El Incidente de Plattner. Wells H. G.1985

EL INCIDENTE DE PLATTNER H. G. WELLS, 1896 Ya sea que el incidente narrado por Gottfried Plattner se crea o no, ´este ll

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EL INCIDENTE DE PLATTNER H. G. WELLS, 1896 Ya sea que el incidente narrado por Gottfried Plattner se crea o no, ´este llama la atenci´ on por el peso de la evidencia. Por un lado, tenemos siete testigos; para ser exactos, tenemos seis y medio pares de ojos y un hecho innegable; por el otro lado tenemos, –¿qu´e tenemos?– prejuicios, sentido com´ un, la inercia de la opini´ on. Nunca hubo siete testigos tan aparentemente honestos; nunca hubo un hecho tan real como la inversi´ on de la estructura anat´ omica de Gottfried Plattner y nunca hubo una historia tan absurda como la que ellos pueden relatar. La parte m´ as absurda de la historia la tenemos por medio de la valiosa contribuci´ on de Gottfried (y es por eso que lo cuento a ´el como uno de los siete testigos). Yo creo que hay algo raro en esta historia de Plattner pero, ¿qu´e es lo raro?, francamente no lo s´e. Me ha sorprendido la credibilidad dada a esta historia en los distritos m´ as inesperados y prestigiados de esta comarca. Lo m´as justo para el lector ser´ a que le cuente el incidente sin ning´ un comentario adicional. Gottfried Plattner es, a pesar de su nombre, un ingl´es digno. Su padre naci´ o en Alsacia y lleg´o a Inglaterra en los a˜ nos (mil ochocientos) sesentas; se cas´o con una inglesa respetable de antecedentes convencionales y muri´o, despu´es de una vida poco destacada (dedicada, creo, a la colocaci´ on de pisos de parquet) en 1887. Gottfried tiene 27 a˜ nos. Es, debido a su herencia pol´ıglota, profesor de Lenguaje Moderno en una peque˜ na escuela privada en el sur de Inglaterra. Es como cualquier otro maestro de cualquier escuela privada. Su atuendo no es muy costoso ni muy a la moda, pero tampoco barato o corriente. Su complexi´ on, como su altura y porte, es discreta. Usted tal vez notar´ıa que su cara no es totalmente sim´etrica, como en la mayor´ıa de la gente. Su ojo derecho es un poco mayor que el izquierdo y su quijada est´ a m´as acentuada del lado derecho. Si examin´ aramos su pecho y sinti´eramos su coraz´on, notar´ıamos que es como el de cualquier otra persona, pero aqu´ı es donde nosotros y el observador experto diferir´ıamos. Y una vez que nos lo hiciera notar, tambi´en percibir´ıamos la anormalidad f´ acilmente. Sucede que el coraz´on de Gottfried late en el lado derecho de su cuerpo. Esta no es la u ´nica particularidad de la estructura de Gottfried. Cuidadosamente revisando su arreglo interno, alg´ un buen cirujano notar´ıa la asimetr´ıa en el interior de su cuerpo. El l´ obulo derecho de su h´ıgado est´a del lado izquierdo, y el izquierdo, del derecho; sus pulmones est´ an contrapuestos. Lo m´ as peculiar, a menos de que Gottfried sea un actor consumado, es que su mano derecha recientemente se ha convertido en su izquierda. Desde que sucedieron los hechos que voy a platicar (tan imparcialmente como pueda), lo m´ as dif´ıcil con que se ha encontrado Gottfried, es que no puede escribir bien, a no ser que lo haga de derecha a izquierda y con la mano izquierda. Ya no puede lanzar objetos con su mano derecha; a la hora de la comida, se confunde con el cuchillo y el tenedor, y su conocimiento en lo que a tr´ ansito de veh´ıculos se refiere est´a peligrosamente confundido (´el es ciclista). No existe evidencia que demuestre que Gottfried fuera zurdo antes del incidente. A´ un, hay otro hecho asombroso en todo este il´ ogico incidente. Gottfried tiene tres fotograf´ıas de ´el mismo. En una de ellas, a la edad de cinco o seis, se nota que su ojo izquierdo en un poco mayor que el derecho y su quijada un poco m´ as pesada o marcada del lado izquierdo. Esto es lo contrario de su posici´ on actual. La foto de Gottfried a los catorce a˜ nos parece contradecir estos hechos, pero es 1

debido a lo corriente de la foto tan de moda en ese tiempo, cuando eran impresas directamente en el metal y, por lo tanto, cambiaban las im´ agenes como un espejo lo har´ıa. La tercera foto es de cuando ten´ıa veintiun a˜ nos, y aqu´ı es donde es evidente que Gottfried cambi´ o su lado izquierdo por el derecho. Sin embargo, ning´ un ser humano puede ser cambiado de tal manera, a menos de que haya ocurrido un milagro. De alg´ un modo estos hechos podr´ıan ser explicados si suponemos que Plattner, mediante elaborados esfuerzos m´ısticos, desplaz´o su coraz´on de un lado al otro. Las fotograf´ıas pudieron ser alteradas, y pudo imitar el ser zurdo. Pero su car´ acter no se presta para tal teor´ıa. El es callado, pr´ actico, discreto, y es sano desde cualquier punto de vista. Le gusta la cerveza y fuma moderadamente; como ejercicio camina diariamente y tiene buena estima del valor de su ense˜ nanza. Posee una buena –aunque poco entrenada– voz de tenor, y le gusta cantar trozos de alegres canciones populares. Es aficionado a la lectura (principalmente a la ficci´ on con toques optimistas), duerme bien y rara vez sue˜ na. De hecho, ´el ser´ıa la u ´ltima persona en inventar una f´ abula fant´ astica. Lejos de imponer su historia a la gente, ha sido muy reservado en el asunto. Acepta preguntas con inter´es y su timidez desarmar´ıa al que m´ as