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Nigel Warburton Colección Teorema Serie mayor Filosofía básica CÁTEDRA TEOREMA Título original de la obra: Pbilosop

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Nigel Warburton

Colección Teorema Serie mayor

Filosofía básica

CÁTEDRA TEOREMA

Título original de la obra: Pbilosopby (Tbe Bastes)

I." edición en Teorema menor, 2000 3." edición, 2005 4.' edición actualizada y ampliada, 2008 1.' edición en Teorema mayor, 2012

Índice Traducción: Pepa Linares

Actualización de la traducción para la 4. a edición: Carmen García Trevijano

Ilustración de cubierta: Rafael, La escuela de Atenas (fresco, 1509) Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística

o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte ° comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

cultura Libre © 1992-95-99 by Nigel Warburton "AH rights reserved" Authorízed translation frorn the english language edition published by Taylor & Francis. © Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A.), 2000, 2012 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid Depósito legal: M. 29.538-2012 l.S.B.N.: 978-84-376-3070-0 Printed in Spain

PREFACIO

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INTRODUCCIÓN

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La filosofía y su historia ¿Por qué estudiar filosofía? ' al "deber>'. El acto y el valor, digamos la felicidad humana y el mérito moral, forman espacios distintos, sin conexión lógica entre sí. Siguiendo a G. E. Moore (1873-1958), los antinaturalistas suelen emplear la expresión "falacia naturalista» -por falacia se entiende un argumento falso- para calificar el supuesto error de argumentar los valores a partir de los hechos. Para defender sus posiciones, los antinaturalistas emplean con frecuencia el llamado argumento de la pregunta abierta. El argumento de la pregunta abierta

Este argumento, empleado por primera vez por G. E. Moore, indaga en los principios éticos de cualquiera de nosotros, la gente común, para llegar a la conclusión de que nuestra forma de pensar en el «bien» y en el "mal» rechaza la concepción naturalista en sí misma. Veamos el argumento. En primer lugar tomaremos un hecho del cual se sigan supuestamente conclusiones éticas. Por ejemplo, podríamos llegar a la conclusión de que, entre las posibles actuaciones del Buen Samaritano, ayudar a los ladrones habría causado la máxima felicidad en el mayor número de personas. Desde un análisis utilitarista -una versión del naturalismo ético- se seguiría lógicamente que ayudar a la víctima sería un acto moralmente bueno, pero el antinaturalista, acogiéndose al argumento de la pregunta abierta, podría aducir que no es lógicamente incoherente decir: ,,¿Puedo afirmar que mi acto es moralmente aceptable aunque produzca la máxima felicidad posible en el mayor número de personas?» Si esta versión de natura88

lismo tuviera razón, valdría la pena formularse la pregunta, y la respuesta sería evidente. Así pues, tal como sostienen los antinaturalistas, la pregunta sigue abierta. Un antinaturalista declararía que esta misma pregunta podría formularse en cualquier situación en la que la descripción de las cualidades naturales condujera, supuesta y automáticamente, a una conclusión ética. El argumento de la pregunta abierta sirve de fundamento al lema antinaturalista: "Ningún debe de un es» No existe la naturaleza humana

Otros filósofos, como Jean-Paul Sartre (1905-1980), en su conferencia Existencialismo y humanismo, han atacado la ética naturalista (especialmente, la que defiende que la moral está determinada por los hechos relacionados con la naturaleza humana) desde ángulos muy distintos. Según esto, los teóricos de la virtud se equivocan cuando dan por sentada la existencia de una naturaleza humana, que, para sus críticos, no es otra cosa que un engaño, concebido para negar nuestra responsabilidad. Todos tenemos que elegir nuestros valores personales, y no existen respuestas sencillas a las preguntas éticas. Aunque no podemos deducir cómo comportamos de la descripción científica del funcionamiento del mundo, estamos obligados a tomar decisiones éticas. Realizar juicios de valor constituye un aspecto de la condición humana, pero no disponemos de líneas directrices exteriores a nosotros mismos. El naturalismo en materia de ética es la negación engañosa de esa libertad de elegir.

EL RELATIVISMO MORAL

Es un hecho incontrovertible que cada sociedad tiene sus costumbres y sus ideas relacionadas con el bien y el mal. No existe un acuerdo universal sobre la bondad o la maldad de los actos humanos, aunque cabe encontrar un considerable número de coincidencias. Si nos dejáramos llevar 89

por la inmensidad de los cambios morales que han tenido lugar tanto en el tiempo como en el espacio, casi sentiríamos la tentación de creer que no existen actos morales absolutos, y que la moral es siempre relativa y se halla en conson~ncia con la sociedad qu~ la formula. Desde este punto de vista, puesto que la esclavitud era aceptable para los antiguos griegos, ¡:>ero no lo es para los europeos modernos, podemos concluir que era buena para ellos y mala para nosotros. Para esta concepción relativista, la moral equivale a la mera. descripción de los valores de una sociedad dada ' en un tiempo concreto. Se trata de una visión metaética de la naturaleza de los juicios morales, que sólo podrían considerarse verdaderos o falsos con relación a cada tipo de sociedad. No existen los juicios morales absolutos; todos son relativos. El relativismo moral se opone drásticamente a la bondad o maldad absoluta de los actos, una idea que sostendrían, por ejemplo, los que creen que la moral reside en los mandamientos que Dios entregó a la humanidad. A la idea moral relativista se añade con frecuencia la opinión de que, dada su relatividad, no debemos entrometernos en l~s costumbres de otras sociedades, porque el punto de VIsta neutral resulta imposible. Se trata de una idea muy extendida entre los antropólogos, quizá por su calidad de testigos de pnmera mano de la destrucción de ciertas sociedades a raíz de una insensible exportación de los valores occidentales. Cuando el relativismo presenta este nuevo elemento, por el que propugna un mayor respeto hacia las sociedades distintas a la nuestra, se conoce por relativismo normativo.

CRITICA AL RELATIVISMO MORAL

¿Es una teoría incoherente? Con frecuencia se acusa a los relativistas morales de incoherencia, porque al tiempo que proclama el carácter relativo de los juicios morales nos quieren convencer de que su teoría es, en sí misma, absolutamente verdadera. Natural-

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mente, el problema atañe sólo al relativista moral, que es también un relativista de la verdad, es decir, piensa que no existe la verdad absoluta, sino sólo verdades relativas para cada sociedad. Desde tal perspectiva, no se puede sostener la verdad absoluta de ninguna teoría. Con todo, los relativistas normativos se exponen ciertamente a este tipo de crítica, porque, al mismo tiempo que consideran relativos a una sociedad concreta todos los juicios morales, piensan que ninguna sociedad debería interferir en otra; esto último representa sin duda un ejemplo de juicio moral absoluto, completamente incompatible con la premisa básica del relativismo normativo.

¿Qué se entiende por «sociedades Los relativistas morales no suelen establecer con precisión qué debemos entender cuando decimos «sociedad». Por ejemplo, en la Gran Bretaña de nuestra época, los miembros de ciertas subculturas consideran moralmente aceptable tomar drogas prohibidas que les proporcionan ciertos placeres. ¿Hasta qué punto podría afirmar un relativista que esas personas forman una sociedad aparte, y, por tanto, asumir que poseen una moral propia e inmune a la crítica procedente de otras formas culturales? No existe una respuesta evidente para esta pregunta.

No permite la críticamoral de los valores de otras sociedades Pero, aunque pudiera refutarse la crítica anterior, queda en pie el siguiente problema: el relativismo no deja lugar a la crítica moral de los principales valores de una sociedad. Una vez que los juicios morales se definen en función de los valores fundamentales de una sociedad concreta, écórno plantear objeciones con argumentos morales? Por ejemplo, en una sociedad cuya opinión mayoritaria fuera enemiga del voto femenino, reivindicarlo 91

constituiría una inmoralidad en relación con los valores vigentes.

