El Espiritu Volador

El Club de las Excomulgadas Agradecimientos Al Staff Excomulgado: a Mdf30y por la Traducción, a Taratup por la Correcci

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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos Al Staff Excomulgado: a Mdf30y por la Traducción, a Taratup por la Corrección, a AnaE por la Diagramación, a Makii por la Primera Lectura Final y a Angiee por la Segunda Lectura Final de este Libro para el Club de Las Excomulgadas…

nos acompañaron en cada capítulo, y a Nuestras Lectoras que nos acompañaron y nos acompañan siempre. A Todas…. Gracias!!!

Jory Strong–Espíritu Volador–Thunderbird Chosen I

A las Chicas del Club de Las Excomulgadas, que

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El Club de las Excomulgadas

Argumento Cuando Marisa Lacoste viaja a las Cascades nunca sospechó que acabaría corriendo por su vida. Traicionada. Aterrorizada. Con sus perseguidores siguiéndola muy de cerca, trepa con dificultad a lo largo de la pared del cañón hasta precipitarse al vacío. Abandonada para morir, recupera la conciencia para encontrarse en una cueva, con un guerrero que con cada toque y mirada le demuestra que le pertenece solo a él. Ukiah cuida de ella. Le hace el amor. La conquista con placer. Pero cuando una decisión pone a Marisa de nuevo en peligro, se ve obligado a actuar, a probar su valor y la fuerza de su nueva relación, mostrándose a sí mismo por lo que es… un

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ser de magia y fé, cuyo espíritu levanta el vuelo en la tormenta.

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El Club de las Excomulgadas

Capitulo 1 Marisa Lacoste se dobló sobre si misma cuando el dolor le taladró el costado. Corre. Sigue corriendo. Corre. Corre. Corre. Las palabras latían dentro ella al tiempo que lo hacía su corazón, que parecía como si fuera a estallar para salir de su pecho. Jadeó. Aspiró el aire mientras el dolor de su costado la mantenía inmóvil durante unos minutos. No tenía ni idea si seguían persiguiéndola. En este punto ni siquiera sabía si sabrían que ya no estaba haciendo dibujos de las montañas. ¡Estúpida! Había sido tan estúpida. Tan inconsciente. Tan inocente. Un tipo diferente de dolor se infiltró en ella. ¿Cómo pudo Ethan estar involucrado

lo que le había importado desde que tuvo la edad suficiente para sostener un creyón. Sus lágrimas amenazaron con salir, por el dolor emocional y tanto como por el físico. Trató de calmar su respiración para ser capaz de oírlos, si venían tras ella. Intentó obligarse a respirar por la nariz, dándose cuenta de que al hacerlo su garganta y pulmones dolían al respirar el aire frío de montaña de las Cascades. Un estruendo sonó en la distancia. Truenos para hacer juego con el oscuro cielo de nubes grises que comenzaban a juntarse. Las lágrimas corrían por su rostro, y Marisa las secó con impaciencia. Las lágrimas no servían para nada en ese momento, y no podía permitirse el lujo de llorar. Tal vez más tarde. Cuando consiguiera salir de la montaña. Cuando se encontrara en un coche o una cabina telefónica. Cuando regresara al último pueblo donde se habían detenido. Hohoq, un lugar tan pequeño que ni siquiera estaba en el mapa.

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en esto? Y por dinero. El sabía que lo más importante para ella era su arte. Era todo

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El Club de las Excomulgadas Habían comido allí, en un pequeño restaurante de comida casera, y cualquier persona que los hubiera visto juntos declararía que habían estado muy animados. Un hombre y dos mujeres. Divirtiéndose del modo que lo hace la gente cuando esta de vacaciones. Riendo. Bromeando. Probablemente en la zona para escalar o hacer senderismo, o simplemente acampando. Ella y Ethan se parecían tanto entre sí, con el pelo negro y los ojos azules, que quien los viera pensaría que estaban obviamente relacionados. No es que Kaitlyn no hubiera obtenido su parte de las miradas apreciativas, por su belleza rubia como la de una modelo. Un nuevo dolor rebotó en el pecho de Marisa. Ellos la habían engañado tan bien. No sólo los dos últimos días, sino durante meses. Los hermosos libros de sobremesa con imágenes de las Cascades. Llevándola a tomar una clase de escalada en roca. Todo para que este viaje no parecería fuera de lugar y su muerte accidental no pareciera sospechosa.

Pero ahora podía ver el momento exacto cuando todo se había puesto en marcha. Cuando se dio cuenta de que poco a poco, a lo largo de los años, había comenzado a vivir sólo de la venta de sus cuadros. Cuando ella mencionó casualmente que quería poner el dinero que había heredado de su padre, dinero que su hermano había estado administrando, en un fondo para becas, para que otros artistas pudieran ‘lograrlo’, como ella lo había hecho. Se preguntó si quedaría algo de ese dinero. Si Ethan lo había malversado todo ese tiempo. O sólo a partir de que Kaitlyn entrara en escena. Marisa apartó el pensamiento de su hermano y Kaitlyn. Se obligó a enderezarse. El aire a su alrededor se hacía más frío y el cielo más oscuro. Un miedo diferente se apoderó de ella. Un temor con dedos helados.

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¡Estúpida! ¡Se había sentido tan emocionada por ser invitada!

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El Club de las Excomulgadas Perdida, su piel mojada por sudor de la huida, a la intemperie toda la noche con sólo la ropa que llevaba, podría fácilmente morir de hipotermia, tanto como por un accidente ‘arreglado’ mientras escalaba una roca. Sería tan fácil para ellos explicar que se había perdido mientras estaban de excursión. Que había estado tan absorta en sus alrededores, en la belleza y los colores que trataría más tarde en reflejar en sus pinturas, que no había estado prestando atención por donde iba. Ellos dirían que había entrado pánico y se había puesto a correr al darse cuenta de que no sabía donde estaba, o donde estaba el campamento. Cualquiera que la hubiera visto sumergida alguna vez en su trabajo, podría testificar que podía estar días sin contestar el teléfono o abrir el correo, apenas acordándose de comer. No tomaría mucha imaginación creer que se había perdido. Marisa tembló. El sudor comenzaba a enfriarse por debajo de su camisa y jeans.

utilizado sus lápices para dejar una nota. Un registro del plan que había oído por casualidad, el cual la hizo salir huyendo. La brisa se incrementó. Trayendo consigo el olor de lluvia inminente. El sonido de un trueno lejano confirmó que la tormenta estaba acercándose. La amenazaba de su llegada convertía en sus enemigos mortales tanto a la montaña como al tiempo. No iba a durar una noche si su ropa se mojaba. Lo sabía por la certeza de ser una adicta a las noticias, no por ser una campista con experiencia. Marisa contempló su entorno. Asimiló el vasto panorama de rocas y pinos, zarzas y enebros. De belleza impresionante y una soledad aterradora al mismo tiempo. En ese momento habría dado cada penique que tenía por ver alguna humareda que saliera hacia el cielo desde alguna cabaña escondida dentro del paisaje. Pero no había nada. No había ninguna indicación de que alguien viviera en el área, aunque la presencia de un burdo camino de tierra y las señales de Prohibido el Paso que había

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No obstante, querrían encontrar su cuerpo, sólo para asegurarse que no hubiera

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El Club de las Excomulgadas visto hace poco tiempo, le hubieran dado esperanzas de que pudiera encontrar a alguien que la ayudara. Otro estruendo resonó, este envió la adrenalina y el terror a través de ella. Todas las dudas sobre si se habían dado cuenta de no estaba que faltaba, fueron respondidas por el ruido de una moto de cross. Había una arboleda de pino y roble adelante, pero no estaba segura de poder llegar a ella antes de que la vieran. E incluso si lo hacía, los árboles y la maleza podían reducir su velocidad y atraparla, en vez de ofrecerle refugio y protección. Había regresado al campamento antes de lo esperado y los oyó por casualidad planeando buscarla y matarla ahora mismo, mientras la tormenta trabajara en su beneficio. Pero a pesar del dolor, el pánico y el miedo que experimentó desde ese horrible momento, Marisa había tratado de mantener su ingenio. Había tomado caminos descendentes, aunque pronto supo que no eran los que habían usado para

demasiado largo, apenas más que un sendero en algunos sitios, antes de abrirse y convertirse en una pista más dura, más amplia. Donde se había transformado en un camino más amplio otra vez, vio los carteles de Prohibido el Paso, y un poco más allá, los tótems. Tan exquisitamente tallados que sabía que estaba viendo algo creado por un maestro artesano. Las figuras de animales estaban esculpidas detalladamente, los feroces y magníficos Thunderbirds1 en la parte superior de cada poste, la personificación de la fuerza bruta y el reconocimiento primario de fuerzas mayores a las de un hombre. Incluso en su desesperación por alcanzar la seguridad, no pudo pasar por delante de los tótems sin detenerse por un momento y pasar sus dedos sobre los diseños grabados en la madera, con su espíritu de artista punzando por quedarse, intentar y capturar la esencia de lo que estaba ante ella en papel. La imagen de los grandes thunderbirds, con sus alas extendidas y su atención enfocada hacia afuera, reclamando todo lo que alcanzaba su vista, la llenó de una profunda emoción.

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Ave, normalmente rapaz, con las alas extendidas que remata el vértice de un tótem.

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ir al remoto camping. El camino se había estrechado demasiado, y vuelto

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El Club de las Excomulgadas El ruido de la moto se hizo más fuerte y por primera vez, desde que había huído del campamento, abandonó el camino y se enfrentó directamente a la montaña. Trepó sobre la roca, agarrándose con las manos y tratando de ganar terreno, mientras las piedras caían como pequeños proyectiles hacia abajo por la inclinada montaña. Estaba tratando de ocultarse de los que pasaran por el camino. Rezando por que, quien quiera que fuera en la moto, se limitara a seguir una ruta de escape posible, en vez de rastrearla expresamente. Su única intención era encontrar un lugar donde pudiera aferrarse, sin peligro, hasta que la moto hubiera pasado y esperar, nuevamente, que volviera a pasar cuando regresara al campamento. Pero a medida que la moto se acercaba, con el rugido del motor resonando en el cañón, la roca por debajo de las manos y pies de Marisa, cedió, y ella se precipitó hacia abajo, agarrándose desesperadamente, cada intento apresurado de agarrarse, soltaba más roca y tierra, anunciando su descenso.

de velocidad y movimiento, de estar momentáneamente en el aire. Pero entonces llegó el dolor. Piernas, costillas, brazos y espalda, cuando aterrizó con fuerza en un afloramiento, los escombros le golpearon la cara, brazos y torso antes de continuar su viaje hacia abajo. Cuando el último de ellos hubo pasado y el sonido de la caída se desvaneció, sólo el ronroneo del motor se mantuvo. Marisa abrió los ojos y vio que la moto se detenía por encima de ella y el motorista se quitaba el casco, para poder ver mejor, o tal vez, para regodearse con la victoria. De una u otra forma, durante un largo momento Kaitlyn miró hacia abajo, donde estaba Marisa, y luego con un giro, se volvió a poner el casco y se fue. No hubo nada más que dolor después. Emocional. Físico. Sangrando, con heridas mortales infligidas a su corazón y al alma. Rota, con heridas que rasgaban el hueso y la carne.

