Elizabeth Darcy en Pemberley (Novela Completa)

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ELIZABETH DARCY EN PEMBERLEY Por Teresa O´Hagan De la novela más popular y considerada por la mayor parte de los críticos como una obra maestra, ahora surge la emocionante historia de sus protagonistas que disfrutan de un amor apasionado, Fitzwilliam y Elizabeth Darcy, y cómo transcurre su vida dentro y fuera de Pemberley, con el orgullo y los prejuicios que los caracterizan y que tendrán que conjugar para sortear las dificultades que se les presentan haciéndonos vivir momentos inolvidables.

Número de Registro: 03–2010–071612410500–01

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción o transmisión total o parcial del contenido de la presente obra en cualesquiera formas, sean electrónicas o mecánicas, sin el consentimiento previo y por escrito del autor. México 2010.

AGRADECIMIENTOS

Las circunstancias de la vida a veces nos llevan a tomar alguna decisión que no habíamos contemplado y que nos transportan a mundos inimaginables. Agradezco a Dios por todas las bendiciones que he recibido de Él. Por todo el cariño, el apoyo, la paciencia que recibí de mi esposo y de mis cuatro hijos, les agradezco con todo mi amor que me hayan permitido incursionar por este camino donde he encontrado grandes satisfacciones queriendo aportar a nuestro mundo algo de toda la riqueza que, sin merecerlo, he recibido en mi vida. A mi amiga Rosy que me apoyó en todo momento durante la elaboración de estas páginas. A mis padres por el amor y la confianza que siempre me brindaron.

2 SINOPSIS

A partir del fenómeno literario que las novelas de Jane Austen produjeron, esta narración retoma, en la Inglaterra del siglo XIX, a sus personajes más entrañables, Fitzwilliam y Elizabeth Darcy, su entorno y su historia, para traerlos con un nuevo sentido a los ojos del siglo XXI.

Desde la nueva vida que los personajes inician, se teje una compleja red de estereotipos, tradiciones, códigos y símbolos de la época, que el lector de nuestro tiempo reconocerá y podrá disfrutar plenamente como parte de la historia universal; pero donde también encontrará mucho de su propia esencia, aquellos rasgos que permanecen, hablándonos de nosotros mismos, a pesar del tiempo y la distancia geográfica o cultural.

Dentro de la narrativa contemporánea, esta novela se pregunta la identidad desde otro tiempo y otro espacio para ir descubriendo, en contraste, el irremediable paso de los siglos, las formas y las dinámicas personales, familiares y sociales. Mucho de lo que aún nos constituye se reconoce en ideologías y convenciones que, al ver reflejadas en discursos que nos parecerían tan añejos, siguen sorprendiendo y complementando la realidad en que vivimos.

En Orgullo y prejuicio se plasma el sentido y la tradición de toda una época, pero también se vislumbra la ruptura y la libertad, encarnadas en un personaje femenino. Éste se retoma en la narración actual para reflejar un modelo en el que se mezclan las virtudes, los límites y los desafíos con los que nos tropezamos a diario de algún modo. Lizzie, su vida en Pemberley, no sólo nos conmueve entrañablemente como voz e imagen de un momento histórico, sino que nos confronta y nos propone retos que reflejan en nuestra sociedad su evolución, pero también su retroceso.

Finalmente, esta novela va descubriendo un argumento propio, alimentado por inquietudes vigentes, temas que a través de los siglos tal vez hayan cambiado de forma, mas no de fondo, que confrontan a los personajes y los obligan a surgir en situaciones de controversia o de profunda cotidianeidad. Dentro de estas páginas se continúa una historia clásica y se lleva hasta sus últimas consecuencias.

3 CAPÍTULO I

Es bien sabido lo que sucederá cuando una pareja decide casarse: la ceremonia, la fiesta, los invitados, el vestido de novia. Pero nadie se imagina lo que será de sus vidas, incluso cuando todos piensan que fueron felices para siempre. Lizzie y Darcy, tras celebrar sus nupcias, ¿obtuvieron la dicha que todos anhelamos? ¿Vivieron un cuento de hadas?, ¿sus sueños se hicieron realidad?, ¿el orgullo y los prejuicios que los definen quedaron en el olvido? Y, ¿cómo llegarían a esa felicidad, si es que la alcanzan?, ¿cómo superarán los problemas que se presentarán en sus vidas? Ya hacía casi tres meses que el Sr. Fitzwilliam Darcy y la Srita. Elizabeth Bennet, al igual que el Sr. Charles Bingley y la Srita. Jane Bennet habían formalizado su compromiso en la casa de Longbourn, y la familia y sus amistades esperaban ansiosos el día del casamiento. La familia Bennet había programado llegar a Lambton a finales de noviembre, pocos días antes de las bodas, y hospedarse en el Hotel Rose & Crown para participar en las tertulias previas al casamiento que se llevarían a cabo en Pemberley, residencia del Sr. Darcy, con los familiares cercanos. En cuanto llegaron al hotel, los Sres. Bennet y sus hijas Jane, Lizzie, Mary y Kitty, se instalaron en sus habitaciones y salieron rumbo a la hacienda de Pemberley, donde ya los esperaban el Sr. Darcy, la Srita. Georgiana Darcy, el Sr. Bingley, la Srita. Caroline Bingley y el coronel Fitzwilliam. El carruaje de la familia Bennet cruzó los bosques que rodeaban Pemberley y subió por una cuesta donde la fronda se interrumpía y desde allí se vislumbraba la bella mansión estilo barroco rodeada de hermosos parques, situada al otro lado del valle, por el cual se deslizaba un sendero abrupto bordeado por tupidos árboles. En cuanto la Sra. Bennet distinguió la futura residencia de su hija Lizzie, exclamó inundada de asombro: –¡Sr. Bennet! No puedo creer que en esa casa vivirá mi hija. ¡Es un palacio! –Querida, los palacios son las residencias de los monarcas y de los nobles. El Sr. Darcy no pertenece a la aristocracia –espetó su marido–. ¿Acaso sabes quiénes son los monarcas? –¡Bennet! –exclamó su señora mientras Kitty reía. –De hecho, Inglaterra es el país que tiene la menor cantidad de nobles en Europa ya que, según leí, jurídicamente tal distinción corresponde exclusivamente a los pares, que son menos de cuatrocientas familias, quienes la transmiten únicamente a su primogénito –indicó Mary–. Además, los nobles de la gentry tienen rentas de poca importancia, a diferencia de los pares, y algunos no tienen los medios para subsistir. –Pero el Sr. Darcy tiene lo mejor de este mundo, es rico y muy apuesto –dijo Kitty. –Y está prometido con tu hermana, no lo olvides –recalcó el Sr. Bennet. Pemberley contenía un edificio de piedra, amplio y hermoso que tenía enfrente un enorme lago en donde nadaban unos cisnes que atrajeron la atención de los visitantes mientras la futura dueña contemplaba la belleza de los jardines y se adentraba en un ambiente mágico. La Sra. Bennet observaba embelesada todas

4 las beldades naturales y la majestuosidad de la propiedad mientras cruzaban un puente por donde circulaba el río y se aproximaban a la mansión. Al llegar a la puerta, bajaron del vehículo ayudados por algunos mozos que aguardaban su advenimiento. La puerta se abrió y los anfitriones salieron a recibir a los convidados: Darcy y Georgiana, con una reverencia dieron la bienvenida y los encaminaron al interior de la residencia. La Sra. Bennet admiró hechizada el vestíbulo, el cual estaba hermosamente adornado con pinturas, esculturas y objetos de plata de gran valor y el techo que fue esplendorosamente pintado por Verrio. Al fondo se desembocaba en unas escaleras, las cuales estaban acicaladas por un arco de piedra esculpida y a los lados lucían unas fastuosas pinturas. A los costados del pasillo se localizaban dos salones y se introdujeron en uno de ellos en donde se encontraban el Sr. Bingley y su hermana, acompañados por Fitzwilliam, quienes saludaron a los recién llegados. El salón principal estaba galardonado con muebles de caoba elegantemente tallados –varios cuadros de Tintoretto, Verones y Rembrand– bellas esculturas, una chimenea y al fondo un piano acompañado por un arpa. El mayordomo sirvió una taza de té a los visitantes en tanto todos tomaban asiento. Evidentemente la Sra. Bennet no podía salir de su asombro ni pronunciar palabra al ver tan lujosa propiedad, y cuando pudo expresar algo, sólo enunciaba las maravillas que engalanaban aquella mansión con sus singulares alharacas y Kitty hacía coro a sus comentarios. El Sr. Bennet, incómodo por esta situación, trataba de disminuir estas imprudentes loas con algo más oportuno. Darcy no pudo evitar endurecer su rostro y observarlas con severidad, aun cuando se había propuesto ser paciente y amable con su futura familia, en atención a su prometida. Fue tan evidente su disgusto que se puso de pie y caminó hacia la ventana, la Srita. Bingley se acercó y le hizo algunas consideraciones burlonas mientras Lizzie los miraba imaginando todo lo que esa señorita, flirteando, le decía a su prometido en un último intento de recuperar al hombre que se le había escapado de las manos. –¡Qué desagradable situación! –murmuró la Srita. Bingley–. Yo lo entiendo, Sr. Darcy, y tiene toda la razón en enojarse, es muy molesta la ignorancia que muestran la Sra. Bennet y sus hijas, pareciera que nunca han visto una obra de arte. ¿Así se comportó la Srita. Elizabeth la primera vez que estuvo aquí? Darcy frunció el ceño tratando de contener la irritación que lo invadía al escuchar esa ofensa contra su prometida, a pesar de saber que el resto de sus observaciones eran ciertas. –Lo compadezco sólo de pensar en todos los ridículos que lo harán pasar su esposa y su familia con sus amistades, aunque todavía está a tiempo para evitarlo –completó riendo. Darcy giró al escuchar la voz del mayordomo, quien anunciaba la llegada de los Sres. Gardiner, tíos de las señoritas Bennet, y esto apaciguó los ímpetus. Después de los saludos, tomaron asiento y la Srita. Bingley preguntó: –¿Ya conoció toda la propiedad, Srita. Elizabeth? –No. Sólo visité algunas habitaciones de la casa cuando la Srita. Georgiana tuvo la amabilidad de invitarme a cenar el verano pasado.

5 –Si así lo desea Srita. Lizzie, después de la cena podemos hacer un recorrido completo para que la conozca mejor y enseñársela también a su familia –sugirió Georgiana. –Estaremos encantados de conocer la casa –aseguró la Sra. Bennet con gran emoción. Kitty se mostró muy entusiasmada con la propuesta. –También me gustaría, si es posible, mañana dar un paseo por los alrededores –apuntó Lizzie–. Le prometí a la Sra. Gardiner un recorrido por todo el parque en un faetón bajo con un buen par de jacas. –Con todo gusto –aseguró Darcy. –Es una excelente idea –contestó la Srita. Bingley–. Podremos cabalgar y enseñarle unos paisajes hermosos cerca de aquí. ¿Usted monta a caballo, Srita. Elizabeth? –No, nunca aprendí. Prefiero caminar. –¡Oh, claro! Lo había olvidado. Sin embargo me extraña que usted, habiendo vivido en el campo no haya aprendido, mas si su hermana, la Srita. Jane, sí se ejercitó. –Eso no tiene importancia –indicó Georgiana–. Mi hermano es un excelente jinete que con seguridad se complacerá en enseñarle. –Será un placer –asintió Darcy. –Cuando viajamos con Lizzie y estuvimos en Lambton, pudimos disfrutar de algunos de los bosques de la localidad, pero nos faltó tiempo para conocerlo todo –recordó la Sra. Gardiner. –Sí, fue un viaje lleno de sorpresas –suspiró Lizzie. –Y también escuché que en abril conoció a Lady Catherine de Bourgh, viuda de Sir Lewis de Bourgh, de Rosings –comentó la Srita. Bingley dirigiéndose a Lizzie–. Es una mujer muy fina, encantadora y muy generosa, ¿no le parece? Es una pena que no asista a la boda, le tiene gran estima al Sr. Darcy. –¡Oh!, sí. Conocemos a Lady Catherine –dijo la Sra. Bennet–. Tuvimos el honor de tenerla en la casa hace unos meses. Pero, ¿acaso se habrá enfermado? –Tengo entendido que Lady Catherine ha estado convaleciente las últimas semanas –aclaró el coronel Fitzwilliam. –Me imagino que ha de estar muy indispuesta –expresó la Srita. Bingley con un tono de burla, sabiendo que Lady Catherine se había opuesto rotundamente al casamiento de su sobrino con Lizzie. Cuando fue momento, Darcy invitó a los asistentes a pasar al comedor. Era una pieza de excelente tamaño y finamente amueblada, las paredes estaban decoradas con maravillosos cuadros y candelabros bañados en oro, como el resto de la casa; provista de dos chimeneas, una gran mesa rectangular de caoba vestida con un mantel blanco y con los lugares dispuestos como lo regía la más estricta etiqueta. Lizzie, al introducirse en la habitación, se dirigió a la ventana, fascinada de observar la maravillosa vista que ofrecía la residencia en sus diversos lugares, cada uno con una perspectiva diferente del paisaje. Cuando la cena concluyó, Georgiana invitó a todos a conocer la mansión, recorrieron nuevamente el vestíbulo de mármol blanco y negro y subieron por las blancas escaleras admirando los murales que estaban pintados en el techo.

6 –En el primer piso se encuentran varias piezas de uso familiar, como la biblioteca, la galería de esculturas, el salón que más frecuentaba mi padre donde se encuentran los retratos de la familia y una sala que mi hermano acondicionó especialmente para mí –comentó Georgiana. –Me encantaría tener un hermano como el Sr. Darcy y que me destinara un lugar así para mi uso particular – explicó Kitty mientras se introducían en dicha habitación, la cual estaba adornada con mayor elegancia que los salones inferiores. Luego visitaron el siguiente aposento y observaron los retratos de los antepasados de los actuales residentes: Lady Anne Darcy ocupaba un lugar privilegiado, junto a su esposo, los hijos estaban a sus lados y en el otro extremo el resto de la familia, incluyendo a Lady Catherine, su difunto esposo y su hija; en una miniatura se encontraba la pintura de Wickham junto con otra de Darcy que habían sido elaboradas hacía ocho años y dispuestas por el padre de este último. Posteriormente desfilaron por el salón de esculturas donde Darcy pasaba mucho tiempo cuando moraba en la casa. Los invitados se introdujeron admirando las bellas figuras que galardonaban la estancia. Lizzie, quien ya había conocido esa habitación, permaneció en la puerta unos momentos hasta que Darcy le tomó de la mano para conducirla por los pasillos. Caminaron con lentitud contemplando las obras de arte, Lizzie empezó a sentir los latidos de su corazón acelerarse con gran ímpetu, el color se le subió al rostro con cada paso que quería evitar dar y sus manos sudaban copiosamente al observar algunas efigies de dimensiones reales que mostraban todos los detalles de la belleza física del hombre y de la mujer de una manera muy sensual, pensando nerviosamente que estaba de la mano del que en dos días sería su marido, sintiéndose llena de vergüenza por recorrer ese sitio a su lado, mientras escuchaban las burlas que imprudentemente hacía Kitty y los comentarios de la Srita. Bingley a su hermano y a su futura cuñada. Darcy, al percatarse del nerviosismo de su prometida, la miró con cariño y la invitó a salir al balcón a tomar aire fresco. Lizzie respiró profundamente aliviada de abandonar ese lugar lleno de sensualidad y al sentir el aire frío del crepúsculo regresó su serenidad. Darcy, a su lado, viendo el magnífico cielo que perdía lentamente su luz, tomó la mano de su prometida que la tenía recargada en el rocoso pretil y la acompañó en silencio hasta que se reunieron nuevamente con el grupo de visitantes. Enseguida pasaron a la siguiente habitación, la biblioteca, que contenía un sinnúmero de valiosos ejemplares de los cuales Lizzie mostró sumo interés en revisar con tranquilidad en la siguiente oportunidad. Georgiana les enseñó algunas de las habitaciones disponibles que estaban destinadas para los visitantes. –Las recámaras que tienen son bellísimas. ¡Bennet!, ¡figúrate dormir en una cama con sábanas de seda! – espetó la Sra. Bennet. –Y éstas son para los invitados, ya me imagino la que tendrá Lizzie como señora de la casa. ¡Me encantaría conocerla! –expuso Kitty. –La alcoba de la difunta Lady Anne se encuentra en el tercer piso y es muy hermosa, mi hermano y yo somos de las pocas personas fuera de la familia que la conocemos –indicó la Srita. Bingley.

7 –Los aposentos de la futura Sra. Darcy los ocupa actualmente mi hermano y son los que están junto a la que usted hace referencia, los que pertenecieron a mi padre –explicó Georgiana. –Entonces, ¿Lizzie sí compartirá la alcoba con su marido? ¡Qué romántico! –expresó Kitty, resolviendo el cuestionamiento que debatieron durante el camino. Lizzie sintió su rostro ruborizarse. Continuaron su visita en el tercer piso de la residencia que contenía las recámaras de la familia, así como otros cuartos de invitados para monarcas y altos dignatarios decorados con importantes obras de arte; de los cuales sólo visitaron los que se encontraban desocupados. Por último, Darcy le mostró a su prometida, en el primer piso, su acogedora sala privada, enfrente de su despacho, la cual estaba bellamente decorada y dispuesta con distinguidos muebles. Lizzie recorrió la pieza despacio, rozando los hermosos adornos que contenía y se dirigió a la chimenea; arriba de ésta se encontraba un espejo y un ramo de flores que Darcy le tenía preparado. Ella le dijo: –Me gustaría colocar un retrato tuyo en este lugar. Si aquí voy a pasar parte de mi tiempo, quiero sentirme acompañada por ti. –Recuerda que yo estaré en mi despacho, a unos cuantos pasos, donde me podrás visitar cuando lo desees. Sin embargo, tus aspiraciones son órdenes para mí, mañana mismo será instalado. Lizzie sonrió. Ya entrada la víspera, pasaron todos al salón principal donde Georgiana los deleitó con una velada musical en el piano. –Lizzie también toca muy bien el pianoforte –mencionó la Sra. Bennet con orgullo. –¡Oh!, no lo sabía. Ojalá nos pueda deleitar con alguna pieza, Srita. Elizabeth –le pidió la Srita. Bingley, conociendo su poca habilidad en dicho instrumento. Lizzie guardó silencio, con muy poco convencimiento. –Tal vez en otra ocasión –intervino Darcy, sabiendo que su prometida no gustaba mucho de ese pasatiempo y conociendo la intención de la Srita. Bingley de provocar que pasara un mal rato–. Seguramente la Srita. Lizzie está cansada por el viaje. –Yo encantada puedo ocupar su lugar –aseveró Mary, acercándose al piano, mientras Georgiana se levantaba del mismo. –Sólo una pieza Mary, por favor. Es hora de retirarnos –demandó el Sr. Bennet, sabiendo que las destrezas de su hija en el piano eran muy limitadas, aun cuando pasaba muchas horas del día practicando. Mary insistió tanto en tocar y cantar dos o tres piezas más, que no hubo poder que la hiciera levantarse del piano. Entre tanto, la Srita. Bingley se acercó al Sr. Darcy y le susurró al oído: –¿No le parece, Sr. Darcy, que la Srita. Elizabeth sonríe demasiado? Es de mal gusto. –Sí, es maravillosa –contestó Darcy sonriendo al vislumbrar a su futura esposa. –Vaya familia con la que va a usted emparentar. Ni esos hermosos ojos brillantes valen tanto.

8 –Le agradezco profundamente su verídico interés por mi felicidad doméstica. Después de nuestra luna de miel, mandaré pintar un retrato de la Sra. Darcy; ya he pensado el lugar que le destinaré. Dicho esto, Darcy salió al patio. Su prometida lo siguió, un tanto abochornada por la conducta de sus familiares. –Siento mucho que, a pesar de mis múltiples súplicas a mi madre y a mis hermanas, se estén comportando de esta manera y te provoquen incomodidad –indicó con cierta mortificación en su mirada. –Debemos reconocer que han hecho un gran esfuerzo para moderarse –dijo, tratando de ser cortés–. Pero no pensemos en ellas. ¿Te das cuenta que en dos días serás la Sra. Elizabeth Darcy? –Sí, Darcy… Por fin estaremos juntos para siempre –suspiró sonriendo. –Y te encantará el viaje que realizaremos. He planeado enseñarte muchas ciudades, sus principales museos y galerías de arte y sus bellezas arquitectónicas… –¿Y cuánto tiempo durará nuestro viaje? –interrumpió Lizzie. –Yo calculo que dos o tres meses. –Darcy, me encantaría pasar las navidades contigo y con mi familia aquí, en Pemberley. –De acuerdo –dijo Darcy sorprendido y, sonriendo, continuó–. Podríamos hacer un intervalo en nuestro viaje, pasar las fiestas aquí y luego prolongarlo. –Me parece una excelente idea –contestó Lizzie radiante de júbilo. –Me alegra verte feliz.

Al día siguiente, durante la mañana, realizaron el paseo tan deseado por Lizzie por los alrededores de la casa, recorrieron el bello jardín de 105 acres de extensión, engalanado con fuentes, arroyos, esculturas, árboles y arbustos. Conocieron la Cascade House, la espléndida capilla barroca diseñada por Gabriel Cibber, la fuente Emporer y el enorme laberinto de setos en el centro del jardín, donde Darcy paseó con su prometida en un intento de alejarse de los demás. Afortunadamente, pocas personas pudieron aguantarles el paso y, por fin, las dos parejas disfrutaron de un poco de soledad, lejos de los molestos comentarios y las miradas de todos los presentes, continuando su expedición por el bosque y gozando de una conversación muy agradable en torno a los planes que tenían para el futuro y las expectativas que cada uno albergaba de su próximo matrimonio. Al llegar a la cima de la colina, contemplaron la maravillosa vista de los alrededores. Lizzie suspiró llenando sus pulmones del aire que la colmó de una sensación de bienestar y miró al cielo azul. –Recuerdo que, de niña, cuando mi padre me llevaba a la Montaña de Oagham, al llegar a la cúspide y sentir la brisa refrescar mi rostro, le pedía al cielo que mis deseos se hicieran realidad algún día. –¿Cuál es tu mayor ilusión, la que querrías ver cumplida en la vejez? –preguntó Darcy, observándola con cariño. –Mi más grande anhelo desde pequeña y con el cual he soñado toda mi vida es ser madre. Lizzie sonrió y, tomando las manos de su prometido, lo vio a los ojos y explicó:

9 –Imagínate poder disfrutar de esas personas maravillosas que nos alegrarán con su sonrisa, con sus juegos y su ilusión por la vida. Tener a esa criatura en mis brazos y darle todo nuestro amor y protección a cambio de verla feliz. Darcy sonrió y la miró con inmensa ternura. Ella preguntó: –¿Y cuál es tu aspiración, la que sabes que te hará el hombre más feliz del mundo? –Poder ser yo quien te ayude a realizar tu deseo. Darcy se aproximó implorando saciar su ansiedad de tocar sus labios y desbordar todo su amor; Lizzie se estremeció al ver que al fin la besaría como lo había deseado por tanto tiempo y mostró un gesto de abandono que lo conmovió. Él se detuvo y, acariciando su rostro, murmuró, sintiendo latir fuertemente su corazón: –Anhelo el momento en que seas mi esposa y pueda entregarte mi ser con todo el amor que he reservado exclusivamente para ti. Él la besó cariñosamente en la mejilla y ella besó su mano con devoción. A su regreso, casi a la hora de la cena, los demás estaban descansando de su paseo: Georgiana, los Bennet y los Gardiner jugaban una partida de cartas muy apasionada y la Srita. Bingley revisaba algunos libros en la biblioteca. El coronel Fitzwilliam se había ausentado para arreglar unos asuntos de negocios del Sr. Darcy. Cuando fue momento, se sentaron todos a la mesa y los novios platicaron de los lugares por donde habían excursionado durante el día, los maravillosos paisajes por los que pasaron y describieron las vistas bellísimas de los alrededores. Los Gardiner glosaron las partidas de cartas que ganaron a los Sres. Bennet y que habían pasado un rato muy agradable, en compañía de la música de Georgiana, quien, además del piano, los deleitó con el arpa. La Srita. Bingley, por su parte, elogió con comentarios de asombro la biblioteca que por generaciones la familia Darcy se había ocupado de acrecentar

y que los habitantes actuales de

Pemberley habían extendido aún más con volúmenes extraordinarios. Después de la cena, Darcy le mostró a su novia la biblioteca, que era sumamente atractiva para ella por su gran afición a la lectura. Pasaron varias horas revisando y comentando algunos de los libros que eran de interés común, intercambiando diferentes puntos de vista. Lizzie quedó plenamente maravillada al ver la obra completa de Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, de Edward Gibbon, que contenía una docena de tomos que Darcy había adquirido pocos años atrás y que había estudiado con mucha satisfacción, y se mostró muy interesada en leerla volviendo de su viaje. Aprovechó para echarle un vistazo a otros libros que despertaron un enorme interés en ella y que quería leer en cuanto hubiera oportunidad. Mientras tanto, los demás seguían sumamente picados con las partidas de piquet y de naipes que Georgiana organizó, pasando una velada muy entretenida.

CAPÍTULO II

10 Había llegado el gran día, el 1° de diciembre. El sol irradiaba con gran intensidad. En la habitación del hotel Lizzie estaba preciosa, se veía como una reina: ligeramente maquillada, con un elegante tocado compuesto de flores blancas en su cabello negro bellamente recogido, con un hermoso vestido color perla, de mangas largas pero que de forma discreta mostraba sus hombros y parte de la espalda, cubierta por un velo. De frente tenía un escote moderado, entallado hasta la cintura que destacaba su agraciada figura y desembocaba en una amplia falda circular. Su cuello estaba adornado con una gargantilla de diamantes que hacía juego con los aretes que Darcy le había mandado esa alborada, acompañado de una rosa roja y una nota que decía: “Para mi dulce amada, con todo mi corazón. D”. Su rostro resplandecía, lleno de gozo y felicidad. La acompañaba su madre, Kitty y la Sra. Gardiner, quienes nerviosamente ayudaban en los últimos toques de las novias, yendo de una habitación a otra. Cuando todo estuvo listo, el Sr. Bennet tocó a la puerta, entró en el cuarto de Lizzie y se quedó boquiabierto al ver a su amada hija. –¡Oh, mi Lizzie! –le dijo acercándose a ella–. Te ves preciosa. Mi corazón está lleno de júbilo al verte tan feliz y dichosa. Hoy iniciarás una nueva vida con el hombre que amas y que te ama inmensamente y eso me llena de satisfacción. No puedo pedir mayor alegría que la que vivo en estos momentos. Te amo hija y te extrañaré mucho, pero mi consuelo será tu felicidad. –¡Oh, papá!, yo también te amo –expresó Lizzie abrazándolo. En ese momento, la Sra. Bennet entró corriendo y gritando: –Pero, ¿qué esperan? –preguntó muy agitada–. ¡Ya nos tenemos que ir! Los carruajes aguardan y Jane ya está lista. ¡Oh, Sr. Bennet!, tenga compasión por mis nervios. ¡Nunca piensa en ellos! –Sí, querida. Les tengo un gran respeto –contestó el Sr. Bennet. –No podemos llegar tarde, ¡apresúrense! –continuó la Sra. Bennet y salió aceleradamente. El Sr. Bennet le dio el brazo a Lizzie y salieron juntos a tomar el vehículo, donde ya esperaba Jane para ir a la iglesia. Entre tanto, el Sr. Darcy estaba en su habitación. Hasta hacía unos momentos había percibido mucho movimiento en toda la casa. Ahora todo estaba listo. Alguien llamó a la puerta y entró Georgiana. –¡Oh! ¡Ya está listo el novio! –Te ves hermosa Georgiana –suspiró Darcy acercándose a su hermana. –¿Estás nervioso? –Sí. Casarme con Lizzie… para siempre… –comentó Darcy como si estuviera soñando–. Desde que la vi por primera vez en el baile de Hertfordshire, con su mirada profunda y brillante que me cautivó, ha entrado en mi corazón como una semilla y lo ha alimentado, al inicio con su desprecio, luego con su alegría, su compasión y su cariñosa conducta hacia los demás, su sinceridad y sus buenos sentimientos, su gracia y su listeza. Ahora se ha convertido en un frondoso árbol con raíces muy fuertes, tan arraigadas que si lo desprendieran desgarraría todo mi corazón. La amo con toda mi alma. Sí, es un sueño que he deseado por tanto tiempo, pero que tenía tan pocas esperanzas de que se realizara. Hasta que… Lizzie me aceptó. –¡Ay, hermano! ¡Qué alegría verte tan feliz!

11 –Georgiana, así quiero verte algún día. –Darcy, yo sé que todo lo que has hecho por mí ha sido por mi felicidad, aunque hayamos pasado momentos tan difíciles –reconoció ella recordando su primera gran desilusión. –Deseo que todo eso quede en el pasado para siempre. –Sí Darcy, ya ha quedado superado gracias a tu apoyo y a tu protección. Extraño a mis padres, pero les agradezco de todo corazón que me hayan dado un hermano como tú que me ha guiado y aconsejado en la tribulación, que me ha enseñado con su testimonio el camino a la felicidad y te agradezco que hoy me concedas una hermana maravillosa. Darcy sonrió. El ama de llaves llamó a la puerta y entró. –Sr. Darcy, Srita. Georgiana. Ya está listo su carruaje para llevarlos a Kimpton. –Muchas gracias, Sra. Reynolds –dijo Darcy dirigiéndose con su hermana hacia el vehículo.

Darcy esperaba a la novia al lado del altar, junto con el clérigo y su buen amigo, el Sr. Bingley. La parroquia estaba llena de invitados. En las primeras filas se encontraban los familiares de los novios: Georgiana, la Srita. Anne de Bourgh, la Srita. Bingley, los Sres. Hurst y Fitzwilliam. Del otro lado la Sra. Bennet y los Sres. Gardiner. En el cortejo nupcial desfilaban Mary, Kitty y la Sra. Lydia Wickham, quien había llegado esa mañana. A lo lejos se veía el Sr. Bennet con sus dos hijas próximas a casarse: Lizzie y Jane, tomadas de sus brazos, acercándose lentamente al sonar de la música. No tardó en escucharse el murmullo de la gente, impresionada con la belleza de las novias, para muchos de ellos desconocidas, ya que eran en su mayoría amistades de Darcy y de Bingley. Darcy quedó impactado por la belleza de su futura esposa y sentía que el palpitar de su corazón era más fuerte a medida que caminaba hacia él. Cuando hubieron llegado al altar, el padre le dio un tierno beso a Jane, la hija mayor, y la entregó al Sr. Bingley y luego, viendo a Lizzie, sin poder evitarlo la abrazó cariñosamente, la besó en la frente y la entregó al Sr. Darcy. La ceremonia estuvo inundada de espléndida música que conmovió a muchos hasta las lágrimas. Las palabras del pastor fueron muy emotivas para el momento pues hizo unas reflexiones muy hermosas sobre el amor conyugal. Todo fue maravilloso, las dos parejas de novios se veían resplandecientes. Cuando hubo terminado la ceremonia, Darcy ofreció el brazo a su esposa para salir del templo, caminando juntos al inicio de su nueva vida, seguidos por Jane y Bingley. Afuera ya los esperaban los familiares y amigos para felicitarlos. Cuando los Sres. Darcy pudieron pasar entre los invitados, se subieron al carruaje y partieron hacia el lugar de la fiesta, en Pemberley. Pasearon en el coche por un rato, mientras disfrutaban de su conversación en medio de paisajes magníficos. –Te ves preciosa Lizzie, radiante. Eres la mujer más hermosa que he visto. –No opinabas lo mismo esa noche en que nos conocimos en Hertfordshire. Si no mal recuerdo… –¡Oh, Lizzie! –interrumpió Darcy–. No sabes cómo he lamentado que escucharas ese comentario, sólo lo hice para que Bingley no se percatara de lo impresionado que había quedado después de verte, tan

12 imponente, con el brillo de tus ojos, con la alegría que se reflejaba en todo tu ser y que ahora está más deslumbrante que nunca. –No querías que se percatara Bingley o no lo querías aceptar tú. –Tienes razón. Nunca había sentido una emoción tal, que al principio me llenó de terror y quise borrarla de mi corazón, pero no pude. –Y, ¿la sigues sintiendo? –Sí, cada vez más intensa, pero ahora me inunda de felicidad. Darcy tomó las manos de su esposa y las besó cariñosamente. –Mi vida ya no sería igual después de ese momento –continuó Darcy–. He quedado prendado de un amor que nació como una semilla que fue creciendo hasta… sentir esto que me ha enloquecido por completo. Después de una breve pausa, preguntó: –Y, mi querida Lizzie, ¿cuándo empezaron a cambiar tus sentimientos hacia mí? Lizzie, pensativa, recordó: –Al conocer el contenido de tu carta, esa tarde de abril, me sentía tan contrariada y confundida, avergonzada de haberte insultado de esa manera y, poco a poco comprendí el error tan grande que había cometido al rechazarte aquella tarde lluviosa. Luego, cuando entré a tu casa, pude percatarme del gran corazón que tienes y que había permanecido oculto a mis ojos. Sin embargo, no fue sino hasta que, después de recibir la carta de Jane con la noticia de la fuga de Lydia, confirmé que sentía un amor muy profundo cuando parecía que ya todo era imposible. Lizzie suspiró profundamente, recordando todo lo acontecido, y prosiguió: –Pero debo retroceder más. Esa tarde lluviosa, al salir de la abadía de Hunsford, mi corazón desbordaba de odio, y al sentirte tan cerca de mí, a pesar de mi desprecio y mi rechazo, del esfuerzo que hacía por alejarte de mí, el odio se transformó en amor, amor que fue creciendo poco a poco al conocer la verdad de lo sucedido, al conocer la verdad de tu corazón y que se consolidó con tu proceder de allí en adelante. En ese momento ya estaban arribando a Pemberley, donde los invitados aguardaban. Jane y Charles Bingley hacía unos momentos que habían llegado; sólo faltaban los Sres. Darcy, novios y anfitriones, para iniciar la recepción. Darcy bajó y ayudó a Lizzie a descender del elegante carruaje y le dio el brazo para conducirla hacia los salones de su nueva casa que ya estaban preparados para la fiesta, ataviados con suficientes mesas redondas elegantemente dispuestas con mantelería de seda, adornadas con magníficos arreglos florales, fina vajilla de porcelana, delicada cristalería y una charola de quesos Chesshire, Cheddar y Gloucester, acompañados con sidra fría producida en Herefordshire. Los invitados recibieron a la pareja con grandes ovaciones y música de bienvenida, quienes caminaron hasta la mesa principal donde ya aguardaban los Sres. Bingley. Había filas de gente formada entusiasmada para dar el parabién, entre ellos los Sres. Collins y los Sres. Lucas. Lizzie y Darcy, al igual que Jane y Bingley, agradecían sus saludos y sus felicitaciones. Después de un rato

inició la cena, compuesta de unos

espléndidos platillos, dignos de un rey, con los que agasajaron a los invitados: como primer plato un pudín

13 de Yorkshire, como sopa cock–a–Leekie, como plato fuerte una corona de asado de cordero rellena de manzanas acompañado por vinos producidos en los viñedos del honorable Charles Hamilton, y de postre un distinguido queen of puddings, escogido por la recién Sra. Darcy, su postre favorito, y que fascinó a los asistentes, acompañados por tés e infusiones de diversos sabores, así como café y whisky elaborado por la familia Nelstrop. Concluyeron con champagne para brindar por los festejados, así como el tradicional pastel con una nuez moscada dentro –quien fuera el afortunado en sacar la drupa se decía que sería el siguiente en casarse–. En esta ocasión, la venturosa fue Kitty, quien se creyó muy en serio el papel de buscar marido en la boda de sus hermanas. Mientras las dos parejas de novios conversaban alegremente, cerca de la mesa principal estaban los familiares inmediatos: los Sres. Bennet, Kitty y Mary Bennet, los Sres. Gardiner, y en otra mesa la Srita. Georgiana, la Srita. Anne, la Srita. Bingley, los Sres. Hurst, el coronel Fitzwilliam y otras amistades del Sr. Darcy. El lugar de Lady Catherine de Bourgh estaba vacío. La hermana menor de Lizzie, Lydia Wickham, se había regresado con su esposo, el Sr. George Wickham, quien no asistió al evento. Había un fuerte contraste entre esas dos mesas, ya que las clases sociales eran marcadamente diferentes, además de que las Bennet se explayaban en sus comentarios. Aun así, convivieron en armonía durante la fiesta. En la mesa, los Sres. Bennet comentaban con los Sres. Gardiner: –Me da tanta alegría que Lizzie se haya casado con el Sr. Darcy –mencionó la Sra. Gardiner. –¡Oh! A mí me ha parecido algo extraordinario. Nunca me imaginé que mi hija, y menos que Lizzie, tuviera tanta suerte. ¡Un partido de diez mil libras anuales, o tal vez más! –señaló la Sra. Bennet. –Ellos se veían ya muy enamorados desde que vinimos con Lizzie a Lambton en el verano pasado. Lizzie y el Sr. Darcy se esforzaban por ocultar sus sentimientos, parecía que el disimulo estaba de moda, aun así se advertía a todas luces el amor que se tenían –recordó el Sr. Edward Gardiner. –Nunca me lo hubiera imaginado –comentó el Sr. Bennet–. Cuando Lizzie me dijo que amaba al Sr. Darcy, pensé que era una broma, hasta que vi en sus ojos la veracidad de lo que decía y me quedé completamente sorprendido. –Para todos los Bennet fue un enorme asombro, hasta para Jane, que ha sido la confidente de Lizzie –indicó la Sra. Bennet. –Sin duda esta unión les convendrá a los dos para su crecimiento personal, por su modo de ser y los talentos de cada uno ayudarán al otro a mejorar como persona. El entendimiento y el carácter del Sr. Darcy, el juicio, la cultura y el conocimiento del mundo que posee, colmarán a Lizzie de todos sus deseos; y con la soltura y viveza de ella, el Sr. Darcy se verá beneficiado al suavizar su temperamento y mejorará sus modales – reflexionó el Sr. Bennet. –¡Sí, claro! También Lizzie tendrá vestidos hermosos y alhajas, carruajes muy elegantes y realizará viajes maravillosos por muchas ciudades importantes. Si nada más hay que ver la mansión donde va a vivir y las joyas que hoy le regaló su marido –añadió la Sra. Bennet–. Y no olvidemos la residencia que tienen en la capital, habrá que ir a conocerla, Sr. Bennet.

14 –Mi hermana es muy inteligente y ha sabido aprovechar sus capacidades para conquistar a semejante partido –comentó Kitty–. Todo el tiempo lo sospeché, la conozco muy bien, siempre hemos sido muy cercanas ella y yo –concluyó, aun sabiendo que nunca se había interesado por la vida de su hermana, pero estaba consciente de que si cultivaba la relación con Lizzie y con Jane, podría sacar gran provecho. –¡Ay, quiero tanto a mis hijas! Y hoy me dan esta gran satisfacción –suspiró la Sra. Bennet. En esos momentos, la Sra. Bennet había olvidado que desde siempre su hija favorita había sido Lydia, mientras que a Jane la consideraba la más hermosa. Con la actual Sra. Darcy era con la que menos se había entendido. En cambio, para el Sr. Bennet, la hija predilecta siempre había sido Lizzie y no le molestaba hacerlo notar, ella había robado su corazón desde pequeña. No faltó imprudencia de la Sra. Bennet, quien estaba desbordada de orgullo y felicidad por sus hijas mayores; estuvo saludando a muchos invitados y fanfarroneando, pero el Sr. Bennet hizo lo posible por controlar sus comentarios y cuidar de la buena conducta de sus otras hijas, para evitar que los festejados se sintieran incómodos por un inadecuado proceder. A pesar de estos inconvenientes, la velada transcurrió con mucha alegría. Más tarde, los novios dieron pie al baile con sus respectivas esposas y gozaron de maravillosos recuerdos. También Darcy y Lizzie saludaron a más concurrentes al visitar a unas cuantas mesas; pero ella, viendo que no se acababan, tomó de la mano a su esposo y le dijo con una sonrisa: –Me encanta este baile. –Sí, es vigorizante –respondió Darcy besando la mano de su esposa y conduciéndola hasta la pista. También Georgiana había organizado un concierto para los invitados, del que Lizzie y Darcy quedaron muy agradecidos. La fiesta acabó ya muy entrada la noche, cuando todavía se encontraban algunos de los familiares charlando con los novios en el salón principal. –Este ha sido el día más feliz de mi vida –señaló Lizzie. –Ha sido inolvidable –contestó Jane. –Hemos bailado, reído, gozado casi hasta las lágrimas con la gente que más amo –indicó Lizzie abrazando a su padre que estaba a su lado–. Georgiana, tu concierto fue un regalo excepcional, muchas gracias, estuvo precioso. –Ha sido un día lleno de emociones encontradas. Mucha alegría y felicidad por una nueva vida que empieza e inevitable tristeza y añoranza por la que termina –meditó el Sr. Bennet–. Todavía recuerdo cuando apenas caminabas, cortabas flores en el jardín y me las llevabas, querida Lizzie. –Papá, tú sabes que puedes venir a visitarnos cuando quieras. –Lizzie, ahora tienes que consultar primero con el Sr. Darcy. –Yo estaré encantado de complacerla y será un honor tenerlo de visita en nuestra casa –contestó Darcy. –Lo que es irremediable es que ya terminó la fiesta y nosotros nos tenemos que ir. Lizzie, te agradezco toda la felicidad que me has regalado hoy –expuso abrazándola.

15 Se despidieron todos los demás, incluyendo los ahora Sres. Bingley, quienes habían reservado la habitación nupcial del hotel para, al día siguiente, salir rumbo a su luna de miel. Los Sres. Darcy y la Srita. Georgiana los acompañaron hasta los carruajes. Cuando se hubieron ido, Darcy le dijo a su esposa: –Querida Lizzie, te agradezco yo también toda la felicidad que me has regalado en este día. Él le ofreció el brazo para conducirla hacia su nueva habitación, hacia su nueva vida, para ella completamente desconocida pero entregando toda su confianza, su existencia de allí en adelante, a ese hombre al que amaba con vehemencia, a pesar del intenso nerviosismo que la invadía.

Las siguientes semanas previas a navidad, los Sres. Darcy salieron de luna de miel, visitaron Londres ya que él quería enseñarle su casa y los atractivos más bonitos de la capital; pero, sobre todo, se conocieron uno al otro en esta nueva convivencia.

CAPÍTULO III

Un día antes de las fiestas navideñas regresaron los Sres. Darcy. Georgiana y los Sres. Bennet esperaban ansiosos su retorno en Pemberley. Al escuchar que llegaba el carruaje, Georgiana se levantó de su asiento y salió corriendo a recibirlos, seguida por el Sr. Bennet. Cuando se detuvo el carruaje, Lizzie se adelantó a Darcy para salir a saludar y abrazar a su padre al que había visto de lejos. Darcy bajó enseguida y su hermana lo estrechó fuertemente. Después, Georgiana le dio un cariñoso recibimiento a Lizzie y el Sr. Bennet y Darcy se saludaron con deferencia. En ese momento llegó corriendo la Sra. Bennet, quien, sin fijarse, ciñó a Lizzie con gran emoción y se paralizó cuando vio a Darcy, quien se mostró tan petulante al saludarla que no pudo articular palabra. La presencia de su yerno le ocasionaba tal pavor y aturdimiento que su comportamiento se veía reprimido a todas luces. A su vez, Darcy, aunque estaba feliz, le ocasionó un enorme desagrado encontrarse con los suegros a su llegada. Georgiana interrumpió el silencio: –Por favor pasen. Deben venir cansados y hambrientos por el viaje. Ya está lista la cena. Todos pasaron al comedor. –¿Qué tal estuvo el viaje? –preguntó Georgiana a Darcy. –Muy bien, gracias. –Conocí algunos lugares que Darcy me mostró –comentó Lizzie–. Me invitó al teatro y dimos largas caminatas por los alrededores de la casa. Tenemos maravillosos recuerdos de este viaje, que continuará después de navidad. –¿Saldrán otra vez? –indagó la Sra. Bennet. Lizzie asintió. –¿Y el clima les favoreció para su paseo? –investigó el Sr. Bennet. –Sí, estuvo muy agradable –contestó Darcy. –¿Qué noticias tienen de Jane? –curioseó Lizzie.

16 –Los Sres. Bingley ya están establecidos en Netherfield Park desde hace una semana y ya los hemos ido a visitar en diversas ocasiones –respondió muy orgullosa la Sra. Bennet–. Llegarán mañana a Pemberley, junto con Mary y Kitty. –¿También vendrán mis tíos? –Sí, llegarán mañana a medio día –declaró Georgiana. –¡Oh! También hay novedades de la Sra. Collins –informó la Sra. Bennet. –¿Qué novedades? –interrogó Lizzie. –Me ha dicho Lady Lucas que su hija, la Sra. Collins, ya está esperando bebé. –¡Oh!, ¿Charlotte embarazada? ¡Qué maravillosa noticia!, ¡qué alegría! –expresó Lizzie. Aunque para Darcy la visita de la Sra. Bennet no era de su total agrado, al ver que su esposa estaba tan entusiasmada, se sintió un poco más relajado y le preguntó a su suegra: –Y, ¿cómo se encuentran los Sres. Gardiner? La Sra. Bennet, muy sorprendida por la cortesía, respondió seriamente y sin rodeos. –Muy bien, gracias. Cuando hubo terminado la cena, el Sr. Bennet se acercó a Lizzie y a Darcy, junto con la Sra. Bennet. –Lizzie, nosotros nos retiramos. –Pero, ¿cómo? ¿No se quedarán aquí? –sondeó Lizzie extrañada. –Estamos hospedados en el Rose & Crown. –Pero, ¿por qué? –Sr. Bennet, la Sra. Darcy insiste –observó la Sra. Bennet. –No querida, no queremos importunarlos hoy que apenas llegan de su viaje. Queríamos adelantarnos para darles la bienvenida y saludarlos. La invitación formal para celebrar la navidad es mañana –explicó el Sr. Bennet. –Y mañana se quedarán aquí, ¿te parece bien, Darcy? –solicitó Lizzie. –Sra. Darcy, usted es la dueña y señora de esta casa, como usted disponga. Lizzie y Darcy sonrieron. –Y, ¿cuándo volverán a casa? –indagó Lizzie. –Pasando las navidades –afirmó el Sr. Bennet. –¡Ay, papá! Te quiero mucho y les agradezco que hayan venido. Fue una sorpresa muy agradable – compensó Lizzie abrazando a su padre y luego a su madre. –Nosotros estuvimos encantados de venir a visitarla, Sra. Darcy –confirmó la Sra. Bennet. Lizzie y Darcy los acompañaron al carruaje, junto con Georgiana. Una vez que el coche partió, Lizzie le dijo a su cuñada, tomándole las manos: –Georgiana, mi querida hermana. Te agradezco esta calurosa bienvenida y que me hayas recibido con tanto cariño en esta casa. –Para mí ha sido un placer, Sra. Darcy.

17 Los señores de la casa se retiraron a sus aposentos, en el tercer nivel de la residencia. Lizzie, aunque ya había recorrido ese pasillo anteriormente, sintió como si fuera completamente nuevo para ella, admirando los valiosos cuadros que lo adornaban acompañados de algunas sillas y mesas magníficamente trabajadas. Darcy abrió la puerta de su alcoba y cedió el paso a su mujer, quien caminó a través de la sala que antecedía a la recámara, amueblada suntuosamente, y se asomó por la puerta de vidrio que salía a un balcón. Darcy la tomó de la mano con delicadeza y la condujo hacia la siguiente puerta donde entró contemplando el estilo elegante sin exageraciones con el cual estaba decorada su amplia y acogedora habitación; recordó la suavidad de las sábanas de seda en su piel al acercarse a la cama y el calor de la chimenea encendida que proporcionaba una temperatura agradable a pesar del frío de la temporada. Darcy prendió las velas mientras Lizzie tomaba una de las flores que se encontraba sobre la mesa de caoba, puestas en agua en un jarrón de porcelana, y aspiró su aroma mientras contemplaba todos los detalles que había olvidado a causa del nerviosismo que sentía la primera vez que estuvo en ese lugar. Colocó su mano en el respaldo de una de las dos sillas que estaban junto a la mesa redonda en donde se imaginó a su marido escribiendo alguna carta, tal vez la nota que recibió el día de su boda y que guardó como su más grande tesoro. Revisó los libros que había en un pequeño librero, cerca del sillón, donde seguramente su esposo acostumbraba leer. Darcy la miró y comentó: –Pareciera que es la primera vez que estás aquí. –Es curioso cómo he podido olvidar los detalles del lugar donde he pasado los momentos más maravillosos de mi vida. –Que espero ya se hayan repetido –dijo él sonriendo, se acercó a ella y tomó sus manos. –Sabes que me has inundado de una felicidad que nunca imaginé que pudiera existir. –Y quiero hacerlo por el resto de mi vida. Darcy rozó dulcemente su rostro y acercó sus labios a los de su esposa provocando que ambos sintieran su sangre volar, un cosquilleo que erizaba toda su piel y una falta de aliento en el pecho acompañado de esas vibraciones que sólo sentían cuando estaban próximos uno del otro, abrasando todo su ser, como aquella noche en su balcón cuando él la besó por primera vez. Él se separó mirándola con inmensa ternura mientras ella abría lentamente sus esplendorosos ojos tratándose de recuperar del huracán que había cimbrado en su interior. Luego él besó su frente y sugirió: –¿Quieres que te muestre tu habitación nuevamente? –No es necesario, gracias; recuerdo bien dónde están los vestidores, el tocador y el hermoso paisaje que se vislumbra desde el balcón. Aunque por lo visto, el Sr. Darcy olvidó mostrarme a dónde conduce aquella puerta. Darcy giró y trasladó su mirada a la tercera puerta que había permanecido cerrada por varios años. Se dirigió a su buró y sacó una llave de una pequeña caja, se aproximó a la puerta y la abrió. Tomando una vela invitó a su esposa a introducirse en la fría habitación que había pertenecido a Lady Anne; colocó la vela sobre la mesa y se quitó la levita para ponérselo a su mujer, quien había resentido el cambio de temperatura y se

18 complació al percibir muy reconfortante el calor de su marido guardado en la fina prenda. Él encendió algunas velas para que su esposa pudiera apreciar mejor el lugar: era una bella pieza que se había conservado intacta desde la muerte de su propietaria, los muebles de cerezo lucían resplandecientes, la cama estaba vestida con hermosas telas, los candelabros de plata brillaban con la luz de las luminarias, las cortinas de terciopelo estaban recogidas con un fino lazo dando paso a la luz de la luna, arriba de la chimenea había un retrato del viejo Sr. Darcy y a los costados los hijos que había engendrado ese matrimonio. –Creo que esta casa tiene guardadas muchas sorpresas. –Todas ellas te las mostraré en su momento. –Esta alcoba es hermosa, y… –dijo con su mirada vacilante–, ¿algún día quieres que la ocupe? –No –respondió él acercándose y, abrazándola de la cintura, recargó su frente en la de ella suavemente–. Me gustaría pasar el resto de mis noches a tu lado, si tú me lo permites; no quiero separarme de ti de aquí en adelante. Además, había pensado destinarla para otros ocupantes, cuando llegue el momento –anheló conjeturando que eso sucedería pronto. Lizzie sonrió imaginando la felicidad que ambos sentirían al recibir tal excelsa bendición. Darcy acercó sus labios a los de su amada para besarla delicadamente. Al día siguiente, Darcy, Lizzie y Georgiana pasaron toda la mañana juntos antes de que los invitados llegaran para celebrar las fiestas. Disfrutaron dando una caminata por los alrededores después del almuerzo, mientras Darcy y Lizzie contaron algunas anécdotas de su viaje. Georgiana les compartió todas sus impresiones de la boda y lo que había hecho en su ausencia para preparar las fiestas navideñas. También los hermanos le platicaron a Lizzie muchas cosas que ella ignoraba de la familia Darcy, de sus padres, anécdotas de su niñez y de su juventud. –Me han hablado mucho de tu padre, pero ¿cómo era tu madre? –preguntó Lizzie a Darcy. –¡Oh, Lady Anne Darcy! –suspiró Darcy–. Su retrato ya te lo he enseñado, era muy hermosa. Su madre era una mujer muy atractiva, rubia como Georgiana y de ojos azules como el cielo, tenía una mirada dulce y profunda, de finas facciones, esbelta y alta, y sonreía todo el tiempo. –Murió poco después de que mi padre falleció –continuó Darcy–. Cuando mi padre vivía, ella era muy alegre y cariñosa, le encantaba bailar. Mi madre me enseñó porque mi padre, por su estado de salud ya no podía condescenderla y me entrenó a mí como su compañero. –Te enseñó muy bien –señaló Lizzie. –Cada vez que había oportunidad de bailar, mi madre recurría a mí con una sonrisa y yo no me podía negar. Pero tras la muerte de mi padre, su rostro se saturó de una tristeza que nunca pudo superar. No volvimos a bailar. La alegría de sus ojos se esfumó, hasta que un día, simplemente no despertó. Amaba mucho a mi padre y no descansó sino hasta irse con él. –Pero, ¿cómo?, si dices que estaba llena de vida y de alegría –expresó Lizzie azorada. –Sí, mi madre era mucho más joven que mi padre y siempre gozó de buena salud. Aun así, no llegó a cumplir cincuenta años.

19 –Murió muy joven… –declaró Lizzie reflexiva–. ¿Y te gustaba bailar con ella? –Sí, me gustaba consentirla. Sin embargo, al morir mi padre, mi madre ya no se recuperó, perdí el interés en el baile y preferí evitarlo. –Sí, lo recuerdo. ¡Ay, Darcy! Si hubiera sabido por qué no te gusta bailar… –No había manera de que lo supieras, nadie lo sabía; pero he de aclarar que me agrada bailar contigo, me gusta complacerte. Algo que me impresionó al conocerte fue encontrar esa mirada colmada de alegría en tus ojos, igual que la de mi madre. Fue algo que me atormentó numerosos días. Esa mirada tan parecida pero a la vez tan diferente. Recuerdo que no podía dejar de observarte sin pensar en ella. –Entonces, ¿te enamoraste de mí porque te recordaba a tu madre? –No, me recordabas a ella y por eso llamaste mi atención; te contemplé tanto que pronto quedé impresionado de tu forma de ser, de tu alegría, tu sinceridad y tus buenos sentimientos, tu gracia y tu perspicacia, tu compasión y tu cariñosa conducta hacia los demás. ¿Quién habría ido a cuidar a la hermana enferma, sino sólo una persona que desborda generosidad en su corazón? Lizzie sonrió. –¿Y tu padre amaba a tu madre? –Sí, se amaban mucho. Georgiana escuchaba con mucha atención, en silencio. –¡Qué equivocada estaba! Yo me había imaginado a Lady Anne como Lady Catherine. –¡Oh, no! Gracias a Dios eran muy diferentes y por eso mi padre se enamoró de mi madre. Ella me platicó alguna vez que sus padres querían casar primero a Lady Catherine, por ser la hija mayor. Cuando mi padre conoció a mi madre y le propuso matrimonio, mis abuelos no aceptaron y le sugirieron la mano de Lady Catherine. Mi padre se disculpó y prefirió esperar hasta que mi madre los convenció. Por ese tiempo, Lady Catherine conoció a Sir Lewis de Bourgh, con quien aceptó casarse, y entonces autorizaron el matrimonio de mis padres. En ese momento, Georgiana rompió en llanto. –¿Qué sucede Georgiana? –indagó Darcy acercándose a su hermana y tomándole de los brazos. –Yo no sabía nada de eso. –Tú eras muy pequeña cuando ellos murieron, pero recuerdo que te amaban y te cuidaban mucho. Mi madre jugaba todo el tiempo contigo mientras mi padre atendía sus negocios y en cuanto regresaba a la casa te llenaba de su cariño. –Sí, recuerdo muchos momentos de alegría con ellos, hasta que murió mi padre. Después, sólo supe que mi madre se sentía mal y ya no jugaba conmigo, aunque sí me abrazaba y me colmaba de besos con sus ojos llenos de lágrimas. Yo no la entendía… Darcy ciñó a su hermana. Lizzie pensó, percibiendo un nudo en la garganta, en todo el sufrimiento que había embargado a Lady Anne por el fallecimiento de su esposo y el dolor que sintieron los hijos por el deceso de sus padres y tuvo compasión.

20 Había dado la hora de emprender el retorno a la mansión y Georgiana ya se sentía un poco reconfortada. Aun así, los tres permanecieron en silencio durante el regreso. Cuando arribaron a la finca, se fueron a sus habitaciones a alistarse para la llegada de los convidados. Lizzie le comentó a Darcy, apenada. –Lamento mucho que Georgiana… –No, no –interrumpió Darcy–. Hace mucho que debí platicar con mi hermana de esto pero no había tenido el valor de hacerlo. –Es muy hermosa la historia de tus padres, aunque sea triste el final. Tu madre debió haber sufrido mucho. Darcy le tomó las manos. –Ya no pensemos en cosas que nos aflijan. Hoy es un día muy especial: tu primera navidad en Pemberley – señaló sonriendo. Lizzie asintió con la cabeza. Darcy se retiró un momento y regresó con un paquete para su esposa, quien, emocionada, lo abrió sacando un hermoso vestido de terciopelo junto con un juego de collar y aretes de perlas bellísimo. –¡Oh, Darcy! Son muy bonitos, muchas gracias –correspondió abrazando a Darcy–. Hoy mismo los usaré. Más tarde, llegaron los Sres. Bennet con los Sres. Gardiner. Los anfitriones los esperaban en el salón principal mientras platicaban. Después de los saludos, la Sra. Bennet se acercó a abrazar a su hija, elogiando su hermoso atuendo: –¡Oh, Sra. Darcy!, luce usted preciosa con ese vestido y esas joyas, ¿no es así, Sr. Darcy? El anfitrión asintió con la cabeza mirando a su esposa. –Seguramente gastó una fortuna –continuó la Sra. Bennet, riendo. –Querida, eso no tiene importancia –repuso el Sr. Bennet–. Lo esencial es saber que nuestra hija es feliz. Me da una enorme satisfacción verte llena de júbilo, mi querida Lizzie –añadió mirándola. –¡Oh, muchas gracias, papá! Después pasaron a sentarse, y los anfitriones les ofrecieron vino caliente que aceptaron gustosos mientras esperaban enfrente de la chimenea a los Sres. Bingley, Mary y Kitty que venían retrasados del viaje. La Sra. Gardiner le preguntó a Lizzie sobre su luna de miel y ella le respondió con alegría, mientras la Sra. Bennet decía sentirse muy orgullosa de sus hijas predilectas: Jane y Elizabeth. Georgiana sólo escuchaba con atención. Entre tanto, los caballeros comentaban sobre la seria problemática que se vivía en esos momentos en Francia por la Revolución y su guerra contra el Reino Unido, que se llevaba a cabo desde 1793, las repercusiones que estaban trayendo a la monarquía, estando a la cabeza el Rey George III y como Primer Ministro William Pitt. –Ya llevamos cuatro años de guerra con Francia, y no se ven luces que resuelvan este conflicto –comentó el Sr. Gardiner.

21 –Y los impuestos siguen aumentando cada vez más, para poder mantener al ejército escarlata –dijo el Sr. Bennet–. Hay muchos terratenientes que están preocupados por esta situación, Sr. Darcy. Usted, que tiene amistades en los círculos políticos, ¿ha escuchado algo al respecto? –Nuestros amigos los nobles, como están dispensados de pagar impuestos, éste no es un tema que les preocupe. Sin embargo, mientras exista la amenaza de Napoleón, la resistencia inglesa tiene que mantenerse a toda costa, de lo contrario la paz en nuestras tierras se vería amenazada como otros países de Europa por la invasión de los franceses, con consecuencias catastróficas. –¡Qué momentos tan difíciles nos ha tocado vivir! Por un lado, los impuestos nos exprimen, si seguimos así aumentará la pobreza en el campo y con ello la seguridad se verá perjudicada acrecentando la delincuencia y, por otro lado, vivimos con la continua amenaza de ser invadidos por Napoleón. –Y ahora más, ya que la Primera Coalición formada por Inglaterra, Austria, Prusia y España en contra de Francia se ha visto muy debilitada estos últimos meses debido a los sorprendentes ataques que hubo de los franceses contra los austriacos –completó el Sr. Gardiner. –Aunque Austria se haya visto obligada a firmar el tratado de “paz de Campo Formio” con el enemigo, yo tengo mucha esperanza en la fortaleza del ejército inglés, es el dueño de los mares y está preparado para luchar en esas circunstancias que Napoleón desconoce –explicó Darcy–. Además, la apertura de industrias en las ciudades está produciendo nuevas fuentes de trabajo combatiendo así la pobreza, es lo que estamos tratando de hacer en Derbyshire. Lo que nadie puede saber es cuándo acabará la guerra, lo que genera gran incertidumbre. Los Sres. Bingley, Kitty y Mary llegaron y fueron anunciados por el mayordomo. Lizzie recibió cariñosamente a Jane. Kitty saludó con mucho afecto a la Sra. Darcy, detalle que le llamó la atención, al igual que el buen trato que le demostró durante toda la velada. Las señoras y señoritas se sentaron nuevamente juntas y Lizzie le preguntó a Jane: –¿Cómo has estado?, ¿qué tal estuvo tu viaje? Jane le contó a Lizzie y a las presentes cómo les había ido en su viaje de bodas, los lugares que habían visitado y lo bien que se había sentido ya establecida en Netherfield Park. Asimismo, Lizzie platicó sus experiencias en su luna de miel y cómo se sentía en las primeras semanas de casada. La Sra. Gardiner remembró y compartió con sus sobrinas algunos gratos recuerdos de sus primeros días como ama de casa y la Sra. Bennet no cabía en sí de la emoción, tanto que sus risas se oían hasta la otra habitación, donde conversaban los señores muy concentradamente. Kitty y Mary no entendían el alboroto por platicar de asuntos de la casa; sin embargo, Kitty igual se reía, mientras Mary permanecía en silencio. Georgiana las miraba con una sonrisa y pensaba “¿cómo habrían sido los primeros días de mi madre en esta casa?” Durante la cena, los invitados se deleitaron con exquisitos platillos navideños, adornados delicadamente que requirieron de gran esmero y la supervisión de Georgiana días antes, entre los que se contaban un delicioso pavo al horno, roasties, salsa de arándanos, salsa de carne, relleno de hierbas, papas asadas, pastelillos rellenos, queso stilton, jerez y de postre un rico y afrutado budín de navidad flameado con brandy. La mesa

22 estaba bien presentada, con los detalles más minuciosos, dejando una excelente impresión en los asistentes. Lizzie agradeció profundamente este gesto de cariño. Los Sres. Gardiner y los Sres. Bennet hablaron de los gratos recuerdos que guardaban de las bodas que semanas antes se habían celebrado y los comentarios que algunas amistades habían hecho, ya de regreso en Longbourn. La Sra. Bennet platicó que habían sido invitados a cenar a casa de los Sres. Lucas como muestra de agradecimiento ante tan excelsa invitación, ya que habían quedado impresionados de la hermosa ceremonia y de la hospitalidad recibida. También los Gardiner, quienes habían regresado a Londres después de las bodas, leyeron en los periódicos Times y en la Gazette los excelentes comentarios que reportaron del evento y lo emocionadas que habían quedado sus amistades. Asimismo, Kitty mostró gran alegría al comentar que había bailado con caballeros muy respetables. –¡Oh!, fue una velada extraordinaria –recordó Kitty–. Bailé casi todo el tiempo. –Te vimos bailar en repetidas ocasiones con varios señores, conocidos del Sr. Darcy –señaló Jane. –¡Oh, sí!, bailé con aristócratas muy agradables. –Yo te vi con uno especialmente apuesto y de buen porte, que te miraba con mucho interés –explicó la Sra. Bennet–. Tal vez habría que cultivar esa relación, ¿no le parece Sra. Darcy? ¡Sería maravilloso que mi Kitty encontrara tan excelente partido! –Querida, no nos adelantemos. Dejemos descansar a la señora casamentera por un tiempo –pidió el Sr. Bennet, no porque le desagradara casar a sus otras hijas, sino para que su esposa dejara de presionar a Lizzie con el tema. –Yo disfruté enormemente del concierto de la Srita. Georgiana –resonó Jane. –Sí, estuvo maravilloso –afirmó Bingley. –La música es el arte de suscitar una experiencia estética en el oyente expresando sentimientos o ideas que llenan de equilibrio y armonía el alma –dijo Mary. –Queremos mostrar nuestra gratitud por la excelente interpretación, fue un extraordinario regalo. Nunca lo olvidaremos –continuó Jane–. Y también debemos agradecer al Sr. Darcy y a la Srita. Georgiana su colaboración para celebrar nuestra boda junto con la de ustedes, Lizzie. –Ha sido un placer, querida hermana –contestó Darcy con amabilidad. Lizzie sonrió complacida. –Fue con todo cariño –respondió Georgiana. La señora de la casa invitó a las damas a dirigirse al salón principal donde les ofreció una taza de té en tanto los señores disfrutaban de una copa de oporto en el comedor. Cuando se reunieron nuevamente, la anfitriona pidió a los Sres. Bingley que hicieran una pequeña lectura para reflexionar sobre el motivo de las celebraciones. Luego Georgiana interpretó algunas piezas navideñas en el piano que todos agradecieron. Después de los momentos de recogimiento y música, continuaron con la convivencia familiar. Lizzie repartió algunos regalos que habían traído de su viaje, al igual que los Bingley y los Gardiner. Georgiana organizó los grupos para las partidas de juego que estaban preparadas.

23 –Me encantan los juegos de mesa, pero adoro jugar a los naipes. ¿Podríamos incluirlos, Srita. Georgiana? – sugirió la Sra. Bennet. –Tal vez puedan incluirlos, pero al Sr. Darcy no le agrada ese juego. Nosotros nos sentaremos en la otra mesa –contestó Lizzie, causando asombro en su madre y en su marido, quien nunca le había comentado esa singularidad. Darcy agradeció con una sonrisa que Lizzie, durante las noches que había pasado en Netherfield mientras Jane estaba enferma, se hubiera percatado de ese detalle. A pesar de todo, pasaron una velada llena de entretenimiento. Ya muy entrada la noche, se fueron a sus habitaciones y cuando Lizzie y Georgiana se despidieron, la primera dijo: –Lamento que te hayas afligido por lo que platicamos esta mañana. –Oh, Lizzie, al contrario, te lo agradezco. Tal vez Darcy nunca se habría animado a decírmelo. Este día será inolvidable para mí. –Te agradezco mucho esta velada tan especial. Ya en la habitación, Lizzie se dirigió a Darcy tomando sus manos: –Gracias por esta noche tan maravillosa y por recibir a mi familia con tanto cariño. Darcy sonrió satisfecho y le dio un tierno beso. Entre Georgiana y Lizzie se empezó a forjar una amistad y una relación de hermanas que Georgiana nunca había sentido y que Lizzie añoraba volver a experimentar, ya que con Jane no sería igual ahora estando casadas y viviendo tan lejos. Los invitados se quedaron dos días más en Pemberley y luego se fueron a sus respectivos hogares. Lizzie y Darcy salieron nuevamente de viaje por unas semanas más, visitaron algunas ciudades de Inglaterra y Escocia, donde gozaron de paisajes hermosos, asistieron al teatro, a la ópera, fueron a museos y galerías de arte. Darcy le mostró edificios arquitectónicos de gran tradición y otros lugares de atracción en las ciudades más importantes.

CAPÍTULO IV

Georgiana nuevamente les preparó una calurosa bienvenida a su regreso del viaje. Lizzie correspondió profundamente este gesto y ella le dijo: –No tienes nada que agradecer. Tú has robado el corazón de mi hermano llenándolo de felicidad y Darcy me ha regalado la hermana que siempre deseé tener. –¡Oh, Georgiana!, muchas gracias –indicó Lizzie abrazándola cariñosamente. Los primeros días en que Lizzie quedó establecida en Pemberley, en compañía de Georgiana, se dedicó a conocer a cada persona que estaba a su cargo y las funciones que desempeñaban en la casa, a corregir y supervisar su ocupación. Platicaba durante horas con cada uno para conocer sus intereses y aspiraciones, sus

24 gustos y sus carencias, y se ganó rápidamente el cariño y la simpatía de todos. Invirtió gran parte de su tiempo en la cocina, haciendo cambios innovadores que complacieron a Darcy y a Georgiana. Acabada esta tarea, se dedicó a ponerle algunos detalles al jardín que, aunque era de su agrado, tenía incontables ideas que le fue muy grato poder aplicar a su antojo, con la ayuda del jardinero. Le encantaban las plantas y las flores, recordó lo satisfactorio que fue para ella sembrar con su padre diversos árboles en el jardín de Longbourn, los cuales dieron abundante fruto a lo largo de varios años, así como diferentes hortalizas y flores. Asimismo, acompañó a Georgiana en sus estudios con la Sra. Annesley, su institutriz; escuchaba y participaba de su instrucción y aprendía de diversos temas mientras disfrutaba de los libros en la biblioteca. También dedicó varias tardes a posar para el pintor que su esposo había mandado llamar desde Londres para trabajar en el retrato de la Sra. Darcy. En cierta ocasión, mientras Lizzie modelaba en el jardín en compañía de Georgiana, Darcy, quien la había visto desde su despacho, salió y cortó una hermosa rosa roja en el camino; cuando Lizzie lo vio acercarse su rostro se iluminó con una alegría que había permanecido oculta toda la tarde y que el pintor buscaba con perseverancia. –¡Bellísima! –exclamó el maestro William Beechey. –Disculpe maestro, siento interrumpir –dijo Darcy sonriendo y viendo a su mujer. –No Sr. Darcy, creo que ha sido de extraordinaria ayuda. Con su sola presencia ha hecho que esa sonrisa maravillosa apareciera y esa mirada resplandeciera como estrellas. Y debo añadir que también en usted ha surgido una expresión que no le había visto desde que vivía su padre –completó observando a su interlocutor. –¿Me permite? –indagó Darcy pidiendo permiso para entregar la flor. –Por supuesto. Darcy se aproximó contemplando la hermosura de su esposa, quien estaba sentada en una silla a la sombra de un árbol y él se inclinó para susurrarle en el oído: –Una rosa para la flor más bella que han visto mis ojos. Lizzie rió mientras él la besaba dulcemente en la mejilla. A partir de ese día, Darcy se dio un tiempo para acompañar a su esposa mientras era majestuosamente pintada por el artista.

A los pocos días de convivir en Pemberley, Lizzie y Georgiana se convirtieron en grandes amigas, se hacían compañía una a la otra, sobre todo cuando Darcy salía de casa para atender asuntos de negocios durante el día. En sus tiempos libres, después de supervisar a su gente y hacer sus labores propias del hogar, Lizzie le platicaba de los libros que había leído con anterioridad y de los estudios que, de manera autodidacta, había seguido sobre el análisis de caracteres, tema en el cual Georgiana se mostró interesada y se pasaban largo rato en la biblioteca, ya que las dos tenían gran afición por los libros. Georgiana le enseñó nuevas piezas en

25 el piano y a pintar mesas. Les gustaba mucho salir a Lambton a pasear y a hacer algunas compras. También realizaban largas caminatas por la hacienda. Un día, cuando los Sres. Darcy y su hermana daban un paseo por la finca, Georgiana insistió en enseñarle a Lizzie los caballos, quien accedió con poco convencimiento. –Darcy, vamos a mostrarle los caballos a Lizzie. –Puede ser otro día, no te preocupes –aclaró ella. –Vamos, está cerca –insistió Georgiana. Ya estando próximos al establo, había un caballo negro que estaba siendo entrenado en el corral. Se veía muy hermoso y Lizzie lo contempló por un rato. Era muy grande y fuerte, sin duda un animal excepcional. –Ése es mi caballo –indicó Darcy. –Es imponente. Admiro grandemente a los jinetes que dominan a semejantes animales. Darcy se acercó al corcel y le acarició con mucha confianza, mientras Lizzie lo observaba a cierta distancia. Él se aproximó con el animal, pero ella no pudo evitar dar unos pasos hacia atrás, de lo que se percató su marido, por lo cual se lo entregó al caballerango y regresó con su mujer. Georgiana insistió en enseñarle los demás caballos y Lizzie aceptó, admirándolos, pero siempre guardando su distancia, situación que intrigó a Darcy. Georgiana le mostró su yegua. –En este caballo aprendí a montar, ¿verdad que es muy dócil? En ella te podrá enseñar Darcy. –Sólo si Lizzie quiere, Georgiana –aclaró su hermano. –¡Claro que va a querer! Lizzie guardó silencio. –Continuemos nuestro paseo, vamos al lago. A Lizzie le va a encantar –sugirió Darcy, viendo que a su esposa no le era grato estar cerca de los caballos. Durante el paseo, Georgiana le preguntó a su cuñada: –¿Por qué no aprendiste a montar? ¿Tu padre no te enseñó? –Sí, me quiso enseñar pero… les tengo mucho miedo. Nunca pude superarlo. –¿Por qué? –indagó Georgiana mientras Darcy escuchaba atentamente. –Cuando era niña mi padre nos llevaba a pasear a Jane y a mí a caballo para que perdiéramos el miedo, yo disfrutaba mucho esos momentos. Jane aprendió a montar pronto y luego mi padre quiso dedicar tiempo para instruirme. Pero una mañana, mientras estábamos en el campo, montó su caballo y éste se asustó, mi padre perdió el control y cayó al suelo, inconsciente. Fue tal mi impresión que sólo pude gritarle. El animal pasó junto a mí casi atropellándome, por lo que caí al piso. Recuerdo que, mirando a mi papá inmóvil, casi sin respiro, sólo lloraba y sentía que mi mundo se derrumbaba. Era el único que me quería, ¿qué sería de mí sin él a mi lado? Cuando mi madre llegó, me levantó cogiéndome de la mano exclusivamente para regañarme y decirme que por mi culpa mi padre se había lastimado. –¿Por qué reaccionó así tu madre? –inquirió Georgiana. –No lo sé. Yo tenía ocho o nueve años, ¿qué culpa podría haber tenido?

26 –Nunguna –afirmó Georgiana. –Pero eso lo comprendí muchos años después. –Y tu padre, ¿se lesionó gravemente? –preguntó Darcy. –Tuvo varias costillas rotas que lo dejaron inmovilizado por un tiempo. El golpe en la cabeza gracias a Dios no tuvo consecuencias; pero mi padre nunca supo, al menos por mí, que mi madre me responsabilizó del accidente. No quería causarle ese dolor. Cuando se recuperó, intentó enseñarme otra vez, pero nunca más quise acercarme a los caballos. –¡Oh, Lizzie! ¡Cuánto lamento haber insistido en que aprendieras a montar! No sabía tus motivos –se disculpó Georgiana. –Tal vez más adelante. –Si no quieres, no tienes ninguna obligación de aprender –aclaró Darcy dándole el brazo para seguir el paseo.

Semanas más tarde, estando en el salón principal mientras Darcy escribía una carta, Georgiana le preguntó a Lizzie si había recibido más propuestas de matrimonio. Lizzie, apenada, le respondió: –Me da mucha vergüenza confesarlo, pero sí. –¿Quién te propuso matrimonio? –El Sr. Collins. –Y ¿por qué te da vergüenza? –Si vieras al Sr. Collins lo entenderías. El malhadado es un hombre… ¡ridículo!, que sólo de verlo te echarías a reír. –La mujer no elige de quién recibe la propuesta, pero tiene el poder de aceptarla o impugnarla –aseveró Darcy, y continuó con su labor. –Y lo más gracioso es que cuando me pidió que fuera su esposa y yo lo rechacé, me exhortó diciendo que era costumbre de damas elegantes negarse la primera vez para provocar la insistencia del caballero y finalmente aceptar. Me suplicó tres o cuatro veces hasta que me tuve que salir de la habitación. –¿Y cómo se convenció de tu rechazo? –preguntó Georgiana. –Sólo cuando hablé con mi padre y le dije que no podía aceptarlo, aun cuando mi madre me intimaba. Él me respondió que apoyaba mi decisión. Es algo que le agradecí entonces y le agradezco ahora. –Y tú, hermano, ¿sabías que el Sr. Collins pretendía a Lizzie? Darcy dejó de escribir un momento y prosiguió: –Tenía la sospecha, pero en cuanto vi la expresión de Lizzie cuando bailaba con él en Netherfield supe que no era motivo para que me preocupara. –¿Era tan evidente mi desagrado hacia él? –curioseó Lizzie, acercándose a la mesa donde su esposo escribía. –Sí, pero sólo para quien te observaba atentamente. –Sr. Darcy, ¿y quién me habría observado con tanto interés?

27 –Su más fiel enamorado, madame –afirmó sonriendo. –Entonces, ¿tuviste más enamorados? –investigó Georgiana. Hubo un momento de silencio, inundado de recuerdos ariscos para Darcy, quien endureció su expresión, esperando la respuesta con celo. Lizzie se percató de ese cambio, se acercó a él por la espalda, rodeó su cuello con sus brazos y lo besó en la mejilla cariñosamente. –Sí, pero ninguno despertó mi interés como el Sr. Darcy. –¿Quiénes eran? –insistió Georgiana con curiosidad. Darcy continuaba con vigilancia, clavando sus ojos en la carta. –Antes de que tu hermano me revelara su amor, hubo dos personas que llamaron mi atención por sus excelentes modales. Uno fue el coronel Fitzwilliam… –¿El coronel Fitzwilliam? –preguntó él azorado, girándose para ver a su mujer, quien lo soltó extrañada. Darcy aguzó sus sentidos, recordando con enfado las amenas pláticas que tuvo la Srita. Elizabeth con su primo en Rosings. –Sí, pero fue un interés pasajero que desapareció muy pronto, y del otro sujeto no quiero ni hablar. No derramé una lágrima por ellos. –Y por mi hermano, ¿sí derramaste alguna lágrima? –Todo un océano. En especial cuando ya todo amor parecía imposible, habiéndolo tenido al alcance de las manos. Y se sufre más cuando se vive en silencio. Darcy se relajó, se puso de pie y, tomando sus manos, le dijo: –Lamento haberte causado tanto dolor. –Ya me lo has compensado con abundancia –respondió ella sonriendo. –Y ¿por qué todo amor parecía imposible? –Si Lydia no hubiera aceptado casarse, nunca te habrías casado conmigo. –Para mí, el único obstáculo que existía era tu falta de amor. Lo demás no hubiera importado. –Para ese entonces, yo ya te amaba profundamente. –Sí, ahora lo sé, pero en ese momento ¿cómo saberlo? Siempre fuiste amable con todos. Incluso conmigo cuando olvidé las reglas de cortesía, aunque debo reconocer que dejaste de burlarte de mí y de darme clases de civilidad. –Sí, ya no eran necesarias –indicó con una sonrisa. Después de unos momentos, Georgiana le preguntó a Darcy: –¿Le confiaste a alguien, además de mí, tu amor hacia Lizzie? –No, pero la Srita. Bingley se percató desde el principio que yo sentía algo, cometí la indiscreción de expresarle mi admiración por la Srita. Elizabeth. Y después, Fitzwilliam seguramente lo sospechó. Desde que llegué a Rosings y vi a Lizzie me sentí nervioso pensando y reflexionando sobre cómo hablarle de mis sentimientos.

28 –Te recuerdo especialmente alterado una mañana en la casa del Sr. Collins cuando ellos habían salido al pueblo –repasó Lizzie. –Ése fue mi primer intento, pero no tuve el valor necesario. Después de ese día me puse a practicar mi discurso, siguiendo tu consejo. Darcy recordó esos momentos y continuó: –Cuando regresé empapado en esa tarde lluviosa, me encontré a Fitzwilliam en la entrada de la casa y no me volvió a ver sino hasta el día siguiente, después de que fui a entregarte la carta. ¿Quién sabe qué habrá pensado? Cuando nos fuimos de Rosings no cruzamos palabra en todo el camino. Darcy se volvió a sentar. –Y tú, querido hermano, ¿tuviste alguna enamorada antes de Lizzie? –examinó Georgiana. –No –aseveró él regresando a su carta. –Yo recuerdo a cierta señorita que observaba con gran interés la perfección de la letra del Sr. Darcy cuando escribía cartas –agregó su esposa–. Inclusive le coqueteaba unos días antes de nuestra boda. –Para mí no tenía mayor relevancia. –Pero para ella sí. –Dinos, Georgiana –pidió Darcy para cambiar el tema–. ¿Alguien ocupa tus pensamientos? –No. –Ya habrá tiempo y bailes de sobra para que conozcas a alguien –aseguró Lizzie. –Bueno, en realidad sí –corrigió Georgiana pensativa. Darcy rápidamente se volteó hacia su hermana estupefacto, con la mirada penetrante que tanto la atemorizaba, desconcertando a su esposa. –¿Cómo dices? –Que tal vez sí –respondió tímidamente. –¿Quién es? –increpó alzando la voz. –Alguien que conocí en casa de los Sres. Windsor –confesó Georgiana casi sin poder hablar, bajando su mirada. –¿Cuál es su nombre? –gritó ásperamente poniéndose de pie. Ella, paralizada, no respondió y Lizzie intervino alterada: –¡Darcy!, ¡los celos de hermano te transforman! ¿Cómo te va a responder si la interrogas de esa manera? –¡Sabes que ya la engañaron una vez y no quiero que vuelva a suceder! Su hermana se puso de pie y corrió hasta su habitación. –¡Georgiana! –bramó él para detenerla. –¡Eso no tiene por qué volver a suceder! –vociferó Lizzie–, pero lo único que estás logrando es generar que te tenga miedo, que no te conteste o, peor aún, ¡que te mienta! ¡Y eso lo estás provocando tú! –¿Y entonces qué quieres que haga? ¿Qué me quede al margen observando cómo le destrozan el corazón nuevamente?

29 –No, pero si actúas de ese modo vas a lograr que se aleje de ti y entonces, cuando esté en peligro, no podrás ayudarla. –Entonces ¿qué hago? –Primero, pedirle una disculpa por tu comportamiento, cuando te hayas serenado. Luego confiar en ella y en la formación que tú le has dado y no pensar que es la niña ingenua de antes, que va a caer presa de otro engaño. Tu hermana es una chica inocente, pero inteligente y muy sensible; lo único que le falta es un poco de orientación y mucha confianza de tu parte. ¡Tú le tienes que brindar la seguridad que ese desgraciado le robó! y estás consiguiendo todo lo contrario. –Lizzie, entiende que me doy cuenta de todos los peligros que la acechan, de todas las trampas que le pueden poner en su camino. Georgiana es bonita y es un excelente partido para cualquier hombre, recibirá una dote muy codiciada y todavía está muy joven para tomar las riendas de su vida y ante todo ¡es mi hermana! ¡Tengo la obligación de protegerla! –¡Entonces deja de atacarla! Déjame hablar con ella, entiéndela, se ha sentido sola por mucho tiempo. –Yo he estado al pendiente de su persona y tiene una excelente institutriz. –Pero no tiene una madre o una amiga en quién confiar. –Ya tiene una hermana –indicó más calmado. –Deja que su hermana entre en su corazón y la oriente –concluyó con serenidad. Darcy esperó abajo, terminando la carta que escribía, a pesar de la gran preocupación que lo abrumaba, mientras Lizzie buscaba a Georgiana en su alcoba. Tocó a la puerta y entró, encontrándola en el balcón. –Ya hablé con Darcy, está más tranquilo y muy avergonzado por su proceder. –Gracias Lizzie, si no hubieras estado tú allí… –¿En dónde dices que conociste a ese caballero? –¡Ay, Lizzie!, en la casa de los Sres. Windsor. Es primo lejano de mi amiga, la Srita. Sandra Windsor, pero vive en Oxford, es el Sr. Patrick Donohue. ¡Me trató con tanta delicadeza esa noche! ¡Pero no se lo digas a mi hermano! –Tal vez podamos conocerlo mejor. –No lo sé. Tengo entendido que viajará a Irlanda para proseguir con sus estudios por algún tiempo. –Posiblemente más adelante se presente la oportunidad. Y no le tengas miedo a Darcy, sólo quiere tu felicidad. –¡Lizzie! Si tú lo hubieras visto cuando… –se detuvo bajando su mirada. –Darcy es muy celoso cuando se trata de la gente que ama. –Extraño mucho a mi mamá. Lizzie, ¿qué se siente tener una madre a quien puedas acudir para confiarle tus problemas, pedirle un consejo o decirle que estás enamorada y que se regocije contigo? Lizzie, tras reflexionar unos segundos, respondió: –En realidad, lo ignoro. –Pero si tú tienes a tu madre.

30 –Mi madre no acostumbraba ejercer esas funciones en mi vida, en realidad yo confiaba únicamente en Jane y en Charlotte. Y han habido cosas que he sobrellevado sola. –Y yo exclusivamente he tenido a Darcy en los momentos más difíciles y… lo quiero mucho pero a veces me llena de temor; siento que no me comprende, además de que no me puedo comunicar con él en estos aspectos por miedo a que se enoje. Ha sido muy difícil para ambos salir adelante tras la muerte de nuestros padres: yo he prescindido de su apoyo y de una verdadera amiga, y mi hermano ha asumido por entero la responsabilidad de mi educación y de sacar adelante los negocios de la familia, privado del consejo de un padre. –Aunque lo ha hecho muy bien, tú eres una persona muy noble y generosa, de buenos sentimientos y con excelente preparación. Tienes todo lo que es deseable en una chica de tu edad. –Me siento tan insegura, en realidad no tengo tantas cualidades. Tal vez si hubiera tenido a mi madre conmigo o a una amiga en quién confiar, no habrían sucedido cosas de las cuales estoy muy arrepentida. –Tienes esas cualidades y otras muchas más: eres comprensiva, cariñosa, atenta a las necesidades de las personas, inteligente, culta y bonita; además, has desarrollado muy bien tus talentos: sabes francés, tocas maravillosamente el piano, pintas precioso, eres una excelente anfitriona y tienes todos los atributos para ser una buena ama de casa. Y lo que sucedió en el pasado –ya está perdonado y olvidado– no dejes que te lastime más. –Y dime, ¿Darcy se ha mostrado celoso contigo? –Sí. ¡Y de qué manera! –¿Quién era él?, ¿el coronel Fitzwilliam? –¡Ay, Georgiana! No quisiera que te afligieras. –¡Dime, por favor! ¿quién era? –insistió. –Es alguien cuyo nombre no se puede pronunciar en esta casa… –¿Wickham? –indagó con asombro. Lizzie asintió con la cabeza. Entonces le platicó la forma en que lo había conocido aquella mañana en Meryton y lo bien impresionada que había quedado con sus buenos modales. Le explicó cómo se encontraron con Darcy de regreso a su casa y lo que Wickham le había dicho de su hermano. –Ciertamente sentí un interés por él como no lo había tenido hasta entonces por un hombre; y para el baile de Netherfield, en donde sabía que él acudiría, me esmeré en mi arreglo para causarle una buena impresión. –Aunque el verdadero impresionado fue otro, según me ha comentado Darcy –recordó Georgiana. –Aquel martes, Wickham no asistió al baile, pero tu hermano sí. Yo tenía una imagen muy negativa de él. Sin embargo, esa noche fue la primera vez que bailamos. –¿Y por qué accediste a bailar con mi hermano? –Para escapar de Collins, quien insistía en permanecer a mi lado toda la velada. Lo que no sabes de ese baile es que el tema de conversación entre tu hermano y yo fue Wickham. Yo quería descubrir por qué esa

31 amistad había quedado en tan malos términos, pues en caso de que la versión de Wickham fuera verdadera, el Sr. Darcy era alguien digno de temer. Muy lejos de ser un caballero. –Y ¿qué te dijo? –Sólo evasivas. Pero estaba lleno de ira por haberle demostrado mi interés hacia la situación de ese hombre. Más tarde, la primera vez que me declaró su amor, también salió a relucir ese nombre y nuevamente me contestó con evasivas, tras un gran disgusto ocasionado por los celos. Y no fue sino hasta que leí su carta, que al principio no daba crédito, cuando me di cuenta de todo lo que había pasado y de toda la falsedad que encerraba esa persona. He de reconocer que para cuando viajé a Kent y me hospedé con los Sres. Collins, la simpatía por el Sr. Wickham ya había desaparecido. Georgiana escuchaba atónita y se mostró muy interesada. Lizzie continuó: –Georgiana, yo adoro a tu hermano y no quiero causarle un disgusto al recordar todo esto, por lo que te pido mucha discreción. –Empiezo a descubrir una faceta de mi hermano que no conocía. –O tal vez no te habías dado cuenta. ¿Tú crees que Darcy, cuando Wickham quiso persuadirte de fugarte con él no estaba saturado de celos? ¡Claro! También estaba inundado de ira por el peligro que corrías. Y tiempo después, ese hombre volvería a aparecer al lado de la mujer de la cual se estaba enamorando y, por si fuera poco, también era la causa que casi provoca la ruina de mi familia. De no haber sido por la intervención de tu hermano, no sé qué hubiera sido de nosotros. –¡Vaya! ¡Qué amor tan grande el de Darcy al aceptar las condiciones de Wickham para casarse finalmente con Lydia y evitar tu desdicha! –Y sin esperar nada a cambio. Yo ya lo había rechazado. Posteriormente lo demostró aún más cuando admitió emparentarse con ese desventurado, aceptándome como su esposa. Sí, tu hermano tiene un gran corazón y cuida con mucho celo lo que es suyo. Puedes estar segura que te ama inmensamente. –Y ¿eres feliz con él? –¡Infinitamente dichosa! Nunca imaginé que existiera tanta felicidad en este mundo. Y cuando haya niños corriendo por toda la casa, mi gozo será completo. –¿Y será pronto? –preguntó Georgiana entusiamada. –Deseo que así sea –expresó con esperanza. Momentos después, Lizzie regresó con su esposo al salón principal, quien la esperaba impaciente. –¿Hablaste con Georgiana? –Sí. –¿Quién es ese hombre? –No tienes de qué preocuparte. –¿En dónde lo conoció?, ¿cuándo? –indagó inquieto. –Sólo lo ha visto una vez y tu hermana tiene una vida por delante. Conocerá a muchos caballeros. –Pero ¿te dijo el nombre de ese sujeto? –cuestionó alzando la voz.

32 –¡Darcy! ¿acaso desconfías de mi criterio? –respondió en el mismo tono. –No, por supuesto que no. –Entonces, en lugar de alterarte debes hacer que tu hermana vuelva a confiar en ti y no enfrentarla de esa manera. Lo que verdaderamente importa que sepas, más que conocer el nombre de un sujeto que tal vez no vuelva a ver, es saber que te tiene miedo. –¿Miedo? –Como el que sabes despertar en la gente cuando tienes esa actitud déspota con los demás. Darcy respiró profundamente para encontrar sosiego. –¿Qué más te dijo? –Que se siente insegura, incomprendida, que te quiere mucho y no quiere volver a ocasionarte un disgusto. Debes hablar con ella, serenamente. Darcy la abrazó, agradeciendo su intervención, y ella correspondió con cariño. Luego fue a hablar con su hermana para pedirle una disculpa por su comportamiento.

Al día siguiente, cuando las damas se encontraban solas en la biblioteca leyendo sus respectivos libros, alguien llamó a la puerta. Era el ama de llaves con una correspondencia para la Sra. Darcy. –¡Es de Jane! –exclamó Lizzie, al tiempo que abría la carta y leyó en silencio. Momentos después, Lizzie se levantó de su asiento con tal júbilo que asustó a Georgiana, quien le preguntó: –¿Qué sucede? –¡Es una gran noticia! Lizzie volvió a leer la carta en voz alta: –“Querida Lizzie: Tengo una alegría que no me cabe en el corazón y estoy segura de que la compartirás con nosotros. ¡Estoy esperando un hijo! –leyó Lizzie muy emocionada–. El Dr. Jones dice que estoy bien, aunque no podré viajar sino hasta que nazca el bebé, por lo que tendrás que venir a visitarme, si el Sr. Darcy está de acuerdo. Todos estamos muy bien en Hertfordshire y te mandamos muchos saludos. Con cariño, Jane”. Lizzie salió deprisa de la biblioteca y se dirigió al despacho. Cuando entró, Darcy se puso de pie; Lizzie se acercó y le comentó: –¡Hay noticias maravillosas! –¿Qué ocurre, Lizzie? –¡Pronto seremos tíos! ¡Jane y Bingley van a tener un hijo! Darcy sonrió complacido, Lizzie lo abrazó y le dijo: –¿Podremos ir a visitarlos? –Mi lady, me complacerá cumplir sus deseos. Tal vez podamos ir pronto –señaló Darcy, generando alegría en su esposa–. La próxima semana necesito ir a Londres, pero de regreso podremos pasar unos días en Netherfield.

33 –¡Oh, sería maravilloso! También podré ver a mi padre. Darcy la miraba con ternura y con el rostro lleno de esperanza. –Y a ti, ¿no te gusta la noticia? –Mi mayor alegría es verte feliz. Lizzie, en la primera oportunidad que tuvo, respondió la carta de Jane. “Querida hermana: ¡Qué alegría saber esta noticia tan maravillosa! Seguramente Bingley estará muy emocionado. Nos dará mucho gusto visitarlos, si es de su avenencia arribaremos en los próximos días, después de realizar un viaje a Londres. Cariñosamente, Lizzie”.

Esa noche, en el silencio y la oscuridad que reinaban en toda la casa, los señores Darcy dormían profundamente cuando Lizzie gritó y se despertó, incorporándose y jadeando angustiada, tras haber padecido una pesadilla que la había atemorizado. Darcy interrumpió su sueño y la abrazó para devolverle la tranquilidad y la seguridad que había perdido; ella respiró recuperando el aliento y lo estrechó fuertemente deseando con toda el alma que ese mal sueño no se volviera realidad, ahora que era tan feliz y estaba cerca la posibilidad de ver cumplido su mayor anhelo.

CAPÍTULO V

A la siguiente semana, recién terminaron el desayuno, los Sres. Darcy y Georgiana viajaron a Londres. A su llegada los recibió la Sra. Churchill, el ama de llaves, quien les tenía preparada una cena con los platillos favoritos de la señora de la casa: quiche, perdices y pie de grosella, por indicaciones de la Srita. Georgiana, ya que quería condescender a su hermana por su próximo cumpleaños. Después de la cena, se retiraron a sus aposentos. Era miércoles, Darcy suspendió su descanso antes de salir el alba y contempló a su esposa, quien dormía profundamente a su lado por la insondable relajación de satisfacción; la besó delicadamente pensando en que debía darse prisa para regresar antes de que ella despertara. Se levantó, se alistó sin hacer ruido y salió de su alcoba para dirigirse al jardín. Al sentir la brisa matutina saturada de rocío, todavía oscuro, recordó que hacía varios meses que no salía a cabalgar tan temprano, como por tantos años lo había acostumbrado, aunque en realidad no había extrañado esa actividad. Recordó el placer de sentir el agitado trote de su caballo, llenando sus pulmones de ese aire matutino tan refrescante mientras caminaba para cumplir la importante tarea que tenía, rememorando la razón por la que había abandonado ese deporte, al menos temporalmente. Ahora estaba casado e invadido de una felicidad que antes no conocía, recordaba las maravillosas horas que había compartido con su amada y que tal vez estaría disfrutando en ese momento de no haberse salido prematuramente. Aun así, al llegar al quiosco cortó varias rosas rojas que apenas abrían junto con otras flores que encontró en su paso por el tupido césped mientras regresaba a la casa y emergían las primeras luces.

34 Subió por las escaleras de mármol hasta el tercer piso donde reinaba todavía el silencio. La habitación de Georgiana aún se encontraba oscura, igual que la suya: había llegado a tiempo. Abrió su puerta con la llave que había guardado en su bolsillo y se introdujo sigilosamente, observando que todo estaba igual que cuando la había abandonado. Colocó las flores en un jarrón de porcelana sobre el buró de su esposa, se sentó en una de las sillas y observó hechizado la belleza de su mujer con la luz que se filtraba entre las cortinas, quien se encontraba con el rostro plácido, blanco y sedoso, con su larga y brillante cabellera sobre la espalda y cubierta por la delicada sábana de seda que realzaba su agraciada figura. Darcy suspiró, disfrutando del aroma floral que inundaba la habitación y recordando gratamente el primer viaje que había realizado con ella, a ese mismo lugar, y que habían disfrutado tanto; hasta que despertó. Lizzie estiró un brazo buscando a su marido a su lado y al no encontrarlo se incorporó sintiéndose afectuosamente observada. Darcy se acercó a su mujer, quien tomó sus manos mientras él la besaba en la mejilla y se sentaba a su lado. Sus ojos negros lucían luminosos emanando la felicidad que le proporcionaba su grata compañía, sus labios esbozaban una sonrisa por la confianza de sentirse infinitamente amada, sus cabellos caían a los costados de su rostro enmarcándolo bellamente y manteniendo el calor. –Tus manos están frías –dijo ella besándolas–. ¿Ya saliste a cabalgar? –No, pero quise aprovechar tu sueño para halagarte con unas flores de tu magnífico jardín, en este día que es tan especial para mí. Lizzie, jubilosa, se le echó encima abrazándolo efusivamente mientras ambos reían, ella lo besó en la mejilla y él la estrechó con firmeza. Luego aflojó y continuó, viendo a su mujer: –Y para festejarte como es debido deseo llevarte a pasear a donde tú quieras y cenaremos solos en un lugar que te encantará. –¿Y tus asuntos de trabajo? –Los veré mañana. Hoy lo dedicaré exclusivamente a la mujer más hermosa que se ha convertido en la persona más importante para mí. –Te agradezco mucho que me llenes de atenciones, que seas tan dulce conmigo, que me complazcas con tu cariño, que me regales tu ternura, que seas considerado con mis necesidades y generoso al brindarme tu comprensión y tu apoyo. –Y yo te agradezco tu sonrisa y la alegría que has compartido conmigo, llenando mi vida de una dicha que sólo podré encontrar a tu lado. Darcy la besó con devoción. Georgiana comprendió el deseo de su hermano de festejar a su mujer y permaneció todo el día en casa mientras ellos pasearon en el St. James´s Park, parque real ubicado en la zona de Westminster rodeado por Buckingham House al oeste, el Palacio de St. James al norte, Horse Guards al este y Birdcage Walk al sur, donde disfrutaron de la maravillosa vista de los alrededores y del canal. Posteriormente, se deleitaron con una exquisita cena en el Piazza, en medio de una amena conversación: compartieron una charola de quesos con chutney de mango adornada con mango fresco y uvas, posteriormente crema de papa Jersey Royal,

35 puerco horneado con salsa de manzana acompañado por Kentish Ale y de postre el tradicional Tarte Tatin como torta de adivinanza, en donde Darcy les pidió incluir en la generosa rebanada de su esposa un prendedor de oro blanco en forma de paloma con la vista de perfil, con el ojo de brillante y el pico con una esmeralda a manera de hoja de olivo, que simbolizaba fertilidad. Lizzie, al descubrir lo que había escondido, se llenó de entusiasmo, lo abrazó enloquecida de felicidad y lo besó entre risas mientras él le correspondía con cariño. –¡Al paso que vamos y con tus buenos deseos, no tardaré en llenarte de hijos! –indicó Lizzie. –Y yo estaré encantado de que así sea –afirmó mientras le colocaba el hermoso prendedor. Aun cuando su mesa estaba en una de las esquinas del lugar, en un sitio más privado que el resto del comedor, la gente los observaba: unos escandalizados por tal comportamiento, otros conmovidos al ver al feliz matrimonio. El murmullo se hizo presente cuando la dichosa pareja abandonó el lugar, recibiendo de algunos comensales sus felicitaciones y de otros miradas condenatorias; aun así, Darcy llevaba del brazo a su mujer sintiéndose muy orgulloso e inundado de la alegría que ella reflejaba, sin importarles lo que sucedía a su alrededor. Luego se dirigieron a su carruaje y la invitó al baile del Almack´s.

Durante los siguientes días, Darcy salió todo el día después del almuerzo y regresaba poco antes de la cena, por lo que Georgiana invitó a Lizzie a conocer la ciudad, a realizar algunas compras y adquirir regalos para los familiares que visitarían. Por la noche, los tres aprovechaban para asistir a algún concierto y también para ver la obra de Shakespeare, que se presentaba en esos días y que les agradó sobremanera. Cuando Darcy hubo terminado sus asuntos, salieron rumbo a Netherfield donde ya los esperaban los Bingley. Lizzie estaba muy emocionada de ver a Jane, pasar con ella los siguientes días y visitar a su padre. Darcy mentalmente se armó de paciencia ya que sabía que tarde o temprano verían a los Bennet, aunque lo reconfortaba la alegría que su esposa manifestaba de volver a ver a su familia. Mientras tanto, Georgiana le contaba a su hermano de los lugares que le había mostrado a Lizzie en su estancia en Londres y que con Darcy no había podido visitar. Conforme se aproximaban a su destino, llovía fuertemente y Lizzie recordó los días lluviosos que había pasado hacía poco más de un año, justo cuando se había llevado a cabo el baile de Nertherfield, y cuando Jane cayó enferma en esa casa gracias a las artimañas de su madre para casarla. Se acordó también del anuncio de Charlotte sobre su compromiso con Collins y se sorprendió de todos los cambios que habían sucedido en su vida desde entonces. Recordaba la soledad y lo sombrío que sentía su corazón en esa época, en contraste con lo inmensamente dichosa que se encontraba al lado de Darcy, y camino a ver a Jane y a su padre. Cuando llegaron a Netherfield ya los esperaban los Bingley y, para sorpresa de Lizzie y de Darcy, también estaban los Sres. Bennet, Mary y Kitty, quienes habían sido invitados para cenar. Los anunció el ama de llaves y los condujo al salón principal. Fueron recibidos afectuosamente y Lizzie corrió para abrazar a su

36 hermana, tomándola de las manos, girando y riendo, aunque con sumo cuidado sabiendo el estado en que se encontraba Jane. Luego preguntó, con el rostro saturado de alegría: –¿Cómo has estado, Jane? –Con los malestares normales, pero el Dr. Jones dice que estoy bien. –¿Ya han pensado un nombre para mi sobrino? –No, no he tenido cabeza para eso. –¡Fue maravilloso recibir la noticia en tu última carta! –¿Cuándo nacerá? –cuestionó Georgiana. –En enero próximo –respondió Bingley jubiloso. –¿Quién hubiera imaginado que Jane tendría primero a su bebé, siendo que Lydia se casó antes? –anotó la Sra. Bennet–. ¡Ya pronto seremos abuelos, Sr. Bennet! –Es una gran alegría la que nos han dado –aseguró su esposo. –Y los Sres. Darcy, ¿cuándo nos darán una noticia semejante? –investigó Bingley. –¡Muy pronto, querido hermano! –exclamó Lizzie sonriendo. Durante la cena, la Sra. Bingley le preguntó a la Sra. Darcy cómo había estado su viaje en Londres. –Muy agradable, aunque llovió algunos días, Georgiana y yo pudimos aprovechar para conocer partes de la ciudad que no conocía y el Sr. Darcy nos llevó al teatro. –¿Qué presentan en el teatro? –indagó Bingley. –Romeo y Julieta –contestó Lizzie. –“Es muy justa, muy bella, muy bellamente justa, para ganarse el cielo a costa de mi infierno. Ha jurado no amar a causa de ese voto, vivo roto soy muerto y por contarlo vivo” –recitó Mary. –¡Oh, me encanta! Lástima del final, no consiguen nada –comentó Kitty. –Yo creo que consiguieron perpetuar su amor por toda la eternidad –aclaró Georgiana. –En esa obra surge el amor como una necesidad ineludible del hombre llevada a la sublimación –completó Mary. –Dinos Lizzie, ¿qué encontraste en tu torta de adivinanza? ¿acaso una moneda, para que seas rica? –curioseó Kitty con retintín. –No, encontré este maravilloso prendedor. –¡Qué bonito detalle! –exclamó Jane conmovida. –¿Una paloma blanca con una hoja? –Es una hoja de olivo, Kitty –dilucidó Mary. –¿Qué significa? –Cualquiera que haya leído un poco de historia sagrada lo sabría. Simboliza a la paloma que envió Noé desde su arca cuando al fin encontraron tierra donde poder establecerse y reproducirse. Desde entonces la paloma se convirtió en símbolo de la paz entre Dios y los hombres y la rama de olivo en la esperanza y en la vida que se encuentra al confiar en Dios.

37 Kitty rió burlándose. –¡Entonces pronto estaremos rodeados de muchos sobrinos! –Eso es lo que se espera de cualquier matrimonio –señaló la Sra. Bennet–. ¡Pronto tendremos muchos nietos, Sr. Bennet! –¿Y el Sr. Darcy te regaló de cumpleaños ese fino y elegante vestido? –preguntó Kitty viendo el hermoso atuendo de seda que esa noche lucía su hermana. –Éste no, me regaló otro que usé esa noche para asistir al Almack´s –objetó Lizzie. –¿Te llevó a bailar al Almack´s? ¡Yo quiero ir! –gritó Kitty excitada–. ¡Me han dicho que es un lugar que frecuentan los caballeros solteros y las damas casaderas! –Según he leído, el vale anual cuesta diez guineas pero para comprarlo debe de ser admitido por la vizcondesa de Castlereagh –informó Mary–, y sus puertas sólo están abiertas los miércoles. –El vizconde de Castlereagh es amigo de mi hermano y su esposa es una mujer encantadora –dilucidó Georgiana. –¡Entonces tendremos nuestra entrada asegurada! –exclamó Kitty llena de júbilo. –Srita. Georgiana, ¿usted ya ha asistido al Almack´s? –indagó la Sra. Bennet. –Mi hermana todavía es muy joven para frecuentar esos lugares –comentó Darcy con arrogancia. Todos guardaron silencio ante la solemnidad de su respuesta. –¿Y qué tal se encuentra su casa en la capital, Sra. Darcy? –preguntó la Sra. Bennet. –Es muy hermosa, gracias. –¡Ay, nos deleitaría conocerla! ¿verdad, Sr. Bennet? –¡Sí! ¿Cuándo nos invitas a Londres a pasar unos días? –sugirió Kitty–. Conozco muy poco la ciudad y me encantaría. –Sra. Bennet, Kitty. Los Sres. Darcy nos invitarán cuando ellos lo decidan –interrumpió el Sr. Bennet. –¡Qué sea pronto, por favor! –continuó Kitty y el Sr. Bennet la miró con formalidad para que dejara de insistir. Lizzie contestó, mientras Darcy se mostraba serio: –¡A la primera oportunidad que tengamos vamos a Londres! Me encantaría ver Los Cuentos de Canterburry, de Geffrey Chaucer. La estrenarán en dos meses. ¿Podríamos ir Darcy? –Será un placer –afirmó con una forzada sonrisa. –¡Oh, qué maravilloso, Sr. Darcy! Gracias por la invitación –expresó la Sra. Bennet. –¡Es grandioso! ¡No puedo creer que iré a Londres! –dijo Kitty. Darcy las miraba con mesura, mientras Lizzie reía al ver el entusiasmo que había despertado con su propuesta. Después de la cena, Bingley y Darcy se retiraron al estudio para ver algunos asuntos de negocios, mientras los demás se reunían a jugar whist. Darcy le preguntó a su amigo: –¿Y reciben con frecuencia a los Bennet de visita?

38 –Sí, muy frecuentemente –respondió el Sr. Bingley abrumado–. Y ahora más, puesto que la Sra. Bennet se ha creído doctora e insiste en cuidar de Jane y aplicarle todos los menjurjes para quitarle los malestares, sin éxito alguno. A veces la Srita. Kitty la acompaña. Recuerdo que cuando Jane cayó enferma en esta casa, su madre vino sólo una vez de visita y no se veía tan preocupada, ahora viene casi todos los días. No quiero ni pensar cómo será cuando nuestro hijo haya nacido. –Entonces debo sentirme afortunado en verlas sólo en determinadas ocasiones –dijo, sintiéndose por fin libre de expresar su irritación por los estólidos comentarios escuchados durante la velada. –Sí, eres muy afortunado. Ya habíamos pensado en poner algo de distancia para limitar más estas visitas, pero con el embarazo de Jane tendré que posponerlo por más tiempo. Espero tener suficiente paciencia para entonces. –Sería bueno que pensaras algo cerca de Derbyshire. Escuché que la mansión de Starkholmes está en venta, a sólo unas cuantas millas de Pemberley. Tal vez te interese conocerla. –Es una gran opción. Me pondré en contacto con los dueños. Bingley sonrió satisfecho, ya que los asuntos de negocios los podría atender con mayor facilidad, además de que Jane estaría cerca de su hermana. Después de las partidas de whist, Lizzie trajo algunos presentes que había comprado en Londres para toda la familia que le agradecieron enormemente. Luego se acercó a Jane con un regalo muy especial para el bebé. Ella se lo correspondió de todo corazón y le dijo algo que le sorprendió: –¿Tú crees que llegue a ser una buena madre? –¡Claro que sí! –respondió Lizzie gozosa–. ¿Por qué lo preguntas? –No lo sé. Hay días que siento que no seré capaz de educarlo, no sabría qué hacer si se enferma o si llora, y cómo saber qué le pasa. Me siento tan insegura. –No te preocupes. Estoy convencida de que con el tiempo irás aprendiendo muchas cosas y el corazón te dictará lo que debes hacer. Ya ves a nuestra madre, sí aprendió y a pesar de todo salimos adelante. –Lizzie, quiero hacerlo mucho mejor que ella. No quiero cometer sus múltiples errores. –Sí, te entiendo. Darcy y Bingley regresaron al salón principal y el Sr. Bennet se puso de pie para despedirse. –Querida Jane, nosotros ya nos retiramos. Te agradecemos mucho, la cena estuvo espléndida. –Pero Sr. Bennet, es muy temprano todavía –afirmó su esposa. –Querida, los Sres. Darcy y la Srita. Georgiana viajaron gran parte del día e indudablemente Jane ya está cansada, dejemos que reposen. Los volveremos a ver en dos días. –¿En dos días? ¡No!, yo regreso mañana. –Sra. Bennet, permita que Lizzie y Jane disfruten de su compañía, hace mucho que no se ven y el Sr. Darcy y el Sr. Bingley tendrán otros asuntos que tratar. –¡Ay, Bennet! Si ésta es mi segunda casa. Jane me ha dicho que puedo venir cuando quiera. –Querida, deja de insistir, ¡vámonos! Vendremos cuando nos inviten.

39 La Sra. Bennet, molesta, se despidió junto con su marido y sus hijas, y finalmente se marcharon. Ya en la habitación, Lizzie le dijo a Darcy: –Estabas muy serio durante la cena. ¿Estás cansado del viaje o de mi madre y de Kitty? –Del viaje, y sí, también de ellas, pero sólo serán unos días. –Entonces, ¿prefieres que cancele la invitación a Londres? –No. Si quieres las puedes invitar. Yo aprovecharé para resolver y revisar otros asuntos… Pero, prométeme una cosa. –Sí, dime. –Durante ese viaje, si no se rescinde por una razón muy importante, apartarás un día para mí. –¡Oh! –exclamó jubilosa, entendiendo a lo que se refería–. Yo quería pedirte que dedicaras dos días para mí sola. –El placer será todo mío, madame, como ahora. –¡Espero que no, Sr. Darcy! Él sonrió y la besó. Al día siguiente, Jane, Lizzie y Georgiana pasaron juntas toda la mañana, mientras Darcy y Bingley trabajaban en el estudio. Georgiana le preguntó a Jane: –Y la Srita. Bingley, ¿cómo se encuentra? –Muy bien, gracias. Se ha ido a vivir a la casa de Londres, en Grosvenor, y viene de vez en cuando de visita. Recién me había casado estuvo viviendo aquí, pero a las pocas semanas se cansó de la vida tranquila del campo y nos comunicó sus deseos de regresar a la ciudad. –¿Se cansó de tanta tranquilidad o de tantas visitas de mi madre? –inquirió Lizzie. –Tienes razón, Lizzie. Las visitas de mi madre han sido muy frecuentes. –Yo hace tiempo pensaba que me sería imposible alejarme tanto de Longbourn, pero ahora creo que ha sido una gran bendición. –Sí, lo hemos pensado. Tal vez más adelante nos mudemos a otra parte. –¿Sí? ¡Sería maravilloso que vivieran cerca de Pemberley! ¡Podríamos vernos más seguido! –Tendrá que ser hasta después de que nazca el bebé. Por el momento no puedo viajar. –Si quieres te puedo buscar alguna casa bonita, con un enorme jardín. –¡Oh! Sería grandioso. Le comentaré a Bingley. Lizzie le preguntó por sus otras hermanas y Jane le dijo que Kitty la visitaba seguido con su madre y que Mary sólo lo hacía cuando las acompañaba su padre. Kitty se había querido acercar más a Jane y ella pensaba que tal vez era porque en Mary no había encontrado una amistad, pero en realidad Kitty buscó la cercanía de su hermana mayor por la conveniencia de su nueva posición. Lizzie también sentía a Kitty más interesada en su persona y le agradó que hubiera querido ir a Londres, aunque conocía de sobra las verdaderas intenciones de su hermana. A pesar de todo, sabía que sería más provechoso tener la buena

40 influencia de sus hermanas mayores y evitar a toda costa la relación con Lydia, la cual en un tiempo había sido muy estrecha y peligrosa, pudiendo provocar algún nuevo escándalo en la familia. Jane le comentó que Lydia le había escrito algunas cartas para saludarla y parecía que ella y Wickham estaban bien, aunque con problemas pecuniarios. Lizzie le respondió que no le sorprendía eso, ya que Lydia estaba acostumbrada a gastar sin reflexionar y de Wickham se podía esperar eso y más por su vicio de malgastar el dinero y alimentar sus deudas, sin olvidar su gran afición al juego. Con Mary, todo seguía igual. Continuaba estudiando y practicando el piano en su casa, sin mostrar otro interés en la vida. Lizzie se compadecía de Mary que se esforzara tanto en leer libros y en tocar el piano porque no parecía avanzar mucho en su crecimiento personal, pero dijo preferir eso a que cometiera las mismas locuras de Lydia. Entonces, Lizzie preguntó: –Jane, y ¿cómo ha estado mi padre? –Lo he notado más triste que de costumbre. Claro, ahora con la noticia de su futuro nieto se le ha visto más alegre y cuando supo que vendrías se ha repuesto en su totalidad. Se ve que te extraña mucho. Siempre te ha tenido un cariño muy especial y hasta hace unos días se le veía melancólico. A Lizzie le apenó saber lo de su padre, pues también le tenía mucho afecto. –Lo único que verdaderamente extraño de este lugar es mi padre –repuso Lizzie. –Tal vez podrías invitarlo más seguido a Pemberley –sugirió Georgiana. –Sí –dijo Lizzie meditando, ya que sabía que si iba su padre, forzosamente lo acompañaría su madre y sus hermanas y, ¿qué diría su marido? En la noche, en la habitación, Darcy le preguntó a Lizzie cómo había estado su día. Ella le comentó que le había ido a enseñar a Georgiana los alrededores y luego habían platicado de los familiares con Jane. Lizzie se quedó pensativa. Él vislumbró que algo le inquietaba y le cuestionó: –¿Te preocupa algo? –No, sólo que… me ha dicho Jane que ha notado especialmente triste a mi padre, pero Darcy, no quiero causarte molestias. –Dime, ¿qué sucede? –Jane me dijo que mi padre está abatido porque me echa de menos y la verdad es que yo también lo extraño. Georgiana me propuso invitarlo a Pemberley más seguido, pero yo sé que te irrita la presencia de mi madre y de mis hermanas. Me aflige pensar en el estado en que se encuentra mi padre y no quiero incomodarte al invitar a mi familia más seguido. –Lizzie, si eso te aflige, puedes invitarlos cuando quieras. –¿Y no te molesta que lo acompañe mi madre? –Quiero verte feliz y si para lograrlo tengo que ver más seguido a tu madre, no importa.

41 Lizzie abrazó a Darcy, aunque no estaba convencida. Quiso dejar de insistir, ya que sabía que si él se molestaba por esas visitas, le ocasionaría una mayor pena. Pensó entonces decirle a su padre lo que sucedía al día siguiente. Cuando los Bennet llegaron a Netherfield, los Bingley y los Darcy ya los esperaban, éste sería el último día en que los Darcy estarían de visita, ya que al día siguiente tenían programado regresar a Pemberley. La Sra. Bennet estaba excitada de volver a ver a sus hijas y por la próxima invitación a Londres. El Sr. Bennet se veía tranquilo aunque con algo de nostalgia que fue percibida por Lizzie cuando la saludó; ella lo estrechó cariñosamente. Mary se veía ilusionada por la visita a la capital y al teatro, lo que llamó la atención de Lizzie ya que pocas cosas animaban a Mary de esa forma. Kitty estaba rebosante de alegría con la idea y estuvieron comentando del tema. Después, Jane propuso que salieran a dar un paseo en tanto Darcy y Bingley salieron a cabalgar un rato. Durante el paseo, Lizzie se acercó a su padre y con discreción se apartaron un poco del grupo. –Papá, te he notado triste. ¿Sucede algo? –No, Lizzie –respondió el Sr. Bennet mirándola con un aire melancólico. –Papá, yo también te extraño mucho –dijo abrazando a su padre. –Lo importante es que continúes con tu nueva vida y que seas feliz, mi Lizzie. –Papá, soy inmensamente dichosa al lado de Darcy, pero mi júbilo no está completo si tú no estás bien. Mi esposo me ha dicho que pueden venir a visitarnos a Pemberley, es algo que me encantaría, pero… no sé cómo decirte. –¿Qué sucede? –Me apena, pero Darcy se siente muy incómodo con la actitud de mi madre y de Kitty. Él me ha dicho que si quiero que vayan pueden ir, pero no deseo que él se moleste. No sé cómo solucionar el problema. –Sí, tienes razón. Pocas personas toleramos ese tipo de conductas. Tal vez algunas veces pueda ir solo. ¡Sería divertido escaparme de tu madre de vez en cuando! Ya me hace mucha falta –comentó el Sr. Bennet riendo. –¡Oh, papá, es muy buena idea! Y, ¿qué le dirás a mi madre? –Yo me encargo de eso, no te preocupes. Cuando regresaron del paseo, los Bennet, Jane y Lizzie vieron a lo lejos a Bingley y a Darcy que cabalgaban de regreso. Lizzie quedó admirada al ver que su marido era un excelente jinete, tal como lo había descrito Georgiana. –Tal vez algún día sí aprendas a montar –anotó el Sr. Bennet reconociendo la majestuosidad con la que Darcy manejaba al caballo. Los señores dejaron a los animales en el establo y se dirigieron a las señoras y al Sr. Bennet. Darcy se acercó a Lizzie y le ofreció el brazo, igualmente Bingley se aproximó a su esposa. Darcy le preguntó a su mujer: –¿Cómo ha estado el paseo? –Muy provechoso –respondió sonriendo–. ¿Y qué tal los caballos?

42 –¡Oh! Hace tiempo que no cabalgaba así, lo disfruté mucho. –Me encanta verte cabalgar –aseguró Lizzie. Darcy sonrió y besó la mano de su esposa. Después de alistarse, pasaron al comedor para cenar y todos se alimentaron gustosamente por la larga caminata que habían realizado, excepto Jane, pues se sentía desganada. –Mire Sr. Bennet, a la Sra. Bingley le han hecho falta mis aplicaciones medicinales. Otra vez ha perdido el apetito –comentó la Sra. Bennet. –Querida, es normal que una mujer en su estado pierda el apetito de vez en cuando –ratificó el Sr. Bennet. –Y dime mamá, ¿qué remedios le aplicas a Jane? –indagó Lizzie. –Unas hierbas maravillosas que, además de aromatizar excelentemente, quitan los malestares estomacales. Es receta de mi abuela y yo los usé estando embarazada. –¿Aromatizan el lugar? A mí me da dolor de cabeza y me espantan el apetito. ¡Imagínate beberlas! –se burló Kitty–. La pobre se ha de sentir muy mal para consentir tomarlas. –Jane, ¿sí has sentido alguna mejoría? –examinó Lizzie. –Ya no sé si los mareos son provocados por el embarazo o por el olor de las hierbas, de lo demás sigo igual –respondió Jane. –Pero ¡cómo!, entonces tendremos que aumentar la dosis para que hagan un mayor efecto –indicó la Sra. Bennet. –Yo creo que más bien necesita un descanso –apuntó el Sr. Bennet. –Dice el Dr. Jones que esos malestares desaparecerán más adelante –explicó Bingley. –Como el padre no los siente –ironizó Kitty riendo. –Y ¿qué tal les fue en la cabalgata? –preguntó Jane a Darcy, para cambiar el tema. –Muy bien, sus caballos son estupendos –respondió Darcy–. Disfrutamos mucho del paseo. –Un buen jinete puede dominar a cualquier caballo –aseveró Georgiana–. Yo no me subiría tan fácil a un animal que no conozco. –Se veían muy guapos montando, sobre todo el Sr. Darcy –murmuró Kitty siendo escuchada por su padre que estaba a su lado. –El Sr. Darcy es el esposo de tu hermana, ¡compórtate! –indicó el Sr. Bennet severamente. –El que sea su marido no le quita a él lo atractivo ni a mí la posibilidad de admirarlo. ¡Es tan apuesto! – suspiró contemplando al caballero, quien había sentido su abrumadora mirada. –Sr. Bennet, ¿usted acostumbra cabalgar? –preguntó Darcy. –Hace tiempo que no lo hago. Mis reflejos y mi fortaleza han disminuido pero era placentero. –El Sr. Bennet era un excelente jinete –recordó la Sra. Bennet–, hasta que… –Hasta que se cansó de enseñarme sin lograr que yo aprendiera. Siempre he disfrutado mucho ver a los caballos a distancia, y más cuando un buen jinete los cabalga –señaló Lizzie con alegría mirando a Darcy, quien le sonreía.

43 Cuando concluyó la cena, Jane invitó a las damas al salón principal mientras los señores permanecieron en el comedor disfrutando de una copa de clarete. El resto de la velada transcurrió agradablemente a pesar de las estridentes risas de Kitty; jugaron algunas partidas de whist y de lotería organizadas por Bingley debido a que Jane se había retirado temprano a descansar. Terminada la reunión, los Bennet se despidieron del Sr. Bingley y de los Darcy, quienes al día siguiente partirían a Pemberley. Lizzie abrazó cariñosamente a su padre y la Sra. Bennet recordó a su hija la próxima invitación a Londres. Kitty mostró su afecto a la Sra. Darcy y sus respetos al Sr. Darcy y Mary manifestó un sincero agradecimiento que conmovió a su hermana. A la mañana siguiente, después del almuerzo, los Darcy salieron camino a casa.

CAPÍTULO VI

En los siguientes días, Darcy estuvo ocupado trabajando en su estudio y salió durante el día con el coronel Fitzwilliam. Lizzie, intrigada por la ocupación de su marido, una noche le preguntó, mientras observaban las estrellas en su balcón: –Darcy, el negocio que manejas, ¿era el de tu padre? –Así es. En esencia es un negocio familiar, desde que mi abuelo se estableció en estas tierras; empezó con la explotación de las minas de carbón y de hierro que estaban dentro de su propiedad y tuvieron una extraordinaria demanda por el surgimiento de las máquinas de vapor. Luego compró más minas de los alrededores, haciendo crecer el negocio de forma exponencial, vendió el carbón y el hierro a Derbyshire y a diferentes partes de Inglaterra que colindaban con Londres. –¿Por eso viajas tanto a la capital? –Sí. La mayoría de los clientes están en la ciudad. Mi padre, como hijo mayor, recibió el negocio para administrarlo y lo acrecentó todavía más. Añadió la rama de la industria textil, que también se vende en gran porcentaje en Londres. En uno de sus viajes por el noroeste de Inglaterra conoció a James Hargreaves, creador del dispositivo conocido como “spinning Jenny”, que redujo de manera increíble la cantidad de trabajo requerida para producir hilo. Con esto, aplicado a las pequeñas fábricas textiles que existían en Derbyshire y la inversión que hizo en su momento, creó otra rama del negocio familiar, que también he heredado y administrado desde que mi padre enfermó. –¿Por eso dicen que los Darcy son dueños de la mitad de Derbyshire? –¿Eso dicen? –Sí, lo escuché la noche que te conocí. –Modestamente debo reconocer que tal vez sea más. –¿Y te gusta lo que haces? –Sí, aunque el sueño que siempre he tenido es invertir en un nuevo negocio, no sé en cuál. Tal vez pronto se presente una oportunidad interesante. Me encantaría poder extender, por lo menos, el negocio de los

44 textiles a otras ciudades, tal vez a Irlanda y quizá a América. Tiene un enorme potencial, como lo tuvieron las minas cuando mi abuelo inició. Lizzie, maravillada, lo escuchaba atentamente, pensando que ella también había concebido grandes ideas para crear un buen negocio como la familia Darcy. –¿Y en qué te ayuda Fitzwilliam? –Se encarga de arreglar muchos asuntos de la venta de materia prima en Londres, además de ayudarme a administrar el negocio y las propiedades de la familia. También visita las minas y las fábricas conmigo para supervisar el trabajo de los empleados. Desde que Bingley está en Netherfield nos ha aumentado la carga de trabajo. Tal vez vaya a necesitar a otra persona más adelante. –Con todos los planes que tienes en mente, seguro que sí. –A menos que los Sres. Bingley resuelvan mudarse a Starkholmes. –¿Starkholmes? ¿tan cerca de Pemberley? Darcy ¡sería maravilloso! ¿Acaso tú le dijiste algo a Bingley? –Le hice una sugerencia. –Con eso será suficiente. ¡Jane y su bebé estarán muy cerca de aquí! –expresó Lizzie con alegría y llena de ilusión, mientras Darcy la veía complacido.

En esos días, Georgiana le propuso a Lizzie salir de compras a Lambton para conseguir material y enseñarle a pintar las mesas, actividad que ella deseaba aprender. Cuando iban al condado a hacer alguna diligencia se les podía pasar todo el día, porque les gustaba pasear y ver las tiendas aunque no adquirieran cosas, pero cuando iban de compras se tardaban aún más en escoger lo que realmente les gustaba. Se entretenían y disfrutaban al ver con sumo cuidado todo lo que se les ofrecía, en medio de la amena plática que caracterizaba su relación. Y cuando se cansaban, les gustaba sentarse en las bancas de las calles para ver pasar a la gente y a los niños jugar, de tal manera que regresaban casi al anochecer. Llegado el fin de semana los señores de la casa se encontraban en el salón de esculturas, después de unos días de intenso trabajo. Mientras caminaban por los pasillos tomados de la mano, él le dijo: –Me alegro que hayas aceptado mi invitación para visitar este lugar. Hace tiempo que no venía. –Desde unos días antes de nuestra boda. –Y veo que hoy sí está disfrutando de su paseo, Sra. Darcy. Lizzie sonrió recordando la última vez que había pisado ese lugar mientras él la observaba con cariño. –El Sr. Darcy con su amor y su trato lleno de delicadeza, me ha colmado de felicidad y me ha enseñado que no tengo motivos para ponerme nerviosa, dándome con su confianza la seguridad que me faltaba. –En cambio yo, siento una enorme emoción al estar a su lado, en donde quiera que nos encontremos. Me gustaría haber sido pintor… –dijo Darcy deteniendo su paso y, acariciando el rostro de su esposa, murmuró– . Para pintar esa sonrisa que me llena de alegría y que deseo permanezca siempre en su rostro. Ella sonrió sintiéndose dulcemente cortejada, mientras él la besaba en la mejilla. –Lizzie, ¿hay algo que te perturba? –preguntó circunspecto.

