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Discipulado 1 EL DISCIPULADO En la Renovación Carismática CURSO-TALLER rcces méxico escuela nacional Salmo 115,1 RCC

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EL DISCIPULADO En la Renovación Carismática CURSO-TALLER

rcces méxico escuela nacional Salmo 115,1

RCCES, México

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Temario: Introducción 1. 2. 3. 4.

¿Qué es el discipulado? ¿Cuándo comienza el discipulado? ¿Quiénes son llamados a ser discípulos? El discipulado en la Renovación Carismática

Tema 1: “El Maestro te llama” 1. El llamado eterno de un Dios eterno 2. El llamado amoroso de un Dios-Amor a) Llamado personal b) Llamado a un plan específico c) Llamado a disponernos a la gracia d) Llamado a permanecer con Él e) Llamado a ver y oír a Jesús f) Llamado a tomar la cruz 3. Jesús se manifiesta a todos los hombres a) Epifanía ante los magos de oriente b) Epifanía en su bautismo c) Epifanía en las bodas de Caná d) Jesús se manifiesta con poder a los enfermos y endemoniados e) Jesús se manifiesta a los niños y las mujeres f) Jesús se manifiesta con signos o señales poderosas como el Mesías g) Jesús se manifiesta como amigo cercano h) Jesús se manifiesta de manera especial a los discípulos más cercanos a Él i) Jesús se presenta como aquel que es capaz de saciar nuestra hambre j) Jesús también se manifiesta a cada uno de nosotros 4. Jesús te busca y te llama a) No te preguntes ¿por qué a mí? b) No te preguntes ¿cómo podré responder al llamado si no tengo la capacidad? c) No te preguntes ¿lo merezco? d) No te preguntes ¿cómo comenzaré?

Tema 2: “La comunidad de los discípulos” 1. 2. 3. 4. 5.

La comunidad Interior: Discípulos de un Dios Trino La amistad con Jesús y con los hermanos Jesús forma a los discípulos en comunidad En comunidad, Jesús rompe tus esquemas En Comunidad, Jesús te enseña a servir y a amar

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a) La dignidad en el servicio está en servir con amor b) En el servicio: compromiso vs entrega c) El servidor líder: el servidor de todos 6. En comunidad, Jesús te enseña a ser testigo de su amor a) La Batalla Espiritual en la Comunidad de Cristo b) La Mirada Sanadora de Jesús c) Mirar al hermano con amor 7. Koinonía

Tema 3: “Proceso de formación del discípulo” 1) Aspectos del Proceso de Formación a) El encuentro con Jesucristo b) La conversión c) El discipulado d) La comunión e) La misión 2) Cuatro dimensiones que integran al discípulo a) Dimensión Humana y comunitaria b) Dimensión Espiritual c) Dimensión Intelectual d) Dimensión Pastoral 3) El discípulo es llamado a la Santidad a) Adherirse al Maestro b) A los pies del Maestro c) Revestirse y oler a Cristo 4) A la manera de Jesús a) Humildad b) Obediencia c) Amor incondicional d) Personalización e) Escucha 5) Jesús se convierte en centro de la vida del discípulo. a) No se preocupará de lo que vendrá después b) No se preocupará por lo que puede perder c) No se preocupará por perder su buena fama d) Entregará a Cristo su pasado e) Entregará a Cristo su presente f) Entregará a Cristo su futuro

Tema 4: “El Alimento del discípulo” 1) La Palabra de Dios 2) La Oración a) La asamblea de oración b) El grupo de oración RCCES, México

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c) La oración personal 3) Los Sacramentos y la Gracia a) Penitencia y Reconciliación b) Eucaristía

Tema 5: “El Espíritu Santo, formador del discípulo” 1) El discípulo y su relación con el Espíritu Santo a) Bautismo en el Espíritu Santo b) La unción del Espíritu Santo c) Ríos de agua viva d) El poder del Espíritu Santo y la fe 2) Discípulo sacerdote, profeta y rey por la unción del Espíritu Santo a) Sacerdote b) Profeta c) Rey 3) El Espíritu Santo y la Misión 4) María discípula de Jesús, esposa del Espíritu Santo

Conclusiones Logísitica y descripción de dinámicas Bibliografía

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Introducción 1.- ¿Qué es el discipulado? Para entender qué es el discipulado, es conveniente primero entender quién es un discípulo. En griego, la palabra “discípulo” — " (mathetés) — significa estudioso, persona que aprende; aunque también puede interpretarse como el seguidor, el devoto de alguna personalidad intelectual o religiosa. Para nosotros, como católicos, cristianos, el discipulado es un proceso en el cual tomamos la decisión de “seguir a Jesucristo por el camino” ( cf. Mc 10,52), luego de haber tenido un Encuentro con su amor, su misericordia, su poder, con la abierta disposición de adoptar sus costumbres, ideales, enseñanzas, gestos, y en general toda su forma de vida.

2.- ¿Cuándo comienza el discipulado? El discipulado comienza al momento de escuchar la voz del Señor llamándonos en nuestro corazón y de atender a este llamado de amor, conscientes no sólo de las exigencias que encontraremos al responder de manera pronta y decidida, sino sobretodo, del gran regalo de salvación, misericordia, amor y paz que encontraremos durante el recorrido hasta la casa del Padre. De la misma manera que caminar lejos de Cristo resulta un infierno de inquietud y desconsuelo, caminar con Jesús, es ya caminar en el cielo.

3.- ¿Quiénes son llamados a ser discípulos?

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En el discurso que ofreció el Santo Padre Benedicto XVI, en la sesión inaugural de los trabajos en Aparecida, Brasil, en mayo de 2007, indicó que el tema de la Asamblea General sería: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida” (Jn 14,6); así mismo recordó a todos los presentes que “la Iglesia tiene la gran tarea de recordar a los fieles que en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo”. Recordó también que “todo bautizado recibe de Cristo, como los apóstoles, el mandato de la misión: (Mc 16,15), pues ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida supone estar profundamente enraizados en Él”.

4.- El discipulado en la Renovación Carismática Desde que inició la RCCES en los años ‘60, movimiento suscitado por el Espíritu Santo, son ya millones de fieles los que han vivido en el mundo un Encuentro con Dios “de ojos abiertos y corazón palpitante”; son millones los bautizados que han podido constatar que Dios está vivo, que Él tiene para cada uno un plan especial de amor. En México, como en muchos países, se ha visto la necesidad de dar respuesta al creciente apetito de los recién convertidos al mayor conocimiento de Dios. Por ese motivo, luego de vivir un Encuentro con Cristo, los renovados en el Espíritu Santo son llamados a una formación progresiva y continua (inquietud que además responde al llamado de nuestros obispos en el Documento de Aparecida). Dentro de esta formación, se abre un espacio para hablar sobre el discipulado, como una nueva, profunda y radical forma de vida a los pies del Maestro. Desde su más temprano inicio, la RCCES ha hecho suyo el llamado a formar discípulos de Cristo, invitando de manera reiterada a sus integrantes a postrarse a los pies del Maestro, a escuchar su voz a través de la Palabra y la oración; y ha sostenido el urgente llamado del Señor a compartir la Buena Nueva de Salvación a todos los hombres. Primer anuncio, Buena Nueva, Comunidad, Espíritu Santo, Discipulado, Evangelización, oración, son palabras muy familiares para los que pertenecemos a este Movimiento del Espíritu Santo. No obstante, para nosotros es un gozo remar cada vez más mar adentro, de la mano de nuestros obispos en América, cobijados por las palabras del Documento de Aparecida, que viene a reiterarnos los valores de este caminar, a profundizar en ellos y a acompañarnos con un nuevo ardor. RCCES, México

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“El camino del discipulado misionero es fuente de renovación en el Continente y nuevo punto de partida para la Nueva Evangelización de nuestros pueblos” (DA, Mensaje inicial, No. 3) De esta forma avanzamos en la Nueva Evangelización, dejando que el soplo del Espíritu Santo dirija esta insondable obra de amor, justo en un momento en que la Iglesia de Cristo necesita de todos nosotros. Nos necesita primero discípulos, capaces de rendirse y conformarse a los pies del Maestro, para luego arder con el fuego del Espíritu por la Misión. Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” (DA 146). Ser discípulo de Cristo es subirse a la barca con Él, es dejar lejos la orilla, es remar mar adentro; seguir los pasos de Jesús, es vivir el evangelio con “valor y firmeza” (cf. Jos 1). Ser discípulo es dejar de ver a Dios como una actividad en la agenda para dejar que Él ocupe toda la agenda, que se convierta en el todo; es dejar de recurrir a Él cada vez que puedo, para estar con Él siempre. Es dejar de pedir lo que creo que necesito para descubrir que lo necesito sólo a Él; es decidirse a experimentar la dimensión celestial y escuchar su llamado de lanzarnos tras Él, aún caminando sobre el agua (cf. Mt 14, 22-33), realizando con Él lo imposible.

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Tema 1:

“El Maestro te llama” Objetivo: Descubrir que somos llamados a ser discípulos de Cristo para ser configurados con Él y unidos a Él en la misión de salvar a todos los hombres.

1.- El llamado eterno de un Dios eterno “Por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1,4) Aún antes de que existiéramos, Dios ya tenía un proyecto para nosotros; desde antes de la creación, Él ya nos tenía en su corazón, ya preparaba un plan para cada uno. Dios Padre toma esta iniciativa de amarnos y llamarnos a este amor con su voz libre de límites de tiempo y espacio, anterior a cualquier mérito que pudiéramos adjudicarnos. Juan Pablo II nos enseña que: “la intervención libre y gratuita de Dios que llama es prioritaria y anterior. Es más, podemos decir que Dios elige al hombre, en el Hijo eterno y consustancial, a participar de la filiación divina, y sólo quiere la creación, quiere al mundo. En la raíz de toda vocación (…) no se da una iniciativa humana o personal con sus inevitables limitaciones, sino una misteriosa iniciativa de Dios. Desde la eternidad, desde que comenzamos a existir en los designios del creador y Él nos quiso criaturas, también nos quiso llamados, preparándonos con dones y condiciones para la respuesta personal, consciente y oportuna a la llamada de Cristo o de la Iglesia. Dios que nos ama y es Amor, es (Cfr. Rom 9 11-12)”. (Don y Misterio; La acción de Juan Pablo II por las vocaciones).

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2.- El llamado amoroso de un Dios-Amor Dios que es amor, que nos creó a partir de su amor, y que nos rodea en todo tiempo con su amor… nos llama al amor. Y este llamado que contempla nuestro sumo bien, llega a nosotros por su Espíritu Santo, dador de todos los dones, comunicador de la gracia. A través de las Sagradas Escrituras, podemos comprender mejor la naturaleza de este llamado de amor. a) Llamado personal: El profeta Isaías nos habla de un llamado personal, en el que Dios pronuncia nuestro nombre, mientras nos reclama como suyos: “No temas, que Yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío” (Is 43,1). b) Llamado a un Plan Específico: El Profeta Jeremías nos habla de un llamado a un Plan específico, que requiere toda nuestra entrega: “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes de que nacieses, te tenía consagrado: yo te constituí profeta de las naciones” ( Jer 1,5). c) Llamado a disponernos a la gracia: También nos habla de un llamado que nos dispone a recibir su gracia: “De lejos Yahvé se me apareció. -Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti” (Jer 31,3). d) Llamado a permanecer con Él: En Marcos, Dios nos hace un llamado a permanecer con Él. De esta manera nos llama a cumplir nuestro primer quehacer, el más necesario, estar con el Maestro, a imagen del mismo Jesús, que sostenía una íntima y permanente relación con su Padre: “Instituyó doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). e) Llamado a ver y oír a Jesús: En la Palabra de Dios, escuchamos el llamado a abrir nuestros ojos y oídos a Jesucristo, y con esto, ser los testigos que pueden llegar a conocer la voluntad del Padre: “Él me dijo: El Dios de nuestros padres te ha destinado para que conozcas su voluntad, veas al justo y escuches la voz de sus labios, pues le has de ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído” (Hc 22 14-15). Somos llamados a la revelación de los misterios de Dios, a escuchar el “rhema” o revelación de la Palabra, no como quien simplemente entiende o racionaliza un significado, sino como quien es “capaz de ver y oír” en las mismas palabras el mensaje vivo de Dios, aún más allá de lo que alcanzan a ver quienes sólo se asoman por la ventana del mundo. Para un discípulo, la voz de Dios en su Palabra, cobra vida y le transforma hasta convertirle en testigo. RCCES, México

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f) Llamado a tomar la cruz: En el Evangelio de Marcos, Jesús nos llama renunciar a nosotros mismos, a desprendernos de nuestros egoísmos; por eso dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc 8,34).

3.- Jesús se manifiesta a todos los hombres Después de su bautismo en el Jordán, Jesús inició rápidamente su Ministerio ante el pueblo. Jesús no se presentó ante los reyes o los sumos sacerdotes; sino que mostró una decidida preferencia por los pobres, por los más desposeídos. A ellos, a los sencillos, Jesús les habló del amor de Dios, del eterno amor de un Dios Padre por sus hijos y del amor al que todos estamos llamados. “Les doy este mandamiento nuevo: que se amen unos a otros. Ustedes se amarán unos a otros como yo los he amado. Así reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: si se tienen amor unos a otros” (Jn 13, 34-35). De esta forma Jesús se fue manifestando a los hombres. La Iglesia reconoce como “Epifanía” (manifestación), a las acciones que realizó Jesucristo cuando dio a conocer o mostró su divinidad a los hombres. Aunque Jesús se dio a conocer en diversos momentos a diferentes personas, la Iglesia celebra como epifanía tres eventos: a) Epifanía ante los magos de Oriente: Manifestación a los paganos. b) Epifanía en su bautismo: Manifestación a los judíos por medio de Juan Bautista. c) Epifanía en las Bodas de Caná: Manifestación a sus discípulos y comienzo de su vida pública por intercesión de su Madre María. Otros acontecimientos en los que Jesús se manifiesta a sus discípulos o a todo el pueblo, son: d) Jesús se manifiesta con poder a los enfermos y endemoniados: “Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama llegó a toda Siria; y le trajeron RCCES, México

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todos los que se encontraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó” (Mt 4,23-24). Jesús se manifiesta a los niños y a las mujeres, dándoles acogida y amor en una época en que eran sumamente devaluados: “Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él.» Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos” (Mc 10, 14-16). “Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades” (Lc 8, 1-2). Jesús se manifiesta con signos o señales poderosas como el Mesías, ante sus discípulos y ante todo el pueblo: “Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado»” (Jn 11, 41-42). Jesús se manifiesta como amigo cercano, mostrando su gloria entre gente común, en las bodas de Caná: “Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos” (Jn 2, 1-2). Jesús se manifiesta de manera especial a los discípulos más cercanos a Él, a los que están dispuestos a pasar momentos de intimidad con Él, mostrándoles su gloria, aumentando su fe, preparándolos para los momentos difíciles que llegarían: “Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” (Mt 17, 1-2). Jesús se presenta como Aquél que es capaz de saciar nuestra hambre; se prefigura como el Pan de Vida, como el único alimento capaz de saciarnos de cualquier tipo de hambre: “Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: « ¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?» […] Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» […] Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda»” (Jn 6; 5-12) Jesús también se manifiesta a cada uno de nosotros, de acuerdo a nuestra situación, y a nuestras propias necesidades. No sólo eso, el Señor se sigue manifestando cada día de nuestra vida, renovando su llamado, atrayéndonos y donando su gracia para poder seguirle.

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4.- Jesús te busca y te llama “Jesús dijo: Sígueme. Él se levantó y lo siguió” Mt 9,9.