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En los primeros segundos, solo hubo un pánico salvaje, una conciencia desesperada

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El Club de las Excomulgadas Marisa entró y salió de la conciencia. Consciente, en cierto nivel, de que el cielo se oscurecía y la tormenta se aproximaba rápidamente, la sensación de la fría lluvia torrencial sobre su piel expuesta, cuando finalmente llegó. Su ropa húmeda. Su cuerpo empapado, aumentando el peso, en un marco en el que apenas era capaz de sostenerla con vida. Los truenos estaban directamente sobre su cabeza ahora. Relámpagos, su brillo oscilando contra sus párpados. Se obligó a abrirlos, sabiendo que estaba muriendo y, aún así, decidida a ver la belleza de su alrededor. La magnificencia de la tormenta. Mucho más potente y real que cualquier cosa que hubiera sido capaz de capturar en sus pinturas, aunque, a veces, ella se acercara bastante, y aquellas eran las pinturas que más atesoraba. Un trueno sonó, seguido por un rayo. Las rayas dentadas iluminaron el cielo, y Marisa se quedó sin aliento, su dolor olvidado, cuando la imagen del thunderbird,

Sus poderosas alas batían en el aire, con tal fuerza, que las nubes se arremolinaban alrededor y debajo de él. Los brillantes colores de sus plumas se reflejaban en la roca gris, pintándola de rojo y blanco con salpicaduras amarillas y azules entretejidas. Su pico abierto, en un grito silencioso, mientras el relámpago se reflejó en sus ojos negros como el carbón. Marisa sabía que estaba alucinando, y, sin embargo, aceptó con los brazos abiertos la alucinación, incluso logró emitir una pequeña risa de alegría, cuando se sintió flotando hacia arriba, hacia el thunderbird, el viento capturando el sonido de su placer y llevándolo lejos. Pero entonces, la gran ave giró sus ojos hacia ella y bajó en picado. Su zambullida apartó las nubes, dispersándolas, haciéndolas huir, llevando la conciencia de Marisa de nuevo a su cuerpo. Dolor y frío. Y, por último, la nada.

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encima del tótem, se cernió sobre ella.

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Capitulo 2 Se escuchaba el ruido de un tambor solitario, sonando al ritmo de un corazón. Una voz lo acompañaba, en un cántico que parecía ofrecer oraciones, en un lenguaje que Marisa no entendía. En vez de dolor sólo había calor. Moviéndose a través de ella. Sobre ella. Aumentando de intensidad, mientras lo hacía la canción, alcanzando un punto máximo, disminuyendo. El proceso se repitió varias veces hasta que la voz se detuvo. El tambor se detuvo. En el repentino silencio, se oyó el sonido misterioso del agua, goteando en la distancia. La sensación de ser observada. La insinuación de un aroma parecido a la madera se enroscó en el vientre de Marisa y le dio fuerzas para abrir los ojos y

Le tomó un minuto verlo, y aún así, ella parpadeó. Se lamió los labios resecos mientras se esforzaba por sentarse. El movimiento la hizo marearse por un instante, y le advirtió que no debía intentar ponerse de pie. Él se levantó de donde estaba en cuclillas, junto a un pequeño fuego, y sus dedos se apretaron involuntariamente, no por la necesidad de defenderse, si no por el impulso de dibujarlo. De capturar su imagen sobre papel. Era una visión de la historia. Un guerrero. Sus fuertes músculos hablaban de una vida en la que, sólo el más apto, sobrevivía. Su piel bronceada estaba expuesta, excepto el área cubierta por el taparrabos que llevaba. La mayor parte de su cabello negro formaba una cortina que fluía sobre sus hombros y espalda. Pero, a ambos lados de su cara, cuentas y plumas decoraban unas trenzas, apretadas y finas.

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luchar por apoyarse sobre los codos.

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El Club de las Excomulgadas “Bebe esto”, dijo él, arrodillándose a su lado y ofreciéndole una taza que ella no había notado que llevaba. Su voz era profunda, segura. Sus palabras en inglés, firmes. Ella negó con la cabeza confundida, mientras los recuerdos la inundaban, de escuchar por casualidad a Ethan y Kaitlyn conspirando para matarla, de correr, de lesionarse, de saber que estaba muriendo y ver el thunderbird abatirse desde el cielo. “Bebe esto”, repitió él, agarrando la parte posterior de su cabeza y sosteniéndola, mientras presionaba la taza a sus labios. Ella luchó por instinto, preguntándose si intentaba drogarla. Su raptor dejó la taza y rápidamente la sometió. Sus brazos alrededor de su torso era todo lo que se necesitaba, dada su condición debilitada. Una clase diferente de conciencia rasgó a través de ella cuando entraron en

desnuda. “Tranquila”, dijo él, como si sintiera su pánico en aumento y su intención de renovar la lucha. “Tranquila. No voy a hacerte ningún daño.” La atención de Marisa revoloteaba frenéticamente a su alrededor, tomando nota de la roca, la oscuridad, la fogata y, finalmente, su ropa. Desgarrada y ensangrentada, que goteaba desde una clavija que había en la pared. La vista de esto la calmó como nada más podría hacerlo. Su mirada se volvió hacia el hombre que la sostenía. Mirando sus ojos oscuros. Los ojos del thunderbird. Las plumas de colores, trenzadas en el pelo. Rojo, blanco y negro, con toques de azul y amarillo. Los colores del thunderbird. “Tú me salvaste”, susurró Marisa, empezando a comprender. Ella debía haber estado delirando cuando él la encontró, su mente perdida en la última pieza de arte que quedó grabada en ella. Los tótems.

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contacto, piel con piel. Cuando se dio cuenta de que estaba completamente

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El Club de las Excomulgadas Marisa se apartó de él y esta vez la dejó ir. La maravilla fluyó por ella, incredulidad, cuando miró hacia abajo, a su cuerpo, y no vio las heridas abiertas, no sentía los huesos rotos, aunque el estado de su ropa certificaba el hecho de que había estado herida y sangrando. Levantó la vista, y sus pezones se apretaron como reacción a ver la mirada de él viajando por el mismo territorio que ella había estado explorando un momento antes. Sus ojos se oscurecieron, con apreciación masculina, a la vista de sus pezones y coño expuestos. Sus fosas nasales llamearon, como si pudiera oler la humedad repentina de Marisa, y el vientre de ella revoloteó en respuesta. Su mano se dirigió a la cúspide de sus muslos en un intento de proteger su montículo y su excitación, de su mirada. Dejó caer la otra mano sobre el material que había debajo de ella y se dio cuenta que era una piel gruesa, curtida y suavizada.

teniendo la intención de liberar la piel y envolverla a su alrededor. “Voy a bañarte primero.” El aliento de Marisa quedó atrapado en su garganta. Su cuerpo entero zumbó por las palabras y el modo posesivo en que él la miraba. En la orden de su voz. Él cogió la taza, y una vez más, la acercó a sus labios. “Bebe esto. Te ayudará a ganar fuerza, Marisa.” Ella abrió la boca para preguntarle como sabía su nombre y el usó su respuesta para tomar ventaja, inclinando la taza, y no dejándole ninguna otra opción, sólo beber el contenido o ahogarse con él. Ella tragó, esperando algo frío y amargo. Descubrió en cambio, que era algo caliente y denso, con sabor a miel. Casi inmediatamente, el calor de la bebida se extendió hacia su vientre, yendo primero a su coño y pechos haciéndola gemir. Humedeció sus labios y gimió, cuando el calor se extendió allí también.

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“No”, dijo él, sus dedos fueron a su muñeca, calmándola cuando ella se movió

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El Club de las Excomulgadas “Me has drogado”, susurró, sus ojos se encontraron con loe de él, para dirigirse luego hacia su boca, la parte superior de su cuerpo se inclinó hacia delante, siguiendo la dirección de su mirada. El se rió, un pequeño sonido ronco y, otra vez, la tomó en sus brazos, esta vez rozando sus labios contra la parte superior de su cabeza. “Sientes la llamada de nuestros espíritus, del uno hacia el otro. La era para ayudarte, nada más.” Ella se permitió disfrutar del lujo de la sensación de los músculos duros y de la carne caliente, para absorber su fuerza y respirar su olor. Un estremecimiento pasó por ella y otro gemido escapó de sus labios, cuando sus manos acariciaron su espalda, y se deslizaron hacia abajo por las caderas y la atrajeron más fuertemente contra él. Se quedó sin aliento cuando se dio cuenta de lo que ocultaba su taparrabos. “Ni siquiera se tu nombre”, dijo ella, preguntándose cómo podía estar desnuda, y aún así tan a gusto en los brazos de un desconocido.

cual lo conocían la gente del pueblo y los huéspedes de su refugio. El nombre que tenía en el mundo físico. Sus dedos se enroscaron en su pelo, con el fin de impedirle volver la cara para alejarse, cuando colocó su boca sobre la de ella, incitando sus labios a abrirse para que su lengua entrara en el húmedo calor de su boca, probando su esencia junto con la bebida que el Creador le había indicado darle. Ella era exuberante y dulce, absolutamente deseable. Suya. Entregada a él por el que había convocado la tormenta y había hecho volar al thunderbird. Conduciéndole hacia donde Marisa estaba muriendo, su alma lista para revolotear lejos. Ukiah no era quién para poner en duda la elección del Creador de una esposa para él y no tenía ningún deseo de hacerlo. Era hermosa. De piernas largas y exquisitamente femenina. Sus pechos coronados con grandes pezones oscuros, su

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“Ukiah”, dijo, frotando su mejilla contra la de Marisa, dándole el nombre por el

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El Club de las Excomulgadas vello púbico recortado en un pequeño triángulo negro, apuntando como una flecha hacia un clítoris delicado y hacia los desnudos labios de su coño. No había sabido que reacción esperar de ella. Solo había pensado en llevarla a la cueva y despojarla de su ropa mojada, de hacer un fuego y comenzar a cantar, ofreciendo rezos y súplicas, y prometiendo que él la aceptaría y cuidaría, enseñándola de modo que pudiera responder al llamado como un thunderbird. Hasta que ella abrió sus ojos y se dio cuenta de su entorno, había tratado de respetar su intimidad, sin quedarse contemplando su cuerpo desnudo, que yacía sobre las pieles, calentado por un fuego que fue creado por la voluntad del Creador, al igual que lo había sido la bebida que Ukiah le había dado. Ukiah gimió cuando su polla presionó contra el taparrabos. Su corazón se aceleró cuando su lengua se entrelazó con la suya. Cuando sus brazos pasaron alrededor de su cuello y ella se aferró a él, la suavidad de su piel y el aroma de su excitación, lo

Él la deseaba como nunca lo había hecho por ninguna otra mujer. Quería, desesperadamente, quitarse el taparrabos y bañar su pene en su humedad, antes de introducirse en ella, fundiendo su cuerpo al de ella. Había esperado tanto tiempo. Había soñado con tener una mujer a su lado. Una ayudante y una consorte. Una compañera que volara con él, cuando el thunderbird fuera llamado al cielo, que estuviera en el invierno, cuando la nieve llegara y celebrara con él cuando la primavera besara la tierra. Pero aún cuando su polla exigía envainarse en su húmedo calor, Ukiah quería terminar de cuidar de ella. Como había prometido hacer. Quería que se conocieran mejor el uno al otro, que su primera unión fuera algo más que un acto de urgencia, sin sentido, solo hacia la liberación física. Quería que ella lo acogiera en su cuerpo como un alma gemela, no solo como el hombre que la había rescatado. Reunió todas sus fuerzas, para separar su boca de la de ella. “Tengo que bañarte primero.”