45 –No –dijo ella sin entender a lo que se refería. –En las noches te has despertado angustiada. Lizzie bajó el rostro borrando su sonrisa. –Sólo es una pesadilla. –Una pesadilla que se ha repetido con frecuencia y cada vez denotas mayor mortificación. La Sra. Reynolds interrumpió la conversación anunciando una visita totalmente inesperada que llenó de alegría a Lizzie, quien no cabía en su asombro al escuchar que el Sr. Bennet estaba en Pemberley; salió corriendo a saludarlo y lo recibió con un cariñoso abrazo. El Sr. Bennet había escapado de su esposa para pasar unos días con Lizzie. –Papá, ¡qué agradable sorpresa! No sabíamos que vendrías. –Quería darte la sorpresa, querida Lizzie, y veo que lo he conseguido –señaló su padre satisfecho. Darcy se aproximó para darle la bienvenida a su suegro. –Veo que te pudiste escapar de mi madre. ¿Qué artimañas habrás usado para conseguirlo? –Unas que nunca fallan –contestó el Sr. Bennet. –Tendrás que enseñármelas –le pidió su hija. –Es un placer verle, Sr. Bennet. Pase por favor, ¿gusta tomar el té? –le ofreció Darcy. –¡Oh, me encantaría! –agradeció el Sr. Bennet. Se sentaron en la sala de la galería y Lizzie les sirvió. –¿Cómo ha estado Jane? –preguntó ella. –Me parece que igual, sigue con sus molestias. –Sí se veía muy desmejorada. –Recuerdo a tu madre embarazada, si de por sí sufre de los nervios, ya te imaginarás en esa época. –¡No quiero ni pensarlo! –expresó Lizzie riendo–. Pero, a pesar de todo, ha de ser algo maravilloso tener la esperanza de recibir una nueva vida y llevarla en las entrañas –comentó hablando de su propio sueño. Darcy y el Sr. Bennet miraban a Lizzie. El silencio fue interrumpido por Georgiana, quien recibió la noticia del visitante y llegaba para saludarlo. –Sr. Bennet, me ha dicho la Sra. Reynolds que teníamos un convidado muy importante y me apresuré a venir a saludarlo. Los señores y Lizzie se pusieron de pie. –Srita. Georgiana, le agradezco mucho que me reciba con tanta estima. –Es un placer acoger al padre de la Sra. Darcy en esta casa. –Si te parece bien Darcy, acompañaré a mi papá hasta su habitación para que se instale y podamos dar un paseo por el jardín. Seguramente le encantará que le enseñes los caballos –sugirió Lizzie. –Me parece una excelente idea –contestó Darcy. Lizzie y el Sr. Bennet se retiraron por unos minutos y luego se encontraron con Georgiana y Darcy para salir de paseo. La caminata fue agradable, el clima estaba templado y con una brisa refrescante. El canto de los

46 pájaros y caminar al lado de su padre hicieron que Lizzie recordara momentos muy gratos de su infancia, cuando la llevaba a caminar por el campo a cortar flores para regalárselas a su madre, mientras él juntaba un poco de leña para la chimenea que encenderían en la noche. Luego se acercaron a ver a los caballos y el Sr. Bennet los admiró con sumo interés y Lizzie preguntó: –¿Quedaste muy lastimado después del accidente? –No, pero tu madre se ponía tan nerviosa de saber que salía a cabalgar que mejor decidí dejarlo. Cuando ella se altera hace y dice cosas que… –Sí, lo comprendo –reflexionó Lizzie. –Pero extraño mucho esa actividad. –Si usted desea, pediré que le preparen un caballo –dijo Darcy. El Sr. Bennet lo miró tentado. –Anda papá. Darcy y tú podrían salir a cabalgar, sólo aquí cerca. Recuerdo que lo disfrutabas tanto. –Hace mucho que no lo hago. –Le puedo prestar mi yegua –le propuso Georgiana–, es muy mansa. Indudablemente lo va a disfrutar. –De acuerdo, pero que no se entere la Sra. Bennet. De otra forma ya no servirá ningún artificio y no me dejará escapar otra vez. –Nuestros labios quedarán sellados –aseguró Georgiana. Lizzie y Darcy sonrieron gozosos. Darcy y el Sr. Bennet salieron un rato a cabalgar mientras Lizzie y Georgiana continuaron su paseo en los jardines. Lizzie disfrutó viendo cabalgar a los señores y también se alegró de que tuvieran un momento de convivencia ellos solos. Georgiana le preguntó: –¿Cómo es que tus padres, siendo tan diferentes, se casaron? –Parece imposible. La historia de amor de mis padres es muy diferente a la de los viejos Sres. Darcy. Mi padre me ha dicho que se enamoró de mi madre casi a primera vista, ya que era muy atractiva cuando era joven, y que se casó poco tiempo después de que se conocieron. Aunque no me lo ha dicho, tengo la impresión de que con los años se desilusionó de ella por su carácter tan explosivo e imprudente. A pesar de todo, afirma que la quiere. Seguramente aprendió a amarla. Y luego, con cinco hijas mujeres, la biblioteca de la casa ha sido un excelente refugio para él en los momentos difíciles. Tal vez, si hubiera tenido un hijo varón, su vida habría sido más pasadera –dijo Lizzie pensativa. Después de que los señores terminaron de cabalgar, regresaron con Lizzie y Georgiana que los esperaban sentadas a la orilla del lago, ubicado enfrente de la casa. El Sr. Bennet se veía entusiasmado por el paseo. Darcy se mostró satisfecho y lo invitó la mañana siguiente a pescar, a lo que su suegro accedió. Lizzie veía con gran alegría que su padre y su esposo empezaban a tener una buena relación, lejos de la sombra de las imprudencias de su madre, lo cual permitía que ellos se acercaran más. A la orilla del lago y bajo la sombra de un frondoso árbol, los señores se protegían del sol mientras esperaban que los peces comieran de la carnada que los llevaría a la muerte. Darcy le comentó:

47 –Lizzie me glosó de su accidente hace varios años. –¡Ay, mi querida niña! Quedó muy impresionada después de eso, y no era para menos. Habría dado cualquier cosa por ahorrarle ese sufrimiento. Y yo también la pasé mal, aunque sin duda no como ella. Recuerdo que el caballo se asustó, nunca me pude explicar por qué, pero perdí el control. Antes de caer al piso, recorrí toda mi vida en un instante pero me llenaba de dolor pensar que dejaría solas a mis hijas, a mi querida Lizzie, sin la protección y la orientación de un padre, despojadas de su casa y de todo lo que les pertenecía hasta entonces, y bajo el único amparo de su madre, quien ya había demostrado muchas deficiencias para cumplir sus deberes. Me imagino que algo similar debió sentir su padre al morir; más que el temor a la muerte, el sufrimiento que ésta conlleva a nuestros seres más queridos, aunque las cosas materiales las tengan resueltas. –Recuerdo las últimas palabras que me dijo mi padre antes de abandonar este mundo: “protege a tu madre y a tu hermana”. Me sentí destrozado cuando mi madre murió al poco tiempo, no pude cumplir con su último deseo. –Pero de Georgiana usted debe sentirse muy orgulloso, es una persona encantadora. –No ha sido fácil para ninguno de los dos y, sobre todo yo he tenido muchas fallas con respecto a ella. –La vida es difícil cuando de un día para otro se nos encomiendan tantas responsabilidades sin la orientación debida, pero esto nos permite crecer y madurar. –Sin duda cambió mi forma de ver las cosas. De haber recibido todo durante mi vida, ahora yo tenía que dar todo lo que había recibido a mi familia y a las personas que estaban a mi alrededor, sin importar el precio que hubiera que pagar por su bienestar. Aunque también mi desconfianza hacia los demás se incrementó, pensando en que todos se acercaban a mí por interés. –Seguramente con esas intenciones muchos se acercaron a usted. Es una desgracia que nuestro mundo se guíe por esas prioridades y, por más que uno quiere cambiarlo en los hijos, a veces no lo logramos; es una de las grandes frustraciones que tengo: ya ve usted a mis otras hijas, y mi esposa no es un gran apoyo en ese sentido. Sin embargo, Lizzie ha sido la fuente de mi satisfacción como padre, no porque sea mi hija pero es maravillosa. Recuerdo cuando desperté de ese accidente, fue terriblemente doloroso para mí ver el sufrimiento de mi pequeña hija sintiéndose culpable de lo sucedido, ¿quién sabe qué le habrá dicho su madre para que llorara de esa manera al verme postrado en la cama? Nunca más la vi llorar, excepto cuando me dijo que estaba enamorada de usted y yo no lo podía creer. Darcy lo observó con atención y continuó escuchándolo. –Es algo que siempre me ha conmovido de ella, la sinceridad y la transparencia de sus sentimientos, no como otras que conozco que usan sus lágrimas para manipular a los demás. Darcy resonó en su memoria el profundo dolor que sintió cuando la Srita. Elizabeth, atormentada, lloraba por la desgracia de Lydia aun cuando ella había elegido el camino de la deshonra, el cual lo motivó a ayudarla con el único fin de recuperar su tranquilidad. También recordó cuando, en medio de la oscuridad de la noche, sintió en su estómago los sollozos de su amada mientras lo estrechaba con todo su vigor y era

48 sumergida en una felicidad totalmente nueva y deslumbrante, llenándola de plenitud tras una entrega total, lo que derramó en él, profundamente conmovido, una infinita dicha de prodigarle todo su amor y brindarle esa satisfacción. –Y fue extraordinaria la alegría que reflejó cuando me puse nuevamente de pie y me fui recuperando de mis lesiones. –¿Y la extraña mucho? –preguntó Darcy, experimentando ese sentimiento. –Como nunca imaginé poder hacerlo. Lizzie era la alegría de mi hogar, aunque me regocijo de ver que su felicidad es plena al lado de usted.

El Sr. Bennet se quedó unos días más en Pemberley, donde pudo convivir más con su hija, ya que Darcy tenía programadas algunas salidas para resolver asuntos de negocios. Lizzie le mostró la biblioteca, sabiendo que su padre también tenía gran afición por los libros, y pasaron horas leyendo y revisando algunos títulos como El avance del conocimiento, de Sir Francis Bacon. Hablaron un largo rato sobre un ejemplar que llamó especialmente la atención del Sr. Bennet, acompañados por Georgiana. También tuvo oportunidad de mostrarle los avances que había tenido en el piano, gracias a las enseñanzas de su cuñada, de lo que se manifestó ufano, y contemplaba maravillado el retrato de su hija cada vez que tenía oportunidad. En las noches, Darcy regresaba para cenar y pasaban momentos muy amenos. El día en que el Sr. Bennet partió para Longbourn, los Sres. Darcy y Georgiana lo despidieron en la puerta. –Papá, hemos pasado unos días extraordinarios. Gracias por tu visita. –Yo les agradezco todas sus atenciones. Lizzie, me voy tan feliz de ver que eres dichosa y muy orgulloso porque has progresado en tus conocimientos y en tu desempeño en el piano: tienes una excelente maestra. –Gracias papá, pero sabes que sólo me gusta ofrecer conciertos privados, para quienes ocupan un lugar muy especial en mi corazón. –Sr. Bennet, quisiera obsequiarle algo –indicó Darcy mientras le entregaba un paquete que su suegro abrió sorprendido, encontrando el libro que le había fascinado en la biblioteca. –Pero, ¡si este libro es una joya! ¡Ya no hay de estos! No, Sr. Darcy, no puedo aceptarlo. –Sí, Sr. Bennet, tómelo como muestra de nuestro aprecio –insistió Darcy. –¡Oh!, muchas gracias. Cuando el vehículo del Sr. Bennet se alejaba de la casa, Lizzie le dijo a su esposo: –Te agradezco mucho que hayas recibido a mi padre con tantas atenciones. –Es un hombre excepcional. Yo tenía otra imagen de él, pero sólo necesitaba conocerlo mejor, ahora entiendo el enorme cariño que le guardas y he visto cuánto te quiere. Habiendo transcurrido unos días, Darcy aún recordaba la conversación que había dejado pendiente con su esposa, pero al ver que ella había dormido las últimas noches con mayor serenidad dejó de inquietarse por ese mal sueño que la había atormentado, y ella prefirió guardar silencio para no provocar preocupación en su marido.

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CAPÍTULO VII

Georgiana le estaba enseñando a pintar mesas a Lizzie en el taller de la casa y platicaban alegremente cuando la Sra. Reynolds llegó para entregar una carta a la Sra. Darcy. –Es de Lydia, desde Newcastle –comentó Lizzie asombrada. Abrió la carta y leyó en silencio. “Estimada Lizzie: Tengo una grandiosa noticia que comunicarte, voy a tener un hijo…” –¡Oh!, dice Lydia que va a tener un hijo –declaró Lizzie con gozo y luego continuó la lectura en voz baja. “Esta noticia me ha llenado de alegría, aunque debo reconocer que al Sr. Wickham no le ha caído muy en gracia. Hemos tenido algunas complicaciones financieras, ha pagado viejas deudas y dice que nos mudaremos a un lugar más económico para poder solventar nuestros gastos más fácilmente. Y, ¡ay, Lizzie!, cuando le di la noticia lo tomó tan agresivamente. Nunca me hubiera imaginado una reacción tan… Me gritó, me reclamó, se atrevió a levantarme la mano y casi… ¡Oh, Lizzie!, ya que he reflexionado las cosas lo comprendo. Estamos pasando por momentos difíciles y luego esto. Lizzie, estoy tan angustiada, él sigue malquisto conmigo, casi ni me habla. Además parece que en su trabajo no le ha ido bien. No sé qué hacer, en medio de una noticia tan bonita, estoy viviendo una angustia muy fuerte”. –¡Esto es inaudito! –exclamó Lizzie furiosa al terminar la carta–. No lo puedo creer. –¿Qué sucede, Lizzie? –Ese tal Wickham es un… No merece ni que lo pronuncie. –Sí, yo sé qué clase de persona es –reconoció Georgiana. –¡Oh, perdón, querida Georgiana! No quería hacerte sentir mal –lamentó Lizzie. –No hay problema. Gracias a Dios y a mi hermano abrí los ojos a tiempo y me escapé de su trampa. –¡Oh, Georgiana, pero mi hermana no!, y ahora… –¿Qué te dice tu hermana? –preguntó Georgiana acercándose a Lizzie. Ella le dio la carta y Georgiana la leyó en silencio. Mientras, Lizzie, asomada a la ventana, pensaba. –Yo lo sabía, y le dije a mi madre que Lydia acabaría siendo muy desdichada. –Y, ¿qué te dijo ella? –Ya no importa –contestó Lizzie retomando el paso–. Disculpa Georgiana, tengo que hacer algo. –¿Qué vas a hacer? –¡No puedo permitir que esto continúe! –vociferó Lizzie mientras salía del taller. Georgiana la siguió sin comprender. Lizzie pidió a la Sra. Reynolds que prepararan el carruaje, sacó su abrigo del closet de la entrada y revisó que en su bolsillo trajera suficiente dinero para el viaje. –¿A dónde vas? –A proteger a mi hermana. Regreso lo antes posible.

50 Lizzie salió apresuradamente y se subió al vehículo, mientras Georgiana la veía sin saber qué hacer, conturbada por la situación. Más tarde, Darcy regresó a su casa y fue al taller para buscar a Lizzie y a Georgiana, pero al no encontrarlas las buscó en el salón principal, donde su hermana tocaba el piano. Darcy se acercó y Georgiana interrumpió su pieza. –¡Has llegado! –exclamó ella nerviosa. –¿Y Lizzie?, pensé que estarían pintando sus mesas. –Pintamos un rato hasta que Lizzie salió. –Sí, le encanta caminar –indicó él sonriendo. –Darcy, ¡Lizzie se fue! –¿Se fue?, ¿por qué? –preguntó atónito, sin comprender lo que sucedía. –Recibió una carta –explicó angustiada. Georgiana le entregó la misiva y él empezó a leerla. Al terminar, le cuestionó inquieto: –¿Y qué te dijo después? –Estaba rabiosa con ese hombre y triste por su hermana, ¡luego me dijo que iría a proteger a Lydia y salió en el carruaje! Darcy respiró profundamente para pensar con claridad ante la avalancha de peligros que le vinieron a la cabeza a los que en ese momento su mujer era presa. –¿Hace mucho de esto? –Sí. Él corrió a los establos para montar su caballo y salió a toda velocidad para impedir que su esposa, llevada por la compasión a su hermana, fuera víctima de algún delincuente o, peor aún, de Wickham, quien estaría hinchado de completar su venganza con la Sra. Darcy. Después de cabalgar por una hora, divisó el carruaje y lo alcanzó. El chofer, al ver a su amo, se detuvo y Lizzie se asomó a la ventana para saber qué ocurría. Darcy bajó del caballo y abrió la puerta, aliviado de ver que su mujer estaba a salvo. –¡Darcy! –exclamó ella sorprendida. Con una mirada de disgusto él ofreció su mano para ayudarle a bajar del carruaje; ella descendió, caminaron en silencio y se internaron en el bosque, donde Lizzie dijo: –Perdóname por no haberte avisado, sé que debí hacerlo, pero todo fue tan rápido y le dije a tu hermana… –Georgiana me enseñó la carta. ¡Sra. Elizabeth! –exclamó alzando la voz–, ¿sabe usted que no debe salir sola a carretera? –¡Usted sabe que los convencionalismos sociales no son un impedimento para que yo haga las cosas! – clamó ella–. Además, pensé que el Sr. Peterson era de su confianza. –Ya sé que no es de su agrado tener damas de compañía, pero no lo digo por cumplir los convencionalismos. Aun cuando el Sr. Peterson es de mi entera confianza, ¡es muy peligroso!

51 –Y ¿usted sabe, Sr. Darcy, el peligro que mi hermana corre al lado de ese hombre que tuvo la intención de golpearla? ¡y más en su estado! ¡Podría perder a su bebé! –Sí, pero eso es algo en donde no podemos intervenir. –¡Darcy, están recién casados y ya le ha faltado al respeto seriamente! –¡Lizzie, ese hombre le ha faltado al respeto desde que lo conoció! Y a ella no le ha importado. –¡Ya lo sé! ¡Y eso es lo que más me enfurece! –Mientras Lydia no se dé su lugar ante su marido, de nada servirá tu intervención. Y ¿cómo pretendes ayudarla?, ¿la llevarás a Pemberley? Lydia no puede viajar y dudo que quiera abandonarlo, además de provocar un escándalo que causaría un mayor perjuicio. ¿O acaso enfrentarás a Wickham? –Si es necesario. –¿Y ponerte a ti en riesgo? –¡Sr. Darcy! ¿Usted qué haría si el esposo de su hermana intentara golpearla? Él se paralizó por unos instantes, reflejando en sus ojos un odio que nunca le había visto su mujer, quien sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. –Intento evitar que algo peor suceda si ese sujeto se atreve a provocarte algún daño. Lizzie suspiró, cayendo en la cuenta de la locura que iba a cometer al presentarse ante ese hombre. –No obstante, si usted insiste en ir a Newcastle, yo la escoltaré. Ella, conmovida, le pidió: –Llévame a casa. Darcy la abrazó cariñosamente sintiendo por fin la serenidad que lo había abandonado. Luego, tomó su mano invitándola a continuar el paseo por unos momentos más. –Te prometo, Lizzie, que si la situación empeora, disponemos de otros medios más eficaces para ayudar a tu hermana. Y yo me encargaré de eso, no quiero que te involucres con Wickham. –¿Cómo pudo ese calamitoso gritarle y levantarle la mano a mi hermana? ¡Quién se ha creído! ¡Y pensar que por él Lydia perdió la chaveta! –expresó sacando la ira que aún sentía. Darcy la miró a los ojos con una sonrisa. –¿Por qué te da gusto? –cuestionó ella sorprendida. –Lizzie, hace poco más de un año yo ardía de rabia y explotaba en celos por ese hombre y hoy, me da tanta satisfacción oírte hablar así de él. Ella lo abrazó de la cintura y prosiguió: –Lo que más me enfada es que Lydia le permite que se comporte así y encima de todo lo disculpa. Dice que lo comprende y que él tiene razón, cuando en realidad sólo se quiere desligar de la responsabilidad, siendo que un hijo es compromiso de los dos, no sólo de la mujer. Darcy y Lizzie se sentaron a la sombra de un árbol y ella continuó, mientras él escuchaba con atención: –Siento compasión por Lydia, porque aunque se casó sin escuchar las recomendaciones ni consejos de nadie, ahora es muy desventurada… pero ella se lo buscó.

52 –La Sra. Gardiner y yo hablamos largo rato con ella para hacerla recapacitar sin conseguirlo –recordó Darcy. –Lo que me llena de tristeza es que una noticia tan maravillosa sea recibida con tanto enfado. Un hijo es una bendición, es motivo de una enorme alegría que debe llenar el corazón de ambos padres, es fruto de su amor. –No me puedo imaginar el gozo y el júbilo que sentiré cuando me digas que estás esperando un hijo mío – anheló con una sonrisa. –Deseo con todo el corazón que suceda muy pronto –suspiró. Darcy la besó tiernamente. Al día siguiente, Lizzie escribió una carta a Lydia, anexándole algo de dinero que tenía de sus ahorros. “Querida Lydia: Recibí tu carta y me dio una enorme alegría saber de tu embarazo, aunque me apenó la situación que estás viviendo, sobre todo en tu matrimonio. Creo que la actitud del Sr. Wickham es negativa y pienso que no debes permitir que atente contra tu dignidad. Él te debe respeto en todas las circunstancias y tú debes exigirlo con amor, paciencia y serenidad. Considero que puedes ayudar mucho teniendo un buen control sobre tus gastos, tal vez él sienta que lo apoyas y te lo agradezca con una actitud positiva. Lydia, por favor piensa en la gran bendición que se te ha concedido al estar embarazada. Ahora tienes dos personas en tu vida por quienes luchar: tu marido y tu hijo que viene en camino. Lucha por tener un matrimonio feliz, buscando la felicidad del otro, y todo lo demás vendrá por añadidura”. Lizzie sabía que tal vez el contenido de su carta Lydia lo echaría en saco roto, pero sentía la obligación de decirle lo que pensaba. Unas semanas más tarde, Lizzie recibió una carta de Lydia. “Querida Lizzie: Te agradezco las líneas que has tenido a bien escribirme y también quiero participarte una buena noticia: han promovido en el trabajo a Wickham y está encantado y mucho más amoroso conmigo. Me ha ofrecido una disculpa por su mal comportamiento y ahora esperamos alegremente a nuestro hijo. También extiende nuestro agradecimiento al Sr. Darcy por haber dado buenas recomendaciones a los superiores de Wickham”. –Pero, ¿Darcy hizo eso? –murmuró muy sorprendida al terminar la carta. Luego sonrió.

CAPÍTULO VIII

Los Sres. Darcy viajaron a Londres con unos días de anticipación a la llegada de la familia Bennet, ya que se habían prometido reservarse ese tiempo para ellos. Georgiana comprendió su deseo, permaneció en Pemberley y luego los alcanzó en Londres, escoltada por la Sra. Annesley. Los Darcy disfrutaron de su compañía, dejando los pendientes de trabajo para días subsecuentes. A los tres días de su arribo a Londres esperaban la llegada de los Sres. Bennet, Kitty, Mary y Georgiana a la casa. Los Bennet se presentaron a media tarde y Darcy y Lizzie los recibieron con entusiasmo. Darcy estaba

53 notablemente contento y más amable que de costumbre, incluso con la Sra. Bennet, detalle que atrajo la atención de Lizzie y de su madre. La Sra. Bennet quedó maravillada de los lujosos muebles que tenían en la casa de Londres y no faltó su panegírico para tal ocasión. Era una residencia grande, elegantemente decorada, en la zona más exclusiva de la capital. Tenía un hermoso jardín adornado con fuentes, árboles, magníficas flores y un quiosco donde refrescarse en los días de intenso calor. Contaba con varios salones de recepción muy espaciosos, adecuadamente ventilados e iluminados, así como muchas habitaciones acondicionadas con finos artículos, bellas esculturas y obras maestras de renombrados artistas como Rubens, Holbein, Brueghel y Van Dyck que adornaban las paredes; tenía un despacho y una biblioteca muy apreciada por Darcy. Los anfitriones les enseñaron la mansión después de que se instalaron. Se denotaba

la

gran exaltación que tenían los

concurrentes y Lizzie estaba emocionada, causando que Darcy se sintiera complacido. Para la hora de la cena llegaron Georgiana, la Sra. Annesley y los Sres. Gardiner, quienes estaban invitados esa noche. El coronel Fitzwilliam llegaría al día siguiente, ya que Darcy vería asuntos de negocios los próximos días. Durante la cena, Lizzie preguntó: –¿Cómo están los Bingley? –La Sra. Bingley ya se ha sentido mejor en las últimas semanas, por fin ha pasado el periodo más difícil de su embarazo –comentó la Sra. Bennet. –¡Oh! ¡Qué gusto me da oírlo! –Pronto estará con los bochornos. Antes sentía vértigo y temblaba de frío por la falta de alimento y al rato se mareará por el calor y la falta de oxígeno –indicó Kitty. –Y al Sr. Bingley se le ha visto más nervioso que de costumbre, ¿verdad, Sr. Bennet? Es extraño, todavía falta tiempo para el nacimiento –continuó la Sra. Bennet. –Tal vez estos días le sirvan de descanso y se tranquilice. ¡Qué desventurado hombre! –indicó el Sr. Bennet, que sabía que el Sr. Bingley ya estaba derrengado de tantas visitas de su suegra. –¡Qué gusto poder ayudar a mi buen amigo, aunque sea por un tiempo! –expresó Darcy, entendiendo las palabras del Sr. Bennet. Kitty se contuvo para no echar la carcajada y Lizzie quedó sorprendida de ese comentario. Sin duda, Darcy se estaba contagiando de su picardía. –También hace unas semanas recibimos maravillosas noticias de Lydia. Nos ha dicho que está embarazada – anunció la Sra. Bennet. –Sí, también recibimos una carta –comentó Lizzie con alegría. –¡Ay, Sr. Bennet! Creo que pronto estaremos rodeados de muchos nietos –dijo la Sra. Bennet viendo a Lizzie y a Darcy–. Aunque es triste que Lydia esté tan lejos. –Tal vez sería bueno que fuéramos a visitarla –insinuó Kitty. –Si alguien va a visitarla, será solamente tu madre –indicó el Sr. Bennet con mucha determinación.

54 –El hijo de Charlotte va a nacer pronto. Lo esperan para las próximas semanas, según me ha escrito –señaló Lizzie. –Los Sres. Lucas están muy entusiasmados. Creo que irán a pasar una temporada a la abadía para ayudar a la Sra. Collins en sus primeros días –repuso la Sra. Bennet–. Recuerdo que yo no sabía ni qué hacer cuando nació Jane, la bebé lloraba y yo también. Si no hubiera sido por mi madre… –Creo que no fue de gran ayuda –murmuró Lizzie, provocando que Kitty casi se ahogara de la risa y Mary le tuviera que golpear en su espalda para que respirara nuevamente. El Sr. Bennet volteó a mirar a su hija predilecta, igual que Darcy, quien se había percatado de lo sucedido. Mientras, Georgiana platicaba con la Sra. Gardiner sobre el notable progreso de la Sra. Darcy en el piano. –¡Oh!, ¡qué gusto que hayas seguido practicando el piano!, querida Lizzie. Además, con una excelente maestra. –Sí, tía. Georgiana ha sido muy paciente conmigo, aunque me falta mucho todavía. –Ha sido muy grato ver sus avances –reconoció Darcy. –Para mí ha sido un placer –aseveró Georgiana–. Disfruto mucho de su compañía, se ha convertido en la hermana que nunca tuve y le he tomado un gran cariño. Durante el resto de la cena, Lizzie les comentó los lugares que había planeado visitar con ellos. Kitty sugirió la posibilidad de asistir a un baile en el Almack´s, pero sus expectativas fueron seriamente rechazadas por su padre, quien le dijo que no quería transigir un comportamiento indigno en un lugar como ése. Los Gardiner también sugirieron llevarlos a otros más que Lizzie no conocía y quedaron con muchos deseos por cumplir el programa previsto. Cuando todos se fueron a descansar, el Sr. Darcy le pidió unos momentos al Sr. Bennet, ambos fueron al estudio. Lizzie se sorprendió pero le agradó que su esposo hubiera buscado a su padre. Al día siguiente después del almuerzo, todas las señoras se aliñaron para salir al paseo cuando el coronel Fitzwilliam llegó con el Sr. Darcy. Pasaron al despacho a tomar el té junto con el Sr. Bennet. Cuando las mujeres ya estaban listas, Lizzie se fue a despedir de su marido y, viendo a su padre, le dijo: –Ya nos vamos papá. –Que les vaya bien, hija. –Pero ¿tú te quedas? –preguntó extrañada. –Sí. –Le pedí a tu padre que me regalara el día de hoy, tenemos unos asuntos que ver – explicó Darcy. Ella se despidió y se retiró con las demás. Gracias a un buen amigo del Sr. Darcy, representante del Parlamento, obtuvieron con facilidad un permiso para ingresar y disfrutar de una visita guiada en el Palacio de Westminster, en donde se reúnen las Cámaras del Parlamento del Reino Unido y el Tribunal de Justicia, a orillas del Río Támesis, que tiene jardines bellísimos, salas de reuniones, bibliotecas, comedores lujosamente montados, vestidos con maravillosos muebles, cuadros, esculturas y otros artículos invaluables.

55 Visitaron al Gran Salón de Westminster que se ha usado para llevar a cabo ceremonias de mucha importancia como banquetes de coronación en honor a los nuevos monarcas o ceremonias fúnebres de la realeza, y conocieron la Capilla de St. Stephen que fue construida en estilo neogótico. Fueron al Museo Británico, ubicado en la mansión Montagu, construida en el siglo XVI, que contaba con una colección de ochenta mil artículos procedentes de la colección privada de Sir Hans Sloane, médico y naturista, que incluían cuarenta mil libros, cuadros de Durero, una colección de ciencias naturales y antigüedades de Egipto, Grecia, Roma, Oriente Medio y Extremo y artículos de América. Pudieron ver libros de la biblioteca de Sir Robert Cotton y del anticuario Robert Harley dentro de la Biblioteca Británica que estaba en el museo. Al día siguiente, tuvieron la oportunidad de visitar Apsley House, la mansión de un amigo del Sr. Darcy, el Sr. Arthur Wellesley, militar y político, quien los recibió cortésmente al saber que venían la Sra. y la Srita. Darcy y fueron invitados a tomar el té. Era una mansión de estilo clasicista, erigida recientemente y montada con una colección de arte admirable. Enfrente de dicha mansión se encontraba el Hyde Park, uno de los parques más grandes de la capital, que se inauguró en 1637, y los expedicionarios caminaron por los jardines, al lado del lago y los puentes. Durante su paseo, mientras las damas platicaban seguidas por el Sr. Bennet y el Sr. Gardiner, un joven alto, bien parecido, rubio y de ojos azules observó atentamente a la Sra. Darcy, a quien siguió relativamente de cerca durante todo el trayecto hasta que abordó el carruaje. Lizzie, al advertir esa situación, se sintió incómoda y se extrañó aún más al ver a Georgiana sonrojada y casi sin poder hablar, pero no quiso hacer ninguna observación para que sus acompañantes no se percataran de lo sucedido: tal vez era el enamorado de su hermana. Esa tarde fueron al teatro a ver Los Cuentos de Canterburry, junto con Darcy y el coronel Fitzwilliam y, mientras esperaban en la fila para entrar al recinto, Darcy preguntó: –¿Cómo estuvo su excursión? –¡Maravillosa! –respondió la Sra. Bennet–. El Sr. Wellesley nos atendió excelentemente bien, nos enseñó toda su hermosa propiedad y nos trató con mucha amabilidad. –Yo disfruté nuestra caminata por el Hyde Park –comentó Lizzie. –Fue un paseo interesante, sobre todo para mi hermana –se burló Kitty–. ¿Quién habrá sido el caballero que observaba con suma atención a la Sra. Darcy? ¡Allí está otra vez, admirándola! A Georgiana se le esfumó el color, Lizzie institivamente volteó hacia donde su hermana tenía dirigida la mirada y Darcy con ella, tratando de entender el comentario, sin poder distinguir a nadie. –Me encantaría preguntar su nombre. ¡Los hombres rubios y de ojos azules son tan apuestos!, aunque también los de cabello obscuro –completó riendo y viendo a su cuñado. Darcy la observaba con la mirada encolerizada, queriendo leer su mente para conocer la identidad de ese sujeto. Lizzie tomó del brazo a su esposo y, sin darle mayor importancia de la que tenía, caminó con tranquilidad hacia sus lugares.

56 En el palco, Georgiana se sentó al lado de Lizzie y, cuando hubo oportunidad, le susurró al oído: –Lizzie, ¡él estaba en la entrada! –¿Quién? –¡Donohue! –¿Y te vio? –No, apenas lo vi pasar, ¡pero está en Londres! –Con un poco de suerte, te lo encontrarás otro día, ¡o al salir del teatro! –exclamó Lizzie emocionada. Al verlas, Darcy se puso de pie crispado y, sin decir palabra, salió al pasillo al tiempo que la función daba inicio. Lizzie lo alcanzó y le dijo: –Darcy, ¿te sientes bien? Él giró hacia su esposa y le cuestionó molesto: –¿A qué se refería Kitty con el caballero que te observaba en el parque y que estaba en este lugar? –No lo sé, no sé quién es y supongo que no era a mí a quien observaba. –Entonces ¿a quién? –indagó con vigilancia. –Presumo que a tu hermana. –¿A Georgiana? –inquirió atónito. –Sí, tu hermana ya no es una niña aunque a veces así la quieras ver, es bonita y puede llamar la atención de los caballeros. Él suspiró, tratando de encontrar sosiego. –Darcy, no puedes impedir que Georgiana tenga una ilusión en la vida, es mejor encausarla positivamente. –Y supongo que eso hacías. Lizzie asintió y, acercándose a su oído, le susurró: –Además, es maravilloso estar enamorada. –Cuando se es correspondida. Ella lo besó cariñosamente en el lóbulo de la oreja ocasionando que él se estremeciera y la estrujara contra sí. –Llévame a casa –murmuró Lizzie. –¿Y su función, madame? –Si prometes llenarme de tus besos, no me importará perdérmela. Darcy la besó y luego se retiraron.

Al día siguiente, conocieron la Catedral de San Pablo que se terminó de construir en 1710 al estilo barroco y observaron maravillados la hermosa cúpula donde estaban pintadas imágenes de la vida de San Pablo, obra realizada por el pintor James Thornhill; a Lizzie le llamó la atención saber que la bóveda de esta iglesia fuera la más grande después de la Catedral de San Pedro, en Roma. Subieron por los peldaños, en total 530, para observar más de cerca sus frescos, y luego caminaron por la Galería de los Susurros, donde se podía

57 escuchar un murmullo a 32 metros de distancia, teniendo que guardar un absoluto silencio, lo cual era muy difícil con la presencia de la Sra. Bennet y de Kitty, quienes llamaban la atención de los demás turistas. Por fuera del domo, en la Galería Dorada, pudieron contemplar una vista panorámica de la ciudad. También visitaron la iglesia de Santa Margarita, en Westminster, la iglesia del Parlamento Británico, fundada en el siglo XII, que se convirtió en la Parroquia del Parlamento de Westminster en 1614, y ha sido recurrentemente utilizada para bodas de la alta sociedad. Junto estaba la Abadía de Westminster, iglesia gótica del tamaño de una catedral, donde tradicionalmente se habían hecho las coronaciones y entierros de los monarcas. Pudieron conocer el trono donde se sientan los reyes en el momento de la coronación, la Silla de San Eduardo. Pasearon también por el St. James´s Park y los exóticos Jardines de Kew, construidos por el Lord Capellán de Tewkesbury, agrandados y felizmente remozados por la Princesa Augusta, y se impresionaron considerablemente al conocer la Gran Pagoda, una torre de imitación de la arquitectura china del período Taa que se localiza en la esquina de los jardines, erigida en 1762. Muchos de estos lugares Lizzie los visitó con Darcy y con Georgiana en las ocasiones anteriores en que estuvo en Londres y eran lugares que le habían impresionado grandemente y que sin duda su familia disfrutó. La Sra. Bennet se quedó atónita porque gracias a los contactos de Darcy pudieron visitar lugares muy exclusivos.

CAPÍTULO IX

Los Sres. Darcy y Georgiana regresaron a Pemberley con la grata sorpresa de que Lizzie había recibido una carta de Charlotte Collins, de Hunsford, Kent. “Querida Lizzie: Tengo la enorme alegría de informarte que ha nacido mi hijo el pasado lunes, su nombre es John y gracias a Dios es un niño sano que está creciendo satisfactoriamente. Mis padres han venido a visitarnos algunos días y me comentaron que los Bennet han ido contigo a Londres. Espero que hayan disfrutado mucho del viaje y que tú hayas gozado a tu familia. Con cariño, Charlotte”. También recibió una carta de Jane. “Estimada Lizzie: Espero que les haya ido muy bien en el viaje a Londres y que mi madre y mis hermanas se hayan comportado con prudencia. Tengo muchos deseos de saber cómo les fue y qué lugares conocieron. Espero que a tu regreso me escribas para contarme. Bingley y yo estamos bien, gracias a Dios los malestares ya casi han desaparecido y estoy mejor de salud, ya he comido bien y me siento más fuerte. El bebé está creciendo mucho y he percibido sus primeras patadas. ¡No sabes lo hermoso que sentí al darme cuenta de que mi hijo ya se mueve dentro de mí! ¡Ay, Lizzie, si pudieras apreciarlo! Ojalá reciba noticias tuyas pronto y nos veamos en Netherfield para pasar juntos las navidades. Con amor, Jane”. Lizzie, a la primera oportunidad que tuvo, contestó con alegría las dos cartas.

58 A la siguiente semana de su regreso de Londres, cuando Lizzie despertó su marido ya no estaba. Observó hacia las cortinas por donde entraba una luz tenue, se levantó y caminó hacia la ventana, recorrió el fino terciopelo y observó a lo lejos que el sol emergía de las montañas, pintando las nubes de un color rosado espectacular, mientras se reflejaba una luz maravillosa sobre el lago que se vislumbraba desde su lugar al tiempo que cabalgaba un jinete con sorprendente destreza. Era Darcy, quien después de unos minutos se perdió al internarse en el bosque. Lizzie suspiró anhelando tener a su esposo a su lado y sentir su calor en sus brazos desnudos y en su espalda apenas cubierta por el delicado camisón. Se frotó los brazos sintiendo un poco de consuelo al percibir los primeros rayos de sol, se desató la trenza que llevaba a un lado dejando suelto el cabello, se colocó la bata y se dirigió al tocador, donde encendió la chimenea para calentar el agua de su baño. Se acercó al lavabo observando los utensilios que su compañero había utilizado perfectamente bien acomodados, rozó la navaja con la que él se había rasurado esa mañana mientras la temperatura del agua se elevaba deseando sentir la suavidad de su rostro recién afeitado, cogió su colonia y la destapó oliendo el varonil aroma y reproduciendo en su imaginación cómo se la rociaba después de su baño. Luego se encaminó a su vestidor donde escogió, de entre múltiples opciones con que su marido la había abastecido, la ropa que usaría, viendo los que podría utilizar cuando quedara embarazada. Tomó su libro para continuar su lectura mientras esperaba; el agua estuvo lista y la vertió en la bañera con el dispositivo que habían incorporado hasta hacía poco para que ella pudiera hacerlo con facilidad sin la necesidad de solicitar asistencia. Posteriormente se despojó de su vestimenta y se incorporó en el agua cálida, sintiendo el vapor entrar a sus pulmones con el delicado aroma a lavanda del jabón que usaría y que hasta hacía una hora su esposo había utilizado, extrañando su compañía. Sumergió su cabeza en el interior de la bañera sabiendo que él estaría disfrutando de su deporte en esos momentos como ella gozaba dar sus caminatas por el jardín a media tarde sintiendo la brisa templada y los rayos del sol que la calentaban ligeramente. Cogió el jabón y lo frotó contra su cabellera produciendo abundante espuma que fue cayendo al agua mientras desaparecía su transparencia en tanto resonaban en su memoria los hermosos detalles de cariño que él había tenido con ella; se enjuagó disfrutando de un delicioso masaje en las sienes mientras la bañera se saturaba de burbujeo y se aseó el cuerpo pensando en lo inmensamente dichosa que era desde que se casó gracias al amor de su esposo, quien se desvivía por demostrárselo en cada oportunidad; antes de salirse roció su piel con agua limpia para quitar todo resto de jabón deseando el pronto retorno de su amado. La temperatura de la pieza era agradable gracias a que el fuego continuaba encendido, cogió su tibia toalla para secarse y se puso la bata cubriendo sus hombros con un paño para evitar que se mojara mientras cepillaba su cabellera al lado del calor. Cuando terminó, dejó que se extinguiera la pequeña flama que aún subsistía y se acercó a la ventana para abrir la fina cortina de muselina y dejar entrar por completo el sol que ya ofrecía un poco más de calor. Recordó la carta de Charlotte, imaginando la alegría que sentiría con su bebé en sus brazos llamándolo como ella hubiera escogido; escribió sobre el vidrio empañado los nombres que le gustaban para sus hijos: Christopher, Stephany, David, Scarlett, Sophia… Sonrió al pensar que

59 vendrían a buscarla cuando hubieran despertado por las mañanas para jugar con ella todo el día. Borró con su mano su escritura y suspiró al ver el horizonte sin señal de su marido, sin saber cuánto más iba a tardar, así como el bebé que tanto deseaban para llenarlo de su amor y compartirle su felicidad. Se dirigió al vestidor y se colocó su ropa, rememorando la alegría que reflejaba Jane durante su visita, a pesar de su malestar, sin podérsela imaginar con la silueta agraciada por el embarazo, mientras tocaba su propio vientre anhelando sentir esas patadas que su hermana le había querido compartir a través de su carta. Salió del vestidor en el momento en que se abrió la puerta de la habitación: Darcy había regresado. Lizzie sonrió sintiendo que los latidos de su corazón se aceleraban mientras ambos caminaron a su encuentro y se tomaron de las manos. Darcy la besó en la mejilla, percibiendo el olor a lavada que se detectaba en su abundante cabellera. –Veo que ya pudiste disfrutar de tu baño. ¿Tuviste alguna complicación? –No, pude hacerlo fácilmente. Aunque sí te agradezco que hayas dejado el agua lista para calentar. –No quiero que cargues cosas pesadas y te lastimes por esa razón. De todas maneras regresé antes por si necesitabas ayuda. –Gracias, el dispositivo está maravilloso; ojalá hubiera tenido uno en Longbourn. Sin embargo, tengo una pregunta. Darcy la observó con cariño contemplando su sonrisa en espera a que cuestionara lo que tenía en mente. –¿Por qué me tienes tan abandonada? –¿Abandonada? Si no mal recuerdo, ayer te quedaste dormida casi al tocar la almohada. –Y hoy saliste a cabalgar muy temprano sin despedirte. No vimos el amanecer juntos. –Lo primero que hago al despertarme todas las mañanas es contemplar tu belleza y agradecer al cielo que tú estés a mi lado mientras te beso, aunque duermas profundamente como hoy. –Te extraño, y debo reconocer que no puedo ni quiero estar lejos de ti. –Tendremos que ponerle un remedio a esto. Te prometo que el fin de semana lo dedicaré por completo a mi amada esposa. –Me gusta su sugerencia, Sr. Darcy, aunque yo tenía en mente algo más inmediato –indicó ella con una sonrisa muy sugerente. Darcy sonrió y, acariciando su rostro, le dijo: –Dios me ha bendecido, aun sin merecerlo, con una esposa inteligente, generosa, comprensiva, cariñosa y maravillosamente apasionada. Él la besó con devoción. Al día siguiente, antes de salir a cabalgar, Darcy y Lizzie observaron desde su habitación el hermoso amanecer y pasaron el fin de semana disfrutando su placentera compañía.

60 Semanas después, mientras Lizzie y Georgiana se encontraban en su sala privada, haciendo bordados y platicando, la Sra. Reynolds llamó a la puerta y anunció al Sr. Bennet. Lizzie se exaltó y corrió a saludar a su padre. –Papá, ¡qué sorpresa! No sabía que vendrías. –Quería sorprenderte y veo que lo he conseguido de nuevo –anotó el Sr. Bennet abrazando a su hija y saludando a Georgiana. –¡Me alegra que tus astucias sigan funcionando! –Sí, son maravillosas. Lizzie le sirvió té a su padre y conversaron de las novedades de la familia y sobre el embarazo de Jane que ya estaba avanzado, todos esperaban con emoción el próximo nacimiento. El Sr. Bennet le platicó que conocieron al hijo de Charlotte, pues habían ido a Hertfordshire la semana anterior a visitar a los Sres. Lucas, y la Sra. Bennet quiso saludar a Charlotte. Darcy, que había salido toda la mañana, llegó en esos momentos y se sorprendió de ver a su suegro, ya que lo esperaba hasta el día siguiente. –Pero, ¿cómo?, ¿tú sabías que mi padre vendría y no me lo dijiste? –preguntó Lizzie pasmada, al darse cuenta de que Darcy sabía que su padre estaría de visita. –Sí, me encanta sorprenderte. Durante la estancia del Sr. Bennet en Pemberley, Darcy lo invitó a ir de cacería, acompañados por el coronel Fitzwilliam, mientras que Lizzie y Georgiana salieron al condado para realizar algunas compras. En otra ocasión, Darcy, Fitzwilliam y el Sr. Bennet fueron a cabalgar al bosque y Lizzie salió con Georgiana a caminar. Habían acordado encontrarse en el bosque y Georgiana expresó sus deseos de montar un rato con Darcy y Fitzwilliam después de hacer un cambio de sillas, mientras Lizzie y su padre continuaban su paseo a pie. Georgiana cabalgaba con agilidad pero ciertamente no dominaba ese deporte, por lo que cuando regresaban hubo un momento en que su yegua salió desbocada sin que pudiera controlarla. Al ver esto, Darcy y Fitzwilliam remontaron a toda velocidad para ayudar a su hermana y detener al animal que se dirigía al acantilado. Lizzie y el Sr. Bennet observaban lo sucedido con atención y desconcierto. Darcy, acortando la distancia y adelantándose al caballo de su hermana, pasó por un terreno rocoso que había en el camino, pero el corcel se asustó al pisar un nido de serpientes y se levantó, indómito, tratando de zafarse las víboras que se subían a sus patas y dio brincos violentamente. Al ver lo sucedido, la yegua de Georgiana se detuvo en seco, al igual que Fitzwilliam que ya estaba cerca, viendo horrorizados la lucha de Darcy y del caballo por sobrevivir. Darcy, con todas sus fuerzas se afianzó a su animal y aguantó la lucha que ferozmente emprendía, evitando un fatal accidente que agitadamente concluyó con la muerte de sus atacantes. El Sr. Bennet salió corriendo para ayudar y Lizzie observaba todo lo sucedido, aterrada y sin poder moverse. Cuando Darcy tomó el control total del equino, se acercó a su hermana y a su primo que se aproximaban a él caminando. Darcy se apeó del caballo y abrazó a Georgiana que, asustada, lloraba. El coronel le dijo:

61 –¿Estás bien, Darcy? –Sí, gracias. ¿Ustedes están bien? Fitzwilliam asintió con la cabeza. El Sr. Bennet se acercó con gran agitación en su viejo corazón. –¿Se encuentra bien, Sr. Darcy? –indagó el Sr. Bennet. Él asintió con la cabeza. –¡Vaya manera de sortear a la muerte! –continuó su suegro. –Sr. Bennet, ¿dónde está Lizzie? –preguntó Darcy. –¿Lizzie?, estaba conmigo –recordó el Sr. Bennet volteando hacia atrás sin poder hallarla–. Creí que venía… –Regresen a la casa. Iré a buscarla. Darcy izó al caballo y fue en su búsqueda. Después de un rato de cabalgar divisó a Lizzie recargada en un árbol. Descendió del animal y se acercó. Cuando Lizzie se percató de su presencia, se volteó y abrazó a su marido en medio de un mar de lágrimas, diciendo: –Creí que te perdía para siempre. Darcy la estrechó fuertemente. El Sr. Bennet regresó a Longbourn después de unos días más en Pemberley, justo cuando Lizzie y Darcy salieron de viaje para conmemorar su primer aniversario de bodas. Darcy había programado llevarla a Londres y asistir a la ópera, ya que Lizzie tenía muchos deseos de verla.

CAPÍTULO X

Después de este viaje fueron a Hertfordshire a pasar las navidades en casa de los Bingley. Lizzie tenía la esperanza de quedarse unos días más en Netherfield porque ya estaba próximo el nacimiento del hijo de Jane que estaba programado para enero, pero no estaba segura de que fuera sagaz, por lo que prefirió esperar a ver cómo estaba su hermana para luego manifestar sus deseos a Darcy, quien tenía grandes sospechas al respecto. Llegaron a Netherfield un día antes de las fiestas navideñas y fueron recibidos por los Sres. Bingley, la Srita. Georgiana y la Srita. Bingley. Lizzie saludó con mucho cariño a Jane, entusiasmada por el próximo nacimiento de su sobrino. Jane ya tenía muy avanzado el embarazo y se veía notablemente cansada, por lo que permaneció sentada por largo rato y Lizzie, a su lado, le preguntó cómo le había ido, pues aunque le había platicado de su embarazo por carta, ella estaba muy interesada en escuchar todos los detalles. –¡Ay Lizzie! Hay momentos que pienso que ya quiere nacer. ¡Se mueve tanto! –Me gustaría mucho sentir sus patadas. –No me lo vas a creer, pero hay veces que brinca, como si bailara, y el doctor me ha dicho que se mueve rítmicamente porque tiene hipo.

62 Jane tomó la mano de Lizzie y la puso sobre su abultado vientre, ella se quedó maravillada por lo que estaba sintiendo. Jane le platicó que había sentido mucho movimiento cuando Bingley le hablaba al bebé y eso conmovió a Lizzie, que la observaba con una sonrisa. La Srita. Bingley se acercó a Darcy y murmuró: –Sr. Darcy, se ve que la Sra. Darcy está entusiasmada con el bebé, creo que tendrá que aplicarse, o ¿acaso ya se le quitó el encanto? –Darcy, ¿qué tal estuvo el viaje a Londres? –indagó Georgiana. –Muy placentero, fue como una segunda luna de miel –contestó Darcy mirando a la Srita. Bingley con altivez. –A ver si pronto se ven los resultados –le susurró al oído la Srita. Bingley–. ¿Y qué tal sus clases de equitación con el Sr. Darcy? –preguntó a Lizzie. –Hemos decidido posponerlas para más adelante. –¡Oh, claro! Podría ser peligroso en caso de que encargara. La Sra. Elizabeth piensa en todo, ¿no cree usted, Sr. Darcy? –Por cierto, Srita. Caroline, la próxima vez que nos visite en Pemberley tendré el gusto de enseñarle el retrato de la Sra. Darcy que pintó el maestro William Beechey. Verdaderamente le hizo justicia a la belleza de sus ojos –repuso Darcy. –¡Oh! ¿el retrato de Lizzie? ¡Quedó precioso! –indicó Georgiana–. Y el lugar que le escogiste es el mejor de toda la casa. –Sí, tengo muchos deseos de verlo, Lizzie –expresó Jane–. Mi padre quedó extasiado, según me ha dicho. –Y los Sres. Bennet, ¿van seguido a Pemberley? –interrogó la Srita. Bingley a Darcy–. ¡Vaya qué visitas! Charles me dice que de aquí no se despegan. Sólo cuando visitan a la Sra. Darcy. ¿Sucede igual en Pemberley? Seguramente hasta a Londres se los han llevado. –Y usted, Srita. Bingley, ¿ha cultivado algún otro interés en la vida o sólo encuentra placer en expresar los pensamientos que tiene de los demás? –cuestionó Darcy con severidad. La Srita. Bingley se levantó de su asiento y se retiró enfadada. –Parece que a mi hermana le ha dado otra vez jaqueca –explicó Bingley. Al día siguiente, los Sres. Gardiner y los Sres. Bennet fueron a Netherfield a festejar las fiestas con quienes se encontraban reunidos. La Sra. Bennet

hacía tiempo que no veía a Lizzie, por lo que se mostró

excesivamente cariñosa al saludarla. Kitty, siguiendo el ejemplo de su madre, hizo lo mismo y le preguntó después de tomar asiento en el salón principal: –Platícame, Lizzie, ¿cómo les fue en su viaje? ¿El Sr. Darcy te llevó al Almack´s?, ¿fueron otra vez al teatro en Londres? Me encantó cuando fuimos a ver Los Cuentos de Canterburry. ¡Qué lástima que te la perdiste!, tenías tantas ganas de verla. –El Sr. Darcy se sentía indispuesto –explicó Lizzie. –O tal vez los enamorados querían estar solos.

63 –Has de saber que renunciar a algún gusto por el ser amado trae mayores satisfacciones en la vida. –¿Y qué otros sitios visitaron en Londres, Srita. Kitty? –indagó la Srita. Bingley. –Lizzie nos llevó a conocer muchos lugares, varias iglesias. ¿Te acuerdas de la Galería de los Susurros? – preguntó viendo a Lizzie–. No podía aguantar la risa mientras todos nos veían. ¡Oh!, también vimos el Museo Británico con todas las filas de libros que Lizzie no soltaba y las paredes llenas de pinturas que admiraba. Conocimos hasta la mansión de un amigo del Sr. Darcy, un noble muy apuesto, el Sr… –El Sr. Wellesley –aclaró Darcy. –Gracias. Nos enseñó toda su casa y su colección de arte, y hasta nos invitó a tomar el té –expuso Kitty. –¡Ay!, quedé asombrada de las atenciones del Sr. Wellesley. Gracias a la recomendación del Sr. Darcy nos enseñó su preciosa mansión, llena de detalles y de lujos; tiene unas obras de arte bellísimas. Y no te olvides del Palacio de Westminster, que antes era residencia real –comentó la Sra. Bennet. –¡Vaya, vaya! Debió ser una visita muy interesante –reflexionó la Srita. Bingley viendo a Darcy. –¡Oh, sí!, sólo se puede entrar al Parlamento con una recomendación de la nobleza, y el Sr. Darcy tiene muchas amistades en ese círculo –continuó la Sra. Bennet. –Y no olvidemos nuestro paseo en el Hyde Park y ese misterioso caballero que observaba con sumo interés a la Sra. Darcy –recordó Kitty. Darcy, de pie, frunció el ceño, observando a su cuñada con enfado. –¡Ah! Finalmente lo traen en la sangre. El flirteo se da por naturaleza en ciertas familias –dijo la Srita. Bingley riendo y viendo a Lizzie. –Es cierto, es un talento que yo he aprovechado exclusivamente para seducir a mi marido; en cambio otras mujeres se conforman coqueteando a hombres casados para tratar de impresionarlos –aclaró Lizzie con sarcasmo. Kitty se contuvo de echar la carcajada gracias a que Lizzie, junto a ella, le dio un codazo a tiempo. –Pero, platícanos de su último viaje a Londres, Lizzie –pidió Jane. –Fue inolvidable. Darcy me llevó a la ópera Rinaldo de Haendel, en el Teatro del Rey de Haymarket, y me encantó. Es lo único que les puedo decir –remembró Lizzie, sonriendo al ver a Darcy. –Es la historia de amor entre un guerrero cristiano, Rinaldo y Almirena, y cómo la hechicera Armida lo mantiene en su poder –explicó Mary. –Me han hablado mucho de esa obra, dicen que es magnífica –apuntó el Sr. Gardiner. –Sí, es sorprendente. Su orquestación es exquisita y rica en armonías –expresó Darcy. –Me mostraron hace poco la pintura de Rinaldo y Armida, del maestro Francois Boucher, es muy hermosa – señaló el Sr. Bennet. –Vaya manera de celebrar el primer aniversario: unos esperando el nacimiento de su primer hijo y otros viajando. Esperemos que para la próxima navidad ya haya otro nieto, ¿verdad Sr. Bennet? –sugirió la Sra. Bennet. –Eso sería maravilloso –anheló Georgiana–. ¡Mi primer sobrino!

64 –Veo que hay muchos entusiasmados en el mismo tema, ¿no le parece, Sr. Darcy? –le susurró la Srita. Bingley, quien se había puesto de pie para aproximarse–. Me pregunto si usted comparte el mismo interés. –Si gusta, en su lista de interesados me puede poner en primer lugar, junto con mi esposa –aseveró Darcy con su acostumbrado engreimiento. –¡Oh, vaya! Qué bueno que todos estén en la misma sintonía. –¿Y ya tienen todo lo necesario para el bebé? –preguntó la Sra. Gardiner a Jane. –Sí, ya tenemos todo. Lizzie me hizo el favor de traerme de Londres lo que me faltaba. –¡Oh! Yo te quiero dar un obsequio, dime algo que se te apetezca. –Voy a pensarlo y se lo comunico, tía. Muchas gracias. –¡Vaya! Nuestro sobrino va a ser muy consentido –señaló la Srita. Bingley–. Yo también le he traído un regalo. –Sí, eso es seguro –reiteró Georgiana–. Yo le traje una mesa que pinté para decorar su alcoba. –Muchas gracias –contestó Jane. –¿Sigue pintando mesas, Srita. Georgiana? –averiguó la Srita. Bingley–. Recuerdo una especialmente con la que quedé pasmada hace ya algún tiempo. –Sí. Le he estado enseñando la técnica a Lizzie, lo hace muy bien. –Todavía me falta mucho, querida Georgiana –respondió Lizzie. –Hay cosas que sólo se aprenden a lo largo de toda la vida, no bastan unos cuantos meses –comentó la Srita. Bingley–. Usted, ¿qué opina, Sr. Darcy? –También hay personas que ni en toda una vida logran cultivar buenos sentimientos –contestó Darcy, causando gran enfado a la Srita. Bingley–. ¿Cuándo dice que se regresa a Londres, Srita. Bingley? –¡Mañana! Ya he tenido suficiente de reuniones familiares para los pocos días que he estado aquí. –¡Qué lástima! La vamos a extrañar –comentó Lizzie. Después de la cena, la velada continuó con la interpretación de Georgiana en el piano con música y algunos cantos tradicionales de la época. Luego, tras la insistencia de Mary, Jane accedió a que cantara algunas piezas, causando sin duda mucha incomodidad en la Srita. Bingley, quien decidió retirarse temprano de la reunión. Cuando hubo terminado la celebración, todos se despidieron y los Sres. Darcy se fueron a su habitación, donde Lizzie hizo una observación a su marido, tras haberse cerrado la puerta: –He visto que la Srita. Bingley se te acercó con mucho interés. –¿Acaso estás celosa? –preguntó Darcy sonriendo. Lizzie lo miró de tal forma que delicadamente exigía una explicación, a la que Darcy contestó: –No tienes de qué preocuparte. Creo que prefiero la compañía de tu madre a la de la Srita. Bingley. Lizzie sonrió y su mirada se llenó de tranquilidad.

CAPÍTULO XI

65 A la mañana siguiente, Darcy y Bingley necesitaban discutir unos asuntos en el despacho y Jane expresó sus deseos de salir a caminar un rato al jardín y respirar aire fresco, después de que la Srita. Bingley se hubo retirado. Lizzie y Georgiana, encantadas, salieron con Jane. Era una mañana soleada aunque la brisa era fría, por lo que salieron cubiertas con una capa. Caminaron por un rato observando los árboles desprovistos de hojas y escuchándolas crujir con cada paso que daban mientras se acercaban al río donde un ciervo saciaba su sed y unos conejos comían de la hierba donde todavía había residuos de la ligera nevada de la noche anterior que se derretía con lentitud. Cruzaron el puente en tanto Lizzie recordó con emoción los días en que jugaba con su padre y sus hermanas en la nieve, a tres millas de allí, en Longbourn, cuando todo el horizonte se pintaba de blanco y sentía brillar el sol en todo su esplendor, mientras Georgiana les compartía algunos gratos recuerdos que ella guardaba de las navidades que pudo disfrutar en compañía de sus padres. Jane, cansada, sonreía pensando en el cambio que en su vida se presentaría en los próximos días con el nacimiento de su criatura, sintiendo cada vez más adolorida su espalda, razón por la cual tomó asiento en el siguiente tronco que encontraron en el camino. Respiró profundamente buscando un poco de relajación en los músculos que tenía tensos por la caminata mientras Lizzie y Georgiana reían con el fluir de sus recuerdos, sin percatarse de que Jane se había tornado seria y hasta preocupada al sentir unos dolores que la atemorizaron y que, cuando se los manifestó, asustaron mucho a sus acompañantes, ya que estaban alejadas de la casa. El cielo se empezó a llenar de nubes grises, la fuerza del viento aumentó y la luz del sol disminuyó notablemente; Jane trató de reflejar una tranquilidad que no sentía cuando se levantó de su asiento con enorme dificultad, se apoyó del delgado brazo de su mortificada hermana para continuar su camino pero sentía desmoronarse cada vez que retornaba ese dolor que endurecía su vientre y que le recorría la espalda teniéndose que soportar también de Georgiana para no caer. Los dolores eran cada vez más fuertes y frecuentes hasta que uno provocó que se le rompiera la fuente, encorvándose violentamente cayendo al pasto y dejando escapar un lamento desgarrador que impresionó a sus acompañantes. Lizzie, al ver la terrible condición de Jane y sentir las primeras gotas de lluvia, se quitó la capa para resguardar a su hermana y le pidió a Georgiana que se quedara mientras ella iba a la casa a pedir ayuda; se fue corriendo lo más rápido que pudo y llegó al portón golpeándolo con todo su vigor en varias ocasiones, angustiada de no ser atendida oportunamente, pensando en el sufrimiento de su querida hermana. La Sra. Nicholls abrió y ella, sin decir una palabra, entró con premura a buscar a Bingley al estudio; ingresó sin llamar a la puerta y únicamente encontró a Darcy. –¿Dónde está Bingley? –preguntó jadeando. –No está, salió a Meryton. ¿Qué sucede? –indagó poniéndose de pie. –Jane… ¡Ya va a nacer el bebé y ya no puede caminar! –¿Dónde está?

66 Lizzie salió corriendo y tras ella Darcy, encontraron a Jane acostada en el pasto sin poder moverse junto a Georgiana, quien trataba de animarla y de protegerla de la lluvia que aumentaba de intensidad. Darcy tomó a Jane en sus brazos y regresó lo más pronto posible, cuidando de no resbalarse con el lodo que se había formado en algunas partes del camino, seguido por Lizzie y por Georgiana. Los dolores eran muy fuertes y Jane se retorcía con cada contracción. Cuando llegaron, Darcy ordenó: –Georgiana, que vayan a buscar al Dr. Jones y a Bingley. Darcy subió a Jane a su alcoba y la recostó en la cama, mientras Lizzie y Georgiana se miraban asustadas sin saber qué hacer. Lizzie se acercó a Jane y le tomó la mano, en tanto ella se la apretaba con todas sus fuerzas, hundida en un profundo dolor. –¡Ya va a nacer, ya va a…! –gritó Jane retorciéndose cuando la Sra. Nicholls entró en la habitación, quien le pidió al Sr. Darcy que fuera por el agua caliente que se estaba preparando en la cocina, a Georgiana le solicitó que fuera rápido por toallas limpias y a Lizzie que le ayudara a quitarle la ropa mojada. –¿El doctor, ya llegó? –preguntó Jane a Lizzie mientras le desabrochaba el vestido. –No, aún no. –¿Charles ya está aquí? –No lo sé. Georgiana tocó a la puerta para entrar con el agua y las toallas y le dijo a Jane: –Ya está aquí el Sr. Bingley. El médico no ha llegado –le anunció a la Sra. Nicholls, que se preparaba para recibir al bebé. Mientras tanto, afuera, el Sr. Bingley se enteró de la noticia gracias a Darcy. Al saber que su hijo estaba por nacer, se convirtió en un manojo de nervios que daba vueltas de un lado a otro sin parar, enloquecido, gimiendo: –¡Y el médico no ha llegado! Darcy trataba de tranquilizar a su amigo sin conseguirlo. –Pero, tú viste a Jane, ¿cómo estaba? –investigó Bingley. –Creo que en realidad no te gustaría saber. –¿Tan mal estaba? ¡Oh, Darcy! ¡La lluvia cada vez está más fuerte y el doctor que no llega! Bingley se puso más nervioso al oír los lamentos que emitía Jane adentro de la habitación. Por su parte, la Sra. Nicholls le pidió a Lizzie: –Por favor, Sra. Darcy, tome unas toallas y venga junto a mí. ¡Ya viene el bebé! Jane, en medio de un escalofriante dolor, pujó con todas sus fuerzas por segunda vez para que saliera el bebé, pero no fue suficiente. Había que esperar a la siguiente oportunidad. Georgiana se acercó a ella y le rozó el rostro con una toalla para secarle el sudor, aunque temblaba de frío. Jane sintió que venía el momento y con todas sus fuerzas volvió a pujar, gritando de tal forma que provocó que los vidrios vibraran y que Bingley se quedara paralizado. La Sra. Nicholls cogió a la criatura que empezó a llorar, al igual que la madre, en tanto que el padre hacía lo mismo afuera; le cortó el cordón y le entregó el bebé a Lizzie para que

67 lo envolviera en las toallas, quien lo abrazó llena de emoción, inundada en lágrimas, sin querer desprenderse de esa cría que luchaba por abrir sus ojos y ver la luz por primera vez. El doctor llegó corriendo hasta donde estaban Bingley y Darcy y entró a la habitación sin saludar. Lizzie le entregó su hijo a Jane, quien lo cogió emotivamente y salió, tras observar conmovida a su hermana. Bingley y Darcy esperaban noticias ansiosamente y, con las lágrimas deslizándose sobre sus mejillas, Lizzie les dijo: –Es una preciosa niña. Bingley entró a la habitación rápidamente. Darcy se acercó a Lizzie y acarició su rostro. –Cargué a la pequeña y no quería separarme de ella. Si vieras cómo me miraba. –Ya pronto tendremos un hermoso bebé –contestó él. Darcy abrazó con cariño a su esposa. Después de unos momentos, Bingley y Georgiana salieron de la habitación y Lizzie le preguntó a su cuñado: –¿Cómo está Jane? –Bien, muy cansada. El doctor dice que le dará algo para que descanse mejor. Mi hija, está dormida. ¡Es un ángel! –exclamó Bingley orondo–. Darcy, quiero agradecerte que hayas ayudado a Jane. De no haber sido por ti, habría nacido en el jardín bajo la lluvia. –Tú habrías hecho lo mismo. No tienes nada que agradecer. Bingley escribió una nota casi ilegible y con deficiente redacción para los Sres. Bennet, avisándoles la alegre noticia del nacimiento de su hija Diana. Cuando la Sra. Bennet recibió la carta de manos de la Sra. Hill y pudo descifrarla, fue corriendo a buscar a su marido y muy nerviosamente le dio la noticia. –¡Vamos Sr. Bennet! Tenemos que partir inmediatamente a Netherfield. ¡Jane nos necesita! –Pero si ya nació la criatura, querida. Lo más difícil ya pasó y dice Bingley que las dos están bien. –¡Bennet! ¡Ten compasión de mis nervios! Quiero ver a mi nieta. ¡Vámonos! El Dr. Jones terminó de hacer las curaciones a Jane, salió de la habitación y le dijo a Bingley: –La Sra. Bingley ya está descansando, muchas felicidades. Todo salió muy bien gracias a la ayuda de la Sra. Nicholls, la Sra. Darcy y la Srita. Georgiana. La bebé está muy sana y duerme profundamente. Ya le di todas las indicaciones a la Sra. Nicholls y regresaré mañana para ver cómo siguen. Bingley acompañó al doctor a la puerta agradeciendo mucho su ayuda, regresó a donde los Sres. Darcy y Georgiana aguardaban y le dijo a Lizzie: –Por lo visto hoy tengo que agradecer también a la Sra. Darcy. Muchas gracias, ha sido de gran ayuda. –No tiene nada que agradecer. Ya sabe que quiero mucho a Jane y que haría cualquier cosa por ayudarla. –También le agradezco mucho, Srita. Georgiana. Su apoyo ha sido muy valioso para nosotros –le expresó a ella, quien asintió con una sonrisa–. Me siento culpable porque no estuve con Jane cuando más me necesitaba –lamentó Bingley.

68 –Todo fue tan rápido. Nadie se imaginaba que se iba a adelantar el bebé –lo disculpó Lizzie tratando de animarlo. La Sra. Nicholls salió de la habitación y se dirigió a su amo: –La Sra. Bingley dice que pueden pasar. Quiere ver a los Sres. Darcy y a la Srita. Georgiana. Jane tenía en brazos a la bebé, sentada en la cama, cuando entraron. Lizzie se adelantó y se acercó a su hermana, sentándose junto a ella. Jane le dijo: –Lizzie, Sr. Darcy, Georgiana, les agradezco de todo corazón la ayuda que me brindaron, es algo que nunca olvidaré. –¡Ay, Jane! Al contrario, yo tengo mucho que agradecer. Fue una experiencia… Lizzie se quedó sin habla, sintiendo un nudo en la garganta. Jane la tomó de la mano y le dijo: –¿Quieres cargarla? –Me encantaría –susurró Lizzie. Mientras Lizzie cargaba a la bebé, Darcy contemplaba la escena conmovido. La criatura tenía la cara sonrojada pero suave como el terciopelo, con su exiguo cabello dorado y sus hermosos ojos azules que observaban todo a su alrededor, envuelta en cobijas y diminuta en tamaño. Luego, Bingley les dijo: –Sres. Darcy, queremos solicitarles que sean los padrinos de Diana. –¡Oh!, será un gran honor para nosotros –expresó Darcy acercándose a Lizzie para conocer a su ahijada al tiempo que ella sonreía y acariciaba el rostro de la bebé con mucho amor. Más tarde, la Sra. Nicholls tocó a la puerta para anunciar que los Bennet habían llegado. Entraron a la habitación y la Sra. Bennet corrió al encuentro de Jane y de su nieta, por lo que Lizzie se hizo a un lado encontrándose con Darcy. Kitty y Mary se acercaron con el Sr. Bennet. Bingley estaba radiante y Jane mostraba en su rostro una alegría plena. –¡Oh, pero si es una preciosa niña!, Sr. Bennet –alzó la voz la Sra. Bennet cargando a la niña y llevándola a su marido–. Sin duda heredó la belleza de Jane. Será la nieta más bonita, tal como su madre. –Es una niña encantadora. Jane, Sr. Bingley, mis felicitaciones –opinó el Sr. Bennet. –Aunque no lo fuera, dirían lo mismo –señaló Kitty. –¡Pero ella es un ángel! Nada más hay que ver a sus padres. Con la belleza de Jane y el buen porte de su padre han hecho la combinación perfecta. No como el hijo de la Sra. Collins, que la única gracia que tiene son sus cachetes regordetes que cuando crezca desaparecerán –comentó la Sra. Bennet–. ¡Qué desafortunada criatura!, no tenía de dónde heredar. De la que te salvaste Lizzie: de haberte casado con el Sr. Collins, quién sabe cómo serían tus hijos. –Querida, dejemos de hablar de los bebés de otros –solicitó el Sr. Bennet, acercándose a Jane–. Lo importante es que Jane y Diana estén bien. Hija, nos has dado una enorme alegría al verte convertida en madre de una niña tan bonita –concluyó besando a su hija en la frente. La bebé despertó con llanto a causa de su apetito, por lo que los señores se retiraron de la habitación, mientras Jane nerviosamente se preparaba para el difícil arte de amamantar.

69 Al atardecer, Lizzie salió de la habitación y fue al jardín a caminar y respirar aire fresco. Darcy la vio por la ventana del estudio y fue a su encuentro; continuaron el paseo tomados de la mano. –Ya sentía que me ahogaba en la habitación con los comentarios de mi mamá. No ha parado de hablar desde que llegaron, queriendo enseñar a Jane lo que debe hacer para ser una buena madre. –Sí, comprendo. –Ahora la Sra. Bennet estará aquí desde el alba hasta el anochecer. Siento compasión por Jane y por Bingley, y también por Diana que se tendrá que acostumbrar al nerviosismo de la abuela, además del de sus padres. Lizzie suspiró y tiernamente le dijo a su marido, llena de alegría: –¡Ay Darcy! Jane me dejó cargarla otra vez y estuve con ella un largo rato hasta que se durmió en mis brazos. ¡Fue tan bonito! –Te veías muy hermosa cargando a la niña –indicó Darcy sonriendo y mirando a Lizzie, mientras el atardecer comenzaba a caer. Lizzie respondió con una sonrisa y, poniéndose frente a él, le tomó la otra mano. –Darcy, ¿cuándo será el día en que te vea orgulloso cargando a tu hijo? –Ya estoy muy orgulloso y feliz de tenerte como esposa. –Pero, ¿deseas tener un hijo tanto como yo? –Con toda el alma –respondió Darcy y la besó, mientras el sol se ocultaba entre las montañas. Cuando los Darcy regresaron a la casa, antes de la hora de cenar, los Sres. Bennet, Mary y Kitty se despedían del Sr. Bingley en la puerta. Lizzie despidió a su familia y mientras se iban, Bingley reflexionaba: –Necesitaré mucha paciencia los próximos días, hasta que podamos mudarnos a Starkholmes. –¿Cuándo planean mudarse? –preguntó Lizzie. –En cuanto Jane esté recuperada. Los Sres. Darcy permanecieron varios días más en Netherfield junto con Georgiana, pasaron año nuevo con ellos y asistieron orgullosos al bautismo de su ahijada. Luego regresaron a Pemberley. Lizzie guardaba la esperanza de que Jane se mudara pronto para poder ver más seguido a su querida Diana.

CAPÍTULO XII

A los pocos días de su arribo a Pemberley, Lizzie recibió una carta de Lydia. “Querida Lizzie: Te agradezco mucho el dinero que me enviaste la última vez, con el cual pude completar para comprar la cuna de mi bebé y un poco de ropa. Ya adorné su cuarto y quedó precioso, ojalá pudieras verlo. Mi madre ya me comunicó la maravillosa noticia de Jane y me dijo que tú eres la madrina de su pequeña Diana. ¡Me encantaría que ustedes fueran los padrinos de mi bebé! ya que tengo mucho que agradecerle al Sr. Darcy y a ti por toda su ayuda, aunque comprendo que será difícil por la distancia. Quiero decirte que soy muy feliz y deseo que pronto tú también goces de esta felicidad de tener un hijo en las

70 entrañas, aunque te confieso que me llena de temor el momento de su nacimiento y, según lo que me han dicho, es para salir corriendo, pero ya no hay vuelta para atrás. Saludos a todos, Lydia”. Lizzie suspiró, viendo que su hermana seguía igual que siempre, pensando en cosas superfluas y sin entender la extraordinaria bendición que ya habían recibido.

Los Bingley se mudaron a Starkholmes, y al concluir todos los arreglos, invitaron a cenar a los Sres. Darcy y a Georgiana. La Sra. Nicholls anunció a los invitados y, después de los saludos, Lizzie se acercó a Diana para cargarla y Jane se la entregó con gusto. –¿Cómo se han sentido en su casa nueva? –indagó Darcy. –¡Oh, excelente! Que me perdone la Sra. Bingley aquí presente pero yo ya necesitaba un respiro. Sentía ahogarme cada vez que teníamos visitas –señaló Bingley. –Mi madre y mis hermanas suelen causar ese efecto. Hasta yo que viví veinte años a su lado lo he sentido – aclaró Lizzie acariciando a la bebé. –La Sra. Bennet nos visitaba prácticamente todos los días; aunque hablé con ella varias veces para hacerle entender que ya no era necesario que sus visitas fueran tan frecuentes, hizo oídos sordos a mi petición – explicó Jane–. Y he de agregar que por fin hemos disfrutado de Diana con tranquilidad. –Y mi padre, ¿qué dijo? –preguntó Lizzie. –Siento lástima por mi papá. Sólo dijo tristemente que comprendía la situación y que extrañaría a Diana. Ya se había encariñado mucho con ella. Pero a mi madre sólo la haría entender poniendo distancia de por medio –respondió Jane. –Le escribiré a papá –expresó Lizzie afligida. –Tal vez quieras sugerirle que se escape unos días de tu madre y venga con nosotros a Pemberley –propuso Darcy. –¡Oh, sería grandioso! Gracias Darcy –contestó Lizzie con alegría. –Darcy, quisiera mostrarte algo –indicó Bingley, pidiéndole que fueran al estudio. –Y dinos Jane, ¿cómo se porta esta preciosa niña? –curioseó Georgiana. –Se porta de maravilla y come muy bien. Dice el doctor que es una niña muy sana y ya duerme mejor en las noches. –¡Es un ángel! –repuso Lizzie que la cargaba mirándola con gran cariño. –¡Ay Lizzie! Siento tan bonito cuando la cargo y ella me mira y me sonríe, esperando recibir mi cariño. Cuando se duerme en mis brazos quisiera que no pasara el tiempo. Disfruto verla dormir hasta que despierta para comer o jugar con sus juguetes favoritos. Y cuando le doy de comer es un momento tan especial, sólo para ella y para mí. Querida Lizzie, si pudieras vivir esta experiencia, ¡es maravillosa! Lizzie, sintiendo una profunda tristeza en su corazón, miró a Jane con los ojos desbordados de lágrimas, causando el asombro de sus hermanas. –Lo deseo tanto –suspiró Lizzie.

71 Jane, consternada y sin poder pronunciar palabra, tomó la mano de su hermana al tiempo que Georgiana se sentaba junto a ella y le pasaba su brazo por los hombros. Después de unos momentos, el mayordomo tocó a la puerta para anunciar a la Srita. Bingley. Lizzie, con su pañuelo, secó su rostro mientras las damas se ponían de pie. –¡Qué sorpresa tenerte por aquí, Caroline!, no sabíamos que vendrías a Derbyshire. –Quería darles una sorpresa y conocer a mi sobrina –explicó la Srita. Bingley. Bingley y Darcy entraron a la habitación y el primero se acercó a su hermana. –Caroline, ¡qué agradable sorpresa! Hace mucho que no te veíamos. –Quería felicitarlos por Diana y ver tu casa nueva –respondió la Srita. Bingley–. Sra. Elizabeth, se ve muy bien con la bebé en brazos. Probablemente la maternidad le sentará muy bien… algún día –afirmó riendo. Lizzie permaneció en silencio y la Srita. Bingley continuó: –Déjeme quitarle a su encantadora ahijada, quisiera cargarla. Es muy bonita, Jane, tiene tus ojos y la sonrisa de Charles y… ¡claro!, las facciones de mi madre. Ella era muy hermosa, ¿no es cierto, Charles? –Sí, así es –aseveró Bingley. –Es una lástima que no haya heredado ese brillo tan especial en los ojos, habría sido más bonita, ¿no le parece, Sr. Darcy? Me pregunto si habrá alguien que lo herede – indicó la Srita. Bingley viendo a Lizzie. –Ese brillo en los ojos sólo se los he visto a una persona y proviene no sólo de la belleza de su mirada sino también de la hermosura de su alma, de la benevolencia de su corazón, de la transparencia de sus sentimientos, por lo que considero casi imposible, a menos que fuese un milagro, que alguien los heredara, aun nuestra descendencia –contestó Darcy sonriéndole a Lizzie. –Pero, ¿de quién están hablando? –cuestionó Bingley intrigado. –De la criatura más hermosa que he visto en mi vida y que me ha cautivado por completo –ratificó Darcy acercándose a su esposa y besando su mano. Georgiana y Jane quedaron muy conmovidas por estas palabras y Lizzie sonrió satisfecha. La Srita. Bingley, notablemente encolerizada respondió, entregándole la bebé a Jane: –Me retiro. Ha sido un placer. –Pero, ¿no te quedas a cenar? –le insinuó Bingley. –No. Tengo otro compromiso. –Pero no has conocido la casa todavía –instó su hermano. –Será en otra ocasión. Los Sres. Bingley y Georgiana se miraron muy sorprendidos y los Sres. Darcy se sentían muy complacidos: Darcy por haber defendido a su esposa en público de los constantes ataques que recibía de la Srita. Bingley que ya lo habían cansado, logrando por fin el silencio de ésta, además de que expresó lo que le dictaba su corazón; y Lizzie, por tan hermoso y sincero elogio, al mismo tiempo que quedaba claro cuál era la postura de la Srita. Bingley en todo este juego de coquetería que venía practicando con su esposo y que anteriormente le había causado malestar. También sintió un consuelo muy grande en su corazón ante la pena

72 que hasta hacía unos momentos la embargaba. Sin duda, se sentía muy orgullosa de su esposo que la había colocado en el lugar de una reina: la reina de su corazón, lugar muy anhelado en alguna época y tal vez ahora por la Srita. Bingley. Después, todos permanecieron en silencio por unos momentos, meditando y observando a Lizzie y a Darcy que habían capturado su atención y su ternura, hasta que la Sra. Nicholls anunció que la cena estaba lista. La velada transcurrió con armonía, platicaron de temas de interés general, aunque la impresión que habían causado las palabras de Darcy quedó pasmada en el corazón de los presentes. De regreso a Pemberley, Lizzie se aproximó a Darcy en su habitación: –Esas palabras han sido las más hermosas que he escuchado en mi vida. Me siento muy halagada. Darcy sonrió satisfecho. –Sra. Darcy, sólo expresé la verdad de mi corazón. –Y me siento enormemente orgullosa de la manera en que me defendiste de esos comentarios –agradeció ella al tomar las manos de su esposo. –Mi Lizzie, ¿para qué estaría yo aquí sino para defenderte y cuidarte de cualquiera que pretenda herirte? – explicó él con ternura. Lizzie le retribuyó con su sonrisa y Darcy continuó: –Espero que con esto tus temores con respecto a la Srita. Bingley se hayan esfumado y que la dama en cuestión no se vuelva a atrever a decir algo en tu contra. Al día siguiente, durante el desayuno, Georgiana comentó: –Darcy, todavía recuerdo la emoción que sentí cuando dijiste esas palabras tan hermosas a Lizzie. ¡Vaya manera de defenderla! –Fue un gesto de galantería inigualable –completó Lizzie. –Hasta su tristeza quedó en el olvido –continuó Georgiana. –¿Tristeza? –musitó Darcy con asombro. –¡Ay! Me encantaría que alguien tuviera un gesto así conmigo –suspiró Georgiana. –Ya pronto habrá alguien que se enamore de ti y te destine sus atenciones –aseguró Lizzie. –¿Acaso estás hablando de alguien en particular? –preguntó Darcy con seriedad, mostrándose enojado por el comentario. –No, en realidad hace mucho que no lo veo. Tal vez no lo vuelva a ver –expuso Georgiana con desilusión. –Darcy, no tienes de qué preocuparte. Con tu ejemplo le estás enseñando un buen criterio que le ayudará a tomar una decisión acertada cuando sea el momento –enunció Lizzie. –De eso puedes estar seguro hermano. Tendré mucho más cuidado la siguiente vez que me enamore. Deberá ser un hombre que sea capaz de amarme… como tú amas a Lizzie. Darcy se quedó muy reflexivo con este mensaje, sin que dejaran de resonar en su corazón las palabras de Georgiana: “Hasta su tristeza quedó en el olvido”.

73 CAPÍTULO XIII

Unas semanas después, el Sr. Bennet llegó de sorpresa a Pemberley, mientras Lizzie y Darcy conversaban sobre algunos libros en la biblioteca. El Sr. Smith lo anunciaba. –Papá. ¡Qué sorpresa! –Mi querida Lizzie. En cuanto recibí tu carta preparé mi maleta y vine a verte –apuntó el Sr. Bennet con alegría. –¡Qué bueno que haya podido venir! –indicó Darcy. –¡Oh! Cuando Lizzie me llama, yo me zafo de todo y vengo de inmediato. Veo que están revisando la obra de Edward Gibbon, dicen que es una belleza. –Son libros muy interesantes –reconoció su hija. –Lizzie ha avanzado increíblemente rápido en sus conocimientos. Me siento muy orgulloso –explicó Darcy. –Es apasionante –completó ella. –Me da tanto gusto verte dichosa –señaló el Sr. Bennet. –¡Oh, papá! El otro día encontré un libro que te va a encantar. Lizzie sacó un libro del cajón del escritorio y se lo entregó a su padre. –¡Oh!, pero si lo he buscado por años sin poder encontrarlo. ¡Lo revisaré mientras esté aquí! –Si quiere se lo puede llevar –señaló Darcy. –¡Oh, muchas gracias, Sr. Darcy!, pero preferiría dejarlo aquí. Así tendré otra excusa para venir a visitarlos. –Será un placer. Los tres se quedaron en la biblioteca el resto de la tarde, revisando y comentando otros libros de interés. El Sr. Bennet observaba con agrado los grandes avances que había logrado su hija en este ámbito. Al día siguiente, el señor de la casa invitó a su suegro a cabalgar después del almuerzo. Cuando estaban por partir, Darcy le preguntó a su mujer y a su hermana: –¿Ustedes vendrán a caminar al bosque? –No, tal vez en otra ocasión –contestó Lizzie, ya que había quedado muy asustada de la cabalgata donde Darcy casi sufre un accidente, pero añadió–. Te pido que tengan mucho cuidado. Lizzie, después de ese día, había permanecido impactada y aunque siempre había disfrutado mucho verlo cabalgar, en las últimas veces se había sentido muy nerviosa. Sin embargo, sabía que no podía impedir que su esposo practicara uno de sus deportes favoritos. Además, él había demostrado con semejante proeza su habilidad para manejarse en situaciones de riesgo, aunque siempre le recomendaba que extremara precauciones. Lizzie estaba leyendo y Georgiana tocaba el piano en el salón principal cuando la Sra. Bennet entró en la habitación exacerbada y el ama de llaves la siguió sin poder detenerla para anunciarla como era debido. –Muchas gracias, Sra. Reynolds, puede retirarse –indicó Lizzie.

74 Georgiana dejó a un lado la música y viendo a la Sra. Bennet muy nerviosa, se retiró y fue a buscar a los señores para avisarles de su llegada. La Sra. Bennet se acercó a Lizzie, y sin saludar, le preguntó llena de ira: –¿Tú has permitido que tu padre cabalgue en esta casa? –Mamá, él disfruta mucho montar, no sé por qué se lo has prohibido. –Si tú supieras lo que sentí cuando lo vi arriba de un caballo allá afuera. ¡Mi corazón late con tanta fuerza que casi siento que se me sale! Me asusta tanto y mis nervios me producen espasmos en todo mi cuerpo. –Mamá, él sabe cabalgar. Si no se sintiera seguro no lo haría. Entre tanto, el Sr. Bennet, Darcy y Georgiana llegaban a la puerta de la habitación, pero el Sr. Bennet, conociendo a su esposa y a su hija, le pidió a Darcy no intervenir, hasta que fuera conveniente. –¡Sí, claro! –gritó encolerizada la Sra. Bennet–. Seguramente tú lo convenciste, como siempre. Lo has persuadido como lo hiciste la vez que tuvo ese terrible accidente pero ¡si vuelve a caer! Seguro con los años ha perdido la fuerza y la práctica y esta vez la caída puede ser fatal. ¡Y tú, Elizabeth, serás la única culpable, como aquel día! Te lo advierto, ¡si muere tu padre no te lo perdonaré jamás! Lizzie se quedó paralizada, mientras el Sr. Bennet detenía a Darcy en la puerta. –Sí. Desde siempre has luchado por quitarme el amor de tu padre, desde niña te robaste su corazón y siempre ha hecho lo que tú deseas. ¡Ay, Dios sabe cuánto he luchado por hacer que me quiera otra vez! Pero tú lo has cautivado con tu sonrisa y dice que sólo quiere verte, viene aquí y me deja, sin más. Si tú supieras lo que sentí el día del accidente, casi se me va la vida en ese instante. Verás lo que se siente cuando el Sr. Darcy sufra una caída. Lizzie se estremeció y recordó ese terrible momento. –Y tú también, desde que estás fuera de casa he sentido que ya no me quieres. Indudablemente el Sr. Darcy te ha envenenado en mi contra. –Mamá, eso no… –Él siempre me ha odiado y seguro se ha propuesto conseguir que me odies y que tu padre… –¡Mamá! –gritó Lizzie con mucha determinación–. Tú me puedes culpar de todo lo que quieras, pero no voy a permitir que hables así del Sr. Darcy. Él no me ha envenenado, me ama y yo lo amo profundamente, él no tiene nada que ver y es el que menos daño te ha ocasionado en tu vida. Si tú superas todo lo que ha hecho, irías a pedirle perdón por haber sugerido tal calumnia. –Entonces ¿cómo explicas que su trato conmigo sea tan parco y tan descortés, tan seco y altanero? – cuestionó la Sra. Bennet. –Mamá, ¿cómo te explicas que el Sr. Bingley, a quien siempre has adulado por sus buenos modales para con todos, se haya fastidiado de tus visitas a tal grado que tuvieron que mudarse de condado? La Sra. Bennet quedó muy extrañada y escuchó con atención, tomando asiento. –¿No te has preguntado por qué la gente siente que se ahoga cuando está en tu presencia, inclusive mi padre? No culpes al Sr. Darcy por algo que tú has provocado y que ni mi padre ha tenido la fortuna de evitarlo.

75 –¿De qué estás hablando, Elizabeth? –preguntó la Sra. Bennet tímidamente. –No te das cuenta, mamá, de que casi arruinas la felicidad de Jane y la mía por la imprudencia de tus comentarios y tu comportamiento. ¡Sí mamá! ¡Tu falta de decoro fue la razón por la que Jane no alcanzaba la aprobación por parte de la familia de Bingley! Pero gracias a Dios el amor que sentía Bingley era más fuerte que eso, y sobre todo, el amor de Darcy hacia a mí, que pudo superar todos estos obstáculos. Lizzie tomó un respiro. –Sí. Nunca fuiste de la simpatía de Darcy, ni de tanta gente que conozco, porque tú misma te lo has buscado. Aun así, Darcy ha aprendido a respetarte y a tolerarte, hasta siento que ya te acepta como eres, porque sabe lo importante que son ustedes para mí. La Sra. Bennet seguía escuchando atentamente, con los ojos llenos de lágrimas, sin poder articular palabra. –Y no culpes a papá por buscar un escape de vez en cuando. Sí, tal vez hoy Pemberley sea su refugio pero hace mucho lo era cabalgar y después lo fue la biblioteca y posiblemente mañana sea Starkholmes. ¿No te das cuenta que mi padre, cuando ya no aguantaba más se refugiaba en sus libros? –Sí, y tú ibas tras él –reprochó la Sra. Bennet con la voz entrecortada. –¡Claro! Yo también me refugiaba con él porque sentía que tú no me querías. Y así fue como mi padre me enseñó a amar a los libros y a soñar con una vida mejor. ¡Me torturaste por muchos años con la idea de que el accidente había sido mi culpa, y quieres seguir haciéndolo! ¿y así querías que procurara tu compañía? ¡Fue un accidente! Y eso lo comprendí después de mucho tiempo gracias al cariño que mi padre me brindó. Lizzie tomó un respiro. –¡Además, en realidad nunca te he importado, sólo te ha interesado buscar buenos partidos para tus hijas para no tener la responsabilidad de mantenerlas! –Cuando tengas cinco hijas… –Sí, sí, ya conozco tu respuesta. Cuando yo tenga cinco hijas voy a ver por ellas y por su felicidad hasta el último día de mi vida, estén casadas o solteras. La Sra. Bennet, apabullada, estalló en un llanto incontrolable diciendo: –¡Son las palabras más duras que me han dicho en toda mi vida! Lizzie, al ver el alcance de su voz, sintió una enorme compasión por su madre y, sentándose junto a ella, la abrazó por la espalda y le dijo: –Perdóname mamá. Yo te quiero y mi padre te ama intensamente, me lo ha dicho. No he querido herirte, sólo quiero que comprendas. El Sr. Bennet entró en la habitación y Lizzie, al verlo, se puso de pie y se retiró cerrando la puerta. Salió rumbo al jardín, sintiendo que su corazón palpitaba con tremenda fuerza, sin percatarse de la presencia de Darcy, quien le llamó: –¡Lizzie! Ella volteó y él, acercándose, le dijo: –¿Estás bien?

76 –Necesito respirar aire fresco –respondió con el semblante oscurecido. Los dos salieron a caminar en silencio. Después de un rato, Lizzie preguntó: –¿Escuchaste lo que me dijo? –Sí. Al menos lo necesario para comprender cómo te sientes. Quise impedir que continuara lastimándote pero tu padre me pidió que no interviniera. –Ahora vislumbro tantas cosas que no había podido entender. Lizzie se tornó reflexiva y luego continuó: –No puedo creer que muchas cosas que hizo mi madre hayan sido por celos hacia mí –expresó Lizzie con la mirada llena de angustia. –¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? –Sólo abrázame. Darcy la estrechó con fuerza mientras la besaba en la mejilla. Permanecieron en el jardín por un largo rato, caminando en silencio y admirando a los cisnes volar y juguetear sobre el lago, acompañados por el canto de los pájaros. Mientras Lizzie meditaba y perdonaba a su madre, Darcy sentía mucha compasión por su mujer y recordaba la forma en que ella lo había defendido de las acusaciones de la Sra. Bennet. Cuando regresaron a la casa, Lizzie sentía un gran temor de lo que se podría encontrar, pero con sorpresa vio que su padre y su madre hablaban con serenidad en el salón principal, en compañía de Georgiana, como si nada hubiera sucedido. ¡Dios sabe qué habría hecho su padre para tranquilizar así a la Sra. Bennet! Georgiana, al darse cuenta de que estaban de vuelta, se paró y cariñosamente abrazó a Lizzie. Su padre se puso de pie y se acercó a Lizzie, tomándole de las manos, y le indicó: –Lizzie, sólo queríamos despedirnos. –Pero, ¿cómo?, ¿ya se van? –preguntó Lizzie con una mirada inquietante–. ¿No se quedarán unos días más? –susurró sin perder de vista a su madre, quien la miraba con resentimiento. –No, Lizzie, tenemos que irnos –declaró el Sr. Bennet. –Por lo menos acepten mi invitación a cenar con nosotros –sugirió Darcy. –Le agradezco mucho, Sr. Darcy, pero tenemos que partir de inmediato –aseguró el Sr. Bennet. Lizzie, con un nudo en la garganta, se acercó a su madre y murmuró, tomándole de las manos: –Perdóname mamá. El Sr. Bennet se acercó a Lizzie y le dijo: –La Sra. Bennet ha recibido carta de Lydia y le pide que vayamos con ella. Por eso ha venido a buscarme. –¿Lydia está bien? –indagó Lizzie casi sin poder hablar. –Sí, muy bien. Ya nació su hijo, fue varón. Lizzie respiró profundamente, abrazó a su madre y luego a su padre. –En ese caso sólo queda felicitarlos y desearles un buen viaje –expresó Darcy sonriendo.

77 Los Sres. Darcy y Georgiana acompañaron a los Bennet a su carruaje y mientras los veían partir, Lizzie preguntó a su marido: –¿Crees que mi madre me haya perdonado? Darcy pasó su brazo por la espalda de su mujer, abrazándola y dándole un beso en la frente. –Recuerda que, tarde o temprano, las madres siempre perdonan. A la mañana siguiente, Lizzie se sentía abatida por lo ocurrido con la Sra. Bennet. No podía olvidar la manera en que ella la veía mientras le pedía perdón, y eso le había dolido entrañablemente. Decidió escribirle al Sr. Bennet. “Querido papá: Espero que a tu llegada a Newcastle hayas encontrado con bien a Lydia y a su hijo, llenos de salud y felicidad. Me he quedado con una gran preocupación por lo sucedido ayer, mi intención era solamente hacer recapacitar a mi madre en lo que estaba ocurriendo; no he querido lastimarla ni hacerle sentir mal, pero me siento muy angustiada al recordar la manera en que me miraba cuando me despedí de ella. No sé, qué hayas pensado tú de mí. También te pido perdón si acaso me excedí y te he provocado problemas con ella y te pido que, si lo consideras apropiado, cuando regresen a Longbourn pasen por aquí para resolver la situación y reparar mi comportamiento. Sinceramente, Lizzie”. Días más tarde, recibió una respuesta de su padre, desde Newcastle. “Querida Lizzie: Lydia y su hijo están muy bien de salud y tu hermana te manda un cariñoso abrazo, me dijo que en cuanto tenga oportunidad te escribirá. Me apena mucho que te hayas quedado tan afligida por lo sucedido. Tu madre escuchó mi opinión por tantos años que ya no surtía efecto hablar con ella, pero que tú se lo dijeras y de una manera tan atinada ha creado en ella una confrontación consigo misma como nunca la había tenido, que la ha hecho recapacitar en muchas cosas y esto te lo agradezco con toda el alma. Lejos, muy lejos de esperar que me pidas perdón, mi corazón está lleno de gratitud. Yo sabía que ustedes tenían que hablar desde hace mucho y no se había dado la oportunidad hasta ese día, tenían tantos asuntos que aclarar. Lamento que nos hayamos tenido que ir tan pronto y en esas condiciones, pero era una promesa que le hice a Lydia cuando se casó. Te agradezco la invitación a Pemberley, pero no sé si sea prudente que los visitemos tan pronto, porque tu madre ha quedado muy apenada por su actitud con el Sr. Darcy y, ciertamente, le cuesta trabajo perdonar y olvidar. Sólo hay que darle tiempo para reconsiderar las cosas. Posiblemente la siguiente vez que la veas todo habrá quedado en el olvido. Yo de todas maneras le comentaré tus deseos, pero quiero que recuerdes que te quiero mucho y que doy gracias a Dios por haberte tenido como hija. Extiende mi agradecimiento y mis saludos al Sr. Darcy. Que Dios los bendiga, tu padre”. Al terminar la carta, Lizzie sintió un gran consuelo en su corazón.

Era de madrugada, el silencio había vuelto a reinar, sólo se escuchaba el ruido de la chimenea y se observaban los destellos que emitía. Lizzie se levantó para tomar un poco de agua y a los dos pasos se arqueó violentamente sintiendo un dolor desgarrador en su vientre cayendo al piso. Aun cuando no emitió

78 queja para no despertar a su marido, Darcy se incorporó con rapidez al escuchar la caída y vio a Lizzie que yacía en el piso. Apartó las cobijas que lo cubrían y se apresuró a ayudarla. –¡Lizzie!, ¿estás bien? –preguntó al hincarse a su lado. Ella abrió los ojos, en los cuales reflejaba todo el dolor que sentía, mientras sus brazos y sus piernas presionaban para disminuir el padecimiento. Darcy, turbado, la cargó y la llevó a la cama, la cobijó y le acarició el rostro advirtiendo de nuevo las lágrimas que no pudo contener mientras, encogida, se recuperaba lentamente del mareo pero no de la punzada. –Perdóname Lizzie, lamento mucho haberte lastimado –dijo, sintiéndose terriblemente culpable. –No, no lo has hecho –murmuró. –Mandaré llamar al doctor. –No es necesario, ya pasará. Darcy la besó en la mejilla y permaneció envolviéndola por unos minutos hasta que sintió que su mujer había logrado relajarse. Se levantó, echó más leña al fuego en tanto su esposa observaba su atlético contorno, luego regresó a la cama acostándose a su lado y abrazándola. –¿Ya te sientes mejor? –En tus brazos me siento mejor. Al salir el alba, a pesar de que Lizzie ya se sentía más recuperada, Darcy mandó llamar al médico, quien se presentó antes del desayuno. El Dr. Thatcher la revisó cuidadosamente y, al finalizar, Darcy lo acompañó a la salida y en el camino le preguntó: –Doctor, ¿cómo encontró a mi esposa? –Yo la ví muy bien, Sr. Darcy. Ya desapareció la molestia que tenía. –Quiero saber si yo soy el responsable de su dolencia. –No, en absoluto. Es normal que a veces tengan ciertos dolores, aunque si se vuelve a presentar le aconsejo que repose y si persiste o si hay algún otro malestar me avise. –¿Otro malestar? –Por lo visto, es probable que mis visitas a esta casa sean más frecuentes. Sin embargo, no debemos adelantarnos. Darcy suspiró, sintiendo una extraordinaria emoción con sólo pensar en la posibilidad de que las sospechas del médico fueran confirmadas. –En los próximos días tenemos programado un viaje a Oxford, estaremos fuera una semana. ¿Alguna recomendación? –preguntó Darcy manteniendo su acostumbrada ecuanimidad. –No, la Sra. Darcy puede continuar con sus actividades cotidianas, sólo que se alimente y descanse bien. Darcy agradeció al médico y lo despidió, sintiéndose aliviado de la culpa que lo había atormentado, y regresó al lado de su mujer con la ilusión de ver cumplido su sueño próximamente. Aun así, decidió no comentarlo con su esposa.

79 Al llegar a su alcoba, Lizzie ya se había levantado y observaba el carruaje del Dr. Thatcher cruzar el puente. Ella giró al escuchar que la puerta se abría; Darcy se aproximó, la abrazó y la besó cariñosamente. –¿Te dijo algo el médico? –preguntó Lizzie. –Que te encuentra muy bien y que esos dolores son normales. Lizzie sonrió. –Entonces ¿por qué estás tan contento? –Porque soy muy afortunado en tenerte como esposa, porque te amo como nunca imaginé poder hacerlo, porque me has llenado de una dicha indescriptible con sólo contemplar tu sonrisa y porque deseo amarte el resto de mis días. Darcy la besó con devoción.

CAPÍTULO XIV

En los siguientes días, Darcy tuvo que ir a Oxford por asuntos de negocios y Lizzie y Georgiana lo acompañaron. Georgiana estaba muy ilusionada, especialmente porque podría visitar a su amiga, la Srita. Sandra Windsor, y Lizzie se mostró interesada en escoltarla. Al día siguiente de su llegada, Darcy estuvo ocupado con Fitzwilliam y otras personas y las damas decidieron ir a visitar a su amiga. Georgiana y Lizzie fueron recibidas con entusiasmo por la Srita. Sandra y por su madre, quienes las invitaron a tomar el té. La Srita. Sandra era menor que Georgiana aunque le guardaba un enorme cariño. Era más baja que su amiga y un poco gruesa pero de movimientos graciosos, de larga cabellera castaña, ojos cafés y mejillas rellenas. –Nosotros estuvimos en su casamiento, Sra. Darcy. Fue un día inolvidable –comentó la Sra.Windsor. –Muchas gracias. –Recuerdo todavía que mi corazón se estremeció al escuchar la música en la iglesia. ¡Qué maravillosa ceremonia! Y las palabras del pastor, ¡qué mensaje tan bonito! –remembró. Lizzie recordaba con mucha emoción todos los detalles. –Parece que fue ayer –suspiró Lizzie. –¡Se ve tan enamorada! –señaló la Sra.Windsor. Lizzie se sonrojó y Georgiana continuó: –Si usted viera a mi hermano. –¡Oh! Me encantaría que vinieran a cenar mañana. Hace mucho que no lo vemos. –Será un placer –contestó Lizzie. –¿Y de dónde es usted, Sra. Darcy? –preguntó la Srita. Sandra. –De Hertfordshire. –Y tengo entendido que la otra pareja en el casamiento eran su hermana y el Sr. Bingley, ¿verdad? –Sí, mi hermana mayor, Jane. Ellos se han establecido recientemente en Starkholmes.

80 –¿Y tiene más hermanos? –interrogó la Sra. Windsor. –Tengo dos hermanas solteras en Longbourn y una casada en Newcastle. –Ha de ser una familia encantadora. Con sólo conocerla a usted se puede dar uno cuenta. –Muchas gracias. En ese momento entró el Sr. Windsor con sus dos hijos, el Sr. Philip y el Sr. Murray Windsor, y con el Dr. Patrick Donohue, primo lejano de la familia. El Sr. Philip, un joven de treinta años, de cabello rubio y ojos azules, de finas facciones, muy apuesto, alto y esbelto, aunque muy serio en su trato con los demás, era muy diferente a su hermano menor, Murray, quien era más bajo de estatura y robusto, más bonachón aunque no tan inteligente, de cabello rubio y ojos cafés, bien parecido pero no tan refinado en su trato. En cambio, el Dr. Donohue reunía todas las características deseables para una mujer. Su trato era exquisito con los demás, sumamente inteligente y cortés, de excelente porte, alto y delgado, pero evidenciaba su fortaleza física y espiritual con sólo mirarlo a los ojos, de cabello castaño y un rostro de finas facciones resaltadas por el color verde de sus ojos. Las damas se pusieron de pie y Georgiana sintió que el corazón se le salía del cuerpo y que el color se le subía al rostro. Después de las debidas presentaciones, Lizzie comprendió la razón del nerviosismo de Georgiana y reconoció al caballero rubio y de ojos azules que había visto en el Hyde Park durante el paseo con sus hermanas. –Me han dicho que tenemos visitantes muy importantes –anunció el Sr. Windsor–. La familia Darcy: Sra. Darcy, Srita. Georgiana. ¡Qué sorpresa! –El Sr. Darcy ha venido a tratar asuntos de negocios y nosotros hemos querido aprovechar para visitarlos. Georgiana me ha hablado con mucho aprecio de ustedes –contestó Lizzie. –Y ¿estarán algún tiempo en Oxford? –preguntó el Sr. Philip Windsor. –Aproximadamente una semana. –Entonces tendremos oportunidad de vernos en otra ocasión –insinuó el Sr. Murray Windsor. –Sí, de hecho están invitados a cenar mañana –indicó la Sra. Windsor. –Excelente noticia –ratificó el Sr. Windsor. –¿Y tienen otros hijos?, Sra. Windsor –investigó Lizzie. –Los que están presentes y una pequeña niña, todos solteros hasta el momento. Tal vez deberíamos conocer a sus hermanas casaderas, Sra. Darcy. Lizzie sonrió. –Y usted, Dr. Donohue, ¿también es de Oxford? –inquirió Lizzie. –No, mi familia es de Gales, aunque he venido de visita unos días y actualmente radico en Irlanda, por los estudios que estoy realizando. –¿Y qué estudios han llamado su atención?

81 –Con anterioridad estudié en la Universidad de Oxford, en la Facultad de Medicina, y he ejercido ya por varios años, pero he querido profundizar más en el tema y mi profesión también me lo exige. Actualmente me especializo en Cardiología. –Sin duda es una profesión que necesita una vocación de servicio y de continuo estudio –afirmó Lizzie. –Y usted, Srita. Georgiana, ¿sigue tocando el piano? Recuerdo que aquella noche nos deleitó con un hermoso recital. –Sí, muchas gracias –contestó Georgiana con cierto nerviosismo. –Y también ha sido una excelente maestra. Mi ejecución en el piano ha mejorado notablemente gracias a sus enseñanzas –explicó Lizzie. –Esperemos que mañana nos maraville con su talento, Srita. Georgiana, así como lo ha hecho hoy con su belleza –expresó Donohue, mirándola devotamente. Lizzie observó sobrecogida y con ternura a Georgiana, quien con semejante elogio se sonrojó y sintió una emoción tal en su corazón que casi se olvidaba de respirar, mientras todos prestaban atención a Georgiana y a Donohue, quien la miraba afectuosamente. –Mi hermano Murray también quedó muy impresionado esa noche, si no mal recuerdo –apuntó la Srita. Sandra. –La Srita. Georgiana puede maravillar a cualquiera al estar frente a un piano, y lejos de él –expuso el Sr. Murray Windsor, tratando de igualar el cumplido de su primo sin lograrlo, ya que desde hacía tiempo Georgiana había despertado su interés sin haber sido correspondido. –Y dígame Dr. Donohue, ¿ha pensado qué va hacer cuando acabe con sus estudios? –preguntó Lizzie. –He considerado establecerme, posiblemente en Londres, al lado del Dr. Robinson con quien ya he trabajado y, para entonces, espero haber alcanzado el amor de mi doncella y tener la posibilidad de ofrecerle una vida digna –expresó Donohue con gran anhelo sin perder de vista a Georgiana. –Por sus palabras sospecho que ya ha destinado su corazón a alguna damisela –indicó la Sra. Windsor. Donohue asintió. –La esposa de un doctor debe ser una persona llena de amor, comprensión y generosidad hacia su esposo y sus pacientes –indicó Lizzie. –La dueña de mi corazón desborda esas cualidades y otras muchas más –continuó Donohue. –¿Y usted es correspondido? –curioseó la Srita. Sandra. –Todavía no lo sé. –Pero, ¿cómo?, ¿no se lo ha dicho usted? –interrogó la Sra. Windsor–. Tal vez sea pertinente expresarle sus sentimientos, aunque falte tiempo para un casamiento. Si la damisela corresponde a su amor, sabrá esperar. En ese momento, se abrió la puerta y entró un hombre con mucha agitación, era el mayordomo. –Perdón. Busco al Dr. Donohue, es una emergencia. El Sr. Martin tuvo un dolor muy agudo en el pecho y está inconsciente. Donohue siguió rápidamente al mayordomo, dejando a todos casi sin habla.

82 –¿Qué habrá pasado? –preguntó la Sra. Windsor. –Sr. y Sra. Windsor, han sido muy amables y se los agradecemos mucho. No queremos importunarlos, nosotras nos retiramos –señaló Lizzie. –Le reitero la invitación de mañana. –Aquí estaremos, muchas gracias. Lizzie y Georgiana se marcharon y se subieron a su carruaje para regresar al hotel. En el camino permanecieron en silencio hasta que Lizzie dijo: –¡Qué desafortunado hombre!, ¿qué habrá sucedido? –No lo sé, pero parecía grave –contestó Georgiana. –Lo cierto es que ¡el Dr. Donohue no dejaba de mirarte! –señaló con mucho entusiasmo–. Y vaya manera de referirse a ti, Georgiana. Además de que es muy guapo. –Pero dice que ya le asignó su cariño a una dama. –Sí, pero ¿no te das cuenta que esa dama eres tú? ¡Está enamorado de ti! Nada más bastó con oírlo y ver cómo te miraba para darme cuenta de que está loco por ti. Georgiana, con un semblante que irradiaba emoción, miraba a Lizzie y la escuchaba atentamente. –Y también noté que el Sr. Murray Windsor te observaba con sumo interés. De él no me habías platicado. –¡Ay!, el Sr. Windsor está descartado de antemano. Siempre me ha pretendido pero… ¿de veras crees que Donohue se refería a mí? –¡Sí, claro!, y no me contaste que es médico, es una profesión muy interesante. Habrá que pensar cómo decírselo a Darcy. –¡Oh, no!, Lizzie, por favor, te voy a pedir que no le digamos todavía. Seguramente se llenará de celos y… además no sabemos con certeza qué suceda. Te pido que me permitas decirle más adelante, cuando lo crea oportuno. –De acuerdo. Ese será nuestro secreto, por un tiempo. Cuando llegaron al hotel, Darcy las esperaba para cenar y ellas estaban alborozadas cuando lo saludaron y le dieron un abrazo. –¡Les fue muy bien en casa de los Windsor! –señaló Darcy. –Sí, es una familia encantadora y nos recibieron con cariño. Nos han invitado a cenar mañana –le anunció Lizzie. –¿Podremos ir a la cena? –preguntó Georgiana emocionada. –Veo que hay mucho interés por esa invitación –comentó Darcy. Hubo un silencio en donde Lizzie y Georgiana observaron concentradamente a Darcy, exigiendo con sutileza una respuesta afirmativa. –Dada su insistencia, tendré que cancelar otra invitación que había recibido –contestó Darcy. Georgiana abrazó con excitación a su hermano y Lizzie sonrió satisfecha. –¡Gracias Darcy!

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CAPÍTULO XV

En la tarde del día siguiente, los Sres. Darcy y Georgiana llegaron a la cena y fueron recibidos por la familia Windsor y el Dr. Donohue. Georgiana se sentía sumamente nerviosa por la presencia de Donohue y que su hermano estuviera presente, tratando de disimular las asombrosas emociones que agitaban su corazón, y prácticamente permaneció en silencio toda la velada. –Hace mucho que no lo veíamos, Sr. Darcy –comentó el Sr. Windsor. –Sí, desde su casamiento –señaló la Sra. Windsor. –No habíamos tenido la oportunidad de visitar esta ciudad últimamente –contestó Darcy–. Y serán tres años desde la última vez que estuve aquí. –Y usted, Sra. Darcy ¿ya había venido a Oxford? –preguntó el Sr. Windsor. –No. No había tenido el gusto de visitarlo. –Entonces, si nos permite el Sr. Darcy, podríamos enseñarle los atractivos de la ciudad –propuso el Sr. Philip Windsor. –¡Oh, sería maravilloso! –expresó Lizzie. –Mañana podríamos mostrarle la Universidad –continuó el Sr. Philip viendo a Lizzie con mucho interés. –¡Oh! Me fascinaría visitar la biblioteca. –¿Usted es aficionada a los libros? –indagó la Srita. Sandra. –Sí. También Georgiana comparte este pasatiempo –afirmó Lizzie mirando a Donohue que tenía su vista en Georgiana. –¡Oh!, por cierto Sr. Darcy, unos clientes me comentaron que están interesados en hacer negocios con usted. Quisiera mostrarle su propuesta ¿gusta acompañarme al estudio? –comentó el Sr. Windsor, indicándole el camino, y se retiraron. –Si quieren, mientras los señores ven sus asuntos, podríamos ir a caminar al jardín –indicó la Sra. Windsor. –Sí, me encantaría –respondió Lizzie. Lizzie, Georgiana, la Sra. Windsor, sus tres hijos y Donohue dieron una vuelta por el jardín. La tarde estaba soleada pero había una brisa que refrescaba el ambiente, por lo que decidieron regresar pronto. Durante el retorno, Donohue se acercó a Georgiana que se había rezagado del grupo, tratando de encontrar sosiego mientras veía algunos rosales muy hermosos, y le dijo: –Recuerdo que aquella noche que la conocí viví los momentos más emocionantes de mi vida y no los he vuelto a sentir sino hasta ahora. Georgiana escuchaba con atención sin entender sus palabras, percibiendo la sangre volar por sus venas a gran velocidad. Donohue se detuvo y, mirando de frente a Georgiana, prosiguió: –Desde esa noche, mi corazón dejó de latir y sólo continué mi vida con la esperanza de alcanzar algún día un sueño que he anhelado desde entonces y que ahora, si me permite, le quiero participar.

84 Georgiana sentía tal emoción que no podía pronunciar palabra, le recorría un hormigueo en todo su cuerpo al sentir la proximidad del caballero y sus piernas le temblaban a punto de flaquear hasta que fueron interrumpidos por el Sr. Murray Windsor que venía en busca de Georgiana para encaminarla hasta el comedor. Ya los esperaban para la cena. Georgiana, Donohue y Windsor llegaron sumamente serios y todos se sentaron como correspondía. Georgiana tuvo que respirar profundamente en varias ocasiones, sin poder ver a su hermano a los ojos para que él no se diera cuenta del remolino que la había trastornado, pensando en esas palabras que había escuchado minutos antes y que habían despertado emociones insólitas. Si se hubieran podido escuchar los latidos de su corazón, habrían retumbado en toda la casa. –Dr. Donohue, ¿cómo sigue su paciente de ayer? Georgiana y yo nos quedamos con mucho pendiente – preguntó Lizzie. –El Sr. Martin tuvo un infarto, pero por fortuna se le atendió como era debido y se está recuperando satisfactoriamente. –Es una suerte que haya estado usted en casa cuando sucedió –reconoció la Sra. Windsor. –Lo lamento por la Sra. Martin. Estaba fuertemente alterada por la salud de su esposo. Ella estuvo presente cuando le vino ese dolor en el pecho y cayó inconsciente –explicó la Srita. Sandra–. Pensó que había caído muerto. –Debe ser muy impresionante pasar por una situación así –reflexionó Lizzie. –Sí. Un médico está día a día en contacto con una de las realidades más difíciles del hombre, por un lado el dolor y la muerte y por el otro, una de las situaciones más hermosas y felices, la vida misma y la recuperación de la salud. Estas circunstancias en ocasiones están en nuestras manos y en otras sólo están en las manos de Dios. Yo como médico le pido a Dios sabiduría para reconocer la diferencia –concluyó Donohue. –¡Qué hermosas palabras! –suspiró Georgiana conmovida. –Nosotros los abogados también estamos en contacto con una realidad del hombre: el uso de su libertad en el ejercicio de los derechos y obligaciones de cada individuo, basándonos en el cumplimiento de las leyes – comentó el Sr. Murray Windsor tratando de crear el mismo impacto que las palabras de su primo. –¿Y usted cree que sólo cumpliendo con las leyes el hombre se jacte de hacer buen uso de su libertad? – observó Lizzie–. ¿Acaso la ley positiva es el único marco de referencia para juzgar la bondad o maldad de una persona? ¿Qué pasa si la ley positiva no está de acuerdo con la ley natural en temas fundamentales o si, por el contrario, la ley positiva tal vez pisoteara los derechos inalienables del ser humano? Todos prestaron atención con curiosidad a Lizzie. –Considero que el tema del uso de la libertad es mucho más complejo para limitarlo al cumplimiento de unas leyes o normas, o derechos y obligaciones impuestos por legisladores. Y un abogado debe tomar en cuenta las limitaciones propias de su profesión para realizar un juicio acertado y defender o acusar a un sujeto con justicia.

85 Todos, excepto Darcy, quien se sentía orgulloso, permanecieron boquiabiertos con el comentario de Lizzie. –¡Vaya Sr. Darcy! Su esposa da su opinión de un modo muy resuelto –comentó el Sr. Windsor. –Sí, lo sé. Por esa cualidad y otras muchas, la Sra. Elizabeth conquistó mi corazón –señaló Darcy solemnemente. –Srita. Georgiana, usted tenía razón. Con sólo ver a su hermano me doy cuenta lo enamorado que está de su esposa y ella de él. Yo deseo con toda el alma que mis hijos encuentren a alguien que los llene de amor y felicidad –expresó la Sra. Windsor. –Creo que mi hermano Murray ya la encontró, o al menos eso parece –aludió la Srita. Sandra. –¡Qué noticias hemos recibido estos días! Primero el Dr. Donohue y luego Murray. Dinos ¿quién es? –Ya habrá tiempo para que la conozcas, mamá –indicó Murray Windsor. –Esperaré con ansiedad que llegue el momento, hijo. Cuando hubo terminado la cena, la Sra. Windsor invitó a Georgiana a pasar al piano. Ella, controlando los nervios que aún sentía, interpretó una música exquisita y todos quedaron muy satisfechos y agradecidos. Donohue se acercó a ella. –Estos momentos serán inolvidables para mí. Le agradezco mucho Srita. Georgiana –gratificó Donohue especialmente complacido y observándola con inmensa ternura, provocando que ella se ruborizara. Más tarde, los Sres. Darcy y Georgiana se despidieron correspondiendo sus atenciones, mientras la Sra. Windsor les recordó la invitación del siguiente día en la universidad y les sugirió que podían cenar nuevamente con ellos, si así lo permitía la agenda del Sr. Darcy. Ya en el carruaje, Lizzie y Georgiana se manifestaron entusiasmadas por la cena y la próxima invitación, mientras Darcy se mostraba parco y enojado con sus comentarios, actitud que sorprendió a su esposa y, ponderadamente, decidió guardar silencio. En la habitación del hotel, Lizzie le preguntó: –¿Sucede algo? Darcy se acercó con el semblante sombrío y un tono de voz alterado, muy enfadado. –¡No entiendo por qué tienen tanto interés en seguir frecuentando a los Windsor y aceptar la invitación de mañana! –¿Por qué lo dices? –indagó Lizzie extrañada, pensando en que tal vez se había dado cuenta de los sentimientos de Georgiana y Donohue. –¿Acaso no te das cuenta que el Sr. Windsor te miró durante toda la velada? ¡No apartó sus ojos de ti! –¿El Sr. Murray Windsor?, pero si Georgiana me dijo que está interesado en ella. Darcy no se había percatado de eso y se quedó extrañado por esta observación, pero sus celos por Lizzie eran más fuertes y gritó: –¡No! ¡El Sr. Philip Windsor! Lizzie lo miró azorada al oír ese nombre. –¿El Sr. Philip Windsor?

86 –Sí, toda su atención estuvo en tu persona, aunque casi no pronunció palabra era evidente que el resto del mundo no existía para él. Y, por lo visto no era la primera vez que te veía. –Ayer estuvo en su casa y asistió a nuestra boda, según me dijo la Sra. Windsor. –¡Me refiero al caballero que te observaba en el Hyde Park! ¿Era él? Lizzie, entendiendo la razón de su cólera, se acercó y empezó a desatar el moño de su camisa. –Un hombre puede admirar la belleza de una mujer y la mujer tiene el poder de aceptar o rechazar sus atenciones. Darcy miraba con altivez a su esposa. –Hay que reconocer que el Sr. Philip Windsor es un caballero muy apuesto, pero –Lizzie miró a Darcy con ternura–, debo recordarte que tú me has robado el corazón y que ahora te pertenece por completo. Por eso, sólo acepto tus atenciones. Lo demás no existe para mí. Dicho esto, Lizzie lo besó cariñosamente, mientras Darcy la abrazaba. –Mi interés se limita solamente a Georgiana y más que otra cosa a estar contigo. Me encantaría que nos acompañaras aunque sea un momento y te convenzas de mis palabras –prosiguió Lizzie. Darcy la observaba con recelo y ella continuó: –Además, deseo sentirme protegida con tu cariño, para olvidar el asedio de las incómodas miradas de ese hombre. Sólo a tu lado puedo encontrar la seguridad que necesito. –No preciso ir para convencerme de tu sinceridad, pero me complacerá acompañarte –concluyó Darcy, sonriendo y besando a su esposa.

CAPÍTULO XVI

A la mañana siguiente, Darcy acompañó a Lizzie y a Georgiana a la Universidad de Oxford donde encontraron a los Windsor. Los Sres. Windsor se asombraron de ver a Darcy y se mostraron complacientes por su presencia. Darcy miró circunspecto al Sr. Philip Windsor y Lizzie, percatándose de esto, tomó el brazo de su esposo y siguió su camino para iniciar la visita. Georgiana se sorprendió de notar la ausencia de Donohue, a quien tenía tantas esperanzas de ver, y discretamente le preguntó a la Srita. Sandra por él: –Y el Dr. Donohue, ¿no estará en la visita? –No. Hoy muy temprano recibió una carta urgente de su familia y tuvo que regresarse a Gales. Georgiana sintió una enorme desilusión. Darcy observó con sumo cuidado a los hermanos Windsor, el mayor seguía viendo a Lizzie con mucha atención y el menor demostraba que tenía interés por Georgiana ya que la miraba con insistencia y trataba de promover algún tema de conversación a lo que Georgiana respondía brevemente. Ella intentaba que la Srita. Sandra les acompañara durante el paseo pero su amiga parecía estar interesada en otra cosa y procuraba dejarlos solos, ocasionando, sin saber, incomodidad a su compañera. Mientras caminaban, los Sres. Darcy

87 eran conducidos por los Sres. Windsor, quienes les comentaban sobre temas de interés y el Sr. Philip Windsor, con su hermana, los seguían. Visitaron el edificio de la universidad y la biblioteca, donde estuvieron gran parte del tiempo, dado el interés que Lizzie mostró por las obras de que disponían. También Georgiana buscó todos los medios, incluyendo los libros, para escabullirse aunque fuera por unos momentos de la presencia de Windsor. Lizzie y Darcy vieron algunos textos que les interesaron y después de un rato, llegó el chofer de los Sres. Darcy y lo interrumpió en su lectura, entregándole una carta. Él la leyó en silencio y, lamentándose, le informó a su mujer que tenía que retirarse para ver los asuntos que no se habían podido resolver el día anterior y que requerían de su presencia; le sugirió que procurara estar acompañada todo el tiempo de Georgiana y de la Sra. Windsor. Cuando se despidió de los Sres. Windsor, les encomendó encarecidamente a su esposa y a su hermana. Los demás permanecieron en la biblioteca hasta que Lizzie se sintió verdaderamente incómoda por la presencia del Sr. Philip ya que, simulando que buscaba algún libro, la seguía por todo el recinto sin dejar de verla ni decir una palabra. Lizzie, para acabar con esta situación, sugirió a los Sres. Windsor visitar los jardines de la Universidad, a lo que accedieron gustosos. En el camino, ella y Georgiana pudieron estar juntas por unos momentos y Lizzie aprovechó para preguntar qué había pasado con Donohue. Su hermana le comentó que se había regresado a Gales y que se sentía muy irritada con la escolta del Sr. Murray. Caminaron un rato por el jardín hasta que Lizzie le comentó a la Sra. Windsor sus deseos de retirarse al hotel. –Sra. Windsor, su cortesía nos ha halagado sobremanera y se los agradecemos de todo corazón, pero quisiera pedirles si fueran tan amables de llevarnos al hotel, me siento indispuesta y quisiera descansar. –¡Oh! Si quiere la podemos atender en la casa y llamar al doctor –sugirió la Sra. Windsor–. Lástima que el Dr. Donohue ya no esté con nosotros, es un excelente médico. –Muchas gracias, pero no es necesario. Todo está bien, sólo… –Sí, la entiendo perfectamente –interrumpió la Sra. Windsor sonriendo con satisfacción–. Con gusto la llevaremos de inmediato y de todas maneras le dejaré los datos de mi doctor, es una excelente persona y lo conocemos desde hace muchos años. –Disculpe porque ya no podremos acompañarlos a cenar en esta ocasión. –No tiene de qué disculparse. Los Sres. Windsor condujeron a Lizzie y a Georgiana al hotel, mientras los hermanos se regresaban a su casa y por fin pudieron respirar tranquilas. Al despedirse, la Sra. Windsor fue muy cariñosa con Lizzie: –Ha sido un placer haberlos tenido de visita en nuestra casa. Esperemos que la siguiente vez que venga a Oxford nos visite nuevamente. –Le agradezco mucho sus atenciones –contestó Lizzie. –Por favor, extienda nuestros saludos al Sr. Darcy y nuestra felicitación –concluyó la Sra. Windsor. –Muchas gracias.

88 Lizzie y Georgiana se retiraron a sus habitaciones. A media tarde, Darcy se había desocupado y decidió buscar a Lizzie y a Georgiana a casa de los Sres. Windsor, donde lo recibieron los dueños en compañía de sus hijos. –Perdón. Pensé que la Sra. Darcy y la Srita. Georgiana vendrían aquí terminando su paseo. –Sí, así es, pero la Sra. Darcy se sintió indispuesta y prefirió regresar al hotel a descansar. Nosotros las custodiamos –explicó el Sr. Windsor. –¿Y estaba bien? –preguntó Darcy con un tono de preocupación. –Sí. Es normal en su estado que sienta agotamiento y otros malestares. Por cierto, muchas felicidades, no sabíamos de la noticia. De haberla sabido antes, ya lo habríamos felicitado, Sr. Darcy –expresó la Sra. Windsor. –¿De qué noticia habla? –indagó muy extrañado. –Por supuesto que del embarazo de la Sra. Darcy. –¿Embarazo? –murmuró sorprendido, recordando la conversación sostenida con su médico–. Muchas gracias por todo. Con su permiso –concluyó retirándose inmediatamente. Lizzie y Georgiana ya esperaban a Darcy para cenar en el hotel. Cuando éste abrió la puerta, entró invadido de felicidad y se acercó rápidamente a abrazar y besar a Lizzie, quien, sobrecogida, lo miraba con alegría. Entonces le dijo: –Sra. Darcy, ¿por qué no me lo había dicho? ¡Soy el hombre más feliz del mundo! –¿De qué hablas? –¡De tu embarazo! La Sra. Windsor me lo dijo. –¿Mi embarazo?… pero… Georgiana se acercó muy contenta. –¡Oh, hermano, Lizzie! ¡Qué alegría tan grande! –Darcy, no estoy segura… Todavía es muy pronto para saber. Darcy y Georgiana se quedaron en suspenso. –Tú sabes que es pronto –continuó Lizzie. Darcy meditó por unos momentos. –No sé por qué lo habrá pensado la Sra. Windsor, pero… –Lizzie sonrió con la mirada llena de esperanza–, es lo que más deseo. –Tal vez vio algo en tus ojos. Dicen que la mirada de una mujer encinta tiene un brillo muy especial. Ella debe de saber de esto –comentó Georgiana gozosa. –Entonces habrá que esperar unos días para confirmarlo –indicó Darcy con una leve sonrisa–. Hasta que no tengamos la seguridad, no lo comentaremos con los demás. Darcy besó en la frente a su esposa y Georgiana y Lizzie asintieron. Georgiana se retiró para solicitar la cena y Darcy le preguntó a su mujer: –¿Y cómo les fue en el resto del paseo?

