Carlos Gaviria in Memoriam

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In memóriam Carlos Gaviria Díaz

© Universidad de Antioquia Mauricio Alviar Ramírez Rector Luz Stella Isaza Mesa Vicerrectora de Docencia Clemencia Uribe Restrepo Decana de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas Dora Inés Villegas Londoño Directora del Sistema de Bibliotecas Carlos Gaviria Díaz Fotografías Carátula, contracarátula y separadores: tomadas en Medellín en el estudio del maestro Carlos Gaviria Díaz por Guillermo Pineda Gaviria Páginas interiores: Departamento de Información y Prensa Universidad de Antioquia Diagramación, impresión y terminación Imprenta Universidad de Antioquia Teléfono: (574) 219 53 30. Telefax: (574) 219 50 13 Correo electrónico: [email protected] Impreso y hecho en Colombia en 2016 / Printed and made in Colombia in 2016 Coordinación editorial Oficina de Relaciones Públicas Universidad de Antioquia Teléfono: (574) 219 50 24 Correo electrónico: [email protected] El contenido de la obra corresponde al derecho de expresión de los autores y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad de Antioquia. Los autores asumen la responsabilidad por los derechos de autor y conexos contenidos en la obra, así como por la eventual información sensible publicada en ella.

No la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad. Jorge Luis Borges

Contenido Carlos Gaviria, un amador de libros................................... 9 Para honrar la memoria..................................................... 11 La Piedad Giuseppe Ungaretti....................................................... 21 El espacio en que ahora vuela Carlos Gaviria William Restrepo Riaza................................................. 29 El legado de Carlos Gaviria Clemencia Uribe Restrepo............................................. 33 El hombre que imprimía carácter Clemencia Hoyos Hurtado............................................. 36 El aprecio por la individualidad Rodolfo Arango Rivadeneira......................................... 40 La solidez intelectual Iván Darío Arango Posada............................................. 45 La irrevocable postura intelectual de laico Mario Alberto Yepes Londoño...................................... 50

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Una amistad profunda Pbro. Horacio Arango Arango S. J................................. 57 Mi padre Ana Cristina Gaviria Gómez........................................... 65 Defensor de la vida y de la inteligencia Héctor Abad Faciolince................................................. 71 La familia para el maestro Carlos Gaviria Díaz Apartes del programa Diálogos, Emisora Cultural Universidad de Antioquia............................................ 79

Carlos Gaviria, un amador de libros Que Carlos Gaviria

fue un hombre común y corriente, no cabe duda. Pero que fue un hombre excepcional, también. Lo primero le gustaba a él más que lo segundo, seguro, porque en su personalidad nunca cupo ni la pedantería ni el engreimiento, que se conciben fácilmente en seres faltos de carácter y de inteligencia, es decir, lo contrario suyo. Lo excepcional en Carlos Gaviria cualquiera lo puede corroborar dándole una ojeada a las cosas importantes que hizo en la vida, desde la constitución de una familia amorosa e integral, hasta los altos (y los no tan altos) cargos públicos que desempeñó y en los cuales, además de ser un ejemplo absoluto de honestidad y de talla intelectual, ayudó largamente a desprovincializar nuestro país por medio de sus saberes en torno al derecho, las normas jurídicas y la justicia. Eso que deriva fácilmente hacia la política, la cual ejerció con una limpieza casi inédita, devolviéndole a aquella maltratada actividad de los tiempos recientes un sentido pleno, gozoso y de búsqueda del bien común. Pero ese carácter de extraordinario que cualquiera puede encontrar en Carlos Gaviria está, ante todo, en el casi unáni-

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me sentir y decir de sus amigos y de los seres que, en general, lo conocieron de cerca y “usufructuaron” su condición de esposa, de hijos, de maestro y de amigo afectuoso y sabio. Como los que están en este libro y que escribieron desde el alma misma, desde la sensibilidad plena y el llanto, por qué no. Al fin y al cabo estaban hablando de alguien que hacía poco había muerto y ello correspondía a que el mundo les quedaba incompleto y un tanto desdichado; algo muy importante había que reconstruir en adelante. Afortunadamente la Biblioteca de ciudad universitaria de la Universidad de Antioquia hoy se llama Carlos Gaviria Díaz, porque ello hace honor a quien fue, quizá por encima de todo, un amador de libros. Como lo dice en alguna parte aquí mismo Juan Carlos Gaviria, su hijo, en los libros Carlos Gaviria encontraba el verdadero solaz de su vida; el diálogo con los autores que amaba constituía para él un goce por fuera de lo común, un regocijo íntimo imposible de igualar. Sus amigos y su familia eran la verdadera prolongación de sus lecturas. Y por eso la vida pública de Carlos Gaviria es ejemplar: porque en ella él nunca quiso faltar, ni una letra, al disfrute y al debate de sus propias lecturas, al aprendizaje de las rumorosas palabras de los libros.

Luis Germán Sierra J. Biblioteca Carlos Gaviria Díaz

María Cristina Gómez, esposa de Carlos Gaviria Díaz y Mauricio Alviar Ramírez, Rector Universidad de Antioquia. Paraninfo, Edificio San Ignacio

Para honrar la memoria El doctor Carlos Gaviria es el maestro que ha sido y seguirá siendo un ejemplo para las generaciones presentes y futuras, para los jóvenes. Yo lo he denominado, hombre de las libertades civiles, porque su lucha, sus logros, abren un camino importante para esta sociedad que, hoy más que nunca, necesita referentes como Carlos Gaviria. Por tanto honrar su memoria es parte constitutiva de nuestro compromiso universitario y de la esencia de la Alma Máter como institución regida por la pluralidad, la deliberación

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ilustrada y por los ideales de la democracia para beneficio público. In memóriam, fundamenta el aprecio universitario al legado del maestro, que transfiere el fraterno abrazo a quien valoraremos indefectiblemente como paradigma de integridad y hombre comprometido con la libertad y el humanismo.

Mauricio Alviar Ramírez Rector

Mauricio Alviar Ramírez, Rector Universidad de Antioquia. Paraninfo, Edificio San Ignacio

Por recomendación del Consejo de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas; del Área de Ciencias Sociales y Humanas, y del Consejo Académico de la Universidad de Antioquia, se expidió: Resolución Rectoral 40005 9 de abril de 2015 Por la cual se da el nombre de Biblioteca Carlos Gaviria Díaz a la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia. El RECTOR DE LA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA, en uso de sus atribuciones legales y estatutarias, en especial de las conferidas por el Acuerdo Superior 1 del 5 de marzo de 1994, y

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CONSIDERANDO QUE: 1. El pasado 31 de marzo falleció en la ciudad de Bogotá el maestro Carlos Gaviria Díaz. 2. El maestro Carlos Gaviria Díaz fue egresado sobresaliente de la Universidad de Antioquia, donde dirigió las cátedras Introducción al Derecho, Interpretación de Normas Jurídicas y Filosofía, en un ejercicio docente que se extendió por más de treinta años. 3. Ejerció como Decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de 1968 a 1970, tiempo durante el cual promovió e implementó una reforma a los estudios del derecho, que modernizaron la Facultad por las trascendentales implicaciones que tuvo en la forma y en el contenido de la enseñanza jurídica. 4. Fue el primer Director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia, Presidente de la Asociación de Profesores, Vicerrector General, Profesor Emérito, y reconocido nacional e internacionalmente como Maestro por antonomasia. 5. Fungió como Magistrado de la Corte Constitucional, donde participó en algunas de sus sentencias más trascendentales, y se destacó como un incansable defensor de la acción de tutela como una manera de acercar la justicia al ciudadano de a pie. 6. En todos los cargos y en todas las funciones que desempeñó lo hizo con una brillantez incomparable, con un

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compromiso inclaudicable por la libertad y la igualdad humanas, y, sobre todo, por una transparencia reconocida por sus amigos y por sus contradictores. 7. Aparte de estas ejecutorias, el maestro Carlos Gaviria Díaz se distinguió como un auténtico intelectual que se apropió de los autores y de las teorías más importantes, no como un ejercicio de vana erudición, sino como manera de construirse a sí mismo como un sujeto valioso, y poder servir a la sociedad en la que vivió. 8. En sus escritos, conferencias, sentencias, conversaciones, no cesó de mencionar a quienes consideraba sus grandes referentes, como Wittgenstein, Russel, Platón, Sócrates, Borges, Kelsen, el Círculo de Viena, y un número inabarcable de autores, pues fue un lector infatigable que se extasiaba ante un buen párrafo, ante un verso bien construido, ante una idea bien expuesta, así como ante cualquier manifestación bien lograda del arte o la cultura. 9. Las casas que habitó, las oficinas que ocupó y los espacios que le pertenecieron estuvieron ocupados, casi en su totalidad, por libros, porque en ellos siempre encontraba una respuesta a su sed de conocimiento, a sus inquietudes intelectuales y a sus aspiraciones estéticas. 10. Las instituciones públicas, y en este caso la Universidad de Antioquia, deben enaltecer la memoria de aquellas personas que han dado lustre a su nombre y que la han representado tan dignamente. Exaltar al maestro Carlos Gaviria Díaz, al distinguir con su nombre a la Biblioteca

