El Estilo en Arqueologia

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El estilo en Arqueología: diferentes enfoques y perspectivas

María Andrea Runcio Lic. en Antropología. Becaria doctoral del CONICET. Inst. de Arqueología, FFyL, UBA

Plato ornitomorfo inca procedente del sitio arqueológico La Paya (Argentina). Fuente: Ambrosetti, J. B., 1907, Exploraciones arqueológicas en la ciudad prehistórica de La Paya, Publicaciones de la Sección Antropológica Nº 3, FFyL, UBA.

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La historia de los estudios cerámicos en la disciplina arqueológica puede dividirse, según Orton et al. (1997), en tres fases. La primera es la fase histórico-artística (siglos XVI a XIX) con un interés preponderante en vasijas completas decoradas con finos acabados de superficie; y la segunda es la fase tipológica (1880-1960) donde comienzan a sistematizarse los sistemas de clasificación, tanto para vasijas enteras como para fragmentos. Un tipo cerámico se define como una clase específica de vasijas que incluye una combinación única de atributos distintivos reconocibles. Más allá de ser una forma conveniente para subdividir el material, los tipos pueden ordenarse según la idea de un “desarrollo” y utilizarse para establecer cronologías. Luego de estos enfoques tipológicos, hacia la década del 60, comienza la sistematización en los estudios de cerámica arqueológica y se inicia la tercera fase o fase contextual. Se inaugura con el trabajo pionero de Shepard (1956), quien unificó las tendencias más habituales de la época

(cronología, intercambio/distribución y desarrollo tecnológico) e identificó los aspectos de la cerámica que debían ser estudiados para abordar estos temas: los tipos para estudiar la cronología, los materiales y sus fuentes para estudiar el intercambio y las características físicas de las vasijas para mostrar el desarrollo tecnológico. Al hacer esto, sentó las bases de muchos estudios futuros. Esta fase se caracteriza, entonces, por la diversidad de enfoques utilizados, incluyendo estudios de tecnología, etnoarqueología (el estudio de las sociedades etnográficas contemporáneas desde una perspectiva arqueológica, es decir, analizando la relación entre los comportamientos y los restos materiales de esas sociedades para entender los procesos de formación del registro arqueológico), experimentación, cuestiones de estilo y problemas de continuidad o cambio en los conjuntos cerámicos. A pesar de la diversidad de temas abordados en relación con el análisis de la cerámica arqueológica, consideramos que, en términos generales,

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existen dos grandes vertientes en los estudios cerámicos actuales. Aquella que enfatiza los análisis de tipo tecnológico y la que profundiza en los análisis estilísticos o de decoración. En este trabajo procuraremos hacer una revisión de los principales enfoques que, a lo largo de la historia de la disciplina, se han utilizado para abordar la cuestión estilística.

Diferentes enfoques en el estudio del estilo La cuestión estilística en el campo de la arqueología ha sido fundamental en el análisis e interpretación del registro arqueológico. Desde su comienzo, el problema estilístico se vinculó estrechamente a la cuestión de la variabilidad en la cultura material, siendo los estilos los que permiten ordenar esa variabilidad. A partir de similitudes y diferencias en la cultura material se conforman conjuntos de objetos semejantes, que comparten una serie de rasgos recurrentes y que se diferencian de otros. El estilo, definido de esta forma, se convirtió en una herramienta fundamental para el análisis arqueológico. Partiendo de esta concepción amplia de estilo, se desarrolló a lo largo de la historia de la Arqueología una serie de enfoques que enfatizan diferentes aspectos de la cuestión estilística en función de la corriente arqueológica general dentro de la cual se inscribieron. Desde la casi exclusividad dada a los estilos por parte de la Arqueología Normativa (ver más adelante) a principios del siglo pasado, pasando por su relegación en la Nueva Arqueología, donde el objetivo principal eran los aspectos funcionales-adaptativos, hasta la nueva preponderancia que adquirió con los postprocesuales, el análisis del estilo ha recorrido un largo camino.

