El Papel de La Escuela en El Desarrollo Del Adolescente Javier Onrubia

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El papel de la escuela en el desarrollo del adolescente Javier Onrubia * No parece difícil que el lector comparta la afirmación de que la adolescencia constituye una etapa de notables cambios en el desarrollo psicológico de las personas, que afectan a los distintos ámbitos del comportamiento de las mismas y que marcan de manera decisiva su incorporación a la vida y al mundo del los adultos. Tampoco parece difícil que esté de acuerdo en que la escuela constituye uno de los escenarios en que los adolescentes de nuestra sociedad ocupan buena parte de su tiempo, sea directamente –a través de la realización de tareas más o menos relacionadas con la actividad escolar –. La relación entre ambas cuestiones, sin embargo, tal vez no sea valorada con la misma unanimidad por todos los que acerquen a estas líneas: ¿influye la escuela en alguna medida en los cambios por los que atraviesan los adolescentes que asisten a ella?, ¿constituye la escuela un motor de esos cambios, o es más bien un mero testigo –cuando no un sufrido receptor – de los mismos?; ¿es la escuela un “campo de juego” básico del desarrollo adolescente o éste se produce fundamentalmente en otros espacios –los amigos, las primeras relaciones de pareja, la televisión, la familia,... –ante los que la escuela tiene escasa indecencia?; suponiendo que efectivamente tuviese una posibilidad de incidencia, ¿es tarea de la escuela ocuparse de apoyar el desarrollo global de los adolescentes o, por el contrario, ello queda fuera de su responsabilidad y debe ser abordado desde otras instancias –las familias, la comunidad, etc.–? Con toda probabilidad, la posición ante estas preguntas suscitará discrepancia, cuando no polémica, entre distintas opiniones y perspectivas. Asumiendo de entrada el carácter complejo de este tipo de preguntas, y la imposibilidad de responderlas de manera tajante y dogmática, el presente capítulo propone algunos elementos de reflexión y tomas de postura al respecto, apoyados en una cierta manera de entender el desarrollo psicológico de las personas en general y el desarrollo psicológico de los adolescentes en particular. Muy esquemáticamente, esos elementos de reflexión y tomas de postura se ordenan en torno a cinco tesis básicas, cada una de las cuales desarrollaremos en cada uno de los apartados que forman el capítulo. De acuerdo con la primera de esta tesis, la adolescencia puede caracterizarse, en su conjunto, como una etapa de transición hacia las formas de comportamiento personal y social propias de la vida adulta, en la cual aparece implicado el dominio de una amplia gama de nuevas potencialidades comportamentales de interpretación de la realidad personal, física y social, así como de actuación sobre esa realidad. De acuerdo con la segunda, esa transición tiene, como una de sus notas definitorias, la de ser social y culturalmente medida, tanto desde el punto de vista interpersonal *

En: Martí, E. y Onrubia, J. (1997), Psicología del desarrollo: El mundo del Adolescente. Barcelona: Horsori, pp. 15-33.

como desde el punto de vista contextual; dicho en otros términos, las relaciones e interacciones entre el adolescente y las personas que le rodean, así como las características de los distintos contextos en que participa, influyen de manera fundamental en la actualización de las nuevas potencialidades de comportamiento que ofrece la etapa, y en la manera en que se concreta la transición adolescente hacia la vida adulta. Desde esta perspectiva, –y ésta es la tercera de nuestras tesis básicas – la escuela, como uno de los contextos en que los adolescentes participan de manera habitual, y por sus especiales características, puede jugar un papel relevante en esa actualización de capacidades y, en general, en el conjunto de transición adolescente. El análisis de los Objetivos Generales que presiden la nueva etapa de Educación Secundaria Obligatoria confirma ese papel, al mostrar la diversidad e importancia de las capacidades implicadas en la transición adolescente cuyo desarrollo se vincula, en mayor o menor medida, al aprendizaje escolar; ello no sitúa en la cuarta de nuestra tesis, que no es otra que la afirmación de la importancia de dicha etapa como espacio educativo en que debe concretarse para los diversos alumnos el apoyo de la escuela a la transición adolescente en sus distintos ámbitos. Por último –la quinta de nuestra tesis entendemos que la posibilidad de llevar a cabo efectivamente ese apoyo desde la institución escolar planteamos retos importantes a la propia escuela; retos que demandan, a su vez, ciertos cambios y prioridades de acción en la práctica habitual para poder afrontarse con éxito. La transición adolescente Desde los inicios de la segunda década de vida, los niños experimentan un amplio conjunto de cambios corporales que los transforman, desde el punto de vista biológico, en individuos adultos con capacidad para la reproducción. El acceso a esta capacidad biológica, sin embargo, no se asocia automáticamente, en grupos humanos, al acceso al estatus psicológico y social de la persona adulta. Ello tiene que ver, en buena mediad, con el carácter cultural que, de manera peculiar con respecto a otras especies, presenta el desarrollo y el comportamiento de los individuos de la especie humana: la continuidad de la especia implica, en nuestro caso, la transmisión de padres a hijos no solamente de una cierta herencia genética, biológicamente regulada, sino también de una cierta “herencia cultural”, relativa a los modos de vida y relación con el entorno elaborados y acumulados históricamente por un grupo humano y organizados bajo un determinado formato cultural. Por esta razón, el acceso al estatus adulto implica la necesidad de adquirir un amplio conjunto de capacidades y formas de comportamiento, vinculadas en buena medida a la posibilidad de hacerse cargo de la tarea de transmitir a los propios descendientes, a lo largo del tiempo necesario para ello, esa herencia cultural –por ejemplo, capacidades relativas al propio cuidado y mantenimiento económico y material, a la independencia emocional de los padres y otros adultos y al establecimiento de relaciones interpersonales más elaboradas con los iguales de ambos sexos, al aprendizaje de roles adultos masculinos y femeninos, o a la adquisición de sistemas