89 –Bien... La verdad es que quisimos regresarnos pronto. –¿Por qué? –Me sentí muy incómoda por la presencia del Sr. Windsor. –¿Hizo algo que te molestara? ¿Te dijo algo? –preguntó inquieto. –No, no. Sólo que, en la biblioteca no dejaba de seguirme y sentía su mirada todo el tiempo, inclusive en el jardín cuando dábamos un paseo. Georgiana también quería regresar al hotel y volvimos temprano. Darcy se puso de pie y se dirigió a la puerta. –¿A dónde vas? –Iré a hablar con el Sr. Windsor. –¿Para qué? –indagó acercándose a su marido. –¡No voy a permitir que siga acosándote con la mirada! –Darcy –dijo tomándolo del brazo–, te agradezco mucho que quieras defenderme, me halaga, pero sería darle más importancia de la que tiene. Él sabe que soy una mujer casada, que amo a mi marido y que soy generosamente correspondida, y en unos días regresaremos a Pemberley, no lo volveremos a ver. Darcy la miraba con reserva y ella prosiguió: –Además, no queremos que la amistad de Georgiana con la Srita. Sandra se vea afectada por esta penosa situación, es su única amiga y le guarda mucho cariño. –Ya no es su única amiga, gracias a ti. –Y al amor que te tengo –indicó besándolo en la mejilla. –¿Y el Sr. Murray Windsor? Vi que buscaba mucho a Georgiana. Tendré que conocerlo mejor. –¿Conocerlo? ¡Oh, no! No pierdas tu tiempo con él, a Georgiana no le interesa.

Estuvieron un par de días más en Oxford y volvieron a Pemberley; Darcy y Lizzie lo hicieron con el corazón lleno de esperanza, sentimiento que guardaban en silencio y que aumentaba con el paso de los días y las semanas. A su llegada a Pemberley, Georgiana se emocionó cuando recibió una carta, de manos de la Sra. Reynolds, del Dr. Donohue, desde Gales. “Estimada Srita. Georgiana: Quería disculparme por retirarme tan precipitadamente de Oxford aquella mañana, sin poder despedirme de usted, pero mi presencia era demandada por mi familia, ya que mi padre cayó gravemente enfermo y temían por su vida. Gracias a Dios, se está recuperando con las atenciones de mis colegas y el seguimiento que le he dado. Seguro estoy de obtener su comprensión y anhelo verla próximamente. Deseo que Dios la bendiga, Patrick Donohue”. Cuando Lizzie y Georgiana se encontraron a solas en Pemberley, Georgiana, entusiasmada, le platicó lo que había sucedido con el Dr. Donohue y la carta que había recibido en la que se disculpaba por su ausencia. Lizzie la felicitó alegremente y la animó a tener esperanzas, ya que a su juicio, todo iba por buen camino. Se lamentó de que el Sr. Windsor hubiera sido tan inoportuno al interrumpirlos en un momento tan especial,

90 pero deseó que pronto se vieran nuevamente y, en la medida de lo posible, que Donohue declarara lo que había quedado inconcluso. Georgiana estaba muy enamorada y con gran ilusión de que tal vez pronto lo volvería a ver, anhelo que él también había pasmado en la epístola.

CAPÍTULO XVII

Los Sres. Darcy y Georgiana fueron a Starkholmes, ya que Darcy y Bingley tratarían asuntos de negocios. Cuando llegaron a la residencia, fueron recibidos por los señores de la casa junto con su pequeña Diana, en el salón principal. Lizzie cargó entusiasmada a su ahijada y la estuvo paseando por un rato, mientras los señores se retiraron al despacho. Después, Jane propuso salir a caminar al jardín para que la bebé tomara su baño de sol y Lizzie y Georgiana aceptaron. Más tarde, llegó el Sr. Bennet acompañado por Kitty. La Sra. Nicholls los anunció en el estudio. Darcy y Bingley los recibieron y el Sr. Bennet conversó con ellos mientras Kitty iba en busca de las señoras al jardín; ellas la saludaron sorprendidas: –Los esperábamos mañana –comentó Jane. –Mi papá ya no aguantaba más las ganas de venirse y prefirió adelantar el viaje –explicó Kitty. Lizzie, después de saludar a Kitty, salió corriendo al despacho para darle la bienvenida. Kitty, Georgiana y Jane, con la niña en brazos, la siguieron caminando. Al arribar, Lizzie tocó la puerta del estudio, entró y saludó a su padre: –¡Qué sorpresa! ¿Vendrás a Pemberley unos días? –Yo pensaba traer a Kitty con Jane y visitarte, mi querida Lizzie, si el Sr. Darcy está de acuerdo. –Por supuesto, Sr. Bennet, será un placer –contestó Darcy. En ese momento, Jane entró con Georgiana y Kitty y saludaron: –¿Te quedarás con nosotros, papá? –averiguó Jane. –Ya tengo dos invitaciones. Podré pasar unos días con Lizzie y otros aquí, con Jane y Diana. –Es una gran idea –señaló Bingley. –Si quieres papá, vamos al jardín, para que los señores terminen pronto. Está muy agradable la mañana – sugirió Jane. Salieron y caminaron por un rato, luego se sentaron y el Sr. Bennet cargó a Diana. Lizzie le preguntó: –¿Cómo se encuentran Lydia y su hijo? –Muy bien. El bebé se llamará Nigel y nació sano y fuerte. Lydia se está recuperando y aprendiendo muchas cosas sobre la crianza. –Me imagino lo nerviosa que estará tratando de atender al niño –expuso Lizzie–. Y, ¿cómo está mi madre? –Bien, ha estado más tranquila que de costumbre, y más comprensiva he de señalar. Lizzie, debemos agradecer tus palabras, creo que la han hecho reflexionar sobre muchos asuntos. –¿De verdad papá? –indagó sorprendida.

91 –Con decirte que le dije que vendría a visitarte y me insistió que no te hiciera esperar más tiempo, me dijo que te mandaba un beso al igual que muchos saludos al Sr. Darcy y a la Srita. Georgiana. –Papá, los he extrañado tanto a los dos –expresó notablemente emocionada. Luego, ella le pidió que le diera a la niña para cargarla y darle un paseo. Se puso de pie y caminando le cantó y le platicó por largo rato hasta que se quedó dormida en sus brazos. Jane sugirió regresar a la casa para que Diana pudiera descansar, donde su madrina la acostó con sumo cuidado. Lizzie estaba especialmente contenta en esa ocasión, muy diferente a como la había dejado el Sr. Bennet la última vez cuando se despidió con tristeza para ir con su esposa a visitar a Lydia. Le llenó de tranquilidad ver a su hija tan entusiasmada, rebosante de alegría. Sin duda, el Sr. Bennet se sentía muy feliz de poder visitar a Lizzie y ahora también a Jane y a Diana.

Al día siguiente, en Pemberley, Lizzie invitó al Sr. Bennet a la biblioteca, mientras Darcy salía con el coronel Fitzwilliam. Cuando los señores regresaron a la hora de la cena, Georgiana y Lizzie estaban tocando el piano a dúo y el Sr. Bennet escuchaba con complacencia. Cuando Darcy se aproximó al piano, Lizzie se puso de pie y saludó a su esposo efusivamente, tomando sus manos. –Estabas tocando muy bien. Has prosperado mucho, Lizzie –comentó Darcy. –No lo creo –dijo ella riendo. –El Sr. Darcy tiene razón. Su interpretación en el piano ha mejorado notablemente, felicidades –señaló el coronel–. Eso requiere de mucha dedicación y esfuerzo. Espero ser invitado cuando vaya a dar un recital. –¿Pudieron revisar los libros que querías enseñarle a tu padre? –preguntó Darcy a Lizzie. –Sí los encontramos y nos sirvieron para completar la investigación que está terminando. Muchas gracias por tus consejos, fueron de gran utilidad. Darcy sonrió. –¿Qué investigación están realizando? –averiguó Fitzwilliam. –Sobre la Historia de la Antigua Grecia. Es un tema apasionante –reveló el Sr. Bennet. –Sí, ya lo creo –afirmó el coronel. –Sr. Bennet, mañana pensábamos ir a cabalgar, ¿gusta acompañarnos? –invitó Darcy con cortesía. –Muchas gracias, Sr. Darcy, pero me he sentido cansado, preferiría no ir. –¿Has estado enfermo papá? ¿Te ha revisado el Dr. Jones? –indagó Lizzie alarmada. –No. Sólo que a mi edad ya no aguanto tanto trote. –¡Oh! Si es por eso, tal vez prefiera un deporte más tranquilo. Podremos ir de pesca y dejar la cabalgata para otro día, ¿te parece bien Fitzwilliam? –sugirió Darcy. –Me parece excelente –contestó el coronel. –Georgiana, tal vez podríamos aprovechar para visitar algunas tiendas en Lambton, en tanto los señores pescan la cena –propuso Lizzie. –Me encantaría acompañarte.

92 Al día siguiente, las damas salieron después del almuerzo al pueblo y estuvieron durante toda la mañana en las tiendas. A medio día estaban de regreso en Pemberley, al igual que los señores. El coronel le preguntó a Lizzie: –¿Cómo se encuentran la Sra. Bingley y su hija? –Las dos están muy bien, gracias. Diana está cada vez más bonita. Ya pronto nos dará la sorpresa de verla sentarse, gatear y jugar con sus juguetes. –Es una niña encantadora –afirmó el Sr. Bennet. –Darcy, en el pueblo Georgiana y yo encontramos un regalo precioso para Diana que no me pude resistir. Mañana cumple meses y pensé llevárselo de parte de su padrino, si te parece bien. Él asintió. –Le va a encantar a Jane, y Diana se verá preciosa –comentó Georgiana. –Mañana tendré que salir con el coronel, pero tal vez tu padre pueda acompañarte –indicó Darcy. –Estaré encantado –agradeció el Sr. Bennet. –Y ¿pudiste encontrar las piezas de porcelana que querías, Lizzie? –Sí. Encontré unas piezas preciosas que me gustaron mucho. Es una lástima que ese negocio no pueda salir a flote teniendo productos de tan buena calidad. Parece que van a tener que cerrar la tienda. –¿Por qué? –indagó Fitzwilliam. –El Sr. Bush me dijo que está muy cansado y que es un trabajo que requiere de mucha precisión, ya está enfermo y no tiene hijos que puedan continuar con el negocio; necesita contratar a alguien para que lo pueda entrenar y que siga surtiendo los pedidos que recibe, pero tampoco tiene dinero para pagarle. Apenas gana lo suficiente para mantener a su esposa. He visto que tiene mucha demanda y ya no se da abasto. Tal vez, Darcy, ésta es la oportunidad que has estado esperando. Él se quedó pensativo. Al día siguiente, Darcy partió recién salida el alba con el coronel Fitzwilliam a resolver unos asuntos de negocios, prometiendo regresar antes de la cena. El Sr. Bennet, Lizzie y Georgiana se encontraron para desayunar en el comedor, pero ellos se sorprendieron de ver que Lizzie había perdido toda la alegría de los días anteriores. Conversaba, pero estaba ausente, como si algo le preocupara, además de tener un aire de melancolía en la mirada que, a pesar de todos sus esfuerzos, no podía disimular por completo. Y más se alarmaron cuando Lizzie les dijo que no se sentía con disponibilidad para llevar el regalo a Diana, lo que el día anterior le había entusiasmado mucho; comentó que lo llevaría en otra ocasión. Georgiana le preguntó si quería que llamara al médico, pero ella se negó, expresando sus deseos de retirarse a su alcoba. Su padre la acompañó hasta la puerta, donde le dijo: –Lizzie, ¿sucede algo? Te ves muy afligida. –No papá. –¿Acaso tuviste algún problema con el Sr. Darcy? Ayer te veías tan entusiasmada que me extraña verte hoy así.

93 –No, papá. Sólo tengo dolor de cabeza. El Sr. Bennet, con el semblante turbado, le dio un beso en la frente y le señaló que estaría en la biblioteca. Lizzie entró en su habitación donde trató de recostarse y descansar, pero no podía, sólo pensaba en la pena que embargaba su corazón. Ya era la tarde cuando Darcy regresó a Pemberley. Se encontró a Georgiana camino a buscar a su esposa y al Sr. Bennet, pero ella le dijo que había visto muy desanimada a Lizzie desde el desayuno y que se había retirado a su alcoba desde entonces a causa de un dolor de cabeza. Darcy fue a su recámara y la encontró sentada en el sillón. Darcy se sentó a su lado y, tomándole de las manos, le dijo: –Me comentó Georgiana que te has sentido mal. –Sí, pero ya me siento mejor, gracias –aclaró Lizzie haciendo un gran esfuerzo por aparentar serenidad. –¿Quieres que llamemos al Dr. Thatcher? –No, ya pasó. Ha sido un dolor de cabeza. Anoche no dormí bien. –Sí, lo sé. Ella besó a su esposo y lo abrazó con cariño diciendo: –¡Qué bueno que hayas vuelto! ¡Te extrañé mucho! Darcy vio tristeza en sus ojos y, aturdido, le preguntó: –Lizzie, ¿qué sucede? Su mujer guardó silencio, tratando de sonreír. –Lizzie, en tu mirada se refleja lo que siente tu corazón. Sólo quiero saber la razón –indagó Darcy pensativo–. ¿Tiene algo que ver con que no hayas querido visitar a Jane hoy? O acaso... –dijo con cierto temor. Lizzie, rompiendo en un llanto muy lastimoso, le contestó: –No quiero ir a ver a Jane ni a Diana porque temo que al cargar a mi ahijada no pueda dejar de llorar y mis deseos de llevármela conmigo sean tan incontrolables que sólo aumente mi sufrimiento. Darcy abrazó a su esposa, comprendiendo su dolor, y ella continuó: –Ayer todavía creía que por fin… Tenía tanta ilusión de que nuestras sospechas fueran realidad. Al día siguiente, Darcy no salió a cabalgar y acompañó a su mujer desde que despertó. –¿Cómo te sientes hoy? –preguntó él, sentándose a su lado y rozando su mejilla con cariño. –Contigo me siento mejor –contestó Lizzie, besando la mano de su esposo. –¿Sabes que te amo y que tú eres lo más importante para mí? Lizzie, con los ojos brillantes por las lágrimas, le dijo: –Yo también te amo. Darcy la besó tiernamente. El Sr. Bennet ya estaba esperando en el salón principal a sus anfitriones para el desayuno y platicaba con Georgiana cuando los Sres. Darcy entraron. –Lizzie, querida Lizzie, ¿ya te encuentras mejor? –indagó el Sr. Bennet, acercándose a su hija.

94 –Sí, papá, gracias –declaró ella tratando de verse más animada de lo que en realidad se sentía. –¡Qué gusto me da verte con mejor semblante! –señaló Georgiana–. ¿Hoy querrás ir a visitar a Jane? –¡No! –respondió prontamente. –Lizzie y yo queremos ir al lago. ¿Gusta acompañarnos después del desayuno, Sr. Bennet? –explicó Darcy. –Me encantaría. –Y tú Georgiana, ¿tenías pensado realizar otra actividad o quieres venir con nosotros? –Yo soy materia dispuesta. Después del desayuno, Darcy atendió unos asuntos con Fitzwilliam en el despacho mientras Georgiana se sentó un momento a tocar el piano en compañía del Sr. Bennet y de su hermana. Cuando los caballeros saldaron sus asuntos se reunieron con ellos y escucharon unos momentos más de la música que inesperadamente fue interrumpida por la Sra. Reynolds que anunciaba la llegada de la Sra. Bingley, la Srita. Bingley y la Srita. Bennet. Los Sres. Darcy se sorprendieron. Él, al escuchar que venía la Srita Bingley sólo esperó que no se atreviera a importunar a su mujer, como era su costumbre. Lizzie, con el rostro turbado, no supo si sentir tranquilidad o mayor angustia al ver que se referían a la Srita. Diana Bingley, su querida ahijada, a quien tanto temor había sentido de ver el día anterior. Su corazón palpitaba con mucha fuerza y sólo pudo decir estupefacta: –¡Qué sorpresa! Darcy, al ver el rostro de Lizzie, sintió su desconsuelo y les pidió con la mínima cortesía: –Pasen, por favor. El Sr. Bennet, que observaba lo sucedido con desconcierto, saludó mucho más efusivamente a sus otras hijas que venían con la criatura y les dio un cariñoso abrazo. –No las esperábamos, ¡qué sorpresa! –¡Qué gusto verlas y que hayan traído a la pequeña Diana! –repuso Georgiana. –Papá, quedamos que hoy vendríamos por ti para ir con nosotros a Starkholmes –aclaró Jane. –¡Oh, Jane! Lo había olvidado por completo. Mis pensamientos han estado muy entretenidos en otros asuntos, perdóname hija. –No te preocupes papá. –Tomen asiento –les indicó Lizzie. –No tenía el gusto de conocer a la Srita. Diana Bingley –reconoció Fitzwilliam–. El Sr. Bingley me había comentado orgullosamente de la belleza de su hija y escuchando a la Sra. Darcy expresarse con tanto entusiasmo y cariño de su ahijada me imaginaba que Diana era una niña encantadora, pero al verla me doy cuenta que cualquier elogio es poco. Es muy hermosa. –Muchas gracias –respondió Jane. –Y ¿cuándo nos darán la sorpresa los Sres. Darcy de que viene un bebé en camino? –preguntó Fitzwilliam. Hubo un silencio y Georgiana miraba atentamente a su hermano, quien observó que el rostro de Lizzie se eclipsó.

95 –Deseamos que sea pronto, querido primo –interrumpió el sigilo Darcy, quien aparentó entereza y continuó para desviar la atención–. Sra. Bingley, ¿acaso los oídos de mi ahijada han escuchado ya música tan excelsa como la que interpreta Georgiana? Tal vez sea momento de que comencemos a inculcarle el gusto por la música. Nos estaba interpretando una pieza que seguramente entusiasmará a la pequeña. –Sí, claro –respondió su hermana con cierta nostalgia, comprendiendo lo que sucedía entre Lizzie y Darcy. Georgiana se sentó en el piano y toda la atención de los presentes se dirigió hacia ella que interpretaba una pieza extraordinaria, excepto por Darcy y Lizzie, cuyos pensamientos se encontraban en otro tema. Lizzie se puso de pie y caminó hasta la ventana, observando su jardín y respirando profundamente para poder contenerse y tranquilizarse. Darcy se aproximó a ella y con cariño la abrazó por la espalda, al tiempo que la besaba en la mejilla, provocando que Lizzie sintiera un profundo consuelo. El Sr. Bennet veía a su hija y meditaba en silencio. Cuando Georgiana terminó, todos la ovacionaron y Jane se entusiasmó de ver que Diana también daba sus primeros aplausos. –¡Lizzie, ven! Tienes que verla. Estaba aplaudiendo. ¡Se veía hermosa! Lizzie se acercó y la miró tiernamente y Jane le ofreció: –¿Quieres cargarla? –¡Oh, no! –dijo Lizzie rápidamente causando asombro en Jane y luego añadió–. Me he sentido mal estos días y no quisiera contagiarla. –Desde ayer se ha sentido enferma y permaneció todo el día en su alcoba –repuso Georgiana. –¡Oh!, entonces no queremos importunarte Lizzie. Papá, si quieres nos retiramos para que mi hermana descanse –sugirió Jane. –Sí, claro. Iré a preparar mi maleta –concluyó el Sr. Bennet. Mientras esperaban al Sr. Bennet, Georgiana platicaba con Jane de Diana y el coronel y Kitty conversaban, mientras Lizzie y Darcy guardaban silencio y escuchaban: –Cuando Lizzie nos invite otra vez a Londres tal vez podríamos ir juntos a un baile. Sería divertido. ¿A usted le gusta bailar? –continuó Kitty. –Sí, es estimulante. –Lizzie, ojalá pronto podamos poner fecha para nuestro viaje a la capital. Ella asintió. El Sr. Bennet entró a la habitación y todos se pusieron de pie. –Papá, ¡no lo vas a creer! ¡Lizzie nos invitó a Londres otra vez! –comentó Kitty llena de entusiasmo. Lizzie guardó silencio. –Luego platicamos de eso, Kitty. Ahora dejemos a Lizzie descansar. –Sí, trae muy mala cara. Tal vez tenga fiebre. El Sr. Bennet se acercó a Lizzie y con cariño se despidió de ella. No dejaba de pensar en la tristeza que los ojos de su hija reflejaban en ese momento y se fue con una pena muy grande en su corazón.

96 Darcy, en los siguientes días, para levantarle el ánimo a su esposa, le propuso ir a Londres. Tal vez ir a otro lugar le permitiría distraerse y recuperar su alegría. Georgiana se quedó en Pemberley. Darcy la invitó a la ópera y al Little Theatre a ver una obra de teatro que le agradó mucho; y en esta ocasión, en lugar de ver “paredes llenas de pinturas”, como había dicho Kitty, Darcy la llevó a ver unos murales preciosos de pintores muy famosos que, por razones de mantenimiento, habían permanecido cerrados al público en las últimas ocasiones que habían estado en Londres. Lizzie se sentía mucho más alentada, había recobrado la esperanza y sabía que algún día sus sueños se harían realidad, pero estaba consciente de que necesitaba estar serena para conseguirlo. Darcy, después de consolarla en los momentos difíciles e infundirle ánimos, sintió otra vez paz en su corazón al ver brotar la alegría en el semblante de su mujer. Cuando los Sres. Darcy regresaron a Pemberley, Lizzie se encontró con la noticia de que su padre, saliendo de Starkholmes y antes de partir a Longbourn, había ido para despedirse de su hija, con la sorpresa de que no estaba en casa. Lizzie no pudo evitar afligirse al recordar el rostro de preocupación con el que su padre se había marchado la última vez y, en cuanto tuvo la oportunidad, le escribió una carta. “Querido papá: A nuestro regreso de Londres supe por la Srita. Georgiana que habías venido a despedirte y lamento que no haya estado, pero quiero decirte que te amo y te extraño. Ojalá puedas darte otra escapada para venir a visitarme y continuar con nuestra investigación, pues me ha dejado con mucho interés”. Semanas más tarde, en lugar de recibir a su padre, llegó una carta suya en respuesta a la que ella le había mandado. “Querida Lizzie: Me apena mucho no poder ir por el momento a visitarte ya que Lydia y su hijo vendrán a pasar unos días con nosotros, y tu madre me suplicó que me quedara en casa. Estoy seguro de que comprenderás mis motivos y me alegra que en tu carta reflejaras la tranquilidad que siente tu alma. Yo también te amo hija. He rezado mucho por ustedes y seguiré haciéndolo. Con amor, tu padre”.

CAPÍTULO XVIII

Después de varias semanas, Lizzie y Georgiana estaban en el jardín dando un paseo y cortando algunas flores que usarían para el arreglo floral de la mesa del comedor. Lizzie recordaba cómo le gustaba ir a recolectar flores al campo con Jane y con su padre. Cuando iban de regreso a la mansión, se sorprendieron de ver a lo lejos a Kitty, quien venía acompañada de la Sra. Reynolds que había ido en su búsqueda. –Kitty, ¡qué sorpresa! Gracias, Sra. Reynolds, puede retirarse –señaló Lizzie. –¡Oh, Lizzie! ¡qué gusto me da verte! Te he extrañado mucho. –Hace tiempo que no nos veíamos. Si quieres, pasemos a la casa. Las damas entraron y después de poner las flores en agua, Lizzie le mostró a Kitty el camino hasta su sala privada, en donde la recibió sorprendida. Georgiana las acompañó en todo momento. –Supe que visitaron Londres hace unas semanas, ¿cómo les fue? –preguntó Kitty.

97 –Muy bien, gracias. –¡Ay! Me habría encantado acompañarlos. ¿Usted también fue, Srita. Georgiana? –No, yo me quedé en Pemberley. Darcy quería llevarse a Lizzie para pasar unos días juntos –explicó Georgiana. –¡Oh, entiendo!, pero espero que la invitación a Londres se pueda concretar próximamente. Tengo muchos deseos de ir. –Preguntaré a Darcy cuándo tiene pensado regresar –comentó Lizzie–. ¿Cómo están todos en Longbourn? –Muy bien. Hasta hace unos días Lydia, Wickham y su hijo estuvieron en casa. Tengo entendido que ahora se marcharon con su amiga, la Sra. Forster, y que pronto regresarán a Newcastle. –Y el nuevo sobrino ¿cómo se porta? –Nigel es un niño muy llorón, no duerme por las noches y no deja reposar, y en el día sólo grita y duerme. –No me imagino a Lydia atendiendo a una criatura. –Yo tampoco. En realidad el tiempo que la vi casi ni lo atendía y lo dejaba acostado, hasta que mi madre o mi padre se compadecían de él y lo cargaban o se quedaba dormido. –¡Qué desdichada criatura! –dijo Georgiana. –Y a Wickham no le importaba mucho, sólo se molestaba por el ruido que provocaba –continuó Kitty. –¡Qué tristeza! –indicó Lizzie. Ella recordaba todas las atenciones que veía que recibía su ahijada Diana y pensaba en el descuido que absorbía su sobrino de manos de sus propios padres. Pensaba en todo el amor que ella y Darcy guardaban en su corazón para entregarlo a la criatura que Dios les enviaría para su cuidado y educación. Reflexionó cómo quienes son padres sin demora, no valoran esa bendición y descuidan a sus hijos, y a ellos que tanto habían deseado ese regalo del cielo, hasta ahora se les había negado. –¿Y cómo está mi padre? –prosiguió Lizzie. –Bien, aunque se le ve más cansando que de costumbre. Seguro no pudo dormir bien, como todos, por el niño que lloraba en las noches –expuso Kitty. –¿Y mi madre? –Al principio estaba muy emocionada de recibir en casa a su nieto, pero luego perdió el encanto y empezó con sus ataques de nervios otra vez. Había pasado una temporada bastante tranquila. –Hace tiempo que no los veo. Les escribiré una carta. –Y ¿han visto al coronel Fitzwilliam? –preguntó con interés. –En este momento está en el despacho con Darcy. –¿De verdad? ¿Y se quedará mucho tiempo en Derbyshire? –No lo sé. ¿Por qué tanto interés en el coronel? –Es un hombre soltero, atractivo, muy amable. ¿Hay algo de malo en eso? –No, claro. Pero me sorprende y me alegro por ti.

98 –Pensé que tal vez podría conocerlo más, procurar algún encuentro, y qué mejor que a través de mi amada hermana que lo ve tan seguido. –¿Acaso te mandó mi madre para cazarlo? –No, aunque seguramente habría estado de acuerdo. Ella también tiene una excelente impresión del coronel. –Y ¿qué le dijiste a mi padre para que te diera permiso? –Que te extrañaba mucho y quería venir a verte. –¿Y te creyó? –indagó riendo. –Lizzie, yo sé que en el pasado hemos estado alejadas tú y yo, pero tal vez sea tiempo de cambiar las cosas. –Será un placer –concluyó sonriendo. Lizzie fue interrumpida por alguien que tocaba a la puerta. Eran Darcy y Fitzwilliam que habían terminado y el coronel venía a despedirse. –Srita. Kitty –saludó Darcy extrañado de ver a su visitante–. Lizzie, el coronel se retira. –¿Gusta quedarse a cenar, coronel? –sugirió Lizzie. –No quisiera importunarlos –contestó Fitzwilliam. –¡Oh, no! Siempre es un placer para nosotros –explicó Darcy. Pasaron todos al comedor, incluyendo Kitty, quien se quedaría unos días en Pemberley. –Y ¿ha visitado a Lady Catherine? –preguntó Lizzie al coronel. –Sí. Le estoy manejando algunos asuntos en Londres que me pidió e iré a visitarla para que me firme los documentos necesarios para los trámites. –Y ¿cómo se encuentra mi tía? –inquirió Georgiana. –Bien, ha estado bien de salud, gracias. –¿Y mi prima, la Srita Anne? –Parece que últimamente se ha enfermado menos que antes, gracias. –Me alegro mucho. –Y, ¿desde hace cuánto tiempo lleva los asuntos de los Darcy, coronel? –curioseó Kitty. –Todavía en vida, mi tío me entrenó junto con su hijo acerca de todo lo relacionado con sus negocios, hace más de diez años, y desde que falleció he continuado apoyando a mi primo en lo que ha necesitado. También, a la muerte del Sr. Darcy he llevado junto con mi amigo y su difunta madre la tutoría de la Srita. Georgiana, que ahora se ha convertido en una mujer muy hermosa que seguramente ya ha conquistado el corazón de más de un caballero –contestó Fitzwilliam. Darcy vio al coronel con unos ojos muy inquisidores. –No me malinterpretes, querido primo. Lo digo sinceramente y sin interés. Sabes que quiero a Georgiana como a una hermana y deseo que encuentre la felicidad, como ustedes, Sres. Darcy. –¿Y qué me dice de su felicidad? –preguntó Lizzie. –Estamos trabajando en ello. –¿Y se puede saber quién es la afortunada? –indagó Georgiana.

99 –Lo sabrá a su debido tiempo. Y usted, Srita. Georgiana ¿tiene algún pretendiente? –inquirió el coronel. –¡Oh, no! –dijo rápidamente Georgiana para no levantar sospechas. –Recuerdo que habías mencionado a alguien hace tiempo –comentó Darcy. –De eso... no tuvo importancia. –Y ¿qué tal el Sr. Windsor? Se veía muy interesado en ti. –¡No, definitivamente no! –Tal vez el Sr. Windsor tenga algún primo… o amigo, que le pueda presentar a Georgiana –dijo Lizzie riendo. Georgiana se sonrojó y Darcy contestó, sin darle importancia al comentario: –Te encanta reírte de mí, pero me complace verte feliz. Georgiana respiró profundamente y preguntó sin pensar: –Y usted Srita. Kitty, ¿hay alguien que ocupe sus pensamientos? –Bueno, en realidad… –titubeó Kitty. –Posiblemente el coronel Fitzwilliam tenga algún primo o amigo que pueda presentarte –interrumpió Lizzie, dándose cuenta del poco interés que el coronel mostraba hacia su hermana, antes de que Kitty comentara alguna imprudencia. –En la próxima visita que usted realice a la capital, con gusto lo haré, Srita. Bennet –indicó el coronel. –Sr. Darcy, ¿cuándo tiene pensado ir a Londres nuevamente? –investigó Kitty. –La Sra. Darcy y yo tenemos una cita para celebrar nuestro aniversario en los próximos días de diciembre y pensaba llevarla a Londres, pero será un viaje de placer exclusivamente. Lizzie sonrió y Kitty dejó de insistir por el momento sobre su deseo de ir a Londres. Kitty permaneció un par de días en Pemberley y luego fue a visitar a Jane a Starkholmes. Mientras se hospedó en su casa, Lizzie la llevó a pasear al condado y aprovecharon para ir de compras, actividad que sabía era del agrado de su hermana; platicaron de cosas superfluas, que eran únicamente las que interesaban a Kitty y que su hermana utilizó como el mejor camino para granjearse su confianza. Lizzie adquirió algunos regalos para sus padres, pensando en que tal vez así su madre se dignaría a contestarle las cartas que con anterioridad le había mandado y pudieran limar asperezas.

CAPÍTULO XIX

Ya estaba todo listo para el viaje que realizarían Darcy y Lizzie a la mañana siguiente a Londres con motivo de su segundo aniversario. Era la víspera cuando ellos y Georgiana se encontraban en el salón principal, Lizzie tocaba el piano a dúo con su hermana y su esposo se encontraba leyendo un libro, cuando el mayordomo interrumpió por un momento. –Disculpe, llegó una carta urgente para la Sra. Darcy –anunció el Sr. Smith, entregándosela a Lizzie.

100 –Muchas gracias –dijo ella, levantándose del piano y aproximándose a la ventana, al momento en que abría el documento. –¡Es de mi madre! ¡Por fin me responde! “Querida Lizzie: –leyó en voz alta–. Lamento mucho darte esta noticia pero tu padre ha caído gravemente enfermo. Los doctores dan pocas esperanzas y nos preocupa que le quede poco tiempo…” Lizzie, sin terminar la carta, alzó la mirada, dejándola caer al piso. Darcy, que seguía con atención la lectura de su esposa, se puso de pie rápidamente y se acercó a Lizzie, que estallaba en llanto, y la abrazó fuertemente. Georgiana, igualmente se levantó muy agitada y le dijo a su hermano: –Voy a solicitar que preparen todo para su viaje a Longbourn. Viajaron durante la noche; en el trayecto Lizzie no paró de lamentarse por la inesperada enfermedad de su padre, imaginando lo que habría sucedido. –¡Darcy! –expresó angustiada, sin dejar de llorar, mientras su marido trataba de ofrecerle consuelo–. Hace unos meses él estaba bien. Tú lo viste y hasta salieron a pescar. ¿Notaste algo fuera de lo normal? Yo le pregunté si se sentía indispuesto. ¡Debí insistir en que lo revisara el doctor!, siempre ha padecido de los pulmones. –Tu padre es fuerte, seguramente se recuperará pronto –dijo Darcy deseando que así fuera. –Pero mi madre dice… –Lizzie, hasta no llegar a Longbourn no podemos saber la condición de tu padre. Tu madre a veces exagera la situación. –¡Pero los médicos no! Tal vez no quiso decir nada para no preocuparnos. Y la última vez que lo vi… No le dije que lo amaba. –Él sabe que lo amas, y él te ama inmensamente, me lo dijo varias veces. –La última vez que me visitó yo no estuve con él. –Te sentías indispuesta y él lo comprendió. –Y, a pesar de que en mis cartas le pedí que regresara, él ya no fue, seguramente ya se sentía mal. ¿Por qué no vine a verlo antes? ¡Darcy! Si no llegamos a tiempo… Él la abrazó cariñosamente comprendiendo su dolor. Por única vez en su vida se lamentó que vivieran tan lejos de sus suegros. Lizzie sollozó hasta que se agotó y luego permaneció en silencio, pensativa, en los brazos de su esposo, rezando para que pudiera ver a su padre otra vez. A su llegada, Betsy los encaminó a la sala donde Mary los recibió llorando y Lizzie preguntó: –¿Cómo está mi padre? –Mal, el Dr. Jones lo está revisando y luego revisará a mi madre –dijo Mary sumamente preocupada, casi sin poder hablar. –¿A mamá? –Le dio un ataque de nervios hace un rato y se fue a acostar a mi pieza. –¿Ya les avisaron a mis hermanas?

101 –Mandamos tu carta y la de ellas al mismo tiempo, supongo que ya vienen en camino. ¡El doctor dice que está muy grave! Tal vez si se hubiera atendido antes… pero no nos dijo nada y ayer todavía estuvo en la biblioteca aunque estaba ardiendo en calentura. Fue cuando nos dimos cuenta que estaba enfermo, cayó desmayado y lo encontré en muy malas condiciones. Seguramente ya llevaba días así. Lizzie la abrazó con cariño. –¡Mary! ¿Ya llegó Lizzie? –gritó la Sra. Bennet con lamentos desde la habitación. Ella acudió a su lado y la saludó abrazándola emotivamente. –¡Oh, Lizzie!, ¡qué bueno que ya has llegado! Tu padre está ansioso por verte. No ha parado de preguntar por ti desde que le dije que vendrías. –¿Cómo está él? –¡Está muy grave! –explicó la Sra. Bennet sollozando–. No sabemos cuánto… –¿Qué tiene mi papá? –¡Esa tos que no lo deja y ahora se ha complicado con neumonía! Además de que las últimas semanas comió muy mal y está débil. La puerta de la habitación contigua se abrió y Lizzie se levantó rápidamente y vio salir al doctor, tomó de la mano a Darcy y entraron en la habitación de su padre. –¿Papá? –Pasa, Lizzie, acércate por favor –le pidió el Sr. Bennet tratando de controlar el ataque de tos sin lograrlo–. ¡Me alegro que hayan llegado! Me da tanto gusto verte, hija. Te he extrañado mucho. Lizzie tomó la mano de su padre mientras se sentaba junto a él en una silla. –Papá, tienes que curarte. ¿Por qué no les dijiste que te sentías mal? Yo habría venido antes para cuidarte. –Lizzie… –Ya verás que te pondrás bien y vendrás con nosotros a Pemberley a tomar unas vacaciones. –No, Lizzie, ya estoy cansado, viejo y enfermo; pero he tenido la enorme alegría de haber sido bendecido con una hija como tú, que me ha llenado la vida de esperanza y felicidad. Tu entusiasmo me mantuvo firme en los momentos difíciles, tu comprensión y tu ternura fueron un aliento para seguir adelante. Tu mirada ha sido como ver el cielo en la tierra, como si Dios quisiera hablarme a través de tus ojos. Te amo y he tenido la dicha de ver que eres feliz aunque ya no te tenga cerca y, por esto, estoy muy agradecido… –¡Oh papá, te quiero tanto! –suspiró Lizzie con los ojos llenos de lágrimas y abrazó a su padre. Después de un momento, el Sr. Bennet continuó: –Así como me has llenado de esperanza en los momentos difíciles, te pido que tú no pierdas la esperanza, no pierdas la esperanza, aunque las cosas parezcan no tener solución. No pierdas la esperanza. Lizzie se incorporó y, tomando las manos de su padre, las besó. Después hubo un silencio y el Sr. Bennet le dijo: –Me voy con mucha tranquilidad en el corazón de saber que estás unida a un hombre que te ama y verá por ti en cada momento. No podría haberte entregado a nadie menos digno de ti. Me voy satisfecho de la vida

102 que tuve, aunque sin lujos, fui feliz con tu madre y con mis hijas. Estoy seguro que estarás pendiente de tu madre y de tus hermanas y te lo agradezco de todo corazón. Y… me apena que todo esto haya sucedido en la víspera de tu aniversario, querida Lizzie. Agotado de hablar, el Sr. Bennet hizo una larga pausa y luego le pidió a su hija: –Por favor Lizzie, déjame a solas con el Sr. Darcy. Cuando ella salió de la habitación se encontró con un espectáculo espantoso. Su madre no paraba de llorar y lamentarse, en medio de otro ataque de nervios, tras haber recibido el dictamen del médico. –¡Qué terrible situación! ¿Qué vamos a hacer si el Sr. Bennet fallece? Seguro que el Sr. Collins vendrá a desalojarnos en cuanto lo hayamos enterrado. Ya no tendremos casa, ni a dónde ir. ¡Qué desdicha! –Madre, tal vez podríamos pedirle ayuda a Jane o a Lizzie –contestó Mary llorando, tratando de consolarla. –No, no, imposible. Yo no quiero importunarlas en lo absoluto, eso no es lo correcto. Aunque… si no hay más remedio… ¡Oh, qué desgracia!, ¿qué vamos a hacer? Tal vez tengamos que pedirle a mi hermano, el Sr. Gardiner, que nos recoja, pero no sé si pueda con los compromisos que tiene, y su negocio… Ya ves lo que dijo el doctor, le queda poco tiempo. Lizzie se retiró rápidamente de la habitación donde sentía ahogarse; salió a caminar y a tomar aire fresco. Estaba tan desolada por la enfermedad de su padre. –Sr. Darcy, por favor, acérquese –solicitó el Sr. Bennet–. Quiero agradecerle con toda el alma todo lo que ha hecho por esta familia. Primero por la felicidad que le ha brindado a Lizzie, también la ayuda que Lydia recibió de su parte en su casamiento con el Sr. Wickham, su intervención en la felicidad de Jane y todo lo que ha hecho por arreglar la situación futura de mi esposa y mis hijas para que no queden desamparadas después de mi deceso. –No tiene nada que agradecer –aseguró Darcy. El Sr. Bennet respiró profundamente, tratando de alargar el tiempo que le quedaba, y luego continuó: –No necesito mencionar el gran cariño que le guardo a Lizzie y sé el gran amor que usted siente por ella, pero es preciso encargársela sobremanera. Yo sé que Lizzie, aunque trata de disimular, está sufriendo porque no han podido concebir un hijo. Después de dos años de matrimonio es de esperarse que al menos tuvieran un niño o viniera en camino, y seguramente ha visto sus sueños derrumbados en más de una ocasión. Ella posee un gran corazón y siempre, desde pequeña, soñaba con ser madre, y ahora no puede… Pasará mucho tiempo para que puedan ser padres, pero mientras tanto, su sufrimiento será cada vez mayor. Por eso, quiero decirle que Lizzie necesitará mucho de su apoyo y de su comprensión. Pero no pierdan las esperanzas, yo estoy seguro que sus hijos llegarán, Dios se los concederá. Darcy escuchaba respetuosamente y se mostró muy pensativo. Sin duda, el Sr. Bennet tenía razón. Él había notado esa tristeza en la mirada de su esposa y estaba al tanto de sus deseos. Recordaba con mucho dolor lo que había pasado en Oxford y la gran decepción que se llevaron semanas después. Él también anhelaba ser padre, y lo había expresado en repetidas ocasiones a Lizzie, tal vez eso la había presionado todavía más.

103 Darcy se preguntaba ¿será cierto…? Le consolaba pensar que el Sr. Bennet tenía la certeza de que sí llegarían los hijos, pero ¿él podría sentirse seguro?, ¿podría conservar las esperanzas ante un escenario tan sombrío? Sólo Dios podría ayudarlos. Después de unos momentos, el Sr. Bennet dijo con una voz imperceptible, que apenas podía escuchar, por lo que Darcy tuvo que aproximarse: –Si tu padre viviera, seguro estaría orgulloso de ti. Yo siempre deseé un hijo varón. A cambio, Dios me concedió a mis cinco hermosas hijas a quienes adoro, pero me hubiera gustado tener un hijo como tú. Dicho esto, expiró. Darcy se quedó paralizado. Se acordó tanto de su padre, de su muerte hacía ya casi ocho años, que no pudo evitar sentir sus ojos inundados de lágrimas y embargados por un agudo dolor. Absorto, reflexionando en todo lo que el Sr. Bennet le había confiado en los últimos momentos de su vida, sentía en sus hombros un gran peso. Y Lizzie… ¿cómo decirle que su padre ya había fallecido? Al pensar en su mujer, sólo pudo ponerse en pie, cubrir el rostro del Sr. Bennet con la sábana y dirigirse hacia la puerta al momento en que alguien llamaba. Darcy abrió y eran Jane y Bingley que entraron en la habitación. –Lo siento mucho –indicó Darcy a Jane–. Sucedió hace unos instantes. Jane corrió hasta donde yacía su padre, desbordada en llanto, y tras ella Kitty. Darcy salió de la habitación y al no encontrar a su esposa, salió de la casa a buscarla. Sentía su corazón palpitar con tal fuerza que apenas podía respirar. ¿Cómo decirle? Caminó por el jardín y vio a lo lejos a Lizzie, de pie, recargada en un frondoso árbol. Se acercó despacio, la tomó de las manos invitándola a dar un paseo. Marcharon hacia la colina en completo silencio, sólo se escuchaba el canto de los pájaros, el zumbido del viento, el crujir de las hojas, y se detuvieron para ver el atardecer. Cuando el crepúsculo se escondía, le dijo: –Lizzie… tu padre se ha ido. Darcy abrazó con entereza a su esposa, que se desvanecía rompiendo en sollozos.

La luna llena iluminaba el camino de regreso a la casa de los Bennet. Cuando Lizzie y Darcy entraron todo era caos. La Sra. Bennet se veía completamente desamparada, sumida en un sinfín de lamentos, que sufría un ataque de histeria; Jane la acompañaba y les explicaba lo sucedido a los Sres. Gardiner que recién habían llegado. Mary y Kitty, sumergidas en su dolor, ignoraban las palabras de alivio que la Sra. Hill y Betsy les ofrecían, lloraban para desahogar todo su sufrimiento. El Sr. Hill y Sara iban de un lado a otro, llevando a la habitación todo lo que el médico les había solicitado. Jane se acercó a Lizzie, abrazándola, sin poder proferir una palabra. Luego se sentaron. Bingley salió de la habitación con el Dr. Jones y se aproximó a Darcy. Enseguida, éste se acercó a Lizzie y le comentó: –Me requieren en el pueblo para hacer los arreglos necesarios para el funeral. Tardaré unas horas, ¿estarás bien? –Sí –respondió Lizzie con serenidad.

104 Darcy y Bingley, despidiéndose, se retiraron con el doctor. Jane tomó las manos de Lizzie y, con los ojos llenos de lágrimas, se deploró: –No me pude despedir de él. Lizzie, con cariño, acarició la mejilla de su hermana tratando de confortarla. –Me dijo que te quería mucho. Lizzie daba gracias a Dios por haber estado al lado de su padre en sus últimos momentos y le pedía fortaleza para poder consolar a su madre y sus hermanas en medio de su sufrimiento. Después de los funerales, a los cuales no asistió la hija menor ni la viuda, la Sra. Bennet cayó enferma por lo que los Sres. Darcy permanecieron unos días más antes de regresar a Pemberley.

A su retorno, Georgiana les dio una cariñosa bienvenida. –Lizzie, recibe mi más sentido pésame –dijo Georgiana, abrazándola. –Muchas gracias –contestó sonriendo con nostalgia. Darcy acompañó a su mujer a la alcoba para que descansara y luego se retiró a su estudio. Lizzie estaba agotada por el viaje y por todos los acontecimientos recientes. Sin embargo, no pudo conciliar el sueño. Le venían a la mente los recuerdos que tenía de su padre, le resonaban las palabras que escuchó en su agonía y, también pensaba en su madre. ¡Qué dolor tan grande sentiría en esos momentos! Recordó también el sufrimiento de la madre de Darcy por la muerte de su esposo y sintió todo su cuerpo estremecerse. Revivió la angustia que padeció cuando el caballo casi tira a su marido. Reflexionaba ¿qué haría ella si Darcy muriera? Sentía que su corazón era presa de un insoportable torbellino sólo de pensarlo. En medio de un profundo dolor de cabeza, tomó su libro para despejar la mente y apartarla por unos segundos de esos pensamientos que la atormentaban, pero al poco tiempo lo dejó a un lado. Intentó escribir una carta para Jane y otra para su madre. Tenía tantas cosas que decirles, pero ¿cómo? Tomó su abrigo y salió al balcón de su dormitorio y sintió que la brisa que acariciaba dulcemente su rostro era reparadora. Le vinieron a la memoria innumerables recuerdos de su infancia llenos de felicidad, como cuando jugaba con sus hermanas en el jardín de su casa, las horas enteras que pasó en el columpio que su padre les colocó, los momentos en que conversaba con él, el tiempo que pasaban juntos en la biblioteca y todo lo que le enseñó en ese lugar; las travesuras que realizaba con Jane y su amiga Charlotte, las navidades que dichosamente celebraron. Pensaba con cariño sobre el largo rato que invertía leyendo sus libros escuchando el revolotear de los patos en el lago. Y, sin duda, perpetuaba el momento en que Darcy y ella se comprometieron. Todo esto y mucho más había vivido en esa casa, cuyo porvenir ahora era incierto… Recordó que, a la muerte de su padre, la propiedad pasaría a manos del Sr. William Collins y que él tendría el poder de desalojar a su madre y sus hermanas si así lo deseaba. Sintiendo un golpe en el corazón, escuchó en su mente las palabras de su madre días antes: “¿Qué será de Mary, Kitty y de mí, ahora que el Sr. Bennet ha muerto?”

105 Inmersa en esos pensamientos, no se percató de que alguien la observaba desde hacía rato y que ahora se precipitaba hacia ella lentamente. Al sentir esta presencia se sobresaltó. Darcy la abrazó y le dijo: –Lamento asustarte. Lizzie asintió sonriendo levemente, sintiendo mucha agitación en su corazón. Posteriormente, Darcy la tomó de las manos y le explicó: –Desde hace tiempo, tu padre y yo arreglamos todos sus asuntos y lo relacionado a su herencia. A partir de su muerte, tú has pasado a ser la propietaria de Longbourn. Los documentos los tiene mi abogado, el Sr. Robinson, si en algún momento los necesitas se los puedes solicitar. Asimismo, tu madre recibirá una pensión anual para su manutención. El Sr. Robinson le enviará los documentos donde se le informa de su nueva situación. Darcy guardó silencio y luego le informó: –También quiero participarte que ya arreglé mi testamento… –No, Darcy –interrumpió Lizzie con cariño–. No me atormentes con eso. Sólo de escucharlo siento una angustia que no puedo soportar. Darcy besó las manos de su esposa y ella le dijo: –¿Cómo puedo agradecer lo que has hecho? Darcy le respondió, acariciando su rostro: –Sólo siendo feliz. Los siguientes días, Lizzie, aunque trataba de aparentar serenidad, tenía el ánimo por los suelos. Recordaba tantas cosas de su padre a dos años de su casamiento: los momentos de felicidad que había pasado con él desde su infancia y después de haber salido de Longbourn, en especial las últimas veces que lo había visto, cuando se despidieron con tristeza por alguna u otra razón, y eso aumentó su aflicción. Por otro lado, recordaba las navidades pasadas, pero en especial la última, cuando el Sr. Bennet estaba rebosante de alegría por la llegada de su primer nieto, y recordaba las palabras de ilusión de la Sra. Bennet, quien anhelaba tener otro nieto en la siguiente navidad, un bebé de los Sres. Darcy. Ahora, ese sueño no se había alcanzado y además habían sufrido una pérdida irreparable.

CAPÍTULO XX

Lizzie sentía una profunda pena saber por carta de Mary la condición anímica de su madre, si bien ya había salido de la crisis vivida los días posteriores, se había mostrado muy afectada por la muerte de su esposo. Lizzie le escribió algunas cartas para animarla y para invitarla a pasar unos días en Pemberley o en Londres, pero la Sra. Bennet contestó en forma escueta que no quería salir de su casa ni recibir visitas. Bajo esas circunstancias, ¿cómo podían festejar su aniversario de bodas y qué sería de la siguiente navidad?

106 Darcy comprendió que su viaje a Londres tenía que esperar más tiempo, hasta que su mujer hubiera asimilado el dolor. Recordaba cómo se había sentido tras la muerte de su padre y luego la de su madre y sentía mucha compasión por su esposa, por lo que la acompañó lo más que pudo en su dolor, mientras resonaban en su cabeza las palabras que el Sr. Bennet le había confiado en su lecho de muerte. La navidad la pasaron en Pemberley, Lizzie con la tristeza y la preocupación que sentía por su madre. Mary, junto con los Sres. Gardiner, se habían quedado con la Sra. Bennet para acompañarla; Kitty, cansada de los lamentos de su madre, se había ido a Starkholmes. Lizzie guardaba la esperanza de pasar las fiestas con su ahijada y su primer cumpleaños, pero ésta enfermó en los días previos y los Bingley tuvieron que quedarse en Starkholmes cuidándola, preocupados por la primera fiebre que la atacaba. Debido a esto, en Pemberley sólo cenaron Darcy, Lizzie y Georgiana, en un ambiente lleno de nostalgia y de luto, pero a la vez de cariño y comprensión. Durante la cena de navidad, Darcy y Georgiana llevaban la conversación tratando de animar a Lizzie, aunque ella no les prestaba mucha atención, ya que sus pensamientos viajaron poco a poco hasta alejarse del presente e instalarse en sus recuerdos. De pronto, Lizzie se puso de pie, dejando azorados a Darcy y a Georgiana, y se retiró hecha un mar de lágrimas. Darcy se levantó y la llamó en el pasillo, tomándole del brazo para detenerla. –No quiero seguir importunándolos con mi dolor –explicó Lizzie. Darcy la tomó de sus brazos y le dijo: –Lizzie, no te avergüences de tu dolor. Sé lo importante que tu padre era para ti. Entiendo por lo que estás pasando. ¿Recuerdas que ya lo viví y también tuve que reanimar a mi hermana? –Sí, pero ella era tan sólo una niña. –Ahora tú eres mi niña y quiero consolarte. –Lo extraño. ¡Ya nunca lo volveré a ver! Al momento en que la abrazaba con cariño, Darcy continuó: –Llora todo lo que tengas que llorar. Eso te hará sentir mejor.

Al día siguiente, por la tarde, recibieron una visita muy inesperada en Pemberley. Era la Srita. Bingley que fue anunciada en el salón principal, donde los Sres. Darcy se encontraban disfrutando de la música de Georgiana. La Sra. Reynolds la interrumpió y, al escuchar el nombre del visitante, Darcy se tornó muy serio y preocupado por el ánimo de Lizzie, pues aún estaba sensible y quebradizo por los acontecimientos recientes. Se pusieron de pie para recibirla y Lizzie permaneció a la expectativa. –Srita. Bingley, pase por favor –indicó Darcy con brusquedad. –Sr. Darcy, Sra. Elizabeth, Georgiana, ya hace casi un año que no nos veíamos y han pasado tantas cosas. Sra. Elizabeth, mi más sentido pésame por la muerte de su padre. Lizzie, circunspecta, asintió con la cabeza, extrañada por este gesto.

107 –He sabido por la Srita. Kitty cómo sucedieron las cosas y me impresionó mucho que haya sido todo tan inesperado. ¡Ay, lo lamento por la Sra. Bennet! Me dijeron que cayó enferma, a ver si sale de ésta. Se quedó sin marido y ¡próximamente sin casa! –señaló la Srita. Bingley en tono de burla–. Ahora ¿qué irá a hacer?, ¿acaso se vendrá a vivir a Pemberley, Sr. Darcy? Creo que le convino mucho esta situación. –Dígame Srita. Bingley ¿se hospeda usted en Starkholmes? –interrumpió Georgiana. –Sí, vine a pasar las navidades con mi hermano, con la sorpresa de que Diana pasó una terrible noche con las altas calenturas de las que ha sido víctima y luego Jane, con la preocupación de su pequeña, aunada a la enorme pena que lleva en el corazón por la reciente pérdida familiar, ha sido un fiasco de celebración. Charles sólo hablaba preocupado de sus dos mujeres: el desánimo de su esposa y la enfermedad de su hija, mientras Jane no paraba de llorar en lo que cuidaba a la niña. Sólo me quedaba la compañía de la Srita. Kitty que únicamente hablaba de lo sucedido. Ya se imaginarán lo amena que fue la cena. Lizzie y Darcy estaban en silencio, con el semblante serio. –¿Y se quedará mucho tiempo en Starkholmes? –preguntó Georgiana. –Yo había pensado quedarme para las celebraciones de año nuevo, pero después de ver cómo la pasamos anoche, regresaré mañana mismo a Londres… Y, Sr. y Sra. Darcy, ¿qué tal pasaron la conmemoración de su aniversario de bodas? Supe que irían a Londres, pero con todo lo sucedido me imagino que se canceló el viaje. ¡Qué pena! No hubo otra luna de miel. Darcy endureció su expresión, encolerizado, pero se controló. –Sra. Elizabeth –continuó la Srita. Bingley–, ¿cómo pasaron las fiestas navideñas? Lizzie guardó silencio. –Por la seriedad que muestran usted y el Sr. Darcy me puedo imaginar cómo estuvo. Siento mucho que su dolor sea más grande que la felicidad que pueda recibir en esta casa –indicó la Srita. Bingley riendo, simulando una sonrisa. Ante el exabrupto, Darcy se puso de pie con la mirada llena de rabia y dijo con voz fuerte: –¡Srita. Bingley!… –Srita. Bingley –interrumpió Lizzie con un tono determinante pero con amabilidad, tomando con cariño el brazo de su esposo–. Usted tiene razón. Mi corazón está lleno de dolor por la pérdida irreparable de una persona muy amada para mí, pero también está colmado del amor y del consuelo que me brinda mi amado esposo. El consuelo que el Sr. Darcy me ha propiciado me darán las fuerzas para salir adelante. En cambio, yo siento mucha compasión por usted, porque su corazón está saturado de envidia, rencor y odio, porque no tiene una persona que la ame ni a quién amar y eso la inunda de amargura y de soledad. Hubo un silencio impenetrable y la Srita. Bingley se levantó iracunda y se retiró sin despedirse. Georgiana y Darcy se quedaron paralizados y, después de unos momentos, Darcy dijo, abrazando a su esposa y besándola en la frente: –Yo no podría haberlo dicho mejor. –Recuerdo que antes ya lo habías dicho más atinadamente –respondió Lizzie.

108 Y luego de unos momentos, Lizzie continuó: –Le doy gracias a Dios por haberme dado a Georgiana como hermana. Siento mucha pena por Jane y la hermana que le tocó.

CAPÍTULO XXI

Era media mañana, Lizzie y Georgiana estaban en el salón principal leyendo, cuando el ama de llaves llamó a la puerta, entró y anunció a la Sra. Collins. Lizzie, con gran alegría se levantó y recibió a su amiga: –¡Oh!, querida Charlotte. ¡Qué alegría verte! –Lizzie, siento mucho lo de tu padre –expresó la Sra. Collins abrazándola–. ¿Cómo has estado? –Bien, pasa por favor, toma asiento. ¿Quieres una taza de té? –No, muchas gracias. –No sabía que estabas en Derbyshire. –Llegamos apenas ayer, por unos asuntos del Sr. Collins y estaremos unos días. Y, por supuesto, quise aprovechar para visitarte. –¡Oh! ¡Qué encantadora sorpresa! Te lo agradezco mucho. ¿Cómo han estado?, ¿cómo está tu hijo? –Todos muy bien, gracias. John ha crecido mucho, ya cumplió un año y medio y está aprendiendo sus primeras palabras. Deberías verlo, es tan gracioso y divertido. Le encanta jugar a la pelota con su padre y le hemos puesto un columpio en el jardín que lo disfruta mucho. Pero dime, ¿cómo está el Sr. Darcy? –Muy bien, gracias. Hoy estará fuera durante el día –indicó extrañando su compañía–. Ha tenido más trabajo que de costumbre. –Y ¿cómo están tu madre y tus hermanas? –Mi madre, un poco más tranquila que antes. Le ha costado superar la muerte de mi padre, según me dice Mary. Jane y el Sr. Bingley también se encuentran bien, muy contentos con su hija Diana, que ya cumplió un año. Ya está por dar sus primeros pasos –explicó con mucha añoranza. –Y ustedes, Lizzie, ¿para cuándo tendrán familia? Lizzie bajó su mirada, pensativa, y luego suspiró con tristeza: –Charlotte… no lo sé. –Y, ¿qué novedades hay en Kent? –preguntó Georgiana, tratando de cambiar el tema. –El Sr. Collins me ha comentado con mucha discreción que la Srita. Anne de Bourgh y el coronel Fitzwilliam se han comprometido recientemente, aunque esto no le ha causado gran alegría a Lady Catherine, por lo que muy pocas personas lo saben. –¡Qué buena noticia! –mencionó Lizzie. –¡Mi querido primo por fin se va a casar! –exclamó Georgiana emocionada–. Nunca me hubiera imaginado que Fitzwilliam se casara con Anne, pero me alegro por ellos. –Lizzie, me dio mucho gusto verte, pero me tengo que retirar.

109 –Charlotte, mañana ofreceremos una cena con los Sres. Bingley. Me encantaría que nos pudieran acompañar. –Con mucho gusto, gracias. Lizzie escoltó a su amiga a su vehículo, en compañía de Georgiana.

Al día siguiente, los Sres. Darcy y Georgiana estaban reunidos en el salón principal esperando a los invitados. Los Sres. Bingley llegaron y fueron anunciados. Darcy, de pie, se dispuso a recibirlos y Lizzie y Georgiana saludaron a los concurrentes. Enseguida llegaron los Sres. Collins y, después de los saludos, Collins se acercó a Jane y a Lizzie que estaban juntas y les dijo con excesiva ceremonia: –Mis más sinceras condolencias por el sentido fallecimiento de su padre. Agradecieron dicho gesto y Collins, envanecido, se dirigió a su anfitrión: –Su señoría Lady Catherine se encontraba sin novedad la última noche que la vi. Darcy asintió y, al escuchar que el Sr. Smith regresaba para anunciar al siguiente convidado, dirigió su mirada a la puerta encontrando al coronel Fitzwilliam. Se acercó a él entusiasmado y participó a los presentes: –Mi buen amigo, el coronel Fitzwilliam, me ha dado una excelente noticia que hoy queremos celebrar. Me ha dicho que está comprometido con la Srita. Anne de Bourgh. –¡Oh, qué maravilla! –apuntó Jane. –¡Muchas felicidades! –continuó Bingley. El Sr. Collins se mostró marcadamente anodino. –Y, ¿cómo se encuentra la Srita. Anne? –preguntó Lizzie al coronel, invitando a todos a tomar asiento. –Muy bien, gracias. Aunque su madre ha estado enferma últimamente y eso la tiene preocupada. –¿De qué se ha enfermado Lady Catherine? –indagó Jane. –A ciencia cierta no lo sé. Pero los doctores han dicho que con el tratamiento que le han recetado pronto mejorará su salud por completo –explicó Fitzwilliam. –Le enviaré una carta a mi tía para saludarla –señaló Georgiana–. ¿Y ya tienen fecha para la boda? –No, aún no. –Espero que, en cuanto se confirme el día de la celebración, me avises de inmediato –pidió Darcy. –Por supuesto. –Sin duda será un evento magnífico, la abadía se vestirá de gala para recibir a los contrayentes y a sus distinguidos familiares como se merecen e, indudablemente, será un honor para mí prescidir la ceremonia – lisonjeó Collins, aunque con ciertas dudas de que se celebrara dicha unión–. La Srita. Anne se verá adorable con un vestido fino y elegante y formarán un matrimonio respetable y una hermosa familia. –Son nuestros mejores deseos –confirmó Charlotte. Después de la cena, las damas se reunieron en el salón principal para disfrutar de una taza de té mientras los caballeros permanecieron en el comedor degustando una copa; posteriormente Georgiana interpretó algunas

110 piezas en el piano. Mientras tanto, Charlotte tomó de la mano a Lizzie y caminaron hasta la ventana, entonces le dijo: –Lizzie, ayer te noté afligida cuando hablábamos de los hijos, ¿sucede algo? Ella, con el rostro ensombrecido, le respondió: –No lo sé. Después de una gran pausa, Lizzie continuó, mientras las lágrimas se deslizaban sobre sus mejillas. –Tal vez sea estéril. Charlotte se quedó impresionada y le dijo, tomándole los brazos: –¡Oh, Lizzie! ¡Cuánto lo siento!, pero ¿estás completamente segura?, ¿has visto al médico? –No, todavía no. Pero quiero verlo pronto. –No pierdas las esperanzas. Vas a ver que se podrá solucionar –apuntó Charlotte sintiendo un nudo en la garganta–. ¿Y qué dice el Sr. Darcy? –Él desea tener un hijo tanto como yo, me lo ha dicho en varias ocasiones. Pero yo ya no sé qué pensar y me preocupa que se desilusione. –Lizzie, él te ama profundamente. –Si, lo sé. Charlotte la abrazó con cariño. Entre tanto, Darcy contemplaba la escena del otro lado de la habitación, escuchando la maravillosa música de Georgiana. Cuando la Srita. Darcy hubo terminado, Lizzie salió del salón y se fue a su sala privada; necesitaba tranquilizarse antes de volver. Después de unos momentos, Darcy entró y se acercó diciendo: –¿Estás bien? Lizzie rompió en llanto. Darcy la abrazó fuertemente, recordando las palabras que le dijo el Sr. Bennet antes de morir. Cuando Lizzie se tranquilizó un poco, Darcy la tomó de los brazos y le indicó: –Quiero que veas al Dr. Thatcher. Él podrá decirnos qué sucede. Tal vez sea algo fácil de arreglar, no te preocupes. –Tengo mucho miedo de que mi pesadilla se haga realidad. –¿Qué pesadilla? –preguntó consciente de que nuevamente habían aflorado. –Sueño que me entregan a un hermoso bebé recién nacido en los brazos y yo deseo abrazarlo con toda devoción para cuidarlo y llenarlo de amor pero… no puedo evitar que se desplome y lo pierda definitivamente. Darcy, perturbado y sintiendo un agudo dolor, guardó silencio imaginando que ese bebé podría ser su hijo, un hijo de Lizzie, que tanto habían deseado. –Lizzie, ¿por qué no me lo habías dicho? –No quería preocuparte. –¿Sabes que me interesa mucho todo lo que te pase, todo lo que te perturba?

111 Darcy la ciñó para brindarle consuelo, entendiendo el motivo de la angustia que había reflejado en diversas ocasiones durante su sueño. Cerró los ojos mientras escuchaba el sollozo de su amada y la música de su hermana, pidiendo a Dios que los salvara de un sufrimiento como ese. Cuando Lizzie y Darcy regresaron al salón principal, Georgiana terminaba con su última participación, con la cual todos quedaron muy complacidos. Jane le dijo a Georgiana: –¡Qué maravilloso ha tocado, Srita. Darcy! Interpreta la música de los ángeles. –¿Y cómo ha progresado usted en el pianoforte, Sra. Collins? –preguntó el coronel. –¡Oh! He mejorado un poco, gracias a que practico frecuentemente en la casa de Lady Catherine. Ha sido muy amable en permitirme tocar en uno de sus pianofortes, pero no podría tocar como la Srita. Georgiana, al menos no todavía. Ella toca asombrosamente –contestó la Sra. Collins. –Srita. Georgiana, la Srita. Anne quedó especialmente emocionada con el concierto que ofreció en la boda del Sr. Darcy y nos encantaría que el día de nuestras nupcias nos deleitara con su música. –¡Estaré encantada de hacerlo! Será mi regalo de bodas. Durante el resto de la velada, Lizzie y Darcy meditaron en silencio.

CAPÍTULO XXII

Lizzie y Georgiana habían salido a caminar un rato después del desayuno y a su regreso se encontraron con que la Sra. Reynolds las buscaba junto con Lydia y su hijo, quienes estaban de visita. –Lydia ¡qué sorpresa! ¡Y trajiste a Nigel! Lizzie se acercó rápidamente para conocer a su sobrino que ya casi era un caballero, que caminaba con la ayuda de su madre. –¡Qué gusto que hayan venido! –Gracias. Nos estamos hospedando en Starkholmes unos días y luego regresaremos a Newcastle. Fuimos a ver a mi madre a Longbourn y… Lydia rompió en llanto, mientras su hermana la abrazaba. Georgiana cargó al niño y se lo llevó a pasear para que ellas pudieran departir con libertad. Lydia continuó: –Extraño tanto a papá… Y mamá está tan triste… y ni siquiera he podido llorar. Wickham dice que sólo pierdo el tiempo cuando lloro y se enoja conmigo porque me quejo por cualquier tontería. –¡Oh, Lydia! Llora todo lo que quieras, hermana. –Me dio tanta tristeza ir a casa y verla tan vacía y desolada sin papá. Lizzie sintió compasión por ella, que había tenido que tragarse su pena, su dolor, y que hasta ahora se desahogaba por completo. Después de varios minutos en los que Lizzie la consoló, siguieron caminando y le preguntó: –¿Y cómo está mi madre?

112 –Está muy deprimida. Casi no sale de su habitación y mi tía, la Sra. Gardiner está casi todo el tiempo con ella, igual que Mary; pero un día antes de venirnos la visitó un tal Sr. Robinson. Aunque mi madre no quería verlo, insistió tanto que acabó por recibirlo y después de eso ha quedado un poco menos angustiada. –¿El Sr. Robinson? ¿Para qué asuntos? –investigó, sin mostrar indicios de que estaba enterada. –Mi madre no quiso decirlo después de su visita. Creo que venía de Londres. –Y dime Lydia, ¿qué tal está Nigel? –Pues ya lo has visto. Se parece a su padre y gatea por todos lados, ya no tarda en caminar. No para en todo el día y tengo que estar detrás de él para que no destroce la casa; apenas me da tiempo de descansar en su pequeña siesta de quince minutos… Y luego en la noche, batallo mucho para que se duerma. Mientras Lydia le hablaba de su hijo, Lizzie veía a Georgiana muy entretenida jugando con el niño que gozaba y reía a carcajadas. Le dio tristeza darse cuenta de que para Lydia su pequeño era más una carga que una satisfacción y que tal vez el niño necesitaba más cariño y menos regaños de su madre. –Y ¿cómo te trata Wickham? –Mi marido, apenas si lo veo por las noches, cuando ya estoy agotada. Pasa mucho tiempo fuera de casa trabajando, gracias a Dios. ¡Imagínate atender al marido y al niño al mismo tiempo, además de las labores de la casa! Afortunadamente la vivienda es pequeña pero me la paso recogiendo el tiradero que hace Nigel mientras limpio lo demás. Tú no tendrás ese problema, aun cuando tu mansión es gigantesca, seguramente tienes mucha servidumbre. Por eso procuro salir y llevarlo al parque, mientras platico con mis amigas que hacen lo mismo que yo, ¡pero que no se entere Wickham porque se enoja! –¿Ya no has tenido problemas con él? –¿Problemas? Siempre hay problemas y cualquier motivo es bueno para armar una buena discusión, aunque las reconciliaciones son maravillosas. –Por lo menos platican para resolverlas. –¿Platicar? Es lo que menos hacemos. ¿De qué podría conversar con mi marido que a él le interesara? Sólo le interesa charlar cuando revisa las cuentas. La mayoría de nuestras dificultades se deben al dinero, pero de eso tampoco padecerás. ¿Qué contrariedades puedes tener tú si tienes todo lo que deseas y aún más? –Sí, en realidad tengo mucho más de lo que había anhelado en la vida. Y deseo que tú también puedas procurar una mejor relación con tu marido, aunque pensando en Wickham, no sé qué tanto se pueda hacer. –¿A qué le llamas tener una buena relación con mi marido? –A que puedas platicar con él de todo lo que circula por tu mente, que él te escuche y tenga la confianza de conversar contigo de las cosas que a nadie le había confiado y que a ninguna otra persona confiaría, que se preocupe y te apoye en tus tristezas, que se regocije con tus alegrías, que te llene de su cariño y te halague con sus atenciones, al que puedas entregar todo tu amor y devoción sabiendo que eres igualmente correspondida, que puedas decirle todo lo que sientes cuando él se aproxima y conozcas todas las emociones que vive cuando tú estás cerca de él –explicó recordando esos gratos momentos con una sonrisa.

113 –Está claro que yo nunca sabré qué siente Wickham cuando está conmigo, pero me encantaría tener esas conversaciones sensuales, suenan muy interesantes. Dime ¿qué siente el Sr. Darcy cuando estás cerca de él? –espetó con mucho interés. –Esas conversaciones íntimas sólo las sostengo con mi marido. –¿Cuando se van de viaje? Kitty me dice que se escapan con mucha frecuencia. –Lydia, el matrimonio no es sólo eso. –¿Me negarás, como lo hizo Jane, que es lo más divertido? –Pero no es lo único. Estoy segura de que nuestra vida íntima no sería plena si no existiera todo lo demás. –Creo que todo lo que me dices solamente existe en los cuentos de hadas. ¿Cómo enfrentas los problemas con el orgulloso Sr. Darcy? –Dialogamos y en ocasiones discutimos, como todos los matrimonios, pero siempre con mucho respeto y tratando de encontrar una solución que beneficie a la familia. –Eso sería imposible de lograr en mi caso. –Si no dialogan y se conocen en los momentos en donde hay concordia, no pueden llegar a un acuerdo cuando hay dificultades. –Creo que nuestra manera de solucionar los problemas es más placentera y menos tortuosa. –Pero tal vez perecedera y menos efectiva. En lugar de construir un hogar con cimientos de roca, lo están haciendo de arena. –Y tú ¿qué me aconsejarías para mejorar mi relación con Wickham? –La relación de matrimonio es de dos, y ambos tendrían que mejorar y no sé si él estuviera interesado, pero es cierto que uno debe empezar sin esperar a que el otro cambie. Si quieres mejorar, considero que tu actitud debe ser diferente. En lugar de desear que tu marido esté fuera de casa, debes procurar que él se sienta a gusto en tu hogar y promover una mejor convivencia contigo y con su hijo… –Como tú no haces el quehacer de tu casa. –Tienes razón, no lo hago, sólo lo superviso; pero aun así mi marido ayuda a que sea más fácil la limpieza: deberías de ver lo ordenado que es. Recuerda que el matrimonio es para la ayuda mutua, pero se necesita comenzar con el respeto y es importante que él aprenda a respetarte dándote tu lugar como esposa; debes suscitar conocerse mejor en los intereses que cada uno tiene en la vida y en los sueños que quieren alcanzar de forma personal y familiar... –¡Suena muy complicado! –Cuando hay verdadero amor, eso se da espontáneamente. Tal vez debas preguntarte si en realidad te casaste por amor o por otra razón, qué es lo que quieres alcanzar de tu matrimonio y qué puedes lograr, dada la personalidad de tu marido. De cualquier forma quiero que sepas que puedes contar conmigo. Lydia guardó silencio. Lizzie la abrazó cariñosamente y luego se unió encantada al juego de su sobrino con Georgiana, en el cual perseguía al infante gateando y luego lo saturaban de cosquillas. Enseguida, lo cargó

114 y le enseñó parte del jardín, las ardillas y los cisnes que habitaban en él, así como los venados que corrían libremente. Nigel quedó maravillado. Darcy estaba llegando a la mansión y se aproximó a ellas, viendo con satisfacción el semblante de su esposa mucho más entusiasta que en los días anteriores. Lizzie, al darse cuenta que venía su marido, salió a su encuentro y le tomó de la mano para acercarse con él a saludar a los visitantes. –Sra. Lydia, ¡qué gusto verla con su pequeño! –Sr. Darcy, hace mucho que no tenía el placer de verlo, desde su boda. –Lydia se está quedando en Starkholmes –explicó Lizzie. –¿Desea pasar a tomar el té? –sugirió Darcy. –Muchas gracias, pero ya nos retiramos. Wickham no ha de tardar en llegar a la casa y se enfada al no encontrarnos. Lizzie, te agradezco mucho que me hayas escuchado, me siento más tranquila. Lizzie asintió con una sonrisa. Lydia cargó a su hijo y los anfitriones la acompañaron hasta el carruaje. Cuando éste se alejó, Darcy le dijo a Lizzie: –Nunca pensé que estaría tan agradecido con un Wickham. –¿Por qué? –Porque Nigel Wickham ha hecho que tu sonrisa regresara. –Te equivocas –sonrió. –¿Por qué? –Porque el Sr. Darcy ha logrado regresar la tranquilidad a mi corazón. Con la perseverancia de su amor y de su consuelo, la sonrisa habría llegado de todas formas.

CAPÍTULO XXIII

Después de dar su paseo vespertino por el jardín, Georgiana y Lizzie regresaron a la casa a tomar una taza de té y esperar el retorno de Darcy y fueron a la sala privada. Lizzie observó el retrato de su esposo que le habían colocado antes de su boda y suspiró, anhelando su llegada. –Darcy se va a poner feliz con la sorpresa que le tienes preparada –comentó Georgiana. –¡Y no es para menos, lo habíamos planeado desde hace mucho tiempo! La Sra Reynolds entró con el té y con una carta para Georgiana, de la Srita. Sandra Windsor, desde Oxford, y se la leyó a Lizzie. –“Querida Georgiana: En los próximos días estaremos cerca de Pemberley, ya que hemos sido invitados, como supongo que también ustedes, a la boda del Sr. Willis en Matlock; ojalá tu hermano consienta tu asistencia. Tengo muchos deseos de verte, hace tiempo que no platicamos y han pasado tantas cosas que quisiera comentarte. Anhelo que llegue el día de viajar a Derbyshire y ojalá haya oportunidad de visitarte en los días subsecuentes”. ¿Qué cosas tendrá que platicarme? –Tal vez se trate de algo del Dr. Donohue –sugirió Lizzie.

115 –Pero ella no sabe que él… –O tal vez ya se haya enterado. Tendremos que salir pronto de la duda. ¿Por qué no la invitas a que venga unos días a Pemberley, después de la boda, ya que estará por aquí? –Es una gran idea, pero ¿qué le diremos a Darcy? –Yo me encargo de eso. Ahora escríbele para que le envíes la invitación pronto. La boda es en tres semanas. En ese momento, se escuchó el carruaje de Darcy. Lizzie salió a su encuentro corriendo y él, sorprendido, la abrazó efusivamente. –¿A qué debo el honor de esta bienvenida? –A que hoy es un día muy especial, ¿no lo recuerdas? Hoy hace tres años fue la primera vez que me dijiste que me amabas. –Sí, en Kent. No lo recordaba. –Con que no olvides nuestro aniversario y, sobre todo, que siempre recuerdes que me amas. –¿Cómo podría olvidarlo? –Porque todavía me amas ¿verdad? –Te amaré hasta mi último suspiro. –Y estaba pensando que tal vez podamos realizar el viaje a Londres que tenías pensado para nuestro aniversario que, con todo lo de mi padre, no se pudo realizar. –¡Sí, mi Lizzie! Me da gusto que te sientas más animada. Georgiana salió al pasillo para recibir a su hermano. –Georgiana, ¡Lizzie ha aceptado mi invitación para festejar nuestro aniversario! Saldremos el fin de semana –dijo Darcy extasiado. –¡Qué gusto oírlo!, pero ¿no asistirán a la boda del Sr. Willis? Fue tu compañero y amigo del Westminster School por muchos años, aunque se hayan dejado de frecuentar desde que él se fue a Oxford. –Sí. Regresaremos a tiempo –respondió Lizzie. –Con tu sonrisa has hecho que este día sea maravilloso –afirmó Darcy. –¿Por qué? El Sr. Smith le entregó un paquete al Sr. Darcy que puso sobre la mesa y lo abrió, mostrándoselo a Lizzie. Era un jarrón de porcelana muy bonito. Lizzie le agradeció con enorme alegría y Darcy dijo: –Hemos firmado el contrato con el Sr. Bush para asociarnos con él en su fábrica de porcelana. –¿Cómo? –preguntó Lizzie asombrada. –Podrás llenar la casa de figuras de porcelana si tú quieres. Lizzie abrazó a su esposo felicitándolo, igualmente Georgiana mostró su exaltación. –Claro, el crecimiento será paulatino, pero afortunadamente hemos contratado al Sr. Bair, que es discípulo del maestro Josiah Wedgwood, un famoso artista en la fabricación de porcelana. Con él, podremos capacitar a más gente y en un mediano plazo estaremos vendiendo nuestros productos en otras ciudades: Londres, Oxford, Bristol, Irlanda. Este negocio tiene un enorme potencial.

116 –Entonces tendremos mucho para celebrar, desde hoy –concluyó Lizzie alegremente. Ella, tomando la mano de su esposo, se dirigió al comedor para cenar. Le tenía preparada una cena especial para festejar la ocasión –el tercer aniversario de su declaración–, compuesta por los platillos favoritos de Darcy: pan con mantequilla negra acompañado de ostras frescas, potaje francés (sopa de pato con verduras), pichones asados y pastel de queso. Él correspondió con cariño, disfrutando de la alegría de su esposa y de su hermana. Al amanecer del sábado, los Sres. Darcy partieron hacia Londres y estuvieron fuera por dos semanas. A su regreso, Georgiana estaba entusiasmada y los recibió con mucho afecto. Lizzie y Darcy también regresaban felices de su viaje y Georgiana les preguntó: –¿Cómo les fue en su huida? –Nos fue de maravilla –contestó Darcy–. Y veo que tú estás muy emocionada con la próxima visita. –¿Cuál visita? –indagó Georgiana. –La de tu amiga, la Srita. Windsor. Lizzie me comentó que la invitaste unos días después de la boda. –Sí, ¿te parece bien, Darcy? –Si a Lizzie le parece bien, yo estoy de acuerdo. Y sé que le tienes un gran cariño.

Había llegado el día de la boda. Georgiana estaba muy ilusionada y se atavió con un vestido azul turquesa de tirantes acompañado de un chal bordado que hacía juego con el hermoso collar de perlas y unos aretes que habían pertenecido a Lady Anne. Se veía especialmente agraciada con el cabello recogido, peinado que su hermana le ayudó a detallar. Lizzie también se había arreglado como correspondía y se veía muy atractiva, con un vestido rojo, de mangas cortas y un escote moderado que permitía el uso de una gargantilla de zafiros y unos aretes que su esposo le había obsequiado. Cuando Lizzie y Georgiana bajaron por la escalera de Pemberley, Darcy las contemplaba con gran cariño y les ofreció el brazo para custodiarlas hasta el carruaje. Se quedó admirado por la belleza de las damas que lo acompañarían en el evento. Ingresaron en el templo y pudieron columbrar a la familia Windsor, que estaba cerca de los Sres. Bingley. Mientras la novia entraba del brazo de su padre, Georgiana pudo observar en la parte del fondo del templo al Dr. Donohue que, de pie, la miraba con mucha persistencia. Ella sintió que el corazón bombeaba la sangre con tremenda fuerza por todo el cuerpo, mientras se escuchaba la música de procesión. Cuando el pastor empezó la ceremonia, Georgiana se dio cuenta que Donohue se había aproximado a la banca de los Darcy; aun cuando permaneció de pie toda la ceremonia, miraba a Georgiana con inmensa ternura, como bien se percató Lizzie que, emocionada, veía a su hermana. Cuando la ceremonia concluyó y los novios se dirigieron fuera del recinto, los Darcy salieron junto con los demás convidados. Georgiana tenía la esperanza de encontrar a Donohue en el atrio, pero se sorprendió de que fuera Murray Windsor quien se acercara para saludarla. –Srita. Georgiana, hoy se ve especialmente hermosa, si su hermano me permite elogiarla. –Muchas gracias –replicó Georgiana, dispersa, ya que con la mirada buscaba a otro caballero.

117 Georgiana sonrió cuando vio a lo lejos a Donohue, que se aproximaba hacia donde estaba ella, mirándola, pero se perturbó al ver que se detuvo, dándose media vuelta y retirándose del lugar. Observó que él se alejaba sin explicación alguna y sintió un gran desconcierto. Quienes sí se avecinaron para saludar a los Darcy fueron Philip Windsor, la Srita. Sandra y los Sres. Windsor. –Sres. Darcy, ¡qué agradable verlos nuevamente! –indicó el Sr. Windsor. –Sra. Darcy, ¡muchas felicidades! Veo que ya ha nacido su hijo, ¿fue varoncito? –preguntó la Sra. Windsor. –¿Mi hijo? No, no, todavía no –respondió Lizzie bajando su mirada. –¡Oh, no! –interrumpió la Sra. Windsor–. ¿Acaso perdió a su bebé? –cuestionó con confusión–. Lamento mucho que no se haya logrado su embarazo. ¡Qué pena! Disculpe que la haya hecho recordar, sé lo difícil que es perder a un hijo. No estaba enterada –concluyó avergonzada. –¡Qué alegría verte, querida Sandra! ¿Podrás venir a Pemberley unos días? –indagó Georgiana. –Sí, estaré encantada –contestó la Srita. Sandra. –Y nosotros estaremos felices de recibirla –aseguró Darcy. Los Sres. Bingley se aproximaron para saludar y se hicieron las debidas presentaciones. –¡Oh! Usted es la hermana que se casó junto con los Sres. Darcy aquel día. –Sí, Sra. Windsor –respondió Jane. –Fue una ceremonia preciosa y recuerdo lo enamoradas que se veían las dos parejas y lo envanecido que se veía su padre al entrar con las novias y caminar rumbo al altar. Pocas veces he visto ese semblante en un hombre en la boda de sus hijas. Lizzie y Jane se tornaron pensativas recordando esos momentos. –Madre, el Sr. Bennet falleció hace pocos meses –apuntó Philip Windsor–. Siento mucho esta lamentable pérdida, Sra. Elizabeth. Lizzie lo miró sorprendida, ya que pocas personas en el círculo de amistades de Darcy se habían enterado de lo sucedido. La Sra. Windsor respondió: –Lo lamento tanto, Sra. Darcy, Sra. Bingley. Lizzie y Jane asintieron. –Nuestro más sentido pésame –expresó el Sr. Windsor. –Nosotros nos adelantaremos a la casa del Sr. Willis –anotó Bingley–. Mucho gusto en volver a verlos, Sres. Windsor. –Nosotros también nos vamos –declaró Darcy ofreciendo su brazo a Lizzie y se retiraron. En el carruaje, Georgiana iba pensativa, en silencio. Estaba aturdida por la actitud de Donohue. No tenía duda de que se aproximaba para ir a saludar, pero algo lo detuvo y reconoció que fue un suceso muy extraño, con más razón cuando pensó en la cariñosa carta que había recibido de él después de la última vez que lo vio en Oxford, en la que abiertamente le decía que anhelaba verla pronto. Recordó también sus palabras en el jardín de los Sres. Windsor que, por desgracia no pudo concluir por la interrupción de Murray

118 Windsor. ¿Acaso las ilusiones que había sembrado en su corazón habían sido infundadas? Le costaba creerlo y todavía guardaba esperanzas de verlo en la casa del Sr. Willis y poder despejar sus dudas. Darcy se encontraba serio y reflexivo, le enojaba la presencia del mayor de los Windsor, la manera en que observaba a su esposa y la cortesía que había tenido con ella al estar enterado de la muerte de su padre. Había sido una atención que cualquiera le pudo ofrecer, pero que viniera de él le causaba disgusto. Además, ¿cómo se habría enterado?, ya que sólo estaban al corriente de lo sucedido las amistades de Hertfordshire y otros muy allegados a la familia. ¿Cómo lo sabía él y sus padres no? Lizzie no pudo evitar recordar su casamiento, hacía más de dos años, y los momentos que vivió ese día con su padre. Sintió muy reparador encontrar la mano de su esposo que estaba sentado junto a ella y recargó su cabeza en el hombro de Darcy. Todos guardaron silencio hasta llegar a su destino. Darcy ayudó a bajar del carruaje a su esposa y a su hermana, al momento en que Murray Windsor se acercaba a Georgiana para encaminarla. Lizzie notó la presencia de Philip Windsor, así como su insistente mirada, y tomó el brazo de su esposo. Los Sres. Bingley ya los esperaban en la mesa que les correspondía, pero los Sres. Darcy se detuvieron unos momentos en el camino para saludar a algunos invitados. Igualmente Georgiana cumplía con algunas amistades, incómoda por la escolta que la acompañaba y buscando entre los invitados a Donohue, pero sin éxito. Casi al momento del arribo de los novios, ya todos se encontraban sentados en sus lugares. Cuando los novios entraron, los invitados se pusieron de pie para ovacionarlos, al tiempo que los hermanos Windsor tomaban su lugar, con sus padres, cerca de los Darcy. Mientras Bingley y Darcy, de pie, conversaban sobre algunos temas de negocios, Lizzie, sentada junto a Jane, le preguntó: –Y la Srita. Bingley, ¿no estaba invitada a la fiesta? Yo pensé que vendría. –Sí, supe que la invitaron, pero se quedó en Londres. Desconozco la razón. –Entonces hoy podremos estar más tranquilos y disfrutar de la fiesta –sonrió Lizzie. –Al principio no lo quería reconocer, pero poco a poco me he dado cuenta del escaso cariño que nos tiene a pesar de que lucha por aparentar lo contrario para quedar bien con su hermano. –Me apena que te haya tocado una hermana así. –Yo, por el contrario, me alegro de que Georgiana te tenga tanto cariño y confianza. –Sí, es una bendición. Ya ves, tú tienes a Diana y yo tengo a Georgiana –indicó sonriendo pero con un destello de tristeza en sus ojos–. No se puede tener todo en esta vida. –¡Oh, Lizzie! –señaló con abatimiento en su mirada, comprendiendo sus palabras y tomándole las manos–. Diana es como si fuera tu hija. –No, Jane. Conozco los límites que tengo como madrina, mis derechos y mis deberes, y son muy distintos a los de una madre. –Y ¿ya has visto al Dr. Thatcher?

119 –Sí. Estoy llevando el tratamiento que me indicó, pero nos advirtió que esto lleva tiempo –suspiró Lizzie. –Me han dicho que es un excelente médico. –Tiene mucha experiencia y buen ojo clínico, además es una persona encantadora. –¡Ay Lizzie! Voy a seguir rezando por ustedes y ten paciencia. –Gracias Jane. –Seguramente mi padre también reza por ti. Lizzie asintió conmovida. En ese momento, Georgiana se sentó con las señoras. –Por fin, un momento para respirar. ¡Windsor me ha escoltado todo el camino! –comentó Georgiana–. Aunque ya tuve que aceptar la primera pieza de baile con él. No tuve más remedio. –Tú te puedes divertir y más si otro caballero no se ha presentado –afirmó Lizzie. –¡Oh, Lizzie! No ha llegado y no sé si vaya a venir. –Pero en la iglesia nos iba a saludar. –Sí, pero se fue y no lo he visto desde entonces. –¿De quién hablan? –preguntó Jane. –Jane, te pido tu total discreción. Se trata del primo de la Srita. Sandra Windsor, el Dr. Donohue. –Georgiana, no te preocupes; es médico, tal vez tuvo una emergencia –señaló Lizzie. –No parecía que se retirara por esa razón –dijo Georgiana pensativa. –Y, ¿quiénes son los Windsor? –indagó Jane. –Los que saludamos en la iglesia, están sentados enfrente –contestó Lizzie. –Por cierto –dijo refiriéndose a Philip Windsor–. Ese caballero no ha apartado su vista de ti, desde que estás sentada junto a mí. –Sí, lo he notado. Darcy y Bingley se sentaron al lado de sus esposas. –¿Qué has notado? –curioseó Darcy. –Que muchas damas te han estado observando –declaró Lizzie. –A mí sólo me interesa una dama que, por cierto, hoy luce especialmente bella –afirmó sonriendo y dándole un beso en la frente. Darcy, acomodando su silla se sentó y vio que enfrente de su mesa estaba sentado Philip Windsor, observando constantemente a la Sra. Darcy, y su rostro se obscureció de inmediato, mientras Jane le preguntó a Lizzie: –¿Cómo estuvo su viaje a Londres? –¡Fue maravilloso! Hubo varios días lluviosos, pero eso no impidió que gozáramos nuestro viaje, ¿verdad, Darcy? –¿Perdón? –dijo él al no escucharla, ya que sus pensamientos estaban clavados en otra persona. –Le comento a Jane de nuestro viaje a Londres.

120 –Sí, estuvo bien –respondió secamente, sin dejar de ver a Windsor. Jane le preguntó a Lizzie sobre qué lugares habían visitado y ella le contó con más detalle su visita. Durante la comida, Darcy estuvo sumamente serio y colérico, observando al vecino que tenían enfrente y que no apartaba su vista de la Sra. Darcy, mientras los Sres. Bingley platicaban con Lizzie y Georgiana las aventuras que habían tenido con Diana, que ya caminaba por toda la casa, descubría el mundo y los ponía de cabeza por su simpatía y sus ocurrencias, aun cuando todavía no decía palabra alguna, pero balbuceaba y cantaba durante todo el día. Entre risas y emociones, Lizzie los escuchaba con curiosidad, imaginando a su pequeña ahijada cuando sorprendía a sus padres por la rapidez con que aprendía y su interés por conocer todo lo que la rodeaba. Cuando hubo terminado, Georgiana le pidió a Lizzie que la acompañara a dar una vuelta antes de que iniciara el baile, para ver si encontraban a Donohue. Lizzie accedió, se disculpó con Darcy y los Bingley y se marchó con Georgiana por unos momentos. Después de un rato, Darcy vio que Philip Windsor se levantaba de su mesa en dirección a donde se encontraba Lizzie, por lo que él también se puso de pie y lo siguió, pero en el camino alguien se acercó para saludarlo y, entreteniéndolo por unos momentos, perdió de vista a su objetivo. Mientras, Georgiana y Lizzie caminaron sin encontrar a Donohue; sin embargo, Georgiana tropezó con una amiga de su infancia con la que estuvo platicando. Lizzie le indicó a Georgiana que iría a buscar a Darcy y cuando regresaba a su mesa, Philip Windsor la interceptó diciendo: –Sra. Elizabeth, quiero disculparme con usted. Lamento mucho que los comentarios de mi madre le hayan traído recuerdos desagradables, provocando su consternación. Lizzie asintió suspensa y Windsor continuó: –Si alguna vez necesitara de un amigo… Darcy llegó e interrumpió la conversación. –Sr. Windsor –saludó con una actitud beligerante. –Sr. y Sra. Darcy. Con su permiso –dijo Philip Windsor, retirándose. –El baile ya va a comenzar –le indicó Darcy a Lizzie exasperado, escoltándola hasta la pista. Durante el baile, Darcy preguntó, tratando de conservar la calma: –¿Estás disfrutando de la fiesta? –Sí –contestó Lizzie sonriendo–. Mucho. –Hoy estás especialmente hermosa y has llamado la atención de muchos caballeros. –Sólo me interesa llamar la atención de uno. –Veo que el Sr. Windsor insiste en mirarte con interés. –Sí, lo he notado. Allí está otra vez, observando nuestro baile. –¿Y eso te hace sentir halagada? –indagó seriamente. –No –contestó sonriendo–. Me halaga verte celoso, aunque no tengas razón de estarlo. –¿Qué te dijo cuando se acercó a ti?

121 –Sólo que lamentaba que los comentarios de su madre causaran algún dolor. ¿Te molesta? –Me molesta que te mire con tanta insistencia y tú pareces disfrutarlo. –Sólo disfruto de tu compañía. Contigo me siento segura, lo demás procuro ignorarlo. –¡Lizzie! –exclamó tomándole las manos, atrayéndola hacia sí–. ¿Eres feliz a mi lado? –Veo que te sigue gustando interrumpir nuestro baile –indicó sonriendo. –¡Contéstame! –Soy inmensamente feliz, como nunca lo había soñado. El resto del mundo no existe para mí. –Perdóname, nunca pensé poder amar a alguien como a ti y molestarme por aspectos sin importancia – señaló besando la mano de su esposa–. Y dime, ¿por qué estás tan bonita hoy? –Para que ninguna otra mujer llamara tu atención. –Desde que te conocí, eso no ha sucedido –explicó sonriendo y continuando con el baile. Al terminar, todos los invitados aplaudieron y Georgiana, que había bailado con Murray Windsor, se acercó con su hermano y le dijo: –Por favor, ¿me concedes el honor del siguiente baile? Darcy, sorprendido por esta petición, aceptó, viendo a su mujer que con su mirada lo animaba. Lizzie se regresó a su mesa que estaba vacía, ya que los Sres. Bingley también bailaban. Tomó asiento y nuevamente vio que Philip Windsor la acosaba con la mirada. Ella trataba de distraerse viendo a los demás asistentes y evitaba tomarlo en cuenta, pero se sintió sumamente perturbada hasta que Darcy regresó y se sentó a su lado. –Ahora, ¿me concede a mí el honor, Sr. Darcy? Darcy miró a su esposa, satisfecho, con una sonrisa. –¿Qué sucede? –preguntó Lizzie. Él tomó las manos de su amada y le dijo: –Recuerdo que recién nos conocimos rechazaste mi invitación a bailar en varias ocasiones, antes del baile de Netherfield. ¿Quién iba a pensar, en ese entonces, que llegaría un día en que me pedirías un baile y de una manera tan especial? Lizzie sonrió y tomó la palabra: –¿Quién iba a pensar que ese hombre orgulloso, un tanto descortés y altanero, encerraba a un caballero ardientemente cariñoso y atento, el único capaz de conquistarme con su galantería, su buen corazón, su generosidad y su compresión y mantenerme perdidamente enamorada de él hasta tal punto de sentirme morir tan sólo de pensar en perder su amor? –Mi Lizzie, eso nunca sucederá –aseguró Darcy y besó a su esposa con ternura. Luego, se puso de pie y la encaminó hasta el baile, mientras que Lizzie se percató que Philip Windsor se había retirado. Por fin suspiró con tranquilidad y disfrutó en compañía de su marido el resto de la fiesta.

122 Georgiana, por otro lado, bailó con algunos caballeros y se divirtió en conjunto con sus amigas que hacía tiempo no veía, aunque en su corazón añoraba conocer la razón por la que Donohue se había retirado y sin acercarse a saludarla, como era debido. Al terminar la fiesta, los Sres. Darcy y Georgiana, en compañía de la Srita. Windsor, se retiraron a Pemberley donde, agotados, llegaron a descansar.

CAPÍTULO XXIV

A la mañana siguiente, Georgiana se levantó muy temprano, ya que no había dormido bien pensando en lo que sucedió con Donohue, por lo que se alistó, salió de su recámara y se dirigió al salón principal con su libro en mano, con la sorpresa de que la Srita. Sandra ya la esperaba ansiosa para que le contara cómo había estado la fiesta. Georgiana, sorprendida, saludó a su amiga y le sugirió salir a caminar un rato y disfrutar del aire fresco de las primeras luces del día. Pensó que así podrían platicar a sus anchas, sin el temor de que el madrugador de su hermano las interrumpiera. –¿Y disfrutaste de la boda y de la fiesta? –preguntó Sandra. –Sí, me divertí mucho –contestó Georgiana. –Vi que bailaste con mi hermano y que te observaba con mucho interés. –Bailé con él una vez. –Cuéntame ¿te dijo algo? –No, nada fuera de lo normal. –¡Ay, Murray! –¿Sucede algo? –No, sólo que yo esperaba que te lo dijera. –¿Decirme qué? –Georgiana, tendrás que esperar hasta que él te lo diga. No quiero cometer una indiscreción. –¿Y qué te pareció la fiesta? –Yo también me divertí mucho, bailé con varios caballeros muy apuestos y de buenas familias. A quien me sorprendió no ver en la fiesta fue al Dr. Donohue. –Yo tampoco lo vi. ¿Sabes por qué no asistió? –investigó Georgiana aparentando indiferencia. –No. A mis padres les dijo que sí estaría en la fiesta. Sólo lo vi en la iglesia y ni siquiera nos saludó. Lo que sí percibí es que mi hermano Murray se puso muy serio cuando lo vio a lo lejos. Eso me pareció extraño, ya que ellos siempre han llevado muy buena relación. –Y el Dr. Donohue ¿sigue estudiando en Irlanda? –Sí, mi padre nos ha dicho que a veces está de visita en Londres con el Dr. Robinson que es muy famoso en la capital, pero la mayor parte del tiempo se dedica a sus estudios.

123 –Darcy conoce desde hace mucho al Dr. Robinson, dicen que es un excelente médico. Es discípulo del Dr. Thatcher, quien actualmente atiende a Lizzie. –Entonces, en unos años así veremos a mi querido primo, nadando en fama, en fortuna y con un sinfín de pacientes. Después de una pausa, la Srita. Sandra prosiguió: –¡Ay, Georgiana! Qué pena tengo con tu hermano y su esposa, por el comentario que hizo mi madre sobre su embarazo. ¡Qué tristeza que hayan perdido a su bebé! –Sandra, Lizzie nunca ha estado embarazada. Eso fue una confusión que hubo en nuestra visita, yo no entiendo por qué, pero eso ha sido muy difícil para Lizzie y para mi hermano, pues han deseado enormemente un bebé, por lo que te pido que no lo comentes más. Lizzie es una maravillosa mujer a la que quiero como a una hermana y no quisiera ocasionarle más sufrimiento. Menos ahora que apenas está recuperándose de la muerte de su padre. –¡Qué pena escuchar lo que me dices! ¡Y mi madre hablando de su padre y del día de su casamiento! ¡Qué imprudencia! –Ella no lo sabía. –Pero ¿cómo es posible que mi hermano Philip si lo supiera cuando ni mis padres ni yo estábamos enterados? –Yo me hice la misma pregunta –expuso Georgiana–. Y dime ¿el Dr. Donohue ya les dijo quién era la dama de la que hablaba cuando estuvimos en tu casa? –No, y yo se lo pregunté a solas pero a nadie le ha querido decir. Me quedé con la curiosidad. Yo quiero mucho a mi primo pero también sé que es muy reservado y cauteloso. Lo que sí sé es que realmente está enamorado y tiene tan buen corazón que espero que haya hecho una buena elección. Me apenaría mucho que sufriera por un amor no correspondido. Cuando terminaron su paseo, regresaron a la casa y se sorprendieron de que Darcy y Lizzie acababan de bajar al salón. Georgiana le dijo: –Darcy, ¡qué extraño que no hayas ido a cabalgar, como acostumbras! –Hoy realmente estaba muy cansado. No me he podido recuperar. –Y eso que hace una semana estabas de vacaciones –comentó Georgiana. –Lo bueno es que si quieres hoy podrás descansar todo el día, después de asistir a la abadía –sugirió Lizzie. –¿Me darás permiso? –preguntó Darcy, mientras Lizzie reía. –Como en tus buenos tiempos de soltería que no tenías nada que hacer los domingos por la tarde. –Créeme que no eran agradables. Darcy le dijo a Georgiana: –A mí me sorprende que tú te hayas levantado tan temprano. ¿Te preocupa algo? –No. Sólo quiero disfrutar de la compañía de mi amiga que acostumbra ver el amanecer. –¿Y pudieron verlo? –indagó Lizzie.

124 –Sí. Fue muy hermoso –señaló la Srita. Sandra. –A mí me gusta verlo desde mi ventana. Me encanta cuando el sol que va saliendo se refleja en el lago. Así era en Longbourn –recordó Lizzie. –A mí me encanta verlo a tu lado. No importa desde dónde –le aseguró Darcy a su mujer. Lizzie sonrió y luego les propuso: –Si gustan podemos pasar a almorzar, así podremos ir temprano al templo y el Sr. Darcy tendrá más tiempo para descansar. Mientras pasaban al comedor, Darcy le ofreció el brazo a su esposa y le susurró en el oído: –Mi Perla, descansaré sólo si tú vienes conmigo. –Entonces dudo que logres descansar lo suficiente –indicó ella sonriendo. –Aun así, habrá valido la pena –aclaró besando su mano. La Srita. Sandra se quedó en Pemberley una semana, tiempo en que convivió con Georgiana y con su hermana, mientras Darcy salía o estaba ocupado. Lizzie conoció el gran corazón de Sandra.

El último día de su estancia, Lizzie, Georgiana y Sandra daban un paseo por los jardines cuando la Sra. Reynolds las buscó, acompañada por la Sra. Windsor y sus hijos Murray y Philip. –¡Oh, Sra. Windsor! Me da mucho gusto verla –saludó Lizzie, sorprendida de ver a Philip Windsor. –Esperaba que viniera mi padre a buscarme –comentó la Srita. Sandra. –Él no pudo asistir, pero me pidió que acompañara a mi madre –aclaró Philip Windsor. –Regresábamos a la casa. El Sr. Darcy está por llegar –explicó Lizzie. Mientras retornaban, la Sra. Windsor se acercó a Lizzie y le glosó: –¡Qué hermoso jardín tiene, Sra. Darcy! –Muchas gracias. Es estimulante tener un lugar donde respirar aire fresco y dar largas caminatas, además de disfrutar de la vista del paisaje y del canto de los pájaros. –¿Usted acostumbra caminar? –Todos los días. Es algo que me encanta. Desde niña salía con mi padre al campo, disfrutaba mucho pasear y sentir la brisa acariciar mi rostro bajo el calor del sol, mientras escuchaba la música que nos ofrece Dios a través de su creación. –Su padre debió ser un hombre excepcional, me lo imagino por cómo se expresa de él –reflexionó la Sra. Windsor–. En su próxima visita a Oxford le podremos enseñar, si quiere, unos jardines maravillosos que le encantarán. Mientras Lizzie y la Sra. Windsor comentaban, Murray Windsor se acercó a Georgiana, al tiempo que Sandra se dirigió al lado de su hermano Philip que caminaba más atrás. –¿Y qué tal pasó estos días en compañía de mi hermana? –preguntó Murray. –Muy bien, gracias. Usted sabe que le tengo mucho cariño desde que la conozco y hemos entablado una buena amistad.

125 –Srita. Georgiana, usted sabe que también nosotros, toda mi familia y me incluyo, sentimos un cariño muy especial hacia usted. –Y ¿cómo está su padre? –indagó Georgiana para cambiar el tema. –Muy bien, sólo que estuvo enfermo estos días, por eso no pudo venir y el Dr. Donohue le recomendó reposo por unos días más hasta que se sintiera más repuesto. –¿El Dr. Donohue está en Oxford? –Después de la boda del Sr. Willis se fue a Londres por un par de días y luego regresó con nosotros a Oxford, cuando mi padre cayó enfermo. En este momento tengo entendido que está en Londres. –Me comentó la Srita. Sandra que usted y el Dr. Donohue siempre han tenido una buena relación. Me imagino que sabe el motivo por el que se retiró prontamente de la boda. –No, desconozco la razón –indicó con un serio semblante–. Pero… tal vez fue a visitar a su damisela. Me insinuó hace tiempo que pensaba hacer una propuesta de matrimonio. –¿Cómo? –preguntó Georgiana sintiendo que su corazón se derrumbaba por dentro. –Tal vez ya pronto se case. Me alegro por él, de haber seguido así, acabaría solterón como varios de sus colegas, pensando sólo en libros y medicamentos, entregado por completo a la investigación y a sus pacientes. En ese momento, Lizzie invitó a todos a pasar a tomar el té en el salón principal, pues se había dado cuenta que la Sra. Windsor venía cansada del viaje. Pasaron todos, excepto Philip Windsor, quien se había quedado rezagado del grupo, admirando algunos cuadros de la familia en el salón contiguo. Permaneció por varios minutos encandilado al observar un retrato precioso de la actual Sra. Darcy al momento en que el señor de la casa se aproximó, extrañado y enfadado. –Sr. Windsor. –Sr. Darcy –contestó con sobresalto–. Es un retrato muy hermoso –apuntó sin poder evitar regresar su mirada al cuadro. –Sí –contestó Darcy viendo la pintura–. Es trabajo muy difícil para un pintor plasmar la belleza no sólo física sino también del alma de mi esposa, que proviene de la pureza de su corazón, la transparencia de sus sentimientos y la felicidad que emana al saberse amada y correspondida en su amor. En este caso, el artista estuvo a la altura de la Sra. Darcy. Philip Windsor recordó la mirada que tenía la Sra. Elizabeth en la boda, cuando conversaba con su esposo al tiempo que él la besaba cariñosamente. Sabía que su amor por ella era un sueño imposible y, a pesar de su sufrimiento, anhelaba con todo el corazón que Lizzie fuera feliz, y le dijo a Darcy: –Deseo que usted llene de felicidad el corazón de esta gran mujer a lo largo de toda su vida. Dicho esto, se retiró al salón principal, dejando a Darcy estupefacto por unos momentos. Luego, continuó su camino para saludar a los visitantes que conversaban tomando el té. Al entrar Darcy, se levantaron de sus asientos para saludar a su anfitrión. Lizzie se acercó cariñosamente a él, al tiempo que lo tomaba de la mano

126 y su sonrisa se hizo más evidente, así como el brillo de sus ojos que se tornó más intenso desde el instante en que vio a su esposo. –Darcy, ¡qué alegría que ya hayas llegado! La Sra. Windsor vino con sus hijos a recoger a la Srita. Sandra. Darcy vio a Philip Windsor y le llamó profundamente la atención la expresión de satisfacción y de tranquilidad que había en él. Windsor se había dado cuenta muy claramente del cambio que había tenido la mirada y la sonrisa de Lizzie cuando Darcy llegó y ese recibimiento tan cariñoso que le hacía; le permitió ver lo feliz que ella era al lado de su marido. –Madre, si gusta nos podemos retirar. Mi padre nos espera en casa –señaló Philip Windsor. –Sí, hijo, tienes razón. Sra. Darcy, hemos estado encantados de haberlos visitado y muy agradecidos por sus atenciones para con Sandra. –Ha sido un placer, su hija es una excelente persona. Debe sentirse muy orgullosa. Los Darcy acompañaron a los Windsor a su coche y, mientras se alejaban, Lizzie veía preocupada a Georgiana, ya que desde que estaban en el salón principal había permanecido en silencio, ausente, hundida en sus pensamientos. Georgiana indicó con desánimo: –Iré a descansar a mi habitación. Darcy pasó su brazo por la espalda de Lizzie abrazándola y dándole un beso en la frente, la condujo al interior de la casa y le preguntó sobrecogido: –¿Te preocupa algo?, ¿acaso el Sr. Philip Windsor…? –No, pero me alegra que estés aquí –dijo sonriendo.

CAPÍTULO XXV

A la mañana siguiente, Darcy salió al amanecer y Lizzie, después de esperar a Georgiana un rato, fue a buscarla a su habitación. Se había quedado con pendiente por el día anterior al verla tan confundida. Tocó a su puerta, entró y la encontró acostada en la cama, en silencio, con el rostro totalmente apagado y pensativo. Se acercó y, sentándose a su lado, acarició su cabeza para animarla. Georgiana rompió el silencio. –¡Ya no sé qué pensar, Lizzie! –¿Por qué? –El Sr. Murray Windsor me dijo que el Dr. Donohue se va a casar. Tal vez toda la esperanza que había sembrado fue infundada: la carta que recibí, las palabras que no concluyó. Lizzie, ¡Donohue nunca me habló de amor y yo sólo lo interpreté mal! Es muy probable que esté enamorado de otra y, según Windsor, estaba decidido a hacerle una proposición en estos días. Georgiana reventó en llanto. –Georgiana, pero él te ama, yo lo vi en sus ojos. Un caballero no le hace elogios como los que te hizo sin haberlos sentido en su corazón. Las veces que lo vimos en Oxford te miraba con mucha ternura mientras hablaba de la doncella que había robado su corazón. ¿Cómo podría hablar de la dueña de su corazón

127 mirando a una mujer que no ama, en la forma en que te observaba? Si no fueras tú esa damisela, no podría haberte visto con tal dulzura. –Lizzie, sólo hablas de miradas y de palabras que no existieron. En ningún momento dijo que me amaba. –Palabras que sí existieron pero que en una ocasión no pudo terminar de decirlas por cierto caballero que conocemos. Yo sé cómo mira un hombre a la mujer amada. –¿Acaso tú sabías que Darcy te amaba antes de que te declarara su amor? –No, nunca vi esa mirada en él antes de ese día porque mis ojos estaban nublados por la confusión del rencor y del odio, estaba llena de prejuicios, y él luchaba por encubrir sus sentimientos. –Y ahora tus ojos están ofuscados por el amor que te tiene. Tal vez hayas visto amor donde no hay. El amor de mi hermano brilla tanto, que en todos lados lo ves. Lizzie se puso de pie y caminó en la oscuridad de la habitación, mientras reflexionaba. Estaba muy confundida, pensó que tal vez Georgiana tenía razón. Era probable que hubiera visto amor donde no lo había por estar perdidamente enamorada, pero le costaba trabajo pensar que todo había sido falso. Abrió las cortinas y salió al balcón, necesitaba respirar ese aire fresco que le ayudara a poner en claro sus ideas. Regresó con Georgiana y le pidió: –Dime con todo detalle qué te dijeron la Srita. Sandra y el Sr. Windsor. Georgiana le explicó todo lo que sabía. Lizzie se quedó pensativa y, después de un momento, expuso: –La Srita. Sandra dice que Donohue es una persona muy cautelosa y reservada, que a nadie le ha querido decir quién es la doncella de la cual está enamorado. Me pregunto ¿Windsor sabe quién es esa damisela?, ¿desde hace cuánto sabe que Donohue le quiere proponer matrimonio? –Desde hace tiempo. –¿Cuánto? En Oxford, por las palabras que te dijo en el jardín, parecía una declaración. Si no te la hizo a ti ¿te comentó Windsor que Donohue ya hizo la proposición? –No, sólo mencionó que lo iba a hacer. –Desconocemos si lo hizo o no, por lo tanto Windsor no puede asegurarte que se va a casar. Y te dijo que él creía que visitaría a esa damisela, pero tampoco lo sabemos con persuasión. Tal vez iba a otro lado, con el Dr. Robinson a Londres, por ejemplo. Además, ¡Murray Windsor está enamorado de ti! Lo que diga de Donohue no sabemos qué tan cierto sea y la Srita. Sandra te platicó que por alguna razón Windsor está molesto con su primo, no sabemos tampoco el motivo. Creo que has hecho un juicio muy anticipado de Donohue y tal vez merezca el beneficio de la duda. –Probablemente Darcy haya tenido la razón al decirme que muchos hombres me pretenderían sólo por interés, es posible que Donohue quiso impresionarme para sacar provecho de una relación, no porque realmente me amara y nuevamente caí en la trampa. –¿Cuándo te lo dijo? –Cuando me rescató de ese desgraciado. Me dijo que tuviera cuidado y yo no le hice caso y me ilusioné como una tonta.

128 –Georgiana, Wickham te hizo mucho daño al sembrarte la inseguridad y la desconfianza que ahora vives y Darcy no te ha ayudado a revertir esos sentimientos. Yo observé en los ojos de Donohue la sinceridad de sus palabras cuando se refería a su damisela, estoy segura que ve en ti mucho más que la herencia que recibirás, en ti percibe a una mujer llena de talentos, distingue la generosidad de tu corazón, la compresión que otorgas a los demás, la dulzura y el cariño de tu trato, y así te puedo enumerar todas tus cualidades que te hacen ser una persona muy especial, digna de ser amada por lo que eres. Sin embargo, te doy la razón, la única manera de conocer qué ha sucedido es darle la oportunidad que él te lo diga. –Pero, ¿cómo? –Dice Windsor que Donohue está en Londres, pues vamos a Londres. –¿Y qué le diremos a Darcy? –La verdad. –No, no, Lizzie, por favor. –Georgiana, tarde o temprano va a saber la verdad. Además, ¿cómo justificaremos tu estado de ánimo? –Lizzie, si le decimos la verdad, Darcy se va a molestar mucho con Donohue. Si acaso me amara, mi hermano tendría una actitud negativa hacia él y tal vez todo acabe allí. Si no me ama, habrá sido toda una confusión nuestra y ¿qué culpa tendrá él? Aun así, Darcy se enfadaría. –Si en verdad te ama, ni el enojo de Darcy lo detendría. –Si en verdad me ama, pero no lo sabemos. Sólo te pido guardarme el secreto por más tiempo, hasta que nuestras esperanzas se hayan confirmado o cuando haya terminado algo que nunca empezó. –¡Ay, Georgiana! Si Darcy te ve así descubrirá todo, aunque no se lo digamos. Tienes que animarte. Y cuando vayamos a Londres haremos pública nuestra visita para que sepa que estás allí, y lejos de Windsor promoveremos un encuentro y saldremos de dudas. Tendrás que verte muy hermosa, como te vio en Oxford, pero mucho menos nerviosa. Georgiana abrazó a Lizzie y agradeció su apoyo. Cuando Darcy volvió, Lizzie y Georgiana estaban en el salón principal leyendo sus libros. En realidad, Georgiana, con el libro en mano, sólo pensaba en lo sucedido y en las palabras de Lizzie. Darcy entró y las damas se pusieron de pie, Lizzie se acercó tomándole las manos y le dijo: –Darcy, me gustaría ir a Londres a visitar a mi tía, la Sra. Gardiner. Será su cumpleaños y quiero ir a saludarla. Tengo mucho que agradecerle porque estuvo con mi madre acompañándola en momentos muy difíciles. –¿Cuándo quieres que vayamos? –Mañana mismo, ya está todo arreglado. –¿Mañana? Ya había acordado con Fitzwilliam… –¿Mañana pensabas trabajar?, ¡si es domingo! Y hoy estuviste gran parte del día fuera. –Tienes razón, le diré a Fitzwilliam que el lunes lo veremos en Londres. –Si vas a trabajar estos días en Londres, espero que me reserves las noches. Me gustaría ir al teatro.

129 –Todas las noches de mi vida están reservadas para ti –reiteró sonriendo y Lizzie asintió riendo. –Sabes que no me conformo sólo con las noches ¿verdad? –Sí, lo sé. Yo tampoco. Por eso quiero invitarte un día de la próxima semana a dar un paseo. Tú escoges el lugar. –Sí, gracias Darcy –dijo dándole un beso en la mejilla.

CAPÍTULO XXVI

Después de asistir al templo, los Sres. Darcy y Georgiana partieron rumbo a Londres. Darcy observó que durante el camino su hermana estuvo en completo silencio, sólo ellos conversaron. Cuando llegaron a Londres y se retiraron a descansar, después de la cena, Darcy le preguntó a su mujer: –He notado que Georgiana se encuentra taciturna, ¿sabes qué le sucede? La he visto así desde que la Srita. Sandra se fue de Pemberley. –Hablaré con ella. Lizzie no pudo evitar sentirse nerviosa ante esta pregunta, ya que conocía de sobra las razones que preocupaban a Georgiana y para conservar la promesa que le había hecho tenía que ocultarle la verdad por primera vez en su vida a su marido, situación que le dolía mucho. Darcy le preguntó extrañado, tomando sus manos con cariño: –¿A ti también te preocupa algo? –No, no. Es sólo que yo también la he visto dispersa. –Entonces mañana hablarás con ella. No puedo evitar preocuparme por el día en que me diga que está enamorada. Sé que ese día llegará tarde o temprano y no sé cómo… –Sí, te entiendo –indicó con temor. –¿Georgiana sigue rechazando a Murray Windsor? –Sí, me ha dicho que no le interesa. –Por otro lado, me siento muy tranquilo al saber que tú también estás al tanto de ella y que te tiene mucha confianza. Sé que en algún momento, si lo necesitara, tú sabrías aconsejarla y encaminarla correctamente y me lo informarías. Te estoy muy agradecido por el gran cariño que le has tomado a mi hermana y por haber comprendido el amor y la responsabilidad que siento para con ella. –No tienes nada que agradecer. Este cariño se lo ganó ella, desde el instante que entré a Pemberley, y es admirable que como hermano busques siempre lo mejor para ella. Yo te agradezco la confianza que has depositado en mí. –Sabes que confío plenamente en ti, como nunca me he fiado de persona alguna. Te he encomendado al ser humano que más quiero, después de ti –señaló dándole un beso en la frente. Lizzie sonrió agradeciendo sus palabras, pero sintió un peso enorme sobre sus hombros. Tenía una gran necesidad de descargar ese peso en Darcy y contarle todo, pero sabía que debía cumplir la promesa hecha a

130 Georgiana. Entonces rezó profundamente para que Dios le otorgase sabiduría para aconsejarla y que todo saliera bien. Al día siguiente, después del desayuno, Darcy se retiró con Fitzwilliam al estudio mientras Lizzie y Georgiana se preparaban para salir a casa de los Sres. Gardiner. Lizzie se acercó y le dijo con voz baja: –Georgiana, Darcy me dijo que está preocupado por ti. Me pidió que hablara contigo para saber qué te aflige. –Y, ¿le dijiste algo? –No. Me dolió mucho ocultarle la verdad y más después de todo lo que me dijo. –¿Qué te dijo? –No importa eso. Lo importante es que tienes que mostrarte más animada porque ya empieza a sospechar algo. Te ha visto muy seria y preocupada desde que se fue la Srita. Sandra de Pemberley. Y con certeza, en cuanto tenga la oportunidad me preguntará qué me has dicho después de hablar contigo y no sé qué responderle –le expuso angustiada. –Podríamos inventarle algo. –No, Georgiana. Una cosa es ocultarle la verdad temporalmente o decir la verdad a medias y otra es engañarle. Me sentiría terriblemente mal si le miento, además seguramente lo descubriría pronto y no podría mirarle a los ojos de vergüenza. ¡Imagínate el enorme disgusto que le provocaría! –Tienes razón, ni siquiera yo le he podido mentir. –Tendrás que dejar a un lado tus dudas y preocupaciones y mostrarte igual de alegre que todos los días. Si ve que tu alegría regresa, tal vez se le quite la preocupación y ya no pregunte más. Lizzie y Georgiana fueron a casa de la Sra. Gardiner, en Gracechurch Street; ella las recibió con gran cariño. –Querida tía, recordé que será su cumpleaños y quería venir a felicitarla. –¡Oh, Lizzie! ¡Qué agradable sorpresa! Te agradezco mucho tu atención. –Y también quiero corresponderle de todo corazón que haya acompañado y apoyado a mi madre durante este periodo tan difícil para todas nosotras. –Oh, Lizzie, no tienes nada que agradecer. Pasen, por favor y tomen asiento. ¿Estarán mucho tiempo en Londres? –Sólo unos días, no lo sabemos con seguridad. –Claro. Los asuntos de negocios en ocasiones llevan más tiempo del esperado. ¿Y cómo ha estado tu madre? –He recibido noticias suyas por sus cartas, que han sido muy breves por cierto, y por lo que Mary y Kitty me dicen de ella. Sé que le ha sido muy difícil enfrentar la vida sola, aun cuando la situación económica ya no sea un problema. –Sí. No sé qué le haya dicho el Sr. Robinson, pero por lo menos le quitó una angustia enorme, logrando que se olvidara por completo del problema económico. Desconozco la manera en que el Sr. Bennet resolvió el asunto de la herencia. Sé que no es fácil cuando no hay hijos varones. –¡Qué bueno que se pudo resolver! –declaró Georgiana.

131 –Y usted, ¿cómo vio a mi madre antes de regresarse a Londres? –Un poco más animada que cuando sucedió todo y menos angustiada por su situación financiera. Pero sin duda es difícil empezar una vida sin la persona que te ha acompañado por tantos años y en los momentos más importantes, y sobre todo lidiar con que de un día para otro ya no está… Lizzie se mostró reflexiva. –Pero Lizzie, no te aflijas con mis palabras. Tu madre saldrá adelante con el apoyo de sus hermosas hijas. –Sí tía, gracias. Y mi tío, ¿cómo está? –Bien, aunque estuvo enfermo hace unas semanas, pero el Dr. Robinson dijo que no es de gravedad, le dio unas medicinas y le recomendó reposo. –¿Ustedes conocen al Dr. Robinson? –Sí, ha sido nuestro médico desde hace muchos años, es excelente. La última vez que nos visitó venía acompañado por otro doctor que parece que trabaja con él y que nos ha recomendado mucho. Lizzie y Georgiana con mucha expectativa escuchaban esperando conocer el nombre de ese médico. –Su nombre… No lo recuerdo. Nos comentó que estaba terminando sus estudios en Irlanda. Georgiana sintió palpitar su corazón con mucha fuerza y no aguantó la espera, preguntó con impaciencia: –¿Será el Dr. Donohue? –Sí, creo que ese era su nombre. ¿Ustedes lo conocen? –Sí, Darcy y el Dr. Donohue tienen amistades en común –explicó Lizzie. –¡Qué pequeño es el mundo! –comentó la Sra. Gardiner–, pues el Dr. Robinson habló maravillas de él. –¿Y sabe usted si sigue en Londres? –No, no lo sé. Vinieron hace dos días para dar de alta al Sr. Gardiner. –¡Qué alegría que mi tío ya se siente mejor! Entonces sí podrán aceptar nuestra invitación. Queremos que nos acompañen al teatro esta tarde, si les parece bien. –¡Oh, Lizzie!, estaremos encantados. Muchas gracias. –Entonces nosotras nos retiramos. Iremos a poner al tanto a Darcy y a alistarnos para estar a tiempo. –Muchas gracias por su visita. Lizzie, sabes que te tengo un cariño muy especial y que aprecio mucho tu compañía. –Yo también los quiero mucho, tía. Las visitas se despidieron y se retiraron. Cuando regresaron a la casa, Darcy se encontraba en el estudio. Lizzie fue a buscarlo de inmediato y lo halló escribiendo algunas cartas. Cuando ella entró, él se puso de pie y se acercó al momento en que su esposa se aproximaba para abrazarlo. Él, cariñosamente, correspondió a este gesto. –Te extrañé mucho –expuso Lizzie pensando en las palabras de su tía. –Pero si no hace mucho que se fueron. –Sí… Lo importante es que estás conmigo. Darcy sonrió y le preguntó:

132 –¿Tus tíos aceptaron nuestra invitación? –Sí, mi tía se entusiasmó mucho cuando le mencioné la salida al teatro. –¡Qué gusto oírlo! Y dime, ¿pudiste hablar con Georgiana? –Sí –contestó nerviosa–. Me dijo que la Srita. Sandra le comentó algo que le tenía preocupada pero que no tiene importancia. –¿Es todo? –preguntó extrañado. –Te sorprendería todo lo que puede provocar preocupación en una mujer. –Entonces me apresuraré para terminar estas cartas e irnos al teatro. Lizzie le dio un beso en la mejilla y se retiró. Los Sres. Darcy y Georgiana encontraron a los Sres. Gardiner en la entrada del auditorio e ingresaron todos juntos. Disfrutaron enormemente de la obra, especialmente Lizzie que tenía poco tiempo de haber leído el libro por recomendación de Darcy. Al salir del recinto, la Sra. Gardiner reconoció entre la gente a una persona de edad, por lo que se avecinaron a saludarlo. Acto seguido, Lizzie observó que sus tíos se aproximaban a ellos para hacer las presentaciones y para asombro de Lizzie, el anciano era el Dr. Robinson. Darcy ya lo conocía y lo saludó con mucha cortesía y presentó como era debido a la Sra. Darcy. Platicaron varios minutos hasta que la Sra. Gardiner preguntó con prudencia: –Dr. Robinson, ¿cómo se encuentra el Dr. Donohue? Me causó una excelente impresión el día en que lo acompañó a revisar al Sr. Gardiner. –Sí, es un excelente médico y los estudios que está cursando le ayudarán mucho, y a mí también, en caso de que decida continuar trabajando conmigo. En él podré descargar una gran cantidad de trabajo, tiene toda mi confianza. –¿Y sigue en la ciudad? –preguntó el Sr. Gardiner. –No, apenas ayer se regresó a Irlanda. Le falta cursar la última parte de sus estudios. –He escuchado comentarios de algunas personas que afirman que usted, Dr. Robinson,

trabajó

anteriormente con el Dr. Thatcher –señaló Lizzie. –¡Oh, mi gran amigo, el Dr. Thatcher! Él me enseñó tantas cosas y le estaré toda mi vida agradecido. –Sí, me parece que es un excelente médico y una persona maravillosa. –La Sra. Darcy está llevando un tratamiento con el Dr. Thatcher, desde hace varios meses –comentó Darcy. –Puede usted estar tranquilo, Sr. Darcy, que el Dr. Thatcher les ayudará satisfactoriamente. Si la Sra. Darcy se puso en sus manos, le puedo casi asegurar que alcanzarán el éxito, pues está a la vanguardia en temas de Medicina y, a pesar de su avanzada edad y con su vasta experiencia, tiene la energía de un hombre mucho más joven –contestó el Dr. Robinson–. Pero ¿quién diría que una señora tan hermosa y llena de vida necesite a un médico? Lizzie sonrió contrariada. –¿Y conoce desde hace mucho tiempo al Dr. Donohue? –preguntó Georgiana.

