Ensayo Como Una Novela

NORMALISTA: León Melgoza Alejandro. Licenciatura de en educación secundaria. Especialidad en Formación Cívica y Ética.

Views 133 Downloads 2 File size 128KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

NORMALISTA: León Melgoza Alejandro.

Licenciatura de en educación secundaria.

Especialidad en Formación Cívica y Ética.

Estrategias para el estudio y la comunicación II

Ensayo del libro “Como una novela”

J. Alfredo Ruiz Carrillo

Segundo Semestre

En este libro, se expresa una de las grandes preocupaciones que se tiene en torno a la lectura, sobre todo hoy en día, muchos jóvenes de secundaría, de bachillerato e incluso en el nivel superior no tenemos el habito de la lectura y Pennac menciona que el hábito nace de la curiosidad por el placer de leer, es más, menciona algo que me pareció muy importante y elocuente, “ la curiosidad por leer no hay que forzarla, sino despertarla”, y eso es muy cierto cuántos de nosotros no leemos solo porque se nos obliga hacerlo, como en este caso, por lo cual estoy escribiendo estas líneas, si no fuese por entregar este ensayo, no habría leído el libro de este autor, sin embargo, al mismo tiempo, al leer me doy cuenta que aprendo más y eso es la finalidad de los grandes libros, aprender, y se aprenderá leyendo, porque la lectura hace al hombre culto y letrado, capaz de dar sus argumentos basados en ideas previamente escritas por grandes personajes, y Daniel Pennac es uno de ellos. Continuando en la explicación del libro, el autor menciona los lugares en donde es importante contar con la lectura a temprana edad, y por lógica, mencionaba que esa curiosidad se debe de despertar en la familia, en el hogar, cuando los padres les leen un cuento a sus hijos en las noches antes de dormir, es muy importante mencionar que la mayoría de ellos (los que lo realizan claro) hacen esas lecturas solo por obligación e incluso para algunos padres resulta muy aburrido a tal grado que entre la mamá y el papá discuten quien le toca leerle al hijo, ¿por qué?, porque el niño quiere que le lean el mismo cuento que la vez pasada, y el padre como ya lo leyó una vez, le es fácil decirle al pequeño que hay otros libros y otros cuentos, sin embargo, el niño le pedirá siempre el mismo porque es parte del gusto que tiene por escuchar la misma historia que lo motiva cada noche. Como habíamos dicho anteriormente, la familia es fundamental, sin embargo, el autor menciona otros momentos y tiempos en donde se puede tener contacto con la lectura y poder despertar el gusto por leer. Después que la familia realice el intento y que ésta fracase o no, en un segundo momento se pretenderá que sea la escuela que continúe caldeando los rescoldos de ese amor infantil por aquellas hermosas historias. Y la escuela, con su racionalismo, sus programas y sus objetivos, trazará el destino de nuestra tarea lectora bajo la forma de textos obligatorios, comentarios, que copiaremos a compañeros de años anteriores, ¡afortunadamente esas lecturas obligatorias gozan de mayor estabilidad que las leyes educativas!. Llegados a la compleja edad de la adolescencia, acosados por múltiples estímulos -unos biológicos y, por tanto, temporales y naturales; otros alentados por quienes nos despreciarán por caer en los tentáculos que fabrican y con los que se enriquecen- nos alejaremos del libro. No en vano, el libro parece resultar ajeno a ese hermoso ideal de nuestra sociedad que ve con malos ojos cualquier actividad solitaria, que ensalza los placeres inmediatos y accesibles, sin previo esfuerzo. Y sólo años después, con las decepciones (o alegrías, quién sabe) de la vida, algunos volverán al libro, recuperarán el gusto por un esfuerzo cuya recompensa

