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SAN JUSTINO

DIÁLOGO CON TRIFÓN (SELECCIÓN)

INTRODUCCIÓN Además de replantear la relación entre poder espiritual y temporal, el cristianismo suscitó interrogantes acerca de su propia plasticidad y estructura. La interrogante central que surgió en el contexto inmediato fue la de la posibilidad de conciliar el conocimiento divino con el conocimiento humano. A primera vista, parece que ambos reinos están escindidos. Incluso pensadores inmediatos al cristianismo primitivo como Taciano (120 – 180 d. C.), o lejanos como Kierkegaard (1813 – 1855 d. C.), se inclinaron por la vía del fideísmo. El fideísmo, grosso modo, rechaza el acceso racional al conocimiento de lo divino. Es decir, el único acceso a la divinidad es la fe. La antípoda racionalista del fideísmo es el gnosticismo. Los pensadores gnósticos pensaban que los contenidos de la fe no eran sino alegorías filosóficas. La razón podía abarcar —e, incluso, ir más allá de— los contenidos de la fe. El problema central seguía vigente: ¿qué papel debe guardar la fe frente a la ciencia y la filosofía? Frente a la oposición entre fideísmo y gnosticismo, varios teólogos cristianos argumentaron a favor de la armonía entre fe y razón. Entre ellos se encuentran Clemente de Alejandría, san Justino Mártir y san Agustín de Hipona. El mundo medieval heredó este espíritu y dio pie al surgimiento de las grandes universidades. Además de la función conciliadora entre fe y razón, los primeros intelectuales cristianos enfrentaron un problema de igual peso. Varias posturas intentaron reducir el cristianismo a una vertiente del judaísmo o a una doctrina filosófica más. Frente a estos opositores, surgió un nuevo estilo de hacer filosofía: la apologética. Los grandes apologistas se enfocaron en marcar las diferencias y similitudes entre los contenidos de la fe. Por otro lado, retomaron la tarea de mostrar al cristianismo como la religión verdadera. El proceso de evangelización no se limitó a la exposición del Evangelio a los paganos, también implicó el diálogo con las altas esferas de la cultura antigua. Gobernantes, científicos y filósofos participaron en la discusión. Este proceso supuso también la refutación de las herejías tempranas como el arrianismo, donatismo, pelagianismo y gnosticismo. Los primeros intelectuales cristianos enfrentaron todas estas dificultades, dedicando obras extensas a su discusión filosófica. Si bien había cierta preocupación por aclarar los contenidos de la fe, el núcleo de las discusiones tenía que ver más con la verdadera naturaleza de la fe y el esfuerzo por darle forma a una iglesia cristiana. San Justino mártir (c. 100 – 165 d. C.) fue uno de estos intelectuales. Su extensa obra abarca varios escritos apologéticos, teológicos y algunos diálogos. El Diálogo con Trifón representa una de las exposiciones más importantes del cristianismo primitivo, pues presenta una postura conciliadora entre fe y razón que habría de heredar el cristianismo posterior. El diálogo plantea interrogantes acerca de la relación entre filosofía y religión. El gran mérito de san Justino consiste en mostrar la compatibilidad y marcar los límites entre ambas.

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No se ve en el desarrollo de la obra un rechazo tajante de las formas de conocimiento distintas al cristianismo; pero tampoco se ve una subordinación absoluta, como ocurre con algunos autores contemporáneos. La actitud conciliadora entre fe y razón resultó ser determinante para el cristianismo posterior y la cultura occidental. La Reforma protestante reaccionó, en parte, en contra de la laxitud cristiana con la que se incorporaban elementos ajenos a la fe para la interpretación de la Escritura.