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tentaban a acostarla sobre las pieles y cubrirla con su cuerpo.

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El Club de las Excomulgadas “No, necesito esto aún más”, susurró ella contra sus labios, sus brazos apretándose alrededor de él, mientras su lengua se introducía en su boca, siendo ahora ella la instigadora. Marisa sabía que estaba reaccionando a la traición, a la huida salvaje que había estado a punto de terminar en su muerte. Una parte de su mente le decía que se separara de Ukiah, y así poner un poco de distancia entre ellos. Pero aquella parte de ella, parecía impotente contra el grito profundo y angustiado de su alma, el clamor de su cuerpo por el calor, el consuelo y la seguridad que él representaba. Ella se estremeció cuando él respondió, cuando gimió y la llevó nuevamente hacia atrás, extendiéndola sobre la suave piel. Su cuerpo se sentó a horcajadas sobre ella, haciéndola gemir y arquearse en una tentativa vana, de frotar su pelvis contra la de él. Deslizó sus manos hacia abajo por sus costados y las colocó en sus caderas con intención de quitarle el taparrabos. Pero él agarró sus muñecas y las sostuvo contra

“No”, dijo él, alejando su boca de la de ella, las ondas de pelo negro eran una cortina a ambos lados de su cara. Las estrechas trenzas con cuentas y plumas brillantes rozaron sus mejillas, sobreponiendo el presente con el pasado, en una explosión de déjà vu, que le hizo pensar que habían estado así con anterioridad, en otra vida. Sus ojos se abrieron un poco más y ella se preguntó si él estaba experimentando lo mismo, pero antes de que pudiera preguntarle, él bajó la cabeza y su respiración se atascó en su garganta. La necesidad palpitó en su coño, ante la visión de sí misma, reflejada en las pupilas oscuras de sus ojos. Su cuerpo desnudo se convirtió en dorado y sensual, disoluto, en el parpadeo del fuego que parecía demasiado pequeño para proporcionar tanta luz. La lengua de Ukiah remontó el labio inferior antes de sorberlo en su boca. Sus rodillas apretaron sus caderas para evitar que ella se arqueara lo suficientemente alto, como para rozarse contra él. Cambió su agarre, se movió para poder sostener sus dos muñecas con una sola mano, mientras la otra se trasladaba a su pecho,

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el suelo, por encima de su cabeza.

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El Club de las Excomulgadas ahuecándolo, adorándolo con su toque. Un brillo fino de sudor se formó en la parte superior de su torso, cuando los tambores fantasma sonaron en su mente, como antepasados antiguos, muertos hace mucho tiempo, que unían sus voces en un rezo de fertilidad, en lugar de una canción de curación. Gimió, mientras inclinaba la boca y penetraba su boca con la lengua. Sus testículos estaban pesados por su semilla. Su polla palpitaba al mismo ritmo que el tambor místico. Imágenes de otras vidas revolotearon por su mente, con la rapidez de un halcón, susurros de voces que le llamaban por nombres a los que su espíritu había respondido alguna vez. Susurraban los nombres por los que había conocido a Marisa. El ritmo de la música fantasma aumentó, creciendo, incitando Ukiah a consumar su unión con Marisa. Llenó su pecho con los ecos de una emoción de hace mucho

trofeo de guerra. Los tambores, las canciones y las voces susurrantes se mezclaban, tan estrechamente unidas, que le hicieron perder el control. Liberó sus muñecas y besó hacia abajo, ya no era capaz de separar al hombre, conocido como Ukiah, de los que había sido antes. Del thunderbird que reconocía a esta mujer como su compañera y quería reclamarla. Rodeo y lamióó sus pezones con la lengua hasta que estuvieron erectos y duros. Los sonidos de los gemidos de Marisa y la sensación de sus dedos enterrados en su pelo, tirando como si tratara de meterlo en su propia piel, solo le hacían sentir más. Solo le hacían desearla más. Mordió y succionó, mientras sus manos recorrían los pechos posesivamente. Explorando su plenitud. Haciéndose una imagen de ellos colgando libremente, como símbolos antiguos de fertilidad, cuando él la tomara sobre sus manos y rodillas.

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tiempo, el orgullo feroz de la pertenencia. Ella había sido una vez su cautiva, su

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El Club de las Excomulgadas Con un gemido, se obligó alejarse de sus pechos, besó su vientre hacia abajo y hundió la cara entre sus muslos, no haciendo nada al principio, excepto inhalar, llenando sus pulmones de su aroma único. Ella gimió y se arqueó contra él, una súplica primitiva de socorro, placer y protección. Una rendición sumisa, como si ella también, estuviera desempeñando un rol de hace mucho tiempo, donde vivía y moría a su voluntad. Ukiah inclinó la cabeza para poder ver su rostro, quería ver su expresión cuando la probara por primera vez, su lengua deslizándose a lo largo de sus labios inferiores, sumergiéndose en su canal húmedo en una primitiva reclamación. Su piel brillaba, sus pestañas eran una delicada media luna negra sobre la tersa piel. Quería ordenarle que lo mirara, pero no se atrevía a salir de su sedosa hendidura mojada. Ella jadeó cuando él la penetró con la lengua, apretó su agarre en su pelo, sus

y los músculos de su vagina lo sujetaron, como abrazaderas, tratando de atraerle más profundo aún, aún cuando lo ahogara con su excitación. La cadencia del ritmo del tambor fantasma exigió que bombeara una y otra vez. Sus caderas se sacudían al compás, golpeando y retrocediendo al ritmo de su lengua. Su polla latía, rígida y confinada, haciéndole tan cautivo como lo era ella. Sus gritos de placer llenaron la cueva y él pudo imaginarlos yendo a la deriva hacia arriba y rodando a través del tiempo, como un trueno sobrenatural. Llevando un mensaje, un grito de victoria, una promesa para el futuro. Ukiah extendió aún más sus muslos, flexionó sus rodillas e inclinó su pelvis, de manera que cada centímetro de ella fue expuesto, abierto para que lo lamiera y chupara. Para follarla con su lengua. Su clítoris estaba hinchado, tan rígido como su polla, su capucha retirada, al igual que lo estaba su prepucio. Su cabeza casi morada.

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pechos deliciosos tomaron un rubor de un color más profundo. El empujó otra vez

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El Club de las Excomulgadas “Por favor”, dijo Marisa, con voz ronca, su espalda arqueada, como si ella pudiera obligarlo a tragarla entera, con las manos tratando de dirigirlo hacia su clítoris. “Por favor”, le rogó de nuevo. Su piel estaba cubierta por una capa brillante de sudor. Sus latidos acelerados, latiendo tan rápido que le hicieron pensar en tambores, sonando durante una noche oscura, en ritos de fertilidad y dioses tan antiguos, que ya no eran nombrados. Ukiah lamió por encima del botón hinchado y ella se convulsionó de placer, fragmentos de hielo y fuego la recorrieron, haciendo que sus nalgas se apretaran, y su respiración se hizo tan superficial que se sintió mareada. El cerró su boca alrededor de su clítoris y las lágrimas llegaron. Mezcladas con gemidos y gritos cuando él chupó, con fuerza y velocidad, de manera agresiva ahora, sabiendo de alguna manera que ella necesitaba una liberación violenta, a fin de alejarla del horror por el que había pasado. Él la fijó contra la piel. Dominándola como si fuera su cautiva. Las plumas y

pared eran como el baile de un antiguo pueblo alrededor de una hoguera eterna. Una y otra vez rodeo su clítoris con la lengua, mientras chupaba. Sus labios eran firmes y duros, conduciéndola más y más alto hasta que se corrió, temblando y retorciéndose. El éxtasis la atravesó como una tormenta feroz y Marisa remontó el placer hasta que lo último de la tormenta pasó, con un estruendo a la distancia y con explosiones breves de relámpagos, dejando que se sintiera limpia, tranquila, como la tierra después de la lluvia. El color inundó sus mejillas cuando finalmente se obligó a abrir los ojos. Una repentina timidez por haber tomado tanto de él y no haber dado nada a cambio. La piel de Ukiah se sentía tensa y su polla le dolía por la necesidad de envainarse en su calor húmedo. Podía sentir la humedad, que se había filtrado contra su prepucio, en la preparación para el acoplamiento con Marisa.

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cuentas, y su pelo sedoso le hacían parecer un salvaje primitivo. Las sombras de la

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El Club de las Excomulgadas Por largos momentos su pecho subió y bajó con respiraciones duras, sólo poco a poco su ritmo cardiaco se torno más lento, mientras el tambor y el cántico se desvanecían, dejándole la elección de cuando unirse con ella. Besó hacia arriba por su cuerpo, acarició su carne acalorada mientras lo hacía, ahuecando sus pechos, entreteniéndose en succionarlos antes de reclamar otra vez su boca. En esta ocasión compartiendo con ella el sabor de su placer. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello, y solo ese simple gesto, lo llenó de una alegría que nunca había conocido antes. La sensación de que todo saldría bien. Que no había ninguna necesidad de apresurarse o precipitarse. Se puso de rodillas y la tomó en sus brazos antes de ponerse de pie. La llevó a la caverna de al lado y la colocó en un pequeño orificio en el suelo que estaba lleno de agua caliente. Ukiah sonrió cuando ella chilló, con los ojos cada vez más abiertos por la sorpresa

“Todavía hay volcanes activos”, le recordó él, aunque en realidad, el agua que corría por la pared hacía una piscina de poca profundidad, era calentada por su voluntad, al igual que la propia caverna. Todo fue creado y mantenido para su seguridad y comodidad. Estas no eran habilidades que tenía en su forma mortal, solo en ésa. Cuando él era tanto thunderbird como hombre, una creación de magia y fe. Ukiah se agachó junto a la piscina natural, e hizo una mueca cuando su polla y pelotas presionaron contra el taparrabos. Metió sus manos en el agua antes de alcanzar una tosca pastilla de jabón. Girándola una y otra vez entre sus manos hasta que la espuma cubrió sus dedos.

