El Juicio Particular y El Juicio Universal

El juicio particular y el juicio universal Julián Andrés Gélvez Hernández Rudinei Orlandi Facultad de Teología Universi

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El juicio particular y el juicio universal

Julián Andrés Gélvez Hernández Rudinei Orlandi Facultad de Teología Universidad Santo Tomás

1. EL TÉRMINO. Sobre el juicio escatológico hay una doble vertiente: el judicial y el salvífico. El primero viene de una mentalidad forense que consiste en una decisión, una sentencia, basada en la vida pasada, (Peña, 1996, pág. 143). El Dios señor es transformado en el Dios iracundo que viene a castigar con ira. Como si Dios analizara las pruebas, los pros y contra y emitiera una sentencia. “[…] en ningún caso cabe interpretar ese juicio divino como una especie de revancha de un Dios que anota minuciosamente las faltas para castigarlas” (Fernández, 2015, pág. 128). El segundo es el juicio salvífico, es Dios juez que viene a justificar, a declarar justificado o no segundo las opciones en vida. (Peña, 1996, pág. 145). En hebreo el verbo “Safat”, significa indiscriminadamente juzgar y gobernar. Él viene para juzgar/gobernar su reino, es la victoria de Cristo sobre los poderes hostiles, (Peña, 1996, pág. 143). No se trata por lo tanto de un juicio o proceso al estilo forense donde el juez analiza las pruebas y emite la sentencia. En realidad el juicio lo hace la persona misma según acoge la palabra durante su vida. Por eso que él cree no será juzgado, el que no cree ya está juzgado. “La perdición no la impone Cristo, sino que se da donde el hombre se ha quedado lejos de él”, (Ratzinger, 1984, pág. 192). Es “el desvelamiento de la posición asumida en la historia frente a Cristo” (Peña, 1996, pág. 147). En el juicio Cristo confirma corrobora una decisión que ha hecho el hombre durante toda su vida de aceptar o rechazar su palabra. Si el hombre no estuvo en comunión con Cristo en toda la vida, tampoco ahora tiene sentido que esté, es una decisión de la persona misma todavía en vida, no es impuesta por Cristo. “Únicamente el hombre puede poner trabas

a la salvación”, (Ratzinger, 1984, pág. 193). Por lo tanto no hay ni temor ni sorpresa, por sus acciones en vida el hombre ya sabe la sentencia. Por eso que la vida eterna no es continuación de la vida terrena, sino que “una vida nueva y feliz”, (Fernández, 2015, pág. 117), de los que han querido optado por estar con Cristo, los que no quisieron no estarán. Es la respuesta a la pregunta ¿Qué va ser de nosotros? Es decir seremos felices, justificados con Cristo. “El hombre toma posesión del lugar que le corresponde”, (Ratzinger, 1984, pág. 192). Es en donde nuestra opción ante a Cristo toma forma definitivamente. Resucitaremos para la salvación o para la condenación eterna. Para vivir de forma definitiva la opción que hemos hecho. 1.1.El juicio particular Afecta el alma de cada persona inmediatamente después de su muerte, (Fernández, 2015, pág. 123). En el primer instante de la muerte ya es ejecutada la sentencia. La suerte ya está echada, ya se ha acabado el tiempo de pedir misericordia, solo queda el juicio de lo que ya está hecho y no se puede cambiar, (Fanzaga, 2000, págs. 75-76). Es la hora de responder como hemos usado la libertad con la que hemos sido dotados en la creación. Se corrobora si sus acciones fueron de quien opta por el purgatorio/cielo o por el infierno y la sentencia es definitiva. El juez es Cristo, el Dios hecho hombre, salvador, equitativo y misericordioso. “Cuando Dios irrumpe en la historia, lo hace siempre y sólo por un único motivo: para salvar” (Peña, 1996, pág. 148). En aquél momento la verdad de Cristo iluminará todo nuestro ser y serán desenmascaradas todas las mentiras. Dios se mostrará quien realmente es y nos mostrará a todos lo que hemos sido. La propia persona se va ver con la mirada de Dios y se juzgará ella misma, porque se descubrirá en comunión u oposición con Dios, (Fanzaga, 2000, págs. 7983). Es un encuentro de cada uno con Cristo donde cada uno cosechará lo que ha sembrado. (Josef-Noke, 1984, págs. 152-156). Es un auto juicio porque cada uno se juzga con su conducta de vida. Al conocer la verdad de las cosas y de Dios nosotros mismos nos daremos la sentencia, el Juez solo viene “levantar acta”, (Fernández, 2015, pág. 146), de lo que hemos decidido. Es la dolorosa consecuencia de no arrepentirse del pecado. No haremos más que lamentar “nos hemos equivocado” (pág. 147), porque ya no existirán otras posibilidades.