EL EMOTIVISMO

Existe aún una teoría metaética más conocida como emotivismo o no cognitivismo, formulada por A. J. Ayer (1910-1988) en el capítulo 6 de su obra Lenguaje, verdady lógica, donde afirma que todo aserto ético es literalmente absurdo, porque, lejos de tratar hechos concretos, expresa ni más ni menos que la emoción del que habla. Los juicios morales carecen por completo de sentido, son meras expresiones emotivas, como pueden serlo una mirada, un gruñido o una risa. Así pues, cuando alguien dice que la tortura es mala o que hay que decir siempre la verdad, está expresando poco más que su sentir frente a la tortura o la mentira. Sus palabras no son ni falsas ni verdaderas, y daría lo mismo que silbara ante la mención de la tortura, o aplaudiera ante la mención de la verdad. En realidad, cuando alguien se manifiesta de este modo no sólo está demostrando su sentimiento, sino también intentando convencer a otros de que lo compartan, es decir, los asertos morales del hablante son un intento de persuadir a los demás de que piensen como él. CRÍTICA AL EMOTIVISMO

Un argumento moral imposible Una de las críticas al emotivismo sostiene que su teoría imposibilita la argumentación moral. Lo más parecido a un argumento moral que podríamos obtener serían dos personas que se expresan mutuamente sus emociones, el equivalente a las exclamaciones que acabamos de ver. Lo cierto es, sin embargo, que somos capaces de entablar debates muy serios sobre los problemas morales, por tanto, el emotivismo ha de ser falso. 92

Con todo, un ernotrvista no ve peligrar su teoría por este tipo de crítica. En los debates morales se emplean muchos tipos de argumentaciones. Una discusión sobre un problema ético real, por ejemplo, sobre el aborto, encaminada a dilucidar si se trata de un acto moral aceptable, debe tener en cuenta numerosos aspectos prácticos. Habrá que examinar a qué edad puede sobrevivir el feto fuera del seno materno, pero este problema no es tanto ético como científico. Si se produjera un debate ético entre varias personas sobre la definición de términos como «bondad", «maldad" o «responsabilidad», un emotivista no podría aducir que tal debate carece de sentido. Sólo los juicios morales efectivos, tales como «Matar es malo", constituyen meras expresiones emotivas. Así pues, el emotivista podría aceptar la posibilidad de debatir los problemas morales; sólo en el caso de que los participantes establecieran juicios morales efectivos podríamos decir que la discusión se convierte en una expresión emocional carente de sentido.

Consecuencias peligrosas Una segunda crítica al emotivismo argumenta que, de ser una teoría cierta, tendría consecuencias muy peligrosas. Si todos creyéramos que un aserto como «Matar es malo" equivale a decir: «Matar, ipuaj!», las sociedades humanas desaparecerían. Una concepción como la kantiana, que formula la vigencia universal de los juicios morales -por ser impersonales- brinda a los individuos la oportunidad de respetar un código moral generalmente aceptado, pero si, al establecer un juicio moral, no hacemos otra cosa que expresar las emociones que despierta en nosotros, no parece que la elección tenga la menor importancia. Podríamos afirmar perfectamente que no está bien torturar a los niños sólo porque nos desagrada, y nadie discutiría ese juicio moral con nosotros, lo más que podría hacer es expresar, a su vez, su sentir sobre el asunto. 93

No es éste, sin embargo, un argumento de peso frente al emotivismo, ya que no representa un desafio directo a la teoría como tal; se trata sólo de indicar los peligros que podrían derivarse para la sociedad de aceptarlo como verdad, 10 cual representa un problema distinto. CONCLUSIÓN

Como hemos tenido ocasión de comprobar en nuestro sucinto análisis, la ética es una parte de la filosafia tan amplia como complicada. Los filósofos británicos y estadounidenses se interesaron por las preguntas metaéticas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero, en los últimos tiempos, han vuelto la mirada hacia los problemas éticos de carácter práctico: la eutanasia, el aborto, la investigación con embriones o los experimentos con animales, entre otros muchos. Si bien es cierto que la filosafia no puede ofrecer respuestas a estas u otras cuestiones morales, nos brinda un vocabulario y un marco suficiente para analizarlas con inteligencia. OTRAS LECTURAS

Tbe Elements ofMoral Philosophy, de James Rachel (4. a ed., Bastan, Mass., McGraw-Hill, 2003), es una excelente y breve introducción a la ética. Otra obra igualmente recomendable en esta área es Ethics: A Very Short Introduction, de Simon Blackburn (Oxford, Oxford University Press, 2003), originalmente publicada bajo el título Being Good (Oxford, Oxford University Press, 2002). Tbe Moral Philosophers (2." ed., Oxford, Clarendon Press, 1998), de Richard Norman, constituye una excelente introducción a la historia de la ética, en la que se incluyen sugerencias pormenorizadas para la lectura. La mejor introducción al utilitarismo es Utilitarianism and Its Critics, editado por Jonathan Glover (Nueva York, Macmillan, 1990), que incluye párrafos de las obras más irn-

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portantes de Bentham y Mill, así como las obras utilitaristas más recientes, con sus distintas versiones. Parte del material ha quedado obsoleto, pero las introducciones de Glover a las distintas partes del libro resultan muy útiles. Mil! on Utilitarism (Londres, Routledge, 1997), de Roger Crisp, es otro libro relevante en esta materia. Utilitarism For and Against (Cambridge, Cambridge University Press, 1973), de Bernard Williams, es un clásico del debate utilitarista. Sobre la ética aplicada, los libros de Jonathan Glover, Causing Death and Saving Lives (Londres, Penguin, 1977), y de Peter Singer, Ética práctica (Barcelona, Ariel 1995) son ambos interesantes y accesibles. Applied Ethics (Oxford, Oxford University Press, 1986), editada por Peter Singer, ofrece una excelente colección de ensayos. El Compendio de Ética (Madrid, Alianza, 1995), editado también por Peter Singer, es una introducción más sustanciosa a un amplio abanico de temas relacionados con la ética. La obra de Anne Thomson Critical Reasoning in Ethics (Londres, Routledge, 1999) es una guía muy útil para la aplicación del pensamiento crítico a las cuestiones éticas. . Ethics: Inventing Right and Wrong (Londres, Penguin, 1977), de J. 1. Mackie, y Contemporary Moral Philosophy (Londres, Macmillan, 1967), de G.J. Wamock, son obras introductorias a la filosafia moral que bien merecen una lectura, aunque ninguna de las dos resulte fácil.

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CAPÍTULO

III

La política ¿Qué es la igualdad? mn qué consiste la libertad? ¿Podemos considerarlas objetivos universales? ¿Cómo se conquistan? mi Estado tiene derecho a limitar la libertad de los transgresores de las leyes? ¿Existe alguna circunstancia que justifique el quebranto de una ley? Nadie dudaría de la importancia que tienen para todos nosotros estas preguntas. Los filósofos que se ocupan de los problemas políticos también han intentado encontrar las respuestas más convenientes. La filosofía política abarca un amplio conjunto de problemas relacionados al mismo tiempo con la ética, la economía, la ciencia política y la historia de las ideas. Los pensadores políticos acostumbran a escribir en respuesta a las situaciones que ellos mismos han vivido. Esta parte de la filosofía requiere, más que ninguna otra, un conocimiento suficiente de los antecedentes históricos si se quieren comprender debidamente los argumentos filosóficos, pero es evidente que en una obra tan breve no hay espacio suficiente para los marcos históricos. Los lectores interesados en la historia de las ideas encontrarán una lista de lecturas útiles al final del capítulo. En este primer capítulo nos centraremos en los conceptos políticos de «igualdad», «democracia», «libertad», «casti97

go» y «desobediencia civil», con el objetivo de abordar los problemas filosóficos que de ellos se derivan. LA IGUALDAD

La igualdad se presenta como un fin político, como un ideal al que merece la pena aspirar. Los partidarios de la igualdad, en cualquiera de sus formas, se denominan igualitaristas; en cuanto a la motivación, suele ser de índole moral: puede responder al principio cristiano de la igualdad de todos los seres humanos a los ojos de Dios; a la idea kantiana del respeto racional y equitativo hacia todos los seres humanos; o quizá a una idea utilitarista que la considere el mejor modo de lograr la máxima felicidad. Los igualitaristas exigen que los gobiernos del mundo pasen de reconocer la igualdad moral de sus gobernados a buscar la igualdad efectiva de las condiciones de vida. Ahora bien, écómo debe entenderse el concepto de «igualdad»? Es evidente que los seres humanos no pueden ser iguales en todo; los separan, entre otras muchas diferencias, la inteligencia, la belleza, la destreza atlética, el peso, el color del cabello, el lugar de nacimiento o la forma de vestir. Sería absurdo pretender una igualdad absoluta en todos los aspectos; la uniformidad total tiene poco atractivo, y los igualitarios no pueden proponer un mundo de seres clónicos. Aunque confundir el sentir igualitario con una mera pretensión de uniformidad no deja de ser una interpretación absurda, algunos enemigos del igualitarismo insisten en presentarlo de ese modo. Pese a este ejemplo típico de fabricación de un monigote de paja, para luego quemarlo, para refutar el igualitarismo no basta con señalar las profundas diferencias que existen entre los seres humanos o su tendencia a volver pronto a la situación de partida cuando se les impone la uniformidad. Este tipo de ataques sólo tiene éxito contra una caricatura de la teoría, pero fracasa ante la mayor parte de sus versiones. Así pues, cuando hablamos de igualdad nos referimos sólo a ciertos aspectos de la vida humana, nunca a todos.

