Diario de Un Escritor.pdf

C l á s ic o s d e B o l s i l l o D F ed o r Diario d ein Escritor Selección, prólogo y notas: D a v id Land esm an

Views 164 Downloads 26 File size 3MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

C l á s ic o s d e B o l s i l l o

D

F ed o r

Diario d ein

Escritor Selección, prólogo y notas: D a v id Land esm an

longseller

F ed o r D ostoïevski

Prólogo

Traducción: Mario Alarcón Tapa: Javier Saboredo Corrección: Delia N. Arrizabalaga Diagramación: Prema ER R E P A R S.A. Avenida San Juan 960 - (1147) Buenos Aires República Argentina Tel.: 4300-0549 - 4300-5142 Fax: (5411) 4307-9541 - (5411) 4300-0951 Internet: www.errepar.com E-mai 1: [email protected] ISB N 950-739-854-6 Queda hecho el depósito que marca la ley 11723 Impreso y hecho en la Argentina Printed in Argentina Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la tapa, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Esta edición se terminó de imprimir en los talleres de Errepar, en Buenos Aires, República Argentina, en el mes de abril de 2000.

La mayoría de los lectores de las famosas novelas de Fedor Dostoievski muy probable­ mente desconocen su inmensa obra periodísti­ ca, desarrollada a lo largo de toda su vida en distintas revistas rusas, y de su amplísima co­ rrespondencia con familiares, editores y amigos. En 1874, a beneficio de las víctimas de una hambruna en la región de Samara, se editó la primera versión de D iario de un escri­ tor, que en sus más de mil páginas incluía todos los trabajos de no ficción publicados por Dostoievski hasta entonces. Los textos que integran el conjunto de esta obra abarcan una increíble variedad de temas: desde comentarios sobre pintura y lite­ ratura hasta el análisis meticuloso de la co­ yuntura política, de los aguafuertes a la cróni­ ca policial, de la observación social a la auto­ biografía más pura, de las concepciones mo­ rales al debate con lectores complacidos o in­ dignados por las columnas del autor.

3

F ed o r D osto ïevski

P r ó lo g o

En ellos, Dostoievski da rienda suelta a su pluma torrentosa, que lo hace capaz de escri­ bir miles de líneas a partir de un comentario o de una mera observación en la calle. Uno de los mayores atractivos reside en que nos per­ mite apreciar la labor de un gran periodista, tra­ bajando contra reloj y contra censura, día tras día, en publicaciones periódicas de la época. Además, podemos apreciar el "método" del Dostoievski escritor, el laboratorio de su narra­ tiva, la construcción del edificio literario con cimientos anclados en hechos de la realidad y en la propia vida del autor.

mí me acosan los acreedores; amenazan con encarcelarme".

No es muy diferente la labor del Dos­ toievski periodista a la del Dostoievski escri­ tor, en cuanto a disponibilidad de recursos de dinero y tiempo, siempre escasos. Además de los vaivenes políticos de la época que afecta­ ron directamente al autor. En una carta dirigida a un amigo en 1866, el autor se refiere a las condiciones en las que está escribiendo una de sus obras mayores, Crim en 7 castigo: "...sólo podría hacerlo si tuviese el necesario sosiego espiritual. Pero a

4

Vida y Obra Dostoievski nació en 1821, en Moscú. El trabajo de su padre, médico militar, lo llevó a conocer desde muy temprano a las "pobres gentes" cuyas existencias miserables y sin sentido darían vida a los personajes de todos sus libros. Su propia infancia fue bastante des­ graciada, debido al carácter de su padre, un hombre que distintos biógrafos han calificado de: insociable, duro, irascible, insolente, ava­ ro y alcohólico. En el manuscrito de su novela El adolescente, refiriéndose a sí mismo dice: "H ay niños que desde la infancia reflexionan ya sobre su familia, que desde la infancia se sienten humillados por el cuadro que les ofret e su padre..." Su madre, de un carácter exactamente opuesto, murió cuando Dostoievski tenía sólo

5

F edor . D osto ïevski

P r ó lo g o

dieciséis años. Su recuerdo le inspiró los ide­ ales éticos y morales que lo acompañarían durante toda su vida. Al quedar viudo, la degradación y crueldad del padre del escritor fueron en aumento. Estos factores, sumados a la atracción incontrolable que sentía por las jóvenes campesinas, le atrajeron el odio de los trabajadores de sus tierras, que lo asesina­ ron en 1839.

y posterior condena a cuatro años de cárcel y cumplimiento de! servicio militar en Siberia. Iodo el horror de las prisiones zaristas apare­ cerá como nunca antes, en su novela Apuntes tle la casa de los muertos, publicada en 1860, [ j o c o s años después de su liberación definiti­ va. Causó conmoción en el pueblo ruso y lo devolvió a! primer plano de la literatura. Estos Apuntes..., como casi todas sus grandes nove­ las, fueron publicados en revistas, por entre-

En estos años, Dostoievski estudiaba inge­ niería, sin demasiado entusiasmo, y se entre­ gaba de lleno a la lectura de autores como Gogol, Pushkin, Víctor Hugo, Balzac y Flaubert, entre otros grandes escritores.

gas.

En la década de 1860, Dostoievski em­ prendió el primero de sus muchos viajes al exterior, editó sus propias revistas, sufrió las muertes de su primera esposa y su amado her­ mano, y mantuvo constante y desigual lucha i «mira la pobreza y las deudas. En ese lapso, elaboró una de las más extraordinarias nove­ las de todos los tiempos: Crim en y castigo.