133 –Sí, hace ya varios años, cuando salió de la Facultad de Medicina, en Oxford, vino conmigo a Londres y trabajó a mi lado hasta que se presentó la oportunidad de realizar sus estudios en Irlanda. Cuando el Dr. Robinson se retiró, la Sra. Gardiner se apartó de la gente junto con Lizzie y le preguntó discretamente: –¿Has estado enferma, querida Lizzie? –No, tía. Me he sometido al tratamiento del Dr. Thatcher para combatir mi infertilidad. –Entiendo. Sé el dolor por el que estás pasando. Es algo que con mucha dificultad hemos tenido que superar tu tío y yo sin haber alcanzado nuestro sueño y que muy pocas personas comprenden. Lizzie, al escuchar sus palabras, se mostró agradecida y preocupada. –Aunque tienes algo a tu favor que yo no tuve. Tú estás atendida por uno de los mejores médicos del país y tal vez del mundo. La Sra. Gardiner abrazó a su sobrina con cariño y ella, conmovida, sintió un nudo en la garganta y continuó escuchando: –Rezaré mucho por ustedes para que pronto alcancen su sueño y sean bendecidos abundantemente. –Gracias tía –dijo con la voz quebradiza al tiempo que Darcy llegaba y pasaba su brazo por la espalda de su mujer. –¿Estás lista, Lizzie? Ella asintió, recargando su cabeza en el hombro de su esposo. –Sra. Gardiner, me ha dado mucho gusto verla y ha sido un placer que nos acompañaran. –El placer ha sido nuestro.

A la mañana siguiente, Darcy regresaba de cabalgar cuando encontró a Georgiana en el jardín, mientras caminaba muy pensativa. El Dr. Donohue ya se había ido a Irlanda y ya no podrían salir de las dudas que todavía la atormentaban. Darcy se apeó del caballo, se acercó a su hermana y caminaron por unos momentos en silencio. Luego él preguntó: –¿Puedo saber qué te tiene preocupada? Georgiana, sin saber qué contestar, titubeó por un momento. –No sé cómo decirte, hermano, sin ocasionarte un malestar. –¿A qué te refieres? –cuestionó alterado. A Georgiana se le iluminó la mente y, diciendo en parte la verdad, continuó: –Me preocupa Lizzie, en algunos momentos la veo tan triste. –¿Lizzie? –indagó aturdido. –Sé lo mucho que ella y tú están sufriendo y eso me causa aflicción. Hay veces que no sé qué decirle o qué hacer para animarla, y no me había acercado a ti, porque temía ocasionarte algún dolor. Darcy permaneció pensativo y luego prosiguió:

134 –¿La has visto afligida varias veces? –Sí, aunque ella trata de disimularlo y cambiar el tema. Tiene tan buen corazón que seguramente no quiere angustiarnos. –Lizzie me había dicho que te inquietaba algo que te dijo la Srita. Sandra. –Comprenderás que si yo le decía la verdadera razón, provocaría que su tristeza fuera mayor, por lo que le dije algo que pareciera carecer de importancia. Darcy también había visto a Lizzie preocupada y pensativa, como si estuviera buscando cariño y apoyo, aunque pensaba que con el tratamiento que estaban llevando, ella estaría sosegada, por lo que le sorprendió escuchar esta observación. Recordó las palabras del Sr. Bennet sobre darle mucho cariño y comprensión, y decidió dedicarle toda su atención a su mujer y dejarse de preocupar por Georgiana, ya que percibía en sus ojos y en su mensaje una enorme sinceridad. –Gracias por decírmelo e indicarle a Lizzie lo de la Srita. Sandra. Al regresar a la mansión, Darcy fue a su habitación a buscar a su esposa; se acercó a ella y la abrazó cariñosamente sin decir palabra. Luego ella le dijo: –¡Qué hermosa manera de saludar! Aunque no vimos el amanecer juntos. –Yo sí lo vi, a tu lado, mientras tú continuabas profundamente dormida –indicó sonriendo. –Sí, estaba cansada. –¿Y pudiste descansar? –Bastante. –¡Qué gusto oírlo! porque cancelé todos mis compromisos de hoy para llevarte de paseo. Lizzie se mostró entusiasmada. –También quería obsequiarte algo muy especial. Lizzie, sorprendida, observó que su marido sacó un libro de su bolsillo y se lo entregó. Mientras ella lo hojeaba, él explicó: –Este viejo devocionario contiene oraciones para pedir la bendición de los hijos y perteneció a mi madre. Mi padre se lo regaló unos meses antes de que lograran el embarazo de Georgiana; como ves lo usaban todos los días y en él encontrarás dibujos o epístolas que yo hice mientras mi madre rezaba y algunas anotaciones de ella o de mi padre. –¡Es precioso! Nunca me habías mencionado esto. –Mi madre se lo regaló a Georgiana, unos días antes de morir, y ahora quiero que tú lo conserves y lo usemos. –¡Darcy! –exclamó conmovida, con los ojos inundados de lágrimas–, pero le pertenece a Georgiana. –Ella también quiere que lo tengas y mi madre, si viviera, estaría muy complacida. Lizzie lo abrazó agradeciéndole y él correspondió con devoción. Luego Lizzie preguntó: –¿Y a dónde iremos? –Tú escoge el lugar.

135 –De acuerdo, lo pensaré en lo que termino de alistarme. –Te espero abajo con Georgiana. –¿Georgiana ya se levantó? –Sí, desde hace rato. –Entonces, ¿yo fui quien se retrasó hoy? –Tú eres la señora de la casa. Cuando tú estés lista, será la hora del desayuno. Lizzie sonrió y Darcy le dio un beso en la mejilla mientras acariciaba su rostro con cariño. Luego se retiró.

CAPÍTULO XXVII

A las pocas semanas de haber regresado a Pemberley, llegó un día muy especial para Lizzie. La mañana se sentía fresca por la lluvia que había caído toda la noche; aun cuando ya había cesado, Darcy había decidido desde la noche anterior descansar un poco más de lo habitual. Lizzie se despertó primero y, tras ponerse su bata, encendió nuevamente la chimenea que se había extinguido horas antes. Cuando el fuego avivó, regresó a acostarse, abrazó a su marido y lo besó felicitándolo por su cumpleaños. Él la estrechó entre sus fornidos brazos y giró al tiempo que su mujer gritaba y reía. –¿Acaso ya quieres abrir tu regalo? –Si no mal recuerdo, mi regalo ya estaba abierto hasta hace algunos minutos. –Me gusta ver cómo disfrutas cuando lo abres. Pero antes dime una cosa. –Será un placer, Sra. Darcy. –¿Ya has pensado a dónde quieres ir para festejar tu cumpleaños? –Si me das a escoger, quiero ir al mejor lugar del mundo. –Y ¿cuál es ese lugar, Sr. Darcy? –Quiero llevarte al cielo, sin salir de estas cuatro paredes en todo el día. –Me encanta tu alma de fuego. –Sin embargo, antes debo tomar un baño y rasurarme. –Con barba te ves muy apuesto. –Pero no quiero incomodar a mi esposa, y deseo disfrutar de tu delicada piel a mis anchas. –¿Aceptas compañía? –Haberme casado contigo es lo mejor que me ha sucedido en la vida –concluyó él besándola. Los Sres. Darcy almorzaron y cenaron en su alcoba, y recibieron una misiva de los Sres. Bingley: “Estimado Sr. Darcy: A través de la presente queremos mandarle nuestras más sinceras felicitaciones por su celebración y convidarlos para cenar el día de mañana, en ésta su casa. Esperamos que hoy goce de la compañía de su familia y que la Sra. Darcy se encuentre bien de salud. Sinceramente. Sr. y Sra. Bingley”. Al terminar de leerla, Darcy se rió. –¿Qué te dice Bingley? –curioseó Lizzie.

136 –Más bien tu hermana. Es la primera epístola que leo proveniente de Starkholmes que no tengo que descifrar. Hay cosas que nunca cambian: una es tu belleza y otra es la costumbre que tiene mi querido amigo de emborronar sus escritos. Por eso, nunca le he encargado ni las cartas ni las cuentas. Al día siguiente, los Darcy acudieron a Starkholmes. Lizzie se entusiasmó mucho con la invitación, ya que tenía tiempo de no ver a su ahijada y siempre le daba gusto platicar con su hermana. Al tocar la puerta y ver al mayordomo que los recibía, Lizzie recordó la primera vez que visitó Netherfield, cuando fue anunciada también por el Sr. Nicholls hacía más de tres años. Rememoró cómo el Sr. Darcy, a pesar de haberse comportado muy altanero cuando lo conoció en el baile de Hertfordshire; ese día se puso de pie y la recibió con amabilidad, actitud que en aquel momento capturó su atención. Ahora se miraba a sí misma entrando como la Sra. Darcy, como una mujer infinitamente dichosa al lado del hombre que la llevaba con cariño de su brazo. Lizzie rió espontáneamente y Darcy le preguntó, mientras caminaban lentamente y Georgiana se adelantaba al seguir al mayordomo: –¿Sucede algo? –Sólo recordaba la primera vez que entré en la casa de los Bingley en Netherfield y que tú estabas allí. –Era una fría mañana en la que te veías muy hermosa, después de tu larga caminata. Tus ojos tenían un brillo muy especial. –¡Cuántas cosas han cambiado desde entonces! –Ese día empecé a cambiar mi concepto de perfección en una mujer. –Recuerdo que mencionaste que no conocías a más de media docena de mujeres que fueran verdaderamente perfectas. Y la Srita. Bingley explicó que la mujer perfecta debía tener conocimiento de música, canto, dibujo, baile y las lenguas modernas. Y tú completaste con altivez: “Y debe mejorar su inteligencia con abundantes lecturas”. –Lo recuerdas muy bien. –Como si hubiera sido ayer. Ahora dime, ¿cuál es tu nuevo concepto de perfección? Darcy miró con dulzura a Lizzie y continuó: –Una mujer perfecta debe desbordar generosidad, cariño y comprensión hacia los demás; es menester que contagie su alegría a donde quiera que vaya, con sus risas y sus comentarios. Comentarios que son delicadamente atinados para indicar la verdad de las cosas, iluminados en muchas ocasiones por la vasta cultura que ha adquirido a través de su libre interés en los libros que irradian su inteligencia. Debe ser perseverante en luchar por sus ideales, sin detenerse ante algún obstáculo. –Y su manera de andar… –Y su manera de andar es lo de menos, ya que con su sonrisa, su belleza y su mirada deslumbra a todo el que la ve, olvidándose del mundo. Es por eso que mi corazón late centrándose en la única persona perfecta, que ocupa el lugar más importante de mi vida. Darcy besó con cariño a Lizzie, mientras el mayordomo los anunciaba.

137 –La próxima vez que vea a la Srita. Bingley se lo comentaré –murmuró Lizzie sonriendo satisfecha, mientras se aproximaban al salón principal. El Sr. Bingley los recibió junto con Jane, quien traía de la mano a su pequeña Diana que se acercaba a saludar a sus padrinos. –¡Oh, no lo puedo creer! Diana está preciosa. Es el vestido que le regalamos hace tiempo y ya le queda muy bien –exclamó Lizzie mirando a Darcy con mucha satisfacción. –Y se ve hermosa caminando –comentó Georgiana. Lizzie se acercó para abrazar a Diana con cariño y ésta le dio un beso en la mejilla, mientras sus padres sonreían orgullosos de su hija. Jane les ofreció asiento. –¿Cómo pasaste tu cumpleaños, Darcy? –preguntó Bingley. –Estupendamente bien, gracias. –Desde que se casó mi hermano no lo veo en su cumpleaños, aunque me encanta observarlos al día siguiente, ¡se ven espléndidos! –comentó Georgiana. Lizzie rió. Jane se acercó a su hermana y le susurró preocupada: –Lizzie, ¿te encuentras bien? –Muy bien, gracias –respondió extrañada y luego completó, entendiendo a lo que se refería–. Hay muchas maneras de disfrutar de la compañía de tu cónyuge en un día especial. –¿Qué tal estuvo su viaje a Londres? –preguntó Bingley. –¿Pudieron ver a mis tíos? –inquirió Jane más tranquila. –Los invitamos al teatro y nos la pasamos de maravilla. Le tengo mucho cariño a mi tía y ahora la comprendo más –señaló Lizzie pensativa. –¿La comprendes más?, ¿a qué te refieres? –indagó Jane. –Me he dado cuenta de que coincidimos en muchas cosas y… me sentí muy cercana a ella –expuso Lizzie con cierta nostalgia. –También fuimos al Museo Británico a ver una exposición de pintura que Lizzie deseaba ver, en la que se mostraba el trabajo de varios pintores contemporáneos –comentó Darcy, cambiando de tema. –Me han dicho que está muy bien montada –indicó Bingley. –Sería maravilloso que hiciéramos un viaje a Londres con ustedes. Nunca hemos coincidido, a pesar de que vamos con frecuencia –sugirió Lizzie–. Tal vez podrían aprovechar para ver la exposición y asistiríamos a la ópera juntos. –Es una gran idea, aunque por el momento no será posible –respondió Jane. –¿Por qué? –Porque tenemos una maravillosa noticia que participarles –espetó Bingley. –¿Una noticia? –indagó Lizzie, mientras Darcy y Georgiana esperaban con curiosidad la respuesta y observaban a sus anfitriones.

138 Jane miró a Bingley, dándole otra vez la palabra, y él continuó: –Jane está embarazada. –¿Embarazada? –expresó Lizzie con enorme asombro, dejando a Darcy y a Georgiana a la expectativa. Luego, ella se puso de pie en silencio y se acercó a Jane para abrazarla, sentándose a su lado. Después de unos momentos, la tomó de las manos y, mirándola con los ojos llenos de lágrimas, le dijo: –Mi padre estaría muy feliz de escuchar esta noticia. –¡Lizzie! –dijo Jane preocupada. –Jane, ¡es maravilloso! Es la mejor noticia que hemos recibido desde hace mucho tiempo –aclaró su hermana, que trataba de aparentar felicidad pero sintiendo una profunda pena en su corazón. –Noticias así no se dan todos los días –apuntó Darcy acercándose a Bingley para abrazarlo y felicitarlo. Espero que esta vez sí estés con tu mujer cuando inicie su parto. –Ni me lo digas. No he podido perdonarme desde entonces. Georgiana se dirigió a Jane para felicitarla. –Es una alegría la que nos han dado y con seguridad Diana será una excelente hermana mayor. –Por lo pronto parece que la idea no es de su total agrado. Aunque parezca que no se da cuenta de las cosas, ha estado especialmente sensible las últimas semanas. –¿Y cuándo nacerá el nuevo sobrino? –curioseó Lizzie con el semblante más tranquilo. –En enero –respondió Jane. –Entonces tendremos dos cumpleaños muy seguidos que festejar –declaró con alegría. Darcy observaba con ternura y con preocupación a su esposa. Jane los invitó a pasar al comedor, mientras Diana se despedía de sus tíos. Ya en la mesa, Georgiana le preguntó a Jane: –¿Y estás viendo al Dr. Thatcher? –Sí, me ha dicho que estoy bien, aunque yo no lo sienta así, pero me reiteró que todas estas molestias se quitarán con el tiempo, como sucedió con Diana. –A ver si no extrañas las pociones mágicas de mi madre –comentó Lizzie. –No, eso no sucederá –aseveró Jane riendo. –El Dr. Thatcher es un excelente médico –ilustró Georgiana–. Es el que está tratando a Lizzie. –¿Cómo vas con su tratamiento, Lizzie? –inquirió Jane. –Si nos ponemos a departir de eso, tú embarazada y yo… acabaríamos llorando toda la velada. Hoy hablemos de ustedes y de esta enorme alegría que nos comparten. ¿Ya se lo has dicho a mi madre? –No. Hemos querido que ustedes fueran los primeros en saberlo. –Seguramente se pondrá feliz cuando se entere. –Lo que no sé es cómo decirle que es mejor que se quede en Longbourn. Ahora que no está mi padre, no habrá quién la frene y tal vez quiera venirse indefinidamente.

139 –Si eso sucede, tal vez Lizzie pueda hablar con ella. La vez pasada le hizo comprender muchas cosas – recordó Georgiana. –¿Hablaste con mi madre? –Ya hace mucho, cuando nació el hijo de Lydia. –Sra. Bingley, recuerde que el Dr. Thatcher le indicó cuidar muy bien su alimentación, aunque no tuviera apetito –señaló Bingley al ver que su esposa se servía una muy pequeña ración de comida. El mayordomo se acercó para ofrecerle más y Jane se volvió a servir. –Creo que es de familia. La Sra. Lizzie también acostumbra comer poco –dijo Darcy. El mayordomo se acercó a Lizzie ofreciéndole más, pero ella rechazó con cortesía. –¿Y cómo está la Srita. Bingley? –preguntó Georgiana a su anfitrión. –Bien, gracias. –Me extrañó no verla en la boda del Sr. Willis. –No, se quedó en Londres en esos días, mencionó tener un compromiso de suma importancia. –Debió ser muy importante para no asistir a la boda –indicó Jane. –Hace tiempo que no la hemos visto –comentó Georgiana. –La hemos invitado varias veces desde la navidad, pero siempre tiene algo que hacer –explicó Bingley. Lizzie estuvo casi todo el tiempo en silencio mostrando muy poco apetito. Darcy la observaba con atención, aunque procuraba continuar la conversación con sus anfitriones, al igual que Georgiana. Cuando hubo terminado la cena, Jane y Bingley los invitaron a pasar al salón principal, pero Darcy les dijo: –Sra. Bingley, hemos estado satisfechos en su casa y felices por la buena noticia que nos han comunicado. Les agradecemos mucho sus atenciones, pero nosotros ya nos retiramos. –¿No se quedan un rato más? –indagó Bingley. –No –aseguró Lizzie–. Seguramente Jane está cansada, ya que además de comer bien necesita dormir. No es bueno que se desvele. Lizzie se acercó a Jane y la abrazó afectuosamente. Georgiana y Darcy también se despidieron y se marcharon. Los Sres. Darcy y Georgiana se subieron a su carruaje en silencio. Lizzie observaba por la ventana la luz de la luna en medio de la oscuridad de la noche, con los ojos inundados de lágrimas, envuelta en una tremenda confusión de sentimientos. ¿Cómo era posible que sintiera tristeza, coraje y desesperanza, en lugar de alegría por la maravillosa noticia que habían recibido de Jane y de Bingley? Se consideraba la peor de las hermanas por sentir envidia hacia Jane y la bendición que había recibido de poder ser madre de nuevo. Darcy, al darse cuenta del desánimo de su esposa, le preguntó: –¿Estás bien? Lizzie, con la voz entrecortada, le respondió: –Sólo quiero ir a casa. Darcy la abrazó con cariño, acariciando su rostro y besándola en la frente.

140 Al día siguiente, mientras los Sres. Darcy contemplaban el amanecer desde su balcón, ella le dijo: –Hace mucho que no veo a mi madre, desde la muerte de mi padre y, antes de eso, la vez que discutí con ella. Me gustaría invitarla, junto con mis hermanas ¿Te parece bien? –Todo lo que te haga sentir feliz, me parece bien. Darcy pasó su brazo por la espalda de Lizzie y continuó: –Pronto tendré que ir a Londres. Tal vez quieras invitarlas allá y así podrás visitar a los Sres. Gardiner. O ¿prefieres invitarlos a todos a Pemberley? –¡Es una gran idea, gracias Darcy! Te tomaré la palabra de ir a Londres. Kitty cada vez que me ve me recuerda que quiere ir y tal vez podamos asistir al baile que tanto me ha insistido. –¿Me concederá el honor de bailar conmigo, mi lady? Lizzie sonrió. –Le escribiré entonces a la Sra. Bennet y a mis tíos. ¿Tú crees que mi madre acepte nuestra invitación? – preguntó pensativa. –¿Por qué no habría de aceptarla? –Por el luto que le guarda a mi padre. –Ya ha pasado algún tiempo y tu madre debe continuar con su vida. –A mí me sería sumamente difícil continuar mi vida sin ti –explicó Lizzie con seriedad abrazando a su esposo, mientras sentía que el sol calentaba su espalda.

CAPÍTULO XXVIII

Unas semanas después, Darcy regresaba a Pemberley de unas diligencias a media tarde, Lizzie se encontraba con Georgiana en el jardín dando un paseo. Darcy salió a buscarlas y cuando Lizzie lo columbró, corrió a su encuentro. –Darcy ¡qué bueno que hayas llegado! Ella se acercó tomándole las manos a su esposo. –Me da gusto encontrarte tan contenta. –Mi madre me escribió y ¡aceptó la invitación a Londres! Dice que mis hermanas se emocionaron con la noticia y que ella está encantada de aceptar. Darcy veía a Lizzie complacido, mientras continuaban su camino hacia donde estaba Georgiana, justo a la sombra de un árbol. –Georgiana y yo hemos platicado de los lugares que les mostraremos. –Me parece excelente. –Recuerdo el ridículo que hizo Kitty en la Galería de los Susurros, en la Catedral de San Pablo. Sus risas se oían hasta donde yo estaba. ¡Qué bueno que no fuiste a ese paseo, Darcy! Te habrías sentido muy incómodo –recapituló Lizzie.

141 –Sí, todos los visitantes la voltearon a ver y sus risas se escuchaban por todos lados. Nosotros la mirábamos como si no la conociéramos –rememoró Georgiana. –Y recuerdo que mi padre trataba de callarla sin lograrlo, preocupado para que no siguiera haciendo el ridículo. Y mi madre… como no puede hablar en voz baja, se escuchaba todo lo que decía y él procuraba lograr que guardara silencio –contó riendo y luego suspiró–. ¡Ay, papá! No nos acompañó a visitar el Palacio de Westminster, seguramente le habría encantado conocerlo. –Sí, pero era importante terminar de arreglar sus asuntos ese día –explicó Darcy. –Nunca me dijiste qué asuntos estaban arreglando –comentó mientras Georgiana se levantaba para regresar a la casa. –¿No lo adivinas? –Sí, y te lo agradezco mucho. He sabido por mis hermanas y por la Sra. Gardiner que mi madre está mucho más tranquila con ese tema resuelto, porque la angustió por varios años. –¿Ellas saben que yo…? –No, sólo saben que el Sr. Robinson habló con ella y desde entonces, su preocupación por el tema económico y del destino de Longbourn ha desaparecido. –Entonces, ¿tú tuviste que ver en ese asunto, querido hermano? –preguntó Georgiana. –Sí, espero que seas discreta y que no te moleste mi intervención –respondió Darcy. –¿Molestarme?, al contrario. Sólo veo complacida tu gran corazón, y no te preocupes por mi discreción. Todo lo que veo y escucho de ustedes es absolutamente confidencial. –Con certeza mi madre está profundamente agradecida por este gesto y, mis hermanas lo estarían, si supieran la verdad. Pero si no te lo agradece ahora que la veamos, yo te lo agradezco en su nombre y a nombre de toda la familia. –No tienes nada que agradecer ni tampoco ellas. Sabes que lo hice para verte feliz. Finalmente, tu felicidad es mi felicidad. –Entonces lo hiciste por interés propio –sonrió Lizzie. –Si así lo quieres ver. –No importa. Siempre has demostrado tener un enorme corazón. Ya antes has hecho tantas cosas sin esperar nada a cambio por mí y por mucha gente que te rodea. –¿Cómo lo sabes? –No necesitas contarme a quién has ayudado para que me dé cuenta del agradecimiento que tiene la gente contigo por tu gran generosidad hacia ellos en los momentos difíciles. En ese instante, el Sr. Smith los buscaba para anunciar el arribo del coronel Fitzwilliam. –Buenas noches, querido primo –saludó Darcy acercándose a su amigo. –Buenas noches, Sr. Darcy, Sra. Darcy, Srita Georgiana. –Pase por favor, coronel. Nos dirigíamos al salón principal –indicó Lizzie. –Si me permite, quisiera tratar asuntos privados con el Sr. Darcy.

142 –Por supuesto. –Vamos al estudio. Con su permiso –señaló Darcy y se retiró con el coronel. En el despacho, Fitzwilliam se dirigió a su amigo: –Siento mucho, querido primo, molestarte por este asunto, pero es de suma importancia para mí. –Me alegra serte útil –aseguró Darcy. –Lady Catherine ha prohibido terminantemente mi compromiso con la Srita. Anne. –¿Cómo dices? –preguntó impresionado. –Sí, habló conmigo el día de ayer, exigiéndome que desapareciera de la vida de su hija. Por la mañana recibí una carta de la Srita. Anne en donde me decía muy afligida que le avergonzaba sobremanera el comportamiento de su madre y que ella se sentía incapacitada para enfrentarla, pero me pidió venir a hablar contigo para solicitarte que intervengas en este delicado asunto y que hagas recapacitar a Lady Catherine. Darcy escuchaba con mucha atención a su amigo, con la mirada llena de enfado. Luego el coronel continuó: –Yo amo a la Srita. Anne desde hace algún tiempo. Si bien es cierto que no soy de su misma clase social, tengo una buena posición que ofrecerle para que tenga una vida cómoda, tú lo sabes Darcy, pero sobre todo, siempre tendrá mi amor y mi respeto, haría lo que fuera por hacerla feliz. Si fuera necesario, podría firmar un compromiso donde ceje a cualquier privilegio de los bienes de los Bourgh. Tú sabes que mis intenciones son honestas. –Sí, yo lo sé. Aunque mi relación con Lady Catherine no ha quedado en buenos términos desde mi casamiento. Sin embargo, tratándose de tu felicidad y la de mi prima, haré lo que pueda. Mañana mismo saldré rumbo a Kent. –Te agradezco mucho Darcy. Me retiro. –¿No te quedas a cenar con nosotros? –Disculpa, y te pido que me despidas de la Sra. Darcy y la Srita Georgiana, pero tengo que arreglar unos asuntos. Darcy se dirigió al salón principal, donde lo esperaban para ir al comedor. Durante la cena, Darcy no pronunció palabra, sólo Lizzie y Georgiana conversaban, hasta que Lizzie preguntó: –¿Algo te preocupa? –Mañana saldremos a Kent. –¿Cómo? ¿Sucede algo? –Lady Catherine prohibió el compromiso del coronel Fitzwilliam con la Srita. Anne. –¿Cómo?, ¿por qué? –preguntó Georgiana extrañada–, pero si ellos se aman. –No lo sé. –No me extraña –comentó Lizzie–. Para los ojos de Lady Catherine no hay hombre digno de su hija en esta tierra… excepto tú Darcy. Por eso me odia tanto. –Sí, pero la Srita. Anne no habría sido feliz a mi lado ni yo tampoco. Habría sido un matrimonio muy desdichado.

143 –Y mi vida también. ¿Cómo es posible que le pongan tanta atención a las clases sociales o a los arreglos entre familias y no les importe la felicidad de las personas? Yo siempre pensé que la única forma en que yo me casaría sería por amor, y por mucho tiempo acepté que me quedaría solterona. Claro que a mi madre no le hubiera gustado esa situación, aunque parezca estrafalario prefiere ver a sus hijas muertas que solteras, como si fuera un desdoro, aun cuando formen un matrimonio desventurado. Pero yo soy muy afortunada al haberme casado con un maravilloso hombre que me robó el corazón –anotó sonriendo y tomando la mano de su esposo. –Así debe de ser –confirmó Georgiana suspirando–. Lizzie, ¿qué fue lo que te dijo mi tía cuando fue a verte a Longbourn? –¡Ah, eso! Ya no tiene importancia. En esa ocasión me di cuenta que Lady Catherine no tenía ninguna semejanza con tu hermano. –¿Semejanza? ¿Acaso alguna vez pensaste que la tenía? –Sí, aunque con sólo ver su cara esa noche me di cuenta de mi error. Me dijo que había llegado a sus oídos la noticia de un posible matrimonio entre Darcy y yo y quería desmentirlo a toda costa, dijo que yo la había circulado para que se difundiera arteramente. Me preguntó si él me había hecho alguna proposición de matrimonio. –¿Y le dijiste? –No, le respondí que su Señoría lo había declarado como imposible. Me dijo que estaba comprometido con su hija y me pidió, me exigió que le prometiera nunca comprometerme con él. –Y como no consiguió lo que quería contigo, fue a buscarme para arrancarme una promesa que me habría asesinado de haberla conseguido –completó Darcy. –¿Y qué razones les dio para justificar tal pretensión? –indagó Georgiana. –Todas las imaginables: que su compromiso con la Srita. Anne ya era un hecho consumado; que el honor, el decoro, la prudencia y el interés nos impedían celebrar nuestro matrimonio, que dicho enlace sería una calamidad ya que conseguiríamos el ludibrio de todas las amistades de la familia Darcy; que yo provenía de una familia de cuna inferior y que todos los escándalos que envolvían a mi familia acabarían por profanar las sombras de Pemberley –indicó Lizzie. –Y tantos otros insultos que quiero que ya queden en el olvido –dijo Darcy–. Lizzie, sé que mi tía te insultó como nadie lo había hecho en tu vida; te pido perdón en su nombre, por todas las injurias que ha pronunciado en tu contra. –Gracias a tu amor ya la he perdonado. Darcy sonrió complacido, besando la mano de su mujer. –Mañana saldremos lo más temprano que se pueda, en cuanto todo esté listo. –Y, ¿nos quedaremos en Rosings? –preguntó Lizzie con cierta preocupación.

144 –¡Oh, no! No creo que mi tía nos reciba en su casa con tanta ventura y, por más que la hayas perdonado, yo no te pediría que soportaras su actitud beligerante. Nos hospedaremos en el hotel unos días, y tal vez de allí partamos a Londres, según el tiempo que nos lleve. –¡Oh! ¡Podré ir a visitar a Charlotte y conocer a su hijo! –expresó con alegría–. ¿Quieres venir con nosotros, Georgiana? –Sí, me gustaría acompañarlos. ¡Siento compasión por Anne, se ha de sentir muy enferma! –Excelente. Dispondré todo para salir temprano. ¿Ya ves a qué me refiero, Darcy? Siempre estás dispuesto a ayudar a quien te lo pida, o aunque no te lo pidan –reflexionó con una sonrisa.

CAPÍTULO XXIX

En cuanto llegaron a Kent, Darcy hizo los arreglos para que Lizzie y Georgiana se hospedaran en el hotel y se marchó a Rosings. Al llegar a la residencia, pidió hablar con la Srita. Anne, quien lo recibió en el salón principal. –Sr. Darcy, ha atendido a mi carta, le agradezco mucho. Pase por favor y tome asiento. Luego continuó la Srita. Anne: –Como ya le debe haber explicado el coronel Fitzwilliam, mi madre se ha opuesto rotundamente a nuestro compromiso, por lo que me ha llenado de pena y de dolor. –¿Qué excusa le ha dicho su madre para rechazar de esta manera su compromiso? –¡Qué no me ha dicho! –respondió la Srita. Anne–. Su explicación se basa en las diferencias de clases sociales: que yo estoy acostumbrada a tenerlo todo y a un estilo de vida que el Sr. Fitzwilliam no me podrá dar a pesar de mi herencia y que seré desdichada con un matrimonio así. Hasta se ha atrevido a inventar la calumnia de que el coronel se quiere aprovechar de la situación para quedarse como amo y señor de Rosings. Le he preguntado entonces, ¿qué hombre es digno de mí para casarme? Y me ha indicado algo que me dejó impactada. –¿Qué le respondió? –Ella contestó: “El único hombre sobre la tierra digno de ti es el Sr. Darcy”. Luego de una pausa, continuó: –Yo le dije que nunca lo he amado, que sólo le tengo la estima que se le tiene a un primo y, además que está casado, y me reveló: “Sí, muy mal casado, y por eso no durará mucho”. Darcy se puso de pie y caminó de un lado a otro, con el rostro ensombrecido. Luego, la Srita. Anne prosiguió: –Por eso me atreví a pedirle ayuda a usted. Tal vez, si habla con mi madre, se dé cuenta de que está en un error. Por otro lado, usted ya se le ha enfrentado cuando, a pesar de su falta de aprobación hacia su matrimonio con la Srita. Elizabeth se casó con ella. Pese a todo, Lady Catherine le tiene mucho cariño y respeto, siempre habla muy bien de usted.

145 –Debo preguntar, Srita. Anne, ¿ama realmente al Sr. Fitzwilliam? –Sí, Sr. Darcy, con toda el alma. Desde hace varios años he estado enamorada de él en silencio y hasta hace poco, cuando él también me manifestó sus sentimientos, los saqué a la luz; mi corazón le ha pertenecido siempre. –Hablaré con mi tía. –Le agradezco mucho. Usted es nuestra única esperanza. Lady Catherine seguía enferma en su habitación. El mayordomo anunció a Darcy y la Sra. de Bourgh lo recibió en una pequeña sala localizada al lado de su habitación. –Por favor, Harvey, llama al médico para que venga –ordenó Lady Catherine al mayordomo. –¿Cómo sigue de salud?, su Señoría –preguntó Darcy. –No me he sentido muy bien estos días y… ¿A qué debo el honor de tu visita? –preguntó la señora, intrigada. –Lady Catherine, he sabido por una epístola de la Srita. Anne lo que ha sucedido hace unos días en esta casa y me llena de desconcierto. Hablé con ella y me he convencido de que sus sentimientos hacia el Sr. Fitzwilliam son sinceros y, conociendo a profundidad

a mi gran amigo, sé que sus intenciones son

auténticas. Ellos realmente se aman y desean unirse en matrimonio con su autorización, por lo que le pido de la manera más atenta y en nombre de ellos que les dé su bendición. Hubo un silencio sepulcral. –¡El Sr. Fitzwilliam no se puede casar con mi hija! –gritó la Sra. de Bourgh iracunda. –¿Puedo conocer las razones que tiene para rechazarlo? –Sr. Darcy, usted conoce bien la razón: el único hombre digno de mi hija se llama Fitzwilliam Darcy. No existe otro sobre la tierra. ¡Y si no es casada con ese hombre, la prefiero solterona para toda su vida! – exclamó con voz fuerte y potente–. ¿No te has preguntado por qué le puse ese nombre a mi hija? Desde que nació, he soñado junto con tu madre en la unión de ustedes dos. ¡Mi hija convertida en la Sra. Anne Darcy, dueña de Pemberley y heredera de Rosings! –Mi madre no compartía ese sueño con usted. Lady Catherine, no puede ser que siga con lo mismo. En su momento lo hablamos. La Srita. Anne no me ama, nunca me amó, y yo… estoy felizmente casado con Lizzie. –¡Quién sabe por cuánto tiempo! –interrumpió Lady Catherine. Darcy se quedó turbado por unos momentos, y continuó: –¿Por qué se niega a concederle la felicidad a su hija? Ellos realmente se aman. –Prefiero verla desdichada y sola, que verla casada con otro hombre. Repentinamente se abrió la puerta con violencia y era la Srita. Anne que entraba sollozando. –Madre, por favor, escuche al Sr. Darcy. ¡Mi felicidad está en sus manos! –¡Esto es insólito! Te prohíbo Anne, terminantemente, que vuelvas a ver a ese hombre. ¿Qué no ves que quiere tu fortuna?

146 –Lady Catherine, el coronel Fitzwilliam me aseguró que rechazará por escrito todo beneficio que pudiera proceder de la fortuna de esta familia. Sus intenciones son sinceras y tiene mi completo respaldo –aseveró Darcy. –¡No, absolutamente no! Y si sé que te vuelves a ver con él, tendrás que salir de mi casa y mi hija habrá muerto para mí. La Srita. Anne salió desesperada de la habitación, llorando inconsolablemente. –Ya está decidido. Anne y yo nos iremos de viaje por un largo tiempo. –Pero, ¿su salud, Madame? –Mi salud… Yo decido cuándo me enfermo y cuándo me curo. Los médicos sólo son títeres, como todos –y continuó–. Por cierto, Sr. Darcy, déle mi más profundo pésame a la Sra. Elizabeth por la muerte de su padre –concluyó con hipocresía. Darcy se retiró de la habitación con el alma encolerizada y regresó al hotel. Lizzie y Georgiana tomaban el té y platicaban cuando Darcy entró a la habitación y, sin decir una palabra, se acercó a la ventana y recargó su mano contra la pared. Lizzie y Georgiana se sorprendieron al verlo, Lizzie se aproximó a él y le preguntó: –¿Pudiste hablar con Lady Catherine? –Sí. Tenía muy pocas esperanzas de esta entrevista, pero no me imaginé que acabara de esta manera. –¿Qué sucedió? –indagó Georgiana. –Hablé primero con la Srita. Anne y luego con Lady Catherine quien, insultando a su hija, al coronel y a mí, nos dijo que prefería verla desdichada y soltera antes que casada con otro… con el coronel –explicó muy alterado. –¿Con otro hombre?... ¿Sigue insistiendo con lo mismo? –expuso Lizzie pensativa. –¿Qué más dijo? –investigó Georgiana. –Dijo un sinfín de ofensas y de comentarios sumamente desagradables que no repetiré. Pero al final decidió que ella y la Srita. Anne saldrán de viaje lo más pronto posible por un largo tiempo. –Pero, ¡si mi tía está enferma! –Todo eso es una farsa, sólo está fingiendo para manipular a su hija. –La Srita. Anne debe estar desconsolada. La compadezco, tener una madre así… –añadió Lizzie. –Siempre la ha dominado –comentó Georgiana. –Sí, ha de ser un tormento –apuntó Darcy reflexivo. –Quiero ir a ver a Anne. Debe estar sufriendo mucho –expresó Georgiana y se marchó. –¡Qué afán de entrometerse en la vida de otros! –señaló Lizzie muy molesta. –En realidad yo le estaré eternamente agradecido por haberse entrometido en la mía aquella dichosa noche. Gracias a que habló contigo, en mí resurgieron las esperanzas de alcanzar tu amor –reflexionó Darcy, tomando la mano de Lizzie y dándole un beso.

147 Georgiana llegó a la residencia de su tía y solicitó hablar con la Srita Anne, quien estaba abatida en su recámara, en compañía de la Sra. Jenkinson. Su institutriz se retiró y Georgiana se acercó y tomó asiento. –Supe lo que pasó con mi hermano y Lady Catherine. –Mi madre quiere llevarme de viaje lo más pronto posible. Me ha prohibido volver a ver a Fitzwilliam. –¿Y qué vas a hacer? –¿Qué puedo hacer?, ¿qué puedo hacer… sino obedecer? –Pero el coronel te ama y tú lo amas, ¿por qué no luchas por tu amor? –Sí, lo amo con toda mi alma, pero no tengo la fuerza que tuvo tu hermano para enfrentar a mi madre. ¡No puedo!… –dijo sollozando. Georgiana se quedó paralizada al escuchar a su prima. –¿Qué le vas a decir a Fitzwilliam? –Le escribí una carta. Por favor dásela a tu hermano para que se la entregue. Y, te lo suplico, no se lo digas a mi madre, ni a nadie más. Si se llega a enterar de que le escribí, aunque sea sólo para despedirme… La Srita. Anne bajó la cabeza desesperada. –No te preocupes Anne, seré sumamente discreta. Al salir de la habitación, Lady Catherine que pasaba por allí, le sugirió a su sobrina: –Querida Georgiana. Anne y yo realizaremos un viaje maravilloso y nos encantaría que nos acompañaras. –Muchas gracias querida tía, voy a pensarlo. ¿Cómo sigue de salud? –¡Oh! ¡Ya me siento muy bien!, gracias. Anímate para el viaje, nos divertiremos mucho las tres. –Gracias, Lady Catherine. Tengo que retirarme. Durante la cena, Georgiana le contó a Darcy y a Lizzie lo sucedido con la Srita. Anne: –Me quedé paralizada al salir de la habitación de Anne y encontrarme a Lady Catherine, frente a frente, y yo, con la carta de Anne en las manos. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para mostrar con naturalidad mi afecto por ella. Y luego, cuando me invitó a irme de viaje con ellas, ¿qué estaría pensando? –Seguramente tu madrina querrá instruirte sobre temas del amor –insinuó Lizzie con ironía. –Sí, como a su hija –afirmó Darcy. –Siento una enorme compasión por Anne –indicó Georgiana–. Si hubieras visto sus ojos cuando me dijo que amaba a Fitzwilliam. Y para colmo, su madre, con todo desprecio por su felicidad, se negó rotundamente a darle su consentimiento. –Sin duda el apoyo que dan los padres para el matrimonio de sus hijos es muy importante para su felicidad. Y dime, Georgiana, ¿aceptarás ir a ese viaje? –preguntó Darcy. –No, ¿para qué? Aprendo más sobre el amor viéndolos a ustedes que viajando con mi tía –contestó Georgiana. –Entonces regresaremos mañana. –Pero Darcy, me gustaría tanto visitar a Charlotte –pidió Lizzie.

148 –Sra. Darcy. Usted es la dueña de mi vida y tiene la última palabra –aclaró su marido sonriendo y tomándole la mano a su mujer que estaba sentada junto a él.

CAPÍTULO XXX

Al siguiente día por la mañana, Lizzie visitó a su amiga Charlotte, quien sembraba unas plantas en su jardín. Al escuchar que se acercaba un carruaje, se puso de pie para investigar de quién se trataba. –¡Charlotte! –gritó Lizzie al bajar de su coche. –¿Lizzie?, ¿pero tú, aquí? ¡Qué sorpresa! Se acercó corriendo para abrazar a su amiga. –Pero, ¿qué haces en Westerham? –Acompañé al Sr. Darcy que tenía que ver unos asuntos en Rosings. –¡Ah, sí!, me imagino que para el casamiento de la Srita. Anne con el coronel. –Sí, pero ya no se realizará la boda. –¿Cómo? ¿Por qué? –Lady Catherine no dio su consentimiento. –Habrá tenido sus razones –indicó Charlotte. –Seguramente sí. –Lady Catherine es una persona muy fina y no toma en cuenta las clases sociales, por lo que tal vez vio que el amor entre el coronel y la Srita. Anne no era del todo sincero. –Tal vez –dijo pensativa. Charlotte tenía tan buen concepto de Lady Catherine que Lizzie no quiso hacer ningún comentario más. –Pero, ¿dónde está tu hijo? Quiero conocerlo. –Ven, pasa. Está dormido. Entra para que lo conozcas. Al ingresar, el niño lloraba desde su cuna y Charlotte corrió a su encuentro. –No te habíamos escuchado, mi vida, ven. Te quiere conocer Lizzie. –¡Oh, está grandísimo! –Sí, el médico dice que ha crecido mucho y que es muy sano. –¡Cuánto me alegro! –¿Cómo está tu madre? –No la he visto, pero la hemos invitado a Londres la próxima semana y aceptó venir con nosotros. Probablemente ya esté más animada. Mary y Kitty vendrán con ella y dice que se entusiasmaron con la invitación. –¿Y Jane? –Está embarazada –respondió rápidamente y tratando de aparentar la felicidad que una hermana debe sentir en esas circunstancias.

149 –¡Oh, qué buena noticia! –dijo sorprendida. –Nacerá en enero –declaró Lizzie, guardando sus verdaderos sentimientos–. Ahora dice que se siente mal, como con el embarazo de Diana, pero asegura que se pondrá mejor –explicó sin darle importancia. –No he tenido el gusto de conocer a la pequeña. –Diana es… una niña hermosa, si la vieras. Ya camina por toda su casa, según me platica Jane, y ya la han sorprendido haciendo travesuras. Es muy risueña y canta todo el día. Si vas a Derbyshire próximamente, Jane estará agradecida de que la visites –ilustró con mayor tranquilidad. –Y ¿ya has visto al doctor? –Sí, Charlotte –contestó bajando la mirada. –¿Qué te ha dicho? –Que son muchas las razones que provocan infertilidad. Hay que ir descartando una por una y eso lleva tiempo, mucho tiempo –explicó con un nudo en la garganta. –Afortunadamente ya empezaron a verlo –anotó, preocupada por su amiga. –Sí… Ya empezamos. Y Darcy ha sido tan comprensivo conmigo, me ha acompañado a todas las consultas con el médico y está al pendiente de mi bienestar. –Se ve que te ama mucho. –Y yo lo adoro. Es un gran consuelo tenerlo a mi lado. No me imagino viviendo esta situación con otro hombre. Charlotte bajó la mirada, tratando de ocultar su decepción. –Y tú, querida amiga, ¿eres feliz con tu familia? –John es un hijo maravilloso, es un niño obediente, inteligente y juguetón, y es una excelente compañía para mí. Mientras atiendo mi casa, estoy jugando con él y enseñándole y… De lo demás, debo estar agradecida. –¿Agradecida? –Sí, el Sr. Collins es responsable y generoso para cubrir nuestras necesidades materiales, es un hombre respetable que me ha dado su protección y… todo está bien. –Y ¿eres feliz con él? –Soy feliz viendo a mi hijo crecer y aprender cosas nuevas, disfruto de sus risas y de sus juegos. No puedo pedir más en la vida. Lizzie notó una profunda tristeza en las palabras de su amiga que la conmovieron entrañablemente y la abrazó con cariño. Allí permaneció toda la mañana con Charlotte y su hijo. Cuando iba de regreso al hotel, al salir de Hunsford, pasó junto a otro carruaje que se atajó de repente y el chofer bajó para detener el vehículo de Lizzie. Un hombre se acercó a hablar con el conductor y luego con los pasajeros. –Disculpe, Lady Catherine de Bourgh quiere darle un mensaje, si puede acompañarme por favor. Lizzie, suspensa y asustada, bajó del coche y se acercó al de Lady Catherine.

150 –Pero ¿qué es esto? –gritó la Sra. de Bourgh enfurecida y se dirigió al chofer–. ¡Le dije que quería hablar con el Sr. Darcy! –Disculpe Lady Catherine. El Sr. Darcy se ha quedado en el hotel, vengo sola –contestó Lizzie. –¿Sola? –miró a Lizzie desdeñosamente–. ¡Vámonos! ¡Yo no tengo asuntos que tratar con esta señora! – aclaró Lady Catherine embargada de odio. Lizzie se quedó perpleja, pensativa, mientras el carruaje se alejaba. Sentía su corazón palpitar con mucha fuerza. Pasaron unos minutos sin poder moverse hasta que el chofer se aproximó y le preguntó: –Sra. Darcy, ¿se encuentra bien? –Sí, Sr. Peterson, gracias. Regresemos al hotel. Durante su regreso, no dejó de pensar en lo sucedido. Al llegar a la habitación, encontró a Darcy que estaba leyendo el Times. Éste se puso de pie, dejando a un lado su lectura. Lizzie lo saludó y se sentó a su lado. –Lizzie, me han dicho y lo he confirmado con el periódico que últimamente ha habido motines en todo el Reino Unido, por las malas cosechas. Te pido que cuando salgas, vayas siempre acompañada. Debemos extremar precauciones. –¿Qué más dice el diario? –preguntó meditabunda. Darcy, tomando el documento, comentó: –Que Bonaparte fracasó en su intento por atacar a Inglaterra en Egipto; quería expulsar a Inglaterra del Mediterráneo y cortar las comunicaciones con la India, pero no lo logró, afortunadamente. Y que dio un golpe de Estado, instalando el consulado y ha obtenido poderes dictatoriales… A ver si no se vuelve emperador... Y que Irlanda decidió unirse al Reino Unido. ¡Qué buena noticia! Pitt le dará una representación en Westminster a los irlandeses. Darcy observó que Lizzie no le prestaba atención, que estaba sumida en sus pensamientos, y le preguntó, dejando el diario sobre la mesa: –¿Sucede algo? –Durante mi visita a Charlotte, me di cuenta que es muy desdichada en su matrimonio. –¿Por qué? –No lo sé. Lo poco que quiso decirme me reveló más que todas las palabras. Aparentemente todo está bien, pero la sentí con un gran vacío. Recuerdo cuando me dijo que estaba comprometida con Collins, yo no lo podía creer, y ella me dijo que estaba agradecida con él por haberle ofrecido su protección, como si el matrimonio sólo fuera eso. Hoy me dijo lo mismo, que debía estar agradecida y que no puede pedir más en la vida. No puedo evitar afligirme por la situación de mi amiga, manifestaba tanto desconsuelo. –¿Te mencionó si la podías ayudar en algo? –No, sólo me dijo eso; después trató de evitar el tema. Y yo, que he recibido tu amor que me ha colmado de dicha, me quejo de no poder tener hijos. Al ver la vida que lleva Lydia con su marido y ahora Charlotte, tal vez estoy exagerando mi problema, aun así no me puedo resignar.

151 –Resignarte ante la infertilidad cuando se tiene la solución al alcance de la mano sería ir en contra de tu espíritu de lucha que siempre te ha caracterizado. No obstante, si en algún momento tú decidieras abandonar el tratamiento por cualquier circunstancia, encontrarías mi apoyo como siempre te lo he brindado –aclaró Darcy sabiendo lo doloroso que resultaban los procedimientos médicos a los que estaba siendo sometida su esposa. –Y luego, cuando venía de regreso me encontré en el camino a tu tía. Estaba acompañada de la Srita. Anne, quien se veía muy deprimida. –¿Habló contigo? –Sólo dijo muy enojada que no quería tratar asuntos conmigo. Darcy, tomándole las manos, le pidió: –Por favor, Lizzie, si la vuelves a ver, no quiero que estés cerca de ella. Olvida la etiqueta y sólo aléjate. No quiero que pases un mal rato por su causa. Lizzie suspiró y continuó: –Ya podemos regresar a casa. –Nos quedan unos días para la invitación de tu madre, ¿quieres regresar a Pemberley o nos adelantamos a Londres para pasar unos días juntos? –Si vamos a estar juntos, ¿qué importa el lugar? Iría hasta el fin del mundo contigo –afirmó con una sonrisa. –¿Irías a Francia? –Si tú me llevas. –Nunca te llevaría a un lugar donde corrieras peligro. ¿Qué lugar prefieres en esta ocasión? –Si estamos más cerca de Londres, vamos allá.

CAPÍTULO XXXI

A la mañana siguiente partieron a Londres, haciendo una escala de un par de horas en Bromley, donde pasaron a refrescarse en La Campana, mientras descansaban los caballos. Cuando vieron entrar al Sr. Darcy en la posada, todos los empleados se acercaron a saludarlo y se pusieron a su disposición, causando gran asombro en Lizzie ya que, cuando estuvo sentada en esa misma mesa de regreso de Kent años atrás, se había llevado un fuerte disgusto por la indiferencia de la gente, aunado a lo mal que se sentía en esos días, por lo ocurrido con el Sr. Darcy. Después de seis horas de haber salido de Kent, el carruaje arribaba a la residencia. A su llegada, Darcy le escribió una carta a Fitzwilliam para que lo buscara al día siguiente y poder entregarle el documento de la Srita. Anne. Después de su cabalgata acostumbrada, Darcy recibió al coronel en su estudio. –Querido amigo, te he mandado llamar para hacerte entrega personal de una misiva que me hizo llegar la Srita. Anne para ti, con motivo de mi visita a su casa. Siento mucho que el resultado no haya sido fructífero, al menos no por ahora.

152 –Sí, he oído que la Srita. Anne se ha ido de viaje con su madre –comentó el coronel. –No te preocupes, buen amigo. Hemos perdido esta batalla pero pueden suceder tantas cosas en el futuro. No pierdas la esperanza. –Pero Lady Catherine nunca dará su aquiescencia, y sin ésta, la Srita. Anne no aceptará casarse conmigo, yo la conozco. –Así es, pero Lady Catherine no vivirá para siempre –contestó pensativo y, haciendo una pausa, agregó–. Me consuela saber que por lo pronto he salvado a un buen amigo de una terrible suegra y, por lo tanto, de un matrimonio desdichado. –Aun así, agradezco tus buenas intenciones, tu intervención y que me hayas entregado esta carta. –Te dejo solo para que la leas. Tómate todo el tiempo que quieras. Darcy salió del estudio, dejando a solas al coronel, quien leyó. “Querido Fitzwilliam: Perdóneme por no haber tenido el coraje que usted tuvo para enfrentar a mi madre, al pedir su consentimiento para nuestro matrimonio. Ella, usted tenía razón, me ha dominado desde siempre y no, no la puedo contrariar. Pero mi amor siempre será suyo. Dejemos pasar el tiempo y… tal vez, en un futuro, si su amor es tan grande, me pueda esperar”. Después de que Darcy cumplió tan importante comisión fue a buscar a Lizzie a su habitación. –Ya le entregué la carta de la Srita. Anne al coronel. –¿Y qué te dijo? –Lo dejé solo en el estudio para que la leyera. –¡Qué difícil momento debe estar pasando! –Ahora estoy disponible para ti. ¿Quieres ir de paseo hoy o prefieres quedarte en casa? Nos ha tocado viajar mucho estos días y no estás acostumbrada. –Darcy, me gustaría ir a visitar a mi tía, la Sra. Gardiner. Él se sorprendió. –Si quieres puedes invitarlos a cenar hoy y vamos juntos a… –Darcy, quiero platicar con ella y entre más pronto mejor. –Pero, ¿todo está bien? –Sí, estaré bien. –¿Quieres que Georgiana vaya contigo? –No. Prefiero ir sola. –Entonces te esperaremos aquí para cuando regreses. –Gracias Darcy. Después de unos momentos, bajaron a desayunar. Él se dirigió a su estudio y encontró a Fitzwilliam, de pie, junto a la ventana, observando el jardín. Darcy le preguntó: –¿Te encuentras bien? –Sí, únicamente me esperé para agradecerte tu apoyo. Ha sido muy valioso para mí.

153 –Siento mucho lo que ha sucedido. Fitzwilliam se despidió y se retiró. Darcy se fue al comedor donde le aguardaban Lizzie y Georgiana, y su mujer investigó: –¿El coronel Fitzwilliam se quedará a desayunar? –No, ya se marchó. –Ha de estar pasando un momento difícil –indicó Georgiana. –Sí, sí que lo es –reconoció Darcy pensativo, acordándose cuando Lizzie lo había rechazado la primera vez. Lizzie tomó la mano de su esposo. –Pero ya ves. Si el amor es verdadero tarde o temprano vence los obstáculos y, lejos de debilitarse, se fortalece –explicó Darcy, mirando y besando la mano de su esposa–. Yo le he dicho que no pierda las esperanzas, más si sabe que ella lo ama. Tal vez sea sólo cuestión de tiempo y ésta sea una prueba más de tantas que habrá en sus vidas. Cuando terminaron el desayuno, Darcy acompañó a Lizzie a su carruaje para despedirse, dándole instrucciones precisas al Sr. Peterson de que extremara precauciones. Lizzie llegó a Gracechurch, donde la recibió la Sra. Gardiner gratamente. –¡Qué agradable sorpresa, Lizzie! Pasa por favor, toma asiento. –Gracias tía. –Llegaron antes a Londres, por lo que veo. Los esperábamos hasta el sábado. –Sí. Tuvimos que ir a Kent y Darcy terminó sus asuntos antes de lo esperado. –Y tu madre y tus hermanas, ¿llegarán el sábado? –Sí, mi madre aceptó la invitación. Temía que tal vez no viniera, pero al parecer ya se siente más animada. –¡Qué gusto oírlo! ¿Cómo están los Sres. Bingley? –Bien, gracias –respondió con desánimo–. Jane está embarazada y… –con lágrimas en los ojos, continuó–. Todos están alborozados, cual debe ser. En cambio yo, concibo una terrible tristeza por la noticia y me siento peor por no alegrarme de la felicidad de mi hermana. Por primera vez me doy cuenta de que mi corazón está lleno de envidia, coraje y desesperanza, inundado de desolación, cuando tengo que aparentar una serenidad y alegría que no siento. Y sólo me atormento al preguntarme si soy tan mala hermana. –¡Oh! Lizzie, no. No te culpes por tener esos sentimientos. Lo que Darcy y tú están viviendo es una situación muy difícil y que pocos logramos comprender, sólo los que hemos pasado por lo mismo. Es lógico que sientas coraje y envidia, que esta noticia te llene de tristeza al ver que ustedes no han alcanzado su sueño, y también desesperanza al no saber cuándo lo lograrán o si llegará a cumplirse. Y es normal que abrigues desconsuelo al ver a Diana y lo felices que son como familia. Tú también quieres lograr eso y experimentas una enorme impotencia ante la vida. Estoy persuadida de que todo esto también lo está viviendo Darcy y está preocupado por ti. –Sí, lo sé. Por eso me he tenido que guardar todo este sentimiento que me está destrozando por dentro. Lizzie estalló en llanto. La Sra. Gardiner la abrazó y dijo:

154 –Has hecho bien en venir aquí. Necesitas sacar esta tristeza. Luego de un rato, la Sra. Gardiner continuó: –Querida Lizzie, no sientas que eres una mala hermana. Yo sé el amor que le tienes a Jane y a todas tus hermanas. Conozco tu gran corazón y estoy segura de que esta envidia pasajera es por no ver cumplidos tus sueños. No sé si algún día recibas la enorme bendición de la maternidad, sólo Dios lo sabe; pero sé que estás haciendo todo lo necesario para hacerlo posible y, si aun así no resulta, te aconsejo que se pongan en las manos de Dios, desde hoy, Él es el único que le puede dar tranquilidad a tu alma, sea cual sea su voluntad, y te dará fuerzas para salir adelante. Lizzie escuchaba a su tía que le hablaba con enorme afecto. –Y recuerda que no estás sola. Tu esposo, el compañero de tu vida, es la persona más importante para ti, desde el día de tu casamiento hasta que la muerte los separe, y debes de luchar por él y por su felicidad. Tienes que buscarla desde hoy, a pesar de las circunstancias de la vida. La Sra. Gardiner observaba a su sobrina compasivamente. –Tal vez quieras considerar la adopción. –¿Adoptar a un bebé? –preguntó Lizzie atónita–. ¿Tú alguna vez lo consideraste? –Sí, aunque tu tío no lo consintió. –¿No lo consintió? –Como sabes, en nuestra sociedad no es bien vista esa situación. De hecho para mí era inconcebible una idea así hasta que la vi como única solución a mi problema. Además, para muchas personas es difícil aceptar a una criatura que no lleva su sangre, pero el Sr. Darcy es diferente, él te ama y sé que haría lo que fuera por verte feliz. –Mi tío también te ama. –Sí, aunque ya no pensemos en mí, Lizzie, sabes que yo te quiero mucho. Siempre te he tenido un aprecio muy especial: eres como la hija que nunca tuve, puedes contar conmigo. Si te sientes otra vez mal puedes escribirme y voy a visitarte o puedes venir aquí cuando quieras. –Te agradezco mucho tu apoyo, tía Meg. Ella se despidió, dándole un abrazo a la Sra. Gardiner y la acompañó hasta su carruaje. Lizzie, camino a su casa, detuvo al chofer y le pidió que la llevara de regreso a la ciudad. Dieron varias vueltas hasta que le solicitó que se detuviera en el Hyde Park. El conductor, extrañado, le indicó: –El Sr. Darcy me pidió que en cuanto saliera de Gracechurch, la llevara de regreso y ya nos hemos tardado… –Sr. Peterson, será sólo por unos momentos. –Sí, Sra. Darcy. Cuando Lizzie se bajó, caminó por un rato en ese enorme jardín, respirando profundamente, observando a los niños jugar con sus padres, algunas parejas de ancianos paseando, varios grupos de señoras y señores disfrutando de la tarde. Pasó enfrente de un enorme lago con un sinfín de patos y cisnes, y vio a un grupo de

155 niños dándoles de comer y jugando con pequeños barcos de papel en el agua. Cruzó el puente, caminó por la parte posterior del parque, disfrutó del canto de los pájaros y vio a los conejos que corrían acoquinados por un perro. Luego, se sentó a la sombra de un árbol. El Sr. Peterson, siguiendo las instrucciones del Sr. Darcy, vigilaba de lejos a la Sra. Darcy, cuidando de su seguridad, ansioso de ver correr el tiempo, sin darse cuenta de que, desde otro punto del parque, otros ojos la observaban atónitos. Se trataba de Philip Windsor, quien había visitado el parque por casualidad. Unos momentos se transformaron en horas, horas en que Lizzie estuvo contemplando el lago, anonadada, sumergida en sus pensamientos, reflexionando sobre lo que sucedía en su vida. Sentía la enorme necesidad de poner sus sentimientos en orden antes de regresar con Darcy, aunque no se dio cuenta del tiempo que esto le llevó. Recapacitó sobre su situación y las palabras de su tía, apreciando una profunda tristeza en su interior. Reconoció que se había sorprendido con la sugerencia de la Sra. Gardiner: la adopción tampoco le había cruzado por la mente y parecía un dislate a los ojos de la gente, pero para ella no; aunque con un hijo adoptado la reputación de su marido, que tanto trabajo le había costado mantener a lo largo de los años, quedaría por los suelos… Pero tal vez esa era la única manera de cumplir su sueño, si Darcy la consintiera ella estaría dispuesta a luchar contra la adversidad. Se imaginaba con melancolía lo feliz que podría ser al llevar a su hijo, un hijo de Darcy en las entrañas, era algo que siempre había deseado y que ahora lo veía tan lejano, sentir los movimientos de un bebé en su vientre mientras lo esperaba con toda la ilusión y con todo el cariño que su marido le proporcionaría, experimentando una dicha inimaginable como la que había visto reflejada en Jane al cargar a su niña con todo su afecto; anhelaba ver a Darcy disfrutar de su hijo en su compañía, jugar con él y enseñarle las cosas divertidas que sólo un padre puede enseñar a sus hijos… pero si no llevaba su sangre. Lizzie sintió una terrible angustia pensando en que tal vez ese hijo, en lugar de unirlos más, los separaría si Darcy no lo aceptaba, aunque consintiera reconocerlo como hijo, como heredero, en atención a su esposa. Si Darcy se sentía alejado de esa criatura le ocasionaría un enorme sufrimiento a ella y a ese niño que se había quedado sin padres, ahora tendría una madre que lo cuidaría y a un padre ausente, quien sólo vería por sus necesidades materiales. No, eso no, recordó a Charlotte y el gran vacío que reflejaba ese día y se estremeció. Por otro lado, anhelaba con toda el alma derramar todo su amor a su hijo pero sabía lo trascendente que había sido para ella la presencia de su padre en su vida y, ante todo, quería la felicidad de su familia, que ese hijo fuera feliz con el amor de sus padres y deseaba que Darcy fuera dichoso a su lado, si él se alejaba de ella no lo soportaría. Se sentía caer en un profundo abismo donde no encontraba el final, llena de frustración e impotencia mientras sus lágrimas brotaban abundantemente, ¿qué tal si nunca se llegara a embarazar como había ocurrido con su tía?, ¿qué haría de su vida si su mayor anhelo, el de ser madre, no se cumpliera? Mientras tanto, Darcy, que esperaba su regreso en casa, al ver que no volvía, decidió ir a buscarla a Gracechurch. Se subió a su caballo y cabalgó sin parar hasta llegar a su destino. Al arribar, el Sr. Darcy fue anunciado y lo recibió la Sra. Gardiner. –Disculpe que la moleste, Sra. Gardiner. ¿Se encuentra Lizzie con usted?

156 –No, hace varias horas que se fue, pensé que ya estaría en su casa –comentó aturrullada. –Seguramente habrá ido a otro lado –explicó preocupado. –Sr. Darcy, me quedé alarmada por ella, estaba muy afligida cuando vino y, si no ha regresado… –¿Acaso se habrá ido caminando? –No, yo vi cuando el carruaje se alejaba con ella. –Perdóneme por la intromisión pero ¿de qué hablaron? La Sra. Gardiner le comentó lo que había dicho, excepto lo de la adopción, ya que consideró que ese tema era necesario que ellos lo trataran. Al terminar, él agradeció su ayuda. Darcy no se sorprendió de escuchar a la Sra. Gardiner, sabía cuál era el motivo de su tristeza, la cual se vislumbraba desde días anteriores. Sin embargo, no se imaginaba que Lizzie se sintiera culpable con respecto a Jane, aunque era de esperarse conociendo sus nobles sentimientos. Sólo aumentó su preocupación al pensar en cómo se sentía ella, ahora, sola, en algún lugar de la ciudad, aunque le consolaba pensar que el Sr. Peterson, quien era de toda su confianza, estaría con ella. Por lo menos estaba segura. Darcy montó en su caballo y galopó por los lugares que Lizzie gustaba visitar cuando iban, sin hallar el carruaje. Continuó su búsqueda por un rato, mientras seguían pasando los minutos, hasta que vio a lo lejos su vehículo a la entrada de Hyde Park. Se acercó, le pidió al golfillo que vigilaba el carruaje que cuidara del animal mientras lo amarraba al coche y se introdujo en el parque, cuando ya estaba cerca la hora de cerrar. La buscó en el interior del lugar y a lo lejos creyó reconocer a una persona. Le asombró mucho acercarse y confirmar que era Philip Windsor y más de verlo solo, de pie, inmóvil, sobre el puente, con la vista fija. Pasó detrás de él sin que se percatara de su presencia y vio, del otro lado del lago, al terminar de cruzar el puente, que allí estaba Lizzie. Se olvidó del enojo que sintió al ver al Sr. Windsor y se apresuró a reunirse con ella que se encontraba sentada en una banca, cerca de un árbol, cabizbaja, abstraída en sus pensamientos. Lizzie, al escuchar los pasos que se acercaban a ese lugar ya muy solitario por la hora, volvió en sí y volteó; al ver a su esposo se puso de pie y él, al llegar a su lado, la abrazó devotamente y sintió de inmediato un gran alivio. Después de un rato, Darcy la tomó de sus brazos y le dijo: –Me tenías muy preocupado. Ya va a anochecer. –Perdóname, no quería que me vieras así –explicó llorando. –Mi Lizzie, prefiero verte preocupada, triste, angustiada, desesperada, a no estar contigo cuando estás sufriendo. –Te lo dijo mi tía. –Mi niña, yo sé por lo que estás pasando, estoy sufriendo la misma pena que tú. La Sra. Gardiner no tenía muchas cosas nuevas que decirme. –Eso es lo que más me duele, que por mi culpa estés sufriendo. –Quizá yo sea el responsable. –No, dice el doctor que lo más probable es que tú estés bien.

157 –También dijo que esto lleva mucho tiempo y hace poco que empezamos su tratamiento. –Sí, tienes razón –confirmó bajando su mirada. –Y no pienses que eres una mala hermana –aclaró levantando su rostro con cariño, mientras ella suspiraba profundamente–. Yo estoy enamorado de esta maravillosa mujer que siempre se ha preocupado por su familia y por los que la rodean y ese corazón no ha cambiado. Sigue lleno de amor y generosidad, sólo está apagado por la tristeza, pero juntos saldremos adelante. Darcy la estrechó nuevamente mientras ella sentía el calor de sus brazos y de su afecto y, después de un tiempo, regresaron al carruaje donde ya los esperaba el Sr. Peterson. Darcy ayudó a Lizzie a subir y se acercó el chofer para explicarle. –Sr. Darcy, disculpe. La señora me insistió en que quería venir aquí. No la perdí de vista como usted me indicó, hasta que usted llegó me regresé para esperarlos aquí. –¿Usted vio que hablara con alguien? –No, señor. Estuvo sola todo el tiempo, caminó por un largo rato y luego se sentó donde la encontró. –Gracias Sr. Peterson. Regresemos a la casa.

A la mañana siguiente, cuando Lizzie iba a bajar al desayuno, salió de su alcoba y encontró en el piso, al lado de su puerta, un ramo de rosas rojas muy hermosas, entreabiertas y con un aroma exquisito, acompañadas por una tarjeta. Con una sonrisa las recogió y regresó a su recámara. Leyó la nota que decía: “Te espero en el quiosco. D”. Lizzie puso las flores en agua, salió rápidamente rumbo al jardín y se dirigió al lugar de la cita, donde su esposo la esperaba, después de haber ido a cabalgar. Al ver que Lizzie ya venía, Darcy se acercó y, tomándole las manos, le dijo: –Quise escribirte una carta, pero no encontré las palabras para expresar todo el amor que siento por ti. –Las rosas son mis flores favoritas. Muchas gracias. –Sí, lo sé. Aunque tú eres la rosa más hermosa que existe sobre la tierra y soy muy afortunado en tenerte a mi lado. Darcy la condujo hasta un rosal que estaba junto al quiosco y le indicó: –Las rosas las corté de aquí, donde mi padre le habló de su amor a mi madre por primera vez y ella sembró estos rosales para recordar siempre este lugar. Aquí quiero decirte que me has dado una felicidad que nunca pensé encontrar en esta vida. Tu sonrisa ha sido como un sol que calienta mi alma y le da fortaleza para continuar nuestro camino. Tu dulce mirada, a pesar de la tristeza o las espinas de la vida, me alienta a conservar la esperanza. Te amo, te amo, te amo con todo mi ser y te acepto tal cual eres, así soy inmensamente dichoso y mi mayor deseo es que seas feliz cada día, con todo el amor que yo te pueda brindar, aunque mi corazón se quede sin aliento. –Has encontrado las palabras perfectas –dijo con una sonrisa expresiva. Darcy sonrió y la besó.

158 Los siguientes días, Darcy estuvo con Lizzie en casa, ya que llovía con intensidad, prácticamente olvidándose de Georgiana y de todo lo demás, hasta que llegaron las visitas.

CAPÍTULO XXXII

Era la media tarde del sábado, día en que las Bennet llegarían a Londres. Los Darcy las esperaban con gran expectativa, sobre todo Lizzie que hacía mucho tiempo que no veía a su madre. Estaba nerviosa por la visita de la Sra. Bennet, porque las últimas dos veces que la había visto fueron en circunstancias poco agradables: la ocasión en que discutió muy molesta con ella en Pemberley y en la muerte de su padre. Después de ambos sucesos, aun cuando Lizzie la había buscado e invitado a su casa, la Sra. Bennet se había negado y había sido muy escueta en sus cartas. No sabía a ciencia cierta si ya le había perdonado. Cuando llegaron las Bennet fueron anunciadas en el salón principal. Lizzie se puso de pie y corriendo se acercó a su madre para ceñirla, quien, con cariño, correspondió a su saludo. Lizzie se aproximó a Kitty y a Mary y les dio un caluroso abrazo, en tanto Darcy y Georgiana se avecinaban para recibir a las invitadas. La Sra. Bennet, seria y apenada con el saludo del Sr. Darcy, con dificultad pudo enunciar palabra. Era una presencia que, a pesar del tiempo le imponía mucho respeto, aun sabiendo que era un hombre de buen corazón, como percibió con la noticia que el Sr. Robinson le diera recién fallecido su esposo, y por las largas conversaciones que tuviera con el Sr. Bennet sobre él. También se sentía avergonzada de la última vez que había pisado Pemberley. Recordaba las palabras que había pronunciado en su contra a su hija y todas las respuestas tan atinadas que ella le dio que, tras muchos meses de reflexión, había entendido. Darcy, aun cuando la Sra. Bennet apenas si articuló palabra, fue amable y cortés con ella, así como con sus hijas. Kitty estaba muy entusiasmada, era la que más hablaba en esos momentos, y Mary también proyectaba emoción, aunque de forma menos evidente. Lizzie se encontraba extasiada de verlas y de recibirlas nuevamente en esa casa y, sobre todo, de verlas dichosas. Notó a su madre retraída, pero comprendió que era por Darcy, ya que poco a poco se fue acostumbrando nuevamente a su presencia y gracias a la cortesía de él,

la Sra. Bennet mostró más

confianza. Lizzie se vio muy complacida con su marido, ya que sabía que ni la Sra. Bennet ni sus hermanas eran de su agrado, pero las recibió con extrema amabilidad. Darcy le preguntó a la Sra. Bennet: –¿Cómo se encuentran Sir Lucas y su esposa? –Bien, gracias. Sr. Darcy. –Hace poco tuve la oportunidad de visitar a Charlotte en Kent y conocer a su hijo –comentó Lizzie. –¿Cómo está Charlotte? Hace mucho que no la veo –preguntó Kitty.

159 –¡Bien! Su hijo John ya está caminando y le ayuda a sembrar plantas a su madre, aunque acaba lleno de tierra. Es un niño muy simpático. –¡Qué bueno que la criatura ya tenga otra gracia!, porque recuerdo que de bebé no tenía mayor chiste, sólo sus cachetes regordetes. –Los niños crecen y van cambiando. Por ejemplo, Diana, si era bonita, ahora es una niña encantadora. –Sí. Como Jane cuando era pequeña, cada vez se puso más bonita –recordó la Sra. Bennet–. Quisiera ir a verla pronto. Me escribió para darme la noticia de su embarazo, pero me dijo que me va a avisar cuando necesite de mi ayuda. Mientras me pidió que me quedara en Longbourn. –Sí, ha sido una noticia maravillosa –indicó Lizzie–. Y también hace unos meses pude conocer a Nigel, el hijo de Lydia. Pasaron unos días a Starkholmes y fueron a visitarme. Quedé sorprendida del nuevo caballero de la familia. –¡Ah! Ese niño que no paraba de llorar cuando era bebé. Espero que ya se le haya quitado –señaló Kitty. –A mí me pareció un chico muy juguetón y simpático –indicó Georgiana–. No paraba de reír mientras jugué con él. En ese momento, el mayordomo anunció a otro visitante, el Sr. Murray Windsor. Esto causó una enorme sorpresa en los anfitriones, especialmente en Georgiana. Cuando entró el caballero, se hicieron las debidas presentaciones; Lizzie lo invitó a pasar y le ofreció té o café, como a todos los convidados. –Me dijo mi hermano Philip que estaban en la ciudad y quise venir a saludarlos. Mi hermana, la Srita. Sandra, llegará en los próximos días, con mis padres. Tal vez, si ustedes siguen en Londres todavía, pueda venir a saludarlos. –Vamos a estar unos días, según el tiempo que tomen los asuntos del Sr. Darcy –contestó Lizzie–. ¿Y cómo se encuentran los Sres. Windsor? –Muy bien, gracias. –Supe que su padre había estado enfermo. –Sí, enfermó

después de la boda del Sr. Willis pero, aunque ha tenido recaídas, se ha repuesto

satisfactoriamente. Mi amigo, el Dr. Donohue, nos recomendó un médico que lo ha atendido desde que él regresó a Irlanda. –¿El Dr. Donohue sigue en Irlanda? –preguntó Georgiana. –Sí. Recuerdo que me dijo que ya pronto termina sus estudios. –Y usted, Sr. Windsor, ¿a qué se dedica? –curioseó Kitty. –Soy abogado, Srita. Kitty. –Me parece una profesión tan interesante. –¿Y de dónde es usted? –indagó la Sra. Bennet. –De Oxford, aunque de vez en cuando viajo a Londres, a tratar los asuntos que demanda mi profesión.

160 –¿Y dice que tiene otro hermano? Tal vez podríamos conocerlo. Se ve usted tan educado y de buena familia. Y más siendo una amistad de la familia Darcy. –Sería un gusto poder presentarlo. Él también es abogado. –Sra. Darcy, sería una excelente idea invitar a los señores junto con su hermana y sus padres a cenar, aprovechando nuestra visita. –Estoy persuadido de que a mi hermano le encantará venir a conocer damas tan refinadas. –Lástima que el Dr. Donohue, del que han estado hablando, se encuentre fuera de la capital. Nos encantaría conocerlo, ¿verdad, Sr. Bennet? Todos los presentes se quedaron atónitos y, al darse cuenta de lo que había dicho, la Sra. Bennet repuso muy seria: –¡Oh, lo siento! Tantos años de estar conviviendo con mi esposo, hay momentos en que… ha sido muy difícil para mí acostumbrarme. –No te preocupes mamá, te entendemos –expuso Lizzie para que su madre no se sintiera mal. El Sr. Windsor se puso de pie y dijo: –Sr. y Sra. Darcy, Sra. Bennet, Srita. Georgiana, Sritas. Bennet. Ha sido un gusto venir a visitarlos. Todos se pusieron de pie para despedirse y Darcy lo acompañó hasta la puerta. Cuando los caballeros se retiraron, Kitty, entusiasmada, le comentó a Lizzie: –El Sr. Windsor es bien parecido y muy agradable. ¿Cuánto recibirá de renta? –A juzgar por su vestimenta, una considerable suma, y seguro su hermano también –apuntó la Sra. Bennet–. Lizzie, tienes que pensar en tus hermanas, en Kitty y en Mary. Se ve que ellos son de muy buena familia, tienen excelentes modales. Invítalos a cenar para conocerlos mejor. –Mamá… –Ya ves lo que dijo el Sr. Windsor, estarán encantados de venir. Indudablemente el Sr. Darcy estará de acuerdo en realizar la cena. Pasaremos un rato agradable. –Déjame consultarlo con mi marido. Cuando el carruaje del Sr. Windsor se alejó, Darcy se retiró unos minutos a su estudio. Se dio cuenta de que extrañaría mucho al Sr. Bennet, ya que la Sra. Bennet, aunque por momentos se medía en sus comentarios y actitudes, finalmente seguía siendo la misma cuando se precipitaba y entraba en confianza. Por lo menos el Sr. Bennet lograba controlar sus comentarios y, aunque aparentemente también había dado resultado que Lizzie hablara con ella, no quería que su esposa se preocupara por este motivo, por lo que descartó por completo planteárselo. Sabía lo importante que esta visita era para ella, y ahora necesitaba apoyarla lo más posible. También se había sentido incómodo reunido solamente con mujeres, siendo el único hombre en la casa. Ahora mejor que nunca comprendía al Sr. Bennet y su necesidad de alejarse por momentos de su familia. Alguien tocó a la puerta y Darcy abrió. Era Lizzie que venía a buscarlo para cenar.

161 –Me apena mucho la actitud de mi madre, sé que te desagrada. Hablaré con ella para que modere sus comentarios. –Lizzie, no te preocupes por eso ahora. Sé lo importante que es para ti esta visita y quiero que la disfrutes – explicó tomándole las manos. –Parece que los hermanos Windsor causaron revuelo entre mi madre y mis hermanas. Insisten en la cena y no sé –expuso con angustia–. Yo sé que te perturba… Darcy abrazó a Lizzie diciendo: –No te preocupes, si quieres puedes planear la cena. –¿Y el Sr. Philip Windsor? –¿Te inquieta que venga?, ¿te dijo algo que te disgustara? –No. –¿Hay algún problema con él? –No. –Si decides hacer la cena, yo estaré todo el tiempo contigo, así no te sentirás incómoda. Darcy besó a su esposa afectuosamente. Lizzie y Darcy se dirigieron al comedor. Ya los esperaban Georgiana y las Bennet para cenar. –Georgiana nos estaba platicando que conocen desde hace mucho tiempo a los Sres. Windsor, una de las mejores familias de Oxford –comentó la Sra. Bennet–. Esas son las amistades que me gustaría procurar para Kitty y Mary, ¿no le parece Sr. Darcy? Y qué mejor forma de conocerlos sino a través de su familia. –¿Verdad Lizzie, Sr. Darcy, que sí invitarán a los Windsor? –insinuó Kitty–. El Sr. Windsor fue muy amable y casi tan guapo como nuestro anfitrión. ¡Imagínate un marido así! Claro, los ojos azules del Sr. Darcy son inigualables. Lizzie y su marido guardaron silencio. Lizzie volteó a ver a Georgiana y ella le dijo: –Si es por mí, no te preocupes, puedes invitarlos. Así tendré el gusto de ver a mi amiga Sandra. Lizzie miró a su esposo, quien la apoyó con su sonrisa. Ella sintió como si el destino de sus hermanas estuviera en sus manos y de su decisión dependiera el futuro. Por un lado, no quería hacer la cena por la presencia de Philip Windsor, pero pensó que era injusto para Kitty y Mary que por esa razón no se los presentara. Además, ya tenía el apoyo de Darcy, y su madre y Kitty seguramente insistirían hasta lograr sus propósitos. En ese escenario, la visita que tanto había esperado, en lugar de ser placentera para todos, acabaría siendo muy desagradable, algo que quería evitar a toda costa. La cena sólo duraría unas horas y Darcy estaría con ella. Luego, con una sonrisa, Lizzie aceptó realizar la invitación, a lo que la Sra. Bennet y Kitty contestaron con mucho entusiasmo. Mary, aunque con su reserva acostumbrada, también pareció emocionada y dijo: –Siempre será más agradable una cena con los amigos cercanos que un baile. Así podremos conversar de muchos temas y conocerlos mejor.

162 De allí en adelante, la conversación fue únicamente sobre los hermanos Windsor. La Sra. Bennet le preguntó a Georgiana cómo había conocido a la familia y todos los detalles de su relación, a lo que Georgiana contestó con mucha franqueza, aunque no reveló el interés que el Sr. Windsor había mostrado hacia ella con anterioridad. Tampoco se habló del Dr. Donohue ni de su relación con la familia Windsor, a lo que Georgiana tenía cierto temor, dada la curiosidad de las Bennet por aclarar todas sus dudas. Le preguntaron a Lizzie cómo los había conocido y qué impresión había tenido de la familia en su viaje a Oxford; ella contestó con alegría, olvidándose de los detalles embarazosos que sin duda habían vivido. Al término de la cena todos se despidieron y cuando Darcy y Lizzie se retiraban a su habitación, la Sra. Bennet con cierto temor se dirigió al Sr. Darcy para que le concediera unos momentos en privado. Darcy, muy extrañado, le indicó el camino hacia su despacho, mientras Lizzie esperaba en el salón principal. Darcy, cortésmente, le dio considerable importancia a dicha entrevista y le brindó confianza a su suegra, quien inició muy nerviosa la conversación. –Disculpe que lo demore unos momentos. –No tenga cuidado. Será un placer servirle. –Sólo quiero disculparme con usted por la falta de decoro y la actitud negativa que he mostrado en el pasado hacia su persona. Mi difunto esposo y la Sra. Darcy me han hecho comprender mis errores. –No tiene de qué disculparse. –También quería agradecerle todo su apoyo. El Sr. Robinson me ha informado mi actual situación y la intervención que usted tuvo para lograrlo. –No tiene nada que agradecerme, reconózcaselo a Lizzie. Aunque sí le pediría su discreción. Su hija y usted son las únicas personas que deben saberlo. –Entonces podré agradecerle también a la Sra. Darcy. ¡Nunca pensé que interviniera por su madre! –Lizzie tiene un corazón muy noble y le tiene a usted un gran cariño, Sra. Bennet, y siempre se ha preocupado por su bienestar. Usted le daría mucha alegría si se lo corresponde. –¿Cómo no corresponderle? Me ha quitado una angustia que llevé por muchos años. La Sra. Bennet salió del despacho, seguida por el Sr. Darcy y se dirigieron al salón principal donde se hallaba Lizzie, leyendo su libro. Cuando entró la Sra. Bennet, ella se puso de pie, sorprendida, y su madre se acercó para abrazarla, retribuyéndole cariñosamente que hubiera intervenido por su causa ante el Sr. Darcy. Lizzie, pasmada, sólo asintió con una sonrisa, viendo que Darcy la miraba con gran ternura. La Sra. Bennet únicamente habló de su hija, de cuánto la admiraba, de sus excelentes cualidades, de las satisfacciones que le había dado en su vida y de lo orgullosa que se sentía de su niña, ahora convertida en la feliz Sra. Darcy. Lizzie le comentó con afecto: –Mamá, sólo recuerda que Darcy quiere discreción en el asunto. –Sí. Ya me lo ha dicho, pero aquí nadie puede oírnos. Es una casa tan grande y puedo agradecértelo a mis anchas. Si tú no le hubieras pedido ayuda al Sr. Darcy, tu madre estaría muerta de la angustia sin techo y sin sustento para tus hermanas, pidiendo limosnas para poder sobrevivir.

163 Lizzie abrazó, besó a su madre y la escoltó a su habitación, mientras Darcy continuó su camino hacia su alcoba. Lizzie le dijo: –Mamá, quiero disculparme contigo nuevamente por la discusión que tuvimos en Pemberley. –¡Ay, hija! He de confesarte que me dolieron tus palabras y me llevó mucho tiempo comprenderlas, pero has tenido razón en todo lo que me dijiste. Yo te pido una disculpa, por no haber sido la madre que hubieras querido tener. –¡Ay, mamá! Yo te quiero mucho y te acepto como eres. –Perdóname por no haberme alegrado de tener a una hija tan especial, mucho mejor que yo, y haberte tenido envidia desde que eras niña. Lizzie la abrazó y se retiró a su dormitorio donde su marido ya la esperaba. Cuando entró, se dirigió hacia él y lo ciñó con todas sus fuerzas y luego le dijo: –Le doy gracias a Dios que te tengo a mi lado. Darcy sonrió. –Pero dime, ¿por qué le dijiste a mi madre que yo había tenido que ver en todo ese asunto? –Porque es la verdad. Todo te lo debe a ti y al enorme amor que te tengo. Lizzie sonrió complacida, mientras Darcy la besaba en la mejilla. –Te lo agradezco mucho. Nunca pensé que mi madre tuviera tan buen concepto de mí. –Con seguridad siempre lo ha tenido, aunque se le olvida cuando se enfada.

A la mañana siguiente, cuando Darcy regresaba de cabalgar por la mañana, Lizzie ya lo esperaba en el jardín, con cierta impaciencia al ver que no llegaba a la hora acostumbrada. Darcy se apeó del caballo y se acercó a su esposa. –¿Me permite escoltarla, madame? –dijo quitándose los guantes. Lizzie sonrió y tomó la mano de su esposo caminando hacia la casa. Después de unos momentos, Lizzie le preguntó: –Hoy tardaste más tiempo en regresar de tu cabalgata ¿Tuviste algún contratiempo? –¿Todavía te pones nerviosa? –Sí, mucho. –Aproveché para ir a la ciudad a entregar la invitación de los Windsor, para la cena de mañana, y traigo una para ti. –¿Una invitación? –preguntó con sorpresa. –¿Me concedería el honor de acompañarme al concierto de esta noche, mi lady? –¡Será un placer! –contestó sonriendo–. Y ¿a quién interpretarán en dicho concierto? –Al famoso compositor, Henry Purcell. –¡Oh, me encanta, es mi preferido! –comentó entusiasmada.

164 –Sí, lo sé –reconoció con satisfacción–. Me encontré con el director y me dijo que con gusto interpretará tu pieza favorita. –¡Entonces será una velada muy especial! –Sra. Darcy, todo el tiempo que paso a su lado es muy especial para mí. Lizzie sonrió y abrazó a su esposo, al tiempo que él la besaba en la frente.

CAPÍTULO XXXIII

A la cena en casa de los Darcy estaban invitados los Sres. Gardiner y la familia Windsor. Los Sres. Darcy, Georgiana y las Bennet ya estaban reunidos en el salón principal esperando a los concurrentes. Al llegar los Sres. Gardiner, la señora saludó con afecto a su cuñada, posteriormente abrazó a Lizzie con cariño y ella correspondió a este gesto. Momentos más tarde llegaron los Windsor, el mayordomo los anunció y se hicieron las debidas presentaciones. La Sra. Windsor mostró su devoción a la Sra. Darcy y a la Srita. Georgiana, así como su cortesía a la Sra. Bennet y observó con atención a Mary y a Kitty. Darcy pidió a todos pasar a sentarse e inició la conversación con temas de interés del ámbito internacional. –En el Courrier notificaron que Napoleón y sus tropas, a pesar de que invadieron Italia hace unos meses y derrotaron a Austria en diversas batallas, no lograron consolidarse, por lo que Inglaterra pudo expulsar a los franceses de la isla de Malta, hace unos días. –Ya me han confirmado que Malta será un protectorado británico –comentó el Sr. Gardiner. –Y leí en alguna parte que los franceses han tenido que liberar y regresar soldados rusos. Esperemos que esta amenaza de Francia sobre Europa termine pronto –indicó el Sr. Windsor. –Hoy me informaron sobre un acuerdo que se acaba de realizar, el Tratado de Mortefontaine, firmado por Francia, el Reino Unido y Estados Unidos de América, el cual pone fin a la Quasi–War –completó Darcy. –¡Qué buena noticia! –indicó Murray Windsor. –Pero, sin duda, Bonaparte es un personaje al que hay que temer. No creo que las cosas acaben todavía. No se va a conformar teniendo el poder al alcance de su mano. Si no fuera por el Reino Unido, ya tendría el control de Occidente y la parte central de Europa, debido a sus conquistas y sus alianzas. Las damas escuchaban, aunque Kitty denotaba aburrimiento, igual que la Sra. Bennet y, después de un rato, interrumpieron la conversación. –Sr. Philip Windsor, su cara me es muy familiar ¿ya nos conocíamos? –preguntó la Sra. Bennet. –Mamá, seguramente lo habrás visto en mi boda. La familia Windsor estuvo invitada –ilustró Lizzie. Kitty también lo observaba con mucha atención hasta que comentó, refiriéndose a Philip Windsor. –¿Usted visita seguido el Hyde Park? –Sí. –¿Entonces usted era el caballero de aquel día? –indagó riendo–. ¡Sí es cierto!, también bailé con usted en la boda de mis hermanas.

165 –¡Oh! Ya me parecía que sí lo había visto. Sra. Darcy, era el caballero con el que bailó Kitty en la boda. Ya lo recuerdo. Seguramente el Sr. Bennet estaría muy contento de que se volvieran a encontrar –afirmó la Sra. Bennet. –El Sr. Bennet te agradecería que por fin lo dejases descansar –murmuró Kitty. –Sí, los vimos bailando en la boda –comentó la Sra. Gardiner–. Fue un día inolvidable, querida Lizzie, sentí una emoción tan bella al verte entrar en la iglesia del brazo de tu padre. –Ha sido la novia más hermosa que haya visto en mi vida –testificó Darcy que estaba sentado junto a ella, besándole la mano. Lizzie asintió con una sonrisa. –Recuerdo que los novios se veían tan enamorados –señaló la Sra. Windsor–. Y me da mucho gusto verlos igual. Fue una de las bodas más bonitas a las que he asistido. Philip Windsor los miraba desde el otro lado de la habitación, con inmensa solicitud. –Recuerdo que ese día, la Srita. Georgiana lucía especialmente agraciada y su belleza se destacó aún más durante el maravilloso concierto con el que nos deleitó casi al final de la fiesta –comentó Murray Windsor. –Me encantaría que más adelante nos tocara algunas piezas, Srita. Georgiana. Hace mucho que no la escucho en el piano –sugirió la Sra. Gardiner. –Será un placer, Sra. Gardiner –correspondió Georgiana. –La Srita. Georgiana puede impresionar a cualquiera con su beldad y su elegancia al ejecutar cualquier melodía en el piano –comentó Murray Windsor viéndola. –Ayer el Sr. Darcy tuvo la amabilidad de llevarnos al concierto de música barroca que se presentó en el teatro. Estuvo espléndido –glosó la Sra. Bennet. –Hace mucho tiempo que no asistía a un evento tan bonito –comentó la Sra. Gardiner. –Lo que más me gustó fue el detalle que Darcy tuvo con Lizzie –agregó Georgiana–. Nunca había visto algo igual: a la mitad del espectáculo, el director se dirigió al público para anunciar que la siguiente pieza estaba dedicada de parte de un gran amigo suyo a su amada esposa, la Sra. Darcy. –Le pedí al Sr. Wells que no lo mencionara –aclaró Darcy. –Darcy, fue un detalle maravilloso que nunca olvidaré –expresó Lizzie con ternura. Él sonrió mirando a su esposa con devoción, captando la atención de todos los presentes. La Sra. Windsor preguntó a la Sra. Bennet: –¿Y cómo se encuentra su otra hija, la Sra. Bingley? La vimos hace unos meses. –Se encuentra muy bien. Recientemente nos ha dado una maravillosa alegría. Está otra vez embarazada. –¡Oh, muchas felicidades! Y, ¿tiene más nietos? –Sí. Mi hija Jane tiene una niña y la Sra. Lydia Wickham, mi hija menor, tiene un niño, éste será mi tercer nieto. Es una lástima que por este lado de la familia todavía no haya descendencia. Lizzie bajó la mirada, incómoda por el comentario, al que Darcy respondió: –Cuando menos se lo espere, le daremos la sorpresa.

166 Lizzie miró a su esposo y sonrió muy complacida por esta observación, porque mostraba su corazón lleno de esperanza. –Sí. Estoy convencida de que sus hijos serán encantadores –afirmó la Sra. Gardiner. –Dicen que los nietos son el postre de la vida. Le he dicho a mis hijos que ya piensen en casarse. Quiero disfrutar a mis nietos mientras tenga energía –indicó la Sra. Windsor. –Te encuentras muy bien de salud, mamá –dijo la Srita. Sandra–, aunque a mí también me gustaría tener sobrinos. Sólo falta que mis hermanos se animen y decidan casarse. –Pues aquí hay dos, perdón, tres damas hermosas, pero me imagino que la Srita. Georgiana ya tendrá algún pretendiente –expuso la Sra. Bennet. Georgiana se sonrojó y todos la miraron con curiosidad, especialmente su hermano. El mayordomo entró, indicando a la Sra. Darcy que ya todo estaba listo e invitó a los presentes a pasar al comedor. Todos se sentaron en los lugares asignados, Darcy se percató de que el Sr. Philip contemplaba a su esposa y le cuestionó: –Sr. Philip Windsor, ¿visita con mucha frecuencia la capital? Él no respondió, por lo que el anfitrión repitió la pregunta con amabilidad. –Sí –contestó lacónico. –Nosotros venimos con eventualidad, aunque recientemente nuestras visitas han sido más frecuentes. –Mis hijas y yo sólo venimos cuando los Sres. Darcy tienen la amabilidad de invitarnos a esta casa, pero nos encanta visitar la capital –indicó la Sra. Bennet. –Y ¿la mayoría de sus clientes se encuentran en Londres? –indagó Darcy a Philip Windsor. Él asintió. –Sr. Murray Windsor, comentaba usted en la visita anterior que es abogado ¿Usted hace las leyes? –curioseó Kitty. –No. Mi campo se enfoca a defender o acusar en los juicios a las personas involucradas en algún delito. –Entonces debe tener un amplio conocimiento de las leyes y una gran capacidad de oratoria para poder persuadir al juez y al jurado de la inocencia o culpabilidad de una persona –reflexionó Mary. –Ése es mi trabajo. –Admiro a las personas con esas cualidades –concluyó Kitty. Murray Windsor recordaba las palabras que la Sra. Darcy dijo en su casa, durante su visita a Oxford, en relación a la labor de los abogados y quedó muy sorprendido de la opinión tan diferente que tenían las dos hermanas. –Los abogados son personas muy interesantes –comentó la Sra. Bennet–. Nos ilustraba el Sr. Murray Windsor que usted también es abogado –continuó dirigiéndose a Philip Windsor. –Sí, Sra. Bennet –contestó él. –¿Y también participa en los juicios, como su hermano? –curioseó Mary.

167 –No –contestó con seriedad. –Mi hermano Philip se enfoca a la legislación, otra parte muy importante de esa profesión –comentó la Srita. Sandra. –Es extraño que un abogado sea tan conciso en sus comentarios –murmuró la Sra. Bennet. –Philip no suele ser así. Tal vez esté distraído por algún asunto del trabajo –explicó la Sra Windsor. –Seguramente usted ha de conocer al Sr. Robinson –comentó Darcy a Philip Windsor–. Él ha llevado los asuntos de la familia Darcy desde que vivía mi padre y me parece haber escuchado que usted le había consultado algo en cierta ocasión. Él guardó silencio mientras su hermano Murray respondía: –Sí, de hecho el Sr. Robinson es un abogado muy reconocido y a veces es invitado a impartir alguna clase a los estudiantes de la Universidad de Oxford, donde Philip y yo estudiamos hace unos años. Philip Windsor, intrigado por cómo había visto a la Sra. Darcy en el parque: sola, abatida, tan seria y ausente, tal vez con una gran preocupación, se preguntaba si habría tenido algún problema con su esposo, por la manera en que él había llegado a buscarla y la forma en que ella se desahogaba. Sólo miraba a los Sres. Darcy para encontrar respuestas, sin lograrlo. Ellos se trataban con afabilidad y amor; aunque a Lizzie se le veía notablemente más tranquila, él se cuestionaba ¿qué había sucedido? Por ello no prestaba atención a la conversación. –Si vienen tan seguido a Londres, probablemente frecuentarán amistades y tendrán la oportunidad de asistir a bailes. Me encantan los bailes –apuntó Kitty viendo a Murray Windsor que estaba sentado a su lado. –Me parece que habrá uno la próxima semana, lo ofrecerán unos amigos. –Lizzie, sería maravilloso que pudiéramos asistir. –No nos han invitado, Kitty. –¡Oh! La familia Darcy no necesita tener invitación. Con sólo decir que están en la ciudad es suficiente – aclaró el Sr. Windsor. Cuando terminó la cena, las damas fueron convidadas a tomar el té en el salón principal y los caballeros permanecieron en el comedor degustando una copa de coñac, donde Darcy trató de entablar nuevamente conversación con su taciturno invitado, sin lograrlo, aunque disfrutó del discurso de los demás acompañantes. Luego se reunieron con las señoras y jugaron lotería y al casino, posteriormente disfrutaron de un recital que ofreció Georgiana en el piano. Lizzie se dio cuenta de que Mary miraba constantemente a Philip Windsor y que procuraba entablar algún tema de conversación aunque sin conseguirlo, a causa de esa actitud tan seria que siempre había visto en él, a pesar de que su madre dijera lo contrario. También notó que era atentamente observada por ese caballero y que mostraba muy poco interés en la conversación o en el juego, algo que ella trató de ignorar. Asimismo, advirtió que Kitty denotaba interés en conocer más a Murray Windsor quien, según había comentado el pasado sábado, había llamado enormemente su atención, aunque sabía que él estaba enamorado de

168 Georgiana. Sentía que como hermana había cumplido en procurar que se conocieran, aunque veía muy poco futuro en esa relación. Georgiana trató de platicar con su amiga Sandra y no prestarle escucha al Sr. Murray Windsor, quien quería quedar bien con ella y lisonjearla. Darcy, durante toda la velada estuvo muy pendiente de Lizzie, por lo que se dio cuenta de que Philip Windsor la observaba. En la cena trató de conversar con el caballero para distraerlo, a lo que él estaba obligado a contestar, pero evitaba profundizar en el tema. Darcy se percató de que Lizzie estaba sosegada y alegre, con un brillo de esperanza en sus ojos que cautivó profundamente su atención y lo colmó de tranquilidad. Cuando los invitados se retiraron, la Sra. Bennet no paraba de hablar de la emoción y de lo contenta que había estado. También Kitty, aunque reconoció que Murray Windsor se había referido con mucha galantería a Georgiana; sin embargo ella aseguró que no estaba interesada en él. Lizzie y Darcy sólo observaban hasta que se despidieron para retirarse a descansar. Ya en la habitación, Darcy se dirigió a Lizzie: –Me da gusto que hayas estado divertida esta noche. –El Sr. Darcy siempre me llena de sus atenciones con sus comentarios y sus detalles de cariño. –Sra. Darcy, me gusta adularla siempre que tengo la oportunidad. Lizzie sonrió. –¿De verdad crees que le daremos una sorpresa a mamá? –A la Sra. Bennet y a todos, preciosa. Desde la primera vez que te dije que te amaba y escribí aquella carta pidiendo a Dios su bendición para ti, he rezado todos los días por tu felicidad. A partir de nuestro casamiento he pedido también por nuestra familia que, tarde o temprano, estoy seguro de que llegará. No sé cuándo… –Cuando menos se lo esperen –completó. –Sí, así es –afirmó besando a su esposa. A la mañana siguiente, cuando todos estaban en el salón principal antes del desayuno, el mayordomo trajo una carta para el Sr. Darcy. Éste la abrió y la leyó, mientras todas las damas esperaban con curiosidad. Acto seguido, Darcy anunció: –Parece que tendremos un baile. Kitty y la Sra. Bennet enardecieron ante la noticia y agradecieron a los Sres. Darcy. Mary permaneció circunspecta, mientras Lizzie y Georgiana veían contentas la emoción que expresaban sus visitantes. Darcy comentó a su esposa: –Creo que cada vez comprendo más al Sr. Bennet. ¿Tanto alboroto arman por un baile? –¿Qué vas a hacer si Dios te concede tener sólo hijas? –interrogó Lizzie que estaba a su lado. –Ser inmensamente feliz, como ahora lo soy a tu lado –murmuró con satisfacción tras ver a su mujer más esperanzada.

169 En los siguientes días, Darcy estuvo ocupado teniendo entrevistas de trabajo en su despacho o fuera de casa, por lo que Lizzie aprovechó a llevar a sus hermanas, a su madre y a Georgiana, a visitar algunos atractivos de la ciudad. Lo que más le gustaba a la Sra. Bennet y a Kitty era pasear por los parques, donde se sentaban a observar por un rato a la gente mientras que Lizzie, Georgiana y a veces Mary caminaban un rato. También quisieron visitar las tiendas, donde Lizzie les compró algunos regalos que agradecieron entusiasmadas y usaron los siguientes días. Por las tardes cuando regresaban del paseo jugaban cartas en el salón principal hasta la hora de la cena, cuando regresaba Darcy.

CAPÍTULO XXXIV

Había llegado el baile tan esperado por las Bennet, al que fueron invitados los Darcy y la familia de la Sra. Darcy. Las Bennet lucían los vestidos que hacía pocos días Lizzie les había regalado y se sentían entusiasmadas. Georgiana y Lizzie también se arreglaron, como era indicado. Cuando llegaron al baile, el Sr. Murray Windsor estaba en la puerta, esperando el arribo de Georgiana. Darcy ayudó a bajar a su esposa y a Georgiana, y Murray se acercó para saludarlos y escoltó a Georgiana a la fiesta. El carruaje de las Bennet llegó unos momentos después, por lo que los Sres. Darcy esperaron mientras Georgiana entraba con Windsor a la casa del Sr. Tisdale. Los Darcy y las Bennet saludaron a los anfitriones, amigos del Sr. Darcy, y se introdujeron a la casa donde había numerosos invitados, la mayoría conocidos de la familia Darcy. Por tal motivo, Darcy estuvo platicando con algunos de ellos y presentándoles a su esposa. Los Sres. Windsor y su hija también se acercaron a saludar y platicaron con Lizzie unos momentos, le agradecieron las atenciones recibidas en la cena de hacía unos días y aseguraron que estuvieron muy complacidos de haber sido invitados. La Sra. Windsor se mostró bien impresionada por la familia Bennet a lo que Lizzie agradeció, mientras veía a su madre y sus hermanas dando vueltas por los salones y rezaba para que se comportaran con prudencia, como les había pedido esa mañana. No quería que Darcy pasara un mal rato entre tantas amistades a causa de algún comportamiento inadecuado de su familia, por lo que estuvo siguiéndolas con la mirada, sin prestar atención a lo que la Sra. Windsor y la Srita. Sandra le decían. Poco tiempo después llegó Georgiana custodiada por el Sr. Windsor, que trataba gentilmente de cortejarla. Cuando hicieron el anuncio del primer baile, Darcy le susurró al oído a su mujer: –¿Me concede el honor, madame? Lizzie, sonriendo, tomó el brazo de su esposo. Los Sres. Darcy fueron seguidos por Georgiana y Windsor, quienes también tomaron su lugar. Al terminar el baile, Georgiana se quedó paralizada al ver que al otro extremo del grupo estaba el Dr. Donohue, quien había danzado con la Srita. Bingley y que ahora se dirigían hacia ellos para saludarlos. Lizzie, al ver quiénes se aproximaban, se quedó igualmente sorprendida y al ver a su hermana notó que estaba pálida, al lado de Windsor.

170 –Sr. y Sra. Darcy, no sabía que estaban de visita en la ciudad, aunque me lo imaginé al ver a sus parientes, la Sra. y las Sritas. Bennet –dijo al saludar la Srita. Bingley. –Venimos unos días por asuntos de negocios –respondió Darcy. –¿Acaso ya viven con ustedes, Sr. Darcy? ¿Aquí o en Pemberley? –preguntó la Srita. Bingley riendo–. Les quiero presentar al Dr. Donohue. Es el próximo médico más importante de Londres y posiblemente de todo el Reino Unido. Tiene una excelente reputación y continúa preparándose para destacar en su campo. Y por todos los comentarios que he escuchado, su familia, que reside en Gales, es encantadora. Me gustaría conocerla, Dr. Donohue –pidió con cierta coquetería. –Será un placer –respondió Donohue amablemente. –Sí, ya teníamos el gusto de conocerlo –contestó Darcy. –¡Oh, claro! por los Windsor –recordó la Srita. Bingley. Georgiana miraba con mucha expectativa y sorpresa a Donohue y él, apenas si la volteó a ver. –Srita. Darcy, hace usted una bella pareja con el Sr. Windsor, bailan muy bien –comentó la Srita. Bingley. –Muchas gracias –respondió Windsor. –Sra. Elizabeth, qué gusto me da ver que su madre ya está recuperada de su lamentable pérdida, se ve alborozada en la fiesta. ¿Quién diría que acaba de enviudar? Pareciera que está buscando marido, como las hijas –ironizó la Srita. Bingley. –Mi padre, que en paz descanse, debe estar muy complacido de que su amada esposa haya decidido salir adelante a pesar de su dolor gracias al apoyo y al cariño que recibe de sus hijas –indicó Lizzie. –Sra. Darcy, no sabía que había fallecido su padre. Siento mucho su pérdida –señaló Donohue. –Le agradezco, doctor. –¿Su padre ya está recuperado, Dr. Donohue? –preguntó Georgiana. –Sí, gracias –contestó ásperamente. –Y también ya supe de la estupenda noticia de mi hermano y de la Sra. Jane. Me encanta la idea de tener otro sobrino, ¿a usted no, Sra. Elizabeth? –dijo la Srita. Bingley. –Supongo que es maravilloso disfrutar de la alegría de los sobrinos sin tener la inmensa responsabilidad de educarlos o de cuidarlos. En cambio, para tener hijos es imprescindible una generosidad de corazón que no todas las mujeres poseen, aunque físicamente puedan ser madres –contestó Lizzie y posteriormente se dirigió a su acompañante–. Dr. Donohue, ¿hace mucho que llegó a Londres? Nos había comentado el Sr. Windsor que seguía en Irlanda. –Llegué ayer a la ciudad, Sra. Darcy, y pronto regresaré otra vez a Irlanda. –Nos comentó el Dr. Robinson que ya le falta poco para terminar sus estudios –inquirió Georgiana. –Sí –respondió Donohue despectivamente. –¿Y se establecerá en Londres? –Sí. –¿Qué estudios está realizando? –preguntó Darcy.

171 –La especialidad en Cardiología. Los dos primeros años fueron de mucha investigación y estudio. Este último año se ha enfocado más a la práctica. Aunque últimamente me han pedido que los apoye en la docencia. –Su desempeño debe ser muy bueno para que le encomienden esa importante tarea –comentó Lizzie. –Así parece, Sra. Darcy. Además de que, con la experiencia que ya he alcanzado con el Dr. Robinson prácticamente ya acredité el curso, según me han dicho. –El Dr. Robinson se expresa de usted muy bien. Le tiene mucha confianza y hemos oído incontables recomendaciones de su trabajo –declaró Georgiana. Donohue, sin contestar, mostró indiferencia ante el comentario; con lo que Georgiana, al instante, sintió una tristeza sin parangón. Repentinamente, se escuchó una batahola en el salón contiguo y una voz muy alterada que solicitaba a un médico. El Dr. Donohue acudió a ver qué sucedía. La Srita. Bingley le murmuró a Lizzie, acercándose: –Le agradezco mucho su compasión pero ya no la necesitaré. Lizzie, extrañada por lo sucedido, no prestó oídos a lo que la Srita. Bingley le había dicho, sólo la vio retirarse y no le dio importancia. Toda la gente estaba a la espera de lo que acontecía, cuando la Sra. Windsor se acercó a los Darcy y, con el rostro preocupado, le dijo a Lizzie: –Sra. Darcy, su madre… ya la está atendiendo el médico. –¿Qué le sucedió? –preguntó ella alarmada. –No lo sé. La llevaron a una de las habitaciones para recibir atención. Darcy tomó la mano de su esposa y, olvidándose de toda cortesía, caminó entre la gente abriendo paso y conduciendo a Lizzie que era seguida por Georgiana, hasta que llegaron a donde estaban los dueños de la casa, quienes los encaminaron hasta la habitación. La música continuó sonando y la fiesta prosiguió. Afuera de la habitación se encontraban Mary y Kitty, esperando noticias del doctor. Lizzie se acercó a ellas y les preguntó: –¿Qué ha sucedido? –No lo sé. Me dijo de un momento a otro que se sentía mal y cayó inconsciente –contestó Mary. Lizzie bajó la cabeza preocupada por el estado de salud de su madre, al momento en que Darcy la abrazaba y le decía: –No te preocupes, va a estar bien. Momentos después, el Dr. Donohue salió de la habitación y todos se acercaron a él para recibir noticias. –La Sra. Bennet ya se encuentra mejor, parece que sólo se le bajó la presión por la falta de oxígeno y de alimentación. Sra. Darcy, ¿la Sra. Bennet acostumbra comer bien? –Sí, muy bien, aunque hoy comió poco. Comentó estar tan emocionada de venir al baile que no tenía apetito.

172 –Revisé sus signos vitales y todo parece estar en orden. De todas maneras me gustaría ir a revisarla mañana para ver que siga mejor. –¿Alguna recomendación, doctor? –preguntó Darcy. –Que coma algo y descanse. En cuanto se sienta recuperada se la pueden llevar a su casa. –¿Podemos pasar a verla? –indagó Lizzie. –Sí, está despierta. Lizzie rápidamente entró en la habitación, seguida de sus hermanas. Darcy le mostró su agradecimiento al Dr. Donohue mientras Georgiana lo veía atentamente tratando de descubrir en él la razón de su apatía. Donohue asintió y, despidiéndose, se marchó. Dentro de la habitación, Lizzie se sentó en la cama al lado de su madre, que ya tenía mejor semblante, y le dijo a Kitty y a Mary: –¿Viste al Dr. Donohue? Es muy apuesto. De los hombres más guapos que he visto y ¡qué modales! Un excelente médico. Mañana va a ir a revisarme y se los presentaré. –¡Ay, mamá! Me alegra que ya te sientas mejor –suspiró Lizzie. Cuando la Sra. Bennet se repuso, se retiraron de la fiesta, agradeciendo mucho la hospitalidad de los anfitriones.

CAPÍTULO XXXV

A la mañana siguiente, la Sra. Bennet amaneció mejor, pero Lizzie quiso consentirla llevándole el desayuno a la cama mientras llegaba el doctor para revisarla. Darcy había salido temprano y estaría fuera todo el día, por lo que ella acompañó a su madre hasta la llegada del Dr. Donohue. Georgiana se había despertado muy temprano y bajó al salón principal donde esperaba obtener respuestas a sus dudas con la llegada de Donohue, aunque tristemente había perdido casi toda esperanza. Si antes había tenido dudas, ahora con la indolencia de él, sentía que todo estaba perdido. Después de un rato, Kitty y Mary bajaron a desayunar y Lizzie hizo lo mismo para avisar que estaría con su madre acompañándola. Durante el desayuno, Kitty no paraba de contar que había bailado con un caballero muy apuesto y que le había causado una excelente impresión el Dr. Donohue. Georgiana, meditabunda, casi no prestó escucha a sus comentarios, sólo veía constantemente el reloj como si de esa manera el tiempo corriera más rápido y la espera se redujera. Por el contrario, pasaban los minutos como el caminar de las nubes en el cielo en un día sin brisa; parecía como si el tiempo se hubiera estancado, hasta que por fín el mayordomo anunció al Dr. Donohue. Georgiana, sintiendo su corazón acelerar, se puso de pie, igual que Kitty y Mary. El Dr. Donohue entró y saludó como correspondía. Georgiana se acercó y le mostró el camino hacia la habitación donde se encontraba la Sra. Bennet. Kitty y Mary los siguieron. Donohue entró en la alcoba, donde estaban la Sra. Bennet y Lizzie. Revisó a su paciente, hizo algunas preguntas a la Sra. Darcy y recibió respuestas con extrema exactitud. La Sra. Bennet le pidió a su hija llamar a sus hermanas, mientras el doctor le

173 administraba una medicina para el dolor de cabeza y aprovechó para presentarlas. Cuando terminó la revisión, el doctor dijo que todo estaba en orden. Lizzie, pidiendo a sus hermanas que se quedaran con su madre, salió con el doctor topándose con Georgiana. Lizzie le preguntó a Donohue: –Doctor, me preocupa que este incidente sea consecuencia de algún descuido de mi madre provocado por la depresión que sufre por la muerte de mi padre. En su momento me dijeron mis hermanas que estuvo decaída por mucho tiempo y temo que eso haya afectado a su salud. –Sra. Darcy, su madre se encuentra saludable. Ya le hice un examen de sangre y con la revisión que le he realizado puede quedarse tranquila. Sólo cuide que se alimente bien y que descanse lo que ella quiera. Si ya desea levantarse, puede hacerlo. –Me tranquilizan sus palabras, gracias. Por cierto, doctor, muchas felicidades, supimos por el Sr. Windsor que pronto se casará. –¿Casarme? Debe haber una confusión –respondió Donohue. –¡Oh, qué extraño! –contestó Lizzie–. Entonces, le agradezco que haya venido a revisar a mi madre. Georgiana, por favor, ¿le puedes ofrecer algo de tomar al doctor? Quisiera ir con la Sra. Bennet. –Sra. Darcy. Muchas gracias, yo me retiro. –Lo acompaño a la puerta –contestó Georgiana. Donohue se despidió de Lizzie y siguió a Georgiana, quien estaba sumamente nerviosa y caminaba lentamente. Le había sorprendido la pregunta que Lizzie le formuló a Donohue sobre su casamiento, pero la respuesta le dio nuevas esperanzas ya que lo que había dicho Windsor había sido falso. Sabía que ésta sería tal vez la única oportunidad de saber qué estaba sucediendo. Su corazón latía intensamente y algo tenía que hacer para saber la verdad. Mientras caminaban a la salida, Georgiana le dijo: –La Srita. Sandra me platicó que usted tiene hermanos en Gales. –Sí. –¿Todos se encuentran bien? –Sí, gracias. –¿Su padre ha seguido mejor de salud? –Sí. Georgiana observó que el Dr. Donohue no quería adentrarse en la conversación y sólo contestaba lo más indispensable, por lo que se vio obligada a hacerle un comentario más directo. –Recibí su carta, después de mi visita a Oxford, cuando su padre enfermó y… –Srita. Georgiana –interrumpió Donohue deteniendo su caminar, con tan especial ternura en su mirada y en su tono de voz que admiraron a Georgiana–. Deseo con todo el corazón que alcance la felicidad al lado… En ese momento alguien tocó a la puerta y Donohue guardó silencio. Georgiana, lamentándose por lo ocurrido, abrió y era Fitzwilliam, quien venía a buscar a Darcy. Saludó y preguntó por su primo y Georgiana le indicó que no había regresado, por lo que el coronel se dirigió al despacho a esperarlo. Enseguida, Donohue le dijo:

174 –Srita. Georgiana, yo me retiro, ha sido un placer. –¡No se vaya, Dr. Donohue! –exclamó tiernamente, causando que el doctor se conmoviera–, me parece que me estaba diciendo algo importante pero no logro entender su significado. –Srita. Georgiana –le dijo mirándola con profunda devoción–, mi mayor deseo es que usted… La puerta se abrió y entró Darcy. Saludó al Dr. Donohue y preguntó: –¿Ya pudo examinar a la Sra. Bennet? –Sí. La Sra. Bennet se encuentra bien. Hoy la revisé nuevamente y todo está en orden. –¡Qué buena noticia! Mi esposa se quedó con mucho pendiente ayer. –Sí, la vi preocupada. Ya le expliqué que sólo fue un susto. –Le agradezco que haya venido. Por favor, envíele mis saludos al Dr. Robinson. –Con todo gusto. El Dr. Donohue se retiró dejando a Georgiana más embrollada que antes. Le sorprendió sobremanera la frialdad

con la que la había tratado la noche anterior en el baile y hacía unos momentos, pero

principalmente las palabras que dijo con tanto cariño y sinceridad, sin comprender su significado. Lizzie, al escuchar que se cerraba la puerta, bajó por las escaleras buscando a Georgiana para saber qué había pasado y, viendo a su marido, expresó: –¡Darcy!, ¡regresaste más temprano! Lizzie bajó las escaleras con mayor velocidad y se acercó a él que ya se dirigía hacia ella, y le tomó las manos. –Sí, aunque acordé reunirme aquí con Fitzwilliam para terminar unos asuntos. ¿Ya llegó? –preguntó Darcy. –Creo que no. –Fitzwilliam ya está en tu despacho –aclaró Georgiana, en medio de un mar de confusión. –Ya vino el Dr. Donohue a revisar a mi madre. Dice que la encuentra bien de salud –comentó con alegría. –Sí, ya me explicó que no tienes de qué preocuparte. ¿Te sientes más tranquila? –Sí, gracias. Y muy contenta de que hayas regresado. Georgiana se acercó y Lizzie vio su semblante muy serio, al tiempo que alguien llamaba a la puerta. Georgiana volteó con toda la esperanza de que fuera Donohue y sintió los latidos de su corazón acelerarse con ímpetu en tanto el mayordomo abría. Era un mensajero con una carta para la Srita. Darcy. El Sr. Churchill la recibió, cerró la puerta y se la entregó a Georgiana mientras sus hermanos la observaban. –Es de Murray Windsor –indicó enojada y decepcionada–. Hermano, ¿me harías un favor? Destrúyela – pidió entregándosela. Lizzie y Darcy se miraron sorprendidos mientras Georgiana abandonaba la estancia y se dirigía al jardín. –Iré a hablar con ella –indicó Lizzie. Darcy le agradeció, le pidió que en cuanto terminara de departir con ella le informara lo que estaba sucediendo y, tras observar a su mujer salir de la casa, se retiró al despacho. Lizzie se acercó a Georgiana y le preguntó:

175 –¿Qué pasó con Donohue? –¡Ay, Lizzie! Ya no sé qué ocurre. Estoy muy confundida. –Por lo menos sabemos que no habrá boda. –Sí. Eso me dio confianza. Georgiana le platicó cómo se había sentido en el baile con respecto a Donohue, su desdén y lo que hasta hacía unos minutos había sucedido a unos metros de distancia. Le comentó lo que Donohue le había dicho tiernamente, aunque sin poder concluir. –Y luego, ¿qué pasó? –Fitzwilliam nos interrumpió, luego Darcy llegó y Donohue se fue. –Georgiana, ¡parece que están destinados a que los interrumpan en el momento más importante! –Lizzie, ya no sé qué pensar. Al principio fue tan indiferente, pero cuando se despidió, no sé… –Si tú hubieras visto a Darcy un día antes de nuestro compromiso te sorprendería lo indiferente que se portó conmigo. Pero lo que te dijo después me tiene muy intrigada, ¿qué te habrá querido exponer? Y ¿por qué lo expresó de esa forma? –Fue tal como me habló en Oxford. Georgiana recordó las palabras que Donohue le dijo en el jardín de los Windsor: “Recuerdo que aquella noche en que la conocí viví los momentos más emocionantes de mi vida y no los he vuelto a sentir sino hasta ahora. Desde esa noche, mi corazón dejó de latir y sólo continué mi vida con la esperanza de alcanzar algún día un sueño que he anhelado desde entonces y que ahora, si me permite, le quiero participar…” Georgiana lamentó que Windsor hubiera interrumpido esa conversación. –Sí, lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Lizzie permaneció pensativa por unos momentos. Resonó cómo se había expresado Donohue de Georgiana en Oxford, sus hermosas palabras y sus miradas llenas de afecto. –Georgiana, lo que ha sucedido confirma que tengo razón. Él te ama, aunque hay algo que lo está deteniendo. –¿Por qué lo dices? –En Oxford se refirió a ti con un especial afecto y sus palabras en el jardín parecían una propuesta. Más tarde recibiste su carta, donde se disculpaba por no despedirse de ti, como si hiciera falta una explicación, en la que mostraba un patente anhelo de verte pronto. Pasó bastante tiempo y lo vimos en la boda del Sr. Willis; durante la ceremonia te observó con devoción, como en Oxford, pero no se acercó para saludarte y se fue, evitando cualquier encuentro. Transcurrió mucho tiempo otra vez y lo encontramos en el baile de ayer, en el que casi no te dirigió la palabra. Y hoy, de su boca supimos que no habrá boda y que desea de todo corazón que seas feliz. ¿No te parece extraño? La única manera de explicármelo es que algo lo detiene. De no ser así, después de Oxford te habría buscado, o en la boda del Sr. Willis habría facilitado un encuentro o hace unos momentos que estuvo a solas contigo, habría aprovechado para decirte algo más.

176 –O tal vez no me ama, puede que el motivo por el que no habrá boda es porque la damisela lo haya rechazado. –¿Y cómo explicas sus últimas palabras y la ternura con la que las expresó? Tú dijiste que su tono de voz era igual que cuando te habló en el jardín de los Windsor. Y eso dice más que todas las palabras. Si no te amara no te lo habría dicho con ese afecto. –Pero entonces ¿qué lo está deteniendo? –No lo sé. Podríamos pensar en muchos motivos, pero estaríamos inventando y no nos llevaría a nada. –¿Darcy se daría cuenta y hablaría con él? –No lo creo, me habría dicho algo. Tendremos que facilitar un encuentro. –Pero, ¿cómo? –Lo invitaremos a cenar hoy, para agradecerle sus atenciones con mi madre. Sin embargo, tendrás que aprovechar muy bien la oportunidad, porque Kitty seguramente querrá acercarse a Donohue. Le causó muy buena impresión. –Sí, en el desayuno no paraba de hablar de él. Pero ¿qué le voy a decir? –Ya pensaré en algo, ahora le escribiré la invitación y le pediré al Sr. Peterson que la lleve. Georgiana, sólo dime antes, ¿sucedió algo con Murray Windsor ayer? –No, me quiso cortejar como siempre y yo ya estoy cansada de su insistencia, además de que su carta llegó en el peor momento del día. ¡Tenía la esperanza de que Donohue hubiera vuelto! –expresó con desilusión y Lizzie la abrazó mientras Darcy las veía por la ventana. Lizzie se dirigió al despacho y tocó a la puerta. Darcy salió y le preguntó: –¿Qué te dijo Georgiana? –Que el Sr. Windsor la estuvo pretendiendo ayer y que no le interesa fomentar una relación con el caballero. –¿Y ella está bien? –Sí. Iré a ver cómo está mi madre. Darcy le agradeció y le dio un beso en la frente. Lizzie se retiró, preparó rápidamente la carta para invitar a Donohue y se la entregó al Sr. Peterson. Luego fue con su madre y se sorprendió al ver que ya estaba lista para salir de paseo. Kitty y la Sra. Bennet querían aprovechar el último día de su visita lo mejor posible, aunque tuvieron que esperar hasta el regreso del Sr. Peterson, quien le devolvió la invitación a la Sra. Darcy. Lizzie, al recibir el documento para Donohue, fue a buscar a Georgiana que estaba practicando en el piano y le enseñó la carta. Luego, Lizzie la impeló a dar un paseo en el jardín, en el cual le indicó: –Me dijo el Sr. Peterson que Donohue salió a Gales hace un par de horas y luego iría a Irlanda. –Entonces, ¿no vendrá a la cena? –expresó Georgiana con desilusión. –Ni siquiera pudo encontrarlo. Sólo habló con el Dr. Robinson, quien le dio razón de él. Parece que vino a ver a mi madre y salió de la ciudad. Es extraño que le haya dado tanta importancia a esta visita si ya tenía programado su traslado a Gales. La salud de mi mamá, según dijo ayer, estaba bien. No ameritaba retrasar su viaje a menos que hubiera tenido otro motivo para venir y aprovechó el pretexto del incidente con mi madre.

177 –Tal vez quiso quedar bien con Darcy. –Podría haber venido el Dr. Robinson a revisarla, en caso necesario, y habría quedado igualmente bien con Darcy. ¿Para qué lo haría? O tal vez venía por ti. –Pero ¿para qué vendría si apenas habló conmigo? –Te recuerdo que finalmente te dijo algo muy hermoso. Y seguramente también habría querido verte. Recuerdo a Darcy la mañana que acompañó a Bingley para pedir la mano de Jane, se portó tan indiferente conmigo, apenas me miraba, y yo a él. Prácticamente no cruzamos palabra. Cuando se fue, me cuestionaba lo mismo que tú ahora: ¿para qué habría ido?, y encontré muchas explicaciones razonables. Luego me confesó que se había justificado con Bingley diciendo que iba para convencerse de la sinceridad de los sentimientos de Jane, pero en realidad era para verme y comprobar si podía abrigar esperanzas de que yo lo amase. –¡Ay, Lizzie! No sé si podré aguantar esta incertidumbre. ¿Y si fuéramos a Irlanda? –La única manera de ir a Irlanda es diciéndole todo a Darcy, y aun así no sé si él lo acepte. No tienes parientes allá, ni amistades y sola no puedes ir. La Sra. Annesley fue a visitar a su familia… –¡La Sra. Annesley no! Ella es una buena persona y como institutriz es excelente, pero no le tengo la confianza que te tengo a ti. –Gracias Georgiana, pero sabes que yo no viajo a menos que Darcy venga con nosotras. Creo que la única posibilidad es que vayas con tu tía, en caso de que esté viajando por Irlanda con la Srita. Anne, aunque no sé si quieras ir con ellas. –No, no. Incluso si estuvieran allí, Lady Catherine no me dejaría ni respirar. Ojalá pudiéramos averiguar algo. –Entiendo lo que estás sintiendo. Yo también lo viví, también había perdido toda la esperanza y sufrí mucho por eso. –Perdóname Lizzie. Yo sé que ya padeciste la misma incertidumbre que yo y que ahora estás pasando por una pena similar, junto con Darcy. A veces sólo pienso en mi sufrimiento, olvidándome de lo que ustedes están sobrellevando. –Lo que nosotros estamos viviendo también es una prueba para nuestro amor. –Y tu madre, ¿ya está mejor? –Más que mejor. Ya se quiere ir de paseo. Desean aprovechar hasta el último momento de su visita. Estábamos esperando que el Sr. Peterson regresara y ahora me esperan a mí. ¿Quieres venir con nosotras? –Muchas gracias, Lizzie, pero prefiero quedarme. –¿Quieres que me quede contigo? –No, ve con tu madre y tus hermanas y disfrútalas que su visita pronto se acabará. –Pero, ¿estarás bien? –Sí, hermana, no te preocupes por mí.

178 Lizzie abrazó a Georgiana y se retiró. Se dirigió al despacho de Darcy y tocó a la puerta, él abrió y, al verla le dijo: –¡Qué sorpresa tan agradable! ¡Dos visitas a mi despacho en un sólo día! Lizzie sonrió. –Sabes que no me gusta interrumpirte mientras trabajas, pero venía para avisarte que saldré con mi madre y mis hermanas. –Entonces tu madre ya se repuso completamente. –Ya se siente bien y quieren aprovechar su último día en la ciudad. –Y quiero que mañana me acompañes a mí. –¡Claro! Será un día grandioso. –Georgiana ¿va con ustedes? –No. Ya le pregunté pero prefirió quedarse a descansar. Darcy miró afectuosamente a su esposa, acariciando su rostro, y luego le susurró al oído: –Gracias por regalarme momentos de tanta felicidad. Lizzie sonrió y él la besó tiernamente. Luego ella se marchó. Fitzwilliam le dijo a Darcy: –Has cambiado tanto desde que te casaste con la Sra. Elizabeth. Me alegro mucho por ti. Darcy se sonrojó y contestó: –Perdóname, cuando estoy con ella me olvido de todo lo demás. –Me da gusto que así sea.