Estilo y cultura El primero y más antiguo enfoque es el del Normativismo-culturalista (Llamazares y Slavutsky, 1990). Esta denominación engloba las ideas de la escuela histórico-cultural austriaca y el particularismo histórico norteamericano. En él los tipos se definen a través de la descripción de la forma y la decoración de los objetos. Se centra en el ordenamiento y ubicación cronológica de los mismos en secuencias regionales y en la determinación de distintas “culturas” o “grupos culturales”. Para el Normativismo-culturalista el estilo fue el concepto básico que permitió el ordenamiento espaciotemporal de los materiales arqueológicos y su uso está estrechamente ligado al concepto de cultura. Ésta se concibe como un conjunto de normas y valores compartidos que caracteriza a un determinado grupo social o étnico y que se refleja en lo material a través de conjuntos de objetos con atributos formales semejantes: los estilos. De esta forma, la tarea del arqueólogo consiste en identificar esos estilos y atribuirlos a una cultura determinada. En una segunda instancia, los arqueólogos deben ubicar los estilos, y por ende las culturas, en secuencias espacio-temporales, convirtiéndose estos en la herramienta principal de ordenamiento cronológico y espacial. Así, se establece una relación directa entre estilo y cultura. Cada estilo identifica a una cultura; estilos diferentes corresponden a culturas diferentes sin posibilidad de que exista divergencia estilística dentro de una misma cultura. Acordamos con Llamazares y Slavutsky (1990, p. 25) en que el énfasis en los aspectos formales para construir las tipologías llevaron al normativismo

Aríbalo inca procedente de Ollantaytambo (Perú). Fuente: Julien, C., 1987/89, Las tumbas de Sacsahuamán y el estilo Cuzco-Inca. Ñawpa Pacha 25-27, Institute of Andean Studies, Berkeley, California, pp. 2-125.

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Vaso tipo quero utilizado por la sociedad Tiwanaku. Fuente: Ramos Gómez, L. y Blasco Bosqued C. , Culturas clásicas prehispánicas. Las raíces de la América indígena, Biblioteca Iberoamericana, Ediciones Anaya, Madrid,1988.

a convertirse en una arqueología centrada en los objetos, descriptiva y clasificatoria, cuyo objetivo era encasillar piezas bajo rótulos usados de manera esquemática: tipos, industrias, estilos, culturas, etc. Esto condujo a relegar o descartar los datos relacionados con el contexto de las piezas que podían ser indicativos de sus posibles significaciones funcionales o sociales. Estilo e interacción social El Normativismo-culturalista, que predominó hasta la década del 50, fue duramente criticado en la década siguiente con la fuerte ruptura en el pensamiento arqueológico que representó la Nueva Arqueología. Enmarcada en sus ideas se desarrolló lo que se conoce como Sociología

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Cerámica (Whallon, 1968; Hill 1970; Longacre, 1970). Su proposición principal es que la similitud estilística entre grupos es proporcional a la intensidad de interacción entre sus miembros. La misma puede darse entre diferentes subgrupos sociales (familias, clanes), dentro de una única comunidad o sitio o entre diferentes comunidades o sitios. También pueden compararse los cambios en los patrones de interacción a través del tiempo. Esta idea se basa en una serie de supuestos que, siguiendo a Plog (1978), se pueden sintetizar de la siguiente manera: –El patrón espacial de los restos arqueológicos refleja el patrón espacial del comportamiento pasado. –En un momento dado, la variación en la distribución de los elementos estilísticos puede ser resultado de la localización de las actividades o funciones, de segmentos sociales o de ambos. Esto es, algunos elementos estilísticos pueden estar asociados a ciertas actividades mientras que otros pueden estarlo a grupos sociales particulares. –Cada unidad doméstica manufactura su propia cerámica: no hay intercambio entre ellas. A la Sociología Cerámica se le han planteado dos objeciones principales: la primera es que los estilos no necesaria y exclusivamente reflejan la interacción social, si bien pueden hacerlo. Los estilos también pueden ser sensibles a otros fenómenos, como factores ecológicos o sistemas de creencias no tenidos en cuenta. La segunda crítica se dirige a los supuestos de los que parte y a la validez de las interpretaciones que de ellos se desprenden. Los principales puntos cuestionados son: –La formación del registro arqueológico.