“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que den frutos, y su fruto permanezca” (Mc 3,16-18). Jesús se ha hecho el encontradizo en tu vida. Quizá tú estas ya al tanto de esto, o quizá aún crees que llegaste aquí porque un amigo, conocido, hermano tuyo, te invitó un día a un “Encuentro con Cristo”. La realidad es que todo estaba planeado por Él. Pero el llamado que hoy te hace es a ir más allá de lo que hasta hoy has alcanzado. El llamado es para ti, hoy, a remar mar adentro. a) No te preguntes ¿por qué a mí? Eso siempre será un misterio. En el evangelio de San Marcos encontramos que Jesús “subió al monte y llamó a los que Él quiso” (Mc 3,13). Él te llama simplemente porque quiere hacerlo, y esto no va en función con tus logros, caídas, talentos o posibilidades. Él simplemente te ama y te llama. Es un llamado real, que sobrepasa nuestra lógica; en tiempo presente para nosotros y a la vez, eterno en el corazón de Dios; latente y certeramente dirigido a ti. b) No te preguntes ¿cómo podré responder al llamado si no tengo la capacidad? Esto no deberá preocuparte tampoco; en realidad, tu debilidad es más útil a Dios que tu posibilidad de hacer, ya que Él quiere hacer todo en ti. Dios tiene esta especial manera de trabajar con las almas, y por eso “no escoge a los capacitados, sino capacita a los escogidos”. c) No te preguntes ¿lo merezco? Nadie es merecedor de esta gracia. Dios la otorga simplemente por amor. Decía Santa Teresa de Lisieux: “Todo es gracia”. De nada podríamos vanagloriarnos jamás. La justicia de Dios puede entregar la misma paga de un denario a los que trabajaron más, que a los que trabajaron menos (cf. Mt 20,1); Dios podrá recibir el mismo día de su muerte en el paraíso, al ladrón que reconoció el Nombre de Cristo (cf. Lc 23,43), y a quien fue fiel a su fe toda la vida. Esto es un misterio, pues la justicia de Dios no es como la justicia que conocemos en el mundo. Así que no se trata de merecerlo o no, sino del profundo amor que Dios te tiene y de la gracia con la cual te dotará para que puedas responder de acuerdo a su Plan Divino. d) No te preguntes ¿cómo comenzaré? Hoy en día es tan fácil saber qué hacer. No faltan mapas, GPS, instructivos, guías o asistentes virtuales que nos llevan de la mano paso a paso. Siempre es posible saber qué y cuándo hacer. Pero Dios es un Dios de misterios, y no nos muestra todo su Plan. El Señor sólo nos muestra un paso RCCES, México

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a la vez. De hecho, el Señor abre la siguiente puerta sólo cuando empezamos a caminar decididamente hacia ella, aún cuando la vemos cerrada. Solía decir el Obispo Paul Newman, “No quiero ver un horizonte lejano, muéstrame sólo el siguiente paso”. Por otra parte, Dios no responderá tu pregunta con una respuesta esperada: “Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos - oráculo de Yahveh” (Is 55,8). Él te tomará de la mano y te dirá “Ven y lo verás”(Jn 1,39), como lo hizo con sus discípulos. Este día, lo único que Dios necesita de ti para abrir la siguiente puerta es que tu digas “Sí”. Y lo único que tú necesitas es confiar en que paso a paso Él te irá mostrando su voluntad. “Bástele a cada día su propio afán” (Mt 6,34). Piénsalo bien…ésta es una “mega-aventura”. De hecho, Juan Pablo II dijo que: “La aventura de la Santidad comienza con un a Dios”. Así que, si ya has pronunciado el que ha esperado tanto escuchar nuestro Dios, y con Él todas las criaturas celestes, puedes estar también seguro de varias cosas: 1) Hay una fiesta en el cielo. 2) No sabrás realmente lo que esto significa hasta que comiences a caminar decididamente hacia Cristo. 3) Nunca estarás solo, cada paso que logres alcanzar será por la gracia de Dios que estará actuando en ti. 4) Habrá siempre más bendiciones que renuncias, pues Él te dará “al ciento por uno”. 5) Harás cosas que antes considerabas imposibles. 6) Dios te transformará y te usará como ahora difícilmente lo imaginas. 7) Para esto fuiste creado. No sólo es la mejor decisión de tu vida… es la única y la verdadera.

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Tema 2: “La comunidad de los discípulos” Objetivo: Comprender que en la vida comunitaria se establecen las mejores condiciones para la formación de los discípulos, en el ejercicio del amor, el servicio y la donación al prójimo.

1.- La comunidad interior: Discípulos de un Dios Trino Es importante ubicarnos como discípulos ante la dimensión trinitaria de Dios, quien en sí mismo es comunidad. Dios no es soledad, es un Dios en tres Personas que lleva en sí mismo implícito el misterio de la comunidad y el amor que une y nos proyecta a amar. Monseñor Oscar Rodríguez Madariaga, en su ponencia “Comunidad discípula de Jesús”, nos habla sobre este misterio y nos dice: “Por medio de este amor demostrado en el tiempo y el espacio nos asomamos al misterio insondable de su eternidad. A cada una de las Personas de la Trinidad le atribuimos asuntos esenciales para comprender su actuación en nuestra existencia:   

Dios Padre nos sostiene en el ser; Dios Hijo nos invita a seguirle; Y el Espíritu Santo, que es amor, nos atrae e impulsa”.

Nuestro Dios vive en comunidad y nos enseña a hacer comunidad. Jesús nos llama y nos invita a seguirle en la comunidad que Él mismo va formando (cf. Isa 43,21). En esta comunidad, el Padre nos abraza, nos sostiene, nos RCCES, México

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adopta en su familia, mientras que el Espíritu Santo -que es el Amor entre el Padre y el Hijo-, es el impulso y la fuerza que nos lleva a amar de manera incondicional a nuestros hermanos. Muchas veces nuestra relación con Dios trino es incompleta porque para nosotros resulta más fácil relacionarnos con alguna o con dos de las tres Personas de la Santísima Trinidad. En algunos casos, encontramos a hermanos que se les dificulta su relación con Dios Padre, porque ellos mismos tuvieron una complicada relación con su padre en el mundo. También es común ver que la relación con el Espíritu Santo no se ha desarrollado porque simplemente no se le conoce, no se sabe como relacionarse con Él, o no se entiende el importante papel del Espíritu Santo en nuestra vida. Y aunque es menos común, también es posible encontrar personas que por alguna razón no logran establecer una relación estrecha con Jesucristo. Una relación sana con Dios, es aquella que el Discípulo establece con Dios Trino, porque ha tenido la gracia de vivir un Encuentro de ojos abiertos y corazón palpitante, con cada una de las tres Personas de la Santísima Trinidad: con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Éste es el inicio de la formación de una perfecta comunión y comunidad en Dios. Reflexionar esto necesariamente nos lleva a escuchar el llamado que el Santo Padre nos hace en su Carta “Porta Fidei” (Carta apostólica en forma de Motu propio del Sumo Pontífice Benedicto XVI con la que se convocó al Año de la fe; abril de 2012), a introducirnos precisamente por esta Puerta de la Fe: “Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor” (PF, 1).

2.- La amistad con Jesús y con los hermanos Observemos la manera en que Jesús fue llamando a sus discípulos; los llamó entre amigos, familiares y conocidos. Por ejemplo, podemos ver que Juan y Andrés, los primeros, eran amigos y pescadores. Ellos mismos hablaron de Jesús a sus hermanos Simón Pedro y Santiago. Luego, Felipe y Natanael, que también eran amigos, se unieron a Él. Santiago y Judas de Alfeo eran sus parientes. Sólo el publicano Leví (Mateo) fue un caso especial, ya que no aparece como conocido del resto de los discípulos, aunque sí sostuvo una íntima relación de RCCES, México

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amistad con Jesús. Del resto de los 12 apóstoles: Simón el cananeo, Tomás y Judas Iscariote, nada dicen los Evangelios. Parece ser que el parentesco, la amistad, las relaciones humanas cercanas, jugaron un papel importante en el tiempo que Jesús llamó a sus apóstoles. Esto puede sonarnos muy familiar, ya que hoy en día también es común que entre nuestros conocidos se vaya dando a conocer la Buena Nueva de Salvación. Jesús nos llama a nosotros y posteriormente va llamando a los nuestros; o llamó a los nuestros, y por ellos estamos aquí. Dios se ha valido de nuestros amigos y conocidos para llamarnos, y se valdrá de nosotros para llamar a nuestra familia y seres amados cercanos a nosotros. La amistad, la fraternidad, la familiaridad, el trato diario, son muy importantes al momento de evangelizar y crecer en Cristo. Las circunstancias del día a día, las conversaciones, los intercambios, los problemas, todo es una herramienta en la evangelización. La amistad, y la profunda confianza que se maneja en esta relación humana, es el espacio indicado para el crecimiento de la fe y para estrechar los vínculos más profundos con el amigo por excelencia: Jesús. Dice el Padre Enrique Cases en su libro: “Los doce apóstoles”: “Mirar el ambiente de amistad en el que los discípulos encuentran su vocación, lleva al cristiano a descubrir el camino preferido por Dios para que se realice el discipulado: . Es un ambiente tan humano que desconcierta por su sencillez. Quizá alguno espera que Dios manifieste su voluntad con gran aparato y majestad. Podría ser así, pero la realidad, en el caso de los discípulos y de la mayoría de los hombres, es que se realiza en la intimidad de la amistad y del diálogo”. Nosotros, al igual que los discípulos de Jesús lo hicieron, recibiremos el mandato de compartir la Buena Nueva a todos los hombres, y responderemos echando mano de lo que bien conocemos: nuestro testimonio personal y la amistad. Poco a poco, aprenderemos a ver en cada hombre o mujer, a un entrañable amigo. Abriremos nuestros corazones a imagen de nuestro amigo Jesús, y buscaremos ser cercanos, comprensivos, consoladores; porque ninguna programación, retiro organizado, concierto o agenda de eventos, podrá sustituir al discipulado de la amistad, de la hermandad y de la confidencia. Día a día seremos capaces de dar más amor a los hermanos, creciendo en santidad y en amor a Cristo. Si esto no sucede, nuestro discipulado se extinguirá y nuestras comunidades se tornarán frías, sin vida, cerradas… hasta desaparecer; o serán solamente espacios de rotación RCCES, México

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de hermanos; es decir, comunidades donde la mayoría de los hermanos que encontramos son miembros nuevos, sin perseverancia ni permanencia, porque son muchos los hermanos que se van heridos al no haber encontrado acogida, ni amistad sincera en la comunidad

3.- Jesús forma a los discípulos en comunidad “Ven y sígueme” (Mc 1,18), es la invitación que hace Jesús a los que llama a ser sus discípulos, animándolos a adherirse a su pequeño grupo de amigos, a su comunidad. Con este llamado, Jesús les exige que en adelante, participen todos y cada uno de su estilo de vida, día tras día, año con año. Les invita a compartir lo bueno y lo malo, las alegrías y las tristezas. Les invita a orar permanentemente con Él, a escuchar sus enseñanzas, a interpretar con Él los signos de los tiempos, a construir el Reino de Dios en la tierra. Una vez que tú has respondido a Jesús: “Te seguiré, iré contigo a donde quiera que vayas”, te has decidido a cambiar tu modo de vida para adoptar el modo de vida de Jesús. En este punto no existe vuelta atrás. Es como subirse a un avión en el cual te acompaña tu comunidad, tu familia que tal vez también ha decidido seguirle... o tal vez no. Pero vamos todos juntos en este avión que no aterrizará hasta llegar a su destino. Imposible detener el vuelo; sería un suicidio abrir la puerta para tratar de salir. Durante esta largo viaje, todos aprenderán a convivir, a aceptarse, perdonarse, tolerarse… amarse. Tal vez en tu avión estará precisamente esa persona con la que te cuesta convivir. Con la ayuda de Cristo, ella será la tarea que te enseñará a dar pasos a la santidad. De hecho, en una comunidad cristiana todo lo que sucede es potencialmente útil en la escuela de Dios. Un mal coordinador, un hermano conflictivo, un mal predicador, etc. Desde la perspectiva de Dios todo puede enseñarnos tolerancia, paciencia, caridad, acogida, fe, esperanza… Por ejemplo, aprenderemos más de un mal predicador, cuando nos abramos a la ecuela de Dios, cuando seamos capaces de comprender la enseñanza que Jesús tiene en esto para nosotros, ya que aprenderemos a amarle, encausarle, comprenderle… que si nos cerramos a recibir la corta enseñanza que nos proporcione, en una actitud crítica y ciega. Si lo piensas bien, vivir la radicalidad del evangelio en comunidad; acompañar a Jesús y vivir de acuerdo a su voluntad; dejar malas manías, adoptar nuevos hábitos, pensar siempre en el bienestar del otro… aprender a amar a cada hermano como Jesús ama, es la mejor escuela de discipulado. RCCES, México

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4.-En la comunidad, Jesús rompe tus esquemas Cristo vino definitivamente a romper nuestros esquemas, de manera especial sobre las relaciones humanas que se desarrollan en nuestras comunidades. Hizo revelaciones que en su tiempo, y aún ahora, escandalizan y sorprenden. Jesucristo es el Revelador, y la Revelación del Padre (cf. Mt 11, 25-30). Abrió los ojos de sus discípulos a las realidades de un Reino que había sido velado para todos…y para hacerlo, tuvo que distanciarse de las multitudes, a fin de dedicar más tiempo a la formación de sus discípulos (cf. Mc 8,31). Es fácil imaginar que a Jesús debió tomarle tiempo reprogramar las ideas y concepciones de sus discípulos, si analizamos las profundas diferencias entre lo que nos presenta el y lo que nos revela Jesús sobre el . De la misma manera, nosotros deberemos distanciarnos de las multitudes y dedicar tiempo a estar con Jesús a fin de alcanzar a comprender estas diferencias que se viven en las comunidades que se rigen de acuerdo al mundo y las comunidades que forma Jesús con sus discípulos. Para poder vivir de acuerdo al Plan de Dios, necesitamos como dice San Pablo, transformar nuestra manera de pensar, romper nuestros paradigmas, abrirnos a la renovación de nuestra mente: “ Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfe cto” (Rm 12,2). Para empezar, podemos reflexionar la manera en que el mundo nos presenta , mientras que Jesucristo nos muestra . Sofisma se define como un razonamiento incorrecto que aparenta ser correcto. Dicho de otra forma, es una mentira que se presenta como verdad; como lo es la idea de que la riqueza nos da la felicidad, o que la libertad significa hacer sólo lo que nosotros queremos hacer. Por su parte, paradoja se define como una afirmación que parece falsa, aunque en realidad es verdadera. En otras palabras, es lo que a primera vista pudiéramos considerar como mentira, engaño, y que al final termina siendo una verdad. Por ejemplo, la libertad que Dios nos presenta, la cual sólo puede lograrse al hacernos voluntariamente esclavos del Señor. Otros ejemplos de la forma en que el mundo nos presenta sofismas, mientras que el Reino de los Cielos nos presenta paradojas, son: RCCES, México

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CONCEPTO

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MUNDO

REINO

Libertad

Hacer únicamente lo que yo quiero hacer; yo soy mi propio jefe y tomo mis decisiones; me siento libre porque nadie me dice que hacer, pero al final me esclavizan las consecuencias de mis actos.

Hacer únicamente lo que Dios quiere que haga (cf. Jn 2, 1-11); convertirnos en esclavos del Señor (cf. Lc 1, 2638). Parecería una esclavitud, pero al final entiendo que no necesito nada más que a Cristo para ser feliz; por lo tanto soy libre de cualquier sujeción del mundo, porque no necesito poseer nada, sólo a Dios, y lo único que deseo con todo mi corazón es cumplir su voluntad y hacerme su esclavo por amor… esto es ser verdaderamente libre.. (cf. Gal 5)

Justicia

Tanto me das, tanto te doy; el que más trabaja, más gana… aunque el jefe vale (gana) más, trabaja menos; “ojo por ojo, diente por diente”.

Dios retribuye al ciento por uno (cf. Mc 10, 28-31); Dios paga igual al que trabaja toda la jornada, que al que llega al final del día(cf. Mt 20,1); el primero de entre ustedes, será el servidor de todos (cf. Mt 23, 1-12); Dios perdona todo, no nos paga de acuerdo a nuestras culpas (cf. Sal 103, 8-9).

Amor

El amor acaba, se gasta, se cansa. Si no soy correspondido, si mi pareja no riega nuestra relación con detalles y cariño por mí , el amor que siento por mi pareja se seca, se muere.

El Señor nos anima a no cansarnos de amar (cf. Lc 6,35), a no cansarnos de darnos unos a otros por amor. El que no ama no conoce a Dios, pues Dios es amor (cf. 1Jn 3,10). El amor que Dios nos da, es el que nos permite amar a los demás, aún sin esperar algo a cambio.

Amistad

Es mi amigo por conveniencia, porque coincidimos en costumbres, gustos; somos amigos porque intercambiamos favores.

Es mi amigo porque me necesita, porque al igual que a mí, Jesús le llama. Nadie tiene más amor que el que da su vida por los amigos (cf. Jn 15,13).

Autoridad

Esta basada en el poder, en la fuerza de las palabras y la razón. Entre más poderoso se vea, mejor se exprese, más sepa… mayor autoridad tiene.

Está basada en la profunda humildad de la persona que la ejerce, que le permite abrirse al Poder de Dios; en la fuerza del Espíritu Santo y la Palabra de Dios, y en la Verdad absoluta de nuestra fe (cf. Mc 1, 21-28). Entre más humilde sea, mayor autoridad de parte de Dios.

Riqueza

La riqueza se mide en el mundo por las posesiones, por el poder, por los logros alcanzados en el mundo. Existen muchas posibilidades de que si hay más riqueza material, exista un mayor vacío espiritual. Quien menos parece necesitar a Dios, menos le busca, y más pobre es en su corazón, pues su tesoro en el cielo puede ser escaso (cf. Mt 6,19)

Quien menos necesita es quien más posee. "Quien a Dios tiene, nada le falta" decía Santa Teresa de Avila. El tesoro en el cielo crece cuando desde este mundo se acumulan riquezas espirituales. Llenar nuestros vacíos de Dios es la mejor manera de ser ricos.