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Central de la Universidad de Antioquia, no representa solo un reconocimiento a uno de sus más destacados hijos, sino a un ejercicio pedagógico de indudable importancia: con este reconocimiento la Universidad de Antioquia también quiere invitar a las nuevas generaciones para que, como el Maestro, encuentren en los libros una manera de conocer el mundo que nos rodea, de solazarse en los placeres de la cultura, y de formarse, al igual que él, como sujetos éticos capaces de reconocer las diferencias y ser fieles a sus propios principios. 11. El Consejo de Facultad de Derecho y Ciencias Políticas ha propuesto dar el nombre de Biblioteca Carlos Gaviria Díaz a la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia, como un homenaje a quien en vida llevó en alto la impronta de la Universidad de Antioquia, y se destacó por ser un excelente intelectual, un indiscutido maestro y un excelente ciudadano. 12. El Consejo Académico se unió a la propuesta que elevó el Consejo de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, la cual contó, además, con el aval del Comité del Área de Ciencias Sociales y Humanas,

RESUELVE: ARTÍCULO PRIMERO. Dar el nombre de Biblioteca Carlos Gaviria Díaz a la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia, como homenaje póstumo a la memoria del Maestro y como

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una manera de que su vida intelectual sea tomada como un paradigma para las nuevas y para las futuras generaciones. ARTÍCULO SEGUNDO. Descubrir, en ceremonia especial que presidirán las autoridades universitarias, y que se realizará el día 8 de mayo, fecha del natalicio del Maestro, la placa recordatoria que se fijará en el primer piso de la Biblioteca.

Mauricio Alviar Ramírez

Jaime Ómar Cardona Usquiano

Rector

Director Unidad Asesoría Jurídica



En funciones de Secretario General

“En la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia hay una placa de mármol donde se conmemora el hecho atroz de la toma del Palacio de Justicia donde murieron muchos ciudadanos, pero murieron 11 jueces. Para decir que cuando en una sociedad mueren 11 jueces —y es como si no hubiera ocurrido nada—, algo muy grave está pasando, porque el símbolo de la civilización es el juez”. Aparte de entrevista concedida a UdeA Noticias, Especial Posconflicto, abril de 2015.

La piedad Giuseppe Ungaretti

1. Soy un hombre herido. Y me quisiera ir y llegar finalmente, piedad, donde se oye al hombre solo consigo. Solo soberbia y bondad tengo. Y me siento exiliado entre los hombres. Mas por ellos padezco. ¿No sería digno de volver en mí? He poblado de nombres el silencio. ¿He hecho pedazos corazón y mente para caer en servidumbre de palabras?

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Reino sobre fantasmas. Ay hojas secas, alma llevada aquí y allá… No, detesto el viento y su voz de bestia inmemorial. Oh Dios, aquellos que te imploran, ¿Nada más que de nombre te conocen? Me has desechado de la vida. ¿Me desecharás de la muerte? Tal vez ni aun de esperar es digno el hombre. ¿Se agotó hasta la fuente del remordimiento? El pecado, qué importa si ya no lleva a la pureza. La carne apenas si se acuerda que ha sido fuerte alguna vez. Está loca y gastada el alma. Dios, mira la flaqueza nuestra. Quisiéramos una certeza. ¿Ya ni te ríes de nosotros?

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Y compadécenos pues, crueldad. No puedo más de estar emparedado en el deseo sin amor. Un rastro de justicia muéstranos. ¿Tu ley, ¿cuál es? Fulmíname mis pobres emociones. libérame de la inquietud. Estoy harto de aullar sin tener voz.

2. Melancólica cane En la que un día pululó contento, Entrecerrados ojos del despertar cansado, ¿ves tú, alma mía en exceso madura, lo que seré cuando caiga en la tierra? En los vivos está la vía de los muertos. Nosotros somos el río de sombras, y ellas el grano que nos abre en sueños, suya es la lontananza que nos queda,

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y la sombra que da a los nombres peso. ¿La esperanza de un cúmulo de sombra Y nada más es nuestra suerte? ¿Y tú serías solo un sueño, Dios? Un sueño al menos, temerarios, queremos que se te parezca. Es parto de la demencia más clara. No tiembla en nubes de ramas como los gorriones matinales al filo de los párpados. En nosotros está y languidece, llaga misteriosa.

3. Esta luz que nos punza es un hilo cada vez más sutil. ¿Ya no deslumbras tú si no es que no matas? Dame esta alegría suprema.

4. El hombre, universo monótono, cree ensanchar sus bienes

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y de sus manos afiebradas no brotan más que límites sin fin. Sobre el vacío, asido a su hilo de araña, no teme y no seduce sino su propio grito. Repara la ruina alzando tumbas, y no cuenta para pensarte, Eterno, más que con las blasfemias. Poema leído por el Vicerrector General de la Universidad de Antioquia, Carlos Vásquez Tamayo durante el Acto In memóriam realizado en el Paraninfo, Edificio de San Ignacio.

“Aceptar que existen instancias para resolver las diferencias entre los ciudadanos es esencial, y que esa es la garantía de los ciudadanos consiste en que en esas instancias se va a fallar de manera correcta, en justicia, aplicando las leyes que deben ser aplicadas. Por eso es muy importante que los organismos administradores de justicia, y pienso especialmente ahora en la cúpula judicial, esté legitimada. Cuando empieza a haber corrupción, politiquería en esas instancias la gente no cree en la administración de justicia y si yo no creo en la administración de justicia, entonces mis diferencias con mi vecino quiero dirimirlas por mi propia cuenta con la pistola”. Aparte de entrevista concedida a UdeA Noticias, Especial Posconflicto, abril de 2015.

Foto cortesía Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia

El espacio en que ahora vuela Carlos Gaviria William Restrepo Riaza

Hablar de Carlos Gaviria es tarea que me supera en mucho, y para la cual no tengo sino la energía afectiva, y un reconocimiento al hombre que con su ejemplo de vida abrió el camino a las curiosidades intelectuales de nuestra generación y de aquellas por venir. Su mente poderosa le permitía con facilidad responder a la complejidad del ejercicio: producir, elaborar y reelaborar

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conceptos propios de su erudición y manifiesto por el don de un discurso siempre profundo, argumentado y conclusivo, a la manera simbólica de los grandes maestros y pensadores clásicos; capacidad racional y erudita para elaborar conceptos y proyectar visiones e interpretaciones transformadoras que producían impacto, que tocaban puntos nodales y cruciales respecto del ordenamiento jurídico, filosófico, social y político del país. También, para avanzar mucho más lejos cuanto tocaba las fibras de los temas sustanciales del hombre contemporáneo o cuando trataba de tomar decisiones sobre las conductas o sobre la vida misma. Me imagino, finalmente, el espacio en que ahora vuela Carlos Gaviria buscando su ubicación en el nuevo cosmos, figurando entre el realismo mágico y el pensamiento crítico, un rincón ocupado entre opaco y cristal, la novena sinfonía, en frente en la pared imaginada un cuadro que Botero no ha podido diseñar para alcanzar el ideal de perfección que siempre buscó Gaviria, y en el centro de ese espacio metafísico, el texto de la mayéutica también no terminado por Sócrates, el más grande pinar del pensamiento occidental que se apoya en dos líneas figuradas pero nítidas: Bases del estatuto histórico filosófico, político y ético, La política y la república imaginada por Platón pero también real y definitiva. Líneas abstractas, ideas que vuelan desde hace mucho y toman asiento en su erudición y apoyo mayor en la política de Juan Jacobo Rousseau para llegar a ese rincón figurado y encontrar la episteme y la lógica del positivismo como guías de

