El Afgano - Frederick Forsyth

libroDescripción completa

Views 263 Downloads 139 File size 2MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

EL LEGADO DEL FIN DEL MUNDO

Miguel Ángel Muñoz Ogáyar

Diseño de cubierta: serestauranrecuerdos Obra base: Adán y Eva con Caín y Abel (Lorenzo de Ferrari, 1680 – 1744) Maquetación E-book: serestauranrecuerdos Si desea más información sobre el libro, puede obtenerla en: http://www.ellegadodelfindelmundo.com http://www.facebook.com/ellegadodelfindelmundo

A mi hija, que aunque aún no comprende, ha tenido que compartir a su padre con toda clase de criaturas demoníacas.

“Hic sunt dracones”

PREFACIO

Cuentan las crónicas que en el año 68 d. C. en las calurosas y húmedas tierras cercanas a la desembocadura del Wadi Qumran en el mar Muerto, un grupo de esenios, que se denominaban así mismos “yajad”, se asentaba en las antiguas ruinas. Poco antes de que todo fuera devastado por las legiones romanas, lograron ocultar la mayor parte de sus textos sagrados y estudios teológicos, en las cuevas de los acantilados que estaban cerca del oasis de Ayin Feshja. No existen evidencias de cómo supieron del ataque con tiempo suficiente para transportar las vasijas con los manuscritos, lo único cierto es que nunca volvieron a buscarlos… Históricamente algunos de estos escritos fueron descubiertos en el año 1947 por pastores beduinos de la tribu Ta’amireh, y en posteriores excavaciones dirigidas por el Servicio Arqueológico Jordano en colaboración con el Museo Arqueológico de Palestina. El mundo los conoce como los Rollos del Mar Muerto.

Lo que las crónicas parecen haber olvidado es que años atrás, en enero de 1901, un antecesor de los tres pastores que aseguraron encontrar por casualidad los textos en las cuevas de Qumran, realizó el hallazgo más importante de todos, un manuscrito que cambiaría el curso de la historia para siempre… …los pocos que llegaron a saber de él lo llamaron “El Legado del fin del mundo”.

PRIMERA PARTE “LEGADO”

“ Inminencia del castigo final. Vi también a otro ángel poderoso, que bajaba del cielo envuelto en una nube, con el arcoíris sobre su cabeza, su rostro como el sol y sus piernas como columnas de fuego. En su mano tenía un librito abierto. Puso el pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra, y gritó con fuerte voz, como ruge el león. Y cuando gritó, siete truenos hicieron oír su fragor. Apenas hicieron oír su voz los siete truenos, me disponía a escribir, cuando oí una voz del cielo que decía: «Sella lo que han dicho los siete truenos y no lo escribas». Entonces el Ángel que había visto yo de pie sobre el mar y la tierra, levantó al cielo su mano derecha y juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó el cielo y cuanto hay en él, la tierra y cuanto hay en ella, el mar cuanto hay en él: «¡Ya no habrá dilación! sino que en los días en que se oiga la voz del séptimo Ángel, cuando se ponga a tocar la trompeta se habrá consumado el Misterio de Dios, según lo había anunciado como buena nueva a sus siervos los profetas.» El librito dorado. Y la voz del cielo que yo había oído me habló otra

vez y me dijo: «Vete, toma el librito que está abierto en la mano del Ángel, el que está de pie sobre el mar y sobre la tierra.» Fui donde el Ángel y le dije que me diera el librito. Y me dice: «Toma, devóralo; te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel.» Tomé el librito de la mano del Ángel y lo devoré; y fue en mi boca dulce como la miel; pero, cuando lo comí, se me amargaron las entrañas. Entonces me dicen: «Tienes que profetizar otra vez contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes.»” (Ap, 10)

1 Campo de exterminio de Auschwitz – Birkenau (Polonia) 30 de julio del año de nuestro Señor de 1941. Desde niño siempre había tenido el sueño ligero – aunque ya hacía mucho que había olvidado haber disfrutado de cualquier tipo de infancia – su memoria parecía estar yéndose de la mano con sus fuerzas, perdía peso a cada minuto, era como estar desapareciendo lentamente, apenas era un hombre, más bien un esqueleto viviente, la piel parecía tensada sobre los huesos por un curtidor, pero nada de aquello era tan cruel como desaparecer de tus propios recuerdos. Desde hacía meses, cuando cerraba los ojos, sólo veía oscuridad, le era imposible evocar cualquier momento anterior a aquel infierno, de hecho ni siquiera recordaba su propio nombre (ahora ya sólo era un número tatuado en el antebrazo) Pero no lo comentó con los demás, le daba demasiada vergüenza… Y pena, una pena atroz, y ambas cosas le daban un miedo insoportable. Antes, cuando aún quedaba algún anhelo, o al menos eso quería creer, su mente volaba al pasado y

se veía en el hermoso y amplio jardín lleno de flores de casa de sus padres, el césped empezaba a nacer, así que podían verse algunas claras, y él estaba sentado sobre uno de esos lunares de tierra jugando a hacer castillos y laberintos. Cuando el sol comenzaba a alcanzar su pequeña frontera de hierba, una voz hizo que le temblara el pulso y la torre más alta que jamás se había atrevido a construir se deshizo sepultando el patio de armas, no pudo contener las lágrimas. Su madre se acercó, acababa de llamarlo para que fuera al salón, era la hora de comer, pero su pequeño no se había movido de allí, al verle temblar y llorar en silencio, se percató del destrozo ocurrido, sujetó a su hijo por los hombros y lo levantó, comenzó cariñosamente a sacudirle la tierra de la ropa y le habló en un susurro, como sólo las madres lo hacen, con la cadencia perfecta y un leve toque de miel: - No llores rey mío, ¿sabes por qué Dios permite que pasen estas cosas? - ¡Es un Dios malo! – Contestó sin mirar la cara de su Madre, temiendo la reprimenda por sus palabras. - No tesoro, Dios no es malo, lo sabes bien, es sólo que le gusta la perfección y nos da la oportunidad de hacer las cosas mejor, detrás de cada fracaso siempre hay un nuevo comienzo. - Pero es muy difícil… ¿Puedo pedirle a Dios que

me ayude a construir uno nuevo? ¿Lo hará? - Ya sabes cuál es el secreto para que Dios te conceda lo que le pides. - Sí, pedir siempre cosas para los demás, pero eso no… – Parecía decepcionado. - ¿Y qué ideó Dios para conseguir lo que uno quiere? – Se vio a sí mismo con cara de resignación contestándole a su madre. - El esfuerzo… – Era su frase favorita, pero ella ahora estaba muerta y él demasiado cansado para seguir esforzándose. Aquella noche se despertó temblando y con lágrimas en los ojos... La llegada de agosto era inminente y una fuerte tormenta estival azotaba el barracón. El agua penetraba por entre las tablas del techo y las paredes. No era una novedad despertarse en plena madrugada con el terror desfigurando tu rostro, ni en él ni en el resto de prisioneros, todos lo hacían al menos dos o tres veces, eran como topos en esa estúpida atracción, sacando y ocultando la cabeza, una y otra vez, esperando a que les acertaran con el mazo en la frente o, en su caso, con un disparo en la sien. Pero esa noche no fue el miedo lo que lo despertó, fue otra cosa, alguien lo había llamado en la oscuridad, aunque todos dormían, y a él… lo habían

llamado por su nombre, por su sucio nombre judío, un nombre que no podía recordar... En ese instante entre la vigilia y el sueño, cuando los pensamientos pasan perezosamente de neurona a neurona como la melaza en invierno de un tarro a otro. Volvió a sentir que lo llamaban. Sus oídos no llegaron a escuchar las palabras pero lo sintió en la nuca, y en la boca del estómago: lo habían vuelto a llamar por su nombre. Bajó del catre en el mismo instante en que percibió por primera vez ese ardor en el pecho, no lo entendió al principio – era la quemazón insoportable de un deseo que se abría paso, el peligroso deseo de huir... – Un pensamiento lo dejó helado cuando sus pies se hundieron en el lodazal en que se había convertido el suelo del barracón, jamás había sentido ese deseo antes, desde que llegaran en el tren hacinados como ganado decadente, en lo más profundo de su alma había sentido el amargo consuelo de la irrevocabilidad de su situación, alejando de forma convulsa y desesperada cualquier sensación de horrible esperanza... Sin embargo, ahora algo lo empujaba desde la esencia misma de su ser, de forma obscena e insolente a escapar de aquel infierno. La oscuridad era lo único que envolvía a los más de doscientos cuerpos que se amontonaban en las

raídas literas cubiertas de paja podrida a modo de colchones, entre las precarias estructuras de madera caminaba con torpeza por el barro sin necesidad de ver dónde pisaban sus pies descalzos. La lluvia torrencial ocultaba el sonido de sus pasos, pero no el de las ratas, las que huyendo del suelo anegado y que no salían de la estancia por entre las tablas, subían frenéticas hacia los catres superiores. Un relámpago iluminó brevemente un cuerpo convulso siendo devorado desde dentro por aquella plaga infecta. Como si fuera algo lógico que los candados no estuvieran debidamente cerrados, a un leve toque de su mano sucia y enjuta los portones se abrieron de par en par sin que los oxidados goznes gimieran lo más mínimo, pero él, sumido en un trance como de locura no llegó a darse cuenta de tan imposibles detalles. Salió a la intemperie. No sintió calor, ni frío, ni siquiera el aguijoneo constante del implacable chaparrón, nada. Era tan sumamente inmenso el corrosivo deseo de escapar, que lo arrasaba todo a su paso. Se dirigió hacia las alambradas con la seguridad de un reo que camina al cadalso sin haberse arrepentido lo más mínimo de sus mortales delitos, llegó al camino que rodeaba los barracones justo al pie de las vallas electrificadas entre dos torretas de vigilancia que, extrañamente, parecían desiertas, pero

no se detuvo, continuó hacia el norte del campo, en paralelo a aquellas trampas eléctricas que en tantas ocasiones habían servido para aliviar el dolor de los más desesperados. Cada poste con el extremo superior apuntando hacia los barracones y con todos esos alambres… La primera vez que los vio se le antojaron amenazantes colas de monstruosos escorpiones esclavizados por cadenas que servían al Reich para custodiar sus campos de muerte. En el rincón más alejado de la empalizada, el poste que servía de ángulo, era completamente recto, mucho mayor y más grueso que los demás, y contenía todos los aislantes cerámicos de las conexiones de los cables eléctricos. Comenzó a escalar por ellos, la lluvia le había entumecido los pies y las manos, pero él no lo notaba. A medio camino, uno de los aislantes, partido por la mitad, le provocó un profundo corte en el vientre, pero 16649 no se percató y siguió subiendo. Al llegar arriba, las espinas de alambre laceraron sus manos, sus escuálidos muslos y los descalzos y enfermos pies, no hubo reacción alguna. Apenas escuchó el crujido cuando su tibia se partió al caer al otro lado, a la libertad. Arrastrando torpemente la pierna herida continuó hacia los árboles que había más adelante en diagonal a la esquina por la que había escapado, sin preguntarse cómo era que

ninguna descarga mortal había terminado con su vida, quizá la tormenta… El dolor agudo de la fractura cada vez que el hueso astillado se le clavaba en la carne no fue recibido por ningún receptor nervioso... Caminó con los ojos en blanco y la barbilla levantada, como un perro ciego que olfatea ansioso en busca de comida, la pierna derecha fracturada le arrastraba grotescamente enganchándose en grietas y raíces. De la herida del abdomen comenzaban a salirse parte del intestino delgado, con gesto distraído, se sujetó las tripas sin detenerse, había comenzado a nevar. Los copos le caían sobre la cabeza afeitada y los hombros caídos y no tardó en verse envuelto en una danza de motas grisáceas… Pero no era nieve, ni siquiera en aquellos tiempos de locura nevaría en Polonia el último maldito jueves de julio, estaba pasando junto al lago de ceniza, un pequeño estanque natural convertido en lugar de vertido para los residuos de los crematorios, la lluvia había cesado y el viento jugaba de forma macabra con las cenizas de la superficie. No se volvió a mirar ni se estremeció cuando aquel horror le acariciaba las mejillas, siguió su camino por entre los árboles, la pierna estaba sujeta por jirones de carne y los intestinos comenzaban a llegarle peligrosamente por las rodillas. A poco más de medio kilómetro de su

barracón llegó al borde de una enorme zanja, era la fosa común donde se pudrían los cadáveres de los soldados rusos, la tierra cedió bajo sus pies y cayó sobre los restos… La consciencia no le abandonó de inmediato, y conforme la tierra que se desprendía sobre su cuerpo inerte lo hacía desaparecer de este mundo, despacio, casi como un secreto susurrado al oído, recordó su nombre.

2 Al día siguiente… El coronel de la SS Karl Fritsch caminaba de forma autoritaria a lo largo de la formación de los doscientos prisioneros que ocupaban el bloque 14, el mismo barracón que el fugado. El sol caía sobre ellos como plomo fundido desde primeras horas de la mañana, ahora el reloj marcaba la una del mediodía. Descalzos, obligados a permanecer firmes, sin agua ni alimentos desde la escasa e insípida sopa del día anterior, muchos comenzaban a desfallecer, trece yacían ya en el suelo, cinco de ellos muertos, entre los que se encontraba Aba Stein, hermano del preso número 16649. El calor, la fatiga y la falta de alimento lo abatieron de manera fulminante con la precisión devastadora de un pelotón de fusilamiento. Dos soldados se acercaron cargando un hornillo mientras un tercero les seguía con una gran olla vacía y un pesado saco sobre el hombro. Delante de la larga fila encendieron el fuego y sobre él colocaron el enorme perol, con la parsimonia del cansancio extremo, varias judías fueron llenándolo de agua, balde a balde. El intenso calor hizo que la olla no

tardara en comenzar a hervir. Volcaron con cuidado el contenido del saco, verduras frescas, huesos y carne de vaca, patatas… Cuando el olor del guiso comenzó a llegar a la fila de presos su desesperación aumentó hasta enfrentarlos a la locura… Bajaron el fuego para que el caldo se cocinase lentamente y así alargar la tortura durante horas. A las cuatro de la tarde y ante los desorbitados ojos de aquellas sobras que una vez fueron hombres, los mismos soldados que trajeran los enseres volcaron la marmita en el suelo. Sin pensar y arrastrados por el hambre extrema, algunos presos se arrojaron al suelo y comenzaron a devorar con ansia la tierra mojada y los restos de carne y patatas, no escucharon el sonido metálico que produce la carga de un MP40, una ráfaga de treinta detonaciones retumbó por los rincones del campo, entre judíos y polacos, las nueve personas que se arrastraban porfiando comida cayeron abatidos por los disparos. Un silencio sepulcral se apoderó de la fila de condenados, Fritsch lo rompió: - “El trabajo os hará libres”, “uno se fuga, diez mueren”… Son premisas que todos sois capaces de entender, al menos eso creía yo. Por lo visto uno de vosotros ha decidido que vuestras vidas valen menos aún para él de lo que valen para mí. La búsqueda de esa escoria ha sido infructuosa por lo que el castigo

deberá ser ejemplar. No habrá fusilamientos en este día, no os merecéis ni las balas que nos hacéis gastar, no, los diez elegidos seréis llevados al barracón del hambre… A juzgar por el aspecto de muchos, no será una agonía lo suficientemente larga, pero que le vamos a hacer… Al contrario de lo que en un principio pudiera parecer, no se rompió el silencio entre los reclusos, no se miraron los unos a los otros asustados, aunque el terror llevaba años modelando en sus rostros una mueca constante de sufrimiento e incertidumbre. Habían aprendido que cualquier muestra de “rebeldía” era inmediatamente contenida, lo último que sentías era el frío roce del cañón de una Luger en la cabeza… O un relámpago de fuego y metal, como esos desdichados hambrientos. A la mayoría comenzaron a temblarles las rodillas, mientras otros perdían el control de sus esfínteres. El coronel continuó caminando de un lado a otro sin pronunciar palabra, disfrutando de forma enfermiza del miedo que leía en todos aquellos ojos que lo observaban. Se detuvo justo en el centro de la formación, evitando mancharse las botas con los restos de sopa y sangre que embarraban el suelo, no prestó atención alguna a los cadáveres. Al azar comenzó a señalar a cada uno de los desdichados

elegidos para morir. El tercero en ser seleccionado, fue un zapatero polaco de cuarenta y cinco años llamado Józef Grzesiuk, que quiso soltarse de los soldados que lo arrastraban fuera de la formación, en un intento agónico de salvar su vida. Un golpe de fusil en las corvas lo derribo de rodillas y sin preámbulo alguno un soldado le disparó en la cabeza. Durante todo el incidente el comandante había seguido imperturbable señalando condenados, el último, de un total de once – el zapatero quedaba fuera de la lista – fue el preso número 5659, el sargento polaco Franciszek Gajowniczek. Salió de la fila sin que los soldados tuvieran que sacarlo y con paso digno se dirigió a su lugar entre los elegidos, sólo en el último instante su entrenamiento militar falló y de entre sus labios se escaparon algunas palabras que, aunque nunca llegara a saberlo, salvaron su vida y condenaron la del resto de la humanidad. - Pobre esposa mía, pobres hijas mías… De entre los esqueletos cubiertos con raídas y sucias ropas rayadas que aún permanecían en pie, sombras enjutas y deprimidas de lo que alguna vez fueron hombres, una figura gris avanzó torpemente pero decidido entre sus compañeros, cuyas miradas perdidas le concedían el anonimato, se detuvo a pocos pasos de Fritsch al que se dirigió en perfecto

alemán, aunque sin acento. - Herr Kommandant, ruego tome mi vida en lugar de la de este hombre, soy un simple sacerdote solo y enfermo, mientras que él tiene esposa e hijas. – Cuando la última palabra escapó de entre sus resecos labios, comprendió en lo más profundo de su alma que había cometido un error fatal, dada su condición no tenía ningún derecho a hacer uso de la vida que el Altísimo le había regalado, pues no era suya, él la había encomendado a la Virgen María desde que se le apareciera en su niñez. Pero qué, si no piedad, era Dios en sí mismo, si al menos con aquel gesto evitaba que una familia acabara marcada por tan terribles acciones del hombre, el sufrimiento habría merecido la pena... Sin embargo, había algo mucho más oscuro e insoportable que le daba un pánico atroz, un atisbo de duda nacía incrédula en lo más profundo de su corazón, ¿cómo un Dios misericordioso podía consentir semejantes horrores? Era sacerdote y sabía lo del libre albedrío, pero también había estudiado profundamente la Biblia y aunque su fe siempre fue férrea, hasta aquellos momentos, “ni un sólo pelo se te caerá de la cabeza…” le hacían no entender muchas cosas. Ningún padre se desentiende de sus hijos, ni siquiera entre las bestias, el Todopoderoso no nos iba a dejar regodearnos en nuestro propio

desatino. Algo no cuadraba en toda aquella barbarie… Si la duda acababa anidando en su corazón, su labor habría terminado. De todas formas su secreto moriría con él si llegara el caso… Cuán equivocado estaba. Fritsch miró de arriba abajo al pequeño polaco que osaba dirigirse a él, aunque consumido por el hambre y la extenuación, su mirada parecía en paz, no veía miedo en ella, tan sólo un extraño brillo que no logró identificar pero que le hizo estremecer. Se rehízo inmediatamente sin que su ario rostro de pálida tez y mejillas hundidas, hubiera demostrado vacilación alguna, desvió sus azules ojos del sacerdote y miró durante breves instantes al preso número 5659. - ¡RAUS! – Le ordenó – Que no se diga que el führer no es un hombre bondadoso – Pronunció estas palabras casi escupiéndolas con desprecio – Que el cura ocupe su lugar en el bloque 11. – Los soldados llevaron a Franciszek de nuevo a las filas, extrañados por el gesto de su oficial, el cual en cualquier otro momento habría mandado ejecutar al sacerdote por el simple atrevimiento de dirigirle la palabra. Evidentemente no se atrevieron a preguntar, ni aquel día ni ningún otro. Al cruzarse con su salvador, el oficial polaco no pudo contener lágrimas de agradecimiento y le habló. - Por favor padre, dígame su nombre para poder

rogar por su alma y tenerle siempre presente en mis recuerdos y oraciones, si es que las brumas de toda esta pesadilla se disipan alguna vez y no sucumbimos todos aquí. – El sacerdote medio arrastrado por dos soldados que lo sujetaban de los brazos, le miró con piedad y con una amarga sonrisa le dijo su nombre en apenas un susurro. - Me llamo Maximilian Kolbe.

3 12 de agosto del año de nuestro Señor de 1941. De los diez condenados ya sólo quedaban cuatro con vida, uno de ellos no llegó a la tarde de aquel viernes aciago. Dos más murieron a la mañana siguiente y el tercero, el tercero permanecía en el rincón más oscuro, arrodillado en el suelo rezando en voz alta por las almas de los desdichados que acababan de morir. Como el resto, el padre Kolbe no había comido nada desde que lo encerraran para morir, se había limitado a rezar y a beber lo poco que les daban los guardias en un intento cruel de alargar la agonía y hacer más emocionantes las apuestas. Al decimoquinto día decidieron no volver a darle agua, ya tenían un ganador, ahora tocaba apostar por el día de su muerte.

4 15 de agosto del año de nuestro Señor de 1941. El joven Bruno Borgowiec, preso polaco encargado de sacar los cuerpos de los muertos de inanición, siguiendo la orden de los soldados que custodiaban el barracón de la muerte, entró en la celda donde estaba confinado el resistente sacerdote, para sacar por fin su cuerpo, que tanto había tardado en fenecer. El olor a podrido, a meados y mierda corrompida, a madera en descomposición era espeso como el humo de los crematorios y de la misma asquerosa forma se aferraba a la garganta al ser inhalado, por mucho que realizaba aquella labor, Borgowiec no se había acostumbrado a aquel hedor y no pudo contener las arcadas. Cuando su estómago se relajó y sus ojos se acostumbraron a la oscuridad del recinto, distinguió al cura postrado en un rincón y maldijo para sí a los soldados por su crueldad desmedida. Se agachó junto al anciano para cargarlo al hombro cuando este despertó y lo miró con ojos curiosos, Bruno no pudo evitar dar un grito de sorpresa. - Siento haberte asustado – le habló el sacerdote levantándose no sin cierto trabajo – He debido

quedarme dormido, la oración, aunque necesaria y reconfortante, también es agotadora. ¿Ha terminado ya este calvario? – Pero el muchacho no pudo contestarle, los soldados habían entrado en la celda atraídos por su grito y lo apartaron de un empellón. - ¡Maldito cura del demonio! ¿Es que no vas a morir nunca? – Diciendo esto uno de ellos le golpeó con la culata del fusil en el estómago doblándole por la mitad, mientras otro lo hacía en la cabeza, partiéndole la ceja izquierda, que comenzó a sangrar de forma abundante, entonces todos comenzaron a patearle arrojándolo al suelo, donde siguieron golpeándole hasta bastante tiempo después de hacerle perder la consciencia. Creyéndole muerto ellos mismo arrastraron el cuerpo desnudo de Kolbe fuera del bloque. - Limpia esta jodida mazmorra un poco, o no se podrá andar por los alrededores sin vomitar. Luego recoge la escoria polaca y llévala a los crematorios. – El soldado acompañó la orden sujetando a Bruno por el cuello y arrojándolo junto al sacerdote. Ante los ojos estupefactos del muchacho las costillas hundidas por las patadas de los soldados volvieron a su posición normal, los hematomas que comenzaban a cubrir su cuerpo desaparecieron como gotas de tinta

en demasiada agua, la herida de la ceja se cerró sin dejar cicatriz, tan sólo el rastro de la sangre seca. Lentamente el pecho comenzó a moverse arriba y abajo conforme la respiración volvía de nuevo e iba adquiriendo un ritmo normal y el padre Maximilian Kolbe abrió los ojos una vez más.

5 24 de mayo del año de nuestro Señor de 1943. Eduard Wirths, médico de guarnición en Auschwitz y su jefe directo, le esperaba esa misma mañana en los andenes de la estación de tren. Como cada día llegaba una nueva remesa de “especímenes” y aprovecharía para mostrarle el trabajo en los campos. Iba a ser una mañana hermosa, la recomendación del doctor Von Verschuer le daba carta blanca en todo lo referente a sus investigaciones, además de haberle conseguido un lugar para vivir lejos de la masificación del edificio de la SS. A pocos metros de la entrada principal del complejo y del acceso del ferrocarril, sobre un pequeño promontorio habían requisado una bonita casa de campo de dos plantas, en un principio su esposa lo acompañaría aunque finalmente decidieron que ella viajara meses más tarde. Sabía que aquella pequeña “licencia” despertaría la antipatía del resto del personal del campo, pero no le importaba. “La cabalgata de las valquirias” sonaba en el gramófono que había sobre la pequeña mesa del recibidor mientras Josef, afeitándose el mentón con sumo cuidado, divagaba sobre lo que sería su estancia

en Auschwitz y los logros que alcanzaría, ambas tareas le parecían enormemente placenteras. Aunque sus facciones no eran el estereotipo de la perfección aria, ni cabellos rubios ni ojos azules, era un hombre atractivo, quizá sus incisivos superiores estuvieran ligeramente separados para su gusto, pero… Era herencia de su madre, siempre que sonreía al espejo recordaba que debía hacer grandes cosas para que ella estuviera orgullosa, aunque en el fondo sabía que nunca aprobaría nada de lo que consiguiera, desde que se casó con Irene la relación con su madre se había vuelto algo más “dura” de lo habitual. Para Walburga Hupfauer una luterana no era mucho mejor que una ramera. Terminó de abrocharse el último botón de la guerrera y salió al porche donde le esperaba un vehículo militar para llevarlo a su tan esperada cita. Le hubiera gustado atravesar a pie el camino de tierra que lo conduciría directamente a la carretera principal a cuyo otro lado se extendía lo que algunos ya llamaban Auschwitz II, pero había que respetar el protocolo. En lugar de girar a la derecha, a la altura del acceso de vehículos, el coche continuó recto hasta tomar la salida paralela a las vías del tren en el momento en el que la inmensa mole de cincuenta

vagones hacinados de judíos, polacos y gitanos, se detenía perezosamente exhalando un último suspiro de humo sucio y gris. El soldado que conducía observó al nuevo doctor por el retrovisor y se adelantó a su pregunta. - Capitán, el Dr. Wirths se encontrará con usted en otro lugar, señor. - ¿Dónde exactamente, soldado? – Josef no pudo disimular el tono de desagrado, odiaba ir en aquellos coches descapotables que despeinaban su tan cuidado cabello y lo llenaban todo de polvo. Era un hombre presumido aunque para él la presunción era algo más que simple egolatría, una buena imagen podía abrir puertas que ni siquiera la fuerza bruta podría conseguir jamás, y no todas eran de alcobas… - El Dr. Wirths no dirigirá hoy la selección, tengo órdenes de llevarle a su despacho en el hospital. – Mengele no contestó. Apenas tres kilómetros separaban al campo principal de su extensión, sin embargo al nuevo médico el viaje se le hizo eterno, las sorpresas no eran de su agrado, fueran del tipo que fueran…

6 Hospital de la SS, Auschwitz I. - … Ya lo hemos hablado mil veces, ha pasado demasiado tiempo, tienes que entenderlo, tú hiciste las promesas pero es a mí a quién exigen los resultados, ya sabes lo que nos jugamos en esto ¡Maldita sea! - No hace falta gritar doctor König, sé perfectamente lo que nos jugamos, yo mucho más, y no me refiero sólo al dinero. Esos mierdas burócratas de la Farben deberían ser más pacientes, no querrán volver a cometer los mismos errores del pasado, recuérdales el éxito de su “heroin”, si te aprietan demasiado. – Aunque calmado, Wirth había levantado el tono de voz para demostrar su autoridad, si bien, a juzgar por el físico de ambos no era necesario, mientras que Hans Wilhelm König era un hombre menudo, sumamente delgado que apenas levantaba metro sesenta del suelo y cuyo pelo castaño se arremolinaba rebelde sobre la coronilla, Eduard Wirth rozaba el metro ochenta y los ciento veinte kilos de peso, luciendo una reluciente y bronceada calva. Se colocó bien las gafas y miró su reloj de bolsillo –

Además me han informado de la llegada del nuevo médico… – Hans lo interrumpió. - Eso es otro punto que no tengo demasiado claro…– Ahora fue Eduard el que le interrumpió a él. - He tenido que mover muchos hilos y cobrar más favores de los que me hubiera gustado para lograr que lo destinaran aquí, la fama de su tenacidad y férrea determinación viene abalada con la cruz de hierro en segundo grado, por no hablar de sus investigaciones. - Tu ambición te ciega, creo que hay misterios que no estamos destinados a resolver y este es uno de ell... – Tres golpes en el cristal de la puerta dejaron la frase a medio terminar. - Ya ha llegado, puntual como un reloj suizo – Wirth sonrió con orgullo. - ¡Adelante! – Josef Mengele entró en el despacho, al igual que el resto del hospital olía a antiséptico aunque con un toque dulzón a loción de afeitar. La habitación era completamente blanca, incluidos los muebles que no eran de acero inoxidable, como la mesa y el archivador que había junto a la ventana en la pared derecha al lado de la puerta. Mengele se cuadró entrechocando los talones de las botas y saludó con fanática devoción. - ¡Heil Hitler! – Los otros dos le respondieron con desgana.

- Capitán Josef Mengele – Wirth le habló mirándolo de pies a cabeza – le doy la bienvenida a Auschwitz o como los judíos lo llaman “la última estación”. - Pensé que nos veríamos en los andenes doctor Wirth – El leve deje autoritario de Mengele, molestó a su inmediato superior, que intentó quitarle importancia. - El entusiasmo de los recién llegados a veces llega a desbordarse. Ottmar ya me habló de su, ¿cómo lo llamó? Impetuosidad. El motivo de haberle citado aquí es mucho más importante que cualquier selección, de hecho creo que lo que vamos a revelarle le cambiará un poco las expectativas con respecto a sus posibles logros en Auschwitz. Por favor siéntese y el doctor König le pondrá en antecedentes. – El aludido tomó una carpeta de cartón que había sobre la mesa y tras hojear un par de segundos su contenido, extrajo una foto que le entregó a Josef, en ella aparecía un hombre desnudo, sumamente delgado y sucio, el pelo ralo y la barba entrecana que le llegaba al pecho, acto seguido comenzó a hablar con voz monótona. - Se llama Maximiliano Kolbe, es un sacerdote polaco acusado de subversivo y trasladado a Auschwitz la tarde del 28 de mayo de 1941, asignándole el número de preso 16670. Fue destinado

a la construcción de uno de los muros que rodean los crematorios. El 31 de julio de 1941durante la selección de los diez presos del barracón 14 que debían morir de inanición en represalia por la fuga la noche anterior de uno de sus compañeros, el cura se presentó voluntario para ocupar el lugar de uno de los seleccionados, un oficial también polaco. En contra de cualquier pronóstico, el comandante del campo no sólo no lo ejecutó sino que accedió a su petición. Tras quince días de calvario, él fue el último en morir, o al menos eso pensaron los soldados que le propinaron la paliza. Un testigo afirmó ver como su esternón, hundido y fracturado por los golpes, volvía solo a su posición original, vio como sus heridas se cerraban y como el cura comenzaba a respirar de nuevo. En un principio nadie le creyó. El doctor Trzebinski le aplicó una inyección letal la mañana del 16 de agosto del mismo año, no se llegó a certificar su muerte, a los pocos minutos su corazón volvió a latir y el sacerdote despertó ligeramente aturdido pero en perfecto estado de salud, fue entonces cuando avisaron al doctor Wirth. – Eduard siguió con el informe. - Se le inyectaron diferentes sustancias letales, incluso llegamos a meterle en uno de los turnos de las cámaras de gas, ¿sabe cuándo nos dimos cuenta de que eso tampoco había funcionado? Cuando tras llevar

los cadáveres al crematorio, su cuerpo era el único que no había sido consumido por las llamas… Estaba cubierto de ceniza de pies a cabeza, pero vivo, vivo y sano como una manzana. Y durante todo este tiempo hemos hurgado en esa manzana en busca del gusano milagroso… - Creo que no le he entendido, ¿Me está diciendo que… – Wirth no le dejó terminar. - Lo que le estoy diciendo es que este hombre lleva sin probar bocado ni gota de agua cerca de dos años y que ha sobrevivido a inyecciones letales, la cámara de gas, el crematorio, un fusilamiento y un disparo en la cabeza… ¿Me dejo algo Hans? – Este se limitó a negar con la cabeza sin disimular el gesto de desagrado – No le hemos visto cagar ni mear en todo este tiempo y rara vez cambia la postura. No ha abierto la boca más que para rezar “por el alma de sus captores” Le hemos practicado infinidad de análisis, estudios y… - No habéis conseguido nada. – Terminó Mengele. – Quiero verle cuanto antes. - ¿Qué le hace pensar que usted encontrará algo donde los demás no lo hallaron? - Con el debido respeto doctor, no fui yo el examinador. – Aquel gesto arrogante molestó sobremanera a Wirths, que ni pudo ni quiso

disimularlo, pero lo cierto era que la reputación de Mengele le precedía, destacaba por ser desesperantemente metódico y perfeccionista hasta el punto de que muchos otros médicos se sentían intimidados en su presencia. También se decía que Himmler nunca le daría un cargo mejor que aquel, hasta él temía las consecuencias que eso tendría para su ego “puramente alemán”. - Llegados a este punto, tiene que comprender una cosa – Continuó Wirth – No todos los que participan en esta guerra lo hacen por motivos ideológicos… - Hace muchos años que dejé de ser de las juventudes hitlerianas. – le espetó Mengele. - Veo que nos entendemos – Wirth prosiguió con una sonrisa sarcástica mientras König se revolvía nervioso en su silla. – Desde que todo esto comenzara se tomó la decisión de guardarlo en estricto secreto, de hecho, si he de serle sincero, sólo las personas que estamos en este despacho conocemos la verdad, los testigos ocasionales han sido silenciados de una forma u otra – Se notaba que elegía con sumo cuidado cada una de sus palabras, no eran tiempos en los que la confianza se regalara así como así – Deberá atender sus obligaciones en los campos, las selecciones, la asistencia, sus propias investigaciones, etc. König será su ayudante y enlace

con la Farben. - ¿Ellos también están enterados? – Josef miró a los ojos de Wirth con las fosas nasales dilatadas. - Rotundamente no – König no pudo evitar mirar a Eduard al escuchar su negativa, Mengele se percató pero no dijo nada. - Quisiera ir a verlo ahora mismo. - Esperaremos a que se haya instalado debidamente, he oído que le han facilitado una casa digna del mismísimo comandante. Que se habitúe a su nueva clínica y entonces ordenaré que le lleven al polaco. - Estoy instalado perfectamente doctor – Wirths lo miró con sincera sorpresa. - ¿Llegó ayer y ya se ha instalado? - Sólo duermo lo que necesito y no necesito demasiado. Si no le importa quisiera examinarlo hoy mismo. – Dirigió su mirada directamente a los ojos de su “colega” en actitud desafiante, la firma de Ottmar Von Verschuer en su bolsillo reforzaba aun más su seguridad en sí mismo, aunque como pudo comprobar, su mentor en el Instituto de Herencia Biológica e Higiene, no había dejado nada al azar. – Debemos dar máxima prioridad a esta investigación, ambos conocemos de sobra las, llamémoslas, “inquietudes especiales” del Führer.

- ¿Se refiere a… - Mengele continuó sin prestarle atención. - Hasta hace unos minutos siempre había pensado que la parapsicología es una pseudociencia, por llamarlo de alguna manera, absurda y que no lleva más que a la locura y la estupidez, siempre creí que Dessoir1 había sido un charlatán que se aprovechó de la superstición de la época; pero lo que me ha mostrado hoy, como médico sabrá que no tiene explicación científica viable. Posiblemente tengamos ante nosotros la primera muestra de que es viable ganar esta guerra. Ahórrense las miradas de falsa sorpresa, saben tan bien como yo que de no ocurrir un milagro, cualquier intento de salir victoriosos será como golpear en hierro frío. Todo terminará pronto y de la forma menos favorable para nosotros. – La sinceridad de Josef era devastadora y despiadada pero tanto Wirths como König sabían que tenía razón. En la mente de Eduard Wirth comenzaron a vislumbrarse los destellos de todo lo que aquello podía suponer…

7 Mengele caminó alrededor del sacerdote observándolo con detenimiento. Kolbe estaba arrodillado en el centro de su celda, en el bloque de la muerte. Lo primero que extrañó al médico fue comprobar que no había excrementos en los rincones ni olor a meados, todo lo contrario, la atmósfera del habitáculo era fresca y con un intenso olor a flores, cuando miró a König con cierto desconcierto, este asintió en silencio dándole a entender que todo aquello formaba parte del misterio. - Quiero examinarlo a fondo. – Al oír estas palabras, Maximilian se estremeció imperceptiblemente, sólo Mengele se percató del ligero temblor del cura. – Que lo lleven de inmediato a mi laboratorio. – Lo dijo sin dirigirse a nadie en particular, pero fue König el que recogió el testigo. - Mañana a primera hora lo… - No me ha entendido, comenzaré mi investigación esta misma tarde. – Llevaba esperando a su oficial médico de enlace desde primeras horas de la mañana, Wirths se había empeñado en que debía acompañarle en la toma de contacto, sin embargo su periódica visita a la Farben le estaba llevando demasiado

tiempo. Tendría que poner remedio a eso, ningún lastre le impediría conseguir todo aquello que se había propuesto. El negocio de la venta de esclavos y la experimentación era muy rentable, pero no iba a dejarse cegar por la cima de un iceberg cuyas entrañas podrían ocultar la solución al misterio que atenazaba su alma desde años atrás. Miró su reloj con cierto desdén – Dentro de una hora, tiempo suficiente para comer algo y preparar mi instrumental. Doctor König, me gusta comer sólo. La primera medida de Mengele fue la de rapar y asear al sacerdote para poder realizar un examen exhaustivo de cada centímetro de aquel enigma viviente. Tres enfermeras judías asignadas para ayudar al doctor en todo lo concerniente a la clínica, rasuraron por completo el cuerpo de Kolbe y siguiendo órdenes estrictas lo lavaron con sádico esmero hasta hacer desaparecer la capa superficial de la piel. Maximilian no se quejó, no pronunció palabra alguna. Por primera vez tenía miedo, había visto el mal en los ojos del nuevo médico, hasta aquel instante había creído salir airoso del error cometido, pero ahora se le presentaba la prueba más dura desde que lo ordenaran guardián. No podía permitir que aquel ser perverso pusiera las manos sobre los manuscritos.

La noche invadía ya hasta el último rincón del campo, Wirths apareció por la enfermería pasadas las diez y media, el pusilánime de König debía haberse quejado. Mengele seguía examinando al preso, ni siquiera había parado para cenar algo. Junto a la mesa de metal donde yacía el sacerdote en completo silencio y total desnudez, Josef anotaba frenéticamente en su libreta sobre otra mesa más pequeña y de madera. En la habitación continua, las tres asistentes temblaban de pies a cabeza, a una de ellas le corría un hilo de sangre del oído izquierdo hasta manchar el cuello de la bata de enfermera. Ninguna levantaba la cabeza ni se movía de la pared del fondo, junto a la zona de duchas. - Ya le dije doctor, que no encontramos nada inusual en los repetidos exámenes realizados a este hombre. – Mengele no levantó la cabeza y siguió tomando notas, parecía estar transcribiendo a modo de palabras cada centímetro cuadrado del cuerpo del cura. – Su reputación le precede, pero como habrá comprobado ya, sabemos realizar nuestro trabajo. – Mengele le contestó sin levantar la cabeza ni dejar de escribir en su cuaderno. - Según sus informes, doctor Wirths, tras una primera etapa buscando la forma “adecuada” de ejecutar al cura, el resto de sus investigaciones se

han basado en análisis, radiografías y exámenes físicos, que no han servido para nada – el rostro de Eduard se crispó – Lo que no logro entender es por qué no se han llegado a utilizar, ¿cómo decirlo? Métodos más expeditivos para ver hasta dónde llegan sus capacidades especiales. - Sabemos que es inmortal, ¿qué otra cosa puede ser más importante? - ¿Sabíais también que el preso es capaz de cicatrizar heridas abiertas en cuestión de segundos? - Bueno… La verdad es que… En todos estos años no hemos querido arriesgar la investigación forzando las cosas – Las palabras no convencieron a Mengele. - ¿Sabíais qué puede regenerar órganos y extremidades en pocos minutos? – terminó la frase señalando un carrito de metal al otro lado del sacerdote, que permanecía en silencio mirando a los dos médicos con ojos desorbitados, en el que había una bandeja con diferente instrumental quirúrgico, pinzas, bisturís, un costotomo, un martillo y un escoplo, algunas sierras, etc. Usado recientemente a juzgar por la sangre aún fresca, junto al instrumental, una cubeta contenía lo que parecían restos humanos, un ojo conectado a una porción de nervio óptico, dos dedos, a simple vista el anular y el meñique; por la forma ovalada, un riñón y también un pie izquierdo.

Wirths miró por toda la estancia y no logró encontrar ninguna jeringuilla o drogas para sedar al cura, algo se estremeció en su interior – También le he realizado varias sangrías, en cada una de ellas, con cuarenta y cinco minutos de diferencia, le he extraído: ocho, doce y diez litros de sangre respectivamente. - Eso es imposible. – Mengele alzó la voz para seguir hablando y levantó el rostro para mirar a la a cara a Wirths. - … Aunque si te soy sincero no estoy convencido de que sea completamente inmortal, tengo un par de experimentos en mente pero no los pondré en práctica hasta no poder emular de alguna forma sus prodigiosas habilidades. Si esto sucede, habremos dado con el medio para poder crear los súper soldados tan ansiados por Hitler. Y no me diga lo que es imposible y lo que no, usted no estuvo durante la intervención para extirparle el riñón, entre aquellas estúpidas – y señaló a las asustadas enfermeras – y yo, nos ha sido casi imposible mantener los fórceps separando las costillas, ya que estas tendían de forma natural a volver a juntarse en el pecho, tampoco ha presenciado como del muñón del pié florecían huesos, venas, tendones y piel hasta regenerar una nueva extremidad completamente funcional en menos de, miró sus notas unos instantes, ocho minutos

exactos… Aunque pensándolo bien eso tiene remedio – diciendo esto se levantó de súbito de la silla, la cual cayó hacía atrás provocando un gran estrépito, cogió una hachilla de carnicero que Eduard no había llegado a ver hasta ese momento y de un solo tajo seccionó la mano derecha del sacerdote, que no pudo más que dejar escapar un leve gemido de dolor y sorpresa. A los pocos instantes la mano se deslizó por la mesa hasta caer al suelo empujada por los huesos, cartílagos y tendones que comenzaron a brotar de la recién abierta herida. Wirths no pudo evitar una arcada ante semejante espectáculo, se odió por haberlo hecho delante de Mengele el cual esbozó una sonrisa de triunfo. – Como puede observar en esta mañana he recopilado más información que su equipo en todo este tiempo. - Quizá tenga razón Josef, pero no olvides – apeó deliberadamente el usted – que después de todo eso, sigues igual de cerca de averiguar la verdad. - Sólo acabo de empezar… - El tono sentencioso de sus palabras dio por terminada la conversación.

8 Los experimentos continuaron durante varias semanas, en las que Wirths no volvió a pisar la clínica de Mengele, se limitaba a visitarlo de vez en cuando en su casa, a la hora de la cena para que este le contara sus progresos, que no fueron mucho más reveladores que los del primer día, el sacerdote se recuperaba de forma asombrosa de quemaduras, fracturas, venenos y la acción de diversos productos químicos… Lo más extraordinario de todo era que apenas se quejaba y parecía mantener la cordura, cualquier otro hombre sometido a semejantes torturas se habría vuelto loco hacía mucho, de hecho una de las enfermeras fue encontrada ahorcada con su propio cinturón del uniforme en un despacho del centro médico. Cada día, al caer la tarde, Maximilian era conducido al bloque 11, a la celda del hambre, por dos soldados, siempre distintos, así se impedían las preguntas incómodas. Tras cada mañana de torturas el cansancio en el sacerdote era una pesada losa, por lo que apenas podía caminar, lo llevaban prácticamente en andas, arrastrando los empeines de los pies desnudos.

Las noches pasaban demasiado rápido para Kolbe, apenas dormía, el momento se acercaba y lo sabía, pronto descubrirían su secreto y tendría que tomar una difícil decisión, fuera cual fuera todos perderían tarde o temprano. Aquella noche rezó más profundamente a la Virgen María, implorándole consejo y bálsamo para su alma. Parecía predecir lo que estaba a punto de suceder…

9 Aquella mañana nació soleada pero con una fresca brisa. Otros dos soldados lo arrastraron fuera del barracón y lo condujeron al vehículo militar que los llevaría a la clínica para seguir las investigaciones. Formaba parte del plan de Mengele no cambiar al preso a ninguna estancia más cercana, por el contrario, lo llevaron a una de las salas de interrogatorios del mismo bloque, con espejos dobles detrás de los que se posicionaban soldados las veinticuatro horas del día para vigilar a Maximilian. Sin embargo, los jóvenes soldados eran indisciplinados y hacían demasiado ruido, por lo que Kolbe no tardó mucho en darse cuenta del ardid de sus captores… No obstante, aquel día, cuando llegaron al laboratorio y lo sacaron del coche, el cura fue lanzado al suelo, cosa habitual, pero esta vez con la mala fortuna de golpearse la boca contra los escalones de la entrada principal, partiéndose varios dientes. Mengele, lejos de reprobar el comportamiento de los soldados, aprovechó el incidente para tomar notas y ver el tiempo que tardaban las piezas dentales en regenerarse, mandó a los soldados que lo pusieran en la mesa de exploración y le colocó unos tacos entre

los molares para mantener las mandíbulas separadas, ya le había examinado la boca en varias ocasiones, tan sólo para ver una dentadura perfecta, sin caries ni mellas. Pero esta vez advirtió algo distinto, en el cielo de la boca la piel se había desprendido, esperó unos instantes para ver como volvía a su lugar, pero no ocurrió nada, la piel seguía colgando, el sacerdote volvió a estremecerse como la primera vez que se encontraron y Mengele supo al instante que había dado con la clave. Con la ayuda de unas pinzas extrajo cuidadosamente el trozo de piel que en un principio pensó era del propio sacerdote… ¿Cómo no había visto esto antes? Supuso que debido a su textura se había confundido con la del propio Kolbe y era prácticamente imposible distinguirla dentro de su sucia boca de rata polaca. De súbito, comenzó a gritar a las enfermeras a las que ordenó salieran de la sala, a la última de ellas la lanzó a través de la puerta de un puntapié en la parte baja de la espalda. Enardecido por su descubrimiento volvió raudo a la sala de exploración, el sacerdote ya no estaba tan sereno como de costumbre, había intentado zafarse de las correas pero lo único que había conseguido eran feas heridas en muñecas y tobillos, y esta vez las

heridas no se curaron. Limpió con cuidado el retazo de piel con suero fisiológico, era mucho más resistente de lo que había pensado, en la cara que el sacerdote había mantenido pegada al paladar podía distinguirse un extraño símbolo: Mengele sonrió, se acercó a Kolbe y le mostró su hallazgo, el sacerdote no pudo ocultar el pánico en su mirada. El médico se quitó la chaqueta, desabrochó el botón de la manga de la camisa derecha y se la remangó hasta el codo, se acercó a la mesa con el instrumental quirúrgico, cogió un bisturí y tras meterse él mismo el trozo de piel en la boca, comenzó a realizarse lentamente una incisión longitudinal desde la muñeca hasta la articulación del codo. Conforme el corte iba avanzando a lo largo de su antebrazo, los labios de la herida se iban cerrando tras la hoja de metal, apenas sangró, aunque si notó el dolor en toda su plenitud, lo cual era extrañamente gratificante. - La tarea ha sido dura, no voy a negar que más para usted que para mí, pero al fin ha dado sus frutos – Mengele hablaba sin sacar el trozo de piel de su boca – Ahora me contarás todo acerca de esto, cuál es su origen, qué significa el símbolo y dónde está el resto… - No le diré nada, bastante mal se ha provocado ya

por mi culpa – era la primera vez que escuchaba la voz del sacerdote y aunque estaba llena de angustia y desánimo no había ni una pizca de temor en ella, esto sorprendió a Josef. - Veo que después de todas estas semanas en mi compañía aún no sabe que siempre consigo lo que quiero, veremos lo que tarda en abrirse a mí con el ansia de una virgen… Ahora que vuelve a ser “normal”. Ya no será necesario que vuelva al bloque 11.

10 Como era de esperar Wirths no fue informado del descubrimiento, tan sólo se le advirtió de que las investigaciones se harían más intensas para intentar acelerar los resultados. Esta fue la excusa para que Kolbe durmiera en las instalaciones de la clínica. Eduard empezaba a perder la paciencia con todo aquello, Josef el magnífico no estaba consiguiendo resultados con la rapidez que esperaban. Su propia ambición le estaba haciendo perder la visión del bosque por culpa de un sólo árbol. La tenacidad y los métodos de Mengele no demostraban otra cosa que su locura, en el tiempo que llevaba en Auschwitz no había realizado ninguna de las tareas para las que había sido trasladado, si seguía así comenzaría a despertar las sospechas de los superiores. Todo aquello estaba empezando a afectarle, el brazo izquierdo le dolía a veces y el miedo a un nuevo infarto enturbiaba sus sueños de gloria ante el Führer. De seguir así tendría que deshacerse del nuevo médico aunque para ello tuviera que enterrar vivo al jodido sacerdote polaco. Eliminadas las pruebas, los mandos harían el resto.

11 29 de septiembre del año de nuestro Señor de 1943. Se acercaba el final de septiembre y con él la muerte del verano que agonizaba testarudo desde hacía días. El extremo sufrimiento que se le había infligido al sacerdote no había dado fruto alguno. Aunque ya no sanaba como antes parecía no sentir el dolor. Mengele se había visto obligado a compartir el hallazgo con su superior, el doctor Wirths, ya que éste le había comunicado sus intenciones de acabar con la investigación. Era demasiado impaciente, y la impaciencia iba de la mano con la negligencia. Las pruebas realizadas al trozo de piel no daban resultados concluyentes, si no lograba descubrir sus secretos el ejército del Führer se limitaría a un único soldado… Los oficiales médicos de Auschwitz esperaban en la rampa en perfecto orden de jerarquía, a que todos los vagones vomitaran su asquerosa carga en tierra, excepto Eduard y Josef, juntos en la fila, el resto de médicos estaban ligeramente ebrios, les hacía aquella

tarea algo más fácil. El humor de Mengele se había agriado mucho desde que llegara a los campos, no soportaba la idea de que el polaco le estuviera ganando la partida y menos aún de tener que soportar la estupidez de Wirths. Tenía que hacerle hablar, debía haber un modo, algo que aquel sacerdote temiera más que a la pérdida de su propia vida. De hecho sólo había cometido un error desde que llegara allí, un error de magnitudes apocalípticas, un error por querer salvar una vida humana. Como si su vida dependiera de ello, Mengele se lanzó a la fila de los elegidos para los hornos y seleccionó a ocho niños no mayores de cinco o seis años. Ordenó a varios soldados de su confianza que recogieran a los críos y los llevaran al patio trasero de la clínica, un amplio espacio abierto de unos sesenta metros cuadrados cercados por altos muros de piedra. El patio estaba completamente diáfano excepto por una gran fosa de unos tres metros de largo por uno y medio de ancho y dos de profundidad situada al fondo junto a la pared de la derecha mirando desde la puerta de entrada por la clínica y que se utilizaba para deshacerse de los cadáveres de aquellos desdichados que no lograban superar los experimentos. Wirths se limitó a autorizar la ausencia del médico de las tareas de selección de la mañana, como tantas otras veces,

sin preguntar por sus pretensiones para con aquellos niños, seguramente sería otra majadería sin resultados. Cuando Mengele llegó, los críos habían sido desnudados por las enfermeras y lavados a manguera en el mismo patio, los soldados se habían mantenido medianamente al margen durante todo el proceso, uno de ellos había abofeteado a una niña de cinco años – se llamaba Keren, que significa, rayo de sol – la pequeña no dejaba de llorar llamando a su madre, los alemanes se reían al ver como se orinaba encima. Miriam Samuel, una de las asistentes del doctor, había intentado consolar a la pequeña, cuando Mengele entró en el patio la encontró con el labio superior partido. No hubo quejas ni reprimendas. El sacerdote fue llevado también, dos soldados lo flanquearon delante de los niños. De fondo y a través de los altavoces del campo, un piano entonaba de forma triste y sentenciosa el preludio número 22 de Bach. - ¿Ha oído usted hablar del conde Torf-Einarr, padre? – Mengele hablaba despacio, sin levantar la voz – Vivió en un archipiélago al norte de Escocia, las islas Orcades. Cuentan las crónicas que Halfdan Haleg y su hermano, después de matar al padre del conde

prendiéndole fuego, viajaron a las islas para hacer lo propio con el hijo. Pero no contaban con la imbatibilidad de la fortaleza de Caithness, ni con el ejército del conde, ni bla, bla, bla… El caso es que Halfdan fue apresado por los hombres de Einarr y llevado a su presencia. No se impaciente ya hemos llegado a la clave de esta historia, Halfdan no soltaba prenda de dónde estaba su hermano Gudrod, así que al conde no se le ocurrió otra cosa que pedir ayuda a Odín para que animara la lengua del desdichado, ofreciéndole a este en sacrificio, pero no un sacrificio cualquiera no, le ofreció a Odín el águila de sangre – Mengele comenzó a vislumbrar el miedo y la duda en los ojos del sacerdote – desnudaron al pobre vikingo y mientras dos guerreros lo sujetaban fuertemente por los brazos, Torf-Einarr desde atrás y a golpe de espada, realizó dos hendiduras en la espalda de Halfdan, desde los omóplatos hasta la cintura fracturando las costillas a su paso justo en la unión con la columna vertebral, era una técnica difícil, pocos eran los hombres que dominaban la espada con tal precisión, entonces los mismos que lo sostenían tiraron hacía afuera de los huesos seccionados, abriendo la caja toráxica desde atrás y dejando expuestos los pulmones, con lo que parecía tener en la espalda dos grandes alas sangrantes… – Maximilian

comprendiendo las intenciones del diabólico doctor cayó de rodillas rogando a Dios en silencio y sin poder contener las lágrimas, eran vidas inocentes, ¡niños! Pero cómo anteponer la vida de esos niños a su misión de guardar el destino del mundo. Mengele continuó hablando – Ni que decir tiene que Halfdan cantó… Dígame usted lo que quiero saber y ninguno de estos niños sufrirá daño alguno. – La voz de Josef sonó dura y solemne como una tormenta de arena en pleno desierto. Kolbe no respondió, se limitaba a mirar al cielo, pidiendo por el alma de aquellos niños y por la suya propia. – Capitán Wagner, por favor si es tan amable. Siguiendo la orden del médico, el oficial caló la bayoneta en su Mauser 98K. La pequeña de cinco años que no había dejado de llorar estaba en el suelo boca abajo, sujetada por otros dos soldados, a las enfermeras se les había ordenado volver a los barracones. Maximilian cerró los ojos y enterró el rostro entre sus manos, los oficiales que lo custodiaban, lo levantaron salvajemente del suelo y le sujetaron la cabeza en dirección a donde se encontraban los verdugos con la pequeña judía; Josef se le acercó y le dijo al oído. - Si no abre los ojos, padre, haré que les disparen en la cabeza a todos estos y seguiré trayendo niños

hasta que mire. – Kolbe abrió los ojos, enrojecidos por las lágrimas y el odio. A una señal de la mano de Mengele, el oficial, de pie tras la niña, clavó la punta de la bayoneta en la parte baja de la espalda de ésta y con un gesto rápido y eficiente abrió la espalda de la pequeña desde el lado derecho de la columna, hasta el omóplato, los gritos de Keren resonaron por el patio haciendo que el resto de los críos se mearan encima y comenzaran a llorar de forma convulsa, el alemán repitió la operación en el lado izquierdo de la columna, entregó el fusil al soldado que se encontraba más cerca, el cual intentaba por todos los medios no mirar lo que estaba ocurriendo en el suelo, y se agachó hacia la chiquilla, metió los dedos de ambas manos en las largas heridas, con las muñecas hacia adentro y abrió bruscamente los brazos hacia los lados despegando los huesos fracturados y la carne hasta dejar los pulmones expuestos, la niña perdió la consciencia debido al dolor insoportable, uno de sus compañeros corrió hacia la puerta del patio pero un certero disparo en la base del cuello frustró el vano intento de huida. Los demás habían dejado de llorar, todos, y no podían apartar los ojos desorbitados del cuerpo ligeramente convulso de su compañera del tren, estaban en estado de shock. Maximilian había escuchado el grito,

un ¡NO! desgarrador que le había hecho sangrar la garganta, pero no supo hasta el final de la terrible escena, que había sido él el que gritara. - Sólo usted puede hacer que toda esta locura termine – Volvió a dar órdenes y un nuevo crío fue sacado de la fila y tumbado en el suelo sobre la sangre de la primera víctima. El cuerpo aún con vida de Keren fue arrojado a la zanja del fondo del patio. - No lo entiende, no podrá controlarlo, una vez que empiece nada lo detendrá… - Somos la raza elegida, nosotros triunfaremos donde otros han fracasado. – Josef decía esto a la vez que el otro niño era martirizado. Kolbe comenzó a suplicar. - Detenga esta barbarie, por favor, no ve que sólo son niños. - Ya no lo son sacerdote, ahora son sus propios ángeles de sangre… Tres cuerpos yacían en la fosa, los dos torturados y el que había intentado huir, tan sólo la niña de apenas cinco años permanecía aún con vida, sin embargo su respiración se había vuelto húmeda, gorgojeante, se asfixiaba, al caer sobre ella, alguno de los cadáveres había debido dañarle los pulmones expuestos, aquel sonido como de burbujas en una

ciénaga, resquebrajaba los férreos muros de la fe del padre Maximilian, que no podía entender como el Señor no terminaba con todo lo que estaba sucediendo en aquel patio hediondo. La cuarta víctima fue tumbada en el suelo, otra niña, al sentir la bayoneta perforar la carne, levantó la cara hacia el sacerdote y le preguntó desesperada: - ¿Por qué Aba? – la hoja cortó la carne, y los muros de la voluntad cayeron. - ¡Hablaré! ¡Le diré todo, pero por Dios detenga esto! ¡Deténgalo! – El propio Mengele disparó a la sien de la pequeña acabando con los gritos y las súplicas del sacerdote. Enfundó el arma y se dirigió a Kolbe: - Créame, no tenía remedio, se lo digo yo, soy médico – se volvió al soldado ejecutor – Llévalo dentro y haz que los mocosos vuelvan a los andenes – Esto último lo dijo levantando la voz para asegurarse de que el sacerdote lo oyera. Maximilian, abatido por la tragedia y sumido en una titánica lucha interior, fue llevado a empujones a su celda dentro de la clínica. En el patio, siguiendo las “nuevas” órdenes de Mengele, los críos supervivientes fueron llevados al borde de la fosa y uno tras otro degollados y arrojados con los demás cadáveres. Sin disparos que se oyeran no había promesas rotas…

12 El sol mortecino de octubre elevaba perezosamente los vapores de la cal viva que habían volcado en la zanja, sobre los cuerpos de los niños. Dos enfermizos judíos que aparentaban sesenta años, pero apenas pasaban de la treintena, echaban paladas de arena con los rostros cubiertos por mugrientos trapos empapados en agua, en un intento poco efectivo de hacer más respirable la atmósfera de las habitaciones traseras de la clínica. En la sala de exploración habían apartado la mesa central, y retirado las bandejas de instrumental de la auxiliar, en su lugar se había colocado una máquina de escribir para que el doctor Miklós Nyiszli, ayudante del doctor Mengele, transcribiera los interrogatorios del cura polaco. Tanto Josef como el padre Kolbe estaban sentados cara a cara en la misma mesa en la que tiempo atrás el doctor tomara notas sobre los terribles experimentos realizados sobre el cuerpo del sacerdote, entre ambos sólo había una jarra de agua, un vaso y el extraño trozo de piel entre dos placas de Petri. A un gesto del médico, Miklós sujetó al sacerdote inmovilizándole el brazo derecho mientras

una de las enfermeras le acercó a Mengele una jeringuilla. - ¿Sabes que es el Tiopentato de sodio? No, supongo que no – Saboreó por unos instantes la incertidumbre aterradora del sacerdote – No se preocupe padre, no es más que un poco de sinceridad líquida, por si se ve tentado a no decir la verdad. – Le inyectó el suero – De acuerdo, soy todo oídos padre…

- El tres de enero de 1901 un nómada llamado Amr ed-Dhib, que buscaba refugio en las montañas de Qumra porque una tormenta de arena le había pillado desprevenido. Por casualidad encontró una grieta entre las rocas, por la que se deslizó desesperado, la cueva medía aproximadamente dos metros de altura y la grieta se encontraba en la unión entre la pared y el techo, por lo que sin poder asirse a ningún saliente y debido a la celeridad de la entrada, Amr se precipitó al interior destrozando algo en su caída. Dolorido por el golpe tentó a su alrededor en la oscuridad, tocando arena, maleza seca que el viento había debido acumular dentro de la caverna y lo que parecían los trozos de una tinaja o vasija grande. De la bolsa de piel de cabra que llevaba bajo la túnica, extrajo yesca y pedernal y procurando acumular algo de la hierba

seca que había encontrado, en un hueco realizado en el suelo de arena de la gruta, encendió una pequeña lumbre, suficiente para iluminar el rincón en el que se encontraba. Tenía en la pierna un feo corte; debió hacérselo con alguno de los trozos de la vasija, que vista a la luz del fuego parecía más pequeña de lo que por el golpe había creído. Algo brillaba ligeramente entre los fragmentos más alejados. Era la cubierta de cuero de lo que parecían un grupo de pergaminos… Los rescató de los restos, sacudió un poco el polvo y la arena que los cubría y tras alimentar la hoguera con más maleza seca, se sentó a esperar que pasara la tormenta, con la idea de echar un vistazo a su hallazgo, quizá pudiera sacarle algún dinero vendiéndolo en la ciudad. Llegado ese punto había olvidado por completo la herida del muslo. Tres días más tarde, en el mercado de Jericó, Amr acompañado de su hijo Mohamed, logró vender las cartas a un mercader desconocido. El comerciante era un buscador de reliquias que trabajaba para la iglesia católica localizando restos de santos y diferentes objetos sagrados requeridos por el Vaticano para evitar usos sacrílegos, por lo que en cuestión de semanas llegó a manos del Papa León XIII, poco más de un año antes de su muerte.

Después de meses de investigaciones, el manuscrito fue traducido prácticamente en su totalidad. Treinta y siete sacerdotes se emplearon en esta labor, pero nunca vieron los textos completos ni supieron de qué se trataba. Tras la muerte de Vincenzo – Nombre de nacimiento de León XIII – Su predecesor Pio X recogió el testigo y decidió que lo mejor era ocultar lo que ya por entonces comenzaron a llamar “el legado del fin del mundo” y mantener el secreto, una medida bastante empleada por la Santa Sede. Pío X estaba obsesionado con el episodio de la Pasión de Cristo, por lo que tenía cierta predilección por la catedral de Roma, la Archibasílica del Santísimo Salvador, en la que se encontraba la “Scala Santa”. En el 326 después de Cristo, Helena de Constantinopla mandó traer piedra a piedra la escalera del palacio de Poncio Pilato, por las que subió Cristo el viernes santo para ser juzgado y en la que se podían apreciar manchas de sangre del hijo de Dios, de hecho, según los estudios realizados por Pío, Jesús de Nazaret no cayó sólo tres veces durante su ascenso al Gólgota, bajo el peso de la cruz. Hubo una primera caída justo antes del juicio público, debilitado por los atroces latigazos recibidos perdió el equilibrio y se precipitó por las escaleras.

Levantaron el entarimado de nogal que se había colocado en 1723 para proteger la reliquia, las tablas del séptimo escalón, justo donde estaba el cristal que mostraba la mancha de sangre más evidente. En el marco del ventanuco podía leerse: “Sanguinem Domini nostri Jesus Christi” y bajo la losa de mármol ocultaron los documentos del legado. Dos semanas después, en verano de 1904, un ladrón de poca monta de las “periferie” de Roma, Giuseppe Lombardi fue encontrado muerto en un piso que ocupaba ilegalmente, se había destrozado las muñecas a mordiscos y arrancado los ojos con dedos torpes de manos torpes por tendones medio seccionados… No hubo investigación, el oportuno hallazgo de varios tarritos vacíos de Paregórico y una botella de absenta totalmente seca, resolvió todas las posibles dudas. Nadie prestó atención al sacerdote que momentos antes abandonaba el edificio con algo oculto bajo la sotana. El robo a la catedral de Roma se enmascaró como un ataque vandálico a la Scala santa. Nunca se supo quién había pagado a aquel hombre para que llevara a cabo la profanación, ni cómo el Papa pudo recuperarlo tan pronto, pero esto marcó un antes y un después en la preservación del manuscrito. A finales del mismo año, Pio X, tras haber estudiado en profundidad los textos, comenzó a

realizar importantes cambios con el único objetivo de prepararnos a todos. Entre otras cosas, ordenó la confección del Código de Derecho Canónigo – para unificar y fortalecer las leyes tanto espirituales como temporales de la iglesia católica – y, a finales de ese mismo año, seleccionó al primer guardián. Bajo ningún concepto nadie conocería jamás, excepto el mismísimo Santo Padre, la identidad de la persona encargada de custodiar aquella fuerza devastadora que podría terminar con la humanidad. Cada cinco años, tanto el custodio como la ubicación de los códices serían cambiados por el Papa vigente para evitar así su potencial localización y los posibles efectos adversos sobre la mente y el alma del elegido. No puedo decirle nada acerca del siguiente guardián, sólo que murió en extrañas circunstancias días después de legar su responsabilidad por orden del Papa Benedicto XV. – Ante la mirada inquisitoria de Mengele, Kolbe contestó – Pocos días antes de la muerte del Santo Padre recibí una carta lacrada con el sello papal, en la que se me instaba a continuar mi labor de forma indefinida, Benedicto presentía que una sombra oscura se cernía sobre lo que tanto nos había costado ocultar. Tras su muerte los periódicos publicaron su último deseo, palabras que no dejaba de repetir en los breves momentos de agonía antes del

último estertor: “Ofrecemos nuestra vida para la paz en el mundo”. No fue un deseo, más bien la respuesta a una amenaza cumplida… Llegados a este punto no puedo explicarle la razón que me ha llevado a guardar el legado durante casi cinco lustros… El rostro de Josef se crispó en un gesto de cólera, se levantó de súbito y barrió con el brazo todo lo que había sobre la mesa. - Le juro por Dios que mataré a todos los malditos niños de este campo y los que lleguen día tras día por esas vías – Señaló hacia la única ventana de la habitación, que estaba orientada hacia los andenes, con gesto violento – De haber querido una clase de historia, créeme no se la habría pedido a usted. Lo que quiero saber es qué es ese trozo de piel y de dónde vienen sus increíbles propiedades y quiero saberlo ¡Ahora! – Propinó un fuerte puñetazo en el rostro del sacerdote partiéndole la nariz, un estallido de sangre salpicó la mesa y al propio Mengele. Miró su bata con desprecio, se levantó con lentitud y se cambió la prenda manchada por otra limpia que había colgada en una larga percha atornillada a la pared junto a la puerta de entrada de la sala. Después se acercó al mueble de los medicamentos y volvió a cargar la jeringa de Tiopentato de sodio o pentotal

sódico como ponía en la etiqueta. – Quizá necesitas un poco más de persuasión. - Doctor si abusa demasiado de eso podría pararle el corazón – Miklós mantenía la barbilla pegada al pecho mientras hablaba. Josef terminó de inyectar el suero de la verdad en el cuerpo de Kolbe, se volvió hacia su ayudante judío mientras desenfundaba su arma y le apuntó directamente a la cara, apretó el gatillo pero no hubo detonación, volvió a disparar de nuevo y otro clic, la pistola se había encasquillado. - Por lo que se ve tienes otra oportunidad, no la desperdicies – Mengele arrojó el arma a un rincón de la habitación y volvió a sentarse junto al sacerdote, que sudaba profusamente y apenas podía sostener la cabeza erguida sobre los hombros. El doctor Nyiszli se limpió las lágrimas que resbalaban silenciosas por sus mejillas con la palma de la mano y se preparó para seguir transcribiendo. - Quería conocer la verdad – prosiguió Maximilian con voz entrecortada y apenas audible – y para eso tiene que saberlo todo, comprender que esto le sobrepasa…Quizá el saber que va a enfrentarse con algo que ha asustado a la misma cabeza de la iglesia durante años le haga recapacitar y olvidar todo esto… – Por toda respuesta recibió un bofetón. Acto seguido Mengele le alargó un pañuelo para que se enjugara la

sangre y depositó de nuevo el trozo de piel sobre la mesa tras haberlo recogido del suelo. - Háblame de esto, quiero saber dónde está lo demás. - Es un fragmento de uno de los siete manuscritos que forman parte del Legado. - ¿Me está diciendo que esos textos están escritos sobre piel humana? - Es piel, pero no es humana… – El sacerdote lo miró con ojos vidriosos segundos antes de perder la consciencia.

13 Cuando el doctor Nyiszli llegó a la mañana siguiente para seguir con el interrogatorio, era fin de semana, pero aparte de en el calendario nada lo demostraba, encontró a Mengele de pie delante de la ventana de la sala de exploración, llevaba la misma ropa del día anterior sucia y arrugada. Estático, parecía estar viendo Sodoma a través de los cristales y haberse convertido en estatua de sal. La silla que ocupara durante la sesión anterior estaba volcada, Miklós se acercó para colocarla en su lugar cuando descubrió el cuerpo del sacerdote tirado en el suelo, junto a la mesa, estaba muerto. - “U stóp Matki” – Se dio la vuelta y su ayudante pudo ver las oscuras ojeras y el rostro demacrado, no había dormido en toda la noche, parecía exhausto, pero su mirada era más fría aún de lo que solía serlo – Han sido sus últimas palabras, quiero saber qué significan, busca a un polaco que no se haya comido la lengua y averígualo, AHORA. - “A los pies de la Virgen” – Dijo el médico asistente con voz trémula y demasiado baja. - Repítelo y esta vez en una frecuencia audible para el ser humano – Josef no se molestó en disimular

su exasperación. - Doctor digo que “U stóp Matki” significa “A los pies de la Virgen” - “A los pies de la Virgen” – Repitió Mengele – ¿Qué narices…? ¿Es una maldita plegaria o algo así? – Preguntó más para sí mismo pero aún así Miklós le respondió con cierto temor. - Quizá presintió su muerte y quiso encomendarse a su tan amada Virgen María – Josef le miró de soslayo. - Deja las notas sobre la mesa – La paciencia era una virtud de la que no podía presumir, sin embargo haría un esfuerzo titánico en busca de una recompensa equiparable. Con un gesto despectivo de su mano le mandó fuera de la habitación. El doctor Miklós Nyiszli salió en silencio del bloque médico y rezó con todas sus fuerzas por no tener que volver… Nadie escuchó sus súplicas quedas. De nuevo en un callejón sin salida, el cura polaco ha muerto encomendando su alma a los cielos que le han concedido el último milagro. Al final el suero de la verdad había sido como agua en sus venas. El bastardo de Wirths le había puesto en cabeza de una batalla imposible de ganar. Quizá debería plantearse el hablar con su mentor, el doctor Von Verschuer, él

podría orientarle en tal tesitura, sin embargo no sabía hasta qué punto estarían sus intereses inmersos en aquel asunto. De todas formas toda aquella locura se había mantenido en secreto, por lo que su fracaso no saldría fuera de los muros, quizás todavía pudiera salvarse el verdadero motivo de su traslado a Auschwitz, un motivo que sólo él conocía y que se alejaba mucho de conseguir al teutón perfecto o una procreación el doble de rápido a base de gemelos. Sus labios dibujaron una amarga sonrisa, era tan absurdo. Muerto el perro, se acabó la rabia. Una cosa estaba clara no pensaba compartir su elixir de la inmortalidad... Si alguien se enteraba del hallazgo, en un último acto heroico el bueno del padre Kolbe habría cogido el trozo de piel y se lo habría tragado momentos antes de morir. Buscarían en sus entrañas algo que los jugos gástricos habrían hecho desaparecer. Dudarían, pero no podrían hacer nada. Wirths no se hizo de rogar. El lunes, el médico en jefe de Auschwitz llamaba insistentemente a la puerta de la casa de su subordinado, a primera hora de la mañana. Golpeó con fuerza la madera pulida por el tiempo sin molestarse en mirar si había un timbre. Mengele no tuvo prisa en abrir. - ¿Puedes explicarme qué es lo que ha pasado? –

La voz exaltada de Eduard resonó por toda la planta baja. - Buenas tardes a usted también doctor Wirths – Contestó Josef con cierta ironía. Llevaba la camisa a medio abrochar y el pelo aún mojado. - Déjate de mierdas, maldita sea. Has matado al cura, lo has matado y con él todas nuestras expectativas de negocio – Wirths lo apartó con el brazo y entró en la casa. - Querrá decir sus expectativas de negocio – Josef lo siguió con desagrado y ambos quedaron de pie ante la escalera. - No seas estúpido, a todos nos mueve el dinero, ¿no es ese el motivo de esta guerra? ¿Sabes cuánto podríamos haber sacado por un descubrimiento así? La Farben pedirá mi cabeza clavada en una bayoneta, pero no dudes que si… - ¿Le apetece un café, un té? – Mengele lo preguntó manteniendo el tono irónico mientras con la mano le daba paso al interior del comedor. - Quiero una explicación. - No hay nada que explicar – Mengele perdió la fingida paciencia – tanto tú como ese molesto doctor König habéis querido traficar con una quimera, no teníais nada, ¡NADA! ¿Qué fue lo que les prometisteis? ¿El jodido suero del súper soldado? ¿El

elixir de la eterna juventud? ¿QUÉ? Estamos en el siglo XX, los científicos de Farben son casi tan estúpidos como vosotros, ¿por qué no le habéis prometido también la puta lanza de Longino? Quizá de la sangre de su punta podrían sacar una pócima para ser dioses… El rostro encendido de Eduard Wirths se congestionó. - Nosotros… Él no moría… Pensamos que… No voy a… Capitán no voy a consentir que me hable en ese tono, como superior suyo no querría tener que llevarle ante un consejo de guerra. Mengele sonrió con gélida maldad. - ¿Cuáles serán los cargos Eduard? – Degustó en su paladar cada una de las letras que formaban el nombre de la persona insignificante que tenía frente a él – Podría matarle ahora mismo y enterrarle en esta infecta colina – Vio el terror en sus ojos – König es el oficial médico de enlace con las industrias farmacéuticas y tú el principal responsable del campo en estas relaciones “comerciales”, por decirlo así. ¿Alguien sabe cuál es mi papel en todo esto? Yo se lo diré, NADIE. No vuelva a amenazarme doctor – Wirths tardó unos segundos en recuperar la compostura – Atengámonos a los hechos, ninguna de las innumerables pruebas realizadas han dado resultado,

las muestras de tejido, sangre, etc. Todo normal. Durante los interrogatorios se le ha inyectado tanto pentotal que hubiera cantado a voz en grito las veces que se tocó la polla cuando aún era un seminarista imberbe pero… Absolutamente sin ningún resultado, no ha balbuceado más que sandeces acerca del cielo y el infierno. Definitivamente no hay nada biológico que poder recrear en un laboratorio, como puedes ver la palabra “N A D A” se repite demasiadas veces en esta conversación. La única explicación posible es que todo ha sido parte de un plan divino que está bastante lejos de ser comprendido por nosotros simples mortales – La atmósfera de la estancia se relajó ligeramente – Doctor Wirths ¿qué clase de relación tenemos si nos tiramos los trastos a la cabeza en nuestra primera crisis? Bayern seguirá necesitando cobayas y aquí tenemos de sobra, no se arriesgarán a perder tan valioso activo y eso sin entrar en detalle acerca de los experimentos que realizamos directamente en los campos, tan atroces que no se atreverían jamás a llevarlos a cabo en sus instalaciones. No, no se preocupe por su cabeza, mientras sigan llegando judíos permanecerá intacta sobre sus hombros. - Puede que llegue un momento en el que eso no baste para tenerlos en nuestros pies – Aseveró Wirths

con más obstinación que convencimiento. - La guerra no durará tanto, y los tenemos “a nuestros pies” no “en nuestros…” – Mengele guardó silencio sin haber acabado de pronunciar la frase, por suerte Wirth no se percató de su turbación. - Pero… - Josef no le dejó terminar. - Cuando yo era pequeño, y aún no tenía la capacidad del silencio, mi madre siempre me contaba la misma historia cuando me veía superado por mi infantil incontinencia verbal. Aseguraba que Dios, en su gran benevolencia, se había apiadado de la muerte y para aliviarle un poco en su labor tan sacrificada y poco gratificante, se decidió a incluir en cada hombre y mujer un contador de palabras, no de años, ni de kilómetros andados o buenas obras realizadas, de palabras. De modo que cuando llegaban al límite de cuanto el Todopoderoso les había adjudicado podían decir, su vida se extinguía con la premura de una llama que se apaga. Por si no ha entendido la metáfora, cierre la boca de una vez, no vaya a pronunciar sus últimas palabras. Y ahora doctor, si me disculpa, me gustaría terminar de vestirme – Con un ademán del brazo indicó a su interlocutor donde estaba la puerta, que ninguno se había molestado en cerrar.

Tendría que comprobarlo, pero algo, en lo más profundo de sus entrañas, le decía que tenía razón… Maldito y completo estúpido, una de las enfermeras era polaca, ¿cómo no había pensado en ella? Cruzó el camino de grava como una exhalación. Viendo como el polvo blanco lamía sus botas, lamentó amargamente el tiempo que había perdido puliéndolas, ya podría haber satisfecho aquella incertidumbre que le corroía como carcoma en madera podrida. Recorrió una a una todas las estancias del pabellón médico hasta encontrar a las enfermeras en la misma habitación donde días antes había estado interrogando al sacerdote. Cada una de ellas se aplicaba en su tarea como si le fuese la vida en ello, cosa que por otra parte no dejaba de ser cierto. El centro de su universo en aquel instante, limpiaba concienzudamente las manchas de sangre de la mesa. Al verle en la puerta las tres se cuadraron inmediatamente delante de él y agacharon la cabeza en espera de sus órdenes. Mengele repitió en voz alta la frase en polaco. - ¿Qué significa exactamente? – Tras unos segundos de extrema tensión, Maryja, la menuda enfermera de las afueras de Cracovia, le respondió tartamudeando de miedo.

- S-se-según el co-con-texto, puede signi-ficar ddos cosas – En el rostro del médico se dibujó una sonrisa de triunfo – A los pies de la virgen o en l-los pies delavirgen – Terminó la frase atropelladamente y guardó silencio.

14 - Su santidad, las noticias son ciertas, el guardián se encuentra recluido en Auschwitz. Será cuestión de tiempo que le descubran… Y si habla, sólo Dios sabe lo que será de todos nosotros. - Hablará. - Pero su santidad, no creo que… - El ser humano es débil padre Sbaraglia. Y más si se encuentra ante criaturas tan feroces, para los que la vida y el sufrimiento de los hombres no tienen valor alguno. - No creo que Maximilian nos traicione. - En sus actos no habrá traición alguna pues no se realizarán con esa intención. Debemos anticiparnos a lo que pueda ocurrir, hay que convocar a la Santa Orden, tenemos que recuperar el manuscrito. - ¿La Santa Orden? – Había miedo en sus palabras. - En situaciones desesperadas hay que tomar medidas desesperadas… La primera ha sido desvelar la identidad del guardián, ahora no podemos vacilar en la más importante. - Así sea. Esa misma tarde, en el despacho papal, tres

sacerdotes encapuchados, aguardaban de pie frente a la mesa del santo Padre, durante los quince minutos que permanecieron esperando no se movieron, permanecieron mudos y estáticos como estatuas de mármol, con sus túnicas de un blanco inmaculado. Pío XII entró en la estancia por la puerta de acceso “secreto” desde su alcoba, aunque con movimientos extremadamente tranquilos y medidos, su rostro denotaba cierta turbación. Se sentó en su sillón y con un gesto de cabeza indicó a los tres frailes que se sentaran, ninguno de ellos se movió. - Nunca me acostumbraré a vuestros estrictos votos. – Abrió el segundo cajón a su derecha, de la señorial mesa que ocupaba el centro de la estancia y sacó una carpeta de cartón bastante sucia y ajada. La puso sobre la pulida superficie… - Lo que voy a revelarles hoy aquí deberán llevárselo a la tumba… Días más tarde, a cuarenta kilómetros de Varsovia, un escuadrón de soldados alemanes dirigidos por el teniente Dolf Wagner – mano ejecutora de Mengele – tomaba el convento conocido como Niepokalanów (Ciudad de la Inmaculada) cerrado por el ejército en septiembre de 1939. No llegó a haber enfrentamiento, los tres religiosos

fueron masacrados a la salida de la capital polaca mientras eran conducidos al monasterio por un traidor de la resistencia. El camino de tierra se convirtió en un lodazal de sangre y cristales rotos cuando las tres MG42 estratégicamente situadas, hicieron añicos el viejo Adler y a todos sus ocupantes, incluido el informador de los nazis, que era quien conducía. La misión era demasiado importante como para arriesgarse a que escapara alguno de los enviados por la iglesia católica. El entramado de espías del Reich arraigaba profundamente en las entrañas del Vaticano. De no ser por los interrogatorios con el Tiopentato, la tarea de buscar en las casi ochocientas habitaciones que albergaba la ciudad de la Inmaculada habría sido digna de uno de los trabajos de Hércules, sin embargo, los pasos de Wagner apenas vacilaron entre las dependencias del convento al dirigirse directamente a la capilla junto a la que estaba la celda de Kolbe. Y allí, sobre el altar, en la base hueca de la imagen de una pequeña virgen de alabastro, estaba oculto el preciado manuscrito.

15 Todo parecía indicar que aquellos textos no servirían más que para hacerlos pedazos y repartirlos entre los soldados que fuera posible. Mengele no había visto nunca semejantes caracteres, sin lugar a dudas debía ser una grafía primigenia, pero saber eso no hacía más fácil la tarea de conocer los misterios que ocultaba. Empezaba a pensar que la muerte del sacerdote había sido demasiado prematura… La noche sería eterna si no lograba quitarse la idea de la cabeza y la judía que compartía su lecho no era lo suficientemente… Entregada, como para hacerle olvidar sus inquietudes. La sacó de la cama a rastras sin controlar su furia, la muchacha de apenas dieciséis años intentó alcanzar sus ropas, pero él no la dejó, la golpeó repetidas veces mientras la empujaba hasta sacarla de la habitación, una patada en la espalda la arrojó por las escaleras y una vez en la puerta de entrada la levantó agarrándola fuertemente del cuello, la muchacha, con la boca desencajada intentaba gritar suspendida en el aire a varios palmos del suelo, pero le era imposible, al ver el interior de la boca de la desesperada mujer Josef tuvo una revelación y la soltó de súbito.

- Parece que hoy es tu noche de suerte… Márchate ahora. - Pero Señor – Comenzó a suplicar la muchacha – Es de noche, cuando los guardias me vean fuera… – De un bofetón Mengele la arrojó fuera de la casa, al camino de grava. Hellen, así se llamaba la cría, se levantó aturdida, rozándose la mejilla dolorida con las yemas de los dedos y comenzó a caminar desnuda y lastimada por la fría noche en dirección a una de las entradas del campo, suplicaba en silencio para que los vigilantes de las torres no le disparasen… Josef subió de nuevo al dormitorio y se dirigió a la cómoda que había frente a la cama, pero algo pareció distraerle, en el último momento se desvió hacía el balcón y cogió su rifle, un Mauser KAR 98K con visor Ajack, que estaba apoyado en un rincón de la habitación, salió a la terraza, puso el arma en posición y buscó a la joven a través de la mira, cuando la encontró a unos quinientos metros, disparó atravesándole el pecho y dejando su cuerpo desmadejado en el sucio suelo, se encaminó de nuevo hacia el mueble, tras dejar el fusil en su lugar y del último cajón extrajo una carpeta de cuero en la que se encontraban los documentos del legado y junto a ella, en un pequeño estuche también de cuero, estaba el fragmento de piel que encontrara tiempo atrás en

el paladar de Kolbe. Lo extrajo y se la metió en la boca, sintió de nuevo la sensación eléctrica que había sentido la primera vez, ¿cómo no lo había pensado antes? Siempre había estado ahí, delante de sus narices y no había sido capaz de darse cuenta. Se sentó en la cama, hasta ese momento no se había percatado de que él también estaba completamente desnudo, sin embargo no le importó lo más mínimo, colocó la carpeta sobre sus muslos sintiendo agradable el frío cuero sobre su miembro, la abrió directamente por la primera de las cartas, y todo tuvo sentido… Ya no contenía símbolos extraños, todo lo contrario, ahora era perfectamente legible, la información parecía bullir rebosante directamente en su cerebro. En un principio Josef creyó haberse quedado ciego, todo era tinieblas. Con el corazón sobrecogido escuchó a su alrededor el entrechocar de rocas gigantescas, el aullido desgarrador de un viento huracanado que levantaba lo que parecían ser olas inmensas de un mar iracundo y violento. Tan lentamente que apenas se dio cuenta, la gruesa sensación de ceguera fue diluyéndose en un leve reflejo que se hacía más y más intenso, y fue cuando se hizo la luz. Y por primera vez existieron el día y la

noche. Era imposible que su simple visión de mortal pudiera abarcar la totalidad de la creación, y sin embargo allí estaba, ante sus ojos las aguas se abrían y dejaban paso a la tierra, de la que no tardaron en comenzar a brotar toda clase de plantas, una extensa vegetación que contemplaba hierbas que daban semillas y árboles frutales que daban fruto, de su especie, con su semilla dentro… La luz divina que todo lo envolvía fue cediendo su espacio a la luz de la recién nacida estrella que alimentaba a las nuevas criaturas de la tierra y fue así como Mengele vio la creación del sol y de la luna. Y estonces se oyó un retumbar como de vida abriéndose paso y el espacio celeste, las aguas y la tierra, todo, rebosó de aves, criaturas marinas y animales de toda clase, que fecundos, crecieron y se multiplicaron ante sus ojos hasta ocupar cada rincón de la creación… El alba lo encontró en la misma postura y sin dejar de leer. Aquella mañana no acudió a los andenes, algo que jamás había pasado desde que dejara a un lado la investigación del sacerdote, para él las tareas de selección iban más allá del deber. Su cabeza era un hervidero, había estado toda la noche conectado de forma compulsiva a aquellas páginas y sólo había alcanzado a terminar la

primera de las cartas, los pergaminos apenas medían cuarenta por treinta centímetros y sin embargo parecían estar escritos en una taquigrafía elevada a la infinita potencia, cada vez que leía cada uno de aquellos símbolos, párrafos enteros estallaban en su cabeza, frases que daban lugar a imágenes y escenas completas que presenciaba con total claridad… Y también fue testigo de la creación del hombre. Pudo ver como una figura alada de hermosura incomparable descendía de las alturas para dejar en la tierra la más preciada de las criaturas de Dios, la mujer. Aquella fue una de las primeras sorpresas para Mengele, Dios creó primero a la mujer y no al hombre como aseguraban las escrituras, así que todo aquello de la costilla de Adán no eran más que cuentos de viejas. Aprendió que los ángeles eran seres de energía y que por lo tanto no necesitan un cuerpo físico para existir, sin embargo a Luzbel, el primogénito de entre todos los ángeles, le fue otorgado un cuerpo alado para que obedeciera los mandatos divinos durante la creación, y ahí fue donde la cosa se jodió… Cuando Luzbel llevaba a Eva en sus brazos ella despertó y le miró quedando prendada al instante de la belleza del ángel, este, por su parte, que no conocía el amor carnal, quedó invadido del calor del alma de la mujer. Josef se estremeció al

sentir el torrente de sensaciones que invadieron el joven cuerpo de aquel ángel legendario. Ya en la tierra, Luzbel exhaló su aliento sobre ella dejándola profundamente dormida y borrándolo todo de su memoria, Mengele fue testigo de la decepción de tan espléndida criatura, del dolor que sentía en su corazón cuando alzó el vuelo y no volvió a mirar atrás, tuvo miedo, un miedo imposible a incumplir los designios divinos. Luzbel, la mano derecha del Altísimo, estaba profundamente enamorado de Eva. La piedra había sido lanzada al estanque de la pasión y las ondas arrasaron al arcángel... La carta era amarga y desgarradora, parecía haber volcado su alma, un alma nacida de aquel primer contacto con la mujer primigenia… Día tras día el ángel torturado volaba a la faz de la tierra y observaba en silencio a la sublime creación de Dios. Y fue entonces cuando Mengele observó cómo terminaba la fase contemplativa. Doblegada la voluntad de Luzbel, no pudo evitar acercarse a la mujer. La escena era sobrecogedora, la gigantesca figura del ángel envolvía con la envergadura de sus alas a la delicada Eva, cuyo cuerpo desnudo se estremecía con cada caricia de sus plumas. Aunque el ángel duplicaba la estatura de la mujer, ambos encajaron perfectamente.

Todo comenzó a darle vueltas, sin ser dueño de sus actos quiso sacarse el trozo de piel de la boca pero no fue capaz. Era difícil asimilar lo que se le había mostrado aquella noche. En ese preciso instante fue consciente de que tenía en las manos piel de ángel y que el símbolo que contenía estaba escrito con la sangre del señor del infierno, él mismo fue testigo en la más profunda sima del báratro, allí estaban los que sobrevivieron. La Biblia hablaba de que una tercera parte de las huestes celestiales se rebeló, pero no todos fueron enviados al abismo ya que muchos murieron durante la gran guerra. Fracasados, heridos y exhaustos, centenares de cuerpos sólo cubiertos por suciedad y llagas, ocupaban aquel valle tenebroso. Tan sólo su estatura los diferencia físicamente de seres humanos. No formaban grupos entre ellos, cada uno intentaba desesperadamente acostumbrarse a su nueva forma corpórea, el dolor físico era parte del castigo divino, vagarían eternamente entre aquellas piedras incandescentes torturados por los recuerdos de las atrocidades que cometieron con sus propios hermanos y enloquecidos por habérseles negado la luz divina que una vez contemplaron. Mengele los observaba con hastío, era como ver una jauría de hienas

hambrientas. Ocho siluetas resaltaban en aquella maraña de perdición, sus figuras eran más altivas, en sus rostros no había desesperación ni derrota, más bien resentimiento y odio, un odio ancestral y profundo. Eran los siete ángeles que dirigieron los ejércitos rebeldes y el arcángel que los lideraba, Luzbel. No hablaban en voz alta pero era evidente que se estaban comunicando. Uno a uno fueron postrándose ante su Señor, apoyaban la rodilla en tierra y le daban la espalda, sus rostros parecían cincelados en piedra y no hicieron gesto alguno de dolor mientras les arrancaba la piel. A Josef se le mostró la razón de semejante castigo…

16 Mengele pudo ver como la luz divina reprendía al ángel y le prohibía ver de nuevo a la mujer, como castigo no volvería a bajar a la tierra nunca más… Una vez que hubiera cumplido una última tarea, tendría que llevar a Adán a la tierra y dejarlo junto a la que sería su compañera, hombre y mujer debían estar juntos. Fue entonces cuando Luzbel conoció por primera vez lo que era odiar. Y odió, odió a Adán con la misma pasión que amaba a Eva… Nueve meses después de la llegada del hombre, Eva dio a luz gemelos: uno heredó la celestial belleza de su padre, sus cabellos eran rubios y sus ojos azules y la piel pálida como un pétalo de jazmín, era Abel. El otro, de cabellos y piel oscuros como su madre y con sus mismos ojos color aceituna… El caso es que cuando Luzbel supo lo de los niños, rompió la palabra dada al Señor y fue donde Eva. Pasaron los años y Luzbel, en secreto no dejó de visitarla, hasta el punto de que Eva no tardó en repudiar a su esposo… Según los textos, Adán desafió a Luzbel en un intento por recuperar a Eva, si es que alguna vez fue suya, en dicho enfrentamiento el odio de Luzbel se volvió locura y mató a Abel, su preferido, que se

interpuso entre ambos. Y fue entonces cuando la ira de Dios cayó sobre el arcángel que fue desterrado a los infiernos y condenado a permanecer en su forma corpórea el resto de la eternidad sintiendo el infinito dolor de la pérdida. Pero Luzbel no renunciaría a Eva sin luchar… Muchos fueron los ángeles que habían entrado en contacto con el favorito y se habían contagiado del calor de su furia humana, la gran guerra del cielo había comenzado… Una tercera parte de las legiones celestiales se había revelado, aún con la desventaja numérica, la batalla fue cruenta y muchos ángeles perecieron, hermanos dando muerte a hermanos… Pero como no podía ser de otra forma, los rebeldes fueron doblegados y la palabra de Dios se cumplió, aquellos que sobrevivieron fueros desterrados del cielo y condenados a una vida eterna de sufrimiento en las profundidades del averno. El propio arcángel Miguel, el que se sienta a la izquierda del creador, condujo a su hermano al lugar del exilio y le arrebató su nombre, ya jamás sería llamado por el nombre que el mismo Dios le otorgó por ser el ángel más bello…

17 - No creas que entiendes lo que ocurrió… La voz sonó en su cabeza y lo sobresaltó como si alguien hubiera disparado un cañón a sus espaldas – no puedes ni imaginarlo. – Josef se levantó de súbito dejando caer la carpeta con los pergaminos y de forma instintiva buscó algo con lo que taparse. - ¿Quién anda ahí? – Sabía que la voz la había escuchado en su cabeza, pero su cerebro se negaba a creerlo e intentaba buscar una explicación lógica, intentaba convencerse de que podía haber alguien escondido en la habitación, o el pasillo… - No eres estúpido, sabes que no hay nadie en la casa, tú mismo echaste a patadas a esa puta judía… Tienes piel de mis hermanos en tu boca y es mi sangre la que se funde con tu saliva, hace la conexión más fácil. – Mengele relajó levemente los músculos y volvió a sentarse en la cama. - ¿Eres… Eres el demonio? – No pudo evitar que le temblara la voz. - ¿Soy el demonio? ¿Qué demonio? – La voz sonó más profunda y ronca – Demonios hay muchos, tantos como ángeles caídos, yo no soy un demonio, yo soy el adversario, el primero de los

amotinados… Habla con propiedad, yo soy Lucifer – Josef se estremeció. - ¿Qué quieres de mí? - Te equivocas, lo cierto es que eres tú el que lo quiere todo de mí. - ¿Por qué ibas a darme lo que quiero? – Mengele parecía haber perdido el miedo – Se supone que nos odias y que sólo buscas nuestra perdición. - Para perderos os bastáis y os sobráis vosotros solitos, yo lo único que hago es divertirme contemplando la caída de su creación y sí, puede que de vez en cuando, os dé algún empujoncito… Pero no puedes culparme por querer salir de esta prisión de ira y fuego y volver al lugar que me corresponde. - No entiendo qué quieres decir. - Bueno, dejemos eso para otro momento… Al fin y al cabo soy el diablo y según vuestro folclore me encanta hacer tratos, así que voy a proponerte uno: yo te devuelvo la dignidad y tú aportas tu granito de arena en mi pequeña cruzada personal de venganza. – Instintivamente Josef miró hacía el techo de la habitación. - ¿Mi dignidad? No creo que… - Una fuerte carcajada dentro de su cabeza le hizo enmudecer. - Caíste en la más oscura de las vergüenzas cuando nacieron tus hijos. – Para Mengele

fue peor que si le hubieran golpeado en plena cara con la culata de un fusil. - Yo sólo tengo un hijo – Contestó con odio y obcecación. - Olvidas quién soy. ¿Qué diría la pequeña Unna si supiera que su padre reniega de ella? Pobre Josef, pasaste noches enteras leyendo los estudios de aquel médico irlandés, pero el doctor Turner 2 no lo sufrió en su propia estirpe ¿verdad? ¿Cómo enfrentarse a una degeneración así? Tendrían que haber sido dos niños, hermosos gemelos idénticos, pero… ¿Qué edad aparenta? Es una criatura patética y enfermiza, sangre de tu sangre, aria y pura. – Por primera vez en su vida, el doctor Josef Mengele se derrumbó, se dejó caer al suelo y no pudo contener las lágrimas, pero no eran lágrimas por su hija enferma, eran lágrimas de vergüenza y frustración. – Yo puedo hacer que todo sea como debía haber sido, puedo devolverte al hijo que debiste tener. - Eso es imposible, es imposible, es imposible, es… – Josef no dejaba de repetirlo. - Para mí no hay nada imposible, entrégame a tu hija Unna, dame su vida y de sus cenizas resurgirá un niño sano. – Josef no lo dudó. - Dime qué debo hacer…

18 Si el contenido de las primeras cartas era históricamente excepcional e increíble, el resto no era menos. La siguiente contenía una lista de nombres e iniciales que se suponía eran de los siete ángeles que acompañaron a Luzbel en su caída y de los que este arrancó la piel para escribir las epístolas, Pudo identificar el que aparecía en su trozo de piel, Asa’el.

Rama’el

Sahari’el

Turi’el

Asa’el

Yehadi’el

Alguien estaba llamando a la puerta. No eran horas, o sí, la luz de la mañana penetraba

ampliamente por el balcón del dormitorio, ¿Cuánto tiempo llevaba leyendo? Bajó a abrir poniéndose la bata, miró el reloj, las once y media de la mañana. El mismo soldado que le sirvió de chófer el primer día que llegó a los campos, se cuadraba delante de su puerta. - Señor, soy el cabo Berg, el doctor Wirths me envía para saber por qué tampoco ha acudido hoy a los andenes. – El soldado parecía nervioso, no le gustaba mucho Mengele, percibía en él algo que no llegaba a descifrar pero que le hacía sentir como si sus testículos se encogieran. - Dígale a Eduard que estoy enfermo, debí comer algo que no me ha sentado demasiado bien – el cabo no pudo evitar desviar la mirada hacía el centro de la calle donde aún permanecía el cadáver de la muchacha, Mengele pareció no darse cuenta – deberá sustituirme alguien en la clínica. Pídale por favor que tengan en cuenta mis “necesidades” a la hora de la selección, necesito gemelos para algunas de mis investigaciones… Por cierto soldado, si no le importa, recoja esa basura de la calle antes de que empiece a oler. En los siguientes días, Josef Mengele no

dejó de leer el manuscrito, cada hora que pasaba y cuanto más tiempo mantenía aquel trozo de piel dentro de su boca, más le costaba mantenerse cuerdo, era como si su mente se hubiera sobrecargado, constantemente se le venían imágenes a la cabeza, pero no sólo eran de lo que se describía en el Legado, cada vez que cerraba los ojos se sumergía en una agónica pesadilla, podía sentir el dolor, el odio y la desesperación de centenares de cuerpos que se retorcían en el fuego de su propia animadversión… Y entonces ocurrió, una de aquellas criaturas lo miró, fijó sus ojos en él y no dejó de observarlo un instante, eran azules, de un azul tan claro que parecían lechosos, como los de un pez mal hervido, tenía el rostro cubierto de cicatrices, marcas de una cruenta pelea con algún tipo de animal. Josef abrió los ojos con la desesperación de un buceador que sale a la superficie a punto de ahogarse, no eran visiones, había estado allí, de alguna forma que no lograba comprender, aquel pedazo de piel le conectaba físicamente con el mismísimo horror, el infierno. Tras su encuentro con Lucifer, Josef había dejado de dormir, de comer, de asearse, para él ya sólo existían la espera, los manuscritos y las visiones

o lo que demonios fueran. Pero lo que para Kolbe era una maldición que soportar, una tortura que sólo un mártir podría resistir y que seguramente lo acercaría a la santidad, hizo que la ambición de Mengele alcanzara cotas inimaginables para un humano que nunca hubiera “visto”. A la mañana del sexto día, el doctor Mengele se despertó temprano, desayunó copiosamente y pasó más de dos horas en el cuarto de baño, cuando salió acompañado de una nube de vapor, era un hombre completamente distinto, la sombra de la barba había desaparecido, su cabello volvía a estar perfectamente cortado y peinado. Delante del espejo, terminando de colocarse el uniforme, recordó su primer día en Auschwitz, aquella vez escuchaba una hermosa aria de su ópera favorita, ahora lo único que percibían sus oídos eran los desgarrados gritos del averno y como un susurro, el resto de los sonidos de la realidad. A la hora en punto sonó el timbre de la puerta, Wirths era un hombre extremadamente puntual, y pusilánime. - Josef, tiene buen aspecto, espero que ya esté mejor… - Estoy perfectamente doctor Wirths. – La frialdad en la voz de Mengele y el formalismo no pasaron desapercibido para el médico jefe de los campos.

- No tengo demasiado tiempo, sino te importa dime por qué necesitas verme con tanta urgencia, y aquí – esto último lo dijo con un ligero tono de desprecio. Todo lo que podía ver desde la puerta estaba hecho un desastre, parecía que el joven médico había perdido la cabeza durante aquellos días y había destrozado todo el mobiliario y… a juzgar por el olor, debía estar haciendo sus necesidades por toda la casa. - No es mierda lo que huele, y después de ver lo que tengo que mostrarte, unos cuantos muebles malparados no te impresionarán. – Eduard no pudo evitar el gesto de perplejidad, ¿cómo podía saber lo que acababa de pensar? - Doctor Wirths, si no le importa pase al salón por favor – Mengele se apartó de la puerta y le indicó a su superior el camino con un gesto de la mano; éste lo siguió no sin cierto recelo. – Abra su mente doctor voy a mostrarle cómo ganaremos esta guerra… La estancia estaba completamente vacía, excepto por tres cadáveres en diferentes estados de descomposición que había en el suelo, sobre la alfombra, perfectamente colocados uno junto a otro, los cuerpos se tocaban entre sí como si se tomaran de las manos. Eran una muchacha judía, la misma que tiempo atrás Josef asesinara desde la ventana de su

dormitorio, otro judío de mediana edad, al que Eduard reconoció como el zapatero, así lo conocían los guardias del campo ya que se ganaba cierta indulgencia abrillantando y arreglando las botas de los oficiales y, lo que más horrorizó a Eduard, un soldado alemán, aunque su estado era lamentable, Wirths pudo identificar a un joven soldado que había muerto hacía ya más de un mes al disparársele el arma mientras la limpiaba, Josef habría tenido que desenterrarlo, y eso era inadmisible. - Doctor Mengele, creo que ha perdido definitivamente el juicio, ¿cómo se atreve a profanar la tumba de uno de nuestros…? – Dejaron de salir palabras, aunque su boca permanecía abierta más que nunca, Josef se había agachado junto a la muchacha y le había cogido la mano, al instante el cuerpo de la joven judía comenzó a temblar levemente, en pocos segundos comenzó a hacerlo también el cuerpo del zapatero, mientras se detenía el primero lentamente, al final era sólo el cadáver del soldado el que se estremecía cada vez más, y más, hasta llegar a convulsionar de forma imposible y para asombro del doctor Wirths, se irguió hasta ponerse de pie como tirado por hilos invisibles. - ¿Qué abominación es esta? ¿Qué…? - Es la que nos hará ganar esta asquerosa guerra,

ya se lo he dicho – Miró al cadáver reanimado que ahora tenía los ojos abiertos aunque los globos oculares estaban girados hacia adentro – Mátalo – Le ordenó, y éste sin vacilación alguna caminó torpemente hasta Eduard y lo agarró del cuello, Wirths pudo desenfundar la Luger y la descargó a quemarropa en el vientre del soldado muerto, que no se inmutó y siguió oprimiendo su garganta con violencia. – ¡Suéltalo! – La criatura se detuvo y el jefe médico calló al suelo tosiendo y sujetándose el cuello en el que podían apreciarse rojizas marcas de dedos. – Ese Kolbe tenía dentro de su boca mucho más que el don de la inmortalidad… ¡Ayúdale a levantarse! – Al agacharse para levantar a Eduard, del agujero del estómago que habían abierto los disparos, se salieron las podridas entrañas del cadáver reanimado, desparramándose por el suelo, Wirths comenzó a vomitar con ansia. Mengele se acercó al poseído y le tocó en el hombro, éste se estremeció y cayó inerte al suelo a los pies de Eduard. - ¿Ha mu-muer-to? - Ha vuelto al infierno. - ¿De-de qué estás ha-blando? – Wirths lo miraba perplejo y aterrado al mismo tiempo. - Yo traje al demonio que controlaba ese cuerpo – Señaló el cadáver. – Y yo lo envié de nuevo al abismo.

Aún queda mucho que experimentar y necesitaré toda la ayuda que puedas prestarme. - ¿Qué ne-cesitas? – Preguntó su jefe inmediato todavía con dolor en la garganta. - Judíos… Muchos judíos y plena libertad para hacer con ellos lo que sea necesario. - ¿Creí que eso ya lo hacías? – Contestó Wirths con cierto desagrado en la voz. - Nada de lo que he hecho hasta ahora se parecerá a lo que estoy a punto de hacer. Aquel truco de magia había conseguido su fin, tiempo y libertad, libertad para prepararlo todo… El muy imbécil estaba convencido de que podrían controlar a los muertos y lo único controlado era su cerebro, también único testigo de lo que supuestamente acababa de ocurrir en la habitación.

19 Ya todo estaba dispuesto, esa misma tarde partiría hacia Frankfurt. Aún no había pensado qué le diría a Irene, tantos años ocultando a Unna y ahora iba a llevársela con él a Auschwitz. Sabía que en última instancia su palabra prevalecería ante una posible discusión, pero no quería eso, no quería enfadarse con su mujer. Ella tendría que entender. Él cumpliría su promesa y les devolvería lo que siempre merecieron tener.

20 15 de enero del año de nuestro Señor de 1945. Los judíos y sus supersticiones, conforme se acercaba a una de las salidas secundarias del campo, Eduard Wirth no podía dejar de pensar en las habladurías que corrían de barracón en barracón acerca de la casa de la colina, ¿cómo la llamaban los propios guardias de las torres? Ah sí, “Die heimat der engel des todes”, La morada del ángel de la muerte. Aseguraban que los gritos que cada noche se escuchaban provenientes de ese lugar eran desgarradores, más aún que los del propio campo. No podía seguir engañándose, tras la desaparición de König tendría que haber terminado con aquella locura… Quizá había llegado el momento. Mengele llevaba fuera varios días, aprovecharía su inesperado viaje para hacerse con las notas de su investigación y después… Después denunciaría a ese perturbado hijo de puta, tenía pruebas más que suficientes para que lo ejecutaran allí mismo, fotografías, testigos, a la pequeña Mozes y a su hermana, apenas tenían diez años, pero habían sufrido en su propia piel los espantosos pseudo experimentos de ese demente.