Humildad

Para el mundo son humildes los pobres, los que poco tienen, los que viven en la miseria, en la profunda tristeza por la opresión de los más poderosos.

Ante Dios es humilde quien reconoce su pequeñez, su nada, su pecado. Quien comprende que no puede poseer nada, mas que a Dios; que no puede lograr nada, si no es por Dios. "El que se humille será enaltecido"(Lc 18, 8-14).

Dignidad

Para el mundo, es digno quien más tiene, quien posee más títulos, más autoridad, más logros; quien posee mejor físico, mayor preparación; quien vive de acuerdo a sus valores, quien ha realizado obras que se reconocen.

Para Dios, todos sus hijos son dignos, merecedores de su amor por el simple hecho de ser sus criaturas amadas. Es digno de seguirle quien toma el arado y no mira hacia atrás, quien ama más a Dios que a ninguna otra persona o cosa, quien es capaz de encontrar su propio valor en la mirada del Señor (cf. Mt 10, 37-38).

Verdad

El mundo sostiene muchas verdades. Las verdades se acomodan a tradiciones, culturas, conveniencias, situaciones, etc. No acepta que exista una sola verdad absoluta.

Cristo dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"(Jn. 14,6). Jesús es la única verdad. Existe una sola verdad, y esa es la verdad del Amor.

De esta forma, Jesús ha venido a romper todos nuestros esquemas; Él nos invita a dejar atrás todo lo que nos aleje de su voluntad. En las comunidades que se rigen de acuerdo al RCCES, México

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mundo se viven tradiciones, costumbres, culturas, modas, tendencias… algunas de ellas en contra del amor a Dios y a los hombres. Cristo ha venido a seducirnos, a atraernos, a mostrarnos que vivir con Él y como Él vivió, es la mejor manera de vivir en comunidad, y esto sólo lo podemos aprender uniéndonos a Él y a su comunidad de discípulos, y haciendo las cosas a su manera. Lo entendamos o no, vivir de manera radical, a la manera de Dios, es una gran manera de evangelizar y compartir con otros la Buena Nueva, atrayéndoles a Cristo. “La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por : como Cristo con la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la cruz […] Vosotros creeís en el Dios Amor: ésta es vuestra fuerza que vence al mundo, la alegría que nada ni nadie os podrá arrebatar […] Esta es la fe que hizo de Latinoamérica el Continente de la Esperanza". (D.A. Benedicto XVI, Homilía en la Eucaristía de inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 13 de mayo de 2007, Aparecida, Brasil).

5.- En comunidad, Jesús te enseña a servir y a amar Madre Teresa de Calcuta, recurría con frecuencia a las palabras del poeta R. Tagore, quien aseguraba que “El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Jesús enseñó a sus discípulos a servir. El mismo lavó los pies de sus discípulos como señal de humildad y servicio (Cfr. Jn 13, 1-30). a) La dignidad en el servicio está en servir con amor. Es común que el mundo pretenda confundirnos respecto a la dignidad del servicio. Con frecuencia, servir, ser sirviente, ser servidor, podría alcanzar a nuestros ojos una connotación poco digna. Y ante esto, un poco de baja autoestima será suficiente para llevarnos a no poner en riesgo nuestra mal entendida dignidad, tomando la elección de no servir. Por ejemplo, en la comunidad familiar, la mujer y el hombre que sirven en los quehaceres del hogar, muchas veces realizan estas labores con reservas. Bastará que uno trabaje más que otro, o que no sea tomado en cuenta el trabajo, o que no se mantenga el orden y la limpieza lo suficiente, para externar molestia. Luego vendrá el condicionamiento del servicio, o el servicio hecho con enojo. De igual forma, en las comunidades, durante los eventos y retiros, hay servicios que son considerados poco dignos a los ojos del mundo, como atender los baños, mantener la RCCES, México

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limpieza del lugar… etc. La mayoría de los hermanos se sentirá más digno si es llamado a servir en lo que pudiera tener más valor a los ojos del mundo: como predicar, cantar, coordinar. Jesús nos muestra que no hay servicio que robe nuestra dignidad; de hecho, tomando en cuenta que el amor nos hace semejantes a Dios, y que a su vez, el ser semejantes a Dios nos dignifica, entonces podemos entender que hacer con amor cada servicio, por pequeño que sea, nos dignificará cada vez más. Además, nos servirá recordar que cada servicio que hagamos, lo haremos ofreciéndolo a Dios y por amor a Él. “Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa. El Amo a quien servís es Cristo” (Col 3, 23-24). No importa que el servicio no sea agradecido, o tomado en cuenta. No importa que en casa, o en el ministerio, o en la empresa seamos los que más trabajemos, o los que hagamos el trabajo más arduo. Todo es para gloria del Señor. Este es el “caminito del amor” del cual nos habla Santa Teresita, animándonos a trabajar y a servir en el amor y por el Amor: " . Y próxima a morir, ella confiesa que ." (Camino de la Infancia Espiritual de Santa Teresita de Jesús, 72-75). En suma, de Santa Teresita podemos aprender que un santo no es aquél capaz de hacer cosas extraordinarias de manera ordinaria. Ella nos enseña que: “La santidad es hacer las cosas ordinarias de manera extraordinaria, con la máxima caridad posible”. En el discurso pronunciado por la Beata Madre Teresa de Calcuta al recibir el Premio Nobel de la Paz en 1979, pronunció estas palabras: “El amor comienza en casa, y no es tanto cuánto hacemos, sino cuánto amor ponemos en las cosas que hacemos. Es a Dios Todopoderoso, no importa lo mucho que se haga, porque Él es infinito, sino cuánto amor ponemos en esa acción; cuánto hacemos por Él en la persona a la que estamos sirviendo”. b) En el Servicio: compromiso vs entrega. En las comunidades de Renovación, los líderes siempre buscan a los hermanos más comprometidos, ya que ellos enriquecen mucho a la comunidad con su disponibilidad y servicio. Y es común que cuando esta parte es deficiente en las comunidades, los líderes carismáticos buscan la manera de hacer comprender a los hermanos la importancia del compromiso en el buen desarrollo de las comunidades. No obstante, el verdadero discípulo de Jesús no conoce el , sino la . Podríamos entender por compromiso, aquella actividad agendada con la cual cumplimos de manera ineludible y eficaz; sin embargo, Dios no nos pide un espacio en la agenda, Dios nos pide toda la Agenda.

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Dios no te pide poco… ni te pide mucho: Él te pide . Por eso el verdadero discípulo no conoce el compromiso cuando se trata de servirle a Dios; él sólo conocerá la entrega total. El verdadero discípulo servirá a Dios porque sabe que le pertenece, porque sabe que es lo menos que puede hacer ante tanto amor y tanta misericordia; le servirá porque se sabe amado y porque ama a Dios. Los discípulos líderes de las comunidades de Renovación que entienden esto, saben que los hermanos ; más bien: . Por eso, el verdadero discípulo líder carismático, sabrá que la mejor manera de propiciar la formación de comunidades de hermanos serviciales y dispuestos, es llevándolos al encuentro con Jesucristo, es propiciando los espacios para que ellos puedan encontrarse con Dios, enamorarse de Él y entregarse a Él. c) El Servidor líder: el servidor de todos. El mundo nos muestra que el primero de todos es a quien todos debemos servir. Quien ocupa la cabeza tiene el poder y el honor de ser quien recibe el servicio de los demás. Pero en la Comunidad de Dios, aprendemos que entre nosotros no será así (cf. Mt 20, 25-26). Si entendemos realmente que el primero de todos debe ser el servidor de todos, ¿cómo pues podría el líder carismático olvidar orar por cada uno de los que el Señor le ha encargado?, ¿cómo olvidaría velar por ellos, estar al pendiente de su asistencia, de su necesidad, de su crecimiento? El líder será el servidor de todos.

“El que quiera ser el primero, sea el servidor de todos” Mc 10,43.

6.- En comunidad, Jesús te enseña a ser testigo de su amor A lo largo de nuestra vida (y en algunas personas aún desde el momento de ser concebidas), hemos vivido experiencias de desamor que nos han lastimado y que han dejado heridas y cicatrices dolorosas. Algunas veces, estas heridas han quedado enterradas en el RCCES, México

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tiempo e invisibles a nuestros ojos, a nuestra consciencia. Estos recuerdos dolorosos o heridas ocultas, afectan nuestros sentimientos y comportamiento en las comunidades. Podemos tener la certeza de que el roce doloroso, las rivalidades o muestras de descontento entre hermanos, muchas veces tienen su origen en estas heridas ocultas o recuerdos dolorosos. La terrible tentación de los líderes mal encausados de hacer a un lado a la persona que consideran conflictiva, en lugar de solucionar el problema a la manera de Cristo, ha dado como resultado que en muchas comunidades los hermanos se vayan lastimados, o permanezcan resentidos en la comunidad originando desunión, inestabilidad, desasosiego. Ante esta realidad que no nos permite vivir en paz, podemos estar seguros de algo: estar constantemente a los pies del Maestro irá sanando poco a poco todas nuestras heridas. Es muy enriquecedor reflexionar sobre la manera en que Jesús sanó a Pedro después de que le negó tres veces la noche que fue apresado. Pedro debió sentirse devastado. Negó tres veces a su amadísimo amigo Jesús, justo después de asegurarle «Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte» (Lc 22,33). Lo imagino apretando desesperadamente sus dientes y sus cabellos entre sus manos, mientras escondía el rostro entre sus rodillas, llorando amargamente. Tal vez fue sumamente difícil enfrentar el contradictorio sentimiento de anhelar con todo su corazón ver a su amigo resucitado y tener que enfrentarle después de haberle fallado. Pero Jesús, con profundo amor, le da esta maravillosa oportunidad de sanar la profunda herida de su corazón, preguntándole “ Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas”. (Jn 21, 1517) Jesús lo sabe todo, sabe de qué barro fuimos hechos y porqué cometemos tantos errores que luego nos lastiman, sabe porqué nos sentimos heridos cuando el desamor llega a nuestra vida. Y es que venimos del amor de Dios, y nuestro peregrinar es hacia su amor, así que… “inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en el Dios del amor” (San Agustín). Con sus preguntas y afirmaciones cargadas de un amor incondicional, Jesús va sanando el corazón de Pedro. Después de curar sus heridas, Jesús le dice: RCCES, México

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«En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.» ... Dicho esto, añadió: «Sígueme»” (Jn 21, 18-19). El discípulo herido es sanado con el amor del Señor, y una vez sanado, Jesús le recuerda que no irá a donde él quiera, sino a donde no quiera… y en seguida le reitera: “Sígueme”. Pedro se transforma en un testigo del amor, del perdón, de la confianza; ha sido amado, perdonado, le han confiado las llaves del Reino. Pedro no intentará hacer menos que esto… amará, perdonará, como fue amado y perdonado. “En esto conocerán todos los que son discípulos míos: Si se tienen amor los unos a los otros” (Jn 13,35). a) La Batalla Espiritual en la Comunidad de Cristo: Al vivir en comunidad, el discípulo está llamado a trabajar cuatro áreas importantes: 1) Su relación con Dios. Crecer cada día en su relación con Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. 2) Su relación con los demás. Establecer cada día mejores relaciones fraternas con los que le rodean, fundadas en el amor; de manera especial y prioritaria, con su familia. 3) Su relación consigo mismo. El discípulo necesita acallar sus ruidos personales si desea escuchar a Dios en su interior. A los pies del Maestro, en el silencio, en la interioridad, irá trabajando y resolviendo poco a poco su baja autoestima, sus resentimientos, dudas, conflictos internos, hasta que pueda encontrar la paz, la quietud de su alma, su dignidad y el sentido de su vida en Dios. 4) Su relación con las cosas. Necesita aprender a relacionarse con las cosas con libertad, para que su felicidad no dependa de logros, estados emocionales u objetos limitados, sino de Dios Todopoderoso y Eterno. Estas relaciones, de manera especial las relaciones interpersonales, están repletas de pequeñas y grandes batallas espirituales que son peleadas de manera equivocada, ya que mezclan viejas heridas, prejuicios, temperamentos, malos entendidos, baja autoestima, falta de humildad y sobre todo: falta de caridad a Jesús que habita en el hermano. Es muy importante comprender que cada vez que algo en las relaciones interpersonales nos lastima, cada vez que alguna situación nos hacer enfurecer, nos “saca de nuestras casillas”, o simplemente nos causa molestia, es un indicador que nos muestra que hay algo que sanar en nuestra relación con nosotros mismos. En ese momento es bueno recurrir a los pies del Maestro, para que como Pedro, seamos sanados por su reiterado e incondicional amor. Habrá ocasiones en que sabremos bien cuál es la herida y cuándo fue producida. En ese caso podemos pedir a Jesús que nos sane, a fin de que deje de afectar nuestras relaciones interpersonales. Pero otras veces, nuestras explosiones de carácter o molestias injustificadas, serán fruto de viejas heridas ocultas. También en este caso, RCCES, México

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podremos pedir a Jesús la luz que nos ayude a comprender la naturaleza de nuestras reacciones incontroladas, y pedirle además que nos sane. Para comprender un poco más cómo se debe enfrentar la batalla espiritual, podemos desglosar los tres principales errores que se comenten mientras se sostiene la lucha: 1) Se equivoca el enemigo: Si yo experimento una relación fracturada con algún hermano, mi reflexión debe llevarme a comprender que el problema no es el otro hermano, pues mi batalla no es contra sangre y carne, sino contra satanás (cf. Ef. 6,12). 2) Se equivoca el terreno: Si quiero arreglar el problema no será tratando de entrar en la cabeza o el corazón del hermano para cambiarlo. El terreno de batalla no está en el otro, sino en mí mismo. Soy yo el que deberé trabajar mi cambio, mi tolerancia, incluso mi estrategia. 3) Se equivocan las armas: No arreglaré el problema refutando, justificando, golpeando, dando alaridos, cometiendo indiscreciones…Las armas son la oración, la devoción, la intercesión… el amor. A los pies de Jesús, podremos luchar la batalla espiritual e iniciar este proceso: primero dejaremos que Jesús sane nuestras heridas, y posteriormente, el Señor nos ayudará a sanar también nuestras relaciones interpersonales dañadas. b) La mirada sanadora de Dios: Cuando vivimos en comunidad lejos de Cristo, aprendimos a medir nuestra propia dignidad de acuerdo a los esquemas del mundo. Malentendimos que somos dignos por lo que hacemos, tenemos, logramos…Todo esto fue construyendo la visión de nuestra persona, y nos dió un sentido de la dignidad que tenemos a nuestros propios ojos. Pero también construimos la visión de nosotros mismos a través de la mirada de los demás. De alguna manera inconsciente pensamos: “Yo” soy quien los demás ven. Así que, si los demás ven en mí alguien admirable, la visión de mi persona es positiva. De manera contraria, si los demás parecen verme con mirada reprobatoria, el valor de mi persona decrece ante la negativa visión que tienen de mí las demás personas. Éste es el riesgo que enfrentamos al vivir en una comunidad regida por el sistema del mundo: La definición y dignidad de mi persona se establece en mis logros y posesiones personales, y en lo que piensan los demás de mí mismo. Pero en el sistema de una comunidad acorde al Plan de Cristo, nuestra dignidad no se fundamenta en nuestros logros o posesiones, ni en cómo nos miran los demás; sino en cómo RCCES, México

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nos mira Dios Padre, Dios Hijo. Dios nos mira con un amor infinito, un amor sanador. Dejarnos ver por Jesús, darnos “baños” de su mirada estando a sus pies, es la mejor manera de transformar nuestra visión de nosotros mismos. Es la mejor manera de sanar nuestra dignidad lastimada, de elevar nuestra autoestima herida. Así mismo, la verdadera definición de nuestra persona, nuestra identidad real es que “somos hijos de Dios”. El simple hecho de ser Hijo de Dios nos dignifica y nos da una identidad que deja sin sentido cualquier otra que pudiera proporcionarnos el mundo.  