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Si alguien se declara partidario de la igualdad, convendrá saber qué propone. Dicho de otro modo, hablar de «igualdad» en el contexto político carece de sentido si no se explica qué es lo que se iguala y a quién afecta la igualación. Por lo general, los igualitaristas proponen la distribución igualitaria de los ingresos, de las oportunidades de empleo y del poder político. Cosas, todas ellas, que contribuyen de un modo significativo a mejorar la vida, independientemente de las diferencias de gusto que dividen a las personas. Una distribución más igualitaria de esos bienes supone también otorgar la misma respetabilidad a todos los seres humanos.

LA DISTRIBUCIÓN IGUALITARIA DEL DINERO

Un igualitarista extremo propondría una distribución igualitaria del dinero entre todos los individuos adultos. En efecto, el dinero es, en casi todas las sociedades, un bien imprescindible para adquirir alimentos, casa y vestidos. Desde la teoría igualitaria, la redistribución se justifica como el mejor modo de aumentar la felicidad y disminuir el sufrimiento.

CRÍTICA A UNA DISTRIBUCIÓN IGUALITARIA DEL DINERO

Es poco prácticay tiene una vida muy corta

Parece evidente que una distribución igualitaria de dinero resultaría un objetivo inalcanzable. Las dificultades prácticas de asignar una cantidad igual de dinero a todos los individuos adultos de una misma ciudad serían inmensas, hasta tal punto que podrían representar una auténtica pesadilla. Si se pretende tratar el problema con realismo, lo más que se puede exigir desde esta perspectiva es la asignación de un salario fijo a toda la población adulta. Pero esta solución tendría una vida muy corta, ya que cada persona utilizaría el dinero de un modo distinto; los

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más inteligentes, los más fuertes o los menos escrupulosos acabarían por adquirir las riquezas de los más ignorantes, los más débiles o los menos sensatos. Unos se dedicarían a dilapidar el dinero, mientras que otros conseguirían ahorrarlo. Unos se 10 jugarían nada más obtenerlo; otros 10 robarían para aumentar su parte. La única forma de mantener una distribución igualitaria de la riqueza sería una intervención autoritaria desde arriba, 10 cual, sin duda alguna, supondría la intrusión en la vida de los particulares y la pérdida de libertad para emplear el dinero según las apetencias de cada cual.

A individuos distintos, necesidades diferentes No todo el mundo necesita la misma cantidad de dinero para vivir. La supervivencia de un determinado individuo que depende de un tratamiento médico muy caro resultaría imposible en una sociedad que asignara una cuota idéntica de la riqueza total a cada uno de sus miembros, a no ser que se tratara de una sociedad realmente opulenta. Un método de distribución basado en las necesidades de cada cual armonizaría más con el respeto debido a la condición humana de las personas que la asignación de una cantidad igual para todos.

No todos necesitamos la misma cantidad de dinero Otra crítica a la distribución igualitaria de dinero sería que la diferencia entre los trabajos y su aportación a la vida social ha de reflejarse en unos ingresos igualmente diferentes. Así, por ejemplo, se aduce que los dirigentes de las grandes industrias se asignan los elevados salarios que disfrutan porque éstos se hallan en consonancia con su aportación a la riqueza nacional, dado que crean empleo y aumentan el bienestar económico del país en el que operan. Aunque los grandes ejecutivos no merecieran unos ingresos tan elevados, 10 cierto es que éstos pueden incentivarlos y aumentar la eficacia de su trabajo; en tal caso, los beneficios totales para la sociedad justificarían los costes, pues, de otro modo, habría menos riqueza que repartir. Sin el incentivo de un salario elevado, los más capaces rechazarían esos empleos. Aquí nos encontramos con una división radical entre los partidarios de la igualdad y aquellos que consideran legítimas las grandes diferencias económicas, porque, a su parecer, responden a necesidades no menos diferentes. Esta perspectiva introduce una nueva crítica al principio de distribución igualitaria del dinero.

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La redistribución quebranta ciertos derechos Algunos filósofos afirman que, por muy atractiva que resulte la idea, la distribución igualitaria de dinero quebrantaría el derecho a la propiedad; por tanto, a su juicio, sería inmoral. Esos filósofos sitúan los derechos por encima de cualquier otra consideración. Robert Nozick (1938), en su obra Anarchy, State and Utopia, adopta esa posición y pone el acento en el derecho fundamental a la propiedad legítimamente adquirida. Se plantea entonces el problema de explicar en qué consisten tales derechos y de dónde proceden. Por el término «derechos» no entendemos aquí derechos legales, es decir, aquellos que establecen las autoridades correspondientes, aunque en una sociedad justa unos y otros serían coincidentes. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, se trata de los derechos naturales que guían idealmente la elaboración de las leyes. Pero no faltan tampoco los filósofos que ponen en duda la existencia de esos derechos de origen natural; Bentham, por ejemplo, rechazaba el concepto por considerarlo «carente de todo fundamento». En cualquier caso, un enemigo de la redistribución de la riqueza por parte del Estado no debería conformarse con declarar la existencia de ese supuesto derecho natural a la propie-

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dad sin señalarnos su origen, aunque lo cierto es que los partidarios de los derechos naturales han fracasado una y otra vez en su empeño. IGUALDAD DE OPORTUNIDADES EN EL EMPLEO

A falta de una distribución idéntica de la riqueza, la mayoría de los igualitaristas proponen que todos disfrutemos de las mismas oportunidades. Uno de los principales espacios de desigualdad eS el mundo laboral. La igualdad de oportunidades en el empleo no significa que cada cual realice el trabajo que le apetezca, sin contar con sus capacidades; nadie defendería la posibilidad de que una persona inhábil con la vista o las manos ejerciera de dentista o cirujano, porque se trata, a todas luces, de un absurdo. La igualdad de oportunidades beneficiaría a todos aquellos que demostraran tener suficiente talento y capacidad para ejercer una determinada profesión. Con todo, el trato no sería igual, porque siempre deberíamos contar con la suerte de los que, por ejemplo, han nacido con un mayor potencial genético o han recibido una educación superior que los sitúa en los primeros puestos dentro de un contexto aparentemente equitativo. La igualdad de oportunidades en el empleo suele reivindicarse como un paso más hacia la igualdad en otros terrenos, por ejemplo, el de la educación. La demanda de igualdad de oportunidades en el empleo se debe en gran parte a las discriminaciones de índole sexual y racial que se producen en algunos ámbitos profesionales. Para los igualitaristas, todo aquel que demuestre una cualificación suficiente debería disfrutar de las mismas oportunidades de empleo, sin discriminaciones motivadas por la raza o el sexo, salvo en aquellos casos verdaderamente excepcionales en que esas características se consideren determinantes para realizar un trabajo concreto; por ejemplo, puesto que las mujeres no pueden donar esperma, el hecho de establecer previamente el sexo del donante no supondría una vulneración del principio de igualdad de oportunidades para esa actividad.

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Pero no basta con la igualdad de trato en el empleo. Los igualitaristas demandan también la superación de los desequilibrios actuales en ciertas profesiones; todos conocemos, por ejemplo, el predominio del sexo masculino entre los jueces. Para ello, aconsejan aplicar el sistema de «discriminación positiva».