Desde el final del camino de tierra que daba acceso a la carretera, la casona parecía aún más terrorífica cuando se recortaba por los relámpagos de la tormenta eléctrica que azotaba aquella noche, sabía que no había nadie pero al mirar sus oscuras ventanas le parecieron las cuencas vacías de una calavera espectral que le estuviera observando con avidez. Rodeó el porche de madera que daba la bienvenida en la parte delantera y continuó por el lateral izquierdo donde había anexo a la casa una caseta para aperos de labranza. La idea era entrar por la trampilla del sótano y acceder desde allí al despacho de Mengele. El primer fallo del plan fue suponer que las portezuelas no estarían aseguradas, por amor de Dios, ¿Quién en su sano juicio querría robar en casa de un oficial alemán? Definitivamente ese hombre era un paranoico. Deshizo el camino hasta la caseta de herramientas, rogando por que no rompiera a llover y vio algo de lo que no se había percatado antes, a pocos metros del cobertizo había tierra removida, un espacio rectangular lo suficientemente grande como para poder haber enterrado a alguien allí. La puerta también estaba cerrada, miró a su alredor, la gloria se le escapaba entre las manos como agua derramada, antes siquiera de poder rozarla con la punta de los

dedos. Pateó con desesperación la pared de la garita haciendo saltar la parte baja de los tablones podridos, una tímida sonrisa de triunfo se dibujó en sus agrietados y resecos labios, siguió dando patadas a los tablones, pero no consiguió abrir un agujero mayor que el diámetro de un stahlhelm3. Tumbado en el suelo cuan largo era, pegó la cara a las tablas para poder introducir el brazo hasta el hombro. Mientras palpaba torpemente con su mano en busca de algo que le sirviera para forzar los candados del sótano, el olor húmedo de la madera descompuesta penetró en sus pulmones produciéndole un acceso de tos. Algo metálico le arañó la muñeca, siguió el contorno curvo con los dedos y se decidió a tirar de él, era un almocafre que, a juzgar por su aspecto nadie había llegado a estrenar, se extrañó al ver una palabra española grabada en la hoja, “Bellota”, debía ser de una calidad excepcional si la habían elegido en lugar de una alemana, definitivamente los polacos estaban locos… Se sorprendió a sí mismo en aquella absurda disertación sobre herramientas de labranza, supuso que estaba más nervioso de lo que creía. Aunque llevaba la pistola ceñida a la cintura, no soltó la azadilla mientras bajaba la escalera hacia la oscura bodega y se tapaba la nariz y la boca con la mano libre, el hedor que salía de aquel lugar era

indescriptible. Tardó un poco en acostumbrar sus ojos a la escasa luz de la estancia, incluso allí todo estaba escrupulosamente limpio lo cual hacía más desagradable aún la peste insoportable a carne descompuesta… O algo peor. Las paredes de cemento estaban cubiertas de estantes repletos de botellas, iguales a los que formaban estrechos pasillos en el centro de la sala. Atravesó el pasillo de en medio, donde parecían estar las mejores botellas, Château Latour del 28 y el 29, Romanée-Conti del 37, Borgoñas y algún Resling del 37 cuyo valor era un poco excesivo. Viendo el repertorio vinícola comprendió que realmente no sabía nada a cerca de aquel hombre, jamás lo había visto beber otra cosa que no fuera agua y sin embargo todo aquello... Algo le distrajo de sus cavilaciones, la luz de un nuevo relámpago a través de uno de los ventanucos del sótano iluminó el estante a la derecha de la escalera de acceso a la planta baja de la casa, una gruesa capa de polvo cubría todas las botellas que descansaban en sus baldas, excepto tres o cuatro colocadas en el costado de la estantería, en la parte más alejada de la salida del sótano, por un instante pensó que serían recientes adquisiciones, pero entonces miró al suelo y vio leves marcas curvas que indicaban la que parecía ser la apertura de un acceso secreto, un escalofrío le

recorrió la espalda. Movió el estante sin apenas esfuerzo, enormes bisagras ocultas la hicieron girar hacia fuera dejando al descubierto una nueva escalera que bajaba hacia la más negra oscuridad, allí el olor se intensificaba hasta hacerse casi palpable y Eduard no pudo evitar algunas arcadas. Aunque el miedo se había instalado en sus huesos, tozudo como el más agudo de los fríos invernales, no dudó un instante, apenas unos metros lo separaban de lo que creía sería el hallazgo más importante para lo que se traía entre manos, sólo había que saber dónde estaban los límites… Al llegar al último escalón, las tinieblas eran casi totales, se palpó los bolsillos hasta notar el relieve rectangular de un mechero de oro, al encenderlo vio las iniciales grabadas O. S. Aquel checo loco ya no sabía cómo pagar más mano de obra para su jodida fábrica de municiones, pensó de forma automática. La llama titilante iluminó débilmente una gran puerta de acero entreabierta, Wirths notó en el cuello como las pulsaciones se aceleraban, tiró de ella pues se abría hacía afuera y al principio no logró moverla, incrementó la fuerza hasta notar tensos todos los músculos del cuerpo y con un leve gemido los goznes comenzaron a ceder y la hoja se movió despacio, muy despacio, tras ella, como si aquello

fuera posible, todavía más y más sombras. Acercó la llama a la entrada de la nueva habitación pero no sirvió de nada, imaginando que quizá tuviera luz propia y sin atreverse a penetrar en la penumbra, alargó el brazo y lo flexionó para tocar la pared interior junto al marco, buscando una posible llave; el tacto del muro era frío y húmedo, los bellos del brazo se le erizaron de asco sin saber porqué. Tanteó la pared de arriba abajo sin lograr encontrar nada, hizo lo mismo con el otro lado y allí sí halló lo que buscaba, accionándola sin dilación. La intensa luz estalló ante sus ojos y le cegó durante segundos que se le hicieron horas eternas, los entrecerró para facilitar que sus pupilas se acomodaran mientras entraba en la nueva habitación, para cuando esto ocurrió ya fue demasiado tarde, el horror de aquella pesadilla lo envolvió por completo, sujetándolo con gélidas garras al borde del abismo de la locura y la desesperación. Todo era muerte, la estancia tendría unos cuatro metros de altura, otros cuatro de ancho y los mismos de largo, era un cubo perfecto, pero no podría asegurar si era cemento o acero, parecía ser un búnker antiaéreo, aunque era imposible afirmarlo al contemplar aquella abominación. Las paredes estaban cubiertas de miembros humanos, algunos de ellos en avanzado estado de descomposición, a juzgar por las

supuraciones y la carne que se desprendía perezosamente de los huesos amarillentos. Y lo más horrible, no estaban dispuestos al azar, decenas de cabezas se alineaban en la parte más alta, donde se unían las paredes y el techo, cabezas de hombres, mujeres y niños, judíos, polacos, gitanos… Aunque no lo distinguía con claridad, bajo estas había una fila de dedos erguidos clavados a la pared a modo de cenefa, bajo estos, como columnas, piernas cercenadas desde la ingle al tobillo, manos colocadas horizontalmente las seguían y bajo estas dos filas de tumbados brazos desde la axila a la muñeca, los torsos, de mujeres y hombres, a juzgar por las heridas, horriblemente torturados en vida, estaban clavados a los muros invirtiendo su posición a intervalos, el más cercano a la puerta de entrada parecía ser de un varón y estaba dispuesto con el cuello hacia arriba y las nalgas hacia abajo, sin embargo el que le seguía, era un torso de mujer y lo habían invertido, dejando los pechos grotescamente colgando, este patrón se repetía a lo largo de toda la habitación, igual que los cuerpos completos que, bajo la fila de pies cercenados puestos en vertical, daba por finalizada la decoración, cuerpos enteros colocados como las armaduras decorativas en un castillo medieval, pero siempre intercalando las mujeres cabeza abajo y los hombres

en correcta posición. Pero lo más inquietante era, que bajo las inclemencias de la descomposición, podía apreciarse cierta similitud entre los cadáveres… Todos eran gemelos. Sin haberlo ordenado su cerebro saturado, dio un paso hacia el medio de la estancia, el suelo estaba pegajoso, no quiso pensar la clase de fluidos corporales que debía cubrirlo. Del techo además del par de lámparas que colgaban en el mismo centro a diferentes alturas, del todo insuficientes para alumbrar todo el habitáculo; también pendían centenares de más miembros humanos y algunos órganos… - Aaayudaa…– La sangre se heló en sus venas tan súbitamente que el corazón se detuvo unos instantes y un dolor agudo le atravesó el pecho, absorto en la contemplación de aquella aberración no se había fijado en lo que parecía ser un altar situado en posición preferente dentro del cubo. - Por favor, mátanos, ten piedad, mát-ta-nos…– Sobre una enorme piedra de molino, cuatro mujeres yacían brutalmente mutiladas, sus piernas habían sido amputadas y cosidas todas ellas por los muñones en las ingles, formando una especie de flor monstruosa, todas debían haber estado en cinta pues las habían

abierto en canal desde el final de las costillas hasta el monte de Venus, arrancándoles a los bebés, algunos de ellos colgaban todavía del cordón umbilical por el borde de la piedra. También habían extirpado piel y músculo hasta dejar las entrañas y los órganos genitales al aire. Aunque habían conseguido contener las múltiples hemorragias, no habían conseguido detener la infección, podían verse gusanos en los bordes de la gran herida circular que compartían las cuatro desdichadas. Al menos una de ellas ya estaba muerta, era la única afortunada. Las ataduras no les permitían cambiar la postura, unas correas bajo el pecho y en las muñecas las mantenían fuertemente sujetas a la enorme losa que de seguro les serviría también de lápida. Eduard Wirths cayó de rodillas sin poder contener los vómitos, los oídos le pitaban y los ojos comenzaron a llorarle de forma abundante, como pudo se enjugó las lágrimas en el antebrazo y al intentar levantarse, por el rabillo del ojo percibió un fugaz movimiento en una de las partes oscuras del techo que la luz no lograba desnudar, fue entonces cuando se dio cuenta que había soltado la azadilla, miró a su alrededor y no fue capaz de localizarla, torpemente logró levantarse y sacó su arma sin saber realmente dónde apuntar. Los trozos de cuerpos que colgaban del techo comenzaron a moverse golpeados

por algo que se deslizaba entre ellos, pero Wirths no logró ver lo que era, caminó alrededor de la mesa sin dejar de mirar hacia arriba, intentando localizar aquella cosa… Y en ese mismo momento se mostró. Como un simio grotesco se balanceaba por el techo de un miembro a otro, en dirección al círculo de luz, se movía con la agilidad extrema de un mono araña, sin embargo, aunque estaba bocabajo, la cabeza permanecía completamente derecha retorciendo el cuello de manera antinatural, lo reconoció al instante, era el doctor König, Éste a su vez pareció darse cuenta y se dejó caer al suelo a poco más de un metro del jefe médico. Wirths palideció aún más, si es que era posible, teniéndole tan cerca le resultó imposible haberlo reconocido momentos antes, apenas quedaba algo de König en él, apenas quedaba algo de humano en aquella cosa, los ojos vueltos no dejaban ver más que la blanca y resplandeciente esclerótica y un enmarañado de pequeñas venas. Le habían rajado las mejillas, agrandándole la sonrisa en una mueca horrible que le hubiera llegado a las orejas de haberlas tenido, en su lugar sólo quedaban dos agujeros supurantes. El escaso pelo que aún le quedaba estaba sucio y largo, los dientes estaban podridos y rotos y por todo su cuerpo desnudo aparecían moratones y profundos cortes llenos de

gusanos y accesos de pus… Al levantar sus manos con gesto desafiante, pudo distinguir que le faltaba la carne de las últimas falanges, lo cual le daba el aspecto de siniestras garras. No había nada entre sus piernas, al igual que a las judías que formaban el diabólico altar, le habían mutilado los órganos y mal cosido las heridas producidas… - Hola buen doctor – sin mover los labios, con voz gutural como si se estuviera ahogando en una estanque de brea – Creo que no deberías estar aquí. - ¿Pero qué…? ¿Qué es lo que te han hecho Hans? - ¡Oh no! El pequeño Hans ya no está entre nosotros, no ha soportado la presión. La larga espera, esta incertidumbre…- Acompañaba sus palabras con teatrales movimientos – pero pronto todo habrá terminado y todo empezará. - ¿De qué estás hablando? – Pero no tuvo oportunidad de escuchar respuesta alguna, un fuerte golpe en la cabeza le hizo perder la consciencia cayendo al suelo como una marioneta a la que le cortan los hilos, tras él la figura de Josef Mengele permanecía impávida sujetando en su mano un almocafre manchado de sangre.

21 - ¿Se da cuenta de lo que he logrado? Wirths oyó la pregunta, pero no la escuchó, le estaba costando salir de la inconsciencia, la cabeza le dolía como si la hubiera masticado una suerte de gigante y luego la hubiera escupido asqueado por su sabor. Intentó llevarse las manos a la nuca, pero le fue imposible, estaba sentado y maniatado en una silla de madera y anea, también le dolían los hombros, debía ser por lo forzado de la postura. Lentamente sus ojos fueron enfocando la imagen que tenía frente a él. Seguía en aquel cubo demoníaco, rodeado de cadáveres y ahora Mengele estaba allí, de pie frente a él y sonriendo. König yacía a sus pies con la cabeza abierta y los sesos desparramados alrededor de la azadilla que él mismo encontrara, no sabía cuantas horas antes. - He tenido que matarle, sufría con esa cosa dentro. - Pero… ¿Qué es todo esto? ¿Qué es lo que has hecho? – Josef no le contestó enseguida, se acercó a la enorme piedra donde reposaban las

mujeres, que ahora estaban todas muertas, le habían hecho lo mismo que al pobre hombre-mono. Se limitó a empujar la madeja de cuerpos hasta hacerla caer por el otro lado del altar, el sonido que provocaron fue tan desagradable que a Eduard casi le fue imposible aguantar las arcadas. Y entonces se sentó al borde de la piedra sin importarle manchar sus pantalones de sangre. - Tenías que haberlo visto una hora antes… El altar aún vivía y ¡cómo gritaban! Tuve que sedarlas un poco para que no asustaran a Unna – Wirths no entendía de lo que hablaba y el médico demente lo percibió – Es… Era mi hija, mi tan amada como odiada hija Unna. No me juzgue, no soy un mal padre, pero cuando Irene dio a luz, esperábamos gemelos ¿sabes? Cuando nacieron… Tendrían que haber sido dos niños, pero no fue así, sólo Rolf nació normal, el otro… El otro fue Unna, si tan sólo hubiera sido una niña… Pero no, para la deshonra de nuestra familia Unna era deforme, la piel de su cuello… Sus ojos… Ni siquiera su estatura era normal. ¿Qué dirían el resto de oficiales? La ocultamos. Nadie lo ha sabido, ni siquiera los más allegados, dijimos que el otro gemelo había muerto en el parto, yo mismo silencié a la matrona, claro que mi esposa eso no lo sabe.

- ¿Qué coño me estás contando? Estás loco, ¡loco! ¿Qué tiene que ver todo ese drama con esta locura? – Mengele buscó sobre el altar, escogió entre los restos un trozo de intestino y soltando una risotada, se lo arrojó a la cara a su jefe, que apenas pudo esquivarlo. - Es la clave maldito necio, ¿no lo entiendes? ¡Él me lo prometió! Vendé sus ojos para que no se asustara de mi obra, esa fue la idea inicial, pero lo cierto es que no creía realmente que con menos de un año pudiera distinguir nada, en realidad me asqueaban sus repugnantes ojos de sapo. Y mientras le atravesaba el corazón con mi puta daga de la SS, lloré, lloré sin esperarlo si quiera y comencé a cantarle su canción de cuna preferida… – Y comenzó a canturrear – “Guten Abend, gute Nacht4, mit Rosen bedacht, mit Näglein besteckt, schlüpf unter die Deck:” – Aquí apoyé la punta del puñal en su pecho – “Morgen früh, wenn Gott will, wirst du wieder geweckt, morgen früh, wenn Gott will, wirst du wieder geweckt.”

– Aquí le hundí la hoja hasta la empuñadura – “Guten Abend gute Nacht, von Englein bewacht, die zeigen im Traum dir ChristKindleins Baum” – Aquí extraje el cuchillo y dejé que la sangre cubriera su diminuto y pálido cuerpo… – - ¿Mataste a tu propia hija? - Sigues oyendo pero no escuchas – Volvió a arrojarle restos humanos, que esta vez Eduard no pudo identificar – ¡Tenía que hacerlo! – Mengele estaba fuera de sí, completamente desquiciado y enloquecido – ¡Él me lo prometió! ¡Me lo prometió! Él me obligó… Tenía que haber renacido. Pero en lugar de eso… Se rió de mí, rió a carcajadas y me dejó a ese monstruo de feria – Señaló el cuerpo sin vida del que fuera el doctor König – Me lo dejó para recordarme lo estúpido que soy. Wirths era incapaz de entender todo lo que Josef le contaba, estaba demasiado aturdido, demasiado asustado…Lo único de lo que estaba seguro es que aquel hombre había sacrificado a su hija de la forma más atroz que jamás habría podido imaginar. En aquellas paredes había torsos en los que se podía ver el tatuaje de los oficiales de las Waffen-

SS, Mengele, en su locura, no había hecho distinción alguna entre sus víctimas y él había sido testigo de ella, esa era otra cosa de la que estaba seguro, no saldría vivo de allí. - No tenga miedo doctor, se que está pensando que le mataré cuando termine de delirar, pero no haré tal cosa, no mancharé mis manos con su sangre – Eduard no pudo evitar mirárselas, estaban completamente cubiertas del humor carmesí – La guerra toca a su fin y usted sabe también como yo que no he sido el único en cometer atrocidades, aunque su excusa haya sido la ciencia, ambos tendremos que huir… – Josef parecía haber vuelto a sus cabales – Por si no se ha dado cuenta, ya es por la mañana – Wirths se sorprendió, no pensaba que hubiera estado tanto tiempo sin sentido – Ahora iré a la clínica y recogeré los datos de mi investigación, no todo lo que he hecho estos años ha sido relacionado con ese sacerdote del demonio. Quién sabe, quizá me sirvan en un futuro. Cuando vuelva prenderé fuego a la casa desde los cimientos y nada de todo esto habrá ocurrido nunca, lo haré tanto si usted sigue dentro como si no, por lo que le recomiendo que no pierda demasiado el tiempo – Diciendo esto bajó de la piedra de molino y al pasar junto a él, puso en sus manos la daga con la que mató a su hija – Dese prisa doctor,

en apenas unos días el ejército ruso, al completo, tomará Auschwitz y llegado ese momento será demasiado tarde para usted. Caminando con paso impaciente los escasos metros que lo separaban del acceso al campo, en la cabeza de Josef Mengele aún resonaban las ominosas palabras del caído, tras ver morir inútilmente a su pobre hija… - Nunca dejará de sorprenderme la estupidez humana. Estáis tan… Predispuestos a la corrupción y la manipulación, que parece que en el fondo lo deseáis con ansia. No existe nada más atroz que el acto de matar a un niño y que además sea tu propio hijo, ¿pero hacerle eso a un bebé…? Has traicionado de tal manera a Dios que tu mera existencia es suficiente para hacer temblar los pilares de la creación. Tú no lo sabes, pero el primer sello se ha roto y gracias a tí mi venganza ha comenzado…

22 17 de enero del año de nuestro Señor de 1945 Josef entraba y salía de una habitación a otra de la clínica como una exhalación recopilando todos los informes y muestras que consideraba importantes de sus investigaciones. El incompetente de Eduard no tardaría en despertar y dar la voz de alarma. De haberla preparado, su huída no habría salido tan bien, el fin de la guerra borraría sus huellas y no habría ningún organismo alemán, ya fuera legislativo o militar, en condiciones de buscarlo. Aún así no todo sería improvisación, por suerte para él, cuando se incorporó a la SS en el 38, se había negado a que le tatuaran su grupo sanguíneo en el brazo, o en el pecho, como al resto de los oficiales, a Mengele nunca le gustaron las agujas, por lo que no le fue difícil hacerse pasar por médico militar regular de una de tantas unidades en retirada, sin que lo reconocieran, al menos en un principio. Durante la huída, entabló cierta amistad con una enfermera alemana a la que confió su verdadera identidad y el maletín con toda su

investigación, haciéndola pasar por algo de absoluta prioridad para el Führer, cosa que la mujer no dudó ni por un momento, embelesada como estaba por los encantos del médico. Aunque Josef no lo sabía, a mediados de abril su nombre apareció por primera vez en la lista de criminales de guerra nazis más buscado. En mayo, la comisión de crímenes de guerra de la ONU, le buscaba ya por genocidio y otros crímenes, llegando incluso a publicar en la radio y la prensa aliadas, noticias sobre las atrocidades que había cometido. Al mes siguiente su unidad fue interceptada por el ejército estadounidense en la ciudad alemana de Weiden y todos fueron arrestados. Por suerte para Mengele, la enfermera fue dejada en libertad poco después, junto con su equipaje. De no saber a ciencia cierta que su destino era terminar con el culo bien chamuscado en el agujero más oscuro y profundo del infierno, habría pensado que la mano de Dios guiaba su destino hacia buen puerto. Esos ineptos americanos habían registrado la detención con su verdadero nombre y no lo habían identificado como uno de los más buscados. Por unos instantes Josef se vio a sí mismo dibujado con sombrero vaquero en un viejo y amarillento cartel

con la palabra “WANTED” escrita debajo y una recompensa de 5.000 $. El verano pasó caliente y perezoso como la brea y por fin, en septiembre, Mengele fue puesto en libertad gracias a un documento de liberación aliado expedido a nombre de otro médico y que él mismo falsificó. De esta forma logró regresar a la Alemania ocupada por los rusos y encontrar allí a la joven enfermera a la que había entregado las valiosas notas de su investigación. En el momento de su separación, cuando fueron detenidos, Josef le dio unas señas a las que debería dirigirse cada jueves a la misma hora, hasta que ambos se encontraran y él pudiera recuperar lo que le había confiado. Aunque ella pensó que huirían juntos, el médico la abandonó y se ocultó en una pequeña granja en Mangolding, Baviera, donde le dieron trabajo sin saber quién era en realidad.

23 20 de septiembre del año de nuestro Señor de 1945 Aunque el doctor Eduard Wirths fue responsable de la muerte y esterilización de decenas de mujeres en los campos y, por voluntad propia, de las tareas de selección en los andenes de Birkenau, jamás se arrepintió de sus acciones, respaldadas, según sus propias palabras, por la investigación médica y las tareas compasivas en tiempos de guerra, sin embargo, el 20 de septiembre de 1945, habiendo sido apresado por el ejército británico, lo encontraron ahorcado en su celda y lo que las crónicas no cuentan es que junto al cuerpo se hallaron una serie de notas escritas – con su propia sangre – sobre las hojas de la Biblia que había suplicado a sus guardianes. Esto fue lo que Wirths escribió: “… Lo que hice lo hice por un bien mayor, amparado en los extensos brazos de la madre ciencia. La cura del cáncer bien merecía la mutilación o la muerte de algunas mujeres… El mundo juzgará mis labores de selección como algo atroz e injustificable,

pero era una tarea inevitable y completamente humanitaria, no podíamos permitir la masificación en los campos y teníamos la obligación moral de no permitir el sufrimiento de los más débiles, por eso se enviaba directamente a la cámara de gas a ancianos, enfermos y demás... Tengo la certeza de que aún habiendo atentado contra el quinto mandamiento, el Señor todopoderoso me perdonará, al fin y al cabo fueron los judíos los que asesinaron a su hijo después de torturarlo brutalmente, Él me perdonará por aquello… Pero no lo hará por lo que hicimos después, Josef llevó las cosas demasiado lejos y yo lo permití, no, no sólo lo permití, participé en aquella aberración, cierto es que lo único que me movía era el deseo de servir al Fürer y a mi país, pero eso no justificará mis abominables actos el día del juicio”

24 7 de septiembre del año de nuestro Señor de 1948 - Buenas tardes doctor Mengele, me llamo Kurt y vengo a ayudarle – Hacía mucho tiempo que no escuchaba aquel nombre, su verdadero nombre… A decir verdad, en los últimos meses se había esforzado tanto en ser Fritz Hollmann, que incluso había dejado de visitar a su familia en Guenzberg. Por las noches ya no tenía las malditas pesadillas en las que cabezas cercenadas de zwillingen le observaban desde sus privilegiadas posiciones clavadas en la pared, con sus horribles ojos sin parpados inyectados en sangre. Auschwitz quedaba tan lejana… Parecía más el recuerdo de un mal sueño, que una realidad tan monstruosa y terrible que marcaría la existencia de la humanidad con un estigma imborrable hasta el final de los tiempos. En lo primero que pensó fue en golpear a aquel hombre, abrirle la cabeza con la azada y enterrarlo allí mismo, antes de que nadie pudiera verlo, había llegado a través del sembrado, lejos de la casa. Después huiría, saldría de allí e intentaría por todos los medios llegar a Sudamérica, quizá hasta…

- …Argentina – El extraño interrumpió sus pensamientos. - ¿Cómo dice? – Josef no salía de su asombro. - Digo que el cerco se estrecha cada vez más a su alrededor y que puedo sacarle de Europa y conseguirle una nueva vida en Argentina, allí nadie le buscará. - ¿Y haría eso por mí por…? - No se confunda doctor, lo que le propongo no es por puro altruismo, eso son labores de las hermanas de la caridad, nosotros queremos algo a cambio – Hizo hincapié en la palabra “nosotros”. - ¿Para quién trabaja? - Eso no debe preocuparle, lo que importa es que son personas poderosas, para las que sacarle de aquí sería tan fácil como chasquear los dedos – hizo el gesto para dar énfasis a sus palabras. - Dígame la cifra y mi padre… – Kurt no le dejó terminar la frase. - Le tenía por un hombre inteligente doctor. Ya le he dicho que son personas poderosas, créame no necesitan los Reichsmarks5 de plata de la fortuna familiar. En el fondo le hacemos otro favor aliviándole de su pesada carga – Josef lo comprendió en el acto. - ¿Quieren los manuscritos? – Kurt asintió con un atisbo de sonrisa en los labios.

- Y la muestra de piel. - No los tengo, perdí toda mi investigación cuando me detuvieron las fuerzas aliadas – el extraño volvió a sonreír, pero esta vez había algo más detrás de su sonrisa que Mengele no supo descifrar. - Al final va a convencerme de lo estúpido que es. Sabemos lo de su amiguita la enfermera y que se encontró con ella en cuanto le liberaron los estadounidenses. No vuelva a mentirme doctor, no le conviene. - ¿Qué me impide matarle en este instante? – Josef sabía que no tenía nada que hacer, pero últimamente le costaba contener sus accesos de ira. - Supongo que el sentido común. ¿Cuánto tiempo cree que podrá seguir ocultándose en esta granja? Si yo le he encontrado, ellos estarán a punto de hacerlo y entonces Nuremberg tendrá por fin a su principal estrella... Te prometió algo ¿no es cierto? ¿Con qué te tentó? ¿Poder? ¿Riqueza? - No lo entendería… – Mengele pareció pensárselo unos segundos – De acuerdo, le daré la muestra y los manuscritos, pero no antes de estar seguro de que cumplirá su palabra. Por toda respuesta, Kurt metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y extrajo unos documentos que entregó al médico.

- Aquí tiene el permiso de desembarco argentino aprobado por Buenos Aires a nombre de la que, a partir de ahora, será su nueva identidad, señor Gregor, Helmut Gregor, con carta d’Identitá del municipio de Termeno, número 114. Desde este momento usted será un individuo de etnia alemana, originario del alto adigio6. - Todo esto ¿tiene que ver con Hudal? – Kurt no contestó – He oído rumores a cerca del obispo. ¿Quién si no la iglesia tendría tanto interés en esos textos? – Pensándolo fríamente, si la santa madre iglesia quería los textos, no sería él quien se interpusiera entre el cielo y el infierno. Había visto demasiado, en el fondo sentía que su alma nunca curaría las heridas por todo lo que había hecho. - Doctor céntrese en salvar el culo y olvide lo demás, sabe también como yo que no le queda mucho tiempo. - No se cual es su plan, pero no me iré a ninguna parte sin mi familia. - Iremos a Günzburg, pero no saldrá de la zona de los bosques, habrá hombres esperándonos y ellos se encargarán de que pueda hablar con Irene – A Josef no le gustó escuchar el nombre de su esposa de forma tan amigable en labios de un desconocido que pretendía ponerle el lazo en el cuello – Quizá incluso

pueda ver al pequeño Rolf.

25 Viernes, 20 de mayo del año de nuestro Señor de 1949 Pensaba que lo más duro había pasado, que ya nada podría ir mal, después de dejarse torturar por aquellos matasanos de la DAIE, en el 38 de la Via Albaro, donde realizaban el reconocimiento médico para poder conseguir el visado de entrada a Argentina… ¿Buscar casos de tracoma siempre con la misma varilla de vidrio? Ni siquiera se lavaban las manos maldita sea. Y después decían que él era el monstruo. Si uno no padecía una enfermedad contagiosa antes del examen, lo más probable es que después la tuviera. Aun así, se equivocaba. Cuando deslizó las 20.000 liras entre sus documentos para poder conseguir el visado de salida italiano, ignoraba que el oficial que los recibía no era el amigo corrupto de Kurt, al que solían sobornar. Helmut Gregor fue encarcelado por intento de soborno a un funcionario público, tan sólo cinco días antes de la partida del North King. Había rozado la libertad con los dedos pero ahora sólo era cuestión de tiempo que averiguaran su verdadera identidad y entonces… Algo

no cuadraba, los manuscritos seguían ocultos y en su poder, quién quiera que fuera el que había orquestado todo aquello no tenía el premio gordo. De haber querido que lo arrestaran, podrían haberlo hecho desde el primer momento en la granja o en los meses que pasaron ocultándolo entre aquellos asquerosos árboles de Günzburg, como si fuera un animal. Un tiempo precioso que había perdido intentando convencer a Irene para que se fueran juntos, pero ella ya no lo veía como el prometedor oficial con el que se casó, notaba como su cuerpo se tensaba en su presencia y como evitaba sus besos con la repugnancia más extrema grabada en sus ojos. Su esposa ahora lo veía como el monstruo que quizás realmente fuera. Le ocultó los motivos reales de la muerte de Unna, pero en el fondo sabía que no le creía. Por suerte para Josef, la imaginación de aquella mujer jamás le mostraría lo que verdaderamente ocurrió. Una miríada de imágenes estalló en su cerebro como cohetes en un hilarante espectáculo de fuegos artificiales. El fin de semana sería largo si su mente se empeñaba en escarbar en pozos tan profundos… Hubiera hecho cualquier cosa por recuperar lo que por derecho le pertenecía, y él le mostró el camino, o

al menos eso le hizo creer. Se presentó como el padre de la mentira y sin embargo su inteligencia de raza superior no captó el mensaje y se dejó embaucar. A veces pensaba que esa era precisamente la clave, “se dejó”. Irene tenía razón, siempre había sido un monstruo y toda aquella locura no era más que la excusa que necesitaba para dar rienda suelta a la oscuridad de su interior. No recordaba con claridad el momento en el que Lucifer le había descrito la capilla que tenía que “construir” para el ritual, vislumbraba entre brumas los detalles del altar, tenían que ser cuatro mujeres de raza judía, recién entradas en la pubertad y debían formar una matriz en su centro, pero ¿tenía que mutilarlas como lo hizo o hubiera bastado con arrodillarlas formando un círculo? La línea que separaba lo pactado de lo meramente ideado por él mismo era tan difusa que llegaba a borrarse en algunos puntos… Día tras día fue seleccionando con sumo cuidado a las víctimas que formarían parte del demencial santuario. A unos trescientos kilómetros al oeste de Auschwitz, en la localidad polaca de Czermna se encontraba “Kaplica Czaszek”, la capilla de las calaveras. Mengele la visitó días antes de su llegada al campo de exterminio. Había escuchado hablar de

ese tipo de monumentos, sabía que en Europa había tres y, aprovechando su nuevo destino, no pudo resistir la tentación. Tres mil cráneos y los huesos de más de veinte mil personas, victimas de la guerra de los 30 años, las guerras de Silesia y diversas epidemias de cólera, cubrían las paredes y techos del templo. Estar allí era como formar parte de una pesadilla lovecraftiana, la leve sensación de vértigo que sintió al contemplar los innumerables restos humanos, encendió una pequeña llama en su interior que no tardaría en desatar un incendio de consecuencias apocalípticas. La primera vez que vio su obra terminada, no sintió nada de lo que se supone debe sentir alguien que ha realizado semejante atrocidad en contra de su voluntad, no, él se sintió orgulloso, revivió aquella sensación de Czermna. Y supo en ese momento, tumbado en el infecto camastro de aquella celda mugrienta, durante aquel nefasto fin de semana, que nadie le había obligado a hacer lo que hizo, pero no se odió por ello. Enjaulado como un perro, los días pasaban despacio pero inexorables y hora tras hora lo alejaban de su única oportunidad de escape. A última hora del martes, el día antes de que zarpara el barco, Kurt apareció delante de las rejas con su habitual sonrisa

de autosuficiencia. - Teníamos un trato. - Tengo buena memoria doctor. - ¿Entonces quieres explicarme qué narices hago encerrado en esta mierda de sitio? - Un pequeño contratiempo sin importancia que se puede solucionar. - ¿A qué estás esperando? - Ha llegado el momento de cobrar doctor. Le sacaré en cuanto me entregue lo que quiero. - No puedo darte nada si estoy encerrado, ¿no te das... - Dentro de cinco minutos, uno de los guardias te dejará salir para que puedas hacer una llamada. Úsala bien. Mañana por la mañana, a primera hora, vendré a recogerte y yo mismo te llevaré al puerto, siempre y cuando pagues el peaje. Las personas para las que trabajo se impacientan, sobre todo después de registrar su habitación del hotel y no encontrar nada… - ¿De verdad me cree tan estúpido? - Creer está sobrevalorado doctor, prefiero los hechos a las hipótesis y sinceramente, ya hemos esperado demasiado. Ninguno dijo nada más, doce horas los separaban, para bien o para mal de la resolución de un acuerdo

que sellaría el destino del mundo.

26 A primera hora de la mañana del 25 de mayo, un mensajero de la empresa familiar de maquinaria agrícola Mengele, esperaba nervioso en las cercanías del edificio genovés donde mantenían preso al médico. Aquel hombre lo había seguido durante todo su periplo, desde Alemania, hasta Italia, pasando por Austria. Ese había sido el plan desde el principio, nunca se había separado de los manuscritos, tan sólo los mantuvo lo suficientemente lejos para que no pudieran arrebatárselos antes de conseguir escapar. Pasadas las ocho, un Fiat 1100 de color azul cielo con cuatro ocupantes trajeados, se detuvo delante de la entrada. El chófer no se movió. Kurt se bajó del asiento del acompañante y fue el único en entrar en el edificio, los otros dos hombres quedaron a la espera, uno a cada lado de la puerta. Minutos más tarde, salía acompañado de Josef, al que rodearon inmediatamente los dos que aguardaban en la calle. Mengele miró a su alrededor con detenimiento hasta localizar al mensajero, algunos portales más a la derecha, en la acera de enfrente. Con un gesto casi imperceptible de cabeza, le indicó que se acercara. El muchacho, de apenas veinte años de edad, lo hizo con

paso trémulo sin dejar de apretar contra el pecho un pequeño portafolios de piel. Ninguno de los presentes aquella mañana se percató de que junto al maletín, el joven le entregó también una delgada navaja de barbero que el médico escondió en la cinturilla del pantalón. Cuando el coche se alejaba camino del puerto, a Josef le fue imposible ver como varios agentes de policía interceptaban al mensajero y tras reducirlo a golpes lo metían a rastras en el edificio. - Devuélvame mis documentos para poder embarcar y no tendré inconveniente en darles esto – Mengele sabía con seguridad que no estaba en situación de exigir nada, pero no podía demostrar debilidad, habiendo llegado hasta allí, estando tan cerca, no podía fracasar, no era una opción. Cuando lo sacaron de la celda, Kurt llevaba consigo el visado y los funcionarios, bastante contrariados, se deshacían en disculpas, ¿quién era ese hombre al que hasta las autoridades temían? Y lo más importante ¿para quién trabajaba? Kurt se volvió desde al asiento del acompañante y le entregó sus papeles sujetos por una goma elástica, el médico los recogió con avidez y los guardó rápidamente en el bolsillo interior de la chaqueta, y

entonces lo vio, fue un simple cambio de miradas reflejado en el retrovisor, un gesto en apariencia intrascendente de Kurt, pero que hizo que el conductor acelerara el vehículo y cambiara de carril, algo sin sentido si se dirigían al puerto. En ese momento su supuesto salvador se volvió de nuevo pero esta vez portando un Webley 7, con el que le apuntaba. Josef tuvo el tiempo justo de apartar el revolver de un manotazo, el disparo retumbo dentro del vehículo y la cabeza del guardián del lado derecho del criminal nazi se abrió como un melón maduro, esparciendo la masa encefálica por la luna trasera y la tapicería, los siguientes disparos agujerearon la puerta y la ventanilla, al mismo tiempo Mengele sacaba la navaja de barbero y de un solo tajo cortaba la garganta del otro guardián, a la vez que los dedos de la mano con la que intentaba protegerse volaron en todas direcciones. Aprovechando que la confusión había provocado que la velocidad del coche disminuyera, Josef abrió una de las portezuelas y saltó fuera sin poder evitar que Kurt le arrancara el maletín de las manos en un último esfuerzo a la desesperada. Cuando Josef escuchó el frenazo del Fiat, ya corría con todas sus fuerzas hacía una de las calles cercanas, por las que consiguió despistar a sus perseguidores, que no habían tardado en seguirle.

En contra de todo pronóstico, Josef logró llegar al puerto y embarcar en el North King sin que lograran detenerlo. Una vez en Argentina, haría que su rastro desapareciera para siempre. Por alguna extraña razón que no alcanzaba a entender, la aversión a los manuscritos era tanta como su dependencia hacia ellos. Aunque desde lo ocurrido, nunca había vuelto a meterse aquel infame trozo de piel en la boca. El legado ya no estaba y él no podía evitar sentir cierta sensación de libertad. - Eminencia… Ha escapado, pero tenemos los textos y… Sí, todo ha salido tal y como estaba planeado. Lo seguiremos de cerca. Cuando sepamos que no nos es de utilidad será eliminado... – Kurt colgó el teléfono y salió tranquilamente del vehículo perdiéndose entre las calles de Génova, con una carpeta de piel bien sujeta contra su pecho.

EPÍLOGO PRIMERA PARTE

7 de febrero de 1979 – Bertioga (Brasil) El mar estaba calmo y la ligera pendiente de la orilla hacía posible adentrarse en él muchos metros sin que la superficie del agua llegara siquiera a rozar el pecho. A punto de cumplir los sesenta y ocho no tenía pensado aprender a nadar ahora, por lo que aquel lugar era ideal para Pedro, sobre todo en aquellos días en los que su salud no era más que una difusa sombra de lo que fuera en los días de gloria del tercer Reich. La frialdad del agua era reconfortante, le gustaba caminar por la orilla y sentir como las olas acariciaban sus pies. Comenzó a adentrarse en el mar despacio, sin apenas darse cuenta comenzó a silbar una de sus arias favoritas, pero de la que era incapaz de recordar el nombre. Tenía la piel de gallina, mientras disfrutaba del aroma de la sal, se sorprendió pensando en que sus huevos debían tener el tamaño de cacahuetes cuando un ola hizo que el agua le llegara a la entrepierna. Acariciar la superficie del océano le causaba un placer intenso y morboso al recordar el frío tacto de la piel de los muertos. Casi treinta años en América del sur y su delicada piel europea aún no se había acostumbrado a aquel sol abrasador, aunque llevaba el protector solar

que tan amablemente habían preparado para él, aceites de soja, nueces y aguacate, a veces dudaba entre extendérselo sobre la piel o hacerlo sobre una enorme rebanada de pan caliente con unos trozos de queso de cabra. De todas formas daba por hecho que al final del día estaría rojo como una langosta cocida. Notaba la suavidad del fondo marino en la planta de sus pies, y aunque era agradable, echaba de menos la firme sujeción de un buen par de botas militares. A unos cien metros de la orilla, se dio la vuelta para ver la costa, era un día sumamente tranquilo y la playa estaba casi desierta, miró a su alrededor y no vio a nadie, así que se tendió con cuidado sobre la superficie y se dejó mecer por las olas mortecinas mientras el sol calentaba su rostro… Entonces su mente voló lejos de allí, atravesó montañas, mares y océanos de tiempo, se vio a sí mismo, mucho más joven, arreglado con fanática dedicación y rodeado del resto de médicos en los andenes de Auschwitz, observaba con repugnancia como sus compañeros necesitaban enfrentarse a las responsabilidades de su trabajo cubiertos por el velo de la embriaguez. Su falta de carácter era patética… Escuchó que alguien lo llamaba y se sobresaltó, tragó agua y perdió el equilibrio, dando torpes manotazos, tardó unos instantes en lograr recobrar la estabilidad, pero al

intentar de nuevo ponerse en pie tropezó con algo duro en el fondo y volvió a perder el equilibrio, sumergiendo la cabeza bajo la superficie por unos agónicos instantes hasta que finalmente logró incorporarse. - ¿Sr. Gerhard está usted bien? Tardó un poco en darse cuenta que se dirigían a él, sonrió levemente ante su torpeza, Gerhard, Pedro Gerhard era su nombre, la próxima vez tendría que elegirlo personalmente, así se aseguraría al menos de no olvidarlo. Pero no habría una próxima vez… Intentó contestar pero sus labios no le respondieron, no tardó en sentir esa desagradable sensación cuando el agua salada se seca sobre la piel, pero mucho más intensa, quiso llevarse las manos al rostro acorchado, pero le fue imposible, su cerebro había perdido toda conexión con las extremidades, ni siquiera pudo mudar su gesto al de más puro horror cuando vio la superficie del mar acercarse a su rostro conforme su cuerpo caía hacia delante hasta quedar flotando sobre el agua en la posición del muerto. No podía respirar, por lo que el agua no penetró de forma inmediata en su organismo, tampoco podía cerrar los ojos, aunque extrañamente no le ardían por la sal, lo que sí le ardían eran los pulmones. Una aguda y dolorosa punzada comenzaba a atravesar su cabeza,

conforme la idea de que se ahogaría allí mismo se iba instalando en su cerebro, pero entonces alguien le dio la vuelta y sacó hábilmente su rostro del agua, sin embargo no sintió la fresca brisa secando el agua sobre su rostro, ni el cálido saludo del sol, tampoco la esperada bocanada de oxigeno penetrando en sus oprimidos pulmones… Se ahogaba y la única parte de su cuerpo que le respondía eran los ojos, que no dejaba de mover frenéticamente dentro de las cuencas. Pudo distinguir como otras personas se acercaban para sacarlo del agua, pero todo era inútil, aunque la luz solar quemaba sus dilatadas pupilas, un oscuro velo comenzó a envolverlo todo hasta que lo único que quedó fue un pequeño destello carmesí muy por encima de donde se encontraba su cuerpo. Al principio creyó que sería el final del túnel del que tanto había escuchado hablar a las pocas personas que conocía que habían tenido una experiencia cercana a la muerte, pero conforme se acercaba se percató de que no era una apertura, sino algo tangible que brillaba por sí mismo, por un momento le pareció ver el rostro de una niña pequeña, que le resultó extrañamente familiar, pero tras un parpadeo, cualquier parecido con un ser humano se desdibujó para dar lugar a una horrenda criatura de afilados colmillos que sobresalían de su descarnada boca y

cuyas mugrientas garras lo aferraron por el cuello hendiéndose con dolorosa profundidad y arrastrándolo al abismo… A cinco kilómetros del lugar donde recuperaron el cuerpo sin vida de Gerhard, una vieja barcaza local de pesca recogía a un buzo con un extraño equipo de inmersión, el traje de neopreno estaba camuflado con imágenes tridimensionales del fondo marino y el equipo de respiración no estaba formado por la típica bombona de aire comprimido, basado en la ley de Henry, utilizaba un sistema que extraía directamente el oxígeno del agua a través de una turbina alimentada por una batería de alta duración, el ingenio era patente del servicio secreto israelí, aunque tendrían que pasar muchos años para que ambas licencias fueran mostradas al mundo. Dos de los integrantes de la tripulación le ayudaron a subir a bordo a través de una escalerilla enganchada al costado de la nave, ni sus ropas ni su forma de moverse harían pensar a nadie que en realidad eran agentes perfectamente entrenados del MOSAD. De la cabina del timón salió un cuarto hombre. - ¿Algún problema? – Dirigió la pregunta al recién llegado que acababa de quitarse las gafas de buceo. - Ninguno, el muy hijo de puta incluso me

ha pisado y ni siquiera se ha dado cuenta del pinchazo entre los dedos corazón y anular del pie derecho – Cada palabra estaba cargada de un odio que casi podía palparse. - No es necesario hablar de esa manera Amir, todos los que estamos aquí pensamos como tú, pero no debemos dejarnos llevar por nuestros sentimientos, no es profesional. – Donato, jefe del grupo de operaciones, no disimulaba el desagrado que sentía hacía su compañero, nunca le habían gustado demasiado los ejecutores, aunque tuviera que aceptar que de una forma u otra eran necesarios. – Parecerá una muerte natural, si alguna vez le hacen la autopsia será imposible de detectar. – Guardó silencio unos segundos como si sopesara sus propias palabras. – El círculo se ha cerrado y por fin se ha hecho justicia. Ya sólo queda comunicarlo a la Santa Sede, no dudo que quedaran plenamente satisfechos. Ha sido un buen trabajo – Esto último lo dijo mirando a cada uno de los hombres que le escuchaban en cubierta, tras lo cual volvió a entrar en la cabina del timón. - ¿Su Santidad?... Ya está hecho… Sí, se hacía llamar Peter Gerhard… La orden debió hacerse cargo desde el principio… Sí ya lo sé… Pero Josef Mengele debió haber muerto hace mucho tiempo… Sí

su Santidad, es obvio que los caminos del Señor son inescrutables. En la cubierta, Amir seguía quitándose el equipo con ayuda de uno de sus compañeros, llevaba la parte de arriba del neopreno colgando de la cintura, en su pectoral izquierdo tenía un extraño tatuaje, como si fuera la impronta de una antigua moneda, podían verse a dos soldados de la edad media sobre un sólo corcel con enormes escudos en forma de lágrima invertida y una cruz patada en su centro, alrededor del dibujo podía leerse la leyenda: “SIGILLUM: MILITUM” Amir susurró entre dientes: - Nuestros hermanos han sido vengados, Dios los tenga en su gloria.

INTERLUDIO 1 30 de octubre del año de nuestro Señor de 2011 Hora: once y cincuenta y ocho minutos. Lugar: José Fabella Memorial Hospital de Manila (Filipinas) Nombre: Danica Mae Camacho. Peso al nacer: Dos kilos y medio. ¿Que qué tiene de especial? Es sencillo a la par que complicado, la hija de Florante y Camille tiene el dudoso privilegio de ser, para la ONU, el simbólico bebé número siete mil millones. Para la Optimum Population Trust, organización británica sin ánimo de lucro que pretende concienciar, a quien se deje, sobre los problemas de superpoblación que sufre el planeta en relación a la sostenibilidad teniendo en cuenta los recursos naturales, Danica es la prueba irrefutable de que nuestra huella ecológica es mucho más destructiva que la del tarpán de Atila. Según la OPT, la población óptima o sostenible del planeta era de dos mil setecientos a cinco mil cien millones de habitantes. A sabiendas o no, la humanidad ha

cometido uno de los mayores pecados contra las leyes de Dios, el suicidio. Y con este ya son seis los sellos que se han roto… Los atroces actos de Mengele, los constantes abortos, la bestial pederastia, el cruel maltrato, los asesinatos… Desde su creación, el hombre no ha hecho más que corromper la intención divina y ahora ya sólo le queda una oportunidad de posible redención…

INTERLUDIO 2 Osuna, 24 de abril del año de nuestro Señor de 2012. - ¿Conocen la historia de Adam y Eva? – Casi todas las participantes de la charla se miraron exasperadas temiendo un monólogo religioso sobre el lugar de la mujer en la creación, Rosa continuó – ¿Esa en la que un melenas vestido de blanco y obsesionado con Mr. Potato jodió la patente de Famosa creando los primeros Barbie y Kent? Bueno pues ahí, justo en ese instante, todo se fue al carajo… – volvieron a mirarse entre sí, pero esta vez el gesto fue de sorpresa y la mayoría reía ruidosamente, no estaban acostumbradas a escucharla hablar con ese tipo de vocabulario. El discurso continuó – Antes de proseguir, y para evitar malos entendidos, NO SOMOS IGUALES. – Casi por casualidad le había tocado a Rosa dar aquella conferencia, nunca le había gustado hablar en público, en cierta medida le gustaba el protagonismo, pero había leído el texto preparándose la ponencia y no lo vio políticamente correcto, pero… no le quedó más remedio que devolver un viejo favor, todo sería pan comido, no tendría más que leer el

texto y echarle un poco de cara, para eso sí servía… – Dejémonos de pajas mentales y alucinaciones de “maría”, el problema es ligeramente más sutil que toda esa mierda de tías trabajando en la mina y de tíos quitando el polvo y llevando a los nenes al cole, ¿Creéis que las mujeres nos sentimos mejor por tener un día de la “mujer trabajadora”? ¿Qué coño significa eso? – Todas se unieron a su comentario con exageradas negaciones de cabeza – Yo lo entendí todo el otro día, o mejor dicho la otra noche… – La carpa se quedó en completo silencio. En un principio, se suponía que la ponente sería una señora mayor que hablaría sobre las vicisitudes pasadas en sus años de juventud, las carencias afectivas de su madre, los abusos de autoridad de los varones de su familia, etc. Nadie esperaba que Rosa les leyera las notas de una joven de poco más de veinte años que hablaba de sus propias opiniones, y menos aún de que afirmara conocer las razones reales de la problemática de la igualdad entre hombres y mujeres – …Después de un par de jadeos, un “te quiero” monótono y un falso “ha sido increíble”, o lo que es lo mismo… Después de un mal polvo, – Algunas risitas se escucharon entre las asistentes y también algunos suspiros de desesperada resignación, hubo hasta leves indicios de rostros escandalizados. Rosa

puntualizó – Yo sólo leo, que quede claro. Con mi Rafa no tengo queja. Sigo con la disertación – De nuevo algunas carcajadas – Enfrascada ya en mi libro de “antes de dormir” y envuelta en el sopor de los ronquidos, tuve mi revelación, mucho mejor que un orgasmo forzado, que no fingido. La trama de la novela era bastante original, teniendo en cuenta que iba sobre vampiros y hombres lobo, sobre estos últimos, en la novela hablaban acerca de la “imprimación”, los hombres lobos sufrían algo parecido a un flechazo, con la que sería su pareja para la eternidad, era inevitable e irrompible, la leyenda afirmaba que hasta el momento de la unión ambos eran seres incompletos… Y allí estaba yo, completamente iluminada por el haz de luz de la clarividencia… ¿Cómo comprender algo en esencia si nos encabezonamos tozudamente en estudiarlo por separado? Supongo que Dios hizo uso de lo de no poner todos los huevos en la misma cesta. No sé si me estoy explicando con claridad o el ardor de la sabiduría me hace divagar demasiado, en un intento por no dejar nada en el tintero. El tema es que el hombre y la mujer son dos partes indivisibles de la misma maldita cosa, pero el “barbas” y su jocoso humor negro provocan que nunca llueva a gusto de todos, nos separó y nos repartió por el mundo, sin

quedarnos otra alternativa que la del método de “prueba y error” lo cual ha desencadenado multitud de conflictos, más o menos “gordos”, a lo largo de los siglos. Sí, ya sé lo que me vais a decir algunas, que la soltería es maravillosa, no tengo la menor duda, pero debéis tener en cuenta que las mitades de una misma cosa no tienen por qué unirse de forma romántica, la amistad es algo muy importante y bastante infravalorado por el hombre (Y uso el término como conjunto de seres humanos, creo que el sexismo en el vocabulario es una polémica absurda y que sólo se recuerda cuando se necesita políticamente una cortina de humo que enmascare temas más importantes y escabrosos) De la más liberal a la más mojigata, todas las mujeres que estáis aquí sabéis que lo que digo tiene sentido – Ese comentario no hizo demasiada gracia a las asistentes pero Rosa pareció no darse cuenta, o al menos no prestó atención alguna – Pero como bien es verdad, del dicho al hecho hay… un trecho infinito. Cada individuo ha reaccionado de forma diferente a la sinrazón de no sentirse completo: algunos, aunque no debemos olvidar que también algunas, se vuelven violentos, otras personas caen en la elección de la ignorancia, muchos se dejan llevar por el hedonismo del método y así, una lista interminable… Lo cierto e innegable es

que no hay nada que se pueda hacer, hay demasiadas mentes que deben comprender y eso contando con que quieran hacerlo… Quizá lo único verdaderamente correcto sería no perder la esperanza y buscar, buscar sin desfallecer hasta encontrar esa mitad que nos haga completas y nos permita centrar toda nuestra atención a aquello que verdaderamente demuestra lo que Dios intentó con su creación. – Ahora el silencio sí era real, ni siquiera la respiración se percibía, tampoco en Rosa, la cual parecía la más sorprendida por lo que acababa de leer, cuando lo leyó por primera vez para no equivocarse al hacerlo en público, no llegó a comprender el trasfondo de lo que tenía entre las manos. La hija de Carmen tenía toda la razón, qué absurdo parecía que una veinteañera abriera los ojos de un salón entero de cuarentonas supuestamente llenas de experiencia sobre la vida. El término de la ponencia fue de lo más extraño, no hubo felicitaciones ni pequeños grupos de debate entre las asistentes, no hubo risas ni comentarios vacíos, sólo silencio, todas fueron saliendo lentamente de debajo de la carpa con rostro asqueado, quizá por lo que habían escuchado, quizá por lo que les esperaba en casa después de haber visto la luz que mostraba su avergonzado conformismo…

La carpa estaba instalada junto al parque, en la zona del pueblo donde se montaba los lunes el mercadillo, a pocos minutos de su casa. Rosa agradeció la intención de varias amigas de llevarla a casa, pero preferió pasear. Caminó despacio, saboreando en silencio el triunfo de la charla, evidentemente no eran ni sus ideas, ni sus palabras, pero nadie podría negar, que lo había leído con mucha elocuencia… Pasaban de las nueve de la noche cuando abría la puerta, hogar, dulce hogar... De sus cuatro hermanos, ella siempre había sido la más valiente, o quizá, siendo más justos, la que menos miedo tenía cuando llegaban esos instantes salidos de la oscuridad. Treinta años después, con dos hijos casados – más o menos – un marido jubilado en plena crisis del “inutilismos”, como ella lo llamaba, y después de haber sobrevivido a una mastectomía, con lo que esto conlleva, se consideraba verdaderamente valiente ¡Qué coño! Forjada en el mismísimo campo de batalla. Jamás creyó en las tonterías del más allá, ni en ovnis ni en jodidos monstruos dentro del armario… Pero si ahora mismo la llamaran para una encuesta telefónica sobre el miedo irracional, no podría negar que llevaba desde las once de la noche sin querer

moverse del centro de la cama, con la piel de gallina, teniendo mucho cuidado de no asomar ninguna parte de su cuerpo fuera del colchón, sintiendo todos los músculos agarrotados de puro pánico, del más puro y genuino de todos los pánicos absurdos que puedan llegar a sentirse… Cuando llegó del acto de la asociación de mujeres, Rafa, su marido, ya había salido para la capital con sus “colegas” para ver un partido de fútbol, era evidente que el Sevilla jugaba, pero no sabía contra quién, tampoco le importaba demasiado. No era un partido importante, aunque sí lo suficiente para tener una buena excusa y poder llegar pasada la madrugada, algo beodo y hasta el culo de perritos calientes del estadio… Sus hijos llevaban dos semanas sin aparecer por casa, así que estaba completamente sola y sin perspectivas de visitas inesperadas, lo cual en otras circunstancias habría significado el paraíso, pero no esa noche, esa noche nada estaba saliendo como era de esperar… Solía encender velas, las colocaba sobre el lavabo, el borde de la bañera, sobre la tapa del váter. Esta vez no lo hizo, estaba demasiado alterada después de la charla, se sentía orgullosa y no quería desperdiciar el tiempo del baño, se limitó a apagar la luz central y a encender la del espejo para dar un toque más

íntimo a la estancia. Cerró la puerta, sin pestillo, siempre había temido resbalar en la ducha y que nadie pudiera entrar a socorrerla, pero la cerró, estaba completamente segura, sin embargo, al poco tiempo de estar sumergida en el agua caliente, la puerta se entreabrió, incluso chirriaron las bisagras como en las películas de terror de serie B, se engañó a sí misma, de forma casi imperceptiblemente consciente y siguió disfrutando de las caricias del agua caliente. Aquel era su único vicio, después pasaba algunos días con esa sensación de culpabilidad en la boca del estómago. El agua era un lujo para no malgastar, pero… Quién podía resistirse a un buen baño caliente de vez en cuando… Empapó una toalla pequeña en el agua y se cubrió la cara con ella, el ronroneo del agua cayendo la fue dejando dormida, la luz del espejo titiló levemente y la temperatura de la habitación bajó algunos grados, Rosa no se percató, zozobraba entre la vigilia y el sueño, cuando un fuerte y desgarrador grito la despertó. Rió nerviosa al darse cuenta de que, como una chiquilla tonta y asustadiza, lo había salpicado todo del sobresalto, debía estar soñando, pero aun así, llamó a su marido, lo hizo un par de veces, pero la casa estaba sumida en el silencio, seguía sola… Recogió la toalla del suelo, junto a la bañera, debió

dejarla caer con el susto, volvió a colocársela sobre la cara e intentó relajarse… Cerraba los ojos bajo la tela de rizo, cuando vio pasar una sombra, esta vez el grito que oyó salió de su garganta, se quitó la toalla de forma violenta y miró alrededor, nada, aquello era una estupidez, estaba SOLA EN CASA, debían ser los nervios de los últimos días, se acercaba el aniversario de… y cada año se hacía más difícil. De nuevo la toalla estaba en el suelo, se dijo a sí misma que se daría una última oportunidad, volvió a recogerla y la sumergió en el agua templada, ésta comenzó a teñirse oscura y comenzaron a surgir gusanos y cucarachas de los pliegues del trapo. De nuevo gritó. Salió torpemente del agua, golpeándose la cabeza con el soporte de la ducha, comenzó a palparse frenéticamente todo el cuerpo asqueada por la posible presencia de alguno de aquellos asquerosos bichos… Pero no había ninguno, ni sobre ella, ni en la bañera, ni en ninguna parte del cuarto de baño y lo que era más extraño, la toalla estaba en el suelo, seca, como si nadie la hubiera recogido desde la primera vez que se calló. Algo estaba ocurriendo, debía estar peor de lo que pensaba, los nervios, la menopausia, quién sabe, pero todo aquello no era real, no estaba sucediendo, sencillamente era imposible, decidió liarse en el albornoz e ir a la cocina a comer algo

liviano para poder acostarse lo antes posible y que pasara aquella maldita noche. Se acercó al frigorífico con la idea de sacar las sobras del medio día, el pollo frío le gustaba, después se calentaría un consomé. Al abrir la puerta del frigorífico, la golpeó una bocanada de olor nauseabundo, todo estaba podrido, en el interior hacía más calor que en el resto de la habitación, el pollo estaba cubierto de gusanos… Debía haberse estropeado, pero no entendía cómo la comida había degenerado de aquella manera en tan poco tiempo… Tendría que conformarse con la sopa, mañana arreglaría aquel estropicio, el día estaba siendo demasiado largo ya. Cogió un sobre de consomé instantáneo, mientras llenaba una taza algo pasó tras ella, lo suficientemente cerca como para que se le erizaran los pelillos de la nuca y la taza se le escapara de las manos y se destrozara contra el suelo, ¡JODER! Los nervios le estaban jugando una mala pasada, logró meter la segunda taza en el microondas, el plato comenzó a girar haciendo que la taza lo hiciera también, en poco más de un minuto estaría en la cama, con la taza en la mesilla y un par de Valium a su lado, miró el tiempo transcurrido, apenas treinta segundos y la taza reventó dentro del microondas llenando de fisuras la puerta y provocando

que saliera humo de la parte trasera del electrodoméstico. Gritó sin poder evitarlo. Se acabó la noche, subió al dormitorio, sacó del cajón superior diferentes pastillas, el Valium y algunos trankimazines, apuró la pequeña petaca que ocultaba bajo las bragas del secreter de la mesilla, para poder tragar las pastillas, el licor de piruleta estaba realmente bueno, sobre todo aquella noche. El reloj marcó las dos de la madrugada… Las pastillas no habían hecho ningún efecto, seguía despierta, asustada, cagada de miedo y sin querer bajar de la cama por si algo le agarraba el tobillo. Intentó llamar a Rafa, sabía que era estúpido, pero al menos escucharía su voz y eso la calmaría, quizá incluso podría instarle para que volviera lo antes posible, el fijo indicaba sobrecarga y el móvil no tenía cobertura, al menos eso creía, pues no se llevaba demasiado bien con esos chismes, pero el caso era que no podía llamar a nadie por teléfono. Dos y media, seguía acurrucada en el centro de la cama, con la barbilla apoyada sobre las rodillas y las piernas fuertemente abrazadas, llamaron a la puerta del dormitorio. Era su hijo pequeño, Alex. Sólo él llamaba de aquella forma: dos toques, una pausa, dos toques más, una pausa y otros tres toques, él lo traducía algo así como: ma-má a-bre la-puer-ta. Volvieron a llamar

a la puerta del dormitorio: toc-toc toc-toc toc-toctoc, definitivamente era Alex, sólo que…, bueno el problema era que Alex, el pequeño Alex murió cuando tenía cinco años. Rosa comenzó a llorar, aunque no era un llanto normal, simplemente las lágrimas brotaban sin cesar, no notaba el vacío infinito en el estómago ni las contracciones provocadas por la angustia del llanto, sus nervios habían traspasado el umbral. Las sábanas estaban empapadas, se había meado encima, ni siquiera de pequeña había pasado por la etapa de mojar la cama, pero ahora sentía en sus bragas el peso de algo más, se había vaciado entera sobre la cama, había perdido por completo el control de su cuerpo… Cuando la puerta comenzó a abrirse lentamente no podía moverse, estaba petrificada sin otra posibilidad que la de mirar. Alex estaba en el marco cuando la puerta se abrió por completo, pero ese no era su hijo, sí su cuerpo, incluso sus ropas, las mismas que el día en que murió, pero cuando vio sus ojos, aquellos no eran los ojos de su pequeño, los ojos de aquella cosa eran más grandes, como desencajados y de un blanco perfecto exento de pequeños capilares, eso ni siquiera andaba, se deslizaba como si alguien tirara despacio de la alfombra en la que permanecía quieto. No era Alex, Alex estaba muerto, mañana haría exactamente diez

años, lo sabía bien, ella lo mató. Rosa no gritaba, al menos de forma física, le era imposible, pero en su cabeza no dejaba de hacerlo, y de la forma más desgarradora y salvaje que podía, comenzó a sangrar por la nariz mientras el niño no dejaba de acercarse a ella muy lentamente, sin dejar de mirarla con sus ojos vacíos, su gesto había cambiado, no se había percatado, pero ahora sonreía, sonreía de forma maliciosa, sin dejar de mirarla ni un instante. Había llegado a los pies de la cama y la tensión eléctrica aumentó de repente provocando que las bombillas alumbraran peligrosamente el doble de su capacidad, hasta ese momento Rosa no había visto que aquel monstruo tenía las mismas heridas que Alex cuando murió, pero estas heridas aún sangraban, o algo así, porque el espeso líquido que rezumaban las llagas era de color negro y parecía diluirse al contacto con el aire como niebla disipada por un fuerte viento. Aquella mañana Rosa llegaba tarde, dio marcha atrás y no vio a Alex que estaba escondido detrás del coche para darle una broma, lo arrolló, cuando notó el golpe y bajó para comprobar lo que ocurría, se encontró a su hijo aplastado por la rueda delantera derecha del vehículo, respirando convulsamente burbujas de sangre. Se tiró junto a él llorando y gritando para pedir ayuda, para cuando lograron levantar el coche

con la ayuda de un gato, el pequeño ya estaba muerto. Las bombillas estallaron y la habitación se sumió en las tinieblas, Rosa perdió la consciencia debido al terror y aquella cosa se apoderó de ella, un relámpago iluminó la habitación, mientras ella sufría espasmos tendida boca arriba sobre la cama y algo blancuzco y viscoso se le metía por la garganta como un niebla casi corpórea… Algunas horas más tarde Rosa despertó, tenía consciencia de tres de sus sentidos, oído, vista, olfato, pero no tenía gusto, de hecho ni siquiera sentía la boca, era como si ya no la tuviera, por otro lado no tenía noción alguna del resto de su cuerpo, no sentía los brazos, ni las piernas, nada. Podía oler sus propias heces, la orina, y algo más, era como a huevos podridos y amoníaco, no podía identificarlo con claridad y no escuchaba nada. Algo comenzó a resplandecer delante de ella, fue entonces cuando observó que estaba de pie en el centro de la cocina, sobre la vitrocerámica habían colocado algunas velas que encendían poco a poco, pero, era ella la que las encendía… Con su propio dedo. La yema del dedo índice de la mano derecha estaba ardiendo y alguien se reía a carcajadas, risotadas roncas y profundas, como amplificadas a través de un tubo.

- Mamá ha sido una niña mala… – La voz de Alex volvió a resonar, pero esta vez algo seseante, como si arrastrara las palabras. Sin embargo no podía oírlas, al menos no con los oídos, era como si le hablaran directamente desde dentro de la cabeza. – Mamá se despertó y el coco se la llevó. – Rosa estaba caminando ahora, toda la cocina estaba ya iluminada, se dirigió hacia la puerta de cristales de la entrada hasta poder ver su propio reflejo, que ya no era el suyo. Tenía los ojos completamente blancos, igual que el “monstruo Alex”, casi fuera de las órbitas, la cabeza estaba ligeramente ladeada hacia la izquierda, como si pesara demasiado para el cuello y le sonreía, le sonreía con una mueca espantosa. El monstruo la miró desde sus propios ojos y se metió en la boca obscenamente el dedo con el que había encendido las velas, para apagarlo. En ese instante Rosa sintió el dolor de la quemadura, pero de forma amortiguada. Supuso que sufriría un dolor atroz, pero estaba siendo completamente tolerable, era extraño. Aquella cosa continuó hablando. – Mamá ha sido muy mala y como yo he sido testigo, yo te pondré el castigo. – Cogió un cuchillo que había en un soporte de madera junto al frigorífico. – Mamá tenía diez perritos, a uno lo decapitaron en la nieve, no le quedan más que nueve… – Con sus propias manos se rasgó la parte de

arriba del pijama, pellizcó el pezón de su pecho izquierdo, y lo estiró de forma cruel hasta que la piel no permitió tensar más, levantó el cuchillo con la otra mano y de un golpe seco seccionó parte del pecho, tres dedos más arriba de la aureola. – Así está mejor, las dos iguales. – La criatura volvió a reír con las mismas carcajadas inhumanas a la vez que Rosa gritaba desesperada de forma silenciosa – De los nueve que le quedaban, con uno hicieron un bizcocho, no le quedan más que ocho. – Esta vez fue la oreja derecha la que cayó en el fregadero, junto con abundante sangre. – De los ocho que le quedaban a uno lo mataron en un brete, no le quedan más que siete. – Parte de la nariz salió despedida de un tajo de cuchillo. Se acercó tarareando a la puerta de la cocina para que Rosa viera en lo que la estaba convirtiendo, ella lloró, lloró amargamente entre gritos de impotencia y locura pensando en lo que ocurriría cuando llegara su marido y pidió con todas sus fuerzas despertar de aquella horrible pesadilla. – No te preocupes por papá, mami, a él… – Ahora la voz se hizo ronca y salvaje – …lo mataremos rápido. – Rió unos instantes antes de seguir con la canción – De los siete que le quedaban, mamá atropelló a uno y ya no lo veréis, no le quedan más que seis. – Le cortó los parpados. – De los seis que le quedaban uno se mató

de un brinco, no le quedan más que cinco. – rajó sus mejillas desde las comisuras de los labios hasta el nacimiento de la mandíbula mientras se lamía la sangre que iba brotando de las heridas. – De los cinco que quedaban uno murió en el teatro, no le quedan más que cuatro. – Le cortó la mano izquierda. Las terminaciones nerviosas de Rosa se habían colapsado y ya no sentía como la torturaba mientras los perritos seguían muriendo a su alrededor. El trance de la demencia la había llevado muy lejos de allí en el tiempo, pero en el mismo lugar. Alex también estaba allí, vivo y dentro del parquecito, jugando y gritando mientras ella hacía la comida, no dejaba de regañar al pequeño para que se mantuviera callado y ella poder escuchar el programa de radio, pero éste no le hacía ningún caso... - Alex tenía diez perritos… - En cuanto el niño escuchó a su madre cantar la canción dejó de jugar y comenzó a hacer pucheros – No mamá, miedo, canción mala mamá, miedo. - Te he pedido cien veces que te estés callado que a mamá le duele la cabeza, ahora seré yo la que arme jaleo y te moleste a ti – El niño rompió a llorar desconsolado. – Deja de llorar y aprende a ser obediente o terminaré la canción y todos tus perritos morirán – el niño lloraba con más fuerza…

- ¿Cariño, estás en la cocina? – La voz de su esposo la sacó del trance. Ya estaba en casa. - Vaya, vaya, papá ha llegado… - Rosa vio el reflejo de su rostro en los cristales de la ventana de la cocina, contempló en lo que aquel ser la había transformado y se vio salir de la habitación con el cuchillo en la mano. – Menos mal, ya sólo me quedaba un perrito…

INTERLUDIO 3 22 de junio de 2012. Auburn – Alabama (EEUU) Aquello le parecía un sueño, eran las once y media y ya estaban en la cama, ¡juntos! Por fin había terminado la jodida novela. Seis meses escribiendo de nueve de la noche a tres de la madrugada, sin excepción. No hubo fines de semana, ni festivos, nada. “Es el último tirón”, le aseguró Peter, “dame un par de meses y terminaré el libro”… Los dos meses se convirtieron en medio año. Era lo malo de tener que trabajar todo el día, habría podido terminar su ambicioso primer libro en mucho menos tiempo, pero no estaba la cosa para pedir excedencias o dejar un empleo, al menos no sin la seguridad de que la aventura literaria llegara a buen puerto. Pero todo aquello ya era agua pasada, la novela estaba terminada, por fin podía dejar de compartir a un marido con nazis locos, ángeles caídos y toda clase de criaturas demoníacas… Samantha había llegado a creer que algo la observaba cuando estaba sola en casa; a veces le parecía notar presencias, había luces que creía haber apagado momentos antes de volver a estar

encendidas y todo un sin fin de estupideces sugestionadas por los retazos sueltos que Peter le leía constantemente. Odiaba los libros y las películas de terror, lo pasaba francamente mal cuando tenía que ver o escuchar aquel tipo de cosas, ella era más de Love Actually o Cumbres borrascosas. Cuando llegara el fin de semana nada ni nadie podría evitarle el “gran privilegio” de leer, en primicia, LA NOVELA. Sinceramente no tenía ninguna gana de sumergirse en la pesadilla apocalíptica que su esposo había creado, pero no se quejó lo más mínimo, estaba orgullosa de él, desde que lo conociera, quince años atrás, era la primera gran cosa que se proponía que el TDA no mandaba directamente a la desidiosa basura. Y lo había logrado sólo, sin tomar medicación alguna, ni siquiera ella había apostado demasiado por el fin de tan imponente empresa. Eso la hacía sentirse un poco culpable, quizá tendría que haberle dado su apoyo más a menudo... Esperaba que la novela fuera un éxito, no tanto por los beneficios, que llegarían como una bendición caída del cielo ahora que se estaban planteando seriamente tener descendencia, sino sobre todo por Peter, su autoestima era dura como un diamante pero también igual de quebradiza. Después de tanto tiempo dedicado a su opera prima, sería un desastre

que nadie quisiera leerla… Pero no había cabida al pesimismo, ella conocía la historia y tenía todos los ingredientes para ser un best seller de los que llegan incluso a convertirse en película o serie de televisión, era original, intrigante, aterradora… Definitivamente se iba a vender como rosquillas. Estaba en estas ensoñaciones cuando percibió un olor extraño, como si algo se quemase. Se incorporó en la cama y asustada encendió la luz de la mesilla a la vez que zarandeaba a Peter para despertarle, le preocupaba que la casa pudiera salir ardiendo. Apartó la mano inmediatamente al sentir el dolor en las yemas de los dedos, se volvió a mirar a su esposo y lo encontró cubierto de llamas azuladas, instintivamente Sam gritó y saltó fuera de la cama, la autoprotección humana era signo inequívoco de que nacemos con la impronta del egoísmo profundamente grabada en nuestro interior, y esto le impidió reaccionar al instante, pero el ataque de pánico pasó en unos segundos y rauda se precipitó sobre Peter cubriéndolo con el edredón de la cama en un intento desesperado de apagarle, pero éste seguía ardiendo y completamente inconsciente, gritó su nombre una y otra vez en un intento vano de hacerle despertar, comenzó a golpear su cuerpo con la ropa de cama, pero el fuego no se extinguía, desesperada comenzó a

arrancar el pijama ardiendo con sus propias manos. La temperatura había ascendido hasta ser sofocante y los ojos le escocían por el humo, el olor de la carne quemada se pegaba a su garganta como flema sanguinolenta. Samantha no dejaba de hacer jirones la ropa interior de Peter lanzando los desgarros en llamas lo más lejos posible de la cama. No dejaba de gritar completamente aterrada, la razón de su vida se consumía en el fuego y ella no podía hacer nada, las llamas seguían lamiendo la piel de Peter llenándola de ampollas y heridas. Atraído por los desquiciados gritos de Sammy, Chris, el vecino de al lado, tras haber golpeado la puerta repetidas veces y ver que nadie le abría y que ella seguía gritando, decidió echarla abajo a patadas y empujones. Subió a la planta de arriba, donde estaba el dormitorio de la pareja, saltándose los escalones de tres en tres y entró súbitamente en la habitación; el dantesco espectáculo que contempló le hizo acercarse demasiado el borde del abismo de la locura… No había dejado de escuchar a Samantha gritar “¡Fuego, fuego, Peter se quema, mi marido se quema!”, fuego era la palabra que no dejaba de oír a través de la pared y cuando subía por las escaleras, pero allí no había fuego alguno, nada ni nadie se quemaba en

aquella estancia. Sam estaba totalmente cubierta de sangre y de lo que parecían tiras de piel y restos de vísceras, no dejaba de desgarrar el cuerpo de su esposo con sus propias manos, el cuerpo de Peter estaba completamente despellejado, incluso en algunas partes de sus extremidades podía llegar a verse el hueso. Las entrañas se diseminaban por toda la cama. Los ojos del pobre infeliz seguían abiertos en un ictus de terror absoluto… Samantha se volvió hacia Chris llorando con desesperación y le gritó fuera de sí: - ¡Ayúdame, por Dios, es que no ves que se está quemando! ¡Hay que desnudarle, todo está ardiendo! ¡No te quedes ahí! ¡AYÚDAME! Lo último que Chris Anderson oyó antes de sacar a rastras a la enloquecida Samantha, fue una terrible carcajada que no provenía de ningún lugar concreto de la habitación y de todas partes a la vez…

INTERLUDIO 4 29 de septiembre de 2012 Distrito de Roppongi – Tokio. - ¿Ya la tienes? – Kaori estaba en la puerta, con las manos cruzadas sobre la falda y sin poder dejar de moverse nerviosamente. - Por supuesto que la tengo, ya te dije que te llamaría para que la viéramos juntas, ni siquiera he abierto el embalaje, anda pasa, no te quedes ahí – Miyako parecía algo molesta – ¿Por qué has tardado tanto? Pensé que nos vendríamos juntas desde el insti. - No te enfades tonta – Kaori cerró la puerta al entrar en el piso donde vivía su amiga en la torre Mori – Me hicieron una oferta mejor, tan buena que no pude rechazarla – Y sonrió a Miyako de forma descarada, ésta se sobresaltó con la impulsividad de la juventud. - Zorra mentirosa, no es verdad, ¿te lo ha pedido? No me lo puedo creer… Masaru por fin se ha decidido ¿Os habéis besado? - Pero qué dices tía, tú sí que eres una zorra, sólo me ha acompañado a casa… y nos hemos

besado – Las dos comenzaron a reír a carcajadas saltando y bailando de camino a la habitación de Miyako. - No puedo creer la suerte que tienes – Suspiraba Kaori sentándose en la cama de su compañera de clase – Se pueden contar con los dedos de una mano (y te sobrarían seis) los días del año que tus padres pasan en casa, es un alucine, la tienes siempre para ti solita. – Terminó la frase dejándose caer hacia atrás sobre la colcha. - No es oro todo lo que reluce, tú envidias que yo esté siempre haciendo lo que me da la gana y yo mataría por tener unos padres como los tuyos, que siempre se preocupan por tí y están ahí cuando los necesitas, sin necesidad de videoconferencias estúpidas, pero ya sabes el dicho no, “si la vida te da limones…” - Échale una rodaja al whisky – De nuevo volvieron a reír. Sobre al baúl que la muchacha tenía a los pies de la cama, había una caja plana no mucho más grande que un disco de vinilo con el matasellos de Alabama, Estados Unidos. Kaori la cogió con cuidado, casi con devoción y la colocó entre las dos, de la cinturilla de la falda sacó una pequeña navaja

redondeada de color fucsia con un dragón de color blanco dibujado en una de las caras y cortó el precinto del paquete. - ¿Cuándo vendrán los demás? – Preguntó Miyako. - Deben estar al llegar, joder tía te has retrasado más de una hora – Su amiga no pareció escuchar el reproche. - ¿Te importa si llamo a Masaru para que se pase por aquí? - En absoluto, llámalo estoy deseando preguntarle qué le pareció el beso – Miyako saltó sobre ella y ambas rodaron por la cama hasta terminar a horcajadas una sobre la otra. - Si se te ocurre decirle algo, te juro que yo le diré a Takashi que fuiste tú la que le enviaste aquel anónimo pornográfico en San Valentín. – Kaori forcejeaba para intentar quitarse a su amiga de encima. - Acabo de olvidar por completo lo que iba a preguntarle a Masaru, debe ser algo que he comido… Y quítate de encima de una vez que parecemos dos bolleras desesperadas. Cuando ambas volvieron a sentarse junto al paquete, Kaori sacó de la caja un bolso de plástico flexible de color rosa chillón,

en el que podían leerse en caracteres occidentales con grandes letras de color blanco, la palabra OUIJA, debajo había una foto de una tabla ouija del mismo color que la bolsa, con varias niñas alrededor. - Oh tía es chulísima, muy cool, no esperaba que fuera rosa, no puedo creer que allí la vendan como un juguete, es que ellos no temen a los Onis. – Miyako se estremeció al pronunciar la palabra. - Ni que hubiera dicho “VOLDEMOR”, no seas tonta quieres, en América tienen otra cultura, no son creyentes, se preocupan más por la salsa barbacoa que por la salvación de sus almas. - ¿Sabes cómo funciona? – Miyako parecía impaciente. - ¿Es que nunca lo has visto en el cine? Tendremos que poner todos un dedo sobre el puntero y concentrarnos en una pregunta, el resto es cosa de los espíritus… - En las pelis nunca dan demasiados detalles, pensé que a lo mejor… - Sí, que harían falta pilas, no te jode. – Miyako sacó la tabla de la bolsa y le quitó el envoltorio transparente, el puntero en forma de lágrima, también de color rosa, cayó sobre su regazo, Kaori apartó los embalajes de la colcha para que su amiga pudiera poner la tabla en la cama y ambas se quedaron

mirándola con admiración y cierto temor – Es preciosa. - Pero tú has visto el sol y la luna en las esquinas, son geniales, es mucho más bonita que nuestra kokkuri-San. - Kaori, he leído por Internet que el modelo es idéntico al de la primera que se inventó, por lo que debe ser mucho más eficaz. - ¿Crees que Kiyoko se acordará de traer las transparencias? – Preguntó Kaori. - Seguro, hablamos por el whatsApp, y le mandé un sms, por si acaso. El silencio se había apoderado anárquicamente de la estancia. Al unísono ambas levantaron la mano derecha y extendieron el dedo índice acercándolo despacio al puntero que habían colocado en el centro de la tabla, ninguna decía nada, se limitaban a mirar el puntero y a dirigir el dedo a su centro circular de metacrilato, aquella pequeña pieza de contrachapado, lacada en rosa, no parecía tan peligrosa como aseguraban en algunos foros. Justo en el instante en que las yemas de sus dedos rozaban imperceptiblemente la suave superficie del puntero… sonó el timbre sobresaltando en extremo a las dos muchachas, que saltaron de la cama y fueron corriendo a abrir la puerta. `

Kiyoko esperaba pacientemente en el rellano con un enorme pastel de chocolate que ella misma había preparado, cuando la puerta se abrió violentamente y vio la cara de susto de sus amigas no puedo evitar preguntarles. - ¿Qué estabais haciendo que parecéis tan sobresaltadas? ¿Ya habéis empezado? ¿Soy la última en llegar? - ¡Eh, para, para con el interrogatorio! Joder tía eres peor que mi madre. – Kaori había pasado del miedo al enojo en cuestión de segundos, solía ser habitual cuando Kiyoko entraba en escena, fue la última en llegar a la pandilla y no se llevaban demasiado bien. - Perdón, es que llevo toda la tarde probando el chocolate del pastel y vengo como una moto. ¿La habéis abierto ya? ¿Cómo es? - Tendremos que amordazarla o de lo contrario no se callará –Al intentar cerrar la puerta detrás de su amiga un pie se interpuso entra la hoja y el marco, la frase la había pronunciado el dueño del pie. Miyako abrió bruscamente la puerta para ver quién la bloqueaba y se encontró con la sonrisa maliciosa de Katsuhiro que la saludó levantando la botella de sake que llevaba en la mano. Takashi llegaba en ese

preciso momento. El pastel resultó ser una delicia, en cuestión de minutos, apenas quedaban unas migajas sobre la mesa de la cocina, la suerte del sake no fue mucho mejor, apenas un par de dedos de su contenido seguían aún en la botella. Con el estómago lleno y la sangre caliente se sentaron los cinco en la mesa del salón sobre la que sólo se encontraban la tabla Ouija y el puntero. Miyako se levantó un momento para correr las cortinas y ambientar mejor la habitación para lo que estaba por venir… - ¿Y ahora qué? ¿Hay que rezar algo para que esto se encienda? ¿Podemos preguntar todos o tiene que haber un guía como en los juegos de Rol? – Cuando Kiyoko estaba nerviosa tenía la mala costumbre de preguntar de manera convulsiva. - Ya os dije que habría que amordazarla, – Katsuhiro hablaba con la chulería adolescente que mal sirve para enmascarar un sinfín de miedos e inseguridades – ¿Preguntas con la intención de que te responda alguien? Ni siquiera recuerdo tu primera duda. - Nos dejamos ya de tonterías – Miyako les hablaba como se hace con los niños pequeños –

Cuando se os pasen las ganas de tocar los huevos, cerráis la boca y colocáis el dedo índice de la mano derecha sobre el puntero. No hay que hacer ninguna oración – Esto lo dijo mirando a Kioko – Sólo tenemos que concentrarnos en lo que estamos haciendo y hacer las preguntas adecuadas, con respeto y seriedad, ¿seréis capaces de ser respetuosos y serios durante un momento? – Todos asintieron en silencio – Perfecto, ¿un voluntario que quiera ir anotando todo lo que ocurra en la sesión? – Takashi levantó la mano, con su pluma Sailor ya preparada para escribir – Muchas gracias Takashi. Comencemos. Todos colocaron el índice en el puntero tal y como les había indicado Miyako, bastaba con que la yema de los dedos rozara levemente la superficie, y aguardaron a que ésta realizara la primera pregunta… - ¿Hay alguien ahí? – Preguntó en voz alta, aunque no con mucha convicción, un leve toque de temor hizo temblar ligeramente las palabras, todos quedaron expectantes, apenas se escuchaban sus respiraciones. Miyako esperó unos minutos, era increíble como el poder de la sugestión, en apenas un par de minutos, mantenía a raya al desdén del alcohol. - ¿Hay alguien ahí? – El leve roce de la estilográfica de Takashi rasgaba el silencio como un

alarido salido del mismísimo infierno. En el instante en que Miyako iba a volver a preguntar de nuevo, alguien llamó a la puerta con los nudillos haciendo que todos se sobresaltaran, Kiyoko no pudo contener un leve grito de pánico. - Debe ser Masaru, ya abro yo – Kaori, se levantó de la mesa, aliviada por quitar el dedo de aquella cosa, aunque sólo fuera por unos instantes, que fue lo que tardó en volver de nuevo de la mano de Masaru. Kaori estaba algo sonrojada, por lo que Miyako pensó que debían haber vuelto a besarse y miró a su amiga con complicidad. - Venga sentaos, no se deben interrumpir así las sesiones, en Internet dicen que no se debe romper la conexión con el puntero hasta que el ente convocado no abandone el encuentro. – Miyako hablaba con seriedad y todos, incluido Masaru, volvieron a colocar el dedo sobre el puntero de la Ouija. Apenas había terminado Miyako de volver a realizar la pregunta cuando el puntero se movió con rapidez hacía la palabra “SÍ”, para después volver con la misma velocidad a su posición inicial en el centro del tablero. - Si alguien ha movido esta mierda, que se deje de hostias – Takashi terminó de anotar lo sucedido y volvió a quejarse asustado – Deberíais tomaros esto más en serio.

- No seas estúpido Takashi, nadie lo ha movido, apenas si lo estamos rozando, se habría notado perfectamente y deja de quitar el dedo cada vez que tengas que hacer anotaciones o esto no funcionará, ¡Joder! ¿No eras ambidiestro? – Katsuhiro se apartaba con presunción el lánguido flequillo mientras hablaba – Y cállate de una vez que la cosa se pone interesante. Haz otra pregunta Miyako – Ésta, algo incómoda con la forma autoritaria de hablar de su amigo, volvió a preguntar en voz alta, intentando que las palabras salieran claras. - ¿Tienes buenas intenciones? – Esta vez la respuesta no fue inmediata, pasó un minuto hasta que el puntero comenzó lentamente a moverse de nuevo hacia el “SÍ”, pero a unos centímetros de la palabra, se movió con tal rapidez al “NO”, que apenas pudieron seguir su trayectoria. Todos se miraron con inquietud. - Debe ser un espíritu burlón, será mejor que le pidamos que se vaya, puede ser peligroso – Miyako parecía no haber oído las palabras de Katsuhiro y siguió preguntando. - ¿Quieres hacernos daño? – El puntero, que de nuevo había vuelto al centro de la Ouija, de nuevo se movió hasta el “NO”, pero sólo se detuvo sobre él unos segundos, después continuó hacia el semicírculo de letras y comenzó a deslizarle entre ellas hasta

formar la frase “… a todos”. Takashi había escrito: “No a todos” en su cuaderno de notas. - ¿Quieres hacer el favor de dejar de hacerle preguntas, Miyako? – Ahora Katsuhiro no parecía tan seguro de sí mismo – Ordénale que se vaya, dile que mueva su etéreo culo a la “SALIDA” - No creo que debas hablarle así – Kaori hablaba muy asustada – Puede enfadarse. - Dile que se vaya Miyako – Le rogó Kiyoko con lágrimas en los ojos. Pero Miyako parecía estar ausente… - ¿Cómo te llamas? – Todos la miraron con ojos desorbitados, pero entonces el puntero comenzó a moverse lentamente, Katsuhiro levantó el dedo por instinto e intentó levantarse de la mesa, una fuerza invisible lo arrojó contra la silla violentamente. Masaru rompió a llorar sin atreverse a quitar el dedo del puntero, en contra de su voluntad, Takashi volvió a colocar también su dedo en el puntero, que se había detenido un instante, de nuevo volvió a moverse, “M”, “I”, “N”, “O”, “M”, “B”, “R”, “E”, otra vez “E”, “S”,”M”, “U”, “E”, “R”, “T”, “E”, “Mi nombre es muerte”. - ¡Miyako dile de una puta vez que se vaya al infierno! – Takashi gritaba histérico - ¡Dile que vaya a la salida joder, a la salida! El puntero volvió a moverse sin necesidad de

ninguna pregunta, “N-O M-E I-R-E H-A-S-T-A Q-U-E H-A-Y-A-I-S M-U-E-R-T-O” - Ni se os ocurra quitar el dedo del puntero – Kaori intentaba dar sosiego a sus palabras, pero era inevitable que le temblara ligeramente la voz – No digáis nada y menos dirigiéndoos a “eso”, sea lo que sea. Miyako – Levantó la voz para dirigirse a su amiga, que parecía seguir en un extraño trance ¡Miyako! – Esta por fin reaccionó – Pídele que se vaya, AHORA. - Seas quien seas márchate… Ve a la salida – Miyako pronunció las palabras una a una con la misma monotonía que uno de esos programas de ordenador que leen, por no decir destrozan, libros digitales. El puntero no se movió. - Vuelve a intentarlo, pero esta vez échale ganas, ¿vale? – Kaoru mantenía la calma a duras penas. Esta vez su amiga habló con más seguridad. - Damos por terminada la sesión, así que ve a la salida. – Esta vez, aunque tardó algunos segundos, el puntero comenzó a oscilar ligeramente en el centro del tablero. - Otra vez – Kaori insistió con impaciencia. - Hemos terminado, ve a salida, te ordenamos que te marches – Se arrepintió nada más terminar la frase… - El puntero comenzó a moverse

como loco de una letra a otra hasta formar la frase: “VOSOTROS NO ORDENÁIS, VOSOTROS SOLO MORÍS”, hubo una pausa y volvió a deletrear: “NO ME IRÉ HASTA QUE NO TERMINE DE SEMBRAR LA LOCURA Y EL TERROR” Kiyoko intentó levantarse pero su cuerpo no le respondió, era como si un fuerte peso la obligara a permanecer sentada. Su dedo no se levantó del puntero y fue entonces cuando todos escucharon un leve chasquido y vieron la imposible torsión espontánea hacia un lado de la falange intermedia cuando este se partió sin que nadie lo tocara. Kiyoko gritó completamente fuera de sí. En ese momento las persianas de seguridad del piso cayeron de golpe y un fuerte ruido metálico se oyó en la puerta de entrada, todos los cerrojos se habían cerrado a la vez… Estaban confinados con aquella cosa. - ¡Nos ha encerrado! ¡Ese espíritu, demonio, o lo que coño sea nos ha atrapado aquí¡ ¡Va a matarnos a todos! ¡Yo no quiero morir! ¡No quiero morir! – Takashi parecía enloquecido; incapaz de apartar el dedo del puntero, no dejaba de gritar ¡Miyako por el amor de Dios, oblígale a ir a la salida¡ - ¡Lo intento, pero no me hace caso! ¿Es que no te das cuenta? Ni siquiera pasa cerca de la palabra. – Miyako estaba al borde del pánico.

- ¡Hay que obligarlo! ¡Hay que hacer que…! ¡Tengo una idea! Si no quiere salir, no le daremos otra opción, escribiremos “Salida” por todas partes y no tendrá más remedio que irse al infierno – De súbito Takashi se levantó de la silla, agarró el sake y la destrozó contra una cómoda que había junto a su silla, a poca distancia de la mesa. Retorciendo la cintura de forma incómoda al no poder despegar el dedo del puntero rosa, en su mano sólo quedó el cuello roto de la botella con el que, sin pensarlo un instante, se amputó el dedo índice de la mano derecha. Todos gritaron al ver el dedo seccionado sobre la mesa y la gran cantidad de sangre que salía de la mano de Takashi. Katsuhiro no pudo contener las arcadas y vomitó en el suelo, manchando los zapatos de Kaori. Pero Takashi no se detuvo, comenzó a escribir frenético la palabra “Salida” por todo el tablero del juego, el plumín de la Sailor se retorcía dolorosamente. El puntero no se movía, pero el muchacho no parecía darse cuenta, seguía escribiendo la misma palabra una y otra vez, ahora sobre la mesa de madera. Cuando la pluma se quedó sin tinta, Takashi comenzó a mojar el plumín en la herida que había quedado en lugar del dedo, y siguió demente escribiendo “Salida” con su propia sangre por toda la habitación con tanta violencia, que sobre

algunas superficies quedaba grabada la palabra al arañarla con la afilada punta de la pluma. Los demás, que ahora estaban más asustados por la actitud de su amigo que por el dichoso juego, no eran capaces de apartarse del tablero. El puntero seguía sin moverse – Todo tiene que ser salida, ¡Ayudadme! ¡Todos tenemos que ser salida! – Se abalanzó sobre Katsuhiro, que no pudiendo resistir la brutal embestida cayó hacia atrás, fracturándose el brazo derecho al quedar atrapado entre la parte posterior de la silla y el suelo, aturdido por el golpe apenas se dio cuenta de que Takashi le desgarraba la garganta intentando escribir “Salida” en ella, lo único que consiguió fue perforar mortalmente la yugular del muchacho. La sangre comenzó a manar a borbotones salpicando el rostro de su asesino. Todos comenzaron a gritar y aunque ahora corrían por la casa intentando evitar a Takashi, ninguno se dio cuenta de que habían podido separar los dedos del tablero ouija… Kiyoko fue la única que permaneció en su silla, completamente petrificada. Sólo cuando Takashi la miró con ojos desorbitados y la sangre de su amigo chorreándole por la cara, pareció darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor, pero ya era demasiado tarde, intentó correr, pero sus piernas se negaron a moverse y calló al suelo mordiéndose el labio inferior

al golpearse la boca contra el suelo, el sabor férrico de la sangre le inundó la boca. Miyako le dio un fuerte tirón de la camiseta, en un desesperado intento por levantarla del suelo o arrastrarla lejos de Takashi, pero éste ya estaba sobre su amiga a horcajadas, rasgándole la ropa y realizándole profundos desgarros en la carne con la estilográfica, Kiyoko no podía hacer otra cosa que gritar desesperada, Takashi le tapó la boca e inclinándose sobre la pobre infeliz le habló al oído con dulzura – Ssssssss, guarda silencio, debes estar tranquila, el dolor pasará pronto y él se irá… Es por el bien de todos, él quiere hacernos daño, pero si aguantas un poco no tardará en irse… - Takashi no sólo tapaba la boca de la muchacha, también su nariz, por lo que sin poder respirar, Kiyoko se asfixiaba lentamente a la vez que iba dejando de forcejear, gesto que Takashi interpretó como que su consuelo estaba surtiendo efecto – Eso es mi niña, estate tranquila, todo terminará pronto, ssssssss – Pero ella ya no podía escuchar su voz, estaba muerta. En ese momento Masaru le propinó una fuerte patada en la cara que le hizo rodar por el suelo hasta golpearse contra una librería, algunos libros le cayeron encima desde las estanterías, Takashi, aturdido y sangrando por la nariz, se levantó tambaleante y fijó sus ojos vidriosos en el muchacho.

- ¿Por qué me has golpeado? ¿Es que no ves que intento salvaros la vida? ¡Tenemos que darle una salida! – Gritó arrojándose sobre Masaru y ambos cayeron forcejeando a través de la cristalera de la terraza… Takashi se sentó en el suelo con un histérico ataque de risa mientras se miraba las manos llenas de cortes y lamía la sangre de las heridas de la frente y las mejillas, a sus pies Masaru se desangraba entre pequeñas convulsiones con una esquirla de cristal atravesándole en pecho. Takashi se acercó a rastras al cuerpo de él y mojando los dedos en el charco de sangre que comenzaba a formarse alrededor del cuerpo del que fuera su amigo, comenzó a escribir “Salida” por todo el suelo de la estancia, sin poder dejar de reír. - ¡Nooooo! ¡Masaru no! ¡Mi niño no! – Miyako sujetó desesperada a su amiga para que ésta no corriera hacia el cadáver de su novio, Kaori rompió a llorar con desconsuelo mientras sus rodillas se aflojaban y Miyako intentaba evitar que la muchacha se desplomara – Yo no puedo vivir sin él, sin mi niño no… - Miyako intentaba consolarla sin dejar de vigilar, temiendo que Takashi entrara de nuevo al salón de un momento a otro. Aprovechando el descuido de Miyako, Kaori, la empujó y salió corriendo hacia la terraza, pero no se detuvo cuando pasó junto al

cuerpo de Masaru, simplemente lo miró con dulzura y levantó ligeramente la mano a modo de despedida, tampoco se detuvo cuando llegó a la baranda, simplemente apoyó la mano y saltó como si fuera una valla cualquiera en medio del campo y se precipitó al vacío. Durante toda la acción terrible, Takashi no se dio cuenta de nada, seguía impávido escribiendo “Salida” con sangre por el suelo y las paredes… Ni siquiera se percató de que Miyako se acercaba por detrás, enjugándose las lágrimas con la misma mano en la que empuñaba una vieja Nimbu, tipo 14, cuyo incierto origen su cerebro lo relacionaba con un bisabuelo que jamás conoció. Justo cuando sujetaba el arma contra la parte de atrás de la cabeza de su demente amigo, dudó un instante en si la pistola estaría cargada, o si por lo menos funcionaría, su dedo no se percató de las dudas de su cerebro, había presionado el gatillo antes incluso de que se diera cuenta. Escuchó la detonación como si se produjera a kilómetros de distancia, el escaso retroceso de un cartucho de 8 mm provocó que la bala se desviara ligeramente y saliera a través de la órbita del ojo derecho, reventando el globo ocular de Takashi que rezumaba por la herida perezosamente. Otra detonación, el segundo disparo no se desvió, Miyako había corregido la posición de la mano de forma

automática, esta vez la bala no salió, quedó mortalmente suspendida en la masa encefálica como un petrolero en el centro de la mancha de crudo, al vaciar su carga letal en el océano… El cuerpo del muchacho se desvaneció despacio quedando tendido en el suelo. Miyako se acercó al cuerpo ya sin vida de su amigo y volvió a apuntar el arma a su cabeza, presionó de nuevo el gatillo, pero esta vez, la Nimbu no sólo no disparó sino que le explotó en la mano, matándola en el acto, cayó sobre el cuerpo de Takashi en una postura obscena, los rostros quedaron juntos, Miyako pudo ver por unos instantes, reflejado en los vidriosos ojos de su invitado, como su rostro destrozado se iba cubriendo de sangre. Fue entonces cuando Takashi volvió a ponerse de pie, empujando el cuerpo de su anfitriona a un lado, levantó su mano y se tocó la vacía cuenca del ojo y fue consciente en aquel momento de haber recibido dos disparos a bocajarro en la cabeza, ¿cómo era posible…? No podía estar vivo, pero una estridente carcajada le distrajo de sus pensamientos, miró a su alrededor, pero no había nadie… con vida. De nuevo escuchó aquella maléfica risa y comprendió que la escuchaba dentro de su cabeza, que aquella cosa se había metido dentro de él, lo había poseído y lo había transformado en el monstruo enloquecido que tanto había temido, y

aquella cosa habló: - Ssssss, tranquilo mi niño, es por tu bien, no te preocupes todo acabará pronto… - la mano en la que aún sostenía la estilográfica, se dirigió violentamente hacia su ojo intacto.

SEGUNDA PARTE “LEGIÓN”

27 Artículo Il Messaggero 12 de diciembre de 2012

Comunicado oficial de la muerte de Juan Pablo III: "Esta madrugada, sobre las cinco y media, el camarlengo del Papa, el padre Antonio Granada, no habiendo encontrado al Santo Padre en la capilla, donde, como de costumbre se reunían ambos para los rezos matinales, le ha buscado en su habitación, hallándolo muerto en la cama”. Según fuentes del mismo Vaticano, el obispo de Roma aún llevaba puestas las gafas de lectura y tenía su Kindle sobre el regazo, presentando en su rostro un gesto de profunda paz. “Su médico personal, el doctor Patrizio Polisca, que acudió de inmediato, ha confirmado su fallecimiento, fijando la hora de la muerte sobre las 2 de la madrugada, a causa de una parada cardiorrespiratoria.

El propio Jesús lo habrá recibido ya entre sus brazos misericordiosos." Con este escueto comunicado oficial, la Santa Sede ha informado hoy al mundo de la inesperada muerte de Juan Pablo III. De lo que no se han dado detalles es de la ceremonia mediante la cual ha debido certificarse la muerte del que fuera arzobispo de Venecia Darío Scola, elegido Papa tras seis días del que llegó a considerarse el cónclave más duro de la historia. Suponemos que el padre Granada, como Camarlengo del Papa fallecido, enteramente vestido con colores violetas, en señal de duelo, ha entrado en la habitación del Santo Padre (una vez más) escoltado por un destacamento de la guardia suiza y acompañado del maestro de celebraciones litúrgicas, el secretario y el canciller de la Cámara Apostólica, responsable de elaborar el certificado oficial de defunción. Como dicta la ceremonia, para asegurarse oficialmente de la muerte del Pontífice, Antonio Granada habrá golpeado levemente la frente del fallecido con un martillo de plata, a la vez que le preguntaba: “¿Juan Pablo III estás muerto?” A continuación, en señal de que el papado ha concluido, el anillo del pescador ha debido serle retirado y junto

con el sello de plomo, destruidos ambos con la misma herramienta de plata. A la espera de nuevas noticias y/o comunicados que puedan esclarecer la repentina muerte del Santo Padre, - muerte que algunos relacionan con el accidente acaecido días antes, en su última misa dominical. Cuando el perturbado Ilia Ovechkin, ciudadano ruso que practicaba la mendicidad en nuestro país, con claros signos de estar bajo los efectos de alguna droga, intentó agredir al Papa con un cuchillo de plástico, atentado que frustró uno de los agentes de la seguridad vaticana abatiendo al agresor (a escasos metros de su objetivo) con dos disparos que acabaron con su vida. Hecho que ha vuelto a abrir numerosos debates sobre las fuerzas armadas del Vaticano y si es lícito o no portar armas dentro de la basílica. Recordemos un fragmento de la última homilía dada por el pontífice: “… En estos tiempos de incertidumbre y oscuridad, en los que las personas confunden el no creer con el no existir, es cuando más que nunca Dios dirige su mirada misericordiosa a sus hijos y les alienta a caminar por la senda de la gloriosa luz de la salvación…”

28 Extracto informe agente seguridad vaticana, Gian Lorenzo Bernini. Ciudad del Vaticano – Roma. 11 de diciembre de 2012 “… Alrededor de las seis de la madrugada, atendí una llamada de la hermana Victoria, una de las asistentes personales del Santo Padre (Después se averiguó que debido a su estado había equivocado la extensión). Estaba bastante alterada, yo diría que incluso histérica, no dejaba de repetir que San Miguel la había despertado en plena noche, desvariaba con que el ángel la había advertido y entonces comenzó a gritar ¡Darío è morto! ¡Darío è morto! ¡Darío è morto! Al escuchar esto acudí lo más deprisa que pude al apartamento del Pontífice, la religiosa permanecía junto a la mesa del teléfono en estado de shock, entré en el dormitorio, se escuchaba música clásica, todos sabemos que le ayuda a dormir, era “Claro de luna, creo. Noté, además de un olor desagradable, como a metal oxidado y carne podrida, un cambio de temperatura bastante brusco, en aquel momento pensé que el climatizador de la estancia había debido

estropearse y estaba calentando más de lo debido, todo esto ocurrió en segundos hasta que la imagen del Sumo Pontífice se clavó en mi retina. El cuerpo estaba en la cama, tenía un par de almohadones entre la espalda y el enorme cabecero de madera, seguía con las gafas puestas y su Kindle en el regazo, sobre las sábanas, y aunque su rostro mostraba una paz casi exagerada, lo que más me impactó fue la cantidad de sangre que había por todas partes, le salía de los oídos, los lagrimales, la nariz y la boca, las partes del cuerpo que estaban expuestas estaban extremadamente pálidas y llenas de rosetones cerúleos. Tardé algunos minutos en poder desconectar (uso esta palabra porque no encuentro una más acertada) de aquella visión, entonces cogí el móvil del Santo Padre, por ser el teléfono más cercano y llamé de inmediato al doctor Polisca…”

29 Email del Dr. Patrizio Polisca a su antecesor y amigo el Dr. Buzzonneti (Arquiatra Pontificio Emérito) Ciudad del Vaticano – Roma. 10 de diciembre de 2012 Mi querido amigo Renato, ante la imposibilidad de contactar contigo por teléfono te escribo este e-mail con la esperanza de que lo leas cuanto antes ya que no tengo explicación alguna para lo que acabo de presenciar, sólo me consuela que gracias al agente Bernini de la gendarmería vaticana, tan sólo dos personas han visto al Santo Padre en este estado, de nuevo repito que no tengo ninguna explicación para lo que ha ocurrido esta noche. Justo antes de irse a la cama me llamó quejándose de escalofríos y destemplanza, lo había examinado esa misma mañana después del enorme susto que nos llevamos en la Basílica – Por cierto el tal Bernini fue el mismo heroico pistolero que evitó el atentado – por lo que sabía que estaba en perfecto estado de salud, de ahí que le quitara importancia y le dijera que se tomara un analgésico. La conversación tuvo lugar a las once y

media de la noche. El cadáver que tengo ante mí lleva muerto más de doce horas y si mis ojos no me engañan ni tampoco mis años de experiencia, ha muerto de lo mismo que la cuarta parte de la población europea del siglo XII, muerte negra. Nadie muere de peste con una sonrisa en los labios y en sólo unas pocas horas, pero… La situación se me va de las manos, he prohibido la entrada al apartamento papal y con excusas banales he mandado hacer analíticas a las personas que han entrado en contacto con el cadáver de Darío. Si esto es lo que creo, tengo que hacer lo imposible por evitar que comience una epidemia… Querido amigo, en los últimos años de mi vida he visto muchas cosas extrañas entre los muros del Vaticano, pero esto… Esto me hiela la sangre y me hace temer que mi explicación no sea la más preocupante. Pido a Dios que veas este email antes de que sea tarde.

30 Notificación del jefe de seguridad del Vaticano al agente Bernini. (Enviado por email con copia oculta al doctor Renato Buzzonneti) 12 de diciembre de 2012 Ante los hechos acaecidos en los últimos días, y tras observar ligeras incongruencias – posiblemente motivadas por el exceso de estrés – en los informes recibidos por su parte, referentes al atentado del Santo Padre y su posterior fallecimiento, debido exclusivamente a causas naturales, se le insta a tomar vacaciones indefinidas con carácter urgente y se le prohíbe hablar de cualquier tema relacionado con su trabajo y especialmente con todo lo anteriormente citado. Cuando haya pasado el tiempo que la jefatura de esta gendarmería crea oportuno, recibirá una nueva notificación para que se reincorpore en su nuevo destino. Agradeciéndole los servicios prestados al difunto Papa.

Reciba un cordial saludo

Salvatore Festa Jefe de Seguridad Vaticana

31 Contestación email Dr. Polisca del Dr. Buzzonnet. 11 de diciembre de 2012 Querido amigo Patrizio, ahora mismo me es imposible llamarte, te contesto por email mientras mi vuelo llega al Leonardo, en breve estaré ahí. Creo que esta enorme desgracia debe haber alterado de alguna forma tu buen juicio, primero lo de aquella monja, después el atentado y ahora la muerte del Santo Padre, no quiero que entiendas mal mis palabras, lo que quiero decirte es que quizá haya una explicación lógica para todo esto, evidentemente es imposible que alguien muera de peste de la noche a la mañana y menos en el centro de Roma. Mientras llego, debes hacer todo lo posible para que no cunda un pánico innecesario. El comunicado que debe dar el Vaticano acerca de la repentina muerte del Santo Padre debe ser escueto y concluyente, nuestro querido Darío ha muerto de una parada cardiorrespiratoria. De sobra sabemos ya que cuando más detalles se intentan dar en una mentira, más dudas se crean, por lo tanto no habrá más información. Salvatore (Festa) me ha enviado el informe del

agente que atendió la llamada, por lo que sé que fue la hermana Victoria la que encontró el cadáver. Debemos desvincularla de todo esto, necesitamos a otra persona para llevar tan pesada carga de cara al resto. No veo a nadie mejor que al propio camarlengo, se dirá que fue él el que encontró el cadáver, con respecto al agente de seguridad, Festa me ha asegurado que él mismo se encargará de todo. Ahora tenemos que hacer todo lo posible para que el cónclave se lleve a cabo de manera inmediata, en los tiempos que corren es importante que sea breve el periodo que permanezca sin cabeza la iglesia católica. Al menos el que esta vez sólo haya un Preferiti entre los 105 cardenales, hará las cosas mucho más fáciles…

32 Informe del padre Gabriel Isabella al prefecto de la Congregación para la causa de los Santos, Cardenal Angelo Amato. 13 de diciembre de 2012 (mañana) En lo referente al caso abierto con número de expediente 10062008, sobre el supuesto milagro que acontece en la parroquia de Nostra Signora del Sacro Cuore, en la localidad de Isnello, provincia de Palermo. Confirmarle que mis sospechas iniciales eran correctas, el joven sacerdote de nombre Tiziano Pazzi, recién salido del seminario de Turín, dejándose llevar por el fervor del comienzo, no sólo ha equivocado los términos sino que ha profanado una imagen de la Santa Virgen, de más de trecientos años de antigüedad. La escultura en cuestión, una madonna del siglo XVII de autor desconocido, esculpida con el sagrado corazón de Jesús entre sus manos, ha sido seccionada longitudinalmente separando la parte delantera de la imagen, de la trasera, en la parte frontal se le han practicado una serie de surcos en espiral, a modo de conductos que

van de lo que sería la cima del cráneo de la Madonna, hasta más o menos la parte central, justo a la altura del sagrado corazón, a través del cual se han practicado varias perforaciones casi microscópicas. El objetivo de todo esto es, una vez unidas de nuevo las dos partes, con ayuda de cola y cera para disimular el corte, poder verter líquido por la abertura de la cabeza de la figura, también disimulado a la perfección con un poco de cera, y que éste tarde, según su densidad, unos cinco minutos (en el caso de la sangre) en comenzar a rezumar por los orificios del corazón. El padre Pazzi, utilizaba sangre de pollo con sal – a modo de anticoagulante – la que a veces, llegaba a congelar en pequeños cilindros que introducía en el hueco de la cabeza de la imagen, para así alargar aún más el tiempo de espera del milagro. Evidentemente sin un análisis exhaustivo de los hechos, hubiera sido imposible descubrir el artificio, menos aún por unos feligreses cuya edad media ronda los sesenta años y lo más cerca que pueden ver la figura es a más de tres metros de distancia. Desde que esta mentira comenzara, la pequeña parroquia se llena cada domingo, cosa que sólo ocurría la noche de Pascua, los donativos de los fieles se han triplicado, incluso se ha llegado a abrir una cuenta, a nombre de la iglesia, en la que personas de

todos los pueblos del alrededor hacen sus ingresos a la virgen milagrosa. Los habitantes del pueblo, sin llegar a rozar el fanatismo, se han vuelto mucho más devotos y temerosos de Dios, incluso han comenzado a llegar – con la intención de quedarse – familias jóvenes atraídas por el misterio del corazón sangrante. Mi recomendación, acabar lo antes posible con todo esto pero sin alertar a la población, como en ocasiones anteriores hacer que el falso milagro deje de suceder, y reubicar al apasionado sacerdote pasados algunos meses. De todas formas el viaje no ha sido en vano. Adjunto a este email encontrará un archivo de audio y en él la grabación de una sesión de exorcismo totalmente inesperada, practicada en la casa del sacristán de la parroquia, a la hija de éste… Debo decirle que lo que vi allí no dejaba duda alguna de la presencia del maligno. Te pongo en antecedentes: la pequeña Aurora, de apenas 10 años, llevaba tiempo con muy mal carácter, había llegado incluso a ser violenta con su familia. A veces le daban ataques de risa histérica hasta hacerla vomitar, otras gritaba hasta el desmayo. Unos días antes de yo llegar, comenzaron a moverse diferentes objetos de la casa, la temperatura en el dormitorio de

la niña bajaba bruscamente, había olores desagradables, la madre vio sombras acechantes en varias ocasiones y se escuchaban ruidos extraños que provenían del dormitorio de la niña… Hasta que una noche la encontraron vomitando clavos para herrar de casi diez centímetros, que todos los miembros de la familia juraron no haber visto nunca; Muchos de estos hechos increíbles y algunos más, se repitieron en los días sucesivos y yo pude ser testigo. Te adjunto un fragmento del vídeo de documentación… Ángelo, no fui capaz de expulsar al demonio que la poseía, él simplemente se fue, dijo que tenía un mensaje para mí, que me estaba esperando, me conocía, y no era una artimaña del maligno, lo sé con plena seguridad – de este asunto hablaremos en persona – Lo que me mostró…

33 Parte de la trascripción del vídeo realizado por el padre Isabella durante el exorcismo practicado a Aurora Rossi Isnello (Palermo)

- P. Isabella: Dios padre, que nos amaste hasta el punto de sacrificar a tu hijo por la salvación de nuestras almas, no permitas que su sacrificio sea en vano y úngenos con tu espíritu haciéndonos dignos de utilizar tus dones para expulsar al maligno.

- Aurora (Demonio): Huelo a canela… Su coño huele a canela, ese olor como de premonición, el olor

previo a la muerte, como la calma antes de la tormenta. Sí, es canela. ¿Puedes olerlo tú sacerdote? La canela, no su conejo, quiero decir… < la niña alzaba el rostro y levantaba la nariz como abarcando un aroma que nadie más percibía. Sonreía enseñando todos los dientes. Gabriel pudo ver en ese momento como sus ojos cambiaban de color, el verde de los iris de Aurora se diluyó en el corinto de los del demonio que habitaba dentro de ella. Eso era algo nuevo…> - P. Isabella: Abandona ahora mismo este cuerpo demonio impío, en el nombre de María Santísima te lo mando. - Aurora (Zabulón): “¿Demonio impío?”, me llamo Zabulón, dirígete a mí con respeto, sa-cer-dote im-pí-o.