“…dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo” (Isa 43,4). “Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos.” (1Jn 3,1).

c) Mirar al hermano con amor: Quien se ha dejado dignificar y sanar por la , puede aprender a al hermano con amor. Cuando alguien experimenta en carne propia la en su vida, puede advertir que Jesús dirige la misma mirada a cada hermano. De la misma manera que puede comprender la dignidad que él mismo tiene como hijo de Dios, puede comprender la dignidad que tiene el hermano, por el simple hecho de ser también hijo de Dios. 1) En su pasado: Dejarnos nos enseña a mirar a los demás como Cristo nos ve. Aprendemos a al hermano en la complejidad de toda su realidad e historia. No vemos a la persona en un solo plano presente, como quien ve a alguien, juzga la primera imagen y etiqueta diciendo: ladrón, mujer de la calle, conflictivo, lujurioso… Si no que –a imagen de Cristobuscamos ver en la profundidad de su historia, los eventos dolorosos que le llevaron a la homosexualidad, lujuria, violencia, alcoholismo, adulterio… Recuerdo que en una comunidad carismática católica de nuestro país, denominada “Courage”, donde se recibía de manera especial a hermanos con síndrome AMS (Atracción al Mismo Sexo) , en un retiro para servidores de este grupo, se cuestionó cómo se habría de recibir en asamblea de oración a un hermano que llegara con vestido de mujer, aretes y maquillaje. La respuesta fue radical e inmediata. No se le dirá nada sobre su vestimenta, se le dará una cálida bienvenida y acogida en la comunidad. Al terminar la asamblea se le invitará a volver y se le preguntará si desea que se ore de manera especial por él o cualquier miembro de su familia, con el único interés de que reciba el Amor de Dios en la oración. Esto sólo es posible cuando al hermano en toda su dimensión y necesidad, y somos capaces de lo que él más necesita: el amor sanador de Jesús. El reiterado e incondicional amor de la comunidad, la acogida continua de los hermanos, le dará a él la confianza para regresar una y otra vez a la RCCES, México

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comunidad, y de esta forma ayudarán al hermano a que abra su puerta a Jesús, para que se permita la sanación de sus dolencias espirituales y físicas, en cada reunión que asista. Siempre debemos tener presente que quien sana es Jesús. Orar por el hermano, acogerlo, llevarlo a Jesús, es tomar el lugar de los 4 amigos del paralítico que sanó Cristo (cf.Mc 2,3). La tarea es simple: Llevar al enfermo a Cristo. 2) Y al presente, en su proyección futura: como le , es también ver en él, no su etiqueta de: colérico, déspota, o tímido hermano incapaz de […]; sino ver al hermano que será transformado por Cristo; que ahora no es capaz de predicar, o cantar, coordinar, perdonar…pero que será capaz, y será libre de los yugos que hoy le someten. Esto nos lleva aún más allá; nos lleva a en todos los hombres, el proyecto de Dios, aún cuando no han vivido su encuentro con Jesús, y nos urge a orar para que todos y cada uno, pueda experimentar ya esta vivencia. No podemos seguir perdiendo tiempo. Es urgente que cada alma amada por Dios, inicie su itinerario de discipulado de la mano de Jesús, hacia el Padre, con la fuerza del Espíritu Santo. Y esto será posible por el amor que recibimos de Dios y que se establece en nuestras comunidades: El amor de Dios es capaz por sí mismo de abrir todas las puertas. Dice el Cardenal Oscar Rodríguez Madariaga en su ponencia : “Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, nuestra programación pastoral se inspirará en el que Él nos dio: ” (Jn 13,34). San Juan de la Cruz nos dice: “En el atardecer de nuestra vida seremos juzgados en el amor”. Nada más importará… sólo el amor. No importará que hayamos organizado un gran retiro muy ungido, si no hubo para nuestros hermanos compañeros de servicio, amor auténtico, incondicional; si dejamos nuestro hogar con algún sabor amargo, con un vacio de amor “por llegar temprano al templo” (cf. Lc 10, 25-37). Finalmente, no se nos juzgará por nuestras grandes obras…seremos juzgados en el amor.

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7.- Koinonía “Otro aspecto importante de tener en cuenta, es la comunión (Koinonía), que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón eterno del Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de todos nosotros (cf. Hch 4,32). Realizando esta comunión de amor, la Iglesia se manifiesta como , o sea, .” (Carta Apostólica Novo Millenio Inuente, Juan Pablo II). La Iglesia con toda su enorme estructura, su historia, tradición, hermosos edificios y numerosas personas… no es nada, si en ella no se vive el amor. San Pablo nos recuerda que aunque habláramos las lenguas de los hombres y de los ángeles, y tuviéramos una fe que , si faltamos a la caridad, seríamos como las campanas que resuenan pero están huecas, frías y muy altas para ser abrazadas (cf. 1Co 13,2). Santa Teresa de Lisieux también nos habla de esto. Ella, precisamente como experta en la scientia amoris dijo: “Comprendí que la Iglesia tenía un corazón y que este corazón ardía de amor. Entendí que sólo el amor movía a los miembros de la Iglesia […]. Entendí que el amor comprendía todas las vocaciones, que el Amor era todo”. Muchos hermanos podrán ser atraídos a nuestro movimiento, atraídos al Encuentro con Jesús, cuando puedan exclamar por nuestro testimonio comunitario: “¡Miren como se aman!” (Juan 13, 34-35).

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Tema 3: “Proceso de formación del discípulo” Objetivo: Comprender que al configurarse con Cristo, el discípulo iniciará un proceso de formación y conformación continuo, que le permitirá abrirse cada vez más al amor a Dios y a los hombres, por la gracia y el amor transformante de Cristo.

1.- Aspectos del Proceso de Formación En el Documento de Aparecida (276), encontramos cinco aspectos que es importante reflexionar al disponernos al proceso de formación como discípulos de Jesucristo. Estos aspectos aparecen antes o después en el camino a Cristo; es decir, no son necesariamente consecutivos, pero se compenetran y se alimentan entre sí: a) El encuentro con Jesucristo: Aunque es el Señor quien llama y nos dice: “Sígueme” (cf. Mt 9,9), los que serán sus discípulos ya le están buscando (cf. Jn 1,38). El discípulo está llamado a renovar continuamente su Encuentro con el Maestro. De hecho, el Encuentro que experimentó en su retiro de iniciación, (kerigma), no fue sólo una vivencia de la etapa inicial, sino que “será el hilo conductor de un proceso que culmina en la madurez del discípulo de Cristo” (DA). La fe del discípulo crecerá en la medida que su Encuentro sea más profundo, y se renovará en la medida en que su Encuentro sea renovado. b) La conversión: “Es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la Cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el Bautismo y en el sacramento de la reconciliación, se actualiza para nosotros la redención de Cristo” (DA). c) El discipulado: “La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús Maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Para este paso, es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental, que fortalecen la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que les desafía” (DA). d) La comunión: “No puede haber vida cristiana sino en comunidad (familia, parroquia, grupo de oración, movimiento) […]. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la vida fraterna solidaria. También es acompañado y estimulado por la comunidad y sus pastores para madurar en la vida del Espíritu” (DA). RCCES, México

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La misión: “El discípulo, a medida que conoce y ama al Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados; en una palabra, a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe entenderse como una etapa posterior a la formación, aunque se la realice de diversas maneras de acuerdo a la propia vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre la persona” (DA).

2.- Cuatro Dimensiones que integran al discípulo Nuestros obispos de América, nos hablan también en el Documento de Aparecida, de las dimensiones que deben ser tomadas en cuenta en la formación del discípulo (DA 280). Estas son: a) Dimensión humana y comunitaria: En esta dimensión, la formación contempla acompañar al discípulo a asumir su propia historia y sanarla, con el fin de que cada hermano pueda alcanzar la paz, equilibrio, fortaleza y libertad interior que busca. Esto permitirá que viva relaciones humanas sanas que enriquezcan la vida comunitaria. b) Dimensión Espiritual: Esta dimensión nos llama a formar discípulos que vivan la “vida en el Espíritu”. Que aprendan a escuchar las mociones del Espíritu Santo en su vida, y se dejen guiar por Él. Que los carismas sean para ellos regalos de Dios que ayuden a arraigar y acrecentar la fe y que sean dispuestos al servicio común. c) Dimensión Intelectual: “El encuentro con Cristo, Palabra hecha Carne, potencia el dinamismo de la razón que busca el significado de la realidad y se abre al Misterio. Se expresa en una reflexión seria, puesta constantemente al día a través del estudio que abre la inteligencia, con la luz de la fe, a la verdad. También capacita para el discernimiento, el juicio crítico y el diálogo sobre la realidad y la cultura. Asegura de una manera especial el conocimiento bíblico teológico y de las ciencias humanas para adquirir la necesaria competencia ” (DA). Por esta razón, la RCCES anima constantemente a los hermanos a formarse en los crecimientos, los talleres de la Escuela Nacional, retiros de formación y catequesis proporcionados en la comunidad, así como a la lectura y reflexión de libros catequéticos y documentos eclesiales. d) Dimensión Pastoral: “Un auténtico camino cristiano llena de alegría y esperanza el corazón y mueve al creyente a anunciar a Cristo de manera constante en su vida y en su ambiente. Proyecta hacia la misión de formar discípulos misioneros al servicio del mundo. Habilita para proponer proyectos y estilos de vida cristiana atrayentes, con intervenciones orgánicas y de colaboración fraterna con todos los miembros de la comunidad. Contribuye a integrar evangelización y RCCES, México

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pedagogía, comunicando vida y ofreciendo itinerarios pastorales acordes con la madurez cristiana, la edad y otras condiciones propias de las personas o de los grupos. Incentiva la responsabilidad de los laicos en el mundo para construir el Reino de Dios. Despierta una inquietud constante por los alejados y por los que ignoran al Señor en sus vidas” (DA).

3.- El discípulo es llamado a la santidad El llamado que recibimos a ser discípulos de Jesús, representa un “parte aguas” en nuestra vida. Al momento de escuchar el llamado y responder afirmativamente a la invitación de seguir a Jesús, dividiremos nuestra vida en un a.C. y un d.C. (antes y después de Cristo). Podremos decir: ; incluso podremos decir: . Ya que basta que uno se convierta para que toda la familia se salve. Jesús dijo a Zaqueo: “«Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham” (Lc. 19,9) Al llegar la salvación a nuestra vida, llegará a toda nuestra casa. Esta transformación es posible cuando realmente permitimos que Jesús nos moldee entre sus manos; cuando nuestro “sí”- nuestra total disposición a ser tomados por su amor- unido a su gracia, nos permite configurarnos con Él. Este es nuestro llamado a ser santos: Jesús es el Camino que andaremos, la Verdad que seguiremos, la Vida que viviremos (cf. Jn 4,6). a) Adherirse al Maestro: En la antigüedad, los maestros invitaban a los alumnos a vincularse con algo trascendente. Por su parte, los maestros de la ley proponían a los alumnos adherirse a la ley de Moisés. Jesús nos invita a encontrarnos con Él y a vincularnos estrechamente con Él; ya que Él es la fuente de la vida (cf. Jn 15, 5-15) y sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68). Cuando los discípulos comenzaron a seguir a Jesús y a compartir todo con Él, pudieron darse cuanta de que –a diferencia de los discípulos de otros maestrosellos no eligieron al maestro, sino que el Maestro los eligió a ellos; también pudieron advertir que ellos no fueron convocados para algo… sino para alguien. De la misma manera, nosotros no estamos siendo convocados para prepararnos como servidores, predicadores, formadores o líderes de la Iglesia. Nosotros estamos siendo convocados para adherirnos a Cristo. El verdadero Plan de Dios para nosotros, si nos adherimos con fuerza, nos será revelado por añadidura.

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Jesús no nos quiere adheridos a Él como siervos. El está buscando (cf. Jn 8, 33-36), porque “el siervo no conoce lo que hace su Señor” (Jn 15,15). Un siervo, un sirviente no tendrá entrada a la casa del amo. Permanecerá aparte de su espacio y de su vida. Pero Jesucristo desea vincularse con cada uno de nosotros como , como . Jesús pide a sus amigos que se unan con él íntimamente, como el sarmiento a la vid; y pide además obediencia a la Palabra del Padre, para producir en abundancia frutos de amor. “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos” (Jn 15,5-8). Quien no permanece en Cristo, no da fruto; es como el sarmiento seco que se arroja al fuego. Pero Dios quiere que produzcamos mucho fruto, por eso nos reitera que permanezcamos adheridos a Él como el sarmiento a la Vid. Y no sólo eso, nos dice que si sus Palabras permanecen en nosotros, podremos pedir lo que queramos y Él nos lo concederá. Pues quien busca que la Palabra de Dios permanezca en él, entiende lo que Dios quiere, y puede pedir que esta Voluntad se cumpla en la tierra, sin vacilar, con fe, con decisión, con certeza de que Dios es poderoso y misericordioso. b) A los pies del Maestro: Es imposible adherirse al Maestro si no estamos a sus pies. La única manera de conocer a alguien, es estar con Él. Sólo conviviendo con alguien podemos conocer sus gustos, motivaciones, forma de pensar, de trabajar. Reflexiona en la persona que ha sido más cercana a ti en los últimos años. Tú puedes identificar su firma, su letra; sabes cómo reaccionará ante diversas circunstancias. Esto es RCCES, México

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porque has dedicado tiempo para estar con esa persona. De la misma manera, Jesús desea que pasemos tiempo con Él, que estemos a sus pies. El lugar del discípulo es a los pies del Maestro, como María (cf. Lc 10, 38-42), quien “eligió la mejor parte, la más importante”… estar a los pies de su Maestro. Quien no está a los pies del Maestro, no podrá saber qué es lo que el Maestro desea, o cómo desea que se haga. Sus proyectos -aún los proyectos de evangelización- no serán de Cristo, sino de él o de ella. Las intenciones podrían ser torcidas, impuras. Podrán hacerse grandes obras de caridad, portentosos eventos, conciertos, cursos… pero si los discípulos que participan en la obra, o en la planeación de la obra, no han estado a los pies de su Maestro, no tendrán la menor idea de lo que su Maestro desea, o si lo desea. Y la obra se llevará a cabo más por rivalidades, por deseos de figurar, por cumplir agendas o requisitos, que por haber escuchado la voz del Maestro. A los pies del Maestro, el discípulo le va conociendo, y aprende a escucharle. Un bebé que no sabe hablar, ve a su mamá, siente su abrazo y comprende que es amado, aun cuando no entiende el significado de las palabras cariñosas que su mamá pronuncia. Poco a poco, el contacto diario y la atención que dedica el bebé a cada sonido y gesto de la madre, le ayudan a aprender el significado de las palabras y los gestos. Mes tras mes, el bebé crece, se convierte en niño y va siendo capaz de pronunciar o entender frases más largas y complejas. De la misma manera, el discípulo que pasa tiempo con su Maestro, aprende su manera de hablar, poco a poco entiende más y más lo que su Maestro quiere decirle, y será absolutamente posible para él, hacer la perfecta Voluntad de su Maestro; le será también posible, caminar hacia la santidad. c) Revestirse y oler a Cristo: San Pablo nos habla de la necesidad de “revestirnos de Jesucristo” (cf. Rom 13,14). Dejar atrás nuestra propia vestidura para adoptar la suya. En la antigüedad, cuando no había televisor, o cine, el teatro era una popular forma de entretenimiento. Seguramente Pablo, al hablar de “revestirse de Jesucristo” recordaba a los actores, que para participar en el teatro se revestían del personaje que representaban. Los actores se revestían del personaje y adoptaban sus modales, gestos, actitudes, sentimientos. Revestirse es entendido también como tomar la identidad o pertenencia de algún país o región. Nosotros podemos revestirnos con un zarape colorido y un sombrero de paja, y seremos reconocidos como mexicanos en cualquier parte del mundo. El discípulo que se reviste de Cristo, es reconocido en cualquier parte el mundo como cristiano. RCCES, México

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Pablo también nos habla del buen olor de los discípulos de Jesús: “…pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden” (2Co 2,15). No sólo los que están cerca de Dios reconocen el olor del discípulo de Jesús. También los que están perdidos, lejos del camino de Cristo, reconocen este olor que es diferente a cualquier olor del mundo, pues es un olor suave, agradable, bueno. Para quien se mueve más en los caminos del sistema del mundo, convivir con alguien que tiene el “buen olor” de Cristo, le descansa, porque no encuentra competencia o rivalidad, porque es escuchado, acogido sin que se espere de él algo a cambio.

“Evidentemente ustedes son una carta que Cristo escribió por intermedio nuestro, no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente, no en tablas de piedra, sino de carne, es decir, en los corazones” (2Cor 3, 3).