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un trabajo originario que fue girando en espiral para llegar al  culmen haciendo erudición fina, segura, reflexiva y crítica al encontrar a Wittgenstein y a otro grupo de pensadores contemporáneos del arte, la literatura, la filosofía, la poesía, y los demás creadores que hizo propios, y que son desconocidos para muchos de nosotros, los más que vamos muy detrás. En este espacio todo se dibuja con una peculiar forma de construir y desarrollar una visión totalizante, que hacía del arte una forma de vivencia particular, guardando el contexto reflexivo para dar cabida a la sensibilidad profunda y apostolar como forma única de simbolizar un humanismo manifiesto en todos los frentes de su actividad, y mucho más, en el contexto imaginado. Y así, el espacio se vuelve realidad y se concreta proyectando el rescate de la filosofía moderna, integrando la complejidad contemporánea y delineando el proyecto de futuro que todavía valida cada vez, hoy más que nunca, las bases de la democracia y de los fundamentos no superados de la libertad y el respeto de los valores y los derechos del ciudadano moderno. Y en este ciclo, que ahora se inicia, todo vuelve finalmente a integrar en uno solo el espacio original imaginado que busca en el rincón extremo aquel en el que se fusionó su elaborado y cuidadoso pensamiento para colocar al lado de su vida cotidiana el rumor grave, lento, cortado del bandoneón de Pichuco, que le escapó lágrimas en las noches

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siempre ordenadas de su bohemia con la voz profunda y llena de decir el tango de Goyeneche, un eco espacioso y brillante que abre el compás y marca la expresión del tango gavirista y que también hace parte, mucho más a partir de ahora, de ese espacio imaginado cuyo mito real es sublimado en un hombre que viene desde antes y en su última curva dice su último tango. Lástima bandoneón, mi corazón... tu ronca maldición maleva. Tu lágrima de ron me lleva hasta el hondo bajo fondo, donde el barro se subleva... Ya sé... no me digas... Tenés razón la vida es una herida absurda, y es todo, todo tan fugaz, ¡que es una curda —nada más— mi confesión!

El legado de Carlos Gaviria Clemencia Uribe Restrepo

En nombre de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, quiero expresar el profundo sentimiento de tristeza que embarga a este claustro, que fue tan suyo y al que permaneció ligado desde los distintos sitios en los que lo fue ubicando su prodigiosa vida. Hoy como en tantas ocasiones y de manera directa se lo expresamos, le damos las gracias al maestro Carlos Gaviria Díaz, por todas sus enseñanzas: jurídicas, políticas y éticas, y más aún, por sus enseñanzas de vida: democracia y ciudadanía.

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Gracias por su generosidad en todos los sentidos. Gracias por acudir siempre al llamado de la Facultad y de la Universidad. Gracias por haber iluminado con su pensamiento y con su palabra, los momentos más oscuros de esta sociedad. Carlos Gaviria nos deja un enorme legado y como buen maestro, nos deja una tarea de obligatorio cumplimiento: perpetuar su memoria y su pensamiento en la formación de las nuevas y futuras generaciones de abogados y politólogos. Comparto el comunicado de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, emitido en el Medellín, 1.° de abril de 2015: La Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia lamenta profundamente el fallecimiento de su egresado, Profesor Emérito y Maestro por excelencia, CARLOS GAVIRIA DÍAZ y hace llegar su voz de condolencia y aliento a su esposa, María Cristina y a sus hijos, Juan Carlos, Ana Cristina, Natalia y Ximena. La muerte del maestro Gaviria es una pérdida irreparable para nuestra facultad, la Universidad y el país, pero nos dejó un legado imperecedero. Sus profundos conocimientos y la generosidad con la que los impartió hacen de él un referente obligado para las presentes y futuras generaciones de abogados. Entre todos los campos académicos en los que fijó su lúcida mirada, una de sus huellas más imborrables fue su esfuerzo intelectual por desentrañar las complejas relaciones entre derecho, política y ética, temas que lo ocuparon no solo como

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una preocupación académica, sino como un asunto vital, que le permitieron tener una existencia signada por la coherencia, la claridad y la transparencia. Vivir como se piensa y pensar cómo se vive, fue una norma de conducta que guio su existencia y por eso su vida también se convierte en un paradigma en un país en el cual se cree tan frecuentemente que los fines justifican los medios, o que la ética es apenas un adorno para justificar ciertas decisiones o que el derecho es apenas un dispositivo para imponer cualquier política. Su lucha por la libertad, por los derechos de las minorías, de los más débiles y los marginados es otro legado para Colombia. Así lo atestiguan algunas de sus sentencias más importantes como magistrado de la Corte Constitucional y sus opiniones en temas tan vitales para toda la sociedad, como el consumo de estupefacientes, la eutanasia, el aborto, la Reformatio in pejus, los derechos de las personas con orientaciones sexuales diferentes a las de la mayoría, que marcaron un camino en la construcción de un país menos excluyente y más pluralista. Ha fallecido un excelente intelectual, un indiscutido maestro y un excelente ciudadano, pero sus enseñanzas harán que su legado permanezca en nuestra memoria y que nos acompañe en el diario quehacer.

El hombre que imprimía carácter Clemencia Hoyos Hurtado

Gavo: voy a hablarte desde el alma y por eso te llamo tal como lo hice desde hace más de treinta años: decirte Gaviria, como casi todo el mundo, me parecía impersonal, y Carlos se me antojaba un exceso de confianza. Estoy aquí, en el Paraninfo, frente a tus cenizas, porque María Cristina, Juan Carlos, Ana Cristina, Natalia y Ximena me honraron para que en mi calidad de discípula, amiga y persona muy allegada a la familia dijera unas palabras. Por eso —usando una expresión tuya— me arrogo la vocería de quienes fuimos tus discípulos en la cátedra de Introducción

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al Estudio del Derecho, en la que educaste a muchas generaciones que durante treinta años pasaron por los claustros de nuestra facultad. En nombre de ellos, puedo decir sin temor a equivocarme: haber sido alumno tuyo imprimió carácter; ese solo hecho es motivo de orgullo: no se trataba de aprender contenidos, sino de ejercitarnos en el arte de pensar con rigor y claridad, a propósito de la heteronomía del derecho, la autonomía de la moral, los imperativos categórico e hipotético de Kant y la pirámide kelseniana con su famosa e ininteligible Constitución en el sentido lógico jurídico. Y cómo olvidar el capítulo relativo a la justicia y su aproximación desde el positivismo y el jusnaturalismo. Eras un positivista ‘beligerante’ posición que expusiste un martes en este mismo recinto y que fue difundido en un cuadernillo. Muchos años después autorizaste su publicación en una revista. Posteriormente vino tu cátedra de Filosofía del Derecho, en la cual el autor de cabecera era Hart y su obra El concepto del derecho; a manera de chiste decías que en esa cátedra enseñabas todo lo contrario de Introducción. Si mal no recuerdo, la antesala de la misma fue el seminario “El positivismo después de Kelsen”, que dictaste a través de la Asociación de Abogados y de la Librería Señal Editora, a manera de curso de extensión, en 1990. Fue un deleite porque no existía el apremio del examen; nunca te animaste a publicarlo. También tomo la vocería de quienes fuimos tus amigos y “seguidores” si así se puede decir. No los tengo que nombrar porque ellos saben quiénes son. Estábamos en los inicios de

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la década del 70 y acababas de llegar de Harvard; por ese motivo eras calificado, en el lenguaje de la época, como agente del imperialismo yanqui. Rápidamente, pasaste a ser llamado comunista, cuando la Asociación de Profesores emprendió luchas que eran simplemente democráticas. En ese entonces no faltaban aquellos que, conociendo mi cercanía con vos y con tu familia, te enviaban mensajes para que te apartaras de posiciones como la presidencia de la Asociación; pensaban que si cambiabas de actitud podrías llegar a ocupar cargos como el de Ministro de Justicia. Los que te queríamos y conocíamos sabíamos que tenías todas las cualidades y capacidades para serlo, pero que resultaría extraño que así ocurriera porque nunca actuarías en la forma que generalmente conduce a ocupar esos cargos. También te enviaban reclamos de por qué no escribías libros. Tus cercanos entendíamos perfectamente tu renuencia y hoy, cuarenta años después, es muy claro que tu gran patrimonio intelectual es oral y por eso queda en tus múltiples conferencias académicas. De esa época no puedo dejar de mencionar el círculo de los que nos autodenominábamos “Gavirismo científico”. ¡Cómo nos divertíamos! Estamos aquí presentes, para darte un adiós. Cuando llegaste a la Corte Constitucional, empezaste a tener reconocimientos; los de siempre te molestábamos señalando cuántos seguidores y quizás oportunistas aparecían porque nosotros te conocíamos y queríamos desde que eras, en cierto modo, desconocido y vilipendiado. Es difícil no sentir nostalgia de las épocas en las cuales lo más extraordinario