- P. Isabella: nuestro Señor dime por qué estás aquí.

Por orden de Jesucristo

- Aurora (Zabulón): Me gustan tiernas y jugosas ¿La has oído gritar? ¡Uhmmmmmm! Se me acaban de poner los pelos como escarpias.

- Aurora (Zabulón): de buenas noches?

Mamá ¿quieres otro beso

- Aurora: ¡ Padre, fa male, fa male a me, padre ho molta paura! (¡Padre, me duele, me duele, padre tengo mucho miedo!) - P. Isabella: En el nombre de Dios todopoderoso te ordeno que no vuelvas a hacer daño a estas personas. ¡Dime por qué estás aquí, Jesucristo te lo ordena! < Los gritos de Zabulón se entremezclan con los de Aurora> ¡Dime por qué estás aquí, Jesucristo te lo ordena!

- Aurora (Zabulón): ¡DEJA DE ECHARME ESA MIERDA Y TE LO DIRÉ! Eso quema como lágrimas de ángel. ¿Sabes? Tienes una forma un tanto sádica de divertirte. - P. Isabella: En el nombre de Dios dime ahora mismo lo que quieres o sumergiré tu cabeza completa en agua bendita. - Aurora (Zabulón): No es necesario que nos pongamos agresivos sacerdote, al fin y al cabo estoy aquí por ti, he venido a traerte un mensaje - P. Isabella: Nada de lo que tengas que decir me interesa, así que, en el nombre del Arcángel Miguel, abandona el cuerpo de esta inocente, ¡ABANDÓNALO AHORA!

- Aurora

(Zabulón):

¡NO

VOY

A

ABANDONARLA! No hasta que te diga lo que tengo que decirte, pero no vuelvas a rociarme con esa porquería, ¡QUEMA, QUEMA! Él no me dejará salir mientras no cumpla lo que me ha ordenado. - P. Isabella: La reina de los ángeles, María Santísima te lo ordena, ¡Dame el mensaje ahora y abandona este cuerpo! - Aurora (Zabulón): ¡NO QUIERO QUE ESE PUERCO EMBUSTERO ESCUCHE MI MENSAJE! ¡QUE SE VAYA! ¡QUE SE VAYA!

- P. Isabella: Por mi poder sacerdotal y en nombre del arcángel Miguel, te ordeno me digas por qué no quieres al padre Pazzi aquí. - Aurora (Zabulón):

Es un traidor descendiente

de traidores, ¡QUE LO TIREN DEL BALCÓN! ¡QUE LO AHORQUEN! ¡ELLA NO ESTÁ AQUÍ, NO ESTÁ AQUÍ!

- Aurora (Zabulón): Está bien, seré bueno y dejaré que el mediocre embustero se quede. - P. Isabella: ¡En el nombre de Cristo, dame el mensaje de una vez por todas y abandona a la niña!

- P. Pazzi: inocente!

¡Abandona a esta

- Sofía y Antonio: bendita tú eres entre todas las mujeres y…

… el Señor es contigo,

- Aurora (Zabulón): Lo haré cuando esta furcia deje de divertirme. Sé lo que piensas sacerdote Piensas que por conocer mi nombre tienes poder sobre mí, eso te la pone dura ¿Eh? Pero, ¿sabes un secreto? Yo también conozco el tuyo G-A-B-R-I-E-L. - P. Isabella: ut exeas?

Quae formula usare debo

- Aurora (Zabulón):

No te hagas el sordo, ya

me has oído Gabriel, te conozco… Tu hermana nos habla de ti, la pequeña y dulce Laura siempre nos habla de su dulce caballero andante, cuando no tiene la boca ocupada…

- P. Isabella: ¡Besa el crucifijo y di que te arrepientes de haberte alejado de la Luz! ¡Besa la cruz y vuelve al oscuro agujero del que saliste!

- Aurora (Zabulón): ¡BESARÉ TU ASQUEROSA CRUZ PERO NO DIRÉ ESO, NO LO DIRÉ! ¡YO NUNCA ME ARREPENTIRÉ DE HABERME ALEJADO DE SU LUZ! ¡TU HERMANA TE ODIA SACERDOTE! ¡TE ODIA PORQUE LA ABANDONASTE! ¡TE ODIA!

- P. Isabella: ¡Di lo que tengas que decir o me marcharé y no podrás cumplir lo que te han ordenado! ¡Dame tu mensaje en el nombre de Dios y sal de este cuerpo!

- Aurora (Zabulón): ¡NO, NO PUEDES MARCHARTE, SI LO HACES, SI TE VAS, MATARÉ A ESTA PERRA! - P. Isabella: Si la matas, todo habrá terminado, yo me marcharé y no podrás darme el mensaje… No creo que tu jefe sea tan comprensivo como el mío < La respiración cesa y se hace un silencio pesado y turbador>

- Antonio: (Susurrando) Cariño estás helada, no te preocupes todo saldrá bien.

- Aurora (Zabulón): ¿Es que papi ya no quiere a su niña bonita?

- Aurora (Zabulón):

Si te vas seguiremos

matando jovencitas una tras otra hasta que vuelvas… ¿Estás preparado ya para comprender…? - P. Isabella: ¡Por todos los santos y arcángeles celestiales te ordeno que…

- Aurora (Zabulón): veas.

Ha llegado la hora de que

(Fin de la transcripción)

34 - ¿Gian? Soy Cósimo, ¿estás ahí? Cógelo maldita sea… Mierda de contestadores automáticos… Esos fanáticos religiosos, locos de atar, le han prendido fuego. Acabé la autopsia de Ilia Ovechkin la madrugada pasada sin nada que destacar, salvo un mal corte y una odiosa sesión de pinchazos y pruebas, me encuentro bien, no te preocupes, el hijo de puta estaba sano como un toro, por lo demás: dos disparos, aunque eso tú ya lo sabes, ambos desde atrás y sin orificio de salida, el primero rompió la clavícula y la bala se incrustó en el hueso a escasos centímetros del acromion, la segunda seccionó la columna a la altura del borde inferior de la C4, destrozando la tráquea y provocándole la muerte por asfixia. Si quieres que te sea sincero, nunca había visto disparos tan certeros, un centímetro más arriba y habrían atravesado el músculo alcanzando de lleno al Santo Padre, en mi opinión te arriesgaste demasiado, pero supongo que por eso llevas pistola y no una llave inglesa. Esta mañana al llegar a mi “oficina”, el agente de guardia me ha informado que durante la noche unos bándalos se han colado en las instalaciones y han prendido fuego al cuerpo del

magnicida, con todas sus pertenencias. Te llamaba para decirte que han cerrado la investigación, creo que me estoy acatarrando. Ya no hay pruebas ni cuerpo ni nada, excepto… Bueno lo cierto es que encontré algo que se les ha pasado por alto a los inspectores, son unos incompetentes, están más interesados en que todo esto termine, que en averiguar la verdad. Ya leíste el informe oficial, “atentado frustrado por los agentes de la seguridad vaticana, a manos de un vagabundo desquiciado con un cuchillo de plástico…”, lo siento, decía que vi cómo se reían del arma homicida, pero no estamos hablando de cubiertos desechables para un día de campo, era un cuchillo de los que se usan para no oxidar las verduras, ¿sabes lo que puede hacer eso con una yugular? Quiero pensar que la repentina muerte natural de Juan Pablo los ha desmoralizado a todos, porque de ser otra cosa… Me da asco sólo el pensarlo, ¿habrían actuado de la misma forma si el amenazado hubiera sido el propio Giorgio Napolitano? Tengo que dejarte, no me encuentro nada bien, parece que se les pasó algo por alto… Ven a verme esta noche .

35 Informe del padre Gabriel Isabella al prefecto de la Congregación para la causa de los Santos, Cardenal Angelo Amato. 13 de diciembre de 2012 (continuación) El dolor que sentí es indescriptible, era como si no sólo me estuviera sujetando, sino que además hurgara dentro de mi cabeza con sus sucias uñas. Los ojos me quemaban de la misma forma que si estuvieran sumergidos en ácido, fue entonces cuando mi consciencia comenzó a vagar lejos y me sumergí en la profunda oscuridad… Eso fue lo que pensé que veía, oscuridad, nada más lejos, no tardé en comenzar a distinguir ciertas imperfecciones, podía ver diminutos surcos, formas redondeadas, y reflejos de color verde… Lo que veía era tierra, de tan cerca no había podido distinguirla, pero ahora la imagen se alejaba de mí y se iba haciendo cada vez más nítida. Estaba contemplando la ladera de un monte. El monte Gólgota, en la cima pude ver tres cruces clavadas, en la del centro estaba crucificado Cristo, ya expirado, o al menos eso me decía mi corazón, sin embargo en

las otras dos, no colgaban los ladrones de los que habla la pasión, en su lugar dos enormes gárgolas negras se retorcían de forma sensual y lasciva, lanzando zarpazos en dirección a la cruz central… Fue una imagen ciertamente turbadora, pero todo seguía alejándose y entonces pude distinguir que no era la cima del calvario, demasiado redondeada… Las cruces se erguían sobre una decrépita y ruinosa cúpula de la basílica de San Pedro. La escena se sumía en una noche sin luna completamente negra. Las grotescas criaturas no dejaban de realizar movimientos obscenos y amenazantes hacía el cuerpo yaciente de Jesús… Y entonces todo ardió; las cruces, la cúpula, el cielo… Pude oír un inmenso estruendo y la tierra bajo la basílica se abrió originando una sima gigantesca que como pútrida y desdentada boca lo engulló todo… (En este momento las lágrimas corrían por mis mejillas y gritaba sin control) Pude ver cómo olas de tierra y escombro sepultaban a Cristo mientras las criaturas habían conseguido alcanzarle y desgarraban ávidas su carne. En cuestión de segundos la ciudad del Vaticano no era más que un cráter sin fondo. Fue en ese momento que desperté del trance, estaba tendido a los pies de la cama, todos me miraban preocupados, incluida Aurora que había quedado libre de la posesión…

Hay algo que no te he dicho, justo unos segundos antes de despertar, cuando aún podía ver en lo que se había convertido el Vaticano, una voz resonó en mi cabeza, era la voz atronadora de Zabulón… Él me dijo: “vuelve a Roma, donde te espera la muerte con los brazos abiertos… cumple tu destino.” No sé qué significa, pero creo que algo se avecina y debemos estar preparados. Temo que todo esto esté relacionado con la prematura muerte del Santo Padre… Quedo a la espera de sus instrucciones para con el padre Pazzi y su falso milagro.

36 Email José Ángel Bastida Iriarte (Arzobispo de Madrid) a la dirección de correo electrónico personal del Papa. 13 de diciembre de 2012 (noche) ¿Cómo va la coas por ahí arriba Darío? Espero que bine viejo cabronceTeniamos que habernos ido de putas tú y yo antes de que la palmaras, no sabes lo que te has perdido, un minuto entre los cálidos muslos de una de esas diosas de treinta euros la mamada es mejore que toda una eternidad en el cielo todo lleno de esosos hijos de puta. Asdlja ñlaofio napsodf apñods nasdo aosd Ñs osdk nañs--__ Por aquí por la esplendida España todo baco mosiempre, muchos pobres, pocos ricos y un sinfín de chuipaculos e hijos de papá que ahogan a la multitud de decencia sin enchufe Quizá en este pueblo de catetos haya monjas jugosas con sabor a mazapán, recubiertas de ese fondant tan rico con sabor a virgen

Gracias A Dios Ya todo terminará pronto, tú lo sabes, ¿por eso te fuiste no? Lkfma asdñ ñasd m añsdo comekloowcoños Rask mjndemojas lkd As Malik lasdja lk

37 Conoció a Cósimo Bianchi en un curso de técnicas forenses que el doctor impartió para todos los miembros de la gendarmería vaticana cinco años atrás, “Enfrentarse al escenario del crimen” A Bernini le gustaba, era mejor que algunos seminarios a los que se veía obligado a asistir, por no mencionar los retiros espirituales. Las clases le recordaban al CSI, pero el de las Vegas y cuando aún estaba Grissom, el resto no era más que relleno para vender DVDs. Otra cosa no, pero en cuestión de series, los yanquis eran la polla. Cósimo no era un médico al uso, algunos aseguraban que había estudiado, entre otras disciplinas, Criminología analítica en la Universidad de Módena y Reggio Emilia junto con el mismísimo Antonio Manganelli. Gian Lorenzo tenía una habilidad especial para hacer amigos y el buen doctor acababa de divorciarse y necesitaba un hombro en el que llorar, aunque no lloraba demasiado, prefería ahogar las penas en un buen escocés y hablar del bien y del mal con su pupilo más destacado. Cuando apagó el contestador, tras escuchar el mensaje de su amigo, tuvo la más sincera

de las intenciones de ir a verle esa misma noche tal y como el doctor le había solicitado, sin embargo, ahora era Bernini el que ahogaba sus penas en güisqui, no había encajado demasiado bien su suspensión… Definitivamente la cogorza ganó la mano a la amistad y cayó en el sofá, junto a la mesita del teléfono, en un sueño tan profundo que arañaba las fronteras del coma etílico. Las doce del mediodía, del día siguiente, resonaban en el reloj de cuco del salón, despertando a Gian Lorenzo con una soberana resaca que le hacía sentir la lengua como un cuerpo extraño dentro de su boca tan seca y áspera como un filete demasiado hecho, se incorporó, pero la verticalidad no sentó demasiado bien a su cabeza, el badajo que se hospedaba en ella emprendió la insoportable labor de golpear las paredes del cráneo. Era un hecho irrefutable, Donnie servía escocés de garrafón. Apoyó los codos en sus rodillas y se sujetó las mejillas entre las palmas de las manos, que sintió frías y ligeramente temblorosas, si eso no era tocar fondo, lo suyo era un abismo insondable que acabaría tragándoselo por completo. Arrastró su perjudicado culo hasta el plato de ducha y abrió al máximo el grifo del agua caliente, sentía las gotas como alfileres sobre su cuerpo, pero no le importó, para él era el

mejor reconstituyente. Después de una hora bajo el agua, algunas partes del cuerpo estaban insensibles y, en general, el resto presentaba un color rojizo que se acercaba peligrosamente al de las quemaduras de primer grado, pero al menos la resaca había desaparecido por completo y su estómago comenzaba a reaccionar, tenía hambre. Salió del baño y cruzó desnudo el dormitorio derecho a la cocina. No había gran cosa, la nevera estaba vacía a excepción de un envase de jamón cocido en lonchas, sin abrir y caducado de varios días, algunos huevos de dudoso estado y poco más, rebuscó por la cocina hasta encontrar dentro del horno un paquete de pan de molde en el que aún quedaban algunas rebanadas, se preparó un sándwich con el jamón caducado y mientras se lo comía escuchó como el teléfono sonaba en el salón, no se levantó, el contestador atendería la… Un mensaje, la noche anterior escuchó un mensaje de Cósimo. El recuerdo le vino a la memoria como un flash. Dejó los restos del frugal almuerzo sobre la encimera y fue a escuchar qué tripa se le había roto al viejo cascarrabias del doctor. El bip de fin de mensaje aún resonaba en sus oídos mientras se dirigía a casa de Bianchi, sólo

llegaba un día tarde y aunque no había contestado a sus llamadas, esperaba que pudieran verse, no sabía por qué pero algo en la boca del estómago encendía una lucecita de emergencia en su cerebro. El doctor era un hombre de costumbres, Gian Lorenzo no tardó en encontrar la llave de repuesto disimulada sobre el dintel de la puerta. Nada más entrar ya percibió el desagradable olor, un hedor que de alguna forma le resultaba extrañamente familiar, lo que hizo que la alarma de su cabeza se transformara en una jodida sirena de ambulancia. Llamó a su amigo en voz alta, nadie contestó. Todas las luces de la casa estaban apagadas excepto en el piso de arriba. Por deformación profesional llevó la mano a la cintura en busca de su arma pero no encontró nada, le fue retirada cuando lo mandaron al ostracismo, maldijo en voz baja más para romper el opresivo silencio que lo envolvía que por necesidad y subió las escaleras despacio y atento a cualquier movimiento. Al llegar arriba se encontró en un amplio distribuidor con varias puertas, todas estaban cerradas, todas excepto una que conducía a la habitación iluminada que se percibía desde abajo. Empujó la hoja y lentamente, centímetro a centímetro fue apareciendo ante él lo que parecía ser un dormitorio, cuando la cama se mostró en su campo de visión a Bernini le asaltó una sensación de

vértigo tan violenta que tuvo que sujetarse al marco de la puerta para no caer al suelo. Fue como revivirlo todo de nuevo, la misma postura, las mismas manchas en la piel, y la misma cantidad de sangre, en los oídos, los ojos, la nariz, la boca, bajo el cuerpo un gran charco de sangre rebosaba fuera del colchón y manchaba la pequeña alfombra que había junto a la cama. Ahora se daba cuenta de que aquel era exactamente el mismo olor que había en la habitación del Papa cuando descubrió su cadáver, pero Cósimo no sonreía, su rostro estaba congelado en una mueca de sufrimiento que lo hacía casi irreconocible. En lugar del Kindle, en su regazo tenía una pequeña bolsa de pruebas y su teléfono móvil. Estupefacto y temblándole las rodillas, Gian Lorenzo se acercó al cuerpo sin vida del que fuera su amigo, tras encender la pantalla del teléfono pudo comprobar que había escrito el número de emergencias en él sin llegar a pulsar la tecla de llamada, la bolsa de pruebas contenía dos cosas, una llave magnética del hotel Donna Camilla y una foto polaroid del rostro de Ilia Ovechkin, aparentemente tomada durante o después de la autopsia. Supuso que aquella tarjeta sería lo que los investigadores pasaron por alto. Cogió la bolsita con un pañuelo, agradeciendo que fuera una de las pocas cosas que no se habían manchado de sangre, y

se la guardó en el bolsillo interior de la chaqueta para a continuación disponerse a deshacer todos sus pasos pasando el pañuelo por cualquier superficie de la casa que hubiera podido tocar hasta llegar allí. Ya en la planta de abajo, el frenazo de varios coches justo delante de la casa lo sobresaltó. La zona del Corso en la que se asentaba la casa era peatonal, por lo que el taxi lo había tenido que dejar en la piazza del Popolo, sin embargo aquellos vehículos estaban allí. Se acercó a la mirilla, despacio para no hacer ruido y al mirar por ella la respiración se le heló en la garganta, justo al otro lado de la puerta, a escasos centímetros, estaba Doménico Giani en persona hablando por el móvil. - …Ya te lo he dicho, completamente calcinado… No lo sé, algún tipo de acelerante supongo… Nos avisaron cuando solicitó el protocolo de seguridad… Aún no, estoy en la puerta. Bernini iba a darse la vuelta para intentar salir por la parte trasera, cuando se vio sorprendido por una explosión en el piso de arriba, desde donde estaba pudo ver el destello de las llamas, quizá hubiera alguien allí cuando él llegó, no lo sabía pero si no se daba prisa todo se le complicaría sobremanera, corrió por el pasillo hasta la puerta que había en el hueco de la escalera y que daba a otra escalera que

bajaba hasta el sótano, desde donde, a través de un ventanuco podría salir fuera sin ser visto o al menos eso esperaba, justo cuando la puerta del sótano se cerraba tras él, escuchó como echaban abajo la de la entrada. Alejándose de la casa por la calle de atrás, Gian Lorenzo estaba seguro de que el fuego había comenzado en el dormitorio y que en ese mismo instante el cuerpo de su amigo se consumía entre las llamas. Cuando investigaran lo sucedido, encontrarían la llamada que Cósimo le hiciera el día anterior y de una forma u otra esto lo haría sospechoso, no sabía cuánto tiempo tardarían en dar con aquella pista, pero era exactamente el que él tenía para averiguar qué estaba ocurriendo. Ya en la Piazza Venecia se descubrió a sí mismo apretando con fuerza las llaves de repuesto de Cósimo y pensando que su amigo no podría encontrarlas.

38 Durante el registro de la casa del forense, el agente Darío Gallo, natural de Civitavecchia, de familia de pescadores desde su tatarabuelo y que un buen día de primavera, quince años atrás, había decidido que las redes no eran lo suyo. Entró en el cuarto de baño de Cósimo a lavarse las manos, no le gustaba la sensación que dejaban en la piel los guantes de látex, por inercia y como tantas y tantas cosas que realiza el ser humano de forma automática y sin ni siquiera ser registrado por el cerebro, Darío se pasó ambas manos mojadas por la cara y después se secó con la toalla que había junto al lavabo, lo que nunca sabría es que apenas unas horas antes, el doctor Bianchi se había secado el sudor con esa misma toalla, al sentirse indispuesto por lo que pensaba era una simple gripe. El agente Gallo era un fiel y amante esposo y un padre ejemplar, por lo que, aunque no se sentía demasiado bien cuando llegó a casa, no dejó pasar la oportunidad de besar los labios de su esposa y la mejilla de su primogénito Mario, que salía en ese momento en busca de su novia. Y como la genealogía de Jesús en el evangelio de Mateo… La señora de

Darío Gallo, Adriana Bruno, mantuvo relaciones con su amante, a la mañana siguiente, justo antes de ir al gimnasio. Su amante, Stephano Conti, también tenía relaciones habituales con dos prostitutas de Verona, llamadas Luneta Rizzo y Stella Lombardi, que como es lógico en su gremio, tenían una cartera de clientes bastante extensa, incluidos un par de pilotos de Alitalia, que solían presumir entre amigos y conocidos de tener una amante en cada puerto, sin dar detalles de si eran de pago o no. En el gimnasio, Adriana mantuvo contacto, de un modo u otro, con su monitor de Pilates, que solía tocar en exceso a la mayoría de sus pupilas y con su amiga Ágata, que viajaba a España, por cuestiones de trabajo, dos veces a la semana. Por su parte, Mario Gallo recogió a su novia, la señorita Concetta Mancini, saludando cariñosamente a sus futuros suegros: Salvatore Mancini y Concetta Giordano. Y la llevó al Arcadia, comieron pizza y después bailaron una rueda cubana, en la que participaron unas doce parejas. Mientras se besaban en la puerta de casa de Concetta, su hermana menor Serena, los espiaba con cierta envidia desde la ventana de su habitación, también hubiera querido ir a bailar, pero su vuelo a Nueva York salía temprano la mañana siguiente, aquel iba a ser el mejor regalo de navidad de toda su vida… Cuando por

fin lograron separar los labios, se despidieron con un tímido “te quiero” y ella entró en la casa con cuidado de no hacer ruido, el pequeño Roberto tenía el sueño ligero y si se despertaba no conseguirían dormirlo hasta la hora de ir a la guardería. Lo dejarían allí de camino al aeropuerto para despedir a Serena que al final había logrado salirse con la suya con el tema del intercambio. Ninguno de todos ellos sobrevivió a las siguientes setenta y dos horas. El total de muertos pasado este lapso de tiempo era de un millón de personas, una décima parte de todas las muertes que hubo durante la pandemia de gripe española.

39 Italia, Nueva York, España, Inglaterra, Francia, Marruecos… Las muertes ascendían a 3.500.000 personas. El CDC8 en Estados Unidos, la OMS y diferentes comités nacionales creados por cada país con el único objetivo de preparar un plan de respuesta a la pandemia, fueron inútiles, los múltiples intentos por identificar el virus habían sido un desastre, al principio creyeron que en Inglaterra, un grupo de científicos de Liverpool tenía información privilegiada, pero allí la infección fue especialmente virulenta y pronto no quedó nadie para poder comunicarse con el resto del mundo. Por lo poco que sabían del virus, su R09 era imposible de calcular. Como estimación podían proponer que una persona entraba en contacto con una media de doscientos cincuenta individuos: nuestros propios familiares, los pasajeros del autobús, otros transeúntes que nos cruzamos por la calle, los compañeros de trabajo, clientes del bar donde comemos, de los grandes almacenes en los que nos abastecemos, de nuevo el autobús de vuelta a casa, vecinos, amigos, y un largo etcétera que, junto a la manía que todos tenemos de tocarnos la cara, 2 ó 3 veces por minuto, lo que hace una media de unas 180

veces por hora que dan lugar a más de 4.000 roces, caricias o palmadas al día, y teniendo en cuenta que la tasa de mortalidad del virus era del 100 por 100, hacía de cada infectado el arma de destrucción masiva definitiva Uno de los principales puntos del plan de contención era identificar al paciente cero, pero la extremada rapidez con la que se multiplicaban los clusters10 por todo el mundo, hicieron de esta tarea el décimo tercer trabajo de Hércules, sólo que por aquel entonces a la humanidad no le quedaban semidioses con problemas de ego a los que echar mano. Y entonces se les ocurrió la idea del placebo, la gran mentira desde el “todo irá bien”. Decidieron, que si no podían combatir el virus, lo harían con sus consecuencias, y la más terrible de todas era la anarquía. No es una característica del ser humano el tener una gran capacidad para aguantar las situaciones de presión, pronto el oscuro pasajero que todos llevamos dentro saldría a la luz y la ley del más fuerte golpearía los cimientos de la honradez. A las tres de la tarde, agentes de seguridad nacional tomaron el 1600 de Amphitheatre Parkway, en Mountain View, California. Complejo principal de Googleplex, sede de la compañía Google

Inc. Las órdenes eran claras, en primer lugar controlar la información que el principal motor de búsqueda de Internet mostrara sobre el virus que ya algunos habían comenzado a llamar “Segador”, por aquella película de Neil Marshall. Y en segundo, vulnerar la seguridad de todas aquellas páginas que mostraran información no oficial acerca de la pandemia, sustituyendo ésta por la que habían acordado: “El virus ha sido identificado como una nueva cepa altamente patógena de la gripe H5N111. La buena noticia es que ha sido posible sintetizar una vacuna que ya se está fabricando de forma masiva para que pueda llegar, sin problemas, a cualquier parte del mundo donde se necesite…” Dos días más tarde, todos los países del primer mundo se vieron invadidos por camiones cargados de viales que contenían suero glucosado y colorante alimenticio E-120, ácido carmínico extraído de la hembra de la cochinilla Dactylopius coccus. El tono rojo le daba un toque importante, al menos era lo que pensaban algunos miembros del comité encargado de realizar las gestiones oportunas para paliar los daños ocasionados por el virus. La turba es estúpida y van a la luz como insectos ansiosos, con la esperanza de que el filamento de una simple bombilla

sea el mismo sol. Algunos asesores se escandalizaron con la propuesta de usar un colorante extraído de “bichos”, la ignorancia, por desgracia para la ciudadanía, es una lacra que suele padecer un porcentaje demasiado alto de los asesores gubernamentales elegidos a dedo por el tan extendido nepotismo que infecta como un cáncer gobierno tras gobierno. Piruletas, gominolas, fiambres, yogures, bebidas alcohólicas y refrescos, batidos, helados, pintalabios… Se seleccionó el E-120 por ser el colorante más utilizado y con más reservas. Según estudios, los seres humanos eran más receptivos y confiados con ciertos colores que el cerebro, por aprendizaje, reconocía como “de confianza”. El rojo intenso, aunque pueda parecer ilógico, era uno de ellos. Cada dosis individual venía acompañada de un breve prospecto que indicaba cómo tenía que ser tomada, que las mejoras comenzaban a notarse en varios días y un etcétera de mentiras con las que pretendían calmar a la plebe y que no comenzaran a asaltar supermercados y robar coches en un intento inútil de huir de la enfermedad. Funcionó, al menos al principio, la esperanza es la droga más potente y adictiva y eso fue lo que dieron al mundo, una prórroga de esperanza, un

momento de calma antes de la tormenta, una tormenta de dimensiones ‘cataclísmicas’...

40 Contestación Cardenal Angelo Amato al padre Gabriel Isabella Estimado Gabriel, no me cabe duda que todo tiene relación, y más después de la llamada que acabo de recibir, me hubiera gustado decírtelo en persona, pero por tu manía de no usar teléfono móvil y al no estar en el hotel, no he encontrado mejor forma que ésta. Hace algunos días hablé con el padre Granada, estaba bastante nervioso, como Camarlengo, tiene acceso temporal a las cuentas de correo electrónico del difunto Papa, y esa misma tarde había recibido un email, como mínimo, inquietante, de parte del arzobispo de Madrid, el Cardenal Bastida Iriarte. Después de interminables intentos de contactar con él, ha sido a través de su asistente personal que hemos logrado localizarle. El joven sacerdote estaba aterrado, llevaba horas intentando llamar a la Santa Sede, pero con esta horrible enfermedad, las líneas estaban saturadas y hasta ese momento no había sido capaz de encontrar cobertura. Parece ser que se encuentran en un pueblo de la

provincia de Sevilla, Osuna. Invitado por Monseñor Juan José Asenjo a un concierto benéfico que se celebraba en la iglesia colegial de la localidad, con el fin de conseguir fondos para las obras de restauración de los jardines de chumberas que el ayuntamiento había cedido recientemente a los terrenos de la Colegiata. Junto al mismo templo hay un hotel, La Hospedería del Monasterio, gracias al cielo no es demasiado grande, y el equipo del cardenal lo tiene reservado al completo. Según su joven asistente, la salud del cardenal había empeorado visiblemente en los últimos días. Sufría fiebre alta y fuertes accesos de vómitos. Conforme pasaban las horas su estado iba haciéndose más crítico, pero se negaba a ir al hospital o a que lo atendiera ningún médico. A media tarde comenzaron los delirios y los sucesos extraños se incrementaron… Según el padre Pérez, después de vomitar lo que ha descrito como trozos de algo metálico, Bastida, con los ojos en blanco comenzó a gritar frases en un idioma que no reconoció. Llámame en cuanto recibas este email, es urgente que hablemos, también te he dejado una nota en el hotel, con los datos del único vuelo disponible. Ha sido casi imposible con la tragedia que estamos sufriendo, pero al final hemos conseguido avión

privado, sólo embarcarás tú. Gabriel, es el preferiti, por amor de Dios, el preferiti, y el cónclave tendrá lugar en un par de semanas.

41 Contestación Padre Gabriel Isabella al Cardenal Angelo Amato El vuelo desde Palermo a Sevilla se ha retrasado, saldrá a las diez y diez de esta misma mañana. He dado orden a los pilotos de que hagan escala en Roma, creo que es prioritario que hablemos cara a cara. Según me han informado, llegaremos al aeropuerto a las once y media, con salida prevista a las dos y diez, por lo que te ruego nos veamos en el mismo Leonardo. Se que está cerrado, pero supongo que no tendrás problemas en acceder a las pistas. Evitaremos pérdidas de tiempo innecesarias.

42 Un par de horas más tarde. - Eminencia estoy en el Punta Raisi, mi vuelo a Roma sale en veinticinco minu… - Déjate de protocolos Gabriel - El Cardenal Amato no le dejó terminar la frase – Tienes que cambiar el vuelo ahora mismo, ¿es que no has leído el email que te envié? - Pensé que era importante que habláramos, de todas formas serían sólo unas horas… - El cardenal volvió a interrumpirle de nuevo. - Horas que podrían ser cruciales. Escúchame bien, cuelga el teléfono y cambia el vuelo ya. Los americanos no han logrado pararlo, todo lo contrario, parece ser que, como otros antes que ellos, quisieron usarlo en su beneficio y lo han empeorado todo. - No te entiendo Ángelo. ¿De qué…? - No hay tiempo para explicaciones… Pero tienes que hacer todo lo posible para salvarle. - Siempre hago todo… - No me malinterpretes, sabes que nunca he puesto en duda tu forma de trabajar, es sólo que no

creo que esta vez la divina providencia esté de nuestro lado. Tiempos aun más oscuros y difíciles nos aguardan…

43 El antiguo convento diseñado por Francesco Borromini que ahora albergaba las instalaciones del hotel Donna Camilla Savelli, se alzaba majestuoso a los pies de la épica colina del Janículo , en pleno barrio del Trastévere. A diferencia de otros hoteles que había visitado, el Donna Camilla no tenía mostrador de recepción, en su lugar una enorme y antigua mesa de madera maciza recibía a los huéspedes, hermosamente decorada con un jarrón de flores secas, un antiguo libro de firmas y una profusa cantidad de folletos, tanto del hotel como de visitas guiadas y otras atracciones turísticas de Roma. Una mujer algo estirada, que pasaba de los cuarenta, de pie tras la mesa, hablaba atropelladamente por teléfono, cuando lo vio entrar, con la ropa demasiado arrugada, despeinado y sin afeitarse desde hacía días, lo miró de arriba abajo con descarado detenimiento y colgó. La nariz afilada y las gafas de montura de pasta le daban el aspecto de una estricta institutriz de colegio privado. - ¿Puedo ayudarle en algo? – El tono de voz indicaba todo lo contrario, “dese la vuelta y piérdase de mi vista, asqueroso infectado” – Acto seguido se

colocó una mascarilla quirúrgica. - La verdad es que soy yo el que puede ayudarla a usted – Bernini, ignorando el gesto, hablaba con extrema seguridad, de camino al hotel había pasado por Il deserto, necesitaba las habilidades especiales de Donnie – Disculpe mi aspecto, pero llevo más de dos días sin dormir, de aquí para allá, visitando todos los hoteles de Roma, mi nombre es Bruno Bruno – Le tendió una mano que se quedó flotando en el aire unos instante, luego la retiró – Sí Bruno de apellido y Bruno de nombre, mis padres tenían un sentido del humor un tanto peculiar. El caso es que soy técnico de Fisheyes, que como sabe es la empresa que diseña y mantiene su software informático, así como el de un alto porcentaje de hoteles en todo el país. Hemos descubierto una brecha en la seguridad de nuestros servidores, pero no a tiempo para impedir que un potente virus – Creado por Donnie – pueda dañar su sistema de archivos, de ahí que yo esté aquí y usted me necesite mucho más a mí, ya que de no haber pasado nada yo estaría tranquilamente en mi cubículo de la oficina viendo películas online o alguna buena serie americana. – La recepcionista lo miró estupefacta durante unos instantes, después se volvió hacia los ordenadores que se encontraban a su derecha en unos de los rincones de la amplia

recepción y arqueó las cejas. - No hemos notado ningún problema en los equipos inf… – No había terminado de decirlo cuando la CPU de uno de ellos comenzó a pitar enloquecida. Bendito seas Donatello, justo a tiempo. - ¡Oh! Eso no lo había hecho antes. - Usted misma, pero si no me deja echarle un vistazo tengo que seguir con mi ruta, aún me quedan una docena de hoteles más…Y este pasaría a la cola, así que no nos volveríamos a ver hasta dentro de algunos días. - Lo siento, ya le he dicho que no habíamos tenido problemas hasta ahora, por favor haga lo que tenga que hacer lo antes posible, estoy esperando un grupo de jubilados ingleses y sin el software de reservas esto será una auténtica locura. Por suerte para Bernini, Alegra Mancini, no era una mujer a la que le gustara husmear sobre el hombro de los demás, por lo que la recepcionista se limitó a coger el teléfono y seguir con las gestiones que la llegada de Gian Lorenzo habían interrumpido, que no eran otras que las de discutir con su compañera si sería más conveniente adoptar una niña china o comprar un perro. Gian Lorenzo pasó disimuladamente la tarjeta por el lector magnético para comprobar los datos de la llave.

Código: Fecha: Hora: Habitación: Observaciones:

01062008 07.12.2012 22:22 010 +

Al cotejar el código con el registro digital, el nombre que apareció fue como un chiste de mal gusto, Pinco Pallino no era nadie, no era nada, ¿cómo le habían alquilado una habitación a un tipo así y encima sin dar su verdadero nombre? Era absurdo, ¿es que ya no piden ningún documento de identidad? A juzgar por las miraditas de la recepcionista, empezaba a impacientarse, si lograba averiguar las identidades del personal del hotel que trabajó aquella noche, quizá no todo habría sido una pérdida de tiempo. - Disculpe pero acabo de hablar con las oficinas de Fisheyes en Roma y aparte de no conocer la existencia de ninguna brecha de seguridad, afirman no tener en nómina a nadie llamado Bruno y mucho menos que también se apellide Bruno, quiero que sepa que he llamado a los carabineros. Sólo dos nombres, tendría que bastar.

- No tenía que haberse molestado Fräulein, sólo quería ver mi correo y no me llegaba para el Cyber, por cierto si acepta un consejo, mejor adopte, no la veo muy preparada para tener un perro.

44 El ático de Luciano era un coqueto apartamento de tres plantas en el que ninguna de las estancias estaba pintada del mismo color, a juzgar por la decoración y las fotos que había por todas partes, al Sr. Losi, sus amigos más allegados debían llamarle “Lucy”. Sin embargo, pese a la gran cantidad de ambientadores de pésimo gusto que había por toda la casa, el hedor a descomposición lo envolvía a todo… “Los efluvios de los muertos flotaban en el aire como veneno” Bernini recordó la frase, quizá leída en algún libro y se estremeció. Olía a muerte, a una muerte añeja y podrida, sus esperanzas de poder hablar con el recepcionista comenzaban a desaparecer de forma vertiginosa. No había forma de saber de dónde provenía el olor así que fue mirando habitación tras habitación hasta llegar al que debía ser el dormitorio de Luciano, allí el olor prácticamente se podía palpar, en la pared frente a la cama vacía, había un mueble tocador como el que usan algunas mujeres para maquillarse, tenía un enorme espejo redondo y estaba lleno de botes de cremas y perfumes, eligió uno al azar, impregnó su pañuelo y se lo colocó sobre la nariz, respirando por la boca, el alivio fue inmediato y

las náuseas desaparecieron casi por completo sustituidas por una leve sensación de mareo. La puerta del cuarto de baño estaba abierta de par en par y hasta él llegaba el sonido persistente de una gotera, convencido de lo que iba a encontrar, Bernini cruzó el dormitorio y se acercó a echar un vistazo. El recepcionista estaba en la bañera con un agujero de bala en la frente del tamaño de una moneda de cinco céntimos que mucho se equivocaba si no era de una nueve milímetros, aún tenía los ojos abiertos y una de las piernas le sobresalía por el borde derramando el agua sanguinolenta en un charco en el suelo, gota a gota. Gian Lorenzo no se extrañó de ver que llevaba puesto un vestido de mujer, el asesino debió pillarlo en plena fiesta privada. Desde la explosión en casa de Cósimo y la breve llamada de teléfono que pudo escuchar a través de la puerta sabía que algo importante estaba pasando, algo que oficialmente acababa de convertirse en una conspiración de proporciones bíblicas. Y él estaba en pleno epicentro del seísmo que iba a estremecer los cimientos de la misma historia. Con su muerte, Luciano le había dado más información de la que seguramente le habría querido dar en vida, tenía que encontrar a Toro Sentado antes de que lo hiciera quien quiera que estuviera detrás de

aquella locura. Kiowa Whitehorse se hospedaba en un piso de estudiantes en la vía Pietro Roselli, resultó ser un estudiante americano que trabajaba en el Donna Camilla para pagarse la estancia en Roma y poder terminar el último año de carrera. Según su compañero de piso, un pijo madrileño obsesionado con Álvaro Moreno y la música de semana santa, el indio llevaba sin aparecer por la “uni” y por el piso, casi una semana, casualmente, pensó Bernini, desde el atentado contra el Sumo Pontífice. Tendría que visitar las aulas si quería averiguar algo más acerca del muchacho, esperaba que alguno de sus amigos fuera más espabilado que el gilipollas con el que acababa de hablar. Fue una sorpresa descubrir que el joven americano salía con la nieta de una de las familias más ricas de Italia, Daniella Ferrero, nieta de Michele Ferrero, dueño de la empresa de chocolates más famosa del mundo… Su padre murió en Sudáfrica, en un accidente mientras practicaba su deporte favorito, el ciclismo. Motivo por el que el bueno de Michele no le negaba nada a su hermosa y delicada nieta, de ahí que cursara estudios en la Universidad Americana de Artes Liberales de Roma, sin que nadie la importunara

con si era o no la mejor opción. Conocer el problema no resolvía la incógnita de la ubicación del botones. La muchacha llegaba en limusina al campus y en limusina salía, no era buena idea abordarla en la universidad, por lo que debía pensar otra opción… Opción que le vino de manos de Larry y su colega Sergey, Google le dio el plan perfecto, el domingo siguiente se celebraría una cena organizada por UCODEP, en beneficio de OXFAM ITALIA y a la que la madre de Daniella estaba invitada, pero ella no acudiría con mamá, según el calendario de exámenes que había visto en la pared del dormitorio de Kiowa, al lunes siguiente tenían un examen que Toro Sentado había subrayado tres veces con rotulador rojo, por lo que debía ser bastante importante. Iría a verla directamente a su casa, servicio a domicilio, como las pizzas.

45 La noche del domingo, Bernini esperaba paciente frente a la lujosa villa romana donde vivían los Ferrero mientras se encontraban en la capital italiana. La idea era presentarse en la casa con cualquier excusa e intentar averiguar el paradero del botones, el único problema es que aún no había dado con la excusa adecuada que le permitiera pasar el sistema de seguridad. En esas cavilaciones estaba cuando el motor de una vieja Vespa llamó su atención. Un repartidor de pizzas, al parecer a Daniella le gustaba algo más que el chocolate. Salió del coche y se acercó al repartidor con la intención de pagar el pedido y entregarlo él mismo. Al levantar la vista del portaequipajes de la moto, donde se encontraba sacando el pedido, ambos se sorprendieron, Gian Lorenzo cuando reconoció a Kiowa, bajo la gorra de Pizza Hut, gracias a una foto que se había llevado de su apartamento y el muchacho al verse descubierto antes incluso de haber llegado a la puerta de entrada, pero su rostro no mostraba sólo sorpresa, estaba aterrado y comenzó a mirar a su alrededor como buscando una ruta de escape.

- No voy a hacerte daño, sólo quiero información. – Aquellas palabras no tranquilizaron al indio. - No sé de qué me habla sólo vengo a entregar una… – Bernini lo interrumpió. - ¿Donna Camilla ha comprado acciones de Pizza Hut? – Kiowa se dio por vencido. - Yo no sabía que aquel hombre… Cuando lo vi en la televisión me entró el pánico y… María nos advirtió, nos advirtió a todos. Era el mismísimo diablo, pero no la creímos… Cuando Luciano no apareció al día siguiente tuve miedo, pensé que él… que podría estar buscando a los que lo vimos, pero yo no lo vi, yo sólo acompañé a ese… a ese criminal. – Las palabras salían de su boca como un torrente descontrolado. - Tranquilízate, no tengo ni la más remota idea de lo que estás diciendo, sólo quiero que me hables de esto – Bernini le mostró la información que había extraído de la llave magnética, Kiowa cogió el papel con mano temblorosa y lo observó durante unos instantes. - Es lo que intento decirte, cuando él, ¿cómo era su nombre joder? - ¿Pinco? - Exacto, Pinco, cuando ese Pinco llegó al hotel… – Bernini lo interrumpió de nuevo. - ¿Cuánto tiempo llevas en Italia? – Kiowa parecía

confuso. - ¿Qué importa eso? No lo sé… Unos dos años, ¿Por qué? - Pinco Pallino es como el John Doe americano o el fulano español, no es nadie y somos todos, dio un nombre falso, lo que… - Pero es que no me está escuchando, le digo que yo no estaba cuando él llegó, al que atendí fue al que vino a visitarle, ¡al loco que intentó matar al Papa! – Para Gian Lorenzo fue como si le dieran un puñetazo en plena cara. - ¿Me estás diciendo que la persona que realizó la reserva a nombre de Pinco Pallino no fue Ilia Ovechkin, el hombre que atentó contra el Santo Padre? - Él fue la visita, yo mismo le llevé a la habitación donde ya lo esperaban, parecía estar muy asustado y algo colocado, sudaba como un pollo y temblaba… Sólo Luciano y María vieron a quien realizó la reserva. - Luciano está muerto, alguien le abrió un tercer ojo en plena frente. – Al muchacho le fallaron las piernas y Bernini evitó que se cayera – ¿Y quién demonios es esa María? - María, es la camarera de noche. - Cuando estuve en el hotel no vi su nombre en la lista.

- Ni lo leerá, es una ilegal, no tiene contrato, le pagan menos que a los estudiantes como yo, algo bastante difícil de conseguir… Por eso suelen hacer los turnos de noche y nunca desempeñan ninguna tarea de cara al público, al menos normalmente… Aquella noche María llegó llorando a la cocina del hotel, por casualidad yo estaba allí… bueno, buscando algo de comer, lo cierto es que el cocinero prepara unos ñoquis que están de muerte y bueno… - Bernini puso cara de impacientarse, Kiowa parecía algo más tranquilo – sí, perdón, el caso es que llegó llorando como una Magdalena… No la entendíamos, es nigeriana y no habla nada de italiano tan sólo un poco de inglés, lo único que decía entre sollozos era “BLOODTHIRSTER”, que significa algo así como “devorador de almas”… - ¿Sabes dónde vive? - No lo sé, ya le he dicho que no hablábamos demasiado… - Tendré que volver al hotel, deben tener un registro, una cuenta bancaria, algo… - No encontrará nada, les pagan en metálico, los ilegales no suelen dar sus direcciones, la mayoría de las veces son ocupas o los tienen recogidos familias a las que no quieren meter en problemas. – Kiowa no dejaba de mirar impaciente las ventanas de la villa,

Gian Lorenzo se percató de ello. - Si de verdad te importa esa chica deberías alejarte de ella hasta que todo esto se aclare, aunque no creo que estés en el punto de mira de ninguna célula terrorista, de ser así ya estarías muerto como tu amigo Luciano, mejor ser precavidos, vuelve donde quiera que hayas estado escondido estos días y no salgas. Y por cierto ningún italiano que se precie pediría pizza a un Pizza Hut, y menos aun en plena epidemia, no sabes la suerte que tienes de que no te hayan asaltado a la desesperada. – El muchacho se quitó la gorra y la tiró a unos matorrales, miró por última vez a la única ventana iluminada de la enorme casa y sin despedirse de Bernini se montó en la Vespa y se alejó de allí lo más rápido que la antigualla le permitía. La teoría de la conspiración cada vez tomaba más fuerza, alguien se había reunido con Ilia días antes del atentado y se estaba tomando muchas molestias para ocultar su identidad. Bernini volvía a estar en un callejón sin salida, sería imposible localizar a María… Había llegado a uno de esos puntos en los que lo único que podía hacer era ir a tomar una copa.

46 19 de diciembre del año de nuestro Señor de 2012. El taxi dejó a Gabriel en la misma puerta del hotel. Tras ver su alzacuellos por el retrovisor, el amable conductor casi se sale de la carretera por quitar de la radio a los Rolling que ya estaban en el punto álgido de su “Sympathy for the devil”, en su lugar pasó el resto del camino intentando sintonizar alguna emisora religiosa, lo cual era misión imposible por la nueva S40, al final se decantó por una en la que comenzaban a sonar los monótonos acordes de “Everybody Hurts”, personalmente el padre Isabella prefería a los Rolling, pero no lo comentó con el taxista. - Estoy seguro de que está por aquí – Le dijo el conductor con cierto tono atribulado – siempre acaba jodiendo la KissFM… Lo siento padre – El buen hombre se disculpaba constantemente ya que una de cada tres palabras que pronunciaba era malsonante. Al bajar del taxi, Gabriel le pagó dejándole una buena propina. - ¡Coño padre! Muchas grac… Lo siento padre. No dude en llamarme cuando llegue la hora de volver, tenga mi teléfono – Y sacó el brazo por la ventanilla

para acercarle una tarjeta de RADIO TAXI en la que aparecía su nombre y su número de móvil escrito por detrás – Se supone que no podemos hacerlo pero qué coj… Bueno eso, que me ha caído usted bien, sólo tiene que llamarme directamente y vendré a por usted en un abrir y cerrar de ojos. No tengo familia y creo que todo esto de la pandemia no es más que un truco publicitario para subir impuestos, quizá me equivoque, pero… Este pueblo está bien, algo aburrido para mi gusto, pero claro, imagino que no ha venido a hacer la ruta del bacalao. – Se despidió sin poder evitar un par más de palabras desacertadas a causa de la cuesta de piedras que tenía que subir para poder salir de aquella parte del pueblo. El espacio comprendido entre el hotel, el convento del que había sido hospedería y la gran iglesia colegial a la que había venido el cardenal, era una ancha cuesta empedrada salpicada de árboles y rodeada por vetustas paredes de ambarino sillar a la que llamaban extrañamente plaza, “Plaza de la Encarnación”. En la cima de la cuesta se hallaba la gigantesca iglesia que nada tenía que envidiar a muchas catedrales que había visto por todo el mundo, sin embargo las austeras líneas de su fachada la hacían parecer una fortaleza, según había podido ver a través de Internet durante el vuelo a España llegó a

utilizarse como tal por el ejército napoleónico allá por el 1812. A los pies de la pendiente, que estaba situada en uno de los laterales de la Colegiata, se encontraba el convento de las mercedarias descalzas. Él, de pie junto al enorme portón del hotel podía verte en frente como se alzaban los muros de los decadentes jardines de chumberas. Aún contemplaba el hermoso entorno que le rodeaba, cuando la puerta de la antigua hospedería se abrió a sus espaldas y un sacerdote de pequeña estatura y complexión débil, bastante demacrado y nervioso salió a su encuentro. - El padre Isabella ¿supongo? – la voz casi inaudible, apenas atravesó sus labios. - Llámeme Gabriel, por favor – Al pequeño sacerdote le extrañó no escuchar el empalagoso acento italiano y la exacta fluidez con la que hablaba el idioma, Gabriel pareció darse cuenta. – Mi madre era española, de Baza, creo que está en la provincia de Granada y en cuanto a mi acento, bueno he viajado tanto por asuntos de Roma, que, como el blanco a los colores, supongo es el neutro a los acentos… – Le sonrió cordialmente y se percató de las enormes ojeras que presentaba y la palidez extrema del rostro, aquel hombre estaba exhausto – ¿Tan grave es? - No soy experto en estos temas. Disculpe no me

he presentado, soy Pedro Pérez, asistente personal del cardenal. Entremos, no hablemos de esto fuera – Recogió la bolsa de viaje de Gabriel y haciendo un gesto con el brazo le dio preferencia al entrar en el patio principal del hotel. Una vez cerrada la puerta siguió con la conversación – Cuando el cardenal Amato me llamó y explicó lo de la… – Su voz tembló aún más – …la posesión, al principio me negué a creer todo lo que me decía, pero los acontecimientos que siguieron a la conversación no tardaron en corroborar palabra por palabra los temores del cardenal. He visto la película ¿sabe? Y ni siquiera araña la superficie de la realidad. Tengo miedo, mucho miedo, apenas he dormido en los últimos días. Nos ha costado mucho, pero hemos conseguido que no se sepa nada de esto en el pueblo… Como sabrá, por petición expresa de la Santa Sede y después de pagar una importante suma de dinero, el hotel se ha cerrado al público, “lleno total”, todo el personal del hotel ha cogido vacaciones… - ¿Cuántos sois? – Gabriel interrumpió al sacerdote. - Contándonos a mi y a Bastida un total de seis. - ¿Todos saben lo que está sucediendo? - No, nadie sabe nada acerca de la conversación con Amato y he prohibido que entren a la suite del

cardenal, puede que haya rumores, pero a no ser que tengan mucha más imaginación que yo, no creo que hayan llegado a la conclusión del mal que verdaderamente le aqueja, empiezan a extrañarse de que ningún médico le haya visitado todavía… No sé como voy a explicarles su presencia. - No será necesario explicar nada, dígales que recojan sus cosas y se marchen a casa… - Pero cómo, me harán preguntas y… - No responderá a ninguna de ellas, los que sean religiosos deberán respetar su voto de obediencia y los empleados de la sede episcopal acatarán lo que se les mande… Hágalo lo antes posible, mientras visitaré a José Ángel, por favor indíqueme cuál es su habitación. - ¿Va a entrar ahí sólo? – El miedo se había apoderado de Pedro. – No deberi… - No se preocupe por mí, yo sí soy un experto en estos temas o al menos debería serlo – A Gabriel le sonaron sus palabras algo suntuosas, pero no conocía otra forma que no fuera la línea recta. - Es la habitación número 4, mucho cuidado. Aquí tiene – Le tendió la mano con una llave de color negro engarzada en un círculo de cobre con una número cuatro grabado en el centro sobre la palma. – Ayer por la noche logré atarlo a la cama, sin embargo no

han dejado de escucharse golpes por todas las paredes, incluso en la puerta, ha debido soltarse…

47 Antes de usar la llave de la habitación número 4, Gabriel pegó la oreja a la puerta y escuchó detenidamente pero no oyó nada, al parecer los golpes habían cesado. Respiró profundamente y acariciando por encima de la camisa, la pequeña medalla de San Benito que llevaba al cuello, cerró los ojos y comenzó a orar en silencio… – Crux Sancti Patris Benedicti, Crux Sacra sit mihi lux, non draco sit mihi dux. Vade retro Satana, numquam suade mihi vana, sunt mala quae libas, ipse venena bibas… – Conforme avanzaba la oración, comenzó a percibir un desagradable olor dulzón, miró hacia abajo y pudo ver como salía orina sanguinolenta por debajo de la puerta justo a tiempo para apartar los zapatos, sabía que estaba allí y aquella era su forma de darle la bienvenida. Se santiguó y con extremo cuidado abrió la suite, un fuerte hedor le golpeó la cara de forma tan abrumadora que tuvo que taparse la boca con un pañuelo y apretar la lengua contra el paladar con todas sus fuerzas para aguantar las arcadas. Nadie acechaba al otro lado. Todo estaba oscuro, las luces parecían no funcionar y las persianas debían estar echadas tras las contraventanas. De

planta rectangular, era una habitación bastante espaciosa en la que habían cortado justo en el rincón frente a la puerta de entrada una pequeña sección con paredes de pladur que no llegaban al alto techo artesonado, para ubicar el cuarto de baño. La estancia parecía vacía, el cardenal debía estar escondido, ya lo había visto en otras ocasiones, el poseído se ocultaba y se negaba a salir para dificultar la tarea del exorcista. Un simple vistazo le bastó para darse cuenta que las puertas del armario estaban cerradas y cada llave en su lugar, cabía la posibilidad de que, tras haberse encerrado, hubiera vuelto a colocar las llaves, los demonios podían mover cosas, pero algo le decía que no era el caso, por lo que sólo quedaba mirar bajo la cama, la luz que entraba desde el pasillo no bastaba, así que se dirigió hacia las ventanas antes de continuar la búsqueda, sintió que algo crujía bajo sus zapatos y al abrir los tapa luces distinguió en el suelo los restos de una bombilla. Mientras abría las portezuelas de las demás ventanas, la puerta de la habitación se cerró sola dando un fuerte portazo y desde el oscuro hueco que quedaba entre el techo del cuarto de baño y el de la suite, una grotesca figura cabeza abajo salió caminando por las vigas como si fuera una especie de araña gigantesca… - Seguro Cruzado que estabas pensando en mirar

debajo de la cama, ¿me equivoco? – Gabriel se volvió de súbito hacia la voz, tardó unos segundos en localizarla en el rincón del techo más cercano a la cama, también descubrió de dónde provenía aquel olor nauseabundo, las paredes estaban cubiertas de excrementos. La cosa que estaba dentro de Bastida se percató de la desagradable sorpresa del padre Isabella. – Por lo que veo Cruzado, el pequeño curita no te ha contado que todo está hecho una mierda por aquí… – Comenzó a reír a carcajadas, mientras Gabriel, horrorizado buscaba en los registros más recónditos de su memoria algún encuentro similar con el maligno, jamás había visto nada parecido en todos sus años de experiencia, las levitaciones eran usuales, el movimiento de algunos objetos, pero algo así… Intentó guardar la compostura, se giró hacia la silla que había junto a la ventana y dejó su pequeño maletín, dando deliberadamente la espalda al cardenal, para demostrarle a lo que estuviera dentro de él que no le temía. - Eres temerario Cruzado, deberías tenerme miedo, si quisiera ya estarías muerto – La última palabra la pronunció casi en su oído, de pie, a su espalda. El sacerdote se estremeció. - No tengo por qué temerte – Comenzó a decir Gabriel, mientras extraía algo del maletín y lo

ocultaba bajo la manga de la camisa – San Miguel Arcángel me protege y Dios, Padre omnipotente y misericordioso dirige mi mano y me da fuerzas para enfrentarte con determinación – Cuando se dio la vuelta y vio por primera vez a Bastida comenzó a entender hasta qué punto era grave la situación, en cuestión de pocos días, del Obispo de Madrid sólo quedaba una sombra de lo que fue, su imagen completamente desnuda, le recordó a las fotos en blanco y negro que había visto en más de una ocasión, y que trataban de ilustrar la terrible historia del holocausto judío, eso era lo que parecía, uno de aquellos muertos en vida que no eran más que huesos recubiertos con una fina y quebradiza capa de piel mugrienta y exánime. Entonces los vio, pero no como se pueden ver el sol o las estrellas, fue más una sensación, como un presentimiento que le hizo tener la certeza de que a aquel desdichado lo poseían cinco demonios y tres almas en pena. - ¿No te gusta lo que ves Cruzado? ¿Qué tienes escon…? – Gabriel no le dejó terminar, con un movimiento rápido le inyectó en el cuello el contenido de la jeringuilla que tenía escondida en la mano derecha. Los ojos en blanco del poseso volvieron a su estado normal segundo antes de desmayarse en el suelo.

- No demasiado. – Tenía que moverse deprisa, la dosis de etorfina había sido mínima, la justa para lo que tenía que hacer. Quitó la tapadera completa de la cama de matrimonio, edredón y sábana, ambos estaban llenos de heces y fluidos corporales, rasgó la bajera y con los jirones amarró al obispo por muñecas y tobillos a la cabecera y los pies de forja respectivamente. De nuevo fue hacia su maletín y extrajo una estola morada que se colocó sobre los hombros, un pequeño frasco de cristal con agua bendita, un rosario que envolvió en su muñeca izquierda y un crucifijo de plata que colocó con cuidado sobre la frente de Bastida. Gabriel impuso las manos sobre la cabeza del atormentado y comenzó a rezar en voz alta: - Hágase tu voluntad sobre todos nosotros y ten piedad Señor. Envía tu espíritu y las cosas serán creadas y renovarás la faz de la tierra – Un leve siseo comenzó a salir de entre los labios del obispo – y ten piedad Señor. Salva a tu siervo que espera en ti, Dios mío y ten piedad Señor. Sé para él, Señor, una torre de fortaleza frente al enemigo – el siseo comenzó a transformarse en un silbido, como si su cuerpo comenzará a no soportar la presión – y ten piedad Señor. Que el enemigo no se aproveche de él y que el hijo de la impiedad no añada más dolor…

- ¡DOLOR! – El alarido fue estremecedor y la voz oscura y terrible, Gabriel la reconoció enseguida ¡Sabrás lo que es el dolor después de lo que me has hecho! ¡Quítamelo de encima! – Sacudió la cabeza con fuerza arrojando el crucifijo a los pies del sacerdote, que lo recogió y volvió a colocárselo, esta vez en el pecho, donde sentía a otro demonio, y éste gritó de nuevo – ¡Quítamelo, quítamelo! ¡Primero mataré a este perro y después te desollaré con los dientes, maldito! – Gabriel aspergió agua bendita sobre él, y su cuerpo comenzó a retorcerse convulso a dos palmos del colchón, tensando las ligaduras hasta herir la carne. - … Y ten piedad Señor. Envíale Señor tu auxilio y cuídalo desde tu morada… – El demonio volvió a rugir como un león enloquecido y consumido por la rabia mirando al padre Isabella con tanto odio desmedido. - Creo que no voy a desollarte Cruzado, poseeré tu cuerpo y con él destriparé a tus feligreses para que puedas notar la sangre caliente salpicando tu cara. - En el nombre del Dios tu Señor, dime tu nombre – Sabía quién era, pero el hecho de obligarle a decirlo lo humillaba mortalmente. Pero entonces la voz que le respondió no fue la misma, ésta era dulce, casi infantil, con un cierto deje meloso como de niña mimada, el demonio que hasta ahora llevaba las

riendas se había ocultado. - Soy Oesed. No hay perversidad en mí. Erré… La soberbia me perdió. – Era una de las almas en pena. - ¿Por qué estás poseyendo a este hombre temeroso de Dios? - Yo no quería. Yo vagando… Me obligaron. - En el nombre de Jesucristo nuestro Señor, di la verdad. - No miento, ellos me obligaron, igual que a los otros. - ¿Hay maldad en las otras almas? - Miedo, no. – Miedo debía ser el nombre de otra de las almas. Una de las primeras cosas que aprendió Gabriel cuando comenzó a realizar exorcismos, fue que cuando morimos cambiamos de nombre, por lo que no le extrañó. - Mólek, mucha, más que algunos demonios. En vida lo llamaban Dolf. No conoce el bien, mató a mucha gente… Judíos, niños. - ¿Conoces el nombre de alguno de los demonios? - Muerte, Perdición y Ledeseil, son de nivel inferior, Mólek mucho más poderoso, al primero lo has reconocido por su voz, eso afirma, pero no dice su nombre, el segundo ríe, ríe a carcajadas, quiere que te diga que le complace volver a verte y que se dará a conocer cuando llegue el momento.

- ¿Cómo puedo hacer que salgáis? - Reza, Miedo saldrá conmigo, reza y ordénales que nos dejen salir, sufrimos mucho aquí… Antes que Gabriel volviera a hablar de nuevo, un grito desgarrador se elevo in crescendo desde la garganta de Bastida hasta quebrarse en el silencio, instante en el que un profundo corte se abrió a lo largo de su pecho y hasta el vientre – Le arrancaré el corazón si vuelves a inyectarme esa mierda – La voz volvía a ser terrible – Gabriel, aunque preocupado por la salud del obispo, continuó impávido. - En el nombre de Dios nuestro Señor y creador tuyo, Lucifer, padre de la mentira, te ordeno que dejes salir a las almas que yacen cautivas en el cuerpo de este hombre – No hubo respuesta por parte del demonio, al menos no en forma de palabras, las lámparas de porcelana que adornaban las mesillas junto a la cama, estallaron en mil pedazos y el galán de noche, al lado de la cómoda, voló por la habitación hasta golpear al sacerdote en el costado, arrojándolo violentamente al suelo y haciendo trizas el recipiente de agua bendita. Gabriel intentó rehacerse con rapidez, pero una punzada de profundo dolor se lo impidió, el mueble debía haberle roto alguna costilla. - Son mías y se irán cuando me plazca Cruzado. – Gabriel logró levantarse, el crucifijo estaba sobre las

sábanas, junto al poseso, lo recogió y lo puso directamente sobre su rostro a lo que este respondió con profundos alaridos y retorciéndose convulso. - San Miguel Arcángel, espada de Dios, intercede por el alma de este inocente y subyuga al maligno, cae sobre él con el poder de la ira del Altísimo. Ordénale que deje marchar a los que son menos en su oscuro agujero de perdición y sufrimiento. – Lucifer guardó silencio, pero Gabriel percibió que dos de las almas habían salido – Aún queda una, no tienes poder para desobedecer la voluntad del Señor. - No puedo dejarle marchar porque no quiere irse. - Expúlsale entonces, en el nombre de Dios nuestro Señor. - Tú eres el exorcista, yo Lucifer, eres estúpido si piensas que voy a hacer tu trabajo – Acto seguido quedó en trance y no dijo nada más. Seguía con los ojos vueltos hacia arriba y la boca llena de una pastosa espuma blanca que le chorreaba por la garganta. Gabriel intentó volver a establecer contacto con alguno de los demonios que habitaban el cuerpo, pero le fue imposible. Ni siquiera en nombre de María Santísima, reina de todos los ángeles, logró hacer que volvieran a manifestarse o al menos romper el trance y poder hablar con el cardenal. Tan exhausto como

sorprendido por su derrota, entró al cuarto de baño con la intención de humedecer una toalla y limpiar las heridas del poseso. Cuando llegó hasta él, el profundo corte se había cerrado y sólo quedaba una fea cicatriz de color rojo y ligeramente brillante.

48 - ¿Es normal que haya tantos? – Pedro estaba atónito ante lo que Gabriel le contaba. - De hecho no son “tantos”, he exorcizado muchos más dentro de un adolescente no hace más de un mes. Ten fe, podremos con ellos. - ¿Mólek? He visto ese nombre antes pero no puedo recordar dónde. - Mólek, Milkom, Baal, Moloch, utiliza muchos nombres, excepto este último los demás los has visto a lo largo y ancho de la Santa Biblia. Desde el Levítico hasta Sofonías, pasando por Deuteronomio, Reyes, Jeremías y Ezequiel. Todos hacen referencia a su culto, el holocausto de recién nacidos. Al demonio Mólek, deidad para fenicios, cartagineses y cananitas, se le erigía una estatua hueca de bronce, el cuerpo era humano y la cabeza de carnero con grandes fauces abiertas, por ella arrojaban a los bebés a la hoguera prendida en sus entrañas – Pedro no lo sabía aún pero esa misma noche, en sus sueños, los gritos de los niños ardiendo no le dejarían dormir - ¿Semejante monstruo está dentro de José Ángel? - Un alma condenada que usa su nombre. Por lo que ha dicho Oesed, un militar nazi de nombre Dolf,

que se dedicaba a matar niños judíos. - No sé por qué Lucifer se molesta en poseernos, somos abominaciones por nosotros mismos. - Al demonio no le atraen las almas perversas, prefiere corromper las que son buenas y puras Los fluorescentes del pasillo lo habían deslumbraron cuando salió de la habitación, provocándole un dolor agudo en los ojos. Sentía el esfuerzo sobrehumano de cada uno de sus músculos en la simple tarea de andar y mantenerse erguido conversando con el bueno de Pedro. Había llegado al límite de sus fuerzas, jamás se había agotado tanto en una primera sesión. - Por cierto, ya estamos solos – Le dijo con voz nerviosa. - ¿Se han ido todos? - Gabriel son las tres de la madrugada, llevas ahí mucho tiempo, ¿qué te ha ocurrido? – Vio su mano en el costado – ¿Estás herido? - Tenemos que sacarlo de aquí cuanto antes, los demonios le infligen heridas y con toda esa inmundicia… No podemos arriesgarnos a una infección, ellos las cierran casi en el acto y las hacen cicatrizar, pero no creo que sea suficiente. - Aún no entiendo como supiste los monstruos qué

lo habitan. - Nada más entrar los vi, Lucifer los encabeza. A veces obligan a las almas que deambulan en espera del gran juicio, a entrar con ellos para que les sirvan de escudo frente a los exorcistas, esto nos retrasa y alarga el sufrimiento del poseso, que en definitiva es lo que buscan los demonios, infligir todo el sufrimiento posible, su más preciado deseo es torturar, sumir a los hombres en un padecimiento que los empuje a la desesperación, conduciéndoles irremediablemente a la locura, la depravación o el mismo suicidio, pero siempre alejándolos del Padre. Existen diferentes carismas exorcísticos con los que Dios intenta armarnos frente al enemigo, aunque pocos los sacerdotes que son capaces de usarlos, entre los que yo poseo está el carisma de la visión, que me permite ver dentro de los posesos y saber qué habita en ellos. - Aun siendo sacerdote me cuesta encajar todo esto, es... Es demasiado para mí. Hace apenas unos días, José Ángel comenzó a comportarse de forma extraña, delegaba sus obligaciones ministeriales, algo que no había hecho nunca, ni siquiera con cuarenta de fiebre o cuando más aquejado estaba por los dolores de su úlcera. Le costaba centrarse en lo que leía, cuando se rezaba a su alrededor, no era capaz de

controlar los bostezos, los cuales, en ocasiones, juraría los exageraba aún más. Achacábamos su desgana a las fuertes migrañas que lo aquejaban desde hacía semanas, pero entonces… - El sacerdote se estremeció - ¿Qué fue lo que ocurrió? - No me creería. - Si no me equivoco, y estoy seguro que no, serás testigo de cosas extraordinarias, terroríficas eso sí, pero no por ello dejarán de ser increíbles. - La tarde antes de emprender el viaje hasta aquí, entré en su despacho a soltar unos papeles sobre su mesa, todo estaba oscuro, así que pensé que no habría nadie, cual fue mi sorpresa cuando le encontré sentado es su sillón de roble macizo, parecía estar sumido en algún tipo de trance, sus ojos abiertos no mostraban pupila ni iris, sólo esclerótica fantasmal, me asusté, pensé que podía estar sufriendo un ictus o algo parecido, pero cuando quise acercarme el… – Dudó unos instantes – El sillón, él, todo se elevó más de un palmo del suelo y se mantuvo ahí, suspendido en el aire durante varios minutos. - ¿Por qué no diste la voz de alarma en ese momento? - No sabía lo que estaba viendo, cuando volvió, cuando ya estaba de nuevo en el suelo, salió del

trance casi al instante y su rostro expresaba una paz tan… Creí ser testigo de un momento de comunión mística con Dios, cuán arrogante y estúpido fui. - No te culpes, Lucifer es el padre de la mentira y aun con la preparación necesaria, es difícil discernir entre lo que es real y lo que no, cuando se está en su presencia. Ahora lo más urgente es encontrar un lugar adecuado para continuar con el exorcismo. - Bajo el altar mayor de la iglesia que hay junto al hotel, por la que vinimos a este pueblo, existe lo que los ursaonenses llaman la pequeña catedral, es una capilla subterránea construida por los duques de Osuna para su uso particular. Mañana me pondré en contacto con… - Llámalo ahora, no podemos perder tiempo, faltan pocos días para el cónclave, sería un desastre que el preferiti no se presentara. - Lo que sería un desastre es que cayeras enfermo y nadie pudiera hacer nada…Lo primero es ir a urgencias y que te miren las costillas, apenas puedes respirar sin que se te contraiga el gesto de dolor. - Eres testarudo, de todas formas no creo que estén fracturadas, un vendaje opresivo debería bastar hasta que todo esto termine. - Soy realista, hasta hace unos días ni siquiera creía en los exorcismos, no me entiendas mal, como

sacerdote creo en el demonio y todo eso, pero pensé que lo de las posesiones no era más que propaganda… - ¿El opio del pueblo? - Llámalo como quieras, pero sabes mejor que yo que la Santa Madre Iglesia, no es tan santa, ninguna madre lo es si quiere proteger a sus hijos… Pero no nos desviemos, las cosas no parecen estar demasiado bien, se oyen cosas acerca de la muerte del Santo Padre, y si al final son ciertas las noticias que se repiten día tras día sobre suicidios, dementes homicidas, sucesos paranormales, etc. Creo que tú eres la última alternativa que tenemos para evitar lo que sea que vaya a suceder. – Era absurdo discutir, Pedro tenía razón, en su estado no era rival para las fuerzas del infierno. - Tenemos que cambiarle de habitación, no podemos dejarle con toda esa porquería… - Lo llevaremos a la número seis, Ambos sacerdotes volvieron a entrar en la habitación, Pedro estuvo a punto de vomitar en un par de ocasiones. Bastida parecía dormir, aunque con sueño intranquilo. Pedro se fijó en la jeringuilla que había sobre la mesita de noche. - ¿Eso forma parte del rito? – Le preguntó a Gabriel señalándola.

- Soy médico, no es más que un sedante para animales, de acción rápida, bastante eficaz para ciertas situaciones, cuando entré en la habitación… Digamos que estaba que se subía por las paredes. – No sonrió, no era un chiste, simplemente no tenía fuerzas para dar más explicaciones. – Volveré a ponerle una dosis, estará dormido hasta que lo traslademos a la iglesia, es lo mejor para él y para nosotros – Ambos cargaron con el cardenal hasta acomodarlo en la cama de la otra habitación – No voy a engañarte, es la primera vez que me enfrento a algo así, será mejor que nos vayamos a dormir, mañana será un día largo, muy largo…– Pero nadie iba a dormir aquella noche. A las tres de la madrugada los fuertes gritos de una muchacha despertaron a Gabriel, que tras ducharse y atender sus heridas se había dormido sobre la cama, salió fuera de la habitación en ropa interior, camiseta y calzoncillos largos y corrió por el pasillo seguido por el padre Pérez, que también había escuchado los alaridos, como era de esperar provenían de la habitación 6. - Es imposible, no puede… – Pedro estaba desconcertado. - No es lo que crees, no hay nadie ahí dentro, es él, el demonio puede imitar muchas voces y hablar

infinidad de lenguas, no debemos dejar que juegue con nuestras mentes. – Se oyó la voz femenina desde dentro de la habitación. - Tengo miedo Gab, me hace daño, me está quemando por dentro, ayúdame Gab, no me dejes sola, no soy mentirosa… Tengo miedo. – Tras cada frase los alaridos eran insoportables. Gabriel miró el rostro del pequeño sacerdote, estaba aterrado. - No puedo decirle que no tenga miedo, sería de estúpidos no tenerlo, pero debe confiar en el Señor, el bien siempre triunfa sobre el mal, es la voluntad de Dios. - Es fácil decirlo. - No, no es nada fácil, créame… – Aunque Pedro no lo entendió en aquel momento, para Gabriel aquella voz no era desconocida, era como una garra incandescente que le retorcía las entrañas sobre las brasas del recuerdo. – Tenemos que intentar descansar, nos esperan momentos difíciles y el reloj corre en nuestra contra. – Los gritos se intensificaron. - ¡Gab, no me dejes, está aquí, tengo miedo, lo noto dentro Gab, por favor, seré buena, lo prometo, no volveré a mentir, él me obliga, Gab…! – Gabriel se dirigió a su habitación para volver segundos más tarde y tenderle a Pedro la mano con la palma hacia arriba y algo sobre ella.

- Ponte esto. - Tapones para los oídos, ¿también forman parte del kits de exorcizar? - No, es sólo que tengo el sueño ligero. Está atado, así que no tienes nada que temer, intenta desconectar de esta sinrazón y reza, reza para que el Señor prepare tu cuerpo y tu alma, pídele que el descanso llegue pronto y la mañana te encuentre dormido como un niño, con su misma paz y su misma inocencia.

49 Otra vez había bebido demasiado, se estaba convirtiendo en una mala costumbre desde sus “vacaciones”, pero era tarde y estaba demasiado cansado para pajas mentales. Se sacó los zapatos pisándose los talones y pasando de largo por la puerta del cuarto de baño, entró en el dormitorio, aunque la habitación estaba completamente a oscuras, cruzó la estancia hasta la ventana y entreabrió ligeramente las cortinas para que la luz ambarina de las farolas de la plaza entrara débilmente… Cuando se giró hacia la cama, el cuerpo abierto en canal de la mujer de color que había sobre ella le quitó la borrachera de golpe. Su primer impulso fue llamar a Cósimo, él sabr… Él estaba muerto y no podría hacer nada por echarle una mano. Incluso había llegado a buscar el móvil en cada uno de los bolsillos del pantalón, pero justo cuando iba a pulsar la marcación rápida para la casa del buen doctor, el timbre de la entrada le sobresaltó, ¿quién podía ser a esas horas? Se dirigió de nuevo al recibidor, pero antes se detuvo para coger su pequeño revolver Taurus 405, que por supuesto no había entregado junto con la identificación cuando lo suspendieron, de uno de los secreteres del buró

antiguo que adornaba el salón. Llegando a la puerta una voz al otro lado resonó con el eco del rellano vacío: - Eh Berni, soy yo Donatello, te dejaste la cartera en la barra… - Gian Lorenzo suspiró tan profundamente de alivio que el exceso de oxígeno en la sangre le produjo nuevos mareos, se guardó la pistola en la parte de atrás de la cintura y le abrió a su casero, haciéndole entrar con urgencia. - Pasa Doni, joder, qué susto me has dado. - ¿Susto? ¿Se puede saber qué coño te pasa tío? – Como respuesta Bernini lo cogió del brazo y lo arrastró literalmente al dormitorio, encendiendo todas las luces que se encontraba a su paso, Donatello, que estaba en uno de sus momentos felices, no se inmutó. - ¿Quién te quiere tan mal para dejarte semejante regalito? – No había duda en su voz, conocía demasiado bien a su amigo como para saber que él no la había matado, Bernini lo agradeció en silencio y cayó abatido sobre uno de los sillones que había en el dormitorio. - No la he visto nunca, pero supongo que es María, la nigeriana que trabaja en el hotel Donna Camilla. La han vaciado como a un cerdo. Todo esto

se está complicando. - ¿De qué estás hablando? - Sentémonos un momento en la cocina, es largo de explicar… – Bernini contó a Donatello todo lo que había ocurrido desde el mensaje de voz de su amigo el doctor Bianchi. - Podemos ver las cámaras del bar, han tenido que grabar algo – Gian Lorenzo se sentía estúpido, ¿cómo no se le había ocurrido? - ¿Sigues pinchando también las de la plaza? - Por supuesto. – La Piazza di Pietra estaba equipada con un juego de cámaras de última generación conectadas a un servidor web, algunas eran de vigilancia y otras enviaban imágenes en directo a una página de turismo de Roma. Donatello las había pirateado tiempo atrás para poder pillar a un desarmado que se orinaba en las buganvillas, llegando a poner en peligro la hermosa portada del pub. Tras la barra de Il Deserto había un pequeño pasillo que albergaba tres puertas, derecha, izquierda y frente, cocina, almacén y despacho de Doni, respectivamente, fueron directos a la puerta del fondo y junto a la mesa de despacho, que parecía sacada directamente de un contenedor de reciclaje, Donatello

abrió la stockhoml de IKEA que contenía el equipo de vigilancia, es decir, el portátil y las tres pantallas planas que utilizaba como monitores auxiliares. Se sentó delante del teclado buscando la carpeta de los archivos de video, y en ella el que coincidía con la noche anterior y comenzaron a pasarlo rápido hasta descubrir una pareja sospechosa que se acercaba a la puerta del edificio. - ¡Ahí! Esa debe ser María, y el otro… - Donatello lo interrumpió. - ¿De qué maldita cosa va disfrazado con esa capa y el sombrero? Da repelús, me parece estar viendo una copia mala de Jack el destripador… - Debe ser el asesino, pero la muchacha no parece asustada. - Más bien todo lo contrario, sonríe y no deja pasar una excusa sin sobar a su acompañante. La pareja que se veía en el video iban cogidos por la cintura y se abrazaban o más bien ella lo abrazaba a él a cada paso que daban, al llegar a la puerta del edificio, junto a la entrada de la tienda de antigüedades, el extraño al que en ningún momento se le había visto la cara sacó airadamente un llavero del bolsillo y como si quisiera que la cámara lo grabara al detalle, levanto los dedos corazón, anular y meñique para mostrar bien el manojo de llaves

mientras introducía una en la cerradura. - ¿Puedes acercar la imagen para ver mejor el llavero, creo que…? – Donatello comenzó a mover el ratón con precisión quirúrgica cliqueando aquí y allá hasta conseguir un primer plano bastante nítido de lo que parecía ser una moneda grande engastada para formar un bonito llavero. - ¿Es eso lo que creo que es? ¡Joder una moneda de 100 €! Y con la efigie del Santo Padre… - Donatello se quedó más perplejo aún cuando vio que el individuo, tras abrir la puerta, dejaba caer las llaves en uno de los maceteros que flanqueaban la entrada adornando un poco el portal del edificio. Bernini salió corriendo a la calle en busca de la nueva pista. Cuando entraba de nuevo en el Pub, Donatello se estaba sirviendo una copa en la barra. - Parece que ya sólo tendrás que reducir la búsqueda a unos 1.100 sospechosos, quizás menos si tenemos en cuenta que no todas las monedas se habrán vendido aún… Eran monedas conmemorativas de la elección papal de Juan Pablo III, de las que se habían acuñado, como bien había apuntado Donatello, un total de 1.100 unidades que estaban a la venta en la tienda del estado Vaticano. - De eso nada. – Bernini parecía más pálido aún si eso era posible.

- ¿Qué quieres decir? - Mira bien la moneda, ¿ves el arma de Heliodoro? – Ante la cara de estupefacción de Donatello, Gian Lorenzo puntualizó – El que está en el suelo – Doni cogió un vaso de chupitos le dio la vuelta y lo utilizó de lupa improvisada. - Es una espada, creo… Volvieron al despacho y esta vez fue Bernini el que se sentó al ordenador, abrió el navegador y entró en la página del estado Vaticano, accedió a la tienda y buscó en el registro numismático hasta dar con una moneda que mostró enseguida a Donatello. – Que no sepa que el desarrapado del suelo era Heliodoro no quiere decir que no conozca la moneda, ya te he dicho que la tirada… - Gian Lorenzo lo interrumpió impaciente. - Mírala bien. - Valiente cagada, esta no es la misma moneda, han debido equivocar la imagen en la web, en esa Heliodoro porta una lanza. - No se han equivocado, la moneda que nos ha dejado el asesino como recuerdo, es de oro macizo y no bañada, a juzgar por su peso, y si la miras bien te darás cuenta de que no está completamente refinada… Conozco bien esta moneda. Claudia Momoni, la artista que la grabó, modificó una de las

planchas para regalarle al mismísimo Juan Pablo III, una pieza única, de ahí que el arma sea diferente. Yo estaba en el equipo de seguridad cuando la Srta. Momoni visitó al pontífice… - No sé qué me da más miedo, si el por qué sabía el asesino que serías capaz de reconocerla o el cómo ha podido conseguir algo que supongo estaba dentro del apartamento papal. ¿Cuál es el mensaje? - El peor de todos los que podía enviarnos, nos está diciendo que la tentativa para matar al Papa, no fue tal, sino un asesinato totalmente consumado y retorcidamente perfecto. Ese hijo de puta no sólo mató al Papá sino que me convirtió en la mano ejecutora.

50 A las ocho y media de la mañana, lo que parecía el eco perdido de un extraño silbido que resonaba en lo más profundo de sus sueños, se convirtió en el incesante resonar de un móvil. El cerebro de Pedro tardó todavía unos instantes en procesar lo que ocurría a su alrededor, cuando lo hizo se despertó sobresaltado y buscó el teléfono con la respiración agitada y el corazón latiendo como un caballo de carreras. - Di-diga – Alguien hablaba al otro lado de la línea pero él sólo captaba un murmullo lejano, se alejó el móvil de la cara y miró la pantalla, aparentemente todo estaba como debía, volvió a acercárselo al oído – No le oigo, quizá le falle la cobertura… – ¡Los tapones! Aún los llevaba puestos. - … fono no tiene ningún problema, quizá sea usted el que no tiene cobertura, padre – La voz, aunque ronca, parecía femenina, de lo que no había duda era que estaba sumamente molesta – Llevo llamándole desde las siete de la mañana… - Disculpe, pero ¿quién llama? - Mi nombre es Rocío Sanz, soy la conservadora del museo de la iglesia de nuestra Señora de la

Asunción y el que se pueda considerar mi jefe, aunque sea mucho considerar, pero que sí es jefe de un tal padre… – se tomó unos segundos para leer sus anotaciones – … Isabella, Gabriel Isabella, me ha sacado de la cama a las cinco de la mañana. Monseñor Amato me ha dado órdenes claras para que les abra la iglesia y les facilite todo lo que necesiten, incluyendo la ayuda de algunas monjas del convento que hay frente al templo que, por cierto, son de clausura, y créame si le digo que la abadesa no tiene por costumbre permitir la salida de ninguna de sus religiosas, aún por causa mayor y menos con todo lo que está pasando últimamente. Sin embargo cuando he hablado con ella hará poco más de cinco minutos se ha ofrecido a dejar salir a cuantas hermanas necesitara el cardenal… ¿Está usted ahí? - S-sí, la escucho. - He intentado ponerme en contacto también con el tal padre Isabella, pero no tiene móvil y nadie responde en la recepción del hotel. Aquí fuera hace frío ¿sabe padre? - ¿Dónde está usted? - Intento decirle que llevo más de una hora esperándoles en la puerta del hotel, se suponía que el cardenal tenía que llamarles ¿Dónde está el personal de la hospedería?

- Está bien, está bien, en seguida salgo a abrirle. - Más le vale que traiga también un café, no me siento los dedos. Tras una larga ducha, Gabriel llamó a Ángelo y lo puso al corriente de la situación, antes de colgar, el cardenal le prometió que movería cielo y tierra para buscarle la mayor colaboración posible. - Gabriel, ten mucho cuidado, no te puedes hacer una idea de la cantidad de supuestos casos de presencias extrañas, posesiones y no sé qué más, de los que nos están llegando noticias, desde todas partes del mundo. Mujeres que despedazan a sus maridos en un intento desesperado de apagar las inexistentes llamas que los envuelven, jóvenes que mueren en extrañas circunstancias tras haber realizado la ouija, personas automutiladas que aseguran haber sido torturadas por presencias demoniacas… Cada vez está más fuerte, tienes que detenerlo. He dispuesto que un grupo de exorcistas te apoyen en la distancia, rezarán cada día, desde el alba al anochecer hasta que todo esto termine. Cuando el padre Pérez lo encontró de súbito por el pasillo, venía de la habitación de José Ángel. - ¿Cómo está?

- Aunque parezca mentira sigue en trance, atado y en su sitio. - Entonces ¿esos golpes? - Él era “lo único” que estaba en su sitio. ¿Dónde ibas con tanta prisa? - Imagino que ayer llamaste al cardenal Amato. - Sí, ¿por qué? - En la puerta nos espera, de muy mal humor, la conservadora de la iglesia, Amato la llamó esta mañana, muy temprano, creo que son los refuerzos. El traslado se realizó sin incidentes, acomodaron a Bastida en una silla de ruedas facilitada por sor María de los Ángeles, la madre superiora de las mercedarias descalzas, y cinco monjas más les acompañaron al interior del templo. - No tiene buen aspecto, no sería mejor llevarlo al hospital antes de empezar con el exorcismo – Rocío parecía impresionada por el estado de José Ángel. - El mal que lo aflige no puede curarlo un médico – Gabriel le contestó sorprendido de la familiaridad con la que hablada aquella mujer de aspecto varonil, el traje pantalón de corte masculino su pelo corto y esa voz ronca tan característica de los fumadores empedernidos no ayudaba demasiado a pensar lo contrario. Amato parecía no querer delegar ni la

llamada más insignificante, era evidente que todos sabían lo que se jugaban. – Será mejor que entremos ya, antes de que empiecen a aparecer miradas indiscretas. - No se equivoque padre, yo no voy a quedarme mirando, haré todo lo que esté en mi mano para ayudarles con esto, sea lo que sea. - Se lo agradecemos pero no… - Comenzó a decir el padre Pérez, pero la mujer lo cortó tajante. - Vuelve a equivocarse, no les estoy pidiendo permiso, este lugar es mi responsabilidad, y no pienso dejarlos solos. - Haga lo que quiera, pero abra de una vez, no sé cuánto tiempo más seguirá en trance y será mejor estar dentro cuando eso cambie. - No se preocupe padre, con ese maldito virus acechando tras cada esquina, pocos son los que se atreven a salir a la calle estos días, ni siquiera sé cómo ha conseguido volar hasta aquí. Delante del altar colocaron una de las mesas que había en el museo, antes la antigua sacristía de la iglesia, y sobre ella algunas mantas para hacerla un poco más cómoda. Junto a esta pusieron una más pequeña en la que dispusieron algunos frascos de agua bendita, un hisopo, el crucifijo que el sacerdote

usara el día anterior y una Biblia. También colocaron varias estufas por toda la capilla. En pleno diciembre, allí el frío se sentía directamente en el tuétano de los huesos. Gabriel le vendó las muñecas y los tobillos para evitar que las ataduras volvieran a hacerle daño y después le ató de nuevo brazos y piernas. Tanto él como el padre Pérez se revistieron en una habitación adjunta, mientras las monjas y la guía comenzaban a rezar rosarios sentadas en el coro de madera profusamente labrada en el centro de la capilla, frente al altar mayor. Seguía habiendo cinco demonios dentro de él y un alma torturada, supuso sería Monstruo… Cuando Bastida comenzó a despertarse Gabriel dio comienzo al ritual.

51 - Repetid todos: “Señor Jesucristo, Verbo de Dios Padre, Dios de toda criatura que diste a tus santos apóstoles la potestad de someter a los demonios en tu nombre y de aplastar todo poder del enemigo” - Señor Jesucristo, Verbo de Dios Padre, Dios de toda criatura que diste a tus santos apóstoles la potestad de someter a los demonios en tu nombre y de aplastar todo poder del enemigo - Repitieron al unísono. - “Dios santo, que al realizar tus milagros ordenaste: huyan de los demonios…” - continuó Gabriel. - Dios santo, que al realizar tus milagros ordenaste: huyan de los demonios… - “Dios fuerte, por cuyo poder Satanás, derrotado, cayó del cielo como un rayo” - Dios fuerte, por cuyo poder Satanás, derrotado, cayó del cielo como un rayo… - “Ruego humildemente con temor y temblor a tu santo nombre para que fortalecidos con tu poder, pueda arremeter con seguridad contra el espíritu maligno que atormenta a esta criatura tuya” - Ruego humildemente con temor y temblor a tu

santo nombre para que fortalecidos con tu poder, pueda arremeter con seguridad contra el espíritu maligno que atormenta a esta criatura tuya - “Tú que vendrás a juzgar al mundo por el fuego purificador y en él a los vivos y los muertos. Amén” – Cuando hubieron terminado de repetir la oración, el poseso comenzó a gritar con desesperación mirando con ojos desorbitados el motivo del retablo del altar mayor. - ¿Dónde me habéis traído? – Gabriel percibió en seguida que aquella no era la voz de Lucifer – ¡Todos iréis al infierno! ¡Yo mismo os acompañaré hijos de perra! – Bastida se retorcía hasta estar a punto de descoyuntar sus extremidades. – ¡Desatadme u os arrepentiréis¡ – Gabriel no prestó atención a sus exigencias, después de santiguarse comenzó a hacer la señal de la cruz, dibujándola en el aire alrededor de la mesa en la que habían acomodado el poseído, que no dejaba de seguirlo con ojos desorbitados. – ¡No hagas eso! ¡Detente! ¡NO ME IGNORES MALDITO BASTARDO! – Acompañando a sus palabras, un jarrón con claveles marchitos que había en la parte derecha del altar voló por los aires hasta estrellarse contra una de las columnas del coro donde se encontraban las religiosas. Gabriel se acercó a la mesa auxiliar y cogió un cuenco con agua bendita

y el hisopo, se volvió hacia Bastida y lo salpicó con él varias veces, haciendo la señal de la cruz. Cada vez que el agua rozaba el cuerpo del cardenal, al que habían cubierto con un alba que le venía demasiado grande, este gemía y se retorcía como si ácido sulfúrico estuviera quemándole la carne bajo la tela. Las hermanas descalzas parecían no inmutarse ante todo aquello y se mantenían en apariencia imperturbables con la cabeza inclinada sobre el pecho y los ojos cerrados, rezando monótonamente un rosario tras otro, sin embargo, Rocío estaba aterrada, las oraciones salían entrecortadas de sus labios y no dejaba de temblar y sobresaltarse cada vez que el poseso se desgarraba la garganta con alaridos de rabia… - En el nombre de Jesucristo nuestro Señor, dime demonio ¿cuál es tu nombre? – Gabriel hablaba con voz autoritaria y potente. El padre Pérez repitió la orden intentando de forma inútil infundir a sus palabras la misma seguridad del exorcista. José Ángel los miró con una sonrisa exagerada en el rostro. - ¿Por qué tiene que haber alguien más aquí sacerdote? ¿No te basta conmigo? – Gabriel volvió a rociarlo con el agua bendita y Bastida a gritar y a retorcerse de nuevo. - En el nombre de Jesucristo nuestro Señor

y el tuyo… Te ordeno demonio que obedezcas la palabra de Dios y me digas tu nombre. – El demonio dejó de gritar pero no de retorcerse. - Él no es mi señor, no vuelvas a decirlo, yo no le obedezco… Soy Ledesiel, el desobediente, yo no me doblegué. - En el nombre de… - El demonio no lo dejó terminar. - Somos muchos aquí dentro, tú puedes llamarnos Legión… – Gabriel se disponía a replicar cuando el demonio prosiguió alzando la voz – Tranquilo exorcista, aún no he terminado, te daré la cuenta exacta del carnicero, veamos… Dos demonios menores, uno mayor, un alma condenada, bastante desagradable, el jefazo y una pobre y desamparada alma perdida que intenta ocultarse de nosotros… ¡Ah! Y yo. – Gabriel estaba perplejo, aquella posesión estaba demostrando ser algo totalmente nuevo, jamás en toda su carrera de exorcista un demonio se había comportado así. Pero había algo que no le encajaba… - Mientes, no veo almas perdidas… – Al instante se arrepintió del error. - ¡Qué sorpresa! El exorcista es un dotado – La voz cambió de repente, haciéndose más terrorífica y sobrecogedora – Es lo que pasa cuando

confías en los dones de Dios… – Ahora era Lucifer el que hablaba – …Te dejan tirado cuando más los necesitas – El demonio lo miró deformando el gesto con una sonrisa malévola – Mi cara sonríe sacerdote, pero mi corazón llora, estás sólo Cruzado, esta vez nadie vendrá en tu ayuda… – Gabriel parecía confuso, pero no se dejó amilanar. - No juegues conmigo demonio y dime, en el nombre de San Miguel Arcángel, ¿por qué no puedo ver el alma perdida? - No te excites – De nuevo la voz cambió – Debes cuidar de tu corazón “Gab”, tus padres no soportarían la pérdida del hijo que les queda…– Pedro recordó aquel apodo, lo había gritado el cardenal la pasada madrugada y Gabriel no parecía haberle prestado atención alguna, sin embargo ahora estaba pálido como la misma muerte – ¡Oh! lo siento olvidaba que tu madre murió de pena, desgraciadamente no la he visto por nuestro barrio… Algo discutible, si te soy sincero, no creo que morir de pena sea muy distinto a suicidarse. El pobre de papá, sin embargo, se pudre en un rincón de su mente asediado por el alzheimer. – Gabriel estaba petrificado, las palabras de aquella cosa se le habían clavado en el alma profundamente, su mano dejó caer el hisopo y las rodillas le temblaron, pero cuando todo

indicaba que iba a desmayarse levantó el brazo derecho y comenzó a realizar gestos extraños mientras recitaba lo que parecía una plegaria ininteligible, era como si estuviera cortando el aire con una espada imaginaria, el demonio empezó a gritar con desesperación, parecía poder sentir los mandobles del sacerdote, en cuestión de segundos los alaridos se tornaron en carcajadas. - ¿Gladius? El más llamativo y espectacular de los dones – Gabriel no salía de su asombro, era imposible, el mismo Espíritu Santo guiaba la espada espiritual, ningún demonio resistía ese tipo de exorcismo – Ya te lo hemos dicho, nadie va a venir en tu ayuda, estás sólo. - Eres… Zabulón. - ¡Ding, ding, ding, ding, ding, premio para el caballero! ¡Joder sacerdote, después de lo que hemos pasado juntos! ¿Cómo está la pequeña Aurora? – Gabriel no contestó de inmediato, intentaba no perder del todo el control, sabía que aquel iba a ser un caso difícil, era evidente que el demonio estaba haciendo uso de todas las armas que tenía a su disposición. No podía dejar que su fe flaqueara ahora. - Aun habiendo sido testigo de la luz divina, te alejaste de ella, pobre miserable. Demonio Zabulón, recuerda el fulgor del Todopoderoso y en

nombre de su hijo misericorde abandona el cuerpo de este hombre. – Pedro repetía palabra por palabra las oraciones de Gabriel – El demonio se retorcía con violencia sin decir nada más. Gabriel volvió a repetir sus últimas palabras y las acompañó con un poco de agua bendita que roció sobre el rostro del cardenal, con el hisopo recogido del suelo. Zabulón comenzó a gritar con voz ronca y comenzó a tener convulsiones, el cuerpo quedó flotando a un palmo de las mantas – En el nombre de Jesucristo, nuestro Señor, fortalecidos por la intercesión de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios y señora de todos los ángeles, del bendito Arcángel Miguel, de los benditos Apóstoles Pedro y Pablo y de todos los Santos te ordeno demonio que abandones este cuerpo y vuelvas a los infiernos. – Volvió a rociarlo con agua bendita y esta vez, con ayuda del crucifijo, hizo la señal de la cruz sobre la frente del poseso, el demonio intensificó sus alaridos con auténtico gesto de dolor y desesperación, pero siguió sin pronunciar palabra – Dime necia criatura del abismo, ¿por qué sigues aquí si estás sufriendo? - El dolor del viejo es delicioso. – En ese momento El alba que vestía el cuerpo desnudo de Bastida se rajó de arriba abajo y sobre su pecho comenzaron a aparecer profundos cortes que

formaron lo que parecían letras y números. Gabriel limpió la sangre con uno de los retazos de la prenda y un poco de agua bendita, de las heridas comenzó a salir abundante espuma… Mt 10 36 - “… Y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa”. Mateo, capítulo diez, versículo treinta y seis – El padre Pérez no podía dejar de mirar los cortes en el cuerpo de su amigo mientras recitaba la cita de memoria. Enseguida una de las monjas se acercó y comenzó a curar al cardenal con un pequeño botiquín de emergencia que Gabriel tenía en su maletín. - “San Miguel arcángel…” – nada más comenzar la nueva oración el demonio dejó de retorcerse y miró fijamente a Gabriel, con los ojos en blanco – “… guíanos en la batalla contra las fuerzas del abismo y ayúdanos en nuestro duelo personal contra el maligno. Príncipe de las milicias celestiales, arroja al infierno con el divino poder de tu espada ardiente al espíritu maligno que tortura a este siervo del Señor”. – Zabulón comenzó a echar vaho visible por la boca riendo a carcajadas. La temperatura en la capilla había bajado una decena de grados en

cuestión de segundos. - Sacerdote parece que tu campeón no vendrá hoy… - El cuerpo del cardenal se elevó unos pocos centímetros más para caer de súbito sobre la mesa con un golpe seco que el eco de la cripta amplificó sobresaltando a los presentes, a todos menos a Gabriel, que permanecía impasible, de pie junto a la mesa, con la mirada perdida en un punto invisible entre él y José Ángel. San Miguel nunca había ignorado una llamada de auxilio, aquello no era normal y el exorcista, por primera vez, comenzó a temer. - Señora de los cielos, dulce Virgen María, no apartes tu rostro de los siervos que te imploran y ordena a este demonio que vuelva a las oscuras profundidades del báratro. – Las luces de toda la iglesia titilaron por unos instantes y de súbito el cuerpo del desdichado cardenal se irguió como alzado por cuerdas ocultas, rompiendo las ligaduras de las muñecas y siguió flotando sobre la mesa tensando las cuerdas que aún lo mantenían sujeto por los tobillos, llegando incluso a levantar la mesa sobre las patas traseras. Los ojos de Bastida, de un blanco enfermizo, parecían querer salirse de sus órbitas. - Lo que tenga que suceder, sucederá – La voz ya no era ronca y maliciosa, se había vuelto clara,

aguda y agradable, casi delicada – Gabriel, soy María, tu intención es buena, pero equivocas los medios. Tu mente está sumida en heridas pasadas, que de no sanar, acabarán desangrando tu alma. Como tantas cosas, el olvido lo creó Dios y su esencia es buena pero los hombres os empeñáis en contaminarlo todo. El pasado es un mapa hacia el futuro que nos muestra los caminos que no debemos coger… No puedes esconderte de los designios del Señor como no puedes hacerlo de la muerte, tarde o temprano te encontrarás de frente con lo inevitable. Eres el brazo del Señor y debes aceptar su voluntad – La veracidad de aquella voz inundó al sacerdote de esperanza y alivio. - Mi dulce Señora yo… – Los ojos volvieron a cerrarse y de nuevo, como sujeto por alambres invisibles, el cuerpo regresó lentamente a su posición sobre la mesa. – ¡Espera no entiendo lo que…! - Un fuerte temblor sacudió toda la iglesia, las monjas gritaron asustadas y Pedro y Gabriel se miraron incrédulos, una de las esquinas de mármol del altar mayor se desprendió y cayó al suelo a punto de golpear a Pedro, entonces el temblor cesó. - ¿Esto es normal? ¿Es parte del exorcismo o una coincidencia? – El pequeño cura empezaba a mostrarse desbordado.

- No creo que haya sido casualidad, pero jamás había vivido algo así. ¿Estáis todas bien? – Se dirigió a las mujeres en el coro. Todas asintieron excepto Rocío, que parecía estar en estado de shock. – Nos tomaremos un descanso. Hermana por favor – Se dirigió Gabriel a la monja que se sentaba junto a ella – sáquela de aquí y llévela arriba, busque un sitio donde pueda tumbarse y déle agua, unos paños fríos ayudarían también – Pedro hizo ademán de ir a ayudar a la religiosa – Padre ella podrá valerse por sí sola, ahora más que nuca, necesitamos el poder de la oración – Bastida parecía haber entrado de nuevo en un trance profundo, no dejaba de temblar y convulsionar levemente. La temperatura en la estancia seguía bajando.

52 A ambos lados del altar mayor, se abrían dos capillas laterales, la de la izquierda era famosa por contener el fresco de una última cena celebrada en mesa redonda, algo muy poco habitual. En la derecha estaban los accesos a la pequeña catedral, apenas cinco escalones que bajaban hasta la diminuta y tétrica puerta decorada con esqueletos que parecían dar la bienvenida a los que quisieran entrar en ella. Contrastaba sobremanera con la fastuosa puerta de madera labrada y la gran cancela, que frente a ella, conducía al pasillo que daba acceso a las estancias de la antigua sacristía y la escolanía en el piso de arriba. No sin dificultad, Sor Margaret ayudó a subir a la conservadora los escalones hasta la capilla, que ambas cruzaron con premura hasta la sacristía donde la religiosa acomodó a Rocío en uno de los tronos de la exposición y fue en busca de un poco de agua. Justo al otro extremo de la nave principal del templo, en una de los accesos laterales de la iglesia, estaba el espacio que usaba la mujer como despacho, allí encontró uno de esos depósitos de agua mineral que suele haber en muchas oficinas, llenó un par de vasos de plástico y volvió a la sacristía. Rocío se había

levantado y andaba como ida, alrededor de un falso túmulo funerario que servía para mostrar un manto hermosamente bordado, que se utilizaba para cubrir los féretros, a la vez que se quitaba la ropa y tarareaba una extraña melodía, la monja soltó los vasos en el suelo, junto a la puerta y se acercó corriendo a la conservadora para intentar que no se quitara nada más, pero esta comenzó a reír a carcajadas y a insinuarse a la religiosa con gestos obscenos, mientras con una mano se amasaba los flácidos senos por encima del sujetador, metía la otra entre sus piernas y se lamía los labios de forma sugerente, sor Margaret rezaba en voz alta cuantas plegarias podía recordar y recogía las prendas con las que se afanaba en tapar la desnudez de Rocío. Ambas mujeres perdieron el equilibro y cayeron al suelo. Rocío se abrazó a Sor Margaret y antes de que esta pudiera evitarlo le rasgó el hábito y le propinó un mordisco en la garganta, arrancándole un buen trozo de carne y dejando la yugular seccionada a la vista, la monja tardó segundos en morir en las frías baldosas de piedra del museo. Ya completamente desnuda y cubierta de sangre, la conservadora se abalanzó sobre ella y continuó devorándola.

53 La ingresaron con síntomas claros, según decía el informe, de epilepsia crónica, aunque nada explicaba las sombras que decía ver, ni las voces que le susurraban al oído aquellas cosas horribles, una imaginación muy fértil, se limitaron a afirmar los psicólogos. Todos aquellos cortes que sembraban cada palmo de su piel y que ella aseguraba eran provocados por el demonio, los racionalizaron como parte de una conducta autolesiva, que nadie discutió como algo ilógica en una niña de apenas siete años. El leve movimiento de algunos objetos en su habitación, no eran más que alucinaciones colectivas sugestionadas a los familiares cercanos a la pequeña, nada había sido real, lo habían imaginado todo, contagiados por la niña y el estrés de la situación. Vieron ni más ni menos que lo que querían ver… ¿Qué padre no sueña con ver a su hija levitar mientras grita que un demonio quiere sacarle las entrañas? Para todos fue más fácil recluirla que aceptar lo que verdaderamente estaba ocurriendo, ni siquiera el sacerdote de su parroquia, dirigido por su prelatura, que había asegurado que no existía posesión alguna, ni nada relacionado con lo religioso, era una

enfermedad mental, simplemente. Los raros momentos en los que Laura no estaba sedada, gritaba el nombre de su hermano, le imploraba su ayuda con angustiosa desesperación. - Tengo miedo Gab, me hace daño, me quema por dentro, ¡Ayúdame! ¡Gab no me dejes! No soy mentirosa, ¡Tengo miedo! Está aquí, lo noto dentro, ¡por favor seré buena! Él me obligó a mentir ¡Gaaaab…! Pero Gabriel nunca acudió. Gabriel nunca fue a visitarla a la división de Neuropsiquiatría infantil del hospital pediátrico Bambino Gesú, en Roma, aún viviendo en un piso alquilado no muy lejos de allí. Cursaba el último año de especialidad. En contra de lo que quería su padre, que estaba empeñado en que se hiciera cargo de la almazara familiar, en pocos meses sería por fin cirujano. Pero no fueron los decisivos exámenes finales los que lo mantuvieron alejado de su familia en aquellos momentos tan difíciles, aún siendo la excusa que ponía constantemente. La realidad era que Gabriel sentía vergüenza, no podía soportar el trato que le propinaban sus compañeros y algunos profesores cuando se enteraban de que era el hermano de la posesa de la Toscana, como algunos

comenzaban a llamarla, era como si la locura estúpida que afectaba a Laura hubiera infectado a toda la familia manchándolos con un estigma maldito. No lo sabía entonces, pero su decisión le costaría la vida. - Anoche, cuando aquella voz femenina suplicaba, era a ti a quien llamaba, tú eres Gab, ¿verdad? – Las palabras de Pedro sobresaltaron a Gabriel que paseaba distraídamente por los pasillos de las zonas anexas a la iglesia, cada vez eran más frecuentes aquellas pérdidas de interés por la oración, en pos de un regodeo insano en el dolor de los recuerdos. - Aquella voz, era la voz de mi hermana – Contestó sin demasiado entusiasmo – El demonio siempre busca tu lado más débil y es ahí donde da todos los golpes – El sacerdote se derrumbó en uno de los asientos que circundaban el pequeño claustro del templo. - ¿Qué le ocurrió? – Gabriel estuvo tentado a dejar pasar la pregunta y guardar silencio, pero algo en su interior le empujó a responder. - Murió… Se suicidó con tan sólo ocho años – Pedro palideció. - ¿Cómo…? - Ellos la empujaron. Estuvieron torturándola durante casi un año, le susurraron perversidades al

oído, se metieron en sus sueños convirtiéndolos en horribles pesadillas, se mostraron ante ella con formas monstruosas. - ¿También estaba poseída? - No, ahora sé que lo que sufría Laura eran dos fenómenos distintos y muy diferentes de la posesión, algunos demonios la asediaban, es lo que en la jerga denominamos “circumdatio”. En ella, esos mal nacidos mueven cosas, provocan ruidos y olores desagradables, incitan visiones y sensaciones que sólo la persona afectada puede ver o sentir. Otro ejercía cierta influencia sobre ella, sobre su mente y su cuerpo, es el caso de la “influencia”, el demonio está dentro de la persona, pero no llega a poseerla, logra hacerla enfermar y la conduce hacia el vicio o a sufrir pensamientos obsesivos… Fueron estos últimos los que la llevaron a arrancarse la lengua a mordiscos, era lo único que podía hacer teniendo brazos y pies sujetos con correas. Tardó mucho en morir desangrada, demasiado… - ¿Y nadie pudo hacer nada? - Como Casandra, su mayor tormento fue que ninguno la creímos, ni su familia, ni médicos, ni sacerdotes… Por aquella época yo terminaba por fin la carrera y lo que menos necesitaba era la carga de una hermana loca. Llegué a avergonzarme de ella y le

volví la espalda. - Y por eso te hiciste sacerdote. - Por eso me hice sacerdote, por eso me hice exorcista, por eso hago lo que hago, me juré a mí mismo que si podía evitarlo, no permitiría que algo así volviera a pasar. - No fue culpa tuya. - Sí, claro que lo fue, el Señor me dio la oportunidad de creer, de tener fe, y sin embargo caí en la soberbia como Tomás y tuve que meter los dedos en los agujeros de sus manos y la mano en la herida de su costado. - “Dichosos los que no han visto y han creído” - Ese versículo ha marcado mi vida desde entonces. - Sigo pensando que no fue culpa tuya. Como sacerdote sabes de sobra que Dios tiene un plan para cada uno… – Gabriel lo interrumpió. - Por favor Pedro, no me vengas ahora con planes divinos, ¡Tenía ocho años! ¿Dónde quedó el “dejad que los niños se acerquen a mí? Laura está condenada, ¿no merecía su misericordia? - Gabriel… - Un fuerte grito lo silenció. - Gab, tengo miedo, me hace daño, ¿por qué me dejas sola? – Las palabras llegaron amortiguadas

hasta los sacerdotes que corrieron hacia la capilla. Bastida había salido del trance y volvía a hablar con la voz de la niña, el padre Isabella fue derecho hacia él. - ¡Tus juegos no sirven con un siervo de Dios, Zabulón! ¡En nombre de nuestro Señor Jesucristo te ordeno que abandones este cuerpo y vuelvas al infierno. - No estoy jugando Gabriel, cuando quiero jugar, prefiero hacerlo con tu hermanita. - ¡Cállate demonio! ¡Recuerda la luz que miraste una vez! ¡Cuando aún había esperanza dentro de ti! – Llegado este punto, Gabriel sacudía con violencia al obispo, agarrándolo por los hombros – ¡Recuerda el amor con el que te creó! ¡Dios es amor! - ¡Me alejé de la luz porque quise! – El sacerdote, completamente fuera de sí, le propinó un fuerte guantazo – ¿Este es el amor de tu Dios? - Mi Dios es el tuyo – Contestó Gabriel asqueado por sus propias acciones – Arrepiéntete de haberle dado la espalda a nuestro Señor. - No lo haré. - Arrepiéntete, en el nombre del Arcángel Miguel, yo te lo mando. - ¡No! - ¡Arrepiéntete! - Lo diré si te empeñas, pero es mentira.

- Vuelve al infierno. - Aún no – El cuerpo de Bastida comenzó a convulsionar de nuevo hasta que de forma violenta vomitó un amasijo de clavo a los pies de Gabriel, después cerró los ojos y su cuerpo quedó como muerto, tan sólo su respiración silbante y desagradable demostraba lo contrario.

