El Sindrome de La Globalizacion

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8/29/03

3:36 AM

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J a m e s H . M i t te l m a n

e l s í n d ro m e d e l a la globalización t ra n s fo r m a c i ó n y re s i s t e n c i a

J a m e s H . M i t te l m a n

la globalización

En este libro, James Mittelman explica la dinámica sistémica y las innumerables consecuencias de la globalización, concentrándose en la interacción existente entre las fuerzas de mercado — orientadas en algunos casos por el estado— y las necesidades de la sociedad. Mittelman revela que la globalización dista mucho de ser un fenómeno unificado; más bien, es un síndrome de procesos y actividades: una serie de ideas y un marco político. Más específicamente, la globalización está motivada por una división cambiante del trabajo y el poder, manifestada en un nuevo regionalismo e impugnada por movimientos de resistencia incipientes. El autor argumenta que la comprensión profunda de la globalización requiere entender sus dimensiones culturales. Desde esta perspectiva, Mittelman tiene en cuenta la voz de los que resultan afectados por esta tendencia: los que le oponen resistencia y los que resultan perjudicados.

t ra n s fo r m a c i ó n y re s i s t e n c i a

J a m e s H . M i t te l m a n

SÍNDROME: n. m. (gr. syndrome, concurso). Conjunto de síntomas que caracterizan una enfermedad o una afección. 2 Conjunto de fenómenos que caracterizan una

El síndrome de la globalización es uno de los primeros libros en presentar un análisis holístico y pluriestratificado que vincula lo económico con lo político y lo cultural, que une agentes y múltiples estructuras, y que interrelaciona diferentes escenarios locales, regionales y globales. Los descubrimientos de Mittelman se derivan principalmente de los mundos no occidentales. Proporciona un análisis multirregional de Asia oriental, epicentro de la globalización, y África meridional, nodo clave dentro del continente más marginado. La evidencia revela que, no obstante los numerosos beneficios que ofrece a algunos, la globalización se ha convertido en una preocupante correlación de profundas tensiones que han generado toda una serie de escenarios alternativos.

situación determinada.

e l s í n d ro m e d e

James H. Mittelman es profesor de relaciones internacionales en la School of International Service de la American University en Washington, D.C. Es autor o compilador de varios libros, incluido Globalization: Critical Reflections.

e l s í n d ro m e d e la globalización

ISBN 968-23-2384-3

9 789682 323843

GLOBALIZACIÓN: f. Tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales.

DRAE

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sociología y política

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4 traducción de SUSANA GUARDADO DEL CASTRO

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EL SÍNDROME DE LA GLOBALIZACIÓN Transformación y resistencia por JAMES H. MITTELMAN

siglo veintiuno editores

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siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D.F.

siglo xxi editores argentina, s.a. LAVALLE 1634, 11 A, C1048AAN, BUENOS AIRES, ARGENTINA

portada de marina garone primera edición en español, 2002 © siglo xxi editores, s.a. de c.v. isbn 968-23-2384-3 primera edición en inglés, 2000 © princeton university press, princeton, n.j. título original: the globalization syndrome. transformation and resistance derechos reservados conforme a la ley impreso y hecho en méxico / printed and made in mexico queda prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio mecánico o electrónico, incluyendo fotocopias y grabaciones, sin permiso escrito de la casa editorial

ÍNDICE

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Para Linda, Alexandra, Jordan y Alicia

PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS

Durante mis estudios, me he preguntado por qué tantos millones de personas se encuentran marginadas de la economía política global, o incluso son desplazadas hacia niveles inferiores, mientras que otras tienen la buena suerte de experimentar una movilidad ascendente. Por supuesto, una buena trayectoria no depende de la suerte per se, sea ésta buena o mala, sino de una combinación de condiciones materiales e históricas, acciones y estrategias, relaciones de poder, estilos de vida y estructuras evolutivas. Este libro aborda el problema no tanto desde la perspectiva de experiencias nacionales diferentes, sino en un intento por crear un marco a la globalización. Todo comenzó con una pregunta amplia y mal enfocada que traté de afinar una y otra vez: ¿por qué la globalización mejora la vida de algunas personas y empeora la de otras? El intento de enfrentarme a esta cuestión no sólo se basa en la labor emprendida específicamente para este libro, sino también se fundamenta en casi tres decenios de investigaciones previas realizadas principalmente en África y Asia. Mientras realizaba el trabajo de campo para este libro, ocupé diferentes cargos en el Instituto de Estudios del Sudeste Asiático en Singapur (1991), el Departamento de Sociología de la Universidad de Witwatersrand en Johanesburgo, Sudáfrica (1996), y en el Instituto de Estudios Malayos e Internacionales, Universiti Kebangsaan Malaysia (Universidad Nacional de Malasia, 1997-1998), a donde regresé en 1999. Desde estas bases, pude dirigirme a otras partes de Asia sudoriental y el sur de África. En la Universidad de Witwatersrand y en la Universidad Nacional de Malasia tuve la oportunidad de impartir, al cuerpo docente, seminarios regulares sobre globalización, de manera que a través de mis colegas pude conocer los distintos procesos de la globalización y las distintas maneras de interpretarlos. Durante la etapa de redacción de este estudio (de 1998 a 1999), fue un placer y un honor ser residente en la Facultad de Ciencias Políticas del Instituto de Estudios Avanzados en Princeton, donde encontré un ambiente ideal para reflexionar e intercambiar puntos de vista con un grupo de eruditos agradables. Tengo una deuda de gratitud con varias personas e instituciones. [9]

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PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS

Por su apoyo financiero, agradezco al Congreso de Personal Profesional de la City University of New York, a la World Society Foundation, a la Pok Rafeah Foundation y al Instituto de Estudios Avanzados. Los institutos que fueron mis anfitriones en África y Asia, así como mi hogar base, la Facultad de Servicios Internacionales en la Universidad Americana de Washington, D.C., desempeñaron un papel preponderante al posibilitar la investigación para este libro. Si bien es difícil señalar individuos en un mar de gente útil, este libro no habría sido finalizado sin la participación de cuatro colegas que participaron con su coautoría en cuatro capítulos: Richard Falk, de Albert G. Milbank profesor de Derecho Internacional y Práctica, Universidad de Princeton, y tres antiguos estudiantes de mi curso de doctorado “Teoría social desde una perspectiva comparativa e internacional”: Christine B.N. Chin (ahora profesora adjunta en la Facultad de Servicio Internacional, Universidad Americana), Robert Johnston, y Ashwini Tamble. Los alumnos en mis cursos de licenciatura y posgrado hicieron aportaciones notables a este libro al complicar teorías y conceptos, al desafiarme y al presentarme nuevas ideas y puntos de vista contradictorios. Además, este libro lleva la marca de la investigación meticulosa proporcionada por los egresados con quienes he disfrutado trabajar: Lucien van der Walt, del Departamento de Sociología, Universidad de Witwatersrand, y Megan Thomas, de la Facultad de Servicios Internacionales, Universidad Americana. También de la Universidad Americana, agradezco la ayuda del vicedecano Joseph Clapper, quien me proporcionó mucha ayuda en varios aspectos de este estudio. Estoy en deuda con otras personas que facilitaron el trabajo de campo para este libro y que aportaron sugerencias importantes: Glen Adler, Leonor Magtolis-Briones, Jacklyn Cock, Jorge Emmanuel, Heng Pek Koon, Akihiko Kimijima, Francisco Magno y Yash Tandon. Además de los ya mencionados, mis anfitriones en el Departamento de Sociología de la Universidad de Witwatersrand hicieron progresar mis ideas sobre globalización, por lo cual estoy muy agradecido con Belinda Bozzoli, Deborah Posel y Eddie Webster. Asimismo, deseo agradecer particularmente a Ishak Shari, director del Instituto de Estudios Malayos e Internacionales de la Universiti Kebangsaan Malaysia, y a mis colegas en esa institución, quienes conocen bien el significado de la hospitalidad, particularmente a Abdul Embong Rahman, Abdul Halim Ali, Clive Kessler, Masrur Karsan Mohd, Yusof Kassim, Norani Othman, Osman Rani-Hassan, Rajah Rasiah, Sabihah

PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS

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Osman, Sumit Mandel y Roslina Rosi. En el Instituto de Estudios Avanzados, varios investigadores me proporcionaron buenas sugerencias y su amistad, y tengo una deuda de gratitud con varias personas: Kamran Ali, Rainer Bauböck, Steven Caton, Thomas Flynn, Clifford Geertz, Mauro F. Guillén, Evelyne Huber, Nancy Hirschmann, Michael Mosher, Gordon Schochet, John D. Stephens y Dana Villa, entre otras. Varios colegas hicieron comentarios sobre los borradores de todo el libro o de algunos de sus capítulos, y reconozco la importancia de su trabajo. Destaca entre todos ellos Robert W. Cox, quien hizo críticas duras y detalladas a uno de los borradores, corrigió numerosos errores de objetividad y de juicio, y me señaló el camino a seguir. Por su crítica implacable, comprensión y aliento le estoy especialmente agradecido. James N. Rosenau ha sido otra fuente de apoyo y consejo. Muchas personas hicieron críticas constructivas de capítulos o pasajes de este libro, por lo que quiero agradecer, entre otros, a Linda Yarr, Glenn Adler, Björn Hettne, Yoshikazu Sakamoto, Timothy Shaw, Carol Thompson y Paul Wapner, así como al espléndido equipo de investigadores en la Universidad Nacional de Singapur: Kris Olds, Peter Dicken, Philip Kelly, Lily Kong y Henry Wai-Chung Yeung. Estoy en deuda con los revisores anónimos de Princeton University Press, quienes hicieron críticas incisivas, así como con Malcolm Litchfield, editor de ciencias políticas y derecho, y a su subeditora, Elizabeth P. Swayze, quien fortaleció mi trabajo. Tuve la fortuna de trabajar con Deborah C.K. Wenger, cuyas correcciones cuidadosas contribuyeron enormemente a fraguar el resultado final. Asimismo, con los años, me he beneficiado de muchas conversaciones valiosas con mi antiguo profesor y amigo, Kenneth W. Grundy, y con dos eminentes investigadores que fueron víctimas de las tragedias sistémicas en África: Aquino de Bragança y Claude Ake. Dedico este libro a mi esposa Linda y a nuestros tres hijos: Alexandra, Jordan y Alicia. Sin su amor, compañerismo y paciencia inquebrantable, me habría sido difícil –si no imposible– realizar este trabajo. Ninguna de las personas ya mencionadas está implicada en el producto final, del cual soy enteramente responsable. La elaboración de este libro tomó varios años, aunque originalmente había publicado parte de los argumentos aquí señalados en otros medios. Algunos capítulos o pasajes selectos se basan en ensayos publicados anteriormente, pero gran parte del esfuerzo dedica-

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PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS

do a estas páginas se concentró en sacar a la luz evidencias, presentar ideas nuevas y ahondar análisis. He tratado de modificar, actualizar y entrelazar sustancialmente todos los materiales en un solo entramado. Añadí secciones a mis anteriores trabajos, volví a escribir las secciones existentes y presenté nuevos capítulos. Agradezco a la editorial por haberme permitido recurrir a mis anteriores ensayos, publicados por primera vez en African Studies Review en diciembre de 1991; Third World Quarterly en septiembre de 1994, junio de 1995 y diciembre de 1998; Global Transformations: Challenges to the State System (editado por Yoshikazu Sakamoto, United Nations University Press, 1994); The European Journal of Development Research (en coautoría con Mustapha Kamal Pasha; Frank Cass & Co. Ltd.) en diciembre de 1995; Global Governance: A Review of Multilateralism and International Organizations (Lynne Rienner Publishers) en mayo-agosto de 1996 y (en coautoría con Robert Johnston) enero-marzo de 1999; New Political Economy (en coautoría con Christine B.N. Chin) en marzo de 1997, y mi Globalization, Peace and Conflict (Penerbit Universiti Kebangsaan Malaysia [imprenta de la Universidad Nacional de Malasia], 1997). Asimismo, la Universidad de las Naciones Unidas-Instituto Mundial para la Investigación de la Economía de Fomento comisionó mi investigación sobre regionalismo para una serie de libros editados por Björn Hettne, András Inotai y Osvaldo Sunkel, y coeditados por Macmillan, en Londres, y St. Martin’s Press, en Nueva York. Por último, el Banco Mundial y el Foro Económico Mundial generosamente me dieron permiso de utilizar material de obras con derechos de autor, a saber: “ GDP Comparisons for Four Economies: Market Price and Standard International Price Estimates”, Global Economic Prospects and the Developing World (Nueva York, Oxford University Press, 1993, p. 67) y “Global Competitiveness Index”, Global Competitiveness Report (Ginebra, WEF, 1998, . JAMES H . MITTELMAN

Princeton, marzo de 1999

EL SÍNDROME DE LA GLOBALIZACIÓN

INTRODUCCIÓN

El interés principal de este libro es la interacción entre la poderosa ofensiva de las fuerzas de mercado globalizantes, a veces motivadas por el estado, y la contraofensiva alimentada por las necesidades de la sociedad. Sobre todo, el principal reto planteado en este libro es discernir el contenido de la globalización –es decir, las transformaciones históricas en el orden mundial– y el descontento resultante. Por otra parte, en los distintos capítulos también se plantean interrogantes específicos en torno a estas cuestiones básicas. En contraste con muchas de mis anteriores interpretaciones de la globalización, este libro es un intento por presentar un análisis holístico pluriestratificado, donde se conecte lo económico con lo político y lo cultural, donde se unan agentes y estructuras múltiples, donde se interrelacionen distintos escenarios locales, regionales y globales. Por el amplio alcance de este tema, es evidente que ningún estudio por sí solo podría abarcarlo todo, pero este volumen es un paso en esa dirección. Hasta ahora, se han hecho diversos tipos de estudios acerca de la globalización. Como veremos, hay una tendencia hacia el economismo (un aspecto unilateral prominente de los factores materiales, al grado de mostrar indiferencia hacia la política y la cultura, en cuyo análisis pueden estar implícitos los compromisos políticos y los valores culturales). Otra tendencia la constituyen los enfoques centrados en el estado, evidente también en buena cantidad de las investigaciones transnacionales, que plantean que las políticas públicas guían la dinámica de la globalización. Por último, ciertas formas perseverantes de estudios regionales interdisciplinarios insisten en particularidades y descripciones detalladas de las transformaciones en un determinado lugar, sin entender del todo los vínculos con las estructuras globales evolutivas. Estos tres géneros no abarcan todo el espectro discursivo de la globalización, pero ciertamente lo dominan. Mientras que gran parte de lo que se ha escrito sobre la globalización se basa en las experiencias de Occidente, mis descubrimientos se han extraído principalmente del mundo no occidental. A diferencia de otros libros sobre globalización, éste considera, sin romanticis[15]

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mo, las voces de los súbditos de la globalización, incluidos aquellos que se le oponen. Sin pretender hablar en su nombre, lo cual sería un intento de arrogancia sin licencia, exploro los procesos de globalización desde el punto de vista de aquellos a quienes perjudica: movimientos sindicales, personas en los linderos de la sociedad (en algunos casos, una base para los políticos populistas), los desempleados y los subempleados en diversas partes del mundo, así como los marginados, especialmente las mujeres y los niños, en los países en vías de desarrollo. Directa o, con más frecuencia, indirectamente, estas personas se topan con los agentes globalizantes: capital internacional móvil y sus aliados en los estados, exportadores que se resisten a las prácticas comerciales restrictivas, industriales locales (en la medida en que compiten con empresas en el exterior) y financieros nacionales, cuya posición les permite ganar con la liberalización y tener un mayor acceso a los mercados extranjeros. Estos grupos, a su vez, rivalizan con los políticos nacionalistas, los burócratas orientados al nacionalismo y otros proteccionistas prominentes, algunos de los cuales defienden los negocios nacionales que resultan afectados negativamente por los flujos transnacionales. En esta contienda no hay villanos ni héroes, sino una constelación de actores con intereses concretos y contrarios en la transformación intrusiva que está efectuándose globalmente, intereses que en algunos casos provocan diferentes formas de resistencia. El argumento central de este libro es que la globalización no es un fenómeno único y unificado, sino un síndrome de procesos y actividades. El término “síndrome”, como se usa aquí, designa un patrón de características de la condición humana relacionadas o, más específicamente, que se encuentran dentro de la economía política global. Si bien algunos críticos de izquierda y derecha sí consideran a la globalización como una patología, en nuestro contexto “síndrome” no pretende transmitir el sentido médico de síntomas de una enfermedad, puesto que la globalización de ninguna manera es una anormalidad. Más bien, la globalización se ha normalizado como una serie de ideas dominantes y un marco de políticas, mientras que, como mostraré, también está siendo impugnada como falso universalismo. Parte integral del síndrome de la globalización son las interacciones entre la división global del trabajo y el poder, el nuevo regionalismo y las políticas de resistencia. Aunque, por supuesto, éstos no son los únicos factores, destacan por su papel clave en las transformaciones del orden mundial.

INTRODUCCIÓN

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La división global del trabajo y el poder es la anatomía de la economía política global. Sus partes son una reorganización espacial de la producción entre las regiones del mundo, flujos migratorios de gran escala entre y dentro de ellas, complejos entramados de redes que conectan procesos de producción, compradores y vendedores, y el surgimiento de estructuras culturales transnacionales que median entre esos procesos. Asimismo, la globalización actúa a través del macrorregionalismo patrocinado por los estados y las fuerzas económicas que buscan abrir mayores mercados para ser más competitivos, lograr acuerdos subregionales transfronterizos –incluidos los “triángulos de crecimiento” asiáticos (un término acuñado por Goh Chok Tong, primer ministro de Singapur, en 1989) y los “polígonos de crecimiento”– y proyectos microrregionales, como son las zonas procesadoras de exportaciones. El elemento de poder en la división global del trabajo y el poder y en el nuevo regionalismo tiene un contrapunto, pues genera políticas de resistencia. Más específicamente, una configuración específica del poder, que será delimitada, engendra movimientos de resistencia en respuesta a la globalización, si bien en forma incipiente. Esta configuración también precipita la búsqueda de alternativas que pudieran hacer que el potencial productivo de la globalización sirviera al objetivo de equidad, en vez de sujetar a la sociedad a las exigencias de la hipercompetencia, que genera una brecha cada vez más ancha entre ricos y pobres, y al deterioro de la política social pública que ha traído consigo el neoliberalismo (una mayor integración en la economía política global). De ahí la naturaleza contradictoria de la globalización: ofrece grandes beneficios, como los incrementos en la productividad, los avances tecnológicos, mejor nivel de vida, más empleos, mayor acceso a los productos de consumo a menor costo, diseminación de la información y el conocimiento, disminución de la pobreza en algunas partes del mundo y liberación de jerarquías sociales añejas en muchos países. Empero, hay un precio a pagar por integrarse a este marco global y adoptar sus prácticas. La aceptación expresa o tácita de estar dentro de la globalización implica menguar o, en algunos casos, negar la parte de control político que ejercen los que la misma abarca, especialmente en las zonas menos poderosas y más pobres de la economía política global. Asimismo, la penetración de los mercados mundiales y la polarización progresiva mundial erosionan las tradiciones culturales, dando origen a nuevas formas híbridas.

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GLOBALIZACIÓN: SU CONCEPTO

Una vez prefigurado el tema de este libro, permítanme plantear un concepto de globalización, por lo menos de manera preliminar, para ir completándolo en los capítulos siguientes. La literatura proporciona muchas definiciones de globalización, pero hay dos categorías principales.1 La primera de ellas es apuntar hacia un incremento en las interconexiones o interdependencias, un aumento en los flujos transnacionales y una intensificación de los procesos, de manera que el mundo se convierte, en algunos aspectos, en un solo lugar. Es característico en este género plantear lo siguiente: “La globalización se refiere al proceso de reducir barreras entre países y fomentar una interacción económica, política y social más estrecha” (Tabb, 1999, p. 1). Una formulación básicamente similar, aunque más amplia, la expresa el presidente de la Fundación Ford: El término [globalización] refleja un grado más exhaustivo de interacción nunca antes visto, lo cual sugiere algo diferente con respecto a la palabra “internacional”. Ésta implica una menor importancia de las fronteras nacionales y el fortalecimiento de identidades que van más allá de las arraigadas en una región o país determinados (Berresford, 1997, p. 1).

La primera definición es particularmente útil, puesto que capta características clave de la globalización –flujos transfronterizos, identidades y relaciones sociales–, pero resulta ambigua con respecto a la naturaleza de las relaciones sociales, y totalmente oscura en lo referente a las jerarquías del poder. La segunda definición es más teórica y hace énfasis en la compresión del tiempo y el espacio. Tres autores en particular han contribuido enormemente a esta conceptualización, aunque también podrían nombrarse otros más. La diferencia entre lugar y espacio, según Anthony Giddens, es que el primero es la idea de lugar o ambiente geográfico (entendiendo esta palabra en el sentido “físico”) de la actividad social, mientras que en la globalización el espacio está estructurado por influencias sociales fuera de la escena. El espacio está cada vez más desconectado del lugar, y vinculado mediante redes a otros 1 Para una lista de definiciones, véase Scholte (1997, p. 15). Otras fuentes útiles son Albrow (1996); Guillén (en prensa); Held (1995); Held, McGrew, Goldblatt y Perraton (1999); Koffman y Youngs (1996); McGrew (1992); McMichael (1996); Rosenau (1997, pp. 78-98) y Waters (1995).

INTRODUCCIÓN

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contextos sociales alrededor del mundo. Y las antiguas modalidades del tiempo (por ejemplo, las estaciones, el amanecer y el atardecer en las sociedades agrícolas) también se separan del espacio, con lo cual se abren a posibilidades diversas de recombinación (Giddens, 1990, pp. 18-19). “La globalización, por ende, puede definirse como la intensificación de las relaciones sociales a nivel mundial que enlaza los lugares distantes de manera tal que los acontecimientos locales son moldeados por sucesos que ocurren a muchos kilómetros de distancia y viceversa” (Giddens, 1990, p. 64). David Harvey (1990, p. 299), quien mantiene una postura similar y señala que los horizontes del tiempo se acortan y resulta difícil decir qué espacio ocupamos cuando se trata de determinar causas y efectos, plantea la “aniquilación del espacio a través del tiempo”. Los espacios de lo que hasta ahora eran mundos remotos forman un collage y no únicamente cambian las representaciones culturales, como en las exposiciones de arte, sino también la mezcla de mercancías en nuestra vida diaria. El mercado de los alimentos, por ejemplo, es muy distinto al de decenios atrás, pues los productos locales están siendo remplazados por los nacionales y, después, por los globales, con lo cual se transforman los patrones de consumo y las estructuras de precios, integrándose al comercio internacional. Roland Roberson, siguiendo este mismo camino amplio de investigación, destaca las prácticas culturales y, en los asuntos ligados a la globalización, un alto grado de variación. Según él, la conciencia global impulsa los procesos culturales, pero hace menos hincapié en la tecnología que la teoría de Giddens (Robertson, 1992, pp. 142-145, 183; Albrow, 1996, p. 98). Las tres descripciones giran en torno al concepto de las relaciones temporales-espaciales y relacionan la globalización con la modernidad –para Giddens, la globalización es consecuencia de la modernidad– y la posmodernidad. El análisis que hace Giddens de la compresión temporal-espacial está unido fundamentalmente a la tecnología social; el de Harvey, por su parte, a la acumulación de capital; el de Robertson, al ámbito cultural. Si bien no rechazo de plano todas estas teorías, en un intento de llegar más allá propongo un concepto algo diferente. Cuando se experimenta desde abajo, la modalidad de globalización dominante implica una transformación histórica de la economía, del estilo de vida y de los modos de existencia; en la política, significa una pérdida del grado de control que se ejerce localmente –poco, sin embargo, en el caso de algunos–, de manera que la situación del poder cambia en proporciones variables por encima y por de-

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EL SÍNDROME DE LA GLOBALIZACIÓN

bajo del estado territorial; en la cultura, significa una devaluación de los logros de una colectividad y de la manera en que ésta se percibe a sí misma. Esta estructura, a su vez, puede engendrar adaptación o resistencia. La mayoría de los agentes se conforman, pero otros tratan de escribir un guión que acoja los procesos del crecimiento macroeconómico y las nuevas tecnologías, vinculándonos a la vez a la equidad social y a programas reformistas. En este escenario, la transformación comienza con las fuerzas de mercado, pero las respuestas políticas son de suma importancia. Mientras resulta evidente que el mercado sigue siendo el motor de la globalización, hay una gran diferencia entre la interacción al iniciar o mantener esta tendencia, y la interacción al tratar de socavarla. Si bien la política y las relaciones de mercado siempre han estado íntimamente relacionadas, la globalización está surgiendo como una respuesta política a la expansión del poder de mercado, como forma de dominio y como posibilidad de emancipación. Por otra parte, la globalización es un campo del conocimiento, no un paradigma hecho, sino un enfoque crítico que ayuda a explicar la complejidad y variabilidad de las maneras como está estructurado el mundo y, por extensión, a evaluar reflexivamente las categorías utilizadas por los científicos sociales para estudiar esta correlación distintiva de los procesos de integración y de desintegración. El marco de la globalización, rúbrica para un sinfín de fenómenos, interrelaciona múltiples objetos de análisis: economía, política, sociedad y cultura. Este marco, por lo tanto, pone en claro una fusión de diversas estructuras transnacionales y nacionales, lo cual permite a la economía, la política, la sociedad y la cultura de un lugar penetrar en otro. En esta relación, merece la pena acentuar que tanto los defensores de la globalización como algunos de sus detractores participan en el economismo. Irónicamente, ha resurgido la idea compleja de la superestructura de base, y esta vez ha sido promovida por los divulgadores de la globalización que ovacionan sin criticar la reestructuración neoliberal. Quienes popularizan la noción de tendencias globales –por ejemplo, Ohmae (1990) y Naisbitt (1996)– tienden a postular una causalidad unívoca y a creer que, ayudada por los avances tecnológicos, la comercialización por sí misma está transformando el mundo que nos rodea. Más que abusar del concepto de globalización al participar en un análisis economicista –o, en cualquier caso, en el determinismo político, como hacen algunos realistas y neorrealistas que argumentan que los estados, y no los mercados, están guiando la globalización– y oscurecer los vínculos, es necesario identificar

INTRODUCCIÓN

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interacciones específicas entre sus dimensiones económica, política y cultural. En realidad, la globalización es una serie de procesos en múltiples estratos con estructuras integradas a su poder y potencial, pues produce resistencia contra sí misma. En otras palabras, la globalización crea descontentos que no son meramente resistencias latentes y tácitas, sino que a veces se cristalizan en contramovimientos flagrantes.2

ENFOQUE

Desde un punto de vista teórico, la obra original e influyente de Karl Polanyi es un útil punto de partida para explorar los puntales de la globalización; además, sirve para unir datos empíricos de manera que los materiales complejos no se salgan de control. No es necesario adentrarse mucho en la lectura de sus escritos para notar que no sólo sugieren un enfoque holístico a la reestructuración social, sino representan también la base de una reformulación conceptual. Si bien yo recurro a otros grandes escritores como Fernand Braudel y Antonio Gramsci, y no me baso exclusiva o fundamentalmente en un marco polanyiano, éste resulta clave para mis investigaciones, pues es un criterio conforme al cual ordenar conceptos que retomo, critico e intento ampliar en varias coyunturas. En The Great Transformation (1957, publicado originalmente en 1944), Polanyi exploró las tendencias polarizantes y socialmente desorganizantes de la economía mundial, que están motivadas por lo que él denominaba el mercado autorregulador: un acontecimiento no espontáneo que es el resultado del poder coercitivo al servicio de una idea utópica. Polanyi rastreó las tendencias de la economía política global que generaron la coyuntura en el decenio de 1930 a 1940 y produjeron –a partir de un desmembramiento de las estructurales económico-liberales– fenómenos como la depresión, el fascismo, el desempleo, un nacionalismo renaciente y, colectivamente, una negación de la globalización que condujo a una guerra mundial. Su noción de 2 Sin saberlo, mientras escribía y daba conferencias sobre los “descontentos” de la globalización, dos libros también tomaban este tema, aunque de manera bastante distinta a como se hizo aquí. Véanse Burbach, Nunez y Kagarlitsky (1997) y Sassen (1998).

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“doble movimiento” encapsuló una expansión del mercado sin precedentes, que implicó un desarreglo social masivo y una marcada reacción política en forma de demandas sociales al estado para que éste contrarrestara los efectos perjudiciales del mercado. De manera tal vez similar a la economía global en el decenio de los treinta, la globalización contemporánea parece estar acercándose a una coyuntura en donde las estructuras económico-liberales renovadas generarán desarreglos políticos, sociales y económicos en gran escala, así como presión constante en favor de la autoprotección. Los procesos continuos analizados en cada uno de los capítulos siguientes son parte integral de esta contradicción. Al analizarlos, resulta útil ir más allá del renombrado libro de Polanyi de 1944, escoger algunos de sus escritos poco conocidos y descubrir las implicaciones para la coyuntura entre la expansión del mercado y las cuestiones específicas relacionadas básicamente con la división global del trabajo y el poder, el nuevo regionalismo y la política de resistencia. Para enfocar el análisis, hay razones apremiantes por las que debe delimitarse la ontología de la globalización. Es difícil continuar sin indicar primero las unidades básicas que comprenden un orden existente. El equilibrio de las fuerzas sociales a ras de tierra está cambiando rápidamente y, por lo tanto, se vuelve importante sacar a la luz los agentes potenciales de transformación en diversos contextos. El término “ontología” se deriva de la filosofía y se refiere a la rama de la metafísica que estudia la naturaleza de la existencia y del ser, pero ha llegado a significar los objetos específicos de investigación. Éstas son las partes del orden mundial que interactúan entre sí, y las interacciones se tratarán más ampliamente en el capítulo 1 bajo la rúbrica de las estructuras sociales evolutivas. Como denota la palabra “evolutivas”, las ontologías no son una vez y para siempre, sino que se encuentran en movimiento histórico constante. En esta relación, merece la pena recordar que Braudel el historiador francés de economía, sugirió que se identificara una serie de “puntos de observación” para ver la historia. Específicamente, postuló que se establecieran ejes que correspondieran a los “órdenes sociales”, la jerarquía, el tiempo y el espacio. A lo largo de estos ejes, Braudel propuso imaginar posiciones divergentes, como las pertenecientes a regiones distintas y jerarquías espaciales (Braudel, 1980, p. 55; Helleiner, 1990, p. 74). Siguiendo las líneas de Braudel, se podría intentar captar el nacimiento de la ontología de la globalización, sin fijarla de modo alguno como un marco estático:

INTRODUCCIÓN

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1] La economía política global puede concebirse de manera braudeliana como un sistema de interacciones a escala mundial. Braudel no hizo de la economía mundial el único factor dominante en su análisis, pero subrayó las entidades que interactúan con ella y, por lo tanto, estableció estructuras sociales. Si bien hay varias entidades políticas y económicas que estimulan la globalización, es el nacimiento de las corporaciones transnacionales en particular lo que da forma a los procesos globalizantes, pues son las corporaciones transnacionales las que coordinan la producción y controlan las operaciones en varios países, incluso si no son sus dueñas (Dicken, 1998, p. 8). Sin embargo, las grandes corporaciones no son de ninguna manera la única fuerza tras la globalización. A pesar de sus muy diferentes posiciones en la economía política global, los estados también se han convertido en agentes de la globalización, particularmente mediante el marco neoliberal de la desregulación, la liberalización y la privatización. 2] En el sentido que le da Braudel, los estados se indican en los mapas con fronteras punteadas, parcialmente permeables y capaces de reglamentar los flujos transfronterizos –una plantilla superpuesta en la economía global. En una era de globalización, los estados – y, más propiamente, el sistema interestatal– no son de ningún modo epifenómenos, como a veces se argumenta, pues las políticas en materia, por ejemplo, de inmigración, fijan las condiciones de entrada y salida, aunque de manera imperfecta. La producción se organiza parcialmente dentro de las fronteras y parcialmente a través de éstas mediante flujos transnacionales. De igual modo, los movimientos migratorios se dan en parte dentro de las fronteras y en parte a través de las fronteras nacionales. 3] Las macrorregiones –la Unión Europea (UE), el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y el Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés)– coordinan los flujos de capital dentro de una unidad espacial, pero también proporcionan acceso al proceso de globalización. La formación de macrorregiones implica un gran aumento en la dimensión del mercado, una reestructuración de las unidades políticas existentes y una reorientación del significado pleno de lo que es la ciudadanía. La ciudadanía nacional, parte integral del estado, tiene menos validez debido a la separación entre ciudadanía y trabajo. Entre los trabajadores que viven en su país natal y trabajan en otro están aquellos que cruzan fronteras (por ejemplo, residentes en Francia con empleo en Suiza) y los que trabajan en casa con una computadora y están vincu-

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lados a los procesos transnacionales de producción por medios electrónicos. Las macrorregiones, por ende, pueden verse como unidades geográficas sueltas, más grandes que un estado, con ciertos vínculos políticos y culturales variados, tenues y a veces contenciosos. Si bien la globalización de la producción es una fuerza homogeneizante, las culturas locales aún proporcionan puntos focales de identidad, así como inspiración y fuentes de creatividad (por ejemplo, en los estilos de vestir, la comida y los juguetes) a la línea de ensamblado. Las fronteras culturales también refuerzan la cualidad distintiva de las agrupaciones políticas y económicas. 4] Los patrones subregionales unen nodos, intersecan estados y amplían el concepto de proximidad para abarcar factores distintos de la distancia geográfica. Incluso, los legados históricos y las fuerzas económicas pueden propulsar la migración de industrias, la creación de empleos, las desviaciones de recursos hacia otras áreas y los efectos de demostración. Un ejemplo de los modos que hay de incorporar las entidades subregionales a una red más apretada de globalización es la sinergia que está dándose en el triángulo transnacional conocido como el “diamante alpino”, que une las industrias textiles y químicas de Lyon, los servicios financieros de Ginebra y la base automotriz de Turín. Tras haber unido sus computadoras y sus negocios, estas ciudades están planeando crear vías férreas de alta velocidad para reducir el tiempo de viaje entre ellas a menos de 70 minutos. Junto con Stuttgart, Barcelona y Milán, Lyon también es parte de una próspera subregión denominada “los cuatro motores” porque impulsan gran parte del crecimiento económico de Europa (Drozdiak, 1995). 5] Las microrregiones son evidentes dentro del acotamiento de los estados soberanos. Por ejemplo, Cataluña, Lombardía y Quebec son entidades relativamente autónomas con respecto a la jurisdicción política de los estados. Asimismo, los distritos industriales forman un mosaico de fuerzas económicas y tecnológicas altamente interdependientes, integradas a una red más envolvente de transacciones. El Consejo Estatal de China, por ejemplo, decidió que las microrregiones (es decir, las zonas procesadoras de exportaciones) fueran indicadores nacionales del ritmo de la reforma y, por ende, fungieran como motores para impulsar el crecimiento económico. Se consideró necesario hacer avances microrregionales para que las estructuras económicas formaran un “patrón escalonado”. En la provincia de Guangdong, Shenzen tiene fama de ser la ciudad con más rápido

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crecimiento de China y la mayor de sus cuatro zonas económicas especiales, ambientes designados que están guiados por el capital foráneo y la participación en la división global del trabajo y el poder. La mano de obra barata –y, por ende, la migración interna en gran escala– es un factor esencial de producción en el creciente comercio importador y exportador de Shenzen (Mittelman,1990, p. 66). 6] Con el incremento de la demanda de empleos en el sector servicios, las principales ciudades globales ofrecen nuevas oportunidades, particularmente en “puestos relacionados con la información” y en empleos de bajo salario. La demanda de empleos en el sector servicios dentro de las ciudades globales estratégicas atrae grandes concentraciones de minorías étnicas indígenas, así como a trabajadores de otras regiones. Las ciudades globales se han convertido en actores importantes por derecho propio, que negocian directamente con otros participantes en la economía global y que, con frecuencia, participan en transacciones sin tomar en cuenta a las autoridades nacionales. 7] Las sociedades civiles también están emergiendo como actores clave en la división global del trabajo y el poder. Sus actividades a veces se materializan en movimientos sociales o se institucionalizan en organizaciones no gubernamentales (ONG);3 en otros casos sus expresiones se encuentran latentes y no están formalmente organizadas. La respuesta de las sociedades civiles a las estructuras globalizantes puede emanar del nivel local o del nacional, pero también puede ser una iniciativa transnacional. En diferentes condiciones, cada sociedad civil reacciona unilateral o colectivamente a las fuerzas globalizantes. Una tendencia importante es el crecimiento de las redes a través de fronteras. Mientras que algunos analistas describen las redes como organizaciones de voluntarios vinculadas recíproca y horizontalmente (Keck y Sikkink, 1998, p. 8), aquí se entienden como entidades que no necesariamente adoptan forma de organización sino que, en esencia, son agrupaciones relacionadas, cuyos miembros o 3 Me apego a la práctica convencional y utilizo la sigla ONG, aunque con ciertas reservas. La expresión ONG es una idea compleja desafortunada, ya que, por definición, se trata de una negación y el marco de referencia es únicamente el estado. En realidad, con la globalización y las presiones neoliberales para disminuir el alcance del estado, la labor de muchas ONG ahora sustituye las actividades que aquél realizaba anteriormente. Asimismo, algunas ONG reciben financiamiento del estado y de organizaciones (o corporaciones) interestatales. En pocas palabras, la globalización oscurece las líneas que dividen al gobierno de las “organizaciones no gubernamentales”.

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componentes se encuentran interconectados, de manera estrecha o suelta, y que se materializan en coyunturas temporales y espaciales específicas. Sin importar su constitución, las respuestas de la sociedad civil a la globalización pueden ser elitistas o populistas, atávicas y divisivas, constructivas y cohesivas –elementos todos que proyectan una visión de un orden alternativo. Las preguntas sobre el modo y grado apropiados para ajustarse a la globalización o contrarrestarla, así como la relación entre la resistencia abierta y la resistencia latente, son cuestiones que volveremos a tratar más adelante. A partir de la noción de Braudel de escudriñar simultáneamente desde varios “puntos de observación”, cada uno de los cuales proporciona fragmentos diversos del cuadro completo, es posible desglosar el proceso multinivel –o, más bien, la serie de cambios estructurales– de la globalización en vínculos discretos. La frase “la globalización y…” es un lugar común en este libro. Sin descuidar los intereses tradicionales de las ciencias sociales como la “sociedad” (pieza central en la sociología) y el “estado” (término eje en las ciencias políticas y en las relaciones internacionales), la atención se centra en lo que podría denominarse globalización a nivel del pueblo: flujos que eluden parcialmente el ámbito de las reglamentaciones estatales y que se encuentran arraigados en la economía y la cultura, tales como algunas creencias y prácticas compartidas, migración, remesas, diásporas y economía paralela. Empíricamente, es importante fundamentar un análisis de las estructuras globales cambiantes, pues no se han dado de manera uniforme entre una región y otra, y las reacciones a ellas varían enormemente. No hay ningún sustituto a la comprensión de los muchos estratos que forman un sentido particular del tiempo y el espacio. La teoría proporciona un camino indispensable hacia esta comprensión, pero las explicaciones estructurales también tienen límites contextuales. En términos de método, este libro intenta destacar la variación que ocurre cuando las estructuras globalizantes se encuentran con las condiciones locales. Es claro que la globalización no encajona todo dentro de un mismo molde. Mi estrategia de investigación consiste básicamente en ubicar las tendencias globalizantes en dos sugregiones distintas: Asia oriental (es decir, el Este y Sudeste asiáticos) es un epicentro de globalización, mientras que el sur de África representa un nodo clave en el continente más marginado. Asia oriental ha experimentado un dinamismo notable, pues abarca varios países con eco-

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nomía acelerada, cuyo ritmo de crecimiento fue superior a 8% anual durante todo un decenio (hasta el principio de la crisis económica en 1997). Esta subregión incluye a Japón y China, segunda y tercera economías mundiales, respectivamente. Según los cálculos del Banco Mundial, China se convertirá en la mayor economía del mundo, superando a Estados Unidos, a principios del siglo XXI. En contraste, los 12 países del sur de África tienen un producto interno bruto (PIB) combinado de poco más de medio punto porcentual del 1% del PIB mundial –más o menos lo mismo que Finlandia– y los esfuerzos por salir de esta condición se topan con las desventajas estructuradas de una economía mundial globalizante (Davies, 1996, p. 26). Aunque, por supuesto, fue imposible realizar investigaciones en todos los países de las dos subregiones, este libro ha sido elaborado con base en las exploraciones empíricas de duración e intensidad variadas en Japón, Malasia, las Filipinas, Singapur y Vietnam, así como en Botswana, Mozambique, Sudáfrica y Zimbabwe en 1991, 1993, 1996, 1997 y 1998. Elegí Japón y Sudáfrica porque son países que predominan subregionalmente; las otras naciones presentan variaciones en cuanto a estar o no incluidas en los procesos de crecimiento y en los mecanismos de poder de la globalización, y en términos del vigor de su sociedad civil. El trabajo de campo en cada país implicó varias visitas que duraron de dos semanas a un año. Tras la investigación afín que me llevó a la República Popular de China en dos ocasiones a finales de los ochenta, reuní material documental y realicé una investigación en situ a finales de los noventa. Asistí a reuniones de varios grupos de resistencia, los acompañé en sus campañas –entre ellas, una a un tiradero de residuos tóxicos (Holfontein, Sudáfrica, 20 de julio de 1996)–, visité tierras en disputa por ser “territorios ancestrales” (un término utilizado para acentuar la relación entre las disputas por tierras y la justicia social) e interrogué a miembros de asociaciones civiles, banqueros, abogados, empresarios, burócratas, ministros, miembros del parlamento, un magistrado, periodistas, expertos locales y estudiantes. Realicé más de 100 entrevistas separadas en los países asiáticos y africanos ya mencionados. Y digo “separadas” porque en algunos casos, y para mi agradable sorpresa, más de un miembro de una organización se apareció de improviso para una cita con un solo entrevistado y participó en lo que se convirtió en una entrevista grupal. Bien estructuradas al principio y, posteriormente, más espontáneas, las entrevistas por lo general duraban de dos a tres horas. En el caso

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de la mayoría de los entrevistados, fue evidente de inmediato que la arquitectura de la globalización es demasiado grande para percibirse como un todo, pero que si pasamos a una escala más detallada –a cuestiones más mensurables– es posible discernir las estructuras. Los entrevistados compartieron amablemente sus experiencias y observaciones conmigo, en algunos casos abiertamente y, en otros, con la condición de permanecer en el anonimato. La selección de estas personas fue acorde con las categorías que teóricamente se consideraron clave para este libro, según señalé en el capítulo 1 (y que posteriormente ampliaré en el capítulo 9 al reconceptualizar la política de resistencia). Busqué, entre otras personas, a activistas que directa o indirectamente desafiaran las estructuras globales y, en especial –pero no únicamente–, a aquellas que buscaran objetivos ambientales (por razones explicadas más a fondo en el análisis que se presenta más adelante) y que también se movilizaran en torno a otras causas dentro del ámbito de la justicia social. Por supuesto, los asuntos de interés variaban de caso en caso, pero todos implicaban problemas transfronterizos. En la lista de referencias al final de este libro se encuentra el nombre de los entrevistados no anónimos, su cargo, el lugar y la fecha de las reuniones. El cuestionario aplicado se encuentra en el apéndice. Además de entrevistas formales, hubo muchas oportunidades para hablar informalmente con varios miembros de ONG internacionales e indígenas, entre ellas, organizaciones populares en las Filipinas y organizaciones comunitarias en Sudáfrica, así como de empresas, gobiernos, organizaciones internacionales, medios de comunicación y universidades. Aunque gran parte de mi carrera permanecí en la ciudad de Nueva York y en Washington, D.C., también aproveché la oportunidad de realizar pesquisas profundas acerca de los principales mecanismos de crecimiento de la globalización, las instituciones clave internacionales y la política exterior de Estados Unidos. El método utilizado aquí no entraña una comparación subregional sistemática ni un recuento particularista –o descripción densa– de muchas experiencias nacionales diferentes. Ésos no son los objetivos de este libro; el propósito, más bien, fue examinar los casos no únicamente para proporcionar evidencia que sustente o modifique mis argumentos, sino para formular preguntas fundamentales sobre los motores de la globalización y sus posibles consecuencias. Por último, algunos capítulos son más teóricos que otros, y tienen por objeto fundamental ofrecer material ilustrativo para analizar las propuestas

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analíticas. En aquellos casos en los que no fue posible obtener información o pruebas sistemáticas o comparables, traté de no forzar un análisis transregional. Si hay una ilustración imperiosa o un ejemplo fuera de la norma tomado de un lugar distinto de Asia oriental y el sur de África, van antecedidos de cierto grado de simetría que no dudo en invocar. Todas las cuestiones tratadas entre los extremos del libro –el capítulo introductorio denominado “La dinámica de la globalización” y una conclusión que amplía puntos importantes y considera alternativas– caen dentro de tres categorías amplias que corresponden a las dimensiones señaladas anteriormente. Los cuatro capítulos de la primera parte analizan la división cambiante del trabajo y el poder: las teorías de la división del trabajo, seguidas de un análisis de los aspectos clave de la división global del trabajo y el poder, a saber, la migración, la pobreza y el género, y la marginación. Este último aspecto incluye un estudio del caso de Mozambique, país que se encuentra en el extremo inferior de la división global del trabajo y el poder y que, a la fecha de irse este libro a imprenta, ha logrado la tasa de crecimiento económico más elevada de África en los últimos cinco años por haber seguido una estrategia globalizante neoliberal –una actuación que garantiza un profundo escrutinio debido a las lecciones que de su ejemplo pueden aprenderse. La segunda parte, relacionada con el nuevo regionalismo, se conforma de capítulos en los que reconsidero el concepto de regionalismo y hegemonía (una investigación realizada con el propósito de complementar la geoeconomía en los estudios sobre globalización, al enfocarme también en la geopolítica) y las respuestas subregionales a la globalización. La tercera parte aborda el rechazo a la globalización y se divide en capítulos que tratan sobre el significado de la resistencia, los contramovimientos ambientales y los grupos dentro del crimen organizado (que no sólo menoscaban los canales lícitos de la globalización, sino que desempeñan también un papel clave en la fijación de nuevas reglas). Con un tema tan amplio como el escenario de la globalización hay, por supuesto, muchas otras cuestiones vitales que podrían analizarse. He contemplado algunas de ellas más ampliamente en otros medios –por ejemplo, el financiamiento (Mittelman, 1996; Mittelman y Pasha, 1997, particularmente el cap. 3) y los aspectos estratégicomilitares de la seguridad (Mittelman, 1994, 1997a)–, pero hay otros temas que merecen consideración. Sin embargo, estoy muy consciente de mis propias limitaciones y me doy cuenta de que los temas que me

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vienen a la mente se encuentran fuera de mi campo de experiencia o más allá del alcance que pudiera tener este proyecto. Un resumen muy conciso de este libro sería que es un intento por explicar la influencia de la globalización en los principales problemas de nuestro tiempo. Este libro subraya la interacción entre estructuras globalizantes que entrecruzan distintos niveles de análisis en partes del mundo totalmente diferentes en cuanto a la continuidad de su dinamismo económico y la marginación. Los altibajos (como es el caso de la crisis económica asiática de finales de los noventa) y la reversibilidad son parte integral de la movilidad ascendente y descendente de la economía política global. El objetivo es explicar la dinámica sistemática de la globalización, sus múltiples consecuencias y la diversidad de respuestas que genera.

1. LA DINÁMICA DE LA GLOBALIZACIÓN

Entre las manifestaciones de la globalización están la reorganización espacial de la producción, la interpenetración de industrias a través de las fronteras, la diseminación de los mercados financieros, la difusión de bienes de consumo idénticos a países distantes, las transferencias masivas de producción –principalmente dentro del Sur1 y también desde el Sur y el Oriente hacia Occidente–, los conflictos entre los inmigrantes y las comunidades establecidas en vecindarios anteriormente herméticos, y una preferencia mundial (mas no universal) emergente por la democracia. Pero, ¿qué explica la globalización? ¿Cuáles son sus causas? ¿Dónde se originó? ¿Cuáles son sus mecanismos? También, ¿dónde debería concentrarse el análisis y cuáles elementos constructivos conceptuales se requieren? Estas preguntas orientan los comentarios que se presentarán a continuación y prefiguran los conceptos clave utilizados en este libro.

1 La palabra “Sur” es un término amplio que denota a los países en vías de desarrollo, cuya gran mayoría (aunque no todos) se localizan en el hemisferio sur. En términos de uso convencional, por ende, la palabra “Sur” funge como expresión descriptiva y referencia aproximada, no como categoría analítica. No obstante, esta palabra, que es más que una idea geográfica compleja, suele utilizarse metafóricamente para identificar a aquellas partes del mundo estratificadas, donde, salvo contadas excepciones, la pobreza y la ausencia de poder son más acuciantes. Los problemas en el Sur también se han incorporado al Norte “desarrollado” que, a todas luces, tiene sus propios núcleos de pobreza y grupos marginados –un patrón que se acentúa con los flujos globales crecientes, como algunas corrientes de migración (cap. 3). Con el fin de acentuar que el Sur se ha convertido en una relación social con implicaciones mundiales –por ser tanto causa como efecto de la reorganización espacial–, algunos autores prefieren la expresión “sur global”. Consciente de estas consideraciones, pero sin olvidar la brevedad, en este libro me referiré simplemente al Sur y, de vez en cuando, con fines estilísticos, utilizaré como sinónimos las expresiones “países en vías de desarrollo” y “mundo en vías de desarrollo” (términos con sus propias ambigüedades).

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¿CUÁL ES LA CAUSA PRINCIPAL?

Para analizar el patrón de la globalización resulta fundamental elegir una ruta de investigación que fije nuestros objetivos en las preguntas de la investigación y proporcione una perspectiva sobre la información. Creo que un punto de partida apropiado es la naturaleza del proceso laboral y sus productos a nivel global, puesto que los conflictos entre el capital y el trabajo, el comercio y los gustos del consumidor reflejan qué se está produciendo y cómo se está produciendo. Por lo tanto, debe centrarse la atención en cómo sociedades completas y los grupos que las conforman tratan de influir en los cambios de organización de la producción y de ajustarse a ellos. En primer lugar, la cuestión de la cadena de causalidad requiere cuidadosa atención. Por un lado, puede argumentarse que las dimensiones de la globalización son equivalentes. Sin embargo, este enfoque eludiría la difícil cuestión de la causalidad, y sería simplemente una especie de lógica circular: todo influye en todo lo demás. Otra opción sería argumentar diplomáticamente la causalidad múltiple. Esta táctica también esquivaría el problema. Sin pretender discutir el reduccionismo, considero que para ir más allá de las apariencias hay que determinar algunas relaciones de causa y efecto. La aceleración del cambio estructural en el mundo implica que la competencia ha cambiado radicalmente con respecto a la época en que los sistemas de transporte y de comunicación delimitaban la tierra de manera más restrictiva. La competencia en la esfera económica –“el estado de guerra de todos contra todos”, que Thomas Hobbes atribuyó al ámbito político– acerca al capital a una confrontación con otras unidades de capital. La competencia global evidencia una nueva intensidad en las respuestas de las corporaciones a la ecuación cambiante de oportunidad y pérdida. Las estructuras competitivas son globales, puesto que las decisiones tomadas en una parte del mundo repercuten directamente en las decisiones tomadas en cualquier otro lugar. Las empresas que buscan incrementar su participación en el mercado y ahorrar costos han ido en pos de la innovación tecnológica. La competencia es el motor del cambio tecnológico, y no al revés –un punto sostenido vigorosamente por John Stopford y Susan Strange (1991, pp. 65 y 71), quienes proporcionan muchas evidencias. De hecho, para modificar un antiguo aforismo a la luz de las tendencias globalizantes contemporáneas, podría decirse que la competencia se ha convertido en la madre de los inventos. Actualmente, la com-

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petencia, o la competencia en el libre mercado, ha sido elevada al rango de ideología, un icono que representa un importante elemento en la matriz de la globalización. El manejo del tiempo es un factor clave de los cambios estructurales en la competencia. Otro es el paso de un modelo fordista anticuado de producción y consumo masivos al posfordismo y la introducción de un sistema mucho más rápido. Este método “justo a tiempo” atiende la mercadotecnia enfocada en nichos y proporciona más flexibilidad a la gerencia e inseguridad a los trabajadores. De esta manera, también la escala espacial de competencia se transforma, debido a su unión con la transmisión de información por cable, fibra y satélite. Es claro que la competencia mundial ha acelerado el ritmo de la innovación tecnológica y ha alterado la configuración de ganadores y perdedores. La investigación social ha ayudado a sacar a la luz distintos aspectos de la dinámica cambiante de la competencia. Ahora que los capitalistas están enfrentándose de manera más directa a otros capitalistas, la psicología de los participantes del mercado y de las estrategias empresariales forzosamente ha cambiado. Richard D’Aveni (1994) denomina “hipercompetencia” a esta condición: un esfuerzo concertado para incrementar la inestabilidad del mercado y arraigar la incertidumbre de las operaciones, o lo que a mí me parece que es un tipo de darwinismo social. Políticamente, este clima es mantenido por el “estado competitivo”, cuyas principales funciones son desempeñar un papel de permisividad e impedir el fracaso del mercado (Cerny, 1990). Al mismo tiempo, el capital reduce, limita y disciplina la autonomía del estado. La capacidad de proporcionar protección social contra los choques del mercado también disminuye, como lo evidencia la mengua del estado de bienestar en diversos contextos. De hecho, el propio estado adopta una lógica corporativa al acoger variantes de la ideología neoliberal para justificar las consecuencias socialmente destructivas y polarizantes de sus políticas y al sujetar sus propias dependencias a medidas para reducir costos. De acuerdo con los economistas Robert Frank y Philip Cook (1995), la luchas darwinianas entre empresas han engendrado la psicología del “ganador toma todo”, según la cual una diferencia minúscula en el grado de talento ocasiona grandes diferencias en el ingreso. Las recompensas se concentran en unas cuantas manos, como las de los capitanes de la industria del software. Con sus productos interdependientes y sus aplicaciones populares, Microsoft Corporation

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controla 85% del mercado mundial de las computadoras personales, a pesar de las reseñas en revistas especializadas que suelen dar una mejor calificación a otros productos. En Estados Unidos, aunque un supercirujano, un superatleta o un superdirector general sea únicamente un ápice mejor que sus rivales más cercanos, son las superestrellas quienes reciben ingresos mucho más altos que los demás participantes. Toda la economía nacional puede relacionarse con la National Basketball Association, una cultura corporativa estadunidense que no sólo embellece los valores del materialismo y la egolatría, sino que los difunde a muchas partes del mundo. Trátese de actores, modelos, diseñadores o profesionales de otro tipo, los mejores de su ramo obtienen una remuneración mucho mayor que quienes ocupan el segundo lugar, debido a que esas pequeñas diferencias de especialización se magnifican en la abundancia que generan las utilidades. Los mercados donde el ganador toma todo se han incrementado debido a que la liberalización de las normas a capa y espada elimina barreras, la tecnología de la información aumenta el volumen de transacciones y los mercados se han vuelto más especializados. En este ambiente hipercompetitivo, los nuevos ricos disfrutan de ingresos galopantes, la clase media es llevada cada vez más a los límites y gran cantidad de personas son sumidas más profundamente en la pobreza. La expansión de los mercados donde el ganador toma todo se ha vuelto deficiente, puesto que la incorporación de más participantes al mercado ya no aumenta el grado de competencia o mejora el producto. Los participantes adicionales no obtienen recompensas proporcionales, y la sociedad pierde lo que podría haber ganado en empleos adicionales. Merecería la pena investigar si esta estructura de desigualdad está volviéndose universal. Si el resultado fuera afirmativo, tal desigualdad sólo alimentaría el potencial de conflictos y sería de mal agüero para el orden mundial futuro. En términos de la jerarquía de los factores que dan cuenta de la globalización, por lo tanto, las condiciones cambiantes del capitalismo, particularmente la hipercompetencia como fuerza motriz, han creado un ambiente modificado. La hipercompetencia está acompañada de una reestructuración de la producción que afecta incluso su reorganización espacial y que, a su vez, es facilitada por los avances tecnológicos y las políticas del estado. Debido a ello se aceleran los flujos globales –mano de obra, información y conocimientos, así como financieros y comerciales, bienes de consumo y otros productos culturales.

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¿Son estadunidenses estos productos culturales? ¿Implica la globalización una “norteamericanización”? No del todo. Es cierto que, como parece sugerir el largo alcance de la CNN, McDonald’s y CocaCola, la globalización es preponderantemente un fenómeno estadunidense, pero también se da en otras formas, como el croissant y la música reggae. Cabe agregar que, al igual que otros países, Estados Unidos ha experimentado los trastornos que causan las estructuras globales en evolución. Aunque se encuentra en una posición estructural diferente de la de otras partes del mundo, el centro de Estados Unidos también resulta afectado por las presiones de la hipercompetencia, las nuevas tecnologías y un mercado laboral cambiante. Como resultado, el carácter y la complexión de las ciudades estadunidenses, así como el modo de vivir de sus habitantes, han cambiado de manera perceptible.

LOS ORÍGENES DE LA GLOBALIZACIÓN

¿Cuándo surgió este patrón de globalización? Hay tres respuestas posibles. Pudiéramos decir que la globalización existe desde los orígenes de la propia civilización y que, por ende, tiene por lo menos cinco mil años de vida. El orbe empezó a encogerse cuando los grupos de personas entraron en contacto por primera vez mediante la conquista, el comercio y la migración. La urbanización puede considerarse parte integral de este proceso de intercambios, cada vez más intensos, en el ámbito de la comunicación y la economía. La religión es otro aspecto importante de este planteamiento. Por ejemplo, se dice que la globalización islámica inició muchos siglos antes de que se construyera el idioma actual de la globalización (Habilul, 1997, p. 111). Si nos salimos de la teoría de los sistemas mundiales, hay otra perspectiva que señala que la globalización nació con el surgimiento del capitalismo en Europa occidental en el siglo XVI. De acuerdo con esta opinión, los cambios decisivos en la relación entre capital y trabajo que estuvieron acompañados de notables innovaciones tecnológicas hicieron posible que el capitalismo abarcara todo el globo. Con ello, un nuevo tipo de economía y de relaciones sociales recorrió el mundo, descomponiendo las formaciones precapitalistas e incorporando sus restos a un sistema muy distinto, cuya principal caracterís-

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tica es la combinación de mercados competitivos orientados hacia la obtención del mayor grado de utilidades, de la mano de obra asalariada y de la propiedad exclusiva de los principales medios de producción. Una tercera interpretación es que el propio capitalismo ha cambiado de modo fundamental desde su nacimiento. El decenio de 1970 señaló un cambio radical muy importante que se originó con la profunda recesión experimentada en los países occidentales. Este cambio tuvo muchas ramificaciones, particularmente en los países en vías de desarrollo. Hacia finales de ese decenio se habían desvanecido las esperanzas de que surgiera un nuevo orden económico internacional –un paquete de reformas propuesto por los líderes del mundo en vías de desarrollo– y los países socialistas experimentaron trastornos económicos. El sistema Bretton Woods de tipos de cambio fijos se vino abajo. Muchos países en vías de desarrollo renunciaron a la sustitución de importaciones a favor de la promoción de las exportaciones en un intento por asegurarse una entrada de divisas. El monto de su deuda se disparó y varios países sintieron el látigo de la disciplina financiera, entre otras medidas correctivas, aplicada por el mercado. Las nuevas estrategias aceleraron una reestructuración de la producción que no tenía nada que ver con las antiguas industrias fordistas y que se inclinaba a las operaciones flexibles, intensivas en capital y tecnología. Con los avances tecnológicos, la intensificación de esta tendencia dio por resultado un debilitamiento del poder sindical, reducciones en el gasto social, desregulaciones, privatización y un énfasis en mejorar la competitividad: en pocas palabras, un equilibrio de fuerzas distintivo (Cox, 1996c, pp. 21-23). ¿Cuál de estas interpretaciones es correcta? ¿Realmente la globalización surgió hace mil años, hace cuatro siglos o unos cuantos decenios atrás? ¿Se reduce el debate acerca de esta trayectoria histórica a una constelación de estructuras antiguas, frente a otras medio antiguas y otras más recientes? Creo que no. Desde una perspectiva histórica, la globalización puede entenderse mejor en términos de sus continuidades y discontinuidades con respecto al pasado. Un aspecto muy importante es que la reorganización temporal y espacial de la producción sí ha intensificado la competencia –un rasgo del capitalismo que nació de los sistemas sociales anteriores– hasta llevarla a un nuevo nivel conocido como hipercompetencia. En este sentido, la globalización neoliberal podría considerarse como la fase contemporánea del capitalismo. Es decir, el periodo previo al siglo XVI puede

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interpretarse como una globalización incipiente. Un segundo periodo, que abarca desde el nacimiento del capitalismo en Occidente hasta principios de los años setenta, representa la era de la globalización vinculatoria. Y por último, el periodo iniciado a principios de los años setenta comprende la globalización acelerada, una serie de vínculos que se analizarán a continuación.

LA TEORÍA DEL “MITO DE LA GLOBALIZACIÓN”

En este análisis está implícito el argumento de que la globalización constituye un cambio histórico, una transformación que marcó toda una época en el acontecer mundial. Esta afirmación de ninguna manera es popular, puesto que algunos observadores niegan la existencia misma de la globalización. Si su opinión fuera válida, no merecería la pena escribir este libro. De ahí que sea necesario dar una respuesta a quienes ven la globalización como un mito, para luego delimitar una serie de estructuras globales evolutivas.2 Si el realismo –el enfoque dominante en las relaciones internacionales– tiene razón en que los estados son actores decisivos en el escenario mundial, no hay necesidad de ver más allá de sus propias acciones e interacciones. En esta perspectiva de orientación estatatista está implícita la idea de que la ontología no cambia. Si los objetos de estudio fueran fijos e inmutables, no habría razón alguna para considerar las tendencias globalizantes, particularmente en el ámbito de la política no estatal. Otras personas que forman parte de esta corriente principal consideran que la globalización se adapta al enfoque centrado en los estados al convertir esta serie de procesos en una pregunta política: ¿Cómo se ajustan los estados? Así, dejan de lado la posibilidad y las implicaciones de la transformación estructural. Esta negación cuenta con el apoyo de estudiosos más inclinados a los aspectos históricos, tales como Paul Hirst y Grahame Thompson

2 He analizado en otros medios (1997a) las críticas al marco de la globalización y, más específicamente, a la teoría social deconstructiva y a varias perspectivas de derecha. El surgimiento reciente de movimientos populistas de derecha plantea interpretaciones que no deberíamos pasar por alto, pues suscitan interrogantes pertinentes sobre la política alternativa a la luz de la repercusión de la globalización en las sociedades de la actualidad.

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(1996), quienes afirman que la economía global no es verdaderamente global, sino que se centra en la tríada conformada por Europa, Japón y América del Norte, conocida también como el Grupo de los Tres (G-3). Hirst y Thompson regañan a quienes proponen una versión sólida de la teoría de la globalización y presentan datos sobre comercio, inversión extranjera directa (IED) y flujos financieros para demostrar que las actividades globalizantes se concentran en los países desarrollados. Asimismo argumentan que el nivel actual de actividades internacionalizadas tiene precedentes, que la economía mundial no es tan abierta e integrada como la del periodo 1870-1914 y que, hoy en día, las principales potencias económicas siguen armonizando las políticas como lo hacían antes o, por lo menos, que todavía moldean el flujo financiero y el ejercicio del poder económico en general. Sus datos son útiles si se consideran como evidencia de que el optimismo en torno a la globalización podría carecer de fundamento para los segmentos no privilegiados de la economía política global. Asimismo, esta línea de ataque al concepto de globalización advierte adecuadamente que sería un error exagerar las tendencias globalizantes. Sin embargo, empíricamente el análisis se debilita debido a que los autores no señalan la fuerte tendencia alcista en la IED en los países en vías de desarrollo durante mediados de los años noventa. Tras las condiciones económicas desfavorables registradas a principios de ese decenio, que generaron una recesión de IED que terminó en 1993, se suscitó un incremento en el flujo hacia los países en vías de desarrollo y en la IED proveniente de los países en vías de desarrollo y dirigida hacia, incluso, otros países en vías de desarrollo, que fue mitigada por la crisis económica asiática de finales de los noventa. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) informa que los flujos hacia los países en vías de desarrollo alcanzaron un nivel sin precedentes, de 39%, como porcentaje de las entradas totales en 1993. Ochenta por ciento de las entradas se dirigieron a 10 países en vías de desarrollo, particularmente China, seguida, en orden de importancia, por Singapur, Argentina, México y Malasia (UNCTAD, 1995, pp. 7 y 9). Por supuesto, existen grandes diferencias entre los países en vías de desarrollo. Por ejemplo, los flujos de IED hacia África fueron prácticamente nulos en 1993, lo que causó que la participación del continente africano en las entradas totales de IED en los países en vías de desarrollo disminuyera 5% en

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1993. La participación de África se desplomó a 3.8% en 1996, la cifra más baja desde principios de los ochenta y una disminución notable con respecto a la registrada en el periodo 1986-1990 (UNCTAD, 1997, p. 56). Además, los países africanos productores de petróleo representaron más de 70% de las entradas de IED en el continente. No obstante, la tendencia global, al menos hasta finales de los noventa, fue un auge de la IED dirigida a los países en vías de desarrollo, la cual sumó 100 000 millones de dólares en 1995 (UNCTAD, 1996, p. xvii). Los flujos de IED hacia los países en vías de desarrollo se incrementaron 34% en 1996 con respecto a 1995 y sumaron 129 000 millones de dólares. El grueso de la inversión global se dirigió a los países industrializados y Asia (UNCTAD, 1997, p. xx). El sur, este y sudeste de Asia recibieron dos tercios del total captado por los países en vías de desarrollo ese año. Sin embargo, las economías de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) experimentaron una baja sustancial en las entradas de inversión en la región: de 61% en 19901991, disminuyeron a 30% durante 1994-1996, debido en parte a la competencia encarnizada de otras partes de Asia (UNCTAD 1997, pp. 78 y 81). Con respecto a los países más pobres, un indicador clave de su incorporación a la división global del trabajo y el poder es el flujo de financiamiento no sólo hacia prestamistas privados, sino también hacia aquellos relacionados con los programas de ajuste estructural que exigen las instituciones financieras internacionales –lo que, a final de cuentas, es una manera de disciplinar a las naciones. Estas transacciones son parte de los imponentes 1.5 billones de dólares en flujos de capital que ahora dan vuelta al orbe diariamente. (Los flujos de capital global no forman parte de la economía real –a saber, los bienes y servicios– que también representa transferencias entre fronteras.) Aunque se hace referencia a la integración financiera, estos indicadores no reciben suficiente atención dentro del argumento negativo de que la globalización es un mito. Debido a ello, el ataque de Hirst y Thomson tampoco aborda sistemáticamente la cambiante división global del trabajo. El fin del fordismo, un sistema de producción y consumo que se iniciara en la industria automotriz estadunidense, y el paso a la necesidad de una fuerza laboral más flexible durante el posfordismo, repercuten directamente en la reorganización del modo de vivir de los pueblos y, por lo tanto, en su modo de existencia. También podría analizarse el turismo mundial, que genera empleos, es portador de divisas y moldea la imagen mental de pueblos

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y lugares, todo profundamente afectado por las tarifas bajas, la abundancia de rutas y los avances tecnológicos. Hace dos decenios, cuando la población mundial sumaba 4 400 millones de habitantes, 287 millones de personas viajaron al extranjero. En 1996, cuando el mundo contaba con una población de 5 700 millones de personas, se desplazaron 595 millones de turistas. Se estima que para 2020, 1 600 millones de los 7 800 millones de habitantes del planeta viajarán al extranjero (Crossette, 1998, con base en las estadísticas compiladas por la Organización Mundial de Turismo). Un segundo indicador son las fusiones y adquisiciones transfronterizas. El valor de dichas transacciones se duplicó entre 1998 y 1995, al llegar a 229 000 millones de dólares (UNCTAD, 1996, p. xiv). Merece la pena destacar que durante los últimos dos decenios, el volumen del comercio mundial aumentó dos veces más rápido que la producción mundial. En dólares estadunidenses, las transacciones mundiales en divisas pasaron de 15 000 millones diarios a principios de los años setenta a 900 000 al día 20 años después (Gobierno de Dinamarca, 1997, p. 14). Además de recurrir a indicadores empíricos adicionales para contrarrestar aquellos que utilizan los analistas que niegan la globalización, lo más importante de este análisis es que ciertamente hay algo nuevo: se han dado cambios impresionantes. Por ejemplo, se ha relajado el marco reglamentario, un componente esencial de la reestructuración tecnológica. Junto con los hitos tecnológicos en los sistemas de producción, las comunicaciones y el transporte –aviones comerciales, supercargeros, megacontenedores y telemática–, la caída de las barreras ha acelerado notablemente el movimiento de bienes, servicios, capital, mano de obra y conocimiento. No sólo ha aumentado enormemente la velocidad de las transacciones, sino también se ha desplomado el costo de varios tipos de transporte, de las llamadas telefónicas y de las computadoras. Por ejemplo, debido a la tecnología satelital, el precio de una llamada telefónica de tres minutos de Nueva York a Londres disminuyó de 244.65 dólares en 1930 a 31.58 en 1970 y a 3.32 en 1990 (Fondo Monetario Internacional [FMI], 1997, p. 45). Asimismo, a principios de los ochenta sólo unas cuantas compañías internacionales habían invertido en un fax debido a que este aparato era demasiado costoso. Para principios de los noventa, el costo de un fax había disminuido a una cuarta parte de su precio en1980. Hoy en día, ¿qué organización importante no cuenta con aparatos de fax para comunicarse alrededor del mundo? De igual modo, en el mundo entero sólo había dos millones de

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computadoras –el epítome del producto global– en 1980, y prácticamente todas eran sistemas informáticos grandes. Actualmente se utilizan más de 150 millones de computadoras y, de éstas, 90% son computadoras personales mucho más potentes que sus antecesoras, que ponen a los ciudadanos de una parte del mundo en contacto directo con los de otras regiones (López, Smith y Pagnucco, 1995, p. 35). Ante tal evidencia de innovaciones tecnológicas acompañadas de un aumento notable en los flujos transfronterizos, a veces se argumenta que la globalización se basa en un solo mercado global. Ohmae, por ejemplo, sostiene lo siguiente: “En un mapa político, las fronteras entre países son más claras que nunca. Pero en un mapa de competencia, mostrando los flujos reales de actividad financiera e industrial, esas fronteras han casi desaparecido” (1990, p. 18). Algunos especialistas en materia de desarrollo agregan que la globalización de la política macroeconómica convierte a los países en zonas económicas abiertas, donde las industrias del mercado interno no son competitivas y los países en vías de desarrollo ya no pueden ser constructores, a título individual, de su economía nacional (Chossudovsky, 1998). La posición contraria es que las fronteras, incluso la existente entre Estados Unidos y Canadá (supuestamente dos de las economías más integradas del mundo), actúan como fuertes barreras para la creación de un mercado único. Según este punto de vista, las fronteras no se disuelven y los mercados nacionales distintivos prevalecen (McCallum, 1995; Engel y Rogers, 1996). Varios colaboradores en National Diversity and Global Capitalism (1996), de Suzanne Berger y Ronald Dore, sostienen que la economía mundial incluso se encuentra menos integrada de lo que señalan los autores inclinados hacia la globalización, como Ohmae, y que hay mucho espacio para maniobrar en los niveles nacional y sectorial. De igual modo, Dani Rodrik sostiene lo siguiente: “Nunca hemos tenido realmente un sistema capitalista global, y es poco probable que lo tengamos en el corto plazo. El capitalismo es y seguirá siendo un fenómeno nacional.” (1998, p. 17; véase también Rodrik, 1997.) Pero, ¿realmente tiene sentido la dicotomía economía global-esfera nacional? ¿Sólo hay dos opciones? En el caso de la globalización, seguramente lo grande es hermoso, pero grande no significa global; implica también procesos regionales en varios niveles y, con el nacimiento del pasaporte europeo y las disposiciones para el libre movimiento de personas dentro de Europa, los mercados laborales nacionales han cambiado notablemente. Por otra parte, aunque la

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globalización entraña una poderosa dinámica centralizante y concentra la riqueza, también desconcentra las actividades y fragmenta las identidades. Una serie compleja de identidades ha dividido o remplazado a las identidades dominantes del siglo XX: el trabajo y la nación. Esta serie de identidades –por ejemplo, la raza y la etnicidad, la religión y el género– relaciona subjetivamente y de muy distintas formas a las personas con el gobierno y la economía. Cuando los observadores postulan una economía “canadiense” o “estadunidense” territorialmente unida, señalan supuestos implícitos acerca del significado de las fronteras y pasan por alto las estructuras globales evolutivas que trascienden fronteras e interactúan directamente, y no a través de los canales de la política nacional o de organismos internacionales, con personas, hogares y comunidades otrora alejadas totalmente de una participación significativa en los flujos transfronterizos. De hecho, los sueños de modernización están volviéndose realidad para cientos de millones de personas hoy en día, incluso en las áreas remotas de los países en vías de desarrollo, pero, irónicamente, no como los científicos sociales lo habían previsto y ciertamente no mediante las instituciones nacionales, bilaterales y multinacionales que algunos de ellos ayudaron a construir. A pesar de los procesos manejados oficialmente, las transformaciones masivas están comprimiéndose en un lapso breve de unos pocos años, en vez de muchas generaciones. La velocidad y el rumbo del cambio en la economía rural y las relaciones sociales en Paquistán ejemplifican esta transformación. Al igual que muchos otros países exportadores de mano de obra, en pocos años Paquistán ha recibido más capital por remesas de emigrantes que el destinado por el estado al desarrollo nacional federal y localmente. De 1971 a 1988, los trabajadores paquistaníes en Medio Oriente generaron 20 000 millones de dólares en divisas mediante los canales oficiales, una suma que superó al producto nacional bruto (PNB) de todo el país en un solo año. En su año pico (1982), las remesas contabilizadas oficialmente superaron con mucho los ingresos por exportaciones y representaron más de la mitad del costo de las importaciones en divisas (Addleton, 1992, pp. 117 y 120). Las remesas registradas no incluyen remesas en especie (bienes adquiridos en el extranjero y vendidos en la economía informal) o remesas realizadas dentro del mercado negro, una categoría de recursos que podría considerarse como una forma de resistencia a los esfuerzos del estado por captar los ingresos que fluyen a las áreas rurales. A diferencia de la ayuda proveniente del exterior, estos flujos

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llegan sin ataduras y no están dirigidos por las clases dominantes. Al fortalecer la economía subterránea, las remesas pueden socavar los modos de desarrollo preferidos por la autoridad y contribuir a que el estado pierda el control dentro de lo que ha sido retratado como una unidad interna o nacional (Addleton, 1992). Las familias incorporadas a los flujos transnacionales experimentan muchos cambios en los patrones de consumo, exposición a una economía más diversificada gracias a la expansión de sectores como el de la construcción y servicios minoristas y nuevas tensiones en las estructuras sociales transformadas, especialmente marcadas en Paquistán por una disminución general de la pobreza y mayores medidas de desigualdad. Esta cadena de sucesos trascendentales representa sólo un aspecto de las estructuras globales evolutivas.

LAS ESTRUCTURAS GLOBALES EVOLUTIVAS

Puesto que no es un fenómeno totalmente incluyente, la globalización excluye cualquier comportamiento que no implique vínculos con las estructuras globales. Sus efectos indirectos podrían debatirse e incluso podrían conceptualizarse las repercusiones de las estructuras globales evolutivas como una serie de relaciones: la globalización económica y el estado, las presiones sobre el estado, la globalización y la democratización, la democratización y la sociedad civil. Al introducir estos temas, aclararé brevemente los conceptos clave, aunque únicamente para tomarlos como punto de partida para su posterior desarrollo en los siguientes capítulos.

La globalización económica y el estado En los últimos decenios, varios estados han tratado de proteger la economía interna de las fuerzas externas y de limitar el flujo neto de excedentes adoptando medidas económicas nacionalistas: nacionalización de industrias clave, decretos de indigenización, requisitos para la inversión con capital extranjero, y así por el estilo. Algunos estados (por ejemplo, la China de Mao, Myanmar y Tanzania) también manifestaron una línea más radical de independencia como medio de aislarse del sistema mundial. En la actualidad, sin embargo, pueden

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recomendarse pocas estrategias de nacionalismo económico o desvinculación, ya que los flujos transfronterizos (migración, comunicaciones, conocimiento, tecnologías y otras semejantes) han dado la vuelta al globo y, como se señaló, permean el estado. El alcance de la autonomía del estado, un concepto que llamó mucho la atención de los estudiosos entre 1970 y 1980, está limitado por la globalización económica. Por otra parte, la ofensiva para volver a colocar al estado nuevamente en el primer plano de la teoría social (Evans, Rueschemeyer y Skocpol, 1985), requiere de un análisis fresco a la luz de la globalización. En la división globalizada del trabajo y el poder, algunos estados pueden tomar medidas como parte de las fuerzas económicas mundiales, pero la mayoría reaccionan a dichas fuerzas. Para derivar una ganancia material de la globalización, el estado facilita cada vez más este proceso al actuar como su agente (Cox, 1987, pp. 253-265; compárese con Palan y Abbott, 1996). La capacidad de los líderes para ser líderes disminuye al verse rodeados de fuerzas impersonales e inexplicables que, con frecuencia, no pueden controlar (Hughes, 1990). Los líderes se ven limitados a concentrarse en mejorar las condiciones nacionales para las distintas formas de capitalismo en pugna cuando se enfrentan al poder de la producción globalizada y al financiamiento internacional, así como a las estructuras de la deuda. La habilidad política, sometida a prueba como lo está por los actores no estatales, ve menguada su eficacia con respecto a las fuerzas transnacionales. Las políticas de la decepción son lugar común entre los ciudadanos de diferentes zonas de la economía mundial. El estado está reestructurándose en parte debido a los desafíos a la soberanía derivados de la guerra fría. Con la desintegración de los regímenes socialistas, irrumpieron tensiones subyacentes que anteriormente eran contenidas por el estado. Ahora, las fronteras del estado están reconsiderándose (Halliday, 1990). Alemania Oriental ha desaparecido, Checoslovaquia se ha dividido en dos, las 15 repúblicas de la antigua Unión Soviética han alcanzado su independencia, y Yugoslavia, ahora desmembrada, está desgarrada por los conflictos étnicos. Los movimientos separatistas en Quebec, Irlanda del Norte, el País Vasco y Córcega, anteriores al final de la guerra fría, están desafiando el statu quo. Mientras que Corea del Norte podría ser absorbida por Corea del Sur, la balcanización siempre es un peligro en África, donde los colonizadores trazaron fronteras de manera arbitraria, sin tomar en cuenta la distribución étnica y las fronteras natura-

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les, como ríos y montañas. Además, existen varios países que son entidades unificadas discutibles. Si bien ningún estado ha permanecido incólume a la globalización, la mayoría de ellos desempeña un papel de cortesana. Por definición, la cortesana se entrega a sus clientes, particularmente a los ricos o a los de la clase alta. Algunos países literalmente quedan encasillados en este papel, ofreciendo o promoviendo una industria del sexo, como la organizada transanacionalmente en Asia sudoriental, donde el estado no proporciona protección social a sus jóvenes (o niños), sino que tácitamente sacrifica el resguardo de la cultura local en favor de las fuerzas globales de mercado. En otros países, la postura cortesana es menos evidente y más figurativa, pero aun así emblemática del papel de un estado al servicio de los intereses dominantes personificados por la economía política global neoliberal. En todos los casos, la cortesanía no es una forma distintiva del estado como lo es, por ejemplo, el estado “benefactor” o “propulsor”, sino una orientación política característica de muchas formas distintas de estado. En un sentido amplio, el estado en su capacidad de cortesana está muy agradecido con los intereses más poderosos en la economía política global, es sumiso ante sus políticas, mas no en las ostentaciones retóricas –su capacidad de elección es limitada– y participa en relaciones ilícitas (aunque el límite entre lo lícito y lo ilícito es cada vez más ambiguo). Más específicamente, la cortesanía es una configuración sincrética, una amalgama de características distintas. Refleja, en grados distintos dependiendo del escenario, una posición subordinada en la geopolítica de la globalización. Por otra parte, una característica de la cortesanía es su pérdida de control sobre la geoeconomía, una situación evidente en los países menos desarrollados del sur de África y hasta en los países de industrialización reciente en Asia oriental. Sin importar las ayudas a las economías no reglamentadas, los cortesanos aprueban las burocracias pesadas que son parte vestigio de un colonialismo estatal que en los últimos decenios se ha convertido en independencia política, y parte reliquia de los planes de desarrollo nacionales de los años sesenta y setenta e, indudablemente, colusorias en el sentido de que el poder político es un camino, a veces el único camino, hacia la riqueza. Por otro lado, algunos estados disfrazados de cortesanas también están fortaleciendo su cociente coercitivo mezclándolo con procedimientos electorales y democráticos. Las facultades de la policía se han ampliado; en muchos casos, su presupuesto ha aumentado a pesar de

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los recortes generales a nivel gobierno, mientras que el encarcelamiento representa un sector importante en crecimiento. Por último, en algunos países donde al parecer no hay un enemigo externo, especialmente después de la guerra fría, el estado, en su capacidad de cortesanía está proporcionando seguridad a los detentadores del poder estatal y a sus beneficiarios, no a la ciudadanía en general. La cortesanía en complicidad con la ideología de la globalización no es sólo un fenómeno nacional, está convirtiéndose rápidamente en una estructura transestatal por derecho propio, en una entidad multidimensional arraigada en una coalición de patrocinadores de distinta clase y sostenida por quienes se dejan llevar en un proceso de participación consensual, un eje de flujos transfronterizos alimentados por la reducción de barreras y un elemento central en el marco político global del neoliberalismo.

Presiones sobre el estado Las estructuras transestatales, algunas de ellas incipientes, son parte integral de la dialéctica del supranacionalismo y el subnacionalismo. El estado está siendo reconstituido desde arriba por los tirones de la globalización y, desde abajo, por los jalones del subnacionalismo. Por una parte, muchos gobiernos buscan sacar ventaja de la competencia global mediante el regionalismo; a pesar de los fracasos de las agrupaciones regionales, en general se considera que la cooperación regional es un medio de lograr movilidad en la cambiante división global del trabajo y el poder. Por la otra, los actores subestatales suelen desorganizar a los estados. Con la globalización, la explosión de pluralismo implica una renovación de fuerzas históricas: un laberinto de lealtades religiosas, identidades étnicas, diferencias lingüísticas y otras formas de expresión cultural. Mientras la globalización constriñe el poder estatal, las fuerzas históricas se reafirman. Tal como la globalización impulsa la homogeneización cultural (por ejemplo, la difusión de bienes de consumo estándar en todo el mundo), el impulso global socava las estructuras de la comunidad y libera un pluralismo cultural subterráneo. La cultura es un concepto elusivo que se resiste a ser definido, particularmente porque dependiendo de las condiciones, se la representa de maneras diferentes: como estereotipo fijo (por ejemplo, los “valores asiáticos”), como un factor que moldea y es moldeado por la

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resistencia, y como orientaciones que tienen una base transformadora. El acento en el modo de construir la cultura pudiera contrastarse con las nociones básicas de cultura, que le atribuyen rasgos inherentes, como la obediencia y la lealtad a las sociedades, negando así el papel cambiante e histórico de las fuerzas culturales. Desde el punto de vista del construccionismo social, la cultura no es estática ni homogénea. De hecho, las culturas del Este asiático están mezcladas; son un popurrí de grupos étnicos, idiomas y religiones: confucianismo, budismo, taoísmo, hinduismo, islamismo y cristianismo, entre otras. Las culturas sudafricanas también son variadas y abarcan razas y grupos étnicos distintos, muchas lenguas y religiones diversas. La utilización más plausible de la cultura como elemento de una explicación es la apreciación de posiciones subjetivas y selectivas en términos contingentes, incluyendo la capacidad tanto del estado como de los movimientos de resistencia de movilizar estos recursos en ciertas condiciones dadas. Si bien el estudio de la cultura ha atravesado distintas etapas que han sido atacadas una tras otra, las preguntas de carácter social persisten frente a cuestiones estructurales de más peso. Entre las primeras están: ¿cómo vemos la vida, cómo la imaginamos y cómo representamos el dolor, la recompensa y las aspiraciones (Geertz, 1995, pp. 43-44)? En vez de proponer un concepto estricto, es mejor darle una estacada a esta cuestión, dándole la vuelta al sugerir un punto de partida. La cultura entonces podría abordarse en términos de procesos sociales basados en intereses que forman o socavan la suma total de los modos de vida, de los cuales forma parte la vida material (Williams, 1997). En el análisis que sigue, la cultura es vista como un vehículo en la búsqueda de nuevos temas y en la clasificación de propuestas.

Globalización y democratización Presionado por los actores no estatales, el estado busca fortalecerse adoptando medidas como vigilancia computarizada de las finanzas y creando fuerzas policiacas transnacionales (Europol, por ejemplo). No obstante, el estado debe dar cabida al nuevo pluralismo y permitir las demandas de reforma política. El avance hacia la democratización obtuvo legitimidad con la revolución en Europa oriental, la liberación de Nelson Mandela y la ofensiva del movimiento en favor de los de-

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rechos humanos. Igualmente importante es que las fuerzas en favor de la democracia han ganado confianza. Pero, ¿qué tipo de democracia es apropiada para el siglo XXI? Si bien la democracia es un concepto universal, existen versiones muy diferentes de la teoría democrática. Desde una perspectiva liberal, la democracia se centra en el principio de que el derecho a gobernar debe basarse en el consentimiento de los gobernados. La democracia liberal demanda la influencia ciudadana en el gobierno mediante instituciones como los partidos políticos, las elecciones regulares y la alternancia en el poder. A partir de la obra de Robert Dahl (1971), los académicos estadunidenses crearon un concepto institucionalista de democracia conocido como poliarquía: un sistema de participación de las masas en la toma de decisiones, que se enfoca en la elección periódica de líderes, un proceso manejado por las élites en competencia. Se da por sentado que las élites serán sensibles a los intereses de la mayoría, pero los críticos señalan que esta definición se encuentra limitada al ámbito político. La definición institucionalista de democracia no aborda la cuestión del acceso a la riqueza ni de la igualdad social (Moreira Alves, 1988, pp. 9-13). A la vez que toleran grandes desigualdades en los recursos materiales y culturales, los legisladores estadunidenses actualmente promueven la poliarquía en el ámbito internacional y la consideran como un complemento de la promoción del neoliberalismo. La consolidación de sistemas políticos poliárquicos o liberaldemocráticos y la construcción de economías orientadas al mercado o neoliberales están hechas para ir de la mano (Robinson, 1996, pp. 55 y 319). La democracia directa es otro concepto de democracia que tiene sus raíces en la teoría clásica griega del gobierno del pueblo. En recuerdo de este legado, los movimientos populares contemporáneos han propuesto un modelo de democracia populista entendido como el gobierno de las mayorías populares, no de las minorías dominantes o de las élites en competencia. En este modelo existen varios canales que permiten a los sectores populares utilizar al estado para sus propios fines, siendo la movilización de la sociedad civil un fuerte aliciente en el proceso (Robinson, 1996, pp. 58-60). En la práctica, este ideal con frecuencia es remplazado por formas de gobierno autoritarias cuando resulta rebasado por el neoliberalismo. Algunos países latinoamericanos, principalmente Brasil y Argentina, han atravesado por fases de “democracia autoritaria” –conocida también como

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democracia “limitada”, “guiada” y “protegida”–, que se justifican como un sistema más flexible de representación política y un camino a la liberalización gradual. Sin embargo, el estado, armado con el poder para imponer el orden, a la vez que intenta lograr la aceptación puede empuñar medios coercitivos para proteger a la nación del “caos”. Esta dominación y sus ramificaciones sociales suelen engendrar conflictos cada vez mayores: protestas contra el abuso de los derechos humanos y demandas por que se busque una justicia real (Mittelman, 1990, p. 67; Moreira Alves, 1988, pp. 9-13). El desafío a la democracia como ideología de dominación nace del activismo de los movimientos sociales que buscan un tercer modelo: la “democracia participativa”. El individualismo autoengrandecido característico de la democracia poliárquica y autoritaria, coincidente con la globalización económica, es rechazado en favor de la creencia de que el individuo depende de la sociedad para desarrollarse. La conceptualización liberal-económica de la globalización permite tolerar la desigualdad social, considerada intolerable por los partidarios de la democracia participativa. La “democracia participativa”, hoy por hoy una posibilidad más que una realidad, no sólo es una estructura nacional; implica también una presión constante de las fuerzas sociales en la base de la sociedad conforme al modo transformador del regionalismo y la globalización desde abajo, temas que se abordarán en capítulos posteriores (particularmente en los capítulos 6, 10 y 12). La alternativa democrática participativa se relaciona por ende con el máximo desafío: cómo manejar los costos socialmente disgregantes de la reforma económica y democratizar al mismo tiempo. Dicho de otro modo, el principal problema radica en cómo hacer que la revitalización económica sea compatible con la democratización. La cuestión de la democratización también se centra en formas de responsabilidad contradictorias. ¿Ante quién son responsables los funcionarios electos? Mientras que, en teoría, la democracia significa responsabilidad ante los gobernados, en la práctica, los líderes son responsables ante las diversas fuerzas de mercado: las estructuras de la deuda, los programas de ajuste estructural y las agencias calificadoras de créditos. De allí la búsqueda de una alternativa. Aunque nadie puede argumentar de manera convincente que la democracia se haya concretado en alguna parte, no hay duda de que dichos ideales movilizadores han sido fuerzas históricas poderosas.