no está en el horizonte del "ahora" sino más allá de trescientas o cuatrocientas páginas. Pero otros muchos, lectores en potencia, mentes claras, con imaginación, con gusto por aquello que no está manido, perderán sin saberlo un goce que difícilmente sacia. Y tampoco tendría la mayor importancia, nadie es mejor por leer, simplemente les privaron del derecho de elegir, de equivocarse por sí mismos. Esos perdieron. Eso les robamos creyendo que todo les era dado en esta tierra de promisión. Pennac ha dedicado parte de su obra a la reflexión sobre la escuela y la lectura. Este segundo aspecto lo aborda en Como una novela, en donde trata de enumerar y analizar las causas por las que un lector se convierte en un renegado de la lectura que huye de las páginas escritas como si éstas representaran el peor de los castigos. Sin afán de analizar todas las ideas que Pennac aborda en su libro (intenso y fecundo, en contraste con su brevedad) y sin intención jerárquica, podemos empezar por los propios padres que, acosados por un horror vacui legendario, tratarán de completar el tiempo de su hijo en una lucha contra el reloj y a favor de la ansiedad, con todas las actividades extraescolares que impidan el pecaminoso aburrimiento o que acredite la buena salud económica familiar y la preocupación por nuestros hijos (o por alejarlos de nosotros cuanto sea posible, según se mire). El tiempo para madurar lentamente una novela, para saborearla, queda eternamente aplazado. Los padres tampoco son una referencia válida en muchos casos; el lamento de que mi hijo no lee suele provenir de quienes tampoco lo hacen. La escuela es otra gran destructora de lectores en potencia. Convirtiendo la lectura, ese placer ameno, en una obligación monótona y repetitiva, cumpliendo unos programas que suelen comenzar puntualmente en autores medievales y rara vez culmina en una Literatura más próxima (¿es necesaria esa enseñanza cronológica? ¿es pedagógica?). Otra reflexión de Pennac: "¡Qué pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!". Pero la escuela no puede competir, aunque quisiera, con esa bestia negra de todo intelectual al uso, o de quien se vanaglorie de serlo aún no siéndolo: la televisión y, más recientemente, los videojuegos e internet. Sabiamente Pennac recoge la escena de un joven obligado a terminar un libro, "mientras no lo acabes, no hay televisión" y expresa claramente nuestras terribles contradicciones: elevamos la televisión a premio y reducimos el libro (cualquier otra actividad) a un castigo, un peaje previo para el paraíso televisivo. Pennac, haciendo honor al título de la obra, no quiere terminar con un mal sabor de boca. En las últimas páginas nos regala sus Diez Derechos del lector que, a modo de piedra mosaica, nos permitirán hacer llegar el goce de la lectura a quienes les resulta ajeno, derribando barreras, tópicos, imposiciones carentes de sentido, desacralizando la figura del libro, del autor y del propio lector, acercándolo a ese goce caprichoso que nos conquistó en la infancia. El derecho a no leer, a no ser presionados para ello, a que nadie ponga en duda nuestra inteligencia porque

no leamos. ¿Quién, a fin de cuentas, no tiene rachas en las que, simplemente, no siente apetito lector? Pero también, el derecho a no terminar un libro, a levantarnos del sofá y devolver el libro a su estantería. Quizá años después, retomemos el libro y nos preguntemos vagamente, ¿por qué no nos gustó hace años? Y también, por supuesto, el derecho a no leer todas las palabras, de principio a fin, el poder saltarnos pasajes, centrarnos en lo que más nos gusta (yo añadiría el gusto por volver atrás e, incluso, por saltar adelante libremente sin sentirnos contrabandistas de la peor calaña). El derecho a releer lo que más nos gusta (¿de verdad hay que leer todo lo que se publica sin echar la vista atrás sobre lo que más nos ha enriquecido? ¿Tanto perderemos si volvemos a leer lo que nos impresionó o marcó? ¿No serán acaso las editoriales las menos interesadas en la relectura?). Y, por encima de todos, el derecho a leer lo que me dé la gana. Que nadie me mire con soberbia o condescendencia si leo determinados libros, si disfruto con Harry Potter aunque tenga cincuenta o setenta años. En conclusión el libro presenta consejos que son necesarios retomar tanto para los lectores como para los maestros para no cometer siempre los mismos errores. El escritor propone la enseñanza de la literatura a través de la literatura misma, con lecturas, sin caer en la tentación de los comentarios, las exégesis y las reseñas. Lo cual, para qué engañarnos, es hermoso, pero poco práctico. Aunque si es necesario que a los niños se les impulse a leer, y ello conlleva que comprendan lo que leen y que lo analicen. Puede que no sea el mejor método existente. Generaciones de lectores se han educado haciendo comentarios de texto y se han apasionado por la buena literatura, más tarde o más temprano, siguiendo o no las recomendaciones de sus profesores; como digo, no será un procedimiento perfecto, pero sí es válido.