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que hacíamos era tomar aguardiente y escuchar tangos, a sabiendas de que al día siguiente, mientras los demás a duras penas sobrevivíamos vos ya te habías levantado a leer a Wittgenstein en alemán. Era la época en la que te aprendiste el Tractatus de memoria. Dos días después de tu muerte fui capaz de escuchar tu última conferencia, dictada tres fechas antes de que te internaran y llegué a una conclusión: habías cerrado el círculo; me parecía estar en la primera clase del curso de Introducción al Estudio del Derecho; hablaste y sostuviste lo mismo, salvo que enriquecido por nuevos autores como Adela Cortina, María Zambrano, y otros que no sé pronunciar, cumpliéndose lo que también te decíamos: afortunadamente llevás más de cuarenta años diciendo lo mismo; ¡qué tal que cambiaras el discurso! Y como si se tratase de una alegoría, este año, al final de las vacaciones, Mariacris y las niñas te dieron la gabela de poner la última ficha de un gran rompecabezas. Nos quedan las fotos de ese momento y tu alegría casi infantil. Gavo: gracias por todo, especialmente por tu afecto; y, como me escribiste bellamente en un correo, este es “un cariño mutuo que ni la muerte puede acabar”.

El aprecio por la individualidad Rodolfo Arango Rivadeneira

Agradezco a la familia Gaviria Gómez por invitarme a dirigir unas palabras en este hermoso homenaje a la vida del gran ser humano que fue Carlos Gaviria Díaz. Mi testimonio es de quien fue premiado con su amistad por más de veinte años, que se intensificó en los últimos diez. Quisiera compartirles el recuerdo que me deja la última visita al maestro en su apartamento de Bogotá. Nuestras charlas transcurrían en cierto orden, casi ritual. Recorríamos primero la actualidad, repasábamos luego la situación política y a

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veces también la del partido, para terminar hablando de lo que a Carlos le apasionaba: literatura, filosofía, música, cine. Pero aquel jueves recibí una llamada inesperada hacia el mediodía. Carlos quería compartirme lo que había averiguado sobre el escándalo Pretelt y la situación de la justicia. Fui a las tres y media de la tarde a su casa. Allí se refirió, afectado y triste, a la corrupción que corroe la administración de justicia. Pero, queriendo esquivar las malas noticias, pronto derivamos en referencias a lo que estaba leyendo. Romanticismo. Una odisea del pensamiento alemán, de Rüdiger Safranski, lo traía fascinado hacía días. No me sorprendía. Carlos, pese a su respeto y profundo conocimiento de Kant, había confesado hace tiempo su debilidad por Schopenhauer, inclinación que venía a reafirmarse con la lectura gozosa del escrito sobre el Romanticismo alemán. Casi premonitoriamente se me ocurrió preguntarle qué libros de literatura consideraba debía uno haber leído en la vida. Aquí les trasmito su respuesta, excluyendo la Decadencia de Occidente de Oswald Spengler, uno de sus preferidos. Mencionó espontáneamente tres títulos: Hadjí Murat, de Lev Tolstói; Esperando a los bárbaros, de J. M. Coetzee, y Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia, de Stefan Zweig. En esta ocasión y como símbolo de cariño con las personas que él más amaba, su entrañable familia extensa, quisiera regalarle a María Cristina el libro del que expresara mayor admiración: Hadjí Murat, de Tolstói. Sobre este comenta Harold Bloom: “La extraordinaria facultad de Shakespeare a la hora

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de dotar de una existencia exuberante incluso a los personajes más secundarios, a la hora de henchirlos de vida, es inteligentemente absorbida por Tolstói. Todo el mundo en Hadjí Murat posee una vívida individualidad”. Y es que Carlos, como ningún otro, supo apreciar la individualidad y respetar la singularidad de sus seres queridos, amigos y conocidos. Por mi parte, conservaré la alegría de haber compartido su generosa amistad. Como dijera Horacio, citado por Montaigne al recordar a Étienne de La Boétie: “Nada compararía yo en mis cabales al placer de un amigo” (sat. 1,5, 44).

“Función primaria de la universidad es formar ciudadanos, formar ciudadanos es formar personas para vivir en la ciudad. Ciudadano es el que vive en la ciudad y los griegos consideraban que la forma perfecta de convivencia es la ciudad y, por tanto, formar personas para la ciudad es formar ciudadanos para la convivencia”. Aparte de entrevista concedida a UdeA Noticias, Especial Posconflicto, abril de 2015.

La solidez intelectual Iván Darío Arango Posada

No son muchas las anécdotas que yo tendría que contar, yo no era tan cercano a Carlos. Muchas otras personas lo conocieron más de cerca. Voy a contar una anécdota que se refiere al día mismo que me enteré de su muerte, que es dolorosa, pero que también nos va a llenar de alegría. En el momento en que me enteré de su muerte, comenté con un profesor de la Universidad de los Andes y él me dijo algo en lo que creo perfectamente: habrían podido matarlo.

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Estoy absolutamente convencido de eso, es una alegría saber que el doctor Gaviria murió de manera natural, que pudo vivir su vida completa, como lo dice su amigo Héctor Abad en su precioso texto, pudo vivir lo que esperaba haber vivido, entonces creo que de cierta manera nos reúne hoy también una gran alegría. No les voy a leer mi artículo porque estoy batallando con él, corrigiéndolo y los estudiantes me proponen otro título. Estoy pensando en la solidez intelectual del doctor Carlos Gaviria, y prefiero seguirlo llamando el doctor Gaviria o el doctor Carlos Gaviria, aunque en alguna ocasión él me dijo: Iván no me llamés doctor; no sé por qué razón yo no podía dejar de llamarlo doctor. Tal vez en algunos días que le hablé, cuando estaba en el Senado, sí me atreví a decirle Carlos, pero aunque es evidente que el Senado tiene un origen popular, yo sí veía muy clara la estatura y la distinción intelectual que había y que habrá siempre en él. Estoy absolutamente convencido de que la presencia y memoria de Carlos se agigantarán, tengo la firme certeza de que la memoria del doctor Gaviria se va a agrandar cada vez más. Él hizo un camino que solamente pueden hacer varios hombres: los recorridos ejemplares de académico y de magistrado; el de intelectual brillante y lúcido —que es la faceta que a mí más me interesa— y el de un activista político extremadamente valiente. Yo fui testigo de los años en que un columnista de aquí, de El Colombiano, por lo menos cada ocho días decía que era com-

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pañero de ruta de la guerrilla de las FARC. Alcancé a tener algunas polémicas con él. Hoy creo que lo único que podemos pensar y hacernos es la pregunta que formula Héctor Abad Faciolince en su texto ¿Qué cara pondrán hoy los que lo calumniaron? ¿Qué cara pondrán frente la estatura intelectual y moral del doctor Carlos Gaviria Díaz? Quiero terminar insistiendo en algo que corresponde a mi actividad, yo no creo que sea capaz de hacer sino un recorrido que corresponde a la vida de un solo hombre, yo soy profesor de Filosofía Política y estoy convencido de que la figura del señor Gaviria se agiganta por su base conceptual, por su filosofía moral y política. Creo que él lo dejó todo dicho en su última conferencia veinte días antes de morir. La profesora Clemencia Hoyos decía que ahí él estaba retomando sus fuentes y fundamentos intelectuales: la figura de Sócrates que él más admiraba; por su puesto, Rousseau y Kant que están en la base del Estado del Derecho; la fascinación por Wittgenstein. Esto le permitió ese trasfondo intelectual y no caer en las veleidades de las modas intelectuales. Carlos Gaviria nunca estuvo leyendo autores de moda, siempre se apoyaba en los clásicos. En esa conferencia creo que hay unos temas que requieren más estudio, por ejemplo, la concepción de la libertad como autodeterminación en Rousseau y Kant e igualmente la famosa afirmación de Jean Paul Sartre que todos estamos condenados a la libertad de decidir. A mí me parece que cuando se habla de la libertad se habla mucho del idealismo de la