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María Andrea Runcio –El rol de otros mecanismos en el movimiento espacial de las vasijas. –La falta de control sobre la dimensión temporal. –Los criterios de construcción de la clasificación de los estilos. Otra crítica ha sido realizada por Hodder (1977) quien, a partir de un trabajo etnoarqueológico, demuestra que aun en situaciones de interacción social intensa, la cultura material permite mantener límites sociales entre grupos y reflejar pautas de identificación. Sostiene que es posible la existencia de grupos con una cultura material distintiva aunque interactúen entre sí frecuentemente. ¿Qué diferencias hay entre la Arqueología Normativista y la Sociología Cerámica? Creemos que muy pocas. En ambas los estilos identifican grupos sociales. Así como en la Arqueología Normativa hay una correspondencia directa entre estilo y grupo social, en la Sociología Cerámica la hay entre estilo y segmento social dentro de un grupo (e incluso entre estilo y grupo social), aunque los supuestos de los cuales parten ambas sean diferentes. Acordamos con Sackett (197, p. 377) en que es razonable ver a la Sociología Cerámica como una simple aplicación de grano fino de los mismos principios que subyacen en la Arqueología Normativa, pero esta similitud usualmente no es mencionada. Estilo y función Sackett (1977) presenta un original modelo de análisis estilístico, pero con algunos puntos de contacto con la Arqueología Normativa. En este, el estilo y la función son dimensiones inseparables y ambas pueden dar cuenta de toda la variabilidad existente en la cultura material (luego de

considerar los posibles efectos de agentes posdepositacionales). La dimensión funcional se relaciona con la manufactura y uso de los artefactos. Aquí distingue entre artefactos utilitarios (aquellos que funcionan en la esfera tecnológica y económica) y no utilitarios (aquellos que funcionan en la esfera social e ideológica) y propone la noción de “forma adjunta” definida como dimensiones de variabilidad formal que funcionan en el dominio opuesto al cual el objeto que las contiene desarrolla su función principal (Sackett 1977, p. 373). La forma adjunta es más fácil de aislar en el dominio de los objetos utilitarios y, a menudo, asume la forma de decoración (por ejemplo, los diseños pintados en las cerámicas para cocinar).

La Sociología Cerámica surgió como crítica de la Arqueología Normativista, aunque ambas presentan pocas diferencias. La dimensión estilística es considerada como elemento diagnóstico para especificar un contexto histórico particular. Aquí entra a jugar su concepto de “variación isocréstica” entendida como “un espectro de alternativas igualmente equivalentes, de opciones viables para alcanzar el final previsto en la fabricación y/o el uso de objetos materiales” (Sackett 1990, p. 33). Esta noción descansa en tres supuestos principales: Cada sociedad o grupo social selecciona algunas de esas opciones equivalentes disponibles. Dado que el potencial de opciones es tan grande y en la medida en que éstas están determinadas por las

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El estilo en Arqueología: diferentes enfoques y perspectivas y valores” de la Arqueología Normativa permitiendo, tanto unas como otras, identificar grupos sociales particulares en función de las mismas. La originalidad del modelo de Sackett radica en el agregado de la función y en el hecho de que el estilo no reside sólo en la decoración (forma adjunta) o en los objetos no utilitarios sino en la “forma funcional” de los artefactos. De acuerdo con el modelo isocréstico el estilo es ubicuo en la variación formal, residiendo tanto en la dimensión funcional como estilística. Es decir, para Sackett toda variación formal es estilística y, por ende, indicadora de etnicidad. Estilo e intercambio de información

Cerámica olmeca hallada en Tlapacoya, México. Fuente: Rivera, M., Sánchez, E. y Ciudad A., Los Olmecas, en Cuadernos de Historia Nº 30, Hyspamérica Ediciones, Buenos Aires, 1986.

