El Color de La Niebla

El Color de la Niebla Por Salem Torx El Color de la Niebla © 2013 L. Lagos Núñez. Todos los derechos reservados. Image

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El Color de la Niebla Por Salem Torx

El Color de la Niebla © 2013 L. Lagos Núñez. Todos los derechos reservados. Imagen de la portada: Fischblut, por Gustav Klimt, 1898. Fuentes de la portada: Grusskarten Gotisch y Rothenburg Decorative, por Dieter Steffmann.

Índice Índice Prólogo Capítulo I Capítulo II Capítulo III Capítulo IV Capítulo V Capítulo VI Capítulo VII Capítulo VIII Capítulo IX Capítulo X

Prólogo Mayo. La guerra había sido declarada a principios de ese año. O eso creía, pues había dejado de contar los días desde hacía tiempo. Ahora, los cadáveres se amontonaban alrededor de los muros de piedra. Ella no podría haberlos enterrado a todos, eran demasiados. Tuvo que contentarse con sepultar al puñado de jóvenes y muchachas que habían sido sus compañeros de escuela, a los que conocía. Bart. Linnet. Sebastian. Los otros. Semanas atrás, ella y los demás sobrevivientes habían pasado gran parte del tiempo escondiéndose de los bandidos que entraban a saquear la fortaleza. Pero ahora incluso los bandidos rehuían el lugar. La mayoría de los otros niños no habían muerto por heridas, sino que de sed. Y ahora era el turno de ella.

Alice observó una vez más el paisaje grotesco que se extendía hasta el infinito, árboles carbonizados, llamas y un humo tan denso que cubría la luz del sol. Entonces soltó el marco de la ventana para dejarse caer contra la pared. Los ojos se le empezaron a cerrar. Muy dentro de ella, aunque no quisiera aceptarlo, había estado esperando ese momento. Sólo esperaba que no fuera muy doloroso. Voces cercanas la habían hecho volver en si. Había dormido un largo rato sin sueños, pero ahora alguien se aproximaba. Oh no, los bandidos habían vuelto. — ¿Es ella? Una mano le tocó el cuello. Aunque intentó abrir los ojos, no tenía fuerzas. —Si —respondió una voz de mujer—. Debimos haber venido antes.

— ¿Ya está...? —preguntó la misma voz de antes, de un hombre joven. —No. Ven —dijo la voz de la mujer, cerca de ella—. No puedo hacerlo sin ti. Entonces su voz pronunció un par de palabras en un idioma desconocido, y lo siguiente que supo fue que alguien llevaba algo frío a sus labios. —Bebe —ordenó la voz de la mujer. El líquido entró a la fuerza en su garganta, haciéndola toser. Pero lo bebió con ganas. Su sed se apagó un poco, y se sintió un poco mejor. —Tu turno, Dimitri. Y date prisa, este lugar me da escalofríos. Poco después de que la mano soltara su cuello, dos manos gruesas tomaron su rostro. Casi enseguida empezó a notar una sensación cálida que se extendía por su cuerpo, desvaneciendo el frío, el hambre, el dolor. Finalmente, su conciencia fue lo último que se

desvaneció.

Primera Parte: Amistad romántica.

I

Una margarita.

"Sobrevivisteis, lo que os marca como importantes para esta historia." —Heiss, Radiant Historia Agosto. Alice se encontraba observando el mar, mientras se apoyaba en la baranda del barco en el que viajaba rumbo al colegio. El viento frío golpeaba su cara, pero por suerte el resto de su cuerpo estaba cubierto por una chaqueta forrada en piel. Era verano en aquella parte del mundo, faltaban nueve días para que empezaran las clases. Ya habían pasado casi dos meses desde que había sido rescatada de las ruinas de la Fortaleza de Dragón. ¿Debía considerarlo una bendición o una maldición? Todavía recordaba sus preguntas, desnudas, directas, al grano: — ¿Tu tutor sigue con vida?

¿Qué clase de pregunta era esa? Obviamente si él siguiera con vida, no la habría dejado a morir allí. —No, el señor Bron fue uno de los primeros en morir —replicó Alice con orgullo. — ¿Los Kalir? —Muertos. — ¿Todos ellos? La garganta se le apretó. Sin duda que ella sabía. —Si. Pero siguió haciendo preguntas casi de inmediato. — ¿Tienes conocidos fuera de Dragón? —No. —Entonces, todas las familias con las que tenías relación están acabadas. Alice guardó silencio ante la brutalidad de estas palabras. —Espere. Está mi abuelo...

— ¿Te refieres a Van-Krauss? Alice asintió. —No es buena idea —respondió la mujer—. No. Te quedarás con nosotros. — ¿Conoce a mi abuelo? —se atrevió a preguntar entonces. La mujer le dedicó una sonrisa. Y se demoró un rato antes de volver a hablar, como si buscara las palabras adecuadas para expresarlo. —Digamos que trabajé para tu familia un tiempo, conocí a tu abuelo y la mayoría de sus hijos. A Alice le costó un poco creer eso. Estaban tomando té importando en tazas de la más fina porcelana. Se sentaban en el centro de la sala de estar de un edificio que tenía las proporciones de un palacio. ¿De qué clase de trabajo se había tratado? Al principio le parecieron una pareja curiosa y

encantadora. Quizás pensó eso porque representaban cierto estereotipo ideal. Él era joven, rubio y escultural, y ella a pesar de ser mayor, era, por supuesto, sensual y hermosa. Entonces se dio cuenta de que no eran en absoluto una pareja. Él era una especie de valet o sirviente, aunque Alice no estaba segura de qué clase. Mientras que ella actuaba como una mentora. Estaba segura de que una noche lo había escuchado llamarla "maestra" y luego mirar nervioso a Alice, como si acabara de cometer un error. Sus nombres eran Agatha y Dimitri. No fue la falta de curiosidad por averiguar qué clase de relación tenían los dos la que la impulsó lejos de esa inusual compañía. El castillo en el que vivían sin sirvientes quedaba a horas de cualquier ciudad, todo estaba siempre cubierto de nieve, y la idea de no tomar parte en la construcción de su futuro la estaba empezando a asustar. Así que ahí estaba, camino a un colegio en otro

país sólo un poco menos frío comparado con el que acababa de abandonar. Muy ligeramente, algo chocó contra su talón. — ¡Que no se caiga! —gimió una voz a su espalda. Alice bajó la mirada para ver lo que la había golpeado. Un campo de flores la saludó desde el piso. Era un cuaderno abierto en el que alguien había pintado un campo de margaritas. Comprendió la preocupación de inmediato, sus pies se encontraban a escasos centímetros del final de la cubierta, y después de eso sólo había mar. Seguramente se había deslizado de las manos de su dueño en uno de los vaivenes del barco. Alice se apresuró a recogerlo. —Gracias —respondió una chica sonriendo, extendiendo la mano para recogerlo de vuelta. Al hacerlo, Alice notó una venda atada en su muñeca derecha y alrededor de su palma, como un guante. Llevaba una capa con capucha de color blanco apagado. La prenda de tela cubría su

cabello, pero enmarcaba su rostro, guiando la atención hacia este. Las facciones eran finas y delicadas, sin embargo su mentón agudo, sus mejillas poco llenas y su expresión tranquila le daban cierto aire andrógino, como si ostentara un sexo indefinido entre el masculino y el femenino. Y luego estaban sus ojos. Grises, como la luna o como la plata. Un tono claro, pero lleno de vetas de distintas tonalidades. Coronados por dos largas pestañas y estilizados párpados. —De nada —respondió Alice entregándoselo. —De verdad, si no hubiera sido por ti, me tendría que haber lanzado al mar a recogerlo y habría perdido mi compostura de dama. Alice rió. Casi se había olvidado de la sensación. —Soy Lennye —se presentó extendiendo la otra mano, mientras sostenía su cuaderno cerca de ella.

Alice no había hablado con nadie durante el viaje y no pensaba hacerlo. En aquella nave viajaban personas de muy distintas clases sociales de las que Alice no sabía nada, pero ella se veía inofensiva. —Alice —respondió estrechándole la mano. —Entonces ¿También viajas sola? Alice asintió. —Voy a un colegio en Umbria. Unos rayos de sol bañaban el interior de su taza de té, cuando la volvió a poner sobre la mesita de madera. Ocupaban un lugar apartado, cerca de una ventana. —Dicen que es un lugar muy grato durante el otoño —comentó la joven. —No nieva todo el tiempo, eso es bueno. —Me refería a los paisajes y a la arquitectura. —Ah, claro, te interesa el arte —dijo Alice señalando el cuaderno que descansaba sobre sus

piernas—. ¿Puedo mirar? La chica se mostró un poco avergonzada, pero se lo alcanzó. Era un cuaderno de tapas de madera y hojas color crema, nada más abrirlo, sintió que el calor le volvía al cuerpo. Por días y días no había visto más que mar, algunos glaciares, focas y costas congeladas, pero ahora se extendía ante sus ojos el cielo azul más puro que hubiera visto nunca, sobre una playa de aguas cristalinas que escapaban de un océano color jade. Al pasar la siguiente página había una pintura de una mansión en Buena Ropa, un ciervo comiendo restos de pasto en un paisaje nevado, una ciudad al sur de Buena Ropa, una alta torre de techo triangular en Jamón, y flores, páginas y páginas de campos de flores. Finalmente llegó al campo de margaritas que había entrevisto hacía un rato. Era el último y estaba pintado con lápices de colores, con un trazo

tan suave que parecía imitar los paisajes que había pintado con acuarela. No habría sabido decir si se trataba del trabajo de una artista talentosa o no, pero por algunos segundos se olvidó de que estaba sobre un barco que navegaba sobre un mar hostil y congelado. —Es hermoso... —murmuró abstraída en la pintura. — ¿Lo dices enserio? —Claro. ¿Has estado en todos estos lugares? —Este verano estuve en algunos de ellos, otros sólo los he visto... en fotos. Reparó en la suavidad de los pétalos blancos, redondos y alargados, simétricos, simples pero perfectos. — ¿Así que te dedicas a pintar? Lennye sonrió y negó con la cabeza. —Es un pasatiempo. —Deberías sacarle provecho. Estoy segura de que mucha gente en el barco está harta de ver azul

y más azul. Pagarían mucho por una de tus pinturas. —Nunca lo había visto así. Por suerte no necesito dinero, pero si de verdad las aprecias puedes conservar las que quieras. — ¿De verdad? —preguntó emocionada—. En ese caso te pediría sólo una. —Claro, tú salvaste mis dibujos de morir ahogados. Ahora que lo pienso ¿No prefieres que pinte algo para ti? Lennye había posado sus dos ojos sobre Alice. El corazón le empezó a latir rápido y enseguida notó que la sangre se le había subido a las mejillas. —Cla...claro —respondió tratando de sonar afable y tranquila como antes. ¿Acababa de enrojecer ante Lennye? Cuando volvió al camarote aquella noche, lamentó separarse de ella. Lennye era sencilla, discreta y alegre, como una de las margaritas de

su dibujo. Se le pasó por la cabeza que se dirigiría a Umbria a buscar trabajo como institutriz en alguna casa, pues parecía ser instruida. Por un momento sintió envidia de la joven, su vida parecía mucho más simple que la de ella. Hacía días que había dejado de pasar las noches acurrucada en su cama, llorando. Pero esa noche durmió más que bien. La noche se desvaneció tan rápido como vino. Le pareció que el día se hacía increíblemente aburrido y largo ahora que había una persona con la que quería hablar. Se quedó un rato observando los juegos de luces que el sol hacía en el mar, antes de subir a la cubierta a desayunar. Estaba jugueteando con sus panqueques cuando vislumbró a Lennye entrar por la puerta del comedor. Se quedó dudando de si hablarle o no, quizás no quería ser molestada, quizás le parecería mal si ella no la saludaba. Por suerte, ella se acercó casi de inmediato, disipando la duda.

— ¿Puedo sentarme? —Adelante. La joven se sentó con parsimonia y pidió té a uno de los meseros que pasaba por ahí. —Todavía me sorprende que te dejen viajar sola. Es peligroso, llama la atención. —No me ha pasado nada desagradable desde que partí el viaje. Además, tú también viajas sola. —Ah, pero yo soy diferente —respondió ella sonriéndose. —No veo la diferencia —respondió Alice. Pero mentía, sabía que en el fondo, muy en el fondo, había algo diferente con Lennye, algo que no podía definir. — ¿Hacia donde estás viajando, Lennye? —Me voy a bajar en Mist —respondió ella luciendo ligeramente incómoda. —Yo también me bajo en Mist. Ahora su expresión era inconfundiblemente incómoda y le lanzó una mirada escrutadora a

Alice. — ¿Estás bien, pasa algo malo? —Nada —respondió componiendo la sonrisa —. ¿Crees que puedas soportar mi compañía todo el viaje? —No tengo nada mejor que hacer —respondió Alice, pero de inmediato se dio cuenta de que sonaba un poco maleducado. Y aunque trató de buscar algunas palabras para suavizar las otras, la lengua de Lennye fue más rápida. —En ese caso ven a mi camarote cuando terminemos de desayunar. No es bueno que te andes paseando por ahí sin escolta. ¿En qué estaban pensando los adultos que te mandaron a Umbria? Nada más Alice entró, Lennye le señaló un asiento al pie de su cama. No desvió la mirada del lienzo sobre el que estaba pintando. Alice paseo la vista por la habitación. Las paredes estaban pintadas en colores claros y varias decenas de

acuarelas secas descansaban por aquí y por allá. De alguna forma le pareció una habitación mucho mejor que la que ella tenía. Pero hasta donde sabía todas las habitaciones simples valían lo mismo. —No puedo hacer esto en la cubierta, por eso te invité. No vayas a hacerte una idea equivocada. — ¿Es eso lo que en Buena Ropa llaman una broma? —preguntó Alice extrañada. Lennye levantó la mirada, para estudiarla con los mismos ojos escrutadores que había usado en el desayuno. —Te cambiaste de ropa —comentó advirtiendo la chaqueta militar y la falda tableada de color verde. Por suerte pasaba como el uniforme de un colegio. El primer día que lo llevó, Alice advirtió que muy poca gente en el barco reconocía el emblema de Dragón. De haberse paseado con ese uniforme por alguna ciudad de Dragón la habrían atravesado con una espada en un abrir y cerrar de ojos— ¿De qué colegio es ese uniforme?

—Es de la Fortaleza de Dragón. — ¿Dragón...? Entonces le dio una mirada al cuadro que estaba pintando, advirtiendo el peso de lo que estaba haciendo. — ¿Eres de Dragón, Alice? Alice asintió, tomando asiento. Le lanzó una mirada preocupada, analizando con ella su aspecto con mayor detalle. — ¿De casualidad estuviste en la famosa guerra de la que todos están hablando? —Si, por supuesto. Incluso conocía a los dos niños cuya expulsión gatilló la batalla. Eran mis compañeros de clase. — ¿Eres una sobreviviente, entonces? —Sólo soy alguien que no murió. Aunque todavía no estoy segura de que eso sea bueno o malo. — ¿Eres de la aristocracia? —Preguntó ella mirándola con suspicacia— ¿De qué familia?

¿Podía ser que Lennye pudiera reconocer el tono rojo de su cabello y sospechara de su ascendencia y de su apellido? — ¿Qué te importa? ¿No te parece un poco insolente hacer una pregunta así? No es como si tu conocieras a las familias de la aristocracia de...— Entonces se calló. En realidad no lo sabía—. Eres de Buena Ropa ¿Verdad? ¿A qué clase social perteneces? —preguntó tratando de recabar información acerca de ella. Pero Lennye no le respondió, había dejado los ojos clavados en la pintura que estaba haciendo. Lennye le echó una mirada preocupada a la chaqueta verde con botones dorados que tenía puesta. Dejó el pincel al lado para tocar el bolsillo en su pecho. Alice se puso nerviosa durante el instante en que ella acariciaba la figura del dragón bordado. —A ver si entiendo bien esto —dijo sin mirarla —. Te diriges a Umbria, a estudiar y a tratar de rehacer tu vida luego de la Guerra de Dragón. Y

me pides que te haga una pintura de un lugar que ya no existe y al que no puedes volver. No debería darte esto, es un espejismo y puede hacerte daño. Alice se demoró unos segundos en desentrañar su extraña y poética manera de hablar. El dibujo era un paisaje de montañas que se perdían entre las nubes —un paisaje del país de Dragón, dibujado a pedido especial—, y le estaba quedando precioso. Entendía, sin embargo, su argumento. E incluso consideraba que podía tener algo de razón. —No, no es como te lo estás imaginando — mintió—. Sólo estuve ahí un año y medio — improvisó recordando la situación de Amarett—. Crecí en una mansión en el país al sudeste de ahí —agregó, mezclando la primera mentira con una historia real del pasado de uno de sus amigos. Quería esa pintura, y no sólo porque representara una parte de su pasado. Lennye la miró con seriedad. —Si eso es verdad ¿Por qué llevas puesto el

uniforme de su ejército? — ¡Ah! —Exclamó tratando de sonreír casualmente y mirando hacia su atuendo, y entonces recordó — ¿No es obvio? El verde contrasta perfectamente con mi cabello —explicó sin la más mínima gota de humildad. El largo y enrulado cabello de Alice era de color rojo escarlata, señal que descendía de la familia Van-Krauss. Una familia famosa desde Jamón hasta Buena Ropa por su crueldad y sus patriarcas sanguinarios. Este era otro detalle que tampoco prefería comentarle a Lennye. —Ah, de acuerdo —respondió entonces—. En ese caso la terminaré antes de que lleguemos a Mist. Mist era una aldea pesquera ubicada en una costa en el norte de Umbria. Tenía un nombre bien merecido. Desde la cubierta del barco no se podían distinguir bien los contornos de los edificios debido al velo de la niebla. Tras el

pueblo, se extendía una mancha de verde oscuro, que correspondería al bosque. Aún era verano, las clases empezarían el día siguiente. Cuando entraron en la posada, Lennye se bajó la capucha, ligeramente empapada en garúa. Alice no se cansaba nunca de verlo. La primera vez que lo había hecho había comprendido por qué llevaba generalmente la cabeza cubierta. Casi nadie se volteó a mirarla, ya fuera porque estaban demasiados absortos en sus asuntos o porque quizás en Mist era más común tener el cabello de color blanco. Aunque "blanco" quizás no era la palabra adecuada. Durante el viaje, había observado que la luz del sol le arrancaba ciertos reflejos ligeramente rubios. Y otras veces le daba la impresión de que estaba hecho de plata. El piso y las paredes eran de madera. Un par de meseros iban y venían entre las mesas, llevando platos de comida y jarras de cerveza. Lennye se acercó al mostrador a pedir una

habitación privada, el joven que estaba atendiendo les lanzó una sonrisa que hizo que Alice se sintiera algo incómoda y preguntó: — ¿Dos camas? —Una cama, y almuerzo para dos, por favor — respondió ella sin inmutarse. — ¿Ya has contemplado a dónde vas a dirigirte? —le preguntó Alice una vez que estuvieron dentro de la habitación que Lennye había pedido. —Mas o menos. No es realmente un problema —respondió sonriendo al apartar una silla para Alice—. Seguro que no quieres hablar de eso hoy. Después de todo, se separarían en un par de horas. Alice se sentó en el lugar que Lennye le ofrecía. ¿En qué punto del viaje le había empezado a parecer normal que otra chica le apartara la silla para sentarse? Se preguntó si estaría bien que le pidiera su

dirección para escribirle. Aunque ella seguía siendo casi una desconocida. —Si vengo a Mist el próximo fin de semana ¿Tendré alguna posibilidad de encontrarte? Lennye se sorprendió ante esta pregunta, y algo cercano al rubor pareció teñir sus mejillas por un segundo. —Es posible que nos volvamos a ver, aunque no te prometo que sea el próximo fin de semana. Quizás me dirija al pueblo que está al norte, Sphere. Seguro que una vez en el colegio tendrás cosas más importantes en que pensar. Entonces llegó uno de los meseros con una fuente cargada de comida. Habían pedido un plato de la región y Alice se alegró de que Lennye hubiera elegido ese lugar, la cocina era mucho mejor que la del barco. Mientras comían, Lennye sacó de su capa un paquete plano y rectangular envuelto en cuero y atado con una cinta escarlata.

—Lo prometido —le dijo sonriendo—. Es mejor que lo abras después, las acuarelas y la lluvia no se llevan muy bien. Alice lo recibió con emoción. —Gracias. Gracias, Lennye, de verdad. —Espero que cuando lo veas colgado en tu dormitorio te alegre en lugar de traerte malos recuerdos. Alice trató de sonreír, pero no pudo. —No deberías mentir ¿Sabes? El momento y el tono en que lo dijo no dejaban lugar a dudas. Sus ojos se habían apartado repentinamente de los de ella, y el rostro le empezó a arder. ¿Cómo lo sabía? Tuvo que reunir valor para volver a levantar la vista y murmurar: —Lo siento. Una sonrisa tranquilizadora se pintó casi de inmediato en el rostro de Lennye. —No te preocupes, no actúas demasiado bien.

— ¿Entonces puedo conservarlo? —Claro, es un regalo. Aunque no me agrada que me mientan. —Ya me disculpé. Y no hay daño hecho. — ¿Tú crees? Te tomas las cosas demasiado a la ligera. Tienes suerte de que no tenga la autoridad para convencerte de que no lo vuelvas a hacer —dijo esto con una sonrisa de verdadero placer en los labios. — ¿Cómo podrías hacerlo? —preguntó inocentemente, sin ninguna idea de lo que hablaba, aunque sintiéndose rara por la forma en que la miraba de pronto. —Castigándote. — ¿De qué estas hablando? —Te pondría sobre mis piernas, levantaría muy lentamente tu vestido, te quitaría la ropa interior y dejaría rojas esas nalgas tuyas —su tono había cambiado. Intentó con todas sus fuerzas pensar que ese

tono que acababa de adoptar era un tono de juego. Como si le pareciera una broma con la que una conversación durante la comida se pudiera hacer más amena. —De verdad ¿Es eso lo que se considera una broma en Buena Ropa? —No es una broma, te lo juro. Lennye la acompañó hasta la posada en la que la esperaba un carruaje. — ¿Es usted Alice? La profesora Elena me mandó a esperarla. Y también me encargaron que me llevara con usted a este muchacho al castillo. Llegó de Buena Ropa sólo antes de ayer. Alice dirigió la vista hacia donde había señalado el hombre. No se trataba de una persona. Alice observó el pelaje castaño claro y bien cepillado, los ojos dulces, la crin chocolate. —Oh, es hermoso. —Lo envío la Señora Ravensoul. Dijo que era un regalo.

— ¿Es para mí? —preguntó Alice, llena de emoción. Alice se acercó cuidadosamente para intentar tocarlo. —Te sienta bien —la sobresaltó la voz de su compañera de viaje. Lennye se había acercado y había estirado el brazo por encima del hombro de Alice para acariciar también al animal. — ¿Tiene nombre? —preguntó Lennye, volviéndose hacia el cochero. —La señorita debería nombrarlo —respondió él, sonriéndole a Alice. —Umh —pensó Alice— Es dulce y suave. ¿Qué tal el nombre de un postre? — ¿Chocolate? es apropiado para ti. ¿Qué significaba eso? —Si, o Muffin. —O Kuchen. — ¿Kuchen? Si, como un postre de frutas. Me

gusta. Entonces, desde ahora te llamarás Kuchen. —Es una lástima que no lo puedas montar ahora. Alice estaba de acuerdo, no podría haber montado con el vestido que llevaba. —Ya es hora de que nos separemos —dijo suavemente Lennye. Alice asintió y volteó hacia Lennye para despedirse. Lennye volvía a tener esa mirada aproblemada en los ojos. —Enserio ¿Qué te pasa? Si quieres puedo escaparme y viajar contigo —ofreció Alice, mitad enserio, mitad en broma—. Podemos montar en Kuchen. Se mezclaba su resistencia a separarse de ella con la ansiedad que le provocaba el no saber lo que le estaba pasando. —No, Alice. Te va a ir muy bien, no te preocupes —le dijo con voz seria, y extendió la mano para ayudarla a subir al carruaje—. Espero

que tengas suerte —le susurró. —Fue un placer conocerte —respondió Alice. —No, el honor es todo mío —dijo la joven soltándole la mano. La puerta se cerró y Lennye se despidió con una reverencia propia de una corte. Entonces el carruaje partió y su figura se alejó hasta desaparecer junto con el pueblo de Mist entre la bruma.

II La mansión en el bosque. Cuando el carruaje finalmente salió de entre los árboles, Alice pudo apreciar el contorno de una estructura cuyas torres de piedra negra se erguían contra el cielo, a la distancia. Según los pocos detalles que Agatha le había dado, ese debía de ser el Colegio Ravensoul. Habían viajado por lo menos una hora entre caminos boscosos e irregulares, afuera empezaba a oscurecer. Se había entretenido mirando el paisaje. Imaginó que sería agradable pasear por los lados más tranquilos del bosque en sus ratos libres. Quince minutos más tarde, cruzaron unas rejas. Poco después, el cochero se detenía ante unas antiguas e imponentes puertas de madera. La puerta del carruaje fue abierta, y Alice descendió. Sobre el portal, se distinguía un escudo de

piedra que tenía tallada la cabeza de un cuervo. Como la puerta estaba entreabierta, se atrevió a penetrar en el castillo. Adentro estaba un poco más cálido y algunos faroles alumbraban la estancia de paredes desnudas y piso de piedra. Estatuas de personas adornaban las paredes, y junto a una de ellas, se apoyaba una chica que leía un libro. Al advertir la presencia de Alice levantó la mirada, le sonrió y se acercó a ella, con el tomo bajo el brazo. — ¿Eres Alice? Me encargaron que te esperara. Tenía cierta actitud de suficiencia, y esto junto con su corto pelo color castaño, le daban una actitud desenfadada. Sobre su chaqueta negra, en un hilo plateado, estaba bordado el emblema de un cuervo. — ¿Este es el Colegio Ravensoul? —preguntó mirando a su alrededor. —El mismo. Estamos honrados de tener a uno

de los Van-Krauss entre nuestras paredes. Alice reprimió mueca al escuchar esas palabras. Oh, no. ¿Conocía a su familia? ¿Acaso su nombre la iba a perseguir hasta los confines del mundo? — ¿Necesitas ayuda con tu equipaje? — preguntó mirando hacia la abertura de la puerta. —Ah, si. —respondió recordando al hombre que se había quedado afuera. El cochero las esperaba afuera, y la joven cogió la maleta de Alice mientras esta le pagaba. Una vez que se fue, entraron la maleta hasta el salón de la entrada. —Dejémoslo ahí —sugirió la Después mandarán a alguien a subirlo.

joven—.

Alice se había quedado con su mochila en el hombro y con la pintura que todavía no había abierto. La joven la guió hacia la otra puerta que había en la sala, que comunicaba con el interior

del castillo. — ¿Cómo te llamas? —preguntó Alice mientras desembocaban en un amplio salón con escaleras. —Soy Riham. Compartimos habitación. Pero no te preocupes, no paso muchas de las noches ahí, así que podrás hacer lo que quieras. — ¿Qué...? —Mira —la interrumpió la chica señalando el salón en general—. Este es el vestíbulo. Las escaleras frente a ti conducen a nuestras habitaciones. Por esa puerta a tu izquierda se llega al comedor. Y a la derecha está la sala de estar, que es donde casi todos están ahora. Por la puerta de la derecha se filtraba un haz de luz, se escuchaban voces y una débil música de violín. — ¿Me acompañas? —preguntó antes de cogerla del brazo y arrastrarla hasta la habitación.

La puerta se abrió y Alice sintió las miradas despectivas de decenas de jovencitas clavándose en ella, escrutando sus rojos cabellos sueltos, su atuendo de viaje. Cada una de ellas, en cambio, vestía el mismo elegante uniforme en el que predominaba el color negro: faldas escocesas, medias hasta por encima de las rodillas y chaquetas cortas encima de sus blusas de color marfil. Alice sintió una extraña frialdad embargarla. —Bienvenida a la Mansión de los Cuervos — le susurró Riham. Una de ellas se puso de pie y se acercó. Tenía pelo negro y largo y piel blanca como la leche. —Soy Leonora —se presentó extendiendo la mano derecha para estrechar la de Alice—. Que sepas que aquí le damos una gran importancia a las reglas y a la tradición. En general, consideramos una desgracia que las maestras tengan que descender a interferir en poner orden.

—Es mentira —le susurró Riham—. Le encanta que la maestra Elena la ponga en su lugar. Leonora abrió la boca, su rostro reflejaba mitad indignación, mitad vergüenza. —Agatha me dijo que esta es una escuela reservada para la nobleza —Alice se apresuró a cambiar el tema. — ¿Te estás refiriendo a la maestra Agatha? —dijo Leonora mirándola con ojos reprobatorios. —Ah, no sabía que enseñaba aquí —respondió Alice recordando el aspecto sensual y elegante de Agatha. Pero estas palabras sólo sirvieron para que la mirada de Leonora se endureciera más. Casi de inmediato, Riham le dio un codazo a Leonora. —Digamos que aquí estudian sólo cierta clase de personas —le contestó esta sonriendo—. Pero sin duda que encajarás pronto. Apuesto a que somos como cualquier otra escuela de niñas.

— ¿Tienes tu uniforme? —preguntó Leonora— ¿Y el Reglamento Disciplinario? De pronto, le había empezado a caer mal. ¿Tenía esa chica algún tipo de autoridad en la escuela? —Si, creo que iré a cambiarme y a desempacar, antes de presentarme a la señorita Elena —le respondió, deseando marcharse tanto de aquella sala como de su presencia. —Yo te acompaño —respondió entonces Riham animadamente. Una vez que volvieron al vestíbulo, Alice se iba a dirigir a la habitación de las estatuas en la entrada, cuando Riham la detuvo. — ¿Qué haces? Las habitaciones están en la otra dirección. —Si, pero, mi equipaje... Riham le devolvió una expresión de satisfacción, pero no se movió de donde estaba.

—Ya está arriba —le explicó, sonriendo como si soltar aquellas palabras le causara placer. —Pe… pero ¿Quién…? Si sólo estuvimos un momento ahí dentro. —Vamos —le dijo simplemente Riham, cogiéndola del brazo y arrastrándola escaleras arriba. Riham golpeó suavemente la puerta con los nudillos, entonces le devolvió, por primera vez, una mirada nerviosa a Alice. Venían de la habitación de ambas, donde Alice había cambiado su ropa de viaje por el uniforme del colegio que todas las demás llevaban. Aunque simple y pequeña, su habitación era cómoda y tenía cierto encanto rústico. Riham la había guiado hasta ahí, era un corredor largo y silencioso, que estaba totalmente desierto de personas. La iluminación aquí era aún más escasa que en la mayor parte del castillo. En la puerta había una placa de bronce en la que se leía: "E.

Somn, subdirectora". —Pasa, Riham —escucharon una voz que las llamaba desde dentro. Riham abrió la puerta, y se quedó de pie en la entrada. Alice le lanzó una mirada de curiosidad. Al estudiar su expresión incómoda se dio cuenta de que esta vez no estaba siendo cortés, que le ofrecía a Alice la oportunidad de entrar primero porque a ella le daba miedo. La habitación en la que Alice entró era cálida y estaba agradablemente iluminada con luces suaves. Estaba, además, elegantemente tapizada y amueblada con muebles de madera de color negro o chocolate. —Maestra, la joven Van-Krauss —anunció Riham a su espalda. —Gracias Riham, déjanos. La mujer que había hablado tenía cabello negro, largo y enrulado. Sonreía, pero cierto instinto no le permitió a Alice relajarse. Se

sentaba al otro lado de un escritorio, donde trabajaba sobre una serie de papeles de aspecto oficial. Tendría entre treinta y cuarenta años. Alice escuchó la puerta cerrarse a su espalda. La invitó a sentarse y le ofreció una taza de café. Entonces Alice observó que era demasiado tarde para tomar café. Sólo entonces rió relajadamente, y Alice notó un aire juvenil en sus facciones, que le hizo preguntarse si la estimación de su edad que había hecho hacía un momento era correcta. —Tienes razón, pero no para mí. A veces me quedo trabajando hasta el amanecer, otras noches, cuando las alumnas creen que pueden deambular libremente por el castillo y hacer lo que quieran, yo estoy vigilando —dijo con un semblante sumamente serio que a Alice le produjo risa. Una risa que tuvo que aguantarse. Su contextura física era delgada, como la de un pajarito, esto unido a su vestido femenino y

exuberante, y a sus modales aterciopelados, hacían absolutamente imposible tomar enserio esas palabras. Había tenido con Elena una conversación bastante larga, en la que ella le había preguntado acerca de los detalles de su viaje, y habían conversado acerca de las materias que Alice había estudiado en la Fortaleza de Dragón. Elena le explicó que como el programa de estudio era distinto al que tenían en el Colegio Ravensoul, y como había perdido varios meses de clases, no podría tomar las mismas asignaturas que las alumnas de tercero. Y que, si más adelante era necesario, le darían clases particulares para subsanar cualquier vacío que podría haber quedado. Entonces le indicó que debía dirigirse con respeto a las demás mujeres que hacían clases en el colegio, y que se refiriera a ellas como "maestra". Luego le pidió, sin embargo, que la llamara a ella simplemente por su nombre, que "no podía sentirse cómoda de ser tratada de otra

forma por alguien que no había tenido la costumbre de hacerlo desde pequeña" a diferencia de las alumnas de la escuela. Para finalizar, le había pasado una copia del reglamento de la escuela, que era un libro de bolsillo de color negro azulado, con el emblema del colegio en la portada. Cuando Alice entró en el comedor, se veía como todas las demás. Riham levantó la mano para llamar su atención, y Alice se acercó. —Ven, siéntate. Esta es la mesa de tercero. Riham estaba sentada junto a una niña de pelo negro, y en la mesa, en el lugar entre sus platos, amabas sostenían sus manos juntas. —Esta es Lydia —la presentó Riham. —Todos han hablado mucho acerca de tu llegada —comentó Lydia—. Debo decir que tu belleza va a causar un poco de revuelo en la escuela. —Y su compañera de habitación, Saga —dijo

Riham señalando a la niña que estaba junto a Alice y frente a ellas. Alice se sentó con ella, y antes de empezar la comida, tuvieron que escuchar como Elena daba un discurso. Entonces, algunas niñas menores, vistiendo delantales, empezaron a repartir comida entre las mesas. Al principió pensó que no habían hombres, pues todas las maestras eran mujeres. Pero entonces reconoció entre las alumnas unos pantalones y una chaqueta militar, ambos de color negro. —Es Érebu —le había explicado Riham. — ¿Por qué hay un hombre en la escuela? —Ése niño es el único varón en la escuela — dijo la otra—. Creo que su padre lo envío aquí porque lo encontró besándose con el hijo de uno de sus sirvientes —soltó con el tono más relajado del mundo—. Pero no ha tenido ningún problema adaptándose.

Alice desvió la vista para mirarlo de nuevo. Extendía el brazo por encima de los hombros de una niña pelirroja y pecosa, que casualmente miraba a Alice con cierta mirada de “ni te acerques a mi novio”. Al mismo tiempo, otras tres niñas sentadas alrededor de él se peleaban su atención. El muchacho sonreía encantado, ocupándose de mostrarle la misma atención a cada una de ellas. Si, sin duda que se adaptaba bien. Las profesoras, por otro lado, eran todas jóvenes y de tanto en tanto parecían confundirse entre las alumnas. Si Elena le había dado la impresión de ser severa a primera vista, ahora consideraba que se trataba de una idea del todo errada. La mesa de las maestras estaba junto a una pared con vitrales de colores, y junto al asiento de la cabecera, que estaba desocupado, se sentaba Elena, apoyando su cabeza en el hombro de la chica que se estaba a su izquierda, descansando seguramente del exceso de vino que había bebido

esa noche. Ya al final de la cena, algunas de las mujeres habían bajado de sus lugares y se sentaban conversando con las alumnas. Era el primer día de clases después del verano y todos parecían tener muchas cosas que contarse. Cuando la cena terminó, algunas de las alumnas se levantaron a recoger los platos. Sólo entonces se dio cuenta de que no había visto un sólo sirviente en toda la noche. —La gente de afuera está prohibida —dijo simplemente Saga para explicarle, sin apenas levantar la voz. — ¿De afuera? —Si, los sinestirpes. Por eso nos turnamos las tareas de la casa. Obviamente la primera semana les toca a las de primero. Tú y yo somos de tercero. Pero Alice se había quedado pegada por esas palabras.

— ¿Sin...es...tir...? — ¡Saga! —escuchó entonces sobresaltándola. Era la voz de Elena. Alice levantó la vista para encontrarse con que la joven se había acercado a ellas— ¿Qué le estás diciendo a nuestra invitada? De inmediato Saga enrojeció y bajó la mirada nerviosa. —Yo... yo. Elena se acercó a ella y le susurró algo al oído, mientras le sonreía a Alice a modo de disculpa. Alice observó el rostro de Saga cambiar de vergüenza a miedo y luego a tranquilidad. Alice entonces percibió que varias de las alumnas miraban a su profesora con cautela. El silencio se había hecho y algunas de las que iban a salir se habían quedado, prestando atención a la conversación. Septiembre. Alice despertó la mañana siguiente un par de horas antes de que amaneciera. Se

quedó de espaldas en la cama. El ambiente del castillo le asustaba un poco. Pero estaba segura de que todo le parecería mejor una vez que amaneciera y pudiera caminar por los alrededores del colegio. Mientras se vestía, le echó una mirada a su horario. Su primera clase empezaba inmediatamente después del desayuno y era literatura. Así que cogió de entre los libros que le había pasado Elena la noche anterior el apropiado, y lo echó a su bolso. No necesitó echar otro, pues la clase que estaba marcada como siguiente a esa no empezaba hasta después del almuerzo, en realidad, hasta bastante después, en el último período, justo antes de la cena. Caminó con Riham hasta el comedor, y luego de tomar el desayuno, se dirigieron hasta la sala de clases junto con Lydia, la amiga de Riham, y su compañera de habitación, que era la niña rubia que la noche anterior le había contado acerca de la no admisión de personas extrañas al colegio

dentro del castillo. Aunque algunas de las salas del castillo Ravensoul que vería después eran simples — entendiendo como simple paredes de piedra, bóvedas talladas, ventanas que daban a los jardines verde claro con motas de colores o al profundo bosque verde de pinos, escritorios simples y macizos de madera antigua; y generalmente, un amplio pizarrón con marcos de madera de terminaciones caprichosas—, la habitación en la que se enseñaba Literatura era espectacular. Tenía la forma de un anfiteatro circular, y las filas de asientos de madera clara se disponían desde abajo —donde estaba el escritorio de la "maestra"— y subían en forma de escalera hasta arriba. La pared a la espalda de la última fila de asientos estaba chapada con madera que hacía juego con el color del piso que —a diferencia de la mayoría de las estancias del castillo, con piso de piedra— era también de madera clara, brillante y

pulida. Un metro y medio por encima, aquella parte de la pared terminaba, y empezaba un magnífico fresco protagonizado principalmente por cuerpos femeninos. Finalmente, la pared empezaba a cerrarse en torno a la cúpula de cristal que coronaba toda la habitación, y que en aquel momento dejaba ver un cielo grisáceo que no bastaba para iluminar la estancia con luz propia. Una vez que la sala se hubo llenado, la joven que enseñaba Literatura las saludó vaporosamente y comenzó a explicar los temas que estudiarían ese año. La mitad de la clase se trató de eso, y entonces empezaron a leer un poema del libro indicado. Durante ese lapso de tiempo, la mujer se le acercó para preguntarle si estaba teniendo problemas o si tenía alguna pregunta. Alice tuvo que esforzarse por no sonar enojada, pues aunque nunca había sido muy buena alumna, tampoco era una inlecta, y entendía perfectamente lo que estaba leyendo, aunque jamás había oído de ese autor, ni de la mayoría de los escritores que aparecían en

esa selección. Cuando la clase terminó, notó lo nerviosa que se ponía Riham a la salida de la sala de clases. — ¿No tienes que venir a la siguiente clase? ¡Eres afortunada! geometría es una lata. — aprovechó de decir la niña rubia. Alice podría haber insistido en que en su anterior escuela también había estudiado matemáticas y sus derivados. Después de todo, sólo se había atrasado unos meses con sus estudios, no podía ser que el nivel de aquella escuela fuera tan alto ¿verdad? Según le había contado Linnet, una vez, los colegios de mujeres en Buena Ropa no se preocupaban tanto del nivel académico de sus alumnas como de su crianza. Aunque, si lo pensaba, el Colegio Ravensoul no se parecía para nada a la imagen luminosa y delicada que Linnet le había transmitido. Pero, referente a sus estudios, la conversación de la noche pasada con Elena parecía haber sido terminante.

—No pasa nada —les dijo tranquilamente—, creo que aprovecharé para ir a pasear afuera —les dijo con una débil sonrisa, se llevó la mochila al hombro, y se dirigió hacia el primer piso. El aire frío era, en cierta forma, relajante conforme lo aspiraba de pie en el portal del castillo. En aquel momento no pudo evitar sentirse ligeramente privilegiada, pensando que todas las demás alumnas estarían aburridas en clases, tomando apuntes en sus cuadernos y bostezando, mientras que a ella le era permitido pasearse a su antojo y explorar tanto el interior del castillo como sus terrenos, ambos agradablemente desiertos. La niebla matinal le daba cierto aspecto irreal al lugar, Alice pensó que a Lennye le gustaría pintar alguno de aquellos paisajes con sus acuarelas. Se imaginó que ella estaría en Mist en aquel momento, y que quizás también estaría disfrutando del exterior, quizás incluso estaría pintando. Se la imaginó a la orilla del mar con su lienzo.

Al pensar en esto, sus ojos se desviaron por el camino, en la dirección opuesta a la que había comenzado a caminar. Medio kilómetro más allá, se extendía la reja de fierro negro que había cruzado la noche pasada en el carruaje. Primero pensó que podría ir caminando. Pero entonces recordó que tenía a Kuchen, y eso lo haría mucho más expedito. Entonces ¿Qué tal si tomaba a Kuchen y montaba hasta Mist? Era verdad que no conocía el camino, pero ¿qué tanto podría perderse? Alice imaginaba que no mucho. Si lo hacía, quizás perdería el almuerzo, pero estaría de vuelta antes de la siguiente clase y de la cena. Pero entonces descartó la idea. Si se iba sin avisar, seguro que le armarían un lío al volver. No creía que su libertad se extendiera tanto como para ir hasta Mist sin un motivo que sonara plausible. Además, si lo pensaba, Lennye se había mostrado un poco esquiva. Y si aprovechaba el primer momento que tenía disponible para ir a verla, sin duda que Lennye pensaría que estaba desesperada

por verla. Algo como eso se vería muy poco atractivo... entonces la corriente de sus pensamientos se detuvo de golpe. ¿Acababa de usar la lógica que usaría para atraer a un chico? Como respuesta a ese descubrimiento, Alice comenzó a correr con todas sus fuerzas, que no eran pocas, en dirección opuesta a las rejas del castillo, como si al hacerlo pudiera dejar atrás aquel pensamiento que acababa de tener, y escapar de él. Se desvió del camino, cruzó un bosquecillo de pinos, sin importarle que las ramas azotaran sus mejillas —o quizás, dejando que lo hicieran a propósito, enojada consigo misma— y llegó a un pequeño llano. Alice se detuvo de pronto, quedando sin aliento por la vista. Un poco más allá, el llano descendía, la tierra acababa y comenzaba a ser bañada por lo que parecía ser una lengua de plata líquida. El lago

que existía dentro de la propiedad del castillo Ravensoul era un reflejo del color del cielo de esa mañana. La mayoría del resto de la orilla que se podía vislumbrar desde aquella locación, estaba cercada de árboles, dando la sensación de encontrarse en un lugar protegido. Alice se acercó, alegre de que su paseo estuviera resultando reanimante y hubiera cambiado un poco su primera mala impresión del castillo de Agatha. Tratando de no mojarse los zapatos, estiró la mano para tocar el agua, imaginando lo magnífico que sería nadar ahí en un día soleado. Su mano en el agua no se había empezado a enfriar cuando escuchó una voz a su izquierda. — ¿Qué estás haciendo? Alice se sobresaltó, casi cayendo al agua. Elena venía caminando hacía ella mientras sostenía un manojo de hierbas en un paño sobre las manos. —Estaba conociendo el lugar —le respondió ella, ligeramente irritada— ¿Acaso no está

permitido? —No me gustaría que te perdieras —le respondió ella—. Preferiría que pasaras el tiempo dentro. —Me gusta mucho estar fuera. Además, ya soy bastante mayor para cuidarme sola. La chica suspiró. —Ya veremos —dijo entonces, deseando postergar la discusión para algún otro momento— ¿Me acompañas? Estoy recogiendo hierbas para la clase de esta noche. —Está bien —le respondió, y empezó a caminar con ella hasta el límite del bosque—. Oye ¿Crees que podría ir al pueblo esta tarde? — ¿A Mist? ¿Hay algo que necesites comprar? "No es que sea asunto tuyo, pero..." —No, bueno... Y antes de volver a hablar, vaciló un momento. Habían llegado a una parte en la que crecían

plantas medicinales, y Elena se arrodilló ante ellas antes de empezar a cortarlas con delicadeza. Alice la observó, calculando si podría contarle, se inclinó frente a ella e hizo una mueca al notar que las medias se le humedecían con el barro. —Durante mi viaje, me hice amiga de una joven que se está quedando en una posada en Mist. Ante esta declaración, Elena estudió la expresión de Alice con interés. —Y... y como no tengo clases en todo el día — continuó, poniéndose nerviosa—, no creí que fuera un problema. —El fin de semana está cerca —le recordó Elena, inclinando los ojos para recoger otro de los tallos. —Ya, pero es que es una persona un poco esquiva. Quizás se haya ido para el fin de semana. Cuando los ojos de ella volvieron a levantarse, tenían un brillo curioso.

— ¿Esquiva? —preguntó sonriendo con timidez— ¿Estás persiguiendo a alguien? — ¿¡Qué!? Convenientemente, Elena volvió a bajar la vista hacia sus hierbas. —Discúlpame —dijo después de unos momentos—. Espero no haber hablado demás. —Es una chica... —observó Alice, posando los ojos sobre ella para calcular su reacción. —Si, lo se —respondió ella, volviendo a ponerse seria—. Entonces, tu amiga ¿no tienes una dirección a la cual escribirle? Alice negó con la cabeza, sin ocultar la tristeza que eso le causaba. —Ya veo. En general no lo permitiría, pero dado que acabas de llegar, espero que hagas todas las amistades que puedas. — ¿Entonces si? —preguntó Alice emocionada, inclinándose unos centímetros hacia

adelante. —Tienes mi permiso para ir ahora mismo si así lo deseas —le dijo entonces, sonriendo con placer —. Pero —y aquí levantó el dedo índice—, permíteme decir algo. Si una persona quiere verte, no necesitas perseguirla. Si ella sabe que vas a estar cerca, y no te dio su dirección, entonces debería ser ella quien te buscara en Mist durante algún fin de semana cercano. Elena había dado en el clavo. Alice bajó los ojos con tristeza, casi sintiendo que se podría poner a llorar ahí mismo. —Pero es que no creo que lo haga —explicó Alice con un hilo de voz. De pronto había dejado de ser conversación acerca de si podía salir o no.

una

—Entonces, no vale la pena. Al menos dale la oportunidad de demostrar que si la vale. Si la presionas, le estás quitando esa oportunidad, y eso injusto.

Alice volvió admiración.

a

mirarla,

esta

vez

con

—No lo había pensado de esa manera. —Bueno —dijo ella cogiendo sus hierbas y levantándose—, quizás ya es hora de que vuelva al castillo. —Espera —dijo entonces Alice, levantándose también. — ¿Si? —preguntó ella amablemente, entre divertida y deseosa de seguir con la conversación. Alice se quedó de nuevo en silencio, pensando sus palabras. — ¿Puedo... puedo preguntarte a qué te refieres con perseguir a alguien? — ¿A qué te refieres tú? —No lo se... —respondió fingiendo ignorancia. —Ah, entonces yo tampoco. —Creo que fui injusta contigo hace un momento. Puede que si tenga... más deseos de lo

normal de verla —confesó. Elena asintió, le devolvió una enorme sonrisa aprobatoria, y empezó a dirigirse al castillo. Alice se apresuró a alcanzarla. —Creo que me quedaré aquí hoy día —le comentó. Y ambas caminaron juntas hasta el castillo. Alice estaba sentada en una mesa en la biblioteca. A exceptuar por ella, el lugar estaba vacío. Los cerca de ciento sesenta alumnos del colegio seguían en el piso de arriba, dentro de sus salas de clases. Se había cambiado la falda y las medias, al haber ensuciado las otras. —Déjalas sobre tu cama, las haré lavar —le había dicho Elena antes de retirarse por el pasillo. ¿Quien se iba a ocupar de lavar la ropa en un día de clases, si no había sirvientes? Daba lo mismo. La había mandado a estudiar a la biblioteca

para que no anduviera deambulando por el castillo mientras las demás niñas estaban estudiando, así los demás no pensarían que tenía más libertades. —Cuando los alumnos de tercero tengan horas libres, puedes hacer lo que quieras —había sentenciado la subdirectora. Alice deslizó los ojos por uno de los pasajes de su libro de literatura, sin extraer mucho significado de las líneas. La abundancia de signos de exclamación y las palabras altisonantes le revelaban un escritor apasionado, que quería obtener el amor a toda costa. No fue hasta que llegó a cierta parte en que el autor empezaba a describir los labios de su amada, que la mente de Alice empezó a ser ocupada por imágenes que no había invitado. El barco hacia Mist en una tarde soleada, unos labios moviéndose suavemente, hablándole. "Ojalá tuviera la autoridad para convencerte de que no lo volvieras a hacer" estas palabras,

prometedoras, dichas con voz aterciopelada, hicieron eco en su cabeza. Cerró el libro y se puso de pie. Tenía que buscar alguna otra cosa para leer. La biblioteca, tenía que admitirlo, era un lugar agradable. La calefacción era buena y la iluminación te invitaba a relajarte. Filas y filas de libreros llenaban el lugar. Alice se acercó al primero frente a ella y cogió un libro de tapas café con líneas rojas atravesando el lomo. Lo abrió, deseando ocupar su mente con alguna cosa, con cualquier otra cosa. "¿Eh?" Desconcertada por el interior del libro, empezó a pasar las páginas. Pero para su sorpresa, todas eran igual a la primera. A pesar de ser un libro que ostentaba un titulo y un autor, su interior, sus páginas gruesas, suaves y de color crema, estaban todas en blanco. Alice cerró el libro y volvió a mirar la portada:

"Historia de la Familia Grimm, por K. Grimm". Bajo el titulo, estaba grabado un escudo con un extraño dibujo y un lema escrito en un idioma que Alice no conocía. Molesta, se encogió de hombros. "Idiota", de pronto este insulto vino a su cabeza. Si de verdad el viaje con Alice hubiera significado algo para ella, habría concertado una cita para algún otro día. Incluso los sirvientes más humildes tenían derecho a descansar un día a la semana, no podía ser que fuera a estar siempre ocupada. Pero quizás le estaba poniendo demasiada atención a ella. Quizás sólo la había usado para tapar el hueco que la muerte de Sebastian había dejado. Si, porque también había evitado a toda costa pensar en eso, y seguía haciéndolo. Volvió a dejar el libro donde había estado, y cogió otro. Era mayor, más pesado y de color negro.

Lennye no sabía nada de esto, no podía culparla. Pero aún así, podría haberse mostrado más amigable. El segundo libro también estaba en blanco. Alice repitió el proceso de cerrarlo y leer la portada: "La Maldición de la Familia Ravensoul". Ni siquiera alcanzó a leer el nombre del autor. Sintió como si estas palabras la impactaran. La familia Ravensoul era la familia de Agatha, su protectora ¿no? De pronto recordó como había palidecido Lennye al decirle el nombre del colegio al que asistiría. Quizás no quería relacionarse con ella porque provenía de la aristocracia y eso la hacía sentir incómoda. O quizás de verdad había algo malo con el castillo y Lennye había escuchado rumores acerca de ello, y quizás por eso no quería acercarse a ella. Fuera verdad o no, esa teoría la satisfacía. Si esa chica era tan tonta como para tenerle

miedo por cualquier razón que fuera, entonces de verdad era como Elena le había dicho hacía un rato, y no valía la pena. Alice volvió a dejar el libro en su lugar. El siguiente libro también estaba en blanco, y el siguiente, y el siguiente. Un titulo, sin embargo, había llamado su atención: "Principales Clanes y Familias de la Estirpe Negra". ¿Qué sería la Estirpe Negra? Si es que agrupaba a familias y clanes, sonaba como una alianza política de algún tipo, pero jamás había oído de ellos. Por supuesto que no pudo averiguarlo, pues el libro también estaba en blanco. Después de un rato, sin embargo, encontró un libro que si estaba escrito, sólo que con letras que Alice no recordaba haber visto, y que era incapaz de interpretar. Es decir, que igualmente podría haber estado en blanco. Le costó mucho rato encontrar un libro que

estuviera en español, o el equivalente al español para nosotros en el mundo de Alice. Era una novela, literatura simple, y Alice se apresuró a salvarlo de aquel mar de páginas blancas para leerlo más tarde. Hizo lo mismo con un libro de historia de Buena Ropa que encontró cerca del anterior. Pero estuvo tanto rato buscando en la biblioteca, que pocos minutos después de eso, las clases de la mañana habían concluido. Alice se apresuró a volver a su habitación para ponerse algo de ropa que combinara bien con la parte del uniforme que todavía tenía puesta, no quería verse mal durante el almuerzo. Al entrar en su habitación se dio cuenta de que sus calzas y su falda todavía seguían ahí. Claro, justo como había pensado ¿Quien se daría el tiempo de lavar la ropa de una alumna descuidada en un día de clases? Pero entonces, para su sorpresa, se dio cuenta de que no tenían ninguna de las manchas de barro. Incrédula, creyéndose engañada por la débil

iluminación, tomó las medias entre sus manos para observarlas mejor. No sólo estaban absolutamente limpias, sino que mucho más lisas de lo que estaban esa misma mañana, lo mismo con su falda. ¿Cuanto rato había estado en la biblioteca? Quizás cerca de una hora. Esa noche antes de la cena, el grupo de tercero se reunió para la clase de herbología. Elena la hizo sentarse junto a una niña de aspecto mucho más serio y maduro que la mayoría de las niñas de la escuela. Su largo cabello enrulado, mezclaba hebras de colores castaños y hebras de color blanco. —Sabrina Lionheart —se presentó esbozando una sonrisa casi imperceptible en su rostro de piel tostada. —Tienes un curioso color de cabello. —Es herencia de mi madre. El color de piel es

herencia del otro lado. Soy de las Tierras Áridas. Tú tienes casi todos los rasgos de los Van-Krauss. — ¿Qué le pasa a todo el mundo con mi familia? —Algunos de tus familiares son celebridades por aquí. ¿Has visto los retratos que hay en el corredor atrás de la sala de estar? —No. —Hay algunos retratos de ellos. Yo he escuchado de tu familia por otras fuentes, claro. Quizás no lo sepas, pero en el pasado mi familia servía a tu familia. —No lo sabía. Sabrina rió. —Es por eso que —y aquí bajó la voz— la maestra Somn nos ha hecho sentarnos cerca, por si es que trabamos amistad. Pero no creo que seas mi tipo, no te ofendas. Alice miró de reojo a Elena. La conversación

de aquella mañana parecía haberla motivado. —Riham es una buena compañera de habitación —susurró Sabrina—. Yo dormía en esa habitación el año pasado. Pero ahora comparto habitación con Leonora. Y le lanzó una mirada molesta a la niña que se erguía junto a Elena mientras conversaba alegremente señalando una página de su libro. —Lo siento. —Por cierto. Que biblioteca más rara tienen. Jamás había visto tantos libros en blanco. —Ah, no te preocupes por eso. —respondió poniéndole de repente mucha atención a lo que decía Elena—. Me contaron que practicabas esgrima ¿Es verdad? Había cambiado el tema de repente. —Si, si totalmente. —Los martes tenemos clases de esgrima. Después de la maestra Nadia, yo soy la mejor en

esgrima de la escuela. Pero creo que tú me vas a ganar. La mañana del sábado se levantó temprano para ir a visitar a Kuchen. El animal era dócil y tranquilo, pero aún así se había dado el tiempo de estar cerca de él lo más posible, y llevarlo a pasear alrededor de los jardines o por el campo de equitación. Los días anteriores alumnas de primer año se habían encargado de alimentar a los animales y limpiar las caballerizas. Pero nadie lo había cepillado, así que Alice se afanó a la tarea de cepillar su pelaje y sus crines, antes de montarlo aquella mañana. El camino hacia Mist de día era mucho más grato de lo que resultaba en las noches. Y Alice se recreó en admirar las especies de flores y árboles que bordeaban la senda, sobre la que se cerraban las ramas de los árboles. Pensaba en qué especies de flores le gustaban, y trataba de recordar su

locación en el camino, para cortarlas a su regreso y ponerlas sobre su escritorio. —No, ya le dije que no he visto a tal niña por aquí. — ¿Pero cómo? Si estaba aquí el miércoles pasado. Un rato más tarde de haber atravesado las rejas del castillo, Alice se erguía ante el mostrador de la posada en la que había comido con Lennye. —Dijo que se quedaría por la noche aquí. El hombre negó con la cabeza, y le lanzó una mirada de desconcierto a Alice. "Sabía que no debía venir" Cuando estaba a punto de irse, reconoció pasar por el umbral de una puerta lateral, al joven de sonrisa impertinente que las había atendido. Él pareció reconocerla también, y le hizo un gesto de que lo esperara un minuto. —El jueves por la mañana aquella jovencita se

subió a una diligencia que iba hacia el pueblo vecino. — ¿No dio ninguna dirección, dijo cuando volvería? — ¿Eres... —y aquí bajó los ojos y alcanzó un sobre del mostrador— Alice, verdad? A Alice le empezó a latir el corazón, emocionada. —Si. —Ten —dijo entonces, alcanzándole el sobre —. Dejó esto para ti. Y le volvió a lanzar una sonrisa vulgar. Alice estaba tan emocionada, que casi no le importó mientras recibía el sobre y se lo guardaba en el bolsillo. —Gracias. — ¿Eres del castillo, verdad? —preguntó él, señalando hacia el oeste con la cabeza, todavía haciendo una mueca.

— ¿Te refieres al colegio Ravensoul? —Si, no hay otro castillo por aquí. Las niñas suelen venir por aquí de vez en cuando, pero nunca te había visto. —Es que soy nueva. —Oh, vaya —y antes de seguir hablando bajó la voz e inclinó un poco la cabeza—. Son un poco raras, ¿no? —No se qué hablas. Sin embargo, no pudo evitar sentirse mal por haber mentido de esa manera. Claro que pasaban cosas raras, la falta de sirvientes, las clases prohibidas, la biblioteca llena de libros en blanco. Pero también era verdad que era un lugar cómodo y agradable, y todos eran amables con ella. —Son un grupo algo cerrado, la gente del pueblo empieza a hablar. Dime, tu pareces una chica decente ¿No has notado nada raro dentro de esas paredes?

—No, nada. ¿Tendrías la amabilidad de decirme dónde está la tienda de libros? Alice salió apresuradamente de la posada y se llevó la mano al bolsillo en el que había guardado el paquete de Lennye. Sobre la superficie de una hoja para pintar con acuarelas, estaba escrito el nombre de Alice con magistral caligrafía. Al otro lado, el final de la lengua triangular estaba sellado con cera y los bordes habían sido cuidadosamente cortados a mano en un motivo que imitaba el encaje. Alice se lo llevó al pecho por un momento, pensando que la perdonaba sin importar el contenido de la carta. Intentó abrirla con cuidado, sin romperla, con lo que no tuvo mucho éxito. El mensaje decía así: Querida Alice: Espero que estés leyendo esta carta durante el fin de semana, y no te andes paseando fuera del colegio durante los días

de clases. Por favor perdóname si fui fría el día que nos despedimos. La verdad es que disfruté muchísimo el viaje contigo, y me habría gustado quedarme a tu lado mucho más tiempo. Si estás leyendo esto es porque fuiste lo suficientemente impulsiva para volver a la posada a buscarme. No te voy a mentir que me agrada la idea de qué estés pensando en mí. Sin embargo, a veces las circunstancias en las que nacemos o en las que vivimos nos atan, y no nos permiten hacer las cosas que queremos. No espero que estés de acuerdo con esta idea. Pero te lo digo para que te hagas una idea de mis razones. No te lo dije, pero yo también tuve un pasado duro, que vuelve a atormentarme y me hace exigencias.

Si el recuerdo de los días que pasamos juntas no basta para alegrarte por ahora, entonces nada de lo que haga va a bastar, y nuestra amistad no ha valido la pena. Saludos, Lennye. La misma hermosa caligrafía llena de volutas llenaba la hoja. Y la última frase estaba escrita en una forma apresurada y menos cuidadosa. Casi podía imaginarse a Lennye diciéndole esas palabras, con mirada seria. Era una carta que decía muchas cosas y a la vez no decía nada. No decía que no se volverían a ver, pero tampoco decía cuándo podrían verse. No explicaba ninguna de sus "razones" o "circunstancias", pero le confesaba que le agradaba que pensara en ella y que le hubiera gustado quedarse a su lado por mucho más tiempo.

Decidió que era una carta satisfactoria, pero ligeramente irritante, y se la guardó en el bolsillo antes de encaminarse a la tienda de libros. Esa noche volvió a leer la carta de Lennye, acostada en su cama, a la luz de unas velas. La perspectiva de pasar un tiempo indeterminado sin verla, pero aun con la esperanza de verla cualquier día, no la dejaba dormir. Esa fue la razón de que las escuchara por primera vez. Primero suave, como apagados, pasos por el corredor que quedaba frente a su ventana, luego voces, voces femeninas susurrantes, entonces la luz naranja de una vela. —Riham... Pero la niña no le contestó, yacía dormida en su cama. Cuando se levantó de la cama para acercarse a la ventana, no había nadie a la vista.

Alice pasó el domingo paseando por las cercanías del lago con la compañera de habitación de Lydia. Su nombre era Saga y su personalidad tranquila y dócil hacía que a veces uno se olvidara de que estaba a tu lado. Juntaron suficientes nueces y especias, y luego Saga se la llevó a la cocina, que como dijimos era manejada por estudiantes, y le enseñó a preparar una tarta que comieron esa tarde en la sala de estar. La semana siguiente mejoró mucho su ánimo, debido a que ese lunes Nadia, la profesora de esgrima, una joven alta y de un cabello cobrizo liso y corto, había llegado a la escuela. Así que aquel martes en la mañana las clases se volvieron mucho más interesantes. Antes de entrar a clases, en los vestidores, Alice temió que el tomar una espada, aunque no fueran espadas con filo, le recordara los eventos del pasado, durante la guerra. Después de todo, no

había tomado una desde entonces. Sabrina era tan buena usando una espada como decía, y se destacaba entre los demás. Al final de la clase, cuando se enfrentó a ella, pudo notarlo en carne propia. A pesar del esfuerzo que le causaba ignorar las imágenes fugaces que venían a su mente, Alice logró tocarla con la punta redonda de su sable, y derrotarla. Después de eso, pasó un buen rato recibiendo felicitaciones de Nadia, lo que la animó mucho. Al finar la clase, incluso, le dijo que podía ir a entrenar allí cuando quisiera. Con la obscuridad envolviéndola, Alice levantó la vela para observar la pintura con mayor cuidado. Esa noche no había escuchado pasos ni voces, pero de todas formas ya se había aburrido de preguntarse qué eran. Se había empezado a acostumbrar a la vida en el castillo, el horario vacío, los paseos por el bosque, las tareas de

cocina. Las clases de esgrima y la aprobación de Nadia eran lo que más ánimo le daban. Había pasado cerca de una semana desde la clase en que había derrotado a Sabrina, y había vuelto varias veces a la habitación de duelos. De todas maneras, aquel día había vuelto también a la posada, y se había paseado por ahí como de casualidad, por si llegaba a vislumbrar una cabellera inusual. El muchacho que trabajaba ahí le lanzó una mirada de disculpa y negó con la cabeza. Esa noche había recordado lo que Sabrina le había dicho acerca de los retratos en el corredor atrás de la sala de estar, y se había levantado, ya que de todas formas no tenía sueño, a buscarlos. Eran dos. El primero mostraba a cuatro personas. Una mujer de gran elegancia que posaba junto a un hombre de largo pelo escarlata, delante de ellos, dos niños con el mismo color de pelo rojo, pero cortado a la altura de los hombros.

"Valentine Van-Krauss, Sophie Ravensoul y sus hijos Torus y Ekhart" rezaba la placa de bronce en el borde inferior del marco. No parecía que ninguno de los dos niños pasara los doce años, pero de estar vivos, se estarían acercando a la tercera edad. Sin embargo, era seguro que no lo estaban, y Alice se enteró de esto con un sobresalto. Tanto Valentine como los dos niños, habían muerto los tres el mismo año, un par de años después de que se hiciera la pintura. Años después, la mujer los había seguido. Un escalofrío la recorrió al darse cuenta de esto. Se preguntó si habían muerto ahí, y si sus espíritus todavía andarían dando vuelta por el castillo. El siguiente cuadro mostraba a tres personas. Reconoció de inmediato a una de ellas: era su madrina, Agatha, que se sentaba sonriendo, sosteniendo una copa de vino en la mano. La otra persona era un hombre guapo de edad difícil de

calcular, debido al ligero color de su cabello pintado con una gama de gris claro, que vestía un uniforme militar. La tercera persona... Alice dejó que sus ojos vagaran por la imagen de la tercera persona, la mujer de cabellos rojos largos y ondulados, iguales que los de ella. Era extraño conocer ahí, en un castillo venido a menos, ubicado en el fin del mundo, los rasgos de su madre. Era la primera vez que la veía. No le extrañaba que la hubiera reconocido antes de leer su nombre. Se parecían mucho, aunque la mujer posaba con cierta actitud indómita, y sus ojos azules estaban llenos de fuego. “Úrsula Van-Krauss, Agatha Ravensoul y Rafael Niflheim” se leía en una placa de bronce ubicada abajo del cuadro. El año indicaba una fecha diecisiete años atrás, o un poco más. Quizás fue ese pequeño detalle el que le hizo sentir un poco más en casa. Como si entre la

paredes de esa vieja casa, se guardara también algo que era de ella. Rafael debía ser el esposo de Agatha. Durante el último año que la Fortaleza de Dragón había estado en pie, un mocoso debilucho de pelo rubio platinado había asistido a clases con ella. Durante su estancia en la casa de Agatha, se había enterado de que ese niño no era nada menos que el hijo de ella. Y como se decía que la familia real de Tierras Blancas, los Niflheim, tenían el cabello del color de la nieve, no le costó hacer la conexión. Después de mirar embobada el cuadro durante un buen rato, Alice tomó un corredor que no conocía de vuelta a su habitación. Esperaba que en algún momento doblara hacia la entrada, o encontrarse con escaleras que la llevaran al segundo piso. Pero mientras más lo seguía, sólo le daba la impresión de estarse alejando de su destino. Cuando vislumbró por la ventana una parte de

los jardines que no había visto nunca, se empezó a desesperar. Paseando en esas condiciones tan desagradables, fue que lo escuchó. Alguien tocaba una melodía en la sala de música, cuya puerta estaba abierta. La luz de la luna bañaba la figura blanca sentada ante el piano. Cuando se dio cuenta de que le observaban, levantó la vista hacia Alice, y entonces desapareció. La vela cayó al suelo, apagándose sobre el piso de piedra. El grito que Alice lanzó hizo eco entre las paredes. Repentinamente, de la nada, un grupo de personas la estaba rodeando. — ¿Por Dios, qué te ha pasado, niña? —le preguntó la voz conocida de una profesora de una asignatura que no tomaba. —Alice ¿Estás bien? —preguntó tocándole el hombro.

Elena,

—U... un fantasma —pudo murmurar entonces Alice dentro de su estado de sorpresa, señalando la sala de música—. Estaba junto al piano, tocando música, lo miré y desapareció. — ¿Desapareció? —preguntó la profesora de equitación. Y aún en esa oscuridad casi completa, Alice notó que las personas que ahí había se miraban con preocupación. Alice escuchó claramente como Elena pronunciaba una palabra que en ese momento no entendió. Pero que más tarde reconocería como el hechizo básico para prender fuego "Ignis". De inmediato, las luces de las velas, lámparas y antorchas del corredor y de la sala se música se encendieron, encegueciéndola. — ¿Desapareció? —preguntó Elena frente a ella. Ahora la veía claramente, y le daba escalofríos. De la misma manera en que la empezaban a

aterrar la media docena de mujeres adultas que la rodeaban. Entonces, el piyama de seda de Elena, así como su brazo y su cabello, se hicieron humo de la misma forma en que lo había hecho el fantasma. Elena había desaparecido. — ¿Así? —siseó una voz a su espalda, provocándole que los pelos de la nuca se le erizaran de nuevo. Alice volteó sobresaltada, cayendo al piso. Elena había aparecido a su espalda, sonriendo. Asintió. Sintiendo sus mejillas privadas de sangre. Mientras Alice miraba instintivamente hacia la ventana, pensando si podría escaparse lanzándose por ahí, escuchó la voz de Elena levantarse con un eco, y resonar entre las paredes. —Atención, habla la maestra Somn. Quiero a todo el mundo despierto ahora mismo. Oficiales, repórtense al pasillo nordeste de la sala de música. El resto de ustedes reúnanse en el comedor.

Tenemos a un intruso no identificado dentro del castillo. De inmediato, decenas de sombras aparecieron a lo largo del corredor, haciendo volutas de humo y luego convirtiéndose en alumnas de la escuela —Vaya, ya decía yo que esta farsa no iba a durar más de un mes —escuchó la juvenil y burlesca voz de Riham salir de entre la multitud. Alguien la levantó sujetándola por los hombros. Era Nadia, pero Alice se soltó de ella de inmediato, intentando retroceder, sólo para chocar contra otra de las profesoras. Los murmullos de las muchachas empezaron a llenar toda la estancia. Alice era consciente de que muchas miradas estaban clavadas en ella. —Riham ¿Desde cuando eres una Oficial? — soltó Elena volteándose hacia ella. —No lo soy, maestra, pero puedo ayudar. Esto es lo que se supone que se debe hacer en un colegio de hechicería que se respete, merodear por

la noche, buscar fugitivos. —Quiero todas las puertas exteriores cerradas —vociferó Elena dirigiéndose a la multitud e ignorando a Riham —Hagan parejas según habitación —escuchó que otra de las mujeres decía, alejándose de ella y acercándose a la multitud. Al darse cuenta de que se había quedado sin vigilancia, al repartirse la mayoría de las profesoras entre la multitud a dar instrucciones, Alice intentó alejarse de allí. Pero unos dedos en su hombro le indicaron que era mejor que no se moviera. —Riham, llévate a Alice contigo al comedor —escuchó como Elena ordenaba—. Ann, Leonora, ustedes pueden acompañarlas también —y agregó en un tono mucho más alto y autoritario—. Si me encuentro a alguien bajo el rango de Oficial fuera del comedor, ese alguien va a estar en serios problemas.