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libertad, de cierta ingenuidad idealista de creer en la libertad pero la manera como el doctor Gaviria afinó y precisó el valor de la libertad de decidir, no da lugar a ninguna ingenuidad; es decir, la instaló, la arraigó en las situaciones más dramáticas del hombre que tiene que elegir inclusive entre la vida y la muerte. Probablemente el destino de su padre fue algo que radicó en él una vocación filosófica por preguntarse hasta qué punto puede ser radical la libertad de decidir. En alguna ocasión me habló del libro de Étienne de La Boétie —que acaba de mencionar Rodolfo Arango— y me dijo que uno de sus preferidos, era el Discurso de la servidumbre voluntaria. Me quedé con el deseo de atar cabos y de que me explicara lo qué había encontrado en ese libro. Nosotros ahora mismo lo estamos estudiando en un curso de Filosofía Política y hoy, inclusive, la clase que tuvimos fue sobre Carlos Gaviria. Los estudiantes lo vieron completamente natural. Me parece que Étienne de La Boétie en El Discurso de la servidumbre voluntaria capta las motivaciones irracionales del ser humano, es decir, relaciona que no solo la ignorancia es un obstáculo para la libertad, para la autonomía de elección; sino que hay en el ser humano algo más arraigado de carácter irracional, la credulidad, la fascinación con el poder. El texto de Étienne de La Boétie me parece que permitiría de cierta manera articular y mostrar que ingenuidad e idealismo ingenuo en el valor de la libertad en Carlos Gaviria no hay. Por su pensamiento, filosofía y perfil intelectual, creo firmemente que Carlos Gaviria Díaz es el intelectual que mejor nos

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permite hacer el tránsito desde una sociedad un poco provinciana y parroquial con una credulidad que no tiene nombre entre nosotros, nos permitiría hacer el tránsito de una sociedad provinciana y parroquial a una sociedad más civilizada, pluralista, éticamente más decente. Su huella es impresionante.

La irrevocable postura intelectual de laico Mario Alberto Yepes Londoño

Me haría interminable si contara las muchas circunstancias en las cuales disfruté y me beneficie de la amistad de Carlos Gaviria, en tantos aspectos, no solamente intelectuales sino afectivos. Simplemente he escrito algo muy breve que ilustra de alguna manera esto que ya se ha dicho por parte de todos los que me han precedido, sobre la diversidad de intereses intelectuales de Carlos. Decía alguna vez Carlos Gaviria, en una entrevista, que él no se contaba entre los intelectuales que tratando el asunto de

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la muerte y como reacción casi instintiva, citaban las coplas de don Jorge Manrique a la muerte de su padre. A la siguiente vez que me encontré con él, le expresé mi desconcierto: ¿su contradicción tenía que ver con esa rutinaria recurrencia a una cita única o era un rechazo a lo que proponía el propio texto del poema? y de paso establecí no solo mi admiración, sino mi amor por esa poesía —para mí, una de las más grandes no solo del Siglo de Oro, sino de toda la herencia poética, más allá de cualquier fe religiosa o creencia metafísica—. Igual le comenté mi admiración por la poesía mística, como los “Sonetos a Cristo”, de Lope de Vega o la música religiosa del renacimiento o de cualquier época; admiración por la factura de la pieza artística, así como podía distinguir la excelencia de una realización cinematográfica de su argumento de violencia o de crimen. Carlos Gaviria me respondió “Tienes toda la razón, en ese argumento que comparto, pero es verdad que me molestan esas rutinas intelectuales de recurrir a los mismos ejemplos de la literatura o del arte para apoyar una idea o para ilustrarla. La educación que tenemos conduce a fijar unos cánones de escasa referencia y ello esteriliza y empobrece el discurso intelectual. A todos nos pasa en una medida o en otra, pero hay que sacudirse y ampliar el horizonte”. Hasta aquí, sin proponerse personalizar el argumento, Carlos me estaba poniendo un espejo por delante y como era frecuente con el diálogo que con él se sostenía, yo estaba recibiendo una lección razonable y útil para quien, como yo,

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debe responder por su oficio de docente. Esta lección fue dicha cordialmente, sin el énfasis y aun sin la pasión que Carlos Gaviria ponía en otros casos como aquellos en los que defendía cuestiones de principio; los derechos inalienables o el imperio de la justicia y de la equidad. Pero vuelvo a nuestra conversación. Carlos se quedó por un momento en silencio, sonrió y me dijo con una obstinación muy suya: “Si, vos tenés razón en que las coplas de Jorge Manrique son un gran poema, con sus consideraciones sobre la fragilidad de la vida en versos perfectos; pero a mí no deja de molestarme esa creencia en la eternidad y otras ideas que allí encuentran perfecta justificación, como esa de la validez de la guerra santa contra los moros para alcanzar, del rey de Castilla, tierras, vasallos, castillos y títulos nobiliarios en la vida y del rey del cielo la gloria eterna”. Lo más importante que revela la anécdota, ya no su actitud discursiva sino el fondo de la misma, es su irrevocable postura intelectual de laico, opuesta a la confesional que anima el poema de marras y por otro extremo remoto de la escala intelectual, muy remoto, la que padece nuestra pobre nación hoy en el siglo XXI, cuando ya deberíamos estar siquiera en los umbrales de la modernidad por obra de procuradores y golillas más dignos de presidir autos de fe que instituciones republicanas de un Estado laico social de derecho. La anécdota revela también, aparte de la actitud pedagógica que mencioné, la discreción entre varias cosas del carácter de Carlos; el espíritu de contradicción empezando por sí mis-

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mo como la actitud de análisis crítico para poner en cuestión toda verdad de autoridad; la capacidad dialéctica para reconocer en un fenómeno muy diversos aspectos; la agudeza para penetrar en la obra estudiada, producto de su cultura; la exigencia que con su propia conducta le creaba a su interlocutor para que él mismo fuera crítico. Quiero resaltar esto, cuanto valor del diálogo entre amigos de verdad que pueden enfrentarse en debates de verdadero interés, en notorio contraste con la alternación inane y frívola sobre asuntos insignificantes, que se suele confundir con la relación de amistad, o la que implica sumisión de uno de los dialogantes. Carlos tenía —sin expresarlo así— en su clara conducta esa diferencia esencial entre poder y autoridad que en el campo de la pedagogía se impone como actitud ética. Por eso, creo que todos sus amigos reconocemos en los encuentros con Carlos Gaviria, incluso en dura contradicción, encuentros fecundos y si se me permite la rima, encuentros jocundos, por la infaltable presencia del humor entre nosotros, humor que es fama, que a veces era arrasador y ácido. Si a esto se agrega el compartir placeres refinados de la literatura, de la música de muy distintas procedencias y de todas las artes, del buen comer y el buen beber; la generosidad para respaldar lo que consideraba razonable, desde un derecho hasta una obra intelectual, tendríamos un retrato incompleto pero justo del sentido de la amistad de Carlos Gaviria.

“Cuando se habla de una constitución utópica no la estamos descalificando, no estamos diciendo que es una constitución que habita en un ámbito distinto al nuestro; no. Se toma la utopía en su sentido etimológico riguroso, lo que todavía no tiene lugar pero que se desea que tenga lugar, esa es la utopía. Y justamente yo iba a empezar esta exposición diciéndoles que descreo desde hace mucho tiempo de las utopías totales, de las utopías comprensivas: eso de cambiar la condición humana y llegar a la sociedad sin clases, donde no hay conflictos, yo descreo de eso, eso sí me parece, más que utopías, quimeras, pero en lo que sí creo es en utopías parciales”. Aparte de la su intervención en la Cátedra Pública de la Rectoría, 13 de marzo de 2012.

Foto cortesía Colegio San Ignacio de Loyola

Una amistad profunda Pbro. Horacio Arango Arango S. J.

Me siento muy honrado por haber recibido de María Cristina y sus hijos el encargo de pronunciar unas palabras en homenaje a nuestro querido Carlos, ante ustedes que son sus amigos, discípulos o familiares. Lo acepté con respeto, porque sé que muchos de ustedes tendrían más méritos para hablar en este momento; pero lo asumo con una inmensa alegría, pues es la oportunidad de dar testimonio de los años de amistad que me regaló este hombre formidable y del conocimiento íntimo que me ofreció en la amena sencillez de su conversación.