54 Comenzaba el alumbramiento del alba que, perezosa entre las pesadas nubes de diciembre, desplazaba con lentitud las oscuras sombras de la noche, mientras la ciudad dormía profundamente a punto de despertar y sucumbir de nuevo al ajetreo de las horas diurnas. - Ahora sí que no entiendo nada de nada. - Cósimo me dijo que alguien había entrado en el depósito de cadáveres y había prendido fuego al cuerpo de Ilia, le echaba la culpa a algún fanático religioso, nada más lejos de la realidad. Estaba algo preocupado, se había pinchado con algo mientras hacía la autopsia…Cuando lo encontré, fue como revivir de nuevo lo del Santo Padre. - No te sigo. - Hay algo que no te he contado acerca de la noche que encontré al Pontífice. La verdad es que no se lo he dicho a nadie, lo puse en mi informe y creo que ha sido la causa de que me hayan obligado a marcharme, quieren silenciarlo todo. Cuando vi el cuerpo de Juan Pablo, no parecía haber fallecido de muerte natural, su piel estaba llena de manchas oscuras y todo estaba cubierto de sangre, le salía por

los oídos, la nariz, hasta por los ojos. Era como si tuviera la peste. - ¿La peste? ¿Te refieres a la peste negra que terminó con la vida de un tercio de la población de Europa allá por el 1350? Creo que debes dejar de beber, comienza a afectarte incluso cuando estás sobrio. - Yo tampoco lo creí al principio… - Donatello seguía hablando sin prestarle atención. - Es imposible, el Papa estaba perfectamente de salud el día anterior, alguien lo habría notado, la peste no mataba en unas horas… - Lo sé, pero quién te dice que no ha sido una cepa nueva desarrollada por algún científico loco sin mucho aprecio por la vida humana… Además tú mismo has visto la cinta, todo encaja, excepto el motivo de que quiera incriminarme, ya que haciéndolo su plan maestro saldría a la luz… - Para, para, escúchate un momento amigo, lo que dices no tiene sentido, es imposible que ese tipo supiera que tú dispararías a aquel tarado, y menos aún que el Papa sería salpicado por su sangre, demasiado forzado, hay demasiados factores dejados al azar, no tiene sentido… Gian Lorenzo no podía explicarlo pero sabía con total seguridad que su teoría era correcta, necesitaba

descansar, tenía que pensar con claridad, hablaría con Cósimo por la tarde, quizá él tuviera algunas respuesta a tantas interrogantes o quizá siguiera muerto, su cerebro se negaba a archivar su amistad en la bandeja de “decesos”. - Doni, necesito echarme un rato, la cabeza me va a estallar. - ¿Demasiado tequila? - Demasiados muertos. No puedo avisar a la policía, aún no. Hay que sacar a esa pobre mujer del apartamento. - ¿Y qué haremos con ella? No es cartón, ni plástico, y el contenedor para vidrio tiene la boca algo pequeña. - No voy a tirarla a ningún contenedor. - Ya lo sé, no seas susceptible, sólo era una broma. - Aunque pensándolo bien, quizá esa sea la mejor idea… - Me he vuelto a perder… - ¿Tienes cinta americana? - En la tienda, bajo el mostrador, junto al plástico para envolver cadáveres – Bernini lo miró perplejo – Es una broma joder, el plástico es para envolver los lienzos de la tienda. - María era una ilegal, necesitamos que cuando la

policía la encuentre no pueda relacionarla con el Trastevere y mucho menos con el Donna Camilla, no tardarían en atar cabos, la llevaremos a Tor Bella Monaca y dejaremos el cuerpo en los contenedores que hay tras la parroquia Santa María Madre del Redentor, la policía no moverá un dedo por investigar a una nigeriana muerta en un barrio de mala muerte de la periferia. Sé que no es lo más digno, pero llegados hasta este punto la dignidad es un lastre que no podemos permitirnos – No olvides coger guantes. Prescindiendo de la sábana, comenzaron a envolver de forma concienzuda el cuerpo de la mujer con el plástico que Donatello había traído de la tienda de antigüedades. - Gian, tiene algo en la mano derecha, aprieta el puño como si su vida le fuera en ello. -Le fue. Parece un trozo de tela – Bernini le abrió los dedos con bastante esfuerzo y logró extraer el retal, algo se deslizó al suelo hasta los pies de Donatello. - E-es una foto, una fotografía tuya con una buenorra de tetas enormes – Gian Lorenzo se abalanzó sobre su amigo y le arrebató una pequeña fotografía con el margen superior rasgado. - ¿Pero quién cojo…? ¿Qué está pasando aquí? No tengo la más remota idea de quién es esta

chica, te juro que no la había visto en mi vida… Yo, yo no me hice esta foto. - Fotos – Puntualizó Donatello. - ¿Cómo que fotos? - No es que esté rota, han cortado las demás, mira el tamaño, forma parte de una de esas tiras de los foto matones que los adolescentes encoñados guardan en la cartera – Ambos se miraron atónitos por una fracción de segundo - ¡Mira en tu cartera joder! – Bernini se palpó todos los bolsillos del pantalón, pero no la tenía encima. - Debe estar en el mueble de la entrada – Comentó saltando sobre el cadáver a medio envolver de la nigeriana y corriendo hacia la puerta del apartamento. -¡La tengo! – Volvió al dormitorio revolviendo su contenido – Ya te he dicho que no me hice esas fotos, debe ser un montaje con PhotoShop, seguro – La última palabra se quedó helada en su garganta cuando sus dedos tocaron algo más grueso que el papel moneda dentro de su billetera. Lo extrajo como si fuera algo radiactivo, la tira de papel Kodak contenía tres imágenes más, en las que se veía a ambos en actitudes sumamente cariñosas, aunque no lo comprobaron el corte rasgado coincidía perfectamente con el de la encontrada en las manos del cadáver, un pequeño clip las mantenía unidas a

dos resguardos de entradas para un concierto de “The Beatles – The next generation” en el Cavern Club. - Hostia Puta Gian. - Siempre es agradable escuchar una blasfemia de un cura arrepentido – Donatello prosiguió sin prestarle atención. - El mismísimo Carver Club de Liverpool. ¿Desde cuándo te gustan a ti los Beatles? - Añade eso también a la lista de interrogantes, ¿ves por aquí alguno de sus discos? Ni siquiera me gusta el Imagine. - Eso sí que es una blasfemia. Hay algo escrito detrás de las fotos: “Para que no me olvides, Lily” ¿Te suena ese nombre? - No lo entiendes Donnie, yo nunca he estado en Inglaterra. Todo esto me sobrepasa, puedo escuchar los engranajes de mi cerebro y, créeme, chirrían a punto de salir despedidos en todas direcciones. Estoy en un callejón sin salida y lo que hay detrás del muro es la cárcel y un cargo por magnicidio. - Poco a poco ¿De acuerdo? Será mejor que terminemos primero lo que hemos empezado, los problemas se afrontan mejor uno por uno – Gian Lorenzo asintió no demasiado convencido y ambos prosiguieron con su tarea de envolver a la pobre

camarera. Tras precintarla bien con la cinta americana. Sacaron el fardo por la trastienda y lo subieron al monovolumen de Donatello. - Debemos darnos prisa, hay que llegar antes de que todo el mundo despierte. - Si cogemos la A24 estaremos allí en una media hora. Ve lo más deprisa que puedas, pero por el amor de Dios Donnie, que no te paren.

55 Habían forrado la parte de atrás del vehículo con más plásticos, como si fuera el santa sanctórum de Dexter, el serial killer televisivo, versión atroz del siglo XXI del siempre pragmático Charles Bronsom. Así que, después de deshacerse del cuerpo tal y como habían comentado, y a falta de una barca y una buena corriente submarina, prendieron fuego a todo lo demás en el jardín de Il Desserto, utilizando un viejo bidón que Donatello guardaba para sus propias cremaciones. Teniendo en cuenta que estaban en pleno invierno, el humo no sería un problema, pasaría por el de una chimenea y no llamaría la atención. Donnie normalmente alquilaba tres apartamentos de los cuatro, Bernini vivía en el ático y Donatello en el primero, aquel invierno no había puesto el cartel de se alquila en ninguna de las ventanas, a veces se sentía melancólico y prefería la soledad y no tener que estar bregando con inquilinos molestos. Gian Lorenzo era como de la familia, él llevaba allí desde lo de la pequeña Leola.

Filippo Moretti era jugador, pero no de los de cara de póker y noches gloriosas en casinos de cinco estrellas, Filippo era jugador de máquinas recreativas o como se dice en la jerga, era carne de tragaperras. Era un ser mediocre que había perdido un excelente trabajo y a una buena familia a causa de su “enfermedad”, como algunos se empeñan en llamarlo, pero aunque las tendencias compulsivas sí pueden considerarse una enfermedad, no creo que ningún virus o bacteria le obligara a punta de pistola a echar monedas en una máquina. Gastó miles de euros en busca de la combinación ganadora, euros que tenían otros fines como pagar la hipoteca, las vacaciones, el fondo de la universidad de los niños, el dentista de su esposa…Centenares de billetes cambiados en monedas que iban directamente a la basura… Aun así, la ludopatía no era el peor vicio del señor Moretti, porque Filippo Moretti también bebía, bebía tanto que las parcas le habían tejido una buena cirrosis futura, pero esto seguía sin ser lo peor de Filippo, pues los vicios no suelen detenerse en la autoaniquilación y Filippo Moretti, además de jugar y beber, conducía habitualmente bajo los efectos de sus taras mentales… La última vez que lo hizo, Leola Bernini acababa de salir del colegio y cruzaba el paso de cebra hacia el carril derecho de la calle Corso Trieste,

donde Gian Lorenzo la esperaba observándola sonriente desde el coche mientras escuchaba su recopilatorio favorito, Eric Clapton interpretaba una magistral versión en directo de “Tears in heaven” que su hija nunca volvería a oír. Filippo la embistió a la vez que se subía a la acera y terminaba estrellándose contra la fachada de un bufete de abogados, la pequeña de doce años quedó atrapada entre el vehículo y la pared del edificio triangular que hacía esquina. El coche le había amputado la mayor parte del tronco inferior, estaba aplastada de tal manera que seguía viva aún cuando debía estar muerta, el parachoques mantenía unido su maltrecho cuerpo. Bernini cruzó los escasos metros que lo separaban de Leola gritando su nombre y pidiendo a Dios que todo fuera una pesadilla. Su hija lloraba sin consuelo… - Lo siento papá, lo siento, te prometo que miré a ambos lados antes de cruzar, te lo prometo, lo hice tal y como nos enseñaron en clase, pero no le vi, no le vi… ¿Papá está bien? ¿Se ha hecho daño ese hombre por mi culpa papá? – Gian Lorenzo no podía siquiera abrazar a su hija, que yacía inclinada sobre el capó aún humeante del viejo Tempra, se limitaba a estrechar la mano del único brazo libre que le quedaba a la pequeña.

- No ha sido culpa tuya cariño, no te preocupes, él está bien – Aunque Gian Lorenzo no lo sabía en realidad, Filippo estaba prácticamente ileso, tan sólo se había partido la ceja izquierda y tenía doloridas las costillas, la borrachera se le había pasado de golpe y la escena que estaba presenciando no le permitía moverse del asiento, aparte de tener las piernas aprisionadas por el volante – No llores mi cielo, no pasa nada, te pondrás bien ya verás, el dolor pasará, no debes tener miedo… - No duele papá, no siento nada, sólo un poco de frío. ¿No estás enfadado? – Bernini sintió un fuerte dolor en el corazón, era como si se le hubiera partido literalmente. - No, no estoy enfadado, no has hecho nada malo mi vida, sólo ha sido un accidente – La voz se le quebró y el esfuerzo por no llorar fue tan intenso que comenzó a ver pequeños puntos blancos por todas partes – Todo saldrá bien mi amor – Comenzaron a escucharse sirenas a lo lejos, alguien debía haber llamado a emergencias – La ayuda está en camino, no tengas miedo. - No tengo miedo papá, ya no, mamá está aquí, dice que tengo que ir con ella – Las lágrimas se desbordaron por el rostro de Gian Lorenzo, inclinó la cabeza hasta rozar la mano de su hija con la frente y

después se la besó. - Ve con ella tesoro, ve con mamá. - Pero papá, no puedo dejarte sólo, ¿quién va a darte el beso de buenas noches? – Bernini se rompió del todo. - No te preocupes mi amor, ve con ella, juntas podréis cuidar de mí. - Te quiero papá… Y mamá. - Yo también os quiero mi vida – Pero Leola ya no pudo escucharle. Días más tarde, Filippo Moretti fue encontrado en uno de los retretes de los aseos de la estación Termini, con las muñecas abiertas longitudinalmente y una cuchilla desechable a sus pies. La huella parcial de una suela de zapato en el charco de sangre que se extendía por el suelo del cubículo no fue suficiente para abrir una investigación oficial, por lo que el caso se cerró como suicidio. Para Gian Lorenzo su mundo terminó en aquella esquina y durante mucho tiempo no hubo nada más, sólo aquella imagen grabada en su mente cada segundo de cada minuto de cada hora… Para él no existió un entierro, no existieron familiares y amigos compasivos, el trabajo dejó de existir, todo se extinguió a su alrededor. Y entonces también

comenzaron a desaparecer poco a poco comodidades como el teléfono, la calefacción, la luz, el agua y finalmente el piso. Las hipotecas no entienden de tragedias personales. Desahuciado, la espiral de autodestrucción de Bernini pasaba de dormir durante el día en su coche a beber hasta perder la consciencia noche tras noche. Una madrugada llegó a Il desertto, se había gastado el poco dinero que le quedaba en una botella de vino para cocinar aquella misma mañana. Ni siquiera consiguió llegar a la barra, su cuerpo se dio por vencido, no aguantó más y se desvaneció a medio camino arrastrando con él algunos libros y revistas del estante que había a lo largo de toda la pared lateral del local. Mientras que de día regentaba la pequeña tienda de antigüedades que tenía junto al pub, de noche a Donatello le gustaba estar tras la barra, observando a sus clientes y charlando del bien y del mal. Cuando vio aparecer a Gian Lorenzo, le reconoció al instante, le había visto en las noticias semanas atrás, nunca olvidaba una cara por muy desmejorada que estuviera, era ese poli del Vaticano que había visto morir a su hija atropellada por un conductor borracho. No le extrañó que ahora fuera él el bebedor. A sus sesenta y cinco años y después de haber abandonado

el sacerdocio hacía seis, a Donatello Fibonacci le seguían llamando padre, al menos los que tenían suficiente edad para recordarlo con sotana. Tranquilizó a los pocos que quedaban a esas horas ocupando algunas mesas y descolgó el auricular del teléfono sin dejar de mirar a Bernini, tras cinco minutos de conversación, volvió a colgar y se dirigió cojeando ligeramente hacia las puertas de Il deserto. - Señoras y señores creo que ha llegado la hora de cerrar, ruego disculpen las molestias y den sus consumiciones por pagadas, invita la casa, muchas gracias por su comprensión y de nuevo perdonen las molestias que pueda ocasionarles – Tan sólo tres mesas estaban ocupadas, una pareja joven, una pequeña reunión de cuatro amigos y un matrimonio de mediana edad, todos eran habituales, por lo que ninguno se molestó, el grupo de amigos incluso dejó propina. En apenas unos minutos habían salido del pub y Donnie se cargaba al hombro, con sumo trabajo, el cuerpo inanimado de Gian Lorenzo. A las dos horas Bernini despertó de un sueño intranquilo y lleno de pesadillas, empapado en sudor y gritando el nombre de su hija mientras no dejaba de dar manotazos sobre las sábanas. - ¿Es que no veis que se la están comiendo los gusanos? ¡Ayudadme! ¡Hay que quitárselos de

encima! – Donatello, que dormitaba en un sillón junto a la cama, apenas se sobresaltó, esperaba aquella reacción. Con voz pausada comenzó a hablarle hasta hacerle comprender que lo que veía eran alucinaciones, sufría delirum tremens. - Pasarás unos días malos, pero saldrás de esta, tienes que ser fuerte ¿qué crees que estarán pensando tu mujer y tu hija? - Es-están muertas. - La muerte no es el final, ellas te ven, velan por ti y… - He hecho cosas, yo no… - Todos hemos cometido actos reprobables pero para eso creó Dios el arrepentimiento. Una de las veces que Gian Lorenzo despertó, se encontró sujeto a la cama con correas, cada vez estaba más inquieto e irritable, llegando incluso a tener varios episodios de pronunciados temblores y violentos ataques de ira. Donatello lo había cubierto de bolsas de hielo en un intento de bajarle la fiebre, que llegaba a los cuarenta y un grados. Tenía clavada una intravenosa en el brazo izquierdo que le suministraba por goteo suero glucosado, a juzgar por el antes y el después, no debía haber comido desde hacía días. El alcohol destruía la vitamina B, por lo que había añadido al suero un buen cóctel de

vitaminas, B1, B12 y B6 para metabolizar mejor ese alcohol. No sabía con certeza el tiempo que estaría postrado, así que, por miedo a la neumonía, completó el tratamiento con algo de tetraciclina. - Necesito un trago, por favor, ¡dame algo de beber! – Donnie le acercó un vaso con agua que Bernini arrojó al suelo de un manotazo nada más poner los labios en su insípido contenido - ¡Vete a la mierda! No quiero volver a verlo ¿no lo entiendes? Él va a volver, es el demonio, me quiere a mí, tengo miedo papá, ¡Tengo miedo! – Las alucinaciones se hicieron cada vez más reales hasta el punto de tener que sedarle para que no se hiciera daño. Donatello mantuvo cerrado Il Deserto los días que tardó Gian Lorenzo en volver a ser algo parecido a un ser humano. - ¿Dónde estoy? - En uno de los apartamentos del cuarenta de la piazza di Pietra. - ¿Cómo he llegado hasta aquí? - En los bajos hay un pub – Gian Lorenzo pareció comprender sin necesidad de más explicaciones, pero Donatello prosiguió – Entraste sobre las dos de la madrugada y a los pocos pasos te desmayaste, eso fue hace cinco días. - ¿Cinco días? ¿Llevo aquí cinco días? ¿Qué es lo

que…? – Donnie prosiguió con su explicación. - Por lo que sé, debes llevar bebiendo desde que tu hija murió en aquel desafortunado accidente… - La mató un puto borracho – Donatello continuó sin prestarle atención. - Es irónico pero es exactamente en lo que te has convertido tú. Supongo que te quedaste sin dinero, apestabas a vino barato, del que usan los profanos para el risotto. El alcohol, como algunos medicamentos, no se puede dejar de golpe, como consecuencia has sufrido un severo ataque de delirium tremens. - Parece que no he podido caer más bajo… - Es verdad que has visitado el sótano durante algún tiempo, pero, mirando el lado bueno, ahora las escaleras sólo pueden ir en una dirección, lo que me lleva a recordar que hablé esta mañana con Domenico Giani – Gian Lorenzo se incorporó en la cama con cierto esfuerzo, aún le dolía la cabeza y la habitación le daba vueltas aunque parecía ir bajando de velocidad – Dentro de dos semanas tienes las pruebas de readmisión, tanto físicas como psicológicas, si todo sale bien recuperarás de nuevo tu empleo y podrás comenzar a pagarme un alquiler, lo cual también me recuerda que tu coche está en el parking Pallacorda, a unos ochocientos metros de aquí. Algo más que

tendrás que añadir al alquiler. Por si te ronda la cabeza, en tu expediente no contará tu pequeño tropiezo con las bebidas espirituosas – La cara de Bernini era un auténtico poema, su cerebro se estaba reiniciando aún, pero era perfectamente capaz de entender que si lo que aquel viejo estaba diciendo era verdad, con una simple llamada había conseguido lo imposible, la gendarmería vaticana no lo habría readmitido ni aunque el infierno hubiera abierto sus puertas en la misma plaza de San Pedro y necesitaran refuerzos. - Espero que no lo considere descortés, pero ¿quién es usted? - Oh perdona, tendría que haberme presentado antes de soltarte la charla – Se levantó y le tendió la mano a modo de saludo, Bernini se la estrechó débilmente – Me llamo Donatello Fibonacci, aunque algunos aún me llaman padre, han pasado mucho años desde la última vez que canté misa y… – Gian Lorenzo lo interrumpió. - Alto, alto, alto, ¿Qué parte del nombre es menos creíble? ¿La de quelonio adolescente o la de matemático del siglo XIII? – Donatello sonrió, pero no contestó, se limitó a seguir hablando. - Mi vida es este edificio, lo heredé hace algunos años, alquilo los apartamentos y tengo una tienda de

antigüedades junto el pub. No me gusta emplear a nadie así que regento sólo ambos negocios. - ¿Por qué hace esto? - Por lo mismo que tú empezaste a beber, toda acción tiene una reacción, es física de instituto, tercer principio de Newton: “Si el objeto A ejerce una fuerza sobre el objeto B, entonces el objeto B ejerce una fuerza igual y opuesta sobre el objeto A” Te desmayaste en mi bar, quizá si lo hubieras hecho en cualquier callejón, la reacción hubiera sido distinta, te habrían robado los zapatos o un riñón. Te seré franco y hablaremos de esto una sola vez y no volveremos a sacar el tema, por decirlo de alguna manera, mis demonios no se acallan simplemente matando neuronas con alcohol… Dos semanas después, Gian Lorenzo Bernini aprobó el examen de readmisión y su vida volvió a girar de nuevo hasta llevarle, inexorablemente, a los terribles acontecimientos que acaecían en la actualidad. El jardín ocupaba el doble de su extensión en la parte trasera del edificio. En la pared del fondo Donnie había construido una estructura escalonada de cuatro pisos de altura, a modo de jardín vertical, con

una cascada artificial que iba a dar a un pequeño estanque habitado por carpas y renacuajos. En el centro del patio reinaba un gigantesco olivo centenario en un arriate decorado con gravilla blanca y arabescos Zen. En las paredes laterales había dos arriates más llenos de plantas aromáticas y flores de todo el año, la entrada al jardín lo formaba un cenador espléndido con sillones de mimbre y una mesa redonda de mármol travertino. La estancia estaba cerrada por un techo móvil de cristal que ayudaba sobremanera a mantener un microclima ideal, dando a todo el espacio la presencia de un jardín botánico. Normalmente Gian Lorenzo adoraba estar en aquel lugar, el sonido del agua tranquilizaba su alma y el aroma de las flores adormecía sus sentidos permitiéndole dejar la mente en blanco y poder abstenerse del mundanal ruido. Pero en aquel momento lo único que olía era a plástico quemado y a cierto sentimiento de culpa. - Necesito ver, amigo. No puedo seguir adelante, tengo que saber quién es esa Lily y qué tiene que ver con todo esto, si es que tiene algo que ver. Quizá sólo fueran unas vacaciones, pero algo me dice que no viajé a Inglaterra sólo para ir a un concierto. - Quizá sea el momento de realizar un viaje interior a la memoria.

- Joder Donnie, no creo que el ponerse metafísico nos vaya a ayudar en algo. - No me estoy poniendo metafísico, te hablo en serio, quizá deberías recordar… - Es precisamente de lo que estamos hablando, pero soy incapaz de acordarme de una mierda. – Donnie se levantó del sillón y entró en la trastienda, a los pocos minutos salió con una pequeña botella de barro de color anaranjado que puso sobre la mesa – ¿Qué es eso? - Ayahuasca – Bernini levantó una ceja a modo de interrogante – Es una infusión elaborada a partir de diferentes plantas cuya base principal es la liana Banisteriopsis caapi… - Bernini le interrumpió. - ¿Debería sonarme? - La ayahuasca tiene un origen milenario entre las culturas del Amazonas, el grupo étnico Shuar, los Shipibo Conibo del Perú, las comunidades Inga y Kamsá, por ejemplo. Es la poción por excelencia del mundo amazónico y nexo de unión entre diversas culturas que tienen en común el consumo individual o grupal de la ayahuasca con diversos fines, que abarcan desde lo curativo a lo que tiene un carácter espiritual o de revelación personal… - Empiezas a parecerte a la Wikipedia, pero creo que capto la idea.

- Y aún no he terminado. Todas las ceremonias de ayahuasca, se realizaban durante la noche y llegaban a durar hasta cuatro horas. Durante el rito el chamán guía a través de sus canciones para encauzar el viaje, la ayahuasca tiene una acción profunda en el cuerpo, en la mente, las emociones y el espíritu, que permite confrontar y conquistar nuestros miedos más profundos, revitalizar energías vitales y despertar un mayor nivel de consciencia. El reto de la persona es entender el significado real de las visiones que muestra la infusión y utilizar ese aprendizaje. - ¿De verdad crees que si me tomo esa mierda lo recordaré todo? - No lo sé con seguridad, quizá con la orientación adecuada…Te haré preguntas que vayan guiando tu trance hacia la dirección correcta. - ¿Quieres jugar al chamán y al gato? – Gian Lorenzo se acercó a la mesa y cogió el frasco mirándolo con detenimiento como si en su interior estuviera el secreto del sentido de la vida. - No es sólo chamanismo, actualmente hay instituciones en todo el mundo con equipos mixtos de chamanes nativos y médicos, que trabajan en conjunto las terapias con ayahuasca. Investigadores de medicina moderna como el doctor en medicina Rick Strassman han estudiado a fondo la forma y

mecanismos de acción de los alcaloides activos de la ayahuasca y sus conexiones con la cosmovisión y religiosidad de los pueblos originarios de esta tradición y otras culturas del mundo como la egipcia, considerando imprescindible el nexo con la experiencia fisiológica y la experiencia espiritual que existe en los estados que provoca la ayahuasca y su alcaloide activo visionario. Te hablo de una investigación seria y oficial hecha en Estados Unidos con una metodología científica y profesional y, de todas formas, ¿tienes alguna idea mejor? - ¿Cómo lo hacemos? Todo fue mucho más simple de lo que Bernini había imaginado. Llevaron dos de los sillones al centro del jardín, junto al olivo y los dispusieron uno frente al otro; Donatello colocó un radiocd portátil en el suelo y tras un par de segundos “Stairway to heaven” comenzó a resonar por el jardín. - Led Zeppelin ayuda en la transición, es mi secreto… – Ambos se sentaron y Gian Lorenzo se bebió el contenido de la botella arrullado por la música…

56 Bajo el altar mayor de la iglesia colegial, las religiosas continuaban rezando rosarios con devoción y disciplina. Gabriel estaba sentado al fondo con el rostro entre las manos y los codos apoyados en las rodillas, la cabeza le dolía terriblemente, las sienes le palpitaban como si el corazón quisiera salir de su cuerpo a través de ellas. Había sido una noche larga… Todo aquello empezaba a parecerle demasiado grande para él, tenía que hablar con Amato lo antes posible. Sacó el móvil de la conservadora de uno de los bolsillos del pantalón… Estaba sin batería, algo extraño ya que lo había mirado momentos antes y el indicador estaba completamente lleno. En su interior sabía que lo que estaba ocurriendo no era casual, después de todo era el mismísimo preferiti en persona el que se encontraba en aquella mesa, poseído por sólo Dios sabía qué clase de demonios y espíritus impíos. Apenas habían pasado un par de semanas desde la muerte del Papa, la iglesia católica estaba completamente indefensa, aquello debía ser parte de un plan superior, un plan más allá de los hombres, aunque por desgracia no pensaba que fuera un plan divino.

Pedro debía tener teléfono, había salido fuera a fumar, nunca hubiera pensado que aquel cura, en apariencia pusilánime y tan a la sombra de su superior, el cardenal, que hacia tiempo que no le daba la luz del sol, tuviera sus pequeños vicios. Eso le gustaba de Pedro, era sincero y no tan inocente y conformista como cabría esperar de alguien en su posición. José Ángel seguía en trance, no había logrado hablar con él desde el desagradable incidente en el que perdió completamente los papeles, nunca le había pasado y debía evitar por todos los medios que volviera a ocurrir, era una demostración de debilidad que no podía permitirse. Empezaban a ser demasiadas las cosas que esa posesión le mostraba y que nunca antes había presenciado. En el noventa por ciento de los exorcismos realizados el último año, el poseso había estado consciente la mayor parte del tiempo, algunos de ellos habían llegado por su propio pie a las parroquias donde se les citaba para realizar el rito, el cardenal parecía no estar por ninguna parte y eso empezaba a preocuparle más que nada. - ¡Gabriel! ¡Gabriel, está muerta! Y la está… Se la está comiendo – El padre Pérez llegó corriendo desde la iglesia, traía la cara desencajada y las manos le

temblaban. Gabriel se levantó como impulsado por un resorte invisible. - ¿Qué es lo que ocurre? ¿Qué estás diciendo? - Acabo de entrar de los jardines de atrás, el frío calaba mis huesos, la satisfacción no merecía el sacrificio, tiré el cigarro y me dirigí a ver cómo estaba Rocío. La sacristía… Es el infierno, todo está lleno de sangre y restos, la monja… - Las otras religiosas habían dejado de rezar y los miraban alarmados. - No paren de rezar, el maligno acecha en la sombra y no podemos permitirnos el lujo de bajar la guardia – Se volvió hacía Pedro y lo agarró del brazo sacándolo de la capilla por el acceso a la iglesia – Tienes que tranquilizarte, ¿Qué es lo que ha pasado? - Entra y míralo tú mismo. La puerta del museo estaba entreabierta, Gabriel la empujó con cuidado y entró con paso trémulo en la antigua sacristía. Lo que vio lo dejó sobrecogido, los cuadros habían sido arrancados de las paredes y sustituidos por abundantes salpicaduras de sangre y restos de lo que parecían ser intestinos humanos arrojados al azar. Las obras de arte sembraban el suelo desgarradas y cubiertas por la mancha vital más primaria. Los marcos estaban descoyuntados o partidos, muebles de madera maciza que pesaban

cientos de kilos yacían amontonados en el fondo de la sala, unos sobre otros formando un túmulo imposible a cuyos pies yacían los restos de la religiosa. La cabeza había sido separada del cuerpo de forma salvaje, le faltaba la carne de las mejillas y la boca desencajada mostraba que le habían arrancado la lengua, tampoco tenía ya párpados. Los globos oculares estaban reventados dentro de las cuencas. Por su parte el cuerpo, con apenas algunos jirones de ropa, presentada infinidad de heridas y mordeduras, la más grande, en el vientre, mostraba lo que quedaba de sus entrañas. Un fuerte olor como a goma quemada y azufre lo invadía todo. Pedro se adelantó a la pregunta que el exorcista estaba a punto de realizar. - Rocío está dentro del armario – Nada más decirlo, un ronco gruñido comenzó a salir del interior del espléndido mueble que había en el extremo opuesto. Gabriel se acercó hacia el hueco donde se ocultaba la conservadora, tenía el cuerpo completamente cubierto de sangre reseca y los ojos en blanco, lo que le daba el aspecto de una criatura sacada del universo de Clive Barker. Se mecía adelante y atrás con las rodillas abrazadas y sin dejar de proferir el sordo gruñido.

- ¿Ella también está poseída? Nadie en su sano juicio sería capaz de… – Pedro preguntaba sin dejar de mirar hacia la mujer y sin acercarse. - Se necesita mucha fuerza para mover todo eso – Dijo Gabriel refiriéndose al mobiliario apilado – En ocasiones, los demonios pueden dotar a sus anfitriones de ciertos dones extraordinarios para servirse de ellos en su empeño de sembrar el mal. - ¿Cómo cuando José Ángel levitó? - Algo así. Sea lo que sea que esté dentro de esta mujer ha matado a sor Margaret con la furia desmedida de una bestia salvaje sin importarle que fuera religiosa, los hábitos están tan destrozados que ni siquiera recuerdan lo que fueron, mira eso – A los pies de Rocío había un bola plateada del tamaño de un huevo, Gabriel lo recogió del suelo y se lo mostró a Pedro, que se acercó de mala gana al sacerdote. - ¿Eso es su crucifijo? - Yo mismo lo bendije con agua bendita cuando comenzamos el exorcismo, tendría que ser como hierro fundido para ellos… - ¿Qué hacemos? Tenemos que llamar a la policía. - Olvida a la policía, estarán ocupados evitando saqueos y recogiendo cadáveres, pero si esto llega a la prensa… Están deseando desviar la atención de la epidemia No quiero ni pensarlo. ¿Qué crees que

pasaría con la reputación del cardenal? ¿Un Papa que ha sido poseído? Son malos momentos para que la iglesia esté sin guía. - Pero ha habido un asesinato… - No podemos dejar que nadie entre hasta que hayamos liberado a estas personas, ¿cómo vamos a explicar que Rocío es inocente? – La comprensión iluminó el rostro de Pedro, hasta ese momento no había pensado en aquella mujer como en una víctima, si el demonio la había mantenido consciente mientras perpetraba aquella atrocidad… – Volvamos a la capilla, las demás religiosas llevan solas demasiado tiempo – Pedro se estremeció ante aquella idea. - ¿Te había pasado esto antes? ¿Los demonios que intentas exorcizar han poseído a las personas que te ayudan? - Nunca. Dios siempre protege tanto a los sacerdotes como a los laicos que participan en un exorcismo. Busquemos su ropa, tiene los labios amoratados por el frío.

57 De nuevo en la capilla de las ánimas, las hermanas mercedarias ayudaron a acomodar a la conservadora en uno de los laterales sobre un par de bancos traídos de la iglesia. El padre Gabriel Isabella, al que ninguna de ellas había visto nunca antes de aquel día, les dio la noticia, por suerte no ofreció detalles acerca de la masacre, se limitó a informarles de la muerte de sor Margaret a manos de una Rocío poseída. Sor Victoria no pudo contener las lágrimas, junto a ella, sor Guadalupe y sor Bernardita, no intentaron consolarla, se dejaron caer de rodillas y comenzaron a rogar en silencio la ayuda de Dios Padre. Sor Guadalupe estaba acostumbrada a rogar de rodillas, lo había hecho a diario desde que llegara a Ciudad Juárez, con sus padres, atraídos por las promesas de trabajo en las maquiladoras. Cada día, antes de salir hacia la fábrica, rezaba con desesperación pidiéndole volver a casa sana y salva. No era de extrañar teniendo en cuenta el índice de mujeres y niñas asesinadas, violadas, torturadas y secuestradas en la ciudad mexicana diariamente. Sor Inmaculada, la más anciana de las religiosas, para sorpresa de Gabriel, estaba curtida en mil

batallas, aquella no era la primera vez que se enfrentaba al maligno. El 4 de abril de 1982 fue una de las pocas monjas que asistió al anterior Santo Padre, Juan Pablo II en el exorcismo de la joven Francesca, hasta aquí la versión oficial, lo que no trascendió al conocimiento público fue que el exorcismo sólo había sido la primera sesión, se necesitarían cinco largos años para liberar a la joven, lustro que permaneció sor Inmaculada junto al pontífice y a Candido Amantini en un principio y Gabriel Amorth en los últimos meses. Después de aquello, Juan Pablo tuvo a bien enviarla a España, su tierra natal, para que descansara en un convento de clausura, tal y como ella misma había solicitado. Cuando Gabriel supo esto de labios de la anciana mujer, su presentimiento de que todo aquello no ocurría por casualidad se convirtió en certeza. - Padre Isabella, no dudo de sus cualidades como exorcista, pero usted sabe bien que hay posesiones que se alargan mucho en el tiempo, por decirlo de alguna manera suave, y no se asoman ni de casualidad a lo que estamos viviendo aquí ¿de verdad cree que podrá liberar a estas personas usted sólo y antes de que todo se convierta en el mayor circo mediático de la historia de la Iglesia? – La monja

hablaba con la seguridad que sólo da la experiencia. - Si le soy sincero, no lo sé, cuando venía en el avión, no dejaba de pensar que el exorcismo apenas me llevaría unas horas, era tan importante liberar al preferiti, que creí que el Señor pondría a mi alcance todas las armas disponibles para luchar contra los demonios, sin embargo esto a lo que nos enfrentamos es mucho peor, nos estamos enfrentando a la ausencia de Dios. - Espero que se equivoque padre, porque de no ser así, no habrá esperanza para el hombre – La religiosa terminó de pronunciar sus últimas palabras arrodillándose de nuevo junto a la mesa donde tenían maniatado al cardenal y continuó rezando el rosario al lado de sus hermanas en la fe, que no pudieron evitar miradas inquietas entre ellas.

58 Por un instante logró escuchar el tic tac de su reloj de muñeca como si fueran mazazos en un gong dentro de su cabeza, que percibió completamente hueca, trágicamente vacía como una preñez huera. El eco de las percusiones le taponaba los oídos pero a la vez le hacía ver con una nitidez asombrosa como las horas se diluían ante sus ojos igual que gotas de sangre que caen a la inmensidad del océano, los retorcidos trazos que aún perduraban en las olas comenzaban a iluminarse envueltos en una luminiscencia antinatural que cada vez se hacía más y más intensa hasta que no pudo ver nada, el blanco puro lo envolvía todo, lo sentía penetrando en cada poro de su piel, saturando sus sentidos, era como estar viendo un lienzo enorme que parecía no tener principio ni fin. Lentamente fue cambiando de color hasta alcanzar un amarillo intenso y aparecieron los cuervos, estaban tan cerca que apenas veía sólo sus picos apuntando hacia arriba, estaban enfrentados formando una U. Luego aparecieron otros dos sobre cuyas cabezas descansaban las primeras, coronilla con coronilla, pero no había plumas, ni ojos, y las puntas que veía no eran picos... Cuando la imagen

desapareció ante sus ojos creyó ver por unos instantes la torre de un reloj que le recordó vagamente al gran Ben. La pregunta que le había realizado Donatello aún vagaba en los confines de su cerebro: “¿Quién es Lily?” “When I find myself in times of trouble Mother Mary comes to me Speaking words of wisdom, let it be. And in my hour of darkness She is standing right in front of me…” Veía las notas aparecer y desaparecer entre las ramas del olivo que en sus visiones poseían un tamaño gigantesco. Era imposible describir lo que estaba ocurriendo, sus oídos sólo captaban el crepitar de un antiguo proyector de cine, y sin embargo podía seguir la canción a través de sus ojos. “And when the broken hearted people Living in the world agree, There will be an answer, let it be. For though they may be parted there is Still a chance that they will see…” Una película comenzó a proyectarse sobre

la copa del árbol a modo de pantalla de cine, pero no era una imagen limpia; en realidad parecía como si alguien hubiera vertido café sobre el celuloide, se vio a sí mismo, lloraba con un desconsuelo atroz postrado de rodillas en el suelo de la habitación de su hija, recordó aquel día, todos aquellos días en los que siempre hacía lo mismo, llorar como un niño la pérdida de una vida entera… En aquel momento una sombra apareció tras él, la habitación estaba en penumbra y la poca luz que entraba por la ventana hacía imposible la posición de aquella sombra, pero lo más extraño era que se movía… Desde la distancia de lo inverosímil vio como la sombra se acercaba a su figura arrodillada hasta envolverla por completo y entonces su yo del pasado levantó la cabeza y lo miró directamente a los ojos con una sonrisa terrorífica en el rostro y la escena cambió de repente. Una extensa playa se abría ante él, la arena era blanca y fina y el agua del océano extremadamente azul y cristalina, la calma era absoluta. Paseó descalzo por la orilla sintiendo como las olas del mar acariciaban sus pies, sentir la brisa marina en el rostro era sumamente agradable. A lo lejos, junto a una formación rocosa distinguió lo que parecían dos jóvenes, estaban desnudos y se cogían de la mano. No sabía por qué, pero aquella imagen le

daba esperanza. Cansado se tumbó en la arena y cerró los ojos. Ahora caminaba en la oscuridad hacia la tenue claridad al final de un túnel, pero no iba sólo, cuando salieron a la luz de las farolas cercanas al 10 de Mathew Street, una bonita joven de pelo cobrizo iba cogida de su brazo susurrándole cosas al oído, reconoció su rostro al instante, era Lily, pero ya no estaban en la calle, ella le cabalgaba desnuda sobre la mesa de lo que parecía un laboratorio. Sintió el orgasmo en la base de sus testículos y cómo se humedecía su ropa interior. Lentamente la escena de los cuervos comenzó a mostrarse en su totalidad y lo que en un principio le parecieron cabezas de pájaros, no eran más que las puntas de las tres medias lunas que forman parte del símbolo internacional de riesgo biológico. Centenares de hombres aparecieron de la nada corriendo hacia él cómo una ola descontrolada, vomitaban sangre y tenían el cuerpo lleno de pústulas y heridas abiertas, infinidad de capilares envolvían sus ojos vacuos, se amontonaban unos sobre otros pisándose y quedando sepultados bajo los que seguían llegando, Bernini quiso huir pero sus miembros no le respondían, cuando el ataque era inminente, la muchedumbre pereció en el acto cayendo a sus pies y convirtiéndose

en polvo, un polvo negro que el viento levantó haciendo que la oscuridad lo engullera todo de nuevo. Lo último que vio entre la bruma antes de perder la consciencia, fue la silueta de un hombre encorvado, con capa, sombrero y bastón, algo acrónico para el nuevo milenio y que le recordó ligeramente a la figura cinematográfica del misántropo Edward Hyde. Cuando la imagen ya comenzaba a desvanecerse, otro hombre se le acercó, llevaba en la mano derecha una hoz y un martillo en la izquierda, por un instante pudo ver el rostro de Hyde y se sorprendió al verse a sí mismo sonriendo fríamente. “And when the night is cloudy, There is still a light that shines on me, Shine on until tomorrow, let it be. I wake up to the sound of music Mother Mary comes to me…”

59 Comieron frugalmente algo de pan y chacina que la madre superiora en persona les trajo desde el convento, aunque no le permitieron la entrada. Sor Inmaculada habló con ella y la tranquilizó, ocultándole, por decisión propia, la muerte de la hermana Margaret. Aquella sería la última vez que comieran o tuvieran contacto alguno con el exterior. Por su parte, Gabriel fue incapaz de hablar con Amato. A lo largo de toda la tarde ambos posesos no dieron señal alguna de estar con vida, mas que un leve movimiento de su tórax al respirar quedamente. Por más órdenes que le daban ambos sacerdotes, señales de la cruz que hacían sobre sus cuerpos o agua bendita que les rociaban, no hubo reacción alguna, tan sólo una pequeña convulsión por parte de la conservadora cuando Pedro le ungió la frente con santos oleos. Nada más. Gabriel comenzaba a desesperarse, lo había probado todo, había invocado a San Miguel, a San Jorge, incluso a la virgen María de nuevo, pero ninguno de ellos se había presentado o al menos no

había dado señal alguna de conseguir nada contra los demonios. Alrededor de las ocho de la tarde, un fuerte alarido los sobresaltó a todos, ambos posesos con extrema sincronización desgarraban sus gargantas en un grito sobrehumano que hizo que alguna de las monjas llegara a taparse los oídos con las manos. Sin bajar de intensidad, se prolongó durante algunos minutos. Los ojos en blanco estaban desmesuradamente abiertos y sus bocas parecían a punto de desencajarse, súbitamente aquella especie de aullido se detuvo y ambos, al unísono, se doblaron por la cintura, el cardenal volvió a romper las ligaduras de las muñecas y sentados levantaron el brazo derecho con el dedo índice extendido señalando al fondo de la capilla. - HAY DEMONIOS – Dijeron a la vez con una voz ronca y terrible y exactamente igual. - ¿Cuántos? – Preguntó Gabriel sin dirigirse a ninguno en concreto. - Miles – Pronunciaron ambas voces como una sola. Y como queriendo ratificar su afirmación comenzaron a escucharse ruidos extraños por toda la capilla, se veían sombras amenazadoras que acechaban a las religiosas hasta hacerlas gritar de pánico. Un fuerte olor a carne corrompida y huevos

podridos se movía por la estancia como una nube de niebla invisible y ponzoñosa. Todas las velas se apagaron. De inmediato Gabriel se puso a asperger agua bendita en todas direcciones y a hacer la señal de la cruz en el aire con el crucifijo, a la vez que pronunciaba una plegaria en latín. Lentamente los extraños ruidos fueron desapareciendo así como el desagradable olor. - Siento que algo me susurra al oído, pero no puedo entender lo que dice – Sor Victoria hablaba con un hilo de voz entrecortada. - ¡Ni puedes, ni quieres! – Le espetó Gabriel, más por urgencia que por desaire – No debes querer saber nada que venga del maligno, tienes que rezar, el poder de la oración es lo único que lo alejará de ti. - Yo siento como si algo o alguien me mirara fijamente – anunció Pedro algo inquieto. Gabriel le pasó el hisopo de agua bendita y este comenzó a rociar la zona desde la que creía lo observaban, un fuerte sonido metálico se escuchó desde el rincón más oscuro en la misma dirección y entonces la sensación pasó – ¿Decían la verdad? - No lo dudo, al fin y al cabo su jefe está aquí – El padre Isabella hizo un ademán con la cabeza señalando al cardenal, después se dirigió a su

maletín, sobre la mesita auxiliar y extrajo un pequeño libro de encuadernación casera que entregó a Pedro – Aunque se puede realizar un exorcismo múltiple, las oraciones pierden fuerza y cuesta más expulsar a los huéspedes infernales, por lo que será mejor que enfrentemos los casos por separado, tú te encargarás de Rocío y yo de José Ángel. - No tengo experiencia alguna en este campo, ayudarte es una cosa pero realizar yo uno, jamás he… – Gabriel lo interrumpió. - ¿Ves algún otro exorcista titulado por aquí? – No esperó respuesta – Sólo tienes que leer las oraciones con fe. - Al menos lo intentaré, pero tengo demasiado miedo. - En circunstancias normales te diría que un cristiano no debe temer al demonio, pero después de todo esto, creo que el miedo nos mantendrá la mente despierta y hará que seamos más cautos. Yo te guiaré en todo momento. - Necesitarás de toda tu atención, yo le ayudaré – Sor Inmaculada se levantó con ayuda de las otras religiosas – No creo que volver a atarles sirva de mucho, deshacen las ligaduras como si estuvieran hechas con nudos fugitivos. – Aquella monja era una caja de sorpresas, Gabriel no pudo imaginar la razón

por la que una religiosa mercedaria sabía de nudos. Fuera, una fuerte tormenta de nieve azotaba el templo, hacía mucho que Osuna no veía nevar y nunca de aquella manera.

60 La boca le sabía a vómito, tenía la camisa manchada y por el estado del suelo, lo había hecho varias veces. No le dolía la cabeza, fue lo que más le sorprendió, pensaba que aquello iba a provocarle una resaca de la hostia, pero no, ni siquiera tenía el estómago revuelto, sentía flojos los brazos y las piernas, como si le hubieran dado un buen masaje después de un baño caliente. En un taburete junto a él, vio unos folios escritos, a juzgar por la calidad de la letra Donatello tenía que haber tomado notas muy deprisa. Miró a su alrededor pero no lo vio por ninguna parte, habría estado demasiado tiempo en el país de los sueños. Notaba la lengua como un zapato y una necesidad imperiosa de beber le invadió violentamente. Se levantó y se dirigió al pub en busca de algo que aliviara el desierto dentro de él. Lo primero que percibió fue un cierto olor a humedad, al apoyarse en la barra, su mano quedó grabada en la gruesa capa de polvo. Por un momento pensó que el viaje aún duraba, la noche anterior él mismo había estado tomando una copa en Il deserto y estaba, como cada noche, a rebosar de gente. Sin embargo no había rastro de los libros, las sillas y las

mesas estaban amontonadas en el rincón junto a la puerta, bloqueando el armario y las escaleras para acceder a los estantes superiores, era como si el bar llevara cerrado meses. Las neveras estaban desenchufadas y vacías y cuando quiso intentar llenar un vaso de agua, se dio cuenta que estaba cortada. Llamó a su amigo en voz alta y el eco se extendió rebotando por las paredes desnudas del local, volvió de nuevo al jardín y se quedó petrificado junto a la mesa del cenador, todo estaba muerto, el jardín vertical no era más que un mural de plantas marchitas, no había cascada, tan sólo tuberías oxidadas y más plantas podridas. El estanque tampoco tenía agua y la pintura impermeable se había descascarillado en algunas zonas. Los arriates no tenían mejor aspecto, y el olivo estaba completamente seco con sus ramas desnudas apuntando a todas partes como dedos acusadores de personas muertas. Gian Lorenzo estaba tan confuso que un fuerte mareo le obligó a sentarse, se apretó el puente de la nariz y echó la cabeza hacia atrás durante unos minutos, cuando logró rehacerse un poco y se enderezó en el sillón, se fijó por casualidad en las hojas escritas que estaban sobre el taburete Recogió los papeles y los leyó:

Escuela universitaria de ciencias biológicas de Liverpool. Peste negra. Europa del este. Inmunes al SIDA. Christopher Duncan. Susan Scott. Liliana Evans (Lily) Ilia (El ruso) La cegadora luz de la comprensión comenzó a abrirse paso en el interior de su cerebro de forma devastadora y todos los recuerdos explotaron como un géiser, arrasándolo todo a su paso, todo. En contra de lo que los publicistas de una famosa bebida isotónica aseguran, el ser humano no es extraordinario, es simplemente imbécil y no pudiendo conformarse con las infinitas posibilidades de extinción que se escapan a su control, como la erosión telomérica o el posible impacto de un meteorito, el bombardeo de rayos cósmicos por el estallido de una estrella o los supervolcanes o incluso los putos agujeros negros, ideó la peor y más devastadora de todas, Internet. Una simple consulta

en Google le ofreció todo lo que necesitaba para acabar con la existencia de la humanidad… El profesor Christopher Duncan y la doctora Susan Scott de la Escuela Universitaria de Ciencias Biológicas de Liverpool, aseguran que la enfermedad que asoló Europa durante la edad media y que acabó con un tercio de la población total del continente, no fue peste negra sino algún tipo de fiebre hemorrágica viral, del tipo Évola. Llegaron a esta conclusión estudiando el pequeño porcentaje de población europea que es inmune al VIH debido a una mutación en el receptor CCR5, que impide la entrada del virus a las células del sistema inmune. Ya que el SIDA surgió hace poco tiempo, la frecuencia de esta mutación no puede estar motivada por él, por lo que se cree que debió provocarla otra enfermedad viral mortal que actuara durante un período sostenible en el pasado histórico. Según el profesor Duncan este virus también conseguía entrar en las células del sistema inmune a través del receptor CCR5 y las regulares plagas epidémicas de la Edad Media así como la Viruela en Europa, sirvieron para reforzar la frecuencia de la mutación CCR5-delta 32 y mantenerla hasta nuestros días. Para confirmar su tesis, tuvieron que recurrir a una

serie de complejos cálculos matemáticos, partiendo de los datos demográficos de la época y de las fechas de las sucesivas oleadas epidémicas, dibujando así, la evolución de la frecuencia de esta mutación que coincide con la prevalencia actual (10% de los europeos) Para este trabajo contaron con la licenciada en matemáticas, Liliana Evans, profesora adjunta en la misma universidad. Gracias a una variante del método conocido como “Reacción en Cadena de la Polimerasa” y bajo la supervisión desinteresada del empresario y biólogo Craig Venter, se logró sintetizar un virus que emulaba las características que tendría el virus original para así poder estudiar su comportamiento con la mutación actual del receptor. Se seleccionaron ciento cincuenta donantes inmunes de diferentes zonas del nordeste europeo: Noruega, Suecia, Finlandia, la frontera euroasiática y Rusia. Como todo ser viviente del primer mundo, Liliana Evans tenía cuenta de Facebook, así supo todo lo que tenía que saber acerca de ella, incluido su pasión incondicional por los Beatles. La fecha la fijó la providencia con aquel concierto conmemorativo en The Cavern. Bailó con ella al son del mítico “Don’t let me down”, bebió con ella e hizo el amor con ella y

para esto último el alcohol logró que la hermosa Lily de pelo rojizo quisiera algo diferente y atrevido y sin saber que estaba siendo influenciada de forma sutil por su acompañante, decidió que sería excitante follar en los laboratorios del área de ciencias de la Universidad. El cuerpo de Liliana se perdía para siempre en las corrientes del estuario del Mersey, mientras algunas muestras del virus sintetizado despegaban esa misma madrugada debidamente camufladas en el equipaje facturado de Gian Lorenzo Bernini, camino del aeropuerto internacional Leonardo da Vinci. Pero nada de esto tenía valor alguno sin el nombre y el comentario que había conseguido de la lista de los dotados por la proverbial mutación… En cuanto llegara a Roma, lo primero que haría sería localizar al señor Ovechkin. La cooperación entre agencias le permitió consultar online, desde su propio ordenador, los archivos de la guardia di finanza: Ilia Ovechkin, natural de Samara, Rusia, obtuvo la ciudadanía italiana un par de años atrás al casarse con una prostituta romana llamada Viviana De Luca, a la que, a juzgar por las numerosas denuncias, debía calentar a menudo y no precisamente entre las sábanas. Había sido detenido por contrabando de tabaco y la venta de tarjetas telefónicas piratas. Ahora se encontraba en

libertad condicional, en la ficha aparecía el número de móvil y una dirección, en la que, con total seguridad, no estaría debido a las dos órdenes de alejamiento que recaían sobre él. La llamada de teléfono fue breve, Bernini la recordó con sumo detalle: - ¡Pronto! - Hola Ilia, ¿Cómo está la pequeña Dashka? - ¿Quién llama? Aquí no hay ninguna Dashka. - Claro que no, qué cabeza la mía, Dashka era el nombre que quería ponerle tu esposa a la hija que llevaba en su vientre y que tu mataste a patadas – Al otro lado de la línea el silencio se hizo sepulcral – ¿Sigues ahí? Claro que sigues ahí, el miedo y algo de ira te han mantenido agarrado al teléfono como si tu vida dependiera de ello, y de hecho así es, porque si quieres seguir viviendo de la misma forma patética que hasta ahora, metiéndote la mierda que sea que te metes y matando putas… ¿Otro silencio? En este creo adivinar sorpresa, tu mente es como un libro abierto para mí. Por ahora nadie más conoce nuestro pequeño secreto, ¿a quién no se le ha ido alguna vez la mano con una zorra y le ha partido el cuello? - E-e-eso sólo o-o-ocu-ocurrió u-una vez – A Ilia apenas le salía la voz, Bernini, al otro lado de la línea rompió en carcajadas.

- ¿Eso es lo que vas a decirle a la policía? ¿So-sosó-lo o-o-o-ocurrió una vez? Eres tonto del culo, pero qué le vamos a hacer. No te he elegido por tu cerebro precisamente. A partir de ahora te pegarás al móvil como un ostomizado a su puta bolsa de plástico. Dentro de unos días te llamaré y te diré lo que tienes que hacer, ¿sabes cómo tratan a los maltratadores en la cárcel? Piensa en ello cada noche antes de ir a dormir… La reunión en el Donna Camilla fue bastante corta y eficiente. Bernini llegó pasadas las doce de la noche, esperando que el personal del hotel fuera escaso, de hecho tan sólo el recepcionista lo vio entrar y por suerte a Luciano Losi le gustaba el dinero tanto, que por un puñado de billetes no puso objeciones cuando Gian Lorenzo firmó en el registro con el nombre de Pinco Pallino y no presentó documento de identificación alguno. Mientras esperaba la llegada de su invitado, Bernini preparaba meticuloso todo lo necesario, colocó en obsesivo orden las cosas sobre el escritorio de la habitación: un paquete de algodón, un bote de alcohol, una cuchara, un mechero, una jeringa completa, una pequeña bolsita con heroína en su interior y un cuchillo de plástico de cortar verduras. Una hora más tarde llamaban a la puerta. Una hora

más tarde todo estaba dispuesto. - Mírate, creí que ibas a tirarte sobre la negra y follártela aquí mismo cuando te trajo los bocadillos, deberías ir a algún especialista, creo que en tu barco manda más el grumete calvo que ese cerebro podrido que tienes – Ilia lo miraba con ojos vidriosos, sentado en la única silla de la habitación y cayéndole un hilo de baba de la comisura de los labios – Estás demasiado colgado para entender nada de lo que te digo ¿no es así? Bueno, mañana será otro día. Cuando te levantes podrás chutarte otra vez, te he dejado un poco de esa mierda en el bolsillo derecho de la chaqueta, en cuanto a lo que hay dentro del otro bolsillo… Cuando llegue el momento recordarás con claridad lo que tienes que hacer. Es hora de irnos, mañana tienes que ir a misa de doce. A la mañana siguiente Ilia Ovechkin no se extrañó al encontrar el cuchillo entre sus ropas. Como un autómata echó la heroína en la cucharilla le aplicó la llama del mechero, cargó todo el líquido espeso y caliente con la jeringuilla y se la clavó en el brazo, absorbiendo un poco de sangre antes de inyectarse el contenido en la vena. Cuando atravesó el detector de metales, en el acceso a la basílica de San Pedro, nada ocurrió,

ningún sonido de alerta. La ropa que le había facilitado el extraño no levantó sospechas y las gafas de sol ocultaban sus ojos inyectados en sangre… Cuando el Papa Juan Pablo III apareció por el pasillo central, todos sus músculos se tensaron como activados por un resorte y sin poder evitarlo el ciudadano italiano de Samara, Rusia, heroinómano maltratador de esposas y asesinos de prostitutas e infectado por la mutación del virus medieval que arrasara Europa. Sacó el arma de plástico y se lanzó contra el Santo Padre, cumpliendo así un designio divino.

61 Todo fue tan rápido y repentino que sus cerebros no lograron procesarlo en tiempo real, el cuerpo de la conservadora se movió con la velocidad que los hilos del infierno le proferían y ninguno de los presentes pudo impedir que saltara sobre la anciana religiosa y la golpeara violentamente en la nariz astillándole el tabique nasal y hundiéndole los huesos en la base del cerebro, la hemorragia interna la mató casi en el acto, después arrojó el cuerpo contra los asientos del coro, donde quedó desmadejado como una muñeca de trapo abandonada por una niña que se ha hecho demasiado mayor. Fuera, la tormenta de nieve se había convertido en una auténtica ventisca. Las monjas comenzaron a gritar y salieron corriendo despavoridas en todas direcciones intentando escapar de aquella locura. Sor Victoria, seguida de sor Guadalupe, logró salir a la iglesia y ambas se dirigieron a una de las puertas principales. Sor Bernardita no tuvo tanta suerte y, sin saber por dónde iba, entró en la cripta de los duques de Osuna donde perdió el sentido de puro pánico. Pedro también parecía haber entrado en estado de shock, estaba inmóvil contemplando como Rocío, sentada en el

suelo chapoteaba en su propia orina canturreando una cancioncilla que no identificó. Durante toda la escena, Gabriel se había precipitado hacia su maletín, en el que buscaba frenético algo que no lograba encontrar, por fin extrajo una pequeña ampolla y una jeringa que llenó con su contenido, cruzó el altar en dirección a la conservadora y se lo inyectó en el cuello, en pocos segundos el cuerpo de ésta cayó hacia atrás produciendo un ruido sordo al golpear la piedra con la cabeza. Después se dirigió a Pedro con grandes zancadas y le propinó un fuerte bofetón que lo sacó del trance en el que estaba sumido. - Necesito que te controles o todo estará perdido – Los ojos vidriosos del pequeño sacerdote se centraron en Gabriel. - ¿De verdad piensas que no lo está ya? - Tengo que creer que aún hay esperanza… - ¡Padre, padre! ¡La puerta! ¡No se abre padre! ¡Estamos encerrados! – Las dos monjas estaban pálidas y ojerosas, a sor Guadalupe le salía un mechón de pelo por debajo de la toca. Gabriel pensó que el miedo y los nervios les habían jugado una mala pasada, sin embargo cuando comenzó a forcejear impotente con la

cerradura del portón, la preocupación comenzó a anidar en él. - Es una puerta antigua, el frío ha debido atrancarla, probaremos las demás salidas, seguro que no habrá mayor problema… Pero sí lo hubo. Todas las salidas del templo y sus anexos estaban bloqueadas. En el frío patio, azotados por el viento helado y la nieve, Pedro miró a Gabriel, no había miedo en sus ojos, tan sólo resignación. - Al final voy a tener razón y tú eres el último baluarte entre nosotros y ellos. - Somos – Puntualizó Gabriel – Por el momento el salir de aquí no es una opción – Las religiosas lo miraron con ojos desorbitados – Aun si lo fuera no hay nada que podamos hacer, las líneas no funcionan y la tormenta hace bastante difícil que nadie pueda oír golpes ni gritos. - La madre, la madre vendrá a ver qué ocurre – Suplicó sor Victoria entre sollozos. - No creo que se arriesgue a cruzar el empedrado con este tiempo, tenemos que aceptar que hasta que la tormenta amaine o hasta que Dios quiera estamos solos y somos los únicos responsables de que esto termine de la mejor forma posible. Volvamos a la capilla, nadie vigila al cardenal. Antes de continuar el rito, deben ir a ver cómo se encuentra

la hermana Bernardita, entró en la cripta como una exhalación. En cuanto a Rocío, le he inyectado tranquilizante para tumbar a un toro, no despertará hasta el año que viene. Tenemos que acabar con esto cueste lo que cueste. - Por ahora, vidas humanas... – Susurró el padre Pérez siguiendo a Gabriel dentro de la iglesia. Sacaron a Sor Bernardita al corredor que llevaba al patio, el frío le vendría bien para volver en sí, Pedro no tardó en aparecer con algunos vasos de agua. - No podré hacerlo solo Gabriel, no soy lo suficientemente fuerte… - Pedro… - ¡No! No lo entiendes, no puedo hacerlo, tengo demasiado miedo, estoy aterrado, no puedo, no lo haré, lo siento, lo siento. - No te disculpes, te he pedido demasiado. Quizá estoy enfrentando esto de forma equivocada, la prioridad debe ser el cardenal. - Podemos encerrarla en una de las habitaciones del archivo, tienen cerrojo por fuera y buenos candados… ¿crees que podría abrirla? - Visto lo visto… De todas formas no podemos hacer otra cosa.

Subieron a la conservadora entre los dos sacerdotes por la estrecha escalera que llevaba al segundo piso. El archivo tenía dos accesos, ambos con enormes y antiguos cerrojos reforzados con candados modernos. En la sala, de buenas dimensiones había una mesa de juntas larga, rodeada de numerosas sillas, todas las paredes estaban cubiertas de vitrinas cerradas llenas de carpetas y libros. - Pongámosla sobre la mesa y recemos para que no salga de aquí antes de que hayamos logrado liberar al cardenal. - ¿Rezar? – A Pedro le podía el desánimo – Hasta ahora no ha servido de mucho ¿no crees? - Contra el maligno no podemos hacer otra cosa que rezar con fe y no perder la esperanza… - Han matado a otra persona, ¿no crees que es un poco tarde para eso de la esperanza? Creo que ves la mota y tu fanatismo te hace ignorar la viga. - ¿Ahora soy un fanático? No te engañes Pedro, la inocencia en estos tiempos no sirve de nada, estamos en medio de una guerra, he tardado en darme cuenta pero ahora lo veo claro, las muertes de esas mujeres sólo son las primeras bajas de una contienda que determinará el destino del ser humano. Cuando todo en lo que creías parece darte la espalda

en el momento en que más lo necesitas, cierto fanatismo es lo único que puede mantenerte a flote sin caer en la desesperación y el derrotismo. No lo entiendes, no tengo otra opción, mi fe tiene que ser ciega si tengo que luchar contra molinos sacados del infierno, además, esta es la última oportunidad que tendré de dar con el hijo de puta que mató a mi hermana… - Si nosotros somos la vanguardia en este enfrentamiento, creo que la balanza está claramente inclinada hacia uno de los bandos.

62 Gian Lorenzo se dejó caer de rodillas en el suelo del jardín y comenzó a vomitar nuevamente, de forma descontrolada. Era imposible, nada de aquello tenía sentido, había sufrido lagunas de memoria desde la muerte de Leola, pero siempre pensó que eran motivadas por la tragedia, su mente no lo había soportado y de vez en cuando necesitaba desconectar… Pero no eran sólo imágenes en su cabeza, recordaba cada detalle, cada olor, cada sensación: el retumbar de la música en directo en The Cavern, la calidez del cuerpo desnudo de Lily entre sus brazos, la piel tirante de su garganta cuando la estrangulaba, el olor rancio al sudor podrido de Ovechkin, el sabor metálico de la sangre de Donatello. Al pensar en Donatello todo comenzó a dar vueltas a su alrededor, Donnie era como un hermano, no habría sido capaz de… Se levantó trastabillando y fue al apartamento en el que vivía su amigo sobre el bar. Llamó al timbre repetidas veces y viendo que nadie le abría golpeó la puerta con nerviosismo descubriendo que estaba abierta. Entró con miedo de percibir olor a muerte, pero lo único que saturó sus glándulas pituitarias fue la amalgama de olores de las esencias

de Donatello. Comenzó a llamarlo en voz alta y a buscarlo por las habitaciones pero no estaba en ninguna. Al llegar al dormitorio encontró una caja abierta de madera sobre la cama llena de papeles y recortes de periódicos, Bernini se acercó a ella y comenzó a ojear su contenido, la mayoría eran informes clasificados que se relacionaban con artículos recortados de diferentes periódicos, el que más se repetía era el del secuestro y la liberación de la periodista Giuliana Sgrena. Según los periódicos, tras su liberación, en el traslado en coche al aeropuerto internacional de Bagdag, se encontraron con un control de carretera instalado por el ejército norteamericano para la salvaguarda del aquel entonces embajador de Irak, John Negroponte. Al no identificarse y querer saltarse el control, los militares estadounidenses abrieron fuego, matando a uno de los agentes del servicio secreto italiano e hiriendo levemente a la propia periodista y al otro agente que les servía de escolta. Los recortes estaban unidos con un clic a un informe confidencial que contaba una versión muy distinta. Según los servicios de inteligencia italianos, el gobierno de los Estados Unidos para salvaguardar su política de la no negociación conspiró contra la liberación de la periodista. Para ello contactaron con

uno de los agentes del SISMI encargados de las negociaciones, el agente Nicola Calipari, quien, convertido en un traidor, aceptó eliminar a Giuliana si la liberación se hacía efectiva, culpando de su muerte a los iraquíes. Por suerte para la periodista, el segundo agente descubrió a tiempo la intriga y eliminó a Nicola, salvando a Giuliana Sgrena del ataque a la desesperada del ejército de los Estados Unidos. En un intento de proteger el orgullo nacional, y la reputación del SISMI, se acuerda mantener en secreto las acciones del agente Calipari, transformando su ejecución en una muerte en acto de servicio. En lo referente al segundo agente, Leonardo Cardano, se le propone por éste y otros actos de valor, para la gran cruz de la Orden del Mérito Militar, con distintivo blanco. Recomendando fuera licenciado con honores de forma inmediata. El siguiente documento hablaba de la reubicación del agente Cardano y los datos de su nueva identidad: Nombre: Donatello Fibonacci. Dirección: Piazza di Pietra, 40 – Roma. (Bloque completo en usufructo vitalicio con derecho a explotación de los dos negocios presentes en el bajo del edificio: tienda de antigüedades y bar)

Detalles nueva identidad: Localización anterior: Lazzaro (Municipio de Motta San Giovanni, provincia de Reggio Calabria. Empleo anterior: párroco iglesia de Santa María delle Grazie. Datos de interés: sacerdote arrepentido de buena familia. Los orígenes de la propiedad en Piazza di Pietra se pueden explicar como herencia familiar. Donnie… ¿Un agente secreto retirado? ¿Por eso conocía a Doménico Giani? ¿Por eso…? Aún le quedaban cosas por recordar y esta vez llegaron de forma dolorosa, se sujetó las sienes con ambas manos, notaba la cabeza a punto de estallar. No entró en Il Deserto por casualidad, él ya sabía lo de Leonardo Cardano, sabía que el viejo haría todo lo posible por ayudarle, era la forma más fácil de recuperar su trabajo y después ya no le sirvió de nada más, se convirtió en un lastre que no dudó en eliminar de forma inmediata, como el maricón entrometido del

recepcionista y la camarera negra del hotel, se divirtió de lo lindo con esa puta… - Sí, me divertí mucho, aunque tú temblabas como una niña asustada – La voz resonó terrible dentro de su cerebro – Sabía bien, como chocolate recién hecho – Gian Lorenzo se levantó de un salto de la cama y comenzó a mirar a su alrededor como enloquecido. - ¿Quién eres? ¿Dónde estás? - Eres tonto Cruzado ¿de verdad no lo has pillado aún? Me viste entrar… Estabas tan desvalido, sumido en esa angustia existencial que los humanos padecéis con la pérdida de un ser querido – En la mente de Bernini volvió a dibujarse la imagen del hombre postrado y la sombra que, ahora vio con claridad, le acechaba hasta consumirle – Pobre Leola, pero era necesario. - ¿De qué estás hablando? ¿Qué es lo que…? - Cruzado, no es fácil poseer a los justos de corazón. Con Filippo fue muy diferente, un poco de influencia fue suficiente, no tuve que arrebatárselo todo para inclinar la balanza hacia el desastre, bastó un empujoncito en la dirección adecuada, a él ya le gustaban esas maquinitas estúpidas, sólo que no aguantó la racha de mala suerte… – Para Bernini, el

albor del entendimiento se iba haciendo cada vez más intenso e insoportable. - Tú la mataste. - Olvidas el libre albedrío, Él os otorgó el don de poder elegir, yo sólo os doy un abanico de posibilidades más amplio. - ¿Eres… Eres el diablo? - Después de todo lo que hemos pasado juntos, tú puedes llamarme como quieras. Por cierto, por si no lo has recordado aún, tu amigo Donnie está en el armario de los libros. Yo quería clavarle un picahielos en el ojo, pero tú te empeñaste en que no sufriera, lo único que teníamos a mano era esa mierda de hierba Matalobos, siendo sinceros tuviste una gran idea en dársela mezclada con sus insufribles infusiones, justicia poética lo llamaría yo. Lástima que no supieras que la aconitina puede llegar a provocar una muerte atroz y repugnante. - Yo no quería que muriera, ¡es mentira! Además él ha estado ayudándome todo este tiempo… - Tú eres el único que miente. Te mientes a ti mismo hasta el punto de mantener vivo al viejo en tu mente… Has estado sólo, hablabas contigo mismo como un demente. Quizá no quisieras que muriera, pero lo único cierto es que dejaste de luchar cuando accedí a tus ruegos de hacerlo de forma

“misericorde”. - Pero ¿por qué? ¿Por qué los has matado a todos? Y ¿por qué yo? ¿Qué…? - ¿Te serviría de algo si te digo que has tenido mala suerte? Te mentiría ¿sabes? No podrías reprochármelo, al fin y al cabo es lo que todos esperan de mí, soy el Adversario, pero haré contigo una puta excepción, te contaré la verdad, te diré por qué tu vida ha sido un cúmulo de desgracias. Son los designios de Dios. El Todopoderoso creador del cielo y de la tierra ha querido este destino para ti, para toda la humanidad. - ¡Eso es ment…! – Un fuerte dolor en el abdomen lo dobló por la mitad, un fuerte vómito de sangre le manchó las manos - ¿Qué me está pasando? ¿Qué es lo que me has hecho? - Vuelves a equivocarte, no te he mentido, él te lo hizo cuando me la arrebató, no yo, has sido tú mismo, te has tomado esa mierda que preparamos para Leonardo, estabas desesperado, querías ver. El rostro de Gian Lorenzo no era de sorpresa, no había sido por equivocación. Había estado consciente cada vez que él había tomado el control de su cuerpo, de su vida. Había sido testigo de todas sus atrocidades, sin embargo había logrado bloquear los recuerdos. Era una locura, había overbooking en su

cabeza, estaban el señor Infierno, el Bernini escondido en el armario y su nuevo yo, una versión un tanto floja del Mike Hammer televisivo, con un fuerte ataque de amnesia. Al menos le habían dado la oportunidad de elegir cómo emprender su último viaje, no podía evitar tenerle miedo al virus, había estado tantas veces expuesto a él, que pensaba que la definitiva tendría que llegarle tarde o temprano, no se podía huir de la muerte. En aquellos momentos antes de abandonar toda existencia, en lugar de ver pasar la película de su vida ante los ojos, recordó un cuento que le narraba su abuela cuando era un niño. En el relato, un criado, allá por los años en los que los hombres aún llevaban espada, llegó a casa de su amo, en las cálidas tierras de Sevilla, con el rostro demudado por el horror. - Tengo que irme ahora o moriré – Le dijo a su amo. - ¿Por qué dices eso? ¿Qué te ha pasado? – Le preguntó éste. - Hace un momento, en el mercado, me he encontrado con la muerte y no sabes como me ha mirado, vi amenaza en su mirada. Por favor amo, déjame un caballo. - ¿Dónde irás para que la muerte no te

encuentre? - Huiré a Cartaya, allí tengo familia, no son más de las diez de la mañana, si me doy prisa podría estar allí antes de la media noche. - Reventarías el caballo. - Iré con cuidado, de camino aquí he estado calculando, iremos un par de horas al paso, una al trote y otra yo mismo caminaré, cada cuatro horas descansaremos media. Amo por favor, te devolveré al animal sano y salvo. - Está bien, pero vete ya, no sabes si la muerte te ha seguido hasta aquí, no quisiera encontrármela y que me llevara en tu lugar. A los pocos minutos de partir el criado en su precipitada huida, llamaron a la puerta de la hacienda con fuertes golpes que hicieron estremecer al amo. Cuando abrió y se encontró a la muerte frente a él, se arrojó a sus pies llorando y suplicando. - Por favor señora no me lleve, es mi criado al que busca y no está aquí – La muerte extrañada no pudo más que preguntarle. - ¿Cómo sabes que vengo en busca de tu criado? - Ha llegado muy asustado diciendo que la había visto en el mercado y que le había lanzado una mirada amenazadora – El hombre siguió llorando sin

consuelo. - No fue una mirada amenazadora – contestó la muerte con tranquilidad. - ¿Ah no? - No, fue una mirada de sorpresa, no esperaba encontrarlo aquí, teniendo en cuenta que debía llevármelo esta misma noche de casa de sus primos en Cartaya… A Gian Lorenzo, la muerte lo encontró exactamente donde tenía que hacerlo.

63 - Señor y Dios nuestro, a quien pertenece compadecerse siempre y perdonar, escucha nuestra súplica para que la compasión de tu misericordia libere a este servidor tuyo José Ángel que está sujeto por las cadenas del dominio diabólico. Por Jesucristo, nuestro Señor – Pedro y sor Victoria respondieron al unísono. - Amén – Y Gabriel continuó el rito con escrupulosa meticulosidad. - Ante la cruz de nuestro Señor aléjense de aquí, todas las fuerzas enemigas, sea la cruz, para ti, luz y vida – Al mostrar el crucifijo ante los cerrados ojos del poseso, este se estremeció, pero siguió sin dar cualquier otro tipo de señales. Se acercó al rostro de Bastida y sopló sobre él – Con el espíritu de tu boca, Señor expulsa los espíritus malignos, mándales alejarse porque se aproxima tu Reino – Pedro repitió las palabras de Gabriel con voz entrecortada y temblorosa, mientras que la religiosa, sin levantar la vista del suelo continuaba rezando un rosario tras otro. - Te exorcizo, antiguo enemigo del hombre: sal fuera de José Ángel a quien Dios creó con amor. Te lo

manda, nuestro Señor Jesucristo, cuya humildad venció tu soberbia, cuya prodigalidad prevaleció sobre tu envidia, cuya mansedumbre aplastó tu crueldad. Enmudece, padre de la mentira, y no impidas que este siervo de Dios bendiga y alabe a su Señor – Los ojos del cardenal se abrieron totalmente blancos y comenzó a convulsionar sobre la mesa – Eso te ordena Jesucristo, sabiduría del Padre y esplendor de la verdad, cuyas palabras son espíritu y vida. ¡Sal de él espíritu inmundo! – De la garganta del poseso comenzaron a surgir gruñidos y gemidos que helaron la sangre de la monja que se derrumbó rogando a Dios por su vida – ¡Deja el lugar al Espíritu Santo! Eso te manda Jesucristo, hijo de Dios e hijo del hombre, que naciendo puro del Espíritu y de la Virgen, purificó todas las cosas con su sangre. Por eso ¡Retrocede Satanás…! - Pero Cruzado, Yo no soy Satanás, él ni siquiera está aquí - Era la cruenta y devastadora voz de Lucifer – ¿A esto hemos llegado? ¿Cuánto hacía que no usabas las fórmulas del rito oficial? Me gustabas más cuando hacías morder el polvo a mis acólitos con tus sublimes dones para exorcizar, ¿por qué no intentas usar de nuevo el gladius? Que no te funcionara una vez no significa que no vaya a hacerlo

nunca, un gatillazo lo tiene cualquiera… Es tan espectacular ver como blandes la espada de mi hermano y das mandobles a diestro y siniestro – Gabriel intentaba continuar su oración, pero Lucifer hablaba cada vez más fuerte, interrumpiéndolo constantemente – ¿Por qué no usas el Charisma cordis? El Sagrado Corazón es verdaderamente poderoso, ¿no puedo creer que lo hayas olvidado? ¡Ah no! El olvidadizo soy yo, tú no tienes ese don, lo tuviste, pero de eso hace mucho tiempo, nunca me contaste por qué te retiró el don, ¿qué hiciste? - En el nombre de Dios nuestro S… - ¡Oh, vamos! Relájate un poco, charlemos, ¿qué prisa tienes? Hagamos un trato, tú me das un poco de tu valiosísimo tiempo y yo te diré la verdad de lo que le ocurrió a tu pobre hermanita – El sacerdote enmudeció – Así me gusta, ¿qué, cómo va la cosa? – Quisiera disculparme por no haberte prestado la atención que mereces pero tenía temas que zanjar en la ciudad eterna. Entre tú y yo, pronto el sobrenombre no será el más adecuado. - ¿Qué le ocurrió a mi hermana? - No tan deprisa Cruzado, al fin y al cabo el protagonista de toda esta historia eres tú, no la pequeña Julia, ella sólo fue un daño colateral sin importancia – Gabriel se encrespó y todos los

músculos de su cuerpo se tensaron. - ¿Sólo un daño colateral? - Quizá me he excedido un poco, siendo justos, sin ella no habría conseguido que te convirtieras en la pieza clave de toda esta ¿cómo lo llamáis? Conspiración, sin desmerecer al bueno de Bernini, claro. - ¿Quién es Bernini? ¿De qué estás hablando? - Hablo de que la muerte de tu hermana era necesaria para hacer que un mediocre cirujano se transformara en el mejor exorcista del Vaticano. Tu jefe se jacta de que el amor es el motor que mueve el mundo, pero se equivoca de todas todas. El odio, el odio es el verdadero impulsor del ser humano, el odio es la base de la evolución, del progreso. Tu odio hacia mí te ha hecho superarte día a día hasta llegar a ser el hombre al que todos acudirían si, muerto el Papa, el siguiente de la lista estuviera tan lleno de demonios que le salieran por las orejas. - ¿Qué estás insinuando? - No insinúo nada, te estoy diciendo que yo torturé y enloquecí a tu hermana hasta arrastrarla irremisiblemente a un suicidio atroz, para poder estar contigo aquí y ahora.

64 Apenas fueron tres o cuatro minutos, doscientos escasos segundos en los que no fue él, o quizás lo fuera plenamente… Las palabras de Lucifer se repetían dentro de su cabeza con la cadencia desquiciante del tictac de un reloj demasiado ruidoso, “fui yo, fui yo, fui yo, fui yo, le susurré, la atormenté, la torturé... Yo la maté, fui yo, fui yo…” Y se mostró ante él como el monstruo que era. Sintió tanta repugnancia, tanto odio que no pudo contenerse más y se abalanzó sobre aquella criatura para liberarla de su execrable existencia. Con la biblia que aún llevaba, le golpeó en la cara con violencia arrojándolo al suelo para después subirse sobre él y rodear su asquerosa garganta con las manos y apretar con todas sus fuerzas hasta sentir el acuoso chasquido de su tráquea al quebrarse bajo sus dedos… Sólo que no se encontraba en el suelo matando a la bestia de diez cuernos y siete cabezas, estaba encima de la mesa a horcajadas sobre el cuerpo de José Ángel y con su cuello roto entre las manos. La realidad se mostró ante sus ojos con la contundencia de un cañonazo. Se apartó de la escena con tanta desesperación que cayó

hacia atrás golpeándose fuertemente la cabeza pero sin llegar a perder la consciencia. Sus manos estaban agarrotadas en la misma posición como si aún continuasen alrededor del cuello del cardenal, su frente estaba perlada de sudor y se mordía los labios con tanta fuerza que la sangre le salía por las comisuras. Lágrimas le corrían por ambas mejillas. Todo estaba perdido, había matado al preferiti, pero no entendía cómo… ¿Por qué no lo habían detenido? Pedro podría… - Él… - …ya… - …no… - …está… - …aquí – Pedro, la conservadora, que debía haber escapado de su improvisada prisión y las tres monjas, contestaron, pronunciando cada uno de ellos una palabra de la frase. Todos tenían los ojos en blanco y en su piel macilenta podían verse marcadas las venas de un tono negruzco y desagradable. Lo rodearon y continuaron hablándole de aquella forma extraña. - El… - …séptimo… - …sello… - …se ha…

- … roto. - Muchas gracias Cruzado – era la voz de Lucifer a través de los labios de Pedro – Al final lo has conseguido, has cumplido con tu cometido… – Gabriel, completamente confundido, intentó levantarse, pero una de las religiosas le propinó una patada en la cara y volvió a arrojarlo al suelo, sangrando ahora también por la nariz – ¿No entiendes nada verdad? Llevas preparándote para esto mucho tiempo y al final lo has hecho bien, tal y como se esperaba de ti. - Yo no… - Tú sí… Lo único que te ha mantenido con vida desde la muerte de Laura ha sido tu sed de venganza, te has alimentado de ella con ansia y exceso desmedido, con GULA – Miles de voces dentro de la capilla repitieron la última palabra dicha por Lucifer. - ¡GGGUUULLLAAA! – Toda la iglesia se estremeció con el retumbar de los gritos. Gabriel, que intentaba volver a levantarse se derrumbó de nuevo con la atroz sensación de que algo pugnaba por salir de su garganta, arrodillado y con las manos en el suelo comenzó a vomitar ratas, sapos, lagartijas y culebras, que al caer al suelo corrían, saltaban y

reptaban en todas direcciones… - Has codiciado tanto la venganza que no te ha importado nada más, tu única ambición era conseguirla a cualquier precio… Con AVARICIA – Esta vez las voces, que no se habían apagado del todo, volvieron a rugir con fuerza repitiendo la palabra del caído y haciendo que el suelo temblara bajo el cuerpo del sacerdote. - ¡AAAVVVAAARRRIIICCCIIIAAA! – El sacerdote comenzó a gritar aquejado de insufribles dolores por todo el cuerpo, grandes y ambarinas ampollas le cubrieron las manos como si acabara de abrasarse la piel con aceite hirviendo. - Para ti ha sido más fácil retozar en tu dolor que buscar una cura para tu alma – Lucifer alzó el tono de voz para hacerse oír por encima del coro de voces – La tristeza del ánimo te ha apartado de tus obligaciones espirituales, ¿cuánto hace que no rezas fuera de tus ritos? Te ha podido la PEREZA – Fue la palabra que tronó en la capilla haciendo que Gabriel se encogiera en el suelo. - ¡PPPEEERRREEEZZZAAA! – Asediado

por serpientes invisibles, Gabriel intentaba escapar con verdadera angustia, del círculo formado por los posesos, que lo rechazaban una y otra vez con patadas y golpes mientras él no dejaba de implorar ayuda y hacía gestos como de quitarse de encima decenas de víboras que dejaban en su piel las heridas de innumerables mordeduras. - Exorcismo tras exorcismo, en busca del demonio que mató a tu hermana, tu orgullo ha ido lapidando el amor al prójimo. Ansiabas ser el mejor. “…yo sí soy un experto en estos temas…” . Pedro aún recuerda lo que le dijiste en vuestro primer encuentro y, entre tú y yo, se lo creyó, el pequeño curita ha llegado a venerarte tanto estos días que su escala de valores cambió, José Ángel ha caído un puesto y tú has ascendido de la completa ignorancia y la más alta cumbre, aun habiéndolo tratado con toda tu SOBERBIA. - ¡SSSOOOBBBEEERRRBBBIIIAAA! – El cuerpo del sacerdote comenzó a retorcerse, sus articulaciones se dislocaron y su espalda comenzó a arquearse hacia atrás de forma imposible hasta que todo su cuerpo, formó una circunferencia casi perfecta en la que los tobillos rozaban sus orejas y su pelvis

parecía estar a punto de desgarrar la carne… Gabriel no soportó tan tremenda tortura y perdió la consciencia. - Tu vida nunca ha sido completa desde su suicidio, te has sentido vacío y siempre has anhelado esa parte de todos los que te rodeaban que hacía que sus existencias tuvieran sentido en sí mismas sin la necesidad de la búsqueda frenética de venganza, te morías de ENVIDIA – Las voces que casi se habían silenciado cobraron vida de forma ensordecedora. - ¡EEENNNVVVIIIDDDIIIAAA! – En posición fetal, Gabriel se estremecía en el suelo, abrazando sus doloridas articulaciones, aunque pudiera parecer increíble, su cuerpo no había sufrido lesión alguna, pero comenzaba a tener frío, mucho frío, como de la nada, sus ropas se empaparon de agua helada, sus labios se pusieron morados y dejó de sentir la punta de los dedos de manos y pies, en aquel momento comenzó a vomitar aguanieve de forma descontrolada. - Y entonces, llegado ese instante, ya no has podido soportar más la presión y al ver tan cerca el final de tu agonía, te has dejado invadir por la IRA.

- ¡IIIRRRAAA! – Al escuchar de nuevo los gritos, el sacerdote, en las mismas puertas de la locura, se encogió como buscando protección de lo que estaba por llegar… Pero aquella vez no ocurrió nada. - Dime una cosa Cruzado, y sé sincero, ¿qué has sentido cuando la garganta del timorato cardenal, se destrozaba bajo la firme presión de tus dedos? Eres cura, pero ambos sabemos que no llegaste virgen al matrimonio… Ha sido mejor que un orgasmo ¿verdad? Al final todo se resume en eso, en la satisfacción que sentirías cuando consumaras tu venganza que no ha sido más que un acto de LUJURIA. - ¡LLLUUUJJJUUURRRIIIAAA! – Esta vez, los aullidos fueron tan ensordecedores que Gabriel tuvo que taparse los oídos, apretando con fuerza las palmas sobre ellos, en un intento exasperado de que no le estallaran los tímpanos y rompió a toser violentamente agarrándose la garganta, por lo que los alaridos volvieron a taladrar sus oídos mientras sus pulmones se vaciaban de aire y parecían llenarse de fuego a juzgar por el ardor que sentía, la boca le sabía

a azufre. La sensación de asfixia se disipó tal y como había llegado dejándolo a las puertas de un nuevo desvanecimiento. - Gabriel, la venganza, la verdadera venganza, el acto primigenio en estado puro de no aceptar la voluntad de Dios, ese es el peor de todos los pecados y el que los engloba a todos; y al cometerlo no sólo te has condenado a ti mismo, has matado al que iba a ser la nueva e indiscutible cabeza visible de la iglesia católica, condenando a la humanidad al fin de los tiempos. No te tortures, para ti no había elección posible. - Siempre hay elección – Gabriel hablaba en un susurro. - Puede que al principio de todos los tiempos, cuando la tierra era joven y Él aún no había perdido la paciencia, pero hace ya mucho que demasiados de vosotros entrasteis a formar parte de esta, en mi opinión, pantomima sin sentido… - ¿Qué quieres decir? – Lucifer no pareció escuchar la pregunta de Gabriel y, con la mirada perdida, siguió hablando sin dirigirse a nadie en concreto. - … Tendría que haber sido el primero de mis

profetas, pero me traicionó, Él lo embaucó, a mi propio hijo, le otorgó la vida eterna para que no pudiera olvidar lo que yo había hecho ¡fue un accidente! Y predicar así entre los hombres con el ejemplo de una vida digna. Tras años de vagar por la tierra, sin ser escuchado, por fin se apiadó de él y lo alejó de mí para siempre, sin embargo, en un último acto de lealtad hacia su padre, Caín no destruyó mi legado y entregó las cartas a esos santurrones esenios, arrojando la primera piedra, y tú lanzaste la última consumando con tu venganza la mía. - Caín, ¿tu hijo? - Esa es una larga historia y tú no tienes tanto tiempo, aún te queda un castigo por cumplir… Los cinco posesos se abalanzaron sobre el sacerdote como feroces bestias hambrientas que desmembraron su cuerpo, devoraron su carne y brindaron con su sangre por la llegada del fin de los días del hombre.

EPÍLOGO SEGUNDA PARTE

- Señor Presidente. - ¿General Moore? - Código Alfa, Bravo, 6, 6, 6, Tango. - … ¿No hay nada que se pueda hacer? - Estamos en defcon 112 Señor, sólo rezar… Al menos ahora sabemos que existe un Dios. - Sí, pero… ¿Sabemos de qué parte está? La línea privada de la Casa Blanca que conecta el despacho del Presidente con la central de la CIA en Langlei enmudeció unos segundos. - … Los lanzamientos se efectuarán a las 17:00 horas. - ¿Ha sido posible sincronizar todos los ataques sin la red de satélites? En la madrugada del 20 de diciembre, el personal de servicios mínimos del NORAD13, en la base Petersen de las fuerzas aéreas norteamericanas en Colorado Springs, encargado del programa Space Surveillance Network (SSN14) no podía creer lo que veían en las pantallas de ordenador. Las comprobaciones que fueron capaces de realizar antes de que las comunicaciones cayeran por completo, confirmaban los datos recibidos, los más de 16.000 objetos que giraban alrededor del planeta se habían

salido de orbita y se dirigían directamente al sol… Aparte de la basura espacial, los casi 3.000 satélites en activo se alejaban irremediablemente de la Tierra. Meteorológicos, de navegación, de comunicaciones… En apenas unas horas cualquier indicio de su existencia se había extinguido. Los dispositivos GPS dejaron de funcionar, la telefonía móvil, televisión, Internet, incluso las centrales eléctricas comenzaron a tener problemas de eficiencia en el abastecimiento de las ciudades… En sólo unos días el caos reinó en todos los países del mundo. - El éxito de la primera andanada nos dará la respuesta. Señor presidente tenga esperanza, si lo logramos hace sesenta y siete años, con la vieja Enola15 y su Little Boy16, con la tecnología actual, aún sin el apoyo satelital, debería ser un paseo por el parque. - Disculpe que no comparta su optimismo General ¿El margen será suficiente una vez terminada la evacuación? - Señor presidente la operación EXODO no es viable. El despliegue de efectivos norteamericanos en ambas zonas sería insuficiente. Y la plaga… No podemos asegurar un entorno seguro para nuestros hombres. La previsión de bajas civiles sería del 65%,

la de bajas militares del 100%. - ¿Vamos a quedarnos de brazos Cruzados? ¿Es que la nación no ha sufrido ya demasiado? La evacuación no puede ser algo discutible. - Si nos quedamos al margen el porcentaje de pérdidas militares desciende al cero por ciento. No hay nada que podamos hacer señor, créame, ya no. - ¿Y qué pasará con el resto de supervivientes? ¡Por el amor de Dios son compatriotas! – La respuesta fue contundente. - No habrá “resto” señor. Es la única forma, un sacrificio tan necesario como imposible de evitar. - ¿Y si provocamos otro Japón…? Hemos ido demasiado lejos. Según los textos, una vez rotos los siete sellos, siete puertas se abrirían volcando el contenido de las entrañas del infierno en la faz de la Tierra. Como suele pasar, la realidad superó con creces a la ficción. La primera de las profundas simas que horadaron el planeta hasta el abismo, se tragó en apenas segundos la totalidad de la ciudad del Vaticano. No hubo ningún indicio de lo que estaba a punto de suceder, ni quedaron supervivientes que pudieran describir como resonaron en la plaza de San Pedro los primeros crujidos de la cúpula de la basílica cuando

los cimientos comenzaron a ceder en el vacío. La puerta de Roma medía 0,5 Km2 de diámetro, algo más que la extensión completa del micro estado. La segunda sima se tragó la ciudad mongola de Arvaikheer y a sus casi 30.000 habitantes. La puerta de Mongolia medía algo más de 3 Km2 de diámetro. La tercera sima se abrió en el centro del continente negro, con 3 Km2 de diámetro, 720.000 personas murieron sepultadas por los escombros o simplemente desaparecieron en las profundidades de la puerta de África. El 3 de diciembre de 1984 la fuga de 45 toneladas de isocianato de metilo en una fábrica de pesticidas en la ciudad de Bhopal, provocó una nube toxica que mató aproximadamente a 20.000 personas, llegando a afectar en mayor o menor medida a más de 600.000. Cuando la sima la sumió en las profundidades del averno, el censo de la población ascendía a unos dos millones de habitantes. La puerta de India medía algo más de 500 Km2 de diámetro. Cuando la puerta de Japón se abrió destruyendo la ciudad de Maebashi y aniquilando a sus casi 350.000 habitantes. El emperador Akihito activó el protocolo zeppitsu17.

Cuatro aviones de transporte STOL18, Kawasaki C1 Asuka19, un modelo experimental propulsado por cuatro motores turbofán20. Se dirigieron al centro de la isla de Hokkaido, a la ciudad de Yamagata, a Kioto y a la isla de Kyushu, respectivamente, cargados cada uno de ellos con la denominada bomba Seppuku21, una variante de la bomba de hidrógeno rusa conocida como bomba del Zar22 sólo que diez veces más potente. En total dos mil megatones de potencia destructiva que pilotos kamikazes hicieron detonar en sus objetivos matemáticamente calculados para hacer desaparecer por completo el archipiélago de Japón. Lo que no calcularon fue que la onda expansiva alcanzaría de tal manera a las fosas oceánicas cercanas, que el anillo de fuego del pacífico23 se vería seriamente afectado, provocando gigantescos tsunamis y violentos terremotos que arrasaron gran parte del planeta. La costa este de Rusia y China, ambas coreas desaparecieron bajos las aguas, al igual que Indonesia, las Filipinas y Nueva Zelanda. La costa oeste de Alaska, Canadá y los Estados Unidos, los estados de Washington, Oregón y California quedaron completamente destruidos y anegados. Méjico y toda América central se escindieron del resto del continente sucumbiendo bajo las gélidas aguas del océano. Colombia, Ecuador, Perú, Chile… Todo el

litoral oeste de Sudamérica quedó devastado. - No mate al mensajero señor, nosotros sólo lo vimos venir. – El General Abrahán Smith, presentía que aquella afirmación no era del todo cierta, sin embargo su nivel de seguridad no le permitía conocer demasiados detalles acerca de los antecedentes de la misión. El presidente, por el contrario, estaba completamente seguro de la falsedad de sus palabras, sin embargo, ambos miraron hacia otro lado en el interior de sus consciencias, en aquel resquicio que usa el ser humano para lapidar los remordimientos. - ¿Las embajadas? - Vacías desde las siete en punto, hora local, Estados Unidos cuida de los suyos señor. - Está bien General, el código de verificación es: Omega, Bravo, 3, 1, 4, Ícaro. - Confirmado. Que Dios nos perdone señor. - Ya veremos. Tras colgar el teléfono, el Presidente Obama se quedó absorto mirando la alfombra que regía el centro del despacho oval. El águila miraba impasible la rama de olivo que sujetaba en su garra izquierda. Sin quererlo una leve sonrisa se le dibujó en el rostro, aquellos eran los mayores tiempos de guerra que el

ser humano jamás habría podido imaginar, sin embargo el animal seguía ignorando el puñado de flechas que sostenía su garra derecha. Arrugó ligeramente el entrecejo al intentar penetrar más hondamente en su memoria pero fue incapaz de recordar dónde había leído aquella estupidez, ¿quién iba a perder el tiempo, en pleno conflicto bélico, para cambiar algo tan absurdo como la alfombra del despacho oval? Al menos eso pensaba entonces y no tuvo valor para preguntarlo cuando tomó posesión del cargo. Desde uno de los sofás, al otro lado del Resolute, el doctor Reuel, lo escrutaba intentando adivinar el significado de toda aquella jerga militar… - Todo ha sido inútil John, dentro de unas horas devastarán las dos primeras zonas en un perímetro de cien kilómetros a la redonda. - No estoy seguro de que eso sea suficiente. - Por el bien de la humanidad, espero que sí. El rostro del doctor John Reuel perdió todo indicio de color, era como mirar una de esas películas antiguas en las que después de cada escena un letrero indicaba lo que acababan de decir o pensar los protagonistas, en este caso, en el letrero podría leerse: “¿Qué hemos hecho?”. Justo diez meses atrás, cuando el Vaticano cedió los manuscritos, hasta entonces secretos, hallados en Qumran, los pocos

elegidos de la comunidad científica de todo el mundo estaban exultantes, por fin la iglesia había perdido la batalla, había tenido que humillarse ante la ciencia. El entusiasmo fanático del equipo elegido para comenzar las investigaciones fue demoledor. En un principio, muchos de ellos se rieron de los supersticiosos miedos del nuevo Papa… No duró demasiado. Dos semanas de trabajo bastaron para que ese mismo miedo invadiera hasta el más insignificante de los rincones de las oficinas que mantenían aislado el laboratorio de investigación de lo que pasó a denominarse: “Proyecto Hades” y a todos los eruditos que trabajaban en él. Los primeros textos, aquellos pertenecientes a lo que denominaban “El legado de Caín” parecieron simples complementos folklóricos del Génesis. Sin embargo, lo que descubrieron en las epístolas hizo temblar todas y cada una de las creencias de los quince científicos que formaban el equipo. El doctor Reuel, jefe del proyecto, fue el primero en creer, incluso antes de que las pruebas del carbono 14 confirmaran, o al menos no desmintieran, lo que todos pensaban… Cuando Barack Obama, , se reunió en secreto con Reuel – por primera vez – sólo habían pasado dos meses desde que comenzaran las investigaciones

instadas por Juan Pablo III. La sencillez con la que todo lo que el doctor le mostraba, se abría paso en su cerebro sin el más ínfimo de los indicios posibles de duda – le creyó desde la primera palabra – fue el hecho que más le llenó de temor. Ya entonces se había perdido toda esperanza de poder detener lo inevitable, pero era deber de la nación más poderosa del mundo hacer lo imposible por salvaguardar lo que quedara de la vida en la tierra, a cualquier precio… - Barack, una sola de esas bestias acabó con todo el equipo de científicos y con los militares que debían protegernos… No dejó de sonreír durante los minutos que le llevó desmembrarlos a todos… Y ni siquiera sabemos qué fue lo que lo detuvo. Descargaron decenas de armas sobre él, fuego, incluso la doctora Meyer volcó un matraz de ácido clorhídrico sobre su rostro, iba dejando pedazos de su cuerpo a su paso, pero no se detuvo hasta al final. - John, estamos hablando de una bomba nuc… - No era su cuerpo, no lo era, ¿has olvidado los videos de las cámaras de seguridad? Oficialmente deshonramos al teniente Laguerta, como artífice demente de lo ocurrido, pero él sólo fue el anfitrión de aquella cosa… Hay otras cinco puertas como estas, recuerda que son siete sellos los que deben romperse y sólo sabemos o mejor dicho, creemos saber, la

situación de cuatro de ellos, de los cuales sólo los dos que vais a bombardear están confirmados. Nada de lo que tenemos será suficiente, estamos hablando de… - Hablé con Darío días antes de su muerte, me dijo que temía por la salvación del mundo, creí que iba a darme la típica charla por la paz y el desarme mundial, pero lo que me dijo… John, traicionamos su confianza, pidieron nuestra ayuda cuando perdieron la fe en sus oraciones, no imagino lo duro que tuvo que ser eso para la élite de la iglesia católica, y nosotros nos limitamos a hacer lo que siempre hacemos, intentar sacar tajada… - Me recuerda a la historia de Moisés, los que dudaron no vieron la tierra prometida. - Siento disentir John, pero no creo que un edén de leche y miel sea el destino que nos aguarda ¿Crees que Él nos ayudará? - Ahora que estamos seguros de en qué debemos creer, no sé qué podemos pensar. Puede que todo esto sea parte de su gran plan o puede que nos esté volviendo la espalda, ¿una prueba de fe? ¿Cómo coño vamos a saberlo? El doctor Reuel, de 64 años de edad, dijo su primera palabra mal sonante, a los 32, cuando nació su primogénita, Alma. La frase completa fue: “…es un

jodido milagro…”. A lo largo de su vida la repitió dos veces más, William y Ángela. Hasta aquella última semana, nunca había vuelto a hablar como un camionero, según decía su padre. Sin embargo ahora sentía una especie de alivio cuando las escuchaba salir de entre sus labios. La línea privada del despacho del Presidente volvió a sonar, ambos se sobresaltaron al comprobar que pasaban un par de minutos de las cinco de la tarde. - ¿Señor Presidente? - Identifíquese. - Cabo primero Ethan O’Kean. - ¿Dónde está el General Moore? - Señor Presidente el General Moore está…, está… - Conteste hijo, ¿qué es lo que ocurre? - Está muerto señor, todos están muertos, no, no ha habido supervivientes… Las bases en Little Rock y Santa María han sido devastadas, de hecho… Señor Presidente, Brasil ya no existe y los estados de Misisipi y Alabama han sido arrasados en su totalidad a partir de la zona de impacto Beta… - Pero… ¿Cómo…? - Señor Presidente, las operaciones de contención “Baluarte 1” y “Baluarte 2”, han fracasado, las puertas siguen abiertas… Y ellos están aquí, por todas partes.

- ¿Qué ocurre Barak? ¿Han logrado cerrar alguna? ¡Dime algo por el amor de Dios! Pero el presidente de los Estados Unidos, el hombre más importante del primer mundo y uno de sus mejores amigos, ya no estaba allí… Si las paredes del despacho oval hablasen, contarían mil historias, a cual más increíble, pero ninguna tan cruenta y horrible como aquella en la que el último mandatario de la casa blanca se lanzaba contra su médico personal y le destrozaba la cabeza a golpes y dentelladas…

TERCERA PARTE “LUZ”

65 - ¿Piensas levantarte antes del mediodía o voy a tener que ir yo? – Su voz llegaba amplificada por el hueco de la escalera, pero la subida al segundo piso no había menguado en absoluto el tono de amenaza, ni siquiera al ir mecida por el dulce silbido de los Guns y su “Patience”, algo que Sara había perdido definitivamente con él, debía estar escuchando uno de sus viejos recopilatorios con el portátil en la cocina – Como no te levantes ahora mismo no volveré a hacerte esas cosas que tanto te gustan… - Martín saltó de la cama, olvidando por un momento las terribles migrañas que se habían instalado en su cabeza con un contrato de alquiler aparentemente perpetuo, buscó por el suelo sus zuecos de goma, las mejores zapatillas que había tenido desde hacía años, claro que él las utilizaba para todo, menos para ir a trabajar, gracias a Dios. A punto de tirarse al suelo para mirar debajo de la cama recordó haberlos dejado en el cuarto de baño; aprovechó para la meadita matutina y una vez todo en su sitio bajó las escaleras con cara de fingida ofensa. Sara estaba en la cocina preparando tortitas. - ¡Eh qué novedad!, ¿mi amante esposa

preparando tortitas? – En ese instante Sara intentaba dar la vuelta a una, lanzándola al aire, pero esta fue a parar directamente sobre la mesa del office – Bueno o más bien lo intenta. - ¿Por qué no te vas un poquito a la mier…? – No terminó la frase porque Martín la besó mientras le quitaba la sartén de la mano. - Anda y deja a los profesionales. - Recuerda eso de profesionales cuando toque recoger el desastre que seguro que montas y lávate los dientes antes de besarme por las mañanas. - ¿Cuántas veces tengo que decirte que los que recogen son los pinches y yo soy chef? – Esto último lo dijo lanzando una nueva tortita al aire para darle la vuelta, sólo media terminó dentro de la sartén, la otra mitad fue a parar al suelo de la cocina… - Yo diría “MEDIO CHEF”. – Los dos rompieron en carcajadas. – ¿Sabes lo peor de todo? Que aunque el resto de las tortitas acaben en el plato no podré probar ninguna de ellas. - ¿Otra vez a dieta? ¿Qué quieres perder ahora, la cabeza? - No, tonto, no estoy a dieta, estoy muerta… Y como no despiertes pronto y sigas soñando conmigo, estando despierto, el que perderá

la cabeza serás tú. ¡Despierta, algo va mal! ¡Vamos! - ¡Vamos Martín joder! Vuelve en ti de una puta vez – Alcides lo sacudió con fuerza hasta hacerlo reaccionar. - ¿Qué está pasando por qué…? – Su amigo no le dejó terminar. - Estabas ido otra vez, joder. Es Frank, Franky se ha tirado desde la torre…Al final lo ha hecho, ha saltado, está ahí fuera destrozado frente a la puerta de la casa, el muy hijo de puta podía haberse tirado al huerto, pero supongo que quería asegurarse de que la tierra no amortiguara su caída y ahora lo tenemos de puta alfombra roja… - Lola no debe verlo, en su estado no es lo más aconsejable, avisa a Carlos… – su cerebro intentaba frenético, procesar la información que se arrastraba por el lodo del pesado despertar. - Carlos ya lo sabe, se dirigía al campanario a relevarle cuando lo vio caer a través de una de las aspilleras de la torre, bueno vio una sombra que caía, el resto lo dedujo cuando escuchó el choque contra el suelo. Está ahora con Lola. - ¿Y los demás? - Aún duermen. - Dile a Carlos que no deje que nadie salga o se asome afuera, al menos hasta que lo

enterremos. Les llevó más de una hora recoger todos los restos del bueno de Frank. Alcides decidió cavar la fosa junto a su pequeño rincón del huerto, así le gustaba llamar a su plantación de maría. - A él le gustaba fumarse uno de vez en cuando, es el ciclo de la vida, ahora él volverá a la tierra y… - Vete al carajo con esa mierda del “Hakuna Matata”, ¿vale? No va a salir un jodido árbol de ahí, a lo sumo, si escarbas en un par de días sacaras gusanos, he ahí el legado de Frank a tu puta madre naturaleza. “Quia pulvis es, et in pulverem reverteris”, y no hay nada más… - ¿Cuándo te volviste tan retorcido? Era Frank, nuestro amigo Frank, fue el chofer de tu boda, ¿es que lo has olvidado? - No importa si lo he olvidado o no, porque el pasado ya no importa un carajo, ahora nada importa… Salvo nosotros y Frank nos ha traicionado, nos traicionó cuando eligió su libertad dejando a un lado la seguridad del grupo, ¿y si Carlos no hubiera salido a relevarlo temprano? ¿Qué habría pasado si una de esas cosas…? – En aquel instante quiso poder

matarlo de nuevo él mismo, con sus propias manos… – Se ha otorgado un derecho que no le pertenece, saltar en busca del frío suelo para no tener que vivir este infierno… ¿Por qué él? ¿Quién le concedió la libertad que todos nos merecemos? – Estúpido, estúpido Frank… Estaban juntos desde que todo comenzó, él, Alcides, Carlos y Lola, sobrevivieron a las primeras oleadas, llegaron juntos a la iglesia que ahora les servía de refugio, hicieron lo imposible por convertirla en un lugar seguro y “acogedor”, lo duro había pasado… O quizás no, quizás para Franky lo duro de verdad era el día a día, monótono y vacío, lleno de desesperanza y miedo, quizá lo que verdaderamente provocaba ira en Martín era que él no tenía la valentía de decir basta, se acabó, es hora de descansar… – No es justo, aunque nada lo es en toda esta mierda imposible. - No esperaba que lloraras, pero… - No me vengas con mariconadas Al, sabes igual que yo que tengo razón, hay que tener la mente fri… - Alcides no le dejó terminar. - ¿Has vuelto a verla verdad? – Martín no contestó – Cada vez son más largos y frecuentes, empiezo a preocuparme. - Yo no, llevo sin dormir semanas, no espero que entiendas lo que supone, sólo en esos

breves instantes en los que por segundos puedo volver a escuchar su voz, mi cuerpo encuentra la paz y el descanso, no necesito nada más. - Te equivocas, necesitas mucho y cada vez más, es tu puta adicción. - Tú endientes de eso ¿verdad? - Voy a perdonarte el golpe bajo porque soy consciente de que estás muy jodido, pero sabes que no me lo merezco, no soy un yonki. Fumo maría, total y completamente natural, sólo cojo lo que la madre tierra me da… Pero tu cuelgue, ese no es natural, terminarás por no poder despertar, y no estarás vivo, pero tampoco muerto, parecerás una de esas cosas, sólo que tú no querrás devorarlo todo, te bastará con los recuerdos de una vida que hace mucho tiempo que murió, cayó en una gigantesca grieta… Y entonces, lentamente y sin darte cuenta, morirás de hambre y serás igual de hijo de puta que el pobre de Frank, porque nos habrás abandonado. Martín fueron ellas las que murieron, no tú, acéptalo. - Sé perfectamente que fueron mi mujer y mi hija nonata las que se precipitaron al vacío. Sé que están muertas, pero también sé que cantar, sonreír y todo lo que se te ocurra, no me las va a devolver, no me culpes por ser lo que soy… ¿Alguna vez te has metido una jodida babosa por el culo?

- ¿Pero qué coño de preg…? – Martín no lo dejó terminar. - Es total y completamente natural, un regalo que la madre tierra te da. - Serás cabrón, vete a tomar por culo. - Búscate tú una buena babosa – No hubo risas, simplemente ambos guardaron silencio y continuaron con la agria tarea. Mientras Alcides permanecía impasible pendiente del más mínimo movimiento, Martín cavaba la fosa y viceversa, así estuvieron varias horas en los jardines de chumberas, que había delante del pórtico principal del templo, al otro lado del muro de sillares. Cuando el nicho fue lo bastante profundo para que las alimañas no lo pudieran desenterrar, depositaron el cuerpo en el fondo y entre los dos lo cubrieron de tierra hasta dejar un pequeño montículo sobre él. - ¿Vas a decir alguna cosa? – Alcides preguntaba sabiendo de sobra lo que Martín contestaría. - Ya hemos dicho demasiado – Fue bastante tajante. No habría cruces, ni lápidas, nada. Y pronto las malas hierbas harían desaparecer la tumba, como había pasado ya antes con las demás.