Riham de inmediato se acercó a ella, aferrándola. —Tranquila, no pasa nada. Nadie te va a hacer daño. — ¡No me toques ahí! —replicó Alice soltándose. —Vengan, vamos —escuchó otra voz femenina y autoritaria a su espalda, al tiempo en el que una mano se apoyaba en su hombro—. Fuera de que Riham te acose sexualmente, nadie te va a hacer daño. —Muy mal, Riham. ¿Sacando provecho de la situación? —escuchó la inconfundible voz de Sabrina salía desde el otro lado— ¿Qué va a decir Lydia? Riham, frente a ella, pareció incómoda, volteó y empezó a caminar. Sin resistirse a la mano de Leonora que la empujaba, Alice siguió sus pasos, entre los grupos de alumnas de cuarto que recibían indicaciones

respecto de las partes del castillo a registrar, y que comenzaban a desaparecer aquí y allá de dos en dos. Al estar todas las luces encendidas, a Alice le costó reconocer que habían desembocado en un corredor por el que había estado paseando hacía un rato. Con algo de alivio sintió como los murmullos preocupados se desvanecían en la distancia. —No pasa nada, Van-Krauss, no nos tienes que tener miedo —escuchó que Sabrina a su izquierda y un par de pasos tras ella le decía. Alice la miró fugazmente para luego bajar la mirada. A su derecha caminaba Leonora, y Riham caminaba delante de ellas, como si estuvieran guardando a un prisionero. — ¿Quién creen que fuera? —preguntó entonces Sabrina —Dicen que los Somn están muy molestos desde que Agatha se hizo Maestra Suprema —le

llegó desde adelante la voz de Riham. —Apuesto que no es nadie de importancia. Siempre hace escándalos enormes, como si durante una noche la escuela fuera ser tomada por el Ejército de los Demonólogos. En todos estos años nunca ha pasado nada ¿Verdad? —Oigan —comentó Riham luego de voltearse hacia ellas—. Ann no está aquí. La maestra le dijo que volviera al comedor con nosotras. Sin mirar su rostro, escuchó un sonido reprobatorio salir de la boca de Leonora. —Espero que Elena no lo note —dijo Sabrina. —Nebet también estaba ahí —comentó entonces Leonora, con una voz demasiado llena de intención para que Alice, incluso en ese estado, lo pasara por alto— ¿Verdad, Riham? Riham giró la cabeza para mirar fugazmente a la izquierda de Alice. —Seguro que no las

descubren

—dijo

entonces, volviendo a mirar hacia adelante—. Las maestras están muy ocupadas siguiendo a este fantasma como para preocuparse de quién desobedece. —Aunque a estas alturas —continuó Leonora con la misma voz excesivamente musical—, no se qué le daría más placer a cierta persona, si saber que no le pasó nada y aparecerse mañana por su cuarto para regañarla ella misma, o escuchar desde afuera del salón de disciplina como la azotan. O no, mejor que ambas, ir a buscarla entre los rincones del castillo para salvarla de las garras de algún peligro desconocido y convertirse en una heroína. —Tienes razón —soltó entonces Sabrina—. Quiero decir, incluso si me atrapan ¿Qué castigo podría eclipsar la agonía de tener que compartir una habitación contigo durante todo el año, o de tener que escucharte ahora mismo? Alice escuchó un débil sonido, y cuando volteó

a mirarla, Sabrina ya no estaba allí. Riham también giró la cabeza para comprobar si Sabrina se había ido, y miró hacia Leonora con exasperación. —Si le pasa algo va a ser tu culpa. — ¿Eh? Era una broma, no pensé que se lo iba a tomar enserio. Ni siquiera todos estos años en el colegio le han podido quitar esa personalidad tan de la Estirpe Roja. —Por cierto, Leonora —soltó entonces Riham —, me debes diez runas. Nada más llegaron al comedor, que bullía en agitación, Leonora se paró sobre una silla y empezó a pedir orden. Al parecer el ser una alumna modelo y venir desde el punto en el que estaban sucediendo los acontecimientos, le daban cierta autoridad sobre sus pares. Alice se sentó en silencio en uno de los cojines sobre el marco de la ventana, mientras observaba a Riham ir de aquí para allá recolectando dinero

de una apuesta que había hecho acerca de qué tan rápido se descubría la mascarada del colegio. Algunas personas, Saga entre ellas, estaban repartiendo tazones con algo humeante entre las estudiantes en el comedor, y alguien le pasó uno a ella. Se dio cuenta de que era Érebu, el único chico del colegio, que casualmente iba a la misma clase que Alice y con quien hasta este momento no había hablado, ya que siempre estaba junto a Ann. Aunque habían tenido un día un duelo en la clase de esgrima, y era habilidoso. —Oye ¿Estás bien? Alice asintió. —Bebe. Te vas a sentir mejor. Seguro es un ladrón o algo parecido, pero no la gran cosa. Alice obedeció —era una sopa de verduras y pollo— antes de responder. —Ya no me da tanto miedo lo que vi, como

saber que ustedes son iguales a esa persona. Érebu sonrió. —Ah, claro. Y levantó la palma de la mano derecha, presentándosela a Alice. De un segundo a otro, flotando unos centímetros por sobre su palma, había una flama de color verde claro, que se retorcía en distintas formas curiosas, como si danzara. Se puso a jugar con la flama, pasándola de una mano a otra, y en un momento la lanzó hacia arriba, como si fuera una pelota, y la volvió a recoger en su mano. —Nosotros no estamos acostumbrados a frecuentar gente sin magia. Pero tú has vivido entre hechiceros, sin duda, en la Fortaleza de Dragón. Era la primera vez que alguien le mencionaba la Fortaleza de Dragón desde que había pisado el colegio. Alice se había empezado a preguntar si tenían algún problema con eso.

— ¿A qué te refieres? —La maestra Somn nos dijo que no te habláramos del pasado, porque te podía traer malos recuerdos. Pero te lo digo para que no te asustes. El hijo de la maestra Agatha vivía en la fortaleza de dragón, ¿cierto? — ¿Te refieres a Amarett...? —Niflheim, si. El es un aprendiz de hechicero, como nosotros. Al igual que su maestro, a quien si duda conoces. — ¿Lo conozco? —Ese chico presumido que siempre anda con una espada y tiene un nombre jamonés como Kyu o Fryo. Cuando estuvo aquí hace unos meses todas las chicas le prestaban atención, como si fuera la gran cosa. Alice rió ante esta imagen de su amigo de la infancia. — ¿No te referirás a Ryû?

Le creía por una sola razón. Ryû y Amarett habían sido expulsados de la fortaleza de dragón bajo una acusación que se había considerado absurda y supersticiosa en su momento. Para todos era obvio que se había usado a esos dos niños de diecisiete y catorce años como chivos expiatorios para comenzar los desacuerdos que llevarían a la guerra. Ryû y Amarett eran los dos niños que habían sido acusados de practicar hechicería. —Si, ése. Y la maestra Agatha, por supuesto. —Y Dimitri... —También, claro. Así que ya ves, no estás entre extraños. —Entonces, sus poderes son un secreto ¿No? —Es como obvio en este punto. — ¿Crees que me van a hacer dejar la escuela ahora? Érebu le lanzó una mirada escandalizada.

—No, claro que no ¿Por qué quieres irte? Érebu entonces hizo una voluta extraña con la mano, y la flama con la que había estado jugando se convirtió en una rosa, una rosa de extraño color verde y sin espinas. Érebu entonces hizo una reverencia y se la entregó. Alice la recibió nerviosa, y jugueteó con ella entre sus dedos probando si no se quemaría con ella y cuando comprobó que era segura, la comenzó a observar a la luz de las velas. —Aquí entre nos —le susurró acercando la cara a ella y bajando la voz—. Eres la pelirroja más guapa de la escuela. Esa noche en el comedor se sentía como en un sueño, o en un parque de atracciones de fantasía, mientras observaba brillar en la obscuridad distintos tipos de hechizos parecidos al de Érebu. Estuvieron toda la noche en el comedor, siendo resguardados por una de las maestras, hasta que llegó el amanecer.

En uno de esos momentos, alguien entró en el comedor, con aspecto cansado, llevando algunas hojas en la mano. Cuando Elena se acercó a ella, lucía cierta actitud de culpa. Muchas de las niñas se habían dormido en sus sillas, apoyadas en las mesas, o en el hombro de sus vecinas. Pero algunas de las que estaban despiertas le lanzaron algunas miradas aburridas antes de volver a sus asuntos. A nadie le parecía divertida ya la idea de un intruso en la escuela, y lo que muchas de ellas querían era volver a sus camas. —Tengo que disculparme por haberte mentido —le dijo entonces sentándose frente a ella—. Pero te aseguro que lo hice por tu propia seguridad. De ahora en adelante no puedes hablar de nada de lo que veas o hayas visto en el colegio con personas que no estén enteradas de la existencia de los hechiceros. Y aquí le estiró el fajo de hojas y con un

movimiento de la mano hizo aparecer una pluma sobre su mano izquierda enguantada. Alice leyó las palabras de la cabecera: Segunda Regla: Mantener en secreto la existencia del Reino de los Cinco Círculos del conocimiento de los sinestirpes... Y seguía diciendo cosas muy interesantes que Alice no entendía. Al final había una línea en blanco para que Alice firmara. — ¿Pudieron encontrar a alguien? Elena negó con la cabeza. —Se que debes tener muchas preguntas, pero me gustaría que firmaras. Alice deslizó los ojos con aspecto cansado por la hoja. No tenía ganas de leer. Cogió la pluma, acercó la hoja a su lado de la mesa, y estampó su firma al final del contrato. Se lo pasó a Elena.

—Ya puedes irte a la cama —le informó estudiando la firma de Alice—. Hoy no hay clases. Quizás, cuando despiertes, te podrías pasar por mi oficina para que te responda algunas preguntas que debes tener, y para que me permitas disculparme adecuadamente por todo esto. En ese momento Alice recordó algo, y se pregunto si Sabrina o alguna de las otras niñas se habrían metido en problemas. Elena se puso de pie e iba a alejarse, cuando pareció recordar algo. —Ah si. Tu nuevo horario —dijo sonriendo mientras se sacaba un papel del bolsillo y se lo alcanzaba a Alice. Alice no atinó a leer el nombre de cada una de las asignaturas. Pero entre las cosas que notó a primera vista se encontraban, por ejemplo, el que su horario estaba mucho más lleno que el anterior, que los jueves después de literatura había una clase que se llamaba "geometría para magos negros", y que tenía muchos más períodos nuevos,

como "alquimia" que empezaba justo a la medianoche. Y observó a Elena alejarse de ahí, sacudir suavemente a la niña que se sentaba más próxima a Alice y susurrarle que se podía ir a la cama. —Te dije que sería lamentable si tenías que aprender geometría —soltó Riham con voz burlesca. Era la mañana del viernes de la misma semana en que Alice había descubierto que el colegio Ravensoul en realidad era el Colegio Ravensoul de Brujería para Señoritas. Riham, Lydia, Saga y Alice se encontraban en una mesa de la biblioteca. Las tres primeras intentaban ayudar a Alice a estudiar para la materia más difícil y desastrosa que alguien podría tener que aprender en su vida. No era sólo que ellas habían aprendido esa materia de sus profesoras particulares desde los seis años, sino más bien el hecho de saber que aquellos conocimientos no le servirían para nada a

Alice, lo que en realidad la desanimaba. Si, porque en realidad esa había sido una de sus primeras decepciones. No todas las personas podían aprender hechicería. Alice era una de las que no podía. Lo más frustrante de todo era que si habría podido hacerlo, si su familia no hubiera sido expulsada del reino de los cinco círculos. Por supuesto, según Elena, el que Alice no pudiera utilizar de ninguna manera conocimientos aprendidos en asignaturas como geometría, percepción espacial, o materialización, no era de ninguna una excusa para no asistir a esas clases como todas las demás, y estudiarlas de manera teórica. —Ahora —dijo Lydia, interrumpiendo el vano intento de Alice de extraer algún significado de la serie de fórmulas que explicaban como dibujar una estrella de doce puntas—. ¿Por qué no repasamos conocimientos básicos? —De acuerdo.

— ¿Cuál es la primera de las Cinco Estirpes? —La Estirpe Roja, también conocida como la Real Estirpe Roja —recordó Alice. — ¿Cuáles son sus fortalezas? —preguntó Riham —La guerra ¿verdad? Tienen el ejército más numeroso de los cinco círculos. —Bien —dijo Lydia— ¿Cuál es la Estirpe de este colegio? —Eso lo se. La Estirpe Negra. Los magos que pertenecen a ella también son conocidos como magos negros, o brujos. Tienen la capacidad de materializar los cuatro elementos: agua, fuego, viento y tierra, entre muchísimas otras. Esta gran cantidad de capacidades los hace considerablemente poderosos, dándoles la falsa idea de que son superiores a los demás, y entregándoles la confianza de burlarse de las costumbres de los magos de otras Estirpes. Las tres hechiceras se miraron entre ellas

tratando de aguantar la risa. —Aprendes rápido —comentó Riham con aprobación. —Si, sólo trata de no decir eso frente a una maestra, por favor —pidió Saga, asustada. —Um —continuó Lydia— ¿Qué hay de la Estirpe Azul? —Está conformada por ermitaños, sabios e intelectuales. Su jerarquía es mucho más relajada que la del resto de las Estirpes, por no decir inexistente. — ¿Cuales son sus capacidades? —Leer mentes, crear ilusiones, hipnotizar. Al parecer son enormemente temidos. — ¿No te daría miedo que alguien pudiera saber lo que estás pensando, o con solo mirarte convencerte de que una lanza te está atravesando el pecho? Si fueras lo suficientemente débil mental, morirías al instante —dijo Saga.

Un escalofrío la recorrió entera. Por suerte no había hechiceras de la Estirpe Azul en la escuela. —No —dijo Riham—. La mayoría de ellos están demasiado ocupados admirando las flores que crecen en la ladera de la montaña a la que han subido para filosofar con ellos mismos, como para querer clavarle una lanza a nadie. —Bien, ya basta de lecciones —sentenció Lydia, notando el aspecto asustado de Alice—. Esta tarde tenemos clase de esgrima, así que no es necesario calentarse la cabeza estudiando. Alice entonces se levantó de su silla, para dar un paseo entre los estantes de la biblioteca, cuyos libros, por supuesto, habían sido restaurados a la forma que debían tener, esto es, a que sus páginas estuvieran llenas de letras e información. Bajó de las escaleras para coger uno de los libros que había estado leyendo durante esos días, y que había capturado su atención desde el primer momento.

Se sentó sobre uno de los cojines que había encima de un nicho en la pared y continuó leyendo La Maldición de la Familia Ravensoul. Al parecer, los ancestros de Agatha tenían el interesante y escalofriante poder de comunicarse con las almas de las personas que habían muerto. Agatha había heredado también esta capacidad, y era por esta razón que se había puesto tan nerviosa al entrar a las ruinas de la FMD a rescatarla, ya que sentía centenares de espíritus de personas que habían muerto en la guerra rodeándola e intentando comunicarse con ella. La responsabilidad de liberar a esos espíritus de su nexo con los lugares terrenales era una que los Ravensoul no podían evadir, y esa era, entre un par de otras condiciones escalofriantes, era considerada su maldición. Alice estaba leyendo acerca de un niño que se llamaba Ernok, que había crecido en ese mismo castillo, y que había permanecido aislado en una

de las torres del mismo durante mucho tiempo. Alice estaba leyendo una parte en que Ernok descubría sus poderes de hechicero, cuando de pronto Alice empezó a sentir un pinchazo en la mano. La movió de manera brusca para sobarse, pero entonces escuchó un revoloteo cerca de ella que la hizo lanzar un gritito. Cuando se dio cuenta, un pajarito de color negro y rojo había volado hasta la parte superior de su libro, y se paraba allí, mirándola serenamente. — ¿Cómo entraste aquí? —pregunto Alice extendiendo la mano para intentar acariciarlo. El ave no se movió, lo que le habría parecido extraño de no ser porque cuando lo tocó, la criatura se convirtió en una hoja de papel que había sido cuidadosamente doblada para imitar la forma de un pájaro. La hoja se deslizó sobre la palma de su mano, y Alice la sostuvo en su mano

con precaución, sosteniendo.

sin

saber

lo que

estaba

—Yo también recibí uno —le dijo Sabrina mostrándole una hoja de papel abierta que tenía dobleces consecutivos por toda la superficie, antes de sentarse junto a ella—, ábrelo. — ¿Qué hay del pajarito? No quiero que muera —comentó Alice aún sosteniendo cuidadosamente la figura. —Eres muy linda, Alice. Pero no es real, es sólo un hechizo. Su principal función es camuflarse en la naturaleza si tiene que viajar largas distancias. Alice suspiró, y lo comenzó a abrir. El interior era de color blanco y tenía escrito un mensaje simple en letras suaves y elegantes: La primera clase de doctrina se llevará a cabo esta mañana a las 10:00, en la orilla sur del lago junto al castillo

Ravensoul. La maestra de Doctrina. — ¿Se refiere a ahora? —Preguntó Alice elevando la vista para mirar el reloj de la biblioteca—. Faltan menos de diez minutos. —Vaya —comentó la voz de Saga, conforme se acercaba—, clases al aire libre. —Esta nueva maestra de Doctrina suena interesante —dijo Sabrina. —Riham y Lydia ya se han ido —comentó Saga—. Me han dejado para que te acompañe sin que te pierdas. Doctrina era una de las clases a las que Alice no habría podido asistir antiguamente. Aunque Alice se preguntaba de qué se trataba exactamente. Cuando Alice, Saga y Sabrina llegaron a la orilla del lago, ya se había reunido ahí la multitud de tercero. La mayoría de las chicas se sentaban

sobre la hierba y señalaban una figura que se encontraba algo lejos de ellas. Les daba la espalda, se encontraba cerca de la orilla observando el lago, llevaba una capa con capucha de color gris. Se sentaron cerca de las otras, sobre una de las varias mantas que alguien había extendido sobre el suelo. — ¿Entonces, de que se trata esta clase específicamente? —Bueno, depende de la persona que enseñe — opinó Saga —Pero principalmente enseña acerca de las relaciones entre maestro y alumno. —Aunque Saga tiene razón —comentó Leonora volteándose para mirarlas—. Es una materia muy subjetiva. Imagínate que Elena se demoró todo este tiempo en encontrar a una maestra que la enseñara. —Eso no habría pasado si tu no hubieras

acosado a la anterior maestra hasta las lágrimas —la regañó Sabrina. —Eso no habría pasado si ella nos hubiera ofrecido una clase de buena calidad —le replicó Leonora imitándola para burlarse de ella—. Ay, como detesto la falta de esmero. Alice se preguntó que había estado haciendo Sabrina mientras Leonora acosaba a la maestra de doctrina durante las clases del año pasado, pero decidió que no se atrevía a preguntarlo. Pasaron unos minutos antes de que la figura encapuchada se acercara al grupo. Entonces Alice pudo observar sus delicadas facciones más de cerca. No, no podía ser. La joven se descubrió la cabeza, dejando ver una cabellera de color blanco que, conforme el sol de la mañana iluminaba el bosque, despedía ligeros reflejos rubios. ¡Era Lennye!

De alguna forma estaba en medio de una clase del colegio Ravensoul de hechicería. —Viernes —murmuró Lennye paseando sus ojos por las aprendices de hechiceras. Un excelente día para estudiar Doctrina.

III Maestro y alumno. Entonces sus ojos se toparon con los ojos de Alice y la reconoció. Le dedicó una traviesa sonrisa e hizo una ligera inclinación con la cabeza, pero casi de inmediato miró hacia otro lado. —Veo que la mayoría de ustedes ya están aquí, así que creo que podemos empezar. Vaya. Esta revelación sobrepasaba con mucho la de la noche del domingo. —Mi nombre es Lennye Whitegrave —informó ella con voz seria desde el frente del grupo—. Ostento el grado de Oficial. Desde hoy nos reuniremos dos veces a la semana para estudiar Doctrina. ¿Tienen todos ustedes sus Códices? — preguntó entonces paseando la vista por el grupo de estudiantes. Sólo entonces Alice advirtió que casi todos ellos tenían, en las manos o sobre las piernas,

libros con distinto largo o encuadernación, pero que todos se parecían en el hecho de ser tomos considerablemente gruesos. Alice miró hacia los lados, sólo para advertir que tanto Saga como Sabrina sacaban de sus mochilas libros parecidos, ahora ambas con aspecto aproblemado por no haber recordado decirle. Se comenzó a sentir muy incómoda. No era justo, era posible que ese libro hubiera estado entre la nueva torre de libros que Elena le hubiera pasado la tarde del lunes, pero que desde que el volumen de geometría había tocado sus manos, se había sentido más que desmotivada a seguir explorando. Y, de cualquier forma, en ninguna parte estaba señalado. Entonces con horror, advirtió que Lennye lo había notado y se dirigía hacia donde ellas estaban. Bajó la vista, asustada. No, no quería ser regañada nada más volver a verla. Sin mirarla directamente, advirtió que se había detenido ante ella. Entonces, estando obligada a mirarla, levantó

la vista lentamente. —Aquí tienes —escuchó claramente la voz suave y amable que tan bien había quedado grabada en su mente. Una cálida y traviesa sonrisa pintaba su rostro mientras fijaba sus ojos grises en los de ella, y se inclinaba para alcanzarle a Alice un tomo que sostenía en la mano derecha. Hubiera deseado poder comandarle a su rostro que dejara de arder de esa manera desesperada. Entonces se dio cuenta de que la situación le parecía divertida a Lennye, quien parecía estar disfrutando de todo aquello. —Puedes usar el mío por esta vez —dijo entonces alargando el brazo hasta cerca de ella, dejando ver su muñeca vendada. Con movimientos vacilantes, Alice estiró la mano para apoderarse del libro. —Gra... gracias. Al decir esto, notó que Saga había fijado sus

ojos, abiertos en sorpresa como dos huevos fritos, en la muñeca derecha de Lennye, y que se había llevado la mano a la boca. —Es una sacerdotisa —susurró otra voz a su espalda. —No deberías poner esa cara —respondió Lennye levantando los ojos para mirarle—. Es sólo un trozo de tela —replicó con tono relajado antes de volverse y alejarse de ellas. Mientras Lennye regresaba al frente de la clase, indicándoles la página en la que abrieran el libro, Alice se quedó observando la rica y delicada encuadernación del libro que Lennye le había pasado. La copia de Lennye era de madera tallada, y tenía pequeñas piedrecillas encajadas en algunas partes. En eso, alguien frente a Alice había levantando una mano. — ¿Si? —preguntó Lennye mirando con curiosidad a la persona.

—Tengo dos preguntas —comenzó la voz autoritaria y seria—. Uno: ¿qué edad tienes? Y dos: ¿por qué está un hechicero de la Estirpe Azul dando esta clase? Leonora. "Oh, no. Va a molestar a Lennye como dijeron que había hecho con la anterior maestra" pensó Alice, horrorizada. —Tu pregunta llega justo en el momento adecuado. Ven acércate —dijo Lennye con actitud tranquila, pintando una ligera sonrisa en su rostro, y haciendo un movimiento con la mano, que Alice volvería a ver muchas veces en el futuro—, me permitirás ejemplificar algo. Con todos los ojos puestos sobre ella, Leonora se levantó y caminó lentamente hacia adelante, hasta pararse frente a Lennye. De fondo entre ellas, se extendía el lago que reflejaba el color celeste pálido del cielo de aquel día. — ¿Como te llamas? —preguntó Lennye,

estudiando a la persona que tenía al frente. —Leonora —respondió ella con recelo. —Es un gusto conocerte. Tengo dieciocho, dos años más que la mayoría de ustedes —dijo esto último mirando al grupo de estudiantes en general —. Ahora ¿Dijiste que yo era de la Estirpe Azul, qué te hizo pensar eso? —Tu ropa de color claro, tu capucha… —Eso no me hace una hechicera de la Estirpe Azul, es sólo ropa. Quizás soy una hechicera negra como tú, y me gusta vestirme de esta manera. —Esa es justo la clase de respuesta capciosa que daría una hechicera de la Estirpe Azul. — ¿Había algo más que querías preguntar? —Creo que no sólo a mí —y aquí, su forma de hablar se empezó a volver cuidadosa, pronunciando lentamente cada sílaba—, sino que a muchos de mis compañeros les gustaría saber

por qué alguien tan joven y perteneciente a una Estirpe tan distinta a la nuestra está dando esta clase, que es una muy importante. —Podría responderte, pero entonces estaríamos perdiendo tiempo de clase. Si después de la clase sigues teniendo alguna duda, podemos conversar tanto como quieras. — ¿Pero cómo...? —interrumpió Leonora. De repente había cerrado los ojos, una mueca de dolor torcía sus facciones. Al segundo siguiente, separó los labios para lanzar un grito bastante fuerte, que les perforó los oídos, y no tardó en colapsar en el suelo, sin dejar de gritar. Lennye observaba todo esto de manera imperturbable, de pie frente a ella; no le había quitado los ojos de encima en ningún momento, y cuando Leonora finalmente dejó de gritar, una de las sonrisas de Lennye atravesó su rostro por tercera vez aquella mañana. —Tenías razón—dijo entonces hablando con

una voz sutil que hizo que los pelos se le pusieran de punta a Alice por alguna razón— No me molesta que me falten el respeto, pero al menos hazlo con un poco ingenio, por favor. Tu brusquedad al momento de elegir las palabras es como una bofetada para mi sentido retórico. Entonces, Alice se sacudió en su lugar, al darse cuenta, por sus palabras, que era Lennye quien había provocado ese efecto, de manera totalmente intencional, en Leonora. Lennye extendió el brazo en dirección a ella, para ayudarla a levantarse. Leonora, que mientras la otra hablaba, la había mirado con recelo, dolor, y rabia contenida desde su lugar en el suelo, le cogió la muñeca sin dudarlo ni siquiera un segundo. —Ya está —dijo Lennye sacudiéndole la tierra del uniforme una vez que se hubo levantado—, regresa con los demás. Con la expresión teñida de una mezcla de dolor

y rabia, Leonora obedeció sin decir una sola palabra. —Entonces, capítulo diecisiete... —comenzó Lennye Cuando Alice abrió el libro, se dio cuenta de que este tenía el nombre de Lennye en la primera página. En tinta, tenía dibujados varios motivos cerca de los márgenes, y al centro tenía el dibujo de una espada. Las siguientes páginas también tenían símbolos y dibujos, generalmente enmarcados en círculos, a su vez enmarcados en otros motivos. La letra con la que estaba escrito, no se parecía a ninguna que Alice hubiera visto en los libros de hechicería del colegio Ravensoul. En realidad, se parecía sospechosamente al estilo con el que estaba escrita la carta que había recibido hacía casi dos semanas, y parecía que una gota de agua encima de una de las páginas bastaría para borrar la escritura. "Si ella se queda aquí, nos veremos todos los

días" pensó. Sin tener un libro en sus manos, Lennye recitó las primeras líneas tal y como estaban escritas, y luego hizo que Érebu leyera. Era una historia. Un cuento acerca de un general del Emperador de Jamón que era hecho prisionero junto con el joven líder de un grupo de bandidos. Durante los años que pasaban juntos en prisión, el hombre le transmitía todos sus conocimientos de filosofía y esgrima. Muchos años después de que ambos fueran liberados, el joven bandido lideraba una revolución contra el emperador. La última escena tenía lugar en una de las habitaciones del palacio, luego de ser capturado por la revolución y asesinado el Emperador. Los dos hombres se volvían a encontrar, y se observaban por unos instantes antes de que el vencido general le ordenara al muchacho que lo asesinase.

Alice escuchó las últimas palabras con un sabor agridulce en la boca. Cuando el muchacho se detuvo, los treinta y seis pares de ojos se elevaron hacia ella, con espectación. —Gracias, señor... —Tenebrus —respondió el muchacho. Lennye le respondió con una inclinación de cabeza. —Esa es una historia bastante enseñada entre los sabios de la Estirpe Azul, la elegí porque no creo que muchos de ustedes la hayan leído. Algunas muchachas asintieron débilmente. —Ahora. Respecto al asunto levantado al principio de esta clase por vuestra compañera. Mi opinión es que su reacción sólo deja patente lo mucho que ustedes se beneficiarían de una aproximación más etérea hacia el concepto de un Juramento de Lealtad. Por otro lado, mi opinión

no es importante. Esta fue una decisión de la maestra Somn, vuestra subdirectora. Si tienen alguna objeción parecida de aquí en adelante ¿Puedo sugerir que la discutan con ella? Ante estas palabras, algunas expresiones de reticencia, otras de burla, de miedo, se mezclaron entre la concurrencia. —La próxima clase —continuó Lennye—, espero que me traigan sus reflexiones personales acerca de la historia que leímos, y la discutiremos. Les avisaré del lugar en el que nos reuniremos. Eso es todo. Con estas últimas palabras, Lennye se alejó unos pasos del grupo, hacia un grupo de árboles. Aún sentía miradas clavándose en ella. Miedo, incomodidad, admiración, curiosidad, desconcierto. Pero un par de ojos la observaban con especial intensidad. Alice. Maldita niña. Lennye percibió que se levantaba y se dirigía

hacia ella. Claro, le tenía que devolver su Códice. —Maestra... —susurró una débil y vacilante voz a su espalda. Lennye volteó, Alice la observaba a unos pasos de distancia, con inseguridad. El espectáculo de hacía unos minutos la habría dejado asustada. —Con "Lennye" es suficiente —respondió ella. Aún con miedo, pero casi con devoción, Alice le estiró su copia del Códice. — ¿Por qué no lo conservas? —Ofreció Lennye — Parece ser que has perdido el tuyo. De cualquier forma, se lo sabía de memoria. —No, yo... —comenzó a decir, seguramente tratando de explicarle que no estaba habituada a las costumbres de los hechiceros. La forma en que le contestó, elevando sus ojos hacia ella con un poco de miedo, comenzando a enrojecerse de nuevo, hicieron que le fuera imposible evitar que dijera:

—Aunque pensándolo mejor —con voz autoritaria, interrumpiéndola y haciéndola callar — ¿No te parece una falta terrible no traer tu Códice a la primera clase de doctrina? Ahora la expresión de Alice era de vergüenza, como la que había mostrado al principio de la clase. —Pero... —insistió, con voz aun más débil. Que inocente, estaba segura de que Lennye la tomaba por una hechicera —Vaya —la volvió a interrumpir Lennye, pintando un semblante serio— Quizás debería tomar medidas más drásticas para asegurarme de que no volviera a pasar. Entonces, la expresión de Alice pasó del bochorno al miedo y a la impotencia, a Lennye le pareció que podría haberse puesto a llorar. —Espera, no... —dijo, esta vez tratando de poner la voz firme, para hacerse oír.

Antes de que siguiera, Lennye le sonrió traviesamente. —Lo sé, Alice —se apresuró a decir, sin querer llevar su broma más lejos— Si fueras una hechicera, habías reconocido esta marca de inmediato —le explicó levantando su muñeca derecha, dejando ver su brazalete de sacerdotisa —. Sólo estoy jugando contigo. Te ves graciosa cuando te asustas. Alice entonces le devolvió una mirada enojada, aún dando el aspecto de poder ponerse a llorar. —No es gracioso —reclamó cruzándose de brazos—, no deberías bromear con esa clase de cosas. Lennye rió. —Estaba tratando de relajar el ambiente. —Creo que quizás ya debería volver al castillo —soltó Alice, todavía mirándola con decepción, cogiendo el libro entre sus brazos y volteando para alejarse de allí y reunirse con un par de niñas que

la esperaban en la cima de la colina. —Esta mañana —comenzó la maestra Somn clavando sus ojos sobre ella—, pasadas las diez, creí escuchar un grito que venía de algún lugar cerca del lago. ¿Qué era eso? Era la hora del almuerzo, y Somn la había hecho sentarse junto a ella. Había dicho esto con la mayor discreción posible, pero aún así algunas de las mujeres dirigieron la vista hacia ellas. Lennye desvió los ojos de ellas, mirando a la subdirectora. —Parece que algunas de sus aprendices disfrutan siendo torturadas, maestra Somn — respondió Lennye, señalando con la vista a la niña de pelo negro en la mesa de tercero—. Me rogó de tal manera que me pareció una crueldad negarme. Leonora les devolvió la vista con aire angustiado antes de bajar los ojos — ¿Te crees graciosa?

— ¿Desaprueba mis acciones? —No, no necesariamente. Pero me parece perturbador dejar a niñas tan jóvenes en manos de alguien que disfruta causándole dolor a los demás. Incluso desde su entrevista con ella la tarde del día anterior, a Lennye le parecería que aquella mujer escondía un sello de la Estirpe Azul bajo ese guante que nunca se quitaba. — ¿Cómo...? Elena le sonrió con suficiencia. —Está bien, es verdad, no tengo idea de como lo averiguaste. Pero no haría algo como eso por placer, me estaba defendiendo de aquel león, nada más. —Sólo déjame decirte que, si llego a saber que te aprovechas de tu autoridad para abusar de alguna de las niñas bajo mi protección, me encargaré personalmente de que cambiar el significado de la palabra "agonía" en tu diccionario.

Lennye no pudo reprimir una sonrisa de burla. Le habría gustado lanzarle algún comentario sarcástico acerca de ser una digna descendiente de la familia de torturadores más poderosa de los Cinco Círculos, pero seguramente habría escuchado esa clase de bromas tantas veces en su vida, que le parecería un comentario insípido. —Eso no pasará. No abusé de esa niña, ella lo necesitaba. Además, no podría haberlo disfrutado aunque hubiera querido. Mi sentido estético es muy exigente y muy elevado, te lo aseguro. — ¿Eso qué quiere decir? —La falta de delicadeza general —explicó Lennye pasando con desdén los ojos por las mesas llenas de uniformes negros frente a ellas—, hace imposible considerar a ninguna de estas hechiceras como un objeto que disfrutaría dominando. Incluso si tienes un trozo de mármol, necesitas trabajarlo incontables jornadas antes de convertirlo en algo que mueva los sentidos. Pero

aquí sólo veo rocas. —Vaya, Whitegrave, hablas como si hubieras llegado a un lugar funesto —le respondió Elena sonriendo—. Espero que cambies de opinión en algún momento. Que puedas encontrar a alguien que mueva tu elevado sentido estético. —Espero que no. Podría interferir con el trabajo ¿No crees? —Creía que tu filosofía combinaba el amor y la enseñanza en una sola cosa. Lennye asintió. —Tienes razón. Pero ella no se refería a esa clase de trabajo. El trabajo que verdaderamente había venido a hacer a Mist, no admitía sentir ninguna clase de afecto hacia las personas que la rodeaban. Lennye se deslizó cuidadosamente entre los casilleros de los vestidores femeninos junto a la sala de duelos. Acarició con la mano las

puertecillas de bronce trabajado y bruñido, esperando encontrar el de ella. Mientras lo hacía, una parte de su cerebro la amonestaba por estar actuando de una forma totalmente contradictoria con lo que le acababa de decir a Somn hacía unos minutos. Era verdad que se había informado de su horario y hacía ahora esto a escondidas, pero era porque no habría querido que nadie, sobretodo la observadora subdirectora, vieran escribiéndole a Alice un mensaje durante la comida. Llamaría la atención escribirle una carta el mismo día que, aparentemente para los demás, la había conocido. Deseaba que nadie se enterara de que había viajado con ella en barco, porque podría arrojar sospechas sobre ella, y motivar a alguien a empezar a hacer preguntas y a realizar investigaciones. Es decir, arruinar todo el plan. Finalmente el olor dulce y embriagante de Alice llamó su atención, penetrando por la rendija

de un casillero. Lennye se detuvo y extendió la palma sobre la puertecilla. Dentro había un par de guantes y un casco de esgrima. El olor de su cabello debía haberse impregnado sobre el casco. Ese tenía que ser su casillero, pues ningún otro manaba su olor con tanta intensidad. Materializó una pequeña hoja de papel, una pluma, y se apoyó en los casilleros para escribir: Tienes razón, fue una broma muy infantil, me siento avergonzada de mi misma. ¿Me permitirías invitarte a tomar el té esta tarde para intentar ganar tu perdón? Por si esta carta cae en malas manos, reúnete conmigo a las seis en el mismo lugar de esta mañana. L.

Y, para que no le quedara ninguna duda, dibujó junto a su firma la figura de una margarita. Esperó a que la tinta se secara antes de doblar el papel y deslizarlo en el casillero de, según sus cálculos, Alice. La obscuridad de los pilares las protegía mientras se apoyaban en la baranda para observar la estancia con piso de madera que se encontraba un par de metros bajo ellas. El grupo de niñas —y el joven Tenebrus—, fue entrando de a poco en la sala de duelos. Una mujer de alrededor de veintiocho años y pelo corto, los aguardaba en uno de los bordes de la habitación. —Tercero —dijo Elena, señalando al grupo de jóvenes con la mirada. Aburrida, Lennye dejó que sus ojos vagaran por la figura del candelabro de fierro que había al costado de la maestra Somn. ¿A quién se le ocurriría poner un candelabro como ese en una

habitación tan llena de madera como esa? — ¿Hay alguna razón para que haya un niño en esta clase? —preguntó entonces, dándose cuenta de que era su turno de hablar y se vería maleducada si no lo hacía. —Ah, Érebu Tenebrus. Mi maestra creyó que sería buena idea añadir algún elemento que contrastara con el aura homosocial de la escuela, para amenizar. Que a algunas chicas podría gustarles la idea de un harem. — ¿Tu maestra es la maestra Ravensoul? — preguntó, haciéndose la desentendida. —Por supuesto, también la dueña de este castillo y directora de la escuela —respondió Elena con orgullo—. Aunque incluso antes de que la nombraran Maestra Suprema, no se pasaba mucho por aquí. Mientras la maestra Somn decía esto, sus ojos siguieron observando la magistral pieza de arte que constituía el candelabro, y que contrastaba

con el estilo de decoración marcial que reinaba en toda la habitación. Se trataba de la figura de un ave, que elevaba las alas hacia arriba, formando una U alrededor de su pico, que se extendía también hacia arriba, en menor altura. —Oh. —Bueno —comenzó Elena volviendo a señalar hacia el grupo—. Ya conoces a Érebu y a Leonora. De tercero, ellos tienen algo de ascendencia aristócrata. Érebu se lo toma de forma relajada, pero Leonora es todo lo contrario. —Creo que tengo esa parte bajo control — replicó Lennye. Entonces se dio cuenta de que estaba hecho de tal manera, que las plumas de las alas se fundían con las gotas causadas por los restos de cera, y causaban un agradable e interesante efecto estético, al compartir una forma parecida. —Debes tener cuidado. El ganarte el respeto de alguien es mucho más que oprimirlo. Y debo decir

que Leonora tiene una gran influencia sobre los demás, y si se instaurara un Código Negro, estoy segura de que a ella le gustaría liderarlo. ¿Sabes lo que es eso? Si, sin duda que tenía que ser un cuervo. El material era fierro negro, y si la cera de las velas hubiera sido roja o blanca, quizás lo habría dudado, pero no, era de un extraño tono de gris pantanoso, casi negro. Nadie habría puesto una vela de otro color, a menos que quisieran convertir al cuervo en un fénix o en una paloma. Lennye asintió. —La niña a la que le prestaste tu Códice esta mañana —Lennye intentó disimular su sorpresa ¿Cómo lo sabía?—, quizás ya habrás notado que es una sinestirpe. Lennye dejó los ojos en el candelabro, fingiendo que lo observaba, pero había dejado de mirarlo, pues su atención se había puesto en otra cosa.

—Es una Van-Krauss ¿no? Entonces es de la Estirpe de la Sangre —corrigió Lennye, ofendida. Elena la miró con cierta curiosidad antes de responder. —Si, si. Aunque ella no sabe nada acerca de la Alquimia de Sangre. —Entiendo. No le habían dicho. Quizás le estaban haciendo una amabilidad al mantenerla en la obscuridad. —Alice llegó este año a la escuela, es una sobreviviente de la guerra de Dragón. —Alice es... ¿La niña Van-Krauss? —Si. Se educó en Dragón, donde era aristocracia. Esa parte la había podido deducir a partir de su forma de comportarse en el viaje. "¿Qué te importa? ¿No te parece un poco insolente hacer una pregunta así? No es como si tu conocieras a las familias de la aristocracia..."

habían sido sus palabras en algún momento. — ¿Es orgullosa, como Leonora? —preguntó, tratando de fingir interés por su carácter. —Estoy segura de que guarda algo de orgullo, pero no de la misma clase. Creo que las heridas emocionales pueden haber dañado un poco su carácter. Me dijeron que estaba comprometida para casarse. — ¿Ya no lo está, que pasó? —El chico murió, ¿Conoces a ese apellido?

por

supuesto.

Kalir

— ¿Entonces el joven pertenecía a la aristocracia de Dragón? —Si, hasta hace algún tiempo. Ahora sólo sabremos de ellos por lo que los libros de historia nos cuenten. Otra de las personas que me preocupan, por ser demasiado susceptible, es Sabrina Lionheart... —continuó Elena, señalando a una chica mitad sangreblanca que se erguía de manera imponente con el sable en la mano.

La clase casi había llegado a su final. Alrededor de ellas, el resto de los sables sonaban de manera musical, chocando entre ellos. Lennye estaba mirando, y eso, unido a la nota que había recibido antes de clase, parecía haber aumentado su desempeño de manera exponencial. Sabrina retrocedió, fallando un poco más en cada estocada que daba. Hacía mucho rato que la había vencido, pero ambas pretendían seguir combatiendo hasta que una de las dos cayera al piso sin poder más. — ¡Basta, basta! ¿Qué creen que esto — preguntó la maestra Nadia interfiriendo entre las dos—, una clase de combate de la Estirpe Roja? Alice rió, y escuchó como Sabrina también reía al otro lado. —Si no pueden pelear elegantemente, las tendré que expulsar de la clase —amenazó. Alice se quitó el casco para discutir, intentando no mirar hacia la parte de arriba de la sala.

—Pero, maestra, en un combate real... —En un combate real, Lionheart podría usar magia de materialización. Sabrina, que también se había quitado el casco, le sonrió a modo de disculpa, al darse cuenta de que si alguna vez se enojaban entre ellas y se veían obligadas a enfrentarse en una pelea a muerte, la hechicera la reduciría a cenizas tan rápido como pudiera pronunciar las palabras del hechizo de materialización de fuego de segundo nivel. —Ven, Van-Krauss —indicó Nadia caminando hasta un lugar más vacío de la sala—, tienes mucha energía hoy —se puso el casco y esgrimió la espada contra ella. Elena había pasado toda la clase explicándole acerca de los detalles de la personalidad de los alumnos de tercero. Realmente se tomaba su trabajo enserio, y observaba cuidadosamente a cada una de las personas bajo ella. Lennye se

preguntó si también lo había hecho con ella, y hasta qué punto habría logrado desvelar su carácter o sus intenciones. Sin embargo, hacía unos minutos se había quedado sin material de conversación, y por suerte, se había callado. Ahora ambas observaban en silencio los últimos minutos de la clase de esgrima. Estaban en eso cuando observaron a Alice dirigirse al centro de la pista junto a la maestra de esgrima. Lennye la había observado derrotar fogosamente a cada uno de sus oponentes, y Elena le había comentado lo buena que era. Lennye no estaba segura de que ser buena en un deporte masculino sería algo positivo para alguien que, de todas formas, muy probablemente terminaría casada con el joven señor del castillo más próximo a Mist. Alice se batió de la misma manera fogosa con la que se había batido con las demás chicas. Y

empezó a acorralar a la maestra de esgrima, quien se empezó a desesperar y lanzar ataques cada vez más agresivos. "Pobre Alice" pensó Lennye riendo interiormente "Mas tarde va a estar triste por haber perdido" Pero entonces, para sorpresa de todos, Alice logró sobreponerse a los ataques de la maestra y, antes de que nadie se diera cuenta, la maestra de esgrima había caído al piso, derrotada, y Alice encima de ella. —Vaya, vaya —comentó Elena negando con la cabeza y moviendo los ojos de un lado a otro de la sala, encima de las cabeza de los estudiantes que se habían detenido a observar el espectáculo— Me pregunto a cuál de las chicas está tratando de impresionar. Entonces dio media vuelta y caminó hasta la puerta de salida. Lennye sintió una punzada de remordimiento.

Lo había dicho sin sarcasmo. Por supuesto que no lo sabía, y culpaba a alguna de sus guapas alumnas. Pero lamentablemente Lennye si lo sabía, y la idea de haber calado tan profundamente en los gustos de Alice, la intranquilizaba. Sabía que no debería haber escrito esa nota, que la había entusiasmado más de la cuenta. Observó como Alice se quitaba el casco y mostraba una expresión de sorpresa, antes de ayudar a levantarse a la maestra de esgrima, quien a su vez se encontraba totalmente estupefacta ante su derrota. Eran las cinco con cuarenta minutos cuando Alice salió de su habitación camino al lago. Había decidido que si vestía otra cosa que no fuera su uniforme, podría llamar demasiado la atención de las demás personas del castillo, y la forma en la que Lennye se había comunicado con ella sugería algo parecido a un encuentro secreto. Eso sólo la emocionaba aún más.

Vaya. Lennye era una hechicera, pertenecía a aquel mundo fantástico y desconocido para Alice. Tenía tantas cosas que quería preguntarle. ¿Se quedaría en el castillo como todas las demás maestras, se verían todos los días? ¿Qué había significado esa carta que le había dejado en la posada de Mist? Si era una hechicera ¿Por qué no había acudido al castillo Ravensoul junto con ella? Aunque quizás no le preguntaría ninguna de esas cosas. Después de todo, tenía que ser amable. Lennye le había escrito diciéndole que tenía un pasado problemático que, de una forma u otra, la estaba angustiando el día que había escrito la carta. Estaba en esas reflexiones, cuando, pasando por uno de los portales oscuros del patio, escuchó las siguientes palabras: —Bien peleado esta tarde —con un tono extremadamente grave. Alice

volteó,

una

figura

se

distinguía

borrosamente en la penumbra, una mujer de cabello cobrizo. —Maestra Nadia. —Dime —dijo acercándose hacia ella— dicen que estuviste en la guerra ¿Alguna vez mataste a alguien con esa estocada? Alice retrocedió. Sabía de qué se trataba esto, aunque jamás se lo habría esperado de una persona como ella, de una mentora. —Me extralimité hoy día, discúlpeme —pidió. Si se demoraba ahí, iba a llegar tarde a su cita con Lennye. Volteó y pretendía seguir su camino, cuando volvió a escuchar. — ¿No me vas a responder? —La guerra no es ninguna broma —respondió Alice, sin voltear, deseando escapar de ahí tan pronto como fuera posible—. Tener que matar a alguien no tiene ninguna gracia, y es mucho menos elegante y limpio de lo que podría parecer.

Es algo que me tortura tener que recordar —Entonces si lo hiciste, no me extraña, viniendo de la familia que vienes. Alice, que había dado unos pasos para alejarse, se detuvo en seco al escuchar estas palabras. —Dicen que todos los Van-Krauss tienen el pelo rojo porque está teñido con la sangre de las personas a quienes han asesinado —continuó Nadia, complacida de haber logrado el efecto que quería. — ¿Tanto te molestó que te haya derrotado hoy, como para que necesites rebajarte a decirle esas cosas a una alumna? —preguntó Alice, paseando a tutearla y volteando para enfrentarla, aunque su rostro no se veía nada claro con la obscuridad protegiéndolas. — ¿Crees que me ganaste? ¿Por qué no tenemos una revancha? Sin espadas, sin ojos vigilantes que te protejan. —Con gusto, cualquier días de estos.

—Ahora. —Tengo algo que hacer. — ¿Tienes miedo? Después de todo si te pareces al cobarde de tu abuelo. Quizás deberías ir a vivir con él en lugar de manchar la reputación de este colegio de niñas de familias decentes. Si no fueras la ahijada de la maestra Ravensoul, no hay manera de que te hubieran aceptado en un colegio como este. Todos saben que tanto tu abuelo como tu madre eran unos asesinos. Alice palideció ante estas palabras, e incluso en la obscuridad, pudo distinguir como Nadia sonreía y caminaba hasta una entrada perpendicular al portal, invitándola. Claro, tendría que ser en un lugar donde nadie pudiera verlas. Alice se quedó de pie sólo unos segundos, antes de seguirla. Iban a tener su revancha en ese mismo momento. Alice despertó, abrió los ojos lentamente, o al

menos creyó que lo hacía. Como la obscuridad era absoluta le era imposible estar segura. El cuerpo le dolía como si le hubieran dado una paliza, y entonces recordó que no podía ser de otra forma, pues eso era justamente lo que había pasado. Hacía frío. Era verdad que le había logrado asestar algunos golpes bastante satisfactorios al rostro y al cuerpo de la maestra Nadia, pero después de un golpe especialmente fuerte en su brazo derecho, había empezado a perder fuerza. En algún momento en la batalla había caído inconsciente. Alice se incorporó, palpando las paredes. Era piedra, seguramente Nadia la había dejado tirada en el mismo pasadizo de paredes desnudas en el que habían tenido su pelea. Se apoyó en la pared para caminar en una dirección aleatoria, esperando encontrar una puerta. Se sentía intranquila. Pensó que era normal, después de todo se había peleado con una maestra,

eso merecería azotes, sin duda. No, era peor, la maestra de esgrima, una mujer que admiraba, había resultado ser una persona prepotente y despreciable. Entonces el recuerdo impactó a Alice, haciéndola correr en la obscuridad. No estaba intranquila por ningún de esas dos razones. Chocó con una pared y buscó a tientas una puerta. Cuando finalmente la encontró y la abrió desesperadamente, algo de la penumbra de la noche y de la luz de la luna iluminaba el corredor desierto que se encontraba ante ella. Era demasiado tarde, había dejado plantada a Lennye. —Anoche llegaste tarde a la habitación, cariño — le susurró Riham conforme caminaban hasta el comedor— ¿Qué te pasó? Fantástico, como si necesitara otro recordatorio de su cita frustrada por su propia estupidez. —Creo que me perdí en el castillo —respondió

con pena, Alice, todavía demasiado enojada consigo misma como para animarse por el soleado día que les ofrecía el exterior. La verdad era que había vagado un rato por el castillo dormido, y se había acercado a las puertas cerradas de la entrada como por instinto. Era sábado en la mañana, y por eso ninguna de las dos vestía sus uniformes, sino que ropas más o menos casuales. Hasta ese momento, Alice había aprovechado los fines de semanas para lucir sus dotes físicos en todo su esplendor, pero ese día se había levantado antes que Riham para ponerse el vestido más cerrado que podía, pues estaba segura de que, aunque no los había examinado con cuidado, tenía el cuerpo lleno de moretones. Su compañera de habitación vestía un atuendo de chaqueta cerrada y pantalones. Al entrar al comedor, sus ojos se cruzaron por accidente con los ojos azules de Nadia. Le lanzó una mirada de odio, pues por su culpa no había

podido verse con Lennye. Nadia desvió los ojos de inmediato, ofreciéndole una bandeja con pan a la maestra de música, y haciéndose la desentendida. Alice buscó a Lennye entre las personas de la mesa de las maestras, pero estaba ahí. Alice esperó impacientemente a que llegara, levantando la vista cada vez que alguien entraba al comedor. Unos minutos después, Alice sintió que un par de ojos se clavaban en ella. Levantó la vista para encontrarse a Lennye. Conforme entraba al comedor, la hechicera le lanzó una mirada curiosa por unos segundos, nada de disimulada. Alice hubiera querido levantarse para hablarle, pero Lennye caminó hasta su lugar en la mesa de las maestras. — ¿Por qué la maestra de Doctrina te está mirando tanto? —susurró Lydia. Ante esto, Riham, que estaba sentada frente a su novia, le lanzó a Alice una mirada inquisitiva. Y, gracias al cielo, no dijo una sola palabra. Pero

Alice sabía que la niña había unido los puntos en su cabeza, y que una tercera persona podría estarse enterando de su secreto. Minutos más tarde, Lennye se levantó, quitándose la servilleta del regazo, se excusó y caminó hasta la salida, sin volver a mirar a Alice. De inmediato, Alice intentó ponerse de pie, pero no pudo moverse, algo la sostenía contra el asiento. Esa fue la primera vez que alguien usaba magia negra para comandar su cuerpo. Al otro lado de la mesa, Riham la miraba duramente, emanando un aura totalmente diferente de su personalidad relajada y distendida. Ninguna de las dos dijo nada, y Alice bajó la cabeza, avergonzada de su impulsividad. Mientras le untaba mermelada a su pan, e intentaba calmarse, una servilleta de papel caminó hasta ella, casi imperceptible sobre el mantel blanco. Alice levantó la vista para mirar Riham, quien

le asintió con la vista antes de seguir hablando con Saga. Con una tinta extraña, quizás producto de la magia, estaba escrito: "No sé qué pasa, pero espera unos minutos antes de salir." Entre molesta y agradecida con Riham, sintiéndose como una niña tonta, Alice dobló la servilleta antes de guardarla en su bolsillo, aceptando que la hechicera tenía razón. Pasados unos minutos, Riham se puso de pie. —Van-Krauss ¿Me acompañas al jardín? — preguntó. Lydia elevó un par de ojos decepcionados hacia Riham. —Nos vemos más tarde —le dirigió una sonrisa de disculpa. Alice se levantó para caminar con ella hasta la salida, donde Riham le pasó el brazo por los

hombros, causándole dolor por los golpes que había recibido la tarde anterior. —Incluso si no hay nada que ocultar —le susurró—. Siempre es bueno hacerlas esperar un poco. —No quiero que comentes esto con nadie —le advirtió Alice—. Y ya puedes soltarme. —Vaya manera de agradecer —respondió Riham soltándola y adelantándose a la sala de las estatuas. —No me molesta que me toques —dijo Alice, cuando la hubo alcanzado—, me molesta que trates de... subyugarme. Riham se detuvo en el portal y le lanzó una sonrisa antes de decir: —Es que eres adorable. —Por mucho que lo parezca, no me gusta la idea de que los otros traten de dominarme. En aquel momento estaban solas, y se

dirigieron al jardín para acercarse disimuladamente a la figura que se sentaba en las escaleras de una... de esas cúpulas que hay en los jardines, esbozando en una libreta. —Gracias por lo del comedor, de verdad —le dirigió una sonrisa, antes de caminar directo hasta donde estaba Lennye. —Espera —le advirtió Riham cogiéndola del brazo y causándole dolor al tocar uno de sus moretones—. ¿Segura que no prefieres que se acerque ella? —No se va a acercar, no seas absurda. — ¿Segura? Te estaba mirando mucho en el comedor, apostaría cualquier cosa a que se siente culpable por algo. —Lydia te debe estar esperando —le recordó tratando de sonar dulce y soltándose de ella para alejarse. Qué tontería ¿De qué se iba a sentir culpable Lennye? Era Alice quien había procedido mal.

Lennye elevó la vista con un aire un poco más grave del que había mostrado en el comedor. — ¿Puedo sentarme? —preguntó Alice. La joven asintió con la cabeza. —Anoche no estabas en la cena —comentó Lennye, estaba bosquejando la figura de un árbol sobre su cuaderno—. ¿Te perdiste en el bosque o algo? No había mención de su mensaje, sólo había comentado lo del bosque como por si Alice quisiera seguir la conversación en esa dirección. —Verás, el mensaje de ayer —comenzó Alice —, no lo encontré hasta que era demasiado tarde. La mano de Lennye sobre su dibujo se detuvo, y Alice volvió a sentir que Lennye clavaba los ojos en ella, mientras ella los mantenía sobre la mano derecha de la otra. — ¿Estabas en los vestidores pasadas las seis de la tarde? Me estaba empezando a preguntar si

ese era tu casillero, o si habías visto el mensaje en absoluto. —Si, era mi casillero. A veces voy a practicar, ayer justamente tenía tiempo libre. — ¿Y no encontraste la nota antes? Mírame. Lentamente, Alice elevó la mirada. Sus ojos grises, fijos sobre Alice, no reflejaban curiosidad ni amabilidad, la estudiaban con seriedad, evaluando su expresión. —Lennye, de verdad lo siento —se disculpó Alice, cerca de ponerse a llorar, agradeciendo de que pudiera decirle a Lennye algo que era verdad —. Me hubiera gustado poder reunirme contigo ayer, te lo juro. — ¿Entonces por eso no apareciste durante la cena, porque estabas practicando? —preguntó Lennye, sin alivianar ni siquiera un poco su expresión. —Eh... más o menos. Estaba cansada.

Ahora, decididamente, la expresión de Lennye era molesta. Mucho peor que ninguna de sus miradas ligeramente reprensivas. Alice tuvo que hacer un esfuerzo enorme para mantenerle la mirada, pues sus ojos trataban de escaparse de los de ella a cada momento. —Por favor ¿Puedes disculparme? —susurró, decidiendo que, finalmente, no era capaz de mirarla, y bajando los ojos sobre sus propias manos— De verdad lamento si tuviste que esperarme. —Eso no importa —respondió cerrando de repente su cuaderno.

Lennye

—Lo que más quería ayer era verte. —Te creo —dijo guardando su lápiz, pero aunque no la miraba ya, su voz no había cambiado, y seguía siendo mortalmente seria. —Entonces ¿Me perdonas? —Pidió esperanzada— ¿Podemos hacer una cita para otro día, esta tarde? —preguntó, pensando que cuando

se reunieran, haría cualquier cosa por hacer que Lennye cambiara esa expresión de molestia. —Cualquier día que quieras —contestó Lennye poniéndose de pie—. Pero no antes de que me digas lo que en realidad estuviste haciendo toda la velada de ayer. Y se alejó, dejándola en el desierto jardín, sintiéndose terrible. De aquella manera, a causa de esa serie de acontecimientos, la alegría que su reencuentro con Lennye debía de haberle provocado, se había arruinado. Durante el día, no se había vuelto a topar con ella. Mas tarde había sabido que había pedido un carruaje hasta Mist junto con otras niñas de la escuela. A su regreso, en la noche, la había visto atravesar la puerta junto con Leonora y otras dos chicas de cuarto año. Lennye le había dirigido una mirada fría y reprobatoria, antes de apartar la vista y seguir con su camino.

Pero, a pesar de lo desastroso del día, este todavía no acababa. Alice estaba acostada en su cama, aún vestida. Era una hora pasado el final de la cena, y la cama vecina estaba siendo ocupada por Saga, quien dormía. Fue entonces cuando Alice notó que, aunque el dolor de los otros golpes no había disminuido, el dolor de su antebrazo derecho, en realidad parecía estar aumentando. ¿Le habría provocado un daño más severo del que pensaba? ¿No podía tener un hueso roto, verdad? No sabía nada de anatomía, pero pensaba que si así fuera, seguramente no podría mover el brazo. Se levantó y se acercó a la ventana, para intentar observar su brazo con mayor cuidado, pero no tuvo mucha suerte, pues bajo esa luz se veía completamente normal y no se distinguía ninguna marca.

Decidió que ya era hora de constatar los daños que tenía su cuerpo, así que sigilosamente salió de la habitación y se dirigió a los baños. Cuando llegó allí, encendió la luz y trancó la puerta antes de desnudarse y mirarse a uno de los espejos que había ante la enorme bañera templada de la habitación en la que se encontraba. Tenía golpes horribles en todo el cuerpo, desde la parte alta de los muslos hasta los hombros, pasando por el estómago y las costillas. Le produjo cierto extraño placer y orgullo repasar con los dedos aquellas partes especialmente amoratadas de su cuerpo, eran sus cicatrices de guerra. Porque estaba segura de que los pocos golpes que le habría dado a Nadia, ella ya se los habría curado con algún hechizo. También intentó buscar alguna anormalidad en su brazo derecho, pero este, para su sorpresa, no tenía ningún golpe y estaba aparentemente intacto, sin embargo le dolía al hundir los dedos en la

carne. Lentamente, bajó los escalones de la piscina para ir metiéndose en el agua tibia. El contacto con la piel herida hacía que le doliera y a la vez la relajaba. Pensó que debió haber ido la noche pasada a aquel baño, en lugar de haberse estado mortificando inútilmente por causa de Lennye. Con placer sintió que todo su cuerpo se relajaba, aquella noche sin duda que dormiría bien. Todo su cuerpo, exceptuando por su brazo derecho, que por más que lo sumergiera en el agua, lo seguía sintiendo frío. Después de un buen rato, salió del agua, y recordó que en algún estante las chicas guardaban frascos con mezclas alquímicas. Algunas eran para la piel, otras para el cabello, y por último estaban las mezclas para aliviar los golpes provocados por los castigos. Entre muchas otras, encontró una que decía: "para moretones". Y se la esparció por la piel

antes de volver a vestirse. Regresó a su habitación y se metió en la cama, quedándose dormida pronto. La semana siguiente fue angustiante. Riham, que había notado que algo había salido mal durante la conversación con Lennye la mañana del sábado, trataba de animarla, aunque sin éxito. Había vuelto a escondidas a los baños durante la noche, a tratar de aliviar su piel. Aparte de esto, tenía que levantarse siempre antes que Riham, para que notara los golpes en su cuerpo. Para colmo, tenía que soportar la presencia de Nadia y su actitud perfectamente amable y desentendida. Por otro lado, Lennye, sólo tenía miradas reprobatorias para ella, cada vez que sus ojos se encontraban. Sucedía que, aparte de ser una aficionada a la pintura, Lennye también tocaba el piano muy bien. Y la noche del domingo en la sala de estar, Elena le había pedido que tocara alguna pieza para ellas.

Alice también estaba presente, y se había quedado observando hipnotizada como deslizaba las manos por el piano con maestría. No era que supiera mucho sobre música, era simplemente que Lennye le parecía admirable. La extraña aflicción de su brazo derecho, por otro lado, parecía agravarse con cada hora, y Alice se había metido a la biblioteca a buscar información en los libros de medicina, alquimia, anatomía y magia curativa. Pero no fue hasta la mañana del martes que comprendió, con tristeza, el propósito de aquella herida que no podía detectarse a simple vista. Por supuesto, debió darse cuenta antes de que su mano derecha era la que usaba para tomar la espada. Con aquel dolor, apenas podía empuñarla, y cada vez que su sable chocaba contra el de otra persona, el golpe de alguna forma reverberaba en su brazo, causándole un dolor muy agudo. Después de la agonía de aquella clase, que

pareció hacerse eterna, tuvo a enfrentarse nuevamente con Nadia, quien parecía ser totalmente consciente del dolor que sufría Alice. Esta vez, Nadia no se esforzó por derrotarla, sino que se empeñaba en seguir haciendo chocar sus espadas tan fuerte y violentamente como era posible. Finalmente Alice no pudo seguir soportándolo más, y se rindió. Antes de volver a los vestidores, Nadia le lanzó una mirada de satisfacción desde el otro lado de la pista. Desde ese momento estuvo segura de que su dolor no se debía a un desgarro, a una torcedura o a un golpe mal dado. Era un hechizo de magia negra puesto por Nadia de una manera totalmente fría y calculada. La pelea no había sido más que una excusa, una trampa. Su verdadero propósito había sido debilitarla para así poder ganarle en los entrenamientos de esgrima. Esto sólo había logrado aumentar más su sensación de amargura y su repelencia a aquella figura patética, que, sin

embargo, la acababa de torturar a su antojo. — ¿Estas teniendo problemas con la tarea? — preguntó una voz a su espalda. Era miércoles en la mañana, muy temprano, antes de la nueve. Como todos los días desde el sábado pasado, Alice se había levantado al alba para vestirse. Y aquel día se había refugiado en la biblioteca, que estaba desierta, o al menos eso había creído Alice. Lennye estaba ahí, sujetando el respaldo de su silla, y mirando por encima del hombro de Alice, su Códice abierto en el capítulo que habían leído el viernes pasado. Se suponía que dentro de un poco más de una hora empezaría la clase de Doctrina. —No te vi entrar —dijo Alice, sin dejar de mirarla. Esperaba que su mano derecha envuelta en un guante de cuero y piel y metida en el bolsillo de la

chaqueta de su uniforme no se viera sospechosa. —Yo si te vi entrar a ti —dijo Lennye, caminando hasta un asiento libre, sentándose frente a Alice y dejando un volumen sobre la mesa —. ¿Por qué no estás durmiendo como el resto de los mortales? Se quedó mirándola unos momentos y luego dijo: —Creo que te pasa algo malo. Alice sonrió para intentar demostrarle que se lo estaba imaginando. Si aquella farsa le había acarreado tantos problemas con Lennye, lo mejor era esforzarse por sostenerla hasta el final. —Me he levantado para estudiar, eso es todo. Tan pronto como dijo estas palabras, una de las miradas gélidas de Lennye la golpeó. —Tienes un lindo rostro, pero cuando sonríes de manera falsa, te juro por la Diosa que se te ve detestable.

— ¿Qué te hace pensar que es una sonrisa falsa? ¿Qué te hace pensar que me pasa algo malo? ¿Qué podría pasarme? —preguntó Alice con amargura. —Dímelo tú. —Justamente estaba leyendo acerca de lo altamente paranoicos que al parecer se vuelven los hechiceros que son capaces de leer mentes. Lennye no se rió ni se molestó ante esta broma, sólo estiró la mano para cogerle el rostro a Alice, y hacer que la mirara directamente a los ojos. —Dime, puedes confiar en mí ¿Estas metida en algún problema, hiciste algo malo? Alice negó con la cabeza suavemente, deseando que Lennye no quitara la mano. — ¿Alguien en la escuela te ha tratado mal de cualquier manera? —No, nadie. —Entonces no piensas decirme —dijo Lennye,

cerrando los ojos y negando con la cabeza. —De cualquier manera, apreciaría si me hablaras de vez en cuando. Hay muchas cosas que no he tenido la oportunidad de preguntarte. — ¿Para qué? —Replicó Lennye levantándose — No veo el propósito de conversar con una persona que no puede decir la verdad. ¡Ay! Que exasperante. Lennye se empezó a alejar. — ¡Espera! —Exclamó Alice, haciendo que Lennye se detuviera a unos pasos de ella, quizás pensando que la niña había cambiado de opinión —. No estoy segura de entender esta historia ¿No es una obligación tuya explicarme? Cuando Lennye volteó, tenía una sonrisa algo irónica pintada en el rostro. —Por supuesto —respondió volviendo a acercarse a ella.

suavemente,

Sin embargo, cuando Lennye se apostó a la

espalda de Alice y le susurró: — ¿Qué parte no entiendes? —con una voz suave y amable que le causó escalofríos, Alice se empezó a arrepentir de haberlo hecho. Alice elevó la vista para mirar por encima de su hombro a Lennye mientras hablaba, pero tan pronto como lo hizo, esta le cogió el mentón para girarlo en dirección hacia el libro. —Ojos al frente. Estoy esperando tu pregunta. —No estoy segura de entender lo que es un Juramento de Lealtad -comenzó Alice lentamente. No he encontrado ninguna definición. —Sería raro si lo entendieras. Y no has encontrado definiciones porque no las hay. — ¿Entonces? —Es una unión entre dos personas, la más sagrada dentro de nuestro mundo. Generalmente una de esas personas toma un rol activo y la otra persona un rol pasivo.

— ¿Es como... una pareja? —A veces, aunque no es necesario amar sexualmente dentro de un Juramento de Lealtad. — ¿Entonces cuales son los beneficios? — preguntó Alice volviendo a girar el rostro. Esta vez Lennye utilizó el borde del libro que tenía en la mano para hacerla girar la cara, y antes de retirarlo, le dio un golpecito a la mejilla de Alice con la cubierta de este. —La disciplina que puede entregarte una persona mayor y más sabia que tú —respondió Lennye—. Protección para uno, y obediencia para otro. Amistad, confianza. —Entonces es una relación de alumno y maestro, como la de la historia. —Generalmente lo es, aunque lo ideal sería establecerla de manera libre, poder ver a esa persona, tocarla, mirarla a los ojos. Por supuesto que es sólo una historia muy antigua, y puede entenderse de manera simbólica. Los hechiceros

no nos aprendemos estas cosas de memoria, simplemente las deducimos de lo que vemos alrededor. Y leemos estas historias con un fin romántico o estético. —Esta es una historia muy deprimente. Al final tuvo que matarlo ¿Qué clase de romance es ese? —El mejor ¿No? -replicó Lennye, por primera vez mezclando una risa triste entre sus palabras¿Qué es el romance sin un poco de muerte? Si, tuvo que matarlo. Porque aunque en el mundo espiritual eran hermanos, en el mundo real pertenecían a bandos enemigos. —Aún así, habría preferido que se quedaran juntos. —Pero el mundo al que pertenecían no se los habría permitido. No sin que uno de ellos tuviera que matar parte importante de su personalidad. Además, si se hubieran quedado juntos, no habría historia que contar.

—No creo que a ellos les hubiera importado eso, si hubieran podido vivir felices. —Es posible. Creo que en cierta forma lo entiendes. ¿Hay algo más que te gustaría saber? —Si ellos hubieran podido tocarse, digamos por ejemplo que no hubieran estado prisioneros, sino que en una isla desierta ¿Crees que él habría castigado a su aprendiz? —Totalmente. Pero ¿qué te hace pensar que no podía hacerlo desde la celda vecina? —No podían verse ni tocarse. — ¿Y? Podía ver su sombra, oírlo, hablar. Eso es más que suficiente. Cualquier persona con un poco de imaginación podría haberlo hecho. — ¿Ah, si? ¿Qué clase de cosas podría haberle hecho, entonces? —Por ejemplo, podría haberle dejado de hablar por un tiempo determinado para castigarlo. — ¿Qué clase de persona haría algo tan cruel

como eso? —Quizás crees que habría sido más blando de su parte echar abajo la pared y propinarle una golpiza. Puede que sea verdad ¿Tienes alguna otra pregunta? —Te faltó limpiar esa parte —escuchó cerca de ella la voz de Torreoscura. Alice suspiró. De nuevo ¿Estaba Leonora investida de algún tipo de autoridad dentro de la escuela que se creía con el derecho de repartir instrucciones? —Entonces, antes de volver a Mist, Lennye nos llevó al Palacio de Artes de Sphere —continuó Torreoscura, volteando para seguir contándole a Nebet acerca de su paseo del domingo con Lennye y otras dos estudiantes al pueblo vecino. Estiró su escobillón parar volver a pasarlo por el piso, exasperada de tener que seguir escuchando. De todas formas, la luz era tan baja

que era casi imposible distinguir si el suelo estaba limpio o no. Nebet se detuvo un momento en su labor de limpiar las ventanas del salón, para mirar a su amiga. —De todas formas, Leonora, no necesitas llevarte bien con ella. Puedes conseguir calificaciones sobresalientes con o sin su amistad. —Si, exacto —susurró Alice. Leonora le lanzó una mirada de reojo antes de volver a hablar. — ¿Tu también crees que lo hago por las calificaciones, Van-Krauss? Entonces eres tan tonta como Nebet. No, Lennye es mucho más que eso, es especial. Si ninguna de ustedes puede verlo, entonces, déjenme decirles, prefiero dejarlo así, porque tengo menos competencia. Alice se mordió el labio con rabia, y siguió fregando el piso con fuerza, sin importarle estarse haciendo daño en el brazo derecho.