4.- A la manera de Jesús Es necesario que todos los miembros de nuestras comunidades tomen consciencia de la necesidad de formarse como discípulos. Jesús formó a sus discípulos de manera personal, y nos legó su metodología (cf. DA 276), la cual consistía en:  

“Vengan y vean” (Jn 1,39) “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6)

Estar con Él, seguirle, compartir con él, es la mejor manera de aprender de Él. Seguir sus pasos, tomar su Camino, hacer nuestra su Verdad, su visión de las cosas, nos llevará a ser partícipes de su Vida eterna. RCCES, México

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Éste es el método simple y práctico de Jesús. Al estar con Él podemos desarrollar cualidades que tal vez antes fueron ajenas o limitadas en nosotros. La gracia de Cristo nos va revistiendo cuando permanecemos a sus pies. Algunas de las cualidades que podremos desarrollar estando con Él, son: a) Humildad: Estar verdaderamente conscientes de la majestad y la grandeza de Dios, cuando estamos a sus pies, rendidos, en adoración, nos lleva automáticamente a advertir nuestra pequeñez, nuestra nada, nuestro pecado. Nos lleva a comprender que realmente no somos merecedores de nada, y que todo es gracia; que somos incapaces de lograr nada por nosotros mismos, y que todo es por su voluntad. Esta verdadera consciencia nos impide vanagloriarnos o encontrar otra dignidad que no sea la que Él nos confiere, o algún mérito que no le pertenezca. Este sentimiento de profunda humildad lo experimentó y compartió San Pablo a los filipenses (cf. Fil 3. 7-10). b) Obediencia: A los pies del maestro, el discípulo aprende a en la obediencia y a morir a sus recursos para confiar en Dios. Es decir, aunque la orden parezca equivocada, él renuncia a su punto de vista y, en fe y en oración acepta la indicación de su superior. Aprende como San Agustín que “el que obedece no se equivoca”. El Obispo de Hipona escribió: “el que obedece cumple siempre la voluntad de Dios, no porque la orden de la autoridad sea siempre conforme con la voluntad de Dios, sino porque es voluntad de Dios que se obedezca a quien preside”. Al configurarnos con Jesús, nuestro Maestro, aprendemos a hacer lo que Él hacía: “Cristo: […] se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,8). c) Amor incondicional: El discípulo aprende de su Maestro a amar a los hermanos sin condiciones, tal como él mismo es amado por Jesús. El mundo nos ha enseñado a condicionar nuestro amor. No amamos a cualquiera, no perdonamos cualquier ofensa. Pero al estar a los pies del Maestro, al convivir con Él, aprendemos a amar sin condiciones. Posiblemente una primera vista de lo que puede ser en nuestra realidad el amar sin condiciones, pueda hacernos pensar que es injusto. Podemos sentir que es injusto amar a quien nos lastima, a quien nos ha producido un gran daño. Pensamos ¿de qué servirá? si aún cuando le dé amor a quien me lastima, no será capaz de valorarlo, agradecerlo, entenderlo o retribuirlo jamás. En una situación así, la justicia del mundo tendrá la balanza totalmente a nuestro favor. Pero la justicia de Dios la equilibrará totalmente, ya que nos dirá: “ama sin esperar nada a cambio, que yo te daré a ti el ciento por uno” (cf. Mc 10, 28-31 y Lc 6,38). Y lo mejor de todo es que Dios mismo te dará la gracia, la capacidad de amar sin condiciones, porque te hace justicia. Te hace justicia porque Él te ama por quien no te ama, y te ama muchísimo más que eso. Aquel que ama sin esperar ser amado, jamás le faltará el amor. Dios rellenará siempre su copa hasta los bordes (cf. Sal 23,5), aún frente a sus adversarios. d) Personalización: Conviviendo con Cristo, el discípulo aprende a tratar al hermano, dándole toda la atención personal, tomando en cuenta que es un ser RCCES, México

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único, irrepetible, con una dignidad propia. Se trata de dedicar el espacio y el tiempo a cada persona. No pocos se han referido a su Santidad Juan Pablo II, como un hombre que era capaz de hacerles sentir cuando les trataba, como si fueran las únicas personas sobre la tierra, brindándoles una atención totalmente personalizada, dispuesta y entregada. Juan Pablo II escribió en su primera encíclica: “se trata, por lo tanto, del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión. No se trata del hombre abstracto, sino real; del hombre concreto, histórico. Se trata de cada hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo para siempre, por medio de este misterio (…) El objeto de esta solicitud es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza de Dios mismo” (Redemptor hominis ;13). e) Escucha: El discípulo aprende a escuchar como su Maestro, no sólo las palabras que se pronuncian, sino a escuchar más allá de esto: los gestos, las actitudes, los sentimientos, los temores del hermano. Escuchar con el corazón y sin hablar; mantener la boca cerrada para permitir que el hermano se sienta atendido, escuchado, incluso para que el hermano escuche lo que él mismo dice mientras habla sin ser interrumpido. Escucharle con caridad es en sí misma, una forma de amarle y sanarle.

Esto es sólo un poco de lo mucho que se aprende a los pies del Maestro. Jamás terminaríamos de enlistar todo lo que podemos aprender a su lado, cuando buscamos realmente hacer las cosas a su manera. De hecho, la mejor parte es que el mismo discípulo pueda ir aprendiendo poco a poco y con el trato diario con su Maestro a vivir en todo, de acuerdo al plan de Dios.

5.- Jesús se convierte en centro de la vida del discípulo Para un discípulo que vive a los pies de Cristo, es imposible considerar cualquier forma de resolver un problema que no sea a la manera de su Maestro. Al ser Cristo el centro de su vida, al entregar totalmente el timón de su barca, vive una gran libertad y una paz indescriptible (cf. Jn 14,27). ] Un discípulo que asegura con certeza “JESÚS ES MI SEÑOR”: a) No se preocupará de lo que vendrá después: Sabe que su proyecto de vida está en el mejor lugar resguardado: en el corazón de Jesús. Así que no importará lo que venga después. Él simplemente se ocupa de vivir su RCCES, México

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presente en el amor de Cristo. No se preocupa por los tiempos. Sabe que el tiempo del Señor no es como su tiempo. Por ejemplo, no importará cuándo llegue el plan de conversión y salvación para su padre adúltero, o su hermano drogadicto. El espera en Dios “más que el centinela a la aurora” (Sal 130,6). Se limita en paz a hacer la tarea que le encargó su Maestro: orar, interceder, perdonar, amar. A los ojos del mundo, ésta podrá verse como una actitud pasiva. Pero quien conoce al Maestro, sabe que la manera de Dios, es el mejor método, el más activo, constante y efectivo. b) No se preocupará por lo que puede perder, o que le sea arrebatado, así sean cosas materiales, puestos, trabajos, salud, seres queridos (cf. Job 1,21). El discípulo aprende que el Maestro le ama profundamente y que no desea mal alguno para su amado, y entiende que en estas circunstancias es importante tener presentes cuatro realidades: 1.

Dios en su profundo amor, jamás enviaría algún mal, enfermedad, tragedia a nuestra vida; pero es bueno recordar que parte de este profundo amor es el que nos concedió nuestro Padre del Cielo. En esta libertad no sólo vivimos las consecuencias de nuestro pecado, sino las consecuencias del pecado social. Lo malo, nos puede alcanzar y no porque Dios lo haya enviado, sino porque ha permitido esta libertad. 2. Dios tiene enorme poder (y este poder es su perfecto amor) para sacar algo bueno de las pérdidas, de las tragedias o experiencias dolorosas que vivimos. De un “renglón torcido”, Dios siempre sacará algo maravilloso. Además, Dios también tiene poder para restituir lo perdido, si ésta es su voluntad. Puede hacerlo, por su amor y misericordia, no por nuestros méritos. 3. En ocasiones Dios sí permitirá que vivamos algún desierto, alguna pérdida, porque desea hacernos crecer. Si un talento, “hobby”, tradición o pertenencia nos está alejando de Él, Jesús buscará la manera de hacernos entender que estamos perdiendo la pista de su camino (cf. Sof 3,11), retirando de nosotros eso que acapara nuestra atención, y nos impide voltear a Cristo. 4. Dios nos llama a la esperanza. Sin esperanza no hay lucha. El hombre que pierde la esperanza en Dios, se acomoda en un presente que le disgusta pero que acepta. Acepta su pecado y las consecuencias del mismo, acepta las pérdidas porque piensa que . De esta forma, el desesperanzado deja de luchar y se convierte en presa fácil del enemigo, que podrá hacer con él lo que quiera (a fin de cuentas, no luchará para escapar de sus cadenas). Por su parte, el discípulo que , no acepta vivir encadenado a su pecado ni a las consecuencias de su pecado, así que su esperanza le lleva a actuar con fe. El discípulo lleno de esperanza, lucha, camina sobre el mar, pide, porque confía que Dios le dará su libertad.

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c) No se preocupará por perder su buena fama: El discípulo que ha hecho a Cristo el centro de su vida, no se preocupará de perder su “buena fama” por causa de alguna calumnia. Él sabe que tarde o temprano será víctima de algo así, pues fue una promesa de su Maestro: “Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna” (Mar 10, 29-30). El discípulo que ha hecho a Cristo el centro de su vida, sabrá que la verdad sobre sí mismo y la dignidad que le reviste, no sufrirán daño alguno por una fama destruida pues finalmente, quien le hace justo es Dios y no los hombres; lo que define su persona es la mirada de Dios y no la de los hombres. Y finalmente, Jesús le recuerda que “no hay mérito en soportar el castigo de las propias faltas. En cambio, si pueden soportar que los traten mal cuando hacen el bien, ésa es una gracia de Dios” (1Pe 2, 20-23). El discípulo de Cristo, después de vencer la difícil prueba de la calumnia, podrá orar con el salmista: “Mi corazón se ha vuelto una ciudad fuerte” (Sal 31, 19-22). d) Entregará a Cristo todo su pasado: No continuará rumiando las tragedias de su infancia o juventud. Entenderá que para Dios eterno, todo tiempo es presente. Sabe que Dios puede actuar con el mismo poder en su pasado, presente y futuro, así que entregará toda su vivencia al Señor, permitiéndole que la transforme en una herramienta para su vida como discípulo y misionero. Ha escuchado la voz de Jesús que le dice con profundo amor: “Yo hago nuevas todas las cosas”(Ap 21,5). Y sabe que sólo Dios es capaz de tomar su tragedia vivida para darle un nuevo y poderoso sentido que podrá ser usado por él como herramienta, para llevar el Reino de Dios a más hermanos. e) Entregará a Cristo su presente: No seguirá protestando por lo que vive en el presente. Amará el Plan que Dios tiene para Él precisamente con lo que está viviendo, en la confianza de que Dios podrá hacer con eso algo maravilloso. No se sentará a esperar a que “las cosas mejoren” para entonces empezar su discipulado. Tal vez dar el “Sí” definitivo al Maestro no cambiará en ese instante su presente, pero sí cambiará radicalmente la visión de su vida y de sus circunstancias. f) Entregará a Cristo su futuro: No se desgastará afanándose por los días que vendrán o que tal vez no llegarán (cf. Mt 6,34). El discípulo que hace al Señor centro de su vida, entiende que Dios le irá revelando un plan especial para él, en . El verdadero discípulo no diseñará su proyecto de vida él mismo, sino que esperará a que el Señor le muestre su voluntad. Muchos hermanos deseosos de participar en el servicio de Cristo, pierden la paciencia ante el aparente silencio de Dios y se aprontan a tomar las riendas de su vida para forzar una misión. Se promocionan, publicitan sus servicios, esperando la primera oportunidad para servirle a Dios. Esto no es una mala acción; sin embargo, son obras forzadas. Dios se vale aún de esto para alcanzar a sus amados; no obstante, como son proyectos del hombre, no diseñados por Dios, no producen el mismo fruto. Lo mejor es orar, esperar, abrir los oídos del RCCES, México

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corazón. El discípulo sabe que será llamado a servir, que será enviado a una misión que está presente ya en el corazón de Dios.

Tema 4: “El Alimento del discípulo” Objetivo: Comprender que el discípulo que no se alimenta, se debilita cada día un poco más, hasta morir de hambre; mientras que el discípulo que se alimenta cada día, crece en sabiduría y gracia a los ojos de Jesucristo y de los hombres, para gloria de Dios Padre.

1.- La Palabra de Dios “Tu Palabra es una lámpara a mis pies, y una luz en mi camino”; (Sal 119,105). Nosotros no podremos acompañar físicamente a Jesús a todas partes como lo hicieron los primeros discípulos, pero podemos despertar en nosotros la consciencia de que Él nos acompaña en todo momento. Jesús está presente en nuestro corazón, y de manera especial está presente en la Palabra. Juan Pablo II llamó a la Palabra de Dios “Primera fuente de toda espiritualidad”. Día a día podemos aproximarnos a la Palabra de Dios con una renovada escucha. Podemos tener la seguridad de que lo que nos dijo un versículo un día, podrá ser diverso o de mayor profundidad después. “La Palabra de Dios está viva y nos interpela, orienta y modela la existencia” (NMI). Nuestra fe madura en la medida que dejamos que la Palabra de Dios modele nuestros pensamientos, actitudes, proyectos. Leer la Palabra acogidos por la presencia del Espíritu Santo, nos proporciona una revelación única. En la presencia de Dios Espíritu Santo, podemos escuchar verdaderamente la voz de Dios penetrando hasta lo más profundo de nuestros corazones, tocando con su Palabra, de manera exacta y profunda, cada inquietud presente en nuestra vida. “Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hb 4,12). RCCES, México

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Cuando leíamos la Palabra de Dios o la escuchábamos antes de nuestro Encuentro con Dios, difícilmente nos sentíamos interpelados por la misma. Pero ahora que hemos vivido este encuentro, que tenemos la certeza de que Jesús vive y viene a tomar el trono de nuestro corazón, pedimos su Espíritu Santo, para que la Palabra de vida nos traspase, nos interpele, nos revele con poder lo que Dios quiere en nosotros y de nosotros. “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé” (Is 55, 10-11). El discípulo carismático no puede decir que conoce a su Maestro, si no conoce la Escritura. San Jerónimo solía decir: “Quien desconoce la escritura, desconoce a Cristo”. Un discípulo seguidor de Cristo, no podría concebir su vida sin la Palabra de Dios. En cualquier momento de tristeza, incertidumbre, desconsuelo, alegría, dolor, batalla espiritual, necesidad de respuesta, de consejo… encontrará a Dios en la Palabra, esperándole con la certera respuesta a su inquietud; resolviendo el enredo, aclarando, ubicando, consolando, animando, apacentando, otorgándole la herramienta necesaria para alcanzar la victoria en cualquiera que sea su batalla espiritual. Lo único que necesita el discípulo para salir adelante de toda situación difícil, es orar la Palabra de Dios.

2.- La Oración La oración es la respiración del discípulo. ¿Cómo puede ser esto posible? Todo puede ser oración: pensar en Jesús, cantarle, ofrecer las actividades del día, leer algo que nos hable de Cristo, hablar sobre Él, escuchar alguna prédica sobre él, predicar sobre Él, rezar alguna devoción. Todo lo que nos acerque, conecte o lleve a Él, puede ser “respirar la oración”. San Juan Damasceno solía decir: “Oren en todo lugar”. “Respirar la oración” debe llevarnos a la “consciencia constante” de la “Inhabitación de Dios” en nosotros. ¿Cómo podría difamar al hermano, renegar del trabajo, impacientarme con mis hijos, con el prestador de servicios, mentir, cuando a cada momento tengo consciencia de la presencia de Dios en mi RCCES, México

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corazón? Sería tanto o más que robar una manzana frente a un policía, o pasarse un rojo frente a un oficial de tránsito. El discípulo en este sentido no le basta con orar, está llamado a “vivir orando”, a “respirar la oración”. Existen muchos tipos de oración. Ninguno sustituye al otro. De cada uno, el discípulo recibe un beneficio diferente al buscar configurarse con el Maestro. En la Renovación Carismática, el discípulo puede acercarse al Señor a través de diversas formas de oración: a) La Asamblea de Oración: El discípulo carismático entiende que en la Asamblea de Oración el Señor habla a su Pueblo, como cuando Jesús compartía las Bienaventuranzas en la montaña (cf. Mt 5, 1-12). Sabe que en esta reunión de oración el pueblo se une para alabar a Dios, y que “Dios vive en la alabanza de su pueblo” (Sal 22,3). El discípulo entiende que en cada Asamblea se desarrolla una batalla espiritual en la que Dios actúa con poder a través de la alabanza y se manifiesta a su pueblo. Como en la antigüedad, los discípulos se reúnen con frecuencia a orar unidos. “Gracias a la oración comunitaria de los salmos, la conciencia cristiana ha recordado y comprendido que es imposible dirigirse al Padre que está en los cielos sin una auténtica comunión de vida con los hermanos y hermanas que están en la tierra” (S.S. Juan Pablo II. Los salmos en la tradición de la Iglesia) La oración comunitaria nos recuerda que somos parte de un pueblo; nos lleva a vivir la unidad –consecuencia natural de la presencia del Espíritu Santo-, nos hermana y nos urge en comunión a la misión. b) El Grupo de Oración: El grupo de oración se asemeja más al grupo de los 12 discípulos que se retiraban de las multitudes para escucharle, para orar con Él (cf. Mc 3,7). En el grupo de oración existe un nexo más estrecho con el hermano. Vivimos el proceso de formación que realiza Jesús en cada hermano, y nos enriquecemos mutuamente al compartir nuestras experiencias en el camino. En el grupo intercedemos unos por otros y experimentamos de una manera intensa la vida de comunidad, con Jesucristo como centro y vértice de cada encuentro. c) La Oración Personal: Nada podría sustituir la oración personal. Es el momento de intimidad con el Maestro por excelencia, el momento del encuentro con su amor. Pretender llamar oración personal a platicar con Dios mientras caminamos a algún destino, equivaldría a comparar una llamada telefónica del amado, con un apasionado beso. Es bueno platicar con Dios a cada momento… es , pero no suple la intimidad que se alcanza en ese momento especial que RCCES, México

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dedicamos en un lugar adecuado para rendirnos a los pies del Maestro. “Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto”; (Mateo 6,6). Es precisamente en la Oración Personal donde el discípulo permite con mayor consciencia que el Maestro moldee su corazón, pues la oración personal nos lleva a la rendición, a la disposición total; a la entrega total de todo mi barro en las manos del Alfarero. Orar es abrirse sin reservas, exponer desnuda el alma y el espíritu al Médico Sanador. Es renunciar a manejar el timón de mi vida. Orar es perder el control, para entregarlo al Maestro. Cuando un discípulo deja de lado la oración personal, corre el riesgo de enfriarse; y si es servidor, correrá el riesgo de no dar a Jesús a sus hermanos, sino que se dará a sí mismo. Por un lado, se desgastará y por el otro, no habrá dado el correcto alimento espiritual a sus hermanos, sino un paliativo, quizá equivocado, que también enfriará sus corazones. Solía decir José María Escrivá: “Si se abandona la oración, primero se vive de las reservas espirituales… y después, de la trampa”.