66 Después de lavarse y coger algunas cosas (armas, sobre todo) Martín anunció que iba a hacer una incursión en busca de “suministros”. Una simple mirada indicó a Alcides que esta vez quería ir solo. De mala gana Al dejó que su amigo se marchara. Martín no expresaba sus sentimientos como los demás, no se desahogaba dejando surgir la lágrima fácil, ni le servían de nada los hombros en los que apoyarse, él necesitaba dejar salir el fuego que lo corroía, y esto normalmente provocaba destrucción. El bronco rugido del forzado motor de una BMW K1300R abría en canal la calle principal que dividía Osuna en dos hemisferios, cruzándola de sur a norte. En poco más de un minuto Martín salía del pueblo a toda velocidad, dirección Écija, lo último que dejó atrás fue el concesionario abandonado del que sacaran aquella moto meses atrás. Fue la última vez que salieron todos juntos en una misión, Al, Manu, Frank y él mismo, los cuatro jinetes del Apocalipsis, como le gustaba llamarlos a Lola, incluso les había puesto sobrenombres, sólo que por su dulce humor irónico, los jinetes recibieron nombre de caballos:

Alcides y Martín, Janto y Balio24, los magníficos caballos inmortales de Aquiles, ambos eran inseparables, moreno y rubio, igual que Al y Martín, nada podría detenerlos, infatigables seguirían adelante hasta la muerte, Frank era Genitor25, el caballo de Julio Cesar, lo cierto es que le puso el nombre por sus manos enormes y Manu, Othar26, el terrible caballo de Atila, tranquilo y pusilánime como una amapola mecida por el céfiro de la mañana, pero cuando el viento agitaba sus convicciones… esa fue la última vez que dejó de crecer la hierba a su paso. Iba a ser sencillo, a Frank se le ocurrió que la mejor forma de desplazarse rápido y eficazmente por una población devastada, serían motos. Les resultó divertida la idea de poder “comprar” BMWs para todos, “Yo invito” dijo Alcides animadamente cuando ya todos tenían claro el plan. El polígono no estaba demasiado lejos de la iglesia, así que podrían ir andando hasta allí, siempre amparados por las sombras de la noche. Los monstruos eran implacables pero, por suerte, no veían en la oscuridad. Una vez llegaran al concesionario de la BMW, forzarían la entrada de atrás, evitando hacer el menor ruido e intentarían sacar los vehículos sin necesidad de arrancarlos, al menos todo el tiempo que les fuera posible. Si el peso no lo hacía posible, conducirían

hasta las inmediaciones de la Colegiata, terminando el camino en punto muerto… Pero como en tantas y tantas otras cosas, la teoría fue mucho más sencilla que la práctica. Aunque consiguieron llegar a la nave de exposiciones, cuando Manu terminó de forzar la cerradura, una cáscara con mono de mecánico, que esperaba hambrienta tras ella, se abalanzó sobre él y le destrozó la arteria carótida a mordiscos... Murió, antes incluso de que su cuerpo tocara el suelo… Ninguno de ellos se había parado a pensar que dentro del concesionario pudiera haber monstruos y menos aún que estuvieran esperándoles. Los demás pudieron salvarse gracias a que Martín usó una de las motos para llamar la atención de las cáscaras que comenzaron a llegar atraídas por los gritos… Recordaba vagamente que allí había una armería bastante completa en temas de cacería y réplicas reales. Si la cosa estaba igual de tranquila, en poco más de una hora estaría de vuelta con todo lo que necesitaba, esperaba no encontrarlo todo saqueado… Quizá con el estado de la carretera el viaje duraría un poco más de lo previsto, el asfalto estaba completamente agrietado e infinidad de plantas se apoderaban poco a poco de él.

Pasados treinta minutos llegó a la primera rotonda justo a la entrada del pueblo y giró a la derecha acelerando de nuevo la moto a través del ancho bulevar, quizá no fuera la ruta más directa pero Martín prefería grandes espacios abiertos donde poder ver con bastante antelación si alguien o algo se acercaba, pasó otra rotonda y siguió recto, a su paso todo estaba vacío, era la palabra que mejor lo definía, hacía semanas que no veían cáscaras y menos aún supervivientes, comenzaba a pensar que ya sólo quedaban ellos. En la siguiente rotonda giró a la izquierda, anchas y largas calles se concatenaban prácticamente en línea recta, tan sólo al final podría complicarse un poco el tema si se encontraba con alguna de aquellas cosas… Cuando llegó a la zona centro de Écija, todo era quietud, el seno de unos cuarenta mil habitantes era ahora un pueblo fantasma. El eco del motor rebotaba en las paredes como un trueno perdido buscando su tormenta, ni siquiera el viento se deslizaba por las secas arterias de aquel maldito lugar… Las puertas de la armería estaban abiertas de par en par y el escaparate lo surcaba una fea cicatriz que lo dividía en dos. No llegaba a ser un callejón pero era demasiado estrecho para el gusto de Martín, decidió

darse prisa en entrar y cerró la puerta sin bloquearla por si tenía que salir cagando leches. Revisó los estantes paseando la mirada con impaciencia, tomó de uno de los percheros de la entrada un par de petates militares, uno lo colocó sobre el mostrador y el otro en el suelo apoyado en la vitrina de los cuchillos que había en la parte izquierda de la tienda, en éste comenzó a meter un par de machetes largos, y cuchillos de monte, serían ideales para completar las mochilas de supervivencia. También había réplicas reales de espadas y armas de cine, seleccionó dos catanas y una espada espartana con su funda de piel, auténtica según la oferta, esas cosas importaban mucho antes cuando todo iba bien, qué absurdo. Encima de la puerta de entrada había colgado un arco de caza Bear Carnage a un lado y una ballesta Barnett Ghost 400 al otro, se sacó por la cabeza el improvisado arco que él mismo había construido con unos esquís y la pata de una silla y lo dejó en el suelo, ya no lo necesitaría, ambas armas magníficas fueron al petate junto a las espadas, entonces algo captó su atención en el fondo de la tienda, un movimiento, el sonido del roce de la tela, apoyó el morro de la ballesta en el suelo y tiró de la cuerda hasta su punto máximo de tensión, montó una de las flechas que había en el carcaj G5 Mag-Loc adosado al arma y se

encaminó cauto apuntando hacía la oscuridad. La puerta del almacén estaba entreabierta y algo hacía que se moviera torpemente como si una brisa invisible hiciera ceder las gastadas bisagras, ¿por qué tenían que pasar esas cosas en situaciones así? Martín miró al suelo y se sobresaltó al ver una mano huesuda y llena de pústulas que parecía intentar abrir la pesada hoja de madera sin demasiado éxito. De forma automática, sacó una mascarilla de uno de los bolsillos del pantalón y se la puso, luego acercó la punta de la flecha a la rendija de la puerta y la empujó lentamente hasta abrirla del todo, contempló en silencio la penosa escena que se dibujaba ante él en la penumbra… Alguien había clavado al suelo de parqué usando una lanza de caza a una de las cáscaras. No sabía cuánto tiempo llevaría allí, pero aquella aberración que alguna vez fue el padre o el hermano de alguien, se había desgarrado la ropa y arrancado la carne de los muslos hasta el hueso y el abdomen hasta desparramar las entrañas, que ahora sólo eran un conglomerado negruzco y seco que lo mantenía más pegado al suelo que la propia pica. Debía ser zurdo, sólo en el brazo izquierdo se podían ver ligamentos y hueso… El simple hecho de saber que un alma condenada le había poseído desligando el vínculo natural del cuerpo con su propio espíritu, pero

que era incapaz de controlar más que los instintos primarios de su huésped, ya era suficiente para sentir repulsión, pero el verlo así… Martín observó como el monstruo lo miraba, sus ojos estaban vacíos, percibió quizá un atisbo de miedo, una súplica… siguió mirándolo un par de minutos más, sin sentir nada. En una silla cerca de la puerta había una chaqueta que Martín dejó caer sobre aquel deshecho para después revisar el almacén en el que se encontraba. Cogió algunos paquetes de tubos de carbono y aluminio carbono, la madera estaba bien pero puestos a elegir… Seleccionó las plumas para que fueran del calibre adecuado y se tomó su tiempo en elegir las puntas. Le gustaba la soledad, la necesitaba con la misma ansiedad que un alcohólico su primera copa de la mañana, tomó varias cajas de las G5 MONTEC y otras tantas de las NAP BLOOD RUNNER… Llevó todas las cosas al petate del mostrador y algunas otras que fue recogiendo de aquí y allá. Aseguró la bolsa más pesada a la parte trasera de la moto y colgándose la otra un grito desgarrador le sobresaltó, provenía del almacén. De nuevo ballesta en mano corrió hacía el fondo de la tienda y entró de súbito esquivando la cáscara en el último momento, cuando un nuevo alarido le heló la sangre, era esa cosa, los deshechos humanos que se pudrían en el suelo,

apartó de una patada el sudario improvisado, la criatura se retorcía intentando despegar lo que quedaba de su cuerpo de la madera del suelo, miraba a su alrededor con ojos desorbitados, literalmente, abrió la desdentada boca y volvió a gritar, pero esta vez se distinguieron algunas palabras: - ¡DE BO IR! ¡MELLAMAAA! ¡ELLOSVIE NEN! ¡appropinquavit finis! De forma inmediata una súbita ola de calor invadió la habitación, la camisa de Martín se le pego húmeda al cuerpo, el aire se hizo pesado de respirar y una neblina transparente que enturbiaba la vista como cuando miras a través del fuego, se apoderó de todo. No había tiempo que perder, una oleada se acercaba… Martín salió corriendo de la tienda, se cruzó la correa de la ballesta por el pecho y se subió a la moto. En cuestión de segundos estaba deshaciendo a toda velocidad el camino que le trajera hasta allí. Escuchaba a sus espaldas los gemidos, y aullidos, la ciudad parecía haber despertado en una pesadilla. Al salir al bulevar pudo verlos a lo lejos y por primera vez desde que Sara muriera, Martín sintió miedo, un miedo profundo y primitivo que le caló hasta los

huesos. La criatura que había a la vanguardia de la horda medía más de tres metros de altura, su complexión era normal, como si aquella desmesurada estatura no se debiera a ningún tipo de trastorno, lo que era imposible de tratarse de un ser humano. Martín bajó de la moto y se acercó en silencio ocultándose entre los coches que sembraban la gran avenida. Lo que en un principio le había parecido un extraño uniforme desde la lejanía, ahora se presentaba ante él como la abominación que era realmente, aquella cosa estaba completamente desnuda, jirones de su propia piel a medio desollar le hacían las veces de extraños ropajes. La piel del torso, desde los hombros a la cintura colgaba dejando al descubierto los músculos, el cuero cabelludo permanecía intacto aunque también la piel de su rostro y cuello había sido arrancada. Su largo cabello endrino como ala de cuervo enmarcaba las rojas y sanguinolentas facciones en carne viva. También faltaba la piel de los muslos hasta las pantorrillas cayendo parte de ésta hacia delante como el dobladillo de una bota antigua, caminaba descalzo. La piel hacía el mismo efecto en sus brazos simulando unos guantes, largas y curvadas garras negras coronaban cada uno de sus dedos. En ese instante la sublime criatura se dio la vuelta,

parecía estar buscando en la distancia y fue cuando Martín pudo distinguir las horribles cicatrices que cruzaban su espalda, dos largas heridas simétricas que se perdían bajo su melena. Pensó que aquella cosa definitivamente no era humana, pero se negaba a considerar la terrible verdad sobre su identidad. Todo parecía girar en torno a su temible figura. Centenares de cáscaras, entre las que le pareció distinguir algunos animales, como perros salvajes, lobos e incluso jabalíes y algunas cosas que se arrastraban y no fue capaz de identificar… La locura se había apoderado del mundo y aquella era una muestra de sus más terribles delirios. Conforme avanzaban se iban distribuyendo, sin mermar en volumen, por las calles adyacentes y los portales, no dejando ni un centímetro sin arrasar, fue cuando comenzaron los gritos… Martín contempló con espanto como sacaban uno a uno a los supervivientes que encontraban y allí mismo, frente a su brutal lugarteniente, eran masacrados, desmembrados de forma atroz y dejados atrás como simples manchas sanguinolentas de un atropello. La sensación era la de estar viendo un enjambre de abejas silenciosas, una masa compacta formada por miles de cuerpos que, aunque mantenían la formación, se movían de forma frenética dentro de los límites invisibles que parecían

mantenerlos confinados… Era turbador ver aquel ejército y no percibir sonido humano alguno, salvo los gritos de sus víctimas. Si aquella cosa enorme daba las órdenes no lo hacía verbalmente. Como hormigas al hormiguero no dejaban de llegar más y más cáscaras. Desde su escondite Martín podía ver perfectamente como la sangre les resbalaba por la barbilla y manchaba sus manos horribles como zarpas, estaba claro que habían cumplido cuales fueran los terribles mandatos que les habían dado… Un enorme estallido de cristales rotos resonó sobre su cabeza, por instinto se tiró al suelo tras el coche y se arrastró debajo para evitar la lluvia mortal que se precipitaba sobre él. En el instante de volver la cabeza y pegar la cara al asfalto, vio como una mujer se estrellaba contra la acera justo en el mismo lugar que él había ocupado segundos antes, por un momento ambos se miraron, en el último estertor ella parpadeó y le sonrió. Aquel gesto le acompañaría siempre, ¿por qué lo había hecho? ¿Se alegraba de ver a otro ser humano en su último aliento de vida? ¿Era un gesto de esperanza porque al menos alguien podría escapar de aquella purga? Comenzaba a salir de entre las ruedas cuando la puerta del edificio que había junto al coche se abrió y aparecieron tres de aquellas cosas que no lo vieron por pura casualidad,

estaban más pendientes de lo que uno de ellos llevaba sujeto torpemente entre sus manos. El mundo entero implosionó dentro de la cabeza de Martín, el asqueroso monstruo medio podrido acarreaba un niño, un niño pequeño de apenas dos años, que se retorcía y lloraba entre las ensangrentadas garras de su captor. Un violento impulso recorrió su cuerpo y quiso lanzarse sobre ellos, pero aún no estaba del todo fuera del coche y sólo consiguió golpearse fuertemente la parte baja de la espalda y caer contra el suelo, manchando su cara con la sangre de la que pensó sería la madre del crío, entonces la realidad se presentó delante de sus narices con la crueldad de algo inevitable, no podía hacer nada, no lograría arrebatarles al pequeño, no podría correr lo suficientemente rápido hacia la moto, no podría huir con vida… Se limitó a quedarse quieto y ver cómo se alejaban. Si aquella “limpieza” continuaba en la misma dirección, Osuna sería la siguiente y ellos los próximos colores de tendencia para decorar el asfalto… Se arrastró a lo largo de toda la fila de coches lo más rápido que pudo. Tenía que llegar a la moto o no habría posibilidad alguna de escape. Pero no se lo iban a poner tan fácil, le faltaban apenas cien metros para alcanzar su objetivo cuando una docena de ratas

se precipitaron sobre él. Como si estuviera ardiendo, Martín comenzó a revolcarse por el suelo y a darse manotazos para quitárselas de encima, el dolor de los mordiscos de aquellas pequeñas bestias empezaba a ser insoportable. Él mismo se mordió la lengua para no gritar, aún estaba demasiado cerca del ejército infernal y si lo descubrían no podría llegar a tiempo para avisar a los demás. En un último esfuerzo titánico, logró zafarse de todas las alimañas y llegar hasta la moto. Nada más montarse, la giró en redondo a la vez que aceleraba y salió disparado como una bala de cañón sin llegar a percatarse siquiera del olor a goma quemada.

67 Poco a poco el maldito pueblo quedó atrás y el corazón de Martín comenzó a palpitar más despacio, ya no parecía querer salir a dar una vuelta por los alrededores. Tendrían que marcharse, aunque hasta ahora habían tenido suerte, lo que se avecinaba era devastador e inexorable. Pero todo su mundo volvió a ponerse del revés cuando llegando a la altura de las turquillas, una yeguada militar en medio del campo entre ambos pueblos, justo en el ensanche para acceder al camino de tierra que conducía a las instalaciones principales, dos coches que antes no había visto estaban parados justo ante la gran cancela de hierro medio arrancada de los goznes que había impedido antaño el acceso de vehículos no autorizados. Un viejo Land Rover Santana de color beige y un Smart eléctrico rojo. Aminoró la velocidad, el portón trasero abierto del todoterreno mostraba a tres hombres que estaban forzando a una joven muchacha que se retorcía y gritaba como un animal enloquecido. Martín no tuvo mucho que pensar, supuso que el ardor del momento les impidió percatarse de que alguien se acercaba, de todas formas ¿cómo iban a imaginarse encontrar a alguien

con vida? Aparte de a aquella pobre infeliz claro. Descolgó la ballesta de su hombro y con una sola mano esperó unos segundos hasta que el hijo de puta que estaba entre las piernas de la muchacha levantó el cuerpo y entonces le atravesó la garganta en el mismo instante en que detenía la moto junto al Smart que estaba parado tras el todoterreno. Se bajó sacando de la cinturilla trasera del pantalón un viejo revólver de cañón largo que había encontrado Alcides no recordaba dónde, se acercó al vehículo, agarró al que se desangraba con el cuello traspasado de lado a lado, por la parte de atrás de su camiseta y lo sacó del coche dejándolo caer de bruces. Dentro, uno de los dos hombres sujetaba a la chica, mientras el otro se acariciaba la entrepierna de forma repulsiva, Martín levantó el revólver y sin dar tiempo a ruegos y preguntas le disparó directamente en el centro de su entretenimiento agujereando su mano y seccionando casi del todo su miserable virilidad, el salido comenzó a dar gritos de dolor, aprovechando el desconcierto, la muchacha saltó del coche e intentó cubrirse el cuerpo desnudo con lo que aquellos animales habían dejado de su ropa. Una enorme y rizada melena pelirroja le ocultaba parcialmente los senos. El tercero en discordia, comenzó a llorar – sin lágrimas – desconsolado, pidiendo a Martín que no le disparase:

- ¡Por favor amigo, yo no he hecho nada, ni siquiera me he bajado la cremallera, fue Guti, él la vio, vinimos a cazar caballos, hacía semanas que no comíamos carne y entonces ella apareció y nos acercamos y claro nos pidió ayuda y cómo negarnos, era tan guapa! - Martín volvió a amartillar el arma y le apuntó entre los ojos – ¡No por favor No me mates, déjame marchar, por favor, en estos tiempos que corren, no pensamos que hubiera nadie más…! – El disparo resonó dentro del coche como una bomba, cuando el estúpido abrió de nuevo los ojos y comprobó que los sesos desparramados no eran los suyos sino los de su amigo el del cambio de sexo – que había tratado de alcanzar un rifle de caza que había cerca – comenzó a dar las gracias a Martín de todas las formas que su escaso cerebro le permitía pero éste no le escuchó, señalando la carretera en dirección Écija le dijo. - Ponte al volante y no dejes de conducir hasta que llegues al infierno. – El otro que entendió las palabras de Martín como una metáfora sin saber cuán cubiertas de realidad estaban, saltó al asiento del conductor, arrancó el coche y salió a toda velocidad arrojando tierra y grava tras de sí justo en la dirección opuesta. Martín se volvió en busca de la mujer del pelo rojo, tardó unos segundos en localizarla escondida detrás

del Smart, se acercó a ella con paso rápido – ¿Cómo te llamas? - Verónica – dijo su nombre secándose las lágrimas e intentando mantener unidos los jirones de su vestido. - ¿Estás bien? - Ahora supongo que sí. - Debemos irnos lo antes… - Un fuerte tiroteo les pilló de improviso y Martín tuvo el tiempo justo de saltar sobre Verónica e intentar cubrirla con su cuerpo detrás del pequeño utilitario. El Land Rover se había acercado en punto muerto y el tercero en discordia a través de la ventanilla les había disparado con una automática; arrancó de nuevo el coche con un fuerte estruendo y aceleró en dirección, ahora sí, al pueblo de Écija. Martín asomó la cabeza por una de las ventanillas rotas del coche de la muchacha a tiempo de ver como el todoterreno se alejaba dando bandazos. Su rostro se tornó pálido cuando descubrió la moto volcada en el arcén sobre un charco de gasolina y llena de agujeros de bala, no podrían huir a tiempo. Verónica abrió el maletero del pequeño vehículo que les había salvado la vida, y de una maleta a medio cerrar extrajo unos vaqueros y una sudadera que se puso intentando mantener su pecosa piel lejos

de los rayos de sol. - Pensé que el coche estaba abandonado, me detuve a mirar los caballos y entonces ellos aparecieron, intenté escapar pero el estúpido no volvió a arrancar – Golpeó el capó del Smart con impotencia – Fui una tonta, tendría que haber seguido adelante… – Verónica se quejaba sin ningún tipo de emoción en la voz… - No entiendo mucho de mecánica pero creo que la batería está completamente seca – Martín decía esto desde el asiento del conductor, intentando arrancar – ¿De dónde vienes? - De Córdoba… En las grandes ciudades con exceso de población la supervivencia es prácticamente un milagro. He estado escondida en mi piso, sobre una tienda de ultramarinos que quedó cerrada cuando toda esta locura comenzó. Bajaba por el patio de luces cada varios días en busca de comida, pensaba que podría resistir indefinidamente con las latas y demás alimentos que habían almacenados en el bajo de mi edificio, pero entonces esas cosas invadieron el supermercado y mi plan se fue a la mierda. Decidí salir de la capital, en busca de una zona en la que no hubiera monstruos… La joven y delicada profesora, incapaz de alzar la voz más allá de un susurro, acababa de abrir la cabeza de una de

aquellas criaturas monstruosas en las que se habían convertido la mayoría de las personas. Medía medio metro más que yo y debía pesar ciento cincuenta kilos, pero ni lo dudé, ni lo pensé, cogí un trozo de adoquín medio desprendido de la acera y no dejé de golpear la cabeza de aquella mole hasta que dejó de moverse… tanto. Logré subir al coche, debí haberlo recargado antes, pero… Y el resto ya lo sabes. – Volvieron a saltársele las lágrimas sin poder evitarlo, llevándose de forma instintiva las manos al vientre. - ¿Caballos? – Martín no parecía haber escuchado nada de lo que ella le había contado – El cabrón del Land Rover también dijo algo a cerca de caballos, ¿dónde ha… – No necesitó terminar la pregunta, detrás de Verónica, al otro lado del cercado que moría en los postes de ladrillo donde se anclaban las puertas de hierro, un hermoso caballo palomino pasaba trotando… Aún tenían una posibilidad. – Coge tus cosas, sólo lo indispensable y que puedas llevar tú misma, creo que podemos salir de aquí antes de que lleguen. - ¿Antes de que lleguen quiénes? – Preguntó Verónica sobresaltada. - La oleada, la he visto en Écija, buscan supervivientes y los… ejecutan. Creo que están terminando de una vez por todas con la raza humana,

pronto esto no será más que la casa de campo del jodido demonio. Y ahora date prisa. – Martín se acercó a lo que quedaba de su moto y se colgó ambos petates de la espalda. - Creo que eso es demasiado peso ¿no crees? - No voy a dejar nada de esto, de no ser por la necesidad de estas armas, no habría pasado por aquí justo en el momento oportuno y tú ahora estarías muerta o algo peor… Además después de ver lo que se avecina, toda arma será poco. Vámonos ya, debemos salir lo antes posible. – Atravesaron la entrada a la finca y anduvieron en silencio por el sendero hasta llegar al edificio principal, junto al que se levantaban las cuadras y los cercados de entrenamiento, aunque ambos estaban bastante deteriorados, tal y como había imaginado, el grueso de la yeguada se encontraba allí. Martín buscó en las caballerizas hasta encontrar una larga cuerda con la que formó un lazo, se aproximó a los cercados y eligiendo a uno de los ejemplares comenzó a hacer girar la cuerda por encima de su cabeza, en el momento justo lo lanzó y logró envolver el grueso cuello del animal. Con sumo cuidado comenzó a acercarse a él a la vez que iba tensando la cuerda. Tan sólo unos centímetros los separaban cuando empezó a acariciarle el testuz y el

lateral del cuello dándole pequeñas palmadas, cuando consiguió que el increíble animal se relajara, se subió sobre él, éste relinchó y renqueó ligeramente asustado, Martín se agachó sobre el lomo y comenzó a hablarle al oído a la vez que le acariciaba de nuevo, en pocos instantes comenzó a dar pequeñas vueltas alrededor de Verónica que los miraba atónita. - ¿Habías trabajado antes con caballos? - Lo cierto es que es la primera vez que me subo a uno – La joven no pudo evitar que se le abriera la boca de asombro. - Imposible, pero si le has echado el lazo a la primera. - Jugaba mucho a la Wii – A Verónica se le desencajó aún más la mandíbula y Martín por primera vez desde que se encontraran sonrió levemente – Me gustaba el cine del oeste y probé a ver si me salía, un uno por ciento de técnica y un noventa y nueve por ciento de suerte. No creo que vuelva a salirme el truco - Increíble de cualquier forma – aseguró la pelirroja esbozando ella también una pequeña sonrisa. Podía parecer algo sin importancia, pero en aquellos tiempos no había muchas ocasiones para sonreír. Martín pasó los siguientes quince minutos intentado echar el lazo a otro caballo, pero como

suponía, no tuvo tanta suerte así que decidió probar otra cosa, se subió de nuevo al corcel y lentamente se fue acercando al resto de animales hasta que pudo pasar por el cuello del más cercano otra de las cuerdas del cobertizo. - Este deberás montarlo sola, tendremos que galopar algunos kilómetros hasta llegar donde estaremos seguros y los dos en un mismo animal acabaríamos reventándolo. Intenta alcanzarme el petate y la ballesta – Martín había seleccionado algunas armas en una misma bolsa ocultando la otra, por si existía la posibilidad de volver a por ella en otro momento. Ella lo hizo y Martín se colgó ambas cosas como hiciera anteriormente para subir a la moto. - ¿Y el resto de las armas? - Cuando Alcides se entere de que hemos visto caballos se morirá de ganas por venir y entonces las recogeremos. Ahora acércate, pásame tu mochila y luego te la daré una vez que hayas montado – Colocó las escasas pertenencias de Verónica en su regazo y sujetando fuertemente la cuerda con la que mantenía pegado al costado de su propio caballo, hizo ademán de ayudarla, pero ella ya se había subido a su corcel azabache a la manera india, igual que lo hiciera él. – Impresionante, veo que tú también veías a Clint Eastwood. – Le pasó la mochila y ambos hicieron

andar a sus cabalgaduras en dirección a Osuna, acelerando el paso de los animales paulatinamente hasta alcanzar un galope tendido que mantuvieron todo el tiempo que les fue posible sin llegar a poner las vidas de los caballos en peligro.

68 Verónica recordaba haber estado antes en Osuna, cuando era pequeña, pero no fue capaz de evocar el motivo. Cabalgaban juntos pasando al lado del cártel de “Bienvenidos”, según Martín no tardarían mucho en llegar a una calle al final de la que estarían prácticamente en la iglesia. Los caballos marchaban al paso, algo cansados por la carrera. - ¿Cuántas personas hay en el lugar que dices? - Ahora somos cinco, seis si contamos a Codo, el hurón del pequeño Dani. Digo ahora porque en el camino han quedado algunos amigos, la pasada madrugada Frank no aguantó más y nos abandonó… - ¿Y dónde iba a estar mejor? - Saltó desde la torre del campanario, te aseguro que ahora está en un lugar bastante mejor que este. - Lo siento. - No tienes por qué, no lo conocías, de hecho creo que ninguno de nosotros llegó a conocerle, parecía muy afectuoso, pero en el fondo pienso que lo único que hacía era mentirse a sí mismo e intentar vivir una fantasía que no duró demasiado. Tomó su decisión. - ¿Podrías hablarme de los demás? Me gustaría conocerles un poco antes de enfrentarme a sus

curiosas miradas e inevitables preguntas… - Para Lola serás un regalo caído del cielo, está embarazada y creo que estar rodeada de tantos hombres la está volviendo loca… - ¿Embarazada? – Verónica parecía sorprendida de forma sincera – No sé si alegrarme por ella… El fin del mundo está aquí, ¿qué futuro le esperara a ese niño? - El que nosotros podamos arrebatarle a esta locura – Martín contestó con la mirada perdida – Aún no sabemos el sexo del bebé. Por supuesto Alcides quiere que sea niño, para poder revolearlo por los aires y hacerle perrerías, dice que con las niñas se corta más, nunca he visto a Al cortarse por nada ni con nadie pero… Y sólo me queda por mencionar a Carlos, el esposo de Lola. - Alcides, Dani, Lola, Carlos y Martín – Verónica los repitió con un ligero toque de duda en la voz – ¿No me dejo a nadie verdad? - Tan sólo a Codo, pero está siempre tan pegado a Dani, que es como si fuera una extensión de sí mismo. Todos son buenas personas y se alegraran de ver a alguien más con vida, no tienes de qué preocuparte. – A un gesto de Martín ambos entraron en la calle San Cristóbal, calle que los conduciría directamente a la Colegiata. - ¿Puedo pedirte un favor? – A Verónica apenas le

salió un hilo de voz mientras acariciaba nerviosa el cuello del caballo. - No tienes que decir nada más, por lo que a mí respecta te encontré caminando por la orilla de la carretera… - ¿Cómo explicarás lo de la moto? – Verónica quería olvidar lo de aquellos hombres, y una buena forma de conseguirlo era no tener que contar el incidente a sus nuevos amigos. - No tengo que dar explicaciones a nadie. – Diciendo esto azuzó al caballo para que fuera más deprisa y le gritó a su acompañante – Dale brío tortuga… - y volvió a azuzar al animal hasta volver a galopar de nuevo. Verónica soltó una leve risotada y golpeó los flancos del caballo con los talones, provocando que este saliera a galope tendido detrás de Martín.

69 El húmedo calor nocturno hacía que la noche se deslizara pesadamente entre los rincones de la magnífica construcción. El cielo estaba cubierto de estrellas pero sin rastro de la luna menguante que debía estar holgazaneando oculta tras alguna de las pocas nubes que flotaban a lo lejos… Era el turno de guardia de Alcides. Nada había cambiado, tan sólo un par de noches atrás, una de esas cáscaras estúpidas se acercó demasiado a la verja lateral de la iglesia. Carlos se acercó por detrás y le seccionó la columna de un solo tajo, con su cuchillo de monte. Era toda la acción que habían tenido desde la llegada de Verónica, y de eso hacía ya mucho tiempo. No es que a Alcides le gustara especialmente el peligro, pero ahora era todo tan aburrido... Cada día, Martín se iba varias horas al campanario de la iglesia de Ntra. Sra. De la Victoria, era el sitio más alto y cercano a la salida de Écija y vigilaba la posible llegada de los demonios, habían pasado meses y nada se sabía de la hueste ejecutora que viera allí. Recordó cuando llegaron con los caballos, fue amor a primera vista, Verónica era la cosa más bonita

que había visto en su vida. Pero entonces Martín les contó lo de la mesnada infernal y cundió el pánico. Tendrían que irse, salir de allí lo antes posible y sin ningún destino aparente… Al pánico lo sustituyó casi de inmediato la desesperanza. Pero entonces Lola, como casi siempre, apagó los fuegos con la paciencia de una madre que razona con su hijo pequeño para que recoja los juguetes. - Lo mejor es no precipitarse, ¿por qué no cogéis los caballos y volvéis a la turquilla? A modo de avanzadilla. Si esas cosas vienen, desde allí deberían poder verse. Quizá hayan tomado otra ruta, Sevilla o Córdoba serían destinos más atrayentes para los monstruos. Seamos optimistas… – Lola lo era por todos. - Me parece una gran idea. Además creo que nos sería útil tener caballos… - ¿Para qué coño queremos caballos? – A Carlos no le gustaba la idea de que su esposa montara en esas malas bestias estando embarazada. - ¿Has visto las calles? ¿La autovía? Sería mucho más fácil movernos con ellos que con los coches y hacen mucho menos ruido que una moto y no necesitan gasolina – Martín se sorprendió de la paciencia con la que Alcides hablaba. - Beben y comen, ¿lo has olvidado?

- Tenemos agua de sobra y podrán pastar en los campos que hay al otro lado de la universidad. No perdemos nada por intentarlo – Apostilló Martín. - A unas malas, si las cosas se complican, tendremos carne de sobra… - Todos lo pensaban, quizás Lola no, pero sí los demás. Aun así miraron con desaprobación a Alcides, que por breves instantes no supo dónde meterse. Al final siguieron el consejo de Lola y todo quedó en un susto que sirvió para que no bajaran la guardia y adoptaran una espléndida caballada de diez ejemplares. Alcides comenzaba a liarse uno de sus cigarrillos especiales cuando escuchó que alguien subía por las escaleras, decidió esperar, le gustaba fumar sólo para que nadie interrumpiera sus momentos oníricos… La ardiente melena roja de su platónicamente adoraba Verónica, apareció por la entrada en el suelo del campanario. Se recreó con su figura conforme iba apareciendo, llevaba una camiseta de manga corta que apenas le llegaba por debajo del ombligo y un pantalón de chándal de esos de talle bajo que tanto le gustaba vestir y que a Al tan loco le volvían. - Hola Al, es imposible dormir con este calor,

pensé que por aquí arriba correría algo de brisa – No se lo dijo pero Al también pensó en la temperatura nada más verla. - La única brisa que hay, si es que se puede llamar así, es cuando suspiro de aburrimiento. - Entonces tendré que pegarme a ti si quiero sentir algún airecillo – No se creyó que aquellas palabras hubieran salido de su boca, nunca le había entrado a un hombre antes y la verdad es que pensaba que nunca lo haría teniendo en cuenta lo que le había pasado al mundo y lo que ocurrió cuando Martín la encontró… Pero cuando estaba con Al, era como si nada hubiera cambiado, como si todo siguiera como antes, le necesitaba más que a su propia vida. El calor que sentía en las mejillas no tenía nada que ver con el tiempo o el deseo, estaba ruborizada como una quinceañera su primer día de noviazgo. Se volvió para mirar al oscuro horizonte y de paso evitar la mirada de Al. - ¿Sabes qué? Tengo una sorpresa para ti. - ¿Una sorpresa? – Le preguntó ella sin volverse. Alcides sacó un MP3 de la pequeña bandolera que siempre llevaba consigo y un pequeño altavoz con forma de cubo, conectó el reproductor en el puerto correspondiente y seleccionó una de las canciones, sus primeros acordes hicieron que Verónica se

volviera sorprendida. - ¡Dios mío es música! No recuerdo la última vez que escuché música… ¡Es “Bed of roses”! Me encanta Bon Jovi, pero ¿cómo…? - Utilicé uno de los convertidores de tensión y una gasolina que Martín me hará pagar con creces – Alcides hablaba en voz más alta de lo normal, para ser tan pequeños los altavoces sonaban bastante bien. - Pero ¿Bon Jovi? - Eso fue casualidad, no sabía qué te gustaba, las canciones venían con el MP3, lo encontré en las oficinas del centro comercial – No era del todo cierto, pero no tenía intención alguna de explicarle su periplo en busca de la canción perfecta. Por muy romántica que fuera, Verónica no aceptaría que hubiera puesto en peligro su vida por algo así. - No me lo creo, pero definitivamente prefiero no saber cómo los has hecho, me encanta, es perfecto. - Sería perfecto si la escuchásemos sentados en una de las mesas del Currito, degustando su increíble berenjena en salsa de gambas y… - ¿Currito? - Era un bar de aquí del pueblo, el mejor de la comarca. Echo de menos su infinidad de tapas deliciosas…

- Te parecerá una tontería, pero ¿sabes lo que yo echo de menos? – Alcides arqueó una ceja – Echo de menos Doraemon. - ¿Los dibujos? – Al no bajó la ceja. - Me encantaba la idea de tener un gato que pudiera sacar inventos tan maravillosos de su bolsa marsupial. - Si te soy sincero yo me sentía más identificado con Nobita… - ¿Sí? - De pequeño era igual de gilipollas. – Ambos rompieron en carcajadas y después de esto ella se dejó llevar por la canción y comenzó a bailar estirando los brazos por encima de la cabeza y arqueando ligeramente el cuerpo. Alcides observó entusiasmado los hoyuelos al final de su espalda y no pudo evitar que un leve temblor le recorriera la entrepierna. - Tienes el rombo de Michaelis más geométricamente perfecto que he visto jamás. – Verónica dejó de bailar y se giró con cara divertida. - ¿El rombo de qué? – Frunció el entrecejo para dar más énfasis a su pregunta, lo cierto es que Al la pilló desprevenida, aunque flirteaba con él abiertamente, jamás hubiera imaginado que aquel iba a ser su primer piropo. - ¿Has estado fumando verdad?

- Sólo un poco – Mintió Alcides, que hacía rato que había guardado el porro en el bolsillo – Estoy ahora en una de esas fases en las que puedo ver más allá de lo evidente. Pero el rombo existe, para mí es la parte más hermosa de una mujer. El rombo de Michaelis – Repitió de nuevo. - ¿Y cuál es esa parte tan interesante? - Para poder mostrártelo tienes que darte la vuelta. – Dijo Al con tono malicioso. - ¿Cómo voy a ver nada si te vuelvo la espalda? - No te preocupes yo te guiaré. Tienes que girarte y volver a levantar los brazos o confiar en mí. - ¿Estoy demasiado cansada para andar levantando los brazos? Prefiero arriesgarme con la segunda opción – y diciendo esto se dio la vuelta delante de Alcides, que se acercó despacio a ella y comenzó a levantarle lentamente la camiseta por detrás. – Creo que eso no formaba parte del plan – le dijo ella ahogando una sonrisa, mientras intentaba aguantar sin demasiado éxito las cosquillas que él le hacía con el roce de los nudillos por debajo de la ropa. - Tranquila soy completamente inofensivo cuando estoy… Bueno ya sabes “feliz”. Es necesario ya que el rombo está justo aquí – Y le tocó con la yema del dedo índice en uno de los hoyitos del final de la espalda. Ella se estremeció. – Precisamente el rombo

de Michaelis es la figura que en la espalda de las mujeres definen las líneas imaginarias que unen – Y comenzó a dejar resbalar el dedo por la espalda de ella dibujando en la fina capa de sudor que la envolvía – los dos hoyitos lumbares, con el arranque de las nalgas – Vero volvió a estremecerse y esta vez cerró los ojos y dejó escapar un leve suspiro – y el final de la columna vertebral – terminó de dibujar el rombo y volvió a trazarlo de nuevo con el dedo, con mucha más suavidad hasta cerrar el rombo en el hoyuelo de la derecha desde el que dejó escapar la palma de su mano acariciando el costado de ella hasta llegar a su cálido vientre, la otra mano se había deslizado por el lado contrario pero había ascendido entre sus pechos hasta llegar a su rostro el cual volvió ligeramente para poder continuar con los besos que habían comenzado en la nuca a la vez que la abrazaba. Verónica se dejaba hacer… La mano del vientre se deslizo debajo del pantalón, ella entreabrió levemente las piernas y gimió de forma casi imperceptible, por su parte la mano del rostro comenzó a acariciar los senos de la muchacha… - Creo que voy a besar cada una de tus pecas… dos veces. - Tengo una mala noticia – Comenzó a decir ella entre suspiros – no nos queda tanto tiempo… El

mundo se acaba, ¿no te lo había dicho nadie? - Lo haré rápido, tan rápido que sólo notarás un beso de cada diez o veinte – Alcides le dio la vuelta y comenzó a besarla con ternura por toda la cara. - Nada de rápido (suspiro) rápido incorrecto (gemido) ¿vale? - Correcto. – Al dejó que sus manos buscaran las nalgas de Verónica y la levantó del suelo sentándola sobre la piedra y quedando entre sus piernas. Ambos se abrazaron con desesperada necesidad y se besaron con tanta intensidad que llegaron a percibir el regusto metálico de la sangre. La pasión sexual del momento se intensificó de tal manera, que llegó incluso a rozar el amor más puro y primordial… Ninguno de los dos necesitó ir más allá, Verónica no pudo evitar que las lágrimas se derramaran, ahora no eran más que dos personas que habían volcado su alma la una en la otra. Alcides se apartó de ella lo justo para poder tomarla entre sus brazos, y sin dejar de besarla y susurrarle al oído lo hermosa que era, comenzó a caminar en círculos por el pequeño habitáculo del campanario… Pero algo llamó su atención, a lo lejos, en una de las plantas del hospital había visto luz en movimiento. - No puede ser… – Dejó de caminar en círculos y todavía con Verónica en los brazos se acercó a la

ventana desde la que había mejor perspectiva del centro médico. – ¡Verónica mira! ¡Mira! ¡En el hospital! – La muchacha ligeramente aturdida por el cambio repentino miró hacía donde Al le señalaba y se sorprendió al distinguir una luz que recorría los pasillos de la última planta… - Al hay alguien con vida en el hospital, hay más supervivientes…

70 Como de costumbre pasadas las dos de la madrugada, Martín seguía completamente despierto y sin ningún atisbo de que el sueño fuera a aparecer, fijaba su vista en las destartaladas vigas como si quisiera desentrañar un fabuloso misterio oculto entre los nudos de la madera sucia y reseca. Fue saltando con la mirada de una a otra hasta llegar a uno de los rincones en el otro extremo de la habitación y contempló con hastío el nacimiento de una de las pechinas de la enorme iglesia que los mantenía con vida. Tomaron posesión de la vacía casa de los antiguos campaneros nada más llegar, la cual se había reformado hacía ya bastantes años, aprovechando el desplome de parte de la torre del campanario, con lo que anexaron a la casa de apenas 25 metros cuadrados de planta, la mitad de una de las capillas laterales del templo, de ahí que Martín pudiera ver desde la cama parte de una de las cúpulas. Intentó conciliar el sueño durante una hora más, pero viendo que, como cada una de todas las noches anteriores no había manera, decidió levantarse e ir a hacer una visita al bueno de Al, que le tocaba guardia en la torre en ese momento. Bajó

con cuidado las escaleras, por llamarlo de alguna manera, la formaban gruesas tablas de madera fijadas a la pared por escuadras de hierro, los escalones parecían flotar unos sobre otros del primer al segundo piso, que se componía exclusivamente del dormitorio que él usaba, una habitación desvencijada de unos nueve metros cuadrados idéntica en tamaño y decadencia al tercer piso donde solían descansar Alcides y el pequeño Daniel con su inseparable hurón, aunque el chico tampoco dormía muy bien. Desde que Al lo encontrara oculto en aquella alcantarilla cubierto de mierda hasta las orejas y a punto de morir de frío e inanición, no había pasado una sola noche en la que no se despertara gritando. Aún tuvieron que pasar un par de semanas hasta que Martín se recuperó por completo, casi no quedaban alimentos y la falta de previsión les había provocado grandes carencias que sufrían en estoico silencio pero con grave preocupación. Carlos era el que peor lo llevaba, sabía las necesidades inevitables de su esposa y se veía impotente… Tenían que tomar medidas lo antes posible. - Cada vez es más difícil acertar a esas cabronas – Frank bajaba las escaleras del campanario con tres palomas muertas sujetas por las patas en una mano y

un arco en la otra. Lola limpiaba en el fregadero las dos que le había traído unos momentos antes – Ni siquiera saben bien… - Mejor paloma que aire ¿no crees? – Lola hablaba con calma y resignación. - Ya lo sé, no me entiendas mal, no me quejo, es simplemente que todo esto empieza a desesperarme un poco. - Entonces habrá que hacer la compra – Martín estaba en el umbral de la puerta de la cocina, con la misma ropa del incidente, aunque Lola la había lavado lo mejor que pudo. – No es machismo – Prosiguió dirigiéndose a ella – Pero necesito que nos eches una mano con la lista… - No seas cruel Martín, para ti es fácil, sólo llevas un par de días entre los vivos – Frank parecía ligeramente molesto y Martín encajó el “fácil”, manteniendo a raya los recuerdos de la muerte de su esposa. - No estoy de broma, si llegamos a la rotonda de la Farfana, lo único que nos separa del centro comercial es una amplia línea recta… - Línea recta llena de monstruos cuya única misión es la de exterminarnos. Sería un suicidio. - El tiempo corre porque es cobarde, nos suicidaríamos igualmente si nos quedamos con las

manos cruzadas. Más nos valdría entonces saltar todos desde la maldita torre. - Entiendo tu entusiasmo y las ganas de hacer algo, pero con esas cosas por todos lados es imposible… - Lola no pudo evitar dejar escapar algunas lágrimas de profunda tristeza, sabía que no estaba comiendo como debiera y temía por el bebé. - La necesidad vuelve inteligente hasta al más tonto y valiente al más cobarde… Alcides y yo hemos ideado un plan que, de salir bien, nos abastecerá para mucho tiempo, pero nos falta lo más importante. - Carlos no… - Tranquila, para hacer que esta empresa llegue a buen puerto dos personas son más que suficientes – Mentía, pero sabía que Lola no soportaría estar lejos de Carlos con la incertidumbre de si volvería a verlo de nuevo, lo cual tampoco sería justo para Fran, así que Alcides y él tendrían que hacerlo solos. – Lo más importante como ya he mencionado antes es la lista de la compra, debemos definir bien qué necesitamos para no perder tiempo con tonterías. Nos juntaremos después de comer y decidiremos qué vamos a “comprar”. Y por cierto, la carne de paloma es exquisita, no seas quisquilloso Franky. - Como se nota que tú no tienes que pasarte horas en el puto campanario para acertar a una de esas

alimañas, no me siento las pelotas del frío ¿sabes? - Todos sabemos que no es una gran pérdida – Contestó Martín sonriendo. - Vete al carajo – le dijo Frank soltando una carcajada, mientras se remangaba para ayudar a Lola a desplumar las aves. Tendrían que salir de la seguridad de la iglesia por primera vez. Alcides no podía dejar de darle vueltas al tema, aunque había sido él el que le había comentado la idea de la incursión al centro comercial a Martín, pensaba que éste la había aceptado con demasiada euforia, mientras limpiaba de malas hierbas la pequeña parte del jardín que había acondicionado para sembrar sus plantitas de la alegría, como a él le gustaba llamarlas, no podía quitarse de la cabeza la idea de que a su amigo podría haberle afectado más de lo que creía, la muerte de Sara… De todas formas era absurdo comerse el coco a esas alturas, puesto que él era fundamental para el plan. - Creo que lo primero y más importante es el agua, aunque contamos con los pozos, no sabemos su potencial, ni siquiera hasta qué punto son potables. – Carlos hablaba mirando directamente a su esposa, pues ésa había sido una de sus mayores preocupaciones desde que llegaron a la iglesia.

- Entonces las dos primeras cosas serán agua y lejía, ¿qué más? – Alcides anotó las dos primeras posiciones de la lista. - Empezamos bien si damos prioridad a la limpieza – Dijo Frank con voz socarrona. - En música serás la hostia en vinagre, pero como superviviente no vales una puta mierda – la diplomacia y el pulcro lenguaje no eran dones con los que hubieran engendrado al bueno de Al. – Una gota de lejía basta para potabilizar dos litros de agua. - Antes de que el mundo se fuera a la mierda, no todos teníamos tanto tiempo como tú para ver documentales. - Aunque parezca una tontería no debéis olvidar el papel higiénico, como la sal, no se sabe lo importante que es hasta que se echa en falta. – Lola prosiguió con la lista sin prestar atención a la discusión de Frank y Alcides, que cesó de inmediato. - Conservas, frutos secos, sal, harina, azúcar, aceite, especias… - Alcides no dejaba de anotar todo lo que Carlos iba diciendo. – Pastas y precocinados secos. - Apunta también herramientas y toda clase de menaje. – Comentó Martín. - Y ropa, y zapatos – Añadió Fran. - ¿Alguno ha escuchado o leído en Internet acerca

de las mochilas 72 horas? – Alcides lo preguntó más a modo de introducción que esperando una respuesta – Se dice que 72 horas es el tiempo necesario que tienen los organismos de protección civil, policía, ejército y demás, para restablecer el orden y la normalidad. La mochila está pensada como un pequeño equipaje de mano individual con lo necesario para superar ese tiempo. - Nos quedamos un poco cortos, ¿no crees? – Frank volvía a la carga. - No os lo toméis al pie de la letra, “be water” coño. Lo que quiero decir es que sería buena idea preparar una mochila de supervivencia para cada uno, por si la cosa se jode en algún momento. - Es una gran idea – Martín no ocultó su entusiasmo - ¿Qué deberíamos incluir dentro? - Un buen cuchillo de monte, una multiherramienta con cubiertos, pala plegable, cuerda de escalada, brújula, rollo de alambre, una caña de pescar con sus anzuelos y demás, un kit para hacer fuego, una tienda de campaña, un saco de dormir, esterilla aislante, minicocina solar, guantes, papel y lápiz, prismáticos… - Joder gordo, veo que has pensado en esto con detenimiento – Carlos estaba visiblemente sorprendido. - La verdad es que sí, desde que Martín y yo nos

planteamos la incursión. - ¿No pesará demasiado? – Frank pensaba en Lola. - No tiene por qué, aunque ya conocéis el dicho, lo que no precisa esfuerzo no merece atención. - No lo había escuchado nunca Al. - Bueno vale Franky, me lo acabo de inventar, pero pescadilla gorda que pese poco es imposible de todas, todas. - Ves, ese sí me suena. - No debemos olvidar un buen botiquín, con desinfectante, carbón activo para posibles envenenamientos, pomada para quemaduras y picaduras, pinzas, pastillas antidiarreicas, antihistamínicas, protección solar, polivitamínicos, suero fisiológico, cacao para los labios, aceite de árbol del té… - ¿Para qué sirve eso? – Carlos no pudo evitar interrumpirla, en su vida había oído hablar del puñetero árbol del té. Lola le contestó con voz monótona y paciencia infinita. Antiséptico, antigripal, antiinflamatorio, antimicótico, cicatrizante, desinfectante, anticaspa, cura la otitis, sinusitis, dermatitis, herpes… ¿Sigo? - Yo quiero dos de esos – Dijo Carlos impresionado. Alcides tomó la palabra. - Todo eso está muy bien, pero no lo

encontraremos en el… - Lola lo interrumpió. - ¿Cuánto hacía que no comprabas allí? Pocos meses antes de… Del Apocalipsis, abrieron una sección de parafarmacia. No sé si habrá de todo, pero seguro que si lográis llegar sabréis improvisar. - Parece ser que nuestro infiltrado para esta misión no dispone de información actualizada – Martín lo dijo con cierta ironía. - No os olvidéis de comprar también leche en polvo, incluida la leche infantil, mejor eso que nada, y… - Tranquila – la interrumpió Martín – Dejaremos sitio en el camión para una buena cesta de bienvenida al recién nacido. - No insistas, será una niña – Lo corrigió Lola con paciencia – Y muchas gracias por acordarte. - ¿Cómo iba a olvidarlo si Carlos no deja de acariciarte la barriga cada vez que te tiene a menos de diez kilómetros de distancia? – Todos rieron. - ¿Qué es eso de un camión? – Preguntó Carlos. - ¿De qué otra forma queréis que traigamos todas estas cosas? – Alcides preguntaba con verdadera y mal disimulada sorpresa – Pensamos en el saco de Santa, pero no lo vimos viable. - Será mejor que repasemos el plan y hagamos a todos partícipes. – comenzó a decir Martín a la vez

que rebuscaba en el bolsillo derecho del pantalón. Por fin sacó un lápiz y comenzó a dibujar directamente en la mesa de la cocina – Tranquila después lo borro – Aclaró rápidamente al ver la cara de Lola – Soy un chico limpio. - No es limpio el que más limpia sino el que menos ensucia – Le contestó la muchacha. - ¿Lo leíste en una galletita de la suerte? – Preguntó Frank con tono burlón. - La verdad es que la escuché en la cola de la pescadería – Se volvió hacía Martín – Espero que la dejes, por lo menos, como estaba. - La dejaré como los chorros del oro, no te preocupes – contestó este sin prestarle demasiada atención. – La idea es la siguiente: realizaremos una pequeña incursión en busca de un vehículo lo suficientemente grande para poder transportar todo lo que necesitamos, además de bloquear el acceso a los muelles de carga del hipermercado. - Ya intentamos entrar ahí – Le cortó Frank – Pero todo estaba lleno de esas…, esas cosas, el aparcamiento, los alrededores, las calles de acceso… - A Carlos estuvieron a punto de cogerle – Lola se estremeció tan sólo con recordarlo. - Exacto, la palabra clave es “a punto”, pero olvidáis que el interior de las instalaciones estaba

limpio y nadie mejor que un antiguo encargado de electro para conocer todos sus “recovecos” – Lo interrumpió Alcides esta vez – Además no contábamos con las locas idea de Martín. Fuimos demasiado conservadores… - Sigo sin tenerlo claro, yo no… - No te preocupes Franky, no tendrás que venir – Alcides comenzaba a perder la paciencia, algo, por otro lado, bastante habitual cuando hablaba con Fran. - No seas capullo gordo de los cojones, yo no he dicho que no… - … Cuando tengamos el camión – Prosiguió Martín, ignorando la discusión – al que Alcides realizará el puente pertinente si no encontramos las llaves puestas, lo cual, visto lo visto no creo que sea algo tan descabellado. Lo llevaremos por la noche al camino de acceso de los muelles, su volumen lo bloqueará, por lo que podremos dejarlo marcha atrás con la verja abierta y ninguna cáscara podrá entrar. A la mañana siguiente, cada uno en un coche, conduciremos hasta el aparcamiento y haremos todo el jodido ruido que podamos, pondremos música en los vehículos a todo volumen y correremos hasta la pequeña puerta de acceso lateral para empleados,

que hay en el otro extremo del edificio, junto al parking. Después todo será coser y comprar…

71 Tardaron dos días en tenerlo todo preparado. Al final resultó que el camión sí tenía las llaves puestas, por lo que no hicieron falta las dotes de Alcides para arrancarlo. Al principio les costó un poco hacerse con él, pues era un modelo americano bastante antiguo, un Peterbilt que alguna vez fue rojo, con un remolque gigantesco y vacío, que fue lo que les hizo decidirse por él en lugar de por otro modelo más moderno. - ¿De dónde cojones habrá salido esta reliquia? – Martín parecía verdaderamente sorprendido. - Con esto de la crisis, los compra-ventas se hacían con cualquier cosa que tuviera cuatro ruedas o diez… Tan sólo se encontraron con un par de cáscaras cuando giraban por la paralela al hipermercado, Alcides, que conducía, los arrolló sin vacilar mientras hablaba tranquilamente con Martín sobre todo lo que harían al día siguiente… - ¿Cogiste la cizalla? – Preguntó Alcides a Martín a la vez que daba una calada al porro de aquella noche. - No, tenía pensado romper el candado con los dientes… ¿tú qué crees capullo?

- Más vale ser prevenido, imagínate la cara de gilipollas que se nos quedaría si llegamos y no tenemos forma de colarnos – Diciendo esto, Alcides maniobraba el camión para entrar marcha atrás en el camino de acceso, aceleró hasta chocar deliberadamente contra la verja, que se abrió de par en par, quedando bloqueada por el descomunal remolque. – A esa cara me refería. - Vete a la mierda, con el ruido que has hecho atraerás a cantidad de cáscaras. - No tengo pensado quedarme a esperarlas ¿sabes? – No había terminado de decir esto, cuando ya había saltado de la cabina del camión y corría calle arriba, Martín lo siguió de inmediato, sin dejar de soltar maldiciones. Tardaron casi veinte minutos en llegar a la iglesia, tuvieron que rodear varios grupos de posesos y desandar el camino otras tantas para impedir ser descubiertos por más de esas criaturas. Al día siguiente, dos coches se dirigían a toda velocidad hacia el aparcamiento del hipermercado, un Insignia y una Grand Voyager de las antiguas, se detuvieron con un frenazo en seco en la última calle del parking junto a la salida de la zona de carga y descarga, justo en el extremo opuesto del edificio,

donde se encontraba la puerta de acceso para empleados. Casi no les dio tiempo de salir de los vehículos, las cáscaras habían acudido como moscas a la mierda, a empujones se precipitaron hacia la puerta que Alcides derribó lanzándose contra ella con todas sus fuerzas. - Pensaba que sería una puerta de seguridad – Comentó Martín mientras intentaba recuperar el resuello. - En los planos es lo que pone, pero lo cierto es que el fabricante se retrasaba y para poder abrir en la fecha prevista, hicieron un apaño del que nadie tenía conocimiento, excepto el gerente y un empleado que les facilitó un contacto local que les tuneara con rapidez una puerta de contrachapado. Después nadie se molestó en reclamar la puerta verdadera, colocaron tres cerrojos en lugar de uno y dos cerraduras, una de ellas de seguridad. Los cerrojos nunca se echaban, al menos en la época en la que yo trabajaba aquí, ha sido una suerte que no se pierdan las viejas costumbres. - No olvides tú ahora echar esos cerrojos y poner algo más bloqueando esa mierda de puerta. – Alcides volcó un par de estanterías que había cerca. – Hemos olvidado coger carritos. - Siempre suele haber algunos dentro, pero

primero iremos al almacén y “compraremos” al por mayor – El “torito” aún tenía batería por lo que pudieron cargar gran parte de los productos de primera necesidad, como papel higiénico, agua, y todo tipo de alimentos en conserva, entre otras muchas cosas, en no demasiado tiempo y sin apenas esfuerzo, sin embargo ya era medio día y decidieron tomarse un descanso para comer algo. Por fin llegó la hora de entrar en la zona de autoservicio. El fuerte hedor a podrido era tan denso que a Martín se le revolvió el estómago y Al no pudo evitar dar un par de arcadas, era evidente que los congeladores ya no funcionaban y la comida congelada se pudría junto con la fruta, la carne y el resto de alimentos perecederos… El cierre a cal y canto de las instalaciones, algunos días antes de la primera oleada había impedido que lo saquearan todo y después sencillamente ya no quedó nadie para asaltar nada. En un principio pensaron que debía haber supervivientes escondidos en cada rincón del pueblo, pero poco a poco se fueron dando cuenta de que estaban solos. Cada uno cogió un carrito de los varios que había en los accesos al almacén. - Sería conveniente no acercarse a las cristaleras, no creo que esas cosas puedan entrar, pero mejor mantener su interés lejos de aquí, nos hará la retirada

más fácil y un posible regreso más sencillo. – Martín hablaba sin quitar la vista de la fachada principal del edificio, desde allí se podían ver decenas de cáscaras que se acercaban a los coches que aún se mantenían arrancados con la radio a toda potencia. - Arrasa con lo que veas… - Comenzó Alcides. - Y generoso no seas. – Terminó Martín, y ambos rompieron en carcajadas. Las primeras risas que en varias semanas no sonaban a vacías y forzadas… Alcides no podía dejar de darle vueltas a la inexplicable euforia de su amigo, había despertado hacía sólo unos días, después de estar al borde de la muerte y sobre todo después de haberlo perdido todo y sin embargo, aquí estaban, como adolescentes que iban a gastar la paga del mes en el centro comercial de moda. Claro que Al aún no conocía su pequeño secreto. Cogieron todo tipo de latas y botes que aún no estaban caducados y algunos que lo llevaban no más de dos semanas. Después fueron a por pastas y legumbres secas, y así pasillo por pasillo. Cuando terminaron de cargar todo lo que creyeron les sería de alguna utilidad, habían dado tantos viajes al camión para descargar que habían perdido la cuenta de las veces y del tiempo que llevaban allí, comenzaba a anochecer y acababan de darse cuenta de que ya no

se escuchaban los coches. - Voy a la sección de jardín, a Frank le alegrará tener más variedad de legumbres para sembrar y sería bueno poder contar con más herramientas, no podemos alimentarnos sólo de conservas y palomas. - A mí me gustan las palomas – dijo Martín convencido – Me gustan más que las lechugas. - No me creo que no eches de menos una buena ensalada con su lechuga, su tomatito, su aceitito, su… - Vale, vale, me rindo, coge las semillas que te dé la gana, yo cogeré algunas cajas de alpiste y comida para pájaros, atraerá mejor a las palomas – Pasó el brazo por el estante y volcó todas las cajas que había colocadas dentro del carro de la compra. También se acercó a la sección de librería y seleccionó algunos libros para que le hicieran compañía las largas noches de insomnio. Ya se montaban en la cabina del camión para marcharse cuando Martín se acordó de algo y se encaminó de nuevo al interior del centro comercial. - ¿Dónde coño vas ahora? – Le preguntó Alcides algo molesto, no quería que les pillara la noche. - Sólo es un momento, he olvidado comprobar si tienen una cosilla… - Le contestó.

72 Transcurrieron unos diez minutos desde que Martín cruzara el umbral de la puerta de acceso, cuando Al escuchó unos fuertes alaridos. Al principio creyó que serían las cáscaras que los habían localizado por fin, así que cogió algunas armas y salió corriendo en busca de su amigo. A punto de llegar a la puerta volvió a escuchar los gritos y esta vez no sólo fueron gruñidos, alguien había pedido ayuda. Alcides cambió de dirección sin aminorar la velocidad y se dirigió hacia la verja de salida de la zona de carga y descarga. Los gritos parecían venir de la hondonada que había al lado del edificio, justo en frente de la pequeña puerta por la que habían entrado. Y que hasta hacía pocas horas era un jodido hervidero de posesos. Martín, en el momento justo de ver a Alcides precipitándose fuera del recinto seguro y mucho más templado, se dirigió a la cabina del camión y soltó las cajas que cargaba, cogió su arco casero y el carcaj y fue a averiguar lo que estaba ocurriendo. Hubiese jurado que no había tardado ni dos minutos, pero cuando llegó al borde del barranco, se había montado un pandemonio de caos… Alcides parecía estar protegiendo la entrada de una enorme

alcantarilla en medio de la hondonada. En el antebrazo izquierdo tenía enganchado un jodido pitbull del tamaño de una bañera y acababa de patear la cabeza de otro perro descomunal de raza indefinida. Como podía, con el brazo derecho libre, mantenía alejadas a un puñado de aquellos posesos hijos de puta – Al principio pensaron que era una epidemia extraña que volvía loco a todo el mundo; cuando se enfrentaron por primera vez a esas cosas, Martín creyó que era muertos vivientes, ya que no había manera de matarlos; y entonces fue cuando encontraron los diarios de Gabriel, un sacerdote italiano que había muerto en los sótanos de la iglesia, y descubrieron la verdad de todo lo que sucedía – Tenía que equilibrar la balanza. Afianzó su posición, asegurándose de no pisar tierra desprendida y clavó en el suelo, el manojo de flechas, arrodillado montó la primera, apuntó con el arco en horizontal y atravesó el cuerpo del Pitbull, provocando que soltara su presa – En los animales las consecuencias de la posesión no eran las mismas que en las personas, ellos morían con mayor facilidad y sí sentían el dolor – colocó otra y atravesó el ojo de lo que parecía un lobo, un puto lobo demoníaco que se había lanzado desde lo alto de la enorme alcantarilla para ir a caer muerto a los pies del grandullón; tercera y cuarta flecha, en cuestión de

segundos, las dos cáscaras, como Martín llamaba a los poseídos, más cercanas a Al perdieron la conexión del cerebro con las extremidades al ser seccionadas sus columnas vertebrales – Inutilizarlos era la mejor forma de que dejaran de dar por el culo – un flechazo en la espalda y otro en el cuello. Alcides, por su parte, tampoco estaba quieto, había arrojado al perro de raza desconocida contra el tronco de un árbol cercano, partió el cuello a dos de las cáscaras y la rodilla a otra más que le había mordido en la muñeca, donde presentaba una fea herida que parecía no querer dejar de sangrar. Cuando Martín terminó con todas las flechas corrió a colocarse espalda contra espalda de Alcides con sus armas preparadas… - ¿Se puede saber qué coño hacemos dándonos de hostias con todos estos cabrones? – Martín no dejaba de lanzar tajos a cualquier cosa que se le acercaba, fuera bípedo o cuadrúpedo. - Cuida tu lenguaje que hay menores delante, él era quién pedía ayuda – se limitó a decir Alcides moviendo la cabeza en dirección al interior de la alcantarilla. Cuando Martín miró con más celo, pudo distinguir a un niño de unos siete años acurrucado en el lateral del tubo, tiritando de frío y cubierto de mierda hasta las orejas. – ¿Estás bien pequeño? - Me-me llamo Dani – acertó a decir el

muchacho sin lograr detener el castañeo de los dientes. - Escúchame bien Dani – Comenzó a gritarle Martín. La cosa se estaba poniendo fea, cada vez llegaban más y más cáscaras que no dejaban de gemir de manera insoportable, si no salían de allí en ese mismo instante, no lo harían nunca – Tienes que salir de ahí ahora. - No-no-no me respon-den la-las piernas – Daniel llevaba dos días sin moverse ni cambiar de postura por miedo a que aquellas cosas que rondaban la alcantarilla, desde hacía semanas, le descubrieran. Se había orinado encima y ni siquiera se había dado cuenta. - ¡Joder! – Uno de los monstruos le arrancó un mechón de pelo a Alcides, produciéndole un desgarro y comenzó a sangrar abundantemente por el centro de la frente. Martín pateó el pecho de una de aquellas cosas que al caer hacia atrás se llevó consigo a tres o cuatro más que se acercaban desde atrás, agarró a Alcides por el hombro de la chaqueta y le empujó hacia donde estaba el niño – Tú sólo no podrás… - Déjate de carajadas y coge al chico de una puta vez… ¡VAMOS! – A Martín se le echaron encima tres de esas bestias rasgándole la ropa y

arañándole la piel, a duras penas se deshizo de ellas cuando un jabalí gigantesco que parecía haber salido de la nada, se le echó encima haciéndole caer de bruces, con unos colmillos como los cuernos del mismísimo demonio a milímetros de la cara, Martín comenzó a acuchillar el vientre de semejante bestia con el arma que ya se le había clavado cuando caían ambos al suelo, el cerdo salvaje no dejaba de chillar de forma desagradable mientras vomitaba sangre sobre la cara y el cuello de Martín que trataba de zafarse del mortal abrazo sin dejar de clavar el cuchillo una y otra vez en las entrañas del jabalí. Cuando éste dejó de moverse Martín giró hacia un lado y logró apartar la mole de carne justo a tiempo de enfrentar una nueva arremetida de cáscaras, dos hombres y una mujer que había perdido casi todo el cuero cabelludo. Alcides apareció a su lado llevando a Dani en los brazos, el muchacho se aferraba a una sucia mochila como si su vida dependiera de ella, hizo un gesto a Martín y le pasó al niño. - ¡Sígueme lo más pegado que puedas a mi espalda! – gritó Al. - Sin problema, pero vámonos de una puta vez – Alcides echó a correr hacia el aparcamiento del hipermercado arrollando a todo lo que se ponía por delante, incluidos sus tres nuevos amigos, la calva y

los otros dos, Martín caminaba detrás de él, lo más rápido que podía cargando a Daniel. Lograron salir de la hondonada prácticamente ilesos, pero en el parking el problema no mejoraba, parecía el jodido Woodstock. Giraron a la izquierda y corrieron hacia la verja de acceso a los muelles, les fue imposible evitar que los monstruos entraran tras ellos por lo que ahora lo único importante era llegar a la cabina del camión. Martín, que se había alejado un poco intentando esquivar a más de esas cosas, rodeó el camión por delante para subir al muchacho a la cabina por el lado del acompañante, abrió la puerta con dificultad y cuando se disponía a meter a Dani distinguió por el rabillo del ojo que algo se le echaba encima desde atrás, en un latido de corazón Alcides interceptó al atacante, un poseso desquiciado de no más de veinte años, lo alzó en el aire y le partió la columna contra su rodilla levantada como se parte un palo para la lumbre, dejó caer el despojo al suelo a pocos centímetros de Martín y le dijo: - Llegarás hasta aquí y no más allá. Dan Brown – Tanto Martín como él rompieron en sonoras carcajadas, como hicieran momentos antes en el hipermercado, no era habitual tener razones para reír dos veces en el mismo día. Ambos estaban tan cubiertos de sangre y heridas, que no se diferenciaban

demasiado de sus atacantes. - ¿Quién es Dan Brown? – Preguntó Dani aturdido. - Un fanático del libro de Job – Contestó Martín divertido y se dirigió a Alcides - Arranca y sácalo de aquí, yo iré en seguida. – A Alcides no le gustó aquello. - ¿Qué vas a hacer? Vámonos de aquí ¡YA! - Arranca y lárgate ahora mismo, no podemos permitirnos el lujo de perder el camión y estas cosas… son demasiadas… – Alcides arrancó el motor con un estruendo, apretando demasiado el acelerador y con el gesto contraído comenzó a subir pesadamente la cuesta de acceso, mientras Martín por su parte se subió al torito y llevándose por delante todos los monstruos que pudo condujo hacia el barranco, gritando como un energúmeno hasta precipitarse con el vehículo fuera de la vista de su amigo.

73 A los pocos minutos de camino, en plena noche cerrada, Alcides que no dejaba de mirar por el espejo retrovisor esperando que apareciera Martín, se fijó en que Daniel estaba profundamente dormido y de la mochila había salido un pequeño hurón plateado que se acurrucó en el pecho del niño… Ahora entendía su empeño por la raída bolsa de tela, aquel pequeño mustélido quizá fuera su única familia. Cuando Alcides llegó de nuevo a la iglesia, Carlos le esperaba en la verja de acceso al recinto, el tamaño del camión hacía imposible la tarea de ocultarlo junto al jardín de olivos ilustres, al menos así era como lo llamaba Martín ya que cada uno de los árboles, según un pequeño cartel colocado junto a ellos, había sido sembrado por una figura famosa del mundo de la literatura o el periodismo en el último par de siglos, y al que se accedía por la entrada de vehículos que ninguno supo qué uso le daban los antiguos frailes, aquella puerta de hierro tenía toda la apariencia de una cochera moderna. Claro que aquello nunca había sido una cochera, la entrada se construyó para facilitar las tareas de restauración del templo, que por otra parte tampoco fue nunca un convento.

- ¿Se puede saber por qué habéis tardado tanto? ¿Y …dónde está Martín? – Alcides le hizo un gesto para que bajara la voz y le señaló la cama del camión. A Carlos se le iluminó la cara – Es… un niño, ¿Cómo…? - Lo encontramos cerca del centro comercial, debió escuchar el jaleo que montamos y comenzó a pedir ayuda, lo escuchamos de puta casualidad. En cuanto a Martín, el loco hijo de… Se metió de lleno en el jod… - El sonido de un motor demasiado forzado les hizo volver la cabeza. Martín, a toda velocidad, daba bandazos intentando deshacerse de varios poseídos que se aferraban al capó y la luna de un viejo Vectra GT de color rojo desvaído, pasó de largo el camino empedrado que conducía a la Colegiata y se alejó por el lado opuesto. Carlos se descolgó la escopeta de caza del hombro y corrió a la carretera, llegando justo a tiempo para ver como el coche giraba en redondo en un ensanche de la calzada y se encaminaba de nuevo hacía él, faltó poco para que el vehículo volcara… Caminó hacia el centro de la calle, levantó el arma y cuando lo tuvo lo suficientemente cerca para no errar el tiro, disparó a la cabeza del que estaba sujeto al techo, que salió despedido hacia atrás. Carlos abrió la escopeta, extrajo los cartuchos y metió dos nuevos. - ¡Frena! – Gritó a Martín, el cual pisó el pedal a

fondo provocando que las cáscaras sobre el capó salieran volando hasta caer y rodar por el suelo, Carlos se acercó a ellos que se retorcían en el suelo intentando volver a levantarse y les disparó a cada uno de nuevo en la cabeza. Para él nada de aquello era agradable, aún no se había acostumbrado a matar personas, aunque supiera que ya no lo eran, al menos no del todo. Martín se hizo de nuevo con el control del coche y se acercó a él despacio. - Sube que te llevo – Cuando Carlos se sentó junto a él, un fuerte olor le hirió la nariz. - ¿Qué es esa peste? – Martín no pudo evitar sonreír. - Una pequeña sorpresa gentileza del infierno. Pasaron la verja que Alcides cerró a su paso y se dirigieron a la zona en la que su amigo había aparcado el viejo Peterbilt, en la parte de atrás del edificio sacro. Alcides fue directo hacia Martín pero no tuvo tiempo de preguntarle, él se volvió cargando algo pesado que había en el asiento trasero, una de las enormes patas traseras del jabalí que había abatido cuando encontraron a Dani. - ¿Qué…? - ¿Cuánto tiempo hace que no comemos carne fresca? ¿No te hacen un par de filetes de jabalí, Obelix? ¿Mucho mejor que las lechugas y las

palomas? – Martín sonreía de oreja a oreja con el jamón sobre el hombro y un feo corte en la ceja izquierda. - Definitivamente estás para que te encierren. Cuando todo esto termine pienso irme de misiones con los negritos de África. – Le cogió la pesada extremidad como quien coge una almohada de plumas y la llevó a la cocina – ¿Para qué volviste al hipermercado? – Martín se acercó a la cabina del camión y sacó un par de bolsas de rafia del suelo, delante del asiento del acompañante. - Esto nos hará la vida más fácil – Les dio a Carlos y a Martín unas cajas de las que había en las bolsas – son convertidores de tensión para el mechero del coche, podremos enchufar lo que nos dé la gana y sólo necesitaremos un poco de gasoil o gasolina. - Esto es genial – Carlos miraba el aparato como si fuera el mejor invento del mundo. - Hemos traído baguettes precocinadas. Lo probaremos esta noche en la cena, jabalí a la brasa y pan recién hecho, ¿qué más se puede pedir? – A Alcides se le hacía la boca agua de tan sólo escuchar a Martín. Aquella noche disfrutarían de una buena comida y Daniel se llevaría algo caliente a la boca por primera

vez en mucho tiempo. Después de todo había sido un buen día, tras su pequeña aventura habían conseguido provisiones para mucho, mucho tiempo y lo más importante, eran uno más en la familia. Días más tarde, Carlos, desde la torre y a eso de las seis de la tarde, fue testigo de una escena que le dejó perplejo. Alguien estaba disparando en la plaza de España, a unos doscientos metros de donde ellos se encontraban. Si no estaba viendo visiones, el infeliz se había subido a lo alto de la fuente que presidía el espacio, defendiendo su posición con uñas y dientes. Sin embargo el número de esas cosas inclinaba con rapidez la balanza… Tras la voz de alarma, Alcides, Frank y Martín no tardaron en llegar hasta él, en el preciso momento en que este se veía superado por sus atacantes. Entre los cuatro lograron abrir una brecha en la marea de cuerpos hambrientos e iracundos y pudieron escapar por una de las callejas adyacentes… La historia de Manu, como se llamaba la nueva incorporación al grupo de supervivientes, era similar a tantas otras… Había intentado hacerse fuerte en su propio domicilio hasta que, asediado por la falta de agua y alimentos, se echó a la calle en busca de un

lugar mejor para estar a salvo… Ahí terminaba su tragedia, sin más muertes que la de la esperanza misma. En menos de una semana, el grupo había aumentado en dos nuevos miembros, quizá las cosas estuvieran comenzando a cambiar a mejor. Cuán equivocados estaban.

74 Los padres de Dani estaban muertos y él lo vio todo, así de simple y desgarrador. Él y Codo desde entonces no se separaban, lo que es una afirmación estrictamente literal. El animal vivía sobre él, dormía entre sus ropas o dentro de la mochila que tenía acondicionada como casa colgante y comía sobre su hombro. Ni siquiera se bajaba para cagar. Era gracioso verlo en esta tarea – siempre que no pensaras en los motivos que habían propiciado tan extrema simbiosis – Daniel se quedaba muy quieto mientras Codo bajaba por su pantalón hasta su bota y desde allí desahogaba su pequeño y peludo cuerpecito en el suelo. La primera vez que Al, vio al “bicho” – como él lo llamaba – cagar de tan curiosa forma, no pudo dejar de reír durante quince minutos, el hurón asomaba el culo, agarrado a los cordones de Dani, como si en lugar de tierra le esperara lava fundida. El niño no hablaba nunca, nadie supo por qué hasta que Verónica, encariñada con el muchacho desde el primer momento, comenzó a hacerse cargo de él de forma más asidua, aunque con ella se limitara simplemente a asentir o negar con la cabeza cuando esta le preguntaba cosas explícitas sobre su

vida. Aun así Daniel del que nunca se separaba era de Alcides, aunque no había comunicación. El hecho de que lo hubiera encontrado parecía haber provocado que se produjera un vínculo con su “salvador”, aunque por suerte no tan estrecho como el que tenía con su mascota. Al chico no le gustaba perder a Alcides de vista. Cuando éste salía con Martín nadie veía al muchacho hasta que el grandullón volvía. Las primeras veces lo buscaron hasta debajo de las piedras instados por Verónica cuya preocupación rozaba, demasiado a menudo, el extremo. Pasado un tiempo todos se acostumbraron a este comportamiento. Al final fue la propia Verónica la que descubrió el escondite de Dani, aunque ella nunca se lo dijo, temía romper la confianza que tanto le había costado ganar. A Dani le gustaba Verónica, se parecía a su madre, ella también era pelirroja y tenía pecas en la nariz, “besos de hada” decía su madre. Su piel también era blanca, al menos antes del “estropicio”. Su padre siempre decía eso cuando pasaba algún percance en casa, y lo de su madre fue el más gordo de todos… Después de enfermar su piel dejó de ser blanca y se volvió gris, en algunos sitios morada, casi negra y ya no olía a manzana, o quizás sí, pero eran manzanas podridas.

A su madre le diagnosticaron la nueva gripe, bastante virulenta… Y una mierda. Los días pasaron y cada vez era más evidente que no era gripe lo que estaba consumiendo a la madre de Dani, a no ser que fuera una nueva cepa combinada con lepra. Para el pequeño era como si alguien llevara puesto a su madre y ésta no fuera de su talla, le viniera pequeña. Codo también lo había notado, antes siempre estaba rondando a Carolina para que le diera galletas pero desde que enfermó ni siquiera permanecía más de dos segundos en la misma habitación que ella. Entonces comenzaron los vómitos y los ataques, y su padre tuvo que dejar el trabajo en el hospital, pensaba que estando en casa podría cuidar mejor de su esposa, sin embargo, en lugar de conseguir alguna mejoría, fue él el que comenzó a sentir las consecuencias del cansancio y la impotencia. El hedor que despedía Carolina comenzó a inundar toda la casa, Dani no se quejó, seguía yendo a darle un beso de buenas noches, antes de irse a dormir, pero mamá ya no olía a manzanas podridas, era más bien como olía Bilbo cuando lo encontraron en el cobertizo. Bilbo era el gato de Dani, aquel verano le cayeron encima cuatro sacos de tierra para el jardín

que tenían amontonados en la caseta que había detrás del bloque. Para cuando dieron con el pobre animal, llevaba más de una semana pudriéndose bajo el sofocante calor de un tejado de uralita. Aquella vez Dani sí lloró, no demasiado, esperó a llegar a la cama y lo hizo en silencio. Fue el motivo por el que su padre compró a Codo, Carolina lo eligió de entre todos los que había, se fijó en un pequeño whippet plateado con un antifaz en forma de uve, que le pareció encantador… Definitivamente mamá olía como Bilbo… Una semana después Leo prohibió a su hijo volver a entrar en el dormitorio de Carolina, fue cuando comenzaron los gritos. Su padre instaló una cerradura en la puerta del dormitorio. Mamá siempre estaba sola y la única llave siempre estaba en poder de Leo, sin embargo, cuando padre e hijo cenaban en la cocina, solían escuchar como diferentes personas de distinto sexo discutían y gritaban dentro del dormitorio, ninguno decía palabra alguna, ni se miraban, seguían comiendo en silencio como si nada ocurriera. Leo le había explicado a Dani que a mamá le gustaba escuchar la televisión demasiado alto, pero él era pequeño, no estúpido, era imposible que todas las noches emitieran la misma película y más aun estando la tele del dormitorio empacada en el desván. En aquellos días el hurón sólo se alejaba de Dani para

ir a su cajón de arena, a veces tan deprisa que cagaba todo el pasillo cuando salía corriendo hacia el muchacho. Entonces llegó cuando el “estropicio” se hizo enorme y las fiestas se fueron por el retrete. A Leo le encantaba la navidad, siempre decía que era curioso como en los días más cortos y oscuros del año, gente de todas las religiones festejaba la luz… Lo que fuera que estaba dentro de Carolina, había logrado salir… Leo dejó el dormitorio con el rostro desencajado, el labio partido y un profundo corte en la mano izquierda, que más bien parecía un mordisco. Cerró la puerta a duras penas. Algo o alguien intentaba escapar dando violentos golpes y empujones. - ¡Dani! ¡Dani, vamos, corre, sube a tu habitación y coge la mochila que preparamos para emergencias! Leo le había explicado a su hijo que llegaría el momento en el que tendría que correr, tendría que correr mucho y no mirar atrás hasta llegar a casa de Hamlet. Su amigo Jaime, este era su verdadero nombre, vivía en el otro extremo de la calle, así que tendrían que correr muchísimo. Nunca llegaría… Todo a su alrededor se volvió caos. Vivían en Reina Mercedes, en un bloque de pisos justo enfrente de la facultad de matemáticas. Desde el portal, la

marea de gente que corría desesperada de un lado a otro, le daba miedo, pero entonces escuchó el grito, un alarido desgarrador que retumbó por todo el edificio, aunque muy lejos de parecerse a la voz de su madre, algo en su interior le decía que era ella, o al menos lo que había dentro y que ya no estaba en el dormitorio. Se la imaginó corriendo escaleras abajo, cayéndose y volviendo a levantarse pero sin detener sus torpes pasos en busca de su hijo. No lo pensó, abrió la puerta y salió fuera quedando envuelto en el oleaje humano que lo arrastró de un lado a otro, en precario equilibrio, hasta que pudo refugiarse entre unos contenedores de basura, justo en la esquina con Páez de Rivera. Al principio, las personas que corrían de un lado a otro, parecían tan asustadas como él, pero entonces comenzaron a llegar los otros, a veces aparecían desde una calle adyacente o salían de algún edificio, pero otras, otras se transformaban allí mismo. Siempre igual, se detenían de golpe como un mimo que se estrella contra una mampara inexistente, los brazos le caían laxos a los lados del cuerpo, en ese punto algunos perdían el control de sus esfínteres justo antes de comenzar las convulsiones, después los globos oculares se volvían hacia dentro, la boca se desencajaba en un grito mudo mientras la piel, al volverse casi translúcida,

mostraba cada una de las venas y arterias que formaban el sistema circulatorio humano, en ese instante dejaban de ser hombres o mujeres y se convertían en otra cosa, una sedienta de sangre y destrucción que miraba a su alrededor con avidez desmedida buscando una presa sobre cuya garganta saltar y desgarrar. Dani estaba demasiado asustado para salir, el número de monstruos aumentaba cada vez más deprisa, pronto superaría al de víctimas potenciales. Sin saber qué otra cosa hacer, el niño se envolvió en cartones y se ocultó bajo uno de los contenedores. En aquella posición no podía ver nada, pero los gritos que escuchaba a su alrededor lo hacían temblar de pies a cabeza. Conforme pasaban las horas y el día abandonaba perezosamente las calles de Sevilla, los gritos y pasos que se escuchaban cerca de su escondite se iban extinguiendo, exhausto por el miedo y la carrera, Daniel no tardó en quedarse dormido. Algunas horas antes del alba despertó aterido de frío y con la sensación de sólo haber dado una cabezada de un par de minutos. Confuso, tardó todavía algunos instantes en darse cuenta de la situación en la que se encontraba. Intentó desperezarse con cuidado y echó un vistazo en la mochila, Codo dormitaba intranquilo en el fondo. Todo lo había hecho sin apenas moverse

de su saco de dormir improvisado, pensaba salir con cuidado para echar un vistazo cuando sintió que algo le tironeaba de los zapatos, su corazón se detuvo un instante y la respiración se le hizo tan pesada como si inhalara agua con cieno. Comenzó a llorar en silencio, repitiendo una y otra vez la oración que rezaba con su madre cada noche, antes de que cayera enferma, fue la única que recordó.

“Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Este es el primer mandamiento de la vida, el segundo es igual a este, amarás a tu prójimo como a ti mismo y tendrás la vida eterna.” Dani no tenía demasiado claro quiénes eran sus prójimos en todo aquel estropicio ni si Dios tenía la más remota idea de lo que estaba pasando allí… Lo que fuera que estaba tirándole de los zapatos había

comenzado a revolver los cartones y se acercaba cada vez más a su cabeza, no tenía escapatoria, ahora escuchaba leves gruñidos y un sonido viscoso y repugnante que le heló la sangre. Dejó de entrar luz por la pequeña apertura de los cartones, lo cual significaba que una de aquellas cosas acababa de descubrirlo, ¿lo agarraría de los pelos y lo arrastraría fuera para devorarlo? ¿O se limitaría a arrancarle la cabeza allí mismo? Los segundos de espera se hicieron eternos hasta que un agudo gemido le hizo perder el hilo de sus temores, sacando el valor de lo más profundo de su pequeño cuerpo, giró la cabeza para enfrentarse a su destino, que no resultó ser otra cosa que un sucio y pulgoso perro callejero que buscaba algo que llevarse a la boca. El niño no pudo evitar echarse a reír de puro nerviosismo, el perro asustado dio unos pasos atrás y se alejó de los depósitos de basura con las orejas gachas y sin dejar de mirarle con la cabeza torcida hacia un lado, al niño le pareció el animal más bonito del mundo y justo ante sus ojos una mujer de unos sesenta años arremetió contra el perro y comenzó a destrozarlo a mordiscos entre los aullidos de dolor del pobre animal. Daniel salió de su escondite, se ajustó la mochila y corrió como hiciera horas antes, cruzando el paseo de las palmeras y enfilando Cardenal Ilundain como si no

fuera a haber mañana. Llegó sin resuello al final de la calle, había esquivado por los pelos a otra de esas cosas, que tras unos minutos persiguiéndole, cambió de idea y se lanzó hacia una anciana que intentaba arrastrar una maleta demasiado pesada. Para su tranquilidad, en la bifurcación de Alfonso Lasso de la Vega, apenas había gente, un coche casi lo atropella, pero aparte de eso, todo comenzaba a calmarse un poco, aun así, supuso que cuando llegara a la rotonda con cielo azul, las cosas volverían a ponerse feas. Estaba confuso, no sabía hacia dónde escapar, el plan de su padre era ir a casa de Jaime, pero eso lo descartó nada más ver la muchedumbre en las calles y los primeros ataques. Su amigo vivía en el otro extremo de Reina Mercedes, demasiada distancia, demasiada gente… A pocos metros delante de él estaba el paso elevado de la vía del tren, sería un buen lugar para descansar y pensar qué hacer. A la sombra del puente de hormigón se sentó junto a un viejo Seat Toledo, que parecía abandonado, la ventanilla trasera derecha no tenía cristal y alguien había cerrado el hueco con cartón y cinta de embalar. Se sentó, apoyando la espalda en una de las ruedas del coche y abrió la mochila para que el hurón pudiera salir a estirar un poco las patas y el resto del cuerpo. Rebuscó en una pequeña bolsa de congelados con

cierre zip, algunas galletas y fruta que su padre le había guardado, pero sólo encontró migajas, un par de semillas de manzana y un revelador agujero en el fondo. - ¡Codo! Te has comido toda la comida, era nuestro suministro de emergencia. ¿Qué se supone que voy a comer yo ahora? – El pequeño animalito lo miró sin expresión en el rostro y volvió a meterse en la mochila, lo que Dani interpretó como un gesto de arrepentimiento – Bueno anda, no pasa nada, ya pasaremos por alguna tienda, papá también me dio algo de dinero, podremos comprar esas salchichas de lata que tanto te gustan – El hurón asomó el hocico y olisqueó el aire intentando localizar su comida favorita. El chico rebuscó un poco más en el morral hasta encontrar uno de esos pequeños zumos para llevar, de fruta y leche. – Esto es mejor que nada. Se lo tomó casi de golpe, dejando el último buche para su pequeño amigo, que en agradecimiento se le subió al pecho y volvió a quedarse dormido. Daniel, aunque no tenía intención alguna de seguir los pasos de su mascota, no pudo evitar que el agotamiento le venciera y también él terminara por cerrar los ojos y dejarse llevar por el sueño. Era noche cerrada cuando despertó y lo primero

que se le vino a la mente fue el móvil de papá, su padre le había dado el teléfono con instrucciones claras de que lo llamaría cuando todo pasara y que sólo debía usarlo si había alguna emergencia, tenía pregrabados los números principales de la familia, el de tío Jorge, el de los abuelos y también el de la policía. Con ojos entreabiertos y párpados pesados, descorrió la cremallera del bolsillo exterior y extrajo el iPhone de Leo, pulsó el botón que iluminaba la pantalla y buscó impaciente algún indicio de llamada perdida pero sólo se encontró de bruces con la terrible realidad de una rayita menos en el indicador de la batería. No había pensado en eso, ¿qué pasaría si el teléfono se quedaba sin pilas antes de que lo llamaran? Fue consciente en aquel mismo instante de lo solo que estaba y que quizá nunca más volvería a ver a su familia. Era un niño, pero los ruidos que lo acompañaron escaleras abajo cuando huía de su propia casa… Fuertes golpes como de muebles volcados, cristales que se rompían, quizá la porcelana de mamá en la vitrina del salón y aquel grito aterrador seguido de un lamento ahogado que algo en la boca del estómago le decía que había salido de la garganta de su padre… Se estremeció, el frío empezaba a calarle hasta los huesos. Tenía que moverse rápido, no era una buena idea pasar la noche a la intemperie

con aquellas cosas por todas partes, tenían que encontrar algún sitio en que poder esconderse y estar calientes. El pensamiento en plural le hizo acordarse de Codo y comenzó a buscarlo con la mirada, no lo encontró por ningún lado, ni siquiera dentro de la mochila, era muy extraño, desde que su madre enfermara, el hurón no se separaba de él ni un segundo, a veces para ir al baño, pero poco más. Se levantó para llamarlo y al estar frente a frente con una de las ventanillas laterales de la tartana tras la que se habían refugiado, súbitamente la oscuridad de su interior dejó espació a un rostro enorme, redondo y amarillento como la misma luna llena, que lo miraba con una extravagante sonrisa, el niño se sobresaltó y cayó hacia atrás ahogando un leve grito de pánico.

75 Estuvo tentando de salir corriendo pero no podía alejarse de allí, no sin Codo. Aún desde el suelo y con el culo dolorido por el golpe, vio como aquella fea cara volvía a ser consumida por la oscuridad segundos antes de que la maneta de la puerta trasera sonara y esta comenzara a abrirse con un molesto chirrido de bisagras oxidadas. El miedo había congelado a Dani, haciendo que fuera incapaz de moverse del sitio. La bota que salió del coche y se posó con dificultad en el sucio asfalto, le recordó a la que calzaban los vaqueros en las películas del oeste. Lo que el niño confundió con espuelas eran las partes metálicas de un viejo calzado ortopédico de resorte. Dos manos pequeñas y regordetas con dedos rechonchos y blancos que recordaban a gusanos de seda asquerosos y alimentados en exceso, se sujetaron al marco y la parte alta de la puerta a modo de garfios de escalada, tras varios intentos que hicieron que el coche se mecieran violentamente de un lado a otro, su ocupante logró salir del vehículo que más bien parecía vestir a juzgar por su descomunal tamaño, debía pesar alrededor de los doscientos kilos, Daniel jamás había visto a una persona tan gigantesca.

Aparte del coche, llevaba puesta una camisa con los botones a punto de saltar como los tornillos de un submarino a demasiada profundidad y que apenas le tapaba por completo la barriga, que asomaba obscena por debajo. De los pantalones de pana marrón, sólo se veía a partir de las rodillas, todo lo demás quedaba oculto por michelines de pura grasa. Su cabeza, del tamaño de un balón de playa e igualmente redonda, casi completamente calva, a excepción de un mechón de pelo sobre las orejas y algunos pelos que los unían por encima a lo Homer Simpson, lo miraba con pequeños ojos de un azul lechoso, casi tan desagradable como los torcidos dientes que llenaban su boca, amontonados al azar y descubiertos por una sincera y enorme sonrisa que le daba el aspecto de un payaso siniestro y antropófago. - Hola tessoro, no debes tener miedo, no voy a hacerte daño – La voz del extraño era tan aguda que no parecía provenir de aquel cuerpo enorme, sin embargo era la manera que tenía de hablar en susurros lo que hacía que al muchacho se le pusiera la piel de gallina –Gilberto noss llamamos, sí así noss llamamos, aunque nuesstros amigos noss llamaban Gil… Cuando loss teníamos – Algo en su forma de hablar le era familiar a Dani, sin embargo no fue capaz de averiguar qué.

El orondo Gil le tendió la mano al niño a modo de saludo y para ayudarle a ponerse de nuevo en pie. El contacto con su piel fría y pegajosa provocó que a Daniel se le revolviera el estómago. - Arriba, pequeño tessoro, tiempos no buenos para estar ssolo. Gil se ha presentado, Gil, ¿cuál es tu nombre tessoro? – El cerebro del niño procesada sus recuerdos a velocidad de vértigo intentando identificar aquella sensación de deja vu. - Soy Daniel. Estoy esperando a mi padre, ya no debe tardar- Le mintió el niño – Acabo de hablar con él por teléfono. - Tessoro, nosotros vimos, nosotros escuchamos, no debes mentir a Gil, Gil sabe, Tessoro sólo, Tessoro perdido, nosotros ayudar. El pequeño nunca lo sabría, pero Gilberto Renard, natural de Alicante, había sido comercial de Smurfit Kappa, una empresa de embalajes de alta calidad ubicada en San Vicente de Raspeig, donde una vez viviera él con su familia. Cuando Isabel García conoció a Gilberto nunca imaginó que aquel delgaducho friki de la literatura fantástica se convertiría en su esposo. Fueron juntos al instituto y aunque ella formaba parte de las chicas guapas y él de los inexistentes, una noche de fin de

semana, demasiado borracha para distinguir qué polla era de quién, terminó acostándose con Gil en la parte de atrás del viejo Seat del padre de este. Como resultados, un bombo incipiente y una boda prematura que fulminó los sueños universitarios de ambos. Isabel se había visto a sí misma, en infinidad de ocasiones, como una periodista de éxito, presentando algún programa de cotilleos en la televisión nacional, o de locutora de radio acompañando a alguno de los grandes… Lo último que hubiera imaginado era tener que soportar el peso de un matrimonio de conveniencia, acarreando a dos gemelos insufribles y un marido cojo y aprensivo cuyas únicas aspiraciones en la vida eran leer novelas absurdas y ver películas imposibles. Pero la providencia no iba a dejar que se ahogara en su pesadilla personal, sólo necesitaba una excusa, un pequeño empujón que le diera el valor suficiente para acabar con todo y buscar un nuevo comienzo. Y ese pequeño impulso vino de la mano de la crisis económica, en forma de email directamente al buzón de correo de la cuenta de German Esguerra, jefe de recursos humanos del grupo Smurfit. En él se le instaba a reducir gastos en el departamento comercial de las sedes españolas de forma inmediata, alegando un exceso de contratación no justificado con un

incremento notable de las ventas. Gilberto no se lo tomó demasiado bien y sin meditarlo demasiado decidió renunciar a su puesto de trabajo en un gesto lleno de orgullo pero vacío de inteligencia, por lo que de la noche a la mañana se vio sin trabajo, sin indemnización y sin derecho a desempleo. Aunque la patada en el culo de Isabel no fue literal, se escuchó en kilómetros a la redonda. Gracias al divorcio exprés en tan sólo unos días, el bueno de Gil también se quedó sin esposa, sin la custodia de sus hijos, sin hogar… Lo único que le quedó fue el viejo Seat Toledo de su padre y un maletero lleno de muestras de cajas de cartón y tipos de papel. Por suerte para él, su madre aún vivía y lo recogió en su pequeño piso del centro de Alicante. Pero cierto es el dicho que afirma que las desgracias nunca vienen solas. Apenas varias semanas después de mudarse, una angina de pecho se llevó a la anciana mujer que le llevara en sus entrañas diez largos meses, a Gil le costó encajar desde el principio, su cuerpecito alargado y su piel apergaminada le daban el aspecto de un extraño reptil recién nacido, algo que se reafirmó cuando a las pocas horas comenzó a mudarla completamente como una serpiente. Los entendidos lo denominan síndrome de dismadurez, el bebé vuelve a la normalidad a los

pocos días. No hubo funeral, ni entierro, ni siquiera pésames, y no los hubo porque nadie se enteró de la muerte de la anciana. Gilberto lo mantuvo en secreto, se lo ocultó a todos para seguir cobrando la pensión de viudedad de su madre y así poder subsistir. Apenas salían de casa desde los rumores de la pandemia, así que nadie echó de menos a la mujer y gracias a la magia de Internet, tampoco él volvió a tener la necesidad de salir a un mundo del que sólo esperaba agresiones. Compró un tanque congelador en Amazon, que recibió al día siguiente y utilizó para dar descanso a los restos mortales de su madre. A partir de ese momento su vida se limitó al sillón frente al ordenador, a la cama o al váter y de nuevo frente al ordenador, que utilizaba, más que nada, para ver películas y series. Lentamente la metamorfosis se fue realizando, su escuálido cuerpo de apenas cincuenta kilos comenzó a ganar peso con rapidez, gracias a la comida basura y al ejercicio inexistente. La nula exposición al sol provocó que la piel fuera perdiendo el color hasta volverse pálida y frágil. Incluso comenzó a quedarse calvo. Cada vez eran más frecuentes las conversaciones consigo mismo motivadas por la extrema soledad… Tras el primer semestre de encierro voluntario ya se había transformado por completo en la ameba humanoide con la que Dani se

encontró. Cuando el mundo se vino abajo no le quedó más remedio que salir de su madriguera si no quería morir de hambre, el medio era evidente, aún conservaba el coche, el destino… Había llegado la hora de ajustar cuentas con la zorra que lo abandonó y lo convirtió en aquella abominación. Su última dirección la situaba en Sevilla. Todo fue mucho más rápido y fácil de lo que jamás hubiera pensado, tanto, que tuvo el convencimiento de la existencia de una entidad superior y de que ésta, sin lugar a dudas, estaba de su parte. Nada más llegar a la capital hispalense, y sin tener la más remota idea de por dónde estaba la dirección de Isabel, torció a la derecha por la avenida de Andalucía y entró en la calle Amor, qué ironía… No había recorrido ni doscientos metros, cuando en el primer paso de peatones se encontró de bruces con aquella arpía, cruzaba presurosa, sin esperar que el semáforo se pusiera en verde para los peatones, cargando con una pesada maleta que parecía estar ganando la encarnizada batalla. No tuvo más que apretar el acelerador y contener la respiración, la velocidad y el morro del coche hicieron el resto. Tras la embestida el cuerpo de la mujer fue a parar al arcén, con los brazos y las piernas en posiciones imposibles, La mandíbula se dislocó hacia un lado y la boca se le

llenó de sangre que comenzó a derramarse por el suelo. Gil, por su parte, perdió el control del vehículo que fue a estrellarse de costado contra una farola. Empapado en sudor y con el corazón a mil por hora, intentó volver a arrancar el coche temiendo las represalias de los vecinos, pero para su sorpresa nadie acudió al accidente, ni para ver cómo estaba la víctima, ni para intentar retener al criminal hasta que apareciera la policía. Los gritos que llegaban a sus oídos no tenían nada que ver con el atropello. Las personas, las personas se atacaban entre sí pero no parecían normales, sus ojos… Estaban como enloquecidas. Podía diferenciarse claramente entre los que huían y los que perseguían, algo extraño estaba ocurriendo y no creía que tuviera nada que ver con las cosas que había leído en la red sobre el virus que estaba asolando la Tierra… El motor arrancó por fin y con torpe juego de pies logró meter la primera y salir calle abajo, dando bandazos. Apenas tres kilómetros más adelante, un fuerte dolor de cabeza le hizo detener el coche bajo el paso elevado de las vías del tren, debía haberse golpeado contra la puerta cuando se cargó la farola. Se tocó la parte izquierda y una fuerte punzada brotó bajo las yemas de sus dedos haciéndole entrechocar los dientes. Comenzaba a marearse y aún estaba demasiado excitado, lo mejor

sería descansar un rato, al fin y al cabo había terminado lo que había ido a hacer allí y las sombras del puente lo mantendrían a salvo. Unas horas de sueño le despejarían la mente y entonces podría decidir su siguiente paso.

76 Leo le había dicho que no debía acercarse a nadie, aquella enfermedad era realmente mala y contagiosa. Si no tenía más remedio que entrar en contacto con otras personas, tendría que ponerse la mascarilla que juntos habían metido en la mochila de emergencia, sin embargo no le pareció educado hacerlo delante de aquel hombre que no dejaba de mirarlo con extrema atención. - Tú confiar en Gil, nosotros te protegeremos tessoro, te alimentaremos – El gigante se volvió de nuevo al coche y metió la cabeza y un brazo por la misma puerta por la que él había salido, tras unos segundos de escuchar el ruido de bolsas de supermercado y papeles, se giró y tendió al muchacho un paquete de pastelitos rellenos de chocolate de los del círculo rojo. Al niño le pudo más el hambre que la desconfianza y cogió los dulces que devoró con ansia en pocos minutos. Se limpiaba las manos en los pantalones cuando vio de soslayo como Codo se metía de nuevo en la mochila, el señor Renard no lo vio y Dani, aunque no sabía el motivo, se alegró por ello. - Bien hecho tessoro… Ahora subiremos al coche,

nos iremos. - No puedo irme, mi padre… - El gran Gilberto lo interrumpió. - Gil te llevará, Gil llevará al tessoro con su padre – Comenzaron a escucharse gritos en Juan de la Cosa, una de las calles perpendiculares a la que se encontraban – Ellos vendrán, vendrán y harán daño a tessoro, tenemos que irnos, Gil, tenemos que irnos… – Sujetó al niño fuertemente por el brazo y lo subió al asiento del copiloto, Daniel había tenido el tiempo justo de recoger su bolsa, pero no de salir corriendo. Cuando el señor Renard se encajó, literalmente, tras el volante, el niño abrazó la mochila con auténtico terror. - Quiero ir con mi padre – Suplicó el muchacho aguantando las lágrimas. - ¡Ssssss! Silencio, no es sseguro, tessoro no entiende… – Arrancó el coche tras varios intentos y dando la vuelta comenzó a deshacer el camino en busca de la autovía. - No es por ahí, vas en sentido contrario, no es por ahí... – Gilberto, sin perder la sonrisa, le propinó un fuerte bofetón que no tardó en amoratar la mejilla del niño. - ¡He dicho que te calles! – El grito, con su tono de voz aguda fue tan terrible que el muchacho se

orinó encima – Tessoro has sido malo, mira lo que hass hecho – Comenzó a toser como un gato que quisiera expulsar una bola de pelo – …Pero él sabe, lo sabe, sospecha de nosotros – En ese momento Dani recordó, en su mente aparecieron las imágenes de la película de Peter Jackson como si las estuviera viendo en la pantalla plana de casa, el loco que lo había secuestrado hablaba como Gollum o lo que era peor, se creía Gollum – Lo cuidaremos, cuidaremos del tessoro y lo engordaremos… ¡cogrs! ¡cogrs! ¡cogrs! – Volvió a intentar expulsar una bola de pelo. El paisaje a lo largo de la ronda del Tamarguillo era desolador, columnas de humo se elevaban hacia el cielo en diferentes edificios, había accidentes de coche por todas partes y cadáveres… incontables cadáveres lo sembraban todo mientras una miríada de esas cosas corría de forma vertiginosa de un lado a otro atacando a los pocos supervivientes que aún permanecían por las calles. Gil reía a carcajadas comiendo toda clase de dulces que ocupaban el salpicadero del coche e intentaba llevarse por delante a tantas de aquellas personas transmutadas como podía. Al muchacho se le había hinchado la cara y permanecía en silencio, abrazado a su mochila, sin querer ver lo que ocurría. En pocos

minutos atravesaron San Juan de la Cruz y dejaron atrás Carlos Marx, en la que casi todo el tiempo tuvieron que conducir por la acera, al estar la calzada bloqueada por coches abandonados, en dos ocasiones estuvieron a punto de sufrir un accidente pero si Gil aminoraba aquellas cosas podrían hacérselo pasar muy mal. Ahora iban por la calle Amor, al final de la cual estaba el acceso a la autovía de Málaga, no había tiempo para pensar demasiado, si salían a la carretera no tendría escapatoria. Tiró de la maneta y empujó la puerta, tan rápido como pudo, pero no fue suficiente, el gordo, blanco y asqueroso brazo de Gilberto lo sujetó con fuerza por el cuello y lo devolvió a su asiento. - Debes tener cuidado tessoro, las puertas son traicioneras, sí traicioneras ¡cogrs! ¡cogrs! – De nuevo la tos de gato – Nos marchamos, nos alejamos, ciudades malas, llenas de monstruos, Gil lo sabe, ciudades malas ¡cogrs! ¡cogrs! ¡cogrs! Lo queremoss. ¡Cállate! Pero lo necesitamos. ¡Cállete, cállate! La eterna sonrisa había demudado en un desagradable gesto de ira que apenas duró unos breves instantes – Tú más seguro con nosotros mi amor – Dani rompió a llorar de nuevo y entre lágrimas vio como el coche giraba a la derecha al final de la calle y continuaba por la avenida de Andalucía, saliendo irremediablemente

de la ciudad que le vio nacer.

77 Media hora después de que partieran de Sevilla cundió el pánico en la capital y todos los hispalenses tuvieron la misma idea, las salidas no tardaron en colapsarse y lo que en un principio había sido la solución más lógica para alejarse de la enfermedad y los monstruos, se convirtió en un buffet libre para estos últimos, nadie los vio llegar… Porque en realidad no llegaron como todos esperaban, no fueron arrasados por una horda que los perseguía. Los vehículos estaban atestados de personas y equipaje y fue desde dentro de cada uno de ellos, desde donde vino el ataque. No todos se transformaban, tan sólo los justos para sembrar el pánico en el interior de cada coche para después hacerlo fuera de ellos, persiguiendo y masacrando a los que huían despavoridos… En pocas horas no quedaron supervivientes, tan sólo una muchedumbre de cuerpos vacíos de alma, pero con algo que los impulsaba como autómatas a buscar y aniquilar toda vida que se les pusiera por delante. Así fue en todas las ciudades del mundo, estuvieran cerca o no de las profundas simas del infierno.

La ya devastada población, azotada duramente por los embates de un virus mortal, sucumbía ahora bajo los estragos de un nuevo horror. Sin organismos que controlaran la nueva crisis, no existían investigaciones que pudieran dar explicación sobre lo que estaba ocurriendo, muchos afirmaban que era una nueva mutación de la enfermedad, ahora no mataba a los infectados, los transformaba en una suerte de lunáticos descerebrados o de muertos vivientes… Pero no eran más que conjeturas de las masas y ya se sabe lo que dicen de las masas, son estúpidas. Si desde el principio se hubiera conocido la pavorosa verdad, sólo el terror hubiera bastado para arrasarlo todo.

78 Uno a uno iban pasando los pueblos que lo alejaban cada vez más de su hogar y su familia, si es que aún la tenía. Durante todo el trayecto GollumRenard no había dejado de canturrear viejas canciones de series de televisión, Dani no conocía ninguna, aunque de todas formas no le prestaba atención, intentaba fijarse en los detalles del paisaje, si lograba escapar tenía que saber con seguridad el camino de vuelta. “It’s like a Light of a new day, it came from out of the blue. Breaking me out of the spell I was in,” Sabía que nada más salir de Sevilla estaba Alcalá de Guadaira, en la tienda de animales del centro comercial Los Alcores fue donde compraron a Codo, en ese momento se acordó de su pequeña mascota y con preocupación pero todo el disimulo que fue capaz, entreabrió la mochila para que le entrara algo de aire, un diminuto hocico húmedo le rozó la yema de los dedos, estaba bien y sabía que no debía salir, desde lo de su madre, el hurón percibía el peligro con un

sexto sentido infalible. “making all of my wishes come true.” El siguiente pueblo fue Arahal, lo vio en los indicadores de la autovía, igual que vio que La puebla de Cazalla no tardaría en aparecer. No se atrevió a mirar el cuadro de mandos para ver cómo estaban de gasolina, pero esperaba que tuviera que repostar en breve, por ahora esa era su única esperanza de poder encontrar una posible vía de escape. Un fuerte frenazo lo sacó bruscamente de sus pensamientos y lo tensó contra el cinturón de seguridad, que se clavó dolorosamente en su pecho, la bolsa se le escapó de entre las manos y fue a parar a sus pies. - ¡Oh! Lo sentimos tessoro ¡cogrs! ¡cogrs! Pero tenemos que ir Gil, sí tenemos y ya no podemos esperar más – Hablaba sin mirar al muchacho – Demasiados zumos, demasiada agua ¡cogrs! – Al niño se le iluminó la cara, la oportunidad se le presentaba mucho antes de lo que había imaginado, en cuanto se alejara saltaría del coche y correría hacia los olivos, aprovechó para recoger de nuevo la mochila. Estaba demasiado gordo, sería imposible que lo siguiera… – Pero no queremos que tessoro pueda perderse, no, eso muy malo, no podemos pensarlo, nos aterra,

volveríamos a estar solos… Pero no es apropiado ir juntos, qué pensarían de nosotros, ¡Gil malo! ¡Malo! No, otra cosa mejor… ¡Sí! Mejor tu cantar con nosotros, nosotros cantar y tessoro repetir, así Gil lo sabremos, sabremos que tessoro bien – Comenzó a salir con bastante dificultad del coche, haciendo que éste se moviera violentamente hacia los lados. Aun teniendo que cantar aquella estúpida canción podía conseguirlo, sería rápido y escurridizo como Codo, y esa mole de carne jamás podría atraparlo. Pero en el último momento el señor Renard alargó el brazo y le arrancó la bolsa del regazo. - Lo sabemos, Gil lo sabe, esto valioso para tessoro, nosotros lo cuidaremos, sí lo cuidaremos – Ya de pie junto al vehículo se colgó la mochila de Dani en el hombro y con paso torpe y perezoso se dirigió al arcén más cercano y ante los atónitos ojos del muchacho apoyó la mano izquierda en el quitamiedos y lo saltó con sorprendente agilidad – Canta conmigo tessoro, “Believe it or not, I’m walking on the air” – El niño canturreó la estrofa con desgana – Más alto tessoro, no te oímos, “I never thought I Could feel so free” – Esta vez el niño levantó más el tono de voz – Muy bien tessoro, así se hace. “Flying away on a wing and a prayer.