sospecha. Parece genuinamente apenado de que algo tan poco com´ un le haya sucedido. Es lamentable la aversi´ on de Plattner a la idea de que lo disecten una vez muerto, ya que as´ı se podr´ıa probar que todo su cuerpo ha sufrido cambios de un lado al otro. Ante estos hechos s´ olo queda la credibilidad de su historia. No hay manera de tomar a una persona y moverla de alguna forma en el espacio y que resulte en el intercambio de sus lados. Cualquier cosa que le haga, su lado derecho ser´ıa a´ un su lado derecho y el izquierdo, izquierdo. Sin embargo, esto s´ı se podr´ıa hacer con alg´ un objeto perfectamente plano. Si uno recortara una figura de papel, una figura con un lado izquierdo y uno derecho, uno podr´ıa cambiar sus lados simplemente levant´andolo y d´ andole vuelta. Pero con un objeto s´ olido es diferente. Los matem´aticos nos dicen que la u ´nica manera de que los lados izquierdo y derecho de un s´ olido puedan cambiarse, es tomando este objeto fuera del espacio y volte´andolo ah´ı afuera. Esto es algo impreciso, sin duda, pero cualquiera con un poco de conocimiento matem´atico les asegurar´ıa que esto s´ı es posible. Para decir esto t´ecnicamente, el raro cambio de los lados izquierdo y derecho de Plattner demuestra que ´el ha sido sacado de nuestro espacio y llevado a lo que se llama la Cuarta Dimensi´ on y luego regresado a nuestro mundo. A menos de que seamos v´ıctimas de una invenci´ on elaborada y sin sentido, todo indica que debemos de creer que esto fue lo que le ocurri´ o. Basta ya de hechos tangibles. Platicaremos ahora los hechos de su desaparci´ on temporal de este mundo. Sucede que en la escuela donde Plattner trabaja, no s´ olo da la clase de Lenguaje Moderno, sino tambi´en ense˜ na Qu´ımica, Geograf´ıa, Contabilidad, Taquigraf´ıa, Dibujo y cualquier otra materia que se les ocurra a los padres de familia. Conoc´ıa poco o nada de estas materias, pero en la escuela secundaria el conocimiento del profesor no es tan importante como lo es la reputaci´ on y la decencia. En Qu´ımica era particularmente deficiente, conociendo, seg´ un dice, nada m´as all´ a de los tres gases (cualesquiera que estos sean). Sin embargo, como sus alumnos tampoco sab´ıan nada de Qu´ımica, pues le causaban poco problema. Fue entonces cuando un nuevo alumno llamado Whibble entr´ o en la escuela. Parece que fue educado por alg´ un pariente malicioso, quien lo indujo a tener una mente investigadora. Este alumno segu´ıa las clases de Plattner con mucho inter´es y, para mostrar su ah´ınco en la Qu´ımica, le llevaba substancias para analizar. Plattner, halagado por esta evidencia de su capacidad de despertar el inter´es en el alumno, 2

y confiado en la ignorancia de ´este, analizaba y hac´ıa afirmaciones generales sobre las substancias que le llevaba. De hecho, estaba tan estimulado por este alumno, que se puso a estudiar Qu´ımica Anal´ıtica y se sorprendi´ o de encontrar la materia tan interesante. Hasta aqu´ı la historia es bastante com´ un, pero ahora es cuando el polvo verde entra en escena. El origen de este polvo desgraciadamente se desconoce. Whibble platica una tortuosa historia de que lo encontr´ o en un paquete en un viejo horno de cal. Habr´ıa sido excelente para Plattner y para la familia de Whibble el que todo este polvo se hubiera quemado en el horno. El joven Whibble no llev´ o a la escuela el polvo en un paquete sino en un frasco graduado de ocho onzas. Se lo dio a Plattner despu´es de las clases. Cuatro muchachos estaban en la escuela haciendo algunas cosas bajo la supervisi´ on de Plattner en el sal´ on de Qu´ımica. El material disponible para esta clase es realmente simple. Lo mantienen en un mueble com´ un. Estando Plattner medio aburrido despu´es de clase, se interes´o en el polvo verde de Whibble y procedi´ o a analizarlo. Whibble se sent´ o –afortunadamente para ´el–, a una distancia razonable. Los otros cuatro alumnos miraban al profesor con profundo inter´es. A´ un dentro de los l´ımites de los tres gases, su conocimiento pr´actico de la Qu´ımica era, hasta donde yo s´e, temerario. Todos est´an de acuerdo en lo que sucedi´ o. Puso un poco del polvo verde en un tubo de ensayo y experiment´ o mezcl´andolo con agua, a´cido hidroclor´ıdrico, a´cido n´ıtrico y a´cido sulf´ urico, en ese orden. Al no obtener ning´ un resultado vaci´ o un poco de su mezcla en un recipiente y le prendi´ o un cerillo. La substancia empez´o a echar humo y entonces explot´ o con gran violencia, produciendo un rel´ ampago cegador. Los cinco muchachos, viendo la explosi´ on y prepar´ andose para una cat´ astrofe, se escondieron bajo sus escritorios y ninguno result´ o herido. La ventana vol´ o hasta el jard´ın, el pizarr´ on se cay´o y el recipiente se desintegr´o. Tambi´en cay´o del techo algo de yeso. Fue todo el da˜ no. Al principio los muchachos no ve´ıan a Plattner y creyeron que estar´ıa en alg´ un lugar debajo de su escritorio. Salierno de sus escondites para tratar de ayudarle, y gran sorpresa se llevaron al no encontrarlo. A´ un confundidos por la repentina y violenta explosi´ on, se apresuraron en abrir la puerta pensando que estaba herido y que hab´ıa salido r´ apidamente del sal´ on. Pero en ese mismo momento, casi chocaban en la entrada del sal´on con Carson, el mozo, y el se˜ nor Lidgett, el director. El se˜ nor Lidgett