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Carlos y yo tenemos un parentesco de esos que se sabe que existen en el árbol genealógico, pero que solo se convierten en una relación efectiva cuando se dan las circunstancias apropiadas. Yo sabía que Carlos era nieto de una hermana de mis abuelos y sabía que tenía una relación cercana con la casa de mi abuelo paterno; pero pasaron muchos años antes de que yo pudiera cruzar una palabra con él. Conocí, pues, a este primo en el año 93, cuando ya era magistrado de la Corte Constitucional. Yo dirigía el Programa por la Paz que adelantaba la Compañía de Jesús en Colombia y en cierta ocasión le pedí a este magistrado reconocido por su tenacidad en la defensa de los derechos humanos, que dictara una conferencia en uno de nuestros eventos. Ese encuentro fortuito marcó el inicio de una amistad profunda que hoy me sigue regocijando. Me visitaba con frecuencia allá en los sitios en donde yo realizaba mis tareas y misiones. En algunas ocasiones María Cristina solía esperarlo en el carro con amorosa paciencia, mientras nuestros encuentros se extendían. Conversábamos sobre la familia algunas veces, pero sobre todo intercambiábamos nuestras apreciaciones acerca de la realidad nacional, especialmente sobre aquellas coyunturas densas por las que ha atravesado la sociedad colombiana y de las que hemos sido testigos y protagonistas en las últimas décadas. Él no tenía reparos en llegar a la Curia Provincial de los jesuitas o en visitar el Centro de Fe y Culturas o el Colegio San Ignacio para sostener conmigo esos diálogos que él llenaba de erudición y calidez. Encontrábamos que los dos teníamos una profunda comunión de propósitos. Él desde el horizonte humanista, jurídico

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y político, y yo desde mi opción de fe. Nos uníamos en nuestras preocupaciones por la paz, la justicia y el respeto a los derechos humanos y en nuestra opción radical por defender la igual dignidad de todos los seres humanos, sin excepción. En esas conversaciones descubría en Carlos un ser humano extraordinario, respetuoso del pensamiento diferente, honesto, celoso de las libertades civiles, apasionado por la defensa de la vida en su máxima hondura. En aquellos diálogos afloraba su profundo sentido de la vida junto a su sensibilidad por los valores más elevados del ser humano: la pasión por la verdad, el arte, la libertad, la democracia, la justicia, la paz... Me consta que él mismo se empeñaba por encarnar esos valores. Tenía una preocupación constante por ser fiel a la verdad, ligada a su honestidad personal y a una pulcritud y rectitud a toda prueba. Era bienintencionado en todo lo que emprendía. Era un demócrata radical y por convicción, muy crítico frente a todos los fanatismos políticos o religiosos. Y hacía gala de una libertad admirable, que no hipotecaba a los comentarios o expectativas de los demás. Siempre me llamó la atención su altísima valoración de la amistad y de la familia. Sabía cultivar las amistades con una solidez y seriedad inusitadas, entregándose de lleno en la conversación, como si cada uno de sus amigos fuera el único. No faltaban sus visitas o llamadas ni sus regalos en las fechas especiales, sin importar dónde estuviera, y cuando algún familiar estaba enfermo Carlos era de los primeros en llamar a preguntar por su salud o expresar su solidaridad. Me admiró siempre la calidez de la relación que tenía con su esposa, sus hijos, sus nietos y sus hermanas.

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Me impactaba de Carlos la inexpugnable coherencia entre sus ideas y sus acciones, entre sus principios personales y sus posiciones políticas, entre su vida privada y sus luchas en la esfera pública. Su amor por la libertad y la dignidad humana puede verse reflejado incluso en sentencias tan polémicas como la que admitió la eutanasia y la que despenalizó la dosis mínima. Su altísima valoración de la democracia lo motivó a hacer sacrificios ingentes. Por ejemplo, cuando tomó la difícil decisión de lanzar su candidatura a las elecciones presidenciales de 2006 —asunto del que conversamos largamente—, no lo hizo porque predominara en él la vena política o el interés personal, sino porque se sentía impelido a prestarle un servicio a la democracia y al Estado social de derecho y puedo afirmar —porque fui testigo de ello— que su permanencia al frente del Polo Democrático en tiempos de gran turbulencia política fue una expresión de su fidelidad a los valores democráticos. En nuestras conversaciones hablábamos, con los pies en la tierra de la sociedad posible que buscábamos, en la que la centralidad del bien común y el respeto por la verdad fueran sus principios rectores. En esos diálogos pude constatar cuánto le dolía la corrupción del país y cómo lamentaba la deshumanización que veía crecer en la sociedad occidental al dejar que el mercado se convirtiera en la estructura determinante de las relaciones sociales. Por eso luchó por todos los medios posibles, como profesor, intelectual, magistrado y político, por humanizar esta sociedad enfrentándose a las condiciones generadoras de inequidad y exclusión, que eran, a nuestro juicio, el peor veneno para la democracia.

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Hoy siento que mis conversaciones con este ser humano extraordinario abrían mi propio horizonte religioso, me enseñaban que podía convivir con posiciones distintas enriqueciéndome con ellas, me llenaban de esperanza y me convencían de que vale la pena seguir luchando, pues una tierra en la que florecen hombres como Carlos Gaviria aún tiene reservas para cultivar un futuro en el que todos puedan vivir con conciencia su propia dignidad. Cuando pienso en el legado que nos deja Carlos no puedo dejar de sentirme honrado de haber sido su pariente pero especialmente su amigo. Como magistrado, él le mostró al país cuál era el lugar que debía ocupar la Corte Constitucional y cuál tendría que ser su altura ética (altura que hoy le exigimos recuperar). Desde allí, con la finura de sus sentencias, contribuyó a que la Constitución Política de 1991 fuera pasando de ser un texto valioso a convertirse en la carta de navegación que rija nuestras prácticas como sociedad. Viendo la manera como él actuaba podemos formarnos una idea de cómo debería ser la justicia en Colombia: puesta al servicio de la verdad, la inclusión y la equidad. Como senador, candidato y dirigente político, él nos deja una seria interpelación sobre el modo de hacer política en nuestro contexto, mostrando que se pueden desarrollar y proponer campañas con base en las ideas y la controversia respetuosa en lugar de recurrir a los ataques personales y a la descalificación del oponente. Si hoy la sociedad colombiana es un poco más abierta y tolerante, se lo debe en buena medida a las acciones y al testimonio de Carlos Gaviria Díaz, quien, desde su absoluto respeto por la igual dignidad de todo ser humano y con su amor por el

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derecho y la Constitución, fue uno de los grandes modernizadores de nuestro país. Por eso, hoy imagino a Carlos como un sembrador, que fue plantando su buena simiente a cada paso, como esposo y padre, en los corazones de María Cristina, sus hijos y nietos y en su grupo familiar más cercano; como maestro, en las mentes de sus alumnos; como magistrado, en el horizonte que deja abierto con su jurisprudencia de profundo contenido democrático; como intelectual y político, en todos los colombianos que fuimos testigos de su honestidad y perseverancia. Y la semilla que sembraba no era de plantas rastreras sino de árboles frondosos, de esos cuyo tiempo se mide en décadas y en siglos; por eso Carlos sabía que no le tocaría a él ver el bosque verdeante, sabía que entregaba su vida a una misión mucho mayor que él: el cometido de construir una sociedad más humana, justa y pacífica, en la que cada ser humano pudiera desplegar la altura de su dignidad y por ende de su libertad. Ahora, nos corresponde a nosotros cultivar esa semilla que dejó plantada. Honrar su memoria será seguir haciendo que en nuestras tareas cotidianas, en nuestras relaciones y en nuestro compromiso con esta sociedad, brillen los valores y los principios que Carlos nos legó. Que la memoria de Carlos Gaviria, como la posta que un atleta entrega al otro, siga uniéndonos como familia y como país en torno a los nobles propósitos a los que él dedicó su vida.

“Un ejercicio más provechoso es este: hacer una especie de inventario de las carencias de una sociedad, de las injusticias de una sociedad, de las precariedades de una sociedad y hacernos esta pregunta: ¿Esas precariedades son superables, esas injusticias son superables? Y, generalmente, a la conclusión a la que uno llega es que son superables y que otras sociedades las han superado, y, por tanto, que si el empeño fuera superar esas carencias tendríamos una sociedad, no la sociedad ideal con que mucha gente ha soñado, pero una sociedad mejor que la muestra. Y a una sociedad mejor que la que tenemos ha apuntado la Constitución de 1991 y solo parcialmente se ha logrado que muchas de sus metas, que muchos de sus propósitos se materialicen”. Aparte de la su intervención en la Cátedra Pública de la Rectoría, 13 de marzo de 2012.