CAPÍTULO XXXVI

La Sra. Bennet estaba ya muy ansiosa por irse de paseo, al igual que Mary y Kitty y cuando Lizzie se percató, ya estaban listas para irse, esperando en el salón principal. Pasaron el resto de la mañana fuera de casa. Lizzie quería aprovechar para comprar un libro para Darcy que no había podido buscar en toda su visita, por lo que pidió al Sr. Peterson que la llevara a la librería, acompañada por Mary, y le indicó que después llevara a su madre y a Kitty al parque, donde les gustaba ir ya que pasaban horas viendo a la gente. Lizzie y su hermana revisaron muchos libros y comentaron algunos de ellos. Lizzie se dio cuenta de que Mary se sentía muy sola e incomprendida por su madre y por Kitty y que acompañarla en esa actividad le había provocado alegría y satisfacción. Lizzie aprovechó para preguntar por un libro que tenía especial interés en adquirir, pues se lo había recomendado Darcy, aunque el vendedor le indicó que esa misma mañana una persona se lo había llevado; de todos modos compró uno para Georgiana y varios para Mary. Después de buscar y buscar entre estantes de libros, por fin encontró uno que le encantó para regalárselo a Darcy. Se trataba de un libro que él había mencionado hacía tiempo y que no había podido encontrar en

179 ningún lado. Era el único ejemplar del lugar y, seguramente de toda la ciudad, según le dijo el vendedor, ya que se lo había adquirido hacía un par de días a un coleccionista. Mary seguía viendo otros libros y Lizzie pagaba las compras cuando, sin advertir, un caballero se acercó sigilosamente hacia ella. –Se está llevando un libro muy valioso, Sra. Darcy. Es una joya. Lizzie volteó un tanto sorprendida, pero se asombró más de ver de quién se trataba. Era Philip Windsor. –¡Oh, Sr. Windsor! –saludó Lizzie como era debido. –Este libro lo he estado buscando desde hace muchos años y me alegra que lo encuentre en sus manos. Le aseguro que le va a encantar. –Gracias, será un regalo muy especial para mi esposo. También lo ha buscado por años, según me ha dicho. Aunque muchos de los libros que lee el Sr. Darcy los leo yo también. Me encanta cuando comentamos nuestras lecturas. –Recuerdo que usted tiene una gran afición por los libros. Después de permanecer un instante en silencio, él prosiguió: –La Sra. Bennet ¿ya se encuentra mejor de salud? Me comentó mi madre lo sucedido anoche. –¡Oh, sí! muchas gracias. Sólo fue un susto. Ya la revisó otra vez el Dr. Donohue y dijo que todo estaba en orden. –Me da mucho gusto que esté más tranquila. Me consternó verla tan preocupada aquella tarde. Aunque, si hay algo en que yo pueda ayudarla, me alegrará serle de utilidad. Lizzie asintió extrañada. –También quiero aprovechar para despedirme. Estaré fuera auxiliando a un amigo en Francia. Por favor, envíele mis saludos al Sr. Darcy y dígale que es muy afortunado. No sólo se lleva una joya de esta librería, se ha llevado el tesoro más valioso que hay sobre la tierra y deseo de todo corazón que sean inmensamente felices. –Gracias –indicó estupefacta. Windsor se retiró, Mary se acercó con Lizzie y le preguntó: –¿Qué te habrá querido decir con esas palabras? Los pensamientos de Lizzie se aceleraron vertiginosamente y, casi sin reflexionar, salió rápidamente del local y gritó: –¡Sr. Windsor! El caballero giró azorado de haber escuchado esa voz con su nombre y se acercó a la Sra. Darcy mientras ella caminaba hacia él. –Disculpe que lo entretenga. –No, Sra. Darcy. Es un placer servirle. –Quisiera preguntarle algo pero… deseo su completa confidencialidad. –Ya la tiene garantizada –aseguró extrañado.

180 –Estoy interesada en conocer… –dijo con cierta inseguridad en el tono de voz–… el procedimiento para la adopción de un bebé. –Sra. Darcy, sé que es un procedimiento poco común y yo no tengo la experiencia pero si le es de utilidad con todo gusto puedo investigar para informarle debidamente. –No, no, usted saldrá de viaje. –Eso no tiene importancia, puedo retrasarlo un par de días. –No. Gracias por su tiempo –concluyó al ver que Mary se acercaba a ellos. Lizzie se retiró con Mary y a los pocos segundos Windsor se acercó. –Sra. Elizabeth, ahora recuerdo que el Sr. Robinson sí tiene experiencia en esos asuntos, tal vez él pueda ayudarle. –Le agradezco mucho Sr. Windsor. Lizzie retomó el paso con su hermana y se dirigieron al carruaje que ya las esperaba; fueron a buscar a la Sra. Bennet y a Kitty al parque. Allí permanecieron un rato más caminando; Lizzie iba pensativa por la pregunta que le había formulado a Windsor, pensó que jamás daría ese paso pero había sentido un impulso de saciar esa inquietud en alguien en quien, a pesar de todo, podía confiar sin que Darcy se enterara. No quería perder otra vez la esperanza que había surgido gracias al amor de su esposo, pero no podía descartar la otra posibilidad por ignorancia; sin embargo no estaba preparada para hablarlo con su marido, incluso no sabía si ella estaría dispuesta a tomar una decisión tan seria. Y si nunca lograra embarazarse, y si Darcy no aceptaba la adopción… Sintió un gran vacío en su corazón al verse en esa situación, pero no podía dejarse caer otra vez. Entonces ¿qué haría con su vida? Mientras oía la plática de las Bennet, Lizzie repasó toda la conversación que sostuvo con el caballero y le llamó la atención la forma en que se expresó al despedirse en la librería. Esas palabras las escuchó esa misma mañana en la narración de Georgiana, cuando le platicó lo que el Dr. Donohue le había dicho y, al darse cuenta del posible significado que tenían, sintió una enorme tristeza por su hermana.

Tal vez

Donohue, con todo el amor en su corazón, se quiso despedir de Georgiana, así como Philip Windsor lo había hecho con ella, para siempre. Pero ¿qué razón habría tenido Donohue para despedirse, si amaba a Georgiana? Le angustiaba pensar cómo tomaría Georgiana el significado de esas palabras. Seguramente se sentiría totalmente derrotada, devastada, sin esperanzas y sin deseos de luchar, aun cuando Lizzie en el fondo de su corazón guardaba confianza, y se decía a sí misma: “si su amor es verdadero, acabará con todos los obstáculos”. Por eso, rezó para que se aclarara ese asunto de la mejor manera y, sobre todo, por la felicidad de su querida hermana y decidió reservar sus suspicacias, para no aumentar su confusión. Cuando regresaron a la casa, Darcy estaba en el estudio solo. Fitzwilliam se había retirado hacía rato. Lizzie, después de saludar a Georgiana en el salón principal, fue a buscar a Darcy para entregarle su libro. Ella entró y él se puso de pie, acercándose para recibirla. –¡Ya han regresado! ¿Les fue bien en su paseo? –preguntó Darcy. –Sí. Mi madre y mis hermanas estuvieron muy contentas.

181 –Y tú, ¿disfrutaste el paseo? –Yo… Pasé a la librería y… traje algo para ti –explicó sonriendo. –Tu sonrisa es suficiente para mí –se alegró. Lizzie le entregó un paquete y él lo abrió. –¡Oh! ¡No puedo creer que lo hayas encontrado! –exclamó Darcy con regocijo. –Me dijo el vendedor que era el único ejemplar de la ciudad y que posiblemente no iba a permanecer mucho tiempo en la librería –indicó orgullosa. –Sí, me imagino. Es una joya y está escrito a mano. ¡Este libro seguramente tiene más de un siglo! Te agradezco que lo hayas recordado. Y ¿encontraste algún libro de tu interés? –No, pregunté al comerciante pero dijo que ya se había vendido, justo hoy casi al abrir la tienda. Él se acercó a su escritorio. –Entonces espero que este libro sea de tu agrado. Darcy sacó de un cajón el libro que Lizzie había buscado en la librería y que tantos deseos tenía de leer y se lo dio. –¡Darcy, muchas gracias! Entonces tú fuiste el caballero que madrugó y que compró el ejemplar –expresó sobrecogida. –Sí, estuve esperando un rato a que abrieran, porque el vendedor llegó más tarde de lo acostumbrado. –Y ¿tu reunión de la mañana? –La moví para más tarde, con Fitzwilliam. –Yo pensé que sería en la ciudad, muy temprano. –Así iba a ser, aunque no te comenté que la cambié. No quería que te preocuparas si me demoraba en regresar, como efectivamente sucedió. Además, quería sorprenderte llegando más temprano. –Hoy me has dejado sorprendida y me siento muy feliz –afirmó tomando las manos de Darcy y él las besó–. Aunque sigo sin entender por qué si fuiste a la librería no compraste el libro que tanto tiempo llevas buscando. Me dijo el vendedor que lo tenía desde hace dos días. –¿No lo adivinas? –Prefiero escucharlo de ti. –Porque exclusivamente pensé en mi amada esposa. Además, quería regresar y disfrutar de tu sonrisa. Pero me complace saber que tú pensaste en mí y eso es más valioso que cualquier cosa. Lizzie sonrió. –Quería agradecerte todos los detalles que has tenido conmigo. –Todo es para verte feliz. Los Sres. Darcy se dirigieron al comedor, ya estaba lista la cena. Las Bennet y Georgiana los esperaban, mientras comentaban animadamente lo bien que les había ido en su paseo. En la cena, la Sra. Bennet le dijo a su hija:

182 –Sra. Darcy, éste ha sido un viaje espléndido, le estamos muy agradecidas. Nos hemos divertido mucho y pudimos conocer a varias personas muy interesantes en el parque. Pero quedé admirada del Dr. Donohue ¡qué caballeroso en venir a revisarme! Incluso ayer le dije que ya me sentía más repuesta. Así pudimos aprovechar para presentarle a mis hijas. ¿No le parece un buen partido, Sr. Darcy? Él asintió. –Lástima que ya regresaremos a Longbourn y ustedes a Pemberley. Me habría gustado tratarlo más –expuso Kitty. –Ya no se encuentra en la ciudad –comentó Georgiana–. Salió hoy a visitar a su familia. Darcy se sorprendió de que su hermana estuviera tan enterada de las actividades de ese hombre. –Entonces, en la siguiente visita que tengamos, ¿verdad Lizzie? Tal vez haya oportunidad de conocerlo mejor. Con él no necesitamos bailes, con sólo fingir que alguien se enferma es suficiente para mandarlo llamar y vendrá de inmediato. Ya resultó una vez –afirmó Kitty burlándose. Todos giraron su mirada hacia la Sra. Bennet. –Mamá, ¿tienes algo que explicarme? –indagó Lizzie molesta. –Por supuesto que no, hija –mintió y, sintiendo la mirada de incredulidad de sus anfitriones, cambió el tema de conversación y preguntó–. Mary, ¿encontraste algún libro de tu agrado en la librería? –Sí. Lizzie me regaló algunos libros y quiero empezarlos acabando de cenar –dijo Mary seriamente. –Por el tono en que lo dices, seguramente estuvo muy divertida la visita a la librería –indicó Kitty–. Yo prefiero ir al parque, allí pudimos ver a tantos apuestos caballeros. –Lo que me tiene todavía intrigada, Lizzie, son las palabras que te dijo el Sr. Philip Windsor en la librería – recordó Mary. –¿El Sr. Philip Windsor? –inquirió Darcy pasmado y enojado. Lizzie sintió que el color se le desaparecía de las mejillas, pensando en que tal vez Mary se había dado cuenta de algo y respondió, tras haber respirado profundamente, tratando de restarle importancia al suceso. –Sólo se despidió. Me dijo que iría a Francia por tiempo indefinido. –Y ¿para qué querría ir a Francia en estos momentos? –curioseó Kitty–. Es el último lugar de la tierra que yo visitaría si tuviera la oportunidad de viajar. Con todo lo que está pasando allá. –Pero no sonó solamente como una despedida: “Que se ha llevado el tesoro más valioso del mundo y que les desea que sean muy felices” –repitió Mary. –Me preguntó también cómo seguía mi mamá –explicó Lizzie. –¡Qué caballeroso! Yo sabía que esa familia era muy amable. Posiblemente la Sra. Windsor le comentó y qué buena atención tuvo en preguntar por mi salud. Mary ¿y tú platicaste con el Sr. Windsor? –investigó la Sra. Bennet. –No, yo estaba viendo unos libros cuando me di cuenta que Lizzie estaba en la salida con él. –Me estaban envolviendo el libro para Darcy, cuando seguramente pasó, me vio y quiso preguntar por tu salud, mamá –aclaró Lizzie.

183 Darcy veía a su mujer con atención, severamente. –Y luego Lizzie salió corriendo de la librería tras él, no sé para qué; cuando la alcancé el Sr. Windsor se retiró. Darcy endureció su rostro, colocó el cubierto sobre su plato estrepitosamente, olvidándose de que estaban cenando con invitados, se levantó dejando caer su servilleta y se retiró sin despedirse. El silencio se hizo presente, un ambiente gélido recorrió el comedor y todas las miradas se posaron sobre Lizzie, quien, tras unos segundos, se puso de pie y abandonó el lugar. Al subir las escaleras por donde su marido había ascendido segundos antes, Lizzie escuchó una puerta cerrarse violentamente, sintió como si el golpe se lo hubieran dado en el pecho, causando que su paso se hiciera más lento y su nerviosismo aumentara. Aun así, llegó a su alcoba, tocó y entró. Darcy estaba parado viendo a la ventana, impávido, repasando la descripción de los hechos que había narrado Mary, imaginando a su mujer corriendo tras ese hombre sabrá Dios para qué, sintiendo su ira desbordarse casi sin control. Lizzie lo observó, sabía que estaba encrespado y con justa razón, después de haber escuchado a su hermana, quien mal informó toda la situación. –Sé que estás molesto –afirmó Lizzie tratando de conservar la calma. –¿Molesto? –preguntó girando. –Mary describió todos los hechos fuera de contexto. No fueron las cosas como parecen. –¡Si hasta tu rostro cambió de color! –exclamó alzando la voz–. ¿Entonces cómo fueron? ¿qué te dijo ese hombre y por qué saliste corriendo tras él? –Me preguntó por mi madre y dijo que se alegraba de verme más tranquila ya que el otro día me había visto muy preocupada. Ignoro a qué se refería. –Yo sí lo sé –murmuró Darcy. –Me comentó que se iría a Francia a ayudar a su amigo y que te mandaba saludos y deseos de felicidad. –¿Deseos de felicidad? ¡Eso no fue lo que dijo tu hermana! ¿Por qué tratas de ocultar las cosas o manejarlas a tu modo? ¿Qué fue lo que dijo ese hombre? –¡Que eres muy afortunado! No sólo te habías llevado una joya de la librería sino también el tesoro más valioso que existe sobre la tierra y que desea que seamos inmensamente felices. Darcy, exacerbado, salió al balcón y Lizzie lo siguió. –Lo que me dijo el Sr. Windsor no vale tanto como para que te enojes o pierdas el apetito. Darcy volteó hacia su esposa. –¡Claro! Y después de eso saliste corriendo a buscarlo. ¿Acaso se regocijó con sus halagos, Sra. Elizabeth? – gritó. –¡Sr. Darcy, esto es un insulto! –vociferó–. ¡Yo nunca he buscado sus halagos y no tengo necesidad de salir corriendo tras de nadie, ni siquiera por usted!

184 –Si, ¡ni siquiera por mí, pero por él sí! ¿No se da cuenta, Sra. Elizabeth, que salir corriendo tras un hombre es una conducta inapropiada, reprobable, indigna de cualquier mujer? ¡Ni siquiera Georgiana, que es tan ingenua, lo haría, y más una mujer casada! ¡Y tras ese sujeto! ¡Él está enamorado de ti! –Sí, lo sé. –¡Y tiene el descaro de reconocerlo! Y ¿aun así saliste a buscarlo con premura? –interpeló enloquecido de rabia. –¡Sí, pero no por lo que usted piensa, Sr. Darcy! –Entonces Sra. Elizabeth, tengo todo el derecho de exigirle una explicación. –No creo que sea el mejor momento para discutir ese tema. ¡Si usted insiste en faltarme al respeto, no vamos a llegar a nada! –¿Y el respeto que usted le debe a su marido? Si no es en este momento, entonces ¿cuándo? ¿Cuando me llegue la noticia por otro lado, como hoy? Seguramente si Mary no hubiera comentado nada, usted se lo habría reservado. Entonces ¿cuántas cosas más me ha ocultado ya? –Si usted reacciona de esta manera ¿cómo quiere que se lo diga? –¡Si usted me lo hubiera dicho, no estaríamos aquí, sintiéndonos agonizar de rabia! –Yo no le he dado motivos para dudar de mí. ¡Por lo visto usted no se da cuenta por todos los problemas a los que me estoy enfrentando! –¿Y cree usted que para mí es muy agradable lo que está sucediendo? Si usted no es culpable de lo que parece, entonces ¿qué la detiene? –¡No soy culpable y lo sabes! –gritó alzando su mirada que reflejaba la sinceridad de sus palabras. A pesar de eso, Darcy esperaba su explicación. Lizzie continuó, tratando de serenarse: –Le solicité su asesoría profesional. –¿Su asesoría profesional? –Él es abogado y quería consultarle algo. –¿Querías consultarle algo? ¡Yo soy el responsable de resolver todos los asuntos de mi esposa! –¡Ya salió a relucir el orgullo del Sr. Darcy! ¡No se vaya a sentir ofendido porque su mujer sabe ser independiente y puede resolver sus problemas! –¿Cómo?... –respiró profundamente, tratando de contener toda su ira–. ¿Por qué recurriste a él?, ¿qué querías consultarle? Lizzie guardó silencio pensando en qué le contestaría, queriendo evitar el verdadero tema que había tratado con Windsor y, diciendo parte de la verdad, explicó: –Quiero ocupar mi tiempo en alguna actividad y le pedí su asesoría para ver qué necesito para poner un negocio. –¿Un negocio? ¡Esto es insólito! –clamó indignado–, ¿por qué?, ¿te hace falta dinero?, ¿no te alcanza con la mensualidad que te doy? –No es por eso, Darcy, la cantidad que recibo de ti es muy generosa y te lo agradezco.

185 –Los negocios son asuntos que únicamente lo discuten los hombres; además, estás hablando con la persona más exitosa y que se sabe todos los detalles del tema, quien, casualmente es tu marido. Pero ¿por qué quieres poner un negocio? Tienes una biblioteca completa a tu entera disposición, en realidad dos si tomamos en cuenta la de esta casa. –Sabes que me encanta el estudio, pero necesito hacer algo más. –Dedicarte a un negocio no es una actividad para una dama de la alta sociedad. –¡No te casaste con una dama de la alta sociedad y lo sabías! Darcy, con tu negocio te he visto menos y el tratamiento médico apenas lo estamos empezando y no sé cuándo resulte, dijo el doctor que puede llevar mucho tiempo y... sabes que mi mayor ilusión es que resulte pronto y entonces estaría dispuesta a dejar mi actividad por cuidar de nuestro bebé pero… –¿Por qué me ocultaste a mí algo tan importante? –cuestionó tratando de guardar la calma–, y, ¡en lugar de confiármelo fuiste con él para pedirle asesoría! –¡Porque quería darte una sorpresa y que te sintieras orgulloso de mí, pero ahora lo has arruinado! Además, la idea me la diste tú, al decirme lo que hizo tu madre. –¿Qué tiene que ver mi madre en todo este asunto? –Tu madre sembró el rosal de este jardín, según me dijiste. Yo quiero hacer lo mismo y venderlas. ¡No es una actividad indecorosa! Darcy se quedó perplejo ante la innovadora idea de poner un invernadero. –He visto en varios libros las plantas que se favorecen en Derbyshire y pensaba preguntarle al jardinero. Darcy respiró profundamente y apoyó sus manos sobre el rocoso petril viendo a las estrellas. –¿Sigues molesto conmigo? –indagó Lizzie viendo a su marido. Darcy guardó silencio, luego se incorporó y dijo: –Sra. Elizabeth, ¡usted ha hecho el ridículo al salir corriendo tras ese hombre! ¿Cree que ya lo he olvidado, a pesar de sus razones? ¡Ha puesto su reputación, mi reputación y la de mi familia en riesgo sólo por ese hecho! ¿Quién sabe cuánta gente vio esto? y ahora ¡todo lo que estarán diciendo del asunto! –¡A mí no me importa qué diga la gente! Yo sólo pensé que tenía una buena idea y recurrí a la gente que conozco para informarme. –¡Yo tengo una reputación que cuidar, incluyendo la de mi esposa, aunque a ella no le importe! Además, ¿no te has puesto a pensar que con esa actitud tal vez le des esperanza a ese hombre? –Él sabe que estoy felizmente casada, al menos hasta hace rato. –Con lo que le preguntaste, seguramente se estará cuestionando por qué quieres poner un negocio, a escondidas de tu marido. ¡Ha de estar imaginando que tienes problemas conmigo y que te quieres independizar! Y ciertamente él estaría encantado de esperarte. –¡Darcy! ¡sabes que eso no me interesa! –¡Discúlpame Elizabeth!, esto es demasiado para un sólo día. –Si no es hoy, entonces cuándo lo discutiremos.

186 –Mañana, si no tienes inconveniente. Lizzie, enojada, se introdujo a su cuarto, se acercó al buró de su marido, abrió el cajón y sacó la caja donde estaba guardada la llave de la habitación contigua. Cerró el cajón y, tomando una vela, se fue a la otra pieza mientras su marido, enfadado, la miraba de reojo. Cuando entró, sintió frío en todo su cuerpo. Nunca había estado en ese lugar, observó que todo estaba en perfectas condiciones. Pensó que esa era la alcoba que podría estar ocupando su hijo, si existiera. Se sentó en el sillón y trató de tranquilizarse sin lograrlo. Sabía que había herido profundamente el orgullo de su esposo, pero, y si le hubiera dicho toda la verdad…Viendo la actitud tan negativa que había tenido Darcy con la noticia, ¿cómo llegaría a tomar la idea de la adopción? Prácticamente podía descartar que algún día la aceptara: ¡un heredero que no fuera de su sangre! ¡era inconcebible! Entendió el profundo dolor que había sufrido su tía cuando el Sr. Gardiner se negó a esa propuesta… y seguramente con Darcy sucedería lo mismo. Se recostó, sintiéndose ajena a ese lugar, y reflexionó sobre lo acontecido hasta que amaneció. Darcy, tras haber pasado largo rato en el balcón, se introdujo a su habitación pero no paró de resonar en su memoria las sórdidas palabras que había escuchado esa velada, caminando de un lado al otro, hasta vislumbar las primeras luces, cuando salió de la alcoba y de la casa. Lizzie, al escuchar que la puerta de su alcoba se cerraba y las pisadas de su marido cruzaron el pasillo, se levantó y se dirigió a la ventana. Tras unos minutos, Darcy salió en su caballo a toda velocidad. Pensó que ni siquiera había tenido el interés de hablar con ella antes de irse a cabalgar. Se dirigió a su habitación, viendo que la cama no había sido ocupada durante la noche. Se alistó y, cuando estuvo lista, esperó un rato a su marido pensando en que regresaría antes del desayuno para concluir con la conversación, pero no fue así. Viendo que ya pasaba la hora del desayuno, decidió bajar para acompañar a su madre y a sus hermanas. Llegó al salón principal y ya la esperaban, la Sra. Bennet preguntó por el Sr. Darcy y ella le dijo que había salido desde temprano a resolver algunos asuntos. Durante el desayuno, la Sra. Bennet y Kitty recordaron las eternas discusiones que se vivían en Longbourn, pero Lizzie no les prestó atención. Al concluir, Lizzie acompañó a sus visitas a su carruaje y las despidió junto con Georgiana, quien, al alejarse el vehículo, le preguntó: –Lizzie, te veo preocupada y Darcy hoy te había invitado a ir de paseo. ¿Sucede algo? –Disculpa Georgiana, pero no me siento bien. Quisiera ir a descansar. Sin más, se retiró prontamente a su habitación donde permaneció el resto del día. Cuando el crepúsculo se escondía, Darcy llegó en su caballo. Lizzie lo vio desde su ventana y esperó un rato a que él la fuera a buscar. Finalmente por él era que habían suspendido la conversación, le correspondía a él dar indicios de que ya estaba listo para continuarla. Transcurrió una hora más y, por fin, alguien tocó a la puerta y entró Darcy. Lizzie se puso de pie y él, tranquilo pero serio, le dijo: –Sra. Elizabeth, estuve meditando sobre su proyecto y tengo varias consideraciones al respecto. Lizzie escuchaba con atención.

187 –Estoy consciente de la difícil situación que usted está viviendo, por razones que están, hasta cierto punto, fuera de nuestro alcance, aun cuando hemos hecho lo que hasta ahora se ha podido para lograr lo que tanto anhelamos. Pero todavía no puedo concebir la idea que me ha propuesto, ¡va en contra de todo lo que he visto en mi vida! –¿Sembrar plantas y flores es algo que nunca había visto en su vida? –¡No te burles! –vituperó–. ¡Que mi esposa se dedique a alguna actividad remunerada, el que ya no dependa de mí! –¿Que como marido pierda el control sobre su esposa? A mí nadie me tiene que controlar, yo estoy aquí porque quiero y nadie me obliga a permanecer en esta casa. –Entonces ¿quiere irse de esta casa? –preguntó alzando la voz. –No. Darcy respiró profundamente. –Sra. Elizabeth, le suplico que entienda mi situación. Yo fui educado para administrar los negocios, para solventar las necesidades de mi familia, las necesidades de mi esposa. –Y así seguirá siendo, nadie le quitará su función de proveedor que tanto defiende. –La función de la mujer dentro de su casa es muy importante, es indispensable para que la vida familiar sea cordial. –Eso no se verá afectado. –Yo sé lo que implica atender a un negocio, además de la inversión inicial que se tendría que hacer… –Que estoy dispuesta a costearla. He ahorrado suficiente dinero, no le voy a pedir… –¡No se trata de eso y lo sabes! –exclamó alzando la voz–. Al llevar un negocio estarás en contacto con gente que te puede faltar al respeto, tendrás que salir de la casa para ofrecer tus productos y yo no podré estar todo el tiempo contigo, mucha gente te conocerá ya no como la respetable Sra. Darcy sino la que vende flores… –¡Como si vender flores fuera una actividad censurable! –contestó con extraordinaria firmeza–. A mí no me importa lo que diga la gente, siempre he estado en contra de muchas normas sociales y lo sabías y ¡yo sé muy bien cómo darme a respetar ante cualquier persona que se presente! –No lo dudo, pero el mundo de los negocios no siempre es cordial ni fácil. Lizzie, no entiendo por qué estás empeñada en esa idea. ¿Acaso no has sido feliz a mi lado? ¿No te basta el amor que te demuestro todos los días para alcanzar la dicha que buscas? ¡Me llena de frustración pensar que no estás satisfecha con la vida que llevas! ¿Te falta alguna actividad porque te aburres, a pesar de la compañía de Georgiana, inclusive teniendo plena libertad de salir cuando te plazca al condado o a la ciudad a hacer alguna visita? ¿Quieres realizar algún estudio en especial? Le puedo pedir a la Sra. Annesley que te apoye. ¿Quieres sembrar plantas y flores? ¡Tienes todo el jardín de Pemberley y el de esta casa para que lo hagas a tu entera satisfacción! –Darcy, no es eso –dijo tratando de sosegarse–. Todas esas actividades me complacen y las realizo con gusto, pero Dios sabe que la dicha plena la encontraré cuando tengamos nuestros hijos y me pueda dedicar a

188 ellos, pero mientras llega ese momento tengo que tener mi mente ocupada en algo más que sembrar, tocar el piano o pasear. ¡Estoy enloqueciendo pensando sólo en la frustración de no ver cumplido mi sueño! –¡Te pido que asumas tu papel, como lo habías hecho muy bien, y te comportes como la Sra. Darcy! – increpó. –¿Recuerdas que no siempre he sido la Sra. Darcy? –clamó. –¡Pero ahora sí y si quieres permanecer en esta casa tendrás que seguir mis reglas, observar las buenas costumbres y comportarte como dama que eres! No voy a permitir que mi esposa me ponga en ridículo nuevamente y ande en boca de toda la ciudad con una loca idea de tener una actividad que le corresponde afrontarla únicamente a su marido. ¡Bastantes rumores se despertaron por tu actitud de ayer que hoy tuve que soportar! Lizzie se quedó perpleja, impotente ante las normas sociales que tanto odiaba y que ahora su marido le imponía irremediablemente. Se sintió derrotada y llena de frustración ante la vida que se le presentaba: no podría alcanzar ninguno de sus sueños y no podía hacer nada al respecto. –¿Qué decide, Sra. Elizabeth? –¿Acaso tengo alternativa? Ya no quiero hacer nada –dijo sometida, sintiéndose igual de fracasada que cuando habló con Lady Catherine en Longbourn. Darcy se desconcertó por su actitud y conmovido, se acercó y le dijo: –Lizzie, es por tu bien. Así deben ser las cosas, nuestra sociedad ha vivido así por siglos y nosotros no podemos hacer nada para cambiarlo. –Ya no quiero hablar del asunto –indicó bajando la mirada para esconder sus sentimientos. Darcy le ofreció su brazo para escoltarla al comedor para la cena, pero ella le dijo: –Le agradezco, Sr. Darcy, pero no tengo apetito. Darcy endureció su rostro y se retiró.

Los siguientes días, Lizzie se mostró distante, taciturna, indiferente a lo que sucedía a su alrededor, con un dejo de tristeza que no la abandonaba. Durmió con su marido, como siempre, a quien le hablaba de usted en todo momento, como si existiera una muralla entre ellos, que por más que quiso traspasarla Darcy no pudo. Ella trataba a su marido con amabilidad y respeto, respondía a sus funciones de esposa y ama de casa como siempre, pero como si la Lizzie de siempre hubiera desaparecido. Georgiana, preocupada de verla tan deprimida, habló con ella y luego con su hermano, sin comprender lo que sucedía. Al ver a su esposa en ese estado, Darcy, solo en su despacho, sufrió una confrontación consigo mismo como sólo lo había hecho cuando cultivaba la remota y loca idea de proponerle matrimonio a la Srita. Elizabeth. Recordó que en esa época, había pasado semanas deliberando sobre esa idea inconcebible para él por todo lo que representaban las convenciones sociales, lo que todos esperaban de él y la crisis emocional que tuvo que superar para tomar la dichosa decisión de confesarle sus sentimientos a su amada, aun cuando fue rechazado.

189 Ese había sido el primer paso para alcanzar la felicidad que hasta hacía unos días habían disfrutado plenamente. Había tomado esa difícil decisión por amor a ella, había ayudado a Lydia y aceptado el soborno de Wickham, tras muchas complicaciones, sólo para recuperar la tranquilidad de su amada, a pesar de que sabía que no era correspondido; se había enfrentado a su tía y al murmullo de muchas personas de su círculo para casarse con Lizzie. Ahora su corazón le exigía dar nuevamente ese paso por amor, aun cuando su razonamiento se lo impedía cabalmente. Recordaba con nostalgia esa sonrisa que lo llenaba de alegría y que se había borrado por completo sólo por el deber ser que la sociedad les había impuesto y que él lo había dictado como norma indispensable en su casa, a su amada esposa, que ahora se sentía reprimida de todo deseo. Recordó toda la perorata que Lady Catherine le dictara cuando habló con él para arrebatarle una promesa que sabía que destruiría su vida y toda posibilidad de ser feliz. Tristemente ahora él le había impuesto a su mujer todas las normas que su tía le había recordado que debía cumplir a su familia y a la sociedad, causando la desdicha de la persona más importante para él, sólo por su orgullo, sólo por las normas sociales, las buenas costumbres y los “valores femeninos” que se esperaban de una dama de la alta sociedad. Darcy sabía que Lizzie había aceptado sus condiciones por amor a él, renunciando a sus anhelos y recrudeciendo la depresión que ya había manifestado durante ese viaje. Y la solución la tenía al alcance de la mano, pero implicaba tantas cosas a las que no estaba preparado para asumir, aunque tampoco había sido educado para casarse con una mujer cuyo espíritu ansiaba superación, libertad, lucha, realización, plenitud, a cambio de entregar toda la ternura y devoción que tanto lo habían hechizado. Así pasaron los siguientes días en Londres. El regreso a Pemberley no fue diferente, todos permanecieron en silencio durante el trayecto, cado uno metido en lo más profundo de su meditación.

CAPÍTULO XXXVII

A su llegada, Lizzie expresó sus deseos de descansar en su habitación antes de la cena y subió. A los pocos minutos, alguien tocó a la puerta y entró Darcy. Lizzie, quien estaba recostada en la cama, se puso de pie. –Lamento interrumpir tu descanso. Sé que no has dormido bien últimamente. –No tenga cuidado, Sr. Darcy. –¡Sr. Darcy! Lizzie, ¿cuándo vas a dejar de estar molesta conmigo? –Yo no estoy enojada, señor, ni pretendo hacerlo enfadar. Usted me pidió que me comportara dignamente, como las normas sociales me lo exigen y como se comportaría la Sra. Darcy en tales circunstancias. Si a usted le molesta que le hable con tanta corrección, le pido una disculpa, pero desde aquella conversación sólo hago lo que usted me solicitó. Yo no me imagino a su madre tutear a su marido, por más amor que se tuvieran.

190 Darcy recordó que así había sucedido, los Sres. Darcy se amaban y se respetaban ejemplarmente, pero nunca vio, al menos en su presencia, esa cercanía que había logrado con su esposa y que, recordando bien, era algo que le había irritado cuando la conoció, pero que lo hechizó en lo subsecuente. –Si tanto le molesta que me dirija a usted de esta manera, Sr. Darcy, entonces ya no lo haré. –¿Volverás a hablarme como antes? –Si tú quieres –dijo mostrando su desánimo. –Lizzie, extraño mucho tu sonrisa. –Hace tiempo escuché que alguien dijo que la Srita. Elizabeth sonreía demasiado. –No me importa lo que haya dicho esa mujer. –Entonces no entiendo Darcy, ¿cómo puede marcarte tanto unas normas sociales y otras te pueden dejar de importar sólo porque te conviene? Quieres que me transforme en alguien que no soy, al menos en parte. No tengo deseos de sonreír, no tengo deseos de luchar, porque me he dado cuenta que a mi marido le importa más cumplir con las reglas que alguien impuso que la felicidad de su esposa. Pero ya estoy resignada a hacer de mi vida, la única vida que tendré, lo que todos esperan de mí. Darcy se dio cuenta, con un dolor muy grande en su corazón, que le estaba quebrando el espíritu que tanto lo había deslumbrado, le estaba cortando las alas a esa persona que anhelaba volar libremente, la estaba encerrando en una jaula de oro y extinguiendo esa alegría que siempre le había admirado y colmado de una dicha indescriptible. Lizzie se volvió a acostar en la cama y se quedó dormida. Pasado un rato en que Darcy continuó su difícil deliberación, se retiró a cenar con su hermana. A la mañana siguiente, Lizzie estaba cepillando su larga cabellera para peinarse cuando Darcy tocó a la puerta y entró a la alcoba. Al verlo, Lizzie se puso de pie mientras él se acercaba para entregarle una hermosa flor y ella la recibió. Darcy le dijo con cariño: –Es muy difícil encontrar flores en esta época del año que no estén dañadas por la lluvia o por el frío y me gustaría halagar a mi amada con mayor frecuencia. He estado pensando que es una excelente idea que mi esposa inicie su negocio en los próximos meses. –¿Cómo? –respondió Lizzie sin comprender, mientras sus ojos se desbordaban de lágrimas. –Creo que sería un negocio fructífero y fomentaría que los caballeros halaguen a sus esposas como ellas se merecen. Podríamos hacer una alianza: la Sra. Darcy cultiva las flores, yo pondré los floreros de porcelana y abriremos una florería en el condado, el local lo podría atender alguna otra persona, mientras la dueña lo administra, si usted está de acuerdo. Lizzie, sin poder creer lo que estaba escuchando, lo abrazó efusivamente mientras sollozaba y sacaba todo el sentimiento que había reprimido en los días anteriores. Darcy la estrechó fuertemente.

Unos días más tarde, después del desayuno, Darcy le pidió a Lizzie que lo acompañara a la galería de esculturas, mientras esperaba que Bingley y Fitzwilliam llegaran para trabajar en el estudio. –Ya extrañaba la paz que me inspira este lugar –afirmó Darcy.

191 –Sí. Hemos estado varias semanas sin venir –indicó Lizzie–. Cuando tú estás fuera todo el día, a veces vengo aquí para ver tu escultura y no extrañarte tanto. Eso no lo podía hacer en Londres. –Entonces, ¿vienes seguido? –Sí, me encanta. Recuerdo que la primera vez que estuve aquí, descubrí una parte de ti que había permanecido oculta ante mis ojos y sentí una conmoción que invadió todo mi ser, la que revivo cada vez que camino a tu lado por estos pasillos. Y cuando vengo sola, encuentro tanto de ti en este lugar que me consuela en medio de la tristeza que provoca tu ausencia. –Me alegra que disfrutes estar conmigo en este lugar, recuerdo que no siempre fue así. Lizzie rió. –Hoy te ves preciosa –dijo Darcy observándola tiernamente y la besó. Más tarde, Georgiana llamó a la puerta del salón y entró con Fitzwilliam y Bingley. Los Sres. Darcy se acercaron para recibirlos y saludaron como era debido. –¿Cómo está Jane? –preguntó Lizzie a su cuñado. –Muy bien, gracias. El embarazo va excelente, según nos ha dicho el Dr. Thatcher. Ella se siente mejor y Diana está muy emocionada por su nuevo hermano. Jane juega con ella, cada quien con un bebé, y le encanta. –¿Y cómo está Diana? Debe estar diciendo muchas palabras. –Ya se entiende mejor lo que dice, y no para de hablar. –¡Ay! Tengo tantos deseos de verlas. –Podrían venir a desayunar el sábado, para que la Sra. Bingley no esté muy cansada –propuso Darcy–. ¿Te parece bien, Lizzie? –Siempre estás pendiente de mis deseos –indicó ella sonriendo. –Jane estará fausta con la invitación –aseguró Bingley. Los señores se retiraron al estudio y las damas se quedaron un rato más. –¿Te ha gustado el libro que te di? –indagó Lizzie. –Sí, me falta poco para terminarlo. –En cuanto acabe el libro que me regaló Darcy, me gustaría leer el que me habías recomendado. Lizzie advirtió triste a Georgiana y le preguntó: –Te noto desanimada, ¿estás bien? –Lizzie, desde que llegamos de Londres no dejo de pensar en Donohue y en lo que sucedió. –Sí, me imagino. Recuerda que en enero Donohue regresará a Londres y tal vez podamos arreglar un encuentro para aclarar nuestras dudas. Estoy rezando mucho para que todo se aclare pronto. En ese momento, el mayordomo tocó a la puerta para anunciar a un visitante muy inesperado. El Sr. Murray Windsor, quien causó gran sorpresa en las damas. El visitante saludó y dijo: –Srita. Georgiana, hoy luce especialmente bella. Georgiana inclinó la cabeza y Lizzie expresó:

192 –¿Cómo se encuentran los Sres. Windsor? –Muy bien, gracias. Están en Oxford, con mis hermanas. Durante nuestra visita a Londres, le mandé una carta, Srita. Georgiana, supongo que no la recibió porque no obtuve respuesta. Mis padres querían convidarlos a cenar para agradecerles sus atenciones, Sra. Darcy. –Es una pena que no la hayamos recibido. ¿Ha venido solo a Derbyshire? –Sí, Sra. Darcy, he venido a tratar un asunto de suma importancia. No tenía el gusto de conocer este salón. Tiene esculturas muy hermosas, es semejante a un museo –reconoció Windsor caminando y contemplando las obras de arte con detenimiento. –¿Gusta tomar té? –preguntó Georgiana nerviosa. –No, muchas gracias. ¿Visita usted mucho este salón, Srita. Georgiana? –No con tanta frecuencia. Mi hermano y su esposa sí vienen periódicamente. –Disfrutamos mucho estar aquí –comentó Lizzie. El Sr. Windsor se detuvo, dando media vuelta regresó a donde estaban las damas y, causando gran asombro, le dijo a la señora de la casa: –Sra. Darcy, le pido que me conceda el honor de hablar unos minutos a solas con su hermana. Georgiana, pálida y casi paralizada de espanto, no pudo ni voltear a ver a Lizzie, quien recordó que cuando había estado en esa situación no quería que la dejaran sola con el Sr. Collins; la miró con asombro y se retiró, cerrando la puerta, aunque permaneció en el pasillo. –Srita. Georgiana, desde hace ya algún tiempo he querido hablarle y he venido para cumplir mi cometido. Cada vez que la he visto, desde que la conocí, usted me ha impresionado por sus múltiples virtudes y ha logrado permanecer en mis pensamientos. Es providencial que solicite su atención en este lugar que, seguramente para usted es muy especial y a mí me inunda de emoción y me anima a hablarle del amor que locamente siento por usted. Windsor hizo una pausa y luego continuó, mientras Georgiana no podía creer que escuchara esas palabras. –¿Sería tan amable de concederme contraer nupcias con usted? Hubo una pausa muy larga. Georgiana no sabía cómo negarse a su ofrecimiento, hasta que pudo dominar los nervios y la vergüenza que le ocasionaba que, justo en ese lugar lleno de sensualidad, le hablara de amor un hombre que le era totalmente indiferente. –Me adula mucho su propuesta, pero no puedo aceptarla. –¿Cómo? Yo entiendo que si usted quiere pensarlo con mayor diligencia puedo darle el tiempo que necesite. –Disculpe Sr. Windsor. Mi respuesta es definitiva. –¿Puedo saber cuál es la razón de su negativa? –Yo no lo amo y nunca podré amarlo. –Tal vez en este momento no me ame, pero estoy persuadido de que con mi amor y con el tiempo llegará a amarme y podré hacerla feliz. –No, eso no sucederá.

193 –¿Acaso está enamorada de otro hombre? –Disculpe, pero eso no es de su incumbencia. Georgiana, irritada por la insistencia, salió de la habitación. Lizzie, al verla pasar enfadada, regresó al salón, vio al Sr. Windsor consternado y le preguntó: –¿Le puedo ayudar en algo más? –Ha sido usted muy amable, Sra. Darcy. Me retiro. Con su permiso. Windsor se marchó y Lizzie corrió a buscar a su hermana para ver qué había sucedido, si sus sospechas eran ciertas. Georgiana estaba en su recámara, embargada de ira. Lizzie tocó a la puerta y ella abrió. –¿Qué ha pasado? –Windsor me propuso matrimonio. –Lo sabía. –Si ya lo sabías, ¿por qué dejaste que lo hiciera? Tú conocías cuál iba a ser mi respuesta. –Es algo que tienes que enfrentar tú sola. De otro modo, él no te habría dejado en paz. Y es mejor darle una negativa ahora a dejarlo conservar esperanzas falsas. –¡Pasé los momentos más vergonzosos de mi vida! –Yo también los sentí, cuando Collins me propuso matrimonio. –Pero no estabas en medio de esculturas que… Me dio tanta vergüenza, me sentí tan perturbada de que Windsor llegara y se paseara por todo el salón, observándolo con toda su atención y luego, a solas, me hablara de amor. –Georgiana, entiendo lo que me dices, aunque confieso que seguramente estuviste en peores circunstancias que yo. –¿De qué hablas? –Cuando entré a Rosings, experimenté cierto disgusto al observar los murales que tiene Lady Catherine, sobre todo por Collins. Pero al ver que había más caballeros en la sala: Darcy y Fitzwilliam, me sentí apenada. Sin embargo, no te puedo describir la vergüenza que pasé cuando entré al salón de esculturas unos días antes de mi boda, aun cuando ya lo conocía, pero en esa ocasión fue caminando de la mano de Darcy, paseando entre esculturas de dimensiones reales que muestran todos los detalles de la anatomía del hombre y de la mujer y de esa forma tan sensual. ¡Nunca había visto la figura de un hombre despojado de toda vestimenta hasta que entré a esa sala! Igualmente, ver la silueta femenina en esas mismas condiciones, acompañada por el que sería en dos días mi marido, fue penosísimo. Y pensar que Darcy frecuentaba mucho ese lugar. ¡Dios! Sentí que la sangre se me iba al rostro y mis manos sudaban como nunca antes había sentido, y más nerviosa me puse cuando Darcy se percató de lo que me pasaba. Georgiana rió a carcajadas. –¿Y qué hiciste? –¡Me moría de pena! Discretamente Darcy me invitó a salir al balcón a tomar aire fresco, sin decir palabra, pero por su mirada supe que comprendía lo que me perturbaba.

194 –¡Fue muy galante de su parte! Imagínate que la Srita. Bingley se hubiera dado cuenta de eso. No te habría dejado en paz. Pero, entonces, ¿por qué visitas tanto ese salón, sola o con Darcy? –He descubierto que ese lugar tiene tanto de Darcy que he aprendido a disfrutarlo sola o en su compañía. Aunque te diré que hoy, mientras Windsor se paseaba admirando las esculturas, me sentí especialmente abochornada, y más después de... Lizzie prudentemente guardó silencio. –¿Después de qué? –No me gusta recibir allí a los visitantes –explicó, sin darle importancia a su comentario–, pienso que es un lugar muy exclusivo para la familia. –Pocas personas fuera de la familia lo han visitado, al menos estando nosotros en casa –comentó Georgiana mirándola con extrañeza. –Seguramente la Sra. Reynolds ha mostrado ese salón a muchas personas que gustan conocer la propiedad y qué bueno que lo haga, cuando no estamos. Imagínate la vergüenza de conocer a alguien en ese salón, aun cuando esté acompañada por Darcy. ¡Qué te digo si acabas de pasar una vergüenza aún mayor! Lizzie, suspiró sintiéndose aliviada, abrazó a Georgiana con cariño y le dijo: –Me alegro que, al menos, he causado que te rías un rato. Ya extrañaba tu risa y me siento muy orgullosa de ti. –¿Orgullosa? –Por la negativa que le diste al Sr. Windsor, me imagino que fue muy contundente, por como lo vi salir del salón. Has cambiado mucho desde que entré a esta casa.

CAPÍTULO XXXVIII

Era una mañana despejada y agradable. Lizzie se había levantado con la intención de ver el amanecer con su esposo, quien ya estaba listo para salir. Él permaneció unos momentos más en su compañía y luego se retiró como acostumbraba. Mientras Darcy retornaba, Lizzie se alistó y leyó su libro titulado Los misterios de Udolpho, de Ann Radcliffe. Al cabo de un rato, alguien tocó a la puerta y entró Darcy, quien se acercó a su mujer mientras ella dejaba su entretenida lectura. –¡Regresaste más temprano! ¿Cómo te fue en tu cabalgata? –preguntó Lizzie tomando sus manos. –Hoy no fui a montar. –¿Por qué? –Recibí al Sr. Jeffry Wyatville, con quien he estado investigando de un asunto importante. –¿Un asunto importante? –Me gustaría apoyar a mi amada esposa, como siempre lo he hecho, construyendo su invernadero. Lizzie sonrió y comentó: –Darcy, tengo ahorrado suficiente dinero.

195 –Lizzie, salva mi orgullo y recíbelo como regalo de aniversario –solicitó él mientras la abrazaba de la cintura. Ella sonrió y él la besó en la mejilla. –Prefiero que me lleves de viaje de aniversario. –Una cosa no excluye a la otra. Además, ese viaje es imperdonable. –¿Imperdonable? –¡Imprescindible! y, al llevarte, el placer será todo mío. –Espero que no, Sr. Darcy. Lizzie y Darcy sonrieron y él la besó cariñosamente. A los pocos minutos los Sres. Darcy salieron de su alcoba para dirigirse al jardín, donde caminaron en compañía de Georgiana y esperaron la llegada de los Bingley para almorzar. A lo lejos advirtieron que se acercaban a la entrada y se aproximaron para recibirlos. Bingley descendió, los saludó y ayudó a bajar a Diana y a Jane. Lizzie abrazó a su ahijada y luego saludó a su hermana llena de emoción. –¿Cómo te has sentido Jane? Te ves espléndida. –Bien, muchas gracias. Aunque ya empiezo a derrengarme más, el embarazo ya está avanzado y Diana me demanda mucha atención. Entraron a la casa y se dirigieron al comedor para desayunar. Cuando hubo terminado el almuerzo, Lizzie invitó a Jane y a Georgiana a dar un paseo por el jardín con Diana, en tanto Darcy y Bingley permanecían en el estudio, aunque Bingley, nervioso, dijo: –Jane, por favor. Den un paseo cerca de la casa, no queremos que se adelante el parto. –No tengas pendiente Charles, todavía falta tiempo. Tendré cuidado. Las damas caminaron alrededor de la casa, tomaron asiento y vieron los hermosos robles y castaños de España que estaban plantados delante de la mansión, a los lados del lago, donde Jane preguntó: –Y ¿cómo les fue durante todo este tiempo que estuvieron fuera? –Han pasado tantas cosas. Se canceló el compromiso de Fitzwilliam con la Srita. Anne –glosó Lizzie, quien le armaba una corona de flores a su ahijada. –Sí, me lo dijo Bingley, es una pena –contestó Jane–. ¿Cómo viste a mi madre en Londres? –Muy bien. Por momentos es notorio que extraña a mi padre, pero está más tranquila. Casi lo ha superado por completo. Y mis hermanas, sobre todo Kitty, están muy bien. Siento que Mary lo extraña más aún, se ha de sentir sola e incomprendida en esa casa, con la única compañía de mi madre y de Kitty que son tan diferentes a ella, pero vi que las tres disfrutaron del viaje, cada una a su manera. –¡Qué gusto oírlo! Me escribió la Srita. Bingley que se encontraron en un baile y que vio alborozadas a mi madre y a mis hermanas. –Sí, la vimos. –Y que Georgiana bailó con su futuro prometido, el Sr. Windsor. –¿Cómo? –preguntó Georgiana, mientras Lizzie se carcajeaba.

196 –Sí, me dijo que estuviste bailando con él y que pensaba hacerte una propuesta de matrimonio esa misma noche. –¿Cómo se habrá enterado esa mujer? –curioseó Lizzie. –En realidad no fue esa noche, debido a todo lo que pasó con la Sra. Bennet. Aunque ya me formuló la pregunta, pero no lo acepté –contestó Georgiana. –¿Y qué pasó con mi madre? –indagó Jane. Lizzie y Georgiana le comentaron todos los detalles de esa noche. –Pues la Srita. Bingley daba por hecho que habría boda en Pemberley. –¡Quién sabe qué diga mi hermano cuando sí me quiera casar! –¿Por qué? –Cuando le platicamos que Windsor me propuso matrimonio se tornó serio, y eso que le dije que no había aceptado –explicó Georgiana. –Tu hermano te quiere mucho y se preocupa por tu felicidad –afirmó Lizzie, mientras peinaba la muñeca de su ahijada. –Entonces, tal vez sí haya boda en Pemberley. ¿Acaso con el Dr. Donohue? –insinuó Jane. –¡Ay Jane! –suspiró Georgiana con el rostro ensombrecido. –Georgiana. Donohue te ama, pero algo lo detiene –contestó Lizzie. –Me habías dicho que estaba haciendo unos estudios, tal vez sólo está esperando terminarlos –repuso Jane. –Ya pronto los terminará, se establecerá en Londres y tendremos que ir nuevamente a la ciudad. Georgiana asintió. –¿Por eso han estado viajando tanto? –Entre otras razones, sí. –¿Y qué dice el Sr. Darcy de eso? –Él no lo sabe y así debe seguir –señaló Georgiana–, por lo que te suplico tu discreción. –No te preocupes por eso, a nadie se lo comentaré. Después de unos minutos las tres señoras entraron a la casa para que Jane descansara y se refrescara un rato. Cuando los señores salieron del estudio, Darcy, Lizzie y Georgiana acompañaron a los Bingley a su carruaje y mientras lo veían alejarse, Darcy le dijo a Lizzie: –Estoy dejando encargados todos mis compromisos a Bingley y a Fitzwilliam para tener libres los próximos días. Te quiero llevar a un lugar muy especial para festejar nuestro aniversario. –¿Esta vez no iremos a Londres? –¡Oh, no! Ya hemos ido lo suficiente este año. –Y ¿a dónde iremos? –curioseó con regocijo. –Será una sorpresa. Saldremos un día después del aniversario de tu padre, para que podamos ir a la iglesia. –Muchas gracias, Darcy.

197 CAPÍTULO XXXIX

Ya se aproximaban las navidades cuando los Sres. Darcy regresaron de su viaje a Pemberley. La construcción del invernadero ya estaba avanzada, a cargo de Jeffry Wyatville en el lado noreste de la casa, y lo había estado supervisando Fitzwilliam en ausencia de su primo. Lizzie estaba muy entusiasmada con el proyecto, que deseaba iniciar en enero, y a su llegada fueron a visitarlo en compañía de Georgiana. –Darcy, me parece que tu idea de construir un invernadero ha sido genial –comentó Georgiana–. Con tanta lluvia que hubo este año y ahora que empiecen las nevadas será más difícil encontrar flores bonitas para ponerlas en la casa y con esto resolveremos el problema y seguramente el inconveniente de muchas familias de los alrededores. ¿Qué flores van a sembrar? –No lo sé. Esa pregunta se la puedes hacer a la Sra. Darcy, en realidad todo el proyecto ha sido su idea y ella lo va a coordinar. –¿Cómo? –preguntó azorada, sin entender lo que estaba escuchando–. ¿Es un negocio de Lizzie? –Sí, ¿no te parece increíble? –comentó Darcy riendo. –¡Completamente inverosímil! ¡Y no sé si sorprenderme más por el negocio o por tu forma de decirlo, hermano! –Debo aceptar que mi sopresa fue mucho mayor que la tuya cuando Lizzie me lo dijo. –Ya no recordemos esos días que fueron muy tristes para mí –pidió Lizzie. –Entonces ¿por eso estaban disgustados? –investigó Georgiana. –Sí, pero tu hermano ha sido muy amoroso conmigo, no por aceptar que yo pusiera un negocio sino porque pudo demostrarme que nuestro amor es más importante para él que cualquier convencionalismo social y por eso estoy muy orgullosa de él. –¿Acaso lo llegaste a dudar? –indagó Darcy. –Sí, ese era el mayor motivo de mi tristeza –reconoció. –Lamento que así haya sido –dijo pasando el brazo por su cintura para estrecharla y darle un beso en la frente.

Para celebrar las fiestas estaban invitados los Bingley, las Bennet y los Gardiner. Los Bingley se hospedarían en la mansión esos días para que Jane no se fatigara y pudiera descansar en el momento en que lo deseara. Lizzie estaba ilusionada de recibir en su casa a su ahijada por varios días y Jane aceptó la invitación con agrado, ya que podría reposar más tiempo, mientras Diana se entretenía con alguna de sus tías. A media tarde, los Darcy esperaban a los invitados en el salón principal mientras Georgiana tocaba dulces piezas navideñas en el piano. Las Bennet llegaron, junto con los Sres. Gardiner y momentos después los Bingley. Todos se saludaron cariñosamente. La Sra. Bennet se mostró gozosa de ver nuevamente a Lizzie y

198 a Jane, a quien no había visto en su condición de embarazo; además abrazó muy calurosamente a su nieta Diana, mostrándose radiante, situación que conmovió a Lizzie. Después de que descansaron de su viaje en el salón principal, en tanto tomaban una taza de chocolate caliente, los visitantes se instalaron en sus habitaciones; por su parte, Lizzie dio un paseo con Diana en compañía de Darcy y de Georgiana. Lizzie se acercó con la pequeña al lago para alimentar a los cisnes y a los patos que nadaban, se veía jubilosa de poder disfrutar de su ahijada unos momentos. Al ver esto, Georgiana le preguntó a Darcy con sensatez: –¿Les ha dicho algo el Dr. Thatcher? –Parece que ya detectó el problema de Lizzie y lleva un mes con el nuevo tratamiento. Tenemos esperanzas de que funcione pronto. –¡Qué buena noticia, hermano! –Te pido solamente que seas cautelosa. Entre menos personas lo sepan, mejor. Así Lizzie estará más serena. –Ya sabes que para eso puedes contar conmigo. Y ¿qué pasará con el invernadero? –Lo ignoro. Me dijo Lizzie que se dedicaría a cuidar de nuestro hijo aunque, tal vez durante el embarazo se pueda capacitar a alguna persona que le ayude a continuar con el negocio, ¡quizá tú quieras hacerlo! –¿Yo? –¿Por qué no? –No lo sé –dudó azorada–. ¡Verdaderamente me sorprendes hermano! ¿Será posible que me propongas tú que acepte ayudar a Lizzie en su proyecto? ¡Te has transformado! –El amor nos hace cometer locuras con tal de ver realizada a la persona amada –aseveró sonriendo–. Y tú, Georgiana, hay días en que te encuentro melancólica, triste. ¿Ocurre algo? –No, sólo me he sentido cansada. –¿Estarás enferma? Le pediré al Dr. Thatcher que te examine. –Gracias. La próxima vez que venga le diré que me revise. –Yo creo que lo veremos hasta dentro de un mes. Si quieres podemos mandarlo llamar antes. –No te preocupes Darcy, no he dormido bien últimamente y estoy convencida que a eso se debe. –Sabes que puedes contar conmigo ¿verdad? También con Lizzie. –Gracias Darcy. Muchas gracias. Lizzie se acercó con Diana, que la llevaba de la mano hasta donde estaban su padrino y su tía Georgiana. –Creo que ya es hora de regresar a la casa –dijo Lizzie. –Sí, desde hace rato. Pero disfrutábamos verte jugar con la pequeña –afirmó Darcy. Ella se rió. –Espero que por lo menos me toque a mí el regreso con mi sobrina –pidió Georgiana tomándole la mano a la niña. Lizzie tomó el brazo de Darcy y se dirigieron a la mansión, donde ya los esperaban el resto de los convidados en el salón principal y se encaminaron al comedor para cenar.

199 –¿Y cómo estuvo su viaje, Sr. Gardiner? –preguntó el anfitrión. –Muy bien, Sr. Darcy. Disfrutamos ver los paisajes que tienen en Derbyshire. Y vimos la nueva construcción que tienen en el jardín. –Será un invernadero, para un nuevo negocio. –Usted siempre pensando en los negocios –comentó la Sra. Bennet. –Este proyecto es iniciativa de la Sra. Darcy. –¿Acaso ya no te alcanza con lo que te da tu marido? –ironizó Kitty. –¿Sólo piensas en el dinero? –indagó Lizzie. –Una dama de la alta sociedad con un negocio propio. ¡Nunca lo había escuchado! –exclamó la Sra. Bennet. –Administrar un negocio es una ocupación decorosa para cualquier mujer. –Para cualquier mujer que no tiene quién la mantenga, pero para una mujer casada con un millonario ¡suena ridículo! ¿Ya te aburriste de tanto viajar y de estar en esta casa sin hacer nada? –se burló Kitty. –Lo que a mí me parece ridículo son las mujeres que tienen como única meta en la vida conseguir a un marido millonario y que piensen que ese es su mayor logro –aclaró Darcy con arrogancia–. Además, como empresario, estoy seguro que la innovadora idea de la Sra. Darcy será muy productiva y una fuente de satisfacción y de superación personal para ella. –¿Superación personal? –murmuró Kitty riendo, sin entender el discurso de su anfitrión. –¡Claro!, tú no conoces el significado de esas palabras –replicó Lizzie. Bingley se echó a reír mientras su esposa lo veía con censura. –Sra. Darcy, la vimos desde la ventana jugando con Diana en el jardín –comentó la Sra. Bennet para cambiar el tema. –Sí, es una niña encantadora –indicó Lizzie dichosa. –¡Por supuesto! Si se parece a su madre y, sin duda, la Sra. Bingley sacó mucho de mí, aunque ya no se logre apreciar con claridad, han pasado tantos años, pero el Sr. Bennet lo mencionó en varias ocasiones y aquí se encuentra mi hermano para atestiguarlo. En mis mejores años yo era muy atractiva y tenía numerosos pretendientes –recordó la Sra. Bennet. –Es grandioso que estemos reunidos todos para las fiestas –comentó Lizzie. –Muchas gracias por tu invitación –expresó la Sra. Gardiner. –¿Todos? Falta Lydia y su familia y, por supuesto, el Sr. Bennet –aclaró la Sra. Bennet. –Papá nos acompaña en estos momentos, mamá –afirmó Jane. –Eso suena muy romántico, pero no me acostumbro por completo a su nueva forma de “acompañarnos”. –¿Cómo está la Srita. Bingley? –preguntó la Sra. Gardiner a Bingley. –Bien gracias, me dijo que pasaría las fiestas en Gales, con su reciente amiga, la Srita. Donohue –respondió Bingley. –¿La Srita. Donohue? –indagó Georgiana suspensa, agudizando su atención. –¿Será de la familia del Dr. Donohue? –averiguó Kitty con interés.

200 –Sí, me parece que tiene un hermano médico, aunque no tengo el gusto de conocerlo –repuso Bingley. –¿Y lleva mucho tiempo cultivando esa amistad? –curioseó Lizzie. –Que yo sepa, se conocieron en Londres hace casi un año y se han visitado con cierta frecuencia. –Conocimos al Dr. Donohue en el baile de Londres. Es un excelente médico y todo un caballero –comentó la Sra. Bennet. –Sí, ya me tocó ser atendido por él una vez y me pareció que tiene mucha experiencia –indicó el Sr. Gardiner. –¿Ha estado enfermo, hermano? –preguntó la Sra. Bennet. –No, sólo fue un padecimiento pasajero –aclaró el Sr. Gardiner. –Sra. Darcy, ojalá pronto podamos hacer un viaje a Londres –sugirió la Sra. Bennet–, ¡claro!, si el Sr. Darcy nos lo permite, e invitar al Dr. Donohue a cenar. Me dijo que para enero ya estaría establecido en la capital, trabajando con el Dr. Robinson, y sería fabuloso que cultivara una amistad con Kitty. Y, por supuesto, también al Sr. Philip Windsor, si ya está de regreso. –¿Al Sr. Philip Windsor? –inquirió Darcy azorado. –Sí, sería un excelente partido para Mary, ¿no lo cree, Sr. Darcy? Sería un sueño hecho realidad: todas mis hijas casadas con excelentes partidos, y con hijos… excepto… –repuso viendo a Lizzie con resignación. –Mamá, el que conozcan a los caballeros no significa que se vayan a casar con ellos –dilucidó Jane. –Sí, pero es el primer paso. –Y una vez que se casen ¿a qué te vas a dedicar, mamá? –preguntó Lizzie–. ¿Le buscarás marido a Betsy y a Sara? Kitty se rió y la Sra. Bennet permaneció meditabunda. –¿Y el Sr. Murray Windsor? –examinó Kitty. –Tengo el presentimiento que no lo veremos en mucho tiempo –señaló Lizzie. –¿Por qué? ¿También se fue a Francia a ayudar a un amigo? –No, aunque seguramente eso desearía –murmuró. –El Sr. Murray Windsor me propuso matrimonio, pero lo rechacé –contestó Georgiana irritada por los comentarios de las presentes. –Entonces, ¿sí está enamorado de ti? –escarbó Kitty. –Sí, pero yo no, solamente me casaré por amor –aclaró Georgiana. –Esas palabras me suenan muy familiares –comentó la Sra. Bennet–. Indudablemente la Sra. Darcy se las ha enseñado muy bien, así como la manera de rechazar una propuesta de matrimonio. –En realidad fueron dos –ratificó Georgiana. –¿Dos? –preguntó la Sra. Bennet intrigada. Lizzie volteó a ver a su cuñada pasmada, al tiempo que Darcy hacía lo mismo reflejando la cólera que sentía. Georgiana, al percibir las miradas de Lizzie y de Darcy, repuso avergonzada. –Perdón, Lizzie. No debí…

201 –¿Acaso mi hija Elizabeth se dio el lujo de rechazar dos propuestas de matrimonio y yo no lo sabía? ¿Sólo por amor? –cuestionó la Sra. Bennet. –¿No te parece suficiente razón? ¿Acaso no habrías hecho lo mismo? –formuló Lizzie. La Sra. Bennet guardó un silencio revelador. –Dinos Lizzie. ¿Quién es el sujeto que recibió tu segundo rechazo? –preguntó Kitty riendo. –¡Qué importa quién haya sido! Yo me casé con el único hombre a quien podré amar en toda mi vida – respondió Lizzie viendo a Darcy–. Y por esa razón soy inmensamente feliz. –Eso es lo que verdaderamente importa, Lizzie –aseveró la Sra. Gardiner. Darcy se sintió reconfortado con esas palabras. –Lizzie, ¿a dónde te llevó el Sr. Darcy para festejar su aniversario? –inquirió Jane. –A un lugar de ensueño: a Lyme. –Si yo tuviera la oportunidad de viajar, sin duda escogería ese lugar –apuntó Kitty. –Dicen que son unas playas extraordinarias, aunque en invierno el tiempo no es favorable –indicó el Sr. Gardiner. –Nos tocó un clima despejado, aunque un poco frío, pero fue maravilloso –comentó Lizzie–. Los atardeceres son hermosos. Cuando el sol se ocultaba en el océano, nosotros caminábamos descalzos sobre la arena mojada con las olas del mar, sintiendo una ligera brisa que envolvía nuestros cuerpos mientras… –¡Qué emoción! –interrumpió Kitty imprudentemente. –…mientras platicábamos y reíamos de tantas cosas –subrayó Lizzie viendo a Kitty. –¿Alguna vez el Sr. Darcy se ha reído? –cuestionó Kitty. –¿Y dónde se hospedaron? –preguntó Bingley. –En la casa de un amigo, el Sr. Willis –respondió Darcy. –¿Y es soltero? –indagó la Sra. Bennet. –No, Sra. Bennet –contestó, respirando profundamente para recuperar la paciencia que había perdido. Al terminar la cena navideña pasaron al salón principal, donde Lizzie motivó a Georgiana para que interpretara unas piezas en el piano; únicamente tocó dos porque se sentía apesadumbrada con la indiscreción que había cometido y ya no deseó continuar. Lizzie organizó un juego de lotería para tratar de enfriar los ánimos de su madre y de Kitty que no paraban de hacer comentarios insensatos. Los Sres. Bingley se retiraron pronto de la velada y al poco tiempo también los Sres. Gardiner y Mary, pues estaban cansados del viaje. Las únicas que parecían entusiasmadas para jugar y reír eran Kitty y la Sra. Bennet ya que, después de un rato, Darcy expresó sus deseos de retirarse. Lizzie y Georgiana también se fueron y, en el camino a sus habitaciones, Georgiana se acercó a su hermano, acongojada. –Darcy, quiero disculparme por lo que dije. ¡Lo dije sin pensar! Me sentí tan aturdida con los comentarios de Kitty y la Sra. Bennet que… Darcy la tomó de los brazos y le señaló severamente:

202 –Georgiana, Lizzie y yo te hemos confiado tantas cosas y hoy justamente te pedí tu reserva y ¿me respondes así? ¿Podré confiarte algo más? –¡Perdóname, Darcy! –pidió Georgiana con los ojos inundados de lágrimas. Darcy la abrazó diciendo: –¡Ay, Georgiana! Si no te quisiera tanto… Lizzie se conmovió al ver a Darcy con Georgiana, ella se acercó a su cuñada y le ofreció una disculpa ciñéndola con afecto. Luego se retiraron a descansar. Lizzie le dijo a su marido en la habitación: –Yo pienso que, en parte, Georgiana tuvo razón. Mi madre y Kitty hoy estaban desatadas. Yo, por cordura, callé varios comentarios que me habría encantado decir para hacerlas enmudecer. –Las respuestas que diste a los cuestionamientos fueron magistrales. Me quedé admirado al escucharlas – reconoció Darcy. Lizzie rió. –Mañana hablaré con ellas para que se moderen, de lo contrario serán unos días muy difíciles. En especial si pasarán más tiempo con Jane, hasta que nazca el bebé. Luego de una pausa, Lizzie continuó, mientras se acercaba a Darcy: –Me enternecieron las palabras que le dijiste a Georgiana. Eso habla muy bien de ti. Darcy, sin darle importancia a su actuar, concluyó: –Sra. Darcy, ¡feliz navidad! Y luego la besó. Al día siguiente, Lizzie preparó un pequeño festejo de cumpleaños para su ahijada en el jardín, donde participaron todos los invitados. Los Sres. Bingley y especialmente Diana se lo correspondieron, y Lizzie, conmovida, le agradeció a la criatura su cariño. Los concurrentes permanecieron una semana más, hasta año nuevo, días que transcurrieron con sosiego después de que Lizzie habló con la Sra. Bennet y Kitty, logrando moderar su conducta. Ella trató de acercarse más a Mary cuando Darcy se ocupaba con Bingley, y la llevó en diversas ocasiones a la biblioteca, pues sabía que era su lugar preferido. Allí le mostró diversos títulos de interés y comentaron varias obras. Le enseñó el trabajo de investigación que el Sr. Bennet estaba realizando en sus visitas a Pemberley y ella reveló interés en continuarlo en la medida de lo posible. Lizzie le ofreció todo su apoyo y el material que necesitara de la biblioteca. También Georgiana accedió, por petición de su cuñada, a enseñarle a Mary un poco de su técnica en el piano que tanto le había ayudado para mejorar en su ejecución. Mary quedó agradecida y Lizzie complacida por haberse acercado más a su hermana. Obviamente, la invitada favorita de Lizzie era Diana, con quien jugaba y paseaba en el jardín mientras Jane descansaba en su habitación. Por las tardes, ya que el sol se sentía menos pesado y antes de que refrescara, todos salían a caminar, disfrutando de la convivencia familiar.

203 Mientras paseaban en el jardín, Georgiana se acercó a Lizzie mientras las Bennet conversaban y Darcy deliberaba con los caballeros de la problemática del momento y le comentó: –Lizzie, mi hermano me dijo hace unos días que tal vez yo te pudiera ayudar en el invernadero. –¡Sería maravilloso! –La verdad es que me has sorprendido con tu propuesta, pero pensando bien las cosas, suena divertido. Aunque no sé si yo deba ayudarte. –¿Por qué no? –Imagínate que Donohue se enterara de que yo estoy trabajando contigo, si a mi hermano que te adora le costó tanto trabajo aceptarlo y aprobarlo, no quiero ni pensar lo que especularía Donohue o su familia, sería buscarme su rechazo anticipadamente. –Entiendo lo que me dices, yo también sentí lo mismo antes de decirle a Darcy lo que pensaba, pero no puedes hacer las cosas o dejarlas de hacer por quedar bien con los demás. Si tú quieres ser feliz, debes buscar esa felicidad dentro de ti haciendo lo que te gusta, a pesar de las circunstancias de la vida y, de esta manera las personas, lejos de rechazarte, te van a admirar y desearán estar contigo, a pesar de que rompas paradigmas. Georgiana se quedó pensativa el resto del paseo mientras las Bennet se reían de su conversación. Después de las fiestas de año nuevo, los Sres. Gardiner se regresaron a Londres y las Bennet, junto con los Bingley partieron a Starkholmes.

CAPÍTULO XL

Lizzie practicaba en el piano en compañía de Georgiana, mientras Darcy estaba en su estudio, antes de la cena, cuando el mayordomo fue a buscarlo para entregarle una correspondencia urgente, del Sr. Bingley. Darcy la abrió y la descifró. Luego, guardó todos sus papeles y se dirigió al salón principal donde, sin querer interrumpir la pieza que estaba ejecutando Lizzie, entró sin hacer ruido. Cuando ella terminó, Darcy se acercó con satisfacción y le dijo: –Me has dejado impresionado. Pensé que Georgiana tocaba el piano. ¡Lo has hecho muy bien! Lizzie sonrió. –Me gustaría que pronto me ofrezcas un recital, que sea sólo para mí. –Sr. Darcy, si gusta puede tomar asiento, en primera fila. Darcy se sentó y escuchó algunas interpretaciones de su mujer sintiendo gran satisfacción. Cuando Lizzie terminó, Darcy se puso de pie y le aplaudió al igual que Georgiana. Luego se acercó y, dándole un abrazo, le agradeció ese gesto tan especial. –Han llegado noticias –comentó Darcy. –¿Qué noticias? –preguntó Lizzie con curiosidad. –De Starkholmes –aclaró sacando de su levita una carta.

204 –¿De Starkholmes? –indagó cogiendo el documento de sus manos, mientras su esposo sonreía. Lizzie leyó y releyó la carta en silencio tan rápido que apenas comprendía su contenido. Georgiana se acercó esperando para conocer las noticias, hasta que ella bajó el escrito y dijo, con el rostro iluminado de alegría: –¿Fue varón? –Eso dice la carta –contestó Darcy. Lizzie ciñó a Darcy y él le correspondió. Luego ella le dijo, tomándole las manos: –¿Podremos ir a verlo? –Su carruaje ya la espera, Sra. Darcy. Lizzie sonrió. –¿Qué sucede? –preguntó Georgiana. –¡Jane ya tuvo a su bebé! –contestó Lizzie jubilosa–. Iré por mi abrigo. Al llegar a Starkholmes los Darcy fueron recibidos por la Sra. Nicholls. –Sr. Darcy, Sra. Darcy. ¡Muchas felicidades por su nuevo sobrino! –¿Cómo está la Sra. Bingley? –inquirió Lizzie. –Muy bien y el bebé es un muchacho muy apuesto. Bingley bajaba las escaleras para recibirlos, se acercó y los saludó. –¿Puedo ver a Jane? –indagó Lizzie. –Sí, Sra. Darcy, la está esperando. Lizzie y Georgiana se dirigieron a la alcoba de Jane, mientras que Darcy y Bingley se encaminaron al estudio. –Muchas felicidades, Bingley, ¿cómo estuvo todo? –¿Qué te puedo decir? No sé si estuve más nervioso por el parto de Jane o por lo aturdida que se puso la Sra. Bennet. No ha parado de hablar desde que comenzó todo. Doy gracias a Dios de que se adelantó el parto, así serán menos días de visita. –Sí, te entiendo. –¿Cómo puedes transigir esta situación? –Me consuela ver a Lizzie feliz. –Pero gracias a Dios el médico dijo que Jane está bien y el bebé está sano. –¿Y el doctor llegó a tiempo? –Sí, en cuanto Jane empezó a sentir los dolores me dijo y avisamos al Dr. Thatcher. Llegó a tiempo y la atendió bien. –¡Qué gusto saberlo! –¿Acaso la Sra. Darcy…? –No, no, pero la última emergencia que el Dr. Thatcher atendió en Pemberley fue cuando mi padre enfermó y es bueno saber que, a pesar de que ha pasado mucho tiempo, sigue acudiendo a las emergencias. Uno nunca sabe.

205 Al llegar, Lizzie tocó a la puerta de la habitación de Jane y entró con Georgiana, encontrándola acostada en la cama con el bebé en brazos. La Sra. Bennet, Kitty y Mary estaban acompañándola, radiantes de gozo. –Muchas felicidades, Jane, ¿cómo estuvo todo? –preguntó Lizzie, curiosamente empleando las mismas palabras que Darcy, aunque denotando mayor entusiasmo. –Muy bien, el Dr. Thatcher es un excelente médico y te envía cariñosos saludos. Se ve que te estima mucho. –Gracias, es una maravillosa persona –comentó Lizzie. –¿Muy bien? –cuestionó la Sra. Bennet–. Nos mantuvo afuera esperando largo rato y sin recibir noticias. Yo que soy tu madre no pude entrar… Sólo entraron la Sra. Nicholls y su enfermera. ¡Casi muero de los nervios! –Mamá, ya te expliqué por qué era mejor que esperaras afuera. El doctor no podía trabajar con tantas personas adentro –aclaró Jane. –Pero mira nada más qué guapo es mi nieto. ¡Ay, el Sr. Bennet se sentiría muy orgulloso de conocerlo! – glosó la Sra. Bennet. –Claro, mientras esté dormido –indicó Kitty–. A ver qué tal nos va en la noche. –Los bebés no saben de horarios ni de modales, son tan pequeñitos e indefensos –expuso Lizzie tomando a su sobrino en sus brazos. –¿Y cómo se llamará este caballero? –preguntó Georgiana. –Henry. Henry Bingley –contestó Jane. –¿Y mi adorada Diana?, ¿dónde está? –investigó Lizzie. –Ya está descansando. Pobre de mi pequeña, desde que empecé a sentir los dolores en la mañana se la llevó la Srita. Susan al jardín y la estuvo atendiendo todo el día; apenas hace un rato vino a despedirse y a conocer a su hermano. –Y Bingley, ¿estuvo contigo? –Sí, y no sabes lo nervioso que se puso cuando le dije que ya se acercaba el momento. Me acostó en la cama y no paraba de caminar. Sólo se acercaba cuando venían los dolores tratando de animarme y se paraba otra vez, hasta que llegó el doctor. ¡Y extrañé tanto tu ayuda y la de Georgiana! –Espero que no hayas extrañado también los brazos de Darcy –bromeó Lizzie. –No, pero le estaré eternamente agradecida. –¿De qué están hablando? –interrogó la Sra. Bennet–. ¿Los brazos del Sr. Darcy? –Mamá, el Sr. Darcy fue muy amable en ayudarme a llegar hasta mi recámara cuando nació Diana, y Lizzie y Georgiana me auxiliaron en tanto el Dr. Jones llegaba. –Oh, sí, aunque la intervención del Sr. Darcy no la conocía. –¿Y cómo va el invernadero? –preguntó Jane. –La próxima semana empezaremos a sembrar las semillas que ya me llevaron a Pemberley –comentó Lizzie emocionada. –¿Sigues con esa tonta idea? Y no puedo creer que tu marido la consienta –indicó la Sra. Bennet.

206 –¡No sólo es una tontería, es una chifladura! –recalcó Kitty. –No es una tonta idea, mamá. Seguramente cambiarás de opinión cuando yo pueda ayudarte económicamente, aunque sé que no lo necesitas. –Lizzie ¿lo has hecho por nosotras? ¡Oh, es una idea estupenda! Si yo sabía que mi hija tiene muchos caletres escondidos. –Desde hace varios meses que no paras de hablar de tu hija favorita… la Sra. Darcy –reclamó Kitty–. Las demás valemos un ardite. –Me da mucho gusto Lizzie, que estés tan entusiasmada con este proyecto y que el Sr. Darcy te haya apoyado para realizarlo –aseveró Jane. Lizzie y Georgiana permanecieron un rato más con Jane, hasta que Lizzie consideró prudente retirarse. Jane necesitaba descansar y atender a la criatura. Se despidieron de las Bennet y de Jane y fueron al estudio de Bingley, donde, después de tocar la puerta, el señor de la casa les abrió. –Oh, Sr. Bingley. ¡Muchas felicidades! Ya tuvimos el gusto de conocer al nuevo miembro de la familia – explicó Lizzie. –Será todo un caballero –señaló Georgiana. –Muchas gracias. –Bingley, nosotros nos retiramos. Me da gusto escuchar que todo ha salido muy bien. Por favor, extiende mis felicitaciones a la Sra. Bingley –solicitó Darcy. Bingley los acompañó hasta su carruaje. Lizzie y Georgiana visitaron algunos días a Jane y a sus sobrinos en Starkholmes. Las Bennet se quedaron unas semanas más, hasta que Jane se recuperó y fue el bautismo de Henry, luego regresaron a Longbourn.

CAPÍTULO XLI

El proyecto del invernadero ya había iniciado. Lizzie, con ayuda de Georgiana, el jardinero y su hijo, sembraron las primeras semillas y cada mañana después del desayuno Lizzie iba a revisar y a regar las plantas, después se retiraba a supervisar las actividades de su casa. A media mañana visitaba el local donde abriría la florería, que se encontraba a un lado de la fábrica de porcelana. Después de que estuvo acondicionado a su gusto, la Sra. Darcy planeó la inauguración de la tienda para realizarla en cuanto las plantas hubieran floreado y diseñó los modelos de arreglos florales que utilizaría para entrenar a la Srita. Reynolds, quien le ayudaría a armarlos y a atender el establecimiento. Asimismo, hizo el pedido de jarrones y macetas de porcelana al Sr. Bush, empezó a establecer los primeros contactos con los restaurantes del condado para surtirlos de arreglos florales como centros de mesa y programó un plan de promoción dirigido a los alrededores de la comarca, incluyendo en su servicio entrega a domicilio con el apoyo del Sr. Peterson. Como era de esperarse, la Sra. Darcy era el tema de conversación de todo el condado, de algunos recibía glosas de asombro y felicitaciones y de otros de desaprobación,

207 aunque no lo comentaban directamente con ella para no quedar mal con el Sr. Darcy. A pesar de algunos contratiempos, todo avanzaba a viento en popa y tenía el gusto de seguir realizando otras actividades que le agradaban en su casa. Una mañana, Lizzie y Georgiana se encontraban pintando un nuevo diseño de mesa en el taller de Pemberley, y Lizzie le dijo: –Georgiana, te he visto muy afligida estos días. –Lizzie, ya estamos en febrero y… ¡no tenemos noticias de Donohue! Si estuviera interesado ya habría venido o por lo menos habría escrito una carta. Me estoy resignando a nunca tener su amor. –¿Y ser infeliz por el resto de tu vida? –¿Qué más puedo hacer? –Darcy ha estado muy ocupado aquí, pero tarde o temprano viajaremos a Londres. Donohue ya debe estar trabajando con el Dr. Robinson y podremos promover un contacto con ellos para invitarlos a cenar. –¿Con qué excusa? –Eso es lo de menos. Lo importante es que sepa que estamos en Londres y favorecer un encuentro para que puedan hablar. –Sin que Darcy se dé cuenta. –Si así lo deseas. Aunque todo sería más fácil si él lo supiera. –No, no, todavía no. Además, no puedo olvidar que Donohue estaba acompañado por la Srita. Bingley en el baile del Sr. Tisdale. –La Srita. Bingley es amiga de la hermana de Donohue, seguramente él fue amable con ella, es de quien menos debes de preocuparte porque no corresponde a la descripción que Donohue hizo de su doncella en Oxford. ¡Tendría que estar ciego para no darse cuenta! Alguien tocó a la puerta, Lizzie la abrió y era Darcy que venía acompañado por Fitzwilliam. –¿Ya tendré el gusto de ver su nuevo trabajo, madame? Llevan días muy entretenidas con esto –comentó Darcy. –Mientras las plantas florean, debo ocupar mi tiempo en algo divertido. Ya casi iba a buscarte para enseñártelo. Pasen por favor –pidió Lizzie gustosamente–. Espero que sea de tu agrado. Fitzwilliam pasó y se aproximó a ver un juego de mesas extremadamente bien pintadas, seguido por Darcy quien, viendo a Georgiana abatida, permaneció inmóvil, serio y preocupado, sin prestar atención al trabajo de su esposa. –Sra. Darcy, Georgiana ¿ustedes decoraron esas mesas? Cualquiera diría que las pintó un artista –señaló Fitzwilliam. –¿No te gustan? –preguntó Lizzie a su esposo. –¿Cómo? –dijo Darcy sin escuchar a su mujer. –Tal vez prefieras que cambie el diseño –sugirió con desánimo.

208 –¡Oh, no! Se verán muy bien en mi despacho, muchas gracias Lizzie –aclaró Darcy acercándose a verlas–. La Sra. Darcy ya ha decorado varias habitaciones de la casa con las mesas que pintan aquí. Lo hacen muy bien. –Es un trabajo que requiere de mucha paciencia y dedicación, además de poseer un talento artístico muy especial –indicó el coronel. –Tal vez podríamos poner una en la galería de esculturas –propuso Darcy. –¡Oh!, es una gran idea. Mañana iré a comprar el material –señaló Lizzie. –Eso tendrá que esperar. –¿Por qué? –Mañana partimos a Londres, a menos que prefieras permanecer aquí para cuidar de tu negocio. –Mi negocio nunca impedirá que cumpla mis obligaciones de esposa y mi primer deber es acompañar a mi marido –indicó Lizzie mientras Darcy sonreía–. Además, el Sr. Weston puede supervisar y regar las plantas en mi ausencia. –Los Bingley también irán. –¿Los Bingley? –preguntó Lizzie. –Sí, tenemos asuntos que tratar y necesito que venga Bingley. –¡Oh! ¡Será la primera vez que vayamos a Londres con ellos! –Le sugerí a Bingley que se quedaran con nosotros, pero me dijo que prefería ir a Grosvenor. Allí estará su hermana y quiere verla. –¡Oh! Aun así, en el día podré ver a mi hermana y a los niños, y tal vez Jane se anime a sacar a Henry al parque y… –También quiero invitarte al teatro. –Será un placer –aceptó Lizzie sonriendo–. Coronel Fitzwilliam, ¿se quedará a cenar? –Muchas gracias, Sra. Darcy. Tengo que arreglar todo para el viaje de mañana. Sólo vine a despedirme – indicó Fitzwilliam y un momento después se marchó. –Yo también tengo que ir a disponer todo para el viaje de mañana, pero primero recogeré con Georgiana para que la pintura se mantenga en buen estado. –Sí, iré a mi despacho a preparar lo que necesito llevarme a Londres. Darcy se retiró. Lizzie volteó a ver a Georgiana y se quedó preocupada de verla igual que antes. –¿Ya ni siquiera te anima la idea de ir a Londres? –Lizzie, si Donohue hubiera querido buscarme ya lo habría hecho. Ciertamente no tiene interés. Ella la vio con desánimo, pero ya no insistió más. Cuando los Sres. Darcy entraron en su habitación, después de la cena, ella le dijo: –¿De verdad te gustó el juego de mesas? Ya he pensado en los cambios que puedo hacer para que combine mejor con tu escritorio. –No, me gustó mucho tu trabajo. Así quiero que lo dejes.

209 –Pero apenas si lo miraste. –Perdóname, no fue mi intención mostrar poco interés. Vi a Georgiana decaída. La he visto así desde hace tiempo y acordamos en que el Dr. Thatcher la revisaría, pero no lo ha llamado. ¿Tú sabes qué le sucede? –Seguramente necesita cambiar de aire. Le va a sentar bien ir a Londres, la sacaré a pasear, iremos al teatro, tal vez podamos invitar a cenar a alguien o podremos visitar a alguna de sus amigas. –Pero no mostró interés alguno en el viaje. –Sí, pero estoy persuadida de que Londres es su mejor medicina en estos momentos. Lizzie lo dijo tan resuelta que Darcy dejó de instar.

CAPÍTULO XLII

Al salir el crepúsculo matutino partieron a Londres, mientras los restos de nieve se derretían con rapidez. Georgiana continuaba desalentada, aunque Lizzie trataba de motivarla con la plática y de distraer a Darcy para que no se preocupara por su hermana, pero sus esfuerzos fueron insuficientes. Él le dijo a Georgiana: –En cuanto lleguemos a Londres mandaré llamar al Dr. Robinson para que te revise, cada vez te veo más decaída. Georgiana y Lizzie guardaron silencio. Lizzie abrigó esperanzas y en su interior agradeció el gesto a su marido, ya que sin saberlo les había ayudado para poder contactar a Donohue lo más pronto posible. Efectivamente, cuando llegaron a la casa, Darcy le pidió al Sr. Peterson que buscara al Dr. Robinson, quien, una hora más tarde, se presentó. Darcy y Lizzie lo recibieron y lo condujeron hasta la recámara de Georgiana, que se había retirado a descansar. El Dr. Robinson y Lizzie entraron a ver a la paciente y él la revisó y le formuló varias preguntas. Cuando ya casi había terminado, Georgiana indagó: –¿Cómo me encuentra, doctor? –Veo que le hace falta alimentarse mejor, por eso está tan cansada y también necesita tomar más líquidos, se encuentra deshidratada y eso le provoca los dolores de cabeza. Seguramente ha perdido peso porque ya lleva así un tiempo, se ve desmejorada y pálida. Debe cuidarse mejor. De lo demás la encuentro bien. ¿Acaso tiene alguna preocupación? –No, doctor. –Le escribiré una lista de alimentos que debe incluir en su dieta, para disminuir la anemia que presenta y se recuperará pronto. Cuando Lizzie acompañó al doctor a buscar a Darcy a su estudio, le preguntó: –Escuché que el Dr. Donohue ya ha terminado sus estudios. ¿Ya se estableció en Londres? –Sí, al inicio del año se mudó a la ciudad y ha sido una bendición para mí. He podido descargar mucho trabajo en él y he logrado descansar más. Ya no estoy tan joven para aguantar el ritmo de antes.

210 –Doctor, nos gustaría que nos acompañara mañana a cenar con su esposa. Vendrán mis tíos, los Sres. Gardiner y los Sres. Bingley y, ojalá pudiera acompañarlo el Dr. Donohue, pues tienen mucho interés en conocerlo mejor. –¡Oh, Sra. Darcy! Será un honor para nosotros. Le comentaré al Dr. Donohue, que evidentemente estará complacido con tal invitación. El Dr. Robinson entró al despacho de Darcy y le explicó cuál era el estado de salud de Georgiana. Después, los Sres. Darcy lo acompañaron a la salida y le agradecieron su visita y Lizzie comentó: –El Dr. Robinson aceptó nuestra invitación con su esposa para venir mañana a cenar, con mis tíos y los Bingley y le avisará al Dr. Donohue. –¡Oh! Entonces será un placer verlos mañana. –Estaremos encantados de venir. El Dr. Robinson se retiró. –Tu madre estaría encantada de asistir a esta reunión –afirmó Darcy. Lizzie rió. –Iré por la cena de Georgiana y se la subiré para que descanse –informó ella. –Me adelantaré a su habitación. Darcy tocó a la puerta, entró y se acercó a Georgiana. –Ya me dijo el Dr. Robinson cómo te encontró y me tienes sumamente turbado. Georgiana asintió. –¿Hay algo en que te pueda ayudar? –preguntó Darcy sentándose a su lado–. ¿Por qué estás tan deprimida? –No te preocupes por mí, ya se me pasará. –Claro que me preocupo. Debes alimentarte mejor y le pediré a Lizzie que esté muy pendiente de ti, pero quiero saber a qué se debe que estés tan afligida. Lizzie tocó la puerta. Su marido abrió, ayudó a cargar la charola y la llevó a la mesa. –Aquí está tu cena, cuidaré que te la termines al igual que el jugo que te recetó el doctor. Necesitamos que estés repuesta pronto –comentó Lizzie. Ambos acompañaron a Georgiana hasta que terminó de cenar y luego se retiraron para dejarla descansar. Durante la cena, Darcy permaneció en silencio mientras Lizzie platicaba del libro que estaba leyendo. Por más esfuerzos que hacía para atraer su atención y animarlo, los resultados obtenidos eran muy pobres, hasta que le dijo, tomándole de la mano: –No te preocupes por Georgiana, ya la vio el doctor y la estamos atendiendo. Con certeza se recuperará pronto. –Pero, ¿por qué está tan deprimida? Lleva varias semanas así o más y no quiere decirme qué le sucede. ¿Acaso estará enamorada? No puedo explicármelo de otra manera. Si es así, ¿de quién? Y por lo visto a ti tampoco te ha dicho… ¿o sí?

211 –No –respondió rápidamente, sintiendo un dolor muy profundo en el alma por ocultarle la verdad por más tiempo. –Te voy a pedir que hables con ella otra vez y me informes qué fue lo que te dijo. Comprendo que tal vez conmigo no tenga confianza de decirme ciertas cosas pero no puedo permitir que esta situación continúe. Mañana voy a salir muy temprano, ojalá pudiera saber qué ocurre para no irme con esta preocupación. Lizzie sabía que no podía hablar sin la aprobación de Georgiana. El resto de la cena ambos permanecieron en silencio.

CAPÍTULO XLIII

En la aurora, Darcy salió con Fitzwilliam y Bingley, antes de que Georgiana despertara, y Lizzie se dirigió un poco más tarde a la recámara de Georgiana con su desayuno; tocó a la puerta y entró. Georgiana estaba en la cama, con un mejor semblante. –Te hizo muy bien la cena de ayer. –Sí, por lo menos disminuyó el dolor de cabeza. –Debes seguir tomando más agua y desayunar todo lo que el Dr. Robinson te recomendó. Hoy en la noche debes verte muy bella. –¿Para qué? –Invité al Dr. Robinson a cenar, con mis tíos y los Bingley, y acabo de mandar las invitaciones para que venga también el Dr. Donohue. –¿Vendrá el Dr. Donohue? –indagó Georgiana admirada, con un brillo de esperanza en los ojos. –Está invitado, tendremos que escogerte un vestido muy especial, pero sobre todo necesitamos que te veas feliz, segura de ti misma, como aquella noche en Oxford. Daremos un paseo en el jardín para que recuperes el color en tu rostro y no te veas tan pálida. –Pero ¿qué le diré? –No te preocupes por eso, ya lo he estado pensando, pero primero debes desayunar y tomar todo lo que el doctor te recetó. Y… te suplico que te veas más alegre con Darcy, ayer estaba desazonado y hoy se fue con mucho pendiente. No sé cuánto tiempo más pueda permanecer ocultándole la verdad. Lizzie y Georgiana estuvieron un largo rato en el jardín, afortunadamente era un día despejado y Georgiana pudo asolearse como lo habían planeado. Siguió tomando los jugos que le había recetado el médico varias veces al día y estuvieron discutiendo y practicando qué le podía decir a Donohue para aprovechar al máximo esta oportunidad y aclarar sus dudas. Georgiana se sentía más animada y alegre, aunque nerviosa e insegura, pero presentaba un mejor semblante y ya se sentía más repuesta. Ya casi estaba lista para el evento de esa noche cuando Darcy volvió y las buscó en la recámara de su hermana. Tocó a la puerta y Lizzie le abrió. –¡Oh, Darcy! ¡Qué gusto que ya hayas regresado!

212 Lizzie le tomó de la mano y lo condujo hacia adentro, donde estaba Georgiana ya casi lista para la cena, con un semblante muy diferente al que tenía el día anterior, dejando sorprendido a Darcy. –Georgiana, veo que ya te sientes mejor. Yo pensé que no estarías en la cena de hoy. –He seguido las indicaciones del doctor con la ayuda de Lizzie y me siento mucho mejor, gracias. –Veo que pasaron un rato en el jardín –dijo viendo a Lizzie y a Georgiana que estaban más tostadas por el sol. –Sí, el Dr. Robinson le recomendó a Georgiana tomar aire fresco y un poco de sol en el jardín. –Me alegro de que hayan funcionado tan bien sus recomendaciones. Iré a mi estudio un momento, en lo que terminan de arreglarse. –Sí, Darcy. Él se retiró y después de unos minutos alguien tocó a la puerta nuevamente. Era el ama de llaves que traía una carta para la Sra. Darcy, ésta se la entregó y Lizzie, extrañada, la abrió. Georgiana preguntó: –¿De quién es? –Del Dr. Donohue. Georgiana se acercó a Lizzie para leerla también. “Estimada Sra. Darcy: Me fue muy grato recibir su amable invitación esta mañana pero lamentablemente debo disculparme con usted, ya que por razones de fuerza mayor no podré asistir a su convivio. Extienda mi disculpa y mis cordiales saludos al Sr. Darcy y me despido esperando que su madre y sus hermanas se encuentren bien de salud. P. Donohue”. Al terminar de leer la carta, Georgiana se quedó estupefacta. –Ni siquiera me mencionó. –¡Ay, Georgiana! –expresó Lizzie apenada, mientras la veía sentarse en la cama descorazonada. Se acercó a ella y tratando de confortarla, le dijo: –Debió haber tenido alguna emergencia y por eso hasta ahora recibimos su negativa. –Fue muy gentil de su parte avisarte de su ausencia, cualquiera que fuera la razón, pero por lo visto no existo para él. Se acordó más de tu madre y de tus hermanas que de mí… Ya no me siento con ánimo de estar en la reunión. –Georgiana, ¡tú vas a asistir a la cena! Y estarás como si esta carta no hubiera existido. ¿No te das cuenta que Darcy descubrirá todo si no te presentas? ¡Ya sospecha que estás enamorada y fácilmente se dará cuenta de quién!: te acaba de ver muy repuesta y luego te derrumbas porque el Dr. Donohue no vendrá. No habrá necesidad de darle explicaciones. A menos que quieras ir a hablar con él para manifestarle lo que te sucede. Georgiana la miró asustada. –¡Es tu decisión Georgiana, pero si decides no bajar a la cena yo ya no te voy a encubrir! Lizzie se levantó y se acercó a la puerta cuando Georgiana le dijo: –Está bien. Sólo dame unos minutos. –Te esperamos abajo.

213 Lizzie se retiró y bajó al salón principal para esperar a Darcy y a los invitados mientras leía su libro. Después de un rato, llegó Darcy y Lizzie se puso de pie. –Pensé que te ibas a tardar más tiempo –indicó Darcy. –Georgiana vendrá en un momento –repuso Lizzie–. Recibí una carta del Dr. Donohue disculpándose, no podrá asistir a la cena. Te manda muchos saludos. –Tal vez tuvo una emergencia. –Sí, seguramente. –Me alegro de que Georgiana ya se sienta mejor. Te agradezco mucho el apoyo que le brindas. ¿Pudiste hablar con ella? Georgiana entró a la habitación y Lizzie respiró profundamente, aliviada de no ser interrogada. La recién llegada se acercó a sus hermanos y, con un semblante sereno, les sugirió: –¿Quieren escuchar alguna melodía, en lo que llegan los invitados? –¡Oh!, nos encantaría –apuntó Darcy. Lizzie sonrió. Georgiana interpretó unas piezas en el piano hasta que el mayordomo la interrumpió para anunciar al Dr. Robinson con su esposa, a los Bingley y a los Gardiner que habían llegado al mismo tiempo. Los Sres. Darcy y Georgiana los recibieron y se saludaron. Todos tomaron asiento. –Dr. Robinson, ha resultado muy efectiva la dieta que le mandó a mi hermana. Hoy ya se siente mejor – explicó el anfitrión. –Me alegra saberlo, Sr. Darcy. Eso fue algo que aprendí del Dr. Thatcher. Una buena alimentación es la mejor medicina. –Dr. Robinson, ¿qué noticias hay del Dr. Donohue? –preguntó la Sra. Gardiner. –Ya está trabajando conmigo y me ha resuelto la vida –contestó el Dr. Robinson–. He podido encomendarle a muchos de mis pacientes. –Sí, mi esposo ya estaba muy saturado de trabajo, no se daba abasto –aclaró la Sra. Robinson. –Habíamos invitado al Dr. Donohue a la cena, pero me mandó una carta para disculparse. Seguramente tuvo una emergencia –explicó Lizzie. –¿Una emergencia? –cuestionó el Dr. Robinson–. No que yo sepa. –¿No? –dijo Georgiana con un aire de tristeza, llamando la atención de los demás. Lizzie la volteó a ver dándole a entender que no era el momento de afligirse. Georgiana se dio cuenta de que tenía que sobreponerse y aparentar una tranquilidad y alegría que no apreciaba en ese momento, aunque se sintiera perturbada al saber que existía una razón más para que Donohue no asistiera a la cena. –Mi esposo y yo teníamos muchos deseos de conocerlo –expuso Jane–. La Srita. Bingley es amiga de la Srita. Donohue y nos ha platicado mucho de su hermano. –Ya habrá otra ocasión para conocerlo –indicó Bingley. En ese momento, Lizzie invitó a todos a pasar a la mesa del comedor.

214 –¿Y cómo sigue la salud de su madre, Sra. Darcy? Me comentó el Dr. Donohue hace unos meses que había estado indispuesta –explicó el Dr. Robinson. –Mucho mejor, gracias. Parece que sólo fue un malestar pasajero, pero el Dr. Donohue nos atendió muy bien –afirmó Lizzie. –Fue muy amable en venir a revisarla al día siguiente –aseveró Georgiana. –Jane, ¿cómo está el nuevo sobrino y la pequeña Diana? –indagó la Sra. Gardiner–. Me gustaría poder conocer al bebé. –Se encuentran muy bien, gracias. Los dejamos en la casa, al cuidado de la Srita. Susan y con la supervisión de la Srita. Bingley, que se sentía indispuesta para venir. El Dr. Donohue la examinó en la tarde. –No me imagino a la Srita. Bingley cuidando niños –murmuró Lizzie. –Diana es una niña encantadora y Henry es un bebé muy caballeroso. Mientras estuvimos de visita, casi no se le escuchó quejarse –recordó Georgiana. –En este segundo parto, fui atendida por el Dr. Thatcher y aprecié su buen trato, además de que tiene mucha experiencia –comentó Jane al Dr. Robinson. –Sí. Es una persona que inspira confianza a sus pacientes. Recuerdo que siempre decía que atendiéramos a los enfermos con la mayor delicadeza. –Nosotros también nos hemos sentido satisfechos con la atención del Dr. Thatcher –dijo Darcy. –Sí, le he tomado un enorme cariño –afirmó Lizzie. –Me alegra escucharlo y espero que su tratamiento haya resultado –declaró el Dr. Robinson. –En eso estamos trabajando –señaló Darcy. –¿Y qué edad tienen sus hijos, Sra. Bingley? –preguntó la Sra. Robinson. –Diana tiene dos años y Henry casi dos meses. –Entonces todavía han de estar desvelados. Pero aun así, los niños son adorables –ilustró la Sra. Robinson–. Nosotros ya tenemos, gracias a Dios, cuatro nietos de dos hijos casados y los disfrutamos mucho. –Sí, más ahora gracias a que tengo un poco más de tiempo disponible –confirmó el Dr. Robinson. –Lizzie, ¿cómo va tu proyecto del invernadero? –investigó la Sra. Gardiner. –Muy bien tía, ya se sembraron las primeras semillas, algunos clientes están apalabrados y he entrenando a algunas personas que me van a ayudar a atender la florería y el invernadero. Los floreros y las macetas serán los que elaboran en las industrias Darcy y el local ya está casi listo. Haremos la inauguración dentro de unos meses y con gusto les mandaré la invitación. –¿Usted está poniendo un negocio, Sra. Darcy? –inquirió la Sra. Robinson. –Sí, lo inicié hace un mes, con el invernadero que el Sr. Darcy me regaló de aniversario. –Suena muy interesante, nunca había escuchado una idea tan creativa. –Yo tampoco, y me siento muy orgulloso de la Sra. Darcy. Con todo esto han florecido cualidades que desconocía que tuviera y me ha dejado admirado de su desempeño –indicó Darcy. –Y lo dice un gran empresario. Muchas felicidades Lizzie –comentó el Sr. Gardiner.

215 Ella sonrió y agradeció. Cuando hubo terminado la cena, Lizzie invitó a las damas una taza de té en el salón principal y los caballeros permanecieron en el comedor para disfrutar de una copa y luego se reunieron con las señoras, donde Georgiana, mostrándose alegre, tocó varias piezas en el piano. Todos los invitados quedaron complacidos y Darcy le susurró al oído a Lizzie: –Ahora es su turno, madame. Lizzie sonrió y contestó: –Ese privilegio se lo reservo únicamente al Sr. Darcy. –Lizzie, nosotros ya nos retiramos. Seguramente Henry pronto querrá comer y tenemos que regresar a la casa –explicó Jane. –Muchas gracias Darcy, Sra. Darcy, Srita. Georgiana. Mucho gusto de verlos Sres. Robinson, Sres. Gardiner –dijo Bingley. –También nos retiramos –señaló el Dr. Robinson. Los Sres. Gardiner igualmente se despidieron, todos agradecieron la hospitalidad y los Sres. Darcy los acompañaron hasta sus carruajes. Después Lizzie, tomando la mano de Darcy para conducirlo al salón principal, le pidió: –Sr. Darcy, ¿gusta tomar asiento? Lizzie tocó en el piano por unos minutos y luego Darcy y Georgiana le retribuyeron su interpretación. –Ya tocas muy bien esa pieza –apuntó Georgiana. –Tengo una excelente maestra –aclaró Lizzie. Darcy abrazó a Georgiana y le dio un beso en la frente. Lizzie se conmovió mucho de verlos.

CAPÍTULO XLIV

Al día siguiente Jane llegó a la casa de los Darcy muy temprano para hablar con Lizzie de un asunto urgente: el Dr. Donohue y lo que la Srita. Bingley le había dicho la noche anterior. Lizzie, soprendida por la inesperada visita de su hermana, la recibió en el salón principal. –Jane, pasa por favor. El Sr. Darcy ya se ha retirado. Posiblemente ya se encontró con Bingley para tratar sus pendientes. –Sí, Lizzie. Y Georgiana, ¿está en casa? –Sí –afirmó Lizzie extrañada–. Pero ella acostumbra levantarse más tarde. ¿Quieres que vaya a buscarla? –No, es mejor que no sepa que vine. –¿Sucede algo? –Lizzie, ayer la Srita. Bingley me contó algo que me ha alarmado por Georgiana. Quise venir lo antes posible para que lo supieras. No sé cómo lo tomará. –Pero, ¿qué pasa?

216 Las damas no se dieron cuenta de que Georgiana se acercó a la puerta para buscar a Lizzie y se detuvo al escuchar que hablaban del Dr. Donohue. –La Srita. Bingley me dijo anoche que ha quedado muy impresionada con el Dr. Donohue desde que lo conoció en Londres, unos días antes del casamiento del Sr. Willis. Por eso Caroline no fue a la boda. Su hermana los presentó en un baile y luego asistieron a una cena, el día de las nupcias, y me aseguró que desde entonces el Dr. Donohue ha tenido muchas atenciones con ella y piensa que pronto le hablará de matrimonio. Recuerdo que me dijiste que en la fiesta de Londres estuvo bailando con ella. –Sí, pero el que baile con ella no significa que se vaya a casar. –La Srita. Bingley me dijo muy entusiasmada que él está enamorado de ella. Al escuchar el relato de Jane, Georgiana corrió a su habitación sollozando. –No me puedo imaginar al Dr. Donohue casado con la Srita. Bingley. Yo no sé qué tan cierto sea lo que ella te dijo, pero no creo en sus palabras. De todas maneras te lo agradezco mucho, estaré prevenida. De ser cierto, seguramente la Srita. Bingley vendrá a pregonar a los cuatro vientos esa noticia y si nos toma por sorpresa, Georgiana sufrirá mucho. Por el momento, no le diremos hasta saber más, pero seremos cautelosas. Jane se retiró y Lizzie continuó esperando a Georgiana por un tiempo más hasta que le pareció extraño su dilación y fue a su recámara a buscarla. Allí se encontró con estupor que estaba hecha un mar de lágrimas. Lizzie se acercó y le preguntó qué le sucedía. –Escuché lo que te dijo Jane del Dr. Donohue y la Srita. Bingley. Ahora ya sabemos por qué Donohue se retiró temprano de los esponsales del Sr. Willis. Ahora sí, no tengo esperanza alguna. –Georgiana… –suspiró Lizzie sintiendo el dolor de su hermana y, compadeciéndose, la ciñó, aunque guardaba muchas dudas sobre el supuesto compromiso. Después de un rato, Lizzie le dijo: –Voy a hablar con tu hermano para decirle lo sucedido. –No, Lizzie. Tú me prometiste guardar el secreto hasta que yo lo decidiera. Darcy no se puede enterar. No quiero que lo sepa y ¡ahora menos que nunca! ¿Qué va a pensar de mí si se da cuenta que me enamoré como una tonta de alguien que nunca me habló de su amor? Ya todo ha terminado, ya no hay esperanzas. Sólo me queda olvidarlo. –Pero Darcy está muy preocupado por ti, me ha interrogado varias veces y no sé qué responderle. Ya no soporto seguirle ocultando la verdad. Mi corazón me exige que le diga todo y no estaré tranquila hasta hacerlo. –Y entonces me pondrás en ridículo ante mi hermano. No sabes la expresión que puso cuando le confesé lo de Wickham. Nunca más lo he visto así, pero aquel día me llenó de terror y sufrimiento por la decepción que le causé. ¿Y qué le vas a decir? ¿Qué tú estabas segura de que me amaba, por sus palabras y sus miradas y que me alentaste a conservar las esperanzas a pesar de que todo indicaba que no era a mí a quien amaba? ¡Al decirle la verdad, yo no seré la única perjudicada!

217 –Georgiana, ¡no tienes por qué culparme de lo sucedido! –gritó Lizzie–. Yo no soy la responsable. Y, aunque me culparas, ¡eso no te devolverá a Donohue! Georgiana, desconsolada, salió de la habitación cerrando fuertemente la puerta. Lizzie se sentó con una angustia enorme en el corazón, muy pensativa, y aguardó. De pronto, se escuchó un ruido muy fuerte. Lizzie, extrañada, salió de la habitación para ver qué había sucedido y, aterrada, vio que Georgiana se había caído por las escaleras y yacía en el piso con la cabeza ensangrentada. Bajó rápidamente las escalinatas y se inclinó hacia ella para ver cómo estaba. Georgiana estaba inconsciente. Lizzie observó la herida en la cabeza y, estremecida, se levantó con el vestido y las manos manchadas para buscar al mayordomo y pedirle que fueran urgentemente por un médico. Regresó corriendo, acompañada del ama de llaves, se postró ante su hermana y sólo pudo rezar.

Había pasado el tiempo y Darcy estaba de regreso en la casa. Todo se escuchaba sereno y al no ver a Lizzie ni a Georgiana supuso que habrían salido al jardín. En ese momento, alguien tocó a la puerta y Darcy fue a abrir. Era el Dr. Donohue. Darcy, extrañado de verlo, le dijo: –Dr. Donohue, pase, ¿a qué debemos el honor de su visita? El Dr. Donohue, confundido por la pregunta, le explicó: –La Sra. Darcy mandó llamar al Dr. Robinson urgentemente y me pidió venir a atenderla. –¿La Sra. Darcy?, ¿qué ha sucedido? –preguntó preocupado. El ama de llaves venía bajando la escalera para abrir la puerta. Ya esperaban al doctor y se sorprendió de ver que el Sr. Darcy ya estaba de regreso, pero únicamente se dirigió al Dr. Donohue y le indicó el camino, hablando con un llanto que casi no podía controlar: –Sólo sé que cayó por las escaleras y se golpeó en la cabeza. No ha parado de sangrar y sigue inconsciente. Darcy, al escuchar la narración, sintió que su vida se le iba de las manos pensando en su mujer y caminaba rápidamente, casi sin respirar, detrás del médico que seguía a la Sra. Churchill, y entraron en la habitación. Paralizado en la puerta, sin entender lo que sus ojos le indicaban, vio a Lizzie sentada junto a Georgiana que yacía en la cama, inconsciente. Lizzie, con el rostro lleno de lágrimas, se puso de pie anonadada, viendo que el Dr. Donohue iba a atenderla. De pronto, Lizzie prorrumpió en sollozos al darse cuenta de que Darcy había llegado, pues sabía el tremendo dolor que esto le causaría. Él se acercó y, tomándole de los brazos, le preguntó: –¿Qué ha sucedido? –¡Todo fue mi culpa! Discutíamos, luego salió de su habitación, cayó por las escaleras y se pegó en la cabeza con el mármol. No ha despertado y… Darcy la abrazó fuertemente, como si quisiera sujetar la vida de su hermana a través de su esposa para no perderla, y sintiendo, por un lado, un gran alivio al ver que Lizzie estaba sana y, por otro, una enorme angustia por su hermana que había sufrido un terrible accidente.

218 El Dr. Donohue detuvo la hemorragia e hizo las curaciones lo más rápido que pudo, tratando de controlar el temor de sus manos derivado del nerviosismo que denotaba por la preocupación que sentía por su paciente. Nunca imaginó que se tratara de la Srita. Georgiana; en esos momentos la vida de su amada dependía de la habilidad de sus manos. Mientras la curaba, rezaba en silencio impetrando a Dios

que guiara sus

movimientos e iluminara su inteligencia para salvarla. Cuando el Dr. Donohue terminó, los Sres. Darcy esperaban ansiosos noticias de Georgiana. Sin embargo, Donohue permaneció sentado un rato más con la cabeza baja, sugestionando la atención de los Sres. Darcy. Estaba agotado emocionalmente y necesitaba respirar profundo al reconocer con inmenso dolor el estado de salud de la Srita. Georgiana, pedía a Dios fortaleza para mostrar la serenidad que no sentía. Darcy caminaba de un lado a otro de la habitación, sin hacer ruido, concibiendo una zozobra muy grande al resonar las últimas palabras de su padre antes de morir, sintiéndose culpable de una situación que sabía que estaba fuera de su alcance pero sujeto al compromiso de responder ante su difunto padre, repasando en su memoria lo que Lizzie le había tratado de explicar, sin entender del todo lo que había sucedido. Lizzie, sentada en el sillón, rezaba y esperaba noticias. El Dr. Donohue se puso de pie y se acercó donde estaba la Sra. Darcy. Lizzie se levantó y Darcy se paró a su lado. –¿Cómo se encuentra mi hermana? –Lamento informarle que el estado de la Srita. Georgiana es muy serio. Recibió un severo golpe en la cabeza. La hemorragia y la lesión ya las atendí, aunque desconozco en este momento si hubo daño cerebral. No sé cuándo despertará. Sólo nos queda rezar y esperar. Lizzie comenzó a llorar y Darcy la abrazó, sintiéndose desmoronar por dentro ante la circunstancia a la que se estaban enfrentando, tratándose de sostener de la fragilidad que mostraba su mujer y sabiendo que tendría que ser fuerte para sobrellevar esa situación de la mejor manera. –Me gustaría, si me lo permite Sr. Darcy, permanecer aquí hasta que el peligro haya pasado, para poder atenderla en caso necesario y continuar mi observación para ayudarla de la mejor manera. –Sí, doctor. Si usted lo considera prudente se lo voy a agradecer. Donohue regresó al lado de Georgiana y no se movió de su lado el resto del día. Darcy y Lizzie permanecieron en la habitación, consternados por lo sucedido, esperando pero sin recibir alguna novedad. El silencio era permanente, sólo se rompía por instantes. Llegada la noche, tras cenar algo sencillo en la alcoba, Darcy le dijo a su mujer: –Lizzie, ve a descansar, debes estar agotada. Yo me quedaré a pasar la noche con Georgiana, por si se ofrece algo. –Darcy, tú también necesitas dormir. –Me recostaré aquí en el sillón, no te preocupes por mí. Darcy la besó en la frente y Lizzie se dirigió con el Dr. Donohue:

219 –Ya le han preparado la habitación de al lado para que descanse y cualquier cosa que necesite tenga la confianza de pedirlo. –Muchas gracias, Sra. Darcy. Lizzie se dirigió a la puerta, su marido la escoltó y salió un momento con ella, entrecerrando la puerta. –Lizzie, ¿de qué discutiste con Georgiana antes del accidente? –murmuró. Ella se quedó pálida y, tras unos segundos de reflexión y mostrando todo su desconsuelo, le dijo: –¿Es necesario hablarlo ahora? –Sí, ¿qué te dijo mi hermana? ¿qué la tiene tan deprimida? –Darcy, ahora no por favor. –Lizzie, no he dejado de pensar en las razones que han podido cruzar por su mente y todas me angustian terriblemente. ¿Ya hay un hombre en su vida?, ¿acaso está embarazada? –¡No! –¿No entiendes que tal vez yo sea el responsable del accidente y que por ignorar su problemática haya acabado así? ¡Yo tenía que protegerla, se lo prometí a mi padre, y le he fallado otra vez! –exclamó enloquecido de tribulación. Lizzie se quedó paralizada, viendo a su marido completamente fuera de sí, sintiendo toda la culpa del accidente sobre sus hombros. Ella respiró profundamente, mientras percibía su mirada inquisidora, tratando de tomar valor suficiente para confesarle todo: Georgiana estaba inconsciente, Donohue la estaba atendiendo, y Darcy, al conocer la identidad del enamorado seguramente se saldría de sus casillas y pondría en juego la vida de su hermana por el arrebato de aclarar la situación con Donohue, quien ni siquiera estaba enterado del asunto. Si Darcy supiera que su hermana estaba enamorada del hombre que ahora estaba con ella, no mediría las consecuencias y no habría manera de detenerlo. No, no le podía decir… –¿Por qué discutías con mi hermana que salió enojada de su habitación provocando el accidente? –insistió severamente. –Le pregunté otra vez qué le sucedía y no me lo quiso decir –mintió, sintiéndose desolada. –Y ¿por qué discutieron y se enojó? –Le insistí que me dijera porque estaba preocupada por ti. –Si no te lo quiso decir a ti, entonces sí es grave. –Me dijo que no tenía importancia. –¿Y tú le creíste? –Darcy, tu hermana está al borde de la muerte, lo importante en estos momentos es que salga avante de su accidente y ya veremos después. Él se impresionó al oír estas palabras y suspiró, tratando de encontrar sosiego. –Tienes razón, perdóname por alterarme. Lizzie lo abrazó, pidiéndole perdón en silencio por mentirle, pero juzgó que era lo más prudente, aun cuando comprendía el sufrimiento que estaba padeciendo su marido. Darcy correspondió con cariño, sintiéndose

220 devastado y rezando para que su hermana se salvara, despidió a su mujer con un beso en la frente y se introdujo en la habitación de Georgiana, encontrando a Donohue hundido en oración. Lizzie se retiró a descansar a su alcoba, aunque apenas pudo conciliar el sueño, revisaba en su mente todo lo que había sucedido, pero sobre todo experimentaba gran incertidumbre al desconocer lo que ocurriría en los días venideros. No podía evitar percibir un dolor muy grande por haberle mentido a su esposo y sentirse culpable por lo sucedido; tal vez si no hubiera insistido en decirle a Darcy toda la verdad, podría haber evitado esa caída. Pensaba en el sufrimiento y la preocupación que sin duda estaba sintiendo Darcy, solo, al lado de su hermana ante un futuro incierto. Rezó por la salud de Georgiana, su pronta recuperación y por su felicidad. Darcy, tras haberle insistido al Dr. Donohue que se fuera a descansar, viendo que permanecería al lado de su paciente toda la noche, trató de recostarse para dormir, sin lograrlo. Estaba sumamente turbado por la salud de su hermana ante las pocas esperanzas que el médico les había manifestado y, tentado de pedirle opinión al Dr. Robinson, decidió mandarlo llamar a primera hora de la mañana siguiente. Se encontraba turbado por la reciente depresión de su hermana y por sus posibles consecuencias, las cuales seguía sin conocer. Donohue permaneció en una silla toda la noche, al lado del lecho de Georgiana, rezando a Dios por la vida y la recuperación de su paciente, lamentándose enormemente no haber conocido la verdad que hasta la noche anterior le había devuelto la esperanza de conquistar el amor de su doncella. Suplicó con todo el corazón que Dios le concediera, aun cuando fuera rechazado, ver que Georgiana recuperara la salud y fuera feliz. La vigilia fue muy larga, y más cuando la vida de una persona tan cercana se encuentra en juego. Al acercarse el alba, Darcy se levantó y preguntó a Donohue por su hermana, él le respondió que estaba estable, igual que el día anterior, aunque débil. –Dr. Donohue. Usted debe saber que el Dr. Robinson la revisó hace pocos días y la encontró con cierto grado de anemia y deshidratación. Se lo atribuía posiblemente a alguna depresión que tiene desde hace tiempo. –Eso explica la debilidad que he observado. –Le había mandado una dieta especial para fortalecerla, pero sólo la pudo llevar un día. Temo que su salud pueda complicarse por ese factor. –Le agradezco que me lo haya comentado, prepararé un suero especial para este caso y vigilaremos muy de cerca su progreso. –He pensado en mandar llamar al Dr. Robinson para que conozca el estado de mi hermana y sepamos su opinión. –Me parece muy bien. Le daré una lista de material y medicinas que necesitaré que me traiga, para que por favor se la haga llegar. Alguien tocó a la puerta y Darcy fue a abrir, mientras Donohue preparaba la lista. Era Lizzie, quien se acercó para abrazarlo diciendo: –Te extrañé mucho.

221 –Yo también. No quisiera despertar otra mañana sin ti a mi lado –correspondió Darcy con cariño. –¿Pudiste descansar? –¿Cómo podría? –Sí, te entiendo. Yo tampoco pude conciliar el sueño. ¿Cómo está Georgiana? –Igual, el Dr. Donohue la estuvo observando durante la noche y dice que está débil. –¿Permaneció aquí todo el tiempo? –Sí. Insistió en quedarse. Me dijo que le preparará un suero que suplirá la dieta del Dr. Robinson, mientras Georgiana recupera la conciencia. Donohue se acercó. –Sra. Darcy, buenos días. Sr. Darcy aquí está la lista para el Dr. Robinson. –Muchas gracias, iré a dar instrucciones para que no demore con el material –anunció Darcy–. Ojalá pueda venir antes de que Bingley y Fitzwilliam lleguen a trabajar. –Si quieres yo me quedo con Georgiana –propuso Lizzie. Darcy fue a su estudio para preparar una carta al Dr. Robinson, pidiéndole que viniera por la difícil situación que estaba viviendo su hermana, anexó la nota del Dr. Donohue y llamó al mayordomo para que la llevaran de inmediato. Lizzie se acercó a ver a Georgiana, sintió un agudo dolor al verla postrada en su cama y preguntó: –¿Se va a recuperar? –No lo sé, Sra. Darcy. Deseo con toda el alma que sí. En tanto esperaban al médico, los Sres. Darcy y Donohue desayunaron en la habitación y cuando arribó el Dr. Robinson, el mayordomo lo encaminó a la recámara de Georgiana. Todos lo saludaron y Donohue le explicó el estado de la paciente. El Dr. Robinson la revisó con mucho cuidado y después de un rato, tras sostener un diálogo con el Dr. Donohue sobre su opinión, se acercó a Darcy y le dijo: –El diagnóstico y el tratamiento que propone el Dr. Donohue es el correcto. Puede estar tranquilo de que dejo a su hermana en muy buenas manos. Yo tendré que salir de la ciudad unos días, pero le tengo absoluta confianza al Dr. Donohue. Posee el conocimiento y el criterio, así como la experiencia para poder resolver cualquier emergencia o necesidad que se pueda presentar. Ya le traje todo el material y los medicamentos que pudiera requerir. –¿Y Georgiana?, ¿cuándo despertará? –preguntó Darcy. –No lo podemos saber. Su situación es grave. El golpe que recibió ocasionó una inflamación seria en el cerebro, ésta tiene que disminuir y curar; hasta entonces podremos saber si hay otra consecuencia. El Dr. Donohue desde ayer le aplicó la medicina necesaria para atender este problema. –Entonces, ¿el Dr. Donohue se quedará a cuidar a Georgiana? –indagó Lizzie. –Sí, Sra. Darcy. Georgiana necesita vigilancia médica constante, por lo menos hasta que despierte. Y después se valorará según se logre su recuperación. –¿Hay algo más que podamos hacer?

222 –Sólo esperar y rezar. –Muchas gracias, Dr. Robinson, lo acompaño a la puerta –indicó Darcy. Darcy se retiró con el Dr. Robinson y luego regresó a la habitación de su hermana. Se quedó unos momentos sentado junto a Lizzie, viendo cómo trabajaba el Dr. Donohue preparando las medicinas y el suero que debía aplicar. Luego el mayordomo tocó a la puerta y Darcy abrió. Ya habían llegado Bingley y Fitzwilliam y lo esperaban en el despacho. Darcy se acercó a su mujer y pidió que le avisaran si había algún cambio en el estado de Georgiana. Lizzie asintió y, mientras rezaba, observaba con mucho detenimiento todas las acciones del médico.

CAPÍTULO XLV

Cuando hubo terminado de revisarla, Donohue se sentó nuevamente y con la cabeza baja continuó con su oración. Lizzie salió un momento al balcón a respirar aire fresco, recordando los momentos de alegría que había vivido al lado de Georgiana, el apoyo y el afecto que siempre había recibido de ella. Recordó todos los detalles de cariño que Darcy le ofrecía a su hermana y sintió una terrible desolación al pensar que tal vez ya no habría más. Cuando iba a introducirse a la habitación, observó a través del vidrio algo que llamó profundamente su atención. Donohue estaba hincado al lado de la cama, tomando con dulzura la mano de Georgiana y hablándole al oído. Se quedó observando por un rato inmensamente conmovida con lo que veían sus ojos y pensando en qué lo habría detenido para no hablarle de sus sentimientos. Luego vio que besaba su mano cariñosamente. Cuando él se percató de que lo vigilaba se puso de pie. Lizzie entró a la alcoba. –Los pacientes, aunque están inconscientes escuchan lo que se les dice –mencionó el Dr. Donohue explicando su proceder. –Y me imagino que también sienten. –Me disculpo con usted, Sra. Darcy. Lo hice con el mayor respeto. –Sí, lo sé –respondió inspirándole confianza–. Y… ¿acaso estaba terminando una conversación que quedó pendiente con la Srita. Georgiana? Espero no haberlos interrumpido yo, nuevamente. –¿Usted lo sabía? –Sí. –Una conversación que soñé tantas veces con haberla terminado cuando tuve la oportunidad. –¿Y por qué no la buscó para concluirla? ¿Por qué, en lugar de acercarse se alejó, como para lograr caer en el olvido? ¿Por qué no procuró favorecer una nueva coyuntura teniéndola al alcance de la mano? –Le he rezado a Dios, desde que llegué a esta habitación, que me conceda la última ocasión para hablarle de mis sentimientos, aunque no alcance su aprobación. –¿Duda alcanzar su aprobación?

223 –Sí, hoy más que nunca. Después de haberme comportado frente a ella como un canalla, tratándola con indiferencia, ocultando a toda costa el amor que sentía en mi corazón, pensando en que tal vez así llegaría a olvidarla… pero sucedió todo lo contrario. La Srita. Georgiana ha permanecido en mis pensamientos día y noche desde que la conocí. –¿Por qué no le habló de su amor? ¿Acaso existe otra mujer en su vida? –No, Sra. Darcy. No podría existir. Mi corazón le pertenece exclusivamente a la Srita. Georgiana y a ella solamente se lo entregaré. O moriré con el amor que he guardado para ella. –Entonces ¿qué lo detuvo?, ¿su falta de fortuna? –¡No! –¿Entonces? –Sra. Darcy, disculpe que le responda de esta manera, lo hago con todo respeto y confío plenamente que entienda mis palabras, pero le corresponde únicamente a la Srita. Georgiana escuchar la explicación sobre mi comportamiento. Por lo pronto, le suplico que rece para que se recupere. Yo rezaré y haré lo que médicamente sea posible. –De acuerdo Dr. Donohue. Le auguro a usted mucho trabajo: hacer lo necesario para que Georgiana salga adelante, confesarle toda la verdad y conquistar su amor. Rezaré por ella y por usted, para que Dios lo ilumine en todo su actuar. Alguien tocó a la puerta y Lizzie fue a abrir. Era el ama de llaves, acompañada por Jane. –¡Jane! –exclamó Lizzie abrazándola. –Bingley me mandó una nota explicándome lo que había sucedido. ¿Cómo está Georgiana? –Te pido que reces por ella. Sólo así podrá recuperarse. –¿Tan mal está? –Eso dicen los doctores. –¿Puedo pasar a verla? –Claro. Está inconsciente todavía. No saben cuándo despertará. Jane pasó a la habitación y Lizzie los presentó. –¿El Dr. Donohue? –preguntó Jane. –Sí, Sra. Bingley, a sus órdenes. –Por favor, siga atendiendo a la Srita. Georgiana. Donohue continuó revisando los signos vitales de Georgiana: escuchó su corazón acercando su oreja a su pecho con cuidado percibiendo sus latidos muy acelerados, al igual que su pulso y la presión, le midió la temperatura, revisó la frecuencia respiratoria, la dilatación de las pupilas así como la flacidez que presentaba en su cuerpo y observó rubor en su rostro, mientras Lizzie y su hermana salieron al balcón. –Pero ¿qué fue lo que pasó? –¡Georgiana escuchó lo que me dijiste del Dr. Donohue y la Srita. Bingley! –explicó Lizzie llorando. –¿Cómo? –indagó azorada.

