EL MAESTRO LUIS BRAMONT ARIAS In memoriam 1919 - 2010

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287 Martes 26 de enero de 2010 • Año 7

SUPLEMENTO DE ANÁLISIS LEGAL DE EL PERUANO

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El MAESTRO LUIS BRAMONT ARIAS In memoriam 1919-2010

En defensa de las causas penales

Jurista ejemplar del derecho penal

Un patriarca en las aulas

LUIS BRAMONT ARIAS / págs. 2 y 3

LUIS FELIPE BRAMONT / págs. 4 y 5

NELSÓN REYES RÍOS / pág. 6

Bramont Arias formó escuela y discípulos FERNANDO VIDAL / pág. 7 Al profesor con respeto LUIS LAMAS PUCCIO / pág. 8

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Suplemento de análisis legal

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En defensa de las causas penales LUIS BRAMONT ARIAS (*) Penalista peruano. Profesor Emérito de las más importantes universidades del Perú. Fundador de la Academia Peruana del Derecho. Ex decano del CAL y ex juez supremo. 1919-2010.

PRESENTACIÓN DEL CÓDIGO PENAL DE 1991

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l Código Penal de 1924 aparecía como un instrumento inadecuado que hacía necesario el dictado de uno nuevo, en vista a tres razones fundamentales de política legislativa. En primer lugar, por razones de coherencia política, pues no era posible que habiéndose dictado la Constitución de 1979 se continuara sin un nuevo Código penal acomodado a ella en su letra y en su espíritu. Evidentemente que existe un estrecho vínculo entre los cambios de regímenes políticos y el Código penal. Se ha dicho que el Código penal constituye el "termómetro de la evolución política", porque debe legislar sobre el marco social y político en que han de ser aplicados; no ha de contener normas que contradigan la Constitución del Estado, sino por el contrario, incluir en su texto todas las disposiciones que desarrollen y protejan con sanciones debidas los preceptos de la Carta Magna. En segundo lugar, por razones de agotamiento técnico del Código de 1924. El sistema fundamental del Código de 1924 no respondía a las exigencias sociales, políticas y técnico-jurídicas de hoy. Si bien es cierto que el Código derogado respondió a esa realidad jurídica, no lo fue menos que hoy aparecía bien alejado de ella y que ante las grandes

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innovaciones de la doctrina, la jurisprudencia y la ley penal contemporáneas, se impusiera su actualización. A partir de 1924 habían entrado en vigencia numerosos Códigos penales en Europa, la doctrina de la dogmática penal había sustituido a la concepción positiva del delito y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en años posteriores, había penetrado con fuerza vinculante a nuestro acervo cultural. Tales antecedentes impedían la aceptación de la responsabilidad objetiva, o de la peligrosidad como fundamento de la pena y asentaban el delito sobre el presupuesto de que es una acción típica, antijurídica y culpable. En tercer lugar, por la necesidad de disponer de leyes penales que permitieran desarrollar la política penal que la sensibilidad social y democrática de nuestros días exige de manera perentoria, como lo es el tratamiento del error de tipo y de prohibición, o de las medidas alternativas a la internación de los inimputables, y la de mitigar las penas incompatibles con la sensibilidad humana y que producen una congestión penitenciaria de consecuencias funestas. Para cumplir con el mandato recibido desde el año 1984, la Comisión reformadora tenía ante sí tres caminos: hacer una reforma parcial del Código de 1924; hacer una reforma radical de todas las instituciones penales, de acuerdo con las más novedosas doctrinas científicas; o, elaborar un nuevo Código Penal, conservando las instituciones que aún pueden seguir desempeñando una función eficaz y renovando aquellas otras que la práctica ha señalado como caducas. En consideración a que la tarea de legislar no es académica sino práctica, o sea, que el legislador no solo debe tener presente las brillantes concepciones jurídicas de los tratadistas, sino ante todo la realidad social para la cual pretende legislar, la comisión optó por el tercero de los caminos señalados.