de valores que puedan guiar y regular el propio comportamiento – (Cole y Cole, 1993). En algunos grupos humanos, la distancia entre el momento de acceso a la madurez sexual y del acceso a la condición adulta es pequeña. En estos grupos – habitualmente sociedades de nivel tecnológico relativamente bajo y en que la maduración biológica de da de manera relativamente tardía en relación a nuestros patrones –, la posibilidad de reproducción sexual se da en un momento en que los jóvenes dominan las capacidades necesarias para, por ejemplo, obtener alimento, atender sus propias necesidades materiales y cuidar a los niños pequeños. En otros grupos humanos, sin embargo, entre los que se cuentan las sociedades industrializadas como la nuestra, la adquisición y dominio de las capacidades y formas de comportamiento que con que confiere el estatus adulto se produce de manera significativamente retarda en el tiempo con respecto al acceso a la posibilidad biológica de reproducción. Este dilatado periodo de tiempo –que típicamente es en estas sociedades de al menos seis o siete años, y que puede prolongarse más allá de los nueve o diez – en que el individuo es adulto biológico pero no socialmente, y en que tiene que enfrenarse a una amplia y compleja gama de tareas evolutivas necesarias para ocupar su lugar como miembro adulto y de pleno derecho del grupo social, es lo que denominamos habitualmente “adolescencia”, atribuyéndole un carácter específico como periodo peculiar en el proceso evolutivo de las personas. La adolescencia es, por lo tanto, un proceso esencialmente psicológico y social, que se produce en algunos grupos humanos –como el nuestro – y que supone la transición progresiva del sujeto humano desde el estatus infantil al estatus adulto; un proceso que se relaciona íntimamente, pero que a la vez debe distinguirse claramente, de lo que denominamos “pubertad”, es decir, del proceso de cambios físicos que desemboca en la maduración de los órganos sexuales y la capacidad biológica de reproducción 1 . La apertura de muchas y muy variadas potencialidades en los distintos ámbitos del desarrollo psicológico, que posibilitan el acceso progresivo al pleno ejercicio de la autonomía personal y social en el marco del grupo es, desde esta perspectiva, el rasgo definitorios básico de la adolescencia como periodo diferenciado del desarrollo psicológico de las personas. Y la tarea evolutiva global a la que se enfrentan los adolescentes es, en último término, la de dominar el amplio y complejo conjunto de recursos e instrumentos psicológicos que abren la puerta a las formas de comprensión y de actuación autónoma en relación a uno mismo y al entorno físico, personal y social que, en el grupo de que se trate, se consideran distintivas y asociadas típicamente a los miembros adultos y de pleno derecho de ese grupo. 1

El capítulo II del presente libro se dedica a la presentación de los cambios físicos constructivos de la pubertad y al análisis de las relaciones entre esos cambios y determinados aspectos del desarrollo psicológico del adolescente. Las relaciones entre cambios físicos y psicológicos en el adolescente se discuten también en distintos momentos a lo largo del conjunto de capítulos del libro, especialmente en relación a cuestiones como la identidad personal, las nuevas formas de relación interpersonal o el acceso a comportamientos de transición a la vida en ámbitos como el de las relaciones sexuales (ver caps. IV y V).

Algunas de esas potencialidades y recursos psicológicos que conforman la transición adolescente se recogen, a modo de esquema introductorio, en la Tabla 1. La presentación detallada de los mismos, así como la discusión particularizada sobre los distintos factores implicados en su proceso de construcción, excede en mucho los objetivos que hemos trazado para el presente capítulo, y se lleva a cabo en los capítulos que siguen, a los que remitimos. Tabla 1. Algunas de las potencialidades, instrumentos y recursos psicológicos abiertos por la transición adolescente.



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Posibilidad de acceder a formas de pensamiento más potentes y descontextualizadas para el análisis y comprensión de la realidad (“pensamiento formal”): • capacidad de operar mentalmente no sólo con lo que es o se considera real sino también con lo hipotético o lo posible. • control de variables • pensamiento hipotético-deductivo • capacidad de operar mentalmente con enunciados formales de manera independiente de su contenido concreto Posibilidad de acceder de una manera mucho más plena y completa a la representación y análisis del mundo ofrecidos por el conocimiento científico. Posibilidad de mejora en las capacidades “metacognitivas”; potencialidad creciente para planificar, regular y optimizar de manera autónoma sus propios procesos de aprendizaje. Posibilidad de revisar y reconstruir la propia identidad personal: • revisión de la imagen del propio cuerpo • revisión del autoconcepto y la autoestima • revisión del nivel de aspiración Posibilidad de acceder a nuevas formas de relación interpersonal y social: • redefinición de la relación con el núcleo familiar • ampliación y profundización del intercambio con los iguales • inicio de las relaciones de pareja • extensión del espacio global de relación e intercambio social Posibilidad de acceder a niveles más elevados de juicio y razonamiento moral, estableciendo una moralidad autónoma; posibilidad de apoyar el propio juicio moral en principios más o menos universales susceptibles de inspirar y regular de manera global el propio comportamiento Posibilidad de elaborar, establecer e implicarse en proyectos y planes de futuro personal y/o socialmente valorados, asumiendo determinadas actitudes, valores, ideologías, comportamientos morales y formas de vida. Posibilidad de experimentar determinados comportamientos característicos y típicos de la vida adulta (conducta sexual, elección y desempeño de un determinado rol laboral y profesional).

Vale la pena en este momento, con todo, remarcar dos cuestiones al respecto de las potencialidades apuntadas. La primera es que dichas potencialidades afectan a los distintos ámbitos del desarrollo y el comportamiento de los adolescentes: desde

el ámbito de las capacidades e instrumentos cognitivos implicados en el análisis y comprensión de la realidad y la actuación y resolución de problemas en situaciones y sobre contenidos diversos (ver capítulo III), al de las capacidades e instrumentos emocionales y afectivos implicados en la revisión y reconstrucción de la propia identidad tanto personal como social (ver capítulo IV), o al de las capacidades para concretar y estructurar de manera progresiva el propio proyecto vital, en un proceso continuo de toma de decisiones y de reestructuración de las relaciones con otras personas (ver capítulo V). La transición adolescente es, por lo tanto, en este sentido, una transición global, que afecta al conjunto de la vida psicológica y social de quienes la atraviesan. La segunda cuestión a remarcar es la constante influencia e interrelación mutua que, en el desarrollo real de los adolescentes, presenta las diversas capacidades implicadas en esa transición y los distintos ámbitos en que las hemos agrupado. Por poner sólo un par de ejemplos, la posibilidad de acceder a niveles más elevados de juicio y razonamiento moral por parte del adolescente estará sin duda, profundamente influida tanto por el grado en que se actualicen sus nuevas potencialidades de pensamiento como por la cantidad y calidad de las experiencias de relación e intercambio interpersonal y grupal con sus iguales que puede tener, y a su vez influirá en ambos aspectos; del mismo modo, la posibilidad de elaborar, establecer e implicarse en proyectos de futuro dependerá de, y a su vez incluirá en, el proceso de revisión y reelaboración de la propia identidad o la posibilidad de experimentar determinados comportamientos de transición en ámbitos como las relaciones de pareja o la inserción laboral y profesional. La caracterización del adolescente que estamos poniendo, como periodo de transición a la vida adulta en que se abre un amplio conjunto de nuevas posibilidades evolutivas que los adolescentes deben tratar de dominar, implica una aproximación a esta etapa que cuestiona, en buena medida, algunos de los tópicos que, desde un cierto sentido común y también desde determinadas perspectivas psicológicas cuestionadas o superadas por la investigación más reciente, se utilizan o se ha utilizado a menudo para dar cuenta del comportamiento de los adolescentes. Así, por ejemplo, la insistencia en las nuevas potencialidades evolutivas que se abren a lo largo de la etapa conlleva una visión esencialmente “en positivo” de la misma, que resulta difícilmente compatible con la caracterización “en negativo” –más bien centrada en las carencias o las dificultades que presentan los adolescentes en determinados momentos y ámbitos de comportamiento – que a menudo se hace, consciente o inconscientemente, de esta etapa. De forma similar, la consideración de la adolescencia como periodo de transición necesaria hacia formas más potentes y autónomas de comportamiento –de transición “normativa”, por decirlo en los términos de algunos autores –, resitúa y resignifica el carácter supuestamente conflictivo, de “tormenta y drama”, que muy a menudo se considera como el rasgo más definitorio o característico de los adolescentes. Desde la perspectiva que estamos planeando, lo que caracteriza al adolescente es el hecho de estar tratando de elaborar su proyecto de vida y su identidad como individuo adulto. Lo definitorio de la adolescencia es, desde este