Pero “si Jesús de Nazaret es aquel que juzga, entonces el objetivo del juicio no puede ser venganza y ajuste de cuentas, sino sólo salvación, un venir a buscarnos, a consumarnos” (Fanzaga, 2000, pág. 83). Si el juez es misericordiosos el juicio va ser misericordioso, porque Él ha perdonado incluso los que lo ha crucificado. El viene por lo tanto a buscarnos, a justificarnos, pero también a confirmar la sentencia a todos, el purgatorio ya es un lugar de salvación, pero que todavía está incompleta. La posibilidad de pedir misericordia va hasta el último suspiro de vida, después ya no hay posibilidad de misericordia. El que haya sido misericordioso con los demás no tiene nada que temer, no encontrará un juez, sino que un amigo que lo dirá que pase a la compañía de su señor, (Fanzaga, 2000, pág. 85). En cambio los que no tuvieron o no pidieron misericordia encontraran un juez sin misericordia. Cristo por lo tanto no viene a juzgar o condenar, sino que viene a recibir/oír nuestra decisión/sentencia. Él pasa toda nuestra vida tratando de convencernos a optar por Él, por las sagradas escrituras, profetas y por fin el mismo vino a comunicar el mensaje de salvación. Pero si con todo eso decidimos no optar por Cristo, no le queda otra que aceptar nuestra decisión, porque Él nunca violenta nuestra libertad. Viene a buscar/llevar los que quieren irse con Él.

1.2.El juicio universal Es colectivo y es el último, engloba toda la humanidad. Se dará en la parusía, la nueva venida de Cristo para consumar los nuevos cielos y la nueva tierra. Es posterior a la resurrección de la carne, donde la unidad de cada persona ya haya sido retomada con la unión de alma y cuerpo nuevamente, (Fernández, 2015, pág. 124). “Será juzgado el hombre en su totalidad, cuerpo y alma” (Josef-Noke, 1984, pág. 89). Es la humanidad quien comparece ante Dios ahora como personas completas, cuerpo y alma, porque ha resucitado el cuerpo y se ha vuelto a unir al alma, para ser juzgados. Por eso que unos resucitan para la salvación, otros para la condenación, pero todos resucitan. Es la conclusión y destino de la humanidad y del mundo. Aparece la figura del ladrón en la noche, para decirnos que no sabemos cuándo vendrá, tenemos que estar vigilantes y

preparados. Y la forma para tal es acoger y vivir la palabra, por eso se dice que el que no acoge la Palabra ya está juzgado, y el que la acoge encontrará un amigo, no un juez. Una vez más la sentencia la construimos nosotros en vida. Creer, acoger la palabra es el criterio de verdad del juicio. No es repetición del juicio particular, sino que es la historia humana quien presta cuentas delante de Dios ahora como colectivo. Las responsabilidades se entrelazan, (Fanzaga, 2000, págs. 195-197). Y “nuestra suerte individual, decidida ya en el juicio particular no podrá ser cambiada en el juicio universal”, (pág. 197). La sentencia dada al alma en el juicio particular ahora es aplicada a toda la persona, cuerpo y alma. Por eso es otro juicio distinto del primero. Aparecerá todo el bien o el mal que hemos hecho y que ha llevado otros a caer también por nuestra influencia. Estarán ante nosotros los que hemos salvados, y los que hemos condenado, según nuestras acciones. Se cumplirá el deseo del hombre de ver finalmente la victoria del bien sobre el mal. La verdad y la justicia serán restablecidas. Los buenos serán salvados, y los malos castigados, se separará el trigo de la cizaña, se dará a cada uno según sus obras, (Fanzaga, 2000, págs. 198-201). Se dará destrucción perpetua del mal que será arrojado al fuego y sellado para siempre. “Satanás no pondrá volver a hacer daño nunca más” (Fanzaga, 2000, pág. 199). Es la parusía donde se concluirá la obra de la salvación y el demonio será derrotado definitivamente y el mal ya no hará daño al hombre porque ya no existirá. La vida pasará a otro estado de ser. Los salvados estarán con Dios, los condenados a la muerte eterna, a la no relación definitiva con Dios. 2. EL JUICIO EN LA SAGRADA ESCRITURA. 2.1. Antiguo Testamento. Suelen ser amenazadoras porque tienen la intención de evita la corrupción de Israel, sobre todo por dejarse llevar por las culturas de los países vecinos. No se trata por lo tanto de un Dios enjuiciador que anota las fallas de los hombres para después castigarlas, (Fernández, 2015, pág. 128) Gn 16, 5: Yahveh condena todo tipo de injusticias.