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y confusión.

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El Club de las Excomulgadas

Capitulo 3 “Puedo hacerlo”, dijo Marisa, con voz ronca, baja, casi sin aliento. “Pero yo lo haré”, dijo, su tono diciéndole que era su derecho y que nada que ella dijera le disuadiría. El calor subió a sus mejillas y permaneció allí, mientras él pasaba sus palmas contra su cuello, hombros, las cimas de sus pechos y brazos. Acarició cada pulgada de ella. Reclamando todo de ella. Su toque era posesivo, cuidadoso, tan erótico que para el momento en que él había enjuagado el último rastro de espuma de su piel, Marisa temblaba, necesitada. Sus labios enrojecidos e hinchados. Sus pezones y clítoris eran rocas, duros y apretados.

y esto hizo que su mirada se dirigiera a su cara. La confianza regresó en una prisa acalorada a la vista de sus rasgos tensos, los ojos tan negros como el carbón, totalmente concentrados en ella, su erección pulsando contra su taparrabos, enmarcada por unos muslos tensos, por la tensión y el autocontrol. Ella lo tocó entonces. Deslizando su mano a lo largo del musculoso muslo, mirando a través de sus pestañas, como sus fosas nasales se ensanchaban y su mandíbula se apretaba. Sintió la orden silenciosa de que la moviera más arriba y liberarlo del taparrabos mientras el permanecía totalmente quieto. La ansiedad pinchó en su estomago cuando sus dedos llegaron al material, estirado tensamente sobre su pene. Su confección le era desconocida. Los dedos de Ukiah cubrieron los suyos, dirigiéndolos suavemente, explicándole sin palabras, como quitarle el taparrabos. Su aliento se cortó cuando la prenda desapareció, revelando su longitud y grosor, su pene no circuncidado, los sacos de sus testículos pesados bajo él, haciéndola pensar en un semental.

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El nerviosismo revoloteó dentro de ella y se lamió los labios. Él aspiró bruscamente

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El Club de las Excomulgadas Ella lo miró fijamente con fascinación, lamió sus labios otra vez, solo apenas consciente de su gemido, mientras ella hacía ese gesto. Tentativamente, subió la mano para tocarlo. Para acariciar su prepucio, explorar lo que ella sólo había visto en modelos de estudio, en libros de arte, y en obras de arte ya terminadas, ejemplos intocables de hombres, como él, que habían sido creados por la naturaleza o Dios... o tal vez por ambos. La belleza masculina de Ukiah la atraía en muchos niveles. Pero cuando acarició su polla, no fue la artista la que prevaleció, fue la mujer. El deseo la atravesó al sentir lo suave que era. Su coño palpitó, apretando y aflojando, cuando la excitación se escapó de la punta de su polla. Ella lo tomó en su mano, y él se inclinó hacia delante, sepultando sus dedos en su pelo como ella lo había hecho antes. Tirando de ella hacia él. Se levantó de la baja piscina de agua llena de vapor y le besó el pecho. Los pezones.

esculpido. “Marisa”, susurró él y su nombre sonó como una plegaria en sus labios. La felicidad la lleno. Alegría. Algo más que lujuria. Sus besos se dirigieron hacia abajo. Una mano ahueco sus testículos, sopesándolos como sacos de oro, explorándolos mientras los dedos de su otra mano rodearon su polla y la acariciaban de arriba abajo hasta que sus caderas se movieron al ritmo que ella le imponía. Su respiración llegaba en jadeos breves. Los dedos de él apretaron su pelo y Marisa no se resistió cuando dirigió su boca hacia su erección. Lo acarició con los labios, y su lengua salió como una flecha. Probando. Sintiendo. Memorizándolo como él lo había hecho con ella. Ondas de placer punzantes recorrieron a Ukiah. Picos dolorosos de éxtasis, como ráfagas fracturadas de un rayo, con cada toque de su legua sobre su carne caliente. Él estaba indefenso en sus manos. Incapaz de hacer algo más que jadear, temblar, y

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Rió en voz baja cuando se convirtieron en picos duros, diminutos en un pecho

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El Club de las Excomulgadas sostenerla contra él, mientras ella lo torturaba con su lengua, con sus dedos y sus labios. Gotas de sudor corrían por su cuello y pecho. Cada músculo de su cuerpo esforzado en permanecer inmóvil, temeroso de realizar cualquier movimiento que pudiera romper lo último de su control, y sostenerla contra él para lanzar su semilla en las profundidades de su húmeda boca, en vez de en su coño. El gritó cuando su boca suave dejó su eje, su lengua fue como el beso de sol contra su saco, quemándolo con su calor, luego sumergiéndolo en un río de sensaciones ardientes cuando ella sorbió primero un testículo y luego el otro. Ukiah se sacudió contra ella, su cuerpo tensado con tanta fuerza que entre un latido y otro de su corazón supo que había alcanzado su límite. “No”, dijo, la palabra le salió tan gutural que apenas era reconocible. “No más.” Utilizó su agarre en el pelo de Marisa para separarla de él, apretando las nalgas

se habían apagado comenzaron otra vez, solo que esta vez eran los truenos de su propio corazón. Él la levantó, sin hacer caso del agua adherida a sus cuerpos. Sin importarle nada, excepto volver a la otra cámara con ella y extenderla sobre las pieles. “Mírame”, dijo él, bajando sobre ella, sus dedos se entrelazaron con los suyos, sosteniendo sus manos contra el suelo, mientras sus muslos abrían rudamente los de ella. Gimió cuando su polla encontró el húmedo calor de su hinchada vulva. Estuvo muy cerca de empujar y empalarse hasta la empuñadura, en un rápido golpe. Pero logró mantenerse en su entrada. Para encontrarse con su mirada y luego, lentamente, se entregó a ella, centímetro a centímetro, al igual que poco a poco, un centímetro a la vez, la reclamó como propia.

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cuando su testículo se deslizó de entre sus firmes labios. Los sonidos de tambor que

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El Club de las Excomulgadas “Ukiah”, dijo Marisa, apretando sus dedos, mientras él empujaba más profundo, su nombre llenando su alma, de forma tan completa como su polla llenaba su vagina. Ella se estremeció cuando llego al fondo de ella, envolvió sus piernas alrededor de él como si temiera que intentara dejarla. Ella adoró la sensación pesada de sus testículos contra sus nalgas. Quería cerrar sus ojos, pero su mirada fija, negra como el tizón, le ordenaba que los mantuviera abiertos y que viera la forma posesiva como la miraba. Que se reconociera como la propiedad que él reclamaba, cuando sus caderas comenzaron a moverse, en primer lugar con empujes cortos y poderosos, y luego largos, de mayor duración, que la dejaron lloriqueando y gimiendo, gritando por él. El cubrió su boca con la suya y comenzó a empujar en serio, haciéndola gritar en su clímax mientras la llenaba con su semilla. Su liberación fue un martilleo violento que lo dejó laxo contra ella, antes de rodar a un lado y abrazarla.

cueva. Ahogaba el goteo del agua y el crepitar del fuego. Enmascaraba hasta el lejano zumbido, el trasfondo continuo que hizo a Marisa pensar en un cántico, pero probablemente era el sonido del viento entre las rocas, o más inquietante, los cambios profundos en la cadena montañosa. Se acurrucó contra él, contenta, como nunca había estado antes. Luego hizo un murmullo de protesta cuando él la soltó y se levantó. Pero un momento después la levantó, otra vez, y la llevó en brazos de nuevo, a la grieta llena de agua caliente. “Esto es maravilloso”, dijo ella, cuando él la sentó, colocándola de modo que estuviera a horcajadas sobre él, su cabeza en su hombro, el agua cubriendo sus piernas y lamiendo su espalda. La piscina era apenas lo suficientemente grande como para alojarlos a los dos. Ukiah acarició con su mano a lo largo de su columna. Su corazón se llenó no sólo con la belleza de la mujer en sus brazos, sino con lo que ellos ya habían

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El sonido de su respiración era áspero y desigual. Sonaba fuerte en la pequeña

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El Club de las Excomulgadas compartido. Incluso sin el Creador dirigiéndolo hacia ella, obsequiándolo con ella, habría encontrado a Marisa. “¿Cómo terminaste en estas tierras?”, le preguntó. “Cuando fui a Hohoq, hoy más temprano, nadie mencionó que habían visitantes hospedándose en el pueblo.” Las cejas de Marisa se unieron, en sorprendida confusión. ¿Hohoq? Ese era el nombre de la ciudad donde ellos se habían detenido para almorzar, algunos días atrás. Después de haberse ido, habían necesitado horas para llegar al camping. Tomó una de las finas trenzas de Ukiah, encontrando tranquilidad en la sensación de tocar las lisas cuentas y las suaves plumas. “¿Estoy cerca de allí?”. Se le ocurrió que ella realmente no sabía dónde estaba, más que en una cueva. “¿Estoy cerca de dónde me encontraste?” El se rió entre dientes, un estruendo que vibró contra ella y la hizo sonreír. “Sí, a ambas preguntas”. Sus dedos rozaron su columna vertebral otra vez y la hicieron

Su mano apretó la trenza. Y ella se obligó a soltarla para tocar su piel, envolvió los dedos alrededor de su bíceps. “Estaba perdida. Principalmente tratando de encontrar algún sitio seguro.” Escuchar por casualidad la conversación sobre su asesinato. Su fuga. Su huida aterrorizada. Parecía una pesadilla ahora. Irreal. Increíble. Algo que le había sucedido a otra persona. Si bien esto… estar aquí con él… se sentía como si siempre hubieran estado juntos. No de la misma forma de las personas que se conocen una a la otra por años, sino de la forma de aquella gente, cuyas almas están vinculadas. Marisa recordó sus pensamientos anteriores, de conocerlo de otra vida. De haberle pertenecido entonces. Se estremeció, y se rió en silencio de sí misma. Atribuyó su vuelo de fantasía a su temperamento artístico.

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estremecerse y apretarse más fuertemente contra él. “Entonces, ¿estabas perdida?”