Directora (e): Delfina Becerra González | Subdirector: Jorge Sandoval Córdova | Editor: Francisco José del Solar | Coeditora: María Ávalos Cisneros | Editor de diseño: Julio Rivadeneyra U. | Diseño y diagramación: César Fernández F. Las opiniones vertidas son de exclusiva responsabilidad de los autores. Sugerencias y comentarios: [email protected]

Jurídica es una publicación de

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El Código de 1991 ha conservado, en lo posible, la estructura del Código penal de 1924 y no se ha plegado servilmente a una Escuela de Derecho Penal determinada. Razones poderosas abonan a esta prudente actitud de la comisión reformadora. Las reformas parciales de un Código penal, por cuidadosas que sean, siempre introducen desarmonía en el conjunto. La reforma total, por su parte, inspirada en excelentes principios teóricos, muchas veces se tornan impracticables, requieren nuevas instituciones, jueces cuya mentalidad sea diferente a la de los anteriores y material científico de difícil manejo que expone al fracaso a toda innovación radical. TENDENCIA POLÍTICO CRIMINAL El Código de 1991 se inspira en los postulados de la moderna política criminal, esto es, acepta la premisa de que el Derecho penal no es un instrumento de opresión sino una verdadera garantía que hace posible en una sociedad pluralista el ejercicio de todas las libertades reconocidas en la Constitución y en las leyes. En este sentido, se dice que el Código penal aspira a conseguir un marco mínimo de convivencia social. En un Estado social y democrático del derecho tal como lo señala el art. 43 de la Constitución, el Derecho penal aparece como la última ratio, en último lugar, pues solo entra en juego cuando es indispensable en el mantenimiento del orden jurídico y de la paz ciudadana. Se consagra así el llamado principio de intervención mínima que se entiende en un doble sentido: se han de castigar solo aquellos hechos que necesitan ser penados, y para la sanción de tales hechos se han de preferir las penas que resulten menos onerosas. La moderación de las penas que establece el nuevo Código penal no supone reblandecimiento de alguno del sistema punitivo. El Código ha hecho suyo el viejo principio crimi-

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nal, expuesto por César de Becaria, de que el mayor freno de los delitos no es la crueldad de las penas sino su infalibilidad, vale decir la certeza del castigo, la eficaz persecución policial del delito, rapidez en su enjuiciamiento y efectividad en el cumplimiento de la condena impuesta. El principio de intervención mínima lo desarrolla el Código bajo un escrupuloso respeto a los principios generales previstos en el Título Preliminar, entre ellos, el principio de legalidad. Es cierto que el principio de legalidad estuvo reconocido en el Código de 1924, pero solamente desde un punto de vista formal, pues no era respetado a la hora de definir los delitos en particular y establecer las sanciones correspondientes. Por eso, el actual Código procura conseguir la auténtica vigencia material del principio de legalidad, suprimiendo o revisando los preceptos del Código derogado que quebrantaban las exigencias de certeza y seguridad jurídica propias de un Estado social y Democrático de Derecho. El poder del Código se extiende a todos los actos comprendidos bajo la denominación de delitos y faltas, con un total de 452 artículos y el lenguaje en que está escrito merece nuestro elogio, pues su castellano es claro, sencillo y comprensible, y un Código que dice lo que quiere decir, y como debe decirse, sin que sobren ni falten palabras, evidentemente, reduce en un cincuenta por ciento, cuando menos, los problemas de interpretación jurídica. ◆

(*) En reconocimiento al legado jurídico del Maestro Luis Bramont Arias, iniciamos este homenaje con quizá una de sus últimas reflexiones sobre el marco general, actual y sistemático del derecho penal peruano, que a pedido de la UNIFE, ahora da fe de este luchador intelectual incansable por un país no solo más justo sino también más auténticamente democrático.

"En un Estado social y democrático del derecho tal como lo señala el art. 43 de la Constitución, el Derecho penal aparece como la última ratio, en último lugar, pues solo entra en juego cuando es indispensable en el mantenimiento del orden jurídico y de la paz ciudadana. Se consagra así el llamado principio de intervención mínima que se entiende en un doble sentido: se han de castigar solo aquellos hechos que necesitan ser penados, y para la sanción de tales hechos se han de preferir las penas que resulten menos onerosas".

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Luis Bramont Arias, El Gran Maestro MARIA DEL PILAR TELLO Presidenta del Directorio de Editora Perú

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l homenaje que hoy presentamos de la revista Jurídica a don Luis Bramont Arias nos permite comenzar a saldar la deuda que la sociedad peruana tiene con un gran maestro universitario. Tuve la suerte de tenerlo entre mis profesores en la Facultad de Derecho de San Marcos donde inició su docencia y llegó a ser Decano prestigiándola con su presencia e integrando una generación irrepetible de maestros sanmarquinos. Entre ellos Luis Roy Freyre con quien el maestro Bramont formó una valiosa dupla académica. Lo recuerdo junto a Mario Alzamora Valdez, Ricardo La Hoz Tirado, Luciano Castillo, Ulises Montoya Manfredi, Domingo García Rada, Andrés Aramburú Menchaca, Guillermo García Montúfar, Jorge Eugenio Castañeda, Ricardo Nugent y Carlos Llontop Amorós. El conjunto de artículos que presentamos en esta oportunidad da forma a un importante documento testimonial que recoge desde las impresiones familiares y amicales a las de destacados miembros del Foro y colegas de especialidad que lo conocieron cercanamente y le profesaron el afecto y la admiración por su brillante personalidad académica y profunda calidad humana de conmovedora sencillez.