Era la tarde del miércoles, faltaba un rato para la hora de la cena. Riham había abandonado su lado para bajar a las cocinas a ayudar a preparar la comida, junto con otra docena de alumnas de tercer año. Alice había estado atrapada con Torreoscura y su amiga, limpiando una de las salas de clase durante unos cuarenta minutos. Como ya era tarde, hacía frío, y por alguna razón eso parecía aumentar la dolencia de su brazo. Sólo quería volver a abajo, al calor del comedor, o acercarse a la chimenea y poner su brazo disimuladamente cerca del fuego. Aquella experiencia no habría resultado tan terrible de no haber sido porque Leonora no se había callado en todo el tiempo que habían estado ahí arriba. Sucedía que en algún momento entre la mañana del viernes y la del domingo, Lennye y Leonora se habían reconciliado, compartido una expedición al pueblo de Sphere, y regresado en la noche riendo como las mejores amigas del mundo. — ¿Como es qué...? —Se atrevió entonces a

empezar a preguntar Alice—. Quiero decir, pensaba que después de lo que pasó el viernes, ninguna de ustedes tendría ganas de hablarse. Torreoscura sonrió con suficiencia, antes de responder. —Tu no te criaste en los Cinco Círculos, por eso se te perdona la ignorancia. ¿Pero no pusiste atención a la clase magistral de hoy? —Se refería a la clase de la mañana, de Doctrina—. Te voy a decir esto, y sólo te lo voy a decir una vez. Cuando una hechicera sabia te reprende, probablemente se siente atraída hacia ti. En cambio, cuando una hechicera de la Estirpe Roja te castiga, es totalmente obvio de que desea follarte salvajemente. Y, por otro lado, si es una hechicera negra quien te disciplina, lo más seguro es que quiera hacerte su Juramento de Lealtad. —Que tontería —se burló Nebet, dándole la espalda a Leonora, y siguiendo con su tarea—. Si fuera verdad estaríamos todas casadas con Elena.

—Es una forma de decir —se quejó Leonora —. A lo que me refiero es a que... Y continuó con su disertación, y Alice se esforzó por no oírla. Estaba tan entusiasmada porque aquella mañana, la clase de análisis grupal del texto que habían leído, se había convertido gradualmente en un diálogo entre ella y Lennye. A pesar de lo muy infantil que pudiera parecer Leonora a veces, la forma culta de hablar que había demostrado para exponer sus argumentos, había dejado a Alice con la boca abierta. Era verdad que Alice no entendía ni la mitad de las cosas que había dicho, pero el estupefacto silencio de las demás, así como el indisimulable placer de Lennye al mantener una conversación con la aprendiz de hechicera, habían confirmado el lo muy por encima de ella que estaba Leonora en esa materia. Quizás la teoría que Leonora había sugerido era verdad. Y si una de ellas tenía los dotes, las

capacidades y el descaro de portarse mal para ganarse la atención de Lennye, esa era Leonora. Lennye subió las escaleras con el mismo desplante que lo hubiera hecho de haber sido la dueña del castillo. Después de todo, ella había estado ahí a través de las memorias de Agatha Ravensoul, y de varios Ravensouls en el pasado. Era demasiado fácil ver las cosas desde aquel punto de vista y sentirse libre de hacer lo que quisiera. Habían convertido el segundo piso en salas de clases. Sophie se habría muerto de ver esto, pensó Lennye. En los tiempos de Sophie, el segundo piso estaba en perpetua orgía de magos de todas las naciones. El maestro Kang solía bromear con eso, diciendo que los Cinco Círculos jamás estarían tan unidos ni jamás se amarían tanto ni en sus más diplomáticas ceremonias políticas. El cuarto piso estaba desierto y mucho mejor

decorado, varias plantas muy bonitas y bien cuidadas. Finalmente el quinto piso. El corredor se extendía larga y rectamente. Lo había extrañado. Había extrañado caminar por el pasillo este del quinto piso. A un lado, una serie de tapices y cuadros de la más variada data, que contaban historias de la familia. Al otro, las ventanas dejaban ver el bosque de Mist y el lago. Sophie amaba ese lago, se había bañado ahí en las noches de luna. Pero lamentablemente Lennye no lo había visto desde la perspectiva de ella, sino que desde la de Kang, el entonces joven hechicero cuyo amante se había estado bañando junto a la mujer. Había que ir hasta el final y luego doblar. Desde ahí se veía el patio, en aquel momento desierto. Si seguías adelante llegarías al salón de astronomía. Pero podías, en cambio, doblar por uno de los corredores de en medio, un poco aterradores al no tener ventanas, pero que de alguna forma anunciaba que estabas a punto de

entrar a un lugar privado. Avanzó y subió las escaleras lentamente. Desembocó en un pequeño recibidor con tres puertas repartidas uniformemente. Ante ella se encontraban las habitaciones de los niños. Aquí era donde Agatha había sido iniciada, donde Seymour se había acostado con su prima Leticia. Donde Ernok había escuchado los susurros de las arañas, durante las largas reclusiones de su infancia, y había aprendido todo de ellas. Ella había estado allí ¿Por cuál de todos ellos quería más aquel lugar? Cerró los ojos, y dejé que el aire penetrara en sus pulmones. Amarett, el niño que había conocido en el este, ocuparía una de estas habitaciones. Lentamente avanzó hacia ella. Sabía cuál habitación era, porque siempre la que ocupaban los varones. La puerta chirrió y algo como un escalofrío recorrió su espalda. Quizás fue por el frío del

otoño, o quizás por estar sola en una habitación enorme en medio de la noche. De todas formas, sintió miedo. —Perdóname, Amarett —murmuró entonces a la obscuridad. Alcanzó la puerta y la cerró, volviendo a la cámara principal. La habitación tras la otra puerta estaba llena de libros y polvo. Alguna niña habría dormido aquí hacía muchos, muchos años. La tercera puerta daba a una cámara mayor con varias habitaciones. Es decir, así había sido en otros tiempos. Se acercó y la puerta se abrió con el mayor silencio. Lejos, una ventana al fondo del pasillo, y este se acercaba derechamente a ella, entre otras puertas, tapices, una estatua... Un grito. De repente, gemidos y llantos desgarraban el

aire de la noche. Cerró de la puerta de un portazo y sus pasos apresurados fueron lo único que sonó junto con su eco en medio del silencio, mientras huía de ahí. ¿Cuál de todas las veces? No ¿Por qué? ¿Por qué de todas las veces que había presenciado cosas tristes en este castillo sólo habían quedado los recuerdos que guardaba ese corredor? Ni siquiera sabía de cuando. Se detuvo para recuperar el aliento mientras se apoyaba en una pared. ¿Qué había sido todo eso? Tenía la frente sudada, la boca seca, el pecho latiendo desesperado. Sólo esperaba no terminarse matando con aquella clase de juegos. Estaba apoyada en la pared, intentando tranquilizarse, cuando observó por la ventana algo que llamó su atención, una luz moviéndose a través del patio que hacía unos minutos había estado desierto. Alguien más merodeaba por el

castillo aquella noche. Como de cualquier forma necesitaba calmarse, pensó que seguir a aquella persona no sería una mala distracción. Se apresuró a tomar uno de los corredores secundarios que la llevarían rápidamente a los bordes del patio trasero, desde donde podría seguirle la pista. Entonces el aroma llegó a sus narices. No, sin duda que lo estaba imaginando por haber pasado la tarde preocupada por ella. Pero ahí estaba aquel perfume, y seguía hasta la puerta de uno de los baños comunes. Caminando tan sigilosamente como pudo, lo siguió. Pero la puerta estaba cerrada. Lennye se inclinó para mirar por la cerradura. No se había engañado. Ahí estaba ella, en todo su esplendor. El pelo rojo cayéndole por el cuerpo desnudo mientras posaba ante uno de los espejos de marco de bronce. Y eso que tenía el cuerpo,

serían marcas de golpes. Así que si estaba pasando algo. Lennye se incorporó y se apoyó en la pared mientras monitoreaba los movimientos de la habitación. Alice se metió al agua y se quedó ahí un buen rato. Finalmente Lennye juntó la resolución suficiente como para percibir su cuerpo. Golpes. ¿Por qué tenía marcas de goles? Entonces aumentó el alcance y la intensidad de su percepción al máximo, Alice podría tener alguna herida grave que podría empeorar si no se curaba rápido. Bueno, no la tenía. Sus moretones estaban sanando bastante bien. Esos no eran golpes de vara. Muy probablemente alguien se los había hecho con el puño, y con las suelas de unas botas. Entonces percibió algo raro y alarmante en su brazo, parecía estar congelado. Se sobresaltó e iba a entrar de inmediato a la habitación para averiguar qué le pasaba. Pero decidió que podía

esperar unos minutos. Con la toalla del baño sobre el pelo aún mojado, Alice caminó hasta la sala de estar. Encendió un par de velas, y luego el fuego de la chimenea, mientras escuchaba los sonidos de los animales nocturnos a través del cielo negro. Sólo acababa de encender el fuego cuando unos pasos entrando a la sala de estar la sobresaltaron. ¿Quién era? Hasta el momento se había podido pasear impunemente por esa parte del castillo durante la noche. Levantó la vista. — ¿Le-Lennye, qué haces aquí? Su expresión era impasiva mientras se acercaba a ella, sin decir nada. — ¿Qué pasa? —preguntó Alice asustada cuando la otra llegó a su altura. Sin abrir la boca, Lennye se arrodilló frente a ella, y estiró su mano para coger el brazo derecho de ella, que mantenía cerca de la chimenea. Le

subió hasta el codo la manga de la camisa que llevaba puesta. — ¡Oye! ¿¡Qué haces!? —Preguntó Alice alarmada intentando soltarse— ¡Suéltame! Alice cerró los ojos al sentir los dedos firmes y fríos de Lennye palpando su piel, primero, y luego rodeándole el brazo suavemente con la mano. — ¿Cómo has podido? —preguntó con indignación. — ¿De qué hablas? Por toda respuesta, los dedos de Lennye envolvieron su brazo, causándole dolor y haciéndola morderse los labios para no gemir. —Este es un hechizo de congelamiento, Magia Maldita avanzada ¿Cuánto tiempo has llevado esto en el brazo? —susurró, ahora levantándole el brazo a la altura de los ojos. Alice desvió la vista. No quería decirle. Ni siquiera sabía como se había enterado.

—Debiste pedirle a alguien que te curara — continuó regañándola—, pedírmelo a mí. O curarte tu misma. —No podía pedirle a nadie —le contestó Alice casi con rencor—. Respecto a curarme a mi misma, estuve buscando en los libros de alquimia toda la semana. —Eres una Alquimista de la Sangre —susurró Lennye, en el mismo tono severo—. Incluso una aflicción como esta, la puedes curar de inmediato, con tu sangre. — ¿De qué hablas? Si pudiera, claro que no habría pasado por todo eso. ¿Acaso Lennye pensaba que ella era idiota? —Déjame mostrarte. Acercó el índice de su mano izquierda a la palma de la mano de la otra, cuya muñeca sostenía firmemente con los dedos de la derecha. La hizo abrir la mano. Sin tocarla, hizo el

amago de acariciarla con la yema, realizando un dibujo en el aire. Entonces Alice se dio cuenta de que la figura dibujada en el aire, se abría ahora en su propia carne, y se empezaba a inundar con la sangre de sus venas. — ¡Ay! —gimoteó, aunque en realidad no sentía dolor, sólo estaba asustada, e intentó retirar la mano. —Tranquila —susurró Lennye, sin permitirle hacerlo y aferrando su brazo—. No va a doler. — ¿Qué estás haciendo? —Calla. La figura dibujada en su mano era una especie de G mayúscula, con un ángulo encima. Tenía, además, muchas curvas y resultaba difícil de retener. Entonces Alice se dio cuenta de lo cerca que estaban sus rostros. Su corazón empezó a latir

rápido conforme sentía la mano de la otra coger la suya y disponerla en cierta posición. Alice recordó los mudras que algunos de los chicos de Dragón usaban para meditar. —Cierra los ojos —ordenó en un susurro. Alice se quedó, sin embargo, abstraída, mirando los de ella. Se dio cuenta de la variedad de gamas de gris que tenían las vetas de sus ojos. — ¡Alice! —susurró entonces, sobresaltándola al pronunciar su nombre. Se sentía raro y a la vez hermoso que lo hiciera, como si una voz familiar la llamara desde tierras lejanas y desconocidas. ¿Qué estaba pensando? Alice obedeció Cerró los ojos, pero no dejó de ver. Se encontró en la boca de una caverna húmeda. De las paredes crecían helechos. Vislumbró con miedo la obscuridad en frente de ella.

“Estás entrando a la boca del lobo” pronunció una voz grave y masculina que venía desde adentro “¿No tienes miedo?” — ¡No! —respondió ella. El corazón le latía con la intensidad de un tambor mientras decía esto. Sabía que dentro se veía oscuro, pero sabía también que decía entrar, que estaba destinada. “¡Que así sea!” tronó la voz, como si leyera los últimos pensamientos de ella. Sintió el frío y la humedad, mientras empezaba a perder el conocimiento. Pero no era desagradable. Era como si la caverna, con sus manos de helecho, la acariciara, llevándola hacia adentro. Entonces todo se volvió oscuro, tranquilo y silencioso.

IV Honor y desapego. Cuando Alice despertó, estaba envuelta en una manta mullida y un fuego crepitaba agradablemente cerca de sus pies, calentándolos. Fue por esto, y por la sensación general de relajo que se extendía en cada uno de sus miembros, que se demoró bastante en despertar. Cuando se incorporó, se dio cuenta de que estaba durmiendo en el sillón de una estancia que no conocía. Había una chimenea encendida, y junto a una mesa un poco más allá, se sentaba la otra persona que había en la habitación. — ¿Cómo te sientes? —preguntó Lennye desde su lugar. Su tono seguía siendo serio. Alice se palpó el brazo derecho, y con la misma incredulidad se tocó los golpes en el resto del cuerpo.

—Estoy bien. Mis heridas se han ido. ¿Qué me hiciste? — ¿No tienes hambre? —volvió a hablar Lennye, esta vez con mayor severidad, ignorando las palabras de Alice, y señalando con la mano una bandeja con comida que había sobre la mesa — Después de todo lo que pasó, tu cuerpo va a necesitar recuperar energías. En silencio, Alice caminó hasta ella, y se sentó en la cabecera de la mesa, comenzando a poner algunas de las papas y de la carne en el plato. — ¿Tú hiciste esto, o lo sacaste de la cocina? —Sólo come. Alice bajó la cabeza. Ahora si que Lennye parecía estar muy enojada con ella. —Gracias... —musitó antes de obedecer. Alice llevaba unos minutos comiendo en silencio, cuando Lennye finalmente preguntó: — ¿Quién te golpeó de esa manera?

—No te puedo decir. Sabía que esta respuesta la molestaría mucho, pero incluso a ella no podía decirle. No podía decirle lo mucho que le agradecía haberla curado, porque tendría que remarcar la gran cantidad de dolor que había estado sintiendo, y eso sólo la escandalizaría más. — ¿Qué hora es, cuanto tiempo dormí? — preguntó Alice, mirando automáticamente hacia las ventanas que traslucían un cielo del color de la tinta. —Son cerca de las dos de la madrugada. — ¿Cómo te diste cuenta de lo que me pasaba? ¿Y que hacías caminando de noche por el primer piso? Lennye le lanzó una mirada irónica. —Mira, de verdad no puedo decirte —se excusó Alice. Lennye no dijo nada, y Alice siguió comiendo.

Cuando terminó se puso de pie. —Quizás... ya debería retirarme a dormir — comenzó a decir—. De alguna forma te pagaré lo que hiciste esta noche, te lo juro. Había visto que a veces sus compañeras hacían inclinaciones ante las maestras, pero temió no saber hacerlo con la gracia suficiente, así que simplemente inclinó la cabeza antes de acercarse a la puerta y decir: —Nos veremos en la mañana, en clases. Pero cuando trató de girar la manilla, se dio cuenta de que esta estaba cerrada. —O quizás —le respondió a su espalda la voz de Lennye—, nos seguiremos viendo por un par de horas. Alice volteó. Lennye seguía sentada ante la mesa con la misma tranquilidad que había mostrado desde que la otra había despertado. — ¿Qué crees que estás haciendo? Quiero ir a

mi habitación. Lennye asintió. —Por supuesto. Pero no me has respondido todavía. Alice se apoyó contra la puerta de madera. —No te pienso responder. Y si no me dejas salir ahora, voy a gritar. —Adelante, nadie te va a escuchar. Estamos por lo menos a ocho kilómetros del castillo. Alice entonces estudió la estancia, demasiado rústica para ser una habitación del castillo. Se distinguía bosque espeso rodeando la cabaña de piedra por las tres ventanas que había. — ¿Dónde estamos? —En las espesuras del bosque de Mist. — ¿Por qué me trajiste aquí? —Porque los hechizos silenciadores me dan claustrofobia. Y sabía que ibas a gritar.

—Esto es secuestro. Quiero regresar al castillo ahora mismo. Lennye se levantó para acercarse a ella un par de pasos —No sales de esta habitación hasta que me expliques lo que te pasó. Alice sonrió con burla. —No —respondió simplemente, apoyándose en la puerta. —Como desees —respondió volteándose y tomando asiento.

Lennye

Luego de hacerlo, cogió un libro que había sobre la mesa, lo abrió y comenzó a leerlo. —Cuando regresemos al castillo, vas a estar en problemas por estar haciendo esto. —No me amenaces. En este momento yo tengo el poder aquí. Alice caminó hasta la ventana más cercana e intentó abrirla, pero era totalmente inmovible.

Miró de reojo a Lennye, agarró algún objeto pesado y lo empuñó contra el vidrio. —No hagas eso —la detuvo la voz de Lennye, quien permanecía en su lugar. Alice apartó la vista de ella, y movió el brazo hacia atrás para darle impulso a su mano antes de dar el golpe. Pero entonces algo aferró su muñeca, impidiéndole moverla. Lennye seguía a varios metros de ella. Al mirar hacia atrás, se dio cuenta de que una sombra negra que salía de la pared opuesta envolvía su brazo, y a pesar de verse inmaterial y transparente, estrangulaba su muñeca con la fuerza de una serpiente. Intentó tocarlo con la otra mano, pero se dio cuenta de que tampoco la podía mover. De hecho, no podía mover ninguna parte de su cuerpo. Lennye se acercó a ella, y le quitó lo que fuera que tuviera en la mano. Entonces la liberó. Alice giró para enfrentarla en silencio, jadeando ligeramente por el esfuerzo que acababa

de hacer. — ¿Entiendes el concepto de poder? — preguntó Lennye. —Mira, Lennye, te agradezco lo que hiciste, pero no te voy a permitir que me retengas. —Pero no quiero que me agradezcas. Quiero que me digas la verdad. —Puedes tenerme aquí toda la noche, pero en la mañana tenemos que aparecer en el desayuno, o nos van a empezar a buscar. —Tienes toda la razón, Alice. Quizás... debería usar métodos más persuasivos para acelerar el proceso. Alice sintió sus manos ser forzadas tras su espalda, y esta vez se sacudió violentamente intentando soltarse. Las manos de Lennye la empujaron hacia su derecha, a un espacio vacío y se apoyaron en sus hombros, empujándolos hacia abajo y obligándola

a inclinarse. Alice sintió sus rodillas tocar la piedra conforme escuchaba: —Así, hasta que me digas la verdad. Y mientras estemos aquí, vas a obedecerme ¿De acuerdo? Apenas Lennye la soltó y se alejó unos pasos, Alice se puso de pie, o mejor dicho intentó hacerlo, porque de inmediato una fuerza sobre sus hombros volvió a empujarla sobre el suelo, y otra empujó su cabeza hacia abajo, causándole dolor. —Lo que acabas de hacer lo considero un acto de rebeldía. Si te rebelas contra alguien más poderoso que tú, te arriesgas a ser castigada ¿Quieres ser castigada? —le llegó desde lejos la voz de Lennye. Alice no dijo nada, sólo intentó luchar, aunque en vano, contra esa fuerza que la mantenía prisionera. Como respuesta, las sombras se estrecharon con más fuerza entre sus muñecas, y su cabeza fue inclinada unos centímetros más

hacia abajo. Alice dejó escapar un gemido de impotencia entre sus labios. —Cálmate, o sólo te vas a provocar dolor. En ese momento sólo podía mirar hacia abajo, hacia las piedras polvorientas del suelo, débilmente iluminadas por la luz naranja de algunas velas. Pensó que si decía cualquier cosa, empeoraría su situación, y como no tenía realmente nada que decir, guardó silencio. La mañana del miércoles, cuando habían conversado en la biblioteca y Alice le había pedido que le explicara lo que habían estado estudiando y Lennye había terminado, en realidad, aleccionándola de una forma un poco dolorosa, todavía se sentía con ganas de intentar restaurar su amistad. Pero en aquel momento Lennye estaba resultando ser una persona mucho menos agradable de lo que se había imaginado. Si hubiera sido la persona agradable que Alice

creía que era, ella habría despertado en su habitación y ahora estaría durmiendo. Después, cuando volvieran a encontrarse en la mañana, Lennye se conduciría de forma amable y pretendería que nada había pasado. Con eso habría bastado para que adorara a Lennye por el resto de los días que durara su estancia en el castillo Ravensoul. Y el dolor de aquella semana habría bastado para que no volviera a batirse a golpes con una maestra de la Estirpe Negra. —Preferiría que te quedaras quieta sin que te tuviera que obligar. Ya que de todas formas te vas a quedar en esa posición, sería más sensato hacerlo sin dolor. — ¿Es este un pasatiempo común entre los hechiceros? —Preguntó Alice— ¿Secuestrar a alguien, coaccionarlo y humillarlo? —Si vuelves a hablar sin permiso, te voy a castigar.

— ¿Cómo vas a hacerlo? Entonces, como respuesta, Alice sintió un golpe sobre una de sus palmas. Segundos después, le empezó a arder, de la misma forma en que lo habría hecho de haber sido golpeada con algún instrumento de castigo. Podía ver los pies de Lennye varios metros más allá. No sabía que también se podía hacer eso con magia. —Si estuvieras familiarizada con nuestras costumbres, no pensarías que te estoy humillando. Y tampoco necesitaría usar la fuerza. Alice no dijo nada, solo levantó los ojos para mirar hacia la ventana. En algún momento tendría que amanecer, y Lennye tendría que liberarla. No supo cuánto tiempo pasó así, sintiendo el dolor en su cuello, en su espalda, y en sus rodillas, intentando liberarse ocasionalmente, sólo para encontrarse con que seguía aprisionada. Pero, después de un tiempo, cuando las ataduras en sus manos desaparecieron, y el hechizo que obligaba a

su cabeza a estar inclinada se empezó a aligerar, se sentía aliviada. Y cuando Lennye preguntó: — ¿Vas a quedarte quieta? Alice sólo pudo responder asintiendo con la cabeza. —Buena niña —respondió Lennye, sonriendo con aprobación. Y entonces se acercó a ella. —Ahora —dijo Lennye arrodillándose frente a ella y mirándola a los ojos— ¿Estás lista para decirme? Imaginando el precio que su respuesta le costaría, Alice giró el rostro, apartando sus ojos de los de ella, para demostrarle que su aprecio por ella estaba severamente dañado. —Oh, vaya —replicó tan suavemente Lennye, que las palabras sonaron como sonido que hacían las llamas de las velas al arder—. La hermosa pequeña de cabellos escarlata está enojada

conmigo. Aunque había cierta burla en su tono, Alice no pudo evitar mirarla fugazmente para intentar inferir de sus ojos si eso de "hermosa" era cierto. —Podría ser dura, mucho más dura —dijo, haciendo que Alice se sobresaltara—. Pero creo que lo guardaremos para la persona que te hizo esos golpes. Así que, como no piensas hablar, no me queda otra opción que usar la lógica. Pensemos ¿Quién podría haber tenido motivos para hacerte daño? Alice tragó saliva. —Nadie me hizo daño, me hice esto por mi propio mérito —se apresuró a decir Alice. —Veamos —siguió Lennye, ignorando las palabras de Alice— ¿Tu compañera de habitación podría haber tenido alguna motivación? —Alice apartó los ojos nuevamente— Eso es innecesario ¿Sabes que puedo escuchar los latidos de tu corazón? Entonces, Riham, creo que se llama. Es

un poco acosadora ¿No? —Alice quiso mirarla, hasta entonces no las había visto hablar y le hubiera gustado no sólo saber cómo lo sabía, sino que su forma tan libre de hablar le llamó la atención. »Ella podría haberse aprovechado de ti y luego haberte callado a golpes. Eso explica por qué no quieres hablar —después de haber dicho esto, Lennye guardó silencio unos momentos—. ¿No? ¿Qué tal... Leonora? Si, rompiste alguna regla de la escuela y te interceptó en la obscuridad para atacarte y castigarte a su manera —Lennye volvió a guardar silencio, ahora Alice mantenía los ojos en el suelo sin tener que ser obligada a ello. » ¿O quizás alguna de las maestras? Mmm. Quizás Elena está celosa de que seas más bonita que ella. Si, porque en un par de años vas a florecer en todo tu esplendor —sin mirarla, Alice no pudo evitar esbozar una sonrisa, mitad de diversión, mitad de burla— y vas a seguir cerca del clan Ravensoul, pudiendo atraer la atención

de... alguno de sus miembros —silencio— ¿O quizás en la escuela hay algún descendiente de alguien a quien tu familia le haya hecho daño? — Alice sintió como el puño se le tensaba, las palabras de Lennye la estaban empezando a incomodar. »Sólo puedo pensar en la joven de la Estirpe Roja. Su madre era una Lionheart. ¿Sabes quienes son los Lionheart? Si, a pesar de verse tan tranquila y contenida, guarda una gran rabia, la cual no pudo evitar descargar sobre la alegre niña mimada que llegó del este. Y como para colmo eres una esgrimista más avanzada que ella, ensuciar su honor en la sala de duelos fue la gota que colmó el vaso —Alice sintió como el estómago se le revolvía. »De esa forma ¡Claro! Al practicar esgrima, con ese hechizo, el brazo derecho debe haberte dolido un montón ¿No? —Eel corazón se le sobresaltó, pero mantuvo el rostro quieto, fingiendo que no pasaba nada— Es eso ¿No? —

Alice negó con la cabeza— ¡Así que Sabrina es una pequeña mafiosa! Creo que me voy a tomar la molestia de extenderla la cortesía de un par de lecciones privadas antes de... — ¡No fue ella! —replicó Alice alzando la voz, apagando de golpe el suave susurro de Lennye. Entonces se dio cuenta de que se había puesto de pie de forma automática al gritar estas palabras. Lennye elevó los ojos para mirarla con curiosidad. —Ya dejó de gustarme este juego —murmuró Alice en un tono más bajo, como intentando disculparse por haber explotado. —Es que no es un juego —dijo Lennye, poniéndose de pie, y aferrándola por los hombros — ¿Así que dices que no fue Sabrina? —Claro que no. ¿Qué le hizo mi familia a la suya para que ella pueda odiarme? Creía que los Lionheart eran sirvientes de los Van-Krauss. —No, no. No voy a responder ninguna de tus

preguntas hoy día. —Quiero volver al castillo. —Pero fue alguien que practica esgrima. Encaja a la perfección. —No necesitas tocarme para hacer esto —dijo Alice con frialdad, respecto a las manos de Lennye envolviendo los hombros del vestido de Alice. Como respuesta, Lennye la aferró con más fuerza, y la acercó unos centímetros hacia ella, de manera que Alice podía sentir el calor de su cuerpo mientras susurraba: —Alguien que se siente orgulloso de sus habilidades. Tenebrus es lo suficiente orgulloso de su hombría como para molestarse por ser superado, pero... por una mujer que lo hace, justamente fogosa y pelirroja como le gustan a él, probablemente se sentiría atraído en una forma ligeramente masoquista —Alice no sabía como iba lograr mirar a la cara al resto de los habitantes del castillo después de haber escuchado esta clase

de revelaciones. »No. Por otro lado, la maestra de esgrima —su corazón volvió a latir con fuerza— estaba invicta en esa disciplina hasta el viernes pasado —Alice sintió como empezaba a temblar, Lennye notó esto perfectamente porque bajó el tono de su voz al agregar: —, que fue cuando desapareciste. Cuando estas palabras escaparon de la boca de Lennye, Alice sintió que la voluntad de pelear la abandonaba y dejó de resistirse a los temblores de su cuerpo. Al tener tan cerca el cuerpo de Lennye, no pudo resistir la tentación de dejarse caer sobre él. Las manos de Lennye que la mantenían prisionera, la rodearon casi de inmediato. —Así que eso estabas haciendo la tarde del viernes —susurró Lennye, y, acercando su boca al oído de Alice y causándole un escalofrío, agregó con un tono bajo pero autoritario: —. Vas a contarme hasta el último detalle de todo lo que pasó. Y una vez que hayas terminado —y en este

punto se mezcló en su voz una nota de placer—, ten por seguro de que te voy a castigar por esto. Certera, memorable y físicamente. —Espero que sepas que acepto que mi forma de actuar contigo fue totalmente equivocada, y me arrepiento de ella —confesó Lennye, una vez que Alice hubo terminado. Alice no sabía cuánto tiempo había estado hablando, pero se sentía cansada. Le sorprendía que el cielo se mantuviera negro, permitiéndoles continuar hablando. En ese momento estaban sentadas sobre el sillón en el que Alice había despertado, junto al fuego. Alice tenía un pañuelo en las manos, pues había derramado unas cuantas lágrimas durante su confesión. —Si me hubiera acercado a ti, en lugar de alejarte, habría descubierto esto aquel mismo día. — ¿Entonces no te arrepientes de tu crueldad sino que de tu falta de inteligencia?

—Me arrepiento de no haber seguido mis sentimientos, eso es todo. — ¿Vamos a regresar al castillo ahora? — pregunto Alice, clavando los ojos en el piso, considerablemente más deprimida. — ¿No te acuerdas de lo que te dije hace un rato? Estas palabras no la aterraron ni la sobresaltaron. Con la forma en que Lennye se había dirigido aquella noche, y después conforme las palabras salían de su boca, explicándole todo, Alice sentía que había ido perdiendo, poco a poco, su espíritu. Alice asintió. Por la forma en que se sentía, imaginaba que nada de lo que Lennye hiciera podría dolerle o importarle demasiado. —Es verdad que es incorrecto atacar a una figura de autoridad, pero lo que ella hizo fue mucho peor. Debiste tener eso presente. Y nunca deberías dejar que alguien te extorsionara de esa

manera por miedo a ser regañada o a recibir un castigo. ¿Estás lista? A pesar de lo que Alice había creído antes, estas palabras la hicieron ponerse nerviosa y colorearon sus mejillas. — ¿Tenemos que hacer esto...? —preguntó, hablando con tono de intimidad e intentando apelar a su amistad. —No lo voy a hacer a la fuerza. Pero tampoco te voy a llevar al castillo sin haberme asegurado de propinarte antes unas buenas nalgadas. Con estas últimas palabras, ahora Alice enrojeció decididamente, bajó los ojos, y retrocedió un poco en su lugar, enterrando los dedos en la colcha bajo ella. —Te hiciste daño, Alice. Por falta de juicio dejaste que algo pequeño, como una discusión, se convirtiera en una semana de agonía. Mientras esté en mis manos el poder enseñarte esta lección, y procurar que no lo vuelvas a hacer, créeme que

será casi un honor hacerlo. — ¿Un honor? —Disciplinar a la nieta de Rufus Van-Krauss... — ¿Te estás burlando? —No, claro que no, Alice. Tu familia es genial. Había escuchado muchos comentarios de su familia desde su nacimiento. Pero los que admiraban a su familia solían ser guerreros curtidos, salvajes, hombres de la FMD, en todo caso. Nunca se había visto en la extraña situación de que una niña, una dama como Lennye, le revelara que su familia le parecía genial. Por eso sólo la miró con incredulidad antes de descartar sus palabras. — ¿Comenzamos? —sugirió Lennye, como si la estuviera invitando a jugar a las cartas o a hacer cualquier cosa sin importancia. Alice se puso de pie, esperando que las piernas no le fallaran.

—Por favor, no seas muy dura —pidió, erguida frente a ella. Lennye sonrió con satisfacción antes de ponerse de pie. —Sin cierta cantidad de dolor —le dijo acercándose—, es difícil enseñar un lección. Y recuerda, todavía estás encerrada aquí conmigo. Si haces algo que yo considere inapropiado, es posible que me den ganas de volver a retener tu cuerpo con magia por un par de horas. ¿Entiendes? Alice se apresuró a asentir. —Quédate aquí —ordenó Lennye alejándose a un lugar a su espalda. Sus ojos la siguieron hasta un pequeño armario que había en la pared junto a la mesa, de donde empezó a sacar una serie de libros pequeños. Cuando se dio cuenta de que Alice la estaba mirando, giró el rostro para lanzarle una mirada fugaz.

—"Quédate aquí" debería implicar que no puedes girar el rostro —dijo Lennye, mientras volvía a ella con media docena de libros sobre los brazos. Alice la ignoró, pues se encontraba repentinamente distraída por lo que Lennye estaba haciendo. — ¿Qué me vas a hacer? —preguntó Alice, mirando con curiosidad los libros que tenía en la mano. La otra suspiró, y cuando estuvo frente a ella, la miró directamente a los ojos. —Necesitas aprender un poco de etiqueta. No se supone que actúes así en una situación como esta. Alice apartó los ojos, un poco avergonzada. Sabía cómo tenía que comportarse, era sólo que no quería hacerlo con Lennye. —La idea de que me vayas a castigar ya es suficientemente humillante por si sola. Además...

además no quiero dejar de verte como a una amiga. Lennye volvió al sillón, dejó los libros sobre este y se sentó, antes de decir: —Puedo pensar en varias razones por las cuales no es bueno que me tengas afecto. — ¿Cuáles razones? —Acércate —ordenó, pasando por alto las últimas palabras de Alice, y haciendo con la mano el mismo gesto que le había hecho a Leonora en el lago, durante la primera clase de Doctrina. Alice sintió sus miembros resistirse mientras se obligaba a caminar hasta donde estaba Lennye. —Párate aquí, a este lado —dijo la hechicera, señalando su costado derecho. Alice obedeció y cerró los ojos con fuerza, se estaba imaginando lo que Lennye diría a continuación. —Puedes quitarte la chaqueta, nos va a

estorbar. Alice se apresuró a quitársela y dejarla sobre el respaldo del sillón. —Abre los ojos, parece como si estuvieras asistiendo a tu ejecución. Alice los abrió, sólo para encontrarse con que Lennye le sonreía con placer, así que los inclinó al suelo, y estuvo unos segundos mirando sus zapatos antes de escucharla. —Ahora te vas a acostar sobre mis piernas ¿De acuerdo? Alice asintió y se inclinó, para dejarse caer sobre las piernas de Lennye. Ahora la parte trasera de su cuerpo estaba totalmente a su disposición. —Dime ¿Por qué te voy a castigar? —Por haberte engañado. — ¿Por qué otra razón? —Por dejar que me hicieran daño.

—Exacto, sobretodo por eso último. No quiero que nunca vuelvas a permitir que alguien te arrastre a una situación así. —Pero en ese momento no sabía que... —Basta —la regaño Lennye, y entonces Alice sintió como apoyaba una de sus palmas sobre la parte de su muslo que no estaba cubierto por la falda del uniforme—. Vas a quedarte en silencio mientras hago esto. Alice asintió con vehemencia. —Acerca ese asiento hacia ti y apóyate el él, no hay necesidad de que te apoyes en el suelo — indicó la voz de Lennye. Alice elevó un poco los ojos para observar un asiento bajo y acolchado que había un poco más allá. Al hacerlo, este se empezó a acercar y Alice estiró un brazo para cogerlo y acostar en él la parte de su torso que no estaba en posesión de la hechicera. Intentó hacerlo tratando de moverse lo menos posible, consciente de que su cuerpo estaba

haciendo peso sobre el de Lennye. Que vergüenza. Juntó los brazos a la altura de su rostro, y apoyó la cabeza sobre estos. Era irónico que aquella parte de su cuerpo estuviera tan cómoda y confortable mientras otra parte estaría pronto en agonía. Aunque pensó eso porque no conocía los planes que Lennye tenía para ella. Fue después de eso que un libro fue puesto sobre su espalda. Alice lanzó un débil gemido a modo de protesta. —Esta es la idea, vas a quedarte lo suficientemente quieta como para que el libro no caiga al suelo. ¿De acuerdo? Alice volvió a asentir. —Si el libro se cae, primero te vas a levantar a recogerlo, me lo vas a entregar, y vas a volver a acostarte sobre mis piernas. Y entonces vas a levantarte la falda —entonces, las manos de Lennye tomaron los bordes de su falda y los subieron hasta la parte exacta en la que

empezaban sus nalgas, causando que Alice se sacudiera con nerviosismo un instante—, de esta manera ¿Entiendes? —S...si. —Sólo entonces me voy a sentir con el permiso de darte una palmada. En ese momento, Lennye le soltó la falda, dejando que esta volviera a cubrir la piel de sus muslos. —Pero entonces... —comenzó Alice, pero Lennye la hizo callar con un golpecito sobre su pierna. —No, no te voy a provocar dolor a menos que el libro se caiga. De acuerdo. Entonces no la iba a golpear. Aunque eso dependía del tiempo que estuvieran ahí. Ya que no le era permitido hablar, Alice se quedó en silencio, acostada sobre las piernas de

Lennye, pensando que el único peligro que corría era el de quedarse dormida. Y había empezado a creer que el castigo se trataba de mantenerse despierta, cuando lo sintió. Primero, la mano de Lennye se acercó a su cabeza y acarició su cabello antes de recogerlo con algo que tenía en las manos. Entonces, algo empezó a acariciar su cuello de una manera suave y cuidadosa, tan suave y cuidadosa que le causo escalofríos. Unos segundos después, Lennye puso ante sus ojos un objeto largo, blanco y delicado. Era una pluma. No podía ver su rostro, pero estaba noventa y nueve por cierto segura de que Lennye estaba sonriendo. —Quizás no sabes esto —dijo Lennye, volviendo a quitar la pluma de su campo de visión —, pero el placer puede ser tan torturante como el dolor —siguió, y esta vez Alice sintió la pluma acariciar sus piernas—. Puede quemar de la

misma manera en tu cuerpo, esclavizarte. Alice trató de reprimir el movimiento de sus piernas. No era justo. Sin regañarla ni obligarla a quedarse quieta, Lennye siguió haciéndole cosquillas en la parte de sus piernas que no estaba cubierta por sus medias. Pero entonces, un poco después, entre en borde de su media y su pierna, un dedo se introdujo suavemente, poniéndola nerviosa. Lennye le bajó la media sin pedir permiso, dejándola también a su disposición. Alice agradecía el haber sido curada antes de ser desnudada de esa manera, pues de otra manera ofrecería un espectáculo nada atractivo. Su pierna se empezó a sacudir de una forma muy poco femenina conforme Lennye deslizaba la punta de la pluma por su pantorrilla. Alice gimió y se aferró al borde del asiento sobre el que tenía apoyada la cabeza. — ¿Cuanto tiempo vas a hacer esto? —

preguntó en una voz que debió de haber sonado como un llanto. —Mucho, mucho rato más. Tienes que dormir un poco antes de las clases de la mañana, así que creo que te dejaré irte cuando sean las cinco. Todavía faltan cincuenta y dos minutos para eso. La clase de la mañana era Doctrina, y de hecho no pensaba ir. Aunque no se imaginaba sobreviviendo después de esto. Cincuenta minutos eran una eternidad. Alice volvió a gemir, esta vez a modo de protesta. —Dime, ¿es verdad que la maestra suprema es tu protectora? — ¿Te refieres a Agatha? Si. — ¿Y me vas a decir que te envío a una escuela de la Estirpe Negra sabiendo lo indisciplinada que estás? Alice se sintió herida con este comentario.

— ¿Crees que soy indisciplinada? —preguntó Alice, suavizando el tono de su voz, intentando sonar dulce. Lennye no respondió, y siguió acariciando la parte de atrás de su pierna con la pluma, de una forma más suave y por lo tanto más exasperante. —Hacer esa clase de preguntas, en ese tono, esta totalmente fuera de lugar —la regañó, poniendo voz severa. —Eres mucho menos amable de lo que me imaginaba —replicó Alice. Lennye lanzó una risa que sonó un poco más grave de lo normal, un poco amarga. Entonces, como si quisiera probar lo mala que era, Lennye empezó a deslizar la pluma por la parte interior de sus muslos, y la hizo subir hasta el final de su falda. No pasó mucho tiempo antes de que la internara por sobre los pliegues de su falda, acariciando las partes más sensibles de sus piernas, y luego hiciera lo mismo con la parte baja

de sus nalgas. —Tengo que aprovechar de hacerlo ahora, después te van a doler mucho —dijo Lennye, como si eso excusara lo que acababa de hacer. Lennye estaba resultando ser mucho más descarada de lo que le había parecido. —El cuerpo en si no tiene nada de vergonzoso —dijo Lennye—. Lo incorrecto es como la gente lo usa a veces. —Estas haciendo trampa, creía que no me podías leer la mente. —Oh ¿Lo he hecho? —preguntó Lennye con voz aterciopelada, su tono dejaba en evidencia que la idea le encantaba—. Quizás es porque tu forma tan abierta de reaccionar hace demasiado fácil adivinar lo que estas pensando. —Por favor... basta ya. No lo soporto. Lennye la ignoró, y siguió acariciándole las nalgas, causándole escalofríos y haciéndola

temblar. —Apenas te he tocado, y ya estás rogando. Esa es una prueba perfecta de que es una pérdida de energía utilizar golpes para hacer que alguien agonice. Los escalofríos empezaron a subir hasta la parte baja de su espalda y alcanzaron su columna vertebral. Esta vez, Alice se sacudió con más fuerza de que lo había hecho antes, y ambas escucharon en silencio como el libro golpeaba el suelo. Al menos fue un alivio que Lennye dejara de hacerle cosquillas. Alice se quedó unos segundos acostada, tratando de reunir fuerzas. Se levantó, pero sólo porque el hacerlo le permitía mirar a Lennye con los ojos llenos de ruego y de rabia. Sin inmutarse, Lennye le devolvió una mirada indiferente, cerró los ojos y señaló el libro que había caído al suelo. Alice se inclinó para recogerlo.

—Aquí tienes. Lennye estiró la mano para tomarlo. —Ya sabes lo que tienes que hacer —dijo ella, con el mismo aspecto implacable. Tratando de ser cuidadosa, Alice volvió a acostarse sobre ella. Entonces estiró los brazos hacia abajo para sujetarse la falda. Si Lennye hubiera hecho esta parte, no habría sido tan humillante. Aun así, ni siquiera se había descubierto las nalgas, y sujetaba la tela justo por sobre la parte que estas se juntaban con los muslos. Entonces Lennye apoyó la mano sobre uno de sus muslos, y lo acarició ligeramente. De esa manera, cuando volvió a quitar la mano, Alice sabía que estaba a punto de ser azotada. El corazón se le aceleró, el miedo la hizo encogerse y cerrar los ojos. El sonido del impacto fue seguido de inmediato de un gemido. El dolor pareció extenderse por

todo su cuerpo por un instante, antes de que empezara a sentir el ardor encima de su muslo. Se dio cuenta de que había dado un pequeño salto al recibir el golpe, y que sus manos temblaban ligeramente sujetando la falda, pero no las quitó, porque Lennye todavía tenía la mano encima de su piel. Entonces la quitó, y sin volver a tocarla dijo: —Vuelve a poner las manos arriba. Alice obedeció. Y sintió como Lennye le estiraba la falda antes de volver a poner el libro sobre su espalda. El cuerpo se le había acalorado demasiado. La mano de Lennye sujetó nuevamente unos mechones de su cabello. Entonces la pluma hizo cosquillas en la parte de atrás de su oreja, y segundos después hizo lo mismo con su lóbulo. Un escalofrío se extendió de inmediato desde la cima de su cabeza y hasta la punta de sus pies.

El sonido de los cuatro libros golpear el piso las sobresaltó. Alice tenía el rostro inundado en lágrimas, pero no eran tanto de dolor como de desesperación. La pluma, que se había introducido bajo su camisa por medio de un hechizo y acariciaba sus hombros, se detuvo. Las manos de Lennye que se esforzaban por mantenerla quieta, soltaron su torso y su pierna derecha, ahora tan desnuda como la otra. Alice se habría levantado a recogerlos, pero habría sido una acción vana, ya que aquella venda blanca que Lennye había llevado hasta ahora envolviendo su muñeca, amarraba ahora las de ella, manteniéndolas quietas por sobre su espalda. Lennye quitó de su espalda el quinto libro, que no se había caído, y con un hechizo hizo volar los libros de vuelta hasta ella. —Estos serán los últimos golpes —dijo Lennye —. Ya va a amanecer.

Alice escuchó estas palabras con alivio, sin creer que había soportado hasta el final. — ¿Quieres que te desate? —ofreció Lennye con amabilidad. —No, después... —respondió Alice. En un momento, fue Lennye quien le había ofrecido atarla de manos y sostenerla quieta. Al darse cuenta de que moverse sólo la perjudicaba a ella, Alice aceptó. Comprendía que estar atada y ser restringida por las manos de Lennye sólo resultaba más humillante, y que si fuera un poco más orgullosa tendría que haberse negado y soportar el castigo de manera estoica, pero no lo era. Lennye le subió la falda completamente, sin ningún miramiento, descubriéndole las nalgas. "Por favor" rogó en su mente "que no lo note" La luz era escasa, y era poco probable que Lennye tocara sus bragas, pero pensó que de alguna forma el aroma podría sentirse. Calculaba

que la humedad era lo suficientemente ligera como para no traspasar la tela ni marcarla, pero no podía estar segura de que su razonamiento en aquella situación fuera certero. De todas maneras, escondió el rostro, enterrándolo en la superficie acolchada. Si Lennye notó su excitación o no, no lo supo. De todas formas la jovencita no dijo nada, conforme levantaba la mano para propinarle un fuerte azote sobre la nalga izquierda. Solo quedaban tres golpes. Como lo había hecho hasta ese momento, dejó la mano sobre su piel un momento, y la acarició con bastante más libertad de la que había tenido al principio. Entonces levantó la mano, para volver a darle un severo golpe encima del que le acababa de dar. Alice gimió y se sacudió. Había sido mucho más fuerte que los golpes de antes. —Tranquila —la regaño la voz severa de Lennye—. O voy a pensar que todavía necesitas

quedarte un rato más sobre mis piernas. Bastaron estas palabras para hacerla quedarse quieta. —Así me gusta, sin hacer berrinches. Alice se mordió el labio de rabia ante estas palabras. Decir que era un berrinche reaccionar de esa manera ante un golpe tan brutal, era una descarada injusticia. Pero no dijo nada, no ahora que estaba a punto de liberarla. El siguiente golpe fue casi tan duro como el anterior, pero fue dado sobre su otra nalga. Esta vez Alice se quedó tan quieta como era posible, tratando de ahogar sus gemidos. Lennye se demoró todo el tiempo que pudo, acariciando sus nalgas con parsimonia, volviendo a acomodar su falda, casi disfrutando de la desesperación de Alice, antes de volver a golpearla. La mano de Lennye aterrizó en la parte baja de sus nalgas, en el medio de ambas, haciendo que

Alice se sobresaltara. Acababa de golpear la parte más cercana a sus genitales que sus propias reglas, totalmente variables, le permitían. Alice ni siquiera pudo sentir vergüenza mientras Lennye dejaba la mano ahí, pues el dolor la había hecho derramar más lágrimas. Y se quedaron así un rato, Lennye sosteniendo sus nalgas mientras Alice lloraba. Cuando Alice logró detenerse, sintió que Lennye quitaba la mano y le bajaba la falda, volviendo a proteger su piel marcada. —Desde ahora vas a tener más cuidado con la gente que frecuentas en el colegio ¿Entiendes? —Si —respondió Alice débilmente. —Y no vuelvas a mentirme. —No, nunca más —replicó Alice, respetuosamente como le era posible.

tan

Las manos de Lennye se movieron hasta sus muñecas, y comenzaron a desatarlas.

—Puedes levantarte —dijo finalmente Lennye cuando la hubo desatado— ¿Puedes levantarte? —Eso creo —respondió tratando de recuperar el control de sus brazos. Finalmente se puso de pie con la ayuda de Lennye. Ésta solo tenía una sonrisa muy leve cuando se puso de pie frente a ella para volver a atarse la venda alrededor de la muñeca derecha. — ¿Estás bien? —preguntó acariciándole el rostro con la punta de los dedos. Alice asintió. —Aquí tienes —le ofreció el pañuelo que Alice había tenido en sus manos hacía un rato. Alice se secó el rostro y Lennye se alejó de ella, acercándose al fuego. —Siéntate un momento ¿Quieres beber algo? —No —replicó simplemente Alice, dejándose caer sobre el sillón. —Te voy a preparar una taza de té.

Alice no dijo nada. Estaba cansada, pero a pesar de eso su cuerpo se sentía demasiado embargado por otra sensación. Se dio cuenta, con vergüenza, que todavía tenía las medias abajo, y al subirlas se dio cuenta de que se había hecho un poco de daño en las rodillas, o mejor dicho, Lennye se lo había hecho. Agradeció que el uniforme cubriera esa parte del cuerpo. — ¿De quien es esta casa? —preguntó Alice. —No lo sé. Estaba vacía y parece que nadie ha venido en un buen tiempo. —Le respondió Lennye, dándole la espalda, inclinada ante el fuego. — ¿Entonces estás preparando té en la casa de otra persona? Podría estar malo. —Oh, no. Esas cosas las hice aparecer con hechizos. ¿Como piensas que podría hacerte beber algo que podría estar malo? Lennye volvió ante ella y le ofreció una taza llena de un líquido color caramelo.

Alice la cogió y bebió unos tragos de ella. Lennye se movió de un lado a otro arreglando el desorden que habían hecho, y comenzó a apagar las velas y el fuego, hasta que quedó sólo una encendida, en la repisa de la chimenea, cerca de su derecha. Alice dejó la taza sobre una mesita que había en ese mismo lado, e iba a ponerse de pie, cuando Lennye se puso ante ella, volviendo a hacer que se sentara. La empujó de tal forma que las nalgas le dolieron, incluso contra la colcha del sillón. —Bebe un poco más —pidió, sosteniendo su cuerpo contra el sillón.

todavía

—No quiero —replicó Alice—. Quiero estar en mi cama, y dormir. —De acuerdo —cedió Lennye, negando con la cabeza, como si estuviera ante la niña más caprichosa del mundo. Estiró un brazo para coger la chaqueta de Alice en el respaldo del sillón, y la arrojó sobre el

regazo de esta. De pronto, la luz de la vela se apagó y Alice escuchó el tiritar de la taza de cerámica sobre el plato. Todo estuvo oscuro por un segundo, antes de que una sola luz, la de la luna, le llegara desde una pequeña y conocida ventana arqueada a su izquierda. Cuando miró alrededor se dio cuenta de que estaba sentada en su cama, en su habitación en el castillo Ravensoul. Lennye estaba frente a ella, en la misma postura en la que había estado hacía un momento. Cuando se dio cuenta, la soltó, se irguió y se alejó un par de pasos. —Aquí estamos. —Eso fue rápido —dijo Alice, susurrando, todavía mirando a su alrededor, maravillada. Entonces, al echar un vistazo rápido a la cama de Riham, se dio cuenta de que esta no estaba. —Mientras estabas inconsciente, subí un momento y me tomé la libertad de enviar a tu

compañera de habitación a la cama de su novia... — ¿Cómo hiciste eso...? —Pensaba que iba a ser incómodo si te veía llegar durante la madrugada —respondió Lennye, ignorando su pregunta. —Aun así, Saga suele venir a dormir aquí cuando ella se queda en aquella habitación. Lennye se encogió de hombros. —Supongo que esta vez no hicieron el amor — respondió ella. Alice todavía sentía que el cuerpo le ardía. Las caricias de Lennye, a pesar de ser parte de un castigo, habían provocado más reacciones en su cuerpo que solo escalofríos. Y era como si todavía pudiera sentirlas. Alice se puso de pie, dejando caer su chaqueta al suelo, y se acercó a Lennye. Tímidamente estiró una mano hasta el rostro de ella, y tocó sus labios con los dedos, antes de bajar su mano hasta la

mejilla de ella, acercar su rostro y tratar de besarla. Lennye dio un paso hacia atrás cuando se dio cuenta de lo que pretendía. —No —susurró—. No sería apropiado después de lo que te acabo de hacer. Alice sólo la miró fugazmente antes de bajar la vista. —Creo que no debí entrar contigo a tu habitación —se apresuró a decir Lennye—. Creo que te di una idea equivocada, discúlpame. —No, yo no debería haber hecho eso —se disculpó Alice—. Me dejé llevar. —No tiene nada de malo dejarse llevar en algunas ocasiones, pero no en esta. Y se dirigió a la puerta, entonces pareció recordar algo y volteó. —Aquí tienes —dijo cogiéndole la mano para poner una botellita sobre ella.

Alice la sostuvo, observándola. Todavía tenía las manos ardiendo de los golpes que había recibido con la cubierta de uno de los libros, por intentar cubrirse las nalgas. —Es para los golpes —dijo Lennye, y volvió a alejarse—. No salgas de la habitación hasta que sea hora de ir a clases. Nos vemos. Entonces salió de la habitación, dejándola sola. Cuando Alice puso la botellita sobre su velador, se dio cuenta de que había una taza de té ahí. Posiblemente la misma que Lennye le había pasado hacía unos minutos. Primero levantó la chaqueta del piso y la puso sobre el respaldo de la silla de su escritorio. Entonces se quitó los zapatos y empezó a desvestirse. Se puso su piyama y se apresuró a meterse a la cama. Tendría que ir a clases... no. Mejor dicho querría estar despierta para la clase de Doctrina de las diez. Se tapó con las mantas, apoyó la cabeza en la almohada, pero no pudo dormir. Su cuerpo todavía

tenía demasiada sed de lo que le acababa de ser negado. Esa noche se tocó, recordando la escena que acababa de acontecer en la cabaña, pensando en Lennye. Mucho más rato después, se durmió. La mañana llegó demasiado pronto. El cuerpo le dolía y habría querido quedarse en cama por el resto de la mañana. Algo picoteaba su mano derecha. Alice, ya acostumbrada a aquella forma de comunicación, estiró la mano, para tocar a la criatura, la cual se transformó en papel. La clase de Doctrina se llevará a cabo en la sala 12. Whitegrave. Alice se levantó de prisa. ¿Qué hora sería? Lennye generalmente mandaba esos mensajes unos pocos minutos antes de que la clase

empezara. Estiró la mano para coger su reloj. Eran ya las nueve y media. Se lavó y vistió apurada, preguntándose dónde se había metido Riham. Había dormido durante el desayuno, así que tuvo que bajar primero a la cocina para prepararse algo de comer, ya que se moría de hambre. Una vez que llegó al segundo piso, y encontró la sala que estaba buscando, ya habían pasado de las diez, y estaban todos adentro, sentados, y escuchando lo que Lennye decía. Lennye sólo la miró fugazmente, pero no le dijo nada mientras se sentaba junto a sus amigas. —Te veías cansada, pensé que sería bueno dejarte dormir —le dijo Riham en voz baja. Ese día, Lennye había dibujado en la pizarra cinco símbolos. Alice estaba totalmente segura de que el segundo desde la izquierda, era una mano abierta, pero no estaba segura acerca de los demás. Y, si se fijaba mejor, el último era, sin

duda... un látigo enrollado. —...No son sólo objetos, representan ideologías, métodos e incluso estados de ánimo — estaba diciendo, cuando Alice se sentó — ¿Quién puede decirme qué representa el primer dibujo? — preguntó Lennye señalando al último. —Salvajismo —respondió de inmediato la voz de Leonora, quien había hablado sin levantar la mano. —No, no... —Reprobó Lennye, negando con la cabeza— ¿De verdad es esa la mejor respuesta que puedes dar? ¿O sólo estás tratando de ser ofensiva? Alice, que estaba a espaldas de Leonora, no respondió nada, pero estaba segura de que la chica tenía una expresión herida en el rostro, pues no respondió nada. A continuación, Sabrina levantó la mano, y Lennye asintió en dirección hacia ella. —A ver, si no me equivoco, el látigo de la

Estirpe Roja representa el tipo de métodos educativos y disciplinarios que imperan en esta. De los cinco es el que causa mayor daño a simple vista, y el único que causa que la víctima sangre. —Muy bien representa?

¿Qué

ideas

o

conceptos

Como nadie más respondió, Sabrina siguió hablando: —Fuerza... —De acuerdo. —Al estar hecho de piel, representa cierto contacto con la naturaleza animal de las personas, que es a lo que creo que Torreoscura se refería. —Muy bien. ¿Algo más? —Eso es todo lo que sé —respondió Sabrina. —Gracias. De acuerdo. Yo sé que algunos de ustedes están acostumbrados a mirar a la personas de la Estirpe Roja como si fueran... "salvajes", pero sus ideales representan una parte importante

de la naturaleza humana, que todos tenemos. ¿El siguiente? El siguiente dibujo, según el orden de Lennye, era un rectángulo largo y delgado dibujado de manera vertical. Casi todos levantaron la mano esta vez, y Lennye señaló a Lydia, que estaba delante de ella. —La vara de la Estirpe Negra. La que no es sólo el instrumento de castigo por excelencia, sino que también es nuestra arma por excelencia, una vara para canalizar magia. Representa firmeza, elegancia, y una fuerte conexión con la tierra. —Esa es una respuesta perfecta —la felicitó Lennye, sonriendo. Sólo había pasado una semana desde que Lennye había llegado al castillo, pero parecía una eternidad. Encajaba tan bien entre las hechiceras y era tan admirada que parecía que le hubiera hecho clases a ese grupo desde siempre. Alice se preguntó, mirando alrededor, qué

mérito estético tendría ese salón pequeño de asientos de madera como para compararse con la orilla del lago o con el salón de las estatuas. No tenía idea, quizás a Lennye se le habían agotado las ideas, pensó, mientras se sacudía ligeramente para intentar disminuir el dolor que le causaba el contacto que hacían sus nalgas con la superficie recta y dura sobre la que estaba sentada. —Leonora —dijo Lennye, causando que la chica se sobresaltara. Lennye había señalado el tercer dibujo y miraba en dirección a Leonora, no molesta ni severa, más bien implicando que era obvio que la niña sabía la respuesta, lo que convertía su manera de hablar en un cumplido. El dibujo mostraba una especie de cinta que le resultaba más o menos familiar. —La venda de los sacerdotes, que es un eufemismo para referirse a una cuerda. Representa la clase de castigos que implicar restricción de

algún tipo y no dolor físico. En otros contextos, como en tu caso, la venda representa el abandonar la vida terrenal para atarse al sacerdocio. Alice se sorprendió y se quedó mirando fijamente a Lennye. ¿Qué significaba que estuviera "atada al sacerdocio"? Por supuesto que Alice sabía lo que eso significaba en el mundo de los sinestirpes, y de pronto le pareció entender por qué Lennye había rechazado su beso. —Muy bien —y aquí, al notar que Alice había levantado la mano, su expresión se volvió nerviosa— ¿Si, Alice? —Tengo una pregunta. Acerca de lo que acaba de decir Torreoscura. — ¿De qué se trata? — ¿"Atarse al sacerdocio" entre los hechiceros implica lo mismo que implica entre los monjes de las religiones sinestirpes? —En primer lugar, no hay tal cosa como "religiones sinestirpes", los hechiceros

compartimos muchas creencias y cultos con los sinestirpes. Segundo, lo que nosotros llamamos "sacerdotes" es, más bien, una doctrina de la Estirpe Azul, no una religión. — ¿Y qué implica? Lennye sonrió con suficiencia. —El simple hecho de comenzar a detallar lo que implica nos llevaría horas. El hacer a una persona entenderlo a cabalidad, llevaría años de educación. Nosotros, con nuestras humildes clases, sólo podemos llegar a acercarnos a entrever aquel significado con un poco más de claridad, y aún así es una clase de conocimientos de la cual deberíamos estar agradecidos. ¿Ah? —Pero en esencia, si tú eres una sacerdotisa, serías comparable a una monja. Lennye rió traviesamente esta vez. —A ver, yo soy una aprendiz de sacerdotisa,

todavía no he hecho los votos. —Entonces, a una novicia. —En cierta forma... Pero para que todos entendamos, cuando Alice dice "monja" se refiere a las sacerdotisas de la religión principal de Buena Ropa, ustedes saben, esa clase de gente que construye hermosas edificaciones con vidrios pintados. En Mist hay una. Una especie de "Ahh" de entendimiento se esparció entre los alumnos. —Con eso claro, creo que podemos seguir con la clase, porque nos has desviado mucho del tema. —Espera. Todavía no has contestado a mi pregunta. —Por supuesto que hay parecidos, y también hay diferencias. No te puedo explicar algo como eso en una clase, si quieres en algún momento hacemos un estudio comparado de los distintos cultos que reinan en mundo —y se volteó hacia Leonora, separó los labios, pero no alcanzó a decir

nada. — ¿Pero, eso significa que tienes que permanecer virgen toda tu vida? Cuando Riham escuchó esto, rió, y otras personas rieron también. Esta pregunta pareció incomodar mucho a Lennye, porque cerró los ojos con fuerza, como armándose de paciencia, y permaneció así un rato, sin decir nada. —Por supuesto que no —soltó en un tono seco, sin abrir los ojos—. Esas son costumbres de los sinestirpes. Y, de cualquier forma, esa no es una pregunta adecuada para hacerle a una mujer ¿No te parece? Alice enrojeció de vergüenza e inclinó los ojos. Había vuelto a molestar a Lennye. —Leonora, dime —continuó Lennye, intentando hablar con indiferencia—. ¿Porque se dibuja una venda y no una cuerda? —preguntó.

—Porque aunque los distintos tipos de nudos y ataduras son ampliamente usados en algunos clanes de la Estirpe Azul, lo ideal es que la persona corregida no necesite ser atada, maestra, lo que requiere psicología —respondió Leonora, poniéndole a cada sílaba una nota más educada que a la anterior, dispuesta demostrarle a Lennye lo mucho que se diferenciaba de Alice. —No es sólo psicología, también requiere amor. A veces, la persona es atada simbólicamente con una venda delgada que puede romper fácilmente —agregó Lennye—. ¿Esto les remite en algún sentido a la historia que leímos el otro día? Algunos débiles "si" se extendieron por la habitación. —Algunas personas lo leen como autodominio y autodisciplina, y sin duda que es uno de sus propósitos, pero también tiene una lectura más sutil que suele escapársele a algunas personas. Si

alguien puede responder correctamente a esta pregunta, como premio le ayudaré a estudiar para cualquier materia, tantas veces como quiera ¿Alguien sabe cuál es? Incluso Alice, que acababa de ser reprendida de una forma bastante dura, elevó los ojos con curiosidad. Sólo una mano se elevaba, totalmente estirada, hacia arriba. Lennye esbozó una sonrisa. —Pero —advirtió Lennye, poniéndole cierto acento de suave amenaza a su voz—, si respondes mal, habrá un castigo. Lejos de que esto desanimara a Leonora, la joven asintió, bajó la mano, y comenzó a hablar: —Hace referencia al principio de la sutileza. De obtener una reacción poderosa utilizando métodos sutiles, suaves, la menor cantidad de fuerza posible. — ¿Cómo se conoce ese concepto? —preguntó Lennye con una voz sorprendentemente grave.

De repente, al escuchar a Leonora hablar, su semblante se había vuelto serio y la miraba sin sonreír, como si estuviera jugando una partida de ajedrez con ella, y esperara a que cometiera el más mínimo error para atacarla. —El color de la niebla —respondió Leonora, su voz también sonaba distinta, como si el intercambiar palabras con Lennye la hubiera hecho entrar en un trance. — ¿Por qué se llama así? —Porque es un estado de ánimo que se ha intentado capturar o definir muchas veces a lo largo de la historia, sin un verdadero éxito. Es como tratar de definir cuál es el color de la niebla, o intentar aprisionarla en tu mano. Sólo algunos sabios adecuadamente entrenados lo entienden. Curiosamente, no siempre hechiceros. —Es como la caricia de la punta de una pluma sobre la piel —dijo Lennye, y Alice sintió un agradable cosquilleo cuando sus ojos se toparon

con los de ella, como por casualidad, por un segundo—, o acariciar a alguien sin tocarle. —O hacer el amor con palabras —agregó Leonora, quien parecía haber perdido el aliento. Cuando Leonora dijo estas palabras, las dos chicas se quedaron mirando fijamente, y ninguna dijo nada por un momento. Entonces, Lennye pareció darse cuenta de que estaba en medio de una clase, sacudió la cabeza y dijo: —Muy bien, excelente, Leonora —con un tono educado y compuesto—. Ahora, el siguiente símbolo. —La Estirpe Blanca —susurró Saga a su lado, de manera que sólo Alice pudo oírla. Alice pensó que si sabía la respuesta, debía de hablar. — ¿Cómo dices, Saga? —preguntó Lennye, que se hallaba a varios metros lejos de ellas. Sin duda que sería cosa de hechiceros. Saga se

sobresaltó al darse cuenta de que Lennye la había escuchado, pero aún así respondió: —Dicen que ninguna persona de la Estirpe Blanca es castigada con nada más doloroso que el golpe de una mano. Alice no había estudiado a esa Estirpe, aunque había leído de ella de pasada en algún libro, y se preguntaba por qué nadie se la había mencionado. —Solo por si acaso, estamos hablando de la verdadera Estirpe Blanca ¿No? No de la familia que le entrega tres quintos de los votos a la Estirpe Mayor en el Concilio. Algunas débiles risas sonaron en la sala. "Claro, no se preocupen de explicarle el chiste a la sinestirpe" — ¿Has leído acerca de la Estirpe Blanca, Saga? —He escuchado leyendas, pero como se sabe poco de ellos, la gente suele imaginarse cuáles

eran o son (si es que siguen existiendo en algún lugar) sus costumbres. —Referente a sus métodos educativos ¿Qué nos puedes decir? —Lo que dije antes, es porque se supone que los hechiceros de la Estirpe Blanca son personas muy sensibles, y necesitan se tratadas con cuidado, constantemente. Defienden una clase de amor mucho más apasionada y vital que el de la Estirpe Azul, que en realidad es sólo mental, estético y superficial. Algunas personas miraron fijamente a Saga, acaba de ofender a la Estirpe de Lennye. Pero Lennye sonreía encantada, apoyándose en su escritorio. —Esa es una visión un poco injusta, pero es una respuesta excelente, te felicito. No esperaba que nadie supiera acerca de la Estirpe Blanca. Finalmente... Y los ojos de Alice llegaron hasta la gran X

que había dibujada al final del pizarrón. — ¿Qué es eso? —Preguntó Alice, olvidándose de que no quería hablar en voz alta para que Lennye no volviera a regañarla— ¿Una cruz de san Andrés? —preguntó siguiendo el patrón de pensamiento que seguiría cualquier persona. Lennye la miró fugazmente antes de borrar la X con la palma de la mano, con semblante serio. Alice se espantó ¿Qué había dicho ahora? —Los métodos de la Estirpe Mayor, como todos ustedes saben, no son material para una clase con menores de edad, mucho menos para una escuela de la Estirpe Negra. Una serie de sonidos de decepción se extendió entre los estudiantes. — ¿Por qué no? —preguntó Alice, intentando hablar aún más bajo. Saga la miró avergonzada antes de bajar la vista, sin decir nada. Fue Riham quien volteó la

cabeza a medias para mirarla, curiosamente, con una sonrisa enorme pintada en el rostro. —La X no es ninguna cruz de san Andrés —le susurró—, significa sexo. — ¿Sexo? —preguntó Alice sintiéndose extraña de tener esa conversación en un salón de clases. Sólo entonces se dio cuenta de que por muy pervertida que Riham le pareciera, nunca la había escuchado hablar con palabras tan gráficas, pues generalmente usaba eufemismos. — ¿Cómo puede ser el sexo una forma de castigo? Riham sólo ensanchó su sonrisa, antes de voltear. Cuando Alice volvió a levantar los ojos, se dio cuenta de que toda la clase se había quedado mirándolas. Incluso Lennye que las miraba fríamente, y Leonora, que tenía aspecto de haber estado atenta a la conversación de ellas. Para sorpresa de todas, fue Lennye quien le

respondió: —Prohibiéndole a una persona liberar sus impulsos después de una situación muy excitante, por ejemplo —había dicho esto con tono neutro, mirando hacia el vacío, hacia nadie en particular, pero entonces, desvío los ojos hacia Alice, y la miró fijamente— ¿Eres capaz de imaginártelo? Alice se estremeció ante esta mirada. Y se preguntó si Lennye se estaba refiriendo a lo que Alice creía que se estaba refiriendo. —De todas formas —siguió, dándole la espalda—. No vamos a hablar de eso. Lo estudiarán cuando vayan a la Academia Superior — ¡Pero faltan dos años para eso! —rezongó Riham. Cuando la clase terminó, fue la primera en ponerse de pie, agradecida de poder pararse. Como sus compañeras notaron que Lennye se acercaba a ella, se apresuraron a abandonar la sala, pues pensaban que, por todas sus

interrupciones, recibiría una amonestación parecida a la que había recibido Leonora el viernes pasado. Alice se quedó clavada en el piso, y cuando Lennye se detuvo ante ella, se tomó la libertad de observarla con la mirada. Su expresión era seria. —Lo siento —soltó. Lennye negó con la cabeza. —No me molesta que hayas preguntado eso, sólo que no debiste hacerlo ante tanta gente. —Lo siento mucho, de verdad. —Por otro lado, tengo que confesarte que me molesta que te importe una cosa como esa. Yo no he venido al colegio a buscar alguien que me quite la virginidad ¿Entiendes? Alice se sobresaltó ¿Lennye era virgen? Alice se quedó observando encantada la forma en que movían los labios de Lennye mientras pronunciaba la palabra "virginidad", y, cuando se

dio cuenta de que estaba siendo regañada, asintió con vehemencia. —Pero no vine a regañarte por eso, es otra cosa la que quiero pedirte. Lennye estiró la mano para tomar la de Alice, que todavía mantenía marcas de los golpes, y la sostuvo las suyas, observándola, antes de decir: —No quiero que vayas a la clase de esgrima de esta tarde —con voz suave—. De hecho, me gustaría que pasaras toda la tarde en tu habitación. Lennye le estaba pidiendo eso, aunque su autoridad en la escuela no le permitía dar una orden como esa. Aún así, Lennye había ganado una especie de poder sobre ella, y al mantenerlo en secreto les confería una especie de complicidad. —Tendré que verme con Nadia en algún momento ¿no lo crees? —Es sólo por esta tarde —insistió Lennye. — ¿Estoy obligada a hacerlo? —preguntó

Alice, tratando de no sonar maleducada. Lennye volvió a negar con la cabeza. —Sencillamente me complacería mucho que lo hicieras —le soltó la mano y la dejó sobre la mesa —. Eso es todo. Y sin decir otra palabra, ni volver a mirarla, se alejó hacia la salida. Después del almuerzo, la mayoría de las niñas de tercero se dirigieron al jardín o al lago, para aprovechar el espacio vacío de tiempo que tenían. Sin embargo, Alice se dirigió obedientemente hacia su habitación. Una vez que cerró la puerta, escuchando el silencio de la habitación y observando el sol afuera le pareció que esta conformaba otra parte de su castigo. Sólo entonces recordó que Lennye no había hecho mención de lo que había sucedido la madrugada anterior, luego de haberla llevado a su

habitación. Quizás era esa clase de cosas que podrías dejar en el olvido si preferías. Si, definitivamente era un castigo, pensó acostada en su cama, aburrida. Aunque lo único realmente malo era que Lennye no estaba mirando y quizás no tenía ni idea de lo obediente que estaba siendo Alice. Una vez que llegara la hora de la cena, bien podría ignorarla, y estaba casi segura que si salía de su habitación para darse una vuelta por el bosque, Lennye ni siquiera lo notaría. Se levantó para cerrar las cortinas, quitarse la ropa y mirarse con cuidado las marcas que Lennye le había hecho la noche anterior. Sus nalgas estaban sonrosadas, y se avergonzó al pensar que Lennye las había visto tan de cerca, mientras estaba en aquella posición tan humillante. Recordó entonces la solución que Lennye le había pasado la noche anterior y se la untó en la piel, mientras se seguía mirando al espejo.