es un hombre corpulento, irritable y con un solo ojo. Los muchachos contaron que Lidgett entr´ o al sal´on tambale´ andose y diciendo algunas groser´ıas que acostumbran decir los directores enojones y que proh´ıben que se digan entre alumnos. “¡Miserable tonto!”, dijo. ¿D´ onde est´a Plattner? ¿D´onde est´a Plattner? Esa fue la pregunta que se repiti´ o muchas veces los siguientes d´ıas. Parec´ıa como si esa frase de “Se desintegr´o en sus ´atomos” fuera realidad. No hab´ıa ni una part´ıcula visible de Gottfried; ni una gota de sangre, ni un gir´ on de ropa. Aparentemente hab´ıa desaparecido limpiamente sin dejar rastro. La evidencia de su total desaparici´ on, como consecuencia de la explosi´on, es indudable. No es necesario exagerar aqu´ı la conmoci´on surgida en la escuela, en el pueblo y en todos lados, por ese evento. Es muy posible que algunos lectores de estas p´ aginas hayan tenido noticia de tales acontecimientos. Lidgett hizo lo que pudo para suprimir o minimizar la historia. Insitituy´ o el castigo de escribir veinticinco renglones por cualquier menci´ on del nombre de Plattner entre los alumnos, y dijo a toda la escuela que estaba enterado del paradero de Plattner. Lidgett tem´ıa que un hecho como el de una explosi´ on (a pesar de las precauciones tomadas para minimizar la ense˜ nanza pr´ actica de la Qu´ımica) da˜ nara la reputaci´ on de la escuela. Hizo todo 3

lo que pudo para que la desaparici´ on de Plattner fuera de lo m´ as normal posible. En particular, interrog´ o a los cinco testigos presenciales tan penetrantemente, que ellos mismos empezaron a dudar de la evidencia de sus sentidos. A pesar de estos esfuerzos, el suceso, distorsionado y magnificado, fue la curiosidad de la comunidad por nueve d´ıas; muchos padres retiraron a sus hijos de la escuela dando todo tipo de pretextos. Otro punto notable en todo esto fue el hecho de que mucha gente en el pueblo tuvo sue˜ nos muy reales de Plattner durante el per´ıodo de su ausencia y, estos sue˜ nos, curiosamente, eran similares. En casi todos estos sue˜ nos se ve´ıa a Plattner, a veces solo, a veces acompa˜ nado, vagando, envuelto en un fulgor cambiante. En todos los casos su cara estaba p´alida y afligida y, en algunos otros, hac´ıa gestos y se˜ nas hacia la persona que lo so˜ naba. A uno o dos de los alumnos, evidentemente bajo la influencia de la pesadilla, les parec´ıa que Gottfried se acercaba a ellos con gran rapidez y les parec´ıa que los ve´ıa muy de cerca a los ojos. Otros viajaban en sus sue˜ nos junto con ´el, tratando de alcanzar ciertas criaturas esf´ericas. Pero todos estos sue˜ nos fueron olvidados cuando un mi´ercoles, nueve d´ıas despu´es de la explosi´ on, Plattner regres´ o. Las circunstancias de su regreso son tan extra˜ nas como las de su partida. Parece ser que el mi´ercoles por la tarde, cerca de la puesta del sol, el se˜ nor Lidgett estaba ocupado en su jard´ın recogiendo y comiendo fresas; fruta a la cual es excesivamente aficionado. Su jard´ın es grande y anticuado y, afortunadamente, poco visible desde el exterior debido a una pared alta de ladrillo rojo cubierta de hiedra. Justamente cuando se inclinaba sobre un prol´ıfico arbusto, hubo un rel´ ampago en el aire y un sonido fuerte y, antes de que pudiera voltear, un pesado objeto le peg´ o violentamente en la espalda. Fue arrojado hacia adelante apachurrando las fresas que ten´ıa en sus manos, y con tal fuerza que su sombrero de seda –el se˜ nor Lidgett es muy conservador en lo que a indumentaria se refiere–, cay´ o violentamente. Este pesado proyectil, el cual se desliz´o sobre ´el y cay´o sentado entre las plantas de fresa fue nuestro perdido amigo Gottfried Plattner en una condici´ on extremadamente desarreglada. Gottfried estaba sin sombrero y sin el cuello de su camisa. Su ropa estaba sucia y hab´ıa sangre en sus manos. El se˜ nor Lidgett estaba tan enojado y sorprendido que se qued´ o tirado sobre sus cuatro extremidades con su sombrero atorado sobre su u ´nico ojo mientras vehementemente le reclamaba a Plattner su conducta irrespetuosa e inexplicable. Esta escena poco id´ılica, completa la que yo he llamado la versi´ on exterior de la historia de Plattner; su aspecto esot´erico. Es innecesario entrar aqu´ı en detalles de c´omo el se˜ nor Lidgett lo corri´ o de su casa. Tales detalles, con nombres completos, fechas y referencias, se encuentran en un largo reportaje remitido a la Sociedad para la Investigaci´ on de Fen´ omenos Anormales. La extra˜ na transposici´ on de los lados izquierdo y derecho de Plattner no fue notada en los primeros d´ıas hasta que empez´o a escribir de derecha a izquierda en el pizarr´ on. Plattner disimulaba este curioso hecho ya que pensaba que podr´ıa afectarle desfavorablemente en otras circunstancias. El cambio de lado de su coraz´ on fue descubierto meses despu´es, cuando se encontraba bajo anestesia con el dentista. El, sin desearlo realmente, permiti´ o que se le hiciera un examen m´edico y as´ı apareci´ o su caso en la Revista de Anatom´ıa. Con esto terminan los hechos materiales y podemos pasar ahora a examinar lo que Plattner cuenta. Pero antes quiero diferenciar claramente la porci´ on anterior de la historia con lo que voy a relatar. Todo lo dicho hasta ahora tiene como base tal cantidad de evidencia que a´ un cualquier abogado criminalista lo aprovechar´ıa. Cada uno de los testigos a´ un vive; el lector, si as´ı lo desea, puede buscarlos ma˜ nana mismo (a´ un puede desafiar al terrible se˜ nor Lidgett) e interrogarlos hasta quedar satisfecho. 4

