Ensayo El Principe de Maquiavelo I

INTRODUCCIÓN El poder ha sido desde siempre la atracción más grande de los seres humanos. Su concepción y su práctica ha

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INTRODUCCIÓN El poder ha sido desde siempre la atracción más grande de los seres humanos. Su concepción y su práctica han sido muy heterogéneas a través de la historia de la civilización. Pero nadie como Maquiavelo ha logrado develar la naturaleza del poder de manera tan clara y realista. El propósito de este trabajo es analizar parte de este libro considerado como el texto fundador de la teoría política, que aunque en la actualidad esta disciplina se haya desarrollado más allá de aquellas recomendaciones, no deja de tener una importancia relevante en el estudio del poder. La idea que centra Maquiavelo en su obra es, la del cinismo como actitud fundamental en las tareas de gobierno. Su obra se divide en 26 capítulos en donde se plantea una necesidad de cambio en la política de gobierno de Lorenzo de Médicis, el cual para conseguir una Italia unida, debería seguir los consejos contenidos en toda la obra; consejos que se desprenden directamente del estudio y la observación basada en realidades. A mí me interesa de sobremanera estos temas que están desarrollados en los capítulos XI que trata de los principados eclesiásticos, tema que tiene una estrecha relación con el inicio de la secularización de la religión, y los capítulos XII, XIII, XIV, que no tienen mucho que ver con el anterior y que trata de los asuntos militares. Con esto me propongo en este trabajo a analizar el pensamiento de Maquiavelo dentro de los parámetros que he establecido, e intentar señalar algunos puntos que se considero tuvieron y gran peso dentro de la política en cuanto a la consecución del poder.

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CAPITULO I De los principados eclesiásticos. “Estos principados, en definitiva son pues los únicos en los que hay seguridad y reina la dicha. Son tierras gobernadas por razones superiores a las que la razón humana no alcanza a llegar” 1. Maquiavelo presenta en el capítulo XI de su libro El Príncipe un vistazo sobre los principados eclesiásticos, dándole como característica general la dificultad para obtenerlos; dice el autor que hay dos formas de apoderarse del poder dentro de un principado de tales características: el primero los meritos, y el segundo la fortuna. Por otro lado Maquiavelo no ve en lo absoluto dificultad para la conservación de este tipo de estados, expresa que el gobierno logra dicha conservación sustentándose sobre antiguas instituciones religiosas que en sí ya tienen un gran poder que la seguridad de estos principados no se verá afectada. El príncipe, por tanto, no tiene necesidad de preocuparse de su conducta y su modo de gobierno. No existe amenazas de posibles ataques a sus dominios por fuerzas externas, por lo cual el príncipe no debe preocuparse por la defensa; tampoco tiene que preocuparse por gobernar a sus súbditos, puesto que estos se ven sometidos a una ley divina que no les permite en sí mismos desobedecer los principios que exigen tal divinidad; estos parámetros dentro los cuales esa sociedad se mueve, establecen una forma de vida pacífica y segura. Por lo tanto sin amenazas externas ni internas, el príncipe deja un lado la preocupación de mantener una postura acorde con las exigencias que demandan otro tipo de principados. De todo esto Maquiavelo deja a un lado algo que para entonces, y en cuanto a los principados eclesiásticos, era absolutamente válido, la tesis que sostiene el “origen divino del estado” 2. Maquiavelo al dar el mismo tratamiento al poder dentro un principado eclesiástico y otro de diferente denominación, deja completamente invalidada dicha tesis, puesto que si el poder tiene el mismo comportamiento en los diferentes estados pierde dentro de los eclesiásticos esa supuesta divinidad. Claro que tampoco se trata aquí de querer mostrar a Maquiavelo como un enemigo de la religión, por el contrario él la ve como necesaria en cuanto sirva como instrumento político, entre otras cosas, en la consecución del poder. “La religión tiene, pues, objetivos netamente inminentes como el orden de la sociedad, y no trascendentes. He aquí la gran secularización de la religión”.3 1 Maquiavelo Nicolás, El Príncipe, VERÓN, 1974, p. 45 2 Granda A. Daniel, La transición al capitalismo, Editorial Universitaria, 1977, p. 72 3 Ibíd., p. 72 2