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Democratización y sociedad civil La política está redefiniéndose con la globalización. La política electoral representa el escenario convencional, mas no el único, por supuesto. La política, cuando se encuentra más allá de los parámetros del estado, es más fluida. La sociedad civil que trasciende al estado, aunque sea de manera incipiente, está surgiendo como un sitio de impugnación importante, donde diversos grupos buscan rehacer la política abarcando incluso sus dimensiones temporales y espaciales (Lipschutz, 1992). En un sentido braudeliano del tiempo, los marcos mentales compartidos, entre ellos los paradigmas, cambian, y las fronteras vuelven a delimitarse no sólo de modo formal, sino también en términos de flujos reales de capital, población, información, conocimiento, tecnología y productos de consumo. El concepto de sociedad civil tiene sus raíces en la tradición intelectual europea, particularmente en la Ilustración escocesa de los siglos XVII y XVIII y en la cultura política occidental. El planteamiento utilizado con más frecuencia en Occidente es que la sociedad civil tiene matices hegelianos. De este modo, se la considera como el ámbito de la vida asociativa por encima del individuo –o, como dirían algunos, la familia– y debajo del estado (Wapner, 1996). Sin embargo, muchos activistas que buscan forjar un orden alternativo ponen en tela de juicio y limitan esta interpretación. Su concepto tal vez va más de acuerdo con la idea de Gramsci de que “la sociedad civil se encuentra entre la estructura económica y el estado con su legislación y coerción” (1971, p. 208). Gramsci pensaba que la hegemonía no sólo ejercía por medio del estado, sino también de la sociedad civil, cuyas instituciones –diversas asociaciones de voluntarios, instituciones religiosas y así por el estilo– son vitales para lograr consentimiento. En otras palabras, para Gramsci, la sociedad civil –las formas en que los grupos se representan a sí mismos– se encuentra tanto dentro como fuera del estado. El propio estado, especialmente en sus interacciones con la sociedad civil, se convierte en un terreno de lucha. Hoy en día incluso hay algunos líderes de la sociedad civil que ocupan puestos importantes en organismos del estado. Esto plantea un dilema ético para los órganos “independientes” de la sociedad civil. Es claro que la sociedad civil tiene su propio carácter, sin importar si sus fronteras son difusas y deben negociarse. A mi entender, la sociedad civil es un espacio político disputado, establecido y extendido mediante una acción colectiva conformada de asociaciones de

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voluntarios distintas de la economía que, aunque no se encuentra completamente desvinculada del estado, es ajena al control directo de éste. La noción de sociedad civil ha sido importada por la política de la globalización en parte porque el neoliberalismo carece de una dimensión filosófica y en parte debido a las múltiples señales de desintegración del orden social. Las cicatrices ambientales que marcan el fin del siglo XX son emblemáticas de esta degeneración. En respuesta a la renuencia o incapacidad del estado para responder eficazmente a estas señales, la sociedad civil actúa como vigía, como medio de información, como matraz para probar ideas y como voz de los ciudadanos. Al contrarrestar al estado, la sociedad civil también se reinventa y rehace, y aunque asolada por las tensiones, prospera con la diversidad (Serrano, 1994, p. 309). Aunque, como veremos más adelante (caps. 5, 10 y 11), la sociedad civil ejerce presión sobre el estado y es un estímulo potencial de la democratización, la idea y práctica de la sociedad civil también puede corromperse, contaminada por el estado, o por contaminar al estado, con actividades ilícitas. Por último, el complejo sociedad estatal-civil varía notablemente de un contexto a otro, y hay distintos tipos de sociedad civil. En algunos casos, el estado monopoliza los recursos, pero también hay otras permutaciones. En muchas partes del mundo no occidental, las reclamaciones surgidas de la sociedad civil no fueron una característica de la vida política sino hasta decenios recientes; la propia idea fue transportada desde occidente y ahora es un rasgo –de hecho, un campo clave– de la política de resistencia. Dirijámonos ahora a la resistencia, el contrapeso de la globalización, al explorar el contexto de donde emerge: la división global del trabajo y el poder y sus refracciones mediante los procesos regionales observados en Asia oriental y África meridional.

PRIMERA PARTE

LA DIVISIÓN GLOBAL DEL TRABAJO Y EL PODER

2. LA DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO: SU REFORMULACIÓN

Hoy en día resulta imposible aplicar lo que comúnmente imaginamos como núcleo, semiperiferia y periferia a una nueva estructura que abarca tanto las divisiones regionales del trabajo integradas verticalmente y basadas en las ventajas comparativas distintivas de lugares diferentes, como las redes diversificadas horizontalmente que extienden sus actividades a los países vecinos como parte de una estrategia corporativa de diversificación y globalización. Las categorías de antaño no captan lo intrincado de la integración económica mundial ni su manera de limitar a las regiones y los estados para que se ajusten al capital transnacional. La transformación global en marcha no sólo penetra las antiguas divisiones del trabajo y reorganiza geográficamente las actividades económicas, sino que limita la autonomía del estado y usurpa la soberanía. Sin importar su intensificación a nivel mundial, la globalización debe considerarse problemática, incompleta y contradictoria –adjetivos que trataremos más adelante. La globalización es un sistema híbrido que no sólo intensifica la interacción entre las naciones-estado sino, en ciertos aspectos, las socava. Aunque suele ser descrita como una fuerza homogeneizante, la globalización también se fusiona de distintas maneras con las condiciones locales y genera –en vez de amortiguar – notables diferencias entre las formaciones sociales. Esta estructura que en esencia es un retoño del tronco de la acumulación del capital, apoya y a la vez difiere notablemente de las tendencias propuestas por los teóricos de la división internacional del trabajo y de la nueva división internacional del trabajo: dos teorías que proporcionan tanto un punto de partida para analizar la reestructuración social como una oportunidad para crear una propuesta alternativa. Para analizar las facetas más importantes de la reestructuración social, la investigación debe retomar (aunque sólo sea superficialmente) los intentos previos por abordar los sistemas novedosos de producción, la distribución de recompensas y las consecuencias políticas y sociales. Repasar brevemente las teorías clásicas de la división internacional del trabajo es una manera fructífera de plantear preguntas teóricas re[55]

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levantes para discutirlas más adelante. Evidentemente, será importante entender cómo y por qué los autores clásicos entendían y definían la división internacional del trabajo. Incluso en una sinopsis breve salta a la vista que existen grandes desacuerdos en cuanto a qué genera la división del trabajo y cuáles son sus características fundamentales. La interpretación de la división internacional del trabajo debe complementarse con la idea de una nueva división internacional del trabajo. Ésta busca explicar cómo la fabricación pasó de los países capitalistas avanzados a aquellos en vías de desarrollo, generándose así una reorganización espacial de la producción en la segunda mitad del siglo XX. Después de someter la teoría de la nueva división internacional del trabajo a un escrutinio crítico, propondré una perspectiva distinta que he denominado división global del trabajo y el poder. Mi principal argumento es que la división global del trabajo y el poder añade más complejidad a la “división del trabajo” y proporciona profundidad estructural a las teorías clásicas y contemporáneas. En resumen, la división global del trabajo y el poder implica una reestructuración de las regiones del mundo y sus unidades constituyentes, principalmente los estados, ciudades y redes de enlace. Otro elemento de este reordenamiento son las transferencias masivas de personas que viajan de los países en vías de desarrollo, de Europa oriental y de la antigua Unión Soviética hacia Occidente, aunque allí también se dan grandes flujos internos hacia esas regiones y dentro del Sur. Las cadenas mercantiles globales, como imanes que atraen la importación de mano de obra, forman redes que entrelazan múltiples procesos de producción, así como a compradores y vendedores. Entre esas macroestructuras políticas y económicas se encuentran micropatrones arraigados en la cultura que actúan como mediadores: los vínculos familiares, comunales y étnicos. La cultura se vuelve una desviación en los rieles de la reglamentación y la segmentación del mercado laboral. Puesto que mi razonamiento sobre la división global del trabajo y el poder se basa en significados previamente asignados al término “división del trabajo”, en la primera sección de este capítulo se analiza el concepto de división internacional del trabajo dentro de la economía política clásica, mientras que en la segunda se abordará la hipótesis de la nueva división internacional del trabajo. Después, intentaré plantear una explicación alternativa a la reestructuración: me enfocaré en la interacción entre los distintos niveles de análisis –regionalismo, migración, cadenas de mercancía y fuerzas culturales– dentro de una división

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del trabajo globalizante. Por lo tanto, un objetivo clave de este capítulo es presentar estas categorías de análisis con el fin de detallarlas más adelante y analizar más a fondo la sinergia entre ellas. Por último, a partir de la yuxtaposición de estas tres formulaciones –división internacional del trabajo, nueva división internacional del trabajo y división global del trabajo y el poder–, en la conclusión se identifican tendencias y se señalan los aspectos principales de un orden mundial jerárquico que está cambiando rápidamente y que actualmente se distingue por la persistencia del sistema interestatal y por el desafío que plantean los distintos actores no estatales.

ANTIGUA DIVISIÓN DEL TRABAJO

Economía política clásica La división del trabajo, objeto de estudio de Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx, se refiere a formas novedosas de especialización que dividen el proceso de producción en compartimentos que realizan tareas distintas, con diferentes índices de utilidad y con repercusiones en las ventajas comparativas del comercio. El tratado que escribió Smith en 1776 sobre la división del trabajo versaba sobre la riqueza de todas las naciones y se convirtió en semillero de las teorías modernas. Al plantear una “tendencia al trueque y al intercambio” innata en la humanidad, Smith (1970) hizo el primer intento importante de examinar la posibilidad de que surgiera una división compleja del trabajo, como la que posteriormente emergió durante la revolución industrial en el continente europeo. Smith sostenía que el naciente modo de producción industrial entrañaba tanto la erosión de las habilidades artesanales como su remplazo, para ser sustituidas no por la colaboración de varios artesanos, sino por la coordinación de muchas personas que realizaran actividades asignadas específicas; así, una sola persona podría hacer el trabajo de muchas. El trabajo conjunto de una fuerza laboral en un solo establecimiento superaba con creces el esfuerzo total de los trabajadores individuales en el antiguo sistema. Los aumentos de productividad se atribuían a una mayor habilidad lograda gracias una simplificación de las tareas (al quedar reducidas a operaciones discretas), al ahorro de tiempo perdido al pasar de una actividad a otra y a

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la inventiva derivada de familiarizarse con una sola función y de la atención prestada a ella. Esta especialización era comparable a la diferenciación en otras esferas –la política y la sociedad–, conforme lo señala Smith en su primer libro, Teoría de los sentimientos morales, originalmente publicado en 1759 (Smith, 1976). Aunque suele describirse a los economistas políticos clásicos como propositores de que el interés propio es lo que rige a gran parte de la sociedad, Smith en realidad también subrayó que, en la sociedad civil, las inclinaciones sociales limitan el egoísmo y ayudan a alejar las discordias. Teoría de los sentimientos morales incluye amplias disertaciones en torno al “sentimiento hacia el prójimo”, la conducta personal, las reglas de la justicia y la moral. Smith pensaba con optimismo que la división evolutiva del trabajo mejoraría el nivel de vida y, por lo tanto, ofrecería enormes beneficios. Sin embargo, no estaba consciente de las consecuencias perturbadoras y perjudiciales de la repetición y la especialización excesivas. A pesar de la deshumanización del trabajo en las fábricas, Smith veía a la sociedad económica con optimismo, puesto que el estado proporcionaba bienes públicos (particularmente en el ámbito de la cultura y la educación) para facilitar el comercio, justicia suficiente para protegerse de la opresión y garantizar los derechos sobre la propiedad, y seguridad contra la invasión. Aunque la sociedad de mercado necesita un estado relativamente autónomo que sostenga el laissez-faire y la división del trabajo, el alcance del mercado interno es una limitación inherente. Mientras que los individuos conservan la necesidad de poder realizar muchos tipos de trabajo en áreas aisladas, remotas, dispersas o poco pobladas, es el comercio lo que incrementa el alcance del mercado. Ricardo ingresa en el debate en este punto para argumentar que el valor de la mercancía depende de la cantidad de mano de obra requerida en su producción y que las mercancías pueden mejorarse mediante el comercio exterior, ya que las reglas que gobiernan su valor relativo en un país no regulan el valor relativo de las mercancías intercambiadas entre países. Mediante el uso eficaz de “las facultades peculiares dotadas por la naturaleza”, cada país “distribuye la mano de obra de la manera más eficaz y económica posible: a la vez que incrementa la masa general de producción, difunde el beneficio general y une a la sociedad de naciones universal del mundo civilizado en un vínculo común de interés e intercambio” (Ricardo, 1932, p. 114). Por lo tanto, la ley fundamental de la ventaja comparativa plan-

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teada por Ricardo, que sustenta buena parte de la teoría contemporánea, puede resumirse de la siguiente manera: el patrón del comercio internacional depende del principio de costos laborales comparativos. Dicho principio plantea que si dos países que producen las mismas mercancías participan en relaciones comerciales, un país venderá la mercancía cuyo costo relativo (más que absoluto) fue menor y, de igual modo, el otro país venderá la mercancía cuyo propio costo fue menor. Al igual que el concepto de división del trabajo de Smith, la teoría de la ventaja comparativa de Ricardo presupone separar la política y la economía del concepto de sociedad burguesa, un término utilizado por los economistas políticos clásicos para referirse a la sociedad civil y no a organizaciones autónomas que pueden incluso ser movimientos populares (un concepto contemporáneo). Marx pensaba que la división del trabajo era la “característica prevaleciente del capitalismo” y no compartía la fe de Smith y Ricardo en las consecuencias benéficas de la división del trabajo tanto en las fábricas, donde las tareas se dividen y vuelven a dividirse, como en la sociedad en general. Marx sostenía que la división del trabajo en la fabricación enfrenta al trabajador con el poder material del proceso de producción, convirtiéndolo en un mero obrero detallista. El conocimiento, el criterio y la voluntad se ejercen formalmente sólo para la fábrica como un todo, lo cual suele lisiar el cuerpo y la mente del trabajador. La división detallada del trabajo –la subdivisión de tareas dentro de las industrias– se distingue así de la división social del trabajo, que contrasta grupos enteros en una sociedad. Al criticar y tomar como base los cimientos teóricos implantados por Smith y Ricardo, Marx buscaba rehacer los argumentos de ambos y dejar en claro la dimensión política de la teoría de la división del trabajo.

Teoría sociológica A pesar de que los economistas políticos clásicos intentaron relacionar la teoría económica con lo que ahora es la sociología industrial, sólo se lograron avances pequeños en la teoría de la división del trabajo durante el siglo XIX y la segunda mitad del siglo XX, con excepción de las intervenciones de Max Weber y Emile Durkheim. Los sociólogos han dado un significado específico al concepto de división del trabajo al plantear distintos interrogantes a partir del debate sobre los costos y los beneficios de incrementar la productividad me-

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diante la división internacional del trabajo. Weber hizo hincapié en la “especialización de la función” como fuerza motriz en la historia y sostuvo que “es posible diferenciar las funciones a partir del tipo de trabajo, de manera que el producto queda terminado sólo cuando combina, simultánea o sucesivamente, el trabajo de un gran número de personas” (Weber, 1947, p. 225). Para hacer esta propuesta fundamental, Weber se concentró en aquellos aspectos de las relaciones sociales que se derivan de la división del trabajo, y estableció una tipología sociológica con base en casos históricos y no en la división del trabajo o en la economía en general. No obstante, Weber vislumbró el avance de la división del trabajo como un fenómeno paralelo a la centralización de los medios de administración, es decir, como una tendencia general hacia la especialización burocrática en todos los ámbitos de la vida social. Para Durkheim, la cuestión principal eran las tendencias estructuralmente cohesivas y fragmentarias de la división del trabajo que, en última instancia, favorecen la integración social o “solidaridad orgánica”, como él la llamaba. A diferencia de los órdenes sociales rutinarios que se mantienen juntos gracias a creencias y valores comunes, las sociedades orgánicas modernas se basan en la complementariedad de las distintas funciones especializadas. En aquellas transiciones donde la división del trabajo remplaza la solidaridad rutinaria sin que se haya desarrollado aún la moral (es decir, la solidaridad social) necesaria para mitigar las tensiones sociales, el incremento y la densidad de las interacciones implican el predominio de la delincuencia, las crisis económicas, los conflictos entre la mano de obra y el capital, y la emigración. Sin embargo, estas formas de destrucción de las estructuras sociales disminuirían si la flexibilidad y la libertad individual acompañaran la especialización creciente de la división del trabajo, lo cual a su vez promovería la integración de la sociedad (Durkheim, 1984, pp. 291-341).

Viejas teorías, nuevas realidades A partir de este breve repaso de los escritores clásicos, resulta evidente que la teoría de la división internacional del trabajo sirve de trampolín para entender la acumulación de capital en la época moderna, la expansión evidente del mercado en la globalización económica actual y las consecuencias sociales de estos procesos. Sin embargo, lo que

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falta en la teoría refleja los límites generales de la tradición clásica y tiene implicaciones de peso en el periodo contemporáneo. Si bien la escuela clásica permitía al estado ser garante de la división del trabajo en una economía liberal, las formas de estado democráticas o liberales no se consideraban necesarias. (Utilitaristas como Jeremy Bentham y, más adelante, liberales como John Stuart Mill, estuvieron interesados en otras formas de estado. Los reformistas conservadores como Bismarck y los mercantilistas, principalmente Friedrich List, consideraban que el estado era clave para la acumulación de capital.) El riesgo de resaltar la lógica del capital y de los costos laborales mientras se subestima el papel del estado radica en invocar el economismo vinculado al poder creciente del capitalismo. Esta tendencia de algún modo fue corregida por los seguidores de Weber, quienes subrayaron las divisiones del trabajo por edad, raza, etnia y género (Cohen, 1987, pp. 231-232). Aunque no guardaron silencio en cuanto al papel de la cultura, los autores clásicos dijeron relativamente poco acerca de las actitudes, las creencias y los hábitos de los distintos estratos en la división internacional del trabajo. En ningún lado analizaron, por poner un caso, las limitaciones que algunas culturas imponen a la movilidad de la mano de obra (como sucede, por ejemplo, en las comunidades islámicas contemporáneas de las áreas rurales en ciertos países en vías de desarrollo). De hecho, la economía política clásica no es explícita en cuanto a las dimensiones espaciales de la división del trabajo –una curiosa deficiencia que se aborda en la teoría de la nueva división internacional del trabajo.

LA NUEVA DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO

Además de las aportaciones de Weber y Durkheim, el concepto de división del trabajo permaneció latente hasta iniciarse la reorganización espacial de la producción que implicó la formación y el crecimiento de un mercado mundial para el trabajo y los sitios de producción en el decenio de 1960 a 1970. Los teóricos de la nueva división internacional del trabajo, haciendo hincapié primeramente en un enfoque neosmithiano de los cambios en el mercado mundial, para pasar a uno neoricardiano de las exportaciones de capital, buscaron explicar cómo es que la fabricación había pasado de los países capitalistas avanzados a los países en vías de desarrollo, con la consecuente

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fragmentación de la producción y la transferencia de empleos que requieren pocas habilidades, mientras que el grueso de las actividades de investigación y desarrollo se mantenía en la zona de importancia decisiva del capitalismo mundial. Fröbel, Heinrichs y Kreye sostienen que la división internacional tradicional del trabajo, donde el mundo en vías de desarrollo quedaba relegado a la producción de materias primas, ha cambiado notablemente (Fröbel, Heinrichs y Kreye, 1980; Lipietz, 1985). Las corporaciones transnacionales han creado un sistema de fabricación global con base en plataformas exportadoras intensivas en mano de obra que se localizan en áreas de bajos salarios. Este paso hacia la industrialización en los países en vías de desarrollo, así como la disminución en la fabricación con respecto al PIB en Occidente y Japón, se debe a que la prioridad estructural capitalista es maximizar las utilidades en condiciones de competencia global intensa. Gracias a las nuevas tecnologías, y en particular a los sistemas de transporte y comunicaciones que acortan distancias, los sitios de fabricación cada vez dependen menos de la distancia geográfica. El capital ahora no sólo busca mercados nuevos, sino incorporar nuevos grupos a la fuerza laboral. Muchas mujeres de los países en vías de desarrollo se han vuelto parte de la clase trabajadora internacional, inicialmente a través de la “línea de ensamblado global” de los textiles, y fue la industria de los aparatos electrónicos la que creó la primera línea de ensamblado mundial verdaderamente integrada. Los fröbelianos hicieron grandes aportaciones a la comprensión de los cambios dramáticos en la división del trabajo y claramente identificaron el poder y la complejidad progresivos del capital transnacional, así como su habilidad para perfeccionar las distintas oportunidades de enriquecimiento mediante la descentralización de la producción en todo el orbe (véase Gordon, 1988, para conocer las condiciones del razonamiento de la nueva división internacional del trabajo). Este enfoque también proporciona un buen ángulo para estudiar las relaciones Norte-Sur, especialmente la migración masiva de capital hacia el mundo en vías de desarrollo y los vínculos específicos que diferencian cada vez más a los países con diversos grados de desarrollo. Sin embargo, la teoría de la nueva división internacional del trabajo exagera la importancia de la mano de obra barata como propulsor del capital alrededor del mundo. Es claro que los salarios bajos no explican las decisiones de las corporaciones transnacionales de asen-

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tarse donde la mano de obra es relativamente costosa (Fernández Kelly, 1989, pp. 150-151). Las decisiones sobre ubicación representan una mezcla de consideraciones y con frecuencia favorecen a los países donde los costos laborales rebasan los de los países vecinos. De allí que la calificación de 53 países realizada en 1998 por el Foro Económico Mundial (WEF), fundación privada sin fines de lucro con oficinas principales en Ginebra, Suiza, y financiada por más de mil empresas miembro, utilice un índice compuesto ponderado. Las medidas son los mercados abiertos, un gasto gubernamental eficiente, tasas fiscales bajas, mercados laborales flexibles, un sistema político estable y un sistema judicial eficaz. A partir de esta base, en 1998 Singapur calificó como el mejor país del mundo en cuanto a competitividad, superando a otros subcampeones como Hong Kong, Estados Unidos, Reino Unido y Canadá. En el cuadro 2.1 se presenta el promedio ponderado de competitividad por país, de acuerdo con los índices ya señalados. CUADRO 2.1 ÍNDICE GLOBAL DE COMPETITIVIDAD, 1998

País Singapur Hong Kong Estados Unidos Reino Unido Canadá Taiwán Países Bajos Suiza Noruega Luxemburgo Irlanda Japón Nueva Zelanda Australia Finlandia Dinamarca Malasia

Índice de competitividad 1998 2.16 1.91 1.41 1.29 1.27 1.19 1.13 1.10 1.09 1.05 1.05 0.97 0.84 0.79 0.70 0.61 0.59

Posición 1998

(1997)

(1996)

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17

(1) (2) (3) (7) (4) (8) (12) (6) (10) (11) (16) (14) (5) (17) (19) (20) (9)

(1) (2) (4) (15) (8) (9) (17) (6) (7) (5) (26) (13) (3) (12) (16) (11) (10) (continúa)

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LA DIVISIÓN GLOBAL DEL TRABAJO Y EL PODER

CUADRO 2.1 (continuación)

País Chile Corea Austria Tailandia Francia Suecia Alemania España Portugal Bélgica China Israel Islandia Indonesia México Filipinas Jordania República Checa Argentina Perú Egipto Vietnam Turquía Italia Sudáfrica Hungría Grecia Venezuela Brasil Colombia Eslovaquia Polonia India Zimbabwe Rusia Ucrania

Índice de competitividad 1998 0.57 0.39 0.37 0.27 0.25 0.25 0.15 0.02 –0.02 –0.03 –0.15 –0.17 –0.18 –0.19 –0.23 –0.31 –0.42 –0.47 –0.48 –0.50 –0.52 –0.53 –0.57 –0.69 –0.84 –0.85 –0.87 –0.98 –1.10 –1.12 –1.17 –1.18 –1.61 –1.70 –2.02 –2.51

Posición 1998 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53

(1997) (13) (21) (27) (18) (23) (22) (25) (26) (30) (31) (29) (24) (38) (15) (33) (34) (43) (32) (37) (40) (28) (49) (36) (39) (44) (46) (48) (47) (42) (41) (35) (50) (45) (51) (53) (52)

(1996) (18) (20) (19) (14) (23) (21) (22) (32) (34) (25) (36) (24) (27) (30) (33) (31) (28) (35) (37) (38) (29) (nd) (42) (41) (43) (46) (39) (47) (48) (40) (nd) (44) (45) (nd) (49) (nd)

FUENTE: Foro Económico Mundial, Informe sobre competitividad global (Ginebra, WEF, 1998), http://www.weforum.org/publications/gcr/98rankings.asp

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En la matriz de la competitividad y en los cálculos de las empresas globales, es evidente que el costo de la mano de obra es sólo uno de los factores que influyen directamente en la pérdida o recuperación de empleos. Otra dificultad de la teoría de la nueva división internacional del trabajo es que la antigua división internacional del trabajo (en la agricultura, por ejemplo) no ha desaparecido, sino que coexiste con la nueva división y forma lo que podría considerarse como una articulación de lo viejo y lo nuevo, o una redivisión del trabajo. Si en realidad el quid del asunto consiste en identificar continuidades y discontinuidades, es pertinente preguntar: ¿exactamente qué hay de nuevo en la nueva división internacional del trabajo? La aseveración de que la industrialización en el mundo en vías de desarrollo es algo nuevo pasa por alto el establecimiento de industrias para la sustitución de importaciones en Argentina, Brasil y México en los años treinta y cuarenta. De hecho, el crecimiento industrial en algunas partes de América Latina data del periodo entre las dos guerras mundiales (Gereffi, 1990, p. 3). La lógica estructuralista abarcada en la perspectiva de la nueva división internacional del trabajo lleva a muchos analistas a ignorar las condiciones históricas específicas que prevalecieron en cada país, región, industria y sector, que forman un patrón de incorporación al mosaico global. Más allá del economismo, las preguntas clave son: ¿qué condiciones en las respectivas zonas de la economía mundial son adecuadas para ingresar en esta división del trabajo, y en qué términos y de quién? En otras palabras, ¿cuál es la dinámica política que une y separa los vínculos globales de producción, intercambio y consumo?

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Regionalismo y globalización Lo novedoso acerca del periodo contemporáneo es la manera y grado en que los fenómenos globales penetran en las economías políticas nacionales. No se trata sólo una oleada de globalización que está deslavando o borrando las diversas divisiones del trabajo tanto en regiones como en ramas industriales (Henderson, 1989); más bien, se trata del surgimiento de diversas divisiones regionales del trabajo, atadas de distintos modos a las estructuras globales, cada una de

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las cuales participa en transacciones diferentes con los centros mundiales de producción y finanzas, y presenta posibilidades de desarrollo distintivas. Dentro de cada región se han formado jerarquías subglobales con polos de crecimiento económico, centros administrativos y tecnológicos, y sistemas de seguridad. No tendría sentido tratar de definir un patrón único de integración regional, particularmente en un modelo eurocéntrico que hace hincapié en principios jurídicos, declaraciones formales, burocracias rutinarias e intercambios institucionalizados. Dicho patrón no sería una guía apropiada para conocer las tendencias infraestructurales basadas en la producción –que en parte son una realidad y, sin duda, un objetivo de los miembros de ASEAN y de la Comunidad para el Desarrollo de África Meridional (SADC). Por supuesto, las divisiones regionales del trabajo no son estáticas; cambian rápidamente como reflejo del aumento y disminución de la producción en diferentes sitios, del movimiento instantáneo del financiamiento, de la fusión de la producción y las redes comerciales, así como de la consolidación de los sistemas de producción y distribución. El estado, un actor que ha cambiado de opinión respecto de las fuerzas globales, facilita la reorganización de la producción, mientras que el sistema interestatal sigue siendo un punto de referencia importante en una sociedad mundial cada vez más integrada. Las intervenciones del estado, muy oportunas cuando la economía mundial era fuerte, promovieron un crecimiento económico notable en los países de industrialización reciente en Asia oriental, que se distinguió en diverso grado por las clases indígenas fragmentadas y débiles que permitieron gobiernos dirigidos por coaliciones donde milicia y burocracia casi siempre controlaban los aparatos estatales. Mediante actividades como engatusar a los inversionistas extranjeros, asegurar cantidades suficientes de científicos e ingenieros y ofrecer una política fiscal generosa, el estado de Singapur ha desempeñado un papel clave en su economía de país de “libre mercado”. Con el fin de industrializar y lograr una movilidad ascendente que empezó con la división internacional del trabajo y continuó durante la nueva división internacional del trabajo, y administrando la división global del trabajo y del poder, este estado en Asia oriental deliberadamente ha sacado “mal” los precios mediante incentivos y subsidios a los negocios locales (Amsden, 1989; Gereffi y Fonda, 1992). Para ajustarse a la globalización, algunos estados han adoptado estrategias que se centran en las zonas procesadoras de exportacio-

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nes o en las maquiladoras1 (plantas ensambladoras que son subsidiarias o empresas subcontratadas para la fabricación de exportaciones) con el fin de tener acceso al capital externo y generar empleos. Esta tendencia globalizante –un aspecto importante del regionalismo neoliberal– va en aumento. Los datos reunidos por Jeffrey Hart (1995) indican que, en 1984, 79 zonas procesadoras de exportaciones operaban en 35 países; en 1989, su número había aumentado a 200, que daban empleo a más de 1.5 millones de trabajadores, y otras 100 estaban en proceso de construcción. En 1990, tan sólo en México había 1 938 maquiladoras en operación; 68% de su fuerza de trabajo eran mujeres, lo cual representa un cambio total en la relación hombre/mujer dentro del sector manufacturero nacional. Como consecuencia del crecimiento rápido y no reglamentado de estas industrias, se generaron problemas ambientales, como la contaminación de ríos, la saturación de las ciudades fronterizas y la demanda no satisfecha de servicios, como el de suministro de agua potable. No obstante, las estrategias para manejar la globalización basadas en las zonas procesadoras de exportaciones están popularizándose, si bien de modo diferente en cada región. El estado también ha intervenido en la reconfiguración de los procesos laborales, a veces mediante la represión, en parte para mantener bajo el costo de la mano de obra y en parte, como sucedió en Japón, para alentar la experimentación con el sistema manufacturero “justo a tiempo”. Este método, que propone el abastecimiento continuo y sincronizado para reducir los costos generales y de almacenamiento, puede reducir la fuerza laboral que de otro modo sería necesaria para mantener los niveles de producción. Japón, la principal potencia económica en la región de Asia-Pacífico, ha exportado su sistema “justo a tiempo” a los países vecinos, demostrando que las jerarquías regionales pueden moldear los patrones de suministro de mano de obra dentro de las diversas zonas de la economía global e influir transnacionalmente en el poder de negociación de los trabajadores. Las jerarquías regionales forman patrones de globalización interna y globalización externa. La fórmula para crear zonas de globalización interna consiste en negociar de manera descentralizada y en pequeña escala con el menor número de partes comprometidas mediante arreglos locales y relativamente informales, más que involucrar a las burocracias lentas y pesadas de las agrupaciones macrorregionales 1

En español en el original.

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(Lim, 1995). En Asia se ha intentado emplear las estrategias interna y externa y, también, combinarlas. Mientras que la globalización reduce el número de opciones, en gran medida al limitar las alternativas políticas del estado y las respuestas de la mano de obra, la variante interna es introspectiva y hace más hincapié en el mercado regional; el enfoque hacia el exterior de la otra configuración busca obtener el máximo beneficio del mercado mundial. La globalización interna aumenta las interacciones dentro de la región y puede desviar las transacciones sin limitar el regionalismo, algo que sí podría suceder con una política globalizante abierta. La división regional del trabajo en Asia varía dependiendo de la industria y el sector dentro de una jerarquía muy estratificada: Japón, China y las otras áreas que comprenden la “Zona Económica de la Gran China” (la cual se basa en las amplias redes de afinidad que unen las provincias sureñas de Guangdong y Fujian a los inversionistas en Hong Kong, Macao y Taiwán, y a los vínculos de éstos con otras poderosas comunidades empresariales chinas en el exterior), el resto de las naciones del Sudeste asiático y Corea del Sur. El crecimiento económico relacionado con el modo de integración regional tipo “gansos en vuelo”, que encabeza Japón y que involucra a países con grados de desarrollo bastante distintos, sugiere una jerarquía y volúmenes de producción estratificados que penetran en las diversas ramas industriales de los mercados globales (véase Henderson, 1989, para un análisis de la industria de los semiconductores; Doner, 1991, sobre el sector automotriz; Dixon, 1991, y Machado, 1997).2 Mientras que la división regional del trabajo en Asia surgió en parte como res2 La expresión “gansos en vuelo” fue introducida y utilizada como modelo por Kaname Akamatsu (traducción al inglés de 1962) para explicar los ciclos de producción de las industrias como parte del desarrollo económico. Dichos ciclos pasan, por poner un caso, de los textiles a las sustancias químicas y, después, al acero y los automóviles. Esta metáfora se utiliza para describir una curva en forma de V, con un líder al frente, seguido en forma ordenada por otros, como sucedió cuando la producción de artículos electrónicos pasó de Japón a los cuatro tigres (Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán) y, posteriormente, además de Singapur, a otros países de la ASEAN y a China. Sin importar el atractivo de esta imagen, la idea de que los países atraviesan secuencialmente etapas con productos y características tecnológicas específicos no capta del todo la dinámica cambiante dentro de Asia oriental. En realidad, esta formación no se distingue, en sentido espacial y organizativo, por un modo secuencial de producción, sino por una jerarquía cambiante de producción que tiene distintos vínculos con los mercados japoneses y con la innovación estadunidense (véase Bernard y Ravenhill, 1995). Esta observación se la debo a Rajah Rasiah.

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puesta a diferentes costos de la mano de obra, las subregiones actualmente desempeñan un papel importante como intermediarias entre las corporaciones transnacionales y el suministro de mano de obra barata. Singapur y Hong Kong, dos “ciudades globales” en la división regional del trabajo en Asia, son ejes regionales en la concentración de la inversión extranjera directa. En un intento por superar las limitaciones que se derivaban de las economías de escala antes de que Hong Kong se incorporara a China en 1997, estos centros regionales o ciudades-estado adoptaron la estrategia de “hermanamiento”, un tipo de coordinación que es una forma de vínculo. Otra mezcla de iniciativa estatal y espíritu empresarial, mencionado anteriormente, es el concepto de triángulo o polígono de crecimiento, conformado de nodos en distintos países en Asia oriental (detallados en el capítulo 8). En cuanto a la globalización externa, la formación de bloques comerciales excluyentes está sujeta actualmente a mucha hostilidad. Debido a un compromiso con el multilateralismo liberal, Japón se muestra renuente a apoyar cualquier medida que fomente las alianzas económicas regionales y favorece una política de integración económica de facto con poca formalización (como, por ejemplo, en el caso del Cónclave Económico del Este de Asia, EAEC). Desde una perspectiva liberal, el multilateralismo puede definirse como una “forma institucionalizada que coordina las relaciones entre tres o más estados a partir de principios de conducta ‘generalizados’” (Ruggie, 1992, p. 571, con base en Keohane, 1990). Aun si se incluye a académicos como Ruggie (1993), que rechazan la interpretación realista ortodoxa y dan crédito a un “ámbito extranacional”, el paradigma que prevalece en las publicaciones académicas sobre relaciones internacionales admite, mas no teoriza, el papel de las sociedades civiles y de los movimientos sociales en el multilateralismo, Por lo tanto, es de poca utilidad para explicar en qué grado la globalización económica refuerza o socava el orden neoliberal. Resulta bastante claro que la globalización sugiere la necesidad de una administración económica global; no obstante, las instituciones internacionales existentes fueron diseñadas para coordinar un sistema de naciones-estado en el que se suponía que cada estado iba a tener soberanía sobre su propia economía interna (Emmerij, 1992, p. 8). En consecuencia, la separación inherente entre la globalización económica y las instituciones internacionales es terreno fértil para una transformación del ejercicio global del poder.

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Otro concepto de multilateralismo se deriva tanto de la noción de que, tal y como esta dándose actualmente el proceso de globalización, nadie es responsable del rumbo de los acontecimientos en la economía mundial, como de una preferencia normativa para la inclusión o potenciación de los grupos menos privilegiados en la reestructuración de las instituciones globales. Por lo tanto, el multilateralismo transformador implica la articulación de fuerzas no estatales en el proceso organizativo internacional. En este sentido, Robert Cox considera el multilateralismo como “la promesa de participar al máximo en un diálogo entre fuerzas políticas, sociales, económicas y culturales como medio para resolver conflictos y diseñar procesos institucionales” (Cox, 1991, p. 4). Este enfoque resulta ser un proyecto emancipatorio que demanda una gran apertura a los movimientos populares durante un periodo de reestructuración global. A la fecha, sin embargo, no hay suficiente evidencia que sugiera que los canales participativos estén volviéndose accesibles y representen verdaderamente a los distintos elementos en la división global del trabajo y el poder. Lo que parece estar surgiendo en el corto plazo es un multilateralismo truncado: no un mundo de bloques comerciales competitivos, sino de estados que se encuentran atrapados de distintas maneras en las regiones globales y que tratan de optimizar su postura y enfrentar la resistencia de los grupos sociales y movimientos negativamente afectados por la globalización. Tres regiones –América del Norte, Europa y Asia occidental– forman “megamercados” que dominan la producción y el comercio mundial. En 1994, sus manufacturas representaron 87% de la producción mundial total y generaron 80% de las exportaciones mundiales de mercancía, un incremento de 76% y 71%, respectivamente, con respecto a las cifras de 1980 (Dicken, 1998, p. 60). Uno de los principales problemas recientes de esta forma de multilateralismo es el desplazamiento masivo de mano de obra, un aspecto de la reestructuración global que acentúa las diferencias entre los países emisores y los receptores.

Migración interregional e intrarregional Dada la reestructuración simultánea de la producción y las relaciones de poder globales, los polos de crecimiento con participación competitiva en la división global del trabajo y el poder suscitan la importación creciente de mano de obra cada vez más diversa. En un anhelo

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por escapar de su existencia marginal y de la represión, la transferencia de población dentro de una división estratificada del trabajo refleja una jerarquía entre regiones y países, y diferentes ritmos de industrialización. Si bien los flujos migratorios son tan antiguos como la historia, las dimensiones del incremento en la época contemporánea resultan asombrosas. El Fondo de Población de las Naciones Unidas (1993) estima que por lo menos 100 millones de migrantes viven fuera de su país natal. Sus remesas constantes a la familia suman 66 000 millones de dólares, más que toda la ayuda exterior al desarrollo proporcionada por los gobiernos. En 1987, tan sólo la ciudad de Nueva York contaba con 2.6 millones de residentes nacidos en el extranjero, es decir, 35% de la población total de la ciudad. Según un pronóstico realizado en 1991, la población de inmigrantes (los nacidos en el extranjero y la segunda generación) para el año 2000 representaría más de 50% de la población de esa ciudad (Sassen, 1991, p. 316). Europa es una de las regiones particularmente afectada por la abundancia de nuevos flujos migratorios y de un sinfín de personas que buscan asilo. De acuerdo con la Comisión Económica para África de las Naciones Unidas, 30% de la fuerza laboral calificada de África radicaba en Europa en 1987. Se estima que en la actualidad, uno de cada 18 africanos vive fuera de su país de origen (Keller, 1993). Entre los países europeos, Alemania es el que alberga mayor número de extranjeros (5.2 millones), seguido por Francia (3.6 millones), Gran Bretaña (1.8 millones) y Suiza (1.1 millones, o 16.3% de la población) (Kamm, 1993). Aunque ahondaré en este tema en el siguiente capítulo, en este contexto es importante señalar que lo novedoso acerca de este flujo de emigrados es su dirección –los países emisores y los receptores– y la dispersión espacial de los polos de crecimiento, los cuales forman una división territorial distintiva del trabajo. Aunque el poder del mercado es la fuerza galvanizante en el extenso movimiento de personas de su tierra natal hacia otras áreas donde trabajar y asentarse, este incentivo no es simplemente un subproducto de la tensión estructural entre el capital y el trabajo. No cabe duda de que el capital está formando grandes mercados no reglamentados, y de que la mano de obra cada vez es menos capaz de reorganizarse transnacionalmente. El capital se globaliza cada vez más, pero los sindicatos aún visualizan su identidad básicamente en términos nacionales. Gracias a los llamados en favor de una “solidaridad sin fronteras” y a la creación de estructuras sindicales regiona-

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les en el largo plazo (Lambert, 1992), la solidaridad internacional es un motivo importante, aunque la nación-estado sigue siendo un punto de referencia clave. Sin embargo, un efecto de la reestructuración global de la división del trabajo y el poder es la fragmentación del trabajo en distintas identidades. Por ende, la prominencia de clases radica en su integración con las categorías no clasistas. Están en juego las interacciones de la producción y la formación de múltiples identidades. Dado que los patrones ejercen amplio control sobre las condiciones del trabajo, las identidades se construyen en gran medida en el ámbito del ocio –es decir, en la comunidad o en el hogar–, donde se da significado a las experiencias laborales. Con frecuencia, actividades como los deportes, las asociaciones vecinales o los festivales proporcionan el medio para la formación de identidades. En este sentido, una división global cambiante del trabajo y el poder se sitúa en la encrucijada entre las clases y las diferencias culturales. La regulación de la mano de obra migratoria no sólo es efectuada por el estado y los procesos multilaterales formales, sino también por mecanismos monoculturales y multiculturales informales. La presencia de culturas inmigrantes distintivas ha presentado problemas de identidad a varios países receptores. En Francia, el problema de la inmigración se politizó enormemente en los años sesenta y setenta, cuando se volvió evidente que un mar de trabajadores tenía un origen distinto que el de sus predecesores. No sólo permanecían por más tiempo, los trabajadores también llevaban consigo su familia, se asentaban y producían inmigrantes de segunda generación, muchos de los cuales no se apegaban a la identidad nacional imaginada como una cultura francesa unitaria que es insensible a la raza y la etnicidad. De hecho, los nuevos elementos de la población francesa que conservan su propio idioma, tradiciones religiosas, código de vestido y costumbres alimenticias no reciben las mismas oportunidades laborales que las personas de la cultura indígena o aquellas que han asimilado la cultura local (Zinniker, 1993). La inmigración también es un aspecto central en la cuestión de la identidad en Alemania. Después de 1945, los alemanes inventaron un mito de “cohesión cultural” para sustituir la “cohesión racial” como identidad definitoria. Esta imaginería no fue un problema mientras el sistema original de trabajadores huéspedes atrajera un número modesto de extranjeros provenientes de Europa meridional que proporcionaran mano de obra barata para el milagro económico alemán.

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La idea de “germanidad” –homogeneidad étnica y cultural– es un mito que, si bien es debatido y no pasa la prueba de la historia, aún goza de mucha popularidad. En realidad, la cultura alemana es la unión de influencias políglotas europeas. Por ejemplo, muchos residentes de la zona de Ruhr, aunque asimilados, descienden directamente de los polacos que llegaron a trabajar en las minas durante el siglo XIX (Wettern, 1993). Dejando de lado la cuestión de la veracidad de la identidad, una serie de huelgas salvajes de trabajadores extranjeros en 1973 dejaron en claro que Alemania tendría que invertir mucho dinero en vivienda y educación para los trabajadores inmigrantes y sus familias. De los residentes de larga estancia surgió una reserva de mano de obra supuestamente disponible. Como dijo el escritor y autor de teatro suizo Max Frisch acerca de los países receptores, “pedimos trabajadores, pero llegaron seres humanos” (citado en George, 1992, p. 123). Un programa de naturalización requeriría redefinir la ciudadanía alemana, que se hereda de los padres (jus sanguinis) y no se basa en el lugar de nacimiento (jus soli). Por lo tanto, los hijos de al menos un solo progenitor alemán legalmente tienen derecho a la ciudadanía alemana. Quedan excluidos de esta regla los descendientes de “alemanes étnicos”, que se asentaron en Europa oriental durante el siglo XVIII, un grupo perseguido después de la segunda guerra mundial, y, desde 1980, algunos miembros de la segunda generación (hijos e hijas de inmigrantes). Muchos recién llegados del Este tienen pocos o ningún vínculo con Alemania, pero así pueden evitar las estrictas reglamentaciones que se aplican a otros inmigrantes, incluidos los hijos de trabajadores huéspedes nacidos en Alemania. La máxima de que “Alemania no es un país de inmigración” significa que algunos alemanes aún consideran a los inmigrantes naturalizados como italianos, griegos o turcos; tal vez hayan vivido en Alemania toda su vida, hablen sólo alemán, pero aun así se les considera forasteros (Wettern, 1993). A pesar de la fuerza laboral multicultural, el monoculturalismo sigue siendo la identidad dominante entre los alemanes. Claro que se han dado debates públicos sobre el multiculturalismo, particularmente en los años ochenta, y el nuevo gobierno (una coalición de socialdemócratas y ecologistas) que ascendió al poder en 1998 ha preparado una propuesta de largo alcance para reformar la migración. Pero a pesar de este énfasis en facilitar la obtención de la ciudadanía, la asimilación completa es un camino posible al empleo, pero no una

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garantía de acceso igualitario a un trabajo, ya que el multiculturalismo requeriría reinventar la identidad alemana. Lo que afecta directamente la vida de los inmigrantes es la informalización de la oferta de mano de obra y el surgimiento de nuevos vínculos entre el Norte y el Sur. Las redes de traficantes de personas y las bandas internacionales se han convertido en conductos importantes que en gran medida se encuentran fuera del alcance de los regímenes multilaterales. En las cadenas que conectan Estados Unidos y México, un coyote3 escolta los ingresos clandestinos hasta el otro lado de la frontera. Los sistemas ilegales altamente sofisticados que suministran mano de obra reclutan activamente a inmigrantes potenciales, algunos de los cuales logran entrar en Estados Unidos mientras que otros permanecen esclavizados en México, con frecuencia en burdeles donde se obliga a las mujeres centroamericanas a trabajar para saldar su deuda con los coyotes. Los inmigrantes ilegales trabajan en la clandestinidad, especialmente si no hablan el idioma del país receptor o si carecen de habilidades especializadas, casi siempre en la economía informal (en fábricas donde se explota al obrero, como vendedores o taxistas, o haciendo trabajos industriales en casa). Un floreciente mercado ilegal de mano de obra barata proporciona empleos de aprendiz mediante redes familiares y comunales. Mientras tanto, en los poblados y villorios del país de origen, la migración tiene un profundo impacto. En un sentido polanyano, la extensión del mercado laboral desgarra la urdimbre social e inserta nuevas polaridades entre quienes reciben las remesas y ahora pueden adquirir diversos bienes de consumo, y aquellos que no cuentan con esa dádiva. En los países donde gran parte de la población masculina tiene empleo en el extranjero, la escasez nacional de trabajadores dispara los salarios pero también llena la vida de muchísimas personas de desesperación y privaciones. La separación de la familia, una generación de huérfanos y la introducción del sida en las áreas rurales por parte de los inmigrantes que vuelven son algunas de las consecuencias tangibles de la división cambiante del trabajo. Los trabajadores inmigrantes y su familia, enredados en una estructura compleja de dependencia, son mercancías como muchas otras que se venden en un mercado global y, por lo tanto, son un eslabón en la cadena de mercantilización del capitalismo moderno. 3

En español en el original.

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Cadenas mercantiles globales Los flujos de mano de obra son eslabones integrales de las cadenas mercantiles globales, y sirven como indicadores burdos de la posición en las estructuras geoeconómicas. Conforme a la definición original de Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein (1986, p. 159), una cadena mercantil global es “una red de procesos laborales y productivos cuyo resultado final es una mercancía terminada”. Al rastrear estas cadenas, es posible delimitar la división del trabajo y la transformación de los sistemas de producción. La perspectiva de cada mercancía se da desde diferentes nodos: desde la distribución y la mercadotecnia, hasta la producción y el suministro de materias primas. Estas cadenas no sólo unen múltiples procesos productivos, sino que reflejan todas las relaciones de producción en una división social extendida del trabajo. En este momento tengo poco que decir acerca de las cadenas mercantiles, un tema que atañe a los capítulos posteriores, no porque sean poco importantes sino porque ya han sido suficientemente exploradas en otras publicaciones. Otros autores ya han proporcionado análisis detallados de la organización y geografía de las cadenas mercantiles en diversos ramos (construcción naval, ropa y prendas de vestir, calzado, automóviles y otros), y no enumeraré su obra aquí (véase principalmente Gereffi y Korzeniewicz, 1990 y 1994; las preguntas formuladas por Whitley, 1996, y, para una evaluación crítica, Dicken, Kelly, Olds y Yeung, 1999). No es necesario extenderse en el punto de que, desde la producción hasta el consumo, la vinculación de mercancías es un aspecto cada vez más importante de la globalización. La investigación empírica muestra las diversas maneras en que la evolución de las redes con vínculos industriales, comerciales y financieros complejos ha creado nodos distintivos que vinculan el suministro de materias primas, las operaciones manufactureras y los flujos comerciales a cadenas mercantiles con una economía global cada vez más integrada. Estas cadenas cruzan las fronteras geográficas y políticas de las naciones-estado y se explican parcialmente mediante patrones sociales y culturales.

Redes culturales En esencia, los eslabonamientos transnacionales carecen de estado y se mantienen unidos no sólo gracias al flujo de mercancías, sino tam-

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bién mediante matrimonios, clanes y dialectos, es decir, a través de una cultura común. La repercusión de la cultura es, tal vez, el factor más descuidado en la teoría sobre la división del trabajo (Munck, 1988, p. 101). Lo que suele pasarse por alto es que los vínculos de clase se componen tanto de fuerzas económicas impersonales como de creencias y valores compartidos; las vidas se moldean y los significados se forman en contextos culturales distintivos. Por lo tanto, sobre la clase se superponen las divisiones sexuales, étnicas y raciales del trabajo. Con el ímpetu hacia la globalización, las respuestas culturales a la expansión del mercado proporcionan significados intersubjetivos y desigualdades intermedias derivados de una división cambiante del trabajo, como se ejemplifica a continuación. Existen manifestaciones diversas de redes regionales y globales en las que la cultura y la división del trabajo se entrelazan. Un ejemplo notable es la división transnacional del trabajo en China, una fuerza revitalizante en las sorprendentes tasas de crecimiento de las economías de Asia oriental en los últimos decenios. Esta poderosa red regional –una agrupación informal, aunque penetrante– abarca el patrimonio global de 40 millones de chinos en Asia sudoriental (calculado en 200 000 millones de dólares), siete millones de residentes en Hong Kong (otros 50 000 millones de dólares), Taiwán y la República Popular de China (Sender, 1991). Se calcula que los sinocapitalistas, quienes constituyen sólo 6% de la población de las naciones del Sudeste asiático (salvo Brunei), poseen alrededor de 70% del capital accionario de las compañías que cotizan en bolsa y no son controladas por el gobierno o por extranjeros (Heng, 1994, p. 24). Taiwán actualmente representa la décima cuarta economía más importante del mundo y dirige una de las mayores acumulaciones de reservas en metálico –actualmente de más de 80 000 millones de dólares– del mundo. Lo que el Banco Mundial denomina Área Económica China (CEA, o China, incluyendo Hong Kong y Taiwán) ha registrado una tasa de crecimiento promedio mayor a 7% anual desde 1962. Para el año 2002, su PIB será superior al de Francia, Italia y Gran Bretaña, y su producción se acercará mucho a la de Estados Unidos (Banco Mundial, 1993, pp. 66-67). Dado que el PNB de la República Popular de China ha sido superior a 15% en algunos semestres, ha surgido el temor de que las reformas de mercado hayan echado a andar un tren desenfrenado: una economía sobrecalentada que el estado no puede enfriar sin desencadenar mucha agitación política (Walker, 1993). En el cuadro 2.2 se comparan las dimensiones económicas de la CEA –el “cuarto polo

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CUADRO 2.2 COMPARATIVO DEL PIB DE CUATRO ECONOMÍAS: EN PRECIO DE MERCADO Y EN PRECIO INTERNACIONAL ESTÁNDAR CALCULADO

(billones de dólares estadunidenses) En precios según el estándar internacional En precios de mercado

Ingreso per cápita (dólares)

1991

2002

1990 ª

2002b

Zona Económica China

0.6

2.5

2.5

9.8

7 300

Estados Unidos

5.5

9.9

5.4

9.7

36 000

Japón

3.4

7.0

2.1

4.9

37 900

Alemania

1.7

3.4

1.3

3.1

39 100

País

FUENTE : Banco Mundial, Global Economic Prospects and the Developing World (Nueva York, Oxford University Press, 1993), p. 67. a La fuente de estos cálculos es Banco Mundial, Informe de Desarrollo del Banco Mundial 1992 (salvo Taiwán, China). Los cálculos, sin embargo, varían enormemente. El cálculo del Programa de Comparación Internacional (ICP) en el caso de China para 1990 puede ser conservador. Por ejemplo, el cálculo del ICP para 1985 considerando sólo a China fue de 2.6 billones de dólares. b Las cifras per cápita aparecen en paréntesis y se expresan en dólares estadunidenses. En las proyecciones del ICP, simplemente se da por supuesto que el PIB a estimaciones del ICP se incrementará a la misma tasa porcentual que el PIB a precios de mercado. Este índice de crecimiento es una cota superior en el caso de la Zona Económica China debido a que las estimaciones del ICP tienden a aumentar más lentamente que los precios de mercado a tipos de cambio oficiales cuando aumenta el ingreso per cápita relativo (lo cual refleja el precio relativo más elevado de los servicios en las economías donde el ingreso es alto).

de crecimiento” de la economía global– con las de otras economías líderes. Esta estructura, alimentada por la división transnacional china del trabajo, generó varias oleadas migratorias de China continental hacia los territorios vecinos y hacia Asia sudoriental. Una de las funciones importantes desempeñadas por Hong Kong consistía en reunir inmigrantes chinos para enviarlos a otras áreas como trabajadores por contrato. Singapur servía como punto de transbordo para la mayoría de los trabajadores con rumbo a las plantaciones y minas de estaño en Asia sudoriental. Cuando los pobladores chinos se establecían en

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los países receptores, llenaban el vacío de puestos laborales en el comercio, la mercadotecnia y los servicios. La población indígena tenía acceso a las tierras, pero no al capital ni a los mercados internacionales en crecimiento. A pesar de la opinión de que existe una relación entre la etnicidad y los distintos tipos de actividad económica (a saber, estereotipos de intermediarios), la minoría china logró un mejor acceso al capital y al crédito mediante asociaciones familiares, grupos dialectales, clanes y lugares de origen en China. A lo largo y ancho de Asia sudoriental, los grandes negocios chinos han dominado las economías nacionales, a pesar de que el estado proporciona asistencia a los empresarios indígenas, y han constituido empresas familiares que tradicionalmente son controladas por un varón o una familia. Su formación y su papel económico reflejan la condición de los chinos como minoría inmigrante en los países receptores, ya que estos grupos y asociaciones en China se dan principalmente en los centros de comercio con la población rural que emigra a las ciudades (Lim, 1983, pp. 2-3). Una vez asentados, los “chinos étnicos” en Asia sudoriental envían recursos a casa por conducto de agentes para el envío de remesas. Típicamente, los agentes agrupan este dinero y lo transfieren a través de Singapur y Hong Kong, las únicas ciudades que tenían mercado libre para intercambio de remesas después de la segunda guerra mundial. Quienes formaban parte del negocio de las remesas diversificaron sus haberes valiéndose de los recursos que recaudaban para adquirir productos y exportarlos a China, canalizando el producto de la venta al pago de las remesas (Wu y Wu, 1980, pp. 91-92). Los vínculos de clan y, particularmente, los lingüísticos proporcionaban los canales para conducir los fondos, de manera que el capital se movía por la red como si fuera un circuito. Las transformaciones en los circuitos del capital reflejan cambios estructurales en las economías asiáticas relacionados con la disminución relativa del comercio de reexportación y con el aumento de la fabricación nacional. La disminución del comercio de reexportación ocasionó que los agentes importadores-exportadores que actúan como intermediarios entre China continental y Asia sudoriental redujeran sus actividades. A esta situación le siguió el surgimiento de los centros financieros internacionales en Hong Kong y Singapur, los cuales se convirtieron en conducto de recursos para la inversión extranjera y en fuentes de capital para otros países en vías de desarrollo. En Asia sudoriental y Hong Kong, los “chinos étnicos” poseen y

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administran muchos bancos, así como subsidiarias en Japón, Estados Unidos y otros países. Llenos del capital de refugiados y recursos de corto plazo ociosos mientras se les asigna un destino, estos bancos pueden prestar servicios vitales a sus clientes chinos y convertirlos en socios atractivos para instituciones financieras y comerciales en Estados Unidos, Japón y Europa (Wu y Wu, 1980, pp. 90-107; Redding, 1990; Hamilton, 1991). Los comerciantes chinos de gran escala, ante el desafío político del nacionalismo político planteado por las clases gobernantes locales, dispersaron el control de sus negocios entre parientes, fideicomisos y compañías inútiles en lugares como Panamá, Vanuatu y Liberia. Surgió una complejidad laberíntica de intereses familiares y numerosas tenencias accionarias cruzadas (para una ilustración detallada de las extensas tenencias de la familia Kuok, por ejemplo, véase Cottrell, 1986; Heng, 1997; y Tanzer, 1997). Los magnates chinos, como se les conoce, también han forjado un sinfín de coinversiones con intereses extranjeros, muchos de ellos “chinos étnicos” en otros países. Los vínculos empresariales de la familia Kuok, por ejemplo, emanan de las oficinas del grupo constituidas en Singapur y Hong Kong hacia todo el sudeste asiático, Fiji, China y Australia (Heng, 1992, p. 131). Otra estrategia para contener el desafío del nacionalismo económico ha consistido en formar alianzas con capitales de origen distinto del chino en modos aceptables para los traficantes locales de influencias. De esta manera, una nueva generación de líderes empresariales chinos ha buscado el patronazgo político en países como Malasia sin perder los lazos empresariales comunales en casa. Esta nueva cepa se identifica estrechamente con los intereses y las necesidades de la clase capitalista malaya y los apremios de un estado dominado por malayos. Esta doble estrategia de forjar vínculos con capital de origen malayo y no malayo no se basa exclusivamente en la comprensión de que no sólo las alianzas políticas son esenciales para la acumulación de capital, sino también de que las corrientes políticas cambiantes pueden hundir a los patrocinadores de los clientes chinos (Heng, 1992, p. 142). De igual modo, en Indonesia, después de una serie de revueltas antisinoístas, los empresarios chinos han buscado la protección de las autoridades y han puesto su fortuna del lado de la clase gobernante local (Robinson, 1986, p. 317). Para reducir sus riesgos como una minoría políticamente vulnerable en casa, muchas familias chinas en el exterior también envían capital de inversión a su provincia de ori-

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gen en la “madre patria”, no sólo por razones sentimentales, sino también debido al ritmo de la economía nacional. Con un PIB combinado de casi 400 000 millones de dólares, la gran China surgió durante los años ochenta cuando Hong Kong y Taiwán, impulsados por las inversiones de los “chinos étnicos” alrededor de la Cuenca del Pacífico, trasladaron sus bases manufactureras a la República Popular de China con el fin de aprovechar la mano de obra barata, las bajas rentas y un mercado con un potencial enorme. Al abrirse al capital externo, la provincia de Guangdong integró su economía a la de Hong Kong, cuya gran mayoría de residentes o los antepasados de éstos provienen de allí y hablan cantonés, el dialecto regional. En la capital provincial de Guangzhou se están tomando medidas para establecer contactos entre los 20 millones de cantoneses en el extranjero (casi 40% de los 55 millones de chinos que se calcula viven fuera de China). Con una población de 63 millones, la propia Guangdong está más poblada que cualquier país europeo salvo Alemania, y funciona cada vez más como una entidad única con los seis millones de habitantes de Hong Kong, aun antes de que ésta oficialmente fuera parte de China en 1997. Guangdong también recurre a las provincias vecinas de Guangxi, Hunan y Sichuan para tener acceso a gran parte de su mano de obra, materias primas y mercados. Las áreas urbanas en Guangdong atraen grandes cantidades de trabajadores chinos que buscan empleo y mejores sueldos, los cuales son bajos en comparación con la paga en Hong Kong y Taiwán, pero más altos que los salarios en las granjas y fábricas del estado (Sun, 1992). En una de las fábricas de artículos electrónicos de consumo en Guangdong, por ejemplo, el sueldo promedio neto de sus 4 000 trabajadores es de 4 000 yuanes al mes (alrededor de 72 dólares), el doble del salario promedio de un trabajador en una fábrica operada por el estado. Productora de coches de juguete a control remoto para Hasbro, de teléfonos para Radio Shack y de secadoras de pelo para Conair, esta fábrica es una de las 30 000 empresas de Guangdong administradas por hombres de negocios de Hong Kong que, en conjunto, dan empleo a más de cuatro millones de trabajadores. La fábrica señalada es parte de Grande Group, un microcosmos de la gran China. La mayoría de la producción se realiza en China, la investigación y el desarrollo se llevan a cabo en Taiwán y los gerentes y oficinas corporativas del grupo se encuentran en Hong Kong (Sun, 1992).

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La expansión del mercado sigue un patrón polanyiano clásico, que constituye una fuerza perturbadora y polarizante en China, un país de 1 500 millones de habitantes que tiene el mayor superávit laboral del mundo y carece de un marco eficaz para reglamentar la migración masiva hacia las microrregiones en auge a lo largo de la costa. Debido a que la inversión extranjera directa se concentra en la región costera, cada vez son más marcadas las diferencias socioeconómicas con respecto al vasto interior. De 1981 a 1988, la brecha entre la producción industrial bruta en las provincias costeras y la registrada en las nueve provincias occidentales aumentó 2.7 veces. Jovencitas de todas partes de China acuden en desbandada hacia el sur para trabajar en actividades predominantemente femeninas, como la prostitución; algunas se vuelven amantes de empresarios extranjeros o de millonarios locales que resultan fáciles de identificar por sus automóviles de lujo y su trato con criminales que cruzan la frontera hacia Hong Kong. La diferencia de ingresos, las actividades ilícitas, la degradación ambiental, la incidencia de enfermedades venéreas y el temor al sida van el aumento. A pesar de todo, en el sur de China existe una añeja tradición de venganzas, revueltas campesinas y rebeliones cuando las diferencias aumentan demasiado con respecto a lo que políticamente es tolerable. Esta fuente de poder evolutiva y compensatoria que tal vez se acerca a la segunda fase de un doble movimiento polanyiano representa un problema potencial para Beijing. Mientras Guangdong atrae inmigrantes, Taiwán enfrenta una grave escasez de mano de obra y más belicosidad laboral, lo cual animará al capital nacional a invertir más rápidamente en la República Popular de China y, a la manera de Singapur, importar trabajadores extranjeros. Más allá de las microrregiones y las subregiones, las corporaciones propiedad de chinos o bajo su control incluyen consorcios y coinversiones con capitales japonés y occidental. Mientras que los clanes y, particularmente, los vínculos lingüísticos continúan reforzando los intereses de negocios entre los “chinos étnicos”, los vínculos familiares tradicionales cada vez se encuentran más integrados a las prácticas administrativas profesionales. La divergencia generacional dentro de las redes chinas ha desafiado el estilo intuitivo, basado en costumbres, de los patriarcas entrados en años. Los gerentes modernos, angloparlantes y con maestría en administración –muchos de ellos tecnócratas financieros– reflejan los dogmas de la globalización económica liberal transmitidos por las facultades de administración y derecho que no se localizan en sus poblados ancestrales, sino en los

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países occidentales donde ahora invierten, comercian y solicitan préstamos. Resulta claro que la cultura china es mediadora de los arreglos institucionales en las divisiones regionales y globales del trabajo. En términos generales, se trata de una cultura adaptable, flexible y dinámica que responde a las fuerzas de mercado, a los requisitos para lograr buenos negocios, a las interacciones necesarias con la población local y a las oportunidades transnacionales. La cultura china también es utilizada de manera selectiva como una estrategia de negocios en la que resulta ventajoso demostrar las características minoritarias para movilizar un superávit convertible y participar en el comercio. Sin embargo, la identidad cultural no se limita a la comunidad minoritaria. En el caso de la población general, los significados intersubjetivos vinculados a las interacciones entre la cultura y las actividades económicas suplantan o enmascaran su importancia objetiva, promoviendo conflictos dentro de las divisiones étnicas y raciales del trabajo –en gran medida un fenómeno transnacional en Asia oriental– y conduciendo a políticas estatales que no hacen más que contradecir los objetivos enunciados por el gobierno y acentuar las tensiones sociales (Lim, 1983, pp. 20-23).

CONCLUSIÓN

El marco teórico sentado aquí es una secuencia histórica de tres etapas en la teoría y la práctica: la división internacional del trabajo smithiana-ricardiana clásica, que identifica la importancia de especializar la función y la ventaja comparativa de comerciar productos cuyo costo sea relativamente bajo; la nueva división internacional del trabajo, que da cuenta de la propagación de la fabricación en los países en vías de desarrollo, y la división global del trabajo y el poder, que muestra la complejidad de los procesos regionales distintivos a partir de sus aspectos institucionales e informales, los flujos migratorios intrarregionales e interregionales, la compleja red de cadenas mercantiles entre los productores globales y los compradores y vendedores a través de diversas jurisdicciones territoriales y las formas en que las redes culturales lubrican esas cadenas para facilitar los flujos de capital y mano de obra y para suavizar (o a veces incrementar) las tensiones.

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Estas teorías sobre la división del trabajo son una herramienta valiosa para analizar la reestructuración global, particularmente porque delimitan las tendencias principales que constituyen la cambiante geografía social del capitalismo. Sin embargo, la teoría clásica (a pesar del interés de Marx por la división del trabajo) y sus nuevas variantes son economicistas, devalúan el papel de la cultura y no permiten la posible reversión o interrupción de la reestructuración contemporánea. Las interpretaciones de la división internacional del trabajo y la nueva división internacional del trabajo no ofrecen una teoría de la transformación. La mejor manera de entender el futuro no es como parte del presente –proyecciones en línea recta–, pues el cambio en el mundo después de la guerra fría es un proceso espasmódico. Ni el economismo de la división internacional del trabajo y las teorías de la nueva división internacional del trabajo, ni el argumento de la supremacía política arraigado en los enfoques realistas y neorrealistas del multilateralismo liberal son una guía precisa del orden mundial emergente. El problema con los argumentos basados en la supremacía es que dan por sentado una separación entre el sistema interestatal fundado en una división territorial de poderes soberanos, y el escenario económico donde las divisiones son mediadas por el mercado. Al delimitar la política y la economía en ámbitos independientes, la conceptualización dominante de la globalización que se encuentra arraigada en la teoría económica liberal sirve a los intereses de quienes se benefician de un mercado expandido. Conforme al modo de pensar convencional, los efectos perturbadores y socialmente polarizantes de la globalización se oscurecen. El desafío radica en proporcionar una alternativa a los términos de referencia utilizados por los abanderados de la globalización económica. En la búsqueda de alternativas, y más allá de otras teorías, la división global del trabajo incorpora el concepto de poder. Si bien el poder es una idea compleja con gran variedad de significados, el elemento de poder en la división global del trabajo y el poder implica tanto elementos físicos –tales como, los cúmulos de recursos, que son mensurables (el PIB, por ejemplo)– como dimensiones más sutiles: la legitimidad, la confianza y la comunidad, entre otras. En otras palabras, como característica de la división global del trabajo y el poder, el poder es una combinación de factores objetivos y subjetivos, y la eficacia y potencial de dichos factores no debería subestimarse, particularmente ahora que la ideología de la globalización se ha convertido en una fuerza ascendente en el orden mundial. Así, la división

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global del trabajo y el poder se incorpora a un concepto de poder estructural –pero no del tipo de estructuralismo que pudiera suscitar la idea de que el poder se encuentra en cualquier ámbito de la vida social y más allá de la evasión (la utilización indiscriminada de este concepto ocasionalmente se encuentra, por ejemplo, en Foucault, 1980)– y a una visión institucional de las relaciones de poder, mostrada aquí en los riesgos negativos de la globalización para quienes resultan perjudicados y en las voces de quienes participan en la política de resistencia. Políticamente, la globalización no inutiliza al estado sino, más bien, lo conduce hacia políticas nacionales que se acomodan a las presiones generadas por el capital transnacional. Las iniciativas del estado representan intentos por maniobrar y lograr movilidad nacional dentro de la división global del trabajo y el poder, con frecuencia al tratar de forjar una capacidad productiva y de lograr una ventaja tecnológica. En Asia oriental, la economía subregional de más rápido crecimiento durante los años ochenta y bien entrados los noventa, las políticas del estado fueron adaptadas para crear un ambiente habilitante (que incluye centros para la investigación y el desarrollo, parques industriales, nodos para la tecnología de la información y cosas semejantes) con el fin de avanzar hacia actividades con mayor valor agregado. No obstante, existe una separación entre el estado y las fuerzas económicas transnacionales, pues el estado suma las energías y sinergias de la actividad humana en un nivel político y territorial que no corresponde a los flujos evolutivos de mano de obra, capital y tecnología. Cada vez se dan más vínculos entre las subregiones promovidas por el estado y la economía global. Las subregiones fomentadas por el estado –y constituidas por partes del estado, como en el caso de “la tercera Italia” (las dinámicas provincias en el noreste del país, estimuladas por sus empresas flexibles, su capacidad de innovar y, sobre todo, la participación del gobierno local) y de BadenWürttemberg– o por patrones económicos que se traslapan con las fronteras del estado –como en el caso de la zona transfronteriza que se extiende a través del estrecho de Malaca– se acoplan a la expansión del mercado en la división global del trabajo y el poder y buscan sacar ventaja de ella. Sin embargo, los líderes que rebaten la realidad de la globalización e intentan inflamar el nacionalismo económico o forjar bloques comerciales competitivos siembran las semillas de conflicto en esta configuración (Mittelman, 1994). Otra respuesta es aceptar el hecho brutal de que ningún país o región puede escapar a los

LA DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO: SU REFORMULACIÓN

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efectos de la globalización, y que se adoptan distintas estrategias para manejar esos procesos y ajustarse a un sistema pluriestratificado donde el estado no necesariamente se debilita sino que se convierte en uno más entre varios participantes (como se sugiere en la sección sobre ontología de la globalización, pp. 21-26). Por lo tanto, es necesario definir los intereses en términos distintos de la “nación” imaginada y evitar sobre todo las respuestas defensivas. Puede que entonces las regiones globales intenten navegar las corrientes y subirse a la ola de la expansión del mercado en una división global del trabajo y el poder (Sadler, 1992). El papel de cada región y estado varía en la medida que cambia la propia división global del trabajo y el poder. Resulta evidente que la globalización es un proceso heterogéneo y forma lo que Durkheim habría denominado solidaridad supraorgánica. Mundialmente existen múltiples estructuras de especialización unificadoras que, no obstante, actúan como espaciadoras de las zonas de la economía global. Los distintos escenarios de globalización se deben a la disparidad existente entre las regiones globales y las regiones marginadas. Mientras las primeras montan la ola de la globalización, las segundas son jaladas por sus corrientes y han perdido o pierden el control. Por no dejar de estar enraizadas en la economía política nacional, las fuerzas de mercado resultan cada vez más inexplicables y desenraizadas, menos dependientes de las estructuras sociales que les dieron origen. Si bien Polanyi (1945) concibió la expansión del mercado como un fenómeno global, también creía que el regionalismo era una alternativa al intento universalista de “hacer seguro el mundo para el patrón oro”. A diferencia del concepto universalista de un capitalismo basado en los principios de la economía liberal, las características regionales de la globalización sugieren otra estrategia para las sociedades de mercado. El regionalismo, aunque no es una panacea, pudiera ser un remedio para los subproductos del concepto utópico del mercado. Dentro de la megaestructura de la globalización, la adopción de nuevos instrumentos regionales para manejar los flujos de mano de obra en gran escala, la no cooperación económica y el nacionalismo intolerante pudiera ser un camino hacia la justicia social. Al ir más allá de las formas de integración motivadas por el mercado y orientadas por el sector privado, quienes abogan por el mercado social argumentan que pueden crearse programas regionalizantes para contener las tendencias antisociales del capital transnacional. Estos defensores conjeturan que el regionalismo potencialmente puede dar cabida al sur-

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gimiento de nuevas fuerzas que converjan y miren más hacia un futuro después de la globalización. A final de cuentas, ¿acaso esta posibilidad emancipatoria no es una visión utópica? A diferencia de la economía mundial de los años treinta, que fue la materia prima del análisis de Polanyi, es claro que su ideal de reenraizar la economía en la sociedad es puesto en tela de juicio por la globalización desenraizada contemporánea, a pesar de que el futuro sigue abierto a toda posibilidad. En la medida en que la globalización económica anquilosa el poder material del capitalismo a escala mundial, el reenraizamiento de la sociedad hoy en día implica un reordenamiento profundo de la economía mundial (cuyas características más importantes se analizan en capítulos posteriores). En la división global actual del trabajo y el poder, la asimetría entre el capital y la mano de obra no se resolverá con la inminente unidad de una clase trabajadora global. No sólo la burguesía mundial está uniéndose más rápidamente y mejor que el proletariado, sino que la mano de obra es predominantemente particularista y local. La identidad de la clase trabajadora no sólo es primordial, sino una de varias identidades móviles que se derivan de la división racial, étnica, religiosa y sexual del trabajo. La formación de una cultura política de resistencia –una contrahegemonía– y la organización de un contramovimiento se derivan de la prominencia de las clases y tiene por objeto reinventar las interacciones entre producción e identidad. Hasta ahora, he sugerido que la región proporciona un punto de partida para analizar una división global cambiante del trabajo y el poder, pues es el lugar donde se dan las divisiones distintivas del trabajo y escenario importante de las transferencias de población a gran escala. Aunque en otro contexto –el análisis detallará el nuevo regionalismo– primeramente abordaremos la relación entre globalización y migración, lo cual nos permite enfocarnos en los flujos regionales.

3. GLOBALIZACIÓN Y MIGRACIÓN

Las transferencias masivas de población han sido un largo proceso histórico común a todas las regiones del mundo. Durante los últimos decenios, sin embargo, la reestructuración global de la producción ha acentuado las diferencias entre los países receptores y los emisores, ocasionando importaciones masivas de mano de obra principalmente de África, Asia y América Latina hacia las áreas capitalistas avanzadas. Los flujos migratorios desde el Sur cada vez son más variados, pues incluyen nuevas “aves de paso”: los integrantes del estrato medio en el norte de África, que temen el resurgimiento islámico, y los refugiados ambientales movidos por los desastres naturales. Al mismo tiempo, la reestructuración global del poder ha ocasionado un flujo de inmigrantes provenientes de Europa oriental y la antigua Unión Soviética hacia Europa occidental, el norte de África, Israel, Australia y otros países. La competencia entre los inmigrantes del Sur y los del Este refleja el vínculo entre la reestructuración de la producción global y las relaciones de poder globales. Los cambios en los patrones migratorios no sólo son un asunto de elección individual, también revelan factores estructurales ajenos al control de las personas. El desplazamiento de la mano de obra se entiende mejor como un movimiento que moldea y constituye la reestructuración de la economía política global. Los flujos de capital humano están vinculados a un sistema jerárquico de producción y poder. La especialización y la dispersión espacial, cada vez mayores, son parte de un cambio hacia una tendencia globalizante cuya consecuencia es la redistribución del capital humano. La ubicación de un área en la división global del trabajo y del poder, así como sus formas de especialización, determinan las condiciones para la salida e ingreso de mano de obra migratoria. Impulsadas por el cambio tecnológico, las economías más dinámicas actúan como imanes que atraen recursos móviles desde su punto de origen (Griffin y Khan, 1992, pp. 43 y 47). Por supuesto, estas interacciones tienen profundas implicaciones en la distribución, desigualdad y justicia social a escala mundial. Los objetivos de este capítulo son analizar el vínculo entre la re[87]

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estructuración global y la migración, así como proponer un marco para su explicación. Con el fin de aplicar el concepto de división global del trabajo y el poder a la migración global, sugeriré la relación entre factores estructurales y señalaré las principales tendencias. Posteriormente analizaré si los regímenes internacionales reglamentan la migración, y en la conclusión, apuntaré hacia la reformulación de la teoría económica liberal.

DIVISIONES Y NUEVAS DIVISIONES DEL PODER

Si bien los grandes movimientos demográficos desde la tierra natal hacia otras áreas de trabajo y asentamiento han sido una característica perenne de la historia mundial desde el siglo XVI, los patrones y el alcance de la migración han cambiado notablemente. Con la expansión del capital europeo de 1500 a 1815, los pueblos de las zonas desarrolladas de Europa septentrional y occidental emigraron a América y parte de África y Asia. A la par de la migración colonizadora se dio la expulsión de los esclavos, los trabajadores a largo plazo con contrato no rescindible, los convictos y los disidentes. Estos flujos afectaron a las comunidades indígenas, fomentaron nuevas sociedades multirraciales y multiculturales, y formaron la base para atar distintas sociedades a la división internacional del trabajo. La Revolución industrial diseminó el capital en el extranjero, alterando así la oferta y la demanda de recursos, entre ellos la mano de obra. Los principales movimientos demográficos entre 1815 y 1940 incluyeron a 60 millones de europeos que se desplazaron rumbo a América, Oceanía, África oriental y meridional; alrededor de 10 millones de rusos asentados en Siberia y Asia central; un millón de europeos meridionales que viajaron al norte de África; 12 millones de chinos que se movilizaron hacia Asia oriental y meridional, y 1.5 millones de indios que encontraron su hogar en el Sudeste asiático y África oriental y meridional. En el periodo entre las dos grandes guerras, la depresión y las políticas inmigratorias restrictivas redujeron sustancialmente las transferencias de población. Sin embargo, el número de inmigrantes internacionales se incrementó rápidamente después de 1945. De 50 millones de inmigrantes en 1989, el total mundial se duplicó en 1992 y representa 2% de la población del orbe. Los inmigrantes se extienden heterogéneamente por el globo; la

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mayor cantidad, unos 35 millones, se encuentran en el África subsahariana, y otros 15 millones en Asia y Medio Oriente. Resulta sorprendente el que gran parte de estas personas permanecen dentro de su región de origen. Alrededor de 23 millones son personas “desplazadas internamente”, y el grueso de los 17 millones registrados oficialmente como refugiados y asilados permanecen en su región natal (Fondo de Población de las Naciones Unidas, 1993, pp. 7, 8 y 15). Si se toman en cuenta otras corrientes migratorias hoy en día, la migración se da internacionalmente dentro de las regiones – y no entre ellas (Keely, 1992, p. 1). De los flujos interregionales, las transferencias se dan especialmente de Sur a Norte, aunque los movimientos dentro del Sur y dentro del Norte son sobresalientes (Segal y Marston, 1989, pp. 36-41). También, gran parte de la migración de Sur a Sur se convierte en flujos de Sur a Norte. Dadas las presiones políticas y económicas, los migrantes (los salvadoreños, por ejemplo) dejan su hogar por temor a la violencia y, en busca de su bienestar económico, llegan a un segundo país (por decir, México) donde hay empleos temporales, y ahí perciben que hay mejores oportunidades en otra parte (Estados Unidos). En el caso de los migrantes provenientes de países como Guyana o las islas Leeward, los lugares en el Sur (por ejemplo, las Islas Vírgenes) son simplemente escalas en su camino de isla en isla por todo el archipiélago del Caribe rumbo hacia el Norte.1 También hay países en el Norte (Italia y Austria) que fungen como estaciones para los inmigrantes del Sur y del Este. Con el desarrollo de Europa meridional, Italia, España y Grecia se han convertido tanto en áreas de tránsito como en países receptores. Asimismo, el volumen de los flujos intrarregionales no tiene parangón. 2 El gran número de ilegales dificulta proporcionar datos 1 Además de los elementos clásicos de promesa económica y cercanía, las comunidades antillanas e hispanas establecidas hace tiempo en las ciudades estadunidenses sirven de imán y fungen como facilitadoras, pues proporcionan vínculos familiares, asistencia jurídica y lugares donde ocultarse. Debido a su economía deprimida y a la influencia del turismo y la televisión vía satélite estadunidense, el Caribe exporta más personas en términos porcentuales que cualquier otra región. Estados miniatura como St. Kitts y Nevis, Granada y Belice remiten 1 o 2% de sus nacionales a Estados Unidos cada año, con lo cual transfieren todo su crecimiento demográfico a las ciudades estadunidenses (Sassen, 1991; French, 1992). 2 Mientras que a veces se sostiene que los niveles contemporáneos de migración internacional no superan los porcentajes demográficos en años anteriores –principalmente a principios del siglo XX en Estados Unidos– , debemos tener en mente que

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confiables, pero los análisis realizados por demógrafos y economistas a mediados de los noventa calculan la cifra de inmigrantes internacionales en Asia oriental en 2.6 millones (Silverman, 1996, p. 61). Esta cifra, sin embargo, se empequeñece al añadirle la migración interna, particularmente la que se ha registrado en la República Popular de China desde la desintegración del sistema de comunas a finales de los años setenta y la puesta en marcha de zonas económicas especiales un decenio después. Sin tomar en cuenta el movimiento dentro de los distritos natales, un cálculo de las tendencias realizado en 1996 indicaba que el número de inmigrantes internos en China podría dispararse a 110 millones para el año 2000 (Gilley, 1996, p. 18). No sólo esta escala carece de paralelo en la región, también cuenta con una particularidad nueva: el rápido movimiento de las inversiones y la necesidad de mano de obra flexible.

PRODUCCIÓN E IDENTIDAD

Esta necesidad puede observarse globalmente y tiene su explicación en el cambio hacia el posfordismo que, como ya se señaló, entraña un sistema de producción más flexible, fragmentado y descentralizado, que utiliza una fuerza laboral segmentada y, con frecuencia, geográficamente dispersa. El nuevo modelo se basa en una mayor especialización: producción por lotes en microempresas relacionadas por medio de intrincadas redes y una mercadotecnia enfocada a nichos. Junto con este paso del fordismo al posfordismo hay un cambio de la integración vertical de la producción a la desintegración vertical, especialmente a medida que las empresas tratan de establecer nichos distintivos. El fordismo no ha muerto; más bien, se basa en diferentes sectores de producción (como el de servicios) que requieren pocas habilidades –el de comida rápida es un ejemplo– y en varios tipos de procesos intensivos en mano de obra que ocasionalmente se encuentran en las zonas periféricas (o de exportación) de los sistemas industriales. Si bien las formas de organización son diversas y no existe un modelo posfordista único, estas dos modalidades preponderantes el total mundial de 50 millones de inmigrantes internacionales registrado en 1989 se había duplicado en 1992, que sus destinos han cambiado y que el desplazamiento interno también debe tomarse en cuenta.

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atraen grupos variados de inmigrantes, principalmente trabajadores poco o nada especializados hacia los sectores dominados por el fordismo y trabajadores con especializaciones más definidas hacia los sectores posfordistas. La innovación tecnológica, un proceso social que vincula el conocimiento con la producción, está estrechamente relacionada con lo anterior. La tecnología se encuentra unida inexorablemente a todas las fases de movimiento en la cadena de valor, desde los procesos intensivos en mano de obra, hasta los intensivos en capital y energéticos, pasando por los procesos intensivos en tecnología en los países avanzados; también es parte integral del retorno de las operaciones contaminantes, intensivas en mano de obra y energéticos a las áreas subdesarrolladas. Cada fase de innovación implica la creación y pérdida de empleos, la solicitud de especializaciones diversas, la incorporación de nuevos trabajadores a la fuerza laboral y el envío de otros a buscar fuentes distintas de empleo. Parte integral de este proceso de reestructuración es el debilitamiento de los sindicatos basados en las antiguas industrias fordistas. La fuerza de la mano de obra organizada ha disminuido claramente en Occidente, y los trabajadores son dóciles en otras regiones, principalmente en algunos países de Asia oriental. Sin embargo, esta tendencia no es universal, como lo demuestra la belicosidad de los sindicatos en Sudáfrica. Si bien el capital está formando grandes mercados no reglamentados, la mano de obra es menos capaz de reorganizarse transnacionalmente. El capital se globaliza cada vez más, pero los sindicatos y los derechos colectivos de los trabajadores aún delimitan su identidad principalmente en términos de la nación-estado. Otras fuentes de identidad –por ejemplo, el género, la raza, la etnia y la religión– tienen más prominencia entre los elementos más nuevos y segmentados de la fuerza laboral. Por otra parte, el empleo segmentado de baja paga ha surgido en zonas otrora consideradas economías medulares. Puesto que el núcleo está donde se concentran espacialmente las actividades medulares –operaciones con alto valor agregado–, la “periferización del núcleo” es evidente al proporcionar trabajo fuera del local en Manhattan y otros lugares. La mano de obra migratoria impera en los sectores fordistas de los nuevos sistemas de producción. El concepto de periferia del núcleo, anteriormente utilizado en un sentido geográfico, ahora demanda ser reconsiderado en términos de las relaciones sociales existentes entre los grupos participantes en el proceso de producción.

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INTERACCIONES

En este marco analítico se dan intercambios entre los distintos elementos que reflejan las categorías jerárquicas del poder. Algunas modalidades del flujo tecnológico se dan en el espacio corporativo, no en el espacio geográfico; las tecnologías pueden transferirse dentro de una corporación y no son propiedad de un país “receptor”. El capital fluye hacia las zonas con abundancia de capital dentro de la economía global, y la mano de obra sigue al flujo de capital. ¿Qué efectos tiene este flujo laboral? El Banco Mundial y algunos economistas liberales sostienen que la movilidad laboral es una manera de reducir la diferencia de ingresos en el mundo. El banco argumenta que la emigración ayuda a liberar presiones demográficas, mitiga el desempleo, encauza las remesas al país de origen y puede ayudar a difundir nuevas ideas y tecnologías cuando los trabajadores especializados vuelven a casa o mediante el intercambio de información (Banco Mundial, 1990b, pp. 93-94). Sin embargo, los beneficios de la migración se han distribuido desigualmente, para ventaja de los ya más afortunados beneficiarios. La migración de personal especializado hacia países donde abunda la mano de obra especializada y los ingresos son elevados aumenta la desigualdad internacional. El flujo negativo de capital humano desde los países emisores le ahorra a los países receptores el costo de reproducir un sector de su fuerza laboral (Griffin y Khan, 1992, pp. 57 y 65-67). Si bien el Banco Mundial brinda un servicio valioso al proporcionar información sobre las “remesas netas de los trabajadores” en el país de origen de los inmigrantes (Banco Mundial, 1990b, pp. 212213), las remesas no son sustitutos del desarrollo. Dado que atrás se quedan los grupos más vulnerables –niños y ancianos–, y gran parte de la fuerza laboral productiva se encuentra en el extranjero, el sistema de pago de remesas agudiza la dependencia de algunas sociedades (Segal, 1992, pp. 11-12). La cuestión del uso de las remesas no sólo influye en la balanza de pagos, como diría el Banco Mundial, sino también en si dichos recursos se invierten en actividades directamente productivas. Las investigaciones realizadas en diversas regiones sobre el uso real de las remesas muestran ahorros e inversiones sustanciales en vivienda, terrenos, bienes de consumo y pago de deudas personales. La información indica que el grueso del gasto se concentra en artículos de consumo e importaciones de lujo, lo cual genera pre-

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siones inflacionarias. Sólo una pequeña parte se dirige hacia actividades productivas (Papademetriou, 1988, pp. 249-250). Resulta claro que la constante fuga de cerebros de las zonas con poco capital las despoja de gran parte de su inversión en la reproducción social del trabajo. Esto implica la extracción de servicios educativos, como en el movimiento de enfermeras jamaiquinas y filipinas hacia los hospitales estadunidenses y canadienses. Al estrato instruido de las zonas en desventaja le resulta más fácil emigrar, pero con frecuencia estos trabajadores sólo encuentran empleos serviles en las zonas más avanzadas. Estos estratos pueden encontrarse mejor calificados, por su educación y actitud, para los empleos especializados en la industria moderna que algunos de los trabajadores indígenas semiespecializados, y, debido a ello, pueden surgir brotes de tensión en las zonas donde se registra inmigración. Sin embargo, cuando los países receptores cambian sus políticas y dejan de favorecer a grupos étnicos particulares para dar prioridad a los inmigrantes muy especializados, como sucedió en Estados Unidos y Canadá, el resultado no sólo es un marcado aumento en la fuga de cerebros, sino el consecuente incremento de la migración ilegal que trae consigo trabajadores semiespecializados y no especializados. En este sentido, un análisis de clase de los inmigrantes y las políticas de inmigración de los distintos estados ayuda a explicar la dirección de los flujos demográficos. Típicamente, las políticas en materia de inmigración incluyen un sistema para reconocer las cualificaciones profesionales que facilita el acceso de grupos como médicos e ingenieros, y alza barreras al libre flujo de mano de obra no especializada. Además de la pérdida de mano de obra especializada y semiespecializada, los países emisores desde hace tiempo se han sostenido con la mano de obra barata de los ciudadanos que son residentes temporales en los países receptores. No obstante, la migración puede dañar una fuerza laboral saludable, un ingrediente esencial del desarrollo, al producir cambios en el comportamiento sexual que suelen evidenciarse por primera vez en las grandes ciudades y penitenciarías. Lejos de su familia y sin la compañía femenina, los jóvenes están expuestos a las prácticas homosexuales y tienen fácil acceso a prostitutas y drogas. Los inmigrantes que contraen sida vuelven a sus comunidades y poblados rurales y contribuyen a las altas tasas de infección en áreas donde este virus era desconocido hasta hace poco. La relación entre la migración y el sida, aunque evidente, queda oculta por el estigma y la negación.