Cuando terminó, volvió a vestirse y a controlar la hora. Sólo eran las tres de la tarde. ¿De verdad tendría que quedarse ahí hasta las ocho? Suspirando, se levantó, cogió algunos de sus deberes, y los puso sobre la cama, donde comenzó a hacerlos, acostada boca abajo. Una vez que logró concentrarse, el tiempo voló hasta la hora en que Riham volvió a la habitación. Alice estaba demasiado concentrada en tratar de entender la tarea de Alquimia como para notar que la otra cogía la botellita de su velador y la observaba. Pronto Riham la puso ante sus ojos y, desvergonzadamente, apoyó su mano sobre una de sus nalgas cubierta por la falda. — ¡Ay! —Te has estado comportando rara toda la semana. Pero parece que alguien arregló tu estado de ánimo —sugirió Riham con una sonrisa. Alice no dijo nada. — ¿Sabes que al no pertenecer a los Cinco

Círculos, las maestras no tienen permiso de castigarte físicamente, verdad? —Lo se. Yo lo permití. — ¿Por qué no fuiste a clases de esgrima? —Quería dormir un poco —mintió. No le iba a decir la verdad, la cual la avergonzaba y a la vez le resultaba placentero esconderla. — ¿Quieres ir afuera? —Quiero terminar mis deberes antes del fin de semana. Riham se encogió de hombros, e implicando que Alice tenía razón, se sentó en su escritorio y empezó a pasar las páginas de uno de sus libros, sin mucho entusiasmo. Pronto Riham se aburrió y sacó una novela, la que empezó a leer sentada sobre su escritorio, mirando hacia Alice, pero sin decir nada, excepto lanzando una que otra carcajada, de repente, a causa de lo que leía.

Esa noche, después de la cena, se quedó de pie en la sala de estar, mientras observaban a Lydia tocar el violín. —Espero que todas mis teorías de anoche no hayan empeorado la forma en que ves a tus compañeros —susurró una voz a su lado. —En realidad, he estado tratando de recordar sólo las cosas agradables que pasaron anoche. Alice miró automáticamente hacia la chimenea. No podía creer que sólo veinticuatro horas atrás, había acontecido ahí la escena más increíble. —Por suerte te di unos golpes bastante duros, que no te van a permitir olvidar las cosas tan fácilmente. Alice se sintió incómoda y miró alrededor. Aunque no había nadie cerca, no podía evitar preocuparse de que la otra hablara de esa manera. —Supongo que lo hiciste pensando en mi bien. Así que gracias.

— ¿De verdad lo agradeces? Recuerda que, como tú dijiste, te coaccioné. Después de lo que había hecho Nadia, la actitud de Lennye había sido casi heroica, en una forma sádica y retorcida, pero heroica. Alice soltó el respaldo del sillón vacio que estaba sujetando, y se alejó hasta un rincón más vacio de la estancia, preguntándose si Lennye la seguiría. Para su sorpresa, Lennye caminó a su espalda, y estaba ahí, frente a ella, cuando Alice giró. —Si, te lo agradezco. Se siente extrañamente bien que alguien se preocupe de tu bienestar de esta manera —cuando terminó de decir estas palabras, se sintió en la libertad de apartar sus ojos de los de Lennye. Recordó como se había sentido durante la tarde, al estar encerrada en su habitación. En parte castigada como una niña pequeña, y en parte manteniéndose lejos de Nadia, protegida de ella.

—Me alegra que me hayas hecho caso esta tarde —dijo Lennye. Alice volvió a mirarla, avergonzada. Lennye había resultado un poco diferente de lo que le había parecido en un principio. Se preguntó si esa forma de tratarla se prolongaría en el tiempo, y pensó que en aquel momento no le parecería tan molesto si lo hiciera. Después de todo, al mantener el secreto, Lennye si tenía cierto poder sobre ella. Pero la respuesta a su pregunta llegó de los labios de Lennye casi al instante. —Ahora vamos a tener que hacer algo que no es tan agradable. —Pensé que anoche habías terminado de castigarme —protestó Alice—. No es justo, hice todo lo que dijiste. —Esta parte no depende de mí, hay que hacerla de todas formas. Tienes que dejar en evidencia a esa pe... —aquí Lennye se mordió el labio, como

si hubiera estado a punto de decir una palabra que hubiera sido impropia para sus labios de señorita — a esa persona que ambas sabemos. Debes decirle a la maestra Somn, o bien acusarla públicamente. —Pero, no es justo, nunca dijiste que... —Te doy hasta mañana en la noche. —No voy a hacer tal cosa, no puedes obligarme. —No puedo obligarte, pero tampoco veo como puedas impedirme hacerlo. Alice se quedó mirándola con incredulidad. ¿Estaba hablando enserio? —Hasta mañana en la noche. Mañana tengo que salir, así que no nos veremos. — ¿Vas a salir? —Realmente no es asunto tuyo, pero tengo una cita con Sabrina Lionheart.

Esa noche volvió a dormir mal. Pensó rabia que Lennye podría haber tenido consideración suficiente como para decírselo mañana, y al menos así dejarla dormir bien una noche.

con la esa por

La mañana del sábado se quedó hasta cerca del mediodía en la cama, deseando quedarse en el mundo de los sueños y escaparse del mundo real lo más posible. Cuando finalmente se levantó, fue a tomar un baño y luego a almorzar. La mayoría de las chicas habían salido al pueblo y no estaban almorzando ahí. Lennye no estaba ahí, y comprobó con rabia que tampoco Sabrina. ¿Una cita? ¿Justo un día después de haber rechazado un beso de los labios de Alice? Habría pasado más tiempo amargándose respecto a ese pensamiento, pero la amenaza de Lennye la había dejado preocupada. Y a pesar de todo, lo primero que hizo después de comer, fue

averiguar donde estaba la habitación de Lennye y visitarla. Golpeó la puerta un par de veces, pero nadie respondió, así que volvió a su habitación. La ansiedad que sentía contrastaba con la tranquilidad que había sentido el día anterior. Dio unas vueltas por su habitación, antes de volver a salir. Necesitaba hablar con Lennye, esto no era justo. Salió al jardín y cuando se dio cuenta, estaba caminando cerca de la cúpula sobre cuyas escaleras se había sentado para conversar con Lennye. Paseó por la orilla del lago, sólo hasta que una pareja de niñas de cuarto se acercó, caminando disimuladamente hacia los límites del bosque. Decidió volver al castillo, aquello no estaba ayudando para nada. Conforme caminaba hacia allá, recordó que si había algo que había querido averiguar desde la otra noche, así que decidió dirigirse a la biblioteca.

Para su agrado, estaba casi vacía. ¿Por donde empezar? Quería informarse acerca de las reacciones mágicas con la sangre. Así que le pareció lo más astuto coger una enciclopedia de alquimia y buscar la palabra "sangre". Esa sola palabra ocupaba varias páginas de la enciclopedia, detallando las distintas importancias que se le daba a la sangre. Leyó el apartado entero, hasta que cerca del final encontró algo que llamó su atención: La sangre es el principal instrumento de lo Alquimistas Rojos o Alquimistas de la Sangre... Las palabras de Lennye "Eres una Alquimista de la Sangre" volvieron a su cabeza. Pero seguía: ...descendientes

del

sabio

escolar

y

alquimista Leon Van-Krauss. Ese Leon Van-Krauss, ¿Sería de la misma familia a la que ella pertenecía? Todavía le parecía que era imposible que ella tuviera alguna clase de poder. Le parecía que era Lennye quien había logrado curarla de alguna manera. Era imposible que ella tuviera un rasgo parecido al de aquellas poderosas hechiceras con las que había estado viviendo. De cualquier forma, soltó el tomo, preguntándose si habría en la biblioteca un libro que hablara de su familia o de Leon Van-Krauss. Se demoró un rato, hasta que encontró un libro rojo y con letras negras. Se llamaba "El Lenguaje de la Sangre", y lo reconoció no tanto por el nombre ni por el color escarlata de sus tapas, sino que porque tanto en el lomo del libro, como en un rincón de la portada estaba grabado el emblema de un ancla en forma de “V”, con un eje al medio sobre el que se cruzaban dos hachas, formando

una letra K. Ese emblema le resulta escalofriantemente familiar y lo había visto en infinitas ocasiones, dibujado en mosaicos en el suelo, tallado en paredes de piedra o en empuñaduras de espada. Ese emblema estaba en todas partes en la Fortaleza de Dragón, pues pertenecía a una de sus tres grandes familias. Ese era el emblema de su familia. Al abrirlo encontró que era un libro de instrucción para aquellos que desearan convertirse en Alquimistas Rojos. Al principio tenía una lista de símbolos, y mientras Alice los observaba, se le empezaron a hacer conocidos, hasta que reconoció el que Lennye le había grabado en la palma de la mano mediante una herida. Como si esperar encontrarlo ahí, volvió a mirarse la palma de la mano derecha. Lo único que había sobre ella eran las marcas del lomo de uno de los libros que Lennye había usado para

corregirla. Tratando de quitar a la hechicera de su cabeza, siguió leyendo. El resto del libro tenía versos escritos en un idioma que no conocía, seguidos de su transcripción y su traducción, y luego seguidos de una explicación, que fue lo que emocionó a Alice, pues decían cosas así como: "Este hechizo le drena la energía al enemigo" o "Este hechizo paraliza al enemigo por cierta cantidad de tiempo" o "Deja a la víctima en un estado de demencia, sólo para envenenadores, úsese con cuidado". Pero aparte de que el libro estaba lleno de referencias parecidas, no encontró una explicación clara de como poner en práctica tales poderes. Estaba cercana a rendirse, y empezó a buscar en libros de historia de la Estirpe Roja, pues se suponía que su familia había pertenecido a la Estirpe Roja, entonces lo encontró. Era un libro que hablaba de las familias reales

de la Estirpe Roja, uno de sus capítulos empezaba así: "Sedientos de sangre y de vírgenes, obscuros, codiciosos y traicioneros como no han existido nunca dentro de los Cinco Círculos, se yerguen cual sombras a nuestras espaldas. Sonríen amablemente mientras que esconden bajo las ropas cuchillos envenenados. Tanto hombres como mujeres, se infiltran en nuestros palacios, roban a nuestras hijas y las pervierten. ¡Son capaces de asesinar a sus mismos dioses por un poco de poder! Estos son nuestros enemigos internos, la infame familia Van-Krauss" —Maestra Suprema Kali Haefastus, durante la Noche del Exilio. El capítulo estaba titulado con el nombre de su familia, y subtitulado con la siguiente frase:

Los ríos de sangre no pueden detenerse, las heridas de los hermanos no pueden matar, la sangre no puede mentir Emocionada, Alice siguió leyendo: Hace mil quinientos años, en una noche como cualquiera, todos los hechiceros de la Estirpe Roja se reunieron bajo las órdenes de la Maestra Suprema Kali Haefastus. La presencia de absolutamente todos los despertados era requerida. Fue la única vez en la historia de esta Estirpe que clanes tales como los Tyrr y los Roki, que se odiaban a muerte, se unieron por un objetivo común. Existía, pues, un odio aún más intenso. La Estirpe Roja siempre ha tenido fama de belicosa dentro de los demás Círculos. Pero incluso dentro esta, la familia VanKrauss era vista como una “oprobiosa

amenaza”, según la Suprema Haefastus. Fue esa noche, la Noche del Exilio, que esta familia, acusada de innumerables crímenes, fue borrada de la historia de la Estirpe Roja, y expulsados para siempre de ella. Entre todas las familias, realizaron un hechizo sin precedentes. Dicen que el cielo nocturno se iluminó mientras las venas de la tierra escuchaban la petición de la maestra. Fue anulado, perpetuamente, su Sello de Estirpe y, con él, su capacidad de realizar magia. Siglos han pasado desde entonces. Muchos han intentado romper aquel bloqueo. Leon Van-Krauss, entre ellos, quien les heredó a sus hijos invaluables conocimientos. De acuerdo, era seguro, Alice pertenecía a la misma familia que el sabio escolar y alquimista Leon Van-Krauss. Alice se preguntó si podría

gastar algo del dinero que Agatha le enviaba semanalmente en mandar a bordar el emblema de la familia Van-Krauss, para ponerlo sobre su mochila, como había visto que hacían las chicas que querían indicar que se sentían orgullosas de su ascendencia. Durante su búsqueda, Leon pasó mucho tiempo encerrado en un templo, rodeado de escolares. Pero un día volvió a aparecer ante el público. Al respirar su sangre, la gente podía dormirse, embriagarse o sanarse, según la voluntad de él. Cuando Leon terminaba de hechizar a la persona que quería, era capaz de curar la herida que el mismo se había hecho. Algo que hasta entonces sólo podían hacer los hechiceros. Al principio sus descendientes usaron esta técnica para fortalecer a los ejércitos de sus protectores durante la batalla,

aunque después encontraron otros usos. La llamaron Alquimia de Sangre o Alquimia Roja. Aunque personas de otras familias intentaron imitar esta técnica, ninguno pudo. Finalmente concluyeron que la sangre de los Van-Krauss contenía un elemento especial que les permitía desarrollar esa técnica. Los Alquimistas Rojos son también llamados "sangquimistas", para diferenciarlos de los alquimistas tradicionales. El apartado seguía, se sumergía en el pasado, y empezaba a hablar de un tiempo anterior a Leon Van-Krauss, de los tiempos en que los VanKrauss eran hechiceros y habían ocupado el trono de las Tierra Áridas. Al parecer el hecho que los Van-Krauss hubieran sido tan odiados, así como capaces de desarrollar una técnica totalmente

nueva eran dos características llamativas con las que al autor del libro le había parecido apropiado introducir el capitulo. Alice podría haber seguido leyendo acerca de reyes y linajes ancestrales, pero se detuvo. Por un lado sintió que había recibido suficientes revelaciones fantásticas acerca de su familia en un día y también porque el estomago le había empezado a sonar. Había sido ligeramente consciente de que las luces habían empezado a descender y de que alguien había encendido las lámparas. Pero aún así le sorprendió mirar afuera y ver que ya era de noche. El tiempo había pasado sorprendentemente rápido, y por aquella tarde, Alice se había olvidado completamente de lo que la había estado preocupando. Ya era de noche, Lennye sin duda que estaría en la cena. Allí podría hablarle y hacerla entrar en

razón. Lennye tendría que entender. Finalmente llegaron al castillo. Sabrina la miraba intermitentemente durante el tiempo que estuvieron en el carruaje. Toda la tarde su mente volvía automáticamente a aquel lugar y ahora que finalmente estaba ante sus puertas, se sentía bastante intimidada. ¿Estaría ella bien? ¿Ya se habría confrontado con Nadia? Le murmuró unas palabras a su escolta y atravesó las puertas. Adentro estaba cálido y las chicas iban y venían con el relajo propio de un día de descanso, vistiendo ropas normales y casuales. El ambiente era muy distinto al del de los días de clases. Se encontró a Saga cerca de las escaleras y le preguntó, luego de un par de palabras de cortesía, por Alice Van-Krauss. Por su expresión correcta y sorprendida supo que las cosas seguían tal y como las había dejado aquella mañana. Caminaron hasta el comedor, el panorama de

colores en las mesas era totalmente distinto al que ella estaba acostumbrada. Le costó distinguir la melena carmesí de su joven amiga, pero ella estaba allí, y también Nadia, que sonreía y conversaba animadamente con la maestra de Teoría. Sabrina y Saga avanzaron hasta la mesa de los alumnos de tercero, pero ella permaneció en la puerta, aún sin saber qué hacer. Alice no tardó mucho en darse cuenta que Sabrina se había sentado cerca de ella, levantó la mirada hacia la mesa de los profesores y luego hacia la entrada. Se miraron, la expresión de Alice era de preocupación. Lennye se quedó clavada en su lugar. Alice se levantó de prisa, sin haber terminado su cena y caminó hacia Lennye. —Una palabra —susurró en un tono serio, que Lennye no le conocía, de manera que sólo ella

escuchara. Dicho esto, la empujó hacia la sombra del corredor para que pudieran conversar con más discreción. —No sé qué motivos pudieras tener para hacer lo que hiciste, pero de nuevo, gracias. — ¿No has hecho lo que acordamos, verdad? —preguntó Lennye con voz acusadora. —No. —Debes hacerlo cuanto antes. Alice negó con la cabeza. —Necesito pedirte un favor ¿Puedes olvidarte de lo viste? La expresión de Lennye se tensó un poco. — ¿Qué estás diciendo? Alice suspiró con exasperación. —Hay algo que tienes que entender —sus ojos de color caramelo oscuro se elevaron hacia los de

Lennye con expresión de ruego—. Fui educada de cierta forma en la que el honor es la cosa más importante. Si le dices ahora a Elena que... ya sabes, sería muy deshonroso para mí. — ¿Para ti? —Preguntó Lennye con severidad — Atacar a alguien que no se puede defender es lo vergonzoso, además, atacar de esa manera a un sinestirpe va contra las leyes de los Cinco Círculos. Alice le devolvió una mirada ligeramente molesta y ofuscada. —Obviamente vemos la situación de manera diferente. —Entonces, si yo no hubiera intervenido ¿Es eso lo que habrías hecho, nada? —preguntó fijando fríamente su mirada en Alice, exigiendo una respuesta. —No sé por qué te lo tomas tan a pecho, no veo cómo esto pueda afectarte. — ¿Lo dices enserio?

—Claro. No es como que seamos amigas, ni nada parecido ¿Verdad? —le soltó en tono mordaz. Sus ojos habían cambiado de la amabilidad a la rabia. Lennye se dio cuenta de que había un asunto que podía competir en importancia con la necesidad de mantener esa cuidadosa amabilidad que estaba mostrando para convencerla de que se olvidara del asunto. Ese era el momento. Los golpes de la noche pasada no serían nada con el par de golpes que vendrían a continuación. —No, no lo somos —dijo Lennye, cuidando que cada sílaba saliera de sus labios con el sonido más claro posible—. Y hay una razón para eso. — ¿Que razón? —preguntó bajando casi de inmediato el tono de su voz por la triste sorpresa. —La misma razón por la cual debería caminar ahora mismo dentro del comedor y delatar ante toda la escuela los asquerosos movimientos de esa

chica. — ¡No! —Gimió Alice, cogiendo a Lennye del brazo para que no se fuera a mover— No podría vivir con eso. —Creía que eras más inteligente, me decepcionas. Dejar que alguien haga lo que quiera contigo y encima defenderla. Entonces cogió la mano que Alice había aferrada a su antebrazo y la cogió con la de ella. —Tú vienes conmigo. Tan pronto como Lennye dijo esto, Alice la soltó, retrocedió hasta la pared y su expresión se tiñó de horror. Se había dado cuenta de que Lennye de verdad iba a hacerlo. —Como quieras —respondió la hechicera entonces volteando y caminando hacia la luz del comedor. —Lennye… —escuchó que la llamaba con un hilo de voz.

Lennye se detuvo y la voz de Alice volvió a llegarle desde su espalda: —Si haces esto ahora, así, puedes olvidarte de que alguna vez me caíste bien —hablaba suave y lento, como si estuviera en su lecho de muerte. Como toda respuesta, siguió avanzando hacia adelante, esta vez sin detenerse. Sintió como Alice suspiraba pesadamente a su espalda, pero no se movió ni un centímetro. Caminó hasta la mesa más cercana, la de las niñas de cuarto. Cogió una de las copas de cristal y con un tenedor la hizo sonar. Acto totalmente innecesario, pues había llamado la atención desde antes, con su actitud poco común. Sintió como Elena se tensaba ante sus acciones, dispuesta a hacerle quizás qué cosas si llegaba a hacer el amago de hacer algo indebido. Eso olvidando lo inadecuado que debía verse a sus ojos lo que ya estaba haciendo. —Lamento interrumpir la cena, pero tengo algo

muy importante que decir y no puede esperar ni un segundo más— dijo, mirando a todos en general y luego a la mesa de los profesores, que se encontraba sólo unos metros adelante. Elena se puso de pie entonces, indignada. — ¿Cómo te atreves? —Espera, por favor, te gustará escuchar esto. —Lo que sea que quieras decir, puedes hablarlo primero conmigo, en privado, y yo decidiré si es algo prudente de discutir frente a toda la escuela —dijo la maestra, caminando hasta donde ella estaba. Elena se le acercaba más y más, y sólo pudo pensar en una cosa. Miró directamente a Nadia a los ojos y entonces ella también se levantó. —Subdirectora Elena, por favor, espere un momento —su actitud era tranquila, pero miraba al frente con la mirada un poco ausente, lo que era lógico si sabías que la mujer acababa de ser hechizada por Lennye—. Esto realmente se trata

de algo muy serio. — ¿Qué sucede, entonces? —preguntó impaciente la superior de ambas, volteándose hacia la maestra, a quién daba más crédito. Las otras profesoras también la miraban con atención. Lennye decidió que podía comenzar, ella seguiría contando las cosas por cuenta propia, con total verdad. —El viernes pasado, una alumna fue atacada a golpes. Tocó a Elena suavemente en el hombro y le indicó que se volteara. En el portal de piedra, su pobre víctima seguía erguida, ahora con pinta de querer morirse. Los ojos de Elena cayeron sobre ella. —Ella —aclaró. — ¿Alice? —Preguntó— De verdad es muy poco elegante de tu parte exponer de esta manera a

una persona, señorita Whitegrave. Esto bien podría haberse arreglado en privado. —Este asunto bien podría haberse arreglado en privado, maestra Elena Somn, si ése fuera el problema. Pero sucede que es sólo el comienzo ¿Cierto, maestra Nadia? Todas las miradas, entonces, se volvieron hacia la persona a la que acababa de hablarle. Nadia suspiró pesadamente. A pesar del hechizo, algo de lucidez debía quedarle. —Sucedió el viernes pasado después de la clase de esgrima —comenzó la maestra Nadia—. Aquella sinestirpe me derrotó en frente de los ojos de la subdirectora y de otra maestra. Era demasiado humillante y temía que mis capacidades se vieran cuestionadas y mi puesto amenazado. Por eso intercepté a Van-Krauss mientras caminaba por un patio desierto a la hora del atardecer y la desafié apelando a la mala fama de su familia, ella reaccionó casi de inmediato y

caminamos hasta un lugar en el que podíamos pelear sin ser vistas —en aquel segundo percibió la mirada de Elena sobre ella. No pudo ver su expresión, porque debía mantener la vista fija en Nadia, cosa que por suerte no se veía sospechosa, al ser su discurso tan interesante. Pero de todas formas la subdirectora tenía la agudeza suficiente como para darse cuenta que alguien como Nadia no diría esas palabras encontrándose en un estado normal. La maestra de esgrima siguió hablando —: Fortalecí mis golpes con algunos hechizos de magia negra, y le di una paliza. La dejé inconsciente en el mismo lugar, pero durante la pelea había realizado, sin que se diera cuenta, un hechizo de congelamiento en los nervios del brazo derecho, el brazo que usa para sostener el estoque. En los días siguientes observé como sufría en agonía debido al hechizo que le había realizado, del que nadie más podía darse cuenta, y que tendría que cargar en silencio. Observé como se le contraía el rostro con dolor cuando, durante la

clase siguiente, nuestras espadas chocaban con excesiva fuerza, causándole dolor, y eso me deleitó... — ¿Entonces te gusta Van-Krauss o algo? — preguntó la maestra de equitación, como si nada, como si fuera una conversación a la hora del té, con la cara apoyada en la palma de una mano y pinchando una pieza de carne con el tenedor en la otra. —Tanto como gustarme —respondió la otra como reflexionando—...no. Pero coincidirán conmigo en que se trata de un objetivo grato de torturar ¿Acaso han visto su expresión cuando sufre o llora? Es como mostrarle un trozo de carne a un cachorro y luego quitársela, como se contorsiona su rostro, enrojece, como su mirada se vuelve la de un anim— Un sonido claro y suave resonó en la enorme estancia. Lennye tuvo que cerrar los ojos instintivamente. Nadia calló de golpe y el silencio

pareció reinar en una monarquía absoluta. Los ojos le ardieron al abrirlos y la piel de su rostro también le había empezado a escocer. Algo líquido y ligeramente tibio escurría desde su frente hasta sus pechos. Cuando se llevó la mano a la cara para limpiarla, advirtió que se trataba de un líquido color rubí transparente. Casi de inmediato reconoció el aroma del vino. Frente a ella, Elena, con una expresión de absoluta indignación, tenía extendida una copa vacía. —Creo que ya ha sido suficiente. Justo en el momento en que miró hacia la entrada, Alice le lanzó una mirada en la que se mezclaban la rabia y la tristeza. Y un segundo más tarde, corría hacia el pasillo, lejos de la vista de todos. Las alumnas las miraban alarmadas, y algunas incluso divertidas por el espectáculos que habían decidido ofrecer aquella noche.

En la mesa de los profesores, Nadia empezaba a volver en si, media inclinada sobre la mesa, con aspecto de estar a punto de vomitar. Le escocía la cara. Cerca de ella, escuchó murmullos preguntándole si se encontraba bien, murmullos que Elena hizo callar de inmediato. —Creo que ya nos has dejado clara la situación, Lennye Whitegrave ¿Será necesario decirte que acabas de pasar a llevar las reglas de esta institución? No se cómo funcionen las cosas en la Estirpe Azul, pero aquí los hechizos de invasión mental no son tolerados —dijo severamente Elena. Iba a asentir con la cabeza y a decirle que tampoco en la Estirpe Azul eran permitidos, pero entonces el sonido de algo quebrarse las sobresaltó a todas y lo siguiente que supieron fue que la maestra Nadia escapaba a través de una de las ventanas que acababa de romper. Algunas de las chicas mayores se pusieron de

pie, como dispuestas a darle caza, pero entonces la maestra de equitación, que era la más enérgica, levantó la voz entre todo ese bullicio. — ¡Todo el mundo a su lugar! ¡Las maestras nos encargaremos de esto! —dicho esto le hizo un gesto a la maestra de música y se precipitaron a la persecución de la fugitiva. —Ya escucharon —repitió Elena a algunas de las chicas de cuarto que no querían quedarse ahí y perderse de toda la emoción. —Pero, maestra, podemos ayudar... — ¡Silencio! Continúen con la cena —ordenó con tono terminante y volvió a mirarla. —Puedo ir tras ella —ofreció con gesto arrepentido, casi adivinando de antemano la respuesta. —Ya has hecho bastante por hoy, me parece. Si hubieras venido a mí, yo podría haber obtenido el mismo resultado estando con ella cinco minutos en una habitación. La habría hecho sufrir mil

veces más que esto, no habríamos humillado a nadie, y me estaría ahorrando la molestia de tener que despedirla y contratar a una reemplazante —Lo lamento —se disculpó. Sabía que al hacerlo la pondría en un problema. —No lo lamentes, Lennye —le dijo sonriendo amablemente. Entonces supo que algo terrible pasaría. En efecto, conjuró algo a su mano enguantada. Comprobó con horror que se trataba de lo que había sospechado: una serpiente de jade. —Elige: —le dijo— ¿Te quedas en la escuela? —aún sonreía. Asintió nuevamente y quitó la mano derecha de su rostro para ofrecérsela a ella. —No me malinterpretes —dijo en ese momento, satisfecha por su respuesta—. Agradezco lo que acabas de hacer, pero como

subdirectora de esta institución, no puedo permitir que nadie pase por encima de las reglas. Agradece que no eres una de mis alumnas —susurró de manera amenazante—, porque si así fuera, de verdad te haría lamentarlo. Con angustia observó como acercaba la joya a su muñeca y esta cobraba vida para enroscarse alrededor de su Sello de Estirpe. Tragó saliva, acababa de convertirse en una persona común, débil e indefensa. No quiso preguntar cuánto tiempo tendría que llevarlo. —Creo que eso es todo, sería buena que volvieras a tu habitación por esta noche — recomendó Elena con tal mirada que aclaraba que no se trataba de una recomendación opcional. Su vista se paseó por los platos llenos de deliciosa y abundante comida y carne asada, papas, vino, etc. Y entonces su estómago le recordó que aparte de una taza de té y una tarta,

no había comido nada ese día. Suspiró, asintió y se alejó de allí. Al salir escuchó como los murmullos volvían tímidamente al comedor. Conforme caminaba hacia su habitación, intentó quitarse el resto del vino de la ropa con un pañuelo que había recogido del comedor. Maldición, tendría que cambiarse la ropa. Para colmo, cuando la volvieran a desbloquear el olor del vino se habría pegado tanto a su ropa que sería imposible quitarlo, a pesar de que echara mano de todos los hechizos que conocía. Y Lennye conocía muchos hechizos. Cuando llegó al tercer piso se dio cuenta de que pasaba algo malo. La puerta de su habitación estaba abierta. ¿Por qué? Entró precipitadamente en ella. La ventana también estaba abierta, y quien había entrado seguramente lo habría hecho a través de esta. Pensó que Nadia se escondería en uno de los

rincones en sombras de su habitación, salvaje, enojada, y sin una serpiente de jade en la muñeca. Mientras miraba cautelosamente a su alrededor, Lennye trató de buscar en las cercanías algún objeto que pudiera usar para defenderse, tijeras, un abre cartas, cualquier cosa. Entonces se dio cuenta de que ahí, a unos pasos de ella, sobre su escritorio, había un objeto con el que podría defenderse, pero no un objeto cualquiera. Se trataba de un arma, y no cualquier arma, era una espada antiquísima y excelente que alguien había conseguido de alguna parte del castillo y llevado a su habitación. Cuando llegó a su escritorio, no tardó ni un segundo en darse cuenta de dos cosas. Primero: no era Nadia quien había entrado en su habitación, y segundo: el libro del Proyecto Baphometh no estaba. Bajo la espada, escrito con letras apresuradas sobre uno de sus propios papeles y con una de sus

propias plumas, había un mensaje: Acabas de manchar mi honra, sólo hay una manera de limpiarla. Te reto a que traigas esta espada al salón de duelos y te batas conmigo ahora mismo. Alice Van-Krauss.

Segunda Parte: Enemistad.

V El duelo a la luz de la luna. "Era la tercera vez que la llamaba "niño". —Soy una niña —se quejó Arya. —Niño, niña —dijo Syrio Forel—. Eres una espada, eso es todo." —Arya Stark y Syrio Forel, Game of Thrones. —Suelta esa espada antes de que le saques un ojo a alguien —la voz de Lennye susurró desde las tinieblas. Sólo unos segundos después, su figura apareció ante Alice. La luna estaba llena esa noche, y su luz bañaba la sala. — ¿Dónde estabas, por qué tardaste tanto? — exigió Alice, manteniendo la espada en el brazo derecho y el gran libro gris bajo el otro. —Después de que dejaste el comedor, la maestra Somn me lanzó una copa de vino al rostro —explicó Lennye—. Me tuve que cambiar de

ropa, por supuesto. Eso tomó unos minutos. Ahora, mientras estabas en mi habitación tomaste algo que no es tuyo. Devuélvemelo, por favor — extendiendo su brazo derecho. El tono de su voz era educado, pero daba indicios de molestia, como si estuviera al borde de perder la paciencia. Alice sabía que el libro era importante, porque la había visto con él muchas ocasiones durante el viaje que habían hecho en barco. En ocasiones, cuando estaban en el camarote de ella, lo abría y se quedaba leyendo sus páginas, pensativa. Pero cuando Alice se acercaba, lo cerraba de inmediato y empezaba a hablarle de otra cosa, para distraerla. —Si lo quieres, vas a tener que enfrentarte conmigo —replicó Alice, sosteniendo firmemente el libro de Lennye. —No quiero pelear, por favor —pidió la otra, haciendo uso de su tono suave.

—Ensuciaste mi honra ¿Recuerdas? De la forma más monstruosa posible. Esta es la forma correcta de limpiarlo. Declaro un duelo de esgrima. Sin magia. —Ya que las palabras de la maestra Nadia no salieron de su boca por voluntad propia, después de que hice ese hechizo de invasión mental, la maestra Somn me castigó bloqueando mis poderes. No puedo usar magia. Por lo mismo, sería muy peligroso mantener un duelo sin poder usar magia curativa posteriormente. —Se que tienes miedo —se burló Alice—, porque eres sólo una escolar y estabas presente en la clase en la que derroté a Nadia. Pero las reglas del honor lo dictan así. Deben usarse espadas en un duelo. — ¿Quieres matarme por lo que hice? — preguntó Lennye, con una ligera sonrisa en los labios, dando unos pasos hacia Alice. —No. No matarte. Eres una dama y te trataré

con la delicadeza que te mereces, no voy a maltratarte. Anoche tú tenías todo el control y me corregiste por haber procedido mal. Esta noche estamos en mi terreno, y pienso hacer lo mismo. —Hay una diferencia. En este momento estás muy herida y enojada. No estás en condiciones de corregir a nadie —replicó Lennye con un tono más severo, acercándose más hacia ella—. Tu sublime profesor de esgrima debió enseñarte a no atacar enojada. Pues déjame decirte que pasa mismo con la disciplina, nunca debes blandir la mano con enojo. Yo estaba calmada anoche. —Si eso es lo que crees, vuelve arriba, yo me quedaré con tu libro, que parece ser muy interesante para que hayas corrido tras él — amenazó Alice y lo abrió como si fuera a leerlo. No faltó nada más para que un sablazo amenazara la mano de Alice y el libro cayera al suelo. Los haces de plata hacían brillar el filo de ambas espadas, ninguna era de entrenamiento.

Érebu estaba acostado en su cama, sin poder dormir. Sabía que si no estudiaba para el examen de mañana, probablemente fallaría la materia de teoría de la magia. Si tenía que pasar otro semestre en la academia Ravensoul, no entraría a la Escuela Superior con tantos honores como los hijos de los amigos de su padre. Sería la vergüenza de la familia. Sin embargo, en lugar de usar ese tiempo para estudiar, no podía quitar los ojos de un manual clandestino con el que se había hecho hacía meses. Seguro que habría algo útil para pasar el examen sin estudiar. Por otro lado, no tenía tantas ganas de salir de la academia como se podría esperar. El hermano mayor de Ann no estaba feliz con la relación que ambos muchachos estaban manteniendo, y lo estaría esperando en la Escuela Superior para masacrarle, y quizás cuantos otros hermanos mayores de otras niñas de la escuela. Estaba en eso cuando de repente un pájaro de papel golpeó su ventana. ¿Mensajes a esa hora?

La ventana fue abierta, el ave entró volando y se desplomó en la mesa: Duelo en el salón 04. Ven rápido. Érebu fue lo suficientemente inteligente de teletransportarse a la galería de arriba. Abajo, las dos chicas se atacaban furiosamente con estocadas. En las filas de alrededor, los rostros velados por la noche, habían varias docenas de chicas, observando, deleitadas, el espectáculo. Por aquí y por allá, se aparecían también otras alumnas. Parecía que toda la escuela había sido alertada. —Son la profesora Whitegrave y Alice VanKrauss —escuchó que alguien susurraba. Se demoró un poco en darse cuenta de que la profesora Whitegrave, por alguna razón, tenía los ojos vendados. —Nebet ¿Qué ha pasado? —preguntó Érebu acercándose a su compañera de clase.

—No estoy segura —susurró—, cuando yo llegué parecía que el duelo ya había sido declarado. Lennye aceptó, pero entonces... sacó ese pañuelo y lo usó para cubrirse los ojos. VanKrauss se puso furiosa y comenzó a atacar de inmediato, ofendida de que alguien creyera que le podía ganar con los ojos vendados Érebu observó como se llevaba a cabo el duelo allá abajo. Alice atacaba furiosamente, casi como si no le importara asestar un golpe mortal. Lennye esquivaba con suma destreza y una elegancia que le habría merecido las felicitaciones de la maestra Nadia. A unos metros de ellas, algo que parecía ser un tomo, descansaba en el piso de madera. —Mira nada más, hemos traído una multitud. Mañana estaremos en problemas —advirtió Lennye, esquivando uno de los golpes de la pelirroja. Lennye quizás había notado esto por los murmullos, pues sus ojos estaban cubiertos sin

lugar a dudas. La noche anterior había usado esa venda para atarle las muñecas y así "ayudarle a quedarse quieta". Ahora la estaba usando para cubrirse los ojos, como si le proporcionara placer recordárselo. —Olvídate de ellos. Yo soy tu problema ahora. —Alice, estás actuando como una niña terriblemente malcriada en este momento. — ¡Cállate! Las dos espadas chocaron entre sí. —Cálmate —la regañó Lennye recuperando el aliento, muy cerca de la boca de la otra—. Mantén tu mente clara. Estas palabras, citadas del Códice, sólo lograron enfurecer más a Alice. —Te voy a borrar esa sonrisa de la cara — amenazó la pelirroja. Alice se había contenido por miedo a causarle algún daño por culpa de esa tonta venda que

llevaba. Pero ahora atacó ferozmente, con todo lo que tenía. Lennye la esquivó moviéndose hacia un lado. Entonces Alice perdió el equilibrio y su rostro chocó contra el suelo de madera. Miró hacia arriba, Lennye se erguía en todo su esplendor, pero no le atacó. Alice se incorporó tan rápido como pudo y adoptó una posición defensiva. ¿Cómo podía esquivarla así de fácil? —Estas haciendo trampa. Es imposible que puedas esquivarme con los ojos vendados. —Puede que sepas usar una espada, pero no eres capaz de aceptar que alguien te gane, en eso se nota que sólo eres una niña inmadura. Esta vez fue Lennye quien atacó, elegante, certeramente. Su cabello plateado danzó como un abanico cortando el aire, al tiempo que la hoja de su espada hacía lo mismo.

Todos tenían los ojos puestos en Lennye cuando volvió a arremeter con su espada, con expresión impasible. Al principio, Alice intentó defenderse con la suya, pero los ataques de la otra eran tan aterradores que ahora tuvo que ser ella quien los esquivara. — ¿Está usando magia para aumentar su velocidad? —Claro que no. —Elena la bloqueó ¿No estabas mirando? —Entonces es muy buena ¿No? Los murmullos aumentaban y aumentaban alrededor de galería de la sala esgrima, que se había convertido en una pista de batalla. —Es incluso mejor que la profesora de esgrima. —Shh, no digas eso. El maestro Archer avanzó por el impecable corredor. El lector de aura de la puerta del final del

pasillo analizó su Sello de Estirpe y acto seguido la puerta se abrió. Su joven aprendiz aguardaba adentro. Todo en la joven hechicera, desde su postura hasta el blanco de su ropa, era de absoluta pulcritud, como si se tratara de un reflejo de su maestro. La niña saludó educadamente antes de volver a tomar asiento. —Hoy vamos a continuar con el entrenamiento de esgrima —anunció Archer, elevando su mano derecha y haciendo que una flama azul brotara de ella. La niña asintió—. Esta memoria es del maestro Kang a los diecisiete años. Durante su viaje a las islas lejanas del este consiguió que un clan de maestros de esgrima le enseñara sus secretos. Este es uno de los primeros entrenamientos. Se que diecisiete son muchos más años de los que tienes, pero estoy seguro de que ya eres capaz de manejarlo, Lennye. La niña no dijo nada, no lo necesitaban.

Ningún hechicero de la Estirpe Azul que se preciara de serlo, necesitaba hacer uso de sus labios. Ellos no eran la excepción, nunca habían necesitado hablar para entenderse. Los omóplatos de Alice chocaron contra una de las columnas de piedra. Lennye la había hecho retroceder hasta quedar acorralada. Su sorpresiva destreza la había sorprendido, obligándola a esquivar cobardemente sus ataques. Alice había calculado esto antes de la batalla. Lennye era una escolar, su fuerza residía en el conocimiento y en la fuerza de sus hechizos, no el en combate. No podía ser mejor que ella. Lennye sintió como Alice intentaba recuperar el aliento, casi podía sentir también su enojo, su impulsividad y su inocente impaciencia. Casi podía sentir el sudor corriendo por su cara, empapando su frente y sus rojos cabellos de los que tanto se pavoneaba. Estaba perdiendo, lo

sabía. Su sangre guerrera corría en éxtasis por sus venas, en presencia del peligro. La estancia de paredes blancas, sin ventanas, se hizo borrosa, así también el rostro de su maestro. Sus blancas manos de niña se alargaron y tomaron la ya conocida forma de las del maestro Kang en su juventud. — ¡Oye, mocoso, te estoy hablando! —Lennye vio el rostro de un hombre vociferar cerca de ella, o de él, más bien. Tras él, un puñado de personas llevando espadas orientales, un bosque de bambú. El muchacho no dijo nada, pero bajó la mirada en señal de sumisión, y ahora Lennye sólo podía ver el suelo de tierra y los pies vendados de Kang. Lennye habría querido responderle algo, pero sabía demasiado bien que si rompía su sincronización con la memoria, esta la expulsaría de vuelta hacia el presente.

—No, Ken, que este niño no habla —pudo oír que otro de los guerreros le explicaba riendo, mientras se acercaba. — ¿Qué diablos hace aquí este extranjero? — preguntó el primero de ellos, y Lennye pudo sentir el desprecio manifiesto en su voz. —Ha logrado entrar al grupo, hoy va a entrenar con nosotros. El joven Kang se limitó a saludar entonces con una inclinación y se acercó a los otros estudiantes, todos mayores que él, cuidando de no acercarse mucho para no parecer insolente. Cuatro de los discípulos le rodeaban ahora. El más joven de ellos tendría veintidós y el más viejo iría por los cuarenta. Las cuatro espadas se elevaban en cuatro distintas posiciones de batalla pertenecientes a cuatro diferentes clanes. En el cuerpo de Kang, Lennye podía sentir, gracias a la enorme facilidad de este para apreciar la fisonomía masculina, la tensión de los músculos

de los cuatro guerreros. Su instinto le decía que ante la señal del maestro, atacarían sin ninguna compasión. —Veamos que tan bueno es este niño —dijo el que se llamaba Ken, sonriendo con emoción y doblando su espada. Al hacerlo, dos ideogramas en dragonés antiguo brillaron en el acero por obra del sol. Los cuatro guerreros se precipitaron contra él, todos a la vez, con la misma belleza y perfección con la que ejecutarían una danza. Lennye había visto memorias de muchos Maestros Hechiceros, memorias intensas, de guerra, de asesinatos. Pero nada se comparaba a esta sensación. Era a ella a quien Alice miraba con odio, eran sus acciones, sus decisiones las que habían provocado que deseara atacarla ahora de esta manera. Y ella también sentía el impulso de pelear. No se trataba de proteger lo que había en el

libro, sino que tenía que ver con otro sentimiento, uno egoísta. La embargaba un deseo irrefrenable de seguir atacando a la joven Van-Krauss, seguir excitando su ira, su enojo. Seguir obligándola a defenderse, hacerla sentir amenazada paulatinamente, hacer que el miedo corriera al máximo por sus venas y hacerla sacar toda su fuerza, antes de tumbarla, finalmente, en el suelo, poner la espada contra su cuello, y dar el duelo por terminado. Alice juntó la suficiente resolución como para atacar finalmente a Lennye, pero Lennye ya no cedió. De un sólo golpe, bajó la espada de Alice. Su rostro permanecía frío, casi severo. Cada uno de sus movimientos había sido preciso, perfecto, hermoso. Humillada, Alice agarró su espada con las dos manos ahora, y se precipitó corriendo hacia Lennye, el filo de la espada resplandeció a la luz de la luna, apuntando verticalmente hacia la otra,

en todo su esplendor. — ¡Cuidado! —gritó alguien asustada. Porque a todos les parecía que con ese ataque Alice le iba a rebanar la cabeza. Pero ni Lennye ni Alice se inmutaron, ambas demasiado inmersas en la batalla. Fue un movimiento muy sutil de Lennye el que la hizo caer, pero Lennye sabía que no había sido sólo mérito de ese movimiento, sino que del anterior, aquel que le había causado una ira tan cegadora para impedirle reaccionar con frialdad. Pero esta vez Alice estaba más preparada y mientras caía rodó para caer de espaldas, con la espada sobre su pecho. Lo que fue una buena idea, porque Lennye esta vez no le dio tiempo de reaccionar y acercó la punta de su espada al cuello de la otra, Alice la rechazó de un golpe, aún acostada. Sus oportunidades se empezaban a agotar. No alcanzaría a levantarse, Lennye la rodeaba, en

cualquier momento volvería a atacarla y todo habría acabado. Fue un movimiento sucio el que la salvó. Estiró una mano y agarró uno de los tobillos de la otra, que no alcanzó a librarse y cayó al suelo, estrepitosamente. Lennye tuvo que soltar su espada, no para evitar herirse a ella, sino por no hacerle daño a su oponente. Después de todo, no era un duelo real, y no se trataba de matarle, aunque en ese momento se arrepentía de no haberla castigado con mayor fuerza la noche anterior. — ¡Que sucio movimiento! —Eso es trampa. Pero cuando se levantó, Alice estaba de pie, frente a ella y esgrimía una espada en cada mano. Lennye no podía verle, pero sabía que reía. Tenía muchas ganas de usar magia para materializar otra y darle una paliza a la jovencita. Pero no. Lennye respiró profundamente, no iba a

romper sus propias reglas. Tenía que haber otra forma. Las chicas se hicieron a un lado, sorprendidas, conforme Lennye subía a las gradas saltando. — ¡No huyas, cobarde! —Alice profirió indignada. Pero Lennye no estaba huyendo, conocía la sala, había presenciado clases por varias tardes ahí. Conocía cada cosa que había en la habitación y su localización. Cuando volvió a bajar, de otro salto, sostenía uno de los candelabros de la sala, con forma de matriz, pero ninguna vela. En lugar de eso, tres puntas de acero (dos en el medio y otra, más baja, en el centro de la U) donde se afirmarían las velas, brillaban desnudas, amenazantes. Un tridente invertido, podría haberse dicho. Bajo los brazos, cayendo como si fueran gotas de cera perfectamente simétricas, las alas negras del cuervo de la familia Ravensoul adornaban la

estructura de fierro. Ahora tenía un arma aún mejor en sus manos. Un sorpresivo golpe del metal en el brazo de Alice la hizo retroceder con un gemido. —Esto es por hacer trampa —sentenció Lennye, asegurándose de quitar cualquier simpatía de su voz. Lennye siguió atacando. Ahora Alice tenía que poner su mayor esfuerzo para defenderse. Nunca había sido muy buena con dos espadas. Le hacían mucho peso y le estorbaban. Pero si las soltaba sabía que estaría perdida. Lennye ya no tenía ninguna reserva en golpearla, porque no significaba un real peligro con aquel candelabro. Entre desesperados movimientos para defenderse y vanos por esquivarla, Alice recibió varios golpes con el candelabro. —Ríndete, Alice. No quiero causarte más

dolor. — ¡No! No puedo, me has ofendido. Alice sabía que si no se rendía Lennye seguiría golpeándola, quizás toda la noche. Que importaba. Había estado cerca de morir algunos meses atrás, esto no debería significar nada. Casi podía sentir en sus músculos la terquedad de los dos mil años de historia de la familia Van-Krauss, dos mil años en que ninguno de sus ancestros se había rendido nunca ante sus enemigos. Esto nos debería dar una idea de lo difícil que le resultaba a Alice capitular. Lennye continuó asestando golpes intercaladamente a las espadas y al cuerpo de Alice. La chica ya había perdido, pero sabía que sería peligroso presionarla hasta el punto de obligarla a rendirse. Cuando finalmente a Lennye le pareció que la pelirroja había tenido suficiente castigo, le lanzó un golpe a la mano derecha y una espada golpeó el piso. Hizo lo mismo con la otra

mano y la obligó a retroceder, para que no se le ocurriera alguna otra estúpida maniobra peligrosa y le asestó otro golpe atrás de las rodillas. Alice cayó al piso. Respiraba entrecortadamente, había lágrimas en sus ojos por el dolor o quizás por la humillación, Lennye le acercó al cuello una de las puntas, pero Alice, creyendo que no se atrevería a hacerle daño realmente, se intentó incorporar. Entonces Lennye se vio obligada a darle un certero golpe con la parte trasera del candelabro en la cara y acto seguido clavó cada uno de los extremos en el suelo de madera, rodeando su cuello, y para rematar, justo en el medio, a un milímetro de su garganta, terminaba la tercera de las puntas, amenazante. Alice había perdido. Lennye se inclinó entonces cerca de ella, sosteniendo aún el candelabro en la misma posición, manteniendo a Alice prisionera.

Alice ahora tenía que hacer esfuerzo para no respirar demasiado fuerte y no tocar esa punta con su garganta, pero le resultaría bastante difícil al haber perdido todo el aliento en la pelea. —Por eso te dije que no quería pelear —le susurró Lennye al oído. Cuando las dos chicas se quedaron quietas en esa tensa posición, y la multitud entendió que el combate había finalizado, un bramido recorrió al improvisado público y llovieron los aplausos. Entonces Lennye se quitó la venda. El rostro de la otra se contorsionaba dolorosamente por los golpes, la humillación y el esfuerzo de no respirar demasiado fuerte. La joven Van-Krauss le inspiraba una serie de sensaciones que iban desde la ternura hasta la lujuria. —Tienes que aprender a ser menos impulsiva. Alice no dijo nada, se limitó a desviar la mirada, ya que ni siquiera podía mover el cuello.

Sólo entonces Lennye la liberó, desclavando el candelabro, aunque manteniéndolo en su mano derecha y le ofreció la otra para ayudarla a ponerse en pie. Pero Alice siguió sin mirarla y tampoco se levantó del suelo. Lennye suspiró y se alejó de ahí, apresurándose a recuperar del suelo la bitácora del Proyecto Baphomet. Los aplausos y bramidos continuaban. Pero entonces, fueron de pronto acallados por un grito de alerta. — ¡Elena viene en camino! —pudo escuchar claramente la subdirectora desde el pasillo la voz de Tera Bennet, de primer año, haciendo callar de golpe el ruido de la multitud. Estaban mejorando los alumnos en el arte de detectar a través de la materia ¿Debía sentirse orgullosa? Dos segundos después, cuando Elena abrió la puerta del aula, una brisa intensa proveniente de

todas direcciones sopló en toda la estancia. La sala estaba prácticamente vacía, pero era obvio que hacía unos instantes había estado repleta con sus alumnos. Un candelabro roto danzaba en el centro de la habitación, sin decidirse a caer aún. Sólo había una persona en la habitación, acostada en el suelo, cerca de uno de los pilares, respirando aún agitadamente. El cabello rojo se desparramaba por el suelo de madera y su expresión era de completa y dolorosa derrota. — ¿Por qué cambiaste a su compañera de habitación? Me caía bien la niña Lionheart, tiene el espíritu disciplinado de los militares de la Estirpe Roja. Alice despertó al escuchar estas palabras en algún punto por encima de su cabeza. El cuerpo le dolía, de nuevo. —Alice también es, en alguna medida, de la Estirpe Roja —replicó la voz de Elena, en un suspiro.

Entonces Alice se dio cuenta de que seguía en la oficina de Elena. Su cuerpo yacía sobre uno de los sillones largos sobre el que se había acostado la madrugada anterior, después de que Elena había untado una mezcla curativa en sus moretones al encontrarla tirada en la sala de duelos. Escuchó pasos que se acercaban. — ¿Es ella? —dijo, ahora más cerca de ella, la otra voz, que era grave y seca. —Déjala descansar —pidió Elena. Alice se incorporó de inmediato, al notar que estaban hablando de ella. La persona que se erguía frente a ella era alta y morena. Tenía un uniforme militar de color oscuro ajustado al cuerpo, y un cabello liso e igualmente negro estaba atado de forma muy escrupulosa. — ¿Pasa algo conmigo? —preguntó Alice, elevando los ojos hacia ella.

—No se ve como alguien que provenga de una Estirpe guerrera —replicó de inmediato la mujer, desviando los ojos hacia Elena de inmediato, e ignorándola. —Aunque no lo creas, es la segunda mejor esgrimista de la escuela. De hecho es mejor que Sabrina. — ¿Es eso verdad? —preguntó la otra mujer, mirando a Alice con incredulidad. — ¿Quien eres tú? —preguntó Alice, bostezando y sacándose la manta de piel de encima. —Maestra Thrud Eldernoir, capitán de la Guardia —respondió la mujer. —Anoche les escribí para que nos ayudaran a perseguir a Nadia —explicó Elena, que no se había movido de su escritorio—. La Guardia es la milicia encargada de mantener el orden en los Cinco Círculos. —Y sucede que mi Juramento de Lealtad es tu

compañera de habitación. — ¿Riham? La mujer asintió. —Genial —exclamó Alice deslizando los ojos desde arriba hasta abajo del cuerpo de la mujer—. No sabía que Riham tuviera un Juramento de Lealtad. Creo que ustedes dos deben hacer buena pareja. — ¿A qué te refieres con eso? —La regañó la voz grave de la militar— ¿Te estás burlando de mí? Sus notas en hechizos y en combate son una vergüenza. Hasta ahora sólo ha mostrado habilidades en las artes de hacer dinero de manera fácil y de vestirse como un chico. ¿Crees que eso es algo bueno para un alto mando de la Orden como yo? —Bueno, yo... —No se está burlando de ti —replicó Elena, cansada—. Es sólo que...

— ¿Tú eres la persona que estuvo involucrada en el incidente de anoche? —preguntó la militar, interrumpiendo de golpe las palabras de la subdirectora del colegio Ravensoul. — ¿Estoy en problemas? Antes de que la capitán Thrud Eldernoir pudiera empezar a hablar, Elena lo hizo. —No. Sólo quiere saber si eres lo suficientemente fuerte y disciplinada como para ser la compañera de habitación de Riham. No tienes que responder a sus irracionales preguntas si no quieres. Alice estudió la expresión de Elena por unos segundos antes de asentir. ¿Qué clase de relación tendrían esas dos? — ¿Qué pasó con la maestra Nadia? —La hemos capturado esta madrugada, la estamos interrogando. Pronto será llevada a Runia —respondió la mujer con la voz monocorde de alguien que entrega un informe.

— ¿Qué le va a pasar? Ella negó con la cabeza. —El Concilio de Ancianos decidirá su destino —le dijo con un tono que dejaba adivinar que creía que eso explicaba todo y saldaba también el asunto. —Eldernoir —dijo Elena unos instantes después— ¿Quieres quedarte a desayunar? No veo razón para que tú y tus compañeros se queden afuera, mientras aquí hay espacio de sobra. —No vine a eso. Sólo quiero tener unos minutos a solas con Riham. Y tú —agregó señalando a Alice—, espero que no vayas a ser una mala influencia sobre ella. Dicho esto, dio media vuelta y salió de la sala. De inmediato, Elena también se encaminó hacia la puerta. —Quédate aquí —le dijo a Alice—. Vengo enseguida.

Cuando Elena salió al corredor, dio unos pasos apresurados para llegar junto a Eldernoir. Caminaron unos instantes sin decir nada, hasta que a la otra se le ocurrió abrir la boca. —No sé qué gracia le encuentras a este castillo, de verdad —comentó Eldernoir con un tono despectivo que no habría adoptado de haber una tercera persona con ellas. Elena sabía que haría un comentario mordaz como ese en algún momento, apenas estuvieran solas. —Quiero decir —continuó burlescamente—, no es ni la mitad de lujoso que la mansión de los Somn en Runia. — ¿No has pensado que eso te debería indicar que el valor yace en otro lado? —respondió Elena, tratando de sonar calmada—. Además, ya es demasiado tarde para arrepentirse, de todas formas. E incluso, cuando llegaron al comedor, donde

había más gente, se atrevió a soltar: —No te preocupes, Eldernoir —y aquí le puso una mano sobre el hombro—, pronto encontrarás alguien a quien amar. Le sonrió, y se adelantó caminando en dirección a la mesa de las maestras, donde ya no podría hacerle más comentarios como ese. Aunque ahora debía estar furiosa con ella, Eldernoir la siguió. Para haber sido un duelo secreto, las estudiantes estaban siendo terriblemente indiscretas. Si guardar la identidad de las participantes hubiera sido menester para mantenerlas fuera de problemas, habrían fallado terriblemente en la empresa. El puesto de Lennye en la mesa estaba cubierto de tarjetas de felicitaciones, flores, ramos de flores, pétalos de rosas e incluso una carta cortada con la forma de una espada. Lennye estaba ahí, de pie apoyada en el marco de uno de los vitrales,

conversando con un grupo de chicas. —Yo diría que tu popularidad ha aumentado por lo menos en un doscientos por ciento desde anoche, Whitegrave —dijo Elena, cuando llegó hasta ella. Asustadas, sus aprendices volvieron los ojos hacia ella, sin decir otra palabra. —Tus habilidades para detectar a través de la materia han mejorado mucho, Tera, te felicito —le dijo entonces a Tera Bennet, que estaba entre ellas. Como respuesta, Tera sólo la miró aún más asustada. Elena le sonrió de la manera más amable posible, para asegurarle que no estaba molesta con ella. Cualquier persona entendería que no podría castigar a todo el colegio por una cosa como esa, sería cansador y una mala estrategia. —Vayan a sus asientos, tengo que hablar con la señorita Whitegrave aquí presente.

Las chicas se inclinaron al pasar junto a ella y a Eldernoir, que se mantenía a su espalda. — ¿Alice está bien? —preguntó Lennye, deslizando los ojos de Elena a Eldernoir y estudiando el uniforme de esta última. —No creo que te importe mucho si la dejaste a su suerte después de la batalla —le llegó desde atrás la voz de Eldernoir, y por un momento Elena experimentó una agradable calidez al sentir que la otra le guardaba las espaldas y estaba de su lado en aquel momento. Lennye la miro con una curiosidad un poco burlesca antes de contestar: —Alice no quiso que nadie la tocara, se negó a ser teletransportada. Pero quizás si la hubiera llevado a la fuerza a mi habitación y la hubiera desnudado en la obscuridad para curarle los golpes se habría visto más apropiado ante sus ojos, ¿capitán...? Parecía que Lennye pasaba sus ratos libres

pensando en distintas formas de responder de manera burlesca, pues nunca se le acababa el repertorio, pensó Elena. —Eldernoir —respondió secamente ella. El tono de su voz implicaba que estaba segura de que incluso alguien como Lennye habría escuchado el aristocrático apellido. —Lennye, quiero tener unas palabras contigo, en mi oficina —pidió Elena antes de voltear. Le sonrió a Eldernoir cálidamente, pero esta ahora miraba venenosamente en dirección a Lennye. Así que se adelantó de vuelta a su oficina, ignorando los suspiros y murmullos que se levantaban entre sus aprendices al pasar Lennye cerca de ellas. —Alice me informó todo lo que pasó entre ustedes, pero creo que censuró algunas partes. — ¿Deseas ver las memorias? —Ofreció Lennye— No tengo nada que ocultar.

"No tienes nada que ocultar respecto a Alice, querrás decir" pensó Elena. —No —replicó Elena—. Sólo quería hacer notar que quizás alguien finalmente encontró un trozo de mármol que es de su agrado. Cuando Elena volvió a entrar en su oficina, Lennye venía con ella, y le lanzó a Alice una mirada preocupada, que esta sólo respondió apartando el rostro. —Acércate, Alice —pidió Elena, adoptando un tono autoritario en su voz. Alice se puso de pie y se acercó a ellas, imitando a Lennye, que se erguía ante el escritorio de Elena con la actitud de alguien a punto de recibir un regaño. — ¿Cómo te encuentras? —susurró Lennye cuando Alice se puso a su lado. Nuevamente, Alice apartó ignorándola. ¿Qué se creía?

la

vista,

—Creía que lo habías visto —le volvió a susurrar Lennye. Ante la expresión de desentendimiento de Alice, Lennye cogió la venda que cubría su palma y parte de su brazo y la desató. Allí, en su palma, un círculo y un rombo se entrecruzaban en forma de tatuaje. Y en el centro de ambos se dibujaba una tercera figura larga y estilizada: una espada. —La dibujé en la primera página de mi Códice —comentó Lennye, sonriendo—. En algunas familias, tener una espada como Sello de Estirpe es sinónimo de que tienes talento para la esgrima y que debes tomar lecciones de desde que eres capaz de pararte en tus propios pies. Alice recordaba borrosamente haber visto una espada en la primera página del libro. En su momento le pareció uno de los tantos símbolos que llenaban los libros de hechicería y no le dio mayor importancia. Alice había estudiado que un

Sello de Estirpe era la marca de identidad de cualquier hechicero, y que nunca se repetían. Esta nueva información sólo logró molestarla aún más, y hacer que le lanzara una mirada fría a Lennye. Entonces, como para recordarles que no estaban solas, Elena tosió. Ambas dirigieron sus ojos hacia ella, Alice tratando de pintar una expresión de disculpa en el rostro por haberse distraído. —Quiero que sepan que lo que pasó anoche en el salón de duelos fue terriblemente peligroso, y no debe volver a suceder. Y aunque me parece que Alice ya recibió suficiente castigo, no puedo decir lo mismo de ti, Whitegrave. Cuando Elena dijo esto, se detuvo ante Lennye y la enfrentó, mirándola fijamente. —Estoy lista —replicó conmigo lo que quieras.

Lennye—.

Haz

—Quiero que des la clase de esgrima hasta que

encuentre a alguien para ese puesto. —Bien. ¿Eso es todo? —No me gustas, Whitegrave. No me gusta tu ropa, no me gusta tu pelo blanco, tampoco me gustan tus métodos. —Tienes que aceptar que si Alice no recibe una dosis necesaria de golpes ahora, su personalidad podría echarse a perder en el futuro. Es por su bien. —Aun así, tu forma de proceder fue excesivamente cruel, demasiado cruda para una niña tan joven. —No pretendía humillarla a ella, sino a Nadia. —Ya que tienes tanta sensibilidad artística ¿no se te ocurrió alguna forma más creativa, más sutil de hacerlo? —No pensé que Alice sería tan inmadura de reaccionar de esa manera. Si consideramos que es el orgullo lo que la motivó a comportarse de esa

forma autodestructiva, arrancárselo.

lo

más

lógico

es

Alice observó por el borde del ojo como Elena levantaba la mano de repente. Escuchó el sonido. Pero tuvo que moverse un poco hacia adelante para observarlo mejor y poder creerlo. Cuando se dio cuenta de lo que Elena acababa de hacer, el corazón le empezó a latir rápido, del nerviosismo. Lennye tenía el rostro girado, y se sujetaba con una mano la mejilla sobre la que había recibido el golpe. — ¿Quién te crees que eres para tomar una decisión como esa? Eso no te corresponde a ti, sino a los tutores de Alice. Pero ya que eres partidaria de imponer la humildad entre los demás, imagino que estarás más que feliz de poder darle el ejemplo a la persona a la que pretendes educar. Lennye se irguió y miró a Elena a los ojos sólo por un instante, antes de hacer una inclinación con

la cabeza. —Gracias por abofetearme, maestra Somn — dijo con el tono más sumiso posible. Elena se quedó de pie, mirándola fríamente. Durante su estancia en el Colegio Ravensoul, jamás había visto a Elena abofetear a nadie, y pensó que Lennye tendría que molestarle mucho para que lo hiciera. Por la expresión incrédula de Elena, Alice habría dicho que no creía a Lennye capaz de reaccionar de esa forma tan dócil, y que le habría satisfecho más el que Lennye no se hubiera dejado subyugar. —Levántate —soltó Elena con severidad. Lennye obedeció. Tenía una expresión neutra pintada en el rostro, como si estuviera segura de que Elena iba a volver a golpearla si hacía cualquier cosa en absoluto. —De ahora en adelante ten más cuidado con la forma en la que tratas a mis aprendices. ¿Entiendes?

—Si, maestra. —Eso es todo. Ahora salgan de mi oficina, las dos. — ¿Estás bien? —Eso creo. —Tu manera de pelear es hermosa —dijo Alice, intentando romper el hielo—. Jamás había visto a nadie moverse así, ni siquiera a Ryû. Debiste tener muy buenos tutores. —De todas formas, creo que si fui demasiado dura contigo. Alice bajó la cabeza y asintió. —Yo me lo busqué con mi actitud. Te subestimé, y no te hice caso cuando me advertiste que me calmara. —Tenías razones para creer que tenías la situación controlada, eres muy buena —cedió Lennye sonriendo amablemente.

—Es irónico que cuando veníamos en el barco, evité decirte que sabía esgrima para no asustarte. —Eso pasó porque te hiciste una imagen estereotipada de mí. Es importante ver más allá de las apariencias. — ¿Eso es lo que significa la venda que llevabas en los ojos? —preguntó Alice señalando la tela que se enroscaba en su muñeca. Esta vez Lennye sonrió ampliamente. —Si, los ojos pueden engañarte. Cuando desembocaron en el comedor, Alice advirtió que todo el mundo parecía estar esperándolas. — ¡La heroína de la noche anterior! —vociferó Riham, poniéndose de pie sobre su silla, y comenzando a aplaudir. El resto del colegio, a excepción de algunas maestras, se puso también de pie. —Vaya, no sabía que le gustaras tanto a

Riham. —Hace un rato estaba vendiendo fotografías del duelo de anoche. A dos runas cada una. Los aplausos aumentaron conforme se internaron en el comedor. Alice advirtió que el puesto de Lennye en la mesa de las maestras estaba lleno de rosas de todos los colores. Las niñas a su alrededor la felicitaban, tanto por sus heroicas acciones como por su excelente desempeño en el duelo de la noche anterior. —Nos vemos, Alice —dijo Lennye deteniéndose cuando llegaron a su puesto. —Espera, Lennye —dijo Alice, consciente de que eran el centro de atención de toda la escuela —. ¿Me perdonas por lo que pasó anoche? —No hay nada que perdonar —replicó la otra. —Entonces ¿Te gustaría acompañarme a la playa esta tarde? —Creo que necesitas descansar, dado el estado

de tu cuerpo. —No es justo. Deberíamos hacer la paz ahora. Lennye la miró evaluativamente. —Está bien, pero tendremos que montar ambas en tu caballo, porque yo no tengo uno. ¿De acuerdo? —Claro, eso no es ningún problema. —Después de almuerzo en las caballerizas — indicó ella esbozando una sonrisa. Y se volteó para tomar su lugar en la mesa. Alice caminó hasta su puesto, aliviada de que las estudiantes hubieran dejado de mirarla y volvieran a sus asientos. Riham se acercó a ella y le pasó el brazo por los hombros. —Alice, me has hecho ganar muchísimo dinero durante este mes —le susurró alegremente. Alice miró fugazmente hacia sus manos y notó que tenía los nudillos en carne viva. Entonces recordó la conversación que había escuchado

hacía unos minutos entre Elena y la capitán de la Guardia. —Tu mano ¿No deberías vendarla? Cuando Alice dijo esto, Riham se apresuró a quitarla de su vista. —No es nada, no es nada —replicó sonriendo y soltando a Alice. Sólo cuando Alice tomó asiento, notó que Leonora la miraba seriamente. — ¿Regañar, dijiste el otro día? —le dijo Alice, alegre de poder expresar en voz alta su rivalidad con ella—. ¿En qué nivel pones el recibir una paliza durante un duelo clandestino de esgrima? Leonora la miró sumamente herida. —Sólo tuviste suerte —replicó antes de apartar la vista y continuar con su desayuno. — ¡Auch! Me duele... —se quejó Alice, intentando reprimir el movimiento automático de

su brazo ante el contacto con el algodón húmedo. —Quédate quieta —la reprendió la voz de Elena—. Tienes suerte de que Lennye lo haya descubierto primero que yo. Si hubiera dependido de mi, ahora no te podrías sentar. Alice había pasado la última hora y media refiriéndole a Elena los acontecimientos de la semana pasada. Desde la pelea a puñetazos que había tenido con la maestra Nadia, hasta el duelo de hacía un rato. Era de noche, a esa hora todo el castillo estaría durmiendo o comentando el espectacular duelo. Pero como Alice había rechazado de un manotazo el ofrecimiento de Riham de llevársela a la habitación de ambas, Elena la había encontrado en el salón de duelos y se la había llevado a su oficina, la había arropado con una manta y le había dado de comer antes de empezar a atender sus heridas. Y Ahora que Alice le había contado toda la historia, parecía que también Elena se

sentía en la libertad de regañarla. Por supuesto, Alice se había tomado la libertad de omitir las partes que podrían resultarle menos interesantes a Elena. Así, la escena de la chimenea se había convertido en "Lennye me curó haciéndome un corte en la mano" y la larga escena de la cabaña se había convertido en "y luego de que me hizo contarle la verdad, me castigó". Punto. —Tu no me habrías azotado ¿Verdad que no? —Preguntó Alice, elevando la mirada con calidez hacia los ojos negros de Elena—. Las leyes de los Cinco Círculos no te lo permiten. —Por supuesto que si, Alice. Al diablo con las leyes, te habría dado una buena paliza. Debiste haber confiado en mí. Alice bajó los ojos avergonzada al escuchar esta revelación. —No quería que te enojaras conmigo — susurró con voz baja.