224 –Después de que te marchaste fui a buscarla y estaba desolada, discutimos en su habitación y salió encrespada y resentida por lo que le dije; sólo sé que cayó por las escaleras. ¡Todo fue mi culpa! Si no le hubiera insistido en hablar con Darcy. –¡Lizzie! –exclamó Jane abrazándola, comprendiendo la angustia de su hermana. Tras unos momentos, continuó: –Luego mandé buscar al Dr. Robinson y el Dr. Donohue vino en su lugar. Sufrió un serio golpe en la cabeza y… estamos muy preocupados por ella. –Y el Dr. Donohue, por fin hizo su aparición. –Sí, ¡qué ironías de la vida! Ahora que el futuro de Georgiana es tan incierto –murmuró. –Verás que todo saldrá bien –señaló tratando de consolarla. Después de un momento, Lizzie se asomó por el vidrio hacia el interior de la habitación y vio a Donohue sentado, cabizbajo e inmerso en oración. –Parece que ya terminó de revisarla. –Y además de revisarla y darle los medicamentos, ¿qué hace? –Rezar. Jane y Lizzie entraron en la habitación y Donohue se puso de pie, retirando el termómetro y revisando su lectura. –Sra. Darcy, necesito hacerle la curación en la herida. ¿Podría pedirle agua tibia y toallas limpias por favor? Tengo que revisarla, le está subiendo la temperatura. –Sí, por supuesto. Jane ¿te puedes quedar con ella? –Desde luego. Lizzie fue a pedirle al ama de llaves lo necesario y le indicó que lo llevara de inmediato. Luego fue al estudio de Darcy y tocó a la puerta. Darcy abrió y le preguntó: –¿Cómo está Georgiana? –Parece que le está subiendo la temperatura. El Dr. Donohue va a revisarle la herida. Jane se quedó con ellos –explicó angustiada, bajando la cabeza. Darcy se mostró atormentado. –¿Y tú cómo estás? –preguntó Darcy tomándole las manos. –Preocupada por Georgiana y preocupada por ti… Darcy la abrazó, deseando estar a su lado todo el tiempo y anhelando despertar de esa pesadilla que lo estaba demoliendo. –En cuanto termine, iré contigo. Lizzie regresó a la habitación y Donohue limpiaba la herida. El ama de llaves lo ayudaba, mientras Jane esperaba al fondo de la habitación. Lizzie se acercó a su hermana. –¿Sólo la revisaba, le daba sus medicinas y rezaba? Yo nunca podré ser enfermera –anotó Jane.

225 Cuando terminó, el Dr. Donohue hizo las curaciones, vendó las heridas, revisó los signos vitales y le dio alguna medicina que aliviase la complicación. Quitó las cobijas de la cama, dejando únicamente las sábanas para controlar la temperatura. El ama de llaves se retiró con todo el material. Después de un rato, alguien tocó a la puerta. Era Darcy que ya había terminado sus asuntos. Entró, mientras el Dr. Donohue revisaba a Georgiana. Darcy le dijo a Jane: –Sra. Bingley. El Sr. Bingley ya la espera abajo. Disculpe que no la acompañe y, gracias por venir. –Yo la acompañaré –resolvió Lizzie. –No se preocupe, Sr. Darcy. Yo lo entiendo. Lizzie escoltó a su hermana hasta la puerta de la casa y de inmediato regresó. Darcy se acercó al Dr. Donohue cuando terminó de revisar a Georgiana. –¿Cómo se encuentra? –Tiene fiebre. Esto puede complicar su estado porque no favorece a desinflamar la herida, ni a su recuperación. Sólo me queda controlarle la temperatura hasta que el medicamento actúe y cure la infección. –¿Hay algo más que podamos hacer para ayudarla? Donohue negó con la cabeza y guardó sus instrumentos. Darcy y Lizzie esperaron en la alcoba. Después de cenar, Darcy le dijo a Lizzie que se marchara a descansar, que no se preocupara por él. Georgiana siguió con calentura y durante la noche se le elevó todavía más, provocando que el Dr. Donohue estuviera muy atento de mantener la temperatura a niveles seguros, con fomentos. Georgiana padecía escalofríos y delirios incomprensibles que reflejaban la angustia vivida antes del incidente, lo que mantuvo en vela al Dr. Donohue y a Darcy, quien dio rienda suelta a su imaginación tratando de atar cabos de lo que escuchaba y de lo poco que sabía, sin llegar a una conclusión certera. Por la mañana, Lizzie regresó a la habitación con el desayuno para los señores. Georgiana continuaba con fiebre y el Dr. Donohue seguía al pendiente de su evolución, pero Darcy y Lizzie solicitaron que se sentara a almorzar con ellos. Él accedió y comieron con cierta tranquilidad, en medio de un silencio que sólo era quebrantado por el ruido de los cubiertos. Al terminar, Lizzie instó a Darcy que intentara descansar, aunque fuera un rato, porque se veía devastado. Darcy insistió al Dr. Donohue que reposara en algún momento, pero él respondió: –Mientras la Srita. Georgiana no haya salido del peligro, se puede presentar alguna crisis en cualquier momento y es mejor atenderla con prontitud. Su vida podría estar en juego. En ese momento, Georgiana comenzó a respirar con tremenda dificultad, lo que provocó que Donohue se levantara precipitadamente de su asiento y fuera a su lado, sentándola y abrazándola, para golpear su espalda y desalojar sus vías respiratorias. Georgiana dejó de respirar por lo que Donohue tuvo que acostarla y aplicarle respiración artificial para estimular la inhalación y exhalación, así como compresiones torácicas para avivar la circulación sanguínea que tuvo que repetir varias veces hasta que su paciente reaccionó. Donohue, al ver que su amada estaba fuera de peligro, se sentó a su lado suspirando aliviado, recordando

226 que había deseado por tanto tiempo sentir la suavidad de sus labios y poderla estrechar entre sus brazos pero nunca se imaginó que sería bajo esas circunstancias. Dando gracias al cielo y con mayor tranquilidad revisó sus signos vitales y regresó a su asiento a terminar su jugo. –En las condiciones actuales de la Srita. Georgiana, algo muy sencillo puede complicarse peligrosamente. Darcy y Lizzie, aterrorizados por lo que vieron, sólo asintieron. Darcy se retiró a su habitación y se fue a descansar. Afortunadamente ese día los pendientes del trabajo ya los había encomendado a Bingley y a Fitzwilliam. En el transcurso de la tarde, comenzó a ceder la fiebre, tranquilizando a sus hermanos, pero sobre todo a su médico que estaba agotado. Aun así permaneció a su lado, durmiendo a ratos durante la noche.

Los siguientes días fueron de larga espera, pero menos angustiosa. Georgiana estaba menos débil que antes, el suero la había fortalecido y eso era primordial para que la infección se pudiera erradicar por completo. Las altas temperaturas ya no se volvieron a presentar, la cicatrización de la herida estaba por concluir y la inflamación en la cabeza ya estaba disminuyendo. Durante el día, Lizzie acompañaba al Dr. Donohue a cuidar a Georgiana y observó en diversas ocasiones que le hablaba al oído con cariño. En las noches, Darcy se quedaba con ellos. La conversación que Darcy sostenía con Donohue era muy pobre, sólo se limitaba a conocer la evolución del estado de Georgiana. A pocos días de que la fiebre había cesado, estando Darcy, Lizzie y Donohue en la habitación de Georgiana, ella abrió los ojos observando a su alrededor, sin saber en dónde estaba, ni lo que había sucedido hacía días. No tenía consciencia del tiempo que había pasado, se le venían imágenes a la memoria que no lograba comprender. Escuchaba a lo lejos las voces que le hablaban y los únicos rostros que reconocía eran los de sus hermanos; en su mirada y en sus recuerdos se había borrado el sufrimiento que vivió los últimos meses antes del accidente. Donohue, al igual que Lizzie, prontamente se percataron de esta situación, ya que, además de no reconocerlo, cuando él la revisaba y le aplicaba las terapias de rehabilitación, Georgiana lo observaba como queriendo encontrar la identidad de esa persona en su mente, donde lo había visto repetidas veces sin entender de quién se trataba. Podía moverse con dificultad cuando se lo pedían y logró comunicarse con su entorno, al principio moviendo la mano y después con palabras pequeñas, logrando una evolución favorable en lo sucesivo. Darcy la acompañó en los primeros días del despertar y poco a poco se fue incorporando a sus actividades regulares por las mañanas, ya que algún asunto del negocio no andaba bien, por lo que en cuanto hubo franca mejoría se dedicó a resolver esta situación, con el apoyo de Bingley y de Fitzwilliam. Aun cuando no estaba todo el día con su hermana, el tiempo que podía permanecer a su lado se dedicaba a platicarle de sus padres, de las personas que conocía, de los lugares que habían visitado, enseñándole retratos, libros y otros objetos para ayudarle a recordar. Lizzie le ayudaba en este proceso durante las mañanas, mientras Donohue se dedicó a observarla, aplicarle sus medicamentos y sus terapias.

227 CAPÍTULO XLVI

A las dos semanas de que Georgiana había despertado, mientras Darcy se encontraba fuera atendiendo unos asuntos, Donohue revisó los signos vitales de Georgiana mientras dormía. Luego Lizzie salió al balcón y él se acercó para tomar su mano y hablarle al oído como hacía cuando tenía oportunidad: sabía que estando despierta no podía hablarle de sus sentimientos, pero no podía evitar decirle que la amaba profundamente durante sus sueños para darle ánimo de recuperarse prontamente y facilitar que sus recuerdos regresaran. Al cabo de un rato, Georgiana abrió los ojos y miró a su alrededor, se sobresaltó al escuchar que un libro se caía accidentalmente, moviendo sus ojos hacia el lugar del suceso. Donohue le acarició la mano para tranquilizarla, ella giró su cabeza y lo miró, reconociendo a su acompañante, sintiendo una avalancha de emociones que la perturbaron al recordar quién era ese hombre que la había cuidado con tanto cariño, pero que en el pasado encerraba todas sus dudas, sus tristezas, sus desesperanzas: le había hablado con inmensa ternura cuando tiempo atrás se había portado con torturante indolencia. Sus ojos se llenaron de lágrimas, Donohue se conmovió enormemente y observó que la mirada de su paciente había cambiado. Georgiana giró hacia el otro lado, separando su mano de las de él, queriendo regresar al estado en que se encontraba donde no había sufrimiento ni recuerdos, donde no tuviera que ver a ese hombre. No hubo palabras, pero los hechos le revelaron a Donohue lo que tanto había temido; dio gracias a Dios por el avance que habían tenido, a pesar de sentir una profunda tristeza por esa reacción. La observó por más tiempo, verificando desde su lugar que su respiración fuera normal: lo único que podía ver sin perturbarla con su presencia, luego se puso de pie y se dirigió al balcón para avisarle a la Sra. Darcy de la nueva situación de su hermana, ella giró al escuchar abrirse la puerta. –Sra. Darcy, la Srita. Georgiana ha despertado y tengo la impresión de que empieza a recordar. –¿Puedo verla? –preguntó Lizzie, sintiendo una enorme alegría. Donohue asintió. Ambos se introdujeron y Lizzie se sentó al lado de Georgiana, que se había girado a espaldas al balcón. Le tomó las manos y Georgiana la miró llorando. –¡Georgiana! Te queremos tanto y estamos muy contentos de que te estés recuperando. –Lizzie –dijo con voz baja. –Te pondrás bien, te hemos cuidado día y noche desde el accidente que tuviste y pronto estarás bien. –No quiero. –El Dr. Donohue también te ha cuidado con mucha solicitud. –No quiero que… Quiero ver a Darcy. –Le avisaré de inmediato que quieres verlo. El Dr. Donohue te va revisar y te ayudará a hacer tus ejercicios para que pronto puedas curarte. –No quiero. –Te suplico que lo dejes revisarte, yo estaré a tu lado –indicó enjugando su rostro.

228 Ella cerró los ojos mientras Lizzie la acomodaba boca arriba y el médico se acercaba a examinarla. Le revisó los signos vitales, con sumo cuidado le activó la circulación moviendo las piernas y los brazos, le hizo masaje en el cuello y en la boca para facilitar su alimentación, mientras Georgiana permanecía aislada, con los ojos cerrados, aunque despierta. Donohue se dio cuenta del estado anímico de su paciente pero su condición física era favorable. –Lizzie –volvió a murmurar Georgiana. Donohue le cedió su lugar a la Sra. Darcy, quien se sentó nuevamente su lado. –Dile a Donohue que se vaya... No quiero verlo. –Srita. Georgiana, si así lo desea y para evitar incomodarla con mi presencia, podemos pedir que otro médico la atienda, pero antes quiero pedirle que me perdone por el comportamiento que tuve para con usted en las últimas ocasiones. –Se portó como si yo no existiera. –Sí, lo sé y lo lamento con toda el alma. Por eso le suplico su perdón, aunque sea lo único que quiera concederme. Georgiana cerró los ojos, ocultando su tristeza, enojo y decepción, mientras Donohue le indicó a Lizzie que estaría esperando afuera. –Georgiana, Donohue ha estado muy preocupado por ti. Ella negó rotundamente con su cabeza, queriendo gritar a su hermana todo lo que cruzaba por su mente: no podía creer que Donohue estuviera preocupado por ella, no quería que permaneciera en su habitación ni que la viera en ese estado, pensaba que no era posible que la atendiera ya que para él no existía. ¿Acaso había aparecido en su mundo sólo porque tuvo un accidente? Se sentía atormentada desde que lo vio, percibiendo una emoción que invadió todo su ser, pero agonizaba al saber que no era correspondida y que él se casaría con la Srita. Bingley. Como resultado de esa tribulación, Georgiana empezó a tener la respiración acelerada. –¡Georgiana, no te agites! Te puede hacer daño. ¡Tendré que llamar al doctor si no te tranquilizas! Ella cerró los ojos respirando profundamente para encontrar sosiego. –Estuviste inconsciente mucho tiempo, temíamos que tal vez no despertaras y han pasado dos semanas desde que recuperaste la consciencia con la memoria nublada y ahora que has recordado no quiero que regrese tu depresión. Por favor, no queremos perderte –indicó cariñosamente, secando su rostro y, como si le leyera el pensamiento, continuó–. El Dr. Donohue no se casará con la Srita. Bingley ni con ninguna otra mujer. Me lo dijo cuando empezó a atenderte y creo en sus palabras. Te ha cuidado con toda la atención, dedicación y esmero que un buen médico debe tener y con todo el amor, la ternura, el cariño y la cautela que un hombre enamorado le regala a la mujer amada. Te ha hablado de su amor al oído en tantas ocasiones mientras dormías que ya debe dominar su discurso. Georgiana abrió los ojos y miró a Lizzie, quien la veía con la ternura de una madre. –¿Por qué no me lo dijo antes?

229 –Dale la oportunidad de explicarte lo que ha sucedido. Existe una razón para su comportamiento. Ya te pidió perdón, está arrepentido. Escúchalo y concédete la posibilidad de ser feliz. –Ya no quiero sufrir más. –Si amas estás destinada a sufrir, pero serás inmensamente feliz. Si no amas, sufrirás por la soledad y la amargura que invadirá tu corazón. Ya ves a la Srita. Bingley. A ver cómo recibe la noticia de saber que en realidad no es correspondida. –¿Y Darcy? –¡Darcy se pondrá feliz al saber que has recordado! Tuvo que salir pero lo mandaré llamar con el Sr. Peterson. Hemos estado muy preocupados por ti, ha pasado todas las noches a tu lado para no dejarte sola con el Dr. Donohue. –¿Pasó las noches aquí? –Sí, no quería separarse de ti y qué bueno. Hubo momentos en que necesitabas de mucha vigilancia médica. Pasó varias noches sin dormir para cuidarte. Iré a escribirle a Darcy una nota para avisarle. ¿Puedo dejar entrar al Dr. Donohue? Georgiana asintió. Lizzie se levantó y salió de la habitación. –Iré a avisarle al Sr. Darcy que Georgiana ya recordó. Ahora, aproveche la oportunidad que Dios le ha otorgado –le comentó, animándolo–. Tal vez sea la última que tenga. –Por favor, le pido que traiga un jugo de manzana para la Srita. Georgiana. El Dr. Donohue entró, se acercó a Georgiana, le revisó sus signos vitales escuchando su corazón muy agitado, máxime por la proximidad de ese caballero. –¿Tiene alguna molestia? –Me duele la cabeza… me siento mareada –dijo agotada de pensar, pero con todo el deseo de escuchar a Donohue: estaba a las puertas de conocer la verdad de lo sucedido, por fin sabría si él la amaba. –Le daré algo para que se sienta mejor. El Dr. Donohue esperó unos minutos a que el ritmo cardíaco se normalizara. Georgiana pensó que tal vez lo que Lizzie le había dicho era falso, pero aguardó como lo había hecho por tanto tiempo. Luego Donohue se sentó a su lado y prosiguió, hablándole con inmenso cariño: –Srita. Georgiana, sé que no es el mejor momento para hablar del asunto pero estos días le he pedido tanto a Dios que me conceda aunque sea una última oportunidad para concluir una conversación que se quedó pendiente en Oxford. Si al terminar de decirle lo que debe saber, usted quiere meditarlo y tomarse un tiempo, yo lo comprenderé. Estoy consciente que mi proceder en las últimas ocasiones debió causarle muy mala impresión, aunque le pediría que me permita resarcir

mi conducta si usted me lo concede, y

demostrarle la veracidad de mis palabras y de mis sentimientos. Donohue respiró para recuperar el aliento, sintiendo una opresión en el pecho al saber que de sus palabras dependía su felicidad futura, y continuó:

230 –Desde que la conocí, entró en mi corazón y quedé perdidamente enamorado de usted. Cada día, a pesar de la distancia y de las contrariedades que se han presentado, mi amor ha crecido y madurado. Mi único deseo desde que la vi en Oxford es verla feliz. Después me convencí de que su felicidad no estaba a mi lado y desde entonces he vivido en completa desolación, con un amor que hervía dentro de mí; pero soporté este enorme sufrimiento al saber que tenía que renunciar a ese sentimiento para que usted alcanzara la felicidad al lado de un hombre que la amaba, aunque no con la misma intensidad que yo, pero que tenía el consuelo de saberse correspondido. –¿Cómo? –susurró Georgiana sin entender sus palabras. –Supe hasta hace unos días, justo la noche anterior a su accidente, que usted había rechazado una propuesta, sólo entonces regresó a mí la esperanza de conquistar su amor. –¿El Sr. Windsor? –Sí. Windsor habló conmigo, después de que yo le envié aquella carta cuando mi padre enfermó y me confesó que estaba enamorado de usted y que estaba decidido a proponerle matrimonio. Él me aseguró que usted le correspondía. Yo, sin expresarle mis sentimientos hacia usted, tomé la decisión de apartarme para dejarle el camino libre a un amigo que hasta entonces había mostrado integridad. En la boda del Sr. Willis quise buscarla para indagar sobre sus sentimientos hacia Windsor y así cerciorarme de que mi decisión había sido la correcta. Pero al verla a su lado no tuve más dudas, así que decidí salir de su vida para siempre, aunque eso me ocasionaría una lenta agonía. La indiferencia que mostré en las ocasiones posteriores fue una lucha interna para sacarla de mi corazón y mantenerme leal a este amigo que, justo antes de su accidente, me confesó que él siempre supo de mis sentimientos hacia usted pero que, a pesar de ello, habló conmigo con el ánimo de exigirme que me alejara del camino, porque dudaba que usted le correspondiera. En ese momento se abrió la puerta del cuarto y Lizzie entró, con el jugo de Georgiana pero acompañada por la Srita. Bingley, quien venía a visitar a la enferma. Lizzie, prudentemente se había quedado afuera de la habitación esperando a que Donohue le abriera la puerta, para darles tiempo de hablar sin ser molestados, pero con la llegada de la Srita. Bingley no tuvo más remedio que continuar su camino. Donohue se puso de pie y saludó como correspondía. Georgiana, sumamente sorprendida por haber escuchado semejante relato, ahora se desconcertó más al ver que la Srita. Bingley, la supuesta futura prometida de Donohue, entraba en la habitación con su acostumbrada altanería y con una actitud de evidente coquetería. Lizzie se acercó mientras él ayudaba con mucho cuidado a Georgiana a incorporarse un poco para tomar jugo. –Supe por la Sra. Bingley y por mi hermano del terrible accidente que sufrió, Srita. Georgiana, pero me alegra tanto que ya se encuentre más recuperada. ¡Claro!, estando en tan buenas manos, cualquiera quisiera estar en su lugar. –Gracias –dijo Georgiana.

231 –El Dr. Donohue se ha hecho de muy buena fama en toda la capital. En los círculos médicos se habla de su excelente desempeño y del buen futuro que le espera. Sin duda, la mujer que elija como su esposa será muy afortunada –indicó la Srita. Bingley. Todos guardaron silencio y luego continuó, mientras el médico le ofrecía a la enferma jugo con una cuchara: –Dr. Donohue, su hermana es un encanto, la veo seguido aquí en Londres y ahora que usted ya está radicando en la ciudad, espero verla con mayor frecuencia. Habla maravillas de su adorado hermano. –Supimos que estuvo en Gales –señaló Lizzie. –Sí, pasé las fiestas navideñas en compañía del Dr. Donohue y de su familia. Fue la navidad más bonita que he vivido. Todos son encantadores y me recibieron con una incomparable hospitalidad. Sobre todo cuando el Dr. Donohue tuvo la amabilidad de mostrarme la región. Nunca olvidaré nuestro paseo y todas sus atenciones durante mi estancia. Georgiana se mostró incómoda con el comentario y Lizzie preguntó: –Y ¿cómo le fue cuidando a sus sobrinos la otra noche, Srita. Bingley? –¿Cuidando a mis sobrinos? La Srita. Susan se encargó de ellos. Yo tenía cosas más importantes que hacer. –Y ¿cómo se porta el pequeño Henry, con sus dos meses de edad? ¿Ya les deja dormir en las noches? –No, llora día y noche; sólo espero que Charles se regrese pronto a Starkholmes con toda su familia y vuelva la paz a mi casa. –La criatura seguramente se despierta con mucha hambre. –Dr. Donohue, espero que pronto podamos terminar la conversación que dejamos pendiente en Gales, me quedé muy interesada en escuchar su propuesta. Georgiana, en señal de malestar, se llevó la mano a la cabeza y el Dr. Donohue intervino: –Srita. Bingley, la Srita Georgiana necesita descansar. Le suplico que se retire. –¿Acaso no ha descansado lo suficiente ya? –preguntó la Srita. Bingley riendo. –La acompaño hasta la puerta –indicó Lizzie. –No se moleste, Sra. Elizabeth. Conozco muy bien esta casa –respondió al momento de partir. Cuando se cerró la puerta, Georgiana pidió, recostándose un poco: –Lizzie, ¿nos permites? –Por supuesto. Lizzie salió y esperó afuera. –¿Qué me dice de la Srita. Bingley? –interrogó Georgiana. –¿La Srita. Bingley? Sólo que es una amiga de mi hermana. Estuvo en Gales y le ofrecí las atenciones que a cualquier invitado de la familia se le deben brindar. –¿Y esa propuesta? –preguntó con la mirada llena de desconfianza. –¿Usted piensa que tal vez tenía la intención de proponerle matrimonio a la Srita. Bingley? Georgiana guardó silencio.

232 –Srita. Georgiana, comprendo la razón de estas dudas, pero le aseguro que a la única mujer a la que he deseado y quiero hacerle una propuesta de matrimonio es a usted. Donohue sigilosamente dio unos pasos al frente y, sosteniendo cariñosamente su mirada, continuó: –Si con mi explicación han quedado sus dudas aclaradas, sólo me queda nuevamente suplicar su perdón, decirle con todo el corazón que la amo y que me conceda la oportunidad de conquistar su amor. –Tiene mi permiso. Donohue se arrodilló al lado de la cama de Georgiana y tomando su mano la besó y agradeció a Dios en silencio, mientras Georgiana lo veía conmovida.

CAPÍTULO XLVII

Afuera, Darcy llegaba en su cabriolé y Lizzie, al darse cuenta de que venía, salió a recibirlo. Darcy se bajó y abrazó a su esposa eufóricamente. –¿Cómo está Georgiana? –Ya tomó un poco de jugo y tiene muchos deseos de verte. Parece que está recordando. –Vine en cuanto me fue posible. Te agradezco mucho que me hayas avisado. Darcy miró amorosamente a su esposa, acariciando su rostro. –Te extraño tanto. Sueño con ver el amanecer a tu lado de nuevo –explicó él. –Yo también. Darcy la besó. Cuando Darcy y Lizzie entraron en la habitación, Donohue se puso de pie. Darcy se acercó y abrazó a su hermana, mientras ella se regodeaba de verlo. Lizzie los miraba y daba gracias a Dios por la recuperación de Georgiana. –¿Cómo te sientes? –Feliz de que hayas llegado. Darcy sonrió. –Dr. Donohue –dijo Darcy poniéndose de pie–. ¿Cómo encuentra a mi hermana? –Mucho mejor, sigue tomando jugo pero pronto iniciará una dieta con alimentos sólidos, la anemia que presentaba ha disminuido por lo que ya está más fuerte, hemos avanzado mucho con las terapias de rehabilitación, los recuerdos empiezan a surgir en su mente y nuestros pronósticos de recuperación son optimistas –explicó desbordado de satisfacción. –Debe estar feliz de poder ir a descansar a su casa. –Sí. Causa un enorme júbilo ver que hemos podido ayudar a una persona en su recuperación. Aunque recomiendo continuar mi observación, necesito estar al pendiente por si algo se ofrece. –Muchas gracias doctor.

233 La cena de esa noche fue bastante más amena que las anteriores, aunque breve, porque Georgiana tenía que descansar. Darcy vio a su hermana especialmente alborozada, como si hubiera renacido con el accidente, y eso le dio una enorme tranquilidad. Lizzie, aunque no sabía exactamente lo que había pasado entre Georgiana y Donohue, observó que todo iba viento en popa al ver la felicidad que irradiaba su hermana y la manera en que Donohue la miraba. Darcy no se percató de esto, ya que estaba más atento en advertir que Georgiana estaba mejor. A Lizzie la veía con especial devoción y agradecimiento. Donohue casi no habló, sólo escuchaba la conversación que conducían Lizzie y Darcy la mayor parte del tiempo, con alguna que otra intervención de Georgiana. Se le veía bastante cansado pero embargado de complacencia y alegría en los ojos. Él mismo dudaba poder conciliar el sueño durante la noche. No cabía en sí de emoción y daba gracias a Dios por haberle dado la oportunidad de hablar con Georgiana, recibir su perdón y su aceptación para demostrarle su amor. Era mucho más de lo que pensaba merecer y crecía su esperanza de algún día poder brindarle toda la felicidad a su amada. Cuando terminaron, Donohue le administró las medicinas y la revisó nuevamente, encontrando todo en orden, mientras Lizzie se retiró a descansar. Al día siguiente, el Dr. Donohue la estuvo observando y examinando a ciertas horas del día, realizaron las terapias de rehabilitación, y el resto del tiempo los enamorados estuvieron platicando sobre diversos temas. Donohue le participó de sus planes para establecerse por completo en Londres, vender su casa actual y comprar una más grande para ofrecerle una vida mejor en los próximos meses. Platicó de su familia en Gales y Georgiana también le comentó de su familia y de la buena relación que siempre había tenido con su hermano y con su cuñada. Lizzie permaneció de espectadora casi todo el tiempo y hubo momentos en que consideró prudente salir al balcón para darles la oportunidad de conocerse mejor. Ella recordaba con mucha emoción las horas que pudo convivir con Darcy antes de su matrimonio y cómo valoraba los paseos que daban cerca de su casa en Longbourn platicando de tantas cosas a solas, mientras Jane y Bingley también convivían a unos pasos de distancia. A media tarde, llegó Darcy y convivió con su hermana alegremente. Se sentía plenamente dichoso por los avances que habían tenido en su recuperación, satisfecho de haberse acercado más a Georgiana, pensando en que tal vez podría recuperar la confianza que en un tiempo se había deteriorado, y que esa tristeza que la había atormentado tanto tiempo ya no había resurgido, a pesar de haber recordado. Así pasaron unas semanas, en las cuales Georgiana continuó con su rehabilitación hasta lograr restablecerse completamente. El Dr. Donohue observó satisfecho el avance que habían alcanzado y, sabiendo que ya no era necesaria su presencia todo el tiempo, le dijo: –Srita. Georgiana, me da un enorme gusto saber que se está recuperando satisfactoriamente de su accidente. Si me lo permite, Sra. Darcy, permaneceré esta noche en su casa, aunque en la habitación que amablemente me asignó para no ocasionar más molestias y concluir mi observación como es debido; posteriormente vendré a revisarla todos los días hasta darla de alta y hacerle una visita, si usted me lo pemite –completó

234 dirigiéndose a Georgiana–. Espero que las preocupaciones que tenía hace tiempo y que provocaron su anemia no se vuelvan a presentar. –¿Preocupaciones? –indagó Georgiana sonrojada. –Bueno, ya tiene quién la consuele –comentó Lizzie riendo. El Dr. Donohue y Georgiana sonrieron. Alguien tocó a la puerta y entró Darcy, con un ramo de flores para su hermana. Lizzie y Donohue se pusieron de pie, él saludó al médico y besó a su mujer en la mejilla y le susurró al oído: –Tus flores te esperan en nuestra alcoba. Lizzie sonrió. –¡Georgiana! –exclamó acercándose a su hermana y colocando las flores en un florero–. Cada día te ves más bonita, me alegro tanto de que tu sonrisa llene de alegría este cuarto –dijo besándola en la frente. –Gracias Darcy. El Dr. Donohue me ha dicho que ya podré levantarme muy pronto. –¿Cómo? ¡Es una maravillosa noticia! –exclamó Darcy abrazando a su hermana–. Entonces ¿ya la podrá dar de alta? –preguntó al médico. –No, Sr. Darcy. Sin embargo, a partir de mañana sólo vendré a revisarla en el día hasta que esté completamente recuperada y pueda realizar sus actividades cotidianas. –Aunque ya podrá dormir sola, según nos dijo el doctor –aludió Lizzie. –¡Es una excelente noticia! –Ya podrás dormir mejor, hermano. Darcy rió y le dio un beso en la mejilla a su hermana. La cena de esa noche, con autorización del médico, contenía los platillos favoritos de Georgiana, por petición especial del señor de la casa ya que quería adular a su hermana: espárragos blanqueados, sopa boullabaise, pichón al horno y dulce de manzana. A la mañana siguiente, todavía oscuro, Lizzie se levantó y abrió las cortinas de su cuarto, mientras Darcy se terminaba de arreglar en su vestidor. Cuando ya se divisaban las primeras luces de la mañana, Darcy salió y, acercándose a su esposa, la abrazó por la espalda besándola en el cuello. Lizzie le correspondió tomándole de los brazos e inclinando su cabeza a un lado. Darcy le dijo: –¿Tienes frío? –Sí. ¿No vas a ver el amanecer? –preguntó Lizzie. –No, prefiero sentir tu suave piel en mis labios y llenarme de tu dulce aroma mientras te caliento. –Creí que ya habías tenido suficiente. –No. Nunca es suficiente. Y ahora menos, estuvimos tantas noches durmiendo bajo el mismo techo pero tan lejos uno del otro. –Sí, me sentía tan sola. Aunque tú sí tenías compañía. –¿Te estás burlando de mí? –Sí –afirmó volteándose y riendo.

235 –¿No vas a ver el amanecer? –No –aseveró Lizzie besando a su esposo. –Me encanta que lo hagas. –¿Burlarme de ti? –Sí, también –indicó Darcy y la besó–. Regreso en la noche –dijo despidiéndose, ya que se iría a atender unos asuntos de trabajo con Fitzwilliam y Bingley. Cuando Lizzie estuvo lista, se dirigió a la habitación de Georgiana que continuaba dormida. Poco después llegó el Dr. Donohue y cuando Georgiana despertó la revisó y desayunaron, allí permanecieron toda la jornada. El médico la estuvo observando y examinando a ciertas horas del día y el resto del tiempo los enamorados estuvieron platicando sobre diversos temas. Antes de caer la tarde, Donohue revisó por última vez a su paciente y le administró sus medicinas, luego indicó: –Iré a darle la noticia al Dr. Robinson que va a estar encantado. Le agradezco mucho, Srita. Georgiana, que me haya regalado su sonrisa y estos momentos tan especiales para mí. El Dr. Donohue se retiró y Lizzie se sentó junto a Georgiana entusiasmada. Al cerrarse la puerta, le dijo: –Srita. Georgiana, ¿aún quiere que otro médico la atienda? –¡No, Lizzie! ¡Soy inmensamente feliz! Yo ya no cambio de doctor. –Ahora sí, ¿me quieres poner al corriente de todo o te lo vas a reservar, dejándome con todas mis dudas? –Lizzie, tenías razón. Donohue siempre me amó y nunca dejó de hacerlo, pero hubo algo que lo detuvo. –¿Qué era? –La lealtad a un amigo. Georgiana le platicó lo que le había dicho Donohue y Lizzie también le narró todo lo que a ella le había explicado cuando Georgiana todavía estaba inconsciente. –Espero que ahora sí le podamos decir a Darcy toda la verdad. –Lizzie, tengo mucho miedo de perder a Donohue. Si Darcy se niega a dar su consentimiento me moriría de tristeza. –Tarde o temprano se va a enterar, es mejor que sea pronto. Y no le tienes que decir tú, se lo puede decir Donohue. –Acuérdate que todavía no ha pedido mi mano formalmente. Me pidió la oportunidad de conquistar mi amor y yo se la otorgué. Además, Donohue me participó sus planes de comprar una casa mejor en los siguientes meses. Yo creo que también él quiere resolver ese asunto antes de formalizarlo con Darcy. –Ay, Georgiana, lo importante es que estás feliz. Darcy está muy contento de verte así y me ha dicho que se siente más tranquilo. Nos hiciste pasar momentos de gran angustia por tu accidente, pero debemos agradecer que con tu accidente desapareciera la angustia que tú sufrías. –¿Y le dijiste a Donohue que yo estaba preocupada antes del incidente, o cómo supo la razón de mi anemia? –Darcy se lo explicó, porque notó que estabas muy débil cuando empezó a atenderte.

236 –¿Y tú, le dijiste algo más? –No, Georgiana, ya sabes que puedes contar con mi absoluta discreción. En ese momento alguien tocó a la puerta. Lizzie la abrió y era Darcy, ella lo abrazó y le dijo: –Te extrañé mucho. Ya quería que llegaras. Si por lo menos estuviéramos en Pemberley tendría adónde ir para no sentirme así. Darcy rió. –¿Te estás riendo de mí? –No, no me atrevería. Te lo juro. Lizzie sonrió y su marido pasó a la habitación. –Y el Dr. Donohue, ¿ya se fue? –preguntó Darcy. –Sí, hace un rato –afirmó Lizzie. –Me alegro que todo vuelva a la normalidad. –Tal vez esa normalidad se modifique pronto –comentó sin pensar. –¿Cómo? Georgiana miró a Lizzie con nerviosismo ante su “indiscreción”, pero él no entendió el comentario sino que le dio otra interpretación. –¿No es demasiado pronto para tener una sospecha? –aludió Darcy sonriendo y, acercándose a su mujer, le tomó de las manos. –Sí, tienes razón –rectificó Lizzie riendo, entendiendo a lo que se refería su esposo. –Aunque el Dr. Thatcher dijo que es cuestión de tiempo. –Sí, y obviamente… –Eso ya no me preocupa –indicó besando la mano de su esposa. Ella sonrió. El mayordomo tocó a la puerta y trajo la cena por orden de su amo, montó lo necesario mientras Darcy se acercaba a su hermana. –¿Cómo estás, Georgiana? Tienes excelente semblante. –Gracias, me siento bien –aseguró Georgiana con optimismo. –Realmente el Dr. Donohue me ha dejado sorprendido. Con su suero le ha devuelto el color a tu rostro, tu sonrisa y tu alegría. –¡Qué buen suero! Le diré que me dé la receta –dijo Lizzie. –A ti te sirven muy bien otros remedios que conozco –atestiguó Darcy pasando su brazo por la espalda de su esposa. Lizzie sonrió. –Dice que mañana ya podré levantarme a caminar un poco –señaló Georgiana. –Con que no bajes la escalera –demandó Lizzie. –¿Gusta tomar asiento Sra. Darcy? –solicitó Darcy ayudándole con la silla.

237 Lizzie se sentó y él a su lado. El Sr. Churchill destapó los platillos y Lizzie se sorprendió al ver que no era el menú que ella había dispuesto para esa noche, sino que contenían sus platillos favoritos: tostadas escocesas con queso, sopa blanca, cerdo a la manzana y panqué con mermelada de grosella. Lizzie le preguntó a Darcy, sobrecogida: –Darcy, ¿hoy festejamos algo? –La recuperación de Georgiana que no habría sido posible sin tu ayuda, y… Lizzie esperó ansiosa a que continuara Darcy, quien se acercó a su oído diciendo: –… El amor que apasionadamente siento por ti –tomándole la mano la besó. Ella sonrió. Luego Darcy continuó: –Lizzie, has estado mucho tiempo sin salir y me gustaría invitarte al teatro, si Georgiana ya se siente mejor. Le dije a Bingley que vinieran. –¡Oh, me encantaría! ¿Te parece bien, Georgiana? –Sí, vayan de paseo, se lo merecen. La Sra. Churchill se puede quedar conmigo hasta que regresen. –¿Y mañana estarás ausente otra vez? –preguntó Lizzie. –Sí, aunque menos tiempo. Hoy terminé un asunto muy importante que quiero enseñarte –declaró Darcy. –¿Enseñarme? Cuando terminaron la cena, se despidieron de Georgiana y se retiraron. Darcy abrió la puerta de su alcoba cediéndole el paso a Lizzie, quien permaneció boquiabierta por lo que observaba. Ella volteó sorprendida de ver lo que Darcy le tenía preparado y lo abrazó, agradeciéndole la cena y la sorpresa. Luego se acercó para apreciarlo mejor. –Es un magnífico retrato, y te ves muy apuesto. Escogiste un lugar muy especial para ponerlo. –Lo hice pensando en ti. –Entonces ¿por eso estuviste tanto tiempo fuera de casa? –Sí, entre otras cosas. Le había pedido al Maestro Beechey que no se tardara tanto, porque tenía asuntos que arreglar con Fitzwilliam y Bingley, pero parecía ignorarme. No pude asistir a las primeras citas, a causa de la situación de Georgiana, y hasta hoy me lo entregó. –Espero que esto no signifique que pienses salirte mucho de casa. –No, sólo cuando sea necesario. Sabes que prefiero trabajar en casa, así puedo verte cuando quiera. Sin embargo, en esta casa no hay retratos tuyos, pensaba que tal vez pudiéramos hacerte uno. –¿Y dónde lo pondrías? –No sé. Tal vez en mi despacho. –No. –¿Por qué? –Porque trabajarías durante más tiempo sin salir. Mejor lo pondremos en el salón. –Como usted disponga, Sra. Darcy. Él la besó.

238 –Creo que tendré que cambiarlo de lugar –expuso Darcy. –¿Por qué? –No sé si pueda sintiendo que alguien nos observa. Lizzie se rió y lo besó.

CAPÍTULO XLVIII

Darcy tuvo que salir al concluir el desayuno y Lizzie ayudó a su hermana a arreglarse. Poco tiempo después llegó Donohue, revisó a la paciente y le aplicó las medicinas hallando todo en orden. Donohue y Lizzie auxiliaron a Georgiana a caminar por la habitación. Ella sintió al inicio un poco de mareo y Donohue la sostuvo a tiempo para evitar que se cayera. Caminaron un par de veces más y se fue sintiendo más segura. Luego platicaron un largo rato. Aun cuando Donohue no tenía intenciones de quedarse mucho tiempo, por el trabajo, el tiempo pasó como agua corriendo en un río. Cuando Donohue se dio cuenta de la hora, Darcy ya había llegado y tocaba la puerta de la habitación. Lizzie abrió, él entró y saludó: –Dr. Donohue, ¿cómo encuentra a mi hermana? –Muy recuperada por lo que veo. Ya caminó un rato y eso le ayudará a regresar a sus actividades pronto. –¿Cuándo la dará de alta? –En unos días, si sigue como vamos. –¿Tan pronto? –preguntó Georgiana con pesar. –¡Qué buena noticia! –exclamó Darcy–. Ya quiero regresar a Pemberley. –Aunque yo recomendaría esperar un poco más, no es prudente realizar un viaje tan largo todavía. –De acuerdo. Lizzie, podríamos aprovechar para que pinten tu retrato –sugirió Darcy. Ella asintió. –Sr. Darcy, Sra. Darcy, ya me retiro. Srita. Georgiana, mañana vendré a revisarla y caminaremos otro rato. Ya se puede levantar con ayuda de alguien, si así lo desea, pero procure no agitarse. Donohue se retiró y, al cerrar la puerta, Lizzie comentó: –Nos saluda mucho al Sr. Windsor. –¿Al Sr. Windsor? –preguntó Darcy. –Sí, a su primo. Seguramente lo ve seguido –afirmó Lizzie. –¿A cuál Windsor? –insistió. –A Murray Windsor –aclaró Georgiana. –¿Por qué? ¿Acaso ya cambiaste de opinión con respecto a Windsor, como la Srita. Elizabeth cambió de parecer? –¡No! –respondió con determinación. Lizzie se rió y dijo: –¿Acaso no te gustó el cambio de parecer de la Srita. Elizabeth?

239 –Sí, me transformó la vida –aseguró Darcy con una sonrisa. Lizzie también sonrió. –Iré a arreglarme para ir al teatro. –Espero que no te sientas observada. –Me encanta que esos ojos me observen –susurró Lizzie a Darcy al acercarse a su oído. Darcy sonrió, deseando acompañarla.

Los siguientes días, Donohue fue a revisar y a visitar a Georgiana, mientras Darcy salía por la mañana. Lizzie los acompañaba como todos los días, antes de que llegara el pintor a trabajar en su retrato. Georgiana se fortalecía cada vez más y Donohue recomendó sacarla unos momentos al jardín para que tomara sol y aire fresco. Lizzie, encantada, los acompañaba, pero guardaba distancia. Inevitablemente se acercaba el momento de darla de alta y Donohue se resistía a dar ese paso. Disfrutaba estar con Georgiana e ir a examinarla era el mejor pretexto para estar cerca de ella; pero temía que con su completa recuperación se terminara su oportunidad y que Georgiana partiera hacia Pemberley, como eran los deseos de Darcy. Al dar un paseo en el jardín en una mañana esplendorosa y acompañado por la damisela que lo había cautivado, mientras la Sra. Darcy observaba orgullosa los rosales de su vergel a unos metros de distancia, el Dr. Donohue se dirigió a Georgiana: –Ha llegado el momento de darla de alta, Srita. Georgiana. Me complace enormemente saber que su recuperación ha sido completa. Por lo tanto, mi presencia como médico ya no será necesaria, aunque, si usted me lo permite, me encantaría seguirla visitando. Donohue se detuvo y, viendo de frente a su damisela, continuó: –Srita. Georgiana. No sé si hayan sido suficientes para usted estos días, pero para mí han sido los más felices de mi vida; gocé poder compartirle tantas cosas y comprobar que mi existencia no tendría sentido lejos de usted. Además de devolverme la esperanza por la que sediento agonizaba mi corazón, ha renacido en mí la alegría que se había extinguido y he visto nuevamente la luz en mi camino que me llevará, si usted me lo permite, a cumplir mi sueño más profundo: hacerla feliz. Donohue tomó una hermosa rosa roja del rosal que, sin saberlo, la madre de Georgiana había sembrado años atrás. –Srita. Georgiana, como le dije cuando despertó, yo la amo desde hace mucho tiempo, pero ahora más que nunca y quiero pedirle que me conceda el honor de entregarle todo el amor que he reservado para usted y me permita hacerla mi esposa. Donohue le entregó la rosa, mientras el canto de los pájaros se escuchaba como un coro celestial. Georgiana la recibió acercándose a él y olió su aroma profundamente, tomando su otra mano con delicadeza. Donohue besó su mano como a la joya más preciosa y Georgiana sonrió.

240 Posteriormente continuaron caminando en silencio, tomados de la mano, sintiendo una alegría que no cabía en sus corazones y Donohue le dijo: –Quisiera hablar con su hermano lo antes posible, pero me gustaría terminar los asuntos que se han retrasado de la nueva casa, para pedir su mano formalmente, si usted está de acuerdo. Georgiana asintió con una sonrisa. Cuando regresaron a la casa, Donohue se despidió de Georgiana y de Lizzie y se retiró. Lizzie se acercó a Georgiana y le preguntó: –¿Qué significa esa rosa? –¡Ya me pidió matrimonio! Lizzie se entusiasmó y abrazó a Georgiana efusivamente, felicitándola. –¿Y cuándo hablará con Darcy? –No lo sé, me dijo que pronto, ya que termine de arreglar lo de la casa. Georgiana le platicó a Lizzie todo lo que le dijo y se sintió feliz de que ya le hubiera dado de alta, además de su compromiso. Cuando Darcy supo que su hermana ya estaba completamente restablecida, se alegró mucho y al día siguiente llevó a Lizzie y a Georgiana a pasear al Museo Británico, ya que presentaban una exposición de esculturas. Georgiana no estuvo complacida de ir, porque sabía que Donohue iría a verla, pero le dejó una nota con la Sra. Churchill, no podía negarse a ir con Darcy hasta que su enamorado hablara con él. Donohue, al ver el contenido de su carta, comprendió que debía hacer lo posible por acelerar los trámites de la casa y hablar con su futuro cuñado, porque entendía la situación de Georgiana; sabía que de un día para otro se marcharían a Pemberley. Darcy accedió a quedarse unos días más en Londres porque estaba pendiente culminar el retrato de Lizzie, pero le pidió al maestro concluirlo a la brevedad. Durante una semana el pintor fue a la casa a trabajar, Darcy veía en las mañanas algún asunto de trabajo con Fitzwilliam en el estudio o fuera de casa y Georgiana ansiaba recibir alguna nota para saber si recibiría a Donohue de visita.

CAPÍTULO XLIX

Lizzie añoraba regresar a Pemberley, ese viaje a Londres se había prolongado demasiado tiempo y había sido muy estresante, además cada noche veía que el tratamiento del Dr. Thatcher se estaba agotando, y con él las esperanzas de lograr pronto un embarazo. Parecía que la única que quería permanecer en Londres era Georgiana, aunque fuera sólo para recibir una visita muy breve. Una noche, antes de irse a acostar, Lizzie se tomó la última medicina de su frasco y lo tiró a la basura. Darcy se dio cuenta de eso y le preguntó: –¿Ya se acabó la medicina del Dr. Thatcher? –Sí, y al parecer no sólo era cuestión de tiempo, como había dicho –aclaró Lizzie con desánimo.

241 –¿Y en qué quedaste con él? –Que al terminar el frasco, si no había embarazo, tendríamos que iniciar un nuevo tratamiento. ¡Pero él nos dijo con mucha seguridad que con éste ya se iba a lograr!... –suspiró Lizzie–. ¿Podemos regresar a Pemberley? Quisiera consultar al Dr. Thatcher lo antes posible. –Sí, Lizzie. Saldremos mañana después del desayuno. –¿Y Georgiana? –Georgiana lleva dos semanas dada de alta, yo creo que ya puede viajar. Hablaré con ella temprano para que prepare sus cosas. Lizzie asintió. A la mañana siguiente, los Sres. Darcy se levantaron temprano para arreglarse y tener listo lo necesario. Luego fueron a la habitación de Georgiana. Darcy tocó a la puerta con Lizzie y entraron para despertarla. Lizzie se sentó al lado de la cama. –Georgiana, disculpa que te despertemos –indicó Darcy. –¿Sucede algo? –No, sólo quería avisarte que hoy nos regresamos a Pemberley. –¿Hoy? ¿Por qué? Todavía no han terminado el cuadro de Lizzie. –Ya habrá tiempo para eso. –Entonces, ¿por qué tanta prisa? –Necesito regresar a Pemberley para ver al Dr. Thatcher –explicó Lizzie. –¿Por qué? –Se me acabó el tratamiento y es preciso que me revise. –Pueden llamar al Dr. Donohue. Es muy buen médico y él te puede revisar. –¡No! No quiero que me revise el Dr. Donohue –declaró con determinación. –¿Por qué? –Georgiana, el Dr. Donohue no sólo me va a tomar la presión o escuchar mi corazón. Además el Dr. Thatcher ya conoce mi caso. –Partiremos después del desayuno. Te pido que estés lista –aseveró Darcy y se retiró. –Lizzie, no me quiero ir. Hoy vendrá Donohue. –Le podrás dejar una carta avisándole que nos fuimos a Pemberley y decirle que tal vez pueda visitarte allá. Comprende, no quiero que mi futuro hermano me revise de esa manera, aunque sea un excelente médico, y para nosotros es importante continuar con el tratamiento. Georgiana asintió. Lizzie ayudó a Georgiana a preparar su equipaje mientras ella se arreglaba y escribía una carta a Donohue. Al terminar, bajaron a desayunar y salieron hacia Pemberley. A la mañana siguiente, llamaron al Dr. Thatcher, quien fue de inmediato a ver a la Sra. Darcy. Entró en su habitación y realizó una larga consulta, la revisó, le resolvió sus dudas y le preparó su nuevo tratamiento. Cuando terminó, Darcy lo acompañó a la puerta y le preguntó:

242 –¿Cómo vio a mi esposa? –Su esposa se encuentra bien. Le di el mismo medicamento que la vez anterior. No se lo aclaré a ella para no angustiarla, pero le repetiré lo mismo que antes. Es cuestión de tiempo. La causa de su infertilidad ya la tratamos, no hay más que hacer. Todo está en orden. –Y entonces ¿por qué no se ha logrado el embarazo? –Ese terreno ya le corresponde a Dios. Médicamente ya hicimos lo que estaba en nuestras manos. Sólo hay que esperar, si Dios quiere les mandará familia pero si no está en sus planes, nada podremos hacer. Yo, como amigo, seguiré rezando por ustedes y como médico haré lo que se necesite. –Gracias, doctor –dijo circunspecto. Darcy no sabía si alegrarse con estas palabras o aumentar su incertidumbre y deseaba con toda el alma que el Sr. Bennet tuviera razón. Sabía que ante Lizzie tenía que aparentar mucha tranquilidad y seguridad para no preocuparla u ocasionar que se angustiara nuevamente con el tema y decidió manejarlo como el Dr. Thatcher. Cuando entró a la habitación, Lizzie preguntó: –¿Qué te dijo el Dr. Thatcher? –Lo mismo que a ti. Te dio un nuevo tratamiento para corregir algo que encontró. Aunque también me dijo que sigamos rezándole a Dios para que todo esto funcione. –Sí, así lo hago. ¡Ay, Darcy! ¡Deseo tanto un bebé! Lizzie abrazó a Darcy. –Sí, Lizzie. Yo también –afirmó correspondiéndole con cariño, mientras pensaba que tal vez lo lograrían pronto… o tal vez nunca.

CAPÍTULO L

A los dos días de su regreso, llegó correspondencia de Londres para Georgiana, era del Dr. Donohue. Georgiana, feliz y cuidando de que Darcy no se diera cuenta, le pidió a la Sra. Reynolds que se la entregara de inmediato y con discreción. Se retiró a su habitación y leyó: “Srita. Georgiana: Recibí su carta avisándome de su partida hacia Pemberley. Me dio mucha pena no poder verla y despedirme de usted, aunque sabía que eso podría suceder en cualquier momento. Estoy acelerando los trámites necesarios y parece que todo marcha bien. Le agradezco su invitación para ir a visitarla a Pemberley, me organizaré para hacerlo lo antes posible, aunque si me lo permite, me gustaría estar en contacto con usted por carta, hasta que mi visita pueda ser una realidad. Me consuela saber que, a pesar de la distancia, mi corazón se encuentra unido al suyo y podré tener noticias de usted con regularidad por este medio. Todo suyo, Patrick Donohue”. En los siguientes días, llegó más correspondencia de Londres para Georgiana y ella mandó respuestas prontamente y, cuando, por alguna razón un día no llegaba carta, Georgiana se angustiaba hasta volver a

243 recibir noticias al día siguiente o a los dos días. Hasta que un día, el aviso que tanto había anhelado, llegó: Donohue iría a verla a Pemberley. Casualmente, ese día los Sres. Darcy y Georgiana estaban invitados a almorzar con los Bingley, pero Georgiana le comentó a Lizzie lo sucedido y le expresó sus deseos de quedarse en la mansión y ella accedió. Le pidió a la Sra. Reynolds que estuviera muy pendiente de Georgiana y de su invitado durante su ausencia. Georgiana le dijo a Darcy que se sentía muy cansada y que no había podido dormir la noche anterior, lo cual era cierto, estaba tan emocionada que no cerró el ojo en toda la víspera, y prefería quedarse en casa. Darcy aceptó disculparla con los Bingley. Cuando Lizzie se fue a despedir de Georgiana a su alcoba, ella estaba releyendo una por una las cartas que Donohue le había mandado, desde la primera hasta la última. –¡Vaya! Ya podrías escribir un libro con todas esas cartas. Georgiana sonrió y Lizzie continuó: –Ya que no podré ver al Dr. Donohue para saludarlo, me gustaría que le dieras la bienvenida de mi parte. –Con todo gusto Lizzie. –Y que deseo disfrute su visita a Pemberley. Seguramente le enseñarás la casa y sería excelente idea que le mostraras la galería de esculturas, indudablemente lo disfrutará –dijo riendo. –¡No, Lizzie! ¡Ese lugar no se lo mostraré! Ni siquiera le mencionaré que existe… –Si el Dr. Donohue va a ser tu marido, algún día se enterará de que existe y lo va a conocer. –Hasta entonces se lo mostraré. –Además, es médico. La anatomía debe dominarla a la perfección. Lizzie sonrió y se retiró. Los Sres. Darcy se fueron en su carruaje; un rato después llegó Donohue y fue anunciado por la Sra. Reynolds en el salón principal donde Georgiana ya lo esperaba. –¡Qué gusto poder verla de nuevo, Srita. Georgiana! Y me alegro que haya recibido todas mis cartas. –Sí, muchas gracias. Han sido muy hermosas. –Sólo le he expresado lo que siente mi corazón. Georgiana asintió con una sonrisa. –¿Gusta conocer la casa? La Sra. Darcy le manda saludos y me pidió de su parte que se la mostrara. –¿Los Sres. Darcy han salido de casa? –Sí, fueron invitados a Starkholmes, con la familia Bingley. –¡Oh, qué pena! Tenía intenciones de hablar con su hermano. –¿Ya hablará con mi hermano? –Sí, quiero formalizar nuestro compromiso lo antes posible y poner fecha para nuestro casamiento, si usted está de acuerdo. –¡Oh, claro! Me encantaría. Donohue sonrió.

244 –Tal vez pueda esperar a su regreso, ¿gusta mostrarme la casa? –¡Oh, por supuesto! Georgiana le enseñó la propiedad a Donohue, excepto el salón de esculturas, pero éste no le puso mucha atención al recorrido porque observaba con cariño a su guía, más que a la casa que le mostraba.

Mientras tanto, los Sres. Darcy llegaron a Starkholmes y fueron anunciados por el mayordomo. Los Bingley ya los esperaban en el salón principal y Diana corrió para saludar a Lizzie, quien la abrazó con emoción y escuchó atentamente lo que la niña le platicaba. Los Sres. Bingley se acercaron, con el pequeño Henry que estaba en brazos de su padre, y los saludaron como debían. Luego los invitaron al comedor. –¿Cómo se encuentra la Srita. Georgiana? –indagó Bingley. –Bien gracias, aunque me pidió que la disculpara con ustedes, hoy se encontraba indispuesta –comentó Darcy. –¿A raíz de su accidente? –preguntó Jane. –No, de eso ya está completamente recuperada. Sólo se sentía cansada. –¿Y la atendió el Dr. Robinson en Londres? –investigó Bingley. –No, el Dr. Robinson le pidió al Dr. Donohue atenderla y quedamos muy bien impresionados de sus servicios. –Ahora lo recuerdo, yo no he tenido el gusto de conocer al Dr. Donohue –indicó Bingley–. Sólo por lo que me platicó mi hermana ahora que estuvimos en Londres. –¿Y qué le platica la Srita. Bingley del Dr. Donohue? –curioseó Lizzie. –Que ya se ha dado a conocer en muchos círculos por sus excelentes servicios, ha dejado muy satisfechos a sus pacientes por su puntual diagnóstico y excelente trato y ha demostrado tener mucha experiencia en el campo. Y que mi hermana fue especialmente bien atendida por el Dr. Donohue en su visita a Gales por las fiestas navideñas. Le causó una excelente impresión, casi no paraba de hablar de él. –Indudablemente le encantaría tener un pretendiente así. –¡Enhorabuena, hermano! –felicitó Darcy a Bingley. –Sí, ya le hacía falta a mi hermana pensar en su futuro y encontrar a alguien con quién compartirlo –explicó Bingley. –Y, ¿sabes algo de mi madre y mis hermanas? –preguntó Lizzie a Jane. –Hace poco recibí una carta de ellas, todas están muy bien, excepto Lydia. Parece que tiene problemas con Wickham. –¿Problemas con Wickham? –Sí, sólo sé que Lydia fue a pasar una temporada con su hijo a Longbourn por alguna dificultad con su marido y creo que después de un tiempo recibió una carta de él exigiéndole que regresara, de lo contrario dejaría de darle sustento para ella y para su hijo. –¿Y qué hizo Lydia? –indagó angustiada.

245 –Mi madre habló con ella y la convenció para que volviera. –Ese Wickham es un... –murmuró Lizzie pensando en Georgiana y… en Donohue. Georgiana no le había confesado a Donohue lo que había sucedido con Wickham y él tenía el derecho de conocer la verdad de lo sucedido. Lizzie pensó que era necesario que tuvieran esa disertación, por la cercanía de la familia y por la tranquilidad de Georgiana, por lo que permaneció pensativa el resto del almuerzo. Cuando hubo concluido, Darcy y Bingley se retiraron a trabajar al despacho y Lizzie y Jane estuvieron conversando de otras cosas y jugando con los niños. Hacía mucho tiempo que Lizzie no veía a sus sobrinos y disfrutó esos momentos con ellos. Ya era media tarde cuando Darcy salió del despacho y buscó a Lizzie en el salón principal y le dijo: –Lizzie, Bingley y yo nos vamos a demorar más, pero tengo pendiente por Georgiana. Me gustaría que te adelantaras y yo llegaré en cuanto me desocupe. Nos urge terminar este asunto. Lizzie concordó y se despidió de Jane y de sus sobrinos. Darcy la acompañó hasta su carruaje.

En Pemberley, después de que Georgiana le enseñara la casa a Donohue, permanecieron mucho tiempo en la biblioteca, luego pasearon por los jardines y después regresaron al salón principal, donde Georgiana interpretó unas piezas en el piano, platicaron sobre diversos temas y esperaron el arribo de los Sres. Darcy. Cuando Lizzie llegó, fue a buscar a Georgiana al salón principal y se sorprendió de ver que Donohue todavía se hallaba en la casa y saludó: –El Sr. Darcy va a tardar más tiempo en regresar pero me pidió venir a ver cómo te encontrabas, Georgiana. –Bien, muchas gracias. –Sí, ya veo –rió Lizzie–. Dr. Donohue, ¿Georgiana ya le enseñó la residencia? –Sí, Sra. Darcy, es una hermosa propiedad –contestó Donohue–. Sra. Darcy, Srita. Georgiana, me retiro. Ojalá mañana sí encuentre al Sr. Darcy para hablar con él. –Será un placer –afirmó Lizzie. El Dr. Donohue se despidió y se marchó. –¿El Dr. Donohue vino a hablar con Darcy? –Sí, quiere pedir mi mano formalmente –indicó Georgiana alegremente. –Georgiana, ¿ya hablaste con Donohue de Wickham? –¿De Wickham? –preguntó sorprendida. –Sí, lo que sucedió hace varios años. –No… No se lo he mencionado. –Georgiana, considero que es tu obligación decirle toda la verdad, antes de que Donohue hable con Darcy. –Pero… –Él fue sincero contigo y te explicó todo lo que pasó. Tú debes agradecer su sinceridad confiándole toda la verdad. Además, no debes tener miedo, Wickham te engañó y se aprovechó de ti; tú no tienes la culpa, eras

246 muy chica cuando sucedieron las cosas y tu vida no ha sido fácil sin el consejo de una madre. Donohue lo comprenderá y te perdonará. –Y… ¿si me rechaza? –Entonces su amor no era tan sólido, ni digno de ti. Si su amor es profundo, vencerá todos los obstáculos y sabrá perdonarte. –¿Y si callo? –Si decides callar, correrás el riesgo de perderlo ya estando casada y sufrirás mucho más, causando también sufrimiento a tus hijos. Esa verdad que guardarás se convertirá en un veneno que actúa lento pero fatalmente y terminará por destruir tu amor y su amor, aunque nunca lo sepa. Habrá un momento en que tal vez no puedas mirarlo a los ojos por no haber sido transparente en su momento. –Lizzie, ¡no quiero perderlo! –expuso angustiada. –Tendrás que correr el riesgo. Georgiana y Lizzie cenaron casi en silencio, Georgiana se retiró a descansar y Lizzie esperó a su marido leyendo su libro. Poco tiempo después Darcy llegó, agotado. Ella lo recibió en la puerta. –¡Darcy, ya has llegado! ¿Pudieron terminar? –No. Avanzamos poco desde que te fuiste, ya estábamos cansados y me sentí mal por haberte mandado sola a casa. Darcy la abrazó besándola en la frente. –¿Y ya cenaste? –No, la Sra. Bingley me ofreció, pero ya quería regresar contigo. –Y mañana, ¿regresarás a Starkholmes? –No. Bingley vendrá aquí, con Fitzwilliam. Trabajaremos en el despacho. –Iré a ordenar tu cena. Lizzie se retiró, mientras Darcy se preparaba para ir a cenar. Ya en el comedor, Darcy le preguntó: –¿Cómo encontraste a Georgiana? –Bien –contestó turbada. –¿Sigues preocupada por lo de tu hermana? –¿Mi hermana? –Lydia y Wickham. –Me da mucha tristeza, pero eso iba a suceder tarde o temprano –explicó Lizzie–. Darcy, ¿crees que mi hermana pueda correr peligro al lado de ese hombre? –Le pediré al Sr. Robinson que investigue lo que pasó para ver si la podemos ayudar. Recuerda que te prometí que yo me encargaría de ver los asuntos de Wickham. Lizzie suspiró. –¿Te preocupa algo más?

247 –Sí –dijo Lizzie tomándole su mano y acariciándole–. Me preocupas tú que te ves cansado y has estado muy ocupado últimamente. No me gusta que te desveles trabajando en el despacho. Te acuestas tarde y te levantas temprano. –Tienes razón. Procuraré ya no hacerlo, pero ha sido necesario. –Siempre va a ser necesario, pero no a costa de tu salud. –Después de que resolvamos este pendiente, me tomaré unos días para descansar y estar contigo. Darcy besó la mano de su esposa.

CAPÍTULO LI

A la mañana siguiente, Georgiana, Darcy y Lizzie desayunaron juntos. Georgiana estaba muy seria y pensativa, por lo que Lizzie trató de favorecer alguna conversación

para que no fuera notoria su

preocupación. –Visité el invernadero, ya empezaron a florecer los rosales, los iris están preciosos, igual que las dalias y las podremos combinar muy bien con las anémonas. Los narcisos los usaremos por separado, porque perjudican a las demás flores, pero un arreglo floral de narcisos amarillos y blancos se vería muy bonito. Aunque tendremos que esperar dos meses para que haya suficientes flores para empezar a venderlas. ¿Te parece bien que la inauguración la programe en dos meses, Darcy? Él asintió. –Seguramente el Sr. Bush ya tiene listos los jarrones que le solicité y podremos hacer los primeros arreglos para entrenar a la Srita. Reynolds. Había pensado en invitar a la inauguración al Dr. Thatcher, al coronel, a mis hermanas y a mi madre, a los Bingley, a mis tíos, al Dr. Donohue… –¿Al Dr. Donohue? –Sí, fue muy amable en todo momento cuando atendió a Georgiana. Obviamente estarán todos los clientes y tus amistades del condado, el alcalde… ¿Quieres que invite a alguien en particular? Darcy no respondió. –¿Sigues pensando en lo que estaban trabajando ayer? –Disculpa Lizzie. Darcy se levantó besando en la frente a su mujer y se retiró al despacho para adelantar su trabajo mientras esperaba a Bingley y Fitzwilliam. Lizzie y Georgiana se dirigieron al salón principal, donde Lizzie le preguntó: –¿Ya decidiste qué hacer? –Sí. La Sra. Reynolds entró para anunciar al Dr. Donohue. Lizzie miró a Georgiana y señaló: –Espero que hayas decidido lo correcto. El Dr. Donohue entró y Georgiana sintió que el mundo se derrumbaba sobre ella.

248 –Dr. Donohue, pase por favor. Georgiana ya lo espera –indicó Lizzie y los dejó solos. –Srita. Georgiana, ¿se siente bien? Su tez se ve muy pálida –comentó Donohue. –Sí, gracias –contestó ella nerviosamente. –¿Se encuentra su hermano en casa? Hoy quiero hablar con él. –Sí –afirmó quedándose paralizada. –¿Acaso está perturbada porque voy a hablar con su hermano o… porque ha pensado mejor las cosas y no quiere seguir adelante con el casamiento? Georgiana, sin saber cómo decirle la verdad, con una incertidumbre muy grande en su corazón, prorrumpió en sollozos. Donohue, desconcertado, guardó silencio y con la cabeza embriagada de dudas la observó compasiva y tiernamente, hasta que recobró la calma, y dijo: –Mi amor hacia usted sigue siendo el mismo, pero… tengo algo que confesarle, que me causa un enorme dolor y una tremenda vergüenza y de lo cual estoy arrepentida… En ningún momento he querido engañarle, pero debe saberlo antes de hablar con Darcy. Esto sólo lo saben mi hermano y su esposa y si al terminar de escucharme usted decide retirarse, únicamente le suplico su discreción. Donohue, intrigado, la escuchaba con mucha atención. –A los quince años, estando en Ramsgate, me enamoré de un hombre, Wickham… quien me sedujo y consentí fugarme con él. Donohue se quedó aterrado, perplejo, sin atinar a moverse. Después de unos momentos, Georgiana continuó, casi sin poder hablar: –Mi hermano, al saber del peligro que corría, fue a buscarme evitando que continuara con ese plan y arruinara mi vida para siempre, pero gran parte del daño ya estaba hecho. Luego me di cuenta de que ese hombre exclusivamente quería mi fortuna y deshonrarme para vengarse de mi hermano. Georgiana vio con gran pesadumbre el rostro desconcertado de Donohue, que se sentía agraviado en lo más profundo de su ser. –Debe saber que ese hombre es ahora hermano de la Sra. Darcy, que fue sobornado para casarse con su actual esposa tras haberse fugado con ella. Donohue no podía creer lo que estaba escuchando y todas sus ilusiones se derrumbaron. Sólo pudo aproximarse a la ventana y mirar hacia el jardín que hacía unos momentos había cruzado rumbo a su felicidad; ahora lo veía como la puerta de salida de una pesadilla que había provocado un mar de confusiones y de dudas, una avalancha de tormentos y suplicios. Con el rostro completamente irreconocible, observó a Georgiana por última vez. Ella, sin parar de llorar, veía horrorizada la reacción del hombre que, a pesar de todo, amaba con toda su alma. Donohue, decepcionado, lleno de ira, de dolor y confusión, abandonó la habitación y Derbyshire. Lizzie, al ver que Donohue salía enfurecido, sintió una aguda tristeza por Georgiana y corrió a su lado, hallándola en el sillón, deshecha y desesperada. Trató de consolarla de mil maneras posibles sin conseguirlo y se sintió culpable por haberle orillado a decirle la verdad ahora que era tan feliz. Pensó en Darcy y en lo

249 que diría al verla así y le angustió terriblemente el sufrimiento que le causaría, similar al que habría experimentado cuando sucedió lo de Wickham. Pero ahora, la hecatombe fue en gran medida alentada por ella. Lizzie lloró con su hermana que sufría una terrible pérdida y sentía morirse de pena en sus brazos. Transcurrió el tiempo y Georgiana se recostó en las piernas de Lizzie cuando se le acabaron las lágrimas, sintiendo en su cabeza un palpitar casi insoportable. Lizzie le acarició el cabello como a una niña que ha perdido la mayor ilusión de su vida. Recordó cómo se sentía al saber que Lydia se había fugado con Wickham y que al recibir la carta de Jane comunicándole la noticia, Darcy estaba con ella enterándose de todo lo ocurrido, mientras veía deshonrada que ya todo amor era imposible. Pero, a pesar de ese enorme obstáculo, Darcy la aceptó tiempo después. Ya no quería reflexionar en ese sentido con Georgiana para no darle esperanzas falsas. Tendría que dejar que el tiempo decidiera el futuro de su hermana y pidió a Dios por Donohue, para que en su corazón pudiera otorgarle la compasión que Georgiana imploraba sin obtener respuesta. Lizzie, en ese momento lamentó con todo el corazón que Darcy desconociera toda la verdad sobre Donohue y Georgiana. Él sabría qué hacer o iría a buscar a Donohue para interceder por su hermana, pero ahora nada se podía arreglar. Lizzie no sabía cómo proceder, si permanecer allí o llevar a Georgiana a su recámara, si buscar a Darcy para explicarle todo o seguir ocultándole la verdad, pero por cuánto tiempo podría hacerlo si Georgiana estaba destrozada. ¿Qué diría Darcy si supiera la verdad, si llegara en ese instante y las sorprendiera? Quería correr a su lado y pedirle perdón por no haberle dicho antes y por el daño que ella le había causado a su querida hermana. Darcy estaba a unos metros de distancia, con sólo tocar la puerta él la abriría y seguramente al verla tan desesperada la abrazaría y trataría de consolarla. Lizzie se levantó y se dirigió a la puerta decidida a ir a buscarlo. Pero ¿qué le diría para explicarle las cosas?, ¿por dónde empezar?, ¿cuál sería su reacción al saberlo todo?, ¿qué le diría al enterarse que todo este tiempo ella le ocultó algo tan importante?, ¿qué sentiría Darcy al ver el estado en que Georgiana se encontraba y saber que por su complicidad, Georgiana estaba sufriendo desesperadamente?, ¿qué diría al darse cuenta cuál era el motivo de la discusión por la que su hermana se accidentó y casi pierde la vida?, ¿qué diría al saber que le había mentido? Lizzie no pudo cruzar la puerta. Se quedó paralizada al cuestionarse más a fondo. Regresó al lado de Georgiana y la ayudó a levantarse para encaminarla a su alcoba. La recostó en la cama y se quedó con ella, a su lado durante el resto del día. Lizzie se sentía agotada de pensar y de angustiarse. Sabía que entre más corría el tiempo, más se acercaba el momento de enfrentar a Darcy. Él, seguramente las iría a buscar para cenar, como todas las noches y ella, ¿qué explicación le daría? La cabeza le retumbaba y se recostó por unos momentos en el sillón, quedándose completamente dormida. Al terminar su reunión, Darcy despidió a Fitzwilliam y a Bingley y se dirigió al salón principal en busca de Lizzie y Georgiana. Al no encontrarlas, fue a la sala privada y luego a su recámara. Le extrañó que no estuvieran, entonces dio una vuelta a la alcoba de Georgiana donde las encontró profundamente dormidas.

250 Arropó con una cobija a su hermana y luego tomó en sus brazos a Lizzie para conducirla a su cama. Posteriormente, cenó y se recostó.

CAPÍTULO LII

En la madrugada, Lizzie se despertó sobresaltada, con una colosal angustia, provocando que Darcy se despertara; la abrazó para tranquilizarla y dándole un beso la acostó y volvió a dormirse. Lizzie recordaba sus propias palabras que entre sueños no dejaban de resonar en su cabeza. “Si decides callar, correrás el riesgo de perderlo”, “si decides callar, correrás el riesgo de perderlo”, “esa verdad que guardarás se convertirá en un veneno que actuará lento pero fatalmente”. Lizzie no pudo conciliar el sueño otra vez. Sólo pensaba en ¿cómo podría volver a mirar a su esposo a los ojos después de lo sucedido con Georgiana?, ¿cómo explicarle la razón de su estado? Las preguntas que la angustiaban el día anterior resurgieron en su memoria con mayor intensidad. Recordó cómo Darcy le había confiado el cuidado de su hermana hacía tiempo cuando la había visto afligida. Darcy le había demostrado una absoluta confianza y ella lo había defraudado; percibió una enorme pena y temor de provocar su enojo y su desprecio. Resonó con terror el resentimiento implacable que Darcy había demostrado con aquellas ofensas que se le infligían. Se sentía entre la espada y la pared, como seguramente Georgiana se había contrariado antes de hablar con Donohue, pero no dejaba de pensar: “Si decides callar, correrás el riesgo de perderlo”. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Todavía estaba oscuro y tenía tiempo para pensar cómo enfrentar a Darcy, porque estaba convencida que ese paso era necesario. Cuando empezó a clarear el día, su zozobra creció al acercarse el momento. Tenía que enfrentarlo y no estaba segura del resultado. No podía dejar pasar más tiempo. Darcy se despertó y la vio de pie, mirando las primeras luces, como tantas mañanas. Pero ahora Lizzie no puso atención al hermoso amanecer que Darcy contemplaba desde la cama. Él se levantó y se acercó a ella como acostumbraba, dándole un beso en la mejilla y abrazándola. –Estás muy fría. Lizzie se volteó hacia a él con el semblante desencajado, la cabeza baja y llorando. Él levantó su rostro con la mano y, viéndola compasivamente, la abrazó por unos momentos. Lizzie se desahogó sin saber cómo iniciar. –Necesito decirte algo importante. Darcy la miró con ternura. –Pero primero quiero pedirte perdón por no habértelo dicho antes. Sé que debí hacerlo pero las circunstancias no me lo permitieron y ya no soporto más esta angustia. ¿Cómo mirarte a los ojos después de lo que ha sucedido? No quiero que te molestes conmigo por esto. No toleraría tu desprecio. –¿Desprecio? No, Lizzie. ¿Cómo podría? Tú no has tenido culpa alguna.

251 –Yo… te amo con toda mi alma y no soportaría perderte y ni siquiera sé por dónde empezar. Llevo horas pensando en cómo decírtelo, desde ayer, y no sé cómo lo tomarás. –No me tienes que explicar. –Pero… –dijo sin entender sus palabras. –Lo sé todo, Lizzie. –¿Georgiana habló contigo? –No. Me lo dijo Bingley ayer que estuvo aquí. –¿Bingley? –preguntó muy sorprendida sin entender cómo lo habría sabido. –Sí. Estuvimos discutiendo sobre cómo ayudarla con su problema. Pero no tienes de qué preocuparte, tengo manera de amenazar a ese hombre para que responda como debe. –¿Cómo? –Hoy iremos a hablar con el Sr. Robinson para que nos asesore y podamos ayudar a Lydia y a su hijo. –¿A Lydia? –susurró Lizzie muy sorprendida de lo que escuchaba, sin poder preguntar en voz alta. Se cuestionaba en su interior de qué estaba hablando Darcy: ¿qué había sucedido con Lydia y su hijo? –Lizzie, no quiero que te angusties más por esto. Todo se va a arreglar. Sé que te había prometido desocuparme estos días para estar contigo, pero se presentó esto y debemos actuar con prontitud para que ese Wickham no se salga con la suya. Lizzie quedó confusa por lo que escuchaba y se olvidó de todo lo demás. ¿Qué había ocurrido con Lydia que ameritaba consultar al Sr. Robinson? Darcy la abrazó con cariño, diciendo: –Yo también te amo. Necesito saber que estás tranquila para poder atender este asunto. Viéndola un poco más serena, la besó en la frente y se fue a alistar. Lizzie permaneció pensativa, sentada en el sillón, sin comprender lo que sucedía, pero con una preocupación muy grande, sumada a la que ya padecía por Georgiana. Transcurridos unos minutos Darcy ya estaba listo; vio a Lizzie, se acercó y se sentó a su lado. –¿Sigues preocupada? Lizzie miró a Darcy sin saber qué responder y él la abrazó. –Recuerda que siempre voy a estar contigo. –¿Vas a regresar temprano hoy? –No lo sé. En cuanto termine este asunto volveré. ¿Estarás bien? –Sí. Darcy la besó y partió. Lizzie estuvo sentada en el sillón, pensando en Lydia y luego en Georgiana. Tenía que saber cómo había amanecido Georgiana, y averiguar qué había sucedido con Lydia. Se alistó y se dirigió a la alcoba de Georgiana, tocó a la puerta y no la encontró. Fue al salón principal y tampoco la vio; la buscó en el jardín y

252 la halló sentada en una banca, junto a un hermoso rosal, donde había pasado horas platicando de sus planes con Donohue apenas hacía dos días. Lizzie se acercó, la notó desanimada y se sentó a su lado. –Georgiana, tienes que levantarte, no te puedes dejar caer de esa manera. Ella no contestó. –Perdóname por haberte insistido tanto en que hablaras con él. Has tenido el valor que a mí me faltó esta mañana y ve de qué manera te paga la vida. Lizzie permaneció a su lado en silencio, acompañándola en su dolor, sentadas en ese lugar tan especial para Georgiana que, junto con las cartas y aquella rosa que había conservado con devoción, era lo único que le quedaba del amor de su vida. Georgiana había perdido toda la esperanza, ya no quería escuchar a Lizzie ni a nadie y deseó con todas sus fuerzas haber muerto en ese terrible accidente. Recordó lo que sintió cuando despertó y vio a Donohue, los momentos maravillosos que vivió a su lado y que le habían llenado de felicidad y la forma en que la había observado el día anterior tras haberle revelado su secreto. Georgiana estalló en sollozos. Lizzie la abrazó preocupada, comprendiendo todo su dolor, sintiendo con apremio un impulso de ir a buscar a ese hombre y hablar con él, interceder por su hermana y hacerle comprender el error que estaba cometiendo al abandonarla, pero dónde buscarlo: seguramente se habría ido a Londres; si ella fuera a la ciudad se tardaría por lo menos dos días en regresar si es que lo localizaba rápidamente. ¿Y Darcy?, si ella se ausentaba él se enteraría de todo el asunto aunque regresara en la noche. Se imaginó lo que Darcy encontraría: que su mujer había ido a Londres sin avisarle, corriendo tras un hombre que había sido el enamorado de su hermana desde hacía meses, del cual él no estaba enterado, además de darse cuenta de la precaria situación de Georgiana en esos momentos. Se arrepintió de no haberle revelado la verdad cuando tuvo la oportunidad. Y ¿cómo abandonar a Georgiana en esa situación, cuando ella era su único apoyo en esos momentos? Georgiana lloró hasta agotarse y cuando Lizzie la vio más tranquila, le dijo: –Tu padre, donde quiera que esté, debe estar sufriendo mucho al verte en ese estado, sin ganas de luchar ni de vivir. Él quiere verte feliz y que salgas adelante. Y tu madre, que desearía estar a tu lado y aconsejarte, seguramente padece en su alma tu dolor como nunca soportó en esta tierra, lamentándose haber muerto dejándote sola y sin las armas para enfrentarte a la vida. Después de hacer una pausa, continuó llorando: –Piensa en tu hermano, él te quiere mucho y va a sufrir enormemente cuando te encuentre así. Y piensa en mí, que soy tu hermana y que me arrepiento con toda el alma del daño que te he causado, creyendo que contribuía a tu felicidad aconsejándote de esa manera. Tienes que salir adelante, por tus padres, por Darcy y por mí. No te dejes vencer por la consternación. En ese momento se escucharon unas pisadas, atrás de los rosales, y Lizzie se puso de pie sobresaltada, adivinando aterrada que era Darcy. Había llegado el momento de decirle toda la verdad. ¡Nunca había sentido tanto miedo de verlo!

253 De pronto, las pisadas se dejaron de escuchar y apareció un hombre vestido de negro que caminaba sobre el césped hacia la banca. Georgiana, cabizbaja, escuchó que alguien le hablaba: –Georgiana. Ella, sorprendida de creer y querer reconocer esa voz, alzó la mirada lentamente viendo que Lizzie se alejaba. Poniéndose de pie, sintió que su corazón se le salía del cuerpo. Donohue se acercó. –Quisiera implorar su perdón por el comportamiento tan ruin que tuve con usted después de que demostró gran valor al confesarme lo que hace unos años tuvo por desventura sufrir. Georgiana lo escuchaba con atención, sintiendo que sus piernas temblaban, mientras él prosiguió: –Cuando salí de este lugar, viajé directo a Londres, cavilando durante el camino en lo que usted me confió. Pasé toda la noche en la casa que adquirí pensando en nuestra felicidad. Me encontré solo en esas cuatro paredes y me vi en mi vejez, igual de desdichado pero con una amargura que me carcomía el alma. Me di cuenta que mi vida sin su amor no tiene sentido y comprendí que usted, lejos de ser culpable de esos actos que ayer la avergonzaban sobremanera, ha sido víctima de un canalla que no tiene nombre, y que haberlos confesado con tanta sinceridad y valentía demuestra su integridad y transparencia, cualidades por las cuales me enamoré de usted. Me percaté que soy yo quien es indigno de su amor. En lugar de comprenderla, yo le di la espalda y la abandoné en su sufrimiento. En lugar de apoyarla y aceptarla, la desprecié, cuando debía amarla y admirarla por ser congruente con sus principios. En lugar de agradecer su franqueza, me sentí ofendido, cuando usted sólo me demostró su amor. Donohue dio un paso al frente y prosiguió: –Tomé la decisión de regresar en cuanto amaneció para impetrar su clemencia y reiterarle que me he dado cuenta de que la amo más que a mi vida y deseo fervientemente, aun sin merecerla, que usted acepte mi mano, aunque comprenderé si decide rechazarla. Georgiana se acercó a Donohue, mientras las lágrimas corrían sobre sus mejillas, le tomó la mano y la acarició en señal de aceptación. Donohue tiernamente le dijo, secando su rostro con su mano: –¿Por qué esas lágrimas? –Pensé que lo había perdido para siempre. Me sorprende que todavía pueda llorar. –Lamento mucho que haya sufrido por mi causa. –El que ama está destinado a sufrir y a ser inmensamente feliz –enunció recordando las palabras de Lizzie. –Deseo y haré todo lo que esté a mi alcance para que usted sea dichosa a mi lado –afirmó y la besó repetidas veces en sus mejillas. Lizzie, quien veía a lo lejos y con gran emoción esta reconciliación, sintió una enorme tranquilidad, que fue interrumpida al acordarse de Lydia. Viendo que todavía podía ir a Starkholmes, le dejó una nota a Georgiana con la Sra. Reynolds, a quien encomendó que con máxima discreción estuviera al pendiente de ellos.

CAPÍTULO LIII

254 Cuando llegó a Starkholmes, el Sr. Nicholls la anunció y Jane la recibió en el salón principal. Lizzie preguntó impaciente: –¿Qué ha sucedido con Lydia? –¿Darcy no te lo dijo? –No pudo explicarme los detalles, sólo que estaban viendo cómo ayudarla. Jane invitó a Lizzie a sentarse. –Lydia llegó antenoche, con su hijo. Tuvo una discusión muy fuerte con Wickham, él la amenazó con llevarse al niño y abandonarla, y llegaron a los golpes. –¿Wickham se atrevió a golpearla? –Sí. Aplicó su derecho que le da la “Ley Común Inglesa”. –¿La que dice: "cuando usted vea a su esposa cometer una ofensa, no se apresure a insultarla y golpearla. Regáñela fuertemente, acósela y llénela de terror. Y si eso no funciona, tome una vara y golpéela fuertemente, ya que es mejor castigar el cuerpo y corregir el alma. Es mejor golpearla no por la furia, sino por la caridad hacia su alma”? ¡No lo puedo creer!, y seguramente siguió la “regla del pulgar” que le permite golpear a su esposa con una vara del tamaño del ancho de su pulgar. –Así fue, por lo que en realidad no cometió ningún delito, según las leyes. Luego Wickham se fue de la casa y le dijo que nunca volvería. –¿Cómo? –Dice Lydia que tal vez exista otra mujer. –¿Y cómo está ella? –Muy desconcertada. Parece que la amenazó con armar un escándalo si no accedía a entregarle al niño. –¡Claro! La patria potestad le corresponde por completo al padre. La titularidad de todos los derechos de la familia son del varón y la mujer y los hijos son titulares de los derechos de silencio y obediencia. –Pero con todo lo que Bingley y Darcy están haciendo con el Sr. Robinson no le conviene y tendrá que reponer su conducta. Lizzie suspiró preocupada por su hermana. –¿Podré verla? –Sí, aunque ahora está dormida. En ese momento, Bingley y Darcy entraron en el salón. Llegaban de tratar los asuntos con el Sr. Robinson. Las damas se pusieron de pie y los señores se acercaron, aunque Lizzie sintió un terrible mareo por lo que, llevándose la mano a su cabeza, tomó asiento nuevamente con ayuda de Jane, provocando preocupación en los presentes. Darcy se acercó para ver cómo estaba, tomándole la mano. –Lizzie, ¿te encuentras bien? Ella respiró profundamente recargándose en el sillón. Todo se veía oscuro, escuchaba las voces lejanas y su tez estaba pálida, pero poco a poco se recuperó mientras Darcy acariciaba su rostro, sentado a su lado. –¿Acaso hay alguna noticia de la que nos podamos alegrar? –preguntó Bingley.

255 –No –aclaró Lizzie con un mejor semblante, recordando que no había probado bocado desde el día anterior–. Sólo me hace falta comer un poco. –¿No has comido? –interrogó Darcy. –Ni siquiera cené anoche. Me quedé dormida. –¡Lizzie! Ayer debí haberte buscado para explicarte lo sucedido y que no te preocuparas tanto. Darcy le besó la mano y le ayudó a tomar el jugo que Jane había mandado traer. –Ya pedí que nos sirvan la cena. ¿Se quedarán a cenar, cierto? –Muchas gracias, Sra. Bingley, con todo gusto –señaló Darcy. Cuando Lizzie se recuperó, Darcy la condujo hasta el comedor. Durante la cena, Darcy y Bingley comentaron lo que el Sr. Robinson les asesoró que se podía hacer para ayudar a Lydia y a su hijo, con lo cual reprenderían a Wickham por su conducta en caso de que se volviera a presentar una situación de violencia en su hogar, mientras Lizzie y Jane escuchaban atentamente. –El Sr. Wickham tendrá que ofrecer una disculpa a la Sra. Wickham y cumplir ciertos requisitos si desea no verse afectado en sus intereses personales y profesionales –afirmó Bingley. –Y ya no habrá manera en que la quiera volver a amenazar –completó Darcy. –¿Cómo es posible que las leyes protejan más al marido que a la mujer? Algunos ven a las mujeres como un bien mueble, propiedad que el esposo puede tratar como considere conveniente y que el Estado no puede intervenir en estos problemas para no violentar la intimidad del hogar –glosó Lizzie enojada–. ¿Y cómo lo harán?, ¿hablarás con Wickham? –preguntó a Darcy preocupada. –No, hoy nos dijo el Sr. Robinson que él se encargará de ver todo el asunto. Irá a buscarlo a Newcastle y le llevará los acuerdos. Yo le pedí que nos mantuviera informados, pero le aclaré que yo no podía encargarme del asunto. Tengo una promesa que cumplirle a mi esposa y, a partir de mañana me tomaré unos días que tú y yo necesitamos para descansar. –Me alegro de que así sea –expresó Lizzie sonriendo. –¿El Sr. Robinson es pariente del Dr. Robinson, de Londres? –investigó Jane. –Sí, son hermanos. Su padre fue muy amigo del mío y desde hace varios años el Sr. Robinson lleva los asuntos legales de mi familia –contestó Darcy. –Es reconfortante saber que estamos en muy buenas manos. Cuando terminaron de cenar, Lizzie expresó sus deseos de ver a Lydia. Estuvo con ella dándole ánimos y diciéndole lo que los señores habían hecho para ayudarle. También vio a Nigel, a Diana y al pequeño Henry, antes de que se fueran a dormir. Los Sres. Darcy regresaron a Pemberley de noche, cuando Georgiana ya estaba felizmente descansando en su recámara, lo que le dio una gran paz a Lizzie. Sólo quedaba pendiente decirle la verdad a Darcy, pero decidió esperar a que Donohue hablara con él para después darle a conocer la historia completa. Ya en su habitación, Darcy se acercó a su mujer. –Hoy me diste un buen susto –aseveró él tomando sus manos.

256 –Perdóname, estaba tan preocupada que me olvidé de lo demás. –Acuérdate de que el Dr. Thatcher nos indicó que lo más importante es que te alimentes bien y que estés tranquila. –Tienes razón. –Me habría gustado quedarme contigo, pero era necesaria mi presencia. –Sí, fue un día difícil. –¿Y ya estás más calmada? –Sí. Gracias por ayudar a Lydia y a su hijo. Y disculpa que ayer te haya dejado solo para cenar. –Estabas profundamente dormida cuando te traje y no quise despertarte. Aunque por lo visto no pudiste dormir bien después. –Hoy sí podré descansar mejor –afirmó abrazando a su esposo.

CAPÍTULO LIV

Darcy salió a cabalgar muy temprano y se encontró con Georgiana en su camino y, extrañado le dijo: –¡Qué sorpresa verte tan temprano! –No pude dormir bien. –¿Tú también estabas preocupada por Lydia? –¿Lydia?, ¿qué sucedió con ella? –¿No lo sabes? –preguntó suspenso. –¿Qué tendría que saber? –Lydia tuvo un fuerte problema con Wickham y se refugió en Starkholmes. Bingley y yo estuvimos viendo cómo ayudarla con el Sr. Robinson. –No sabía. –Pensé que estabas enterada, Lizzie me lo dijo –comentó Darcy–. Si no fue por eso, ¿por qué no podías dormir? –Ya pronto te enterarás, hermano –añadió, dio la vuelta y se marchó. Darcy se extrañó de que Georgiana no estuviera enterada de lo sucedido con Lydia. Recordó la conversación que había tenido con Lizzie el día anterior, en donde él había entendido que Georgiana estaba al tanto de todo, pero si no era así, ¿de qué estaba hablando Lizzie que Georgiana sí sabía y que la tenía tan angustiada? Regresó a su recámara para ver a Lizzie pero seguía plácidamente dormida. Darcy la contempló por unos momentos y, antes de irse, la besó en la frente. Lizzie, despertándose, le tomó de la mano y le dijo: –No te vayas. Me prometiste que hoy estarías conmigo. –Y estaré encantado de cumplir mi promesa –aseguró sentándose a su lado–. ¿Cómo amaneciste hoy?, ¿estás más tranquila? –Sí, gracias.

257 –Y dormiste mejor. Ella asintió con una sonrisa. –Lizzie, ayer por la mañana ¿querías decirme algo, además de lo de Lydia? Me quedé con la impresión de que no te dejé hablar. –¿A qué te refieres? –A algo de lo que Georgiana sí estaba enterada. –¿Ya viste a Georgiana? –Sí. –¿Cómo estaba? –Bien, se veía muy contenta. –Entonces, creo que a Georgiana le corresponde decírtelo –señaló sonriendo. –Pero, ¿todo está bien? Ayer estabas muy angustiada. –Sí, ya todo está bien –declaró abrazando a su marido. Luego él le dijo, tomando sus manos: –Iré a cabalgar aquí cerca, mientras te alistas. Regreso pronto. Darcy le dio un beso en la mejilla y se retiró. Lizzie se alistó y bajó lo antes posible para buscar a Georgiana y así le contara lo que había sucedido. La encontró tocando el piano. Georgiana se puso de pie al darse cuenta de que Lizzie entraba. –¡Lizzie! Hoy vendrá Donohue a hablar con Darcy. –Entonces, ¿ya todo está arreglado? –Sí, Lizzie. Me ama y me ha perdonado. Me dijo cosas tan bonitas. –Aunque te hubiera dicho la receta de tu suero, habrías aceptado su propuesta. –Y también me llamó la atención. –¿Por qué? –Se dio cuenta de que no había comido en todo el día, como buen médico, y me dijo que no debo malpasarme. Aunque luego me confesó que él tampoco había comido ni dormido la noche anterior. –Se veía muy turbado cuando llegó a hablar contigo. –Los estuvimos esperando ayer, pero al ver que no llegaban dijo que hoy vendría a hablar con Darcy. –Me alegro mucho. Darcy ya está haciendo muchas preguntas. –¿Y cómo está Lydia? –¿Te lo dijo Darcy? Georgiana asintió. –Me lo imaginé. Ayer que la vi estaba angustiada pero le expliqué que Darcy y Bingley ya habían hecho todo lo necesario con el Sr. Robinson. Espero que hoy se encuentre mejor. El Sr. Smith entró buscando a Georgiana, llevaba una carta en la mano y se la entregó. Era de Donohue, rápidamente la abrió y leyó:

258 “Estimada Srita. Georgiana: Lamento mucho informarle que tuve que salir esta madrugada rumbo a Londres. La Sra. Robinson, la esposa del Dr. Robinson, ha caído gravemente enferma y el Dr. Robinson ha solicitado mi apoyo. Por tal motivo no podré visitarla el día de hoy, aunque espero que esta emergencia se resuelva pronto, para cumplir el propósito de hablar con su hermano. Le informaré por carta cualquier noticia. Con todo mi amor. P. Donohue”. Georgiana, desanimada, le dijo a Lizzie: –No vendrá. –¿Por qué? –Tuvo una emergencia. Lizzie tomó las manos de su hermana. –Georgiana, vete acostumbrando si vas a ser su esposa. Así es la vida de un médico. Recuerda que la esposa de un doctor debe ser una persona llena de amor, comprensión y generosidad hacia su esposo y sus pacientes… Por eso no podía imaginarme a la Srita. Bingley casada con un médico –completó riendo. Darcy arribaba en su caballo, Lizzie se asomó por la ventana y al verlo, salió para recibirlo en la puerta con un abrazo. Darcy la estrechó en sus brazos y luego ella le dijo: –¿Disfrutaste tu paseo? –Sí, gracias, la mañana está muy agradable. –Entonces podremos ir a caminar al breñal, después del desayuno. –Estoy a su completa disposición, madame. Los siguientes días, estuvieron en Pemberley, disfrutando de los jardines y sus alrededores, de la biblioteca y sus libros, de la galería de esculturas y, sobre todo pudieron descansar mientras Georgiana recibía más cartas del Dr. Donohue, en las que informaba que tendría que permanecer en la capital por algún tiempo más. Lizzie continuaba preocupada por Lydia y con ciertas dudas de que estuviera fuera de peligro cuando regresara con su marido, pero Darcy le explicó con mayor detalle lo que habían hecho para protegerla, aun cuando las leyes no les ayudaran. Wickham, el tiempo que estuvo en Pemberley, había cometido ciertos fraudes que Darcy decidió “olvidar” para proteger a su hermana de las amenazas de ese hombre, además de tener en su poder los pagarés de las deudas de juego que ese sujeto contrajo en Hertfordshire. Ahora podrían utilizarlos en su contra metiéndolo a prisión y ocasionando la pérdida de su actual empleo. El Sr. Robinson iba a investigar si existía alguna otra denuncia o deudas de juego que pudieran sumarlas en caso necesario, además de hablar con él y conseguir la firma de los acuerdos en donde exigía respeto completo a su esposa y a su hijo y cumplimiento de sus deberes. Días más tarde Lizzie recibió la grata noticia de que el asunto de Lydia se estaba solucionando favorablemente, cuando Wickham vio que no le convenía ocasionar problemas fue a buscarla a Starkholmes y regresaron a Newcastle con su hijo. Darcy se había quedado intrigado por el asunto de Georgiana y volvió a cuestionarla al respecto, pero ella le respondió que ya pronto se enteraría y al verla tan tranquila y feliz, dejó de insistir, aunque estuvo observando a su esposa y a su hermana, queriendo revelar qué había sucedido, pero no pudo descubrir nada.

259 Además, tenía otro asunto en ese momento que ocupaba su mente: veía con decepción que el frasco de las medicinas de Lizzie llegaba nuevamente a su término, sin resultados. Se preguntaba cuánto tiempo más tendría que pasar, si acaso el Sr. Bennet tendría razón, o pensaba en el fracaso del tratamiento, aun cuando el Dr. Thatcher estaba muy pendiente de su caso. En ocasiones veía a Lizzie con desánimo y tristeza, aunque ella luchaba por aparentar tranquilidad y, sin expresar su dolor, buscaba cariño y consuelo en Darcy, quien se lo otorgó comprendiendo su mutua desesperanza.

CAPÍTULO LV

Georgiana finalmente recibió una carta con excelentes noticias: Donohue iría a Pemberley a pedir su mano. Después de leer la carta, fue corriendo a buscar a Lizzie y la encontró en su sala privada. –¡Vaya!, por fin te encuentro. Te he buscado por toda la casa –señaló Georgiana colmada de gusto. Lizzie, que estaba parada junto a la ventana viendo al jardín, se volteó para escuchar a Georgiana, sin decir palabra y con el rostro ensombrecido. –¿Sucede algo, Lizzie? Te ves preocupada –inquirió Georgiana extrañada. –No, es sólo que se acaba de ir el Dr. Thatcher. –¿Hay alguna novedad? –No –respondió tristemente–, pero veo que tú sí tienes noticias –dijo viendo que Georgiana traía una carta en la mano. –¡Mañana vendrá Donohue a hablar con Darcy! –Me alegro mucho –comentó con escaso ánimo. –¡Lizzie! –se acercó tomándole las manos, alarmada. –No te preocupes por mí, ya se me pasará –aclaró, dándose cuenta que el único rasgo de esperanza que le quedaba en su corazón era el que su marido le infundía con su amor. –¿Darcy está en su despacho? ¡Tengo que asegurarme que mañana estará en casa! –No, salió con Bingley poco después de que el Dr. Thatcher se retiró, pero me dijo que mañana estaría todo el día aquí. –¡Ay, Lizzie! No sé si pueda esperar hasta mañana –indicó muy emocionada. –Tendrás que hacerlo. En ese momento, la Sra. Reynolds tocó a la puerta y entró para anunciar a un visitante, el Dr. Donohue, causando gran asombro y alegría en Georgiana, que se acercó rápidamente a la puerta para recibirlo. Donohue entró y, tomándole las manos, le dijo: –Georgiana, ya no podía esperar hasta mañana para verte. Ha pasado mucho tiempo. –Me alegro que hayas podido venir antes –expresó ella con el rostro iluminado de felicidad–. ¿Cómo sigue la Sra. Robinson?

260 –Se está recuperando, gracias a Dios. Donohue saludó a Lizzie y ella se retiró de la habitación discretamente. Comprendía que ellos tendrían muchas cosas de qué hablar y salió rumbo al invernadero; percibió que Georgiana muy pronto partiría de la casa y se iría a vivir a Londres después de su casamiento y que, sin ella en casa, su vida en Pemberley daría un giro completo. Se había acostumbrado tanto a su compañía y comenzó a sentir una soledad absoluta sin Darcy a su lado y al vislumbrar pocas luces de esperanza de alcanzar el sueño que tanto había anhelado con su esposo. Georgiana le ofreció té a Donohue, quien lo aceptó gustoso y tomaron asiento. La Sra. Reynolds se había quedado cerca para atenderlos y estar pendiente de ellos. –¿Cómo estuvo el viaje desde Londres? –preguntó Georgiana. –Muy bien, muchas gracias. Partí apenas salió la aurora y dejé a mis padres y a mis hermanos en casa. –¿Tus padres están en Londres? –Sí, mañana se regresan a Gales. Quisieron conocer la casa nueva y llegaron justo cuando hablé hace unos días con el Dr. Robinson y le comenté que necesitaba resolver un asunto personal muy importante a la brevedad. Fue cuando te escribí para avisarte que vendría mañana, pero ayer el Dr. Robinson me sugirió adelantar mi viaje si así lo quería hacer. Su esposa ya está más estable y él más descansado. –¿Y cómo están tus padres? –Están muy emocionados. Ya te quieren conocer, en especial mi hermana Alice. –¿Alice?, ¿la amiga de la Srita. Bingley? –Sí. –Y la Srita. Bingley, ¿ya sabe de nuestra relación? –examinó nerviosamente. –No lo sé, ¿te preocupa que se entere? –¡Antes que Darcy, sí! Tú no conoces a mi hermano, es muy celoso y no sé cómo reaccionará cuando se entere. Conociendo a la Srita. Bingley, te aseguro que al saberlo correrá para venir a investigar hecha un basilisco. ¡Y quién sabe qué intrigas le pueda inventar a mi hermano! –La Srita. Bingley no tiene por qué enojarse por nuestra relación. Yo nunca le mostré mi interés, sólo fui amable con ella. –Pero ella tiene una impresión muy diferente, por lo que dijo cuando fue a verme después del accidente y por lo que le ha dicho a su hermano y a Jane. Y no se me olvida la forma en que te coqueteó aquella tarde. Donohue sonrió satisfecho de ver celosa a su doncella y tomándole la mano la besó, causando asombro en su bella dama. Donohue se acercó y le murmuró, recorriendo su mirada por todo su rostro, acariciándolo dulcemente. –Georgiana, me cautivaste desde el primer momento en que te conocí con tu belleza y esa noche me di cuenta que eres una mujer excepcional, con un noble corazón, lleno de generosidad, de comprensión y de dulzura y supe que alcanzaría mi felicidad sólo al estar a tu lado, haciéndote feliz.

261 Georgiana, al escuchar estas palabras, sintió una enorme tranquilidad y se recargó en el respaldo del sillón, respirando profundamente. Luego Donohue se aproximó a su oído y le habló cariñosamente, como lo había hecho cuando ella estaba inconsciente, mientras Georgiana cerraba sus ojos. –Te amo con todo mi ser y lucharé por ti, te defenderé y derribaré cualquier obstáculo que se interponga entre nosotros. Luego, recorriendo sus labios por todo su rostro apenas rozándolo, continuó susurrando: –No te preocupes por tu hermano, él te ama y quiere tu felicidad y, a pesar de sus celos, comprenderá que yo quiero hacerte feliz. Y puedes olvidarte de cualquier otra mujer, ya que tú eres la única que puede ocupar mi corazón. Y, después de un silencio, éste se interrumpió estrepitosamente. –¡¡Georgiana!! –gritó Darcy exacerbado. Georgiana y Donohue se pusieron de pie, inmediatamente. –¿Qué está pasando aquí? –cuestionó con la mirada llena de cólera. –Sr. Darcy, he venido a hablar con usted –aclaró Donohue. –Ahora el que quiere hablar con usted soy yo. Georgiana, ¡déjanos solos! –ordenó. Georgiana se retiró rápidamente y esperaba afuera, perturbada, en tanto Lizzie regresaba del jardín. Al verla en el pasillo, le preguntó: –¿Ya se fue Donohue? –No, está hablando con Darcy –respondió Georgiana atribulada. –¿Ya llegó Darcy? –Sí, y no sé qué vaya a pensar ahora que nos encontró así. –¿Cómo? Georgiana le explicó lo sucedido. Dentro de la habitación, Darcy preguntó inmerso en rabia: –¿Me puede explicar qué ha sucedido aquí? –Sr. Darcy, amo a su hermana desde hace mucho tiempo y vengo a pedir su mano en matrimonio. –Me puede decir, ¿por qué ha venido a esta casa a insultarnos con su comportamiento y a aprovecharse de mi hermana? –Sr. Darcy, en todo momento mi conducta ha sido honorable, llena de respeto hacia la Srita. Georgiana, a esta casa y a su casa en Londres. La Sra. Darcy se lo puede corroborar. –¿En Londres también? –Desde mucho tiempo atrás yo ya amaba a su hermana, pero hasta después de su accidente fue que le expresé mis sentimientos. –¿La Sra. Darcy estaba al tanto de todo? –Sí señor, me parece que desde su viaje a Oxford. –¿Desde entonces? –murmuró.

262 Darcy, enfurecido y sorprendido, caminaba de un lado a otro de la habitación en completo silencio, mientras Donohue continuaba: –Mis intenciones hacia la Srita. Georgiana son serias. Usted sabe que mi linaje es distinto al de su familia, pero he sabido ganarme una buena posición con mi propio esfuerzo y una vida cómoda para ofrecerle. He comprado recientemente una buena propiedad en Londres para satisfacer sus necesidades y darle el nivel de vida al que está acostumbrada; pero, sobre todo, quiero otorgarle mi amor y mi devoción el resto de mi vida. –Y supongo que su fortuna no le interesa. –¡Le aseguro que no! Si lo desea, puede hacer los arreglos necesarios para que yo no tenga beneficio alguno de su familia. Darcy no podía creer lo que estaba escuchando, además de que hervía en celos por su hermana y por haberlos encontrado bajo condiciones comprometedoras, aunque Donohue dijera lo contrario. No podía evitar concebir el mismo enojo que experimentó cuando Georgiana tuvo el problema con Wickham, amplificado al advertir su completa ignorancia de lo que sucedía casi ante sus ojos desde hacía mucho y con el agravante de que Lizzie lo supiera y lo consintiera. Y sólo porque Donohue le había salvado la vida a Georgiana, hizo un enorme esfuerzo por serenarse y, sin lograrlo del todo, después de un largo rato de escucharse sólo sus pisadas, declaró con su mirada inquisidora: –Dr. Donohue, toda esta situación me ha tomado por sorpresa. De usted, únicamente sé que es un excelente médico y que tiene mucho futuro en su campo. Pero me está pidiendo la mano de mi hermana en matrimonio, no sólo el cuidado de su salud. Me está solicitando que tome una decisión que en este momento no puedo tomar por falta de conocimiento de su persona y absoluta ignorancia de su familia. Con lo que usted me ha dicho no es suficiente para darle mi aquiescencia en estos momentos, además desconozco por completo los sentimientos de Georgiana o si son un espejismo. Espero que comprenda mis razones para darle esta negativa. La respuesta de Darcy fue tan contundente y cortante que no dejó lugar a réplica; entonces Donohue, pasmado, sólo alcanzó a retirarse sin decir una palabra. Lizzie y Georgiana esperaban ansiosas en el pasillo para conocer la respuesta y al ver salir a Donohue y pasar de largo, Georgiana le llamó, acercándose a él: –Patrick, ¿qué ha sucedido? Donohue, tomando sus manos, le dijo: –¿Recuerdas que te prometí que lucharía por tu amor? Cumpliré mi promesa. Georgiana rompió en llanto, Lizzie entró frenética en la habitación mientras Darcy se encaminaba a hablar con ella y le dijo: –¡Sr. Darcy! ¿Puedo preguntar por qué se ha negado a dar su consentimiento? Darcy contestó con voz enérgica:

263 –¿Puedo preguntar por qué me han mantenido al margen de todo este asunto por tanto tiempo? ¿Desde nuestro viaje a Oxford o debo remontarme más atrás? –¿Cómo espera generar confianza para hablar de ese tema si se pone fuera de sí? Yo tenía muchos remordimientos por no habérselo dicho pero al ver su reacción veo que tuve razón en ocultarlo. Darcy, dando unos pasos, se acercó furioso. –¡Elizabeth! –gritó–, me mentiste cuando te pregunté después del accidente de mi hermana y me dijiste que no te había dicho sus razones de su depresión. –¿Y cuál habría sido tu reacción al conocer la situación en ese momento? ¡Habrías puesto la vida de tu hermana en peligro, saliéndote de tus casillas y queriendo aclarar todo con el Dr. Donohue! –Sra. Elizabeth, yo le confié el cuidado de mi hermana como algo muy especial para mí. Y llego a mi casa y me encuentro a Georgiana y a Donohue solos, en esta habitación que es de uso exclusivo de usted, en una situación muy comprometedora. ¿Qué puedo pensar después de lo que vi? –¿Situación comprometedora? –Sí, Sra. Elizabeth. ¡Donohue le faltaba al respeto a esta casa y usted sabe Dios dónde estaba! ¡Seguramente atendiendo su invernadero, en lugar de estar en su casa como debería!… –gritó Darcy–. ¡Los encontré besándose! Y me pregunta ¿por qué rechacé su proposición? –¡Habría sido comprometedora si Donohue no hubiera pedido su mano semanas antes! ¡El que tú no me hayas besado siendo tu prometida no quiere decir que sea incorrecto! –Eso es falso –dijo Georgiana, quien entraba en la habitación, hecha un mar de lágrimas–. El Dr. Donohue siempre me trató con respeto y me ha demostrado su amor en cada momento. –Eso a mí no me consta –respondió Darcy–. ¿Cómo puedo confiar en lo que me dices si una vez intentaste fugarte con un golpeador?, ¡ahora tendrías suerte de que sólo fuera un arribista! Además, su familia… –Déjeme decirle que Georgiana tiene mucha suerte de que Donohue la aceptara aun sabiendo todo lo que sucedió con Wickham, usted sabe que eso no es fácil y que Georgiana lo hizo por ingenuidad a sus quince años cuando ella todavía necesitaba la protección de su familia que en ese momento era responsabilidad de usted, ¡deje de culparla a ella por su error! –intervino Lizzie–. Además, las diferencias de clases sociales y la falta de fortuna de la familia le han movido para rechazarlo, igual que Lady Catherine con su hija, sin pensar en el daño ni el dolor que le causaría a su hermana. –¡No! Por supuesto que no. Yo quiero su felicidad y es mi responsabilidad asegurarme de eso, usted no conoce a mi hermana como yo y si Donohue perdonó tan fácilmente lo de Wickham es muy claro que sólo quiere su dinero. Además Lady Catherine… –¡Sr. Darcy! –interrumpió Lizzie–. Finalmente ha dado la misma respuesta que Lady Catherine al rechazar el matrimonio de Fitzwilliam con Anne, causando una gran desdicha para ambos, que aún no han podido superar. ¿Acaso desea ver a su hermana así en unos años, desdichada e infeliz por el resto de su vida, lejos del hombre que ama y que amará siempre porque usted no lo consintió?

264 –Lady Catherine sabe perfectamente que Fitzwilliam es un hombre honorable pero yo no conozco a Donohue. Ya es suficiente con arreglar todo lo que pasa con el matrimonio de Lydia para que ahora tenga que resolver problemas de dos hermanas que estén en la misma situación sólo por tomar decisiones tontas y apresuradas. ¡Georgiana es mi hermana y tengo que protegerla! –Las intenciones de Donohue son serias. He visto que la respeta y la ama profundamente y me ha convencido de que su cariño es sincero. –¡Sí, pero a mí no! Todos hablan del Dr. Donohue como un excelente médico, con gran futuro en la capital, pero eso no me dice nada sobre su integridad como persona… Las primeras impresiones que se tienen de alguien pueden cambiar mucho al conocer más a fondo a su familia. Y usted, Sra. Elizabeth, lo sabe muy bien. –¿Acaso duda de mi buen criterio para juzgar a Donohue? Yo he hecho todo para cuidar de Georgiana, aun cuando no es mi obligación. Además, ¿ahora recalca usted que mi familia fue un impedimento para nuestro matrimonio? –señaló ofendida. –Sí, pero yo pude lidiar con eso, tenía toda la seguridad y la experiencia para hacerlo, pero Georgiana es mujer y es una niña y está a mi cuidado. –Pero él es un buen hombre. –Sra. Elizabeth. Yo no conozco a su familia y apenas conozco al Dr. Donohue, ¿cómo puedo juzgar sus intenciones con tan poca información? Debo preguntar ¿usted conoce a su familia? ¿Conoce su pasado? –No. –¿Usted está completamente segura de que el Dr. Donohue está libre de todo compromiso? –Él me ha dicho que sí y creo en sus palabras. –¿Confía tanto en el Dr. Donohue que pondría las manos al fuego por él? –¡No, pero se ha visto que usted tampoco es un sabio al juzgar a la gente! Después se arrepiente y tiene que ir a pedir disculpas, pero en este caso puede ser demasiado tarde y no todos le darán una segunda oportunidad como lo hice yo. –¿Acaso no se da cuenta que es una gran responsabilidad para mí asegurarme que daré mi consentimiento a un hombre digno de mi hermana y que la hará feliz?… –gritó–. ¿No comprende que probablemente sea la única persona que yo entregue en el altar? Hubo un silencio pavoroso. Lizzie y Georgiana se quedaron estupefactas y Darcy perdió el aliento. Lizzie, aniquilada, dio unos pasos hacia atrás y, explotando en sollozos, corrió hasta su recámara. Darcy, al darse cuenta de la falta de prudencia de su comentario y el perjuicio provocado, intentó alcanzar a su mujer, pero sus piernas no le respondieron, estaba tan aturdido que sólo pudo dar unos cuantos pasos y decirle “Lizzie…” Georgiana quedó absorta y en silencio, con la mirada aterrorizada.

265 Después de unos momentos, Darcy subió a su habitación pero estaba cerrada con llave y sólo se alcanzaba a oír el llanto de Lizzie. Esperó afuera en el pasillo. Cuando todo era silencio, Darcy le dijo a través de la puerta: –Lizzie, perdóname. Instantes después se escuchó que se azotaba una puerta del interior de la habitación. Lizzie estaba extremadamente dolida porque Darcy le había echado en cara su infecundidad y vio que las pocas esperanzas que sostenía se desmoronaban. Sintió como si todas sus ilusiones cayeran en un abismo junto con ella y que Darcy, su esposo, había sido quien la empujó, en lugar de ofrecerle su mano para ayudarla. Pensó que tal vez el Dr. Thatcher había hablado con él para decirle que ya no era posible un embarazo y que la habían mantenido totalmente aislada de la verdad por quién sabe cuánto tiempo, su esposo la había engañado aparentando esperanzas que no sentía de corazón. Si ahora le reclamó su problemática, cuando todavía lo estaban intentando, qué pasaría cuando se confirmara su infertilidad, tarde o temprano se lo volvería a recriminar. No quería ver a Darcy, ni a nadie. Se sentía ofendida, lastimada y engañada, avergonzada de haber cultivado esperanzas donde no era posible sostenerlas. Se imaginó a ese bebé que tanto había visto en sus sueños, apartarse de su lado para nunca más volver, abrigando una insondable tristeza en su corazón. Darcy sentía un inescrutable malestar por haber lastimado así a Lizzie, sabía que era su punto más vulnerable, y no pensó en las consecuencias de sus palabras, sólo dijo lo que su corazón le dictaba en ese momento; quería que Lizzie comprendiera que su relación con Georgiana era más parecida a la de un padre que a la de un hermano. No tenía la intención de causarle daño, pero no se percató del alcance de sus palabras sino hasta que vio el rostro de Lizzie desencajado por el dolor. Recordó las palabras del Sr. Bennet “apóyala y compréndela” y sintió que le había fallado, estaba decepcionado por su proceder. Pensaba en Lizzie y en su sufrimiento, pues anhelaba consolarla, pero ella no quería ni verlo. Sólo le quedaba esperar. Georgiana, después de que Darcy se retiró desconcertado, tomó asiento por unos momentos, aterrada. Nunca había visto así a su hermano, ni cuando sucedió lo de Wickham. Luego, viendo por la ventana a Donohue que esperaba en el jardín, salió a su encuentro. Georgiana le narró las invectivas que escuchó con enorme desazón y él amorosamente la tranquilizó, devolviéndole un poco de confianza en que todo se resolvería, aun cuando el panorama se veía ennegrecido. Luego se despidieron, Georgiana regresó a su alcoba y ya no mostró deseos de salir. Había tantas cosas en juego en esos instantes que sólo quedaba esperar a que pasara la tormenta. Cuando cayó la noche, en la alcoba de Lizzie reinaba una profunda oscuridad, al igual que en su corazón, que se fue esclareciendo después de mucha reflexión y tras recordar la discusión que había tenido lugar horas atrás. Comprendió que las palabras de Darcy revelaban lo que sentía su corazón y el gran dolor que en él albergaba. Inmortalizó tantos momentos en que le había demostrado la sinceridad y profundidad de su amor y lo dichosa que había sido con él en estos años de matrimonio, advirtió que si le habían ocultado la verdad de su estado fue para no ocasionarle un sufrimiento que ahora casi no podía soportar. Se cuestionó si

266 era posible que continuaran siendo tan felices como lo habían sido aun cuando ya no tuvieran la esperanza de tener hijos, si valía la pena continuar o no. En las primeras luces de la mañana, Darcy miraba el amanecer desde la ventana de la habitación contigua, meditabundo; allí había pasado la víspera en vela. A lo lejos vio que Lizzie caminaba por el jardín y salió apresuradamente a buscarla. Al llegar a su lado, la tomó entre sus brazos y ella, cabizbaja, escuchó: –Perdóname Lizzie, no quise lastimarte. Lizzie alzó la mirada y, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo: –Quiero olvidar las ofensas del pasado y sólo recordar los momentos placenteros. Pero necesito pensar en nuestro futuro para tomar una decisión. Darcy la abrazó fuertemente y ella rompió en llanto. Darcy suplicó repetidas veces: –Perdóname, perdóname, perdóname…

CAPÍTULO LVI

Cuando venían de regreso a la casa, Georgiana ya se encontraba en el salón principal esperando saber qué había sucedido con Lizzie y con Darcy. Sabía que la puerta de su alcoba había permanecido cerrada toda la noche desde que Lizzie había entrado y, antes de hablar con Darcy de su futuro, sabía que él tenía que resolver su presente. Sintió una enorme serenidad al ver entrar a sus hermanos tomados de la mano, aunque con un aire de tristeza en sus miradas que la conmovió entrañablemente. Durante el almuerzo, todo era tinieblas: Darcy estaba turbado por el ánimo de su esposa que se encontraba descorazonada y no podía apartar de su mente lo que había dicho: “necesito pensar en nuestro futuro para tomar una decisión”. No había entendido a qué se refería y le angustiaba pensar que su relación se encontraba en juego, aunque él estaba dispuesto a luchar contra la adversidad y, más que aclarar esa duda con Lizzie, prefirió demostrarle que su cariño era más fuerte que cualquier obstáculo. Además, le agobiaba el asunto de Donohue y Georgiana, del cual tenía múltiples dudas que quería aclarar con su hermana a la brevedad. Lizzie no podía evitar sentir tristeza y desesperanza ante el nuevo escenario que se había presentado en sus caminos. Georgiana estaba a la expectativa de conocer la respuesta de Darcy sobre su compromiso con Donohue y, sin duda, se sentía nerviosa al pensar que su hermano no se conformaría con haber hablado del tema el día anterior. Tarde o temprano le haría preguntas y para responderlas tendría que vencer el intenso temor que sentía. Cuando terminaron de almorzar, Darcy le dijo a Georgiana: –Voy a acompañar a Lizzie a su habitación para que descanse y luego quiero hablar contigo en mi despacho. Después de un rato, Darcy bajó y se encontró con Georgiana. Ambos entraron al estudio y él dijo, gravemente pero con ecuanimidad: –¿Desde cuándo conoces a Donohue? Georgiana, con temor de ocasionar otra mortificación a su hermano, contestó con nerviosismo:

267 –Desde que estaban ustedes en su luna de miel y fui invitada a la casa de la Srita. Windsor. Los Sres. Windsor dieron una cena donde lo conocí, estuvimos platicando por largo rato. La Sra. Annesley me escoltó esa noche, aunque nunca le expresé el interés que desde esa ocasión surgió en mí. No volví a ver a Donohue sino hasta nuestro viaje a Oxford. Georgiana le participó el resto de la historia con todo detalle: cómo había despertado su amor por él y todas las difíciles pruebas que habían tenido que superar a través del tiempo, inclusive lo del accidente, las razones de sus tristezas, de su anemia y también cuando le habló a Donohue de Wickham y cómo él la había perdonado. Le comentó la intervención tan significativa que había tenido Lizzie al confortarla y apoyarla cada vez que necesitó de su consejo y de su cariño como hermana, y cómo Lizzie le había instado para hablar con él y decirle la verdad y el dolor que ella le causaba al negarle su consentimiento. –Por favor, Darcy, te pido que no te molestes con Lizzie por haberte ocultado la verdad. Ella siempre me insistió en que lo hiciera, no sé qué hubiera hecho sin su ayuda y sé que le punzaba no poder confesarte lo que estaba sucediendo. –Sí, estuvo a punto de decírmelo y recuerdo la angustia que reflejaba esa mañana. Ni siquiera lo sospechaba, pensaba que todo se debía a Lydia. Darcy le preguntó sobre el supuesto interés de Donohue hacia la Srita. Bingley. Georgiana le expuso todo lo que sabía. Se sentía muy tranquila de haber descargado todo en su hermano y ver que la escuchaba con interés, permitió que se abriera con mayor confianza. Cuando Darcy aclaró todas sus dudas, expuso: –Voy a enviarle una invitación al Dr. Donohue para que venga a cenar esta noche con nosotros. Quiero conocerlo más a fondo y me gustaría también conocer a su familia y a sus amistades. Sólo te pido, Georgiana, que me des tiempo para asegurarme que daré mi consentimiento a la persona correcta. Georgiana se levantó de su asiento, anegada de gozo y con los ojos llenos de esperanza, abrazó a Darcy y le dijo: –Te daré todo el tiempo que necesites, querido hermano. Georgiana se retiró y después de mandar la invitación con el Sr. Peterson, Darcy se fue a su habitación, donde encontró que Lizzie seguía dormida. Él también aprovechó para descansar, había sido una noche muy difícil para ambos. Cuando Lizzie despertó, Darcy cerró el libro que estaba leyendo y la invitó a salir a caminar al jardín. Pasearon por un largo rato. Veía muy desalentada a su mujer y sabía que él era el responsable, por lo que trató de animarla contándole sobre la conversación sostenida con Georgiana, pero ella permaneció en silencio. Sólo caminaba sosteniéndose de su brazo con las dos manos, siguiendo sus pasos, con la vista fija, sin percatarse del camino. Cuando retornaron a la casa, la Sra. Reynolds venía en su búsqueda para avisarles que el Dr. Donohue ya se encontraba en el salón principal con Georgiana. Los Sres. Darcy fueron a recibir a su invitado y al entrar al salón principal saludaron como correspondía.

268 Darcy invitó a salir de pesca al Dr. Donohue, pues quería conocer a profundidad al inminente prometido de su hermana, aunque estaba preocupado por Lizzie; por ello le pidió a Georgiana que la acompañara en todo momento. Donohue aceptó gustoso la invitación. Durante su salida pudieron conocerse mejor, hablaron sobre los proyectos del médico, sus ambiciones, sus intereses. Darcy le preguntó cómo había conocido a su hermana, ya que quería saber la otra versión de la historia, indagó sobre su familia en Gales y le expresó sus deseos de conocerlos e invitarlos a Pemberley; Donohue también le indicó que con gusto podrían ir a Gales para que conocieran a sus amistades. Cuando los señores regresaron de su pesca, Georgiana tocaba el piano en el salón principal y Lizzie la oía pensativa. Darcy y Donohue se sentaron para escuchar las siguientes melodías que interpretó Georgiana majestuosamente, siendo interrumpida por el Sr. Smith, quien anunciaba a un visitante: la Srita. Bingley. Darcy se puso de pie, deseando no haberla conocido en su vida. Estaba persuadido de que venía para importunarlos. Aun así, estaba obligado a seguir las reglas de cortesía. Lizzie, Georgiana y Donohue también se pusieron de pie para recibirla. –Srita. Bingley –saludó Darcy con desagrado. –Sr. Darcy, ¡qué gusto verlo de nuevo, más tranquilo! Ayer se fue muy molesto de Starkholmes, pero veo que pasada la tormenta ha regresado la calma a esta casa –comentó la Srita. Bingley riendo, y luego se dirigió a los demás–. Dr. Donohue, supe de la maravillosa noticia por su hermana y no pude esperar a venir a felicitarlos. Georgiana, muchas felicidades. Ha sido una sorpresa para todos, ¿no es así, Sr. Darcy? –¿Gusta tomar asiento? –sugirió Georgiana. Todos se sentaron, excepto Darcy. –Srita. Georgiana, ¡qué hermoso diseño el de esas mesas! Es muy original y cada vez mejora su técnica – observó la Srita. Bingley. –Esas mesas son creación de la Sra. Darcy –aclaró Georgiana–. Ya es toda una artista. –Y ya supe del nuevo negocio de la familia, o debo decir de la Sra. Elizabeth. ¿Acaso el Sr. Darcy ya no le da para sus gastos?, ¿por qué se habrá enojado? La Srita. Bingley se rió y se dirigió al otro visitante. –Dr. Donohue, seguramente usted estará de acuerdo conmigo que ésta es una situación reprobable para una dama refinada, ¿qué pensaría si su esposa quisiera poner un negocio, si en lugar de pintar mesas para decorar su casa las hiciera para venderlas o se dedique a dar clases de piano? Me parece grotesco. Tal vez con esa situación pierda a sus pacientes de la alta sociedad. ¡Ah!, disculpe Srita. Georgiana, olvidé que usted le ayuda a su hermana en su actividad; han de terminar con su ropa llena de tierra, son hábitos que nunca cambian, Sra. Elizabeth. Me pregunto ¿qué otras cosas escandalosas le habrá enseñado?, ¿usted lo aprueba, Sr. Darcy? –La Sra. Darcy tiene mi aprobación y mi apoyo –contestó el anfitrión. –También escuché un rumor muy extraño en Londres desde hace unos meses que me desconcertó. Claro que yo no lo creo, pero dicen que la Sra. Darcy salió corriendo tras un hombre, casualmente un Windsor, a lo

269 largo de la calle Oxford, ¡casi sale en la Gazette! Dr. Donohue, ¿ese es el ejemplo que recibe su prometida? Algún día saldrá corriendo tras Murray Windsor, el primer hombre que le propuso matrimonio. Pero no hablemos de temas aburridos. Sr. Darcy, ya pude contemplar la maravillosa pintura que tiene usted de la Sra. Darcy. El maestro hizo un excelente trabajo, aunque veo con pena que ese brillo y esa alegría tan especial hoy no se distinguen en sus ojos. ¿Está todo bien, Sra. Darcy? Lizzie guardó silencio. –¿Sigue extrañando a su difunto padre? O debo preguntar, ¿acaso está igualmente sorprendida que el Sr. Darcy por el futuro casamiento de Georgiana o, ya estaba enterada, como la Sra. Bingley? –anotó la Srita. Bingley riendo, y luego suspiró–. Cuando se vaya Georgiana esta casa se va a sentir tan sola. Darcy, fastidiado por los comentarios, caminó hacia la ventana asomándose al jardín para tranquilizarse. –¿Y cuándo serán las nupcias, Dr. Donohue? –inquirió la Srita. Bingley. –Todavía no se ha definido –aclaró Donohue. –En cuanto mi hermano dé su autorización pondremos la fecha –explicó Georgiana. –¡Ah!, entonces, ¿todavía no ha dado su asenso, Sr. Darcy? –registró la Srita. Bingley–. Sería un enorme consuelo para sus padres, que en paz descansen, que Georgiana se case con tan excelente partido y le pueda dar descendencia a la familia, aunque por lo visto el apellido Darcy desaparecerá. ¡Qué lástima! Darcy volteó y viendo el rostro de su esposa totalmente ofuscado, se acercó a la Srita. Bingley y le dijo con severidad: –Le aseguro que la Sra. Darcy ha alcanzado la felicidad que muchos no conocerán aunque hayan tenido numerosos hijos –y luego, gritó con inclemencia–. Ahora, ¡le exijo que se retire de esta casa! –Ha sido un placer, Sr. Darcy. La Srita. Bingley, riendo, se despidió y se marchó. Cuando se cerró la puerta, Lizzie se puso de pie y, saliendo por el otro extremo del salón, se dirigió al salón contiguo y se recargó en la pared tratando de controlar el enorme disgusto que la invadía. Darcy se aproximó a ella y le dijo, tomándola de los brazos: –¿Estás bien? Lizzie alzó la mirada y le dijo, mientras las lágrimas se deslizaban sobre sus mejillas: –Darcy, necesito que seas sincero conmigo. No importa cuán dura sea la verdad, quiero que me la digas. Darcy la vio extrañado. –Mi infertilidad, ¿ya es definitiva? –¡No! –respondió Darcy–. ¡Por supuesto que no! Al contrario, el Dr. Thatcher me ha dicho que ese problema ya lo resolvimos. –¿Entonces? –preguntó desconcertada. –Lo que falta está en las manos de Dios –le explicó con afecto–. Y yo sigo pidiendo que nos conceda esa bendición. –De verdad ¿es posible? –instó con incredulidad.