Con su primera novela, Pobres gentes, con­ cluida a los 23 años, obtuvo un temprano y resonante éxito de público y crítica. Un relato autobiográfico de este triunfo puede leerse en el artículo de esta edición del D iario (págs. 142-143). A dicha obra le siguieron E l doble, Noches blancas y varios relatos. Pero su labor literaria se vio interrumpida por los vaivenes políticos. Al influjo de las ideas florecientes en esos años, Dostoievski integró un círculo de socialistas utópicos, lo que provocó su arresto

Más adelante, después de un desarrollo politic o que lo fue enfrentando paulatinamente a las ideas revolucionarias que había abrazado en su juventud, Dostoievski escribió otra de sus mayores novelas, Los hermanos Karam azov ( 1879-1880), notable resumen de su labor cre­

6

7

F ed o r D osto ïevski

P ró lo g o

adora, en la que se despliegan todas las ideas políticas, éticas y sociales del autor.

se vio más y más influido por el Evangelio y una visión apocalíptica de las cosas. El autor estaba convencido de que el fin del siglo XIX estaría marcado por una tremenda catástrofe de toda Europa, de la que sólo se salvaría Ru­ sia, por haber conservado la palabra inco­ rrupta de Cristo.

Afectado por graves problemas de salud, el alcoholismo, dramas amorosos en cantidad y su pasión por el juego, recién en sus últimos años pudo disfrutar de cierta paz mientras crecía el reconocimiento por su obra. Dostoievski murió el 28 de enero de 1881. Sus restos fueron despedidos por una multi­ tud, que ya lo había consagrado como uno de los mayores escritores rusos.

Diario de un escritor El D iario de un escritor se alimenta de una época histórica de transición, entre inten­ tos revolucionarios más o menos fallidos y el nacimiento de los grandes medios de comu­ nicación, vía óptima para que un pensador como Dostoievski, modelo del intelectual comprometido con su tiempo, transmitiera sus ¡deas a miles de compatriotas.

Dostoievski, en su condición de periodis­ ta, nunca se limitó al registro objetivo de la (calidad, ni tuvo intención alguna de que así hiera. Era un hombre con un idealismo protundo, casi platónico, que perseguía la coni roción de ciertas Ideas (con mayúscula) en los más insignificantes hechos cotidianos. Es en estas circunstancias presuntamente menoie% donde el autor encuentra campo para blindar su mensaje pedagógico y no pierde •>portunidad de emitir su opinión, sin descui­ dar la ubicación de todo hecho en un contex­ to histórico y social.

Hablar de ideas en Dostoievski es hablar de su sistema filosófico que, progresivamente,

I I periodismo de Dostoievski, como gran ¡'.ule del de su época, es un periodismo milii.mte, "una tribuna de doctrina", en la cual el > ' riba asume gozoso la tarea de educar y alec11< >ii.ii a los lectores, que cada vez son más.

8

9

F ed o r D osto ïevski

P ró lo g o

Por otra parte, este D iario nos muestra a Dostoievski actuando directamente sobre la experiencia cotidiana, lo que nos permite acercarnos mucho más al hombre que está detrás de tantas obras fundamentales de la literatura universal. Aunque, eso sí, este acer­ camiento no carece de riesgos. El lector fasci­ nado con la profundidad ambigua y enigmá­ tica de sus novelas, conoce muy bien la duda y el dilema que visten a sus personajes, para quienes no hay nada enteramente definitivo o verdadero. Y, en este D iario, se verá sin duda sorprendido por las posturas tan tajantes y absolutas. El Dostoievski periodista, persona­ je favorito y principal del Dostoievski escritor, no duda. Mira, cuenta, saca conclusiones, opina y dice qué está bien y qué está mal.

ginas es el que nos entrega el perfil del Dostoievski polemista, con sus colegas, sus crític os y con sus lectores. El trabajo periodístico nunca es del todo limpio. El circuito se inte­ gra con el autor que opina, el lector que defeiK'stra y el autor que vuelve a plantear su po­ sición, más seguro que antes. Como si espe­ tara generar reacciones que lo motiven a ex­ poner más ideas en el mismo sentido, con nuevos y variados argumentos, de una posit ión casi siempre inamovible.

Si tanta certeza puede resultar chocante o pretenciosa, estos D iarios sin embargo mere­ cen ser leídos en su contexto, a fin de disfrutar de las dotes del autor para sacar oro de histo­ rias minúsculas, gozar de su prosa extraordi­ naria, admirarse con su capacidad de observar el mundo y convertir los hechos en relato. Otro aspecto de sumo interés en estas pá­

10

Sobre esta edición Para este libro, hemos elegido textos cuyo mensaje y calidad perduran en el tiempo, más allá de coyunturas y premuras propias de toda .i( tividad periodística o de un incesante interi ambio epistolar. Encontraremos aquí el peíigro de los malentendidos sobre la palabra esi rita en " A l g o p e r s o n a l " , tres aguafuertes fjnnplares en " C u a d r it o s " , el pensamiento sobre el destino de los artistas noveles en " A i’Kt íp ó s it o d e u n a e x p o s i c i ó n " , la indignación ante el drama de los chicos de la calle en "El n in o

,

con

C r is t o ,

a n t e el á r b o l d e

11

N

a v id a d

".

F ed o r D osto ïevski También un minucioso muestrario de los per­ sonajes que podemos encontrar al viajar en barco o en tren, en " C u a d r it o s d e V ia je ", así como un notable modelo de crónica policialjudicial en " E l p r o c e s o a K o r n il o v a ". Una muy divertida reflexión en " A l g o a c e r c a d e l o s a b o ­ c a d o s " , algunas ¡deas sobre el talento, en el texto homónimo; la referencia autobiográfica en "El n a c im ie n t o d e u n e s c r it o r " y un reve­ rencial comentario acerca de Don Quijote. Además, intercalamos varios de los agudos " P e n s a m ie n t o s a n o t a d o s " , inéditos al momen­ to de su muerte, y cuyo tono es acorde con el resto de los textos que integran este volumen. En la segunda parte de este libro, inclui­ mos fragmentos de algunas de las miles de cartas que Dostoievski escribió a parientes y editores, amigos y enemigos, en las que puede apreciarse como pocas veces cómo trabajaba y cómo sufría el escritor durante la creación de sus obras maestras.