CAPITULO II Acerca de la diferentes clases de tropas y de los soldados mercenarios “El Príncipe debe cimentar sólidamente su prestigio si quiere que este sea duradero. Los recios fundamentos— dice Maquiavelo—que precisan todos los estados, tanto los nuevos como los antiguos o los mixtos, son buenas leyes y armas”4. El poder del príncipe con estricto respecto de las armas, dejando a un lado la implicación en este caso de las buenas leyes, como hace y dice el mismo Maquiavelo en los capítulos que trata de los asuntos militares, radica en la conformación irrestricta de un ejército propio que sirva para cuidar los intereses del gobernante y del estado. Todo ejército que no obedezca a esta regla general, de ser propio de un estado, desencadenará inexorablemente la decadencia de este último y por consiguiente de su gobernante. Maquiavelo hace distinción dentro de los diferentes tipos de ejércitos a los siguientes: “1. Propios, 2. Mercenarias, 3. Auxiliares y 4. Mixtos” 5 En este capítulo me centraré exclusivamente en el estudio que hace Maquiavelo con respecto de las tropas mercenarias, sus características y los efectos que producen su involucración dentro de un estado. Lo que caracteriza a las fuerzas mercenarias—según Maquiavelo—es su peligrosidad e inutilidad. Esta peligrosidad e inutilidad son amenaza directa para el gobernante, pues las fuerzas que posean semejante característicos solo contribuirán, a pesar de la confianza que en ellos se depositen, como diría Maquiavelo, a retrasar la caída del Soberano, mientras este retrase el día de poner a prueba la capacidad de las tropas. Nadie que sea consciente de tan evidente realidad, podría dar mérito de confiable a un ejército el cual solo sirve al estado por la paga y en el cual no existe, por irracional que parezca, “ese intimo orgullo que fluye del hecho de pertenecer a semejante nación” 6, pues esto último, subordina la razón a la sinrazón con razones aparentemente justificables, lo que harán, finalmente, que el soldado esté dispuesto en primer lugar a morir por defender a su gobernante y a su tierra que lo acoge; lo que no haría a merced de una simple ambición. Lo único que dejaría traslucir, semejante ejército—dice Maquiavelo—es su indisciplina, su desunión y su 4 Maquiavelo Nicolás, El Príncipe, VERON, 1974, p. 49 5 Ibíd., p. 49 6 Hitler Adolf, Mi Lucha, Editorial Solar Cía. S. en C., 2006, p. 14 3