270 –Sí, mi niña –aclaró con la mirada llena de tristeza–. Perdóname si por mi falta de fe te he causado este sufrimiento y he provocado que tus dudas aumentaran. Y ahora esto –concluyó con hastío. –No debo darle tanta importancia a sus comentarios. Sólo que ha sido un mal día para mí. –Sí, y yo soy el causante –reflexionó, sintiéndose culpable. –Y… –dijo con cierto temor–. ¿Serías capaz de lidiar con todo lo que surgiera en nuestra vida si mi infertilidad fuera definitiva? Él la abrazó devotamente y concluyó: –Por supuesto que sí. Georgiana y Donohue se habían quedado en el salón principal incómodos por la situación y él comentó: –Esa faceta de la Srita. Bingley no la conocía. –Me parece que ha sido la única que Lizzie le ha notado. No le ha perdonado que se casara con Darcy. Espero que conmigo no suceda lo mismo. –Yo no le he dado motivos. –Mi hermano tampoco se los dio. Lizzie, un poco más tranquila, regresó con Darcy al salón principal y éste señaló: –A partir de hoy queda prohibida la entrada a esta casa a la Srita. Bingley. –¿Y crees que con eso la Srita. Bingley se va a controlar? –preguntó Georgiana. –No lo sé. Al menos con Wickham sí funcionó, hasta cierto punto. De alguna manera le tengo que poner un alto. Durante la cena comentaron de temas de interés general, en los cuales Darcy, Georgiana y Donohue participaron activamente, Lizzie escuchaba con poco ánimo y sólo respondía a las preguntas que le hacían. Darcy vio que Georgiana estaba entusiasmada y que Donohue se dirigía hacia ella con mucho cariño y esto le causó una buena impresión, aunque se sentía desazonado de ver el estado de ánimo de Lizzie, que seguía deprimida. Terminada la convivencia, Darcy se despidió del Dr. Donohue y lo acompañó junto con Georgiana hasta su carruaje, invitándolo al día siguiente a ir a cabalgar. Georgiana se despidió y se retiró a su alcoba. Darcy regresó con Lizzie al salón principal, quien observaba desde la ventana cómo se alejaba el coche. Darcy la abrazó por la espalda y le susurró: –Has estado muy triste durante todo el día. ¿Cómo puedo reparar mi comportamiento? Lizzie se volteó y le dijo: –Mi amor ya te ha perdonado, tu amor sanará mis heridas. Darcy, acariciando su rostro, la besó gentilmente.

Por la mañana, cuando Lizzie despertó se abrigó con su bata, se levantó para abrir las cortinas y encontró en la mesa una carta, dirigida a ella, acompañada por una rosa roja. Se acercó y con una sonrisa reconoció la letra de Darcy, entonces la abrió.

271 “Mi dulce amada: Al contemplar tu belleza mientras dormías me fue muy difícil, casi imposible, separarme de ti para ir a cumplir mis obligaciones de hermano mayor y tutor. Mientras lees esta misiva, estaré cabalgando con tu futuro hermano, pensando en ti y extrañándote con toda mi alma, ya que no quiero separarme de tu lado. Procuraré regresar pronto para poder acompañarte, consentirte, mimarte y halagarte como merece la reina de mi corazón. Te agradezco la oportunidad que me brindas cada mañana de hacerte feliz, ya que sólo así encuentro la razón de mi existir. Siempre tuyo, D”. Lizzie releyó varias veces la carta, emocionada, y luego la guardó en un lugar muy especial. Puso la rosa en agua y se fue a arreglar. Cuando casi estuvo lista, alguien tocó a la puerta y Darcy entró, ambos caminaron a su encuentro y se abrazaron cariñosamente. –Ya quería volver contigo, pero Donohue no paraba de hablar. –Muchas gracias por tu carta. Ha sido la más hermosa que he recibido en mi vida –apuntó Lizzie sonriendo– . No sabía que escribieras tan bonito. –Yo tampoco. Será que quiero robarle una sonrisa a mi bella dama y reconquistarla con mis detalles de cariño. –La sonrisa ya la has conseguido y me agrada mucho la idea de reconquistarla con tus detalles de cariño. –A mí también. Darcy la besó delicadamente. –Sr. Darcy, creo que va por buen camino. Darcy sonrió y la besó nuevamente. En el salón principal los esperaban Georgiana y Donohue que estaban platicando y se pusieron de pie al ver que los Sres. Darcy entraban; saludaron y pasaron al comedor para el almuerzo. –¿Qué tal estuvo su paseo? –preguntó Lizzie. –Muy agradable, Sra. Darcy, gracias. Tienen ustedes caballos excepcionales y el paisaje de los alrededores es muy hermoso. –Me imagino que también en Gales debe haber lugares bellísimos. –El Dr. Donohue me ha dicho que pronto nos invitará a conocer a su familia –explicó Darcy. –¡Oh, qué alegría! –expresó Georgiana. –Será un placer también mostrarle los atractivos de la región y sus alrededores, aunque me siento obligado a enseñarles primero la casa en donde estaré establecido en Londres. Espero que sea de tu agrado, Georgiana. –¡Oh, seguro que sí! ¿Cuándo podremos ir, Darcy? –Tengo programado un viaje a Londres en las próximas semanas, aunque parece que se va a posponer. –¡No! –dijo Georgiana. –Tal vez pudiéramos ir de todas formas. Tenemos pendiente terminar un retrato –sugirió Lizzie. –Será un gusto para mí complacerla, madame –indicó Darcy tomando su mano y besándola. Lizzie sonrió y Georgiana se mostró muy emocionada de ir a Londres para conocer su futura casa. De pronto, comenzó a llover intensamente.

272 –A donde ya no podremos ir hoy es a pasear a Lambton –lamentó Georgiana. –Podrá ser en mi próxima visita –sugirió Donohue. –En vista de que hoy el clima no nos favoreció, podríamos visitar la galería de esculturas –insinuó Darcy. –¿Galería de esculturas? –preguntó Donohue extrañado. –Sí, seguramente Georgiana ya se la mostró –expuso viendo a su hermana. –Mejor vayamos a la biblioteca. El Dr. Donohue quedó muy impresionado de tu nueva colección –señaló Georgiana con cierto nerviosismo. Lizzie rió y apoyó la sugerencia de Georgiana con delicadeza: –Me gustaría Darcy, que me recomiendes el próximo libro que puedo leer. –Será un placer –asintió sonriendo. Los Sres. Darcy, Georgiana y Donohue estuvieron toda la mañana en la biblioteca y comentaron sobre algunas obras de interés común por largo rato. Más tarde, Lizzie, tomando la mano de su marido, lo apartó un poco de ellos y dejaron a solas a los novios, mientras él buscaba el ejemplar que le mostraría a Lizzie. Darcy tomó un libro de poesía y lo empezó a leer y luego, acercándose al oído de su mujer y dejando el libro en la mesa, continuó recitándolo. Cuando terminó, ella, sintiéndose dulcemente halagada, le dijo con una sonrisa: –No sabía que te supieras ese poema. –La poesía es el estímulo del amor… –comentó Darcy sonriendo. –Del amor fuerte y sólido… –resonó, denotando un especial brillo en su mirada, recordando la noche que se conocieron. –Por ese amor aprendo rápido –aclaró besándola–. Tenía muchos deseos de ir al salón de esculturas contigo. –Georgiana probablemente no se sentiría cómoda yendo con Donohue. –Recuerdo que también te incomodaba. Darcy y Lizzie sonrieron. –Mañana podremos ir tú y yo solos, y podré llevarme el libro para leer –indicó Lizzie. –Y yo me llevaré el libro de poemas para aprenderme otro. Y una hoja con una pluma para escribirte unas líneas. –¿Y podré ver la perfección de tu letra? –Sólo cuando haya terminado. Al salir el alba, Donohue dejó el hotel y se regresó a Londres. Georgiana esperaba que esas semanas que faltaban para viajar a la capital transcurrieran con rapidez. Le emocionaba de sobremanera conocer su futura casa, consciente de que se acercaba el día en que Darcy podría dar su anuencia definitiva.

CAPÍTULO LVII

273 El día de la inauguración de la florería había llegado. La Sra. Bennet y Mary habían arribado el día anterior a Pemberley. Los Sres. Gardiner habían mandado una carta disculpándose, ya que el Sr. Gardiner se había sentido indispuesto. Lizzie estaba entusiasmada y Georgiana le había ayudado durante las últimas jornadas para que todo estuviera listo. La actividad en los jardines de la residencia empezó desde temprano, cuando la señora de la casa se dirigió al invernadero a supervisar que las flores estuvieran en perfectas condiciones para que el Sr. Peterson las acomodara en el carruaje y las llevara a la florería, donde la Srita. Reynolds ya había arribado para recibirlas, armar los arreglos florales y acomodarlos como era preciso. Durante el desayuno la Sra. Bennet dirigió parte de la conversación, sintiéndose muy orgullosa de que su hija pensara en su madre y en sus hermanas al haber concebido ese maravilloso proyecto, y agradeciéndole al Sr. Darcy que hubiera tenido la sabia decisión de aprobar tan prometedora iniciativa que, sin duda, traería grandes beneficios a su familia y a la comunidad. Lizzie escuchaba sus comentarios, reflejando una enorme tranquilidad y satisfacción de tener una nueva ilusión en la vida, mientras Darcy la observaba con condescendencia. Georgiana sabía que Donohue no podría asistir al evento y, aunque estaba alegre, se le notaba ausente, mientras Mary permanecía en silencio. Cuando fue momento, abordaron el carruaje y se dirigieron a la florería. A su llegada, había mucha gente reunida en la calle, esperando a que iniciara el evento tan esperado: estaba presente el alcalde y las familias más importantes de la región, amistades de los Darcy, entre ellos los Sres. Willis, así como los que vivían en los alrededores, muchos de ellos trabajadores de las empresas Darcy. Estaban reunidos los dueños y administradores de los restaurantes del condado, incluyendo los del Hotel Rose & Crown, quienes ya habían hecho sus pedidos y esperaban recibirlos en las próximas horas. Algunas personas estaban presentes sólo por curiosidad, queriendo conocer a la Sra. Darcy que había sido capaz de romper todos los esquemas de su sociedad, otros por sentir sincera simpatía por la dueña, algunos más por quedar bien con la familia. Con ese ánimo, los Sres. Darcy fueron recibidos por el alcalde al descender de su carruaje, en compañía de Fitzwilliam, los Bingley y Kitty, quien se estaba hospedando con su hermana Jane. Enseguida, próximos a la puerta, el alcalde dirigió algunas palabras para agradecer la iniciativa que habían tenido y que beneficiaría a su comunidad al generar nuevos empleos y ayudar a activar la economía del condado. Posteriormente, la Sra. Darcy abrió la puerta del lugar en compañía de su esposo y se introdujeron al interior, seguidos por la gran comitiva que inició sus comentarios de asombro al observar los hermosos arreglos florales que habían sido preparados para la ocasión. Los asistentes felicitaron a la Sra. Darcy y a su marido, así como a la Srita. Darcy, mientras tomaban una copa de vino y algún bocadillo que fueron ofrecidos por el Sr. Smith. Algunos convidados adquirieron varios arreglos mientras se escuchaba la agradable melodía que interpretó un joven músico que había sido contratado para el evento y que animó la reunión durante varias horas. Los Sres. Darcy permanecieron en el lugar para saludar y recibir a los clientes que fueron desfilando durante

274 toda la mañana hasta que se retiraron, dejando en manos de la Srita. Reynolds las siguientes ventas, mientras el Sr. Peterson regresaba a la residencia a los Sres. Darcy y se disponía a hacer entrega de los primeros pedidos a domicilio. En el carruaje, Darcy le dijo a su esposa: –Lizzie, tienes un excelente pronóstico para tu negocio. La gente hizo muy buenos comentarios y seguramente regresarán con frecuencia. –Se sintieron como en su casa y no paraban de hablar de la asombrosa iniciativa que la dueña había tenido – indicó Georgiana. –Me siento muy orgulloso de la Sra. Darcy, sin duda he visto en ti cualidades que no había descubierto. –El único comentario valioso para mí es el que recibo de mi esposo –dijo Lizzie con una sonrisa en tanto él la besaba en la mejilla. Los siguientes días, las Bennet permanecieron de visita y aprovecharon para pasear por las calles del condado mientras la Sra. Darcy iba a la florería, satisfecha de que cada día era más visitada por la gente y por los caballeros que salían con un arreglo para regalárselo a sus esposas, además de recibir más pedidos de los diferentes comercios de la localidad.

Cuando la Sra. Bennet y Mary se regresaron a Longbourn, unos días antes de su viaje a la capital, los Darcy fueron invitados a cenar a Starkholmes, ya que Darcy tenía que solventar algunos asuntos que llevaría a la ciudad con Fitzwilliam. Cuando llegaron, fueron anunciados por el Sr. Nicholls y ya los esperaban los Bingley con Kitty, que continuaba su visita, y los niños. Henry los recibió gateando y Diana hablando casi a la perfección. Lizzie se emocionó y abrigó nuevas esperanzas de algún día tener a sus propios niños en casa. Las damas y los pequeños salieron al jardín mientras Darcy, Bingley y Fitzwilliam trabajaban en el despacho. Kitty le preguntó a Lizzie: –¿Cómo has estado? Ahora con grandes noticias: la florería y la próxima boda. –Muy bien. Muchas gracias –contestó sonriendo. –La inauguración de la florería estuvo preciosa. Charles me ha traído varios de tus arreglos, son bonísimos. Y supimos por la Srita. Bingley que ya estás comprometida con Donohue –le dijo Jane a Georgiana–. Me alegró mucho la noticia, sin embargo Caroline estaba furiosa cuando vino a visitarnos. –¿Furiosa?, eso es poco –replicó Kitty–. Parecía que la habían dejado plantada en el altar. Aunque cambió su actitud radicalmente cuando vio al Sr. Darcy salir del despacho y lo felicitó por las futuras nupcias de su hermana. –¿Quién iba a pensar que la Srita. Bingley se hubiera interesado así por Donohue? –ilustró Lizzie. –¿Quién iba a pensar que Donohue y Georgiana estaban enamorados ante los ojos de todo el mundo sin que nadie se diera cuenta? –inquirió Kitty–. ¿Cuándo será la boda? –Darcy quiere conocer más a Donohue antes de dar su autorización definitiva –dilucidó Georgiana.

275 –Ya puedes pensar en alguna fecha que te guste, Georgiana. Prácticamente ya ha dado su bendición, aunque no se los haya expresado –comentó Lizzie. –¿Te ha dicho algo? –preguntó con curiosidad. –No, pero me escribió una carta el último día que estuvo Donohue en Pemberley en donde me dijo que había salido a cabalgar con mi futuro hermano. –¿De verdad? –curioseó emocionada. –Sí –aseveró riendo–. Aunque seguramente quiere tomarse su tiempo. –Pues, parece que ya es un hecho que habrá boda en Pemberley en los próximos meses –expresó Jane–. ¡Muchas felicidades! –Es un sueño que nunca creí ver cumplido. ¡Se presentaron tantos obstáculos! –reflexionó Georgiana. –Pero los han podido vencer, eso es lo importante –aclaró Lizzie. –¡Qué emoción! ¡Una fiesta en Pemberley! –señaló Kitty. Lizzie, viendo a sus sobrinos, le dijo a Jane: –Tus hijos están ya muy crecidos. ¡Diana se expresa muy bien! Y Henry, ¡qué guapo se ha puesto! Mi padre estaría muy orgulloso de verlos –expuso con cierta nostalgia. Lizzie se levantó y se acercó a Diana, quien le obsequió unas flores que había recolectado del jardín y ella se lo agradeció con un beso, le tomó la mano y la llevó a pasear, platicando como grandes amigas. Jane le dijo a Georgiana: –Se me parte el corazón cuando veo a Lizzie disfrutar tanto a mis hijos. –Sí, ha sido muy difícil. Tal vez ese sueño no se cumpla. –¿Por qué?, ¿te ha dicho algo?, ¿el Dr. Thatcher…? –No –interrumpió Georgiana–, pero sólo se necesita ver las pocas esperanzas que Lizzie y Darcy luchan por conservar. –Por eso yo no me caso –respondió Kitty–. ¡Qué tal si me sucede lo mismo que a Lizzie o me sale un marido como Wickham! Georgiana, Jane y Kitty permanecieron en silencio, observando cómo jugaba su hermana con sus sobrinos. Cuando Bingley, Darcy y Fitzwilliam se acercaron a las damas, Darcy vio con mucha ternura lo animado que se encontraba el juego gracias a la alegría que su esposa reflejaba. Ella tomó a Henry en sus brazos y la mano de Diana para acercarse a su marido, quien le susurró al oído: –Como hoy, algún día te verás preciosa con mis hijos en brazos. Lizzie sonrió y, acompañada por su esposo, le entregó a la Srita. Susan a los niños, quien los llevaría a cenar y a dormir. Luego, los señores pasaron al comedor. Jane le preguntó a Lizzie: –¿Has sabido algo de mis tíos, los Sres. Gardiner? –Mi tía me escribió hace una semana diciéndome que mi tío había enfermado. Los extraño mucho, sobre todo a mi tía.

276 –Ya pronto podrás ir a visitarla. Sin embargo, espero que esta vez no tardes tanto tiempo en regresar –indicó Darcy. –Había pensado en invitarlos a cenar, con el Dr. Donohue –explicó Lizzie. –¡Excelente idea! –expresó Georgiana emocionada. –Veo que hay mucha impaciencia por el próximo viaje –recalcó Darcy. –¡Ay! Me encantaría ir con ustedes –apuntó Kitty. –Esta vez no iremos a un baile –afirmó Lizzie. –Pero tal vez el Dr. Donohue tenga alguna amistad que pudiera presentarnos, al igual que el Sr. Fitzwilliam. Ha quedado ese asunto pendiente, coronel, desde nuestra última plática. Lizzie volteó a ver a Darcy y él, con la mirada y una sonrisa, aprobó la invitación. Ella continuó: –De acuerdo, en caso de que quieras venir, nosotros estaremos encantados. Kitty se trastornó tanto que casi se cae de la silla donde estaba sentada. Lizzie rió y dijo: –¡Calma! Ni siquiera Georgiana se ha mostrado tan excitada como tú de ir a Londres. Georgiana se sonrojó, llamando la atención de los comensales. –Creo que está hoy más impaciente que otra cosa –murmuró Darcy sonriendo. –Georgiana, si hubiera oportunidad, a mí también me gustaría conocer al Dr. Donohue –indicó Fitzwilliam–. Apenas lo vi en una ocasión. –Por supuesto, querido primo –señaló apenada. –Estaremos encantados de que te quedes a cenar cuando Donohue vaya –aseguró Darcy. –Por lo visto seré el último de la familia en conocer al Dr. Donohue. Hasta mi suegra ya lo conoció –declaró Bingley. –Tal vez pudieran viajar a Londres con nosotros –sugirió Lizzie. –Yo creo que en esta ocasión no será posible Lizzie. Necesito que Bingley atienda unos asuntos aquí durante mi ausencia. A menos que Georgiana prefiera posponer nuestro viaje unas semanas –cuestionó Darcy. –No, hermano, de eso ya habíamos hablado. –Entonces todo está dicho. –Lizzie, ¿podría ir cuando vayan a visitar la casa del Dr. Donohue? ¡Quiero conocer la futura residencia de Georgiana! –pidió Kitty con imprudencia. –Ya veremos, Kitty –expuso sonriendo.

CAPÍTULO LVIII

A los dos días, los Sres. Darcy, Georgiana y Kitty partieron rumbo a Londres después del almuerzo. Georgiana, con gigantesca emoción de volver a ver a Donohue y de conocer su futura casa, no paró de hablar en todo el camino con Kitty y Lizzie. Darcy escuchaba la conversación, viendo el hermoso paisaje de los alrededores.

277 Cuando llegaron y entraron al salón principal, Georgiana quedó suspendida y radiante al ver el hermoso arreglo floral que estaba sobre la mesa, con una tarjeta dirigida hacia ella. Donohue lo había mandado para darle la bienvenida. Georgiana abrió el documento con alegría, mientras Lizzie, Darcy y Kitty la observaban. Anexaba una invitación dirigida al Sr. Darcy: Donohue lo esperaba al día siguiente por la mañana para cabalgar y luego los invitaba a desayunar a todos a su casa. Georgiana se retiró jubilosa a su alcoba a escribirle una carta para agradecerle su fina atención, confirmar su asistencia y avisarle que Kitty también los acompañaría, si él estaba de acuerdo. Le pidió al Sr. Peterson entregar a la brevedad el documento. Después de la cena, todos se retiraron a descansar. Darcy acudió puntualmente a la cita del siguiente día, los caballeros dieron un agradable paseo por los alrededores de la casa. Mientras tanto, Lizzie y Kitty se alistaban y Georgiana ya las esperaba muy impaciente en el salón principal. Apenas había podido dormir la noche anterior de lo nerviosa que estaba y había salido de su habitación en cuanto su hermano se hubo retirado. Cuando Lizzie y Kitty estuvieron listas bajaron y esperaron un rato más hasta que Darcy llegó para recogerlas. Al arribar a la mansión en la calle Curzon, Donohue ya los esperaba en el salón principal y fueron anunciados por el mayordomo. El anfitrión se acercó a la puerta para recibirlos, tratando de controlar la agitación que sentía. Por fin veía a Georgiana; se acercó a ella y, saludando a todos, los invitó a pasar tomando la mano de su enamorada. Les dio un recorrido por la casa: era una bonita propiedad, de buen tamaño, con un bello jardín, varios salones de recepción adecuadamente amueblados. No era suntuoso como Pemberley pero era un lugar bastante aceptable para alguien que estaba iniciando su camino con un futuro prometedor. Conocieron la biblioteca, el despacho, los salones y las diversas recámaras de la parte superior. Toda la casa estaba bien cuidada y montada, lo que causó excelente impresión en los invitados. Al final, Donohue le había reservado una sorpresa a Georgiana. Le mostró su futura sala privada, la cual estaba bellamente decorada y en donde había un piano precioso que acababa de recibir días antes, engalanado con unas hermosas flores. Georgiana, al entrar

al lugar quedó muy conmovida. Suspiró

profundamente, tratando de controlar las emociones que la invadían: una enorme alegría combinada con cierta nostalgia surgida por el recuerdo de sus padres. Donohue, al percatarse del cambio de mirada de su novia, preguntó: –¿Sucede algo? ¿Acaso no es de tu agrado? –¡Patrick, es maravilloso! Sólo que me hubiera gustado vivir estos momentos en compañía de mis padres. –Ellos, desde el cielo, están muy satisfechos de disfrutar tu sonrisa –dijo besando su mano. Ella sonrió, se acercó a ver el piano y se sentó, acariciando la madera y, no pudiéndose resistir, tocó alguna alegre melodía. Darcy también percibió una ola de sentimientos encontrados: gozo al ver a su hermana tan dichosa, melancolía por la ausencia de sus progenitores en una ocasión tan especial, tranquilidad y

278 agradecimiento de ver el cariño que Donohue le guardaba a Georgiana, pena y hasta arrepentimiento por haberlo tratado con tanta descortesía, tristeza al pensar que se separaría de su hermana ya que pronto saldría de su casa para casarse y formar una familia, la que tanto había anhelado fundar con Lizzie. Recordó el asombro que su hermana reflejó cuando él le había regalado el piano que tenían en Pemberley y agradeció el gesto que había tenido ahora Donohue, quien, complacido al ver a su doncella tan feliz, se acercó a escuchar la música y cuando terminó le dijo: –Espero que pronto, Srita. Georgiana, inunde este lugar con su alegría y su música. Georgiana sonrió satisfecha. Darcy y Lizzie la miraban complacidos. Después de unos momentos, pasaron a desayunar al comedor. –Mis padres les mandan muchos saludos. Habían quedado de venir hoy pero falleció un amigo de mi padre y han ido al sepelio –comentó Donohue. –Le damos nuestro pésame –apuntó Darcy. –Muchas gracias, tenían muchos deseos de conocerlos. –Dr. Donohue, ¿usted tiene hermanos? –inquirió Kitty con irreflexión. –¡Kitty! –murmuró Lizzie. –No se preocupe, Sra. Darcy. Sí, tengo hermanos y hermanas. Somos cinco en total. –¡Como nosotras! –comentó Kitty. –Mi hermano mayor, James, está casado y tiene dos hijos. Yo soy el segundo y me sigue mi hermano Robert, soltero. –¿Soltero? –investigó con curiosidad. –Y luego mis dos hermanas, Alice y Lucy. –¿Y cuándo podremos conocerlos? –Tú los podrás conocer el día de la boda. Nosotros, cuando nos inviten a Gales –explicó Lizzie. –La invitación a Gales podrá ser cuando el Sr. Darcy disponga, según su agenda –declaró Donohue. Todos voltearon a ver a Darcy, para conocer su respuesta. –Entonces será a principios del mes que entra. –Estaremos encantados de recibirlos en esas fechas –afirmó Donohue agradecido. –¿Y ha visto a su primo, el Sr. Murray Windsor? –preguntó Kitty. –No, ya llevo varios meses de no verlo, pero supe que viajó a Norteamérica. –¡Vaya! Uno en Francia y otro en Norteamérica. Parece que se quisieron disipar de la tierra. –La Sra. Windsor debe estar muy afligida. Ella deseaba que sus dos hijos ya estuvieran casados y que le dieran nietos, y ahora ambos se han ido bastante lejos –comentó Georgiana. –Por lo visto la vida no les ha sonreído –ilustró Darcy. –Claro, yo creo que el Sr. Murray Windsor se sintió muy desilusionado por el rechazo que recibió. ¡Qué lástima! Se veían tan buenas personas –precisó Kitty. Siguió un incómodo silencio y Kitty le preguntó a su hermana:

279 –Lizzie, ¿estás segura que conociste al Sr. Philip Windsor en tu viaje a Oxford? –Sí, ¿por qué? –Pensé que tal vez él era el caballero que habías rechazado antes de aceptar casarte con el Sr. Darcy – respondió Kitty en tanto su cuñado reflejó enfado por el comentario. –Esa parte de mi vida casi la he olvidado por completo, gracias al amor y a las muestras de cariño que recibo a diario del Sr. Darcy. –Sí, ya lo has dicho. El Sr. Darcy sin duda es una caja llena de sorpresas. –Mi hermano, ¿una caja de sorpresas? –preguntó Georgiana. –Todavía recuerdo aquel Sr. Darcy con la ceja inquisitiva –indicó Lizzie. –Sí, desde que se casó con mi hermana, se le han descubierto cualidades que tenía muy escondidas – respondió Kitty–. ¡Qué digo! Desde que pidió su mano, se veían muy tiernos en el jardín. Aunque su aspecto no era muy elegante. –El mío no era el más indicado para la ocasión –recordó riendo. –Esa mañana descubrí la belleza del amanecer en sus ojos, Sra. Darcy. Lucía sublime –afirmó Darcy. –Cuando el Sr. Darcy se expresa así, se ve tan atractivo. Cada día me gusta más –suspiró Kitty viendo a Darcy. –Por cierto –dijo Lizzie irritada–. Dr. Donohue, seguramente tendrá alguna amistad aquí en Londres que le pueda presentar a mi hermana. Darcy se rió y le murmuró al oído a Lizzie, tomando su mano: –Sra. Darcy, sus ojos tienen un destello muy especial cuando se encela y me fascina. Cuando hubo terminado el desayuno, los invitados se marcharon. Darcy acompañó a las damas a la casa y luego se retiró con Fitzwilliam para realizar algunos pendientes, mientras ellas se preparaban para ir al teatro en la tarde. Cuando Darcy regresó a la casa, fue a buscar a Lizzie a su recámara. Tocó a la puerta y entró, encontrando a su mujer contemplando el retrato que en la visita anterior le había regalado. Ella sonrió al verlo entrar y él se acercó para saludarla. –Me encanta tu retrato. –Yo disfruto ver tu sonrisa cuando lo observas –respondió Darcy. –Seguro es la misma sonrisa que tengo cuando te miro. Darcy sonrió y dijo tiernamente: –Me gusta más cuando me miras. Después de una pausa, continuó: –He visto a Georgiana muy entusiasmada con Donohue. –Sí, está muy enamorada. Aunque dudo que lo esté igual que yo –comentó con una sonrisa–. Te ves muy guapo como padre responsable. Darcy sonrió.

280 –¿Y cuándo darás tu consentimiento para la boda? –Todo a su debido tiempo –respondió Darcy. –Y dime, ¿todavía te molesta que hablen del Sr. Philip Windsor? –Sí, aunque me complace escuchar tus respuestas. Pero me sorprendió tu actitud con tu hermana. –¡Kitty y sus comentarios imprudentes! –indicó con desagrado. Darcy rió y Lizzie lo miró con asombro. Él acarició su rostro y le dijo: –Eres demasiado hermosa para celarme. Darcy la besó. Luego le ofreció el brazo para ir a buscar a Georgiana y a Kitty y dirigirse al teatro. A su llegada al recinto, Donohue ya los esperaba en la puerta y cuando se detuvo el carruaje ayudó a bajar a Georgiana, mientras Darcy descendía por el otro lado, auxiliando a Lizzie y a Kitty. En el interior del inmueble, Donohue saludó a un compañero de estudios, el Dr. Black, y se los presentó a Georgiana, a los Sres. Darcy y a Kitty. Estuvieron platicando un rato en lo que empezaba la función. –¡La familia Darcy! Me han hablado mucho de ustedes pero no había tenido el placer de conocerlos –afirmó el Dr. Black. –¿De dónde es usted? –preguntó Lizzie. –De Bristol, Sra. Darcy. –¿Y también se ha dedicado a la Medicina, como el Dr. Donohue? –Sí, desde que terminamos los estudios me he establecido cerca de mi puerto natal. –Allí tengo amistades. Tal vez los conozca, los Sres. Tyler –comentó Darcy. –¡Oh, sí! Los Sres. Tyler son personas maravillosas y tienen una familia muy hermosa. Parece que ya tienen tres hijos y esperan el cuarto para febrero –contestó el Dr. Black. –Nosotras ya tenemos tres sobrinos, Diana y Henry Bingley y Nigel Wickham, esperemos que venga pronto un Donohue apenas se casen –señaló Kitty con precipitación, viendo a Georgiana y a Donohue. Georgiana se ruborizó. –Entonces, ¿próximamente habrá boda? Donohue ¡quién se lo iba a imaginar! ¡Muchas felicidades! Y qué afortunado eres, la novia es muy hermosa. –Muchas gracias –asintió Donohue. –Y usted, ¿tiene familia? –indagó Lizzie. –No, Sra. Darcy, soy soltero. Con mi profesión es difícil encontrar una compañera adecuada, primero por todos los estudios que uno tiene que realizar y la dedicación que nos exige. Y luego, la vida de un médico es difícil, requiere mucho sacrificio y tiempo dedicado al trabajo que no cualquier mujer acepta. –Tal vez es porque no la ha conocido –aludió Kitty. –Seguramente –señaló el Dr. Black. El maestro de ceremonias dio la primera llamada, por lo que todos los asistentes fueron a tomar sus asientos y se despidieron del Dr. Black, quien también se fue a reunir con sus acompañantes.

281 Lizzie notó que durante la función Kitty estuvo viendo al público desde su palco, buscando al caballero recién conocido. A la salida, Donohue fue interceptado por unas damas, cínicamente sugerentes, a quienes presentó como sus pacientes. Esto desagradó considerablemente a Georgiana, y a Lizzie. –Dr. Donohue. ¡Qué gusto verlo por aquí, sin su bata de médico! Se ve más apuesto –señaló la Srita. Ford. –Srita. Shea y Srita. Ford. Buenas noches. Donohue presentó a sus acompañantes como era debido. –Sí, el Sr. Darcy no necesita presentación –comentó la Srita. Shea–, aunque no conocía a su esposa. –Srita. Shea –saludó Darcy como si la conociera de mucho tiempo. –¿De dónde es usted, Sra. Darcy? –De Hertfordshire –reveló Lizzie. –¿Y vivió en la capital siendo soltera? –No, mi padre odiaba la ciudad, por lo que sólo vine a Londres algunas veces de visita con mis tíos, pero no conocía bien la capital sino hasta que me casé. Las puertas de esta metrópoli se han abierto para mí desde entonces. –Sí, me imagino. –En cambio a mí me encanta venir de visita. Y más con los Sres. Darcy –señaló Kitty. –¿Y cómo es que conoció al Sr. Darcy? –rebuscó la Srita. Shea. –Nos presentaron en un baile en Hertfordshire –respondió Lizzie. –Y supongo que aprovechó todas las oportunidades y usó todos los medios para que le hiciera la corte. ¡Vaya Sr. Darcy! El soltero más codiciado de Londres y de toda Inglaterra hasta hace algunos años, casado con una pueblerina –comentó con desdén. –Debo esclarecerle, Srita. Shea –afirmó Darcy con urbanidad, aun cuando sentía hervir su cólera por dentro– . La Sra. Darcy me hechizó y me mantiene cautivado, sí, pero por poseer muchas virtudes que por lo visto escasean en esta ciudad. –Entonces, ¿la Srita. Georgiana Darcy es la gran afortunada? –inquirió la Srita. Ford al Dr. Donohue–. Con ella no hay mucho cómo competir con el dineral que va a recibir, aunque en gracia se le supere con facilidad. –Debo darle la razón Srita. Ford, ciertamente no imagino que alguna otra mujer pudiera competir con la Srita. Georgiana, no sólo en gracia sino también en inteligencia y en prudencia, como ha podido observar. Yo soy el gran afortunado por compartir con ella exclusivamente la riqueza de su corazón y su gozo por la vida. Lo demás no tiene importancia para mí –contestó Donohue con firmeza. –Con su permiso, señoritas –dijo Darcy observándolas implacablemente y se retiró con su esposa y sus acompañantes.

CAPÍTULO LIX

282

Al día siguiente, Lizzie, Georgiana y Kitty salieron a pasear a la ciudad mientras Darcy trabajaba con Fitzwilliam en su despacho, y luego regresaron a aliñarse para recibir a los Sres. Gardiner y al Dr. Donohue para cenar. Lizzie estaba muy contenta de ver a sus tíos nuevamente y Georgiana se mostraba inquieta de ver pasar las horas tan despacio, por lo que ninguna puso atención a todos los comentarios aduladores de Kitty sobre el Dr. Black. Cuando el Dr. Donohue llegó, antes de la hora fijada, las damas ya estaban reunidas en el salón principal. Al entrar Donohue, lo saludaron y Lizzie tomó de la mano a Kitty para que la siguiera, dejando por unos momentos a solas a Georgiana y a Donohue. Las hermanas dieron una vuelta por el jardín y Lizzie le dijo: –Recuerda Kitty que no debes ser tan obvia en tus comentarios. Procura ser más prudente. –¿He dicho algún comentario indiscreto? –Algunos. Tienes que guardar un poco más de decoro, sobre todo con las personas que recién has conocido. –¿Te refieres al Dr. Black?, ¿verdad que es un hombre muy apuesto? –Lo has repetido casi toda la mañana. –¡Ay, Lizzie! Ojalá tengamos la oportunidad de verlo otra vez durante nuestra visita. –Kitty, para que un hombre se interese en ti, debes ser amable pero no mostrarle tu agrado, sino hasta que se hayan conocido más y él se manifieste complaciente hacia tu persona. –Para ti es fácil decirlo, ya que rechazaste dos propuestas de matrimonio antes de casarte con el Sr. Darcy. Tú eres muy talentosa y eres capaz de atraer la atención de los caballeros aun estando casada. –¿Cómo? –¡Ay, Lizzie! No poseo tus talentos pero tampoco estoy ciega. Mary y yo nos dimos cuenta que cierto caballero te miraba con especial devoción en nuestra última visita a esta casa, y no había sido la primera vez. ¡Y por lo visto, el Sr. Darcy lo sabe perfectamente! –Kitty, todos tenemos talentos. Debes encontrar cuáles son los tuyos y desarrollarlos, pero la discreción y el decoro son muy importantes para encontrar a un buen partido. Ya ves Lydia, se portó como lo hizo y encontró un marido, sí, pero ¡qué marido! Mejor se hubiera quedado soltera. –Pero si sólo digo lo que pienso, como tú. –Piensa las cosas una vez más antes de decirlas. Ya ves el comportamiento tan desagradable que mostraron las pacientes de Donohue ayer. –Sí, fue muy divertido ver tu expresión y la de Georgiana, y sus rostros cuando Darcy y Donohue les respondieron. –Kitty, no quiero que acabes como ellas, amargada y sola. Lizzie vio a lo lejos que se acercaba un carruaje, el de los Sres. Gardiner. Entraron a la casa y se dirigieron al despacho para avisarle a Darcy que ya habían llegado los invitados. Luego se encaminaron al salón principal, donde encontraron a Donohue y a Georgiana platicando muy entretenidos.

283 Darcy presentó a Fitzwilliam y al Dr. Donohue y todos los presentes recibieron a los Sres. Gardiner. Lizzie saludó cariñosamente a su tía y después la Sra. Gardiner se aproximó a Georgiana y le dijo: –Me alegra mucho verla totalmente recuperada de su accidente. Lizzie nos mantuvo al tanto de su evolución y rezamos mucho para que todo saliera bien. –Muchas gracias, Sra. Gardiner. –Dr. Donohue, ¡qué agradable sorpresa! –saludó el Sr. Gardiner. –Supimos que usted atendió a la Srita. Georgiana en ese lamentable suceso –comentó la Sra. Gardiner. Donohue asintió. –El Dr. Donohue aportó mucho de su conocimiento y experiencia y todo su tiempo para ayudar a su pronta recuperación –declaró Darcy. –Yo diría que aportó mucho más que eso –afirmó Lizzie riendo y observando a los novios. Lizzie, viendo a Darcy, le invitó a que ampliara más su explicación y él continuó: –El Dr. Donohue ha pedido la mano de Georgiana en matrimonio. –Nos casaremos en cuanto mi hermano dé su autorización –completó Georgiana alegremente. –¡Oh, muchas felicidades! –expresó la Sra. Gardiner, mientras su esposo le hacía coro. –Esperemos que sea pronto. ¡Una fiesta en Pemberley! –señaló Kitty. Todos se sentaron a cenar en el comedor. –¿Y seguirá establecido en Londres? –preguntó la Sra. Gardiner a Donohue. –Sí, continuaré trabajando con el Dr. Robinson. –¡Qué sorpresa! Había escuchado que el Dr. Donohue ya estaba próximo a casarse pero nunca imaginé que se trataba de la Srita. Georgiana –mencionó el Sr. Gardiner. –En unos días conoceremos a la familia del Dr. Donohue en Cardiff, Gales –comentó Lizzie. –¡Oh! ¡Cómo me encantaría ir! –señaló Kitty. –Kitty, ya hablamos de eso –advirtió Lizzie. –Kitty, el Sr. Gardiner y yo viajaremos en unos días, tal vez nos quieras acompañar. Vamos a visitar Los Lagos –indicó la Sra. Gardiner. –Nunca conocí ese lugar, gracias a Dios –recordó Lizzie riendo. –¿Gracias a Dios? –preguntó Darcy. –Sí, si hubiéramos ido a Los Lagos cuando viajé con mis tíos en lugar de Derbyshire, tal vez no estaría aquí. –Lizzie, ¿acaso te enamoraste del Sr. Darcy cuando viajaste con mis tíos? –cuestionó Kitty. Lizzie sonrió. –Entonces estaré encantada de aceptar su invitación, tía –respondió Kitty–. A ver si corro con la misma suerte. –Recuerdo cómo te negaste durante ese viaje a visitar Pemberley, Lizzie. ¿Quién diría que meses después te convertirías en la señora de esa casa? –recordó el Sr. Gardiner.

284 –Sólo accedí a visitarla por la gran insistencia que mostró mi tía de conocer la propiedad –comentó Lizzie–. Y esa tarde fue la primera vez que escuché la risa del Sr. Darcy. –Yo he visto tan pocas veces su sonrisa que casi no la recuerdo y su risa creo que nunca la he escuchado; en cambio la del Dr. Donohue es encantadora –indicó Kitty. –Pues sin duda yo les estaré eternamente agradecido y espero tener suficiente vida para compensarles ya que les debo mi felicidad y la felicidad de la persona más importante para mí –aseguró Darcy. –¡Qué bonitas palabras! –exclamó Kitty al tiempo que Lizzie sonreía. –Ya nos lo ha compensado, con sólo ver la dicha que mi querida Lizzie irradia a los demás es suficiente para nosotros –indicó la Sra. Gardiner. –Mi padre alguna vez mencionó que usted había presentado a mis padres –comentó Lizzie al Sr. Gardiner. –Sí, así es. En realidad también le presenté a muchos otros amigos pero, al sostener una plática con mi hermana parecía que su encanto se esfumaba. Sin embargo, eso no sucedió con el Sr. Bennet, quien se enamoró de ella y la pidió en matrimonio unas semanas después. –Entonces mi agradecimiento debe remontarse hasta aquella época –reconoció Darcy. –Debo reconocer que no sólo a mí. –Cuéntenos tío, ¿qué más recuerda de mi madre? –preguntó Lizzie con interés. –Recuerdo a tu madre especialmente entusiasmada con un caballero, antes de conocer a tu padre. Habían desfilado una gran cantidad de buenos mozos en mi casa y mi padre ya estaba cansado de esa situación: mi hermana era muy atractiva y muy graciosa en el baile pero una vez que se salía de la pista su gracia desaparecía. Pero cierto caballero acudió a la casa en más de una ocasión y tu madre casi armó una fiesta. Recuerdo haberla visto contemplar las estrellas con una mirada que nunca más le observé, esperando a que amaneciera para que aquel hombre asistiera al encuentro al que ya se había comprometido, hasta que nunca más volvió. –¿Cómo? –indagó Kitty. –Ese hombre se casó con alguna otra señorita del condado y desapareció de nuestra casa, pero no de los recuerdos de tu madre, a pesar de su herencia que ascendía a las cuatro mil libras. –Nada despreciable. –El siguiente en pisar la casa en más de una ocasión fue el Sr. Bennet. Lizzie, al escuchar el relato, sintió que su color la abandonaba, su sonrisa se desvaneció, imaginando a su madre por primera vez enamorada, ilusionada con el amor de su vida y luego desairada por su falta de listeza. Comprendió tantas cosas en un segundo que la hundieron en la oscuridad de los sentimientos de su madre, entendiendo al fin las razones de esa inseguridad que tanto la había perseguido en toda su vida y que continuamente había reflejado en su relación con los demás. Se imaginó a su abuelo reprendiendo a su madre por “asustar” a los caballeros con su conversación, mientras él esperaba entregarla en matrimonio y ella cumplir con las expectativas del padre que ya no podía mantenerla, presionada por su abuela que yacía en la cama enferma. Su madre les había contado una y otra vez la gran cantidad de pretendientes que había

285 tenido antes de conocer a su marido, pero nunca había mencionado la otra parte de la historia, que había querido borrar de su memoria pero no la había erradicado de su corazón. Se sintió arrepentida por haber juzgado tan duramente a su madre, agradeciendo en el fondo de su corazón ese sufrimiento que permitió que su madre aceptara a su padre casi sin reflexionarlo, y que ellos pudieran fundar una familia de la cual ella formaba parte. Mientras Lizzie meditaba, la conversación continuó: –Dr. Donohue, el Sr. Darcy me comentó que tiene una especialidad en Cardiología –indicó Fitzwilliam. –Así es, la estudié en la Universidad de la Ciudad de Dublín. –Tal vez haya conocido al Dr. Gray, era amigo de mi padre. –Sí, fue mi profesor y director, una excelente persona. –Ya fuimos a conocer la casa del Dr. Donohue, es preciosa –reveló Kitty–. A Georgiana le gustó mucho. Georgiana se ruborizó. –Y el Dr. Black es un caballero muy amable. Ojalá tengamos la oportunidad de verlo nuevamente, antes de su viaje a Gales, Dr. Donohue –sugirió Kitty. –Supe que el Dr. Black ha viajado a Bristol esta mañana, Srita. Kitty. –Querido primo, ¿has sabido algo de Lady Catherine? –preguntó Georgiana. –Me enteré que Lady Catherine y la Srita. Anne ya regresaron de su viaje hace un par de semanas –contestó Fitzwilliam. –¿Y has visto a la Srita. Anne? –indagó Darcy. –No –contestó el coronel. –Darcy, tal vez sería bueno que le escribieras a tu tía, seguramente le dará mucho gusto –sugirió Lizzie, quien regresaba de su meditación. –No lo creo. Quedamos en muy malos términos y contigo ha tenido un comportamiento indigno. –Justamente por eso. Posiblemente si la buscas se le ablande un poco el corazón y se olviden ya los resentimientos del pasado. –Todavía recuerdo esa noche, cuando Lady Catherine se presentó en la casa para hablar contigo de quién sabe qué asunto –comentó Kitty–. La forma en que te observaba infundía miedo. Darcy endureció su expresión imaginando ese momento, reviviendo el rencor que aún sentía por su tía. Lizzie miró a su esposo de cierta manera en que él no se pudo negar. –Sólo porque tú me lo pides, Lizzie. –Yo también le escribiré –aseguró Georgiana. El Sr. Churchill entró en el comedor con una nota urgente para el Dr. Donohue. Él la recibió y la abrió, leyéndola en voz baja. Luego dijo: –Sr. y Sra. Darcy, Georgiana, me da mucha pena tener que retirarme pero tengo que ir a atender un parto. Me disculpo con ustedes. Se puso de pie, se despidió y se marchó. Georgiana, a partir de entonces se quedó pensativa.

286 Después de la cena, Lizzie había organizado alguna partida de cartas para las señoras y ajedrez para los señores. Entrada la noche, los Sres. Gardiner se despidieron y se retiraron.

CAPÍTULO LX

A los dos días, Donohue fue a visitar a Georgiana, quien lo recibió gustosa, mientras Lizzie y Kitty salieron al jardín. –Pensé que ibas a venir ayer –le comentó Georgiana. –Sí, yo también. Pero el parto se complicó y tardó mucho tiempo en nacer la criatura. ¡Qué desafortunada mujer!, la pasó muy mal pero al final todo salió favorablemente. –Y… ¿atiendes a muchas mujeres? –inquirió con timidez. –Sí, atiendo a mujeres, hombres, niñas y niños. Cualquier persona que necesite atención médica, no importa su nivel social o cultural. Georgiana permaneció reflexiva y Donohue le preguntó: –¿Te preocupa algo? –Finalmente eres médico, no debo inquietarme por eso –indicó con resignación. –¿Acaso te molesta que atienda a mujeres? –¿Y tus pacientes son jóvenes y bonitas, como las de la otra noche? Donohue sonrió al ver a su novia celosa. –Son mis pacientes y así las veo. Aunque algunas especulen lo contrario. –¿Acaso te han insinuado algo? –No tienes de qué preocuparte. Te amo y siempre te seré fiel. –¿Entonces? –indagó, exigiendo una explicación más amplia. Donohue le tomó de las manos y afirmó: –Georgiana, soy un hombre de principios y perdidamente enamorado. ¿Crees que por alguna loca sugerencia voy a perder toda una vida de felicidad a tu lado? Te he sido fiel en pensamiento y en obra desde que te conocí y desde antes mi conducta ha sido honorable, y así seguirá siéndolo. Georgiana, aunque se mostró complacida con la respuesta, permaneció con cierta intranquilidad en el tema. Cuando Darcy llegó de realizar unos pendientes fuera de casa, ya tenía rato que Donohue se había retirado y encontró a Lizzie y a su hermana en el salón principal, practicando el piano. Las damas se pusieron de pie, Darcy saludó y Georgiana le pidió que le concediera hablar con él en su despacho. Mientras se encaminaban, Georgiana dudaba si seguir su trayecto o mejor quedarse con la incertidumbre, tal vez continuar sería el error más grande de su vida, conociendo a su hermano, probablemente esa sería la razón por la que se negaría a dar su consentimiento definitivo para su matrimonio. Sus piernas temblaban, su corazón latía con vigor, su cabeza se atiborró de dudas y, cuando se sentó enfrente de Darcy, sintió esa mirada que aguardaba, intrigada, impaciente, aunque en completo silencio. Georgiana se sentía dentro de

287 una jaula, saturada de vacilaciones, y ahora, la única salida era hablar con él. Tras unos minutos de reflexión y animándose internamente a dar ese paso tan decisivo, respiró profundo y, sintiendo una fuerte opresión en el pecho, dijo: –Darcy, yo sé que amas inmensamente a Lizzie y que nunca la traicionarías. Pero dime, con sinceridad, ¿alguna mujer te ha hecho una propuesta indecorosa? –No, ¿a qué viene tu pregunta?... ¿Acaso es por Donohue? Georgiana sintió palidecer, queriendo salir corriendo por la puerta, o por la ventana que se encontraba más cerca, pero su irresolución era más grande. Nerviosamente se frotó las manos y continuó: –Hoy, platicando con él me dijo que ha recibido insinuaciones inapropiadas de sus pacientes; pero que siempre me ha sido fiel. Darcy frunció el ceño sintiendo su enojo vibrar por las venas, la miró con toda su atención, respiró hondamente para encontrar sosiego, viendo a su pequeña hermana que a veces la había tratado como hija y que ahora le abría su corazón. Recordó cuando le había pedido auxilio, confesándole toda la verdad acerca de una fuga que lo había escandalizado, y se sintió apenado de su propia reacción, al haber atemorizado a esa criatura que suplicaba perdón y ayuda, arrepentida por haber pensando en una locura, queriendo encontrar la felicidad que ese hombre le prometió pero que nunca le proporcionaría. Resonaron en su memoria las palabras de Lizzie y la urgente necesidad que observaba en la mirada de su hermana por generar una verdadera confianza entre ellos, suplicando en silencio la orientación que necesitaba para despejar sus dudas y saber qué decisión tomar. Repasó en unos segundos las horas que había platicado con Donohue y la sinceridad que había visto en sus palabras y en sus acciones. Entonces Darcy suspiró y, tratando de dar la respuesta objetiva que su hermana solicitaba, dijo: –Donohue es médico y por su trabajo está relacionado con muchas personas, hombres y mujeres. En cambio yo, en mi ocupación sólo veo a hombres y con las únicas mujeres que convivo son ustedes y las que veo por motivos sociales, siempre acompañado por Lizzie. Por eso, para mí no ha sido complicado, pero en el caso de Donohue es distinto. Georgiana se mostró inquieta. Darcy se sentó junto a ella y, tomándole la mano, le dijo: –Georgiana, si te preocupa mucho ese tema, piénsalo. Coloca tu razón antes que tus sentimientos y analiza la situación y a Donohue. Tómate todo el tiempo que necesites hasta estar segura, porque tendrás una vida muy difícil si no aprendes a manejar tus celos, aun cuando él cumpla su promesa de fidelidad. Yo, por mi parte, voy a poner más atención con Donohue. –¿Le dirás algo? –No necesito preguntarle ni mencionarle esta conversación si tú no quieres. Hay otras maneras de conocer la veracidad de sus palabras y la profundidad de sus sentimientos. –Le doy gracias a Dios por tenerte a mi lado –expresó Georgiana. –Yo te agradezco que hayas tenido la confianza de plantearme tu preocupación. Recuerda que sólo quiero tu felicidad. Y te pido que me comuniques la decisión que tomes.

288 Georgiana abrazó a su hermano, sintiendo una enorme tranquilidad de poder hablar de esos temas con él. Momentos después, salieron a encontrarse con Lizzie en el salón principal, quien los esperaba en compañía de Kitty. Luego pasaron a cenar y ella estaba a la expectativa de saber qué había sucedido, pero no hicieron comentario alguno. Al terminar, los Sres. Darcy se despidieron de Georgiana y de Kitty y se retiraron a su habitación, donde Lizzie preguntó: –¿Todo está bien con Georgiana? –Tiene ciertas dudas sobre Donohue. –¿Habló contigo de Donohue? –Sí, a mí también me asombró –comentó con una sonrisa. –¿Qué pasó?, ¿qué te dijo? –Parece que Donohue ha recibido propuestas inapropiadas de parte de algunas de sus pacientes y Georgiana está celosa. –Pero, ¿Donohue…? –No, dice que él ha sido fiel. Pero por su profesión ese tipo de propuestas se le pueden volver a presentar. Le dije que lo pensara bien. –¡Muchas felicidades, Sr. Darcy! –¿Felicidades? –Hasta hace unos meses Georgiana no quería hablar del tema contigo y ahora esas barreras están siendo felizmente superadas. –Debo reconocer que gracias a mi esposa que, con sus consejos y con su ejemplo, me ha enseñado cómo acercarme a mi hermana. –Me da mucha alegría que así sea. ¡Vaya!, esos celos son de familia –reflexionó, pensando en Georgiana. –Según recuerdo tú has estado celosa por motivos de mucho menor importancia que los míos o los de Georgiana. –¿Te burlas de mí? –No, pero dime, ¿de quién has estado celosa? Que yo recuerde, de la Srita. Bingley y de Kitty. ¿Alguna que me falte? –¿Y la Srita. Shea? Darcy rió casi a carcajadas. –Es de la que menos tienes que preocuparte. –Sólo de pensar que pudieras interesarte en otra mujer siento… –No lo pienses –interrumpió con afecto, besándola en la frente–. Eso no sucederá.

CAPÍTULO LXI

289 A la siguiente semana, Kitty se fue de viaje con los Sres. Gardiner. Los Sres. Darcy, Georgiana y Donohue salieron rumbo a Cardiff, Gales. Georgiana se veía gozosa y platicó alegremente con Donohue y Lizzie durante todo el camino. Cuando llegaron a la casa de la familia Donohue era media tarde y ya los esperaban sus padres y sus hermanos, la esposa y los hijos del hermano mayor y, para sorpresa de Georgiana, también la Srita. Sandra Windsor, que había sido invitada por Patrick. Los recibieron en la puerta y Lucy, una niña encantadora de seis años que le guardaba un especial cariño al hermano con quien menos había convivido, corrió a sus brazos llena de emoción; Patrick la cargó y la besó afectuosamente. El hermano mayor, James, de treinta años, apuesto, alto y fornido; de cabello y barba negra; tez blanca y ojos oscuros, era el más parecido a su padre, seguido por el tercer hijo, Robert, que contaba con veintisiete años. La Srita. Alice, de dieciocho, tenía mayor semejanza a Patrick y a su madre: bonita, menuda, de ojos verdes, cabello rubio y rizado. Los padres de Donohue se acercaron para abrazar a su hijo y saludar cariñosamente a Georgiana. –Srita. Georgiana, nos da un enorme gusto al fin conocerla –comentó la futura suegra. Donohue presentó a sus acompañantes y sus hermanos los saludaron amablemente. Georgiana se percató de la buena relación que Donohue llevaba con sus hermanos, ya que todos le dieron un caluroso abrazo, felicitándolo; inclusive la Srita. Sandra, de quien, de no haber sido porque conocía previamente su mutuo sentimiento de cariño, seguramente se habría encelado. Lizzie, para agradecer la hospitalidad de la familia, le ofreció un obsequio a la Sra. Donohue, quien lo recibió con gratitud. Era un juego de té de porcelana, que llamó la atención de Lucy, causando gran ternura en Lizzie. Todos entraron a la casa y la Sra. Donohue los invitó a pasar al salón principal, ofreciéndoles una taza de té a los concurrentes, quienes aceptaron gustosos. La anfitriona, en galés, se dirigió al ama de llaves y ésta se retiró inmediatamente. –¿Su viaje fue agradable? –preguntó la Sra. Donohue a Lizzie. –Sí, muchas gracias. Los paisajes de los alrededores son muy hermosos. –Me comentó mi hijo que ustedes gustan de caminar por el campo –comentó el Sr. Donohue. Lizzie y Darcy asintieron. –Mi esposa también gusta pasear con los niños y conoce muy bien los alrededores –indicó James Donohue. –Será un placer acompañarlos –afirmó la Sra. Estelle Donohue. –Sus hijos son encantadores ¿qué edad tienen? –investigó Lizzie. –El mayor, Brian, tiene seis años y la niña, Nancy, tres. –Como mi querida ahijada, próximamente cumplirá los tres años. –Y ustedes ¿cuántos hijos tienen? –Todavía no tenemos –respondió Lizzie.

290 –Esperemos que en los próximos días nos favorezca el clima para realizar las visitas a las que he pensado llevarlos –aspiró Donohue, cambiando de tema. –La Srita. Bingley me había hablado mucho de la familia Darcy –recordó la Srita. Alice. –Los Sres. Darcy son excelentes personas y muy buenos anfitriones, y Georgiana es una gran amiga –apuntó la Srita. Sandra. –Estuvimos encantados cuando la recibimos en nuestra casa, Srita. Sandra –declaró Lizzie. –Georgiana, ¿quién iba a pensar que tú eras la damisela de la que hablaba mi querido primo en Oxford? Cuando me escribió para invitarme a esta reunión y darme la maravillosa noticia sentí una alegría inmensa, por él y por ti, querida amiga. –Muchas gracias, Sandra. Me ha dado una gran felicidad verte aquí. –¡Qué gusto que así haya sido! –exclamó Donohue. –Y los Sres. Windsor, ¿cómo se encuentran? –preguntó Lizzie a Sandra. –Muy bien, gracias. Sorprendidos, como todos, de esta excelente noticia y extrañando a mis hermanos. Mi madre le manda muchos saludos, Sra. Darcy. –Muchas gracias. –Deben venir cansados por el viaje, si gustan les puedo mostrar sus habitaciones para que descansen unos momentos antes de la cena –indicó la Sra. Donohue. Los Sres. Darcy y Georgiana se pusieron de pie, junto con los demás y se retiraron, siguiendo a la Sra. Donohue, acompañados por el doctor. Los Sres. Darcy y Georgiana permanecieron en sus habitaciones por un rato, y Lizzie comentó riendo: –Esta casa me recuerda tanto a Netherfield, sólo que está llena de gente. Imagínate criar aquí a cinco niños, aunque por etapas. –Tú debes estar acostumbrada a tanto niño al mismo tiempo. Yo fui hijo único por mucho tiempo, con la única compañía de Wickham. –El ritmo que llevabas era muy diferente al mío. Es muy triste que se haya perdido una amistad que de seguro en su época fue muy sólida, y en la que compartieron tantos momentos. Lizzie terminó de acomodar algunas cosas y se acercó a su esposo. –Me dio mucho gusto que le escribieras a tu tía. Verás que venciendo tu orgullo, ella también lo hará y habrá una reconciliación. –Sólo porque tú me lo pediste. No creas que estoy muy contento con el trato que te ha dado. –Sí, yo lo sé, y te agradezco que te preocupes por mí. Pero es necesario que alguien dé el primer paso y Lady Catherine no creo que lo haga. Ojalá esto ayude también a suavizar las cosas con Fitzwilliam. Se ve que todavía ama a la Srita. Anne. –Tú siempre pensando en los demás. –Creo que esa virtud está muy desarrollada también en el Sr. Darcy –reconoció sonriendo.

291 –Y pensar que yo consideraba a Lady Catherine una mujer perfecta. Me he dado cuenta que en realidad es alguien espantoso de contemplar. –¿Y la Srita. Bingley estaba entre esas seis mujeres perfectas? –Se podría decir que sí. –¿Alguna vez consideraste formalizar tus relaciones con ella? –¡No! Por supuesto que no. Aunque Bingley me lo sugirió en varias ocasiones, la Srita. Bingley era de ese tipo de personas que hablaba, miraba y pensaba únicamente para ensalzarme, llamar mi atención y lograr mi cortejo. Ahora, cuando habla, sólo logra alcanzar mi resentimiento y mi enfado. –Recuerdo que yo conversaba contigo sólo para molestarte. –Tú me enseñaste una visión del mundo que me cuestionó muchas cosas, dándome cuenta de que yo estaba en un error y que era presa de mi inseguridad. Mientras ellos conversaban, Georgiana bajó las escaleras, observando los detalles que contenía la casa, imaginando que dentro de esas paredes Patrick se había criado, había dado sus primeros pasos y había dicho sus incipientes palabras, se había caído y seguramente se había peleado con sus hermanos, había visto nacer a sus hermanas a quienes tanto cariño les había demostrado al saludarlas, había reído y soñado con su futuro, tal vez se había enamorado antes de conocerla, que la Srita. Bingley había pisado ese mismo lugar… Georgiana bajó su cabeza pensando en que posiblemente sus pensamientos habían sido ocupados por otra mujer. Donohue la observó y se acercó a ella, tomando sus manos delicadamente. –¿Por qué tan pensativa? –Patrick, ¿alguna vez, antes de conocerme, te sentiste atraído por alguna mujer? –¿Atraído? Sí, como cualquier hombre. Debo reconocer que en Cardiff hay mujeres hermosas, pero ninguna despertó lo que tú lograste con tu mirada y tu sonrisa. –¿Sólo con mi mirada y mi sonrisa? –¡Por supuesto que no! –¿Por qué te enamoraste de mí, habiendo tenido cerca a mujeres más hermosas que yo? –Georgiana, tu corazón está lleno de bondad y generosidad, de comprensión y ternura, tus sentimientos son transparentes y sinceros, me enloqueces y siento estremecerme cuando contemplo tu rostro adornado con la sonrisa que refleja la alegría de tu corazón, además de ser una mujer inteligente, culta, refinada, que ha sabido luchar y aprovechar sus talentos para crecer como persona… Pero, ¿por qué tantas dudas? –Quisiera saber que no estoy soñando y que todo esto es real, que no despertaré un día con un dolor que me liquide lentamente. –Mi amor te pertenecerá por siempre –aseveró besando su mano. La Srita. Sandra salió del salón principal y dijo: –Querido primo, tu madre pregunta por ti.

292 –Gracias, ya nos encaminábamos –indicó viendo a su novia, tratando de descubrir si sus vacilaciones habían desaparecido. Momentos después, los Sres. Darcy se reunieron con sus anfitriones nuevamente en el salón principal, donde estaba Georgiana platicando con Donohue. La señora de la casa los invitó a pasar al comedor para cenar. –Teníamos muchos deseos de conocerlos. Patrick nos había hablado tanto de ustedes, Sra. Darcy. Es un gusto tenerlos de visita. –Gracias, Sra. Donohue. Usted debe estar muy orgullosa de su hijo. Ya se ha abierto cuantiosas puertas en la capital y tiene un futuro muy prometedor como médico. –Desde chico nos llamó mucho la atención las habilidades que tenía. Ha sido siempre muy destacado en todo lo que realiza, y tenemos tanto que agradecerle al Dr. Robinson por haber depositado su confianza en nuestro hijo –explicó la Sra. Donohue. –Seguramente ha demostrado su gran capacidad y el Dr. Robinson le sacará provecho –afirmó el Sr. Donohue. –¿Y cómo van los negocios? El Dr. Donohue me dijo que usted es comerciante –indagó Darcy con su anfitrión. –Es cierto, aunque las malas cosechas de este año han bajado las ventas, como es natural. Hemos tenido que fortalecer el negocio con otros productos. En eso me han ayudado mis hijos James y Robert. –Y Patrick ha invertido también en el negocio –ilustró la Sra. Donohue. –Es importante apoyar las buenas iniciativas –señaló Donohue, quien continuaba observando a su novia. –Médico y ahora inversionista –registró Darcy. –Srita. Georgiana, ¿ya conoció la casa de mi hermano en Londres? –preguntó la Srita. Alice. –Sí, nos invitó a conocerla apenas llegamos a la ciudad. Está muy bonita. –Y Georgiana ya pudo ver el piano –manifestó Donohue. –¡Me alegro! Mi hijo nos ha dicho que toca el piano maravillosamente, nos encantaría que nos deleitara con alguna melodía después de la cena –expresó la Sra. Donohue. –Será un placer. –Y después los señores podremos jugar una partida de ajedrez –propuso el Sr. Donohue. –Teníamos un juego pendiente desde la otra noche, Sr. Darcy –recordó Donohue. Darcy asintió. –Y tú, Georgiana, me tienes que platicar todos los detalles –solicitó la Srita. Sandra. Georgiana se rió y Donohue suspiró lleno de tranquilidad. –También quiero escuchar toda la historia –pidió la Srita. Alice. Cuando concluyó la cena, los señores pasaron varias horas jugando ajedrez y las damas escuchando con sumo interés todo el relato que Georgiana y Lizzie les platicaron. La Sra. Donohue, sus hijas y su sobrina escuchaban con atención. Evidentemente el tema de Wickham no se mencionó en la plática, ni aquella discusión de los Sres. Darcy que tan dolorosa fue para todos. Lizzie se percató de que la Srita. Alice tenía

293 un corazón muy noble y, por los comentarios que hizo, dilucidó que la amistad con la Srita. Bingley había sido meramente superficial, aunque sí muy manipulada por parte de ella hacia la Srita. Alice, quien únicamente le tenía una gran admiración por ser gente de la alta sociedad. La Srita. Bingley había cultivado su amistad para poder acercarse a su objetivo final: conquistar al Dr. Donohue, como quiso hacerlo en un tiempo con Georgiana y Darcy. La Srita. Alice les confesó que le había participado a la Srita. Bingley la noticia del compromiso de su hermano con la mejor de las intenciones y que ese día había sido la última vez que había visto a su “amiga” que , por cierto, se había retirado encolerizada. Ya estaba muy entrada la noche cuando Georgiana y Lizzie terminaron su relato y aclarado todas las dudas. Lizzie, Georgiana y la Sra. Donohue fueron a buscar a los señores en el salón contiguo. Darcy y Donohue seguían jugando su partida de ajedrez y los demás observaban con interés las jugadas y, aunque Lizzie esperó un rato, decidió irse a descansar. Darcy había encontrado por fin un contrincante digno y no quería apartar la vista del tablero. Todavía transcurrieron un par de horas para que el juego terminara y todos los señores se retiraran a dormir.

CAPÍTULO LXII

El día en la casa de los Donohue inició tarde, como era de esperarse. Lizzie aguardó leyendo mientras Darcy despertaba. Estaba agotado por el viaje y la desvelada de la noche anterior. Cuando despertó, Lizzie se acercó para saludarlo y se sentó a su lado. –¿Pudiste descansar? –preguntó Lizzie. –Sí, gracias. Es maravilloso despertar y verte a mi lado. Te agradezco que me hayas esperado –indicó Darcy tomando sus manos. Lizzie sonrió. –¿Estuvo agradable la partida de anoche? Nunca te había visto tan interesado en un juego de mesa. –¡Vaya, qué encuentro! Sólo jugando con mi padre me había entretenido tanto. Recuerdo que pasábamos noches enteras en el despacho. Yo prendía la chimenea mientras él sacaba su cobija para las piernas, pero hasta terminar el juego se iba a descansar. Esa cobija se encuentra todavía en el mismo cajón. –Le he indicado a la Sra. Reynolds que la laven periódicamente, para que se mantenga limpia. –Siempre estás al pendiente de todo, te lo agradezco mucho. La he usado en algunas ocasiones, cuando me quedo por las noches trabajando. –Y Fitzwilliam, ¿es buen contrincante? –Mi querido primo ha mejorado mucho en sus tiros, pero todavía tiene un gran camino por recorrer. Antes de que llegue al “jaque mate” se declara “ahogado”. Es difícil encontrar a un buen adversario. –Me alegro que Donohue y tú hayan encontrado una actividad en común y un medio de convivencia. –Sí, aunque yo no sé si Georgiana piense lo mismo y si tú sigas pensando igual después de varias noches de juego.

294 –Tal vez sea hora de que yo aprenda a jugar bien el ajedrez. Darcy rió. –Entonces yo estaría totalmente derrotado. –¿Por qué? –Porque yo defendería a mi dama, aun a costa de mi rey. Lizzie sonrió y lo abrazó cariñosamente. Mientras, Georgiana ya había bajado y, al ver el salón principal vacío, decidió salir al jardín a caminar. En su recorrido observó el columpio donde seguramente Donohue se había divertido cuando era niño y que ahora era utilizado por Lucy, encontró un enorme árbol que contenía una casa, subió por la escalera, recordando cuando su padre le había construido una parecida y que había sido removida hacía unos años porque ella ya no la usaba, desde la muerte de su madre. Halló unas muñecas que servían a la pequeña en su juego, junto con un cepillo y un moño que había olvidado la última vez que había estado allí. Vio algunos libros sobre una mesa y tomó uno que tenía un nombre escrito al frente, Alice, de varios cuentos de princesas y príncipes, que contenía algunas anotaciones con la letra de una niña y leyó: “extraño mucho a Patrick, pero hoy James pidió en matrimonio a Estelle, espero que sean muy felices”. Pasó algunas hojas más y repasó: “recibí una carta de Patrick, pronto vendrá a visitarnos”, luego observó un dibujo de una princesa en el día de su boda donde explicaba: “hoy se casarán Estelle y James, seguramente Patrick regresará pronto y se casará con Janet”. –Janet… –murmuró Georgiana. Se escuchó un rechinido al tiempo que Georgiana cerró el libro y lo colocó rápidamente en la mesa, esperando ver al intruso en la puerta. Era Donohue, quien regresaba de cabalgar y había visto a su novia introducirse en la casa. –Veo que estas viejas escaleras me han delatado. Quería sorprenderte –dijo entregándole un ramo de flores que había cortado en el camino. Georgiana sonrió y las recibió, recuperándose del susto. Él se sentó a su lado y le comentó: –Aquí jugaba con mis hermanos a los piratas y dejábamos pistas para que el otro encontrara el tesoro – recordó señalando las paredes de la casa que estaban grabadas con dibujos, sitios, nombres. Georgiana recorrió con su vista la escritura labrada, con cierto temor de encontrar ese nombre. Sí, allí estaba, Janet. “¿Quién es Janet?”, pensó ella, pero no se atrevió a formular la pregunta en voz alta. –Pasábamos horas jugando, leyendo aventuras de nuevos mundos por descubrir. Ahora veo que mis hermanas y mi sobrina han redecorado la casa –narró mientras observaba la zona de corazones y flores talladas que se encontraba en una de las paredes. –Tus hermanas te quieren mucho. –Sí, son maravillosas, con la que menos pude convivir fue con Lucy. Y ahora es la más cariñosa conmigo. Me alegro que disfruten de este lugar. Donohue observó a Georgiana por unos momentos.

295 –¿Sigues pensando que todo esto es un sueño? Te aseguro que cuando despiertes yo estaré a tu lado. –No, no. Pensaba que tu infancia o la de tus hermanas había sido tan diferente a la mía. Me imagino todos los días que estuvieron aquí jugando hasta el anochecer. Yo también tenía una casa en un árbol que mi padre me colocó y pasaba mucho tiempo en ella en compañía de mi madre, quien jugaba conmigo, hasta que mi padre enfermó. Después, mi madre lo cuidó y ya no pudo regresar a jugar, nunca más. Al poco tiempo ella falleció y no quise volver, pasaron unos meses y le pedí a mi hermano que la quitara. –¿Por qué? –Porque ya no quería visitarla sola, era un lugar exclusivamente para mi madre y para mí y me di cuenta que ella no regresaría. –Lamento que hayas tenido que pasar por todo eso siendo tan pequeña. –Han pasado diez años y nunca los había extrañado tanto como ahora. –Espero que en mi familia puedas encontrar un poco del cariño de una madre y de un padre y que yo, como esposo, pueda compensar tu sufrimiento llenándote de felicidad el resto de mis días –indicó besando su mano. Momentos más tarde, Donohue bajó de la casa, ayudó a Georgiana a descender cargándola de la cintura y caminaron por el hermoso jardín hasta que llegaron a la casa, donde ya estaba la Sra. Donohue disponiendo todo lo necesario para el desayuno. Pasaron al salón principal y saludaron a la familia Donohue. Lucy se acercó a su invitada especial y la condujo hacia una mesa donde se encontraba Nancy tomando el té con sus muñecas. Georgiana, conmovida, se sentó con ellas a charlar mientras esperaban a los Sres. Darcy, quienes se presentaron unos minutos más tarde. Todos se pusieron de pie para recibirlos y el Sr. Donohue se acercó a ellos. –Buenos días Sr. y Sra. Darcy. ¿Pasaron buena noche? –Sí, muy agradable, gracias –indicó Darcy. –Me alegro de que se sientan como en su casa –señaló el Sr. Donohue–. Sra. Darcy, su marido es un maestro del ajedrez. Realizó jugadas magistrales antes de dar el “jaque mate”. ¡Qué partida tan reñida! Espero que se repita. Nosotros los espectadores aprendemos mucho. –Tal vez yo me una a su equipo –insinuó Lizzie. –¡Oh!, estaremos encantados, Sra. Darcy. –Ese “enroque” que realizó fue en un momento muy oportuno –comentó James Donohue mirando a Darcy. –Yo creo que el Dr. Donohue no piensa igual –expuso Darcy. –Aun con mis peones coronados no pude llevar a cabo mi estrategia –reconoció Donohue–. Espero que hoy me dé la revancha. –Será un placer, aunque si le parece bien sería adecuado jugar con reloj, para no alargar demasiado el juego y respetar el sueño de la nueva espectadora –explicó viendo a su mujer–. Además, así lo tornará más interesante. –Me parece excelente.

296 –Yo también me uniré al equipo de espectadores –apuntó Georgiana. –¿Yo también me puedo quedar, papá? –preguntó Brian, causando gran ternura en los presentes. –Sólo un rato, hijo –contestó James Donohue dándole palmadas en la espalda. Después del desayuno, los Sres. Donohue con su hijo Patrick y la Srita. Sandra llevaron a Georgiana y a los Sres. Darcy a conocer Cardiff y sus alrededores. Como era un pueblo chico, toda la gente conocía muy bien a la familia Donohue y saludaron afectuosamente al doctor, que hacía tiempo no iba de visita. Georgiana, intrigada por el nombre que había visto en la casa del árbol, puso mucha atención cuando le presentaban a todas las damas, tratando de descubrir la identidad y la relación que habían tenido con su novio, pero fue en vano. De lo que sí se percató fue que varias señoritas se acercaron a saludar al doctor haciendo numerosas preguntas, mostrándose sumamente interesadas en su persona y tratando de causar admiración con sus encantos mientras los Sres. Darcy eran conducidos por los Sres. Donohue. Esta situación irritó a Georgiana, quien permaneció pensativa durante el paseo. Visitaron en ese primer día el Castillo de Caerphilly, ubicado en el centro de la región, construido entre 1268 y 1271 por Gilbert “El Rojo” de Clare, un poderoso pelirrojo de noble linaje normando, como respuesta a una disputa que enfrentó con el Príncipe de Gwynedd, Llywelyn “El Último Rey” (de la corona inglesa). Éste fue uno de los motivos que llevaron a las guerras de 1277 y 1282, y finalmente a la independencia de Gales, provocando su anexión al Reino Unido en 1282, a la muerte del rey Llywelyn. Es una fortificación Normanda y es el castillo más grande de Gales. Lizzie quedó impresionada de los bellos lagos artificiales de poca profundidad que rodean a este castillo, que estaban destinados a frenar el avance enemigo e impedir los ataques subterráneos. En el camino, Lizzie aprovechó que los caballeros platicaban de alguna anécdota del lugar, se separó del grupo con Georgiana y le preguntó: –¿Te sientes bien? Estás muy seria. –Lizzie, en el pueblo se acercaron a saludarnos dos señoritas a las que Donohue trataba con mucha amabilidad, diciendo que eran amigas de su infancia, mientras yo veía que le coqueteaban. –¿Le coqueteaban? –Sí, mostraban mucho interés haciéndole infinidad de preguntas y su actitud era tan sugerente, como las pacientes que vimos en el teatro en Londres. Donohue me presentó como su prometida, pero ellas ni me voltearon a ver. Lo que más me preocupó es que Sandra me dijo que siempre ha sido así. Patrick Donohue es el soltero más codiciado por las mujeres de Cardiff y de Oxford. Él es “tan amable” con ellas. ¡Por eso la Srita. Bingley se entusiasmó tanto con él! Patrick dice que sólo fue cortés con ella y con todas las demás, y ahora también conmigo. –¿Y ya le dijiste algo? –No. ¡Ya no sé qué pensar!

297 –Habla con él y dile lo que te molesta. Si él te ama tomará en cuenta tus comentarios y tal vez modere su amabilidad. Posiblemente lo haga sólo porque tiene un don de gentes muy particular y no se da cuenta de las consecuencias. Pero si no te da el lugar que te corresponde… –Lizzie, tengo tanto miedo. Ella la abrazó y le aclaró: –Es mejor saberlo de una vez. Minutos después se encaminaron para conocer la Catedral de Llandaf, iglesia galesa de estilo gótico que data del siglo XIII con influencia normanda. Al lado de la Catedral había una librería y los Sres. Darcy entraron a curiosear. Encontraron varios libros que despertaron su interés, sobre todo uno que Darcy compró especialmente para Lizzie y, al salir de la tienda le dijo: –Quiero que leas este libro, y lo termines antes del jueves. –¿Un libro de John Dyer?, ¿poeta? –examinó Lizzie hojeando el libro. –Sí. –¿Y por qué para el jueves? –El jueves lo sabrás. Lizzie, sin entender del todo, asintió. Donohue y Georgiana también salieron con algunos libros en la mano y todos pasearon un rato por las hermosas playas. La tarde fue agradable, con una brisa suave que refrescaba mientras caminaban a la orilla del mar, sobre la fina y dorada arena. Luego Lizzie y Darcy se sentaron en unas rocas y ella inició la lectura del libro que recién le había regalado su esposo, mientras los Donohue platicaban con Georgiana. El murmullo de las olas del mar y el canto de algunas gaviotas le hacían coro a los hermosos poemas que Lizzie leía. Después, contemplaron el deslumbrante atardecer y la maravillosa puesta de sol, hasta que éste se ocultó en el océano. Fue entonces cuando regresaron a su carruaje y a la casa, donde toda la familia los esperaba. Después de la cena, Darcy y Donohue jugaron su partida de ajedrez, mientras los hermanos de Donohue jugaban en la mesa de billar. En esta ocasión terminaron más temprano, pero la competencia fue igual de interesante e incluso más emocionante, porque limitaron cada jugada a cierto tiempo y ambos jugadores perdieron varios turnos por ese motivo. Lizzie discretamente hacía preguntas a Darcy y se mostraba interesada y entretenida con el juego. Los hermanos de Donohue terminaron antes y pasaron a la otra mesa para observar la partida. Cuando por fin Darcy dio el “jaque mate”, todos se retiraron a descansar. En la habitación, Darcy le preguntó de Georgiana y Lizzie le platicó lo que su hermana le había dicho. –Vaya ¡qué pareja! Una muy celosa y el otro extremadamente amable –comentó él. –Eso debieron decir de nosotros: El Sr. Darcy muy orgulloso y la Srita. Elizabeth sumamente prejuiciosa, y viceversa –reconoció riendo. Darcy sonrió y completó: –Aunque me he dado cuenta de que la ama profundamente.

298 –Le dije que hablara con él. –Los dos tendrán que ceder algo. Georgiana deberá aprender a manejar esos celos y Donohue a moderar su caballerosidad. O simplemente deberán terminar esta relación. –Hoy le agradezco a Dios que fueras tan descortés cuando te conocí y que sólo yo haya podido descubrir al Sr. Darcy que eres hoy –observó tomándole las manos. –Sólo contigo y para ti –sonrió.

CAPÍTULO LXIII

A la mañana siguiente, después del desayuno, los Sres. Darcy y Georgiana, guiados por Donohue, emprendieron el paseo a las Colinas de Pen y Fan, situadas en la zona Suroeste de Gales. Llegaron al poblado de Brecon y pudieron admirar las colinas, que son las montañas más altas de Gales, los verdes valles con sus vistosos rojizos y sus maravillosas caídas de agua. Pudieron conocer la hermosa cascada de Ystradfellte y sus densos bosques, y visitaron algunos de los castillos de los alrededores que datan de la época medieval, como Trecastle, Bronllys, Tretower, y vieron algunas antiguas construcciones romanas que hay en esa zona. También pasearon un rato en bote por el canal de Monmouthsire & Brecon (Mon & Brec) con sus vistas maravillosas, pasaron por túneles, muelles históricos y puentes antiguos, disfrutando de los árboles y flores silvestres que crecen en la orilla del canal, por lo que cerraron ese día con un recorrido lleno de color. Durante el camino, Donohue les explicó un poco de la historia del lugar, sobre todo de los castillos que visitaron. Lizzie quedó admirada de las bellezas naturales que estaban conociendo. Había escuchado que Gales poseía lugares muy hermosos, pero sobrepasaron sus expectativas. Parecía que estaban recorriendo un paraíso. Darcy también disfrutó del paseo, de los paisajes, la vegetación y la fauna que contemplaron, pero sobre todo de ver feliz a su esposa y a su hermana. Georgiana estaba admirada de ver tan hermosos paisajes e interesada en escuchar lo que Donohue explicaba, aparentando tranquilidad y alegría que no sentía ya que en su mente continuaban circulando muchas dudas que se acrecentaban con el paso de las horas, tratando de aprovechar el mejor momento para hablar con él sin encontrar el valor necesario para aclarar todas sus vacilaciones. De este paseo sí terminaron agotados y al llegar a la casa cenaron y se retiraron a descansar, para que al día siguiente pudieran gozar de la fiesta del pueblo a la que estaban invitados. Lizzie, durante la mañana, salió al jardín con su marido y ambos pasaron varias horas en sus lecturas. Cuando ella concluyó el libro de poemas, le dijo: –Ya he terminado la tarea que me asignaste. –¿Y qué te pareció? –¡Los jardines que describe el poeta son maravillosos!

299 Lizzie leyó algunas de las partes que más le habían gustado. Darcy escuchaba con atención y sonrió. Cuando Lizzie terminó, suspiró y le dijo: –Imagínate estar en un lugar como ese. –Cuando estoy contigo, todos los lugares me parecen un paraíso. Lizzie sonrió. Poco tiempo después llegaron Georgiana y Donohue a buscarlos. Habían ido al pueblo con los padres de Donohue, la Srita. Alice y la Srita. Sandra. Georgiana los saludó y expresó sus deseos de retirarse a descansar a su habitación y los Sres. Darcy se fueron a alistar para la fiesta. Cuando los Darcy estuvieron listos bajaron al salón principal, donde ya estaban todos, menos Georgiana. Esperaron unos minutos más y Georgiana entró en el salón; Donohue se levantó para recibirla, ella le correspondió con una leve sonrisa. Todos se dirigieron a los carruajes para abordarlos. Donohue, cuando ayudó a subir al vehículo a Georgiana, le preguntó: –¿Te sientes bien? –Sí –respondió secamente. En el camino, Lizzie y Darcy platicaron del libro de poemas que habían leído y de lo mucho que les había gustado el viaje. Georgiana únicamente los escuchaba y Donohue en ocasiones hacía algún comentario. Cuando llegaron a la fiesta, Darcy y Donohue se bajaron del coche, ayudaron a Lizzie y a Georgiana, respectivamente, y entraron al gran salón, donde se encontraban numerosos asistentes. Donohue nuevamente era saludado por todos los lugareños, en especial porque se había convertido en un famoso médico de Londres y estaba próximo a casarse: era la atracción de todos los asistentes, que estaban muy atentos observando a la novia y a su familia y se acercaron a saludarlos. Donohue presentó a su hermosa acompañante y a los Sres. Darcy. No faltaron comentarios de alguna señorita criticando a Georgiana y mostrando envidia, pues, aunque lo decían en voz baja, Lizzie, que venía más atrás del brazo de Darcy, alcanzó a escuchar. De repente, una hermosa dama se acercó a Donohue para saludarlo, dándole un cariñoso abrazo. Donohue correspondió con amabilidad mientras Georgiana, confundida, trataba de entender lo que sucedía. Donohue la presentó como una amiga de su infancia. –Hace tanto tiempo que no te veía, Patrick, o debo referirme a usted como el Dr. Donohue. ¡Tengo tanto que agradecerte! –Janet, perdón, Srita. Janet. “¿Janet?”, reflexionó Georgiana, sin querer escuchar ese nombre de labios de su prometido. –Le presento a la Srita. Georgiana Darcy, al Sr. y a la Sra. Darcy –expresó Donohue en tanto Georgiana los miraba con desconcierto. –La Srita. Janet y Patrick cultivaron una amistad muy estrecha en su infancia –trató de explicar la Sra. Donohue observando el rostro de su futura nuera. –Disculpen –dijo Georgiana, sintiéndose sumamente embrollada, y se retiró con premura.

300 Salió del salón y se dirigió al jardín, mientras Donohue la seguía, alcanzándola unos momentos más tarde, y le dijo: –Georgiana, ¿te sientes bien? Ella se volteó y respondió enfurecida: –¿Acaso hay otra amiga cercana de la infancia que deba conocer, u otra prima, paciente o amiga de tu hermana, como la Srita. Bingley, con la que sólo has sido amable y le mostraste los alrededores de Cardiff como a mí? –Sé que estás molesta. –¿Molesta? ¡Tú porque nunca has sentido celos hacia mí, no sabes lo que estoy sintiendo! –¿Que no he sentido celos hacia ti? ¿Qué me dices de Windsor? Cuando los vi juntos en la boda del Sr. Willis, y en la fiesta en Londres cuando bailabas con él. Y de ese tal… que juré nunca pronunciar su nombre y que tanto daño te causó. No sé si podré contenerme cuando lo conozca. –Entonces ¿por qué eres tan “amable” y caballeroso con las mujeres? Conmigo en Londres fuiste tan descortés antes del accidente. ¡Y ahora consientes que la Srita. Janet te abrace! –Éramos niños cuando la dejé de ver. –Y ahora es una mujer muy atractiva. ¡A ella sí la abrazas y a mí nunca me has abrazado! –Georgiana, sabes que no sería correcto y… –¿Y sí es correcto que ella te abrace y tú le correspondas amablemente?, ¿así corresponderás a las propuesta de tus pacientes? –¡No! Todas las he rechazado tajantemente. Georgiana se sorprendió al escuchar estas palabras y lo vio con incredulidad, sintiendo una gran desolación. –Mi hermano tuvo razón al no dar su aprobación para nuestro matrimonio. No sé si podré vivir con esa caballerosidad que le brindas a las demás –concluyó Georgiana resuelta, dándose vuelta para retirarse. –¡Georgiana! –gritó Donohue tomándole del brazo–. Perdóname. Yo te amo… –¿A cuántas mujeres más les has dicho lo mismo? –indagó con la voz entrecortada. –A ninguna. Y eso te lo puede corroborar toda mi familia, incluyendo la Srita. Sandra. Georgiana, sabes que nunca te haría daño, pero si no crees en mis palabras, te lo demostraré con hechos. A partir de ahora no tendrás queja de mí. Haré todo lo que sea necesario para recuperar tu confianza… Y en cuanto a la Srita. Bingley, únicamente la llevé con Alice a la iglesia un domingo, porque mis padres habían salido de Cardiff, y eso te lo puede confirmar mi hermana. Georgiana se enjugó las lágrimas con su pañuelo y volteó a mirar a Donohue. –Tendrás que esforzarte si quieres recuperarme. Georgiana caminó rumbo al salón. Donohue la siguió y le dijo, ofreciéndole el brazo: –Srita. Georgiana, ¿me permite escoltarla? Por favor. Ella aceptó con seriedad.

301 Al entrar al salón, todas las miradas se posaron en ellos y Georgiana sintió un enorme peso. Se acercó el Sr. Donohue para encaminarlos a sus lugares, donde ya los esperaban. Los novios se sentaron junto a los Sres. Darcy. El alcalde del pueblo se puso de pie y dio una alocución, dando inicio al festival: –Buenas noches tengan todos ustedes. Estamos aquí reunidos para festejar las fiestas del pueblo y además hoy se suma otro motivo muy especial, el cual resalto a petición de muchos de los presentes: la visita del ahora Dr. Patrick Donohue, acompañado por su hermosa prometida, la Srita. Georgiana Darcy y su familia, el Sr. y la Sra. Darcy, de Pemberley de Derbyshire. Queremos acompañar a nuestro querido Patrick y a la familia Donohue en esta dicha que los envuelve. Patrick, recuerdo todavía cuando de niño te acercabas con algún animal herido al consultorio de mi hermano, el Dr. Jolie, para que lo curara. Allí aprendiste que el don de la vida es algo que hay que preservar. Ahora salvas a niños y adultos, aunque no sé si todavía a los animales. Todos los asistentes se rieron conmovidos. Luego continuó el alcalde: –Muchos aquí te tienen un gran cariño y, debo añadir, enorme agradecimiento por todo lo que has hecho por ellos y sus seres queridos. Siempre te has preocupado por tu gente y su bienestar, ya sea físico o espiritual, porque sabemos que eres una persona llena de Dios y lo compartes a los demás a manos llenas. Nos anega de orgullo a todos los habitantes del pueblo y en especial a tu familia, que ahora regreses convertido en el famoso Dr. Donohue de Londres, aunque sabemos que en el fondo eres el mismo Patrick de siempre y que tu corazón está aquí, en Cardiff. Nos da una inmensa alegría que hayas encontrado a una bella damisela con quien compartir tu vida. ¡Muchas felicidades y les deseamos lo mejor en la vida! Todos se pusieron de pie y aplaudieron con emoción. Luego, la Srita. Janet se acercó donde estaba el alcalde y cuando hubo nuevamente silencio, el Sr. Jolie le dio la palabra y ella comenzó: –Patrick, recuerdo todos los paseos que dimos por el bosque, todo lo que me enseñaste con nuestra amistad y el tiempo que Dios me permitió compartir contigo, hasta que mis padres fallecieron y tuve que irme de Cardiff con mi hermana recién nacida. Lejos de aquí, anhelé tanto regresar y escuchar esas historias que me platicabas que hacían que yo olvidara todas mis tristezas. Cuando por fin tuve la dicha de escuchar nuevamente las campanas de la Catedral supe, con alegría y con tristeza a la vez, que te habías ido a Oxford a cumplir tu más grande sueño. Años más tarde, mi hermana, que en ese entonces contaba con sólo diez años, sufrió un accidente en Londres y tú le salvaste la vida. Tengo tanto que agradecerte, si no fuera por ti mi hermana no estaría aquí, conmigo. Hasta hace unos días, supe que vendrías de visita, con tu prometida y su familia y, sinceramente mi corazón se llenó de felicidad. Se lo comenté a mi esposo y me sugirió que viniéramos a Cardiff para acompañarlos y corresponderte todo lo que has hecho por mí y mi familia. Dr. Donohue, me da un enorme gusto que haya encontrado a la Srita. Georgiana, se ve que es una persona encantadora. Tu damisela, la damisela con la que siempre soñaste y a la que siempre defendías en tus historias, ha llegado a inundar tu corazón. Los presentes ovacionaron el discurso mientras Donohue pasó al frente para agradecer sus palabras.

302 –Sr. Jolie, muchas gracias por sus palabras, que estoy lejos de merecer. Sra. Janet, sólo cumplía con mi deber, aunque me dio mucha satisfacción haber podido ayudarla. Ha sido una sorpresa para mí todo esto. Aunque quiero aprovechar la oportunidad para agradecer profundamente a mis padres, quienes hicieron posible que yo fuera quien soy ahora. A mis queridos hermanos, que sin su apoyo mi vida habría sido muy diferente. A todos mis amigos, a quienes con mucho gusto veo presentes en esta reunión. Sé que algunos han venido de lejos. Gracias a todos ustedes. Al Dr. Jolie, que en paz descanse, que me apoyó en la búsqueda de mi vocación, me encaminó y recomendó para poder ingresar a las aulas de la Escuela de Medicina. Todos nuevamente aplaudieron y luego Donohue prosiguió: –Ahora, me encuentro en un momento muy importante en mi camino y todo eso se lo agradezco a la Srita. Georgiana. Georgiana –dijo dirigiéndose a ella–, usted ha llenado mi existencia de una felicidad que era totalmente desconocida para mí. Ha cambiado el rumbo de mi vida y le ha dado un nuevo sentido, más pleno, que nunca imaginé que pudiera existir. Sueño con estar a su lado el resto de mi vida y disfrutar de su sonrisa cada mañana. Y debo añadir que… mi corazón, aunque esté en Cardiff, ya no me pertenece, ahora le pertenece por completo a la Srita. Georgiana, hasta el fin de mi vida. Todos escuchaban conmovidos, atentamente. –Sr. y Sra. Darcy. Les agradezco que me hayan abierto las puertas de su casa y me hayan recibido con tanto cariño, por la confianza que han depositado en mí y por aceptar la hospitalidad de mi familia y de todos mis amigos. Al terminar, Donohue fue a tomar su asiento al lado de Georgiana, mientras era ovacionado por los presentes que se mantuvieron de pie varios minutos. Georgiana sentía una intensa emoción que trataba de contener con toda su voluntad, porque sabía que todas las miradas estaban puestas en ella. Donohue, al sentarse, le dijo en el oído, tomándole la mano, mientras ella con la mirada baja escuchaba y trataba de ocultar sus ojos llenos de lágrimas: –Debo agregar que deseo ardientemente que llegue el momento de poderla estrechar entre mis brazos para nunca más separarme de su lado. Donohue le besó la mano y la miró con ternura. El alcalde volvió a tomar la palabra para iniciar el festival de baile, explicando la música y trajes típicos que eran usados por los bailarines, quienes a continuación presentaron un hermoso espectáculo. Georgiana, sin prestar atención a lo que sucedía a su alrededor, sólo recordaba las palabras que había dicho en el jardín y las que había escuchado en ese mismo lugar donde estaba sentada. Cuando se sintió libre de las miradas de los presentes y hubo empezado la función, Georgiana se puso de pie y se retiró discretamente. Se adentró en el jardín y se recargó en un árbol rompiendo en llanto. Donohue se acercó a ella y le acarició el rostro con cariño, enjugando sus lágrimas, y ella le dijo: –No sé qué decirte. –No tienes que decirme nada. Sólo quiero que sepas que te amo y que moderaré mi amabilidad para que te sientas segura de mi amor.

303 Donohue la abrazó con cariño y ambos sintieron un gran consuelo. Cuando Georgiana se hubo tranquilizado, regresaron a disfrutar del espectáculo, que duró aproximadamente una hora, en el cual también presentaron música regional y un pequeño fragmento de la obra de teatro de un escritor galés. Cuando terminó, el alcalde invitó a pasar a todos a un convivio que habían preparado con bocadillos típicos de la región y buen vino, acompañados con música para el baile. Los Darcy, la familia Donohue y Georgiana, escoltada siempre por Donohue, pasaron al salón contiguo donde continuaron saludando y felicitando al doctor y a su prometida. Donohue siempre muy pendiente de Georgiana, la llenó de atenciones y le presentaba a sus amistades. Ella se sintió mucho más acogida por la gente y observó que más de una persona, acomodada o humilde, hombre o mujer, se acercaban a Donohue para agradecerle que les hubiera ayudado en tal o cual enfermedad o dolencia y comprendió el cariño que la gente sinceramente le profesaba. Darcy y Lizzie también disfrutaron de la noche y de la amena conversación de algunas amistades, participaron en el baile y escucharon con agrado la música que se ofrecía. El evento duró hasta altas horas de la noche, las cuales pasaron rápidamente.

CAPÍTULO LXIV

Por fin había llegado el jueves y Lizzie, al despertar, se levantó rápidamente para alistarse. Darcy había salido a cabalgar al bosque con Donohue. Cuando estaba lista, Darcy tocó a la puerta y entró. Lizzie se acercó a él y le dijo, tomándole las manos: –¿Qué tal estuvo el paseo? –Estuvo fabuloso. Te va a encantar. Le dije a Donohue que mañana me gustaría llevarte. –¿Mañana? ¿Qué haremos hoy? Ya terminé el libro de Dyer, ¿por qué me pediste que lo terminara antes de este día? Darcy rió. –Cuando sea el momento, tú misma lo sabrás. Después del desayuno, todos los Donohue y los Darcy se alistaron para salir al paseo. Por lo visto, irían a un lugar que a todos les agradaba porque se mostraban muy entusiasmados, aunque nadie decía cuál sería su destino, a pesar de que Lizzie y Georgiana trataron de indagar. Se dirigieron al Valle de Towy en Carmarthenshire, al noroeste de Cardiff, donde se encuentra el hermoso complejo de jardines de Aberglasney. Lizzie, al inicio del recorrido, tomada del brazo de Darcy, recordó en su memoria la maravillosa descripción que había leído los últimos días, viendo cada detalle del jardín conservado tal y como el poeta Dyer lo había impreso en esas páginas, en las cuales hacía una narración impresionante de los colores, olores y sensaciones que le producía aquel vergel cuando vivió en esa casa durante su infancia y su juventud, algunos años atrás. Lizzie se emocionó casi hasta las lágrimas al

304 contemplarlo. Por su parte, Donohue les contó la historia cuando visitaron la casona y la capilla que se encuentra en medio del jardín. –Los primeros propietarios datan de la Edad Media, la familia Welshmen, y desde 1477 los jardines han sido fuente de inspiración de varios poetas, el más destacado es John Dyer, quien vivió con su familia a partir de 1710, desde los once años, cuando fue reconstruida por su padre, el abogado Robert Dyer. La capilla fue edificada por orden del Obispo Rudd, cuando la familia Rudd habitaba la propiedad, en 1600. Lizzie y Darcy disfrutaron mucho de este paseo y lo comentaron durante el regreso a Cardiff. Lizzie le agradeció a Darcy el libro que le había obsequiado y su insistencia de que lo leyera antes de la visita. Georgiana, al ver a Lizzie tan entusiasmada de releerlo, ya habiendo conocido el maravilloso jardín, se lo pidió prestado apenas terminara. Cuando regresaron del paseo, todos se retiraron a sus habitaciones para descansar unos momentos y alistarse para la cena y la partida de ajedrez que previamente habían acordado los señores. En la habitación de los Sres. Darcy, alguien tocó a la puerta y Darcy abrió. Era el mayordomo que le traía correspondencia de Starkholmes. Eran dos cartas, una dirigida a Lizzie de parte de Jane y otra a Darcy, de Bingley. Darcy le entregó a Lizzie su carta y ambos las abrieron y leyeron en silencio. “Querida Lizzie: Esperamos que su visita a Londres haya sido agradable y ahora en Gales, con la familia Donohue. Nosotros, gracias a Dios, estamos todos muy bien. Diana tiene muchos deseos de verte y jugar otra vez contigo en el jardín…” Lizzie rió, recordando a su pequeña ahijada, mientras Darcy la observaba atentamente dejando su carta a un lado. “… Henry ya se para por todos lados y quiere alcanzar todo lo que ve. Y todos estamos muy contentos con la maravillosa noticia que recibimos hace unos días: estoy embarazada…” Lizzie detuvo su lectura y bajó la carta. Luego, alzando la mirada vio a Darcy, quien aguardaba. –Jane –dijo Lizzie con la intención de sonreír pero con su rostro lleno de sentimientos encontrados. –Sí, me lo dice Bingley en su carta –respondió Darcy, quien se acercó y la abrazó con cariño, comprendiendo lo que sentía su corazón. En el salón principal, la familia Donohue y Georgiana esperaban únicamente a los Sres. Darcy para pasar al comedor. Todos platicaban con Georgiana sobre los lugares que había conocido, pero ella, extrañada por la tardanza de su hermano y de Lizzie, veía el reloj con nerviosismo. Por fin, Lizzie y Darcy entraron al salón principal, todos se pusieron de pie y la Sra. Donohue los invitó a pasar al comedor. Durante la cena, la voz de Lizzie no se escuchó, causando extrañeza en los presentes. Al terminar la cena, ella se disculpó y se retiró a descansar, argumentando un fuerte dolor de cabeza. Cuando se marchó, Darcy se levantó e igualmente se disculpó con sus contrincantes de ajedrez, ya que quería acompañar a su esposa. Donohue le ofreció revisarla, si lo consideraba necesario, o darle algún medicamento que le ayudara en su malestar. Darcy agradeció su atención y se retiró.

305 Cuando entró en la habitación, Lizzie estaba parada junto a la ventana, viendo la luna llena que iluminaba el hermoso jardín. Ella volteó y ambos caminaron a su encuentro, tomándose de las manos. –Creí que te quedarías a jugar ajedrez. –No, no quiero dejarte sola. Ya habrá otra oportunidad. –Te agradezco que hayas venido. Me siento mejor si estás conmigo. Darcy, acariciando su rostro, la besó tiernamente.

A la mañana siguiente, Darcy se quedó con Lizzie hasta que bajaron al desayuno, donde ya los esperaban. Lizzie ya se sentía con mejor ánimo y agradeció el interés de todos por su salud, especialmente el de Georgiana que se había quedado preocupada. Después del almuerzo, se dirigieron a una excursión al bosque con Donohue y sus hermanos, la Sra. Estelle Donohue y sus dos hijos; era el mismo lugar a donde había ido Darcy a cabalgar el día anterior. Lizzie disfrutó mucho del paseo, de la maravillosa vista, de la flora y la fauna del lugar, del río y sus cascadas y de la compañía, ya que había momentos de convivencia con todos. Pero los Sres. Darcy también disfrutaron de la soledad y la tranquilidad que les obsequiaba el bosque, incitándolos a meditar y a poner en paz sus pensamientos. A medio día, cuando estaban de regreso, Donohue se tuvo que ausentar, ya que lo fueron a buscar de parte del doctor del pueblo para que lo ayudara en una emergencia. Necesitaba hacer una operación a una niña, en la cual Donohue era experto. Él se disculpó y estuvo ausente varias horas hasta que la pequeña estuvo fuera de peligro, no obstante, pudo llegar a cenar. Entre tanto, Georgiana convivió más con las hermanas y la madre de su prometido y con la Sra. Estelle Donohue; platicó con ellas un poco más de la infancia y juventud de Donohue y aprovechó para resolver todas las dudas que tenía, acompañada en todo momento por Lizzie y la Srita. Sandra. Igualmente, Darcy pudo convivir con el Sr. Donohue y sus hermanos, mientras pescaban en un lago a unas millas de la casa. Durante la cena charlaron de los lugares que les faltaba conocer de Gales. Habían cientos de castillos en ese territorio y muchos de ellos encerraban historias fascinantes, como los del Norte de Gales. El Castillo de Conwy era una fortaleza rocosa, obscura, típicamente medieval, que fue edificada entre 1283 y 1289 por el Rey Eduardo I, y diseñada por James of St. George; se estimaba que para su construcción se invirtió cerca de 15,000 libras, más que en cualquier otra edificación financiada por Eduardo I, aun cuando sólo se usaba de forma esporádica. Por otro lado, el Castillo encantado de Gwydir, ubicado en el valle de Conwy, a una milla del noroeste de la antigua ciudad de Llanrwst, el cual databa del año 600 como fortaleza. Esta propiedad despertó especial interés en Georgiana, por la historia que le contaron. Se convirtió en el antiguo hogar de la poderosa familia Wynn, descendientes del Rey de Gwynedd y una de las familias más significativas del Norte de Gales durante los periodos de Tudor y Stuart. Para el siglo XIV hubo cambios y el primer dueño registrado fue Howell ap Coetmore, quien peleó en la Guerra de los Cien Años y fue comandante bajo el mando del Rey Eduardo, el Príncipe Negro, en la Batalla de Poitiers, en 1356. La leyenda dice que era una “casa

306 encantada”, donde el espectro femenino denominado la “Dama de Gris” era el más visto, junto con el “Fantasma del Monje” que fue encerrado en un túnel que conduce a una habitación secreta. También comentaron que cerca de ese castillo se encontraba la capilla Gwydir Uchar, ubicada en el bosque. Fue construida en 1673 por Sir Richard Wynn, y en su techo alberga una pintura donde hermosamente se representan etapas de la Creación, la Trinidad y el Juicio Final. Georgiana se mostró muy interesada en conocer el castillo encantado, había leído muchos libros de leyendas de castillos y era un tema que le apasionaba, aunque Lizzie no se animó a realizar esa visita. Donohue, al ver el gran interés de Georgiana en conocer esos lugares, le dijo que estaría encantado de llevarla allí y a muchos sitios de Gales que le fascinarían en su luna de miel. Tendrían toda una vida juntos para viajar y conocer muchas regiones. También hablaron de otros bosques muy hermosos en Pembrokeshire, en el sur de Gales y en Snowdon, ubicado al norte, y de muchas playas que podrían visitar, así como la ciudad de Swansea. Lizzie denotó emoción por conocer el castillo que data del año 1106, la Iglesia de St. Mary con su clásico estilo galés de piedras obscuras de adobe, y las hermosas playas de arena fina y dorada que hay en ese lugar. El Dr. Donohue y su padre ofrecieron llevarlos a conocer Swansea al día siguiente y Darcy agradeció la atención, disfrutando el último día de su visita en ese lugar.

Había llegado el domingo, día en que los Darcy tenían programado viajar a Oxford durante un par de días por asuntos de negocios antes de regresar a Pemberley. Habían estado fuera cerca de un mes. Georgiana quería permanecer más tiempo, pero sabía que ya habían cumplido con el propósito de la visita. Después del almuerzo asistieron a la iglesia con toda la familia Donohue, donde se encontraron a muchas de sus amistades y familiares. Todos se despidieron amablemente de los Darcy y de Georgiana, y ya estando todo listo para emprender el viaje, Donohue se despidió de sus invitados, agradeciéndoles nuevamente, y luego de Georgiana, a quien le susurró al oído: –Nunca olvidaré la felicidad que me ha dado en estos días. Donohue la besó en la frente. En el camino, Georgiana habló todo el tiempo y Lizzie y Darcy la escucharon, disfrutando de su alegría y entusiasmo. A los dos días de estar en Oxford, los Darcy regresaron a Pemberley. Lizzie, al sentir cerca su hogar, le dijo a su marido: –Gales es un lugar muy hermoso, pero la emoción que siento al contemplar Pemberley es incomparable. Ya añoraba regresar a casa. Estuvieron unas semanas allí después de su regreso de Gales, donde Lizzie se puso al corriente con la Srita. Reynolds de todo lo relacionado con la florería que marchaba satisfactoriamente, Darcy hizo lo mismo con sus negocios

y luego él llevó a su mujer de viaje de aniversario. Mientras tanto, Georgiana recibía

307 correspondencia de Donohue desde Londres y le envió una invitación de parte de Darcy para que él y su familia asistieran a Pemberley a celebrar las navidades con ellos.

CAPÍTULO LXV

Un día antes de las fiestas navideñas, Darcy y Lizzie regresaron de su viaje y Georgiana los recibió muy entusiasmada. Al día siguiente llegaron todos los invitados: los Sres. Gardiner, Fitzwilliam y los Donohue. Los Bingley estarían presentes sólo para el festejo de la navidad y de año nuevo y las Bennet se quedaron hospedadas en Starkholmes. El primero en llegar fue el Dr. Donohue, quien había salido muy temprano de Londres. Fue recibido por Georgiana en el salón principal, mientras

Darcy y Lizzie daban un paseo

por el bosque. Cuando

regresaban, se encontraron en el camino con el carruaje del coronel Fitzwilliam y lo recibieron en la puerta. Entraron a la casa y hallaron a Georgiana y a Donohue en el salón principal platicando y se saludaron. Poco tiempo después llegaron los Sres. Gardiner, de Londres, y la familia Donohue, de Cardiff. Todos los recibieron con entusiasmo y les dieron un pequeño recorrido por la casa. Darcy recordó que la visita a la galería de esculturas debía realizarla en otro momento, tomando en cuenta el comentario que le había hecho su mujer anteriormente. Lizzie y Georgiana les mostraron sus habitaciones y se instalaron para prepararse y descansar un poco antes de la cena. Georgiana se había esmerado los días anteriores para tener todo listo, junto con la Sra. Reynolds y el Sr. Smith, sin olvidar detalle alguno para poder causar una buena impresión en los invitados, sobre todo en Donohue, considerando los días que estarían hospedados en la finca, hasta después de la fiesta de año nuevo. Cuando estaban todos reunidos en el salón principal, los Bingley y las Bennet llegaron y, después de las debidas presentaciones, el Sr. Bingley dijo: –Por fin tengo el honor de conocer al Dr. Donohue, famoso en Londres y en esta familia. Lizzie saludó con mucho cariño a su madre a quien hacía tiempo no veía, aunque habían estado en contacto por carta. La Sra. Bennet le correspondió y luego le dijo a Georgiana y a Donohue: –No podía creer cuando recibí la noticia de su compromiso por la Sra. Darcy. ¡Muchas felicidades! Fue una grata sorpresa. ¿Ya saben cuándo será la boda? –No, todavía no hay fecha –respondió Georgiana. Lizzie felicitó afectuosamente a Jane por su embarazo, lo que provocó que todos los presentes los congratularan. Saludó a sus sobrinos presentándolos con orgullo a la familia Donohue. Lizzie invitó a todos a pasar al comedor, para iniciar con la cena. –¿Cómo estuvo su viaje? –preguntó Darcy al Sr. Donohue con cortesía. –Muy agradable, gracias. Disfrutamos enormemente la vista de los alrededores. Se ve que el bosque es muy hermoso –señaló el Sr. Donohue.

308 –La hacienda de Pemberley tiene cerca de diez millas de circunferencia. ¿Estoy en lo correcto, Sra. Darcy? – comentó la Sra. Bennet. Lizzie asintió. –Si gusta, mañana podremos ir de cacería –sugirió Darcy. –¡Oh, sería fabuloso! Muchas gracias –contestó el Sr. Donohue. –¿Y qué tal estuvo su visita a Gales? –indagó Fitzwilliam. –Los Sres. Donohue nos recibieron en su casa y nos llenaron de atenciones –respondió Lizzie. –Me han dicho que hay lugares bellísimos en Gales –indicó el Sr. Gardiner. –Así es, nos llevaron a conocer lugares excepcionales, agraciados por su riqueza natural y su gran contenido histórico –explicó Darcy. –Si hay algo de lo que Gales puede hablar es de sus castillos, sus bosques y sus playas. Están a todo lo largo de su territorio –expuso Robert Donohue. –¡Ay, me encantaría conocerlo! –opinó Kitty. –Dicen que Gales también tiene mucha cultura y tradiciones –mencionó Mary. –¡Y su gente! Todos en Cardiff nos recibieron cariñosamente –afirmó Georgiana. –He oído excelentes comentarios de la hospitalidad galesa –declaró la Sra. Gardiner. –Aunque creo que los Sres. Darcy y Georgiana se han lucido en su hospitalidad. ¡Vaya, qué platillos! Y con todos los detalles muy bien cuidados –expresó la Sra. Donohue. –La Sra. Darcy desde niña mostró grandes cualidades para dirigir una casa –confirmó la Sra. Bennet. –Comparto con usted esa opinión, Sra. Bennet. Lizzie es una excelente ama de casa –afirmó Darcy. Ella sonrió mientras Georgiana completaba: –En realidad, Lizzie tiene a mi hermano más que consentido. Darcy sonrió. –En esta ocasión, mamá, todo el trabajo fue supervisado por la Srita. Georgiana –aclaró ella–. Nosotros estuvimos de viaje. –La Srita. Georgiana también está agraciada con todas las cualidades necesarias de una dama talentosa – expuso la Sra. Donohue–. Además de que es muy hermosa. Georgiana se sonrojó, mientras Donohue la miraba devotamente. –Y en esta ocasión, ¿a dónde viajaron, Lizzie? –investigó Kitty. –Darcy me llevó al mar. –¿Al mar? –preguntó la Sra. Bennet. –Viajamos por las costas del Sur en velero. –No sabía que el Sr. Darcy tuviera cualidades de navegante –indicó Kitty. –Mi padre gustaba ir de pesca y me enseñó muchas rutas –reveló Darcy. –Recuerdo que una vez yo los acompañé y disfruté mucho del viaje –glosó Fitzwilliam.

309 –Fue maravilloso. Darcy me mostró muchas playas hermosas. Nunca imaginé que viajar en velero fuera tan emocionante –expresó Lizzie. –¿Y fueron solos? –indagó la Sra. Bennet–. ¿No le parece peligroso, Sr. Darcy? –Conozco muy bien la ruta y la gente de los alrededores, Sra. Bennet, y me cercioré por varias fuentes que fuera un paseo seguro –contestó Darcy. –El viaje de aniversario de los Sres. Darcy ya es una tradición –señaló Kitty. Lizzie sonrió viendo complacida a Darcy. –Sra. Darcy, tengo entendido que tiene cuatro hermanas –comentó la Sra. Donohue. –Sí, falta Lydia, la más pequeña, pero vive en Newcastle con su familia. –¿Has sabido algo de tu hermana? –inquirió la Sra. Gardiner. –Recibí una carta de ella antes de ir a Gales y me dice que están bien y que su marido se ha portado excepcionalmente atento. –¡Qué gusto oírlo! –expresó Jane. –Y usted, Srita. Mary, me platicaba la Srita. Georgiana que usted es aficionada a los libros –indicó la Srita. Alice. –Desde siempre me ha gustado la investigación y el estudio. Me siento acuciada al encontrar las respuestas a todas mis dudas en los libros –ilustró Mary. –Ojalá todas las respuestas estuvieran en los libros –murmuró Lizzie provocando que Kitty se riera. –A mí me gustan mucho las historias de aventuras y de princesas –dijo Lucy. –A mí también me gustan ese tipo de lecturas. –Y usted Srita. Kitty, ¿también se interesa por los libros? –preguntó el Sr. Robert Donohue causando asombro en su entrevistada. –Depende quién la acompañe –susurró Lizzie. Bingley se rió y Kitty echó una mirada reprobatoria a la cabecera en donde se encontraba la anfitriona y luego contestó dirigiéndose al caballero: –¿A usted le agradan? ¡Son maravillosos! Ahora estoy leyendo Romeo y Julieta. –¿Sigues en el primer capítulo? –indagó Lizzie. –Desde hace varios años –murmuró Mary. –A mí me encantan los libros –aseguró la Srita. Alice–, aunque últimamente he ayudado a mi padre a atender la tienda y he tenido menos tiempo. –Y ¿cómo va la florería, Lizzie? Quedé con muchos deseos de venir a acompañarlos a la inauguración. Me gustaría, si se puede, ir a conocerla –indicó la Sra. Gardiner. –Con todo gusto tía. Marcha muy bien, ya tengo nuevos clientes y la Srita. Reynolds ha resultado excelente vendedora. –Es admirable que una persona de su posición haya tenido una iniciativa tan sorprendente –comentó la Sra. Donohue.

310 –¿Y cuánto tiempo tiene de embarazo, Sra. Jane? –preguntó la Sra. Estelle Donohue. –Tengo tres meses. Diana cumplirá tres años, justo mañana y Henry un año el mes entrante –explicó Jane. –Su hija ya habla muy bien y se desenvuelve con gran facilidad. –Esa cualidad me la heredó a mí –declaró la Sra. Bennet–, además de su belleza. ¡Claro!, cuando yo era joven era de muy buen ver. –También sus hijos son encantadores –afirmó Jane. –Esta familia está creciendo a pasos agigantados. Veo que hoy se tuvo que agrandar la mesa –suspiró la Sra. Bennet–. Espero, Georgiana, que ustedes no tarden en encargar familia –dijo sin pensar–. Estoy tan contenta de que Jane tenga otro bebé. Espero que Kitty o Mary también se casen pronto, aunque no veo con quién. Todos guardaron silencio. –Sr. Robert Donohue, usted es soltero, ¿cierto? ¿A qué se dedica? –inquirió la Sra. Bennet. –Ayudo a mi padre a atender el negocio que tiene mi familia en Cardiff, somos comerciantes. –La familia Donohue tiene diversas tiendas en Cardiff, muy importantes, según pude ver cuando los visitamos –explicó Georgiana. –Excelente –señaló la Sra. Bennet. –Srita. Alice, mi hermana Caroline me ha dicho que son grandes amigas –comentó Bingley–. Tenía muchos deseos de conocerla a usted y a su familia. –Sí, la Srita. Bingley ha sido muy amable conmigo, aunque recientemente no la he visto, desde la última vez en casa de mi hermano en Londres. –La Srita. Bingley pasó la navidad anterior con nosotros y disfrutamos mucho de su compañía –recordó la Sra. Donohue. –La última vez que la vi estaba irreconociblemente enojada en la casa de mi hermana Jane. Justo venía de Londres –apuntó Kitty con imprudencia. –Dr. Donohue, me imagino que ya estará establecido en la capital, como lo había planeado –dijo la Sra. Bennet–. Kitty me comentó que su casa es una belleza. –Sí, Sra. Bennet. Desde enero trabajo de tiempo completo con el Dr. Robinson recibiendo muchos pacientes nuevos y atendiendo a los ya conocidos por el Dr. Robinson, como es el caso del Sr. y la Sra. Gardiner – respondió Donohue. –Nos ha dado una excelente atención. Hemos visto grandes resultados con los medicamentos que nos preparó la última vez –explicó la Sra. Gardiner. Después de la cena, Georgiana tocó un rato en el piano y luego el arpa. Donohue quedó sorprendido de lo espléndidamente que la tocaba y todos aplaudieron con exaltación. Al término del recital, los Bingley y las Bennet se retiraron para que Jane descansara como era debido. Luego organizaron unas partidas de cartas para las señoras y ajedrez para los señores. Donohue jugó con Fitzwilliam y Darcy con James Donohue y posteriormente los vencedores, Patrick y Darcy se volvieron a enfrentar, mientras Lizzie y Georgiana, junto con los señores, observaban la partida. Al término del juego, Fitzwilliam comentó:

311 –Este juego ha sido muy ilustrativo para todos nosotros. Ha sido una partida de profesionales.

CAPÍTULO LXVI

Al día siguiente, los señores se fueron de cacería, antes del almuerzo. A media mañana, Jane tenía preparada una fiesta de cumpleaños para Diana, a la que todos asistieron, incluyendo los sobrinos de Donohue y otros niños, vecinos y amigos de los Bingley. Lizzie disfrutó mucho del convivio y de ver alegremente a su ahijada, que jugaba feliz con la muñeca que le había regalado. En los siguientes días dieron un paseo por los alrededores del bosque, a caballo al salir el alba, y a media mañana caminando. También visitaron las célebres bellezas de Lambton, Chatsworth, Dovedale, Peak, Matlock y Derby y, por supuesto, la florería de la Sra. Darcy que a todos agradó. Darcy y Fitzwilliam pudieron conocer más a la familia de Donohue y al propio doctor.

Una noche antes de la fiesta de año nuevo, Darcy le preguntó a Lizzie en su habitación: –¿Qué impresión tienes del Dr. Donohue? –¿El Dr. Donohue? –Sí. –Sin duda ama profundamente a Georgiana. Además, creo que estos días de convivencia y los que tuvimos en Gales, han servido para corroborar que es un hombre recto, de buenas intenciones y darnos cuenta que tiene un trato muy cortés con las personas, algo que no habíamos descubierto y que llegó a molestar a Georgiana. Supongo que esa cualidad le ha abierto muchas puertas en la vida y actualmente en Londres. Por esa razón seguramente se ha ganado la confianza de muchos de los pacientes que atiende, además de su profesionalismo como médico. He notado, desde que Georgiana habló conmigo en Gales, que ella está más tranquila, posiblemente dialogaron y él buscó la manera de que se sintiera segura de su cariño. Me llamó la atención el afecto con el que lo trataban las personas en Cardiff, eso habla muy bien de él. –¿Y Georgiana? –La vi ciertamente muy confundida en Gales, pero en los siguientes días observé que estaba más contenta y segura de sí misma y vi que Donohue centró su atención en ella. He notado que ha conservado esa actitud, dándole mayor confianza a tu hermana. –Mañana hablaré con Georgiana. –¿Ya darás tu consentimiento? –No lo sé. Quiero hablar primero con ella para saber sus impresiones, sobre todo por lo acontecido en Gales. Te agradezco mucho tus comentarios, son muy importantes para mí. –Antes parecía que no los tomabas en cuenta. –Creo que antes no teníamos muchos elementos de importancia que pudieran influir en una decisión. Tú misma lo has dicho. Georgiana se dio cuenta de cualidades que desconocía de Donohue, que no fueron de su

312 total agrado hasta que posiblemente las vio en su justa dimensión. Por otro lado, espero que Donohue se haya dado cuenta de que mi querida hermana es muy suspicaz, aunque no le guste admitirlo. Quiero que sepas que siempre tomo muy en cuenta tu opinión. Darcy la besó en la mejilla. A la mañana siguiente, Darcy habló en su despacho con Fitzwilliam. Quería conocer su dictamen acerca de Georgiana y Donohue, como tutor de su hermana. Fitzwilliam estaba bien impresionado del Dr. Donohue y de su familia, y veía que sus sentimientos hacia Georgiana eran sinceros, aunque no ahondó mucho en el tema, sobre todo el que inquietaba a Darcy, porque él no se había percatado del asunto con el tiempo que llevaba de conocerlo. Después del desayuno, Darcy le pidió a Georgiana acompañarlo a su despacho. Donohue y Lizzie se quedaron a la expectativa, mientras todos se alistaban para salir al paseo que tenían programado. Darcy y su hermana tomaron asiento en el sillón y él le comentó: –Georgiana, Lizzie me dijo que en Cardiff estabas molesta con Donohue por la amabilidad que muestra hacia todas las personas, especialmente a las damas. Quiero saber ¿qué ha sucedido desde entonces? –Hablé con él en el festival de Cardiff y le dije lo que me molestaba. Él me indicó que estaba dispuesto a mejorar y que haría todo lo posible para que yo me sintiera segura y tranquila de su amor. Desde ese día me ha colmado de atenciones, lo que dijo en la fiesta del pueblo y la manera en que me trató después de eso con las demás personas, han despejado las dudas que me inquietaban. –Georgiana, recuerda que eso debe de ser siempre, no sólo momentáneo. –Sí, hermano. Estuve cegada por los celos y malinterpreté muchas cosas: su amabilidad con las personas y el gran cariño que la gente le tiene sinceramente. Me he dado cuenta de que siempre ha sido así con todos y por esa razón me enamoré de él. Es un hombre con un corazón tan noble que se preocupa por los demás y se gana el cariño de todos con gran facilidad. Lo pude corroborar en Gales con su familia y sus amistades. Estuve platicando mucho con la Sra. Janet después del festival y me di cuenta de la sinceridad de su cariño hacia Patrick, por la generosidad que él siempre ha mostrado. Ahora he comprendido muchas cosas que antes me generaban dudas y fue gracias a tu consejo: antepuse la razón a los sentimientos. –¿Y las pacientes en Londres? –Donohue es un hombre recto, con una ética intachable. Me he convencido de que un hombre infiel no necesita propuestas, él las busca o propicia. Un hombre que está convencido de ser fiel lo será a costa de todo. Y Donohue es un hombre de firmes convicciones. Darcy sonrió y abrazó a su hermana con cariño. Luego le pidió: –Quiero hablar con Donohue. ¿Puedes decirle que venga, por favor? –¡Claro que sí! –contestó radiante y se retiró prontamente. A los pocos minutos Donohue tocó a la puerta y entró. –Sr. Darcy –dijo cuando se presentó. Darcy lo invitó a tomar asiento.

313 –Dr. Donohue, me ha dicho mi hermana que en Gales tuvieron una diferencia importante, justo en el festival de Cardiff. ¿Sería tan amable de darme su punto de vista? –Con todo gusto, Sr. Darcy. Parece que la Srita. Georgiana se molestó, y con justa razón, por la manifestación de afecto que tuvo la Sra. Janet conmigo, derivada de la amistad de antaño y como muestra de agradecimiento porque cumplí con mi deber cuando atendí a su hermana en Londres. Mi acostumbrada caballerosidad y el interés que ordinariamente tengo hacia las personas, como mis padres me educaron, despertó incertidumbre en la Srita. Georgiana, actitud que yo he tratado de remediar centrando más mi atención en ella y demostrándole en cada momento que mis sentimientos son sinceros. Estoy seguro que toda esta inseguridad ocurrió a raíz de aquella relación que tanto daño le causó y que gracias a Dios y a usted se evitó que provocara mayores consecuencias. Estoy consciente de que recuperar la confianza de la Srita. Georgiana en mí y en ella misma es un proceso que hay que trabajar todos los días y lo lograré con el amor que deseo brindarle. Le prometí a la Srita. Georgiana que moderaría esa amabilidad, particularmente con las damas, para evitar malas interpretaciones, pues, aunque mi intención siempre ha sido buena, me he dado cuenta de que en ocasiones es malinterpretada. Lo he hecho ya desde hace tiempo y me ha traído buenos resultados, la Srita. Georgiana los ha visto reflejados positivamente. Darcy escuchaba atentamente, muy reflexivo. –Sr. Darcy, le repito, como hace unos meses le expresé: yo amo profundamente a su hermana y mi mayor anhelo es verla feliz. Me gustaría nuevamente solicitarle que me conceda el honor de ser yo quien trabaje para alcanzar su felicidad. –Dr. Donohue, quería disculparme con usted por haberlo tratado en el pasado con tanta desconsideración. –Entiendo que las circunstancias no favorecieron nuestra entrevista aquel día. –Y también espero que comprenda la gran responsabilidad que tengo para con mi hermana de protegerla y asegurarle un futuro feliz. Me fue muy difícil creer que usted le profesaba un amor sincero y que ella hubiera hecho una elección acertada después de lo que pasó hace algunos años. –Lo comprendo perfectamente y le agradezco la preocupación por protegerla y procurarle una vida tranquila después de la muerte de sus padres. Darcy se puso de pie y abrió la puerta. Lizzie y Georgiana aguardaban en el pasillo, como ya se imaginaba, y las invitó a pasar. Las damas tomaron asiento y junto con Donohue esperaban ansiosamente. Darcy les expresó: –Dr. Donohue, Georgiana, les doy mi consentimiento para su matrimonio. Georgiana se puso de pie y abrazó a Darcy y a Lizzie entusiasmada, luego se acercó a Donohue, quien, tomándole de las manos, la besó en la frente. Lizzie sonreía y los miraba con ternura al lado de su esposo. Como era de esperarse, ese día Donohue y Georgiana estuvieron luminosos, aunque acordaron dar la noticia a la familia, por sugerencia de Lizzie, en la cena de fin de año, por lo que todos salieron al paseo que tenían programado como si nada hubiera sucedido, pero las miradas de toda la familia estaban fijas en ellos, tratando de adivinar si sus sospechas podían confirmarse. Cuando regresaron del paseo, era la hora en que

314 llegarían los Bingley y las Bennet, y los recibieron en el salón principal. Después de los saludos, tomaron asiento y Lizzie ofreció té. –Acabo de enterarme de una noticia que me ha dejado sorprendido –comentó el Sr. Donohue. Todos los presentes escuchaban con mucha atención. Los Donohue permanecían a la expectativa de escuchar sobre el compromiso de Georgiana y de Donohue. –Lo acabo de leer en el periódico y sigo azorado. Napoleón, Primer Cónsul de Francia, sufrió un atentado en París hace unos días. –¿Un atentado? ¿Cómo? –preguntó el Sr. Gardiner. –Sí, parece que un inglés estuvo involucrado en una explosión, justo el día 24 de diciembre. –¿Y Napoleón? –indagó Bingley. –No lo sé, la noticia era del Times de hace unos días y no mencionaba su estado. –Salió ileso –respondió Darcy. –¿Ya estaba enterado, Sr. Darcy? –observó el Sr. Donohue. –Sí, aunque me confirmaron en la mañana que el incidente no tuvo consecuencias. –¡Vaya, qué noticia! –exclamó James Donohue. –Por un momento pensé que la guerra por fin llegaría a su fin –indicó el Sr. Donohue. Luego, tras la aprobación de Darcy, Patrick se puso de pie y tomó la palabra, mientras todos guardaban silencio: –Sr. y Sra. Darcy. Srita. Georgiana –dijo mirándola con gran ternura–. Después de esta noticia, quiero reconocerles toda la hospitalidad que han tenido conmigo y con mi familia en estos días, que serán inolvidables para mí. Después, se dirigió a su prometida: –Srita. Georgiana, le agradezco todo el esmero y los pequeños detalles con los que inundó estos días para que todos nos sintiéramos acogidos con cariño; la felicidad que me brindó al compartir conmigo su sonrisa cada mañana, una pequeña muestra de lo que será algún día nuestra vida juntos. Sra. Darcy, gracias por la confianza que siempre depositó en mí, por el cariño que en todo momento ha mostrado a Georgiana, el apoyo que le ha brindado y que ha sido tan importante para ella. Gracias también por estar tan pendiente de todos nosotros durante nuestra visita y mostrarnos los hermosos lugares que rodean esta casa. Sr. Darcy, le agradezco profundamente que me haya permitido cultivar una amistad con usted, que para mí es muy valiosa, y la oportunidad que me ha brindado para convivir con su familia. Gracias por todas sus atenciones, su confianza y esos entretenidos juegos de ajedrez que espero se repitan en el futuro. Y lo más importante, por haber otorgado su beneplácito para casarme con la Srita. Georgiana. Todos permanecieron por un momento sorprendidos al escuchar tal noticia y el sigilo fue roto inesperadamente. –¿Ya habrá boda? –indagó la Sra. Bennet imprudentemente.