— David Landesman O

12

I D ia rio de un ¿Escritor

Algo Personal o873) En este artículo, Dostoievski crea un cóc­ tel alucinante compuesto de literatos enfren­ tados y desterrados, la historia de un extraño i tiento sobre un fu n cio n ario que vive dentro de un cocodrilo y una advertencia sobre las ¡ t¡(morías caprichosas.

O

Más de una vez me han instado a escribir mis memorias literarias. No sé; quizás escrilncndolas me erigiría un monumento de glon.i. I’ero es triste recordar; a mí, en general, no me gustan los recuerdos. Pero algunos epi■ »dios de mi carrera literaria suelen represeni.use en mi imaginación con fidelidad extra•udinaria, no obstante lo débil del recuerdo. I le aquí, por ejemplo, una anécdota:

F ed o r D osto ïevski

A lg o P erso nal

Una vez, cierta mañana de primavera, fui a visitar a! difunto Yegor Petróvich Kovalevski. A él le gustaba mucho mi novela Crim en y castigo, que por aquel entonces se estaba publicando en E l M ensajero Ruso. Me habló con caluroso elogio de ella y me citó unas palabras, muy estimadas para mí, de una per­ sona cuyo nombre no recuerdo. En aquel ins­ tante entraron en la sala, uno después de otro, dos directores de periódicos. Uno de estos periódicos llegó luego a tener un número de suscriptores como ninguno lo tuvo aquí nunca; pero entonces estaba en sus comienzos. El otro, por el contrario, ejercía un influjo nota­ ble en la literatura y la opinión. Pues bien: con el director de este periódico pasamos a otra habitación y nos quedamos solos.

de pasada, unas palabras muy encendidas, dedicándome también una alusión en unos versos, quizá los mejores que haya escrito. Añadiré que, por su facha y sus costumbres, nadie parecía menos que él un poeta y, por si fuera poco, de los que sufren. Sin embargo, era uno de los más apasionados, sombríos y sufrientes de nuestros poetas.

Sin mencionar su nombre, diré únicamen­ te que mi primer encuentro con él en la vida fue sumamente afectuoso, dejándome eterno recuerdo. Puede que a él también le suceda lo mismo. Luego tuvimos muchas divergen­ cias. Al volver yo de Siberia, nos vimos ya muy rara vez; pero en cierta ocasión me dijo,

— Mire: nosotros lo hemos atacado a us­ ted — me dijo (es decir, en su periódico, a propósito de Crim en y castigo). — Lo sé — le respondí. — ¿Y sabe usted por qué? — Probablemente, por cuestión de princi­ pios. — Por Chernischevski. Yo me quedé estupefacto. — N. N., el autor de esa crítica — prosiguió •■ I director— , me dijo así: "Su novela es buena; pero, como en una obra, hace dos años, no tuvo reparo en meterse con los pobres depor­

17

F ed o r D osto ïevski

A lg o P erso nal

tados y caricaturizarlos, pues ahora voy yo a meterme con su novela".

veces no me acordaba, otras no tenía tiempo. A todo esto, esa bajeza que me atribuían se quedó grabada en la memoria de algunas per­ sonas como un hecho indudable, corrió por las revistas literarias, trascendió al público y me ocasionó más de un disgusto. Ahora llegó i-l momento de decir acerca de eso aunque sólo sean unas palabras, tanto más cuanto que ahora es oportuno; y, aunque no pueda ■iducir pruebas, refutar una calumnia es tam­ bién en alto grado probatorio. Con mi largo silencio e indolencia he parecido, hasta ahou , confirmarla.

— ¿De modo que todo se debe a ese estú­ pido chisme a propósito de E l cocodrilo? — exclamé, después de recapacitar un momento— . Pero ¿es que usted también se ha creído eso? ¿Ha leído usted esa novelita mía E l cocodrilo? — No, no la he leído. — Pues sepa usted que todo eso es una mentira, la mentira más vil que puede conce­ birse. Porque se necesita tener todo el talento y toda la intuición poética para leer en esa nove­ la, entre renglones, semejante alegoría cívica, y, además, contra Chernischevski. ¡Si usted supiera qué interpretación tan estúpida! Pero, a pesar de todo, ¡nunca me perdonaré no haber protestado hace dos años contra esa infame calumnia, cuando empezó a difundirse! Esa conversación mía con el editor de un periódico hace ya tiempo desaparecido tuvo lugar hace siete años, y hasta ahora yo no he protestado contra la referida calumnia: unas

Conocí a Nikolai Gravrilovich Chernisacerca de lo cual acaban de hablar. Otro i« replica con ese mismo sustantivo, pero ya • h tono y sentido muy diversos, precisamente remendó en duda la justicia de la negación flrl primero. Un tercero se indigna de pronto pjntra el negador, irrumpe violentamente en fi diálogo y le suelta el mismo sustantivo, fe(h> ya en son de amenaza e insulto. Vuelve lmonees a terciar el segundo interlocutor, indignado con el tercero, con el ofensor, y lo inieipela diciéndole: "Vamos, hombre, ¿por Mu«1 te metes en nuestra conversación? i| i unos hablando tranquilamente y de pron!t ‘..iltas y te pones a insultar a Filka!". Y he itjii! que todo eso viene a decirse con ese ■tUmo vocablo prohibido, con la misma ^nom inación sencilla de un objeto, sin más iíiít.miento acaso que el de alzar la mano y