deslealtad. Sería un ejército que aparece con aires de seguridad, de completa entrega al estado aquel que deposita en sus manos recursos útiles y que huye en el momento en que estos se terminan, que la guerra se declara o que simplemente el enemigo se presenta ante sus ojos Maquiavelo da cuenta del papel que juega dentro de todo esto el capitán mercenario. Lo califica como personajes de los cuales hay que prescindir tan pronto como estos den oportunidad de la más mínima desconfianza. Dice Maquiavelo que, independientemente de si son o no excelentes combatientes, estos capitanes no son de confiar bajo ninguna circunstancia. En primer lugar, de ser el capitán buen combatiente podría dar lugar en algún momento, y casi irremediablemente, a que la ambición de éste trascienda a la obediencia y termine bajo el influjo de su ambición, buscando el interés propio, lo que llama Maquiavelo, el engrandecimiento personal causando la ruina del príncipe. Ahora vamos por el otro punto: si consideramos al capitán mercenario no como un buen combatiente ¿Por qué diría Maquiavelo que es necesario desconfiar de él? Pues, precisamente, por ser mal combatiente, este elemento pesa demasiado en el resultado de una batalla o de la guerra. Diríamos la victoria o la derrota de un ejército y por ende de un estado depende, como veremos más adelante, de cuanto puede, quien comanda un ejército, dominar en todo aspecto, el arte de la guerra. En tales circunstancias, ese capitán, carente de valor, sostiene Maquiavelo, labrará la pérdida del príncipe porque no sabrá servirle. Para Maquiavelo es el príncipe en el caso del principado o un ciudadano en el caso de la república, quien se convierte en el capitán del ejército. En el caso del príncipe, es él, independientemente de que sea buen o mal capitán, quien conduce personalmente a las tropas, no hay por resultante nada que pueda cambiar lo dicho: si el príncipe es buen capitán saldrá victorioso, si es lo contrario saldrá derrotado. En el caso de el ciudadano, es necesario calificar su rendimiento como capitán de forma inflexible: de ser este poseedor de sabiduría, voluntad y fortaleza, se debe mantenerlo al mando, pero, en palabras del mismo Maquiavelo, “Bajo una estricta dependencia que le impida desobedecer las órdenes”7, por el contrario de llegar a constatar que el capitán no posee las características mencionadas anteriormente, debe de ser destituido de inmediato y puesto otro en su lugar. Concluye Maquiavelo que la experiencia corrobora su planteamiento de que los príncipes y las repúblicas bien regidas pueden llegar a realizar grandes hazañas, pues el manejo inteligente de cualquiera de las dos organizaciones políticas dan la facilidad, si cabe el término de que se consume diversas empresas emprendidas, hazañas que resultarían imposibles si se confían y no

7 Maquiavelo Nicolás, El Príncipe, VERON, 1974, p. 50 4

solo eso, si se posee simplemente ejércitos mercenarios, que solo contribuyen a dañar a monarquías y repúblicas.

CAPITULO III De las milicias auxiliares mixtas y propias Habíamos explicado la razón por la cual dependerse y confiarse de los ejércitos mercenarios resulta peligroso para el príncipe y el estado. Pero ahora, nos adentrándonos al estudio que hace Maquiavelo acerca de las milicias que según él resultan aun más peligrosas que las anteriores: las auxiliares y mixtas. “El ejército auxiliar—dice Maquiavelo—pueden ser bueno en si mismo pero siempre resulta perjudicial para el príncipe a quien es enviado, porque si pierde, él es quien sufre las consecuencias y si gana se convierte en su prisionero”8, Este tipo de ejército se vincula con otro estado a través del llamado de este ultimo para que apoyen a su defensa. Estas fuerzas si bien no son mercenarias resultan—según Maquiavelo—aun más difíciles de fiar puesto que obedecen estrictamente a su príncipe y su estado y no darían un paso sin la aprobación y venia de su capitán, sea este quien fuere, y además porque estas fuerzas que Maquiavelo las califica como mayormente disciplinadas y organizadas podrían merced a esto y, una vez obtenida la victoria, terminar apropiándose del Estado cuya integridad vinieron en principio auxiliar. Dichas tropas que siendo aparentemente necesarias son como cadenas que, literalmente, terminan apresando al soberano. En el caso de las auxiliares su fuerza será al principio de gran soporte para llevar a cabo los planes del príncipe quien ha pedido su auxilio, pero será al final, cuando todo se haya consumado, que éste se verá traicionado de sus propias decisiones, estará a merced de quienes no siendo ni sus leales, ni obedientes a sus órdenes, fueron pieza fundamental para lograr su aparente victoria, y ¿por qué aparente? Maquiavelo dice: “una victoria, lograda con extranjeros no es tal victoria”9, pues al fin y al cabo las proezas logradas por el ejército auxiliar no dejan de ser proezas del estado dueño de esas tropas. En consecuencia el soberano del estado auxiliado pasaría a ser, indirectamente, un simple capitán cuyas órdenes no sobrepasan la del príncipe dueño de la milicia. En contraparte si el éxito no se logra, el príncipe se verá acechado por infortunios 8 Maquiavelo Nicolás, El Príncipe, VERON, 1974, p. 55 9 Ibíd., p. 56 5