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Con todo, la migración acentúa la marginación en zonas que se localizan principalmente en el Sur: el África subsahariana, gran parte del Caribe y enclaves en otras regiones. Con una población de más de 400 millones de personas y un PIB comparable al de Bélgica (un país con ocho millones de habitantes), el África subsahariana se ve menoscabada por sus costos de producción, demasiado elevados en comparación con los de otras regiones. Los costos del transporte en el África subsahariana son exorbitantes, y la fuerza laboral especializada y con un nivel medio de educación resulta relativamente escasa. Aunque el continente está integrado a los mercados financieros globales mediante estructuras de deuda, y cuenta con gran participación de los organismos de asistencia, África no ha participado de lleno en el sistema manufacturero global surgido en los últimos decenios ni en el incremento de las actividades exportadoras que de él se derivan. Los inmigrantes, en su afán por escapar de una existencia marginada, son atraídos por los polos de crecimiento que participan competitivamente en la división global del trabajo y el poder. Los empleos asalariados en los sectores manufactureros o de servicios en otras partes del mundo son una mejor opción que la lucha por la supervivencia, las revueltas civiles o las guerras internas. Además de lo anterior, la ayuda militar, la venta de armas y los préstamos de instituciones financieras internacionales y bancos transnacionales a los países pobres los atan a los mecanismos económicos y a las estructuras de control de los sistemas financieros y productivos globales. La obligación del servicio de la deuda exige a estos países imponer medidas de austeridad que se hacen sentir más intensamente en los estratos socialmente vulnerables. Las políticas de un desarrollo orientado a las exportaciones y de ajuste estructural intensifican este patrón. La aplicación de dichas políticas suele acarrear represión, lo que a su vez produce un flujo de refugiados políticos. La distinción entre el refugiado político y el económico, utilizada por los países receptores como un mecanismo de selección, oscurece el hecho de que ambas categorías de inmigrantes tienen un mismo origen: la globalización de las relaciones de producción. Aunque hay muchos tipos de inmigrantes voluntarios e involuntarios (refugiados políticos y asilados, refugiados ambientales, profesionistas, trabajadores con permiso, ilegales, etc.), la línea entre ellos es cada vez más difusa. Las causas próximas de la migración –revueltas civiles, trifulcas étnicas y raciales, y conflictos económicos acompañados de una desigualdad notable– suelen combinarse. Determinar su

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origen requiere un largo análisis tanto de la historia como del papel político y económico de la zona en cuestión dentro de la división global del trabajo y el poder. La pregunta es: ¿cómo se fusionan y compenetran la dinámica global y la producción globalizada para moldear los patrones migratorios? Mientras que la respuesta a esta pregunta es históricamente aleatoria, un ejemplo pertinente de cómo interactúa la dinámica local y la producción globalizada es la expulsión de trabajadores extranjeros ocurrida en Nigeria en 1983. La historia de África está llena de movimientos demográficos motivados por el comercio, la conquista, la esclavitud, los desastres naturales y la evangelización. La dispersión de los pueblos hablantes de fulani por toda la cuenca norte de África occidental se ha documentado ampliamente, así como el deambular estacional de los pastores (Arthur, 1991, p. 65). Después de la colonia, los centros de producción industrial atrajeron gran número de inmigrantes, particularmente hacia los campos petroleros y lugares de construcción nigerianos en los años setenta. Gracias a la entrada de cuantiosas divisas derivadas del auge mundial de los precios del petróleo, Nigeria trató de unirse al sistema manufacturero global convirtiendo sus nuevos superávit en una industrialización orientada a las exportaciones. Además de las oportunidades de empleo en los ramos manufacturero y petrolero, la construcción de Abuja, la ciudad capital, y de la presa de Kainji fue un imán para los trabajadores especializados y no especializados. Asimismo, la creación de universidades y politécnicos en cada estado de Nigeria precipitó la fuga de cerebros de maestros ghaneses ansiosos por participar en la prosperidad de Nigeria. Cuando la producción de petróleo se desplomó a 400 000 barriles en 1982, en comparación con los 2.3 millones en 1979, los nigerianos sintieron el rigor del desempleo. Lagos empezó a considerar a los extranjeros como competidores por el empleo y como una presión sobre la economía, por lo que decidió vengarse de la expulsión de nigerianos de Ghana en 1969. En 1983, Nigeria ordenó que unos dos millones de africanos occidentales dejaran el país antes de 14 días. La repatriación de trabajadores extranjeros en Ghana, Togo, Burkina Faso y Chad implicó un desplazamiento masivo de mano de obra, debido la inspección de viviendas en busca de extranjeros contumaces, y el surgimiento centros de recepción de emergencia para mitigar el sufrimiento humano (Arthur, 1991, pp. 72-77). Como resulta evidente en África occidental y otras partes del

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mundo, el regionalismo hoy en día significa agregados de poder político y económico que compiten en la economía política global y que ostentan numerosos flujos demográficos interregionales e intrarregionales. La competencia agudizada entre las regiones y dentro de ellas, mediada por micropatrones como son las redes étnicas y familiares, acelera el flujo cruzado de inmigrantes, como se observa una vez más, en el caso de África occidental. No sólo en Europa y América del Norte buscan empleo los profesionales, comerciantes y trabajadores no especializados de África occidental; las transferencias de población dentro de una división regional estratificada del trabajo también reflejan una jerarquía entre países y diferentes ritmos de industrialización. Los principales países emisores de inmigrantes en África occidental son Malí, Níger, Chad y Burkina Faso, todos ellos localizados en el Sahel y caracterizados por bajos niveles de producción industrial, un elevado analfabetismo y poca infraestructura. Estos países han experimentado deforestación, sequías recurrentes, presiones sustanciales de población en las tierras cultivadas y un estancamiento agrícola que se agrava a raíz de las desigualdades en los sistemas de tenencia de la tierra y por la falta de oportunidades de empleo en el sector industrial. El principal flujo de migración laboral intrarregional proviene del África occidental saheliana y costera, y se dirige principalmente a países más prósperos, como Costa de Marfil, Ghana y Nigeria. Otro flujo migratorio está dándose dentro del África occidental costera, donde los trabajadores agrícolas y los asalariados industriales de países asolados por la guerra, como Liberia, Sierra Leona y Ghana, se dirigen hacia los centros de producción orientada a las exportaciones, particularmente Côte d’Ivoire y Nigeria (Arthur, 1991, pp. 75-77). El caso de Ghana muestra que algunos países sirven de área tanto de origen como de destino, con lo cual la distinción entre país emisor y receptor se vuelve artificial en el contexto de la producción globalizada. Por un lado, tanto la globalización como el regionalismo debilitan la habilidad del estado para reglamentar el flujo de mano de obra a través de las fronteras. El movimiento de indocumentados entre Estados Unidos y México, por ejemplo, casi no tiene obstáculo. Por el otro, no debería subestimarse la variación entre una política de migración y otra, así como sus consecuencias. La facultad, exclusiva del estado, de otorgar la ciudadanía, ordenar repatriaciones y delimitar los derechos sociales y políticos de los extranjeros en su territorio

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puede causar (o impedir) una crisis internacional. Existe una gran diferencia entre la política estatal hacia los asilados, la reunificación familiar y la obtención de la nacionalización. La interacción entre las políticas de inmigración y los flujos migratorios demuestran tanto la disminución como la importancia constante de la capacidad del estado. Entre los diversos efectos revolventes de la globalización en el contexto de la migración y de la reestructuración de la producción están las estructuras sociales cambiantes y los patrones de conflicto, la inestabilidad política, los logros o abusos en materia de derechos humanos y el impacto ambiental. Una consecuencia notable de la producción globalizada es la feminización del trabajo, tanto en las antiguas zonas de desarrollo y como en las nuevas. Desde las zonas procesadoras de exportaciones en Asia hasta el programa de maquiladoras en México que trabajan para fábricas estadunidenses, los empleos adoptan cada vez más las características que tradicionalmente se utilizaban para definir y justificar el empleo femenino: operaciones precisas y fáciles, ejecutadas por trabajadores dóciles. Sin importar su grado de especialización, la mujer en la fuerza laboral se enfrenta a salarios más bajos que los de su homólogo masculino y a posibilidades de ascenso limitadas. El crecimiento del empleo precario se traduce en tareas repetitivas, empleos temporales, seguridad por debajo de la norma y cuidado inadecuado de la salud. Particularmente en las zonas surgidas más recientemente, la feminización del trabajo implica trastornos sociales que pudieran considerarse como liberadores del fuerte contexto patriarcal, pero que a la vez invitan a la explotación y dejan a la mujer marginada en su propia comunidad. Dado que se les considera fuentes importantes de mano de obra flexible, las mujeres se convierten en inmigrantes internacionales con la misma frecuencia que los hombres. Si bien la migración ofrece a la mujer el potencial de movilidad, no necesariamente le proporciona un escape de la subordinación. Las investigaciones muestran que en los enclaves de inmigrantes se replican los controles sociales. La generación antecesora de las mujeres inmigrantes –que frecuentemente reciben el trato de “extranjeras de segunda generación”, aunque muchas de ellas son ciudadanas del país receptor de sus padres por haber nacido ahí– realiza la difícil tarea de lidiar con la interacción de valores culturales y actitudes diferentes. La descendencia también se topa con barreras para obtener educación y capacitación. Sólo 21% de la segunda generación de mujeres turcas en Alemania, por ejemplo,

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cuentan con suficiente educación y capacitación para obtener un empleo especializado. La mayoría siguen el mismo destino que su madre y se incorporan el estrato más bajo de la fuerza laboral (Wilpert, 1998, pp. 168-186). Otras mujeres permanecen en el país de origen. Muchas se vuelven dependientes de su familia política o de un pariente varón, lo cual genera aislamiento para protegerse de conductas indeseables y ocasiona una serie de problemas psicológicos que en la India reciben el nombre de “síndrome Dubai”: dolor de cabeza, somnolencia, pérdida del apetito, dolor en el pecho, desmayos o apoplejías fingidas (Kurien, 1992, pp. 43-61). En Asia oriental, las mujeres, muchas de ellas tailandesas y filipinas, han sido incorporadas a la industria sexual, con frecuencia en otros países y en contra de su voluntad. Los principales clientes de este sector son hombres de negocios y militares extranjeros. Los estados han tenido una participación activa en la promoción de la industria sexual mediante el turismo, la concesión de licencias y la publicidad internacional. El papel de los estados resulta crítico en la acción de estos procesos al acelerarlos o retardarlos. Los estados responden a las presiones de las fuerzas sociales internas. También deben tomar en cuenta las políticas de otros estados que reglamentan los flujos migratorios. Dado que las fronteras son porosas, pueden existir y tolerarse los inmigrantes “ilegales” dentro de la jurisdicción política de un estado, pues ellos realizan trabajos que algunos nacionales se niegan a hacer. Estos inmigrantes “ilegales” están sujetos a un riguroso control de las fuerzas policiacas nacionales y viven bajo la amenaza constante de ser expulsados. Por este motivo, los países de la Unión Europea crearon un centro de información computarizado en Estrasburgo, Francia, para verificar si un visitante extranjero es “prófugo de la justicia” o si ha sido considerado “indeseable” en otro país. Los miembros de la Unión Europea han aprobado la creación de un organismo de procuración de justicia, la Europol, para coordinar las acciones de las distintas fuerzas policiacas. El mecanismo de control político y de vigilancia de los segmentos vulnerables de la fuerza laboral resulta cada vez más preocupante en términos de los derechos humanos. La fuerza laboral desechable incluye a trabajadores contratados temporalmente que pueden ser repatriados cuando ya no se los necesita. De este modo, se mantiene un alto nivel de empleo para la mano de obra nacional, la cual resulta beneficiaria del carácter expansible-contráctil de una reserva laboral desechable. Suiza y los

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estados del Golfo Pérsico han ejercido una política laboral desechable. En la región del Golfo, la razón entre la población extranjera y la población total ha sido la más alta del mundo, y en 1980 oscilaba entre el 23% en Arabia Saudita y el 76% en los Emiratos Árabes Unidos. Como porcentaje de la fuerza laboral total, no de la población, la proporción de trabajadores extranjeros (es decir, temporales) ha sido aún mayor, de alrededor de 90% en Qatar y los Emiratos Árabes Unidos ese mismo año (Tabbarah, 1988, p. 256ss). En varias regiones, los países están optando cada vez más por los proyectos “llave en mano”: un contratista, a veces el propio estado (como en el caso de la República Popular de China), contrata trabajadores, los envía a enclaves en lugares como Botswana y los repatria una vez concluido el trabajo. Un tipo de ejemplo diferente es el de Sudáfrica, donde tanto los migrantes externos como los internos constituyen la mano de obra desechable. Este estado otrora segregacionista utilizó la migración para promover el apartheid racial y étnico así como la segregación laboral. Estos flujos persisten y han adoptado nuevas formas –algunos se han acelerado, mientras que otros han disminuido– ahora que el apartheid ha terminado.

“REGÍMENES” REGULADORES VS. ESTRUCTURAS BRAUDELIANAS

El papel del estado incluye la regulación formal e informal de la mano de obra migratoria dentro de sus fronteras nacionales, así como la regulación macrorregional e internacional. El planteamiento de la cuestión de la regulación concentra nuestra atención en asuntos importantes, mas poco estudiados, acerca de los “regímenes”: ¿Existen “regímenes” regionales o interregionales manifiestos o latentes? De ser así, ¿qué tipo de normas o regulaciones adoptan dichos regímenes? Si se entiende como regímenes internacionales a una serie de interacciones, resulta útil identificarlas. Sin embargo, no hay razón para suponer que existen en cada ámbito. Asimismo, los principios, las normas, las expectativas y las reglas de operación frecuentemente son más sutiles de lo que se conoce públicamente o difieren de lo que la ciudadanía sabe. Los pronunciamientos públicos, por supuesto, no revelan cómo se crearon los regímenes, ni las interpretaciones tácitas, ni si los significados transburocráticos son un factor común o

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cuál interpretación de esos significados es la que realmente cuenta. Lo más importante es determinar para quién trabaja un régimen, en qué grado agudiza o soluciona las desigualdades sociales y cómo puede ser transformado (Puchala, 1992). Un vehículo explicativo para analizar los regímenes reguladores consiste en estudiar los conflictos motivados por la migración: desacuerdos debido a los refugiados (Vietnam y Hong Kong), expulsión de nacionales (Senegal y Mauritania) y trabajadores indocumentados (México y Estados Unidos) (Segal, 1992, pp. 11-12). En todas estas categorías, las preferencias migratorias reflejan en gran medida la tendencia a la globalización, mientras que las barreras al ingreso –incluso la repatriación forzosa y los incentivos financieros ofrecidos por el país receptor para que los inmigrantes vuelvan a casa– son expresiones del principio territorial westfaliano. Al condensar los aspectos témporo-espaciales de las relaciones sociales, el proceso de globalización trasciende los estados territoriales y redistribuye la mano de obra mundial. No obstante, las diversas políticas de los estados sobre inmigración representan un intento por parte de las unidades soberanas por controlar los flujos de población, con lo cual se afirma la lógica del sistema interestatal. Un punto de partida para discernir los estándares interestatales es el ímpetu ideológico tras la fundación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). El mandato de la OIT, señalado en el Tratado de Versalles, refleja la presión de los sindicatos y el impacto de la Revolución de Octubre, que impulsaron a los gobiernos de la posguerra a crear una entidad internacional para reglamentar las condiciones laborales. En la primera sesión de la Conferencia Internacional del Trabajo, celebrada en Washington, D.C., en 1919, el delegado francés, Arthur Fontaine, fue el principal promotor de que se incluyeran en la agenda las regulaciones relativas a la migración de trabajadores: igualdad de salarios y de condiciones de empleo para los trabajadores nacionales y los inmigrantes. Francia enfrentaba una escasez de mano de obra nacional, y un gran número de países emisores buscaban proteger a sus trabajadores en el extranjero. Los países que favorecían las políticas de inmigración restrictivas (por ejemplo, Canadá y Gran Bretaña) temían la adopción y elaboración de estándares laborales internacionales, y argumentaban que dichas normas socavarían la soberanía del estado. Este atolladero auguraba un terreno común limitado a principios ambiguos, sin un significado concreto.

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En 1934, el ingreso de Estados Unidos a la OIT y su condición como país receptor importante, prometía de impulsar la fijación de estándares. Sin embargo, cuando David A. Morse, poco después de ser elegido director general en 1948, propuso como proyecto de la OIT manejar la transferencia de inmigrantes europeos a América Latina, Estados Unidos se opuso a la iniciativa y patrocinó la creación de otra organización, el Comité Internacional para la Migración Europea (ICEM), para que hiciera ese trabajo. Estados Unidos se mostraba renuente a confiar esta tarea a la OIT debido a que ésta incluía a Polonia y Checoslovaquia entre sus miembros, países que en ese entonces formaban parte de la esfera soviética, mientras que el ICEM estaba bajo la influencia de organismos estadunidenses (Cox, 1998, pp. 4-5; Hasenau, 1991, pp. 687-697). Durante los decenios siguientes se observó un incremento en la importación de mano de obra, particularmente de trabajadores temporales; en la migración clandestina; en el tráfico internacional de trabajadores, a veces a cargo del crimen organizado, y en la discriminación y la xenofobia contra los inmigrantes, todo lo cual condujo a la adopción, en 1990, de la Convención de las Naciones Unidas para la Protección de los Derechos de Todos los Trabajadores Inmigrantes y sus Familiares. Comisiones como ésta se apoyan en las actividades del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), grupos nacionales como el Comité para Refugiados de Estados Unidos y una serie de centros de investigación que reúnen datos y analizan las políticas nacionales y multilaterales (Segal, 1992, p. 9). En general, sin embargo, no se ha consolidado un régimen internacional para la migración, y sus pronunciamientos son en gran medida exhortatorios y carecen de mecanismos para su cumplimiento. Dos macrorregiones –América del Norte y Europa– hacen hincapié en las soluciones regionales y coordinan sus esfuerzos, pero ninguna ha adoptado políticas comunes. Después de una serie de enfrentamientos violentos en el área de Tijuana-San Diego, las patrullas fronterizas de Estados Unidos y México empezaron a trabajar juntas en 1990. Las dependencias de procuración a ambos lados de la frontera intentan en forma conjunta manejar los problemas a lo largo de una frontera de 2 000 millas, donde los indocumentados son víctimas constantes de asaltos, ataques y violaciones por parte de polleros, bandidos y traficantes que suelen estar en colusión con policías pagados que integran una red de extorsión. Los funcionarios de ambos gobiernos, ahora vigilados por grupos defensores de los dere-

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chos humanos, ponen a disposición de los inmigrantes legales e ilegales información sobre sus derechos y persiguen con mucho rigor a los agentes fronterizos abusivos. En Europa, cada vez hay más presión en favor de una política migratoria común, pero la UE carece de autoridad judicial en esta área, y los estados miembro protegen sus prerrogativas debido a lo delicado del tema y la tradición, profundamente arraigada, de tratar bilateralmente con el país de origen de los inmigrantes. El Tratado de la Unión Europea considera que la política de inmigración es un “asunto de interés común”. Aunque la UE aprueba el principio del libre movimiento de personas, la inmigración permanente y el derecho al asilo han quedado en manos de los gobiernos nacionales. Algunos países conservan sus patrullas fronterizas, pero 13 de ellos –y no todos los miembros de la UE, por ejemplo el Reino Unido e Irlanda– han firmado los acuerdos Schengen, que ponen fin a la revisión de pasaportes dentro de la UE. En 1995 se decidió que debería permitirse a dos estados no firmantes de los acuerdos Schengen – Noruega e Islandia, miembros desde hace 40 años en una unión de pasaportes nórdica– participar en ellos como “partes de la Convención”. Cualquier persona que legalmente radique en un país firmante de los acuerdos Schengen puede viajar a los demás, pero sólo los ciudadanos de esos países tienen derecho a trabajar y asentarse en los demás. Actualmente existen disposiciones que permiten a los extranjeros dentro de la UE disfrutar de privilegios Schengen por un máximo de tres meses, pero sólo en ciertas condiciones y siempre y cuando se ratifique el tratado. Por lo tanto, conforme al acuerdo actual, un alemán o un italiano, pero no un ciudadano angoleño residente en Portugal o un argelino en Francia, puede emigrar a Bélgica para vivir y trabajar ahí. Una gran paradoja caracteriza a la migración en Europa: después de depender enormemente de la inmigración laboral en los cincuenta y los sesenta, la mayoría de los estados miembros de la Comunidad Europea trataron de detener la migración legal permanente a partir de 1970. Sin embargo, esta situación continúa a pesar de que el índice de desempleo en la Comunidad (ahora Unión) ha sido de más de 8% durante un decenio (con el fin de mantener bajos los salarios, agregarían algunos observadores). El flujo persistente de trabajadores no sólo contradice lo señalado en la política, al parecer, también hay una pérdida de control en el área de la inmigración. Tras haber cerrado sus puertas, a los países del Norte les preocupa, por ejemplo,

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que los inmigrantes ilegales puedan introducirse en España o Portugal, por poner un caso, y, dada la permeabilidad de las fronteras, viajar sin ser revisados hasta el Mar del Norte, donde podrían encontrar modos de quedarse (“Europe’s Inmigrants’: Strangers Inside the Gates”, 1992, p. 154). Mientras que las iniciativas de la UE son concentradas por su autoridad para reglamentar el mercado laboral, la inmigración ilegal demuestra los límites del enfoque actual. Una gran limitación es que los regímenes reglamentadores actuales se conciben en términos de exclusividad. En algunos países receptores, el acceso a un trabajo depende de la incorporación a la cultura local o nacional mediante mecanismos formales o informales. El concepto de nación suele basarse en algo más que el dominio del idioma predominante o la adopción de ciertas prácticas culturales, y puede designarse en términos de ancestros o de un mito común sobre el linaje. De ahí el vínculo entre nación y raza. Un excelente ejemplo del concepto racializado de identidad nacional, tratado superficialmente en el capítulo 2, es el derecho automático a la ciudadanía alemana que se confiere a los “alemanes étnicos”, muchos de los cuales no hablan alemán y cuyos antepasados migraron a Europa oriental varias generaciones atrás (Glick Schiller, en prensa). La ciudadanía, sin embargo, es una prerrogativa que le ha sido negada a muchos turcos y otros inmigrantes nacidos en Alemania, para quienes el alemán es su lengua materna. En pocas palabras, la cultura es uno de los instrumentos reguladores de la migración internacional y obliga a un encuentro entre pueblos que hablan dos idiomas diferentes, practican religiones diferentes y tienen hábitos diferentes. Podría plantearse la hipótesis de que los regímenes reguladores están evolucionando hacia el multiculturalismo en la fuerza de trabajo, una evolución en la cual la cultura desempeña un papel preponderante en la segmentación del mercado laboral. La migración internacional está forjando sociedades multirraciales acosadas por graves problemas socioeconómicos. Muchos inmigrantes y su descendencia mantienen enclaves residenciales y culturales en Europa, y no se integran al sistema de asistencia social (el cual está sujeto a las presiones de los liberales en favor de su reducción). Una cuestión particularmente irritante se deriva de la conversión de facto de la migración para trabajar en migración para establecerse, lo cual es muy evidente en la crisis de los jóvenes. Ahora hay una generación sucesora de jóvenes nacidos en el país receptor, algunos de los cuales son ciudadanos del mismo y carecen de la sumisión de sus padres.

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Muchas de estas personas se encuentran marginadas del sistema educativo y del acceso al empleo. Por este motivo, los jóvenes británicos negros y los árabes franceses sienten que se les trata como a extraños, incluso si son nacionales del país donde residen. (Una situación muy diferente sucede con las poblaciones multiétnicas en el Medio Oriente, donde los gobiernos temen una “aculturación inversa”: una pérdida gradual de la identidad nacional árabe. No obstante, un gran número de inmigrantes árabes es percibido como un riesgo político.) Los musulmanes representan un tercio del total de los inmigrantes en Europa occidental y, si se consideran los flujos intrarregionales, constituyen dos tercios de los no nacionales de la UE. De hecho, la posibilidad de un resurgimiento islámico en los países sureños es causa de gran preocupación. Un problema complicado es estructurar la participación política entre los musulmanes en esos países, debido a que la tradición islámica difiere de la sociedad democrática secular y sus entidades representativas. Asimismo, los cinco millones de musulmanes en la UE incluyen grupos diferentes del Islam (chiítas, sunnitas y otros) y varias nacionalidades (por ejemplo, argelinos, bengalíes, marroquíes, paquistaníes, tunecinos y turcos) (Comisión de las Comunidades Europeas, 1990, p. 34; 1991, p. 25). Los ataques contra inmigrantes en los países de la UE son cada vez más frecuentes y están acompañados de un incremento de la xenofobia. Los políticos de extrema derecha, como el líder del Frente Nacional francés, Jean-Marie Le Pen, y sus homólogos, apelan a un sentimiento nacionalista, a inseguridades económicas y a la desconfianza hacia Bruselas como una amenaza a su identidad nacional. Incluso, cuando Francia ganó el mundial de fútbol en 1998, su principal jugador, Zinedine Zidane, originario de las barriadas argelinas de Marsella, se convirtió en héroe nacional, a pesar de que anteriormente el Frente Nacional había criticado la estructura del equipo por incluir a jugadores que no eran “verdaderos franceses”. Quienes ven con alarma la “invasión” de inmigrantes sostienen que la UE se encuentra en medio de dos áreas de pobreza: los necesitados países antes socialistas al Este y los países menos desarrollados del otro lado del Mediterráneo. En esta coyuntura, la interacción entre cultura, patrones económicos y presiones demográficas es total. Se calcula que la población del norte de África se duplicará en los próximos 30 a 35 años, y que actualmente 40% de los magrebíes tienen menos de 15 años de edad. Puesto que su nivel de ingresos es de sólo una sexta parte del europeo, tal vez busquen trasladarse más allá del Mediterráneo

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(“Europe’s Inmigrants: Strangers inside the Gates”, 1992, p. 153). Las políticas europeas en materia de inmigración claramente reflejan miedo a que el arribo al poder de un gobierno islámico en Argelia u otros países del norte de África desencadene flujos masivos de población a través del Mediterráneo.

HACIA UNA CONCEPTUALIZACIÓN ALTERNATIVA

Todas estas interacciones influyen en cómo el multilateralismo puede confrontar la cuestión de reestructurar la producción y la migración. Formular el problema de esta manera dirige la atención hacia el acceso a los procesos multilaterales. ¿Son los regímenes reguladores prerrogativa exclusiva de los estados y de las organizaciones interestatales, o se abrirán más a los grupos que resultan más afectados por esos procesos? ¿Actúan los inmigrantes como agentes que desafían las estructuras multilaterales, y, de ser así, qué formas de resistencia adoptan y en qué condiciones? Con la creación de un solo mercado europeo, un reto clave del proyecto multilateral de la UE son los patrones políticos y culturales de los 13 millones de inmigrantes de Europa oriental, tanto los trabajadores como sus familias. Como ya se señaló, el islam es un vector de movilización entre los inmigrantes, aunque algunas de las hermandades, organizaciones discordantes e instituciones religiosas representan los intereses de estados que no pertenecen a la UE, más que a grupos autónomos que participan transnacionalmente en sociedades huésped. En otros casos, las identidades ya no se basan en el estado; más bien, en el contexto de los procesos de producción globalizados, se reimaginan como construcciones transnacionales que incluyen poblaciones dispersas. Por lo tanto, los funcionarios gubernamentales en los países emisores de inmigrantes, como República Dominicana, trabajan muy estrechamente con los líderes políticos en Washington Heights, Nueva York y otros lugares en el extranjero. A la luz de la importancia de las remesas, la tecnología de comunicación moderna, que proporciona contacto frecuente y, en algunos casos, el derecho de los emigrantes a votar en su país, estos funcionarios en realidad perciben a sus comunidades dispersas como parte de sus grupos de votantes nacionales. El estado transnacional (o estado desterritorializado, como también se le conoce), un aspecto importante

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de la reestructuración global, niega la exclusividad de membresía en un solo estado, lo cual tiene grandes implicaciones en el cambio del concepto de ciudadanía (Glick Schiller, 1999, en prensa). La identidad y los vínculos políticos no sólo se forman mediante linajes ancestrales en la tierra natal; también es evidente otro patrón de formación de identidad. Diversas asociaciones de inmigrantes ocasionalmente fusionan sus intereses competitivos y se unen en los países huésped para forjar una contraofensiva transnacional incipiente. En 1984, diversos grupos de inmigrantes formaron el Consejo de Asociaciones de Inmigrantes en Francia, y acordaron una serie de demandas comunes dirigidas a los países receptores de Europa occidental. Después de adoptarse el Acta Única Europea en 1985, más de 2 500 asociaciones de inmigrantes en 14 países huésped crearon el Consejo de Asociaciones de Inmigrantes en Europa. Con sede en Bruselas, el consejo tiene como principal interés el papel de los no nacionales de la UE en la integración europea y los derechos políticos de los inmigrantes. No sorprende que uno de los problemas a tratar haya sido el incremento del racismo y el sentir nacionalista (Ireland, 1991). El multilateralismo, sujeto como está a las presiones contradictorias de los movimientos en favor y en contra de los inmigrantes, ha llegado a ser paradigma de algunos dilemas fundamentales de la humanidad que la producción globalizada y la migración han puesto en relieve. Como ya se indicó, los estándares internacionales, aunque deseables, casi nunca se cumplen, y los países receptores no cuentan con una política común sobre inmigración. Son los acuerdos tácitos, los patrones culturales y la ideología económica neoliberal los que apuntalan un régimen reglamentador débil en el rubro de la migración internacional, lo cual es un tema potencialmente explosivo debido al aumento de la desigualdad. Las convenciones internacionales no pueden erradicar las desigualdades globales que alimentan la migración, ni tampoco pueden violar las normas y estructuras de un estado soberano. Mientras la globalización económica promueve la movilidad laboral mundial a principios del nuevo milenio, las unidades políticas se aferran a la doctrina de soberanía del siglo XVII, con lo cual han renunciado a sus pocos derechos de tener organizaciones interestatales que, en cualquier caso, preservan el estado. Una alternativa a la conceptualización predominante es enfocarse en la interpenetración de la dinámica interna de las sociedades y de los procesos globales y transnacionales. La reestructuración debe

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sumarse a la acción incorporando las perspectivas de los propios inmigrantes y poniendo en tela de juicio las perspectivas prevalecientes de la globalización económica, de manera que se realce tanto la eficiencia como la igualdad. El objetivo de esta nueva conceptualización no es volver a las condiciones anteriores a la globalización, sino transcender el síndrome de globalización actual, reenraizar en la sociedad global las capacidades productivas sin paralelo de la globalización económica para contribuir a lograr la justicia social. Con el fin de llevar un paso más allá esta conceptualización heterodoxa, en el siguiente capítulo se analiza otra faceta de la división global del trabajo y el poder: la pobreza y el género.

4. POBREZA GLOBAL Y GÉNERO EN COAUTORÍA CON ASHWINI TAMBE

En la era posterior a la guerra fría, dentro de la globalización neoliberal se encuentra encapsulado un importante compromiso de crear normas en la política mundial. En el altar de un mercado benévolo yace la promesa de que la ganancia económica puede beneficiar a todo aquel que tiene fe en sus principios. El atractivo de la creación de normas dentro de la globalización neoliberal radica en su perspectiva: la oportunidad de ascender en la jerarquía global del poder y la producción. Este modelo de orden mundial no es sólo un conjunto de políticas sobre el bienestar económico, sino también una afirmación ética con verdaderas implicaciones para la justicia distributiva. En este sistema de valores se encuentra implícita la garantía específica de que el neoliberalismo sacará a millones de personas de la pobreza para incluirlas en una situación donde todos ganan, más que en una dinámica donde el ganador toma todo. Desde una perspectiva neoliberal, se argumenta que la pobreza está disminuyendo como porcentaje de la población mundial; por lo tanto, el patrón existente de mitigación de la pobreza se apega a la promesa neoliberal. Esta afirmación, sin embargo, invita a debatir cuáles son las estimaciones más apropiadas de pobreza, un campo minado en el cual no queremos entrar. Baste decir que no hay consenso en este sentido entre los analistas.1 Mary Durfee y James Rosenau (1996, p. 523), por ejemplo, reconocen que los científicos sociales no favorecen la definición común de pobreza y escogen la expresión “realidades y temores en condiciones de vida inferiores al nivel medio”, lo cual incluye ingresos, vivienda, vestido y empleo inadecuados. Esta expresión resulta particularmente útil, puesto que asocia tanto la dimensión objetiva como la subjetiva de la pobreza. Incluso sin meterse en cuestiones metodológicas, la conclusión es que puede entonces 1 Para confrontar las citas tomadas de un gran número de publicaciones sobre la pobreza, así como para un análisis más extenso de las diferentes tradiciones académicas, véase Mittelman y Pasha (1997).

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utilizarse un amplio rango de indicadores empíricos para medir la incidencia cambiante de la pobreza. Hay evidencias que contradicen las afirmaciones del neoliberalismo y que llevan a opinar que un mayor grado de globalización se traduce en más pobreza. Si bien el ingreso promedio se ha incrementado en el mundo, el número total de pobres (definidos como aquellas personas que ganan menos de un dólar al día) aumentó de 1 230 millones en 1987 a 1 310 millones en 1993. No obstante, las variaciones interregionales e intrarregionales son enormes. El índice de pobreza ha disminuido en Asia oriental (un patrón que ahora está cambiando debido a que se sintieron más a fondo las turbulencias del mercado a finales de los noventa), pero permanece estable en 39% en el África subsahariana, donde se ha dado un aumento en el número total de pobres (Banco Mundial, 1996, pp. 7-9). ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es que la globalización, que contribuye a mitigar la pobreza en algunas partes del mundo, es antitética a la reducción de la pobreza en una escala mundial? La globalización parece ser la antítesis de la reducción de la pobreza debido a la incidencia cambiante de la pobreza, a la polarización creciente entre y dentro de regiones y a la reconcentración de la riqueza. En otras palabras, la pobreza global abarca una espiral descendente de condiciones económicas en algunos países y otros lugares, un sentido de disyunción entre el crecimiento macroeconómico y las privaciones materiales persistentes para mucha gente. Contra este trasfondo, las preguntas clave que redondean este capítulo son: ¿cuáles son los vínculos evolutivos entre la globalización y la pobreza? y ¿a la luz de las estructuras globales cambiantes, cuál es la clave analítica para entender la pobreza? Por ende, la finalidad de este capítulo es confrontar las afirmaciones neoliberales acerca de la pobreza y ofrecer una conceptualización alternativa, si bien de modo preliminar. El tema de la tercera parte de este libro es cómo se genera la pobreza, y no la resistencia política y cultural a las estructuras globalizantes que la apuntalan. Nuestra hipótesis medular es que si bien la pobreza es un fenómeno ancestral, actualmente se entiende como un resultado de las interacciones entre globalización, marginación y género. Intentaremos delinear los vínculos en este proceso multifacético. Un aspecto central en la cadena de relaciones son las distintas modalidades de marginación de la globalización económica al reducir el gasto público en servicios sociales y desvincular la reforma económica de la política social. Este tipo de

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marginación manifiesta una dimensión genérica, puesto que la mujer constituye el sector más afectado por ella. Debido a la reestructuración económica, son las mujeres quienes, además de trabajar en el hogar, asumen la mayoría de las responsabilidades que el estado desecha en su respuesta a la globalización. A pesar de las nuevas fuentes de ingreso para algunas mujeres, las tareas tradicionales se vuelven más arduas debido a que los procesos globalizantes, como la incorporación de la mujer a la fuerza laboral formal mediante la reorganización espacial de la producción, repercuten de manera inequitativa y disgregadora en el modo de vida. Al delimitar las maneras en que la vida cotidiana es transformada por los procesos concomitantes de la globalización neoliberal y la marginación, y las formas en que el género queda implicado en la marginación, este capítulo no sólo cuestiona la promesa fundamental del neoliberalismo; también muestra sus límites. Sin tener bases, empero, las explicaciones estructurales de este tipo también tienen sus inconvenientes. Por lo tanto, resulta ventajoso analizar la marginación de género mediante estudios de casos prácticos que proporcionan evidencias afinadas de una pobreza in crescendo en medio de la globalización neoliberal. Un argumento teórico clave en este sentido es que el aumento de la población pobre se atribuye a la desvinculación entre sociedad y economía: un desenraizamiento de la economía en la sociedad. En términos de la dinámica que tratamos de explicar, a mayor globalización más se acentúa la marginación dentro de unidades territoriales y entre ellas. Con el fin de entender la marginación, es posible combinar el sentido visual del término “margen” –la orilla vista desde el centro– con su uso dentro de la economía: el punto en el cual los ingresos derivados de una actividad apenas cubren su costo. De particular importancia para nuestro argumento es la división del trabajo en géneros, un sistema de estratificación social clave que coloca a la mayoría de las mujeres en posiciones subordinadas. El género es, en esencia, una relación de poder. La ideología de género se conforma de creencias arraigadas que ordenan las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Al igual que otras ideologías, las estructuras de dominación se mantienen de manera casi siempre inconsciente mediante supuestos basados en el sentido común. En el caso de la ideología de género, algunos supuestos comunes son que las tareas del hogar constituyen el dominio natural de la mujer y que las mujeres son actores sociales no producti-

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vos. Una propuesta que puede hacerse en este sentido es que la ideología de géneros no sólo estructura el poder dentro de las relaciones sociales, sino que se articula –se conecta de maneras distintivas– a la ideología de la globalización. La ideología de la globalización legitima el ceder a la mujer las funciones, a cargo del estado, en el ámbito de los servicios sociales, a interferir en los mercados abiertos, a liberalizar el comercio y a reducir la intervención del estado en la economía. En las economías que estructuralmente restringen la participación económica de la mujer a actividades de subsistencia, el recorte del estado, que a veces se teoriza como la institucionalización del poder patriarcal, en realidad contrarresta el aumento de esta participación. Incluso en las economías donde se ha incrementado la participación económica de la mujer bajo presiones derivadas de la liberalización del comercio y la industria, los términos de esa participación suelen ser de gran explotación. Por lo tanto, aunque no parece haber nada evidentemente machista en la ideología de la globalización, su articulación específica con la ideología de género sustenta la marginación de la mujer. La división del trabajo en géneros en realidad es uno de los factores que hacen posible la globalización. Nuestros estudios de casos prácticos ejemplificarán las características ya señaladas de esta articulación en dos contextos: el sector agropecuario informal y las zonas procesadoras de exportaciones. En este capítulo se ofrece un análisis entre regiones de países donde estos sectores son elementos importantes de la economía nacional. En ambos casos se analiza cómo el desarrollo de la economía de mercado repercute en la pobreza de la mujer. Nos enfocamos en la mujer dentro del sector agropecuario informal en Mozambique, país que suele citarse como el más pobre del mundo (Banco Mundial, 1990b a 1997b),2 donde el trabajo de la mujer en los campos proporciona gran parte del sustento de la familia (Marshall, 1990, p. 33). En el caso de las industrias procesadoras de exportaciones, nuestros conceptos están anclados en la situación de las Filipinas, donde la industrializa2 De acuerdo con informes del Banco Mundial (de 1990 a 1995), Mozambique tenía el PNB per cápita más bajo del mundo a finales de los ochenta y principios de los noventa. Si bien el ingreso per cápita promedio en Ruanda durante 1994 (80 dólares) era menor que los 90 dólares de Mozambique (Banco Mundial, 1996b, p. 188), Mozambique con 80 dólares remplazó a Ruanda, que ascendió del último al séptimo lugar con 180 dólares en la clasificación de 1995 (Banco Mundial, 1997b, p. 214). De igual modo, las cifras correspondientes a 1997 ubican a Mozambique, con 90 dólares per cápita, en último lugar (Banco Mundial, 1999b, p. 191).

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ción femenina orientada a las exportaciones (es decir, aquella cuyo principal elemento es la mano de obra femenina mal pagada) fue el motor del crecimiento económico en los años noventa. A pesar de sus muchas diferencias, ambos países se encontraban rezagados en la región hasta el repunte de su crecimiento en el decenio iniciado en 1990 (cap. 5). Aunque no es clave para nuestro argumento, merece la pena señalar que tanto las Filipinas como Mozambique son antiguas colonias que comparten la marca de la herencia ibérica y católica. Asimismo, ambos países aplican programas de ajuste estructural. Dichos programas globalizantes tienen por objeto mitigar la pobreza, pero su creación y sus efectos no son neutros en cuanto a género se refiere. En ambos casos, el ajuste estructural es sólo un aspecto de las políticas neoliberales encaminadas a desnacionalizar las economías y extender y desarrollar el mercado. No sólo la evidencia pone en tela de juicio la promesa neoliberal, la perspectiva teórica de Polanyi respecto de las economías de mercado también puede incluirse para explicar esta disyunción. Mientras que Polanyi se enfocó en el crecimiento de los mercados en la Inglaterra decimonónica (así como en las sociedades premercantilistas), su idea de “la gran transformación” puede ampliarse para entender la dinámica de la pobreza global a principios del milenio. Antes del nacimiento de las sociedades de mercado, la producción, según sostenía Aristóteles, tenía como fin principal su utilización –un principio que los griegos denominaban unidad doméstica– y no la obtención de una ganancia. Hombres y mujeres, unidos en familias, consideraban los mercados y el dinero como “meros accesorios de un hogar autosuficiente” (Polanyi, 1968, pp. 1617). En otras palabras, el concepto polanyiano de enraizamiento de los sistemas económicos en la sociedad –y el subsecuente desenraizamiento de ella– anticipa una forma de análisis de género e incluso ofrece un modo de investigación para examinar de qué maneras la globalización ha disgregado y cambiado el rumbo de los órdenes socioeconómicos existentes. Para desarrollar esta conceptualización, primeramente presentamos una crítica al marco neoliberal de erradicación de la pobreza y después, desde un punto de partida diferente, ampliamos nuestro propio planteamiento.

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RECONCEPTUALIZACIÓN DE LA POBREZA

La perspectiva neoliberal El neoliberalismo proporciona la razón de ser de las medidas que impulsan la globalización, como son las políticas de ajuste estructural. Desde esta perspectiva, un compromiso para reducir la pobreza sólo puede mostrarse mediante su integración a la economía capitalista internacional. Por ende, la globalización neoliberal se presenta como antídoto contra el problema de la pobreza, y no como su generador. Asimismo, la ideología neoliberal promueve la expansión de los mercados como algo natural e inevitable, mientras que los arreglos sociales existentes, contexto parcial de las economías, son tratados como cadenas que es necesario romper. Polanyi consideraría que dicha perspectiva es ahistórica, como lo sugiere el siguiente pasaje: La historia económica revela que el nacimiento de los mercados nacionales de ninguna manera se debió a que la esfera económica se emancipara espontáneamente del control gubernamental. Por el contrario, el mercado ha sido el resultado de una intervención consciente y frecuentemente violenta por parte de los gobiernos, quienes impusieron la organización del mercado sobre la sociedad con fines no económicos. Y el mercado autorregulado del siglo XIX, después de una inspección más de cerca, resulta ser radicalmente diferente incluso de su predecesor inmediato en el sentido de que dependía de intereses económicos propios para su regulación (Polanyi, 1957, p. 250).

La noción de un mercado autorregulado se aplica mal, sobre todo al trabajo, cuando se da por sentado que éste es una mercancía de oferta abundante y variable que responde sobre todo a las señales del mercado. La pobreza, por ende, se explica como una preponderancia del trabajo poco utilizado, cuya solución consiste en incrementar el empleo mediante el crecimiento macroeconómico. Se pide a los pobres que no se desanimen, pues cuentan con un activo en la economía global: su potencial laboral. No obstante, la erosión actual de gran parte del empleo seguro, en el contexto de los programas de ajuste estructural, saca a la luz una nueva demanda contradictoria. El trabajo ahora debe “diversificarse” y “ajustarse”. La velocidad y flexibilidad del capital en el contexto de la globalización se proyectan en el trabajo, pues se espera que también el trabajo sea flexible y móvil. El resultado da nuevos ganadores y nuevos perdedores, así como algunos segmentos de la fuerza laboral que se incorporan rápidamente a la pobreza.

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La pobreza y las relaciones sociales de producción Una trampa común es considerar que la pobreza es una categoría estática, debido a su preponderancia en regiones específicas o en estratos sociales particulares. Si bien es verdad que diversos procesos la arraigan en ciertas regiones, países y enclaves, ello debe entenderse como parte de un problema global consistente en una generación paupérrima. En gran parte del análisis científico social, los pobres se encuentran contenidos en unidades identificables y fijas de la sociedad mediante el trazado de líneas de pobreza. Dichas líneas resultan útiles al principio, pero presentan la pobreza con una claridad falsa que ofusca las relaciones que la generan. La base a partir de la cual se trazan esas líneas refleja los marcos intelectuales imperantes. El paradigma predominante en el análisis de la pobreza, que abarcaba primero la escuela de la modernización y la economía neoclásica y que ahora se ha extendido mediante el neoliberalismo, tiende a explicar la pobreza a partir de los niveles de consumo. Se hace énfasis unilateralmente en un menor consumo, no en un consumo excesivo. El enfoque en el ámbito del consumo genera políticas encaminadas principalmente a aumentar los niveles de consumo. Típicamente, estas políticas son instrumentos que tienen por objeto lograr una mayor integración del mercado, lo cual en realidad puede acentuar la marginación, empeorar la desigualdad y elevar los conflictos políticos. Un ejemplo de este modo de abordar la pobreza es el análisis del Banco Mundial. Este organismo define la pobreza como la incapacidad de lograr un nivel de vida mínimo, medido en términos del gasto necesario para la nutrición y las necesidades básicas y, en el caso específico de los países, como el costo de participar en la vida diaria. El tema señalado en el Informe de Desarrollo del Banco Mundial sobre la Pobreza (1990b, p. 6), es cómo obtienen y gastan sus ingresos los pobres. El informe de seguimiento sobre disminución de la pobreza (Banco Mundial, 1996, p. 2) también se centra en el ingreso y el consumo. En ambos documentos, la utilización del gasto como punto de partida para medir la pobreza traiciona el propio interés del banco en la integración internacional del mercado y la generación de una demanda “eficaz” de productos en los mercados para las mercancías globales. Considerar un punto de partida diferente que se base en las relaciones de producción puede estimular acusaciones fáciles de reduccionismo económico en el clima intelectual posterior a la guerra fría. Sin embargo, sostenemos que el tratamiento preponderante que se da

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a la pobreza dentro del ámbito analítico del consumo la fija como una medida estadística o gradacional, mientras que las relaciones sociales que la preservan y, en algunos casos, extienden son, por lo tanto, pasadas por alto. Es necesario reconceptualizar la pobreza como el resultado de la interacción entre globalización, marginación en el proceso productivo y relaciones sociales de género. En el contexto de la globalización, ser marginado es ser llevado a los límites de la economía donde el producto del trabajo es menor al esfuerzo invertido. La pobreza, entonces, es la experiencia y percepción de marginación que han sido engranados mediante presión estructural. Cuando las personas viven en la pobreza, su trabajo, recurrentemente, genera un costo más elevado que su producto. Aquí está implícito todo el trabajo, sea asalariado o no, así como todos los costos, particularmente el costo de la salud y de la supervivencia. Los trabajadores del sector formal e informal, así como los desempleados, bien podrían vivir en diversos grados de pobreza. Esta conceptualización de pobreza se aleja de la tendencia general a describir el tema de dos maneras diferentes. En primer lugar, se enfoca en la producción para retratar la pobreza como un producto generado dentro de las relaciones laborales, sin importar cuán forzadas sean, y no sólo como algo que ocurre a la par del desempleo y el subempleo. En segundo, relaciona a la pobreza con el proceso de marginación, en vez de limitarla a una categoría de personas. Para concebir la pobreza en términos relacionales, primero se requiere disociarla de categorías geográficas y culturales estáticas. Dicho alejamiento es necesario para ubicar a la pobreza en el mismo marco que se utiliza para entender la globalización y en el lenguaje de las relaciones témporo-espaciales modificadas. La pobreza también es transnacional; sus márgenes atraviesan los estados y las regiones del mundo. La impotencia de los pobres puede entonces explicarse en parte mediante el desenraizamiento de los mercados en la sociedad. Los mercados son excluidos de los procesos que determinan lo que va a producirse. La rigidez de las estructuras de autoridad en las relaciones laborales es importante, debido a que dichas estructuras sostienen la marginación. Si nos remitimos a la anterior conceptualización de marginación, pudiera definirse a los pobres como aquellos para quienes los beneficios derivados del trabajo son menores que el esfuerzo dedicado. Lo que diferencia a las relaciones de la pobreza de los otros tipos de relaciones de producción de arriba hacia abajo es precisamente el gran número de obstáculos sociales que hay que li-

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brar para escapar de dichas estructuras. En el caso de los pobres, los recursos individuales no son suficientes para superar las fuerzas sociales que mantienen sus relaciones de producción marginadas. Las ideologías de género saturan las relaciones sociales de producción. Las mujeres por lo general tienen menos acceso a los medios de producción y menos control sobre ellos que los hombres. La infravaloración del trabajo socialmente productivo de las mujeres ocasiona que trabajen más arduamente y más horas. La marginación de la mujer se deriva de las fuerzas sociales que organizan y segmentan la producción. Las distintas modalidades de los supuestos mercados autorregulados acentúan el empobrecimiento económico de la mujer. Esta articulación entre ideología de género e ideología de la globalización crea y mantiene la pobreza persistente, como lo demuestran los siguientes casos prácticos.

LA POBREZA EN MOZAMBIQUE

Si bien Mozambique ejemplifica el “desvinculamiento involuntario” del sistema manufacturero global, este país no se encuentra nada desvinculado del sistema financiero global. La deuda de Mozambique sumaba 5 400 millones de dólares en 1994, lo cual equivale a 4.5 veces su PNB (Banco Mundial, 1996b, p. 220). Gran parte de la ayuda externa que recibe vuelve al bolsillo de los donadores mediante el pago de la deuda (cap. 5). Dos sucesos de la historia reciente de Mozambique ejemplifican las condiciones que refuerzan la pobreza en ese país. En marzo de 1993, se vendieron como comida para animales 12 000 toneladas de alimento donado que se habían apilado para su venta, debido a que se pudrió mientras esperaba en una bodega portuaria en Maputo. Las justificaciones de lo sucedido por parte del ministro de comercio Daniel Gabriel fueron la “saturación del mercado” en el sur de Mozambique y la incapacidad de las empresas para vender sus inventarios de maíz (Mozambiquefile, 1993a, p. 21). La ayuda en alimentos era parte de una donación de 200 000 toneladas para distribuirse gratuitamente y de 100 000 toneladas para venderse. Mientras que se dio salida fácilmente a las 200 000 toneladas de maíz gratuito, se permitió que el resto se deteriorara. La llamada saturación en el mercado evidentemente contradecía la hambruna causada por la sequía y la guerra civil entre el

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Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) y el grupo “contra” conocido como Movimiento Nacional de Resistencia de Mozambique (MNRM). El robo de otros alimentos proporcionados como asistencia son evidencia de este problema (Mozambiquefile, 1993b, p. 21). En otro incidente ocurrido en octubre de 1995, multitudes desesperadas por conseguir alimento sacudieron Maputo, la ciudad capital. Cientos de personas bloquearon caminos, apedrearon automóviles y saquearon mercados en respuesta al aumento de precios de la comida. En un súbito incremento derivado de la necesidad de ajustar los precios nacionales a los internacionales, el costo de una bolsa de arroz de 50 kg subió de 15 dólares a 50 (“Disquieting Signs in Mozambique One Year On”, 1995, p. 11). El poder adquisitivo anual por persona apenas llegaba a los 90 dólares en ese entonces, por lo que un aumento de precios de esa magnitud se tradujo en una hambruna masiva. Ambos sucesos ejemplifican la dañina disonancia entre las maniobras del mercado y las difíciles condiciones reales, y apuntan a cómo el mercado se ha desenraizado del control social. Es bien sabido que las mujeres agricultoras se encuentran entre las personas más pobres de África. Actualmente, esta pobreza está arraigándose como una relación estructural que se da por medio de las fuerzas globalizantes. La participación de la mujer en la fuerza laboral de Mozambique es una de las más elevadas de África, con una proporción de 49% en 1990 (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 1996, p. 169). Debido a la migración de varones a la ciudad y a los estados vecinos, las mujeres se encuentran al frente de 60% de los hogares mozambiqueños, una cifra muy por encima del 43% promedio en el resto del África subsahariana (James, 1995, pp. 6-7). No obstante, el acceso de la mujer a tierras y créditos es limitado, y gran parte de su trabajo no es más que de subsistencia. Pasemos ahora a cómo opera el ajuste estructural con respecto a estas relaciones sociales.

Los mecanismos para la fijación de precios y la persistente inseguridad por los alimentos El hambre es el problema social más urgente en Mozambique. No sólo el acceso a la tierra cultivable para producir alimentos es restringido, sino que los métodos de cultivo existentes producen poco. Esta situación hace necesario un mercado donde obtener alimentos de otras

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fuentes. En términos económicos modernos, la existencia de un mercado alimentario depende de que haya ingresos monetarios para crear una demanda efectiva. El ingreso monetario puede generarse mediante la venta de cultivos comerciales o trabajando fuera del campo, pero cada una de estas actividades disminuye la base de subsistencia de los hogares. El trabajo fuera del campo reduce la producción de alimento y la posibilidad de que se generen excedentes que puedan venderse en el mercado. La presión sobre el campo se ha incrementado debido a dos aspectos del ajuste estructural: la promoción de los cultivos comerciales y de los exportables, tales como el anacardo y el algodón, y la campaña para privatizar las tierras. El problema se encuentra arraigado en la economía política colonial debido a que Portugal, la metrópoli, designó áreas exclusivas para cultivos comerciales y proporcionó incentivos para su producción. Si bien la mayoría de las tierras dedicadas a este tipo de cultivo quedaron bajo el control agropecuario del estado después de que Mozambique obtuvo su independencia política en 1975, muchas se han privatizado (cap. 5). Las tierras que iban a redistribuirse están siendo vendidas, con frecuencia a productores de cultivos comerciales en gran escala. Recientemente se negociaron proyectos de venta de tierras a grupos de agricultores sudafricanos blancos en las provincias norteñas (Economist Intelligence Unit [EIU], 1996, p. 10). En las zonas irrigadas, algunas familias campesinas pobres, particularmente aquellas encabezadas por mujeres, han perdido o subarrendado sus tierras (O’Laughlin, 1995, p. 105). Como consecuencia de los bajos salarios y el alto precio de los alimentos, incluso las familias urbanas dependen de que las esposas se dediquen a la agricultura para obtener un suministro alimentario adecuado. Las mujeres de muchas familias urbanas trabajan en machambas (pequeñas granjas) cercanas a Maputo. Este tipo de trabajo se considera obligatorio para la mujer. En realidad, según revelan las entrevistas de Marshall (1990, p. 33) con los trabajadores varones en Maputo, se considera que las esposas agricultoras no trabajan “ni hacen nada” . La presión sobre las tierras en la periferia urbana está aumentando notablemente debido al alto precio de los alimentos y a los incentivos para la siembra de cultivos comerciales. Se calcula que sólo 30% de las familias tienen acceso a terrenos agrícolas en Maputo (O’Laughlin, 1995, p. 105). Con respecto al asunto de una mayor producción de alimentos, Diane Elson señala que existen dos modos contrastantes de atacar la

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pobreza: “Uno busca reducir el poder del dinero al ampliar los beneficios sociales; el otro trata de aumentar el poder del dinero mediante la introducción de criterios financieros en la operación de todos los servicios públicos y la desregulación de los mercados laborales” (Elson, 1994, p. 517). La puesta en marcha de un programa de reforma neoliberal en Mozambique hace evidente la aplicación del segundo modo de atacar la pobreza. En 1988, en virtud del Programa Económico y de Rehabilitación (PRE)-2 patrocinado por el FMI-Banco Mundial, la eliminación de subsidios al precio de los alimentos representó un ataque a un beneficio social vital para los habitantes urbanos. La lógica tras el aumento en el precio de los alimentos para estimular la producción agrícola fue controvertida, puesto que la agricultura es principalmente de subsistencia. Debido a que los mercados alimentarios no garantizan la seguridad alimentaria de las familias rurales, el aumento de los precios precipitó más problemas, tanto en las áreas rurales como en las urbanas (Tschirley y Weber, 1994, pp. 159-173).0

El género y la seguridad alimentaria Al igual que en muchas otras partes del mundo, las mujeres en Mozambique tienen acceso a las tierras sólo por conducto de su esposo o de familiares varones. Los cultivos alimentarios tradicionalmente son dominio de la mujer; la ideología de géneros obstaculiza el cultivo de alimentos por parte de los varones, para quienes resulta apremiante el llamado a sembrar cultivos comerciales. Recientemente, los hombres se apropiaron de las tierras que las mujeres utilizaban para cultivar alimento, y ahora allí se siembran cultivos comerciales. Esto ha incrementado la presión sobre el trabajo de la mujer en las tierras marginales dedicadas a la producción de alimento. La privatización de tierras suele cerrar la puerta a las mujeres que son cabeza de familia; las iniciativas en favor de comercializar la tierra suelen expulsar a la mujer rural de las tierras. La fluctuación de los precios en el mercado alimentario no genera la respuesta esperada con la política económica monetarista, ya que ésta no llega a la agricultura de subsistencia a cargo de la mujer. Por lo tanto, la doble presión de privatizar la tierra y cosechar cultivos comerciales opera en contra de los intereses de la mujer agricultora. Mientras siga despojándose a la mujer de los recursos para producir alimentos a la vez que prevalece la necesi-

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dad de proporcionar sustento, cabe esperar que la inseguridad alimentaria continúe.

La pobreza y la reducción del gasto estatal El tiempo que la mujer dedica a criar a los hijos, preparar la comida y cuidar de los ancianos no ha disminuido dentro del hogar. Incluso su necesidad de alimentarse queda en segundo plano con respecto a la de otros parientes en la jerarquía de la familia. Los beneficios sociales en Mozambique actualmente no corrigen el alto precio que la mujer paga con su salud debido a esta mezcla de trabajo excesivo y poca comida. Más bien, al aplicarse el PRE-2, la privatización del sistema de salud incrementó el costo de los servicios médicos y, en consecuencia, el número de personas, sobre todo mujeres, que acuden a las clínicas y hospitales locales se redujo de 50 a 80% (Marshall, 1990, p. 36). El ajuste estructural ha acelerado la espiral descendente de nutrición inadecuada y falta de atención médica para la mujer. Es urgente que la infraestructura rural se recupere después de 70 años de guerra civil, pero el ajuste estructural se ha traducido en un constreñimiento del gasto por parte de los gobiernos provinciales. La reducción del gasto en transporte rural tiene graves consecuencias para la mujer, cuyos quehaceres incluyen reunir combustible y agua. De acuerdo con el Ministerio de Agricultura, las mujeres dedican un promedio de 4.5 horas diarias tan sólo a transportarse (Berman, 1996, p. 9). Pero no todo ha sido recorte en el gasto de transporte. Para los países vecinos que no tienen acceso al mar, la ubicación de Mozambique es estratégica si les proporciona transporte por tren hacia la costa. Las iniciativas recientes de obras públicas se han concentrado en reconstruir las vías férreas locales, aunque no en conectar las áreas fronterizas con las ciudades y los puertos principales. La creación de empleos asalariados mediante la reconstrucción del campo, incluido el transporte, se hace necesaria para mejorar las condiciones de los soldados desmovilizados. Sin embargo, un mayor gasto en la infraestructura regional para facilitar el comercio implica menos gasto en el transporte público, el cual es necesario para las mujeres. A pesar de todo, las prioridades del ajuste estructural operan activamente en contra de la orientación de dichos beneficios sociales. El impacto de las reducciones frente a las carencias sociales también es evidente en el ámbito de la educación. Actualmente se observa una

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escasez de maestros, y la situación sin duda empeorará debido a la eliminación, desde finales de los ochenta, de los programas de capacitación en servicio para los maestros (Marshall, 1990, p. 36). Un menor gasto en educación arraiga la posición económica marginal de la mujer de dos maneras: las mujeres tienen que dedicar más tiempo a la responsabilidad de criar hijos, y su propio acceso a la educación como medio para abrir nuevas oportunidades productivas es limitado. El argumento en este sentido es que la conceptualización y el efecto de las estructuras globales –principalmente la desregulación, la liberalización y la privatización– se fundan en los géneros. En cuanto a la conceptualización, dichas estructuras dan por sentado la habilidad de la mujer para soportar demandas cada vez mayores en cuanto al trabajo, el suministro de alimento en el hogar, la crianza y educación de los hijos, y el cuidado de los ancianos. En cuanto a sus efectos, las estructuras globales también tienen que ver con el género en la medida en que los mercados “autorregulados” y la privatización de la tierra restringen el acceso de la mujer a los recursos productivos. En un país de por sí empobrecido como Mozambique, esas tendencias confinan a la mujer a relaciones de pobreza dentro de una sociedad altamente jerárquica. En un sentido polanyiano, las mujeres están experimentando la fundación de un mercado mediante el desenraizamiento de sus derechos al bienestar en términos de salud, tierra y educación. Las mujeres agricultoras han sido marginadas, obligadas a trabajar en condiciones en las que el producto de su trabajo no cubre, o difícilmente lo logra, el costo de su bienestar. De acuerdo con la ideología de los deberes domésticos de la mujer, el suministro de alimentos y el cuidado de la familia son actividades cuyas “recompensas” provienen, subjetivamente, del amor y la gratitud de los familiares. Sin embargo, no hay amor o gratitud que sustituya la comida y las medicinas en grado adecuado para contrarrestar el hambre y la mala salud de la mujer, y esto es cierto sin importar de cuál región se trate.

LA POBREZA EN LAS FILIPINAS

Desde hace tiempo se han seguido en las Filipinas los preceptos para una economía globalizada, este país ha experimentado 20 programas de ajuste. Cuarenta por ciento de su presupuesto anual se dedica al

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pago de la deuda externa, que sumaba 39 000 millones de dólares en 1994 (Banco Mundial, 1996b, p. 220). Durante mediados de los noventa, las cifras correspondientes al crecimiento anual eran de alrededor de 5%, por lo que generalmente se creía que las Filipinas se encontraban en auge. Sin embargo, la pobreza persistente era y es la experiencia real de gran parte de la población. Sólo 9% de quienes respondieron a una encuesta nacional en 1994 sentía que “no era pobre”, un porcentaje aún menor que el de 1992, cuando 19% hizo esa misma afirmación (Social Weather Station, 1994). El escaso gasto en la política social y el crecimiento del país, basado principalmente en enclaves, explica esta contradicción entre las ganancias macroeconómicas y el aumento de la pobreza. En términos de la “proporción de la asignación social” (el gasto público en salud y educación como porcentaje del gasto total del gobierno central), las Filipinas, con 20%, se ubica muy por debajo de la isla Mauricio (casi 60%), Zimbabwe (40%), Paquistán (más de 50%) y Trinidad y Tobago (33%) (PNUD, 1996, p. 71). Asimismo, la noción de que el crecimiento canalizado por medio de las instituciones financieras internacionales se filtra a los niveles inferiores es una premisa bien aceptada por los sucesivos regímenes, cuyos apoyos se han dirigido a sectores específicos, como artículos electrónicos, vestido y finanzas, los cuales tienen pocos vínculos nacionales y casi siempre se localizan en enclaves geográficamente diferentes, basados en las exportaciones. La primera zona procesadora de exportaciones en las Filipinas se creó a principios de los años setenta en la provincia de Bataan. Entre los incentivos que ofreció el estado filipino a las empresas extranjeras estaba la tenencia total del negocio y el derecho a solicitar préstamos en el país, además de que el gobierno garantizaría los préstamos del exterior. No se fijaron impuestos a las importaciones o las exportaciones, y no se requería de una inversión mínima. Las zonas procesadoras de exportaciones atrajeron “refugiados con cupos” –inversionistas de países como Japón, Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán, con límites para exportar a Estados Unidos. Al establecerse en las Filipinas, las empresas extranjeras pudieron tener acceso a los mercados estadunidenses mediante los cupos de exportación filipinos. Las principales actividades de estas empresas son de manufactura ligera, artículos electrónicos y prendas de vestir, y la fabricación intensiva; la producción de artículos electrónicos va en aumento, mientras que la de prendas de vestir está disminuyendo. De todas las iniciativas económicas del país, la zona procesadora de exporta-

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ciones en Bataan es la que más se orienta a las exportaciones y la que más depende del mercado mundial. Representa el clásico enclave desenraizado y alejado del contexto que lo rodea debido a la lógica económica neoliberal que lo sustenta.

Crecimiento a manos de la mujer y pobreza femenina Las mujeres trabajadoras son quienes alimentan el crecimiento económico en las Filipinas. Entre 85 y 90% de la fuerza laboral empleada en las zonas procesadoras de exportaciones es femenina, y gran parte de la economía se sostiene de las remesas que envían los trabajadores con contrato en el extranjero, y más de la mitad de ellos son mujeres. La fuerza laboral en las zonas procesadoras de exportaciones generalmente proviene de las áreas rurales vecinas, y la mayoría de los trabajadores tienen entre 17 y 29 años de edad. El sustento de la familia es una razón importante para aceptar un empleo en la zona de Battan, debido a que el desempleo es un rasgo característico de las áreas adyacentes (Rosa, 1994, p. 77). Podría pensarse que las zonas procesadoras de exportaciones contribuyen a erradicar la pobreza debido a que ofrecen empleos. Sin embargo, en esas zonas los salarios son bajos en comparación con otras áreas industriales como, por ejemplo, las que rodean Manila, la capital. Asimismo, la diferenciación por género segmenta la fuerza laboral, de manera que 40% de las mujeres empleadas en zonas procesadoras de exportaciones reciben menos del salario mínimo legal, en comparación con 17% de los hombres. Como lo señaló un gerente de la zona de Bataan, se contrata a las mujeres debido a que “sobrellevan bien la pobreza” (Eviota, 1992, p. 121). Si el criterio para su contratación es la pobreza y la “escasa especialización”, el resultado es una presión de arriba hacia abajo sobre las mujeres para que sigan siendo pobres y poco especializadas. Según se informa, las condiciones de vida en las zonas procesadoras de exportaciones también son austeras; el precio de la comida es más elevado que en otras áreas cercanas, y las casas de huéspedes para mujeres suelen encontrarse sobrepobladas y ser costosas. Por otro lado, la inseguridad en el trabajo amenaza el futuro de la mujer. En la industria de la microelectrónica, por ejemplo, la visión borrosa es un padecimiento común entre las mujeres. Estas presiones, junto con el hecho de que suelen remitir parte de su salario a la familia, hacen que las mujeres vivan en una pobreza continua a pesar de ser asalariadas.

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Las relaciones de género merecen una consideración cuidadosa, debido a que de ellas se sirven los gerentes y supervisores varones para someter la mano de obra a su autoridad. En las fábricas se reproduce un régimen de disciplina patriarcal, en el cual los gerentes se presentan como figuras paternas ante sus jóvenes empleadas. Se ejerce un estricto control del tiempo de las trabajadoras, e incluso hay reglas con respecto al uso del sanitario. En algunos casos, encima de este patrón disciplinario, se cierne también la amenaza de coerción sexual; la seguridad en el trabajo suele depender de la aceptación de relaciones sexuales (Eviota, 1992, p. 123). Las actividades recreativas que promueven las compañías mantienen o inculcan estereotipos sexuales (por ejemplo, mediante rebajas para la adquisición de cosméticos y el patrocinio de concursos de belleza). Dichos certámenes son particularmente comunes en la industria de la microelectrónica, donde se ha realizado un esfuerzo explícito por asociar el ensamblado de semiconductores a un “trabajo de mujeres” (Eviota, 1992, p. 120). Es la ideología de género, y no la calidad intrínseca del trabajo, lo que estructura las políticas de contratación. Es quién hace el trabajo, y no el trabajo en sí, lo que conduce a su identificación como trabajo “muy” o “poco” especializado. La dinámica consiste en mantener la categoría de trabajo poco remunerado como trabajo de mujeres. El trato a la mujer como empleada de segunda se origina en el concepto de la mujer como trabajadora temporal, para quien el trabajo asalariado es una fuente de ingresos adicional a un sustento dependiente ya asegurado. Si bien ocasionalmente se argumenta que las zonas procesadoras de exportaciones permiten a la mujer trabajadora escapar de la vida rural patriarcal, ello no la libera de la disciplina asalariada. Como resultado del alto costo de vida tras el ajuste estructural, las mujeres no tratan de asegurarse un ingreso complementario sino el sustento fundamental. El matrimonio no necesariamente es una salida, pues muchas mujeres continúan con la obligación de ganar un salario y, con frecuencia, trabajan más después de casarse. Aunque es muy común la justificación de que se contrata a mujeres para hacer trabajo femenino debido a su naturaleza –es decir, por las supuestas cualidades naturales de la mujer–, el traspié se da cuando este supuesto también lo aceptan los observadores de la globalización. La misma ideología que amenaza a la mujer en el centro de trabajo preserva las demandas de que trabajen en el hogar. La expectativa de que realicen múltiples tareas, así como el costo cada vez más alto de la comida y la atención médica, llevan a las mujeres a buscar

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trabajos remunerados. Las solteras buscan trabajo como un medio para conseguir cierto grado de independencia de las condiciones restrictivas del hogar. Aunque la experiencia de las mujeres en las zonas procesadoras de exportaciones suele ser alienante y cambia forzosamente las relaciones de las trabajadoras con la sociedad, su lucha tiene por objeto mejorar las relaciones de producción y no volver a su antigua condición de dependencia. Por ende, cualquier escape de sus relaciones de producción, socialmente marginadas, y cualquier reenraizamiento de la economía local en la sociedad –lo que implica un reordenamiento de la economía mundial– necesariamente lleva a poner en tela de juicio las normas imperantes, inculcadas mediante la ideología de género.

LA MATRIZ DE LA GLOBALIZACIÓN, LA MARGINACIÓN Y EL GÉNERO

Hemos sostenido que el neoliberalismo se concentra en la clasificación de la pobreza de acuerdo con el crecimiento agregado, el gasto individual y otros indicadores sintomáticos, más que en la consideración de factores relacionales y fundamentalmente estructurales, con lo cual no se logra llegar a las raíces más profundas de la pobreza. Mientras que la globalización ofrece oportunidades económicas sin parangón para algunos, también reconfigura la incidencia de la pobreza dentro de los países y entre ellos. Lo anterior significa que la globalización y la marginación son procesos interconectados, y la primera conduce a la segunda. Impulsada por la hipercompetencia, la globalización empuja hacia los márgenes a algunos grupos, típicamente al de mujeres, lo cual arraiga aún más la pobreza. Puesto que la ideología de género ayuda a segmentar a las mujeres en puestos particulares dentro del proceso de producción, es importante que los analistas superen la separación entre las estructuras de clase y de género, y analicen las distintas maneras en que se relacionan. Nuestra teoría, por lo tanto, es que la interacción de esos procesos –globalización, marginación y fuerzas sociales– moldea tanto los patrones de la pobreza y como otros resultados de índole distributiva. En este contexto, es importante conceptualizar la pobreza en términos de las relaciones sociales de producción. Pasando a la cuestión de las soluciones, aunque sería equivocado trivializar el dolor de la pobreza, algunos intentos por amortiguarla

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encierran un peligro. El supuesto amortiguador del neoliberalismo no hace más que perpetuar la pobreza al reconcentrarla. Aunque las políticas neoliberales sacan a mucha gente de la pobreza en algunas regiones, también coloca a la mujer dentro de sus mecanismos. El neoliberalismo no sólo empeora la desigualdad, además alimenta también el consumismo. La estrategia neoliberal combina una posible solución a la pobreza y una causa subyacente de la misma. Pero, ¿existe otra alternativa para amortiguar la pobreza? Si nuestro enfoque de la estructuración de la pobreza es correcto, el problema de amortiguarla se traslada a la pregunta de desafiar las estructuras subyacentes. Para responderla, resulta muy aleccionador remitirse a los casos prácticos. Mozambique, el país más pobre del continente más pobre, y las Filipinas, por mucho tiempo el país más asolado por la pobreza y, hasta hace poco, el más marginado en una subregión que experimentó un crecimiento explosivo, parecen diferentes en términos de su dotación de recursos, trayectoria histórica, estructura social y mosaicos culturales. Sin embargo, considerándolos juntos, se ven dinámicas similares que nos ilustran sobre la estructuración de la pobreza; a saber, que es una condición económica que se integra de otras formas de discriminación social –frecuente, pero no exclusivamente, de géneros– y que las rígidas jerarquías patriarcales favorecen el empobrecimiento de la mujer. En otras palabras, las estructuras de la pobreza abarcan procesos paralelos que se refuerzan mutuamente. Debido a la globalización neoliberal, cada vez es más difícil desalojar a esta estructura. La capacidad técnica de la producción –organizada ahora en una escala principalmente mundial, y no nacional– parece rebasar la capacidad de control social. En este sentido, la globalización neoliberal es un suceso previsto (pero, por supuesto, no delimitado) en el análisis original de Polanyi sobre el desenraizamiento de las fuerzas de mercado en la sociedad. En la era de la globalización, la pobreza no sólo se ubica en una constelación de fuerzas de mercado algo diferentes de las analizadas en los estudios de Polanyi, sino que debe interpretarse como una condición política. En términos más gráficos, la pobreza se vuelve un crisol donde la discriminación social –que incluye la degradación de instituciones como las de salud y educación– y la arbitrariedad del poder se nutren y autosustentan. El “crecimiento”, con frecuencia planteado como una panacea en las políticas dominantes para mitigar la pobreza, parece una solución débil a esta profunda condición política. Si el reto consiste en mitigar la pobreza, el primer paso es crear

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nuevos conocimientos y normas sobre el problema en contextos específicos, y también ubicarlos dentro del proceso de globalización. Dado que la globalización neoliberal disminuye el papel del estado en el combate a las estructuras de marginación por género, la pobreza se atrinchera y al mismo tiempo el mercado se abre más. Los mercados presentan una pobreza arraigada en el género debido en parte al poco control del pueblo sobre ellos. Para mitigar la pobreza, las intervenciones políticas deben atacar de raíz el problema de cómo reenraizar la economía en la sociedad. Actualmente, la sociedad aún toma el marco nacional como su principal punto de referencia y ella misma está marcada por el género y otras formas de desigualdad. En ausencia de un cambio fundamental dentro de la sociedad, el reenraizamiento de los mercados globalizados no resolverá, ipso facto, el problema de la generación de pobreza. Como precaución ante el riesgo de un precepto polanyiano de reenraizamiento, debe hacerse hincapié en que cada sociedad tiene sus propias formas de patriarcado y su dinámica de pobreza distintiva. La interacción entre la globalización neoliberal y las estructuras históricas locales produce diversas permutaciones, como lo demuestran nuestros casos prácticos. No obstante, a final de cuentas, la solución a la pobreza radica en crear un mercado social, es decir, volver a subordinar la economía a la sociedad, pero sin conservar las ideologías de género que contribuyeron a dar vida a estas estructuras sociales jerárquicas e inequivativas. Con el fin de discutir más a fondo la marginación y considerar otras facetas de esta estructura, en el siguiente capítulo se pone el caso de Mozambique en el contexto de subordinación en la economía política global y del paso de un desarrollo autocéntrico tentativo a una estrategia neoliberal. Se abordan también las consecuencias de acoger la globalización neoliberal en el desarrollo económico, el control político y el bienestar social. Es cierto que Mozambique constituye un ejemplo extremo de vulnerabilidad, pero los casos extremos tienen la ventaja de iluminar los posibles efectos –que, por supuesto, varían de caso en caso– de las estructuras globalizantes en un país en vías de desarrollo, que busca ascender en la división global del trabajo y el poder siguiendo un camino neoliberal.

5. MARGINACIÓN: LA APERTURA DEL MERCADO EN MOZAMBIQUE

Mozambique es un país que se presta a metáforas de altos ideales, de desafío al sistema mundial y de aspiraciones insatisfechas. Allí se han articulado como asuntos de política pública las cuestiones planteadas en los foros académicos de otros lugares: interrogantes sobre las estructuras que perpetúan la desigualdad, la capacidad de los movimientos masivos para erosionar la base de la dominación mundial y la lucha por la democracia en medio de una pobreza penetrante. De modo extremo, es claro que Mozambique ha sufrido el mismo destino que el continente, al pasar de grandes expectativas a una posición cada vez más marginal en la división global del trabajo y el poder. La globalización implica una integración cada vez mayor de los mercados, pero África no le ha seguido el paso a la reorganización espacial del sistema manufacturero mundial y al incremento subsecuente de las actividades de exportación. Si bien la industrialización no es un remedio mágico a los problemas del subdesarrollo, mejorar el papel desempeñado por la fabricación y la tecnología es un elemento clave del crecimiento económico productivo. Sin embargo, las reformas basadas en el mercado limitan los esfuerzos por promover la fabricación, debido a que son antiigualitarias y pueden erosionar la base de la democracia en el momento mismo en que las fuerzas nacionales e internacionales favorecen la democratización. A partir de la conceptualización ya planteada en este libro, este capítulo analiza las diversas interacciones entre los elementos de la división global del trabajo y el poder: procesos regionales, migración, redes mercantiles y cultura. Al demostrar que deben ampliarse los antiguos constructos para dar cuenta más plenamente de la regionalización de problemas y soluciones, este análisis proporciona un enlace con la segunda parte, la cual tiene que ver con la globalización y el regionalismo. Empíricamente, el análisis indicará la variedad de vínculos existentes entre la globalización y la marginación, utilizando como caso práctico a Mozambique, y sujetándonos, por supuesto, a la advertencia usual con respecto a lo difícil que es generalizar a partir de un solo caso. [128]

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El análisis siguiente identificará primero las estructuras históricas que constituyen la división global del trabajo y el poder en África. En las secciones empíricas de este capítulo se considera de qué modo Mozambique está atado a la división global del trabajo y el poder, se analiza su programa de reforma basado en el mercado y su pérdida de control, y se evalúan diversas políticas de ajuste en las relaciones transnacionales. La conclusión se centra en el dilema de cómo reconciliar democratización y revitalización económica, un problema endémico en África y en otras regiones del mundo.

ÁFRICA EN LA DIVISIÓN GLOBAL DEL TRABAJO Y EL PODER

Para finales de los años setenta, los países en vías de desarrollo se habían convertido en un grupo extremadamente heterogéneo. Unos cuantos disfrutaban de una notable movilidad ascendente en la división global del trabajo y el poder, otros más experimentaban una movilidad descendente y algunos permanecieron al final de la fila, pero no en posición estática. A pesar de los momentos de crecimiento económico y los indicios de democratización, los casos de rápida movilidad ascendente casi nunca se han dado en África, donde la industrialización frecuentemente ha acentuado el dualismo en la economía. La inclusión en los niveles más bajos del sistema manufacturero global podría acentuar aún más la marginación al reforzar la dependencia de importaciones selectas, particularmente de bienes de capital, y requerir la aceptación de los límites de participación en los mercados globales altamente competitivos. Dada la rivalidad de las corporaciones transnacionales, esta competencia contrapone los salarios y las condiciones laborales en los niveles más altos de la división global del trabajo y el poder con aquellos del extremo inferior. El resultado es la fragmentación permanente de la fuerza laboral global y la existencia de focos de pobreza a la par de un sector de servicios en expansión en las economías avanzadas y de reservas de mano de obra cada vez mayores en África. La tasa de crecimiento de muchas de las economías nacionales en África rondaba el cero por ciento en los años ochenta, cuando varios países asiáticos experimentaron un incremento anual del PNB de alrededor del 10%. Dado que la población aumentó más que en cualquier otra región, el ingreso real en el África subsahariana se estan-

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có. Esta región también tiene la deuda de largo plazo más elevada del mundo como porcentaje del PNB: 81.3% en 1995, comparado con el 41% de América Latina y el Caribe ese mismo año (Banco Mundial, 1997b, pp. 246-247). Llama la atención que la proporción de la deuda respecto del PNB en el África subsahariana en 1980 –30.6%– fuera inferior al 36.0% registrado en América Latina y el Caribe (Banco Mundial, 1989b, pp. 2, 6, 15 y 18). Tal vez el indicio más revelador de la participación en la división global del trabajo y el poder es la estructura cambiante de la producción, vista en términos de la tasa de crecimiento de los sectores en el periodo 1990-1995. La industria en el África subsahariana reflejó un incremento de apenas 0.2% entre 1990 y 1995, en comparación con el aumento de 15% registrado en Asia oriental (Banco Mundial, 1997b, pp. 238-239). Los productos manufacturados como porcentaje del volumen de exportaciones en el África subsahariana pasaron de 13% en 1970 a 16% en 1993, mientras que la cifra correspondiente a Asia oriental y la zona del Pacífico aumentó de 24 a 30% en el mismo periodo (Banco Mundial, 1995b, p. 167). El consumo, la inversión y el ahorro como porcentajes del PIB en ambas subregiones son igualmente reveladores. En 1995, el año más reciente del cual se tienen cifras disponibles, el consumo del sector privado en el África subsahariana representó 67% del PIB, en comparación con el 51% de Asia oriental y la zona del Pacífico; la inversión interna bruta fue de 19 contra 39%, y el ahorro interno bruto, de 16 frente al 38% (Banco Mundial, 1997b, pp. 238-239). Estas pocas estadísticas ilustran el notable contraste entre ambas regiones dentro de la economía política global. Las diferencias intrarregionales son tan útiles para nuestro análisis como las comparaciones transregionales. En 1995, la deuda externa de Mozambique como porcentaje del PIB era de 443.6%, cinco veces mayor que la del África subsahariana en conjunto (de 81.3%) (Banco Mundial, 1997b, pp. 246-247). De 1990 a 1995, la tasa de crecimiento anual promedio del sector industrial fue de –2.4%, en comparación con el 0.15% del África subsahariana. En 1995, el consumo del sector privado en Mozambique como porcentaje del PIB fue de 75%, mientras que el del África subsahariana fue de 67%; la inversión interna bruta sumó un vigoroso 60% en comparación con un 19%, mientras que el ahorro interno bruto fue de 5 frente al 16% del África subsahariana (Banco Mundial, 1997b, pp. 234-235, 238-239). Resulta evidente que Mozambique, país moldeado por el colonia-

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lismo para que fuera una economía de servicios vinculada al interior, ocupa el último escalón en la escalera global. La experiencia de este país asolado por la pobreza y desgarrado por la guerra ayuda a invalidar los razonamientos, excesivamente voluntaristas y optimistas, acerca de la movilidad dentro de la economía política global derivada de las condiciones especiales en las que los países de industrialización reciente en Asia oriental experimentaron por primera vez un rápido crecimiento económico (véase Mittelman y Pasha, 1997, pp. 130-153), lo que, en algunos casos, se disipó súbitamente a finales de los años noventa. Mozambique es un caso importante que conviene considerar debido a que en él se combinan potencial económico y ubicación estratégica en el sur de África. Olusegun Obasanjo, jefe de estado de Nigeria, señalando la importancia de los puertos, muelles y líneas férreas de Mozambique para sus países vecinos sin salida al mar, apuntó: “Literal y metafóricamente, todos los caminos del África meridional independiente conducen a Mozambique” (Obasanjo, 1988, p. 14). Sumando la vulnerabilidad estratégica de esos países vecinos, que va de la mano de su vulnerabilidad económica, Obasanjo concluyó su informe a la Comunidad de Naciones haciendo hincapié en lo siguiente: “Todos los líderes [de la SADCC, ahora SADC] a quienes consulté afirmaron ver en Mozambique la clave para la seguridad de la región en el contexto geopolítico imperante. Se considera a Mozambique el eslabón más vital, y a la vez más débil, de la cadena” (ibid., p. 20). Como sugieren estas observaciones, Mozambique es esencial para la movilidad de los países en el sur de África. Para entender las alternativas de Mozambique –y, por extensión, las de África meridional– dentro de la división global del trabajo y el poder, veamos primero el origen de los patrones actuales.

LA GÉNESIS DE LA MARGINACIÓN

Mozambique se ha unido a la división global del trabajo y el poder de diversas maneras. Mucho antes del gobierno colonial, los puertos mozambiqueños eran punto de paso hacia el corazón de África para mercaderes provenientes de sitios tan lejanos como China. Durante la colonia, Portugal construyó la infraestructura económica en Mozambique, pero hizo poco por aumentar la capacidad productiva. El

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colonialismo asignó a Mozambique el papel de economía subordinada al servicio de Sudáfrica y Rhodesia del Sur (ahora, Zimbabwe), la esfera de influencia de los colonizadores. Durante la colonia, Mozambique producía materias primas fundamentales (obtenidas principalmente mediante sistemas agrícolas basados en la mano de obra intensiva y forzosa) para el poder metropolitano. El Mozambique colonial también fungía como mercado de los bienes manufacturados de Portugal. La economía de Mozambique dependía de los ingresos obtenidos de sus puertos, de sus ferrocarriles –que corren entre Este y Oeste en un país alargado y estrecho que se extiende de Norte a Sur– y de las remesas de los trabajadores. En esencia, Portugal vendía mano de obra africana a cambio del oro sudafricano. Mozambique actuaba como una reserva de mano de obra para las minas y granjas en Sudáfrica, y parte de los salarios se pagaban en oro al Banco Nacional Ultramarino de Lisboa. Aunque esta economía colonial entró en profunda recesión a principios de los años setenta, el turismo de los colonizadores y la energía obtenida de la presa Cabora Bassa ayudaron a sostener una estructura vacilante. Durante los años de decadencia del colonialismo, Mozambique obtenía 42% de su PIB y entre 50 y 60% de sus entradas en divisas de la zona del rand (Mittelman, 1981, pp. 23-63). Haciendo alusión a este legado, el Banco Mundial adecuadamente señaló: “Estas distorsiones estructurales implicaron que Mozambique fuera muy vulnerable a una serie de choques exógenos que han afectado la economía desde de la independencia del país” (Banco Mundial, 1989a, p. 306). Cuando se independizó en 1975, Mozambique heredó una economía inviable, cuyas exportaciones cubrían menos de la mitad de las importaciones. Quinientos años de colonialismo portugués dejaron un índice de analfabetismo de 93% y menos de 50 mozambiqueños con educación universitaria. El éxodo de 90% de los colonizadores portugueses causó grandes problemas en la economía. La escasez de personal capacitado menoscabó las actividades económicas clave. Para empeorar las cosas, Pretoria redujo notablemente el número de inmigrantes mozambiqueños que podían trabajar en las minas sudafricanas, puso fin al pago de salarios en oro a los mineros, eliminó el turismo a Mozambique y asignó nuevas rutas al transporte de carga. A esta carga económica se sumó la decisión que tomó el gobierno de Maputo en 1976 de aplicar sanciones patrocinadas por la ONU contra Rhodesia del Sur, a un costo estimado para Mozambique de

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150 millones de dólares al año. A pesar de la abundancia de recursos, la economía de Mozambique se encontraba en una crisis crónica de divisas. Contra este trasfondo, el gobierno del Frelimo trató de recuperar el control de la economía nacional. El estado se vio obligado a hacerse cargo de las empresas abandonadas para garantizar el funcionamiento básico de la producción y la distribución. En el sector agrícola, el Frelimo creó granjas estatales y paraestatales para encargarse de comercializar los productos agrícolas. De igual modo, se formaron compañías comerciales estatales en la industria. Con el nacimiento de la Comisión de Planeación Nacional en 1978, el papel de la asignación administrativa aumentó en todos los sectores de la economía, y el Frelimo al principio consideró a la industria pesada como fuerza motriz de la economía. La prioridad inmediata fue fortalecer las industrias generadoras de productos de consumo y armar actividades para el procesamiento de productos agrícolas. En el largo plazo, el Frelimo buscaba desarrollar industrias de transformación con el fin de no ser tan dependientes de las importaciones extranjeras y aumentar las exportaciones. Los planeadores contemplaban el inicio de muchos proyectos en el norte de Mozambique, cerca de la mayoría de las materias primas del país y lejos del eje sureño que había sido diseñado por el colonialismo y eclipsado por Johannesburgo, la submetrópoli. En el campo de las relaciones económicas internacionales, el Frelimo tomó un curso intermedio entre aceptar la situación que heredó del nacionalismo y rechazar los vínculos establecidos. Tras expresar su deseo de incrementar las negociaciones con países de diversa orientación, Mozambique primero tenía que decidir cómo tratar con Sudáfrica. El Frelimo expresó en repetidas ocasiones su determinación a poner fin a su dependencia de Pretoria, pero tenía claro que sería contraproducente intentar un divorcio de la noche a la mañana. La estrategia para separarse de Sudáfrica en el largo plazo consistía en forjar una economía interna independiente y diversificar las relaciones económicas internacionales. Las principales limitaciones en esta estrategia para escapar del subdesarrollo fueron los desastres naturales, los propios errores del Frelimo y la intensificación de la política desestabilizadora de Sudáfrica. A principios de 1977, Mozambique enfrentó una serie de calamidades naturales: las peores inundaciones del siglo XX en el país, y, posteriormente, ciclones y sequías. Ante estas dificultades, y dada

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la presión por alcanzar los objetivos del Plan de Diez Años, promulgado en 1980, los funcionarios locales se mostraron cada vez más en desacuerdo con los procedimientos de consulta y consenso del Frelimo, y recurrieron a un cambio por decreto. En la provincia de Nampula, por ejemplo, los funcionarios repetidamente justificaron dichas medidas tomando como excusa la seguridad (Roesch, 1989, p. 10). Sudáfrica no sólo siguió contribuyendo a la desestabilización de Mozambique, sino que incrementó la guerra de baja intensidad contra su vecino. Las Fuerzas de Defensa Sudafricanas emprendieron una campaña encubierta mediante un sustituto. Un ejército rebelde, el MNRM (Movimiento Nacional de Resistencia de Mozambique), fue formado por el servicio de inteligencia de Rhodesia del Sur después de la independencia de Mozambique en 1975 y se trasladó a Sudáfrica en 1980, cuando Zimbabwe se independizó. Sin una ideología manifiesta además de su oposición encarnizada al gobierno del Frelimo, el MNRM inició una destrucción desenfrenada, matando primero al escaso personal capacitado y acabando con escuelas, hospitales y clínicas, estaciones de comunicación, líneas de transmisión eléctrica, el gasoducto y las zonas agropecuarias.1 En enero de 1984, el gobierno calculó sus pérdidas durante 1975 en 556 millones de dólares por destrucción y sanciones durante la guerra contra Rhodesia; 3 460 millones de dólares debidos a que Sudáfrica disminuyó el tráfico ferrocarrilero y portuario, así como la contratación de trabajadores en el sector minero, y 333 millones de dólares por las agresiones militares directas por parte de Sudáfrica y del MNRM. Si se compara con un PNB de 2 050 millones de dólares en 1982, las pérdidas por 4 020 millones de dólares en siete años constituyen una cantidad impresionante (Comisión Nacional de Planeación del Gobierno de Mozambique, 1984, p. 41). En un estudio comisionado por la SADCC (ahora SADC) se estimó que los costos directo e indirecto de la desestabilización en Mozambique fueron de 6 000 1 Las dimensiones de la tragedia humana fueron monstruosas. Debido a la interrupción de los servicios médicos, la tasa de mortandad infantil aumentó a 173 por cada 1 000 niños nacidos vivos en el país, mientras que la mortandad en niños de cinco años o menos llegó a ser de 297 por 1 000 en 1988 (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, 1990, p. 19). En un informe realizado por un asesor independiente para el Departamento de Estado de Estados Unidos (Gersony, 1988) se documentan las atrocidades cometidas por el MNRM: ejecuciones sumarias, secuestros en masa, trabajos forzados, violaciones, robos, asesinatos, mutilaciones y torturas.

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millones de dólares. Esta cifra fue de casi el doble de la deuda externa del país y 60 veces el valor de las exportaciones mozambiqueñas durante el año en que se realizó el estudio (Comisión Ejecutiva Nacional para Emergencias del Gobierno de Mozambique y Departamento para la Prevención y el Combate de Desastres Nacionales, 1988, pp. 5-6). Cuando la guerra de 12 años terminó, habían muerto un millón de personas y el daño a la economía de Mozambique sumaba alrededor de 30 000 millones de dólares (Hanlon, 1997a).

POLÍTICAS DE REFORMA DEL MERCADO

Para detener la caída de la producción, el Cuarto Congreso Partidista de 1983 volvió a evaluar la estrategia general del Frelimo. El congreso decidió que la prioridad ya no serían las granjas estatales y colectivas, sino las granjas familiares y la agricultura comercial privada. Ya no se hizo hincapié en las nuevas inversiones, sino en la rehabilitación de las instalaciones existentes y en una mayor eficiencia. El congreso prometió ampliar el papel del sector privado en el desarrollo económico del país. A cambio de esta gran variedad de reformas, Mozambique obtuvo el apoyo del FMI y del Banco Mundial, al cual se incorporó en 1984. Debido a los ataques militares directos de Sudáfrica y del grupo insurgente MNRM, el Frelimo destinó a mediados de los años ochenta hasta 46% del presupuesto nacional a la defensa (Departamento de Comercio de Estados Unidos, 1989, pp. 6-7). Resulta evidente que solucionar el problema de seguridad era el factor clave para la revitalización económica. Por lo tanto, el Frelimo negoció el Acuerdo Nkomati, un pacto de no agresión con Sudáfrica, en 1984. Sin embargo, en violación de este tratado, el régimen segregacionista continuó apoyando al MNRM y, además, redujo sistemáticamente los ingresos en divisas de Mozambique. Mientras se deterioraba la situación económica, el gobierno adoptó un Plan de Acción Económica para el periodo 1984-1986. Este programa incluyó un sistema de detracciones que permitía a las empresas exportadoras utilizar parte de sus entradas en divisas para importar insumos. El programa también implicó un nuevo código para facilitar la inversión extranjera directa (IED). Otras medidas fueron la aprobación de leyes para que algunas empresas comerciaran

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directamente en el exterior, y una nueva ley del trabajo que permitió a los gerentes despedir a los trabajadores y recompensar la productividad. Las políticas agrícolas se concentraron en aumentar la producción dentro del sector familiar otorgando herramientas para el campo e incentivos a la producción. En la industria, la rehabilitación se centró en la fabricación de textiles, calzado y otros bienes de consumo. El Programa de Acción Económica sentó las bases de la reestructuración de la deuda con el auspicio del Club de París en 1984. El FMI y el Banco Mundial consideraron el programa de reformas de Mozambique como un mejoramiento en la administración, pero insuficiente para fraguar un cambio económico radical. Como lo expuso el banco: El sistema fundamental de administración centralizada y control constante continuó, y el aislamiento de la economía de las fuerzas de mercado internacionales y nacionales se agudizó. No se abordaron los problemas fundamentales, sobre todo aquellos relacionados con la sobrevaluación del tipo de cambio; la distribución de los escasos recursos –incluidas las divisas–; la entrega de incentivos a los productores agrícolas, y la permanencia de los rígidos controles sobre la distribución y los precios en toda la economía (Banco Mundial, 1989a, p. 307).