El premio o el castigo son consecuencia del ejercicio cumplimiento de la justicia por parte de Dios. Gn 3, 17-24. 4, 9-16 (Caín), Gn 6-8 (diluvio universal), 11, 1-9: (babel). Is 3, 1-12; 5, 8-24. Ez 18, 1-5: el que peque es quien morirá. Pr 11, 4; 16, 4; Sb 3, 18: cada uno tendrá su suerte después de la muerte. (Is 1, 18). “El juicio traerá purificación al pueblo, y dejará un resto santo y fiel” (Alviar, 2000, pág. 193). Lo mismo pasa con Amós y Miqueas. Jr 9, 6; Is 48, 10: La metáfora del fuego que indica la purificación de Dios y la destrucción de lo impuro. Ml 3, 23; Za 14, 1; Is 24: el día de YHVH, un día catastrófico. Sal 50: Dios se olvidará de todo lo que nos hemos arrepentido. 2.2.Nuevo testamento. Dice Fanzaga que no se puede dudar que las comunidades cristianas primitivas vivían esperando el fin del mundo y la venida del juez que es Cristo. Sus previsiones se basaban en los textos evangélicos y cartas que anunciaban estos hechos, (2000, pág. 80). Además de la esperanza constante de la segunda venida de Cristo, también tenían claro que el mismo Cristo sería en juez, que juzgará con justicia y con misericordia, dando a cada uno según sus obras. 2.2.1. Sinópticos. La novedad y centralidad de los sinópticos es que seremos juzgados por alguien que conoce la fragilidad humana, y que juzgará con misericordia y con justicia. El salvador es el juez, por eso que no hay perdición, sino que auto perdición, el hombre en su libertad opta con quien quiere quedar. Cristo el juez verdadero que ya es anunciado por el mismo Juan bautista cuando habla del poder del juicio divino. (Alviar, 2000, pág. 195). Lc 16, 19-31: el rico Epulón que muere y va al infierno. Y Lc 23, 43: el buen ladrón en la cruz que al pedir misericordia gana en el mismo el reino de los cielos. El juicio y la recompensa son inmediatos después de la muerte.

Mt 25,23. Bien siervo bueno y fiel. Entra en el gozo de tu señor. Esta es la sentencia del que ha acogido la palabra del Señor. Mt 25, 31ss. Seremos juzgados también como humanidad. “serán congregadas todas las naciones ate él y él separará a los unos de los otros como el pastor separa las vejas de los cabritos”. Mt 13,24: el trigo al granero y la cizaña al fuego. Es el juicio universal donde el hombre resucitado, cuerpo y alma, comparece ante Dios para prestarle cuenta de su vida. Mt 24,42-43; Lc 12,35-59: hay que estar preparados porque él os sorprenderá como un ladrón en la noche. No se sabe cuándo será. Los primeros cristianos pensaban que sería luego de la muerte de Jesús, pero después se dan cuenta que va tardar más. Por eso la necesidad de preparación y vigilancia constante para no ser agarrado de sorpresa. Mt 7, 1-2; 1Cor 4,5: no juzguéis y no seréis juzgados. Él iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones. Él es el único juez de vivos y muertos. No cabe por lo tanto al hombre estar emitiendo juicios sobre los hermanos, el que está constituido para juzgar lo hará con misericordia y con justicia para salvar, no para condenar. Mt 10, 28; Lc 12, 4: No hay que temer al que mata el cuerpo, sino que aquél que puede matar también el alma. Mt 13,30; 25, 31-46: Establecimiento del reino y de la justicia recompensando a todos. Todos tienen su recompensa, los salvados el paraíso, y los condenados el infierno. Si bien que la Iglesia nunca dijo si hay alguien en el infierno, pero sí que hay muchos en el cielo, que son los santos. 2.2.2. Cartas. En Pablo el juicio se permuta también el día del Señor. Él dará la perfecta retribución de acuerdo a las conductas de cada uno. Pero al mismo tiempo que habla de la cólera de Dios también habla que Cristo protegerá a los fieles de la ira de Dios en el día del juicio. Al final prevalecerá la misericordia y la perfecta justicia. (Alviar, 2000, pág. 197). 1Cor 4,5. Iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones.

