después de la batalla de Ayacucho, los requerimientos del Sitio del Callao, en cuyos torreones mantuvo el obstinado General Rodil por tanto tiempo los pendones de Castilla, hicieron necesario restablecer la artillería peruana a su primigenia organización. Pero como aun así era insuficiente su personal y material, el Libertador Simón Bolívar decretó, el 8 de mayo de 1825, la creación de una Brigada de 3 compañías de a pie y una de a caballo. La Artillería Peruana que actuó fue un cuerpo sometido a grandes sacrificios y que no cesó a los fuegos de los 18 cañones de 24 libras, de grueso calibre, así como del mortero sin afuste con que contaba. Posteriormente, debido a la mayor necesidad de artillería, el General Santa Cruz, presidente del Consejo de Gobierno, prescribe en el reglamento orgánico que decretó para el Ejército el 1º de Enero del 1827, que la Brigada de Artillería constase en lo sucesivo de una compañía volante y cinco de a pie. Después de la toma de la plaza del Callao por capitulación, y de un corto período de paz externa, estalló la guerra con la gran Colombia en la que, en la adversa jornada de Tarqui, que dio a aquella campaña un fin devastador, la Artillería Peruana se distinguió por su acción, conteniendo la rápida marcha triunfal del enemigo sobre nuestras tropas. El fuego vivo y certero de dos cañones rápidamente armados y puestos en batería por los Tenientes Pareja y Rivas, que no aguardaron para ello orden superior, y a pesar de hallarse todavía sus piezas a lomo de mulas y a retaguardia del campo, fue un hecho tan importante que preservó a nuestro Ejército de una total derrota. Es 1841 en la Batalla de Ingavi, en la guerra con Bolivia, tomó parte la Artillería Peruana, la misma que estaba formada por un escuadrón volante con 8 piezas de dotación. De igual manera, en la campaña con el Ecuador entre los años 1859 y 1860, estuvo presente la artillería con el Escuadrón de Artillería Volante, que contaba con doce piezas de 24 libras y además doce piezas de marina de 32”, dos obuses de 12”, y seis piezas de artillería de montaña. Terminados los sucesos de la Campaña al Guayas, un gran acontecimiento sacudió a los políticos y militares, la aparición de las piezas de artillería con el ánima rayada fabricada en Europa, que con presteza adoptó también el Perú. Los soldados de artillería desde 1861 hasta 1879, y en adelante dejarían de acariciar el bronce de sus cañones, para pavonar el acero en las piezas de avancarga primero, y de retrocarga después.

Evolución importante a caballo entre el siglo XVII y XVIII fueron el armón en tierra y la carronada en el mar. El armón es la combinación de la cureña con la caja de municiones de la pieza para su transporte, que en el caso de los cañones se aligera y dota de dos grandes ruedas que permiten mover la pieza fácilmente por el campo de batalla con un tiro de caballos. La carronada estaba formada por una gruesa cureña de madera en la que va montado el cañón con unas ruedas pequeñas para desplazarlo por la cubierta. La carronada tiene unas anillas de hierro por las que se pasan sogas para fijar la pieza durante el disparo. En el siglo XVIII se generaliza la artillería de campaña que acompaña al ejército para eliminar a la artillería enemiga y luego castigar las filas de fusileros enemigos. Poco después de las guerras napoleónicas aparece el obús, arma parecida al cañón pero que permite por primera vez lo que se llama tiro indirecto en una forma primitiva, esto es, atacar posiciones que estando en la línea de alcance se encuentran ocultas por elementos del terreno, muros, etc. gracias a que posibilita inclinaciones de 45° o más. Además se comienza a practicar el rayado del ánima de algunas piezas, lo que mejora su precisión pero acorta mucho su vida útil si son de bronce. Se empieza así a emplear hierro fundido en las piezas rayadas y, para superar los problemas de desgaste, se refuerza la zona posterior con un segundo anillo de fundición que casi duplica el grosor en la zona, a pesar de lo cual se siguen produciendo accidentes de tanto en tanto. El alcance máximo de las piezas mayores no pasa de 4 km útiles. Aparecen las primeras municiones de forma cilindro cónica y espoletas por contacto que permiten disparar munición explosiva con seguridad. Paralelamente a los adelantos conseguidos en Europa, fueron los adelantos de la artillería del Perú, y como dice el Coronel Celso N. Zuloeta en su obra “Artillería peruana”: “Nunca olvidaremos la época en que veíamos los desfiles del Escuadrón de Artillería Volante con sus relucientes obuses de bronce, su lujoso material rodante construido de cedro, halados armones y cañones por dos hermosas parejas de caballos de gran talla: a su tropa elegantemente uniformada, a los apuestos oficiales, y al Coronel Bolognesi a la cabeza luciendo correctamente entre las prendas de su bien llevado uniforme, el sobretache sujeto al cinturón de que pendía su sable cuyo amarillo de empuñadura otomana. ¡Era un espectáculo marcialmente sugestivo!”