A´ un el propio Gottfried Plattner con su coraz´ on transpuesto y sus tres fotograf´ıas pueden localizarse. Puede suponerse cierto el que desapareci´ o nueve d´ıas como consecuencia de la explosi´on; que regres´ o violentamente, bajo circunstancias molestas para Lidgett; y que regres´ o invertido, tal y como una imagen regresa de un espejo. De este u ´ltimo hecho, como ya lo he narrado, se sigue inevitablemente que Plattner, durante esos nueve d´ıas, debi´ o de existir fuera del espacio. La evidencia de estas afirmaciones es mucho m´as determinante que aqu´ella por la cual la mayor´ıa de los criminales son ahorcados. Pero de lo que Plattner dice de d´ onde estuvo, con sus explicaciones confusas y detalles contradictorios, s´ olo tenemos su propia palabra. No deseo desmentirlo pero debo recalcar que estamos pasando aqu´ı de algo evidente hacia algo que cualquier persona puede aceptar o rechazar, seg´ un sea su opini´ on. Los argumentos anteriores son plausibles; su desacuerdo con la experiencia cotidiana los orillan hacia lo incre´ıable. No deseo inclinar el juicio del lector a ning´ un lado, solamente contar la historia tal y como Plattner me la comunic´ o. Plattner me narr´ o los hechos en mi casa. Tan pronto como se fue, fui a mi estudio y escrib´ı a m´aquina todo tal y como lo recordaba. Despu´es, el mismo Plattner ley´ o lo que hab´ıa escrito y as´ı su veracidad es incuestionable. Dice que en el momento de la explsi´on pens´ o que hab´ıa muerto. Se sinti´ o levantado de los pies y arrojado fuertemente hacia atr´ as. Es un hecho curioso para los psic´ ologos el que ´el haya podido pensar claramente durante su viaje y se preguntan si no se pegar´ıa con el mueble del material o contra el pizarr´ on. Sus talones pegaron en el piso y cay´o pesadamente sentado en algo suave y firme. Por un momento estuvo aturdido. Inmediatamente not´ o el olor de pelo chamuscado y le pareci´ o oir la voz de Lidgett preguntando por ´el. Entender´ an ustedes que por unos momentos su mente debi´ o de estar muy confusa. Al principio tuvo la impresi´ on de que a´ un estaba en el sal´ on de clase. Percibi´ o la sorpresa de los muchachos y tambi´en la aparici´ on de Lidgett. Est´ a muy seguro de que as´ı fue. No escuch´o sus palabras pero esto lo atribuye al ensordecedor efecto de la explosi´ on. Las cosas alrededor de ´el le parec´ıan bastante obscuras y tenues, pero esto, err´oneamente, lo atribu´ıa que la explosi´ on hab´ıa generado mucho humo obscuro. A pesar de la obscuridad, distingui´ o las figuras de Lidgett y de los muchachos, tan tenues y silenciosas como si fueran fantasmas. La cara le picaba por el calor de la explosi´ on. El estaba, dice, “todo despistado”. Sus primeros pensamientos precisos fueron hacia su seguridad personal. Pens´ o que tal vez estaba sordo y ciego. Toc´o sus extremidades y cara cuidadosamente. Cuando sus percepciones se aclararon, se sorprendi´ o de no encontrar su escritorio ni ning´ un otro material del sal´ on. S´ olo algunas figuras grises e inciertas estaban en lugar de ´estas. Luego sucedi´o algo que le hizo gritar y despertar sus facultades dormidas a una actividad instant´ anea. ¡Dos de los j´ ovenes, gesticulando, pasaron uno despu´es del otro, a trav´es de ´el. . .! Ninguno manifest´ o el m´as m´ınimo conocimiento de su presencia. Es dif´ıcil imaginar la sensaci´ on que tuvo. Lo atravesaron con no m´ as fuerza que la de un leve viento. Despu´es de esto, el primer pensamiento de Plattner fue que hab´ıa muerto. Habiendo sido educado s´ olidamente acerca de este tipo de acontecimientos, se sorprendi´ o al encontrar su cuerpo aun en ´el. Su segunda conclusi´ on fue que no estaba muerto pero que los otros s´ı lo estaban; que la explosi´ on hab´ıa destru´ıdo la escuela y a toda la gente excepto a ´el. Pero eso, tambi´en fue poco satsifactorio. Todo alrededor de ´el estaba extraordinariamente obscuro: al principio todo le parec´ıa negro como ´ebano. Arriba de ´el hab´ıa un cielo negro. La u ´nica fuente de luz era un tenue rayo verde en una orilla del cielo en cierta direcci´ on, la cual dibujaba un horizonte de colinas obscuras y ondulantes. Estas fueron sus primeras 5

impresiones. Mientras sus ojos se acostumbraban, empez´o a distinguir cierto color verdoso dentro de la gran obscuridad. Contra este fondo, los muebles y ocupantes del sal´ on de clase aparec´ıan como espectros fosforecentes, tenues e impalpables. Extendi´ o su mano y sin esfuerzo atraves´ o la pared del cuarto. Dice que hizo un gran esfuerzo por llamar la atenci´ on. Le grit´ o a Lidgett y trat´ o de tocar a los muchachos mientras ellos iban y ven´ıan. Desisti´ o de sus intentos s´olo cuando entr´ o al sal´on de clase la se˜ nora Lidgett, la cual no le ca´ıa bien. Dice que la sensaci´on de estar en el mundo y no formar parte de ´el es extraordinariamente desagradable. Compar´ o sus sentimientos con aqu´ellos de alg´ un gato observando a un rat´ on a trav´es de una ventana. Cuando intent´ o comunicarse con el tenue y familiar mundo alrededor de ´el, encontr´ o una barrera inivisible e incomprensible impidiendo el