Sin duda, el Fondo y el Banco comunicaron sus observaciones durante las pláticas sostenidas con el gobierno de Mozambique en 1985 y 1985, con lo cual se abrió el camino para los acuerdos con los bancos del Club de Londres y los acreedores del Club de París en 1987. Esos acuerdos permitieron reestructurar la deuda y lograr nuevos créditos a tasas de interés favorables. Con el fin de generar las condiciones estructurales necesarias para revitalizar la economía, el gobierno introdujo el PRE 1987-1988, que se concentró en revertir el ciclo de baja económica y restaurar la producción de 1990 a un nivel más o menos equivalente al de 1981. El PRE trató de alcanzar este objetivo a la vez que impulsó la producción y corrigió los desequilibrios financieros. La idea era cambiar los términos del comercio urbano-rural en favor de los habitantes rurales y ofrecer incentivos materiales rejuveneciendo las industrias que produjeran insumos y bienes comerciales para el sector agrícola. Al mismo tiempo, el programa contribuía a cerrar la brecha entre el tipo de cambio oficial y el del mercado paralelo. Con el fin de socavar el mercado paralelo, las devaluaciones estuvieron acompañadas de

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medidas para mejorar la eficiencia e incentivos para lograr un manejo rentable de las empresas productivas. En consecuencia, en 1987 el metical se devaluó de 40 a 200 por dólar estadunidense en enero, y a 400 en junio. Para octubre de 1988, el metical se cotizaba en 620 por dólar y, para 1991, en 1 050 por dólar. A pesar de las constantes medidas desestabilizadoras patrocinadas por Sudáfrica, la aplicación de estas estrategias neoliberales repercutió claramente en la economía. En 1987, la economía experimentó una recuperación de la producción interna bruta de alrededor de 5%, así como un incremento sustancial en la producción del sector comercial privado y familiar. En 1988, el PIB se incrementó nuevamente en 4%, aproximadamente (“Chissano Says Stop”, 1989, p. 45; EIU, 1989, pp. 26 y 31). Es importante recordar el contexto de esta alza de 4%: una estratificación social en aumento y una inyección sustancial de ayuda externa. Resulta notable que la economía mostrara señales de recuperación en 1986, incluso antes de anunciarse el PRE. Durante ese año las cifras del gobierno reflejaron un incremento de 1.5% en el PIB real. Dado el vasto alcance de los trastornos económicos, el programa de reformas se prolongó varios años e incluyó una segunda fase, que abarcó de 1989 a 1991. Los objetivos generales del PRE fueron los mismos que los de la primera etapa y se enfocaron en los problemas principales de las políticas. Se dio prioridad a la continuidad de la liberación de precios y a ampliar el espacio para que las fuerzas de mercado rigieran la aplicación de precios. La política tributaria se concentró en aplicar la disciplina fiscal y en devolver rentabilidad a las empresas. El mejoramiento de la coordinación y de la utilización de la ayuda externa fue de gran importancia. La política monetaria siguió siendo restrictiva, pues se controló el crédito bancario y se hizo hincapié en el otorgamiento de préstamos a empresas. En la agricultura, las reformas a la comercialización y la fijación de precios tuvieron por objeto incrementar la producción y mejorar el ingreso de los habitantes rurales. Además del modesto crecimiento económico, a finales de los años ochenta surgieron graves problemas sociales derivados de los programas de ajuste estructural. Las devaluaciones en 1987 desencadenaron subidas masivas de precios. Aunque los salarios aumentaron 70%, el precio promedio se disparó 200%. Los recortes presupuestales se tradujeron en menos apoyo a los programas de salud y educación. El gasto per cápita en salud disminuyó de 4.70 dólares en 1982 a 1.40

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dólares en 1987, y a 0.90 durante la aplicación del PRE en 1989. El gasto en educación durante 1988 fue de sólo un tercio del monto presupuestado para las escuelas en 1982. Aunque la desregulación aumentó la cantidad de comida disponible en el mercado y en las tiendas, en 1988 el precio del arroz, el maíz y el azúcar se incrementó de 300 a 500 por ciento. Los problemas que acompañaron el ajuste estructural se intensificaron durante los años noventa. Las importaciones de Mozambique se encarecieron con respecto al precio de sus exportaciones, las cuales cubrían sólo 15% de las importaciones del país. La deuda externa llegó a ser de 5␣ 300 millones de dólares en 1993, casi cuatro veces el PNB de Mozambique. Las repercusiones del marco del FMI fueron evidentes en la educación, ahora de menor calidad, y en el limitado acceso a ella. Se ha registrado una notable escasez de maestros certificados y no hay presupuesto para capacitarlos durante el servicio. De igual modo, los servicios de salud han seguido deteriorándose, y el gasto per cápita ha menguado a tan sólo 0.10 dólares aproximadamente. La privatización del sistema de salud ha causado un notable aumento en el precio de los análisis, gastos de hospitalización y medicamentos. Estos altos costos ocasionan que menos personas se atiendan en clínicas y hospitales. Las mujeres asimilan las tareas que ya no son responsabilidad de las instituciones públicas, debido a que ellas llevan la carga de cuidar de los familiares enfermos y de los niños, sin recibir paga alguna (cap. 4). Ante el súbito aumento en el precio de los alimentos en los años noventa, los pobres urbanos se amotinaron en Maputo y bloquearon carreteras, apedrearon vehículos y asaltaron mercados. De igual modo, los furibundos residentes urbanos, ayudándose sólo de unos cuantos autobuses, colocaron barricadas en las calles y se manifestaron contra el aumento, al doble, de las tarifas de los microbuses privados. Impulsados también por las difíciles condiciones económicas internas, grandes cantidades de inmigrantes mozambiqueños que buscaron empleo en Sudáfrica fueron objeto de ataques en municipios y minas alrededor de Johannesburgo, lo cual los obligó regresar y unirse a las multitudes de ex soldados en busca de empleo. Dentro de este marco, la sociedad civil en Mozambique no se ha desarrollado conforme al modelo occidental de organización espontánea de voluntariados. Más bien, en ausencia de financiamiento local, las ONG mozambiqueñas, localizadas principalmente en la capi-

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tal y no en las áreas rurales, donde vive más de 70% de la población, se asemejan más a agencias de donaciones que a la base social que supuestamente representan. Normalmente se asocian con donantes internacionales, y no con las comunidades mozambiqueñas o con las asociaciones civiles en África meridional. Los vínculos desde los estratos superiores hacia los inferiores por lo general reciben más prioridad que el impulso de abajo hacia arriba de la sociedad civil (Costy, 1995). Resulta importante recordar el contexto de este “déficit de representación”: a principios de los noventa, la ayuda oficial al desarrollo constituía 98% del PIB. Esta inyección de financiamiento exterior tuvo como condición tanto la liberalización económica como la reforma política. El gobierno transfirió la facultad para elegir presidente del comité central del partido a la Asamblea Popular (rebautizada Asamblea del Pueblo en 1990), en la cual hay miembros que no son parte del Frelimo. En el Quinto Congreso Partidista del Frelimo organizado en 1989, se descartaron las referencias al marxismo-leninismo de los estatutos y programas del partido. El congreso decidió redifinir el partido como un “partido vanguardista del pueblo mozambiqueño”, más que como la vanguardia de una alianza de trabajadores y campesinos. El cuerpo legislativo de Mozambique aprobó una nueva Constitución en 1990, con lo cual abrió camino al sistema multipartidista, al sufragio universal y al voto secreto. La Constitución, de 206 artículos, hacía un llamado a la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En 1990, el Frelimo y el MNRM reiniciaron el diálogo y éste culminó en el Acuerdo General de Paz para Mozambique, firmado en Roma por el presidente Joaquim Chissano y por Alfonso Dhlakama, de la oposición. En Consejo de Seguridad de la ONU desplegó 7 500 soldados, policías y observadores civiles para supervisar tanto el proceso de desmovilización como las elecciones nacionales. En 1994, casi 88% de los 6.1 millones de votantes registrados acudieron a las urnas. En esta contienda electoral, donde hubo 12 postulantes a la presidencia, Chissano y el Frelimo obtuvieron más de 53% de los votos, muy por delante del candidato que ocupó el segundo lugar, Dhlakama, con 34% de los votos. De los 14 partidos, para la Asamblea de 250 miembros el Frelimo obtuvo la mayoría por un estrecho margen (129 escaños), seguido muy de cerca por el MNRM, con 112 escaños. Estos dos partidos principales resultaron ganadores en cinco de las 10 provincias del país.

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Los protagonistas en ambas facciones bélicas cooperaron con las fuerzas internacionales. La paz no se habría logrado sin la voluntad política de los mozambiqueños, pero tuvo un costo. El país cedió otra porción de soberanía, esta vez a una presencia militar multilateral. Además, las filiales de la ONU –las agencias donantes– afirmaron su posición dentro de la débil economía mozambiqueña. En parte con el fin de abrir aún más la llave de la ayuda externa, Mozambique también se unió en 1995 a la Commonwealth, convirtiéndose así en el primer país no angloparlante en ser admitido en esa organización. Debido a su economía en crisis, Mozambique distaba de ser un agente libre. No tenía otra opción más que ceder a las demandas de estados e instituciones internacionales más poderosos. Una respuesta a la globalización inducida por un benefactor significa que el país se integra a la economía política mundial en los términos de otros. En contraste con el intento de Mozambique de asegurar su autonomía en los años setenta, el lugar de la toma de decisiones se trasladó hacia afuera. Puesto que la deuda externa es más de mil veces mayor que sus exportaciones, Mozambique ha perdido cualquier grado de control que tenía sobre el proceso de desarrollo. Una red cada vez más apretada de condiciones limita las opciones económicas y políticas de Mozambique. Esta vulnerabilidad reduce severamente la habilidad del estado para formular políticas apropiadas a las necesidades nacionales. (De ahí que las autoridades locales no pudieran creer que funcionarios del FMI y el Banco Mundial viajaran a Maputo y les dijeran que se apretaran el cinturón. A sabiendas de que muchos de sus compatriotas se visten con harapos e incluso con sacos para las papas, el equipo negociador del gobierno les respondió que la gente no tiene cinturones para apretarse.) Evidentemente, el gobierno de Mozambique y el Banco Mundial no sólo han desmantelado el mecanismo de planeación del país, sino que han instalado también una “unidad técnica” en el Ministerio de Hacienda. De acuerdo con el documento Marco de Políticas para Mozambique, elaborado conjuntamente por el gobierno mozambiqueño y personal del FMI y el Banco Mundial, la tarea de esta unidad consiste en “brindar asistencia técnica a las empresas en las áreas de administración y finanzas, con el fin de garantizar la aplicación de criterios económicos eficientes al evaluar las propuestas de rehabilitación y nuevas inversiones, y […] elaborar planes para la reestructuración, desincorporación o cierre de empresas específicas” (Gobierno de Mozambique y Banco Mundial, 1998, p. 7).

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Así, con su propia supervivencia en juego, y ante el sufrimiento del pueblo por la guerra y el hambre, el estado tomó medidas drásticas para cambiar su estrategia de desarrollo. El estado, encabezado por el Frelimo, recurrió una vez más a diversos países y organismos internacionales en un intento por cumplir con sus planes revisados para ajustarse a los procesos globalizantes.

PÉRDIDA DE CONTROL

Si bien 80% de los 16.2 millones de mozambiqueños trabajan en el sector agrícola, muchos de ellos dependen de la ayuda alimentaria. A estos segmentos vulnerables de la población les resulta difícil conseguir alimento, en buena parte debido a que la pésima infraestructura, sobre todo la de caminos rurales, limita el acceso a los mercados. Del exterior se importa 80% del alimento que se consume en Mozambique. Casi todo organismo de ayuda que pueda imaginarse ha contribuido a mejorar la situación en ese país. El desembolso neto de ayuda al desarrollo proporcionada por la totalidad de donantes a Mozambique aumentó de 144 millones de dólares en 1981 a 649 millones en 1987, es decir, 40.9% del PNB (Banco Mundial, 1989b, p. 202). En 1994, este porcentaje se había incrementado 2.5 veces. La asistencia a Mozambique se considera, por lo general, como ayuda a todo un subcontinente, y no a un solo país (Obasanjo, 1988, p. 17). El papel de Mozambique en la SADC como líder de la Comisión de Comunicaciones y Transporte de África Meridional, con sede en Maputo, lo convierte en eje de los proyectos regionales para rehabilitar las vías férreas y desarrollar las telecomunicaciones. Los planes a 10 y 20 años que forman parte de proyectos de la SADC para los tres corredores férreos que atraviesan Mozambique ya están muy avanzados. Otro de sus proyectos, es el importante plan a 10 años, apoyado por Estados Unidos, para rehabilitar el puerto de Beira y mejorar el transporte hacia Zimbabwe, Malawi y Zambia. Este plan cuenta con el respaldo de otros 15 países, de los cuales Italia es el donador más importante a título individual, y los países nórdicos, los principales donantes regionales mancomunados. La SADC hizo una solicitud de fondos para diversas fases de este proyecto, conocido como el programa del corredor de Beira. Los corredores de Maputo y Nacala también tienen por objeto impulsar las comunicaciones y el transporte en

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la subregión. En el caso del corredor de Maputo que promueve el Banco Mundial, las empresas sudafricanas, a veces asociadas con corporaciones transnacionales, han obtenido la mayoría de las licitaciones para la construcción y rehabilitación de carreteras. En estos concursos, así como en la privatización, al capital local le resulta muy difícil competir; las grandes paraestatales se están vendiendo a empresas extranjeras, y los mozambiqueños a veces participan como asociados secundarios (Hanlon, 1997b). En términos del comercio exterior, las exportaciones se desplomaron entre 1981 y 1984, y más adelante oscilaron alrededor del volumen registrado en 1984. Las exportaciones, principalmente de productos agrícolas, sumaron 79 millones de dólares en 1986. Las importaciones, sobre todo de alimento y otros bienes de consumo, petróleo y sus derivados, así como de maquinaria y equipo de transporte, representaron 543 millones de dólares ese mismo año. Ello se tradujo en un considerable déficit comercial (EIU, 1989, apéndices 4 y 5). No sólo menguaron los sectores de industria ligera y procesamiento de alimentos de 1980 a 1986, sino que también la industria alcanzó apenas 12% del PIB en 1986. Las actividades manufactureras se encuentran concentradas en Maputo, donde se lleva a cabo 47% de la producción industrial. Los subsectores más importantes son: procesamiento de alimentos, bebidas, textiles, sustancias químicas y ensamblado de bicicletas y automóviles (Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional [CIDA], 1989). Para fomentar el comercio y la inversión de Occidente, Mozambique adoptó una política flexible de repatriación de utilidades, lo que permitió a algunos nuevos inversionistas sacar del país hasta 80% de sus ganancias en monedas fuertes. Sin embargo, a raíz de la inseguridad que históricamente ha asediado a Mozambique, los incentivos económicos no han sido suficientes para atraer una cantidad apreciable de capital foráneo. En compensación, el gobierno dio a las empresas extranjeras prácticamente rienda suelta para constituir lo que en realidad eran milicias semiprivadas. La seguridad es parte del costo de invertir en Mozambique. El financiamiento externo para Mozambique ha incluido un marcado incremento en el número de créditos del exterior. En el periodo 1982-1987, la deuda externa total del país aumentó de 1 130 millones de dólares a 2 000 millones de dólares (Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos [OCDE], 1989, p. 162). Después se disparó a 4 300 millones de dólares en 1989 y llegó a 5 800 millones

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de dólares en 1995. Como se señaló anteriormente, la deuda representaba 443.6% del PNB, lo cual impulsó a los acreedores a ordenar que Mozambique redujera sus inversiones en el desarrollo de recursos humanos (EIU, 1989, p. 35; Africa Research Bulletin, 1996, p. 12557). Debido a que su razón de pago de la deuda oscila entre 150 y 250% (CIDA, 1989; “Siege Survival Tactics”, 1987, p. 28), a Mozambique le ha resultado prácticamente imposible pagar a sus acreedores. En estas condiciones, las dificultades impuestas a las personas más afectadas por el ajuste estructural las dejaron con pocas opciones. De hecho, quienes llevan esa dolorosa carga fueron consultados sólo después de que se alcanzó un acuerdo con el FMI. Esta tendencia hacia la toma de decisiones tecnocráticas desde los niveles superiores a los inferiores se refleja en la siguiente declaración del Primer Ministro de Mozambique: Explicamos las medidas [de ajuste] después de haberse tomado. Deben entender que, dada su naturaleza, estos asuntos no pueden anunciarse antes de entrar en vigor, ya que el pueblo actuaría para anular su efecto. Explicamos francamente a los ciudadanos por qué se han tomado las medidas y ellos entienden que es necesario hacer sacrificios adicionales y que estamos rehabilitando nuestra economía en tiempos de guerra. El pueblo también entiende que, antes que nada, debemos ser libres (Machungo, 1988, pp. 25-26).

Este enfoque es un cambio radical con respecto a los primeros días después de la colonia, cuando el Frelimo formaba brigadas para ir al campo a reunir opiniones y sugerencias, en vez de a explicar el porqué de sus directivas post facto. En parte debido a la dinámica de la política interior y en parte debido a las presiones globalizantes, se han dejado de lado las estructuras participativas y ahora se subraya el crecimiento económico estricto –y, añadirían los críticos, antes de lograrse la equidad, o sin ella. La globalización de la economía ofrece a Mozambique y a otros países en vías de desarrollo un mejor acceso al capital, a la tecnología y a los mercados en el extranjero. Sin embargo, fusionar el capital foráneo con el nacional también tiene sus inconvenientes. Como lo explica la cita mencionada arriba, dar vía libre a las instituciones del exterior puede conducir al abandono de los aspectos valiosos de la cultura política que, en el caso del Frelimo, era la amplia participación popular en la toma de decisiones. La globalización requiere también sacrificar en gran medida la autonomía en el diseño de políticas. El aumento en el número de créditos del exterior significa que

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los organismos prestamistas extranjeros, que supuestamente promueven la competencia y la eficacia, en realidad captan las rentas locales: superávit que no se invertirán en la economía nacional, sino que se utilizarán para pagar los intereses de los préstamos del exterior. Cierto grado de participación extranjera en la economía nacional puede ser benéfica, pero sin mecanismos eficaces de control local, representa una manera costosa de solucionar los problemas arraigados del subdesarrollo.

OPCIONES DE AJUSTE

Para concluir, podríamos evaluar las opciones de Mozambique fijando nuestra mirada en dos puntos de partida esenciales para nuestro análisis: la heredada vulnerabilidad económica del país y su integración a una red regional y global. Es importante tener en mente que Mozambique siempre ha sido un centro comercial de importación y distribución desde la época en que los árabes en Sofala comerciaban oro con el interior. La ubicación de Mozambique como una salida natural ha destacado gracias a su papel en la SADC, cuya mira ha sido utilizar los puertos y ferrocarriles de Mozambique. No obstante, Mozambique no se ha convertido en el Singapur de África, ni en el continente hay países de industrialización reciente. En vez de desvincularse por cuenta propia, África ha sido desvinculada de la economía mundial. Mozambique, un país cada vez más marginado de una división global del trabajo y el poder que cambia rápidamente, y obligado a seguir siendo una economía de servicios, ejemplifica una forma involuntaria de desvinculación. Por un lado, Mozambique se encuentra integrado a los mercados financieros globales. Varios bancos y entidades internacionales tienen una participación de peso en este país sudafricano. Por el otro, Mozambique, tal como el resto de África, no ha participado plenamente en el sistema manufacturero global surgido en los últimos decenios ni en el subsecuente incremento de las actividades en los países de industrialización reciente. Mozambique, al igual que otros países africanos (salvo Sudáfrica, un caso especial), no ha logrado registrar altos niveles de superávit mediante una producción integrada y estrategias de comercialización globales. No ha sido por falta de voluntad política o de pensamientos claros por lo que Mozambique

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no ha podido mejorar su mezcla de actividades económicas con miras a productos intensivos en capital y tecnología (Gereffi, 1989, p. 518). Un elemento crítico en la habilidad de los países de industrialización reciente para generar un crecimiento económico espectacular fue la prioridad dada a los sectores manufactureros. Como ya se señaló, las aportaciones de los sectores al PIB en Mozambique, y en todo el África subsahariana en general, no se acercan a los de los países de industrialización reciente en Asia. La industrialización basada en las exportaciones no está exenta de problemas, como la acentuación de la desigualdad de ingresos y las tensiones sociales. Las nuevas tecnologías –por ejemplo, en el embotellado, la molienda y las operaciones cementeras (Vann, 1997)– están disminuyendo la participación de la mano de obra en la producción total, pero Mozambique es un país con exceso de mano de obra. Obviamente, la industrialización no es sinónimo de desarrollo. A medida que las actividades del sector de servicios se incrementen en las zonas de importancia decisiva de la globalización, las contribuciones de los sectores al PIB disminuirán por debajo del de los países de industrialización reciente. De igual modo, la composición de los sectores manufactureros cambia y se hace más énfasis en la nueva tecnología (Gereffi, 1989). Hoy en día, Mozambique tiene poco control sobre el proceso del desarrollo. En FMI y el Banco Mundial no sólo condicionan la macroeconomía, sino que intervienen también en todos los sectores: en cada ministerio se han instalado Unidades de Proyectos, es decir, supervisores. Si bien el programa de reformas patrocinado por el FMI en Mozambique ha estimulado el crecimiento económico, el alza de precios ha rebasado los incrementos salariales. El precio de la comida, la vivienda y otros aspectos básicos se ha disparado, mientras que los salarios han quedado en el rezago. El programa de reformas ha contribuido enormemente a la notable reducción del consumo. En este sentido, pueden tomarse como base los informes de que Mozambique la logrado “tasas de crecimiento económico más altas que cualquier otro país africano en los últimos cinco años, de alrededor de 8.4%, de acuerdo con un análisis del Harvard Institute for International Development” (Duke, 1996). Ciertamente se han alcanzado logros reales dentro de la reforma económica, éstos han sido verdaderos esfuerzos en algunas partes de África por salir del subdesarrollo y tornar favorables los vientos de globalización. Sin embargo, la información debe evaluarse junto con

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el poder adquisitivo y la dependencia, e inclusive la factibilidad del pago de la deuda. Debido a que la cifra base de la tasa de crecimiento en los años noventa se encontraba extremadamente deprimida a raíz de las caídas en los años setenta y ochenta, los incrementos porcentuales serían sustanciales incluso sin tomar en cuenta la base antes de la independencia política en 1975. Asimismo, debe recordarse que el crecimiento macroeconómico es totalmente compatible con la ausencia de mejoría o con una baja en el nivel de vida de la mayoría. De hecho, el intento que se hizo por alinear los ingresos en Mozambique con el crecimiento económico –por ejemplo, con la fijación de un salario mínimo de menos de un dólar diario, lo cual representa menos de la mitad de la tasa de inflación– fue catalogado como “excesivo” por el FMI, el cual advirtió que podría declarar “mal encaminado” al país y detener la negociación de la deuda. Ante esta presión, el gobierno de Mozambique invirtió el doble del presupuesto para educación y el cuádruple de su presupuesto para salud en el pago de la deuda durante 1996, de acuerdo con Oxfam International (Minter, 1998; Hanlon, 1998). Mientras tanto, uno de cada cuatro niños en Mozambique muere de enfermedades infecciosas antes de cumplir cinco años. La comunidad financiera internacional ha prometido reducir la carga de la deuda de los “países pobres extremadamente endeudados”, incluido Mozambique, aunque no al grado o al ritmo deseado. A la fecha de escribirse este libro, el componente exterior en el presupuesto para el gasto de capital pasó de 50% del total en 1997 a 77% en 1998 (Gumende, 1998). Un factor crítico es el hecho de que, junto con el crecimiento macroeconómico, la asistencia a Mozambique como porcentaje de su PIB haya llegado a ser de 101% en 1994, el año más reciente del cual se tienen estadísticas, en comparación con 8.4% en 1990. La cifra correspondiente al África subsahariana en conjunto fue de 16.3% en 1994 (Banco Mundial, 1997b, p. 218). (De igual modo, hay que ser cautelosos con los informes optimistas de que el PIB de algunos otros países africanos aumentó sustancialmente a mediados de los noventa, pues, entre otras consideraciones, cabe preguntarse si este desempeño efímero puede sostenerse. Asimismo, las estadísticas agregadas que apuntan hacia la desmarginación de la región ocultan una marcada diferencia entre los países que exportan petróleo y los que no. Con todo, la caída en los ingresos petroleros a finales de los noventa acentuó la vulnerabilidad de África a los cambios en el precio mundial de los productos básicos.) Mientras tanto, cada vez llegan más personas del campo a las ciu-

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dades de Mozambique, y el impacto de los recortes a los subsidios se resiente más entre los pobres urbanos. De 1993 a 1995, tres millones de mozambiqueños desplazados volvieron a sus comunidades de origen. Mientras que sólo 13% de los habitantes vivían en las áreas urbanas en 1980, la cifra se disparó a 38% en 1995, y en gran número inmigrantes del exterior (Banco Mundial, 1997b, p. 230). En la mayor repatriación jamás emprendida por el ACNUR, 1.7 millones de mozambiqueños refugiados de los países vecinos se restablecieron de 1993 a 1995 (ACNUR, 1997). El Mozambique de la posguerra es un país tanto receptor, principalmente de sus propios ciudadanos, como emisor de trabajadores que emigran hacia Europa y Sudáfrica. Lo que impulsa esos flujos no es el fin de la guerra, sino el efecto desigual y diferente que han tenido las reformas basadas en el mercado en la sociedad posrevolucionaria que luchó en una guerra de liberación en favor de un ideal de igualdad. Como hemos visto, las reformas se dejan sentir más intensamente en el nivel del ingreso y la distribución de los servicios. Algunos empresarios del sector privado, así como funcionarios estatales y del partido, disfrutan de un estilo de vida cada vez más diferente y de un acceso privilegiado a servicios (por ejemplo, escuelas patriculares e instalaciones para la atención médica) anteriormente limitados por el Frelimo. Los observadores cuidadosos documentan una corrupción desenfrenada –tanto por necesidad, cuando los salarios reales disminuyen, como por avaricia– y el incremento de otros males sociales: el desempleo, la criminalidad nacional y transnacional, la prostitución, la orfandad y la delincuencia juvenil (Marshall, 1989, pp. 7-8; Egerö, 1987, especialmente p. 193). Estos asuntos han podido debatirse en los diversos congresos partidistas del Frelimo. Los delegados han cuestionado abiertamente al partido y su manejo de la economía y la guerra. Los debates han tocado diversos puntos sensibles: la exención del servicio militar para ciertos grupos privilegiados, la conservación del portugués como la única lengua oficial, la incompetencia en el manejo de la ayuda para emergencias, la expropiación de recursos y propiedades por parte de quienes llevan más tiempo en el partido y la incapacidad del gobierno para proteger a los pobres de los programas de austeridad (Southern Africa Online, 1989, pp. 2 y 6). No cabe duda de que el gobierno de Mozambique y las instituciones monetarias internacionales están conscientes de las consecuencias sociales del programa de ajuste. En un informe del Banco Mundial, se señaló expresamente lo siguiente:

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Para proteger a esos sectores de la sociedad que resultan más afectados por las medidas de ajuste, el gobierno ya ha introducido una red de seguridad en el caso de los productos básicos y otros artículos en Maputo y Beira. Asimismo, están preparándose otras medidas para mitigar el impacto del proceso de ajuste en los grupos vulnerables (Banco Mundial, 1989a, p. 310).

El estado sí ha adoptado algunas políticas para amortiguar los efectos sociales negativos del programa de reforma: incrementos salariales para compensar el efecto de las devaluaciones, subsidios continuos en áreas sensibles y la formación de fondos especiales para educación, salud, seguridad social y energía, entre otras. Sin embargo, ¿son suficientes estas medidas para saciar a los desempleados y sus familias, a jubilados, huérfanos, víctimas de las sequías y la guerra, repatriados y trabajadores urbanos y rurales cuyos salarios no cubren sus necesidades básicas? Para cambiar de curso y lograr cierto grado de control, los mozambiqueños primeramente deben resolver el complejo rompecabezas de cómo hacer que la democratización sea compatible con la revitalización económica. Saltan a la vista los grandes obstáculos en el camino de entrelazar la democracia y la rehabilitación económica. El Mozambique posrevolucionario es heredero del pluralismo de la sociedad precolonial y de la burocracia laberíntica implantada por el poder colonial. La ausencia de conocimientos técnicos básicos ha sido otro grave problema heredado por el estado colonial. Asimismo, en el periodo poscolonial, el modelo de planeación central y autoridad estatal de Europa oriental contravenía los procedimientos de creatividad del Frelimo y el debate surgido durante la lucha por la liberación (Egerö, 1987, p. 185). En general, las democracias no se establecen con medios democráticos. Más bien, los procesos democráticos, como los comicios, suelen adoptarse después de que se obtiene la independencia, se logra un consenso y alguna entidad con autoridad declara que se efectuarán las elecciones. Los procesos democráticos entonces se convierten en un método institucional para llegar a decisiones políticas. En Mozambique se logró un consenso –aunque incierto y con un grado variable de disensión– en medio de las angustias de la guerra de liberación, lo cual proporcionó la posibilidad de cierta democracia rudimentaria. Sin embargo, los ajustes necesarios para lidiar con una seguridad cada vez más deteriorada y una economía en crisis incrementaron la marginación. Las reformas basadas en el mercado han demostrado ser

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inequitativas. Los costos sociales de la reforma impiden la democratización debido a que el consenso resulta socavado cuando el gobierno debe infligir un gran dolor a millones de personas financieramente atribuladas, algunas de las cuales constituyen la base misma de apoyo del estado dirigido por el Frelimo. Para sobrevivir, el estado debe cumplir con el ajuste estructural; sin embargo, la aplicación de esas medidas requiere de medidas cada vez más autoritarias. Para complicar las cosas, un ajuste estructural en marcha, como sucede en otros países, está sujeto a las presiones de los grupos internacionales defensores de los derechos humanos para que se respeten las libertades fundamentales. Sin duda, democratizar, adoptar los señalamientos del FMI y promover los derechos humanos, todo al mismo tiempo, resulta un mandato prácticamente imposible de cumplir. Las naciones ocupan diferentes posiciones estructurales en la división global del trabajo y el poder. La habilidad del estado para moldear la economía interna resulta bastante limitada cuando la posición que se ocupa es la del extremo inferior. La vieja idea de economías políticas nacionales independientes, como se conocía antes de los últimos decenios, resulta incompatible con el actual flujo transnacional de mercancías, mano de obra, capital, tecnología, finanzas e información. Para beneficiarse de este orden transformado, Maputo debe mejorar su producción fabricando bienes con más valor agregado. Sin embargo, Mozambique no puede incrementar exportaciones manufacturadas que no existen ni fundar su propio nicho en un proceso global de industrialización cada vez más especializado sin mantener la paz y el buen gobierno. Y las medidas de ajuste estructural que implican la aplicación de políticas impopulares están erosionando la democratización. El reloj político está corriendo tan rápido que pronto sabremos si es posible la coexistencia de esas dos tendencias: democratización y ajuste estructural. Para resolver esta tensión, Mozambique, con su pequeño mercado interno y un sector manufacturero que carece de capacidad tecnológica, debe coordinar mejor su apertura a un orden mundial transformado por el el nuevo regionalismo.

SEGUNDA PARTE

REGIONALISMO Y GLOBALIZACIÓN

6. EL “NUEVO REGIONALISMO”

Los interrogantes principales de este capítulo son: ¿Es el regionalismo simplemente una estación de paso hacia la globalización neoliberal, o es un medio hacia un mundo más plural, donde distintos patrones de organización socioeconómica coexistan y compitan por el apoyo popular? ¿Cuál es la clave analítica para entender los vínculos evolutivos entre estos procesos plurifacéticos? Después de su declive teórico y práctico en los años setenta, el regionalismo revivió y cambio dramáticamente en los ochenta, se fortaleció en los noventa y actualmente está surgiendo como una fuerza poderosa de los procesos globalizantes. El regionalismo puede considerarse como un elemento de la globalización –un capítulo de la globalización– y una reacción o desafío a ella. Por otra parte, los procesos regionalistas pueden entenderse como ámbitos de competencia entre fuerzas rivales de arriba y abajo, que ganan y pierden terreno en diferentes partes del mundo cuando aumenta la intensidad. En la configuración marcada por las tendencias globalizantes que surgió después de la guerra fría, hay múltiples proyectos regionales (que a veces se traslapan), como los detallados más adelante, que son formas autocéntricas, de desarrollo, neoliberales, degeneradas y transformadoras. El punto de partida de la distinción que va de lo general a lo particular, y que resulta clave para deducir esas formas, es el enfoque del “nuevo regionalismo”, un avance importante con respecto a las diferentes versiones de la teoría de la integración (integración del comercio o de mercados, funcionalismo, neofuncionalismo, institucionalismo, neoinstitucionalismo, etc.). Si bien éste no es el lugar para hacer una crítica de cada variante, todas resultan deficientes en la medida en que exponen inadecuadamente las relaciones de poder, abordan de manera inapropiada la producción –si es que tratan el tema– y no explican la transformación estructural. El enfoque del nuevo nacionalismo, que en muchos sentidos es un alejamiento de esta tradición, explora las formas contemporáneas de cooperación transnacional y los flujos transfronterizos desde perspectivas comparativas, históricas y pluriestratificadas. [153]

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A partir de esa base, trataré de proporcionar las herramientas conceptuales para abordar las nuevas realidades regionales. Este capítulo delimita los postulados que constituyen el nuevo regionalismo, evalúa de manera crítica lo que se ha publicado a la fecha y amplía el marco teórico para incluir dimensiones no consideradas. La arquitectura del nuevo regionalismo está incompleta sin un análisis de las interacciones entre 1] las ideas y sus vínculos con las instituciones; 2] los sistemas de producción; 3] el suministro de mano de obra; 4] las instituciones socioculturales, y 5] las relaciones de poder, que enmarcan los cuatro puntos anteriores. La discusión aquí se da principalmente a nivel conceptual, pero se sustenta en ejemplos tomados de mi trabajo de campo. Al tomar las experiencias del este de Asia y el sur de África en la economía política global, este capítulo deja ver algunos vínculos entre los distintos grados de regionalismo –es decir, macrorregionalismo, subregionalismo y microrregionalismo– y el sistema interestatal westfaliano. Primeramente analizaré el concepto de nuevo regionalismo y, después, pondré en tela de juicio el escenario eurocéntrico. En la tercera sección, identificaré los actores clave y los patrones de institucionalización en condiciones divergentes. Después presentaré un análisis de la relación entre los elementos mencionados que no forman parte del marco teórico existente. Si bien este capítulo no puede proporcionar una conceptualización alternativa completamente elaborada, apuntará hacia una reformulación de la teoría del nuevo regionalismo.

EL ENFOQUE DEL NUEVO REGIONALISMO

A principios del nuevo milenio, el regionalismo no se considera un movimiento hacia la territorialidad basada en autarquías, como lo fue durante los años treinta. Más bien, representa concentraciones de poder político y económico que compiten en la economía global mediante múltiples flujos interregionales e intrarregionales. Durante los años treinta, un periodo marcado por el regionalismo autocéntrico, el comercio mundial disminuyó notablemente y el proteccionismo se encontraba en auge. Por otra parte, una región de comercio era sinónimo de una región de moneda. Los bloques comerciales incluso recibían el nombre de la moneda principal: el bloque de la libra, el bloque del yen, y así por el estilo. Hoy en día, en comparación con el

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decenio de 1930 a 1940, hay más bloques de moneda y algunos de ellos no corresponden a la zona de comercio: por ejemplo, el marco alemán en Europa oriental, o el dólar americano en China y, cada vez más, en los países bálticos y en otras partes de la otrora Unión Soviética. En el mundo en vías de desarrollo, el regionalismo autocéntrico ha implicado llamados a la desvinculación y a la autodependencia colectiva: el objetivo del Plan de Acción de Lagos, de 1980, inscrito en la Comunidad Económica Africana del Acta Definitiva de Lagos. Actualmente, la posibilidad de un regionalismo introspectivo –el fantasma de una “Europa fortificada”– implica crear entidades autónomas y cerrar la puerta a proveedores externos. Sin embargo, con la diseminación de la desregulación y la privatización, la orientación extrínseca del regionalismo neoliberal implica que los estados y las organizaciones interestatales cada vez tienen menos capacidad para controlar ciertos aspectos del comercio y de las relaciones monetarias (Hessler, 1994). A diferencia del regionalismo autocéntrico, la variedad neoliberal es extrovertida, entraña una apertura a las fuerzas de mercado externas. Desde la perspectiva neoliberal, las agrupaciones regionales no necesariamente tienen que ser piedras angulares, u obstáculos, del orden mundial. Más bien, engloban grandes regiones, sus subdivisiones y economías más pequeñas en diversas configuraciones institucionales, que incluyen desde pactos de iure –como la UE– hasta formaciones de facto, llevadas con firmeza, en el Asia oriental. La tendencia actual consiste en establecer un regionalismo más amplio. Dentro de esta variedad, está dándose una estratificación en los tres grados de regionalismo (señalados antes), los cuales interactúan con otros elementos de una economía política globalizada. Por ejemplo, dentro de la macrorregión Asia-Pacífico, actualmente se está tratando de unir nodos de estados. Las zonas económicas subregionales trascienden las fronteras políticas, pero no necesariamente implican economías nacionales completas. Más bien, intersecan únicamente con las áreas fronterizas de las economías nacionales (Chia y Lee, 1993, p. 226). Una zona económica subregional ya se ha mencionado en otro contexto (en el cap. 2): la Zona Económica de la Gran China, que une en una agrupación informal a Hong Kong, Macao, Taiwán, y las provincias de Guangdong y Fujián en el sur de China. Y microrregionalmente, las provincias principales, las zonas procesadoras de exportaciones y los distritos industriales son otra dimensión de este proceso pluriestratificado.

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Estos estratos se intersecan de diversas maneras, constituyendo así el nuevo regionalismo. A pesar de acentuar sus distintos puntos de vista, los expertos generalmente concuerdan en que el nuevo regionalismo difiere de la oleada anterior de cooperación regional en varios aspectos. Éste es un tema que cada vez recibe más atención de los entendidos (por ejemplo, Hurrell, 1995; Marchand, 1994; Morales y Quandt, 1992; Robson, 1993; Gamble y Payne, 1996; Sum, 1996; Mansfield y Milner, 1997), y sus características se resumen en el siguiente párrafo. Los rasgos preponderantes del nuevo regionalismo son su alcance verdaderamente mundial, que se extiende a más regiones y con más vínculos externos (De Melo y Panagariya, 1992, p. 37; Palmer, 1991, p. 2). En comparación con los objetivos específicos del regionalismo clásico, el nuevo regionalismo es plurifacético, más abarcador que el antiguo paradigma. A diferencia del patrón existente durante la guerra fría, el nuevo regionalismo está gestándose en un contexto multipolar. Las superpotencias no están dirigiendo este movimiento externamente y desde una posición superior (como el Tratado Australia-Nueva Zelanda-Estados Unidos [ANZUS], la Organización del Tratado Central [CENTO] o la Organización del Tratado del Sudeste Asiático [SEATO], por ejemplo); sino que está siendo más espontáneo, y surge desde el interior para ocupar una posición inferior (Hettne, 1994, p. 2). En esta formulación se considera que los “estados constituyentes” son los actores principales, si bien el incentivo proviene del crecimiento de la sociedad civil regional y de sus redes sociales y culturales. A diferencia de Palmer (1991, p. 185), quien sostiene que los hitos –por lo menos en la región Asia-Pacífico– ocurren principalmente en el ámbito económico, Hettne (1994, p. 2) sostiene que las dimensiones políticas del nuevo regionalismo garantizan una mayor intensidad. Hettne ahonda en estos puntos y propone un marco para comparar regiones como unidades geográficas y ecológicas circunscritas por barreras físicas y naturales; como sistemas sociales, lo que implica relaciones translocales que en algunos casos incluyen un “complejo de seguridad” (Buzan, 1991); como miembros dentro de organizaciones; como sociedades civiles con tradiciones culturales compartidas, y como sujetos actores con identidad, capacidad, legitimidad y mecanismos propios para hacer política. Se dice que el movimiento hacia los niveles superiores de la “regionalidad” –es decir, el último criterio– en esta conceptualización multiestratificada delimita el nuevo regionalismo (Hettne, 1994, pp. 7-8).

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Aún no se sabe qué modalidad precisa adoptará el nuevo proyecto regional. El incremento de las presiones proteccionistas y los conflictos comerciales hacen posible que la producción industrial y el comercio se organicen cada vez más en bloques regionales. En este sentido, de la noción liberal se desprende una escuela de pensamiento que sostiene que al ayudar a las economías nacionales a volverse competitivas en el mercado mundial, la integración regional conducirá a una cooperación multilateral de escala global y, por lo tanto, disminuirá el número de conflictos. Otra escuela considera que el nuevo regionalismo es desintegrador, pues divide a la economía mundial en bloques comerciales y, en última instancia, promueve conflictos entre grupos excluyentes que están centrados en las economías preponderantes. Aunque este debate, tal vez más bien teórico que real, ha captado la atención del público, la tensión entre las macrorregiones no es el aspecto más interesante o con más consecuencias potenciales del conflicto incitado por las tendencias regionalizantes –un tema que retomaremos más adelante. No obstante, sí identifica la naturaleza contradictoria del regionalismo –un proceso integrador y desintegrador a la vez–, que se debe en parte a la interacción de las variantes de este fenómeno en las diferentes zonas de la economía política global.

EL MODELO EUROPEO FRENTE A LOS MODELOS AFRICANO Y ASIÁTICO

Se describe al nuevo regionalismo como el modelo de un nuevo tipo de organización política y económica. En lo que tal vez es la versión más elegante de este prototipo, Hettne indica: El marco comparativo se […] derivó de estudiar el proceso de europeización, el desarrollo de una identidad regional en Europa, […] y se aplicó al caso de otras regiones […], bajo el supuesto de que a pesar de sus enormes diferencias históricas, estructurales y contextuales, hay una lógica detrás de los procesos contemporáneos de regionalización (Hettne, 1994, p. 2).

Al afirmar que Europa es una agrupación regional “más avanzada” que las configuraciones en otros continentes, Hettne utiliza este caso como “paradigma del nuevo regionalismo en el sentido de que su conceptualización se basa a pie juntillas en la observación del proceso europeo” (Hettne, 1994, p. 12).

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En 1958, el Tratado de Roma sentó las bases de lo que ahora denominamos Unión Europea. Originalmente con seis miembros fundadores, esta unidad ha experimentado tres expansiones y cuenta con varias solicitudes de ingreso pendientes. El Tratado de Roma estableció un sistema institucional que permitió a la Comunidad Económica Europea aprobar leyes que obligan por igual a todos sus miembros. De ahí que el caso paradigmático se convirtiera en un escenario institucionalizado, con firmes propósitos. Su mandato se centra en el estado y ha sido ampliado conforme a un marco fijado legalmente y a una serie de plazos. Los países africanos y asiáticos no comparten las aspiraciones señaladas en el Tratado de Roma que inspiran a la UE. Los instrumentos legalmente obligatorios no son característicos de la SADC o la ASEAN, y es improbable que impulsen su experiencia. De hecho, la integración al estilo europeo nunca ha sido el objetivo de desarrollo en la región de Asia-Pacífico o África porque, dicho sin rodeos, ambas regiones carecen del compromiso político para integrarse más plenamente. La única iniciativa para institucionalizar la cooperación política en la región de Asia-Pacífico fue la idea del primer ministro malayo Mahathir Mohamad, propuesta en 1990, de formar un Grupo Económico del Este Asiático (EAEG), que uniera a Japón, China, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y los miembros de la ASEAN. Mohamad buscaba crear una alternativa exclusivamente “asiática” al APEC. Estados Unidos consideró inaceptable la idea, y los japoneses manifestaron sus reservas. Por lo tanto, la idea se convirtió en el modesto EAEC, un foro de discusión que en 1993 se incorporó al APEC (Stubbs, 1994, p. 374; Mahathir, 1989), el cual se estableció a nivel ministerial en 1989. (El APEC claramente tiene más peso económico que cualquier otra macrorregión, gracias a que entre sus miembros están las tres economías más importantes del mundo: Estados Unidos, con 22% del PIB mundial; Japón, con 7.6%; y China, con 6% [FMI, 1993, anexo IV, pp. 116-119].) Otro contraste es que, a diferencia de la UE, salvaguardada desde el nacimiento de su antecesora por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la seguridad fue el principal motivo tras la formación de la SADC y la ASEAN. Una buscaba desvincularse del apartheid sudafricano y protegerse de las campañas desestabilizadoras de Pretoria, y la otra buscaba protegerse de cualquier intriga de los movimientos revolucionarios chinos e indochinos. En otras palabras, cuan-

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do estas agrupaciones vieron la luz, las cuestiones de seguridad tradicionales –preocupación por las amenazas estratégico-militares y, en el caso de gran parte del sur de África, las economías estancadas o en crisis– constituyeron la agenda regional. Mientras que el comercio intrarregional dentro de la SADC (con la excepción de Sudáfrica actualmente) y la ASEAN es escaso, a los europeos les une un comercio de gran escala. Además, en términos económicos, el comercio dentro del APEC aumentó de 56% del total registrado en la región de Asia-Pacífico en 1970 a 65% en 1990 (Drysdale y Garnaut, 1993, pp. 183-186). En 1992, las economías del APEC representaban 75% del comercio de sus homólogos y 44% del comercio mundial (Garnaut, 1993, p. 17). En contraste, el comercio dentro de la SADC (y, antes de 1992, dentro de la SADCC) nunca ha sido mayor a 5% del comercio internacional total de sus miembros, mientras que el comercio dentro de la ASEAN representa menos de 20% del comercio mundial de sus estados miembro. Debido a la diferencia de contextos, el modelo eurocéntrico difiere en aspectos esenciales del regionalismo asiático y el africano. La SADC y la ASEAN han rechazado un secretariado, optando por apoyarse en mecanismos burocráticos. Más importante aún es que la SADC y la ASEAN, antes que centrarse en el comercio, se enfocan en arreglos guiados por la producción y orientados hacia la infraestructura. Mientras que ambas entidades han tenido cierto grado de éxito al mejorar su infraestructura (particularmente en el área del transporte en el sur de África), es innegable que los proyectos de expansión industrial en ambas subregiones no han despegado del todo y no han generado una formación sustancial de capital (Curry, 1991; Østergaard, 1993, p. 44). Es claro que tanto la ASEAN como la macrorregión en la que se encuentra incorporada son constelaciones producidas por el mercado y orientadas por el sector privado. De hecho, Drysdale y Garnaut (1993, pp. 186-188, 212) sugieren que “el modelo de Asia-Pacífico”, también denominado “modelo de integración del Pacífico”, comprende una combinación de tres elementos: la liberalización del comercio, que incrementa el desempeño económico y minimiza las percepciones políticas de cualquier desventaja en la distribución del ingreso; la expansión del comercio, sin barreras oficiales que marquen una diferencia entre las transacciones intrarregionales y las extrarregionales, y la reducción de la discriminación no oficial (por ejemplo, las barreras culturales) al comercio, que contribuye en gran medida al desarrollo económico.

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Este modelo podría refinarse analizando los distintos subconjuntos en las subregiones del Asia-Pacífico, pero eso nos alejaría demasiado de nuestro propósito principal. En el Sureste asiático, lo importante es que las inversiones del sector privado japonés y, más adelante, del coreano y el taiwanés, han alimentado la maquinaria de crecimiento de la ASEAN. Sin embargo, más importante aún es que, a diferencia de la descripción tan vívida del regionalismo neoliberal por parte de Drysdale y Garnaut, los 14 miembros de la SADC (tras la incorporación de Sudáfrica en 1994, seguida de la República del Congo y las islas Seychelles en 1997) han tratado de responder a los inconvenientes de la teoría sobre la integración de mercados, y en particular a su silencio en cuanto a la equidad y los llamados a la redistribución. El modelo de integración para el desarrollo se introdujo como una alternativa al énfasis unilateral en maximizar eficazmente la capacidad existente –en un contexto de bajo nivel de capacidad productiva, por supuesto. Este enfoque subraya la necesidad de una cooperación política estrecha al iniciarse el proceso de integración. No sólo da prioridad a la coordinación de la producción y el mejoramiento de la infraestructura, sino que pregona también un grado más elevado de intervención estatal del que tiene el mercado modelo, y medidas redistributivas, como los impuestos sobre transferencias de propiedad o los planes compensatorios administrados por fondos regionales o bancos especializados. La integración comercial debe ir acompañada de un intento por promover el desarrollo industrial coordinado de la región. Como contrapeso del liberalismo económico, este enfoque busca corregir la dependencia externa, particularmente mediante la reglamentación de la inversión extranjera. Por lo tanto, la integración para el desarrollo es un enfoque pluriestratificado que abarca la producción, la infraestructura, el financiamiento y el comercio. En la práctica, el modelo de integración para el desarrollo no ha alcanzado los objetivos declarados por sus arquitectos en África meridional. En el primer decenio de vida de la SADCC, su personal y los representantes de los estados miembro han consultado muy poco al sector privado y no han logrado involucrar al capital en la planeación del desarrollo industrial de la región. Como resultado de lo anterior, su estrategia industrial para la región, aunque ambiciosa, es ambigua y no se ha aplicado al cien por cien. Además, sobre el comercio intrarregional se cierne una crisis distributiva, ya que Zimbabwe registra grandes superávit entre todos sus asociados en la SADC salvo

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Sudáfrica –y éste es precisamente el tipo de desequilibrio que magnifica Pretoria. Sin embargo, la cuestión más molesta es el conflicto entre el incipiente modelo de integración para el desarrollo, tan débilmente acogido por las fuerzas sociales en el subcontinente, y la institucionalización del concepto neoliberal, que ha predominado en el mundo después de la guerra fría. Esta cuestión es clave para construir un marco de opinión adecuado respecto del regionalismo.

PARTICIPANTES, INSTITUCIONES Y GOBERNACIÓN GLOBAL

Para ajustar el enfoque de este marco, resulta muy útil repasar la conceptualización del nuevo regionalismo y, en particular, la diferencia entre “región formal” y “región real” (Hettne, 1994, p. 7). Este punto merece particular atención porque cada vez es más común que la pertenencia a instituciones internacionales equivalga de manera imperfecta a procesos transnacionales, muchos de los cuales son movimientos bajo la superficie. Como ya se señaló, las zonas de producción pueden surgir espontáneamente, sin que el gobierno intervenga (o que lo haga en mínima medida) y sin nexos de límites territoriales. Además, la cultura se construye y reconstruye a ritmos muy distintos, generalmente más lentos que los de las instituciones internacionales que, en ocasiones, forman una sociedad civil regionalizada (la comunidad nórdica tal vez es el ejemplo más sobresaliente). Con tal multiplicidad de participantes interestatales y no estatales, la fragmentación de las instituciones es una tendencia evidente. El panorama en la región de Asia-Pacífico está salpicado de todo un universo de instituciones internacionales: el APEC, el Área de Libre Comercio de la ASEAN (AFTA), el EAEC, la Conferencia para el Desarrollo y el Comercio del Pacífico, la Comunidad Económica de la Cuenca del Pacífico, el Consejo de Cooperación Económica del Pacífico y la Asociación del Sur de Asia para la Cooperación Regional, entre otras. En África, un continente de tan escasos recursos, también abundan los organismos burocráticos, demasiado numerosos para señalarlos aquí, pero entre los cuales se encuentran la Comisión para la Cooperación del Este de África (un esfuerzo por revivir la Comunidad del Este de África), la Comisión Económica para África (una dependencia de la ONU), la Comunidad Económica de Estados Africanos Occidentales, la Unión del Magreb, la Organización para la

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Unidad Africana, el Área de Comercio Preferencial para África Oriental y Meridional, y la Unión Aduanera del Sur de África. Y la lista continúa. Además de la falta de coherencia entre dichas instituciones intergubernamentales, sólo ocasionalmente se coordinan con los gestores del cambio dentro de la sociedad civil: movimientos en favor de la mujer, organizaciones campesinas, grupos ecologistas, defensores de la democracia y otros similares. Estos movimientos expresan inquietudes o demandas, se movilizan y ejercen presión en favor de los “nuevos” aspectos de la seguridad, como el alimento, la ecología, los derechos humanos, etc. Sin embargo, estos grupos se relacionan de manera diferente a nivel regional y global. La globalización no está nivelando las sociedades civiles alrededor del mundo; más bien, está combinándose con las condiciones locales de manera distintiva, acentuando las diferencias y suscitando movimientos sociales de diversa índole, que buscan protegerse de los efectos perniciosos y polarizantes del liberalismo económico. Evidentemente, el estado se encuentra limitado por un problema de supranacionalismo y subnacionalismo, y enfrenta presiones desde arriba y desde abajo. Esta dialéctica genera grandes dificultades en algunas zonas del mundo en vías de desarrollo, particularmente en África, donde los occidentales trataron de injertar un constructo occidental –el estado westfaliano– en una realidad social diferente. El resultado fue que el organismo, la sociedad, rechazó un trasplante en serie. África adoptó los arreos del sistema estatal, pero éste nunca se afianzó realmente en los múltiples estratos de la sociedad. Resulta importante recordar que el interludio colonial sólo fue un breve periodo en la vastedad –la larga duración– histórica de África. La combinación de formas precoloniales, coloniales y poscoloniales ha dado por resultado un gobierno depredador, que depende más de la coerción bruta que de las sutilezas del consenso. Paradójicamente, las realidades regionales –la debilidad del estado poscolonial, sumada a los flujos transfronterizos que verdaderamente se dan de abajo hacia arriba (la comunicación dentro de los grupos étnicos que trasciende fronteras internacionales, los movimientos migratorios, el comercio en el mercado paralelo, entre otros)– pueden, en algunos aspectos, dar una ventaja a África en el avance hacia la gestión poswestfaliana, un sistema pluriestratificado que se distingue por un estado menos autónomo en medio de una serie de participantes diferentes. En África, donde resulta dolorosamente evidente que los estados colapsados no pueden

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proporcionar los rudimentos políticos y económicos necesarios para la vida civil, la pérdida inicial de autonomía a la larga podría abrir el camino a una reagrupación y a la decisión de lograr más autonomía. Existe una oportunidad de reconstituir al estado, pero no con el apuntalamiento de su forma poscolonial actual, sino abriendo los canales de participación política a las fuerzas sociales, en la base de la sociedad nacional, que trabajan en coordinación con los movimientos democráticos más allá de las fronteras. En esta transición hacia una forma de gobierno diferente, será muy importante el papel de las instituciones internacionales. A pesar de lo mucho que se esperaba a principios de los noventa del supuesto revivir de las Naciones Unidas –sobre todo, su papel de guardián de la paz– tras la guerra fría, las instituciones internacionales actuales corren el riesgo de volverse cada vez más deficientes y obsoletas, en parte por la escasez de recursos. En la naciente división internacional del poder, el sistema de las Naciones Unidas se ocupa de las crisis políticas al fungir como foro para dirimir controversias pero, sobre todo, para tratar de armonizar, racionalizar y estabilizar los patrones de la hegemonía. Mientras tanto, las democracias del Grupo de los Siete (G-7) tratan de coordinar la economía internacional, pero a los funcionarios les resulta muy difícil sujetar a las fuerzas globales de mercado, que no rinden cuentas.1 En vista del obstáculo que representa la globalización económica para el gobierno, dentro de la agenda política inevitablemente estará la reestructuración de las instituciones internacionales. Ésta es una labor evasiva, sobre todo porque algunos movimientos regionales o subregionales (como la CEA, con más de 200 millones de personas) carecen de base institucional y desaprueban las trabas institucionales (Stewart, Cheung y Yeung, 1992). ¿Qué significa institucionalizarse? Puesto que las organizaciones internacionales son producto del cambio dentro de la economía política global, su labor consiste en proyectar la imagen de una sociedad concebida globalmente, una visión universal, y conservar el orden mundial dominante. En ese caso, normalmente fijan una serie de reglas de comportamiento generales y facilitan la hegemonía regio1 Los miembros del G-7 son todos países capitalistas de Occidente, además de Japón. A veces se le denomina Grupo de los Ocho, por incluir a Rusia, país que se encuentra en una etapa de transición y que fue invitado a sumarse a las conferencias de alto nivel sólo por los aspectos políticos que en ellas se tratan.

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nal y global (Cox, 1982, 1996a). No obstante, las instituciones internacionales son una espada de dos filos. En algunos casos –por ejemplo, la descolonización y el movimiento antisegregacionista– pueden promover incluso la contrahegemonía. Son agentes del cambio y tienen potencial para la innovación, particularmente en el ámbito de las ideas, aunque la tendencia actual sea institucionalizar los conceptos y las prácticas neoliberales.

LA IDEA DEL NEOLIBERALISMO

Las ideas predominantes acerca del orden mundial desde los años ochenta han sido de índole neoliberal –en parte son una reacción a la influencia del estructuralismo de los sesenta y setenta–, y actualmente es muy común verlas traducidas en preceptos políticos. Por ideas me refiero a los significados comunes materializados en la cultura. Cuando se transmiten transnacionalmente, ayudan a preservar y reproducir el orden social, específicamente al obtener consenso de los grupos dominantes y de los subordinados. Los significados compartidos no sólo afianzan la permanencia de un orden dado, puesto que tienen la capacidad de crear e inventar nuevos modos de vida, los valores universalizantes tienen el potencial de ser agentes transformadores. En cuanto al aspecto político de la ecuación, al parecer está dándose un resurgimiento de los proyectos de integración en el Sur. El estrato dominante en los países en vías de desarrollo, inquieto por cómo estar a la par de las enormes concentraciones de poder y riqueza en las tres macrorregiones, procura crear nuevas economías de escala. Aunque la integración económica cayó en desuso como estrategia para el desarrollo en los años setenta y principios de los ochenta, los organismos internacionales ahora están inyectando dinero a los proyectos regionales. El efecto de amplificación atrajo a organismos bilaterales y al Banco Mundial (Davies, 1992; Seidman y Anang, 1992; Thompson, 1991; Mandaza, 1990; Shaw, 1992). De esta manera, el neorregionalismo puede convertirse en receptor del neoliberalismo, aunque ambos sean incompatibles en otras condiciones (analizadas más adelante). A diferencia de las estrategias de autosuficiencia colectiva, la idea del neoliberalismo se centra en participar cada vez más en la eco-

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nomía global. Mientras que la autosuficiencia generalmente conduce a políticas de industrialización mediante la sustitución de importaciones (es decir, los productos que antes se importaban ahora se producen localmente), participar en la economía mundial implica concentrarse en la industrialización orientada a las exportaciones. Los neoliberales afirman que las exportaciones pueden competir con los precios del mercado internacional sólo si la producción se libera de los controles de precios (los aranceles, por ejemplo). La premisa señala que, si se lo deja libre, el mercado es un árbitro mucho más eficiente del crecimiento económico y del desarrollo que el estado. En un mundo globalizante, se da primacía a los mercados extrarregionales más que a los vínculos intrarregionales. Por supuesto, el proyecto neoliberal tiene sus ventajas. La desregulación, la liberalización y la privatización –todos los ingredientes de los programas de ajuste estructural en un solo paquete– implican pérdidas de índole social y tienen efectos distributivos, pues su costo no se reparte por igual. Si no se coordinan los elementos de las reformas de mercado, el neoliberalismo puede fragmentarse en regionalismo degenerativo, es decir, degenerarse al pasar de un tipo de regionalismo altamente organizado a uno más sencillo. Al igual que el proyecto neoliberal, esta modalidad de regionalismo busca optimizar la posición colectiva en la matriz de la globalización. No obstante, el regionalismo degenerativo es una medida defensiva contra una mayor desintegración social –entre cuyos síntomas están la corrupción en todos los niveles y el gangsterismo, con frecuencia en colusión con los estratos superiores de la burocracia estatal–, es un intento regional por contener las consecuencias de depositar la carga sobre los estratos más desprotegidos de la población en más de un país. Por lo anterior, los 12 miembros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), una confederación que no incluye a las tres naciones bálticas y que se creó en 1991 para armonizar las políticas entre repúblicas después de la caída de la Unión Soviética, han adoptado diversas estrategias de reforma y actuaron a distintos ritmos. Rusia ha avanzado rápidamente en la reestructuración del mercado; Ucrania, Belarús, Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán han evitado una liberalización de choque y han mantenido un alto grado de control estatal sobre la producción y los precios; y Azerbaiyán, Armenia, Georgia, Moldova y Tayikistán han postergado las reformas económicas hasta que se solucionen las rivalidades étnicas y los conflictos armados (Grinberg, Shmelev y Vardomsky, 1994).

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Asimismo, la expansión del mercado ha fomentado dos polos dentro de la CEI: uno europeo y otro centroasiático. Rusia es tan grande y poderosa en relación con los otros miembros, que algunos de esos estados recién independizados temen la influencia de Moscú y su control sobre los recursos energéticos y minerales. Con excepción de Turkmenistán, rica en gas, las repúblicas de la CEI dependen económicamente de Rusia. Por lo tanto, su búsqueda de la soberanía y seguridad colectiva resulta muy problemática. El estallido de guerras civiles (Georgia, Moldova y Tayikistán), los conflictos internacionales (Azerbaiyán y Armenia), las operaciones militares rusas en la disidente región de Chechenia, 25 millones de “rusos étnicos” dispersos precariamente en varias repúblicas y el extendido abuso hacia las minorías –que en algunos casos desencadenan las migraciones– contradicen la relación entre la economía regional neoliberal y las políticas liberales. La Eurasia postsoviética se distingue no sólo por la violencia crónica y un alejamiento de los valores democráticos, sino también por la permanencia del liderazgo político de la era soviética, cuya burocracia o nomenklatura está respaldada por la policía de seguridad, muy poco desmovilizada. Sin embargo, en condiciones políticas más propicias, el neoliberalismo aún guarda la promesa de crecimiento económico y, en cuanto a iniciativas políticas, ofrece flexibilidad en una economía mundial dinámica y cada vez más integrada. La visión neoliberal depende de respuestas flexibles a las señales de los precios y del logro de un alto grado de división del trabajo que se adapte a los nuevos métodos de producción.

NEOLIBERALISMO Y PRODUCCIÓN FLEXIBLE

El planteamiento del nuevo regionalismo pasa por alto el asunto de qué producir y para quién, y tampoco explica los cambios en la geografía del capitalismo mundial. De hacerlo, su explicación no sería más que una visión parcial y limitada del variado desarrollo regional. Paralelamente al ascenso del neoliberalismo han surgido sistemas de producción regional especializados que cuentan con sus propias divisiones intrarregionales del trabajo entre países y dentro de ramos. La introducción de sistemas de especialización flexibles proporciona más importancia a las redes de producción regionales, debido al

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beneficio inherente de concentrar los proveedores alrededor de las plantas, en parte para garantizar las entregas oportunas. A pesar de las nuevas tecnologías que reducen los tiempos, la proximidad en ciertos sectores aún se traduce en menores costos y más oportunidades para conjuntar necesidades y capacidades. La cercanía de proveedores y trabajadores cuya cultura de producción alienta las innovaciones fabriles, da cabida a fluctuaciones en la demanda del mercado. Existen varios tipos de subregiones o microrregiones productoras flexibles. Los centros de producción flexible han proliferado en muchos países de industrialización reciente o próxima en Asia y América Latina (una experiencia que se aborda en Mittelman y Pasha, 1997, cap. 6). En el regionalismo del Asia-Pacífico, las corporaciones transnacionales japonesas han crecido y dependido de la flexibilidad que ofrecen múltiples contratistas pequeños y medianos. Están surgiendo complejos industriales regionales en ramos como el de la electrónica y la computación. Está surgiendo una zona de producción integrada regionalmente que no sólo se basa en las empresas familiares y redes de negocios chinas, sino que suele estar alimentada por capital japonés, que carece de tales vínculos familiares (Stubbs, 1994, pp. 372-373). Como la economía japonesa se incorporó de lleno a la economía de la región de Asia-Pacífico, pudo utilizar una red de estructuras socioculturales para conducir los flujos de capital. Los fuertes vínculos de parentesco y cultura en áreas geográficamente cercanas pueden reducir los costos de transacción y proporcionar un grado de confianza personal que facilita los negocios regionales.

FLEXIBILIDAD MEDIANTE REDES SOCIOCULTURALES

La aplicación de la especialización flexible no sólo depende de una estructura tecnoeconómica arraigada en un sistema de producción concentrado territorialmente, sino de los aspectos cualitativos del medio social. Los factores culturales fundados en la sociedad tienen mucha importancia, incluso el grado de confianza y consenso que sustenta el mercado y el ambiente industrial para favorecer el desarrollo de habilidades en el centro de trabajo. En otras palabras, la comunicación informal de ideas relacionadas con el fortalecimiento del regionalismo en un distinto nivel, se da dentro de instituciones sociales diversas, como grupos étnicos, familias, clubes, etc., algunas

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de las cuales se originaron en la sociedad precapitalista (Asheim, 1992; Goodman y Bamford, 1989). En tanto que el modelo de especialización flexible como sistema productivo requiere de sólidas relaciones dentro de la sociedad civil, las instituciones socioculturales pueden constituir un factor limitante o potencialmente favorecedor del desarrollo regional. A lo ya señalado sobre el papel de las familias chinas como vínculos transnacionales en el crecimiento económico explosivo en la región de Asia-Pacífico (cap. 2) cabe agregar la manera en que la inversión y ayuda japonesa desencadenó dicho auge súbito, particularmente en la subregión de Asia sudoriental. De hecho, el crecimiento de las economías de la ASEAN no puede entenderse sin tomar en cuenta la geopolítica del Sudeste asiático y la conjunción de intereses hegemónicos estadunidenses y japoneses. Después de que Estados Unidos bombeara capital para Asia oriental y sudoriental durante las guerras de Corea y Vietnam, Japón poco a poco incrementó sus flujos de capital en toda la región; sin embargo, es a Estados Unidos, y no a Japón, donde los países del Sudeste asiático exportan gran parte de sus bienes manufactuados. En la división triangular evolutiva del trabajo en el regionalismo de AsiaPacífico, Japón y, en menor medida, Estados Unidos proporcionan capital para inversiones, mientras que Asia sudoriental proporciona materia prima a Japón y mano de obra barata para fabricar bienes manufacturados que en gran parte van dirigidos al mercado estadunidense. El capital japonés ha influido de distintas maneras en las economías del Sudeste asiático, y Singapur ha sido el país que ha atraído mayor inversión directa per cápita. Resulta claro que este país ha sido el principal beneficiario de los flujos de capital y de la geopolítica de la subregión (Stubbs, 1989, 1991). Puesto que los patrones comerciales de Japón revelan una tendencia a la economía con base en regiones, Tokio ha ayudado a las economías que forman parte de la ASEAN a incrementar el número de sectores generadores de exportaciones y la eficiencia de los fabricantes japoneses que se reubican en Asia sudoriental. La regionalización de la industria japonesa ha creado una incongruencia prácticamente inadvertida en la economía de Singapur y, tal vez, en la de otros países. Singapur, una de las pocas naciones que ha identificado el grado de PIB que se genera mediante factores de producción extranjeros o controlados desde el extranjero, ha dado a conocer información que revela que una parte cada vez mayor de su producción se debe a los

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extranjeros. De 1980 a 1991, el PIB generado externamente aumentó 250%, en comparación con el PIB de procedencia indígena (147.5%). Resulta una paradoja que el sector controlado por los extranjeros pueda encontrar gran variedad de oportunidades rentables para crecer e invertir en Singapur, mientras que el capital nacional está prestando gran parte de su cartera al exterior. Sin duda, parte de la explicación se encuentra en la desventaja competitiva de los sectores controlados localmente en lo que se refiere a tecnología, esto hace evidente la dificultad, aun en una de las economías más dinámicas del mundo en vías de desarrollo, para librar el último obstáculo que le impide alcanzar la condición de una economía avanzada (Kant, 1992; Bernard y Ravenhill, 1995). La explicación también se encuentra en las complejas divisiones del trabajo y el poder en la región. Mientras que la inversión extranjera directa de Japón en Asia se disparó de 2␣ 000 millones de dólares en 1987 a 8␣ 000 millones en 1990 (entre dos y tres veces el total de la inversión estadunidense), resulta contundente que el grueso del valor agregado se queda con los japoneses, mientras que las porciones menores quedan en manos de socios secundarios en este bloque manufacturero flexible pero estructurado. Gracias a su evidente ventaja tecnológica, Tokio coordina las decisiones sobre ubicación en una división del trabajo articulada regionalmente al ofrecer inversión, asistencia y conocimientos técnicos. Aunque aún quedan conglomerados chinos independientes, en el Sudeste asiático los “chinos étnicos” suelen asociarse con los japoneses en coinversiones. En un sistema regional que acostumbra adoptar los métodos japoneses de producción flexible, los consorcios chinos –el grupo Liem y Astra, por ejemplo– son vehículos del capital japonés, a veces a modo de plantas ensambladoras o de distribuidores de empresas, como Fuji o Komatsu (Tabb, 1994; Heng, 1994). Más allá de la interacción entre los negocios familiares chinos y las empresas japonesas, decir llanamente que la cultura facilita los flujos de capital en el desarrollo regional es carecer de visión. El énfasis en las estructuras de poder no debería desviar la atención de las lagunas culturales y su origen. En la segunda fase de un doble movimiento polanyiano –una reacción a las condiciones materiales cambiantes en una escala global y regional–, los individuos no son ocupantes pasivos, sino agentes activos que negocian los papeles prescritos por la sociedad. Ellos participan e influyen en la toma de decisiones en el ámbito nacional y multilateral al reconstituir la cultura a partir de las

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microprácticas. Las estrategias para contrarrestar el control social en el centro de trabajo o para reorganizar el proceso de producción implican renegociar significados, redefinir costumbres y ejercer presión contra los límites de las viejas estructuras sociales de modos más efectivos (Kabeer, 1991). Mientras que otros autores han proporcionado estudios gráficos sobre el vínculo entre producción y cultura en el nivel local, mi interés aquí se centra en las interacciones regionales y en cómo las instituciones socioculturales son mediadoras del proceso de producción y del suministro de mano de obra.

PRODUCCIÓN FLEXIBLE Y MERCADOS LABORALES FLEXIBLES

Con el advenimiento de las macrorregiones, el nuevo regionalismo asimila el multiculturalismo como si fuera un problema entre Norte y Sur. De maneras completamente distintas, el APEC, la UE y el TLCAN facilitan la movilidad de capital y mano de obra. Para mejorar la competitividad de las economías abiertas y dotar de flexibilidad al mercado laboral, algunos países con diverso grado de desarrollo económico se han unido en un proceso que podría ir aún más lejos con la admisión de los países de Europa oriental en la UE (Yamamoto, 1993). En los países de industrialización reciente en Asia oriental y en los países cercanos a ésta, los elevados índices de crecimiento económico durante más de un decenio, sumados a la rápida transición demográfica, han dado por resultado sueldos elevados y escasez de mano de obra. Singapur, por ejemplo, ha dependido de los trabajadores extranjeros para reducir sus problemas de abastecimiento de mano de obra. Malasia, país exportador de mano de obra especializada a Japón, era receptor de alrededor de un millón de inmigrantes ilegales provenientes de Indonesia, Tailandia y otros lugares, hasta su traspié económico en 1997, que provocó la repatriación de trabajadores extranjeros. A diferencia de los otros países receptores en la subregión, las Filipinas es el principal proveedor de mano de obra por contrato y también un gran exportador de trabajadores especializados y de servicio. Los inmigrantes de Indochina están ejerciendo más presión en los mercados laborales en otras partes de Asia oriental. En el sur de África, el patrón histórico de subregionalismo fue moldeado por una necesidad de mano de obra y servicios baratos en

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Sudáfrica, cubierta con los inmigrantes provenientes de países vecinos, los cuales se convirtieron en participantes de una relación desigual. De hecho, la mano de obra migratoria ha dado vida a la maquinaria de la industria minera sudafricana desde que se descubrió oro en el Transvaal. Para los capitalistas sudafricanos, el sistema laboral migratorio ofrecía varias ventajas. Mientras Sudáfrica pagara salarios más elevados que los países del interior, era seguro que contaría con una reserva de mano de obra. Al contratar trabajadores del exterior, Sudáfrica podría mantener depreciados los salarios en las minas, asegurándose así de que los trabajadores locales no tuvieran que abandonar las industrias y granjas nacionales. Después de 1975, cuando Mozambique obtuvo su independencia política, Sudáfrica trató de diversificar sus fuentes de mano de obra migratoria y de reducir su importancia, en parte debido a su campaña desestabilizadora contra los países del interior. Así, cuando el empleo en las minas de la Cámara de Minas de Sudáfrica se redujo 31% de 1984 a 1994, en el mismo periodo el número de mineros extranjeros bajó de 204␣ 104 a 165␣ 808 (calculado a partir de South African Institute of Race Relations, 1996, p. 258). No obstante, la mano de obra migratoria aún es un elemento esencial de las economías subregionales del periodo postsegregacionista. El gran número de inmigrantes rurales y urbanos proporciona a las industrias una reserva laboral común. Trabajadores semiespecializados, especializados y profesionistas privan a los países emisores de recursos humanos y contribuyen enormemente a la economía de Sudáfrica, a pesar de su elevado índice de desempleo. Así como Sudáfrica trata de transformar su economía a partir de las antiguas industrias y de un sinfín de leyes diseñadas para reglamentar el abastecimiento de mano de obra, la nueva estructura de poder también trata de crear una ventaja competitiva, lo cual implica una especialización flexible y un mercado laboral reconstituido.

RELACIONES DE PODER

Si se analiza el regionalismo desde la perspectiva de las relaciones de poder, es evidente que el enfoque neoliberal predomina. Incluso, hay pocos indicios de que otros proyectos, a pesar de sus grandes aportaciones teóricas, se hayan aplicado con cierto grado de apego. El

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regionalismo autocéntrico y los esquemas de integración para el desarrollo en los países miembros de la ASEAN y la SADC no han logrado coordinar la producción subregionalmente y rara vez se articulan con los movimientos burgueses industriales o los populares. En realidad, podrían haberse instituido varias agendas nacionales promovidas por organizaciones subregionales sin necesidad de intervención internacional. Por lo tanto, el análisis de las formas de regionalismo existentes necesariamente se enfoca en la variante neoliberal y en los intereses a los que sirve. La teoría neoliberal, relacionada como está con las supuestas leyes universales del desarrollo, señala que, en principio, pueden aplicarse las mismas reglas de desarrollo económico a todos los países: desde el más desarrollado hasta el menos desarrollado. En sí, esta teoría es exageradamente mecánica y representa una perspectiva trillada del regionalismo. Por adoptar un enfoque individualista, guarda silencio con respecto a las desigualdades estructurales profundas, especialmente respecto de los aspectos cualitativos del subdesarrollo inherentes a las trabas de los sistemas sociales muy inequitativos. Asimismo, suele pasar inadvertida la contradicción entre la apertura del regionalismo neoliberal y su potencial reacción antirregional. En la medida en que el regionalismo abierto luche por un mercado mundial y se enganche directamente a la economía global, podrá omitir la integración regional. La explicación que a veces se escucha en los círculos de negocios es que las ganancias del comercio se maximizarán mediante una división internacional, no regional, del trabajo. Además, la visión que tienen los neoliberales de las relaciones de mercado como un mundo de significados comunes sin fricciones –la acogida sin oposición de la ideología del capitalismo– estructuralmente está ciega a los patrones de dominación y hegemonía. Guiada por una agenda neoliberal altamente desarrollada, la hegemonía regional es un asunto recurrente en el nuevo regionalismo y, notablemente, en las macrorregiones: Alemania en la UE, Estados Unidos en el TLCAN y, en ocasiones, la tensa relación entre Estados Unidos y Japón en el grupo de Asia-Pacífico. Los vínculos dentro de las relaciones Japón-ASEAN ilustran adecuadamente este patrón de asimetría. Si se incluyen todas las importaciones y exportaciones, Japón es el mayor socio comercial de la ASEAN, su principal inversionista directo y la fuente más importante de ayuda oficial para el desarrollo (Naya y Plummer, 1991, pp. 266-267). Aunque Estados Unidos se ha convertido en el principal receptor de

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exportaciones provenientes de la ASEAN, los países miembro se encuentran muy enredados en el vector japonés del proceso de globalización: la ASEAN es la base de producción, y Japón, su núcleo. Como parte del esquema de integración encabezado por Japón, muchas industrias japonesas se reubicaron en Asia sudoriental, lo cual implicó una mayor coordinación entre las empresas con sede en Japón y sus filiales en el extranjero. Las naciones del Sudeste asiático se convirtieron en productoras de exportaciones dirigidas a Estados Unidos, Europa y su propio mercado subregional. Esta división regional del trabajo en industrias como la automotriz ha implicado la coproducción de partes. Dentro de Toyota, por ejemplo, Indonesia y Tailandia se concentran en motores de diesel, partes forjadas y equipo eléctrico; las Filipinas, en transmisiones, y Malasia, en conectores de dirección y equipo eléctrico. Singapur coordina y dirige varias transacciones. Mientras que los países de la ASEAN y Japón pueden obtener ventajas de dichos vínculos, las economías de la ASEAN quedan al margen de la toma de decisiones y son vulnerables a la manipulación política y económica desde Tokio (Hamzah, 1991). El espectro de la hegemonía regional también se alza en otras regiones; a saber: el PIB de Sudáfrica en 1995 fue de 136 000 millones de dólares, aproximadamente cuatro veces el total de los otros 11 (después 13) miembros de la SADC, de acuerdo con las más recientes cifras disponibles (Banco Mundial, 1997b, pp. 236-237). Asimismo, por donde quiera que se vea, el desequilibrio militar empequeñece cualesquiera disparidades económicas, entretejidas como están en una compleja red de relaciones históricas. Gran parte de la inversión extranjera en la subregión también se destina a Sudáfrica. Su infraestructura y sus sectores bancario, manufacturero, comercial y de servicios lo convierten en la sede económica de la región. Por supuesto, la teoría neoliberal se ha aplicado como políticas de ajuste esbozadas por el Banco Mundial y el FMI. Los principales beneficiarios de esos proyectos neoliberales son el capital, que rápidamente puede atravesar fronteras; los exportadores liberados de las políticas comerciales restrictivas, los industrialistas nacionales, cuya productividad y precios resultan competitivos frente a las empresas extranjeras, y los bancos locales que se benefician del marco de la desregulación, la liberalización y la privatización (Hewitt, Johnson y Wield, 1992, p. 195). La cúpula neoliberal, sin embargo, no protege los intereses de otras fuerzas sociales, que deben buscar vías alternativas.

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LA PERSPECTIVA DEL NUEVO REGIONALISMO: SU ARQUITECTURA

Tras haber identificado cuatro respuestas a las presiones de la reestructuración global –el regionalismo autocéntrico, la integración para el desarrollo, el regionalismo neoliberal y el regionalismo degenerado (todas tendencias que pueden coexistir)–, es importante buscar indicios de otra conceptualización que complemente el nuevo enfoque del regionalismo. Los orígenes de una arquitectura alternativa pueden encontrarse en la naturaleza contradictoria de la globalización. Sus aspectos integradores y desintegradores crean una nueva polaridad, que otorga espacios para la experimentación regional. Por una parte, la tendencia centralizadora de la globalización puede proporcionar una hegemonía encabezada por Estados Unidos, o una cohegemonía, es decir, una modalidad de gobierno multilateral dirigido por la triada conformada por Europa, Estados Unidos y Japón, fungiendo este último como guardián subalterno de Estados Unidos (Mushakoji, 1994, p. 25). La globalización centralizadora busca justificarse mediante valores universalizantes. Ayuda a moldear el orden jerárquico regional y el capital transnacional que incorpora el regionalismo. Sin embargo, la reestructuración global del poder regionaliza el conflicto. Por ejemplo, las microrregiones (zonas procesadoras de exportaciones) en China compiten por las inversiones con un organismo subregional, la ASEAN. A su vez, la ASEAN está perdiendo inversiones frente a una unidad nacional y ahora estado miembro, Vietnam, debido a su base manufacturera de bajo costo. En una relación contradictoria motivada por el neoliberalismo, varios inversionistas de la ASEAN se han concentrado en Vietnam y contribuido con sus sectores de infraestructura, servicios y manufacturas (Kumar, 1993, pp. 36-37). Aunque no trato de proporcionar un inventario completo de dichas agrupaciones regionales, es claro que enfocarse demasiado en los aspectos macro resta importancia a las cuestiones micro. Las microdimensiones tienen particular importancia precisamente porque los nuevos métodos de producción y las condiciones tecnológicas alientan la especialización y la diversificación. La introducción de tecnologías de vanguardia implica iniciativas que requieren poco capital, y no las gigantescas empresas transnacionales de investigación y desarrollo (Mushakoji, 1994, p. 21). Asimismo, hay oposición al surgimiento de ciertos procesos regionales. Los opositores plantean la intrincada cuestión de la distribución de beneficios no sólo en térmi-

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nos de nación, sino a la luz del acceso étnico y racial (por ejemplo, si los malayos chinos en el Sudeste asiático se benefician desproporcionadamente de su relación con los singapurenses chinos (Akrasanee, 1993, p. 14). Si bien la hegemonía contiene los conflictos sociales, no los elimina del todo. Los intereses dominantes fijan límites a la oposición, pero los problemas fundamentales pueden incrementarse en las coyunturas transitorias creadas por las transformaciones estructurales. En otras palabras, la hegemonía no es una condición estable, pues se le socava y recrea constantemente. Actualmente está dándose una reacción contraria a la reestructuración neoliberal en lo que podría denominarse las inquietudes del regionalismo transformativo, es decir, un regionalismo basado en la sociedad civil como una posibilidad a futuro, más que como un fenómeno actual. En su forma incipiente, el regionalismo transformativo es en parte una reacción defensiva generada por quienes quedaron excluidos de la globalización, particularmente en aquellas zonas fuera de las macrorregiones. Su programa político y económico no difiere mucho del modelo de integración para el desarrollo: cooperación política estrecha al principio, y no al final, del proyecto; equidad y equilibrio en las relaciones entre los estados miembro, que incluye fórmulas de redistribución, y un mayor comercio basado en la planeación industrial regional. En la reestructuración, el estado debe ser un agente activo en la integración transformativa; sus principales papeles son racionalizar la producción, construir infraestructura y promover los intercambios. La formulación alternativa hace hincapié en la autoorganización y demanda un regionalismo que fluya de abajo hacia arriba y que esté vinculado a las nuevas formas de identidad cultural generadas por el movimiento en favor de la mujer, los ecologistas, las fuerzas prodemocracia, los grupos defensores de los derechos humanos, etc. A final de cuentas, las posibilidades y limitaciones del regionalismo transformativo dependen de la fuerza de sus vínculos con la sociedad civil. El potencial creativo para generar el crecimiento sostenido y la democracia radica en el apoyo popular y el sentido de participación de los diversos estratos de la población. Aunque tal vez los profesionales no utilicen el término, el regionalismo transformativo claramente es la expresión de una dialéctica. Las fuerzas de arriba buscan afianzar el marco neoliberal, pero se topan con la resistencia de las fuerzas sociales de abajo. Están en juego

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el control local y otros rumbos de desarrollo, los cuales también comprenden una lucha por las diferentes visiones del proceso regionalizante. El frágil equilibrio entre la acción desde arriba y la reacción desde abajo varía no sólo entre regiones, sino dentro de ellas. Al mismo tiempo que se libran luchas en Asia oriental y África meridional, se debate la Europa tatcheriana frente a la “Europa social”. ¿Es el regionalismo transformativo un sueño de opio o un proceso con expresión concreta? En 1989 en Japón, y en 1992 en Tailandia, diversos movimientos y redes solicitaron un Plan Popular para el siglo XXI (PP21). El PP21 es un esfuerzo por promover un movimiento popular y democrático de transformación social. Los problemas transfronterizos –el papel de las inmigrantes en la próspera industria del sexo en Asia, la lucha contra la degradación ambiental acarreada por la construcción de campos de golf y de otras instalaciones turísticas en terrenos agrícolas, el papel de los trabajadores coreanos en las empresas japonesas que operan en Corea, y así por el estilo– son aspectos centrales de la agenda. Ahora se está reconociendo que es mejor llevar a la práctica esta nueva visión mediante acciones regionales coordinadas (Hart-Landsberg, 1994). De igual modo, el Foro de São Paulo, fundado en 1990, se reúne anualmente y convoca a partidos y movimientos sociales de todo el continente americano para discutir la manera de construir una modalidad equitativa de unidad regional. La magnitud y las consecuencias de la reestructuración neoliberal en América Latina motivan el foro. La globalización neoliberal –junto con el macrorregionalismo en México– ha desplazado grandes cantidades de trabajadores y campesinos, empujándolos hacia el sector informal, donde adoptan estrategias de supervivencia mediante todo tipo de actividades legales e ilegales. La reestructuración está despojando al estado de su capacidad para regular la vida económica, y ello aumenta la salida y la concentración interna de la riqueza. Las consecuencias sociales son graves, pues a una subclase rebosante se le impide participar productiva o significativamente en la sociedad. Si bien el foro no ha detallado del todo un proyecto alternativo, está haciendo hincapié en alejar la integración hemisférica de la hegemonía estadunidense y acercarla a la integración latinoamericana “con un enfoque nacionalista y una perspectiva continental que aborde las desigualdades entre el Norte y el Sur”. Dada la reestructuración del capitalismo mundial, la solución no se considera como un alejamiento de la economía global o como una interacción exclusiva entre latinoamericanos. Más bien, se está

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acentuando la cooperación regional y la acción colectiva (Robinson, 1992). Si bien la experiencia latinoamericana difiere en muchos sentidos del proceso de integración en África meridional, un punto común en la agenda de ambas regiones es la inclusión de estatutos sociales en los acuerdos de integración. Un asunto incluido en esos estatutos es la integración habilitante que sirva como mecanismo para mejorar los derechos y las normas laborales en toda una región. Otros asuntos son: medidas correctivas para que el dolor del ajuste, que es parte de la integración, no sea experimentado en grado desmedido por los pobres, una solución a la deuda, reformas a las leyes sobre inmigración, protección ambiental, cierto control del comercio, el arraigo de las prácticas democráticas y la creación de instituciones regionales democráticas. En el “Anteproyecto de Estatutos Sociales” de la Conferencia Coordinadora de Sindicatos Sudafricanos-Congreso de Sindicatos Sudafricanos-Consejo Nacional de Sindicatos, el movimiento sindical en el sur de África ha tratado algunos de los puntos mencionados (Davies, 1992). Si tuviera que dárseles prioridad, el último punto sería el más revelador: cómo promover una sociedad civil regional fuerte que involucre democráticamente al pueblo en todas las etapas de la toma de decisiones. Dichas iniciativas centradas en la sociedad civil deberían considerarse junto con la estructura para la cual fueron creadas: la hegemonía global, un tema que trataremos en el siguiente capítulo.

7. HEGEMONÍA GLOBAL Y REGIONALISMO EN COAUTORÍA CON RICHARD FALK

La hegemonía es una característica recurrente del regionalismo que contribuye a la polarización y al desequilibrio de los recursos. El concepto de hegemonía que se utilizará aquí –y que no debe confundirse con su significado no gramsciano de “preponderancia de poder”–, es en el sentido gramsciano de una mezcla de coerción y consentimiento, donde el consentimiento es el elemento dominante. Desde esta perspectiva la hegemonía neoliberal es instituida bajo el liderazgo global para mediar entre el mercado oligopólico y las fuerzas sociopolíticas internas. Desde el fin de la guerra fría, Estados Unidos ha desempeñado este papel principal –como lo sugiere la frase “el consenso de Washington”– junto con sus aliados en distintas regiones. Cuando la hegemonía ideológica resulta ser frágil o es puesta en tela de juicio, el estado preponderante puede utilizar gran variedad de instrumentos, tales como la diplomacia, para mantener la armonía, o los métodos militares, para coercionar. Este capítulo, entonces, analiza la política. Explora la geopolítica de la globalización y analiza el vínculo entre la economía y la seguridad militar en el contexto de los procesos globalizantes. Específicamente, en este capítulo se considera lo siguiente: ¿Puede utilizarse el nuevo regionalismo para promover la hegemonía estadunidense en un orden mundial globalizante? ¿Cuáles son los dilemas relacionados con un enfoque regional al manejo de las presiones globalizantes en la era posterior a la guerra fría? Nuestro argumento medular es que, en general, el enfoque que ha utilizado Estados Unidos para mantener su hegemonía –arraigando la idea y práctica del neoliberalismo– incorpora cierta mezcla de políticas regionales libres que forman un mosaico. La conclusión de los legisladores estadunidenses es, por lo tanto, que el regionalismo ha surgido como una característica clave, temporal e incluso inconsistente de un orden multilateral neoliberal, un pegamento que suele utilizarse para unir las dimensiones políticas y económicas de la reestructuración global. Empezaremos por delimitar el contexto y, después, analizaremos los desafíos a los intereses estadunidenses relacionados con el nuevo [178]

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regionalismo. Puesto que Estados Unidos integra varias regiones, es necesario analizar los tres pilares sobre los que descansa la política estadunidense: el TLCAN, el APEC y la Comunidad del Atlántico. Los demás proyectos regionales en zonas distantes, y a veces marginadas, del mundo, aunque son de interés para Washington, no son importantes para este análisis. Ello se debe a que, desde finales de los años ochenta, estas regiones por lo general han tomado la vía de la liberalización competitiva para atraer inversión extranjera y aumentar el comercio internacional.