tradiciones tecnológicas propias de cada sociedad, es muy improbable que la elección hecha en una sociedad se realice también en otra no relacionada. Esas elecciones particulares, en un tiempo y espacio determinado, se convierten en elementos históricamente diagnósticos, por lo tanto, indicadores de etnicidad. Los puntos de contacto entre el modelo presentado y la Arqueología Normativa parecen claros. Las elecciones dictadas por las tradiciones tecnológicas dentro de las cuales los miembros de un grupo se han enculturado (Sackett 1990, p. 33) se asemejan a las “normas

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Frente a estas concepciones en las que el estilo parece ser algo pasivo, presente en toda forma de cultura material, cabría preguntarse dónde reside su especificidad, qué rol particular puede jugar en una sociedad determinada. La Teoría del Intercambio de Información (Wobst, 1977; Wiessner, 1983) ofrece respuestas a estas cuestiones. Esta teoría entiende el estilo en términos de la función que desempeña en un sistema cultural dado. En cualquier categoría de artefactos el estilo es entendido como un medio de transmisión de información sobre la identidad personal y social. De acuerdo con Wobst (1977) el estilo es una forma de exhibición social que codifica información no sólo sobre la identidad individual sino también sobre la pertenencia a un grupo social, estatus, riqueza, creencias religiosas e ideología. Dos aspectos importantes relacionados con los mensajes estilísticos son el grado de contacto entre emisor y receptor del mensaje y la visibilidad de los artefactos.

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María Andrea Runcio La distancia social entre emisor y receptor del mensaje estilístico debe ser intermedia, en tanto, si es demasiado corta el mensaje usualmente será conocido o podrá ser transmitido a través de otros modos de comunicación de menor costo y, si es demasiado larga, el encuentro y la decodificación del mensaje no podrán ser asegurados. En relación con los artefactos, se enfatiza la importancia de su visibilidad en tanto los vistos por más individuos son los más apropiados para transmitir mensajes estilísticos. Por su parte, Wiessner define estilo como “variación formal en la cultura material que transmite información sobre la identidad personal y social” (1983, p. 256) y distingue entre “emblemic style” y “assertive style”; el primero se vincula con la transmisión de información sobre la identidad grupal y social y el segundo, sobre la identidad individual. Acordamos con Hodder (1987) en que la Teoría del Intercambio de Información es un reemplazo bienvenido para las ideas más tempranas. De todos modos, la base funcionalista de este modelo deja a los artefactos y al simbolismo como elementos pasivos más que como activos y creativos. Además, al explicar la creación del estilo como una estrategia intencional, exclusiva para comunicar límites sociales, confunde un rol potencial y eventual del estilo con su función primaria y causa de su creación (Dietler y Herbich 1998, p. 241).

intencionalmente para crear, mantener y transformar las relaciones sociales. Sostiene que el uso de elementos estilísticos particulares para favorecer y legitimar la dominación política es una característica general de esas sociedades. En ellas el acceso desigual a los recursos, elemento clave para las jefaturas, es legitimado a través de la conexión de las elites con fuerzas divinas del Universo, externas al mundo local de los comunes. Esa conexión se materializa a través de un estilo especial manipulado por las elites para legitimar su derecho de control.

Estilo e ideología Earle (1990) concibe el estilo como parte integrante de un sistema ideológico que permite legitimar la desigualdad y el control en aquellas sociedades denominadas “jefaturas”. Propone una visión activa donde los elementos estilísticos se eligen

Botella en forma de calabaza de la sociedad Chimú (Perú). Fuente: Chimú. Laberinto de un traje sagrado, Museo Chileno de Arte Precolombino (catálogo), Santiago de Chile, 2005.

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Cerámica moche representando un guerrero (Perú). Fuente: Ramos Gómez, L. y Blasco Bosqued, C., Culturas clásicas prehispánicas. Las raíces de la América indígena, Biblioteca Iberoamericana, Ediciones Anaya, Madrid, 1988.