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CAPÍTULO I.— INTRODUCCIÓN Mientras paseaba una mañana por los pasillos de Xisto, cierto hombre, con otros en su compañía, vino y me dijo: —Hola, filósofo. E inmediatamente después de decir esto, se volvió y caminó conmigo; sus amigos hicieron lo mismo y lo siguieron. —¿Qué hay? —respondí yo. Y él replicó: —Aprendí por Corinto el socrático, en Argos, que no debo despreciar ni tratar con indiferencia a los que se cubren a sí mismos con esta vestimenta. Más bien debo mostrarles toda amabilidad y asociarme con ellos, pues quizás alguna ventaja podría surgir de tal compañía, ya sea para ese hombre o para mí. Es bueno, además, para ambos, si uno u otro se beneficia. Tomando esto en cuenta, entonces, cuando veo a uno con tal atuendo, gustoso me acerco a él, y ahora, por la misma razón, me he emparejado a ti; y también ellos que me acompañan, con la esperanza de oír algo provechoso de ti. —Pero, ¿quién eres tú, oh, el más excelente de los hombres? —le dije yo en respuesta. —Mi nombre y mi familia los digo simplemente: me llamo Trifón y soy hebreo circuncidado. Escapé de la reciente guerra y paso la mayor parte de mi tiempo en Grecia, especialmente en Corinto. —¿Y en qué —dije yo— te aprovecharía a ti la filosofía tanto como tu Legislador (Moisés) o los profetas? —¿Por qué no? —dijo él—. ¿Acaso los filósofos no hacen un discurso sobre Dios? Y ¿no se cuestionan constantemente sobre su unidad y su providencia? ¿No es acaso deber de la filosofía investigar sobre Dios? —Sí —dije yo—, así también nosotros hemos opinado. Pero la mayoría de los filósofos no ha pensado sobre esto, si hay uno o más dioses y si guardan de cada uno de nosotros o no, pues parece que este conocimiento en nada contribuye a nuestra felicidad. No, más bien nos tratan de convencer de que Dios cuida del universo con sus géneros y especies, pero no de ti y de mí y de cada uno de nosotros individualmente, pues de otro modo no necesitaríamos orar a Él noche y día. No es difícil entender el resultado: la irreverencia y el descuido al hablar de esto hacen que los que dicen estas opiniones hagan y digan lo que sea que elijan sin temer el castigo ni esperar algún bien de parte de Dios. Pues ellos afirman que las mismas cosas pasarán siempre; y además, que tú y yo viviremos de nuevo de una manera semejante, no habiéndonos convertido ni en mejores ni peores hombres. Pero hay otros que, habiendo supuesto que el alma es inmortal e inmaterial, creen que, aunque hayan cometido el mal, no sufrirán un castigo (pues lo inmaterial es impasible), y que el alma, en consecuencia, no necesita nada de Dios. Y él, sonriendo gentilmente, dijo: —Y tú, ¿qué piensas de todo esto? ¿Cuál es tu opinión sobre Dios y cuál es tu filosofía? Dínoslo. 103

CAPÍTULO II.—JUSTINO DESCRIBE SUS ESTUDIOS FILOSÓFICOS —Les contaré —dije— lo que me parece, pues la filosofía es, de hecho, la más grande posesión, y la más honorable ante Dios; y a Él nos conduce y con Él nos reúne. Y santos, de verdad, son los que consagran su inteligencia a la filosofía. Qué sea la filosofía, sin embargo, y la razón por la cual ella ha sido enviada a los hombres, ha escapado de la observación de la mayoría, pues si este conocimiento fuera uno, no habría platónicos, ni peripatéticos, ni contemplativos ni pitagóricos. ”Deseo decirles por qué le han salido muchas cabezas. Ha pasado que aquellos que primero manejaron la filosofía, y que, por tanto, eran estimados como hombres ilustres, fueron sustituidos por aquellos que no hicieron ninguna investigación concerniente a la verdad, sino que sólo admiraron la perseverancia y la autodisciplina de los anteriores, así como la novedad de sus doctrinas y cada pensamiento que, de ser verdad, aprendían de sus maestros: luego, además, esos primeros hombres pasaron a sus sucesores estas cosas y otras similares; y este sistema fue llamado por el nombre del padre de esa doctrina. ”Estando yo primero deseoso de conversar personalmente con uno de esos hombres, me rendí ante cierto filósofo estoico, y habiendo gastado un tiempo considerable con él, cuando no adquirí más conocimiento de Dios (pues el filósofo no se conocía a sí mismo y dijo que esta instrucción era innecesaria), lo dejé y tomé a otro, peripatético, muy definido en lo que creía. Luego de entretenerme los primeros pocos días, pidió que asentara un salario para que nuestra relación no fuera inútil. A él, por esta razón, también lo abandoné, creyendo que no era filósofo del todo. Pero cuando mi alma grandemente deseaba escuchar qué es propia y excelentemente la filosofía, llegué con un pitagórico muy famoso, un hombre que estimaba mucho su propia sabiduría. Y luego, cuando me entrevisté con él, queriendo convertirme en su oyente y discípulo, dijo: ”—¿Qué, entonces? ¿Conoces la música, la astronomía y la geometría? ¿Esperas percibir alguna de esas cosas que conducen a la vida feliz si no has estado informado primero de esos puntos que alejan al alma de los objetos sensibles, y dejarla adecuada para objetos que competen a la mente, para que ella pueda contemplar lo que es honorable en su esencia, y lo que es bueno en su esencia? ”Habiendo comentado muchas de estas ramas del conocimiento, y habiéndome dicho que ellas eran necesarias, me despidió cuando le confesé mi ignorancia. En consecuencia, tomé esto impacientemente, como era de esperarse cuando fallé en lo que esperaba, y más porque pensaba que el hombre tenía algún conocimiento; pero reflexionando de nuevo sobre el lapso durante el cual debería perder tiempo en esas ramas del conocimiento. No fui capaz de soportar más procrastinación. En mi débil condición me ocurrió tener un encuentro con los