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El Club de las Excomulgadas Ukiah se echó hacia atrás y en el proceso la obligó a cambiar de posición, de manera de poder mirarla a la cara, su mano enredada en su pelo la sostuvo para un largo beso, antes de que él la presionara en busca de respuestas. La tensión de su cuerpo un momento antes, junto con las huellas de moto en el camino por encima de donde la había encontrado, le dijeron con certeza que ella había estado buscando algo más que un refugio para capear la tormenta o la noche que se acercaba. “¿Alguien te perseguía?” susurró contra sus labios y ella rápidamente se sacudió entre sus brazos. Ella lo miró a los ojos, y todo dentro de él respondió al miedo que vio dentro de ellos. Su polla se agitó en el cómodo lugar entre sus húmedos muslos, se llenó, se puso alerta, lista para ofrecerle una garantía física de que ella estaba segura, de que era cuidada. Las uñas de Marisa se clavaron en el bíceps de Ukiah. Las lágrimas se formaron en

adelante, y las besó para secarlas. Acariciándola con el mentón, frotó sus mejillas contra la suya y finalmente tomó su boca otra vez. Su lengua se entrelazó con la suya, tranquilizándola y aliviando el dolor de su corazón, hasta que el dolor de la traición cedió el paso al calor y el cariño, el inicio del amor. Cuando se separaron, ella lo hizo sonreír, al adivinar el origen de su pregunta. “¿Viste las huellas de la moto?” “Sí. ¿Quién te perseguía? ¿Y por qué?” Marisa exhaló un suspiro profundo. “Mi hermano y su novia. Kaitlyn fue la que finalmente me alcanzó, pero no antes de que yo cayera montaña abajo. Aunque creo que eso resultó ser una buena cosa. Encajaba perfectamente con sus proyectos, queriendo dejarme allí abandonada y dejar que la naturaleza siguiera su curso, en lugar de tener que hacerlo ellos.” Ella se inclinó hacia adelante, temblando a pesar del agua caliente a su alrededor. Lo abrazó con fuerza. “Si no me hubieras encontrado…”

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las comisuras de sus ojos, y un suave sollozo se le escapó, cuando él se inclinó

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El Club de las Excomulgadas Ukiah deslizó los brazos alrededor de Marisa y la sostuvo contra él, contento de que su cara estuviera sepultada contra su cuello, para que no pudiera ver la rabia que había en su expresión, la determinación absoluta de destruir a aquellos que deseaban hacerle daño. Quienes la habían abandonado para que muriera. “¿Por qué trataban de matarte?” “Por dinero”. Ella se estremeció, una protesta profunda del alma por la traición, y Ukiah pensó que no diría nada más, pero entonces pareció que ella forzó su cuerpo a calmarse. “Sabré más cuando regrese a casa. Pero en el último par de años mi hermano, Ethan, ha estado administrando el dinero que nuestro padre me dejó. Al principio me pasaba una asignación mensual, pero cuando mi arte comenzó a darme dinero para pagar mi apartamento y el resto de mis necesidades… fue estúpido no prestar atención, pero mi padre le dejó a Ethan el negocio. Él le confió eso. Y yo le confié mi dinero también. Quise creer que éramos una familia.”

“Nuestro padre abandonó a su madre y se casó con la mía, ya estando embarazada de mí. Así que no, no estábamos unidos mientras crecíamos. Pero después que nuestro padre murió…” Ella se encogió de hombros. “Pero tal todo era un engaño, aunque me gustaría pensar que Ethan cambió debido a Kaitlyn. Que ella de alguna manera lo convenció para que hiciera esto.” Marisa tomó una respiración profunda. “Estaban planeando un accidente de escalada. Sólo que una vez que llegamos aquí… había tantas imágenes que quería plasmar en el papel. Y luego, cuando vi lo que querían escalar… me hizo sentir miedo. Tal vez, parte de mí, adivinó lo que pensaban hacer.” Ella cerró los ojos y Ukiah tiró suavemente de su pelo, el pequeño dolor agudo hizo que levantara la cara de modo que pudiera cubrir, nuevamente, sus labios con los suyos. Esta vez su lengua convenció a la de ella, la tentó a entrar en su boca y entonces él pudo succionarla, sostenerla, en una oferta dulce de simpatía, así como un

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“¿Eran cercanos?”

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El Club de las Excomulgadas reconocimiento de la crudeza de sus emociones. Una oferta de proximidad y asilo seguro, que ella aceptó con el ablandamiento de su cuerpo, con la apertura de sus muslos y la presión de los hinchados labios de su coño contra su polla erguida. Cuando ella gimió, el liberó su pelo a favor de agarrar sus caderas y levantarla, colocándola sobre su polla, mientras mantenía su lengua cautiva dentro de su boca. Marisa estaba indefensa contra el asalto sensual de Ukiah. No había ninguna protesta en su mente. Ningún pensamiento, más que de invitarlo con su cuerpo a seguir adelante, sus movimientos sincronizados con su succión, tan sutiles que el agua apenas ondulaba, y sin embargo cada pequeño impulso enviaba fragmentos de placer al rojo vivo a través de su clítoris. Cada movimiento de su polla sobre sus músculos internos, la dejaba con hambre de más. Su conexión era tan intensa, tan profunda, que él se convirtió en todo lo importante para ella. Y con un grito, el orgasmo arrancó desde lo más profundo de su ser. Un lugar que nunca había respondido a otro hombre como respondió a Ukiah. Un lugar cerrado con un sello

Ukiah la abrazó. El aprieta y afloja de su vagina contra su pene era una agonía exquisita, mientras saboreaba el regalo que ella le daba, trató de hacerlo durar. Lográndolo, hasta que ella quedó inmóvil en sus brazos, tocada por su placer, su vagina apretada, caliente y mojada, haciéndole una invitación que él no pudo ignorar. Un llamado de sirena, que rugió por él, haciéndolo jadear, empujar y llenar su matriz con su semilla. Él la llevó de nuevo a la otra habitación, riendo cuando dijo: “A pesar de que necesitaste traerme en brazos cuando me encontraste, puedo caminar ahora”, su voz era ligera, feliz. “Me gusta cargarte”, dijo él, colocándola entre las pieles, sentada de espaldas al fuego, y luego tomando un momento para conseguir un peine, antes de arrodillarse detrás de ella.

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hasta que el entró en su vida.

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El Club de las Excomulgadas Marisa gimió de placer cuando Ukiah comenzó a peinar su pelo, desenredándolo suavemente, los dientes del peine raspaban ligeramente su espalda. “¿Cuán cerca estamos de donde me caí?” “Si tu asidero no hubiera cedido, podrías haber visto la cueva, una vez que te movieras varios metros más adelante. Pero no habrías sido capaz de llegar por donde comenzaste a subir.” “¿Estabas aquí?” “No. Pero creo que llegué poco después de que cayeras.” Un temblor la recorrió cuando recordó. “Había una tormenta.” “Todavía hay una tormenta afuera.” Ella ladeó la cabeza, pero no oyó nada. “¿Estaba inconsciente cuando me

El vaciló, una pausa apenas perceptible. “Sí.” Marisa casi perdió los nervios y luego se reprendió a sí misma cuando él se inclinó adelante y una de sus trenzas rozó contra su brazo. “Antes de desmayarme imaginé a un thunderbird que se abatía sobre mí. Tenía los ojos negros como los tuyos.” Ella lo alcanzó y acarició una pluma brillante, con sus bandas rojas, blancas y negras, y sus destellos sutiles de azul y amarillo. “Tenía plumas que se parecían a esta.” Ukiah dejó de peinar su pelo y se inclinó adelante para frotar su mejilla contra su pelo y acariciar con su mentón su oído, sorbiendo el lóbulo en su boca. “Estás en la tierra Thunderbird.” Marisa sonrió, dejándose distraer por los recuerdos de los tótems que había visto. Aceptando que, no importaba, si había visto a Ukiah y lo había imaginado en forma de thunderbird o si había estado teniendo alucinaciones.

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encontraste?”

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El Club de las Excomulgadas “¿Sabes algo sobre los tótems?” Ukiah sorbió el lóbulo de la oreja otra vez, e hizo que su respiración se atascara. Su mano libre ahueco y acarició su pecho, enviando una oleada de excitación húmeda a la cara interior de sus muslos. “¿Los postes cercanos a las señales de Prohibido el Paso?, bromeó. Ella se dio cuenta que podía reírse. “Sí, esos.” “Los hice yo.” Ella jadeó y trató de volverse, pero su mano en su pecho lo hizo imposible. “Son hermosos. ¿Eres un escultor?” Ella se echó a reír otra vez. “Pregunta tonta. Quiero decir, ¿es lo que haces para ganarte la vida? Aunque, por supuesto, el arte es mucho más. Yo todavía seguiría creando incluso si nadie comprara una sola de mis obras.” El mordisqueó el lado de su cuello antes de presionar un beso en su piel y moverse

miembros de mi familia logran sacar furtivamente del albergue algunos de mis trabajos, y los ofrecen para la venta en la ciudad.” Marisa volvió la cabeza, siseando cuando el peine se enganchó y tiró de su cabello. “¿Cómo consiguen que saquen furtivamente unos tótems?” El se echó a reír. “La mayor parte de lo que tallo son animales. Miniaturas que pueden ser fácilmente ocultadas en el bolsillo de una chaqueta o en una cartera.” “Me gustaría verlos”, dijo ella, tensándose involuntariamente, de repente sintiéndose incomoda por la situación. Sobre la realidad fuera de la cueva. Cuando se acabara la emergencia que había llevado a este interludio. “Marisa”. Su voz era una caricia, y cuando dejó el peine y tiró de ella de nuevo hacia él, besó a lo largo de su hombro. La mano que había estado sosteniendo el peine fue a su vientre, quemando sobre su matriz en un gesto de posesividad y seguridad. “Te encontré y tengo la intención de conservarte.”