2cor, 5,6-8.10: Es necesario que todos comparezcamos al tribunal de Cristo. Heb 9, 27: Moriremos e iremos al juicio. El hombre solo muere una vez y va al juicio y recibe su pena, no existe por lo tanto reencarnación, cada uno que comparece ante Dios para ser juzgado es único, y es el mismo que ha muerto. 2Tes 1,7-8. Venganza a los que no obedecen su evangelio. Rom 2,6; Mt 16,27: Dará a cada uno según sus obras. Mt 22,36; Mc 12,28-31; Lc 10, 25-28: Te examinarán en al amor a Dios y al prójimo. Heb 9, 28: Cristo aparecerá por segunda vez para dar a cada uno según sus obras. Rom 2,2-3: el juicio es según la verdad. Mt 25, 14-30; Lc 16, 1-9. 19, 11-26: El hombre debe dar a Dios cuenta de su vida. Ap 19, 20: 20,10.14: destrucción y encasillamiento definitivo del mal. Heb 7, 25; Pro 8, 31: seremos juzgados por un Dios que se hizo hombre y conoce imperfección humana. El que vino para salvar es quien va dar la sentencia, que no es una sorpresa, sino que la consecuencia de acoger o no su Palabra en vida. 2.2.3. Juan. Para juan lo que define es la fe o la incredulidad en la palabra del hijo. Es decir, la recepción de la propuesta del reino expresada en el evangelio. Mientras que para Mateo la dinámica se da entre el amor y el desamor al prójimo, (Peña, 1996, pág. 147). En el momento presente el hombre ya puede clasificarse entre salvado o condenado. La perdición se da por no creer en Jesús y por cerrarse a su palabra. Por eso que Cristo no vino a condenar, sino dar la vida a los muertos. En este contexto de no juzgar “la perdición por lo tanto aparece como auto condenación”, (Alviar, 2000, pág. 197). Es la justicia perfecta, donde cada uno recibe según sus conducta, si para salvarse o para condenarse. Jn 5, 22-23. 27-27: el padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo. Cristo es el juez. Dios le ha dado poder para juzgar. 2Tm 4, 1; 1P 1,5; Mt 13, 41-43; 16, 27; 24, 42-47; 7, 21-27. Mc 13.25. Jn 3,17-19: Dios ha enviado su hijo al mundo para salvarlo, no para condenarlo. Jn 5, 24; 12, 47: el que cree no incurre en juicio, porque el Juicio se da por la no recepción de la Palabra.

2.2.4. Hechos. Hech 2, 38-41; 3, 19-21; 10, 42: Cristo está constituido por Dios juez de vivos y muertos. La forma de escapar de la sentencia condenatoria es la adhesión a la fe en Jesucristo, por eso que los apóstoles la predican con tanta vehemencia. (Alviar, 2000, pág. 196). No es una amenaza, sino que una advertencia lógica, el que no comulga con Cristo en vida, tampoco tiene sentido que comulgue con él después de la muerte. Por eso la necesidad de prepararse y de acoger la palabra, para estar en comunión con Dios. 3. EL JUICIO PARTICULAR Y UNIVERSAL EN LOS PADRES DE LA IGLESIA Y EN LA TEOLOGÍA MEDIEVAL. Hay dos términos que definen este particular en la teología patrística y en la posterior teología medieval: en lo que refiere al juicio particular justicia/retribución inmediata y en el juicio universal consumación. 3.1. El juicio particular en la tradición patrística. La muerte, como se ha visto, pone fin al tiempo de prueba o transición que todos los seres humanos deben recorrer terrenamente, en donde haciendo uso del don de la libertad y bajo el impulso de la gracia salvadora, alcanza la plenitud definitiva de la unión con Dios (Pons, 2001, pág. 57). La cuestión central, que se juega en este tópico es la relación-tensión entre la escatología individual y la escatología universal; esto implica necesariamente la ejecución del juicio, uno para cada caso, cuando se aborde la teología medieval, representada paradigmáticamente en Santo Tomás de Aquino. La escatología temprana de la Iglesia primitiva es el primer foco de abordaje del juicio final. Como se sabe, gracias a los datos de la exégesis, esta consistía en una esperanza cronológica, bien descrita con el verbo inglés wait, presente sobre todo en el evangelio de Marcos y en las primeras cartas paulinas (léase 1Tes). Como bien es sabido, la tradición bíblica es asumida plenamente por la tradición patrística, así es casual encontrar en los padres subapostólicos la referencia a una retribución inmediata después de la muerte, como respuesta a la problemática del estado que existiría entre el momento de la muerte y el momento del retorno glorioso de Cristo.