Personaje inolvidable, hombre estudioso de formación permanente y de principios intangibles, amante de los valores de la justicia y el derecho, cultor de la verdad, espíritu libre y generoso que ayudó a sus alumnos, como bien lo señala su hijo Luis Felipe, a ser juristas y abogados, a partir de la seguridad que él sabía estimular y de la confianza en la verdad y la justicia. Las muchas generaciones de abogados que formó con su apretón de manos sincero y su sonrisa lo recordarán siempre como adalid y representante de un espíritu juvenil y amante de la vida. Luis Bramont Arias supo desempeñar con gran brillantez los cargos que recibió. Fue Decano del Colegio de Abogados de Lima en dos oportunidades y supo defender el orden constitucional y la democracia. Jurista por sentimiento y vocación tenía en la defensa de la justicia y de los derechos humanos su bandera más preclara. Como magistrado demostró que la honestidad y la sapiencia son la mejor opción para quien recibe la sagrada misión de impartir justicia. Va el presente homenaje al hombre que se identificó con la Facultad de Derecho de San Marcos y fue uno de sus profesores más queridos aunque su generosidad lo llevó a difundir su magisterio en otras aulas que seguramente lo recuerdan con similar afecto. Y es que el gran maestro don Lucho Bramont quedará siempre en el corazón de quienes fuimos sus alumnos. Honor al honor.

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Jurista ejemplar del derecho penal LUIS FELIPE BRAMONT-ARIAS TORRES Abogado. Doctor en Derecho, especialidad en Derecho Penal, Económico Tributario. Catedrático de la Universidad de San Martín de Porres y de la Academia de la Magistratura. Ex funcionario de la Sunat.

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i padre nació el 25 de agosto de 1919, en el distrito de Cerro Azul, provincia de Cañete, un puerto a 130 kilómetros de la ciudad de Lima; provenía de una familia humilde y de escasos recursos económicos. A muy corta edad, su familia se trasladó a Lima, a fin de que los menores hijos pudieran seguir estudios escolares. Mi padre terminó sus estudios secundarios en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe y tuvo el deseo de seguir estudios universitarios en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM); sin embargo, desistió de dicha inclinación, entre otros motivos, por los elevados costos que demandaba la carrera, inclinándose finalmente por el Derecho en dicha casa de estudios. Estos hechos sirvieron para forjar su carácter y personalidad. Las limitaciones económicas, la necesidad de progreso y la vocación de servicio manifestada al elegir una carrera para ayudar a los demás lo llevaron a ser una persona sencilla con calidad de hombre de bien, con férrea disciplina de estudio, con capacidad de interrelación con otras personas y con permanente disposición para ayudar a los demás. Según me comentaba, su ingreso a la docencia en la UNMSM no fue sencillo, dado que en aquella época los profesores provenían de los estratos sociales altos de la sociedad peruana. Es así que, luego de haberse recibido de abogado, recibió la invitación del doctor Emilio Valverde, en ese entonces profesor de San Marcos, para dictar clases de Derecho de Familia.

