El Sistema Capitalista (Santillana)

EL SISTEMA CAPITALISTA Tradicionalmente se han utilizado tres definiciones distintas de capitalismo. Cada una de ellas h

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EL SISTEMA CAPITALISTA Tradicionalmente se han utilizado tres definiciones distintas de capitalismo. Cada una de ellas hace referencia a un aspecto diferente de este sistema socioeconómico. 1. La presencia generalizada en la gente de un espíritu comercial y de lucro: el llamado «espíritu capitalista». 2. La existencia de amplios circuitos de comercialización. Esto significa que los bienes se producen para ser vendidos en mercados1 distantes. 3. La preeminencia de un modo específico de producción de bienes, en el cual los medios necesarios para desarrollar dicha producción (por ejemplo, el dinero, las máquinas y los insumos) pertenecen a un grupo limitado de personas, denominado capitalistas o burguesía. A su vez, la mano de obra necesaria para producir los bienes se consigue pagando un salario a otro sector de la sociedad que no posee medios propios de producción y que, por esa razón, se denominan trabajadores u obreros. En cambio, se descartan otras formas de trabajo posibles, como la servidumbre medieval o la esclavitud. Las potencias capitalistas Hacia 1850, sólo Gran Bretaña podía llamarse capitalista en un sentido integral del término. A la producción industrial de textiles (que comenzó a desarrollarse a fines del siglo XVIII) se le agregaba ahora la fabricación de ferrocarriles y la explotación a gran escala del hierro y del carbón. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XIX, nuevas potencias económicas, como Alemania, los Estados Unidos de Norteamérica, Francia, Bélgica y Japón, fueron desarrollando sus propias industrias. Y al comenzar el siglo XX, tanto Alemania como los Estados Unidos ya habían superado a Gran Bretaña. Las relaciones entre los países Los países que se industrializaron necesitaban de las otras regiones del planeta con dos objetivos: por un lado, para que actuaran como proveedoras de materias primas 2 y de alimentos; por otro, para que compraran sus productos manufacturados 3. Por eso, en la segunda mitad del siglo XIX se hablaba de la existencia de una «división internacional del

1 Denominase mercado al área social, geográfica, etc., a la que un país o una empresa destina su producción. 2 Llamase de esta manera a las sustancias naturales o poco procesadas que una industria utiliza para elaborar productos. 3 Dase este nombre a todo lo que es resultado de un proceso de fabricación industrial o artesanal en serie.

trabajo»: unos países producían bienes industriales mientras que otros elaboraban alimentos y materias primas. El funcionamiento de este sistema fue posible gracias a la difusión del liberalismo económico, es decir, la negativa a imponer impuestos aduaneros o prohibiciones que impidieran la libre circulación internacional de productos. Esta teoría partía de la idea de que el mundo constituía una unidad económica cuyo funcionamiento era equilibrado por los flujos comerciales. Cada nación debía especializarse en la producción de los bienes que producía mejor y más baratos; el resto lo conseguiría mediante el intercambio comercial. Por esa razón era tan importante que ningún gobierno interfiriera en estos intercambios, de otro modo, se corría el riesgo de provocar grandes crisis. Aunque el liberalismo económico favorecía a Gran Bretaña, muchos Estados adoptaron esta filosofía porque era juzgada como la más moderna y el único camino para alcanzar el progreso. Sin embargo, algunos países, como los Estados Unidos y Alemania, no dudaron en imponer fuertes impuestos aduaneros para favorecer el desarrollo de sus industrias. Crisis y depresión La creencia en el liberalismo económico se vio alentada por el hecho de que a partir de 1850 la economía mundial creció de modo intenso y sostenido. Sin embargo, en 1873 estalló una grave crisis que afectó a toda la economía capitalista. La aparición de nuevos países industrializados tuvo como consecuencia un aumento de la producción que alcanzó un nivel en el que ya no había a quién vender los productos. Los precios cayeron hasta que muchas empresas no pudieron sostener la producción y cerraron sus puertas. A la quiebra de las empresas se sumó la de muchos bancos. La agricultura fue particularmente afectada, dado que sus precios disminuyeron significativamente. La mayoría de los dirigentes empresariales y políticos estimó que la crisis sería breve, sin embargo, la depresión económica que le siguió se mantuvo hasta 1890. Las condiciones de un nuevo despegue Ante un panorama tan desalentador, los empresarios y los gobiernos comenzaron a tomar medidas. Dado que el problema principal era la falta de mercados, se apuntó, fundamentalmente, a limitar la competencia. Por un lado, comenzaron a establecerse fuertes aranceles al ingreso de productos extranjeros, de forma tal que no compitieran con los de las empresas locales. Con estas medidas, se ponía fin al liberalismo económico y se alentaba el proteccionismo. La economía ya no era concebida como un problema mundial, sino fundamentalmente nacional: cada nación debía salvarse por sí mismo, sin importar qué les sucedía a las demás. Por otro, varios países industriales de Europa se lanzaron a la conquista militar de amplias regiones de Asia y África con objeto de asegurarse en ellas mercados cautivos y materias primas baratas. Otra forma para volver a asegurar las ganancias de las empresas era mediante la disminución de los costos de producción. Por razones políticas y económicas, en esos momentos no era posible bajar los salarios de los trabajadores, un recurso al que habitualmente recurrían los empresarios ante cualquier crisis. Por eso tomaron otros tipos