La experiencia de la tardanza de la parusía ha llevado a distinguir, consecuencialmente, aquello que en un primer momento confuso y a anticipar el juicio sobre la historia personal al momento del encuentro con Dios que para todos los hombres acaece en la muerte, dejando para el final el juicio afirmado por los textos bíblicos. Por tanto, se percibe el mismo juicio en dos momentos: el particular y el universal (Ponce Cuellar, 2013, pág. 145). Podemos citar por ejemplo a Clemente Romano, que afirma que los apóstoles han recibido el premio eterno gracias a su actuación y celo por las almas en la tierra (Carta a los Corintios 5, 3-7). Esta intuición es tan patente en los Santos Padres que Ignacio de Antioquia, escribiendo a los romanos, afirma que cuando su cuerpo desaparezca devorado por las fieras, él irá a Dios y comenzará a ser discípulo nuevo y perfecto (4, 1-3); igualmente en el martirio de Policarpo se asevera que con la muerte se alcanzó la corona de la incorruptibilidad y recibido un galardón indiscutible (16-17). En el contexto de la persecución es importante sumar a estos testimonios, el martirio de los santos sicilianos del año 180, donde se tiene plena certeza de la entrada inmediata de estos al cielo (cf. Martirio de los santos sicilianos, 14-17). Particular mención merece Orígenes, en cuanto se refiere a la condena eterna de los impíos: “Teniendo el alma sustancia y vida propias, al dejar este mundo y de acuerdo con la conducta que haya observado, o bien se le otorga la herencia de la vida eterna y la bienaventuranza que por sus obras le corresponden, o bien a se destina al fuego eterno y a los suplicios, si tal es la condición que ha merecido por las maldades que ha cometido” (De los principios, 1, Pref, 5) En el mismo sentido Atanasio exhorta a los cristianos a estar siempre unidos, en primer lugar al Señor y a los santos para que, tras la muerte, sean recibidos en los tabernáculos eternos (Vida de Antonio, 91-92). Por su parte, Hilario de Poitiers afirma la necesaria condenación, afirmando implícitamente el premio de los justos, de los impíos antes del juicio final: “El castigo del infierno no se retrasa para aquellos que se han apartado del recto camino, de modo que nadie se libra de la condenación, aunque no haya llegado aún el tiempo del juicio universal” (Tratado sobre los Salmos 2, 49). Así vemos que hay dos intuiciones claras en los padres de la Iglesia: una diferenciación, que no está explicita en la Escritura, entre el juicio particular y el universal, aunque algunos textos

indiquen una particular la existencia del primer juicio, por ejemplo la promesa de Jesús al buen ladrón; y la necesaria existencia del juicio particular como acción providente de la justicia de Dios y en forma de retribución a la vida que ha sido llevada durante la estancia terrena. Testimonio de la separación de los dos da Agustín cuando se pregunta “¿Acaso porque esté lejano el día del juicio está también lejano tu propio juicio?” (Sermón 17, 7); o cuando afirma el gozo eterno que ya han encontrado los mártires y santos en el cielo después de la muerte (cf. Sermón 282, 1). Sin embargo, la diferenciación es clara: “Después de la Ascensión del Señor a los cielos, todas las almas de los santos están con Cristo, y las que dejan el cuerpo se van con Cristo, en espera de la redención de su cuerpo, de modo que obtengan la perpetua e íntegra bienaventuranza, conjuntamente, en la transformación” (Genadio de Marsella, Libro de los dogmas de la Iglesia, 45) En la época patrística, será Julián de Toledo quien sintetice el sentir de los Padres de la Iglesia precedentes, enseñando con precisión la doctrina de la retribución inmediata después de la muerte: “Los antiguos padres que vinieron practicando la justicia antes de la venida del Señor, no fueron llevados al Reino de los cielos, porque no había venido a la tierra Aquel que, mediante su muerte, abriría a los hombres las puertas cerradas del paraíso. Por eso ellos, a pesar de que habían obrado bien, quedaron detenidos en los infiernos, aunque en una situación tranquila. En cambio, después de la venida del Mediador, los que vivimos en este mundo, tal como enseña el bienaventurado Gregorio, somos conducidos al reino inmediatamente después de dejar nuestro cuerpo, y sin tardanza contemplamos aquello que los padres antiguos merecieron ver sólo después de una dilación prolongada” (Prognosticon II, 12-13) 3.2.El juicio universal en la tradición patrística. Como se ha dicho, hay una palabra que rige la reflexión de los santos padres y de la tradición medieval en torno al juicio universal: consumación. Pero esta consumación se encuentra necesariamente vinculada a la Parusía y a la resurrección de la carne, que se darán con la