44

45

CUADRITOS

F ed o r D ostoïevski tomar al otro por el hombro. Pero hete aquí i que, de pronto, un cuarto interlocutor, el más joven de la partida, que hasta allí no despegó los labios, buscando probablemente la solu­ ción de la primera discrepancia que dio lugar a la disputa, entusiasmado, alzando los bra­ zos, grita: " ¡Eureka! — piensas. ¿Encontré?". Pues no hay tal eureka ni tal encontré, sinoj que repite exactamente ese mismo sustantivo que no figura en los diccionarios, esa misma palabra, una nada más, pero con entusiasmo, con un grito de fruición, al parecer, demasia­ do intensa, pues al sexto amigóte, el mayor y de gesto agrio, no le hace g racia y en un san­ tiamén le disipa el entusiasmo al muchacho, repitiéndole, con malhumorada y admonitoria voz de bajo, pues ese mismo sustantivo que está prohibido emplear delante de seño­ ras, con el que, por lo demás, expresa clara y exactamente: "¿Para qué te entrometes en la conversación? ¡Cierra el pico!". Y así, sin pro­ ferir otra palabra, repitiendo ese vocablo favorito seis veces, por turno, se comprendie­ ron perfectamente. Es un hecho del que he sido testigo. "¡Por favor — les grité yo de pron­ to, sin venir a cuento (me hallaba, en el mismo

46

medio de la pandilla), no han andado diez y ya han repetido seis veces esa palabri­ ta! ¡Qué vergüenza! ¿No se abochornan?"

busos

lodos, de pronto, se me quedaron miran­ do, como quien presencia algo inesperado, y r ■ii«Jaron silencio un instante; yo creí que me iban a insultar, pero no me insultaron, y sí»l el más joven, después de alejarse diez Im'.s, se volvió a mí de pronto y me gritó, sin Helonerse: l’ero ¡tú también lo comprendes siete veces, I Utindo nos has llevado la cuenta hasta seis! Sonó una carcajada general, y los compadres •■'iieron su camino, sin ocuparse más de mí.

3 No, yo no hablo de esos borrachos ni son píos los que me infunden esa especial tristela los domingos. Hace poco que con gran liumbro descubrí que hay en Petersburgo límpesinos, artesanos y obreros completa­

47

F ed o r D osto ïevski

CUADRITOS

mente abstemios, que no beben ni los domin­ gos; y no fue esto lo que más me sorprendió, sino el que fueran más de lo que yo supiera. Bueno; pues para que se vea, a mí me da más tristeza mirar a esos que a los borrachos, y no porque mi inspiran piedad, que tampoco hay razones para tenérsela, sino porque se me viene a la cabeza no sé qué idea extraña.

nías triste de todo esto es que, según parece, piensan con toda seriedad que con esos paseos > ■proporcionan un indudable placer dominitl. Pero ¿quieren ustedes decirme qué placer puede haber en pasear por esas calles anchas, i il( inadas, polvorientas, hasta después de puesto el sol? Pues eso, para ellos, es el paraí§n; sobre gustos, no hay nada escrito.

Los domingos, al anochecer (los días de trabajo no se los ve), hay muchos individuos de esos que están trabajando toda la semana] y los domingos se van de paseo, perfecta-^ mente frescos, por esas calles. Salen precisa-i mente a pasear. No hacen otra cosa sino dai vueltas en torno a sus propias casas o ir a hacer una visita con toda la familia. Caminan despacito y con caras la mar de serias, cual s no fueran de paseo; hablan apenas unos con otros, sobre todo los maridos con las mujeres, pero no dejan de ir "endomingados". Vister ropas malas y viejas, las mujeres, de colores pero todos van muy aseados y Iimpitos, c o i t k de domingo, puede que ex profeso. Los hay que visten en traje nacional ruso; pero otros visten a la alemana y se afeitan las barbas. Lo

Con mucha frecuencia llevan niños. Tó­ elos ellos, según he tenido ocasión de obser1 1 , en su mayor parte son siempre pequeñiJps, y apenas si pueden andar solos. ¿Será por »■so por lo que se desgracian tantos niños que n o llegan a mayores? Me fijo entre el gentío >-i i un artesano con un niño, solos, sin más i< ompañamiento. El va vestido de día de fiesto: sobretodo alemán, gastado por las costui . is , con los botones caídos y el cuello muy gr.isiento; pantalones ocasionales de tercera mano, pero lo mejor recosidos posible; cami6 , 1 y corbata, sombrero de copa, muy usado; usurada la barba. Parece algo así como cerra­ j e r o o tipógrafo. La expresión de su rostro es =? inteligencias de nuestros escritores y gílistas jóvenes? ¡Qué revoltijo de ideas y sen­ timientos preconcebidos! Bajo la presión de la '.(> imprescindible al vecino, lo hacen en el ■no más tímido y apocado, cual si se aven■fasen a un enorme peligro. El interrogado, piino es natural, se asusta en el acto y los ■iia con una inquietud nerviosa extraordinal i i y aunque conteste con no menor timidez V ¡Itocamiento que el interpelante, ambos, no f*l i.inte su mutuo susto, continúan durante ■rgo rato sintiendo una inquietud originalísifp i "¡No vayamos a tener problemas!"

¡Ea!, ya estamos en el coche. Los rusel inteligentes, al mostrarse en público y con fundirse con la masa, resultan siempre curio sos para el observador entendido, sobre todc en los viajes. Aquí, en los trenes, la gente s( encierra en sí misma, adusta, siendo sobre to do característicos en este sentido los primero! momentos del viaje. Se diría que los pasajero están llenos de animosidad recíproca, que n< se sienten a sus anchas; se miran unos a otro! con la curiosidad más recelosa, mezclad; irremisiblemente de hostilidad, pugnando a mismo tiempo por dar a entender que no si fijan unos en otros ni quieren fijarse. Entre los viajeros de las clases intelectua les, los primeros momentos son de confusión y para muchos representan muchos instante

62

I

I segundo período por el que atraviesan finos que van de viaje, es decir, ese ai i iodo en que empiezan a entablarse las fcinversaciones, sobreviene siempre muy ■finito, luego de pasado ese primer período lir- i i i s o s