de medidas que terminaron provocando una mejora significativa en el rendimiento de las empresas. Una de ellas fue la concentración de la producción en unas pocas firmas de enormes dimensiones (capaces de dominar todas las etapas del circuito económico) llamadas conglomerados o trust. Así evitaban la competencia y podían imponer precios convenientes. También se aplicaron a la producción todas las novedades científicas y técnicas posibles; algunas empresas abrieron sus propios departamentos científicos para alentar la investigación y aplicarla al mejoramiento de la producción. LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Entre fines del siglo XIX y 1914, la economía mundial experimentó un nuevo despegue, tan espectacular que se lo conoce como Segunda Revolución Industrial. Las industrias que apuntalaron este crecimiento fueron las que contaban con un alto nivel de inversión de capital y usaban tecnología de punta (industrias de base). Grandes inventos –la lámpara incandescente, el telégrafo sin hilo, los materiales sintéticos y el motor de combustión, entre otros– permitieron el desarrollo de nuevas ramas de la industria, como la química, la siderúrgica, la eléctrica, la petrolera y la producción de maquinaria. Paralelamente, creció la producción de bienes de consumo masivo y cotidiano, como vestidos, alimentos, bicicletas y medicamentos. Para vender estos productos fue necesario desarrollar nuevas modalidades de comercialización, como las grandes tiendas y la publicidad. También crecieron las actividades terciarias por el incremento de los servicios (por ejemplo, la actividad bancaria y la educativa) y de la burocracia pública y privada. La cadena de montaje Durante la Segunda Revolución Industrial se idearon nuevas formas de producción. Entre ellas se destaca la cadena de montaje, sistema en el que se dividen las etapas de producción en pasos sencillos, cada uno de los cuales es realizado mecánica y repetitivamente por un trabajador. De esta manera, se simplifica el trabajo, se produce más rápido y se abaratan los costos. Este sistema fue utilizado desde 1907 por el empresario estadounidense Henry Ford para producir el primer auto barato pensado para el consumo masivo: el Ford T. EL IMPERIALISMO Durante el último cuarto del siglo XIX, las grandes potencias europeas, Japón y los Estados Unidos de América se lanzaron a la conquista de territorios por todos los rincones del planeta. A este fenómeno se lo denominó imperialismo. Como ya hemos visto, esta vocación de conquista estaba vinculada a la crisis económica que se desató en 1873. Sin embargo, también influyó un nuevo ideal nacionalista que sostenía que sólo se podía aspirar a ser una gran nación si se era dueño de un imperio colonial. En muchos casos, los costos de la ocupación y la administración de los territorios conquistados (las colonias) superaron ampliamente los beneficios económicos conseguidos; sin embargo, el honor nacional exigía continuar con la empresa imperial. La conquista del mundo