3.- Los Sacramentos y la gracia En su camino a la santidad, el discípulo necesitará llevar una vida sacramental, para poder sostenerse, alimentarse y crecer en el amor a Dios, a cada paso que da. "Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios, pero, como signos, también tienen un fin instructivo. No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por se llaman sacramentos de la fe" (SC 59). Los sacramentos significan y producen gracia. En el Catecismo de la Iglesia Católica encontramos que: “Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina” (CIC No.1131). RCCES, México

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Si la gracia que recibimos por los sacramentos es necesaria en nuestro caminar como discípulos, entonces es necesario que nos adentremos un poco más en lo que esto sigifica. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf. Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf. Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf. 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf. Jn 17, 3). La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como “hijo adoptivo” puede ahora llamar “Padre” a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia”. (CIC 1996-1997). Como discípulos, podemos vivir en el Espíritu a merced de la gracia que el Señor nos dé a través de los sacramentos. Cuando hablamos de gracia, es conveniente saber que existen dos tipos de gracia: 
 A. Gracia Santificante: Es una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. Y ésta la recibimos en el Bautismo y cuando la perdemos por el pecado mortal la recuperamos en el Sacramento de la Confesión. B. Gracia Actual: Son las intervenciones de Dios en nuestras vidas para ayudarnos a la conversión y al crecimiento en santidad. Es decir, son aquellas gracias que Dios derrama en momentos específicos de nuestra vida en los que recibimos una luz nueva sobre la vida de Dios y la vida en Dios, o en un momento de tentación para poderla soportar y vencer, o las gracias que se nos dan en un momento de sufrimiento o prueba que nos ayudan a tener la fortaleza necesaria para soportalo. Estas gracias son auxilios momentáneos de parte de Dios para ayudarnos en nuestro diario vivir. C. La Gracia Habitual, don sobrenatural que permanece en el alma cuando se vive en amistad con Dios, sin cometer ningún pecado grave. Es una disposición permanente para vivir y actuar según la voluntad de Dios.

 D. Gracia Sacramental, gracia propia de cada sacramento.

 E. Gracias Especiales, carismas o dones gratuitos de Dios para el bien común de la Iglesia.

 F. Gracia de Estado, es la fuerza necesaria para cumplir con las responsabilidades propias según el estado de vida de cada quien, su vocación, o el servicio que realiza. Son influjos, en la inteligencia o en la voluntad, por los cuales el hombre percibe lo que debe de hacer o dejar de hacer y se siente atraído para conseguirlo, recibiendo las fuerzas para lograrlo.

 G. Los Carismas son gracias especiales del Espíritu Santo, están ordenados a la gracia santificante y son para el bien común de la Iglesia. La gracia aumenta en la medida que permitimos al Espíritu Santo actuar por la participación en los sacramentos, la oración y la vida virtuosa - todo por los méritos de Cristo-. La gracia nos asemeja a la vida de Cristo: sus virtudes, forma de pensar y actuar. RCCES, México

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Pero cómo actúa la gracia? A ciencia cierta es un misterio, pero podemos recordar que San Pablo nos dice en su carta a los Filipenses: “Porque Dios es el que produce en ustedes el querer y el hacer, conforme a su designio de amor”(Fil 2,13). Una vez más citaremos las palabras de Santa Teresita: “Todo es gracia”. Cuando algún discípulo no puede perdonar, la gracia lo ayudará primero a querer perdonar y después a hacerlo. Dios obra de manera maravillosa en el discípulo que se rinde a sus pies a través de su gracia. Aún cuando nosotros necesitamos fortalecer nuestra voluntad de hacer el bien con ejercicios como el ayuno, esta misma fuerza de nuestra voluntad, el mismo ejercicio, sigue siendo gracia. Sólo Dios puede hacerlo en nosotros. Reflexionando sobre esto, tal vez lleguemos a hacernos esta pregunta: ¿Si es Dios quien vence en nosotros el pecado, por su gracia, entonces para qué necesitamos fortalecer nuestra voluntad? Y la respuesta es: “sí lo necesitamos”. Necesitamos trabajar nuestra voluntad, y sin embargo, ya el hecho de buscar fortalecer nuestra voluntad, y el proceso de lograrlo, es gracia. “Dice el Maestro celestial: Velad y orad, para que no entréis en tentación. Por tanto, orar debe cada uno luchando contra su concupiscencia, para que no caiga en la tentación, es decir, para que ni le atraiga ni seduzca su pasión. No caerá en la tentación si con voluntad buena vence la concupiscencia mala. Mas, con todo, no basta la libre voluntad humana, a menos que la victoria sea por Dios concedida a quien ora para no caer en la tentación. ¿Qué se manifestará más patente que la gracia de Dios cuando se recibe lo que se ha suplicado? Porque si nuestro Salvador dijera: «Vigilad para no caer en la tentación», parecería sólo haber avisado a la voluntad humana; pero al añadir y orad, manifestó que Dios ayuda para no caer en la tentación” (La gracia de San Agustín; No. 9). Dios está con nosotros en cada momento de lucha espiritual. No hay forma de que podamos ganar sin su gracia. La vida en el Espíritu, la vida de Dios, es sólo posible por su gracia. Pero entonces, ¿qué nos toca hacer a nosotros, dónde entra nuestra voluntad? Dios nos dice en su Palabra: “Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella” (Dt 30, 15-16). Dios nos llama a vivir de acuerdo a su plan, a sus preceptos. El pone delante de nosotros lo bueno y lo malo para que elijamos. Aún cuando su gracia nos da la luz para darnos cuenta cual de las dos opciones es mejor, nosotros contamos con el libre albedrío. Podemos elegir lo bueno o lo malo. Nuestra voluntad deberá llevarnos a elegir y caminar siempre el buen camino, en el cual, Dios nos dará su gracia para poder andar.

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“Cuando Dios dice: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, parece que una de estas proposiciones pertenece a nuestra voluntad -que nos volvamos a El-; y la otra, en cambio, corresponde a la gracia -que El se vuelva a nosotros-” . (La gracia de San Agustín; No. 10). Una buena vida sacramental es muy importante para poder llevar una vida de gracia, una vida en el Espíritu. No obstante, el mundo actual y la ceguera que produce, ha hecho que los sacramentos sean devaluados a los ojos de los hombres. De esta forma encontramos hermanos que desean seguir a Jesús, pero viven situaciones que les impiden alcanzar una vida sacramental, como la unión libre, el adulterio, algún vicio oculto o cualquier otra situación de pecado mortal. Todos necesitamos estar conscientes de que la vida de gracia, si bien no está impedida, estará obstruída mientras no tomemos las medidas necesarias, y que la vida del discípulo contempla una radicalidad que nos lleva a cambiar en nuestra vida cualquier cosa que me impida estar con, o recibir en mí, a Cristo Eucaristía. Tal vez, en algunos casos, en un primer momento la persona vea como imposible alcanzar una vida sacramental. Por ejemplo, en los casos en los que un hermano o hermana vivió su Encuentro con Dios después de haber celebrado un matrimonio con una persona divorciada y que está unida con su anterior pareja por el matrimonio sacramental. Tal vez, antes de dar este paso (unirse a alguien anteriormente casado por la Iglesia), el hermano en cuestión no veía como un problema el matrimonio anterior de su pareja, pero al vivir un Encuentro con Jesús resucitado y al ir caminando en la fe, se encuentra con el ferviente deseo de llevar una vida sacramental que ahora le parece imposible y lejana. En el Número 84 de la Carta Apostólica Familiaris Consortio, escrita por Su Santidad Juan Pablo II, encontramos que la plena continencia (en los casos en que la pareja no pueda separarse por atención a los hijos), abrirá el camino al sacramento de la reconciliación y eventualmente, al Sacramento Eucarístico. Esta debe ser una luz de esperanza que nunca deberá apagarse, pues la conversion de los dos, que les lleve a alcanzar esta continencia, podrá ser fruto de la oración hecha con fe. Recordemos que para Dios nada es imposible. De hecho, no son pocas las parejas que han abrazado el Sacramento Eucarístico de esta manera. Los siete sacramentos de la Iglesia son: Bautismo, Confirmación, Matrimonio, Unción de los Enfermos, Orden Sacerdotal, Penitencia y Reconciliación, y Eucaristía. En este curso nos adentraremos un poco más en el Sacramento de Penitencia y Reconciliación, así como en la Eucaristía. a) Penitencia y Reconciliación: En la dinámica de transformación y configuración del discípulo, es imposible dejar de lado el sacramento de la reconciliación, donde el discípulo reconoce su pequeñez, se arrepiente de sus errores y busca el perdón y la gracia para vencer su inclinación al pecado. RCCES, México

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El discípulo que ama al Maestro no buscará el sacramento de la reconciliación solamente “porque ya hace mucho que no se confiesa”, “porque le exhortó el sacerdote”, “porque se lo recordaron los coordinadores”. El discípulo toma esta profunda consciencia de su pecado y vive la urgente necesidad de ser purificado. Todo discípulo es convidado a experimentar el proceso que vivió el profeta Isaías al ser llamado a la presencia del Señor: “Vi al Señor sentado en un trono muy alto; el borde de su manto llenaba el templo. Unos seres como de fuego estaban por encima de él. Cada uno tenía seis alas. Con dos alas se cubrían la cara, con otras dos se cubrían la parte inferior del cuerpo y con las otras dos volaban. Y se decían el uno al otro: "Santo, santo, santo es el Señor todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria." Al resonar esta voz, las puertas del templo temblaron, y el templo mismo se llenó de humo. Y pensé: "¡Ay de mí, voy a morir! He visto con mis ojos al Rey, al Señor todopoderoso; yo, que soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios impuros." En ese momento uno de aquellos seres como de fuego voló hacia mí. Con unas tenazas sostenía una brasa que había tomado de encima del altar, y tocándome con ella la boca, me dijo: "Mira, esta brasa ha tocado tus labios. Tu maldad te ha sido quitada, tus culpas te han sido perdonadas."Entonces oí la voz del Señor, que decía: "¿A quién voy a enviar? ¿Quién será nuestro mensajero? Yo respondí: ‘Aquí estoy yo, envíame a mí. - Y él me dijo: -Anda y dile a este pueblo lo siguiente: 'Por más que escuchen, no entenderán; por más que miren, no comprenderán.'” ( Is 6,1-9) Si pudiéramos resumir el proceso que vive Isaías en este encuentro con Dios, podríamos hablar de: 1) Manifestación de Dios: Isaías se encuentra con la majestad y la pureza de Dios. 2) Reconocimiento de su impureza: Inmediatamente advierte su pequeñez, su pecado. 3) Purificación: Al reconocer su pecado, Dios envía a un Serafín para purificarle. 4) Envío: Una vez purificado, Isaías responde a Dios, quien lo recibe como su servidor y lo envía a su Pueblo. Este proceso lo vive el discípulo una y otra vez. Al estar a los pies del Maestro, el discípulo advierte su pecado e inmediatamente busca la reconciliación. Una vez reconciliado se sentirá listo para servir a Dios, por haber hecho vida en él la gracia del perdón y la reconciliación. El problema muchas veces es la pobre consciencia de pecado que experimentamos. De pronto podríamos decir: “pero… ¿de qué me confieso?”, y dejar la confesión para cada tres meses, para “tener de qué confesarme”. RCCES, México

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Un termómetro que nos urge a la confesión y reconciliación, es el exámen de consciencia. Si no sentimos en nuestro corazón la necesidad de confesarnos, es seguramente porque no hemos hecho un profundo y cotidiano exámen de consciencia. Si cada noche realizáramos este ejercicio al finalizar las actividades del día, seguramente no tardaríamos tanto tiempo en confesarnos. En el exámen de consciencia, el discípulo logra advertir su pecado; en éste es capaz de descubrir el momento en que lastimó al propio Jesús en su hermano, al omitir el bien a favor del prójimo, al no amar a Dios sobre todas las cosas. En ocasiones el discípulo recurrirá a la confesión repetidas veces por el mismo pecado, y sufrirá por ello. Pero aún en esa repetición existe un proceso, hasta que el discípulo finalmente, por la gracia de Dios, vence el pecado. b) La Eucaristía: “Encontradlo, queridísimos, y contempladlo de modo especial en la Eucaristía, celebrada y adorada cada día, como fuente y culmen de la existencia y de la acción apostólica” (Juan Pablo II). Es en la Eucaristía donde puede llevarse a cabo en plenitud la intimidad con Cristo, la identificación con Él, la total conformación a Él. En la Eucaristía, nos ofrecemos y somos ofrecidos a Dios. La Eucaristía nos abre a la unidad con todos los hermanos y nos lleva a la reconciliación fraterna (cf. Mt 5,23). Jesús Eucaristía se hace alimento para nosotros. “El Eterno se hace presente, el Invisible se hace visible” (Benedicto XVI). Cuán grande tiene que ser el amor de Dios, que deja a un lado toda su majestad, poder, eternidad, para transformarse por amor en un pedazo de pan. Por esta gracia, le podemos ver, lo podemos tocar; pero esto no significa que pierda su majestad, ni su amor, ni su poder. En lo que se presenta a nuestros ojos como un humilde pan, esta toda la gloriosa majestad y poder de transformación del discípulo de Dios. Estar a los pies de Jesús Eucaristía, es estar a los pies de Jesús en la Cruz; es vivir el milagro de la redención que se hace eterno, al poder estar presente, frente a nosotros, más de dos mil años después. ¿Qué más prueba de amor podríamos pedir? ….Y todavía podemos recibirlo, comerlo, alimentarnos física y espiritualmente en un encuentro que jamás podría describirse. Mientras permanecemos a los pies de Jesús Eucaristía en adoración, suceden maravillas invisibles a nuestros ojos, simplemente porque Dios está presente. Nosotros tal vez no escuchemos o sintamos algo, pero independientemente de esto, allí está Dios con toda su gloria, actuando en nosotros como la gota de agua que cayendo de manera constante y continua, realiza maravillas en la piedra.

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Recibir a Jesús, no podría compararse con nada. Es una bendición indescriptible que nos comunica vida, pues es la vida misma de Cristo, hecho pan. “Es la fuente de donde brota toda la vida de la Iglesia, porque no sólo se nos comunica la gracia –como en todos los sacramentos- sino porque se nos comunica al Autor de la gracia. Y es al mismo tiempo, culmen y ápice de la vida cristiana, porque la Eucaristía es como la consumación de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos” (La Eucaristía; P Antonio Rivero LC)

Tema 5: “El Espíritu Santo, formador del discípulo” Objetivo: Comprender que el Espíritu Santo es la Persona de Dios Trino que actúa en nosotros, que nos conforma y nos impulsa a seguir los pasos de Cristo; y que el Espíritu Santo viene a actuar con poder no sólo en cada uno de nosotros, sino en toda la Iglesia, a fin de prepararnos para la Venida de Cristo.