63

F ed o r D osto ïevski

CUADRITOS DE VlAJE

de observarse y mirarse en silencio. No a c ia tan a empezar a hablar; pero luego se suelt.ii de forma que a veces pierdes la paciencia ¿Qué hacer? El extremo: he ahí nuestra caracj terística. La culpa de eso la tiene tambirr nuestra torpeza; digan lo que digan, entrj nosotros escasean horriblemente los talentos de cualquier clase que fueren, abundando e cambio, la mar de lo que se llama la aura m edianía. La tal medianía es algo cobarde impersonal y, al mismo tiempo, insolente ■"violento.tTeme hablar por no comprometerse exaltarse y expandirse; las personas de talen to, porque consideran todo paso indepen diente como indigno de su inteligencia, y la que no lo tienen, por orgullo.! El viajero rusa en ese primer cuarto de hora, padece hasta c extremo de sentir desasosiego y acoger co alborozo el instante en que alguien, por fin se decide a romper el hielo e iniciar algo po el estilo de una conversación general. En e tren, ese romperse el hielo suele producirse de un modo bastante chistoso, pero siempre distinto que en el barco (luego explicaré po qué). A veces, sobre esa general medianía, de

!■•>>nto descuella un talento genial que, con su jemplo, arrastra a todos los demás, desde el iumero al último. Surge inopinadamente un tenor que, en medio del tenso silencio y la ■n ,pación casi convulsiva generales, recio y f¡n que nadie lo invite, ni siquiera valiéndose !■ ningún pretexto, es más, sin pizca de esos ""Iro s — tan indispensables, según nuestra •Itii'.i de lo que debe hacer un gentlem ancuan■§ de pronto se encuentra entre gente desconiK ida— , sin ninguno de esos ruines rodeos introducen en la conversación las más Vulgares expresiones, y que desde la emanci­ pa« ión de los siervos tienen tan arraigados si}1 ,tinos de nuestros señoritos, cual si estuvie§‘>¡i resentidos por ello, sino todo lo contrario: i 'ni el aire del más rancio caballero sale cont unióles a todos en general, y a ninguno en c uticular, nada menos que su propia biogra­ fía, con la completa y desconfiada estupefaci i*’n de los presentes. Al principio, incluso se a/oran y se miran con ojos interrogantes; aun­ que, en medio de todo, les tranquiliza pensar •. Pero quien más llama la atención es un g iu lia n o . Se trata, por lo demás, de una | . Irncia de aspecto muy bonachón, con Mai a y medio uniforme. Todos saben enseg. ni la que es el decano de los funcionarios y, p* «i así decirlo, el patrón del gobierno, lleganai’ . 1 afirmar algunos, que ahora va de visita ti, inspección. Lo más probable es que venga

j

Con ninguna de esas criaturas rigen nues-1 tras leyes. El viejo doctor se encuentra entera-l

84

85

F ed or D osto ïevski acompañando a su mujer y a su familia algún lugar cercano, donde tendrán su resl dencia veraniega. Su mujer es una dama mui guapa, de treinta y seis o treinta y siete añoiji ostenta el ilustre apellido de S. (que todos co­ nocen en el barco) y viaja en compañía de su! cuatro hijitas (la mayor de diez años) y una institutriz suiza, y provocando la indignación de algunas de las señoras presentes, se con­ duce al estilo de la clase media, aunque res pinga la nariz de un modo intolerable. Viste como en día de trabajo, según es moda ahor.i entre las madres de familia; recalca a media voz una de las hijas del general, mirando con ojos de envidia el exquisito corte del modes to vestido de la señora del alto funcionaric Atrae también la atención de un modo nota^ ble, y hasta excesivo, un caballero alto, secc muy canoso, de unos cincuenta y seis o cin* cuenta y siete años, que se ha sentado desen« fadadamente, de espaldas a todos, en una de las airosas sillitas del vapor, y mira por li borda correr el agua. Nadie ignora que ea Fulano de Tal, que fue gentilhombre del soj berano difunto y un hombre muy elegante en su tiempo. Y aunque no se sabe lo que ahora

86

CUADRITOS DE VlA/E fea, es un señor de la más alta sociedad, que | i derrochado mucho dinero en su vida, y fe-,ios últimos años anduvo viajando mucho ■(ir el extranjero. Va incluso un tanto descui­ dado en el vestir, y muestra todo el aspecto de un particular, pero con el empaque de un Efeprochable m ilord ruso y hasta sin mezcla n peluquero francés, lo que representa una .,tiva rareza en un verdadero inglés ruso. ||m acompañan en el vapor dos criados, lleva ■ onsigo un perro setter de extraordinaria be■é/a. El perro anda sobre la cubierta, y, deseiüo de hacer amistad con nosotros, mete el PtK ico entre las rodillas del público sentado, fe rra n d o tumo, visiblemente. Y aunque reitilia algo molesto, nadie se enoja, y algunos . , ia tratan de acariciar al animalito; pero, tjt,,le luego, con aire de entendidos, que sa­ lten apreciar el valor de un perro de precio, y pniiana pueden tener otro seííer igual. Pero el w r u recibe las caricias con indiferencia, coffii i un verdadero aristócrata, y no permanece MUt lio tiempo con el hocico en las rodillas i|t nadie y, aunque mueve la cola, lo hace íjfnplemente por cortesía mundana, con indiIfe n c ia y frialdad. Por lo visto, el m ilord no