Who Could it be? Believe it or not it’s just me” Daniel repetía como un autómata cada frase que Gollum Renard canturreaba con voz de castrato demasiado fumador, pero su joven cerebro echaba humo como una locomotora fuera de control, buscando una salida a su situación, Codo era lo único que le quedaba, no podía abandonarle, si ese loco lo descubría, quién sabe lo que le haría cuando el muchacho ya no estuviera, pero si se quedaba… Si se quedaba con Gil, tarde o temprano, el buen Smeagol dejaría de tener el control… Miró por la ventanilla, su silueta, de espaldas a él, le recordaba a la de un luchador de sumo preparado para golpear el suelo y saltar sobre su oponente, el pequeño cosquilleo que empezaba a sentir en el estómago se le antojó la poca esperanza que le quedaba escapándose poco a poco - Nos gusstaba, era una buena serie – Gilberto ya volvía, subiéndose la cremallera y limpiándose las manos en los pantalones – La cancelaron, sucios, sucios burócratas, dijeron que era un plagio de Superman ¡cogrs! ¡cogrs! Ya estaba junto a la puerta cuando Dani, sin pensárselo dos veces, lo golpeó con ambos pies y

todas las fuerzas que fue capaz de reunir en la parte baja del estómago, Gil se dobló sobre sí mismo por inercia golpeándose fuertemente contra el techo del coche y rompiéndose la nariz, aprovechando su desconcierto el niño saltó fuera del vehículo le arrebató la mochila e intentó echar a correr por detrás del dolorido señor Renard, pero justo en el último momento, éste giró sobre sí mismo y le propinó una fuerte bofetada que lanzó al pequeño contra la maltrecha carrocería del Seat Toledo. Gil se acercó al capó y se apoyó en él con una mano en la entrepierna y la otra intentando parar la hemorragia de su nariz con un pañuelo bastante empapado ya de sangre. - El tessoro es traicionero, tenemos que cuidarnos de él. Pero lo queremos, lo necesitamos. Y lo tendremos, pero habrá que amansarlo, está confuso. Sí confuso, lo doblegaremos – Se acercó al cuerpo desmadejado del chico y agarrándolo del jersey lo lanzó con descuido al asiento trasero del coche cerrando la portezuela de forma violenta, después se embutió de nuevo frente al volante y antes de reanudar la marcha se pasó la palma de la mano, desde el comienzo de la muñeca hasta las puntas de los dedos, por el centro de la cara, sacando la lengua a su paso y lamiendo la sangre. Tras arrancar el

motor continuó cantando, esta vez con voz nasal y gangosa a causa de la hemorragia. “This is too good to be true. Look at me falling for you…”

79 Por segunda vez Daniel saltó del Toledo y echó a correr, la luna trasera había desaparecido en un sinfín de pequeños cuadraditos de cristal cuando el coche se salió de la carretera dando vueltas de campana, le saldría un buen chichón y el codo le dolía, algo caliente y viscoso le resbalaba por la pierna, pero no quiso pensar en eso, se concentró en correr hacia las galerías comerciales que se veían junto a la rotonda en la que terminaba la carretera, a medio camino vio un sendero de tierra que cruzaba una pequeña zona arbolada hasta la parte más alejada del parking del centro comercial, lo tomó sin dudarlo, no sabía si Gil estaba vivo o muerto, pero no esperaría ni un segundo para averiguarlo, aquel atajo lo acercaba aún más a una zona llena de gente, gente que podría ayudarle y entre la que estaría seguro, ese loco gordo no se atrevería a hacerle nada en un lugar tan concurrido. Todo parecía perdido para Dani, no volvería a tener otra oportunidad, le metería en el maletero o le golpearía hasta dejarlo inconsciente si era necesario cuando llegaran a la siguiente gasolinera o le entraran ganas de orinar de nuevo. Quería incorporarse,

sentarse en el asiento y ver por dónde iban, pero estaba demasiado asustado. Con extremo cuidado alzó la cabeza lentamente entre los dos asientos y en el mismo momento en el que su visión superó el salpicadero y la carretera se presentó ante él, lo vio, un enorme perro negro apareció delante del coche como salido de la nada. Gil soltó un gritito amanerado a la vez que comenzaba a dar torpes volantazos de un lado a otro intentando esquivar al animal, perdió el control y el vehículo hizo un extraño y comenzó a dar vueltas hasta quedar de costado fuera de la calzada. Dani era consciente de que aquel perro inmenso le había salvado la vida y sin darse cuenta comenzó a palpar la mochila en busca del hurón, pero Codo no estaba en ella, detuvo la carrera bruscamente y se dio la vuelta, pero al intentar volver sobre sus pasos para buscarlo, sus piernas no le respondieron, no podía regresar, tenía que poner toda la tierra de por miedo que le fuera posible entre él y su secuestrador. Un fuerte golpe metálico le hizo desistir de su intención, la puerta del conductor se abrió en el lateral del coche que permanecía hacia arriba, como la entrada a un submarino ruinoso y decadente y él apareció, la nariz volvía a sangrarle y debía tener un desgarro en la cabeza porque también tenía sangre por toda la frente. Sus ojos irradiaban una furia tan primitiva que

Dani se estremeció al sentirla sobre él y entonces, sin más, volvió a correr con desesperación acompañado por los gritos ininteligibles de Gilberto. El niño no se equivocaba, la entrada al supermercado estaba llena de personas… Que ya no lo eran. Ahora los gruñidos de aquellas cosas amortiguaban los gritos de Renard que seguían persiguiéndole mientras intentaba esquivar las manos como garras de los monstruos que se le echaban encima. Sin saberlo, en un último acto egoísta, el señor Renard, natural de Alicante y cuya vida se había ido a la mierda mucho antes de que el fin del mundo hiciera su magistral entrada, iba a salvar la vida del muchacho, sus impotentes gritos, atrapado como estaba en los restos de lo último que le quedaba del legado familiar, habían atraído de forma fatal a los monstruos que deambulaban por el aparcamiento del centro comercial, que no tardaron en perder interés por el pequeño y se encaminaron con demente velocidad hacia una presa más fácil y apetecible. Librado en parte de sus atacantes, Daniel consiguió llegar al límite de parking y precipitarse por el pequeño terraplén que hacía las veces de linde natural entre las instalaciones comerciales y las obras de la nueva urbanización adyacente al gran

hipermercado. Entre arbustos y parcialmente oculto por enormes plásticos e infinidad de cartones, distinguió lo que parecía ser la entrada a una alcantarilla, sin más opciones entró con rapidez y se ocultó en la parte más oscura desde donde pudo escuchar, momentos antes de perder la consciencia por tercera vez desde que comenzara su odisea, los guturales alaridos de un Gollum agónico. Cuando despertó y miró su reloj, eran las diez de la mañana del día siguiente, junto a él el pequeño hurón estaba hecho un ovillo y dormitaba con sueño intranquilo, a parte de sucio parecía estar bien. Dani supuso que habría seguido su rastro hasta allí y se dio cuenta de que era lo único que le quedaba de su familia, el mundo se había vuelto loco y todos morían o se transformaban en monstruos a su alrededor, sabía que no aguantaría mucho tiempo sin comida ni agua, pero en ese momento dio gracias a Dios por haber tenido la suerte de no estar solo en lo que supuso serían sus últimos días de vida… Martín no tuvo tanta suerte, era de los que pensaba que mejor haber amado y toda esa mierda. Hubiera preferido ver pudrirse a Sara lentamente poseída hasta el tuétano, antes que perderla como lo hizo… Haber muerto él mismo en manos de un

psicópata antes que vivir sin ellas… Aquel era un pensamiento horrible y egoísta. Cada vez que recordaba, cada vez que intentaba recrear en su mente lo que ocurrió, su corazón se detenía de forma agónica y dolorosa.

80 Después de los inútiles bombardeos a las fosas, de haber existido aún algún organismo gubernamental en cualquier país, no se habrían puesto de acuerdo sobre qué fue más destructivo para la raza humana, si las consecuencias de los ataques nucleares, la pandemia o la podredumbre vomitada por las puertas del infierno… A Martín ciertamente poco le importaba… Su esposa y su hija nonata estaban muertas y Dios, el jodido TO-DO-PO-DE-RO-SO, no había movido un dedo para evitarlo. Ni Sara ni él eran perfectos, ¿pero qué daño podría haber hecho su hija? ¿Qué pecado podría haber cometido en el vientre de su madre? No había renglones torcidos ni caminos inescrutables y de no ser por los putos demonios que devastaban la Tierra, ni siquiera hubiera creído que existiera un Dios, pero aquello lo hacía todo más difícil, Dios existía y se las había llevado, dejándolo a él en medio de tanta desesperación, ¿qué mensaje podía haber en todo aquello…? El día que los EEUU atacaron las puertas, todo terminó de joderse, fue como el disparo de salida para el caos y la destrucción. En Osuna, donde vivían Martín y su esposa, un pueblo no demasiado grande

de la provincia de Sevilla, el pánico no había cundido aún, como en el 11 S, las noticias que llegaban eran meras interpretaciones de lo que verdaderamente estaba ocurriendo. El proyecto Hades se había mantenido en estricto secreto, por lo que el mundo no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Cuando la puerta de Sudamérica se abrió, se habló de un terremoto, incluso de un meteorito o, en algunos foros de dudosa reputación, de un ataque alienígena, entonces las criaturas comenzaron a dispersarse y la primera bomba impactó, lo de menos era saber lo que estaba pasando, ahora lo importante era sobrevivir… Sin embargo las cadenas de noticias hispanas habían caído, por lo que la poca información que llegaba era imprecisa y sobre todo algo fantástica… De todas formas Martín no acostumbraba a ver las noticias, por lo que, aunque parezca increíble en el siglo veintiuno, estaba bastante desconectado de lo que ocurría fuera de la comarca, Sara siempre se lo recriminaba, pero él se negaba a ver tragedia tras tragedia, al menos en el cine sabía que sólo contemplaba ficción. Era el día antes de nochebuena, y desde que Sara había llegado al octavo mes de embarazo y la epidemia lo invadió todo, Martín se hacía cargo de las compras, por lo que en el momento en que su vida se precipitó por una enorme brecha en el suelo, él estaba

peleando con otra docena más de “no infectados”, por los escasos productos de primera necesidad que aún quedaban en los grandes almacenes designados por el gobierno como lugares de abastecimiento autorizados, en un intento algo torpe de evitar robos y saqueos. Cuando comenzó el temblor, no le dio importancia, pero pronto comenzaron a moverse ligeramente los estantes y a caer el género al suelo, Martín dejó el carro repleto en medio del pasillo y corrió hacia la salida sacando el móvil, a Sara le daban pánico los terremotos. Antes de llegar al coche ya la había llamado tres veces, nadie respondió, el seísmo no cesaba, mientras conducía como un lunático, notaba como el coche se movía violentamente, los cristales de las ventanas y balcones caían sobre el techo y el parabrisas, vio como algunas fachadas se llenaban de grietas y desconchones, tuvo que esquivar una lluvia de tejas. Aún estaba lejos, pero algo en su interior le decía que por mucho que corriera cuando llegara no habría nada que salvar. Entró en su calle a casi cien kilómetros por hora, se estrelló de costado con otro coche que había aparcado en la esquina y enderezó la dirección para poder continuar. Vivían en una de esas urbanizaciones en las que todos los dúplex son idénticos, pero una gran nube de polvo le hizo

detenerse a tan sólo unos centímetros de una gran grieta que cruzaba el asfalto, no la había visto. Todo era anarquía, se escuchaban gritos, llantos y más gritos, se distinguían personar a través del polvo corriendo completamente enajenadas… Bajó del coche y buscó desesperado un lugar por el que poder saltar la hendidura y llegar a su esposa, los temblores aún no habían cesado. Martín comenzó a llamar a Sara, gritó hasta desgarrarse la garganta y escupir sangre, se dejó caer en el suelo y, a punto de volverse loco, entre todos aquellos terribles sonidos pudo reconocer la voz de su esposa, pero a él ya no le salía la voz, se puso en pie y logró saltar al otro lado de la fisura justo en el instante en que su nombre en boca de Sara se ahogaba entre el estruendo de un nuevo derrumbamiento y no volvía a oírse más. Martín intentó llamarla mientras corría hacía su casa, pero era inútil, su voz se había roto, y entonces un estruendo ensordecedor le golpeó en el lado izquierdo, dislocándole el hombro y haciéndole perder el equilibrio, cayó hacía atrás golpeándose la cabeza contra el bordillo y perdiendo la consciencia, a su vez la moto que lo había derribado, perdió el control y fue a estrellarse contra la puerta de una de las cocheras de la acera de enfrente... Horas más tarde la primera horda alcanzó el pueblo.

Cuando la nube de polvo se disipó, Martín estaba sentado en el mismo bordillo con el que se había golpeado intentando recordar lo que había ocurrido en los últimos veinte minutos… Ya nadie gritaba, ni corría de un lado a otro presa del pánico, todos se habían marchado. Ni siquiera los bomberos acudieron para el rescate de posibles supervivientes. Ante sus ojos donde por la mañana se había levantado su casa ahora sólo se erigía lo que parecían los restos de una guerra cruenta. La mitad derecha se había hundido por completo en una profunda hendidura que también se había tragado la casa de al lado. De la parte izquierda apenas quedaba la planta baja, el tejado había desaparecido, tan sólo el lavadero del patio del fondo permanecía intacto, un pequeño reflejo de esperanza iluminó su rostro. Ligeramente mareado se adentró en las ruinas buscando cómo evitar la sima y alcanzar el patio, lo cual se le antojó una tarea casi imposible, al no poder usar su brazo, herido por el atropello. El nombre de su mujer surgía de entre sus labios como un susurro desgarrado, la garganta le dolía. Se arrastró entre escombros y restos de muebles, que apartaba a su paso sin reconocerlos, lo que antes era la montera había transformado lo que quedaba del primer patio en una jodida tela de araña

de aluminio y cristal, el resto había desaparecido en las profundidades de la tierra. Podía ver las paredes de la grieta perderse en la oscuridad del abismo, sobresalían toda clase de tuberías y restos de cimientos y encofrado, en cuyos retorcidos hierros aún goteaba sangre de un desgarrón de tela, que pudo identificar como parte del vestido que Sara llevaba puesto cuando él la dejó pocas horas antes… En ese mismo instante Martín murió junto con su esposa, el bueno y a veces pusilánime de Martín contempló impasible como su alma se precipitaba en busca de Sara y su pequeña. Sintiéndose vacío se dejó caer en un pequeño reducto formado por hierros retorcidos y escombros y se abandonó a morir…

81 Para llegar al campanario, Martín todavía tenía que pasar por el dormitorio de Verónica, que era desde donde partía la escalera que daba a su habitación y que también formaba parte de la sección de la casa que ocupaba la capilla de san Pedro, su cama estaba vacía. O había ido a responder la llamada de la madre naturaleza o por fin se había decidido y había ido en busca de Alcides. Se gustaban hasta aburrir a los mirlos, pero ninguno se atrevía a dar el primer paso, Verónica era tímida en exceso y todo estaba demasiado patas arriba para comenzar algo hermoso. Al salir al pasillo se encontró de súbito con los enamorados que a juzgar por su respiración habían estado haciendo algo más que vigilar desde el campanario. Nada más lejos de la realidad… - Hemosvistoalgoincreíble alavezqueimposible o másbienimprobable y… – Verónica hablaba atropelladamente a causa del nerviosismo. - ¿Qué sucede Al? – Martín preguntó a Alcides, cortando la parrafada de la pelirroja, que lo miró enojada. - Hemosvistolucesenelhospital – Contesto este imitando la forma de hablar de Vero para fastidiar a

Martín, consiguiendo sólo cabrear más aún a la muchacha. - ¿Cómo que luces? – Martín no comprendía. Alcides le contó lo que habían visto ahorrándose los detalles íntimos – Quizá fuera un reflejo, es increíble que no hayamos visto nada antes. - No era un reflejo, sé perfectamente lo que vi, lo que vimos, alguien caminaba por los pasillos con una linterna. – Alcides comenzaba a incomodarse con la incredulidad de su amigo. – Tenemos que ir a echar un vistazo. De haber alguien en el hospital, el tiempo de respuesta era primordial si querían sacarlo de allí con vida. Entre estos pensamientos Martín no sospesó la idea de que alguien, en aquellas circunstancias, no quisiera ser rescatado… - No podemos esperar a que se haga de día, quien quiera que sea no durará mucho… - Alcides veía en los ojos de su amigo como, a la vez que hablaba, se iba encendiendo una llama que conocía y temía. - Estás loco si te planteas siquiera el ir en plena noche al hospital – Verónica, que había sido testigo directo de la impulsividad de Martín no quiso disimular la desesperación en el tono de su voz. - Verónica está en lo cierto, como mínimo

sería una misión suicida… - ¿Cuánto tiempo hace que no vemos a ninguna de esas cosas rondando por aquí Al? - Eso no tiene… – Martín siguió hablando. - ¿Y si fuéramos alguno de nosotros? ¿También te quedarías con las manos cruzadas? - Sabes que no es eso lo que estoy diciendo, pero es de madrugada, si me apuras no pondría la mano en el fuego porque lo que vimos fuera algo más que un impulso desesperado de nuestra necesidad de que haya alguien más. - ¿Ahora no estás seguro de que era una linterna? Recuerda que yo también lo vi y no estoy loca – Martín sonrió y Alcides la miró con exasperación. - Muchas gracias Vero, muy aguda. - Yo… Lo siento, es que… - No importa – dijo Martín mirando a Verónica con cariño, después se dirigió a Alcides – Es absurdo que intentes darle la vuelta a la historia, además no estoy diciendo que vayamos a tumba abierta, echaremos un vistazo simplemente, si no lo vemos claro no haremos nada, volveremos y esperaremos a la mañana. Iremos tú y yo solos, no pondremos a nadie en peligro – Al enarcó las cejas – Ya me entiendes. No abriremos las verjas, saltaremos por la pared ¿norte? Los árboles

nos ocultaran hasta llegar a la calle. - ¿Y entonces? - Entonces iremos con cuidado. Prepárate, nada de armas que hagan ruido. Verónica, tú despierta a Carlos y dile que te haga el turno, no le des más explicaciones delante de Lola, tan sólo dile que Alcides y yo vamos a hacer una ronda nocturna por los alrededores. Quédate con Lola. - A sus órdenes mi sargento – Pronunció Verónica con voz ronca y entró de nuevo en la casa seguida de Alcides, que mascullaba para sus adentros no demasiado convencido por los primeros brochazos del plan. Martín nunca dormía, al menos no demasiado y siempre vestido y armado, por si acaso el fin del mundo llegaba de madrugada, otra vez. Carlos tardó treinta segundos más de los que había calculado en salir en su busca. - ¿Qué sucede? - Alcides y Verónica han creído ver luces de linterna en una de las plantas del hospital, vamos a ir a dar una miradita. - ¿Ahora? ¿En plena noche? - Joder como os cuesta a todos entender las cosas, sí, ahora mismo, si hay alguien más con vida, el tiempo corre en nuestra contra… – Carlos captó el

matiz en la voz de Martín y supo que cualquier réplica sería una pérdida de tiempo. - Tened mucho cuidado… ¿Quieres que os acompañe? – No fue un ofrecimiento sincero y Martín lo sabía. A Carlos le costaba estar alejado de su esposa, algo que él entendía perfectamente. - No, necesito que estés en la torre, estaremos en contacto por los comunicadores de la benemérita, nos cubrirás las espaldas los momentos que estemos en tu campo de visión. - Eso está hecho, voy para arriba – Carlos hablaba con alivio palpable. Chocó contra Alcides cuando este salía de nuevo con su lanza de caza y el arco de Martín. - ¿Dónde va este con tanta prisa? - A la torre, intentará seguirnos con los prismáticos y nos avisará si algo amenaza nuestra retaguardia. - Vamos que le has dicho que no viene y ha salido corriendo por si te arrepientes. - Si no quiere venir, no tiene por qué hacerlo, esto no es un cuartel y yo no soy sargento de nadie, ya lo sabes. - Y tú sabes que todos aquí haríamos cualquier cosa que nos pidieras, somos una familia. Toma tu arco, pensé que querrías llevarlo.

- Muchas gracias, vámonos de una vez. - Sigue sin gustarme el plan, es difícil acertar en el blanco con una flecha en la oscuridad – Martín no respondió, se limitó a colgarse el arco en la espalda y el carcaj del cinturón junto al hacha de caza de la que nunca se separaba. Con su habitual mezcla de agilidad y torpeza, los kilos de más de Alcides bajaron el muro de piedra que separaba la parte de atrás del pequeño bosque que bajaba en pendiente hasta el barrio de la Farfana, cuya calle principal terminaba en una ancha avenida con bancos, palmeras y macetones enormes con setos de flores mustias, al otro lado estaba el hospital. La vista de la larga y oscura calle que daba nombre al barrio se les atascó en la garganta como un nudo insoportable. Ambos se miraron momentos antes de iniciar el descenso. Habían decidido ir cada uno por una acera para controlar mejor cualquier ángulo, pero el exceso de puertas abiertas como infectas bocas desdentadas les hizo juntarse en el centro del asfalto. Martín iba delante con una flecha montada y la cuerda tensada, Alcides unos pasos por detrás con la lanza preparada y cojeando ligeramente, la escalada del muro no había sido tan ágil después de todo. - No entiendo cómo puedes hacerlo.

- ¿Hacer qué? – Preguntó Martín entre susurros. - Enfrentarte a cualquier contratiempo, de la naturaleza y la intensidad que sean sin que te afecte lo más mínimo y sabiendo siempre lo que hay que hacer. - No es más que fachada, tengo mis dudas como todos. - ¿Desde cuándo nos conocemos? ¿Desde el Instituto? Siempre he envidiado tu seguridad en ti mismo. - Intento que lo malo no me afecte demasiado y asimilar todo aquello que pueda hacerme más fuerte, supongo que es lo que hacemos todos. - Joder acabo de descubrir tu secreto. - ¿Qué secreto? - Eres la puta espada de Gryffindor. - Y tú un friki quinceañero de mierda. – Ambos aguantaron la risa y se obligaron a permanecer atentos a cualquier movimiento. Eran aquellos momentos surrealistas los que aportaban una atmósfera de irrealidad a todo lo que ocurría a su alrededor y lo hacía todo más soportable. A Alcides le preocupaba un poco aquella falta de escrúpulos, aunque no lo comentó con Martín, en el fondo era su mecanismo de escape de toda aquella locura en la que se habían convertido sus vidas. Una locura que

siempre podía ir a peor. Recorrieron los doscientos metros de la Farfana en el tiempo en que se tarda en recorrer dos kilómetros. Cada sombra proyectada por la luz de la luna, cada ventana o puerta que se mecía con la ligera brisa, cada gemido de bisagras les hacía estremecerse y buscar consuelo tras algún vehículo aparcado o abandonado en medio de la calzada. - ¿Sigues pensando que siempre sé lo que hay que hacer? - En tu favor tengo que decir que no te oí afirmar que esto fuera a ser fácil. - Tu comprensión a veces me abruma grandullón. No entiendo tanto optimismo, un puñado de marginados más no inclinará la balanza a nuestro favor, nada va a cambiar, pronto llegarán y todo habrá terminado… – Se disponían a salir de detrás del coche en el que se habían ocultado tras el último sobresalto cuando un fuerte pitido a sus espaldas les hizo saltar del susto. - Desde aquí todo se ve tranquilo, ¿dónde coño estáis? Ya deberíais haber llegado por lo menos a la rotonda. Corto. A Martín se le había olvidado bajar el volumen del comunicador. - Si el cabrón de Carlos hace que me dé un infarto,

te juro que lo empalo en el pararrayos del campanario. – Alcides aún tenía la piel de gallina – Martín sonrió en silencio. - El camino en la oscuridad es algo lento y más aún si un hijodeputa te sobresalta en el momento menos oportuno. Corto… Cabrón – Se escucharon risas a través del comunicador. - Está bien, lo siento. Tened cuidado y volved de una vez. Corto – De nuevo risas. - No se ve una mierda, podríamos tener delante el jodido Titanic resurgiendo de una alcantarilla y no nos enteraríamos. Pensé que la oscuridad nos mostraría con claridad cualquier luz por pequeña que sea que aparezca en el hospital, definitivamente ha sido una alucinación, tiene que serlo porque no pienso entrar ahí en plena noche, el optimismo es una forma vacua de perder la cabeza, no me lo reproches. - No vamos a entrar, reconozco que el pensar que hubiera alguien más con vida, a parte de nosotros, me ha nublado ligeramente el juicio, pero aunque estuviera asomada a la ventana arrojando cosas y gritando socorro, esas cosas nos harían relleno para empanadas antes de encontrar la habitación correcta. Simplemente nos acercaremos un poco más para revisar lo que podamos antes de tirar la toalla. Algo se acerca, agáchate – Los dos se tiraron al suelo y se

arrastraron hasta detrás de una furgoneta volcada que había en el centro de la calle, justo a la entrada de la rotonda. Un grupo silencioso de cáscaras se acercaba, eran demasiados para hacerles frente así que lo mejor sería esperar que pasaran de largo. Mientras permanecían con la cara pegada al suelo, la mente de Martín vagó lejos de allí… Sara estaba limpiando con esmero la primera planta mientras él ponía la cocina patas arriba para preparar unas simples costillas al horno regadas con zumo de uva: un colador, un cuenco, la batidora, la tabla de cortar, cinco cuchillos, incluido el de cerámica, su favorito, medio rollo de papel de cocina, tres paños, a los que él llamaba extrañamente “tocas”, un cazo… Cada vez que a Martín le daba la vena Arguiñano, Sara se echaba a temblar, ella siempre le decía entre risas que era un monstruo en la cocina, no sólo porque cocinara bien sino porque lo destrozaba todo. Totalmente concentrado en el costillar y en los Dire Straits y su “Romeo and Juliet”, por fin algo decente en la radio aquella mañana, no se dio cuenta de cómo su esposa se colocaba tras él a hurtadillas, paciente esperó a que regara la carne con el zumo y cuando cerró el horno lo abrazó por detrás

ensortijando los dedos en el vello de su pecho, estaban a mediados de enero y sólo llevaba puesto un pantalón del pijama y una bata abierta, incluso iba descalzo, por el contrario ella llevaba su chándal de andar por casa con un grueso jersey de cuello vuelto y toda la ropa interior que se le ocurrió, aun así, de vez en cuando no podía evitar que le castañearan los dientes cuando estaba fuera del brasero, aunque tenían calefacción, a Martín le daba dolor de cabeza, por lo que ella nunca demostraba el frío real que sentía… Y ahí estaba él, tan a gusto. - ¿Hay algún cacharro en esta cocina que aún no hayas ensuciado? - Lo siento pero no tienes pruebas, yo sólo he metido el costillar en el horno y he preparado el zumo, cuenco, colador y batidora, nada más, el resto ya estaban… por todas partes. Serían del desayuno o la cena – Martín siempre bromeaba con la misma seriedad que si te estuviera dando una mala noticia, por lo que a veces no era fácil saber si lo que decía era en serio o no, por absurdo que fuera. - Es cierto, había olvidado que el gordo – Como llamaban cariñosamente a Alcides – mis padres y los tuyos, desayunaron aquí esta mañana, ¿qué fue? ¡Ah sí! Tortitas, tostadas, zumo, cereales, ¿me dejo algo? – Martín se dio la vuelta entre sus brazos y le sonrió a

milímetros de sus labios. - Ja, ja, ja, me parto y me mondo – No hizo ningún gesto ridículo - ¿Desde cuándo te has vuelto tan divertida? – Y le dio un pico rápido en la boca. - ¡Eh! Yo siempre he sido una mujer divertida, ¿por qué sino te enamoraste de mí? – Ahora fue ella la que le besó. - Por tu culo, ya te lo he contado muchas veces, tu hermoso culo enfundado en unos vaqueros ajustados me robó el corazón, luego salimos, te hiciste la dura y tras dos años de insistir logré nuestro primer beso – Volvió a besarla, esta vez con más intensidad. - Tardaste dos años en besarme, no puedo creer que tuvieras tanta paciencia – Le devolvió el beso estrechándolo más entre sus brazos. - ¿Qué remedio? No me dejaste otra opción, ¿por qué crees que soy tan buen amante? Tengo mucha libido acumulada – Las manos de Martín resbalaron por la espalda de Sara hasta agarrarle el culo con lujuria. - Cosas siniestras a lo lejos… - ¿No recuerdo haberte dicho que eras tan buen amante? ¿Quién te lo ha dicho? – Le tiró de la oreja derecha como si estuviera regañando a un mocoso – Y si no te lo ha dicho nadie, espero que demuestres tus palabras o tendré que castigarte por decir

mentiras…Pero ahora no tenemos tiempo, las cáscaras ya han pasado y Alcides empieza a preocuparse – La cocina se desvaneció y todo a su alrededor era oscuridad, su esposa había quedado reducida a una cálida y consoladora voz en off indetectable. - Te echo de menos, quiero quedarme contigo – Aunque Martín nunca lo sabría, Alcides pudo escuchar aquellas palabras dirigidas a su esposa muerta. - Debes hacerlo, pronto estaremos juntos, pero ahora tienes que cuidar de ellos, son tu responsabilidad, así que despierta… - ¡Despierta de una vez, por lo que más quieras, no me hagas esto ahora! – Alcides le hablaba levantando la voz todo lo que se atrevía - ¿Cómo coño puedes dormirte en un momento así? – Sabía perfectamente que no dormía, pero no quiso incomodarle. - Vete al carajo gordo, no estaba dormido, esta… Estaba con Sara, lo sabes de sobra – La sinceridad de su amigo pilló a Alcides por sorpresa y cualquier réplica quedó helada en su garganta. - ¿Cosas siniestras a lo lejos? ¿Has dicho eso? - Algo se mueve ahí delante, será mejor que salgamos de aquí.

- Sí ya, pero… ¿”Cosas siniestras”? - ¿Qué? Lo leí en Internet, lo dijo Einstein, creo. - Ya veo, cosa siniestra – Ambos se rieron – Enciende la linterna y alumbra un instante. - Esto no me gusta. Martín no le contestó, se metió la mano en la parte de atrás de su chaqueta y sacó su viejo revolver, giró el tambor con gesto mecánico y se puso de pie aunque aún agachado. - ¡Joder menos mal que no podíamos traer nada que hiciera ruido! Con todas las armas que hemos conseguido – Alcides hablaba en susurros – ¿qué diablos haces con esa antigualla? - No lo sé, sinceramente creo que un poco de excentricidad da un matiz más humano a toda esta mierda… Y además me gusta. Si sea lo que sea que hay ahí delante se nos echa encima… La luz de tu linterna mostrará nuestra posición, no importará una detonación más que menos… Alcides pulsó el botón de encendido de la linterna, pero esta no se iluminó, volvió a hacerlo varias veces con el mismo resultado y entonces comenzó a golpearla contra la palma de la mano y el muslo. - Eso sólo funciona en las películas tonto del culo, enciende una bengala y lánzala unos metros, es mejor opción, así alejaremos la atención de nosotros – Sin

levantarse del suelo, Alcides encendió la bengala y la lanzó sobre su cabeza como si fuera una granada M24 de las que usaban los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, le dieron tiempo de llegar a su destino, unos segundos apenas y se levantaron al unísono para mirar cada uno por un lado del vehículo, Alcides por la parte trasera y Martín por la delantera. La luz brillante cegó sus ojos dolorosamente por unos instantes, cuando se acostumbraron, para desgracia de su cordura, lo que el halo rojizo de la bengala mostró les dejó paralizados de terror.

82 Alcides salía precipitadamente del edificio en el que tenía su piso cuando se encontró de bruces con Carlos y Lola. Los terremotos habían cesado por fin después de dos días – Al no había sido consciente de ninguno de ellos – Caminaban por la acera. Carlos, de metro noventa y piel oscura, cargaba la mayor parte de las maletas y hatillos hechos con sábanas, contrastando con la pequeña y pálida Lola, una china con ascendencia escocesa, de hermosos ojos claros, que arrastraba con dificultad un carrito de la compra lleno hasta rebosar. Alcides pensó que parecían refugiados palestinos o algo así. Carlos, Martín y él habían estado juntos en el instituto. Se acercó a la pareja que parecían discutir acaloradamente. - ¿Puede decirme alguien cuándo coño ha comenzado el fin del mundo? – Habían estado a punto de chocar y sin embargo no se habían fijado en él. Mirando a su alrededor, comenzó a darse cuenta de que su pregunta metafórica podía ser más real de lo que creía, todo estaba lleno de escombros y columnas de humo. Cuando Carlos por fin lo vio, sonrió aliviado y dejó de discutir con su esposa para volver atrás y acercarse al grandullón.

- No puedes hacerte una idea de la alegría que me da encontrar a alguien conocido, o por lo menos a alguien que no se haya vuelto loco en todo este caos – Lola se acercaba también a pocos pasos de su marido, parecía estar secándose las lágrimas con el revés de la mano. Ambos amigos se abrazaron brevemente a modo de saludo y Alcides volvió a preguntar. - ¿Qué es lo que ocurre? – Carlos parecía perplejo escuchando semejante pregunta. - ¿Pero de verdad no has sentido los terremotos? ¿Es que no has visto las noticias de los ataques? – Alcides levantó una ceja y apretó los labios, completamente ignorante de lo que estaba escuchando –Llevamos casi dos días sufriendo fuertes temblores, muchos edificios se han derrumbado. Y después algunas personas parecieron enloquecer y comenzaron a atacar a los que aún estaban cuerdos, parecía la puta hecatombe de los esquizofrénicos… ¿De verdad no has visto las not… – Alcides no le dejó terminar, dio media vuelta y corrió hacía su furgoneta aparcada dos bloques más abajo, aunque podía parecer increíble, era el único vehículo de la calle que no había sufrido daño alguno, al menos de consideración. – ¿Qué ocurre? ¿Adónde vas? Al no tenemos coche, un árbol ha aplastado el motor de mi

C4 y Lola… – dudó un instante y cambió la frase – nosotros… Necesitamos ayuda – Alcides no se volvió. - ¡Subid a la furgoneta, vamos! – Les gritó sin detenerse – Si lo que me cuentas es cierto, no puedo perder más tiempo – Carlos miró a Lola y ésta le sonrió levemente, no había alegría ni alivio en su mirada, tan sólo una profunda tristeza. - No has cogido ropa, ni provisiones, ¿dónde vas? - He de ir a por Martín, creo que le ha ocurrido algo… – Carlos no le entendió pero cerró la boca y pasó el brazo por los hombros de Lola cuando Alcides tomó una curva demasiado rápido – ¿Qué la gente se está volviendo loca? Los telediarios ya no saben lo que inventar… - No es una invención de los medios, yo mismo lo he visto – Carlos y Lola se miraron, ella asintió y los ojos se le enrojecieron de nuevo – Cuando los temblores comenzaron, decidimos irnos con mis suegros a su chalet en el campo, en un principio fue lo mejor ya que allí no percibimos nada, pero anoche, mientras cenábamos todos juntos algo ocurrió, la temperatura de la habitación subió en segundos hasta ser sofocante y a todos nos rodeó una bruma, como la que se puede ver a ras de suelo

cuando el asfalto hierve bajo él , y de nuevo en segundos volvió a bajar, esta vez hasta el punto de ver el vaho de nuestra propia respiración, yo iba a salir de la habitación en busca de algo de ropa para ella cuando vi su cara completamente horrorizada, seguí su mirada y encontré a sus padres con los ojos completamente en blanco, el cuello inclinado hacia atrás, parecían perros que olisqueasen un hueso. Una extraña sonrisa de oreja a oreja deformaba sus rostros y entonces Erin, la madre de Lola comenzó a hablar con la voz más ronca y escalofriante que jamás he oído – En este punto Lola lloraba amargamente sin hacer el más mínimo ruido, mecida por el movimiento de la furgoneta – … He intentado recordar lo que dijo, pero soy incapaz, podría jurar que era latín pero lo único que recuerdo con total nitidez es como ambos saltaron sobre nosotros con las bocas abiertas como animales enloquecidos intentando morder y devorar… Pude sacar a Lola de la habitación volcando la mesa sobre ellos, sujeté la puerta del comedor el tiempo necesario para que ella pudiera salir de la casa y subir al coche, después corrí hacia la calle lo más rápido que pude con aquellas… pisándome los talones, atropellamos a mi suegro al salir por el camino de tierra… - Las lágrimas de Lola se descontrolaron y Carlos la abrazó intentando sofocar las convulsiones

del llanto. - Lo que me estás contando parece sacado de una mala película de terror… Lo siento mucho Lola, de verdad, pero es que todo esto me parece imposible. Estamos hablando de una enfermedad que vuelve locos a las personas en cuestión de segundos, eso es… ¡Joder! Parece que al final lo hemos conseguido. - ¿Que hemos conseguido qué, quién…? – Ahora era Carlos el que parecía perplejo. - Nosotros, la humanidad, lo hemos jodido todo… los terremotos, lo que les ha ocurrido a tus… bueno, no puede ser un virus normal, ¿seguro que lo que oíste era latín? Y según las noticias todo el mundo está así. Esto es el fin del mundo, llevamos tanto tiempo dando por el culo a Eywa que al final hemos conseguido mandarlo todo al carajo. – Carlos no tuvo oportunidad de preguntarle de qué estaba hablando, al llegar a la calle de Martín y ver el derrumbe, Alcides saltó de la furgoneta sin detener el motor, pesaba casi ciento cuarenta kilos y no recordaba la última vez que había corrido de aquella forma pero no prestó atención al dolor de sus rodillas ni a la falta de aliento, la grieta le hacía imposible llegar a la casa o lo que quedaba de ella, así que tuvo que rodear por las calles adyacentes para poder

alcanzar su objetivo. Eran casi las siete y la oscuridad se hacía cada vez más espesa cuando comenzó a buscar entre los escombros. Su corazón se detuvo una milésima de segundo cuando descubrió el cuerpo de su amigo acurrucado bajo una maraña de hierros retorcidos, le llamó, le gritó varias veces, pero éste parecía estar inconsciente o algo peor. Tuvo que levantar parte de la estructura de la montera de cristal reforzado que había transformado el patio en una trampa mortal, para poder acceder a él. Aunque débil aún tenía pulso. En aquel momento no se dio cuenta pero no pensó en Sara, de alguna forma sabía que ella ya no estaba… Tiró del cuerpo de Martín y con gran esfuerzo lo cargó sobre el hombro y se dirigió hacia la furgoneta. - ¿Qué le ha sucedido? – Carlos saltó del vehículo y ayudó a Alcides a colocar a Martín en la parte de atrás.

83 Aunque era noche de luna llena, oscuras nubes del color de la ceniza la mantenían oculta en un velo de tinieblas. Carlos estaba inquieto, no dejaba de pasear de un lado a otro, como si fuera un animal enjaulado. No podía hacer nada, sus ojos apenas alcanzaban a ver más allá de los sillares de la torre. No lograba recordar tanta oscuridad, supuso que habría algo antinatural en ella y se estremeció hasta los huesos. Era estúpido, a veces pensaba que Martín realmente quería morir, pero arrastrar a Alcides a una absurda incursión en busca de algo que tan sólo existía en las alucinaciones provocadas por un consumo excesivo de maría. Verónica afirmaba haberlo visto también, quizá estuvieran fumando juntos o Al la hubiera sugestionado de algún modo. Era demasiado tiempo para no haber visto nunca ninguna señal de que existieran más supervivientes y tan cerca. - ¿Todavía no están de vuelta? – Dani estaba envuelto en una manta y Codo asomaba sobre su hombro. Carlos se sobresaltó. - ¿Qué haces despierto a estas horas? - No puedo dormir, Verónica se ha ido con

Lola, cuando te toca vigilancia, ella – El pequeño duda un instante – Ella tiene pesadillas. - No lo sabía – Carlos no se sorprendió, al menos no en el sentido estricto de la palabra, siempre que volvía de las guardias nocturnas notaba que Lola había estado llorando… - A Codo no le gusta dormir sólo. ¿Crees que Alcides tardará mucho? - No, no lo creo, la noche está muy oscura, la ronda de reconocimiento no será demasiado efectiva, tan pronto como Martín se dé cuenta, los dos volverán con las orejas gachas – Carlos sonrió para quitarle importancia al comentario. Dani lo imitó con algo más de entusiasmo. - ¿Si encuentran a alguien más? ¿Crees que podría ser una familia… con niños? – Carlos se estremeció al sentir sobre él todo el peso de lo que aquella pregunta significaba. - No te hagas muchas ilusiones Dani, no creo que… – “¿haya más supervivientes?” No podía hacerle eso al muchacho, la esperanza era algo intocable en los niños, cuando se les privaba de ella, se hacían adultos y en aquellos días el chico necesitaría de toda su infancia intacta para no terminar como el bueno de Frank – … Quién sabe, a lo mejor, después de todo lo que hemos visto no me

sorprendería. – En la cara del niño se dibujó una nueva sonrisa durante apenas unos segundos. - Sé que lo dices porque soy un niño, de todas formas es bonito pensarlo… - Dani se dio la vuelta y se metió por el hueco de la escalera, Carlos hizo ademán de ir tras él, pero algo lo distrajo, giró la cabeza y vio el destello rojo de una bengala intentando imponerse a la oscuridad allá a lo lejos.

84 - Si no te cubres la barriga darás a luz a la primera niña bronceada de la historia. - Nacen muchos niños morenos en el mundo, tonto. No tienes más que ver a los hijos de mi hermana… - Nos ha jodido, tu cuñado es negro, esos niños no son morenos, son mulatos – Diciendo esto tapó el vientre de su esposa con un pareo estampado de enormes flores rojas y la besó en la frente. Ella se desperezó y se giró en la hamaca hasta ponerse de lado, Martín no pudo evitar mirar sus prominentes senos, nunca habían sido demasiado grandes pero el embarazo había hecho milagros que su entrepierna detectaba desde el primer momento. - Ya escuchaste a la doctora, los baños de sol son muy recomendables para el desarrollo del feto – Sara lo miraba por encima de las gafas de sol aparentando no darse cuenta de lo que rondaba por la cabeza de Martín en aquel instante. A las siete de la tarde, el sol de septiembre no era demasiado fuerte y la leve brisa del comienzo del ocaso hacía que la estancia en la playa fuera bastante agradable.

- De no ser por el agua salada, la arena y el ardiente sol… Esto sería el paraíso. - No seas tan delicado, apenas llevamos aquí tres días ¿y ya estás harto? – Sara se había incorporado ligeramente y se apoyaba en el codo derecho para ver mejor a su marido, de pie junto a ella. - Ya estamos, no he dicho que esté harto, sólo digo que no me gusta la arena, ni esa sensación pegajosa cuando el agua salada se seca sobre la piel. Y lo que me gusta menos aún es parecer un jodido langostino cocido si paso fuera de la sombrilla un par de segundos y lo que ya me saca de quicio son los “tontosdelculo” – Esto lo dijo en voz más alta de lo normal – que ponen la radio a todo volumen pensando que están solos en la playa, por mucho Bob Dylan que escuchen, incluso aunque sea la mismísima “Like a Rolling stone” Pero…Todo sacrificio es poco para mi preñadita favorita – Volvió a besarla en la frente. - Déjate ya de besos ñoños y dame uno en condiciones – Sara comenzó a tirar del bañador de Martín para obligarlo a que se pusiera a su altura si no quería quedarse con el orgullo al aire; éste no tuvo más remedio que ceder y acompañó el movimiento de su esposa hasta terminar cara a cara, entonces ella lo besó larga y apasionadamente. - ¡Genial! – Protestó Martín con una sonrisa pícara

en el rostro – Ahora tendré que tumbarme un rato boca abajo hasta que se me pase el sofocón. – Ambos rieron mientras él se dejaba caer en la tumbona que había junto a la de Sara. - Seguro que ahora te dormirás y no podremos hablar, aún tenemos que discutir de lo del bautizo… – Martín no abrió los ojos para contradecirla, un agradable sopor se había apoderado de todas las partes de su cuerpo que no tenían vida propia – Oh venga, no te hagas el dormido ahora, vamos no seas tonto, abre los ojos… - Eh, vamos tío, abre los ojos – Alcides le daba palmadas a su amigo en las mejillas mientras le hablaba con suavidad – Tienes que volver con nosotros, aún no ha llegado tu momento. - No sé cuánta sangre ha perdido – Lola no paraba de quitar pequeños fragmentos de cristal que Martín tenía clavados en las palmas de sus manos al haberse arrastrado por el suelo del patio – Maldita sea está lleno de cortes, tiene uno muy feo en el muslo derecho y creo que tiene un hombro dislocado, pero lo peor es la infección, si no la controlamos pronto no habrá nada que hacer, necesitamos antibióticos, un kit de sutura, necesitamos… Tenemos que ir a una farmacia YA. - Alcides no perdió tiempo y se tomó las

palabras de Lola como una orden, revolucionó el motor al extremo y salió derrapando de la urbanización - Iremos a una farmacia y después buscaremos un sitio seguro, no quiero tropezarme con una de esas… - Miró a Lola y decidió no terminar la frase. - ¿Cómo dices? – Martín seguía sin abrir los ojos, los mortecinos rayos del sol acariciaban agradablemente sus piernas, la sombra de la sombrilla no llegaba a cubrirlo del todo. El sonido de las olas del mar lo mecía con un vaivén hipnótico. - Aprieta fuerte el cinturón, la herida es profunda pero no demasiado grande, no sé cómo puede estar vivo después de sangrar durante tres días, hay que parar la hemorragia. ¡Alcides por el amor de Dios se muere! ¡Date prisa! - ¿Quién se muere cielo? ¿De qué estás hablando? – Martín intentaba abrir los ojos, pero no era capaz de despejar su mente e incorporarse. - Despierta Martín, vamos reacciona de una vez, ¡No puedes morirte! – Lola lo zarandeaba una y otra vez con violencia.

- Despierta Martín, vamos, te estás perdiendo las pataditas de tu hija ¡No puedes dormirte!... Si no te despiertas no habrá más discusión, la bautizaremos en la Colegiata. - Co le gia ta… - ¿Se ha despertado? ¿Qué es lo que ha dicho? – Alcides dejó de prestar atención a la conducción para mirar a su amigo, tiempo suficiente para que la furgoneta diera un pequeño bandazo y rozara contra una fila de coches aparcados. - Al joder, mira para adelante – Carlos golpeó el asiento del conductor bastante nervioso. - Creo que delira – Le dijo Lola – Juraría que ha dicho “Colegiata” - Iremos allí – Afirmó Alcides sin un atisbo de duda en su voz. – Después de la farmacia será nuestro destino. - ¿A la Colegiata? Quizás sea un buen sitio para una guerra, es alto, fortificado y demás, pero no creo que sea lo más idóneo para los terremotos. – Carlos no veía lógica alguna en seguir los consejos de alguien que deliraba en estado de semi-inconsciencia. - No habrá más terremotos. – La devastadora seguridad con la que hablaba Alcides no

dejaba espacio para discusiones. Él mismo se sorprendió de sus palabras pues no se enorgullecía precisamente de tener tanta confianza, debían ser los últimos coletazos del canuto de las cinco… Apenas unos minutos más tarde la furgoneta frenó bruscamente delante de la farmacia más cercana, en la plaza Salitre. No se encontraron con nadie en el breve trayecto, ni vivos, ni… cosas, sin embargo la puerta del establecimiento estaba forzada. - Lola deberías quedarte aquí, cuidando de él – Alcides hablaba con voz calmada mientras rebuscaba en una caja de madera bajo el asiento del conductor, por fin saco una enorme llave de tubo extensible. - A menos que tengas un título en enfermería, como el que tengo yo, creo que te será algo difícil encontrar todo lo que necesitamos. Créeme, Martín no irá a ningún sitio.

85 Centenares de cuerpos cubrían por completo el asfalto, habían inundado la elevación circular de la rotonda y se perdían en la oscuridad a ambos lados de la avenida hasta donde no abarcaba la vista. Se retorcían, se arañaban, se sodomizaban de forma demencial, algunos desnudos, otros mutilados, había sangre por todas partes, sangre de todas clases, sangre seca que obstruía heridas que empezaban a descomponerse, incluso en algunas ya se veían gusanos, sangre coagulada, negra, que les salía de la boca y sangre fresca, sangre de un rojo intenso que lo salpicaba todo… No se escuchaban gemidos, ni siquiera suspiros o alguna respiración más alta que otra, tan sólo el roce de la carne con la carne, de dientes desgarrando carne, de succión, el roce de la ropa. Todo era deformidad, suciedad, era una abominación. Alguna vez fueron seres humanos, ya no. Varias de aquellas cosas se habían desgarrado las entrañas y devoraban sus propias tripas junto a otros que participaban del festín. Después del viaje a Écija, Martín había pensado que todas las cáscaras se habían unido al ejército de liberación infernal para terminar su exterminio de la

raza humana, pero aquello… - Mira sus cuerpos, están demasiado podridos o mutilados para ir a alguna parte, por eso siguen en el pueblo. Deben ocultarse de día y arrastrarse hasta aquí cada noche para hacer lo que quiera que estén haciendo. - No parece que nos hayan visto. Mira la bengala – Alcides señaló con un ademán de la cabeza – Ha caído sobre uno de ellos y le ha prendido el pelo pero no le presta la menor atención… - Parecen estar sumidos en una especie de trance – Martín salió de detrás de la furgoneta y se acercó con paso trémulo a las cáscaras más cercanas. - ¿Qué haces? ¿Estás loco? – Alcides salió tras él para intentar detenerlo. - Tengo que comprobar una cosa – Martín llegó junto a la maraña de cuerpos que se agitaban obscenamente en el suelo y le propinó una fuerte patada en la cabeza a una de ellos. El cuello crujió de forma violenta al soportar el fuerte tirón hacia atrás y la nariz, que había recibido el golpe directo de la bota, se partió hacia un lado y comenzó a sangrar a borbotones, la única reacción por parte de la criatura fue abrir la boca para recibir la mayor cantidad de sangre posible, como un sediento en un manantial de agua fresca – Seguiremos con el plan inicial, les

pasaremos por encima, echaremos un vistazo rápido y saldremos cagando hostias de toda esta demencia absurda. - Esto no me gusta. - Ya lo has dicho antes – Martín comenzó a pasar por encima de los cuerpos, con cuidado de no caer entre ellos – Sería una pérdida de tiempo haber llegado hasta aquí para darnos la vuelta con las manos vacías – Alcides lo siguió a regañadientes. Cruzaron a través del río de cadáveres en vida hasta llegar al aparcamiento del hospital. Justo en el último paso antes de bajar del entarimado humano, Alcides metió el pie directamente en las tripas de uno de los monstruos que se limitó a mirarlo con ojos ausentes. Pasaron por el parking como sombras, en silencio e intentando digerir, cada uno a su manera, lo que acababan de presenciar. La puerta principal, estaba cerrada a cal y canto. Recorrieron la fachada hacia la izquierda hasta llegar al tanatorio, allí tampoco había ningún acceso posible, continuaron por la parte trasera, la pista de helicópteros y los depósitos de combustible, hasta llegar a la zona de vehículos del acceso de urgencias, alguien había bloqueado la entrada estrellando una ambulancia contra ella y amontonando mesas, estantes y sillas de ruedas

desde el interior. - Esta mierda es inexpugnable, ninguna de esas cosas podría entrar…– Un cierto matiz de esperanza iluminó el rostro de Alcides. - Ni salir – Martín no parecía tan impresionado. - ¿Crees que habrá cáscaras dentro? - ¿Tú no? Este es el único sitio al que la gente venía en lugar de huir de él cuando se produjo el terremoto y comenzaron a llegar las primeras oleadas… - Pero esos muebles bloqueando la entrada, alguien debe… Quizá entren y salgan por la puerta del tanatorio. - Creo que no – Aseveró Martín – El suelo estaba lleno de tierra y polvo, igual que el resto de puertas de la parte de atrás, esas puertas llevan mucho tiempo cerradas. Además se hubiera necesitado un grupo mucho mayor que el nuestro para limpiar toda esta mole de cemento de esos monstruos ¿Crees que no los habríamos visto en todo este tiempo? Aquí estamos demasiado expuestos, será mejor que volvamos. Mañana, a la luz del día quizá descubramos algo que hemos pasado por alto – Alcides asintió – Si te soy sincero creo que se encerraron tan bien que sellaron su propia tumba. - Hay cafetería y cocina y no olvides los

generadores de emergencia, joder creo que nos equivocamos a la hora de elegir refugio. - Acertamos de pleno – Martín levantó su cantimplora y la agitó ante los ojos de Alcides – Nosotros tenemos dos pozos y ellos, de no ser demasiados, estarán bebiendo ahora el agua de las cisternas… Hay que irse ya. - Déjame intentar algo – Alcides se dirigió a uno de los coches del parking y reventó la ventanilla del acompañante con una de las varas de montaje de la lanza de caza, abrió la guantera y rebuscó en ella hasta encontrar una carpeta de piel, sacó el bolígrafo a juego y el resguardo del seguro y se puso a escribir en la parte de atrás. - No deberías estropear eso, tengo entendido que la benemérita se está tomando muy en serio estos días, lo de llevar todos los papeles en regla… Cuando hubo terminado de escribir lo enrolló alrededor de una piedra y tras imitar a un jugador de béisbol, arrancando una sonrisa a Martín, lo lanzó con todas sus fuerzas atravesando una de las ventanas del segundo piso, incluyendo la persiana de pvc. Martín le dio una par de palmadas en el hombro – Buen tiro. - ¿Tendremos que pasar de nuevo por ahí…? - Creo que esa parte del paseo será mejor no

compartirla con los demás. - Estoy completamente de acuerdo, yo no podría describirlo. Hagámoslo cuanto antes – dijo, e iniciaron el regreso de nuevo en silencio. La piedra llegó a la pared opuesta a la ventana, reventando una de las puertas de marquetería de un armario de suministros y quedando definitivamente inmóvil entre una caja de gasas estériles y otra de agujas para analíticas. Cuando el eco provocado por el destrozo de la piedra se disipó por completo, una mano femenina recogió la nota y la desenvolvió: “ Somos supervivientes como vosotros, Tenemos agua en abundancia, ni necesitáis Ayuda, hacednos señales desde un punto alto del edificio, en cualquier momento al norte de vuestra posición” La mano volvió a arrugar el papel y lo arrojó por el hueco del cristal de nuevo hacia la noche.

86 Al día siguiente, Carlos, Alcides y Martín se acercaron al hospital, esta vez en coche. De no ser porque Verónica aseguraba haberlo visto también, Carlos no habría tenido ninguna duda de que todo había sido producto de uno de los cuelgues de Alcides. Martín pensaba que cuando viera las puertas bloqueadas desde dentro también a él le asaltarían las dudas. Los tres se separaron y comenzaron a inspeccionar los alrededores en busca de alguna prueba de que hubiera alguien con vida. Como iba siendo habitual no había ni rastro de monstruos, por lo que Carlos se tomaba con cierta comicidad la tensión que había entre Alcides y Martín, el no había sido testigo de las cosas siniestras… - Este sitio es más inaccesible que nuestra iglesia – Carlos estaba perplejo – Si no lo veo no lo creo. Está claro que alguien ha intentado mantenerse a salvo ahí dentro, aún me cuesta creer que en estos meses no los hayamos visto. - Eres duro de convencer. - Duro de convencer o no, Alcides, lo único que está claro es que nosotros tenemos más ganas de

conocerlos que ellos de conocernos. No hacemos nada aquí – Martín se encaminó hacia el coche dando por terminada la incursión.

87 Alcides iba en cabeza, tras él Lola y cerrando la marcha Carlos, que había cogido un destornillador que rodaba en la parte de atrás de la furgo. Esperaban encontrarse el local totalmente saqueado, sin embargo todo parecía estar en orden… hasta que alguien o algo se movió en la parte de atrás de la farmacia. Alcides, más asustado que inteligente, lanzó la llave de tubo que llevaba a modo de arma defensiva, contra una de las estanterías que se encontraban en el centro de la trastienda. - Quien quiera que sea el que está escondido, o sales ahora mismo o por Dios que esta vez no fallaré – El grito de Al no tenía convicción alguna. - ¿Qué te hace pensar que fallaste pedazo de cabrón “sinconocimiento”? – De detrás del estante apareció Fran, una quinta más allá de la de Alcides, que su calvicie temprana aumentaba en una par de tallas. Era un viejo amigo de Martín, de esos con los que no se tiene contacto alguno, pero con los que siempre sabes que puedes contar. Se tocaba un enorme chichón en la frente, con la mano izquierda, mientras con la otra se sujetaba una gasa empapada de sangre en el lugar donde debía estar su oreja

derecha. - Coño Franky, qué susto – Alcides suspiró sonoramente - ¿Qué estás…? ¿Qué te ha pasado? Joder, estás hecho una mierda ¿Dónde…? – Al cambió de súbito el tono de voz - ¿Dónde está Aurora? - Muerta… creo. – Su semblante se ensombreció – Aún no he decidido cómo describir lo que pasó, pero se acerca mucho a un… - Dudó un instante – un… - No son muertos vivientes – Carlos alivió sus titubeos – Cuando le sucedió a mis suegros fue más bien como si algo los poseyera de forma espontánea, ya no eran ellos… - Lola lo interrumpió. - Alguien o algo usaba sus cuerpos. - Eso es – Frank apenas podía mantener la boca cerrada por el asombro – Exactamente eso. La madrugada en la que los temblores comenzaron, Aurora y yo estábamos en mi piso, durmiendo – Puntualizó sin convencer a nadie – El caso es que ella se asustó y decidimos irnos al caserón de mis padres, aunque lleva cerrado algunos años, desde que mi madre murió, he intentado que todos los meses vayan a limpiarlo y airearlo, no me gusta ir y que me envuelva el olor ha cerrado, a olvido. Pensamos que en las afueras no se sentirían tanto y que los muros de sillar aguantarían si la cosa se ponía algo más seria. Gracias a Dios no estábamos equivocados.

Hace dos noches mientras el enorme terremoto lo ponía todo patas arriba, nosotros, bueno digamos que nos pusimos un poco más impetuosos de la cuenta con la tontería de si sería la última vez y todo ese rollo. Acabamos destrozados y yo me quedé profundamente dormido. El sabor metálico de la sangre me despertó, algo caliente me recorría la mejilla y bajaba por mi cuello, Aurora estaba en cuclillas a los pies de la cama, dándome la espalda. Me dolía la cabeza y no dejaba de escuchar un desagradable burbujeo, creo que llegué a pensar que debía haber una gotera sobre la cama. Hasta que no la vi mordisqueando mi oreja no me di cuenta de que me la había arrancado. Mis ojos se acostumbraron a la escasa iluminación de la luz del amanecer, Aurora, que seguía desnuda, estaba cubierta de sangre, demasiada sangre para una sola herida, instintivamente palpé mi cuerpo pero no encontré ninguna más. Quizá lo lógico hubiese sido tener un ataque de pánico y gritar su nombre desesperado en pos de una explicación, pero algo dentro de mi cabeza mantenía mis labios sellados y mi cuerpo en relativa calma. El despertar había sido tan abrupto que apenas sufría la pegajosa somnolencia que separa el sueño de la vigilia, el dolor de cabeza se había focalizado en el oscuro agujero que había dejado mi

oreja y se hacía cada vez más insoportable, latía como con un corazón propio demasiado grande para tan pequeño espacio. Decidí que había llegado la hora de salir de la cama. Me incorporé despacio, a la vez que apartaba las piernas lo más que pude de Aurora, pero con sumo cuidado, os juro que estuve a punto de morir de un infarto cuando los muelles de la cama se quejaron ruidosamente y ella volvió el rostro hacia mí con la velocidad de una serpiente, sin embargo sus ojos blancos, vueltos hacía atrás, me atravesaban absortos en algo inexistente. La sangre se heló en mis venas, no dudé ni un instante en que se abalanzaría sobre mí y me desgarraría la garganta a dentelladas. Jamás pensé lo rápido que puede morir el amor entre dos personas, aunque supongo que en el fondo sabía que ella ya no era ella. Fue entonces cuando levantó el rostro, como si hubiera percibido que alguien la llamaba, dejó de roer lo que quedaba de mi oreja como hace un perro sarnoso con un jodido hueso descarnado y la tiró a un lado, saltó de la cama y salió corriendo fuera de la habitación, poco después escuché cómo se abría bruscamente la puerta de la calle. Tardé más de una hora en salir del dormitorio, tenía miedo, un miedo mortal a que aquella cosa me estuviera esperando en algún rincón oscuro. Finalmente, instigado por el dolor insufrible, decidí

salir en busca de una farmacia, de camino me he encontrado con algunas de esas cosas, he logrado esquivar a dos de ellas, la tercera me ha perseguido como alma que lleva el diablo… - Nunca mejor dicho – Le interrumpió Alcides. - … logré darle esquinazo a tres o cuatro calles de aquí ocultándome en un zaguán. Cuando volví a salir, el silencio era tan ensordecedor que parecía poder palparse… - Frank se miró en uno de los espejos que servían de fondo a los estantes de medicamentos y se apartó la gasa para ver como iba la sutura – Lo voy a tener complicado para volver a ponerme las gafas. Mientras Frank contaba su historia, Lola no había dejado de buscar todo lo necesario para curar a Martín. - ¿Qué piensas hacer ahora? – Carlos le preguntó sin dejar de seguir los movimientos de Lola por toda la farmacia. - No lo sé, a juzgar por lo poco que he visto parece que no quedamos muchos “normales”, quizá deberíamos permanecer juntos e intentar averiguar qué es lo que está pasando. - Perfecto, cuantos más mejor – Alcides intentaba acallar su preocupación por Martín dando rienda suelta a un buen humor desmedido y artificial – En

cuanto nuestra experta en medicina de urgencia tenga todo lo que necesita salimos pitando para la Colegiata. - ¿La Colegiata? – Frank estaba entre sorprendido y confundido. - Es una larga historia – Se limitó a ironizar Carlos. - Ya está, debemos irnos, a Martín no le queda mucho tiempo. – Lola llevaba varias bolsas cargadas de medicamentos y, esperaba, todo lo necesario para salvarle la vida. - ¿Martín está aquí? ¿Le ha ocurrido algo? – Lo cierto es que llevaban meses sin verse, pero eso nunca había afectado demasiado a su relación. - Está mal herido, ya lo hablamos por el camino, vámonos de una vez – Alcides había perdido todo rastro de su muro de felicidad, ahora su tono era agrio e impaciente.

88 La iglesia estaba rodeada de más muros de sillar y sólidas rejas de hierro coronadas con curvas puntas de lanza. Existían tres accesos, todos cerrados con enormes cancelas de gruesos barrotes, dos de ellos peatonales, una que daba entrada, a través de una escalera semicircular, a la gran plaza que había en el lateral de la iglesia y cuya tapia lo mantenía separado del bosquecillo de moreras que había un nivel más bajo que los cimientos del gran templo. Las otras dos conducían a la entrada principal, una frente por frente a la que se llegaba a través de una plaza escalonada cubierta de cantos rodados de río y en cuyo extremo opuesto estaba el convento que daba nombre a la plaza. La otra, paralela a la fachada de la Colegiata, servía de acceso para vehículos a un pequeño aparcamiento que había frente al campanario. Era esta última la única que encontraron abierta de par en par, lo cual era habitual en horario de visita turística. Mientras atravesaban la entrada a toda velocidad con la furgoneta dando tumbos, Alcides pensó que la guía debió huir sin importarle lo más mínimo aquellos tesoros artísticos que con tanto celo había guardado de flashes

indiscretos. Se detuvieron delante de la casa anexa a la torre de la iglesia. Al se bajó acusando el cansancio de todo el día, pero sin perder la premura. En su rostro se dibujó un gesto fugaz de dolor cuando sus rodillas se resintieron, pero se rehízo al instante y corrió hacia la puerta de la casa, llamó un par de veces con grandes golpes de su palma sobre la superficie de madera, haciendo saltar el barniz maltratado por el sol que parecía más una capa de mugre. Esperó no más de medio minuto y retrocediendo unos pasos arremetió contra ella haciendo saltar la cerradura y abriéndola de golpe. - No parece que haya nadie. Carlos, si no te importa, asegúrate primero y después que Frank te ayude a llevarlo dentro. Yo voy a cerrar la verja; creo que tengo una cadena de moto en la caja de herramientas, no es mucho, ya lo sé, pero servirá mientras no tengamos otra cosa. Echaré un vistazo alrededor para asegurarme de que estemos a salvo – Llegó a la cancela respirando fuertemente por la boca y con dolor en el costado; no era fácil moverse de prisa con su exceso de peso. Colocó la cadena lo mejor que pudo sin dejar de mirar hacia la carretera por la que habían accedido al camino de entrada. Después, con paso algo más calmado, recorrió el camino de vuelta hacia la furgoneta, que aún seguía

con el motor en marcha, se subió y la dirigió a la plaza lateral de la iglesia, aparcándola lo más cerca que pudo del edificio, en un intento de mantenerla lejos de posibles miradas indiscretas. Cuando volvió a la casa, después de asegurarse que todas las verjas estuvieran cerradas, Martín estaba acomodado en uno de los dormitorios de la planta baja, lo habían desnudado y Lola se encargaba de sus heridas con esmero desmedido. Tenía cortes por todo el cuerpo, Alcides al verlo recordó la escena de la película de Mel Gibson en la que aparecía Jesucristo recién azotado y se estremeció de pies a cabeza con tanta violencia que le castañearon los dientes, debió haberse caído sobre los escombros decenas de veces hasta desfallecer.

89 Cuando lograron acceder al interior de la iglesia, Martín seguía debatiéndose entre la vida y la muerte. La infección de la herida del muslo había llegado a la sangre. Lola no podía saber la gravedad de la septicemia, pero intuía que la pugna de la dama de negro por llevarse a su amigo estaba siendo feroz. Había curado y suturado las heridas lo mejor que supo, que fue bastante decente teniendo en cuenta que era agente de turismo y no enfermera, dejó la diplomatura en el tercer año, no soportaba la sangre, lo cual no dejaba de ser irónico. Le había dado Lactoferrina y Augmentine, e inyectado oxitetraciclina, un antibiótico de uso animal que era lo único que encontró... Fue durante aquellos días que Lola descubrió que estaba embarazada de nueve semanas. Carlos acogió la noticia con alegría y esperanza y aunque Lola aparentaba el mismo entusiasmo que su marido, Alcides la había sorprendido más de una vez llorando a escondidas. La torre del campanario se erguía independiente de la iglesia, por lo que sólo podía accederse a ella desde la casa. Pero una vez arriba, a través de una

estrecha pasarela de piedra, cuyo acceso había sido torpemente bloqueado con algunos sillares desprendidos de la última reforma allá por mediados del siglo pasado, podía pasarse a los tejados de la misma y penetrar en ella por de una de las troneras de la fachada principal. Fue este el acceso que usaron Carlos y Alcides, una vez retirados los escombros, para entrar en el templo. Cuando llegaron al final de la angosta escalera de caracol bastó con empujar levemente la hoja de madera vieja y con ligero olor a incienso y cera quemada. El interior de la iglesia era impresionante, los techos blancos e inmaculados daban una luminosidad casi sobrenatural. El silencio llegaba a molestar los oídos mientras caminaban entre las enormes columnas renacentistas que a duras penas sujetaban el peso de la estructura, en otro tiempo habían construido la cubierta utilizando plomo y esto había provocado deformaciones visibles en los veinte pilares corintios. Flores muertas, velas, aceites, incienso, humedad, madera… Todos los olores eran identificables excepto uno, el más intenso Alcides percibía la sombra de un olor desagradable que se mimetizaba tras los demás y le hacía arder las orejas. Carlos también lo percibió. - Juraría que huele a muerto – Acompañó sus palabras golpeándose levemente la nariz con el dedo

índice de la mano derecha. – Tengo buen olfato, puede ser un gato o un palomo u otra cosa… - No creo que sea un gato, tengo una sensación extraña, creo que no estamos solos… – Fue entonces cuando escucharon el ruido. Al fondo de la nave lateral derecha, junto al altar mayor, estaba el acceso a la sacristía y a los antiguos archivos, ahora reacondicionados como museo, en la parte de abajo y escolanía en la primera planta. La reja estaba entreabierta y fue de allí de donde provenían aquellos extraños gemidos… - ¿Crees que son humanos? – Carlos estaba asustado, también Alcides. - No tengo ni la más remota idea, pero me ha puesto los huevos cerca de las orejas – De nuevo se escucharon los gemidos - ¡JODER! No tenemos más cojones que echar un vistazo, hay que estar seguros de que este es un buen lugar. - Ya te dije que venir aquí era un error. - Ha sido lo único claro que Martín ha articulado en estos días, por algo será. Cuando mejore… - Si es que mejora – Se arrepintió de haberlo dicho antes incluso de haber terminado la frase. - Me caes bien, pero si vuelves a insinuar que Martín puede morir, te arranco la cabeza y te la meto por el culo. Pero no te ofendas, te lo haría desde el

cariño claro… – Aunque no sonrió al proferir la amenaza, Carlos no se lo tomó en serio. - Me dejas más tranquilo… Pero es estúpido engañarse, Martín está muy jodido y mejor pensar con cautela y sorprendernos, que estar seguros de que Dios tiene un milagro para cada uno de nosotros y llevarnos la decepción de que los milagros, al igual que Papá Noel y el ratoncito Pérez, son una mera fantasía. -¿Que el ratoncito Pérez no existe? Acabas de partirme el corazón… De todas formas, Martín saldrá de ésta, es un puto león y se aferrará a este mundo con garras y dientes… O yo mismo lo mataré por dejarme tirado – Se encendió un canuto de maría de tamaño respetable, justo cuando un nuevo gemido aún más fuerte y duradero que los anteriores les hizo perder todo interés por la conversación. – Hecho de menos un buen bate o un palo de escoba o algo… – Carlos miró alrededor intentando localizar cualquier cosa que les sirviera como arma, señaló a Alcides el pie de madera de un enorme cirio. - Para mí es demasiado grande, pero tú no creo que tengas problema… No puedo creer que te estés fumando un petardo en un momento como este, esa mierda acabará jodiéndote la vida – Y dicho esto se dirigió hacia la gran vela, la quitó del pie y se lo

acercó a Alcides que lo levantó en el aire probando su peso. - Pesa un poco pero tendrá que servir. Creo que la vida se nos ha jodido a todos y no estoy haciendo nada malo, sólo cojo lo que la madre naturaleza nos da – y dio una larga calada. – Eywa es verdaderamente sabia – Los dos se encaminaron a la puerta de la sacristía – Tú abres y yo entro, ¿OK? – Carlos no saltó de alegría con el plan, pero qué otra cosa podían hacer. Terminó de abrir la reja entornada dándole una fuerte patada. Esta se estrelló contra la pared y se cerró de golpe delante de ellos – Alcides se echó a reír sin poder evitarlo. - Serás hijo de puta. – Carlos no se reía en absoluto. - ¿Se puede saber qué demonios ha sido eso? - Cómo iba yo a saber que la puerta… - Esta vez fue un alarido desgarrado justo al otro lado, lo que hizo que la sangre se les helara a ambos. Alcides levantó el pie de madera sujetándolo con las dos manos por encima de la cabeza. - Abre la puerta con cuidado Chuck Norris. – Carlos no le escuchó, temblaba de la cabeza a los pies, casi dos metros de estremecimiento que en otro momento le habrían hecho avergonzarse de sí mismo… Pero aquello era distinto, era real, real como el mismo

infierno. Controlando las sacudidas de su mano, sujetó la manivela de la reja, la accionó y empujó con cuidado hasta ver completamente el corredor de acceso a la sacristía. Frente a ellos ascendía una escalera que conducía a la escolanía, y al final de la otra parte del pasillo tan sólo había un gigantesco armario de madera maciza. Sin embargo algo que se movía erráticamente en el museo, justo al otro extremo, captó toda su atención y ambos se encaminaron hacia la sacristía con paso vacilante como Lázaro hiciera al despertar de la muerte. A juzgar por las vestiduras eran cuatro monjas y un sacerdote, o al menos tres monjas; la cuarta mujer estaba completamente desnuda y tumbada sobre la larga mesa en el centro de la sala. Estaba cubierta de sangre y le faltaban partes del cuerpo, se podían apreciar decenas de mordeduras por todas partes; sin embargo, no dejaba de reír y proferir obscenidades… El festín diabólico les cogió desprevenidos y cuando los cuatro comensales se arrojaron sobre su presa como hienas sobre la carroña, Carlos se volvió y comenzó a vomitar, Alcides notó que se mareaba y dejó caer el pedestal que aún mantenía en alto, las manos le temblaban pero logró dar una larga y profunda calada al porro. El ruido sordo de la madera

sobre el mármol hizo que aquellas criaturas monstruosas con las fauces desencajadas y llenas de sangre y jirones de carne, fijaran su atención en los nuevos invitados… Alcides dio varios pasos atrás hasta llegar a la altura de Carlos, que se encontraba de rodillas en el suelo echando lo que le quedaba de su primera papilla, lo sujetó fuertemente del hombro, hasta hacerle daño y tiró de él para levantarle. - Prepárate. – Diciendo esto Al volvió a recoger el arma improvisada del suelo y la sujetó como un bateador a punto de golpear una bola rápida… Las tres monjas con los hábitos ensangrentados fueron hacia ellos con los dedos tensos y separados como si fueran garras, alentadas por el sacerdote al que Al había reconocido, por verlo alguna vez en la televisión, como uno de los ayudantes del Obispo de Madrid, Monseñor José Ángel Bastida Barea. Carlos pudo distinguir algunas palabras de las que su boca escupió con tanto desagrado… - Dente lupus, cornu taurus peti. Acompañó sus palabras con una sonrisa despectiva. - Eso era latín, seguro… ¿Pero qué coño ha dicho? - Más o menos, que cada uno se defienda cómo y con lo que pueda… – Carlos lo dijo sin quitar la vista de encima de una de aquellas cosas que comenzaba a

caminar hacia él cogiendo velocidad, era una mujer de color, alta y joven, de no más de veinte años… No llegó a su destino, Alcides interceptó a la monja propinándole un fuerte golpe en la cima del cráneo que le hundió la ceba entre los hombros haciéndole trizas las vértebras del cuello – Gracias, ¡ahí viene otra! – Esta vez fue Carlos el que la agarró fuertemente del hábito y ayudándose de una patada en las corvas la arrojó de espaldas al suelo, pero no fue lo suficientemente rápido para evitar que la tercera religiosa le saltara sobre la espalda y lo agarrara del cuello, Alcides la golpeó en el costado lanzándola contra un grupo de muebles apilados al fondo del gran salón. El sacerdote no se había movido. Aún recobraban el aliento cuando la criatura sobre la mesa se incorporó y sobre los muñones ensangrentados de manos y pies los acechaba como un animal rabioso. Alcides la reconoció, era Rocío, la conservadora de la iglesia, se fue derecho hacia ella preparando de nuevo el enorme madero, pero entonces algo lo agarró dolorosamente del tobillo, era la primera monja a la que había machacado el cuello; la cabeza seguía hundida de manera imposible, sin embargo a aquella cosa no parecía importarle, se zafó de la presa con un fuerte tirón y eso lo perdió, la

conservadora mutilada saltó sobre él clavándole en el pecho, justo debajo de la clavícula, el húmero astillado que le sobresalía del muñón del brazo derecho, Al profirió un alarido del dolor, Carlos quiso ir a ayudarle, pero él tenía sus propios problemas, las otras dos monjas se le habían echado encima y una de ellas trataba de arrancarle la garganta a mordiscos mientras la otra, haciendo gestos obscenos con la lengua, le hacía jirones el pantalón mientras lanzaba dentelladas a su entrepierna, entonces el sacerdote dejó de sonreír y comenzó a recitar en latín lo que a Alcides le pareció una plegaria:

Dies irae, dixit. Dura lex, sed lex, dixit. Aquila non capit muscas, dixit. Trucidare falsis nominibus res publica, atque ubi

solitudinem Es el día de la ira, faciunt, ha dicho. pacem La ley es dura, pero es ley, appellant ha dicho. Homo homini El águila no atrapa moscas, lupus est ha dicho. Per quae Al asesinato lo llaman peccat quis, erróneamente gobernar y donde per haec et crean un desierto, lo llaman paz. torquetur El hombre es un lobo para el Qui seminat hombre iniquitatem, Por aquellas cosas que uno peca, metet mala por esas mismas es atormentado Aurea Quien siembra la iniquidad mediocritas… recoge calamidades Dixit. Mediocridad dorada… Fiat iustitia Ha dicho. et pirias Haz justicia aunque para ello se mundos destruya el mundo Memento Recuerda hombre que polvo eres homo quia y al polvo regresarás pulvis Recuerda que eres mortal es et in Él se ha ido pulverem La muerte es cierta, reverteris su hora desconocida. Memento El espíritu está dispuesto,

mori mas la carne es débil. Abiit, Para mayor gloria de Dios excessit Por los siglos de los siglos. Mors certa, hora incerta Conócete a ti mismo, sacerdote. Spiritus promptus est, Cualquier cosa que se diga en Caro autem latín infirma. suena más profunda. Ad maiorem Dei gloriam Et in secula seculorum. Nosce te ipsum, sacerdos. Quid quid latine dictum sit, altum videtur Volvió a sonreír cuando pronunció el último verso… - ¿Se puede saber qué coño está diciendo ahora? – Alcides gritó desesperado mientras se deshacía de su

atacante lanzándola con fuerza hacía atrás de una patada e iba en busca de Carlos que se retorcía en el suelo con aquellas cosas sobre él, miró perplejo a la religiosa que intentaba enroscarse entre sus piernas – Creo que no es momento para eso – Aquel comentario espontáneo robó una sonrisa a su amigo que seguía en apuros. Una a una se las fue quitando de encima y lanzándolas lo más lejos que le permitía la herida del pecho – Esa cosa me ha atravesado, joder he escuchado como chocaba el hueso contra el suelo de piedra… – Carlos logró levantarse por fin y comenzó a mirar a su alrededor en busca de algo que le sirviera de arma, por su parte Alcides había recuperado su peculiar bate de béisbol. - En pocas palabras – intentaba contestar a Alcides con el resuello perdido – dice que Dios nos ha abandonado como castigo por nuestros pecados y que vamos a morir todos… - ¿Sólo eso? menos mal, es que dicho en latín parecía algo peor. - Creo que esa era la idea – Carlos no sabía qué le parecía más inquietante, si aquellas criaturas o el tono de la conversación entre él y el bueno de Al, parecían estar dentro de una mala película de terror… – No creo que estén enfermos, parecen…, parecen definitivamente poseídos.

- Ya lo había pensado, pero no sé qué acojona más, ¡ahí vienen otra vez! – La conservadora mutilada se arrastraba por el suelo a cuatro patas, como una maldita bestia salida del infierno; las otras dos flanqueaban al sacerdote, mientras que la sin cuello se convulsionaba en el suelo como una culebra atropellada en la carretera. Alcides no se lo pensó dos veces y conforme se acercaba a ras de suelo el engendro ensangrentado, le propinó un fuerte drive directo a la cabeza que casi se la arranca de cuajo, dejándola en el suelo con el cráneo destrozado. – Ya sólo quedan dos putas y el chulo cabrón que creo lleva la voz cantante. En ese momento el sacerdote junto con las dos religiosas les atacaron con ferocidad sin dejar de proferir gritos y obscenidades; tanto Carlos como Alcides salieron a su encuentro volcando de súbito un gigantesco armario de roble sobre ellos. En cuestión de minutos los supuestos poseídos yacían sobre el frío suelo con los huesos de todo el cuerpo destrozados y los sesos desparramados por el peso de la madera maciza, aun así seguían intentando levantarse. Alcides estaba salpicado de sangre al igual que su amigo, que respiraba de forma entrecortada aún sin poder recuperar el aliento a causa del esfuerzo y el horror…

- ¡Me cago en la leche puta! Pensé que estos cabrones no iban a morirse nunca… - Ves demasiadas películas Al, estas cosas no han salido de la mente enfermiza de Fulci. - ¿Fulci? Joder Carlos, ¿en qué año dejaste de ir al cine? - Tenemos que sacarlos de aquí, pero no sé… Alcides le interrumpió. - Fuego, saquémoslos a la explanada y hagamos una bonita fogata. - No creo que sea buena idea, sabrán que estamos aquí desde kilómetros a la redonda. – La respiración de Carlos comenzaba a normalizarse. - Hagámosles a esas cosas un funeral vikingo – Alcides sonrió ante la cara de desconcierto de su amigo – Los metemos en un coche, le prendemos fuego y lo lanzamos por el camino de tierra, la pendiente los alejará un par de kilómetros antes de que salte por los aires. - Si como dices, Martín está en lo cierto y este lugar tiene que ser nuestro refugio, debemos asegurarnos de que no queda ninguna de estas cosas… Alcides tengo miedo de haber matado a seres humanos que quizá podrían haber sido salvados con un buen psiquiatra o un exorcismo…– Carlos dijo esto

sin dejar de mirar los despojos, temía ver acusación en los ojos de Al. - No hemos matado, nos hemos defendido sin poder evitar el nefasto resultado, no le des más vueltas… - En lo referente al funeral barbacoa, creo que lo mejor sería utilizar la Colegiata oculta… - Alcides lo interrumpió a su vez con los ojos entornados y el labio superior fruncido en un gesto indiscutible de no tener ni puta idea. - ¿Qué es la Colegiata oculta? Nunca lo había oído. - Junto a la Puerta del Sol, la que da a los jardines de chumberas, todo el suelo está hueco… - Al volvió a interrumpirle. - Eso ya lo sé, ahí abajo vive una familia, tienen la puerta de entrada en el acceso al bosquecillo de moreras – Carlos continuó paciente. - Digamos que sobre el techo de su peculiar vivienda y una vez traspasamos los cimientos de la iglesia, nos encontramos con las catacumbas del templo, eso es lo que llaman la Colegiata oculta. Sería un buen sitio para ocultar los cuerpos. - Me parece una idea genial, de todas formas no creo que las tradiciones escandinavas pasaran demasiado desapercibidas.

90 En la capilla de las ánimas, justo frente al museo y bajo el altar mayor, encontraron más cadáveres. Aunque desagradable, al menos con ellos no tendrían que darse de hostias. - ¿Eso es otra monja? – Alcides se acercó al banco más cercano a la escalera de acceso desde la iglesia – Alguien le ha hundido la nariz hasta el cerebro. - ¿Qué coño ha pasado aquí? - Supongo que esas cosas la mataron. - ¿Y a él? – Carlos había seguido avanzando por uno de los laterales, junto al coro y estaba viendo lo que había ante el altar. - ¡Joder tío! Es el cardenal Bastida, ya te lo dije con el cura demoníaco ese. - Tenía entendido que era favorito para el puesto de Papa. - ¿Y a quién le importa eso ahora? - Bueno, si lo piensas fríamente, si alguien debía salvarse, él tendría un pase VIP para la jodida arca. - ¿Has visto toda esa sangre y los huesos? Es como si se hubieran comido a alguien aquí –

Ambos se estremecieron. - Aquí hay un maletín con… Parecen los cachivaches de un sacerdote cuando va a dar la extremaunción. - Me la llevo, quizá haya algo que nos aclare lo que pasó aquí. - Necesitaremos una pala. - Y una fregona… - No pensé que el fin del mundo diera tanto asco. Te juro que la próxima vez seré yo el que se quede de guardia y Frank el que tenga que recoger la mierda…

91 - Sara me lo dio un mes antes de… bueno antes del terremoto con el que toda esta mierda comenzó – Le tendió la mano a su amigo con un pequeño paquetito envuelto en papel de regalo sobre la palma - Era para tus Reyes Magos, quería que yo lo guardara para que no pudieras encontrarlo cuando realizaras la búsqueda anual de regalos navideños, recuerdo que nos reímos mucho al pensar en la cara que pondrías cuando encontraras la corbata señuelo que había escondido en el altillo de la cochera – Martín sonrió al imaginar la escena – Ábrelo, te gustará. Dudó si hacerlo delante de Alcides o de forma más íntima en otro momento y lugar, sin embargo la impaciencia y la ilusión en los ojos de su amigo, le hizo decidirse por la primera opción. Con exquisito cuidado despegó la cinta adhesiva y fue desdoblando el papel estampado de color rojo con arabescos dorados. Ante sus ojos apareció una austera cajita de cartón reciclado. - ¡Ábrela ya coño! – A Alcides la impaciencia le desbordaba. Martín quitó la tapa y dentro, bajo un pliego de papel de seda blanco, halló un precioso reloj de

bolsillo que tomó con delicadeza entre sus dedos. - Es un Hebdomas de 1910, de plata maciza, le costó un pastón en eBay. Presiona la corona – Martín le hizo caso y la cubierta adornada con motivos florales, dejando espacio en el centro para grabar iniciales, se abrió suavemente para mostrar una esfera excéntrica de esmalte blanco e incrustaciones de nácar también con motivos florales, la circunferencia de números romanos, en color negro, estaba desplazada hacia la parte superior y con orientación horizontal. En la parte inferior un hueco dejaba ver el volante y el escape de áncora del reloj, así como la aguja reguladora de la velocidad, en el puente la decoración mostraba de nuevo motivos florales. Los punzones de la parte interior de la tapa habían sido borrados por un nuevo baño de plata y un excelente pulido, en su lugar habían grabado una frase: “Omnes vulnerant, postuma necat”, todas las horas hieren, la última mata. - Clásico y original, como era ella… - Martín dejó escapar las palabras al vacío. - Creo que también había algo en la tapa de atrás. Lo primero que vio fueron los grabados de las medallas ganadas por el fabricante sobre la maquinaria de precisión, pero enseguida prestó toda su atención a la fotografía que había prendida en el

interior de la segunda tapa. Era de Sara, un primer plano de su rostro en escala de grises, la mirada era dulce y el gesto sincero. Martín carraspeó, de pronto se le habían secado la boca y la garganta y los ojos se le anegaron en lágrimas. - Muchas gracias – Dijo intentando disimular la congoja – Significa mucho para mí – Cerró el reloj y se marchó.

92 Durante la semana siguiente a la incursión nocturna, volvieron a ver las luces en dos ocasiones, la última vez el mismo Carlos. Pero que la duda se hubiera disipado por completo no ayudaba en nada. Alcides había llegado a obsesionarse de tal modo que todas las tardes bajaba sólo a echar un vistazo a las inmediaciones del hospital, cada vez que iba volvía a enviar mensajes a través de las ventanas, pero no hubo señal alguna de que alguien los recibiera. Hasta que todo estalló por los aires. El noveno día, bien entrada la madrugada, Verónica estaba de guardia en el campanario, sustituyendo a Carlos que había caído en cama con cuarenta de fiebre tras coger un fuerte resfriado. Se suponía que Alcides iba a reunirse con ella a media noche, pero aún no había aparecido. Las vigilancias se habían convertido en algo verdaderamente tedioso los últimos días, lo cual no dejaba de ser algo bueno, los monstruos parecían haberse desvanecido de la faz de la tierra. Tras su experiencia en Écija, Martín tenía la teoría de que todos se habían agrupado para realizar la última limpieza y aniquilar a los pocos

supervivientes que quedaban, uno a uno, el genocidio de la raza humana estaba a punto de consumarse, sería el holocausto definitivo... Verónica contemplaba distraídamente las estrellas, cuando una fuerte explosión hizo estremecer toda la torre, el hospital estaba iluminado como si fuera Navidad en Chernobyl, no era capaz de distinguir qué planta había volado por los aires, aunque supuso que todos la habrían oído, salió corriendo escaleras abajo hasta toparse de golpe contra Alcides. - ¿Qué coño haces aquí? Llevo esperándote horas. - Creo que Carlos me lo ha pegado – Alcides tenía la cara roja por la fiebre y sudaba copiosamente – Y tenía hambre. ¿Qué ha sido eso? - Creo que es la prueba que llevas días esperando. – Alcides soltó el plato sobre la encimera de la cocina con tanta rapidez que resbaló haciéndose añicos contra el suelo – Yo no voy a recoger todo esto – Pero Alcides corría fuera de la habitación sin prestarle atención alguna para encontrar a Martín en la puerta de salida ciñéndose el hacha a la cintura. - ¿Has oído la explosión? Ha sido en el hospital. - Me he caído de la cama – Verónica se les

acercó con el ceño fruncido - ¿Te importa echarle un vistazo a Dani? Se ha sobresaltado mucho. - Quiero ir con vosotros – Alcides no disimuló su inquietud. - No creo que… – Martín le interrumpió. - Es una buena idea… Si no fuera porque alguien debe quedarse haciendo guardia, con Carlos enfermo y nosotros fuera, la iglesia estará completamente desprotegida. - Alcides también está enfermo – Replicó Verónica. Martín miró a su amigo. - Creo que el AWP27 sería una buena idea para acompañarte allí arriba, si venimos un tanto “apurados” podrás echarnos una mano. Sé que has estado practicando con Alcides y que ya disparas mejor que él – A Verónica se le escapó una leve sonrisa de satisfacción. - Está bien, primero iré a ver a Dani, después cogeré el rifle y esperaré vuestro regreso en el campanario, tened mucho cuidado. - Yo voy a por mis cosas, dame un par de minutos – Alcides subió por la escalera detrás de Verónica. Cinco minutos después Martín se impacientaba sentado en el asiento de un Explorer frente a la puerta abierta de acceso de vehículos,

inconscientemente no dejaba de tocar el reloj de plata que guardaba en uno de los bolsillos del pantalón. Alumbraba con las luces largas sin dejar de vigilar cualquier sombra tras la verja, por el retrovisor observó cómo Alcides salía de la casa junto a Vero, se besaban con dulzura y se separaban con cierta inquietud. La mirada de su amigo la había visto antes en muchos otros rostros, en el de Walt Kowalski frente a la casa de los pandilleros, en el de John Creasy subiendo al coche, en el de Guido Orefice dejándose guiar por los soldados nazis, incluso, de alguna forma parecida en los de Thelma Dickinson y Louise Sawyer conduciendo hacia el abismo, no fue capaz de recordar el nombre del protagonista de aquella película en la que un especialista de cine, se ganaba un dinerillo extra haciendo de conductor en diversos robos, pero también los vio en los suyos, parado ahí frente al maletero de un coche. Cuando su amigo abrió la puerta del acompañante, desechó tan macabras ideas con un escalofrío. - ¿Qué vamos a hacer si esas cosas están de nuevo ahí? – Alcides preguntó con sincera preocupación. - ¿Por qué crees que he cogido el todoterreno? Los pasaremos por encima – Alcides se estremeció con la imagen del coche dando botes

sobre el conglomerado de cuerpos. Le costó Dios y ayuda aguantar las arcadas. Aquella noche no había cáscaras retozando a la luz de la luna, la calle estaba completamente desierta, lo entendieron al llegar al aparcamiento del hospital. La tercera planta ya no estaba, al menos no entera, y de lo que quedaba de ella salían llamas de varios metros de altura que alumbraban de forma espectral a los engendros informes que se agolpaban contra las puertas y la fachada del edificio invadiendo por completo el parking. - ¡La hostia! - Tu análisis de la situación es impresionante Al. - Pisa a fondo, si hay alguien con vida necesitará nuestra ayuda ¡ya! La luz difusa de los faros del coche se reflejaba sobre los cristales de una de las puertas de acceso y se iba haciendo cada vez más nítida conforme el vehículo se acercaba a toda velocidad, no había tiempo para nada más sutil, la atravesaron con la facilidad que un cuchillo caliente atraviesa un bloque de mantequilla, los muebles que bloqueaban la entrada salieron despedidos por todas partes, en cuestión de segundos estaban en el centro del hall

principal rodeados de una playa de cristales y perfiles torcidos de aluminio, unos de los airbags había saltado y Martín sangraba por la nariz, a ninguno se le ocurrió que pudiera pasar, los ojos le lloraban sin permitirle ver nada. - ¿Estás bien? Tu nariz es como un géiser. - Mira en la guantera a ver si hay algo con lo que taponar esta mierda – Su voz sonaba gangosa a causa de la nariz rota. Alcides buscó dentro y lo único que encontró fue un paquete de tampones. - Con esto no creo que… - Es perfecto – Con los faldones de la camisa se limpió el exceso de sangre lo mejor que pudo, desmontó uno de los tampones y con la ayuda de un bic que había en el compartimento entre los asientos se introdujo el algodón lo más profundo que pudo dentro de las fosas nasales, a la vez que se enderezaba la nariz con dolorosos crujidos – Debería mantener la hemorragia el tiempo suficiente. - Quizá tendríamos que replantearnos el plan. - No hay tiempo, esto no tardará en parecer una manifestación por los derechos de los endemoniados… Además el fuego está descontrolado y no sabemos qué hay allí arriba, todo esto puede estar a punto de saltar por los aires.

Habían aislado las plantas superiores bloqueando todos los accesos, puertas atrancadas, escaleras obstruidas con camas y taquillas y ascensores inutilizados. - No hay por donde subir, tardaríamos un día entero en apartar todos estos chismes... Un momento, la escalera de las oficinas – En el centro de la gran recepción, en frente de la escalera mecánica que subía a las plantas de habitaciones, una puerta daba acceso a la zona del personal de oficinas desde donde se podía acceder a una pasarela elevada que cruzaba el hall hasta las habitaciones de la primera planta. Salieron del coche dejando el motor en marcha. Una patada bastó para hacer saltar la cerradura y darles paso a un pequeño pasillo que albergaba la entrada a la zona de oficinas, un ascensor y la escalera que ascendían al corredor. Lo cruzaron haciendo resonar el eco de sus pasos hasta llegar al pasillo abalconado desde el que podían verse las puertas principales y las cristaleras destrozadas con el 4x4 en medio de la recepción, las escaleras para subir al resto de los pisos tenían diferentes accesos para hacer más fácil la visita, corrieron hasta el más alejado de la zona de la explosión, intentando no acabar en el centro del fuego. Martín volaba por los

escalones seguido de su amigo que bufaba en cada rellano como si el corazón quisiera salirse de su pecho. Ya en el segundo tramo a punto de llegar al cuarto piso, ambos se detuvieron en seco dándose cuenta de que ninguno de ellos había prestado atención a lo que pudiera estar esperándoles detrás de cada pared o cada columna por las que pasaban, iban tan cegados por la posibilidad de encontrar a otros supervivientes que corrían en pos de una muerte segura. - Martín no estamos usando la cabeza, vamos como toros en un encierro – A Alcides le costaba pronunciar cada palabra y evitar a la vez perder por completo el resuello. - Estaba pensando lo mismo, nos estamos comportando como quinceañeros en un buffet libre de putas. ¿Notas el calor? - ¿Cómo no voy a notarlo? Esto empieza a parecer una sauna, subamos rápido o sólo encontraremos fuego y ceniza. Cuando llegaron a la planta, el fuego ya se extendía por tres cuartas partes de la misma, el espectáculo era dantesco; aquellas cosas corrían de un lado a otro con sus cuerpos consumiéndose por las llamas, chocaban entre sí y contra las paredes, pero lo más insoportable eran sus desgarradores alaridos,

no eran gritos de dolor o agonía, no, eran gritos de desesperación y odio. Martín derribó a dos de ellos disparándoles con el arco, flechas certeras que seccionaron sus médulas óseas inutilizando sus cuerpos y entonces una nueva explosión destrozó las ventanas y los lanzó a ambos al suelo, Alcides cayó sobre una cáscara que acababa de ensartar con la lanza, Martín salió despedido contra la puerta de una de las consultas, lo último que vio fue como varios monstruos se echaban sobre el cuerpo caído de su amigo antes de perderse en la oscuridad de la habitación. En un instante todo se llenó de posesos descontrolados, pero estos no ardían, debían estar entrando por la brecha que ellos mismos habían abierto en la que fuera una fortaleza inexpugnable.

93 - Al, cariño, ¿qué ha sido eso? ¿Va todo bien? Corto. - - ¡Eh, vamos, responded! ¿Estáis bien? Corto. - Desde que Verónica vigilaba en la torre, el incendio se había propagado por casi todo el cuarto piso, si había supervivientes tendrían que haber salido ya de aquel infierno, podía notar el calor del fuego en su rostro, o quizá fuera su imaginación. Y entonces una nueva explosión lo destrozó todo, parte de la fachada se derrumbó justo en el extremo opuesto del origen del fuego, casi todas las ventanas del edificio estallaron inundando el parking con una mortal lluvia de cristales. Cuando las lenguas de fuego de casi tres metros de altura comenzaron a salir por ellas, el humo lo envolvió todo y Verónica perdió la paciencia. - Martín, por el amor de Dios, dime algo o tendré que dejarles solos para ir a buscaros… Corto. - - ¿Martín…? – El tono de súplica impaciente de su voz era más que palpable, una

agonía desgarradora. - … No… Te muevas… De ahí. – Apenas fue un susurro, ni siquiera pudo identificar quién de los dos había sido. Pero su necesidad de proteger al resto, hizo que fuera suficiente para calmar su desasosiego y permanecer impávida en la seguridad del campanario.

94 Sara dormitaba en el diván de la pequeña biblioteca del piso de arriba, sobre su regazo, la soledad de los número primos, de Paolo Giordano. Martín se habría sacado los ojos antes que tener que leerlo, él era más de Preston y Child o muy de vez en cuando de Romain Sardou. En el momento de entrar en la habitación, Leonel García terminaba su párrafo de “Ni un segundo” y Malú comenzaba con el estribillo. A Sara le encantaba la cantante madrileña y ya se sabe lo que pasa con los que comparten colchón. El libro comenzaba a deslizarse peligrosamente y Martín lo interceptó justo a tiempo para que no cayera al suelo y la despertara, sin embargo no calculó bien y se llevó por delante parte de las piezas blancas del ajedrez de cristal que decoraba la mesita de centro de la habitación, Sara se despertó sobresaltada. - Eres un patoso. - Perdón, intentaba que no te despertaras. - Te has lucido figura. ¿Qué hora es? - Tarde. - ¿Otra vez te ha vuelto a tener hasta

tarde? - El muy cabrón me ha estado ignorando todo el día y justo a la hora de salir se ha puesto a describirme los tres folletos urgentes que tenemos que hacer, por usar un eufemismo, para pasado mañana… - No digas tacos, la “beba” ya puede oírlo todo. - Lo sabía desde el martes, sí desde el martes y espera al puto viernes, perdón, para encargarme tres folletos para el lunes, ¿captas el mensaje subliminal? - ¿Pretende que te pases haciéndolos todo el fin de semana? ¡Qué cabrón! - La beba… Debe ser el embarazo, es la ¿segunda vez en quince años que te oigo decir una palabrota? - Es que tu jefe me saca de quicio, es un negrero retorcido. - No vamos a perder el tiempo hablando de él, no se merece ni una palabra más. ¿Qué te apetece cenar princesa? - Sorpréndeme. - ¿Qué te parece pan caliente con paté de queso viejo y caballa? - Eso sería… – No pudo continuar, un

acceso de tos le impidió seguir hablando – Es el humo, hay mucho humo – Martín no entendía lo que estaba pasando. - ¿Qué te ocurre? No hay humo… – Sara se levantó de súbito y lo sujetó por la camisa pegando la nariz a la suya y mirándolo con ojos enrojecidos por un humo inexistente. - ¡Aquí no! – Le gritó comenzando la piel de su cara a arder por un fuego que él no podía ver – ¡AHÍ! En el hospital, ¡tienes que reaccionar o vas a asfixiarte…! Humo era todo lo que quedaba de consultas, habitaciones y mostradores, el hospital ya no existía, todo era humo. Y todo era oscuridad, una oscuridad que quemaba en la garganta y hacía arder los pulmones. Martín recobró el conocimiento entre toses violentas, estaba totalmente desorientado, notaba el sabor del humo dentro de su boca, sin embargo ya no lo inhalaba. Tras un esfuerzo sobrehumano logró levantarse y con precario equilibrio comenzó a andar despacio, con los brazos extendidos por miedo a chocar contra algo. A juzgar por el eco de sus pasos aquella estancia debía ser bastante grande. Intentaba registrar en su memoria las veces que había estado allí, de pequeño, las revisiones del embarazo de Sara,

pero no logró identificar qué podría ser aquella habitación, un fuerte golpe en la espinilla izquierda le hizo maldecir y perder el hilo de sus pensamientos y entonces algo gruñó detrás de él. Un escalofrío le recorrió la espalda haciéndole estremecer. En el segundo después se lanzó hacia delante por puro instinto de supervivencia, volcó lo que por el ruido parecía un carrito de instrumental, aunque él no pudo escucharlo, la explosión debía haberlo dejado sordo, temporalmente esperaba, por lo que solo percibió un nuevo golpe, algo lo envolvió, intentó zafarse desesperado mientras caía, pero no fue hasta llegar al suelo y arrancar la galería del techo, que la luz de la luna iluminó levemente la zona y descubrió que se había liado con las cortinas, por escasos centímetros no había ido a estrellarse contra los ventanales que había al fondo de la sala. Se arrancó la opaca tela que se le había enganchado en los brazos, se levantó lo más rápido que pudo y comenzó a buscar el origen de aquel sonido gutural, fue entonces cuando se dio cuenta de que no podía ver con el ojo izquierdo, primero la sordera y ahora esto, el miedo comenzó a instalarse en sus huesos con un gélido abrazo, ahora más que nunca tenía que descubrir si había alguien más en la habitación o sólo había sido el crujido de la madera azotada por el calor del fuego, el fuego…

¿cómo podía haberlo olvidado? Sus ojos se volvieron hacia la puerta y descubrió que alguien había bloqueado la parte de abajo con lo que parecía una toalla mojada, para evitar que entrara el humo y… De nuevo aquel gruñido. Esta vez creyó percibir que venía de la pared lateral, a su derecha, un espacio no iluminado por la escasa luz lunar que entraba por las ventanas. Martín se tocó el hilo de sangre seca que le salía de los inútiles oídos, no podía escuchar nada ¿cómo podía oír aquellos gañidos? La respuesta apareció ante él con la sutileza de una llovizna primaveral, los gruñidos resonaban dentro de su cabeza, pero sabía que no eran una alucinación, tenía en la piel esa sensación de inquietud que uno tiene cuando nota que no está sólo. También estaba seguro de no ser descendiente del profesor Xavier, por tanto lo que fuera que estuviera con él en aquella habitación gemía directamente en su cerebro, ¿acaso sabía que no podría escucharlo de otra forma? Intentó tranquilizarse y poner sus pensamientos en orden, lo último que recordaba era… ¡Alcides! Alcides estaba en el pasillo. Se tocó el cinturón, sus armas seguían allí, tomó el cuchillo en la mano izquierda con la hoja hacia abajo y el hacha en la derecha, respiró hondo y se encaminó hacia la oscuridad. - Si sigues avanzando tendré que matarte

– Aunque lastimera y fatigada, la voz que resonaba en su cabeza era amenazadora. Martín se detuvo. – Apenas puedo contenerme ya. - ¿Quién o qué eres? - No importan ni el qué, ni el quién, ni el cuándo, ni siquiera el cómo, lo único que importa es el porqué, sois defectuosos y se os ha pasado la garantía, el mundo se acaba y como es lógico a los de abajo nos toca limpiar la mierda – Mientras hablaba, Martín sacó una barra de luz química de uno de los bolsillos traseros del pantalón, la quebró y tras agitarla unos instante la lanzó hacía el lugar de procedencia de la voz, lo que ésta le mostró le hizo estremecerse. Tirado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, estaba el cuerpo de un adolescente de color de apenas dieciséis años, llevaba puesto un chándal y le faltaban ambas piernas, a juzgar por el rastro de sangre, se debía haber arrastrado allí desde el pasillo, antes de que el fuego empezara. La cosa no se movía. - Eres… Una cáscara. ¿Cómo…? – Martín no salía de su asombro. - ¿Cómo puedo hablar? – Seguía haciéndolo directamente en su cabeza sin necesidad de mover los labios, lo que a Martín se le antojó espeluznante – Veo que no captas lo importante de la

situación, pero aun así te lo diré. Poseer no es tan fácil, cuando las puertas del infierno se abrieron vomitaron todo lo que contenía, las almas en pena, los condenados, los demonios… Todo. Antes de que me preguntes – continuó anticipándose a Martín – No todos los monstruos son iguales, las almas en pena son aquellas que no siendo malas en esencia han sido enviadas al abismo por actos desesperados contra las leyes de Dios, como por ejemplo los suicidas o aquellos que no han recibido la extremaunción a tiempo y han muerto en pecado mortal. No siempre se debe confiar en la misericordia divina… Los condenados son los que por sus actos de pura maldad van directamente abajo, sin la necesidad del juicio divino, como puedes imaginar no todos son igual de perversos. Y después están los jefazos del cotarro, los demonios, que no son otra cosa que los ángeles rebeldes que el todopoderoso desterró lejos de los cielos. Estos no tienen problema alguno en poseer a un ser humano, siempre y cuando, claro está, tengan el beneplácito del de arriba. Los condenados tampoco lo hacen mal, pero las almas en pena, las que intentan “encajar”, o algunas condenadas… Bueno, digamos que no tienen ni puta idea, generalmente de nada. Son los que originan las, ¿cómo las llamas tú? “Cáscaras”. En su patético intento por poseer el

cuerpo, rompen el vínculo de este con su alma y se quedan atrapados en… Pues eso, en una cáscara vacía impulsada por los instintos más primarios y dotada por ciertas mejoras de mortalidad motivadas por la naturaleza de su infernal inquilino que, por cierto, carece de casi cualquier tipo de control sobre él. No voy a engañarte, algunas veces les sale medio bien y logran, por lo menos, guiar los pasos de esas cosas hacia un objetivo, normalmente vosotros. En otras ocasiones, y esto me da más asco a mí que a ti, les es más fácil poseer animales… – Hizo una mueca parecida al asco aunque demasiado exagerada para ser creíble - ¿Por qué me cuentas todo esto? – Martín mantenía todos sus músculos en tensión. - Podría decirse que no soy un alma en pena, y por suerte para ti tampoco soy un ángel repudiado, la animadversión celestial es mutua y como comprenderás el infierno no es un lugar donde crear vínculos, por lo que no me siento demasiado impulsado a seguir órdenes sin presentar cierta resistencia. Aun así no podemos desobedecer los mandatos divinos, así que poco importa lo que estemos hablando aquí y ahora, en cuanto terminemos tendré que matarte. ¿Y pensar que él sigue creyendo en su vendetta? La verdad es que

sería agradable por una vez poder matar a alguien que no tenga ese estúpido gesto en la cara de no saber el motivo de su funesto destino. Probaré contigo como algo excepcional. Tú ya sabes que tienes que morir porque Dios lo ha decidido… Se ha cansado de permanecer impávido ante vuestro declive. Ya le pasó una vez con lo del diluvio y demás, aunque entre tú y yo, aquello fue más parecido a lo que EEUU hizo con España en la guerra de Cuba, mató dos pájaros de un tiro, reseteó la creación y acabó con los ángeles díscolos que habían empezado a “estrechar lazos” con las mujeres humanas… No pongas esa cara, puedes leerlo en la Biblia, capítulo seis del Génesis. Os creéis las estrellas de la creación y no sois más que un subproducto, un adorno, la guinda del pastel que algunos suelen desechar y otros degustan con deleite. En mi humilde opinión te diré que creo que ese ha sido su mayor error, la guinda al final le ha terminado empalagando. – Con fuerza sobrehumana impulsó de súbito su cuerpo con los brazos y se lanzó de improviso sobre Martín que no tuvo tiempo de repeler el ataque y cayó hacia atrás derrumbado por el peso de su agresor. Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza preparándose para soportar los mordiscos y desgarros, mientras forcejeaba con todas sus fuerzas para zafarse del muchacho, pero no hubo forcejeo, el

cuerpo inerte de aquella cosa resbaló a un lado. Abrió los ojos sin entender y vio la cabeza cercenada a varios metros del resto del cuerpo. No vio el hacha pero el cuchillo estaba junto a su pierna izquierda, lo recogió y se puso en pie de un salto. No le dio tiempo a mirar a su alrededor cuando una sombra se precipitó sobre él, pero esta vez estaba preparado, levantó el cuchillo y lo descargó con furia, justo en el último instante vislumbró los ojos de su atacante y giró el arma golpeándole con el mango en la sien derecha. La mujer cayó al suelo inconsciente. No tenía mucho tiempo, se cargó a la joven sobre el hombro y corrió al pasillo. - ¡Al! ¡Alcides! – Era extraño gritar y no poder escuchar su propia voz – ¡Alcides por amor de Dios! – Una mano enorme se posó sobre su hombro y lo sobresaltó. Al girarse, Alcides estaba delante de él, una desagradable herida le cruzaba la mejilla izquierda y la barbilla y cojeaba ligeramente, pero sonreía de oreja a oreja. - Veo que tú también te has encontrado con esa zorra. – Martín giró la cabeza y le mostró la sangre en los oídos. - ¡No puedo oír nada! - Vale, vale, pero no me grites. - ¡Que no te oigo capullo! – Alcides se

limitó a hacerle un gesto con las manos indicando que salieran de allí cagando leches y a quitarle a la joven del hombro para cargársela él. - Hagamos lo que Mel le dijo a Danny: “Salgamos zumbando” – Masculló para sí. El calor era sofocante, pero la última explosión había destrozado las ventanas aliviando un poco la saturación de humo de los pasillos. No se veían cáscaras “activas” por ninguna parte, lograron llegar al mostrador central y salir a los accesos del personal médico, desde donde pasaron a una escalera de servicio que daba a la parte de atrás del edificio, saliendo cerca del camino de la pista de aterrizaje para helicópteros. Rodearon el hospital y tal y como Al había predicho, el parking era un hervidero de cáscaras ansiosas, por lo que siguieron por la carretera hasta una zona arbolada al otro lado de la calle y ocultos entre las sombras lograron encontrar un coche y puentearlo para la huída. Martín quitó el freno de mano y Alcides, después de dejar su preciada carga en el asiento de atrás, empujó el vehículo hasta que comenzó a coger velocidad, saltó al asiento del acompañante. Tendrían que dar un gran rodeo, pero era mejor no hacer ningún ruido, cuando hubieron alcanzado una distancia segura, Martín arrancó y puso rumbo a la iglesia.

- Debería haber dejado que te desgarrara la garganta. – Había escuchado su voz, quizá algo amortiguada, pero al menos volvía a oír, y tras la voz vino el ronroneo del motor, el viento en la ventanilla y luego todo lo demás con dolorosa intensidad. Miró por el espejo retrovisor, la mujer estaba sentada en el centro del asiento trasero, hasta ese momento no se había percatado de sus rasgos, debía ser mexicana o algo así, podía apreciarse que debajo de toda esa suciedad era bonita aunque de facciones duras. Tenía las cejas chamuscadas y sangraba por varias heridas, aunque no se veían importantes. - Me salvaste del endemoniado tullido ¿por qué atacarme después? - Aproveché que estaba distraído y era un blanco fácil, pensé que tendría tiempo de encargarme de ti. No tenía intención de matarte, aunque no me faltan ganas aún. ¿Por qué carajo destrozasteis la cristalera dejando que ellos entraran en mi refugio? - Vimos la explosión desde nuestro campamento y pensamos que quién se escondiera aquí necesitaría ayuda – Alcides respondió en medio de un bostezo. - ¿Pensasteis? No creo que pensar sea lo vuestro, ¿qué mierda de plan de rescate es este?