contacto. Puso entonces atenci´on a su alrededor. Encontr´ o la botella de medicina a´ un sin romperse en su mano, todav´ıa con restos del polvo verde. La meti´ o en su bolsa y empez´o a observar a su alrededor. Aparentemente, estaba sentado en una roca cubierta con musgo aterciopelado. El no pod´ıa ver el campo obscuro a su alrededor, porque estaba borrado por la tenue y nebulosa imagen del sal´ on, pero tuvo la sensaci´on –tal vez debida al viento fr´ıo– de que estaba cerca de la punta de un cerro y que un pronunciado valle se extend´ıa bajo sus pies. El resplandor verde alrededor de la orilla del cielo parec´ıa aumentar en tama˜ no e intensidad. Se puso de pie, frot´ andose los ojos. Parece que dio algunos pasos, yendo pronunciadamente hacia abajo, tropezando y casi cayendo hasta que se sent´o sobre una roca para observar el crep´ usculo. Not´ o que el mundo a su alrededor estaba totalmente callado. Estaba tan quieto como estaba obscuro y, aunque un viento fr´ıo soplaba sobre la ladera del cerro, el susurro del pasto y el suspiro de las ramas, estaban ausentes. Escuchaba, aunque no ve´ıa, que el lado del cerro donde estaba, era rocoso y desolado. El color verdoso cada momento aumentaba de intensidad y mientras esto suced´ıa, un ligero y transparente color rojo sangre se mezclaba con la negrura del cielo arriba de ´el, pero sin mitigar la obscuridad ni la rocosa desolaci´ on a su arededor. (Estoy inclinado a pensar que el color rojo pudo ser un efecto o´pitico debido al contraste.) Algo negro se agit´ o moment´aneamente contra lo verdoso de la parte baja del cielo y entonces la delgada y penetrante voz de una campana sali´ o del obscuro abismo abajo de ´el. Es posible que haya pasado una hora o m´ as mientras estuvo sentado ah´ı; la extra˜ na luz verdosa haci´endose m´as brillante cada vez y esparci´endose lentamente en forma de dedos flameantes hacia arriba. Mientras la luz aumentaba, la visi´ on espectral de nuestro mundo se volvi´ o relativa o absolutamente tenue. Tal vez ambas, porque la hora debi´ o ser la de nuestro atardecer terrenal. Al dar los pasos hacia abajo, Plattner hab´ıa atravesado el piso del sal´ on de clases y parece que estaba ahora sentado en el aire en otro sal´ on mayor, en el piso de abajo. Vio a los alumnos internos, pero m´ as d´ebilmente de lo que hab´ıa visto a Lidgett. Preparaban sus actividades vespertinas y con inter´es not´o que muchos hac´ıan trampa al hacer su trabajo de Geometr´ıa Euclidiana, pues sacaban acordeones, algo que nunca hab´ıa sospechado. Mientras pasaba el tiempo, las im´ agenes se desvanec´ıan y la luz del verdoso amanecer crec´ıa. Viendo hacia abajo al valle, observ´ o que la luz se hab´ıa ido m´ as all´ a de las cumbres rocosas y que la profunda obscuridad del abismo era rota ahora por un peque˜ no resplandor verde, como la luz de un gusano brillante. Y casi inmediatamente, la extremidad de alg´ un cuerpo espacial gigantesco de color verde vivo, se levantaba sobre la ondulaci´ on de las colinas distantes y las grandes rocas a su alrededor aparecieron 6

sombr´ıas y desoladas, en color verde y sombras negras. Se dio cuenta de un gran n´ umero de objetos de forma de pelota errando como los cardos lo hacen sobre el piso. No hab´ıa ninguno de estos objetos cerca de ´el. La campana all´ a abajo ta˜ n´ıa m´as y m´as aprisa, como de manera impaciente y muchas luces se mov´ıan m´ as y m´as. Los j´ovenes que trabajaban en sus escritorios ahora eran casi invisibles. Esta extinci´ on de nuestro mundo, cuando el sol verde de este otro universo apareci´ o, es un hecho curioso sobre el cual Plattner insiste. Durante la noche en el Otro Mundo, es dif´ıcil moverse o caminar debido a la poca intensidad de la luz existente. Es dif´ıcil explicar por qu´e –si ´este es el caso– nosotros, en nuestro mundo no percibimos nada del Otro Mundo. Tal vez esto se debe a la iluminaci´ on v´ıvida en ´este nuestro mundo. Plattner describe que el medio d´ıa del Otro Mundo en su momento m´as brillante no es ni remotamente tan brillantes como el nuestro cuando hay luna llena, mientras que la noche es terriblemente obscura. Consecuentemente, la cantidad de luz, a´ un en un cuarto obscuro, ser´ıa suficiente para hacer invisibles las cosas del Otro Mundo del mismo modo que una d´ebil luz fosforescente es s´olo visible en la obscuridad total. He tratado, desde que Gottfried me platic´ o todo esto, de ver algo del Otro Mundo sent´ andome largos ratos en un cuarto obscuro de fotograf´ıa. Ciertamente he visto vagamente la forma de rocas y pendientes verdosas pero, debo admitirlo, muy confusamente. El lector tal vez pueda tener ´exito. Plattner me dice que desde su regreso ha so˜ nado y ha reconocido lugares del Otro Mundo, pero esto probablemente se deba a sus recuerdos de tales escenas. Parece bastante posible que gente con vista aguda y penetrante pueda ocasionalmente ver un poco de este extra˜ no Otro Mundo alrededor nuestro. Sin embargo ´esta es s´olo una divagaci´ on. Mientras sal´ıa el sol verde, Plattner percibi´ o, pero s´ olo muy vagamente, abajo en la ca˜ nada, una calle larga y con edificios negros. Despu´es de dudar un poco, empez´ o el peligroso descenso y se dirigi´o hacia la calle mencionada. El descenso fue largo y extremadamente lento, no s´ olo por lo empinado sino por lo flojo del terreno