El doctor Valverde había escuchado a mi padre informar ante los Tribunales de Justicia y le manifestó su deseo de que se incorporara a la docencia por haber visto en él cualidades innatas de profesor, pero mi padre declinó la invitación por no sentirse preparado para dictar dicha materia. Grande fue su sorpresa cuando transcurrido algunos meses el referido profesor, luego de una serie de gestiones, consiguió que fuera incorporado como profesor auxiliar de derecho penal; resaltando el hecho de que para ello, de forma absolutamente inusual, se le exigió que hubiera optado el grado de doctor en Derecho y publicado como libro su tesis La Ley Penal, que fue prologado por el ilustre penalista y profesor español de derecho penal don Luis Jiménez de Asúa. EXIGENTE Y AMENO Su ingreso a la docencia fue desde un inicio una marca indeleble en su vida y se dedicó plenamente a esta tarea. En sus clases, evidenciaba simultáneamente sapiencia y sencillez para comunicar los diversos conceptos que integran el conocimiento de las ciencias penales. Era exigente y ameno, y desplegaba familiaridad entre los alumnos, quienes lo consideraban una figura paterna. Tenía facilidad de palabra y empatía inmediata con los alumnos, quienes siempre reconocían su entrega y dedicación a la tarea educativa, así como la disposición a atender y solucionar cualquier inconveniente, trasmitiéndoles seguridad para que ellos, a base de su esfuerzo y confianza pudiesen cumplir con los requerimientos académicos. Como profesor universitario, recuerdo su férrea disciplina para preparar sus clases. Estudiaba en toda oportunidad que tuviera durante el día y, sin falta, todas las madrugadas se levantaba a preparar sus clases y escribir artículos, libros o materiales de enseñanza. Según me decía, aprovechaba esa hora porque no era interrumpido por ninguna otra actividad. Recuerdo que en alguna época un alumno suyo, abogado, que se iniciaba como pro-

fesor universitario solicitó a mi padre que le ayudara en la preparación de sus clases, a lo cual accedió, indicándole que lo llamara por teléfono o se presentara en mi casa antes de las cinco de la mañana. El joven profesor universitario asistió puntualmente a esa hora a lo largo de todo un ciclo y preparó sus clases bajo su dirección y supervisión. Su disposición a la docencia lo llevó a que realizara durante su existencia una gran cantidad de viajes dentro y fuera del país. Tuve la oportunidad de acompañarlo. Ya sea en cursos, charlas o conferencias pude observar el gran cariño y atención que recibía, ya sea de sus alumnos o de quienes habían leído sus obras o escuchado tan solo alguna de sus conferencias.

Identificado siempre con la UNMSM.

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“En esta breve semblanza, a riesgo de fragmentar la totalidad de la imagen de mi padre en la historia del derecho penal peruano, sólo me referiré a él como maestro universitario, que en mi concepto constituye el signo más distintivo de su quehacer como hombre de derecho, y que a su vez, constituía la base a través de la cual desarrolló las otras actividades que le toco vivir a lo largo de su existencia”

Luis Bramont Arias con su esposa Mery Torres y su maestro de siempre Luis Jiménez de Asúa.

Y a todos ellos les demostraba su mejor disposición y siempre de manera desinteresada les brindaba su amistad. EL MAYOR LEGADO La larga trayectoria de mi padre como docente universitario y su dedicación permanente al estudio de las ciencias penales hicieron que sus propuestas sobre el derecho penal se mantuvieran en constante actualidad. Nunca dejó de estudiar ni de reflexionar sobre la materia penal, habiendo ofrecido en sus obras una síntesis del estado actual del debate penal, presentando a su vez su propio análisis y conclusiones. Su última obra, Derecho Penal Peruano (Visión Histórica) Parte General, editada por la Unife, en 2004, constituye una muestra

de su esfuerzo por proporcionar al lector un marco general, actual y sistemático del derecho penal. Quiero resaltar que para mi padre todo el esfuerzo que en vida fuera reconfortado por el cariño y reconocimiento de sus alumnos, no significaba, como muchas veces ocurre, una pesada carga sino, todo lo contrario, una constante realización y satisfacción personal, la cual lo llenaba de vida y fortaleza para continuar. Cuando tuvo más de 80 años de edad y continuaba dictando clases en diversas universidades del país me comentaba que al levantarse y alistarse para asistir a sus clases se sentía cansado, con cierto malestar; pero que luego de compartir con los alumnos todo se desvanecía, por lo que consideraba que la docencia constituía su principal alimento. No quisiera terminar estas palabras sobre la vida de mi padre, vinculadas a su función docente, sin rescatar las enseñanzas que con su ejemplo nos dio, día a día, en nuestro hogar. En una ocasión, teniendo menos de nueve años, me desperté muy temprano. Tenía una competencia de judo y le comenté a mi padre que no quería participar. Él me escuchó atentamente y dijo que si no quería participar, que no lo hiciera, pero me pidió que lo acompañara a dicho campeonato. En el coliseo donde se realizaba el campeonato, vimos ambos varias peleas; luego, me miró y dijo que consideraba que estaba preparado para competir; me trasmitió tal seguridad y confianza que casi sin darme cuenta me coloqué el uniforme de judo y participé en el torneo. La cualidad de un maestro y padre no solo está en saber y en trasmitir conocimientos sino en dar seguridad y confianza a sus alumnos para que en forma autónoma puedan enfrentar las diversas situaciones que se presentan en sus vidas. Ese constituye el mayor legado que ha dejado mi padre a todas las generaciones de