LA DISCRIMINACIÓN POSITIVA

Discriminar en sentido positivo significa dar prioridad a los miembros de grupos sociales en desventaja. Dicho de otro modo, consiste en conceder ciertas ventajas de acceso al empleo a las personas que pertenecen a grupos previamente discriminados. En este caso, el trato desigual responde a un intento de acelerar el proceso social de igualación, no sólo para modificar los desequilibrios actuales, sino también con la intención de proporcionar modelos de imitación a los jóvenes de los grupos tradicionalmente menos privilegiados. Así, por ejemplo, en las universidades británicas predominan los profesores de sexo masculino, a pesar del elevado número de mujeres licenciadas en las mismas especialidades. Un partidario de la discriminación positiva propondría que la sociedad actuara discriminando a favor de las mujeres que optan al puesto de profesoras universitarias, en vez de esperar a que la situación cambie paulatinamente. Esto significa que cuando un hombre y una mujer, con una cualificación prácticamente idéntica, se presentan al mismo puesto, debe elegirse a la mujer. Pero muchos defensores de esta clase de discriminación, yendo más lejos, sostienen que si la mujer demostrara ser competente para desarrollar las funciones del puesto, debería bastar aunque no igualara al candidato masculino. Se entiende que la discriminación positiva es una medida temporal, cuya vigencia acabará cuando el porcentaje de los miembros de un grupo tradicionalmente excluido refleje más o menos el porcentaje de los miembros de ese mismo grupo en el conjunto de la población.

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Algunos países prohíben estos métodos; otros los establecen por ley. CRÍTICA A LA DISCRIMINACIÓN POSITIVA

Es contraria al igualitarismo Aunque la discriminación positiva intenta fomentar la igualdad, hay quien piensa que e! método no es justo. Para un igualitarista incondicional, el principio de igualdad de oportunidades en e! empleo prohíbe cualquier forma de discriminación injustificada. Sólo existe un motivo para tratar de un modo desigual a los aspirantes a un empleo: la desigualdad manifiesta de sus atributos. Sin embargo, la justificación de la discriminación positiva se basa en e! hecho de que en la mayor parte de los empleos, e! sexo, e! origen racial o las preferencias sexuales del aspirante carecen de importancia. Así pues, aunque el resultado final de la discriminación positiva nos pareciera adecuado, no sería aceptable como principio fundamental para una persona comprometida con la igualdad de oportunidades. Un defensor de la discriminación positiva replicaría que la actual situación de los grupos en desventaja es mucho menos justa que la práctica de la discriminación positiva, y, en los casos convenientes, propugnaría una política que tuviera en cuenta el sexo o el origen racial del aspirante como cualificación significativa para e! empleo, en prueba de que los miembros de ese grupo son capaces de ejercer una determinada actividad. No obstante, es discutible que esta última situación represente una discriminación positiva, pues primar tales atributos durante una selección de personal, más que discriminar, supone cambiar los requisitos exigibles para ejercer una determinada profesión.

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Puede producir resentimiento Aunque la finalidad de la discriminación positiva es crear una sociedad que distribuya mejor e! acceso a ciertas profesiones, en la práctica podría traducirse en una nueva discriminación de grupos sociales en desventaja. Cabe pensar que una persona rechazada por no pertenecer a un grupo marginado experimentaría un intenso resentimiento contra aquellos que han obtenido su empleo gracias, en primer lugar, a su sexo o su origen racial. El problema se agrava cuando se contratan candidatos visiblemente incapaces de cumplir su cometido. No sólo acabarán por consolidar los peores prejuicios de sus jefes y sus compañeros, sino que su ejemplo hará un flaco favor a los restantes miembros de su grupo. A largo plazo, estas situaciones irán minando las tendencias generales a la igualdad de acceso al empleo que se pretendía lograr a través de la discriminación positiva. La única posibilidad de acallar estas críticas es asegurarse de que e! estándar mínimo que se exige al candidato a un empleo en e! que se practica la discriminación positiva sea relativamente alto. LA IGUALDAD POLÍTICA: LA DEMOCRACIA

Otro aspecto de la vida social en e! que se persigue la igualdad es la participación política. La democracia es un sistema generalmente alabado por su capacidad para permitir la intervención de todos los ciudadanos en la toma de decisiones políticas. Sin embargo, el término «democracia» se emplea para denominar situaciones muy distintas. En principio, podemos hablar de dos conceptos opuestos. El primero subraya que la población ha de tener la posibilidad de participar en e! gobierno de! Estado, por lo general, mediante el voto. El segundo establece que e! Estado democrático debe reflejar los auténticos intereses del pueblo, incluso en e! caso de que e! pueblo no fuera consciente de dónde residen sus auténticos intereses. Trataremos aquí la democracia del primer tipo. 105

Una democracia era, en la Grecia antigua, una ciudadestado gobernada por el pueblo, en oposición a cualquier otra gobernada por un pequeño grupo de personas (oligarquía) o por una persona sola (monarquía). Aunque el modelo democrático para los antiguos griegos fue Atenas, no debemos pensar que en su gobierno intervenía la totalidad de la población, ya que las mujeres, los esclavos y otras muchas personas que no disfrutaban de la condición de ciudadanos aunque vivieran en la ciudad tenían vetada la participación. Ningún Estado democrático permite el voto a todas las personas que viven en su territorio; basten los ejemplos de los individuos con alguna incapacidad para comprender la trascendencia de sus actos, los niños pequeños o los enfermos mentales graves. Sin embargo, nadie calificaría de "democrático» a un Estado actual que negara la participación política a una parte importante de su población.

LA DEMOCRACIA DIRECTA

Los primeros Estados democráticos fueron democracias directas. En este tipo de democracia, los ciudadanos con capacidad para decidir no eligen representantes, sino que discuten y votan cada cuestión por separado. La democracia directa sólo es factible entre pequeños grupos de población o cuando el número de decisiones que hay que tomar es relativamente bajo. Los problemas prácticos que plantea el voto de una población amplia, que ha de decidir un elevado número de cuestiones, pueden ser inmensos, aunque no hay que descartar que los medios electrónicos de comunicación lo permitan algún día. Pero, en ese caso, para llegar a decisiones razonables, se necesitaría tiempo y un programa educativo capaz de proporcionar a los votantes un conocimiento profundo de la cuestión a decidir. Quizá sería demasiado pedir que todos los ciudadanos se mantuvieran al día de los asuntos más trascendentes. Las democracias actuales son de tipo representativo.

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LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA

En esta clase de democracia, los votantes seleccionan, según sus preferencias, a unos representantes que lue~o participarán, día a día, en un proceso de toma de decisiones, organizado según principios igualmente dernocráticos. Existen varios procesos electorales; en unos casos se exige la decisión mayoritaria, en otros, la mayoría relati~a. En este último caso, actualmente vigente en Gran Bretaña, un candidato puede resultar elegido aunque no haya r~C1­ bido los votos de la mayoría, siempre que no haya sido superado por otro candidato. Se puede decir que en las democracias representativas el pueblo gobierna en la medida en que elige a sus gober: nantes, pero es igualmente cierto que éstos no siempre 111 en todas las cuestiones políticas cumplen los deseos del pueblo. Para evitar l?s abusos de poder con~iene convocar con cierta frecuencia elecciones que permitan cambiar a los representantes menos adecuados.

CRlTICA A LA DEMOCRACIA

Es una ilusión

Los teóricos influidos por las ideas de Carlos Marx (1818-1883) niegan que las formas democráticas que acabamos de ver sean capaces de proporcionar algo más que la ilusión de participar en las decisiones políticas,. y afirman que los procedimientos electorales no garantizan el gobierno del pueblo. Siempre habrá votantes que no sepan distinguir cuáles son sus auténticos intereses o que se dejen engañar por las estrategias de la retórica política. Por otro lado, la escasa diferencia entre los representantes no ofrece a los votantes una auténtica posibilidad de elección. ¿Por qué alabar tanto la capacidad de elegir entre dos O tres candidatos que ofrecen programas políticos con unas diferencias prácticamente inapreciables? Para los marxistas, esto 107

que ellos llaman «democracia burguesa» es un sistema que se limita a reproducir las relaciones de poder derivadas de las relaciones económicas; así pues, ofrecer a la población la posibilidad de votar mientras sigan vigentes las mismas relaciones de poder les parece una pérdida de tiempo.

Los votantes no son expertos Otros críticos de la democracia, entre los que destaca Platón, han señalado que la trascendencia de las decisiones políticas requiere una experiencia que los votantes no tienen. La democracia directa sería en ese caso un sistema político muy pobre, ya que el Estado se hallaría en manos de personas poco preparadas e incapaces de saber lo que hacen. El mejor conductor del barco es siempre el capitán. Contra la democracia representativa cabría emplear un argumento parecido, ya que la mayoría de los votantes no tiene modo de saber hasta qué punto resulta adecuado cada candidato para cumplir las funciones que le asigna la elección. Puesto que no están en situación de juzgar un programa político, los ciudadanos eligen a sus representantes movidos por cosas sin importancia, como podrían ser un rostro o una sonrisa agradable, o bien por prejuicios inconscientes sobre este o aquel partido político. El resultad.o es que muchos candidatos excelentes pierden las eleccienes, mientras que otros, menos apropiados, resultan elegidos por razones superficiales. Con todo, este problema evidente no justifica el rechazo absoluto del sistema, por el contrario, debería servir {Jara educar a los ciudadanos en la participación democrática, y aunque esto no fuera posible, se puede afirmar que la democracia representativa es, entre todas las alternativas posibles, el sistema más capaz de representar los intereses de la población.