—Es mi responsabilidad que estés segura — continuó Elena, suavizando un poco el tono—. Si no confías en mí para decirme esta clase de cosas, no me permites hacer bien mi trabajo. —Lo siento —dijo Alice, intentando buscar fuerzas para volver a mirarla. Elena le devolvió una mirada que intentaba parecer dura sin mucho éxito. En esas ocasiones Alice se preguntaba qué era lo que Elena tenía exactamente para que todos le tuvieran miedo. Elena volvió a bajar la vista a sus moretones y siguió untando la sustancia en su piel por unos minutos. Alice sabía que podría haberle puesto fin a su dolor con un simple hechizo y un poco de su energía vital, pero que no lo haría, así como tampoco nadie en el castillo curaría nunca mediante magia las marcas que las palmas de Lennye habían impreso sobre sus nalgas la noche pasada. Fue después de un rato, cuando la mente de

Alice todavía vagaba en los eventos de la noche pasada, que a Elena se le ocurrió comentar: —Oye, Alice... ¿No has notado que Lennye es un poco extraña? — ¿Te refieres a algo aparte del hecho de que es una hechicera? —Su forma de comportarse me parece descolocarte incluso a mí, que soy una hechicera. Tiene muchas habilidades. ¿Esgrima y Alquimia de Sangre? Además, me pregunto qué hacía paseando de noche por el colegio. Quiero decir, tú tenías tus razones ¿Pero qué razones tenía ella? —Quizás venía de la habitación de alguien — replicó Alice, esa era la razón más probable y la daba por hecho—. ¿Qué otra cosa podría ser? —El Clan Ravensoul tiene enemigos, creo que Lennye podría ser uno de ellos. — ¿Qué clase de enemigos? ¿Otros clanes de hechiceros? —preguntó Alice, emocionada.

Se imaginaba un castillo oscuro y desolado, rodeado por árboles sin hojas, alrededor del cual se erguían figuras oscuras y escalofriantes cubiertas por capas que velaban sus rostros. ¿Algún día se enfrentarían a ellos? Había leído acerca de las guerras de hechiceros en los libros de la biblioteca. —Es sólo una teoría, una corazonada —replicó Elena, con una voz que sugería que debía calmarse—. Hace pocos meses, la maestra Agatha fue nombrada Maestra Suprema de la Estirpe Negra. Ese es un cargo importante que puede atraer muchos enemigos. Entonces Alice recordó que aún había omitido decirle algo a Elena. ¿Qué tal si el encuentro durante el viaje en barco hubiera estado planeado? Alice suspiró pesadamente antes de decir: —Elena, tengo algo que decirte. Lennye y yo nos conocíamos de antes. Elena la miró con sorpresa, y entonces Alice le

empezó a contar toda la historia del viaje. — ¿Crees que podría haber iniciado una conversación conmigo a propósito? —preguntó cuando hubo terminado de referirle la historia. —Es extraño. Si es como me dijiste y le contaste que venías al colegio Ravensoul, podría haberte acompañado hasta aquí, haberse presentado. Es igualmente probable que fuera sólo una casualidad que haya tomado el mismo barco. Después de todo, muchos hechiceros toman barcos desde Runia, ya que ahí está la capital. Es muy probable que una vez en el barco se haya sentido atraída hacia ti y se haya acercado sin mayor planificación. Alice recordó la mirada aproblemada que Lennye había mostrado cada vez que hacía alguna mención de Mist o del Colegio Ravensoul. Si, sin duda que su comportamiento había sido el del criminal de alguna novela de misterio. — ¿Atraída hacia mí? ¿Por qué crees eso?

—De todas formas —continuó Elena, ignorándola—. Deberíamos buscar pruebas que la inculpen, vigilarla. En mi familia tenemos un refrán: "Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos más cerca". Me intentaré acercar a ella para sacarle información. — ¿No crees que sería menos sospechoso si lo hiciera yo? —Se le ocurrió proponer entonces— Apuesto que a mi lado bajaría más las defensas. Ella misma había dicho que Lennye se sentía atraída hacia ella. Alice no pensaba eso. Podría ser que Lennye la quisiera un poco. Pero de todas formas en aquel momento le parecía mucho más agradable la teoría de que la joven había trabado amistad con ella porque quería conseguir algo a cambio, y de que era una malvada arpía que necesitaba ser puesta en evidencia. —Imposible ¿Acaso has estado presente en las clases de hechizos? Si ella descubre que la estás engañando puede ponerse ser muy peligrosa. Si

algo llegara a pasarte, la maestra Agatha me encadenaría en las mazmorras y me daría latigazos hasta dejarme sin conciencia. —Agatha me salvó la vida, ella entendería que intentara pagárselo. Y después de todo lo que me ha hecho Lennye, no puedes esperar que me quede de brazos cruzados. —Entonces lo que quieres realmente es vengarte. —Es una cosa de honor. Elena suspiró. —Gracias. Pero prométeme que no harás nada impulsivo. Por ejemplo, tu reacción de anoche ante los actos de Lennye se califica de impulsiva, peligrosa y estúpida. Alice la miró con rabia. — ¿Qué habrías hecho tú? Elena levantó la mano para darle un ligero golpe en la cabeza.

— ¡Ay! —Primero, no te dejes provocar. Si quieres tener el control tienes que ser fría por dentro y amable por fuera. ¿Entiendes? —Pero me duele que me ofendan. —Piensa que a ella le va a doler más cuando descubramos lo que se trae entre manos. ¿Puedes imaginarte la cara que va a poner en ese momento? Alice asintió. —De acuerdo —aceptó—. Fría y amable.

VI La infamosa familia de los Alquimistas de Sangre. Octubre. Por supuesto, a esa altura Elena lo sabía. Sonrojándose una y otra vez, Alice le había contado la historia de como Whitegrave había transformado una mano hechizada en una mano sana. Fue por eso que la subdirectora de la Academia Ravensoul no se sorprendió de encontrarse a esos dos jóvenes frente a su escritorio aquella mañana. Entonces Alice entendió por qué Elena le había pedido que no intentara hacerle preguntas a Lennye al respecto, que pronto llegarían las respuestas. Aquellos visitantes lo eran. A Alice le había sorprendido haber sido llamada a la oficina de Elena casi al final de la mañana. Pero más le había sorprendido la guardia improvisada que se había montado en la oficina de

la subdirectora: a un extremo de la puerta de entrada estaba Lennye, al otro Odina, una chica alta y de corto pelo rubio que iba a cuarto año, y Todhia, la prima de Lydia, de la misma edad; además de ellas, Érebu y Sabrina se apostaban en lugares estratégicos de la habitación. Al parecer, aquellos visitantes eran vistos como personas hostiles. Ella tenía el pelo negro y liso hasta los hombros, quizás unos veinte años, su corte de cabello era altamente estilizado, así como sus ropajes. Él era un poco mayor y tenía el pelo rojo y corto, de un tono de escarlata único, la versión más pura e intensa que existía. Pero no habían sido sus aspectos, sino que la mirada que le lanzaron a Alice lo que disipó las dudas de la jovencita: era una mezcla de recelo y respeto, de cariño y de lástima. Casi no había sido necesario, pero Elena igualmente lo dijo:

—Estos señores, Alice, son de la Rama Principal de la familia Van-Krauss. La joven, que estaba apostada unos centímetros a espaldas del muchacho rió de inmediato y dijo con sarcasmo: —No era consciente de que fuéramos llamados así. Elena abrió la boca, con aire culpable, intentado decir algo para corregir sus palabras, pero el muchacho la cortó, con una voz tan impetuosa como la de la chica. —Somos la única “rama” de la familia que hay. Los demás —y aquí sus ojos se posaron en Alice— son simples rebeldes. Alice les miró sin saber si permanecer ahí de pie o saludarles, sin saber si sentirse ofendida de que Elena no les recibiera cordialmente con té y pastel, o si sentirse orgullosa de que sus propios familiares requirieran una guardia tan estricta, como si se tratara de animales sumamente

peligrosos o de militares altamente entrenados. —Venimos a verte, de todas formas —dijo el joven, rompiendo el incómodo silencio—. Alice ¿No? Yo soy Vlad Van-Krauss, tu primo —y le extendió la mano, la cual Alice estrechó—. La chica es Válerie. Válerie le hizo una inclinación con la cabeza, y sus labios se curvaron unos milímetros en una sonrisa. —La familia Van-Krauss ha advertido que has sido iniciada en Alquimia de Sangre —dijo Elena con un tono aparentemente casual y carente de toda carga emocional. Pero ambas sabían todo lo que ocultaban esas palabras. Alice intentó asentir con la misma indiferencia, consciente de que, a sus espaldas, Whitegrave había clavado los ojos en ella. —Espero no haber hecho nada fuera de la ley —dijo. —Me

gustaría

decir

que

si.

Pero

lamentablemente estabas en tu derecho — respondió Vlad—. No venimos hostilmente — agregó paseando la vista por los tres aprendices de hechiceros y las dos Oficiales que se apostaban a modo de guardias en la habitación—. Quizás conoces suficiente de la situación de nuestra familia como para saber que tal cosa sería imposible. Por primera vez intercambió con Vlad una mirada de triste complicidad, de resignación, y asintió. —Nos han ordenado llevarte a casa con nosotros. Alice se sobresaltó ante estas palabras. ¿A casa? Elena por su parte, levantó la palma derecha y se puso de pie. —De visita tranquilizador.

—explicó

en

un

tono

Alice paseó la mirada de Elena a Vlad, y luego

de vuelta. Algo se apretó desagradablemente a la altura de su estómago. —No te vamos a abandonar ahí —reiteró Elena —Pero si quieres quedarte a vivir serás bienvenida —contestó inmediatamente Vlad, contrarrestando las palabras de Elena. Alice asintió nuevamente. — ¿Y todo esto está pasando... porque fui iniciada? —Exacto —respondió Vlad—. El abuelo desea verte y enseñarte acerca de nuestros poderes. Y también conocer a tu maestro. Porque asumo que no eres lo suficiente inteligente como haber aprendido sola —estas últimas palabras las dijo con el mismo tono casual, mirando su aspecto en una forma que no era ni despectiva ni calculadora, sólo como si estuviera enunciando una verdad obvia. —No es que Alice no sea inteligente —se apresuró a decir Válerie—. Es que sólo algunos

genios son capaces de descubrir o usar sus poderes por su propia cuenta, sin la necesidad de un tutor. —Entonces ¿Está muy lejos de aquí? Podemos escribirle una carta. —Eso no será necesario, mi Señor —respondió una vaporosa voz a espalda de ellos. Lennye había dado un paso adelante, y con la cabeza inclinada y una mano en el pecho, saludaba a los Van-Krauss mayores. —He sido yo quien ha iniciado a esta niña. Vlad la miró con la expresión más confusa del mundo. —Una hechicera —dijo simplemente. —Lennye Whitegrave, a su servicio —dijo irguiendo la cabeza. — ¿Whitegrave? —Preguntó entonces Válerie acercándose a ella— ¿Es esa una familia de sangreblancas?

Vlad le lanzó una mirada de advertencia a Válerie, como diciéndole que se callara. —Si —respondió él, sin permitirle a Lennye contestar por su cuenta— ¿No ves su piel y su cabello? —Si, soy una sangreblanca, mi Señor — respondió Lennye en el mismo tono respetuoso—. Sin embargo, aunque ustedes tengan el derecho de llevarse a Alice, no tienen el mismo derecho sobre mí. Y les aseguro que no tengo ningún deseo de ir con ustedes ni de conocer al General Van-Krauss. Los dos Van-Krauss mayores cruzaron miradas sorprendidas antes de que se escuchara la voz de Elena decir: —Irás de todas formas. Alguien tiene que acompañar a Alice. Con todo respeto, señores, la niña no puede ir sola. Una expresión sardónica pintó el rostro de Vlad, pero no alcanzó a decir nada, pues Lennye habló primero que él.

—Envía a otra persona entonces. ¿Por qué tengo que ir yo? — ¿Oh? Porque tenía la impresión de que eras la más fuerte de mis maestras. Al menos esa impresión me quedó después del duelo de esgrima ¿No piensan lo mismo, niños? —preguntó paseando la mirada por sus alumnos, los que contestaron con suaves murmullos afirmativos. —No es parte de mi trabajo —respondió Lennye y volvió a tomar su lugar junto a la puerta. Eso zanjaba el asunto. —En fin —dijo Elena volviendo a su tono agradable—. ¿Van a quedarse a almorzar? —Es un poco... llamativo —comentó Válerie — ¿Lo hiciste tú? Alice se detuvo a medio camino entre el guardarropa y la cama y volteó para comprobar a lo que se refería. Válerie miraba con una sonrisa el cubrecama

de Alice. El emblema de la familia Van-Krauss en rojo y negro ocupaba toda la superficie. —Estuvo como tres semanas bordándolo — respondió la voz de Riham desde la cama vecina. Estaban en su habitación. Elena había decidido que Riham la acompañaría al viaje que harían durante el fin de semana. Y ambas hacían las maletas, mientras Válerie observaba la habitación con curiosidad. —Eres una especie de entusiasta de la familia, entonces —comentó Válerie. —Bueno, si. ¿Por qué no? El tiempo que había pasado desde el duelo de esgrima, había constituido una nueva época de la estancia de Alice en el Colegio Ravensoul. En primer lugar, Lennye se había hecho increíblemente popular, pasando de ser una nueva y simpática maestra de la Estirpe Azul al nuevo juguete del colegio, con el que todas querían jugar. La forma en que Lennye se conducía con

todas ellas, le había recordado a la forma paciente y magnánima con la que Érebu trataba a todas las chicas que se le querían acercar, prestándole atención a todas y tratando con cuidado los sentimientos de cada una. Principalmente porque se excusaba de estar ocupada a causa de esto, era que Alice no lograba estar a solas con Lennye tanto como hubiera querido. Pero, de todas formas, cuando lo estaban, Lennye se comportaba con perfecta compostura y no lograba sacarle nada de información. Alice había notado que el libro blanco ya no estaba a la vista en ningún lugar de la habitación, pero no se había atrevido a mencionarlo, excepto para volver a disculparse una vez por haberlo tomado. Alice pasaba la mayor parte del día con Riham (porque las noches Riham las pasaba con otra persona), y durante los fines de semana solían pavonearse las dos por el castillo o por el pueblo, vistiendo ropas que habían preparado durante toda la semana. Sucedía que ambas tenían cierto gusto

por la ropa, y era algo que gustaban de compartir. Alice siempre había sido buena mezclando colores y bordando patrones de flores, mientras que Riham, como alguien había dicho, tenía un sentido excepcional para vestirse con ropas masculinas y hacerse pasar por un chico de facciones delicadas y vestimentas finas. Después de encontrar aquel libro de historia, Alice también había desarrollado una especie de fanatismo hacia su familia y todo lo que representaba. Desde que había averiguado que los Van-Krauss habían sido expulsados de la Estirpe Roja por "mal comportamiento", su orgullo se había engrandecido y había llenado su habitación de motivos rojos y negros, pintado el escudo de la familia en la cubierta de cada uno de sus cuadernos, y también lo había bordado en la cubierta de su mochila de cuero. Había leído una y otra vez la cita de la maestra Kali Haefastus y se deleitaba con ella, como si fueran elogios. Válerie sin embargo, le lanzó una mirada

ligeramente preocupada y reprobatoria, antes de bajar la vista y empezar a hablar de la fiesta que el abuelo de ambas ofrecería en honor a Alice durante la noche del día siguiente, y que tanto Riham como Alice querrían llevar ropas de gala. A pesar de que los Van-Krauss se sentían aún más incómodos de lo que los hechiceros parecían sentirse con ellos, por alguna razón aceptaron la invitación. Luego de empacar para algunos días, Alice volvió a salir de su habitación para encontrarse con que las clases de la mañana habían terminado. Algunas de sus compañeras miraban a Válerie con cierta curiosidad, pero sin extrañeza. Obviamente no sabían que se trataba de una VanKrauss. De alguna forma le parecía que la chica se podría haber confundido fácilmente con la multitud, podría haber sido una de ellas. Mientras tanto, Vlad se paseaba con Elena por la mansión, y ella le mostraba amablemente el

lugar y sus comodidades, como si se lo estuviera mostrando al padre de alguna de sus alumnas. Cuando llegó la hora de la comida, Vlad se sentó junto a Elena, ocupando el lugar que generalmente ocupaba Lennye, pero Válerie le pidió permiso para sentarse junto a ella. Al principio no supo que decir. Sus ojos negros e inteligentes la intimidaban un poco. Fue la mayor la que rompió el silencio. —Tienes suerte de vivir aquí —le dijo, sonriendo ahora abiertamente—. Puedes conocer a gente muy variada. —Algunos hechiceros pueden ser muy petulantes, ¿sabes? —le soltó Alice, consciente de que sus compañeras de habitación y muchas de sus compañeras de clase escuchaban. Válerie rió nerviosamente de una forma que le hizo recordar a Elena, pero no pudo pensar nada para decir. Después de unos instantes de silencio, se

escuchó a alguien decir: —Yo pensaba que todos los Van-Krauss tenían el pelo rojo. Se trataba de de Lydia, quien sin duda no había pasado por alto la belleza de la otra. —Hay algunas excepciones —respondió otra voz, pero no se trataba de su prima. Para su desagrado, Lennye había ido a sentarse con ellas, debido a que su lugar en la mesa principal acababa de ser usurpado. Válerie la miró sorprendida mientras las chicas le hacían un lugar junto a ella, frente a Alice. —Si. Hay algunas personas diferentes —dijo Válerie, dándole un sorbo a su copa de vino. —Pero la señorita Van-Krauss es muy humilde. Alice se sintió desplazada por aquel trato. Lennye jamás pondría las palabras “señorita” y “humildad” en una frase que incluyera el nombre

de Alice. —Olvida decirnos que los pocos miembros de su familia que nacen con el pelo negro son considerados personas de una inteligencia superior al promedio, y educados de manera especial, como pequeños prodigios. Válerie pareció sentirse avergonzada por este comentario. —Aunque es sólo una tradición —dijo. —Eso es genial —dijo Alice—, entonces eres una especie de genio. —Supongo —respondió Válerie. —Por cierto —preguntó Alice, pasando la mirada de Lennye a Válerie— ¿Qué es un sangreblanca? Una sonrisa traviesa se pintó en el rostro de Lennye mientras la miraba. —De verdad que no te han enseñado nada ¿Eh? —dijo Válerie, anonadada por el nivel de

ignorancia de su joven pariente. Entonces Alice se dio cuenta de que no se trataba de una sonrisa traviesa, sino que de una de burla, y le devolvió una mirada odiosa a la Oficial. Por supuesto que había leído la palabra "sangreblanca" en los libros que se había agenciado de la biblioteca, pero no lograba entender el concepto. —Sólo analiza la palabra “sangre”, se refiere a algo relacionado con los genes; y “blanca” se refiere a algo frágil, delicado, fácilmente manchable —en aquel punto, Válerie clavó la vista en Lennye, y Alice escuchó como Riham reía dos asientos más allá—. Es un termino que inventó nuestra familia para referirse a la gente que es altamente susceptible a nuestros poderes por causa de su nacimiento. —Racismo... —pudo escuchar que Lydia murmuraba. —No,

no

—respondió

Válerie—.

Un

sangreblanca puede nacer en cualquier familia. Pero es cierto que es más fácil que nazca en ciertas familias que en otras. —Cuando dices “altamente susceptibles” — preguntó Alice— ¿Quieres decir débiles? —Débiles si los estás atacando —explicó Válerie—. Si los estás curando o beneficiando de alguna otra manera, se vuelve al revés. —Como un pañuelo níveo tiñéndose con una mancha de sangre —explicó Lennye—. Un sangreblanca absorbe mejor y más rápido los poderes de los Alquimistas Rojos. ¿Entonces era por eso que Lennye se negaba a acompañarla? Sin duda que en una casa llena de Alquimistas de Sangre, alguien así descrito se sentiría muy vulnerable. —Pero un pañuelo absorbe la sangre con la misma rapidez sin importar el color que tenga — dijo Alice, desafiante. —Es sólo una metáfora, lo que quiero decir...

—Es una mala metáfora —la interrumpió Alice—. No se trata del color, si no que del material. —Es cierto, pero si hubiera hablado del material, no podría haber mencionado el color blanco, y habría perdido su valor poético. Válerie las miró divertida. — L o s sangreblanca amplifican nuestros poderes, por eso es normal que nos sintamos atraídos hacia ellos, o que sintamos impulsos inexplicables en su presencia. Es una cuestión biológica adquirida durante los siglos, un instinto de supervivencia. — ¿Atraídos? —preguntó Alice torciendo la boca, sin darle a Lennye el gusto de mirarle. —Por supuesto. Nuestras hormonas se complementan químicamente. Así como ellos nos necesitan, nosotros podemos hacer uso de ellos. Ahora tenemos uno que otro en la familia, pero no nos sirven mucho —dijo como si estuviera

hablando de cabezas de ganado—, sólo para conservar la pureza de la sangre. Pero antes del Gran Naufragio, muchos de nuestra familia formaban lazos con hechiceros sangreblanca que eran de mutuo beneficio. Obviamente, a la larga se terminaban convirtiendo en relaciones que pasaban el límite de una relación profesional y muchos de ellos se volvían parejas o aman... Alice dejó de escuchar a Válerie. Observó furiosa cómo Lennye fingía limpiarse la boca con una servilleta para ocultar su risa. Ella, por supuesto, lo sabía. Lo había sabido desde el primer momento, por eso la trataba con aquella descarada mezcla de burla y familiaridad. Por eso Elena había sugerido que Lennye se había sentido atraída hacia ella en el barco y se le había acercado. Con un ruido metálico, dejó caer su cuchillo y su tenedor y se puso de pie. —Esto es una estupidez, no voy a seguir

escuchando —y abandonó precipitadamente el comedor. — ¿Ah? Pero si sólo había empezado la parte interesante —dijo tristemente Válerie, sin alterarse por el comportamiento de la chica. —No te preocupes, ella es así —dijo Riham poniendo un poco los ojos en blanco. —Lo sé —aseguró Válerie—, en casa son casi todos así. —No, Alice, mira... Lennye dejó su sable a un lado para acercarse a Alice. Al parecer obtenía placer de corregirla a cada rato, pues lo hacía sin descanso, encontrando errores en cada cosa que hacía. Alice suspiró. "Fría, fría" se repitió, como recitando un mantra, intentando manejar la exasperación que la niña le provocaba. Estaban en clases de esgrima. Tal y como lo

había prometido, Lennye estaba enseñando también esa clase. Elena la había obligado a quedarse hasta el final de la clase. Al parecer, según su opinión, quería que los enviados de la familia Van-Krauss apreciaran sus habilidades así como el estilo de enseñanza del colegio, antes de llevársela con ellos a su castillo. Entonces, luego de reprobarla, Lennye se acercó a ella y se puso de pie a su espalda. Cuando la mano de la otra se deslizó por su brazo para corregir su postura y tomar su mano, Alice sintió su cuerpo tensarse. Sabía que Válerie y Vlad estaban en la galería de arriba observando la lección, y esto le molestaba un poco. ¿Era verdad lo que había dicho Válerie durante el almuerzo? No era que a ella le importara, pero era lo que todos parecían creer, que ella y Lennye se complementaban biológicamente y que era natural que estuvieran la una al lado de la otra, casi como si tuvieran el nombre de la otra escrito sobre el cuerpo.

—Es así ¿ves? —le susurró Lennye—. Inténtalo de nuevo. Lennye la soltó en ese momento, para permitir que siguiera practicando esa estocada. Era curiosa la forma en que su visión de Lennye había evolucionado. Al principio la percibía como una dama tranquila y amable, luego había habido un momento en que la percibía como una espina molesta en la yema del dedo, y todavía lo hacía un poco, aunque si las sospechas de ella y de Elena eran ciertas, tenía razones para temerle a Lennye. Pero, respecto a su rol de maestra, lo hacía bastante bien. Alice no había notado esto hasta que Lennye había empezado a dar la clase de esgrima. Pues, por mucho que se esforzara en entender las clases de Doctrina, estas no eran realmente su fuerte. La esgrima por el contrario si lo era, y aunque no tenía la maestría de Lennye, tenía los conocimientos suficientes como para

apreciar su fina y delicada manera de enseñar la materia. Una delicadeza que no hacía sus ataques menos diestros. Aunque contra su voluntad, Lennye la hecho a tener un par de duelos contra ella después de las clases, para comprobar su nivel. En cada uno de ellos la había derrotado, aunque de una forma más elegante y menos humillante que en aquel primer duelo clandestino. A pesar de esto, Lennye parecía encantada con la idea de enseñarle. Alice, después de todo, era su mejor alumna en aquella materia, tal y como Leonora lo era en Doctrina. Recibir aquella atención y aquella dedicación, le habría resultado más agradable si Lennye le siguiera atrayendo como lo había hecho al principio. Sin embargo, la mayor razón por la que la dejaba acercarse así, era por la posibilidad de vengarse de ella. —Bien, bien, buena chica —dijo Lennye—. Has mejorado mucho en estas semanas —agregó,

antes de alejarse de ahí, con una sonrisa traviesa pintada en el rostro. Lo molesto de esas palabras era que eran la pura verdad. A pesar de todas las quejas que tenía contra ella, y de su manía de quejarse por todo, era increíble lo mucho que había mejorado en esgrima las semanas que había estado bajo la tuición de Lennye. — ¿Dónde te metiste todo este rato? —Le recriminó Riham una vez que entró en los vestidores—. Tuve que estar todo este tiempo con tu prima. Alice iba a responder estas palabras, pero de inmediato se dio cuenta de que Lydia, frente a la otra, la miraba asesinamente, exigiéndole toda su atención. De inmediato, Riham volteó el rostro hacia ella. —Vamos, por favor —rogó Riham, estirando una mano para coger uno de los mechones del pelo liso de Lydia y enrollarlo suavemente en su

dedo índice. —Tres semanas —replicó Lydia con expresión molesta. Alice se preguntó acerca de qué estarían discutiendo conforme dejaba su estoque de entrenamiento y su casco sobre una de las bancas y se disponía a abrir su casillero. —Una semana y media —cedió Riham. —Tres semanas —insistió Lydia. —Dos semanas. Sin duda que parecía una especie de negociación de algún tipo. Alice se empezó a desabrochar el traje y cogió su toalla, pero las chicas seguían susurrando, intentando no llamar la atención de las demás: —Tres. Ella no es tu novia ¿Recuerdas? Cuando vuelvas aquí voy a estar esperándote y a ella no la vas a volver a ver. A menos que la prefieras a ella, lo que en ese caso...

— ¡Bien, bien, bien! Tres semanas ¿Feliz? Ahora empezaba a parecer una discusión. —No lo sé. Todavía tienes que convencerla a ella. — ¿Quieres apostar? —la desafió Riham. Lydia tragó saliva. —Sería ofensivo afirmar que no puedes hacerlo. —Entonces crees que sí puedo. —No, no realmente. Cuando se enrolló la toalla alrededor del cuerpo desnudo, para dirigirse a las duchas y empezó a alejar, pudo escuchar como las chicas seguían discutiendo: —Entonces, hagamos esto. Si no lo consigo, tú ganas, y será el doble del tiempo. —No, Riham, es demasiado... —Pero si lo consigo, tú pierdes, y serán tres

semanas para ti ¿De acuerdo? Entonces entró bajo el agua, y sus voces se volvieron borrosas, sin poder escuchar la respuesta de Lydia. Por alguna razón, incluso después de haber escuchado la rotunda negativa de Lennye, seguía sintiendo un miedo impreciso que la acompañaba mientras observaba su maleta ser cargada encima del carruaje. Cuando finalmente Elena se presentó junto a Lennye y a Riham, las últimas dos con una maleta cada una, Alice sintió que sus miedo se hacían realidad. Vlad sonrió complacido de poder llevarle a su abuelo tanto a la nieta como a su mentado “tutor”. Lennye advirtió su expresión. —Lo siento, pero no estoy viniendo por voluntad propia —y su mirada señaló a su empleadora con gesto negativo—. Sólo voy como guardaespaldas.

Mientras Lennye estaba ocupada supervisando como subían su maleta al carruaje, Elena se le acercó quedamente. —El terreno está preparado —le susurró. Alice escrutó sus ojos oscuros, la miraban con aire sumamente serio. — ¿Cómo la convenciste? Pero en ese momento, Lennye se les acercó y Elena se acercó a ella, dándole un beso en la mejilla. —Lo demás depende de ti —le susurró, aprovechando la cercanía de sus rostros. Después de este acto, se alejó de allí. —Es un barco muy elegante —observó Alice. El grupo de viajeros no se había quedado a cenar en el castillo Ravensoul. Válerie había argumentado que querían ahorrar tiempo, y que una excelente cena los estaría esperando en su barco, anclado en el puerto de Mist.

Mientras el barco zarpaba, se habían instalado en sus habitaciones sin desempacar más de lo necesario, pues llegarían al Castillo Blanco (así se llamaba el hogar de la familia Van-Krauss) cerca de la mañana del otro día. Poco después, Alice había sido llamada a la sala de estar de la nave, donde ya se habían instalado Riham, Lennye y sus primos. Alice había olvidado como se sentía tratar con sirvientes que lo hicieran todo por ella, pues en el castillo Ravensoul no los había. No habían tardado en servir la cena, y fue durante esta que se desarrolló esta conversación. —Nuestra familia ahora posee una pequeña flota —informó Vlad, como respuesta a la observación de Alice. — ¿Y para qué propósito? —Alice preguntó. Era perfectamente consciente de que los VanKrauss en la actualidad no tenían permitido tener poderío militar de ningún tipo, así que no podía

tratarse de una flota de guerra. —Principalmente movilización. No nos gusta tener que apoyarnos en los poderes de los hechiceros —y cuando reparó en las miradas de Riham y Lennye, agregó—, sin ofender. — ¿Nada más? —preguntó Alice. —Los barcos han estado en la historia de la familia Van-Krauss por milenios —dijo la voz de Lennye en su típico tono de estar dando una lección—. Pero alguien que tiene el emblema de un ancla con forma de V bordado en la colcha de su cama, sin duda que sabe algo como eso. Alice se sintió molesta por darse cuenta de que Lennye sabía algo que ella no sabía. Eso no estaba en su libro de historia. —Si. Desde allá por los tiempos en que no éramos más que una tribu de salvajes, que gustaba de saquear aldeas de pescadores —comentó, Vlad, esbozando una sonrisa, como si hubiera vivido en aquella época, pudiera recordarla y deseara volver

a ella. —Desde el Gran Naufragio, el abuelo empezó a revivir algunas tradiciones familiares más antiguas. Como la de desarrollar la navegación — explicó Válerie. —O la de tratar a los sinestirpes como esclavos... —agregó Vlad en un tono más sombrío, bajando la voz. —El Gran Naufragio es el punto en la historia en el que nuestra familia abandonó la FMD ¿Verdad? —preguntó Alice Eso no estaba en el libro que había leído, el cual tendría por lo menos medio siglo de antigüedad. No, el Gran Naufragio —aunque en la FMD no lo llamaban así— era una parte de la historia que le había sido repetida hasta el cansancio por el instructor Bron desde que había tenido uso de razón. —Si... — ¿Puedo hacer una pregunta? —pidió

entonces Lennye, que se había mantenido en silencio la mayor parte de la conversación. — ¿Qué sucede? —preguntó Vlad, levantando los ojos hacia ella. — ¿Hay miembros de vuestra familia que puedan ver con ojos de odio a Alice, por su ascendencia? —le preguntó. Vlad tragó saliva. —El abuelo está invitando a Alice para preguntarle si quiere recibir educación de nosotros, y para responder algunas de sus preguntas, eso es todo. Eso no respondía a su pregunta. Pero luego de que Lennye se disculpara con él, siguieron cenando y comenzaron a hablar de otras cosas, como acerca del agradable clima que reinaba en el país de los Van-Krauss y de lo buena en esgrima que era Alice. Después de la cena, Riham y Válerie se quedaron conversando en la cámara que habían

usado como sala de estar, pues la segunda parecía muy interesada en las cosas que podía aprender de una hechicera, y la primera se sentía encantada de presumir de aquello. Alice, por su parte, se retiró a la cama. Sin embargo, encontrándose acostada ahí, los ojos negros de Elena se le vinieron a la memoria. Sin duda que Elena se molestaría con ella si no aprovechaba la oportunidad. Alice se quedó de pie ante la puerta del camarote de Lennye, escuchando el agua de la ducha correr. ¿No se habría tenido que duchar después de la clase de esgrima? Hacerlo dos veces era un poco exagerado. Sin embargo, era una oportunidad para ella, así que giró la manilla con cuidado y abrió la puerta cuidando de que no rechinara, rezando por que todos estuvieran demasiado ocupados en sus propios asuntos como para querer pasar por aquel corredor en ese momento.

La habitación, como esperaba, estaba vacía, y un poco de vaho nacía de la base de la puerta cerrada del baño. Se apresuró a cerrar también la puerta de entrada, y paseó los ojos por la habitación. Maldición. La maleta de Lennye estaba a los pies de su cama, totalmente cerrada. Por lo demás, la habitación estaba ordenada, pero carecía de cualquier objeto personal, tal y como la habitación de un hotel. Los únicos objetos que podía identificar como pertenecientes a Lennye, eran las ropas que había llevado durante la cena, que descansaban estiradas sobre su cama, y encima de esta, unas bragas de color blanco y rosa pálido. Alice se dio cuenta de que se había quedado mirando las bragas de Lennye, pues nunca había visto una prenda tan personal de ella. Pero de inmediato sacudió la cabeza. "Concéntrate, Alice" se regañó a si misma.

No había entrado a la habitación de Lennye para satisfacer esa clase de deseos. Se preguntó si Lennye habría sido lo suficientemente celosa como para llevar el libro blanco con ella, y si era un libro con información lo bastante valiosa como para arriesgarse a leerlo. — ¿Qué estás haciendo? —la sobresaltó una voz severa a su espalda. Alice volteó lentamente, asustada. De la puerta abierta del baño salían volutas de vapor, Lennye estaba frente a ella y llevaba una toalla amarrada al torso, que la cubría hasta la mitad de los muslos, pero estaba tensada de tal manera alrededor de sus senos, que los apretaba contra su pecho haciéndolos sobresalir a la vista, llamando la atención. El cabello mojado le caía libremente por todo el cuerpo, y la miraba con actitud recelosa, quizás preguntándose si debería de lanzarle un hechizo a Alice. "Demasiado lenta" se maldijo interiormente.

"Bueno, bueno, tranquila, improvisa." —Eh... yo... perdón por entrar así —soltó bajando los ojos, sospechando que a Lennye podría molestarle que le mirara los pechos—. Es sólo que quería preguntarte algo. — ¿Qué cosa? —preguntó Lennye, después de cerrar la puerta del baño. De inmediato se dirigió a su cama. Y se sentó en ella. —Es acerca de la conversación durante la cena. Acerca de lo que dijiste. — ¿Conoces algo acerca de la historia de tu familia? —Si, leí algo acerca de la Noche del Exilio en la biblioteca del colegio. Entonces Lennye hizo el amago de quitarse la toalla, pero de inmediato levantó los ojos hacia Alice, mirándola con aire asesino, como desafiándola a averiguar lo que pasaría si se

atrevía a espiar. Alice bajó los ojos aún más y los cerró. — ¿Conoces algo de historia reciente? — preguntó la voz de Lennye, solo después de que Alice hubiera hecho esto— Quiero decir, de la época en que tu madre estaba con vida. Lennye se estaría quitando la toalla en aquel momento, dejando toda su desnudez al descubierto. —Mi tutor, el instructor Bron —le explicó Alice, esforzándose por mantener los ojos cerrados —, me contó algunas cosas. Siempre remarcaba que yo no pertenecía a la misma rama que el resto de mi familia. — ¿Y sabes por qué es eso? —Porque mi madre lideró un asalto contra el gobierno de mi abuelo en la FMD, hace más de veinte años atrás. —Entiendes que ese es el evento conocido como el Gran Naufragio que tu primo Vlad

mencionó durante la cena —entonces sintió una especie de calidez, sobresaltándola— ¿Verdad? — preguntó la voz de Lennye, más cerca de ella. Se dio cuenta de que Lennye se había puesto de pie y estaba cerca de ella, con el cuerpo todavía tibio por la ducha, y desnudo, pues las ropas de Lennye estaban cerca del lugar en el que Alice se había quedado parada al momento de observar las bragas de Lennye. Se preguntó si la forma en que se estaba mordiendo los labios con nerviosismo se vería idiota. Se maldijo interiormente por tercera vez en la noche. ¿Cómo podía excitarse con ella? Lennye era una enemiga, le había hecho daño y la había humillado. Ahora mismo no estaba en su habitación para hablar de historia ni para conversar con ella, estaba ahí porque quería hundirla. ¿De qué estaban hablando? Si... del Gran

Naufragio. —Si, porque después de eso mi abuelo fue arrebatado de casi todos su privilegios — respondió Alice, demasiado acostumbrada a seguir ese patrón durante los diálogos didácticos de Lennye en las clases de Doctrina. —Toda la familia, excepto tú y tus hermanos, fue arrebatada de sus privilegios. Incluso los niños que nacieron después de eso. Muchos de sus seres queridos fueron pasados por la espada esa noche. Todo por tu madre. ¿Entiendes lo enojados que pueden estar? ¿Cómo era que Lennye sabía esas cosas? La mayoría de las otras hechiceras de la escuela no sabían más que lo mínimo de historia del oriente, pero Lennye le hablaba con la misma soltura con la que lo habría hecho con alguno de sus compañeros de la FMD que habían tenido clases de Historia del País de Dragón desde que habían aprendido a leer.

—Si, pero ellos vinieron en son de paz ¿No? No quieren hacerme daño. —Si, oficialmente. Lo que quería recalcar en la cena era que deberías tener cuidado, ser prudente. De ser posible, no des tu opinión. De hecho, habla lo menos posible. ¿De acuerdo? —Y agregó en un tono más suave—. Ya puedes abrir los ojos. Cuando lo hizo, Lennye estaba completamente vestida. Alice sintió una sensación extraña al darse cuenta de que se había desnudado ante ella, aunque no había podido ver nada de esto. Al elevar los ojos hacia los de Lennye y se encontrarse con una sonrisa, se dio cuenta de que, por lo menos, Lennye era perfectamente consciente de la frustración que la había hecho sentir, y que haberlo hecho le parecía divertido. El castillo era varias veces más grande que la mansión Ravensoul. Se trataba de un hermoso palacio de piedra

blanca que se erguía en un risco junto al mar. Jardines, planicies verdes, y luego campos cultivados. El sol brillaba en el cielo azul dándole al palacio un aspecto paradisíaco, haciéndolo diferenciarse del castillo en Mist como el día se distinguiría de la noche. Desde el puerto, Alice observó maravillada, preguntándose si después de haber pasado allí dos días, le quedaría algún deseo de volver a la casa de Agatha. Riham y Alice entraron en el castillo encabezando la comitiva, tomadas de la mano. Lydia estaba a cientos de kilómetros y ahora podían darse ese lujo. Un lujo que tenía un interés puramente estético. Ambas tenían casi la misma altura, y vestían, cada una, unas de sus mejores ropas. La chaqueta de color chocolate con adornos dorados de Riham, unido a su peinado masculino le daban un aspecto sumamente serio, elegante y formal. Y hacían

buen juego con el vestido de color crema con adornos color vino que Alice se había puesto ese día. Las guiaron hasta un comedor en cuya larguísima mesa se podrían haber alimentado cientos de personas. En la cabeza de la misma, un anciano de barba roja entrecana, guardado por un puñado de sus familiares, se sentaba con aspecto señorial. Las habían recibido en aquella espléndida sala, cuyo suelo de mármol pulido reflejaba el brillo de los candelabros de plata que colgaban del techo. —Por favor, por favor, siéntense —pidió el anciano haciendo un gesto para que tres de los muchachos retiraran tres de las sillas cercanas a él. Riham intentó sentarse, pero Lennye se lo impidió. Se quedaron ambas de pie a unos metros. —Me dijeron que venían tres huéspedes y serví desayuno para cuatro —explicó cordialmente el

anciano. —Anda —le susurró Lennye a la otra hechicera, que aceptó de buena gana ante el espléndido desayuno. El anciano se quedó mirando admirado a Lennye por unos momentos, antes de volver la vista a Alice. —Yo soy Rufus Van-Krauss, cabeza de esta familia, y tu abuelo. Bienvenidas sean tú y tus amigas ¿Son de la casa de Agatha, asumo? —Sólo estamos en su escuela —explicó Riham —. Sus aprendices directos están todos ocupados en otras tareas. —Ya veo, ya veo. Pero, por favor, sírvanse — dijo Rufus. En la mesa de mantel blanco había de todo, incluso fuentes con agua para lavarse las manos. Pero a pesar de la cordialidad de su abuelo, Lennye hacía gala de unos pésimos modales, pues

se había quedado de pie cerca de los sirvientes, sin decir palabra y con cara larga. —Ya se que has sido iniciada —le informó—. Te felicito. Alice agradeció con una sonrisa. — ¿Agatha te contrató algún personal? —preguntó Van-Krauss.

profesor

—No, fue un accidente, la maestra Whitegrave... —y entonces señaló a Lennye y comenzó a relatar la historia. —Que curioso —exclamó suspicazmente el único hombre que ostentaba una cabellera negra, entrecerrando sus ojos azules. —Me han informado que no quiere responder preguntas —le dijo el abuelo a la Oficial— ¿Pero por qué no se sienta? No le incomodaremos. Unos susurros reprobatorios se levantaron de entre los otros presentes. Lennye se sentó junto a Riham, pero no probó

bocado de la mesa. —Es una sangreblanca muy hermosa — murmuró uno de los hombres. —Es una lástima que sea una hechicera —dijo el hombre de cabello negro, tomando nuevamente la palabra y acercándose a Van-Krauss. —Mi hijo, señalándolo.

Víktor

—dijo

el

anciano,

— ¿Es tuya? —preguntó uno de los más jóvenes, era un chico de diez u once años, obviamente le hablaba a Alice. — ¿¡Q... qué!? —Preguntó Alice escandalizada — No sabía que se podía poseer a las personas. —Pero al parecer los hechiceros no piensan igual —dijo una de las mujeres, provocando susurros de aprobación. Riham y Lennye intercambiaron en ese momento una mirada de incomodidad. ¿Qué le pasaba a todo el mundo? ¿Acaso esa era la idea

que tenían de una visita diplomática? —No —respondió finalmente el abuelo, dirigiéndose a quien sería su nieto o su bisnieto—. La joven es una hechicera, no necesita pertenecer a uno de los nuestros. —Alice, entiendo que creciste en Dragón — pregunto Víktor cambiando el tema. —Si... señor—respondió nerviosamente sin saber cómo hablarle. —Cuéntanos —ordenó simplemente el abuelo. Alice le miró extrañada. — ¿Qué parte, exactamente? — ¿Quién te educó? —El señor Bron, Casimir Bron, es- era un instructor de combate en la For... —Se quien era Bron —dijo entonces intercambiando una mirada con Víktor— ¿Te trataba bien? —Demasiado bien, al parecer. Sólo mire lo

malcriada que está —esa fue la primera vez que Lennye abrió la boca por iniciativa propia. El abuelo inclinó cortésmente la cabeza hacia Lennye antes de volver la vista hacia Alice. —Fue el mejor padre adoptivo que alguien pudiera tener —dijo Alice. —Lamento que hayas tenido que sufrir su muerte —dijo el abuelo. Alice asintió, y por un momento, nadie dijo nada. — ¿Qué clase de educación recibiste en Dragón? —Bueno... —Alice se sonrojó, nunca había sido muy buena en el estudio— Música, etiqueta, un poco de esgrima... — ¿Perdón? —Preguntó Rufus— Pensaba que habías crecido en la Fortaleza Militar Dragón... —Si, si. — ¿De manera que eso les enseñaban a sus

niños en los últimos años? No me extraña que hayan sido conquistados. Alice enrojeció de rabia y se puso de pie abruptamente. Cuando se dio cuenta de lo que hacía, sintió un doloroso golpe en la cima de su cabeza. — ¡Muestra un poco de respeto! ¡Estás en presencia de nuestro venerable abuelo! —escuchó una voz masculina. Al levantar la cabeza para observar a su atacante, descubrió que se trataba de un hombre más joven que Vlad, cuya ropa azul era de una tela elegante y estaba adornada con hilos de oro. Su cabello deflecado hasta los hombros se translucía con la luz matinal que atravesaba los enormes ventanales, provocando un efecto encantador en su cabellera escarlata, sus facciones eran sumamente hermosas y sus ojos eran grises. Fue sólo entonces cuando advirtió que había pasado mucho tiempo sin ver a ningún hombre

guapo, y lamentó profundamente que aquel fuera su primo. Sin disculparse ni volver a mirarle, Alice se sentó y regresó a su comida. —Veo que has heredado los modales de los Van-Krauss —comentó el abuelo, causando que algunos a su espalda se rieran—. Me gusta eso, me gusta, eres una digna descendiente de Úrsula. —En cuanto a la Fortaleza de Dragón —se explicó Alice—, yo pertenecía a la División Rubí, junto con los otros hijos de familias de la aristocracia. No recibimos el entrenamiento militar estricto que recibían los otros. Se nos educaba para gobernar. —Debió ser un cambio terrible cuando perdiste todo eso y tuviste que hacerte la idea de formar una nueva vida en una escuela de hechiceras. Alice bajó la mirada. La garganta se le apretó. —No quiero hablar de eso ahora.

—Está bien. Pero espero que sepas que no tienes que continuar con ese estilo de vida si no quieres. Eres bienvenida aquí, entre los tuyos. Aún así, quisiera preguntarte algo más. Dicen que estabas comprometida con el hijo del gobernador Kalir ¿Es verdad? Sintió como la mirada de Riham caía sobre ella, de manera casi acusadora por no haberle contado ese detalle acerca de su vida. Sus ojos ya no estaban angustiados, pero perdieron algo de brillo cuando volvieron a mirar a Rufus de manera ausente. El compromiso había sido hecho nada más nacer los dos niños. Habían crecido juntos escondiéndose entre las columnas de mármol de los salones del trono, corriendo por los prados verdes, intercambiando miradas en clases. Pero cuando todo eso había dejado de existir, junto con Sebastian Kalir, aquel compromiso, por supuesto, había terminado.

Alice asintió. Sin poder creer que aquellos recuerdos le fueran enrostrados ahí, en su propio hogar, Alice terminó de secarse y se comenzó a vestir. Riham, por su parte, no dejaba de admirar la belleza de las jóvenes que iban y venían, sirviéndolas. Desde que se levantaron del comedor, todo habían sido atenciones. Después de aquella incómoda entrevista con su abuelo, no le quedaban ganas de hablar con él. El festín se llevaría a cabo al atardecer, y tenían mucho rato libre. Mucho le incomodaba tener dos personas que la seguían como a su sombra. Y de no ser porque virtualmente esta vendría siendo su casa, habría salido de la habitación sin decirles nada. — ¿Vamos a conocer el lugar? —ofreció acercándose a la puerta. Nada más salir de la habitación, se les unió un

muchacho cuyo aspecto hizo a Alice sobresaltarse. Su largo cabello caía angelicalmente hasta sus codos. Sus ojos eran de un tono amarillo muy claro, y aunque su cabello no era tan claro ni tan delicado como el de Lennye, si lo eran sus ropajes y sus maneras. — ¿Las señoritas desean visitar algún lugar en específico? Entonces recordó las palabras que Válerie les había dicho en el comedor del colegio, como había hablado de las personas de sangreblanca como si se trataran de objetos. —Yo soy Alice —le dijo—, ellas son Riham y Lennye ¿Tú como te llamas? —Se quienes son, la maestra Whitegrave y la señorita Alkmist. Yo soy Gawen, a su servicio. Mi Señora me ha indicado que les sirva como guía. — ¿Entonces es verdad que los sangreblanca son tratados como sirvientes en este castillo?

—Por el amor de la Diosa —escuchó que Lennye murmuraba en voz baja—. Discúlpela — pidió mirando al muchacho. Alice tuvo que morderse el labio para no exclamarle nada. Recordó que tenía que mostrarse amigable con la hechicera, así que trató de pensar en otra cosa para no ponerse a pelear con ella. —No, no. No hay nada que disculpar —se apresuró a decir Conforme caminaban, Gawen le explicó: —Yo soy el sangreblanca de la señorita Vanille, quien es tía de la señorita Alice. — ¿De ella? —preguntó Riham con una sonrisa divertida— ¿Y si ella quisiera podría poseer a una chica? Lennye le lanzó una mirada de advertencia, pero esto no pareció ni molestarla ni enfriar su ánimo, y la ignoró olímpicamente. Él asintió por respuesta.

Como a Alice no se le había ocurrido ningún lugar a dónde ir, Gawen las guió hasta un laboratorio que había en el segundo piso. En un extremo había una muchacha joven con largo pelo rojo, de tono más suave que el de Alice pero peinado muy finamente. Junto a una elegante mesa cerca de algunas estanterías de madera tallada, un grupo de niños y una niña escuchaban en silencio lo que ella les explicaba, todos eran pelirrojos. Entre ellos estaba el mocoso que había estado presente en el desayuno. Un poco más lejos, observándolos, se sentaban Válerie y una joven de corto cabello rubio platinados y ojos celestes. Extensiones hechas con lana y perlas le daban un aspecto principesco. — ¡Gawen, buen chico! —exclamó la joven dama de pelo rojo, cogiendo al muchacho de la mano, acercándolo a su cuerpo y acariciando desde su rostro a su entrepierna, en un gesto de posesividad que le recordó indudablemente a

Riham. —Señorita Vanille, nuestras visitantes —dijo él, inclinando la espalda en 45 grados cuando la muchacha la soltó. Luego de escuchar las presentaciones, alguien exclamó. — ¡Es la niña que entrevistó el abuelo, la que no es dueña de la sangreblanca que está con ella! —No seas tonto, Vlack —lo regañó Vanille—. Ya hemos estudiado acerca del Gran Naufragio y de los Caballeros Sin Armadura. ¿Alguien los recuerda? Otro de los niños levantó la mano, y dijo: —Eran los hechiceros sangreblanca que servían a nuestra familia antes de que fuéramos expulsados de Dragón. —Si —dijo la niña—. Fueron asesinados por Úrsula Van-Krauss. Alice se sintió tensa de inmediato. Al parecer

esa era una de las hazañas de su madre que alguien había olvidado contarle. Lennye se acerco un poco más a ella, como si una batalla pudiera estallar. Vanille se llevó la mano al rostro, evidentemente frustrada al intentar hacer más agradable la situación. —Está bien, eso es todo —dijo elevando la voz —. La lección terminó por hoy, vayan a jugar. Cuando los niños se alejaron gritando y vociferando, Vanille se dirigió a Lennye. —Espero que nos disculpe por esto, maestra — pero su rostro había dejado de reflejar la alegría juvenil que tenía hacía un momento—. Nuestros niños sólo conocen el mundo que podemos mostrarle. Mientras posaba los ojos en Lennye, estos eran duros y su tono era crudo. Alice pensó que muy en el fondo, Vanille pensaba que Vlack y los demás niños tenían razón.

Válerie se puso de pie y se acercó a ellas, saludándolas amablemente y preguntándoles si se divertían. Pero Alice no podía quitar la vista de la niña de pelo claro que se vestía como una diosa. Aparte de las extensiones de cabello que caían magistralmente, vestía unos ropajes claros que también habían sido adornados con perlas, y a pesar de ser abundantes, finos y hermosos, dejaban ver su escote y parte de sus piernas de una manera parecían haber sido hechos con el único propósito de torturar a quien los viera. —Alice, Válerie te está hablando —escuchó una voz metálica que la sacó de su ensimismamiento. —Vanille quiere averiguar qué tan fuerte es tu Alquimia de Sangre —explicó Válerie. —Lo que pasa es que sólo he sido iniciada, nada más. — ¿Y es usted su tutora? —preguntó

despectivamente la otra pelirroja, acercándose a Lennye. —Sólo la inicié, Alice no tiene tutor. —Pero eso no es tan importante ¿no? — ¿Piensas oficialmente?

unirte

a

nuestra

familia

—No lo sé... —Entonces si es malo. Tus hermanos fueron iniciados antes de aprender a leer, y se han entrenado desde entonces. Es verdad que puedes trabajar para los hechiceros, pero tus capacidades no sirven de nada si no las cultivas. —No creo que quiera trabajar para ningún hechicero. —Entonces supongo que la señora del castillo Ravensoul hará que te eduquen para casarte con algún sinestirpe de origen noble. —No veo por qué eso pueda ser asunto tuyo. — ¿Alguien más en el castillo Ravensoul se ha

preocupado de este asunto? Porque si nadie lo ha hecho, me siento con el derecho a interferir. —No lo sé. Vanille se llevó la mano al rostro, con exasperación. —Sin duda que eso sería lo más fácil para ti. Es evidente que te convirtieron en una muñeca muy preciosa, pero no te pusieron nada en la cabeza. Alice sintió los brazos de Lennye rodearla para impedirle que se abalanzara contra Vanille. —Soy muy buena en esgrima, para tu información —se defendió Alice—. Es una habilidad con la que siempre se puede sobrevivir. — ¿Una mujer sosteniendo una espada? ¿Quieres perder tu belleza? —Prefiero eso a tener que estar bajo el mando de un hechicero, o a convertirme en la concubina de un noble.

—Suéltala... por favor. Si pierde los estribos, recibirá su merecido. Lennye la soltó entonces, y Gawen se acercó a su Señora. Vanille dio unos pasos hacia Alice antes de decir: — ¿Una concubina, dices? ¿Acaso no era eso lo que ibas a ser antes de la guerra? Alice palideció. No podía creer que estuviera diciendo eso, ni tocando el tema con tan poca delicadeza. —No sé a qué te refieres. — ¿Acaso no ibas a ser la concubina del joven Kalir? Cuando Alice se dio cuenta de lo que hacía, estaba encima de Vanille, quien a su vez estaba sobre el suelo, y le había golpeado el rostro con el puño cerrado. — ¡Alice! —escuchó como Lennye gemía, pero

ni ella, ni Gawen, ni Riham hicieron nada. Vanille misma se la sacó de encima y la inmovilizó en el suelo de una llave. —El abuelo no piensa permitir que aprendas Alquimia de Sangre de nosotros. ¿No entiendes que tienes que preocuparte de tu futuro? —le espetó doblándole el brazo de manera que le doliera. — ¡Me duele, para! ¡Whitegrave! Al elevar la vista, notó que Lennye se erguía tranquilamente, observándola de pie y deteniendo a Riham para que no interfiriera. —No somos sus sirvientas —escuchó que le murmuraba—. Sólo tenemos que devolverla entera a la escuela. De interferir le faltaríamos el respeto a la soberanía de los Van-Krauss dentro de estas paredes. Pero los gritos llamaron la atención afuera y entonces otros dos muchachos pelirrojos entraron.

— ¿Qué está pasando aquí? —preguntó una voz masculina. —Se abalanzó sobre mi Señora. El sonido de una bofetada sonó en la sala, haciendo a Gawen callar. Alice elevó la vista para observar al sangreblanca retroceder con una mejilla enrojecida. —No hables sin permiso, sangreblanca —lo regañó el muchacho con la misma voz altanera. Entonces Alice reconoció los ropajes azulcalipso con bordados de oro que había visto aquella mañana. — ¡Te voy a matar!—exclamó Vanille, liberando a Alice y acercándose a Gawen. — ¿Te encuentras bien? —le preguntó cogiéndole la mejilla. —No se preocupe por mi, señorita. Fue la niña que había entrado con el muchacho la que le ayudó a levantarse. Parecía de su misma

edad, y aunque su vestido era oscuro y poco llamativo, su cabello era intensamente escarlata y su expresión sumamente orgullosa. —Entonces enséñale modales. —Eres tú el que necesita aprender modales, mocoso malcriado. — ¡Paren ya, por favor! —era Válerie— Venom, ¿entraste aquí a detener una pelea o a iniciar otra? El muchacho que Válerie había llamado Venom, suspiró. —Lo siento, Gawen —dijo después de unos momentos. Y entonces paseó la vista por la habitación con aire de mando. —Spira —llamó haciendo un gesto con la mano. La "princesa" sangreblanca se acercó a ellos. —Mi Señor.

—Dile a tu Señor lo que ha sucedido. Estas simples palabras bastaron para que Alice lo odiara. La niña empezó a relatar la historia, llamando "señorita" a cada una de las Van-Krauss, y hablando muy respetuosamente. La manera en que hablaba le hacía pensar que su belleza no era sólo exterior y que evidentemente la habían educado cuidadosamente para que alcanzara aquel nivel de refinamiento. Cuando terminó su historia, Venom se descolgó algo que llevaba en el cuello. Se trataba de una joya filosa que utilizó para cortarse la palma de la mano de la misma manera que había hecho Lennye en la sala de estar del colegio Ravensoul con ella. Pero antes de que la sangre en su palma se evaporara, Lennye se acercó a Vanille y, antes de que pudiera negarse, acercó su palma derecha a la mejilla de esta e inmediatamente su piel

enrojecida y su labio sangrante volvieron a la normalidad. —Por favor discúlpela —pidió Lennye—. No habría dejado que la golpeara. Vanille no dijo nada. Algo de color pareció teñir sus mejillas, contrastando con la frialdad que su rostro había exhibido la primera vez que se habría tenido que dirigir a Lennye. Sin embargo, la expresión de Venom pareció agriarse a más no poder al descubrir que había cortado galantemente su mano para nada, siendo superado por una simple sangreblanca. — Los sangreblanca se ven tan feos cuando tienen que mandar a otros. En cambio son hermosos cuando simplemente son enseñados para obedecer —dijo en un tono altanero, cargado de algo que parecía darle razón a poseer aquel nombre. Venom hizo el amago de acariciar el rostro de Spira.

—Abajo es donde les corresponde ¿No lo crees así, prima Alice? No. No lo creía. Era cierto que la tal Spira le había parecido hermosa. ¿Pero de qué valía alguien que sólo podía obedecer y era castigado como lo había sido Gawen nada más dar su opinión? Estaba segura de que, aún siendo su sirvienta, si a Spira se le hubiera permitido tener aunque fuera una pizca de poder sobre Venom, el hermoso chico no sería un cretino como lo era. Al menos dos meses en una escuela de la E.N. le habían enseñado eso. Pero las palabras empezaron a hacer eco en su cabeza —"sólo hay que ver lo malcriada que está." "No somos sus sirvientas, basta con que la devolvamos entera"—, perforando su cerebro. —Si —respondió Alice—. Si lo creo. —Muy bien, Vanille, todo solucionado. Ahora deberíamos llevar a estas niñas a pasear, a conocer

la bahía ¿Qué es eso de tenerlas encerradas en una biblioteca? ¿Qué dices, Vesta? —preguntó dirigiéndose a la niña que había entrado con él. Obviamente Venom jamás había estado dentro de una biblioteca si llamaba a aquel lugar de esa manera. —Creo...creo que no, hermano. Por mucho que Vanille tenga nuestra edad, sigue siendo nuestra tía. Alice debería ser castigada por golpearla — reflexionó. Y luego se volvió hacia Alice. —Soy Vesta Van-Krauss, hija de Uriel. Alice pasó la mirada de Vanille a Venom, asustada. —Nah, nada de eso. Se supone que queremos convencerla de que se una a la familia. El abuelo se enojará con nosotros si la tratamos mal. "Lo dice la persona que me golpeó nada más llegar. Es una pena que haya entrado ¿O acaso no

se dio cuenta de que el ambiente era perfectamente relajado sin él?" Era un grupo muy extraño. Sólo Alice y Riham, que tenían ambas 16, eran menores. Los demás bordeaban todos los 20 años. Vanille había decidido quedarse en su laboratorio. Había permitido, eso sí, que Gawen escoltara a Alice, lo que la joven agradecía enormemente, porque tanto Venom como Spira, a pesar de ser guapos y amables, le ponían los pelos de punta. Válerie era un encanto, y en aquel momento conversaba animadamente con Riham acerca de su vida en la mansión Ravensoul, las clases que tenía, sus profesores, los libros que leía, los lugares que había visitado, etc. Riham era alguien no especialmente fanática de los libros (excepto de las novelas eróticas, que leía por montones), pero le encantaba que alguien apreciara sus características como si se tratara de

alguien valiosa. Venom había ignorado completamente a Lennye, y aunque debería ser él el que la escoltara, siendo ambos los de mayor jerarquía en cada grupo, encabezaba la marcha junto a Spira, haciéndole comentarios a Alice sobre los lugares circundantes. Lennye se había tenido que contentar con pasear junto a la hija de Uriel, la hermana de Venom. —Disculpa a mi hermano —le decía—. Descarga su enojo en cualquiera que sea más débil, frustrado de no poder ser el heredero por ser hijo de una mujer. Pero es buen muchacho, honesto, valiente y muy noble. Luego de pasear por la playa, les habían mostrado los establos, un jardín botánico cuyos abetos hacían laberintos, y al que no entraron; el campo en el que la mayoría de los hombres, un par de mujeres y e incluso algunos sangreblanca

recibían entrenamiento militar, e iban a dirigirse a los invernaderos a recoger frutas cuando apareció corriendo otro muchacho. Se veía menor que Alice, y su cabello era de color zanahoria. Se detuvo jadeando unos momentos. —El joven señor Valant —presentó Gawen. — ¿Qué haces por aquí?—saludó Venom, extendiendo la mano en señal de hermandad. —Papá me envía a decirles que la Señora Alma estará con nosotros esta noche. — ¿La Señora Alma? — ¿Una aristócrata de por aquí? —Es una aprendiz de hechicera. Tenemos buenas relaciones con ella. Es de nuestra edad. —Vengan conmigo, señoritas —ofreció Gawen, inclinándose—. Ya es hora de prepararse para el banquete. Las llevaré de vuelta sus habitaciones..

Entonces el grupo de Alice se separó de los hermanos y la joven sangreblanca, y junto con Válerie se encaminaron hacia sus habitaciones. Siempre guiadas por un Gawen de perfectos modales amables, suave voz, y buen sentido del humor. Sin embargo, cuando volvieron a pasar por afuera del laboratorio de Vanille, escucharon voces discutiendo. Una era la de ella. — ¡Es la segunda vez que lo hace este mes! ¿Cuál es su problema? —Todos sabemos cual es el problema de Venom —escucharon una voz masculina—, que no heredará la Cabeza de la Familia. — ¿Y por eso todos tenemos que soportar sus berrinches? —Ay, Vanya, sólo es un niño. Posiblemente estaba presumiendo ante la hija de Úrsula. —No me gusta que golpee a Gawen. Si tanto quiere descargar su orgullo herido, puede

golpearme a mí. Lo preferiría. — ¡Oh, sabes que jamás le haría tal cosa a su hermosa tía! Yo hablaré con él. Pero no nos alteremos, quizás simplemente es su manera de decirnos que desea un sirviente hombre. —Rápido —susurró la voz de Válerie—, tras esa puerta. Se movieron en un santiamén antes de que Víktor saliera de la habitación. Pero sólo eran tres personas, Riham, Val y ella. Lennye había desaparecido en algún momento y Gawen había permanecido en su lugar, de pié, inmóvil. —Mi señor —saludó, inclinándose de la misma forma en la que Lennye se había presentado ante Vlad. Víktor hizo una inclinación mínima, casi imperceptible, como sencillamente expresando que era consciente de que el corredor no estaba vacío, y se alejó. Alice quiso salir entonces, pero la mano de

Válerie aferró su ropa, dejándola en su lugar. Unos segundos después, Vanille abandonó la habitación. Su reacción ante la presencia de Gawen fue completamente diferente a la de su hermano. Sus ojos se clavaron fijamente en los de él, sorprendida de encontrarlo ahí, y se le acercó lentamente, sin pestañear, molesta, pero sin decir palabra. Para sorpresa de Alice, esta vez él no se inclinó, ni tampoco habló. La miró de igual manera, sin moverse, lo que parecía costarle un poco de esfuerzo. Conforme Vanille se le acercaba, Alice advirtió que él era ligeramente más alto que ella, y tenía que estirarse un poco para llegar a sus labios. —Deja de mirar a tu Señora tan descaradamente a los ojos —ordenó, descargando su aliento en la boca de él. Pero Gawen no obedeció. Alice casi podía sentir su respiración agitada —una mezcla de

miedo y excitación— llenar rítmicamente el tenso silencio del corredor. Vanille acercó su cara a la de él aún un poco más, endureció el gesto y, un segundo más tarde, se daba la vuelta para marcharse. Pero un sonido sordo se mezcló con el de los pasos agitados de la Van-Krauss. Primero Alice pensó que se trataba de un golpe, pero al ver que Vanille no avanzaba, advirtió que Gawen la había cogido de la muñeca para que no se fuera. Vanille no volteó ni mostró signo alguno de perturbarse. Pasaron un momento así. —No debió decir eso —escucharon entonces al muchacho. Aunque su tono era tan respetuoso como siempre, una resolución de la que había carecido antes lo endurecía. —A su padre no le gustará saber que usted dijo esas palabras.

— ¿Y crees que le gustará saber que mi sangreblanca me da consejos diplomáticos, Gawen? —Discúlpeme, señorita Vanille, no era mi inten... — ¿De verdad no fue tu intención? —preguntó Vanille, volteando impetuosamente para enfrentarlo, apoderándose ella de la mano de él, y manteniéndola entre los dos, mientras envolvía con sus dedos la blanca muñeca— Porque no creo que se te haya pasado por alto el hecho de que acabas de expresar que crees que puedes decirle a tu Señora lo que debe hacer. —Eso es porque pensé que le haría bien tomar un consejo de alguien que ha tenido que aprender a ser diplomático con su Señora para así poder conservar la cabeza sobre su cuello. — ¿¡Cómo te atreves!? —exclamó ella, soltándolo y retrocediendo de golpe. Al igual que Venom esa mañana, sacó de su

muñeca una especie de joya filosa y cortó su palma con un rápido movimiento. Pronunció una palabra, un hechizo, y la sangre se evaporó magníficamente, ondulando más de un metro por encima de ella. Entonces, como si Gawen fuera una especie de imán, las volutas de humo rojo se atrajeron a su cuerpo, y parecieron entrar en él como si las hubiera absorbido con la piel. Vanille entonces deslizó su mano de arriba a abajo, como acariciándolo, pero sin tocarlo. Sus labios escarlata estaban ahora curvados en una sonrisa algo cruel. Gawen siguió el movimiento de la mano de ella, con el rostro enrojecido y los ojos un poco idos. Se habría pensado que era un gato siguiendo el movimiento de una bola con la cabeza. Entonces cayó de rodillas, jadeando. —Te he tratado tan bien como mi inferior nacimiento lo ha permitido —le soltó ella, en una

especie de siseo—. Pero si crees que sólo sirvo para mantener tu cabeza sobre tus hombros, adelante. Intenta pasar la noche así y no perder la cabeza. Volvió a dar una media vuelta magistral y se alejó de allí, dando sonoros pasos, con la cabeza bien alta. — ¡Te has perdido la escena más fabulosa del mundo! — ¿Dónde estabas? —preguntó Riham. —Afortunadamente no escuchando conversaciones ajenas, a diferencia de otras personas. No sé como no les da vergüenza. En ese momento, Lennye estaba siendo peinada por dos jovencitas sangreblanca, y una muchacha mayor se mantenía de pie, vigilando la escena. Cuando Lennye dijo estas palabras, Alice dirigió sus ojos hacia ella, asustada. Pero la jovencita bajó la vista, y murmuró:

—Nada de lo que suceda en esta habitación es oído por sus sirvientes. Alice sonrió, aliviada. — ¿Ves? —Dijo acercándose a Lennye—. Así es como una sangreblanca debería comportarse. Harías bien en aprender. Su tono era de burla conforme pellizcaba una de las mejillas de la otra, y sonreía complacida con su broma. — ¡No seas absurda, Van-Krauss! Apenas ayer aprendiste lo que significa esa palabra, y ya la estás usando para insultar a los demás. —Déjala ¿No ves que se siente inferior de no poder hacer magia y esta es su manera de desahogarse? — ¿Qué dices? ¿Acaso es mi culpa tener que vivir en una escuela de hechicería? Tú también te sentirías mal si alguien más te hubiera cortado las manos y tuvieras que ver como todos los demás usan las suyas.

—Lo sé, por eso te lo digo: búrlate todo lo que quieras, así te sentirás mejor. Pero ya era demasiado tarde, sus ojos estaban llenos de lágrimas, y cuando se dio cuenta, corría por las escaleras hacia abajo, intentando alejarse lo más posible. Alice supo de inmediato que lo que Lennye había dicho era verdad, de lo contrario no se sentiría tan herida. Pero incluso así, esa no era manera de decirlo. ¡Esa idiota! Sin que pudiera haberse dado cuenta, la había comparado con Venom. ¿De verdad era como él? ¿Era alguien que descargaba su frustración en los demás porque se sentía débil? ¿Era alguien tan miserable como su primo? — ¡Ay! El golpe la hizo detenerse. De caminar tan furiosamente, había chocado con alguien. Al darse cuenta que sus bocas se habían juntado, pues

tenían casi la misma altura, Alice retrocedió. — ¡Fíjate por dónde caminas! —Lo siento. Se trataba de una jovencita cuyo largo y liso cabello negro se extendía por toda su espalda, cayendo sobre los vuelos de un vestido azul y lila que se arrastraba magníficamente por el suelo de mármol, como una princesa de cuentos orientales. Algo en sus amables ojos celestes y en sus tiernas facciones le dijo que no era una nox, y que por lo tanto no era de ahí. — ¿Se encuentra bien, Señora Alma? — preguntó una mujer de cabellos dorados y túnica blanca, clavándole a Alice una mirada asesina. —Estoy bien, no se preocupe, maestra. ¡Hechiceras! Alma era la joven de la que Venom les había hablado. Sus lágrimas se detuvieron por un momento, al no saber si hacer una reverencia, arrodillarse, o quedarse de pie.