APORTE AL FORO PENAL La gran personalidad del maestro Luis Bramont Arias se evidencia en cada una de las ocupaciones y cargos que desempeñara a lo largo de su vida, sea como profesor universitario, publicista –autor de diversos artículos y libros en materia penal y procesal penal–; autoridad universitaria –decano de las facultades de Derecho de la UNMSM, Universidad de San Martín de Porres (UPSMP) y la Universidad Femenina del Sagrado Corazón (Unife)–; miembro del Foro –decano del Colegio de Abogados de Lima, miembro honorario de los colegios de Abogados de Cusco, Trujillo, Lambayeque, Áncash, Piura, Ica, Asociación de Abogados de Chimbote, y presidente de la Federación Nacional de Colegios de Abogados del Perú–. Magistrado, además, de la Corte Suprema de la República del Perú y prelegislador –miembro de las comisiones encargadas de elaborar los nuevos Código Penal y Procesal Penal del Perú, y miembro de la comisión encargada de la elaboración y redacción del Código Penal Tipo para Latinoamérica–. Desempeñó también función docente por más de cinco décadas en las diversas universidades del país, iniciándose como profesor de derecho penal en la UNMSM y continuando como tal en la Universidad Nacional de Lambayeque, Universidad San Luis Gonzaga de Ica, UPSMP, Unife y Universidad de Lima, habiendo dictado los cursos de Derecho Penal –Parte General y Parte Especial–, Derecho Procesal Penal, Filosofía del Derecho, Derecho Penitenciario y Seminario de Derecho Penal. Asimismo, llegó a ser profesor emérito de la UNMSM, Universidad San Luis Gonzaga de Ica y UPSMP; profesor extraordinario de la Unife y la Ulima; profesor honorario de las universidades San Antonio Abad del Cusco y de Iquitos, y profesor visitante de la Universidad Católica Santa María de Arequipa.

En reunión familiar con su esposa y sus hijos Luis Alberto, Luis Miguel y Luis Felipe. abogados que fueron sus alumnos, discípulos y amigos; así como a nosotros, como miembros de su familia. Hoy, producida la muerte del doctor Luis Alberto Bramont Arias luego de transcurri-

dos 90 años de vida, en mi condición de hijo y profesor universitario solo me queda agradecer a Dios por haber permitido su fructífera existencia en beneficio de todos los que tuvimos el honor de conocerlo. ◆

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Un patriarca en las aulas NELSON REYES RÍOS Doctor en Derecho. Docente universitario. Ex magistrado de la Corte Suprema de Justicia de la República. Ex jefe de la Oficina de Control de la Magistratura (OCMA) en el período enero de 1998 - mayo 2001

U

n primer reconocimiento al doctor Luis Alberto Bramont Arias es considerarlo siempre como un "Maestro", con todo el significado que contiene la palabra. Él decía a sus alumnos desde el primer día de clases: quisiera ser algún día no solo un profesor, y considerarlos a ustedes mis alumnos, sino tengo el anhelo de ser un Maestro y que ustedes se conviertan en mis discípulos. Una gran virtud es la humildad, demostrada en su máxima expresión por Jesús al venir a la tierra, y el Maestro Luis Alberto Bramont Arias siempre la practicó en todas sus dimensiones, académicas, gremiales, judiciales, etc. Él logró los más altos cargos en cada una de sus actividades, pero jamás pensó en ello, siempre los consideró efímeros. Las personas no son consideradas por los cargos u honores, decía el maestro, sino simplemente por lo que son, seres humanos como cualquiera. Otras de las virtudes que podemos resaltar fue su honestidad a carta cabal. El alto valor que tenía para él la práctica de la cultura de cumplimiento, sin duda, su mejor legado para otros y todas las generaciones. De manera muy resumida, quiero evocar algunos pasajes que compartí con él. Fui su colaborador por muchos años, desde antes que contrajera matrimonio con su compañera y discípula de siempre, Mery Torres, de cuya unión tuvieron tres hijos, Luis Alberto, Luis Felipe y Luis Miguel (fallecido), y como no podía ser de otra manera todos excelentes profesionales, especialistas en Derecho Penal.