que pisaba. El ruido del descenso –de vez en cuando sus zapatos produc´ıan chispas con las rocas–, parec´ıa el u ´nico sonido en el universo ya que el ta˜ ner de la campana hab´ıa cesado. Mientras se acercaba, not´o que varios de los edificios parec´ıan como tumbas y mausoleos y monumentos excepto que todos erean negros en vez de blancos como la mayor´ıa de los sepulcros son. Entonces vio, amontonados fuera del edificio m´ as grande, varias figuras redondas, p´ alidas y verdosas comos si fuera gente saliendo de la iglesia. Estas se esparc´ıan en varias direcciones de la amplia calle, algunas yendo por algunos callejones laterales y luego reapareciendo sobre la empinada colina, otras entrando en algunos de los peque˜ nos y negros edificios alineados en la calle. Al ver que estas cosas se acercaban a ´el, Plattner se detuvo a observarlas. Ve´ıa que no caminaban; de hecho no ten´ıan extremidades, y que parec´ıan cabezas humanas bajo las cuales un cuerpo como de renacuajo se mov´ıa. Estaba realmente tan asombrado que no pudo ni asustarse. Se dirig´ıan hacia ´el, entre el viento helado que soplaba, as´ı como las burbujas de jab´ on se mueven cerca de la coladera. Mientras ve´ıa a la m´as pr´ oxima que se le acercaba, vio que, efectivamente, era una cabeza humana, aunque con ojos muy grandes y llevando tal expresi´ on de angustia y aflicci´on como nunca hab´ıa visto en ning´ un mortal. Se sorprendi´ o al ver que la cabeza no volte´o a verlo sino que parec´ıa que observaba y segu´ıa algo que Plattner no pod´ıa ver. Por un momento estuvo confuso y entonces se le ocurri´ o que esta criatura estaba observando con sus ojos enormes algo que estaba sucediendo en el mundo que acababa de dejar. Cerca y m´ as cerca estuvo y ´el estaba demasiado asombrado como para gritar. Se hizo un leve sonido de raspadura mientras se acercaba. Luego le toc´o la cara levemente con una palmada –su toque fue muy fr´ıo– y se fue hacia 7

la colina. Una convicci´ on extraordinaria cruz´ o la mente de Plattner de que esta cabeza se parec´ıa much´ısimo a la de Lidgett. Luego puso su atenci´ on en otras cabezas que se mov´ıan apretadamente en la colina. No daban se˜ nales de reconocerlo. Una o dos de hecho se acercaron mucho a su cara y casi siguieron el ejemplo de la primera cabeza, pero Plattner esquiv´ o su trayectoria. En la mayor´ıa de ellas vio la misma expresi´on de pena que hab´ıa visto en la primera y oy´ o los mismos leves sonidos lastimeros. Una o dos de ellas lloraban y una, rodando r´ apidamente hacia la colina, llevaba una expresi´ on de diab´ olica rabia. Pero otras eran fr´ıas y algunas parec´ıan tener un inter´es indulgente en los ojos de otras compa˜ neras. Una, al menos, estaba casi en el ´extasis de la felicidad. Plattner no recuerda haber reconocido a nadie m´ as de los que ve´ıa en ese momento. Por varias horas Plattner observ´ o a estas extra˜ nas cosas dispers´andose entre las colinas y no fue sino hasta que cesaron de fluir del amontonamiento de los negros edificios, que continu´ o su caminto hacia abajo. La obscuridad a su alrededor era tal que tuvo dificultades para caminar. Sobre su cabeza el cielo estaba ahora verde p´ alido brillante. No sent´ıa ni hambre ni sed. Cuando las tuvo, encontr´ o una corriente de agua fr´ıa bajando cerca del centro de la ca˜ nada y, el raro musgo sobre las rocas, cuando al fin, temerariamente lo prob´ o, fue bueno para comer. Escudri˜ no´ por entre las tumbas a los lados del barranco, vagamente, buscando alguna clave para entender estos inexplicables acontecimientos. Despu´es de mucho tiempo lleg´o a la entrada de algo parecido a un gran mausoleo de donde hab´ıan brotado algunas cabezas. Ah´ı encontr´ o un conjunto de luces verdes ardeindo sobre una especie de altar bas´altico y una cuerda de campana colgaba de un campanario en el centro del lugar. A lo largo de la pared hab´ıa inscripciones de fuego en cierto tipo de letras desconocidas para ´el. Mientras pensaba en el significado de estas cosas, escuch´o alejarse fuertes pisadas en la calle. Corri´ o nuevamente en la obscuridad pero no pudo ver nada. Ten´ıa pensado jalar la cuerda de la campana pero finalmente decidi´o seguir las pisadas. Pero, aunque corri´ o bastante, nunca las alcanz´ oy sus gritos no sirvieron de nada. La barranca parec´ıa extenderse una distancia interminable y estaba tan obscuro como cualquier noche terrenal sin estrellas. Ahora, ah´ı abajo no hab´ıa ninguan cabeza. Parece que todas estaban muy ocupadas en las pendientes superiores. Volteando hacia arriba las vio vagando aqu´ı y all´ a, algunas fijas, algunas desplaz´ andose aprisa por el aire. Le recordaron, dijo, grandes copos de nieve; s´olo que ´estos eran negros o verde p´alido. Plattner dice que estuvo la mayor parte de siete u ocho d´ıas siguiendo las fuertes pisadas que nunca alcanz´ o, a tientas en nuevas regiones de ´esta interminable y endiablada ca˜ nada, subiendo y bajando las despiadadas colinas, vagando por las cumbres y vigilando a las inquietas caras. No llev´ o la cuenta, dice. Aunque un par de veces hubo ojos que lo observaban, no habl´ o con nadie. Dorm´ıa en las rocas de las laderas. Desde la barranca, las cosas terrenales eran invisibles porque, desde este punto de vista, estaban muy abajo. En las alturas, tan pronto como empezaba el d´ıa en la tierra, el mundo se hac´ıa visible para ´el. Se encontr´ o a s´ı mismo algunas veces tropezando sobre las verdes rocas, o deteni´endose ante alg´ un escarpado borde, mientras a su alrededor las ramas verdes en las veredas de su pueblo se mec´ıan. Otras veces caminaba por las calles del pueblo viendo –sin ser visto– el interior de alguna casa. Fue entonces cuando descubri´ o que casi todo ser humano de nuestro mundo le pertenec´ıa alguna de estas cabezas errantes; que toda la gente del mundo es vigilada peri´ odicamente por estos desdichados cuerpos. ¿Qui´enes son estos Vigilantes de los Vivientes? Plattner nunca lo supo. Pero 8