segunda venida gloriosa del Verbo Eterno del Padre. Esta es la profesión de fe que hacen los primeros concilios de la historia de la Iglesia: “creemos en… de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y a muertos” (DH 150). En el juicio universal el Padre pronunciará, por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia, y dará a conocer el sentido último de toda la obra de la creación y de la economía de la salvación, que hasta ahora permanecen en el misterio. Se revelará definitivamente que el amor y la justicia de Dios, inseparables uno del otro, triunfan sobre la injusticia y son más fuertes que la muerte (cf. Pons, 2001, pág. 95). La recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef 1, 10), implica que Él mismo venga a juzgar a toda la creación. Por tanto, el juicio universal, para los Padre de la Iglesia, implica la resurreción del cuerpo: “el hombre se presentará a juicio con la plenitud de los elementos con los que se desarrolló su vida y sobre los cuales ha de ejercerse el discernimiento” (Tertuliano, de la resurreción de la carne, 14; Ireneo de Lyon, Adversus Haereses 1, 10, 1). Esto significa ante todo una llamada a un género de vida caritativo y ordenado (cf. San Agustín, Civitate Dei, XX, 6, 2), en él aparecerá con claridad cuán justos han sido a través de los tiempos los juicios de Dios (cf. San Agustín, Civitate Dei, XX, 2). El juicio final, en la época patrística, no tiene un enfoque puramente positivo, por el contrario es un llamado a la esperanza y al regocijo por la recapitulacion de todas las cosas en Cristo: “Cuando los padres de la Iglesia primitiva confesaba su fe en el Cristo juez, lo resonaba en el fondo de ese artículo de fe era el mensaje reconfortante de la gracia vencedora, que lleva a su término la iniciativa salvadora con una intervención que concluye y consuma los juicios plurales que ha ido jalonando la historia” (Ponce Cuellar, 2013, pág. 153) 3.3. El juicio final en la teología medieval: Tomás de Aquino, teólogo paradigmático. En la época medieval la actitud esperanzadora ante el juicio como acto de salvación cederá el paso ante una idea de juicio como sentencia jurídica y condenatoria. Como la doctrina de los Santos Padres ha quedado tan claramente expuesta, Tomás de Aquino se pregunta centralmente por el juicio universal. También es significativo el hecho de que Tomás muriese

sin terminar el tratado de los novísimos, Suplemento de la Summa, redactado por sus discípulos después de su muerte con base en los apuntes del Santo. Cuatro puntos son importantes para la comprensión del juicio final en la teología del Aquinate: 3.3.1. La conveniencia del juicio universal. Para Santo Tomás de Aquino y con él para gran parte de la teología medieval, es imposible emitir un juicio definitivo sobre una cosa mudable antes de su consumación, ya que muchas veces puedes cambiarse de bueno en malo o al revés, o de bueno en mejor, o de malo en peor; todo esto hasta la llegada de la consumación. Se debe considerar que, si bien la vida temporal del hombre en sí mismo termina con la muerte (y es juzgado en aquél momento según los actos que realizó en su vida), él mismo subsiste de forma relativa dependiendo del futuro en varios modos: porque aún vive en la memoria de otros hombres; porque puede perdurar en los hijos, que son como algo mismo del padre; porque puede perdurar en sus obras, así por la predicación de los Apóstoles se propagó la fe cristiana y en ese sentido ellos perduraron; por razón del cuerpo sepultado; y finalmente por razón de algunas cosas en que el hombre tenía puesto su afecto (Sum. Theo. III q.59 a.1). Por las razones anteriores es preciso que haya un juicio al final, en el último día, en el que se dará fallo pleno y manifiesto de cuanto pertenece de algún modo al hombre. La imagen utilizada por otra Santa Doctora de la Orden de Predicadores, Catalina de Siena, puede ser ilustrativa a este aspecto: el juicio particular corresponde a los actos concretos que realizó el ser humano en su vida terrestre, por ejemplo empujar una bola de nieve desde un barranco; pero en el juicio universal se ha de juzgar las “consecuencias” de dicho acto (cf. Diálogo, 270), es decir, el bien o mal que pudo causar en relación a Dios mismo, a los demás hombres y a la creación. Esto no implica que un juicio contradiga al otro, como hemos de ver en el inciso precedente. 3.3.2. La necesidad del juicio universal. Como todo hombre es a la vez singularidad, como persona individual, y parte del género humano, ha de tener doble juicio, en donde cada dimensión sea juzgada: un juicio particular, que tendrá lugar después de la muerte, cuando reciba conforme a lo que hizo durante su vida