. El General Castilla tan celoso del prestigio y preponderancia del Ejército del Perú y con la ayuda del auge económico vivido, quiso dotarlo del elemento que habría de proporcionar mayor eficiencia, y conociendo el entusiasmo de Bolognesi, su honorabilidad y otras cualidades que le distinguían, así como sus conocimientos profundos de artillería, lo nombró en comisión en 1860, a Europa, con el objeto principal de conseguir artillería rayada y adquirir otros elementos de guerra. Bolognesi recorrió todas las grandes fábricas, estudió los diversos sistemas adoptados por los Ejércitos europeos, y tras labor perseverante y de conciencia, eligió al entonces afamado constructor Capitán Tomás A. Blakely, que había sido de Inglaterra el introductor de magníficas reformas. Bolognesi adquirió Baterías de campaña y

artillería volante, las que envió con todo esmero, y su llegada produjo en Lima y en todo el Perú indescriptible entusiasmo y admiración. Se compra nuevo armamento y se modernizan los equipos, lo que permite una victoria en el combate del 2 de mayo de 1866, donde la artillería tuvo la inmensa gloria de asistir y tomar parte activa en el combate, las fuerzas peruanas contaban apenas con 50 piezas de artillería contra 272 cañones españoles. En la segunda mitad del siglo XIX, la artillería experimenta una revolución gracias a las técnicas modernas de fundición de acero que permiten, por un lado, hacer tubos rayados para las piezas en acero, con la mejora de resistencia que suponía y, por otro, sustituir los obsoletos armones de madera por nuevas cureñas en acero laminado mucho más resistentes. Además, en virtud de la resistencia de los materiales es posible desarrollar un cierre en la parte posterior del cañón para cargarlo por detrás. La munición aparece ya encapsulada junto con su carga en un único elemento o en dos o más en caso de armas muy grandes. En los tiempos en que se desarrolló la guerra del Pacífico, las armas de ataque y defensa habían aumentado en número, en variedad de tipos y en mayor complejidad de diseño, construcción y empleo, en relación con tiempos no muy lejanos entonces. Los cambios que, en el armamento en general, fueron reflejo de los esfuerzos de naciones más industrializadas y con armeros y mecánicos hábiles para aumentar el poder de fuego encuentran al Perú con el equipo y con los hombres que hicieron la guerra con España. Poco se adquirió entre 1866 y 1879. Durante la guerra del pacifico, el Perú disponía del material de artillería de costa más heterogéneo como el cañón Dahlegreen y Rodman de 1000 y 500 libras, Blackely de 450 libras, Armstrong de 300 libras, Vavasseur de 250 libras y Piezas de Artillerías de Montaña y Campaña Marcas: krupp, grieve, vavasseur, white, blackely, solsby, walgely y piezas de ánima lisa de cobre, bronce y fierro, de diversos calibres. Los cañones Krupp, de retrocarga y acero, una de las más modernas piezas de artillería de aquel entonces recién llegaron hacia 1882 para el ejército de Arequipa, que se dispersó sin combatir en 1883. En plena guerra se fundieron una serie de piezas, destacan por su cantidad las GRIEVE (imitación Krupp) y las WHITE (imitación Vavasseur), fabricadas por docenas y que actuaron en San Juan y Miraflores. Probablemente se fundirían en diversos puntos del país más piezas, improvisadas, de ánima lisa, como la pieza de cobre y ánima lisa de 3 libras que el doctor Morales Alpaca fundió en Arequipa en la maestranza del Ferrocarril del Sur y que Recavarren llevó a Cáceres que operaba en el centro del país. Luego que el Perú pierde la Guerra del Pacífico, las figuras como Andrés Avelino Cáceres y Nicolás de Piérola, inician la reconstrucción del ejército nacional. Este objetivo pasó necesariamente por una modernización. Fue por ello que se iniciaron las gestiones para contratar una misión militar extranjera, la misma que se concretó en 1896, con la llegada de la primera Misión Militar Francesa.