315 Los padres y los hermanos de Donohue se pusieron de pie para felicitar a los novios, tras los comentarios de entusiasmo de Kitty, la Sra. Bennet, la Srita. Alice y Lucy, quien abrazó cariñosamente a Georgiana. Enseguida hubo un torrente de preguntas relacionadas con la noticia que a todos alegró. –¿Cuándo será la boda? –inquirió la Sra. Donohue. –La boda será en tres meses –respondió Georgiana. –Apenas el tiempo necesario para todo lo que hay que planear –comentó la Sra. Bennet–. Las invitaciones, los vestidos, la iglesia. Sra. Darcy, ¡va a estar muy ocupada con todo lo de la fiesta! Tendremos que pensar qué ponernos para ese día. Precisaré ir a Londres a buscar lo necesario. ¿Podríamos ir? Seguro ustedes viajarán próximamente. –¿La boda será en Londres o en Pemberley? –averiguó el Sr. Donohue. –Los Sres. Darcy y Georgiana quieren que se realice en Pemberley –manifestó el Dr. Donohue. –¡Una boda en Pemberley! ¡Qué emoción! –exclamó Kitty. –Me alegro de que sea aquí, así podremos asistir nosotros –anotó Jane a Bingley. –¿Visitaremos otra vez esta casa? –preguntó Lucy a su madre. –Kitty, Mary, indudablemente vendrán amistades del Sr. Darcy y también de Gales, del Dr. Donohue, caballeros muy refinados –expuso la Sra. Bennet. –¡Me encantan las bodas! –indicó la Srita. Alice–. ¿Yo podré ser dama? –Tal vez los niños puedan ayudar a llevar el velo de la novia –sugirió la Sra. Estelle Donohue. –Henry está muy chico, pero Diana estará encantada de hacerlo –aclaró Jane. Lizzie veía con una sonrisa el revuelo que causaba la noticia en todos los presentes. Como era predecible, durante la cena de año nuevo, toda la conversación giró alrededor de las futuras nupcias, así como las experiencias que otros matrimonios habían tenido en sus propios esponsales; los Sres. Gardiner compartieron sus anécdotas, así como los Sres. Donohue, los Sres. Darcy y los Sres. Bingley, que también aportaron algo de su vivencia. No faltó algún comentario estólido de la Sra. Bennet o de Kitty, pero la atención estaba centrada en Georgiana y Donohue, por lo que no fueron tomados en cuenta. Los invitados permanecieron un par de días más en la hacienda, en los cuales Lizzie, la Sra. Donohue y Georgiana planearon múltiples detalles del evento y luego regresaron a sus lugares de origen, pues todos tenían muchas cosas que hacer. Las Bennet pasaron unos días más con los Bingley y luego viajaron a Londres con los Darcy. Lizzie estaba muy complacida de poder corresponder a Georgiana con todas las atenciones que ella tuvo cuando fue su casamiento. Jane ofreció su ayuda para apoyar en los preparativos, aunque con el embarazo Lizzie comprendía que tal vez no sería fácil contar con su colaboración.

CAPÍTULO LXVII

316 Antes de salir rumbo a Londres, Darcy le pidió a su hermana que lo acompañara a su alcoba. Georgiana, extrañada por su petición vio a Lizzie, quien le sonrió. Ambos subieron en silencio y al llegar a la puerta, Darcy abrió y le cedió el paso. Georgiana entró y vio asombrada, sobre la cama, el vestido de novia de su madre. Se acercó para observarlo con detenimiento, sintiendo la tela entre sus dedos como si quisiera percibir la suavidad del rostro de su madre. Recordó con los ojos llenos de lágrimas cuando su madre se lo enseñó, ilusionada por la remota llegada de un día en que acompañaría a su hija portando ese mismo vestido desfilando ante el altar. El vestido estaba frente a ella, pero su primera dueña y toda la ilusión de ver a su hija felizmente casada ya no estaba. Y su hermano, el que tanto temor le había inspirado en una época, ese día la acompañaba y procuraba su felicidad, concibiendo una tristeza profunda en su corazón por la ineludible separación que vivirían en pocos meses, así como alegría y satisfacción por ver a su hermana dichosa y convertida en una mujer. Georgiana lo abrazó cariñosamente mientras le agradecía toda la protección y apoyo, la preocupación por su bienestar, el cariño y comprensión que le brindó como hermano todos esos años. Él correspondió sinceramente tratando de controlar el mar de emociones que invadía su corazón y la besó en la frente. Luego se encaminaron al salón principal donde se encontraban Lizzie y las Bennet. Georgiana abrazó con afecto a su hermana y le agradeció el maravilloso detalle que había preparado con su hermano. Después se dirigieron al comedor a desayunar y luego partieron a la capital.

El viaje a Londres se hizo en dos carruajes, uno para los Darcy y otro para las Bennet, por petición especial de Darcy a Lizzie, porque sabía que de llevar un sólo coche habría acabado mareado y fastidiado por la locuacidad de la Sra. Bennet y Kitty. En el vehículo de las Bennet no se paró de hablar del tema del momento: la próxima boda, los colores de las telas, listones, vestidos, sombreros, moños, collares y zapatos que cada quien debía usar según el tono de su piel y los colores que las tendencias de las modas ofrecían, así como tantos detalles de tan poca importancia que hasta para Lizzie eran tediosos, a pesar de que había vivido esa dinámica hasta que se casó. En el otro carruaje, Darcy, Lizzie y Georgiana comentaban de la boda, pero sobre aspectos más importantes: las lecturas que los novios estaban pensando incluir para la ceremonia religiosa, la música y todos los arreglos que estaban realizando con el clérigo después de haber fijado una fecha, así como los libros que les había recomendado leer para la preparación de su matrimonio. Hablaron de los invitados que se habían olvidado de incluir en la primera lista y Georgiana necesitaba solicitarle su lista a Donohue para enviar las invitaciones a tiempo. Georgiana le platicó a Lizzie muchos detalles que sucedieron en su boda y de los cuales nunca se percató, pero que ahora era importante hacer de su conocimiento para que, con base en la experiencia previa, se pudieran prever, corregir o mejorar. Lizzie se daba cuenta de que en los próximos meses tendría demasiada actividad y que probablemente necesitaría abandonar por un tiempo los libros que tanto le gustaban y con

317 los que continuaba su estudio sobre los caracteres que en el pasado había iniciado con tan satisfactorios resultados. Llegaron a Londres después de un tranquilo viaje para Darcy, pero abrumador para Lizzie, pues se dio cuenta de las muchas actividades que tenía por hacer los próximos días. Para Georgiana era muy emocionante pensar en todos los preparativos de su boda y de su futura vida. Así arribaron a la casa, donde se encontraba el Dr. Donohue con la intención de saludarlos. Georgiana se sorprendió mucho al saber por la Sra. Churchill que el Dr. Donohue estaba en el salón principal y fue a su encuentro rápidamente, en tanto Lizzie y Darcy ayudaban a bajar a las Bennet de su carruaje y entraron con ellas como buenos anfitriones. Saludaron a Donohue y Darcy lo invitó a cenar. Sabía que ser el único hombre en la mesa con las Bennet no sería de su total agrado, al menos con otro caballero la conversación cambiaría de ritmo. Donohue aceptó gustoso dada la insistencia de Darcy y la exaltación de su prometida. Lizzie acompañó a su madre y a sus hermanas a sus habitaciones para que se instalaran, mientras los señores tomaban el té en el salón principal antes de la cena. Ya en el comedor, Darcy preguntó con cortesía: –¿Cómo estuvo su viaje, Sra. Bennet? –Muy agradable y, debo añadir, muy productivo. Ya hemos discutido sobre los colores que usaremos para la boda. ¡Hay tanta variedad hoy en día! En mis tiempos no se usaban tantos colores. –Esa variedad en los colores de las telas, en gran parte se la debemos al Sr. Darcy –señaló Georgiana. –Y los sombreros, hay que ver qué diseños y qué elegancia. Lizzie rió al recordar los sombreros que le había visto usar a Lady Catherine las pocas veces que había tenido el gusto de verla. –A mí me encanta el rojo y creo que me va bien –indicó Kitty. –Mary usará un vestido azul y yo verde para que resalte el color de mis ojos –explicó la Sra. Bennet. –Espero que el color del vestido de Georgiana no lo hayan discutido –comentó Lizzie. –Ya he decidido qué color de vestido debe usar, Sra. Darcy –afirmó la Sra. Bennet–. Lo deliberamos prolijamente durante el viaje Kitty y yo. –Creo que esa decisión la debo tomar yo, Sra. Bennet, con alguna sugerencia del Sr. Darcy. –¿Y ya ha pensado el color de los vestidos que usarán sus damas, Srita. Georgiana? Creo que podría ser rosa. A todas les va muy bien ese color, tal vez acompañado de un moño blanco. Dr. Donohue ¿le gusta ese color para sus hermanas? –El que elija la Srita. Georgiana me parece bien, Sra. Bennet –contestó Donohue. –Dr. Donohue, ¿sus padres llegaron bien a Cardiff? –indagó Darcy en un intento de cambiar el tema de conversación. –Sí, Sr. Darcy, muchas gracias. –Kitty, no pensamos en el color que deberá usar la Sra. Donohue. Tal vez le quede bien el morado, ¿qué le parece, Dr. Donohue?

318 –Se lo haré saber a mi madre –respondió Donohue y luego continuó–. Sr. Darcy, mis padres quedaron muy contentos de su visita a Pemberley y les mandan muchos saludos. –¡Ay! La fiesta será en Pemberley, como la boda de mis hijas –suspiró la Sra. Bennet–. Habrá que pensar el color de los manteles y las flores, Sra. Darcy. ¡Hay tantos detalles que ver! Lizzie rió. –Todo eso ya lo estoy planeando, mamá, no te preocupes. Yo me encargaré de poner todos los arreglos florales. Darcy, mañana me gustaría llevar a mi madre y a mis hermanas a escoger sus vestidos y sus accesorios. –Me parece excelente idea. Así podremos pensar en otra cosa –señaló Darcy cortésmente, aunque fatigado de la plática. –¿Y también podrás acompañarme para ver mis zapatos? –preguntó Georgiana a Lizzie. –Sí, por supuesto. En la habitación, Darcy, fastidiado de tanta bulla, le dijo a su esposa: –Ya había olvidado todo lo que se tiene que pensar para los preparativos de una boda. –Y usted, Sr. Darcy, ¿qué color de traje usará para ese día? –¿Te burlas de mí? Lizzie rió. –Y pensar que todo el camino discutieron de lo mismo –indicó Darcy. –Y pensar que yo tuve que vivir con mi madre veinte años y mi padre algunos más –explicó Lizzie. –Realmente era admirable la paciencia del Sr. Bennet. –Y yo admiro tu cortesía. A pesar de todo la conservas muy bien. Eso no habría sucedido hace algunos años –reconoció Lizzie. –Sra. Darcy –expuso tomándole las manos–, usted me motiva a ser un mejor hombre cada día. Lizzie sonrió. –Dime, ¿le gustó a Georgiana el vestido de su madre? –Sí Lizzie, te agradezco que me hayas permitido vivir ese momento con mi hermana, fue muy especial para los dos. Darcy la abrazó, queriendo encontrar el consuelo que anhelaba su corazón.

Al día siguiente, después del almuerzo, Darcy estuvo trabajando con Fitzwilliam en el despacho y Lizzie salió con Georgiana y las Bennet. Estuvieron gran parte de la mañana recorriendo tiendas, viendo todas las opciones que les ofrecía el mercado en telas, encajes, listones, vestidos, sombreros, abanicos, pañuelos y tantas otras cosas de diferentes modelos, colores, tamaños, diseños; muchos elaborados con las telas de las fábricas de Darcy. Lizzie les había dicho que ese día tenían que decidirse, ya que ella vería otras cosas en las siguientes jornadas. Las Bennet se probaban y aducían cuál era la mejor opción para cada quien, mientras Lizzie y Georgiana las observaban, hasta que resolvieron ir a comprar lo que Georgiana necesitaba en lo que

319 ellas se decidían. Casi al anochecer, las Bennet escogieron lo que requerían sólo porque ya no aguantaban los pies de tanto caminar y después de hacer varios recorridos, por lo que arribaron agotadas a la casa. Lizzie y Georgiana platicaron en el camino de regreso y volvieron pasada la hora de la cena. Al llegar, Lizzie fue a saludar a Darcy que estaba en su despacho. Hacía rato que Fitzwilliam se había retirado. Darcy se puso de pie al ver entrar a su esposa y se acercó a ella. –Ya estaba con pendiente –indicó Darcy. –Mi madre y mis hermanas no terminaban de escoger sus vestidos, a pesar de que vieron todo lo que había. –¿Y encontraste algún vestido que fuera de tu agrado? –No, todavía no. Preferiría ir sola, de lo contrario mi madre y Kitty darían su opinión y esa me la quiero ahorrar. Si alguien debe opinar en este asunto eres tú. –Yo no sé de vestidos ni de modas, sólo de telas. –Pero sí me puedes decir cuál te gusta más. –Si quieres puedes comprar los que te gusten y te diré cuál me agrada más para la boda. Además, hace mucho que no te compras uno. –Me has dado tantos y tan bonitos que no lo he necesitado. Darcy sonrió. –¿Fue suficiente con lo que te di para los vestidos? –Sí, gracias. A pesar de que compramos y encargamos todo lo necesario para mi madre, mis hermanas y Georgiana, me sobró un poco. –Guárdalo. Tal vez te haga falta después. Lizzie asintió. –Ya encargué el regalo de bodas que quiero darle a Georgiana de mi parte –comentó Lizzie. –¿De tu parte?, y ¿qué has pensado darle? –Un arpa, ya pedí que en cuanto la terminen la lleven a casa del Dr. Donohue con la carta que les entregué. –¿Un arpa? Las arpas son costosas, le diré a Fitzwilliam que te dé lo que se requiera para cubrir ese gasto. –No será necesario. Con todo lo que me das al mes para mis gastos personales he podido ahorrar lo suficiente para comprarla. Además, quiero que rece por mí cada vez que la toque. –Entonces yo le pediré que la toque todos los días. Aunque ya me has puesto en un dilema. –¿Por qué? –Tendré que pensar en otra cosa para regalarle. –Tal vez puedas obsequiarle un retrato de tus padres. Sería un presente muy significativo. La cena de esa noche para Darcy fue una delicia, la voz de la Sra. Bennet casi no se escuchó y Kitty y Mary permanecieron mudas y se retiraron temprano, estaban agotadas de tanto caminar. Lizzie y Georgiana estuvieron comentando todo lo que vieron y lo que pudieron adelantar de sus pendientes, pero a pesar de que el tema central era la boda fue mucho más agradable que la cena de la noche anterior.

320 CAPÍTULO LXVIII

Era domingo, y después de almorzar se fueron al templo. Al salir, la Sra. Bennet le notificó a Lizzie que quería ir a saludar a la Sra. Gardiner a su casa, junto con Kitty y Mary, allí les daría algunos consejos para sus peinados. Entre tanto, Lizzie y Georgiana, Darcy y Donohue caminaron un rato por las calles de Londres repletas de tiendas, aunque muchas de ellas cerradas por el día. Lizzie y Georgiana platicaban de las cosas que verían en la semana y los lugares en donde las podrían conseguir, según la experiencia que tenía Georgiana cuando apoyó en la organización de la boda de su hermano, mientras los señores venían más atrás platicando de las noticias que el periódico publicó aquella mañana. De pronto, una ráfaga de viento los sacudió y un caballero se acercó a las damas, sin cerciorarse de que Darcy y Donohue venían más atrás, y le dio un pañuelo a Lizzie, diciendo: –Srita. Elizabeth, hoy se ve especialmente hermosa. Lizzie no entendió lo que sucedía y menos cuando alzó la mirada y se dio cuenta de que se trataba de Wickham, sintiendo los latidos de su corazón acelerarse en señal de alarma. Al notar su asombro, éste continuó haciendo referencia a las palabras que ella había dicho el día que la conoció: –¿Todavía pierde las esperanzas con el sexo, Sra. Darcy? Georgiana perdió el color y quedó paralizada, casi sin poder respirar, queriendo desaparecer en ese instante y olvidar todos los recuerdos que le vinieron a su memoria, el dolor y el daño que ese hombre le había causado y que ahora odiaba inmensamente, sintiéndose decepcionada y arrepintiéndose con toda el alma por haber creído en sus palabras y en sus falsas promesas. –¿Buscan algunas cintas para el baile? ¿O debo decir para la boda? Georgiana sintió que sus piernas le temblaban, casi sin poder sostenerse, cuando la mirada de ese hombre se dirigió hacia ella. Wickham prosiguió: –Srita. Georgiana, siento la imperiosa necesidad de decirle que los momentos que pasé a su lado han sido los más felices de mi vida y los recuerdo cada día. –Pero ¡qué desfachatez! –exclamó Lizzie enojada–. ¡No tiene usted respeto ni por su esposa ni por su familia! Darcy apresuró el paso al ver quién las abordaba y llegó primero que Donohue, quien no entendía qué sucedía. –Sr. Darcy –saludó Wickham con cortesía–. Parece que el pañuelo de la Sra. Darcy fue víctima de los fuertes vientos –completó enseñando el lienzo en su mano. Darcy no contestó. –Srita. Georgiana, muchas felicidades por su próximo casamiento. Me imagino que el caballero que se aproxima es el Dr. Donohue. Buen día, Dr. Donohue –saludó Wickham al llegar éste, quien correspondió. Darcy miró a Wickham de tal forma que éste se sintió amenazado y le dijo, poniéndolo en evidencia:

321 –¿Acaso hablará con mi superior para que me retire de la ciudad, como lo hizo en Hertfordshire? –y, viendo el pañuelo, añadió–. Es de fina seda, seguramente es de la fábrica del Sr. Darcy. Se lo daré a mi esposa para que se lo envíe. Wickham se despidió con cortesía y se retiró rápidamente, dejando a todos mudos. Después de unos momentos, Donohue preguntó extrañado: –¿Puedo preguntar el nombre del caballero? –Puede preguntar, pero no creo que en realidad quiera saber la respuesta, querido amigo –señaló Darcy. Donohue, resistiéndose a confirmar sus sospechas, vio a Georgiana descompuesta por la impresión, no podía alzar la mirada ni emprender el paso. Donohue, enfurecido, se encaminó a alcanzar a ese hombre pero Darcy lo detuvo, tomándolo fuertemente del brazo, y cuestionó: –¿Qué pretende hacer? –¡Lo que usted en su momento no fue capaz de hacer! ¡Lo retaré a duelo! Darcy lo jaló violentamente y Donohue se giró. –¡Usted qué sabe de lo que soy capaz para defender a mi familia! –exclamó Darcy alzando la voz, frenético, fuera de sus casillas, mientras Georgiana rompía en llanto–. ¿Se arriesgará a dejar a mi hermana abandonada? ¡No! La poca gente que circulaba por las calles los volteó a ver y Darcy, bajando la voz, aseveró: –Yo también sentí el mismo impulso que usted y Dios sabe el trabajo que me costó dominarme pero no podía dejar a mi hermana más desprotegida que nunca y a merced de cualquier otro canalla. Darcy respiró hondamente para tratar de contenerse, aunque su mirada era implacable, y prosiguió: –Piense en el daño que usted le ocasionaría a Georgiana si el pasado sale a la luz y se convierte en un escándalo, además del riesgo que conlleva un duelo. También considere que ese hombre ya no puede hacerle daño, y de eso me he encargado todos estos años. Donohue suspiró, reflexionando en las palabras de su futuro hermano y escuchando el lamento que a unos metros emitía su prometida, que estaba sentada en una de las bancas acompañada por Lizzie, quien trataba de tranquilizarla. Condujo su mirada hacia ella, escuchando que suspiraba para encontrar sosiego, asustada de lo que podría llegar a hacer su prometido para defenderla, suplicando que todo eso pasara y quedara en el olvido. Al observar esta escena, Donohue regresó a su lado mientras la Sra. Darcy le cedía su lugar y se retiraba con su marido. Se sentó y trató de dominarse e infundirle seguridad a su doncella dándole la mano, enjugó su rostro, le dio un beso en la frente y esperó unos momentos hasta que Georgiana recobró el aliento y logró caminar enmudecida y lentamente detrás de los Sres. Darcy cuando emprendieron el paso. Lizzie le comentó a Darcy: –¡Ese hombre no tiene escrúpulos! Y pensar que mi hermana tiene que convivir con él. Tuvo el descaro de decirle a tu hermana enfrente de mí que los días que pasó a su lado fueron los más felices de su vida, sabiendo que Georgiana ya está comprometida. Ahora comprendo por qué mi hermana evita la convivencia con él –dijo recordando cuando Lydia había hablado con ella de su relación con Wickham.

322 Lizzie suspiró y prosiguió: –Entonces, ¿tú interviniste para que ese hombre no asistiera al baile? –Sí, haría lo que fuera por alejarlo de tu lado –indicó con su semblante aún endurecido por el disgusto. Lizzie sonrió. –Sr. Darcy, hoy le agradezco profundamente su intervención. –Sólo quería evitarte un mal rato. Después de ese contratiempo, Darcy le pidió encarecidamente a Lizzie y a Georgiana que no salieran solas a la ciudad mientras ese hombre estuviera en la capital. Asimismo, trató de acompañarlas él o mandar, además del Sr. Peterson, al Sr. Churchill para que estuvieran al pendiente de ellas en los días subsecuentes, cuando Lizzie y Georgiana arreglaran todo lo necesario para la boda. La Sra. Gardiner se ofreció para acompañar a la Sra. Bennet y a sus hijas en sus paseos para que Lizzie pudiera enfocarse por completo a su actual labor, y ella se lo agradeció enormemente. Las Bennet regresaban a la casa a la hora de cenar, cuando Lizzie y Georgiana se encontraban de vuelta al igual que Darcy cuando tenía que salir. Al llegar el sábado, después de una semana de mucho trabajo sobre todo para Lizzie y Georgiana, Darcy regresó de cabalgar y buscó a Lizzie en su alcoba, quien apenas se levantaba debido al agotamiento. Darcy se acercó a la cama y se sentó a su lado, tomándole la mano. –Espero que hayas podido descansar, has trabajado mucho. –Sí, y hoy nos faltan muchas cosas que ver. Tengo que recoger todo lo que encargaron mi madre y mis hermanas. –Hoy quiero que descanses y te quedes conmigo en casa. Además, quiero llevarte al teatro en la noche. –Pero mañana se regresa mi madre a Longbourn. –Le pediré al Sr. Peterson que las lleve a recoger todas sus cosas y si es necesario nos quedamos más tiempo en Londres. No has parado desde que llegamos, sólo el domingo porque las tiendas estaban cerradas. –Sí, tienes razón. ¿Y las invitaciones? Tengo todavía que hacer muchas para mandarlas a tiempo. –Le diré a Fitzwilliam que te ayude a hacerlas para que ya las envíe, nadie sabrá que están escritas por otra persona. ¿Algo más? –Sí, Sr. Darcy, ¿me podría regalar una varita mágica, como la de los cuentos de hadas? –No –dijo Darcy riendo–. Pero tal vez sí un consejo. Procura delegar todas las tareas que puedas y dedícate sólo a las más importantes. De esa manera te avocarás a las labores que realmente merecen tu atención y abarcarás más con menos esfuerzo. Organizar una boda es mucho más complejo que una cena de navidad o un viaje. Te agradezco infinitamente todo el trabajo que estás realizando. Además sé que lo haces con mucho cariño. –Es la boda de tu hermana, no podría ser de otra manera. Tú sabes que la quiero mucho y deseo que ese día sea la más feliz. –Yo quiero que ese día y todos los días tú estés feliz.

323 Después del desayuno, las Bennet salieron de nuevo con la Sra. Gardiner. La Sra. Bennet y Kitty consideraban un desperdicio quedarse en casa estando en Londres, más si los días eran soleados, disfrutaban salir aunque fuera sólo para ir al parque y entretenerse viendo a las personas, como hicieron ese día después de recoger todas las cosas que habían comprado. Mientras tanto, Darcy y Lizzie pasearon por el jardín y luego estuvieron en la biblioteca, revisando unos libros en los que Lizzie tenía interés desde hacía tiempo. Donohue llegó temprano, en cuanto se desocupó del consultorio, y Georgiana lo recibió en el salón principal, en donde la Sra. Churchill lo anunció. –¡Patrick! –exclamó Georgiana llena de júbilo, tomando sus manos y ofreciéndole asiento–. Tenía muchos deseos de verte. –Perdóname por venir hasta ahora pero en esta época del año los niños se enferman mucho y el consultorio se satura. Yo también quería venir a visitarte, y me alegro de verte más tranquila. –Sí, me siento mejor, gracias. Aunque preferiría ya estar casada contigo y esperarte en nuestra casa para poder verte todos los días. No puedo creer que estando yo en Londres tenga que esperar tantos días para verte, como si estuviera en Pemberley. –Trataré de escaparme más temprano del consultorio. –No, está bien, sólo que te extraño mucho. –Y yo extrañaba tu sonrisa. Me quedé preocupado desde aquel día. Discúlpame si por mi reacción aumenté tu mortificación. Tu hermano tuvo razón en detenerme, no había comprendido su proceder hasta ese día y ahora estoy seguro de que tomó la mejor decisión. –Desde que hablé con mi hermano de mis intenciones de fugarme no lo había vuelto a ver. Me estremecí, recordando tantas cosas que estaban enterradas en el pasado, pero me aterró pensar en la reacción que tú podrías tener. –Quiero darte la certeza de que eso ya quedó en el pasado y, si por alguna razón lo vuelves a ver, tengas la seguridad de que yo te protegeré. No permitiré que te vuelva a hacer daño. Georgiana sonrió mientras él la besaba en la mejilla. Más tarde llegaron Darcy y Lizzie y momentos después lo hicieron las Bennet, acompañadas por los Sres. Gardiner. Estaban extasiadas, especialmente la Sra. Bennet, lo que llamó la atención de Lizzie. Pasaron al comedor para cenar. –¿Cómo les fue en su paseo de hoy? –inquirió Lizzie. –Hoy fuimos al Hyde Park y pasamos todo el día allí. Es un lugar donde se reúne una gran cantidad de personas a lo largo del día –explicó la Sra. Bennet. –Pero hoy, el único que realmente llamó tu atención fue el Sr. Hayes –indicó Kitty riendo. –¿El Sr. Hayes? –averiguó Lizzie. –Sí, un caballero muy amable y apuesto, debo reconocer, que nos escoltó en nuestro paseo –contestó la Sra. Bennet. –¿Sólo era apuesto? –indagó Kitty–. Parecías muy interesada en todo lo que te decía. Y era muy atractivo.

324 –¡Kitty! ¿Qué van a pensar los caballeros si te escuchan hablar así? –Recuerda que hace muy poco que el Sr. Bennet ya está descansando –recalcó Mary. –Como nunca en su vida –aclaró Lizzie. –¿Qué hay de malo en eso? –cuestionó Kitty. –Ya no estoy en edad para pensar en conquistas. Más si tengo hijas solteras. –Eso es muy sensato de tu parte –comentó Mary. –Aunque debo reconocer que su conversación era muy agradable y fue muy cortés en acompañarnos. Y cuando supo que ya tenía nietos fue muy galante al decir que yo me veía muy joven para ser abuela. Creo que todavía luzco atractiva para ciertos caballeros. –¿Y qué opinión tiene usted, querida tía, del Sr. Hayes? –indagó Lizzie a la Sra. Gardiner. –Se veía muy amable y educado. –Le comenté que en la noche iríamos al teatro –expuso la Sra. Bennet. –¿Y te dijo si era soltero? –examinó Lizzie. –No, pero de otra manera no se habría acercado a conocernos. –Eso espero –murmuró Darcy. –También vimos al Sr. Wickham –indicó Kitty. –¿Al Sr. Wickham? –preguntó Lizzie sorprendida, mientras Darcy, Georgiana y Donohue prestaban mucha atención a la respuesta. –Sí, parece que conoce al Sr. Hayes, son amigos. Nos dijo que el domingo se encontró con ustedes. Me extrañó que no nos lo hayas comentado –apuntó la Sra. Bennet. –¿Todavía sigue en la ciudad? –indagó Darcy. –Así es, me dijo que está cumpliendo una encomienda que le encargó su superior. Yo le comenté que era una lástima que mañana nos regresaremos a Longbourn, ya que sería bueno invitarlo a cenar. –¿A Wickham? –inquirió Darcy malquisto. –Sí, aunque luego pensé que tendría que comentárselo primero a la Sra. Darcy. Yo pienso que no existe inconveniente. Recuerdo que las veces que lo vimos en Hertfordshire y lo invitamos a cenar sí le simpatizaba mucho, de hecho Lizzie lo convidaba con frecuencia. –Y lo que ha sucedido con Lydia ¿no te parece suficiente razón para que haya perdido nuestra simpatía? – expresó Lizzie alterada. –De eso hace mucho. –Sí. ¡Y hace unos meses Lydia tuvo que salir de su casa para huir de los golpes de su marido! Madre, ¡que quede bien claro! El Sr. Wickham no es bienvenido en la casa de la familia Darcy. Después de eso hubo un silencio, gracias al cual Georgiana, Donohue, Lizzie y Darcy recuperaron la calma y la tranquilidad que la conversación anterior les había robado, mientras que la Sra. Bennet se sumía en una terrible vergüenza por haber insistido imprudentemente en el tema. Entre tanto, la Sra. Gardiner le preguntó a Georgiana y a Lizzie cómo iban en los preparativos de la boda y se ofreció para apoyarlas en lo que

325 necesitaran la siguiente semana, pues estaría disponible. Terminando de cenar, todos se alistaron para irse al teatro, como ya estaba planeado, y abordaron los carruajes. Como siempre, llegaron muy a tiempo para tomar sus lugares antes de la función y, al introducirse en el auditorio, la Sra. Bennet fue interceptada por un caballero. Lizzie y Darcy que venían más atrás se detuvieron, al igual que Georgiana, Donohue y los Sres. Gardiner. La Sra. Bennet se reía al escuchar al caballero y éste se acercó a Lizzie y a Darcy. –Usted debe ser la Sra. Darcy. Su madre me ha hablado maravillas de su hija y, debo añadir, si me lo permite el caballero, su hija más hermosa –comentó el Sr. Hayes. –Es que no conoce a mi hija mayor, la actual Sra. Bingley. Ella heredó la belleza de su madre –señaló la Sra. Bennet–. No pudo viajar a Londres en esta ocasión porque está embarazada de su tercer hijo. –¿Entonces ya va a tener cuatro nietos, Sra. Bennet? Es para no creerse, está usted muy bien conservada. –Muchas gracias, Sr. Hayes. Me lisonjean sus comentarios pero dudo de su veracidad. Aunque me casé muy joven, mis hijas ya están crecidas. Seguramente el Gowland que me aplico todos los días ha funcionado de maravilla, me ha remozado. Sra. Darcy, debería usted usarlo –indicó la Sra. Bennet–. Debo presentarle también a la Srita. Georgiana Darcy y su prometido, el Dr. Donohue. La boda será en dos meses. Mis hijas y yo ya tenemos nuestros vestidos listos, gracias al favor del Sr. Darcy, y son bellísimos. Me veo más esbelta. –¡Ni qué decirlo! Su figura luce espléndida, como de una jovencita. La Sra. Bennet se ruborizó y reía de todo cuanto el Sr. Hayes le decía. –Madre –se acercó Lizzie y le dijo molesta–. Ya es hora de que pasemos a nuestros lugares. –Pero si llegamos muy a tiempo, Sra. Darcy. –Si me permite escoltarla hasta su lugar, Sra. Bennet –sugirió el Sr. Hayes. –¡Oh! Sería un honor, le agradezco mucho. Lizzie tomó el brazo de su esposo exasperada por la actitud de su madre y por la escolta que la acompañaba. Todos pasaron a sus lugares y poco antes del inicio de la función, el Sr. Hayes se despidió y se retiró. Como era de esperarse, al finalizar el evento, el Sr. Hayes estaba en la puerta de salida esperando a la Sra. Bennet y a sus acompañantes, lo que enfadó nuevamente a Lizzie y a Darcy. Después de un rato, mientras llegaban los carruajes, Hayes se despidió y los Darcy subieron a su vehículo con Georgiana; las Bennet hicieron lo mismo en el suyo. Donohue y los Sres. Gardiner se despidieron y también se retiraron. En el coche de los Darcy dominaba el silencio, hasta que Lizzie lo rompió muy avergonzada por lo sucedido. –Darcy, hablaré con mi madre tan pronto llegue su carruaje. Su comportamiento fue deplorable. Te ofrezco una disculpa por lo sucedido. –Parece que te sulfuró más a ti que a mí. –¡Mi madre se comportó como una adolescente! Y si eso fue ante los ojos de sus hijas, ¿qué será cuando no estemos? Se la pasó coqueteando y riendo de todo lo que le decía ese hombre.

326 –Como dijo tu madre, aunque yo sí lo digo en serio: no creo en la veracidad de sus palabras. Hay algo que me llena de desconfianza. Dile que tenga cuidado. –Le diré a mi madre que… ¡Ojalá pudiera prohibirle que lo vea! Luego de un momento, Lizzie suspiró con nostalgia y prosiguió: –Ni siquiera se acordó de mi padre. –Lo bueno es que mañana parten para Longbourn –apuntó Georgiana. –Ojalá eso sea suficiente. Cuando llegaron los Darcy, pasaron al salón principal. Georgiana se despidió y se retiró. Lizzie y Darcy esperaron unos minutos a que el otro carruaje llegara. Lizzie se acercó a la puerta y Darcy se retiró a su despacho. La Sra. Bennet descendió riendo por todo cuanto decía Kitty. Mary sólo la observaba con desagrado. Cuando Lizzie le indicó a su madre sus intenciones de hablar con ella, enmudeció, viendo que sus otras hijas se retiraban a sus habitaciones. Lizzie pasó al salón principal seguida de la Sra. Bennet y le dijo, encrespada: –¿Me puede decir qué está pasando con el Sr. Hayes? –¿Qué está pasando? Sólo es un caballero que conocí hoy en el parque. –¿Y no le parece demasiada confianza entre ustedes para tener un día de conocerse? ¿Ese es un buen ejemplo para Kitty y para Mary? –Sra. Darcy, ¿me va a sermonear por algo que no propicié? –inquirió alzando la voz. –¡Mamá, ese hombre es un desconocido para todos nosotros! –gritó. –El Sr. Hayes es amigo de Wickham. –Eso, lejos de ayudarlo, lo perjudica. Wickham deshonró a mi padre y tú, al aceptar a una de sus amistades ¡te estás deshonrando! ¡Lo menos que tendrías que hacer es mantener la dignidad que ese hombre nos robó! Además, no sabemos qué intenciones tenga. Todo lo que te dijo… ese hombre parece tan falso. –¿Falso? Entonces, ¿no crees que yo sea capaz de atraer a un hombre y conquistarlo? –Mamá, yo no estoy en contra de que alguien pueda enamorarse de ti ni de que tú seas capaz de conquistar su amor, pero primero tienes que pensar en tus hijas, Mary y Kitty, y darles un buen ejemplo. Hasta a Mary le desagradó tu actitud con ese hombre. –A Kitty le divirtió mucho. –Kitty se comporta con todos los hombres solteros como tú hace un rato y por eso no se ha casado. ¿Cómo despertar un interés serio con esa actitud? –El Sr. Hayes me dijo que tiene unos amigos que puede presentarle a mis hijas. –¿Cómo?... –dijo muy sorprendida–. Mamá, no conocemos a esa persona ni a sus amigos. No sabemos si es casado o no, si es viudo o si tiene familia. –Si fuera casado no me habría buscado. –Mamá, de eso no estoy tan segura. –¿Qué otro interés podría tener un caballero en buscar a una mujer de edad como yo?

327 –En una mujer como tú o tus hijas solteras, emparentadas nada menos que con la familia Darcy, por un lado, y por el otro con la familia Bingley, podrían buscar algunos “favores” o algo más sustancioso. –Ya entiendo, el Sr. Darcy te comentó algo. –Mamá, no metas al Sr. Darcy en algo donde él no tuvo que ver. Sólo quiero que tomes en cuenta lo que te digo. Ten cuidado porque la única perjudicada puedes ser tú y tal vez mis hermanas. Además, tengo todo el derecho de darte mi opinión

de los caballeros que quieras frecuentar, aunque ya no viva contigo.

Seguramente Jane tendrá la misma opinión que yo y Mary, sólo hay que ver cómo te miraba. ¡Qué falta de respeto a la memoria de mi padre! Yo pensé que con la conversación que tuvimos hace unos años había bastado para hacerte comprender y, como ahora ya no está mi padre, te sientes libre de hacer lo que te plazca, ¡pero no lo permitiré! ¡Tienes que pensar en tus hijas: esa actitud en Kitty se ve mal pero en ti es inconcebible! –vituperó. –¡Ay Lizzie! Hace tanto tiempo que no me sentía así. ¡Me siento tan sola! –lamentó la Sra. Bennet tomando asiento. Lizzie se serenó y sintió compasión de ella, pero sin dejarse chantajear, le contestó con delicadeza, sentándose a su lado: –Mamá, me parte el alma ver tu sufrimiento, pero quiero evitar que éste sea aún mayor al lado de un hombre que sólo tiene un interés económico. Recuerda que la felicidad no sólo se encuentra casándose, la felicidad se encuentra dándose a los demás, ya sea estando casada, viuda o soltera. Encuentra una actividad que te guste y donde te dones a los demás, así tu soledad irá desapareciendo y tu corazón se llenará de alegría otra vez. Además, tú ves como desventaja tener tantas hijas pero no te das cuenta de que así nunca estarás sola. La Sra. Bennet asintió pensativa, se despidió y se retiró. Lizzie se quedó unos minutos en el sillón, reflexiva. Darcy, al escuchar completo silencio, salió al pasillo y al ver la luz de una vela temblar en el salón principal se acercó y vio a su mujer. Tomó asiento junto a ella y Lizzie lo abrazó, mientras él le correspondía con cariño. Al día siguiente, después del almuerzo, fueron al templo y luego las Bennet partieron de Londres, como estaba programado. Los Darcy permanecieron una semana más en la ciudad, mientras Darcy terminaba unos asuntos y Lizzie y Georgiana, acompañadas por la Sra. Gardiner, el Sr. Peterson y el Sr. Churchill, avanzaron considerablemente en sus asuntos, al menos todos los que tenían que resolver en la capital. El Dr. Donohue, mientras Georgiana permanecía en Londres, procuraba desocuparse temprano del consultorio e iba a hacerle una visita aunque fuera breve. En ocasiones se quedaba a cenar, cuando no tenía que hacer una visita a algún paciente por la noche. El último día que estuvieron en la ciudad, el Dr. Donohue los invitó a cenar a su casa. Estando Donohue en el salón principal, escuchó que se acercaba un carruaje y salió a recibir a los Darcy y a los Sres Gardiner en la puerta. Ayudó a bajar a Georgiana del coche y saludó a los invitados. Donohue los invitó a pasar, ofreciéndoles una taza de té, la cual agradecieron con cortesía. –¿Pudieron terminar todas sus tareas, Sra. Darcy? –preguntó Donohue.

328 –Sí, al menos las que se pueden hacer aquí, gracias –señaló Lizzie–. Ya se mandaron todas las invitaciones, Dr. Donohue. Le agradezco que nos facilitara su lista. –Le correspondo a usted, Sra. Darcy. –También tenemos mucho que reconocerle a la Sra. Gardiner. Sin su ayuda nos habríamos tardado más tiempo en terminar y nos sirvieron mucho sus recomendaciones –explicó Georgiana. –¡Oh! Ha sido un placer poder ayudarles, Srita. Georgiana. Usted sabe que le he tomado un enorme cariño. –Sra. Gardiner, en estos días, he sentido el afecto de una madre en usted y lo he valorado mucho. –¡Oh, Georgiana!, me conmueve enormemente lo que me ha dicho. Y debe saber que puede contar con nosotros para cualquier cosa que le haga falta ahora que radique en Londres. Los Sres. Darcy ya no estarán tan cerca de usted y el Dr. Donohue sé que ya tiene muchos pacientes –respondió la Sra. Gardiner. –Le agradezco mucho, Sra. Gardiner. Así lo haré. –Es una tranquilidad saber que podemos contar con su apoyo. No obstante, Georgiana no se librará tan fácilmente de su hermano. Si ustedes no visitan seguido Pemberley, nosotros vendremos a Londres con más frecuencia –aclaró Darcy. –Eso me encantaría –afirmó Georgiana. Lizzie se tornó pensativa; el casamiento de Georgiana ya estaba próximo y también el día en que partiría de Pemberley. Se percató de que no sólo Darcy extrañaría a su hermana, a ella también le haría mucha falta su grata compañía a la que se había acostumbrado tanto. Habían podido cultivar una amistad tan estrecha que sería difícil, sobre todo para Lizzie, prescindir de ella, al menos en su ausencia. Pensaba: ¿qué voy a hacer sola en Pemberley cuando Darcy se ausente? Le aterraba la soledad de esa mansión. Sería un nuevo comienzo en su vida, pero con pocas perspectivas de que cambiara. Darcy, al verla lejana, le dijo: –¿Te sientes bien? –Sí, gracias, aunque estoy cansada. –Espero que en Pemberley puedas relajarte los próximos días. –Sí, Lizzie. Debes descansar un poco. No me gustaría que en mi boda te enfermaras por no cuidarte –indicó Georgiana. –No te preocupes por mí –aseguró Lizzie con una sonrisa–. Aunque creo que en la boda habrá doctores de sobra. Hasta podría escoger con quién atenderme. –¿Y cuál sería su criterio para escogerlo? –preguntó Darcy. Lizzie rió y miró a su esposo con ternura. –Sabes que yo sólo me atiendo con el Dr. Thatcher, o en su ausencia con el Dr. Robinson, espero que me disculpe mi futuro hermano. –Cada quien es libre de escoger a su médico, Sra. Darcy –declaró Donohue. –Y también estará invitado el Dr. Thatcher –comentó Darcy. –¡El Dr. Thatcher! Al Dr. Robinson le dará mucho gusto reunirse con él después de tantos años de no verlo.

329 –Espero que nos confirme su asistencia. Le tengo un enorme cariño –afirmó Lizzie. La cena fue muy agradable, en un ambiente de cordialidad y alegría. Georgiana estaba especialmente contenta, al igual que Donohue, y Darcy y Lizzie complacidos de verlos. Más tarde, Georgiana tocó unas piezas en su piano, llenando de música esas paredes que hasta entonces sentían una enorme soledad, y después, se retiraron a sus casas. Al día siguiente, después del almuerzo fueron al templo, a donde también asistió el Dr. Donohue. A la salida se encontraron varios amigos del Sr. Darcy que agradecieron la invitación para la próxima boda y confirmaron su asistencia. Era el inicio de una interminable lista de confirmaciones que recibirían los próximos días, ya en Pemberley, a donde partieron después de despedirse del Dr. Donohue.

CAPÍTULO LXIX

A su llegada, el Sr. Smith tenía reservadas varias cajas de correspondencia para la Sra. Darcy, todas en relación al casamiento: confirmaciones de asistencias. Lizzie comprobó que apenas empezaba a atender los pendientes de la boda. Muy temprano, Lizzie recibió a la Srita. Reynolds para ver los asuntos de la florería, y se mostró satisfecha por los avances alcanzados, luego empezó a delegar muchas de las tareas de la boda a las personas que ayudaban en la casa según su actividad, y se puso a revisar las cartas y a contestarlas para ponerse al día. Dentro de esas misivas, había algunas que leyó con especial cariño, como la de su amiga Charlotte, a quien le había dado una enorme alegría enterarse de la noticia de las nupcias de Georgiana y agradecía de todo corazón la invitación, pero se disculpaba de no poder asistir por motivos de salud, ya que estaba embarazada y el médico le había pedido reposo. A Lizzie le dio mucho gusto saber la noticia y le escribió con prontitud una nota afectuosa, mientras abrigaba una esperanza que se vislumbraba lejana, pero al fin se veía como una pequeña luz en la oscuridad de la noche. También recibió respuesta de la Srita. Anne de Bourgh, la que agradeció enviando una carta; igualmente a los Sres. Windsor, a los Sres. Lucas y otras amistades de Hertfordshire que habían asistido al funeral de su padre, como los Sres. Long y los Sres. Morris. Recibió muchas cartas de amistades de Darcy y de Donohue, las que canalizó después de haber tomado registro de las confirmaciones. Durante los siguientes días llegaron más escritos, de los cuales Lizzie tomó todos los registros y contestó los que consideró prudente. Había mucha gente de las listas que no conocía o que no recordaba, pero Darcy le señaló quiénes eran los más importantes. En otro momento del día, Lizzie y Georgiana supervisaban las tareas que habían delegado a otros o realizaban los pendientes necesarios y, conforme se acercaban los días, enfocaban todos los esfuerzos a un mismo fin. Donohue fue a visitar a Georgiana algunos fines de semana a Pemberley cuando no tenía que cuidar de algún paciente. Pasaba con ella la tarde del sábado, cenaba en la finca, dormía en el hotel y el domingo,

330 después de ir a la abadía donde se celebrarían las nupcias, regresaba a Londres. Los otros días Georgiana recibía cartas y las contestaba. El cartero visitaba varias veces al día la mansión para entregar correspondencia. Lizzie, aunque había seguido fielmente el consejo de Darcy de delegar casi todas las tareas de la boda, como si hubiera sido su varita mágica, estaba muy cansada y estresada, ya que todo el día se dedicaba a ver y supervisar que todo estuviera listo para los días previos al casamiento, además de esbozar el modelo de los arreglos florales que utilizarían para el evento, ver que el jardinero tuviera suficientes flores y el Sr. Bush las macetas necesarias con un diseño especial para abastecer el pedido específico de la Sra. Darcy y a la florería. Georgiana también había solicitado que los Sres. Gardiner y Fitzwilliam participaran en las tertulias, por lo que a ellos los esperaban como huéspedes de la casa. Una noche antes de que llegaran los invitados, Lizzie, aunque siempre con una sonrisa en su rostro, tenía una mirada que denotaba agotamiento. Darcy se acercó a ella, quien observaba por la ventana hacia el jardín en tanto esperaban la cena, le frotó los hombros y le dijo: –Estás muy tensa. Creo que hoy te serviría mucho un masaje. –Será la mejor medicina. Me encantan tus masajes. Aunque sí he delegado incontables tareas, como tú me recomendaste. –Cuando uno delega está obligado a supervisar de una u otra manera y eso es especialmente estresante cuando no estás acostumbrado, y tal vez más agotador, aunque las tareas se realizan mejor y con mayor coordinación. En ese momento entró Georgiana con otra caja saturada de cartas que le había entregado la Sra. Reynolds y Lizzie suspiró. Darcy le dijo: –Quiero que a partir de este momento te olvides de la organización de la boda. Ya has hecho suficiente y mañana llegarán los huéspedes. Tú te encargarás de disfrutar a tus tíos y de la convivencia junto con Georgiana y yo revisaré con Fitzwilliam esta caja y los pendientes que quedaron para el final. –Pero me habías dicho que esta semana todavía te quedaba mucho trabajo por hacer, además lo hago con mucho gusto. –Pondré en práctica mi propio consejo. Le pediré a Bingley que se encargue del asunto. Te agradezco mucho todo lo que has trabajado, pero también quiero que disfrutes de la boda. Serás mi invitada de honor – contestó con una sonrisa. Después de la cena, en la cual Georgiana estuvo alborotada platicando con Darcy mientras Lizzie sólo escuchaba, se retiraron a sus habitaciones, donde Darcy le dio el masaje que tanto le hacía falta a su esposa hasta que quedó profundamente dormida. Fue entonces cuando Darcy bajó a su despacho a revisar la correspondencia y a contestar la que era importante. Recibió por fin confirmación del Dr. Thatcher y del Dr. Robinson, así como la de Lady Catherine, lo que ocasionó una enorme sorpresa, prácticamente habían descartado su asistencia. Cuando terminó, ya muy entrada la noche, se retiró a descansar.

331 Al día siguiente, después del almuerzo, Darcy se retiró al despacho con Fitzwilliam a trabajar en los asuntos del negocio y de la boda. Todas las personas que estaban colaborando en algo para la fiesta estuvieron un rato con ellos, reportando sus avances y, al final del día, Darcy y Fitzwilliam revisaron las cosas que se necesitaban. Darcy se percató del excelente trabajo que había hecho Lizzie. Ya habían acabado casi todo lo necesario y sólo esperaban hacer las tareas que se requerían el día del casamiento. Todo ya estaba delegado y la Sra. Reynolds y el Sr. Smith supervisarían el evento, como lo habían hecho en la boda del Sr. Darcy.

CAPÍTULO LXX

Lizzie descansó un poco más leyendo su libro en su sala privada, en compañía de Georgiana, aunque en realidad no pudo avanzar mucho en la lectura ya que su hermana estaba muy entusiasmada platicando de lo que ya tenían listo y lo que vendría en los siguientes días, hasta que Donohue arribó a la finca, quien fue anunciado por el Sr. Smith. Georgiana se levantó rápidamente al ver que ya había llegado y lo recibió desbordada de alegría. –¡Llegaste más temprano! –exclamó acercándose y tomando sus manos. –No podía dormir anoche y decidí salir más temprano que de costumbre. Ya quería estar a tu lado. Me alegra haberte sorprendido. –Te ves cansado. –En realidad no he podido dormir en toda la semana. –¿Has tenido mucho trabajo? –No, no ha sido por el trabajo. –Tal vez te sirva tomar un poco de láudano. Donohue sonrió. –Serás una excelente esposa –dijo observando con esa ternura que lo invadía al ver a su amada y luego suspiró–. He soñado contigo tantos años, desde que te conocí, que no puedo creer que en unos días serás mi esposa –expuso, mientras le recorría con sus dedos la curva de su mejilla, la línea de su mandíbula, la forma de sus labios. Fascinado con su belleza, acercó sus labios lentamente, sintiendo estremecer todo su cuerpo hasta tocar con delicadeza su boca que ávidamente esperaba ese momento, percibiendo como él que el pulso le golpeaba con fuerza la garganta y que la sangre le volaba por las venas. Él se separó unos centímetros, queriendo observar a su damisela para conocer su reacción y Georgiana, sin abrir los ojos, murmuró: –Nunca me habían besado de esta manera. Donohue, extasiado, la besó, deseando comérsela con sus besos, sin querer separarse nunca más de su amada. Pero tenía que detenerse, aun cuando ella lo buscaba con ardor. La miró y acarició su rostro mientras paulatinamente Georgiana abría los ojos, tratando de controlar la pasión que había despertado en su interior. –Necesito tomar aire fresco –solicitó Georgiana en tanto él sonreía.

332 Le ofreció el brazo y la condujo hacia el jardín. Lizzie sonrió al percatarse de que los novios estaban tan emocionados que ni siquiera notaron su presencia, los siguió con la mirada y los volvió a encontrar en el jardín, donde caminaron tomados de la mano. Suspiró recordando gratamente los momentos previos a su boda y retomó su lectura. Más tarde, llegaron los Sres. Gardiner y los recibió con una taza de té. Luego los acompañó a su habitación para que se instalaran y salieron a dar un paseo por el bosque, la tarde era muy agradable. Lizzie disfrutó de la compañía de sus tíos y recordó con especial cariño los momentos en que había viajado con ellos hacía casi cinco años en el Distrito de Los Picos. Cuando Darcy y Fitzwilliam terminaron de supervisar las tareas, fueron a buscar a Lizzie y a los Sres. Gardiner al bosque junto con Georgiana y Donohue, que se hallaban en el salón principal y expresaron sus deseos de caminar un rato. En el sendero se encontraron con Lizzie y los Gardiner y después de saludarlos, continuaron con el recorrido. Darcy le ofreció el brazo a Lizzie y, mientras disfrutaban del paseo, él le dijo: –Me has dejado sorprendido. –¿Por qué? –Ya todo está listo para el sábado, las personas ya están coordinadas y vi con mucha satisfacción que eres una excelente dirigente. Lizzie sonrió. –Ayer pensaba que todavía te faltaba atender muchos asuntos –completó Darcy. –Sí, tal vez estaba muy estresada. –Hoy ya te ves más descansada. ¿Ha sido placentero el paseo? –Sí, mucho –respondió riendo–. Me acordé de la primera vez que estuve aquí con mis tíos. –¿Y aquella fue una visita agradable? –Sí, muy agradable. Aunque no salí muy contenta de Pemberley. –Ese día me diste una enorme sorpresa. Recuerdo que te veías muy perturbada. –He de confesar que sólo cuando me descubriste. ¡Qué vergüenza! En ese momento quería desaparecer de la faz de la tierra. Con mi intrusión, ¿quién sabe qué habrás pensado de mí? –Esa tarde, al ver la sencillez de tu corazón, sólo hiciste que me enamorara más de ti. Lizzie sonrió. –Tú también me dejaste sorprendida aquel día. –¿Por qué? –Yo pensaba que ya no era digna de que me dirigieras la palabra. Y luego, verte con mis tíos cuando venía de regreso al hotel ¡para hacerles una invitación! No podía salir de mi asombro. –¿Acaso me viste? –Sí, y me escondí para no encontrarte nuevamente. Ya no habría sabido qué hacer. –Me habría dado mucho gusto verte. Quería saber si habías llegado con bien. –Entonces, ¿la invitación a cenar fue una excusa?

333 –Fue la mejor coartada para irte a buscar, era la oportunidad de demostrarte que no era tan ruin y, deseaba tanto ver tu sonrisa nuevamente. Me sentí muy mal por verte tan contrariada. Además, Georgiana quería conocerte. Al salir corriendo tras de ti le tuve que explicar la razón, y desde ese momento te ha tomado un enorme cariño. –Ya me imagino cómo hablarías de mí para que me haya tenido afecto desde antes de conocerme. –Sólo le dije la verdad. –¿Toda la verdad? –Le resolví todas sus dudas. –¿Le dijiste lo mal que te traté aquella tarde lluviosa? –Como lo habría hecho una dama digna de ser amada, después de lo descortés que había sido contigo – explicó rozando dulcemente su mano, la cual llevaba sobre su brazo–. Y dime, ¿qué fue lo que más te gustó de aquel viaje? –Me encantó observar el cariño que le tienes a tu hermana y la emoción que ella sintió al verte. Deseé tanto estar en su lugar. ¡Claro!, antes de que me vieras. Comprendí tantas cosas de aquella carta en un segundo. –¡Esa carta! Espero que sí la hayas quemado. –No, Darcy, tengo tan pocas cartas tuyas que quiero conservarlas todas. –Entonces tendré que escribirte más y empezaré hoy mismo –afirmó con una sonrisa–. Y hoy ¿habrías deseado estar en el lugar de Georgiana? –preguntó viendo a su hermana alborozada delante de ellos. –No, me encanta el lugar que Dios tenía reservado para mí. Lizzie sonrió vislumbrándose un brillo especial en sus ojos que hacía mucho que no se le veía, cautivando la atención de Darcy, quien se sintió complacido. La cena de esa noche fue agradable. Todos participaron con emoción, en especial los novios, aunque Lizzie reflejaba una alegría y un encanto que magnetizó a todos. Después de la cena, Georgiana ofreció una velada musical en el piano; más entrada la noche Donohue se despidió y se retiró al Hotel Rose & Crown, donde estaría hospedado durante los siguientes días con su familia. Los demás se retiraron a sus habitaciones a descansar. Al día siguiente, Donohue estaba invitado a cabalgar con Darcy, Fitzwilliam y el Sr. Gardiner y luego a desayunar. A medio día regresó al hotel para recibir a su familia que tenía programado llegar. Los recibió y se instalaron. Mientras tanto, Darcy y Fitzwilliam estuvieron trabajando en el despacho y revisando la última correspondencia que había llegado, mientras Georgiana, Lizzie y los Sres. Gardiner disfrutaban un poco de paz en el jardín antes de iniciar formalmente las tertulias. Cuando llegaron los Donohue ya los esperaban en el salón principal, y la Sra. Donohue fue especialmente cariñosa con su futura nuera.

334 –Srita. Georgiana, hoy se encuentra muy hermosa –comentó la Sra. Donohue–. Mi hijo no ha parado de hablar de usted desde que llegamos y me doy cuenta por qué. Sr. Darcy, debe sentirse muy orgulloso de su hermana. –Sí, estoy muy orgulloso y feliz de verla convertida en una preciosa dama. –Sr. Darcy, quedamos muy contentos con su hospitalidad la vez anterior que tuvo a bien invitarnos. Le agradecemos mucho. –A mí me gustó mucho el lago con los cisnes –indicó Lucy, causando que todos se rieran. Lizzie se acercó a ella y, tomándole las manos, le dijo: –Si quieres te lo enseño. Hay un cisne bebé que tiene poco tiempo de haber nacido, te fascinará. Luego se dirigió a los demás. –¿Gustan acompañarnos a dar una vuelta? Toda la comitiva las escoltó, mientras la Sra. Donohue le dijo a su esposo: –La Sra. Darcy tiene un ángel muy especial con los niños. Lástima que no hayan tenido bebés. Darcy, al escuchar ese comentario, sonrió con melancolía, pensativo. Lizzie estuvo platicando un rato con Lucy mientras le enseñaba el lago y los cisnes, y de regreso cortaron algunas flores que a la pequeña gustaron de sobremanera. Cuando retornaron del paseo, Lizzie le dio un pequeño presente a Lucy: era un juego de té de porcelana, como el que le había regalado a la Sra. Donohue en su visita, pero con piezas pequeñas, apto para jugar con las muñecas. Igualmente le dio un obsequio a Brian y a Nancy Donohue. Lucy y sus sobrinos agradecieron con entusiasmo este hermoso detalle, mientras jugaban al té con Lizzie y con Georgiana, en tanto estaba lista la cena. El Sr. Donohue le dijo a Darcy: –Me ha dicho mi hijo que el negocio de la porcelana va muy bien. –Sí, hemos tenido excelente aceptación en Londres y me encantaría introducir el producto en otras ciudades. Ya tenemos personal suficiente para cubrir una mayor demanda. –La porcelana de su fábrica es de excelente calidad. He conocido piezas de otras, pero se ve la diferencia. Sus productos tendrán muy buena aceptación y tal vez quiera extenderse más adelante a Gales –comentó James Donohue. –Posiblemente podamos vender sus productos en nuestras tiendas. Sería un honor para nosotros –dijo Robert Donohue. El Sr. Smith le anunció a la Sra. Darcy que la cena estaba lista y pasaron al comedor. –Lucy me platica que su vestido para la boda es muy hermoso –comentó Lizzie. –Sí, parece una princesa y está muy ilusionada de estar en el cortejo de la novia –señaló la Sra. Donohue. –¿También entrarán sus hijos en el cortejo? –preguntó Georgiana a la Sra. Estelle Donohue. –Sí, están muy emocionados. –Ciertamente la fiesta será preciosa. Han visto infinidad de detalles con tanto cariño que todo saldrá muy bien –afirmó la Sra. Gardiner.

335 –Quiero que ese día sea inolvidable para ti, Georgiana, como lo fue para mí el día de mi casamiento –indicó Lizzie. –Y el inicio de una vida llena de felicidad –aclaró el Dr. Donohue–. Por cierto, Sr. y Sra. Darcy, muchas gracias. Ya recibimos lo que enviaron. –¿Lo que enviaron? ¿Acaso mandaron algún obsequio? –indagó Georgiana. –Los verás cuando llegues a tu casa –expresó Lizzie. –¡Oh! No debieron hacerlo, gracias. Darcy, al escuchar las palabras de Lizzie, cayó en la cuenta de que su hermana ya se iba de esa casa. Recordó con nostalgia cuando todavía era una niña y él le enseñaba a bailar, mientras su madre les tocaba el piano y su padre les acompañaba en el salón principal. Remembró con añoranza la alegría que sintió Georgiana cuando él le obsequió una muñeca con el primer dinero que ganó con su trabajo. Pensó en la felicidad que sentiría ella al ver los regalos de bodas que ellos les habían mandado y sintió melancolía porque ya no estarían a su lado para disfrutar de ese momento. –Sr. Darcy, me imagino que usted entregará a la novia en el altar –expuso el Sr. Donohue sin ser escuchado, por lo que tuvo que repetir el planteamiento una vez más. –Sí –contestó Darcy, dejando a un lado sus pensamientos. –Entonces, si me permite, yo puedo escoltar a la Sra. Darcy en el cortejo. –Será un placer, se lo agradezco –contestó Lizzie. –Y usted, Sra. Donohue, ¿entregará al novio en el altar? –preguntó Georgiana. –Si Patrick quiere, lo haré con todo gusto. –Será un momento muy especial mamá, y me encantaría que me acompañaras. La cena fue placentera aunque no se prolongó mucho, ya que los visitantes estaban fatigados por el viaje y pronto regresaron al hotel para descansar.

CAPÍTULO LXXI

Al día siguiente, Lizzie estaba terminando de poner un botón a la camisa de Darcy antes de ir a desayunar cuando alguien tocó a la puerta de su alcoba; Georgiana entró y, después de los saludos, se acercó y le dijo: –Lizzie, le pedí permiso a Darcy para tomar unos aretes de mi madre que me gustaría usar mañana. –¡Oh, claro! Te los traeré para que tú los elijas. Lizzie dejó su labor y se retiró, regresando con un bonito joyero que contenía las alhajas de Lady Anne. Lo puso sobre la mesa y se sentaron para revisarlo. Georgiana lo vio por unos momentos y encontró lo que buscaba. –Estos aretes los usó mi madre el día de su boda. Mi padre se los regaló. Lizzie sonrió muy conmovida y le dijo: –Si quieres te puedes llevar las demás. Son las joyas de tu madre, te pertenecen a ti.

336 –Me gustaría que se quedaran mejor aquí. Han estado en este lugar desde que mi madre vivía y no me gustaría que algo se me perdiera. Ya llevo muchas cosas. –Te las guardaré con mucho gusto. –Puedes usarlas si quieres. –Gracias, aunque Darcy me ha dado muchas joyas y a él le gusta que las use. –Sí, te ha obsequiado unas muy bonitas. –Pensé que después de tu viaje de bodas regresarían aquí para recoger tus pertenencias. –Sí, así es; si empacara más yo creo que Patrick ya no podría cargar su maleta en el carruaje. –Pues ¿cuántos baúles llevas? –Dos de los grandes, y todavía me faltan cosas. –Y ¿qué tanto has guardado en ellos? –La ropa que necesito, tres cambios por día: un vestido para el paseo, otro para la cena y el camisón con su respectiva bata. –Georgiana, creo que necesitaremos escombrar esas maletas. ¡Vas de luna de miel, lo que menos querrán es salir de la alcoba! –Patrick me dijo que me llevará a conocer muchos lugares. –Lo mismo dijo tu hermano y todos esos lugares me los enseñó después. Y te doy un consejo, si quieres sorprender a tu marido y que vea que eres una mujer precavida, haz lo que yo, en lugar de llevar tanto camisón empaca sábanas limpias. Y habrá que incluir dos almohadas. –¿Dos almohadas? ¿para qué? –Si tu marido no sabe para qué, ya te lo explicaré a tu regreso. ¡Y no te olvides de respirar! –¡Lizzie!, nadie me habría dado una recomendación así. Te agradezco que compartas estos momentos tan especiales conmigo –indicó emocionada. Lizzie sonrió y se le distinguió nuevamente esa mirada tan especial que reflejaba una alegría que desbordaba en su corazón, atrayendo la atención de su hermana, mientras expresó: –¡Ay, Georgiana! –¿Qué sucede? –preguntó intrigada. Lizzie bajó su mirada, indecisa, y le tomó las manos. –¡No me iré de aquí hasta que me digas qué traes en mente! –Ay Georgiana, no sé si deba pero, ¡es algo increíble! Desde hace días que… –¡Dime, por favor! –Es posible que… –suspendió, sin encontrar las palabras para decirle y continuó–. ¡Ya pronto serás tía! Georgiana permaneció pasmada al escuchar la noticia y luego dijo con una enorme alegría, abrazándola: –¡Lizzie, es una noticia maravillosa! ¿Ya lo sabe mi hermano? –No, quiero confirmar la noticia con el Dr. Thatcher antes de decirle. –¿Vendrá hoy a verte?

337 –Yo creo que será más fácil después de la boda. –¿Ya que me haya ido? –No quiero que nadie más sepa, por el momento. ¡Pero tenía que decírselo a alguien! Llevo días pensando todo el tiempo en lo mismo y siento una intensa emoción… ¡Ya hasta se me había olvidado arreglar la camisa que Darcy usará mañana! –¡Ay! Este sobrino tuvo que llegar justo cuando yo me voy. ¡Pero me da mucho gusto, Lizzie! –Ya veo que la boda está causando mucho revuelo –indicó Darcy que venía entrando en la habitación al ver el entusiasmo de las damas. –¡Y esto es poco para lo que viene en esta casa! –aseveró Georgiana–. Lizzie, me da una enorme alegría lo que me has dicho. Es el mejor regalo de bodas. Georgiana se puso de pie y se retiró de la habitación. –Pensé que querías que el arpa fuera una sorpresa –expresó Darcy. –Sí, así será. –Entonces, ¿a qué se refería Georgiana? Lizzie se acercó y le dio un beso. Luego le dijo saturada de alegría: –Esa será una sorpresa para ti. Tomó la caja y se retiró para guardarla, mientras su marido la seguía con la mirada. Regresó y él la tomó entre sus brazos y ella le indicó: –Ya está lista tu camisa para mañana. –¿Esa tarea no la quisiste delegar? –Esa tarea y todas las que se refieren al Sr. Darcy, para mí son muy importantes. Además, yo soy la responsable de que el botón se cayera. –Georgiana tiene razón –explicó sonriendo–. Me tienes muy consentido y, debo añadir, completamente cautivado. Darcy la besó con fervor. –Me enloqueces cuando me besas así –murmuró Lizzie. –Esa es mi intención, y me alegra haber llegado temprano –concluyó besándola apasionadamente. Cuando los Sres. Darcy arribaron al salón principal ya los esperaban Georgiana, Fitzwilliam y los Sres. Gardiner y se encaminaron al comedor. Después del desayuno, Lizzie y Georgiana rehicieron las maletas mientras los caballeros hospedados en la mansión y los Donohue salieron a pescar durante la mañana; regresaron a medio día, justo antes de que la Sra. Donohue, sus hijas y sus nietos llegaran, al igual que los Bingley y las Bennet, que estaban invitados a participar en las tertulias familiares. Los Darcy y los huéspedes los recibieron en el salón principal con una taza de té. Las Bennet saludaron educadamente a los Donohue, y Kitty se mostró especialmente cordial con Robert Donohue, quien con amabilidad la escoltó durante el paseo que dieron todos en el jardín, platicando alegremente. La tarde estaba muy agradable, ya empezaba a mejorar la temperatura, al tiempo que se

338 elevaba también la confianza que la Sra. Bennet sentía con la familia del novio, por lo que en ocasiones hizo comentarios insensatos. La Sra. Donohue platicaba con Jane, Lizzie y la Sra. Bennet; Georgiana caminaba del brazo de Donohue; Darcy estaba acompañado por el Sr. Donohue y Bingley; Kitty paseaba del brazo de Robert Donohue; la Srita Alice y Lucy venían con sus sobrinos y con los niños Bingley, escoltadas por la Srita. Susan, mientras que Fitzwilliam con James Donohue y su esposa, al igual que los Sres. Gardiner y Mary se hacían compañía. La Sra. Donohue le preguntó a Jane: –¿Cómo ha estado de su embarazo? –Bien, muchas gracias, pero con los otros niños ya no es tan fácil. Su aya, la Srita. Susan, me ha ayudado mucho y en ocasiones se encarga de ellos mientras descanso. –Recuerdo todo lo que tuve que hacer para criar a mis hijos en casa, era agotador. Por eso es mejor tener a los hijos siendo joven, así uno tiene la energía necesaria para cuidarlos y educarlos. –Yo también tuve a mis hijas muy joven –explicó la Sra. Bennet–. Hasta hace poco me dijo un caballero que parecía su hermana. –¿El Sr. Hayes? –preguntó Lizzie. –Sí, cuando fuimos al teatro en Londres. Ahora mi Jane va a tener a su tercer bebé. Y se le ve en muy buenas condiciones. –Gracias mamá, aunque este embarazo ha sido más cansado. –También mi Lydia tuvo a su bebé siendo joven y ahora el niño tiene casi la edad de Diana. Hace tiempo que no lo veo pero me dice mi hija por carta que ya está aprendiendo a hablar. –Me imagino que su hija Lydia vendrá a la boda –comentó la Sra. Donohue. –No, creo que no recibieron invitación. Supongo que el Sr. Wickham no es bienvenido en esta casa, según palabras de la Sra. Darcy –indicó la Sra. Bennet con irreflexión. –También Charlotte está embarazada –señaló Lizzie para cambiar de tema–. Me escribió que por eso no podrá venir a la boda. –La Sra. Collins se casó más grande y por ende su primer hijo lo tuvo casi a los treinta, aunque debo reconocer que pensé que nunca se casaría. Tiene tan poca gracia. –¡Mamá! –dijeron al unísono Jane y Lizzie. –Sí, Jane, ella nunca fue bonita, en cambio tú y Lizzie siempre la superaron en belleza y en talentos. Me imagino que el Sr. Collins también ya está entrado en años, ha de estar cerca de los cuarenta. A ver si no le sucede lo mismo a los Sres. Darcy, aun cuando mi hija se casó más joven que la Sra. Bingley. ¿Usted sabía que mis hijas mayores se casaron el mismo día? Jane pasó su brazo por la espalda de Lizzie y dijo, queriendo confortar a su hermana, mientras la Sra. Donohue asentía al comentario de la Sra. Bennet: –Yo creo que un hijo es bienvenido en cualquier momento de la vida, más con el cariño con el que lo han esperado Lizzie y el Sr. Darcy.

339 Lizzie sintió una emoción muy especial en su corazón y sólo recordó las palabras que hacía tiempo Darcy había dicho, con motivo también de un comentario insensato de la Sra. Bennet: “los hijos llegarán cuando menos se lo esperen”. Lizzie sonrió, abrigando con cariño esa esperanza que se alimentaba en su corazón con cada minuto. –Se ve que su hija Kitty es muy alegre –afirmó la Sra. Donohue, observando de lejos a Robert en compañía de Kitty que no paraba de hablar. –Oh, sí, mis hijas Kitty y Lydia son las más alegres y Mary casi ni habla. Siempre está metida en sus libros. Pero a todas las quiero por igual. Mi esposo, que en paz descanse, sí tenía a su hija preferida. –Mi padre nos quería mucho a todas y me dijo que había sido muy feliz a tu lado –explicó Lizzie. –¿Cuándo te dijo eso? –En varias ocasiones, pero en especial antes de morir. –Oh, mi querido Sr. Bennet. ¡Cuánto lo extraño! –Sí, sobre todo cuando hablas de cierto caballero –señaló, refiriéndose al Sr. Hayes, dejando a su madre en silencio por un rato, mientras la Sra. Donohue le platicaba a Jane cómo le había hecho para criar a sus hijos sin ayuda en las labores del hogar, y regresaron a la casa para prepararse para cenar. Cuando todos arribaron, pasaron al comedor, tomando los asientos que les correspondía, según lo había programado Lizzie con anterioridad. Kitty y Robert Donohue habían quedado algo separados de la mesa, pero Kitty, indiscretamente se cambió de lugar para continuar con su conversación, sin tomar en cuenta las normas de urbanidad. Lizzie no quiso ponerla en evidencia, aunque se rió pensando en que por su comportamiento debería estar con los niños en la habitación contigua donde estaban siendo atendidos. La Sra. Darcy se veía con una tranquilidad y una alegría muy especial que llenó de consuelo a su esposo, quien estaba afectado por el próximo casamiento de su hermana. Lizzie, sin participar mucho en la conversación, pensaba en ese secreto que le había confiado a su hermana y que quería descubrir lo antes posible, pero sabía que no era prudente. Además, aunque al día siguiente el médico la pudiera revisar, Darcy se daría cuenta de todo y, quería estar segura antes de decírselo a él. Trató de apartar su cabeza de estos pensamientos, poniendo más atención a la conversación de los otros. Georgiana se veía radiante y continuamente observaba a Lizzie y a Darcy con una especial sonrisa, a él lo veía serio y pensativo y a ella con una alegría indescriptible en su mirada, aunque casi sin proferir palabra. Donohue estuvo platicando con Georgiana, con su familia y con todos los presentes. La cena fue deleitable, a pesar de ciertas glosas que la Sra. Bennet hizo, al igual que otras más de Kitty, pero pasaron inadvertidas con la alegría que transmitían los novios, quienes sin duda eran el centro de atención de todas las miradas, incluso de los Sres. Darcy que estaban distraídos. Terminando la cena, los señores se fueron al salón contiguo para llevar a cabo una esperada partida de ajedrez, en la cual Darcy perdió por primera vez en mucho tiempo, ocasionando gran asombro en sus admiradores, ya que se declaró “ahogado” a la primera hora de juego. Mientras tanto, las damas jugaban una partida de cartas en el salón principal. Los Bingley y las Bennet se retiraron temprano para que Jane

340 pudiera descansar, al igual que los niños, y estar listos para el día siguiente. Los Donohue permanecieron un rato más, mientras Georgiana tocaba algunas piezas en el piano. Luego se despidieron y se retiraron.

CAPÍTULO LXXII

Era una mañana muy especial en Pemberley: ese día se celebrarían las bodas de la Srita. Georgiana con el Dr. Donohue. Toda la hacienda estuvo en continuo movimiento durante las primeras horas del día. El desayuno se sirvió más temprano que de costumbre, durante el cual los Sres. Darcy, Georgiana, los Sres. Gardiner y Fitzwilliam conversaron; sin embargo, toda la atención la acaparó la novia y, sin proponérselo, también Lizzie, que estaba especialmente gozosa. Al concluir, todos se retiraron para alistar lo que se necesitaba. Darcy y Fitzwilliam trabajaron en el despacho un rato, Lizzie revisó con la Sra. Reynolds y el Sr. Smith que todo estuviera de acuerdo a lo planeado, así como con la Srita. Reynolds que se encargó de supervisar la colocación de los arreglos florales. Cuando la señora de la casa resolvió los pendientes, se retiró a su alcoba para terminar de arreglarse y después ayudar a la novia en su habitación. La Sra. Reynolds tenía rato auxiliando a Georgiana con su peinado y cuando ésta terminó le dijo, mientras Lizzie la escuchaba, guardando algunas prendas en los cajones. –Srita. Georgiana, se ve preciosa. Su madre, que la quería tanto, estaría muy orgullosa y satisfecha de ver en lo que se ha convertido su amada hija. Y su padre… –indicó con lágrimas en los ojos sin poder concluir–. Usted sabe que yo también le tengo una gran estima. La vi nacer en esta casa y he vivido y disfrutado muy de cerca todos los momentos importantes de su vida, me llena de alegría verla hoy, así. Me siento muy honrada. –Muchas gracias, Sra. Reynolds. Yo también le tengo mucho cariño. Usted me acompañó en silencio en numerosos momentos gratos y otros difíciles de mi vida, siempre procurando mi bienestar. Se lo agradezco de todo corazón. En ese momento alguien tocó a la puerta. Era Darcy que entraba. –¿Ya está lista la novia? La Sra. Reynolds se retiró de la habitación, mientras Lizzie, después de inclinarse en silencio, siguió doblando una ropa para guardarla en la cómoda. Darcy se acercó a su hermana sobrecogido. –Georgiana, te ves bellísima. Hoy es un día muy importante y lleno de felicidad para esta familia. Mis padres estarían muy orgullosos de verte en estos momentos. –¡Ay, querido hermano! Muchas gracias por todo lo que me has dado, por tu cariño y la protección que siempre me has brindado. De no ser por ti, hoy no estaría aquí. Luego prosiguió, tomándolo de las manos: –Darcy, yo sé que para ti este día es muy especial y te agradezco que compartas conmigo los momentos más importantes. Darcy la miró reflejando toda la nostalgia que sentía su corazón y le dijo:

341 –Recuerda que ésta será siempre tu casa y que Lizzie y yo te esperamos con los brazos abiertos. –¡Ay, querido Darcy! Estoy segura que sí tendrás más personas que entregar en el altar. Tal vez pronto Lizzie… Georgiana fue interrumpida por Lizzie que no pudo contener el llanto que desde hacía rato sentía que se desbordaba. –¿Lizzie? –dijo Darcy con desconcierto. –No, Georgiana, no. Todavía no –contestó Lizzie dándose vuelta. –Pero si ayer estabas tan contenta con la posibilidad de… –Fui una tonta al abrigar otra vez nuevas esperanzas que hoy… se han derrumbado por completo. Darcy se acercó a su esposa, la abrazó para consolarla y le dijo con cariño: –Sólo abrigabas las esperanzas de ver cumplido un sueño que hemos anhelado durante tanto tiempo. Después de unos momentos, la Sra. Reynolds tocó a la puerta. Georgiana le abrió y le avisó que los carruajes estaban listos para llevarlos a la iglesia. Lizzie les dijo: –Váyanse adelantando. En unos momentos los alcanzo. –¿Estarás bien? –preguntó Darcy, enjugando las lágrimas del rostro de su mujer. –Sí, estaré bien –murmuró. Darcy la besó delicadamente y, sin querer irse, le ofreció el brazo a Georgiana para escoltarla hasta el carruaje. De camino a la iglesia, Georgiana, avergonzada, le participó a su hermano: –Darcy, siento mucho que Lizzie se haya afligido. Hoy en el desayuno todavía estaba tan contenta y ayer casi me aseguró que… –No te preocupes, querida Georgiana, yo me encargo de Lizzie –respondió cariñosamente–. Este día es muy especial para ti y no quiero que ni esto eclipse tu felicidad –explicó sonriendo, aunque sentía una gran pena en su corazón. Mientras llegaban, estuvieron comentando de todos los preparativos de la boda y los invitados que asistirían al evento. Darcy le glosó que recibió la confirmación de Lady Catherine a la iglesia y que la esperaban también en Pemberley. Georgiana le preguntó a su hermano: –¿Tú crees que mi tía ya te haya perdonado haberte casado con Lizzie? –No lo sé, ya pasaron cuatro años y sólo la he visto una vez, cuando fui a hablar con ella del compromiso de la Srita. Anne con Fitzwilliam y después de eso le mandé una carta. –Sí, yo también. –Tal vez ya ha pasado tiempo suficiente para que Lady Catherine haya olvidado sus deseos y pienso que es un buen indicio que aceptara venir a tu boda. También debemos recordar que siempre te ha tenido mucho aprecio. –Ojalá que ya todo se olvide y haya una reconciliación en la familia. Seguro mi madre se alegraría mucho.

342 Llegaron a la rectoría, Darcy se apeó del carruaje y ayudó a Georgiana a descender. El novio y el clérigo, al igual que cientos de invitados, esperaban la llegada de la novia. Darcy saludó al pastor y platicó unos momentos con él, esperando que en ese tiempo llegara Lizzie; se sentía afligido al ver que no había arribado. Sin embargo, el sacerdote dio la indicación para iniciar la ceremonia. Después de que entró el rector, lo siguieron Diana y Nancy, escoltadas por Brian y Lucy; posteriormente lo hizo el novio, quien caminaba del brazo de su madre. El Sr. Donohue entró en compañía de su hija Alice, al ver que la Sra. Darcy no se encontraba. Ya era la hora de entrar al templo y antes de avanzar, Darcy, por última vez, volteó hacia atrás y suspiró profundamente al ver el vehículo de Lizzie aproximarse al templo. Se sentía más tranquilo y avanzó con determinación escoltando a su hermana lentamente, al ritmo de la música, hacia el altar. Todos los invitados los veían con gran admiración y hacían comentarios en voz baja, unos sorprendidos por la belleza de la novia, otros por la galantería del hermano y su buen porte y otros más se preguntaban: “¿dónde estará la Sra. Darcy?” En primera fila, de un lado se encontraba Lady Catherine con su hija, la Srita. Anne, del otro se hallaban los familiares del novio, sus padres y hermanos. Lizzie entró por la puerta ubicada al lado del altar cuando Darcy se aproximó al novio para entregarle a Georgiana. Darcy besó en la frente a su hermana y Donohue la recibió. Darcy se retiró y acudió al lado de Lizzie, tomándole la mano la condujo hasta sus asientos, junto a Lady Catherine, donde les correspondía. Lady Catherine no pudo evitar sentirse incómoda, aunque Lizzie, quien se había sentado a su lado, fue la única que se percató de ello. Entre los invitados que se habían sentado cerca del altar estaban los Sres. Bingley, los Sres. Windsor acompañados por la Srita. Sandra, el Dr. Robinson y su esposa, el Dr. Thatcher, las Bennet y los Sres. Gardiner. Asistieron también muchas amistades de Donohue de Cardiff, como la Sra. Janet con su esposo, el alcalde y su esposa y varios compañeros de estudios de Oxford y de Irlanda, entre ellos el Dr. Black. El coronel Fitzwilliam permaneció sentado en la parte posterior, prudentemente. Estaban también presentes la Sra. Annesley y Sra. Reynolds, quien le había pedido un permiso especial a la Sra. Darcy de estar en la ceremonia religiosa. Figuraron también, aunque no fueron invitadas, la Srita. Bingley acompañada por una amiga. Muchos otros invitados de ambas familias se vieron concurridos en tan magnífica ceremonia, llena de estupenda música, palabras infundidas de amor y esperanza para los futuros esposos y oración que alentó a los festejados. Cuando hubo terminado el rito, el novio le dio el brazo a Georgiana para escoltarla fuera del templo. Darcy también le ofreció el suyo a Lizzie para salir después del pastor y de la pareja de novios. El nuevo matrimonio se veía dichoso y la gente estaba conmovida. Afuera, los invitados ya esperaban a los felices novios para congratularlos, entre ellos Darcy y Lizzie, quienes fueron los primeros en darles la enhorabuena. Georgiana le dio un expresivo abrazo a Lizzie, tratando de darle ánimo y agradeciéndole el apoyo que

343 siempre había recibido de ella. Lizzie asintió, percibiendo un nudo en la garganta que casi no la dejaba respirar. Había tanta gente que solicitaba a los novios para las felicitaciones que Darcy y Lizzie se separaron, cada uno saludando a las diferentes amistades. Cuando Lizzie buscó a Darcy para dirigirse al carruaje, Lady Catherine se acercó a ella y le dijo: –Sra. Elizabeth, ¿cuándo se va a dignar darle a mi sobrino un heredero? Lizzie se sorprendió tanto por la pregunta que no sabía si llorar o reír y no pudo proferir palabra. En ese momento llegó Darcy, que de lejos había visto a Lady Catherine acercarse a su esposa y se apresuró, no quería que pasara un mal rato con su tía. –Lady Catherine, ¡qué alegría que haya podido asistir a los esponsales de Georgiana! –Georgiana es mi ahijada y le tengo una gran estima, no podía faltar. Además, quería ver con quién le había autorizado casarse. No tengo todavía el gusto de conocer al novio ni a su familia. –Créame, tía, que tuve mucho cuidado al dar mi aquiescencia y se la otorgué únicamente cuando tuve la certeza de que era lo correcto. –Me gustaría que me presentara al novio y su familia. –Con gusto se los presentaré, si usted desea en Pemberley, ya que me parece que se nos han adelantado. Sra. Darcy, ¿gusta acompañarme a nuestro carruaje, por favor? –solicitó Darcy. –Será un placer, Sr. Darcy. Con su permiso, su Señoría. A pesar de que Lady Catherine se mostró parca con Lizzie, a Darcy no le pareció extraño, conociendo a su tía. Los Sres. Darcy se fueron a su coche para dirigirse a la recepción y durante el camino hablaron de sus impresiones de la boda. Ella luchaba por mostrarse más alegre de lo que realmente se sentía y conversaba con serenidad. Él estaba a la expectativa, conturbado; sabía que su mujer sufría en su corazón, aunque pareciera encontrarse muy tranquila. Lizzie comentó que había visto a los Sres. Windsor y que los habían invitado a su casa en Oxford para dentro de quince días, pues ofrecerían una reunión en donde recibirían a un importante huésped de negocios que se mostraron interesados en presentarle al Sr. Darcy. A él le habían hecho la misma invitación y había aceptado. También comentaron que la hija de un tío lejano de Darcy, la Srita. Wilson se había comprometido y próximamente estarían invitados a la boda. Darcy le habló de alguna reunión de negocios a la que asistiría el siguiente mes en Londres y en Bristol. Hablaron de la belleza de la ceremonia y la participación tan extensa que se tuvo por parte de sus familiares y amigos, de lo felices que se veían los novios y glosaron algunas de las frases que dijo el pastor durante su sermón, las cuales los dejaron muy satisfechos. Al llegar a Pemberley, muchos invitados ya estaban esperando, sólo faltaban los Darcy y los novios que aún no habían arribado. Darcy ayudó a descender a Lizzie del carruaje y se dirigieron al lugar de la recepción. Mientras entraban, había tal cantidad de conocidos que no avanzaban como ellos hubieran querido para prepararse y recibir a los novios. Darcy introdujo a Lizzie a algunas de sus amistades que no había tenido oportunidad de presentarle o que eran muy recientes, a causa de las últimas reuniones de negocios en las que

344 había participado. Algunos de sus antiguos amigos les preguntaban intrigados “¿cuándo habrá un heredero en Pemberley?”, a lo que Darcy contestaba con respuestas vagas y procuraba cambiar el tema, mientras Lizzie optó por no decir pío y evadir la conversación. Aun así, notaron que los temas de conversación eran los novios y

la posibilidad de la llegada de un heredero del Sr. Darcy. Todos los admiraban con

interrogación, aunque muchos no se atrevían a formular la pregunta directamente. Esto incomodó ciertamente a los Sres. Darcy que trataban, a veces sin éxito, de desviar el interés de sus concurrentes. Hasta que por fin llegaron los novios y los invitados viraron sus miradas en otra dirección. Lizzie respiró profundamente, ya estaba aturdida y fastidiada del acoso del que había sido presa. Recibieron a los novios con grandes ovaciones y la conversación al fin cambió de giro hacia la belleza de la novia y de su vestido, a la buena apariencia del caballero en cuestión, de lo famoso que ya era como médico en la capital, lo bien que habían sido atendidos sus nuevos pacientes, y lo felices que se veían los desposados. Muchos saludaron a los novios e hicieron filas para felicitarlos y expresarles sus buenos deseos. Más tarde, llegaron a la mesa principal, donde estarían sentados los novios, los Sres. Darcy y los Sres. Donohue. Cerca de ellos habían dos mesas para los familiares más cercanos, los hermanos del Dr. Donohue y otra para Lady Catherine, la Srita. Anne y los Bingley. El lugar del coronel Fitzwilliam estaba reservado en esa mesa, pero él tomó la decisión de sentarse en otro sitio, aunque sí se acercó a saludar cortésmente a su tía y a su antigua prometida. La Srita. Anne prácticamente no pudo mirarlo, pero le agradeció su gesto de amabilidad. Antes de que comenzara el banquete, Darcy se dirigió con el novio y sus padres con Lady Catherine para presentarlos; ella, sin dejar su asiento, sólo hizo una pequeña reverencia. Los Sres. Bingley se sentaron con la Sra. de Bourgh y la Srita. Anne y durante la comida Lady Catherine le preguntó a Jane: –¿Ustedes tienen familia, Sra. Bingley, además del que viene en camino? –Sí, Lady Catherine. Tenemos dos niños más: Diana de tres años y Henry de uno, y este bebé que nacerá en tres meses. –¡Oh!, ¿y les gustaría tener más hijos? –Sí, Lady Catherine. Pensamos que los hijos son una gran bendición y una fuente de inmensa ventura. –Parece que no todos los de su familia piensan igual. –¿Cómo dice? –inquirió Jane sin comprender. –Sí, ya ve usted. Mi sobrino y su esposa no tienen hijos y sabrá Dios cuándo se decidan a tener un heredero. No sé en qué están pensando. Según mi sobrino se casó con ella estando muy enamorado. –Lady Catherine, tengo entendido que ellos no han podido tenerlos aunque sus deseos han sido intensos, desde el inicio de su matrimonio. –Entonces, ¿acaso la Sra. Elizabeth es estéril? ¡Qué calamidad! De esa manera nunca habrá un legatario. ¡Eso es terrible! La casa de Pemberley sin un heredero.

345 Lady Catherine no salía de su asombro. Jane trató de cambiar el tema de conversación al ver la reacción que había tenido la Sra. de Bourgh y, aunque le parecía que la posibilidad era muy remota, no quería que por eso se molestara y causara alguna incomodidad a su hermana que, de por sí, pasaba por momentos difíciles. Jane le preguntó por las obras de caridad que se realizaban cerca de Rosings, tema que a Lady Catherine le gustaba para vanagloriarse de su buen corazón, por lo que el tema anterior quedó aparentemente olvidado. Entre tanto, en la mesa principal disfrutaban de una conversación mucho más amistosa y agradable y se veían más tranquilos y dichosos. El Sr. Darcy y el Sr. Donohue hablaban de los negocios en Cardiff y la posibilidad de extender el negocio de la familia Darcy a esa región. Lizzie y la Sra. Donohue hablaban de lo maravilloso que estuvo la celebración y de sus amistades y, los nuevos esposos platicaban felices de sus impresiones, mientras todos disfrutaban de platillos exquisitos y una compañía interesante, escuchando la agradable música de fondo que Georgiana había escogido con anterioridad. Cuando hubo terminado la comida, dio inicio el baile. Los novios fueron los primeros en acomodarse y los acompañaron los Sres. Darcy y algunas amistades cercanas. Terminada la primera pieza, Darcy escoltó a Lizzie a la mesa con Jane, y se disculpó con ella, ya que tenía que presentar a unos conocidos para el negocio que estaban planeando en Oxford, pero le dijo que para el siguiente baile volvería a su encuentro. Lizzie en realidad no tenía deseos de convivir con nadie más de la fiesta, por lo que con gusto se sentó con su hermana, que por su embarazo no podía bailar. –Lizzie, todo ha salido muy hermoso. Debes estar agotada. –Muchas gracias, me alienta pensar que Georgiana está feliz. –Se ve que está disfrutando mucho de su fiesta, junto con el Dr. Donohue. –Me alegro por ellos –suspiró–. Jane, ¿podré ir a visitarte más seguido a Starkholmes? –¡Oh! Por supuesto que sí –contestó con gran ternura. –Georgiana ha sido como una hermana para mí y ahora se va –expresó con tristeza. –Sí, Lizzie, sé que le has tomado un cariño muy especial. Sabes que puedes ir cuando quieras. Diana estará feliz de verte. En ese momento se acercó a saludarlas la Srita. Bingley con una amiga. Lizzie se sorprendió mucho de verla, ya que no le habían enviado invitación. Quién sabe qué artimañas había usado para entrar a Pemberley. Aun así, Lizzie se mostró cortés, como era debido y se puso de pie, igual que Jane. –Sra. Elizabeth, querida Jane. ¡Qué gusto de verlas! Les presento a la Srita. Margaret Campbell. La Srita. Campbell era una mujer sumamente atractiva: rubia y de hermosos ojos azules, de distinguidas facciones, labios delicados, mirada penetrante y hermosa figura, que llevaba un vestido muy llamativo y provocador, según pudo observar Lizzie. Era amiga de la infancia de la Srita. Bingley, y estaba de visita en Lambton. –Estuvo maravillosamente hermosa la ceremonia religiosa –comentó la Srita. Bingley. –Sí, la música fue exquisita –apuntó Jane. –Y la novia se veía preciosa, con un vestido bellísimo –agregó la Srita. Campbell.

346 –Estamos muy contentos de que Georgiana y el Dr. Donohue inicien su nueva vida. Se ven tan felices juntos –afirmó Lizzie. –Me imagino que el Sr. Darcy fue muy cauteloso al aceptar el matrimonio de su hermana –observó la Srita. Campbell. –Sí, el Sr. Darcy le pidió a la Srita. Georgiana tiempo para conocer a fondo al Dr. Donohue. Mi esposo quiere mucho a su hermana y quería estar seguro de esta decisión. Finalmente vimos que su amor era sincero y el Sr. Darcy dio su consentimiento gustoso. Se ven tan enamorados –recalcó Lizzie. –Me comentaban que los arreglos florales usted los diseñó en su florería, son preciosos. Es admirable que tenga una actividad así, ¿no lo crees Caroline? Sra. Bingley, me ha comentado la Srita. Caroline de sus sobrinos. –Tenemos una niña de tres años y un niño de uno –contestó Jane. –¿Y cuánto tiempo lleva de embarazo? –Seis meses, por lo que se aproxima el nacimiento del tercero. –Muchas felicidades. Sin duda le ha sentado muy bien el embarazo, se ve preciosa. Indudablemente que el Sr. Bingley está feliz. –Sí, está lleno de dicha, aunque nervioso. –Y ustedes, Sra. Darcy, ¿cuándo habrá un heredero en Pemberley? –preguntó la Srita. Campbell. –Esperemos que ya pronto –declaró Lizzie. –Los Sres. Darcy han tenido problemas para concebir, según me dijo mi hermano –comentó la Srita. Bingley–. Es eso o serán ciertos los rumores: ¿acaso ya se cansó de buscar un heredero y prefirió poner una florería? Me pregunto, ¿quién se habrá cansado, el Sr. o la Sra. Darcy? –se burló. –Estamos siendo atendidos por el Dr. Thatcher y me he sometido a su tratamiento. Nos ha dado muchas esperanzas. –Debe darse prisa, Sra. Elizabeth, porque si usted no le da un heredero al Sr. Darcy, tal vez lo busque por otro lado –aludió la Srita. Campbell con sarcasmo. El rostro de Lizzie se obscureció inmediatamente al escuchar estas palabras. –Querida Caroline –continuó la Srita. Campbell riendo–, está llegando el Sr. Darcy, quisiera saludarlo. ¡Qué hombre!, conserva un cuerpo atlético. ¿Cómo lo dejaste escapar? Retirándose, dejaron a Lizzie y a Jane en el momento en que Bingley, sin percatarse de lo acontecido, se disculpó con la Sra Darcy y tomó a su esposa del brazo para que lo acompañara a saludar a unas amistades. Las miradas de Darcy y de Lizzie se encontraron por unos segundos mientras la Srita. Campbell se aproximaba a saludarlo. Darcy, aturdido por toda la gente que lo interceptaba para agradecerle su hospitalidad, perdió de vista a Lizzie, quien se retiró rápidamente esquivando a los invitados y se dirigió a su sala privada. Al entrar, sus piernas temblaban tanto que no pudo sostenerse, cayendo al suelo de golpe, sollozando incontrolablemente. Las palabras que había dicho la Srita. Campbell fueron como una espada que atravesó su corazón.

347 Jane quedó muy preocupada por Lizzie al ver su rostro tras aquel desagradable comentario y en cuanto se desocupó fue a buscarla, pero al no encontrarla localizó al Sr. Darcy para avisarle de lo sucedido. –Sr. Darcy, disculpe que lo moleste. –¡Qué bueno que la veo, Sra. Bingley! ¿Ha visto a Lizzie? Me quedé desconcertado, hace un rato la vi mortificada, pero desapareció. –Sí, yo también me quedé inquieta después del comentario que le hizo la Srita. Campbell. –¿Margaret Campbell? ¿De qué comentario habla? –Me da mucha pena decirlo pero las circunstancias me obligan. La Srita. Campbell le dijo que si ella no le daba pronto un heredero, tal vez usted lo buscaría por otro lado. Acto seguido fue a saludarlo, seguramente con malas intenciones. Después de eso no he visto a mi hermana. –Entiendo –expresó Darcy con desazón–. Tengo que encontrarla. Con su permiso. Darcy se retiró e indagó por los salones de la recepción, en los jardines, preguntando a algunas personas, pero nadie supo darle razón de su mujer. Buscó también en la sala privada de Lizzie pero estaba cerrada bajo llave y nadie respondía. Fue a su alcoba, sin poder hallarla. Cuando regresó a los salones, Lizzie salía de su sala privada y Darcy se acercó. –¡Gracias a Dios! ¡Por fin te encuentro! –suspiró Darcy muy preocupado. Lizzie tenía la mirada baja, y él preguntó: –¿Estás bien? Alzando la mirada, inundada en lágrimas, Darcy se dio cuenta de la angustia en la que su mujer estaba sumergida y abrió la puerta de la sala para entrar nuevamente. –Me dijo Jane lo que sucedió. –Todos están muy pendientes de que haya un heredero en Pemberley, todos me han preguntado lo mismo, ¿para cuándo? Hasta Lady Catherine, como si estuviera en nuestras manos. Yo qué más quisiera, un hijo, es mi mayor anhelo, es un sueño que he visto destruirse muy lentamente, mes con mes y ya no puedo más. Hemos hecho todo lo que ha estado en nuestras manos, he seguido los tratamientos del doctor, hemos pedido a Dios esta bendición y no la ha concedido, y tal vez yo simplemente sea estéril. Ante eso, yo no puedo competir con nadie. Darcy quedó aturdido. Lizzie continuó: –Además, la Srita. Campbell tuvo el descaro de venir a insultarme en mi propia casa de esa manera y ante mi presencia ir a buscarte para coquetear, a ver qué consigue… Darcy escuchaba con mucha atención, saturado de rabia hacia esa mujer al recordar el relato de Jane. Lizzie, retomando el aliento, prosiguió: –Sólo de pensar en que pudieras estar con otra mujer, aunque sea sólo para darte un hijo, siento una enorme tristeza –explicó desolada–. Y… por otro lado ¿qué pensarás de mí si soy estéril? Darcy recordó las palabras del Sr. Bennet… ¡Cuánta razón tenía! Se acercó a Lizzie, la tomó de los brazos y le dijo, con determinación y afecto:

348 –Mi Lizzie, yo te amo, tú eres la dueña de mi corazón. Nadie más podrá serlo, y aunque fueras estéril te amaré hasta el final de mi vida. Tú eres la persona más importante para mí, sin ti mi vida no tiene sentido. Yo también deseo con todo mi corazón tener hijos, pero sólo contigo… Y si contigo no puedo, lo acepto. No me importa si hay o no un heredero y no me interesa lo que digan los demás. Ambos respiraron profundamente, luego él continuó: –Lizzie, mi niña, comprendo tu dolor. Tu sufrimiento es mi sufrimiento, pero no pierdas las esperanzas. Seguiremos intentando, continuaremos con el tratamiento del doctor, rezaremos más y nos pondremos en las manos de Dios. Has estado muy angustiada y eso no te ayuda. Debes tranquilizarte y recuerda que estaré a tu lado, sólo para ti. Darcy la abrazó fuertemente, mientras Lizzie se desahogaba. Cuando se tranquilizó, se escuchó que tocaban la música preferida de Lizzie, la cual Darcy le había solicitado al director de la orquesta días antes, y él pidió cortésmente: –Madame, ¿me concede el honor? Lizzie asintió con la cabeza. Luego, bailando, comentó: –Me encanta esta pieza. –Sí, es vigorizante –respondió Darcy. Permanecieron en silencio el resto del baile y en la última parte, Darcy la tomó en sus brazos y la besó cariñosamente. Lizzie explicó con serenidad: –Sr. Darcy, me ha convencido de que los bailes privados son más placenteros que los bailes públicos. Darcy, con una sonrisa, le dijo: –Permítame acompañarla hasta su alcoba para que descanse. Darcy la escoltó y permaneció con ella un rato más hasta que se quedó dormida. Cuando él regresó, se encontró en el camino con la Srita. Campbell, quien lo interceptó diciendo: –Ha estado desaparecido demasiado tiempo de la fiesta. –Si, he tenido que atender asuntos de suma importancia –contestó altivamente. –¿Y la Sra. Darcy? Ya no la he visto, quería agradecerle su hospitalidad. –La Sra. Darcy se ha sentido indispuesta. –¡Oh, qué pena! –y luego continuó–. He visto que es un excelente bailarín. ¿Le gusta bailar? –Sólo bailo con mi esposa. –Por la amistad de antaño. –Disculpe, con su permiso. Darcy se retiró apresuradamente, queriendo correr de su casa a esa mujer y descargar toda su ira por el daño que le había hecho a su esposa, pero estaba consciente de que no era el momento de enfrentarla. Además, sabía que si le hacía algún reclamo, lejos de lograr que desapareciera de su vida, le confirmaría el triunfo de su insulto y le daría nuevas herramientas para un futuro ataque a la paz de su familia.

349 El resto de la velada continuó con entusiasmo por parte de los novios y de los invitados, excepto para Darcy, que como anfitrión tenía los deberes de permanecer en la fiesta, pero que ya no tenía deseos de participar. No obstante, tuvo que hacer un gran esfuerzo para aparentar alegría, algo que siempre había aborrecido, para ahorrarle una pena a su hermana que, asombrada, le dijo: –Darcy, ¿por qué no bailas con Lizzie?, ¿dónde está? No la he visto desde hace rato. –Querida Georgiana, Lizzie se ha sentido indispuesta y ya se retiró. –Pero ¿está bien? ¿necesita que la revise un médico? ¿Acaso… sigue afligida por lo de la mañana? – preguntó con tristeza en su mirada. –Le ha atacado un fuerte dolor de cabeza, ya la dejé descansando. Seguramente mañana se sentirá mejor. Ha sido un día lleno de emociones. –¡Oh, qué pena! Darcy procuró convivir con sus amistades y comentar de negocios o de la situación mundial y local. Quería evitar a toda costa algunos comentarios que lo incomodasen, aunque no siempre tuvo éxito. Muchos le preguntaban por la Sra. Darcy. Ya entrada la noche, Georgiana ofreció un concierto de piano a los asistentes que quedaron maravillados de su habilidad. Para estos momentos, las Bennet ya se habían marchado con los Bingley a Starkholmes donde estaban hospedadas. Al concluir el concierto, los invitados se despidieron de los novios y del anfitrión, quienes se retiraron a sus habitaciones.

CAPÍTULO LXXIII

Cuando Lizzie despertó, Darcy la abrazó con afecto, dejando su libro sobre la mesa. –¿Pudiste descansar? –indagó Darcy. –Sí, gracias. La fiesta ¿concluyó bien? –preguntó al tiempo que, recostada sobre su hombro, le acariciaba el torso. –Sí, Georgiana y Donohue estaban felices y todos los invitados agradecieron mucho la hospitalidad de la Sra. Darcy, a quien disculpé en innumerables ocasiones. El concierto estuvo especialmente bonito. Sinceramente fue el único momento de la noche agradable para mí, desde que te acompañé a descansar. –¿Por qué? –Me percaté de la falta que me haces. Tú eres la única persona con la que quiero estar el resto de mi vida. Soy muy desdichado lejos de ti. –¿A pesar de todo? –cuestionó incorporándose para ver a su esposo, quien con cariño acariciaba su semblante y su cuello. –Sí, preciosa. Conozco tus mil maneras diferentes de sonreír y todas me cautivan, estoy al tanto de las múltiples razones de tus lágrimas y todas me conmueven. Casi podría adivinar tus pensamientos y tus palabras antes de pronunciarlas. Admiro tus cuantiosas virtudes y estoy consciente de tus desperfectos.

350 Estoy al tanto de tus gustos y aquello que te desagrada. Sé cómo robarte una sonrisa en momentos en que no tienes deseos de sonreír, como ahora. Lizzie sonrió y Darcy continuó: –Conozco cada centímetro de tu tez como la palma de mi mano, puedo apreciar los latidos de tu corazón cuando estoy a tu lado con sólo sentirte cerca de mí y, me doy cuenta, día con día, de que te amo más que a mi vida y que no quiero despertar cada mañana sin encontrarte a mi lado. Darcy, girándose, la besó tiernamente. Cuando los Sres. Darcy estuvieron listos, bajaron al salón principal, donde ya estaban Fitzwilliam y los Sres. Gardiner. Georgiana y Donohue se presentaron después, justo cuando la familia Donohue llegaba a la mansión en sus carruajes para el almuerzo al que estaban invitados para despedir a los novios antes de su viaje de bodas. Los anfitriones y amigos recibieron a los concurrentes en el salón principal y luego pasaron al jardín, donde estaba todo listo para el desayuno. Era una mañana resplandeciente. Cuando todos tomaron su lugar en la mesa, Darcy inició la conversación, preguntando al Sr. Donohue: –¿Los han atendido bien en el Hotel Rose & Crown? –Sí, han sido muy amables. Entiendo que el dueño es amigo suyo. –Así es, me da gusto oír que su servicio sigue siendo de excelente calidad. –La boda salió muy bonita, querida Georgiana –comentó la Sra. Donohue–. Sra. Darcy, se notó el cariño con que realizaron la planeación, todo estaba lleno de detalles, desde la ceremonia religiosa hasta el último momento de la fiesta. Fue inolvidable. –Y la novia se veía muy hermosa al entrar del brazo de su hermano. La gente comentó mucho ese momento, fue muy conmovedor –explicó la Sra. Gardiner. –Muchas gracias por todo, Sr. Darcy. Todos los invitados nos agradecieron profundamente, pero a quienes debieron corresponder era a usted y a la Sra. Darcy. Algunos de los asistentes no los encontraron para despedirse. Darcy asintió circunspecto. –Srita. Georgiana, perdón, Sra. Georgiana, su concierto estuvo espectacular. Escuché muchos comentarios y todos los invitados quedaron encantados. Reflejaba una belleza tan especial vestida de novia, tocando el piano con tanto sentimiento –indicó la Sra. Estelle Donohue. –Se veía verdaderamente como un ángel –declaró el Dr. Donohue volteando con una mirada cariñosa hacia su esposa. Georgiana se ruborizó. –Y la música de la iglesia fue muy especial –apuntó James Donohue. –Las piezas las escogió Georgiana; el Sr. Darcy le pidió a un amigo de Londres que viniera a tocar en la ceremonia –expresó el Dr. Donohue. –¿El director de la orquesta es amigo suyo, Sr. Darcy? –preguntó el Sr. Gardiner. –Sí, el Sr. Wells, lo conozco desde hace varios años.

351 –También tocaron en la fiesta –indicó Georgiana. –Sí, la música en la recepción fue bellísima –afirmó Robert Donohue. –Te vimos bailar varias veces con la Srita. Kitty –señaló la Sra. Donohue a su hijo Robert. –Bailamos varias piezas, no sabía cómo negarme. Usted disculpe, Sra. Darcy. –Seguramente mi hermana no lo dejaba ni hablar –explicó Lizzie. –Su conversación era agradable –manifestó tratando de ser cortés, aunque no muy sincero. –Creo que fue muy bello cuando los niños entraron al templo con las flores. Las niñas se veían muy bonitas con sus vestidos –apuntó la Srita. Alice. –¿Te gustó mamá, cuando entré con los niños? –indagó Lucy. –Sí, hija, te veías como una princesa. –Lizzie no estuvo para verme entrar en la iglesia. –Perdóname, Lucy. No me sentía bien y me retrasé un poco –respondió Lizzie apenada. –También supimos que te retiraste temprano de la fiesta. ¿Ya te sientes mejor, Lizzie? –examinó la Sra. Gardiner. –Sí, gracias tía Meg. Darcy veía turbado a Lizzie, pues, aunque trataba de simular serenidad, sabía que su corazón estaba doliente por lo sucedido el día anterior, al tiempo que los invitados siguieron platicando del gran evento y todas sus impresiones. Comentaron de las amistades que estuvieron presentes y las noticias que recibieron de ellos después de algún tiempo de no verlos. La Srita. Alice explicó que estuvo conversando con la Srita. Bingley, mientras Darcy escuchaba intrigado de saber cómo había entrado sin la requerida invitación. También comentaron de los deliciosos platillos que se sirvieron y la excelente atención con que todos fueron acogidos. Darcy agradeció el apoyo que recibieron de los Sres. Gardiner y de Fitzwilliam. Georgiana y Donohue correspondieron a los Sres. Darcy toda su colaboración para el casamiento. Al finalizar el desayuno, los nuevos esposos fueron acompañados a la puerta por todos los presentes, dándoles sus mejores deseos. Ellos, por último, se acercaron con Darcy y Lizzie para despedirse, y Georgiana dijo con un enorme cariño: –Te extrañamos mucho en la fiesta, Lizzie. –Y yo te extrañaré mucho ahora que partas y seguro tu hermano también. –Yo pensé que les iba a hacer un favor casándome. Por fin estarán solos. –No digas eso. Tu compañía siempre ha sido agradable para mí y sabes que Darcy te quiere mucho. Georgiana, quería darte algo… Lizzie sacó del bolso de su vestido el devocionario que le había regalado Darcy hacía tiempo, el que había pertenecido a Lady Anne. –Lizzie, quiero que lo conserves –aclaró Georgiana. –No hermana. Te agradezco que me lo hayas obsequiado pero te pertenece. Además, Darcy y yo te lo podemos recitar de memoria.

352 –Siento mucho que… Yo también me había hecho la ilusión –repuso con desánimo en su mirada, abrazando con cariño a Lizzie. –Gracias Georgiana. –Querida hermana, que tengan un buen viaje y que inicien su vida juntos con felicidad –expresó Darcy. Donohue igualmente se despidió y ayudó a Georgiana a subir al carruaje, que partió rumbo a su nueva vida. También la familia Donohue, los Sres. Gardiner y Fitzwilliam levantaron velas durante la mañana hasta dejar solos en Pemberley a los Sres. Darcy, como habrían deseado estar hacía más de cuatro años, pero ahora con un cierto temor, sobre todo de Lizzie. Darcy, sin dejarse vencer por la congoja que embargaba su corazón, le infundió valor a su mujer y estuvo con ella el resto del día, mientras trataba de sobreponerse a su propio desconsuelo, sin lograr por completo su objetivo. Los Bingley habían invitado a almorzar a los Sres. Darcy al día siguiente, ya que todo el dinamismo en Pemberley hubiera concluido, y también en Starkholmes, ya que las Bennet habían partido para Longbourn. Por fin Bingley respiró en paz después de varios días de intensa agitación. Los Darcy se presentaron a la hora señalada y los Bingley los recibieron al bajarse del carruaje. –¡Oh Lizzie! ¡Qué bueno verte! –le recibió Jane con un cariñoso abrazo. Bingley saludó en tanto Diana y Henry acudían a ver a sus tíos. Lizzie los abrazó y los besó con efusión, llamando la atención de Jane. Pasaron al jardín donde todo estaba dispuesto para almorzar. Era un día luminoso con una brisa fresca y reconfortante. –¡Qué extraordinaria ceremonia! –indicó Jane. –Sí, todo salió de maravilla. La gente estuvo muy halagada y se veía a Georgiana tan feliz –continuó Bingley. –Fue un momento muy especial entregarla en el altar –recordó Darcy–. Y qué decir cuando salió de la iglesia del brazo de su esposo, se veía tan bonita, radiante de felicidad; además, fue muy emotivo cuando Georgiana ofreció su concierto de piano, y verla bailar con su esposo. –No puedes dejar de emocionarte –expuso Bingley–, la ves como si fuera tu hija. –Ciertamente le tengo un afecto muy especial. Fue mi responsabilidad por más de diez años hasta el día de ayer, aunque nunca dejaré de ver por ella –continuó Darcy–, casi como un padre. –¡Qué feliz se ha de sentir Georgiana de tener un hermano con el que siempre pueda contar incondicionalmente!, y lo tendrá más tiempo que a un padre –comentó Jane con cierta melancolía, recordando al Sr. Bennet. –Sin duda, ha de ser un momento muy especial entregar a una hija. Repleto de felicidad por la nueva vida que iniciará y colmado de dolor por la separación que esto conlleva –reflexionó Bingley–. Me imagino lo que sentiré cuando yo tenga que entregar a mi Diana en matrimonio. ¡Vaya! No quiero ni pensar en eso. –Para eso falta mucho –deseó Jane. –Así lo espero.

353 Lizzie estaba abstraída, ausente, taciturna, observando el juego de los niños en el jardín. Jane la tomó de la mano, invitándola a dar una vuelta. Después de caminar un rato, Jane le dijo: –Me quedé preocupada por ti desde la boda. La Srita. Campbell hizo un comentario espantoso y te estuve buscando sin localizarte. ¿Te encuentras bien? –Sí, bueno… ¿Qué te puedo decir? –indicó mortificada. –¡Lizzie! Me apena tanto tu sufrimiento, quisiera ayudarte. –Cuando veo a tus hijos, veo tu dicha y la de Bingley… –suspiró–, quisiera tanto vivir lo mismo. Te veo encinta, anhelo sentir a mi hijo dentro de mí, tenerlo en mis brazos, amamantarlo, verlo crecer y disfrutar de su alegría al descubrir el mundo, compartir con él sus primeros pasos, sus incipientes palabras, sus risas y sus tristezas, sus juegos y estudios. Quiero ver a Darcy divertirse también con ese hijo que tanto desea… Tal vez eso nunca sucederá –explicó mientras las lágrimas inundaban sus ojos. Jane abrazó con cariño a su hermana. –Y… –añadió–, ese comentario me atormentó terriblemente, pero me tranquilizó hablar con Darcy. –Lizzie, no sé qué decirte. –Gracias, Jane. Sólo reza por mí. Ella se llevó las manos a la cabeza. –¿Estás bien? –preguntó Jane. –Tengo un terrible dolor de cabeza. –Has estado muy mortificada, si quieres puedes descansar en una de las recámaras y regresa cuando te sientas mejor. Jane acompañó a Lizzie a una alcoba para que se recostara unos momentos y luego volvió con los señores con el rostro lleno de preocupación. –¿Todo está bien? –inquirió Bingley. –Estoy sumamente alarmada por Lizzie, Sr. Darcy. Veo a mi hermana muy triste y acongojada. Temo que esto también pueda afectar a su salud. –Está pasando por momentos muy difíciles. Y para colmo mi hermana se casa. –Estaba pensando que tal vez si se fueran por un tiempo de viaje, se olvidaran de todo, eso le permita serenarse. –¡Qué gran idea! Podrías llevar a la Sra. Darcy a algunas ciudades de Europa. Gran Bretaña acaba de firmar el tratado de Amiens con Francia. Parece que por fin acabó la guerra –sugirió Bingley. –Me encantaría llevarla a muchos lugares del continente, pero yo no estaría tan seguro de que todo haya terminado. –Pero Pitt, el más firme partidario de la guerra contra Francia, ya se retiró hace unos meses. –Sí, también hay carestía y el costo de financiar la guerra es muy alto y, por el momento, Gran Bretaña no tiene alianzas con países del continente. En estas condiciones no conviene continuar una guerra. Por otro lado, y gracias a Dios, Napoleón está impedido de atacar territorio británico por el bloqueo que existe en el

354 Canal de la Mancha, sin el dominio del mar le es imposible continuar la guerra. Pero la sed de poder del Sr. Bonaparte no se acabará con estos obstáculos y aunque haya paz por un tiempo, los países directamente afectados tardarán en recuperarse y, mientras eso suceda, no es prudente visitarlos. Aunque sí es una buena sugerencia, un viaje nos ayudaría mucho, hay tantos lugares que visitar en el Reino Unido. Sólo que tengo algunos pendientes que resolver antes. –No te preocupes –interrumpió Bingley–, yo me encargo de todo, junto con Fitzwilliam. Váyanse lo antes posible, todo el tiempo que sea necesario. –Te lo agradezco mucho. Organizaré todo para irnos a la brevedad. Sra. Bingley, ¿me permite ir a ver a Lizzie? –¡Oh, claro! Lo acompaño. Darcy entró en la habitación, que tenía las cortinas cerradas y yacía en silencio, donde Lizzie, recostada, había alcanzado el sueño minutos antes. Darcy sabía que la noche anterior su mujer no había dormido apaciblemente y conocía de sobra el motivo. Se sentó a su lado para contemplarla, luego tomó con delicadeza su mano y la besó gentilmente en repetidas ocasiones. Enseguida, la cobijó y se retiró. Instantes después, Lizzie se despertó sobresaltada, llorando. Había tenido nuevamente esa pesadilla que se repetía cada vez con mayor frecuencia y que temía con todo el corazón que fuera una realidad. Sentía que ese sueño se estaba cumpliendo, advirtiendo que la esperanza la había abandonado por completo. Trató de serenarse en medio de una profunda soledad y sólo lo logró con su oración. Le pidió a Dios con todo su fervor, como en tantas ocasiones lo habían hecho, por Darcy y por ella, por esa familia que siempre habían deseado pero que se les había sido negada. Al recuperar la paz que sus pensamientos le habían robado, el dolor de cabeza disminuyó, al igual que el de su espíritu. Sintió consuelo al recordar todas las palabras de aliento y de cariño que Darcy le había dicho en esos momentos difíciles, todas las veces que él la había acompañado mientras veían al Dr. Thatcher y la preocupación que siempre había mostrado por su bienestar y agradeció profundamente a Dios por esta bendición en medio de tanto dolor. Tenía que aceptar esta pérdida: la pérdida de ese hijo que nunca llegó, el desgaste de esta esperanza para resurgir una nueva ilusión, una alternativa que sólo en sus pensamientos había contemplado. Mientras Lizzie reposaba en la habitación, Darcy y Bingley platicaron y solucionaron los pendientes más importantes del negocio y las próximas reuniones que Darcy tenía programadas realizar en Londres, en Oxford y en Bristol, donde estaban arrancando varios proyectos muy prometedores, mientras Darcy pensaba qué lugares podría visitar con su esposa para despertar su interés. Cuando Lizzie se sintió más despejada, bajó al jardín, donde los caballeros continuaban con la plática, en compañía de Jane y los niños que jugaban cerca. Los señores se pusieron de pie y Darcy se acercó para recibirla con especial cariño, tomando sus manos. –¿Ya te sientes mejor? –Sí, gracias. Aunque me habría gustado tener tu compañía.

355 –Fui a ver cómo estabas y te encontré dormida. Jane los invitó a pasar a la mesa al desayuno tan esperado por los presentes. –Les agradezco la gentileza de haberme esperado –indicó Lizzie sonriendo al tiempo que tomaba el brazo de su esposo. –Sabes que para mí vale más una sonrisa tuya que cualquier platillo, aun sucumbiendo de hambre. –Yo no sé si Bingley piensa lo mismo –señaló Lizzie. –Como anfitrión, no tuvo más remedio. Durante el desayuno, Lizzie continuó reflexiva, pero más serena que antes. Cultivaba en su pensamiento aquella idea que había considerado en un inicio muy remota, y que ahora la veía muy cercana y como única posibilidad. Pero, ¿qué pensaría Darcy de esta alternativa?

Al día siguiente, en Pemberley, Lizzie había salido a dar un paseo por los jardines y a visitar el invernadero, mientras Darcy estaba en su estudio trabajando. El Sr. Smith entró para anunciar a la Sra. de Bourgh, pero ella se adelantó. –Ya se puede retirar –ordenó Lady Catherine. Darcy le ofreció tomar asiento y él se volvió a sentar enfrente de su escritorio. –¿A qué debo el honor de su visita, querida tía? –Estoy enormemente preocupada por tu situación. Me ha puesto muy nerviosa que no haya nacido un heredero en esta casa. Tú sabes lo importante que es eso y comprenderás que necesitamos resolver este problema. –Lady Catherine… –Tú sabes bien –interrumpió la Sra. de Bourgh–, que nunca estuve de acuerdo con tu matrimonio. Por alguna razón no me gustaba la Srita. Elizabeth para ti, además de los motivos que te expuse en su momento. –Pero, ¿a qué viene todo esto? –Me he informado de buenas fuentes que debido a esta problemática es válido pedir la anulación de tu matrimonio para que te puedas casar con otra mujer y tener descendencia. –Con todo respeto, su Señoría. Yo amo a mi esposa. Si ha venido a ofenderla, me ha insultado a mí también. Le ruego que se retire de mi casa. –¡Pero, qué forma es esa de tratarme, a mí! Lady Catherine se levantó y se retiró enfurecida. Darcy se sentó nuevamente y se tomó la cabeza con las manos, tratando de tranquilizarse. Lizzie entró en la habitación en silencio y, cuando Darcy se percató de su presencia, se puso de pie inmediatamente. –Te agradezco que me hayas defendido ante tu tía. –Pero, ¿escuchaste? –Sí, era de esperarse que viniera a insultarme. Durante la boda de Georgiana me miró con desprecio todo el tiempo y, no ha sido la primera vez.

356 –Te pido una disculpa por su comportamiento. He tenido la mejor intención de arreglar la situación con ella, pero ésta será la última vez que venga a insultarte. Si continúa con esa actitud no volverá a pisar esta casa. Lizzie tomó asiento en el sillón y Darcy se sentó junto a ella. –He estado pensando que tal vez… –explicó Lizzie haciendo una pausa–, tal vez la Srita. Campbell tenga razón. –¿Cómo? –preguntó Darcy perplejo–, no te entiendo. –No me malinterpretes. Quiero decir que tal vez… podríamos adoptar a un niño. –¿Cómo? –indagó atónito. –Sé que es un procedimiento poco común, si quieres podríamos ausentarnos un tiempo para cubrir las apariencias y regresamos con un bebé. Tengo entendido que el Sr. Robinson conoce los detalles. –¿Has hablado de esto con él? –No. Darcy se puso de pie y caminaba de un lado a otro pensativo. Un hijo que no era de su sangre, con sólo pensarlo se le nublaba la mente y se llenaba de confusión. Era la primera vez que esa idea cruzaba en su pensamiento. Sin duda iba en contra de todo lo que él esperaba de su vida, ¿podría llegar a amar a una criatura que no llevara su sangre como si fuera su propio hijo? Lizzie esperaba contemplando cómo caminaba su esposo, Darcy sabía que era atentamente observado por ella, estaba consciente de que esta espera aumentaba su angustia, pero en una respuesta se decidían tantas cosas de su futuro: ¿acaso podría aceptar como hijo a un niño completamente desconocido, con un pasado que tal vez ignorarían? Volvió a imaginarse con un hijo en sus brazos, lo habían deseado y suplicado al cielo por tantos años, había luchado por conservar la esperanza de ver algún día a su bella esposa agraciada por el embarazo y rebosando la alegría que supondría su estado, disfrutar los momentos en que su hijo comenzara a dar sus primeros pasos, sus primeras palabras, sus primeros logros y sentirse feliz y satisfecho como padre y como esposo al contemplar cumplido el mayor anhelo de su amada. Recordó la emoción que Lizzie expresaba cuando le dijo que era la mayor aspiración de su vida, un día antes de casarse, pero tal vez esa era la única alternativa de ayudar a su esposa a realizar su sueño, tal vez el destino les tenía reservado este camino como única alternativa y sólo faltaba tomar una decisión, una decisión que rompía todos los paradigmas de su vida, ¿sería capaz de romperlos por la felicidad de su esposa?, ¿así alcanzarían la felicidad? Sabía que una vez dado el paso no podrían retroceder y tendrían que asumir todas las consecuencias. Se preguntó cómo había podido sostener una esperanza que cada día se veía más lejana, que ahora era casi imperceptible. Lizzie lo observaba sabiendo que su futuro estaba en juego y, por lo tanto, su felicidad. Pero sabía que Darcy necesitaba tiempo para librar esa batalla interna y llegar a una conclusión, a ella le había costado trabajo y mucho tiempo desprenderse de su mayor ilusión para dar espacio a esta alternativa, aun cuando conservara ciertas dudas al respecto: ¿Darcy llegaría a dar su consentimiento?, ¿él podría ser feliz en esas circunstancias

357 y aceptar sin reserva y con todo su amor a esa criatura?, ¿podrían formar una familia feliz, como tanto lo habían anhelado? Después de un rato se volvió a sentar y, tomándole de las manos, continuó: –No sé Lizzie, me he quedado confuso, ¿eso te haría feliz? Ella bajó su rostro, repasando las dudas que todavía la atemorizaban. –Lizzie, no pierdas las esperanzas. –¿Cómo no voy a perder las esperanzas después de todo lo que hemos hecho sin lograrlo? Veo pasar el tiempo y… ¡nada! –declaró con profunda tristeza. –Lizzie, ¿recuerdas las últimas palabras de tu padre? Yo las recuerdo cada vez con mayor claridad. Ella lo miraba intrigada, rememorando esos momentos sin entender a qué se refería. –Cuando murió me dijo cosas que tal vez no entendí por completo, pero con el paso del tiempo he comprendido que tenía razón. –¿Qué te dijo mi papá? –Me anticipó que iba a pasar mucho tiempo de sufrimiento por la falta de hijos, pero que finalmente Dios nos concedería esta bendición. Me dijo, como a ti en su momento: “No pierdan las esperanzas”. Los ojos de Lizzie se llenaron de lágrimas, sintiéndose profundamente conmovida con el mensaje de su padre. –¿Qué más te dijo? –preguntó con la voz quebradiza. –Me pidió que te apoyara y te comprendiera. Espero haberlo hecho como era necesario. Darcy besó su mano con devoción. –Lizzie, quiero proponerte que nos vayamos de viaje por algún tiempo, creo que nos va a ayudar mucho para ver las cosas de forma diferente y descansar, olvidarnos de todo. Vamos a darnos este tiempo para pensar el asunto de la adopción, en este viaje decidiremos nuestro futuro. Él enjugó su rostro con la mano y la besó tiernamente en la frente. –Estoy preparando todo y dejando mis pendientes encargados para salir este próximo fin de semana. Lizzie, con una ligera sonrisa, asintió. –Y, ¿a dónde iremos? –Será una sorpresa.

Darcy, antes del viaje, le escribió una carta a Georgiana. “Estimada Georgiana: Deseando que su viaje esté siendo agradable, quiero informarte que nosotros estaremos fuera por una temporada. Nuestro destino se lo iré informando al Sr. Smith para que tengan manera de localizarnos en caso de fehaciente necesidad. Igualmente le he encomendado a Fitzwilliam que estuviera pendiente de tu regreso a Londres, en caso de que necesiten algo hasta nuestra llegada. Lizzie te manda un cariñoso abrazo y les enviamos nuestros mejores deseos de felicidad. Con afecto, Darcy”.