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platonistas, pues su fama era grande. Y, entonces, pasé tanto de mi tiempo como me fuera posible con uno que se había instalado en nuestra ciudad, un hombre sagaz que tenía una posición alta entre los platonistas, y progresé e hice los más grandes avances día tras día. Y la intelección de las cosas inmateriales me emocionó mucho, y la contemplación de las ideas dio alas a mi mente, así que supuse que en un momento me había convertido en sabio; y fui suficientemente tonto como para creer que iba a ver inmediatamente a Dios, pues ésta es la finalidad de la filosofía de Platón.

CAPÍTULO III.—JUSTINO NARRA CÓMO FUE SU CONVERSIÓN ”Y estando así dispuesto, con deseos de estar lleno de una gran paz y de huir del camino de los hombres durante un tiempo, me acostumbré a ir a un campo no lejos del mar. Y cuando estaba cerca del lugar, un día, habiéndolo alcanzado, me propuse estar conmigo mismo, y cierto hombre anciano, cuyo aspecto no tenía nada de despreciable, sino dulce y serio, me siguió de cerca. Y cuando paré y me volví y fijé mis ojos en él. ”Y él dijo: ”—¿Me conoces? ”Yo dije que no. ”—¿Por qué, entonces, me miras?” ”—Estoy asombrado —dije—, pues has conseguido estar en mi compañía, ya que no esperaba ver a ningún hombre aquí. ”Y él me dijo: ”—Estoy preocupado por algunos en mi casa. Ellos se han apartado de mí: y por ello he venido a hacer una búsqueda personal por ellos, si, quizás, aparezcan en algún lugar. Pero tú, ¿por qué estás aquí? —me dijo. ”—Me deleito —dije— en tales paseos, en los que mi atención no está distraída, pues la conversación conmigo mismo no se interrumpe, y estos lugares son los más adecuados para el amor al razonamiento. ”—¿Eres, entonces, un filólogo? —dijo—, pero no un amante de las acciones o de la verdad? Y ¿no pretendes ser un hombre práctico, siendo un sofista? ”—¿Qué más grande trabajo —dije— podría yo cumplir que éste: exhibir la razón que gobierna todas las cosas, y subiendo en ella, ver los errores de otros y sus pretensiones? Pero sin filosofía y sin recta razón, la prudencia no estaría presente en ningún hombre. Por lo cual es 105

necesario que cada hombre filosofe y estimar esto como el más grande y honorable trabajo; pues otras cosas son de segundo o tercer nivel de importancia, aunque claro, si se las hace depender de la filosofía, entonces son de un valor moderado y digno de aceptación. Pero si ellas son privadas de la filosofía, y no la acompañan, son vulgares y rudas para aquellos que las persiguen. ”—¿La filosofía, entonces, da la felicidad? —dijo él, interrumpiendo. ”—-Sin duda —dije yo—, y sólo ella. ”—¿Qué es, entonces, la filosofía —dijo—, y qué es la felicidad? Por favor, dime, a menos que algo te lo dificulte. ”—La filosofía —dije— es la ciencia del ser y de lo verdadero; y la felicidad es la recompensa de tal conocimiento y sabiduría. ”—Pero, ¿a qué le llamas Dios? —dijo él. ”—A Aquello que siempre mantiene la misma naturaleza en el mismo modo, y es la causa de todas las otras cosas. Eso, de hecho, es Dios. Así le respondí y él me escuchó con placer. A continuación me interrogó: ”—¿No es el conocimiento un término común para diferentes asuntos? Pues en las artes de todo tipo, el que sabe cualquiera de ellas es un hombre igualmente hábil en el arte de ser general, de gobernar o de curar. Pero en los asuntos humanos y divinos no es así. ¿Hay, acaso, un conocimiento que permita el entendimiento de las cosas humanas y divinas, además de su rectitud, y luego, un encuentro minucioso con la divinidad? ”—Seguramente —dije. ”—¿Entonces, qué? ¿Es el mismo el modo por el que conocemos a Dios, que aquel por el que conocemos la música, la aritmética, la astronomía o alguna otra rama similar? ”—De ningún modo —dije. ”—No me has contestado correctamente, entonces —dijo él—. Para algunas ramas del saber, el conocimiento viene por el aprendizaje o por algún uso, mientras que para otras, tenemos el conocimiento por la vista. Ahora, si uno te dijera que existe en la India un animal con una naturaleza diferente a las otras, pero de tal y tal tipo, multiforme y variado, no podrías conocerlo sin antes haberlo visto, pero tampoco serías competente de dar cuenta de él, a menos que oyeras de alguien que lo hubiera visto. ”—Ciertamente no —dije.