Esta positiva acción de la misión Militar francesa, a la que se suman aportes de Alemania e Italia, así como el aporte de oficiales peruanos que habían estudiado en el extranjero, dieron una renovación doctrinaría y académica en los centros de instrucción militar lo que trajo como consecuencia las victorias militares obtenidas contra Colombia (1911 y 1932) y Ecuador (1941). En la campaña victoriosa del conflicto peruano-ecuatoriano de 1941, la Artillería Peruana se destaca con la participación de las siguientes Unidades de Artillería: Grupo de Artillería Nº 6 de 105 mm, Unidad Orgánica del Agrupamiento del Norte al mando del Tte Crl Emiliano Pereyra, Grupo de Artillería de Montaña Nº 1 de 75 mm, al mando del Tte Crl Enrique Días en el sector Zarumilla, y el grupo de Artillería de Montaña Nº 8, al mando del Tte Crl Guillermo Stambury en el sector Chira-Macar. Las dos guerras mundiales trajeron un rápido desarrollo de la doctrina y tecnología militar. Se generaliza el tiro indirecto mediante mapas topográficos gracias a la mejora del control de tiro, empleando observadores que tienen la posición a batir a la vista y que por teléfono o radio van proporcionando al mando de la artillería la información para corregir el tiro. Todas las piezas terrestres ligeras y medias pasan a ser cañón- obús, un arma que permite disparar con ángulos entre 0° y casi 90° para desempeñar las funciones que tenían ambas piezas. En el año 1946, la Artillería Peruana sufre un cambio sustancial con la llegada de la misión Militar Norteamericana. Las técnicas del Ejército de EE.UU. reemplazan a las técnicas francesas utilizadas hasta ese año retirándose luego en 1969 y dejando implantado el uso de estas. A partir de 1974, gracias a la visión y dedicación del General de División Don Edgardo Mercado Jarrín, ilustre Oficial de Artillería, el potencial de la Artillería Peruana se ve incrementado con la adquisición de material de avanzada tecnología para la Artillería de campaña, y Artillería antiaérea, la mayoría de ellos de fabricación soviética. La adquisición de este material permitió el mejoramiento de la técnica y capacidad para las operaciones, convirtiendo a la Artillería Peruana en un arma moderna y una de las más importantes en América del Sur. Ingresando al siglo XXI y acorde con los avances tecnológicos a nivel mundial, la Artillería Peruana da un gran salto cuantitativo y cualitativo con la adquisición de los sistemas de comando, control, comunicaciones, computación e informática (C4I), con el empleo del sistema de posicionamiento global (GPS por sus siglas en inglés), con el empleo de los sistemas de adquisición de blancos (Atlas) que emplean el rayo láser y tienen la capacidad de conducir el tiro las 24 hrs mediante el empleo de visores diurnos y nocturnos y con la incorporación de los 27 lanzadores múltiples 90 B de 40 bocas de fuego. Todo esto nos coloca, nuevamente, en la cumbre del poder de fuegos en América del Sur.