En primera fila, familia de Carlos Gaviria Díaz. Paraninfo, Edificio San Ignacio

Mi padre Ana Cristina Gaviria Gómez

Cuando el sentido de la vida ha estado centrado en el amor, el resto fluye. Solo tenemos claro que los sentimientos que nos embargan no se pueden expresar con palabras. Estas no alcanzan, son realmente insuficientes para describir la hondura de nuestros recuerdos, de nuestros dolores, de nuestro orgullo. Los escritos y las manifestaciones han abundado y nos han generado regocijo. Los calificativos que han reivindicado

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a nuestro padre como gran jurista, destacado intelectual, hombre coherente, estudioso, riguroso, pulcro, entre muchos otros, los compartimos cabalmente y agradecemos profundamente todas esas manifestaciones. En cada acto suyo la rectitud, la honestidad, la elegancia, el respeto por la autonomía y la dignidad estuvieron presentes. Fue absolutamente coherente entre su vida pública y la privada. Sin embargo, hay, quizás una faceta que solo quienes estuvimos muy cerca de él conocimos y disfrutamos: esta es la del amor; la de las emociones; la de la profunda sensibilidad. Nuestro padre o “el papá”, como nosotros le decimos, era una persona con una sensibilidad increíble. Con una capacidad afectiva enorme. Reía y derramaba lágrimas por situaciones aparentemente simples de la vida. Se conmovía con la belleza de un poema, de una película; con la dulzura y la autenticidad de los niños; con el dolor ajeno; con la injusticia. Y tal vez, como maestro que fue, una de las grandes enseñanzas que nos ha dejado es que el amor, como la ética, no se predica, se aplica. Sus muestras permanentes de cariño con un te adoro, un beso, una caricia, estuvieron siempre presentes. Una llamada diaria a decir “te adoro, no me abandones” dan muestra clara del afecto que nos profesaba. Las llamadas permanentes a la mamá a las 6 de la mañana, sin importar quién despertaba a quién, pues lo importante era saber que ahí estaban. Era un enamorado de su familia, de su buen amigo y, obvio, de los libros y de la lectura: desde los más filosóficos, pasando por novelas de todo tipo y por la poesía —que no podía

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faltar—, hasta una buena columna de periódico. Su amor por Wittgenstein y por Borges, signaron su vida. Enamorado de la música: desde lo más clásico, hasta un buen tango, pasando por un bolero o una ranchera; con un agravante y era que conocía los autores de cada canción y la letra exacta de cada melodía…¡vaya uno a no sabérselo! Enamorado de la comida de la mamá, ¡siempre era la mejor! Una buena comida, una mesa bien servida y acompañada de un buen vino y pan francés era el mejor programa. Siempre sostuvo que las cosas hermosas son para usarlas en el día a día, no para sacarlas cada que hay un evento extraordinario, pues estos son pocos en la vida. El amor por un lindo atardecer, programa de rigor en la finca de Héctor Abad a eso de las 5 de la tarde y que Alejo el nieto menor compartía con él. Mínimo le tomaban veinte fotografías iguales a cada atardecer, pero cada una de ellas era digna de alabanza. El amor por la soledad, pero también por el compartir. Espacios de soledad, que la mamá (nuestra mamá) siempre le acolitó, facilitándole pasar las tardes de domingo leyendo y oyendo música, sin que nadie lo molestara y liberándolo de la bulla de los niños. Concebía la experiencia intelectual como una aventura solitaria, individual, pero que luego transformaba en conversaciones profundas, pero también en las cotidianas. Igualmente, el amor por compartir un espacio con buena comida, buen licor, buena conversación y buena música es-

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tuvo siempre presente. ¡Ni qué decir cuando se acercaba la Navidad! Si bien no era católico, era imperdonable que no estuviéramos juntos y que no se pensara desde agosto… “¿Dónde vamos a pasar todos esta Navidad?” “¿Sí vamos a ir todos?”. Por su idealismo y su concepción estética de la vida, la desigualdad, la exclusión y el sufrimiento le causaban un dolor profundo y consideraba que la vida con estos aspectos no era vida; y hoy, por lo menos, nos queda la tranquilidad de que en sus últimos días no sufrió. Estuvo plácido, sedado, como quiso morir después de haber tenido la primera experiencia con la anestesia, cuando nos manifestó “si esto es morir, no le tengo miedo a la muerte”. Sabemos que en estas palabras quedan faltando infinidad de cosas por decir, pero en nuestro corazón siempre quedará el mejor recuerdo de un padre que fue un maestro y que, ante todo, nos mostró la ética, la estética y el amor. Las enseñanzas y el amor que él y la mamá nos han infundido constituyen una filosofía de vida que seguiremos llevando porque está en nuestra esencia. El papá siempre seguirá en nuestros corazones.

“La Constitución de 1986 ensayaba era la vía de la identidad: que todos hablemos español, que se acaben las lenguas indígenas, que todos seamos católicos y le consagremos al Sagrado Corazón de Jesús entonces. El Presidente tiene la obligación, tenía hasta que la Corte lo declaró inconstitucional esa ley, de consagrarle el país al Sagrado Corazón de Jesús. Yo no estoy en contra de la religión, quiero ser claro, pero, en lo que sí estoy en contra es que la religión como creencia se les imponga a quienes no comparten esta creencia. Y, para concluir, yo pienso, eso puede ser una hipótesis errada mía, la manera de que una persona o una comunidad se sientan bien es cuando se les reconoce su autonomía”. Aparte de la su intervención en la Cátedra Pública de la Rectoría, 13 de marzo de 2012.

Fotografía: Emanuel Zerbos

Defensor de la vida y de la inteligencia Héctor Abad Faciolince

El 26 de agosto de 1987, en el cementerio de Campos de Paz, con manos temblorosas, pero con voz muy firme, Carlos Gaviria habló ante el cuerpo abaleado de mi padre. De ahí en adelante, en los veintiocho años que siguieron, cada 25 de agosto, Carlos participó de alguna manera en la conmemoración de ese crimen y de esa injusticia. Yo nunca me imaginé que un día fuera a hablar en una ceremonia fúnebre por Carlos. Son esas cosas que uno nunca piensa, tal vez porque nunca las hubiera querido tener que hacer. Carlos era tan vi-

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tal y tan radiante, que yo pude pensar en su muerte solo en los últimos meses de su vida. Carlos tenía veinte años más que yo, y lo que puedo decir es que si tengo la suerte de vivir también hasta los 77 años, y si tengo la fortuna de que mis neuronas no se atrofien del todo, en este futuro que me quede seguiré siempre rememorando a Carlos como una presencia constante en mi vida, como una inspiración para mi pensamiento y para el sentido ético y justo que debo darles a mis acciones. Su ausencia real irreparable, pero su presencia dentro de mí, me dirá que nunca puedo traicionar su memoria. Su presencia viva será uno de los mayores tesoros de mi mente. En aquel año nefasto, 1987, a Carlos no lo mataron porque lo salvó la casualidad; por eso en la dedicatoria de El olvido que seremos yo lo llamé a él, y a mi otro amigo ya fallecido también, Alberto Aguirre, “supervivientes”. Carlos sobrevivió a la masacre de los profesores y los estudiantes de su muy amada Universidad de Antioquia para dar testimonio de esa horrible embestida del fascismo ordinario en nuestra realidad. Sobrevivió para oponerse a los paramilitares con toda la fuerza de su humanismo y su sensatez. La divisa de los asesinos, Carlos siempre lo dijo, era “¡viva la muerte, abajo la inteligencia!”. Carlos se opuso con la fuerza de su pensamiento riguroso, con la vitalidad de su espíritu romántico, y con las virtudes de su hombría ejemplar, a que las fuerzas de la oscuridad se impusieran para siempre en nuestra sociedad. Defendió siempre la vida y la inteligencia, el pensamiento razonado, la discusión sin violencia y con argumentos. Si hoy

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hay alguna luz aquí, y no todo es tiniebla, esto se lo debemos en buena medida a la voz valiente de Carlos, a las sentencias heréticas de Carlos, a su labor pedagógica paciente, rigurosa, constante, amorosa, tolerante. A su trabajo político limpio, sincero y radical. Él, como su gran maestro liberal, Gerardo Molina, fueron quizás las únicas figuras históricas colombianas capaces de unir a la izquierda en propósitos de ilusión por la justicia, sin fanatismo y sin sectarismo. Creo que Carlos, de alguna manera, me quiso adoptar en el peor momento de mi vida, y yo acepté esa adopción simbólica como un gran privilegio. Me ayudó, me animó, me protegió. Leyó, corrigió y presentó casi todos mis libros; fue un crítico agudo de mis escritos periodísticos, siempre sincero y honesto, en el acuerdo y en el desacuerdo. Para mí su palabra, su concepto, era fundamental para seguir adelante, para rectificar o, incluso, para insistir en lo que a él le parecía erróneo. Nunca nos distanciamos por un desacuerdo: la divisa de Carlos era la tolerancia, si en el desacuerdo había argumentos sólidos de parte y parte. Teníamos un proyecto que se quedó trunco: yo le haría una larga entrevista de su trayectoria vital e intelectual para publicarla en forma de libro. Era una especie de testamento de una vida de contemplación y de acción: contemplación por la belleza, el arte, la música, la poesía, la naturaleza, la novela, la filosofía y el sacrificio de la acción política, que para Carlos no fue una dicha, sino un deber con Colombia, que no pudo eludir. De ese proyecto solo queda una sesión de pocas horas, que espero rescatar algún día.