mortal, el bien o el mal, pero no es total porque el sujeto de tal juicio sólo el alma sin el cuerpo; y otro universal, como parte del género humano, al igual que, según la justicia humana, se dice que uno es juzgado cuando lo ha sido la comunidad de la que forma parte, y aquí sí será definitivo a causa de la plenitud del ser humano congregado ante Cristo. Con todo, es importante destacar que “Dios no juzga una misma cosa dos veces, pues no impondrá dos castigos por un solo pecado: lo que hará es que la pena que no impuso completamente en el primer juicio, en este se completará” (Supl. q. 88 a.1 ad. 1). Por tanto, los justos recibirán más premio después del juicio, porque también el cuerpo gozará de la gloria y porque se completará el número de los bienaventurados; y los malos sufrirán mayor tormento, por el castigo del cuerpo y por completarse el número de los condenados (cf. Supl. q. 88 a.1 ad. 2). Para que pueda ser efectuado este juicio es necesario que tanto el testigo como el acusador y el defensor tengan noticia de las cosas que se han de juzgar, esta es la razón de la universalidad del juicio y de su carácter público, en donde la conciencia de cada cual será como un libro que contendrá sus obras, por las que será juzgado (cf. Martinez Puche, 2003, págs. 471-473). 3.3.3. Jueces, juzgados y testigos en el juicio universal. Se puede hablar de juez en dos sentidos: por propia autoridad, es decir, que corresponde a quien tiene dominio y potestad sobre los demás que se someten a su régimen y gobierno. De esta manera, estando dispuesto el juicio final para que unos sean admitidos en el reino y otros excluidos, es conveniente que Cristo, según su naturaleza, por el beneficio de cuya redención es admitido el hombre al reino, presida dicho juicio; pero también existe la transmisión de la sentencia dictada por la autoridad, para que llegue a conocimiento de todos, de esta manera juzgarán los varones perfectos, que transmitirán a otros el conocimiento de la justicia divina, de suerte que la misma revelación de la justicia se llame juicio (cf. Supl. q. 89 a.1). En cuanto a los sujetos de juicio, basándose el Aquinate en la Sagrada Escritura, todos los hombres, sean cuales fueren las distinciones entre vivos y muertos, comparecerán en el juicio final. Finalmente el testigo por excelencia del juicio universal/final es la conciencia, siendo perfecto el juicio divino, es preciso que la conciencia tenga presente todo cuanto se ha de juzgar, pero el juicio recae sobre todas las obras y sus consecuencias, luego es necesario que la conciencia de cada uno tenga presentes cuantas cosas hizo (Supl. q. 87 a.1 sed contra 2)

3.3.4. La sentencia y la ejecución. La sentencia y la ejecución del juicio, tanto en lo relativo a la discusión como a la acusación de los malos y la alabanza de los buenos, y a la sentencia, se hará mentalmente. Porque si tuviesen que narrarse vocalmente los hechos de cada uno de los hombres allí presentes, se requeriría de un espacio de tiempo fastuoso: “La sentencia propia de aquel juicio universal es la separación universal de buenos y malos. Esta separación no precede a dicho juicio, como tampoco le ha precedido el efecto completo de la sentencia particular de cada uno, puesto que los buenos recibirán más premio después del juicio, bien por la gloria adjunta del cuerpo, o bien por haber sido completado el número de los justos” (Supl. q. 88 a.2 ad. 2) *** Como se puede ver el desarrollo teológico del Aquinate es muy amplio en cuanto refiere al juicio final, en ese sentido, juzgamos oportuno profundizar en el aspecto de la diferencia de juicios, que Gerhard Müller manifiesta en su obra: “esta visión de Dios no puede aumentar en intensidad, pero sí puede experimentar un crecimiento extensivo en virtud de la reunificación plena del alma y el cuerpo, es decir, a través de su modo de expresarse en la materia renovada del cielo de la nueva creación, de la nueva tierra y de la comunión plena de los santos” (Müller, 2009, pág. 559) 4. EL JUICIO PARTICULAR/FINAL EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. La doctrina del juicio particular no ha sido definida solemnemente, pero es un presupuesto del dogma de que las almas de los difuntos van inmediatamente después de la muerte al cielo o al infierno (cf. Ott, 1969, pág. 697). Con todo El juicio es asociado en muchos símbolos de la Iglesia a la parusía en tanto “el Señor vendrá a juzgar a vivos y muertos” (cf. DH 10. 11. 13. 30. 60. 76. 125. 150. 801. 852) de especial mención son los símbolos de Nicea, Constantinopla, Calcedonia y XVI de Toledo por la relevancia teológica que representaron para la época. Un texto es la profesión del símbolo de Toledo XVI, que une el juicio a la parusía. Sin embargo, la evolución del aspecto personal, lleva consigo la afirmación de un juicio particular (como se ha visto en los Padres de la Iglesia) en el momento de la muerte. Este