Lo conocí en una clase a las 7 de la mañana, para los alumnos del primer año de Derecho, la promoción 1964. Por entonces, el Maestro vivía en Pueblo Libre. En esa época, conversaba mucho de cómo llegó a Lima, desde su tierra natal, el poblado de Ayhuanco, distrito de Cerro Azul, en Cañete; y al referirle que era de Yauyos, surgió una gran familiaridad, quizá por la vecindad de las dos provincias.

"Las personas no son consideradas como tal por los cargos u honores, decía el maestro, sino simplemente por lo que son, seres humanos como cualquiera"

Departimos muchos momentos. Siempre celebramos su cumpleaños, el 21 de agosto, y la bebida era un buen pisco de Cañete. Este acontecimiento era de cumplimiento obligatorio todos los años para el grupo que formábamos con el Dr. Néstor Peña, Orlando Tafur, Aurelio Saavedra, Víctor Cáceres y otros. Posteriormente se instituyó también la celebración de la víspera de Navidad en su estudio del Jirón Apurímac. Esta familiaridad fue acrecentándose hasta que nos llevó a visitar su tierra Ayhuanco, en Cerro Azul, donde recibimos el calor familiar y de su gente que realmente mostraba con humildad el gran cariño que le tenían al Maestro. En el campo académico, siempre nos mencionaba lo difícil que fue ingresar a la docencia, no por falta de méritos sino por otras razones. Sus clases siempre se caracterizaron por la sencillez, lo práctico en el desarrollo de los temas; siempre comprensivo, abierto a toda clase de consulta, personal, familiar, como un segundo padre para todos. Siempre procuró apoyar en todo sentido a los recién ingresados, encomendándonos siempre alguna tarea. Tuve la suerte de ser secretario de la Facultad de Derecho en la UNMSM cuando él fue Decano en 1968, lo que me permitió compartir muchas vivencias. En una ocasión, los alumnos decidieron tomar la facultad cuando el Maestro era Decano, y no se hizo problemas ante la demanda estudiantil por el carné universitario. Es más, pidió a los alumnos que dejaran la puerta abierta porque él también quería participar del reclamo. Así era de comprensivo para todos los problemas. Cuando lo llamaron de la Universidad San Luis Gonzaga de Ica para trabajar la incorporación de la Maestría en Derecho, pidió que me incorporaran a la plana docente para viajar juntos los sábados en bus, no quería viajar en automóvil, y así lo hicimos por más de dos años hasta consolidar dicho posgrado. ◆

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Bramont Arias formó escuela y discípulos FERNANDO VIDAL RAMÍREZ Jurista peruano. Ex Decano del Colegio de Abogados de Lima. Ex presidente de la Academia Peruana del Derecho. Juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Arbitro Internacional.

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l Maestro Bramont Arias, como genuino maestro, no ha muerto. Su generosa semilla, esparcida a lo largo de las generaciones que se nutrieron de sus enseñanzas, lo vivifica y lo hará permanecer en el recuerdo de quienes a su paso por las aulas universitarias y en el trato personal pudimos sentir la cálida sencillez de su cordialidad. Maestro por antonomasia, Bramont Arias está engarzado a los viejos maestros de San Marcos y ha sido forjador de los que están tras de sus huellas. Nació el 25 de agosto de 1919, al pie del mar, en Cerro Azul, en el hogar que formaron don Diómedes Bramont y doña Celerina Arias, a quienes mantuvo siempre en el recuerdo, uniendo sus apellidos. Traído a Lima y avecindado en los Barrios Altos, sus estudios primarios los hizo en el colegio Sancho Dávila para luego continuarlos en el tradicional colegio Nuestra Señora de Guadalupe. Muy joven, en 1936, inicia sus estudios universitarios en San Marcos, donde cursó los años de Letras y destacó nítidamente en su entonces Facultad de Jurisprudencia por su apego al estudio y su inclinación por las Ciencias Penales. Antes de concluir el ciclo profesional, su mismo apego al estudio lo conduce a la exégesis del Código Penal en vigencia desde 1924; el 15 de octubre de 1942, opta el grado de bachiller con un estudio de tesis sobre la emoción violenta que conduce al homicidio, intitulado El Homicidio Emocional, que expone y sustenta ante un jurado que tenía entre sus miembros a un connotado penalista, como lo fue el Dr. Manuel G. Abastos. Con el grado de bachiller en derecho,