1. Los autores equiparan arte y estilo considerándolos términos intercambiables.

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Otra propuesta que vincula estilo e ideología es la de Shanks y Tilley (1992). Se centra en la manera en que el estilo se relaciona con lo social como modo significativo de expresión y como ideología. Concibe la producción artística1 como un proceso social y material, como una forma histórica más que estética. El arte es una práctica particular estructurada por y al mismo tiempo estructurante de conjuntos particulares de relaciones económicas, políticas e ideológicas. El estilo puede ser activamente manipulado para enmascarar, tergiversar e invertir las prácticas sociales. El estilo se desarrolla en diferentes circunstancias sociales e históricas vinculado con relaciones sociales, políticas e ideológicas y, para entenderlo, es necesario comprender las condiciones sociales de su producción. De acuerdo con los autores, el arte o el estilo opera en tres niveles, creando una visión tripartita de lo social. El primer nivel se vincula con la reproducción de los principios estructurantes de la sociedad; el segundo, con la reestructuración de esos principios y el tercero, con la legitimación de los mismos. El estilo, al reproducir los principios de orden estructural de la sociedad de manera ideal y, por lo tanto, negar las contradicciones sociales existentes, legitima ese orden, convirtiéndose en un instrumento ideológico para enmascarar las estrategias de dominación social. Como puede observarse, Shanks y Tilley también vinculan estilo e ideología como forma de legitimar relaciones sociales desiguales, aunque éstas no necesariamente deben tener bases materiales. De esta forma, su enfoque no se reduce a “jefaturas” sino a cualquier tipo de sociedad donde las contradicciones sociales (no exclusivamente producidas por un acceso desigual a los recursos) son negadas para legitimar la desigualdad. Sin embargo, la principal diferencia entre este enfoque y los anteriores es

que Shanks y Tilley sostienen que es posible acceder al significado de los patrones estilísticos, lo cual será desarrollado más adelante. Estilo y estructura Los enfoques estructuralistas (Glassie, 1975; Deetz, 1977) adoptan una visión pasiva del estilo donde los patrones estilísticos son considerados como la manifestación superficial de estructuras cognitivas profundas que también se manifiestan en la organización social, los mitos, los rituales y otros aspectos de la cultura. Y ésta simplemente es vista como el reflejo de una estructura cognitiva uniformemente compartida. Al concebir la cultura de esta forma, y no como un proceso históricosocial, queda poco margen para explicar el cambio en las sociedades. Además, estos estudios tienden a negar la variación intercultural como un fenómeno significativo y excluyen el rol de los sujetos –con diferentes competencias culturales y diferentes intereses– en la producción y reproducción de la cultura (Dietler y Herbich, 1998, p. 239). Otros enfoques cognitivos en relación al estilo desarrollados sin una referencia a modelos teóricos específicos intentan explicar las bases generativas a partir de las cuales se produce el estilo (Washburn, 1977; Hardin, 1983). Estos han contribuido fundamentalmente en el desarrollo de una metodología más sofisticada para caracterizar los aspectos decorativos permitiendo análisis comparativos (Dietler y Herbich, 1998, p. 240). Estilo y significado Una de las corrientes más recientes en Arqueología, encabezada por Hodder, procura la búsqueda del

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María Andrea Runcio significado de la cultura material. Esto implica considerar la cultura material como una forma de texto, poniendo especial atención al contexto donde ésta aparece ya que, a partir de las asociaciones contextuales, es posible la interpretación de su significado. En base al análisis del contexto, el arqueólogo puede alcanzar el nivel de los significados, que a su vez, presenta dos sistemas estructurados: el de las interrelaciones funcionales y el de las ideas y símbolos (Hodder, 1988). El estilo, desde esta perspectiva, es una de las lecturas posibles desde donde alcanzar los significados simbólicos de las prácticas sociales. El estilo puede definirse como “...the particularity of action and meaning that is built up within an historical context” (Hodder 1985, p. 10) y puede ser observado en todas las esferas de la vida en tanto todas son poseedoras de significado social. Aquí debe citarse también la postura de Shanks y Tilley (1992) antes mencionada; los autores sostienen que es posible acceder al significado de los patrones estilísticos. Éste reside en el orden que presentan esos patrones como reproductores de los principios estructurantes de la sociedad. Acceder al orden de esos patrones (a través de reglas o principios generativos) y por ende, alcanzar su significado, es arribar a los principios básicos que estructuran el orden social. Sin embargo, ese significado no es fijo e invariante y puede conducir al cambio social. Enfoques estilísticos, corrientes arqueológicas y paradigmas antropológicos Este breve repaso por los principales enfoques del análisis estilístico ha permitido observar cómo ha variado la definición de estilo y su