Los Estados Unidos llevaron adelante una notable expansión territorial durante la primera mitad del siglo XIX a través de la compra de territorios, la ocupación de tierras que habitaban los indígenas y la anexión de Texas (en 1845), que poco antes se había separado de México. Más adelante, extendieron su influencia en América Central y advirtieron a las potencias de Europa que no admitirían la instalación de colonias europeas en el continente americano. Por ese motivo, los estadounidenses apoyaron a los mexicanos en su lucha contra el intento de dominación francesa, que tuvo lugar entre 1864 y 1867, y a los independentistas cubanos, en su lucha contra la dominación española en 1898. En parte por esta razón, y en parte porque en él sur de nuestro continente ya existían varias repúblicas independientes que mantenían importantes vínculos económicos con diversos países de Europa, América casi no formó parte de la avanzada imperialista. Las apetencias imperiales europeas se volcaron entonces sobre África, Asia y Oceanía. Luego de la ocupación militar de varias regiones del continente africano, un acuerdo firmado en la ciudad de Berlín en 1884 consagró su reparto total entre los Estados europeos. Paralelamente, Gran Bretaña, Francia y Holanda sometían grandes extensiones de Asia. Las ambiciones imperialistas provocaron una creciente carrera armamentista y un peligroso entusiasmo militarista que alimentó los recelos y la desconfianza entre las distintas potencias. No digo que todos nuestros métodos han sido irreprochables; pero sí digo que en casi todas las instancias en se estableció el dominio de la Reina [Victoria I] y donde se ha hecho cumplir la gran pax Britannica ha sobrevivido con ella [una] mayor seguridad para la vida y la propiedad y un mejoramiento material para la mayoría de la población. (Joseph Chamberlain, secretario de Estado para las colonias, Marzo de 1897)

Las resistencias al imperialismo Los europeos justificaban sus conquistas argumentando que de esa manera podían llevar todos los beneficios y adelantos de la civilización a los pueblos que ellos llamaban “atrasados”, es decir, los de Asia y África. También solían decir que la raza blanca tenía derecho a someter a otras en virtud de su superioridad. Pero muchas poblaciones sometidas no aceptaron estos argumentos y se rebelaron contra sus dominadores en defensa de su libertad y de sus tradiciones. Los zulúes en África, los maoríes en Nueva Zelanda y los nacionalistas chinos e hindúes se alzaron en armas contra la dominación europea, aunque todos ellos fueron derrotados. También se produjeron levantamientos de los colonos descendientes de europeos ante la presencia de nuevas potencias conquistadoras, como sucedió en Sudáfrica. Allí, los colonos de origen holandés (los bóers) intentaron impedir la ocupación británica, pero también fueron vencidos. CLIMA POLÍTICO Y SOCIAL

Luego del periodo de revoluciones que culminó en 1848, los gobiernos –incluso las monarquías más conservadoras– aceptaron el ideal liberal, que implicaba la presencia de parlamentos con poderes legislativos y de control de los ejecutivos. Pero el manejo de los asuntos políticos quedó en manos de personas poderosas e influyentes llamadas «notables», y los representantes eran elegidos mediante sistemas electorales de participación restringida: sólo votaban quienes poseían un determinado grado de riqueza y educación. Esta situación comenzó a modificarse en el último cuarto del siglo XIX, cuando, paulatinamente, se fueron ampliando los derechos electorales hasta llegar al sufragio universal masculino. Junto con la ampliación del número de votantes aparecieron los primeros partidos políticos modernos, primero en los Estados Unidos de América y luego en Europa. Como ahora era necesario obtener muchos votos para ganar las elecciones, los partidos se organizaron como asociaciones destinadas a recolectar el mayor número de sufragios posibles: de este modo se realizaron las primeras campañas electorales. Socialistas y anarquistas A medida que se extendía el capitalismo industrial, fue creciendo el número de movimientos que aspiraban a organizar políticamente a las nuevas clases trabajadoras. Dos de ellos fueron los anarquistas y los socialistas. Ambos grupos compartían la aspiración de terminar con el capitalismo para crear una sociedad sin desigualdades ni explotación. Sin embargo, diferían en las formas en que debían organizarse los trabajadores y la actitud que debían asumir frente a la política. Los socialistas creían que el pasaje de la sociedad capitalista a una nueva sociedad debía hacerse mediante una revolución; pero, mientras tanto, aceptaron la política electoral y se organizaron como partido político para participar en las elecciones. En cambio, los anarquistas despreciaban la política electoral; sus métodos de lucha y organización eran la resistencia, las huelgas o la creación de asociaciones educativas, recreativas y culturales propias. Sin embargo, algunos anarquistas decidieron que el modo de lucha debía ser más violento, a través de atentados contra las principales figuras de gobierno. Entre las víctimas más destacadas de atentados anarquistas puede mencionarse al zar Alejandro II, en 1881, y al presidente estadounidense William Mc Kinley, en 1901. Urbanización y migraciones El siglo XIX fue testigo de un gran crecimiento de la población mundial, que pasó de alrededor de 750 millones en 1780 a 1.500 millones en 1890. Las mejoras en la producción de alimentos y el progreso de la medicina disminuyeron las tasas de mortalidad y permitieron este incremento. Como consecuencia del crecimiento demográfico, la población urbana creció sensiblemente. En 1850, Londres tenía más de tres millones de habitantes y París, un millón, mientras que las restantes ciudades no superaban esta cifra. Luego del 1900 ya eran muchas las ciudades que superaban el millón de habitantes, entre ellas, la propia Buenos Aires. Sin embargo, la mayor parte de la gente siguió viviendo en el campo. Otra característica de la segunda mitad del siglo XIX fue el alto grado de movilidad de la población. El desarrollo de nuevos polos industriales provocó el desplazamiento de personas en busca de trabajo dentro de la propia Europa. También fue una particularidad de