DESPUÉS DE LA GUERRA FRÍA

Es evidente que la caída de la Unión Soviética puso fin, al menos temporalmente, al debate sobre el declive de Estados Unidos, que había ocupado el primer plano durante el decenio iniciado en 1980. El ambiente triunfalista incluso puso de relieve el papel de Estados Unidos como única superpotencia sobreviviente. La diplomacia y el poderío militar hegemónico de Estados Unidos quedaron confirmados por el modo en que se resolvió la crisis del Golfo Pérsico en 1990 y 1991, iniciada por la invasión iraquí a Kuwait. Parecería que en esta nueva era, bautizada por el presidente George Bush como “el nuevo orden mundial”, Estados Unidos tuviera vía libre para utilizar a la ONU como un apoyo legitimador en todo lo relacionado con la seguridad hegemónica. Sin embargo, esos acontecimientos relacionados con el fin de la guerra fría oscurecieron la debilidad de Estados Unidos como estado preponderante en la hegemonía mundial. Incluso en la guerra del Golfo, Estados Unidos insistió en que fueran terceros los que llevaran la carga financiera de las medidas militares, lo cual ocasionó que Japón se quejara de una tributación sin representación. Además de lo anterior, la debilidad del dólar, reflejo del comercio desmedido y los déficit presupuestales a principios de los noventa, implicaban que mantener la posición hegemónica estadunidense requeriría de nuevos métodos que no generaran reacciones internas en Estados Unidos. La lluvia de críticas contra este país en 1993, después de que 18 estadunidenses murieron durante un incidente ocurrido en Somalia, dejó ver que el marco multilateral de la guerra del Golfo era una anomalía, y no un patrón geopolítico emergente, y que el pueblo

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estadunidense estaba de acuerdo con la hegemonía siempre y cuando no repercutiera mucho en su vida ni en sus bolsillos. El acuerdo de paz en Bosnia en 1995, fraguado en una zona de importancia decisiva para Estados Unidos (Dayton, Ohio), representó una nueva fase en la dinámica de prueba y error aplicada a la conformación del papel hegemónico en el escenario general de los noventa. El liderazgo diplomático de Estados Unidos ahora parece firme e irrebatible. Sin embargo, la voluntad y los recursos no están garantizados y, por lo tanto, la estatura hegemónica de Estados Unidos parece ambigua y tenue. En contraste, el regionalismo en sus diversas modalidades es un rasgo preponderante de la geopolítica hegemónica. A diferencia de la respuesta globalista a la crisis del Golfo Pérsico, el quid real de la iniciativa diplomática y militar fue la dependencia, principalmente de Estados Unidos, de la OTAN y, en menor grado, del grupo de contacto europeo. Actualmente no es evidente si esta regionalización de la respuesta pueda proporcionar un momento fundamental a la geopolítica de globalización. Asimismo, la búsqueda del papel hegemónico de Estados Unidos en diversos contextos económicos aún no ha concluido, ni tampoco queda claro el equilibrio entre los enfoques unilaterales y los regionalistas. Nosotros sostenemos que la relación entre el regionalismo y la política exterior estadunidense es ecléctica y desigual. A pesar de los bombardeos de la OTAN en 1990 contra la Yugoslavia de Slobodan Milosevic, el regionalismo asociado con objetivos militarmente estratégicos suele tener una importancia cuestionable como instrumento en manos de los forjadores de la política exterior estadunidense, mientras que el regionalismo económico cada vez tiene más peso. En parte, este doble patrón hace evidente el paso fundamental de una era geopolítica a una geoeconómica, moldeada por la lógica de la globalización. En el caso de la seguridad estratégico militar, el regionalismo depende de la existencia de enemigos comunes, externos o internos. Cuando éstos no existen, es improbable que el regionalismo tenga prioridad sobre la tendencia de los estados a depender de sus propias capacidades para conservar la seguridad o, en caso de amenazas particulares, a buscar el apoyo bilateral, como sucedió con los ataques aéreos contra Irak en 1998 y 1999, que contaron con la participación de Gran Bretaña. En contraste, el regionalismo con fines económicos depende de la lógica del capital global, que da a los estados incentivos para unirse

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con el fin de participar en el mercado e incrementar las oportunidades de comercio e inversión. Además, las economías florecientes representan una amenaza para los sistemas estatales más débiles que sirve de estímulo para que las regiones y subregiones se integren económicamente y compensen la amenaza. Desde 1989, la política exterior estadunidense ha buscado una serie de instrumentos políticos para mantener su papel hegemónico en el mundo de manera de minimizar las tensiones fiscales y políticas. Si bien aún no hemos definido claramente la relevancia general del regionalismo para el papel global de Estados Unidos, en este capítulo se afirma que, actualmente, la política exterior estadunidense sólo ocasionalmente depende de arreglos regionales militarmente estratégicos, pero depende cada vez más del regionalismo económico. El regionalismo incluso se ha convertido en un tema recurrente dentro de la política exterior estadunidense. Las publicaciones especializadas y los discursos públicos sobre este asunto se centran en los convenios de seguridad regionales y en los bloques comerciales. Casi siempre, estos dos tipos de intereses se abordan por separado, aunque existe cierto grado de traslape, especialmente en relación con Europa. Con respecto a la seguridad militar estratégica en el actual escenario global, la política exterior estadunidense consiste principalmente en alejarse del regionalismo, con la excepción parcial de Europa. En otras regiones, las alianzas regionales de la guerra fría –como CENTO, SEATO y ANZUS, sobreviven simplemente como reliquias de un pasado desbancado. Durante la guerra fría, la política exterior de Estados Unidos, particularmente durante los años cincuenta con la influencia de John Foster Dulles, promovió los acuerdos de seguridad regionales y se basó en ellos como elemento integral de su política global general para contener el aumento de la influencia soviética. Sin embargo, en la fase contemporánea de la globalización, Estados Unidos casi no necesita esos arreglos regionales de seguridad. Además, muchos países tratan de ejercer sus derechos soberanos como estados independientes, y no se consideran amenazados por un “comunismo mundial en expansión” ni por ninguna otra “amenaza” sistémica. No obstante, es necesario considerar otras fuerzas y valores sociales.

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LOS RETOS DE LA POLÍTICA EXTERIOR Y LOS INTERESES DE ESTADOS UNIDOS

Los factores internos influyen enormemente en la tendencia de los legisladores hacia el regionalismo. Durante los años noventa, la política del descontento en Estados Unidos adoptó distintas modalidades: la solicitud de que hubiera un candidato más de otro partido en las elecciones presidenciales, una menor concurrencia de electores (37%) para permitir al Partido Republicano constituir una mayoría en el Congreso en 1994 (por primera vez en 40 años) y las encuestas que revelaron que incluso quienes habían votado por esos republicanos no esperaban cambios importantes. Parece que existe una noción –más que subyacente, de comprensión profunda de los ciudadanos– de que la política electoral no produce líderes con soluciones verosímiles a los problemas del país. Incluso, desde la perspectiva de quienes critican la democracia liberal “orientada a los procesos” en Estados Unidos, la facultad de elegir líderes de entre un pequeño grupo apegado a las libertades formales no soluciona lo fundamental: el poder económico y la desigualdad (Robinson, 1996). Esta insatisfacción puede estar íntimamente relacionada con las presiones causadas por la globalización económica y, en particular, con la polarización de ingresos y beneficios. A pesar de las notables subidas del mercado de valores a mediados y finales de los noventa, las circunstancias económicas para muchos –la reducción de los beneficios sociales, la necesidad de tener más de una ocupación y la disminución de la seguridad en el empleo– se tornaron más difíciles y miserables. Mientras los académicos explican el conjunto particular de cambios estructurales que abarca el reajuste conocido como globalización, el propio estado está buscando estrategias de adaptación para manejar esta tendencia. Por otra parte, los políticos –por ejemplo, los congresistas– están reaccionando a estas nuevas realidades de diversas maneras, por ejemplo, mediante un paquete de prestaciones para las empresas y pesadas cargas para los trabajadores, particularmente dentro de los segmentos más desfavorecidos. Una expresión de esta adaptación ha sido la contracción de los recursos y funciones del gobierno, particularmente en relación con el gasto social y, en algunos casos, con el ambiente. Esta tendencia se está reforzando con el debilitamiento de los sindicatos, el predominio público de los negocios y las finanzas, y el consenso ideológico preponderante de índole neoliberal. A pesar de

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haber resultado electo con la consigna de dar prioridad a la economía nacional, el presidente demócrata Bill Clinton (1992-2000) inclinó la política económica exterior hacia las fuerzas globales de mercado, haciendo caso omiso de las objeciones planteadas por los grupos de votantes tradicionales del Partido Demócrata. Esto fue evidente durante la lucha por obtener la ratificación del TLCAN y en la promoción de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Este patrón de ajuste que han seguido los líderes demócratas pseudoliberales (y, en cierto grado, sociales) se ha repetido en todo el mundo, lo cual pone de manifiesto el impacto estructural de la globalización. Por diversos motivos, que tienen que ver sobre todo con las tradiciones en torno a la asistencia social y el empleo, el carácter específico del ajuste ha sido mucho más doloroso en algunos países que en otros. Este conjunto de circunstancias derivadas de la globalización ha generado una serie de problemas de política exterior, cuyas características son resultado de las interacciones entre una unipolaridad excesiva en la diplomacia global y la capacidad militar, y un carácter generalmente tripolar o multipolar (el G-7) cuando se trata de los asuntos económicos. En primer lugar, quienes tienen a su cargo la elaboración de la política exterior estadunidense están debatiéndose por el asunto de cómo lidiar con las fuerzas económicas transnacionales para las cuales no tienen mecanismos reguladores eficaces. A raíz de la quiebra en 1995 del Barings Bank debido a las prácticas bursátiles fraudulentas de un solo empleado en su sucursal de Singapur, es evidente que el mercado de derivados dentro de las finanzas internacionales tiene un alcance global, pero su reglamentación depende de los marcos nacionales. De igual modo, la movilidad cada vez mayor del capital, su capacidad de desplazarse, incrementa la dificultad de los estados para utilizar sus políticas de control sobre la conducta corporativista contaminante y destructora del entorno. Es más, en la medida en que la globalización –y el regionalismo, por ser uno de sus elementos– extienda los límites de la acumulación de capital desregulado o no regulado, disminuirá la capacidad del gobierno para responder a las presiones democráticas y, por lo tanto, limitará el poder de la ciudadanía para controlar su vida económica. Algunos países en vías de desarrollo, sujetos como están al impacto limitante del ajuste estructural y la condicionalidad, experimentan esta pérdida de control en mayor grado y de maneras más patentes que los países desarrollados. Sin embargo, incluso un país rico y poderoso como Estados Unidos

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resulta ser una víctima cada vez más frecuente de la globalización, al menos en lo concerniente a la política gubernamental sobre bienes públicos. En segundo lugar, quienes fraguan la política exterior en Washington, al igual que sus homólogos en otros lados, en la práctica se encuentran con una matriz de zonas altamente integradas a la globalización y de zonas totalmente marginadas de ella. Una característica fundamental de un mundo globalizante es que esta aguda polarización amenaza con producir inestabilidad y brotes recurrentes de conflictos regionales. El tercer problema es la contradicción entre la globalización de los mercados y la reivindicación de una serie de valores que no se sentaron como premisa del neoliberalismo. Dicho de otra manera, la cuestión es de orden moral: más allá de medir el valor del hombre basándose en los criterios del mercado y en el número de bienes de consumo que se posee, ¿cuál es el elemento moral de la globalización? A final de cuentas, éste es el desafío de un proyecto de globalización alternativo: un Islam renaciente, con una imagen empañada en los medios occidentales, pero con una dimensión que pone en tela de juicio poderosamente la ausencia de una dimensión ética en la globalización neoliberal y condena las consecuencias culturales del ethos consumista (Pasha y Samatar, 1996). Por último, ante las fuerzas globalizantes que no puede comandar, el estado cede una fracción de su soberanía como medida defensiva y para reflejar una imagen globalizada del estrato gobernante. Tras adoptar la modalidad más institucionalizada de regionalismo, la UE no es la “Estados Unidos de Europa” concebida por sus fundadores; más bien, se la suele percibir como una nueva estructura de autoridad externalizada que determina cuánto pueden cultivar los agricultores, que especifica las condiciones de equidad en las jubilaciones, que asigna fondos para el fomento económico en las regiones pobres, que pone un alto a algunos subsidios nacionales considerados anticompetitivos y que exige a los países que admitan productos que no desean. La UE está facultada para aplicar reglas sobre el ambiente, sobre fusiones y adquisiciones y sobre las normas en los centros de trabajo. Incluso, las decisiones de la UE pueden remplazar la legislación nacional, como en el caso de los 18 000 burócratas que actualmente están empleados en Bruselas. Por lo tanto, el estado no es una víctima del regionalismo, ya que está dispuesto, incluso con entusiasmo, a ser partícipe de este proceso. A la vez que el estado externamen-

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te ejerce presión para adaptarse, debido a su actitud también enfrenta los jalones perturbadores del subnacionalismo, interno y externo: un segundo proceso compensatorio que puede entenderse en parte como una reacción violenta a la globalización. Al formular una respuesta a estos problemas, Washington puede recurrir a su superioridad militar, a su enorme influencia diplomática, a su condición de economía nacional más grande del mundo, a sus vastos recursos en la innovación tecnológica y el saber, y a la cultura magnética del país, tan atractiva para los jóvenes del mundo. Estados Unidos es el principal comerciante del mundo, y su PNB, de acuerdo con las cifras disponibles más recientes, es 1.5 veces el de Japón, país que ocupa el segundo lugar (Banco Mundial, 1997b, pp. 214-215). Sin embargo, como es bien sabido, Estados Unidos pasó de ser el mayor acreedor del mundo a ser el mayor deudor, y su participación en la producción mundial bajó de una tercera parte en los años cincuenta y sesenta, a una quinta parte a principios de los noventa (Bach, 1993; pp. 11-12; Nye, 1990). No obstante, puesto que la hegemonía no puede medirse totalmente con los aditamentos manifiestos del poder y la riqueza, también está el asunto de los valores compartidos, los significados intersubjetivos y un papel de líder con grandes activos diplomáticos. La hegemonía tiene que ver con la manera como se genera el consentimiento. El sabio consejo de Maquiavelo de que el gobernante no puede gobernar sólo con la fuerza bruta es aplicable al mundo después de la guerra fría. Y la opinión de su compatriota Antonio Gramsci con respecto a que las estructuras hegemónicas no sólo acogen intereses, sino también racionalidad bajo la forma de consentimiento, pudiera aplicarse al señalar que la amalgama de coerción y consentimiento siempre está cambiando; es heterogénea y constantemente necesita ajustarse en respuesta a los desafíos. Para restaurar la hegemonía después de la guerra fría y superar los problemas de la globalización, Estados Unidos busca sobre todo institucionalizar la idea neoliberal de que los cimientos fundamentales del orden son los individuos, más que las estructuras económicas o sociales. Y vinculada al postulado de que, si se los deja a su albedrío, los mercados conducirán a una distribución eficiente de los recursos está la noción de flexibilidad, de manera que tanto productores como consumidores pueden responder con presteza a las señales de los precios. Por supuesto, el neoliberalismo no es meramente un modelo económico que anuncie la primacía de los mercados, sino también un medio de actuar que se traduce en políticas para la apertura de

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mercados. El impacto no es neutral hacia distintos grupos, sino que favorece ciertas fuerzas: las grandes firmas, los grandes inversionistas y los principales países capitalistas. La ideología del neoliberalismo también se relaciona con el declive de la soberanía económica de los estados, las reducciones en los beneficios sociales y la transformación del capitalismo estatal en un capitalismo de libre mercado. Al adoptar el neoliberalismo como piedra angular de la política exterior, Washington ha cobijado la flexibilidad como sello distintivo de la estrategia utilizada tras la guerra fría. Al “reinventar el gobierno”, frase que fue la rúbrica de las propuestas del vicepresidente Al Gore para reducir la burocracia y volver más eficiente el gobierno, los legisladores utilizaron un principio, la flexibilidad, tomado directamente de la economía de mercado: la “producción flexible”, un sistema de organización diseñado para tener fortaleza competitiva en la economía mundial globalizada. Como enfoque hacia el regionalismo, la flexibilidad significa una serie de relaciones axiales entre Estados Unidos y sus socios que unas veces refleja una forma superficial de asociación entre estados y, otras, interacciones más profundas que implican la protección de los derechos de los trabajadores y de la sociedad civil, pero que en todos los casos está determinada por la prueba y el error en distintas zonas de la economía política global, desde Europa y América hasta el Pacífico. Estados Unidos, que no es un miembro de la UE aunque mantiene vínculos diplomáticos y culturales con ella, así como una enorme presencia económica, ha tratado de valerse del regionalismo en América del Norte y la Cuenca del Pacífico. El TLCAN es la medida más vigorosa por encontrar un patrón que integre diversos arreglos regionales a una respuesta general a la globalización.

LA RECONSTRUCCIÓN DE LA HEGEMONÍA HEMISFÉRICA

Históricamente, Estados Unidos ha aplicado diversas iniciativas para establecer su hegemonía en América Latina que se remontan a la Doctrina Monroe en el siglo XIX, forjando al mismo tiempo fuertes vínculos históricos, militares, comerciales y culturales. Si bien no compete a este capítulo detallar las disposiciones de los antecesores del TLCAN, sería un descuido no señalar la importancia de los anteriores acuerdos hemisféricos bilaterales y multilaterales encabezados por

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Washington. En muchos sentidos, el TLCAN y los planes de una liberalización futura en el hemisferio occidental se derivan de patrones históricos que cristalizaron en los años ochenta y noventa. La Iniciativa para la Cuenta del Caribe, creada durante el gobierno del presidente Ronald Reagan en 1982, se debió principalmente al deseo de su gobierno de apoyar los regímenes de derecha en Centroamérica, aislar y socavar el gobierno sandinista en Nicaragua y ejercer más presión sobre la Cuba castrista. Lejos de constituir un interés estrecho de seguridad o geopolítico, el apoyo a los contras en realidad se dio como parte de un movimiento sostenido para erradicar la intención de los sandinistas de ofrecer una segunda alternativa regional al proyecto neoliberal. Al mismo tiempo, el equipo de Reagan ofrecía más ayuda, incentivos a la inversión y acceso exento de aranceles al mercado estadunidense a cambio del consentimiento político de los países centroamericanos y las naciones caribeñas. Aunque hubo muchos compromisos en esta legislación y en su aplicación, el vínculo entre las expectativas y las recompensas de Estados Unidos fue evidente, aunque tampoco faltaron consideraciones de diversa índole sobre la guerra fría en el intento por regionalizar la actividad económica. La política de la zanahoria y el garrote para lograr el consentimiento también se aplicó en otros casos, aunque no tan descaradamente, y fue continuada por los sucesores de Reagan. Aunque Canadá difiere mucho de los países en vías de desarrollo en el hemisferio occidental, es de igual manera muy dependiente del mercado estadunidense y de sus inversionistas. También ahí el poder estadunidense –y, por lo tanto, las disposiciones del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Canadá firmado en 1988– se utilizó para impulsar la liberalización de la inversión extranjera. Desde el punto de vista de los intereses empresariales, el objetivo del tratado era facilitar la movilidad del capital. En Canadá, el regionalismo era planteado como un medio necesario para proteger e incrementar el acceso al mercado estadunidense (Fishlow y Haggard, 1992, p. 21). Hacia el Sur, Estados Unidos trataba de mantener la estabilidad política, reducir la inmigración de ilegales y cimentar una economía neoliberal. Por lo tanto, el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y México, que presentó el presidente George Bush al Congreso en 1990, garantizaba a México el acceso al mercado norteamericano, enfrascado en sus reformas neoliberales internas, y garantizaba a los inversionistas privados la llegada de nuevos flujos de capital foráneo. Por último, la Empresa para Iniciativa de las Américas (1991), del presi-

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dente Bush, abrió canales para un acuerdo de libre comercio hemisférico. La liberalización incluía la promoción de la inversión, la privatización, la reducción de la deuda y la eliminación de barreras comerciales (Fishlow y Haggard, 1991, pp. 22-25). Con estos ejes iradiados desde el núcleo, el patrón del TLCAN se puso en movimiento. Sólo faltaba sistematizar una serie de políticas bilaterales y multilaterales que se habían puesto en práctica durante el decenio anterior. El regionalismo hegemónico para los negocios estadunidenses, representados por el presidente demócrata Bill Clinton, quien defendió una postura republicana en cuanto al regionalismo económico a pesar de la oposición de los sindicatos que votaron por su partido, implicó tener confianza en el modelo neoliberal. El TLCAN, más que una serie de disposiciones comerciales, se convirtió en emblema del neoliberalismo, un medio de actuar, un método para forjar el consentimiento transnacional y lograr la confianza de los inversionistas en la irrevocabilidad de los acuerdos. Al igual que el capital en Estados Unidos, las empresas y el estado en Canadá y México llegaron a aceptar que el TLCAN era un instrumento para abrir la economía estadunidense, pero con efectos preocupantes en las condiciones laborales y ambientales. Desde un punto de vista práctico, resulta inapropiado calificar de triángulo a la relación en América del Norte. Puesto que la economía estadunidense empequeñece a la de sus vecinos, no hay igualdad en dos de los lados de ese triángulo. Un tercer lado, aquel entre Canadá y México, en realidad no existe. Al internalizar el problema Norte-Sur, el TLCAN añade muchas discrepancias en la distribución del ingreso y en la congruencia política. La asimetría es tan marcada que el TLCAN no sólo es una zona de libre comercio, sino inevitablemente funciona como una esfera de influencia política e ideológica para Estados Unidos (Poitras, 1995, p. 9). Menos evidente para la mayoría de los legisladores, pero anticipado por algunos comentaristas, fue el grado en que el TLCAN creó un área de peligro para Estados Unidos al imponerse la responsabilidad de rescatar al miembro débil (Castañeda, 1995). Antes del TLCAN, habría sido inconcebible que Estados Unidos armara un paquete de rescate para devolver la confianza en la economía mexicana a los inversionistas. Después del TLCAN, simplemente era inconcebible no intentarlo. Si bien los sectores financiero y empresarial en ambos lados de la frontera apoyaron el acuerdo, la oposición provino principalmente de los sindicatos estadunidenses, temerosos de que las empresas se tras-

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ladaran a México; de los ambientalistas, conscientes de la débil normatividad en México, y también de los ultranacionalistas de derecha, como Ross Perot y Pat Buchanan. Los grupos defensores de los derechos humanos apuntaron hacia los abusos generalizados en México y acusaron al gobierno de Clinton de desvincular la ganancia económica del elemento moral de la política exterior. Cuando se acordó en 1994 admitir a Chile como miembro del TLCAN, los países del Caribe se quejaron de que sus pequeñas economías podrían resultar dañadas por las rápidas liberalizaciones del mercado. Asimismo, en América Latina se han tomado medidas para encontrar alternativas al TLCAN, algunas de las cuales representan versiones sureñas del neoliberalismo: un Mercado Común del Cono Sur, firmado en 1991 entre Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, así como el resurgimiento del Mercado Común Andino. Con el fin de preparar a México para el TLCAN, el gobierno de Carlos Salinas de Gortari acogió las reformas neoliberales para dividir los ejidos y facilitar la venta de sus tierras a los terratenientes, quienes estarían mejor equipados para competir con los productores estadunidenses y canadienses. Este proceso desplazó a muchos campesinos pobres y contribuyó al levantamiento zapatista en el estado de Chiapas, el que, simbólicamente, coincidió con el día de entrada en vigor del TLCAN, el 1 de enero de 1994. Las repercusiones reales de las políticas del TLCAN incluyen la pérdida de 41 201 empleos manufactureros en Estados Unidos, documentados por el Departamento del Trabajo estadunidense, una cifra muy inferior al número de mexicanos que se quedaron sin empleo. Este recorte de personal se atribuye principalmente a la liberalización comercial y a una baja persistente en el número de empleos manufactureros en la economía mexicana desde septiembre de 1990 (DePalma, 1995; Cornelius, 1995). La liberalización, la desregulación y la integración de los mercados de capital se tradujo en una mayor inseguridad económica para los negros y las personas con bajos ingresos. Así como existe cada vez más desigualdad en los ingresos entre México y Estados Unidos, la polarización económica dentro de México también está aumentando, situación notable ante las ya enormes diferencias en el ingreso y la riqueza. El desplazamiento de trabajadores y agricultores en los tres países ha acelerado la migración. Sin embargo, la válvula de escape que representaba la migración a Estados Unidos es ahora una salida menos eficaz, dada la resistencia cada vez más violenta a los recién llegados en California y otros estados.

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Quince meses después de la firma del TLCAN, Washington respondió por los caóticos mercados financieros en México al proporcionar un programa de garantía por 52 000 millones de dólares. A pesar de estar aplicando recortes al sistema de seguridad, el gobierno de Estados Unidos salió al rescate de los inversionistas privados estadunidenses y mexicanos que con conocimiento de causa habían corrido el riesgo de invertir en un “mercado emergente” –los valores mexicanos–, y así fueron salvados de sufrir las consecuencias de hacer una mala apuesta. Para fines prácticos, el gobierno de Estados Unidos y el FMI se convirtieron en el banco central de México, un indicio de la carga que representa el regionalismo como instrumento hegemónico para Estados Unidos. Asimismo, la conveniencia, como cabía esperar en este momento decisivo, desbancó a la ideología neoliberal. En un movimiento polanyiano clásico, la utopía del libre mercado autorregulado se sacrificó en silencio en el altar de la intervención estatal masiva. A pesar de este desastre, el objetivo en el largo plazo es liberalizar e integrar los mercados de capital desde el Ártico canadiense hasta Cabo de Hornos. El objetivo es ampliar y remplazar el TLCAN con una Zona de Libre Comercio del Hemisferio Occidental, en la que Estados Unidos desempeñaría el principal papel hegemónico. En contraste, Estados Unidos encuentra en Asia una región muy diversa y con estados mucho más fuertes, que tienen su propia agenda para el regionalismo. El regionalismo asiático depende menos de los acuerdos formales y de las instituciones intergubernamentales, y confía más en una red de relaciones económicas bilaterales con un toque regional.

RECONSIDERACIONES SOBRE EL REGIONALISMO HEGEMÓNICO EN EL ESCENARIO DE ASIA-PACÍFICO

Las ideas divergentes planteadas por los intelectuales de la política estadunidense son importantes para reconfigurar la hegemonía de acuerdo con las condiciones de la globalización neoliberal posteriores a la guerra fría. Sus propuestas y explicaciones tienen influencia y son una aportación clave a la configuración de la agenda política. Una teoría que durante un tiempo atrajo mucha atención fue propuesta por Francis Fukuyama (1989), antiguo funcionario del Departamento de Estado, quien sostuvo que, con la caída del comunismo,

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la dialéctica de la historia había llegado a un final marcado por el triunfo permanente del capitalismo, las políticas pluralistas y el constitucionalismo. Tras haber llegado a la última síntesis, los líderes políticos deberían concentrarse en expandir su prosperidad y ayudar a algunas sociedades atrasadas a integrarse al sistema económico liberal. Otra faceta, tal vez más duradera del discurso hegemónico, la planteó Samuel Huntington (1993), cuyo artículo, “The Clash of Civilizations?”, plantea que las rivalidades de la guerra fría fueron sustituidas por las “líneas imperfectas de las civilizaciones”: las identidades de religión y cultura y, en particular, los lastimeros elementos islámicos y confucianos contra Occidente. Para Huntington, los conflictos y la competencia después de la guerra fría se reducen a dos polos: “Occidente y el resto”. Estas representaciones no sólo revelan la idea que tienen los principales intelectuales sistemáticos respecto de la hegemonía estadunidense, sino también dan por sentado que sólo hay un proyecto neoliberal. Sin embargo, esto no es así en la región de Asia-Pacífico. Ahí existe un escenario neoliberal dominante que es tanto una versión incluyente como una segunda opción neoliberal, más excluyente. El APEC, la agrupación incluyente, engloba a todas las entidades subregionales (por ejemplo, la ASEAN) y todos los experimentos microrregionales (por ejemplo, las zonas procesadoras de exportaciones) en la Cuenca del Pacífico. Su flanco en Asia incluye a dos de las tres economías más importantes del mundo (China y Japón), a cuatro naciones consideradas como países de industrialización reciente, a otras dos de industrialización próxima (Malasia y Tailandia, seguidas muy de cerca por las Filipinas e Indonesia) y países tan disímiles como Canadá, Chile y Papúa Nueva Guinea. Así como debe lidiar con el miedo de la ASEAN a ser dominado por Japón y Estados Unidos, el APEC también debe tratar de encapsular a China y Taiwán en una sola estructura organizativa. Esta estructura, por supuesto, es sólo un foro consultivo, sin ningun órgano regidor, a pesar de que en 1994 se decidió que en 2003 se crearía una zona de libre comercio (la AFTA) para los seis miembros de la ASEAN. Sin embargo, aún no queda claro si este horizonte temporal fue tomado como un compromiso literal. La lógica para la intensificación regional se deriva de una serie de circunstancias ocurridas en un breve lapso: el dinamismo de algunas economías asiáticas hasta 1997, el poderoso empuje de la globalización y el fin de la guerra fría. En muchos sentidos, la crisis económica de finales de los noventa se sumó a esa lógica. Tras el ataque de

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ciertos especuladores con divisas y el comportamiento en masa de los inversionistas extranjeros, el contagio afectó a Tailandia, Corea, Indonesia, Malasia y, en menor grado, a otros países asiáticos. Cuando la agenda de las políticas se concentró en la recuperación económica, resultó cada vez más evidente que, en ese momento, gran parte del capitalismo asiático, independientemente de su variedad y de si el programa del FMI era adoptado de iure o de facto, debería sujetarse estrictamente al modelo de desarrollo guiado por Estados Unidos. Tras esta aceptación hubo muchas propuestas e iniciativas modernas de nuevas modalidades de unidad subregional. Para el ala asiática y americana del APEC, un incentivo para intensificar la estructura regional es la ganancia potencial que se derivaría del aumento del comercio y la inversión. Asia es ahora el principal mercado de América del Norte, y el comercio del Pacífico supera al comercio del Atlántico. Los 18 miembros del APEC tienen una participación cada vez mayor en la producción y el comercio mundiales: casi 60% del PIB global y 46% de todas las exportaciones en 1993, en comparación con 38% en 1983 (Higgott y Stubbs, 1995; “APEC: The Opening of Asia”, 1994). ¿Pero, cuál agenda de intensificación prevalecerá? ¿Cuáles son los puntos delicados de la integración? Al ala asiática del APEC le preocupa que la intensificación sea un medio para que Estados Unidos imponga su concepto de libre comercio. Los países pequeños, en vías de desarrollo, temen que Estados Unidos trate de dar nueva forma a políticas económicas internas probadas y comprobadas que se basan en la intervención estatal en gran escala, e insisten en cuestiones sociales como los derechos humanos y las normas laborales y ambientales (aunque no como las demandadas por algunas ONG). Asimismo, el esfuerzo para imaginar o construir una identidad asiática plantea interrogantes amplios e irritantes sobre los conflictos entre distintos sistemas de valores, no en el sentido huntingtoniano de tensiones entre civilizaciones, sino en términos del contenido moral del proyecto regional neoliberal. En cuanto a esto, dos observadores tocan un acorde que reverbera en algunas zonas de Asia: “La APEC […] es a todas luces el hijo de los economistas del comercio internacional educados en Occidente y versados en la metodología del positivismo y en el racionalismo de la maximización de la utilidad” (Higgott y Stubbs, 1995, p. 531). Implícitamente, el punto es que si el neoliberalismo es una copia de la economía neoclásica, ¿responde a los profundos anhelos de las antiguas civilizaciones asiáticas que quedaron atrapadas en el vórtice de la

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rápida globalización? Y también, ¿es compatible con las diversas estructuras y estilos políticos coercitivos? Una alternativa, mencionada en el capítulo 6, es la asianización del APEC. Propuesto por el primer ministro de Malasia en 1990, el EAEG estaría conformado por Japón, China, los países de industrialización reciente en Asia oriental y el resto de la ASEAN, y sería un fuerte contrapeso al regionalismo centralista de la UE y Estados Unidos. Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Estados Unidos quedarían excluidos. En otras palabras, si se compara con el escenario del Pacífico, el escenario asiático demanda una membresía más exclusiva y hace hincapié en la dimensión cultural –la identidad– del regionalismo como característica principal de la intensificación. Si bien las modalidades de este arreglo nunca se detallaron, no sorprende que Estados Unidos se opusiera a él desde el principio. Estados Unidos quería conservar su papel de líder en la región, y podría sacar sus cartas de triunfo –garante de la seguridad nacional, contenedor de China y un mercado de grandes dimensiones– para desviar la expresión de frustración de Malasia ante la agenda neoliberal dominante. La franca oposición de Estados Unidos a la idea de Mahathir ocasionó la disolución del EAEG, el cual se convirtió en un débil cónclave asiático dentro del conglomerado de países del Pacífico, al menos por ahora. Existe, sin embargo, otro sistema tripartito por considerar, en el cual Europa es la tercera esfera de influencia.

LA REVITALIZACIÓN DEL REGIONALISMO HEGEMÓNICO EN LA COMUNIDAD DEL ATLÁNTICO

Hasta la fecha, las relaciones en el Atlántico Norte se han basado en la abundancia de vínculos históricos y culturales, en un alto grado de interpenetración de mercados, en una alianza militar central (la OTAN) y en una serie de relaciones bilaterales. No obstante, después de la guerra fría, todas las partes necesitaron tomar en cuenta las nuevas condiciones. Además, ahora Estados Unidos está siendo confrontado por una organización regional fuerte a la cual no pertenece, aunque tampoco puede descartarse del todo cierto tipo de participación. Mientras que los europeos con un sinfín de proyectos debaten una agenda de integración más profunda, es necesario inventar estrategias más flexibles para lidiar con las necesidades de una comunidad

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de 30 a 35 miembros en el nuevo milenio y las implicaciones sociales de un mercado único: la asimilación de los inmigrantes, las elevadas tasas de desempleo, las profundas divisiones étnicas y la polarización entre ricos y pobres, entre otras. Dentro de Europa existen diferencias de opiniones con respecto a si debería haber: 1] una guardia de avanzada de estados miembro para intensificar el regionalismo, con la condición de que otros países les siguieran después; 2] el requisito previo de que todos los países dispuestos suscribieran primero objetivos comunes; 3] un sistema de doble vía tanto para los que prefieran y puedan adaptarse a una integración estricta y como para aquellos que favorezcan un marco más flexible, todo ello dentro de un marco de cooperación; o 4] un menú de opciones de integración a la carta (Barber, 1995). Para cambiar la metáfora, algunas opciones podrían tener un efecto facilitador del regionalismo en general. Asimismo, podrían darse, por supuesto, acuerdos transitorios entre grados de intensificación. En respuesta a este impulso para lograr un mayor regionalismo en Europa, los funcionarios estadunidenses han subrayado que Estados Unidos es una potencia europea, por cuanto ha demostrado ser garante de la libertad y estabilidad de Europa (Holbrooke, 1995). El esfuerzo de Estados Unidos por amoldar el regionalismo hegemónico en este ámbito depende entonces de la premisa de que Europa aún no tiene la capacidad de satisfacer sus necesidades de seguridad, de que el vínculo estadunidense se basa en los sólidos cimientos de intereses y valores comunes que sobrevivieron la prolongada prueba de la guerra fría, de que sin Estados Unidos podría surgir una hegemonía alemana –más objetable– y de que Rusia pronto podría representar un problema imposible de solucionar de manera confiable si Estados Unidos no permanece en el entramado europeo. El quid es éste: Puesto que Europa no logró responder a la agresión y al genocidio en Bosnia, Estados Unidos, que se rehusó a enviar sus propias tropas durante la difícil prueba de la “limpieza étnica”, no obstante ha cuestionado si los europeos tienen una capacidad bona fide para unir a los pueblos. Más allá de los giros retóricos, ¿realmente existe una genuina disposición a sacrificar lo que haga falta para conservar una comunidad cuando sus valores fundamentales sean atacados? La jugada diplomática final en Bosnia, así como la continuación en Kosovo, reconfirmaron el papel hegemónico de Estados Unidos en relación con la seguridad europea. Asimismo, el paso de la ONU a la OTAN como la entidad responsable de mantener la paz en Bosnia y de salvaguar-

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dar Kosovo reforzó la nueva marginación de la ONU en relación con la seguridad global y la percepción de una reafirmación del liderazgo estadunidense en Europa. Si bien la OTAN tiene a Europa como su lugar de operaciones, sigue siendo un arreglo regional dominado por Estados Unidos. Este aspecto se acentúa por la manera en que Washington insistió en tener la última palabra en la elección del nuevo secretario general de la OTAN después del descrédito de Willy Claes en 1995. A pesar de todo, aún puede cuestionarse si el papel estratégico-militar de Estados Unidos en Europa puede transformarse en un papel similar con respecto a los asuntos económicos de Europa. Al parecer, esto es imposible, por lo menos dentro de la coyuntura actual. Así como hay límites a la protección de los ideales manifestados, también hay límites palpables al regionalismo formal. Tanto las fuerzas contrahegemónicas como los actores hegemónicos sacarán partido del regionalismo informal o no oficial. Paradójicamente, el regionalismo informal suele ejercerse mediante foros extrarregionales –el G-7, el Club de París y el de Londres en el caso de los asuntos financieros internacionales, el WEF, la Comisión Trilateral y otros– que pueden ser más eficaces para lograr el ajuste hegemónico. Es claro que estos foros pueden ser asociaciones públicas o privadas expertas en el manejo flexible del consentimiento y las formas de coerción estructurales. Los vehículos regionales y extrarregionales son compatibles con la reconstrucción de la hegemonía estadunidense siempre y cuando estén a tono con un orden mundial multilateral, a pesar de encontrar grandes barreras en el camino hacia los fines neoliberalizantes.

HACIA UNA ESTRATEGIA GLOBAL DE REGIONALISMO

En suma, en un esfuerzo por mantener la hegemonía, Estados Unidos, como potencia central, ha tratado de extender una serie de ejes regionales dentro de la rueda del neoliberalismo. ¿Qué tan bien gira esta rueda cuando se trata de manejar con éxito los problemas de política exterior ya señalados? Creemos que no muy bien. Aunque el regionalismo puede ser un poderoso instrumento selectivo para controlar agendas, arrinconar mercados y vigilar ciertas áreas y actividades, Estados Unidos no siempre lo ha utilizado con prudencia o sabiduría, en parte debido a los grandes contrastes y tensiones exis-

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tentes entre las diferentes esferas. La cooperación alcanza su grado más profundo entre Estados Unidos y sus socios dentro del TLCAN, pero también ha resultado más problemática de lo esperado a raíz de los problemas económicos que el tratado le ha causado a México y Canadá; es más superficial y débil, así como menos institucionalizada en el Pacífico; y más incierta en el Atlántico Norte debido a la prominencia progresiva de las otras dos zonas (Haggard, 1994). Por lo tanto, Estados Unidos ha seguido un enfoque diferenciado hacia el regionalismo al renunciar al neoliberalismo cuando quienes toman las decisiones han considerado que resulta más eficaz una acción intervencionista. El rescate estadunidense de la economía mexicana es un recordatorio espectacular de esa presta disposición a rescatar a las fuerzas del mercado, y lo mismo sucede con el apoyo de Estados Unidos a rescates similares en países como Indonesia y Brasil. Resulta claro que el ritmo de evolución de los mercados globales durante los últimos 30 años ha sido mucho más veloz que la capacidad de los estados y las organizaciones regionales para manejar los efectos, e incluso los rumbos, del cambio. El impacto estructural de la globalización ha disminuido la gama de políticas a disposición del estado. Debido a esta realidad generalizada, es urgente que los legisladores reconcilien globalización y regionalismo en la medida de lo posible. El regionalismo dista mucho de ser monolítico, pues dirige su atención hacia las fuerzas políticas dentro de las agrupaciones formales o los movimientos transnacionales que consideran posible convertir el regionalismo en un escudo contra la hegemonía. Así como el regionalismo funge como estrategia hegemónica para Estados Unidos, también puede dar cabida a diversos proyectos contrahegemónicos. Por ende, el regionalismo no es sólo elemento y reflejo de la globalización, sino que actúa como una respuesta modificatoria. Sin importar cuál sea el enfoque de Estados Unidos hacia el regionalismo en un momento y lugar dados, hay fuerzas poderosas –como el nacionalismo, la religión, la etnicidad y el idioma– que no sólo unen a las comunidades, sino que continúan separando pueblos e incluso liberan una destructiva reacción en cadena. La estrategia de Estados Unidos para contrarrestarlas ha generado conflictos globales, muchos de ellos violentos. La expansión del regionalismo tal vez no sea tan poderosa como para neutralizar otras diferencias, muchas de ellas obstaculizadas y disfrazadas por estados represivos y políticas de blo-

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que durante la guerra fría, pero liberadas sustancialmente desde 1989 de la disciplina geopolítica de la bipolaridad. Dados estos problemas al forjar una política coherente y eficaz en materia de regionalismo, ¿por qué Estados Unidos persiste? ¿Por qué no descartar este enfoque y apegarse a tácticas estatistas, orientadas al poder? ¿Por qué no relacionarse directamente con la economía global y saltarse el regionalismo, el grado intermedio? Un motivo es, por supuesto, que Estados Unidos sigue ambas estrategias, la estatista y la regionalista, si bien sus recursos finitos limitan la capacidad para invertir en ambos proyectos para los mismos fines. Asimismo, dado el cambio en la configuración del poder y la reorganización de la economía global siguiendo líneas regionales, los nuevos modos de competencia motivan a estados, empresas y bancos a utilizar el regionalismo como un medio clave para reubicarse cara a cara con sus competidores. Si la globalización implica un menor control regional, entonces la mejor opción para muchos estados, incluido Estados Unidos, pudiera ser una retirada regional (Crone, 1993). Sin embargo, como ya se señaló, el panorama actual es oscuro, especialmente debido a que los escenarios regionales en Europa y el Pacífico siguen siendo susceptibles de cambios y contradictorios respecto del papel de Estados Unidos como elemento interno o ajeno. Es probable que las ambiciones hegemónicas de Estados Unidos se cumplan mientras las aportaciones de Washington a la seguridad de estas regiones sigan siendo importantes y, a ojos de los principales estados miembro, indispensables. Si las macrorregiones de Europa y Asia-Pacífico pueden reducir, o eliminar, su dependencia estratégico-militar de Estados Unidos, es probable que su participación económica fuera objeto de más escrutinio, e incluso limitaciones, lo cual erosionaría su capacidad hegemónica. Por el momento, hay dos consideraciones fundamentales, aún por resolver, que influyen en la dependencia del regionalismo como medio para mantener la hegemonía: ¿pueden los factores de seguridad tradicionales convertirse en una influencia dentro de los dominios económicos? ¿Pueden las presiones globalizantes y las alteraciones y desigualdad intrarregionales neutralizar las tendencias regionales? En el siguiente capítulo se analizan algunos de estos patrones intrarregionales de desigualdad manifestados como respuestas subregionales distintivas a la globalización.

8. RESPUESTAS SUBREGIONALES A LA GLOBALIZACIÓN

Tras percatarse del surgimiento del nuevo regionalismo, los observadores se han concentrado principalmente en la evidencia más conspicua de esta tendencia: el ascenso de tres macrorregiones –Asia-Pacífico, la UE y el TLCAN – y sus interrelaciones. Sin embargo, este capítulo se centrará en una cuestión distinta y desatendida: ¿cuáles son las principales interacciones que constituyen la dialéctica de la globalización y el subregionalismo? En general, tal interrelación es configurada por y constituyente de la ofensiva neoliberalizadora encaminada a abrir las economías y las sociedades a los mercados globales. En otras palabras, la respuesta subregional a la globalización que ha predominado consiste en dar cabida a esta serie de procesos, aceptarlos e incluso convertirse en parte de ellos. Una tendencia menos pronunciada y aún incipiente es la resistencia a la globalización (que se analizará en la tercera parte de este libro). Dentro de la globalización se forman patrones subregionales que constituyen un subconjunto diferenciado de relaciones de poder intrínsecas de una macrorregión. Dichos patrones también intensifican las interacciones entre nodos (estados o partes de estados) que trascienden las fronteras nacionales dentro de una macrorregión y fuera de ella. A pesar de la globalización, actualmente se da una serie de procesos subregionales distintivos. El más conocido es la constelación de países de industrialización reciente en Asia oriental, que fueron los primeros en aprovechar las ventajas de una economía fuerte y globalizante en los años sesenta, y que forman parte de una red regional de organización de la producción, de inversión y de comercio. Esta formación puede dividirse en: 1] la República de Corea y Taiwán, los súper países de industrialización reciente; 2] Singapur y Hong Kong, ciudades-estado y centros comerciales de importación y distribución (absorbidos políticamente por China en 1997, país que permanece por su cuenta dentro de la economía global), y 3] los países de industrialización próxima, una segunda generación de rivales asiáticos supuestamente más vivaces (que en diferentes momentos incluyen a Malasia, Tailandia, Indonesia y las Filipinas, y algunos de sus vecinos). Otras reacciones subregionales importantes a la globali[198]

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zación, y también elementos de la misma, son: 4] los triángulos o polígonos de crecimiento, y 5] las áreas de recursos transfronterizas. Estas respuestas posibles –en grado diverso guiadas por el mercado, patrocinadas por el estado o motivadas por la sociedad– han surgido en un periodo de mucha experimentación con el subregionalismo. Sus múltiples cambios y combinaciones suscitan la pregunta: ¿en cuáles aspectos son los procesos subregionales vehículos de la globalización neoliberal? Dicho de otra manera, ¿se encuentran enraizados o desenraizados de las fuerzas sociales comprometidas? En esta pregunta se encuentra implícita la importancia de las organizaciones formales y de diversos factores latentes, como son la organización de la producción, la política y la cultura. En otras palabras, las actividades subregionalistas incluyen iniciativas tanto de los estratos superiores hacia abajo, como de los estratos inferiores hacia arriba, donde distintas fuerzas desde arriba y desde abajo impugnan el rumbo de las reacciones a la globalización. Como hemos visto, en otros estudios se suele tomar a la UE como ejemplo del nuevo regionalismo. Sin embargo, este capítulo construye su marco a partir de distintas experiencias en Asia oriental y África meridional. Aun con el riesgo de un desequilibrio, aquí prestaré más atención a Asia oriental, únicamente debido a que las ideas sobre cómo organizarse en respuesta a la globalización parecen viajar más eficazmente de ahí a África meridional, y el transporte de esos conceptos no parece darse en la dirección contraria, aunque, por supuesto, ambos tienen raíces indígenas. El objetivo de este capítulo, por lo tanto, no es comparar sistemáticamente ambas subregiones, sino extraer ejemplos de sus experiencias. En dichas ejemplificaciones, África meridional fungirá sobre todo como un saludable control o renuncia a los intentos por sacar ventajosamente lecciones del contexto asiático. Por ejemplo, después de analizar los logros y problemas del subregionalismo en Asia oriental, es fácil predisponerse tanto a los factores específicos que moldean esta configuración como a sus consecuencias. Haciendo a un lado los prolongados procesos históricos (los flujos de población, la distribución étnica a lo largo de las fronteras y la economía informal), el impulso hacia el subregionalismo en la fase globalizante reciente del capitalismo ha sido más débil en África meridional. Debido a ello, resulta extremadamente útil tratar de entender la experiencia asiática. En vez de organizar este capítulo de la manera más obvia –en secciones que se concentren en los aspectos evidentes del subregio-

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nalismo (las propias modalidades, a saber, las distintas generaciones de países de industrialización reciente, las áreas de crecimiento y los parques transfronterizos)–, se puede aprovechar mejor si nos concentramos en explicar lo que salta a la vista, para luego pasar a las manifestaciones. Por lo tanto, las tres primeras secciones de este capítulo abordan las distintas interpretaciones del modelo de país de industrialización reciente: el neoliberal, el culturalista y el estatista. Después se analiza el cambio de paradigma tras la creación de redes transfronterizas, y, posteriormente, se comentan sus impulsos ascendente, descendente y lateral. La conclusión vuelve a retomar el tema de las interacciones entre el subregionalismo y las estructuras globales cambiantes, y explica esos vínculos a partir del concepto de enraizamiento.

RELATOS NEOLIBERALES DEL “MILAGRO”

Después de que Japón, una potencia asiática, construyó la segunda economía más importante del mundo, se prestó mucha atención al “milagro” logrado por los cuatro tigres como estrategia paradigmática para ascender por la escalera del valor agregado. Ya no simples proveedores de mercancías básicas y mano de obra barata, unos cuantos países en vías de desarrollo se habían vuelto muy competitivos en el mercado global. Animados por la desindustrialización del Norte y la reubicación de las instalaciones manufactureras en el Sur, los países de industrialización reciente ahora son productores de mercancía intensiva en capital y, en algunos casos, intensiva en tecnología. Existen diferencias entre las estimaciones neoliberales sobre el surgimiento de estas economías “milagrosas”, pero comparten una perspectiva común. Dentro del marco neoclásico hay varias formulaciones elegantes. Partiendo de las características específicas de Japón y de los países de industrialización reciente en Asia, Paul Kuznets (1988) delimitó “un modelo de desarrollo para Asia oriental” caracterizado por altas proporciones de inversión, sectores públicos pequeños, mercados laborales competitivos, incremento de las exportaciones e intervención gubernamental en la economía. Para los autores neoclásicos, el éxito de los países asiáticos de industrialización reciente reflejó plenamente cómo obra la ley de la ventaja competitiva. Haciendo hincapié en los dones nacionales o en las virtudes de una economía internacional abierta, o en ambos, afirman que los países

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asiáticos recientemente industrializados relacionaron el crecimiento económico con la lógica del mercado (Lim, 1994; Lal, 1983). Este argumento añade que la clave para el éxito fue una extrategia promotora de las exportaciones y diseñada para maximizar las ventajas de los bienes manufacturados baratos y los pocos controles existentes sobre el movimiento de capital y productos: las economías con orientación externa tienen un mejor desempeño que las de orientación interna (Greenaway y Chong, 1988). La extrategia de crecimiento basada en las exportaciones no sólo incrementó los ingresos nacionales, también condujo a una transformación estructural de la economía de los tigres (Chow, 1987). Al mantener su economía entreabierta, mezclar en cantidades óptimas la relación trabajo-capital, seguir los dictados del sistema de precios y demostrar un grado notable de iniciativa, riesgo y administración, los países de industrialización reciente se han comportado como empresas schumpeterianas deseosas y capaces de maximizar las oportunidades que les presenta una economía globalizante. Apostarle a la superpotencia correcta durante la guerra fría también garantizaba el acceso a la inversión, la tecnología y los mercados occidentales. Como ya se señaló, la desindustrialización en los países avanzados y la reubicación de la industria manufacturera en el Sur también desempeñaron un papel importante. Sin embargo, desde una perspectiva liberal, fue sobre todo el ingenio y la fuerza dentro de su contexto nacional lo que permitió la abundancia de riquezas. El fracaso de la sustitución de importaciones en América Latina en decenios anteriores también reforzó la lógica de las estrategias orientadas a las exportaciones como un buen camino a seguir. A pesar de lo anterior, las condiciones históricas y las estructuras sociales que distinguen a Latinoamérica contrastan notablemente con las de Asia oriental. La comparación se complica debido a factores como el momento oportuno y las distintas maneras de instituir políticas específicas. Sin tomar en cuenta estas consideraciones, sería equivocado extraer lecciones sobre los escollos de la sustitución de importaciones o las virtudes de una industrialización basada en las exportaciones. Asimismo, es pertinente analizar la lógica de seguir una estrategia orientada a las exportaciones en condiciones de endeudamiento severo y ajuste estructural. Si no genera demanda interna, el enfoque de los países recientemente industrializados no logra abordar el prin-

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cipal problema en algunas subregiones, incluido el sur de África: la viabilidad de una industrialización basada en las exportaciones que depende básica o totalmente de la expansión de la economía global y de los caprichos del mercado (Broad y Cavanagh, 1988). Asimismo, está la cuestión de la cultura, una explicación del crecimiento en el largo plazo que los economistas neoclásicos dejaron en el olvido teórico, pero que, no obstante, algunos analistas vinculan con los países de industrialización reciente.

EL CASO CULTURALISTA

Incorporado a veces a la teoría neoliberal sobre el privilegio de los mercados está el argumento culturalista: el auge de los países asiáticos de industrialización reciente puede atribuirse en parte a sus recursos culturales excepcionales. De acuerdo con esta perspectiva, los valores confucianos: templanza, propósito colectivo y sacrificio se consideran rasgos característicos que cimientan el desarrollo de Asia oriental. La ética y la obeciencia a la autoridad son señaladas como la marca distintiva de las sociedades dotadas con valores confucianos (Baum, 1982). Estas sociedades se distinguen por la piedad filial, el genio colectivista y el respeto a la jerarquía, piedras angulares del espíritu de empresa (Berger y Hsin-Huang, 1988). A diferencia de sus homólogos en otros lugares del Sur, se dice que los tigres personifican los conceptos correlativos weberianos del alcance capitalista (Hamilton y Cheung-Shu, 1987). Para ser breve, no ahondaré en este tema porque sus lagunas conceptuales saltan a la vista. Así como el crecimiento económico de los países de industrialización reciente ahora se atribuye a la herencia confuciana, debe recordarse que antes de los años sesenta, la ausencia de progreso económico en países como Taiwán, Corea del Sur y China también se explicaba en términos de los valores confucianos. Se argumentaba entonces que el confucianismo obstaculizaba el nacimiento de una economía moderna. Sin embargo, la cultura no es estática ni homogénea. Incluso, las culturas de Asia oriental son variadas, con frecuencia sincréticas e, históricamente, contingentes.

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LA INTERPRETACIÓN ESTATISTA

Una alternativa a los enfoques neoliberal y culturalista es dotar al estado de una condición especial como dilucidador del notable crecimiento económico de Asia oriental (Appelbaum y Henderson, 1992; Johnson, 1982; Deyo, 1987; Bienefeld, 1988; Stein, 1995; White, 1988; Haggard, 1990). Si bien existen diversas variantes de este tema, aquí pondremos el acento en un estado fomentador al estilo japonés, dotado de propósito y capacidad de convertir la adversidad del subdesarrollo en una ventaja. Al proporcionar estabilidad, guía, inversión en infraestructura –particularmente en educación– e intervención gubernamental en sectores estratégicos (Johnson, 1986, p. 565), el estado fomentador, según se afirma, fue el autor del crecimiento económico sin precedentes. Fijando “equivocadamente” los precios más que confiando en el sistema de fijación de los mismos, el estado fomentador le dio prioridad a “aprender” de los países capitalistas avanzados, particularmente de Japón, cómo impulsar la industrialización (Amsden, 1989). Los aspectos fundamentales de esta estrategia fueron el control laboral, la exclusión política y la represión franca (Deyo, 1987). En ausencia de una amenaza creíble de algún sindicato, los tigres pudieron colocar su economía en la vía rápida. Tal vez la economía global en expansión proporcionó un ambiente propicio, pero, desde esta perspectiva, la clave del éxito fue el papel del estado. Algunos académicos que se concentran en el caso de Corea del Sur y Taiwán proponen la perspectiva estatalista como contrapropuesta del argumento neoclásico. Señalan que el desarrollo generado por el estado afectó a todos los sectores de la economía, particularmente al agrícola: la agricultura “basada en pequeños propietarios” se fomentó “mediante una gran participación del estado, el cual integró el sector rural a la economía nacional y permitió que el precio de oferta de la mano de obra rural aumentara gradualmente” (Bienefeld, 1988, p. 20). Al destacar el papel de una “estrategia de desarrollo nacional coherente que creara un clima interno relativamente estable para la inversión”, Bienefeld (1988, pp. 19-20) sostenía: “un proceso de acumulación dinámico, encauzado principalmente por el estado, podría convertirse en la base de un proceso de industrialización y cambio técnico ambicioso y enfocado al largo plazo”. Al invertir el punto de vista neoclásico que considera que la liberalización es la base del crecimiento, Bienefeld (1988, p. 20) sostiene que los vínculos, buscados

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por el estado, con la economía global fueron el principal factor tras el auge de los países de industrialización reciente. El papel del estado también es clave para generar o facilitar las condiciones que atraen a las corporaciones transnacionales y a la inversión extranjera (Carnoy, 1993; Nolan, 1990). A pesar de que captan una faceta importante de la experiencia en Asia oriental, los estatistas no dan suficiente crédito a las formas en que el mundo ha cambiado desde los años sesenta, cuando los países de industrialización reciente iniciaron su ascenso en la división global del trabajo y el poder. Los estatistas restan importancia a las dificultades que los “milagros” y “cuasimilagros” han encontrado al librar el último obstáculo: dejar de ser economías intensivas en capital para convertirse en economías intensivas en tecnología. Por otra parte, los poderosos dentro de la economía global, incluido el FMI, esperan que la crisis económica que sacudió Asia a finales de los noventa denote el fin del modelo de desarrollo encabezado por el estado. No puede negarse que, en este nexo, el estado sintió lo más recio de la disciplina del mercado. Sin embargo, a la luz de los controles sobre el capital aplicados en Malasia, Taiwán y otros países, es factible que los asiáticos y algunos de sus gobiernos vean en el mercantilismo un medio para defenderse del saqueo de recursos y del debilitamiento de sus instituciones a manos de las finanzas globales y transnacionales. Aquello que pudiera haber sido relevante para el papel de Asia oriental en la economía política global, particularmente en su fase incipiente, es menos plausible en África meridional y otros lugares hoy en día. Ciertamente, las innovaciones en el transporte y las comunicaciones, la globalización de la producción y las finanzas, así como los numerosos flujos transfronterizos proporcionan oportunidades sin paralelo, que vienen acompañadas de riesgos y cargas formidables. Al mismo tiempo, no permiten las mismas opciones que estaban al alcance de los países de industrialización reciente. En cierto modo, debido a las nuevas tecnologías que fácilmente trascienden los límites territoriales, la capacidad de las intervenciones estatistas para proteger a la sociedad y a la economía internas del mundo exterior se ve muy limitada. Incluso a los estados más poderosos les resulta imposible poner riendas a las fuerzas globales. Y esta pérdida de control se siente más intensamente en los países con menor desarrollo económico. La opción estatista ha retrocedido debido a que el propio estado está globalizándose y su desempeño, se mide en buena parte, en términos de “qué tan bien” promueve el acceso al capital móvil. Sin

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embargo, los países empobrecidos y asolados por la deuda en subregiones como el sur de África se enfrentan a límites estructurales que les impiden generar las condiciones adecuadas para explotar el mercado global y elegir estrategias de orientación nacional para un desarrollo sustentable. La globalización condiciona pero no elimina las posibilidades de desarrollo nacional. Dicho de otra manera, política y económicamente es sabio participar en la planeación global y no en la planeación tradicional para el desarrollo nacional. Por otra parte, el contexto cambiante para las intervenciones estatales incluye un alejamiento del ambiente geopolítico caracterizado por rivalidades entre superpotencias, alianzas militares y guerras simuladas. En una época, este sistema dio un respiro a los gobernantes no democráticos en Corea del Sur y Taiwán al anular los derechos humanos. Se tomaron medidas brutales para silenciar el descontento y se siguió un camino de desarrollo económico racionalizado en términos de la seguridad frente a la percepción de una amenaza comunista. Sin embargo, después de la guerra fría, a los líderes autocráticos les resultó difícil encontrar patrocinio, y las presiones sociales internas persistentes, o crecientes (en casos como el de Indonesia), restringieron el gobierno autoritario. Dentro de los límites de una economía política global cambiante, muchos países en vías de desarrollo son escenario de tensiones internas arraigadas en sus diversos escenarios históricos.

EL NUEVO PARADIGMA DE LA RED TRANSFRONTERIZA: TRIÁNGULOS Y POLÍGONOS

Estas transformaciones políticas y económicas abrieron paso a las iniciativas subregionales. La evolutiva división global del trabajo y el poder abarca varias actividades integradas subregionalmente en un régimen de libre comercio de facto. Tras el ingreso de Vietnam, Laos, Myanmar y Camboya como nuevos miembros, la ASEAN representa un mercado de más de 450 millones de consumidores. Su modalidad de iure, el AFTA, forma parte de la agenda para intensificar el proceso del subregionalismo, cuya fecha meta de aplicación total es el año 2008 en el caso de los seis miembros de la ASEAN, Vietnam, Laos y Myanmar (y posiblemente Camboya, admitida en 1999). Sin embargo, los patrones subregionales moldeados por el capital privado y las prác-

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ticas culturales no dependen de esta forma de apoyo político (Rasiah y Haflah, 1998, p. 4; Lim, 1996). La dinámica economía de los cuatro trigres registró índices de crecimiento espectaculares desde los años sesenta, hasta que se topó con las turbulencias del mercado en 1997 y, después de 1985, se enriqueció al invertir en sus vecinos asiáticos, que a su vez recibieron inversiones, tecnología y empleos. En los años noventa, los tigres invirtieron en los países de la ASEAN más que Japón o Estados Unidos. Asimismo, adquirieron la mayor parte de sus exportaciones y constituyeron el mayor mercado para los productos chinos (Legler, 1995). Por la inversión y la industrialización transfronterizas integradas, tanto los mercados de capital como los laborales reflejaron el auge regional en el ámbito de la globalización económica. El ambicioso concepto de globalización exterior, conocido como “la media luna de prosperidad”, es un plan subregional para la utilización conjunta de recursos. La media luna, una versión más amplia que el triángulo de crecimiento, abarcaría Corea, Japón, China, Taiwán y los países de la ASEAN (Vatikiotis et al., 1991). Con el surgimiento de la producción regional integrada y las redes de comercio, el patrón triangular ha implicado la reubicación de la industria japonesa y los países de industrialización reciente hacia los países de la ASEAN. Éstos importan maquinaria, equipo, piezas y suministros desde el país de origen de los inversionistas extranjeros asiáticos y los utilizan para fabricar bienes que son exportados a los mercados occidentales. Además de esta modalidad de comercio triangular, están generándose otros tipos de triángulos de crecimiento. Lo que surgió fue un mosaico de subagrupaciones subregionales más pequeñas, en conjunto conocidas como triángulos o polígonos de crecimiento: zonas económicas transnacionales, ubicadas en áreas geográficas definidas que involucran a tres países o más (Sato, 1996). Diseñadas como una manera de moldear la hipercompetitividad, estas estructuras geométricas son tanto conducto como respuesta de la globalización. El triángulo y el polígono de crecimiento, motores del crecimiento económico, amplían la base manufacturera con distintas dotaciones de factores en cada nodo, para ofrecer incentivos a las transnacionales con el fin de que consideren la subregión como un todo a la hora de invertir. Si bien se comentó brevemente el primer triángulo de crecimiento en los capítulos 2 y 6, aquí resulta útil trazar sus distintas modalidades y explicarlas más detalladamente para señalar la conjunción entre globalización y subregionalismo.

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El más conocido es el Triángulo de Crecimiento del Sur de China, también conocido como Zona Económica de la Gran China, una extensión subregional delimitada principalmente por los flujos de capital privado, cuyos estados actúan como facilitadores. Con el inicio de la “política de puertas abiertas” de China en 1979 y la creación de las zonas económicas especiales, el nuevo subregionalismo se ha basado en el desarrollo de las industrias en el delta del río Pearl. De esta manera le ha resultado más fácil a las industrias de Hong Kong aprovechar las afinidades culturales: una lengua común, el cantonés, y vínculos familiares a través de la frontera. A principios de los años noventa, la provincia sureña de Guangdong realizaba 90% de su comercio exterior con Hong Kong, y las empresas extranjeras en Guangdong representaban más de 37% de la producción industrial de todas las empresas propiedad de extranjeros en China. Algo muy parecido ha sucedido con las inversiones taiwanesas en la provincia de Fujian (Goodman, 1994, pp. 32-33). Posteriormente surgió el Triángulo de Crecimiento de IndonesiaMalasia-Singapur, antes conocido como Singapur-Johor-Riau (SIJORI). Este triángulo representa una mezcla distintiva de IED, participación del sector privado en la toma de decisiones sobre rumbo y ubicación, y participación del estado como generador de infraestructura y facilitador de los flujos de capital. Este triángulo se inició en 1990 y hay indicios de que está atrayendo inversión foránea y causando la migración de industrias en busca de factores específicos. Sin embargo, entre los problemas relacionados con la migración están el posible ensanchamiento de la brecha en el ingreso y el surgimiento de una economía marginal en los límites de las ciudades industriales, particularmente debido a la llegada de trabajadores con distintos antecedentes étnicos a (y de) Indonesia y de trabajadores jóvenes para dotar de mano de obra a las operaciones de ensamblado. Asimismo, el SIJORI parece descansar en dos costados, Singapur-Johor y Singapur-Riau, sin que aparentemente haya un vínculo viable entre Johor y Riau, prestadoras ambas de mano de obra barata y tierra. Mientras Singapur padezca un vaciado industrial debido a que el éxodo de inversiones en la industria supera las inversiones entrantes, cada vez habrá más necesidad de remplazar la población entrada en años con trabajadores extranjeros (Kumar y Lee, 1991). Una tercera área de crecimiento es el delta del río Tumen, en el noreste de Asia, punto donde convergen la frontera de la provincia china de Jilin, Siberia y la República Popular Democrática de Corea

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(RPDC). Este concepto, respaldado por la ONU, consiste en unir los abundantes recursos naturales de Siberia y Mongolia a las instalaciones de procesamiento en China y la RPDC, junto con el capital y la tecnología de Corea del Sur y Japón. Asimismo, se han hecho llamados cada vez más frecuentes en favor de una cooperación subregional acelerada en las áreas del Mar del Japón y el Mar Amarillo. La proliferación de estos triángulos ha incitado otros experimentos por toda Asia. Apoyados por el Banco de Desarrollo Asiático (ADB), los nuevos polígonos de crecimiento incluyen a los seis países que conforman la Gran Subregión de Mekong –Camboya, Laos, Myanmar, Tailandia, Vietnam y la provincia china de Yunnan–, los cuales participan en la construcción de infraestructura y la promoción del crecimiento económico. Contrapartida de las otras áreas de crecimiento, el Área de Crecimiento de Brunei-Indonesia-Malasia-Filipinas se conforma de Kalimatan occidental y oriental y el norte de Sulawesi en Indonesia; Sabah, Sarawak y Labuan en Malasia; Brunei Darussalam, y Mindanao y Palawan en las Filipinas. Esta Área de Crecimiento de la ASEAN Oriental se formó para incrementar el comercio transfronterizo, ayudar a garantizar la apertura de la economía al eliminar barreras al flujo de insumos y capital, y facilitar el movimiento de personas y de servicios. Por último, otra iniciativa subregional es el Triángulo de Crecimiento de Indonesia-Malasia-Tailandia, o Área de Crecimiento de la ASEAN Septentrional, que abarca el norte de Sumatra y Aceh en Indonesia; los estados norteños de Kedah, Perak, Penang (conocida como la “isla del silicio” debido al gran número de fabricantes de semiconductores) y Perlis en la península de Malasia, y las provincia sureñas de Satun, Songkhla, Yala, Narathiwat y Pattani en Tailandia. La idea es optimizar las características complementarias de estas provincias para impulsar ciertas industrias y actividades económicas, como la creación de dos zonas económicas especiales. A pesar de que ya hay evidencias del desempeño de estas áreas de crecimiento (por ejemplo, en Lee, 1991), es demasiado pronto para evaluar los resultados. Sin embargo, sí se pueden hacer algunas observaciones generales. En conjunto, se caracterizan por incluir empresas del sector privado, guiarse por el mercado, recibir ayuda estatal y ser informales, con poca institucionalización. Si se las compara con las formas regionales de integración, estas respuestas subregionales a la globalización son descentralizadas, cuentan con pocos socios, gozan de más independencia y flexibilidad, y ofrecen una mayor posibilidad para experimentar y más velocidad para cambiar las ope-

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raciones. Sin embargo, podrían complicar las formas de regionalismo más amplias o intensas, acentuar las disparidades dentro de una región, competir económicamente entre sí y suscitar conflictos políticos entre los distintos niveles de jurisdicción, pues no existe ningún mecanismo prescrito para su coordinación o para la solución de controversias. De hecho, esta delgada red ya se está volviendo a tejer. El énfasis ha pasado de las economías de escala a las economías de red, desplegando diversas etapas de actividades de la cadena de valor, por lo general en el proceso de producción, no centralizándolas dentro de los países, sino extendiéndolas a través de las regiones o los países (Kondo, 1996). El paradigma cambia de un marco “centroperiferia” a un modo de análisis que elimina la distinción entre “centro” y “periferia”. Nippon Denso-Tailandia es tan importante como Nippon Denso-Australia o incluso Nippon Denso en Japón. No es el centro, sino toda la red la que depende completamente de cada unidad y la que genera valor agregado para el mercado global. Las pequeñas y medianas empresas en una subregión, que anteriormente eran subcontratistas de firmas como Toyota, ahora participan más directamente en un mercado globalizado (Kondo, 1996).

EL EMPUJE ASCENDENTE, DESCENDENTE Y LATERAL DE LA PRODUCCIÓN TRANSFRONTERIZA

Trazar estas redes subregionales es un ejercicio difícil, pues algunas se encuentran sumergidas en las normas y entendimientos tácitos de las prácticas corporativas y culturales. Sin embargo, parece que los triángulos o polígonos de crecimiento, que se intersecan con ciertos segmentos de las redes del sector privado y familiares, llegando incluso a materializarlas, están reconstituyéndose en “corredores de crecimiento”. Las compañías forjan vínculos dentro de un área de crecimiento y después se fusionan con otras para crear un corredor. En el futuro, estos corredores podrían coordinar sus actividades e incluso integrarse (Kondo, 1996). No tan incierto es el empuje descendente del subregionalismo sobre el nivel local, debido a que éste, como ya se señaló, acoge las zonas económicas especiales, también conocidas como zonas procesadoras de exportaciones. Dichas zonas fueron introducidas en Shannon, Irlanda, en 1959, y se extendieron a Taiwán, México, Bra-

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sil, las Filipinas y la India hacia finales de los años sesenta (Crane, 1990, pp. 8-9). Aunque suele considerárselas como actividades microrregionales (es decir, enclaves industriales dentro de las naciones-estado, física y jurídicamente aisladas del resto del país huésped), estas zonas parecen ser una más de las estrategias plurifacéticas transfronterizas. De hecho, ciertas estrategias subregionales de desarrollo zonal explícitamente incluyen zonas procesadoras de exportaciones. En algunos países de Asia oriental, las zonas económicas especiales, o zonas procesadoras de exportaciones, atrajeron la inversión extranjera, pero ahora resultan menos interesantes. China, por ejemplo, ha empezado a reducir sus zonas económicas especiales. A pesar de que este país está abandonando la planeación central para acoger una economía de mercado, el sector estatal en las zonas económicas especiales está floreciendo e impone muchas reglas que han disminuido la inversión desde mediados de los noventa. Por otra parte, existe cierto repudio a la industria en las ciudades costeras y un acercamiento a la creación de zonas económicas especiales de facto, como en el Pudong de Shanghai, así como una apertura, en ciudades predeterminadas, a las aseguradoras, los despachos contables y los bufetes jurídicos extranjeros, todas empresas que están sujetas a las reformas financieras. En el estudio etnográfico comparativo que hizo Ching Kwan Lee (1995) de la producción manufacturera en dos fábricas del sur de China se detallan las jerarquías de género en las plantas ubicadas en Shenzen y Hong Kong. La principal diferencia entre ambas fuerzas laborales es que la mayoría de la fuerza laboral en la empresa de Hong Kong la constituyen mujeres de mediana edad, mientras que la de las instalaciones en Shenzen tienden a estar formadas por jóvenes solteras que recientemente se mudaron de la ciudad a las áreas rurales, es decir, una “población flotante” de migrantes. El índice salarial de un ensamblador en Shenzen en 1993 era inferior a un dólar estadunidense diario, y de 1/16 del salario en Hong Kong (Ching, 1995, p. 382). La investigación de Ching (1995, pp. 383, 385-386) revela que el control en la fábrica de Shenzen es “abierto, visible, y con castigos que se efectúan públicamente”, mientras que los gerentes en Hong Kong tienden más a utilizar los aspectos “ocultos y no conspicuos” de la jerarquía de géneros enraizadas en las estructuras de autoridad familiares y locales. En vista de dicha experiencia, los efectos sociales y políticos de las

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zonas procesadoras de exportaciones están siendo analizados en otras subregiones, entre ellas el sur de África, donde la SADC tiene la responsabilidad de coordinar los proyectos industriales transfronterizos y de darles asistencia. Algunos miembros de la SADC ya han puesto en marcha sus zonas procesadoras de exportaciones. Influida por la experiencia en países como Singapur y Taiwán, la isla Mauricio ya en 1970 (antes de formarse la SADC) había aprobado una ley sobre zonas procesadoras de exportaciones que abrió el camino a los inversionistas extranjeros y a nuevas empresas. Zimbabwe la siguió en 1994 al adoptar una zona procesadora de exportaciones y crear la Autoridad para la Zona Procesadora de Exportaciones de Zimbabwe. Después llegó la ley para zonas procesadoras de exportaciones en 1995 en Namibia y las “Zonas Libres Industriales” de Mozambique. Los debates en Sudáfrica, después del apartheid, se centran en si deben crearse o no zonas procesadoras de exportaciones plenas y formales, dada la historia particular de este país. Las condiciones en las áreas industriales descentralizadas que constituían apartheid homelands (países supuestamente “soberanos” antes de 1994) son vitales para las zonas procesadoras de exportaciones disfrazadas (Jauch, Keet y Pretorius, 1996, p. 35). De un lado de la balanza están los atractivos usuales de toda zona procesadora de exportaciones: creación de empleos, tecnología y capital. Del otro, las preocupaciones por las consecuencias potenciales en el ambiente (principalmente en los centros de trabajo), violaciones a los derechos sindicales y las repercusiones en el trabajo en general: ¿qué tipo de empleo generarían los “monocultivos industriales”, dominados por unos pocos, y en las industrias intensivas en mano de obra específica? ¿Se protegerían los derechos de los trabajadores? Debido a la calidad general del empleo en las zonas procesadoras de exportaciones, ¿cuáles son los efectos de los empleos zonales en la condición social y el poder económico de la mujer? ¿Aumentarían estos monocultivos industriales la vulnerabilidad a las fuerzas de mercado globales? ¿Se crearían vínculos regresivos con la economía huésped? ¿Podrían las zonas procesadoras de exportaciones subordinarse a los intentos sociales por transformar los proyectos nacionales y subregionales? (Jauch, Keet y Pretorius, 1996). A final de cuentas, el debate sobre los costos y beneficios de las zonas procesadoras de exportaciones se reduce a las oportunidades y los riesgos de la propia globalización. La diversidad de reacciones subregionales a la globalización refleja la variedad de condiciones geo-

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gráficas y socioeconómicas en las que se dan, las cuales resultan particularmente sorprendentes en una región donde el PIB combinado de los 12 miembros de la SADC, excluyendo a los dos que se incorporaron en 1997, equivale aproximadamente al de Finlandia (véase la introducción de este libro). En el sur de África, la búsqueda de generadores de desarrollo ha destacado los corredores, entendidos éstos como vínculos geográficos creados para estimular el crecimiento económico dentro de los países y a través de las fronteras. Al igual en que Asia oriental, los mercados inter e intrarregionales han llevado a primer plano el fomento de los corredores. Dado que las corporaciones, los gobiernos y los organismos internacionales actúan como vendedores del concepto, han surgido proyectos como el Corredor para el Desarrollo de Maputo, cuya aspiración es construir una red de infraestructura integrada y mejorar el puerto de Maputo para convertirlo en un punto de acceso multimodal que tenga el gran potencial multisectorial de relacionar los mercados de África meridional con la economía global, de mejorar los vínculos transfronterizos y acelerar la gestión de los recursos ambientales (Comité Coordinador Provisional del Corredor para el Desarrollo de Maputo, 1996). Debido a la falta generalizada de conocimientos prácticos, infraestructura y recursos, los países de la SADC han realizado un cambio conceptual importante para crear áreas de recursos transfronterizas. La idea consiste en unir los parques nacionales y las reservas naturales en una extensa zona de conservación. A lo largo de las fronteras se han identificado áreas medulares en cuatro países: Mozambique, Sudáfrica, Swazilandia y Zimbabwe. Por ejemplo, las áreas en los límites de Mozambique y Natal (Sudáfrica) podrían unirse a parques nacionales y a reservas nacionales como las de Ndumu, la Reserva de Elefantes de Tembe, la Reserva Forestal Costera, la Reserva de Elefantes de Maputo y, posiblemente, a las áreas forestales al noroeste del río Maputo y las zonas arenosas entre los ríos Mozi y Maputo. Otras áreas que trascienden las fronteras nacionales han sido seleccionadas para fungir como amortiguadores entre los centros de conservación y los núcleos de desarrollo (Tinley y Van Riet, 1991). Sin embargo, no sólo se pretende que sean simples defensas, sino que brinden acceso al capital global y que representen una forma de ajuste subregionalmente diferente a la tendencia globalizante.

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ENRAIZAMIENTO SUBREGIONAL EN LA GLOBALIZACIÓN

Debido al amplio rango de respuestas a la globalización, no basta con dicotomizarlas como “desde arriba” o “desde abajo”. La globalización no ha producido estos tipos ideales, sino una mezcla de proyectos subregionales en competencia: estrategias, espontáneas o deliberadas en diversos grados, originadas internamente o por imitación. Entre éstas están distintas generaciones o repeticiones del modelo de país de industrialización reciente, triángulos o polígonos de crecimiento que suelen incluir zonas procesadoras de exportaciones, corredores de desarrollo y áreas de crecimiento transfronterizas. Principalmente en respuesta a la formación de la UE, que en sí es un aspecto de la reestructuración global, los asiáticos y los africanos han intentado tomar medidas apropiadas según sus condiciones particulares. En su búsqueda del desarrollo, el patrón dominante en ambas subregiones –Asia oriental y África meridional– ha sido acoger la globalización neoliberal. No obstante, las respuestas subregionales a las condiciones económicamente propicias difieren de las que se dan en una zona marginada. Los asiáticos lograron ascender en la división global del trabajo y el poder cuando la economía mundial era vigorosa y durante las guerras de Corea y Vietnam, de manera que la geopolítica favoreció a este subconjunto de países. A pesar del súbito traspié económico a finales de los noventa, la fórmula de los países de industrialización reciente aún se considera como una norma que deben adoptar los países en vías de desarrollo. Sin embargo, el constructo de un país de industrialización reciente –en general un agrupamiento en una escala en etapas de índices estadísticos– debe considerarse como una categoría descriptiva. Un hecho que no han tomado en cuenta los proveedores de este modelo ni los entusiastas que proponen la explicación culturalista, es que las estrategias subregionales están unidas a estructuras históricas y sociales con dinámica propia. Hoy en día, los países en vías de desarrollo que quieren ocupar una posición más elevada en la división global del trabajo y el poder se encuentran enraizados en una serie de poderosas estructuras que colectivamente constituyen la globalización. Decir lo contrario es no entender las transiciones fundamentales que están subyacentes en la economía política global. La historia en realidad es un proceso espasmódico no lineal, lleno de fricciones y tensiones, que está pasando de lo que extrañamente se denominó como relaciones internacionales a un sistema

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poswestfaliano conformado por varios estratos y múltiples participantes. El concentrarse en las estrategias para promover las exportaciones que han aplicado los países de industrialización reciente tal vez ofrezca consuelo –ilusiones de obtener riquezas para todos– a las pocas economías del Sur posicionadas para ascender en la división global del trabajo y el poder. Sin embargo, esta visión es estructuralmente ciega a los costos de dichos procesos (abusos ambientales, deterioro del campo y, en algunos casos, autoritarianismo político) y al enraizamiento histórico y social de dicha experiencia. Las capacidades y limitaciones de una estrategia determinada en una zona dada de la economía política global no pueden reducirse a las características internas de cada país ni a técnicas en las que los factores temporales ocupan un segundo plano. Sugerir lo contrario es despojarse de posibilidades y elecciones al devenir histórico, sin detectar realmente las corrientes implacables que dan forma al paisaje de la globalización. Si bien el relato culturalista sobre el ascenso de los países de industrialización reciente es reduccionista, es posible modificar esta explicación en términos del enraizamiento cultural. Evidentemente, con el aumento de la fuerza laboral multicultural en muchos países, la vida y la identidad son remodeladas de diferentes maneras. Cada vez es más común que la clase se traslape con las divisiones del trabajo basadas en la etnicidad, la raza, la religión y el género. En el contexto de la globalización, las adaptaciones culturales al crecimiento económico proporcionan significados intersubjetivos y sirven de mediadoras en las desigualdades que se derivan de una división cambiante del trabajo y el poder. Mirándolo bien, el modelo de país de industrialización reciente es demasiado estático, ya sea como representación de la naturaleza cambiante de un apéndice de la economía política global o como un prototipo para otras economías. Tal vez el ingrediente más importante de la experiencia de los países de industrialización reciente es el esfuerzo de un puñado de éstos por enganchar su economía al mercado mundial con fines ventajosos localmente, teniendo al estado como espacio entre la esfera nacional y la internacional. Sin embargo, en plena globalización, el estado ya no puede mantener el mismo tipo de barreras. No tiene sentido tratar de contrarrestar las fuerzas estructurales sobre las cuales se tiene poco control. Al disminuir el estado, las autoridades políticas en realidad están saliéndose de la lógica de la globalización, al tratar de convertir una fuerza estructural en moral.

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El modelo de país de industrialización reciente es más probable que funja como herramienta ideológica y política que como ayuda para lograr el poder económico. El alcance de la globalización ya demuestra graves inconvenientes en las economías “milagrosas”. Los viejos acuerdos sociales están viniéndose abajo. Los costos laborales cada vez más elevados y el nacimiento de nuevos movimientos sociales ponen en tela de juicio los cimientos de los súper países de industrialización reciente (Mittelman y Pasha, 1997). El problema que sacudió a las economías de Asia oriental a finales de los años noventa, y que fue desencadenado por la especulación financiera, el comportamiento de masa y el efecto de contagio, así como por el amiguismo y las políticas internas mal orientadas, mostró su grado de vulnerabilidad. Lo anterior no tiene por objeto exagerar sus inconvenientes, sino destacar los factores compensatorios que hacen de este modelo un candidato menos probable en ser imitado. Sobre todo, los sucesos señalados acentúan la naturaleza contingente de la experiencia de los países de industrialización reciente. En plena transición histórica, ahora más que en otras ocasiones, las ideas acerca del subregionalismo son impugnadas y acogidas desigualmente. Dichas ideas se encuentran menos institucionalizadas en Asia oriental y África meridional que en Europa. El subregionalismo está experimentando un cambio de paradigma –expresado en la práctica por medio de innovaciones, como son los corredores de desarrollo transfronterizos, los triángulos y polígonos de crecimiento, las zonas procesadoras de exportaciones y los parques transfronterizos– que no sólo reflejan intereses, sino también, como ya se recalcó, culturas y valores. A pesar de la defensa que hacen el ministro de Singapur Lee Kuan Yew y otros líderes de los “valores asiáticos”, entre los cuales está la colectividad, y no el individuo –unidad de orden en la sociedad–, lo cierto es que los países de industrialización reciente en Asia ofrecen un menor grado de protección social, como jubilaciones, seguro contra el desempleo y atención médica a los ciudadanos (Zakaria, 1994). En comparación con Occidente, los gobiernos asiáticos transfieren poco gasto de una clase de contribuyentes a otra. Cuando las instituciones públicas en los países de industrialización reciente no absorben los choques del mercado, la familia debe desempeñar este papel; sin embargo, con la globalización, esta forma de solidaridad, al igual que otros aspectos de la comunidad, se atomizan cada vez más y, por lo tanto, se erosionan. En pocas palabras, el desenlace en cada región depende de cómo

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REGIONALISMO Y GLOBALIZACIÓN

el mercado, el estado y la sociedad civil interactúan y reaccionan ante los desafíos de la globalización. En condiciones muy diferentes, se darán diversas configuraciones. No obstante, el subregionalismo es, en todos los casos, un fenómeno históricamente contingente en la encrucijada de la globalización y la necesidad de enfrentar este megaproceso de una manera u otra. Si bien se puede dar cabida a la globalización de diversas maneras, a veces la resistencia es la única opción, o la preferida.

TERCERA PARTE

RESISTENCIA A LA GLOBALIZACIÓN

9. EL CONCEPTO DE RESISTENCIA A LA GLOBALIZACIÓN EN COAUTORÍA CON CHRISTINE B. N. CHIN

Las evaluaciones de la resistencia a la globalización están forzosamente influidas por nuestro modo de conceptualizar la resistencia. Con demasiada frecuencia se abusa de este término, utilizándolo a veces como sinónimo de problemas, protestas, intransigencia e, incluso, evasión. Por lo anterior, tratamos de yuxtaponer otras explicaciones de la resistencia y subrayar las complejidades de su teorización. Así, la finalidad de este capítulo es analizar la siguiente pregunta: ¿cuál es el significado de la resistencia en el contexto de la globalización? Una manera de abordar esta cuestión es plantear que en la tendencia a la globalización se da una importante asimetría entre lo económico y lo político. Aunque sería erróneo admitir la premisa neoclásica de que la economía y la política son ámbitos separables, es evidente, al menos en términos analíticos, que el proyecto hegemónico de la globalización es el neoliberalismo, y que la democracia liberal no ha podido ir al ritmo de su expansión. En el espacio que abrió esta disyunción, la resistencia a la globalización va en aumento. Sin embargo, no puede entenderse exclusivamente como una reacción de tipo político. Más bien, en plena tendencia globalizante, los movimientos de resistencia moldean, y son parte constitutiva de, los procesos culturales. Ésa es la teoría principal que desarrollaremos en este capítulo. Abundan las manifestaciones de resistencia a la globalización con carga cultural. Uno de los ejemplos más notables de movilización contra la globalización desde arriba fue el movimiento mundial anti apartheid contra el monopolio racial de los medios de producción, el cual culminó con la elección de un gobierno de unidad nacional, encabezado por el Congreso Nacional Africano (CNA) en 1994. Éste fue un movimiento desde abajo contra la globalización desde arriba en el sentido de que Sudáfrica era y es sede de mucha inversión extranjera y el lugar donde muchas transnacionales han tocado tierra. Su participación en la preservación del reducto blanco fue rechazada [219]

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RESISTENCIA A LA GLOBALIZACIÓN

exitosamente por acciones colectivas en gran escala en el país, entre ellas la lucha armada, junto con una red transnacional de grupos de apoyo. El fin del apartheid también puede entenderse como un movimiento desde arriba contra la globalización desde abajo, puesto que fue facilitado por una fractura en el capitalismo sudafricano, en la cual los modernizadores y los globalizadores renunciaron al capitalismo obsolescente basándose en una modalidad cada vez menos rentable de segregación racial. Por todo lo anterior, Gavin W. H. Relly, presidente retirado de la Anglo American Corporation, el mayor conglomerado en Sudáfrica, desafió en 1985 la política oficial del gobierno y convocó a una reunión privada de líderes empresariales con el prohibido CNA en Lusaka, Zambia, donde discutieron la transición a un nuevo orden. Asimismo, hay numerosos ejemplos de resistencia más localizada, como el levantamiento armado zapatista de indígenas mayas contra las reformas neoliberales del gobierno mexicano, una lucha en la que los rebeldes rápidamente recurrieron a tecnologías modernas –como Internet– para obtener apoyo transnacional. Sin embargo, sería demasiado fácil conceptualizar la resistencia únicamente como una oposición organizada franca contra el poder militar y económico institucionalizado. Es necesario ir más al fondo para sacar a la luz las actividades colectivas e individuales cotidianas que no llegan a considerarse como oposición franca. Para entender la resistencia a la globalización es necesario analizar los microcosmos de la vida política y cultural, así como las posibilidades y el potencial de una transformación estructural. Empezamos por ahondar en la función del poder como modelador de las críticas culturales hacia la globalización económica y de los patrones de lucha al retomar las obras de tres maestros teóricos de la resistencia, a pesar de que sus escritos no versaron explícitamente sobre la fase contemporánea de la globalización: el concepto de contrahegemonía de Antonio Gramsci, la noción de contramovimiento de Karl Polanyi y la idea de infrapolítica de James C. Scott. Con el fin de ser breves, nuestro campo se limitará a estos tres autores, pues cualquier otra conceptualización nos alejaría demasiado del tema. (Véanse las referencias empíricas proporcionadas en los capítulos 10 y 11.) Sostenemos que la trilogía Gramsci-Polanyi-Scott, presentada mediante una evaluación crítica de la obra de cada autor en las siguientes tres secciones de este capítulo, ofrece una base sólida para reconceptualizar la resistencia. Posteriormente, la conclusión explora la convergencia y los principales aspectos contrastantes den-

EL CONCEPTO DE RESISTENCIA A LA GLOBALIZACIÓN

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tro de esta tríada, y sugiere también rumbos para realizar más estudios e investigación analítica.

LA RESISTENCIA COMO CONTRAHEGEMONÍA

Aparentemente, el análisis que hace Gramsci del cambio social según se explica en Selections from the Prison Notebooks (1971) no podría haber previsto ni explicado la globalización. Estos escritos se hicieron entre 1929 y 1935, mientras Gramsci, miembro del parlamento y secretario general del Partido Comunista, se encontraba encarcelado por el régimen fascista en Italia. En sus análisis de la relación entre estado y sociedad, a Gramsci le interesaban particularmente los marcos teóricos de la burguesía liberal y los marxistas ortodoxos que privilegiaban el comunismo al reducir a factores económicos determinantes las transformaciones en todos los aspectos de la vida social. Sus esfuerzos teóricos por ir más allá del economismo son aplicables a la conceptualización de la resistencia a principios del milenio. Para remplazar el economismo, Gramsci creó el concepto de hegemonía, el cual abarca estilos completos de vida. Para Gramsci, la hegemonía es un proceso dinámico vivo en el cual las clases dominantes constituyen identidades, relaciones, organizaciones y estructuras sociales basadas en la distribución asimétrica del poder y la influencia. La hegemonía, en lo concerniente a la conformación de las relaciones de dominio y subordinación, es tanto económica como ético-política. Las instituciones de la sociedad civil –la iglesia, la familia, las escuelas, los medios y los sindicatos– dotan de significado y organización a la vida diaria, de manera que ya no es tan necesario aplicar la fuerza. La hegemonía se instituye cuando se percibe que el poder y el control sobre la vida social provienen del “autogobierno” (es decir, el autogobierno por parte de individuos enraizados en las comunidades) en oposición a una o varias fuerzas externas, como el estado o el estrato dominante (Gramsci, 1971, p. 268). Puesto que la hegemonía es un proceso vivo, diferentes contextos históricos producirán diferentes foros de hegemonía con distintos participantes. Ejemplos de lo anterior son la “revolución pasiva” del Resurgimiento en el siglo XIX, cuando la burguesía en Italia obtuvo poder sin una reestructuración fundamental iniciada desde abajo, y el liderazgo revolucionario del proletariado en Rusia a principios del siglo XX.

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Sin embargo, los procesos para establecer la hegemonía nunca llegan a su fin debido a que el proyecto hegemónico supone y requiere la participación de grupos subordinados. A la vez que se aplica, sostiene y defiende, la hegemonía puede ser puesta en tela de juicio y resistida en los ámbitos interconectados de la sociedad civil, la sociedad política y el estado. Bajo la rúbrica de la contrahegemonía se reúnen distintas modalidades y dimensiones de la resistencia a la hegemonía. En el proyecto contrahegemónico están implícitas las “guerras de movimiento” y las “guerras de posición”, durante las cuales el pueblo participa en acciones colectivas francas contra el estado. Las guerras de movimiento son ataques frontales contra el estado (por ejemplo, las huelgas o incluso las acciones militares), mientras que las guerras de posición pueden interpretarse como resistencia no violenta. Un ejemplo de esto son los boicoteos con miras a impedir las funciones cotidianas del estado (Gramsci, 1971, pp. 229-230).1 El objetivo de ambos tipos de guerra es tomar el control del estado. Las guerras de movimiento y de posición son expresiones de la conciencia contrahegemónica a nivel colectivo. Representan momentos históricos en los que el pueblo se une para confrontar con o sin violencia al estado. La pregunta, no obstante, permanece: ¿por qué y cómo surge la conciencia contrahegemónica en la vida diaria, que conduce a una acción colectiva franca? El análisis que hace Gramsci sobre el sentido común en el surgimiento de la conciencia contrahegemónica es esencial para explicar las formas de resistencia históricas y/o contemporáneas. El sentido común que se mantiene y aplica en la vida diaria no es lineal ni unitario, sino el producto de la relación y posición de un individuo dentro de diversos grupos sociales: Cuando conceptualizamos el mundo, siempre pertenecemos a un grupo determinado: el de todos los elementos sociales que comparten el mismo modo de pensar y de actuar. Todos nos adaptamos a un tipo de conformismo u otro… Cuando la concepción del mundo no es crítica ni coherente, sino desarticulada y episódica, se pertenece simultáneamente a diversos grupos humanos masivos… El punto de partida de la explicación crítica es la conciencia de lo que uno realmente es, y es “conocerse a sí mismo” como un producto del

1 Gramsci (1971, pp. 106-120) también relacionó las guerras de posición con la “revolución pasiva” de las clases dominantes –es decir, la revolución desde arriba– que evita la necesidad de una reestructuración fundamental desde abajo.

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proceso histórico vigente que ha depositado en nosotros infinidad de rastros, sin dejar un inventario (Gramsci, 1971, p. 324; cursivas nuestras).