punto de vista, más su carácter de “proyecto” –de paso hacia una nueva definición personal y socia l– que su supuesto carácter intrínsecamente conflictivo. En el intento de elaborar y llevar adelante ese proyecto, los nuevos retos a que se enfrenta el adolescente y el nuevo estatus al que debe acceder implican, sin duda, una revisión de su manera de comprender y analizarse a sí mismo, a los demás y a su entorno, y de relacionarse con ellos. El grado en el que ese proceso resulte más o menos conflictivo dependerá, muy probablemente, tanto de las condiciones y recursos personales con que cada adolescente afronta la transición como del apoyo que reciba para realizarla. Ello nos lleva directamente a la segunda de las tesis que anunciábamos al presentar el capítulo, que se configura así como el complemento necesario de la manera de caracterizar la adolescencia como periodo evolutivo que estamos presentando: la importancia del apoyo interpersonal y contextual en la actualización de las nuevas potencialidades de comportamiento que se abren en la adolescencia y en la manera en que se concrete la transición adolescente hacia la vida adulta. Construcción personal y mediación social en la transición adolescente La manera en que los adolescentes afrontan y resuelven la transición a la vida adulta es enormemente diversa. Contrariamente, de nuevo, a lo que en ocasiones postula un cierto sentido común, y también a lo que en ocasiones han postulado determinadas teorías o modelos psicológicos, los procesos de cambio en la adolescencia no presentan un carácter siempre idéntico ni se manifiestan siempre en los mismos comportamientos, sino que muestran notables diferencias entre unos adolescentes y otros –sin que ello quiera decir, obviamente, que no existan puntos de contacto y elementos comunes entre ellos, derivados del carácter mismo de la tarea evolutiva que supone la adolescencia tal y como la hemos caracterizado –. En nuestra aproximación, esas diferencias se vinculan, al menos, a dos grandes tipos de factores: por un lado, los recursos de partida con que cada adolescente afronta la transición; por otro, las formas de relación e interacción entre el adolescente en desarrollo y las personas que le rodean en el marco de los contextos particulares en que el adolescente participe, y el grado en que esas formas y esos contextos apoyen la resolución de las tareas evolutivas que la transición adolescente plantea. La importancia de los recursos de partida con que cada adolescente afronta la transición en el desarrollo y resolución de la misma, es una llamada de atención sobre el carácter no sólo discontinuo, de novedad en cuanto a las demandas recibidas y los retos evolutivos a resolver, sino también continuo, de abordaje de esas demandas y retos desde una historia evolutiva anterior y con un determinado bagaje de experiencias y formas de relacionarse con el mundo, que es posible atribuir a la adolescencia (Palacios, 1990). Desde esta perspectiva, los adolescentes deben dominar capacidades cualitativamente nuevas y diferenciadas con respecto a las que les permitían un acuerdo funcionamiento psicológico durante la infancia, pero esas capacidades no se insertan en el vacío ni aparecen de la nada, sino que se desarrollan a partir de las anteriormente existentes, eventualmente transformándolas y reorganizándolas. Así, y por poner un ejemplo, la revisión de la propia identidad

típica de la adolescencia no se realizará de la misma manera desde una auto imagen previa relativamente ajustada y positiva, asociada a una razonable seguridad y confianza en las propias posibilidades, asociada a una razonable seguridad y confianza en las propias posibilidades, que desde una auto imagen negativa, con un fuerte sentimiento de indefensión ante las nuevas demandas del entorno y una muy baja expectativa de competencia ante los problemas y situaciones cotidianas. Del mismo modo, y por poner otro ejemplo, la redefinición de las relaciones emocionales con los padres y del propio lugar en la estructura familiar tampoco se harán igual cuando las experiencias anteriores han permitido aprender a actuar con relativa independencia, autonomía e iniciativa, que cuando ese aprendizaje no se ha llevado a cabo más que en un mínimo grado. De ahí el carácter de construcción, y de construcción personal, que tiene, desde nuestro punto de vista, la transición adolescente. Construcción, porque las nuevas tareas evolutivas que el adolescente debe afrontar se abordan desde una historia previa y un conjunto de recursos ya existentes que delimitan cómo se experimentan esas nuevas tareas, cómo tratan de resolverse, cómo se reacciona al mejor o peor resultado de esos intentos de solución y cómo, en definitiva, se sale del reto planteado por esas tareas. Y construcción personal, porque esa historia previa y esos recursos no son nunca idénticos entre unos adolescentes y otros, y porque el proceso de transformación de las capacidades previas así realizado va a presentar un carácter único en cada caso, que es importante no perder de vista si no se quiere caer en una aproximación tópica y meramente externa a la forma en cada adolescente va llevando a cabo su particular transición. Las capacidades y recursos previos, con todo, informan y condicionan, pero no determinan por completo, la transición adolescente. En último término, esas capacidades se ponen en juego siempre en el marco de determinadas interacciones y formas de relación entre el adolescente y su entorno, y muy particularmente entre el adolescente y las otras personas que forman parte de ese entorno. El grado y la forma en que se actualicen efectivamente las potencialidades comportamentales que se abren en la adolescencia va a venir, por tanto, en último término, mediado por la interacción social, por la relación con otras personas; una interacción que es necesario contemplar, en nuestro planteamiento, al menos a un doble nivel: el de las relaciones interpersonales, directas, cara-a-cara, del adolescente tanto con los adultos como con sus compañeros de edad, y el de los distintos contextos –las distintas formas organizadas de actividad, con sus roles y formas asociadas de vinculación con otros – en que los adolescentes puedan participar y que sirvan de marco a las relaciones interpersonales directas a que acabamos de hacer referencia. Unas normas de relación interpersonal adecuadas, que apoyen al adolescente en su recorrido de transición, planteándole retos que puedan afrontar con la ayuda necesaria y ofreciéndole el apoyo emocional y los instrumentos para resolverlos, pueden contribuir de una manera decisiva a un tránsito fluido y una salida positiva hacia la vida adulta, incluso en adolescentes con historias evolutivas y bagajes de competencia escasamente favorables. Algo parecido puede decirse de la participación por parte del adolescente en contextos variados y a la vez articulados y