1.- El discípulo y su relación con el Espíritu Santo “Dios ha preparado para los que lo aman, cosas que nadie ha visto ni oído, y ni siquiera pensado. Éstas son las cosas que Dios nos ha hecho conocer por medio del Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las cosas más profundas de Dios. ¿Quién entre los hombres puede saber lo que hay en el corazón del hombre, sino solo el espíritu que está dentro del hombre? De la misma RCCES, México

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manera, solamente el Espíritu de Dios sabe lo que hay en Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que entendamos las cosas que Dios en su bondad nos ha dado. Hablamos de estas cosas con palabras que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, y no con palabras que hayamos aprendido por nuestra propia sabiduría. Así explicamos las cosas espirituales con términos espirituales. El que no es espiritual no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son tonterías. Y tampoco las puede entender, porque son cosas que tienen que juzgarse espiritualmente” (1 Co 2,9-14). Hace algún tiempo, cuando cada uno de nosotros aún no había vivido la experiencia de un encuentro personal con Dios, tal vez nos pudo parecer difícil creer lo que hoy conocemos como don de lenguas, profecía, sanación… En aquel tiempo, quizá algunos de nosotros llegamos a dar respuestas racionales a lo que se presentaba ante nuestros ojos -en palabras de San Pablo- como “tonterías”. Sólo después de experimentar en carne propia la efusión del Espíritu Santo, pudimos abrirnos a comprender que Dios, a través del Paráclito, trabaja de una manera extraordinaria en nuestra vida, en la vida de nuestros hermanos, en la Iglesia. “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros” (Jn 14,16-17). Ahora nos abrimos a la comprensión real de la existencia del cielo y la tierra (cf. CIC 325327), como dos lugares diversos, en los que se viven situaciones diversas y entre los cuales el Puente es Jesús. Dice el Padre Pedro García: “Jesucristo Sacerdote es el puente que une el Cielo con la Tierra. Es el Mediador entre Dios y los hombres. Es el que trae del Cielo a la Tierra todos los bienes de la salvación, y es el que lleva de la Tierra al Cielo todos los anhelos de los hombres sus hermanos para presentarlos a Dios su Padre” (catequesis publicada en riial.org). La actitud incrédula de quienes desconocen las cosas del cielo, la manera de trabajar de Dios, el poder del Espíritu Santo, puede deberse entre otras cosas, al desconocimiento total de la Persona de Jesucristo o a que por mucho tiempo se creyó que los milagros de los cuales habla la Palabra de Dios, se dieron únicamente en el tiempo de Jesús. Afortunadamente, poco a poco se ha ido derribando esa barrera contraria a la fe. Muchos podemos comprender y testificar ahora que Dios actúa con poder aún en nuestros días, y no por nosotros, sino a pesar de nosotros. “También hoy se obran milagros y en cada uno de ellos se dibuja el rostro del Hijo del hombre-Hijo de Dios y se afirma en ellos un don de gracia y de salvación” (Juan Pablo II, Audiencia general de SS Juan Pablo II, 18 de noviembre, de 1987). RCCES, México

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Esta buena noticia es parte de la Buena Nueva de Salvación: Jesucristo, viene a salvar al hombre en todas sus dimensiones: espiritual, del alma y física. El discípulo que experimenta en su vida no sólo los efectos sensibles de la gracia, sino que ha sido testigo de los milagros que Dios obra con poder en las comunidades de hoy, no podrá jamás callar lo que ha visto y oído. a. Bautismo en el Espíritu Santo: La vivencia del Bautismo en el Espíritu Santo o Efusión del Espíritu, es una experiencia de la Iglesia primitiva y actual que ha sido tomada de manera especial por el Movimiento de Renovación Carismática Católica. En la efusión se experimenta la presencia del Espíritu Santo que suscita un encuentro personal con Cristo vivo. A través de esta gracia la persona experimenta un nuevo amor y un nuevo deseo de servir a Cristo. No es un nuevo sacramento; de hecho, no es un sacramento, sino el Espíritu de Poder que hace posible una más profunda apertura a la gracia recibida en el bautismo. Esta efusión no es sino la actualización de la vida bautismal, ya recibida anteriormente pero que se había adormecido; un nuevo caminar al impulso del Espíritu; un vivir realmente en plenitud la vida cristiana. Todos los Papas han apoyado la Renovación en el Espíritu Santo desde que ésta renovó la consciencia en la Iglesia de la gracia del Bautismo en el Espíritu. Pablo VI imploraba por este nuevo Pentecostés en la Iglesia y en cada individuo: "Una nueva efusión del don de Dios; que venga pues el Espíritu Creador a renovar la faz de la tierra". (mayo 75). Juan Pablo II de igual manera habló abundantemente sobre la necesidad de recibir más y más las gracias del Espíritu. ¿Pero porqué será tan importante para la Iglesia la vivencia de un nuevo Pentecostés ?(cf. Hch 2). En la Palabra de Dios, San Pablo enseña que Cristo ofrece al hombre una nueva vida en el poder del Espíritu Santo, que nos ayuda a ser mejores discípulos. Recibir la Efusión del Espíritu Santo… 1) 2) 3)

Nos ayuda a orar (cf. Rom 8) Nos libera de la carne y el pecado (cf. Rom 8) Nos revela la sabiduría de Dios (cf. 1 Cor 2; Jn 14)

Por otra parte, la Iglesia ha encontrado que los frutos de esta vivencia carismática son numerosos y ayudan a todo ser humano en su caminar a la santidad; algunos de estos frutos son: 1) Conversión interior y transformación de vida. 2) Luz poderosa para comprender mejor el misterio de Dios y su plan de salvación. RCCES, México

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Compromiso personal con Cristo y gozo. Apertura a la acción del Espíritu Santo. Ejercicio de las virtudes. Entrega generosa al servicio. Deseo de oración y lectura de las Sagradas Escrituras. Amor a los sacramentos. Devoción a la Santísima Virgen. Amor a la Iglesia. Fuerza para dar testimonio, etc.

El Espíritu Santo también beneficia al creyente en todo su ser, tocando el cuerpo, el espíritu y el alma. (cf. 1Tes 5). Es normal que la persona durante o después de la oración, tenga una experiencia de Dios y de su acción con efectos sensibles: paz, gozo, curación de heridas o enfermedades, amor, reconciliación, etc. En la efusión se reciben dones carismáticos, según el Espíritu Santo quiera distribuirlos: dones de alabanza, profecía, sabiduría, discernimiento de espíritus, lenguas, curación, visión, conocimiento, etc. Estos dones deseados y discernidos, llenan de poder a los miembros del Cuerpo para que puedan con amor y entrega generosa ponerse al servicio de la Iglesia. “¿Cuál es la naturaleza de esta oración? ¿Cuáles son los efectos prácticos y auténticos en la persona que recibe una efusión del Espíritu Santo? El Papa Benedicto XVI es de gran ayuda sobre este asunto. El lema para la Jornada Mundial de la Juventud de 2008 fue, “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos” (Hch 1, 8). El Papa Benedicto XVI dio una enseñanza muy clara e ilustrativa sobre este tema durante la Misa que marcó la conclusión de la Jornada Mundial de la Juventud 2008. En cierto momento preguntó, “Pero, ¿cuál es el poder del Espíritu Santo? Es el poder de la vida de Dios”. De nuevo al hablar del sacramento de la Confirmación durante la misma homilía, volvió a preguntar, “¿Qué significa recibir el ‘sello’ del Espíritu Santo?” “Significa estar indeleblemente marcado, inalterablemente cambiado, una nueva creación”. Éstas son palabras poderosas que señalan a la realidad de que la plenitud de la presencia del Espíritu Santo dentro de nosotros se experimenta cuando nos volvemos más y más como Jesús. Esta es la esencia de la oración por una nueva unción del Espíritu Santo; es decir, capacitarnos para experimentar la vida misma de Dios. El propósito es hacernos pensar, sentir, amar, comprender y actuar como Jesús”. (Obispo Joe Grech; Publicado en el boletín [email protected], Volumen XXXV, Numéro 1, Enero 2009). Podríamos decir que la Iglesia de nuestro siglo apenas ha comenzado a rascar el insondable y maravilloso milagro que se vive en la Efusión del Espíritu Santo; pero nos queda la certeza de que el magisterio de la Iglesia ha reconocido la urgencia de que una nueva efusión alcance a todos y a cada uno de los hombres.

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Ante esta gran visión, Juan Pablo Segundo llamó al Movimiento de Renovación a crear una : “En nuestro tiempo, sediento de esperanza, dad a conocer y haced amar al Espíritu Santo. Así ayudaréis a que tome forma la , la única que puede fecundar la civilización del amor y de la convivencia entre los pueblos. No os canséis de invocar con ferviente insistencia: .”( Juan Pablo II a una delegación de la RCCES, en marzo de 2002). b. La Unción del Espíritu Santo: Seguramente has escuchado en tu comunidad de renovación a alguien decir que una oración, un canto, una prédica… está ungida. Decimos esto cuando se percibe la presencia de Dios en las palabras, en la melodía, en el ambiente. ¿Pero qué es en realidad la unción? Dios Padre es quien Unge, Dios Hijo es el Ungido y el Espíritu Santo es la Unción; es el fuego que transforma, el agua que vivifica, refresca, hace crecer; es el viento que sopla, que no sabes de dónde viene ni a donde va, pero sabes que está presente; es el aceite que nos consagra, que nos separa para Cristo. El Espíritu Santo vive en nosotros desde nuestro bautismo. Cuando nosotros decimos ¡Ven Espíritu Santo!, esa llama se convierte en un fuego abrazador que nos consume, nos transforma, nos unge. El discípulo carismático aprende a percibir en su corazón esta presencia que le impulsa, le mueve, le guía, le anima, a tal grado, que puede llegar a distinguir cuándo ha servido a Dios con sus propios recursos y cuándo realmente se ha dejado mover por el Espíritu de Dios. Conforme el discípulo avanza en su camino a la Santidad, se hace más consciente de la necesidad del Espíritu Santo en su vida, en su servicio. El discípulo sabe que un gesto, una prédica, un consejo a quien lo necesita, no es suficiente; es imprescindible que este servicio al hermano vaya ungido, que vaya en todo lo que hace, la presencia del Espíritu Santo. La Unción del Espíritu Santo se comunica, se contagia. Esto podemos verlo por ejemplo, cuando las personas que asisten por primera vez a un retiro, son capaces de trasmitir esta unción en sus palabras y convertir a otros aún sin tener argumentos, ni estar preparados para dar un kerigma. Lo vemos cuando un ministerio de música que ha vivido recientemente un retiro, vive un servicio inmediato al retiro, muy “lleno de Dios”. Pero esta unción recibida no estará allí siempre… No, si contristamos al Espíritu Santo. Así que el hermano que ha probado el agua viva y ahora la extraña, sentirá sed y la necesidad de ir a otro retiro a “llenarse nuevamente de Dios”.

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Tristemente, muchos hermanos, incluso servidores, no han comprendido que ellos pueden ser llenos de Dios siempre, que también pueden recibir la unción del Espíritu Santo cada día de su vida, y no sólo eso, no se han dado cuenta que están llamados a ser “ríos de agua viva” para dar de beber a sus hermanos. No necesitan esperar a que llegue un retiro para “saciar su sed” de Dios. Es importante subrayar que Dios siempre cumple su promesa de estar donde dos o más se reúnen en su Nombre (cf. Mt 18,20). Pero, aún cuando no podemos dudar jamás de la presencia de Dios en una Asamblea de Oración, independientemente de que se sienta una especial unción o no, no podemos tampoco seguir adelante sin reflexionar lo que sucede y lo que se puede hacer para que la vivencia de la unción del Espíritu Santo permanezca en todos nuestros servicios. Como discípulos de Jesús, es importante que nosotros entendamos la riqueza y la necesidad de vivir una permanente efusión del Espíritu Santo, que nos llevará a ser portadores de la unción en nuestros servicios, en nuestro trato con los hermanos. Michelle Morán, presidenta del ICCRS, nos recordó en su venida a México en 2011, la necesidad de tener presente que nosotros seremos tal vez el único que podrán leer muchas personas. Pero un discípulo que emana, destila la presencia de Dios, que tiene el suave aroma de Cristo, que tiene transfigurado su rostro por la acción del Espíritu Santo, representa un proclamado con poder de Dios. No existen secretos, ni fórmulas especiales para que la unción esté presente en los hermanos, en sus servicios. Basta creer realmente que somos llamados a esto y por ende, buscar en la promesa de Cristo, su alimento, su bautismo (cf. Mt 3,11). c. Ríos de Agua Viva: San Juan de la Cruz hablaba de las golosinas del Espíritu, aquellas que buscamos en lugar de buscar al Maestro. Ya desde entonces San Juan observaba a los discípulos tibios que iban tras las golosinas espirituales de evento en evento. De igual forma, hoy en día, en la RCCES vivimos el riesgo de correr de retiro en retiro buscando la unción. Al terminar el retiro, la unción y el gusto por las cosas del cielo permanecerán en nosotros algunos días, hasta que el corazón se enfríe; cuando esto suceda, buscaremos nuevamente un retiro que “nos cargue las pilas”. El discípulo que busca crecer en Cristo ya no querrá depender de las golosinas espirituales para saciar su sed de agua viva. En su madurez irá aprendiendo que no es posible que su única alternativa de experimentar la presencia del Espíritu Santo, sea llenar su vaso espiritual de retiro en retiro, ni pasar el tiempo buscando sólo los regalos RCCES, México

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del Señor. Entenderá que Jesús le mira y le habla directamente diciéndole: “Si tienes sed, ven a mí y bebe. Yo haré que de ti broten ríos de agua viva”. Miguel Horacio (SCV), dice en uno de sus cantos: “Yo no quiero sólo un toque especial de ti, Santo Espíritu quiero que vivas en mí”. Al momento que el discípulo entiende esto, permanecerá a los pies del Maestro, y con fe clamará Espíritu Santo para que llene su vida, su servicio, para poder ser canal de gracia que comunique unción a los hermanos sedientos de Dios, sedientos del amor sanador de Jesús. (cf. Jn 7,37). b. El Poder del Espíritu Santo y la fe: Cuando el discípulo permanece a los pies del Señor, comienza a conocerle más. No sólo le conoce por su manera de actuar con sus discípulos, manifestada en la Palabra de Dios; le conoce también por la manera en que Dios actúa en su propia vida; le conoce por lo que le comunica el mismo Espíritu Santo. El discípulo rendido a Cristo recibe de Él el bautismo en el Espíritu Santo, y a través del Consolador, los dones y carismas que ejercerá con caridad, humildad y obediencia en su comunidad. Todo esto le ayudará a crecer en la fe. Reflexionando sobre la maduración en la fe,- al menos de los hermanos que han vivido su encuentro con Cristo en la RCCES-, podríamos establecer que observamos:

Tres diferentes niveles de fe 1. 2.

3.

Antes del encuentro con Jesús: Creemos en Dios, aunque esto no sirve de mucho, ya que “los demonios creen y tiemblan” (Stg 2,19). Después de nuestro Encuentro con Jesús: Le creemos a Dios. Este es un buen nivel de fe, aunque sin conocer al Maestro de una manera profunda. Ésta fe nos basta para buscarle más, para iniciar un itinerario mar adentro en el Encuentro con Dios trino. Madurando el proceso de discipulado: Creemos que Dios puede actuar con poder a través de nosotros. No porque nosotros seamos dignos de esto. Entendemos que la obra no se hace por nosotros, sino a pesar de nosotros, por el profundo amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas. Profundizamos más bien en el entendimiento de que “todo es gracia”, meditando con mayor fe en el poder del amor de un Padre que nos lleva al amor, nos mueve en amor y

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actúa por amor. En suma, le creemos a Dios, le conocemos más y comenzamos a atisbar la manera en que Dios mueve las cosas en el cielo y en la tierra, y lo que puede hacer a través de nosotros. Consideranciones sobre la fe y el Espíritu en el servicio del discípulo: a. El Padre Emiliano Tardif solía decir que la fe es como un músculo que se fortalece en la medida que experimentamos las maravillas que el Señor hace a través de nosotros, siervos inútiles, por el simple hecho de creer. Ejercitar la fe nos llevará a ser testigos de cada vez mayores signos de la grandeza de Dios, que se manifiesta a los suyos. “Pido que Dios les ilumine la mente, para que sepan cuál es la esperanza a la que han sido llamados, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da al pueblo santo, y cuán grande y sin límites es su poder, el cual actúa en nosotros los creyentes. Este poder es el mismo que Dios mostró con tanta fuerza y potencia cuando resucitó a Cristo y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, poniéndolo por encima de todo poder, autoridad, dominio y señorío, y por encima de todo lo que existe, tanto en este tiempo como en el venidero” (Ef 1,18-21). b. A través de la fe el discípulo recibe al Espíritu Santo: “Por la fe recibimos la promesa que es el Espíritu” (Ga 3,14). Necesitamos creer para que Él descienda a nosotros. No sólo creer en Él, en su poder, en que es el Paráclito enviado por el Padre; necesitamos también creer –tener la certeza- que sin Él no podremos hacer nada; reconocer en lo profundo de nuestro ser nuestra imposibilidad de hacer y nuestra nada y clamarle con urgencia para que Él entre a nuestro ser para poder entonces transformarnos en verdaderos instrumentos de su amor y su poder. Y esto nos lleva al tercer punto… c. El discípulo aprende también que Dios obra maravillas en nosotros a través de su Espíritu Santo, por lo que es imprescindible mantener una relación íntima con Él. En esta relación el discípulo recordará siempre que:  El Espíritu Santo es una Persona sumamente sensible al pecado, y entenderá que si no tiene cuidado en vigilar su vida de fe, podría cometer el terrible error de contristar al Espíritu Santo: “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef 4, 30).  El discípulo necesita aprender a estar abierto a las del Espíritu Santo, a entender su voluntad, a escuchar su voz que habla a cada discípulo de manera diversa.  El discípulo necesita aprender a entender el en que trabaja el Espíritu Santo, el cual desde luego, no es nuestro ritmo. Por eso en la oración el discípulo se hace dócil y aprende a dejarse llevar por el Paráclito, como cuando nadamos mar adentro, y mientras flotamos casi sin mover un músculo-, dejamos que la ola nos mueva hacia arriba y hacia abajo, pero siempre mar adentro. Nuesta oración personal y comunitaria se enriquecerá mucho si dejamos que sea el mismo Espíritu Sanro quien guíe nuestra oración. RCCES, México

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El discípulo necesita aprender a darle su tiempo al Espíritu Santo. A veces a los músicos, a los animadores de asamblea, a los predicadores, nos hace falta detenernos, hacer pausas en silencio, dejando que el Espíritu Santo actúe, justo cuando sentimos su presencia moviéndose entre nosotros. Nos hace falta la contemplación, necesitamos rendirnos y dejar de hacer, para dejarle hacer. El discípulo necesita aprender a desaparecer cuando ha llevado a los hermanos a la presencia del Señor, para permitirle realizar su obra a favor de sus amados. Esto tanto en las oraciones como en las predicaciones, en el diálogo evangelizador y en general en la relación con los hermanos.