Es importante señalar que la coexistencia en el sentido común de la conformidad y la resistencia puede causar incongruencias entre pensamiento y acción, lo cual ayuda a explicar el comportamiento contradictorio de un grupo subalterno que pudiera acoger su “propia idea del mundo” y al mismo tiempo adoptar ideas de las clases dominantes (Gramsci, 1971, pp. 326-327). Al argumentar que individuos y grupos poseen una conciencia crítica –aunque “en destellos”– de su posición subordinada en la sociedad, Gramsci reconoció la ambigüedad de la resistencia y descartó la explicación unidimensional y abiertamente determinística acerca de la falsa conciencia. No obstante, al discutir pensamiento y acción, Gramsci tuvo cuidado de no sugerir que la sumisión ante la dominación simplemente es el producto del cálculo racional de beneficios y costos que hace un subalterno (en el sentido de que, en el mejor de los casos, la resistencia sería fútil y, en el peor, suscitaría revanchas). La fragmentación de la identidad social que caracteriza la pertenencia simultánea a diferentes grupos significa que es posible, aunque no probable, que el subalterno pueda ser al mismo tiempo progresista en ciertos aspectos y reaccionario en otros. Una interpretación gramsciana de la resistencia tendría que explicar el surgimiento de la conciencia contrahegemónica que inspira las guerras de movimiento y posición, así como las acciones nacionalespopulares dirigidas por intelectuales orgánicos de todo tipo que pueden fusionar teoría y práctica para construir e incorporar un nuevo sentido común que una las voces y conciencias dispares dentro de un programa coherente de cambio. En su época, Gramsci pidió a los intelectuales orgánicos que dotaran al sentido común de una filosofía de práctica que incitara a los grupos subalternos a comprender su subordinación en la sociedad. El objetivo es un movimiento “nacional-popular” constituido de alianzas entre los líderes (coligados con sus intelectuales orgánicos) y los liderados (los subalternos). Mientras que las guerras de movimiento y de posición tienen por objeto conquistar el estado, el movimiento nacional-popular proporciona bases nuevas para todo un estilo de vida. Gramsci no planteó formas programáticas para que una filosofía de la práctica trascendiera la fragmentación de la identidad y los intereses. Con la globalización contemporánea, la interpenetración de

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fuerzas local, nacional, regional y mundialmente implica que diferentes pueblos forman alianzas que son más contradictorias que nunca: una muestra son las obreras con bajos salarios en las zonas procesadoras de exportaciones, quienes también son miembros o partidarias de los movimientos islámicos en el Sudeste asiático. Un nuevo sentido común tiene que solucionar o comprender, desde la perspectiva crítica femenina, las tensiones, limitaciones y oportunidades inherentes a su identidad como hijas o esposas en el hogar, como obreras mal pagadas en las fábricas, como ciudadanas y como musulmanas en las comunidades islámicas locales, nacionales y transnacionales. Asimismo, la globalización engendra formas de resistencia francas que pueden o no tener por blanco al estado. Alternar a los que detentan el poder estatal tal vez no mitigue los problemas que iniciaron la resistencia. En un contexto donde estados liberales, autoritarios y ex comunistas por igual suelen convertirse en facilitadores del capital transnacional, la(s) fuerza(s) motora(s) de la resistencia franca contra el estado –si esto ocurre y en el momento en que ocurre– debe(n) analizarse dentro de un marco más amplio. La cuestión son los modos contradictorios en que las estructuras y políticas estatales asumen las funciones “educativas” que nutren una nueva especie de ciudadanía y civilización adecuada a los requisitos del capital transnacional, a la vez que tratan de mantener la legitimidad con la que gobiernan (Chin, 1998). En esta relación, pueden recordarse provechosamente las ideas de Gramsci acerca de la sociedad civil y la resistencia, sobre las cuales él dio muchas indicaciones que no siempre fueron congruentes entre sí. Además, los conceptos de Gramsci pueden llevarse más allá del ámbito interno, hasta el orden mundial, y los académicos han empezado a ampliar el marco de esta manera (especialmente Cox, 1986, 1987, 1999; y Augelli y Murphy, 1988, 1997). Si bien las guerras de movimiento y de posición aún pueden discernirse, a veces en forma incipiente, la compresión del tiempo y el espacio ha creado nuevos sitios de y para la resistencia colectiva, que trascienden las fronteras nacionales. Los movimientos sociales contemporáneos ocupan al mismo tiempo un espacio local, nacional, transnacional y global, gracias a las innovaciones y aplicaciones de tecnologías como Internet, los faxes, los teléfonos celulares y los medios globalizados, que producen una comunicación instantánea a través de las fronteras tradicionales. Por ende, el marco de resistencia grams-

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ciano debe estirarse para abarcar nuevos actores y espacios que expresen la conciencia contrahegemónica. En la siguiente sección trataremos la posibilidad de considerar más a fondo los movimientos sociales como una forma de resistencia.

LA RESISTENCIA COMO CONTRAMOVIMIENTOS

Puede encontrarse un aspecto diferente de la resistencia en la noción polanyiana de doble movimiento. Además de lo dicho en capítulos anteriores respecto de su idea de cómo, durante los siglos XVIII y XIX, la ofensiva apoyada por el estado para arraigar e incrementar el mercado “autorregulado” desencadenó medidas protectoras o contramovimientos para recuperar el control social sobre el mercado, es importante recordar que Polanyi entendía la resistencia como contramovimientos derivados y modificadores de los distintos estilos de vida. Proteger a los trabajadores del proceso de mercantilización implica defender las relaciones sociales e instituciones a las cuales pertenecen: Al utilizar el poder laboral del hombre, el sistema casualmente utilizaría la entidad moral, psicológica y física “hombre” vinculada a ese término. Despojado de la protección de las instituciones culturales, los seres humanos perecerían por los efectos de la exposición social; morirían, víctimas de trastornos sociales como el vicio, la perversidad, la delincuencia y la inanición… Ninguna sociedad puede soportar los efectos de tal sistema de crudas ficciones, ni por poco tiempo, a menos que se proteja tanto su sustancia humana y natural, como su organización empresarial, de los estragos de esta satánica demoledora (Polanyi, 1957, p. 73; cursivas nuestras).

El marco del movimiento-contramovimiento nos permite así conceptualizar los movimientos sociales contemporáneos como un tipo de resistencia, pues se definen como “una forma de acción colectiva que a] se basa en la solidaridad, b] implica un conflicto, y c] rebasa los límites del sistema donde ocurre la acción” (Melucci, 1985, p. 795). El grado de análisis debería ampliarse de lo nacional a lo transnacional y/o global, ya que algunos movimientos sociales –por ejemplo, los relacionados con la destrucción ambiental, los derechos de la mujer, los derechos de los pueblos indígenas– parecen ir más allá del estado en busca de soluciones transnacionales o globales.

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RESISTENCIA A LA GLOBALIZACIÓN

En el marco del movimiento-contramovimiento social hay dos problemas implícitos. La colectividad está sumida en la noción de “movimiento”, y esto hace que los movimientos-contramovimientos sociales se construyan como frentes unidos en y por sí mismos. Durante el último decenio, aproximadamente, la naturaleza fragmentada del movimiento feminista se evidencia en el conflicto interno y la dominación originados en las diferencias de raza, religión, clase y nacionalidad a pesar, o a causa, de los intentos que se han hecho por abordar el patriarcado nacional y global (Hooks, 1981, 1984; Mohanty, Russo y Torres, 1991). En los movimientos-contramovimientos sociales también se señala la presencia de una estructura organizativa. Éste pudiera ser el caso de algunos movimientos sociales (por ejemplo, Greenpeace y Amigos de la Tierra en el terreno ambiental), pero en la era de la globalización también se han formado “redes sumergidas” sin una estructura organizativa claramente definida. Los elementos de las redes sumergidas viven su vida diaria casi sin participar en disputas francas: “Cuestionan la definición de códigos, la nominación de la realidad. No preguntan, ofrecen. Con su propia existencia plantean otras maneras de definir el significado de acción individual y acción colectiva. Actúan como nuevos medios: informan lo que ningún sistema dice de sí mismo, el grado de silencio, violencia e irracionalidad que siempre está oculto en los códigos dominantes” (Melucci, 1985, p. 812). La presencia de redes sumergidas da nuevo significado a la resistencia. A pesar de que los participantes pueden movilizarse para protestar contra las políticas del estado, su objetivo inmediato, ni siquiera final, no es comprometerse abiertamente o confrontar al estado o a las compañías transnacionales. En ausencia de una acción colectiva declarada abiertamente, la resistencia tiene que interpretarse como la manera en que los pueblos viven su vida cotidiana. Las redes sumergidas afirman que la resistencia moldea y es moldeada por el estilo de vida, a pesar de que puede ser manifestada política y económicamente. En las sociedades industrialmente avanzadas, las redes sumergidas consisten de familias que, junto con sus amigos, deciden modificar sus hábitos de consumo al negarse a comprar atún capturado utilizando métodos que destruyen poblaciones enteras de delfines, o adquirir productos de consumo sólo de compañías que practican activamente el conservacionismo ambiental. Dichas acciones tienen consecuencias económicas en el mundo corporativo, y consecuencias políticas para los legisladores. Preponderantemente, las

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redes sumergidas son espacios en donde surgen los otros valores y estilos de vida. En Egipto, por ejemplo, hay redes sumergidas en los barrios populares y entre la gente común conocidas como sha’b.2 Las redes se originan en la familia –la unidad básica de organización social en el sha’b– e incluyen vínculos que van más allá de la clase, la ocupación y el parentesco. El “genio familiar” rige la asignación y distribución de recursos materiales y simbólicos en el sha’b. En el actual pacto tácito entre el estado egipcio y el sha’b, la legitimidad del estado se mantiene mediante la distribución de productos básicos y servicios para el sha’b a cambio del consentimiento político. Los participantes del sha’b consienten y participan en la misma medida en la resistencia contra el estado. Se sabe que los miembros del movimiento islámico, elementos también del sha’b, recurren a sus vínculos con las redes sumergidas para traficar armas y, a veces, para movilizar y organizar protestas en masa contra el estado. El concepto de doble movimiento de Polanyi, entonces, tiene la ventaja distintiva de encapsular perfectamente las demandas francas a nivel nacional, transnacional y global de que se tomen medidas protectoras contra las diversas dimensiones de aplicación y crecimiento del mercado autorregulado. Sin embargo, como ya se señaló, el marco del movimiento-contramovimiento no propone un análisis de las diferencias dentro de los contramovimientos, ni prevé adecuadamente las formas no declaradas de resistencia, a pesar de que ambos aspectos se han dado y deben abordarse para conceptualizar la resistencia colectiva a la globalización.

RESISTENCIA COMO INFRAPOLÍTICA

En 1990, James C. Scott introdujo la idea de “infrapolítica” con el sentido de formas de resistencia cotidiana a título individual y colectivo pero que no llegan a ser disputas francas. Lo que inició como un intento por entender las condiciones de las rebeliones campesinas en 2 La palabra sha’b, como sustantivo, se refiere al pueblo o vulgo y tiene una connotación colectiva implícita; en contraste, el adjetivo sha’bi denota una gran variedad de prácticas, gustos y patrones indígenas de la vida cotidiana” (Singerman, 1995, pp. 10-11).

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el Sudeste asiático y la ausencia de resistencia franca en una población de Malasia, país que estaba industrializándose rápidamente, poco a poco llevó al concepto de infrapolítica: una manera de explicar el significado cambiante de la política y la resistencia en la mayoría de las relaciones diarias entre dominador y subordinado (Scott, 1976, 1985, 1990). Scott advirtió que, en el contexto de las sociedades cada vez más complejas, la ausencia de disputas francas no debería malinterpretarse como consentimiento. Es en el ámbito de los conjuntos informales –tales como el mercado paralelo, el centro de trabajo, la familia y la comunidad local, cuando la gente negocia recursos y valores cotidianamente–, donde “se forja la conciencia contrahegemónica” (Scott, 1990, p. 200). Aquéllas son las sedes de actividades políticas que van desde la reticencia, la ocupación ilegal de terrenos y el chismorreo, hasta el desarrollo de subculturas disidentes. Si se creen a pie juntillas, tales actividades no nos dicen nada sobre el discurso contrahegemónico, hasta que consideramos las condiciones de las cuales se derivan. La infrapolítica se identifica al yuxtaponer lo que Scott denomina “discursos públicos y ocultos”. Los discursos públicos son actos verbales y tácitos realizados por la parte dominante o, “diciéndolo sin rodeos, son el autorretrato de las élites dominantes como ellas mismas se habrían visto” (Scott, 1990; cursivas del original). Los discursos públicos son el registro público de las relaciones entre superior y subordinado, en las cuales éste parece consentir voluntariamente en las expectativas declaradas y no declaradas de aquél. Los discursos ocultos, por otra parte, constituyen lo que las partes subordinadas dicen y hacen más allá del ámbito del discurso público o de la observación del dominador. En el contexto de las estructuras de vigilancia establecidas por la(s) clase(s) dominante(s) o el estado, los discursos ocultos registran las actividades infrapolíticas que subrepticiamente ponen en tela de juicio las prácticas de dominación económica, de estatus e ideológica. En nuestra opinión, el estudio de la infrapolítica se basa en lo que los sociólogos denominan narrativas ontológicas (Somers, 1994). La narrativa ontológica no se refiere al modo de representación ni a la manera “de relatar” de los historiadores (es decir, el método de presentar el conocimiento sobre la historia), considerado como no explicativo y carente de teoría por parte de los científicos sociales de la corriente principal. Más bien, las narrativas ontológicas son las historias que refieren los actores sociales; ellos, en este proceso, llegan a definirse o a construir su identidad y a percibir las condiciones que

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promueven o retardan la posibilidad de un cambio (véanse en particular, Butler y Scott, 1992; Geerts, 1983; Taylor, 1989). A pesar de que los discursos ocultos registran disputas por los recursos y valores simbólicos y materiales en la vida cotidiana, no se presentan en un vacío localizado. Las actividades infrapolíticas son el producto de la interacción entre estructura y acción: las maneras en que las limitaciones y oportunidades reales y percibidas afectan el comportamiento de los grupos subordinados. El análisis que hace Scott sobre las actividades infrapolíticas no logra captar, entonces, las complejidades inherentes a las formas no declaradas de resistencia cotidiana. En su estudio de las relaciones entre terrateniente y campesino en un poblado rural malayo, Scott aseveró que los análisis de las estructuras y políticas del estado eran importantes únicamente en la medida en que chocaban contra las relaciones de clase locales (1985, p. xix). Particularmente durante los años ochenta y en el contexto de las políticas nacionales de fomento agrícola y de los volátiles precios de las mercancías, las relaciones entre terrateniente y campesino estuvieron moldeadas por los choques e interacciones entre la comunidad rural, las estructuras y políticas estatales, y las transformaciones que marcaron el sistema económico globalizante. Las relaciones entre superior y subordinado, al igual que las relaciones entre terrateniente y campesino, gerente y empleado, marido y mujer, funcionario estatal y ocupante ilegal de tierras, se encuentran enraizadas en los estilos de vida, los cuales resultan afectados por las estructuras y políticas del estado. Tomemos, por ejemplo, las políticas diseñadas para normalizar la familia nuclear patriarcal como lo más natural para incrementar y conservar los mercados libres capitalistas, y/o las que privilegian la educación científica y técnica frente a las humanidades. Dichas políticas enmarcan las visiones del mundo en la medida en que afectan directa e indirectamente todos los aspectos de la vida social: desde el ritmo de la urbanización, la construcción de viviendas y las oportunidades de empleo, hasta el control y la distribución de los recursos en el hogar. En los contextos sociales cada vez más complejos, los subalternos no tienen una identidad unitaria carente de problemas. Tampoco se puede explicar su comportamiento mediante una referencia implícita al modelo económico egoísta de maximizar las utilidades. Dicho llanamente, las actividades infrapolíticas no se deben sólo a la decisión de los subalternos de emprender una resistencia no declarada en vista de las estructuras de vigilancia establecidas por el estrato dominante.

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La clase es una modalidad importante de la identidad en las relaciones entre terrateniente y campesino, o cualquier otra relación entre dominador y subordinado. Las distintas, y posiblemente conflictivas, modalidades de identidad subalterna pueden ser tan reales y, en ciertas condiciones, tan limitantes de la conducta como la futilidad real o percibida y el miedo a una resistencia franca ante la dominación. Al poner un rostro unidimensional a la resistencia, Scott, inadvertidamente, dio un semblante también unidimensional a la dominación, a pesar de haber distinguido analíticamente entre dominación económica, de estatus e ideológica. En esta relación, Gramsci nos recuerda que las identidades subalternas se encuentran enraizadas en complejas redes sociales traslapadas en las que los individuos asumen simultáneamente posiciones de dominación y de subordinación (tal vez como un esposo y una esposa, un anciano y un joven, un gerente y un asistente, un benefactor y un beneficiario). Los análisis acerca de la manera como se expresan las distintas combinaciones de identidad en el contexto de las limitaciones estructurales puede ayudar a explicar por qué, dados los sistemas de vigilancia (en los cuales tienen injerencia las recompensas y los castigos), algunos se someten, mientras que otros participan en distintos tipos de actividades infrapolíticas. Y a la inversa, este enfoque también ahonda el análisis de la naturaleza cambiante de la dominación. Los discursos ocultos tienen el potencial de facilitar la comprensión de las políticas internas de los grupos subalternos. Este fenómeno de “dominación dentro de la dominación” se da cuando se forman alianzas contradictorias entre el dominador y el subordinado que, a su vez, domina a otros. Si bien Scott reconoce este punto, al hacer énfasis en la clase sin analizar suficientemente las interacciones entre las fuerzas que son de clase y las que no, socava la eficacia del marco infrapolítico. El enfoque directo en la clase presupone que el surgimiento de la conciencia de clase se diferencia y excluye el de otras modalidades de identidad. Es posible sostener incluso que las controversias sobre la clase en el contexto de la vigilancia pueden conducir, y de hecho conducen, a actividades infrapolíticas basadas en la vida material. Este argumento es admisible sólo después de haber considerado cómo y por qué la dimensión de clase se torna privilegiada y manifestada sobre otras modalidades de identidad. De otra manera, se reafirmaría lo que Gramsci denominó economismo y, subsecuentemente, se relegarían las consideraciones no económicas al ámbito de la superestructura.

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La infrapolítica se encuentra enraizada en todo un estilo de vida, constituido en parte por la dimensión material. Implica controversias por los procesos de construcción, conservación y transformación de identidades arraigadas, en las cuales las dimensiones simbólicas y materiales de clase se entrelazan con otras modalidades de identidad, tales como la edad, el género, la etnicidad-raza, la religión y la nacionalidad. La identificación, yuxtaposición y análisis de los discursos públicos y ocultos pueden iluminar las condiciones en que surgen ciertas dimensiones de la conciencia contrahegemónica, y cómo se resuelven y/o negocian (o no) las perspectivas diferentes o incluso conflictivas en la vida diaria. La resistencia conceptualizada como actividades infrapolíticas plantea una posible vía para generar estudios teóricos sobre la respuesta cotidiana a las estructuras y procesos globalizantes. Si toma en cuenta la compleja interacción entre múltiples identidades en el contexto de las limitaciones estructurales, el estudio de los discursos públicos y ocultos podría revelar nociones y prácticas cambiantes en el trabajo, la familia y la política, por ejemplo, a medida que los pueblos buscan negociar un aparente control social sobre la expansión de las fuerzas de mercado en diversos ámbitos de su vida cotidiana. Al mismo tiempo, no se debe abusar de la amplia categoría de la infrapolítica al imaginar que todo tipo de reacción a las estructuras globalizantes es resistencia. Si bien Scott argumenta cuidadosamente que los distintos tipos de resistencia pueden o no fusionarse con la oposición a las estructuras de autoridad, es importante no considerar la resistencia como una categoría que contiene todo.

UN MARCO EMERGENTE

La conducta y el significado de la resistencia se encuentran enraizados en lo cultural. Esta propuesta fundamental no tiene menos aplicación o relevancia para conceptualizar la resistencia contemporánea a la globalización que la que tuvo para los análisis de Gramsci, Polanyi y Scott sobre el cambio social en distintos periodos de la historia. Estos tres maestros teóricos reconocieron, implícita o explícitamente, que la resistencia es tanto derivado como constituyente de los estilos específicos de vida. Sin embargo, los teóricos se desviaron de esta propuesta elemental al analizar las formas y dimensiones de la resis-

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tencia. Gramsci y Polanyi se enfocaron en la colectividad, mientras que Scott se concentró más en el individuo, así como en las clases y la vida cotidiana. Como se describe en el cuadro 9.1, los objetivos y las modalidades de la resistencia difieren entre un teórico y otro: las guerras de movimiento y posición gramscianas contra el estado (aunque no al punto de pasar por alto el cambio dentro de la sociedad civil que desbanca al estado); los contramovimientos polanyianos contra las fuerzas de mercado, y las actividades infrapolíticas de Scott ante la dominación cotidiana. CUADRO 9.1 TRES ANÁLISIS DE LA RESISTENCIA

Objetivo principal

Modalidad de resistencia

Gramsci

Los aparatos del estado (entendidos como un instrumento de educación).

Las guerras de movimiento y de posición.

Polanyi

Las fuerzas de mercado (y su legitimación).

Los contramovimientos enfocados en la autoprotección.

Scott

Las ideologías (discursos públicos).

Los contradiscursos.

Las diferencias en el grado de análisis, los objetivos principales y los modos de resistencia no deberían considerarse sólo como meras tendencias intelectuales de cada teórico. Más bien, las tensiones conceptuales entre estos teóricos son equivalencia y reflejo de las condiciones cambiantes de la vida social: desde los días de Gramsci hasta los de Scott, pasando por los de Polanyi, los objetivos y las modalidades de la resistencia se han vuelto más complejos, ya que las sociedades se han tornado más complejas. Las transformaciones contemporáneas de la vida social en general y de las relaciones entre estado y sociedad en particular, implican que los tres objetivos y modalidades principales de la resistencia coexisten y son modificados en los procesos globalizantes. Esta importante conversación entre teóricos forma una red que podría relacionarse ventajosamente con la globalización neoliberal. El marco emergente ayuda a identificar las posibilidades de impug-

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nar las formas de dominación, incrementar el espacio político y abrir nuevas vías –de aquí las redefiniciones de la política. Vista desde el punto de observación de esta tríada, la conceptualización de la resistencia contemporánea a la globalización prepara el terreno para el cambio ontológico que se sugiere a continuación.

Modalidades de la resistencia Ciertas dimensiones del poder político y económico pierden claridad e institucionalización, y lo mismo está sucediendo con las modalidades de la resistencia. Las modalidades de resistencia no declarada que se efectúan individual o colectivamente en las redes sumergidas son comparables con las modalidades de resistencia franca expresadas en las guerras de movimiento y de posición, y en los contramovimientos. Dependiendo del contexto, ciertas actividades cotidianas, como lo que uno viste (por ejemplo, el velo de las sociedades musulmanas o el dashiki en la comunidad afroamericana), compra o consume, pudieran calificarse como resistencia en la misma medida que se califican las actividades de los huelguistas, los boicoteadores o incluso los insurgentes armados contra los estados y las compañías transnacionales alrededor del mundo. Uno de los principales retos en este sentido consiste en cuestionar la ausencia de modalidades de resistencia franca. Haciéndolo, se puede explicar el significado cambiante de la política como resultado de las interacciones entre las fuerzas de cambio locales, nacionales, regionales y globales.

Agentes de la resistencia Anteriormente, el término agente de la resistencia era sinónimo principalmente de sindicatos, rebeldes armados (muchos de ellos campesinos) y disidentes políticos –incluso estudiantes y ciertos intelectuales–, puesto que las impugnaciones de clase asumían una dimensión política, y ocasionalmente militar, franca. Actualmente, los agentes de la resistencia no se limitan a tales participantes. Incluyen desde obreros y oficinistas hasta clérigos, especialistas en economía doméstica y gerentes de niveles medios. Es importante señalar que también los burócratas pueden oponerse a la aplicación indiscriminada de vías de desarrollo neoliberales (particularmente a una política liberal demo-

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crática aparente), como las que insisten en una “democracia al estilo asiático” cuando se está en plena creación de mercados abiertos y libre comercio. La forma compleja en que se articulan los recursos y valores simbólicos con las condiciones de vida materiales en las distintas sociedades es la que genera diversos intelectuales orgánicos, un grupo cúpula en la fase actual de globalización. Las impugnaciones de clase representan sólo una parte de las bases de la resistencia. Los agentes de la resistencia ahora surgen de las interacciones entre estructura y acción, que conducen al privilegio contextual de determinadas intersecciones entre modos distintos de identidad: clase-nacionalidad-género-raza/etnicidad-religión-orientación sexual. En la alusión a diversos pueblos como agentes de la resistencia se encuentra implícita una ampliación de los límites relacionados con las sedes tradicionales de la vida política.

Sedes de la resistencia Mientras que la globalización económica se desliza a través de las fronteras geopolíticas, la resistencia es localizada, regionalizada y globalizada. En parte, esto significa que la dicotomía “público-privado” ya no es válida para la mayoría de las dimensiones de la vida social que resultan afectadas en distinta medida por las fuerzas globalizantes. La vida cotidiana en el hogar y el mercado informal puede facilitar, tanto como resistir, dichas fuerzas de maneras características, materiales y simbólicas. Otro fenómeno muy relacionado es el surgimiento del ciberespacio, lugar donde la resistencia encuentra un auditorio instantáneo mediante Internet o la World Wide Web. El contradiscurso es otro modo de resistencia globalizada en el ciberespacio. Sin embargo, debe tenerse en mente que aunque, en general, los estados no pueda vigilar o censurar eficazmente el contradiscurso ciberespacial, este medio de resistencia particular sólo es accesible para quienes tienen computadora, módem e Internet.

Estrategias de la resistencia Por estrategias nos referimos a las maneras en que la gente, cuyo estilo de vida se encuentra amenazado por la globalización (mediante

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la pérdida de empleos, la invasión de tierras comunitarias o el socavamiento de la integridad cultural), responde de modo sostenido para alcanzar objetivos particulares. Si bien las modalidades de lucha difieren, los grupos pueden utilizar medios diversos para su contienda y relacionarse objetiva y subjetivamente con sus homólogos en otros países o regiones. Los movimientos locales se vuelven transnacionales o globales cuando tienen acceso constante a las tecnologías de la comunicación, que construyen y mantienen comunidades de individuos con ideas similares. Por ejemplo, los activistas comunitarios y los académicos se reúnen en distintos foros para intercambiar información y planes. Una estrategia emergente de “solidaridad sin fronteras” es eslabonar temas como la degradación del ambiente, los derechos de la mujer y el racismo y subrayar la interconexión de las distintas dimensiones de la vida social. Un análisis de este tipo podría aportar condiciones y métodos para lograr una mancomunidad, no obstante –y debido a– la fragmentación de identidades e intereses mientras es globalizada la vida económica y política. A pesar de lo anterior, las estrategias globales evolutivas de resistencia no necesariamente dejan de lado al estado. En ciertas circunstancias, las estrategias de resistencia pueden, y de hecho logran, poner una dependencia estatal contra otra (por ejemplo, en el caso del envío de residuos tóxicos al mundo en vías de desarrollo, las dependencias a cargo de la protección ambiental pueden unirse a las protestas, mientras que sus homólogos a cargo del desarrollo industrial fomentan los métodos de industrialización que causan daño ambiental). Por lo tanto, los análisis de la resistencia global, transnacional y local deben tomar en cuenta las transformaciones dentro de las estructuras estatales, ya sea que las estrategias de resistencia impliquen o no de modo manifiesto, al estado. Resulta evidente que una ontología de la resistencia a la globalización demanda bases. Al contextualizarse, las modalidades, los agentes, las sedes y las estrategias pueden analizarse en términos de sus interacciones para delimitar patrones duraderos y el potencial de transformación estructural. La tríada Gramsci-Polanyi-Scott demanda marcos conceptuales que vinculen diferentes tipos de análisis. La integración de lo local y lo global puede colocar en primer plano a las condiciones en las que distintas modalidades, agentes, sedes y estrategias de la resistencia nacen de las coyunturas y disyunciones de la economía política global, como se muestra en los siguientes capítulos, cuyo propósito es ejemplificar la complejidad y la variabilidad de las combi-

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naciones de resistencias desde arriba y desde abajo. El siguiente capítulo entrelaza las categorías y propuestas sugeridas aquí con el ámbito ambiental, mientras que el penúltimo capítulo complica el análisis al sacar a la luz un tipo de resistencia muy distinto que emula al mercado al adoptar su lógica y, sin embargo, interfiere con las reglas neoliberales y afecta profundamente la naturaleza de la vida política.

10. LAS POLÍTICAS AMBIENTALES DE RESISTENCIA

No todos los tipos de degradación ambiental se originaron recientemente o tienen un alcance global; algunos son antiguos y localizados. A pesar de lo anterior, la transformación insostenible del ambiente durante la globalización difiere del daño ambiental en épocas precedentes. Aunque los abusos contemporáneos contra el ambiente tienen antecedentes en periodos anteriores de la historia, la globalización coincide con problemas ambientales nuevos, como el calentamiento global, el desgaste de la capa de ozono, la cuantiosa pérdida de biodiversidad y los diversos tipos de contaminación transfronteriza (la lluvia ácida, por ejemplo). Estos problemas se han dado al unísono, y no uno por uno. Además, algunos problemas ecológicos son evidentemente el resultado de los flujos transfronterizos globales, como ciertos tipos de contaminación freática, lixiviación y amenazas a la salud en el largo plazo, que pueden ubicarse en la importación de residuos peligrosos. El incremento en gran escala de la producción económica mundial desde los años setenta no sólo ha acelerado el derrumbamiento de la base global de recursos, sino también ha trastornado el sistema regenerativo del planeta e incluso su equilibrio entre las distintas formas de vida y sus estructuras de sostén. Parte de la explicación radica en que la desregulación y la liberalización se traducen en más presión global para reducir las normas ambientales, aunque, por supuesto, también hay presiones contrarias para cambiar las actividades destructivas del ambiente en favor de tecnologías más limpias. En ausencia de regulaciones estrictas y mecanismos eficaces para aplicarlas, el miedo y la incertidumbre con respecto al futuro de nuestro planeta seguirán aumentando. El mercado está invadiendo los límites de la naturaleza debido a la hipercompetencia por las utilidades (Shiva, 1991, pp. 211, 216). Y sin embargo, las protestas de la naturaleza, los indicios de que se está viniendo abajo, proporcionan una oportunidad. En vez de objetivar el entorno, es importante resistirse a la distinción ontológica entre seres humanos y naturaleza, un dualismo arraigado en el pensamiento moderno desde los días de Descartes. Así, la humanidad y la natu[237]

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raleza pueden considerarse interactivamente como un “solo flujo causal” (Rosenau, 1997, pp. 190-191; también Goldblatt, 1996). El ambiente puede entonces entenderse como un espacio político, un lugar donde la sociedad civil expresa sus preocupaciones. Como tal, el entorno representa un mojón donde se manifiesta en diversos grados, la resistencia popular a la globalización. Las políticas ambientales, al involucrar partidos, clases, religiones, géneros, razas y etnicidades, son un buen punto de partida para evaluar la contraglobalización. Por lo tanto, los interrogantes que enmarcan este capítulo son: ¿Cuáles son las sedes específicas de resistencia ecologista a la globalización? ¿Quiénes son los agentes de la resistencia? ¿Cuáles estrategias se adoptan? ¿En qué grado se encuentran éstas localizadas o regionalizadas y globalizadas? En otras palabras, ¿hay indicios que demuestren los primeros pasos de la contraglobalización? Al tratar de responder estos interrogantes, mostraré la compleja estratificación de las modalidades de la política de resistencia. Mi interés principal son las respuestas ambientales organizadas a la globalización, aunque no al grado de excluir otros tipos de resistencia. Por motivos que explicaré en la siguiente sección, en lo particular me interesan las iniciativas ambientales directas –patrones sólidos y acción acumulativa–, pero también las modalidades de protesta suaves o latentes, que tal vez cuajen, o no, lo suficiente como para desafiar a la larga las estructuras sociales. Prestaré atención a las formas sumergidas de resistencia, por cuanto están constituyéndose en redes. Las redes son importantes en este sentido debido a que sirven como lugares para la resistencia y también porque el capitalismo global no es un fenómeno singular (Yearley, 1996; Heng, 1997; Hefner, 1998), sino que se organiza de múltiples maneras. Por ejemplo, el “capitalismo en red” es ampliamente reconocido en los distintos vínculos entre Japón y la China transnacional, que emanan de las universidades y se extienden a los círculos profesionales, el intercambio de información y la colaboración entre gobierno y empresas. Un objetivo principal de este capítulo es, por lo tanto, presentar evidencia para analizar las políticas de resistencia a la luz de las propuestas teóricas ya señaladas sobre las modalidades de aquélla (cap. 9) y mostrar la diversidad de políticas ambientales frente a los procesos globalizantes. La evidencia material proporcionada aquí se centra en los problemas transfronterizos, ilustra la infinidad de modus operandi de los grupos ambientales y ofrece ejemplos nuevos y origi-

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nales sobre la naciente y variada conciencia de la resistencia.1 Con miras a la investigación académica, sería recomendable separar el dominio de la resistencia a la globalización del de la resistencia a otros tipos de relaciones jerárquicas de poder. Sin embargo, una división así no puede hacerse limpiamente. Más bien, los ámbitos de la resistencia en torno al ambiente, las normas laborales, los derechos de la mujer y de la humanidad, entre otros, se fusionan y compenetran. Sin embargo, es posible tomar ciertos aspectos prominentes de la conciencia y la acción como base para analizar las transformaciones potenciales del orden mundial (Mittelman, 1997b). Para ingresar en el crisol de la política de la resistencia, primeramente analizaré las características de la política ambiental de resistencia. La siguiente sección gira en torno de las modalidades y fuentes de la resistencia popular y, posteriormente, se comentan los agentes que desafían las macroestructuras. Más adelante, la investigación se enfoca sobre las sedes de la resistencia y, por último, pondera la eficacia de las estrategias pluriestratificadas.

1 Lo irónico de la investigación empírica para este capítulo y mis descubrimientos fue que se llevaron a cabo en Hanoi, donde temporalmente me convertí en un refugiado ambiental que escapó de los efectos de la asfixiante neblina que cubrió a seis países y alcanzó niveles “peligrosos” en el índice oficial de contaminación del aire en 1997. Este problema aparentemente se debió a los incendios forestales fuera de control en Indonesia, la sequía causada por los cambios oceánicos de El Niño y los vientos que extendieron la humareda hacia los países vecinos –entre ellos Malasia, donde yo radicaba–, pero es evidente que tuvo otras causas: las técnicas de corte y quema practicadas por las agroempresas transnacionales, la falta de voluntad política para enfrentar algunas fuentes internas de contaminación en los países partícipes del acelerado crecimiento económico y la manera en que los intereses especiales fuera y dentro del estado obstaculizan las medidas correctivas vigorosas. Los efectos inmediatos de la crisis ambiental fueron las muertes derivadas de enfermedades del sistema respiratorio, una serie de problemas de salud relacionados que abarrotaron los hospitales, accidentes atribuibles a la mala visibilidad y grandes costos económicos directos, particularmente en el turismo, la agricultura, la educación y las industrias, que se vieron obligadas a reducir su producción. Evidentemente, la magnitud de esta crisis alcanzó grandes proporciones regionales y globales. Un efecto benéfico de la neblina fue que alertó a la ciudadanía sobre las consecuencias sistémicas del crecimiento económico desenfrenado y de recurrir únicamente al gobierno para la búsqueda de soluciones.

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CARACTERÍSTICAS DE LA POLÍTICA AMBIENTAL DE RESISTENCIA

El ambiente no es un fenómeno único y, como ya se dio a entender, puede observarse a través de distintos cristales: por la serie de interacciones entre los mundos físico y humano, por el locus de la resistencia y mediante la construcción social objeto de impugnación. En términos de este último enfoque, las actitudes hacia la naturaleza siempre están cambiando, se encuentran vinculadas al tiempo y el lugar e inicialmente reflejan la cultura dominante. En realidad, la relación entre naturaleza y cultura se ha transformado rápida y versátilmente en todo el mundo. Esto no es nuevo, pero las innovaciones tecnológicas y la hipercompetencia aceleran la tendencia. Asimismo, la globalización se distingue por la explosión de pluralismo cultural; algunos conflictos culturales relacionados con los desequilibrios en las relaciones de poder encuentran su expresión en las ideologías ambientales, entendidas éstas como sistemas de representación de un grupo o una clase definidos. Un ejemplo gráfico de la construcción social del ambiente es la ideología de conservación eurocéntrica surgida en África meridional. A mediados del siglo XX, allí surgió una prórroga del paradigma colonial, una ideología de conservación basada en un enfoque preservacionista, centrado en la vida silvestre, que cimentó el privilegio y el poder de los blancos en el subcontinente (Khan, 1994). La historia de las reservas naturales y de la cacería en África meridional se encuentra enraizada en la mitología que rodea al Parque Nacional Kruger y que está simbolizada en el retrato de Paul Kruger como un visionario que lideró la protección de la vida silvestre. Los historiadores ambientales han derribado este mito romántico al mostrar que Kruger en realidad se oponía a las leyes más estrictas de protección contra la caza y apoyaba el derecho legal de los blancos a seguir cazando. Sin embargo, los proveedores del nacionalismo afrikánder emergente se apropiaron del icono del “sueño de Paul Kruger” y lo manipularon para obtener el apoyo de los blancos pobres. Así, ayudó a unir facciones y clases contrarias en la sociedad afrikánder del periodo posterior a la primera guerra mundial. Después de 1948, el régimen segregacionista revivió el mito proteccionista de la vida silvestre de Kruger en un intento por elevar el patriotismo, pero también para que este estado paria lograra respetabilidad internacional entre sus críticos del exterior (Carruthers, 1995; Khan, 1990). La discriminación racial en la aplicación de políticas conserva-

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cionistas, tales como la matanza sistemática de animales, impulsó actitudes anticonservacionistas. La marginación de los negros generó una actitud negativa hacia las decisiones gubernamentales relacionadas con el entorno, las cuales fueron vistas como una imposición por parte de un sistema injusto que le negaba representación o participación significativas a un pueblo convencido de tener un reclamo justo sobre la tierra. Los africanos participaron en la caza furtiva, se negaron a proporcionar servicios y vivieron clandestinamente en los cotos de caza –expresiones todas de libertad de acción. La resistencia popular dio origen a iniciativas como la Asociación de Agricultores Nativos (NFA), la primera organización de negros en Sudáfrica que asentó una ética ambiental formal y contribuyó así a una contraideología, en oposición a la cultura del parque como algo blanco, prístino y científico. La NFA incluso demandó un cambio paradigmático para acoger políticas socialmente más sensibles (Khan, 1994). Lo que muchos sudafricanos y occidentales llegaron a considerar como ciencia –conservación y parques o, más ampliamente, gestión ambiental– fue interpretado por otros como una forma disfrazada de control de recursos. Este ejemplo indica que el ambiente puede interpretarse como una serie de fuerzas morales alternativas que forman representaciones ideológicas. Demuestra que las respuestas ocultas al uso (o abuso) del ambiente pueden a su vez transformarse en una resistencia política organizada que apuntala contraideologías. También implica las categorías de análisis fundamentales que utilizaron los maestros teóricos de la resistencia –Gramsci, Polanyi y Scott– y que se abordaron en el capítulo 9. En este punto no volveré a tratar lo que se dijo allí, pero sí deseo permanecer dentro de esta tríada para relacionarla con la política ambiental de resistencia. Sobra decir que los tres marcos propuestos por estos autores tienen un gran poder explicativo. No es necesario ahondar aquí en sus méritos, pero sí son pertinentes algunos comentarios críticos. Gramsci, marxista que apoyaba la idea de que el conflicto de clases es el motor de la historia, difería de Marx al permitir mucha autonomía a la conciencia, la cual ayuda a entender las dimensiones culturales de la resistencia. No obstante, la doble conceptualización de Gramsci en cuanto a las guerras de movimiento y de posición debe ampliarse para incluir otros actores y espacios en los cuales se desarrolla la conciencia en el nuevo milenio. Al igual que Gramsci, Scott se enfoca en la cultura de la resistencia. Su énfasis en las actividades “infrapolíticas” ofrece una manera

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sutil de explorar las respuestas cotidianas a los procesos globalizantes. De hecho, existen valiosos estudios empíricos que documentan la microrrelación de encuentros entre las condiciones locales y las globales. Por ejemplo, Aihwa Ong (1987) detalla episodios de posesión espiritista cuando las mujeres obreras malayas se vuelven violentas y gritan los abusos como un síntoma de su pérdida de autonomía en el trabajo. No obstante, en el análisis que hace Scott de las acciones encubiertas hay limitaciones: la amplia gama de modalidades de la resistencia que él sugiere abarca infinidad de cosas. No sólo dichas acciones son extremadamente difusas, sino que en general tienen poco impacto en las relaciones de poder. Este problema en el marco de Scott salta a la vista en la primera línea de su libro de 1990. El aforismo que utiliza para iniciarlo es un proverbio etíope: “Cuando el gran señor pasa frente al campesino sabio, éste hace una gran reverencia y se pedorrea.” Sin embargo, ¿qué tanto impacto político tiene, en realidad, pedorrearse? ¿Qué tanto efecto realmente tienen la reticencia, la ocupación ilegal de terrenos, el chismorreo y otras formas de resistencia no coordinada en problemas ambientales como el calentamiento global y el deterioro de la capa de ozono? ¿Dónde está la evidencia que demuestre que un sinfín de actividades microscópicas en última instancia logran un cambio en las macroestructuras?2 Aunque, tal como advierte Scott, estas acciones, incluso cuando se multiplican, no pueden derrocar regímenes; suelen indicar debilidades en su legitimidad y contribuir a socavar la fe en la autoridad. Pudiera argumentarse incluso que muchas medidas subversivas se suman, pues son acumulativas. Pero parece justo preguntar, ¿si las consecuencias se sienten plenamente sólo en el largo plazo, cuánto dura eso? Como lo demuestra el brote de múltiples crisis ambientales, la naturaleza ya está vetando su subordinación a la economía de mercado (Harries-Jones, Rotstein y Timmerman, 1992).3 Todo parece indicar que no va a esperar que la largo plazo resuelva el asunto. Si bien es correcto estar alerta a los subtextos de la resistencia, pues ello cons2 En este sentido, Adas concluye los resultados de su investigación sobre la resistencia del campesinado con una formulación útil: “La protesta de abstinencia en sus muchas modalidades puede proteger, obtener concesiones específicas o una venganza precisa, pero no puede lograr grandes reformas ni transformar los sistemas sociopolíticos injustos. Esto último sólo puede lograrse mediante la protesta de confrontación” (1986, p. 83). 3 Esta oración implica un alejamiento del dualismo existente en la distinción entre humanidad y la naturaleza.

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tituye la semilla de una transformación potencial, cabe preguntarse: ¿cómo y en qué condiciones se fusionan las modalidades sumergidas de resistencia e impugnan genuinamente las estructuras globalizantes? Y a la inversa, es importante especificar las condiciones que impiden la cristalización de las políticas de resistencia. Pocos académicos contemporáneos (salvo notables excepciones: Walker, 1994; Shaw, 1994; Murphy, 1994; Sklair, 1994 y 1997; Smith, Chatfield y Pagnucco, 1997; Keck y Sikkink, 1998) han tratado de teorizar la relación entre los movimientos sociales y la política mundial. Debe recordarse que grandes pensadores como Gramsci y Polanyi plantearon indicios de un análisis meticuloso del nacimiento de los movimientos sociales dentro de la economía política global de su tiempo. Al concentrarse en los owenitas y cartistas de su época, Polanyi hizo hincapié en que “ambos movimientos abarcaban cientos de miles de artesanos, jornaleros y obreros, y debido a su amplio número de seguidores se encontraban entre los mayores movimientos sociales de la historia moderna (1957, p. 167; cursivas añadidas). Polanyi pensaba que la dialéctica del movimiento y el contramovimiento incrementa la comprensión de la resistencia, pero sólo si las instituciones políticas, económicas y sociales se incorporan al análisis de la transformación histórica. A Polanyi le interesaban principalmente los arreglos institucionales específicos mediante los cuales una sociedad en particular se asegura su subsistencia. A partir de la aportación de Polanyi, es necesario ampliar la siguiente área de investigación: A medida que las sociedades tratan de protegerse de los efectos traumáticos del mercado, incluido lo que él consideró como “la desintegración del ambiente cultural” (1957, p. 157), ¿cómo cuajan y cobran forma las expresiones sumergidas de resistencia como contramovimientos? En este sentido, el marco polanyiano puede aplicarse fácilmente a la relación entre la economía política y la ecología (Bernard, 1997). Incluso, a pesar de que sus escritos datan de hace medio siglo, el propio Polanyi ([1944], 1957) expresó una gran preocupación por el desenraizamiento de los mercados no sólo de la sociedad sino también de la naturaleza. La interpretación ecológica de Polanyi requiere entender su crítica de la economía política clásica y del liberalismo. En contraste con el énfasis de Adam Smith en las ganancias económicas individuales frente al aprecio por el enraizamiento en las relaciones sociales, y en contraste con su respuesta a la inclinación de los fisiócratas por la agricultura, Polanyi sostenía que es un error excluir a la naturaleza de la

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economía política. De igual modo, dijo que Ricardo era culpable de la ficción mercantilista de considerar a la tierra como el único factor de producción y de desvincularla de las instituciones sociales. Marx también fue criticado por juzgar parcialmente el carácter de la economía en términos del proceso laboral. De acuerdo con Polanyi, siempre historiador de la economía y antropólogo, la sociedad decimonónica se diferenciaba de sus antecesoras por cómo la ganancia económica se volvió prioritaria en la organización o reorganización de la vida del hombre. Para Polanyi, tanto el marxismo como el liberalismo erróneamente planteaban que el patrón predominante en sus sociedades predominó también a lo largo de la historia (Block y Somers, 1984, p. 63). Al adoptar un marco histórico más amplio, Polanyi delimitó los modos de integración del hombre y la naturaleza en la sociedad previa al mercado, y mostró que las instituciones fundamentales de la sociedad habían dirigido la economía, y no a la inversa. Los mecanismos institucionales habían incluido reciprocidad, redistribución y relaciones dentro del hogar (Polanyi, 1968). Conjeturando a partir de lo dicho por Polanyi, el error del racionalismo económico consiste en dotar a la cultura economista de una lógica economista. La ciencia de la economía subordina a la ciencia de la naturaleza. Esta relación se vuelve en contra de lo que uno entiende por “económico”, lo cual no puede darse por sentado. La definición que se utiliza más comúnmente es formal y se centra en la escasez. Debe distinguirse de un segundo sentido, más real, que implica “el hecho fundamental de que los seres humanos, como todo lo vivo, no pueden existir tiempo alguno sin un ambiente físico que los sostengan; éste es el origen de la definición actual de económico” (Polanyi, 1977, p. 19; cursivas en el original). Las interacciones entre los seres humanos y su entorno natural implican entonces “significados”, y pudiera haber fuerzas contrarrestantes en acción. El reenraizamiento es el antídoto para una condición en la cual la economía subordina tanto a la naturaleza como a la sociedad para crear una sociedad de mercado. Sin embargo, en la práctica, ¿qué significa realmente reincrustar la economía en la naturaleza y las relaciones sociales? Plantear esta pregunta acentúa el dilema fundamental en la política de la resistencia hoy en día. El desafío es aún mayor que en la época de Polanyi –y requiere una ampliación de su marco– debido a la integración progresiva de las economías nacionales. La búsqueda de una fórmula para el reenraizamiento evidentemente ha originado diferentes proyectos políticos, pues se trata de un asunto

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debatido. Para analizar estos proyectos, identifiquemos primeramente las modalidades y las fuentes de resistencia popular ecologista, para que así podamos esbozar la labor de los agentes del cambio, en particular las alas de la sociedad civil organizadas políticamente, las sedes donde operan y las principales estrategias de resistencia. Posteriormente, deberemos tomar en cuenta si esas alas de resistencia entran en algún tipo de categoría.

MODALIDADES Y FUENTES DE LA RESISTENCIA POPULAR ECOLOGISTA

Son muchos los tipos de degradación ambiental y múltiples las causas que los originan. Los principales problemas se relacionan con el ambiente doméstico, el centro de trabajo y la naturaleza, y se encuentran en diferentes sectores de la economía, particularmente energía, agricultura, minería y manufacturas. Las fuentes pueden tener una dimensión objetiva y subjetiva, y pueden organizarse como una combinación de factores: • hipercompetencia; • desigualdad social y pobreza; • grados insostenibles de explotación de recursos; • ocupación de tierras y su transformación en proyectos comerciales e industriales; • migración y sobrepoblación; • miedo al desplazamiento; • estructuras de la deuda, que acentúan la explotación de los recursos, y • penalización del uso acostumbrado de los recursos (o lo que se considera como tal) y una falta de responsabilidad. En vez de hablar sólo de una lista de fuentes sueltas, deben rastrearse también las trayectorias históricas distintivas que culminan en el abuso ambiental y que constituyen redes interactivas de relaciones sociales. Algunas de las fuentes señaladas arriba se originaron durante los periodos anteriores a la globalización, pero ésta las ha intensificado. También existen nuevas modalidades de problemas viejos, como la deuda externa. Considérese, por ejemplo, el impacto ambiental de los programas de ajuste estructural. Una mayor austeridad interna, sumada a la necesidad de cumplir con el pago de intereses a instituciones financieras internacionales, suele dar por resultado un mayor

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énfasis en la exportación de recursos naturales para la obtención de divisas. La explotación de recursos y los grandes proyectos, como la construcción de presas, desplazan a la gente. La mayoría de las veces, son las personas pobres quienes se convierten en migrantes internos (Freedom from Debt Coalition, 1996). En Mindanao, la isla más meridional de las Filipinas, las transnacionales –por ejemplo, procesadoras de piñas, como Dole– se han adueñado de las tierras bajas, ocasionando la erosión del suelo y desplazando a los agricultores a las tierras altas. En medio de un conflicto encarnizado entre los habitantes de las tierras bajas y las altas, los pueblos indígenas –“grupos tribales”– se enfrascan en disputas para proteger su integridad cultural y sus “terrenos ancestrales”. Aunque la zona no es montañosa, el paisaje de Zimbabwe oriental junto a la frontera mozambiqueña es escenario de conflictos similares. La migración interna está aumentando debido a que Cargill –conglomerado transnacional dedicado al procesamiento de alimentos– controla gran parte de la tierra, y a que el suelo se ha erosionado. Los grupos étnicos, o sus subdivisiones, compiten por los recursos y entran en conflicto. En este caso, es difícil distinguir la migración interna de la internacional, pues los pueblos locales suelen cruzar la frontera con impunidad. En parte, lo hacen para evadir las leyes –por ejemplo, los habitantes rurales de Zimbabwe conducen a los elefantes, que destruyen sus cosechas, a través de la frontera con Mozambique y los matan allí. Estos campesinos piensan que las fronteras son una molestia que interfiere con su vida y con sus relaciones de parentesco, redundando en beneficios para la clase acomodada, y que son otro medio para que las autoridades políticas los controlen. En este caso, se considera que el estado limita los flujos transfronterizos –de pescado, marfil, carne, marihuana y licores– arraigados en la cultura y la economía. Desde esta perspectiva, las fronteras son instrumentos de coerción y sitios de conflicto. Dichas percepciones se encuentran sustentadas en las divisiones del trabajo y el poder a nivel nacional, regional y global. Tanto en las Filipinas como en Zimbabwe, los pobres no sólo se ven presionados para convertirse en migrantes, sino que, para sobrevivir, también deben destruir los recursos. Por lo tanto, los objetivos de la resistencia ecologista pueden ser directos y tangibles, o indirectos e intangibles. El punto, a final de cuentas, es tener el control: controlar la tierra, las especies, los bosques, la vida marina, el trabajo y la ideología. Estos aspectos del control pueden legislarse y ser aplicados por el estado. Los que resisten,

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en última instancia, están motivados por el deseo de tener acceso a los estratos del poder estructural y, en grado diverso, de reaccionar contra ellos. Un aspecto de dicha oposición, cada vez más evidente en los distintos niveles del poder, es la brecha entre ideologías ambientales (Nazarea-Sandoval, 1995). El choque entre un engañoso enfoque moderno, el cual sostiene que lo primero es lograr que la economía crezca sin prestar atención simultáneamente a la distribución y la equidad, y el vínculo entre la reforma económica y la política social (por ejemplo, la “plantación de bosques comunitarios) es evidente bajo sus diversos disfraces en Asia oriental y África meridional. En otras palabras, las distintas ideologías refuerzan o desafían el acceso a los recursos; pero la dominante es la reforma entendida como crecimiento antes de la equidad. Aunque la terminología utilizada por mis entrevistados fue diferente en cada caso, se acentuó el mismo punto una y otra vez. En una entrevista conjunta que se centró en la silvicultura, un entrevistado recalcó sus comentarios al proclamar: “La raíz [del abuso ambiental] se encuentra en las estructuras sociales reforzadas por el paradigma del desarrollo. El paradigma es el villano” (Del Castillo, 1996; Rebugio, 1996). Los que resisten adoptan perspectivas temporales y espaciales acordes con su propio sentido de dignidad y con sus intereses, que, actualmente, son asuntos de supervivencia para muchos. Las formas específicas que adoptan las reacciones varían según el tipo y grado de abuso ambiental, así como las estrategias al alcance de los desconformes (Peluso, 1992, p. 13; Scott, 1985). Este recurso podría ser extrínseco en el sentido de afectar un fenómeno externo, e intrínseco al adoptar formas locales de control, o ambos, puesto que los distintos niveles de miembros internos y externos se entrelazan de forma tal que las estructuras de resistencia buscan acabar con ambas simultánea o secuencialmente (Peluso, 1992, pp. 13, 16-17; Scott, 1985). Esto, entonces, suscita la pregunta: ¿cuáles son las sedes donde los agentes se resisten a las estructuras globalizantes y fraguan estrategias alternativas?

SEDES DE LA RESISTENCIA

Salvo las sociedades de autoayuda y los centros de caridad locales, la densa red de instituciones y asociaciones privadas no fueron sede de

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la resistencia –no existían en Japón ni en casi ningún lugar del mundo fuera de Occidente– hasta los años sesenta y setenta. Incluso su presencia es prácticamente mínima hoy en día en Vietnam, donde los ambientalistas colaboran con un ministerio, pero no encuentran viabilidad para las iniciativas privadas fuera del estado. Sólo hay unas cuantas ONG ambientales vietnamitas, muy pequeñas, en Hanoi, y carecen de autonomía. Los grupos ecologistas también se enfrentan a graves limitaciones en Singapur y Malasia, pero sus condiciones difieren y engendran una mezcla distintiva de estrategias. Los ambientalistas singapurenses –un grupo heterogéneo, conformado principalmente por profesionales, administradores y gerentes– han hecho intentos vacilantes por crear un espacio político y poner a prueba la retórica estatal sobre la tolerancia. La Nature Society of Singapore (NSS), fundada hace más de 30 años como la rama en Singapur de la Malayan Nature Societe, ha impugnado la política gubernamental con parámetros estrictos. Debido a que las ONG en Singapur están sujetas a procesos jurídicos y a una legislación restrictiva, como la Ley de Sociedades y Pérdida de Registro, que prohíbe sus operaciones, la NSS ha presentado sus acciones como un “diálogo constructivo”. La NSS, conformada por unos dos mil miembros, ha participado en campañas epistolares, ideó un plan maestro de conservación y encargó sus propias evaluaciones de impacto ambiental (Ho, 1997b). La NSS también toma la iniciativa y hace propuestas al gobierno, a pesar de que la mayoría –99% de ellas– son rechazadas. La medida más extrema implicó reunir 25 000 firmas para una solicitud y presentarla ante la autoridad competente. La principal limitación es que la NSS y los otros grupos ambientalistas en Singapur, que principalmente participan en actividades escolares, se arriesgan a perder credibilidad ante el estado –y ser objeto de sanciones– si cooperan con las ONG en otros países. Con excepción de compartir información, la colaboración transnacional es escasa. No obstante, las luchas por los proyectos ecologistas han logrado cambios importantes en el uso de la tierra: la conversión de 87 hectáreas zonificadas para un parque agrotecnológico en un santuario para aves en Sungei Buloh, la renuncia a construir un campo de golf en la zona de captación de la reserva en el bajo Pierce, y el desvío de una vía rápida para que no perturbara el hábitat natural de las aves en Senoko (Ho, 1997a; Rodan, 1996, pp. 106-107; Kong, 1994). A pesar del gobierno coercitivo y las captaciones derivadas de pasar de la pobreza al bienestar económico tras el periodo colonial, así como de una cultura que valora el “con-

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senso” y no la disidencia, son evidentes los primeros intentos por ampliar la sociedad civil y, aunque tenues, por fomentar la resistencia. Al igual que en Singapur, la sociedad civil en Malasia se ve limitada por la persuasión económica, por legislaciones draconianas como la Ley de Seguridad Interna (una reliquia del colonialismo que permite realizar detenciones sin juicio) y por la intimidación contra el activismo ecologista, incluida la retórica del primer ministro Mahathir Mohamad sobre el “imperialismo verde”. Aquí, el estado también exige el registro de las ONG, controla el acceso a los medios de información y está dominado por un solo partido que, no sólo penetra profundamente en la sociedad, sino que es extremadamente hábil al combinar coerción con consentimiento (los cuales, como ya se señaló, son los ingredientes de la hegemonía si el segundo es el elemento principal). Quienes ostentan el poder estatal han estado eliminando los factores de freno y equilibrio, al erosionar, por ejemplo, las prerrogativas de las asociaciones agrícolas y de otras estructuras semiautónomas en las áreas rurales. Las protestas ideológicas –cuestiones como la raza, el idioma y la religión– han desviado la atención de los problemas críticos, como la degradación ambiental, entre otros. No obstante, los ambientalistas han realizado aciones de abajo hacia arriba: movilización en los kampung (poblados) para protestar por la contaminación ácida, manifestaciones en contra de los residuos radiactivos, problemas de permanencia relacionados con unos árboles en Cheras y bloqueos contra la explotación forestal en Sarawak (Singh, 1997). Unas cuantas organizaciones ecologistas –Environmental Protection Society; Malayan Nature Society; Sahabat Alam Malaysia; Centre for Environment, Technology, and Development, Malasia; así como diversas asociaciones de consumidores– han creado un espacio para campañas de baja intensidad y “colaboración crítica” con el gobierno. En contraste, en países como las Filipinas y Sudáfrica se ha desarrollado una sociedad civil fuerte, y también se ha generado mucho dinamismo en otros lugares como Tailandia y Corea del Sur, por ejemplo. La altamente politizada sociedad civil en las Filipinas y Sudáfrica surgió en el contexto de la movilización: en un caso, mediante luchas armadas contra el colonialismo español, la dominación estadunidense y el gobierno marcial; en el otro, para combatir el régimen segregacionista. Países como Zimbabwe ocupan una posición intermedia en los distintos tipos de actividades de la sociedad civil que se ejemplificaron: los ecologistas y otros activistas llegan a los límites sin medir

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las consecuencias de no respetarlos. En todos los casos, las instituciones concretas de la sociedad, propias de cada país y región, son esenciales.

LOS AGENTES

La gama de instituciones ambientales no forma una línea continua que corre de derecha a izquierda. Más bien, el movimiento ecologista se asemeja a un amplio árbol con muchas ramas y brotes en distintos niveles de maduración. Su grosor varía desde la raíz a la copa. Con el engrosamiento de la sociedad civil, su crecimiento, como el de un árbol, tal vez aún consista de ramitas en vez de ramas madre. En la práctica, esta estructura está conformado por varias instituciones –iglesias, sindicatos, empresas, asociaciones campesinas y grupos estudiantiles– que han participado o se han unido en protesta por los problemas ambientales. Todas estas instituciones forman parte de la sociedad civil. Es la sociedad civil la que se encuentra en el vector principal de la resistencia ecologista. Dentro de la sociedad civil parece haber cinco estratos de resistencia ecologista a la globalización. Sin restar importancia a la lucha silenciosa contra la caza furtiva, la matanza de animales, los alambrados y la quema de terrenos, es la acción directa y organizada en esos cinco niveles lo que parece tener más impacto y el potencial para impulsar la acción. El primer nivel lo ocupa una serie de organizaciones ecologistas internacionales –como Greenpeace, Amigos de la Tierra y el World Wildlife Fund– que colaboran estrechamente con los grupos indígenas o tienen bajo su auspicio filiales locales (veáse Wapner, 1996). Las primeras tienen su sede principalmente en Occidente, y pueden tener o no la misma agenda que sus asociados en el mundo en vías de desarrollo (Brosius, 1997; Eccleston, 1996; Eccleston y Potter, 1996). En algunos casos, las de mayor participación se muestran reservadas en cuanto a la discrepancia en prioridades de las entidades externas y, a veces, tratan de fusionar los valores indígenas con los intereses ambientales occidentales (Lee y So, 1999, p. 291). En el segundo nivel se encuentran las coaliciones o redes nacionales, como el Caucus of Development NGO Networks, una organización cúpula conformada por 14 redes de ONG importantes en las Filipinas. Su objetivo es fungir como una red de redes (Songco, 1996). Juntas, estas coalicio-

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nes engloban casi 3 000 organizaciones individuales, por lo que es necesario rastrear a fondo sus estructuras. En esencia, se trata de un ámbito semejante a una telaraña de organizaciones funcionalmente especializadas que vinculan muchas ONG, asociaciones, sociedades y semejantes, y comparten una agenda común y una serie de prioridades. En tercer lugar están las ONG individuales, que desempeñan múltiples funciones en el ámbito nacional. Son catalizadores que buscan facilitar la acción mediante la defensa, la movilización de recursos y su experiencia: proporcionan capacitación como administradores, contadores y asesores legales, y realizan investigaciones sobre temas específicos. Los líderes de la sociedad civil, arrastrados por las transformaciones de sus modos de vida y de sustento, están buscando un entendimiento sobre esas condiciones. Al precisar su misión y realizar investigaciones, las ONG requieren, y buscan, paradigmas analíticos. Conceptos como el de economía de filtración, desarrollo participativo y organización comunitaria emanaron de paradigmas. No obstante, con la globalización se necesitan explicaciones más sólidas que contribuyan sobre todo a generar medios de acción. Por otro lado, a pesar de la existencia de distintos idiomas en regiones y países, están las organizaciones locales que participan en la aplicación de proyectos. Las organizaciones populares y las comunitarias son entidades populares que participan en la acción colectiva y que pueden buscar o no la ayuda de ONG. Por último, la sociedad civil también incluye una larga fila de masas desoídas que no están organizadas, pero que están conformadas por ciudadanos preocupados que también son participativos. Puede movilizárseles para protestar por problemas que causan una degradación ambiental severa, y se les ha animado a unirse a las campañas para obstaculizar actividades tales como la tala ilegal y el depósito de residuos tóxicos. Hasta los líderes religiosos –desde obispos católicos hasta muftis– han suplicado a sus seguidores que detengan la destrucción del entorno. La influencia del budismo, el cristianismo, el confucianismo, el islamismo, el judaísmo y otras religiones es profunda en la política de la resistencia ecologista, pero llega aún más lejos en algunos contextos. La iglesia católica, por ejemplo, a veces funge como una estructura de poder alternativa o contribuye a constituir una. En 1988, por ejemplo, la Catholic Bishops Conference of the Philippines emitió una carta pastoral firmada en la que lamentaba el daño causado a bosques, ríos y corales debido a “la avaricia del hombre y al empuje incansa-

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ble de nuestra economía de saqueo”. Los obispos también elogiaron los esfuerzos de las poblaciones locales de Bukidnon y Zamboanga del Sur, que “defendieron lo que queda de sus bosques con su propio cuerpo”, e incitaron al pueblo a “organizarse para defender las cuestiones ecológicas locales” (según se cita en Magno, 1993, p. 15). Mediante sus sermones, los sacerdotes han incitado a las masas a organizarse y actuar, como ocurrió en el caso del bloqueo a la explotación forestal ilegal en el campo filipino. También han hecho llamados morales y prácticos, explicando que “Dios creó a los árboles y que éstos están siendo derribados”. Un sacerdote incluso pidió a sus feligreses que revivieran la tradición de cazar cabezas, y esta amenaza se utilizó contra los taladores y sus colaboradores en el gobierno local (De Guzmán, 1996; Dacumos, 1996). De igual modo, los ambientalistas zimbabwenses hacen alusión a los derechos ancestrales y dicen a los feligreses que cortar un árbol es cortar el cuerpo de Jesucristo, y que plantar un árbol es curar el cuerpo de Jesucristo (Matowanyika, 1996). En Sudáfrica, Earthlife Africa ha catalizado las protestas de desempleados y obreros contra la construcción de tiraderos para residuos peligrosos junto a los municipios de negros, haciendo que sus residentes, muchos de ellos desempleados y con poca educación formal, visiten a los residentes de otros municipios cercanos a depósitos de residuos tóxicos (Earthlife Africa, Grupo de Tóxicos, 1996). Debido a que no se encuentran limitadas a los casos de racismo ambiental, en los que se asigna una carga desproporcionada al sector más marginado de la población, estas visitas cruzadas se utilizan en vista de los diversos abusos ambientales que también se cometen en otras comunidades asoladas por la pobreza. Al recurrir a distintas bases de apoyo conformadas tanto por elementos privilegiados como por desvalidos, la sociedad civil atraviesa las estructuras de clase. Sin embargo, las raíces del movimiento ambiental contemporáneo, al menos en las áreas económicamente más avanzadas, se encuentran implantadas en el sector privilegiado. Una vez más, es importante destacar la gran diferencia entre un contexto y otro. En Japón, por ejemplo, los abogados –algunos de los cuales hacen obra social en otros países de Asia– e intelectuales han desempeñado un papel protagónico en el movimiento ambiental, pero las clases medias y muchos trabajadores también se han movilizado en torno a cuestiones sobre el consumo. En algunos países de Asia oriental y en todo el sur de África, muchos consideran que la

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política ambiental está relacionada con el sustento y, por ende, con la justicia social, y no tanto con causas centradas en la ecología –como son conservar la naturaleza per se– como en otras partes de lo que se conoce como el mundo desarrollado (la excepción pudiera ser el ecodhamma, o budismo verde, en Tailandia). En ningún momento de mi investigación fue tan evidente el vínculo, o los obstáculos a la vinculación, entre el movimiento ambiental y la estructura de clases como durante mis entrevistas con los negros de la clase trabajadora en Sudáfrica. Pelelo Magane (1996), organizador de sindicatos obreros, señaló que si bien la comunidad negra se enfrenta a múltiples problemas, como la basura, los tóxicos, la contaminación y la inseguridad, la organización en torno a los temas ambientales se ha estigmatizado: “El ambiente se considera como un fenómeno liberal que no interesa a la clase trabajadora.” Después de las movilizaciones antisegregacionistas en torno a la raza, una de las implicaciones de esta declaración es que el ambiente sólo es preocupación de quienes pueden darse ese lujo. De igual modo, en los municipios negros aledaños a Ciudad del Cabo, los encuestados hicieron hincapié en las barreras de clase para organizarse en la defensa del ambiente ante la necesidad urgente de empleo, vivienda, atención médica y protección contra la delincuencia. En el municipio de Langa, poblado de migrantes que llegaron debido a los traslados forzosos (un rasgo de la Ley de Zonas Grupales), Tsoga, un movimiento ecologista, ha descubierto la percepción de que el ambiente es “cosa de blancos”. Su director, por ende, opina que los residentes sólo ven dos mundos: “el de los favorecidos y el de los marginados” (Dilima, 1996). Dentro del movimiento ambiental ha surgido una estructura de poder. Los grupos se forman según el número de empleados y proyectos emprendidos, el alcance y tipo de actividad, y los recursos humanos y financieros. En términos del acceso a los recursos en Asia oriental y África meridional, las entidades de la sociedad civil tienen poca relación con los organismos internacionales regionales. Una excepción tal vez es la organización de talleres sobre temas de interés ambiental y la formación de un colegio para la vida silvestre (evidentemente, no se trata de una actividad popular, sino de un proyecto registrado de la SADC, financiado por Alemania y un consorcio de donadores locales). Estas formas de regionalismo, algunas de las cuales son parte de la unidad de la SADC denominada Environment and Land Management Systems (ELMS), apenas están iniciando. Dicha unidad se encuentra dirigida principalmente por donadores, y ha

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creado algunas ONG locales en diversos países. Formada como una defensa contra el apartheid, la SADC sigue siendo una organización independiente con pocas facultades. En general, la infraestructura regional formal para apoyar los proyectos de la sociedad civil es débil. Tanto la SADC como la ASEAN se encuentran muy ajenas a las actividades cotidianas de la sociedad civil. Esto explica por qué cada país cuenta con coaliciones políticas diferentes que acogen paradigmas diferentes, algunos de los cuales desalientan el desarrollo de la sociedad civil. Otro factor es la relación de poder entre Norte y Sur. Dentro de la sociedad civil en Asia oriental y África meridional, los vínculos con las instituciones gubernamentales y no gubernamentales del Norte son más fuertes que los vínculos en las propias subregiones. Salta a la vista que las organizaciones internacionales de tipo regional y subregional no han formulado políticas ambientales claras, y que el Programa Ambiental de las Naciones Unidas tiene poca capacidad para relacionarse con la sociedad civil. Por otra parte, el ejercicio de la política de resistencia ecologista no ha estado exento de problemas. En general, la burocracia impera dentro de las ONG, donde se gesta un sentido de territorialidad. No hay un código de ética formal que rija o mitigue la competencia entre ONG. Es bueno que haya más diálogo entre las distintas instituciones de la sociedad civil, ¿pero puede haber demasiada diversidad? A veces surgen cismas –por ejemplo, entre los conservacionistas y quienes subrayan la relación entre ambiente y desarrollo– por recursos u objetivos fundamentales. Los donadores bilaterales y multilaterales generalmente ofrecen un paquete ambiental. La aplicación de sus proyectos en la práctica produce un efecto islote: iniciativas aisladas que no se relacionan eficazmente. Es común la ausencia de enraizamiento en la estructura social local. Las ONG nacionales pueden fungir como representantes de los organismos internacionales, pero no necesariamente estar vinculadas orgánicamente con las raíces de la sociedad. También es común que se presente un efecto “pizza”: programas ambientales extendidos uno sobre otro sin ningún diseño general (Braganza, 1996). Algunas instituciones de la sociedad civil incluso no están orientadas por la sociedad civil, sino por las corporaciones o el estado, debido a que tienen que rendir cuentas a sus patrocinadores y prácticamente carecen de autonomía. El asunto de la cooptación está muy relacionado con lo señalado anteriormente. ¿En qué condiciones los movimientos populares aceptan o rechazan el financiamiento, y quién elabora la agenda? Algunos

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órganos de la sociedad civil, en un intento por revertir el síndrome de dependencia clásico inherente a los paquetes de ayuda y los programas de ajuste estructural, han propuesto supervisar sistemáticamente a los organismos internacionales y otros donadores. También está el dilema de la ética, previsto por Gramsci hace más de medio siglo, sobre si se debe contender por puestos gubernamentales y hacerse parte del estado, o si es mejor servir como fuente de presión compensatoria y tal vez como conciencia social reveladora de asuntos éticos. Incluso si los líderes de la sociedad civil no ocupan cargos gubernamentales, se corre el peligro de sustitución y paralelismo con el estado. Las dependencias gubernamentales y las organizaciones interestatales básicamente están cediendo parte de su trabajo a las ONG para que éstas lo lleven a cabo. Así, las instituciones de la sociedad civil realizan ciertas funciones que normalmente desempeña el estado, y a veces las realizan de modo más eficiente que los políticos y los burócratas. Para mitigar estas tensiones, dentro de la sociedad civil se utilizan técnicas de negociación para solucionar los problemas. El gobierno post apartheid en colaboración con múltiples instituciones de la sociedad civil pusieron en marcha foros como el Environment Liaison Forum, iniciado formalmente en Zimbabwe en 1996, y el Consultative National Environmental Policy Process en Sudáfrica, que vinculan a múltiples participantes en un intento constante por encontrar terrenos comunes. No obstante, existen graves diferencias en cuanto a las estrategias apropiadas para impugnar la globalización, muchas de las cuales ya se han aplicado.

ESTRATEGIAS MEDULARES DE LA RESISTENCIA

La resistencia utiliza estrategias nuevas y viejas. No hay nada nuevo en contrarrestar el poder del estado; mostrar símbolos como pancartas, carteles y panfletos; utilizar el poder residual para negarse; forjar contactos para galvanizar los esfuerzos de distintos grupos contra formas diversas de degradación ambiental, como ocurrió en 1992 durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro. Estas estrategias probadas siguen vigentes y, como señala Robin Broad: “Aún no hay una estrategia unificada sobre cómo forjar una alternativa sustentable” (1993, p. 146). No hay un modelo único de resistencia.

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Sin embargo, la globalización está transformando parámetros, redefiniendo limitaciones y aumentando el costo, especialmente para las generaciones futuras. Las estrategias innovadoras ideadas especialmente para resistirse a la globalización no son meros golpes a ciegas contra un fenómeno amorfo. Algunos de los grupos que están organizándose por su cuenta, pero de ninguna manera todos, han ayudado a elaborar estrategias de gran conciencia para contrarrestar la globalización. Estos luchadores han expresado la pregunta de qué tipo de intervenciones políticas pueden emplearse para sujetar la globalización neoliberal, mediada por programas nacionales y locales, al control social. Cinco estrategias medulares preponderantes se están utilizando juntas o individualmente. Primeramente está el pacto social diseñado para impedir abusos tales como la destrucción y erosión de cuencas mediante actividades ilegales o “legales” a cargo de corporaciones transnacionales, como sucede en el centro-norte de Mindanao, que incluye la Región Autónoma del Mindanao Musulmán, así como el Corredor de Crecimiento Cagayán de Oro-Iligán. Un pacto social es un entendimiento formal sobre objetivos y métodos entre todas las partes interesadas. Entraña una promesa pública y el compromiso de los firmantes para lograr un bien social común. Se basa en soluciones consensuales y en la cooperación entre personas de distinta fe (Albaran, 1996). En otras palabras, en plena globalización de arriba abajo, el concepto de pacto social está diseñado para promover el control democrático desde las bases en los municipios. Esto demanda capacidad técnica en la forma de una entidad supervisora que garantice que todas las partes se apeguen al acuerdo. Puesto que la globalización acoge los avances tecnológicos y es facilitada por éstos, la resistencia implica desarrollar nuevas estructuras de conocimiento. Dicho llanamente, una condición previa para resistirse a la globalización es entenderla. De ahí la importancia de la cadena educación-investigación-información. En la opinión de Zukiswa Shibane, un activista zimbabwense: “La gente desesperada no luchará contra la globalización a menos que esté educada” (Environmental Justice Networking Forum [EJNF], 1996, p. 17). Algunos educadores están luchando por recuperar y transmitir el conocimiento indígena y tradicional sobre el entorno, considerado como una parte más de la capacidad de investigar en red en un esfuerzo por entender la dinámica de la globalización. El objetivo de la educación en materia ambiental es generar información para actuar, compartirla

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con los ciudadanos y canalizarla a los medios de información para desafiar a las fuerzas globalizantes que ponen en peligro los intereses públicos. Esta aspiración tiene, además, extensas repercusiones: el proporcionar acceso a información sobre la zonificación municipal y los riesgos de los materiales tóxicos influyó claramente en la movilización de muchas comunidades alrededor de Chloorkop, Sudáfrica. En un profundo estudio de caso sobre Chloorkop, un investigador señaló: “Es importante el hecho de que el desarrollo de una conciencia ambiental, precursora de la movilización ambiental, se derive de la actividad organizativa y del acceso a la información” (Buchler, 1995, p. 72). En pocas palabras, no tiene nada de nuevo apreciar la estratégica importancia de generar conocimiento; lo novedoso son las relaciones sugeridas en la generación del conocimiento y su difusión, y quizás también el método para señalar un paradigma alternativo. Únicamente de modo preliminar, pudiera ser posible armar un método de generación de conocimiento para la política de resistencia: descifrar los códigos de dominación, exponer las fallas en las estructuras de poder, indentificar los puntos de presión para la acción e idear imágenes para la contraidentificación (Zawiah, 1994, pp. 16-18). La tercera estrategia medular consiste en multiplicar el alcance de las operaciones. Más específicamente, éste es un proceso mediante el cual los grupos dentro de la sociedad civil incrementan su impacto al relacionarse con otros sectores y extender su alcance más allá de la localidad. Al preguntarles qué significa, en la práctica, multiplicar, dos líderes de la sociedad civil que entrevisté juntos indicaron que significa “extender el grado de operaciones en el campo” y “tener una voz fuerte a nivel político para influir en el gobierno” (Morales, 1996; Serrano, 1996). Otro activista explicó la resistencia multiplicada en términos de los distintos horizontes temporales de la globalización. A diferencia de la resistencia, que busca atacar de inmediato las manifestaciones concretas de la globalización, la multiplicación requiere más tiempo. Implica sinergizar distintas habilidades y capacidades, y abrir espacios para impugnar la globalización (Dela Torre, 1996; para ejemplos y análisis concretos, véase Kelly, 1997). En la práctica, la multiplicación puede implicar crear foros multisectoriales más allá del barangay, la unidad básica en las Filipinas, o coordinar diversos sectores para paralizar una ciudad o detener los planes, por ejemplo, para abrir casinos. Operativamente, sin embargo, parece que cuando los opositores tratan de aplicar la multiplicación, la transformación de parámetros acarreada por la globalización

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y, particularmente, la ideología del neoliberalismo, ofusca su dinámica. La arquitectura de la globalización causa desorientación debido a que se la percibe como demasiado grande para la vida local. En algunos casos, la ambigüedad que causan las estructuras globalizantes precipita una reacción paradójica: no la multiplicación, sino la desmultiplicación. Esta reacción es un intento por fortificar una comunidad, localizar –y no tanto entablar– un combate contra las fuerzas de la globalización. De hecho, hay una buena razón para tratar de obtener el control local, particularmente en lugares y centros de actividad donde la globalización implica las formas más agudas de pérdida de control. Es claro que cuanto más se extienden los grupos locales hacia el escenario global, mayor es la tentación de apegarse a las normas globales. No obstante, la rapidez con que se degrada el ambiente, su irreversibilidad en algunos casos y su alcance transnacional sugieren que, por sí misma, la multiplicación no es un medio suficiente para proteger los dones de la naturaleza. En cuarto lugar, los que están en la resistencia tratan de externalizarse con el fin de hacerse de más libertad para la acción voluntaria directa. Anteriormente se hizo referencia a las modalidades de regionalismo de arriba abajo basadas en el mercado y orientadas por el estado. En respuesta, el regionalismo en la base puede ser bilateral o multilateral entre organizaciones y movimientos, y externalizarse globalmente para relacionarse también con las sociedades civiles en otras regiones. Las ONG del Sur cada vez están más conscientes de las ventajas potenciales de la colaboración transnacional, a pesar de su cautela con respecto a “regionalizarse” o “mundializarse”, por miedo a ser opacadas o perder control particularmente frente a socios importantes del Norte (Eccleston, 1996, p. 82). Earthlife Africa, por ejemplo, ahora no sólo tiene sucursales en Sudáfrica, sino también en Namibia y Uganda. Y los sindicatos de la región comparten información y realizan conjuntamente talleres educativos para brindar capacitación. En Asia oriental, la estrategia de externalizarse imita en gran medida la experiencia de las Filipinas, debido a la densidad y relativa madurez de la sociedad civil en ese país. Su sector de ONG ha sido invitado a compartir experiencias con sus homólogos en otros países. Mediante sus diálogos con los representantes de la sociedad civil de otros lugares, las ONG filipinas han participado en el monitoreo de instituciones financieras internacionales, como el ADB y el Banco Mundial, con miras a lograr políticas sustentables y alternativas. Al analizar las otras alternativas al regionalismo neoliberal en el

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capítulo 6, se mencionó brevemente el PP21, un proceso que inició en Japón en 1989. Una coalición de movimientos populares y grupos activistas reunió a 360 activistas de diversos países con miles de miembros de la sociedad civil japonesa. Trataron de fijar objetivos y estrategias basadas en la creación de relaciones sociales alternativas, y no en la lucha directa contra las estructuras estatales. Tras la reunión sostenida con representantes de seis países centroamericanos, se celebró un segundo foro del PP21 en Tailandia en 1992, lográndose ahí los conceptos fundamentales. Actualmente hay iniciativas para concretar la idea de “una democracia participativa transfronteriza”, y se están considerando las repercusiones de vivir conforme a las censuras de una “división global del trabajo única”, una jerarquía que causa “conflictos y antagonismo entre los pueblos”. Además de conferencias, talleres y comunicación por medios electrónicos, el proceso del PP21 incluye un secretariado con sede en Tokio, y una revista trimestral, AMPO (Muto, 1994, 1996; Inoue, 1996). Los movimientos populares en Asia oriental han tratado de abrirse un espacio de participación en los procesos regionales. Por ejemplo, las organizaciones ecologistas en Indonesia, Malasia y las Filipinas han creado la Climate Action Network, con un secretariado propio. En el periodo 1995-1996, las ONG ambientalistas solicitaron la condición de observador en la ASEAN, la que les fue rechazada con la justificación de que no existía tal figura. Cuando esta oferta fue frustrada, las ONG argumentaron que la ASEAN debería brindar acceso a las organizaciones populares, tal y como lo hacen otras instituciones internacionales, por ejemplo, la ONU. En 1997, los miembros de la Climate Action Network dirigieron misivas a los ministros de medio ambiente de sus países respectivos, pidiendo la oportunidad de entrevistarse con ellos, pero les respondieron que los funcionarios no tenían tiempo para una audiencia (Singh, 1997). Los movimientos populares en Asia oriental también se han concentrado en la organización de conferencias de alto nivel del APEC y en su agenda para arraigar y ampliar las políticas de liberalización. Mediante la colaboración transfronteriza, los movimientos populares se enfocaron en la cumbre de 1996 del APEC en Manila. Primeramente, sostuvieron un encuentro preparatorio en Kioto, y organizaron foros paralelos de ONG en varios países, que dieron por resultado resoluciones específicas y medidas encaminadas a oponerse al comercio entre los gobiernos miembro y a los planes de inversión que dañan el ambiente y transgreden los derechos del pueblo. Los prepara-

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tivos antes de la cumbre implicaron misiones de búsqueda de información en diversos lugares, para que los propios delegados pudieran analizar con precisión cómo afectan las formas de integración a las comunidades y su subsistencia. Entre los documentos estuvieron una crítica a la “velocidad suicida y el carácter unilateral” de la liberalización general, particularmente por su repercusión en los sectores más vulnerables y en el ambiente, y al modo en que las disposiciones del APEC “desvinculan las cuestiones económicas de sus implicaciones y efectos sociales” (“Proposed Philippine PO - NGO Position”, 1996). Las mujeres han rebatido “las oportunidades del APEC para poner en la vía rápida nuestro entorno económico tan cambiante” (National Council of Women of the Philippines, 1996). Ante un mercado laboral estructurado conforme a lineamientos de género y sus consecuencias en las mujeres y los niños, los delegados demandaron, entre otras cosas, financiamiento del gobierno para “una agenda de bienestar social que suavice los efectos adversos de la globalización” (Women’s Forum, 1996). Aunque probablemente no fue intencional, el mensaje de los foros previos a la cumbre pareció contener –aunque en forma estridente y poco modulada– sugerencias de un análisis polanyiano; acometió contra el APEC por sus prácticas de libre comercio, “antidemocráticas, carentes de responsabilidad y transparencia”, y acentuó la necesidad de proteger al pueblo de “los estragos de las fuerzas de mercado” (Manila People’s Forum on APEC, 1996). Sin exagerar la importancia del caso anterior –amplificada en un foro de ONG conocido como la Asia Pacific Peoples’ Assembly, en la reunión del APEC de 1998 celebrada en Kuala Lumpur–, de él pueden extraerse lecciones importantes. El APEC, un proceso orientado al mercado y guiado por el estado, ha catalizado relaciones entre movimientos de resistencia en distintos países, y las organizaciones populares han fijado una agenda regional muy distinta de la de quienes ostentan el poder estatal. En contraste con esta última, por ejemplo, los grupos populares hacen hincapié en la necesidad de relacionar comercio e inversión por un lado, y política social por el otro. Asimismo, este proceso de resistencia no sólo vincula el estrato subestatal con el estatal, sino que dilucida relaciones clave entre regionalismo y globalización. En África meridional, el ímpetu por externalizarse regionalmente, y más allá, proviene de distintos puntos de presión. Sin embargo, destaca el programa de un movimiento ambiental por la envergadura de sus actividades de resistencia, particularmente las que acentúan

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las contradicciones entre las políticas manifestadas y su falta de aplicación. Su postura ecologista también rebate implícitamente la política económica. El Environmental Justice Networking Forum (EJNF) incluye a más de 550 organizaciones que profesan valores comunes y representan en gran medida el sector desfavorecido de la sociedad. Busca identificar los estímulos para la regionalización y participa en la formación de vínculos con otros movimientos (Albertyn y otros, 1996). Sus actividades de resistencia más notables se han centrado en las sustancias químicas. El caso de Thor Chemicals, corporación con sede en Gran Bretaña que importa residuos de la empresa estadunidense American Cyanamid, ocupó el primer plano en 1990, cuando se encontraron elevadas concentraciones de mercurio muy tóxico en el río Umgeweni, cercano a su planta en Cato Ridge, cerca de Durban. Earthlife Africa (miembro del EJNF), el Sindicato de Trabajadores de la Industria Química, los residentes locales y su dirigente, así como los agricultores comerciales blancos indagaron las razones por las cuales Thor construyó la planta recicladora de mercurio tóxico más importante del mundo en un lugar remoto de Sudáfrica. Una alianza de sindicatos, campesinos y grupos ecologistas de diversos países se manifestaron en Thor y en la planta de Cyanamid en Estados Unidos. Esta acción conjunta de la sociedad civil ejerció presión en el Departamento de Asuntos del Agua, que le ordenó a Thor Chemical suspender sus operaciones (Crompton y Erwin, 1991). Sin embargo, el problema de los residuos tóxicos no se solucionó. Al contrario; el Departamento de Comercio e Industria de Sudáfrica se mostró renuente a apoyar la prohibición del traslado de residuos tóxicos entre los países de África, el Caribe y el Pacífico. Fue evidente que existe un comercio regional, un próspero sector, basado en los residuos tóxicos. El EJNF expresó indignación al descubrirse que la Sudáfrica del post apartheid importaba residuos para reciclar provenientes de varios países africanos, y que Pretoria temía perder esos ingresos si firmaba el Artículo 39 de la Convención de Lomé, que estipula que los “estados de África, el Caribe y el Pacífico prohibirán la importación directa o indirecta a su territorio de este tipo de residuos provenientes de la Comunidad o de cualquier otro país” (Cuarta Convención de ACP-EEC, 1990, p. 1). El gobierno acordó firmar la Convención de Basilea sobre el Movimiento Transfronterizo de Residuos Peligrosos y su Eliminación, adoptada por 65 países en 1989 y aplicada en 1992. Este acuerdo internacional prohíbe todo trasla-

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do de residuos peligrosos de un país industrializado a los países en vías de desarrollo a partir de 1998, pero no tiene aplicación en el tráfico de tóxicos dentro de África meridional. Y el EJNF sacó a la luz una posible puerta trasera para introducir materiales lucrativos a través de los países vecinos (Koch, 1996a, 1996b, 1996c). Es obvio que los funcionarios estatales estaban cambiando la agenda progresista del régimen por las presiones económicas neoliberales. La oposición a la política original del gobierno contribuyó a que se decidiera a dar marcha atrás e incluyera el Artículo 39 de la Convención de Lomé en su acuerdo definitivo de comercio y desarrollo con la UE. La recopilación de información y el acceso a los medios fueron aspectos importantes de la estrategia de resistencia. La estrategia de externalización implicó relacionarse con el movimiento ecologista transnacional para que la información vital pudiera fluir de vuelta a Sudáfrica. Una vez más resultó esencial aclarar los vínculos entre el problema regional y la globalización. Otra estrategia de resistencia construye relaciones innovadoras entre movimientos sociales para atacar directamente al mercado y crear un sistema ecológico alternativo sustentable. En 1986, los agricultores de la isla Negros, en las Filipinas, y las cooperativas de consumo japonesas, grandes organizaciones cuyos miembros buscaban un sustituto de los productos cargados de sustancias químicas que se vendían en el mercado, empezaron a comerciar. Las comunidades populares de Negros buscaron la manera de transformar la economía de la isla, basada en el monocultivo de caña, en un sistema integrado de agricultura, industria y finanzas. En esencia, han tratado de rehacer la economía mediante el intercambio cíclico de productos y servicios. Este proyecto incluye un sistema de comercio transfronterizo Norte-Sur mediante el cual una asociación autónoma de pequeños agricultores entrega plátanos sin sustancias químicas a las asociaciones de consumo japonesas conformadas por casi un millón de personas. Los campesinos de Negros crearon métodos de cultivo orgánicos y fijaron un precio para sus plátanos tres veces mayor que el precio de mercado de los plátanos producidos por las transnacionales en la isla Mindanao. El precio elevado, que los consumidores pagan con gusto a cambio de productos sin químicos, equivale a una transferencia de valor inversa del Norte hacia el Sur (Hotta, 1996; Muto y Kothari, s/f). En la reunión de representantes de ambas organizaciones, celebrada en Tokio, me sorprendió ver miembros de distinta clase: pequeños

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agricultores de la isla Negros, trabajadores japoneses (muchos del sector de servicios) y los estratos inferiores de la clase media. Juntos, estos grupos han tratado de oponer resistencia no a la economía de mercado, sino a la sociedad de mercado. Han creado un circuito de capital alternativo controlado por la sociedad, en otras palabras, lo que Polanyi consideraba como el reenraizamiento del mercado en la sociedad y la naturaleza. Este proyecto incluye visitas cruzadas entre ambas comunidades para que los vínculos sociales y políticos vayan más allá de las relaciones comerciales. La estrategia es una iniciativa transfronteriza que rompe los barrotes de la nación-estado, como otras iniciativas de intrépidos que luchan por crear el capital social. La silvicultura comunitaria es otro ejemplo de relaciones entre movimientos cuyo objeto es ofrecer una alternativa sustentable al sistema de mercado convencional. Al sustituir por madera productos no madereros como el rattan, las enredaderas y otros recursos fluviales, se están estableciendo vínculos entre corporaciones, ONG y asociaciones de productores directos (Tengco, 1996). Sin entrar en más detalles, es evidente que la resistencia colectiva está intensificándose y generando estrategias pluriestratificadas que se utilizan dependiendo del modo en que las tendencias globalizantes afectan a cada país y región. Dichas iniciativas pudieran ser indicios de otro modo de dirigir el ambiente.