uso a lo largo del desarrollo del pensamiento arqueológico. Estos cambios no han sido arbitrarios sino que están estrechamente relacionados con las corrientes arqueológicas dominantes y, en términos más generales, con los paradigmas antropológicos de los cuales éstas toman su marco de referencia. Como ya se mencionó, en la denominada Arqueología Normativa la relación estilo-cultura es fundamental. Sus principales influencias son el Particularismo Histórico y la Escuela Histórico Cultural.

Otras corrientes que se han ocupado del análisis del estilo son el Particularismo Histórico y la Escuela Histórico Cultural Se pueden resumir, siguiendo a Renold (1993), las principales características del Particularismo Histórico norteamericano: –La cultura es una unidad discreta, espacio-temporalmente situada. –Aquello que hace a la cultura como una unidad discreta es su pattern o configuración, consistente en la particular relación entre las actividades, las ideas y las emociones de los integrantes. –La discreción cultural implica una concepción discontinua de las culturas que retiene la característica particular de cada una, con una perspectiva claramente relativista. Como consecuencia de lo anterior, la historia de la cultura se entiende como un proceso local de difusión y modificación de rasgos culturales. La Escuela Histórico-Cultural parte de la idea de que “...un hecho cultural

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El estilo en Arqueología: diferentes enfoques y perspectivas no se presenta aislado, sino que se hace evidente como parte integrante de un conjunto asociado de bienes. Reconocidos estos conjuntos culturales iniciales o ‘ciclos culturales’ [...] se hacía posible explicar el desarrollo cultural universal en función de migraciones y préstamos. Una vez que una cultura se ha iniciado en un sitio determinado se difunde y es fácilmente reconocible aunque se la encuentre a grandes distancias o habiendo transcurrido mucho tiempo. Esto es posible porque sus elementos constitutivos –los bienes culturales– se han mantenido interdependientes en función del ‘principio de

Cerámica olmeca representando a Huehueteotl, dios del fuego (México). Fuente: Rivera, M., Sánchez, E. y Ciudad, A. “Los Olmecas”, en Cuadernos de Historia Nº 30, Hyspamérica Ediciones, Buenos Aires, 1986.

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la cohesión interna’” (Boschín y Llamazares, 1984, p. 107). Partiendo de estas premisas generales como marco de referencia, el objetivo de la arqueología en esta etapa es la identificación de grupos étnicos prehistóricos a través de las culturas arqueológicas (definidas como una asociación recurrente de objetos semejantes, los estilos). De esta forma, la asociación estilo-cultura se convierte en la herramienta fundamental para el objetivo principal de la arqueología: la clasificación espacio-temporal. Hacia la década del 50, resurgen las ideas evolucionistas en el campo de la antropología norteamericana de la mano de dos antropólogos: White y Steward. Si bien sus propuestas presentan claras diferencias, pueden sintetizarse los puntos en común: –Renovado interés por la evolución cultural y los estudios diacrónicos. –Determinismo ambiental. –Énfasis en el desarrollo tecnológico como motor de cambio. –Visión adaptativa y sistémica de la cultura. Esta ruptura provocada por el Neoevolucionismo en el marco de la Antropología es decisiva para la Arqueología; así surge, hacia la década del 60, la autodenominada Nueva Arqueología como contraposición a la vieja Arqueología tradicional o normativa. Escapa a los objetivos de este trabajo detallar sus características principales y cómo éstas han variado a lo largo de su desarrollo; tan sólo se mencionan sus influencias principales y en qué medida éstas marcaron los enfoques estilísticos desarrollados en el seno de esta corriente arqueológica. En términos generales, se toman seis formulaciones: Positivismo, Procesualismo, Funcionalismo, Teoría de