dos de ellos que encontr´ o y lo siguieron eran, como el recuerdo de su ni˜ nez, de sus padres. De vez en cuando otras caras mov´ıan sus ojos hacia ´el; ojos como de gente muerta que alguna vez influy´ o en ´el, o lo maltrat´ o o lo ayud´ o en su adolescencia y juventud. Cuando estos ojos lo ve´ıan, Plattner ten´ıa un extra˜ no sentimiento de responsabilidad. Se atrvi´ o a hablarle a su madre pero ella no contest´ o. Ella le pareci´ o triste, inmutable y tierna, aunque un poco cr´ıtica tambi´en. El, simplemente cuenta su historia; no trata de explicarla. Nos deja conjeturar qui´enes son estos Vigilantes de los Seres Vivos, o, si son realmente los Muertos, por qu´e deben vigilar al mundo que dejaron ya para siempre tan de cerca y tan apasionadamente. Puede ser que cuando nuestra vida haya terminado, cuando no podamos ya escoger entre el bien y el mal, tengamos a´ un que presenciar el resultado de la serie de consecuencias que hayamos tenido. Si las almas humanas contin´ uan despu´es de la muerte, entonces, seguramente, los intereses humanos contin´ uan despu´es de la muerte. Pero eso es s´olo lo que yo creo en vista de lo anterior. Plattner no ofrece ninguan interpretaci´ on ya que a ´el no le lo dio ninguna. Ser´ıa bueno que el lector entendiera esto claramente. D´ıa tras d´ıa, con su cabeza dando vueltas, Plattner vag´ o por este mundo verde fuera del nuestro, cansado y al final, d´ebil y hambriento. Durante el d´ıa, –nuesto d´ıa terrenal–, la fantasmal visi´ on del escenario familiar del pueblo le perturbaba y le preocupaba. No pod´ıa ver d´ onde pon´ıa sus pies y de vez en cuando se topaba cara a cara con estas Almas Vigilantes. Y durante la obscuridad, la multitud de estos Vigilantes cerca de ´el, con su aflicci´ on intensa, confund´ıan su mente m´as all´a de cualquier descripci´ on. La a˜ noranza por regresar a la vida terrenal que estaba tan cerca y a la vez tan remota, lo consum´ıa. Lo poco terrenal de las cosas a su alrededor le produc´ıa una dolorosa angustia mental. Estaba preocupado m´ as all´ a de cualquier descripci´ on por estos entes que le segu´ıan. Les gritaba para que dejaran de observarlo, los reprend´ıa y hu´ıa de ellos. Sin embargo ellos estaban siempre mudos y atentos. Aunque corriera como pudiera sobre este piso tan disparejo, ellos le segu´ıan. La tarde del noveno d´ıa, Plattner escuch´ o acercarse unos pasos invisibles; ven´ıan de la ca˜ nada. El hab´ıa estado vagando sobre la amplia cresta de la misma colina sobre la cual hab´ıa ca´ıdo cuando entr´ o en este extra˜ no Otro Mundo. Se apresur´ o a bajar a la ca˜ nada, haci´endolo r´ apidamente, pero qued´ o sin movimiento al ver lo que suced´ıa en un cuarto situado en una casa cerca de la escuela. Plattner conoc´ıa de vista a las dos personas en el cuarto. Las ventanas estaban abiertas, las persianas levantadas y los rayos del sol poniente entraban en ´el. Distingui´ o bien el cuarto; lo ve´ıa como un cuadro iliminado por una linterna sobre el negro paisaje y el vivo amanecer verde. Adem´as de la luz del sol, una vela hab´ıa sido encendida en cuarto. Yac´ıa en la cama un hombre falco, su blanca y cadav´erica cara estaba sobre una almohada arrugada. Sus pu˜ nos apretados estaban levantados sobre su cabeza. En una peque˜ na mesa junto a la cama hab´ıa algunas botellas de medicina, pan tostado, agua y un vaso vac´ıo. De vez en cuando los labios del descarnado hombre se abr´ıan para indicar una palabra que no pod´ıa articular. Pero la mujer no notaba que quisiera algo porque estaba ocupada sacando papeles de un anticuado bur´ o en la esquina opuesta del cuarto. Al principio el cuadro era muy intenso pero, al mismo tiempo, atr´ as el amanecer verde brillaba cada vez m´as y as´ı la imagen se volv´ıa m´as d´ebil y transparente. Mientras el ruido de las pisadas se escuchaba cada vez m´as cerca, esas pisadas sonaban tan fuerte en el Otro Mundo y tan silenciosas en ´este. Plattner percibi´ o a una gran multitud de caras mortecinas junt´ andose para ver a las dos personas del cuarto. Nunca antes hab´ıa visto a tantos Observadores de los Vivientses juntos. 9