muy pocos meses después de concluido su ciclo profesional, el 21 de julio de 1943 rinde su examen de fin de carrera y recibe el título de abogado, con una lucida exposición de los expedientes, particularmente el de la materia penal. Estudioso identificado con el quehacer universitario, realiza sus estudios en el ciclo doctoral y los concluye con una tesis sobre La Ley Penal, en 1950, optando el título de doctor en derecho. Su tesis, poco tiempo después, editada y prologada por Luis Jiménez de Asúa, se convirtió en un texto obligado para el aprendizaje de la parte general del derecho penal y ha devenido en un clásico de nuestra literatura jurídica, por lo que mereció el Premio de Fomento a la Cultura Francisco García Calderón, con el que, por entonces, se distinguía a los autores de las más destacadas obras de derecho. La brillantez con la que defendió su tesis sobre El Homicidio Emocional y su posición en la sustentación de los expedientes, así como su tesis doctoral, determinó su pronta incorporación al claustro sanmarquino y que, desde 1951, el Maestro Bramont Arias se iniciara en las cátedras de derecho penal y de derecho procesal penal que regentó por largos años. Ese mismo año, la Universidad de San Marcos celebró el cuarto centenario de su fundación. A la cita académica concurrie-

ron celebridades del mundo del derecho y los más afamados juristas, entre ellos Luis Jiménez de Asúa, el autor de La Ley y el Delito, que Bramont Arias difundía entre sus alumnos y por quien guardaba una especial admiración. La presencia en San Marcos del célebre penalista español dio ocasión a que prologara la edición del estudio doctoral de Bramont Arias. ACADEMIA PERUANA DEL DERECHO Los largos años de docencia en San Marcos le significaron a Bramont Arias que se le eligiera decano de la Facultad de Derecho entre 1960 y 1964. Por esos años, a iniciativa de ese otro gran maestro sanmarquino que fue Mario Alzamora Valdez, se constituyó la Academia Peruana de Derecho, que tuvo entre sus fundadores al Maestro Bramont Arias, y que congregó, al lado de los catedráticos de San Marcos, a los más destacados juristas como Alberto Ulloa Sotomayor, José Luis Bustamante y Rivero, Carlos Rodríguez Pastor, José León Barandiarán, Domingo García Rada, Andrés Aramburú Menchaca, Andrés León Montalbán, René Boggio Amat y León, Javier Vargas, Jorge Basadre, Ulises Montoya Manfredi, Raúl Ferrero Rebagliati, Eleodoro Romero Romaña, Guillermo García Montúfar, Manuel G. Abastos, Manuel Sánchez Palacios, Ricardo Bustamante Cisneros, Óscar

Miró Quesada, Jorge Eugenio Castañeda y Félix Navarro Irvine, entre los más ilustres. En 1970, el Foro lo eligió decano del Colegio de Abogados de Lima y lo reeligió en 1971, correspondiéndole iniciar y desarrollar su mandato cuando, producida la ruptura del orden constitucional, se amenazaban las libertades públicas. El Maestro Bramont Arias, desde el decanato, hizo invocaciones para la necesaria preservación de los derechos humanos y sostuvo su naturaleza inalienable como derechos fundamentales inherentes a la persona humana. Retirado de la docencia sanmarquina como profesor emérito, Bramont Arias fue invitado a incorporarse como magistrado de la Corte Suprema de la República y para integrar la Sala Penal. Pero la vocación por la docencia del Maestro le hizo preferir el aula a la curia. Y esa vocación lo hizo discurrir por las aulas de otras universidades, a las que siempre estuvo presto a dar su concurso. Las facultades de Derecho de la Universidad Nacional de Lambayeque, de San Luis Gonzaga de Ica, de la Universidad de Lima, de San Martín de Porres y de la Unifé les dieron oportunidad a sus estudiantes de disfrutar de las lecciones del Maestro. Bramont Arias ha estado identificado con San Marcos. Y ha sido uno de sus maestros más queridos, pues a la facilidad con la que exponía los conceptos en clase unía la sencillez del trato con los estudiantes. Tenía la humildanza de la bondad y la sabiduría de los hombres justos. Varias promociones de egresados llevan su nombre y él era partícipe de las reuniones de camaradería. Formó escuela y discípulos, como Luis Eduardo Roy Freyre, Heradio Zamora Vidal, Juan Portocarrero Hidalgo, así como sus propios hijos, y tantos otros que sería largo enumerar. Como estudiante sanmarquino disfruté de sus lecciones y de la sencilla cordialidad de su trato, pero mi vocación me llevó al cultivo de disciplinas distintas de las que cultivaba Bramont Arias, pero aprendí a sentirlo como Maestro por su humildanza, su hombría de bien y su generosidad. ◆

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Al profesor con respeto LUIS LAMAS PUCCIO Abogado. Asesor internacional en materia de criminalidad económica y legitimación de capitales. Integrante del Grupo de expertos de la OEA en materia de prevención y lavado de dinero. Ex vicedecano del Colegio de Abogados de Lima.