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María Andrea Runcio Sistemas, Conductismo y Neoevolucionismo. Si bien todas han sido determinantes en su desarrollo, sin duda, las concepciones funcionalistas son los ejes principales en torno a los cuales giran las propuestas de esta corriente arqueológica. En este sentido, enfoques como la Sociología Cerámica, el modelo isocréstico propuesto por Sackett y la Teoría del Intercambio de Información, que asignan al estilo la funcionalidad específica (ya sea activa o pasiva) de identificar grupos sociales, encajan adecuadamente en el marco de referencia propuesto por la Nueva Arqueología. Como bien lo menciona Conkey (1990, p. 9) en la visión funcionalista y sistémica de la cultura propuesta por la Nueva Arqueología “se esperaba identificar correlatos arqueológicos para varios subsitemas o procesos culturales. A partir de crear modelos con datos arqueológicos, las ‘actividades artesanales’ no podían ser sólo identificadas, sino también usadas para efectuar inferencias analógicas sobre su funcionamiento dentro del sistema cultural mayor. A partir de aquí, se desprende que había un énfasis metodológico o estrategias para el reconocimiento de modelos, porque estos nos informan sobre el estilo, los contextos espacio-temporales y su rol en el sistema cultural”. Incluso la propuesta materialista de Earle (1990) que procura analizar cómo los elementos estilísticos se usan en un contexto de manipulación política, se adecua al marco definido por esta Arqueología. Hacia la década del 80, se produce una segunda ruptura en el seno del pensamiento arqueológico, denominada Arqueología Postprocesual, aunque bajo este nombre se engloban enfoques que parten de perspectivas teóricas diferentes entre sí (Marxismo, Estructuralismo, Hermenéutica, entre otros). Sin embargo,

Incensario maya procedente de Tikal (México). Fuente: Coe, M., Snow, D. y Benson E. , Atlas culturales del mundo. América Antigua, vol. 1, Ediciones Folio, Barcelona, 1994.

todos comparten la crítica a la Nueva Arqueología, especialmente a su metodología positivista y a las teorías ecológico-funcionalistas. En el aspecto metodológico, la Arqueología Postprocesual propone una no independencia de los datos con respecto a la teoría y, en consecuencia, un rechazo a la realidad objetiva. Desde el punto de vista teórico, se planteó que el enfoque ecológico-funcional era insuficiente para dar cuenta de los hechos ocurridos en el pasado; los móviles que producen el cambio social no deben buscar sus causas en factores externos sino en la propia dinámica del grupo social, donde el poder y la ideología juegan un rol fundamental como forma de enmascarar las contradicciones estructurales existentes, permitiendo reproducir el

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El estilo en Arqueología: diferentes enfoques y perspectivas orden social en beneficio de intereses particulares. Además, se sostiene que la cultura material es activamente manipulada por las personas, haciendo usos diferentes de la misma en función de distintas estrategias sociales y, por ende, es necesario acceder al significado de la misma. Las propuestas de Hodder (1985) y Shanks y Tilley (1992) vinculadas al estilo se enmarcan en estas concepciones generales de la Arqueología Postprocesual. Enfatizan la necesidad de acceder al significado de la cultura material a través de las estructuras que orientan y son orientadas por las prácticas sociales en contextos particulares. La cultura material en general y, en particular los atributos estilísticos,

pueden ser concebidos como una forma de ideología activa, en tanto pueden ser manipulados para brindar una solución imaginaria a las contradicciones sociales. Así, el estilo sólo puede ser adecuadamente entendido en relación con su contexto social de producción y uso, vinculado a las estrategias de poder y dominación social. Esta breve síntesis ha intentado mostrar cómo cada corriente arqueológica ha producido visiones diferentes en relación con la cuestión estilística. En términos más generales, las tradiciones antropológicas, sin duda, han marcado el pensamiento arqueológico; en este sentido, los enfoques estilísticos no han quedado al margen de dichas influencias.

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