coherentes entre sí, que le ofrezcan ayuda y orientación al tiempo que estimulen su autonomía, estableciendo puentes y relaciones de distinto tipo con las actividades de la vida adulta a que debe acceder y facilitando así el acceso a las capacidades implicadas. Inversamente, determinadas formas de relación o ciertos rasgos de los contextos en que los adolescentes llevan a cabo sus tareas evolutivas pueden dificultar notablemente esas tareas, incluso si se abordan desde condiciones personales favorables –pensemos en el carácter marcadamente contradictorio de las demandas que personas y/o contextos diferentes planten en ocasiones al adolescente, en las relaciones basadas en la exigencia rígida o en la falta de apoyo y orientación, o en la disociación que a menudo se produce entre distintas facetas de la vida del adolescente y los roles que debe asumir una de ellas –. Dos de los ejemplos mejor establecidos por la investigación de la importancia de la mediación social en la transición adolescente los encontramos en ámbitos tan distintos como el desarrollo de las capacidades intelectuales asociadas al pensamiento formal, por un lado, y en las capacidades de carácter social y afectivoemocional implicadas en la redefinición de las relaciones entre el adolescente y el núcleo familiar de origen, por otro. En el primer caso, la investigación ha mostrado de manera constante que el acceso al pensamiento formal no se produce de manera espontánea y automática en los adolescentes, sino que está afectado fuertemente por su conocimiento y experiencia previa en dominios específicos de contenido y tarea, así como por su implicación en determinados contextos y actividades, incluyendo ciertos contextos educativos (Carretero, 1985; Carretero y León, 1990). El desarrollo del pensamiento formal parece estar delimitando así, en buena parte, por aspectos como el nivel educativo y cultural, los dominios de especialización laboral y académico o la participación en ciertos tipos de actividades escolares (ver capítulo 3). En cuanto al segundo de los caso indicados, distintos resultados de investigación muestran la existencia de una relación consistente entre el acceso a nuevas formas y niveles de autonomía personal y los estilos de relación y disciplina empleados en el contexto familiar (Fierro, 1990). Así, la presencia de formas de relación basadas en la comunicación, al afecto y el fomento de la autonomía por parte de los padres hacia sus hijos se asocia con una transición por parte de éstos más suave y menos conflictivo, y con la disminución de su nivel de rechazo y rebeldía (ver capítulos 4 y 5). Los capítulos que siguen permitirán detallar y al tiempo extenderse este tipo de ejemplos. La escuela como contexto básico de apoyo a la transición adolescente Como y hemos insinuado en las últimas frases del apartado anterior, la consideración de la adolescencia como construcción socialmente medida que hemos propuesto, lleva aparejada la idea de que las prácticas educativas en que participan los adolescentes, dentro y fuera de la escuela, juegan un papel esencial en el desarrollo de éstos, e inciden de manera decisiva en la actualización de las potencialidades que se abren a lo largo de la transición adolescente. En efecto, las prácticas educativas no son sino formas particulares de interacción, diseñadas precisamente para facilitar a quienes participan en ellas el acceso a un amplio

conjunto de capacidades necesarias para su desarrollo personal y constituirse así en contextos privilegiados de desarrollo. Por ello, las prácticas educativas son parte fundamental de la medición social necesaria para apoyar y orientar el paso de los adolescentes a la vida adulta y su inserción como miembros plenos de la sociedad. Este papel de apoyo a la transición adolescente puede –y debe – ser jugado, a nuestro juicio, por los distintos tipos de prácticas educativas en que se ven implicados los adolescentes: las prácticas educativas familiares –recordemos el ejemplo de los estilos de relación y disciplina en la familia que hemos señalado –, la educación escolar, los programas de formación laboral y profesional, las prácticas educativas en el ámbito del tiempo libre o los procesos de influencia educativa eventualmente ejercidos por los grupos de iguales o los media. De distintas maneras y a distintos niveles, cada una de estas prácticas puede apoyar el proceso de adquisición de nuevas y más potentes formas de aprender, comprender y actuar sobre la realidad, de construcción de la propia identidad personal, de adopción de valores y proyectos de vida, etc.; en definitiva, el proceso por el que el adolescente puede avanzar hacia una conducción cada vez más autónoma y consciente de la propia vida. Lo que queremos resaltar en este momento es que, entre esas prácticas, la educación escolar puede –y debe –, por sus especiales características, ocupar un lugar particularmente relevante en el apoyo a la transición adolescente; puede –y debe – constituirse en uno de los contextos vertebradores de esa transición. Al menos tres argumentos –que remiten a otras tantas características peculiares de la escuela como contexto de aprendizaje y desarrollo en la adolescencia – sostienen, desde nuestro punto de vista, esta afirmación. El primero de estos argumentos tienen que ver con la diversidad de capacidades implicadas en la transición adolescente y el paso a la vida adulta que la escuela puede poner en juego, y a cuya actualización por parte de los adolescentes puede contribuir (Moreno, 1986). Un somero repaso a los distintos tipos de capacidades que recorríamos de la Tabla 1 como definitorias de las nuevas potencialidades que se abren en este periodo puede servirnos para verificar esta afirmación. Así, y en primer lugar, la contribución potencial de la escuela al acceso por parte de los adolescentes a nuevas formas de pensamiento más potentes y descontextualizadas, a la representación y el análisis del mundo ofrecidos por el conocimiento científico o a la mejora en la utilización de los propios recursos de aprendizaje y pensamiento no parece requerir mayor justificación. También parece clara la potencialidad de la escuela por lo que hace referencia a la posibilidad de establecer formas de relación interpersonal más apoyadas en la cooperación y la reciprocidad, accediendo con ello a nuevos niveles de razonamiento y también de comportamiento moral. De la misma manera, la escuela puede jugar un papel decisivo en la elaboración de al menos de algunos de los proyectos de futuro de los adolescentes, facilitando experiencias y conocimientos relevantes para la transición a la vida adulta en aspectos como el futuro académico y profesional, y proporcionando apoyo al respecto. Finalmente, y en buena parte en relación con todo lo anterior, resulta difícil negar que la escuela actúa como un contexto relevante en la revisión