87

F ed o r D osto ïevski

CUADRITOS DE VlA/E

conoce aquí a nadie; pero, a juzgar por su cara adusta y agria, no está tampoco para buscar amigos, y no por cuestión de princi­ pios, sino sencillamente porque no los echa de menos. Para el patrón del gobierno mues­ tra una indiferencia absoluta, indiferencia que tampoco responde a principios. Pero ya se ve que de un momento a otro han de entablar conversación. El dignatario va y viene en torno a la sil lita del gentilhombre, y hace todo lo posible por hablarle. No obstante estar casa­ do con una S., parece, en virtud de rectitud innata, reconocerse inferior en bastantes gra­ dos al milord, aunque claro que sin el menor detrimento de su dignidad: trata de resolver ahora este último problema. De pronto, se atraviesa un señor de segundo grado, y por su mediación ya han cambiado, casualmente, dignatario y milord, unas cuantas palabritas sin presentación previa. De pretexto ha servi­ do la noticia, comunicada por el señor de segundo grado, y referente a cierto goberna­ dor vecino, también conocido aristócrata, que en el extranjero, adonde iba a tomar ba­ ños con su familia, hubo de romperse una pierna en el tren. Nuestro general se afecta

mucho y desea saber pormenores. El m ilord los conoce, y afablemente deslizó dos o tres pares de palabras por entre sus dientes posti­ zos, por lo demás, sin mirar al general ni saber a quién hablaba, si a él o al reportero de segundo grado. El general, con impaciencia sincera, se apoya en el respaldo de la silla y .iguarda. Pero el milord promete poco, y de pronto calla y olvida lo que estaba diciendo. Por lo menos pone cara de eso. El vivaracho ■.('ñor de segundo grado tiembla por él, desean­ do impedir que hable. Considera su deber sagrado ser quien presente uno a otro a aque­ llos dos encumbrados caballeros.

88

Es de notar que esos caballeros de segun­ do grado se encuentren a menudo en los via­ jes, sobre todo alrededor de los proceres, y [eso por la simple razón de que allí no los i pueden echar. Pero, si no los echan, es por­ que resultan muy útiles, claro que cuando se | hallan en ciertas condiciones propicias. El nuestro, por ejemplo, llevaba hasta su conde[ i oración al cuello, y, aunque iba de paisano, I vestía, sin embargo, de un modo algo oficial, i Así que resultaba en cierto modo decente.

89

F ed o r D osto ïevski Aquel señorito se conducía delante de un viejo procer de forma que parecía decir con sólo su aspecto: "Mire usted: yo soy de segun­ do grado, no pretendo codearme con usted. A mí usted no puede ofenderme, Excelencia, mientras que yo sí puedo distraerle, conside­ rándome, incluso, feliz con que usted me mire de arriba abajo, que hasta la tumba sabré ocupar mi puesto". Sin duda que estos caballeros van buscando su provecho; pero su tipo puro procede sin fin de lucro, única­ mente movidos de cierta inspiración burocrá­ tica y, en ese caso, tales señores son útiles y sinceramente amables e ingenuos, hasta el punto de desaparecer en ellos el lacayo y pro­ ducirse de por sí el lucro como un hecho y su ineludible consecuencia. Todos los de cubierta prestaron extraordi­ naria atención al incipiente coloquio de aquellos dos altos personajes, y no porque quisieran tomar también parte en él, que eso habría sido demasiado, sino tan sólo ver y oír. Algunos hasta daban vueltas por allí, siendo el que más se desvivía el europeo marido de la distinguida señora. El cual siente que no

90

CUADRITOS DE VlA/E sólo podría acercarse a los interlocutores, .¡no también terciar en el diálogo, pues hasta tiene cierto derecho a ello; los generales con los generales, y Europa con Europa. Ni tam­ poco podría él hablar peor que otros, del gobernador lesionado que se rompió una pierna en el extranjero. Hasta piensa en aca­ riciar al setter y empezar por ahí; pero ya que tiene la mano tendida, la retira y, de pronto, le asalta el invencible antojo de darle un punlapié al perro. Poco a poco va adoptando un aire solitario y ofendido; por un momento se aleja y va a contemplar la brillante superficie del lago. Su mujer, no se le escapa, lo está mirando con ironía cáustica. En vista de eso 1 1 0 puede contenerse y vuelve al lugar del coloquio, y va y viene en torno a los interlo­ cutores como alma en pena. ¡Y si esa alma inocente fuera capaz de odiar a alguien, odia­ ría en aquel instante al señor de segundo í>rado, lo aborrecería con todas sus fuerzas, pues si no hubiese estado allí aquel sujeto no habría ocurrido lo que sucedió! __¡Telegrafiaron desde allá! — recalcó el flaco milord, siguiendo con la vista al setter y

91

F ed or D osto ïevski respondiendo apenas al general— , y yo, en el primer momento, figúrese usted, me quedé estupefacto. — ¿Es quizás pariente suyo? — estuvo a punto de preguntar al general, pero se contu­ vo y aguardó. — Y figúrese, la familia en Karlsbad, y tele­ grafió... — repite con incoherencia el milord, recalcando lo de telegrafió. Su excelencia aún sigue aguardando, aun­ que su cara revela una gran impaciencia. Pero el milord, de pronto, cierra el pico y se olvida del diálogo. — Pero, según creo, tiene su posesión prin­ cipal en el gobierno de Tversk, ¿no? — se de­ cide, por último, a preguntar el general, con cierta vergüenza y recelo. — Dos, dos delgaditos: Yarkov y Aristarj. Hermanos. Aristarj se encuentra ahora en Besarabia. Yarkov se rompió una pierna y Aris­ tarj se encuentra en Besarabia. El general levanta la frente y es preso de

92

CUADRITOS DE VlA/E una gran perplejidad. — Delgaditos, y las tierras son de su mujer, una Garunina. — ¡Ah! — exclama el general. Por lo visto, le satisface que sea una Garunina. Ahora ( omprende. Muy buen hombre — exclama con vehe­ mencia— . Lo conocía, es decir, precisamente esperaba conocerlo aquí. ¡Hombre nobilísimo! — ¡Muy buen hombre, Excelencia, muy buen hombre! ¡Eso es, usted lo ha calificado ilcfinitivamente: muy buen hombre! — inter­ vino el caballero de segundo grado, con calor y entusiasmo no fingido resplandeciendo en •us ojos. Mira con desdén a los demás pasa­ je r o s y se siente incomparablemente superior . 1 todos ellos. Eso acaba ya con la paciencia del señor europeo, que merodea en torno al diálogo. ¡Ay, fue cosa de la fatalidad! La fatalidad consistió aquí en que su mujei, la dama distinguida, allá en sus tiempos