TENDENCIAS INCIPIENTES

Los resultados de mi investigación revelan que, de maneras no previstas por mí antes de iniciar este trabajo de campo, los tres marcos analíticos – de Gramsci, Polanyi y Scott– se traslapan, profundizan la comprensión de la política de resistencia ecologista y pudieran estar integrados. Sí, Polanyi proporciona el impulso teórico general para analizar la resistencia a la globalización en el ámbito ambiental. Resulta extremadamente valioso abordar la resistencia a la manera de Polanyi como un intento por reenraizar la economía en la sociedad y la naturaleza, mientras que los análisis de Gramsci y Scott mejoran esta investigación. Por ejemplo, el trabajo de campo sobre las estrategias de resistencia condujo al concepto de “códigos descifradores de la dominación” y, en este sentido, el concepto de infrapolítica de Scott es el más explicativo. Las opiniones de Gramsci sobre la ideología

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ambiental como medio de lograr consentimiento para depender menos de formas de coerción más costosas, también son una buena herramienta para entender la política de resistencia. La evidencia concreta extraída de Asia oriental y África meridional demuestra cómo estos tres marcos son necesarios para comprender la resistencia ecologista, y esto a su vez nos ayuda a agudizar la perspectiva teórica. La información parece sugerir una la resistencia más amplia a la globalización neoliberal pero, hasta ahora, la resistencia a la política no estatal ha tenido repercusiones limitadas. Dentro de la sociedad civil, una de las razones para formar coaliciones y redes es el fomento de políticas más democráticas. Sin embargo, acrecentar y relacionar esas asociaciones no soluciona el problema de las relaciones jerárquicas de poder, que son parte integral de la globalización de arriba abajo. Como vehículo político contra la globalización, tras los movimientos de la resistencia ecologista hay muchos motores que pueden tanto seguir al estado como dirigirlo. A partir de los resultados de mi investigación, es posible identificar cinco tendencias, todas ellas microcontraglobalizantes: 1] Dada la diversidad de experiencias y contextos, muchas iniciativas ambientales se orientan a problemas y cuestiones específicas. Actualmente, la mayoría de las contiendas ambientales son de índole localizada. 2] No obstante, se está dando una modesta unión de actividades de resistencia gracias al traslape de alianzas y redes en y entre regiones. 3] Los movimientos ambientales implícitamente han acogido una política de paralelismo, replicando en un contexto las estrategias de resistencia que tuvieron éxito en otras partes. 4] Las estrategias medulares son positivas, no negativas, en cuanto al compromiso; no evaden al mercado o al estado, ni se desvinculan de ellos. 5] La resistencia está acumulando puntos clave de coincidencia, como la integridad cultural y el ámbito ancestral, y encontrando más oportunidades. Salta a la vista que sería equivocado alabar estas contrafuerzas polanyianas. Incluso podrían calificarse como lo que Polanyi denominaba “maniobra” –y no tanto como movimientos– para indicar protoformas mediante las cuales “crecen y menguan” las fuerzas sociales antes de finalmente dar a luz organizaciones políticas procreadoras de una transformación determinada (Polanyi, 1957, p. 239). Si bien algunas están aliándose, las contrafuerzas ambientales de hoy día no son nada coherentes. Tal vez un alto grado de coherencia sea un desiderátum que debiera equilibrarse con otra consideración: que la

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sociedad civil se alimenta de la diversidad. También, debido a los impedimentos para organizarse, la solidaridad regional e interregional desde abajo dista mucho de concretarse. En el mejor de los casos, la sociedad civil regional y global es incipiente y muy desigual. En el fondo, los ímpetus por lograr una política de resistencia no son sólo de índole material o tecnológica; se relacionan estrechamente con la ética ambiental de proteger al mundo y sus diversos estilos de vida de las fuerzas de mercado aceleradoras. Las palabras de un sacerdote jesuita participante en las luchas ambientales en las Filipinas nos dan un respiro: “La espiritualidad se relaciona con el sufrimiento. Este paisaje sangra. Es un paisaje que sufre” (Walpole, 1996). La fuerza de este mensaje coloca una poderosa pregunta espiritual en el camino de la globalización: ¿debe experimentarse el ambiente de modo negativo, como una limitante, en términos de destrucción, más que como una belleza que debe cuidarse y preservarse? Plantear el dilema de este modo suscita la cuestión política de a quién debe confiársele o permitírsele el cuidado de este bien público. Determinar qué extremo de este dilema se doblará o debería doblarse tiene que ver de modo fundamental con la naturaleza y el impacto de las intervenciones en las estructuras globales evolutivas. Ahora pasaremos a la intervención en otro ámbito: el crimen organizado.

11. EL CRIMEN ORGANIZADO GLOBAL EN COAUTORÍA CON ROBERT JOHNSTON

Los grupos del crimen organizado pueden entenderse como la encarnación de algunas características de la globalización neoliberal y, al mismo tiempo, como movimientos de resistencia, puesto que operan fuera de las estructuras neoliberales de autoridad y poder legítimos y socavan lo que suele considerarse como los canales lícitos del mercado. Es evidente que el crimen organizado se ha convertido rápidamente en un fenómeno transnacional in crescendo; se ha extendido exponencial y desigualmente en todas las regiones del mundo, llegando incluso a las raíces de la sociedad civil. La magnitud de este problema ha alcanzado grandes proporciones, pues los ingresos anuales globales del crimen organizado al año sumaron 1 billón de dólares en 1996 (Boland, 1997). Cómo se ha dado este movimiento es una historia muy interesante, y la están documentando académicos y periodistas, y también están apareciendo estudios cada vez más sofisticados sobre esta tendencia (por ejemplo, Williams, 1994; Shelley, 1995; Fiorentini y Peltzman, 1995; Friman y Andreas, 1999).1 Sin tomar en cuenta los libros y artículos populares, gran parte de la literatura sobre la diseminación del crimen organizado refleja los intereses de la criminología; de los estudios regionales interdisciplinarios; de, en cierta medida, los cuadrantes estadunidense y comparativo de las ciencias políticas; y, sobre todo, de la investigación aplicada que la policía, los organismos de inteligencia gubernamentales, las organizaciones internacionales y los centros de estudio conservadores utilizaron para combatir el terrorismo y otras formas de conducta ilícita. En términos de la globalización y la gobernación global, sin embargo, el crimen organizado es un asunto poco estudiado. Esto no es para sorprenderse, puesto que el análisis académico de 1 Fiorentini y Peltzman analizan principalmente problemas nacionales. Otros libros y artículos se concentran en aspectos del crimen organizado global, tales como el tráfico de drogas, la mafia o la delincuencia organizada en Rusia, pero es difícil encontrar un libro que trate con rigor académico el tema del crimen organizado global.

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estos temas es reciente, por lo menos en cuanto a formulaciones que tomen en cuenta las transformaciones históricas distintivas –documentadas ya en otros capítulos de este libro– de estos últimos decenios, que constituyen una serie de megaprocesos analizados en la literatura sobre relaciones internacionales y economía política internacional (por ejemplo, Rosenau y Czempiel, 1992; Cox, 1996a; Rosenau, 1997). Resulta claro que la relación entre economía política y crimen organizado no ha sido un interés central de las ciencias sociales, particularmente en cuanto a la creación de un marco teórico. La economía política del crimen organizado global es una cuestión que justifica un escrutinio crítico. Por ende, este capítulo es un intento de cambiar y agudizar el enfoque intelectual para dilucidar las implicaciones teóricas de la globalización del crimen organizado. Al hacerlo, utilizaremos tanto materiales históricos como evidencia documental contemporánea para identificar las continuidades –y las marcadas discontinuidades– en la formación del crimen organizado al inicio del nuevo milenio. Si bien este análisis toca temas como la seguridad nacional y el combate a la delincuencia, el objetivo de nuestro trabajo no son los preceptos policiacos. Más bien, la finalidad de este capítulo es analizar la relación específica entre la dinámica de la globalización y el crimen organizado. Primeramente exploraremos los fundamentos teóricos, para entender el crimen organizado global. Se argumentará que si bien el doble movimiento polanyiano plantea un enfoque provechoso de los vínculos entre globalización y crimen organizado, categorías binarias como la jurídica y la criminal también pueden ser analíticamente restrictivas. En la siguiente sección se identifican las características de los grupos que constituyen el crimen organizado transnacional y, más adelante, se discuten de qué manera dichos grupos están enraizándose en la globalización neoliberal. Posteriormente, examinaremos los nexos entre las organizaciones delictivas globalizantes y las estructuras estatales cambiantes, particularmente el papel de cortesana. Esta orientación política se relaciona estrechamente con otro aspecto de la globalización: la corrupción de la sociedad civil debida en parte a que el estado no puede desempeñar algunas de sus funciones clave. Para concluir, se considerarán las consecuencias en la transformación de la sociedad civil y, en particular, los cambios dentro de las relaciones de poder y los conflictos que ello genera.

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RESISTENCIA A LA GLOBALIZACIÓN

POLANYI Y EL CRIMEN ORGANIZADO GLOBAL

En su importantísimo análisis de por qué el siglo XX se vio asolado por la violencia organizada, Polanyi (1957) descubrió que la respuesta no se encontraba en culpar a las naciones agresoras o a la Gran Depresión (que brindó el clima propicio para las acciones militares expansionistas), sino en la historia de la Revolución industrial y de los acontecimientos subsecuentes que se iniciaron en la Gran Bretaña decimonónica, pero que también abarcaron otros países. Si bien la acción coordinada de Europa logró un equilibrio de poderes después de 1815, no pudo impedir la respuesta interna a la relación cambiante entre economía y sociedad, y particularmente la subordinación de la segunda a la primera. Las clases trabajadoras buscaron protegerse de las fuerzas de mercado mediante los primeros sindicatos, mientras que las clases medias buscaron una participación política. El nacionalismo y la tendencia a crear un estado de bienestar surgieron de esta crisis como intervenciones políticas para evitar la desintegración social, precipitada por el nacimiento del sistema de mercados autorregulados. Sin embargo, Polanyi sostuvo que esta tentativa de un modus vivendi en realidad creó las condiciones para el inicio de la primera guerra mundial. El nacionalismo no sólo puso a pelear a los estados, sino que se combinó también con conceptos del darwinismo social, lo que puso la idea de la selección natural al alcance de las naciones. En pocas palabras, la reorganización masiva del capital, el estado y las relaciones sociales que Polanyi estudió se convirtieron en una mayor competencia, carreras armamentistas, hostilidad y, a la larga, en no una, sino dos guerras mundiales (Lipschutz, 1997, p. 302). La publicación del libro de Polanyi, La gran transformación, en 1944, coincidió con el nacimiento del acuerdo de Bretton Woods, que puso en marcha el plan de los Aliados para reorganizar la economía mundial. Sin embargo, en el orden posbélico que John Maynard Keynes y otros diseñaron no se tomó a pecho el mensaje de Polanyi. En el último capítulo de La gran transformación, Polanyi argumentó que la destrucción de la sociedad no sería desencadenada por la devastación de la guerra, la revuelta del proletariado ni la clase mediabaja fascista. Más bien, “el conflicto entre el mercado y las necesidades fundamentales de una vida social organizada” a la larga destruiría ese sistema (Polanyi, 1957, p. 249). Las guerras externas simplemente aceleraron el proceso. En este punto, merece la pena señalar varias razones por las que

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el doble movimiento de Polanyi explica el crimen organizado global. Sin descuidar el papel del estado, Polanyi se concentra en los participantes no estatales, particularmente en las fuerzas de mercado. En el contexto de la globalización, los grupos criminales organizados transnacionales también responden a los incentivos del mercado, pero reaccionan fuera de las estructuras legítimas de autoridad y poder. Asimismo, el énfasis de Polanyi tanto en el comportamiento de arriba-abajo guiado por el mercado e incitado por el estado como en la política de resistencia de abajo hacia arriba, resuena en la literatura sobre relaciones internacionales. Conforme a esta interpretación, Richard Falk (1993, 1997), tal vez fue el primer académico que hizo la misma distinción adoptada aquí, por ejemplo: en la globalización desde arriba, las actividades relacionadas con la colaboración entre estados preponderantes y los agentes del liberalismo económico de libre mercado, y la globalización desde abajo, que representa el intento de las comunidades por recuperar los recursos necesarios, por nutrir su entorno y por democratizar los procesos para la toma de decisiones. Al ir un paso más allá, Robert Cox (1999) muestra que estas tendencias están volviéndose más difusas, e incluso problematizan el límite entre lo “lícito” y lo “ilícito”, al colocar un espacio entre el estado y la incipiente sociedad civil ocupada por el “mundo encubierto”: los servicios de inteligencia, el crimen organizado, los grupos terroristas, el comercio de armas, los bancos para el lavado de dinero, los cultos herméticos y las sociedades secretas. Estos diversos elementos, que incluyen desde dependencias gubernamentales hasta los subestratos de la sociedad, constituyen una esfera política y sustituyen a la autoridad legítima en el contexto de una economía desregulada. Es evidente que el ámbito de las relaciones de cooperación y conflicto oscurece el límite entre lo lícito y lo ilícito. Por ejemplo, con el fin de recopilar información “procesable” que conduzca a arrestos e interdictos, los servicios de inteligencia deben cooperar con los desertores de los grupos delictivos organizados y las organizaciones terroristas y tratar de reclutarlos. Este proceso casi siempre implica cerrar los ojos a las actividades anteriores y actuales de los infractores, debido a que ellos son los únicos con experiencia de primera mano y una idea del opaco mundo de los grupos terroristas, las bandas de delincuentes organizados y otras asociaciones ilícitas con las que están relacionados. Esto nos lleva a la cuestión de la guerra, con frecuencia desvinculada de las consideraciones unidimensionales sobre la globalización

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que se centran en los mercados y las estrategias de negocios, tal y como lo hacen los promotores y defensores intelectuales de esta tendencia, quienes pasan por alto las luchas políticas, la estructura social y la cultura (por ejemplo, Ohmae, 1990; Porter, 1990). La obra de Polanyi nos sensibiliza a las interacciones entre la reorganización de los mercados y el estallido de la guerra. En este sentido, podría afirmarse, como hace Pino Arlacchi (1986, p. 216) que verdaderamente ha estallado una forma de guerra subterránea y tácita –en la que de vez en cuando participan los estados– entre los grupos de la delincuencia organizada por obtener el control de los mercados ilegales del mundo. Los grupos transnacionales del crimen organizado no pueden operar sin algún tipo de relación cooperativa en cuestiones como el transporte y la distribución, pero continúan reñidos debido a diferencias étnicas, desconfianza y estilos diferentes de hacer negocio (Fiorentini y Peltzman, 1995). No obstante, estas diferencias rara vez afectan las actividades del mercado ilegal, demasiado rentables como para correr peligro (Nicaso y Lamothe, 1995). De darse una guerra entre los grupos de delincuentes, ésta normalmente ocurre dentro de un país o entre un grupo del crimen organizado y el estado (como sucede en Colombia). Sin embargo, la globalización difumina la división entre los ámbitos interno y externo. Dada la aceleración de la venta global de armas, la comercialización de materiales nucleares y la posibilidad de un chantaje nuclear, no es exagerado decir que este grado de violencia estructural hoy en día es un tipo de guerra. Incluso, si las relaciones internacionales son un sistema anárquico, entonces la coexistencia pacífica y estable con el poder criminal, otro tipo de anarquía, es una fuente probable de conflicto estructural. Al subrayar esta tensión, Susan Strange sostiene que el surgimiento del crimen organizado transnacional es “tal vez la mayor amenaza para el sistema mundial en los noventa y los años venideros” (Strange, 1996, p. 121; cursivas en el original). Por lo tanto, nuestro enfoque hacia la pregunta de “por qué” –que explica estos cambios masivos y los retos planteados al gobierno global– se deriva de las ideas de Polanyi, orientadas sobre todo (aunque no exclusivamente) a la unidad nacional, y lleva su modo de análisis a las muy diferentes relaciones de mercado que ahora están formándose a nivel global. La suma de las aportaciones hechas por economistas políticos contemporáneos y teóricos de las relaciones internacionales, como Falk, Cox y Strange, nos permite explicar, si bien de

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modo preliminar, el cambio cuántico en las situaciones, la escala e incluso la dinámica del crimen organizado global. Desde estas diversas perspectivas, apuntalando la diseminación y la intensificación del mercado está la reforma de las relaciones sociales de poder, con nuevos beneficiarios y víctimas, principalmente en las zonas marginadas de la economía política global.2 En este escenario –calificado por Yoshikazu Sakamoto (1994), a la manera de Polanyi, como de “transformación global”–, la autonomía del estado disminuye debido a la abundancia de flujos transfronterizos: inmigrantes legales e ilegales, formas de comercio lícitas e ilícitas, persecución de la información y el conocimiento, violaciones a los derechos de autor y pornografía. El consenso neoliberal global en favor de la desregulación ha disminuido aún más la autonomía del estado. A la par de estas presiones, el mercado ejerce sobre el estado un poder disciplinario aplicado mediante los programas de ajuste estructural, las agencias calificadoras de créditos, como Moody’s y Standard and Poor’s, y las acciones de los especuladores con divisas, como sucedió en plena crisis financiera en Asia oriental a finales de los años noventa. En consecuencia, hay extensas áreas de actividad que se encuentran en los resquicios de los ámbitos tradicionales de la jurisdicción del derecho nacional e internacional. Hay toda una gama de nuevos delitos; algunos se cometen en el hiperespacio donde, debido a la velocidad instantánea de las operaciones, las instituciones estatales con alcance territorial, como los bancos centrales, son incapaces de controlar extraterritorialmente –por poner un caso– el mercado de divisas (que actualmente genera 1.5 billones de dólares al día). Las entidades autorizadas que supuestamente ejercen un monopolio legítimo para exigir la procuración dentro de sus dominios están avanzando atropelladamente en el diseño de nuevas formas de cooperación con sus homólogos en otros países, pero parecen verse obstaculizadas por una desterritorialización reciente en materia de gobierno económico. En el terreno internacional, no faltan propuestas en favor de una institucionalización fuerte: una “nueva arquitectura financiera”, por ejemplo. Las organizaciones internacionales, como las instituciones de Bretton Woods, son, por supuesto, elementos del sistema interestatal y, a pesar de su gran alcance, en realidad no están facultadas para 2 Las publicaciones sobre negocios, en especial sobre el tema de administración estratégica (por ejemplo, D’Aveni, 1994), resultan particularmente útiles para delinear los cambios ocurridos en la dinámica del mercado desde los días de Polanyi.

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violar la soberanía al ocupar legítimamente el vacío existente en lo que Rosenau (1997, pp. 39-41) adecuadamente llama “esferas de autoridad”, las cuales pueden corresponder o no con los dominios territoriales, y tal vez emplear mecanismos informales más que formales. En esta laguna, la rapidez de la globalización oscurece los límites de lo permisible y lo no permisible –un problema que pertenece a la dimensión jurídica y ética de la economía política global, sobre todo en el caso de la especulación financiera. La cuestión de si George Soros y otros operadores con divisas actúan conforme a las reglas o no causó gran controversia durante la crisis económica de Asia oriental, y denota una disfunción en los controles putativos de la gobernación global. Pero, en general, la globalización otorga muchas más oportunidades para realizar actos ilícitos. La tendencia predominante es que las organizaciones de criminales aprovechen la brecha causada por las tendencias globalizantes, y ofrezcan seguridad cuando la policía y otras autoridades se encuentran implicadas en el delito, y también cuando el estado no logra garantizar la tranquilidad, justicia o equidad más elementales. Éstas son las condiciones mismas en las que puede corromperse la sociedad civil. Como lo demuestra la evidencia de Asia oriental y África meridional, el empuje del mercado en una economía globalizante está causando que no sólo las economías locales, sino también las actividades económicas ilícitas del crimen organizado, se desarraiguen de su contexto sociocultural. Reproducidos fuera de su ambiente original, los grupos de delincuentes transnacionales derivados de esta situación no sólo invaden el estado: se albergan dentro de él y pueden obstaculizar el crecimiento de las sociedades civiles, sembrando, en algunos casos, el caos en su camino.

LA NUEVA DELINCUENCIA

Evidentemente, el crimen organizado que trasciende las fronteras nacionales no es nada nuevo; sin embargo, los patrones tradicionales no explican del todo el repunte actual de las actividades ilegales. Las tendencias globalizantes observadas desde los años setenta están transformando el crimen organizado. Ahora hay nuevas modalidades de ilegalidad: delitos por computadora, lavado de dinero, robo de materiales nucleares –principalmente de la otrora Unión Soviética–

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y el “fraude sofisticado” (complejidad tecnológica entre varias partes que utilizan instrumentos bancarios, tarjetas de crédito y cartas de crédito falsos, y se introducen sin autorización en las computadoras por medios ingeniosos para realizar, por ejemplo, los sistemas piramidales y las estratagemas de “inundar y descartar” valores bursátiles), que surgen entre los códigos establecidos del derecho internacional, desafían las normas existentes, infiltran los negocios ilícitos y se extienden hasta las finanzas internacionales. Si bien algunos tipos de delito permanecen localizados, las bandas de criminales organizados dedican cada vez más esfuerzos a explotar los mecanismos de crecimiento de la globalización. Consideremos un ejemplo de esta dinámica en acción: la emigración de chinos hacia Estados Unidos. Las tríadas (redes delictivas chinas) han introducido gente ilegalmente en Estados Unidos desde la Fiebre del Oro californiana en el decenio de 1840. Además, entre los chinos de la provincia costera de Fujian, al otro lado de Taiwán, se acostumbra recurrir a sus familias extensas en California y en otros estados para mudarse a Estados Unidos. Hasta 90% de los refugiados del mar chinos provienen de Fujian y de la provincia de Guangdong, justo al sur, donde se concentran los principales grupos de traficantes de personas. El problema de los refugiados del mar –que captó la atención pública en 1993, cuando probables inmigrantes chinos murieron a bordo del buque panameño Golden Venture, un herrumboso y viejo carguero que encalló en una barra de arena visible desde la Ciudad de Nueva York– se debe sobre todo al explosivo crecimiento económico de China en los últimos años. La transición a una economía de mercado, comparable a un caballo desbocado en el caso de China, ha desencadenado inequitativas ganancias y pérdidas en los ingresos. Las zonas rurales, particularmente las del interior, se han quedado muy rezagadas con respecto a los centros urbanos y las regiones costeras. En la primera fase de un doble movimiento polanyiano clásico, millones de trabajadores agrícolas con bajo salario han sido sacados de sus tierras para dar cabida a proyectos industriales y comerciales de gran escala; esto ha desencadenado una migración interna masiva que los municipios costeros, rodeados ahora de florecientes barriadas, no pueden absorber. La oferta de mano de obra en China alcanza enormes proporciones: 452 millones de trabajadores “excedentes”, de acuerdo con el Ministerio del Trabajo chino (“Pointers”, 1997, p. 10). Esta crisis ha alimentado el resentimiento del campo y ha causado

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levantamientos campesinos en algunas regiones de China, en lo que podría ser la primera etapa de una reacción polanyiana. Una respuesta a la trampa de pobreza de la disminución relativa de los ingresos en el campo y las pocas oportunidades para encontrar un empleo legal en las ciudades es romper el ciclo mediante “servicios” migratorios que satisfagan la demanda de un sector desesperado y empobrecido de la economía. Las bandas de delincuentes florecen ahí donde la pobreza es aguda. En la China actual, los traficantes de personas se benefician de los estratos marginados, víctimas de una economía de mercado sobrecalentada, y están globalizando sus dominios espaciales (Canadian Security Intelligence Service, 1994). Sin embargo, el tráfico de personas sería imposible sin la participación de delincuentes ricos y poderosos con los recursos para corromper a los funcionarios. La corrupción de las autoridades políticas es el crisol donde los funcionarios de aduanas, los policías y los inspectores fiscales colaboran con las operaciones delictivas o simplemente se hacen de la vista gorda. Esto no sólo sucede con el tráfico de personas, sino con el narcotráfico, la falsificación de la propiedad intelectual, las operaciones ilegales con divisas y otras actividades del mercado negro y gris. En esta red de delincuentes, los ricos y los políticos, quienes ocupan cargos públicos, otorgan protección “legal” a sus compinches, tal y como sucedió durante la guerra fría en el Triángulo Dorado, punto donde confluyen las fronteras de Laos, Tailandia y Myanmar (un ejemplo de lo que Cox califica como maquinaciones del “mundo encubierto”). Los grandes riesgos y la elevada demanda de estas operaciones y sus enormes ganancias potenciales son estímulos para las organizaciones criminales más astutas y despiadadas. Estas tendencias pueden explicarse por los nexos entre el crimen organizado y la globalización. El auge de las bandas transnacionales del crimen organizado se debe a las innovaciones tecnológicas y particularmente a los avances en el transporte, a las comunicaciones y a la utilización de computadoras en las empresas, todo lo cual permite una mayor movilidad de personas –algunas de las cuales son portadoras de contrabando– y el flujo de mercancía ilegal. En este proceso son muy importantes las innovaciones en la tecnología satelital, la fibra óptica y las minicomputadoras, que facilitan las operaciones transfronterizas (Shelley, 1995, p. 465). La hipercompetencia está acelerando estos flujos a través de las fronteras. A su vez, la desregulación arraiga la tendencia al reducir las barreras estatales al libre flujo de capitales, productos, servicios y mano de obra.

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Al igual que las empresas globales, las bandas organizadas transnacionales operan por encima y por debajo del estado. Por encima del estado, aprovechan las tendencias globalizantes de las fronteras permeables y la desregulación. Al acoger los procesos de la globalización, estos grupos generan demanda para sus servicios. Se convierten en participantes por derecho propio en la división global del trabajo y el poder, organizados conforme a parámetros zonales, regionales o subregionales, como el Triángulo Dorado, importante centro productor y distribuidor de morfina y heroína. Al mismo tiempo, las bandas transnacionales organizadas operan también por debajo y al lado del estado al ofrecer incentivos a los segmentos marginados de la población que tratan de hacer frente al costo de ajustarse a la globalización. Estos grupos llegan hasta los niveles más bajos de las estructuras sociales: los pobres, un estrato que no se presta a las estrategias fáciles prescritas por el estado y las instituciones interestatales. Estas estrategias suelen ocultarse dentro del proyecto nacional de desarrollo, pero actualmente se ven rebasadas por el proceso de globalización (McMichael, 1996a). Los marginados representan suministro de mano de obra en forma de fuerzas sociales que participan en la economía paralela del crimen organizado (y no organizado) y que menoscaban los canales lícitos del neoliberalismo. La oferta, entonces, pudiera considerarse como una forma disfrazada de resistencia a la dominante globalización. Las tríadas, un fenómeno comentado anteriormente, pone esta dinámica en relieve. Su origen fueron los movimientos de resistencia que lucharon por derrocar a los invasores extranjeros que dominaron a la dinastía Qing manchú durante el siglo XVII. Al concluir el gobierno Qing en 1911, estos grupos no se disolvieron; más bien, se convirtieron en sociedades delictivas que responden, particularmente las más recientes y poderosas, a la recurrente ausencia de orden en China y a sus problemas sociales (Bolz, 1995, p. 148; Deron y Pons, 1997). Desde su sede principal en Hong Kong, las tríadas actualmente implican a varios grupos de “chinos étnicos” y tailandeses relacionados con los productores de opio en Myanmar y con sus bandas asociadas en ciudades de Estados Unidos, Europa occidental y en toda la Cuenca del Pacífico. Puesto que la finalidad del crimen organizado es hacer dinero, normalmente se considera a estos grupos como actores económicos importantes. Sus ganancias no sólo se derivan del robo, sino también de imitar los mecanismos del mercado –formar alianzas estratégicas, invertir (y lavar) su capital y destinarlo a nuevas áreas de crecimien-

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to (por ejemplo, vertederos de residuos tóxicos que dañan el ambiente en los países en vías de desarrollo, para luego negociar contratos lucrativos con la industria del saneamiento), encauzar parte de sus ganancias a la investigación y el desarrollo, emplear sistemas contables modernos, utilizar redes de información globales, que no tienen fronteras, y asegurarse (protegerse) contra los riesgos o amenazas de sus organizaciones. Si bien estos grupos del crimen organizado transnacional tienen objetivos económicos evidentes, son tanto un elemento político de la globalización como una reacción a ella, puesto que menoscaban a los principales actores en el proceso de la globalización: las empresas transfronterizas y los estados dominantes que lo consienten. Las bandas de criminales se asemejan a los negocios legítimos al aceptar la lógica del mercado, tener iniciativas muy flexibles y organizarse jerárquicamente. Por ejemplo, las tríadas de Hong Kong constituyen el liderazgo, mientras que los tongs comerciales (los gremios de comerciantes), muchos de ellos en barrios chinos del exterior, actúan como subsidiarias locales (Williams, 1994, pp. 103-104). Esta fluidez, acentuada por las guanxi (conexiones) en Asia oriental, y sus homólogos en otras culturas, sugiere que el crimen organizado también puede ser desorganizado. Aunque algunas agrupaciones delictivas, como los cárteles de Cali en Colombia, se encuentran muy centralizadas, por lo general recurren a redes sueltas de relaciones familiares y étnicas. Estas redes reducen los costos de operación derivados de la adquisición de información sobre las actividades ilícitas y proporcionan un marco de confianza. Por lo tanto, el número de participantes nuevos –como las organizaciones nigerianas, que se sumaron a las filas de los principales grupos delictivos transnacionales en los años ochenta– aumenta al operar donde no hay reglas ni leyes claras. En su diáspora, se han valido de las relaciones familiares y étnicas para vincularse con las bases nacionales y los compatriotas en el extranjero. La caída de los precios del petróleo durante ese decenio, así como los recortes al gasto público, precipitaron una ola de delincuencia en Nigeria y causaron que muchos estudiantes nigerianos, al quedar varados en el exterior cuando se acabó el financiamiento, tuvieran que recurrir a actividades fraudulentas (Stares, 1996, p. 42). Los grupos del crimen organizado transnacionales también incrementan la incertidumbre; de esta manera, contribuyen en gran medida con lo que James Rosenau (1990) conceptualiza como turbulencia en la economía política global. Los nuevos centros del crimen

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organizado global –como Johannesburgo y Ciudad del Cabo, que gracias a sus vínculos con la cadena nigeriana están convirtiéndose rápidamente en centros regionales– son nodos clave de esas redes. Los nigerianos –que ya no son nuevos en su profesión– han penetrado en toda la subregión de África meridional y participan en el tráfico de heroína y cocaína, diversos tipos de fraude, robo de autos, tráfico de indocumentados (con la ayuda de ilegales que sirven de guía) y pandillerismo. Esto motivó que los funcionarios estadunidenses se negaran a capacitar a la policía nigeriana y a los banqueros principales, pues consideran que la enseñanza de métodos para combatir el fraude no haría más que incrementar el refinamiento de los delincuentes nigerianos (Barber, 1997). Actualmente, los grupos de traficantes nigerianos se extienden más allá de África y son actores principales en el narcotráfico dentro del sudeste y suroeste de Asia; además, se está intensificando su participación en América Latina. Las ciudades globales, más que los estados, constituyen la principal ubicación de las organizaciones criminales transnacionales. Algunas ciudades, como Hong Kong y Estambul, han formado un segundo nivel y sirven de puntos de transbordo. Sin embargo, es en las ciudades globales –particularmente Nueva York, Londres y Tokio– donde se aglutinan los servicios financieros (que proporcionan muchas oportunidades para disfrazar el uso y flujo del dinero), las fuentes de innovación tecnológica y los sistemas de comunicación y transporte avanzados (Sassen, 1991, 1996). En estos y otros lugares, nuevas cepas de ciberdelincuentes puede explotar los puntos vulnerables inherentes a la infraestructura electrónica de las finanzas globales mediante el espionaje electrónico para robar, chantajear y extorsionar. Debido al extenso alcance de Internet, las ciberbandas pueden atacar una ciudad global virtualmente desde cualquier lugar sin ser descubierta, incapacitando así al estado para arrestar y enjuiciar a los delincuentes. Y sin embargo, estas ciudades son epicentros de la globalización. Las ciudades globales, albergue de poblaciones numerosas y diversas, permiten a los delincuentes y las organizaciones delictivas mezclarse entre las instituciones legítimas dentro de los barrios étnicos. Estos refugios representan un problema para la policía, que desconoce los muchos idiomas y las culturas dispersas que albergan a los delincuentes, y no tienen la confianza de los segmentos marginales de la sociedad. Las bandas nigerianas en Londres y las asiáticas en Nueva York aprovechan esas ventajas, una prueba del enraizamiento del

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RESISTENCIA A LA GLOBALIZACIÓN

crimen organizado transnacional en la globalización económica neoliberal.

CRIMEN ORGANIZADO GLOBAL Y NEOLIBERALISMO

Hasta ahora, hemos afirmado que los grupos transnacionales del crimen organizado actúan como compañías transnacionales: participan en la maximización de utilidades, la toma racional de decisiones, la innovación en los productos, la reducción de riesgos, la investigación y el desarrollo, y el fomento tecnológico. (Incluso algunas formas de soborno son comunes a las asociaciones del crimen organizado y a muchas empresas. Hasta la reciente entrada vigor de un tratado de la OCDE, los “pagos complementarios” eran deducibles de impuestos en varios países europeos.) Además de estas características, es importante señalar que estos dos tipos de participantes transnacionales –grupos criminales y corporaciones– siguen la lógica del neoliberalismo y diseñan estrategias innovadoras para hacerlo. Están envueltos en una competencia frontal con otros participantes. Contrariamente a la descripción que hace Claire Sterling (1994) del importante cambio ocurrido en los noventa en favor de un consorcio global conformado por los principales sindicatos criminales del mundo, que han unido fuerzas para formar una “pax mafiosa”, Louise Shelley (1995, p. 467) sostiene que la hegemonía del crimen organizado global de ningún modo se ha consolidado, y es disputada constantemente por rivales que buscan hacerse del control. Si bien participan en una feroz competencia recíproca, los grupos criminales organizados, al igual que los negocios legítimos, cooperan mediante la formación de alianzas estratégicas o la subcontratación, pero sólo cuando hacerlo les resulta ventajoso. Este debate entre criminalistas respecto de la colusión frente a la competencia tiene por objeto subrayar que el avance hacia la apertura de mercados, la liberalización comercial, la eliminación de regulaciones y la privatización de empresas otrora públicas han ofrecido a los grupos criminales oportunidades sin precedentes. Ahora hay más espacios para actividades ilegales como las que implican capital e instrumentos financieros; los estados responden utilizando nuevas tecnologías de cómputo para incrementar la vigilancia y provocan tanto las contraactividades de los libertarios civiles como de los gru-

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pos criminales organizados. De este modo, la nueva permeabilidad brinda las condiciones para la globalización de la delincuencia organizada. Así como el neoliberalismo implica fusiones entre grandes consorcios, así surgen alianzas transfronterizas entre las bandas del crimen organizado. Su cooperación es muy evidente en la división global del trabajo y el poder: los rusos se especializan en fiascos empresariales y fraudes; las tríadas chinas, en la falsificación de tarjetas de crédito y el tráfico de personas; los colombianos, en narcóticos y lavado de dinero; los nigerianos, en el fraude con tarjetas bancarias y de crédito (Lupsha, 1996, p. 28). Los cárteles colombianos colaboran con los grupos del crimen organizado rusos en la apertura de mercados para la heroína y la cocaína en Europa oriental: los colombianos suministran el producto y los rusos lo distribuyen. Pero la colusión llega aún más lejos: los grupos rusos en Nueva Jersey incluso pagan cuotas a la Cosa Nostra por su permiso para hacer negocios ilegales con el impuesto sobre combustible en su territorio (Burke y Cilluffo, 1997). También son evidentes otras formas de hipercompetencia. Por ejemplo, para reducir gastos generales, los snakeheads (o “polleros”) tratan de maximizar sus dividendos al utilizar buques de carga en mal estado y someter al hacinamiento y la suciedad a los pasajeros, que pagan cada uno entre 15 000 y 35 000 dólares por un viaje de China a Estados Unidos. Si se desea competir más eficazmente es necesario buscar opciones estratégicas. Una de éstas es buscar lugares y asentarse donde haya más oportunidades para la delincuencia. Al igual que otras organizaciones transnacionales, los grupos delictivos toman decisiones respecto de su ubicación a partir de una serie de consideraciones como, por ejemplo, la permisividad legislativa. Con frecuencia, las condiciones más propicias se encuentran en las regiones vulnerables del mundo en vías de desarrollo. De ahí la relación entre criminalidad y marginación. Los países exportadores de delincuencia –como Rusia, China y México– barren parte de su población marginada. Además, los estados que adoptan políticas neoliberales orillan a su población marginada aún más hacia la economía subterránea. Por lo tanto, lo que asegura más atención de la recibida hasta ahora es la criminalización del estado.

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LA CRIMINALIZACIÓN Y EL SURGIMIENTO DEL ESTADO COMO CORTESANA

En un sentido weberiano, el estado suele entenderse como el ejercicio de un monopolio sobre el uso legítimo de la fuerza. A partir de esta idea, los pluralistas han considerado al estado como un árbitro, un juez de campo neutral de los diferentes intereses en la sociedad. En esta tradición, los pluralistas se remiten a El Federalista, cuyos autores –John Jay, Alexander Hamilton y James Madison– formularon la idea de que la función del estado es equilibrar y frenar las pasiones de sus ciudadanos. Más recientemente, toda una gama de científicos políticos desde David Easton (1965) construyeron un concepto de estado basado en la idea de que su principal función es la distribución de valores. El papel del ámbito público como distribuidor de valores materiales es un tema explorado por los científicos sociales tanto convencionales como críticos. Si bien el comentario anterior sobre una literatura compleja es sólo un punto de referencia conceptual, no es necesario analizar más de lleno las sutilezas de las teorías sobre el estado para demostrar que la globalización del crimen organizado debilita los cimientos mismos del gobierno y limita su capacidad. Por un lado, los elementos criminales no buscan apropiarse del estado; obviamente, no son movimientos revolucionarios que quieran tomar los aparatos estatales. Por el otro, los grupos criminales transnacionales y subnacionales impugnan la lógica del estado, particularmente en términos de su control legítimo de la violencia y la preservación de la justicia. Estos grupos son clave para el problema recurrente de lo que Joel Migdal (1988, p. 22) denomina preservación del “control social estatal: la subordinación de las propias tendencias de conducta social del pueblo o de la conducta buscada por otras organizaciones sociales en favor de la conducta prescrita por las reglas del estado”. Sin duda, los grupos delictivos son organizaciones sociales alternativas que, en cierto sentido, desafían el poder y la facultad del estado para imponer sus normas codificadas a manera de leyes. Estos grupos constituyen un segundo sistema al ofrecer comercio y banca en los mercados negros y grises que operan fuera del marco regulatorio del estado; al comprar, vender y distribuir mercancía controlada o prohibida, como la droga; al proporcionar una manera rápida y generalmente discreta de solucionar disputas y cobrar deudas sin recurrir a los tribunales; al crear y mantener cárteles cuando las leyes del estado los prohíben, y al propor-

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cionar seguridad a los negocios y protegerlos de los competidores, del estado y de los delincuentes rivales (Gambetta, 1994). Además de concentrar poder sin responsabilidades gracias a la globalización económica, los grupos del crimen organizado explotan el sistema global de comercio armamentista y le invierten grandes cantidades de dinero. Cada vez es más común que los insurgentes en distintas regiones acudan a los grupos del crimen organizado para obtener armamento, y sus fuerzas armadas ahora se mezclan con serbios, croatas y otros mercenarios desmovilizados en su país, quienes buscan nuevas oportunidades de empleo. En un lance imprevisto, estados parasitarios como Zaire durante el gobierno de Mobutu (y hoy en día la República Democrática de Congo, gobernada por Kabila y asolada por las fuerzas rebeldes), al igual que sus opositores, han recurrido a antiguos oficiales de policía y a un próspero negocio de mercenarios con sus propias organizaciones corporativas, redes de reclutamiento y publicaciones periódicas. (Entre las compañías que venden armas y otros tipos de asistencia militar están Sandline International en el Reino Unido; Military Professional Resources Inc. de Alexandria, Virginia; y Executive Outcomes of South Africa, que tenía 2 000 soldados disponibles por contrato y su propia flota de aviones hasta que el gobierno no segregacionista aprobó leyes antimercenarias en 1998.) Al contratar a estas personas para recibir protección, algunos estados están privatizando parte de la procuración y la defensa. Aunque los ex policías y los mercenarios en sí tal vez no sean criminales, su participación en los conflictos regionales acentúa la tendencia a que las relaciones cada vez más estrechas entre el crimen organizado y el estado causen más violencia sancionada por éste. Muchas guerras y conflictos enmascaran el crimen organizado transnacional. Aunque los medios en gran medida han descrito con parcialidad el conflicto en Somalia como una guerra entre clanes que causó la caída del estado, no cabe duda de que el tráfico de khat (hojas de un arbusto, que producen un efecto narcótico al masticarse) influye en la competencia mortal por los recursos en este país asolado por la pobreza. De igual modo, en Líbano, Sri Lanka, Paquistán y otros lugares, gran parte de la lucha ostensiblemente causada por diferencias religiosas y lealtades étnicas también se relaciona con el narcotráfico, fuente de elevados ingresos. Dicho de otro modo, la violencia y la anarquía urbana en estos países suelen involucrar el tráfico organizado de armas y drogas, así como las divisiones religiosas y étnicas (Lupsha, 1996, pp. 27-28).

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Debido a la carga que le significan los arreos de la fuerza, el estado, que conserva su poder, pero con limitaciones, ha perdido autonomía y es menos capaz de controlar sus fronteras. El estado no sólo es poroso en cuanto al flujo de conocimiento e información, sino a la afluencia cada vez mayor de elementos criminales transnacionales. Ante tales flujos transfronterizos, la noción tradicional de jurisdicción basada en la territorialidad es puesta en tela de juicio. Nuevas modalidades de criminalidad violan el principio de soberanía, pieza central del sistema interestatal westfaliano. La relación entre la reestructuración del estado y el desarrollo es evidente: para combatir el crimen, el estado debe desviar fondos que había destinado al desarrollo. El crecimiento económico puede resultar afectado debido a que los grupos transnacionales del crimen organizado transfieren el ingreso proveniente de inversiones de calidad a otras más riesgosas. La evasión fiscal inherente a las actividades delictivas, como el lavado de dinero, se traducen en menos entradas para el presupuesto de desarrollo. Asimismo, existe una clara relación entre un estado débil, el desarrollo y la democratización. Los grupos transnacionales del crimen organizado suelen corromper a las autoridades estatales, quienes desvían fondos de las arcas públicas y socavan las instituciones democráticas. Esta infiltración en las oficinas estatales limita la capacidad de los estados para combatir el crimen dentro de sus fronteras, con lo cual se mina la legitimidad de las iniciativas democráticas. (Y si la corrupción no surte efecto, otras opciones son la intimidación y el asesinato de los periodistas, quienes informan de las violaciones a los derechos humanos, y de los funcionarios, como los jueces, por ejemplo, cuyos cargos permanecen sin ocuparse en algunos países asolados por la delincuencia.) Una presión adicional para los países en vías de desarrollo que se enfrentan al repunte del crimen organizado transnacional es la “descertificación”: la determinación por parte de Estados Unidos de que un país fuente (es decir, un exportador de criminalidad) no está cumpliendo con las normas estadunidenses de cooperación para acabar con las actividades delictivas de narcotráfico y lavado de dinero principalmente. Así, Washington ha cancelado la ayuda a países como Myanmar y Nigeria hasta que adopten políticas más estrictas para combatir la delincuencia. Las circunstancias varían, y el contexto es importante para comprender estas dinámicas. Un caso revelador que ha captado la atención pública en todo el mundo es el crimen y la violencia sin prece-

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dentes en Sudáfrica desde 1990. Este incremento se relaciona estrechamente con el fin de las añejas estructuras autoritarias del estado –pilares del apartheid– y la búsqueda de formas de gobierno más democráticas que las remplacen. Contra este trasfondo de desintegración social (una característica crónica de la fase contemporánea de la globalización), urbanización acelerada, grave escasez de vivienda, una tasa de desempleo calculada en 40% de la población económicamente activa y un sistema de seguridad social ínfimo (Nedcor, 1996), destaca la preocupación cada vez mayor por una cultura del crimen desenraizada de las estructuras de la sociedad y resistente a todo intento por erradicarla. Como parte de las campañas contra el apartheid, se creó una cultura de la violencia para incapacitar a las estructuras estatales. Sin embargo, hoy es la cultura paralela a todo lo ancho del subcontinente y su flujo desenfrenado de mercancía ilícita –incluido el gran suministro de armas baratas proveniente de los soldados desmovilizados en Mozambique después de la guerra civil–, así como el movimiento de delincuentes a través de la frontera, lo que ha elevado el reto tanto para Sudáfrica, estado encabezado por el CNA y considerado ahora democrático, como para los regímenes aledaños. Frente a tales presiones, todos los estados son reclutados como socios tácitos en las relaciones de mercado, aunque de distinto modo, debido a que su ubicación dentro de la división global del trabajo y el poder es diferente. Hoy en día, a pesar de los programas para prevenir la delincuencia, el papel de cortesana que desempeña el estado es una tendencia globalizante in crescendo. Algunos cortesanos tratan de ascender en la división global del trabajo y el poder dejando su posición subalterna para alcanzar una que sea dominante. En la reestructuración, el estado promueve directamente el espíritu empresarial, deja las funciones clave en manos de los tecnócratas, desregula a niveles micro, pero no macro, privatiza las actividades de diversas dependencias y adopta mecanismos legalistas para definir las relaciones entre los participantes del mercado (Howell, 1993, p. 181). Al intentar que la economía nacional alcance un mayor grado de competitividad, el cortesano reduce el gasto en el sector social. A pesar de las protestas políticas, desvincula la reforma económica de la política social. Y en este vacío es donde anida el crimen organizado global. Debido a la reducción de las barreras para los flujos económicos transfronterizos y a los problemas internos de anarquía, muchos estados en calidad de cortesanía se convierten en refugio seguro para el crimen organizado global. En la cambiante división global del trabajo

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y el poder, algunos evolucionan y se convierten en estados exportadores de delincuencia. Su comercio de drogas y otras mercancías de contrabando hace frente a los intereses de seguridad de los estados exportadores de procuración de justicia. Esta situación moldea la política exterior para ofrecer entrenamiento, apoyo financiero y asistencia técnica a las dependencias de procuración de justicia en los estados exportadores de delincuencia. Sin embargo, esta cuestión genera conflictos dentro de los estados exportadores de procuración. Los multilateralistas subrayan la necesidad de sumar recursos dentro de organizaciones como la UE y la OCDE. Otras coaliciones políticas hacen hincapié en que los subproductos delictivos de la globalización ponen en riesgo la seguridad nacional. De allí que Ross Perot relacionara el TLCAN con el auge en los envíos de heroína desde México hacia Estados Unidos, y que la derecha francesa, particularmente el partido Frente Nacional, de Jean-Marie Le Pen, se opusiera a los acuerdos Schengen de la UE, que permiten el libre movimiento de ciudadanos de los estados miembro gracias a las inspecciones aduaneras menos rigurosas y a las fronteras nacionales desvalorizadas. Por supuesto, estos distintos criterios para detener la delincuencia podrían combinarse; sin embargo, la segunda corriente es expresión fundamental de una resistencia a las tendencias globalizantes basada en la seguridad nacional. El estado resistente elude las principales características del papel de cortesana, pero no rechaza el mercado. Es claro que sólo unos cuantos estados son tan recalcitrantes como para resistir porfiadamente la tendencia de la globalización y mantener el curso de los programas estatales para intentar abordar internamente y de raíz el problema del crimen mediante políticas sociales. Pero incluso los actuales estados discrepantes –como Francia, país con una economía muy reglamentada, un gran sector estatal y un énfasis en la identidad cultural distintiva– son en cierto grado cortesanos de las fuerzas de mercado globales. Los cortesanos renuentes se enfrentan a impugnaciones en el frente interno y desde el exterior. Sólo los estados más poderosos están en posición de intentar manipular el proceso de la globalización, como lo hizo Estados Unidos al fraguar el TLCAN, a pesar de las objeciones de múltiples elementos de la sociedad civil, tales como sindicatos, ecologistas y defensores de los derechos humanos. Pero incluso entonces, el estado era, y es, menos autónomo debido a la criminalización y a la reestructuración por parte de políticos que, a la usanza de la ideología neoliberal,

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tratan de reducir sus alcances. A pesar de que se ha intentado racionalizar ideológicamente la necesidad de un gobierno más pequeño, la criminalización del estado está relacionada con la corrupción de la sociedad civil de varias maneras.

LA CORRUPCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

Se ha hecho mucho con respecto a la corrupción de los funcionarios públicos, pero se ha prestado poca atención a la corrupción de la propia sociedad civil.3 Muchos teóricos de la sociedad civil, desde los filósofos de la Ilustración europea hasta sus divulgadores actuales, han planteado una esfera de actividad donde las personas de distinta clase –la burguesía para unos, el proletariado para otros– podrían unirse para buscar fines privados o voluntarios ajenos al estado. Sin embargo, aunque la sociedad civil en principio funge como fuerza compensadora del poder, lo cierto es que la idea misma de una sociedad civil está corrompiéndose, desvinculada como está de las teorías que la originaron. Hoy en día, las fundaciones privadas, los estados y los organismos multilaterales (entidades interestatales) tratan de fomentar la sociedad civil, de apropiarse no sólo del concepto, sino también de las actividades reales yuxtapuestas con el ámbito público. Si bien teóricamente las instituciones independientes dentro de la sociedad civil ayudan a vigilar al estado y a moldear las políticas públicas, suelen convertirse en fuentes de corrupción relacionadas simbióticamente con el estado, tanto en el ámbito nacional como en el global. En el mejor de los casos, la sociedad civil global es una fuerza normativa incipiente, aunque importante, para el orden mundial futuro (Cox, 1996b, p. 14). De ser así, los nuevos movimientos sociales (ecologistas, defensores de los derechos humanos y feministas) son aseveraciones locales y transnacionales del control popular, que constituyen una reacción polanyiana a los aspectos negativos de la globalización y, por ende, una fuente de contraglobalización. Sin embargo, el lado oscuro de la globalización implica la corrupción transfronteriza relacionada con los delitos organizados, como el tráfico de drogas, prostitutas y niños. Estos dos vectores apa3 Estamos en deuda con Serif Mardin por sugerir la idea de “corrupción de la sociedad civil”.

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rentemente diferentes –la sociedad civil global embriónica y las fuerzas transnacionales que la corrompen–, no están del todo reñidos entre sí. Ambos motivan la reconstitución del estado. En plena globalización, la reestructuración del estado y la recomposición de la sociedad civil son procesos concomitantes. Al interactuar dialécticamente, un estado que desempeña su papel de cortesano invita al crimen organizado global. Cuanto más incapacitado se encuentra el estado, más susceptible es a la delincuencia global. Los grupos transnacionales del crimen organizado menoscaban la sociedad civil. Ante el derrumbe del sistema inmunitario de los estados, la resistencia contra el virus de la corrupción que infecta la sociedad civil se ha debilitado; cabalmente, es contagioso. No se trata sólo de que las presiones sobre el sistema interestatal permiten que la delincuencia global prospere, también el desprecio por la ley cataliza las actitudes y las actividades; violar una ley hace más fácil violar otras. África meridional es un ejemplo gráfico de la transformación del estado y de los conflictos en marcha dentro de la sociedad civil. Más que un ejemplo, podría resultar ser un presagio global. Desde el ascenso al poder del gobierno de Unidad Nacional electo en 1994 en Sudáfrica, la policía no ha podido detener a los narcotraficantes. Debido a la frustración causada por el pandillerismo, la falta de recursos contra la violación de mujeres y niños, y las amenazas a mezquitas y negocios musulmanes, en 1996 un grupo de vigilantes conocidos como el Pueblo contra el Gangsterismo y las Drogas (PAGAD) realizó visitas nocturnas a supuestos narcotraficantes y atacó sus casas. El PAGAD disparó y prendió fuego a Rashaad Staggie, un prominente lord de las drogas, causándole la muerte en Cape Flats, cerca de Ciudad del Cabo. Acusado por el PAGAD de ser incapaz de detener el gangsterismo, el ministro de justicia Dullah Omar abandonó su hogar en Cape Flats. En un giro irónico, las bandas se manifestaron públicamente para demandar sus derechos humanos e insistieron en que habían votado por el Congreso Nacional Africano, de Mandela y que tenían derecho a protección de la policía. Así, dejaron súbitamente de lado sus añejas enemistades intramuros. Este suceso ha tenido amplias repercusiones, debido a que el PAGAD no es simplemente un fenómeno local, sino una alternativa a estructuras formales tales como los foros de vigilancia comunitaria y los vigías vecinales. Los medios de comunicación sudafricanos informaron que el PAGAD tiene células en Durban y otras ciudades, y que ha recibido entrenamiento de elementos islámicos extranjeros que su-

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puestamente forman parte de una tendencia global hacia la militancia y el extremismo. Si bien es difícil evaluar tales declaraciones, resulta evidente que, arraigado en la religión, la raza, la etnicidad y la pobreza, el PAGAD, predominantemente musulmán, y los narcotraficantes son elementos armados de la sociedad civil que se encuentran atrapados en un conflicto violento y que se enfrentan a un estado incapaz proporcionar la seguridad más elemental a sus ciudadanos. En estas situaciones, los grupos raciales y étnicos marginados forjan mecanismos de autodefensa adaptados a su propio entorno político. En Sudáfrica y en otros países, la seguridad está privatizándose cada vez más, ya sea mediante empresas particulares para los ricos que pueden costearlas o mediante grupos informales de combate a la delincuencia. Los grupos de seguridad privados –a veces constituidos también por delincuentes– se están convirtiendo en una próspera industria que cumple el papel abandonado por los funcionarios corruptos que no protegen a los ciudadanos. Cada vez es más común que los beneficiarios vivan en condiciones que requieren de milicias públicas y privadas para preservar sus medios de acumulación y su vida (cercados dentro de enclaves a manera de comunidades amuralladas, desenraizados de su entorno). Sin embargo, en las zonas pobres, la justicia de los vigilantes está a la orden del día. Es claro que el estado no monopoliza la violencia legítima ni de otro tipo. Por otra parte, debido a que los guiones han cambiado, el bandido ya no es el opositor romántico del poder estatal hegemónico y de la imagen clásica de la autoridad legítima. En un mundo globalizante, la facultad del estado como cortesana para controlar su ambiente social y natural disminuye enormemente, y se pone en tela de juicio su legitimidad, sobre todo cuando está implicado en prácticas corruptas y delictivas sistemáticas. Por lo tanto, en Sudáfrica se impugna cada vez más la capacidad y legitimidad de las instituciones –entre otras, una fuerza policiaca entrenada para reprimir las iniciativas de base popular–, a pesar del aura que rodea al estado no segregacionista. En el fondo, ha surgido una forma de autoprotección (muy diferente de la que Polanyi tenía en mente) mediante vigilantes en reacción al crimen organizado transnacional. Este fenómeno refleja el proceso dialéctico de desdiferenciación, en el cual los papeles e instituciones característicos que definían al estado segregacionista (como la policía y las bandas en los municipios transformados en guetos) han perdido sus rasgos distintivos debido a la caída del régimen minoritario (en cuanto al concepto de “desdife-

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renciación”, véanse Crook, Pakulski y Waters, 1992, p. 229). Sin la jerarquía estructural del apartheid y su panoplia de leyes, se bajan las antiguas barreras, en cierta medida aumenta al acceso a múltiples funciones, o se redefinen algunos papeles, todo lo cual perturba los patrones históricos de la economía, el gobierno y la sociedad en Sudáfrica. El resultado, conforme a nuestro esbozo de la tendencia global, es que en la Sudáfrica no segregacionista las bandas brindan seguridad y la policía participa en la delincuencia. Otra respuesta de la sociedad ha sido amenazar con paralizar el sector empresarial hasta que el estado no tome las medidas necesarias para detener a los grupos criminales globalizantes. En Mozambique, la asociación que representaba al sector empresarial indicó en 1996 que se pondrían en huelga por la falta de medidas eficaces para detener la violencia (“Mozambique: Businesses Threaten Strike over Failure to Curb Crime”, 1996). A nivel transnacional, otra cuestión muy preocupante en África meridional es el señalamiento de que funcionarios corruptos de aduanas e inmigración han ayudado a bandas locales a ampliar sus canales para traficar a través de las fronteras con el fin de que los grupos islámicos con entrenamiento militar puedan apuntalar a las organizaciones criminales (“South Africa: ‘Showdown’ Looming between Cape Vigilantes, Drug Dealers”, 1996). En estos contextos, y en ausencia de un régimen de migración regional o subregional viable, el sentimiento antiinmigrante va en aumento. Al igual que sus homólogos en Occidente, los inmigrantes son víctimas de ataques y estereotipos: que le quitan su empleo a los ciudadanos, deprimen los salarios, consumen recursos públicos, propagan el sida y trafican armas y drogas. Los inmigrantes cada vez se encuentran más marginados debido al temor. Aunque uno podría titubear al sacar conclusiones a partir del caso específico de África meridional, su situación sí muestra la diversidad dinámica dentro de la sociedad civil, algunos impedimentos para su desarrollo y una nota aleccionadora ante cualquier tendencia a dotarla de romanticismo. El peligro es que la descomposición de la sociedad civil proporciona a los demagogos una oportunidad para reunir a las masas descontentas, incluido un gran segmento de la población que no participa en la sociedad civil. En este punto se vislumbra una señal de peligro para la libertad, una gran preocupación registrada por Polanyi, quien escribió su obra maestra a partir de las anotaciones catedráticas que elaboró en las universidades de Oxford y Londres a finales de los años treinta y principios de los cuarenta, cuando las

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grandes potencias se encontraban enfrascadas en conflictos violentos. Actualmente, parece haber indicios de potencialidad. Con base en una larga historia de resistencia, la gente común está empezando a corregir los daños, a organizarse para hacerlo y a gestar ideas nuevas que combatan adecuadamente las barreras en el camino. Una fuerza motivadora es la búsqueda de civilidad y dignidad cultural. Por un lado, no se ha malinterpretado el fracaso de la política, particularmente a nivel estatal, dada su asociación con los grupos transnacionales del crimen organizado y su papel de cortesano con las fuerzas de la globalización económica. Por el otro, sería un grave error anular o subestimar las respuestas incipientes desde arriba, abajo y los lados, todas ellas esencialmente de tipo político, a los procesos de implantación del mercado, que están transformando a todas y cada una de las sociedades. Una vez que hemos ahondado en las reacciones de la sociedad civil a la criminalización, es importante señalar que, desde la perspectiva de los negocios, la confianza disminuye debido a que los alcances del fraude y la malversación reducen la eficiencia. El miedo a la extorsión impide la inversión. De este modo, la criminalización tiene un efecto corrosivo en la democracia, pero también refrena la apertura de los mercados. Los efectos distributivos de la delincuencia consisten en el desvío de gran parte del ingreso a los pequeños ahorradores y a los marginados, agravando la pérdida de confianza. No es de sorprender que el capital presione al estado para que detenga el crimen organizado transnacional; sin embargo, como ya se señaló, el estado se encuentra invadido por los elementos criminales y, además, las leyes contra la delincuencia socavan los esfuerzos por liberalizar los mercados.

REPERCUSIONES

Nuestro análisis del crimen organizado global muestra la necesidad de promover las categorías polanyianas: mercado y no mercado; primera y segunda fases del doble movimiento; enraizado y desenraizado; etc. Estas polaridades tienen paralelos en modos de investigación más convencionales –oferta y demanda–, a partir de los cuales también hemos llegado a conclusiones. El problema es que los conceptos son demasiado binarios. Es claro que la dinámica de la globali-

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zación y del crimen organizado transnacional muestra formas concretas de fusión y penetración que no se reflejan del todo en dichos dualismos. El crimen organizado transnacional encapsula tanto la globalización como la contraglobalización. Desde una perspectiva teórica, no hay ningún motivo por el cual las interacciones deban ser dobles en vez de múltiples. Empíricamente, el crimen organizado global proporciona un intervalo de tiempo y espacio para los fenómenos globalizantes multidimensionales. Los empujes globalizantes no provienen ni “de arriba” ni de abajo; abarcan ambas direcciones, casi siempre de manera desproporcionada, o también pueden representar movimientos laterales entre dos grandes opciones. Si bien distinguir la dicotomía resulta útil como mecanismo heurístico, en realidad hay varios proyectos de globalización, incluidos los elementos criminales de arriba abajo y de abajo arriba en combinaciones diversas. Asimismo, el análisis que hicimos de los grupos criminales transnacionales indica que el concepto fundamental de reenraizamiento acuñado por Polanyi sugiere someter las estructuras globalizantes liberadas al control social, pero esta sugerencia debe tomarse con reservas. Como ya se argumentó, el estado actualmente está perdiendo el monopolio sobre el ejercicio de la coerción legítima que antes se encontraba bajo su tutela. Asimismo, dada la nueva conjunción de una desregulación que elimina fronteras estatales y los notables avances tecnológicos que estimulan los flujos transnacionales, es evidente que las fuerzas de mercado rinden cada vez menos cuentas políticamente. Esto lleva a un primer plano la cuestión del gobierno democrático global y acentúa la importante función que pudiera desempeñar la sociedad civil como punto de presión para una mayor rendición de cuentas. Sin embargo, un gran segmento de la sociedad civil no es democrático sino, en algunos casos, abiertamente represivo. En este caso, el reenraizamiento del mercado en una estructura social explotadora en ausencia de otras condiciones no sería suficiente para garantizar una globalización democrática. Por lo tanto, una pregunta clave de las investigaciones sería: ¿qué tipo de reenraizamiento y en qué condiciones? La respuesta depende en parte de determinar el grado apropiado de organización o reorganización de la vida humana. El principal punto en la agenda para estudiar la globalización es superar las categorías existentes. Esta meta difícil de alcanzar requeriría de distintos géneros de investigación y de indagaciones más profundas. Como se demostró aquí, un principio modesto sería pa-

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sar de las interacciones sencillas de tipo dual a las triples: la globalización del crimen organizado, la preponderancia del papel de cortesano del estado y la corrupción de la sociedad civil. Esta serie tripartita podría ser entonces remplazada por formas de análisis más complejas y matizadas que mostraran limitaciones y posibilidades. Sin embargo, es en las limitaciones estructurales donde se conciben las posibilidades de una intervención política. Calculemos ahora el impacto global de tales intervenciones mediante el análisis del equilibrio general entre los elementos y los descontentos de la globalización.

12. CONCLUSIÓN: ELEMENTOS Y DESCONTENTOS

Al parecer, los patrocinadores de la globalización buscan crear un mercado global en el cual los pueblos del mundo se relacionen cada vez más sólo como individuos. En este proceso, se está socavando y subordinando la sociedad al mercado. Margaret Thatcher hizo una declaración franca en este sentido: “No existe tal cosa como una sociedad, sólo hombres y mujeres individuales y su familia.” Desde esta perspectiva, la globalización es un intento por lograr la utopía de liberar al mercado del control social y político. Y es una utopía en el sentido de que esta condición nunca ha existido. Además de la utopía de un libre mercado compuesto de participantes ahistóricos individuales, está también, como señaló Polanyi en una frase memorable, que “el liberalismo fue planeado; la planeación, no” (Polanyi, 1957, p. 141). Un siglo antes, la acción concertada de un estado liberal en Gran Bretaña originó una economía supuestamente autónoma, pero la presión que se inició a partir de 1860 para que se aprobaran leyes en contra del liberalismo se dio espontáneamente y aumentó poco a poco. A pesar de diversas promulgaciones de este tipo, la apertura del llamado libre mercado fomentó un “terremoto económico” que causó estragos sociales en medio de una aparente mejoría económica. Sin embargo, las consecuencias de la economía liberal fueron “sobre todo un fenómeno cultural, no uno económico”. Aunque el proceso económico puede ser un vehículo de destrucción, no es el verdadero motor de la degradación. Más bien, el contacto cultural entre sociedades en distintas regiones “puede tener un efecto devastador en la parte más débil” y causar la desintegración cultural y un “daño letal a las instituciones que […] personifican la existencia social” (Polanyi, 1957, p. 157). La disputa por la alteración cultural caracterizada por sucesos simbólicos –por ejemplo, resistencia a la pérdida de los terrenos ancestrales–, ya comentada en capítulos anteriores de este libro parece encajar en este patrón y apuntar hacia la lógica de volver a analizar la utilidad de un marco polanyiano para entender los procesos globalizantes contemporáneos.

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Polanyi y el paradigma del mercado La perspectiva polanyiana no sólo proporcionó un punto de partida, sino también un patrón para analizar los elementos de la globalización: una serie de cambios sistémicos que generan descontento, algo más que un malestar, y que pudieran causar una resistencia activa a esos procesos interactivos. Un tema recurrente en este libro es que la investigación de la globalización puede avanzar si se hace uso crítico del método histórico de Polanyi y su concepto de doble movimiento: la expansión del mercado y un retroceso en forma de grupos que buscan autoprotegerse de sus drásticos efectos. Asimismo, he tratado de retomar las ideas de Polanyi sobre el género y el ambiente, y utilizarlas como trampolín para llegar a nuevos terrenos donde él no se aventuró (por ejemplo, el crimen organizado global). Y al hacerlo, también he identificado los límites de su enfoque. Si estoy en lo correcto al subrayar que la globalización es un fenómeno causado –y no determinado– por el mercado, entonces resulta provechoso iniciar con el análisis generativo de Polanyi sobre cómo el paso del precapitalismo al capitalismo implica la diseminación de los mercados como dinámica subyacente de la configuración del orden moderno. Polanyi vio que dicha transición va del control social sobre el mercado a una remoción de las actividades del mercado. El mercado obtuvo autonomía, con la subsecuente subordinación de la sociedad a las fuerzas de mercado. Polanyi mostró así el camino por venir al indicar también la aparición de un contramovimiento proteccionista. Al poner en tela de juicio el concepto de un mercado autónomo – que, como ya se subrayó, era un mito debido a que desde sus inicios estuvo acompañado de la intervención estatal–, Polanyi deja en claro que el mercado internacional no se encontraba regulado por una autoridad política amplia. En caso contrario, el mercado internacional no habría podido aprovechar la legitimidad del mercado interno en el ámbito político y estaría lleno de tensión. Dados los factores globalizantes actuales, es importante tener en mente la naturaleza discontinua del desarrollo del mercado. Tanto el crecimiento como la integración de los mercados son procesos irregulares. Después de todo, el mercado es una institución social que se conforma de interacciones entre compradores y vendedores, y que implica jerar-

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quías de distintos tipos. Es importante desmaterializar el mercado y poner al descubierto las relaciones de poder tras esta abstracción. Para que las fuerzas de mercado sean elemento integral de una economía moderna, debe haber una sociedad moderna y, por ende, una política moderna. La política de Polanyi se centró en su crítica del liberalismo económico –una explicación sobre la creación de la distopia de la sociedad de mercado– y en la necesidad de reenraizar las fuerzas de mercado en la sociedad. Sin embargo, es necesario explicar el significado y las estrategias del reenraizamiento. La atención necesariamente se dirige a la sociedad civil, que promete ser fuente de democratización, punto de presión sobre el estado y semillero de nuevas ideas. No obstante, en distinto grado, dependiendo de la región y el país, estas funciones son más bien un potencial y no una realidad. Una sociedad civil puede incluir fuerzas en favor de la democracia, asociaciones de mujeres y jóvenes, defensores de los derechos humanos y ecologistas, pero también nacionalistas religiosos, milicias derechistas y neofascistas. Además, una sociedad civil puede ser fuente del patriarcado y de otras formas de desigualdad. Otro motivo para no rodear de glamour el nacimiento de los movimientos sociales es el problema de la rendición de cuentas: ¿ante quién son responsables, a quién representan, y quiénes son sus líderes? Si bien la sociedad civil es defensiva y fragmentada en algunas partes del mundo, en otras tal vez ni siquiera existe –¿acaso Singapur y Vietnam realmente tienen una sociedad civil?–, o quizás representa un concepto occidental que ha viajado a otras regiones cuya historia y estructura sociocultural son muy diferentes. El concepto de sociedad civil, patrocinado por los intereses poderosos como una forma de cooptación, puede promoverse como un aspecto de la ideología neoliberal que limita al estado. De hecho, la corrupción de la sociedad civil lo impregna todo, como ya vimos al analizar la globalización del crimen organizado. No obstante, de la sociedad civil también surgen fuerzas compensatorias. Para entender esta dinámica, es necesario ir más allá de las ideas de Polanyi y construir una noción de acción política en el contexto de la globalización (Bernard, 1997, pp. 80-82). Al explorar la política de la globalización, es importante identificar y luego escuchar –pero sin darles un carácter romántico– las voces de los agentes de transformación. Al hacerlo, es posible descubrir más de un doble movimiento. En teoría, no hay ningún motivo por el que una “gran transformación” sea impulsada sólo por dos fases:

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fuerza y contrafuerza. Pudiera proponerse una serie de dobles movimientos o un triple movimiento. En la tercera fase, el estado es un agente que responde en parte a nivel regional a los procesos globalizantes: los flujos transnacionales de capital y la escalada y el empuje de los movimientos populares. Estos grupos son indudablemente versátiles al enfrentarse a la integración de las fuerzas de mercado. Están emergiendo múltiples fases que no se encuentran limitadas al empuje y contraempuje, sino que son una sinergia continua que señala la transformación histórica conocida como globalización.

El síndrome de la globalización En este libro he tratado de desarrollar cuatro argumentos medulares que retomaré brevemente a continuación. Primeramente, el punto de partida fue que detrás de la jerarquía de riqueza y poder, la fuerza dominante de globalización se vive como una transformación histórica de la vida y de los estilos de vida de una colectividad, como una reducción del control político y como una devaluación de sus logros culturales y de la percepción que tiene de sí misma. En este sentido, la globalización no es un solo fenómeno sino un síndrome de procesos y actividades. Contrariamente a los observadores que afirman que la globalización es una ficción, aquí se ha expresado la opinión de que el alcance y la naturaleza de los cambios involucrados son sistémicos; no se dan al azar ni por partes, sino que se encuentran interconectados. Estos cambios son tanto un mayor grado de interconexiones familiares como nuevas relaciones entre los actores políticos, económicos y sociales. Antes de citarlos, parece justo preguntar qué se escapa a la globalización. Merece la pena repetir que la globalización es un proceso parcial inherente únicamente a los individuos o corporaciones que interactúan con las estructuras globales. Muchos procesos, particularmente de nivel local, se encuentran fuera de la globalización o se relacionan sólo indirectamente con los procesos globales. En segundo lugar, la globalización es una estructura triangular, cuyos lados fueron objeto de estudio en este libro. Por supuesto, hay otros aspectos de la globalización (como la venta global de armas) poco explorados, pero se encuentran fuera del campo de este análisis. El primer eje es la división global del trabajo y el poder. Este constructo se deriva de la división del trabajo smithiana-ricardiana convencional, que se centra en el concepto fundamental de especialización en

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el proceso de producción y en el comercio. Sin embargo, la interpretación de la división global del trabajo y el poder propuesta aquí rechaza el economismo en las teorías clásicas sobre la división del trabajo, con el fin de dar cuenta de los múltiples flujos transfronterizos y del sinfín de nuevas divisiones explicables en términos de las relaciones sociales de poder y de las prácticas culturales. El concepto de división global del trabajo y el poder también se fundamenta en la nueva división internacional del trabajo planteada por Fröbel y sus asociados en 1977 (en alemán, y en 1980 en inglés), y ampliada posteriormente por otros investigadores, para explicar la reorganización espacial de la producción, es decir, la fabricación deja de realizarse en los países capitalistas avanzados y ahora se lleva a cabo en los países en vías de desarrollo. Sin embargo, más allá de lo anterior, el constructo de la división global del trabajo y el poder subraya que el poder hegemónico –una combinación de fuerza física concentrada y elementos subjetivos que conjuntamente comprenden el dominio consensual– es una característica clave de la división evolutiva del trabajo y genera formas de descontento descritas en los capítulos anteriores. Tras añadir el elemento poder y la complejidad y profundidad estructural de las teorías sobre la división del trabajo, la división global del trabajo y el poder puede entenderse entonces como una serie de procesos interrelacionados: una reestructuración de las regiones del mundo; transferencias de población en gran escala dentro y entre ellas; cadenas que entrelazan múltiples procesos de producción, compradores y vendedores de formas diversas; y redes culturales transnacionales y emergentes que moldean y facilitan tales flujos. Las innovaciones tecnológicas son parte integral de estos procesos evolutivos, particularmente en los sectores del transporte y la comunicación, así como en la nueva tecnología de la información. A pesar de su mundialización, su alcance no es simétrico entre una región y otra, y las nuevas características de la desigualdad global son muy comunes. Por ejemplo, un sondeo reciente de los aproximadamente 112.75 millones de usuarios de Internet en el mundo revela la siguiente distribución por región: Medio Oriente, 0.525 millones; África, 1 millón; Sudamérica, 7 millones; Asia-Pacífico, incluidas Australia y Nueva Zelanda, 14 millones; Europa, 20 millones; y Canadá y Estados Unidos, 70 millones (Nua Internet Surveys, 1988). No se tiene información completa sobre el porcentaje de usuarios por raza y género, pero la disparidad racial en el acceso a Internet en

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Estados Unidos sugiere una asimetría global: los blancos tienen seis veces más probabilidades de conectarse a Internet que los afroamericanos (Nua Internet Surveys, 1998, informe de sondeos telefónicos por Nielsen Media Research). Las magnitudes son sorprendentes y muestran que la globalización no es verdaderamente global. La asimétrica distribución de la tecnología mostrada en el sondeo de usuarios de Internet dirige la atención al vínculo entre la globalización y las regiones del mundo. El nuevo regionalismo –la segunda dimensión– es tanto elemento de, como respuesta a, la globalización. El regionalismo hoy en día es nuevo, puesto que es más plurifacético que las alianzas regionales durante el periodo entre las dos grandes guerras; se implantó en un contexto geopolítico multipolar más fluido después de la guerra fría, e incluye cierto grado de impulso de abajo hacia arriba. La potencia dominante, Estados Unidos, utiliza el regionalismo como un instrumento para tratar de mantener la hegemonía. En ciertas regiones en desarrollo, los procesos regionales también son un medio para buscar más acceso al capital global. Estos procesos a veces adoptan la forma de proyectos subregionales que implican el diseño de nuevas formas geométricas y la invención de metáforas o nuevas categorías, como “triángulos y polígonos de crecimiento” en Asia oriental, y “parques transfronterizos” en África meridional. Tales iniciativas trascienden las fronteras nacionales y violan la soberanía, a pesar de haber sido desencadenadas por el estado, en su pugna por facilitar la acumulación de capital. Estas fuerzas –división global del trabajo y el poder, y nuevo regionalismo– engendran resistencia a la globalización, la dimensión final, que se da en modalidades diferentes: latente y cultural, o más abierta, declarada y constituida formalmente. No puede negarse la aparición de impulsos globalizantes en el terreno: esfuerzos incipientes pero, en muchos casos, organizados y en cierta medida transnacionales, que están generando oportunidades para la experimentación creativa y estrategias para reenraizar la economía en la sociedad. Sin embargo, debido a las variedades de capitalismo, a las divisiones entre capitalistas o dentro del estado, y a las diferencias estratégicas, la resistencia a la globalización desde arriba puede surgir no sólo desde abajo, sino también desde arriba. Y no es de sorprender que la globalización desde abajo normalmente encuentre resistencia desde arriba. Debido a la extensa fragmentación, a la variedad de condiciones y a los intentos por localizarse en vista de las estructuras globali-

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zantes, otra posibilidad es la resistencia desde abajo a la globalización desde abajo, ejemplificada en los frecuentemente conflictos violentos dentro de la sociedad civil en Sudáfrica, los cuales están relacionados con los movimientos nacional-religiosos transfronterizos y las organizaciones criminales transnacionales (cap. 11). A pesar de que estas estrategias y movimientos son variados e incipientes, sería un error malinterpretar los cambios en marcha, al ignorarlos o al exagerar sus consecuencias potenciales para el orden mundial. Pasando al tercer razonamiento planteado en este libro, si la globalización es un proceso multidimensional, entonces se requiere un enfoque de múltiples vías. Sin embargo, suele escucharse que la globalización es un fenómeno con base en el mercado, en el estado o en la sociedad y la cultura. Los señalamientos de que la economía, la política o la cultura son factores clave, implícitamente sostienen que es posible separar estos ámbitos. No obstante, los argumentos que plantean una división entre, por ejemplo, política y economía son equivocados debido a que las relaciones entre ambas son fundamentales. En el paso a la globalización, hay una relación recíproca entre los procesos económicos, el estado y la sociedad. Esto no quiere decir que todo sea interdependiente. Por supuesto, se requieren estudios empíricos y contextuales para explicar estos vínculos y su variación. Tomando como base la literatura sobre administración de empresas, en este libro se ha afirmado que la hipercompetencia es una causa primordial de la globalización. Las condiciones cambiantes para la acumulación de capital implican una intensificación en su funcionamiento interno, y los mecanismos para el crecimiento de las economías capitalistas se dirigen más hacia los mercados externos y menos hacia las necesidades de los mercados internos. Dada la naturaleza paramétrica de los cambios implicados, parece reduccionista argumentar que la globalización está determinada por el mercado o, para el caso, orientada por el mercado o motivada por la sociedad y la cultura. A partir del análisis teórico y empírico, mi opinión es que la globalización es producto de los cambios en las relaciones de mercado y que sus efectos son decididamente manifiestos en la integración y desintegración cultural y en la degradación ambiental. Si el mercado es una institución social, entonces la globalización es producto de los hombres, y son ellos quienes la mantienen o socavan. La humanidad puede acelerar o desacelerar este fenómeno, así como rehacerlo en una escala espacial y temporal diferente, o incluso deshacerlo. A pesar de las limitaciones estructurales, deben hacerse

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elecciones muy reales sobre las dimensiones temporal y espacial de los proyectos globalizantes. Si de verdad existen esas opciones, la globalización es un proceso político: su política es de gran importancia. No obstante, en comparación con la globalización económica y cultural, muchos aspectos de la globalización –como sus múltiples procesos políticos– no se han estudiado lo suficiente. Indudablemente se ha establecido cierta despolitización, debido al impulso hacia la integración de los mercados y la convergencia cultural (acompañada dialécticamente de una divergencia). Políticamente, la globalización puede ser deshabilitante, si se la considera como una fuerza inevitable que rige la historia. La sublimación de la política es evidente en muchos modos concretos, como, por ejemplo, la preocupación por el crecimiento económico más que por el desarrollo o la igualdad equilibrados en ciertas regiones de Asia oriental, el adormecimiento de las mentes jóvenes en los sistemas de enseñanza, en los cuales no se admite o se fomenta el razonamiento crítico, y el sentir general de decepción hacia gobernantes que no pueden gobernar debido a que la globalización comprime el tiempo y el espacio donde tratan de maniobrar (un hecho muy evidente en la crisis económica de Asia oriental a finales de los años noventa). El cuarto punto ha sido demostrar que si bien la arquitectura de la globalización contemporánea se encuentra dentro de un marco neoliberal, hay distintas estrategias políticas para rediseñarla. De hecho, existe un sinfín de proyectos de globalización. El neoliberalismo, la modalidad de globalización más prominente, que no es única sino tiene sus propias variantes, es una ideología que justifica la liberalización de los mercados. Utilizado por gobiernos e instituciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial y la OMC, el neoliberalismo también es un conjunto de políticas centradas en la desregulación, la liberalización y la privatización. El neoliberalismo lo proponen los estados y las entidades internacionales en paquetes de reformas económicas para introducirlo hasta el nivel popular. Por ejemplo, en las negociaciones que iniciaron en 1995 bajo los auspicios de la OCDE, las naciones industrializadas trataron de convencer a los ministros de comercio de más de 100 países de la OMC de crear un Acuerdo Multilateral sobre Inversión (AMI) que garantizara un “trato nacional” a las corporaciones globales y que prohibiera a los gobiernos otorgar incentivos a las empresas locales y discriminar a las extranjeras. Globalmente, las restricciones a las corporaciones extranjeras en los países huésped se eliminarían con el fin de mejorar la

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“competitividad”. El AMI habría proscrito la opción –muy importante para los países en vías de desarrollo– de limitar la tenencia extranjera de tierras y propiedades con miras a fortalecer la economía nacional, y habría cambiado drásticamente el marco legal (consignado, por ejemplo, en el TLCAN) por medio del cual las comunidades nacionales y locales ejercen algo de control sobre el comportamiento de los inversionistas extranjeros. Sin embargo, en la OCDE en París en 1998, mediante una acción de la sociedad civil coordinada transnacionalmente y dirigida por grupos ambientalistas y sindicatos, se presionó a los estados y se bloqueó el AMI –aunque podría resurgir nuevamente– una medida que representó un efecto indirecto de la (fallida) movilización para detener el TLCAN. Como lo ejemplifica la resistencia al AMI, y a pesar de las limitantes sobre las respuestas políticas a la globalización, cada vez se plantean más desafíos a la fórmula neoliberal. No todos los estados se encuentran en la misma posición, y una tendencia notable es la resistencia –precipitada por la sociedad civil y promulgada por el estado– al “consenso de Washington”: la oleada de desregulación gubernamental que se inició en Estados Unidos en los setenta, la reducción del gasto en salud y educación, la desnacionalización de la propiedad de empresas, las medidas directas e indirectas para dominar el poder de los sindicatos y la frecuente devaluación de las monedas. El acceso a financiamientos del FMI es lo que incita a muchos países a apoyar este consenso; sin embargo, hay otras instituciones multilaterales que acogen la misma lógica y ofrecen incentivos. Estas organizaciones internacionales son espadas de doble filo que inculcan programas neoliberales pero, en otros casos, crean sedes para organizaciones dentro de la sociedad civil y delimitan el espacio político para los agentes de la contraglobalización. Pocos de dichos grupos dentro de la sociedad civil rechazan del todo un proceso tan amplio y multidimensional como la globalización, pero muchos buscan reconstituir algunos de sus aspectos, unos de modo más radical que otros. Algunos capítulos de este libro documentan indicios concretos de esta tendencia transnacional: el modelo de integración para el desarrollo del regionalismo, el regionalismo transformativo y sus expresiones institucionales (el PP21, el Foro de São Paulo y demás), y una forma de comercio alternativa que vincula directamente a consumidores en Japón con productores en las Filipinas. Parte integral de todas esas experiencias es la noción implícita de que sin importar cuán grandes sean los beneficios de los avances tec-

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nológicos, de los aumentos de la productividad y de la diseminación de la información y el conocimiento, hay un precio a pagar por la globalización, debido a que la hipercompetencia fomenta situaciones en las que un ganador toma todo. La redistribución global del poder económico coincide con la reconcentración global del poder político después de la guerra fría, y los ganadores ganan en grande mientras que los perdedores sufren pérdidas cuantiosas. La globalización aún tiene que producir lo prometido por sus promotores: una situación donde todos ganen. Cuando se trata del sustento de un pueblo, no hay ninguna información que apoye la teoría de un efecto multiplicador de empleos en el nivel global. Mientras que muchas corporaciones transnacionales obtienen mayores utilidades, la división global del trabajo y el poder, sobre todo gracias a sus nuevos sistemas de producción y sus innovaciones tecnológicas, se traduce en menos seguridad en el empleo. En general, particularmente en los países empobrecidos (como se ilustra mediante los casos prácticos), hay poca evidencia de que la globalización se traduzca en un incremento de los salarios reales. Es más, salvo pocas excepciones, el salario social –las asignaciones para bienes públicos, como la educación, la atención médica y las jubilaciones– se ha reducido tanto en los países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo. Esto salta a la vista, pero la dinámica subyacente consiste en no negociar abiertamente en el mercado el precio de la globalización. Recuérdese que los economistas políticos clásicos determinaron que los mercados son opacos. Para demostrar que el funcionamiento interno del mercado no es evidente, Adam Smith detalló aquello que se encuentra tras la “mano invisible”, y Karl Marx trató de quitar el velo a lo que él consideraba como la ficción de las mercancías. Empero, la globalización es dos veces más opaca. Además de seguir la lógica de las relaciones fundamentales de mercado, la inclusión en la globalización requiere el pago de un precio, pero no una vez ni a intervalos acordados durante un plazo fijo. Más bien, la inclusión acarrea un costo duradero que debe devengarse de maneras tal vez no contempladas totalmente al inicio. El precio es la supresión o represión de lo que distingue a una cultura o civilización, la reducción del control político y económico y la polarización cada vez mayor de ricos y pobres. Ante esta perspectiva, algunos países cautivados por los atractivos de la globalización deliberadamente han optado por una vía rápida y han sacrificado todo, salvo un ápice de equilibrio. A pesar de que está en juego su dignidad cultural, estos países, encabezados por

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los intereses internos que resultarán beneficiados, insisten en tratar de ser admitidos como globalizadores. Sin embargo, su destino es, en algunos casos, todo lo contrario: la exclusión.

La fase actual de la globalización como interregno Así como no hay una elección binaria sencilla entre lo local y lo global, es equivocado pensar en dos tipos ideales de economía, ni siquiera con fines heurísticos: una, de tipo internacional y abierta, basada en el intercambio de procesos nacionales, y otra, totalmente globalizada. (Entre quienes construyen dichos modelos dicótomos están Hirst y Thompson, 1996, p. 7). Más bien, el periodo actual se distingue por sus estructuras globalizantes, que concuerdan con el afortunado sentido que dio Gramsci al interregno entre un viejo orden moribundo y el nacimiento de uno nuevo, con muchos “síntomas mórbidos”. Por supuesto, la globalización no es totalmente nueva. Es la transformación de una época –no una ruptura de la noche a la mañana–, que se manifestó en los años setenta (Cox, 1996c): un largo proceso y parte de la historia de la acumulación de capital que se conforma de periodos totalmente diferentes. Como ya se señaló, la globalización puede entenderse, desde una perspectiva histórica, como la fase contemporánea del capitalismo, que manifiesta fuertes continuidades de eras anteriores y, al mismo tiempo, notables discontinuidades. En otras palabras, la globalización es un híbrido de continuidades y discontinuidades históricas, una estructura integrante y desintegrante a la vez. En términos de las fuerzas contradictorias de integración y desintegración, la geopolítica de la globalización se construye en el entorno del tránsito desde las rivalidades en la guerra fría hacia las macrorregiones. Basados parcialmente en la hegemonía regional de Estados Unidos, Alemania y Japón, estos vectores están representados por el TLCAN, la UE y el APEC. Las actividades de esta tríada predominan en los flujos de capital transfronterizos. La participación de los países en vías de desarrollo aumenta cada vez más, pero las entradas y salidas de capital se concentran en unos 10 países en Asia (distintos de Japón, y encabezados por China) y América Latina (UNCTAD, 1997). La división interregional evolutiva del trabajo y el poder refleja horizontes temporales y escalas espaciales totalmente distintas de los del viejo orden. Las principales características del orden globalizante son la

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competencia encarnizada entre regiones y las nuevas polaridades. Un aspecto predominante de la competencia económica es que la producción de mercancías se ha vuelto muy fragmentada, a tal punto que los componentes se fabrican y ensamblan en los países que ofrecen la combinación de capital y mano de obra más rentable. Esto deja a otros países, e incluso a regiones o subregiones, particularmente las de clase subalterna, en una posición distinta y, frecuentemente, más desprotegida dentro de la matriz de la globalización. Así, desde el inicio de la guerra fría, el concepto de seguridad ha sido ampliado para abarcar, además del ámbito militar-estratégico tradicional, la competencia económica multidimensional y otras cuestiones como la migración, la pobreza, el género, el ambiente y el crimen organizado (véanse los capítulos 3, 4, 5, 10 y 11). Esta nueva división del trabajo y el poder globales representa nuevas oportunidades y limitaciones, algunas de las cuales ponen en tela de juicio las formas contemporáneas de gobierno global y sacan a la luz sus deficiencias. Un tema central en los 11 capítulos anteriores es que el gobierno global está cambiando y sigue siendo una propuesta impugnada. Las antiguas fórmulas ya no funcionan y están siendo rebatidas. Sin embargo, algunos analistas, particularmente los que siguen la tradición predominante del realismo político, siguen pensando que los estados son estructuras inmutables, que las historias se encuentran en contenedores territoriales nacionales. Al contrario, si hay algo que, en forma contundente, demuestra la crisis económica que sacudió Asia oriental, empezando en Asia en 1997, y que tuvo graves repercusiones en otras regiones, es la vulnerabilidad de los participantes nacionales a las presiones globales, especialmente a los flujos de capital. Incluso, la globalización cuestiona la habilidad del sistema interestatal para lidiar con ciertos problemas transnacionales fundamentales. Después de todo, el modelo westfaliano de gobierno es una reliquia del siglo XVII, establecido en Occidente e injertado en otras partes del mundo, con estructuras sociales diferentes y realidades históricas singulares. El sistema interestatal está siendo impugnado por las nuevas tecnologías –la interconectividad y la velocidad del relámpago– y las concentraciones masivas de poder, particularmente en el mercado global de capitales, que empequeñecen los recursos de muchas unidades nacionales y que desafían los principios de soberanía y jurisdicción territoriales. Por supuesto, el estado no permanece ocioso. Quienes tienen las riendas del poder tratan de ajustarse dando cabida a los flujos

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globales y convirtiéndolos en ventajas nacionales y locales. No todos los estados padecen de una deflación del poder. Sería un error decir que los procesos globales y el estado se encuentran inmersos en una relación de suma cero, pues, con la globalización, algunos elementos dentro del estado obtienen poder, mientras que otros lo pierden. Entre los ganadores están las carteras económicas y los organismos administrativos relacionados con el ámbito externo; los perdedores son las oficinas responsables de la política social. No obstante, dentro del sistema pluriestratificado, todos los estados están perdiendo autonomía en mayor o menor grado. El sistema interestatal es duradero, pero a pesar de su persistencia, ¿cuándo tienen los estados libertad para actuar independientemente de las limitaciones del mercado? Cada vez es más frecuente que el poder del mercado discipline al estado valiéndose de las condiciones que impone el FMI y de la especulación con divisas. No hay duda de que el mercado de las ideas está indicando la ausencia de algo fundamental en el sistema, esto lo demuestra el hecho de que los congresistas conservadores estadunidenses y economistas neoliberales de renombre, como Milton Friedman, ganador del premio Nobel, y Jeffrey Sachs, director del Instituto de Fomento Internacional de Harvard, hicieron causa común con grupos de izquierda como la 50 Years is Enough Network, una coalición de más de 200 organizaciones estadunidenses que buscan transformar radicalmente el FMI y el Banco Mundial, al expresar consternación por las maniobras del mercado internacional. Dicho llanamente, Friedman sostuvo que si no existiera el FMI, no se habría registrado una crisis en las economías asiáticas a finales de los noventa (“Is It Doing More Harm or Has the IMF Cured Asia?”, 1998). También, al subrayar las fallas de las instituciones financieras internacionales, Sachs sostuvo que la revolución capitalista internacional ha creado la primera economía de mercado global del mundo y que nadie sabe cómo manejarla (Sachs, 1997). Se han hecho llamados a una segunda convención de Bretton Woods, que en esta ocasión incluiría a nuevos constituyentes, porque las sociedades colonizadas y los civiles no fueron invitados a la primera reunión de los fundadores en 1944. Tras los descontentos y las propuestas para transformar radicalmente el sistema se encuentran las preguntas de sondeo: ¿quién dirige a los dirigentes de las instituciones globalizantes? y ¿quién rige realmente la globalización? En esta expansión inexplorada, el estado está reconstituyéndose, tratando de actuar con el fin de dar forma al proceso de globalización.