por parte de los adolescentes de su autoconcepto y su identidad personal, de su autoestima, sus expectativas de futuro y su nivel de aspiración, y que constituye uno de los puntos de referencia desde los que los patrones de referencia y opiniones ofrecidos por “otros significativos” contribuyen a esa revisión. Obviamente, la escuela puede aprovechar y potenciar en mayor o menor medida su acción educadora en estos diferentes ámbitos, pero incluso cuando no la asume conscientemente como propia o no hace explícita su actuación al respecto está incidiendo en todos ellos. Por lo demás, y como veremos con más detalle en el próximo apartado, las finalidades educativas de la nueva etapa de Educación Secundaria Obligatoria asumen decididamente el objetivo de la formación integral de los alumnos, y apuestan claramente por la incorporación plena, consciente y en pie de igualdad de todos esos ámbitos a las actividades educativas escolares. El segundo de los argumentos que fundamenta nuestra afirmación de la importancia de la contribución de la escuela al desarrollo de los adolescentes tiene que ver con el papel de contexto intermedio –“transicional”, en el más puro sentido de la palabra –, que la escuela puede jugar en el camino hacia el dominio por parte de los alumnos que participan en ella de determinadas capacidades adultas. Entendemos que ello es así al menos en un doble sentido. Por un lado, en el sentido de que la escuela puede servir, en alguno ámbitos y a distintos niveles, de puente entre formas de actuación más propias de etapa infantil y aquéllas más distintivas del estatus adulto. Pensemos, por ejemplo, a este respecto, en cómo determinadas normas de regulación de la vida cotidiana en los institutos de enseñanza secundaria se sitúan de alguna forma entre las propias de los centros de educación infantil y primaria y las que rigen, por ejemplo, la actividad laboral adulta, sin identificarse completamente ni con unas ni con otras. En un segundo sentido, la escuela se configura como un contexto intermedio entre lo infantil y lo adulto en tanto que ofrece la posibilidad a sus alumnos de ensayar, de manera relativamente controlada y protegida, determinadas formas de comportamiento y habilidades implicadas en el ejercicio de estatus adulto. Los procesos de toma de decisiones a nivel académico que llevan a cabo los alumnos en el marco escolar son un buen ejemplo de esta posibilidad, en relación, en este caso, a las posteriores decisiones académicas y profesionales a que van a tener que enfrentarse ya afuera de dicho marco. En tercer lugar, la escuela presenta como característica distintiva frente a otros contextos la de planificar de manera explícita su acción educativa, lo que le permite tomar en consideración de forma expresa lo que los adolescentes traen de los otros diversos escenarios en que crecen y aprenden (Miras, 1991). Ello le otorga la posibilidad prácticamente única de jugar un cierto papel articulador, siquiera parcial, de las influencias de los distintos contextos en el desarrollo adolescente. Así, la escuela puede favorecer un proceso de “reconstrucción crítica” de determinadas informaciones e influencias que reciben los adolescentes por ejemplo desde los media –pensemos en el trabajo educativo que la escuela puede realizar en aspectos como la lectura de la imagen o el análisis de la publicidad o los medios auto visuales, por poner algunos ejemplos evidentes. Igualmente, puede ayudar al establecimiento de conexiones entre diferentes contextos relevantes para la transición adolescente – pensemos, en este caso, en los vínculos potenciales entre la escuela, la familia, el

mundo laboral y profesional o determinadas formas de participación e implicación en la vida social de la comunidad –. El establecimiento de este tipo de funciones de reconstrucción crítica o de conexión en relación a distintos contextos es, sin duda, complejo y requiere una notable apertura, una disposición en buena medida consciente a la toma en consideración de distintos aspectos de la vida de los adolescentes, un trabajo importante de análisis –y los instrumentos para llevarlo a cabo – y una planificación explícita y sistemática, además de una actuación relativamente prolongada. Pero, por ello mismo, la escuela se encuentra entre los pocos contextos capaces de llevarla a cabo, y dispone de una posición que cabe calificar de privilegiada al respecto. Los tres argumentos que acabamos muy brevemente de exponer justifican, en nuestra opinión, la afirmación de la especial relevancia de la escuela en la transición adolescente, y la potencialidad de sus contribuciones a la misma. A este respecto, no quisiéramos cerrar nuestros comentarios en esta apartado sin añadir que, a nuestro juicio, determinados rasgos y tendencias más o menos coyunturales que se aprecian en nuestro entorno social y cultural más inmediato en el momento actual no hacen sino reforzar de manera aún más marcada esa relevancia. En efecto, la importancia de la escuela en la transición adolescente se ve aumentada muy probablemente en estos momentos por falta de apoyos contextuales con que los adolescentes deben enfrentarse actualmente, en muchos casos, a la transición a la vida adulta, en particular por falta de contextos que parezcan capaces de vertebrar de una forma global esa transición. La pérdida de importancia o significado social de ciertos contextos tradicionales y ciertos ritmos o formas de pasaje a la vida adulta que podían ayudar a conformar tradicionalmente esa transición, los cambios constantes y la relativa situación de crisis de la institución familiar, las rápidas modificaciones en determinados aspectos del propio rol adulto en nuestra sociedad y la inestabilidad e indefinición de ese rol en algunos sentidos, el retraso cada vez mayor en el acceso a determinados aspectos esenciales del estatus adulto o la importancia que en la vida de los adolescentes toman ciertos contextos que brinda un apoyo muy periférico y escasamente sustantivo a la transición adolescente, se encuentran entre los rasgos y tendencias a que nos referiríamos que contribuyen a esa situación, reforzándola así, en la práctica, el rol de la escuela al respecto. Todo ello plantea, sin duda, retos importantes a la propia institución escolar, y exige muy probablemente algunos cambios de fondo en la misma. Aprendizaje escolar y desarrollo de capacidades para el acceso a la vida adulta en la educación secundaria obligatoria En la estructura de nuestro Sistema Educativo establecida por la LOGSE, la nueva etapa de Educación Secundaria Obligatoria se constituye como el espacio fundamental en que debe tomar cuerpo, con carácter general, el papel de la educación escolar como contexto de desarrollo de los adolescentes. Desde esta perspectiva, el fin último de la Educación Secundaria Obligatoria no es otro que el de apoyar educativamente el desarrollo por parte de los alumnos de un amplio conjunto de capacidades implicadas en la transición adolescente y el paso a la vida adulta,