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La paradoja de la democracia Puesto que la pena de muerte constituye para mí un acto de barbarie que un Estado civilizado nunca debería practicar, el sistema democrático podría enfrentarme a una situación paradójica en el caso de que se celebrara un referéndum para implantarla y la mayoría de la población otorgara un voto afirmativo. Como ciudadano comprometido con los principios democráticos creo que las decisiones mayoritarias deben llevarse a la práctica, pero como individuo convencido de la maldad de la pena capital, nunca la permitiría. Así pues, me vería obligado a aceptar que se implantara la pena de muerte (por decisión de la mayoría) y a rechazarla (por mis valores personales). Sin embargo, ambas cosas resultan incompatibles. Todo demócrata que se encuentra en minoría debe afrontar este tipo de paradojas. Un ejemplo como el anterior no invalidaría por completo el sistema democrático, pero sirve para llamar la atención sobre los conflictos que pueden surgir entre la decisión mayoritaria y la conciencia personal, como veremos en la parte dedicada a la desobediencia civil. Todo demócrata debe sopesar la importancia relativa que concede a las creencias personales y a las decisiones colectivas. Esto nos obliga a planteamos el significado del «compromiso con los principios democráticos». LA LIBERTAD

El concepto de «libertad», como el de «democracia», se ha empleado con significados distintos. En el contexto político, encontramos el sentido positivo y el sentido negativo que analizó Isaiah Berlin (1909) en su célebre artículo «Dos conceptos de libertad».

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LA LIBERTAD NEGATIVA

La libertad se puede definir como ausencia de coerción entendiendo por ésta la obligación, impuesta por la fuerza: de hacer o dejar de hacer algo. Cuando nada nos coarta desde fuera, somos libres en este sentido negativo de libertad. Existen muchas formas de coartar la libertad de un individuo: la cond~na a prisión, la confiscación del pasaporte, la persecución de la homosexualidad, etc. La libertad negativa consiste en no obstaculizar ni restringir. Cuando nadie nos impide hacer algo concreto, podemos decir que en ese aspecto somos libres. Pero ~a mayor parte de los Estados restringen la libertad de sus CIUdadanos de uno u otro modo. La justificación más común suele ser la necesidad de proteger al conjunto social, 51 todos disfrutáramos de una libertad absoluta para hacer lo que nos viniera en gana, es probable que los más fuertes o los más despiadados se aprovecharan de los débiles..Sin embargo, para los filósofos partidarios de la política liberal siempre hay un terreno sagrado de libertad personal en el que el poder no debe inmiscuirse, salvo en los casos de perjuicios a terceras personas. En su obra Sobre la libertad, John Stuart Mill afirma la libertad del individuo ~ara conducirse según su propia «experiencia de vida», libre de mterferencias estatales, siempre que no perjudique a terceros.

CRÍTICA A LA LIBERTAD NEGATIVA é

Como se calculan losperjuicios a terceras personas?

En la práctica, sería difícil establecer cuándo se daña a un tercero. ¿Habría que incluir los sentimientos heridos? De ser así, toda conducta basada en la «experiencia de VIda» acabaría ¡;or h~rir a alguien. Por ejemplo, un puritano no soportana VIVIr al lado de una pareja naturista que 110

practica el nudismo. O quizá la ofendida sería la pareja en cuestión, porque los demás utilizan vestidos. Y tanto los naturistas como sus vecinos podrían molestarse con otros estilos de vida. Aunque Mill no veía un daño grave en este tipo de ofensas, siempre es difícil trazar la línea que separa una cosa de otra; por ejemplo, mucha gente consideraría más dañina una blasfemia contra su religión que una agresión física. Córno podemos establecer una distinción adecuada entre estos casos? é

La libertadpositiva Algunos filósofos niegan que la libertad negativa sea positiva para el desarrollo humano, por eso proponen como objetivo político la conquista de la libertad positiva o libertad para ser dueños de nuestra vida. Somos libres en el sentido positivo cuando dominamos la vida, y no lo somos cuando ella nos domina a nosotros, aunque nadie nos lo imponga. Los defensores del concepto positivo de libertad piensan que ésta consiste en una forma de realización que permite elegir, tanto a los individuos como a las sociedades. Tomemos el ejemplo de un alcohólico que gasta insensatamente todo su dinero en irse de juerga y beber sin medida, épodriamos decir que está ejerciendo su libertad personal? No parece lógico, sobre todo si en los momentos de sobriedad se arrepiente de sus excesos. Tendemos a pensar en él como una persona dominada por la bebida, un esclavo de sus impulsos. Aunque esté libre de imposiciones, un alcohólico no es auténticamente libre en un sentido positivo. Aunque los partidarios de la libertad negativa replicarían que los alcohólicos, como los niños, necesitan ciertas restricciones porque no son responsables de sus actos, si conociéramos a alguien que no sabe elegir, que se equivoca una y otra vez y desperdicia su talento, según los principios de Mill, podríamos intentar convencerle de que llevara una vida mejor, pero nunca imponérsela, porque la imposición coartaría su libertad negativa. Tal acción sería una forma de paternalismo injustificado, es decir, actuar 111

como un padre controlador sobre alguien que ha alcanzado ya una edad en la que debería ser libre de ejecutar sus propias elecciones y cometer sus propios errores. Para Mili no es aceptable intervenir en la vida de otra persona adulta «por su propio bien», a menos que tal persona esté causando daño a alguien o sea mentalmente incapaz de actuar por sí misma. La coerción entrañaría limitar su libertad negativa. Los defensores de la libertad positiva no lo considerarían un individuo libre hasta que fuera capaz de comprender sus posibilidades y superar sus tendencias caprichosas. De ahí a defender la coerción como vía a la auténtica libertad sólo hay un paso. Isaiah Berlin sostiene que el concepto positivo de libertad puede emplearse para justificar todo tipo de imposiciones injustas; así, el Estado podría obligarnos a adoptar ciertas formas de vida con la excusa de aumentar nuestra libertad, como ha ocurrido frecuentemente a lo largo de la historia, No se trataría de una maldad intrínseca al propio concepto de libertad positiva, sino de los peligros que encierra cuando se emplea mal, tal como nos enseñan los numerosos ejemplos históricos. LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Uno de los signos distintivos de un régimen totalitario es la ausencia de libre expresión. La mayoría de las sociedades occidentales se enorgullecen de la libertad de sus ciudadanos para expresar un amplio rango de opiniones e intervenir en los debates públicos sin temor a la censura. Pero la libertad de expresión en este contexto no es nunca libertad total. Existen siempre límites legales sobre lo que se puede publicar o decir impunemente, ya sea en forma de leyes contra la pornografía, el libelo, o, en algunos casos, la blasfemia. Mili se muestra como un ardiente partidario de tolerar la libertad de expresión en la mayoría de los contextos. Los límites a la libertad de expresión deberían imponerse sólo cuando las opiniones expresadas causaran daño y no mera-

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mente una ofensa a otras personas. El que abusando de la libertad de expresión incita a la violencia debe ser censurado. Pero, argumentaba Mili, el hombre debería ser libre de expresar sus propias opiniones hasta el punto de correr el riesgo de dañar a otras personas: ofender a otros es aceptable. Mili utilizó un amplio abanico de argumentaciones para defender la libertad de la censura. Aquí me limitaré a exponer esquemáticamente dos de ellas. En primer lugar, Mili piensa que todo censor debe asumir su propia infalibilidad. Es decir: el censor da por cierto que él, o ella, no puede equivocarse nunca. Y ésta es, claramente, una absurda asunción por parte de un censor, pues es evidente que todos cometemos equivocaciones. Mili da por sentado que la principal motivación para ejercer la censura es la creencia de que la idea censurada es falsa. Así pues, bajo este punto de vista, el censor corre el riesgo de prohibir que alguna idea verdade~a y potencialmente importante sea hurtada a una audiencia ~F~~·