resultantes de la caída, podría decirse particularmente, de el ejército auxiliar, puesto que esto obligará inevitablemente al príncipe a responder, frente a las demandas de su dueño, por aquel ejercito. Resultado de todo esto es la lección o porque no la moraleja que en última instancia deja entrever Maquiavelo: “Un príncipe prudente debe preferir siempre perder con sus propias tropas que ganar con las extranjeras” 10 Vamos ahora por los ejércitos mixtos, que no son otra cosa—dice Maquiavelo —que tropas parte nacionales y parte extranjeras. Para Maquiavelo esta clase de milicias son superiores a las que son o solo mercenarias o solo auxiliares, pero comparado con un único ejército propio resultan inferiores y no tan fiables. Por tanto no hay—como insiste Maquiavelo—otra forma de que un estado mantenga su poder que el de contar con fuerzas armadas propias; fuerzas que estarán integradas solo por súbditos o ciudadanos u otras gentes que el príncipe haya formado. Cualquier intento de desobedecer esta regla solo llevará al soberano a verse envuelto en grandes fatalidades que finalmente desembocarán en su propia destrucción, pues con victoria o derrota, de la mano con estas tropas, el príncipe siempre terminará derrotado. “Si un principado no está bien abastecido—termina Maquiavelo—con sus propios soldados se encuentra a merced del azar y sin medios para luchar contra el infortunio. Ninguna cosa es tan débil o inestable como la fama de una potencia que no esté fundada sobre sus propias fuerzas” 11

10 Ibíd., p .56 11 Maquiavelo Nicolás, El Príncipe, VERON, 1974, p. 55 6

CAPITULO IV De lo que debe hacer un príncipe en lo concerniente a la guerra Un simple ciudadano, asegura Maquiavelo puede merced a las armas convertirse en duque, pero en contraparte renunciar a ellas supondría lo contrario. No hay mayor cosa que rebaje el prestigio de un príncipe—continua Maquiavelo—que él no verle frente a sus soldados. Jamás un hombre desarmado puede tener el mismo sentimiento o parecido al que sí lo está; el que no posee conocimientos sobre el arte de la guerra será despreciado por sus soldados e intimidado por sus súbditos. Maquiavelo muestra dos formas en la que las armas le son extremadamente útiles al gobernante: 1. Para hacer la guerra con cualquiera sea su propósito y 2. Mantener el orden dentro del estado a través de la fuerza o lo que llamaría Max Weber ya dentro del estado moderno: “La violencia física legítima como medio de dominio” 12 Para esto, Maquiavelo exhorta al príncipe a que se dedique al quehacer del arte de la guerra tanto de manera intelectual como práctica. En lo primero, Maquiavelo aconseja, leer la Historia fijándose mucho en las grandes hazañas llevadas a cabo por grandes personajes, examinar las causas de sus victorias y derrotas y sobre todo imitando a los grandes hombres valiéndose de libros que traten sobre su vida; en lo segundo, el príncipe, señala Maquiavelo, debe ejercitarse para acostumbrarse a las fatigas y a vivir a la intemperie, observar la naturaleza y todo lo que en ella existe, puesto que de alguna u otra forma la geografía incide en el curso de la guerra, por lo tanto conocer bien su país sería una valiosa ventaja para el príncipe. Todo esto, el soberano debe hacerlo en tiempo de paz—termina Maquiavelo— “debe aprovechar este tiempo para adquirir buenos recursos de los que se

12 Weber Max Política y Ciencia, Ediciones elaleph.com, 2002, p. 15 7

pueda ayudar en la adversidad, porque si la fortuna le vuelve la espada le halle dispuesto a resistir su embestida”13

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