contribuyendo así a la posibilidad de que accedan de manera progresiva al pleno ejercicio de la propia autonomía personal y social. Y es en el marco de esta finalidad global donde adquiere pleno sentido la definición de la Educación Secundaria Obligatoria como etapa comprensiva, obligatoria y de carácter terminal: si se trata de apoyar el tránsito de la vida adulta, de facilitar a los alumnos el aprendizaje de los elementos básicos de la cultura que necesitan para ello, de formarles para asumir sus deberes y ejercer sus derechos como ciudadanos, de prepararles para incorporación a la vida activa, ya sea de manera directa o por intermedio de niveles posteriores de formación, parece obvio que ello debe hacerse para todos los alumnos, asegurando en cada caso el mejor progreso posible, y teniendo conciencia de que para un importante núcleo de alumnos la etapa constituirá contacto con el tipo de prácticas educativas que proporciona la escolarización. Un breve repaso a los Objetivos Generales establecidos para la etapa de Educación Secundaria Obligatoria nos puede servir para apoyar, al tiempo que precisar, las ideas que acabamos de exponer. En efecto, esos objetivos se presentan como una concreción de la finalidad global de la etapa que hemos apuntado, especificando para ello aquellas capacidades que el trabajo educativo a lo largo de la etapa debe ayudar a desarrollar a los alumnos. Como sintetiza la Tabla 2, tales capacidades pueden ordenarse en torno a cinco grandes núcleos, cada uno de los cuales apunta a un ámbito de tareas evolutivas central para el paso del adolescente al estatus adulto; en su conjunto, las capacidades a que hacen referencia los distintos objetivos remiten de manera directa a la práctica totalidad de potencialidades a las que nos hemos referido en apartados anteriores como típicas de la transición adolescente 2 . Tabla 2. Núcleos prioritarios de capacidades implicados en los Objetivos Generales de la Educación Secundaria Obligatoria (en letra normal se recogen los objetivos más directamente implicados en cada núcleo, y en cursiva los que lo están de manera secundaria)

Revisión y reconstrucción de la propia identidad personal a) Formarse una imagen ajustada de la propia persona, de sus características y posibilidades, y desarrollar actividades de forma autónoma y equilibrada, valorando el esfuerzo y la superación de las dificultades. b) Conocer y comprender los aspectos básicos del funcionamiento del propio cuerpo, las consecuencias para la salud individual y colectiva de los actos y decisiones personales, la interrelación existente entre la salud, los comportamientos y las condiciones ambientales y valorar los beneficios que suponen los hábitos de ejercicio físico, la higiene, una alimentación equilibrada y, en general, de una vida sana. 2

La Tabla recoge los Objetivos Generales de la etapa de Educación Secundaria Obligatoria agrupados en función de los cinco grandes núcleos de capacidades que se presentan en el texto. Los Objetivos más directamente vinculados con cada núcleo se presentan en letra normal, mientras que aquellos que lo hacen de una manera parcial se presentan en cursiva. Dado cada Objetivo, hace habitualmente referencia a un conjunto relativamente amplio de capacidades; es posible que un mismo Objetivo aparezca vinculado a más de uno de los núcleos propuestos.

c) Conocer las creencias, actitudes y valores básicos de nuestra tradición y patrimonio cultural, valorarlos críticamente y elegir aquellas opciones que mejor favorezcan su desarrollo integral como persona. Utilización de formas de pensamiento más potentes y descontextualizadas, y acceso a una mayor capacidad para planificar, regular y evaluar la propia acción a) Obtener y seleccionar información utilizando las fuentes en que habitualmente se encuentra disponible, tratarla de forma autónoma y crítica, con una finalidad previamente establecida, y transmitirla a los demás de manera organizada e inteligible. b) Elaborar estrategias de identificación y resolución de problemas en los diversos campos de] conocimiento y la experiencia, mediante procedimientos intuitivos y de razonamiento lógico, contrastándolas y reflexionando sobre el proceso seguido. c) Comprender y producir mensajes orales y escritos con propiedad, autonomía y creatividad en castellano y, al menos, en una lengua extranjera, utilizándolos para comunicarse, organizar el pensamiento propio y reflexionar sobre los proceso implicados en el uso del lenguaje. Acceso de manera más plena y completa a la representación y análisis de la realidad física y social ofrecidos por el conocimiento científico a) Analizar los mecanismos y valores que rigen el funcionamiento de las sociedades, en especial los relativos a los derechos y deberes de los ciudadanos, y adoptar criterios y actitudes personales con respecto a ellos. b) Analizar los mecanismos básicos que rigen el funcionamiento del medio físico, valorar las repercusiones que sobre él tienen las actividades humanas y contribuir en la medida de lo posible a su defensa, conservación y mejora como elemento determinante de la calidad de vida. c) Conocer y valorar el desarrollo científico y tecnológico, sus aplicaciones e incidencia en el medio físico y social. d) Interpretar y producir con propiedad, autonomía y creatividad, mensajes que utilicen códigos artísticos, científicos y técnicos, con el fin de enriquecer sus posibilidades de comunicación y reflexionar sobre los procesos implicados en el uso del lenguaje. Acceso a formas y códigos más potentes, ricos y diversos de comunicación y expresión a) Comprender y producir mensajes orales y escritos con propiedad, autonomía y creatividad en castellano y, al menos, en una lengua extranjera, utilizándolos para comunicarse, organizar el pensamiento propio y reflexionar sobre los proceso implicados en el uso del lenguaje.

b) Interpretar y producir con propiedad, autonomía y creatividad, mensajes que utilicen códigos artísticos, científicos y técnicos, son el fin de enriquecer sus posibilidades de comunicación y reflexionar sobre los procesos implicados en el uso del lenguaje. Acceso a nuevas formas de regulación de las relaciones interpersonales y sociales, siguiendo principios de reciprocidad y cooperación, y con una mayor potencialidad para comprender y respetar puntos de vista y posiciones distintas a la propia a) Relacionarse con otras personas y participar en actividades de grupo con actitudes solidarias y tolerantes, superando inhibiciones y prejuicios, reconociendo y valorando críticamente las diferencias de tipo social y rechazando cualquier discriminación basada en diferencias de raza, sexo, clase social, creencias u otras características individuales y sociales. b) Conocer y apreciar el patrimonio cultural y contribuir activamente a su conservación y mejora, entender la diversidad lingüística como un derecho y un deber de los pueblos y de los individuos y desarrollar una actitud de interés y respeto hacia el ejercicio de ese derecho. c) Analizar los mecanismos y valores que rigen el funcionamiento de las sociedades, en especial los relativos a los derechos y deberes de los ciudadanos, y adoptar criterios y actitudes personales con respecto a ellos. Transición hacia mayores grados de autonomía social y personal, interesándose por elaborar planes e implicarse en proyectos de futuro personal y/o socialmente valorados a) Conocer las creencias, actitudes y valores básicos de nuestra tradición y patrimonio cultural, valorarlos críticamente y elegir aquellas opciones que mejor favorezcan su desarrollo integral como persona. b) Analizar los mecanismos y valores que rigen el funcionamiento de las sociedades, en especial los relativos a los derechos y deberes de los ciudadanos, y adoptar criterios y actitudes personales con respecto a ellos. c) Analizar los mecanismos básicos que rigen el funcionamiento del medio físico, valorar las repercusiones que sobre él tienen las actividades humanas y contribuir en la medida de lo posible a su defensa, conservación y mejora como elemento determinante de la calidad de vida. d) Conocer y apreciar el patrimonio cultural y contribuir activamente a su conservación y mejora, entender la diversidad lingüística como un derecho y un deber de los pueblos y de los individuos y desarrollar una actitud de interés y respeto hacia el ejercicio de ese derecho. e) Conocer y comprender los aspectos básicos del funcionamiento del propio cuerpo, las consecuencias para la salud individual y colectiva de los actos y decisiones personales, la interrelación existente entre la salud, los comportamientos y las condiciones ambientales y valorar los beneficios que