2.- Discípulo sacerdote, profeta y rey por la unción del Espíritu Santo “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1 Pe 2,9; cf. LG, 34-36). A imagen de su Maestro, el discípulo es llamado a ser Sacerdote, profeta y rey. a) Sacerdote: Jesucristo, nos dice la Palabra de Dios, es Mediador entre Dios y los hombres: -Éste es el sacerdote que nos hacía falta: santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y más alto que los cielos (Hebreos 7,26). Es el puente que une cielo y tierra; es quien se ofrece como víctima para la salvación de todos los hombres. La mística Santa Gertrudis la Grande, exclamó un día al ser testigo de una célebre visión durante la Misa, que experimentó al momento de que el sacerdote elevó la Hostia Sagrada: -¡Jesús! ¿Esto es lo que haces ahora? -Sí, Gertrudis. Celebrada la Consagración, yo me pongo así en el altar, tomo mi Corazón en las manos, y aunque glorificado en el Cielo, me ofrezco aquí como en el Calvario al Padre por el bien de mi Iglesia. Este es Jesucristo, nuestro Sacerdote y Mediador. A imagen de Jesucristo, el discípulo está llamado a entregarse en oblación por los hermanos. Es llamado a dar la vida por el otro, fortalecido por el Espíritu Santo (cf. Jn 15,13). Es llamado así mismo, a ser intercesor por la salvación de todos los hombres. b) Profeta: Es quien habla en nombre de Dios. Cristo es la revelación el Padre (cf. Jn 14, 614). “Quien ha visto a Jesús, ha visto al Padre”. Jesús no sólo nos habla del Padre, sino que nos lo muestra, lo revela para nosotros.

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A imagen de Jesús, el discípulo es llamado a ser expresión de Dios, imagen del amor perfecto. Cada gesto, cada actitud, cada Palabra pronunciada debe revelar la presencia de Dios en su vida. El Espíritu Santo será quien le guíe en esta difícil tarea, para poder profetizar, hablar de parte del Padre, no solo en su servicio, sino al momento de dar un consejo, una palabra de aliento, un mensaje, y hasta en la relación cotidiana con cada uno de sus hermanos. c) Rey: El discípulo no está llamado a ser esclavo, sino rey. Está llamado a Reinar a imagen de Cristo sobre el pecado, sobre la enfermedad, sobre el mundo. Somos herederos del Reino, somos Pueblo de Reyes, hijos de un Dios que nos ama y no nos quiere esclavos.

3.- El Espíritu Santo y la Misión Un discípulo siempre estará llamado a formar más discípulos, porque no puede callar lo que ha visto y oído; porque el Espíritu Santo lo urge a la Evangelización. Si el Espíritu Santo es quien realmente suscita la formación de nuevos discípulos, entonces deducimos, como lo indicó Miguel Mendoza, líder del CONCCLAT en 2008, durante el 2º Encuentro de Movimientos Eclesiales y Nuevas Comunidades de Latinoamérica, que “la Misión sólo puede llevarse a cabo con el poder y la fuerza del Espíritu Santo”. Si nosotros enviamos a evangelizar a hermanos que no han sido testigos del poder del Espíritu Santo en su vida, correremos el riesgo de que se nos desanimen a la mitad del camino, sin importar lo mucho que se les haya entusiasmado. Sólo la experiencia de pentecostés puede mover con poder nuestros corazones para esta difícil tarea. En otras palabras, y citando nuevamente a Miguel Mendoza: “La Misión no necesariamente te lleva a Pentecostés; pero Pentecostés sin lugar a dudas te lleva a la Misión”. “A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (cf. 1Cor 12, 1-11) y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización (cf. 1Cor 12, 28-29). Por estos dones del Espíritu, la comunidad extiende el ministerio salvífico del Señor hasta que Él de nuevo se manifieste al final de los tiempos (cf. 1Cor 1, 6-7). El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro (cf. Hch 4, 13) y Pablo (cf. Hch 13, 9), señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quiénes deben hacerlo (cf. Hch 13, 2)”(DA, 150).

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Seamos pues discípulos que nunca se cansen de clamar Espíritu Santo, y unámonos a la voz de nuestros obispos al exclamar: “No podemos desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo pentecostés!” (cf. DA, 547).

4.- María, discípula de Jesús, esposa del Espíritu Santo Ningún retiro sobre discipulado estaría completo si no habláramos de María, Madre nuestra, y al mismo tiempo discípula predilecta de Jesús y esposa del Espíritu Santo. “La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de “hijos en el Hijo” nos es dada en la Virgen María quien por su fe (cf. Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (cf. Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cf. Lc 2, 19.51), es la discípula más perfecta del Señor. Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana, María con su fe llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos” (DA 266). Al ser María esposa del Espíritu Santo, podemos tener esta gran certeza: que donde quiera que se clame Espíritu Santo, ella estará presente. Así mismo, siempre que busquemos a nuestra Madre, ella nos llenará del Espíritu Santo, pues ella es la “llena de gracia”. Como San Juan Bautista, entrar en contacto con María, nos llevará a entrar en contacto con el Espíritu de Dios (cf. Lc 1,42). De igual forma, para nacer de nuevo del agua y del Espíritu (cf. Jn 3,1), podemos decirle a nuestra Madre María que nos acoja en su seno maternal, donde el Espíritu Santo encarnó al Verbo. “Perseverando junto a los apóstoles a la espera del Espíritu (cf. Hch. 1, 13-14), cooperó con el nacimiento de la Iglesia misionera, imprimiéndole un sello mariano que la identifica hondamente. Como madre de tantos, fortalece los vínculos fraternos entre todos, alienta a la reconciliación y el perdón, y ayuda a que los discípulos de Jesucristo se experimenten como una familia, la familia de Dios. En María nos encontramos con Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo, como asimismo con los hermanos”(DA 267). Al clamar Espíritu Santo, recordemos que en Pentecostés (cf. Hch 2), los discípulos se reunieron en torno a María. Como discípulos nosotros también estamos llamados a unirnos a María para esperar cada día la promesa del Padre. Unidos a ella, aprenderemos a orar para que descienda el Fuego del Espíritu. San Maximiliano Kolbe escribió: “En la Virgen Madre, todo es presencia viva del Espíritu Santo, desde el comienzo de su existencia. Durante toda su vida, es “movida” por el Espíritu hasta en las fibras más pequeñas de su ser. Por eso, en el momento en que el Verbo se encarna en Ella, no RCCES, México

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existe más que un “fiat”, que es a la vez el del Espíritu de Jesús y, como un eco, el de la Virgen María, sin confusión pero sin separación”. María es Mediadora de los hombres ante Jesús, y nos enseña el camino para ser también nosotros mediadores de los hombres. El Padre Kolbe escribe: “Jesucristo es el Único Mediador entre Dios y la humanidad; la Inmaculada es la única Mediadora entre Jesús y la humanidad y nosotros seremos felices mediadores entre la Inmaculada y las almas diseminadas por todo el mundo entero”. (6-4-1934: C. Clérigos de Asís). Por eso nunca debemos temer ni dudar en buscar a María, ya que ella siempre nos llevará a Cristo. Siempre que busquemos a María, llegaremos a Jesús. Como en las Bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-12), siempre que la busquemos a ella, la escucharemos decir a Jesús: “No tienen vino”, para luego escucharla dirigiéndose a nosotros para decirnos: “Hagan lo que Él les diga”. María siempre nos llevará a Jesús, y buscarla siempre será una buena elección. San Luis Grignon de Monfort escribió que el camino más sencillo, con mayores ayudas para llegar a la santidad, es el que se recorre de la mano de María. Jesús debió entender esto al momento de su Pasión, pues fue allí, donde entregó a Juan a María, su Madre. Juan, el discípulo amado, recibió de Jesús a María como Madre, justo cuando fue capaz de permanecer a sus pies, en la hora más difícil (cf. Jn 19,27). Jesús desea que en la hora más difícil contemos con su Madre; y si somos esos discípulos fieles, capaces de permanecer con Él en los peores momentos, su Madre estará con nosotros, pues ha sido su propia voluntad. “Hoy, cuando en nuestro continente latinoamericano y caribeño se quiere enfatizar el discipulado y la misión, es ella quien brilla ante nuestros ojos como imagen acabada y fidelísima del seguimiento de Cristo. Ésta es la hora de la seguidora más radical de Cristo, de su magisterio discipular y misionero al que nos envía el Papa Benedicto XVI: ” (DA 270).

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Conclusión Ser discípulo es adentrarnos cada vez más al Reino de Dios, es dar pasos decisivos en el Camino que es Jesús; es remar mar adentro, perdiendo de vista la orilla, desapegándonos de las cosas del mundo, para fijar nuestra visión en las cosas del Reino. Caminar hacia delante rumbo a la Casa del Padre, es paradójicamente, la creciente sensación de descubrir un Dios verdaderamente insondable. Cada vez advertimos más nuestra pequeñez y su grandeza, su perfección y nuestra nada. Cada vez deducimos que nos faltan más y más pasos para alcanzar nuestra meta. Jamás podríamos decir que “dominamos el terreno” en el caminar a Dios, pues este sería síntoma de que hemos detenido nuestro caminar y de que lo único que dominamos es el paisaje en el cual nos estacionamos. Pero el camino a la nueva Jerusalén es una aventura de subida que ofrece nuevos y desconocidos retos constantemente. No será fácil recorrerlo. No obstante, nos gozamos al saber que el Maestro siempre guía el camino del discípulo. La Palabra de Dios nos dice que: “Jesús marchaba por delante subiendo a Jerusalén” (Lc 19, 28). Sobre este versículo, S.S. Benedicto XVI, nos explica que “Jericó, donde comenzó la última parte de la peregrinación de Jesús, se encuentra a 250 metros bajo el nivel del mar, mientras que Jerusalén —la meta del camino— está a 740-780 metros sobre el nivel del mar: una subida de casi mil metros. Pero este camino exterior es sobre todo una imagen del movimiento interior de la existencia, que se realiza en el seguimiento de Cristo: es una subida a la verdadera altura del ser hombres. El hombre puede escoger un camino cómodo y evitar toda fatiga. También puede bajar, hasta lo vulgar. Puede hundirse en el pantano de la mentira y de la deshonestidad. Jesús camina RCCES, México

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delante de nosotros y va hacia lo alto. Él nos guía hacia lo que es grande, puro; nos guía hacia el aire saludable de las alturas: hacia la vida según la verdad; hacia la valentía que no se deja intimidar por la charlatanería de las opiniones dominantes; hacia la paciencia que soporta y sostiene al otro. Nos guía hacia la disponibilidad para con los que sufren, con los abandonados; hacia la fidelidad que está de la parte del otro incluso cuando la situación se pone difícil. Guía hacia la disponibilidad a prestar ayuda; hacia la bondad que no se deja desarmar ni siquiera por la ingratitud. Nos lleva hacia el amor, nos lleva hacia Dios”. La llamada es a seguirle, a subir sin perder nuestra mirada en Él. La decisión de seguirle deberá renovarse cada día, a cada paso. Siempre habrá una nueva renuncia, una nueva entrega, una gracia renovada. El “sí” que entregues al Señor al terminar este curso, no es el mismo “sí” que diste al vivir tu primer encuentro con Él. Este es un nuevo “sí” que a su vez no servirá mañana, cuando el Maestro te pida renovar tu decisión de seguirle camino arriba. Y recuerda que en este caminar, no debes andar solo. Cristo quiere que tu familia, tus compañeros de trabajo, tus vecinos y hermanos de comunidad caminen contigo, también con su mirada puesta en Él. “La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre bajo su mirada compasiva. Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. El anuncia la buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras” (DA, 29).

“Id y haced discípulos a todos los pueblos” Mt 28,19

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Logística y descripción de dinámicas TEMA

Tema 1: El Maestro te llama. Objetivo: Que los hermanos hagan suyo el llamado a ser discípulos sin importar los obstáculos que para esto existan.

Tema 2: La comunidad de los discípulos. Objetivo: Que los hermanos vivan la experiencia de servir por amor y dejarse amar en el

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MATERIALES

1. Cartoncillo negro y blanco de aproximadamente 15X15 cm (cada persona).

1. Tinas suficientes para el número de participantes. 2. Toallas suficientes. (si son muchos asistentes, tomar un número representativo)

DESCRIPCIÓN DE DINÁMICA 1. Se reparte el cartoncillo negro y blanco a cada hermano con forma de silueta humana. 2. Se escribe en el cartoncillo negro una lista de nuestros defectos, pecados, etc.; y en el blanco, una lista de sus virtudes. 1. Pegan ambas figuras por la parte donde se escribió. Esa figura representa a cada uno. Tal como está, así Dios nos acepta para ser sus discípulos. Se hace un momento de oración. 1. Según el número de participantes del grupo, se organizarán los hermanos. 2. Se hace una reflexión sobre el significado de lavar los pies en comunión con nuestro Señor Jesucristo. 3. Se realiza el lavatorio de pies, inicia quien dirige la dinámica y se deja libertad para que continúen la dinámica los hermanos. Se Escuela Nacional

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servicio.

TEMA 3: Proceso de formación del discípulo.

concluye con oración.

1. Una barrita de plastilina para cada participante

Objetivo: Que los hermanos puedan reflexionar con apoyos visuales, algunos de los grandes misterios de la Eucaristía.

Primer Momento de Oración:

2.

3.

Objetivo: Que los hermanos tomen consciencia de que la entrega a Cristo es perder el control de sus vidas para cederlo totalmente al Señor.

TEMA 4: El alimento del discípulo.

1.

1. Vinajeras con agua y vino. 2. Biblia, cirio, flores. 2. 1 pan salado grande.

Se pide a los presentes que hagan una figura con mucho empeño y amor, que represente su caminar desde su encuentro con Cristo hasta el día de hoy. Al terminar, preguntarles si aprecian su creación. Invitar a dos o tres hermanos que compartan el significado de sus figuras. El que lleva la dinámica pide a los hermanos que si están dispuestos a rendirse como barro en las manos de Dios, destruyan su figura y pasen al frente a entregar su en un recipiente colocado junto a una imagen de Cristo, dispuesto para esto. Reflexionamos: Esto sucederá con nosotros al estar dispuestos a ser sus discípulos. Tal vez seremos destruídos para ser formados de nuevo. Se concluye con oración.

1. Se reflexiona sobre la mezcla que el sacerdote hace en misa de agua y vino (Sangre de Cristo y nuestra humanidad), en la cual somos incorporados en Cristo. Debemos dejarnos abrazar, fundir, consumir por Cristo, por su Iglesia, por nuestros hermanos. (Pocas gotas de agua en mucho vino) 2. La biblia: La Palabra de Dios. El Cirio: la oración. Las flores: La ofrenda de reconciliación con Cristo y con los hermanos. 3. El pan se da y se consume; somos llamado a ser consumidos por la comunidad, a entregarnos en oblación para saciar el hambre de amor de los hermanos (el pan sacia el hambre). Reflexionar que nostros somos el pan en las manos de Jesús, que Él ofrece a los hermanos.

Oración de Sanación interior, de sanación de relaciones fraternas, y de rendición al concluir el Tema 3.

(Hora Santa)

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Segundo Momento de Oración:

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Oración de entrega y Efusión al concluir el Tema 5.

(Hora Santa)

Bibliografía     

“Los doce Apóstoles”; Dr. Enrique Cases, sacerdote. Discipulado: “Comunidad discípula de Jesús”; Oscar Andrés Rodríguez Madariaga SDB, Obispo de Tegucigalpa, Honduras. Carta Apostólica “Novo Millenio Inuente”; Juan Pablo II. Documento de Aparecida “El significado del discipulado”; Reimar Schutze.

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“Caminar desde Cristo: Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio” Congregación para los institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica. Catequesis: “Queremos ver a Jesús” Domund 2010; Hna. María del Socorro Becerra Molina hms.

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