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ara todos aquellos que conocimos al prestigioso maestro universitario doctor Luis Alberto Bramont Arias, ya sea a través de sus cátedras en las distintas universidades peruanas desempeñando labores académicas y de docencia, enseñando los inolvidables cursos de derecho penal, derecho procesal penal, penología, filosofía del derecho, derecho penitenciario u ocupando distintos cargos directivos en las facultades de derecho del país, o a través de la entretenida lectura de sus distintas obras jurídicas y comentarios sobre el desarrollo del derecho penal, el ejercicio de la abogacía defendiendo causas justas y válidas, en el desempeño fugaz de la magistratura como juez de la Corte Suprema de Justicia de la República, o su paso galopante en calidad de decano y secretario por el Ilustre Colegio de Abogados de Lima, su reciente fallecimiento acaecido hace unos días en la ciudad de Lima, entiendo que debió haber suscitado una serie de apreciaciones y experiencias existenciales muy personales, que van desde la añoranza, el recuerdo, la enseñanza, la tristeza y lo más importante que es lo que hace trascender a un ser humano: el reconocimiento de sus virtudes personales tanto como abogado, profesor, magistrado o como ser humano. Recuerdo mis épocas universitarias y mis primeros pasos como practicante en los tribunales correccionales de la Corte Superior de Justicia de Lima, allá por los años de 1970-1975, cuando de manera juvenil, y hasta cierto punto poco ingenua, escuchaba afanosamente las audiencias judiciales que se realizaban por aquel entonces en los tribunales de justicia, y de manera paralela durante la noche antes de acostarme leía afanosamente y con un interés inusitado las obras de derecho penal del maestro Bramont Arias. Recuerdo vivamente como si

"Es un modo precario de vivir, el existir en función de no morir, de no perder la vida. Es un error, porque la vida como tal no se pierde. En rigor, no tenemos vida sino que vivimos, estamos vivos, y mejor aún, somos vida. Razón por la cual todo lo que nace tiene que morir"

fuera ayer y el tiempo no hubiera transcurrido, la viva emoción y el entusiasmo personal que me invadía al tratar de llevar a la práctica y comparar los conceptos dogmáticos y principios que provenían de la lectura de las distintas obras del maestro Bramont Arias. Era la época del romanticismo puro del derecho, en la que todo era posible y en la que justicia era plena en sus conceptos y realidades. Eran los momentos en que regía el recordado Código penal nacional de 1924, producto de las reminiscencias de principio de aquel siglo y que, a su vez, recogía en gran medida muchos de los conceptos de la legislación penal suiza del siglo XIX. Aunque el maestro Luis Alberto Bramont Arias continuó desarrollándose en el plano intelectual y personal en el campo del derecho penal a lo largo de todos los años, no podemos negar y dejar de reconocer que existió una fuerte relación doctrinaria y personal entre el Código Penal de 1924 y su propia trayectoria profesional, en razón a que gran parte de su propio desempeño personal, tanto como abogado y como maestro y jurista, estuvo enmarcada en la enseñanza e interpretación de muchos de los conceptos y principios que rigieron este código, tanto en lo referente a su parte general como también especial. El delito era una concepción abstracta y los criterios que en materia de penalidad prevalecían según Liszt se sintetizaban en la siguiente frase: "La finalidad de la punición no la constituye el delito sino el delincuente", razón por las cuales el razonamiento punitivo se encontraba enmarcado por los principios de la simplificación de las penas, el paralelismo entre ellas, su elasticidad, su marcado propósito de disminuirlas de forma progresiva a penas de corta duración y la introducción de medidas preventivas y de seguridad. Lo mismo sucedía con la parte especial, que como decía Tyren: se trataba de los llamados delitos contra la sociedad. Es decir, delitos que creaban un peligro colectivo y eran un peligro social, como el incendio y otros estragos, los delitos contra la salubridad pública, contra las comunicaciones públicas, los delitos perpetrados en buques de guerra, contra la moneda, el delito de duelo, los atentado contra la seguridad militar o la legislación que reprimía a los vagos y maleantes. ◆