La joven Señora Alema pareció notar esto, y se acercó amablemente a Alice. —Eres una de las nietas del Señor Van-Krauss ¿No es así? Uno de los niños Van-Krauss que no fueron privados de libertad después del Gran Naufragio. —Si, así es, mi señora. —Yo soy Alma Haefastus, Aprendiz de la Estirpe Roja —su tono no sólo era suave, si no que también amable, y se esforzaba por acentuar con carácter sus palabras. Hablaba de tal forma que era imposible no sentir simpatía por su ternura, u ofenderse. —Alice Van-Krauss, es un honor. —El honor es mío. Ahora sigue tu camino. Y dicho esto, la joven niña y su escolta siguieron adelante, hacia las escaleras. La sala de prácticas que Venom le había mostrado hacía un rato, estaba ahora vacía,

excepto por nuestra joven protagonista que descargaba la ira de sus puños sobre una bolsa de arena que colgaba desde arriba. Las palabras de Lennye habían herido más hondo de lo que Alice se esperaba. "No es cierto" pensaba, intercalando golpes entre sus frases "Yo no soy así. No soy como él. Sólo era una broma". —Espero que mi joven Señora no tome esto como una insolencia —le llegó una voz masculina desde lejos— Pero si va a seguir mucho más tiempo, sería bueno que cambiara esos vestidos por una vestimenta más cómoda. Al levantar la vista, vio en el espejo unos cabellos blancos y cortos, que se paraban rebeldemente hacia arriba. Pero también vio su propio cabello, rojo sangre, igual que Venom, como dos gotas de agua. Le asestó otro golpe a la bolsa, lo que sólo aumentó su rabia, y siguió haciendo arder sus

puños de golpes y más golpes. —Estoy bien —respondió Alice sin detenerse —. No se preocupe. — ¿Qué le molesta a la joven Señora? ¿Alguien la ha ofendido? —No es una ofensa si lo que te dicen es verdad. — ¿Oh? ¿Y quién puede decir lo que es verdad y lo que no? —y entonces apoyó su mano en el hombro de ella, y de un simple movimiento de muñeca la empujó. Durante medio segundo sintió su cuerpo caer, antes de golpear el suelo de madera con fuerza. — ¡Ay! ¿¡Por qué hizo eso!? —preguntó alarmada, poniéndose de pie, sobándose el hombro izquierdo. —Porque es muy probable que si no se le pasa el enojo para el banquete, desenvaine una espada, rueden algunas cabezas, y luego lo lamente. Así

son ustedes, así que dígame ¿Quién la ha ofendido, ha sido alguno de los Señores o alguno de los míos? —Si lo pone así, si, fue uno de los suyos — respondió Alice riendo. El hombre abrió los ojos con sorpresa, evidentemente desagradado, pero aún así respondió con la voz más suave del mundo: —Entonces, joven Señora, será mucho más fácil castigarlo ¿Por cuál de mis hermanos debo rogar disculpas? —No, no es nada de eso, señor... —Kaziel, sólo Kaziel. —Es alguien que vino como mi escolta, y no es nada parecido a una sirvienta, así que no hay manera de castigarla. Kaziel sonrió entonces, entre aliviado y travieso. —Yo no debería decir esto, pero ¿Qué le hace

pensar que no podemos castigar a los que tienen más poder sobre nosotros? —Porque Lennye es más inteligente que yo — respondió Alice—. Además, es cosa de mirar alrededor, Venom tiene mucho poder aquí y nadie lo ha puesto en su lugar. — ¿Oh? ¿Entonces ha conocido al joven Señor Venom? —Si, pero él fue amable conmigo... —y le empezó a relatar todo lo que había sucedido desde su entrada al castillo. Eso sí omitiendo convenientemente la conversación que había presenciado por accidente entre Gawen y Vanille. —...Entonces me dijo que yo descargaba mi enojo en los demás porque estaba celosa de no poder hacer magia, entonces no pude evitar pensar en Venom, y en lo mucho que me parezco a él, y no quiero convertirme en esa clase de persona, antes cortaría todo mi cabello.

—Bueno, bueno, señorita Alice. Es normal parecerse entre parientes. Nadie puede elegir su nacimiento, sólo puede elegir qué hacer con él. —Pero esta mañana Vanille me provocó y yo la ataqué. Cuando Vesta sugirió que yo debía ser castigada, Venom la contradijo y yo lo permití. —Ese no es el punto. Fue un simple acto, no puede definirse a partir de este —dijo Kaziel—. Los hechiceros siempre se han sentido recelosos hacia los Van-Krauss. Estoy hablando de siglos en el pasado. A veces, la mala fama hace que las personas hagan juicios apresurados acerca de las personas. No deberías sencillamente aceptar lo que cualquier persona te dice, sin considerar todos los prejuicios que esa persona puediera tener, a veces de manera inconsciente. Además, por lo que me dice, esa muchacha es sólo una jovencita, apenas dos años mayor que usted, lo que difícilmente la convierte en una persona madura. —Si, algunos hechiceros pueden ser unos

cretinos ¿No? —Si, sin duda que algunos de ellos lo son. —Dime. ¿Cómo me habrían castigado por golpear a Vanille? —Algunos severos azotes en las nalgas de mi joven Señora. Alice se sobresaltó ante estas palabras y enrojeció de la vergüenza. —Entonces ¿Tienes alguna idea de dónde pueda estar ahora? —Seguramente en su habitación, preparándose para el banquete, como todas las mujeres. ¿Quiere que la acompañe? No me gustaría que se perdiera. —No quiero sonar maleducada —comenzó Alice mientras Kaziel la guiaba por los corredores de piedra blanca, tapizados en fastuosas pinturas —, pero creía que los sangreblanca no podían tocar a los de mi familia. ¿No fue incorrecto de tu parte?

— ¿Oh? ¿Cree que lo que hice estuvo mal, joven señora? —No es que yo lo crea, es que lo cree la gente de este castillo. —Jamás haría nada que dañara a ninguno de mis Señores —respondió Kaziel sonriendo. Entonces se detuvieron ante una puerta abierta y Alice no pudo seguir interrogándole. —Oh, vaya. Otra pelea de pareja —suspiró Kaziel. No era tanto por el muchacho sangreblanca arrodillado y sin camisa dentro de la habitación, a quien Alice reconoció como Gawen, como por el color de las paredes, las cortinas y los cojines, que hacía juego con el vestido verde que Vanille llevaba esa mañana, que Alice reconoció de inmediato que era esa la habitación que buscaba. —Mi señora —murmuró Gawen para hacerle notar que tenía visitas.

— ¿Quién es? —preguntó Vanille sin levantar la vista. —Alice —murmuró la dueña del nombre. Vanille le hizo un gesto a la doncella para que se detuviera y volteó. — ¿En qué puedo...? ¡Oh, por Dios! ¿Por qué estás en ese estado? ¡Eres la invitada principal del banquete! ¡Hay que hacer que te arreglen! —Me siento mal por lo que pasó esta mañana. No estaba pensando cuando te golpeé y me sentí mucho peor cuando llegó Venom —declaró—. Deberías hacerme castigar —agregó entonces—. Me siento muy mal. —No fue tu culpa que él llegara —respondió Vanille sonriendo y acercándose—. Pasen, por favor, invitó, mirando a Kaziel y a Alice. Alice entró en la habitación, sin dejar de mirar a Gawen. Su rostro expresaba agonía mientras se obligaba a estar quieto y en silencio, sus brazos tras su sudado torso desnudo, sus piernas y su

ingle envueltas en unos ajustados pantalones de cuero, sus rodillas sobre una blanca y esponjosa alfombra de lana como nieve. —Lamentablemente, mi sirviente no podrá seguir escoltándote por el día de hoy —soltó Vanille, al notar los ojos lujuriosos de su familiar sobre su preciado sangreblanca— ¡Sal, Gawen! La estás distrayendo. —No, no... no es necesario —murmuró Alice, intentando recuperar el aliento. Pero el joven sangreblanca ya se había puesto de pie y abandonaba la habitación, inclinando la cabeza ante Alice al pasar a su lado. —Fue muy amable con nosotros —dijo Alice, intentando decir algo bueno de él. —Es su trabajo ser amable —respondió fríamente Vanille—. De todas maneras, mira este cabello. Dana, ven, dale un baño a esta niña, yo mandaré por sus vestidos y... — ¡No, Vanille! Ya te lo dije. ¿Acaso no

entendiste? No voy a estar tranquila hasta que me castigues... —Sin duda podemos esperar hasta después del banquete. —No, no podemos. — ¡Ay! Alice, no es para tanto. Además, si te azoto ahora, Padre se molestará, y además se me va a desordenar el cabello. "No es como que te importe mucho la opinión de Rufus, en todo caso" pensó Alice. —Si me permite, mi joven señora, yo puedo hacer el trabajo como lo he hecho muchas otras veces antes. Mi cabello tiene una tendencia natural a desordenarse, de todas formas. Vanille lo miró evaluativamente antes de asentir. —Ya sabes donde guardo las varas, Kiel — dijo Vanille, y entonces se acercó a Alice— ¿Cómo suelen azotarte?— preguntó con el tono

más natural del mundo. Alice bajó la cabeza. —No estoy acostumbrada a recibir azotes — respondió, calculando si la ocasión con Lennye contaba. —Entiendo. Pero ya que tu lo pediste, no voy a parar hasta el final, y si intentas moverte, te haré retener. Alice asintió. Cualquier cosa por borrar el oprobio de ser comparada con su primo. —Eres muy valiente —dijo, y la llevó del brazo hasta su cama. —Algo tuvo que heredar de mi señora Úrsula —comento Kaziel, volviendo con una larga varilla en la mano. Sólo entonces Alice advirtió que tenía algo en la muñeca derecha, cuatro pulseras consecutivas, y se las quedó mirando, pues le recordaron a una que había visto hacía poco en el castillo

Ravensoul. —Gawen, cierra la puerta —ordenó Vanille con el tono más frío posible. De inmediato, la puerta fue cerrada con suavidad, sin casi hacer ruido. —Son Serpientes de Jade —comentó entonces Alice, sin aliento. —Kiel, malvado —dijo entonces Vanille, luciendo una sonrisa en el rostro—. ¿Te has estado haciendo pasar por un sirviente para embromar a esta niña? — ¿No habría sido presumido de mi parte actuar de otra forma? — ¿Eres un hechicero? —Era un hechicero —respondió él—. Antes del Gran Naufragio. Ahora, boca abajo, joven señorita. Vanille la hizo acostarse en su cama, y le subió la falda. Su rostro enrojeció contra la almohada.

—Ay, me encanta tu ropa —susurró Vanille románticamente. —Lo sé —replicó Alice—. Casi ninguna de las niñas de la escuela la aprecia. Vanille se sentó su lado y le cogió la mano. Su ropa interior había sido dejada en su lugar, pero era tan delgada y escasa que apenas hacía diferencia. Alice lamentó no haber previsto que pasaría algo así. —Comienza, Kaziel. Alice escuchó el sonido de la vara silbar contra el aire, y golpear sus nalgas. El golpe fue mucho más firme que cualquiera que le hubiera dado Lennye y la hizo gemir. Vanille sostenía su falda contra su baja espalda para que no cayera y también para que Alice no se fuera a mover. —Hazlo de verdad —dijo Vanille—. Si tiene tanto carácter como para portarse así, debe tener

suficiente como para soportar estos golpes. La vara volvió a elevarse, y esta vez recibió un golpe verdaderamente fuerte, que la hizo gemir y sacudirse contra la cama. —Quieta —exigió Vanille, aferrando su cuerpo —. Sólo quedan cinco más. Avergonzada de estarse comportando así, Alice intentó quedarse lo más quieta posible. —No debí enojarme —murmuró entonces, y observó que Vanille le hacía un gesto a Kaziel para que no la golpeara aún—. Sólo te estabas preocupando de mi bienestar. Fui una idiota. —Yo también —aceptó Vanille—. Si antes de insultarte te hubiera advertido de nuestras reglas, te habrías controlado—. Y entonces asintió con la cabeza en dirección a su espalda, y de inmediato otro golpe le fue propinado, haciendo que Alice refugiara la cabeza en las piernas de ella. —Cuatro más —dijo Vanille tiernamente.

Sintió entonces como bajaba la mano de su espalda para acariciarle las nalgas. —Eres muy valiente ¿Ves? Así que no dejes que esa estúpida hechicera te insulte. —Gracias —murmuró Alice. —Continúa, por favor —pidió Vanille, retirando la mano y volviendo a sostener a su familiar. Una cuarta vez, la vara silbó contra el aire, y castigó sus nalgas, haciéndola sentir un dolor que la atravesaba de arriba a abajo. Esta vez intentó levantarse con verdadera intención, y Vanille tuvo que dejar su lugar para sostener los brazos de Alice contra su espalda. Igual que aquella mañana, sólo que esta vez eran ambos. Tanto el dolor extra, como la presión de su cuerpo hacia abajo desmotivaron sus deseos de moverse. —Lo siento —se disculpó Alice.

—Está bien, es su primera vez —dijo Kaziel. —Sigue, Kiel —ordenó Vanille. Un nuevo golpe rompió el silencio de la habitación, haciéndola saltar. —Espera unos segundos —pidió Vanille. Pasaron unos instantes en los que Alice respiró tranquilamente antes de recibir un sexto golpe que la hizo derramar lágrimas. —Me duele, basta, por favor. Vanille entonces, para su sorpresa, le acarició la cabeza. —Sólo uno más y te dejaremos libre para el banquete. Alice asintió. Rogando interiormente que terminara pronto y odiándose por haberle insistido. El séptimo y final golpe fue asestado con extrema dureza, dejándola llorando a viva voz durante algunos minutos. Pero como el castigo

había terminado, y su ropa restablecida en su lugar, Vanille volvió a acariciarla suavemente y le dijo que volvería en un rato. Entonces, mientras lloraba, sintió la puerta abrirse y a Gawen sentarse a su lado. —Ya está bien, ya ha terminado, Alice. El señor Kaziel se ha retirado y mi Señora Vanille ha ido por la mucama para que le ayude a arreglarla. —Me duele, no me quiero mover. —Descanse unos momentos, pero de todas formas tendrá que levantarse pronto. Después de unos minutos, quejándose con cada movimiento, Alice se levantó. Quería ver a Gawen a la cara mientras le preguntaba esto. — ¿De verdad quieres a Vanille? ¿O sólo la ves como tu Señora? Gawen reaccionó con sorpresa ante tal pregunta. — ¿Por qué me preguntas eso tan de repente?

Tú sabes que se espera que estemos juntos hasta nuestra muerte. —Pero fuera de eso. Si pudieras elegir. —Yo elegí estar aquí, no soy un esclavo, Alice. —No me has respondido. Gawen asintió, pero su rostro se puso tenso, quizás adivinando el rumbo que estaba tomando la conversación. —Si, la amo. Amo cada uno de los cabellos de su cuerpo. Es la mujer más hermosa sobre la faz de la tierra, aún cuando se enoja. Sufriría cualquier tipo de dolor con tal de protegerla. —Entonces ¿Por qué te molesta que quiera protegerte? Por primera vez, asustada, observó el gesto de Gawen endurecerse. —Es justamente por eso, Vanille es una idiota a veces. Una niña impertinente que no sabe mantener la boca cerrada. Es capaz de echarse a

toda su familia encima sólo por un capricho ¿Crees que pienso en algo más que en su bien? — ¡Pero no es un capricho! — ¿Y cómo lo sabes? — ¡Tú deberías saberlo mejor que nadie! Gawen se puso de pie tan repentinamente que hizo que Alice se callara. Se acercó a la ventana, suspiró, y se quedó ahí unos minutos, mientras Alice observaba su espalda. Entonces volteó hacia ella y se le acercó. —Le ruego que me perdone, señorita Alice — dijo volviendo a su amable tono habitual y arrodillándose humildemente, bajando la cabeza, y tocando el suelo con sus manos—. He perdido mi temple por un momento. Lamentaría si he sido impertinente o si me he comportado fuera de lugar. Castígueme de ser necesario. Alice observó esa fisonomía joven y palpitante, esa camisa de tela delgada que dejaba ver un torso que hasta hacía poco la había dejado atontada.

Luego recordó a su celosa señora, sus palabras enojadas a Venom y su severidad al castigarla a ella. Se levantó rápidamente y corrió al baño de la habitación de Vanille, cerrando la puerta con llave para sacar a Gawen de su vista y no tentarse. Abrió el agua fría de la ducha y comenzó a quitarse la ropa. Llevaba unos minutos así, limpiando las lágrimas de su rostro y el sudor de su piel, cuando Vanille entró. — ¿Por qué el agua fría? —preguntó. —Debería ser un crimen permitirle usar pantalones tan ajustados —murmuró simplemente Alice, en respuesta, cerrando los ojos. Vanille replicar:

sonrió

orgullosamente

antes

de

—Olvídalo. No es el único sangreblanca en el planeta. Apuesto a que esa hechicera que vino

contigo tiene un hermano por ahí. Y puso sobre una repisa un objeto de metal forrado en cuero. — ¿Una daga? —preguntó Alice asustada. —Es para ti —aclaró Vanille—. Las cosas en la familia no están tan calmadas como puedan parecer. No estoy diciendo que vayas a necesitar usarla, sólo te pido que la cargues por protección. —Lennye vino para protegerme, tiene órdenes de estar a mi lado —explicó Alice, cerrando el agua y alcanzando una toalla para secarse. —No lo sé, Alice. Es un personaje sospechoso ¿Quién te asegura que no quiera hacerte daño? Vanille también. — ¿Qué asuntos tendría ella conmigo? ¿Sabes algo que yo no? —Ya te dije, no lo sé. Pero ella es rara. No se qué relación tenga con las señoras del castillo Ravensoul para que la hayan enviado hasta aquí,

pero Válerie me dijo que se había resistido a venir. ¿Es verdad? —Creía que era porque se sentía susceptible entre tantos Alquimistas de Sangre —explicó Alice, esforzándose por poner un tono neutro. —De cualquier forma. Escucha mi consejo, si sientes que ella te va a atacar de cualquier forma ni se te ocurra pelear o defenderte: corre. Corre tan lejos y rápido como puedas. —Vanille ¿Por qué dices eso? —Cuando estábamos en el laboratorio esta mañana, intenté leerla y ocultó su poder, como si tuviera miedo de que me enterara de algo. No nos ha explicado nada acerca de cómo llegó a aprender Alquimia de Sangre. Y tiene cierto olor, pero no es sólo el olor de su sangre, son también los ojos y la forma en la que se mueve, son... son como... — ¿¡Como qué!? —Como los de una asesina.

— ¿No estarás bromeando? —Por un lado, son buenas noticias. Si realmente la tienes de tu lado, te va a proteger bien. — ¿No estarás exagerando? ¿Puede ser que tu subjetividad te esté haciendo percibirla de una forma exagerada? —Puede ser que mi antipatía hacia ella altere mi capacidad de leerla. Pero por suerte también tengo pruebas concretas para sospechar de ella. Esta tal "Lennye" nos ha mentido acerca de su familia. — ¿Eh? —No se de qué familia realmente provenga, pero te puedo asegurar que su apellido no es Whitegrave. — ¿De verdad? ¿Cómo lo sabes? —Porque, Alice, soy una Catadora. Desde que sé leer he estudiado la genealogía de todas las

familias sangreblanca que han existido en los últimos milenios. Y puedo reconocer la ascendencia de cualquier sangreblanca con sólo probar una gota de su sangre. — ¿Le has sacado sangre? —No, ni de broma. Apuesto que sería una de las últimas cosas que dejaría que le hicieran. — ¿Entonces, como puedes saber? —Porque la familia Whitegrave no existe. Nunca ha existido.

VII La biblioteca roja. El vestido que tenía era de Vanille, pero le quedaba de maravilla. Aunque su gusto para elegir ropa no era exactamente el mismo que el de ella, si tenían muchas cosas en común. Ella y dos sirvientas habían ayudado a peinarla y a vestirla. La daga de plata descansaba escondía en una liga a la altura de su muslo. Afuera del salón donde se llevaría a cabo la fiesta, sus dos escoltas la esperaban. — ¡Ahí está! —Exclamó Riham, cogiéndole el brazo a Lennye y luego tornando hacia Alice—. Pensábamos que te habían secuestrado. Lennye volteó. —Te ves bien —le había murmurado. Pero Alice no le había escuchado, pues estaba muy ocupada observándola a ella.

El largo pelo blanco que le llegaba hasta la parte trasera de las rodillas, había sido peinado en una trenza, adornada con cintas plateadas. Aún así, algunos mechones caían sobre su rostro joven y fresco. Sus labios ligeramente remarcados brillaban como una fruta madura. Su vestido dorado muy pálido era simple y largo, pero dejaba ver un escote sobre el que un pequeño relicario se deslizaba en el espacio entre sus pechos. Riham también se veía bien. —Oh, Lennye, pareces sangreblancas del castillo.

una

de

las

—Trata de cuidar tus palabras —le dijo la hechicera—. Esta fiesta es en tu honor, y esta noche todos los ojos estarán sobre ti. Entonces la puerta que las guardaba de los demás invitados se abrió y la luz las encandiló por un momento. —Tú camina delante de nosotros, Alice —

escuchó mientras la hechicera le cogía el brazo y la hacía moverse hacia adelante. Entonces escuchó el sonido de trompetas, y la misma presentación de aquella mañana. Alice avanzó para encontrarse en una amplia sala. Varias mesas habían sido puestas en forma de U, de manera que los comensales se miraran a la cara. Sobre ellas, los más deliciosos manjares de Buena Ropa y de otras regiones. En la cabecera de la mesa, estaban sentados los miembros de la familia que ostentaban los ropajes más finos y pomposos. A espalda de ellos, amplias ventanas dejaban traslucir la bahía nocturna, y el mar sobre el que se reflejaba el cielo estrellado. Su abuelo la esperaba junto a la puerta con otras dos personas. Una de ellas era una mujer de aspecto noble que tendría unos cincuenta años. Su actitud era seria y solemne. Su vestido, del color de la sangre derramada y con adornos dorados, era de un rojo tan intenso como el de sus cabellos.

Tomado de su brazo, estaba Venom, vistiendo ropas aún más glamorosas que aquella tarde. Y cuando Alice llegó ante ellos, soltó a la mujer y se acercó a Alice, ofreciéndole el brazo en un gesto de galantería. —Mi hija Uriel, tu tía —las había presentado Rufus, y ambas inclinaron la cabeza. Alice vaciló unos segundos antes de coger el brazo de Venom. Conforme avanzaban por la sala, observó lo clasistas que habían sido los organizadores de la fiesta. Alrededor de medio centenar de cabezas rojas se distribuían por el salón, pero personas como Vanille ocupaban lados periféricos de la sala, junto con sus familiares. Observó entonces a Gawen de pie a espaldas de su señora, cuya expresión había ganado en angustia desde hacía un rato. —Pobrecito —le susurró Lennye, acercando

sus labios al oído de ella, desde su espalda— ¿Sabes lo que le ha hecho? Alice no le respondió porque no se sentía con la capacidad de hablar con la discreción con la que lo hacía Lennye, sobretodo con Venom a su lado. En el extremo opuesto de la mesa, una docena de sangreblancas, Kaziel entre ellos, se sentaban todos juntos, vistiendo ropas claras. Cuando ellos entraron, por supuesto, se levantaron y se inclinaron con suma devoción. Válerie, Víktor y otra mujer nox que parecía un miembro de la realeza, se sentaban juntos, a la derecha de la cabecera de la mesa. Alice fue hecha sentarse a uno de los lados de Van-Krauss, mientras que al otro lado se sentaba Uriel, la mamá de Venom. Y cuando este último quiso sentarse junto a Alice, Lennye no se lo permitió, clamando que ella debía de ocupar ese lugar.

Riham, sin embargo, pidió permiso para sentarse un poco más allá, junto con Válerie, y le fue permitido. —Me dijeron que Venom te estuvo mostrando el castillo ¿Te trataron bien, Alice? —Si, y los sangreblanca fueron muy amables también —soltó, sintiendo casi de inmediato como el pie de su acompañante pisaba el suyo—. Quiero decir, los sirvientes están muy bien educados. —Kiel ha hecho un buen trabajo —aprobó Venom, queriendo también participar en la conversación. —Si, si. Kiel es un sirviente muy valioso. —Lady Alma no ha llegado —comentó entonces una mujer más joven que Uriel, que se sentaba a su lado, a quien Alice sólo podía ver a medias. —Es normal —replicó Rufus—. Siempre se retrasa por tonterías. Ahora dime ¿Te gustaría

hablar de tu madre? —No... lo siento, pero no me gusta hablar de ella. —Sin duda que Agatha te ha hablado de eso. —En realidad no. Sólo me dijo que había trabajado para usted en el pasado. —Entonces, con mayor razón, debes tener curiosidad. Uriel, la mujer a su lado, Venom y Van-Krauss guardaban un silencio expectante. —Si es verdad que tú asesinaste a Úrsula — soltó Alice— ¿Por qué querrías hablar de eso? Esta vez Lennye no la pisó, pero podía sentir el cuerpo de la sangreblanca tensarse. —Sin rodeos, esta niña —comentó Uriel. Van-Krauss no se molestó, era como si hubiera estado esperando ese momento. —Es verdad que yo asesiné a tu madre. Pero también es verdad que no rompí ninguna regla

sagrada de la familia. Ella sí, porque nos traicionó. —Estaba luchando por una causa justa. Usted hizo asesinar a la familia Aldebarán y habría matado a toda la Fortaleza de Dragón de haber podido. —Tu madre siempre supo los riesgos de traicionar a su sangre. Además, ella tampoco era una santa. Hechiceros magníficos murieron por orden de ella. ¿Y qué me dices de su instinto materno? Prácticamente te abandonó en Dragón, no creo que haya ido a verte nunca, te dejó en manos de ese hechicero, los Van-Krauss no abandonamos a nuestros vástagos de aquella manera. — ¿Hechicero... cuál? —Casimir Bron —puntualizó Van-Krauss. —No... —La familia Bron es una familia de la Estirpe Roja —se apresuró a decir Lennye—. Incluso su

viuda es miembro de la corte del Rey Lonhard. —No puedo creer que no te lo haya dicho — exclamó Van-Krauss—. Tampoco te enteraste de tus poderes hasta que estuviste en el castillo de Agatha. —En todo caso —continuó diciendo Lennye—. ¿No estaría protegiendo a Alice al no acercarse a ella? Después de todo, se decía que usted quería matarle a ella y a sus hermanos. —Bueno —dijo Van-Krauss, intentando disimular una expresión tensa que se había pintado en su rostro—. Si alguna vez deseé tal cosa, es evidente que ya no lo deseo. —Así que dinos, Alice ¿Hay alguno aquí que atraiga tu atención para casarte? —preguntó Uriel. Sus ojos quisieron desviarse hacia Gawen, pero sabía que él no contaba para ellos. — ¡No podría casarme con alguno de mis familiares!

—Por supuesto que no tienes que hacerlo si no quieres. Una vez que entres a la familia te podemos conseguir un buen sangreblanca... ¿O quizás —y aquí Rufus miró de reojo en dirección a Lennye— prefieres a las hembras...? — ¿Por qué Alice querría hacer eso? —Lennye había levantado la voz, interrumpiendo al propio Van-Krauss. Venom y Uriel la miraron con ojos venenosos. — ¿Cómo que por qué? Mi abuelo tiene mucho dinero, y además tendría sirvientes y podría hacer con ellos... ¡Ay! El golpe que Lennye le dio sorpresivamente en la cima de la cabeza, la hizo callar. —Porque si te unes a la Rama Principal de la familia, perderías el derecho de asociarte con los hechiceros —le explicó Lennye—. Un derecho que tu madre se ganó al ir contra su familia. — ¡Ja! De gran cosa ha servido hasta ahora.

—De todas maneras, esa no es la forma de corregir a uno de los niños de la Alta Familia. Era Uriel quien había dicho estas palabras, e inmediatamente, Alice le sacó la lengua a Lennye, y bebió otro trago de ese fuerte ponche de frutas que le había servido por ser menor de edad. Todos los demás bebían un licor cristalino, excepto Lennye, quien se llevaba el vaso a los labios, pero la cantidad de líquido no disminuía en lo más mínimo. Finalmente apareció Lady Alma, y Rufus empezó a prestarle atención a ella. Un poco después de eso, a Alice le empezaron a presentar a todos los hombres solteros de la familia, sus primos y algunos de sus tíos jóvenes. ¿Pero cuántos hijos tenía Van-Krauss? Al terminar la cena, Alice, que había estado mirando mucho rato hacia la mesa de Gawen, pidió permiso para acercarse a Vanille y le fue concedido.

Conforme se acercaban, un joven y una joven que estaban sentados junto a Vanille se levantaron para cederles los asientos. Alice observó el celeste frío de sus ojos idénticos conforme la penetraban con la mirada al pasar cerca de ella. —Son Vile y Vanity, gemelos —explicó Vanille cuando ellos se alejaron—. Siéntense. Alice dirigió la vista hacia el sirviente a espaldas de ellas, quien parecía encontrarse en agonía. Ahora Alice habría querido preguntarle a Lennye qué pensaba que Vanille le había hecho, pero ya no podía, al estar tan cerca de ellos. —Es una fiesta, mi señora, podría perdonarlo —sugirió Lennye. Vanille la miró con frialdad, como si no pudiera darle crédito a sus oídos, y no respondió. — ¿Ya conoces a Valant, Alice? —preguntó Vanille, señalando al muchacho que estaba al lado de ella. —Si, estabas en el desayuno ¿Verdad? Y

después en la bahía. —Dime ¿Qué te ha estado diciendo Padre? —Quieren que se case con alguno de sus primos —explicó Lennye, impidiéndole hablar a Alice. Nuevamente Vanille la miró con frialdad y la ignoró antes de volver a dirigirse a Alice. — ¿Sabes que si lo haces, ya no podrás frecuentar hechiceros, verdad? Y perderías otros derechos —explicó Valant. —Si, Alice. Discúlpame, pero no tienes nada de educación respecto de estas cosas. Padre se está aprovechando de eso. —Escucha a tu tía, Alice, eres valiosa para tu abuelo y es por eso que es amable contigo. Pero serías mucho más valiosa para un hechicero que quisiera acostumbrarse a recibir tu sangre. —Quizás la maestra... Whitegrave preferiría que la persona que ocupara el lugar de la

sangreblanca de Alice fuera ella. —No, no, no me refería a eso. Estaba tratando de ilustrarla respecto de los privilegios que tiene respecto del resto de los habitantes del Castillo Blanco. Vanille miró por tercera vez a Lennye, esta vez con odio. —Eso sí —comentó sin quitarle los ojos de encima—, cuando consigas a un sangreblanca, procura enseñarlo bien. No hay nada más desagradable que las personas que no saben mantener la boca cerrada —y aquí apartó la vista de ella—. Sal, ahora, de mi presencia —soltó en una voz que sonaba a punto de quebrarse, Alice no entendía cómo, pero en algún punto de la conversación, Vanille se había sentido herida. Aunque no la había mirado al decir estas palabras, era obvio para todos a quién le estaba hablando. Para sorpresa de Alice, Lennye se puso de pie.

— ¿N... nos vamos? —preguntó Alice, elevando los ojos con expresión vacilante hacia Lennye. —Eso no es necesario —respondió rápidamente Lennye—. Soy sólo yo quien debe retirarse. Si os he ofendido, mi Señora, discúlpeme —respondió Lennye, inclinándose. De inmediato se alejó de ahí, caminando hasta el otro extremo de la habitación. Alice observó este espectáculo inédito con el mayor desconcierto. Si, era verdad que Lennye era una dama fina y educada. Pero cuando alguien la provocaba, solía responder con una mezcla de superioridad intelectual y traviesa burla. Incluso la vez que Elena la había abofeteado en su oficina, estaba segura de que Lennye había seguido el protocolo de inclinarse por costumbre, incluso quizás deseando molestar a Elena. Este día, aunque Vanille había resultado sin duda molesta, su aspecto y el tono de su voz eran muy

distintos, y que había procedido con una solemnidad casi devota, llena de la más pura pasión. Pasaron unos instantes de silencio en los que nadie dijo nada. Entonces Vanille también se levantó. —Permiso —murmuró. Y se dirigió a la salida, seguida de Gawen, quien le dirigió a Alice una sonrisa de despedida antes de marcharse tras su señora. —Vaya carácter —comentó Valant mirando hacia la puerta por donde habían desaparecido—. De todas formas ¿Querrías bailar conmigo? La música había empezado. Para su sorpresa, se trataba de una danza que conocía, y no era de casualidad. El baile también había sido pensado para ella. Primero bailó con Valant, que era natural y simpático. De los que siguieron conocía a Vlad, con su carácter lacónico y recio; Vagrant, el

heredero del patriarca, quizás un poco torpe, quizás un poco tímido, que la miraba desde arriba a través de sus gafas, evidentemente incómodo de estar bailando con alguien mucho menor que él. Venom había seguido, guapo e intrépido, parecía ser el alma de la fiesta. La verdad es que deseaba que otra persona bailara también con ella. Y para consolarse de no verse capaz de pedírselo, la buscó con los ojos entre la multitud. Entonces fue cuando se dio cuenta de que no estaba ahí. Aprovechando que Venom había chocado, quizás intencionalmente con Vagrant y su pareja de baile y se disculpaba con ellos, Alice salió de la sala. Atravesó la sala contigua, cuyas puertas habían sido abiertas hacia los jardines, y subió las escaleras que la habían llevado hasta allí. ¿Dónde se había metido? Se suponía que tenía que estar cerca de ella para cuidarla, pero ¿qué tal

si le había pasado algo? Se perdió entre los interminables e incontables corredores. Ya angustiada, después de buscar por lo que pareció más de una hora, y deseando desesperadamente volver al salón de bailes, escuchó una voz que la sobresaltó, si no se equivocaba, se trataba del propio Rufus. La voz venía de una puerta alta y vieja que guardaba una cámara con cortinas en tonos de rojo. Alice se acercó para escuchar. —Yo no la acuso de nada, jovencita. Pero es innegable que es sospechoso. —Quizás, señor —respondió una voz metálica y de acento único, excesivamente familiar—. La edad le está jugando malas pasadas a su mente. — ¡Insolente! —Exclamó la inconfundible y aristocrática voz de Uriel— No es sólo Padre. Prácticamente cada alma que ha tenido contacto contigo piensa lo mismo. —Lo siento, mis Señores —respondió Lennye,

su tono volvía a ser burlesco—. Lamento no tener nada interesante que decirles. —La forma en que has saludado a algunos de nosotros es la forma en la que nuestros hechiceros nos saludaban antes de la Gran Noche — puntualizó Rufus—. Vlad me dijo que me habías llamado "General Van-Krauss" —Un título, debo decir, bastante olvidado. —Entonces dime ¿Por qué sabes tantas cosas de nuestra familia, quienes fueron tus maestros? Lennye rió, como si le acabaran de hacer una broma o un cumplido. —Una simple y humilde estudiante de hechicería como yo se siente honrada de estar en presencia de personas de tan alto nacimiento. He leído libros de historia como si se trataran de novelas, y estar ante los descendientes de un linaje ancestral como es la Estirpe de la Sangre, y que además me acusen de saber demasiado, es un honor, mis Señores.

—Déjate de patrañas. Tal actitud no es esperable de un hechicero. —Es verdad que mis hermanos de otras Estirpes son muy maleducados y carecen de modales. Es una vergüenza como se educa a los jóvenes en estos tiempos. — ¿En estos tiempos? — ¿Puedo volver al baile? Su nieta debe estar buscándome Alice se escondió de Lennye al salir, y al notar que ninguno de los otros dos salía, Alice se acercó con precaución a la puerta. —Algo se trae entre manos. Aunque quizás no deberíamos preocuparnos. Vlad me dijo que se había resistido a venir. —Percibí la incomodidad en su sangre — coincidió Uriel—. Pero también percibí otra cosa. Algo enterrado, algo antiguo, algo que me recordó a...

— ¿A quién? —A Saleth. —No repitas el nombre de ese sangreblanca aquí —la regañó Rufus, adoptando, de repente, un tono de gran preocupación. Y dicho esto, ambos abandonaron la sala, y Alice tuvo que volver a esconderse. Finalmente había encontrado la habitación de Vanille. El haz de luz que se colaba desde el pasillo a la puerta, iluminaba al joven sangreblanca que permanecía de rodillas en la alfombra frente a la cama. — ¿No tienes frío? —preguntó Alice, entrando tímidamente en la habitación. Gawen levantó la cabeza. —No, señorita, estoy bien —respondió él, obedientemente— ¿Qué ha sucedido para haberla sacado del baile?

—Me aburrí —dijo Alice—. Me hicieron bailar con mis primos, pero me habría gustado bailar contigo. "O con Lennye" pensó. —Yo soy de la señorita Vanille —respondió él, sonriendo—. Que no se le olvide eso. — ¿De verdad estás bien? —Preguntó ella, acercándose e inclinándose para tocar su musculoso torso— ¡Tu cuerpo está ardiendo! —Le dije que no debía de preocuparse del frío. — ¿Qué te han hecho? —Es... ya sabe —explicó Gawen inclinando los ojos, en un gesto de vergüenza—. Mi cuerpo ha sido incitado sexualmente, y debo quedarme quieto hasta que llegue mi señora. —Lo lamento. Debe sentirse terrible. —Es lo que mi Señora cree que merezco, así que no tengo ningún derecho a cuestionarlo. —A todo esto, venía a hablar con ella ¿Sabes

donde está? Observó como la sangreblanca se levantaba y se alejaba, no sin antes hacer otra inclinación burlesca. Al no poder soportarlo más, ella también se levantó y abandonó la sala, ignorando las miradas sorprendidas de Alice y Valant. La sala contigua estaba fresca y Vanille se apresuró a escapar de ahí, cruzó el jardín, y bajando los escalones de piedra, recorriendo el tramo de las escaleras de piedra, todo el camino hasta la playa. Cuando se detuvo, finalmente sintió en su hombro desnudo la mano cariñosa y tibia del que siempre estaba a su lado. —Vete —ordenó—. Quiero estar sola. Además, debes estar al borde de la desesperación, anda a descansar a mi habitación. Sintió como él vacilaba sin decir nada. Su

sangre exudaba preocupación, deseaba aferrarla. —Obedece —exigió, molesta. Un segundo más tarde, Gawen ya no estaba allí. Sólo entonces se dejó caer sobre la arena y golpearla con el puño. Había sido demasiado. Queriendo simplemente proteger a Alice se había ganado los comentarios impertinentes de aquella extraña. No les bastaba con ser poderosos, con haberlos prácticamente encerrado en aquel castillo, prohibiéndoles mezclarse con el resto de ellos. Era el colmo que encima tuviera que soportar que alguien viniera a su propio hogar a restregarle de esa manera sus inferiores condiciones. Desde lejos, la música sonaba apagada, y mientras la escuchaba, dejó que sus lágrimas cayeran a la arena, pasando por sus mejillas. Alguien que apenas había conocido ese día la había hecho llorar.

Rato más tarde, cuando había dejado de llorar y secaba las lágrimas de sus ojos, unos pasos sobre la arena y el aroma de sangre blanca le llegó desde el camino, acercándose a ella. —Le juro que jamás ha sido mi intención herirla —escuchó susurrar una voz tranquila y contenida. —Entonces vete —dijo ella, sin voltear. —Sé Alquimia de Sangre porque el maestro de mi maestro era el sangreblanca de uno de los miembros de vuestra familia. Quizás hace más de cincuenta años. Viendo sus memorias, me acostumbré a dirigirme así a los Alquimistas de Sangre. Además, mis conocimientos en esa área los tomé prestados, como si los usurpara, es por eso que me comporto así. ¿Lo ve, mi Señora? No me estoy burlando. Jamás haría tal cosa. Sintiendo un extraño cosquilleo, como si la suavidad del tono de su voz y sus palabras amables la acariciaran por dentro, Vanille escuchó

todo esto. Ni su tono ni su sangre, hasta dónde era capaz de leerla, mostraban maldad. Así que está vez no habló contra ella. — ¿Puedo acercarme? —preguntó entonces la hechicera. Vanille asintió. Preguntándose por qué la estaba dejando acercarse tanto, así tan de repente. —Le agradezco que se preocupe del bienestar de Alice, mi Señora. —Sólo es natural —respondió Vanille, percibiendo a la joven apostarse a su lado, pero sin mirarla—, la familia es sagrada para nosotros. En cambio tú ¿Qué eres tú de Alice? —Me gustaría poder ser algo más de lo que lo que soy. Lo que sería... nada. No. Menos que nada. Soy alguien que no debería estar con ella, ni disfrutar de su compañía ni dejar que ella disfrutara de la mía.

— ¿Esto tiene algo que ver con el hecho de que tienes el aura de un asesino? La hechicera se sobresaltó, o quizás fingió sobresaltarse ante estas palabras. Vanille no la encontraba lo suficiente humana como para creerla capaz de sobresaltarse o de reaccionar emocionalmente ante ningún estimulo. —Mi Señora sabe esto, pero aún así está aquí a solas conmigo ¿No tiene miedo? Vanille giró la cabeza para mirarla, observando su fisonomía, sorprendida de lo hermosa que lucía arreglada como si fuera una sangreblanca del castillo. Se sentaba castamente en la arena, bastante cerca de ella. —Si —confesó Vanille. Ante estas palabras, la hechicera sonrió ligeramente. Se descubrió a sí misma admirando los rasgos de la hechicera. Sus labios curvándose, su mirada avergonzada, pero llena de cierto brillo. Deseó por

un momento que se tratara de una sirvienta más, así podría tomarla sin miramientos. Sus rostros, se dio entonces cuenta, estaban bastante cerca. Y cuando Lennye volvió a levantar la mirada, Vanille la bajó de inmediato, con real vergüenza. —No debe —susurró Lennye—. Por esta noche considéreme como una más de sus servidoras. Elevó la mirada, incrédula, deseando comprobar el nivel de verdad de estas palabras. Los ojos gris claro e inteligentes de la chica, la miraban sin sarcasmo o suspicacia. Sintiendo como la actitud impasible de ella la atraía como un imán, sintiendo que no era completamente dueña de sus movimientos mientras sus rostros se acercaban y posaba sus labios sobre los de aquella presumida hechicera, Vanille la besó. Lennye no retrocedió ni se negó, respondió suavemente con sus labios, sin tomar la iniciativa,

permitiendo voluntariamente que la otra tomara el control. Después de acariciar con su boca los labios de la otra, de sentir el sabor dulce de su aliento, Vanille se dio cuenta de lo que hacía, y se separó abruptamente de ella. La mirada de Lennye era de suficiencia, como si acabara de obtener una victoria. Vanille retrocedió, se incorporó y volteó, y se alejó hacia el castillo, huyendo. —Me imagino que está en el jardín, llorando —dijo Gawen. —No estarás insinuando que Lennye la hizo llorar. —La señorita Vanille es muy susceptible y complicada. — ¿Me puedes llevar hasta ella? —No debería salir de esta habitación. Además, si le intenta hablar ahora, sólo la molestará más.

Alice se quedó pensativa, sentándose en la cama, por encima de él. —Hay algo que quiero saber ¿Existe en este castillo alguna biblioteca que contenga información acerca de las familias sangreblanca y sus descendientes? Los ojos del sirviente se volvieron suspicaces al preguntar: — ¿Tiene la señorita permiso del Señor del castillo para hacer tales preguntas? —Y si no lo tuviera —lo desafió Alice, levantándose— ¿Acaso tienes tú algo que decir al respecto? —La señorita Alice sabe que no soy más que un humilde sirviente —dijo él—. Es mi trabajo servir a la familia Van-Krauss. —Entonces sírveme y dime el camino. Hay algo que necesito averiguar con urgencia. — ¿Se da cuenta la señorita Alice de que esa

información se guarda con sumo celo? Alice asintió. — ¿Se da cuenta de que si mi Señor Rufus se entera de que un simple sangreblanca la ha dirigido a tal lugar, las consecuencias para ese sirviente podrían ser severas? Alice tragó saliva. Era cierto, no deseaba que nada malo le pasara a él. —No se enterará —aseguró Alice. Gawen negó con la cabeza. —Lo lamento, mi graciosa señorita, pero no podré darle respuesta a su pregunta. —Vanille lo haría. —Lamento contradecirla, pero dudo que la señorita Vanille permitiera que su querida familiar accediera a un lugar prohibido como ese. — ¿Prohibido, dices? —preguntó Alice, emocionada. Gawen bajó la cabeza.

—Le ruego que vuelva al banquete y se olvide de esto. Alice negó y se acercó más a él. —Oye, Gawen —preguntó entonces con un tono suspicaz—. Si te toco, no tienes permitido defenderte ¿Verdad? Gawen levantó los ojos para mirarla, sorprendido, adivinando sus pensamientos. Pronto bajó la cabeza de nuevo. Eso era un "si" absoluto. Alice se acercó a él, arrodillándose a su altura. Gawen se estremeció. —Por favor, señorita Alice, no haga nada de lo que se pueda arrepentir. —Pero he deseado esto todo el día, y conste que me permito hacerlo sólo porque necesito obtener información. Acercó su mano a las ataduras de su pantalón, y las soltó mientras acariciaba el bulto erecto que

palpitaba a la altura de su ingle. Gawen no hizo nada, no podía defenderse de uno de los VanKrauss. Por otro lado, Alice no sabía esto, pero ningún Van-Krauss educado habría cometido una monstruosidad como aquella. —La castigarán muy severamente por esto. Lo sabe, ¿verdad? Alice asintió, sacando el largo miembro de entre sus pantalones, haciendo que un cosquilleo de placer recorriera su cuerpo. —Soy propiedad de la señorita Vanille — continuó él—, no le perdonará nunca si me veja de esta manera. Su tono era nervioso, y su rostro adquiría cada vez mayor color. Alice entonces acercó su boca a sus labios, y los besó, empujándolo hacia abajo, obligándolo a dejarse caer sobre la alfombra. —Entonces no le digas —susurró ella, malévolamente. Dejó que sus manos se deslizaran por la suave

y tibia carne que protegía el sexo del sirviente, arrancándole gemidos suaves y lastimeros, como si tocara un instrumento. Debido al castigo que Vanille le había impuesto, el cuerpo del sangreblanca estaba sumamente sensible y bastaba con tocarlo muy sutilmente para causar que los escalofríos de placer viajaran por todo su cuerpo. —Por favor, señorita, deténgase —rogó mientras Alice deslizaba su mano derecha por el torso de él, y asía su miembro con la otra. Era difícil saber si sus gemidos eran de placer por estar liberando finalmente toda la excitación que había acumulado durante el día, o si eran de dolor espiritual por estar siendo vejado. —Ahora dime. Registros de genealogía sangreblanca ¿Dónde los puedo encontrar? Gawen negó vehementemente con la cabeza, contrayendo con dolor el rostro. Motivada por esta negativa y sin necesidad de

inmovilizarlo o atarlo, hizo bajar sus labios muy lentamente por su barbilla, besó su cuello, dejó que su aliento cayera sobre sus pectorales — Gawen gemía y se retorcía—, dejó que la lengua jugueteara con el vientre del sirviente, hasta que su boca llegó a su bajo vientre. —Apuesto a que Vanille nunca ensuciaría su aristocrática boca de esta manera —susurró. Gawen se encontraba molesto, lágrimas habían inundado sus ojos, y no respondió. Yacía en silencio. Cuando la punta se introdujo entre sus labios, sin embargo, este gimió. Dejó que la gruesa y caliente carne se introdujera poco a poco entre sus labios, sintiendo como el miembros se endurecía más y más, secretando algunas gotas de ligero líquido. Hacía mucho que no sentía el sabor de la carne masculina. Cuando Alice empezó a juguetear con su

lengua, haciendo el dotado pene de Gawen girar dentro de su boca, los gemidos aumentaron de manera exponencial, y entre ellos, Gawen pudo articular: —Hay... hay un lugar... donde los... los... ah... Al... si se detiene... le podré... decir... me... mejor. Alice se decepcionada.

detuvo

entonces,

bastante

— ¿No quieres que siga? —Hay un lugar —y se detuvo para tomar aire — donde los Alquimistas de Sangre como la señorita pueden conseguir información buena y fiable —dijo, hablando muy rápido, para que no fuera a empezar de nuevo—. Se encuentra más allá de las mazmorras del primer piso. Se entra por una puerta ubicada en una torre interior en un patio de piedra donde arden antorchas que nunca se apagan. Para acceder debe mojar la puerta con una gota de su sangre para probar que es una VanKrauss. Eso es todo.

Cuando se detuvo, tomó aire profundamente, contento de haberle dado la información y quedar libre. —Y no —agregó—. Preferiría que la señorita dejara de tocar las posesiones de mi ama sin su consentimiento —declaró, intentando, sin embargo, sonar amable. Alice asintió, y volvió a meter el miembro, aún sumamente maduro, dentro de los pantalones. En una especie de gesto de disculpa. Se levantó, y musitando un "gracias", abandonó la habitación, dejando al sangreblanca con el cuerpo sudado. Aunque le había acostumbrado a permanecer de rodillas mientras la esperaba, se levantó para secar las lágrimas de sus ojos y arreglar sus pantalones. Jamás nadie había tocado su cuerpo aparte de Vanille. Podía haber sido entrenado para ser sumiso, pero eso no le quitaba la noción de cuáles eran sus

lealtades. Observó la abertura de la puerta, por donde la señorita Alice había salido hacía un momento, con ojos suspicaces. Quizás no pudiera usar las manos para defenderse, pero aquella señorita mal portada sin duda que se lo pensaría dos veces antes de volver a obligarlo a revelar secretos del castillo de sus Señores. Apoyándose en el umbral de piedra, Alice se detuvo para recuperar el aliento. A lo lejos, en el salón del banquete, una danza con gaitas había empezado a sonar, dejando caer sus sonidos apagados sobre el patio que Alice ocupaba ahora. Cuatro paredes de piedra blanca tallada y un suelo embaldosado con el mismo material parecían guardar dos antorchas que ardían en las paredes laterales, a su izquierda y derecha. Frente a ella, fundida con la pared, se alzaba una torre cuyas paredes de piedra habían sido talladas con letras y dibujos. El material era el mismo, piedras

lechosas. El lugar que supuestamente contenía una biblioteca le recordó vagamente a la Torre Azul, en la FMD, de la cual se decía que era una biblioteca, aunque en sus tiempos sólo eran unas ruinas vacías. Avanzó con cautela, imaginándose los libros dispuestos en forma de caracol y una escalera de caracol que la rodeaba por dentro. Al llegar a la puerta firmemente cerrada, recordó las palabras de Gawen y sacó la daga que llevaba escondida, haciendo un corte mínimo en su dedo. La daga era sorprendentemente afilada, y con sólo tocar su piel, la sangre empezó a manar. Dejó que su dedo tocara la madera, más o menos a la altura de su rostro, lo dejó ahí un momento y cuando lo retiró, no sólo había rastros de sangre, sino que también su herida había sido curada.

Maravillada, acarició la madera, pero entonces tuvo que detenerse, porque un sonido como de engranajes empezó a sonar. También había puertas con engranajes en la FMD y estaba acostumbrada a ellas. Ahora que conocía la tecnología de los hechiceros, suponía que la tecnología de la FMD debía de ser una imitación de la de estos. Retrocedió instintivamente un par de pasos, sospechando que su abuelo se había construido una especie de mini FMD, al haber sido expulsado de la verdadera. La puerta se abrió, y al tiempo que escuchaba el sonido como de fuego encenderse, la habitación de adentro se iluminó con una luz naranja. Desde el punto más alto de una cúpula sostenida con seis pilares, colgaba un fantástico farol que seguramente se había encendido de manera mecánica. La habitación era circular, pero curiosamente

más pequeña que lo que el diámetro exterior de la torre dejaba adivinar. Al extremo opuesto de la puerta, había una fuente baja de la que manaba agua, y tenía una placa de bronce encima, Alice se acercó para leerla mejor. No había ni un solo libro. Al dar unos pocos pasos, sin embargo, sintió como ese sonido de engranajes había empezado a sonar y, fatalmente, la puerta se cerró de un portazo sordo. Sin retroceder para intentar abrirla, Alice avanzó. "Está bien" se dijo, tratando de calmarse "Soy una Van-Krauss, tengo derecho a estar aquí. No tengo nada que temer" Cuando llegó al otro lado del perímetro, advirtió que la placa tenía unas palabras escritas: Lava tus manos, pues estás en terreno sagrado. Al meter sus manos en el agua, sintió que se

trataba de una sustancia quizás un poco más densa y aromática, como si hubiera sido mezclada con destilado de rosas. Entonces el sonido de una llama encenderse la volvió a sobresaltar, y una luz azulada le llegó del borde del ojo izquierdo, donde antes sólo había habido oscuridad. Casi paralizada, dándose cuenta de que la habitación percibía que había alguien ahí, y que percibía los movimientos que hacía, Alice se incorporó, sacudió las manos en el aire, sin atreverse a secarlas en su vestido, y volteó. Allí donde la segunda luz se había encendido, se alcanzaba a ver una escalera descendente. Se apresuró a bajar, preguntándose qué podía haber aquí. Aunque si bien la habitación era todavía más fuera de lo común, tampoco encontró libro alguno. La temperatura aquí era aún más baja que en la habitación de arriba.

Al centro había un pilar de piedra gris, de la altura de media persona. Las paredes blancas y talladas como arriba, y esta vez el suelo del mismo material, en él se cruzaban perpendicularmente dos líneas hundidas en la piedra. No le gustó como se sintió pisarlo, porque sintió que había causado que nuevos sonidos de engranajes se pusieran en funcionamiento. Si esa era una biblioteca, sin duda que explicaba por qué Venom parecía tan ignorante. Se acercó para examinar el pilar de piedra, y se dio cuenta de que mostraba una superficie con una mano en relieve hacia abajo. Un agujero mínimo pero profundo se mostraba a la altura de la palma, y otro a la altura de la mañeca. Como si fuera obvio, dejó la mano descansar dentro de la forma, que tenía el tamaño de la mano de un adulto, y le quedaba, por lo tanto, grande. De inmediato lo lamentó. Nada más tocar la forma, tomó consciencia de que era sensible a su

tacto, y dos correas de acero se enrollaron en su muñeca y en sus nudillos, aprisionando su mano y obligando a su cuerpo a mantenerse así. Se preguntó si este artefacto requería también una ofrenda de sangre, e iba a sacar su daga para averiguarlo, pero la respuesta le vino sola. No tuvo necesidad de sacar su daga, la sangre empezó a manar desde la palma de su mano prisionera con un ligero pinchazo de agujero bajo ella. Pronto pudo observar su propia sangre fluyendo por una de las líneas talladas en el suelo, sintiendo que iba a desmayarse de comprobar el nivel sangre que le estaba siendo quitado. Un segundo pinchazo llegó esta vez a su muñeca, la sangre se deslizaba por entre los recovecos tallados de las paredes, como si tuviera vida propia. Entonces ya no le pareció tan casual que el castillo entero estuviera construido de piedras de esa terminación, piedras blancas, que

quizás estaban más vivas de lo que parecían. La vista se le nubló al sentir como sangre le era inyectada en la muñeca, aunque todavía podía ver la habitación a medias, y los dos hilos de sangre deslizándose por las paredes, y luego desaparecer por pequeños agujeros que estaban tallados como bocas de gárgolas. Un rostro enorme y borroso apareció entonces ante ella, como en sueños. —Nivel Principal de la Biblioteca —dijo con una voz amable y clara. Se trataba de una sangreblanca—. ¿Cuál es su pregunta? — ¿Qué es esto? —preguntó Alice entre aterrada y maravillada. —Por favor, haga preguntas específicas —dijo la voz en un tono neutro. Alice suspiro, tratando de calmarse, tratando de decirse que aquello no era una visión, sino que era parte del sistema normal de la biblioteca, a pesar de lo incómodo.

— ¿Cómo puedo liberar mi mano? —preguntó, esperando que fuera una pregunta lo suficientemente específica. —Haga una pregunta —respondió el rostro transparente de la mujer. — ¡Pero esa es una pregunta! —Exclamó Alice — Muy bien, esta es mi pregunta ¿Quién es Saleth? De inmediato, la habitación se emborronó casi por completo con color escarlata oscuro y voces empezaron a venir a su cabeza, voces de hombres, mujeres, niños, hablando de diferentes cosas. Voces enojadas, voces animadas, susurros, advertencias. Ante sus ojos se pintó una imagen gigante de varios árboles de descendencia, en letras blancas. El nombre de Saleth se remarcaba con brillo y fuerza cientos de veces. — ¿Saleth cuál? —preguntó la voz, intentando hacerse notar por sobre las otras voces.

—Saleth, sangreblanca... conocido de Uriel Van-Krauss, hija de Rufus— especificó Alice, comprendiendo que aquel sistema no podía saber por su propia cuenta a cuál persona se estaba refiriendo. De inmediato las voces se detuvieron casi por completo, sólo escuchaba susurros. Y el dibujo interminable de árboles de descendencia se redujo a uno, hacia el cual Alice dirigió la vista, o quizás este se dirigió a la vista de Alice, era difícil decirlo. El árbol rezaba el nombre de "Saleth Niflheim", cuya fecha de nacimiento había sido unos cuarenta y cinco años atrás y no había fallecido aún. Junto a él, el nombre de una mujer "Hestia" y sus dos hijos "Annia" y "Nicolav". Otra línea horizontal, unía el nombre de Saleth con un signo de interrogación, y al medio descendía una línea perpendicular que terminaba en el nombre de "Kaziel Orochi".

—La información acerca de Saleth Niflheim se encuentra en el Nivel Cinco de la Biblioteca ¿Confirmar Descenso? —Si —respondió Alice, sin saber que estaba autorizando, pero sintiéndose sumamente interesada. Escuchó los mismos engranajes, que sabía que eran parte del sistema del mundo material y no de aquella visión etérea que estaba siendo puesta antes sus ojos e invadiendo sus oídos. Entonces, el suelo de piedra, que en realidad era sólo un disco, empezó a descender hacia abajo. Ahora veía todo claramente, observaba como el suelo descendía apoyado en los cuatro ejes que correspondían a las líneas talladas. Las paredes abajo no estaban desnudas, y conforme la habitación se alargaba, revelaba incontable cantidad de botellitas rojas puestas una junto a otra en cavidades de las paredes, llenando

todo el espacio. Por supuesto, era ahí donde estaba contenida toda la información: en la sangre. El frío aumentaba conforme bajaban, y cuando finalmente se detuvieron, se encontraban a más de cuarenta metros bajo el farol azul, que alcanzaba a teñir suavemente las botellitas, provocando un efecto de fantasmagórico color púrpura. Sangre fue inyectada de nuevo en su muñeca, esta vez sin que nadie le preguntara, provocándole una visión. Era de noche y observaba desde una cama una ventana que ofrecía una maravillosa visión. Se sobresaltó y sus ojos se llenaron de lágrimas, pues estaba viendo el Jardín de las Rosas de la FMD, un lugar que en el presente estaba reducido a cenizas, pero donde ella había crecido. No era sólo eso, el diseño de las ventanas también le era conocido, pues se trataba del de una habitación conocida. La persona del recuerdo observó entonces un

muchacho que se le acercaba. El muchacho sólo acababa de vestirse y sus ojos color celeste vivo tenían un brillo puro, travieso. Sus labios estaban rojos y mostraban que su cuerpo había estado activo y produciendo calor hacía poco. Su pelo era rubio platinado y estaba tomado en una cola. Alice se sorprendió de como la persona dentro del recuerdo casi podía sentir el calor de los labios del chico. —Esta es la última vez que nos veremos —dijo en un tono triste y serio, mientras el aire de travesura se borraba de su expresión—, Uriel. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero esta vez no eran los de Alice, sino que los de la persona cuyos recuerdos estaba espiando, los de Uriel. Uriel se apresuró a ponerse de pie y a acercarse a él, aferrándolo. Una sensación de agonía, como si su cuerpo estuviera siendo rasgado en mil pedazos, llenó completamente a Alice. Entonces le llegó, muy fugazmente, el reflejo

de un espejo magnífico que descansaba más allá. Uriel de joven era sumamente hermosa y sus cabellos caían de una forma algo más estilizada, algo más fina que los de Alice. Tenía cierto aire noble ya, cierta solemnidad que Alice siempre había querido poder alcanzar. El muchacho la había obligado a separarse de él, no bruscamente, pero apurado. —Tu padre ahora gobierna todo el lugar. Somos enemigos —había dicho él, mientras la aferraba por los hombros—. Enemigos ¿Lo entiendes? Uriel no respondió, y entonces él la soltó y se alejó hasta la ventana, saltando a través de ella y escalando hasta el suelo por los balcones. —Adiós, Saleth —murmuró entonces ella observándolo correr por el jardín y desaparecer en la oscuridad. Alice se encontró a si misma mirando con ojos ausentes las paredes de la "Biblioteca". Como si

su mente se hubiera apagado por unos minutos. La sangre había dejado de manar y su mano había sido liberada. Paseó entonces alrededor de la nueva forma de la habitación, observando las botellitas de las paredes, sintiendo el frío glaciar quemar su piel, intentando con toda su fuerza reprimir las lágrimas de nostalgia que le había causado el volver a ver en pie su antiguo hogar, como si nada hubiera pasado. ¡Qué imagen más hermosa y a la vez más cruel! Mostrándoles con ese nivel de realismo algo que nunca tendría, algo que siempre desearía volver a tocar. Las lágrimas se escaparon de sus ojos, enfriándose prontamente, obligándola a sentarse. Lloró largo rato, ignorando el frío y la oscuridad de aquel lugar que parecía una tumba. Pero cuando finalmente se levantó, se sentía limpia, purificada, y encantada por el juguete que había descubierto.

Dispuesta a averiguar más, volvió a ofrecer su mano en sacrificio y esta volvió a ser esposada mecánicamente, inmovilizándola en su lugar. El proceso se repitió y el rostro volvió a aparecer frente a ella. — ¿Cuál nuevamente.

es

su

pregunta?

—preguntó

—Muy bien —dijo Alice emocionada, vacilando un poco— no se si me puedas responder esto. En este momento, en nuestra familia, muchos de mis parientes viven atemorizados por la tiranía de mi abuelo sobre ellos. Mi abuelo teme que formen familias poderosas si se liberan de su poder. Pero muchas personas no son felices de esta manera —Alice sentía como la pérdida de su sangre la debilitaba— ¿Cómo es que un Alquimista de Sangre tiene tanto poder sobre los suyos? ¿Existe una forma de cambiar esta situación? Y si la existe, ¿cuál es? —La información solicitada se encuentra en el

Nivel Cuarenta y Cuatro, ¿confirmar descenso? ¿¡Cuarenta y Cuatro!? ¿Cuántos metros hacia abajo era eso? —Confirmar descenso —respondió Alice con seguridad. Sin embargo de inmediato lo lamentó. Incluso en ese estado podía percibir lo vertiginosamente que habían empezado a descender, y como el frío aumentaba. Su única forma de medir la profundidad y la velocidad era mirando el farol que colgaba desde la cúpula, y este se hacía cada vez más pequeño, hasta que se convirtió en un pequeño punto brillante en la oscuridad. Bien podría haber sido una estrella. Sintió su garganta apretarse con miedo al ser consciente de lo estrecho del espacio y lo profundo que estaba bajo tierra, y de la oscuridad. "Tranquila" se dijo, "en pocos minutos estaré de vuelta" La sangre comenzó a entrar en sus venas y su

visión se oscureció casi por completo. Poco a poco, empezó a penetrar la luz, como si amaneciera. Caminaba por un paisaje campestre, en la tierra mojada abundaban los charcos que reflejaban un cielo calipso. Esto junto con las hojas púrpura de los árboles y las gemas escarlata que crecían en las laderas de las colinas, le hicieron comprender que no se trataba del mundo real. ¿Se trataría de un sueño? Pero entonces recordó la caverna que Lennye le había mostrado, donde había curado sus heridas. Sin duda que este sitio era parecido. Un lugar entre el cuerpo y la mente, entre los sueños y la realidad. Al principio pensó que todos los árboles eran demasiado grandes conforme pasaba junto a ellos, pero luego en un momento en que el observador miraba hacia abajo, comprobó con sorpresa lo cortos que eran sus brazos. Ratificó que se trataba de un niño cuando poco

rato después, observó complacido su reflejo en un charco. No tendría más de diez años. Su largo cabello escarlata le caía hasta los hombros, sus ojos eran de un celeste hermoso y su piel era clara. El niño vestía un poncho escarlata de viaje, y de su cuello colgaba un cristal en forma de diamante del tamaño de una nuez, una especie de gema poco pulida de color púrpura, cuyo color se desgastaba hacia el blanco conforme subía hasta el punto en el que se unía con una cadena de plata que rodeaba su cuello. Cansado, el niño llegó hasta una caverna. Alice pensó que entraría, pero ante la abertura se apareció una figura humanoide con características de cabra, de unos cuatro metros. —Los niños no deberían jugar en lugares como este —dijo amablemente la cabra, hablando, sin embargo, con una voz grave. —Es verdad que soy un niño, pero también es verdad que este mundo se hizo para que los Van-

Krauss juguemos. Y jugando he llegado hasta aquí. —Entonces eres un excelente jugador —aprobó el macho cabrío— ¿Qué es lo que quieres del Vankus? — ¿Entonces tú eres el Vankus? —Preguntó decepcionado el niño—. Pensé que serías... no sé, más grande. Alice se aterró por las palabras que habían escapado de su boca, pero para su alivio el Vankus rió con una voz agradable y profunda. —Sólo soy una imagen de lo que tú has conseguido con tus entrenamientos —respondió la criatura. —Lo que quiero es bastante simple. Mi hermano Valentine ha enfadado a un par de clanes de hechiceros y pronto morirá. Cuando eso pase, quiero ser el único dueño de la Alquimia de Sangre. Quiero tener más poder que nadie. Quiero ser el patriarca más fuerte.

La cabra se acercó a él e inclinó la cabeza, como si se encontrara a punto de contarle un secreto. —La primera luna nueva del año —le dijo—. Es la noche en la cual se conectan los mundos de todos los Alquimistas Rojos, se vuelven uno. Nadie practica Alquimia de Sangre ese día, pues es muy peligroso. Tus poderes pueden ser fácilmente usurpados o puedes morir ¿Entiendes? —Si —respondió el niño emocionado—. Esa noche tengo que practicar Alquimia de Sangre, ¿verdad? La cabra comenzó a reír y el recuerdo empezó a desvanecerse. Ya deseando volver a la superficie, Alice se dio cuenta del mucho frío que hacía, pero su mano no fue liberada. — ¿Puedes liberarme ahora? —pidió esperando que la blanca cabeza transparente apareciera.

Pero no apareció. En su lugar apareció una melena roja como la sangre y unos ojos celestes. Se trataba del niño. — ¿Eres un intruso? —preguntó en una voz aparentemente inocente. —No, no. Soy uno de los tuyos. — ¿Entonces por qué has buscado información para destruirme? —No busco destruirte. Busco liberar a mi familia de la opresión de mi abuelo Rufus. —Debiste saber que nadie sale nunca del nivel Cuarenta y Cuatro —dijo el niño— si no te haz dado cuenta, yo soy Rufus —en ese momento la forma de la cabeza cambió a la de su abuelo—, y morirás aquí desangrada o congelada por querer desafiarme. El rostro desapareció entonces y la obscuridad se hizo. Su mano seguía prisionera y el sistema había empezado a extraerle sangre de manera torrencial. Su vista se nubló, se sentía mareada.

Pronto la máquina le habría drenado toda la sangre y su corazón no tendría nada que bombearle al cerebro. — ¡Llévame arriba! ¡Devuélveme arriba! — había rogado y gritado, pero no sucedía nada, el sistema parecía desactivado, muerto. El frío era muchísimo más intenso que antes y sus miembros se entumecieron. —Voy a morir —susurró observando como un halo de vaho salía por su boca—, voy a morir aquí. Pensó en Lennye, nunca bailaría con ella. —Lennye —susurró— ¡Lennye! Un sonido suave, casi imperceptible, que bien podría haber sido producto de su imaginación, le llegó a los oídos, y de inmediato escuchó vivas voces. —Por favor, detente. Odio pelear —rogó una voz de mujer.

— ¡Eso debiste pensarlo antes de meterle ideas revolucionarias a mi sangreblanca en la cabeza! Alice levantó la vista y alcanzó a distinguir dos borrones que identificó como personas. Parecían haber estado peleando hacía poco. — ¡Por la Diosa! ¡Alice! —exclamó la voz femenina, y de inmediato escuchó unos pasos apresurados. — ¿Qué hacemos aquí? ¿Es esta una de tus brujerías? —creyó reconocer que la voz que decía estas palabras era la de su más carismático primo. —Alice, Alice ¿Estás bien? —susurró la voz de mujer cerca de su oído, ignorando a la otra voz. — ¿Lennye? — ¡Te estás congelando! —exclamó frotándole los brazos. Pronunció un hechizo, y enseguida algo suave y cálido cayó sobre sus hombros, cubriendo su espalda. De inmediato, sintió un intenso golpe indoloro

seguido de un sonido metálico, y lo siguiente que supo fue que su mano había sido liberada. —Lennye —susurró— Me alegra que estés aquí. El calor del cuerpo de Lennye la calmó, mientras una de las manos de la muchacha la aferraba para que no se cayera. —Sabía que no tenía que dejarte sola —le dijo, y luego levantó la voz—. ¡Oye tú! ¿Puedes ayudar? Ha perdido mucha sangre. La cálida mano de Venom aferró su mentón para observar su rostro y luego soltarlo gentilmente. Casi de inmediato vio la cinta de humo rojo flotando cerca de ella, y su cuerpo empezó a recuperar fuerzas. —Ya que eres una bruja, podrías encender algo de fuego o algo. — ¿Eres idiota? Esta es una Biblioteca de Sangre, tiene que ser fría para poder conservarla.

—Sé lo que es, gracias. He venido muchas veces con mi tutor. Sólo digo que es mejor que nos conservemos nosotros a un montón de botellas. De todas maneras, Alice ¿Qué te pasó? —Me quedé atrapada —dijo simplemente, omitiendo los detalles. — ¿Atrapada? Pero... espera —entonces el flujo de sangre se detuvo y Venom se alejó. Cuando lo hizo, ya podía ver claramente, y mantenerse en pie. Observó como Venom se acercaba a una de las paredes y acariciaba lentamente algo que estaba tallado en ella. —Este es el nivel Cuarenta y Cuatro —dijo con una voz de ultratumba, sin voltear. A su lado, Lennye se había tensado nuevamente—. Este Nivel sólo le está permitido al abuelo y es donde los intrusos son enviados a morir —y entonces se dio vuelta— ¡Pequeña tramposa! Alice se encontró de pronto con Lennye frente a

ella, bloqueando un golpe de su primo. —Tenemos que salir de este castillo ahora mismo —dijo Lennye mientras hacía esfuerzos para sujetar el puño del Van-Krauss—. Cuando tus familiares descubran lo que has hecho, van a querer matarte. — ¡NO! —bramó Venom, logrando soltarse de ella y levantando su mano herida para hacer que su sangre se elevara. Entonces pasó algo sorprendente. De varias de las botellas de alrededor se evaporó la sangre, elevándose uno segundos antes de flotar velozmente en dirección a Lennye. En el instante siguiente, Lennye había caído al piso. —Dicen por ahí que eres una buena hechicera —dijo Venom aún con la palma elevada, pues tenía que mantener el flujo en dirección a Lennye —. Pero no sólo estás en mi territorio, sino que también es un territorio en el eres más débil por

naturaleza. Lennye se levantó lentamente, temblando. Pero el poder de Venom parecía ser más intenso, y la joven tuvo que apoyarse en la columna para no caerse. — ¿Qué estás haciendo? —Exclamó Alice—. No podemos hacer funcionar esta cosa ¡La necesitamos a ella para volver a subir! Lennye parecía en sus últimos momentos, y daba la sensación de que perdería la conciencia en cualquier momento. —Lo sé —dijo Venom. — ¿Acaso quieres quedarte aquí? —Por supuesto —respondió él con la misma voz lenta y deliberada—. Quizás qué cosas prohibidas y vedadas has visto. Debes morir y nosotros contigo. Entonces Alice hizo algo que la sorprendió de sí misma. Aprovechando la oscuridad, deslizó sus

manos por debajo de las faldas de su vestido, sacó su daga y la acercó al cuello de su primo. —Suéltala —ordenó. De un simple golpe, Venom la lanzó lejos, haciéndola golpear algunas botellas que se tambalearon y cayeron al piso, quebrándose e inundando con sangre las grietas blancas. Alice se levantó, furiosa, provocada. Volvió a atacar, sólo que esta vez se inclinó en dirección a Venom, apuntando a sus piernas, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera. Una vez que estuvo en el suelo, le lanzó sendos golpes con los puños sobre la cara. El instructor Bron estaría orgulloso. Pero Venom era más fuerte, y no le costó mucho sacársela de encima, reduciéndola al piso. Sintió los fuertes brazos de su primo alrededor de los suyos mientras la mantenía contra el piso de piedra. —Quédate quieta, no quiero golpearte —le susurró.