Entrasteis a saco destrozándolo todo, ¿no se os ocurrió que dejaríais entrar a esas…? – Martín la cortó. - No teníamos previsto quedarnos tanto tiempo, se suponía que los supervivientes estarían huyendo; sin embargo nos entretuvimos demasiado tiempo buscándote. ¿Qué coño estabas esperando para escapar? - Yo no quería escapar… Me costó meses lograr limpiar el hospital de endemoniados, fui atrayéndolos a la zona de cuidados intensivos; la idea era sencilla, cuando todos estuvieran encerrados incendiaría la sala y acabaría con ellos de una vez. Cuesta mucho matarlos… Contaba con que algunas bombonas de oxígeno explotaran, pero la deflagración fue algo más salvaje de lo que había previsto, de todas formas podría haberlo controlado de no haber sido por vuestra desafortunada aparición… - Hemos sido demasiado impulsivos, parece que la idea de encontrar más supervivientes aparte de nuestro grupo ha nublado demasiado nuestro juicio. - Era demasiado bonito, y el cine también influyó, ¿sabes?, ahí se ve todo tan fácil… – Apostilló Alcides exhalando una bocanada de humo, Martín lo miró con reprobación, ni siquiera se había dado

cuenta de que se hubiera encendido un canuto. - ¿Un grupo? ¿Hay más aparte de vosotros dos? – Por el espejo apenas se podía distinguir un leve candor en las mejillas de la muchacha que parecieron iluminar su rostro con un breve gesto de esperanza.

95 - No creo que fuera así en absoluto.Alcides parecía molesto. - Bueno grandullón, lo último que yo vi, antes de salir por los aires fue como un puñado de cáscaras se te echaban encima, si ella no… - ¡Ella no! Yo mismo me zafé de su ataque, sólo que… - No seas paquetero, tenías siete monstruos o cáscaras, como ustedes los llaman, sonándote de lo lindo, si no llego a quitarte algunos de ellos de encima jamás habrías podido levantarte a lo Bud Spencer golpeándolo todo a tu paso, incluida yo. No tuve más remedio que defenderme, no entrabas en razón, estabas como ajumao. Así que te gol… - Sí, sí, ya sabemos todos esa parte, la contaste en el coche… - Sí, pero yo no iba en el coche y quiero saber cómo una débil muchachita te dejó KO. – Verónica no podía dejar de burlarse de Alcides, que se negaba a disimular su enfado. - ¿Y si nos ceñimos a la cena? Superar la muerte invita a celebrar la vida, no a criticar a las

víctimas. Además ella es de Puerto Rico, seguro que su padre era jefe de la guerrilla o capo de algún cártel. - Eso era en Colombia animal – Lola soltó una carcajada, y todos comenzaron a reír, incluso el mismo Alcides. … Como iba diciendo – Miró a Al por encima del hombro – apenas tuve unos segundos para reaccionar cuando semejante mole se precipitó contra mí. Fue un acto instintivo, salté fuera de su campo de impacto dejando mi pie en el camino, el resto vino rodado, literalmente. Alcides tropezó y se dio un cantazo contra el mostrador de recepción de enfermeras. - Ya os dije que no fue ella la que me golpeó, ¡diez puntos para el mostrador! - Tú di lo que quieras osito, pero lo cierto es que no soportas que te noqueara una mujer – Verónica abrazó a Alcides por detrás. Todos estaban sentados en la mesa de la cocina, todos excepto Martín, que había salido de la habitación sin que nadie se percatara. - Ya hubo una mujer que me dejó fuera de juego, y me encantó – Se levantó de golpe agarrándola por los brazos y cargándola como un fardo – De acuerdo, me rindo, pero fue pura suerte –

Rodeó la mesa con Verónica sobre su espalda y salió al exterior, entre las carcajadas de la muchacha. - Cala – Así se llamaba la joven recién llegada - ¿Vivías en Osuna? ¿No recuerdo haberte visto nunca por el pueblo? - Estaba de paso cuando se desató el infierno. Cala Santa Cruz nació en Esperanza, la segunda población de Vieques, una pequeña isla al este de Puerto Rico. De familia humilde, su padre fue operario en la General Electric desde que abriera en 1960. La niña dejó pronto los estudios para ayudar con las cargas del hogar y la industria del turismo era la única que le ofrecía una oportunidad para conseguir dinero. Demasiado a menudo despiadada y ausente de escrúpulos en pos de sus objetivos, no dudaba en emplear mano de obra infantil. Cala entró a trabajar como limpiadora en los apartamentos de vacaciones “Mi Pana” con tan sólo doce años. Cuatro años más tarde, sus sueños de niña habían cambiado y lo único en lo que pensaba era en salir de aquella maldita isla que, aunque era destino paradisíaco para algunos, para ella era una asfixiante cárcel de alta seguridad. Falsas promesas de una nueva vida en el sur de España la hicieron embarcar rumbo a la

península, de manos de una pequeña mafia local especializada en la trata de blancas. “Pero no tengo plata”, les dijo en una ocasión. Le aseguraron que habría buenos trabajos, trabajos de sobra para ganar mucha lana, y podría estudiar, elegir, en definitiva, era lo que ella había deseado toda su corta existencia, poder elegir. En total ignorancia, la joven e inocente puertorriqueña no se imaginaba cuán aciago destino la esperaba impaciente y con maliciosos brazos abiertos. No hubo buenos trabajos, no hubo plata, no hubo estudios, no hubo posibilidad de elección alguna…Sólo drogas y prostitución. La engancharon a la heroína y la obligaron a alquilar su cuerpo para, con una mínima parte, pagar su adicción. Durante dos años la violaron y maltrataron a diario, mientras ella se debatía en un estado de semiinconsciencia inducida. La gran ironía fue que sin el efecto sedante de las drogas, Cala no habría durado más de dos semanas sin volverse loca o caer directamente en las fauces del suicidio. Por suerte para la muchacha, un empresario madrileño, de negocios en Sevilla, se encaprichó de ella tras gozar de sus servicios en un local de alterne llamado “Mansión de Isabelita”. La

agonía tendría que durar una semana más, hasta que el abogado del intachable hombre de negocios, consiguió llegar a un acuerdo con la organización que controlaba a las prostitutas y comprar la libertad de Cala por la irrisoria cantidad de sesenta mil euros. Pero el cuento de hadas terminó exactamente al día siguiente del acuerdo. El 25 de diciembre de 2012, en los aparcamientos del hospital de Nuestra Señora de la Merced de Osuna, iba a realizarse el intercambio que haría que la vida de Cala fuera lo que siempre soñó. Sólo ella sobrevivió… Metida en el maletero de un A6 pasó los siguientes tres días, sin comer ni beber y soportando el síndrome de abstinencia. La persona que logró salir de aquel coche, aunque se llamaba Cala Santa Cruz, no mantenía vínculo alguno con la frágil niña que naciera en Esperanza años atrás. Aquel acto traumático como un verdadero parto la había hecho resurgir a una nueva existencia, en el maletero quedaron las vejaciones, las palizas, los abusos, las mentiras, los sueños rotos… Todo. Se juró no volver a recordar nunca más y la nueva Cala cumplía sus promesas hasta el final.

96 La vida en la iglesia era un engranaje perfecto en el que cada pieza cumplía una importante tarea y sin la cual la supervivencia del grupo sería inviable. Las veces que no acompañaba a Martín en sus incursiones era Alcides el que cuidaba del huerto en el jardín de las chumberas, que gracias a las semillas que trajeron del centro comercial y los abundantes mimos y riegos con agua de pozo, que Frank le diera en su día, se había convertido en un auténtico vergel. No le había supuesto mucho sacrificio, ya que siempre había cuidado su pequeño trocito de tierra en el que cultivaba la marihuana, simplemente extendió sus labores al resto de las plantas. Carlos siempre le pinchaba preguntándole para qué quería tanta maría, si era para pasarle a las cáscaras y conseguir un trato de favor. Al siempre se reía de la ocurrencia aunque la escuchara cada día sin excepción, aquella monotonía los ayudaba a no volverse locos, además estaba seguro de que tarde o temprano todo se desmadraría y tendrían que salir de allí cagando leches. No tenía intención alguna de enfrentarse al Apocalipsis sin un poquito de ayuda y pensaba cargar una mochila

completa con toda la ayuda que pudiera cultivar. “El genio del hombre es el hecho de siempre haber intuido su flaqueza.” Qué verdad tan universal e indiscutible. Al la había escuchado en un documental, no uno cualquiera, EL DOCUMENTAL. Su vida había cambiado desde que lo descubriera por Internet. Lo cierto era que la película la había patrocinado un conglomerado de marcas de lujo presididas por el que se consideraba entonces uno de los hombres más ricos de Francia, hecho por el cual la crítica lo tachó de “greenwashing28”. Pero para Alcides no había duda, desde que los demonios comenzaron a andar por la Tierra tuvo su propia teoría de lo que estaba pasando, teoría que la cáscara del hospital reforzó con lo que le dijo a Martín. Él sabía que tarde o temprano algo así tendría que suceder, claro que sus temores se acercaban más a tsunamis, volcanes en erupción y terremotos… El hombre había roto el sutil y frágil equilibrio sobre el que reposaba la Tierra y sólo había necesitado cincuenta asquerosos años. Eywa gritaba su sufrimiento y el Padre creador de todo había escuchado su llanto y por fin había tomado cartas en el asunto. Keren no le había revelado nada de aquello, ella sólo hablaba del cielo y el infierno, de la venganza del ángel caído y sobre el final de la edad del hombre, pero ella era una niña, ¿qué podría saber

una niña de la realidad de la vida? Y sobre todo teniendo en cuenta que llevaba muerta desde 1943… La primera vez que el fantasma, si bien a Al no le gustaba llamarlo así, se le apareció, pensó que había sido producto de un mal viaje… Siguió convenciéndose de eso el resto de las veces, veces en las que siempre bajaba a la capilla subterránea donde encontraron el cuerpo del cardenal, único lugar en el que podía verla, veces en las que no había fumado nada. Lo cierto es que le daba tanto miedo que su mente no se resistió a la mentira para poder explicar algo imposible. Al final, cuando Verónica también la vio, el velo del engaño se disipó, aunque para Al ya se había convertido en una necesidad. Le gustaba hablar con la niña, discutir sobre las cosas terribles que había escuchado en la grabadora digital que encontró entre las cosas del sacerdote, el tal padre Gabriel. Ella le aclaró muchos de los interrogantes que se le presentaron, cuando tuvo que lidiar con las horribles pesadillas que el cura plasmaba en su diario. Carlos dedicaba casi todo el día a cuidar de Lola y a las tareas de mantenimiento del refugio. Diariamente revisaba una a una todas las entradas y posibles puntos débiles de las vallas y muros que

rodeaban la gran iglesia y la casa anexa en la que vivían, aunque siempre sacaba algo de tiempo para dedicar a sus proyectos. Aun existiendo dos pozos, había ideado una forma de aprovechar también el agua de lluvia, valiéndose de que la casa sobresalía dos metros de la fachada de la iglesia. Construyó en el balcón que había en la estrecha pared lateral, un gallinero colgante de dos metros cuadrados, suspendido sobre una piscina tubular Intex, rectangular y con estructura metálica. Había logrado reconducir los canales del tejado de la iglesia hasta el estanque casero, a través del gallinero, donde construyó una bajante con el poliéster de otra piscina y recubriéndolo con el acero galvanizado de la misma. A la altura de las gallinas, de la tubería casera sobresalía un sistema de riego por goteo que hacía las veces de bebedero para los pájaros. Todos los materiales se los había facilitado Martín. Esta era su labor, él se encargaba de conseguir cualquier suministro que necesitaran. Desde sus semanas en cama, le resultaba imposible estar demasiado tiempo en sitios cerrados, por lo que siempre buscaba excusas para salir del recinto.

podridos,

Aunque pensaban que estarían más que decidieron ir a casa de Carlos, la

experimentación para su tesis les era de suma importancia. El olor era bastante desagradable cuando entraron en la sala de estar, a la derecha un pasillo daba a varias puertas, abrieron la del fondo y el hedor que los golpeó era tan denso que a Martín le dieron ganas de vomitar. - Creo… Que… Creo que… No hay nada aprovechable aquí…- Martín se tapaba la boca con la parte baja de su camiseta. - Todo lo contrario – Dijo Carlos con una sonrisa en los labios – Mira el acuario más grande, el de las tilapias, están vivas, hay superpoblación pero el exceso de plantas y los que van muriendo, les han servido de alimento, es fantástico, se ha creado todo un ecosistema en miniatura…En cierto modo era lo que estaba intentando hacer. La depuradora funciona con energía solar, y aunque es evidente que no lo hace al cien por cien, bueno… - Joder figura, esto parece sacado de uno de los experimentos chiflados del hormiguero, sólo falta Marron con su pulso de tirador experto haciendo de mamporrero entre las putas carpas. Por cierto, en el acuario del fondo creo que hay algunas vivas – Martín hablaba sin descubrirse la boca - ¿Cómo soportaba Lola todo esto? - No lo hacía… Al principio disimulaba

medio decentemente, entendía que era un pequeño sacrificio para un futuro prometedor, pero con el paso de los meses, la cosa se fue haciendo cada vez más insostenible, estuvimos a punto de separarnos, pero entonces… - Se quedó embarazada. - Con la excusa del embarazo se fue a casa de sus padres, cuando el terremoto asoló Osuna, no estábamos de visita en su casa, al menos no ella. Parece irónico, pero para nosotros, el fin del mundo ha sido un nuevo comienzo. – Viendo lágrimas asomar en los ojos de su amigo, Martín cambió la conversación. - Volviendo al hormiguero, ¿es verdad que tienes la barba pelirroja como el Pablo Motos? - Roja como los pelos del culo de un leprechaun. – Ambos rieron. – ¿Tu mente privilegiada ha pensado cómo vamos a llevarnos todo esto? – Carlos se restregó los ojos con disimulo y se volvió hacia Martín con la enorme sonrisa de costumbre que las bromas habían logrado devolverle. - No tengo la menor idea. Al final utilizaron bolsas de basura para jardín que encontraron en el lavadero de la casa, metieron una dentro de otra, hasta cuatro y después la acomodaron dentro de una de las hojas de una

maleta grande de esas rígidas, que rompieron para el invento, así podrían manejar mejor la carga hasta el coche. En la otra parte de la maleta hicieron lo mismo, así que pudieron cargar todos los peces vivos y las plantas que Carlos seleccionó como importantes. - El primer llenado de la piscina, hasta que lleguen las lluvias, lo he realizado con agua de pozo por lo que la temperatura es bastante más baja que en los acuarios, meteremos las bolsas directamente en el agua y las dejaremos un par de horas hasta que se aclimaten, después volcaremos el contenido con cuidado. Tendrás que echarme una mano; para lo que tengo pensado, necesito crear una separación dentro de la piscina. - Tú dirás. - Quiero que el agua fluya libremente entre las dos partes, pero que los peces no puedan acceder a la más pequeña, ¿ves esto? – Carlos le mostró unos pequeños brotes verdes de largas raíces blanquecinas que había apartado dentro de una bolsa de congelados llena de agua y que había colocado con cuidado sobre el salpicadero – Martín la observó un segundo, manteniendo recta la dirección del vehículo – Son lentejas de agua, tan sustanciosas para los peces como para nosotros, podríamos hacer ensaladas, batidos nutritivos, aunque estos últimos no

creo que tuvieran un sabor demasiado agradable, alimento al fin y al cabo. - ¿Todo esto tiene que ver con el gallinero “de altura”? – Martín lo preguntó con cierto tono jocoso. - ¿Alguna vez te he comentado algo sobre mi tesis? - No que yo recuerde. - La temática… Ten cuidado con los baches, si rompemos una de esas bolsas mi experimento se irá por la alcantarilla. Bueno, el caso es que trataba sobre la viabilidad de la comercialización de proyectos hidropónicos para granjas y viviendas. En nuestro caso el ciclo es el siguiente, las gallinas nutren con sus excrementos el agua de la piscina donde se encuentran las plantas, que a su vez forman parte activa en la dieta de los peces que engordarán como centollos bulímicos para que nosotros podamos degustarlos a la plancha, en sopa, en salsa verde o como más te guste. - Me has hecho salivar como el gato de Pavlov. Si la práctica se parece en algo a la teoría será algo increíble. Tener pescado fresco a diario… Es más que un sueño. - Era un perro. - ¿Cómo?

- Lo de Pavlov era un perro, no un gato. - Que le den al perro, al gato y a Pavlov, yo quiero mi friturita malagueña ya. Lola, debido a su estado, era cascarón. Aun así ayudaba a Verónica en las tareas más sencillas del hogar, no era algo sexista, simplemente era práctico. Mientras Cala prefería salir de caza o acompañar a Martín, Verónica lo detestaba hasta la agonía. Sin embargo, cuando más disfrutaba era cuando hacía de paciente pinche de Martín, las raras veces que éste se metía en la cocina. El pequeño Dani pululaba de aquí para allá, una veces recolectaba con Alcides en el huerto, otras ayudaba en la cocina y la mayor parte del tiempo lo pasaba inspeccionando cada rincón de la iglesia. El grupo tenía su propio equilibrio, tan ajeno como dependiente a lo que ocurría a su alrededor.

97 Martín no solía dormir demasiado, era una de las pocas cosas buenas que tenía el insomnio, mantenía fuera las pesadillas. Sentía el calor de la hornilla en la cara, cocinar le calmaba, le hacía más fácil centrar sus pensamientos, tenía déficit de atención desde pequeño y había aprendido que resolvía mejor los problemas cuando no se centraba en ellos, por lo que siempre había estudiado viendo películas o leído con la televisión encendida. Pensar a la vez que cocinaba era otra opción. Las cosas que aquel ser le había desvelado lo llenaban de inquietud, ¿De verdad eran los últimos? ¿Ya no quedaba nadie más? Y de ser así ¿Por qué ellos no habían sucumbido a los demonios? ¿Por qué no habían sido poseídos también? Mientras su mente parecía un hervidero, sus manos se deslizaban entre cuchillos, platos y sartenes. La gran cantidad de proteínas de las lentejas de agua las convertían en un sustituto más que ideal a las lechugas que aún no habían crecido lo suficiente. Sin embargo, su sabor no se acercaba ni de lejos a su valor nutricional, por eso intentaba dar con una buen vinagreta que las hiciera más agradables. Mientras las lavaba en una cacerola llena de agua de

pozo con unas gotas de lejía, Cala llegó a la cocina desde el campanario. Hacía días que su actitud para con Martín había mejorado. Aún no le había perdonado del todo el “rescate”, aunque en el fondo no echaba de menos su antigua y opresiva soledad, que de vez en cuando volvía para acosarla en las noches de guardia como aquella. Su integración en el grupo había sido completa, en todos los aspectos. Se acercó a él por la espalda y le pasó la mano por el hombro a modo de caricia, si bien la había oído llegar, se sobresaltó al no esperar un gesto tan cariñoso por su parte. Cala notó la tensión en todo su cuerpo. - Se supone que cocinas para relajarte ¿no? – Sonrió mientras se acercaba más a él con la excusa de echar un vistazo al cacillo que había en el fuego, en el que un líquido turbio se espesaba lentamente. Martín escurrió las lentejas y las dejó junto a la hornilla mientras Cala cogía una cuchara y probaba la reducción – ¡Mmmmm! Un tanto ácido, pero está bueno, ¿qué se supone que es? - Intento crear una vinagreta con base de limón y vino dulce, para ver si soy capaz de hacer más comestibles las asquerosas lentejas de agua de Carlos – Martín cogió un puñado de plantas y se lo mostró a Cala que puso cara de repugnancia. - ¿Esa cosa se come? ¿Pensé que sólo era

para los peces? – Las cogió de la mano de Martín, rozándola innecesariamente y las olió – No huelen a nada. - No huelen a nada y saben a rayos, pero son más nutritivas que la soja. Si logro hacer que sean agradables al paladar serán muy saludables para Lola, Verónica dice que tiene algo de anemia. - Así que entonces vas a usarme de conejillo de indias – Cala se acercó un poco más a Martín. - No creo haberte pedido que las pruebes. - No importa, no me molesta que me uses… - Cala se acercó aún más, si es que eso era posible, meciéndose al ritmo de una canción que sólo parecía sonar en su cabeza. Martín empezaba a incomodarse – Además ya va siendo hora de que te agradezca lo que hiciste por mí – Le pasó sus brazos alrededor del cuello y le besó en los labios, la mejilla, el cuello, se dejó caer suavemente hasta quedar de rodillas y le acarició la entrepierna, justo cuando empezaba a bajarle la cremallera, Martín la detuvo y la levantó de forma brusca. - No – Fueron sus únicas palabras. - ¿No? Cualquier hombre… – Martín la interrumpió mostrándole la alianza. - Estoy casado, no puedo y no quiero.

- Murió ¿recuerdas? Hace meses… Mereces poder empezar de nuevo. - No hay nada que empezar cuando todo termina. Quiero a mi mujer. - He visto como me miras. - Has creído ver algo que no era, lo siento si te he hecho pensar de forma equivocada. - ¿Lo sientes? – Cala comenzaba a notar la ira dentro como el agua cuando empieza a hervir – ¡Maldito santurrón de mierda! – Fue entonces cuando Martín percibió el dulce olor del vodka en su aliento – No somos tan distintos ¿sabes? Yo también perdí… – Martín la sujetó por los brazos y la sacudió violentamente hasta hacerla callar. - Estás borracha, déjalo o te arrepentirás de todo esto cuando se te pase la tajada. Yo terminaré tu turno de guardia. – Cala le propinó una sonora bofetada. - Eres un monstruo sin corazón. - No intentes patentar tu descubrimiento, es vox populi.

98 … No sabía si era un recuerdo, un sueño o el viaje de aquella noche, pero se vio a él, de pequeño, paseando con su padre. Solían hacerlo cuando a Alcides sénior le apetecía fumarse uno de sus cigarritos especiales. Caminaban por una zona en ruinas, creyó reconocer las afueras de Barcelona, donde nació. No, aquello no eran ruinas, caminaban por una urbanización a medio construir cuyas obras habían quedado paradas desde hacía algunos años y los ocupas habían transformado en un arrabal de chabolas construidas entre cimientos y paredes maestras. Como cualquier niño, Al corría de un lado a otro, saltando escombros y subiendo montañas de arena, en una de sus carreras tropezó con un grupo de sillas de madera y cáñamo que había amontonadas bajo el hueco de una escalera aún por terminar, no se hizo daño, ya apuntaba maneras, era robusto y casi el doble de grande que cualquiera de sus compañeros. Sentado en el suelo miró a su alrededor, había dos sillas volcadas en el suelo y una inclinada sobre dos patas contra la pared de ladrillo sin enlucir. Debajo del asiento de una de las sillas volcadas, la que estaba más cerca de Al, pudo ver un paquete blanco,

del tamaño de un libro de bolsillo, sujeto a la madera con cinta americana. Alargó la mano para coger el bulto, pero la severa voz de su padre lo detuvo. - ¡NO! – Después de dar una última calada al porro y arrojar la colilla a un sucio charco a sus pies, siguió hablando – Ni se te ocurra tocar eso. - Pero papá lo he encontrado. – Al no parecía dispuesto a ceder fácilmente su hallazgo. Su padre le ayudó a levantarse y sujetándolo del brazo lo colocó a su izquierda, lo más alejado posible de la silla. - No es algo con lo que se pueda jugar; es más, en realidad es muy peligroso. – Se agachó y despegó con cuidado el paquete de plástico. Con la uña del meñique de la mano derecha, extremadamente larga, cortó el plástico hasta dejar visible el contenido. El padre de Al siempre había sido un tanto bohemio y en aquella época le había dado por pintar cuadros al óleo con espátula, usando sólo su propia uña. El fardo estaba lleno de lo que al pequeño Al le pareció harina. Alcides sénior tocó el polvo con la yema del dedo corazón y lo probó. – Esto es cocaína hijo, una droga que transforma a los que la toman en mierda. – Diciendo esto terminó de romper el paquete y lo esparció por el suelo. Una leve corriente de aire comenzó a formar pequeños remolinos de coca que se alejaban de ellos…

Absorto en los arabescos formados por la farlopa, Al no percibió como todo cambiaba a su alrededor, ahora volvía a ser adulto y su padre un sesentón canoso y cubierto de arrugas, algo quemado por años y años de consumo exacerbado de maría. Estaban sentados en lo que parecía el banco de un parque, y compartían un canuto. - Si en lugar de tirar toda aquella coca, la hubieras guardado, ahora este parque sería nuestro, - Al junior sonrió de forma estúpida – Joder, ¿Cuánto dinero habrías sacado con aquel kilo? - Si hubiera cogido la droga delante de ti, ¿qué ejemplo crees que te habría dado? Habrías entrado en el mundo del trapicheo y sabe Dios qué clase de hombre serías ahora… En cuanto al dinero, he tenido muchas oportunidades, no siempre legales, de conseguir fortuna y poder comprar una gran casa e incluso una parcela de tierra en el campo, pero nunca me ha interesado atesorar cosas materiales en este mundo, la familia, ese es el mayor de los tesoros – Ambos se abrazaron. Cuando se rompió el abrazo, su padre había desaparecido y ya no estaban sentados en ningún banco de ningún parque, y el mismísimo Pedro Picapiedra estaba delante de él, y no el cutre de Mark Addy en Viva Rock Vegas, no, era el jodido John

Goodman en persona, con su piel de leopardo, el que lo sujetaba por los hombros y le decía con voz de actor de teatro representando una obra de Shakespeare: - Mira hacia atrás, ellos vienen, están muy cerca y no traen sombreros de copa… ¡MIRA! – Alcides se dio la vuelta, tras él había un gigantesco limonero que se mecía violentamente por un viento inexistente. Su centro comenzó a desdibujarse como si fuera una acuarela sobre la que gotea agua, y de aquella mancha informe comenzó a surgir una oscura figura, envuelta en una túnica negra de la que no se podía definir ni su principio ni su fin. Sostenía entre sus garras desmesuradamente grandes cadenas con las que mantenía atadas a dos monstruosas criaturas, híbridos entre gárgolas y lobos salidos del infierno… De sus colmillos chorreaba la sangre de mil inocentes devorados con ansia y lujuria, los eslabones que los mantenían sujetos parecían no poder soportar las embestidas de semejantes criaturas, que se retorcían ansiosas por desgarrar la garganta de Alcides. Ahora era Sara la que le gritaba, sobre una hermosa yegua de un blanco resplandeciente. Se inclinó hacia él y lo sacudió como si estuviera regañando a un niño pequeño. - ¿Es que no lo ves? Lo tienes delante, hay que

volver atrás para avanzar al nuevo comienzo cuando el fin se acerca – Y le golpeó en la mandíbula con todas sus fuerzas. Para Al todo se tornó en tinieblas hasta que una pequeña luz apareció en lo más profunda de su inconsciencia y comenzó a hacerse cada vez más nítida, lentamente se iba acercando y la imagen cobraba sentido, la luz provenía de una cruz que reinaba sobre un monte cubierto de fuego… En el momento en que Al percibió que el fuego se movía como agua perezosa, se dio cuenta que la cruz se erigía sobre un volcán, justo en ese instante el volcán entró en erupción violentamente y Alcides salió de su trance despertando a la realidad. Seguía en el campanario haciendo la guardia, pero se había dormido; había cargado demasiado el porro de las narices y el colocón se le había ido de las manos. Suspiró ligeramente desconcertado y al levantar la cabeza para estirar el cuello, vio que una de las campanas tenía grabado una enorme cruz con potencias sobre un monte. En todas sus guardias jamás se había dado cuenta de ese detalle. Al bajar la vista, en la lejanía, la luz de la luna iluminaba lo que debía ser la torre de vigilancia contra incendios que se levantaba sobre la cumbre de la Gomera, un volcán extinto que formaba parte de un parque nacional de la zona… En la mente de Alcides la epifanía cobró

sentido. Se levantó de súbito para encontrar ante sus ojos el rostro descarnado de Keren gritando con desesperación, Alcides dejó escapar un alarido de espanto y cayó de bruces destrozando la silla de plástico en la que se sentaba de rato en rato durante sus guardias. Con la misma velocidad con la que sus posaderas habían besado el suelo, se levantó buscando al espectro con movimientos bruscos de su cabeza, no había nada ni nadie allí. Cuando su corazón bajó de las doce mil pulsaciones dio un paso hacía la escalera sólo para encontrarse de nuevo con Keren, esta vez con el rostro más parecido al que tuviera en vida, pero deformado en una mueca de terror. - Vas a matarme de un infarto pequeña, ¿qué haces fuera de la capilla? Pensé que no podías… - ¡YA ESTÁN AQUÍ, CORREEEEEEEEEEED! – El grito fue tan agudo y salvaje que Alcides tuvo que taparse los oídos para que no le estallaran los tímpanos. Cerró los ojos con fuerza cuando el dolor de cabeza se hizo insoportable. Después de lo que parecieron horas, en realidad apenas unos segundos, Alcides se atrevió a abrir los ojos y de nuevo estaba sólo en el campanario, suspiró lentamente con los mofletes hinchados, dejando

escapar el aire en un interminable resoplido. Sería la última vez que viera a Keren, al menos en aquel lado de la ecuación. Le costó un instante reaccionar ante las palabras de la niña, al final de las cuales la realidad le golpeó en plena cara con la rotundidad de un bate de béisbol en manos del mismísimo Joe DiMagio. Su estancia segura y apacible en la iglesia había terminado. Bajó todo lo corriendo que sus rodillas le permitían, la cocina estaba solitaria y en silencio, también el saloncito de entraba, era de madrugada, todos estarían durmiendo, no todos, Martín raramente dormía, quizá estuviera fuera, le gustaba ver las estrellas, ahora que no había contaminación lumínica que lo impidiera. Salió al porche y lo encontró tumbado sobre el muro de sillares que había junto al jardín de chumberas. - Tenemos que irnos de aquí – Alcides estaba bastante alterado. - Ya lo sé, llevo pensándolo mucho tiempo – Martín hablaba sin mirarlo – aquella cosa en el hospital, no creo que me mintiera, estaba segura de que me mat… - Alcides lo interrumpió con impaciencia. - No lo entiendes, tenemos que irnos

ahora, ya. Los demonios vienen hacia aquí. - ¿Cómo…? – A Martín se le paralizó el gesto – ¿Sara otra vez? – Su voz se quebró casi imperceptiblemente. - No, no, esto… Bueno quizá, sí, al final apareció ella, pero, bueno digamos que fue un completo ¿vale? Incluso apareció Keren y… - ¿Keren? – El tono de Martín hizo que Alcides estallara. - ¡Maldita sea Martín! ¿Por qué cojones te cuesta tanto creer lo de Keren? - ¿Estabas despierto o dormido? – Martín, lejos de calmar su enfado, siempre actuaba de la misma forma con él, echaba más gasolina a la pira y esperaba a que la falta de oxígeno terminara por matar las llamas. - Vete a la puta mierda, ¡A la puta mierda! No sé qué coño ha sido, pero estoy seguro que… - ¿Qué te ha dicho Sara? – A Alcides le sorprendió aquel cambio en la conversación. - Que si queremos sobrevivir tenemos que volver a los orígenes… - Lola está a punto de salir de cuentas, ¿crees que podremos esperar? - No hay tiempo, mañana ya deberíamos estar muy lejos de aquí… No lo entiendes, vendrán

con todo. - ¿Alguna idea de dónde ir? - Iremos a la cumbre de la Gomera, en el parque natural, el embalse del Corbones está cerca, tendremos agua de sobra, caza, pesca. Hay una torreta de vigilancia de incendios, tiene buenas dimensiones, podremos utilizarla, y también su estructura, incluso hay una valla de tela metálica que la rodea. - Las carreteras están abarrotadas de coches abandonados y accidentes, no podremos pasar con los vehículos, no… - Alcides no le dejó terminar. - Iremos a caballo – Se percató del gesto de Martín y se adelantó – No, no todo el tiempo, usaremos a Optimus para abrirnos camino. Sí, no tiene apenas combustible, pero podemos… - Sabes que ya no hay gasolineras… - Lo sé de sobra, una explotó, otra se hundió en la tierra y dos están tan secas como el conejo de Cleopatra. Estaba pensando en otra cosa, la nave agrícola junto al cementerio de trenes, tiene su propio surtidor, si logramos llegar hasta allí podremos llenar el depósito. El camión abrirá paso, llegaremos hasta donde podamos y entonces usaremos los caballos, sólo como último recurso. - ¿Las mochilas están preparadas?

- Las reviso cada semana. No me mires así, era como un impulso, una manía o algo parecido. - El plan me parece más que correcto, dadas las circunstancias. Son las tres de la madrugada, será mejor que preparemos los coches y despertemos a los demás a eso de las seis, Osuna será un jodido laberinto lleno de obstáculos, mejor empezar temprano. - Habrá que pensar en cómo acomodamos los caballos en el remolque del Peterbilt. - Como siempre, afrontemos los problemas uno a uno. Podríamos cargar los vehículos con alimentos, mantas, ropa y demás, si tenemos que abandonarlos a medio camino, al menos nos ahorraremos tener que entrar de nuevo en el pueblo para recuperarlos. - ¿Cuántos coches? - Tú y yo en el camión, Cala en el Explorer, Vero en el C8 junto con Dani, y Carlos y Lola en la Voyager. Son los que tienen más espacio, sacaremos el gasoil de los otros coches para llenar los depósitos cuanto podamos…

99 Pasaban las seis y media cuando Alcides comenzó a despertarlos a todos. Acordó con Martín que se reunirían en el saloncito para explicarles lo ocurrido. Sabían que aquello llegaría tarde o temprano y sin embargo el desánimo los cogió por sorpresa. A Carlos no le hizo maldita la gracia, el embarazo de Lola estaba muy avanzado y no pensaba que un viaje fuera lo que más le convenía. La parte de los caballos era la que menos le gustaba y no sólo porque los caballos le daban grima sino porque no creía que su esposa fuera capaz de soportarlo. De tener razón tendrían un grave problema en medio de ninguna parte. - ¿Cómo podéis estar tan seguros? He subido al campanario, no se ve movimiento alguno hasta donde alcanza la vista. - Digamos que es una corazonada – Martín hablaba con cautela, sabía lo que vendría a continuación. - No voy a poner en peligro la vida de Lola y el bebé por una estúpida corazonada. – No recordaba la última vez que vio a Carlos tan molesto.

- Yo lo vi, lo vi todo anoche, incluso Keren me advirtió de… - ¿Un cuelgue y un… un fantasma, que sólo él puede ver? ¿De verdad vamos a abandonar la seguridad de nuestro hogar basándonos en toda esta mierda? – Carlos cada vez estaba más exaltado. - Nunca hasta ahora habías dudado de sus decisiones y yo también he visto a Keren – Verónica le hablaba con calma. - Tú no cuentas como testigo de la defensa, estás demasiado implicada con el acusado y… - Nos iremos en cuanto haya ido al baño las veinte veces pertinentes después del desayuno. ¿Cuánto equipaje podremos llevar? – Lola se dirigía a Martín, había alzado el tono de voz lo suficiente para cortar a su esposo, que se quedó mirándola con el ceño fruncido y los nudillos blancos de tanto apretarlos. - En un principio llevamos vehículos de sobra, pero sed consecuentes, si al final tenemos que dejarlos, no podremos cargar en exceso los caballos. - Lola… – Carlos hablaba conteniendo el enfado – En tu estado no deberías… – Lola volvió a interrumpirle. - Ya lo sé cielo, pero prefiero arriesgarme

a un parto en el campo antes que a una cesárea a manos de esos monstruos – El comentario aunque no era lo que se dice gracioso, hizo que todos se rieran hasta perder el aliento y la tensión se desvaneció sigilosa como un gato robando comida en la cocina…

100 Olía a canela… Al conducía, por lo tanto lloviera o nevara, siempre llevaba la ventanilla bajada, le gustaba fumar sus cigarritos de la risa cuando estaba al volante, le amplificaban los sentidos, aseguraba. Así que el olor penetró abundante en la cabina, también a través de los respiraderos del tráiler, y esto hizo que los caballos comenzaran a relinchar nerviosos y a cocear y dar patadas. - Deberíamos parar antes de llegar a la carretera, si siguen así acabarán haciendo que el camión vuelque, llevamos una hora dando vueltas por el jodido pueblo buscando una ruta apropiada para esta mole con ruedas, o al menos que no esté bloqueada por la jodida grieta o con vehículos abandonados o escombros o cualquier otra mierda. – Martín, que iba en el asiento del acompañante con los pies sobre el salpicadero, estaba bastante cabreado, odiaba ir montado en cualquier cosa con más de dos ruedas, o cuatro patas. - Pararé cuando pasemos la vía, en el cementerio de locomotoras, allí se nos verá menos y podremos sacarlos a dar un paseo sin peligro de estampida y de a tomar por culo el plan. – Alcides le dio una profunda

calada al canuto. Martín no contestó, lo que quería decir que estaba conforme, sin embargo le preocupaba el tema del gasoil, ninguno había pensado en tanto callejeo y aquella mole cargaba un motor de casi trece mil centímetros cúbicos o al menos eso decía el manual. – Joder con el porrito de las pelotas, pues no me está haciendo oler a mantecados… Te juro que es la primera vez que me pasa algo así. - Canela. – Sentenció Martín. - ¿Cómo que canela? - No es la maría, el aire huele a canela, tenemos que llegar de una puta vez a las vías, o nos quedaremos tirados en medio de una trampa mortal. - No seas pesimista Martín, todo irá bien. - Espero que tengas razón y el surtidor no esté seco. - Te digo que todo saldrá tal y como lo planeamos. Carlos y Lola seguían al camión cargados hasta el techo con todo lo que pudieron acomodar. Verónica y Daniel iban detrás igualmente cargados. La comitiva la cerraba Cala, que conducía su vehículo aún más repleto que los demás… Todos se percataron del agradable aroma, sin embargo y aunque pudiera parecer extraño ninguno lo comentó, era como si quisieran guardarse tan insignificante placer para ellos mismos, en tiempos tan difíciles, los placeres, por

nimios que fueran, escaseaban hasta hacerse verdaderos tesoros… Tras otra hora de farragoso camino llegaron a las vías del tren, cruzaron el paso a nivel y Alcides detuvo el camión entre dos largos vagones de pasajeros, abandonados mucho tiempo antes de que todo comenzara. Junto al vagón de la derecha aparcaron los demás coches. Lola necesitaba estirar las piernas, desde el séptimo mes de embarazo eran una auténtica tortura, así que aprovechó que Carlos iba a ayudar a sacar a los caballos y bajó del monovolumen para dar un paseo. Cala la acompañó, había que reconocer el terreno podría haber cáscaras cerca. Verónica y Daniel fueron a explorar por la parte sur, junto a las verjas de la nave agrícola. Carlos y Alcides sacaron los caballos del remolque del viejo Peterbilt, que usaran para la incursión en el centro comercial. Al le llamaba cariñosamente “Optimus”, por el personaje de los dibujos animados. Ataron los caballos a la alambrada de la nave que había junto al cementerio y tanto Alcides como Martín fueron a buscar el surtidor de gasoil, el camión había llegado justo a tiempo, la luz de la reserva llevaba encendida demasiado tiempo. Antes de saltar la empalizada Martín le hizo señas a Cala y a Verónica, ninguna había visto nada, la cosa parecía estar igual

de tranquila que en el resto del pueblo. Fue entonces cuando se escuchó el zumbido, fue un silbido de muerte y el frenazo en seco con un pequeño y definitivo ¡crack! Fue un sonido extraño, como cuando cortas una calabaza demasiado madura y se desgaja antes de terminar de deslizar el cuchillo, ese pequeño crujir ligeramente húmedo… Carlos fue el primero que la vio desvanecerse y el tiempo quedó fijo un instante, lo justo para grabar en su retina la última imagen con vida de su esposa… Y en un latido de corazón todo volvió a la vida a cámara súper lenta, Verónica y Daniel se volvieron atraídos por los gritos de Carlos, y vieron como ella caía, la mirada serena, el cuerpo deshilachado y las rodillas doblándose. Cala se acercó corriendo y percibió un movimiento fuera de lugar, no se arrastraba a través de la espesura del trance, corría de forma vertiginosa, pero humana, eso la tranquilizó un poco pero por un instante la visión de Lola dejando escapar su hermosa vida la hizo olvidarlo todo. Ella seguía cayendo como si flotara, su esposo corría para sujetarla pero no avanzaba, los demás permanecían petrificados, sin saber que lo que ocurría les afectaría para siempre, sus mentes bullían como una hoguera alimentada por gasolina, pero sus cuerpos no les obedecían, a ninguno, excepto a Martín, a él no le afectaba el trance, no percibía a

Lola, sus sentidos buscaban fanáticamente aquello que Cala había vislumbrado en el cercado y que él también había visto, alguien huía… Corrió tras la sombra, el aumento de las pulsaciones provocó que respirara más profundamente y sus pulmones se llenaron del sabor de la canela, pero no pensaba en eso, sólo recordaba aquel sonido, el golpe. Y de súbito un flash iluminó su mente y fue consciente de que Lola estaba herida; todo estaba pasando en segundos, la vida de la madre se desvanecía y nadie pensaba en el hijo. Martín logró ver lo que perseguía justo a la vez que Carlos aplacaba la caída de su esposa, pero sus brazos la recibieron agonizante. la flecha había penetrado por el ojo izquierdo hasta chocar con el fondo de su cráneo, desplazando el hueso hacia fuera grotescamente. Sangraba de forma descontrolada y con esa rapidez moría, Verónica gritó y entonces todo volvió a la normalidad; fue sólo un grito, sordo y desgarrado, silenciado de súbito por su mano en la boca. Al ya estaba a pocos pasos de Martín corriendo tras él a través de los árboles, cuando el asesino de Lola trastabilló en su estúpida huida y cayó rodando al suelo hasta golpearse con lo que parecía un remolque, durante la persecución habían Cruzado la carretera y llegado hasta la entrada principal de la granja. Alcides adelantó a Martín que

se había detenido justo a un par de metros del muchacho que no aparentaba tener más de diecisiete o dieciocho años y lo agarró violentamente, lo sacudió en el aire como si quisiera expulsar de él lo que acaba de hacer, pero sólo consiguió dislocarle un hombro y que rompiera a llorar de forma desconsolada, del cinturón cayó al suelo lo que parecía ser un arma casera. Martín se acercó silencioso por detrás y tocó el brazo de Al. - Haz que se calle, no está solo. – El muchacho quedó perplejo al ver a Martín, pero no llegó a procesar su rostro, Al lo dejó inconsciente de un guantazo. Una de las puertas del edificio principal se abrió de golpe y una mujer no mucho mayor que el chico, que aún mantenía Alcides sujeto por el cuello, salió corriendo hacia éste y se arrojó a sus pies llorando, a juzgar por su mismo pelo rizado y su nariz respingona, ambos eran hermanos, aunque algo en los rasgos del muchacho hizo pensar a Al que era disminuido. - Por favor, suéltalo, no le hagas daño es sólo un niño, su mente es la de un niño, por favor no le haga daño, déjelo en el suelo, por favor – Tras ella salió un hombre de unos sesenta años con una escopeta de caza en las manos. - Ya la has oído chico, déjalo en el suelo –

Pronunció la frase sin que el abundante y canoso bigote se moviera; su voz grave le recordó a Martín la de un presentador de radio. Volvió a hablar – No tengo demasiada paciencia, así que no lo repetiré – Junto a él comenzaron a acercarse más personas de dentro de la casa; la mayor parte eran disminuidos psíquicos, había un par de mujeres más y tres hombres aparentemente normales, que llevaban algún tipo de arma improvisada. Todos algo más jóvenes que el que les apuntaba. Al miró a Martín sin ninguna intención de soltar al asesino. - Salta a simple vista que no soy chico y no pienso soltar a este hijo de puta que acaba de destrozar la cabeza de una mujer embarazada – la frialdad de Al al referirse a Lola cogió de improviso a Martín, que se rehízo de forma inmediata sin dejar que su rostro demostrara turbación alguna, sin embargo el hombre de la escopeta pareció bacilar y bajó el arma. - ¿De qué está hablando? – En respuesta Martín comenzó a andar en dirección a donde se encontraban Carlos y los demás, pasando junto a Al, que se dio la vuelta y lo siguió sin soltar al inconsciente y casi arrastrando los pies para no golpear a la joven que seguía rogándole con desesperación. Cuando llegaron donde Lola se moría, el nuevo grupo se había organizado de forma casi instintiva,

había dos parejas, la otra mujer, bastante más joven que el hombre de la escopeta, parecía su hija y por cómo se comportaba también tenía algún tipo de deficiencia. Dos de los disminuidos iban cogidos de la mano del cuarto individuo armado, que ya no portaba objeto alguno, sólo intentaba tranquilizar a sus dos hijos, y todos rodeaban al pequeño grupo de incapacitados. Carlos levantó la cabeza y miró a Martín con el rostro contraído, suplicando en silencio una razón para tanto dolor, Martín le mantuvo la mirada como si de esta forma pudiera mantener también su cordura y que no se precipitara en las oscuras y gélidas profundidades de la locura de la pérdida. Un hombre alto, de unos cincuenta años, con el pelo pulcramente peinado con la raya al lado, se soltó del brazo de su esposa, algunos años menos que él, no demasiados y de igual estatura. - Soy médico, permítame atenderla, por favor – Carlos no se movió, no soltó a Lola, pero tampoco le impidió acercarse. - Lleva cumplida tres días – la voz de Martín sonó vacía, se volvió hacia el que supuso el jefe del grupo, que ahora tenía colgada la escopeta sobre el hombro derecho y siguió hablando – Si el bebé muere, el tarado habrá matado a dos personas, dos de los nuestros, y aunque no es racional, tampoco los

tiempos que vivimos lo son, mataré a cuatro de vosotros, a usted, a la joven que coge su brazo y a otros dos al azar, no será el médico, ni su esposa, ni tampoco la muchacha desamparada que ruega por la vida de su estúpido hermano, tampoco a él, quizá a ellos – miró a la otra pareja que hasta el momento se había mantenido lejos del resto, el marido seguía empuñando un gran machete – O quizá al imbécil que le enseñó a usar esa puta ballesta o lo que sea, lo cierto es que no me importa… - Debemos llevarla dentro – dijo el médico – Por ella no puedo hacer nada pero el bebé puede salvarse si actuamos deprisa. – Al soltó al muchacho que cayó al suelo y fue cubierto de besos por su hermana, que no dejaba de sollozar, se acercó a Carlos y sin mediar palabra tiró de él hacia arriba y lo ayudó a levantarse con el cuerpo, ya sin vida, de Lola en los brazos. Entre los tres, el médico no se apartó de ellos, la llevaron a la granja, hasta uno de los dormitorios. Apartaron la ropa de la cama de matrimonio que había y la cubrieron con una única sábana limpia. - Tendré que practicarle una cesárea, no creo que sea agradable para él – Señaló a Carlos con la mirada. Alcides lo sujetó del brazo y lo sacó de la habitación, no se resistió… Fuera todos permanecían en silencio, los de la

casa atendían a los disminuidos que empezaban a ponerse nerviosos. Verónica abrazaba a Daniel que la miraba con ojos enrojecidos mientras Cala se acercaba a Alcides y Carlos, con el rostro cubierto de lágrimas. Al buscó a Martín con la mirada, pero no pudo encontrarlo. Cala percibió su inquietud. - Ha cogido las armas y se ha marchado de vuelta al pueblo. – Su rostro no era de preocupación, se resignaba. - ¿El arco? – Al preguntó con falsa esperanza. - No. - Busca el cuerpo a cuerpo, Dios quiera que encuentre algo que matar, de lo contrario que tiemblen estos pobres miserables… – Alcides le conocía mejor que a sí mismo, sabía que las palabras que Martín había pronunciado antes no eran una simple amenaza. Esa noche la muerte no se llevaría sólo a la buena y delicada Lola…

101 Sentía una picazón insoportable en las fosas nasales, aquel olor le estaba sacando de quicio, Wanderer se había quedado con los pequeños. Al principio, cuando los monstruos comenzaron a invadirlo todo y el gran temblor descompuso la tierra, pasaron momentos duros, conseguir comida era casi imposible, había tenido que cazar algunas ratas aunque no le gustaba demasiado, era peligroso y no sabían del todo bien, Wanderer las aborrecía, estaba acostumbrada a los manjares que le daban en la casa en la que había vivido antes de conocerle a él. Llegaron a tener miedo de no poder resistir el invierno, pero al final lo lograron, poco a poco los monstruos fueron dispersándose hasta que sólo quedó su desagradable hedor y entonces, con tantas puertas abiertas y hogares abandonados pudieron alimentarse bien, muy bien. El frío también abandonó las calles del pueblo, era agradable sentir la cálida luz del sol acariciando los entumecidos huesos. Normalmente nunca dormían dos noches seguidas en el mismo lugar, todo dependía de la comida y desde que aprendiera a abrir las latas que tenían esa pequeña anilla, las posibilidades de

encontrar alimento se habían multiplicado exponencialmente, el truco estaba en enganchar la dichosa anillita con el colmillo, aunque no siempre salía bien. Fue entonces cuando descubrieron que Wanderer estaba preñada. La prioridad cambió para ambos, ya no bastaba con sobrevivir el día a día, ahora tendrían que encontrar un refugio permanente. El viento traía las emanaciones de la muerte, los monstruos no tardarían en volver… A Wanderer no le gustó la idea, ¿irse del pueblo precisamente ahora? No lo entendía, nunca llegó a verlos, pasó las primeras semanas encerrada, fue él quien la salvó de morir de hambre, día tras día escuchaba sus gemidos, la habían abandonado, quizá incluso hubieran muerto y ella estuviera volviéndose loca entre los cadáveres. Era una casa antigua, de las que tenían corral en la parte de atrás y por suerte para ambos, la pared del fondo, que daba a un camino de tierra, no tenía cimientos, tardó tres noches en lograr cavar un acceso hacia la casa, los dedos le dolían y tenía tierra por todo el cuerpo, sobre todo en el hocico. Cuando al final salió al otro lado, Wanderer estuvo a punto de arrancarle las orejas a mordiscos, estaba asustada y hambrienta, de alguna forma había vuelto a un estado salvaje, tuvo que someterla, mordió su garganta y la pegó contra el suelo hasta

que dejó de forcejear y comenzó a volver en sí. La llevó lejos, a las vías, allí no había monstruos, la alimentó hasta que recobró las fuerzas y pudieron ir juntos a cazar y buscar en los supermercados cercanos, todo aquello que sirviera para hacer desaparecer el rugido en sus tripas. Volverían allí, los humanos no se acercaban a los vagones abandonados. Era obvio que se había equivocado. Se mantenían a distancia, aparcaron sus enormes vehículos lejos de donde sus cachorros dormitaban con los pezones de Wanderer llenándoles la boca y haciendo que la leche se les escapara por la comisura de los labios. No se fiaba de los extraños, pero era agradable ver que no todos habían muerto o se habían convertido en las cosas que apestaban. Durante toda la noche estuvo vigilando la casa, uno de ellos se había marchado, había vuelto hacia el pueblo, solo, aunque aún persistía en el ambiente aquel olor nauseabundo, percibía otro muy diferente, ya estaban allí, pero no como al principio, eran muchos más, eran… Todos.

102 Los minutos pasaban interminables dando origen a horas inmensas como océanos inexpugnables. Martín seguía sin aparecer, cualquier intento de ir a buscarlo en plena noche sería suicida, Al lo sabía, pero eso no calmaba sus nervios a punto de estallar como cables de alta tensión. De todas formas no podía dejar sólo a Carlos, se había roto, su voluntad se había quebrado en mil astillas, su fuerza, su esperanza, su vida, todo se había ido por el jodido retrete de aquella mierda en la que se había convertido el mundo. Dios les volvía la espalda y Lucifer les daba por el culo, ¿qué más se podía pedir? Sin embargo todos aquellos pobres jamás sabrían que el futuro había desaparecido, que pronto sus cuerpos serían pasto de los demonios sin que sus mentes inacabadas pudieran hacer nada… Tan sólo Daniel y el bueno de Podo fueron capaces de conciliar el sueño, incluso con los ladridos insufribles que se escuchaban a lo lejos. El muchacho no había querido dormir dentro de la granja, se había instalado en la cama del viejo camión, con Alcides, que sentado en el asiento del conductor, le hacía compañía mientras esperaba el regreso de Martín, Carlos había tocado fondo, y lo único que hacía era

murmurar incoherencias en el hombro de Verónica, que se había prestado a quedarse con él, Al no quería dejar sólo a Dani en aquellos momentos. La operación había sido más dura de lo que se esperaba en un principio la pequeña traía una vuelta de cordón y Lola comenzó a sufrir tremendas convulsiones postmortem. De no ser por la experiencia de Pedro, el médico de la granja, y por la posibilidad de abrir sin miramientos, nada se hubiera podido hacer por la niña, que descansaba ahora rodeada de almohadas en una habitación conjunta a la que había servido de quirófano improvisado y en la que aún yacían los malogrados restos de la madre… Fernando, el que en un principio les apuntara con la escopeta, les explicó que aquello era una granja escuela para niños disminuidos psíquicos; él mismo la había fundado hacía diecisiete años, exactamente los mismos que tenía su hija Celia que era autista. Los primeros en llegar habían sido Miguel y Amelia, que aunque no tenían ninguna deficiencia, no se separaba jamás de su hermano, desde que se quedaran huérfanos, tiempo atrás. La muchacha ayudaba en las tareas de la granja. Después llegaron Pedro y Ana con su hijo, a todos les alegró mucho tener un médico en la granja, y así poco a poco se formó una pequeña comunidad de catorce personas entre disminuidos y

cuidadores. - Cuando nació Juanjo, el mundo cayó sobre nosotros como una lápida pesada – Ana dejó escapar algunas lágrimas de emoción – El que Pedro tuviera como paciente a Fernando fue nuestro bote de salvación. No dudamos un instante en unirnos a su cruzada. – Su esposo, sentado junto a ella, le pasó un brazo por encima de los hombros y la abrazó con ternura.

103 La luz del alba trajo consigo un día espléndido, el sol estaba alto, pero una brisa fresca alborotaba los cardos que nacían a la orilla de la vía, ahora muerta, del tren. Aún seguía despierto y vigilando, no le sorprendió verlos aparecer cargados de viandas, platos y manteles, iba a ser un desayuno en el exterior y aunque le agradó sobremanera descubrir aquel reflejo de normalidad en plena locura, no podía pasar por alto que los monstruos habían vuelto y cayó en la cuenta con un miedo súbito que le hizo meter de forma instintiva el rabo entre las patas traseras, que ellos no lo sabían. Tenía que alertarles.

104 El día había amanecido soleado y cálido por lo que decidieron desayunar en el porche de la granja. No habían dejado de escuchar los ladridos de un perro en algún lugar indeterminado de las vías del tren. Ambos grupos se habían fusionado a la hora de preparar la mesa. Incluso Carlos, que aún permanecía ausente y sin pronunciar palabra, empujado por Vero, había participado. El único que esta vez se mantenía al margen era Alcides, que se debatía entre la razón y la ira. Martín aún no había vuelto, una noche entera era demasiado tiempo. Absorto, mirando como Daniel jugaba con su pequeño hurón y escuchando al endiablado perro que había estado toda la noche ladrando, los gritos tardaron en penetrar sus oídos. Cuando Alcides volvió el rostro ligeramente desorientado en dirección a los alaridos la imagen que se grabó en sus retinas lo dejó aterrorizado: la mesa del desayuno estaba volcada, todos se habían levantado a la carrera y ocupaban diferentes lugares del jardín, pero todos miraban hacia la puerta de a la casa. Los retrasados no dejaban de gritar y llorar asustados mientras desquiciados ladridos se escuchaban en la distancia, pero nada lograba

atenuar los alaridos desesperados de Carlos, que agarrado por Fernando y el buen doctor, se debatía con fuerza desmedida intentado zafarse de ellos. Verónica corría hacía Al, gritándole algo que él no podía comprender, o su cerebro se negaba a procesar, acababa de ver a Lola… Estaba desnuda, llena de costras oscuras de sangre reseca, del lado izquierdo de su rostro nada se apreciaba, todo estaba oculto tras una maraña de cabello, sangre y masa encefálica, su vientre presentaba una hendidura de lado a lado y sus órganos sencillamente ya no estaban, pero lo que realmente aterrorizó a Alcides fue el darse cuenta de lo que llevaba en las manos, torpemente sujeto por el brazo y la pierna derecha, aquel monstruo balanceaba en su torpe caminar al pequeño bebé que lloraba con desesperación; era lo que Verónica gritaba: “¡El bebé, el bebé, el bebé!” Al siguiente paso aquella cosa pisó sus mismas vísceras y perdió el equilibrio, el bracito de la pequeña se le escapó y quedó colgando tan sólo por la pierna, el único ojo de aquel rostro deforme quedó fijo en su presa y abrió la boca con avidez. Como surgido de la nada Martín apareció con no mucho mejor aspecto que el del engendro, sus ropas estaban cubiertas de sangre, tenía un profundo corte en la frente, junto a la sien derecha y le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda, pero al menos

estaba vivo. Llevaba el hacha y el cuchillo, preparados para atacar y ambos manchados de sangre fresca. Pasó entre Alcides y Verónica y siguió directo hacia su objetivo. A poco más de un metro del cuerpo de Lola, un fuerte resplandor surgido de detrás de ella deslumbró a Martín dejándolo caer de bruces, la luz cegadora envolvió al demonio junto con el bebé provocando que ninguno de los presentes pudiera al menos mirar en su dirección, era una luz tan blanca y pura que Al llegó a pensar que los cielos se derrumbaban sobre la asqueada y árida tierra. Cuando Carlos perdió de vista a la grotesca criatura en la que se había convertido su esposa sin ni siquiera pensar que lo que tenía en las manos era a su propia hija, perdió el conocimiento totalmente exhausto. Después de lo que a algunos les parecieron horas y a otros menos que segundos, la luz se disipó y en lugar de un demonio ávido de sangre, la pequeña descansaba plácidamente en los brazos de una Lola completamente indemne y completamente limpia. No se apreciaban ni heridas ni manchas en su cuerpo inmaculado, casi excesivamente luminoso, sus ojos – los dos – eran aún más azules y bellos y en su rostro se dibujaba la expresión más dulce y plácida que ninguno de los presentes había visto jamás en otro ser humano, estaba viva, de hecho parecía más

viva y hermosa que nunca… Nadie prestaba atención a sus ladridos, no entendía cómo estaban en lo más alto de la cadena alimenticia, no era por su inteligencia, eso seguro, quizá fuera por su forma de comer. Aun desde la distancia el fuerte destello de luz le hizo daño en los ojos. El pelo del lomo se le erizó, algo no andaba bien, de hecho andaba rematadamente mal, ese nuevo olor… Tenía que volver con Wanderer, se había alejado demasiado. Martín, que se rehízo casi inmediatamente, fue el primero en acercarse a ella y la cubrió con uno de los manteles del desayuno que yacía en el suelo, salvado de milagro, de manchas de leche y zumo. - ¿Quién eres? – preguntó receloso, intentando bajar la voz para que sólo la nueva Lola escuchase su pregunta y no asustar a los demás, ella le agradeció el gesto de cubrirla con un ademán de la cabeza pero no le contestó, en su lugar, lo apartó con delicadeza y fue hacia el resto de los presentes que comenzaban a su vez también a acercarse a ella, excepto Pedro que seguía pendiente del desvanecido Carlos y miraba inquieto hacia las vías abandonadas, desde donde los ladridos se habían vuelto frenéticos. - Mi nombre es Barachiel, soy un arcángel y he sido enviado por el Señor para salvar a la única

criatura de la tierra, que hoy en día está libre de todo pecado – hablaba de forma pausada con una voz parecida a la de Lola, pero no era la misma. Cala dio un paso al frente y le preguntó incrédula y con cierto desdén: - ¿Qué pasa con el pecado original, ha llegado el tiempo de rebajas? – Hacía mucho tiempo que se preguntaba si estaban solos en toda aquella locura, si de verdad Dios les había vuelto la espalda. Y de ser así, ¿en qué pensaban sus ángeles? ¿Qué clase de injusticias les hacían rebelarse? ¿El amor? ¿Y no era el amor otra de sus mentiras? ¿Otra jodida bomba de relojería escondida en un muñeco para niños? Porque eso es lo que era la raza humana para el maldito Dios inmisericorde, niños, niños malos que sólo merecen un castigo ejemplar, el último. - El pecado original es el menos original de todos los pecados inventados por el hombre. ¿Qué falta puede haber en la dulce Sara? – Aquel nombre captó toda la atención de Martín, que observaba a Cala con extrañeza ante el tono hostil con el que le hablaba al ángel y no pudo evitar interrumpirles. - ¿Cómo la has llamado? – Había impaciencia en su voz y un leve, casi imperceptible toque de rabia contenida. - Sara, es el nombre que su madre me reveló. – La

rabia se disipó con tanta rapidez, que no pareció haber existido nunca y Martín no pudo disimular una leve sonrisa de sincera alegría. Barachiel siguió hablando. – Pero yo no he venid – Y entonces la marea de cáscaras se tragó sus palabras y todo lo demás. Llegaron a través del campo norte, detrás de la granja, por la ruta que el día anterior habían seguido ellos mismos para salir del pueblo, quizá los habrían estado siguiendo o los rastrearon como jodidos sabuesos del averno. También por las vías. Habían ocurrido demasiadas cosas en las últimas horas como para que nadie hubiera pensado en establecer un sistema de vigilancia, de todas formas ya era demasiado tarde. Un alud de muerte lo devastó todo a su paso. Fernando fue el primero en caer, logró llegar a empujones hasta su hija y la envolvió con su propio cuerpo en un intento inútil de mantenerla a salvo, las manos de aquellas cosas lo golpearon y desgarraron hasta atravesarlo literalmente y comenzar de nuevo con el cuerpo de la muchacha… Los gritos de furia desmedida se mezclaban con alaridos de puro dolor en una amalgama terrorífica que preñaba el aire de un clamor ensordecedor que hacía más palpable aún la atmósfera de locura que lo envolvió todo en cuestión

de segundos. Martín, que era el único que tenía las armas encima, salió corriendo hacia el camino devolviendo al infierno a todas las cáscaras que se le pusieron por delante, en su carrera buscó a cada uno de los suyos, a Daniel lo tenía localizado, era su objetivo, cuando Lola apareció poseída por una de esas cosas, el chico huyó y se escondió con los caballos, venía de camino cuando la marabunta los sorprendió. - ¡Desátalos Dani! ¡Desata a los caballos! – El niño giró sobre sus talones y corrió a su vez para obedecer a Martín. No logró encontrar a Carlos, tampoco a Barachiel, aunque no temía por la vida del ángel, que de seguro estaría poniendo a salvo a la recién nacida. Alcides intentaba proteger a Verónica y a la familia del doctor, sin más armas que las patas arrancadas de una de las mesas del desayuno, tras estar a punto de romperse la nariz él mismo con uno de los maderos, lo arrojó contra la cáscara más cercana y sujetó el otro con ambas manos, para poder propinar golpes más fuertes y efectivos, aquella mierda de las artes marciales no servía de nada si no las dominabas como el jodido Jet Li. Con alivio infinito, Martín escuchó el primero de los disparos, no sabía cómo, pero Cala tenía consigo uno de los AWP y se había subido al

tejado de la casa e intentaba cubrirles en cada una de sus empresas personales dentro de aquella barbarie de sangre y violencia. Cuando Martín llegó junto a Dani, el muchacho había logrado desatar a casi todos los animales, él hizo lo propio con los que quedaban. - Las cáscaras no tardarán en venir hacia aquí, coge las riendas – Subió al muchacho a lomos de uno de ellos – Cógelas con fuerza, que no se te escapen y llévatelos a la carretera, ¿podrás hacerlo? – Daniel se limitó a asentir, sin poder evitar la congoja de las lágrimas – Espéranos allí, si esas cosas se acercan demasiado, libéralos y cabalga lo más rápido que puedas. ¿Lo has entendido? – El muchacho permanecía con la cabeza gacha, pegada a las crines del animal – Mírame Dani, ¡mírame! ¡Lo has entendido! - Sí – La afirmación no fue más que un susurro efímero. Martín propinó un fuerte azote al caballo que salió renqueando justo cuando los primeros monstruos cruzaban ya el camino y se acercaban a los coches. No sin trabajo Martín logró pasar a través de un grupo de poseídos que se interponían entre él y el camión, pero a punto de subir a la cabina uno de ellos lo agarró por la camiseta y tiró de él hasta hacerle caer de espaldas al suelo, dos poseídos más se le

arrojaron encima. Sus pulmones se llenaron bruscamente de la ponzoña que invadió el ambiente con súbita rapidez, habían llegado y Wanderer y los cachorros estaban solos. Corrió hasta perder el aliento, fueron unos trescientos metros interminables, sobre todo los últimos cincuenta, durante los que pudo ver como los monstruos lo invadían todo, incluido el vagón de tren en el que vivían él y su familia. Era un vagón de carga bastante antiguo y abandonado hacía mucho… La puerta lateral, de corredera, estaba ligeramente abierta, por lo que lo hacía de fácil acceso y mantenía el interior casi completamente resguardado del agua y el frío. El último metro lo salvó saltando sobre el monstruo que estaba más cerca de la entrada, le golpeó en el pecho, primero con las patas delanteras y enseguida con las traseras, derribándolo y aprovechando el impulso para cambiar la dirección en el aire y entrar dentro del vagón, por un momento llegó incluso a respirar aliviado, pensando que había llegado justo a tiempo, pero estaba trágicamente equivocado, ya había algunos allí, lo primero que vio fueron los ojos de Wanderer, con el cuerpo desmadejado en un rincón y uno de ellos agachado sobre ella, temblaba con un hilo de sangre

manchándole el hocico, le rogaba con la mirada que hiciera que pararan, que salvara a sus cachorros… Y entonces dejó de ser, como indicaba la chapita que colgaba de su collar, “Pirata”, el fiel Mastín Napolitano que guardaba con disciplina militar las puertas de la fábrica, y el moloso romano de sus ancestros tomó el control, ya no era el perro guardián, ahora era el perro de pelea en la arena, y los monstruos dejaron de serlo, ahora lo rodeaban gladiadores y condenados a muerte y fieras salvajes. Eran tres; uno devoraba las entrañas de Wanderer, aún con vida, los otros dos hacían lo propio con su descendencia, saltó sobre estos primero, aunque no supo por qué. Estaban tan juntos que ambos cayeron al suelo, golpeándose la cabeza con la pared del vagón, los restos de los pequeños animales estaban esparcidos por todas partes. Entonces comenzó a morder con una violencia completamente fuera de control. Sus mandíbulas de acero rompían huesos y desgarraban la carne como si fuera papel vegetal demasiado horneado. Escuchaba sus feroces gruñidos como si no provinieran de su propia garganta, no fue consciente de haber atravesado el vagón, de haber arrancado la garganta del que había devorado literalmente la vida de su compañera, no fue consciente de lamer el hocico de Wanderer, justo segundos antes de que ella

abandonara este mundo, pero su muerte no aplacó la ira que incendiaba sus entrañas. Seguían entrando y él seguía quebrando huesos y haciendo jirones la carne, sus dentelladas evisceraban a los monstruos esparciendo sus entrañas y cubriendo su pelaje de sangre. Cuando dejaron de entrar saltó fuera y siguió con su ciega matanza hasta que los golpes, las heridas y el más puro de los agotamientos lo dejaron extenuado y postrado en el suelo completamente entregado a sus enemigos, pero estos ya no le prestaban atención alguna, un fuerte estruendo los atrajo como la brillante luz a los insectos nocturnos y todos corrían hacia la granja. Verónica, entre el cuerpo de Alcides y el grueso tronco de un olivo centenario, era la única persona con vida que quedaba bajo la protección del grandullón, lenta pero inexorablemente le habían ido arrebatando a sus protegidos. Al buen doctor lo habían desmembrado justo delante de sus narices, sin embargo a su esposa y a su hijo les esperaba algo peor, Alcides apenas percibió un ligero temblor en sus cuerpos y a continuación se arrojaron también sobre él como animales rabiosos. Tuvo que matar a Juanjo con sus propias manos, Ana se agarró a su brazo derecho con uñas y dientes, literalmente. No tardó

mucho en quitársela de encima, pero lo suficiente para perder la ventaja y verse superado por las cáscaras que se le echaban encima… Martín forcejeaba en el suelo hasta el límite de sus fuerzas, el monstruo que lo había derribado le propinó un fuerte mordisco en el hombro izquierdo, cerca del cuello y con mandíbula férrea se mantuvo ahí intentando desgarrar la carne, mientras los otros hacían lo propio con el corazón y el resto de las entrañas… Logró zafarse de uno de ellos lanzándolo lejos de una patada, mientras mantenía al otro agarrado por el cuello intentando que no se acercara lo suficiente como para herirle de nuevo. Apenas escuchó el disparó, el cuerpo del poseído fue arrojado hacia atrás, Martín logró girar sobre sí mismo y zafarse de la dentellada que le estaba triturando la clavícula, no tuvo tiempo de reponerse cuando el poseso volvió a tirársele encima. Escuchó el disparo casi al mismo tiempo que notaba la quemazón en la mejilla y el estallido de dolor en la oreja derecha, apartó el cuerpo, ahora sin vida, de la cáscara y llevándose la mano a la oreja herida abrió la portezuela del camión y se sentó en el asiento del conductor, no había tiempo para sosegar los latidos de su corazón, arrancó con un fuerte estruendo del motor de “Optimus” y metió la marcha atrás no sin

dificultad, giró el volante completamente a la izquierda y encaminó el remolque hacia la derecha, la vía muerta que daba a la explanada, todo lo deprisa que pudo, girando el volante a su vez hacia el otro lado para seguir la dirección del remolque e incrementó la velocidad justo en dirección contraria a la granja, cuando alcanzó el recorrido requerido para lo que pretendía hacer, pisó el freno a fondo y aceleró de nuevo hacia la casona, donde se libraba una cruenta batalla que las cáscaras estaban a punto de ganar. Atravesó el camino en diagonal y en el momento justo, forzó la dirección del vehículo como se hacía en las películas del oeste cuando querían volcar un caballo, el efecto deseado llegó de forma tan salvaje que hasta Martín se vio sorprendido y arrojado contra uno de los laterales de la cabina golpeándose violentamente la cabeza. El camión derrapó y el remolque volcó aniquilando a todas las cáscaras que había frente a la entrada de la casa, hasta estrellarse contra la fachada con un rugido atronador, el edificio entero se estremeció, Cala tuvo que soltar el rifle y agarrarse al caballete del tejado para no caer. La nube de polvo que levantó el arrastre del mastodóntico tráiler envolvió la escena como una niebla inexpugnable engulléndolo todo y a todos a su paso. Alcides saltó en el último momento, empujando

a Verónica fuera de la trayectoria de la parte trasera del remolque que arrancó de raíz el olivo que les había servido de apoyo segundos antes. Cuando el polvo volvía de nuevo a su lugar de reposo, la escena que comenzaba a desvelarse superaba con creces a cualquier aberración imaginada por Dante o Lovecraft. Todo era rojo, la sangre cubría hasta el último centímetro de suelo que podía apreciarse en cualquier dirección, había restos humanos hasta colgando de los árboles, extremidades, restos de intestinos… Cala no se lo pensó demasiado, saltó al lateral del remolque volcado y corrió por él hasta llegar a la ventanilla de la cabina, Martín estaba al fondo, contra la ventanilla del acompañante, a la oreja del lado de la cabeza que podía ver le faltaba un buen trozo, había perdido todo el lobulillo y parte del borde, supuso que debió ser debido al mordisco de alguno de aquellos monstruos, no reconoció su propia obra. Saltó dentro a través del hueco del cristal destrozado, intentando no pisarle, con sumo esfuerzo logró ponerle derecho, el otro lado de la cabeza estaba completamente ensangrentado a causa de la hemorragia de una nueva herida en la frente. - Martín, Martín vamos despierta joder, Martín no

puedes morirte ahora, tenemos que salir de aquí, venga, no he visto a los otros después de la que has montado, vamos Martín reacciona – Pero Martín estaba muy lejos de allí, paseaba de la mano de Sara, le acariciaba el voluminoso vientre y bromeaba con ella sobre los nombres que le pondrían al bebé. - Definitivamente se llamará Ramona - No creo que vaya a salir demasiado pechugona ¿sabes? – la paciencia de Sara no conocía límites. - ¿Pancracia? - No. - Primitiva. - Definitivamente no. - ¿Raimunda? - Sobre mi cadáver. - Entonces no se hable más, tendrás que morir entre terribles sufrimientos – Acompañó sus palabras tomando a su esposa en brazos y simulando lanzarla hacia los coches que pasaban en aquel momento junto a ellos. - Bájame mayorista loco yonolimpiopescado. Vas a asustar a la beba y… ¡Ves! Ya le ha entrado hipo, te lo he dicho mil veces, no me des sobresaltos que a la pequeña Sara le da hipo. Dame la mano… ¿Lo notas? - ¿Tienes gases e intentas echarle la culpa al

bebé? - Qué estúpido eres – Sara no pudo contener una sonrisa – Que sepas que te está escuchando la niña y cuando nazca no va a dejarte dormir ni una sola noche. - Te recuerdo, princesa, que la cuna está en tu lado. - Y yo te recuerdo que, de nuevo, vuelves a soñar, estamos muertas, Martín, y tú no tardarás en estarlo si te sigues empeñando en estas insanas ensoñaciones… Martín abrió los ojos como si los tuviera llenos de arena. La cabeza le dolía tanto que creía habérsela abierto contra el jodido salpicadero. - Martín, si no me ayudas no podré sacarte. Vamos, por amor de Dios, tienes que levantarte, no tardarán en volver a superarnos y no nos quedan camiones ¡joder! – Martín intentó levantarse pero se había vuelto a dislocar el hombro y estaba demasiado encajado como para salir por sí mismo. Cala intentaba tirar de él sin otro resultado que algunos gemidos de agonía. Fue entonces cuando la luna del camión se hizo añicos y dos manos lo sacaron fuera. La caja de herramientas del camión se había esparcido por el suelo y Alcides con ayuda de una llave ajustable destrozó el parabrisas y sacó a su amigo que parecía

tan herido como la primera vez que lo sacó también de debajo de un revoltijo de vidrio y metal. - Esto creo que ya lo he vivido – Le dijo Martín a modo de agradecimiento. - ¿Qué hacemos ahora? - Lo de siempre, salir de aquí como el que se quita avispas del culo. Dani está al final del camino, tiene los caballos. ¿Has visto a Carlos? No he logrado encontrarle. - Salió corriendo. Lo vi llegar al coche de Cala… Ella llevaba las mochilas de supervivencia – Cala los interrumpió. - Tenemos que irnos ya. Alcides pasó el brazo sano de Martín por su hombro y seguidos de Verónica y Cala se dirigieron al camino todo lo rápido que podían. Cuando por fin llegaron donde estaban los caballos, Barachiel ya montaba, a pelo, uno de ellos. Las monturas y el resto del utillaje se habían quedado en el camión, ahora rodeado de cáscaras iracundas. Daniel esperaba paciente al borde de la carretera junto a Carlos, Alcides se deshizo de Martín apoyándolo súbitamente sobre Verónica, y sin mediar palabra se dirigió a él y le propinó un fuerte puñetazo en la cara arrojándolo al suelo. - Eres un maldito cobarde, ni siquiera pensaste en

tu hija ¿no es verdad? Saliste corriendo como una mari… – La réplica de Carlos no se hizo esperar. - ¡¿Martín pensó en mi hija o en todos nosotros cuando los atrajo hasta aquí?! - Vete a la mierda Carlos, a mí no me han seguido, ni siquiera llegué a la granja por ese camino – Alcides volvió a la carga. - Quizá olieron tu… - ¡Basta! – La voz de Barachiel se alzó sobre la del gordo – Él sabía que la niña estaría a salvo conmigo, además no ha huido, ha arriesgado su vida para que todos tuvierais una oportunidad – Señaló al otro lado de la carretera, donde Alcides pudo ver todas y cada una de las mochilas que habían preparado por si tenían que huir de forma improvisada – Tuvo que dar tres viajes entre esas bestias para poder traerlas todas – Alcides no replicó, se limitó a darse la vuelta y volver a cargar a Martín mientras Carlos se levantaba del suelo con el labio comenzando a hincharse. - Que todos se cuelguen una de las bolsas y suban a los caballos – Martín hablaba de forma entrecortada por el dolor – Barachiel ¿podrás cabalgar con Sara? - No te preocupes, ella dormirá apaciblemente todo el viaje, acunada por este espléndido animal – Acarició las crines de la bestia que montaba - Pero y tú, ¿podrás montar? – Como única respuesta, Martín

se deshizo del apoyo de Alcides y en pocos pasos se acercó a uno de los postes de teléfono que había a orillas de la carretera mientras se palpaba el hombro dislocado con la mano como buscando un punto concreto en su anatomía; después se recolocó el hombro golpeándolo con violencia contra el pilar de madera. Ahogó un grito en la garganta y durante unos segundos pensó que perdería la consciencia. Instintivamente todos miraron a Alcides, pero él no se movió para auxiliar a su amigo. Había contemplado aquella especie de ceremonia, muchas veces desde lo de Sara, y era mejor dejarlo sólo, se ponía un poco irascible con el dolor insoportable que le provocaba la operación. Tras unos minutos de incertidumbre Martín se volvió hacia los presentes. - El espectáculo ha terminado. Ahora podré montar sin problema, Barachiel. – El ángel lo miró sin expresión en el rostro. - Estás hecho una mierda Martín, no creo que lo más conve… - Martín la interrumpió. - Gracias por tu preocupación Verónica, pero no tenemos otra opción, no tardarán en llegar aquí. Más adelante podremos parar un rato, pero ahora hay que poner tierra de por medio – Dicho esto miró a su alrededor buscando el caballo que montara por primera vez cuando él y Vero se conocieron – Al estilo

indio – dijo más para sí que para los demás y se agarró a las crines del animal para subir de un salto a su lomo. Espoleó al caballo con un grito seco y este comenzó a trotar por la nueva carretera en dirección a lo que suponían iba a ser un nuevo comienzo. Todos lo siguieron sin saber lo equivocados que estaban.

105 Alcides se acercó a Martín, Cala seguía curando sus heridas. Tenía el torso desnudo. Al siempre se estremecía cuando veía las cicatrices, aunque sabía con toda seguridad que las más profundas horadaban su corazón y desfiguraban su alma… El éxodo a la tierra prometida se había detenido a unos seis kilómetros de la salida de Osuna donde se encontraba la granja de Fernando, en las inmediaciones del cortijo de Hornía. Carlos y Verónica, con un cada vez más inquieto Daniel, demasiado nervioso aún por lo ocurrido y muy excitado por la idea de ir a vivir al campo, se ocuparon de dar de beber a los caballos mientras Barachiel se dirigió a uno de los edificios de la hacienda para cambiar a la pequeña Sara. - ¿Se puede saber qué has estado haciendo toda la puñetera noche? – Alcides le dio una fuerte palmada en el hombro que Martín soportó con un gesto de dolor, Cala le increpó sumamente molesta. - ¡No seas animal, aún le duele el hombro dislocado imbécil! – Alcides contrajo el gesto y levantó las manos como si estuvieran atracándole, en un ademán sincero de arrepentimiento.

- Perdón, lo siento, lo había olvidado, yo… – Martín lo interrumpió con un gesto del brazo, se puso la camiseta ante la mirada sorprendida de Cala, que aún no había terminado de curarle y les instó a ambos a que lo siguieran hacia un lateral de la finca. Un viejo Chrysler Voyager les esperaba con las ruedas del lateral derecho reventadas, la trasera mostraba la llanta torcida y desgastada como si alguien hubiera conducido el coche con ella tras el reventón. Martín abrió el portón del maletero. - Es la Voyager que usamos cuando encontramos a Dani, pedazo de loco hijo de puta, ¿cómo narices lo has…? - La parte trasera del monovolumen estaba repleta de paquetes de pañales, leche materna, medicinas, ropita de bebé, un carrito, una cuna, etc. En definitiva todo lo necesario para sacar adelante a un bebé nacido a un par de semanas del fin del mundo. - Volví al centro comercial; la verdad es que no tenía ningún plan, estaba molesto… – Alcides le interrumpió - Buen eufemismo – Martín prosiguió como si nada. - … Y necesitaba un poco de espacio. Caminé por las calles oscuras y en apariencia solitarias hasta que la cosa comenzó a ponerse difícil. Esta noche he

matado a trece cáscaras, dos de ellas eran animales, animales domésticos, un jodido rottweiler del tamaño de un toro y una mierda de cabra, una cabra con unos cuernos tan enormes que estuvo a punto de metérmelos por el culo. Hasta la puta caramelo ha resultado más difícil de doblegar que cualquier otra criatura a la que nos hayamos enfrentado antes. Parecían más fuertes, más violentos, más hambrientos, más… Impacientes. No pensé que fueran a… – Martín se pasó las palmas de las manos por los ojos a la vez que suspiraba profundamente – Por suerte para mí, cerramos la puerta de acceso desde los muelles de carga, por lo que el hipermercado estaba a salvo de esas cosas. Tuve que buscar en tres coches distintos para cambiar la batería del Voyager que, como recordarás, dejamos seca. Cargué todo lo que pude, todo lo que recordé que Sara estaba preparando para cuando llegara nuestra pequeña. Pero entonces la cosa se complicó, los monstruos entraron y tuve huir a la desesperada. No me siguieron, les hubiera sido imposible, tomé la salida a la autovía y cogí dirección Málaga hasta el primer cambio de sentido. Después apagué los faros y volví hasta la última entrada donde tomé esta dirección con intención de descargar todo esto lo más cerca posible de nuestro destino, pero entonces los

neumáticos reventaron. Supongo que estarían demasiado flojos o yo qué sé, sobre la llanta sólo pude llegar hasta aquí. - ¿Y la vuelta? – Cala le preguntó mientras revolvía el botín revisando su contenido con visible admiración. - ¿Sabes eso del coche de San Fernando? – Alcides rió a carcajadas, demasiado eufóricas aunque refrescantemente espontáneas. - Martín ¿puedes decirme para qué coño cogiste esto? – Cala le mostró una pequeña caja cuadrada. - ¿Qué es? – Preguntó Alcides secándose las lágrimas motivadas por acceso de risa. - Pezoneras – Contestó Cala divertida. - ¿Qué son pezoneras? – Alcides los miraba a ambos con las cejas levantadas. Llegado a ese punto, era Martín el que reía a carcajadas.

106 Tras el breve descanso los caballos estaban respondiendo bien. Casi habían recorrido los catorce kilómetros de carretera que los separaban del camino rural hacia la Gomera. Era increíble lo rápido que se deterioraban las comodidades cotidianas sin nadie que las mantuviera debidamente. El asfalto estaba completamente agrietado y lleno de malas hierbas y raíces que sobresalían en algunos puntos o lo curvaban en otros formando dunas de alquitrán. Alcides abría la caravana de jinetes junto a Verónica. Ambos montaban dos hermosas yeguas zainas. Los seguían Cala, Daniel y Barachiel, con la pequeña Sara en los brazos. Excepto este último que cabalgaba sobre un semental moro, los otros iban también sobre zainos. Dani llevaba puesto los cascos del iPhone de su padre; Alcides se lo había cargado para el viaje en un intento de hacerle más fácil la marcha al pequeño. Y dormitaba sobre la silla de montar escuchando “The Ghost of Tom Joad”. Siempre era Bruce Springsteen. Cuando su madre empeoró y a veces se escuchaban aquellas voces, papá le dejaba usar su reproductor de música. Le ponía unos cascos enormes; en ellos la música sonaba a música, no como en esos pequeños

y antihigiénicos que se meten en los oídos. Solía subir mucho el volumen y lo dejaba solo en su habitación, “Quédate aquí disfrutando de la buena música, dentro de un rato vendré y bajaremos a ver la tele, ¿vale?” Él siempre obedecía, aun cuando no podía evitar temblar de miedo, las veces en las que ni siquiera Springsteen era capaz de acallar al monstruo… La comitiva la cerraba Martín, en el mismo Appaloosa blanco y negro que trajera de vuelta cuando encontró a Vero, y Carlos que cabalgaba con desgana en un viejo canario, dejando que su cuerpo se meciera caprichosamente a cada paso del animal, sin quitar la vista de sus crines rubias. - ¿Todo bien? – Carlos no contestó en seguida. - Nunca pensé que deseara el fin del mundo, y sin embargo te juro que daría mi vida porque todo esto terminara de una vez por todas, así su imagen – Hizo un gesto con la cabeza en dirección a Barachiel – Dejará de recordarme lo que he perdido… - ¿Y lo que has ganado? - No hay futuro Martín, ni para nosotros ni para ella. - No hables así, estamos intentando

comenzar de nuevo… - Soy mayorcito para cuentos de hadas. Sabes perfectamente que esto no es borrón y cuenta nueva. No tenemos la menor oportunidad, aquí o en el jodido Polo Norte, nos encontrarán y nos darán caza porque es voluntad de Dios. - Dios no mataría a ni… - Carlos lo cortó desesperado. - ¿…A niños inocentes? No seas imbécil o ingenuo, no lo sé… ¿La población mundial a finales de 2012 eran todos mayores de edad? - No me ref… - Carlos volvió a interrumpirle. - Puedes hacer de macho alfa con los demás, conmigo no es necesario que te esfuerces, ya te he dicho que soy mayorcito – Después de eso silencio. Cuando por fin salieron de la carretera y comenzaron a subir por el camino de tierra, divisaron a lo lejos lo que parecía ser el embalse de un cortijo a medio camino entre su posición y la bifurcación que llevaba al volcán o a su colina gemela, que algunos llamaban “el gomerón”. - Creo que es el cortijo de la Huerta, aunque lo recordaba mucho más cerca de la base de la Gomera. – Alcides hablaba en voz alta para que

pudieran escucharlo todos – Quizá podamos darnos un chapuzón. - Haremos un descanso aquí mismo, será mejor echar un vistazo, conviene ser precavidos – Martín hizo un gesto a Alcides para que lo siguiera – Carlos, si te es posible sacar la cabeza del culo y olvidar por un momento tu drama personal, podrías verificar un perímetro seguro de por lo menos quinientos metros, gracias – Carlos parecía perplejo, no esperaba aquella reacción por parte de su amigo, pero aun así apretó los labios y tironeó de las riendas para hacer lo que le habían pedido. Espolearon los caballos campo a través para rodear la masa de agua y acceder a los edificios por la parte más alejada del camino. Allí había una nave para la maquinaria que les serviría de parapeto si querían acercarse a la casa sin ser vistos. Aprovecharon un enorme arado herrumbroso para atar a los animales. Cuando llegaron a la pared del almacén fuertes gritos les hicieron agazaparse tras unos sacos apilados en la parte de atrás de la nave. Con sumo cuidado fueron avanzando. Instintivamente Martín desenfundó su hacha, echando de menos el viejo revolver que se había quedado con el resto de sus cosas en los andenes abandonados, mientras que

Alcides ya tenía en la mano una SIG Pro lista para disparar. - ¿Te gusta morder, zorra? – Hablaba un hombre de dimensiones monstruosas, vestido con un mono vaquero de tirantes, sin ropa debajo, de ningún tipo, y pesadas botas de agua, sucias de estiércol reseco de semanas, incluso meses. Sostenía de los pelos a una mujer menuda, pasada la treintena, con la cara ensangrentada y el cuerpo cubierto de moretones y suciedad. La arrojó con violencia desmedida al suelo. Con la mano izquierda se sujetaba con gesto dolorido, su entrepierna. – Ahora veremos lo bien que muerdes, puta. Abre la boca, ¡Ábrela y muerde esto! – La muchacha obedeció y el mastodonte la puso bocabajo con la boca contra el bordillo de uno de los escalones de la entrada ¡Muerde! – Justo en el instante en que Martín y Alcides se asomaban por la esquina más alejada, aquella bestia propinó un fuerte y salvaje pisotón contra su cabeza. Dientes ensangrentados salieron despedidos a la vez que su cráneo se hacía pedazos. Martín tuvo el tiempo justo de tirar de su amigo hacia atrás, segundos antes de que aquella aberración de grasa los viera al girarse para volver al interior del edificio. Al abrirse la puerta pudieron escuchar los

gritos de otra mujer, pero no eran gritos de miedo o dolor. Quien fuera se estaba desgarrando la garganta con toda la furia que era capaz. Volvieron sobre sus pasos hasta llegar a una de las ventanas laterales por la que Martín asomó tímidamente la cabeza. Desde su posición podía distinguir a una muchacha de unos veinte años, atada como un perro a una gruesa varilla de encofrado que se hundía en el suelo de hormigón. Estaba completamente desnuda, igual que la otra. Algunos jirones de ropa le colgaban aún del cuerpo. La gruesa correa de cuero que llevaba al cuello le había provocado heridas que el constante roce no dejaba cicatrizar. La chica se retorcía y gritaba como un animal acorralado. Dos figuras enormes se interpusieron entre ella y Martín que se agachó bruscamente para no ser sorprendido. Cuando volvió a levantar la cabeza se dio cuenta que estaban dándole la espalda y eso le había salvado de ser visto. Incluso Alcides, que estaba unos metros por detrás de él podía escuchar las carcajadas de aquellos dos cuando se acercaron a la joven, Martín se temió lo peor después de haber presenciado la escena de fuera. Un fuerte guantazo de una de aquellas malas bestias, que la hizo quedar desmadejada en el suelo, confirmó sus miedos. Por unos breves instantes pudo verle la

cara a uno; su sonrisa lasciva y el brillo ansioso en sus ojos se parecía mucho al que habían visto a la luz del sol, debían ser hermanos o por lo menos familia. - Esos hijos de puta tienen a otra chica secuestrada, creo que llevan abusando de ellas mucho tiempo. - Tenemos que salvar por lo menos a ésta. - Son humanos. - ¿Qué? ¿Cómo lo sabes? - He podido ver los ojos del otro, su mirada… Son humanos, estoy seguro. - No puedo creer esta mierda, a un paso de nuestra “independencia”, encontramos más supervivientes y son mucho peores que las jodidas cáscaras. - El mal es el mal, para mí no hay diferencia, con ellos en los alrededores no estaremos seguros… - ¿Estás proponiendo que los…? - No propongo nada, hay que matarlos, no es una opción – acompañó sus palabras desenvainando el cuchillo. Ahora sus dos manos estaban ocupadas de muerte. Se dirigió a la entrada con cautela, Alcides lo siguió suspirando con desesperada paciencia y llevándose el arma al hombro, muy pegada a su mejilla, para poder apuntar

y disparar con rapidez. La puerta estaba abierta, no esperaban visita, quizá ya se creyeran los últimos seres humanos con vida en la faz de la tierra, aunque Martín no pensaba ni por asomo que sus cerebros tuvieran capacidad para semejantes disertaciones. De cerca los tíos eran más enormes aún, unos gigantes que podía duplicar perfectamente el tamaño de Alcides. Era como estar viendo a los hermanos camioneros del relato de terror de Stephen King. Debían medir bastante más de dos metros, al menos uno de ellos, el que en aquel momento estaba forzando a la muchacha, con obscenos movimientos de vaivén que a Alcides le produjeron arcadas. El otro, ligeramente más bajo y unos cincuenta kilos menos mórbido, estaba a menos de un metro, con el mono bajado hasta las rodillas y meneándose su dolorida y flácida picha de tamaño desproporcionadamente diminuto en comparación al resto del grasiento cuerpo, como si intentase hacer fuego con ella. - Definitivamente no son humanos – susurró Alcides más para sí mismo, unos pasos por detrás de Martín – Son cerdos. - Hagámoslo rápido, antes de que noten nuestra presencia. Alcides apuntó con cuidado a la cabeza del

que permanecía de pie. Martín por su parte se deslizó por una de las paredes laterales hasta quedar justo detrás del grupo. En cuanto Al abriera fuego saltaría sobre el que violaba a la chica y lo degollaría como al cerdo que Alcides decía que era. Si le disparaban podían herir a la mujer. Con los músculos tensos como el acero, Martín comenzó a sentir la punzada de dolor en la sien que siempre predecía a la tormenta. Ahora el hacha y el cuchillo eran partes de sí mismo. Una fuerte detonación resonó por toda la nave, pero el gigante de la polla flácida aún tenía la cabeza sobre los hombros e intacta. Por unos momentos Martín no entendió lo que había sucedido, pensó que Alcides había fallado. Sin embargo cuando se volvió hacia su amigo vio como éste caía de boca al suelo perdiendo su arma. Tras él, una anciana de no más de metro sesenta, con el pelo blanco perfectamente cardado y vestida con una batita de vichy a cuadros, le apuntaba con una escopeta de caza con el cañón aún humeante tras haber disparado a Alcides por la espalda, el arma en sus manos estaba completamente tan fuera de lugar como si la hubiera llevado el mismísimo Gandhi. Era la puta abuela de las galletas. Martín no lo dudó un instante saltó con rapidez sobre el objetivo que tenía más cerca, escuchando como un nuevo disparo se perdía tras él. Se colocó detrás del pervertido

poniéndole la hoja del cuchillo sobre la nuez y el hacha justo bajo sus atrofiadas pelotas, la anciana dejó escapar un agudo y breve chillido. Mientras tanto la otra mole de carne se había puesto de pie y se acomodaba de nuevo los pantalones, la muchacha parecía inconsciente, ese montón de grasa debía haberla golpeado, otra vez. - Apártate de ella despacio o rajo a tu amigo – Martín tenía claro que un movimiento brusco de su presa acabaría con su escasa ventaja, esperaba que el miedo o la duda lo mantuvieran agarrado a su cosita como a un clavo ardiendo. La vieja abrió la escopeta para recargar – Señora tire el arma ahora mismo o le juro por Dios… - Por favor no le hagas daño a mis hijos. - ¡Cállate mamá! ¡Suelta ahora mismo a mi hermano cabrón o te mataré con mis propias manos! - ¡CALLATE TÚ ESTÚPIDO! – Por un momento la anciana perdió parte de su candor. De nuevo se volvió hacia Martín – Por favor no les haga daño. Mis niños, Pascualito y Obdulio, sólo se divertían un poco. Al fin y al cabo son hombres y usted sabe lo que pasa cuando les pica ahí – la anciana se tocó la entrepierna - Además esas cosas no sienten, no como nosotros…

- ¿De qué está hablando? ¿Es que no ve que es sólo una niña? – El penetrante olor a sudor del que supuso era Pascualito le ardía en la nariz. La mamá asesina se relajó y en su rostro apareció un gesto de alivio y comprensión que Martín no entendió. Sólo tenía ojos para Alcides que seguía tirado en el suelo y para el otro miembro de la familia Beane29 que cada vez parecía más nervioso. - No es humana, la muy zorra es un monstruo, no es más que un instrumento del diablo… – De súbito un enorme perro de color negro apareció acercándose a la vieja desde atrás y comenzó a ladrarle con furia. Dos disparos impidieron que mamá Beane tuviera tiempo de volverse a ver qué era. Había bajado la guardia, momento que aprovechó Alcides para rodar sobre sí mismo y usar su pistola. En la milésima de segundo que transcurrió entre ambos disparos, Martín rajó la garganta a su repugnante presa y lanzó con certera precisión el hacha contra la cabeza de camionero grande, que se desplomó de rodillas con un fuerte crujido de sus extremidades para después caer hacia delante clavándose aún más la hoja del arma desde la ceja izquierda hasta el centro del labio. - ¿Estás bien? Pensé que… - Verónica me obligó a ponerme uno de los

chalecos antibalas que encontramos en el cuartel de la guardia civil. - Pero… ¿cómo? No los había de tu talla. - Ella desmontó uno y lo adaptó a mi chaqueta. No sabes lo que es capaz de hacer con las manos… aguja e hilo. Y no sabes cómo duele esto. - ¿Has oído lo que han dicho de la chica? – Martín arrancó su arma de la cara del hijo mayor de mamá Beane y la limpió en sus mugrientas ropas antes de devolverla a su funda. - ¿La has creído? - No sé por qué pero sí. - ¿En que nos hemos convertido, Martín? Somos peores que esas cosas. - ¿Cuánto tiempo crees que llevan haciendo esto? - Conmigo, casi tres semanas, la otra había llegado hacía sólo unos días – La joven había vuelto en sí y trataba de quitarse la correa con un cuchillo que le había quitado al cadáver del que momentos antes había estado echándole el pútrido aliento mientras la violaba – Llevan haciéndolo desde que todo estalló por los aires. ¿Habéis visto el embalse? – No esperó que contestaran – arrojan los cuerpos dentro, cuando mueren o cuando se cansan de ellas, me lo enseñaron cuando me trajeron, era

parte de su tortura. – Por fin la correa junto con la cadena a la que estaba sujeta golpearon el cemento. - ¿Cómo te llamas? – Alcides recogió la escopeta del suelo y se lo colgó al hombro pero no enfundó la pistola. - Eva. - Es el nombre de tu huésped o el tuyo de verdad – Preguntó Martín agriamente. - No soy como esos monstruos… - Su voz sonaba entre amarga y resentida – Yo ya estaba aquí desde mucho antes. - ¿Qué quieres decir? – Martín no dejaba de observarla como si fuera una bomba de relojería. - Aunque no lo creas, el dolor es para mí igual de molesto que para el resto, aun sangro – Se tocó la entrepierna y le enseñó los dedos manchados – Y me gustaría vestirme, has visto más de lo que suelo enseñar en la primera cita… - Alcides sonrió, sólo él. Miró a su amigo, que estaba impávido frente a Eva – Si no os importa podemos continuar nuestra agradable charla en algún lugar más cómodo – Aunque hablaba con estremecedora seguridad, cuando su frágil cuerpo intentó andar hacia la salida, una mueca de dolor se dibujó en su rostro y perdió el equilibrio teniéndose que apoyar contra la pared para no caer al suelo. Martín relajó los músculos y el color

blanquecino de sus nudillos alrededor del mango del cuchillo, desapareció. Ante la sorpresa de Alcides, guardó el arma y se dirigió hacia la muchacha, pasó un brazo alrededor de ella y la levantó pegándosela al pecho, Eva suspiró dejando escapar toda la seguridad en sí misma, la tensión salió a través de las silenciosas lágrimas, su cuerpo se aflojó hasta quedar completamente a merced de Martín que al notar su desfallecimiento la estrechó más aún contra su cuerpo. Se dio la vuelta y salió de la nave seguido de un perplejo Alcides que guardaba su arma, mientras con total normalidad levantaba el pie para no pisar el cuerpo sin vida de la madre coraje.

107 En contra de lo que pudiera parecer a juzgar por lo que habían vivido en el almacén, la casa por dentro emanaba el mismo candor que la anciana, todo estaba reluciente y olía a Heno de Pravia hasta saturar las fosas nasales. En el porche de ladrillos de la parte de atrás había dos pares de zapatillas de tamaño considerable junto a una tina enorme llena de agua limpia y una botella de gel de color amarillo, como no podía ser de otra manera, sobre una silla en la que también había dos mudas limpias. Al parecer los adorables Pascualito y Obdulio tenían que adecentarse antes de entrar. Mientras Eva se aseaba en el cuarto de baño del piso de arriba, Alcides y Martín recorrieron la vivienda con escrupuloso esmero, antes de avisar al resto del grupo. Hallaron una despensa repleta de conservas caseras y en el sótano una macabra colección de maletas y mochilas, que supusieron serían, de sus numerosas víctimas. Todo estaba revuelto, las habían registrado a conciencia, Martín eligió algunas prendas y subió a llevárselas a la muchacha. Cuando Alcides se les unió, ella estaba relatándole su historia sentada sobre la cama,

mientras comía un trozo de pan con algo de queso fresco y mermelada. - … no le arrebaté este cuerpo a nadie, ellos me invocaron antes de su nacimiento. En lugar de alma fui yo quien lo ocupó… – Alcides la interrumpió. - Veo que tu cuello está mucho mejor. – En la garganta de Eva no quedaba rastro de herida alguna. - Me curo rápido, parte de las mieles de mi naturaleza. - ¿Un poseído de nacimiento? Eso es nuevo. ¿Quiénes te invocaron? - Si dejas de interrumpirla quizá llegue a esa parte – Martín le sonrió con paciencia. Eva continuó. - Mi pecado, por el que fui enviada al infierno, fue el suicidio. Mi vida, antes de mi “renacer”, no era más que una amalgama de caos y vacuidad que terminó desembocando en un trágico final, solas mi navaja, mis venas y yo. No era creyente hasta que me vi rodeada por las llamas de infierno; aún hoy sigo pensando que el castigo no es proporcional al delito. Mi vida no valía tanto como para merecer semejante tortura. Apenas pasaron días, que para mí fueron años enteros, hasta que

sentí la llamada. No sé cómo describirlo, era una atracción sobrehumana que me consumía, me hacía perder la consciencia de mí misma. Comencé a escuchar sus plegarias, la demencia de sus rituales y llegué incluso a conectar con la mente de mi madre. Quizá, de alguna forma, ella también conectó conmigo, y por eso supo mi nombre. Fue su última voluntad, que la hija que acababa de dar a luz se llamara Eva. Pude sentir lo que ella sentía, recordar lo que sufrió y por fin la razón me fue revelada. 17 de febrero del año de nuestro Señor de 1992. 3.000 Viviendas Sevilla (Andalucía - España) Tendría que ser un parto en casa, Yanira no tenía otra opción, los patriarcas lo habían decidido así. El mal se había estado gestando en su interior durante meses y había llegado la hora de sacarlo, comenzaron el exorcismo... Con la primera contracción el samoano Semo Sititi, operador de grúa del barco mercante Ourang Medan, soltero y sin compromiso, se llevó las manos al pecho sintiendo un dolor agudo que le paralizaba el brazo izquierdo. A los pocos minutos moría, con la boca aún llena de restos de su segundo McRib, de un severo

ataque al corazón, en su restaurante de comida basura habitual en el centro de Apia, su ciudad natal. La última imagen que le pasó por la cabeza fue la de una muchacha llorando aprisionada bajo el peso de sus casi doscientos kilos, no tuvo tiempo de arrepentirse de sus pecados… La segunda contracción se llevó consigo a John O’Shea, cocinero irlandés del Ourang Medan. Casado y con dos hijos de seis y quince años. Conducía por Scarlet Street, cuando un camionero borracho lo embistió en el cruce con King Street, en la pequeña localidad de Drogheda. Su viejo Golf lo envolvió en un abrazo mortal. Un juego ensangrentado de dados de casino se había esparcido entre los restos del vehículo. A las puertas de la muerte su cerebro procesó los gritos de dolor de una niña, gritos desesperados que decían “NO”. Con la contracción siguiente, el ciudadano marroquí Rachid Soulaimani, mecánico naval de segunda a bordo del Ourang Medan y orgulloso padre de familia, se desvaneció en la cubierta principal tras haber estado realizando unas comprobaciones rutinarias. Nunca volvería a levantarse. El médico de a bordo dictaminó muerte súbita. Pero mientras esto ocurría a su alrededor, en los pocos minutos de consciencia que aún le quedaban, se vio a sí mismo

apagando cigarrillos en la espalda de aquella niña, mientras la penetraba salvajemente, mancillando lo único que los otros no habían desgarrado todavía. Su último sentimiento fue el de asco, repugnancia de su propia existencia… Una nueva contracción. Esta vez Ibra Kébé, senegalés y oficial soldador del Medan, fue a encontrarse con la muerte al precipitarse desde lo alto de la torre Eiffel, donde realizaba unas reparaciones de rutina, en lo que iba a ser un trabajo fácil de un par de días en la capital francesa. Mientras veía como se acercaba el frío y duro suelo, escuchando sus propios gritos, recordó como también escuchó sus propias carcajadas mientras abofeteaba a aquella gitana que se negaba a chupársela. No había tantos dientes sanguinolentos por el suelo, debió tragarse algunos, igual que ahora a él se lo tragaría el mismo infierno, un pensamiento extraño para sus últimos momentos. La última contracción se llevó por delante a Tayfun Korkut, jefe de mantenimiento naval en el Ourang Medan. Turco de nacimiento y maltés de alquiler, más en concreto de su capital, La Valeta. Como cada día, se sentaba en la mesa tres del restaurante de comida turca “Ho_ geldiniz!” Su primo Fatih regentaba el establecimiento, por lo que

siempre comía gratis. Aquel sería su último kebab, un pequeño huesecillo de cordero se le atascó en la garganta. En aquel momento ninguna de las personas en el restaurante sabía realizar la maniobra Heimlich, por lo que a Tayfun le quedaban apenas unos minutos de atroz agonía. La mente humana es extraña e insondable; la suya comenzó a pasar revista a todas las mujeres y niñas a las que había violado. Al contrario que el resto de sus compañeros, para el señor Korkut, la pequeña e indefensa Yanira no había sido su primera vez, ni la última, pero fue su rostro el que vio justo antes de morir. Los cinco desembarcaron en el puerto de Sevilla la mañana del veinte de mayo de 1991. Ibra Kébé y Semo Sititi se juntaron tras una de las naves de la zona de contenedores para tomar el almuerzo cuando escucharon fuertes carcajadas un par de pilas de contenedores más allá, la curiosidad, que normalmente mató al gato, condenaría sus almas para la eternidad… Encontraron al cocinero, un loco irlandés llamado John y a uno de los mecánicos, jaleando a una muchacha gitana que había pasado de intentar leerles la buena fortuna con sus ramitas de romero, a bailar flamenco sobre un bidón de combustible. Ambos se unieron a la fiesta, sobre todo

cuando O’Shea, que no dejaba de juguetear con unos dados de casino, haciéndolos girar en su mano, les ofreció compartir una botella del güisqui de contrabando que había logrado subir al barco. Cuando Tayfun Korkut se deslizó entre ellos, como si fuera uno más, ninguno vio el brillo en sus ojos, fue él el que le ofreció alcohol a Yanira, aun sabiendo que era menor, y fue él el primero en tocarla. No hubo humanidad en lo que vino después. Quizá fuera el alcohol, las semanas en el mar, el descaro de la niña, que es lo que era, una niña de apenas doce años, o quizá fuera simple y llanamente el mal en estado puro que forma parte de todas las personas desde que toman consciencia de que son seres colectivos. La violaron, de todas las formas que cualquier mente enferma pueda imaginar y la torturaron tan salvajemente que sólo se detuvieron cuando pensaron que estaba muerta. Después, simplemente arrojaron su cuerpo desnudo al Guadalquivir. Pero no era su destino morir en las frías aguas del río. Aquel día, todos miraron al abismo sin saber que siempre devuelve la mirada. Mamá Samara sujetaba la cabeza del bebé entre sus manos y comenzaba a darle la vuelta para extraerlo de las entrañas de su madre. Como chinderí

lo había hecho centenares de veces y sin embargo aquella fue la primera en la que había sentido repulsión con el contacto de un recién nacido. Deseó sacarlo cuanto antes para poder apartarlo de ella lo más rápido posible y entonces metería las manos en agua hirviendo para limpiarse. Lo pensó con total naturalidad, sin darse cuenta de semejante demencia; pero eso era lo que pasaba cerca de la criatura, incluso antes de nacer. Aquellos que estaban cerca de la embarazada tenían pensamientos suicidas o asesinos, pero lo que más asustaba a mamá Samara era la posibilidad de que alguien llegara a realizarlos. El exorcismo gitano siguió su curso. El sacrificio se había consumado, las cinco almas impías habían sido ofrecidas. Si el alma de la niña no podía salvarse, al menos los de allí abajo se encargarían de ella. Fue entonces cuando el hombre alto llegó… Las últimas palabras de la madre fueron “se llama Eva”. Y aunque no hubo bautizo, ese fue el nombre de la niña que el extraño se llevó consigo para siempre, dejando sobre el cuerpo aún caliente de Yanira una orquídea rojo sangre. - Me he perdido, ¿quién coño es el hombre alto? – Alcides parecía verdaderamente confuso. - Un daño colateral. No fue hasta el año

2008 que la prensa publicó la primera noticia acerca de lo que llamaron “Los asesinatos de la orquídea”… - Lo recuerdo, salió en las noticias de todos los canales durante casi un mes, pero sigo sin entender una mierda. – Eva prosiguió sin prestarle atención, Martín suspiró con exasperación. - … Un grupo de historiadores de diferentes universidades, en un estudio conjunto descubrieron lo que se pensó fueron las acciones de una secta o antigua hermandad de asesinos que desde principios del siglo veinte hasta mediados vinieron realizando ciertos rituales que incluían, secuestros, violaciones, torturas y asesinatos entre otras cosas. Habían conseguido documentar cinco casos, desde 1902 hasta 1974, en Londres, Nueva York, y España. Un año más tarde, una fuente anónima les facilitó toda clase de información acerca de dos asesinatos más, uno en 1884 y otro en 1992, aunque de este último no llegó a encontrarse el cadáver de la muchacha… - ¿Tú eras el caso del 92 verdad? ¿Y la fuente anónima? - Por amor de Dios, Al, deja que termine de una vez. – Alcides hizo el gesto de la cremallera en sus labios y volvió a mirar a Eva. - … Lo verdaderamente terrible de las acciones de

este grupo era su modus operandi: 12 de febrero del año de nuestro Señor de 1884. 3 de Viktoria-Luise-Platz Schöneberg (Berlín - Alemania) El dormitorio de la pequeña Katharina estaba ligeramente iluminado por la luz de la luna. Los estantes estaban repletos de muñecas de trapo y marionetas de madera. Sobre la cómoda, junto a la puerta de la habitación, había una hermosa caja de música Kalliope, de madera de frutal, con mecanismo de manivela. En la tapa tenía tallado un bonito clarinete con hojas alrededor. La niña nunca volvería a escuchar su melodía… A su lado, un daedalum ofrecía la ilusión de ver a un pequeño monito con un sombrero rojo que subía y bajaba por unas escaleras. A través de la puerta entreabierta podía verse la habitación de sus padres, que estaba al otro lado del pasillo. La cuna era mullida, con sábanas suaves y una colcha de color rosa a juego con las cortinas. Junto a ella y bajo la ventana cuyas vistas daban a la fuente del Viktoria-Luise-Platz, había una pequeña mesita redonda con dos sillas y un juego de café en miniatura que la todavía bebé nunca llegaría a

estrenar. Aquella noche, al contrario que todas las demás, la ventana estaba abierta y la pequeña Katharina no dormía plácidamente en su cunita. De hecho no estaba en la casa; el eco de su llanto, amortiguado por la vieja y curtida piel de oveja de un anacrónico zurrón, podía escucharse a través de las calles del barrio bávaro. A la mañana siguiente, lo único que su madre encontró en la cuna fue una orquídea rojo sangre… Jamás hallaron a la pequeña. Dieciocho años después, lo que fuera el dormitorio de la pequeña Katharina, ahora era una biblioteca. En lugar de cuna, había una mesa de roble con una pequeña lámpara de tulipa de cristal verde. La misma noche aniversario de su desaparición, a la hora exacta en la que fue arrancada de su cuna, el cuerpo sin vida de una muchacha de cabellos largos y rubios era depositado sobre el tablero, empujando la lámpara que cayó contra la alfombra, haciendo un ruido sordo pero sin romperse. La joven estaba completamente desnuda, y a juzgar por la sangre, aún fresca, que resbalaba por entre sus muslos, además de otros indicios, parecía haber sido violada. Como cada mañana, desde su desaparición, la madre de Katharina entraba en el que fuera su dormitorio. A regañadientes y obligada por su marido,

gracias al consejo de los médicos, cualquier indicio de la existencia de la niña había sido borrado de la casa. Sin embargo ella entraba al alba de cada día y buscaba mecánicamente a su hija por toda la habitación. Aquel día algo cambió, su hija sí estaba allí sólo que ahora tenía dieciocho años y estaba muerta. Una profunda hendidura le recorría el cuerpo desde el hombro hasta la cadera. Estaba ligeramente más abierta a la altura del pecho. Era porque le habían arrancado el corazón, dejando en su lugar una orquídea blanca, teñida de sangre… 13 de febrero del año de nuestro Señor de 1902. 21 de Baker Street. Londres (Inglaterra) El invierno de aquel año estaba siendo especialmente crudo, y aunque tenían calefacción, los miembros de la familia Foley se apretaban en la cama de matrimonio, Martha junto a su esposo Oliver, el primogénito Gideon, que le debía el nombre a su abuelo materno, muerto durante el asedio de Ladysmith, en la segunda guerra Bóer, bajo el mando del incompetente general Redvers Buller. Y la pequeña Mary, de tan sólo dos meses, cuyo pequeño

y rechoncho cuerpecito descansaba en un cálido hueco entre sus padres. Fuera podían escucharse las ráfagas de viento golpeando la ventana. Las noches de tormenta a Martha le costaba conciliar el sueño, por lo que no pudo dormirse hasta altas horas de la madrugada. No le importó; le gustaba mirar la dulce carita de su hija. Justo cuando cerraba los ojos y se dejaba acunar por el profundo sueño, las ventanas se dieron por vencidas abriéndose de par en par formando un gran estrépito. Las cortinas volaban por la habitación y la lluvia entró salpicándolo todo. Gideon, al borde de la cama, dio un respingo por el susto y acabó con sus huesos sobre el suelo de parqué. A Martha, que estaba a su lado, se le escapó un chillido y desorientada, se levantó a ver qué le había pasado a su hijo. Mientras que Oliver cerraba la ventana y la atrancaba lo mejor que podía, un nuevo grito de su esposa le sobresaltó. Se volvió y vio como señalaba la cama con ojos desencajados. La pequeña Mary ya no estaba, en su lugar sólo había una orquídea rojo sangre… Jamás hallaron a la pequeña. Dieciocho años después, de la familia Foley tan sólo quedaba Martha y a ella no le quedaba demasiado tiempo. A sus cincuenta y tres años, su longevidad era un privilegio que no deseaba; dolía

demasiado, sus pulmones estaban consumidos, sus huesos quebradizos y su corazón tan débil que apenas se escuchaba. Sin embargo seguía trabajando como fregona en las oficinas del muelle a cambio de un sueldo más que miserable, algo de comida rancia dos veces al día y un raído camastro en una nave en desuso y medio derruida que olía a salitre, meados y mierda y que además estaba infestada de ratas y cucarachas. Las noches de tormenta, como aquella, la tortura se incrementaba, el paseo desde su lugar de trabajo era poco más que una odisea imposible, cada gota de lluvia era como plomo fundido sobre su débil cuerpo, cada ráfaga de viento era como una ventisca azotando una vela desvaída, un simple resbalón, un leve tropiezo y todo su ser se haría añicos contra el mojado suelo, como una copa de cristal… Aquella noche era un poco distinta, caminaba más ligera, estaba harta de su miserable vida, echaba de menos a su marido, echaba de menos su confortable hogar, pero sobre todo echaba de menos a su pequeña, a su bebé. Mary había sido el punto de inflexión, el detonante de que todo comenzara a marchitarse. Le arrebataron a su niña justo cuando el calor de su cuerpecito diminuto la había invadido hasta lo más profundo y eso era lo más cruel, sobre todo en esas noches de lluvia en las que nada podía calentarla…No

tuvo suerte, llegó con vida e ilesa. Empujó la destartalada puerta lateral del almacén. No estaba cerrada, ¿quién querría entrar allí? No había calidez, sólo el sonido de las corrientes de aire a través de los cristales rotos y las tablas agrietadas. Lo poco que le quedaba en este mundo se amontonaba en el rincón más alejado y oscuro; era uno de las escasas cosas agradables de las que aún podía disfrutar, la negra e inescrutable oscuridad. Envuelta en ese velo no tenía que ver sus ajadas manos, su ropa destrozada, su pelo estropajeado. Por el contrario, podía imaginar que el roce de las ásperas mantas eran las caricias de Oliver las noches de los viernes. Podía Imaginar que escuchaba el llanto de su hija… Su hija. Las lágrimas acudieron, siempre ocurría así. Cuando pensaba que sus ojos secos habían perdido esa capacidad, Mary las hacía deslizarse por sus arrugadas mejillas, pero gracias a Dios y aunque ella no lo sabía, sería la última vez que tendría que llorar por ella. A mitad de camino, en el centro del almacén, acompañada sólo por el eco amortiguado de sus pasos, sintió que había algo diferente en la atmósfera que la rodeaba, algo opresivo, algo malo. Se detuvo un instante y respiró todo lo hondo que se lo permitían sus enfermos pulmones. No tenía miedo. La muerte era lo único que le quedaba por esperar. Todo lo que podía temer ya lo

había sufrido. Siguió su arduo camino hasta el colchón en el que se dejó caer exhausta. No tuvo tiempo de imaginar, se sumió en un sueño profundo, tan profundo y misericordioso, que no volvió a despertar, y no tuvo que ver el cuerpo desnudo, violado y abierto en canal de su hija. Tampoco vio la orquídea blanca manchada de sangre que ocupaba el lugar de su corazón. Extrañamente las ratas no se acercaron al cadáver. 14 de febrero del año de nuestro Señor de 1920. Apartamento 9, Edificio Belnord. Nueva York (EE. UU.) Julie y Emma dormitaban en su habitación, Julie tenía cinco años, Emma seis meses. Julie estaba muy contenta porque aquella noche era la primera que dormiría sin barrera. Mamá le había dicho que ya era mayor y que no la necesitaría nunca más. La niña había asentido enérgicamente con la cabeza, provocando que la diadema le cayera sobre la nariz. Ella misma volvió a colocarla en su lugar. Fue el único caso en el que hubo un testigo, aunque no sirvió de mucho. El miedo, combinado con la imaginación de un niño, es un cóctel impredecible. Días después de la desaparición,

cuando la policía habló con la pequeña, ésta aseguró con rotundidad que había sido Rip Van Winkle, el protagonista de la obra de Irving. Julie aseguró con lágrimas de desesperación, porque no la creían, que Rip había entrado por la ventana. Tenía una larga barba blanca que le llegaba a las rodillas y estaba llena de hojas secas y champiñones. Por detrás el pelo le llegaba aún más abajo y una hiedra se le enredaba a lo largo. Sobre la cabeza, a modo de extravagante sombrero, tenía un enorme nido de pájaros carpinteros. Recordaba incluso que faltaba un huevo por eclosionar, aunque la niña dijo “había dos pollitos y un buevo sin cascar”. No tenía zapatos y, según Julie, “sus dedos eran largos como raíces garabatosas”. Sus pantalones, cuyo color la niña no pudo definir, una mezcla entre todas las tonalidades de marrones y verdes. Eso fue lo más que se acercó; estaba lleno de desgarros y agujeros por los que sobresalían malas hierbas y flores silvestres. Su jubón no estaba en mucho mejor estado, aunque éste era de un tono más claro que los pantalones, por lo que las manchas eran bastante más evidentes y las setas y hierbajos que sobresalían de los puños de las mangas y del hueco del cuello resaltaban como adornos extravagantes. La pequeña aseguró que de uno de los rotos llegó a salir una pequeña ardilla que

corrió por su vientre hasta entrar por otro agujero situado sobre el pecho. Lo recordaba bien porque Van Winkle no había podido evitar reírse por las cosquillas. De haberse realizado un retrato robot, el resultado habría sido digno de los cuentos de Beatrix Potter. Cuando Carol Wilkinson, la madre de las pequeñas, escuchó de labios de su hija, que Rip Van Winkle el secuestrador, había tratado a Emma “con cariño de abuela”, no pudo evitar sentir cierto alivio en su impotencia. Así era como Julie describía cuando Carol o la madre de ésta, la abuela Blanche, las abrazaban y las acurrucaban entre sus brazos, dándoles besos en la frente y las mejillas. Quizá se estaba volviendo loca, pero el hecho de que quién se la hubiera llevado la tratara con cariño hacía que su agonía fuera un poco más llevadera… Jamás hallaron a la pequeña. Dieciocho años después, en lugar de una cuna, al lado de la cama de Julie había un hermoso buró de caoba. Sobre él, la joven había estado escribiendo sus votos. En apenas unas horas sería la esposa del apuesto y cariñoso Thomas Lane… Sus sueños rondaban el ascenso de la escalinata de la catedral de San Patricio en el upper East side. Podía escuchar el sublime sonido del gran órgano tocando la marcha nupcial de Mendelssohn, pero lo que olía no era el

incienso, o la cera derritiéndose, ni siquiera flores recién cortadas. Era más bien como estar en medio de Central Park, olía a resina de árbol, a tierra mojada, a cerezos en flor, a agua estancada. Y entonces los recuerdos estallaron en su cabeza. Ni siquiera cuando sucedió recordó contarles cómo olía cuando él entró en la habitación, ¿de qué hubiera servido? Sus fosas nasales se abrieron inundándole los pulmones con aquel olor a bosque. Sólo podía significar una cosa: Rip Van Winkle el secuestrador había vuelto, ¿se la llevaría a ella ahora? Había estado muchos años convenciéndose de que lo que vio no fue real y ahora… Comenzó a temblar de pies a cabeza mientras su voz se evaporaba por el miedo. No había escuchado abrirse la ventana y sin embargo notaba la brisa nocturna acariciándole la cara. Pero cómo, no había escuchado el quejido de las bisagras. Lo que si oyó fue el piar desesperado de unos polluelos y recordó el nido en la cabeza de Rip. Un impulso le hizo abrir los ojos. No había nadie en la habitación, a menos con vida. Cuando su visión se acomodó a la oscuridad de la estancia, descubrió el cadáver de una muchacha grotescamente colocado sobre el escritorio. Una profunda hendidura recorría el cuerpo desnudo y ultrajado desde el hombro hasta la cadera. Estaba ligeramente más abierta a la altura del pecho; era

porque le habían arrancado el corazón, dejando en su lugar una orquídea blanca, teñida de sangre… Momentos antes de volverse loca vio el enorme parecido y comprendió que aquel era el cuerpo de su hermana pequeña Emma.