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para continuar peinando su pelo. “Tallo en invierno, como hobby, aunque los

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El Club de las Excomulgadas Su mano bajó más, ahuecando su montículo, sus dedos se deslizaron en su hendidura. La palma presionando contra su clítoris, moviéndose en círculos lentos hasta que ella estuvo lloriqueando y gimiendo. Empapándolo con su excitación mientras respondía a su toque. El hizo un sonido gutural y se inclinó sobre ella, usó su peso contra su espalda para forzarla a colocarse sobre sus manos y rodillas. Y luego sobre sus codos y rodillas, con sus nalgas levantadas y sus muslos abiertos, revelando la carne femenina hinchada y húmeda. Ella se estremeció ante lo vulnerable que esa posición la hizo sentir. La sola conciencia de su vulnerabilidad hizo que sus labios enrojecieran más y su clítoris se tensara, erguido y lleno, con la capucha retirada, desesperado por su atención. “Eres hermosa, Marisa”, susurró Ukiah, besando la base de su columna vertebral, sus dedos deslizándose sobre sus pliegues, rodeando su clítoris y haciéndola gritar.

respiración se convirtió en pequeños jadeos acompañados por gemidos suaves. Por favor”, suplicó ella, “Por favor”. Y a pesar de que no podía verlo, pudo sentir el impacto que sus palabras tuvieron en él, por la forma en que su toque se hizo más dominante, más agresivo. Por la forma en que la tensión pareció llenar la cueva, una energía primitiva que hizo que sintiera como si una enorme presencia se alzara detrás de ella. Marisa se sacudió cuando la penetró. Su polla introduciéndose hasta el final con un empuje brutal de propiedad. Sus manos fueron a sus caderas para sostenerla en posición cuando empezó a bombear. La fuerza de él sumergiéndose en ella, dentro y fuera, convirtió la respiración de sus pulmones en gritos que señalaban una mezcla de placer y dolor, una aceptación exquisita, que lo consumía todo, de lo que él significaba para ella. Las lágrimas se formaron en sus ojos, y las sombras que bailaban en la pared de enfrente eran borrosas y se mezclaban, tomando la forma de un thunderbird con sus

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Ella se apretó contra su mano, se frotó contra los dedos que la atormentaban, su

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El Club de las Excomulgadas alas extendidas, agitándose rítmicamente con cada empuje de la polla de Ukiah, con el pecho hinchándose como si sintiera placer. La imagen era tan real que ella trató de volver la cabeza, sólo para ser detenida por un rudo “No”, los dedos se enredaron en su pelo, impidiéndole moverse mientras él bombeaba aún más duro dentro de ella. El ritmo de su reclamación se convirtió en un éxtasis casi insoportable, hasta que el orgasmo rodó sobre ella, potente y poderoso, llenándola tan completamente como su caliente liberación llenaba su canal, precipitándose sobre ella como la sombra gigantesca del thunderbird y llevándola hacia una oscuridad primordial. Durante largos momentos Ukiah jadeó y tembló sobre de la forma laxa de Marisa, su polla todavía sepultada en sus calientes profundidades, su cuerpo se sentía débil, aún cuando la exaltación triunfante del thunderbird rugía sobre él. Ella estaba embarazada ahora. Su hijo. El del thunderbird.

casado con ella primero y la habría llevado a su albergue que le servía tanto de casa como de fuente de ingresos. La habría dejado acostumbrarse a su nueva vida lentamente, aunque él no tenía ninguna duda de que ella aceptaría y abrazaría los cambios, sabía que ella estaría emocionada por lo que significaría para su arte. Pero la decisión no había sido suya. Él caminaba en el mundo de los espíritus ahora. Este cuerpo era una manifestación mágica, restringida a la cueva, un duplicado para alojar la esencia del thunderbird, mientras la forma verdadera física de Ukiah estaba a kilómetros de distancia en un camastro, dentro de un sauna construido detrás de su casa. Salió de entre los pliegues de Marisa. Una sonrisa de satisfacción masculina se formo en sus labios cuando ella masculló una protesta e inmediatamente se movió para presionar su piel contra la suya. El reunió su pelo, lo tejió en una trenza gruesa antes de acostarse a su lado y cubrirlos con una piel, cediendo al sueño, con su espalda contra su pecho y sus brazos sosteniéndola contra él. Posesivo y protector, al mismo tiempo.

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Si se hubieran conocido en otras circunstancias, Ukiah habría esperado. Se habría

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El Club de las Excomulgadas

Capitulo 4 Marisa se despertó sonriendo, dolorida de un modo bueno, a excepción de la insistencia de su vejiga en que ya era hora de encontrar alivio. Y luego, como si el reconocimiento de que una necesidad elemental era lo suficiente como para despertar otras, su estómago gruñó. No muy romántico, pensó, riendo en voz baja mientras se desenredaba de los brazos de Ukiah y de las pieles. Se quedó mirándolo por un momento, para cerciorarse de que él era real y no una fantasía que ella hubiera evocado en una alucinación. De mala gana se puso en pie y se dirigió hacia donde su ropa colgaba de la clavija de madera. Se preguntó brevemente donde estaría la de Ukiah. No es que ella no saboreara la vista de él, vestido sólo con un taparrabos, pero hacía frío afuera y no

Hizo una mueca mientras se ponía la ropa tiesa, por el barro y la sangre seca. Que estuviera seca hizo que mirara el fuego. La sorprendía que algo tan pequeño, pudiera dar tanta luz, calor y durara durante tanto tiempo. Pero, de nuevo, ¿qué sabía realmente sobre fogatas? Hasta este viaje, había tenido experiencia cero en acampar de una forma que no implicara un trailer o una cabaña acogedora al final de un día de excursión a pie a sitios donde podía ir a pintar o dibujar. Metió los pies en sus zapatos y ató los cordones llenos de suciedad. Luego trató de orientarse, viendo al principio sólo la apertura que llevaba a la piscina natural. Fue la falta de humo lo que la hizo mirar con más cuidado hacia el orificio oscuro detrás de la fogata. Y casi inmediatamente las llamas vacilaron y ella pudo sentir una brisa húmeda y fría. Con un último vistazo hacia Ukiah, Marisa se movió hacia donde pensaba que estaba la salida y se deslizó entre las sombras. La presencia repentina de luz, en lo

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pensaba que estuviera de excursión vestido sólo con una tira de antes.

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El Club de las Excomulgadas que servía de antesala a poca profundidad de la cueva, hizo que Marisa cerrara los ojos en reacción. Cuando los volvió a abrir, experimentó un momento de confusión y desorientación. Su mente galopaba para saber qué hora del día era, para saber cuánto tiempo había pasado en la cueva con Ukiah. Marisa caminó hacia la boca de la cueva y miró las nubes gris oscuro. Tembló cuando el aire frío y húmedo golpeó su cara, la fuerza de este hizo que quisiera regresar. Pero la vergüenza sobre la perspectiva de aliviarse en la cueva, con Ukiah cerca, hizo que intentara alcanzar una raíz expuesta y colocara su pie en un pequeño saliente de la roca. Trepó, impidiendo que su mente reviviera su caída más anterior al quejarse de cómo Ukiah lo tenía fácil. Ella tenía que subir la mitad de camino por la montaña, con el fin de encontrar un lugar práctico para agacharse, mientras que él solo tenía

Marisa se detuvo inmediatamente, al llegar a otro asidero, por el calor que llenaba su cuerpo. Una clase diferente de urgencia quemaba en sus regiones inferiores, ante el pensamiento de Ukiah con los dedos alrededor de su pene. No podía trepar de manera segura, hasta que desterrara las imágenes y las necesidades que vinieron con ellas. Pero, esta vez, mientras se movía lentamente hacia la tierra más llana, se preguntó como Ukiah había conseguido llevarla a la cueva. El camino era empinado y peligroso. Casi imposible, incluso sin el peso añadido de una persona inconsciente. Y sin embargo, él lo había logrado durante una furiosa tormenta. Cuando finalmente llegó a la cima, los músculos de sus brazos estaban ardiendo. Durante un largo momento se esforzó por recobrar tanto su fuerza como su compostura. Cuando se sentó en el borde y miró abajo, hacia la cara de la

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que encontrar un árbol y sacar su pene.

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El Club de las Excomulgadas montaña, fue dominada completamente por el milagro que le había sido dado. No sólo su vida. Sino la presencia de Ukiah en ella. Finalmente se puso de pie y se volvió, al ver el pequeño sendero de animales que se formaba a través del crecimiento de un monte bajo, y se fusionaba con el camino que había estado siguiendo, antes de tomar la decisión de intentar esconderse cuando oyó el estruendo del motor de la moto. El corazón de Marisa se aceleró, los recuerdos se superpusieron a la realidad, hasta que ella tomó varias respiraciones profundas y obligó a esas imágenes a alejarse. Caminó una distancia corta, encontrando un refugio del fuerte viento donde poder aliviar la presión de su vejiga. Y luego, como una atracción fatal, Marisa siguió el camino, de vuelta al punto donde Kaitlyn había parado la moto. Un estremecimiento atormentó su cuerpo, en una reacción visceral, cuando miró el lugar donde había caído, cuando cayó por el borde de la montaña. Donde había

Envolvió los brazos alrededor de sí misma, lamentando ahora el no haber despertado a Ukiah y sugerido que ambos salieran de la cueva. Al darse cuenta, al bajar la vista, que su confianza la había abandonado y no sería capaz de escalar de nuevo para volver con él. El viento se levantó, el cielo se puso oscuro y turbio, como si estuviera en sintonía con su miedo y angustia. Las nubes grises aumentaron, se tornaron en color negro carbón, mientras un trueno resonaba en una ominosa advertencia. Se retiró hacia el camino más amplio y vio el número de huellas de motos allí. Su corazón saltó y latió irregularmente ante la vista, sólo reanudando su ritmo normal cuando ella se recordó que Ethan había, probablemente, ido lejos para comprobar otro rastro y luego había alcanzado a Kaitlyn. Por eso había tantas huellas. Marisa frotó sus brazos. Luchando contra el frío debajo de su ropa.

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estado tan segura de que moriría.

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El Club de las Excomulgadas Era solo cuestión de tiempo antes de que Ukiah se despertara y notara su ausencia. Vendría a buscarla. De eso estaba segura. Pero, mientras tanto, sabía que tenía que encontrar algo parecido a un refugio, y el bosquecillo de árboles en la distancia era su mejor opción. El estruendo de los truenos afirmó su decisión y echó un vistazo al cielo, temblando por lo furioso que parecía ahora. Su oscura violencia llenó su mente e hizo que se diera prisa, de modo que, al principio, no prestó atención a como las huellas de la moto seguían la dirección de los árboles, en lugar de ir hacia arriba, hacia el lugar en el que ella, Ethan y Kaitlyn habían acampado. Marisa redujo la marcha. Su mente estaba a toda carrera. Intentando entender por qué había huellas. Entonces recordó la mención de Ukiah sobre Hohoq, la forma en que se refirió a esté, que implicaba que estaba a corta distancia, haciendo senderismo.

antiguas? ¿Y si Ethan y Kaitlyn hubieran vuelto para asegurarse de que estaba muerta, antes de afirmar que acababan de encontrar su cuerpo? No tenía idea de cuánto tiempo había estado en la cueva con Ukiah. O cuando había terminado lo peor de la tormenta, aunque pareciera que otra nueva estaba preparándose. Se detuvo súbitamente, de repente con más miedo de seguir, que de afrontar los elementos hasta que Ukiah se despertara. Una ronda de truenos la hizo estremecer. Un rayo cruzó el cielo cuando dos personas salieron de la línea de los árboles hacia la que se dirigía. “¡Marisa!”, gritó Ethan, sus palabras la atravesaron, llevadas por el viento. Ella dio la vuelta y corrió, echó un vistazo sobre su hombro y se sintió aliviada cuando vio que no la perseguían. Pero, unos minutos más tarde, el sonido de un motor, le dijo que habían vuelto para tomar sus motos.