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”—¿Cómo, entonces —dijo— deberían los filósofos juzgar correctamente sobre Dios o decir alguna verdad, cuando no tienen ningún conocimiento de Él, de ninguna ocasión, ni lo han escuchado? ”—Pero, padre —dije—, la divinidad no puede ser vista simplemente por los ojos, como otras cosas vivas pueden verse, sino que es discernible sólo para la mente, como dice Platón, y yo le creo.

CAPÍTULO IV.—EL ALMA POR SÍ MISMA NO PUEDE VER A DIOS ”—¿Existe, entonces —dijo él—, un poder tan grande en nuestra alma? O ¿puede un hombre no percibir el ser por los sentidos? ¿Podrá el alma del hombre ver a Dios en algún tiempo, si no es instruido por el Espíritu Santo? ”—Platón en verdad afirma —dije yo— que el ojo del alma es de tal naturaleza y ha sido dado con el fin de que nosotros, cuando el alma es pura, veamos al mismísimo Ser que es la causa de todo lo conocido por el alma, sin tener color, forma ni magnitud, nada, en verdad, de lo que el ojo corporal ve. Pero es algo de tal clase, dice también Platón, que está más allá de toda esencia, inefable e inexplicable, honorable y bueno por sí solo, y que viene de pronto a las almas bien dispuestas, a causa de su afinidad con Él y del su deseo de verlo. ”—¿Qué afinidad —dijo él— hay entre nosotros y Dios? ¿Es el alma también divina e inmortal y una parte de la mismísima mente regia? E incluso si ella ve a Dios, ¿es también así alcanzable para nosotros pensar en la divinidad en nuestra alma y llegar así a ser felices? ”—Sin duda —dije yo. ”—¿Y todas las almas de los seres vivos comprenden a Dios? —preguntó—. ¿O son las almas de los hombres de un tipo y las almas de los caballos y los burros de otro tipo?” ”—No, pero las almas que están en todos son semejantes —respondí. ”—Entonces —dijo él— ¿deberán los caballos y burros ver, o ya han visto en un punto u otro, a Dios? ”—No —dije—, no más que la mayoría de los hombres, salvo aquellos que viven justamente, purificados por la prudencia y todas las otras virtudes. ”—¿No es, entonces —dijo él— a causa de su afinidad que el hombre ve a Dios, ni porque tenga un alma, sino porque es templado y justo? ”—Sí —dije— y porque tiene eso, el hombre conoce a Dios. ”—¿Acaso las cabras y ovejas hacen daño a alguien?

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”—A nadie en ningún modo —dije. ”—Entonces estos animales verán a Dios, según lo que propones —dijo él. ”—No, porque su cuerpo, siendo de tal naturaleza, es un obstáculo. ”Y repuso: ”—Si estos animales asumieran el lenguaje, ten por seguro que, con gran razón, ridiculizarían nuestro cuerpo; pero dejemos este tema, y concedámoslo como dices. Dime, de todos modos, esto: ¿acaso el alma ve a Dios en tanto está en el cuerpo, o después de desprenderse del cuerpo? ”—En tanto esté en la forma de un hombre, es posible para él —dije— conseguir esto por medio del alma; pero especialmente cuando ha sido liberada del cuerpo, y estando aparte, por ella misma, toma posesión de aquello que era deseado continua y completamente para amarlo. ”—Y, ¿recuerda el alma esto (la visión de Dios) cuando está de nuevo en el hombre? ”—No me parece así —dije. ”—¿Cuál es, entonces, la ventaja de aquellos que han visto a Dios? O, ¿qué tiene aquél que ha visto más que aquél que no ha visto, a menos que recuerde este hecho que ha visto? ”—No puedo decirlo —respondí. ”—Y, ¿qué sufren aquellos que son juzgados como indignos de este espectáculo (la visión de Dios)? —dijo él. ”—Son apresados en los cuerpos de ciertas bestias salvajes y este es su castigo. ”—¿Saben ellos, entonces, que es por esta razón que están en estas formas y que han cometido algún pecado? ”—No lo creo. ”—Entonces esto no tiene ninguna ventaja desde su castigo, como parece, además, yo diría que ellos no son castigados a menos de que sean conscientes de su castigo. ”—Sin duda. ”—Entonces, las almas, ni ven a Dios ni migran a otros cuerpos; pues sabrían si están castigadas, y temerían cometer incluso el pecado más trivial después. Pero que puedan conocer que Dios existe y que la justicia y la piedad son honorables, en eso concuerdo contigo. ”—Tienes razón —le dije.

