Gregotti, Vittorio (1972) El Territorio de la Arquitectura

Existen, por ejemplo, umbrales dimensionales de cam­ bios de significado para formas iguales; es decir, podemos estudiar

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Existen, por ejemplo, umbrales dimensionales de cam­ bios de significado para formas iguales; es decir, podemos estudiar, mediante los modelos, algunos comportamientos, pero un torrente no es un río, un montón de tierra no es una montaña, un pisapapeles de mármol en forma de pirá­ mide no es la pirámide de Keops. Ello se debe a que exis­ ten niveles operativos que establecen en su interior umbra­ les de significación en función de las diversas escalas (es inútil querer medir los granos de polvo adheridos al Par­ tenón, y resulta difícil pensar que el hecho de cortar un árbol puede alterar la figura del bosque). Naturalmente la observación de la poca importancia dimensional es la más obvia por lo que se refiere a las escalas, pero se puede fá­ cilmente imaginar cómo todas las percepciones se realizan seleccionando los elementos a partir del conjunto dimen­ sional elegido, cómo la memoria interviene diversamente en servicio de las escalas, cómo a cada dimensión le co­ rresponde un diverso sentido del detalle, de la relación en­ tre un punto y el todo y de la relación del hombre usuario con el «toco y veo». A este nivel, la disJ?osición dimensional es decisiva para la definición de la tecnología formal y de la naturaleza de la materia con la que trabajamos; desde este punto de vista, la proyectación es, antes que nada, selección de la escala de intervención que se define como una óptica que secciona a un nivel determinado, y según un número finito, las materias arquitectónicas. Nuestro concepto de forma se desmorona frente al pro­ blema de la escala de intervención y tiende a crear técnicas diferenciadas de estructuración. El barro es la materia que emplea el alfarero para hacer un ladrillo, éste, a su vez, es la materia empleada por el constructor de la casa, y el conjunto de las paredes constituye el tejido urbano a un nivel diverso de la operación y es materia que se puede identificar en el conjunto territorial. Desde este punto de vista, podemos considerar como materia sistemas bastante complejos de agregación, con la condición de que sean lo suficientemente estables para presentarse según figuras re­ conocibles; por ello, y como ya insinuamos, podemos pen­ sar las disciplinas (como formas de organizar diversas ma­ terias) en cuanto materiales manejables. Es cuanto hemos

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hecho al anticipar el concepto de estructura de la proyec­ tación como estructura capacitada para conferir sentido, integrando en un sistema especifico todos los materiales con los que opera la arquitectura. Aquí nos ceñiremos a un concepto de material bastante más reducido, limitándolo al modo formal en que se presenta el mundo al arquitecto para que lo organice. Para conocer la materia individuada mediante la dimen­ sión de la intervención hay dos caminos inmediatos: ana­ lizar el proceso de formación de la materia con el objeto de descubrir su estructura temporal fundamental (aquel sis­ tema, mental o no, en el que el cambio de uno de sus ele­ mentos transforma la naturaleza de la materia) y definir su cualidad, es decir, el sistema de las relaciones internas que nos permiten reconocerla. A esta materia se la puede de­ finir a partir de su presencia significativa (por preeminen­ cia, cantidad o capacidad dinámica) dentro de la figura que observamos y por sus referencias semánticas a otras figu­ ras, comportamientos, funciones o simbolizaciones prefe­ rentemente conocidas mediante las cuales atribuimos a la materia significados particulares, y mediante dosis especia­ les de memoria desplazando así el peso de su presencia en la figura y su gama de posibilidades y de empleo. El significado formal de las montañas de residuos de carbón que caracterizan la llanura franco-belga, se debe a la presencia de una particular forma y color, a la misma materia, a un contraste material entre color, forma, textura entre cultivos y residuos en la estructura del campo y al reconocimiento de los modos artificiales de estructuración. Pero al mismo tiempo, esta significación (incluso a nivel de constatación formal) es desplazada por su alusión a la fa­ tiga, a la mina, al mineral, a su uso y al sentido de los re­ siduos y del desecho inoperante que dicha materia infiere. El grado de complejidad de las materias es relativo; de­ pende, por una parte, de la complejidad estructural interna y, por otra, de la complejidad funcional o referencial ex­ terna que presenta la misma materia. La complejidad estructural de una materia determinada depende esencialmente de la heterogeneidad de los elemen­ tos que la componen, de su capacidad de oferta que es

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