suponen los hábitos de ejercicio físico, la higiene, una alimentación equilibrada y, en general, de una vida sana. Así, por ejemplo, un primer núcleo de capacidades recogidas en los Objetivos Generales de la Educación Secundaria Obligatoria se relaciona con la utilización de formas de pensamiento más potentes y descontextualizadas, y el acceso a una mayor capacidad para planificar, regular y evaluar la propia acción y los propios procesos de aprendizaje. A este respecto, resulta particularmente significativa, desde la caracterización de la etapa que hemos planteado, la formulación claramente instrumental de los objetivos que remiten a estas capacidades, que sitúa los procesos de resolución de problemas en distintos campos de experiencia y conocimiento, así como los de obtención, tratamiento y comunicación de la información en situaciones habituales, como referentes básicos de la acción educativa en la etapa. La referencia al lenguaje en términos de uso y como organizador del pensamiento se sitúa también en esta línea instrumental y funcional, que subraya como meta educativa el que los alumnos sean capaces de emplear sus nuevas capacidades intelectuales para enfrentarse más adecuadamente a las demandas del entorno y para alcanzar, con ello, mayores cotas de autonomía personal. Este mismo énfasis instrumental y funcional aparece también en el segundo de los núcleos de capacidades que podemos distinguir en los objetivos de la etapa, capacidades vinculadas al acceso más amplio a la representación y análisis de la realidad física y social ofrecidos por el conocimiento científico. La doble referencia a que los alumnos sean capaces de “analizar” los mecanismos básicos que rigen el mundo físico y social así lo señala. También la referencia a los códigos científicos y técnicos en términos de uso apunta en esta dirección. Igualmente, resulta destacable en relación a este núcleo, siempre en una lectura desde la caracterización de la etapa que estamos realizando, la vinculación constante que se establece en los objetivos de la etapa entre análisis y comprensión del medio físico y social, por un lado, y adopción de criterios y valores personales, por otro; especialmente si recordamos que la adopción fundamentada de tales criterios y valores es un elemento esencial en la resolución positiva de la transición adolescente. La orientación instrumental y funcional de los aprendizajes que preside la etapa, en coherencia con su carácter terminal y su finalidad global de facilitar la inserción de los adolescentes en la vida adulta, se manifiesta también en el tercero de los núcleos de capacidades que es posible identificar en los objetivos de la misma: el relativo a las capacidades relacionadas con el acceso a formas y códigos más potentes, ricos y diversos de comunicación y expresión. En este caso, esa orientación se manifiesta en la prioridad otorgada por los objetivos a los aspectos de uso de los distintos códigos, tanto desde el punto de vista de la comprensión de mensajes como desde el punto de vista de su producción. Un cuarto núcleo de capacidades que la etapa trata de manera prioritaria de promover en los alumnos es el que tiene que ver con la revisión y reconstrucción de su identidad personal. Dada

la importancia de esta revisión en la transición adolescente, y la escasa presencia explícita que capacidades como las implicadas en este ámbito han tenido tradicionalmente en las finalidades de estos niveles educativos, el hecho mismo de que varios de los objetivos de la etapa remitan a este núcleo ya resulta, probablemente, significativo en gran manera para las ideas que estamos desarrollando sobre el carácter de la Educación Secundaria Obligatoria y su contribución al desarrollo de los alumnos. Cabe resaltar también, desde esta perspectiva, la relevancia otorgada en la formulación de los objetivos a aspectos como el logro de un autoconcepto ajustado y una autoestima positiva o la valoración del esfuerzo y la superación personal. La vinculación que se establece entre construcción de la propia identidad, conocimiento y valoración crítica del propio patrimonio cultural, y adopción personal de creencias, actitudes y valores, resulta también destacaba desde este punto de vista. Capacidades relacionadas con el acceso a nuevas formas de regulación de las relaciones interpersonales y sociales, de acuerdo con principios de reciprocidad y cooperación, y con una mayor potencialidad para comprender y respetar puntos de vista distintos a los propios, son las que conforman el siguiente núcleo prioritario de trabajo educativo que es posible identificar en los objetivos de la etapa. La referencia explícita a determinados valores básicos para la participación activa y crítica en una sociedad democrática, así como al ejercicio de derechos y deberes en el marco de esa sociedad, son, en la perspectiva que nos ocupa, elementos a destacar. Igualmente, resulta destacable la doble dimensión, de participación en grupos pequeños e inmediatos, al tiempo que en las estructuras más amplias de la vida social, que se apunta en la formulación de los diversos objetivos. De nuevo, nos encontramos ante un núcleo de capacidades que entronca directamente con algunas de las tareas evolutivas básicas implicadas en la resolución positiva de la transición adolescente y el acceso adecuado a la vida adulta. Del mismo modo, el último de los núcleos de capacidades que vamos a distinguir en los objetivos de la etapa remite directamente a otro de los conjuntos básicos de tareas implicadas en dicha transición: las relacionadas con el acceso a la independencia personal y social, y con el interés por elaborar e implicarse en planes de futuro personal y socialmente valorados. Este núcleo apunta a la importancia de transformar, en último término, las nuevas posibilidades intelectuales y relacionases señaladas en núcleos anteriores en proyectos de futuro, capaces de guiar la propia vida. El carácter propio y terminal de esta etapa educativa vuelve a ponerse aquí de manifiesto. El breve y necesariamente esquemático recorrido que acabamos de realizar por los objetivos de la Educación Secundaria Obligatoria resulta suficiente, a nuestro juicio, para justificar las afirmaciones iniciales que realizábamos sobre su carácter y su potencial contribución al desarrollo personal de los adolescentes. Muy probablemente, permite también constatar la distancia entre una etapa de Educación Secundaria Obligatoria así entendida y otros planteamientos de la acción educativa en estas edades, desde premisas selectivas y de corte esencialmente preparatorio con respecto a posteriores niveles de enseñanza postobligatoria, o desde