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La inquietud recorrió a Marisa, al tiempo de otro trueno. ¿Y si las huellas no eran

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El Club de las Excomulgadas En unos segundos su costado dolía y sus pulmones ardían. El miedo casi la ahogaba. No sólo por la perspectiva de que ellos la encontraran, sino de que mataran a Ukiah también. Tropezó y cayó de rodillas, pero antes que pudiera ponerse en pie el viento aumento de intensidad, haciendo imposible que ella pudiera mantenerse de pie. Las nubes oscuras por delante de ella entraron en ebullición, una masa enojada, escupiendo lluvia mientras los rayos chisporroteaban en el aire, tan cerca, que sentía su energía a través de la piel. Un grito sonó detrás de ella. Alto y femenino. Y terminó abruptamente. Y a continuación, el grito torturado de un hombre. Seguido por otro rayo, que se dividía en dos ante la vista de Marisa. Ella jadeó cuando el thunderbird surgió de la nube, con su mente racional y su corazón en yuxtaposición, temor e incredulidad en guerra con la certeza de su

Él bajó en picada hacia ella y sintió una oleada de placer, un grito de respuesta en su pecho, un deseo de reunirse con él durante el vuelo. Por una fracción de segundo pensó que la levantaría, con sus garras tan negras como sus ojos, pero en el último momento se volvió hacia arriba. Ella giró para poder observarlo, con el aliento atorado en la garganta, al ver las dos motos caídas, dobladas, retorcidas y humeantes en el camino y dos cuerpos al lado de ellas. Vacilante, comenzó a caminar hacia ellos. Sus emociones eran volátiles, siempre cambiantes. Temor y alivio se mezclaban con la tristeza absoluta. Llegó a Kaitlyn primero. Se estremeció cuando vio los ojos muertos, con la mirada perdida en el cielo, el lugar quemado donde había golpeado el rayo.

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alma, de que la criatura mítica que estaba delante de ella era Ukiah.

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El Club de las Excomulgadas Marisa se trasladó hacia Ethan y se arrodilló, con lágrimas en los ojos a pesar de todo. Saltó cuando él gimió, se obligó a tomarle el pulso por si el gemido solo fuera un escape de aire. Y, por un momento, sintió felicidad al ver que estaba vivo. Ella no lo perdonaría o le permitiría entrar de nuevo en su vida. No lo dejaría librarse del castigo por lo que había hecho. Pero era su hermano, y estaba contenta de que no estuviera muerto. Se puso de pie y miró a su alrededor, esperando ver a Ukiah. Pero en cambio, sintió que él estaba mirándola desde lo profundo de las nubes, cerniéndose cerca, pero invisible, para asegurar su seguridad. El viento empujó contra ella, como si la impulsara a marcharse, a caminar hacia el bosquecillo de árboles y hacia abajo por la montaña. Las motos ya no servían y no había nada que pudiera hacer por Ethan, más que buscar ayuda. Por lo que otra vez, comenzó a correr. Esta vez marcando el paso. El viento a su espalda

Se sentía como si hubiera estado corriendo durante horas, aunque no tenía ni idea de cuánto le tomaría para llegar a Hohoq. Parecía que había sido en una vida anterior, cuando ella, Ethan y Kaitlyn se habían detenido allí para almorzar. Sentados en una mesa, bromeando, divirtiéndose de la forma que lo hace la gente cuando está de vacaciones. Las risas y las bromas hacían que los otros sonrieran con ellos. Marisa cerró la puerta a esos recuerdos. En cambio, se forzó a caminar hacia el pueblo y hacia el primer lugar que encontró allí. La Tienda General de Hohoq. El thunderbird sobre el nombre del pueblo ahora resonaba en ella, con el conocimiento de era uno de los nombres del thunderbird. Entró en la tienda y lo primero que notó fueron las esculturas talladas. Pequeñas aves y otros animales delicadamente esculpidos. Entonces, notó al hombre detrás del mostrador, una versión de Ukiah de cabellos plateados, aunque el pelo de este hombre era corto.

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ayudándola.

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El Club de las Excomulgadas Sus ojos se abrieron con sorpresa cuando se encontraron con los suyos. “¿A cuál de los chicos le perteneces?” “Déjame manejar esto, padre”, dijo otro hombre, saliendo de detrás de una fila de estantes y haciendo que el corazón de Marisa subiera hasta su garganta, incluso cuando ella se arrojó hacia sus brazos y lo abrazó apretadamente, sus palmaditas en la espalda la hicieron notar al instante que no era Ukiah. “¿Te ha perdido mi hermano?”, le preguntó, permitiendo que se separara de él. Ella notó entonces la estrella de sheriff en su pecho. Las arrugas en las comisuras de sus ojos le dijeron que era mayor que Ukiah. Las palabras salieron atropelladamente de ella. Partes de su historia probablemente sonaban incoherentes. Pero él entendió la idea principal. Como lo hizo su padre, quién se trasladó del mostrador hacia la ventana, y giró del cartel de la tienda de “abierto” a “cerrado”.

equipo de rastreo. Mi padre te llevará hasta Ukiah.” Marisa asintió con la cabeza y se dejó llevar hacia un Jeep maltratado, de color negro, con rayas de barro rociadas a lo largo de su lateral. Sus pensamientos estaban en caos. Queriendo respuestas y, sin embargo, el silencio del hombre que conducía, reforzó la sensación de que Ukiah era quién debía darlas. Ella se rió en voz alta cuando pasaron un hermoso letrero tallado a mano. Albergue Thunderbird. El padre de Ukiah habló por primera vez desde que salieron de la tienda. “A veces, es más fácil ocultarse al descubierto.” Antes de que ella pudiera responder, el albergue apareció. Una magnífica estructura de madera que sería un espectáculo agradable para cualquier turista. Un diseño encantador que hablaba de comodidad y de camaradería. De noches pasadas hablando o contando historias.

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Cuando Marisa se quedó en silencio, el hermano de Ukiah dijo, “Voy a formar un

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El Club de las Excomulgadas La puerta principal se abrió y Ukiah salió al porche, vestido con jeans y una camisa de franela. Cruzó los brazos sobre su pecho. Su postura era rígida, con el rostro impasible, y eso alejó la alegría de Marisa al verlo. “Ve ahora”, dijo su padre, extendiendo la mano para estrechar la de Marisa, dándole un suave apretón. “Todas las diferencias que existen entre ustedes se resolverán. Tú eres la compañera de su alma.” “Gracias”, dijo Marisa, devolviéndole el apretón, antes de soltarlo y salir del coche. Se sentía insegura ahora. Incierta. La reacción de Ukiah a su llegada la confundía.

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La hería.

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Capitulo 5 Él se quedó en el porche. Estoico, inmóvil. Haciéndola cerrar la distancia entre ellos. “¿Por qué me abandonaste?”, le preguntó, una pregunta inesperada, el dolor que vio en su rostro, en un breve parpadeo, fue tan impactante, que por un instante permaneció muda. Pero entonces, ella se precipitó hacia él, justo como lo había hecho con su hermano. Esperando que sus reflejos hicieran el resto. Y así fue. Sus brazos la rodearon al mismo tiempo que los de ella a él. “¡No te abandoné!”. El calor subió a sus mejillas cuando añadió. "¡Respondí a la llamada de la naturaleza. Después, estaba demasiado asustada para regresar a la cueva!”

concluir con la severidad. “No pensé que Ethan y Kaitlyn estuvieran cerca”, se precipitó a asegurarle, conjeturando el camino que sus pensamientos habrían tomado. “La verdad, es que no pensé en ellos en absoluto hasta que fue casi demasiado tarde.” Abrazó a Ukiah con más fuerza. “Me salvaste… de nuevo. Justo como lo hiciste antes. Eras el thunderbird. No estaba alucinando.” Ukiah relajó entonces el abrazo, para poder ahuecar la cara de Marisa entre sus manos. Cuando despertó y encontró que se había ido, había temido lo peor. Que ella hubiera huido después de ver la sombra del thunderbird, cuando la había poseído sobre sus manos y rodillas. Que ella hubiera adivinado, finalmente, la verdad… no solo adivinado, sino que se hubiera sentido aterrorizada por esta, prefiriendo arriesgarse a morir otra vez, antes que quedarse con él. Él nunca había conocido tanto dolor. Y luego, cuando su espíritu se despojó de su forma temporal y tomó el vuelo, la vio nuevamente bajo ataque… Sólo el

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Un caleidoscopio de emociones pasó por su rostro. Del disgusto a la felicidad, para

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El Club de las Excomulgadas conocimiento de que podría empeorar las cosas, si mataba a su hermano, le había permitido controlar el deseo feroz del thunderbird, no sólo de proteger a su compañera y a su descendiente, aún no nacido, sino de destruir a cualquiera que les amenazara. “Marisa”, dijo contra sus labios. La palabra evidenciaba toda la ternura que sentía por ella. Le pasó la lengua a lo largo de la costura de su boca y ella la abrió para él, aceptando fácilmente el empuje de su lengua. Le dio la bienvenida con alegría, pasión y necesidad. Ukiah se abalanzó a tomarla en sus brazos, y ella se echó a reír, retirándose del beso lo suficiente para recordarle. “Puedo caminar.” “Pero disfruto llevándote.”

pero en cambio salió del porche. Deteniéndose cada varios pasos para besarla. Largos asaltos sensuales, que la dejaban dolorida y necesitada. Húmeda. Hinchada. Debilitada, por lo que no estaba segura, en ese momento, de poder hacer lo que se había jactado y caminar, si él la dejaba en pie. La llevó una corta distancia por el bosque, a una pequeña estructura rodeada de tótems. “¿Es esta una casa de vapor ceremonial?” “No. Los que se alojan aquí, durante los meses en que el albergue está abierto, la disfrutan como sauna.” El la colocó sobre sus pies. Sus manos inmediatamente fueron a sus ropas, desabrochando su chaqueta desgarrada y ensangrentada, quitándola, para luego dejarla caer al suelo. Le desabotonaba la camisa cuando el impacto de sus palabras la golpeó de lleno.

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Ella pensó que haría algo romántico como atravesar el umbral con ella en brazos,

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El Club de las Excomulgadas Marisa le agarró las manos, poniéndolas entre ellos, sus pezones apretados, ya que el calor que emanaba de ellas, llegaba a su piel. Miró a su alrededor y vio varias cabañas discretamente situadas entre los árboles. “¡No puedo desnudarme aquí!” Ukiah se rió, disfrutando de su reacción. La forma en que se ruborizó ante la idea de alguien, que no fuera él, la viera sin ropa. La satisfacción total siguió a su diversión. Absoluta satisfacción masculina al recordar cómo se había comportado ella, con él, en la cueva. Como le había dado acceso libremente a su cuerpo, dejándole tocar y besar cada centímetro de ella. Permitiéndole mantenerla desnuda. Su polla se presionaba con urgencia contra el frente de sus jeans. El palpitar de los latidos de su corazón golpeaba a través de su eje. Se inclinó y la besó, mordisqueó sus labios, porque no podía detenerse. “No hay

Ella aflojó su agarre en sus manos, él terminó de quitarle la ropa, y la condujo a la cabaña antes de que le diera frío. Marisa se rió y tiró de una de sus trenzas, enviando una sacudida de pura felicidad directamente a su corazón. “Me doy cuenta que tú no te desnudaste donde alguien pudiera verte”, bromeó ella. La besó de nuevo, encontrando que tenerla desnuda mientras él estaba totalmente vestido, satisfacía profundamente algo primitivo dentro de él. “Eso es porque mi ropa no está cubierta por sangre seca y barro.” La mano de Marisa fue hacia los botones de la parte delantera de su camisa, abriéndolos. Acariciando después su pecho desnudo, jugueteando con los dedos sobre sus pezones y haciendo que su pene diera un tirón e intentara escaparse de su confinamiento en reacción. “¿Puedo ayudar a desnudarte como tú lo hiciste conmigo?”, preguntó ella, con voz ronca y excitada, envolviéndose alrededor de su erección y haciéndole gemir.