93

F ed o r D osto ïevski

CUADRITOS DE VlAJE

de soltera, era amiga de la esposa del digna­ tario, que por su casa se llamaba S. La dama distinguida se consideraba también, con mo­ tivo de su alcurnia, realmente superior a su marido. Al poner antes el pie sobre cubierta, ya sabía ella que también la otra sacaría pasa­ je, y contaba con encontrársela. Pero, ¡ay!, que ambas señoras no se encontraron, y des­ de el primer momento, a la primera mirada, se hizo evidente que no podían encontrarse. ¡Y todo por culpa de aquel hombre que no era nadie!

nio. La dama distinguida no quería, por lo visto, enterarse de que ya no tenía siervos ni dinero. Pero lo que más rabia le daba era que llevaban allí ya cuatro meses sin lograr encontrarse con nadie. Aquel encuentro con l,i generala habría sido el primero. "¡Y de todo tenía la culpa aquel hombre que no era

Pero aquel hombre que no era nadie sabía, por su parte, de sobra, los tácitos pen­ samientos de su mujer, que demasiado tiem­ po había tenido de calárselos en sus siete años de matrimonio. Y, sin embargo, también él había nacido en Arcadia. Allí, en aquel mismo gobierno, había poseído hasta sete­ cientas almas. Después que las emanciparon, el matrimonio se fue a pasar esos siete años en el extranjero. Y helos aquí que ahora regre­ saban a la patria, donde llevaban ya cuatro meses comiéndose los restos de su patrimo­

94

nadie!" __¡De qué sirve que use esa barbita a la europea, si no tiene empleo, ni influencia, ni relaciones! ¡Nunca supo buscarse nada, ni ,iquiera casarse supo! ¡Y cómo pude aceptar­ lo por marido! ¡Me fascinó con la barbita! El afortunado esposo sabe de sobra que eso es lo que piensa de él la dama distingui­ da, y en aquel instante crítico. Ella no le ha manifestado su deseo de encontrarse con la peñérala; pero él sabe muy bien que, como no le proporcione ese encuentro, se lo repro. hará toda la vida. Además, él tiene empeño en demostrarle que es hombre capaz de hablar con generales rusos. Que no es un ■ualquiera, corno ella se imagina, sino un

95

F ed or D osto ïevski

CUADRITOS DE VlA/E

hombre de valía. ¡Ay, el afán de que su mujer haya de reconocer su valor espontáneamenteconstituye, en realidad, el principal objeto di' aquella vida frustrada, y hasta todo su objeto desde que se casó! Cómo fue así, sería muy largo de contar; pero así fue y a eso se redujo todo. Y helo que ahora, de pronto, da un paso y va a plantarse delante del milord.

si Hita del milord no reparó en que este tenía su bastón sobre el banquito y que el bastón ha resbalado y está a punto de rodar. Se aparta aprisa, cae el bastón, y milord, malhumorado, se agacha a recogerlo. En aquel instante se oye un grito horrible: es el setter, al que nuesiro hombre, al desviarse, le ha pisado una pata. El setter aúlla de un modo insufrible, eslúpido; m ilord revuelve todo el cuerpo en la .illa e increpa al caballero:

— Yo..., general..., yo también he estado en Karlsbad, y figúrese, general, yo también sufrí allí una lesión en una pierna... ¿Hablaba usted de Aristarj Yakovlevich? — añade, diri­ giéndose de pronto al m ilord, por no poder¡ resistir al general. El general levanta la cabeza y se qued.i mirando con cierto asombro al recién llega­ do, y le tiembla todo el cuerpo. Pero el milord ni siquiera alza la frente y, sin embargo^ ¡horror!, alarga el brazo, y el señor europeo comprende claramente que el milord, apO'd yando con fuerza su mano en su pierna, lo aparta de su lado. Da un respingo, baja la vista, y comprende la causa de inmediato: > las setas — observó Bielinski en tono severo,! pero tomó el manuscrito. Cuando Nekrásov volvió por allí aquella noche, lo recibió Bielinski sencillamente emú donado: — ¡Tráigamelo usted, tráigamelo usted enseguida! Así que me llevaron a su casa (era ya d tercer día). Recuerdo que al primer golpe d i vista me chocó mucho su figura, aquella na­ riz, aquella frente; no sé por qué me había imaginado de otro modo a aquel crítico terri­ ble, tremendo. Me recibió con un gesto d i enorme seriedad y reserva. "Bueno, quizá sea esto lo propio del caso", pensé; pero no había pasado, me parece, un minuto, cuanto ya lo­ do había cambiado. Aquella seriedad no era la premeditada reserva de un personaje céle­ bre, de un gran crítico que recibe a un novel de veintidós años, sino que respondía, por asi decirlo, al respeto que le inspiraban los sentí mientas que anhelaba comunicarme lo más pronto posible, las graves palabras que pen­