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En segundo lugar, Mili sostenía que a menos que las OPIniones sean regularmente contrastadas, se corre el riesgo de seguir manteniéndolas como dogmas muertos. Incluso aunque la opinión expresada sea falsa, el mismo hecho de que la opinión ortodoxa se vea desafiada por otras fuerzas contrarias ayuda a sus defensores a clarificar y defender sus propias creencias. El resultado de esta confrontación es que al final mantenemos nuestras creencias porque entendemos los argumentos que las apoyan y no porque se nos haya dicho que son verdaderas. Por ejemplo, lo~ que creen que la evolución darwiniana es sin duda la mejor explicación de la adaptación de los animales a su propIO entorno (que lo es), pueden pensar que los creacionistas que niegan la evolución están equivocados. Según Mili, los evolucionistas deberían tolerar la crítica pública de sus opiniones por parte de los creacionistas, porque esto los forzaría a dar las razones de su creencia en que la evolución es la mejor explicación, lo cual les ayudaría a mantener su posición como creencia viva. De la colisión entre verdad y falsedad, la verdad emergerá victoriosa y con un mayor poder de

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influir en la acción. Por otra parte, el proceso de contemplar el desafio a nuestras creencias puede movernos a modificarlas en el sentido de mejorarlas, pues muchos de estos retos llevan en su interior algún elemento de verdad, incluso aunque no sean tan poderosos como sus proponentes creen. LAS CIúTICAS DE MILL SOBRE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

No es siempre una cuestión de verdad

El enfoque de Mili era la censura de opiniones que pudieran ser verdaderas o falsas. Pero Stuart Mili escribía en el siglo XIX. En el siglo XXI, el argumento usual en defensa de la censura es que el material suprimido es peligroso, no que es falso. Por ejemplo, si alguien colocara en Internet una información sobre el modo de fabricar una bomba letal a base de productos químicos fácilmente asequibles, la razón para suprimir tal información sería que era verdadera y peligrosa, pero no que fuera falsa. Mili podía haber respondido a estas objeciones señalando que su defensa de la libertad de expresión permitía la censura cuando había un serio riesgo de que otras personas resultaran dañadas por las opiniones expresadas. ¿ Un derecho a la libre expresión?

Los argumentos de Mili en favor de la libertad de expresión giran en torno a las consecuencias de la censura. El riesgo que esto conlleva es que en aquellos casos en los que el ejercicio de la censura generara claros beneficios, el consecuencialista se vería obligado a aceptar que la censura estaba legitimada. Dicho en otras palabras, los argumentos de Mili no ofrecen a los individuos nada que esté más o menos emparentado con la libertad de expresión. Lo que con estos argumentos se pretende es mostrar que las consecuencias que se siguen de tolerar la libertad de expresión 114

son enormemente beneficiosas, aun en los casos en que las opiniones expresadas sean fal~as.,. , Una línea de argumentacion mas exigente sena sostener que todos los hombres tenemos derecho, u.n de~echo humano, a expresarnos libreme?te; que es obligación de! Estado reconocer en cada individuo concreto esa humanidad que le permite expresar cualquier opinión c¡ue el tal individuo desee manifestar. Bajo esta perspectiva, silenciar la expresión de un determinado tipo de opiniones, será siempre la negación de un derecho humano fundamental. Pero en modo alguno es fácil identificar la fuente de donde surgieron los derechos humanos. Así pues, la defensa de la libertad de expresión sobre la base de que se trata de un derecho humano fundamental, está necesitada de un cierto apuntalamiento. Es verdad que la libertad de ex~~e­ sión está recogida como Artículo 19 de la Declara~lOn Universal de los Derechos Humanos de 1948. Pero sigue en pie la respuesta a la cuestión filosófica: ¿sobre qué fundamento está basado este derecho?

LA

PRIVACIÓN DE LA LIBERTAD: EL CASTIGO

¿Podemos justificar la privación de la libertad como forma de castigo? Dicho de otro modo, ¿existen razones para coartar la libertad individual, tal como se entiende en el sentido negativo? Como hemos visto, el concepto de libertad positiva se emplea para justificar.ciertas fon:n~s de cO,erción cuando se piensa que determmados individuos solo pueden ser libres si alguien o algo los protege de sí ~:l11S~os. Los filósofos han encontrado cuatro grandes Justificaciones de la coerción de la libertad individual por parte del Estado: la retribución, la disuasión, la seguridad del cuerpo social y la rehabilitación de la persona que sufre el castigo. La primera suele defenderse desde pOSlclo?,es deontológicas; las tres restantes encuentran justificación en las filas del consecuencialismo.

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EL CASTIGO COMO RETRIBUCIÓN

No tiene en cuenta las consecuencias

En su forma más sencilla, el retributivismo o retribucionismo supone que quienes quebrantan conscientemente las leyes merecen un castigo, con independencia de que éste pueda surtir algún efecto beneficioso para las personas afectadas o para el conjunto de la sociedad; es decir, los delincuentes deben sufrir. Naturalmente, cuando el delincuente presente alguna incapacidad que le impida ser responsable de sus actos se le aplicará un castigo menos severo, y, en los casos extremos, por ejemplo, si padece una enfermedad mental, se le someterá a tratamiento. Sin embargo, la teoría de la retribución considera que el mal comportamiento merece una respuesta apropiada. Más aún, la severidad del castigo debe estar en consonancia con la gravedad del delito. En su versión más elemental del «ojo por ojo» (o ley del talión), el retributivismo exige una proporción directa entre delito y castigo. Ahora bien, en ciertos delitos sería difícil encontrar una respuesta equivalente. Imaginemos por ejemplo el caso de un chantajista, équé tendría que hacer el juez?, écondenarlc a sufrir un chantaje él mismo durante seis meses?, o un ladrón pobre que hubiera robado un reloj de oro, écómo podría sufrir un castigo en proporción exacta a su delito? El problema surge cuando se trata de aplicar el principio del «ojo por ojo», no obstante existen formas más complejas de retributivismo que no demandan un castigo exacto al delito.

La principal crítica al retributivismo sostiene que descuida las consecuencias del castigo tanto para el delincuente como para la sociedad. Los conceptos de disuasión, rehabilitación y seguridad le son ajenos. Lo importante para sus partidarios es que el delincuente merece el castigo, independientemente de los efectos que surta en él. Un partidario del consecuencialismo objetaría que no existe más acción moral que aquella cuyos efectos resultan beneficiosos para alguien, pero un deontologista podría replicar que las consecuencias de una acción que se justifica moralmente son irrelevantes.

CRíTICA AL RETRIBUTIVISMO

LA DISUASIÓN

U na de las justificaciones más comunes del castigo es su capacidad para disuadir tanto al que quebranta la ley como al resto de la población, que conoce la existencia del castigo y sabe que podría sufrirlo en caso de delinquir. Si sé que cabe la posibilidad de ir a la cárcel, estaré menos dispuesto a convertirme en ladrón que si espero que mis actos queden impunes. Esta idea justifica el castigo aunque no produzca rehabilitación, y su interés se centra en mostrar que el castigo es la consecuencia del delito, no en cambiar al delincuente, porque se centra exclusivamente en los efectos de la pena impuesta. En definitiva, los beneficios para la sociedad se superponen al sufrimiento del que pierde la libertad.

Apela a los sentimientos más elementales CRíTICA A LA DISUASIÓN

El retributivismo se alimenta del deseo de venganza, que constituye una de las respuestas humanas más elementales a las ofensas. Sus oponentes reconocen la existencia de este sentimiento, pero argumentan que el Estado debe castigar basándose en principios más fundados. Por lo general, las justificaciones híbridas del castigo lo incluyen en su teoría. 116

El castigo del inocente Una de las críticas más serias a la teoría del castigo como disuasión es que, al menos en su forma más elemental, podría justificar la penalización de personas completamen117

te inocentes del delito que se les imputa o de cualquier otro. Hay ocasiones en las que buscar un chivo expiatorio, al que todo el mundo cree culpable de un determinado delito, podría surtir fuertes efectos disuasorios sobre los demás, especialmente cuando el público en general ignora que la vicnrna del castigo no ha cometido delito alguno. En estos casos, se llegaría a justificar la penalización de un inocente. Toda teoría aceptable del castigo como disuasión debe tener en cuenta esta crítica.