la época el traslado de militares y burócratas dentro de los imperios. Pero las migraciones que más se destacaron fueron las de aquellos europeos que decidieron trasladarse a América, en especial a los Estados Unidos, Canadá y la Argentina. Por lo general, se trataba de personas pobres de las zonas que iban quedando rezagadas como consecuencia de la industrialización y que buscaban en América un futuro mejor. Burguesía, trabajadores y clases medias La expansión de la industria también modificó la estructura de la sociedad. Los grandes propietarios industriales, que muchas veces se unían con las antiguas aristocracias por medio de casamientos, constituyeron la elite social a partir de los años finales del siglo XIX. A pesar de la presencia de aristócratas, esta elite era identificada como la burguesía. En el otro extremo, los obreros o trabajadores fabriles no sólo crecían en número sino que también iban conformando una identidad propia que les permitía reconocerse como un grupo particular de la sociedad de esta época. Al mismo tiempo iban expandiéndose los sectores medios: algunos tradicionales, como comerciantes, tenderos o profesionales; otros más novedosos, como la nueva burocracia de «cuello blanco» (es decir, aquellos que trabajaban por un sueldo pero en oficinas), contratada por los gobiernos o por las grandes empresas. Para los sectores medios, el acceso a la educación era crucial, no sólo para poder desempeñar estas tareas, sino también para sentirse diferentes de los trabajadores fabriles, a quienes, generalmente, despreciaban. La educación servía sobre todo para franquear la entrada en las zonas media y alta de la sociedad y era el medio de preparar a los que ingresaban en ellas en las costumbres que les habían de distinguir de los estamentos inferiores. (HOBSBAWM, Eric: La era del Imperio (1875-1914), Barcelona, Labor, 1989)

LA CRISIS DEL ‘30 Una vez finalizada la Primera Guerra Mundial, los gobiernos intentaron recomponer sus economías y los intercambios internacionales tal como habían funcionado hasta 1914. Aunque no sin algunos sobresaltos, durante la década de 1920 se registró cierta prosperidad, lo cual hizo parecer que el objetivo podría ser logrado. Sin embargo, en 1929 se desató una de las crisis más grandes de la economía mundial capitalista. En poco más de tres años, la producción mundial disminuyó el 40 % y el comercio internacional más del 60 por ciento. La crisis tuvo su origen en una drástica caída del precio de las acciones en la bolsa de Nueva York, que se inició el 24 de octubre. A este desplome le siguieron la quiebra de bancos, la suspensión de créditos, la retracción del consumo y la cesación de pagos. Los capitales estadounidenses que alimentaban la circulación internacional desaparecieron, y la crisis se extendió por todo el mundo. Uno de los países más afectados fue Alemania, que dependía de los aportes de los Estados Unidos de América para afrontar el pago de las reparaciones de guerra al que la había condenado el Tratado de Versalles.