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En este sentido, hay marcadas diferencias en la capacidad de cada estado para lograrlo. Sin embargo, un factor común en los diferenciales de poder es la reducción de las actividades regulatorias, el relajamiento de las fronteras y la eliminación de barreras. La reestructuración del estado significa que éste está convirtiéndose en un mecanismo administrador de y para las actividades globalizantes, puesto que éstas se localizan dentro del dominio de una entidad “soberana”. Para incrementar su poder, los estados han creado un sistema muy institucionalizado. No sólo hubo una proliferación de organizaciones internacionales en decenios recientes sino, al enfrentarse a los nuevos problemas de la globalización (el crimen organizado transnacional, por ejemplo), los que detentan el poder estatal han buscado una mayor institucionalización del sistema interestatal, creando entidades como el Instituto de las Naciones Unidas para la Investigación Judicial y Criminal y tratando de lograr consenso para nuevas reglas como el AMI, o contemplando iniciar una “nueva arquitectura financiera”. Se organizan también muchas cumbres en foros, como el G-7 para los países más poderosos, y el Grupo de los 15 en el mundo en vías de desarrollo. Otra fórmula cada vez más evidente es la de los intentos informales de gobierno global, como en el WEF, un encuentro anual que se lleva a cabo en Davos, Suiza, y que reúne a directores generales de las mil empresas más importantes del mundo, banqueros, presidentes, primeros ministros y académicos. Otra modalidad de gobierno informal es la Comisión Trilateral, conformada de líderes corporativos, políticos e intelectuales de los países capitalistas avanzados. Asimismo, las formas de gobierno privatizadas están cobrando prominencia. El poder estructural ostentado por las empresas de servicios financieros (Sassen, 1996) y las agencias calificadoras de créditos, como Moody’s y Standard and Poor’s, se basa en valoraciones que permiten a los prestatarios obtener o no dinero, e influyen en las condiciones de los préstamos. Este poder puede hacer la fortuna o ser la ruina de algunas economías del mundo en desarrollo. El nudo del problema es que el sistema interestatal sinergiza las formas institucionales, a un grado cada vez más desproporcionado, con las actividades políticas y económicas del mundo. La incongruencia entre la jaula que representa la nación-estado y los flujos globales actuales es hoy causa de prueba y error y motivo para utilizar más plenamente la imaginación política. La globalización implica la búsqueda de una escala temporal y espacial apropiada para la goberna-

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ción (Jessop, 1997). Si bien los riesgos morales no son cosa nueva, en este libro se subraya cómo esta búsqueda hace hincapié en el ambiente cultural. La diseminación y la intensificación del mercado han minado el sentido de comunidad, e incluso han llevado a millones de personas a otras partes del mundo en cantidades y rumbos totalmente distintos a los flujos migratorios en periodos históricos anteriores. Hemos analizado la importancia de estos cambios en las remesas y su influencia en las costumbres sexuales, las estructuras familiares y los hábitos de consumo.1 No es necesario volver a repetir el análisis anterior para mostrar que el trauma de la globalización –sus intrusiones sociales y culturales– ha quedado atrapado en la ética ambiental, mediante la cual pueblos distintos tratan de proteger su propio estilo de vida contra el aceleramiento de las fuerzas de mercado. Estos intentos por autoprotegerse sugieren descartar el dualismo predominante, cuya imagen del ambiente es la de los humanos contra la naturaleza, y orientar más bien el análisis de la globalización hacia las estructuras globales evolutivas, una ontología vinculatoria más amplia.

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Expresiones de descontento Las respuestas polanyianas a los mercados globales y a las zonas de libre comercio provienen no sólo de los perdedores en la globalización: los movimientos sindicales; los que se encuentran en los linderos de la sociedad y apoyan a los políticos populares, como Jean-Marie Le Pen en Francia y Pauline Hanson en Australia; los desempleados y los obreros no especializados en diversas partes del mundo, así como los marginados en los países en vías de desarrollo; ahora, los propios impulsores de esta serie de procesos también se sienten preocupados 1 La relación entre globalización y migración de inmediato salta a la vista a quien visite un pueblo en las Filipinas, México y muchos otros países en vías de desarrollo. El centro de la actividad social ya no es la iglesia o el zócalo, sino la central telefónica, donde las operadoras hacen cientos, si no es que miles, de llamadas por cobrar a Estados Unidos y otros destinos en el extranjero cada mes. Las nuevas tecnologías transmiten imágenes de la cultura occidental –desde sus deportes hasta su música y vida familiar– y son portadoras de valores neoliberales que ya se destacaron en los capítulos anteriores.

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por las tendencias globalizantes. Por ejemplo, en el artículo titulado “Start Taking the Backlash against Globalization Seriously”, Klaus Schwab, fundador y presidente del foro de Davos, y Claude Smadja, su director administrativo, advierten: La globalización económica ha iniciado una fase crítica. Las reacciones cada vez más intensas a sus efectos, particularmente en las democracias industriales, amenazan con repercutir negativamente en la actividad económica y la estabilidad social en muchos países. En estas democracias hay un sentir de desamparo y ansiedad que explica el surgimiento de un nuevo tipo de políticos populistas. Esto podría convertirse fácilmente en una revuelta (Schwab y Smadja, 1996).

Una señal reveladora del descontento que causa la globalización es que sus divulgadores, por lo menos los más vanguardistas, han llegado a admitir que la globalización va a convertirse en “un tren sin frenos causante de estragos” si no se hacen ajustes de fondo (Schwab y Smadja, 1996). Un ejemplo es la agitación de los mercados registrada a finales de los noventa en Asia oriental, la cual puede considerarse como un momento paradigmático en una crisis extraordinaria del gobierno global. En una ruptura sorprendente, los beneficiarios del argumento dominante de la globalización, representados por el financiero George Soros y su crítico más vociferante, el primer ministro Mahathir, por igual, han expresado alarma y frustración por la ausencia de orden –una regulación deficiente o un choque entre “esferas de autoridad” (Rosenau, 1997, pp. 39-41) a nivel global. Soros advirtió, incluso, que es erróneo afirmar que los mercados, si se les deja libres, tienden a lograr el equilibrio. Los mercados, afirma, son inestables, por lo que el sistema global requiere con urgencia de una nueva forma de regulación (según se informó en “Who Guards the Guardians?”, 1997). Por su parte, Mahathir lamentó repetidamente que en sólo unas cuantas semanas, sobre todo debido a la falta de regulación y al modo en que el capital global se ha salido de control, Malasia perdió las ganancias económicas logradas durante 40 años de independencia política. Mahathir textualmente atacó: “las reglas actuales en cuya formulación no tuvimos voz ni voto, si es que siquiera hay reglas” (según se citó en Abdul y Syed, 1997). El razonamiento de estos disgustados adversarios, en medio de la retórica mordaz, en última instancia convergió en las causas medulares, a pesar de que ambos se enfrascaron en un debate infructífero sobre una conspiración de los especuladores con divisas.

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Si bien no se expuso en estos términos, la dinámica subyacente es el predominio del poder estructural del capital para disciplinar al estado. Este cambio histórico tiene repercursiones trascendentales en otras partes del primer y tercer mundo. Esta facultad disciplinaria del capital es evidente en el carácter condicional del FMI: un paquete de reforma económica que puede adoptarse de iure, como en Indonesia y en una serie de países africanos, o introducirse de facto y presentarse como un programa nacional, como en Malasia (hasta la aplicación de controles sobre el capital) y Sudáfrica. De cualquier modo, los grandes perdedores en la contracción de la actividad económica a finales de los noventa son la gran mayoría de los trabajadores y la subclase en los países más afectados directamente, donde los efectos distributivos han sido profundos (véase Ishak, 1998). Globalmente, el equilibrio de fuerzas sociales ha cambiado. Más pobres –más hombres que mujeres– son víctimas de la movilidad descendente en el mundo en vías de desarrollo, pero también en los países económicamente avanzados. Los principales beneficiarios de la globalización neoliberal son las empresas nacionales y transnacionales con capital móvil en el comercio, la industria y las finanzas, que se encuentran posicionadas para lograr una alianza estratégica con socios en el extranjero. Si bien los que detentan el capital y el poder estatal quisieran –aunque no pueden– obtener grandes utilidades de la globalización y apartar las fallas del sistema, lo importante acerca de la inestabilidad y el carácter caprichoso de la globalización es que nadie está a cargo.

Los descontentos en Asia oriental y África meridional En esta controversia, los globalizantes en potencia hallan condiciones muy distintas en Asia oriental y África meridional donde, en ambos casos, los líderes hegemónicos –Japón y Sudáfrica– representan grandes centros de poder. En comparación con Occidente, pocos países en estas subregiones tienen sociedades civiles fuertes. Hay una sociedad civil relativamente fuerte en las Filipinas y Tailandia, y algunas están surgiendo en otros lugares. Dentro del subcontinente africano, esta proliferación sólo se da en Sudáfrica, aunque en Botswana, Namibia y Zimbabwe está surgiendo una red de ONG que influye en la política pública. En otros países, aún no se fortalecen los canales para la inclusión de la sociedad civil. En ambas subregiones opera una dialéctica dinámica de inclusión y exclusión en las relaciones entre el esta-

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do y la sociedad civil. Asia oriental, por supuesto, tiene estados mucho más fuertes y con mayor capacidad que los países de África meridional. En general, la sociedad civil en Asia oriental también tiene más vitalidad que la de África meridional aunque, en muchos casos, se muestra débil en relación con el estado. En cada una de estas subregiones tan distintas internamente, el grado de resistencia y de organización, así como la eficacia de los movimientos, se debe a factores facilitadores e inhibidores. Sin abusar de la comparación, lo que deriva de esta matriz dos por dos –las dos series de factores en las dos subregiones– son las limitaciones en África meridional en comparación con Asia oriental. Fundamentalmente, las condiciones materiales han retrasado la organización propia en África meridional. Lo que el dramaturgo Ken Saro-Wiwa, ejecutado durante una contienda ambiental en el este de Nigeria, dijo allí, puede aplicarse igualmente en África meridional: “Al final, la verdadera dificultad fue tener que lidiar con la pobreza debilitante del pueblo. Obstaculizó la organización e impidió a la gente hacer lo que les hubiera gustado hacer” (1995, p. 214). La falta de desarrollo tecnológico, particularmente en el campo de las comunicaciones, también detiene y, por ende, localiza la sociedad civil en África meridional. En comparación con la situación en Asia oriental, la disponibilidad de computadoras, la utilización de Internet y el crecimiento de la tecnología de la información en África meridional son cosa de nada. Por otra parte, la ideología racial ha desviado la atención de otros problemas y retardado la organización en torno a problemas sociales graves. Si bien Asia oriental, particularmente Malasia e Indonesia, también ha experimentado tensiones étnicas y raciales –a veces violentas–, éstas no han llegado al nivel o alcance transnacional endémico en África meridional, particularmente mientras el poder estuvo ocupado por regímenes blancos. Durante muchos años, el racismo tuvo una dura expresión en la forma de una desestabilización económica y militar prolongada, emprendida en el subcontinente por el régimen segregacionista y sus ayudantes. Ahora, los movimientos de liberación ostentan o comparten el poder estatal en Angola, Mozambique, Namibia, Sudáfrica y Zimbabwe, y los principales grupos de resistencia los apoyaron en el desmantelamiento del gobierno blanco. En Sudáfrica, no hay duda de que la sociedad civil ha declinado desde 1994, cuando concluyó el apartheid (Asmal, 1996) y, en cierta medida, el gobierno del CNA apoya las causas populares debido en parte a las limitaciones económicas y políti-

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cas. El CNA es el primer caso de un movimiento de resistencia que encabeza el poder estatal. Esta situación plantea una serie de dilemas para los órganos de la sociedad civil; muchos de sus elementos pertenecen al CNA e incluso han derramado sangre por él. En otras partes de la subregión, los sistemas unipartidistas dominantes –por ejemplo, el Frente Patriótico Unión Nacional Africana de Zimbabwe– han tratado de legitimar su gobierno mediante el reclamo de la bandera de la liberación y ostentando la camiseta de la resistencia. Se sabe que utilizan tácticas de intimidación contra los movimientos ecologistas. Pero, como señaló Gramsci, no es necesario aplicar coerción en grado apreciable si se cuenta con el consentimiento. Como hemos visto, tanto las ideologías como los paradigmas proporcionan la sintaxis y la subestructura del poder.

Tensiones profundas La relación alterada entre integración y desintegración se hace evidente en una serie de tensiones profundas. En otras palabras, la globalización se ha convertido en una coexistencia incómoda de disyunciones. Cuatro de dichas disyunciones parecen ser fundamentales, e identificarlas nos ayuda a resumir y extender el análisis anterior. Primeramente, la globalización económica implica una aceleración de los flujos transfronterizos –capital, tecnología, información y migración, entre otros– que atraviesan estados territoriales. Sin embargo, el modelo westfaliano territorial de organización política requiere que los estados soberanos traten de controlar dichos flujos y de afirmar la lógica del sistema interestatal. La organización social cuenta con dos vectores diferentes: los vínculos horizontales forjados en la economía mundial y las dimensiones verticales de la política estatal, y son éstas las que tratan de dar cabida a las estructuras globales cambiantes. Si bien puede ser exagerado decir que el estado está en decadencia, actualmente debe ser considerado como uno de los múltiples niveles de un orden mundial pluriestratificado que se compone de participantes interestatales y no estatales: la propia economía global; las macrorregiones, como el UE, el TLCAN y el APEC; las subregiones, como Asia oriental y África meridional; las microrregiones dentro de estados (las zonas procesadoras de exportaciones, por ejemplo); las ciudades globales y los movimientos sociales. Estas unidades

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suelen extenderse más allá del contexto nacional, del cual se están desenraizando. En este ambiente incierto, el estado no está menguando, sino reestructurando su papel para dejar de ser meramente el objeto de los procesos de la globalización y convertirse en un agente de los mismos. La segunda disyunción, muy relacionada con la primera, es el choque entre las fuerzas aparentemente remotas e irresponsables de la globalización económica y las demandas de una mayor responsabilidad. Si bien la economía global se distingue por las cuantiosas transacciones instantáneas que pueden trastornar fácilmente las economías nacionales, actualmente la tendencia –atenuada en algunos casos– ha sido una mayor desregulación y liberalización. El sistema de gobierno económico pudiera describirse como un dólar, un voto. La riqueza puede convertirse en poder sobre la subsistencia y el bienestar de la gente en todo el orbe. En nuestros días, los principales accionistas de las grandes corporaciones invierten en instituciones manejadas por fideicomisarios y administradores asalariados. Los directores generales no sólo rinden cuentas ante inversionistas individuales, sino cada vez más ante bancos y casas de bolsa, sociedades de inversión y fondos para el retiro, aseguradoras y, a veces, ante otras empresas con participación en su compañía. Un ejemplo al caso es Time Warner, el gigante de los medios que produce películas y programas de televisión, revistas, libros y música que se comercializan y venden en muchas partes del mundo. ¿Quién es el dueño de este conglomerado? Dos de los propietarios principales son bancos, Wells Fargo y Bankers Trust, los cuales utilizaron el dinero de sus depositantes para adquirir acciones en Time Warner. Estos bancos están obligados a cuidar el dinero depositado por sus clientes, pero no a lograr el consentimiento para adquirir una participación mayoritaria en Time Warner o cualquier otra empresa (Hacker, 1997, p. 119). Si bien gran parte de la economía global no es responsable ante la ciudadanía y, para fines prácticos, tampoco ante los inversionistas individuales, cada vez se está presionando más a los estados para que haya una mayor rendición de cuentas. Parece estar surgiendo desde abajo una tendencia global (mas no universal) a acoger la democratización. Si bien la situación varía entre y dentro de las regiones, en general está dándose una recomposición de la sociedad civil y una tendencia incipiente a la globalización de los movimientos de abajo hacia arriba. Sin embargo, también hay presiones diversas, muchas de ellas compensatorias, como ya se señaló concretamente en el análisis

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de la pobreza y el género (cap. 4), la política de resistencia ecologista (cap. 10) y el crimen organizado global (cap. 11). Es cierto que el alcance de los movimientos sociales es más localizado y, en algunos casos, microscópico si se compara con la concentración de capital en manos de las transnacionales y los grandes financieros. No obstante, dichos grupos están empezando a enarbolar una moral alta y a plantear preguntas de sondeo sobre la globalización desregulada y sus consecuencias. En tercer lugar, a pesar de los avances tecnológicos, particularmente en las comunicaciones y el transporte, la tendencia general de la socialización global es difundir los valores de la modernidad, universalizar las normas relacionadas con la idea de neoliberalismo. Divulgadas por la industria del entretenimiento y los medios, e instituidas por el estado nacional y las organizaciones internacionales mediante instrumentos como los programas de ajuste estructural, las normas morales del consumismo, el individualismo y la autoexaltación están erosionando las estructuras solidarias: la familia, el barrio, la ciudad. Actualmente está dándose una progresiva desocialización de las actividades otrora sociales y de muchos aspectos del trabajo, vinculada electrónicamente a la privacidad del hogar.2 Para miles de personas en Occidente, el trabajo en casa mediante una computadora y conexión a Internet ha remplazado al contacto humano de los grupos en la oficina, y lo mismo sucede con las laptop, que se usan en cualquier parte. Las relaciones familiares de larga distancia se vuelven más fáciles mediante el escáner, para enviar fotos de la familia, mientras que las sesiones de “chateo” mediante el teléfono por Internet (un mecanismo para el envío de mensajes de voz grabados) dan un nuevo significado al concepto de “familia ampliada”. Gracias a las telecompras y a las cada vez más populares cibertiendas, menos clientes acuden a los locales comerciales. La batalla competitiva por el servicio está redefiniendo el espacio. El empuje global por recortar costos, bajar sueldos y “simplificarse”, ahora está 2 En mi propia vida, recuerdo que de niño cumplía el sencillo ritual de entregar periódicos de casa en casa, dejarlos tras el portón o donde el cliente quisiera, tocar el timbre y socializar con mis vecinos cuando les cobraba los fines de semana. Este sencillo ritual vinculador de familias, imitado por millones de estadunidenses en todo el país, se ha convertido en una tradición moribunda. Yo, como muchos otros que somos víctimas de los efectos atomizantes del neoliberalismo acelerado por las nuevas tecnologías, consulto ahora Internet para recibir, e incluso pagar, en línea gran parte de las noticias periodísticas.

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ejerciendo mucha presión sobre instituciones de todo tipo que se encuentran acosadas por la “planeación estratégica” y las maniobras de “reestructuración”. Es posible obtener un grado universitario en una ubicación remota gracias al “teleaprendizaje” por correo electrónico, en vez de asistir a un aula tradicional con compañeros y maestros. Los eventos deportivos y las películas se ven en la seguridad del hogar por televisión y videocasetera, y no en el entorno de un estadio o de un cine. Desde Sudáfrica hasta las ciudades norteñas de Estados Unidos y Europa, las comunidades cercadas y los condominios con vigilancia son emblemas de marcados patrones espaciales de segmentación y separación por clase social y, con frecuencia, por raza. Estos enclaves privados, casi siempre amurallados, son síntomas de una reducción del espacio público. De igual modo, las constructoras dedican cada vez más menos áreas verdes para parques públicos y centros de recreación. Más y más personas adineradas se inscriben en clubes sociales privados con este fin, particularmente en lugares donde se han diezmado los sitios históricos y culturales para abrir paso al crecimiento económico rápido. Lo que se está abandonando es un sentido de responsabilidad –Aristóteles subrayó que el civismo es, primero que nada, cuestión de deber más que de derechos–, pues la gente descarta ciertos aspectos de su cultura y busca promover lo que considera que es la vida moderna. En realidad, este estilo de vida se asemeja al de la Edad Media, con sus fosos, puentes levadizos y caballeros para protegerse de la violencia que amenazaba fuera de los enclaves conocidos como feudos (sobre la posibilidad de un “nuevo medievalismo”, véase Strange, 1995, p. 56, con referencia a Bull, 1977). El equivalente moderno de la violencia medieval fuera del hogar es la delincuencia sistémica, globalizada actualmente a manera de cárteles del narcotráfico transfronterizos, migración irregular, la industria del sexo e incluso el tráfico de materiales nucleares, todo lo cual suele implicar la colusión de un estado corrupto con bandas criminales. Sin embargo, al igual que el feudalismo en Europa occidental, cuando el poder se dividía entre señores que controlaban vasallos y sectores productivos de la economía, las tendencias principales actualmente no se encuentran del todo bajo control estatal. Algunos políticos admiten esas limitaciones. El presidente Fernando Henrique Cardoso ha dicho con franqueza que él no gobierna Brasil, puesto que la globalización está engullendo a los estados nacionales. También señaló que el “incremento de la desigualdad y la

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exclusión alimentadas por la globalización es un factor complejo y difícil de contrarrestar”. Asimismo, de acuerdo con Cardoso, “la globalización es inevitable, como inevitables son también sus consecuencias, sus desastres, la exclusión y la regresión social” (según se cita en Leite, 1996, p. 25). Cardoso se ha percatado adecuadamente de que el estado se encuentra cada vez más limitado; sin embargo, pudiera discutirse si es imposible detener la globalización ya que, merece la pena reiterar, se trata de una combinación de procesos que no se deben a un accidente o a la naturaleza, sino a los seres humanos, y como tal, puede ser moldeada mediante la actuación de los seres humanos. La opinión de Cardoso revela de manera contundente que los actores políticos pueden apropiarse de la globalización y utilizarla como razón de que no haya un proyecto para la reforma política, como una señal de que los que tienen el poder estatal no lograron impugnar las estructuras globales evolutivas ni idear una solución política. Más bien, en términos de una desocialización, tanto el estado como las corporaciones dependen cada vez más de la supervisión computarizada y la vigilancia impersonal mediante redes de computadoras, lo cual puede implicar una invasión de la privacía. Debido a la desocialización, la hipercompetencia y los señalamientos abstractos acerca de las virtudes o la inevitabilidad de la corporatización remplazan las adaptaciones existentes entre intereses sociales. La cuarta disyunción es la tensión entre globalización (al menos la variante neoliberal) y marginación. La primacía atribuida al marco de la política neoliberal y a sus valores sociales darwinianos causa más polarización que sus antecedentes. La globalización agudiza la marginación en el sentido de que ha impedido a ciertos grupos desempeñar el papel principal en la mecánica de crecimiento de la economía mundial y lograr una participación significativa en la toma de decisiones (hasta el punto de que no tienen ningún control político). En la globalización, la marginación es un patrón de diferenciación caracterizado principal, pero no únicamente, por la exclusión espacial. Fuera quedan zonas enteras de la economía política global, con excepción de sus estratos dominantes, y algunos focos en el mundo desarrollado. Los límites de la marginación están volviéndose a trazar mediante distinciones no territoriales, que no sólo se basan en la etnicidad, la raza, el género y la edad, sino cada vez más en el acceso a la información de los que están conectados en red y los que no (en África, sin embargo, coinciden ambas formas de exclusión, espacial y no espacial).

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El mosaico de la globalización refleja un cambio en la incidencia de la pobreza. Antes, la globalización afectaba más a tres continentes, pero ahora la marginación se da principalmente en una sola región, África, y en enclaves dentro de otras regiones. En otras palabras, hay agujeros en el mosaico global. Si bien los datos indican una reducción neta global de la pobreza, la polarización es evidente entre regiones: la globalización truncada y las dinámicas locales impiden que gran parte de África tenga acceso a los procesos productivos del mundo. Para los países de África, el principal desafío es lograr una desmarginación cuando las opciones nacionales se ven muy limitadas por las fuerzas de la globalización. Dados los 265 millones de africanos sumidos en la pobreza y sin esperanzas casi de recuperarse, el conflicto entre las zonas de la humanidad integradas a la división global del trabajo y el poder y aquellas excluidas es una de las grandes contradicciones de nuestros tiempos. Pero, cuál es el problema en realidad: ¿la globalización o la no globalización? ¿La dificultad radica en formar parte del sistema o en estar fuera de él? ¿Cómo puede ser la globalización causa de los problemas que padecen quienes no forman parte de ella? Al examinar detenidamente esta compleja cuestión, es necesario seguir el curso de la historia para analizar los procesos diversos y específicos que insertaron a cada unidad en la economía política global (el colonialismo, por ejemplo, pero qué tipo de colonialismo; un nacionalismo cooptante de arriba abajo o una movilización de abajo hacia arriba que generó independencia política, y así por el estilo). Después, es necesario determinar con precisión cómo, en esta época contemporánea, se ata una colectividad a la economía política global, y cuál es la naturaleza de ese vínculo. Como lo demuestra el caso práctico de Mozambique, es evidente que algunas unidades están incluidas en la globalización al estar vinculadas a estructuras como la deuda y la venta transnacional de armas, pero al mismo tiempo no forman parte de los mecanismos esenciales del gobierno económico y político a los cuales desean tener acceso. Ésa es la dinámica de la marginación. Mozambique también demuestra que un país marginado puede lograr, tal vez temporalmente, un crecimiento económico agregado, mediante infusiones externas de capital, sin internalizar una dinámica autosustentadora. El precio a pagar es una pérdida aun mayor de control sobre su economía nacional, el sacrificio de los ideales de igualdad y, agregarían algunos, la pérdida de la dignidad cultural.

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Estas profundas tensiones son los motores del cambio, y pueden, a la larga, transformar, o incluso destrozar el sistema, inaugurando un periodo posglobalización. Pero, ¿hay alternativas en la globalización?

Después de la globalización neoliberal Al anunciar con bombos y platillos las virtudes del neoliberalismo, Margaret Thatcher dijo con aplomo: “No hay alternativa.” Si bien no puede negarse que el neoliberalismo predomina, y que está tomando su curso, hay motivos fundados para cuestionar esta expresión de triunfalismo. También es importante preguntarse si el modo neoliberal de ordenar el mundo permanecerá o desaparecerá. Al igual que otras modalidades del capitalismo, el neoliberalismo tiene una historia, y toda historia tiene un principio y un final. Por supuesto que, el neoliberalismo no desaparecerá por su propia cuenta; más bien, ante un sinfín de descontentos e influencias compensatorias, varias fuerzas incipientes pero in crescendo están desafiándolo. Particularmente notable es el ímpetu, cada vez más veloz, hacia una rerregulación, aparente, sobre todo, en América Latina, y evidentemente en otros lugares (Snyder, 1999; véase también Kapstein, 1994, y Helleiner, 1994). Algunas razones de esta tendencia son la diseminación de la crisis económica asiática hacia otras regiones y la acumulación de problemas sociales relacionados con las políticas neoliberales. La evidencia apunta hacia toda una serie de esfuerzos por imaginar síndromes alternativos y llevarlos a la práctica. Estos síndromes entran en las categorías básicas de inclusión y exclusión (o dentrofuera, como lo expresó Walker, 1993), un dualismo que pone en orden las alternativas, pero que debe ser analizado para dar cabida a toda una serie de opciones. La primera implica modificar la globalización sin impugnar sus estructuras subyacentes; la segunda demanda la destrucción de este paradigma, o contraglobalización, lo cual implica un ataque contra las ideas y las políticas que constituyen los cimientos del neoliberalismo. La primera categoría considera axiomática la propuesta de que hay verdaderas opciones dentro del propio síndrome de globalización. A pesar de las limitaciones estructurales, particularmente el auge de la hipercompetencia y la tendencia hacia el “consenso de Washington”, la opción es fundamentalmente de índole política. Se afirma que el mercado puede beneficiar a la sociedad y, en cierta medida, mante-

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nerse a raya mediante políticas estatales innovadoras. En el vórtice de las grandes presiones por globalizar más, Francia, como ya se señaló, ejemplifica al estado que se resiste, un estado que mantiene muchas regulaciones, beneficios sociales generosos (en educación, atención médica, vacaciones, jubilación y desempleo) y que maneja una extensa infraestructura (sus confiables redes de metro y ferrocarriles). Sus críticos señalan que la tasa de desempleo es actualmente de casi 13%; las frecuentes huelgas y manifestaciones, que impiden e incluso vuelven caótica la vida cotidiana; una legislación laboral laberíntica; los códigos bancarios, y un sistema educativo que desalienta la innovación. En vista del modelo angloestadunidense de neoliberalismo, y animado a acoger “la solución estadunidense”, el presidente Jacques Chirac respondió que su país tiene un sentido global de sí mismo y que luchará por conservar su estilo de vida: “Francia –dijo– pretende seguir siendo Francia” (según se cita en Trueheart, 1997). Debido a los cambios impopulares para enfrentar las presiones económicas globales cada vez más intensas, está surgiendo una reacción nacionalista no sólo en los segmentos más desfavorecidos de la sociedad, sino también en algunos estados. Por supuesto, la resistencia de Francia es atípica, muy diferente del papel de cortesano que desempeña el estado al servir a los intereses personificados en la globalización neoliberal y, en algunos casos, vinculados también al crimen organizado global (cap. 11). Estas orientaciones políticas diversas se basan en patrones históricos variados y en toda una constelación de intereses, incluidos los que se encuentran en cada economía política interna. No obstante, hay varias maneras de adaptarse a la globalización, y muchas propuestas de reforma institucional. En el ámbito interno, ciertos ajustes en las dependencias administrativas y los procedimientos jurídicos –digamos, en el área de la inmigración– pueden mitigar algunos de los problemas acarreados por la globalización. En el sector financiero, algunas las reformas nacionales propuestas son normas bancarias más estrictas, obstáculos a las operaciones de cobertura, y un “impuesto de salida”, con el cual se sancionaría a los inversionistas que sacaran rápidamente su dinero de un país, entre otras formas de rerregulación. Con estas propuestas se pretende subrayar la inversión en la economía real, en vez de alentar el capital especulativo de corto plazo. Un factor decisivo es la política social, que podría suavizar las aristas filosas del mercado, particularmente la tendencia global hacia una desigualdad de ingresos cada vez mayor (Teeple, 1995). Los defen-

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sores de las redes de seguridad y las cláusulas sociales están ejerciendo presión en este sentido, pero los escépticos sostienen que dichas propuestas sólo servirían como dispositivos para las relaciones públicas y que desviarían la atención de aspectos más fundamentales. Es claro que se está debatiendo el papel adecuado del estado como proveedor de bienes públicos y, específicamente, en la eliminación de la pobreza absoluta, la construcción de sistemas modernos de agua, electricidad y drenaje para todos los ciudadanos, la protección del ambiente, el apoyo a la familia como unidad, la solución al problema de la saturación en las ciudades, el fin de la delincuencia, la corrupción y el amiguismo, y la promoción de la igualdad para la mujer y los derechos de los niños. De darse una voluntad política para tomar estas medidas, la escala adecuada de tales intervenciones no sólo sería la nacional, sino también la regional. Sin embargo, mis descubrimientos empíricos sobre el regionalismo en Asia oriental y África meridional indican poca iniciativa real en dichos ámbitos. Globalmente, los llamados a una reforma incluyen algunas de las condiciones básicas recalcadas por el FMI, sobre todo la transparencia y una mayor rendición de cuentas por parte del gobierno –aspectos del ajuste estructural que incluso los críticos del Fondo consideran loables. (Sin embargo, algunos agregan que el FMI es hipócrita en sus prácticas, ya que mantienen en secreto sus operaciones y opinan que el Fondo debería seguir sus propias prescripciones.) En la práctica, adoptar una fórmula de transparencia y rendición de cuentas requiere que los regímenes confronten la economía política de dominación que suele representar la base misma de su apoyo político. Debido a lo anterior, muchos líderes, como el presidente Suharto de Indonesia, se han visto en el dilema de necesitar capital foráneo con urgencia y negarse a cometer suicidio político al desmantelar las estructuras de dominio que sostienen al estado. Otra reforma internacional propuesta es el impuesto Tobin, un pequeño cargo a los flujos transfronterizos de capital para desalentar las transferencias rápidas de los especuladores, que perjudican a las economías vulnerables. Otras sugerencias son la creación de un “sistema de advertencia temprana”, que pondría al mundo sobre aviso de las tendencias económicas inminentes; ciertas medidas para que las pérdidas del sector privado sean absorbidas por éste (en vez de que terceros estados intervengan para cubrir las pérdidas causadas por los inversionistas y los especuladores); un banco central global, y tipos de cambio semifijos entre las principales monedas. Aunque no haya

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dudas sobre la necesidad de una reforma institucional, es difícil imaginar a los jefes de estado poner manos a la obra para acordar y aplicar una nueva arquitectura de gobierno global, y mucho menos colocar riendas al poder corporativo que, después de todo, es de índole transnacional y, por lo tanto, ajeno a la jurisdicción de las entidades soberanas. Pero, sobre todo, estas alternativas no pueden funcionar si no enfrentan las relaciones de poder inscritas en la globalización. La segunda serie de alternativas demanda cambios estructurales y busca reescribir el guión de la globalización. A la derecha del espectro político, algunos profesionales e intelectuales han tratado de reafirmar las identidades basadas en la pertenencia a una comunidad religiosa, racial, étnica o lingüística sujeta a las fuerzas globalizantes, que suelen estar personificadas por los inmigrantes, una representación del Otro. Los movimientos basados en la religión han reaccionado enormemente a los procesos convulsivos de la globalización: un reconocimiento de la destrucción relacionada con la manera en que las tendencias globalizantes socavan los valores de la comunidad y desgarran la estructura social. Puesto que la globalización neoliberal facilita los flujos transfronterizos, impugna la cultura nacional y tolera la inmigración, diversos movimientos de derecha, particularmente en Europa y Estados Unidos, se han opuesto a los elementos principales de esta estructura, pero no a la sociedad de mercado per se. No sólo los grupos xenófobos han invocado un sentido de lo nativo, sino que hubo también oposición a los esquemas regionales, como el TLCAN, debido a que debilitan la soberanía y son precursores de un gobierno mundial. El proyecto político de derecha acoge el principio de soberanía y construiría una fortaleza en torno a las nociones territoriales de estado, con lo cual implícitamente demandaría la caída de la globalización. En esta búsqueda de alternativas, existe un tercer proyecto, también estructural, aunque más incipiente, que igualmente plantea la pregunta de si la globalización puede sostenerse indefinidamente. Los abanderados de este esfuerzo representan una amplia constelación de fuerzas sociales: víctimas de la globalización, elementos de la sociedad civil y algunos políticos e intelectuales orgánicos. No defienden un statu quo ante; no hay un retroceso a las condiciones previas a la globalización, y el estado de bienestar de hace decenios no es la solución. A diferencia de la derecha, este grupo promovería el relajamiento de la soberanía en favor de identidades en otros niveles, lo cual implicaría volver a trazar los límites de la economía política. Este

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proyecto afirma la importancia de los procesos de abajo hacia arriba y de combatir lo global de modo localizado. Esto implica sobre todo una mayor difusión del poder. Incluye nuevos campos para la experimentación y la reinvención de relaciones entre mercado, estado y sociedad. Se trata de un esfuerzo por redefinir la política, por ampliar el espacio para la política no estatal. Demanda un control democrático y participativo de las fuerzas de mercado, que en última instancia es cuestión de acción política. También es cuestión de ejercer, con respecto a las estructuras globalizantes, una mayor autonomía –precepto moral y político utilizado por los antiguos escritores griegos; por los teóricos del contrato social con un sentido ligeramente diferente, y en la ética kantiana. La esencia de la autonomía es la libre determinación de los pueblos, un principio que resuena con liberalismo contemporáneo, como lo ejemplifican ciertos aspectos de la teoría de la justicia de John Rawls (1993). El principio de autonomía implica que los actores tienen la capacidad de reflexionar de manera crítica y, a pesar de las presiones estructurales, el derecho a elegir entre varias opciones. Ejercer este derecho requiere controlar las condiciones y las acciones. Por lo tanto, el principio de autonomía significa el autogobierno político y económico de la mayoría y permite la libertad y la igualdad en la búsqueda del “bien común” (Held, 1995, pp. 146-147; y con respecto al acoplamiento de globalización y la teoría democrática, véase Rosow, 1999). La construcción de una autonomía desde abajo no debe confundirse con aislar y tratar de levantar una fortaleza contra el mundo, acciones ambas que inhabilitarían las respuestas de la sociedad civil a la globalización, debido a que éstas suelen fortalecerse mediante sus elementos transnacionales. Una afirmación de la autonomía desde abajo a la larga requiere de un punto final: iniciativas dentro del ámbito de la política estatal para generar una mayor rendición de cuentas. Después de todo, el submundo por debajo del estado puede ser un lugar peligroso, caracterizado por la fragmentación, la intolerancia y las formas autoritarias de política de identidad reñidas con la vida democrática. Ante el empuje del neoliberalismo por limitar el alcance del estado (tanto sus actividades como su presupuesto) y aplicar la disciplina del mercado, un estado fuerte, que permita el acceso al poder, y una sociedad civil vital, que exija políticas democráticas, muy a la manera de los nuevos movimientos ambientales y feministas, lograrán acrecentarse mutuamente y fungir como contrapunto de la globalización desde abajo (Waler, 1999). Si bien no hay

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motivos para pensar que la nación-estado es eterna, parece que hoy en día el estado y la sociedad civil, con sus innumerables elementos mancomunados, se necesitan mutuamente en la búsqueda de la globalización democrática.

¿Un camino normativo? Una respuesta a la globalización es plantear la pregunta de si la globalización es éticamente sostenible. Moral y políticamente, ¿es posible preservar un sistema global en el que las 225 personas más ricas del mundo tienen en conjunto una fortuna equivalente al ingreso anual de 2 500 millones de personas, el 47% más pobre de la población mundial?, ¿en el que las tres personas más adineradas tienen activos que suman el PIB de los 48 países menos desarrollados (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 1998, p. 30)? ¿Es éticamente defendible afirmar que éste es el precio pagado por las ganancias que acompañan a las crecientes fuerzas de mercado? ¿No sería mejor tratar de reducir el costo buscando una solución democrática que sea, sobre todo, una preferencia normativa? Evidentemente, no sería una panacea; existen diferentes versiones de la teoría democrática, y las preferencias normativas no pueden lograrse sin un poder compensatorio. A sabiendas de mis propias limitaciones, y debido al alcance de este proyecto, no puedo ofrecer un análisis completo, sino sólo algunos señalamientos para su futura consideración. Tales señalamientos son principios, no políticas, pues éstas deben diseñarse de acuerdo con las distintas condiciones existentes. Es decir, los principios tal vez no converjan en una respuesta óptima para todo momento y lugar. Con el fin de abrir camino al análisis del nexo entre globalización y democratización, es importante evaluar el argumento de que la globalización económica es una fuerza política emancipatoria. Esta teoría “circula por ahí”, se discute en foros académicos y aparece de cuando en cuando en publicaciones populares (por ejemplo, Friedman, 1997, 1999). De acuerdo con este señalamiento, la globalización no emana de arriba ni de abajo, sino de más allá. Conforme a este punto de vista, la globalización –un movimiento lateral que cruza las fronteras del estado en forma de capital, tecnologías, turismo, información y conocimiento– disemina normas y valores que penetran en el estado. China y algunos otros estados han tratado de bloquear esas

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fuerzas para descubrir que es imposible detener los valores que acompañan a dichos flujos globales. Se argumenta, por lo tanto, que la globalización económica trae democracia: “Los mercados globales hoy en día exigen, a cambio de sus inversiones, el imperio de la ley, la transparencia, la previsibilidad, la cooperación y el pluralismo en los asuntos económicos” (Friedman, 1997). Es cierto que el neoliberalismo impera, pero su relación con la democracia liberal es más variada y problemática de lo que sugiere esta interpretación. Si bien las reformas de libre mercado y la democracia liberal han arraigado en algunos países latinoamericanos como Paraguay, también hay indicios, muy evidentes en las urnas, de que el pueblo no está contento con los resultados de esta combinación: fallas fundamentales en el sistema bancario y un desplome en el valor de la moneda, además de un aumento notable del desempleo, la delincuencia, la pobreza y la desigualdad de ingresos. El argumento de que el liberalismo del mercado fomenta la democracia liberal falla al no admitir reversiones ni cambios no democráticos: la erosión o fin de la democracia producido en buena parte por las reformas económicas. Por ejemplo, en 1997, una época de grandes tribulaciones económicas, los bolivianos volvieron a colocar a un ex dictador en el más alto cargo del país. En África se dan grandes variaciones: patrones diversos de reforma económica y tipos muy diferentes de democratización que reflejan el encuentro de las distintas coyunturas precoloniales, coloniales y postcoloniales con las estructuras globalizantes. Salta a la vista que la conjetura de que la globalización económica origina una política democrática no toma en cuenta a los estados arruinados en África, que, después de incorporarse al sistema westfaliano y estar en contacto con los mercados mundiales, han seguido un curso no democrático. A un nivel más fundamental, el problema con la afirmación de que la globalización económica genera democracia es que ignora el hecho de que los propios mercados económicos carecen de responsabilidad. Además, indica equivocadamente la relación entre riqueza y poder. Los mercados ejercen un control estructural, incluido el poder de castigar al estado si se aleja demasiado del camino neoliberal. Esto suele implicar coerción, como sucede con la aplicación de los programas de ajuste estructural que han desencadenado revueltas contra el FMI en varios países. Al apegarse a la lógica de un sistema de mercado, los económicamente poderosos tratan de maximizar sus utilidades y derrotar a sus competidores. Aunque la democracia liberal puede

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resultar mejor o preferible a otros métodos de gobierno, los beneficiarios de la globalización no tienen ningún interés intrínseco en promover la democracia. La lógica de los mercados y la democracia chocan en lo referente a la cuestión de la libertad frente a la igualdad, dependiendo del significado que se atribuya a estos constructos. Además, está también la cuestión del calibre de las diferentes versiones de la democracia. La democracia, en sus múltiples variantes, gira en torno al concepto de rendición de cuentas. La variante liberal occidental aísla un ámbito de la actividad humana de otro: el gobierno político del gobierno económico. Se hace hincapié en las formas institucionales, particularmente en los mecanismos electorales. La igualdad entre los estratos sociales –reducir la desigualdad en el ámbito económico– no es la prioridad de un sistema cuya principal característica es la rotación del poder político entre quienes suelen representar los intereses de los segmentos privilegiados de la sociedad. De allí las tensiones entre globalización y democratización. Entonces, ¿cómo puede ser la democracia un antídoto contra una forma de globalización que se ha salido tanto de control que los que tienen el poder estatal, los financieros, los economistas neoliberales prominentes y marginados expresan por igual su descontento? En otras palabras, ¿cómo pueden corregirse los elementos de la globalización para conservar sus importantes logros y dar solución al descontento? Para abordar esta pregunta apremiante, aunque de modo preliminar y esquemático, es necesario entender las características de lo que implicaría un control democrático en el contexto de la globalización. La democracia es un concepto rebatido: formas opuestas y diferentes de democracia se aplican a estructuras sociales e históricas diversas; no obstante, la rendición de cuentas sigue siendo un criterio central del gobierno democrático. Además, la democracia no es un estado final, sino una dinámica cambiante. Hasta ahora, la democracia ha sido construida para estados con límites territoriales que supuestamente pueden contener el movimiento de las personas, las ideas y las tecnologías. Sin embargo, muchos estados, particularmente aquellos con grandes concentraciones de poblaciones dispersas y ciudadanos empleados por compañías con sede en otras regiones, ahora están experimentando la desterritorialización y la desnacionalización. Con la globalización, la democracia debe reterritorializarse –fortalecerse dentro y fuera de las fronteras del estado– como método para gobernar regiones e, incluso, para solucionar problemas globales.

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Ya hay indicios de que, tanto intersubjetiva como objetivamente, el estado nacional está convirtiéndose en un estado transnacional. En un estado transnacional, los ciudadanos imaginan su identidad en términos de más de un estado –como sucede, por ejemplo, con algunas poblaciones emigrantes– y participan activamente en la política de dos o más países, algo permitido por las leyes y por los procedimientos electorales en ciertos contextos. El reto, entonces, radica en repensar el concepto de democracia nacional y adaptarlo a un tipo de política en la que no se han erradicado las fronteras, sino se han oscurecido o complicado mediante convenios transfronterizos, sean éstos fraguados por el estado o arraigados en la economía y la cultura, y sancionados por un estado renuente, o no legitimados por el estado. En esta transformación, una cuestión vital es el asunto del acceso. ¿Cómo rehacer el gobierno global para que la sociedad civil participe significativamente en los procesos directivos y en los mecanismos de crecimiento económico de una estructura poderosa –la globalización–, que tiene el potencial de proporcionar a la mayoría –y no sólo a unos cuantos– ganancias económicas agregadas (incluida una cornucopia de bienes de consumo), avances tecnológicos, abundante información, nuevos conocimientos y un escape de las añejas formas de control social? Es imposible saber a ciencia cierta cuál será a la larga el resultado de un proceso histórico flexible, pero si dejamos en claro la dinámica, conocemos las limitaciones e imaginamos –aunque sea débilmente– las posibilidades, estaríamos en condiciones de trazar un rumbo que podría poner a la humanidad en el camino correcto.

APÉNDICE

CUESTIONARIO DE LA ENTREVISTA

1. ¿Cómo y por qué se formó su organización? ¿Cuál es su historia? 2. ¿Cómo han cambiado y evolucionado sus objetivos? 3. ¿Cuenta con un secretariado? ¿Cuántos empleados tiene? ¿Cuáles son las funciones y las competencias del secretariado? 4. ¿Cuántos miembros tiene su organización? ¿A qué sectores de la población pertenecen? ¿En qué proporción? 5. ¿Cómo se determina el liderazgo? 6. ¿En qué medida rinden cuentas los líderes ante las bases? ¿Qué formas de interacción hay entre ambos? 7. ¿Cuáles son las estrategias de organización y movilización? 8. ¿Cuáles son los impedimentos para alcanzar sus objetivos? 9. ¿Cuál es la relación de su organización con el estado? 10. ¿Qué alianzas ha logrado su organización? 11. ¿De qué manera práctica colabora su organización en dichas alianzas? ¿En un solo problema o en múltiples problemas? 12. ¿En qué grado se coordina la acción entre los movimientos rurales y los urbanos, o entre los locales, los nacionales y los afiliados en el extranjero? ¿Su organización cuenta con donadores? 13. ¿Quién se opone a su organización y por qué? ¿Qué variantes diferentes existen del movimiento ecologista? 14. ¿Cómo se solucionan las diferencias? 15. ¿Cómo definiría los vínculos entre los movimientos ecologistas en la región? ¿Qué tan frecuentes son esas interacciones? 16. ¿Hay una coordinación a nivel regional? 17. ¿Existen diferentes conceptos de regionalismo? 18. ¿Existen iniciativas por generar una mayor conciencia regional? 19. ¿Cuáles son los factores facilitadores? 20. ¿Cuáles son las limitaciones? 21. ¿En qué grado afecta la globalización a la ecología en su localidad? ¿Cómo asigna su organización prioridad a los problemas globales? 22. ¿En qué medida participa su organización en las redes ambientales globales? ¿Qué tan útiles y eficaces son? 23. ¿Cuáles son los factores que facilitan su trabajo a nivel global? 24. ¿Cuáles son las limitaciones? 25. ¿Cuáles son, en vista de sus objetivos, los principales logros? ¿Cuáles [325]

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LISTA DE SIGLAS

serían sus fallas? ¿Cómo evaluaría los resultados generales? • ¿Hay algo que quisiera agregar? • ¿A quién me recomendaría que visitara? ¿Quién podría resultar más útil? • ¿Cuenta con publicaciones o documentos sobre estas cuestiones que pudiera analizar?

LISTA DE SIGLAS

ADB AFTA ASEAN CNA ANZUS APEC CEA CIDA CEI

RPDC EAEC EAEG EIU EJNF ELMS UE IED

Frelimo G-3 G-7 PIB PNB ICEM OIT FMI AMI TLCAN OTAN NFA ONG NSS OCDE PAGAD

PP21 RPC PRE MNRM

Banco de Desarrollo Asiático Área de Libre Comercio de la ASEAN Asociación de Naciones del Sudeste Asiático Congreso Nacional Africano Tratado Australia-Nueva Zelanda-Estados Unidos Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico Área Económica China Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional Comunidad de Estados Independientes República Popular Democrática de Corea Cónclave Económico del Este de Asia Grupo Económico del Este Asiático Economist Intelligence Unit Environmental Justice Networking Forum Environmental and Land Management Systems Unión Europea inversión extranjera directa Frente de Liberación de Mozambique Grupo de los Tres Grupo de los Siete producto interno bruto producto nacional bruto Comité Internacional para la Migración Europea Organización Internacional del Trabajo Fondo Monetario Internacional Acuerdo Multilateral sobre Inversión Tratado de Libre Comercio de América del Norte Organización del Tratado del Atlántico Norte Asociación de Agricultores Nativos organización no gubernamental Nature Society of Singapore Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos El Pueblo contra el Gangsterismo y las Drogas Plan Popular para el Siglo XXI República Popular de China Programa Económico y de Rehabilitación Movimiento Nacional de Resistencia de Mozambique [327]

328 SADC

SEATO SIJORI ONU UNCTAD ACNUR WEF OMC

LISTA DE SIGLAS

Comunidad para el Desarrollo de África Meridional (antes SADCC, Southern African Development Coordination Conference) Organización del Tratado del Sudeste Asiático Triángulo de Crecimiento de Singapur-Johor-Riau Organización de las Naciones Unidas Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados Foro Económico Mundial Organización Mundial de Comercio

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ÍNDICE ANALÍTICO

Acuerdo Multilateral sobre Inversión; véase AMI Acuerdo Nkomati, 135 ADB (Banco de Desarrollo Asiático), 208, 258 África meridional: al acoger la globalización neoliberal, 213; como nodo clave en el continente más marginado, 26-27; comparación con el regionalismo en Europa, 159, 215; Corredores para el Desarrollo, 212; crimen organizado en, 272, 277, 286, 288; el papel del estado en, 204-205; movimiento ecologista, 240, 247, 252, 261-262; política social, 316-324; posición de Mozambique en, 131; sociedades civiles en, 139, 254, 288, 309; y el enfoque de los países de industrialización reciente, 202, 204; y el papel de cortesana, 45-46; y modelo de integración para el desarrollo, 160-161; y parques transfronterizos, 297; y regionalismo transformativo, 175-177; zonas procesadoras de exportaciones en, 175-176 AFTA (Área de Libre Comercio de la ASEAN ), 161, 191, 205-206 Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional; véase CIDA agencias calificadoras de créditos, 49, 271, 305 ambiente: como conservacionismo, 226-227; definiciones, 237-238 AMI (Acuerdo Multilateral sobre Inversión), 299-300, 305

(Tratado Australia-Nueva Zelanda-Estados Unidos), 156, 181 apartheid: cimientos del, 283;como característica de Sudáfrica, 158159; como forma de estado, 99, 281; después del, 160, 171; fin del, 219-220; movimiento contra el, 163, 219-220, 283; políticas del, 211, 254; régimen del apartheid, 135-136, 240, 249-250, 309310; véase también Sudáfrica APEC (Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico): alternativas, 158; asianización, 193; comercio, inversión y producción, 159, 192; como facilitador, 170; como macrorregión, 23-24; como parte de la política estadunidense, 179; diferencias, 192-193; y entidades subregionales, 191; y hegemonía regional, 302; y movimientos sociales, 259-260 Área de Crecimiento de Brunei-Indonesia-Malasia-Filipinas, 208 Área de Crecimiento en el delta del río Tumen, 207-208 Área Económica China; véase CEA ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático): aspectos legales, 158; como subregionalismo, 191; dentro de la división regional del trabajo en Asia, 68-69; diferencias con el modelo eurocéntrico, 159; economías, 36, 168; elemento chino, 76-77; en la formación de “gansos en vuelo”, 68n; inversión y comercio, ANZUS

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356 159, 174, 206; miembros, 206; objetivo, 66; y EAEG , 158, 193; y Japón, 168, 172-173; y relaciones de poder, 171-172; y sociedad civil, 254, 259 Asia oriental: análisis transregional de, 28-29, 154-155, 199, 201, 308-310, 318; caracterizada por el modelo de “gansos en vuelo”, 68n ; como epicentro de la globalización, 26-27; Corredor para el Desarrollo, 212; crecimiento económico, 66, 84, 299; crisis económica, 109, 215, 272, 299, 303; culturas en, 202; e IED, 39; en el papel de cortesana, 45; grupos criminales, 277; países de industrialización reciente en, 170, 198; resistencia ecologista, 264; sociedad civil, 253, 258; y la división del trabajo transnacional china, 82; y movimientos sociales, 252-253, 259; y neoliberalismo, 213, 247; y patrones de regionalismo, 156, 176; y sindicatos, 91 Asia Pacific Peoples’ Assembly, 260 Asociación de Agricultores Nativos, véase NFA aspectos temporales-espaciales de las relaciones sociales, 100 autoprotección, 22, 287, 306; véase también estatutos sociales; protección social Banco Mundial: críticas del, 304; en Mozambique, 135, 140-142, 145, 147; migración y desigualdad mundial, 92; y marginación, 93; y neoliberalismo, 164, 173; y pobreza, 114, 119;; y sociedad civil, 27, 258; véase también Bretton Woods; FMI; instituciones financieras internacionales; programas de ajuste estructural

ÍNDICE ANALÍTICO

Beira, corredor, 141-142; véase también Corredor para el Desarrollo Bentham, Jeremy, 61 Botswana, 99, 308 Braudel, Fernand, 21, 22-26, 50 Bretton Woods, 36, 268, 271, 304; véase también FMI; Banco Mundial; instituciones financieras internacionales; programas de ajuste estructural Broad, Robin, 225 Buchanan, Pat, 189 Bush, George, 179, 187-188 cadenas mercantiles, 75 capitalismo: asiático, 192; concepción universalista, 85; condiciones cambiantes, 34-35; de libre mercado, 186; en “red”, 238; en Sudáfrica, 220; fase globalizante, 199, 238, 308; formas anteriores, 316; geografía, 83, 166; ideología, 172; migración como parte del, 74; poder material, 86; reestructuración, 86, 176-177; transición al, 293; triunfo, 190-191; variedades, 297-298; y estado, 44, 45, 60-61; y orígenes de la globalización, 36 Cardoso, Fernando Henrique, 313314 Castro, Fidel, 187 CEA (Área Económica China), 76-77, 77, 163 CEI (Comunidad de Estados Independientes), 165, 166 CENTO (Organización del Tratado Central), 156, 181 China: como exportador de mano de obra, 99; como receptor de IED, 38; en Asia oriental, 26-27, 198; en el APEC, 191; en el EAEG, 158, 193; en la formación de “gansos en vuelo”, 68n; jerarquía de gé-

ÍNDICE ANALÍTICO

neros, 210; microrregiones en, 24-25, 174, 210; migración interna, 90; nacionalismo económico, 43-44; tamaño económico comparativo, 77; y comercio, 206; y democracia, 321-322; y división transnacional del trabajo, 76-82, 169; y redes de delincuencia, 273, 279; y relaciones con Mozambique, 131-132; y su relación con los bloques de moneda, 154155; y triángulos y polígonos de crecimiento, 206, 207; y valores confucianos, 202 (véase también cultura china); véase también Área Económica China; Zona Económica de la Gran China; tríadas Chirac, Jacques, 317 Chissano, Joaquim, 139 CIDA ( Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional), 142, 143 ciudadanía: alemana, 73, 103; e inmigración, 97, 104; pasiones de la, 280; significado cambiante, 23-24, 105-106; y poder estatal, 96-97 ciudades globales, 25, 35, 69, 277, 310-311 Claes, Willy, 195 clase: análisis, 93; en el marco de Scott, 230; en las divisiones del trabajo, 76, 214; ensambladores como, 211; gobernante local, 79; identidad de, 72, 230; media, 34; membresía, 262-263; nuevos pobres como, 308; nuevos ricos como, 34; organización, 253; subclase, 176; trabajadora global, 86; y cultura, 72; y género, 126; véase también migración Clinton, Bill, 183, 188 CNA (Congreso Nacional Africano), 219-220, 283, 286, 309-310 Comisión Trilateral, 195, 305

357 Comité Internacional para la Migración Europea; véase ICEM Commonwealth, 140 competitividad: como forma de estado, 33; como ideología, 32-33; desde una perspectiva histórica, 35-36; dinámica, 33; en Mozambique, 143-144; entre grupos criminales transnacionales, 278, 281; índice de, 63-64; intensificación, 36, 37 (véase también hipercompetencia); movimiento hacia grados más elevados, 200, 284; regional, 96 compresión del tiempo y el espacio, 42, 100, 166-167, 191, 224-225, 299 Comunidad de Estados Independientes; véase CEI Comunidad para el Desarrollo de África Meridional; véase SADC Cónclave Económico del Este de Asia; véase EAEC “consenso de Washington”, 178, 300, 316-317 contraglobalización, 285, 290, 300, 316, 320 contrahegemonía, 86, 164, 195, 196, 221-225 Convención de Basilea, 261-162 Convención de Lomé, 261 corporaciones transnacionales: en la nueva división internacional del trabajo, 62, 63; en las Filipinas, 256, 262; en Mozambique, 142; en Sudáfrica, 219-220; encabezadas por Japón, 167; resistencia a las, 226; y Braudel, 23; y el estado, 204; y los grupos transnacionales del crimen organizado, 278-279; y mayores utilidades, 301; y movimientos sociales, 312; y subregionalismo, 206

358 Corredor para el Desarrollo de Maputo, 212 Corredor para el Desarrollo, 212, 256 corredores de crecimiento, 209, 212, 215 corrupción: de la sociedad civil, 272, 285-289; del estado en Mozambique, 188; por necesidad y avaricia, 147; regional, 165; transfronteriza, 285-286; y democracia, 282 Cox, Robert W., 70, 270, 274 crisis económica asiática, 38, 272, 303, 307 “cuatro motores”, 24 cultura: como “valores asiáticos”, 4647; como crítica, 220; como identidad, 72-73; como recurso, 202, en Sudáfrica, 47; como valores confucianos, 202; concepto, 56; corporativa estadunidense, 34; china, 76-82, 167, 168; de la violencia, 283; de producción, 167; de resistencia, 86, 241; definición, 46-47; del crimen, 283; diversidad de culturas del Este asiático, 47, 202; en la segmentación del mercado laboral, 103; en la sociedad civil, 167; en las teorías sobre la división del trabajo, 61; homogeneización, 46; inmigrante, 72; integridad, 264; local y nacional, 103; multi y monoculturalismo, 73-74, 170; nociones básicas, 47; norteamericanización de la, 35; plural, 46; procesos, 19; redes, 76-80; y crecimiento económico, 214; y flujos de capital, 169 D’Aveni, Richard, 33 Dahl, Robert, 48 democracia: aspectos procesales, 148-149; “autoritaria”, 48-49;

ÍNDICE ANALÍTICO

como ideología de dominación, 49;como un aspecto de las estructuras globales evolutivas, 43 (véase también estructuras globales evolutivas); directa, 48-49; efectos de la criminalización en, 289; liberal, 48; nacional, 324; “participativa”, 49; populista, 48; tendencia a acoger la, 311312; transfronteriza, 259, 323; y división global del trabajo y el poder, 129; y programas de ajuste estructural, 149; y reformas de mercado, 129; y revitalización económica, 129, 148; y sociedad civil, 50, 51 descontento, 15, 21, 182, 293, 306324 desigualdad: aumento de la, 106; e integración del mercado, 34, 127; en China, 81; en Mozambique, 128; nuevas características, 296297; y democracia, 48, 49, 182; y división del trabajo, 76; y estructuras globales evolutivas, 43; y migración, 87, 92, 94-95; y regímenes internacionales, 100, 114 desregulación: como un aspecto del gobierno económico, 311; con respecto al TLCAN, 189; en el marco neoliberal, 23, 40, 173; y autonomía estatal, 271; y avances tecnológicos, 36; y crimen, 278-279; y estándares ambientales, 237; y fronteras, 274, 290; y géneros, 121; y mercados donde el ganador toma todo, 34; y programas de ajuste estructural, 138, 165; y regionalismo, 155; véase también neoliberalismo Dhlakama, Alfonso,139 “diamante alpino”, 24 diásporas, 26, 276, 323

359

ÍNDICE ANALÍTICO

división del trabajo: detallada, 59; racial, étnica y de género, 76, 82, 110, 214; social, 59-60, 74; teorías, 82-83; territorial, 71; transnacional china, 76-82, 169; y cultura, 76-77; véase también división global del trabajo y el poder; división internacional del trabajo; división regional del trabajo en Asia; nueva división internacional del trabajo; Smith, Adam división global del trabajo y el poder: África en la, 130, 315; como anatomía de la economía política global, 17; como eje de la globalización, 295-296; como parte integral de la globalización, 16; componentes de la, 65-82, 128; crimen organizado en la, 275, 279; desigualdades relacionadas con la, 214; diferentes posiciones en la, 88, 94-95, 149; el elemento de poder de la, 83-84; en comparación con la división internacional del trabajo y la nueva división internacional del trabajo, 57; evolutiva, 85, 205, 302303; movilidad en la, 46, 84, 127, 204, 213, 283-284; Mozambique en el extremo inferior de la, 29, 128-129, 131-132, 144; posición de China en la, 24-25; y clase trabajadora, 86; y el estado, 44; y expansión del mercado, 22, 85; y flujos de deuda, 39; y las regiones, 86; y menor seguridad en el empleo, 301; y migración, 94; y resistencia, 297; véase también división del trabajo; división internacional del trabajo; nueva división internacional del trabajo; Smith, Adam división internacional del trabajo, 55-61, 65, 66, 82, 88; véase tam-

bién división del trabajo; división global del trabajo y el poder; nueva división internacional del trabajo; Smith, Adam división regional del trabajo en Asia, 68-69 Dulles, John Foster, 181 Durfee, Mary, 108 Durkheim, Émile, 59, 60, 61, 85 (Cónclave Económico del Este de Asia), 69, 158, 161 EAEG (Grupo Económico del Este Asiático), 158, 193 Easton, David, 280 economismo, 15, 20, 61, 65, 83, 221, 230 Economist Intelligence Unit; véase EAEC

EIU

(Economist Intelligence Unit), 118, 143 EJNF (Environmental Justice Networking Forum), 261, 262 ELMS (Environmental and Land Management Systems), 253 Elson, Diane, 118-119 Environmental and Land Management Systems; véase ELMS Environmental Justice Networking Forum; véase EJNF estado después del apartheid, 287288 estado: “benefactor”, 33, 45, 319320; como agente de la globalización, 23, 44; como facilitador de la reorganización de la producción, 66; como socio del regionalismo, 184-185; “competitivo”, 33; conceptos de, 26; criminalización del, 280-285; disminución del, 214; en el sentido braudeliano, 23; en su papel de cortesana, 45; estrategias adaptativas, 182; globalización del, 204-205;

EIU

360 poder del, 96-97; “propulsor”, 45, 203; reconstitución del, 285286; reducción de la autonomía, 282, 284-285, 304; “resistente”, 284; teorías sobre el, 280; transnacional o desterritorializado, 46, 105-106, 323; y globalización económica, 43-47; y realismo, 37; y sociedad civil, 50 estatutos (y cláusulas) sociales, 177, 317 estratificación global, 16 estructuras globales cambiantes, 26; véase también estructuras globales evolutivas estructuras globales evolutivas, 15, 22, 26, 35, 37, 42, 43, 265, 306 etnicidad, 44-45, 47, 78-179; véase también raza y etnicidad eurocentrismo, 66, 154, 159, 240 Falk, Richard, 269, 270 Federalista, El, 280 Filipinas, las: crecimiento económico, 111-112; en el APEC , 191; en la división regional del trabajo, 173; Iglesia Católica, 251-252; organizaciones ecologistas, 259; pobreza, 121-125; y áreas de crecimiento, 208; y comercio alternativo, 300; y degradación ambiental transnacional, 246; y migración, 170, 306n; y movimientos sociales transnacionales, 262; y política de resistencia, 257-258, 265; y sociedad civil, 249; y subregionalismo, 198; zonas procesadoras de exportaciones, 209-210 flujos financieros: deuda, 38-39, 94, 116, 145-146; especulación financiera, 215, 272-273, 318-319; instituciones financieras internacionales, 94, 122, 258 (véase también Banco Mundial; Bretton

ÍNDICE ANALÍTICO

Woods; FMI; programas de ajuste estructural); servicios financieros, 277, 305 FMI : en México, 190; en Mozambique, 119, 136, 140-147, 149; y “consenso de Washington”, 300; y la condicionalidad, 304, 308; y la crisis económica asiática, 192; y las revueltas, 322-323; y políticas de ajuste, 173; y reforma global, 318; véase también Banco Mundial; Bretton Woods; instituciones financieras internacionales; programas de ajuste estructural Fontaine, Arthur, 100 fordismo, 33, 36, 39, 90-91 Foro de São Paulo, 176, 300 Foro Económico Mundial; véase WEF Foucault, Michel, 84 Frelimo (Frente de Liberación de Mozambique): congresos partidistas, 147; intento por recuperar el control de la economía nacional, 133; y el Acuerdo Nkomati, 135; y elecciones, 139; y guerra civil, 116-117; y reforma política, 139, 149; y relaciones económicas internacionales, 133; y sector privado, 135; y toma de decisiones tecnocráticas, 143, 149; véase también Mozambique; MNRM Friedman, Milton, 304 Frisch, Max, 73 Fröbel, Folker, 62, 296 fronteras: como una plantilla, 23; flujos transfronterizos, 41, 84-85, 153, 212, 246; nacionales, 173, 212; reconsideración, 44-45, 50; significado, 42 Fukuyama, Francis, 190 G-3 (Grupo de los Tres), 37-38 G-7 (Grupo de los Siete), 163, 183, 195, 305

ÍNDICE ANALÍTICO

G-15 (Grupo de los Quince), 305 género: como explicación de la pobreza, 108-127; como feminización del trabajo, 97; como relación de poder, 110; en la división del trabajo, 76, 81, 86; identidad de, 42; jerarquía de, 210; y poder económico, 211; y unidad doméstica, 112 geoeconomía de la globalización, 180 geopolítica de la globalización, 45, 178, 180, 213 Giddens, Anthony, 18 globalización: a nivel del pueblo, 26; acelerada, como fase del capitalismo, 36-37; causalidad, 32, 33; centrados en el estado, 15; centralizadora, 174; clases de, 1516; como campo del conocimiento, 20; costos y beneficios, 17, 301, 324; definiciones, 19-20; democrática, 290, 320-321; desenraizada, 86; economismo, 15, 20-21; estructura triangular, 295296; estudios acerca de la: en distintas zonas del mundo, 15-16; ganadores y perdedores con la, 16, 33-34, 94, 173, 186, 189, 301, 303, 306-308, 315; historia, 3536; ideología (véase ideología); incipiente, 36-37; interna y externa, 67-68, 206; islámica, 35; neoliberal, 36-37, 113, 126 ,176, 190-191, 198, 213, 256, 264, 266, 277, 278, 308, 317, 319; planeación, 205; truncada, 315; variedades de: comportamiento arriba-abajo, 269; vinculatoria, 37; y “mito de la globalización”, 3743; y cultura, 15 gobierno: buen gobierno, 149; democrático, 290; global, 38, 69, 266, 272, 303, 305; informal,

361 305; modelo westfaliano, 303, 322; multilateral, 174; poswestfaliano, 162; privatizado, 305 Goh Chok Tong, 17 Gore, Al, 186 Gramsci, Antonio: análisis del sentido común, 222-223; concepto de hegemonía, 50, 178, 185, 310; e identidad, 221, 223-224, 230; e ideología ambiental, 263-264; e interregno entre viejo y nuevo orden, 302; formulación de guerras de movimiento y de posición, 232, 241; la autonomía de la conciencia, 241; y contrahegemonía, 221-225 (véase también hegemonía; resistencia); y sociedad civil, 21, 50, 255 gran China, 80; véase también China Gran Subregión de Mekong, 208 Grupo Económico del Este Asiático; véase EAEG Hanson, Pauline, 306 Harvey, David, 19 hegemonía: alemana, 194; capacidad, 197; concepto, 178; del crimen organizado global, 278; estadunidense, 176; estrategias, 196; ingredientes, 249; neoliberal, 178, 219; opiniones de Gramsci, 50 (véase también Gramsci, Antonio); regional, 172, 173, 231; subregional, 27, 308-309; y cohegemonía, 174; y conflicto social, 175; y geopolítica, 179-180; y organizaciones internacionales, 163-164 Heinrichs, Jürgen, 62, 296 Hettne, Björn, 156, 157 hipercompetencia: como raíz de la globalización, 34, 125, 298; definición, 33; e innovación tecnológica, 240, 274; formas de, 279;

362 manera de moldear la, 206; presiones de la, 35; y ambiente, 237238, 245; y capitalismo, 36-37; y situaciones donde el ganador toma todo, 34, 300-301; véase también competitividad; estado Hirst, Paul, 37-39, 302 Hobbes, Thomas, 32 Huntington, Samuel, 191, 192 (Comité Internacional para la Migración Europea), 101 identidad: alemana, 73; asiática, 192; cultural, 82, 175; de clase, 72, 86, 91; en el marco de Gramsci, 230; en las definiciones de globalización, 18; en las macrorregiones, 24; étnica, 46; formación, 106; formas autoritarias, 320; fragmentación, 41-42, 72, 223-224, 235; nacional árabe, 104; nacional, 104; racial, 72-73, 103; religiosa, 104, 191; transnacional, 105; y producción, 90-91 ideología: ambiental, 240, 247; de género, 110-111, 116, 119-120, 121, 124, 127; de la globalización, 32-33, 46, 83-84, 111, 116; del capitalismo, 172; del neoliberalismo, 106, 113, 119, 186, 190, 257-258, 284-285, 299; racial, 309 IED (inversión extranjera directa), 38, 39, 81, 135, 207 instituciones financieras internacionales, 147, 245-246, 258; véase también Banco Mundial; Bretton Woods; FMI; programas de ajuste estructural Internet, 220, 224, 234, 277, 296297, 309; véase también tecnología inversión extranjera directa; véase ICEM

IED

islamismo, 35, 47, 61, 87, 105, 184,

ÍNDICE ANALÍTICO

191, 251, 286-287, 312; véase también musulmanes; religiones Japón: cohegemonía con, 174; como inversionista y socio comercial de la ASEAN , 160, 168, 172-173; dimensiones económicas, 26-27; en el APEC, 191; en el G-7, 163n; en la jerarquía de la división regional del trabajo en Asia, 68; en la tríada con Europa y América del Norte, 37-38; mano de obra migratoria en, 170; sistemas manufactureros en, 62, 67; sociedad civil en, 247-248, 252, 259, 262263; y bloques comerciales excluyentes, 69; y compañías propiedad de chinos o controladas por éstos, 80; y EAEG, 158, 193; y economías de red, 208; y el patrón triangular de comercio con la ASEAN y Occidente, 206; y estado fomentador, 203; y Estados Unidos, 172, 185; y hegemonía regional, 302-303, 308; y la guerra del Golfo Pérsico, 179; y las economías “milagro”, 200; y modelo de “gansos en vuelo”, 68n; y movimiento ecologista, 252; y movimientos sociales transnacionales, 262; y regionalismo transformativo, 176, 257-258; y triángulos de crecimiento, 206; y valor agregado, 169 justicia social, 27, 85-87, 107, 252-253 Kabila, Laurent, 281 Keynes, John Maynard, 268 Kreye, Otto, 62, 296 Kruger, Paul, 240 Le Pen, Jean-Marie, 104, 284, 306 Lee Kuan Yew, 215 liberalización: antes del TLCAN, 187-

ÍNDICE ANALÍTICO

188; de choque, 165; después del TLCAN, 190; en Asia-Pacífico, 159, 259-260; en el marco neoliberal, 23, 173; en Mozambique, 139, 148; gradual, 48-49; tendencia hacia la, 311; y ajuste estructural, 165; y ambiente, 237; y crimen organizado, 178-279; y desarrollo dirigido por el estado, 203204; y género, 111, 121; y TLCAN, 189; véase también neoliberalismo List, Friedrich, 61 Magane, Pelelo, 253 Mahathir Mohamad, 158, 193, 249, 307 Malasia: e inmigrantes ilegales, 170; en el análisis de Scott, 227-229; en la crisis económica de Asia oriental, 192, 204, 307, 308; en la división regional del trabajo, 173; en las agrupaciones regionales y subregionales, 191, 198; IED en, 38; raza y etnicidad, 174175, 309; y EAEG, 158, 193; y problemas ambientales, 239n, 248, 249, 259; y resistencia a la globalización, 239; y triángulos de crecimiento, 208 Mandela, Nelson, 47, 286 mano de obra: barata, 62-63, 72, 93, 171; desechable, 98; exceso, 145; feminización de la, 97; mercados para, 35-36, 74, 170; migratoria hacia y desde Mozambique, 146147; migratoria, 72; particularista y local, 86; por contrato, 7778; que trabaja en casa con una computadora, 23-24; reproducción social, 92; suministro de, 74; y estándares internacionales, 100; véase también clase; OIT Maquiavelo, 185 maquiladoras, programa de, 66-67, 97

363 marginación: como polarización, 184; de África, 129, 241, 314; de grupos raciales y étnicos, 287; de inmigrantes de segunda generación, 103-104; de la mujer, 98, 110, 116, 121, 124; en los países en vías de desarrollo, 306-307; en Mozambique, 128; y clase, 9798, 125; y crimen organizado, 275, 279; y pobreza, 114, 115; y políticas neoliberales, 213, 279; y reformas de mercado, 148-149; y valores sociales darwinianos, 314 Marx, Karl, 57-59, 83, 244, 301 McDonald’s, 35 mercados: alcance global, 41, 85; fallas, 34; poder disciplinario, 39, 271; sociales, 85-86 migración: como un sistema de trabajadores huésped, 72-73; como una globalización a nivel popular, 26; global, 87-107; interregional e intrarregional, 70-74; y trabajadores, 210; véase también remesas Milosevic, Slobodan, 180 Mill, John Stuart, 61 MNRM (Movimiento Nacional de Resistencia de Mozambique), 117, 134, 135; véase también Frelimo; Mozambique modernidad, 19, 42; véase también posmodernidad Morse, David A., 101 Movimiento Nacional de Resistencia de Mozambique; véase MNRM movimientos sociales: ecologistas, 250, 252-253, 320; en el orden mundial pluriestratificado, 310311; feministas, 226, 320; islámicos, 223-224; nuevos, 215; religiosos, 297-298, 319; rendición de cuentas, 294; y Foro de São

364 Paulo, 176; y multilateralismo 69; y Polanyi, 225-227, 285-286; véase también sociedad civil Mozambique: después de la guerra civil, 283; mercados y marginación, 128-149; pobreza, 111n, 116-121, 126; sector empresarial y grupos delictuosos, 288; y áreas de recursos transfronterizas, 212; y degradación ambiental transnacional, 246; y la pérdida de control de su economía nacional,315; zonas procesadoras de exportaciones, 211; véase también Frelimo; MNRM multilateralismo, 70, 105, 106, 178, 188 musulmanes, 104, 224, 233, 287; véase también islamismo; religiones nacionalismo, 21-22, 79, 84-85, 196, 268 Nature Society of Singapore; véase NSS

neoliberalismo: atractivo del, 108; como estrategia globalizante, 29; como forma de regionalismo, 155 (véase también regionalismo); como ideología, 33 (véase también ideología); como marco político, 23, 46; como reestructuración, 40; críticas al, 51; efectos atomizantes del, 17, 312n; idea, 164166, 185-186, 312; lógica del, 278; teoría, 172; y capitalismo, 36-37 (véase también globalización: variedades de globalización); y democracia, 48; y la política estadunidense, 48 NFA (Asociación de Agricultores Nativos), 241 NSS (Nature Society of Singapore), 248 nueva división internacional del trabajo, 55-56, 62, 66, 93; véase tam-

ÍNDICE ANALÍTICO

bién división del trabajo; división global del trabajo y el poder; división internacional del trabajo; Smith, Adam Obasanjo, Olusegun, 131 OCDE (Organización de Cooperación

y Desarrollo Económicos), 142, 278, 284 OIT (Organización Internacional del Trabajo), 100, 101 OMC (Organización Mundial de Comercio), 183, 299 ONG (organizaciones no gubernamentales): burocracia en las, 254; como idea compleja desafortunada, 25n; como instituciones en la sociedad civil, 25-26; ecologistas, 259-260; en el Sur, 258; en las Filipinas, 258; en Malasia, 249; en Mozambique, 138-139; en Singapur, 248; en Vietnam, 248; funciones, 251; nacionales, 254; redes de, 250-251; y la política estadunidense, 192 ontologías, 22, 37-38, 85, 228-229, 233-236, 306 ONU (Organización de las Naciones Unidas): Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 101, 147; Comisión Económica para África, 161; Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro, 255; Conferencia sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), 38-39; Consejo de Seguridad, 139; filiales de la ONU en Mozambique, 140; Instituto para la Investigación Judicial y Criminal, 305; Programa Ambiental, 254; remarginación de la, 194-195; resurgimiento de la, 163; sanciones de la,

ÍNDICE ANALÍTICO

132-133; y hegemonía, 179; y las áreas de crecimiento, 207-208; y sociedad civil, 259 orden mundial: 153; e ideología de la globalización, 83-84; futuro del, 34, 285; jerárquico, 57; multilateral, 195; neoliberal, 108; nuevo, 179; partes del, 22; pluralista, 148; pluriestratificado, 153, 310; repercusiones de la resistencia a la globalización, 297-298; transformado, 149; y organizaciones internacionales, 163-164; y regionalismo, 156 Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos; véase OCDE Organización de las Naciones Unidas; véase ONU Organización del Tratado del Atlántico Norte; véase OTAN Organización del Tratado del Sudeste Asiático; véase SEATO Organización Internacional del Trabajo; véase OIT Organización Mundial de Comercio; véase OMC organizaciones comunitarias, 28, 251 organizaciones no gubernamentales; véase ONG organizaciones populares, 28, 251 OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), 158, 180, 193, 194 pacto social, 256 (Pueblo contra el Gangsterismo y las Drogas), 286, 287, 300 papel de cortesana, 45, 46, 267, 280285, 287-291, 317 parques transfronterizos y áreas de recursos, 198-200, 212, 215 Perot, Ross, 189, 284 perspectivas temporales y espaciales, 247

PAGAD

365 Plan Popular para el Siglo XXI; véase PP21 pluralistas, 148, 240, 280 pobreza, 34, 43, 108-127 Polanyi, Karl: aplicado a México y el TLCAN, 190; conceptos de enraizamiento, desenraizamiento y reenraizamiento, 86, 112, 126-127, 263, 290 (véase también reenraizamiento); conceptos de mercado y no mercado, 289-290; interpretación ecológica, 243; liberalismo y planeación, 292; método histórico, 293; política de, 293294; utilidad del marco de, 22, 112, 293-295; y “doble movimiento”, 21-22, 81, 169-170, 225, 227, 267, 273, 293; y autoprotección, 22; y contramovimiento, 220, 232, 264-265; y crimen organizado, 268-272, 287; y expansión del mercado, 74, 81; y género, 112, 121; y la previsión de una globalización neoliberal, 126; y las respuestas a los mercados globales, 306-307; y mercado autorregulador, 21-22; y movimientos sociales, 243, 260, 285; y regionalismo, 85-86; y su interés por la libertad, 288-289 política social, 109-110, 122, 247, 260, 283, 317-318 posfordismo, 33, 39, 90-91 posglobalización, 85-86, 316 posmodernidad, 19; véase también modernidad PP21 (Plan Popular para el Siglo XXI), 176, 258-259 PRE (Programa Económico y de Rehabilitación), 119, 120, 136, 137 privatización: de la seguridad, 287; de las actividades del estado, 284; de procuración y defensa, 281; en el marco neoliberal, 23; en

366 Mozambique, 118-120; y ajuste estructural, 165, 173;; y crimen organizado, 278-279; y género, 121; y regionalismo neoliberal, 155; véase también neoliberalismo producción: costos, 94; de pobreza, 109; e identidad, 90-91; estructura cambiante, 130; fordista y posfordista, 33, 36; globalizada, 44; jerarquía de, 68n; redes y cultura de, 167; regional, 166; relaciones sociales de, 75, 94, 114-116, 125; reorganización espacial de la, 34, 36-37, 56, 61, 110, 296; transnacional, 23, 209212; y Braudel, 23; y sociedad civil, 167-168 Programa Económico y de Rehabilitación; véase PRE programas de ajuste estructural: como vínculo con la división global del trabajo y el poder, 39; en Mozambique, 117-120, 138; impacto ambiental, 245-246; y análisis transregional, 111; y democracia, 49, 149; y neoliberalismo, 112, 113; y pérdida de control nacional, 183-184; y poder disciplinario del mercado, 271; y socialización global, 312; y sociedad civil, 254-255 protección social, 33, 215, 225-226 Pueblo contra el Gangsterismo y las Drogas; véase PAGAD Rawls, John, 320 raza y etnicidad: como divisiones del trabajo, 82; e identidad, 42, 72-73, 103; en Europa, 106; y ambiente, 252; y desestabilización, 309; y discriminación en Sudáfrica, 240241; y producción, 171; y regionalismo, 174-175; véase también ciudadanía; cultura; migración

ÍNDICE ANALÍTICO

Reagan, Ronald, 187 redes: “capitalismo en”, 238; como infraestructura integrada, 212; como lugar de resistencia, 238; crecimiento de las, 25; culturales y sociales, 75-82, 95-96, 156, 167170, 209, 276 (véase también tríadas); de información globales, 275-276; de negocios, 167; de ONG , 250-251; definición, 25-26; economía de, 209; para el tráfico de personas, 74; para reclutar mercenarios, 281; subregionales, 209; transfronterizas, 200, 205209, 219-220 reenraizamiento: búsqueda de la fórmula del, 244-245; en la sociedad global, 86, 107; estrategias, 294, 297; y género, 125; y globalización democrática, 290; y grupos delictuosos transnacionales; y pobreza, 127; véase también Polanyi, Karl regionalismo: autocéntrico, 154155; centralista de Estados Unidos, 193; como vía a la movilidad en la división global del trabajo y el poder, 46; de integración para el desarrollo, 160, 175; definición, 154; degenerativo, 165; dimensión cultural, 193; en África occidental, 95-96; en Asia, 168, 190; “gansos en vuelo”, modo de, 68-69; global, 85-86; hegemónico, 188, 194; macrorregiones, 17, 23-24, 101-102, 154, 155, 157, 164, 170, 172, 175, 176, 197; microrregiones, 17, 24-25, 154, 167, 174, 210; neoliberal, 155, 172; nuevo, 22, 154-157, 297; procesos regionales, 41-42; subregiones, 24, 154, 155, 167, 198-216; transformativo, 49, 175177; y divisiones del trabajo, 65-

ÍNDICE ANALÍTICO

66, 96; y marginación, 85; y producción, 167-168 relaciones de poder, 153, 172-173, 198, 271; concepto de, 83-84; en la obra de Foucault, 83-84; en los mercados, 294; estructurales, 322-323; globales, 87; hegemónicas, 296 religiones, 35, 42, 47, 103, 251; véase también cultura; islamismo Relly, Gavin W.H., 220 remesas, 26, 42-43, 71, 74, 78, 80, 92, 105, 123, 132, 306; véase también migración República Popular de China; véase China República Popular Democrática de Corea; véase RPDC rerregulación, 316, 317 residuos tóxicos, 27, 252, 261, 275276 resistencia: colectiva, 263; como contrahegemonía, 221-225; como contramovimiento, 225-227; como infrapolítica, 227-231; organizada y declarada frente a resistencia latente y tácita, 21, 233; política de, 16, 21-22, 51, 83-84; remesas en el mercado negro como, 42-43; significado, 219236; y cultura, 46-47; y regionalismo transformativo, 175-176 Ricardo, David, 57-59, 82, 244 Robertson, Roland, 19 Rosenau, James N., 108, 272 RPDC (República Popular Democrática de Corea), 207-208 Sachs, Jeffrey, 304 SADC (Comunidad para el Desarrollo de África Meridional): desequilibrio en la, 160-161, 173; en comparación con el modelo de regionalismo eurocéntrico, 66,

367 158-159; limitaciones a la, 160161, 253-254, 171-172, 211-212; Mozambique en la, 131, 141, 144; y proyectos económicos transfronterizos, 210-211 Sakamoto, Yoshikazu, 271 Salinas de Gortari, Carlos, 189 Saro-Wiwa, Ken, 309 Scott, James C.: e “infrapolítica” como forma de resistencia cotidiana, 227-228, 232, 241-242; e interacciones entre estructura y actuación, 229; marco de investigación planteado por, 220, 263; y “discursos públicos y ocultos”, 228; y clase, 230; y narrativas ontológicas, 228-229; véase también resistencia Schengen, acuerdos, 102, 284 SEATO (Organización del Tratado del Sudeste Asiático), 156, 181 sha’b, 227 sida, 74, 81, 93, 288 SIJORI (Triángulo de Crecimiento de Singapur-Johor-Riau), 207 sindicatos: alianza de, 261; como perdedores en la globalización, 16, 306-307; debilitamiento, 91; derechos sindicales, 211; e identidades, 72; en Sudáfrica, 177, 258; poder sindical, 36; primeros sindicatos, 268; y movimiento ecologista, 250 “síndrome Dubai”, 98 síndrome: y alternativas, 316; definición, 16; de procesos y actividades, 316-317 Singapur: Barings Bank en, 183; en la división regional del trabajo en Asia, 81; en la producción regional, 173; flujos de IED hacia, 38; índice de competitividad de, 63; intervención estatal en la economía, 66; y África, 144; y

368 dinamismo económico guiado externamente frente al dinamismo económico guiado internamente, 168-169; y formación “gansos en vuelo”, 68n; y la dinámica racial y étnica, 174-175; y la división transnacional china del trabajo, 77-79; y mano de obra migratoria, 81, 170; y procesos subregionales, 168, 198, 207, 215; y resistencia ecológica, 248; y sociedad civil, 294 sistema poswestfaliano, 162-163, 213- 214 sistema westfaliano, 154, 162, 282, 303, 310, 322 Smith, Adam, 57-59, 82, 243, 301; véase también división internacional del trabajo soberanía: cesión de, 184; declive de la soberanía económica, 186; desafíos a la, 44-45, 303; violaciones a la, 55, 297; y Bretton Woods, 271-272; y contraglobalización, 319; y criminalidad, 282; y las repúblicas de la CEI , 166; y migración, 100, 106; y Mozambique, 140; y propuestas de una reforma financiera internacional, 318-319; y TLCAN , 319 socialización y desocialización global, 312-314 sociedad civil: ascenso en, 257; caída y descomposición, 288-289, 309-310;como actor clave en la división global del trabajo y el poder, 25-26; como fila de masas desoídas, 251; como la entendía Adam Smith, 57-58; como vector en la resistencia ecologista, 250; concepto, 50-51; corrupción, 51, 267, 285-289, 291, 294; desde una perspectiva realista, 69; diversidad, 264-265, 288; e ideolo-

ÍNDICE ANALÍTICO

gía neoliberal, 294; en la teoría de la ventaja comparativa de Ricardo, 58-59; en Mozambique, 138-139; engrosamiento, 250; global, 285-286; instituciones, 221; no democrática, 290; opiniones de Gramsci sobre, 224; problemas con, 294; recomposición, 286, 311-312; regional, 156, 161, 177; transnacional, 48; y AMI , 300; y clase, 252-253; y cultura, 156; y su relación con las estructuras globales evolutivas, 43 “solidaridad sin fronteras”, 71-72, 235 Soros, George, 272, 307 Stopford, John, 32 Strange, Susan, 32, 270 Sudáfrica: como excepción de los patrones en África, 144, 160161; crimen organizado en, 282283, 287; sindicatos en, 91; sociedad civil en, 249, 297-298, 309-310; y ambiente, 240-241, 255, 257, 258, 261; y declive del apartheid, 219-220; y FMI , 308; y hegemonía, 308; y las áreas de recursos transfronterizas, 212; y migración, 88, 99, 131, 138, 147, 170-171; y Mozambique, 118, 132, 134-139, 141-142, 147, 171; y SADC , 158-161, 173 Suharto (presidente de Indonesia), 318 Sur, definición, 31n tecnología: avances de la, 34, 36, 290, 300-301, 312; cambios en la, 87; computarizada, 278-279; de la información, 34; de vanguardia, 174; desarrollo de la, 277, 309; e innovación de la, 33, 35-36, 41, 91, 185, 224-225, 274, 296, 301; en los análisis de Gid-

ÍNDICE ANALÍTICO

dens y Robertson, 19; flujos de, 91; hitos de la, 40; nueva, 35, 145, 167, 204; ventaja tecnológica, 84, 169; y capacidad de la, 149; y conocimiento, 149, 256; y fronteras, 43-44, 50 “tercera Italia”, 84 territorios ancestrales, 27, 246, 292 Thatcher, Margaret, 292, 316 Thompson, Grahame, 37-38, 39, 302 Thor Chemicals, 261 TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte): como macrorregión, 23-24, 198, 310-311; y AMI , 300; y hegemonía regional, 172, 302-303; y la política estadunidense, 179, 183, 186190, 284-285; y movilidad de mano de obra y capital, 170; y oposición de los movimientos de derecha, 284, 319 Tratado de Libre Comercio de América del Norte; véase TLCAN tríadas (redes delictuosas chinas), 273, 275, 276, 279 Triángulo de Crecimiento del Sur de China, 207; véase también Zona Económica de la Gran China Triángulo Dorado, 274, 275 triángulos y polígonos de crecimiento, 17, 69, 198-199, 206, 209, 212, 215, 297 UE (Unión Europea): aplicación de la

ley en, 98; como ejemplo del nuevo regionalismo, 199; como macrorregión, 23, 198, 310-311; como prototipo del nuevo regionalismo, 155; con respecto a la soberanía del estado, 184-185; e inmigración, 102-105; en relación con África y Asia, 158-159,

369 193, 213; formación, 158; y fronteras estatales, 284; y hegemonía regional, 302; y la política estadunidense, 186; y multiculturalismo, 170; y Sudáfrica, 262 Unión Europea; véase UE Vietnam, 100, 174, 205, 208, 248, 294 Weber, Max, 59-61, 202, 280 WEF (Foro Económico Mundial), 63, 195, 305 Zidane, Zinedine, 104 Zimbabwe: en las áreas de recursos transfronterizas, 212; poder del estado, 309-310; política social, 122; sociedad civil, 249-250, 308; y el MNRM, 134; y Mozambique en la división global del trabajo y el poder, 131-132; y resistencia ecologista, 246, 252, 255, 256-257; y SADC, 141, 160-161; y zonas procesadoras de exportaciones, 211 Zona Económica de la Gran China; 68, 155, 207; véase también China zonas económicas especiales, 90, 207, 210 zonas procesadoras de exportaciones: casos prácticos, 111-112; como proyecto microrregional, 17, 191, 310-311; debate sobre, 211-212; dentro de los triángulos o polígonos de crecimiento, 213; en África meridional, 211; en China, 24-25, 155, 174-175, 210; historia, 210; mujeres trabajadoras en las, 97; proliferación, 6667; y mano de obra femenina en las Filipinas, 122-125; y políticas de identidad, 223-224; y subregionalismo, 215

ÍNDICE

9

PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS

EL SÍNDROME DE LA GLOBALIZACIÓN INTRODUCCIÓN

15

1.

31

LA DINÁMICA DE LA GLOBALIZACIÓN

PRIMERA PARTE LA DIVISIÓN GLOBAL DEL TRABAJO Y EL PODER 2.

LA DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO : SU REFORMULACIÓN

55

3.

GLOBALIZACIÓN Y MIGRACIÓN

87

4.

POBREZA GLOBAL Y GÉNERO ,

TAMBE

108

5.

MARGINACIÓN : LA APERTURA DEL MERCADO EN MOZAMBIQUE

128

en coautoría con ASHWINI

SEGUNDA PARTE REGIONALISMO Y GLOBALIZACIÓN 6.

EL “ NUEVO REGIONALISMO ”

153

7.

HEGEMONÍA GLOBAL Y REGIONALISMO ,

8.

RESPUESTAS SUBREGIONALES A LA GLOBALIZACIÓN

en coautoría con RICHARD

FALK

178 198

TERCERA PARTE RESISTENCIA A LA GLOBALIZACIÓN 9.

EL CONCEPTO DE RESISTENCIA A LA GLOBALIZACIÓN ,

con

CHRISTIE B. N . CHIN

en coautoría 219

[371]

372

ÍNDICE

10.

LAS POLÍTICAS AMBIENTALES DE RESISTENCIA

11.

EL CRIMEN ORGANIZADO GLOBAL ,

con 12.

237

en coautoría

ROBERT JOHNSTON

CONCLUSIÓN : ELEMENTOS Y DESCONTENTOS

266 292

APÉNDICE

325

LISTA DE SIGLAS

327

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

329

INDICE ANALÍTICO

355

tipografía: delegraf, s.a. de c.v. impreso en publimex, s.a. calzada san lorenzo # 279-32 col. estrella iztapalapa dos mil ejemplares y sobrantes 14 de junio de 2002