No es eficaz Algunos críticos del castigo como disuasión subrayan su falta de resultados. Ni los castigos más severos, como la pena de muerte, son capaces de disuadir a un asesino en serie; ni los más leves, como la estancia en la cárcel durante un periodo corto, surten efecto en los ladrones. La crítica se fundamenta en datos empíricos. Aunque resulta muy difícil establecer la relación entre los índices de delincuencia y las formas de castigo, debido a la abundancia de factores que distorsionan la interpretación de los datos, si fuera posible demostrar de un modo concluyente que e! ~astlgo apenas surte efecto, estaríamos ante un golpe definitivo a este tipo de Justificación. LA SEGURIDAD CIUDADANA

Otra justificación del ~astigo basada en sus supuestos beneficios .d~staca la necesidad de proteger al cuerpo social de los individuos con tendencia a vulnerar las leyes. Un ladrón que roba una casa, volverá a hacerlo una y otra vez; por tan to, el Estado tiene derecho a apartarlo de la sociedad para impedir que reincida. Esta justificación se aduce sobre todo en los casos de delitos violentos como la violación o el asesinato. '

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CRlTICA A LA JUSTIFICACIÓN BASADA EN LA SEGURIDAD CIUDADANA

Sólo sirvepara algunos delitos Si tomamos al violador como ejemplo de reincidente típico, podríamos aducir que privarle de libertad disminuye las posibilidades de que repita sus actos. Sin embargo, esto no vale para otros casos. Pensemos en una mujer que un buen día decide envenenar el desayuno del marido, después de años de profundo resentimiento, ésupondrá una amenaza para otras personas? Aunque el delito es muy grave, no parece probable que vuelva a repetirlo. La seguridad ciudadana no sería aquí un motivo para castigarla. No obstante, en la práctica es muy dificil distinguir con certeza a los reincidentes.

No da resultado Este tipo de justificaciones se han criticado también argumentando que la cárcel sólo redunda en seguridad a corto plazo, y que, a la larga, aumenta el peligro, ya que los delincuentes aprenden en prisión más de lo que olvidan. Así pues, la única forma de proteger a los ciudadanos sería encarcelar de por vida a los delincuentes peligrosos, De nuevo estamos ante un argumento empírico, que, de ser cierto, aconsejaría combinar la protección de la sociedad con algún intento de reformar a los delincuentes, LA REFORMA

El castigo se justifica también por su supuesta tendencia a reformar a los delincuentes. Es decir, serviría para cambiar sus hábitos e impedir que, una vez en libertad, volvieran a delinquir. Desde este punto de vista, la privación de la libertad podría convertirse en una forma de rehabilitación. 119

CRiTICA A LA REFORMA

Sólo sirvepara cierto tipo de delincuente Esta justificación del castigo no valdría en el caso del delincuente que sólo transgrede la ley una vez en su vida; en realidad, no necesita ninguna rehabilitación. Por otra parte,. hay criminales que, aun suponiendo que se pudieran identificar a tiempo de intentar su rehabilitación, no responderían positivamente a un proceso de este tipo. Esto no constituye en sí una crítica a la teoría, pero descubre algunas consecuencias que muchas personas se negarían a aceptar.

No es eficaz El castigo raramente reforma a los delincuentes, aunque no todas sus versiones están destinadas necesariamente al fracaso. Este argumento empírico sólo resultaría fatal para la idea de un castigo rehabilitador, siempre que se lograra demostrar que nunca tiene éxito. Con todo, son muy pocas las justificaciones que se centran exclusivamente en sus aspectos reformadores. Las más viables suman a la reforma, la disuasión y la seguridad ciudadana. Estas justificaciones de carácter híbrido suelen basarse en principios morales de tipo consecuencialista. DESOBEDIENCIA CIVIL

Hasta aquí hemos revisado las teorías que justifican el castigo a los delincuentes, casi siempre basadas en criterios morales. Pero, ées moralmente aceptable vulnerar las leyes? En esta parte, nos ocuparemos de un tipo particular de transgresión que aduce razones morales: la desobediencia civil. Las personas que no aceptan ninguna justificación para vulnerar las leyes, cualquiera que sea la circunstancia, pien120

san que si uno no está de acuerdo con una ley 10 que tiene que hacer es intentar cambiarla empleando los cauces legales, organizando campañas, escnbIendo cartas, etc., pero en muchos casos esta protesta legal resulta completamente inútil, de ahí la aparición del concepto de desobediencia civil. La ocasión que la justifica se produce cuando una parte de la población se siente obligada a obedecer normas o programas políticos gubernamentales que considera injustos. La desobediencia civil ha producido cambios muy profundos tanto en la política como en la legislación de algunos países. Uno de los ejemplos más famosos es el mOVImiento sufragista británico, que consiguió dar publicidad a su lucha por el voto femenino a través de una campaña de desobediencia pública, en la que, por ejemplo, las manifestantes se encadenaban a las verjas de los edificios. La emancipación limitada se consiguió en 1918, con la concesión del voto a las mujeres mayores de treinta años, en parte, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, pero el movimiento sufragista desempeñó un papel muy importante en el proceso que condujo al cambio de una ley mjusta que impedía la participación de las mujeres en unas elecciones supuestamente democráticas. Mahatma Gandhi y Martin Luther King fueron dos apasionados partidarios de la desobedieJ.1cia ci;,il. La protesta ilegal pero no VIOlenta de. Gandhi influyó pro~nda­ mente en el proceso que condujo al fin de la soberanía británica y a la consiguiente independencia de la IJ.1dIa. En cuanto a Martin Luther King, su reto a los preJUICIOS raciales con métodos muy parecidos a los de Gandhi contribuyó a garantizar los derechos civiles más elementales a los negros americanos de los estados del sur.. . .. Encontramos otro ejemplo de desobedIenCIa CIVIl en la negativa de algunos estadounidenses a luchar en la guerra de Vietnam cuando el Estado los llamaba a filas. Algunos se opusieron argumentando que cualquier forma de matar les parecía inmoral, y que preferían quebrantar las leyes que exponerse a quitar la vida a otro ser humano. Otros no se oponían a la guerra por pnncipro, smo a esa guerra que 121

les parecía inj~sta, porque agredía injustificadamente a la población CIVIl. Cuando _la oposición pública a la guerra, espol~ada por las campanas de desobediencia civil, se extendió por todo el país, los Estados Unidos tuvieron que retirarse de Vietnam. ~a desobediencia civil es una conducta pública ilegal y pacífica, quepretende llamar la atención sobre ciertas leyes o c~ertas políticas gubernamentales injustas. Aquellos que actuan d~ntro de esa tradición no quebrantan las leyes sólo por mteres personal, sm? para dar la máxima publicidad a su causa, por eso se reahza SIempre en público preferible~ente con la presencia de la prensa, los fotó~rafos y las camaras de televisión. Por ejemplo, un Joven estadouniden.s; que hubiera tirado su cartilla militar para abandonar el ejercito durante la guerra de Vietnam, sencillamente por cansancio y por temor a perder la vida, no habría realizado un acto de desobediencia civil. En ese caso estaríamos ante un acto de supervivencia. y si hubiera actuado de la misma forma, no por s~ seguridad personal, sino por razones morales, pero en pnvado, sm dar ninguna publicidad a su gesto, tampoco podríamos hablar de desobediencia civil. Por el contrario, si hubiera quemado su cartilla en público, mientras las cámaras de televisión grababan sus decla,raclones s~bre el carácter inmoral de la intervención amencana en VIetnam, habría realizado un acto típico de desobediencia civil. La finalidad de este tipo de acciones es, en última instancia, cambiar las leyes o los programas políticos nunca desestabilizar la legalidad por completo. Los que' actúan dentro de la tradición de la desobediencia civil suelen evitar los actos VIOlentos, no sólo por preservar el prestigio de su causa y evitar una escalada de represalias que agravara el conflicro, smo, sobre todo, porque la justificación de ~u acto es de índole moral, y la mayor parte de los prinC~pIOS. morales sólo permiten agredir a otras personas en situaciones tan absolutamente extremas como la defensa propia. Otros luchadores por la libertad, o terroristas (cada cual los denommará según sus simpatías), utilizan medios vio-

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lentos para lograr fines políticos. Ellos, como los participantes en actos de desobediencia civil, desean cambiar un estado de cosas, no por interés personal, sino por lo que consideran un bien común, pero difieren en los métodos elegidos para propiciar el cambio. CRíTICA A LA DESOBEDIENCIA CIVIL