“cambio” es palpable en el símbolo del Concilio de Lyon II (1274): “La misma sacrosanta Iglesia Romana firmemente cree y firmemente afirma que, asimismo, comparecerán todos los hombres con sus cuerpos el día del juicio ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propios hechos” (DH 859). También la bula Benedictus Deus de Benedicto XII sostiene la fijación definitiva del premio o del castigo inmediatamente después de la muerte, al mismo tiempo que habla del juicio universal (cf. DH 1000-1002). Dos documentos contemporáneos merecen mención al menos judicativamente: el Catecismo de la Iglesia Católica y la carta encíclica Spe Salvi. El CEC afirma “La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros. Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Concilio de Lyon II: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857; Juan XXII: DS 991; Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS 858; Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1306)” (CEC 1021-1022). En cuanto al juicio final asevera: “La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los que estén en los

sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda [...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46). Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena: El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6). El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10)” (CEC 1038-1041). La carta encíclica Spe Salvi del Beatísimo Padre Benedicto XVI, se enfoca en presentar el juicio como lugar de aprendizaje y de esperanza: “La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. ¿Pero

no es quizás también una imagen que da pavor? Yo diría: es una imagen que exige la responsabilidad” (SpS 44) El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación con temor y temblor (cf. SpS 47). Por tanto, no es preciso imaginarse el juicio particular con la imagen de un tribunal; basta imaginarlo como la situación del alma que, teniendo en frente a Dios, se hace perfectamente consciente de su bondad o de su maldad. No es simplemente un autojuicio, sino la situación de quien toma conciencia de su propio pecado ante la presencia y la medida misma de Dios (cf. Sayes, 2006, pág. 114). En este sentido el autojuicio debe ser comprendido de forma relativa, porque no implica que el hombre sea la norma suprema de sí mismo, sino que la luz de Dios, ante quien se encuentra el hombre en el juicio, permite abrir los ojos del entendimiento. “Sólo delante de Cristo ve claro el hombre lo que hay en él” (Nocke, 1996, pág. 1101) Esto significa que, en última instancia, los hombres estamos obligados a responder de nuestras opciones, mas no ante una norma impersonal, sino ante la persona de Cristo. Él, que es el hombre por antonomasia, es consiguientemente la medida de toda genuina humanidad (cf. Ruiz de la Peña, 2011, pág. 147). De esta manera, la palabra juicio particular y con ella el juicio final, podrían expresar una esperanza de liberacion de la insinceridad que aliena, una esperanza de clarificación, la esperanza de ver el buen resultado de la vida (cf. Nocke, 1996, pág. 1102) 5. REFLEXIONES DE TEÓLOGOS CONTEMPORÁNEOS: PENSAMIENTOS Y PROBLEMÁTICAS Es común entre los autores, sobre todo contemporáneos, afirmar que el alma goza de operaciones propias y especificas del espíritu, tales como el conocer y el amar. A través de ellas, el alma tiene la capacidad de conocerse a sí misma, es consciente y dueña de su mismidad (Fernandez, 2015, pág. 124). Por tanto, el juicio implica una característica

fundamental, lo cristológico, con dos notas específicas: que la conducta personal será juzgada con referencia a la obligación de reconocer la Persona de Jesús, la aceptación de sus enseñanzas y el cumplimiento de sus mandatos acerca del amor a Dios y al prójimo; y que el rigor de la sentencia del juez está matizado por el amor de Cristo redentor siempre dispuesto al perdón (cf. Fernandez, 2015, pág. 131). Así, para Aurelio Fernandez el juicio se argumenta fundamentalmente de la siguiente manera: tras la muerte del individuo se explica por la gran apuesta que ha hecho Dios por el hombre, es decir, la sobre abundancia de su amor derramada hacia los hombre; este derroche de amor debe perdurar incluso más allá de la muerte, por tanto demanda que se constate y se juzgue si ha sido o no correspondido (cf. Fernandez, 2015, págs. 134-135).