Las consecuencias sociales La crisis fue seguida por varios años de depresión económica que acentuaron sus consecuencias iniciales. Miles de fábricas cerraron sus puertas y el desempleo se extendió masivamente: en los Estados Unidos, más de 15.000.000 de personas quedaron sin trabajo; en Alemania, la cifra rondaba los 6.000.000. Las grandes ciudades estaban plagadas de pobres que deambulaban con las calles con todas sus pertenencias a cuestas. En los pocos países que tenían sistemas de protección para los desocupados se implementaron comedores y dormitorios estatales. Quienes pudieron conservar su trabajo perdieron en promedio la mitad del valor de sus salarios. LOS NUEVOS RUMBOS ECONÓMICOS Para enfrentar las consecuencias de la crisis mundial, los gobiernos de los distintos países tuvieron que tomar diversas medidas que, en su conjunto, imprimieron un nuevo rumbo a la economía. El cambio más importante fue el incremento de la intervención del Estado en el funcionamiento de la economía. Esto era una novedad, ya que se abandonaba el principio del libre mercado que, en términos generales, había predominado hasta entonces. La intervención del Estado y la aparición de los planes económicos La intervención del Estado en la economía tuvo dos tipos de objetivos diferenciados y no siempre compatibles. Por un lado, la intención de reconstruir los circuitos productivos y comerciales, alentando a los productores mediante subsidios y precios controlados. Por otro, la búsqueda de mejoras en las condiciones de vida de la población mediante una activa política de seguridad y ayuda social. Así comenzaron a implementarse planes económicos que establecían qué sectores de la economía debían ser apuntalados. El modelo para el desarrollo de estos planes era la Unión Soviética, que había evitado la crisis mundial gracias al control que el gobierno central ejercía sobre los recursos económicos. En Occidente hubo teóricos que justificaron estas intervenciones como sucedió con el británico John Maynard Keynes (1883-1943). Las medidas más habituales fueron las siguientes: 



Una drástica reducción de las compras de productos extranjeros (importaciones) con objeto de reducir el giro de los escasos capitales disponibles hacia otros países. Muchos países cerraron casi por completo sus economías mediante la implementación de fuertes medidas proteccionistas. La devaluación4 de las monedas con el fin de reducir los costos locales de producción y aumentar las posibilidades de exportación.

4 Reducción del valor de la moneda de un país respecto de un patrón metálico (el oro, por ejemplo) o del resto de las monedas.

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La promoción de industrias locales para sustituir importaciones, es decir, producir en el propio país aquellos productos que antes se compraban en el exterior. La aplicación de una política de subsidios directos a ciertas áreas de la economía. Esta política destinada a sostener las tasas de ganancia de los productores y evitar su ruina, se materializó en diferentes medidas: reducción de impuestos, políticas de precios fijos, compras masivas por parte del Estado, etc.

El New Deal En los Estados Unidos, la crisis acabó con la hegemonía del Partido Republicano – favorable a la no intervención del Estado– y llevó a la presidencia al demócrata Franklin D. Roosevelt (1933 a 1944). En 1933, Roosevelt envió al Congreso una serie de leyes que delimitaron lo que se llamó New Deal (Nuevo Pacto). Este plan contempló una fuerte inversión estatal en obras públicas destinada a crear nuevos empleos. En 1935, una nueva serie de leyes orientó la política estatal hacia la ayuda social. Si bien el New Deal impulsó cierta recuperación, no logró sacar a la economía estadounidense de la depresión. Una de las causas de esta dificultad fue la profunda crisis de la producción agrícola, que afectó a millones de pequeños agricultores. Para impedir su ruina, el Estado comenzó a hacer grandes compras de granos, que más tarde fueron destruidos para evitar la caída de los precios de los cereales en los mercados. Ésta es, justamente, una de las paradojas del New Deal: mientras cientos de miles de personas sufrían y hasta morían de hambre en las ciudades, toneladas de alimentos eran incinerados por el propio gobierno. Finalmente, fue el incremento de la producción bélica, tras el ingreso de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, lo que impulsó un nuevo y espectacular despegue de todas las variables económicas. El rearme alemán A pesar de la profundidad de su crisis, Alemania logró salir en pocos años de la depresión a partir de la política de rearme militar y del desconocimiento de las deudas por reparaciones de guerra, establecidas por el Tratado de Versalles. En efecto, luego del ascenso al poder de Adolf Hitler, en 1933, toda la economía alemana se orientó a la producción de armamentos. Éstos eran fabricados por grandes empresas que tenían acceso a capitales y mercados garantizados por el propio Estado. En 1936, en Alemania ya casi no había desempleados. Sin embargo, a partir de entonces comenzaron a manifestarse nuevos problemas económicos provocados por la misma política de rearme, como la falta de ciertas materias primas y la no disponibilidad de trabajadores calificados. Estas dificultades recién se superaron con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania aplicó una política sistemática de saqueo de la economía de los países conquistados.