148

E l N a c im ie n t o d e u n E s c r it o r saba decirme. Rompió a hablar con exaltación y echando fuego por los ojos: "Pero ¿compren­ de usted mismo — repitió varias veces, según su costumbre de hablar a saltos— lo que ha escrito usted?" (Gritaba siempre de aquel modo cuando le dominaba un sentimiento ¡ nérgico.) "Sólo con su instinto inmediato, só­ lo como artista, ha podido usted escribir eso; poro ¿ha podido usted abarcar también con la razón toda la terrible verdad que nos denun■¡a? No es posible que usted, con sus veinte años, lo comprenda. Ese desdichado funcio­ nario que usted nos pinta ha llegado al extre­ mo por efecto del continuo servicio; se ha encontrado, por fin, en el caso de no atrever­ se a considerarse infeliz por pura sumisión, y la más leve queja se le antoja cosa de libre­ pensamiento, eso es, ni siquiera osa creerse ron derecho a sentirse infeliz; y cuando un buen hombre, su general, le da aquellos cien rublos, queda deshecho, anonadado de asom­ bro de que un hombre como aquel, Vuestra Excelencia, no Su Excelencia, sino Vuestra Excelencia, como él dice, haya podido com­ padecerse de su humilde persona. ¡Y aquel

149

F ed or D osto ïevski botón que se le cae, al momento de besarle la mano al general, ya no es piedad lo que ins pira ese desdichado, sino horror, horror! ¡Precisamente en esa gratitud se cifra todo ('I espanto! ¡Es una tragedia! ¡Usted ha llegado aquí al meollo del asunto! Nosotros, publicis­ tas y críticos, no hacemos más que desvelar­ nos por expresar eso con palabras; pero usté des los artistas, de un solo trazo, resaltan pal­ pablemente la esencia misma de la cosa, ele modo que parece poder tocársela con la ma­ no, y aun el lector menos avezado a pensar todo, lo comprende enseguida. ¡Tal es el se­ creto del arte, tal es la verdad del arte! ¡Aquí está el artista al servicio de la verdad! ¡A usted se le ha revelado la verdad, como a artista que es; ha venido al mundo con ese don; aprecie usted ese don debidamente, séale fiel, y llegará a ser un gran artista!"

E l N a c im ie n t o de u n E s cr it o r

Todo eso me dijo entonces. Todo eso les dijo también después, hablando de mí, a otros muchos que todavía viven y pueden atesti­ guarlo. Me separé de él, encantado. Me detu ve en la esquina de su casa, contemplé el

cielo claro, el día radiante, la gente que pasalia, y sentí plenamente, con todo mi ser, que en mi vida había surgido un instante solemne, un cambio para siempre; que algo nuevo había empezado, pero algo que ni en mis más fogosos sueños me hubiese atrevido a imagi­ nar. (Y eso que entonces yo era un soñador tremendo.) "¿Sería verdad que yo era tan grande?", pensaba, avergonzado, en una suerte de tímido éxtasis. ¡Oh! No se rían uste­ des; luego no he vuelto a pensar nunca que fuera grande; pero entonces, ¿quién podía soportar aquello?" ¡Oh, ya me haré digno de esos elogios! Pero ¡qué hombres esos, qué hombres! Sí, son hombres. Quiero merecer esas alabanzas; me esforzaré para ser un hombre tan extraordinario como ellos; seré fiel, ¡Oh, y qué atolondrado soy aún, y si Hielinski supiese lo inútil y torpe que soy! Y todavía dice la gente que esos literatos son ■■oberbios, vanidosos y fatuos. Aunque, des­ pués de todo, es verdad que sólo esos hom­ bres son los que hay en Rusia, los que pesan. I stán realmente solos, pero tienen a su lado la " verdad; y esta y el bien triunfarán siempre]

150

151

F ed o r D osto ïevski sobre el vicio y la maldad. Así que triunfare mos. ¡Oh, por ellos, con ellos! Todo esto pensé entonces. Recuerdo aquel instante con la mayor claridad. Y nunca he podido olvidarlo. Fue el instante más em­ briagador de toda mi vida. Cuando se me ve nía al pensamiento en los presidios de Siberi.i, se me levantaba nuevamente el espíritu. Aun ahora pienso en él con fruición. Y he aquí que hace poco, al cabo de treinta años, se me h.i vuelto a representar ese instante, en tanto me hallaba a la cabecera de Nekrásov. Me parecía que volvía a vivirlo de nuevo. Le recordé el episodio a la ligera, diciéndole únicamenle que en otro tiempo habíamos vivido algo en común, y pude comprobar que me había entendido. Verdaderamente, ya lo sabía yo. Al salir del presidio, él me había indicado un.i poesía suya, diciéndome: "Esto lo hice enton““ces por usted". |Y, no obstante, hemos estado toda la vida separados. En su lecho de enfermo pensará ahora en sus amigos muertos!,

E l N a c im ie n t o d e u n E s c r it o r la m aldad acabó con ellos. Desde las mudas paredes, don reproche me m iran los retratos de los muertos. Terrible aquí esa frase: con reproche. }\ uimos leales, lo fuimos de veras? Allá que lo tesuelva cada cual según su juicio y concieneia. Pero lean esas apasionadas canciones, y quiera Dios que de nuevo se reanime nuestro amado y apasionado poeta. Poeta apasionado hasta el dolor... O

Sin term inar quedan sus cantos. A traición sucum bieron en la flo r de su edad.

152

153

La Mentira se salva de la Mentira (1877)

(Acerca de “Don Quijote”) Veneración l La altu ra de u n alm a puede medirse en parte, sin más, fijándose en basta qué g ra­ do es capaz de inclinarse, y ante quién, con veneración (o devoción

Con pasión y desmesura, Dostoievski trans­ mite la conmoción que le provocó la lectura de I )on Quijote y las ideas y sensaciones que la novela de Cavantes sembraron en él.

O

(de Pensam ientos anotados) Don Q uijote es un gran libro; es del número de los eternos, de esos con que sólo de tarde en tarde se ve gratificada la Hu­ manidad. Y observaciones análogas respecto de lo más profundo de nuestra humana natu­ raleza se hallan en ese libro, en cada página. Ya el solo hecho de que Sancho, esa encarna­ ción de la sana razón, de la prudencia y la áurea medianía, se consagrase a ser amigo y

155

F ed o r D osto ïevski compañero de aventuras del más loco de lol hombres, él precisamente y no ningún otro,