Una multitud s´ olo ve´ıa al que sufr´ıa, otra multitud, con angustia infinita, observaba a la mujer mientras ella buscaba, con ojos avaros, algo que no pod´ıa encontrar. Se amontonaban alrededor de Plattner, se encontraban con su vista, le rozaban la cara; el ruido de sus lamentos no cesaba alrededor de ´el. Plattner pod´ıa ver claramente s´olo de vez en cuando. A veces la escena temblaba d´ebilmente a trav´es del velo de los reflejos verdes. En el cuarto todo debe de haber estado bastante quieto. Y dice Plattner que el humo de la vela dejaba una l´ınea perfectamente vertical, pero que en sus o´ıdos cada pisada junto con su eco le parec´ıan como truenos. ¡Y las caras!, dos, particularmente, cerca de la mujer; una de ellas, mujer tambi´en, blanca y de claras facciones, una cara pudo ser alguna vez fr´ıa y dura, pero que ahora estaba ablandada por el toque de una sabidur´ıa ajena al mundo terrenal. La otra cara pudo ser la del padre de la mujer del cuarto. Ambas, evidentemente, estaban absortas en la contemplaci´ on de alg´ un acto de odiosa vileza, acto que no pod´ıan prevenir. Atr´ as hab´ıa otras caras; pudieron ser las de maestros de nocivas ense˜ nanzas o las de amigos cuya influencia hab´ıa fallado. Y alrededor del hombre, tambi´en hab´ıa una multitud, pero ninguna parec´ıa de sus padres o maestros. Caras que alguna vez pudieron ser toscas, ahora se purificaban intensamente por medio del pesar. Y en la primera fila, una cara, una cara ani˜ nada, ni enojada ni arrepentida, s´ olo paciente y preocupada y –como le parec´ıa a Plattner–, esperando consuelo. Su poder de descripci´on fall´ o al recordar esta multitud de horribles semblantes. Se juntaron al ta˜ ner la campana. Vio a todas las caras durante un segundo. Parece que estaba tan acabado por su agitaci´ on que involuntariamente sus inquietos dedos tomaron de su bolsa la botella de los polvos verdes, y la detuvieron frente a ´el. Pero ´el no recuerda esto. De repente las pisadas cesaron. Esper´o escuchar las siguientes, pero hubo silencio. Y entonces, cortando la inesperada quietud como una penetrante navaja, lleg´ o la primera campanada. En ese momento, la multitud de caras se mecieron a ambos lados y fuertes lloriqueos empezaron entre ellos. La mujer no escuchaba; estaba quemando algo en la flama de la vela. Cuando son´ o la segunda campanada, todo se puso opaco y un viento g´elido sopl´ o entre el grupo de observadores. Se arremolinaron alrededor de Plattner como hojas muertas, y cuando la tercera campanada son´ o, algo se extendi´ o a trav´es de ellos hacia la cama. Uno sabe lo que es un rayo de luz. Esto fue como un rayo de obscuridad y, pensando un poco m´ as, Plattner vio que este rayo era un sombr´ıo brazo junto con su mano. El verde sol estaba ahora apareciendo sobre las negras desolaciones del horizonte, y la visi´ on del cuarto se hizo muy d´ebil. Plattner vio que las s´ abanas de la cama se mov´ıan y que la nujer volteaba a su alrededor y sobre su hombro, sobresaltada. La nube de espectadores se elev´o como un soplo de polvo verde ante el viento, y se esparci´o r´ apidamente hacia abajo, hacia el templo de la ca˜ nada. Entonces, de pornto Plattner entendi´ o el significado del brazo negro que se alargaba a trav´es de su hombro y as´ıa a su v´ıctima. No se atrev´ıa a voltear y cubriendo sus ojos se prepar´ o para correr; tal vez dio veinte pasos, entonces resbal´ o en una roca y cay´o. Cay´ o de frente sobre sus manos y la botella se rompi´ o y explot´ o cuando toc´ o el piso. Se encontr´ o asombrado y sangrante, sentado cara a cara con Lidgett en el viejo jard´ın atr´ as de la escuela. Aqu´ı termina la historia del incidente de Plattner. He resistido –y creo que con ´exito– la disposici´ on natural de un escritor de ficci´ on de alterar incidentes de este tipo. He escrito todo en el orden en el que Plattner me lo cont´ o. Cuidadosamente he evitado cualquier cambio en el estilo, efecto e interpretaci´ on. Pudo ser f´ acil para 10

m´ı, por ejemplo reconstuir la escena del lecho de muerte de una manera en que Plattner pudiera tomar parte. Pero lejos de falsificar una extraordinaria y ver´ıdica historia, tales dispositivos estropear´ıan, a mi manera de ver, el efecto peculiar de este obscuro mundo, con sus l´ıvidas iluminaciones verdes y sus errantes Observadores de los Vivos, los cuales, invisibles e inalcanzables para nosostros, est´ an alrededor nuestro. Me queda agregar que una muerte ocurri´ o. Cerca de la escuela y, hasta donde puede probarse, fue en el momento del regreso de Plattner. Muri´ o un colector de impuestos y agente de seguros. Su viuda, la cual es mucho m´ as joven de lo que ´el lo era, volvi´ o a casarse el mes pasado, con un tal se˜ nor Whymper, veterinario de un pueblo cercano. Ya que esta historia en distintas formas ha circulado oralmente por la regi´ on, ella accedi´ o a que yo usara su nombre con la condici´ on de que yo hiciera p´ ublico que ella enf´ aticamente niega cada detalle acerca de la muerte de su esposo. Ella no quem´ o ning´ un testamento, dice, aunque Plattner nunca la acus´ o de hacerlo; su esposo hizo s´olo un testamento y ´este fue hecho poco despu´es de que se casaron. Ciertamente, para alguien que nunca hab´ıa visto el cuarto, la descripci´ on de ´este hecha por Plattner es curiosamente precisa. Una u ´ltima cosa, a´ un a riesgo de repetirme: debo insistir que no se crea que estoy en favor del punto de vista supersticioso. La ausencia de Plattner durante nueve d´ıas est´a, creo, demostrada. Pero eso no prueba la historia. Es bastante concebible que a´ un fuera de nuestro mundo las alucinaciones son probables. Eso, al menos, el lector debe tenerlo en cuenta. THE PLATTNER STORY H. G. WELLS Selected Short Stories Penguin Books, 1971 pp. 193–211 Tradujo: Alejandro Montes Revis´ o: Helga Fetter CIMAT Valenciana, Gto. Junio de 1985

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