No es democrática

Un acto de desobediencia civil que se produjera en una democracia, en cualquiera de sus formas, podría parecer antidemocrático, pues si la mayoría de los representantes políticos, democráticamente elegidos, han decidido la pertinencia de una determinada ley, desobedecerla podría parecer una protesta contra el espíritu de la democracia, especialmente cuando los participantes en el acto representan sólo a una pequeña parte de la población. El hecho de que todos soportemos leyes que no nos gustan es, sin duda, un precio que hay que pagar por vivir en un Estado democrático; en consecuencia, SI la desobediencia CIVIl obtuviera el resultado apetecido daría a unos cuantos el poder de cambiar la opinión de la mayoría, y esto es profundamente antidemocrático. Ahora bien, si no se lograra ningún resultado no merecería la pena tenerla en cuenta. Desde esta perspectiva, sería, o bien un acto antidemocrático, o bien un acto trivial. Contra esta opinión, podría objetarse que los actos de desobediencia civil tienen por objetivo ciertas decisiones gubernamentales profundamente inmor~les. Por ejemplo, el movimiento a favor de los derechos CIVIles que se desarrolló en Estados Unidos durante los años sesenta, con grandes manifestaciones y abundante publicidad, supuso un enorme desafío para las leyes que imponían la segregación racial, y dio a conocer al mundo entero el trato injusto que recibían los negros americanos. Entendida de ~ste modo, la desobediencia civil no sería una forma antidemocrática de cambiar una ley o una política determinada,

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sino una estrategia para obligar a la mayoría o a sus representantes a reconsiderar su posición frente a un problema concreto.

Es la pendiente que conduce a una situación de desorden generalizado Desde otro punto de vista se podría acusar a la desobediencia Civil de, fomentar situaciones ilegales que, a largo plazo, mmanan e! poder de! Estado y el imperio de la ley; un nesgo que no compensa sus posibles beneficios. Una vez Cjue se pierde el respeto a las leyes, aunque sea por cn~enos morales, se corre e! peligro de propiciar la anarquía. Este argumento ~ugiere que si damos un paso en una determinada dirección, lo más probable es que no podamos frenar un proceso que nos conduciría a resultados poco,apetecibles. Los pequeños actos de transgresión equivaldnan a dar un paso hacia una pendiente deslizante y caer, sm.parar, hasta tocar fondo, es decir, hasta no respetar ya runguna norma. Pero esta argumentación anticipa unos resultados que de ninguna manera se pueden asegurar. No hay motivos para creer que todos los actos de desobediencia civil socaven e! respeto por las leyes, o, por continuar con la metáfora de la pendiente, siempre nos podemos deslizar hasta un punto en que digamos: «No va más.» En efecto, los partidarios de la desobediencia civil señalan que su actitud, lejos de despreciar la ley, expresa un profundo respeto por ella. Cuando una persona está dispuesta a aceptar un castigo por haber llamado la atención de! público hacia lo que considera justo, puede decirse que acepta en térmmos generales la justicia de la ley y e! respeto que se le debe. En definitiva, su actitud no se parece en nada a la de un transgresor de las leyes por mero interés personal.

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CONCLUSIÓN

En este capítulo hemos analizado algunos de los temas fundamentales de la filosofía política. Teniendo en cuenta que todos estos problemas plantean las relaciones entre e! individuo y e! Estado, y, en particular, el ongen de la autoridad estatal sobre el ciudadano, las lecturas recomendadas a continuación permitirán al lector interesado una mayor profundización en todas estas cuestiones. , . El próximo capítulo y los que le siguen estaran dedicados al conocimiento de! mundo que nos rodea, con especial atención a la capacidad de nuestros sentidos para captarlo. OTRAS LECTURAS

Para los interesados en la historia de la filosofía política, recomiendo Great Political Tbinkers, de Quentin Skinner, Richard Tuck, William Thomas y Peter Singer (Oxford, Oxford University Press, 1992), donde encontrarán una magnífica introducción a la obra de Maquiave!o, Hobbes, Mill y Marx. (Hay traducción española de Maquiavelo, Madrid, Alianza, 1991.) La obra de Nige! Warburton et al., Reading Political Philosophy: Machiavelii to Mili (Londres, Routledge y Open University, 2001), proporciona una práctica guía para leer algunas de las obras más importantes de estos filósofos. Politica! Pbilosopby: An Introduction (Oxford, Oxford University Press, 1996), de Jonathan Wolff, ofrece una introducción amplia y variada a esta parte de la filosofía. Ética práctica (Barcelona, Arie!, 1991), de Peter Singer, que ya ha sido recomendado para ampliar nuestro capítulo 11, incluye un análisis de la igualdad en e! empleo, y plantea la igualdad de trato a los animales. La obra de Janet Radcliffe Richard, Tbe Sceptical Fm¡inist (2." ed., Londres, Penguin, 1994), constituye un análisis claro e mc1S1va de los problemas políticos y morales relacionados con 125

la mujer, entre ellos, el de la discriminación positiva en e! empleo. Democracy (Londres, Routledge, 1993), de Ross Harris?n, es una lúcida intro?ucción a uno de los conceptos báSICOS de la filosofla política, que combina un resumen crítico de la historia de la democracia con e! análisis filosófico de! concepto tal como se entiende en la actualidad. Liberty (Oxford, Oxford University Press, Oxford Readings in Politics and Government, 1991) y Enciclopedia del pensamiento político (Madrid, Alianza, 1989), editada por Da.vld Miller; incluye la primera un resumen de! ensayo de Isaiah Berlm «Dos conceptos de libertad». (Hay traducciones al español en Conceptos y categorías: ensayos filosoficos, Madnd, FCE, 1992, y Cuatro ensayos sobre la libertad, Madrid, Alianza, 1993.) On Liberty (Londres, Penguin Classics, 1982; trad. esp., Sobre la libertad, Madrid, Alianza, 1970), de John Stuart Mili, representa la clásica defensa del liberalismo. Sobre Berlin y Mili trato en mi libro Freedom: An Introduction with Readings (Londres, Routledge y Open Universrty, 2000). Civil Disobedience in Focus (Londres, Routledge, 1991), de Hugo Adam Bedau, ofrece una interesante colección de artículos sobre e! tema, entre ellos, la «Carta desde la cárcel de Birmingham», de Martin Luther King. Para los que deseen estudiar con mayor detalle y a un nivel avanzado la filosofla política, Contemporary Political Phil~sophy: An Introduction (2." ed., Oxford, Oxford University Press, 2002), de Will Kymlicka, proporciona una evaluación crítica de las principales corrientes de la filosofla política actual, aunque algunas partes son de dificil lectura.

CAPíTULO

IV

El mundo exterior El conocimiento básico de! mundo exterior se adquiere a través de los cinco sentidos: la vista, e! oído, el tacto, e! olfato y el gusto. Para muchas personas, e! primero es el más importante. Sé cómo es el mundo que me rodea porque lo veo, pero si no pudiera verlo, siempre, me quedaría la posibilidad de acercarme y tocarlo p~ra cerciorarme de su existencia. Sé que hay una mosca en nu sopa porque la veo, y, si me la trago, puedo incluso tocarla y gustarla. Ahora bien, «mál es la relación exacta entre lo que veo y lo que está fuera de mí? {Estoy seguro de qué es lo que tengo frente a mí? ¿Podría ser un sueño? ¿Existen las cosas aunque nadie las observe? ¿Es posible tener una experiencia directa de! mundo exterior? Todas estas preguntas plantean e! problema de la adquisición del conocimiento del mundo que nos rodea, y pertenecen a una rama de la filosofla 9ue recibe el nombre de epistemología o teoría del conocimiento. En este capítulo examinaremos varias cuestiones epistemológicas, centrándonos en las teorías de la percepción. EL REALISMO DEL SENTIDO COMÚN

La mayor parte de las personas sin estudios filosóficos, dejándose llevar de la visión realista del sentido común, dan por supuesto que los objetos flsicos que captamos di126

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rectamente con los cinco sentidos -una casa, un árbol, un coche, un pez de colores, una cucharilla, un balón de fútbol, e! .cuerpo un libro de filosofla , etc.- existen , humano, .. y ~ontmuanan existiendo aunque nadie los percibiera. Es mas, tales objetos son! con escasas variaciones, tal y como aparecen a nuestros OJos: e! pez es realmente anaranjado y e! balón de fútbol es realmente esférico. En efecto los órganos de lo~ sentidos de la percepción -ojos, oídos: lengua, piel y nanz- no~ parecen, por lo general, fiables, y creemos que proporcionan una apreciacíón realista de! mundo que nos rodea. U na persona puede vivir sin cuestionarse las ideas sobre la percepción