15 de febrero del año de nuestro Señor de 1938. Número 6 de la calle Real. Alfambra (Teruel - España) El trabajo en el campo era duro, pero cuando se casó con Alejandro no tenía en mente parir en medio de la era, a kilómetros de la casa más cercana y con el incompetente de su marido haciendo de partera. No había agua hervida, ni paños limpios, tan sólo un pellejo con agua recalentada de todo el día y un par de sacos de arpillera sobre los que estaba recostada, clavándose los terrones de tierra en los riñones. Su amante y asustado esposo sudaba copiosamente, ella recordó su cara colorada y sudorosa cuando la cabalgaba nueve meses atrás como un asqueroso potro en celo. A veces incluso sus gemidos cuando llegaba al orgasmo, algo que para ella era una quimera imposible, le recordaban los relinchos de un caballo desbocado. Pero ahora era ella

la que relinchaba hasta perder el resuello. El mocoso se había adelantado y no sólo unos días. Aquel embarazo no debía haber ocurrido, al menos no tan pronto, apenas llevaban unos meses casados y las cosas no les estaban yendo demasiado bien… Una fuerte contracción la distrajo de sus pensamientos. El pobre Álex no paraba de dar vueltas alrededor de su esposa, hasta que decidió dejarla e ir con la mula a pedir ayuda. A Emilia no le apasionó la idea, pero no le contradijo, prefería estar sola para lo que tenía pensado, no podía permitir que todo se estropeara antes siquiera de haber comenzado, por amor de Dios, aún no había cumplido los diecisiete. La mula ya se alejaba con torpe galope cuando la imagen de su marido, dando botes sobre la grupa del animal, la hizo sonreír, aunque de nuevo una contracción la hizo volver a su cruda realidad. Se agarró con desesperación a la arpillera y comenzó a apretar con todas sus fuerzas. En apenas unos minutos estaba empapada de sudor y se había meado encima dos veces. No le importó, siguió apretando hasta que los ojos se le inyectaron en sangre y un fuerte dolor de cabeza le hizo perder la consciencia… Cuando despertó no estaba sola, había un hombre junto a ella. Estaba en cuclillas dándole un poco la espalda, lo justo para que ella pudiera ver que tenía al

recién nacido en sus brazos y le estaba susurrando una canción de cuna. El bebé presentaba un marca de nacimiento en el muslo izquierdo, un lunar en forma de rombo, Emilia no pudo evitar acariciar su pierna justo en el mismo lugar, donde ella tenía uno exactamente igual. En lo más profundo de su ser algo se estremeció, pero ella supo ignorarlo con facilidad. Hacía calor y aun así se le puso la carne de gallina. Algo en aquel extraño no le gustaba lo más mínimo. Notaba la piel pegajosa en los muslos, se miró y vio la sangre que ya comenzaba a secarse sobre su cuerpo. Entre sus piernas, aparte de las bragas tiradas de cualquier forma, vio una gruesa cartera de piel y lo que parecía ser una flor de color rojo, una orquídea. Su mente intentaba procesar lo que estaba ocurriendo, cuando el desconocido se levantó y se dio la vuelta mirándola directamente a los ojos. Ella no pudo ver los suyos; el ala del sombrero los mantenía ocultos en las sombras. Señaló la cartera levantando una mano de largos dedos que a Emilia se le antojaron delgadas y amenazantes ramas. Ella la recogió del suelo y la abrió. La cantidad de dinero que había dentro era tal que nunca supo si el mareo que le sobrevino fue por la impresión o por la pérdida de sangre. Cuando volvió a mirarle, éste tenía el dedo índice sobre los labios indicándole que debía guardar

silencio. Después de eso comenzó a andar campo a través en dirección contraria a la que Alejandro tomara horas antes. Ya anochecía cuando la ayuda llegó. Emilia yacía aún sobre los sacos. Había dejado de sangrar y parecía desmallada. No había rastro del recién nacido ni del dinero. La historia que contó fue sencilla: perdió el conocimiento dando a luz y cuando despertó el bebé ya no estaba, sólo una huellas sobre la tierra que se alejaban de allí. Jamás hallaron a la pequeña… 15 de febrero del año de nuestro Señor de 1956. Casa de salud Valdecilla. Avenida Valdecilla, S/N Santander (Cantabria - España) Dieciocho años después la persona que sostenía la mano de Emilia durante las contracciones no era Alejandro, Alejandro estaba muerto y aunque no se hubiera desnucado al caerse de su estúpida mula, tampoco habrían estado juntos. Él no lo superó, nunca se perdonó el haberla dejado sola en medio del sembrado como nunca supo nada del dinero. Dinero que ella usó para salir de un mundo al que no pertenecía, odiaba los aperos de labranza casi tanto

como al mismo campo. Desde que era pequeña siempre había soñado con vivir en una gran ciudad y ahora por fin lo había conseguido, su sueño se había cumplido en Santander. Emilia Pérez murió aquel aciago día en la era, Emilia Fernández había venido al mundo con una cartera repleta de dinero y, lo que era más importante, con la conciencia tranquila. La nueva Emilia se había casado en primeras nupcias con un adinerado médico y jamás había sido madre, hasta ahora… Álvaro, su esposo, era médico en la casa de salud Valdecilla. Su padre había sido amigo íntimo del Marqués, así que cuando acabó sus estudios de medicina, nadie se extrañó que entrara a trabajar en el hospital, legado más importante del noble cántabro. Era la razón principal de que ella fuera ingresada allí y gozara de ciertos privilegios, incluso en plena guerra civil. Una habitación privada, lejos de las adaptaciones militares, era uno de ellos. En apenas dos horas la hermosa Carmen fue traída al mundo por su propio padre, con un peso de cuatro kilos con cien gramos, sana y robusta, como su madre. Emilia nunca había sido una mujer especialmente bonita, pero algo en su rostro atraía la atención del sexo opuesto. Tenía las caderas excesivamente anchas y eso nunca le había gustado

aunque su madre siempre le decía que para un hombre eso era más importante que tener unos ojos bonitos o unas tetas grandes y firmes. Tener las caderas anchas era signo de ser buena paridora y eso era lo verdaderamente importante. Su nariz también era algo grande y eso no simbolizaba absolutamente nada, ni siquiera para su madre. Por suerte la pequeña había sacado los rasgos de su padre, mucho más delicados. La noche trascurría con tranquilidad, madre e hija dormían apaciblemente mientras Álvaro atendía a los soldados con heridas de mayor gravedad. Emilia no escuchó ruido alguno, tan sólo un gran peso sobre el pecho que le oprimía los pulmones y le impedía respirar con normalidad. Asustada, encendió la luz de la mesita de hierro que había junto a la cama… Sobre ella estaba el cuerpo sin vida de una muchacha. Una profunda hendidura recorría el cuerpo desnudo y ultrajado desde el hombro hasta la cadera; estaba ligeramente más abierta a la altura del pecho. Era porque le habían arrancado el corazón, dejando en su lugar una orquídea blanca, teñida de sangre. No comprendió lo que ocurría hasta que vio en el muslo de la joven una marca de nacimiento en forma de rombo… Con ojos desorbitados comenzó a buscar a su otra hija, a la de la nueva Emilia, pero no

estaba en la cuna. En ella sólo había una orquídea del color rojo de la sangre. La nueva Emilia no volvió a hablar nunca, por lo que no lograron averiguar de quién era el cuerpo de aquella mujer tan brutalmente mutilado. Y en cuanto a Carmen, jamás hallaron a la pequeña… Dieciocho años después, el doctor Álvaro Cobo moría de un infarto al encontrar el cuerpo sin vida de una muchacha. Una profunda hendidura lo recorría, desnudo y ultrajado, desde el hombro hasta la cadera. Estaba ligeramente más abierta a la altura del pecho; era porque le habían arrancado el corazón, dejando en su lugar una orquídea blanca, teñida de sangre.

16 de febrero del año de nuestro Señor de 1974. Habitación 2, Hotel Puntagrande. La frontera (Isla del Hierro - España) Para Laisa y Erik Sorensen, aquel viaje era mucho más que unas merecidas vacaciones, significaba el comienzo de una nueva etapa. Tras muchos años de buscar infatigablemente, por fin habían conseguido lo que con tanto ardor deseaban. Unas semanas atrás Laisa había dado a luz a una hermosa niña a la que llamaron Karen y que se había

convertido en el eje de sus vidas. El hotel aún no había abierto sus puertas al público; lo cierto era que aún no habían comenzado las obras de restauración. En uno de sus muchos viajes Erik se había enamorado de aquel lugar y no cesó en su empeño hasta conseguir que la sociedad Ferinto le arrendara el edificio. Por un módico precio, incluso les habían acondicionado parte de las instalaciones para que su estancia allí fuera lo más agradable posible. Pero no lo fue. El mismo día de su llegada una fuerte tormenta los mantuvo incomunicados durante horas. La batería del coche de alquiler parecía haber muerto y por supuesto no había teléfono desde el que llamar a nadie. Cuando golpearon la puerta pensaron con alivio que debía ser alguien de la sociedad que iba a interesarse por su situación un tanto accidentada. Nada más lejos de la realidad. Erik bajó a la planta baja a abrir, mientras su esposa, que lo siguió tras asegurarse de que la pequeña Karen dormía en su improvisada cuna de almohadas y cojines, se dirigía a la cocina a preparar algo de cena. Al otro lado de la puerta sólo lo esperaba el temporal descontrolado que le golpeó en la cara con un viento helado lleno de gotas de lluvia que lo empaparon en cuestión de segundos. Muy a su pesar, se obligó a sacar la cabeza

y echar una ojeada, nadie. Habría jurado que alguien llamó con los nudillos… Su esposa apareció a su lado con una bandeja llena de diferentes productos del país; al menos el frigorífico funcionaba y lo habían llenado de toda clase de viandas. Subieron de nuevo al piso de arriba, más apretados que juntos, Erik no dejaba de robar aceitunas de uno de los cuencos que se mantenía con precaria estabilidad sobre la bandeja. Laisa, con las manos ocupadas, no podía defender sus pertenencias. Ambos reían intentando no hacer demasiado ruido para no despertar a la pequeña. Se sentaron en la improvisada salita que les habían instalado en una de las habitaciones y se dispusieron a dar buena cuenta de la comida, mientras escuchaban el viento y la lluvia azotando contra las paredes del edificio. Hicieron el amor. Fue la primera vez desde el nacimiento de su hija. Lo hicieron despacio, Erik entraba y salía de su esposa con tanta delicadeza que la hacía estremecerse hasta el clímax. Cada penetración la hacía sentir un adelanto de lo que sería un orgasmo sublime, que no se hizo de rogar, pues cuando su marido se desbordó, ella perdió toda noción de tiempo y espacio, sólo había placer… Cuando la bruma de la satisfacción se disipó, una fría inquietud se apoderó de Laisa. Por un instante, un solo segundo, había olvidado por

completo su mayor tesoro. Besó a su marido en la comisura de los labios y se levantó del sofá para ir a velar unos instantes el sueño de Karen, pero ella ya no estaba allí. En su lugar sólo una orquídea rojo sangre. La buscaron en cada rincón de Puntagrande, al día siguiente, por toda la isla de El Hierro. Jamás hallaron a la pequeña… Dieciocho años después, como cada año desde que desapareciera su hija, el matrimonio danés formado por Erik y Laisa Sorensen se hospedaba en la misma habitación del hotel Puntagrande. Irónicamente inscrito en el libro de los récords como el hotel más pequeño del mundo, años atrás, cuando buscaban desesperadamente a su única hija, a ellos les pareció gigantesco, casi infinito. El rito siempre era el mismo: pasaban una semana en la isla, preguntaban por los pueblos, ponían carteles con la recompensa, mil euros más cada año, comenzando por los diez mil del primero, en total veintiocho mil euros para aquel que les diera alguna pista del paradero de su hija. Paseaban por los alrededores del hotel mirando cada arbusto, cada agujero. Sabían que era una estupidez, pero la esperanza, como dicen, es lo último que se pierde. Durante la noche atendían sus cuentas del Facebook, y el blog de Laisa: Vivilaldrigstoppeledertilvoresdatter.blogspot.com, algo

así como: “Nunca dejaremos de buscar a nuestra hija”, Miraban el correo electrónico desechando todos los emails de pistas falsas que los años les habían enseñado a distinguir con facilidad, el ser humano puede llegar a límites de crueldad insospechados. Aquella noche en particular una fuerte tormenta sacudía el hotel con cada trueno. Los recuerdos afloraron tan violentamente que ninguno de los dos estaba preparado. Erik corrió al baño y comenzó a vomitar de forma convulsa, Laisa rompió a llorar de camino al dormitorio, se sentó en la cama y enterró su rostro entre las manos. De súbito un relámpago iluminó la habitación y el cuerpo sin vida de una muchacha que la oscuridad había mantenido oculta aunque estuviera junto a ella. Una profunda hendidura lo recorría, desnudo y ultrajado, desde el hombro hasta la cadera. Estaba ligeramente más abierta a la altura del pecho; era porque le habían arrancado el corazón, dejando en su lugar una orquídea blanca, teñida de sangre. A la mañana siguiente, junto al cuerpo de la joven, encontraron también los de sus padres. Ambos se habían cortado las venas… Yacían uno a cada lado de su hija, uniendo sus manos sobre el vientre de ésta. Secuestraban a sus víctimas, siempre mujeres,

cuando aún no habían cumplido el año de vida, algunas de ellas incluso recién nacidas. Las criaban y educaban hasta su mayoría de edad. El mismo día de su décimo octavo cumpleaños, eran violadas salvajemente y asesinadas arrancándoles el corazón. Según sus investigaciones la flor de color rojo significaba deseo carnal, mientras que la blanca representaba el amor puro. Éstas siempre aparecían manchadas de sangre, por lo que se podría llegar a afirmar que el símbolo final era que el acto violento había mancillado la pureza de la muchacha asesinada… Menudo montón de mierda. El ritual gitano había funcionado demasiado bien, Querían vengar lo que le hicieron a Yanira; el pago sería el alma de un bebé que para ellos estaba maldito, sólo que atrajeron a algo más. Se hacia llamar “Padre” y no era un alma condenada como yo, era un demonio genuino, un ángel caído tan degradado y corrupto que apenas quedaba en él nada de lo que fue en sus días de gloria. Era un ser decrépito y agonizante que ni siquiera tenía cabida en el infierno. Sólo había una cosa que aún lo mantenía deambulando por la existencia humana y era su odio por Dios; odiaba al creador tan profundamente que lo único que daba sentido a su vida era mancillar su creación, subyugar

a sus preciados niños para después destruirlos junto a sus familias y sembrar el dolor y el caos… Mantuvo vivo el cuerpo subyugado más de ciento cincuenta años. Fue mi única ventaja; cuando una posesión se alarga demasiado tiempo surge un vínculo entre el huésped y el anfitrión que ya no puede romperse sin que se destruyan ambos. Días antes de mi dieciocho cumpleaños cometió un error: una mañana, mientras me servía el desayuno, me tocó, rozó mi mano levemente cuando ponía mi taza de descafeinado sobre la mesa de la cocina y entonces la información consciente y subconsciente que había en su cerebro se volcó en el mío. Lo vi todo, lo sentí todo… Fue incluso peor que estar en el infierno. - ¿Entonces tú también puedes…? – Alcides no pudo evitar realizar la pregunta. - ¿Morir? Sí. Con esas cosas, simplemente matáis al anfitrión y, si tenéis suerte, devolvéis al huésped al infierno. Si no la tenéis, vagará por la tierra en busca de un nuevo cuerpo que ocupar. Yo desapareceré, mi llama se extinguirá para siempre, igual que se extinguió la de padre. ¿Queréis saber cómo lo hice? – Ninguno contestó – Le arranqué la cabeza a mordiscos, salté sobre él como un animal rabioso y le destrocé la garganta dentellada a dentellada. No se resistió. En aquel momento no lo entendí, pensé que

quizá lo cogí desprevenido, que la sorpresa lo había paralizado, ahora sé cuán equivocada estaba. – La habitación quedó completamente en silencio, hasta que Alcides lo rompió. - Lo que no logro entender es… ¿cómo supo esa jodida vieja que no eras… quiero decir que eras…? - Cuando me cogieron yo estaba rodeada de otros poseídos, de esos descabezados que andan por ahí sin poder controlar ni siquiera sus esfínteres, pero hambrientos de muerte. Ellos me ignoraban, sabían que, de alguna manera, era de los suyos. En un principio esos dos bobos no se dieron cuenta, pero cuando le contaron la hazaña de mi secuestro a su abominable madre, esa astuta arpía lo supo al instante. - Al final va a ser verdad que las madres lo saben todo… - Alcides, deberías ir a por el resto del grupo. Estaría bien que los caballos descansaran un poco, también los demás. Sería buena idea dar un baño caliente a la pequeña Sara. Asegúrate que nadie se acerque al embalse – Martín escuchó cada palabra. Sintió el aire entre sus labios con cada sílaba, notó hasta la vibración de sus cuerdas vocales y sin embargo no era consciente de haber dicho frase alguna. Vio como Alcides se levantaba algo molesto y

salía de la habitación y aunque esta vez sí quiso decir algo para que no se fuera, separar sus labios se le antojó una tarea imposible. No fue hasta que Alcides se marchó que volvió a tener el control de su propio cuerpo. - ¿Has sido tú? – miró a Eva con cierto recelo. - No te preocupes, es sólo que necesito hablar contigo a solas, tengo que pedirte algo y no creo que tu amigo nos facilitara las cosas. - ¿Todos tenéis este poder? - No estoy muy segura, pero creo que sólo aquellos que llevamos el tiempo suficiente dentro de un cuerpo humano como para conocer plenamente sus funciones. Como puedes imaginar es un arma de doble filo, quien lo quiera debe renunciar a su inmortalidad. - ¿Por qué no lo usaste con ellos? - No funciona con todos igual, supongo que eran demasiado estúpidos hasta para eso. Y con la vieja… La verdad no lo sé, debe haber personas más propensas que otras. Intenté matarlos con ayuda de la otra mujer, pero sólo logré su ejecución. - ¿Qué es lo que quieres de mí? - Que acabes lo que has empezado. - No entiendo a qué te refieres. - Tienes que salvarme, falta poco para que todo

termine y no creo que esté en los planes de Dios dejarme por aquí, pero tampoco está en los míos volver allí abajo. - Si lo que quieres es morir, ¿por qué no lo haces tú misma? Tienes experiencia. - Es tan devastadora la agonía que se siente al tomar la decisión de quitarte la vida… Ya lo hice una vez, es cierto, y por eso no puedo volver a hacerlo de nuevo, no podría aunque fuera el mayor de mis deseos, como es el caso. - Podrías venir con nosotros, nos vamos lejos de todo, a empezar de nuevo… – Eva no le dejó terminar. - No va a funcionar. Sé que lo sabes y aun así te empeñas con todas tus fuerzas en creer tu propia mentira. Lleváis el mal con vosotros… Y también la esperanza – Se levantó de la cama – Salgamos fuera, los demás no tardarán. Una vez en el exterior, Martín la siguió hasta la parte de atrás de la casa, rodearon la piscina y siguieron por una estrecha carretera bordeada de cipreses. Ambos sabían lo que pasaría a continuación y sin embargo se enfrentaban de forma distinta a su destino más inmediato. A cada paso Eva se iba desprendiendo del peso insoportable que tenía sobre los hombros, el peso de dos vidas agónicas. Martín por el contrario se debatía en una lucha interior. Sabía

lo que tenía que hacer pero no soportaba la idea de llevarlo a cabo. Había matado a decenas de aquellas cosas, pero Eva no era como ellas, no había maldad en su interior, sólo dolor, un dolor inconmensurable. Al final del camino giraron a la derecha y el embalse apareció ante ellos, oscuro como un lago de brea. La visión era dantesca y el olor se hacía tan denso e insoportable que la acción de respirar era una tortura. La masa de agua era un óvalo de unos treinta por ochenta metros, no demasiado profunda. Sin embargo, hasta donde la vista podía alcanzar estaba lleno de cadáveres, cuerpos blanquecinos, hinchados y putrefactos – Uno más no llamará la atención – Se acercó al borde, se colocó sobre el plástico que servía de suelo al falso estanque y se volvió hacia Martín – Una última cosa: no quiero morir viendo una amalgama de muertos que se pudren bajo el agua Acarició la cara de Martín y dejó que su mano se deslizara por su cuello y sus hombros hasta el pecho, donde le empujó con suavidad para alejarlo de ella. Cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás. Su rostro estaba sereno y su corazón en calma. Un fuerte viento inesperado se llevó lejos el eco de un disparo que ninguno de los del grupo llegó a escuchar…

108 La estancia en el cortijo fue poco más que anecdótica. Tras la marcha “precipitada” de Eva, Martín no quería pasar allí más tiempo de lo estrictamente necesario. Alimentaron debidamente a los caballos, a juzgar por las instalaciones, en aquel lugar debió haberlos tiempo atrás. Los cepillaron y los dejaron descansar algunas horas pastando en el huerto que había junto a la casa y en el que abundaban las zanahorias y alguna que otra calabaza. Encontraron una vieja mula en un cobertizo junto al embalse que cargaron con algunos suministros más, consistentes en mermeladas, botes de pickles, aceitunas y licores caseros de castañas y naranjas, e incluso una barrica de hidromiel que sorprendió a todos. Alcides comentó entre burlas que aquello bien se merecía un cañonazo en la espalda. - ¿Cuántos cuerpos hay en el embalse? - Se cuentan por decenas, aunque Cala asegura que puede que haya algunos en el fondo cubiertos por el lodo y el resto de cadáveres – Carlos se estremeció – ¿Crees que todos eran cáscaras? - Creo que empezaron a usar cáscaras

cuando ya no encontraron más supervivientes… – Carlos volvió a estremecerse. - ¿Qué vamos a hacer? - Seguir el plan inicial, esto no ha sido más que un paréntesis, un pequeño descanso en el camino para recoger provisiones… Creo que deberíamos arrastrar los cuerpos de esos tres – Señaló la nave de la maquinaria – al principio del camino. Si esas cosas se acercan y los ven, quizá no se molesten en seguir buscando supervivientes por esta zona. - Puede funcionar. - ¿Lo crees de verdad? – Martín lo miró con amarga incredulidad – Tú mismo dijiste… - Hemos dicho muchas cosas últimamente, será mejor olvidarlas, al menos las no demasiado constructivas, e intentar hacer las cosas con un poco de esa esperanza tuya.

109 Alcides caminaba al final de la marcha. Quería darle un descanso al caballo. Aunque era un animal excepcional, él también tenía un peso excepcional y la subida se hacía cada vez más angosta. Lo llevaba sujeto por las riendas mientras lo miraba todo a su alrededor y de vez en cuando recogía algunas plantas y las metía en su morral. Daniel, que durante todo el camino no había dejado de estar pendiente de Al, jugueteaba ahora con su pequeño amiguito mustélido, mucho más tranquilo y alegre. Cuando se dio cuenta de que había bajado del caballo, le pidió a Verónica que cogiera sus riendas y bajó él también para ir a acompañarle. - ¿Qué estás haciendo? – Codo le subió por su manga derecha y se echó sobre sus hombros rodeándole el cuello. - Tendrás que tener mucho cuidado con la bola de pelo, por aquí hay zorros y jabalíes y también la gran serpiente peluda. - ¿Una serpiente con pelos? Eso no existe – Alcides no le respondió, se levantó del suelo con unas ramas en la mano y le gritó a Carlos. - ¡Carlos! ¿Existe la gran serpiente peluda?

- ¡Joder si existe! – Parecía haberse animado un poco desde la última vez que alguien le había hablado durante la marcha – ¡Yo la vi una vez! ¡Era enorme! ¡Iba con mi padre, que estaba cazando conejos! ¡Cuando la vio le disparó los dos cartuchos y aquella cosa se hizo trozos que escaparon cada uno por su lado! – Daniel escuchaba la historia con total perplejidad mientras metía a un Codo malhumorado de nuevo en la mochila. - Nunca he oído hablar de una serpiente peluda en Andalucía y menos de una que pueda desmontarse como un transformers – Verónica miró a Carlos con suspicacia – ¿Os estáis quedando con Dani verdad? - Más o menos, pero lo que le he contado es totalmente cierto… Sólo que al final resultó ser una familia de meloncillos. - ¿Meloncillos? Ahora te estás quedando conmigo – Vero frunció el entrecejo. - Es una clase de mangosta – Verónica continuaba con el mismo gesto – OK, imagínate un animalito parecido a Codo, sólo que el doble de grande y unas cien veces más salvaje. Su plato favorito son las serpientes, sean venenosas o no. He visto vídeos en youtube de mangostas matando cobras e incluso echándole huevos a un jabalí…

- ¿Y qué tiene que ver eso con las serpientes peludas? - Los meloncillos se trasladan de un lado a otro agarrando la cola del que tienen delante, y al tener el cuerpo tan alargado... – Vero lo miró con cierta indignación – No me mires así, hay mucha gente que cree en el mito de la serpiente peluda. - Hay cosas que nunca cambian, ni aun cuando estemos a un paso del fin del mundo – Diciendo esto se colocó un mechón del flequillo detrás de la oreja y espoleó a su caballo, dejando a Carlos con cara de no haber roto un plato. - No quisiera encontrarme con esa serpiente – Dani se estremeció. - No creo que tengas que preocuparte por eso – Alcides le siguió la corriente apretando los labios para no soltar una carcajada – Muy pocas personas la han visto, huyen de los humanos como los gatos del agua – El niño pareció tranquilizarse. - Aún no me has dicho por qué coges todas esas plantas. - Intento preparar una guía de árboles y arbustos que nos puedan ser útiles. No sé si te has fijado pero por aquí no hay supermercados ni farmacias; sin embargo la madre Eywa nos da todo lo

que necesitamos si sabemos dónde buscar. - Al, yo también vi Avatar ¿Eywa no era un planeta extraterrestre? - Lo importante es el concepto, ahora por listillo vas a ayudarme. Toma, coge esta libreta y anota lo que te vaya diciendo – Daniel, obediente, cogió el cuaderno de manos de Al y extrajo un lápiz que había dentro de la espiral – Te diré los nombre de las plantas más importantes y después pegaremos, ya veremos cómo, una ramita en cada hoja. Así, cuando necesitemos alguna de ellas, todos sabrán cómo son y podrán recolectarlas. La Gomera es despensa y dispensario; olivos, encinas, quejigos, madroños, majoleto, palmito, espárragos y demás nos darán de comer. Lentisco, retama, tomillo, limoncillo, manzanilla, matagallo, etcétera, nos mantendrán sanos. El torvillo, el durillo y por ejemplo el esparto, nos ayudarán en los quehaceres diarios – La boca de Dani se había ido abriendo milímetro a milímetro a cada palabra de Alcides; estaba completamente atónito. - ¿Y todo esto ha estado aquí siempre? - Desde antes incluso que tú y que yo. - ¿Y por qué no las usábamos? – Al le sonrió con tristeza. - No todo lo que trae el progreso es

siempre bueno, aunque lo aceptemos como tal. El hombre poco a poco ha ido sacrificando su herencia natural por las comodidades de la vida moderna. Es más fácil comprar un pollo en el supermercado, que salir a cazar un conejo. O comprar analgésicos, que hacer una infusión de plantas que previamente has tenido que buscar por el campo. - Lo del campo es más divertido. - Totalmente de acuerdo, pero en los últimos años la palabra clave de nuestra existencia era “consumo”. Y para consumir hay que ganar dinero, para lo cual se necesita tiempo: tiempodinero-consumo-tiempo-dinero-consumo y vuelta a empezar. Éramos como hámsteres en una rueda, creíamos vivir, pero la vida pasaba frente a nuestros ojos a través de los barrotes de jaulas de conformismo, ¿me entiendes? - No, yo sólo quería saber lo que… – Un fuerte grito los sobresaltó a ambos. Alcides miró a la cabeza de la caravana, Martín le hacía señas con ambos brazos, agitándolos de un lado a otro por encima de la cabeza. - ¡Al! ¡Al ven aquí! ¡Corre gordo! – Alcides montó con bastante dificultad, tanta refriega comenzaba a pasarle factura. Después alzó a Daniel y

lo subió a la grupa de su yegua. A pocos metros de la cima del volcán la senda se ensanchaba en una explanada de tierra. Una formación rocosa sobresalía de la falda de la colina. Entre las peñas se abría una cueva; la boca, de dimensiones considerables, estaba precariamente apuntalada por una vieja viga de madera colocada a forma de pilar. Su interior hacía resonar los balidos del rebaño con un eco ensordecedor. - ¡Cabras! – Dani gritó a Alcides al oído – Al, son cabras, muchas cabras, un rebaño entero, ¡mira qué tetas!

110 - La imaginaba más grande – Martín parecía decepcionado observando la torreta de incendios desde su base - ¿Cuánto tendrá? ¿Dos metros cuadrados? - No más de metro y medio. Al menos la base está cerrada con una buena alambrada. Podríamos colocar las tiendas ahí; estaríamos protegidos de las alimañas – Alcides comenzó a medir el perímetro de la base dando largas zancadas que supuestamente equivalían a un metro por paso – Estaremos algo apretados, pero servirá hasta que nos instalemos como es debido. - Me gusta la cueva, parece profunda. - Es un milagro que la entrada no se haya derrumbado. - No he dicho que sea perfecta o que no requiera trabajo, pero si esas cosas nos encuentran, algo que no descarto, podría ser nuestro último bastión. - Pero estaríamos encerrados en una ratonera. - Si es tan grande como creo podremos apilar víveres en el fondo, puede incluso que tenga

galerías que lleven a otras salidas… No podemos huir siempre, es absurdo, tarde o temprano la mano de Dios nos alcanzará y… – Alcides lo interrumpió. - Quizá el plan de Dios sea éste, estoy convencido. Hemos vuelto a los orígenes, viviremos de la tierra, aprenderemos a volver a respetarla, fund… - ¿Qué hemos hecho nosotros para ser elegidos? - ¿Cómo? – Alcides pareció confuso ante la pregunta de su amigo. - ¿Qué hemos hecho nosotros para ser elegidos? – Martín volvió a repetir la pregunta, pero esta vez su voz denotaba enfado y cierta desesperación – Te lo preguntaré de otra forma, ¿qué hizo Frank para no merecer ser salvado en tu jodido Edén? ¿O Lola? ¿O esos retrasados? ¿Y mi esposa, Al? ¿Qué hizo Sara para no merecer siquiera una oportunidad? Y no te atrevas a decir la chorrada de los renglones “retorcidos” o yo mismo te haré llegar al infierno de una patada en el culo, ya me dieron esa catequesis… No somos elegidos, más bien unos cobardes que alargan su agonía por no enfrentar la realidad de la situación… – El giro tan repentino de la situación tomó desprevenido a Al que no supo reaccionar dejando por unos instantes que el silencio se extendiera entre ambos como un océano

insondable - Nunca me lo has preguntado pero, cuando Sara murió, ¿sabes cómo lo supe? – Alcides hablaba mirando al suelo - ¿Cómo supe que necesitabas ayuda? He albergado todo este tiempo la esperanza de que jamás me lo preguntarías. Aun así cada día de cada maldito mes he imaginado mil mentiras distintas para contestarte. Creo que al final, después de todo lo que hemos pasado, tienes que conocer la verdad – Ahora era Martín el confundido; no tenía la menor idea de a qué se refería su amigo. Lo cierto es que no pensaba en aquello desde hacía mucho tiempo, y aunque su corazón le decía lo contrario, su mente se había negado a cavilar otra cosa que no fuera la casualidad. Alcides habría ido a verlo para contarle alguna de sus paranoias o para pedirle ayuda, siempre era algo de eso – Días antes de que se abriera la primera puerta del infierno y Osuna se partiera en dos, yo estaba hundido en una de mis habituales crisis existenciales. Pasaba el día comiendo y fumando maría y la noche viendo películas porno y… Comiendo y fumando maría hasta quedar lo más cerca posible de un coma inducido que me alejaba de mi miserable existencia de aquellos días. Como ya habrás escuchado narrar a Carlos cientos de

veces, no me enteré de nada hasta encontrarlos a él y a Lola. Había pasado toda la noche vagando entre el sueño y los delirios de un colocón sublime con una marihuana que yo mismo había aromatizado con canela y clavo. Cuando llegó la mañana me encontró profundamente dormido. Fue un sueño frío, vacío de quimeras, sólo oscuridad… Y entonces llegó ella y lo iluminó todo; me vi de repente rodeado de tanta luz que apenas podía mantener los ojos abiertos. En el centro de todo estaba Sara, hermosa hasta dejarte sin aliento. Parecía vestir la misma nieve y su piel resplandecía hasta brillar, de alguna forma mágica, por sí misma. Me miraba con ternura. Siempre supe que a ella no le gustaba que yo fumase, pero sin embargo había tanta comprensión en su mirada, tanto cariño, que ni siquiera sentí vergüenza rozando mi alma. Se acercó a mí como si flotase y le habló directamente a mi corazón. No me preguntes qué fue lo que me dijo, pues sobre mí recae la amarga pena de no poder recordarlo; lo único que se grabó en mi mente y mi recuerdo, como creo que era su intención, fueron sus últimas palabras: “Ellos vienen, tienes que despertar, debes salvarle o todo estará perdido.” Desperté fresco como una lechuga, algo imposible después de llevar días fumando, y sin embargo salté de la cama y… Bueno el resto ya lo sabes...

- ¿Sara se te apareció después de morir, en uno de tus cuelgues y te avisó para que me salvaras…? No logro entender cómo… – Martín, en un gesto de impotencia, apretó los dientes y los músculos de la mandíbula se marcaron como bolas en sus mejillas. - Supongo que al abrirse las jodidas puertas del infierno las leyes que rigen la creación han debido alterarse de alguna forma… O quizás sí haya un plan divino detrás de todo esto y nosotros, no sé por qué razón extraña, estamos incluidos en él. - Creí que al menos ella había quedado fuera de toda esta locura antinatural; tenía la esperanza de que su muerte la habría librado de formar parte de esta pesadilla de serie B. Ahora ya no me queda ni eso – No había amargura en su voz, sólo la nada. Martín se había vaciado del todo. Alcides se estremeció. - Sólo puedo decirte que me alegro de que lo hiciera… Y que aunque no podamos entenderlo, tiene que haber una razón para todo esto y aun no siendo así, es nuestro deber luchar por la supervivencia de la raza humana. Cobarde es el que se rinde antes incluso de haber comenzado la batalla.

111 Siete kilómetros campo a través separaban la cima de la Gomera del embalse del río Corbones. Carlos y Cala, que cada vez pasaban más tiempo juntos desde la llegada al nuevo campamento, llevaban más de dos horas intentando pescar algo pero sin resultado. - Quizá estemos demasiado cerca de la orilla, necesitaríamos una barca o algo para poder llegar a partes más profundas – Cala recogía el sedal con evidente frustración. - Quizá estemos demasiado cerca de todo. - ¿A qué te refieres? - Sé que la intención de Martín es buena; la teoría del gordo no es tan descabellada, incluso albergo cierta esperanza de que no nos encuentren aquí pero… No puedo más, no soporto ver día tras día el rostro de Lola sabiendo que ya no es Lola, hubiese sido más fácil verla morir ¿Puedes entender lo duro que es eso? Esa cosa no es mi mujer, no es nada mío y sin embargo cuida de la niña con esmero desmedido. No tiene lógica, pero en lugar de agradecimiento, siento rechazo… ¿Sabes cuántas veces he tenido a Sara entre mis brazos? Ni una sola

maldita vez… – Cala lo cortó escandalizada. - No puedo creer que no hayas cogido nunca a tu hija desde que nació. - Me conoces lo suficiente para saber que te estoy siendo sincero, no exagero lo más mínimo, ese maldito ángel… Y después está lo del nombre. No me entiendas mal, pero Lola y yo nunca barajamos el nombre de Sara. ¿Viste su cara? Martín no confió en él hasta que escuchó el providencial “último deseo” de Lola. - ¿Estás insinuando que…? – Carlos no la dejó terminar. - Yo no insinúo nada, sólo te digo lo que pienso, y lo que pienso es que ese jodido ángel me pone la piel de gallina. – Cala, sentada en la arena de la orilla, con la caña de pescar clavada a un lado, hundió la cara entre sus manos. - Podríamos irnos, yo tampoco me encuentro a gusto aquí – No dijo nada acerca de lo que sentía por Martín, no hacía falta; cualquiera que tuviera ojos podía ver las chispas cuando ambos estaban a menos de metro y medio. - ¿Irnos a dónde? – Preguntó Carlos con un deje de escepticismo en la voz. - Que yo sepa el campo es enorme y este sitio no está marcado por ninguna señal divina.

Podrían encontrarnos aquí igual que en cualquier otro lugar; todo esto está lleno de pozos, viñas o cuevas, si te va más el rollito troglodita. Nos llevaremos armas y demás cosas que necesitemos. También son nuestras, no creo que nadie se interponga… - Dejaremos las cañas aquí, estos hijos de puta no pican ni por casualidad. Deben ser los cebos o que necesitamos una barca, vaya mierda… - …de pescadores que estáis hechos – Les gritó Alcides, que había aparecido de entre los árboles con un fardo de tela entre los brazos. - ¿Crees que nos habrá oído? – Preguntó Cala en un susurro. - No lo creo pero ¿de verdad importa? – Cala se encogió de hombros y Carlos le sonrió levemente - ¿Qué llevas ahí? – Le preguntó a su vez a Alcides. - Es mi caña de pescar – le contestó este mostrando el zurrón improvisado con lo que parecía una camiseta raída. - ¿Qué eres el hombre del saco de los “pezqueñines”? – Todos rieron. - Prefiero al sacamantecas, más de la península – Dicho esto, sacó un manojo de cuerda de uno de sus bolsillos y lo amarró a una de las esquinas del saquito improvisado. Después tomó impulso y lo

lanzó lo más lejos que pudo de la orilla, clavó un palo en la arena y amarró el cabo. Terminó tumbándose junto a él con las manos detrás de la cabeza. - ¿Crees que van a llegar y se van a meter en el saco ellos solos? – Carlos miraba a Cala divertido. - ¿No deberías tocar la flauta o algo así? – Preguntó ella siguiendo la broma. - Hombres y mujeres de poca fe – Se limitó a decir Alcides mientras cerraba los ojos buscando una postura más cómoda. Pasaron un par de horas entre bromas y conversaciones intranscendentes, cuando Carlos, que no había cejado en su empeño de pescar alguna cosa, comenzó a observar algo extraño en el agua. Pequeñas sombras comenzaban a aparecer cerca de la superficie y aquí y allá veía brillar otras tantas. - ¿Qué diablos es eso? – Cala miró en la dirección que señalaba y también los vio. - Son peces… - ¿Qué esperabais cangrejos gigantes o algo así? – Alcides se reía abiertamente – Creo que ha llegado el tiempo de cosecha – Dicho esto se quitó la ropa, dejándose sólo los calzoncillos, y se metió en el embalse. A un par de metro de la orilla se volvió hacia

sus amigos y les gritó - ¡Vamos, está buena! ¡Yo sólo no podré con tanta pesca! – Carlos y Cala se miraron atónitos; después le imitaron y se metieron en el agua también. En cuestión de minutos sacaron una cantidad ingente de pescado entre carpas, Blas blas y otros tantos que no consiguieron identificar. - ¿Vas a contarnos ya tu secreto? – Le preguntó Cala tumbada al sol del mediodía como si estuviera en las playas de Málaga. - Eso estaría bien – Apostilló Carlos. - No hay secreto alguno, sólo culturilla popular. A esto se le llama entorviscar. Se prepara un atillo de raíces, ramas y hojas de torvisco, se meten en un saco o lo más parecido que tengas a mano y lo lanzas al agua. Bueno, el resto ya lo sabéis. - ¿No será peligroso comernos los peces envenenados? - No hay de qué preocuparse. No conozco del todo esta ciencia, pero se viene empleando desde que el hombre es hombre. Quiero decir que era una práctica habitual de pesca y que yo sepa nadie moría envenenado, pero si os quedáis más tranquilos le echaremos el primero a Sombra y a ver qué pasa. - No seas idiota – Le recriminó Cala. - No es más que una broma, quiero más a

ese perro que ninguno de vosotros; me salvó la vida. - Ahora que lo pienso, quiero recordar que leí algo de eso cuando preparaba mi tesis. La toxicidad de la planta ataca el oxígeno del agua o algo así, ciertamente no creo que haya de qué preocuparse. Tuvieron todo el pescado que quisieron durante la que fue su última comida juntos.

112 - ¿Ni siquiera vas a esperar a Verónica? Ha ido con Dani a coger setas, no tardarán más de un par de horas – En ese momento Cala se les acercaba con una mochila colgada en la espalda y un M4 en el hombro. - Yo también me marcho, ¿te importa que te acompañe? – Dijo dirigiéndose a Carlos que asintió casi inmediatamente aliviado de no tener que irse sólo. Días antes lo habían estado hablando en el embalse, pero desde aquello no volvieron a sacar el tema. Martín se veía claramente sobrecogido por la repentina decisión de ambos, sin saber cuánto tiempo llevaban rumiando su partida – No te hagas el sorprendido, sabes de sobra que no puedo seguir… Martín levantó la mano haciendo un gesto para que se callara y siguió hablando con Carlos. - ¿Qué vas a decirme? ¿Que te ahogas aquí y necesitas aire? No cuela, por si no te has dado cuenta estamos en el puto campo, en lo que parece el último bastión de la raza humana. Todo el jodido infierno debe estar buscándonos ¿Dónde coño pensáis ir? Maldita sea, Carlos ¿Y tu hija? ¿Y Lola? - ¿Es que no te das cuenta de que ese es

precisamente el problema? ¡No es Lola! Esa cosa, sea lo que sea ahora no es Lola, ya no ¿Es que no lo ves? Ahora ella no es más que un traje; ese monstruo lleva puesta a mi esposa… - Pero no… – Carlos siguió hablando interrumpiendo a su amigo. - Sin peros Martín, ¿sabes qué es lo peor de todo? Esa cosa cuida de mi hija, ¡mi hija! Y a todos os ha parecido una idea cojonuda ¿quién mejor que un ángel para cuidar de la pequeña Sara? ¡Su puto padre joder! Ahora ya ni siquiera puedo acercarme a ella ¿Sabes que nunca la he tenido en los brazos? Tiene los ojos de su madre… Cada vez que veo a Barachiel algo oscuro se apodera de mí y no es nada salido del infierno, siempre ha estado ahí, es odio, ira, dolor, una amalgama de destrucción que me envuelve, tumbaría a ese cabrón a golpes y le aplastaría la cabeza… ¿No es horrible? ¿Cómo crees que me siento al pensar cosas así cada vez que veo la imagen de Lola? No soy mejor que esos demonios que van por ahí jodiendo a todos. Veo como abraza a mi hija, como si fuera suya en realidad, y entonces todo pierde sentido para mí. Es tanta la agonía, que siento el aire como fuego en los pulmones. Todos tuvisteis un jodido orgasmo con sólo pensar que un ángel iba a unirse al grupo… ¡Y encima cambia pañales, es la

hostia! No puedes imaginarte la devastadora tortura que es ver cada día a tu esposa y no poder acercarte y acariciar su pelo, besarla o simplemente contarle cómo te ha ido el día. No me mires así – Martín no había cambiado el gesto – De sobra sé que lo has perdido todo, pero no hay fantasmas de carne y hueso que te lo recuerdan a cada minuto... – La ira dejó paso al abatimiento – También sé que cuidaréis de la pequeña Sara, sobre todo tú. He visto como la miras y, aunque me duela, estoy seguro de que serás para ella mejor padre que yo. No soy capaz de decirte por qué pero Barachiel no me gusta. Hazme un favor, tened cuidado – Se dio media vuelta y se fue, dejando solos a Martín y a Cala. - Estoy de acuerdo con él, esa cosa me pone la piel de gallina, pero no tengo por qué soltar un jodido discurso para poder sacar el culo de aquí. Nunca he dado explicaciones a nadie por lo que he hecho a lo largo de mi vida y no voy a empezar ahora, créeme. Y por si te sirve de respuesta no esperaré ni a Verónica ni a Daniel, porque a diferencia de otros, tengo corazón y seguro que ella lloraría, el pequeño lloraría, yo lloraría y todo sería una mierda. Dejemos pasar este drama, ya tenemos bastantes – giró sobre sus talones y siguió a Carlos con paso rápido, no volvió la vista atrás.

Una leve sensación de vacío se apoderó del estómago de Martín cuando contempló como sus amigos se marchaban ladera abajo, pero no intentó detenerles. Cuando Cala llegó a la altura de Carlos ambos se tomaron de la mano. Lo hicieron a la vez, sin pensar en las consecuencias o en los porqués, simplemente se necesitaron y se tomaron el uno al otro. Dentro de Cala todo era caos. Aún se preguntaba si era simple atracción o lo que sentía por Martín era algo más. De todas formas no era correspondido, él no sentía nada por ella, no sentía nada por nadie, estaba tan vacío como esas cáscaras; más aún, ellas al menos tenían dentro demonios o espíritus o vete a saber qué. Se enjugó las pocas lágrimas que la traicionaron antes de que Carlos se diera cuenta. Inconscientemente apretó su mano un poco más. Pronto llegaría la noche y con ella un nuevo día para intentar empezar de nuevo. Ninguno de los dos podía imaginar que para ellos no habría un mañana.

113 - ¿Cómo ha llegado ella hasta aquí? – Cala se paró en medio de la cuesta que daba acceso al merendero. - Él. - ¿Son ratas lo que tiene alrededor? - No lo sé, cuando nos fuimos del campamento estaba en la torre de vigilancia con… Sara – Siguieron caminando, sin darse cuenta que sus manos se habían soltado. - Quizá fuera Alcides el que estaba en la torre. - Sé distinguir al gordo de mi mujer – Habían llegado junto a las primeras mesas de madera, tras cruzar el camino de graba. - ¿Os marcháis? – No eran ratas; decenas de rayones correteaban a su alrededor. El que fuera el cuerpo de Lola estaba sentado al pie de un viejo roble que reinaba en el centro del merendero; mantenía las piernas obscenamente abiertas y la falda del vestido arrollada por encima de las rodillas. Se inclinó hacia delante dejando resbalar los talones por la tierra y cogió uno de los pequeños cerdos salvajes. Acariciando al animal se levantó del suelo sin ningún

apoyo, como impulsada por fuerzas invisibles, Carlos y Cala se pararon en seco a pocos metros del ángel – Veo que por fin le has echado huevos a algo, ¡joder! Desde que se cargaron a la zorra de tu mujer has sido un auténtico muermo, un mariconazo tostón insufrible – La boca de Carlos se entreabrió de asombro y miedo ante aquellas palabras. - ¿P-Pe-pero c-cómo has…? - Pepepe, coloco… Hay seis mil trescientos cuarenta y un idiomas diferentes en el mundo y puedo asegurarte que eso no se parece a ninguno de ellos. Lo sé, porque los conozco todos; de hecho yo mismo he creado alguno de ellos – Las pequeñas crías comenzaron a ponerse nerviosas. La que tenía entre las manos se retorcía sin dejar de chillar; le partió el cuello con gesto despreocupado. Después se lo acercó a la boca y lo desgarró con los dientes para terminar arrojándolo a sus hermanos que se abalanzaron para devorarlo - ¿Por dónde iba? Ah, sí, “Pepepe, coloco” – Sonrió maliciosamente – ¿Le has pedido permiso a Martín para salir al recreo? – Carlos no era capaz de mover un músculo. Ver y escuchar aquellas cosas, su esposa… Para Cala era distinto, había dejado la mochila en el suelo y apuntaba a Barachiel con la M4. - Tú no eres un ángel ¡Eres un monstruo!

– Apretó el gatillo pero el arma no disparó, el clic que produjo el percutor resonó en los oídos de Carlos como una explosión y cayó hacia atrás sobresaltado. Por primera vez en toda la escena, la cabeza de Lola se volvió hacia ella. Levantó el brazo lentamente como si fuera a señalarla y entonces lo movió de forma violenta haciendo un barrido delante del pecho. Como siguiendo el violento balanceo Cala salió despedida siguiendo la dirección del movimiento hasta estrellarse contra el grueso tronco de otro de los árboles del parque. La columna se quebró, las costillas se astillaron y se hundieron en los pulmones, su cuerpo cayó al suelo en extraña postura y no tardó más que un par de minutos en ahogarse en su propia sangre. Carlos pareció volver en sí y salió corriendo hacia su amiga. Al tomarla entre sus brazos, la imagen del cuerpo de su esposa con la cabeza atravesada por una flecha se dibujó tan claramente en su cabeza que le dieron arcadas. - ¿Qué has hecho? ¿Qué es lo que has hecho? ¿Qué has hecho monstruo del demonio? – Con cada pregunta el tono de su voz se elevaba y se iba llenando de furia. - Por fin dices algo que se puede entender, pero equivocado. No soy un monstruo del demonio, yo soy el demonio por excelencia – Carlos lo miraba

aturdido – Y cuando termine con tu vida y con la de esa entrometida que se oculta tras las barbacoas de piedra, la pelirroja deshonrada. ¡¿Es “pipí” eso que huelo desde aquí, zorra?! – Gritó sin dejar de mirar a Carlos – Me deleitaré matando a sus preferidos, y como guinda del pastel me comeré a tu hija. Aún no tengo claro si la degustaré en crudo o por el contrario si la cocinaré a fuego lento mientras veo como se retuerce entre las llamas… - ¡Cállate! – Carlos soltó a Cala y se abalanzó contra Lucifer que sólo tuvo que apartarse unos centímetros para que el infeliz perdiera el equilibrio y cayera cuan largo era. - Supongo que el tiempo que he estado dentro – pronunció la palabra arrastrando la última silaba de forma insinuante – de tu mujer me ha ablandado un poco. Creo que me caes bien, así que voy a hacerte un regalo. Te haré más fácil el viaje… O no. Lola no está con nosotros, ya había partido cuando llegué – Carlos comenzó a llorar en silencio – Sois todos tan buenos que he estado a punto de vomitar muchas veces, pero al final ha merecido la pena, tu lenta y dulce tortura ha sido tan placentera… Ya basta de charla, tengo gente a la que matar y un mundo que condenar, ¡MATADLO! – A su orden, tres jabalíes adultos salidos de la nada se precipitaron

sobre Carlos que aún yacía en el suelo. Sus desesperados gritos se unieron a los chillidos de los cerdos que desgarraban ropa, carne y entrañas, quebraron huesos y terminaron con una vida de la forma más horrible.

114 Lo que en un principio iba a ser un aburrido paseo por el campo en busca de setas y hierbas aromáticas se había convertido en una competición en toda regla para ver cuál de los dos se hacía con el mejor cargamento. Poco a poco, Verónica y Daniel se fueron alejando y ampliando el círculo de búsqueda que, en teoría, sólo eran las inmediaciones del campamento. Sólo cuando el camino que separa el arranque de la Gomera del merendero apareció ante sus ojos, se dieron cuenta de lo que se habían alejado. Ambos reían y se chinchaban el uno al otro criticando sus hallazgos, pero el miedo invadió a Verónica. El que no hubieran visto ninguna cáscara desde que llegaran allí no significaba que no hubiera peligro acechando. - Dani tenemos que volver, no es seguro estar tan lejos de los demás. - No seas tan miedica, a la orilla del camino podremos encontrar espárragos, busquemos algunos antes de volver – Codo asomó el hocico fuera de su inseparable mochila y comenzó a dar botes al compás de la carrera del niño. - No creo que eso sea buena idea -

Susurró Verónica entre dientes. Cuando el muchacho llegó al final de aquel tramo del camino, antes de pasar la curva cerrada detrás de la que se extendía la zona de barbacoas, se quedó clavado en el sitio y comenzó a temblar. El viento trajo la voz de Carlos a los oídos de Verónica mientras corría a ver lo que le ocurría a Dani. Alrededor del pequeño el suelo estaba lleno de setas y matas arrancadas de tomillo y romero; debía haber tirado el cesto con la recolección. Al levantar la vista del suelo pudo ver cómo la entrepierna de su pantalón se oscurecía con rapidez. Dani levantó la mano y señaló en dirección a las voces; Verónica le tapó la boca por miedo a que gritara de puro pánico. Cuando por fin se atrevió a quitar la mano de la cara de Daniel, éste sólo balbuceo - Mamá hablaba así cuando… Cuando tuve que irme. Es la misma voz que escuchaba detrás de la puerta de su habitación. - Tienes que hacerme un favor, tienes que correr al campamento y avisar a Martín o a Alcides. Si es a los dos mejor… - Pero… - El niño intentó replicar. - No repliques Dani, de ti depende que podamos prestarle toda la ayuda posible. Corre, corre tan rápido como puedas y avísales. Creo que estaban

inspeccionando la cueva, por lo que no tendrás que subir hasta arriba. Vamos corre. - La última vez que me mandaron correr me quedé sólo… - Rompió a llorar y a Verónica se le encogió el corazón. - Yo nunca te dejaré, no te preocupes y ahora por lo que más quieras corre a buscar ayuda, ¡CORRE! – El niño salió lo más deprisa que pudo, sin saber que nunca más volvería a ver a su amiga pelirroja. Verónica se encaminó hacia las voces. Había alguien más con Carlos y por lo poco que podía escuchar, era el único que hablaba. No fue capaz de distinguir quién era. Salió del camino y siguió adelante ocultándose entre rocas y arbustos. Cuando por fin llegó a una de las construcciones de piedra que servían para cocinar la carne un terrible escenario se mostró ante sus ojos. Cala parecía estar muerta o mal herida en los brazos de Carlos y Barachiel estaba frente a ellos, rodeada de ¿rayones? ¿Qué hacían allí esas crías de jabalí? Y entonces escuchó con total claridad lo que el ángel estaba diciendo. Las piernas le temblaron y esta vez fue ella la que perdió el control de su vejiga.

115 Alcides estaba cambiando a la pequeña Sara en la torre de vigilancia contra incendios. No le importaba andar entre pañales cagados, pero aquella torreta de apenas dos metros cuadrados le ponía de los nervios. Estaba bien para proteger al bebé, pero hacer cualquier cosa allí era un maldito ejercicio de contorsionismo. En ese instante un Dani exhausto y aterrado encontraba a Martín en la boca de la cueva que había cerca de la cima de la Gomera. No tenían ni idea de por qué alguien habría querido apuntalar la entrada de aquella cueva. En un principio pensaron que sería una vieja mina, lo cual no cuadraba demasiado con la teoría de que se trataba de un volcán extinguido. Pero lo cierto era que el trabajo había sido una chapuza, dos grandes rocas sostenían al resto y justo en la unión de ambas estaba colocado el puntal en precario equilibrio, sin más traviesas ni cuñas de sujeción. Más que para seguridad parecía una burda trampa de ardillas a escala humana. En el suelo, rodeando el tronco viciado que hacía las veces de pilar de carga, se podían observar pequeños montones de arena y grava que no demostraban otra cosa más que el apaño

estaba comenzando a no ser suficiente… La idea había sido de Alcides. Si al final los monstruos llegaban hasta allí y querían utilizar la cueva como último refugio, lo primero que habría que arreglar sería la entrada o correrían el riesgo de quedarse atrapados. En eso estaba cuando escuchó los gritos de Daniel; se volvió y lo vio correr hacia él con la cara blanca, los ojos anegados en lágrimas y la ropa hecha jirones a causa de las zarzas. Una de las rodillas le sangraba profusamente, podía verse a través del pantalón destrozado. También tenía cortes en la frente y la mejilla; debía haberse caído varias veces hasta llegar allí. Salió a su encuentro con gesto preocupado y rápidos pasos. El pequeño se dejó caer en sus brazos con un llanto tan desconsolado que apenas si podía hablar. - ¿Qué ha ocurrido Dani? ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde está Verónica? Vamos Dani, tranquilízate, si no me dices lo que ha pasado no podré hacer nada… - No, no, no le hice caso, me, me volví y lo vi… Ha, ha, ha matado a Cala, es, estaba en el suelo, yo vi, vi, vi sangre en sus labios y Carlos es, estaba con ella y con la o, otra cosa, la que, que hab, el monstruo. - ¿De qué hablas Dani? ¿Con quién estaba

Carlos? ¿Quién ha matado a Cala? - L, l, lo, lol, Lola… Vero, Verónica está allí, tenéis que ir a ayudarles. Lola es como… Como mamá, hablaba como ella – Parecía estar a punto de entrar en estado de shock.

116 No entendía por qué sus piernas no le respondían, el monstruo se acercaba cada vez más y a aquellas bestias no les quedaría mucho para terminarse a Carlos. Tenía que salir de allí, ya no podía hacer nada, correr, correr era lo único que podía hacer ahora, si es que su cuerpo seguía siendo suyo. Sentía el pánico como hormigón aprisionando cada uno de sus músculos. Correr. Tenía que moverse o en cuestión de segundos todo habría terminado. Recordó aquella película de Tarantino, es curioso cómo trabaja el cerebro humano bajo presión, aquella en la que Uma Thurman está en coma y un enfermero alquilaba su vagina a camioneros con necesidades especiales. Cuando despertó y logró subir a la “chochoneta”, o algo así, no era capaz de mover las piernas, ¿cómo lo había logrado? Aunque claro, lo que estaba recordando era una película. Podrían haber sido las putas hadas del bosque que la hubieran rociado con los polvos mágicos de campanilla, y eso a ella no le servía de nada ahora. Pero no, aunque no recordaba la trama estaba casi segura de que no salían hadas en aquella película. Concentración, esa era la gallina de los huevos de oro. Concentrarse. Tenía que intentar

mover algo más pequeño, pero no había tiempo de alentar a sus dedos, el mismo Lucifer se le echaba encima enfundado en el cuerpo putrefacto de una china muerta. Pero entonces un interruptor se activó, o más bien se apagó, desactivando el campo magnético imaginario que la había mantenido pegada a aquella porción asquerosa de suelo. Se dio la vuelta y por fin echó a correr en el momento en que sintió una largas uñas que desgarraban la parte trasera de su sudadera, dejando profundos y dolorosos surcos en la piel de su espalda. Sólo notaba el dolor en el costado, la falta de oxígeno y el sudor salado penetrando en las heridas que le recorrían el omoplato izquierdo, no había nada más a su alrededor, nada excepto la horrible distancia que la separaban de Alcides y la seguridad del campamento. No notaba el cansancio ni el dolor en las piernas, no sentía las ramas secas enganchándose en su ropa y su pelo y no sentía el frío aliento de la muerte en el cogote. Ya no podía más, había ido dejando jirones de sus fuerzas en cada rama de cada árbol y ya no le quedaban. El dolor del costado había remitido, las heridas de la espalda parecían no existir y no sabía a ciencia cierta si respiraba o no. Ya nada era importante, al menos no tanto como que había

logrado vencer la distancia. Podía verlos no demasiado lejos. Martín tenía a Dani en los brazos, Alcides no debía estar lejos; aquellos dos eran como siameses. Al principio no le había gustado demasiado, no entendía aquella dependencia, pero después había comprendido que a veces las raíces de una buena amistad podían llegar a ser tan profundas como el infierno. Casi lograba escuchar lo que hablaban, estaba tan cerca. Y entonces quiso gritarles, advertirles de que… Pero sólo sintió un crujido, un pequeño crack, y todo giró a su alrededor. Es más, era capaz de ver lo que había tras ella, pero su cuello roto no podía soportar el peso de la cabeza, por lo que cayó hacia delante quedando su barbilla pegada al cuerpo. Durante unos instantes pudo ver los tres arañazos que tenía en la espalda. Su último pensamiento fue que tendría que perder algo de culo o el rombo de Michaelis que tanto le gustaba a Al, no tardaría en convertirse en romboide. Después de eso cayó al suelo y el cuerpo ocupado de Lola le pasó por encima. El maldito mocoso había dado la voz de alarma, pero por suerte el grandullón era tan enorme como impulsivo y había dejado sólo al bebé en la seguridad de la torre para acudir donde estaba Martín y ver qué sucedía. Pensaba dejar a la niña para el

final, pero ya se sabe, los designios de Dios son inescrutables.

117 Hasta que Lola no se le acercó lo suficiente, Alcides no se percató de lo que estaba ocurriendo a su alrededor y de lo que sujetaba. Apenas habían pasado un par de horas desde la última vez que la vio y sin embargo… Era como si le hubieran tatuado el jodido aparato circulatorio sobre su cerúlea piel. Sus ojos, aquellos hermosos ojos del color del cielo de julio, se habían vuelto blancos como sudarios; la maleza le había desgarrado la camiseta por completo, sus pechos lucían al sol como pústulas de pus a punto de reventarse, amarillentos y asquerosos. Las ramas también le habían arrancado mechones enteros de pelo con parte del cuero cabelludo aún prendidos en sus raíces. Tenía los pantalones rotos y ajados, algunas de las manchas, las más grandes y recientes parecían de sangre y semejante monstruo sostenía a Sara entre los brazos. Al menos la niña parecía seguir dormida. Era evidente que algo estaba ocurriendo pero a Al se le escapaba del todo. No podía ser, aquellas cosas no podían poseer el cuerpo de Lola, nada más y nada menos que un ángel lo había hecho ya y no creía que fuera posible, a no ser… - ¡Ha matado a Carlos, a Cala y…!– Alcides

percibió la vacilación en labios de su amigo. - ¿Dónde está Verónica, Martín? ¿Dónde está? - Tiene a Sara, tenemos que salvar a la niña… - ¿Dónde está Verónica? – Lola comenzó a reír con exageradas carcajadas que despertaron a la pequeña y la hicieron llorar con la amarga desesperación que sólo los niños pequeños logran. - ¡Al, por favor, esa cosa tiene a Sara! – Alcides comenzó a llorar de puro nerviosismo. - Dime que no Martín, dime que está bien… Un aullido atroz retumbó contra la formación rocosa en la falda del volcán, Martín vio al gigantesco animal durante una milésima de segundo. El poderoso mastín saltó desde una de las peñas sobre los hombros de Lola que perdió el equilibrio y cayó hacia delante, lanzando a Sara por los aires. Martín se quedó petrificado al igual que Alcides que parecía completamente ido. En el último instante, cuando la pequeña estaba a escasos centímetros de golpearse contra el suelo, Dani se interpuso entre ella y las piedras, envolviéndola con su cuerpo y poniéndola a salvo. - ¡Corre, Dani, corre, llévate a Sara a la cueva! ¡CORRE! – El corazón de Martín estaba totalmente desbocado. Cuando los niños se perdieron dentro del volcán, se giró hacia la amenaza inminente, Lola

estaba sentada en el suelo y abrazaba de forma grotesca al perro gigantesco que no dejaba de mover violentamente las patas traseras. Pero no era un abrazo cariñoso, envolvía y apretaba su cuello con fuerza. La vida de Pirata no tardó demasiado en extinguirse. Su último gesto había salvado la vida del cachorro que olía a caramelo – Martín buscó a Alcides con la mirada encontrándose con la suya que le suplicaba en silencio. - La ha matado – Le dijo a media voz – ¡ha matado a Verónica! – Gritó con desesperación –Alcides sintió un profundo dolor que comenzó a devorarlo por dentro como un agujero negro diminuto, desgarrador y propio… Y entonces todo se volvió furia desmedida. Martín corría hacia él y no dejaba de gritar – Nos ha estado engañando todo el tiempo, siempre ha sido él, el mismísimo Satanás hijo de puta. – Las últimas palabras las pronunció con sumo desprecio. Cuando llegó junto a su amigo, el cuerpo de Lola caminaba como una obediente marioneta entre la cueva y ellos dos. La criatura los miró con desdén y comenzó a hablar. - Lo haremos de la siguiente forma, vosotros mismos podréis elegir, ¿mato primero a los niños, os dejaré mirar por supuesto, y después os mato a vosotros? ¿O mejor os mato a vosotros ahora

y me divierto con los pequeños un rato? – Su asquerosa boca desdentada esbozó una sonrisa de oreja a oreja. – No creo que a Él le importe, después de todo he realizado mi cometido con precisión y bastante “celo” profesional diría yo. Sois los últimos – Martín no pudo disimular su sorpresa – los últimos cuatro seres humanos vivos de la faz de la tierra y en un tiempo récord… ¡Vaya! ¿Es sorpresa eso que veo en vuestros rostros? Pues sí, ya no queda nadie más, pero eso a quién coño le importa. Creo que lo mejor será acabar con los niños y que podáis verlo, así os iréis al cielo con un bonito recuerdo de en qué se ha convertido su ambicioso proyecto… Otra vez. – Los músculos del huésped se tensaron hasta crujir de forma audible y se encaminó decidida hacia la entrada de la cueva, relamiéndose los agrietados labios. Alcides se lanzó contra él, que en su soberbia subestimaba a los hombres en demasía. El deteriorado cuerpo de Lola salió despedido unos metros y cayó de nuevo al árido suelo tropezando con el perro muerto. Pero en apenas unos segundos Lucifer se incorporó con rapidez sobrehumana y en un par de zancadas quedó cara a cara con Alcides que ni siquiera había sido capaz de ver cómo había llegado hasta allí, lo agarró por el cuello y, como hiciera momentos antes con Verónica, lo levantó del suelo

con una fuerza atroz – Para que veas que no te guardo rencor, vas a morir de la misma forma que tu puta pelirroja – Alcides, enloquecido gritaba y se retorcía intentando zafarse y golpearlo, sus manos desgarraron la carne, dejando incluso parte de hueso del brazo al descubierto, pero todo era inútil, justo en el momento en que su garganta estaba a punto de ceder, la presión desapareció súbitamente y Al cayó al suelo tosiendo y sujetándose el cuello dolorido. Con lágrimas en los ojos levantó la cabeza no sin dificultad y miró a su atacante, la cabeza de Lola estaba girada y doblada en un ángulo imposible y Martín volvía a levantar la pala con rapidez para volver a golpear a Lucifer, que sin girarse, interceptó el golpe y arrancó la improvisada arma de sus manos, dejándole clavadas algunas astillas en las sucias palmas. – Buen intento, pero totalmente estúpido – Diciendo esto le golpeó con la misma herramienta, con tal violencia que partió el mango de la pala y Martín cayó hacia atrás con algunas costillas rotas, se giró sobre sí mismo intentando levantarse, pero le vino un acceso de tos y comenzó a escupir sangre copiosamente. ¿Por qué os esforzáis tanto en intentar evitar lo inevitable? Él lo ha querido así, y así ha de ser. - No vas a tocar a los niños – Alcides hablaba con dificultad, casi en un susurro, la garganta

le palpitaba – Ellos no se merecen un final así, no puede haber castigo en ausencia de pecado. - No habrá castigo alguno, sólo una simple ejecución – Lucifer volvía a sonreír con los labios de Lola, que seguía con la cabeza colgándole sobre los hombros de forma grotesca. - Si Dios permite un acto tan atroz, es que no es mucho mejor que tú – Una profunda amargura impregnaba cada palabra – No voy a permitir… - ¿Quién coño te crees para permitirme nada escoria inmunda? – Captada toda su atención, Alcides había logrado su cometido, Martín se había rehecho y estaba sobre Lola, rodeándole con los brazos y aprisionándola con todas las fuerzas que su condición humana le permitía y gritó, gritó con todas sus fuerzas. - ¡Aaaaaaaaaaal! ¡Ahora! – Martín logró retener a Lucifer el tiempo justo. Alcides corrió, corrió hacia la cueva como jamás lo había hecho, y en un último esfuerzo se lanzó contra el pilar de madera que apuntalaba la parte superior de la entrada, golpeándolo dolorosamente con el hombro derecho, en un impacto demoledor, una gran cantidad de rocas se precipitaron sobre él, sepultándolo en cuestión de segundos. Tan sólo su pierna izquierda quedó libre de escombros moviéndose con espasmos irregulares…

Lucifer estalló de ira y se zafó del placaje de Martín dislocándole ambos hombros. Se volvió hacia él y lo sujetó con firmeza por la pechera de la camisa. Sin embargo, el rostro de Martín no reflejaba miedo alguno. Por el contrario, comenzó a reír a carcajadas, lo cual logró sacar aún más de quicio al ángel caído. - Quitaré las rocas una a una si es necesario, convocaré a esas miserables criaturas medio podridas para que desmantelen esta jodida montaña como si fuera el decorado de una mala obra, que es lo que ha sido vuestra existencia. Y después, si aún siguen con vida, les arrancaré la carne de los huesos con mis propias manos… – Tras cada palabra golpeaba salvajemente el rostro de Martín con el puño… Y siguió haciéndolo con furia desmedida hasta apagar sus carcajadas y convertir su cabeza en una masa sanguinolenta, pero Martín hacía ya tiempo que no estaba allí. La oscuridad lo había envuelto con dulzura en un arrullo inexorable … La violencia había desaparecido a su alrededor, también el miedo y la incertidumbre. Todo era paz, no sentía dolor, no sentía nada… Excepto unos leves tirones en la pernera derecha del pantalón. Miró hacia abajo y se sorprendió al ver a una niña pequeña de apenas dos años. Tenía el cabello rubio, del tono del oro viejo y

los ojos de un azul grisáceo tan profundo como el océano, los más hermosos y enormes que jamás había visto. La pequeña lo miraba a su vez. Le sonrió y le habló de esa forma maravillosa que sólo los niños pequeños pueden hacerlo y que sólo sus padres son capaces de entender. - “Apá”. Cuando por fin soltó su ropa, el cuerpo inerte de Martín calló desmadejado al suelo…

118 Lola-Monstruo parecía estar a punto de deshacerse. Apenas miró unos segundos el cadáver que había junto a ella, aquel había sido un ser humano sumamente molesto… Aún para el mismísimo Lucifer, la forma de comportarse de los hombres era a veces un misterio insondable. Cojeó acusadamente hacia el cúmulo de piedras que era ahora la entrada de la cueva. De entre las rocas comenzaba a salir un gran charco de sangre. Se colocó frente a ella y levantó el brazo derecho, o lo que quedaba de él, apuntando con los dedos directamente hacia el derrumbe, que comenzó a temblar… Pero súbitamente bajó el brazo de nuevo y las piedras dejaron de moverse. Tras eones de rebeldía, justo en aquel instante, en la hedionda creación de Dios, acababa de tener una epifanía, una tan terrible que le hizo plantearse su propia existencia… Hasta ese momento nunca había cuestionado el haber sido elegido para traer a la Tierra la más valiosa de las creaciones; su orgullo le había traicionado desde el primer momento, ¿quién si no él era el más digno para llevar a cabo la palabra del Padre? Qué estúpido había sido. Hasta en su más visceral desobediencia había obedecido con la

devoción de un corderito, él que se creía lobo… El hombre se merecía un castigo ejemplar, y para ello el Señor había permitido que las puertas del infierno se abrieran, le había permitido derramar la aniquilación y el terror sobre la faz de la tierra, ¿por qué? En su infinita estupidez había llegado a pensar que aquel había sido un gesto de lo que los extintos mortales llamaban justicia divina. Estúpido, estúpido, estúpido… Lo habían azuzado como a un perro para que hiciera el trabajo sucio, uno para el que sus ángeles eran demasiado puros y no debían mancharse las manos. Y para ello sólo había tenido que condenar al primero de sus creados, a la luz de la mañana, al más profundo de los abismos. Sólo había tenido que transformar a su primogénito en un burdo mecanismo de autodestrucción para su nuevo y codicioso proyecto de ciencias… Pero entonces la epifanía evolucionó y le mostró cuán equivocado estaba. Realmente el Padre le había confiado su empresa más importante con la seguridad de saber que aún desde la rebeldía y el dolor más profundo, siempre acataría sus deseos como órdenes indiscutibles. El odio había sido tan necesario como el don de la pasión carnal. Amar a Dios habiendo nacido en su presencia y siendo permanentemente ungido por su luz, esa era su vida. El verdadero regalo había sido poder conocer otra

clase de amor, un amor personal, no compartido más que por la unión de los amantes, un amor físico, autodestructivo, con el poder del huracán y el calor del sol, un amor que se deshace en besos, algo que jamás había conocido. Aún hoy recordaba el sabor de sus labios… Un amor humano que le hizo tener la certeza de qué pretendía Dios. Confiaba tanto en ellos… Les había dado tantos dones maravillosos… Pero una y otra vez lo estropeaban todo. Había visto tantas veces el dolor de la decepción en su rostro que ya apenas lo miraba como el que mira a un dios, aunque esa aparente debilidad era lo que le convertía en el ser supremo y omnipotente que era. Los lacrimales podridos de Lola no pudieron acompañar su llanto. Aquel cuerpo ni siquiera pudo dar un paso más, simplemente se derrumbó, cayó de rodillas al suelo, los brazos muertos a ambos lados del cuerpo y lentamente, como las sombras iban cubriendo los cuerpos que había a su alrededor, su torso se fue abatiendo hacia atrás hasta quedar en una postura inverosímil con el rostro hacia la mortecina luz del sol del atardecer… … Así lo encontró el fin del mundo y el regazo misericordioso del eterno perdón.

EPÍLOGO TERCERA PARTE

La Luz se hizo con un gran estruendo cuando las rocas que bloqueaban la entrada de la cueva se desprendieron. Los rayos del sol comenzaron a entrar tímidamente, calentando la fría piedra por primera vez… La orografía había cambiado por completo, la cima había desaparecido, de hecho nunca había existido. Ahora la cueva era sólo un pabellón circular de unos cuarenta metros cuadrados de techo abovedado, de unos tres metros y medio de altura. El suelo presentaba una pequeña elevación justo en el centro, recubierta de una película de hierba densa y suave, de color parduzco. Sobre este mullido lecho natural había dos cuerpos desnudos y abrazados, la espalda de ella contra el pecho de él. Dormían tan profundamente que apenas podía apreciarse el movimiento de su respiración. Entonces el aire del exterior les hizo estremecer y abrazarse aún más. Al sol y a la brisa no tardaron en acompañarle los nuevos sonidos de lo que existía fuera. El muchacho fue el primero en despertar. No aparentaba más de veinte años; sin embargo, sus ojos reflejaban la templanza de más de una vida. Movió con extremo cuidado cada uno de los músculos de su hermoso cuerpo tratando de no despertar a la joven que, hasta ahora, había yacido junto a él y se encaminó hacia la

salida de la caverna caminando sin vacilación alguna, teniendo en cuenta que era la primera vez que lo hacía. En el tiempo que sus ojos se tomaron para habituarse a la luz solar, su mente quiso anticiparse a la visión, mostrándole, en no más de una fracción de segundo, lo que parecía ser la ladera arbolada de una colina, pero un primer parpadeo le reveló la realidad. Sus pies descalzos pisaban la fina arena blanca de una playa que se extendía más allá de donde la vista podía alcanzar hasta desvanecerse en un hermoso océano de aguas tranquilas y cristalinas. Aquí y allá se distinguían pequeños oasis de fresca hierba y hermosas y olorosas flores, coronados con altísimos árboles repletos de frutos de aspecto delicioso. No se sobresaltó cuando ella le tomó la mano y se paró junto a él, el miedo no existía allí, tampoco la desnudez, ni la vergüenza. Tras ellos alguien más salió de la cueva, una pequeña criatura de pelaje plateado y antifaz en forma de uve, con cuerpo alargado y orejas diminutas, corrió dejando sus huellas apenas marcadas sobre la arena, se puso delante de ellos y se sentó sobre sus patas traseras para llamar su atención. Daniel se agachó y acercó sus manos, el pequeño animalillo se subió a ellas sin esperar que llegara a cogerlo y se encaramó raudo por su brazo hasta echarse en los

hombros del muchacho y propinarle un par de lametones en la parte de atrás de la oreja, Sara no pudo evitar reír a carcajadas.

“Vió Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció…” (Gn, 1, 31)

GLOSARIO 1DESSOIR.

El médico y filósofo alemán, Max Dessoir, es considerado hoy día como el padre de la Parapsicología, de hecho fue el que la bautizó con ese nombre en un artículo publicado en 1889, en la revista también alemana Sphinx. 2TURNER. El endocrinólogo Henry H. Turner, fue el descubridor del denominado síndrome de Turner, recibiendo ese nombre en su honor. Una enfermedad genética caracterizada por la presencia de un solo cromosoma X. Genotípicamente son mujeres (por ausencia de cromosoma Y) Se trata de la única monosomía viable en humanos, la carencia de cualquier otro cromosoma en la especie humana es letal. A las mujeres con síndrome de Turner les falta parte o todo un cromosoma X. Los rasgos principales son: baja estatura, piel del cuello ondulada, desarrollo retardado o ausente de las características sexuales secundarias, ausencia de la menstruación, coartación de la aorta y anomalías en los ojos y huesos. 3STAHLHELM. Es un casco militar muy característico del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Diseñado por el Dr. Friedrich Schwerd a mediados de 1915. Schwerd se basó en uno del

siglo XVI. El casco estaba fabricado en acero con un sotocasco ligero o liner de cuero sujeto por un cinturón metálico sujeto a su vez por tres remaches. Al frente disponía de una par de hendiduras con dos funciones, la de ventilación y la de fijación de una plancha de protección adicional, llamada Stirnpanzer, capaz de parar una bala de fusil disparada desde una cierta distancia. 4CANCIÓN DE CUNA ALEMANA. Traducción Buenas tardes, buenas noches cubierto de rosas guarnecidas de claveles, deslízate bajo el edredón: Mañana por la mañana, si Dios quiere Volverás a despertar. Mañana por la mañana, si Dios quiere Volverás a despertar. Buenas tardes, buenas noches Guardado por ángeles Que te enseñan en el sueño El árbol del Niño Jesús: Sólo duerme, beato y tranquilo, Mira en los sueños del Paraíso Sólo duerme, beato y tranquilo, Mira en los sueños del Paraíso. 5REICHSMARKS. El “Marco

Imperial”, fuel la

moneda oficial utilizada en Alemania desde 1924 hasta el 20 de junio de 1948. En la novela se hace referencia concretamente a la de 5 Reichsmarks, acuñadas en plata entre 1935 y 1936. 6ALTO ADIGIO. O Trentino-Tirol del Sur, es una región autónoma en el norte de Italia que limita con el sur de Austria y con la Suiza oriental, con capital en Trento. Corresponde a la parte más meridional del Tirol, región histórica del Imperio de los Habsburgo. En 1943 la región fue de facto anexionada al Reich alemán hasta el fin de la guerra. Este estatus acabó junto con el régimen nazi y el gobierno italiano se vio restaurado en 1945. 7WEBLEY. También conocido como Revólver AutoExtractor Webley, fue la pistola de servicio estándar de las fuerzas armadas del Imperio Británico y la Commonwealth desde 1887 hasta 1963. La apertura de este para recargarlo accionaba el extractor que retiraba los casquillos disparados del tambor. Se encuentra entre los más potentes de apertura vertical producidos. Fue suministrado a los militares británicos durante la segunda guerra mundial, debido a la crítica escasez de pistolas en aquellos años. 8CDC. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CCPEEU) (en inglés Centers for

Disease Control and Prevention, CDC) es una agencia del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos cuya responsabilidad a nivel nacional radica en el desarrollo y la aplicación de la prevención y control de enfermedades, salud ambiental y la realización de actividades de educación y promoción de la salud. 9R0. Es el número básico de reproducción definido como el número medio de infecciones secundarias que ocurre cuando un individuo infeccioso (el paciente cero) es introducido en una población completamente susceptible. Es decir, cuántos individuos va a infectar directamente el paciente cero. 10CLUSTER. Se denomina conglomerado o cluster a un exceso de casos de enfermos diagnosticados en un área geográfica determinada (conglomerado espacial) en un período de tiempo limitado (conglomerado temporal) o considerando dominios espacio temporales (conglomerado espaciotemporal) 11H5N1. Es una cepa altamente patógena de gripe aviar. La primera aparición de este tipo de gripe en humanos se dio en 1997 en Hong Kong. La infección coincidió con una epidemia de gripe aviar, causada por la misma cepa, en la población de pollos en Hong Kong. El nombre H5N1 se refiere al tipo de

los antígenos de superficie presentes en el virus: hemaglutinina tipo 5 y neuraminidasa tipo 1. Normalmente el virus es transportado en el intestino de las aves, y no son mortales. Sin embargo, esta variante ha mutado a la más letal de las cepas de virus de la gripe existente. Las mutaciones son normales y ya han pasado con anterioridad, como la pandemia por gripe causada en 1918 conocida como gripe española, una variante de H1N1 en la que murieron entre 25 y 50 millones de personas. Hasta octubre de 2005 sólo se habían reportado alrededor de 200 personas infectadas por el H5N1, pero su tasa de mortalidad ha sido muy alta (cerca del 50%) Trece países de Asia y Europa se han visto afectados, y más de 120 millones de aves han muerto, han sido sacrificadas o han sido puestas en cuarentena. 12DEFCON 1. Defcon es un acrónimo para “DEFense CONdition”, estado de defensa. Se utiliza para medir el nivel de disponibilidad y defensa de las Fuerzas Armadas de EE. UU. Los niveles de DEFCON se adecuan en función de la gravedad de la situación militar. En tiempos de paz se activa el DEFCON 5, que va descendiendo a medida que la situación se vuelve más crítica. DEFCON 1 representa la previsión de un ataque inminente. Hasta el día de

hoy jamás se ha alcanzado este nivel de alerta. 13NORAD. Es el acrónimo de North American Aerospace Defense Command (Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial) Se trata de una organización conjunta de los Estados Unidos, y Canadá que provee de defensa y control aéreo a toda Norteamérica. NORAD provee comunicación global, detección, validación y alerta de posibles ataques de misiles balísticos hacia Norteamérica abarcando detección continental, también provee alerta temprana en tiempo de paz en caso que el espacio aéreo este comprometido. 14SSN. Acrónimo para “Space Surveillance Network”, en español: “Red de vigilancia espacial” de los Estados Unidos, es una parte crítica del comando estratégico estadounidense cuya misión consiste en detectar, rastrear, catalogar e identificar los objetos artificiales que orbitan alrededor del planeta, ya estén activos o no, es decir: satélites, partes de cohetes y toda clase de basura espacial. 15E NO LA . Enola Gay es el nombre dado al bombardero B-29 que lanzó la primera bomba atómica utilizada en combate durante la Segunda Guerra Mundial sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. El nombre del avión era el de la madre del piloto, el coronel Paul Tibbets, Enola Gay

de Gordon Thomas. 16LITTLE BOY. Fue el nombre con el que se bautizó a la bomba atómica lanzada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Explotó a las 8:15:45 AM, aproximadamente, cuando alcanzó una altitud de 600 metros, matando aproximadamente a 140.000 personas. Era una bomba de diseño sin probar el día del lanzamiento, ya que la única prueba anterior de un arma nuclear correspondía al diseño de plutonio, mientras la bomba que estalló sobre Hiroshima era de uranio, que no albergaba tantas dudas sobre su fiabilidad. Presentaba un aspecto de bomba alargada de color verde oliva y chata, con alerones cuadrados de los cuales sobresalían sensores de radar y barométricos. Pesaba aproximadamente 4.400 kilogramos, tenía tres metros de longitud y setenta y un centímetros de diámetro. Se fijó al avión con unos ganchos especiales y tenía una potencia explosiva de 13 kilotones, equivalente a 13000 toneladas de TNT. 17ZEPPITSU. Previamente a cometer el seppuku se bebía sake y se componía un último poema de despedida casi siempre sobre el dorso del tessen o abanico de guerra. La práctica de escribir una declaración final sin premeditación en forma de poema en los últimos instantes de la vida surgió en China y se extendió a Japón y se conocía con los

nombres de "zeppitsu" que quiere decir "última pincelada" o "yuigon" que literalmente significa "declaración que uno deja atrás", esta última palabra posee connotaciones budistas. Los versos resumían los pensamientos y emociones del Samurai en el difícil momento en el que iba a realizar el ritual del suicidio. 18STOL. Del inglés: Short Take-Off and Landing, traducido como despegue y aterrizaje cortos. Es el concepto usado en aviación para referirse a capacidades especiales de los aviones, gracias al aprovechamiento directo de las leyes de la inercia. 19KAWASAKI C-1 ASUKA. Es un avión de transporte japonés STOL experimental, propulsado por cuatro motores turbofán y haciendo uso del efecto Coand. El único ejemplar construido de esta aeronave está actualmente expuesto en el Museo Kakamigahara en Gifu, Japón. 20TURBOFÁN. Los motores de aviación tipo turbofán (adaptación del término en inglés turbofan, traducido como turboventilador) son una generación de motores a reacción que reemplazó a los turborreactores o turbojet. Caracterizados por disponer de un ventilador o fan en la parte frontal del motor, el aire entrante se divide en dos caminos: flujo

de aire primario y flujo secundario o flujo derivado (bypass) El flujo primario penetra al núcleo del motor (compresores y turbinas) y el flujo secundario se deriva a un conducto anular exterior y concéntrico con el núcleo. Los turbofanes tienen varias ventajas respecto a los turborreactores: consumen menos combustible, lo que los hace más económicos, producen menor contaminación y reducen el ruido ambiental. 21SEPPUKU. El harakiri, en español, “corte del vientre”, es el suicidio ritual japonés por desentrañamiento, si bien en el idioma japonés se prefiere el término seppuku, puesto que la palabra harakiri se considera vulgar. El harakiri era una práctica común entre los samuráis, que consideraban su vida como una entrega al honor de morir gloriosamente, rechazando cualquier tipo de muerte natural. Por eso, antes de ver su vida deshonrada por un delito o falta, recurrían con este acto a darse muerte. 22BOMBA DEL ZAR. Fue una bomba de fusión de hidrógeno desarrollada por la Unión Soviética, responsable de la mayor explosión causada por manos humanas. Con una potencia total de 50 megatones, equivalente a 50 millones de toneladas de TNT. El diseño inicial hacía factible una explosión de 100 Mt,

pero dicha potencia fue reducida poco antes de la detonación por razones científicas y ecológicas. Aun así superó, con creces, la potencia liberada mediante los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial, incluyendo las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. La potencia de la Zar fue 3.800 veces más poderosa que la de Little Boy. La energía total liberada por esta bomba viene a ser casi el doble de la liberada durante la erupción del volcán Krakatoa, y poco más de la mitad del total de energía consumida por una ciudad como Noruega en todo el año 1998. También es casi el doble de la energía solar que recibe la superficie de la Tierra en un segundo. Las ondas sísmicas producidas en su detonación fueron medidas alrededor de todo el planeta. 23ANILLO DE FUEGO DEL PACÍFICO. También conocido como Cinturón Circumpacífico, está situado en las costas de dicho océano y se caracteriza por concentrar algunas de las zonas de subducción más importantes del mundo, lo que ocasiona una intensa actividad sísmica y volcánica en la franja que abarca que incluye países tales como: Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Centroamérica, México, parte de Argentina, parte de Bolivia, parte importante de los Estados Unidos y parte de Canadá, luego dobla

a la altura de las Islas Aleutianas y baja por las costas e islas de Rusia, el archipiélago de Japón, Taiwán, las islas Filipinas, el archipiélago de Indonesia, Papúa Nueva Guinea y Nueva Zelanda. 24JANTO Y BALIO. En la mitología griega eran sendos caballos inmortales, hijos del dios Céfiro y la harpía Podarge. Fueron los regalos que entregó el dios Poseidón a Peleo y Tetis, por su boda, pasando posteriormente al legendario hijo de ambos, Aquiles. Janto era un purasangre persa de color negro mientras que Balio lo era blanco como la nieve. Ambos corceles llegaban a alcanzar en su galope, velocidades sobrenaturales. 25GENITOR. Nacido en los establos personales de Julio César, el caballo presentaba atavismo en las patas, por lo que tenía varios dedos largos rematados en pezuña además del casco central. Los augures tomaron esta rareza como un designio de los dioses y profetizaron que quien lo montase dominaría el mundo. Por ello, César lo adoptó como su caballo preferido y prohibió que nadie más lo usase como cabalgadura. Genitor (que significa "padre" en latín) participó junto con su amo en la Guerra de las Galias y le acompañó en el paso del río Rubicón. Antes de ello, Julio César mandó construir una estatua a su caballo frente al templo de

la Venus Genetrix para que lo protegiera durante las batallas. 26OTHAR. Junto a Oebarsius, Dengizich, Gyula y Glaumur fue uno de los caballos de Atila, caudillo de los Hunos. El más famoso de entre sus hermanos, era un tarpán, una especie salvaje euroasiática extinguida en la actualidad y de él se decía que por donde pasaba nunca más volvía a crecer la hierba. Para los hunos el caballo era una prolongación de su ser, como su otra mitad. A ellos debieron, en buena medida, haber conseguido uno de los más grandes Imperios de la historia durante casi 80 años. Como curiosidad, Tolkien tomó el nombre del caballo de Atila para dar nombre al escudero de Isildur que llevó los fragmentos de Narsil de vuelta a Rivendel tras la batalla de los campos Gladios. 27AWP. El Artic Warfare Police es una versión desarrollada para las fuerzas policiales de los fusiles de francotirador de cerrojo manual diseñados y fabricados por la compañía británica Accuracy International. Su característica más notoria es que la culata y el guardamano son de color negro, no verde claro. También tiene un cañón de 610 mm (24 pulgadas) más corto en comparación con otros modelos. Normalmente emplea cartuchos 7,62 OTAN, aunque también puede ser calibrado para emplear

otros cartuchos. El sistema AW es casi único, al ser un fusil de francotirador con diseño específico y no una versión de precisión de un fusil de propósito general ya existente. El diseño modular del sistema AW le permite un alto grado de flexibilidad, servibilidad y reparabilidad en condiciones de campo y combate. 28GREENWASHING. Es un término usado para describir la práctica que ciertas compañías emplean para darle un giro a la presentación de sus productos y/o servicios haciéndolos ver como respetuosos con el medio ambiente. Siendo este giro meramente de forma y no de fondo, por lo que no es más que un uso engañoso de la comercialización verde. 29FAMILIA BEANE. Alexander Sawney Beane fue el legendario jefe del clan familiar Beane, compuesto por cuarenta y ocho personas, en Escocia, y que en algún momento del siglo XVI presuntamente fueron juzgados y ejecutados por el asesinato en masa y canibalismo de más de MIL personas. Los hechos ocurrieron durante el reinado del rey Jacobo VI . Sawney, natural del condado de East Lothian, a unos trece kilómetros al este de la ciudad de Edimburgo, después de casarse se instala con su mujer en una profunda cueva situada en la costa del condado de Galloway, la cual convierte en su hogar y guarida

por 25 años, durante los cuales conforma un clan producto del incesto. Este asaltaba a los viajeros para robarles, asesinarlos y cometer actos de canibalismo y vampirismo con sus cuerpos.

NOTA DEL AUTOR Como ya dijera el excelente escritor mexicano Héctor Aguilar Camín en su frase, yo creo, más parafraseada: “todos mis personajes, incluidos los reales, son imaginarios”. Es evidente que estamos ante una novela fantástica, que hace uso de la mitología cristiana como excusa para arrastrar a sus protagonistas al borde de la resistencia física y mental. Es primordial para una construcción creíble de la atmósfera que envuelve la trama, que el lector pueda identificar a ciertos personajes de su entorno cotidiano. Aunque nos cueste aceptarlo, no nos “llega” tanto la muerte de los 26.000 niños anónimos que fallecen cada día en el mundo, como la desaparición del gran Toni Leblanc, por poner un ejemplo. Dejando claro que nada de lo que aquí se narra es real, más allá de la mente perturbada de este humilde escritor, la presencia de personajes de mayor o menor relevancia de nuestra actualidad debe entenderse como un mero recurso literario utilizado con el mayor respeto posible, aunque a veces, por lo truculento de la historia, no lo parezca. Pero ya lo dijo Darío Villanueva en su definición de realismo intencional: “en mi convicción de que el acto de leer

implica la intención de dotar de sentido real a la ficción que se lee. El realismo nace no de la realidad que puede estar en el origen de lo que el escritor cuenta, sino en la proyección intencional que los lectores hacemos de nuestra realidad sobre lo que leemos” En cuanto al epígrafe que me he arriesgado a utilizar, aun conociendo la advertencia de Nietzsche, quisiera explicar que, en contra de lo que todo el mundo piensa, la frase “Más allá hay monstruos”, que se suele identificar con los mapas medievales, es en realidad un invento moderno de origen desconocido. Sin embargo en el Globo de HuntLenox, el segundo globo terráqueo más antiguo que se conoce, sí puede encontrarse una anotación parecida (alrededor de la costa oriental de Asia) La frase se utiliza para referirse a territorios inexplorados o peligrosos y es eso precisamente lo que he querido expresar con ella acerca de esta novela. La localidad de Osuna existe prácticamente de la misma forma que la he descrito. Nombrada ciudad monumental, cuenta entre sus tesoros con la que se considera una de las calles más bonitas de Europa, aparte por supuesto de la

excepcional Colegiata, que tal y como se muestra en la novela, corona la colina en la que se asienta el pueblo. También existen el hotel de la Hospedería del Monasterio y el bar Casa Curro donde, puedo asegurarles, se come de manera excepcional. La Gomera, por desgracia para los ursaonenses, no es un parque natural tal y como se asegura en la novela, aunque debería serlo. Por el contrario si existe el merendero y todo lo demás

NOTA PARA MELÓMANOS Siempre he pensado que la gran desventaja de la literatura frente al cine es que los libros no tienen banda sonora. Cierto es que los lectores pueden poner un disco de fondo mientras leen, pero estarán conmigo en que no es lo mismo leer “Memorias de un exorcista” escuchando Camela que escuchando a Carl Orff y su impresionante “Carmina Burana”. La música que debe acompañar la acción de una novela debería ser tan importante o más que la obra en sí misma. Mientras escribía “El legado del fin del mundo”, ciertas partes de la trama me pedían a gritos desgarrados una buena música de fondo. Algunas las conocía de siempre, pero otras aparecían como un tarareo que me sonaba vagamente… Tardé semanas pero al final lo conseguí, identifiqué cada una de ellas y quedé bastante sorprendido, pues algunas ni siquiera recordaba haberlas escuchado antes. A continuación, a modo de BSO, paso a enumerar las quince canciones que nos han acompañado a mis personajes y a mí a lo largo de nuestro peregrinaje a través de las sendas de la

locura. 1. “Josef” (La cabalgata de las Valquirias – Wagner) 2. “Ángeles de sangre” (Preludio 22 – Bach) 3. “Descanse en paz” (Sonata Claro de luna – Beethoven) 4. “Comienzo – El taxista 1” (Sympathy for the Devil – The Rolling Stones) 5. “Fin – El taxista 2” (Everybody Hurts – REM) 6. “Lágrimas en la tierra” (Tears in Heaven – Eric Clapton) 7. “Buen viaje” (Stairway to Heaven – Led Zeppelin) 8. “En concierto” (Don’t Let Me Down – The Beatles) 9. “Tortitas” (Patience – Guns N’ Rroses) 10. “Rombo de Michaelis” (Bed of Roses – Bon Jovi) 11. “Gollum Renard” (Believe It or Not – Joey Scarbury) 12. “Paciencia” (Romeo and Juliet – Dire Straits) 13. “Día de playa” (Like a Rolling Stone – Bob Dylan) 14. “Humo” (Ni un segundo – Malú & Leonel García) 15. “Éxodo” (The Ghost of Tom Joad – Bruce Springsteen)

Llegados a este punto sólo me queda desearles, de todo corazón, que disfruten de esta selección tanto como yo y que sean capaces de descubrir el sentido y mensaje de cada una de ellas. Un consejo, vuelvan a leer las partes ligadas a cada canción, con ella de fondo, les sorprenderá gratamente hasta qué punto pueden sentirse parte de

la historia.

AGRADECIMIENTOS Después de más de tres años trabajando en esta novela, son muchas las personas a las que tendría que dar las gracias llegado este momento; sin embargo no es mi intención aburrir a los lectores, que al fin y al cabo son los verdaderamente importantes, con una lista sin fin de nombres y quehaceres, para yo quedar bien con tantos y tantos. Dejando a un lado el hecho indiscutible de que mi memoria no es precisamente lo mejor de mí y muchos se quedarían en el tintero, por lo que el esfuerzo habría sido en vano. Dicho esto, y sin menospreciar a nadie, haré una pequeña selección que sirva de cabeza visible del gran iceberg de amigos e informantes que he tenido durante todo el tiempo que ha durado mi viaje por el lado más oscuro… En primer lugar daré las gracias al padre José Antonio Fortea, principal exorcista de la iglesia católica aquí, en España, por haberme permitido inspirarme en sus experiencias personales y sus enormes conocimientos en teología y demonología, a través de los varios libros que ha escrito. Muchas gracias y ánimo en su ardua labor contra el maligno. Gracias a Javier Gómez por su saber sobre

Auschwitz. Su libro me ayudó mucho, pero lo que más valoro fueron las dudas que me resolvía con paciencia, atendiendo mis numerosos correos. Cómo olvidarme de Luisa Racero, italiana de adopción, que sin perder la sonrisa y su innato buen humor – estoy seguro que heredado de su padre – ha ido resolviendo todas y cada una de mis dudas geográficas a cerca de la ciudad eterna. Al señor Antonio Roldán, muchas gracias por perder su tiempo mostrando a este neófito de la vida campestre, las grandes riquezas de los campos de la comarca. Detalles sobre su flora y su fauna de valor incalculable para estas páginas y para mí. Gracias también a Miguel Sánchez, que arriesgó el pan por mostrarme la belleza de la Gomera y sus más profundos secretos. Sinceras gracias a Paco Ledesma, responsable de la biblioteca de Osuna y un pozo de sabiduría sin fondo. Gracias por todo lo que me has enseñado acerca de mi pueblo y sobre todo de la Colegiata. Gracias por sacarme de mis errores y por tu paciencia, y sobre todo gracias por tus consejos. Papá, mamá… Muchas gracias por no haber hecho preguntas cada vez que he recurrido a vosotros en busca de ayuda cuando no tenía forma de aclarar muchas de mis dudas. Gracias por mover cielo

y tierra para resolverlas. Y gracias por no haber puesto el grito en el cielo cuando os enterasteis por fin de dónde me había metido. Gracias a mi buen amigo José Antonio, por sus oníricos momentos de inspiración que tanto han aportado a la novela. Gracias por ser mi Alcides particular. Pero sobre todo, muchas, muchas gracias a mi esposa Inma, sin la cual no habría podido escribir ni una mísera página… Gracias por su eterna, eterna paciencia, gracias por tener siempre los pies en el suelo, gracias por haber mantenido el secreto, con todo lo que esto ha conllevado, gracias por sus innumerables noches de soledad, gracias por haberse hecho cargo de todo en esos momentos en los que yo vagaba por las tenebrosas tierras de mi imaginación, gracias por no haber perdido su confianza en mí, gracias por haber sido la primera en decir que sería un gran libro, gracias por sus lágrimas, en definitiva gracias por su sacrificio y por quererme tal y como soy, ahora un poco más “perturbado”. Y a mi pequeña Sara, gracias por ser tan paciente y buena con papá…Y por esos enormes besos que me dabas cada noche, antes de ir a dormir, dejándome frente a la pantalla del ordenador.

Y por último, y no por ello menos importante, gracias a ti, lector, por haberme confiado tu valioso tiempo, para que yo te trasportara a un lugar en el que poder ver cosas siniestras a lo lejos…

Índice PREFACIO PRIMERA PARTE 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22

23 24 25 26 EPÍLOGO PRIMERA PARTE INTERLUDIO 1 INTERLUDIO 2 INTERLUDIO 3 INTERLUDIO 4 SEGUNDA PARTE 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42

43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 EPÍLOGO SEGUNDA PARTE TERCERA PARTE 65 66

67 68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 81 82 84 85 86 87 88 89 90 91 92 93

94 95 96 97 98 99 100 101 102 103 104 105 106 107 108 109 110 111 112 113 114 115 116 117 118 EPÍLOGO TERCERA PARTE

GLOSARIO NOTA DEL AUTOR NOTA PARA MELÓMANOS AGRADECIMIENTOS