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nadie aquí, solo nosotros. El albergue está cerrado ahora, durante el invierno.”

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El Club de las Excomulgadas Él dejó que jugara por unos momentos, mientras reclamaba su boca, empujando su lengua en su interior y entrelazándola con la de ella, mientras ella jugueteaba con su pezón y enviaba fragmentos de placer caliente directamente a su pene. Dejó que lo llevara hasta el punto en que era doloroso para él permanecer vestido, antes de desnudarse a toda prisa. “Un enjuague rápido y entraremos en el cuarto principal”, dijo él y Marisa se obligó a mantener su atención lejos de él, el tiempo suficiente como para tener una idea del entorno, para darse cuenta que estaban en una pequeña habitación de buen gusto, que servía como lugar para ducharse. “Esta es la entrada de los hombres”, dijo él, llevándola a donde el suelo era de baldosas, levantó el tubo de la ducha de su anclaje en la pared, antes de abrir el agua y ajustar la temperatura. “La entrada de las mujeres está en el otro lado.” Se enjuagó primero, y luego volvió el chorro sobre ella. Marisa trató de tomar el tubo de la ducha, su cara ardió con el recuerdo de él

voz sonara sin aliento, pero la mano de Ukiah recorría por su cuerpo y ahora se cernía directamente sobre su coño, enviando una corriente de agua que golpeaba sobre su clítoris, y con ello, ondas deliciosas de excitación recorrieron su columna vertebral. “Pero me gusta cuidar de ti.” Cerró la distancia entre la cabeza de la ducha y su carne hinchada, intensificando el efecto del agua. Cuando ella se alejó, la llevó contra la pared, sosteniéndola allí con la fuerza de su voluntad y el placer que le estaba dando. “Abre las piernas más ampliamente”, ordenó y ella no tuvo ninguna intención de resistirse. La mano de Ukiah fue a su polla, rodeándola. No había pensado demorarse en ese cuarto, pero siempre que ella estaba desnuda perdía la concentración. Su mirada se dirigió a la mano sobre su pene y sus pelotas se apretaron en reacción. En alerta.

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bañándola en la cueva. “Puedo cuidar de mí misma”, dijo ella, lamentando que su

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El Club de las Excomulgadas Estaba tan lleno, tan duro, que casi se corrió cuando su lengua se asomó a través de su boca y recordó la sensación de esos labios sobre su polla. Cuando la mano de ella se unió a la suya, cubriéndolo, rozando la cabeza expuesta con el pulgar, en una caricia rápida y luego en un masaje persistente contra la hendidura, las nalgas de Ukiah se apretaron y comenzó a bombear en sus manos unidas. Ella lo había superado y ambos lo sabían. Así como ambos sabían que si no se detenían ahora, él arrojaría su semilla sobre su cuerpo desnudo, antes de poder llevarla al orgasmo con el chorro de agua de la ducha. Con un gemido, colgó en su sitio la ducha y cerró el agua. Casi perdió completamente el control cuando Marisa comenzó a ponerse de rodillas. “No”, jadeó él, obligándose a retirar la mano de su polla, y con esta la de ella. Tiró de ella contra su pecho sosteniéndola allí. Ella le lanzó una mirada maliciosa a través de sus pestañas bajadas. “El cambio de

“Marisa”, gimió él, vacilando durante un momento. Una caliente necesidad y el deseo de sentir su boca sobre su polla, estuvo muy cerca de aplastarlo. Pero la sostuvo con más firmeza, cuando ella trató de deslizarse por su cuerpo. “Más tarde”, le prometió. “Puedes hacerme lo que quieras más tarde, cuando regresemos al albergue.” “¿Lo prometes?”, bromeó ella, volviendo la cabeza y lamiendo un rígido pezón masculino. “Lo prometo”, dijo él, su voz sin aliento, mientras la llevaba a la cámara principal, con miedo a retrasarse más. El aliento de Marisa se atascó en su garganta, cuando se detuvieron junto a la plataforma cubierta de pieles, y vio las restricciones, dos tiras de cuero atadas en el suelo en las esquinas superiores de la estera. “No creo que este sea el equipamiento

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juego es justo, Ukiah. Lo que está bien para ti, está bien para mí también.”

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El Club de las Excomulgadas estándar de un sauna”, acertó a decir, incluso cuando algo oscuramente erótico se inició en su matriz y se extendió hacia fuera. Ukiah tomó su cara entre sus manos y la obligó a mirarlo a los ojos. Los ojos negros, del thunderbird. “Eres mía”, dijo, y ella sintió las palabras hasta el fondo de su alma. Sintió que hacían eco en el pasado, y tuvo una imagen fugaz estar de pie, desnuda, sus muñecas atadas delante de ella, mientras esas mismas palabras eran pronunciadas en un idioma que ella no entendía. Su significado se tradujo por la forma en que la mirada de su raptor vagaba, posesivamente, sobre su cuerpo. “Soy tuya”, le susurró, sintiendo el chorrito de excitación que caía hacia abajo por el interior de sus muslos. Ella le permitió que la dirigiera a la plataforma, atara sus muñecas y la dejara indefensa. Un gesto simbólico, porque atada o en libertad, ella confiaba en él completamente y nunca lo abandonaría voluntariamente.

debajo de una erección gruesa y roja. Su belleza, por dentro y por fuera, casi lo deshizo. Y a pesar de que Marisa era quien estaba atada, sabía que él estaba igualmente indefenso cuando se trataba de ella. Él llevó su cuerpo hacia abajo, gimiendo cuando su saco se colocó sobre su vientre caliente. Su boca capturó la de ella, dominando, antes de pasar a la oreja, al cuello, y finalmente a su pecho. Ella comenzó a gemir y retorcerse, cuando él tomó su pezón entre los dientes. Mordiéndolo, lo golpeó con la lengua. Lo succionó. Los movimientos de ella bajo él, el roce contra su polla y testículos, enviaban dolorosas ráfagas de éxtasis a través de él. El calor líquido se escapaba, cubriendo la cabeza de su polla, marcándola en los sitios donde sus cuerpos se tocaban. Era primitivo, salvaje. Y Ukiah tuvo que luchar contra el impulso de tomarse con la mano, y llevarse al orgasmo, cubriendo su coño y abdomen con su esperma.

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Ukiah se arrodilló sobre de ella, sus pelotas eran unos pesos enormes, pesadas

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El Club de las Excomulgadas “Por favor”, gritó ella, arqueándose contra él, expulsando todo pensamiento de su mente, haciendo que durante un largo momento succionara ávidamente. Consciente sólo de su pecho. Del ritmo salvaje de su corazón. De su piel resbaladiza y sus súplicas febriles. Fue el aroma embriagador de su excitación, lo que finalmente lo llevó lejos de su pezón. Besó, mordisqueó y lamió su recorrido hacia abajo, separándole los muslos, y colocándola abierta para poder mirarla, degustarla, y conducirla al orgasmo, agitando su lengua sobre su clítoris y sumergiéndose en su hendidura. Una y otra vez, la tomó. La hizo llorar en su liberación. Sus súplicas se volvieron gritos. La inclinación de su cuerpo, sus brazos luchando contra las restricciones, hasta que finalmente quedó laxa. Y aún así, Ukiah no podía conseguir lo suficiente de ella. Acarició con la boca sus pliegues hinchados, los sorbió. Arrastrando su lengua a lo

ondulando. Su nombre era un susurro desigual en sus labios. Sólo las demandas del thunderbird le dieron la fuerza para levantar la cara de su coño y pasar a situarse por encima de ella, con sus manos tomando las de ella, entrelazando sus dedos, aunque no liberó sus muñecas. Se introdujo dentro de ella, con un solo empuje, duro, obligando a abrirse un canal que todavía parecía apenas incapaz de contenerlo. Los truenos retumbaron cuando ella envolvió sus piernas alrededor de él. Dándole la bienvenida completamente. Sosteniéndolo profundamente en su cuerpo como si no quisiera dejarlo ir nunca. “Vuela conmigo”, dijo, sus ojos negros como el carbón la hipnotizaron, cuando sus cuerpos comenzaron a moverse en un ritmo sin tiempo. Una danza antigua. No había ningún fuego en este cuarto, como cuando había estado en la cueva, pero en la periferia de la visión de Marisa, sombras se formaban y parpadeaban en las paredes. Mezclándose y combinándose al tiempo de los empujes de Ukiah, con los

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largo de su apertura cremosa, hasta que la tuvo gimiendo otra vez, con sus caderas

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El Club de las Excomulgadas tambores y los cánticos en su conciencia, la llenaban, aumentando de intensidad cuando Ukiah se hizo más rudo, más frenético, construyéndole otro orgasmo. Este fue un maremoto en comparación con los otros. Llegando a una grande y brillante corriente de lava roja, blanca y negra con toques de azul y amarillo. Estrellándose contra ella, llevándola con ella cuando los cánticos y los tambores se alzaron en un crescendo. Hubo una sensación dolorosa, seguida por la nada fría y gris, y luego por la conciencia. De una energía inmensa, de la acumulación de poder y el balanceo de un cuerpo enorme y con plumas. Con las alas extendidas, remontando las corrientes térmicas. Ella vaciló, e inmediatamente sintió las garras en su espalda, en un asimiento suave que intentaba tranquilizarla y guiarla. Ukiah. Ella agitó las magníficas alas para comunicarle que estaba bien y sintió que se levantaba lejos de ella.

aumento de la velocidad, de la sensación del aire contra ella, mientras mentalmente exploraba cada centímetro del thunderbird. Encontrando la chispa de vida en su matriz, y casi cayendo del cielo. Pero una vez más, las garras de Ukiah en su espalda estabilizaron su atención. Con un fugaz pensamiento fue consciente de su forma humana, en el edificio bajo ellos. Sus muñecas liberadas, con la espalda contra el pecho de Ukiah, sus respiraciones sincronizadas y profundas, mientras sus espíritus volaban juntos. La emoción se apoderó de ella. Cruda y feroz. Resonando fuera de ella como un trueno. Un grito de triunfo. De alegría. De amor. De dos almas unidas, nuevamente.

FIN

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Ella las agitó nuevamente, más enérgicamente esta vez. Deleitándose por el

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