preocupaciones sólo conceptuales y disciplinaras. Obviamente, todo ello no significa que la consecución de objetivos como los señalados sea fácil, ni tampoco que pueda realizarse sin importantes modificaciones en la estructura y funcionamiento de unos centros educativos que, muy a menudo, no han sido diseñados desde parámetros como los que hemos estado manejando. Algunos retos y prioridades para la institución escolar como contexto de apoyo a la transición adolescente Como hemos ido señalando en distintos momentos de los apartados anteriores, afirmar la importancia de la escuela como contexto de desarrollo de los adolescentes no significa pensar que una acción educativa capaz de apoyar la transición de los distintos alumnos hacia la vida adulta sea fácil ni simple de realizar, ni tampoco que no plantee importantes retos a la realidad actual de buena parte de los centros escolares a los que acuden tales alumnos. Por el contrario, entendemos que un planteamiento como el que hemos presentado supone efectivamente esos retos, y plantea en ese sentido algunas demandas urgentes de cambio y algunas prioridades básicas de actuación que afectan al conjunto de la dinámica habitual de dichos centros. Al menos tres de ellas se destacan, para nosotros, como especialmente relevantes. La primera tiene que ver con el reforzamiento del carácter de los centros escolares de secundaria como contextos de formación integral, frente a su concepción exclusivamente en términos academicistas y de preparación para niveles posteriores de la escolaridad como el universitario. En la línea del análisis que hemos realizado de los objetivos y finalidades de la Educación Secundaria Obligatoria, este reforzamiento puede suponer en algunos casos una revisión en profundidad y una notable ampliación de las capacidades que se consideran objeto de la acción educativa y de los núcleos prioritarios que deben organizar esas capacidades. A su vez, esta revisión y ampliación implica un replanteamiento de fondo sobre los contenidos esenciales sobre los que la escuela debe centrar su acción educativa. En este sentido, una perspectiva sobre los objetivos y finalidades de la educación escolar para los adolescentes como la que hemos sostenido a lo largo del capítulo tiene notables repercusiones en aspectos como qué tipos de contenidos es necesario enseñar a los alumnos, qué ámbitos deben cubrir, qué núcleos de contenido son irrenunciables y básicos en función de las finalidades y objetivos perseguidos y cuáles –sin dejar de tener importancia – pueden en cambio considerarse como secundarios o complementarios, así como en la consideración de las fuentes y criterios en que es posible apoyarse para tomar estas diversas decisiones. En segundo lugar, para que la escuela pueda cumplir adecuadamente las funciones de apoyo a la transición adolescente que le hemos otorgado, parece imprescindible que los centros se configuren como espacios más abiertos a la diversidad de los alumnos; más capaces de asumir y trabajar con una amplia variedad de conocimientos previos, intereses y motivaciones, estilos y ritmos de aprendizaje, bagajes experienciales y Culturales. Ello demanda, sin duda,

modificaciones de carácter curricular, pero también y fundamentalmente, cambios a nivel organizativo y normativo, que flexibilicen la vida cotidiana en los centros y les permitan afrontar las inevitables tensiones y conflictos cotidianos que un escenario más complejo y heterogéneo puede plantear. La consideración de la atención a la diversidad como eje básico de la Educación Secundaria Obligatoria adquiere su sentido más amplio, para nosotros, en este marco, pasando a ser, así, una referencia fundamental para la toma de múltiples decisiones curriculares y organizativas que afectan la dinámica y el clima habitual de vida en los centros. Por último, una escuela capaz de apoyar el paso de los adolescentes al mundo adulto debe tener como prioridad, desde nuestro punto de vista, reforzar los vínculos sustentadores mutuos con los restantes contextos significativos de la vida de los adolescentes y del propio mundo adulto (Bronfenbrenner, 1985). Aumentar el conocimiento de esos otros contextos y darse a conocer a ellos, buscar de manera activa el intercambio y la comunicación, y fomentar espacios y actividades compartidas son algunos de los puntos clave al respecto. Junto a la relación con las familias, la vinculación con contextos como los media, los grupos de iguales y la propia comunidad pasa a constituirse en este planteamiento como uno de los retos básicos y urgentes para la escuela. La respuesta a estas exigencias y demandas prioritarias pasa, probablemente, por un amplio conjunto de estrategias de actuación –“personalizar” los contenidos académicos aumentando su relevancia experiencias y vital para los alumnos en la regulación de sus propios procesos de aprendizaje y en la vida de la institución, flexibilizar y diversificar los posibles itinerarios de aprendizaje de los alumnos, aumentar la “transparencia” de la escuela con respecto a otros contextos de manera que sea posible tanto introducir en la escuela la realidad externa como llevar a los problemas externos los modos de conocimiento y actuación que fomenta la escuela, cuidar la relevancia social de los aprendizajes que se proponen, etc.–. La posible puesta en marcha de estas u otras estrategias va a depender, sin duda, de las posibilidades y prioridades que cada centro tenga, desde su historia, sus recursos de partida, sus características peculiares y su realidad propia. En este sentido, y para nosotros, es importante realizar una lectura instrumental de las demandas planteadas, al menos en un doble sentido. Por un lado, como herramientas de análisis y reflexión sobre la realidad actual de los centros, y como posibles apoyos para la toma de decisiones cotidianas y el establecimiento de prioridades y planes concretos de mejora de la práctica a corto plazo desde las condiciones reales de cada centro. Por otro, como referentes y ejes de actuación eventuales a medio y largo plazo en la perspectiva de aumentar la potencialidad de los centros como contextos de aprendizaje y desarrollo de sus alumnos. En el marco de una tarea educativa así entendida, la toma en consideración de las peculiaridades y rasgos distintivos del desarrollo psicológico de los adolescentes no puede entenderse en absoluto como algo secundario o colateral, sino que se sitúa en el núcleo mismo de esa tarea, y de los procesos de toma de

decisiones que implica. Y no únicamente porque nos informa de lo que los alumnos ya son, para que trabajemos a partir de esa base, sino también, y principalmente, porque nos señala lo que pueden ser, y cómo determinadas características de nuestra intervención educativa pueden contribuir decisivamente a ello. En esta lógica quisiéramos situar las informaciones y reflexiones que ofrecen, en relación a los distintos ámbitos del desarrollo psicológico de los adolescentes, los capítulos que configuran el resto de esta obra.