Pero su machista caballerosidad había sido su perdición. De un golpe en la cabeza, Lennye lo apartó hacia un lado, provocando un nuevo sonido de botellitas tintineantes y vidrios rompiéndose. Entonces, Lennye le ofreció la mano para que se levantara. —En guardia, Alice —indicó la hechicera, apostándose a su lado, tomando una posición defensiva de artes marciales. Ambas, lado a lado, observaron como el VanKrauss, salvaje, enfurecido, se levantaba y las enfrentaba. Por un momento, tanto ellas como él giraron en torno al perímetro de la habitación, mirándose. La expresión del Van-Krauss había cambiado, y parecía que exudaba un aura asesina. —Cuidado —murmuró Lennye. —No dejes que te ataque de nuevo —pidió Alice.

Como si las palabras lo invitaran, Venom volvió a invocar a través de la piedra, sangre de los distintos pocillos. Sin embargo Lennye se apresuró a dirigir la palma de su mano al suelo y el disco de piedra empezó a moverse hacia arriba. Eso si, con mayor lentitud de la que había bajado. Al parecer este acto le impedía o dificultaba invocar sangre de los alrededores, porque retrocedió cautelosamente, maldijo, y realizó el dibujo de una nueva letra en su palma. Entonces pronunció un nuevo conjuro, haciendo que la sangre atacara a Lennye. Alice quiso detenerlo, pero esta vez su primo la alejó de un simple golpe en el estómago. — ¿¡Hay alguna forma de evitar que su sangre te toque!? —preguntó Alice en un grito que intentaba sobreponerse al del bullicio del disco de piedra deslizándose contra las paredes. — ¿Hay alguna de dejar de respirar y vivir? — respondió mientras esquivaba un golpe del

muchacho. — ¿Tienes que ponerte filosófica en momentos como este? —preguntó molesta, al tiempo que se ponía de pie, alcanzaba a coger una botella y se la lanzaba a su primo en la cara. Quizás por el enojo de sus pensamientos expresados en tales palabras, o porque estaba segura de que aquella táctica era demasiado baja e infantil como para funcionar y lanzó la botella casi sin pensar, esta acertó. Cegado, Venom retrocedió. De primer momento, se apoyó en la pared, cubriéndose los ojos con las manos y pasando a llevar, conforme subían, varias filas de botellitas que se quebraban en su mano. — ¿¡Qué estás haciendo!? —exclamó Lennye escandalizada. — ¿Ayudándote? —preguntó Alice, ofendida. Venom se había dado cuenta ya de que apoyarse en la pared no era la mejor estrategia

para recuperarse, y se adelantó, secándose la sangre de los ojos con la manga de su chaqueta. —Este es un templo del conocimiento —la regañó Lennye, molesta—, cada milímetro es sagrado. A pesar de que tenía un corte en la frente y otro bastante grave cerca de la nariz, los ojos de Venom estaban intactos. El muchacho se había recuperado y miraba con igual odio a ambas, pasando los ojos de una a otra, decidiendo a cuál de las dos atacar primero. Notó entonces que el número de la pared era uno cercano a veinte, estaban a la mitad de la salida y la luz era más intensa. — ¿No podemos ir más rápido? —preguntó Alice. En ese momento, sin ninguna caballerosidad, Venom le lanzó un puñetazo a Lennye y ella tuvo que esquivarlo. Él se vio obligado a hacer cierto esfuerzo para no perder el equilibrio y no caer de

nuevo contra la pared. —He roto los engranajes —dijo ella, como si eso explicara todo. Venom volvió a enfrentarlas, y esta vez atacó a Alice. La jovencita no era lo suficientemente rápida para esquivarlo, por no decir que llevaba vestidos y zapatos de fiesta, mientras que él vestía pantalones. Se encontró en el piso, con la mejilla cortada por el golpe con el vidrio y el otro lado de la cara doliéndole por el golpe de su primo. Entonces sintió algo duro y firme golpear sus costillas y clavarse en ellas. Cerrando automáticamente los ojos y cubriéndose la cara, gritó. —Vivir con esas brujas sin duda que deforma a cualquiera —dijo él, repitiendo el golpe de su bota contra las costillas de Alice— Espera a que lleguemos arriba. Haré que te encierren y me preocuparé de enderezar...

Pero Venom no pudo seguir hablando y sus golpes se detuvieron, Alice escuchó algo cortando el aire, como mil pequeñas cuchillas, y luego un grito horrorizado de él. Abrió los ojos para ver justo como Venom, con mil trocitos de cristal clavados en todo su cuerpo, cortando sus magníficas ropas y haciéndolo sangrar, era golpeado en el cuello por Lennye, y caía, inconsciente al piso. — ¿Te puedes levantar? —Si —No podemos ir más rápido porque he roto el sistema de engranajes y me cuesta mantener el control —susurró disculpándose—. Si lo suelto, caeremos. Alice sonrió — ¿Cómo hiciste para saber que estaba en peligro? —Antes de salir de la escuela te puse un hechizo, por supuesto. Sólo tenías que nombrarme

para que apareciera a tu lado. —Pero he dicho tu nombre antes... —No, tenías que decir mi nombre, mientras pensabas en mí, llamarme "Lennye", visualizar mi imagen en tu cabeza, y desear tenerme a tu lado. En aquel momento lo hiciste ¿Verdad? Alice enrojeció y bajó la vista. Avergonzada de que la chica supiera que había estado pensando en ella. Pocos minutos después llegaron a la superficie. El disco de piedra hizo una especie de "click". Entre amabas subieron a Venom por las escaleras. Una vez que estuvieron arriba, Alice colapsó contra la pared y se quedó ahí, tratando de recuperar el aliento. —La puerta está cerrada —dijo Lennye, examinando la madera. —De todas...formas —dijo Alice, jadeando—, no se si quiera salir.

—Nada de eso. Tenemos que salir lo antes posible. Riham. De inmediato, la chica apareció en el medio de la habitación. El asunto con aparecerse era que teletransportaba todo lo que estaba haciendo contracto con tu cuerpo, como tus ropas, por supuesto; tus armas o cualquier otra cosa que estuviera prendiendo de tu ropa. Pero también si habían personas que estuvieras tocando en eso momento, las hacía aparecer contigo. Y Riham lo estaba. Válerie miró a todos lados, sorprendida y avergonzada. Entonces, pudorosa, se cubrió el rostro con la cara. — ¡Lennye! —Gimió la aprendiz de hechicera — Usas este hechizo en el peor momento. Mientras las chicas cubrían sus cuerpos con sus ropas a medio vestir, Venom había mostrado indicios de despertar. —Lo siento... pero es mejor que estés cerca de

nosotras. Ya nos estamos yendo. Sin decir palabras, Válerie se acercó a la puerta, descolgó de su cuello la misma joya filosa que todos los Alquimistas de Sangre parecían llevar, cortó su carne y pronunció un hechizo. Con un sonido chirriante, la puerta se abrió. —Bendita seas por estar cerca de Riham —dijo Lennye, aferrándola por los hombros, antes de salir por la puerta. El patio estaba desierto y la temperatura tibia que flotaba en el aire alivió a Alice. — ¿Vamos a dejar a Venom ahí dentro? — preguntó Alice acercándose a la sacerdotisa que miraba a todos lados, como calculando la situación. Lennye asintió. —Señorita Van-Krauss —dijo, dirigiéndose, por supuesto, a Válerie—. Estamos en un apuro. Válerie parecía horrorizada, pero debido a la

situación en la que había sido descubierta, se mostraba cooperativa. —Las caballerizas están en el Patio Este — indicó dirigiendo su dedo índice a la derecha de ellas. —Tú puedes aferrándose a ella.

guiarnos

—dijo

Riham

—Es mejor que se vaya ahora —la contradijo Lennye—, y que no sea vista con nosotras. Válerie asintió, soltándose del brazo de la otra. —Lo siento —murmuró. Acercó su mano a la mejilla de la joven hechicera, la acarició, y se dio la media vuelta, para desaparecer apresurada. En lugar de salir por la puerta, Lennye voló un par de paredes de piedra mediante unos hechizos que dejaron a Alice paralizada durante algunos segundos. Mientras tanto, Lennye le explicaba la situación a una Riham distraída, que parecía no

enterarse de nada. Finalmente llegaron al lugar. Ante ellas se extendía un patio bastante grande en el que descansaban una docena de animales atados. Pero no se trataba de caballos. Sus alas plateadas brillaban con la luz de la luna, de sus melenas blancas y esponjosas escapaban sendos picos triangulares, sus lomos y patas eran equinos. Mientras Riham y Alice observaban maravilladas, Lennye se apresuró a coger a dos de los animales, desatarlos y acercarlos a ellas. Entonces, sin embargo, un ruido en la puerta del patio, atronador, las sobresaltó. La puerta se abrió de par en par y una veintena de Van-Krauss, y algunos sangreblanca, aparecieron con expresión amenazante y las rodearon. Al segundo siguiente, varias estelas de humo las rodeaban. Alice sintió de inmediato, por vez primera, el poder de su clase en ella. La vista se le

nubló y sus miembros le empezaron a temblar. Lennye, frente a ellas, sencillamente se desmayó. Mientras las rodillas le temblaban, y empezaba a caer de rodillas, escuchó los murmullos de Riham, en esa voz grave y tranquilizadora, levantarse en un hechizo. Con la vista borrosa, observó a sus familiares intentar atravesar un campo de fuerza que la hechicera había levantado. Sintió un calor por todo su cuerpo, y la fuerza volvió. Levantó la cabeza, Riham dirigía su mano hacia ella. —Rápido, monta una de esas cosas con Lennye —le dijo. Alice la observó impresionada. Notó que Riham había intentado realizar el mismo hechizo sobre el cuerpo de Lennye, pero la Oficial difícilmente había recuperado la conciencia. La ayudó a levantarse mientras observaba a sus familiares. Rufus, Vlad, entre otros, golpear

furiosos el campo de fuerza u observar con impotencia. Escuchó varios sonidos metálicos de cadenas rompiéndose. Los Van-Krauss estaban tan distraídos intentando atacarlas que apenas pudieron hacer algo cuando sus animales fueron liberados y volaron libres en el cielo nocturno. —Eso es para que no nos sigan —explicó Riham ayudando a Alice a subir a una Lennye apenas consciente en el lomo de un animal—. Puedo impedir que se acerquen y contrarrestar sus poderes, pero no puedo impedir que los usen. Alice asintió y se apresuró a subirse a la montura, tras Lennye, aferrando las riendas, preguntándose cómo diablos haría para volar esa cosa. — ¿Lista? —Preguntó Riham—. A la cuenta de uno, haz que se eleve. Alice asintió, tragando saliva. —Tres.

Sus familiares furiosos observaban desde afuera, haciendo llegar sus hechizos. —Dos. La barrera empezó a desintegrarse y algunas de ellos penetraron, acercándose. Dejó que sus talones golpearan los cuartos traseros del animal, como un caballo. Sus alas se empezaron a mover y a generar una corriente de aire que lanzó lejos a algunos de ellos. — ¡Ya! Finalmente, la campana dorada transparente que se elevaba a algunos metros sobre ellas, desapareció. Sus animales se elevaron varios metros en el aire. Alice observó varios de los ataques de sus familiares, en forma de volutas rojas, volar bajo ellas, intentando alcanzarlas sin éxito. Delante de ella, Lennye empezaba a recuperar la conciencia.

— ¿Estás bien? —preguntó Riham. Bajo ellas, los jardines del castillo y sus patios disminuían hasta hacerse minúsculos. Alice sostuvo las riendas con fuerza. —Hay una línea de tren al norte —indicó Lennye—. Sigue ese camino— indicó con el dedo a Riham El animal se movía con fuerza y era necesario ejercer cierta fuerza para que se mantuviera bajo el dominio de las riendas. Sintiendo bajo ella el movimiento de los músculos de las alas, se esforzó por seguir a Riham. Bajo ellas, a caballo, los Van-Krauss las seguían, haciendo levantar flechas que no llegaban a tocarlas. Para su molestia, Lennye que había recuperado la conciencia, tomó control de las riendas, guiando la marcha.

—Aférrate a mí —dijo. — ¡Yo lo estaba haciendo bien! —se quejó Alice. —Has perdido muchísima sangre, no sé cómo lo haces para mantenerte en pie —respondió ella —, pequeña bestia. Al llegar a la línea de tren, los Van-Krauss las habían perdido ya. Aunque Alice sospechó que no tardarían en alcanzarlas. En pocos minutos localizaron el tren que se dirigía a Umbria, hacia la escuela. Realizaron una maniobra para descender a la altura de una puerta de un vagón de carga, que iba abierta. Riham saltó primero hacia adentro, y, una vez libre, su montura se elevó por los aires. Alice entonces sintió como su cuerpo empezaba a levitar por encima del animal. Gritó espantada.

—No te asustes. Yo lo estoy haciendo — escuchó delante de ella la voz de la Oficial. Su cuerpo flotó libremente hasta adentro del vagón. Una vez que estuvo sobre la madera, se dejo caer, exhausta y aliviada. De un salto limpio, sin la necesidad de usar magia, Lennye se precipitó dentro del vagón, provocando un sonido apenas audible y ella también se dejó caer, sobre un fardo de paja que había junto a las cajas apiladas. Estaban a salvo. Por unos minutos, lo único que escuchó fue el traqueteo de las ruedas del tren y las respiraciones agitadas de las jovencitas. — ¡Vaya escape! —exclamó entonces Riham — Y todo esto sin siquiera arrugar nuestros vestido de diseñador. Después de algunos instantes, Riham avisó que iría a investigar el tren y Lennye y Alice se quedaron solas.

Sin fuerzas para levantarse, Alice permanecía acostada, escuchando la respiración de la otra como única señal de que seguía ahí. — ¿Vas a estar bien? —preguntó Alice sin mirarla, preocupada de haberla visto desfallecer dos veces en la misma noche. —Sólo a Elena se le ocurre enviarme a un castillo repleto de Alquimistas de Sangre —dijo —. Confirmado que me odia. Guardaron silencio de nuevo, antes de que Alice juntara resolución para decir: —Te escuché, ¿sabes? Mientras hablabas con mi abuelo. — ¿Y qué hay con eso? —pregunto con voz fría —Que mi abuelo piensa que eres especialmente fuerte y única. Que quizás no eres solo una Oficial. Ante esta sugerencia, hecha con tono ominoso.

Lennye se puso de pie. — ¿Ah si? ¿Y a ti que te importa? Alice se apresuró a imitarla y ponerse también de pie, enfrentándola. Lennye se erguía desafiante y fría, a pesar de todos los daños que había sufrido. —No lo sé —respondió Alice—. Quizás alguien pensaría que te traes algo entre manos. Que tienes alguna intención para inventar una familia inexistente de la que dices que provienes. — ¿Que has dicho, Van-Krauss? —Que la familia Whitegrave no existe. Lo confirmé en la Biblioteca. Así que dime, ¿quién eres y cuál es tu verdadera intención en el colegio, Lennye, si es que te llamas así realmente? El rostro de la chica pareció alcanzar un nivel especial de furia, de las más fría y tranquila de las iras. —Los niños que escuchan conversaciones que

no les interesan, ni que tampoco pueden entender —dijo en una voz suave, lenta y aterradora, acercándose hacia ella—, terminan muy, muy mal, señorita Van-Krauss. Alice retrocedió automáticamente, pegándose a la pared. Lennye a escasos dos metros de ella. La misma luz de luna que había hecho brillar las alas de las quimeras, entraba ahora de manera fantasmagórica al vagón, a través de la puerta abierta, iluminando el pelo blanco de Lennye. Maldición, la había hecho enojar. El corazón palpitándole a mil por hora, recordó las palabras de Vanille. Pero no podía huir en aquel momento. ¿Y si saltaba? Miró hacia la puerta abierta de vagón, calculando si se atrevía o no. Lennye pareció leerle el pensamiento. —Ni se te ocurra —dijo elevando la mano para cerrar, de un golpe sordo, la puerta mediante un hechizo. El encierro sólo hacía la situación más

espeluznante, y Alice se pegó a la pared. Recordó entonces su daga, su única defensa, e intentó llevarse la mano a la liga donde la había guardado. Entonces fue cuando se dio cuenta de que no se podía mover. —Creía que te había dado suficientes lecciones, pero parece que no has aprendido nada todavía. Así que déjame intentarlo una vez más. Sintió entonces como una sensación de miedo y de terror se apoderaba de ella. Lennye la miraba fijamente, sin moverse. —No me mates —pidió—, no me mates. —No digas ridiculeces —dijo Lennye—. Con todo el esfuerzo que hice para salvarte de tus familiares y justo ahora que te estoy cuidando que no te lances del tren. Deberías calmarte, creo que esos golpes te afectaron un poco el pensamiento. Pero Lennye seguía clavada en su lugar y esa sensación de terror seguía creciendo en su pecho. —Por favor, basta, detente, no me gus...

Pero entonces se calló. Pues su boca se había paralizado también y no podía hablar. Sólo entonces Lennye comenzó a acercarse a ella. —No tengo nada contra ti —susurró—, ya deberías tenerlo claro —y aquí fijó sus ojos en ella, como si quisiera hipnotizarla—. Pero mis asuntos no te conciernen. Sé inteligente, mantente al margen de todo esto, y nada te sucederá — entonces la cogió del mentón para asegurar que sus ojos hacían el mayor contacto posible— ¿Lo has comprendido bien, Alice? Pero Alice no pudo responder de ninguna manera, pues en aquel momento sus ojos se desenfocaron y ya no vio más. Pronto su cuerpo inconsciente cayó al piso, desmayado. El traqueteo de las ruedas del tren le indicaba que seguía en él y que este aún se movía. Su primer pensamiento fue que debía huir, huir de Lennye. Su segundo pensamiento fue la sorpresa por encontrarse aún pensando y sintiendo, y por lo

tanto, viva. Abrió los ojos y vio un trozo de cielo gris. Iba a amanecer pronto. Al mirar la habitación en la que se encontraba, sin embargo, dudó de si estaba viva, despierta o a salvo. Estaba acostada la cama de una lujosa habitación alargada, vacía excepto por ella. Había sillones e incluso un juego de té. Se levantó de inmediato, advirtiendo que su vestido de noche había sido cambiado por un vestido blanco de algodón, que más parecía un piyama y que sus heridas y moretones habían sido curados. Sin ponerse zapatos, abrió la puerta de la habitación e intento salir, pero se encontró frente a frente con Lennye, quien entraba a la habitación seguida de Riham. —No, no es robar —decía la aprendiz—. No si hacemos aparecer dinero y lo dejamos en alguno de los cajones. Entonces ambas se pararon y se quedaron

viendo a Alice. Habían cambiado sus ropas por unas menos llamativas. —Bien ¿eh? —Pregunto Riham mirando alrededor— Nos he conseguido boletos de primera clase —dijo, sacando tres tickets de su bolsillo. —Vuelve a la cama, Van-Krauss. Aun sigues muy débil. Ya te desmayaste una vez. —Quiero salir de aquí —exclamó Alice intentando atravesar la puerta y encontrándose con los brazos de Lennye, que se lo impedían. ¡No se había desmayado por estar débil! Sintió como la muchacha la sujetaba y la levantaba en el aire, depositándola en la cama. —No te he hecho daño, idiota —le susurró sin que Riham escuchara—. Ahora deja de darme problemas y quédate ahí. Al volver a poner la cabeza en la almohada, como si reviviera recueros de aquellos momentos de inconsciencia en esa cama, recordó como las

manos de Lennye habían limpiado y curado su rostro, y también tocado su frente para tomarle la temperatura varias veces. Intuyó que ella también le habría cambiado las ropas y curado el resto de sus heridas. Y entonces advirtió que la capa que la chica había hecho aparecer seguía en la cama, y la había cubierto mientras dormía. En un gesto de cariño, cogió la capa y la aferró a su cuerpo. No sabía qué debía sentir, pero en aquel momento solo sentía tranquilidad, mientras observaba a las hechiceras conversar sonriendo. Finalmente, aliviada de ver bien a Alice, Riham se acostó en uno de los sillones y se durmió. Lennye se acercó a ella. Pero no sintió miedo, si hubiera querido hacerle algo, lo habría hecho antes, mientras estaban solas. Sin embargo no quería mirarla y se dio vuelta, enfrentando la pared.

—Vas a dejar de jugar a los detectives ¿De acuerdo? Esta noche te pusiste en peligro. Alice no dijo nada. —Llegaremos a Mist a las nueve —le informó Lennye—. Deberías tener hambre por todo lo que pasó. Alice negó con la cabeza. —Pareces una niña haciendo una rabieta ¿sabes? Alice no dijo nada. Simplemente no quería mirarla a la cara, ni seguir escuchando su voz. —Tengo muchas habilidades, es verdad. Pero hacer aumentar tu cantidad de sangre sólo lo puedes hacer tú. Así que te traeré algo de comer de la cafetería y lo comerás ¿está bien? Nuevamente, Alice no respondió. —Y si no, te obligaré —dijo levantándose. Un segundo después, salía por la puerta. —Lennye te estuvo cuidando con mucho

esmero —dijo entonces Riham, que no se había dormido—, a pesar de que ella misma estaba muy débil por esos hechizos que recibió de tus familiares, no ha descansado casi nada, sólo te prestaba atención a ti —y pronto se durmió. Elena tuvo que frotarse los ojos varias veces cuando vio llegar a las tres jovencitas, a pie, sin equipaje, con extrañas ropas y un día antes de lo que se las esperaba. Cuando entraron al vestíbulo del castillo, Riham se topó con Lydia. Y antes de que Elena las pudiera arrastrar a su oficina, esta alcanzó a susurrarle: “Te gané”, con una sonrisa petulante, aunque debilitada por el cansancio. Las muchachas se presentaron ante ella, sin saber qué decir. La hechicera observó sus rostros afectados por el cansancio y la falta de sueño — ¿Alguien puede explicarme qué sucedió

aquí? Las chicas se miraron entre ellas. —Volvimos en una pieza ¿No, maestra? —se atrevió a decir Riham, cuya aventura la noche pasada parecía haberla cargado con valor— creo que ese era el objetivo principal. Elena negó con la cabeza. —El objetivo principal era formar lazos diplomáticos con la familia de Alice. —También hicimos mucho de eso —dijo Alice —, sobre todo Riham —agregó sonriendo de manera acusadora y mirándola. Riham elevó por un momento los ojos hacia Elena, avergonzada, y luego bajó la cabeza, callándose. — ¿Puedo irme ya? —preguntó la aprendiz. —Anda a cambiarte y luego directo a clases — dijo Elena. Cuando Riham salió, el ambiente de la sala se

volvió tenso. Elena, que desde el primer momento se había fijado en el rostro asustado de Alice, la miró fijamente entonces. —Te ves débil, Alice ¿quieres ir a la enfermería? Alice negó con la cabeza, sin decir palabra. — ¿Que te pasa? Estás muy callada, parece que hubieras visto un fantasma. —Nada. —Pero, Alice. Alice pidió permiso para retirarse, y salió de la oficina de Elena. Cuando lo hizo, Elena elevó los ojos hacia la otra con actitud acusadora, inquisitiva. — ¿Que sucedió? —exigió saber con una voz fría. Lennye sonrió antes de contestar con voz mordaz. —Ella te lo ha dicho: nada.

— ¿Por qué está así, entonces? ¿Le hicieron algo, trataron de atacarla? ¡Por eso te envíe, para que la cuidaras! —Y aquí está, sana y salva. Hice bien mi trabajo, de eso no te quepa duda ¿O es que acaso estás empezando a temer haber enviado a una niña a hacer el trabajo de una adulta? Lennye sonrió, o, mejor dicho, una línea oblicua se dibujó en su rostro, mientras que el resto de sus facciones permanecían frías. Se quedó mirando a Elena con ojos victoriosos un momento, antes de dar la media vuelta y retirarse a sus habitaciones con un "con permiso". Durante la tarde, Elena recibió una carta de Rufus Van-Krauss mismo, indicándole que nadie del Colegio Ravensoul sería nunca más bienvenido en el Castillo Blanco y que sus equipajes llegarían pronto. Alice se encontró a sí misma en su cama, completamente vestida, sin poder dormir.

Durante todo el día no había hablado con Lennye y si sus ojos se cruzaban por casualidad, Alice los desviaba, reprimiendo con una mueca sus ganas de llorar. Estuvo escuchando nada más que su propia respiración acompasada con la de Saga por un par de horas, antes de decidirse a ponerse su chaqueta y salir a dar una vuelta. Sus pies la dirigieron hasta la habitación en donde había escuchado tocar el piano nada más llegar a la escuela, donde había visto aquel fantasma. Recordó la melodía de aquella noche en su cabeza, entonces se dio cuenta de que la escuchaba. No la escuchaba porque la estuviera recordando, sino porque alguien la estaba tocando en el salón de música. Atravesó la puerta hacia el salón de música, nuevamente los cabellos de la concertista brillaban a la luz de la luna, y caían sobre sus hombros y

sobre el asiento como un manto de plata. Sus ojos estaban cerrados en absoluta concentración mientras tocaba la pieza con expresión sublime. Seguramente percibió cuando Alice entró y se acerco a ella, observándola como si la viera por primera vez, extendiendo sus dedos temblorosos en dirección al rostro de la jovencita sin atreverse a tocarla, con los labios ligeramente separados y los ojos en actitud contemplativa. La música siguió unos minutos, sin que ninguna dijera nada. Pasado ese tiempo, Alice se sintió impulsada romper el silencio. —Eras tú... aquella noche... ¿verdad? Lennye asintió, aún tocando. —Lamento haberte asustado, sentía muchos deseos de tocar música —dijo—. Siéntate— invitó, señalando con la cabeza el espacio vacío en su banqueta. Caminando lentamente, sin entender cómo se permitía hacer tal cosa, se sentó a su lado, dándole

la espalda al piano. —No me delataste —dijo simplemente Lennye deslizando sus dedos por las teclas con maestría, arrancándole hermosos compases al instrumento. Alice bajó la cabeza. Sabía que lo que había hecho había estado mal y que tarde o temprano sufriría las consecuencias, pero tampoco era como si ella lo hubiese elegido. Las palabras simplemente se habían negado a escapar de su garganta. La verdad era que después de aquel horrible sobresalto, cuando despertó en la madrugada, ya no había sabido si odiaba a Lennye profundamente o si la amaba de una forma terrible e inexpresable. Se atrevió a acercarse a ella y a apoyar su cabeza en su hombro. —No se por que hice eso. Supongo que.... "No quiero que te pase nada malo" fue lo que pensó y lo que habría querido decirle.

— ¿Si? —Tú me salvaste la vida. Estoy en deuda. —No, no lo estás. No me debes nada. —Entonces ¿Ahora me dirás quién eres? ¿O qué eres? Lennye negó con la cabeza —No, no lo creo. Alice se acercó más a ella, echándose hacia atrás para observar mejor. —Nunca me había dado cuenta —dijo en un susurro—, eres muy hermosa. Lennye entonces abrió los ojos y la miró. —Cuidado —advirtió Lennye— no te he permitido enamorarte de mí. Alice sonrió con soberbia. — ¿Y quien dijo que lo estoy? —preguntó en una voz burlesca—. Sólo digo que eres bella. Esa es una verdad objetiva.

Alice sintió entonces como un débil golpe en su cabeza la hacía cerrar los ojos por un instante. —Eso es por arruinar el momento con tu soberbia. Su sonrisa se ensanchó aún más. — ¡Ahá! Entonces estar conmigo es lo suficientemente bueno como para hacer de este un momento agradable. —No, ya no —la música se detuvo y negó con la cabeza, poniéndose de pie—. Todavía te falta mucho que aprender acerca de la gente. Y se empezó a dirigir a la salida, pero Alice la cogió de la muñeca. —No... —musito antes de darse cuenta de que hacia y soltarla de inmediato. Esa misma mano larga y blanca que acababa de coger con tanto amor, era la que la había hechizado la noche recién pasada, provocándole dolor y espanto.

—No te vayas... me gusta estar contigo. —Definitivamente has perdido la capacidad de razonar ¿O es que acaso te olvidaste de anoche? Alice se estremeció un momento. Pero luego recuperó la calma y volvió a sentarse. —Ahora que mi abuelo me detesta, la única que puede enseñarme Alquimia de Sangre eres tú. —Puedes encontrar un maestro en otra... —Tienes que ser tú. Quiero que seas tú. Lennye volteó entonces, con una sonrisa traviesa pintada en el rostro. —Pídelo como es debido. Alice enrojeció. Esa terrorífica hechicera sería su maestra. — ¿Me enseñarás a usar mis poderes, por favor? —pidió en una dulce y suave tono que solo había usado con su novio, cuando este vivía. —Si Ravensoul hubiera querido que aprendieras, sin duda que te habría contratado un

profesor. Lo que prueba que prefiere que no aprendas. Aquellas palabras le cayeron como un balde de agua fría. —No tenemos que decirle, podemos venir aquí en las noches y mantenerlo en secreto... — ¿De verdad está bien? ¿No te dará miedo estar a solas conmigo en la oscuridad? Alice negó con la cabeza. —Leí en un libro que a los hechiceros de la Estirpe Azul les gusta tanto enseñar y aprender que llegan a enseñar a sus enemigos o a sus captores si se les das la oportunidad. Como aquella historia que nos hiciste leer en clases (todas las historias que nos haces leer en clases se tratan de eso). —Los sabios no tenemos enemigos —recitó Lennye en una voz monocorde. —Exacto —dijo Alice asintiendo, sin escuchar

las palabras de la chica—. Además, si estoy asustada —dijo—, pondré más atención, con tal de que no te molestes conmigo y no me hechices. —No es esa la actitud que debes tener, no es una especie de juego —le advirtió la chica, levantando la mano en un amago de hacer un conjuro. —No, no —dijo, cayendo al suelo de rodillas e inclinando la cabeza—, no es un juego —repitió, pero su boca dibujaba una sonrisa—. Te lo pido humildemente. — ¿Te portarás bien? —preguntó fríamente la hechicera —Muy bien —aseguró Alice, preguntándose cuando no lo había hecho. —Ven mañana a la medianoche en punto a esta sala —dijo entonces— llega un minuto tarde, y te castigaré. Alice asintió, emocionada de por fin conseguir lo que quería.

—Estaré aquí desde antes —aseguró. —Entonces anda a dormir ¿No? Te veré en la mañana en el desayuno. Alice se levantó entonces, y caminó hasta ella, pasándola. Antes de salir por la puerta, volteó y le sonrió. —Realmente no desearía a nadie más para esto —confesó—. Que duermas bien, Lennye. Luego de pronunciar estas palabras, se retiró.

Tercera Parte: Juegos peligrosos.

VIII

Los últimos rayos de sol del otoño.

"De tres cosas estaba absolutamente segura. Primero, Edward era un vampiro. Segundo, una parte de él, y desconocía lo potente que esta podía ser, ansiaba beber mi sangre. Y tercero, estaba incondicional e irrevocablemente enamorada de él." —Isabella Swan, Crepúsculo. — ¿Y Linnet? Noviembre. Alice y Lennye estaban sentadas en una manta frente a una de las orillas más tranquilas y hermosas del lago. Era de noche y después de terminar sus lecciones de Alquimia de Sangre, se habían quedado a conversar, como ya lo habían hecho en otras ocasiones después de que Lennye se hubiera convertido en su instructora. —Era mi mejor amiga. —Su nombre se parece al mío. ¿Se parecía ella

a mí? —No, para nada. ¿Quieres decir que de verdad te llamas Lennye, que no es un nombre inventado? —Me ofende que lo sugieras. Ese es mi único y verdadero nombre. —A diferencia de tu apellido. —No podría andar por ahí con mi apellido verdadero, causaría un escándalo. —Oh, entiendo. Aunque no pareces una aristócrata. Lennye rió. —Las personas que tú conoces como aristócratas no son los verdaderos aristócratas del mundo. Además, cada familia de los Cinco Círculos tiene una idea diferente de lo que significa ser aristócrata. — ¿Entonces, me lo dirás? —pidió Alice, apoyando las manos sobre la manta y acercando su rostro al de ella.

—No puedo —respondió Lennye, cerrando los ojos con tristeza. —Oh, vamos... —Me estabas contando de Linnet —dijo Lennye, recuperando un poco de su tono severo, lo que no impidió que Alice se emocionara y olvidara su curiosidad. —Ah, si. Era dulce e inocente. Siempre estaba alegre. Tenía una chispa que nadie tiene por aquí. — ¿Piensas en ella? —Es como... trato de considerarla una parte de mí que murió allí. Y como murió no es necesario recordarla. — ¿Tanto te duele? —No, no me duele. Ya te dije, está en el pasado. —Claro. ¿Y qué hay de él? —No se de quién... —Por favor, Alice. Tu prometido. Sebastian

Kalir. —No quiero hablar de eso. —Lo necesitas, tarde o temprano vas a tener que enfrentarlo. —Que sea tarde, entonces. ¿Qué hay de ti? —Nunca he estado prometida. —No me refiero a eso. Todavía me pregunto qué querías decirme en esa carta que me escribiste. —Sería mejor que te olvidaras de eso, la escribí antes de verme obligada a venir al Colegio Ravensoul. En realidad eso fue tu culpa, si no me hubieras visto en el salón de música no habrían aumentado la seguridad y podría haber seguido entrando... eh, bueno, creo que deberías olvidarte de esto último. Es algo de lo que no debería hablar. No quiero convertirte en mi cómplice y meterte en problemas. — ¿Enserio? ¿Entonces es gracias a mí que

estás aquí? —Si. — ¿A qué te referías cuando dijiste que tuviste un pasado difícil que te causa problemas? ¿Estás huyendo de alguien? —No. No huyo de nadie. Es más bien al revés. — ¿Persigues a alguien, entonces? Lennye asintió. —Tus padres, ¿están vivos? —No lo sé, no los conozco. — ¿Con quien creciste, entonces? Tú sabes que crecí en la División Rubí de la FMD, y que mi tutor era el Instructor Bron. —Con mi maestro. — ¿Un hombre? — ¿Qué esperabas, una ninfa salida de alguna novela fantástica? — ¿Y cómo es?

—Era un genio. Maniático y perfeccionista hasta el punto de volverte loca. Lo amaba. — ¿Era…? —Murió en un accidente de experimentación. —Lo siento. —Me mataría si supiera que estoy presumiendo de mis capacidades y hablando más de lo que debería para llamar tu atención. —Oh, ¿lo estás haciendo? —Si, y está muy mal de mi parte. — ¿Tienes hermanos? —Es mi turno. — ¡Ay! — ¿Eres amiga de Akayama, verdad? Una vez lo mencionaste. — ¿¡Conoces a Ryû!? —Por desgracia, si. — ¿No habrás estado alguna vez en la FMD?

—No, no en tus tiempos, al menos. Lo conocí este verano ¿Te acuerdas de esa pintura de un templo en Jamón? La hice mientras estábamos en su casa. — ¿Por qué estuviste en su casa? —Era su fiesta de cumpleaños. Estaba acompañando a un amigo. — ¿Por qué lo mencionas? —Habló mucho de ti. Habría querido decírtelo cuando nos conocimos, pero no podía arruinar mi coartada de esa manera. — ¿Enserio? —Si. Estaba alegre de que hubieras sobrevivido, te extrañaba, lamentaba que no estuvieras ahí. —Vaya, parece que hablaste bastante con él. — ¿Lo dices enserio? Pensaba que lo conocías. Hablaba todo el tiempo, no se callaba nunca, obligando a todos a escucharlo. Es la persona más

ególatra e insoportable que he conocido. —Eso suena como algo que Ryû haría. —Puedes hacerte amiga de personas menos básicas. —Me pregunto si es de origen noble… — ¿Qué? —Tu apellido. —Te dije que dejaras de hacer eso. —Pero Uriel dijo que... —Ya ha sido suficiente por hoy. Mañana seguiremos la lección, y cuando volvamos a hablar no vas a hacer esa clase de preguntas. Agatha Ravensoul caminaba autoritariamente por el corredor que llevaba al área de prisioneros del edificio de la Guardia. Afuera, el paisaje estaba pintado del color blanco puro de la nieve recientemente caída. —Excelencia —la saludó la joven Eldernoir

cuando llegó ante la puerta de la prisión. —Thrud, ¿Cómo estás? No era necesario que vinieras en persona. —Usted es una Maestra Suprema —declaró la jovencita mirándola seriamente—. Por supuesto que era necesario. Agatha se preocupó de dedicarle una sonrisa maternal antes de preguntar: — ¿Cómo está ella? —Físicamente saludable, pero su estado psicológico está algo alterado —le informó, volteando y poniendo la mano sobre el Lector de Aura de la puerta. —Nadia siempre fue un poco... —y mientras atravesaba el umbral a espaldas de Thrud, se dio unos instantes para pensar las palabras que usaría — sensible. Agatha observó angustiada los rostros del resto de los prisioneros que su orden había tomado.

Rostros sombríos y cansados la miraban al otro lado de los barrotes. Cuando llegaron al corredor que daba a la celda de Nadia, Thrud se detuvo y señaló el lugar con el brazo. —Tómese Excelencia.

todo

el

tiempo

que

quiera,

—Gracias, querida —replicó Agatha, inclinando la cabeza y adentrándose en el calabozo. Nadia estaba sentada sobre su cama, con el rostro entre las rodillas. Si era consciente de que Agatha estaba ahí o no, no lo sabía. — ¿Cómo alguien puede caer tan bajo como para maltratar a una niña? —soltó, tratando de no sonar demasiado severa. Nadia levantó de inmediato la cabeza. —Maestra... —replicó la jovencita, ablandando su expresión— No pensé que querría verme.

—He estado preocupada por ti, por supuesto. A pesar de que has demostrado no merecerlo. —No es para tanto. —Alice es la hija de alguien importante para mí —la reprendió Agatha, ofendida—. Eso la hace importante también a ella. —La niña no sufrió ningún daño permanente —protestó sardónicamente Nadia—. Es más, creo que lo que hice sirvió para que se hiciera amiga de esa sacerdotisa que metió usted a la escuela. Agatha se quedó estupefacta por un momento. Su primera impresión fue que Nadia estaba mucho más alterada de lo que parecía, y su cordura se había visto comprometida en algún momento desde la última vez que la había visto. —Me parece que si yo hubiera metido a una sacerdotisa a mi escuela lo sabría, ¿no lo crees? — replicó Agatha, tratando de no sonar como que la estaba acusando de locura. —La maestra de Doctrina —explicó Nadia,

ligeramente exasperada—. Sangreblanca, ojos grises, Sello Azul. ¡Pero si fue ella la que me obligó a confesarlo todo! Lena... no, Lennye — Agatha se sobresaltó ante estas palabras ¿Nadia lo sabía, conocía ese nombre?—. No importa, quizás fue Elena quien la contra... ¡Maestra! ¿Qué le pasa? Agatha había estirado el brazo entre los barrotes y había cogido a Nadia por el cuello de su chaqueta. — ¿¡A qué estás jugando!? —Le recriminó Agatha— ¿¡Has estado investigando, te parece esta una broma graciosa después de lo que hiciste!? — ¿De qué está hablando? —preguntó Nadia, asustada. Sus ojos azules se habían llenado de lágrimas por la reacción que Agatha acababa de tener, y la miraba recriminatoriamente. Entonces Agatha se dio cuenta de que de

verdad no sabía, de que no podía saberlo. —Lo siento —replicó, soltándola. Cuando la soltó, Nadia retrocedió unos pasos y se llevó la mano al cuello, mirando recelosamente en dirección a Agatha. — ¿Quieres decirme que esta persona que describiste de verdad está viviendo en mi castillo? Nadia lanzó otra risa sombría. —No lo sé, al menos estaba ahí en septiembre. —Tengo que irme —se apresuró a decir Agatha—. Lamento que mi visita haya sido tan corta. Pero quiero que me escuches claramente. Si estás mintiendo, haré que te arrepientas personalmente. Y si es verdad, tienes prohibido comentar esto con nadie. ¿Lo entiendes? Dijo esto con el tono más autoritario que tenía. Y, sin escuchar respuesta, giró sobre sus talones y se apresuró a la salida. "No debo tocar a las personas sin permiso"

escribió Alice, por enésima vez en la tarde, sobre el pizarrón de la sala. El brazo le dolía de tener que estirarlo hacia arriba y trazar letras tan grandes. ¿Cómo había terminado así? Cuando había entrado en la sala de clases en la que Lennye había estado dándole lecciones a las Aprendices de primer año, había estado molesta con Lennye e iba directo a recriminárselo. Pero Lennye había terminado tornando las cosas en su favor y la tenía ahora ahí, castigándola. Afuera, la lluvia caía de manera suave y tranquilizante. Esa no era la manera en la que querría pasar una tarde de lluvia. — ¿Puedes hacerlo más rápido? —le llegó desde la espalda la voz de Lennye— Tengo cosas que hacer. — ¿Ah, si? —Preguntó Alice sin voltear— ¿Qué tienes que hacer? —Alice, tocar a alguien que no se puede

defender es muy feo y cobarde, deberías estar avergonzada y agradecida de que te castigara, no estar respondiéndome de esa manera. No era un regaño, era más bien una especie de llamado a su conciencia. No podía enojarse con Lennye cuando le hablaba de esa manera. Todo había empezado después del almuerzo, cuando se había encontrado con una carta de Vanille que alguien había dejado en el escritorio de su habitación: Mi Querida Alice: Te escribo para expresarte lo mucho que lamento que nos hayas tenido que abandonar tan pronto. De verdad lo lamento. Fuiste una agradable compañía y me apena que papá ahora te tenga a ti y a tus amigas en mal concepto. Es cierto que lo que sucedió fue en parte responsabilidad de Gawen. Pero te aseguro que sus intenciones no eran así de malas. Si

hubiera sabido lo mal que iban a terminar las cosas, jamás te habría dirigido al Pozo. Espero que lo disculpes. También me contó cada detalle de tu descarada manera de sacarle información. No sabes lo mucho que me alivió escuchar estas palabras. Sucede que al mismo tiempo que tú estabas disfrutando de la compañía de mi Gawen, yo estaba en compañía de tu sangreblanca. Ahora no me sentiré culpable de las cosas que le hice aquella noche. Entonces, estamos a mano ¿Verdad? ¿Seguimos siendo amigas? Un beso de tu querida familiar (y tía), Vanille Van-Krauss PS: Guarda el vestido como un recuerdo. PS2: Gawen es el único hombre con el que he estado, por supuesto que he ensuciado mis "aristocráticos" labios. No

seas inocente. Luego de leerla, Alice apartó de inmediato la carta de sus ojos, e intentó concentrarse en otra cosa, pero le resultó imposible. Porque, cuando ella había dicho "tu sangreblanca", sin duda que había estado hablando de Lennye. Y eso no podía ser más que una mentira. Luego estaba ese último post scriptum. Así que Gawen le había contado todo a su Señora, detalle por detalle. Maldita Vanille, sin duda que lo decía sólo para humillarla. Esas últimas palabras le revolvían el estómago. Al no poder calmarse, esperó afuera del salón que Lennye terminara de dar la clase, y se encaminó hasta su escritorio, donde ella arreglaba sus cosas. —Vanille me escribió —le soltó Alice—. Léela.

Lennye cogió la carta y empezó a leer, moviendo en silencio los labios. Alice no pudo evitar advertir que una vez que llegó a la parte en que la mencionaba a ella, sus labios se curvaron en una ligera sonrisa. — ¿Ensuciar sus aristocráticos labios? — Preguntó Lennye cuando hubo terminado— ¿A qué se refiere? —Eso no importa —dijo Alice, pasando repentinamente a un papel dominante— ¿Es verdad lo que dice? ¿Estuviste con ella haciendo cosas indecentes? —Alice adivinó la respuesta en el brillo que se pintó en sus ojos, y sin escuchar palabra, profirió: — ¡Eres una descarada, una cualquiera! Lennye sonrió abiertamente, con burla. —Sin embargo, por mucho que Vanille quiera creer lo contrario, yo no soy tu sangreblanca, así que no veo como podría importarte. Alice separó los labios, como fingiendo que

había sido agraviada duramente. —De todas formas —le recriminó— ¿Qué estuvieron haciendo? —Ella me besó —respondió simplemente Lennye, cerrando los ojos y sonriendo con placer, como recordando el momento. Alice se llevó la mano a la boca. — ¿Cómo pudiste? —Fue muy fácil, realmente —respondió, sin borrar la expresión de deleite de su rostro— ¿Y qué hay de ti? ¿Qué le hiciste al joven Gawen? — ¡No te incumbe...! —exclamó Alice, quien al parecer había empezado a coger las costumbres del resto de sus familiares, y creía que podía exigirle a Lennye explicaciones acerca de sus intimidades. Sin embargo, había sido demasiado tarde. El recuerdo de aquella noche la hizo enrojecer, y Lennye extendió su palma en dirección a ella.

Ahora, después de algún tiempo de entrenamiento, Alice sabía que Lennye la estaba leyendo. Lo había hecho muchas veces en los días pasados, y siempre en momentos incómodos como ese. —No lo sé... —reflexionó la sangreblanca— Yo diría que hiciste algo más que besarlo. Tu sangre hierve. Alice apartó la mano de un manotazo. Pero entonces la expresión de Lennye cambió a una fría, y Alice se dio cuenta de que aunque había ido hasta allí para reprender a Lennye, las cosas le estaban saliendo al revés. Con un movimiento de la mano, la puerta se cerró de golpe, y Alice retrocedió un paso, tragando saliva. —Ven, Alice —indicó la otra, sin alterarse, haciendo un gesto con la mano—. No se lo que hayas hecho, pero estoy segura de que fue algo ilegal, y te voy a castigar por eso. Lentamente, Alice caminó hasta ella, y se puso

al lado de su asiento en el escritorio. — ¿Es así como tratas a tu maestra de Alquimia de Sangre? —No estamos en clases —se defendió de inmediato Alice. —Vamos a dejar unas cosas en claro, Alice — dijo la hechicera, poniéndose de pie, y alcanzando del escritorio una larga regla de madera— Primero, exijo respeto de cualquiera que quiera aprender algo de mí. Nada más ver sus dedos tocar la regla, Alice cerró los ojos. Asintió, asustada. —Perdón —musitó de inmediato, sabiendo de antemano lo que se venía, y sabiendo también que aquellas palabras no la librarían. —En segundo lugar, te pedí que no hicieras preguntas indiscretas. Y como anoche empezaste a hacerlo, sospecho que me estás perdiendo el respeto.

—Siento haberlo hecho, pero no he dejado de respetarte. Sólo quería acercarme. —Por último —susurró Lennye en una voz que la hizo tensarse, incluso antes de sentir el borde de la regla tocando su mentón y obligándolo a elevarse—. Así como Gawen es un sangreblanca del Castillo Blanco y no puede defenderse de las manos de un Van-Krauss, los tuyos que usan esa regla para su provecho son unas bestias y merecen un escarmiento. Pero, que te quede claro, yo no soy una sirvienta del Castillo de tu abuelo, ni una pertenencia tuya ¿Estamos claras? —S...si. Su mentón fue liberado entonces, y escuchó la puerta abrirse conforme la luz atravesaba sus párpados cerrados. —Vete ahora. Sus ojos se abrieron desconcertados. Entre queriendo salir de ahí y sintiendo una extraña sensación de desconcierto.

—Pero... —la contradijo—. Pensé que me ibas a castigar. —La puerta está abierta. Alice caminó entonces hasta la salida. Cogió la manilla, y cerró con decisión la puerta. Volvió entonces hacia donde estaba Lennye, extendiendo la palma de la mano con la que le había dado el manotazo. —Por favor —pidió, posición horizontal.

manteniéndola

en

De las pocas veces que la había castigado en clases de Alquimia de Sangre, siempre le daba la opción de librarse de los golpes, de elegir. Lennye era esa clase de personas que odiaba usar la fuerza y esa era una de las razones por las que había empezado a admirarla. La regla se levantó, silbó en el aire, impactó contra su mano, y quemó su palma. Aún no se acostumbraba a mantener la mano quieta, el dolor y las lágrimas podían llegar a superar su

autocontrol. El ardor del impacto se extendió por toda la superficie de su mano. Aún así, su tembloroso brazo se mantuvo recto en el aire. —Nunca más... —dijo la hechicera, levantando de nuevo la regla y propinándole un nuevo golpe — me des motivos —dijo, repitiendo el procedimiento— para castigarte por algo como esto. Escuchó por cuarta vez el silbar de la regla, y casi sintió la corriente de aire en su mano, pero el golpe no se realizó. —Es suficiente con eso —aclaró la hechicera, tocando la punta de sus dedos y cerrándolos—. Es cobarde aprovecharse de aquellos que no se pueden defender. Pensé que tú de todas las personas tendría esto claro. Alice asintió avergonzada, retiró la mano e intentó sobarla. Sentía el dolor grabado en cada célula de su mano, como si hubiera sido quemada.

—Puedo leerte tanto como quiera. Así como tú podrías hacerlo conmigo si fueras más experimentada. Sabiendo que estas palabras encerraban una condena considerable, Alice volvió a asentir. —Y no vuelvas a golpearme. Vas a ser más respetuosa de ahora en adelante. —Si, m... —y aquí sus labios vacilaron por un momento— Maestra. Y, como si eso fuera poco, después la había puesto a escribir esa frase cientos de veces, remarcándole, cada vez que podía, lo mal que había estado aprovecharse de un sangreblanca. Y defendiéndose con que aquello era parte de su entrenamiento como Alquimista de Sangre, ya que cuando ella tuviera un sangreblanca no podría tratarlo de esa forma tan "ignominiosa". El grupo de jinetes llegó entonces a una parte en que el río cortaba el paso. Un pequeño risco los

separaba del otro lado. Para cruzar, había que descender por una bajada lateral y cruzar por el arroyuelo que pasaba en dirección al mar. Los chicos siguieron en procesión, algunos deteniéndose unos segundos a darles agua a sus caballos. Entonces se oyó un caballo relinchar en lo alto, todos miraron hacia arriba, observando como el único jinete que quedaba en lo alto retrocedía, hacía su caballo tomar vuelo, y se elevaba contra la luz del sol. El sonido de las patas del caballo aterrizando en el otro lado fue seguido de un estruendoso montón de aplausos. Su melena se agitaba suelta en el aire, el sol brillaba arrancándole reflejos escarlata. Sonreía satisfecha, recibiendo los halagos de los demás sin ninguna modestia. De repente, el borde del risco sobre el que estaba, que parecía firme, empezó a colapsar.

Alice escuchó los gemidos a su alrededor. Cuando Alice advirtió esto, palideció, y se apresuró a conducir a su animal lejos del riesgo. Pero Kuchen estaba alterado, y no sabía hacia qué lado moverse. Sus ojos se dirigieron mecánicamente hacia el río, abajo, observando como caían. Entonces los cerró. Alguien pronunció un hechizo. La tierra dejó de moverse. Cuando abrió los ojos, y los bajó, para mirar al suelo. Notó que había vuelto a ponerse estable. —Alice ¿Estás bien? Riham había bajado de su caballo, y se acercaba a ella. Los estudiantes la rodeaban, clavando sus ojos curiosos sobre ella, aunque desde lejos, por miedo a volver a hacer ceder la tierra. —Si —replicó, dándose cuenta de que había sido ella la del hechizo—. Gracias, con esta son dos veces.

—No lo cuentes, ya te dije que me hiciste ganar mucho dinero. Sin mencionar a tu prima… Alice rió. Era verdad, la apuesta apenas había llegado, y el duelo de esgrima. Respecto a Válerie, Riham no sólo contaba las ganancias en consideración a la noche que había pasado junto con ella. Pues, la apuesta que había hecho con Lydia, parecía tratarse de algo que había pasado esa noche, y su amiga la había ganado. Esa victoria parecía resultarle muchísimo mas suculenta a Riham, aunque Alice tampoco sabía de qué se trataba. Su única pista era que las últimas semanas, Riham había pasado casi todas las noches en la habitación de Lydia. De pronto, una voz fría resonó entre las otras. —Alice, baja del caballo ahora mismo. Lennye se erguía sobre su montura, el rostro pálido de miedo e indignación. Inmediatamente todos callaron. —Pero, Len...

— ¡Ahora! —soltó la chica en un grito terminante. Todos callaron. El ambiente se enfrió de pronto. Quizás no era porque hubiera levantado la voz, sino porque generalmente no lo hacía que resultó tan sorprendente para todos. Alice descendió entonces, sosteniendo con fuerza las riendas de Kuchen e intentando acariciarlo para calmarlo. —Saga —llamó Lennye con voz seca, sin quitar los ojos de Alice. La joven se acercó casi de inmediato. Ahora todos estaban mirándolas. — ¿Eres una buena curandera, verdad? La jovencita enrojeció ante esta pregunta, y asintió. — ¿Puedes comprobar que no tengan heridas? Alice iba a protestar, argumentando que no

había pasado nada, que Riham la había alcanzado antes de que pasara nada peligroso. Pero la mirada gélida y mortífera de Lennye la hizo callar. Saga desmontó con ayuda de Riham, se puso de pie ante Alice, abrió la palma ante ella, y la deslizó frente a su cuerpo. Alice se la quedó mirando, nerviosa. ¿Por qué todos tenían que mirarla? Después de unos instantes, Saga se detuvo. —No hay heridas —declaró. A continuación, sin decir otra palabra, se acercó a Kuchen e hizo lo mismo. Sin embargo, esta vez, se arrodilló cerca de una de sus patas delanteras, y Alice notó que sus palmas despedían un pequeño resplandor conforme las ponía sobre su rodilla. Alice sabía lo que significaba eso, y palideció nuevamente. Elevó los ojos hacia los de Lennye, intentando demostrarle con la mirada que aceptaba que ésta

había tenido razón, y esperando encontrar indulgencia. Pero Lennye le devolvió una mirada severa. Saga se levantó y se alejó de ella. —Gra…gracias —pudo musitar apenas. Saga giró ligeramente la cabeza, para asentir en su dirección. —Una herida menor, que acabo de curar —le informó a Lennye, elevando los ojos hacia ella. —Gracias por tu ayuda. Sin mas, volvió a ocultarse entre la multitud para subir a su caballo. Alice se quedó de pie, con los ojos clavados en el suelo, mientras sentía a Lennye penetrarla con la mirada. —Maestra, no la regañe, por favor —le llegó la voz de la única persona que se habría atrevido a interferir en su favor. Alice elevó los ojos hacia él, sorprendida.

—Érebu —replicó Lennye girando la cabeza hacia él, con casi la misma frialdad—. Si quieres ayudar, diles a los demás que prosigan el camino. Gracias. Lennye no bajó para enfrentarla, en lugar de eso le ofreció la mano para que se subiera con ella. — ¿Qué? —Montarás explicación.

conmigo

—fue

su

única

Resignada, Alice le cogió la mano y subió con ella. Mientras avanzaban —las riendas de Kuchen sujetadas por Lennye— la Oficial se mantenía seria, sin pronunciar palabra. —Lo siento, yo… —pudo pronunciar apenas tuvieron un poco de privacidad. — ¿Crees que porque estás en un colegio de hechiceros tienes licencia para hacer cualquier cosa peligrosa que se te ocurra? —le soltó la otra

de golpe. —Lo siento —fue lo único que pudo replicar —. Pensé que tenía la situación controlada. Cuando finalmente llegaron al lugar del campamento, Alice bajó del caballo sin decir nada. Poco después, los demás empezaron a disponer las mantas y las cestas con comida sobre los trozos de pasto más frondosos, pero Alice se quedó a la sombra de los árboles, donde habían atado a los caballos, acariciando a Kuchen. El día que había prometido ser espectacular, se deshacía ahora. —Lo siento, lo siento —le susurró—. No quise hacerte daño. Se quedó mucho rato así, consciente de que las lágrimas habían inundado sus ojos, ajena a lo que hacían los demás. Al notar que Lennye se había quedado sola sobre una manta, y dándose valor, cogió su fusta

de la montura de Kuchen, la escondió en la manga de su chaqueta, por si se arrepentía, y se acercó a ella. — ¿Eres idiota? —soltó la voz de la joven tan pronto como estuvo lo suficientemente cerca de ella como para oír sus susurros. —Lo siento —replicó Alice—. Estuvo mal y fue estúpido —agregó, acercándose a ella. Entonces Lennye se hizo a un lado, para darle a entender que quería que se sentara a su lado. Sus rostros estaban cerca, y, a la luz del sol, Alice podía ver los claros ojos grises de Lennye en todo su esplendor, estudiándola. —Sólo cuando notaste que tu caballo había recibido daño te preocupaste. ¿Es que acaso no te das cuenta de que tu vida es mucho más valiosa? —Kuchen es muy importante —le respondió Alice, herida. —Todas las especies de preocupación que

puedas sentir por un animal, ni se comparan al amor que un ser humano puede sentir por otro. Al escuchar estas palabras, Alice la miró, sorprendida. Lennye miraba al frente, observando como las muchachas se bañaban en el río, salpicándose con el agua. —De verdad —siguió Lennye—. A veces creo que estarías más segura con una cadena al cuello —Cuando estoy cerca de ti me pasa algo que no puedo controlar. Eres tan impresionante, con tu actitud impecable, con respuestas inteligentes para todo, con esa aura misteriosa que te rodea. Creo que estaba tratando de impresionarte... Lo siento. Alice no pudo seguir mirándola, y sus ojos bajaron. Sentía como sus mejillas empezaban a quemar. —Me has impresionado ahora, con lo que acabas de decir. Alice sintió los dedos de Lennye sobre su mentón. Un escalofrío la recorrió, poniéndole la

carne de gallina. Sus dedos la obligaron a levantar el rostro, y a mirarla a los ojos. —El que actúes de forma indómita no tiene nada impresionante —dijo Lennye, aunque su tono había disminuido en severidad y había tomado un tinte ligeramente burlesco—. Si de verdad lo quieres hacer, esfuérzate en no hacer cosas que te pongan en peligro. Alice asintió, y, sin decir otra palabra, Alice estiró la fusta en dirección a Lennye, consciente de que tenía las mejillas rojas. —Por favor —fue lo único que se atrevió a susurrar. Lennye no respondió nada, y cuando Alice elevó los ojos para comprobar su expresión, notó que sonreía ligeramente. — ¿Me estás pidiendo un castigo? Sabiéndose incapaz de hablar, Alice asintió. Lennye estiró las manos para coger las de

Alice, se apoderó de la fusta y la dejó sobre la manta antes de que sus dedos suaves y alargados volvieran a hacer contacto con su piel. —No estás arrepentida por haberme preocupado —sugirió Lennye—. Lo que pasa es que te sientes culpable por haberle hecho daño a tu caballo. Alice cerró los ojos y los bajó, porque se dio cuenta de que Lennye decía la verdad. ¿Eso era tan malo? —Da lo mismo, de todas formas lo necesito. —Si de verdad estás arrepentida, entonces unas semanas sin montar deberían servir mucho mejor que el castigo que estás sugiriendo. — ¿Unas semanas sin montar? —Si, como una manera de expiar tus pecados. Y deberías cuidar bien de él, ir a visitarlo todos los días y acariciarlo. ¿De acuerdo? —Siempre lo hago

—Entonces hazlo con mayor cuidado. — ¿Cuantas semanas? —Um... seis. — ¡Eso es un mes y medio! —protestó Alice, escandalizada. —Si Riham no te hubiera ayudado, estarían ambos gravemente heridos. Alice observó su mirada angustiada. Lennye de verdad se había preocupado por ella. —Lamento haberte preocupado —se disculpó por enésima vez en la tarde—. Pero preferiría que me golpearas, ¿sabes? Lennye le dedicó una sonrisa ligeramente irrespetuosa. —Eso es porque quizás está empezando a gustarte. Alice enrojeció y negó con la cabeza. —De acuerdo, de acuerdo —se apresuró a contestar—. No voy a montar hasta fin de año ¿De

acuerdo? —Muy bien, espero que lo cumplas, aunque yo no esté por ahí. — ¿Cómo? —Puede que tenga que irme del castillo por un tiempo. Si es así, puede que a mi regreso no quieras volver a verme. El alivio recién ganado de Alice se empezó a esfumar. — ¿Por qué no querría? ¿Esto tiene que ver con… con eso? —preguntó, bajando la voz, y mirando de reojo hacia los grupos de sus compañeras unos metros mas allá. —No hagas preguntas, sólo tenlo presente. Pero si alguna vez decides perdonarme, siempre habrá un lugar para ti a mi lado. Sus primeras palabras habían sonado ligeramente tristes, pero estas sonaban trágicas y amenazantes.

— ¿De qué estás hablando, Lennye? No quiero que te vayas —replicó cogiéndole de pronto las manos. —Eso no depende de nosotras. — ¿Por qué no? Dime, por favor. ¿Qué es lo que está pasando? Alice se dio cuenta de que había elevado la voz, llamando la atención de los demás. Ahora con un poco de violencia, Lennye volvió a cogerle el rostro para volver a mirarla a los ojos. —Cálmate ¿Bueno? —La reprendió, tratando de ponerle a su voz un tono tranquilizante— No me sirve que te alteres. — ¿O si no qué? Vanille dijo que tenías el aura de una persona que es capaz de asesinar, y cada vez le encuentro más sentido. Cuando Alice dijo estas palabras, Lennye le puso la mano sobre la boca para hacerla callar, con tal violencia que pareció un golpe. Los ojos de

Lennye, por un instante, parecieron adoptar la mirada terrorífica que habían adoptado durante el momento que habían estado solas en el vagón de tren. — ¿Cuándo vas a aprender a mantener la boca cerrada? —Susurró Lennye—. ¿Es esta tu manera de corresponder la confianza de otra persona? Pero esta vez Alice no se dejó intimidar, y le devolvió una mirada furiosa, antes de tomar la muñeca de Lennye para hacerla quitar la mano de sus labios. —Adelante, hazlo, no me importa —siguió Alice, mordazmente, casi como si no la hubiera escuchado. Se quedó unos momentos mirándola a los ojos, desafiante, y unos segundos después agregó: — ¿Sabes? En lo que a mí respecta, puedes irte a la mierda. No necesito pasar otro segundo cerca de ti. Alice se levantó impetuosamente para alejarse

de ahí, pero Lennye se levantó con la misma rapidez y le cogió los brazos, para impedir que se moviera. Lennye había cerrado los ojos y su expresión era parecida a la que había adoptado el día en que Alice le había preguntado acerca de la virginidad de las sacerdotisas en frente de toda la clase. —No voltees a mirar —le advirtió en un susurro, su voz sonaba quebrada—. Pero hemos llamado la atención. Alice no pudo evitar desviar los ojos hacia sus compañeras, algunas de ellas habían detenido por un momento los juegos en el río, para mirarlas a ellas. —Vas a subir a mi caballo y vas a esperarme unos minutos —le ordenó en un susurro rápido y severo—. Vamos a arreglar esto en privado. — ¿No me escuchaste? No quiero estar contigo —los dedos de Lennye se empezaron a tensar alrededor de sus muñecas—. Suéltame.

—Ya no se trata de ti ni de lo que quieras. Yo no acepto esta clase de actitudes propias de una niña malcriada. Alice se empezó a resistir, pero, antes de que pudiera hacer nada, Lennye la atrajo hacia ella y la obligó a caminar con ella hasta la sombra de los árboles, donde estaban los caballos y quedaban más resguardadas de la vista de los demás. Alice podría haber gritado, pero ambas sabían que no lo iba a hacer. Ante todos, esta era sólo una pelea de pareja. Aunque ellas dos no lo eran. Y, por la forma en que Lennye estaba procediendo, seguramente nunca lo iban a ser. De alguna forma, Lennye se las arregló para escribirle un mensaje a Riham y dejarlo a la vista entre la montura de su caballo. Después de esto, sin ninguna delicadeza y dejándole varias marcas de sus dedos en las muñecas, debido a la silenciosa resistencia que Alice oponía, la obligó a subir al caballo negro de Elena, que Lennye había

estado montando ese día. Todos las vieron abandonar el campamento. Pero Alice adoptó una expresión tranquila. Estaba molesta, pero no quería meter en problemas a Lennye. —No creas que puedes hacer lo que se te ocurra y salirte con la tuya —le soltó Lennye cuando estuvieron a una distancia suficiente—. Una vez que bajemos del caballo te castigaré a varazos. Y ni siquiera se te ocurra intentar escapar, pues vigilo cada uno de tus movimientos. Cuando escuchó estas palabras, intentó soltarse de ella para bajar del caballo, pero Lennye la sostenía muy firmemente. Al intentar discutir, Lennye la hizo callar, argumentando que alteraba al animal. El cuerpo de la hechicera a su espalda ya no se le hacía tan amable como antes. Finalmente llegaron a un lugar desierto y silencioso, en el que el pasto crecía alto.

Lennye bajó primero y la esperó abajo cuando le permitió bajarse del animal. La ayudó a bajar, pero apenas lo hizo, su brazo fue aferrado con fuerza nuevamente. — ¡No! Déjame. — Necesitas calmarte, Alice —le respondió la joven sin soltarla y sin mirarla, pues la había obligado a empezar a caminar hacia un árbol noble y vetusto—. Si no puedes hacerlo por cuenta propia, voy a tener que hacerlo yo. Alice se intentó resistir con su cuerpo, pero no dijo nada. Con horror, Alice advirtió como su captora le cogía las manos para atarlas a una alta rama del árbol. Alice seguía quejándose y exigiendo ser liberada. Lennye la ignoraba completamente. Lennye tuvo, aun así la amabilidad de pronunciar un hechizo que hizo aparecer una tienda de tela púrpura alrededor de ellas.

Sólo entonces Lennye le bajó de un tirón los pantalones de montar, dejando nuevamente sus nalgas descubiertas ante los ojos de la bella Oficial que admiraba tanto. Alice gritó y pataleó. Lennye la dejó así mientras salía de la tienda. Alice no se quedó esperando, intentó con todas sus fuerzas y todas sus ganas burlar los nudos que tan diestra y firmemente habían sido hechos alrededor de sus muñecas. Después de un rato estuvo segura de que era imposible, pero no se rindió, darse por vencida significaría aceptarlo, y no podía hacer eso. —Cálmate —escuchó una imperativa voz a su espalda—. No te dejaré de golpear hasta que aceptes este castigo voluntariamente con los brazos desatados. —Puedes olvidarte de eso —le contestó entonces Alice, agraviada y horrorizada por tal propuesta.

Alice sintió entonces el sonido que producía un material ligeramente flexible al cortar el aire. Entonces la varilla se estampó contra sus nalgas desnudas. Con un sobresalto, fue a aferrarse al tronco del árbol, que era el centro de la improvisada pero hermosa tienda. Lennye observó la escena deleitada. —No. No más golpes, por favor. —Guarda silencio cuando alguien te está castigando ¡Qué falta de respeto! Esta vez no es distinta a las otras. —Pe... pero. — ¡No contestes! Sólo acepta tu castigo. Otro golpe un poco más suave aterrizó en sus nalgas. — ¡Eres igual que Nadia! —No digas tonterías —la regañó en un tono severo y se alejó para volver a azotarla. Un nuevo golpe la hizo saltar, silenciándola y

tranquilizándola por unos instantes. —Te tengo mucho cariño para que digas eso ¿Acaso no te he enseñado Alquimia de Sangre? ¿Acaso no me he preocupado de tu bienestar varias veces? — ¡Ay! Un nuevo e intenso golpe cortó sus palabras, haciendo que el dolor sacudiera su cuerpo de arriba a abajo. —Voy a dejarte aquí hasta que te calmes. Espero que al volver hayas reflexionado un poco. — ¿Te... te vas a ir? —El clima está muy agradable. Si quieres venir afuera puedes llamarme y terminaremos de una vez. —Prefiero morir. —Muy bien. Pasaremos la noche aquí, entonces. —Si te vas a ir no me dejes así. Mis... mis

partes privadas están al aire. —Nadie va a entrar, están demasiado lejos. —Pero... pero. —Hasta luego. Alice escuchó estas últimas palabras llena de ira. Por más que intentó desatarse, sólo logró hacerse daño en las muñecas. Ya iba a oscurecer, y estaba segura de que Lennye no querría llegar demasiado tarde al castillo. Se quedó ahí, esperando. Si la hacía venir, sólo se humillaría más, llamándola a gritos. Una media hora más tarde, el estómago le empezó a sonar. — ¿Has reflexionado? —escuchó una voz a su espalda unos minutos más tarde. —Tengo hambre —respondió sencillamente Alice.

Entonces Lennye se acercó y le subió la ropa, dejándola en una situación un poco menos humillante. —Escúchame —le dijo acercándose a ella—: Sabes muchas cosas de mí que me podrían poner en peligro, y te agradezco que hasta ahora no hayas dicho nada. Si me tuviera que ir ahora del colegio, nos dejaríamos de ver, y no quiero eso. Quiero prolongar este período lo más que pueda. Tu actitud hace poco no sólo puso en peligro mi estancia en el colegio, sino que también rompió el acuerdo de mutuo respeto y discreción que hicimos sin palabras la noche que me pediste que te enseñara a usar tus poderes. Su ropa fue bajada y Alice cerró los ojos al escuchar el sonido de la varilla silbando contra el aire. Esta vez recibió el dolor sin decir nada, resignada. —Muy bien —la felicitó la otra—, buena

chica. El siguiente golpe no le pareció tan fuerte a su cuerpo, quizás porque se empezaba a acostumbrar, pero de hecho la varilla se rompió y Lennye tuvo que cambiarla. — ¿Cuánto más vas a seguir? —Haz el favor de guardar silencio —pidió la joven propinándole un nuevo y severo golpe. —Voy a parar cuando crea que has tenido suficiente. —No he hecho nada malo. Es como tú dijiste, hicimos un trato y lo he respetado. En estos días nos hemos acercado mucho. ¿Qué tiene de malo pedirte explicaciones? — Ya te lo dije, te pondría en peligro si te involucrara en esto. Entiendo que no lo haces porque seas mala persona, sino que porque eres demasiado vehemente. Por otro lado, si fueras mi novia y me hicieras una escena como esta, ten por seguro que este es el trato que recibirías. Es

posible que dentro de un tiempo no me quieras volver a ver. Por lo tanto, esta es, quizás, la única oportunidad que tenga de hacerlo. Es por eso que voy a aprovechar de golpearte severamente, para dejarte la idea lo más clara posible ¿De acuerdo? Otro golpe la sobresalto. —Puedes desatarme. No voy a huir. Lo aceptaré sumisamente si eso deseas, pero no me voy a disculpar. —Si estás mintiendo... —Yo no miento. Lennye se acercó a ella entonces, y Alice sintió nuevamente su cuerpo contra el de ella conforme la hechicera desataba sus muñecas en altura. Finalmente fue desatada y sus manos se sintieron libres. Aún así, siguió percibiendo el cuerpo de la otra a su espalda. —Quítate los pantalones —indicó Lennye—, así será más cómodo para ambas.