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Nuestra amistad, lo he dicho varias veces, se nutrió sobre todo de experiencias y lecturas compartidas. Gozamos muchas veces, juntos, por la belleza que otros creaban. El cuadro de un expresionista alemán; la sonata de un austríaco; el poema de un español… Un poeta de derecha, Jorge Luis Borges, siempre nos conmovió por la fuerza de sus palabras, por la ironía sin fin, y por la luminosa inteligencia. Cuando fui a ver a Carlos en el hospital, la última vez, pensé que podía estar mirándolo por última vez. Ya he contado que en vez de rezar le recité un poema que él, una vez, le recitó a mi padre en una reunión del Comité para la Defensa de los Derechos Humanos, “Los Justos”. Hoy quisiera terminar con otro poema de ese mismo libro, La cifra, un poema en que se nos aconseja mirar bien las cosas, y una cosa en particular: la luna. En diciembre del año pasado Carlos me llamó desde La Ceja, simplemente a contarme que estaba viendo un atardecer con muchos tonos de blanco, azul y rojo, precioso, y que ese atardecer le producía una honda emoción. Al mismo tiempo, me dijo, por el lado opuesto al que el sol se ocultaba, salía una luna llena. Carlos me hacía llamadas así: con el único fin de transmitir un goce. Pues bien, tal vez él, al mirar con tanta intensidad ese anochecher en La Ceja, estuviera pensando en este poema en que Borges nos recomienda mirar con mucho cuidado. Dice así: La amistad silenciosa de la luna (cito mal a Virgilio) te acompaña desde aquella perdida hoy en el tiempo noche o atardecer en que tus vagos ojos la descifraron para siempre en un jardín o un patio que son polvo.

In memóriam. Carlos Gaviria Díaz

¿Para siempre? Yo sé que alguien, un día, podrá decirte verdaderamente: No volverás a ver la clara luna. Has agotado ya la inalterable suma de veces que te da el destino. Inútil abrir todas las ventanas del mundo. Es tarde. No darás con ella. Vivimos descubriendo y olvidando esa dulce costumbre de la noche. Hay que mirarla bien. Puede ser última.

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Carlos Gaviria Díaz y María Cristina Gómez, su esposa

“La falta de pedagogía sobre el proceso de La Habana se advierte, por ejemplo, en circunstancias de estas: todavía hay gente que se rasga las vestiduras porque Timochenco, o alguno de los guerrilleros vaya a ser elegido para una corporación pública o vaya a desempeñar un cargo en el ejecutivo. Resulta que de eso se trata, se trata de que los guerrilleros quieran reinsertarse a la sociedad civil, a la vida política y eso implica que es mucho mejor tenerlos desempeñando funciones públicas, que en el monte echando bala”. Aparte de la su intervención en la Cátedra Pública de la Rectoría, 13 de marzo de 2012.

En primera fila, familia de Carlos Gaviria Díaz. Paraninfo, Edificio San Ignacio

La familia para el maestro Carlos Gaviria Díaz Fragmentos extraídos del programa “Diálogos”, que dirige el profesor, Carlos Vásquez Tamayo y que fue emitido el 20 de septiembre de 2013 por la Emisora Cultural Universidad de Antioquia.

La abuela “Mis abuelos maternos, con quienes conviví un tiempo, especialmente con mi abuela muchos años más, fueron figuras im-

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portantísimas para mí. Algo más, si usted me pregunta cuál fue la figura más importante en la infancia y tal vez en mi vida, fue mi abuela materna. No le he hablado de ella, la esposa de Fernando mi abuelo materno. Era una persona excepcional, una persona de primeras letras, con un talento, con una intuición, con una capacidad, incluso, para versificar con una ironía vital y, con una capacidad de análisis poco común. Además con una generosidad, con un amor extraordinario para sus nietos. Pienso que el personaje de mi vida ha sido mi abuela materna”.

La madre y el padre “Mi madre era maestra. Su padre era un abogado empírico autodidacta, ejercía el derecho, estuve en contacto con él muy poco, porque viví con mi madre, mi abuela materna y mi abuelo materno por las circunstancias de que mi padre y mi madre se separaron muy pronto. Mi padre abandonó el hogar y muy pronto se suicidó, siendo muy joven, un desadaptado pero esa es otra historia, una historia muy bella y muy humana. Entonces mi madre que se había graduado como maestra jardinera en el Colegio de María Auxiliadora tuvo que tomar las riendas del hogar, y fue maestra, maestra rural. Yo creo que desde eso a mí me fascinó la enseñanza. Es muy posible, no he racionalizado mucho el asunto, pero creo que mi pasión por la enseñanza proviene del ejercicio de la pedagogía, de la enseñanza por parte de mi madre que sin duda influyó en mí, mucho más de lo que soy consciente”.

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“Yo era muy niño, tenía exactamente siete años, iba a cumplir siete años, cuando supe que mi padre que era un periodista, también un periodista empírico que había trabajado en el periódico El Colombiano, en el Diario del Pacífico, estaba en el Valle del Cauca y que había muerto. A mí me pareció sospechosa la manera como trataban de ocultar la muerte de mi padre, porque se me decía a mí, y a dos hermanas mayores, que mi padre había muerto pero no la causa de su muerte. Hasta que, naturalmente, se fue haciendo evidente que algo se ocultaba y lo que se ocultaba era una conducta que ha sido considerada vergonzosa en la sociedad colombiana pero que yo nunca la consideré vergonzosa, que es el suicidio ¿No? Me he interesado mucho en el suicidio, en la posibilidad legítima, o sea el derecho que la persona tiene a disponer de su propia vida. Siempre he pensado, incluso este pensamiento lo afiné mucho más cuando estudié mi profesión. Cuando se trata de un derecho, el derecho es una opción y por tanto que si se tiene el derecho a la vida, es porque se tiene también el derecho de no vivir, y por tanto, que no es muy difícil, desde el punto de vista jurídico, justificar el suicidio y mucho menos lo es, desde un punto de vista filosófico, desde un punto de vista humano. Pienso que en torno al suicidio se han tejido muchas fábulas, muchos tabúes: que el suicida es un cobarde, yo no lo juzgo de esa manera. Es muy posible que alguna persona incurra en ese acto por cobardía pero hay muchas personas que no incurren en el suicidio por cobardía sino incluso en un acto de valor, en un acto de dignidad, en un acto de afirma-

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ción del dominio del propio destino como lo pone de presente, por ejemplo, Albert Camus en El hombre rebelde. De modo que ese tema para mí nunca ha sido tabú y me parece muy pertinente, e incluso muy bello, que usted me lo suscité como tema de reflexión”.

Los hijos y los nietos “Los nietos me han hecho muy feliz ,tengo en este momento seis nietos varones y lo que más echo de menos es una niña, por una razón: yo no tengo ninguna dificultad en revelarle mis debilidades, yo soy muy tierno y me hace mucha falta expresar mi ternura y en nadie se expresa o frente a nadie con tanta naturalidad y con tanta intensidad como frente a los nietos, pero le digo que echo de menos una nieta por lo siguiente: de todos modos la manera de relacionarse en nuestro medio los padres con los hijos, los abuelos con los nietos, etc. varía si se trata del abuelo con respecto a un nieto o una nieta. Somos mucho más reticentes cuando se trata de un niño, y más si es un adolescente ya del mismo sexo que cuando se trata de un adolescente del otro sexo. ¿Qué quiero decirle con eso? Yo tengo tres hijas y un hijo y con todos mantengo una relación excelente, muy bella, pero naturalmente con mis hijas me comporto como si fuera novio ¿cierto?, puedo desplegar toda mi ternura. Con mi hijo tengo muchas mayores inhibiciones culturales y entonces con mis nietos, por la edad, no sucede todavía eso; pero yo soy muy tierno y me encanta poder gratificar mi ternura en la relación con los nietos y por eso me hace falta una nieta con la que pudiera ser aún, o manifestarme, más tierno que como me manifiesto ahora”.

Homenaje In memóriam al maestro Carlos Gaviria Díaz Paraninfo, Edificio San Ignacio. 10 de abril de 2015 Fotos cortesía: Periódico Vivir en el Poblado

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