Alice giró el rostro para mirarla, la vergüenza se debía estar notando en su rostro. Pero Lennye le respondió con una expresión adusta y seria. —Y luego apóyate en el árbol, con las piernas separadas, y no te muevas de ahí hasta que yo te lo permita. Una vez más, Alice intentó negociar con su expresión de cachorro. Pero Lennye, consciente de lo que trataba de hacer, cerró los ojos para romper el contacto visual, y comenzó a golpearse la palma de la mano con la varilla, en un gesto de impaciencia. Alice ya sabía que, incluso con los ojos cerrados, Lennye era capaz de saber dónde estaba y qué movimientos hacía. Así que no se le ocurrió escapar mientras comenzaba a sacarse los pantalones, obedientemente. — ¿A...Agatha, qué estás haciendo aquí? — ¿Nadia me dijo que hay una joven llamada

Lennye viviendo en el castillo? —Eso, es una nueva Maestra, bastante rara y escalofriante, debo decir. — ¿Por qué no me avisaste? —Porque, vaya... con el cambio constante de facultado, difícilmente te sabes los nombres de las otras maestras. Su nombre es Lennye Whitegrave —entonces se la quedó mirando— ¿La conoces? — ¿Dónde está? —En la sala de estar, junto con los alumnos de tercero que llegaron de cabalgar. —No está ahí. — ¿Cómo... sabes? —Acompáñame, Elena. —Leonora ¿La maestra Whitegrave no estaba cabalgando con ustedes? —Si, maestra. — ¿Está en su habitación?

—No, se quedó en el prado. —Ya debe estar por volver, entonces. —No lo creo. Estaba con Alice Van-Krauss, quien se puso a hacer una escena, así que Lennye la montó en su caballo y se la llevó a dar un paseo. — ¿¡Qué!? —Si, incluso me dijo que trajera conmigo el caballo de Van-Krauss, y lo hice. Supongo que volverán en la noche. —Con las ropas un poco desorde... —Dime ¿En qué parte del prado estaban? —Estábamos cerca del río, por la parte en la que hay una iglesia abandonada. Debido a la penumbra del cielo, era difícil calcular si era tarde o temprano en aquel día de otoño. Afuera, la lluvia caía implacable, y Lennye se

acercó a uno de los ventanales para observarla. —La influencia del mar hace que el clima cambie con esta facilidad —explicó. Alice había permanecido sentada y con los brazos cruzados desde el momento de llegar. Todos sus gestos dejaban ver una clara actitud de silencioso desafío. Después de golpearla y hacerla vestirse. Lennye le había pedido que se disculpara, y que le agradeciera por castigarla. Alice, que creía que después de los golpes iba a quedar libre, había respondido con una mezcla de sarcasmo y altanería. Estaba en eso, cuando la lluvia había empezado a golpear el techo de la tienda. Entonces, tan rápido como la había hecho aparecer, con un gesto de la mano, hizo que la tienda se esfumara. La había ayudado a montar en el caballo, y se habían dirigido por el camino al castillo.

Alice había creído que la lluvia había estado de su lado, permitiéndole reírse un poco de Lennye. Pero entonces, al pasar cerca de una abadía abandonada, Lennye se había detenido y se había bajado junto con ella. —No pensaste que te iba a dejar escaparte ¿O si? —le comentó, tratando de parecer severa, pero sin poder disimular una sonrisa de placer que se le había pintado en el rostro al adivinar (o quizás leer en su sangre) los pensamientos de Alice. Al menos había tenido la decencia de secar sus ropas mediante un hechizo. El tiempo parecía hacerse eterno. Al principio, Lennye se entretuvo mirando las esculturas venidas a menos y los diseños de los vitrales. Alice se limitaba a alimentar de vez en cuando el fuego que la hechicera había hecho arder en el lugar destinado al altar. — ¿Piensas pasar la noche aquí? —preguntó Alice después de lo que pareció una hora.

—Mi querida niña, eso depende absolutamente de ti. — ¿No crees que ya me has humillado bastante? —Creo que no entiendes el verdadero propósito de este ejercicio, por eso piensas así. —Estás loca —murmuró Alice. Aunque en verdad eso expresaba pobremente todo lo que realmente sentía. La chica la aterraba y la atraía al mismo tiempo, y la idea de terminar de nuevo en una situación parecida a la que había acontecido en el vagón de tren le ponía los pelos de punta de tal manera que a cada segundo se sorprendía de seguir con vida. —Eso no me impide disciplinarte como cualquier otra persona —respondió sonriendo—. No lo ha impedido hasta ahora ¿Verdad? Pero el tiempo pasaba y Alice parecía no mostrar ni el más mínimo deseo de rendirse. Lennye empezaba a desesperarse.

Y la lluvia seguía cayendo. —Hagamos un... cambiemos las condiciones. Al parecer no eres de la clase de persona que funciona con amenazas. Te cierras al ser atacada ¿Pero que pasaría si te ofrezco un premio? — ¿¡Pero qué te crees que eres!? No soy una especie de mascota tuya o de animal amaestrado... — ¿Un beso? Alice se quedó en silencio. —Un beso de mis propios labios. — ¿Y qué te hace pensar que yo...? —pero Alice no decía estas palabras con verdadera intención, y se quedaron en sus labios cuando su acompañante volvió a interrumpirla. —Quizás eso calmaría los celos que mostraste sentir ayer. Y en el fondo empiezas a arrepentirte. Alice se puso de pie para enfrentarse a ella. —Fue muy humillante que me quitaras la ropa a la fuerza.

—Creo que en parte esa era la idea. Sus rostros se acercaron aún más. —Me dolió mucho. —Honestamente, eso espero. —Supongo que debería decir que lo siento. Estuvo mal hacer ese escándalo en frente de todos. Alice sintió como suavemente los dedos de ella se enredaban en sus cabellos. Tuvo que reconocer que eran las manos más suaves que hubiera sentido en su vida. —Lo prometido... —susurró ella, dejando caer su aliento tibio sobre los labios de la joven. Alice quiso negarse, decir que no era necesario, pero ya fuera por la impetuosidad de la otra, o por el poder de atracción que esta ejercía sobre nuestra protagonista, que no tuvo tiempo, lugar o deseos de negarse. Sus bocas se juntaron. Alice sintió esos labios sobre los de ella, posándose sólo suavemente, pero

cargados de electricidad. —Parece que tu enojo se ha ido a otro lado. Alice sonrió y abrió sus labios, sintiendo la carne viva de la otra dentro de su boca. Llevaban unos instantes así, y Alice pensó que por ella, aquel momento podía durar toda la eternidad. Pero, no bien pensaba esto, cuando Lennye pareció sobresaltarse. — ¿Qué pasa? Lennye le devolvió una mirada aproblemada antes de que sus ojos se desviaran a la entrada de la abadía. Allí, contra la luz del portal, se perfilaba una figura, que Alice creyó reconocer. La persona, al parecer consciente de la presencia de ellas, avanzó por la galería. Entonces Lennye la soltó. Y bajó los dos escalones que marcaban el altar de la iglesia. Cuando estuvo a sólo unos metros de ella, la joven hechicera cayó de rodillas, solemne y

respetuosamente. —Es un honor estar en vuestra presencia, Maestra Suprema —dijo Lennye, sin atreverse a mirarle. Agatha había regresado.

IX Sacrificio. Agatha avanzó unos pasos y observó cuidadosamente los rasgos de la persona que se postraba ante ella. —Así que eres tú —dijo finalmente asintiendo — quien se ha infiltrado en mi escuela con un nombre y título falsos. Estas palabras sobresaltara.

hicieron

que

Alice

se

Lennye no dijo nada, ni siquiera levantó la vista, pero asintió casi imperceptiblemente con la cabeza. —Vaya primera impresión —continuó—. Encontrarte aquí en un edificio en ruinas, con tus manos entre las faldas de mi ahijada. Alice enrojeció al escuchar estas palabras justamente de los labios de Agatha.

Entonces Lennye se levantó de inmediato. —Le aseguro que yo no he hecho tal cosa — exclamó la joven. Después de todo sólo se estaban besando, aunque quizás no habría sido así si la maestra hechicera no hubiera entrado a interrumpirlas. Por un momento, las mujeres sólo se miraron. Mientras que Agatha paseaba sus ojos por el rostro de la jovencita, Lennye le miraba fijamente, con los ojos llenos de algo muy distinto del placer que Agatha sentía de verla. — ¿Ustedes se conocían? —preguntó imprudentemente Alice, acercándose a ellas. Lennye no respondió nada. De hecho ni siquiera la miró. —Puede ser, querida —respondió Agatha sonriendo. El sonido de la tela ondeando en el aire la sacó de su ensimismamiento. A su lado, Lennye había

materializado una capa. —Alice —dijo la joven entregándosela, con los ojos clavados en aquellos dos verdes—, toma mi caballo y vuelve a la mansión. —Pero tú... —Tengo asuntos privados que tratar con la maestra Ravensoul. — ¿Y cómo piensas regresar? —Eso es lo que menos importa. —N...no —pero pronunciar esta simple palabra le costó un trabajo inmenso. La garganta se le apretaba al ver a las dos hechiceras paradas implacablemente la una frente a la otra. — ¿Qué va a pasar contigo? Todo lo que había dicho Agatha sólo confirmaba la teoría de Elena acerca de las verdaderas intenciones de Lennye para permanecer en la mansión.

—Estará bien, Alice, querida —la tranquilizó Agatha sonriendo. Alice sabía que si alguien aceptaba haber cometido un crimen como ese, por lo menos sería enviado a Runia para ser juzgado. Miró a Agatha con ojos suplicantes. ¿Cómo decirle, cómo explicarle que amaba y necesitaba a esa persona, que no podía hacerle daño bajo ninguna circunstancia? —Pero... —Nadie te está preguntando —esa había sido Lennye, quien entonces bajó un poco la vista para mirarle—. Vete de una vez. Eso fue todo. Alice le lanzó una mirada preocupada, cogió la capa, y se dirigió a la salida Una vez afuera, soltó el caballo de Lennye y se quedó unos minutos espiando la puerta, pero nadie entró o salió. Quería entrar, pero la regañarían de nuevo.

El camino de vuelta a Mist se hizo lento, pesado... y cuando se dio cuenta, estaba volviendo en la dirección contraria, de regreso a la Abadía. Excepto por el caballo negro de Agatha, el lugar ahora estaba vacío, por supuesto. Pero las pisadas no habían sido borradas del todo, y finalmente Alice pudo alegrarse de que esa fuera una tarde de lluvia. Las huellas de los zapatos de ambas salían del camino, cruzaban un llano, se adentraban en un brazo del bosque y subían. Subían hasta la montaña. Con el aliento agitado por subir una pendiente tan empinada, y con el rostro ardiendo por el calor de su cuerpo, Alice finalmente alcanzó el llano que las mujeres ocupaban. Una frente a la otra, la lluvia cayendo a cántaros encima de ellas, la capa de Agatha ondeando al viento.

Alice se escondió de inmediato entre unos arbustos espinosos, el ruido de la tormenta no le permitía escuchar nada de lo que se decían, pero ambas parecían agitadas. De fondo el bosque de Mist. Entonces Lennye empezó a murmurar con los ojos cerrados, extendió el brazo en dirección a la maestra y se produjo el sonido de una explosión y un intenso brillo de color blanco. Al desvanecerse, el cuerpo de Agatha estaba intacto, pero los árboles en varios metros alrededor habían sido reducidos a una lluvia de astillas y hojas que finalmente el viento voló. Alice se encontró a si misma conteniendo el aliento. Alrededor de Agatha, desde sus pies, empezó a ascender un humo negro que danzó alrededor de ellas, y finalmente envolvió a Lennye. Parecía no ser más denso que el aire, pero la joven Oficial se retorcía con desesperación, como si sus brazos estuvieran siendo atenazados.

Agatha observaba la escena con frialdad, pero de un momento a otro un dolor repentino pareció atacarla y su cuerpo se tambaleó. Al otro lado del campo, Lennye la miraba como si estuviera escrutando una presencia en la obscuridad absoluta, o como si intentara ver a través de ella. Alice advirtió con horror que la maestra se movía como si estuviera siendo golpeada por una mano invisible, hasta que finalmente cayó al piso. Lennye se acercó lentamente hacia su oponente, todavía rodeada de esa neblina negra que parecía bloquearle la vista. Desde su punto de vista, Alice pudo notar, sin embargo, como Agatha dibujaba algo en el suelo de tierra. Lennye estaba ahora a sólo unos pasos de ella. Una luz amarilla brilló en el suelo, y una línea de la tierra se levantó en una serie de puntas ascendentes que viajaron desde la mano de

Agatha hasta el lugar que ocupaba Lennye. Un gemido escapó de los labios de Alice, Lennye retrocedió de un salto, escapando por los pelos de esas estacas, y extendió su brazo nuevamente, haciendo la neblina desaparecer. Entonces Alice sintió como algo se aferraba a su cuello, y advirtió que Lennye no dirigía su mano hacia su oponente, sino que hacia la tercera persona que estaba con ellas esa tarde, hacia la intrusa, hacia ella. — ¿Sabes lo que tienes en el cuello? —pudo escuchar la voz de Lennye atravesando la lluvia en un grito— Es una gargantilla de Hades —dijo sin esperar respuesta. Alice no podía verla. Sólo sentía algo frío apretando su cuello, impidiéndole respirar. —Si quieres que el aire siga bajando por tu cuello en los próximos minutos, se una buena niña y ven aquí —Alice advirtió los ojos de Lennye se clavaban duramente en los de ella, penetrando su

escondite de ramas. Alice decidió que lo mejor era hacer lo que la joven decía, y lo hizo. — ¡Oh, por Dios, Alice! —Agatha ya se había recuperado y observaba la escena de pie e impotente —Haz lo que ella te diga. —Ven hacia mi —ordenó Lennye haciendo un gesto con la mano. Su mirada era tan amenazante como reprobatoria. Después de haber visto como esa mano hacía explotar medio bosque, no tuvo ni el más mínimo interés en rebelarse. Cuando llegó a su lado, Lennye hizo un movimiento leve y el material que la estaba asfixiando desapareció. De inmediato una daga se materializó en la mano de la hechicera, quien cogió a su rehén de un brazo, la atrajo hacia su cuerpo y la obligó a voltearse, acercando el frío y afilado metal a su cuello. Ahora podía sentir el cuerpo agitado de la

muchacha cerca de ella, su respiración agitada era indicio de la cantidad de energía que había puesto en la batalla, su mano izquierda se envolvía tenazmente alrededor de su brazo, los blandos pechos de la otra se pegaban a su espalda. Frente a ellas, Agatha observaba furiosa. —Déjala ir. Cuando llegue a la mansión esta batalla va a haber terminado. —No —y su brazo se aferró con mayor fuerza a ella. Pero entonces lo soltó y aquella mano bajó por su espalda. —Te he castigado hace pocas horas —Alice sintió como la mano izquierda de Lennye se posaba en una de sus dañadas nalgas—. Pero parece que no ha servido de nada —su nalga fue presionada y luego apretada con fuerza entre los dedos de la otra. Entonces Alice empezó a sentir un calor anormal en toda el área, reviviendo el dolor que la

Oficial le había causado hacía un rato. Se quejó en un gemido. Lennye la aferró por delante para que no escapara, pero el dolor continuaba. —Sólo me haces pensar que he sido muy blanda contigo —susurró Lennye a su oído—. Debería haber sido más severa. Quizás al menos así aprenderías a no espiar conversaciones privadas. Alice gimió y el dolor causó que sus ojos lagrimearan, pero no dijo nada, no se quejó ni le pidió que se detuviera. No. Después de haber visto lo peligrosa que era la hechicera, aquello era sin duda una caricia de su parte. Agatha observaba en silencio y con curiosidad. Pasaron un par de minutos. Cuando finalmente el dolor se detuvo, Alice lloraba y jadeaba. — ¿Entiendes ahora lo mal que estuvo venir aquí?

—S...si —respondió Alice sintiendo con toda intensidad el contacto de su cuerpo con el de ella. Pero no se arrepentía. A pesar del miedo lógico que debía sentir, su instinto se sentía encantado. Era al contrario, jamás se había sentido tan segura en presencia de nadie, deseado con tanta fuerza el cuerpo de otra persona, o sentido tanta compenetración con alguien. — ¿Qué haremos con ella? Un testigo aquí no es conveniente. —Que se haga a un lado y terminemos con esto —respondió la maestra—. Tengo una cena en un par de horas. —Muy graciosa, maestra. Pero no. Es usted la que está en desventaja teniendo yo un rehén aquí. —No me digas, niña —la desafió la mujer en tono despectivo— ¿Y qué vas a hacer con ella? Pienso que no eres capaz de hacerle real daño. Alice sintió los dedos de Lennye tensarse.

—No diga estupideces probarme, Excelencia?

¿Acaso

quiere

Y acercó con mayor intensidad la daga al cuello de Alice. Sintió el acero besar su garganta de manera amenazante. Sus movimientos eran firmes y decididos, un centímetro más y moriría. Quizás había sido muy benevolente al juzgarla. Quizás debería haber escuchado a Elena cuando le advirtió que un asesino entrenado no dudaría ni un segundo en matar. Pero Agatha sonreía. Volvió a levantar la mano en señal de ataque. Como advertencia, Lennye acercó mas el cuchillo, cortando su carne superficialmente, arrancándole una gota de sangre. Y aún así la amaba. Las lágrimas quemaban sus ojos, iba a morir, y lo único en lo que podía pensar era en el cuerpo de la chica que iba a causarlo. La amaba una y mil veces. Agradecía al menos estar cerca de ella. Sería una muerte dulce.

Pero entonces, para sorpresa se ambas, la mujer desvió la dirección de su mano, un poco abajo, hacia su derecha —la izquierda de ellas—, el lugar exacto que ocupaba Alice. Los dedos de Lennye se aferraron a ella con mayor fuerza, su cuerpo se tensó. — ¿Qué...? ¡NO!— escuchó un grito cerca de su oreja. En sólo un segundo pasaron mil cosas. Se sintió moviéndose hacia un lado, volando. Chocó contra la tierra. El golpe en la cabeza no le dejó pensar claramente por un momento, aunque oyó una explosión y luego un gemido, fuerte, claro, desgarrador, de Lennye Cuando volvió a mirar, Lennye sostenía su brazo derecho y Agatha sangraba. Su cuerpo estaba completamente cubierto de sangre. Tanto sus brazos como su rostro estaban cubiertos de color escarlata, pero se mantenía en pie, lo que era más de lo que podríamos decir de Lennye, que

gritaba de manera estridente, se tambaleaba y finalmente cayó de rodillas. A Alice le costó unos segundos darse cuenta de que ese daño que estaba recibiendo Lennye había estado destinado a ella. Y que había sido ella quien la había lanzado fuera del campo de batalla, intercambiando un golpe en la cabeza por eso que fuera que Agatha le estuviera haciendo. Sin bajar la mano, la maestra avanzó en dirección a su oponente. —Puede que yo sea una vieja tortuga de la Estirpe Negra, no así la maestra Salia. Si dices que vas a hacer algo es mejor que lo hagas. Cuando Lennye levantó su brazo de nuevo, Alice pudo notar que parecía estar cubierto de un material duro y resistente, como la roca. Este acto pareció costarle un inmenso trabajo. —Hécate —pronunció con lo que parecía ser el último aliento de sus labios. El campo de batalla se encontró sembrado de

pronto de árboles sin hojas, cuyas ramas como espinas se enredaban entre si, impidiendo el movimiento. Al intentar moverse, advirtió que los árboles que había alrededor de ella se enredaban en sus brazos y piernas. —No te muevas —escuchó la voz de Agatha, ahora muy claramente. Y entonces fue cuando advirtió que la lluvia ya no las alcanzaba. Miró hacia arriba para encontrar una bóveda “natural” provocada por las ramas de los árboles. Lennye jadeaba, Agatha se sentó tranquilamente en el suelo. La batalla parecía haber sido detenida por un momento. La maestra seguía perdiendo sangre, y de no haber resultado aterrador, habría resultado asqueroso. Si se consideraba el estado de ambas, sería Agatha quien moriría primero, debido a su incapacidad natural para curarse.

Pero entonces la maestra se puso de pie, tocó con una de sus manos sangrantes uno de los árboles, y las ramas y el tronco de este se tornaron de color escarlata. La piel de Agatha quedó al descubierto, como si el árbol hubiera absorbido esa sangre. La hechicera negra pronunció una palabra "Pesadilla", y el árbol desapareció en una lluvia de plumas negras, que volaron alrededor y finalmente atacaron a su contendiente. Cuando las plumas volaron lejos, Lennye no parecía haber recibido ninguna herida o daño notable. Pero para su sorpresa, sus brazos fueron liberados, los árboles volvieron nuevamente bajo la tierra, al lugar del que habían venido, y la lluvia volvió a caer sobre ellas. Lennye ya no mostraba señales de querer atacar, su cabeza se inclinaba en señal de cansancio, casi como si estuviera muerta, y

gimoteaba, llevándose la mano sana hacia su brazo hechizado. Agatha se acercó a ella y entonces, para su sorpresa, Lennye la miró a ella. Su rostro enmarcado por unos largos mechones empapados exhibía unos ojos inusitadamente sombríos. El corazón le empezó a latir con fuerza. ¿Iba a morir? Pero Agatha sólo se inclinó para cogerle el brazo, el cual de inmediato volvió a la normalidad. Segundos después, una serpiente de jade en enrollaba en la muñeca de Lennye. Alice ya las había visto antes, era una especie de hechizo que bloqueaba los poderes de un mago. —Has sido derrotada en un duelo de hechicería llevado a cabo según los lineamientos establecidos por los Cinco Círculos. Las leyes me permiten tomarte ahora como mi prisionera, bajo la Casa de la familia Ravensoul, servidores de la Orden de la

Estirpe Negra. Lennye dejó de gemir, y Alice se sintió tan aliviada como ella. La maestra pronunció su nombre y Alice supo que podía acercarse. Desde cerca, Lennye ofrecía un aspecto aún más desolado. —Lamento que tengas que ver esto —se disculpó Agatha—. ¿Estás bien? Alice asintió. Entonces dijo: — ¿Puedo curarte? —Pero tu no... sabes ¿O si? Alice sonrió. Entonces se descolgó su cuña de plata, cortó una letra en su palma y realizó el hechizo que Lennye le había estado enseñando. Agatha mostró gran sorpresa cuando de la mano de su ahijada se evaporó una neblina roja que la envolvió, cerrando sus heridas. —No están curadas del todo, pero al menos

dejarás de perder sangre. La lluvia pronto se llevó el resto de las manchas en su piel. — ¿Quién ha podido...? —pero entonces la respuesta vino sola a su cabeza y dirigió la vista a la joven Oficial que se arrodillaba frente a ellas— No... —El Proyecto Baphomet contenía memorias d e l sangreblanca más célebre de los Cinco Círculos, el maestro Kang. Sin mencionar las memorias de la maestra Iulia. Entonces Agatha se acercó a ella y la ayudó a levantarse. —Más te vale que no le hayas enseñado nada peligroso. Para sorpresa de ambas, Lennye aún guardaba fuerzas para reír. —Alice no tiene la personalidad para aprender Envenenamiento. Le he estado enseñando

Inducción Activa. ¿Está bien, no? Agatha la miró por un momento, antes de asentir. Y la lluvia, poco a poco, empezó a amainar. Caminaron hasta la Abadía en silencio. Agatha sostenía el brazo de Lennye y Alice caminaba al lado de ellas. Le había preguntado a Lennye si se encontraba bien, y la joven no le había respondido más que con un asentimiento de cabeza. Al consultarle a Agatha qué pasaría con ella, la mujer se había limitado a decirle que no se preocupara. Al llegar a las ruinas para recoger a sus animales, aprovecharon de hacer una parada para tomar un descanso. Fue la parte más bizarra de todo el día. Agatha secó las ropas de las tres con un hechizo, hizo que Lennye se sentara y pronunció un hechizo para hacer aparecer algo caliente para beber.

—Conozco maestros que habrían perdido la conciencia en un abrir y cerrar de ojos después de esta batalla —dijo Agatha cogiéndole el rostro para mirar las cuencas de sus ojos con una aprehensión médica. —Mátame de una vez, esto es innecesario. El sonido de su taza quebrándose las sobresaltó, ambas hechiceras miraron automáticamente hacia Alice, cuya expresión era de terror. —No... no lo hagas... —Pero mira lo que has hecho, has asustado a Alice —y limpió el suelo con un hechizo—. No te preocupes, Al. Nadie va a morir —y volteó para seguir examinándola. —No hay heridas. —Usted hizo un gran trabajo en no causarme ninguna. —Eso es porque temía hacer alguna herida que

fuera muy grave. No quería dañarte. Lennye la miró con extrañeza, con decepción. —Si tanto querías acabar con tu vida, lo pudiste hacer antes de que te bloqueara, lo que prueba que realmente no quieres. —No me está permitido atentar contra mi propia integridad física, lo que no significa que... — ¡Entonces haz el favor de callarte! —Vaya, maestra Agatha —le empezó a decir Lennye en tono de burla—. Por todo lo que había oído de usted, pensaba que era una persona más calmada —Y tú, Lennye Niflheim, has crecido para convertirte en la viva imagen de tu maestro. ¿Niflheim? No podía estar hablando enserio. Lennye bajó la cabeza, sus ojos parecieron apagarse. —Pase incontables horas a su lado... — murmuró ella.

Alice clavó sus ojos en la sangreblanca, examinando sus facciones. Lennye no había negado la acusación. No podía decir que era especialmente parecida a Saleth, porque todos los sangreblanca le parecían igual. Lo que era un terrible error de percepción de una persona sumamente torpe, porque de hecho si habían notables diferencias en cada familia. La familia Whitegrave no existía, Uriel había mencionado a un tal “Saleth” en referencia a ella, ¿Saleth Niflheim, el padre de otro hijo ilegítimo que era también un hechicero? Muy probablemente. Todo había empezado a encajar. —Es hora de regresar a la mansión —dijo entonces Agatha, haciendo aparecer también una capa para la Oficial—. Debes estar ansiosa por volver a ver a Amarett —le dijo a Alice. —No, no realmente —respondió Alice, sólo una persona llenaba sus pensamientos, y no deseaba llegar a la mansión, porque significaba

que se separaría de ella. Como Lennye se había negado a subir al mismo caballo que Agatha, Alice montó con la Oficial, para su agrado. Le ayudó a subir tal como la última vez, y ocupó el lugar a su espalda, tomando control de las riendas. — ¿De verdad está bien dejar que un prisionero tenga las manos desatadas? Agatha montaba su propio caballo junto a ellas, pero fue Lennye la que respondió primero, con voz suave. —A esta altura ya deberías saber que una Serpiente de Jade anula toda mi magia —le dijo mostrándole la pulsera que se enroscaba en su muñeca—. Sin mis poderes no soy nada. Entonces se dio cuenta de que con el movimiento del caballo, sus nalgas castigadas eran estimuladas, su rostro se contrajo con dolor.

— ¿Te duele? —No es nada comparado con el dolor que tú recibiste... ya sabes, cuando Agatha iba a atacarme. Sintió repentinamente como el cuerpo a su espalda se tensaba. —No malinterpretes mis acciones —dijo muy lentamente—. Me odiaría si un inocente muere por mi culpa. No te confundas. Al escuchar estas palabras, Alice volteó para mirar a Lennye. Era la primera vez que miraba con un tinte venenoso aquellos dos ojos grises, fríos e inexpresivos. —No me confundo —aseguró Alice. —Me alegro. Finalmente divisaron la fachada de la mansión. La lluvia ya se había detenido hacía rato y oscurecía cuando bajaron de sus caballos. Dimitri la saludó con una sonrisa mientras

escuchaba las instrucciones de su maestra de llevar a los animales a descansar. El aprendiz de hechicero que lucía un largo cabello rubio y un anillo de plata en la oreja izquierda había sido uno de los primeros seres humanos con los que había tenido contacto después de la guerra. Entonces no había sabido que su madrina ni sus sirvientes eran, en realidad, un clan de hechiceros. Alice observó las manos de Lennye ser esposadas mediante un hechizo, y su angustia fue tan grande como si sus propias muñecas fueran hechas prisioneras. Nada más entraron en el vestíbulo, las jóvenes que ahí había se levantaron de sus asientos y se inclinaron solemnemente. Había tanta gente que era obvio que ya se había corrido la voz de que estaba sucediendo algo fuera de lo normal. Elena entró precipitadamente comedor, casi de inmediato.

desde

el

— ¡Todo el mundo a sus habitaciones, vamos!

— ¿Maestra, qué...? —susurró Elena entre los murmullos de sus estudiantes que se retiraban decepcionados, pasando la vista de Lennye a su maestra. —Está bloqueada. Llévala a algún lugar donde pueda descansar. Dale atención médica. No le hagas preguntas ni la alteres. —Estás herida... —Después. Haz lo que te digo. Elena le lanzó una mirada de molestia a Agatha antes de obedecer y desaparecer con la prisionera por la puerta del Subterráneo. Alice sabía que se moría por hacerle tantas preguntas como ella. Pero por lo que había logrado llegar a conocer de los hechiceros, sabía también que no lo haría, que su obligación por la obediencia sería más poderosa. Debía bastar por el momento con el hecho de que la peligrosa hechicera misteriosa había sido capturada y la Señora del castillo lo tuviera todo bajo control.

Entonces una pareja de niños bajó por las escaleras. Serían un par de años menores que Alice. El hijo de Rafael era casi tan alto como Alice. Su cabello rubio platinado caía sobre un rostro pálido y de rasgos afilados. Sus ojos eran de una especie de celeste claro, pero ensuciado con tonos de gris, como si fueran de una calidad inferior a otros tonos de celeste. Aún así, tenía que aceptar que Amarett había mejorado su aspecto desde la última vez que lo había visto. La pubertad había golpeado su cuerpo y, poco a poco, empezaba a convertirse en un hombre. El largo pelo negro deflecado de la segunda persona enmarcaba un rostro de suave piel blanca. Sus dos ojos de color púrpura brillaban como dos joyas raras y preciosas en su rostro infantil y amable. — ¡Tú! ¿Por qué estás tú también aquí? Fey le sonrió y se precipitó hasta llegar frente a

ella. —También es un gusto saber que sobreviviste a la Masacre de Dragón, Alice Van-Krauss. Estoy estudiando magia, igual que tú. Fey había sido una ladrona durante casi toda su infancia. A pesar de que ahora parecía estar bajo la protección de la maestra Ravensoul, aún vestía ropas cómodas y ajustadas, como si una misión fuera a llamarla de sorpresa en medio de la noche. — ¿Tú sabes hacer magia? Fey le sonrió crípticamente. —Algún día te mostraré. —Mamá —dijo entonces el joven— ¿Estás bien? —Ámar —le respondió entonces su madre, sonriendo—, Alice ha recibido un golpe en la cabeza. Comprueba que no tenga heridas graves, por favor. —Primero te acompañaré a tu oficina —le dijo,

sin duda que su vista especialmente aguda había notado los restos de sangre en la ropa de Agatha —. Ustedes dos vayan a mi habitación ¿Quieren? —Cierra la puerta, Dimitri —ordenó la maestra Somn con una voz aparentemente calmada. Sin que el muchacho dijera palabra, la puerta se cerró con un sonido suave pero certero. Prácticamente de inmediato, los dedos de Elena se aferraron a su carne, y Lennye fue forzada a voltear. — ¿¡Qué pasó!? —exigió Elena. Los ojos negros y furiosos de Elena la enfrentaban mientras sus manos se aferraban con fuerza a sus hombros, causándole dolor. — ¿¡Tú le hiciste esas heridas a Agatha!? Al lado de la puerta, el muchacho que se llamaba Dimitri, observaba la escena aproblemado, pero quieto en su lugar. — ¡RESPÓNDEME!

—Si. Elena levantó suavemente, sin violencia, su mano izquierda enguantada hacia la cabeza de Lennye, y lo siguiente que esta supo fue que un dolor agudo penetraba su cabeza de un lado a otro. Elena la sostuvo para impedir que el dolor la tirara al piso. — ¿¡Por qué!? Te dejé entrar al castillo, te di mi confianza. Sus manos se tensaron con aun más fuerza a su carne, quemándola. —Por la Diosa, me estuviste espiando a cada segundo. Estas palabras sólo le valieron que el dolor aumentara, haciéndola gemir y gritar de dolor. —Basta... basta, por favor... —Dime —susurró la voz de Elena cerca de su oído, causándole escalofríos— ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué le hiciste daño a mi

maestra? Lennye fue consciente de que lanzó un grito bastante agudo, antes de lograr articular: —Pa... ra... me... duele. — ¡Elena! Al escuchar estas desplomó en el piso.

palabras,

Lennye

se

— ¿Qué estás haciendo? ¿Estás loca? Te dije que la trataras bien. Lennye pudo levantar los ojos penosamente hacia la figura de Elena, que se había quedado paralizada ante la maestra Ravensoul. —No me importa... —Ven —dijo pasando a su lado.

Ravensoul

suavemente,

y

Lennye dejó que sus ojos vagaran borrosamente por las dos figuras alejándose antes de que volvieran a caer sobre sus rodillas en el piso.

Las últimas palabras Ravensoul fueron:

que

escuchó

de

—Dimitri, confío en que tú puedes encargarte apropiadamente de estabilizarla. Volveremos en veinte minutos. Totalmente consciente de haber metido la pata en grande, Elena siguió a su maestra hasta una de las habitaciones vacías del castillo. Cuando la figura de Agatha se detuvo ante ella, y volteó, Elena bajó los ojos de inmediato. Agatha quizás no lo sabía todavía, pero el permitirle a Lennye infiltrarse en el colegio había sido culpa de ella, y encima había mandado a Alice, una sinestirpe frágil y descuidada a vigilarla. Cuando Agatha se enterara de esto, estaría furiosa. — ¿Estás bien? —preguntó Elena, notando las heridas que cubrían casi todo su cuerpo. —Alice aprendió Alquimia de Sangre...

—Lo siento, todo esto es por mi falta de vigilancia. —Quería decir que entre tus conocimientos de alquimia y los de ella, pueden ser capaces de curarme de una forma bastante satisfactoria. Aunque hubiera preferido que te encargaras de Lennye, como te pedí. — ¿La conocías? —Si — ¿Está relacionada de alguna forma con las Dagas, con la Guadaña? —No, mas bien es... de... de otra hermandad. — ¿De qué...? ¿¡Del Pacto!? —Si. Elena entonces levantó la vista, curiosa. Los ojos verdes de Agatha la miraban sin ningún dejo de enojo, molestia o indignación. Reflejaban tristeza y miedo. —En los años que nos conocemos —comenzó

Agatha suavemente—, en los veinte años que nos conocemos, jamás te he ocultado nada, he compartido contigo cada uno de mis secretos, como si fuéramos una sola persona. A excepción de uno. Uno que no me he atrevido nunca a revelar a nadie por miedo, por culpa y por vergüenza. Elena la miraba intensamente ahora, atenta a cada una de sus palabras. ¿De qué se trataba? —Cierra la puerta, esto sólo deben escucharlo tus oídos. Alice y Fey no se veían hacía meses, pero caminaron en silencio hasta la habitación de Amarett, que se ubicaba en la torre destinada a la familia, a pocos minutos de la oficina de Agatha. Por suerte Fey tenía cierta capacidad para percibir los estados emocionales de los demás y no dijo nada en aquel momento. Una vez entraron a la habitación tapizada en azul y celeste, Fey se sentó en la cama, y Alice

simplemente se acostó. — ¿Qué pasó? —Fue un duelo de hechicería —explicó Alice —. Esa niña que vino con nosotros es una hechicera muy poderosa. —Ya lo sé —respondió Fey—. Ya la conocía. Vino primero a nosotros y consiguió toda la información que pudo —le dijo Fey, evidentemente frustrada—. Pero obviamente yo no era la única. La maestra la conocía también. Si le hubiera dicho esto antes, nos habríamos ahorrado muchos problemas. Me siento fatal. Estas palabras le recordaron a Alice su propia culpa. —No podías saberlo. Yo si sabía cosas sumamente escalofriantes de ella, y aún así no dije nada. — ¿Y por qué no? Alice iba a abrir la boca, para intentar empezar

a contarle a todas las cosas que le habían pasado desde que había conocido a Lennye. — ¿Por qué no me dijiste que eras una hechicera? Me enteré de todo esto de la manera más traumática posible —le soltó entonces, enojada. Fey rió. — ¿Acaso pensaste que era una broma cuando Ryû fue acusado de practicar hechicería y expulsado de la Fortaleza de Dragón? —Pensé que se trataría de una estrategia política, nunca pensé... —Somos hechiceros —declaró simplemente. Unos instantes después, Amarett entró en la habitación. El joven curandero hizo pasar su mano por la cabeza de Alice, sin tocarla. Observó nuevamente los rasgos del chico. Aunque habían parecidos, Lennye era mucho mus

hermosa. —No son mas que daños menos —dijo finalmente Amarett—. Aunque has recibido varios golpes en otra parte del cuerpo —acotó sonriendo. — ¡Oye! Alice se puso de pie. —Gracias por curarme, ya me voy. — ¡Espera! Mamá quiere que vayamos a su oficina. Se supone que tú y Elena deberían oficiar de curanderas, dado los poderes de ambas. Yo no puedo usar mi magia con ella. Feliz de poder ser útil, Alice estuvo de acuerdo. Al golpear la puerta de la oficina de la directora de la escuela, Fey y Amarett estaban a su lado. Advirtieron que Lennye estaba atada en una silla en el centro de la habitación, guardada por Elena y Dimitri. Elena les dijo que se acercaran, y regañó a Alice por no haberle dicho que estaba aprendiendo Alquimia de Sangre. Alice se empezó

a disculpar, pero Agatha le dijo que dejara eso para después, se plantó frente a Lennye, le explicó que estaba siendo sometida a un sistema de detección de mentiras, y le empezó a hacer preguntas: — ¿Cómo te llamas? —Lennye Niflheim. Eso lo confirmaba. Lennye la había mirado al decir esto, y esbozado una de esas sonrisas de superioridad. Pues sabía que era algo que había querido saber desde hacía tiempo. Lennye Niflheim sonaba mejor que Lennye Whitegrave. —Dinos ¿A quién le has jurado lealtad? — continuó Agatha. —Al maestro Herbert Archer de la Estirpe Azul, sacerdote de la Hermandad de la Diosa, y líder del Proyecto Baphomet —confesó Lennye, y luego comenzó a darle instrucciones a Alice acerca de la manera correcta de hacer el hechizo curativo que estaba usando con Agatha.

Alice intentó obedecer, tratando de procesar todos esos nombres y títulos en su cabeza. — ¿Eso es todo? —También tengo vuestro emblema, pero jamás he hecho un Juramento de Lealtad con usted. —Quieres decir que si lo hiciste, no lo recuerdas. —Eso... —Y si no recuerdas un evento tan crítico como ese, es posible que hayas olvidado otras cosas. —No. No es posible. — ¿No? —No. No se por qué tengo este tatuaje en el brazo, pero no significa nada para mí, es como una cicatriz o una marca desagradable en el rostro. — ¿Fue Archer quien te educó? —Si. — ¿Tú también eres un miembro de la

Hermandad de la Diosa? —Si. Eso sonaba genial, novelesco. —Genial —se le escapó a Alice, antes de darse cuenta de que cinco pares de ojos se habían clavado en ella— ¿Qué? —No tiene nada de genial —la regañó Elena —. Y recuerden que lo que escuchen aquí no lo pueden comentar con nadie en absoluto. ¿Lo entienden? Con nadie. Débilmente, Alice y Fey asintieron levemente. Amarett contestó con un débil "si". — ¿Ellos te enviaron aquí? —Si — replicó, antes de seguir dándole instrucciones a Alice acerca de cómo ejecutar el hechizo. — ¿Por qué? —El maestro Archer dijo que vuestra vida ponía en riesgo el Proyecto Baphomet. Me ordenó

que os asesinara. Alice se sobresaltó ante esta revelación. Las teorías de los Van-Krauss habían estado más que acertadas. Se preguntó si Lennye tenía alguna idea de lo que opinaba Vanille de ella. Esta vez, con mucha mayor seriedad, Lennye volvió a clavar dos ojos sombríos sobre ella, como si se lo estuviera confesando, en realidad, a ella. Algo en su expresión tranquila le hacía pensar que Lennye también había querido decirle estas cosas desde hacía mucho tiempo, y se había limitado por una especie de código que parecía resultarle muy importante. — ¿Sabes dónde está tu maestro ahora? —Enterrado bajo las ruinas de nuestro templo. — ¿Está... muerto? —Lennye asintió—. Lo siento, no consideré esa posibilidad. —Antes de que pregunte, hasta donde yo sé, el resto de los miembros de la Hermandad de la Diosa están muertos también.

— ¿Todos? ¿Cómo pasó eso? —Fue... —Alice notó que los ojos de Lennye se angustiaban, y antes de que las lágrimas pudieran escapar de ellos, los cerró— fue un accidente durante una experimentación. Su voz se había vuelto grave y temblorosa. Quizás fue por esto, que Agatha se volteó hacia ellos y les dijo: —Ya Veo. Bien, con eso es suficiente, Alice, muchas gracias, querida. La conversación se va a poner intensa de aquí en adelante, así que será mejor que ustedes tres se retiren a descansar. —Estás excusada de las clases de mañana — había dicho Elena, antes de cerrarles la puerta de la oficina de Agatha en las narices—. Sólo recupérate. Pero su cuerpo no sentía ni hambre ni cansancio. Fey la invitó a su habitación. Alice se sentía rara y no quería bajar a las partes del

colegio que estarían llenas de alumnas. Por lo menos la habitación de Fey estaba en la misma torre en la que Agatha tenía su oficina y sus habitaciones. Ahí tomó un baño y se cambió de ropas. Por un momento se quedó acostada en la cama de Fey, preguntándose si Dimitri le diría dónde mantenían a Lennye. ¿Cómo se encontraría? Pero ese fue su error. Pues Fey sacó su flauta de madera de uno de sus bolsillos y empezó a tocar una melodía. Entonces recordó como la había visto calmar a un oso furioso de varios metros con esa misma flauta, y comprendió que esa música debía tener algo sobrenatural. Los párpados le pesaban. Las preguntas que quería hacerle a Lennye y su preocupación por ella empezaron a desvanecerse. Su cuerpo se empezó a relajar más y más. Sin siquiera energía para maldecirse por no haberse dado cuenta de la trampa, se durmió.

X Recriminaciones y besos robados. —Alice, Alice, despierta. — ¿Dónde estoy? —En mi cama, anoche... —Oh, si ¿Qué hora es? —Son las dos de la mañana. — ¿Qué pasa, por qué me has despertado? —Hace un rato le he llevado de comer a Lennye. Ya dejaron de interrogarla. Está en una celda del Subterráneo. Si quieres hablar con ella, ahora sería un buen momento. — ¿Cómo la encuentro? Fey le empezó a dar instrucciones de como llegar. Un poco después, mientras ella se acostaba, Alice notó que había puesto una llave sobre la cómoda de su habitación. Alice miró disimuladamente a Fey, quien le daba la espalda

mientras se sacaba los calcetines, y la cogió en un movimiento rápido. La mansión dormía mientras Alice se movía con el más mínimo cuidado entre sus corredores. Entró apresuradamente en la cocina y cerró la puerta. Los hechiceros podían hacer fuego con su magia, pero ella necesitaba usar fósforos, así que se demoró unos minutos en encender un fuego en una de las chimeneas, para sentarse ante él mientras reflexionaba sobre el asunto. Las imágenes de tarde recién pasada se agolpaban en su cabeza: la humillación sufrida dentro de la tienda, el beso, Lennye poniendo un cuchillo en su cuello, y luego salvándole. Estaba a punto de colarse a la celda de Lennye. El problema era que Lennye podría no darle ya el trato amigable que le había dado antes, mientras eran una especie de "cómplices". Por otro lado, Alice estaba noventa y nueve por ciento segura de que poseía la llave a su celda. Eso le permitiría

escapar. Pero si lo hacía, Fey podría terminar metida en serios problemas. De cualquier forma, si pudiera olvidarse de Fey por un momento... no. Dejar escapar a Lennye sería lo último que haría. La quería cerca de ella, la quería prisionera mucho más que cualquier persona dentro del castillo. Lennye la había regañado por haber interferido en el duelo, pero si no hubiera sido por Alice... Alice no se imaginaba una posibilidad en la que ambas hubieran sobrevivido. Si. Si lo pensaba con cuidado, su intrusión bien podría haber significado la diferencia entre la vida y la muerte de Lennye. Era definitivo. Esta vez era Lennye quien había actuado estúpida y egoístamente. Así que, por lo menos, Alice tendría autoridad para bajar hasta las mazmorras y regañarla. La duda la asaltó un momento, al enfrentarse a los oscuros pasillos del Subterráneo: la verdadera

Mansión. Pero su impulso por ver a Lennye era demasiado fuerte, así que avanzó en la oscuridad hasta el lugar que Fey le había indicado. —Lennye. — ¿Qué haces aquí? Al levantarse de la cama en la que reposaba, Alice notó que aún llevaba las manos esposadas. — ¿Qué te han hecho? ¿Estás bien? — preguntó mientras abría la puerta de barrotes de acero y la atravesaba. —Alice... no deberías estar aquí, te puedes meter en problemas. —Quería... necesitaba verte. —Oh, Al ¿Después de todo lo que viste, después de todo lo que escuchaste? —Todavía te quiero —declaró profundamente, cogiéndole las manos—. Podemos huir si es necesario, huir ahora mismo. Lennye se alejó de ella y se sentó, con la

mirada ausente. — ¿No lo entiendes aún? Me enfrenté en un duelo a muerte y perdí. No sólo por eso, sino que por otras razones, ella está en todo su derecho de matarme. Por eso, lo mejor, es que te vayas ahora mismo y te olvides de mí. —Entonces, vayámonos a algún otro lugar. —Basta. No quiero escuchar eso. Alice se paseó por la celda, agradecida de que la hechicera no la obligara a irse. Como Fey había dicho, se trataba de una celda para prisioneros políticos. Por lo tanto era un lugar tan cómodo como cualquiera de las habitaciones de arriba. — ¿Ahora me dirás lo que está pasando? —Hay cosas que aún no entiendo, pero pregunta lo que quieras. — ¿Eres una Niflheim? —Eso es lo que me dijeron mis maestros. La

maestra Ravensoul me lo confirmó esta noche. Pero todos ellos coinciden en que sería peligroso si me hiciera exámenes de sangre. — ¿Qué mas? —Me enviaron a asesinar a Agatha. —Eso ya lo dijiste. Fey dijo que te habían golpeado. —No es nada —dijo simplemente Lennye. — ¿Te torturaron? —preguntó acercando sus manos al rostro de la otra. —Estoy perfectamente bien, Alice. Creo que sólo estás inventando amenazas en tu mente para respaldar tus deseos de venir a verme. No me toques ¿Bien? —Pero si tú misma dijiste que no sabías qué pasaría contigo —dijo Alice insistiendo en tocarla. —Tonterías. Creo que ya es hora de que regreses a tu habitación. — ¿Entonces no te importa? ¿No te importa si

después de este instante no nos volvemos a ver? —Tranquilízate. Mira, estás entendiendo mal las cosas —le susurró—. Ayer quizás fue el último día para nosotras. Me alegra que haya sido especial —el tono de su voz bajó aún más—. Y espero que lo guardes en tu memoria, como un precioso recuerdo... —No... —Como un precioso recuerdo que no sea más que un tesoro cuando estés felizmente enamorada de otra persona... — ¡No! —Ahora vete. —No... —volvió a decir Alice, pero esta vez su voz era tranquila. —Alice... ¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame! —No estás en posición de negarte. —Alice Van-Krauss, detente ahora mismo. —Nunca me había fijado... te ves muy hermosa

cuando estás indefensa. — ¡Basta, suéltame! —Como esta tarde, cuando gemías mientras Agatha te atacaba. Alice desabotonó la camisa de la otra, introduciendo sus manos, sintiendo sus pechos. —Estuve pensándolo. No tienes derecho a quejarte. Si no fuera por mí, ahora es muy probable que estuvieras muerta ¿No? ¿Cómo crees que me sentiría? —Entiendo que estés enojada, lo podemos discutir. Pero si te dejas llevar así sólo empeorarás todo. Tus sentimientos por mi... —No lo entiendes ¿Verdad? —preguntó Alice imitando el tono de ella—. Estoy perfectamente calmada. Y, además, no te estoy preguntando. Alice sintió entonces una mordida en la mano con la que sostenía su rostro, de inmediato sus piernas fueron desestabilizadas de una zancadilla.

Luego de golpear el piso, Alice se levantó, frotándose el labio sangrante. Lennye estaba de pie, su actitud era virginal y agraviada. —No seas estúpida. El estar atada no anula mi personalidad. Agatha es una hechicera consumada. En cambio tú eres una mocosa que todavía necesita aprender modales. —No has respondido a mi pregunta. ¿¡Acaso no te importa cómo me habría sentido si te hubiera pasado algo!? —Por favor, aléjate —dijo retrocediendo un poco—. Ve afuera, cálmate. — ¿Para qué? —Respondió Alice con resentimiento— ¿Para que cuando vuelva te hayas ido? ¿Para que regrese y descubra que te han ejecutado? —Quizás es mejor así. Yo no soy para ti. —No.

Alice se acercó a ella y la aferró por los hombros. —Todo este tiempo, lo único que has hecho ha sido atentar contra tu vida. La mayor amenaza eres tú. No tienes ningún derecho a decirme qué hacer. — ¡No eres más que una niña desvergonzada que busca excusas para hacer lo que quiere! Si tuviera las manos desatadas, te estaría dando unos buenos azotes y tú estarías llorando. —Que bueno que no es el caso —respondió Alice burlescamente y la arrastró a la cama, entre forcejeos, golpes y quejas de la otra. Lennye mantenía los ojos cerrados y una actitud de virginal resignación al ser acostada de espaldas en la cama, mientras que Alice mantenía una de sus rodillas entre sus piernas. —La maestra se enterará tarde o temprano. —No me importa. —Creía que por lo menos había logrado

enseñarte a pensar las cosas con calma —dijo Lennye, poniéndole un tono de teatral decepción a sus palabras. —Las cosas vienen y se van. Hay que tomarlas antes de que sea demasiado tarde. —Alice... no vas a obtener satisfacer tu orgullo a partir de un acto como este. Por muy molesta que estés. La chica desabotonó del todo la camisa, comprendiendo que no iba a ser capaz de quitársela. Una de sus manos se introdujo bajo la túnica de la otra, deslizándose por esa piel blanca como la leche que tantas veces había visto relucir al sol con deseo contenido. La otra mano la empujaba sosteniéndola contra la cama. Alice no pudo dejar de notar lo mojadas que estaban las bragas de Lennye.

—Vaya que eres hipócrita —le soltó jugueteando con sus dedos entre la cálida abertura que le ofrecía la entrepierna de la hechicera—, tu cuerpo ha estado disfrutando todo este tiempo mientras tú te niegas. El tener las manos esposadas no le permitía realizar muchos movimientos, pero si le permitía moverlas en un arco horizontal que abarcaba el rostro de Alice, y lo hizo con fuerza. No fue un golpe muy estético, pero si muy doloroso, pues sabía a acero, al peso extra de una segunda mano, y a agravio. — ¡Limpia tu boca antes de hablar de mí! Como respuesta, Alice sujetó con fuerza las muñecas de Lennye, causándole el mayor dolor posible, y las ató a las barras de bronce de la cabecera, con uno de los cordeles de las cortinas. Las clases de tratamiento de prisioneros podrían calificarse como las más útiles de todo el programa de estudios del Colegio Ravensoul.

—Quizás no te has dado cuenta, Lennye —le espetaba Alice mientras aseguraba con fuerza las muñecas de la otra—, de que no estás en posición de estar dando lecciones, ni de regañarme. —Eres tú quien no lo entiende —replicó Lennye con voz sumamente seria, mientras Alice aprovechaba la libertad de sus manos para cogerse el rostro donde Lennye la había golpeado—, la obediencia no se impone tiranizando a los demás, ni oprimiéndolos, ni atándolos: se gana, sinestirpe maleducada, se gana con respeto. Aunque sabía que se merecía esas palabras, "sinestirpe" todavía seguía siendo un insulto muy doloroso. Quiso abofetear a Lennye, después de todo, ella lo había hecho primero. Pero entonces se dio cuenta de que no se atrevía. En lugar de eso, acercó su boca a los labios de ella, y la calló, robándole un beso. Lennye mantenía las mandíbulas cerradas, y Alice las forzó a abrirse haciendo presión con una

de sus manos. Pero no era capaz de mantenerlas totalmente inmóviles y el mordisco en sus labios no se hizo esperar. — ¡Ay! —Alice se incorporó con el labio sangrando ahora aún más. Las lágrimas aparecieron en sus ojos. Llevó su mano hacia la herida, mirando a Lennye con enojo. —Eres tú quien debería aprender modales —le dijo Alice con la voz cargada de maldad, mientras metía su mano por debajo de la falda de la otra, aprisionando su vulva con las uñas—, y a respetar a quien tiene poder sobre ti. Lennye se empezó a reír de ella a plena voz, aunque las carcajadas se empezaron a mezclar con gemidos de dolor conforme Alice aumentaba la presión de sus uñas. — ¿Tú, Al? No me hagas reír. Esto sólo hizo enojar más a Alice, quien se decidió a introducir sus dedos violentamente en la

vagina de la otra, causando que una mueca de dolor y pudor pintara su rostro. Lennye intentó reprimir sus gemidos, pero el tono de su voz había cambiado y delataba el calor que su cuerpo estaba sintiendo. —No... no hagas esto... por favor... basta — pidió Lennye, entre gemidos y jadeos—. Te vas a arrepentir. — ¿Me vas a castigar, Lennye? —se burló Alice, introduciendo aún más su mano en el tibio y húmedo sexo de la hechicera, cuyo rostro se contraía, intentando desaparecer las sensaciones que empezaban a crecer en su cuerpo. —Nadie... lo va... a ah... ahh... hacer — respondió la chica abriendo sus ojos llenos de lágrimas. Si Lennye supiera lo hermosa que se veía. —No... tú.... tú misma... Alice —a Alice le desagradó el tono de la muchacha y empezó a aumentar el ritmo de sus caricias, para impedirle

hablar y para así castigarle. Lennye rió ligeramente al darse cuenta de esto. —Tú... tú mismas... ¿Sabes? Al... algún día... mirarás atrás y... te darás... cuenta... de que... —Cierra la boca —soltó Alice, mientras estampaba la palma de su mano contra los labios húmedos de Lennye—. No necesitas hablar, basta con que pueda escuchar tus gemidos ahogados por el resto de la noche. Pero Alice no pareció pensar lo mismo unos segundos después. Las palabras de Lennye podían ser dolorosas, pero sin ellas, la estancia se volvía aterradoramente silenciosa y Alice se hacía demasiado consciente de lo que estaba haciendo... de que estaba mancillando a una de las personas que mas había querido en su vida. —Habla, por favor —rogó—. O me volveré loca.

La mirada de Lennye no fue de regaño, fue de lástima. —Puedes... puedes detenerte cua... cuando quieras. —No, ya no hay vuelta atrás —aseguró la muchacha, tocando la piel de Lennye con la otra mano, suavemente. Sus dedos llegaron a la parte de piel que había recibido un castigo hacía pocas horas, las marcas eran finas. Los gemidos de excitación de Lennye llenaban toda la habitación, y se mezclaron con un quejido cuando Alice hizo esto. —Agatha si que sabe tratar a sus trofeos —dijo Alice, enojada, acariciando la piel marcada de la sangreblanca, detestando por unos minutos a Agatha, por haber tocado algo que era suyo. —No hizo... ¡Basta!... nada fuera... de la ley. A diferencia tuya.

Esta última frase le valió que Alice tomara con su mano la piel herida y la apretara con fuerza, causando que Lennye soltara un grito de dolor, y luego se mordiera el labio. —Eres una bestia —aseguró—, desea... desearía po... ahh... poder da... darte... tu... merecido. Alice acercó su boca cerca de los labios de ella, cuidándose de no ser mordida de nuevo. —Entonces huye conmigo —pidió, suavizando por un momento el roce de su mano entre las paredes del sexo de la joven, para que hablara. — ¿Y quién me quitará esta Serpiente de Jade? ¿O planeas matar a la maestra mientras salimos de aquí? —Lennye sonrió— No, no huiría, y menos contigo. Has probado no ser de confianza. La mano de Alice volvió a estimular cruelmente la piel herida de Lennye. Sin verdaderamente atreverse a azotar o golpear la piel de una Oficial que había castigado la suya en

varias ocasiones por razones totalmente rectas y justificables. Lennye no tenía derecho a decir que Alice no le tenía respeto. —Pero lo consideraste un momento —sugirió Al—. Así como consideraste protegerme del hechizo de Agatha y lo hiciste —su mano volvió a aumentar el ritmo, no deseando que Lennye perdiera su excitación. — ¿Con qué te golpearon? —preguntó Alice, deseando imaginar el momento en que Agatha hacía sufrir a la chica que había resultado ser su propia aprendiz. Lennye desvió la vista. —No voy a contribuir voluntariamente a tu excitación —respondió con solemne castidad. Alice volvió a repasar las marcas en sus nalgas. —Parece ser una varilla muy fina —dedujo sonriendo con perversidad—, entre un metro y un metro y medio. Apuesto a que gemiste un montón

mientras Agatha lo hacía —agregó, hundiendo su dedo índice en la carne. No había sido abierta, y permitía esa clase de maltratos. —Habría sido de pésimo gusto —acotó Lennye con una sonrisa de superioridad, dejando implícito que sólo Alice haría algo tan maleducado. — ¿Y cuál sería la gracia, entonces? ¿Por qué lo haría Agatha? La sonrisa no se borró de los labios de Lennye. —Creo que en un momento se cabreó un poco porque empecé a responderle de manera sarcástica —recordó Lennye esbozando una sonrisa en los labios—. Y como se supone que soy su... Juramento de Lealtad, debió sentir que necesitaba equilibrar la falta de respeto para no perder la autoridad ante sus aprendices. Esa fue la primera vez que se dio cuenta de que Agatha tenía que caerle realmente mal a Lennye para que hablara de ella de esa manera. Primero pensó eso, pero de inmediato recordó a Leonora.

Ella solía hablar sarcásticamente de Elena a sus espaldas y criticar cada cosa que hacía, y Alice estaba segura de que tenía una razón para hacerlo, pero también cuando estaba frente a ella, parecía derretirse en su presencia, y Alice estaba segura de que esa parte de ella tampoco era fingida. ¿Podría pasarle algo parecido? —No dejaré que te hagan nada —aseguró Alice—. Eres demasiado bella e inteligente como para que puedas alejarte. A pesar de que no te lo mereces, me quedaré aquí, haciendo guardia hasta la mañana. Mientras decía estas palabras, volvía a aumentar la intensidad de las embestidas de su mano, mientras que con la otra tocaba su clítoris. Lennye no se hallaba capaz de hablar, y sus gemidos llenaban todo la celda, haciendo eco en el corredor. Su espalda se arqueaba mientras recibía la electricidad intensa en cada terminal nerviosa de su sudado cuerpo.

Alice tuvo el atrevimiento de besar sus labios y no los encontró tensos o fríos. Estaban cálidos, sedientos, suaves y dulces. Incluso más dulces que aquella misma tarde. Mientras lo hacía, sintió como las paredes de ella se contraían alrededor de sus dedos, y luego los liberaban, soltando con ellos una ola de líquido tibio. Mientras la besaba, su boca resultaba celestialmente sumisa. Retiró la mano y la limpió en su propia ropa (que en realidad era de Fey), separó por un segundo sus labios de los de ella, y dijo: — ¿Qué tal? —No me hables —respondió Lennye, cerrando los ojos—. Has sido expulsada de mi beneplácito. Pero no se resistió cuando Alice volvió a besarla. Incluso Al sentía que deseaba buscar los labios de la otra y se contenía por proteger su moral y su decencia.

Alice tapó con una manta el cuerpo desnudo y sudado de Lennye, y se quedó unos minutos sintiendo la respiración agitada de la otra disminuir paulatinamente. —Es mi primera vez tocando a una mujer, pero me instruido con los libros de Riham. — ¿Quieres que te felicite? Forzar a alguien no es nada digno de aprender. Alice suspiró. Lennye volvía a recuperar el uso del sarcasmo y de sus demás facultades mentales. "Y pensar que resultaba tan adorable hacía sólo un momento" pensó. De todas formas no iba a poder dormir. El alba se debía estar acercando y dudaba que la excitación contenida en su cuerpo la dejara descansar. Se valió de una de las trabas para el pelo que había en uno de los bolsillos del vestido de Fey para abrir las esposas de acero que Lennye tenía en sus muñecas.

El "click" aceleró su corazón, indicándole que debía salir inmediatamente de ahí. Saltó, corrió, cerró la puerta de la celda, y cuando volteó, se encontró frente a frente con Lennye, sólo separadas por las rejas de acero. Alice retrocedió todo lo que pudo, chocando contra la pared contraria, mientras los brazos de Lennye se estiraban, ahora libres, aunque con los restos de sus cadenas de cuerda y la muñeca derecha sosteniendo las esposas abiertas a la mitad. —Buena decisión —dijo Lennye, mirándola con ojos asesinos, sin poder alcanzarla. Y pensar que había considerado quedarse otra hora, hasta que se sintiera bien. — ¿E... estás bien? Lennye se limitó a mirarla fijamente e hizo un movimiento con la mano. —Ven, Alice. Te has portado mal. Has tenido

la amabilidad de liberar mis manos, así que permíteme devolvértela propinándote la paliza que te mereces. Alice tragó saliva y se encogió aún más contra la pared. —Sólo te liberé para que te recuperes. Eres tú quien ha sido egoísta y desconsiderada, y te lo merecías. Lennye se quedó mirándola fijamente, mientras retiraba la cuerda de sus muñecas. —Estaré aquí mañana y hablaré con Agatha. No permitiré que te hagan nada —aseguró. Y dicho esto, se escabulló en dirección al corredor principal, sin darle la espalda a Lennye hasta que estuvo al menos a cinco metros de distancia (nunca se sabía lo mucho que podrían alcanzar los brazos de alguien enojada), y volteó para correr y desaparecer en la obscuridad. Al alba, Agatha entró en el Subterráneo de su

castillo. Alice Van-Krauss estaba durmiendo profundamente en uno de los nichos del corredor principal. Si entendía bien lo que había inferido entre las reacciones de ella y las de Lennye, una especie de amistad se había formado entre las dos muchachas. De todas las cosas extrañas y maravillosas que había podido esperar de la vida en su juventud, esa era una que nunca había considerado. Deseaba que Úrsula o Rafael siguieran vivos para compartir su gozo con alguno de ellos. Lennye estaba sentada en su cama, despierta pero con los ojos cerrados, tal y como Agatha la había dejado la noche anterior. — ¿Tuviste una buena noche? —No dormí en lo absoluto —respondió débilmente la voz de la chica. Cuando Agatha entró en la celda, Lennye se puso de pie de inmediato. Mas que como una señal de respeto, como una reacción defensiva.

—Eso no es necesario. No te voy a hacer daño. —Anoche me azotó. —Si. ¿Acaso las sacerdotisas no te enseñaron modales? —No creo que haya nada de malo en reírse un poco de la gente —replicó la jovencita, esbozando una ligera sonrisa. A Agatha le sorprendía lo mucho que Lennye podía parecerse a Archer, a pesar de que no compartían ningún parentesco, tenían los mismos largos y finos dedos y la misma sonrisa fría y escalofriante. Agatha elevó ligeramente la mano para abrir con un hechizo la cerradura de sus esposas. Lennye se las comenzó a quitar. Cuando advirtió que Agatha había llamado también a su Serpiente de Jade, Lennye levantó los ojos, para mirarla con sincera estupefacción. —Es verdad que no tengo nada que ver con tu hermandad, pero conozco cosas de tu pasado que

creo que te gustaría escuchar. Cosas importantes, cosas que sé que has olvidado. — ¿Es necesario desbloquearme para decirme estas cosas? ¿Entiende que es mi misión matarle? Agatha sonrió interiormente. Ambas sabían que no haría nada, lo que parecía irritar a Lennye. —Si, pero prefiero que estés así. Luego de decir esto, Agatha comenzó a caminar a la salida. Segundos después, notó que Lennye la seguía. — ¿Sabes qué hace ella aquí? —preguntó Agatha, al pasar cerca de Alice, que dormía plácidamente. —Creo que estaba aburrida anoche — respondió Lennye, con voz desinteresada. — ¿Te gusta ella? —Se atrevió a preguntar Agatha— ¿O... es muy inmadura para tu gusto? — ¿Me pregunta esto porque soy una Niflheim o porque soy una sangreblanca?

—No, no, es por lo que vi ayer. Te sacrificaste por ella. —No lo sé —respondió simplemente Lennye, con voz cansada—. Empiezo a pensar que fue un error. Si alguien pudiera haber visto la escena desde lejos, sin escuchar lo que ambas mujeres se decían, habría visto a Lennye y a Agatha salir del castillo, y caminar entre la nieve que había empezado a caer la madrugada anterior, internarse en los árboles y desembocar en un largo campo sembrado con piedras talladas, lápidas y estatuas. Las dos mujeres caminaron por el cementerio, hasta que finalmente alcanzaron una parte especialmente cuidada de este, y se detuvieron ante una tumba que tenía la particularidad de no tener ningún nombre grabado sobre ella, la figura de un ángel tallado con líneas simples y rudimentarias, era lo único que la hacía particular. Agatha había hablado durante todo el camino,

y cuando se detuvieron ante la tumba, siguió hablando. Lennye mantenía los ojos sobre la lápida y observaba los contornos de la figura con interés. Lennye no volteó a mirarla en ningún momento, tampoco habló gran cosa. Sencillamente, en un momento, la mirada se le empezó a ablandar, hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas. Casi de inmediato, cayó de rodillas ante la tumba, llorando desconsoladamente, aferrando con desesperación la nieve y la tierra que había sobre la tumba. Agatha la observó casi todo el rato en silencio, satisfecha. Hasta que en un momento se atrevió a acercársele y posar la mano sobre el hombro de la muchacha. Entonces intercambiaron unas palabras. Agatha esperó algunos minutos a que Lennye se calmara, antes de ayudarla a levantarse. Entonces, ambas caminaron de vuelta hasta el

castillo, y desaparecieron por la puerta principal. Cuando Alice despertó ya era de día. Notó que no había nadie en la celda de Lennye, e infirió que cualquier cosa que pudiera de haber pasado, tuvo que haber pasado mientras dormía. Pasando de largo entre las estudiantes que iban a clases, subió hasta la cima de la torre en donde estaba la oficina de Agatha. Luego de entrar, intercambió unas palabras con Agatha, quien le preguntó acerca de su presencia en el Subterráneo. Alice le dijo que se había escabullido en la noche, robándole a Fey la llave de la celda, para ver a Lennye. Sólo entonces Alice advirtió que había alguien mas en la habitación, al ver el codo de alguien levantándose para sorber té. Alguien velado por el respaldo de un sillón. — ¿Es eso verdad? —había preguntado la maestra.

Alice iba a responder que sí, pero se dio cuenta de que la pregunta no iba dirigida a ella. La figura se puso de pie, revelando el blanco y largo cabello que Alice conocía y, al voltear, mostrando un rostro de burla, de superioridad y de interés en la recién llegada. —Si, maestra. Agatha volvió a mirar a Alice con ojos serios. —Ya conoces a mi aprendiz, pero déjenme presentarlas oficialmente. Lennye, esta es la hija de mi buena amiga de juventud, Úrsula VanKrauss, Alice. Ojalá Úrsula viviera para ver este momento, estaría tan encantada como yo de que su hija hiciera amistad con una de mis aprendices. Alice, después de Elena, esta es mi segunda aprendiz, la Oficial Lennye Niflheim, de las Estirpes Negra y Azul, quien desde hoy se quedará en el castillo. Acércate, Lennye. —Pe-pero... no se suponía que... —Lo de ayer ha sido un gran malentendido —

respondió Agatha, sonriendo de la forma mas cordial del mundo—. Afortunadamente nos hemos sentado a conversar y hemos llegado a un acuerdo satisfactorio ¿Verdad? Alice se quedó de piedra mientras Lennye avanzaba hacia ellas con una expresión perfectamente compuesta, un atuendo impecable y hasta el último pelo de su cabello en el lugar preciso en el que debía estar. —Si. Son increíbles las cosas que se logran cuando dos personas cooperan resolver sus diferencias de manera civilizada —dijo Lennye, fijando sus ojos en Alice. —Desde ahora ya no necesitan esconderse para practicar Alquimia de Sangre. Lennye se había detenido ante ella, y seguía fijando sus ojos en Alice, sin decir nada. — ¿Entonces no estás molesta porque hayamos ocultado nuestra... nuestra amistad? —Eso ya está en el pasado. Ahora pueden

hacerse tan amigas como quieran, y continuar las buenas relaciones que siempre han existido entre las familias de ambas. —Por supuesto —replicó Lennye con voz grave, esbozando una sonrisa sombría—. Siempre es un honor tratar con una señorita dulce y educada de la Alta Familia de la estirpe VanKrauss. —Ustedes... quizás, quiero decir, tengo algunos asuntos que resolver en la oficina de Elena. Las dejaré para que se pongan al día. Agatha de verdad parecía no haberse enterado de nada, o estarlo dando un significado mucho más benigno del verdadero a la preocupación de Alice (y a su presencia en el subterráneo). — ¡No! No es necesario, ya debe ser hora de desayunar, de cualquier mane— ¿No escuchaste a la maestra Agatha, Alice? Dijo que le gustaría que fuéramos amigas ¿No te gustaría decepcionarla, o sí?

—Si, si, mis niñas —coincidió Agatha, regalándole a Alice una sonrisa dulce antes de alejarse hacia la puerta—. Las dejo en su casa. Y con estas palabras abrió la puerta, y cruzó el umbral. Un segundo después, la puerta se cerró de una forma aún mas fatal de lo que había sonado la puerta de la Biblioteca Roja, cuyo sistema de inteligencia artificial la había tratado de matar en un pozo frío y oscuro, cientos de metros bajo tierra. Se había quedado a solas con Lennye. Continuará.