CAPÍTULO V.—EL ALMA POR SÍ MISMA NO ES INMORTAL ”—Estos filósofos no saben nada, entonces, sobre estas cosas; pues ellos no pueden decir lo que es un alma. 108

”—No parece que sea así. ”—Ni se debe decir que se pueda llamar el alma inmortal, pues si es inmortal, entonces es engendrada de manera simple. ”—El alma es ambas: no engendrada e inmortal, de acuerdo con los llamados platonistas. ”—¿Dices que el mundo es también no engendrado? ”—Algunos dicen eso. Pero no necesito estar de acuerdo con ellos. ”—Tienes razón, pues ¿qué razón tiene uno para suponer que un cuerpo tan sólido, que posee resistencia, es compuesto, cambia, se descompone y se regenera cada día, no ha surgido por alguna causa? Pero si el mundo es generado, las almas necesariamente son generadas; y quizás, en un tiempo, no existieron, pues fueron hechas para el hombre y los otros seres vivos, si es que dirás que han sido generadas totalmente aparte y no junto con sus respectivos cuerpos. ”—Eso parece ser correcto. ”—Entonces, ¿no son inmortales? ”—No, pues el mundo nos parece ser generado. ”—Pero, de hecho, no digo que todas las almas mueran, pues sería una parte de buena fortuna para el mal. ¿Qué entonces? Las almas de los hombres piadosos permanecen en un mejor lugar, mientras que las de aquellos injustos y malvados están en un lugar peor, esperando su juicio. Así, algunos que han aparecido ser dignos de Dios nunca mueren; pero otros son castigados en tanto que Dios quiere que existan y que sean castigados. ”—¿Es, entonces, como dices, de una naturaleza semejante a la que Platón se refiere en el Timeo sobre el mundo, cuando dice que es sujeto de descomposición, en tanto que ha sido creado, pero que no será destruido ni encontrará el destino de la muerte en función de la voluntad de Dios? ¿Te parece que lo mismo se puede decir sobre el alma, y en general, de todas las cosas? Pues aquellas cosas que existen después de Dios o deberán existir en algún tiempo tienen la naturaleza de la descomposición y son de tal modo que pueden ser borradas o dejar de existir; pues sólo Dios es no engendrado e incorruptible, y por tanto, Él es Dios, y todas las cosas después de Él son creadas y corruptibles. Por esta razón las almas mueren y son castigadas: pues si fueran no engendradas, no pecarían ni se llenarían de tonterías, ni serían cobardes, ni de nuevo feroces, ni se transformarían voluntariamente en cerdos y serpientes y perros, ni sería justo obligarlas si fueran no generadas. Pues lo que es no generado es similar a, igual a y lo mismo que aquello que es no generado; y ni en poder ni en honor debería ser preferido uno que otro, y por tanto, no hay muchas cosas que sean no generadas; pues si hubiera alguna diferencia entre ellas, no descubrirías la causa de la diferencia aunque buscaras por ella, sino hasta dejar la mente vagar hacia el infinito, al final, cansado, llegarías al Uno no generado, y dirías que es la Causa de todas las cosas. ¿Escapó esto a las observaciones de Platón y de Pitágoras, hombres sabios, quienes han sido como un muro y una fortaleza para nosotros?

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CAPÍTULO VI.— ESTAS COSAS ERAN DESCONOCIDAS PARA PLATÓN Y OTROS FILÓSOFOS ”—No me importa —dijo él— si Platón o Pitágoras, o en suma, cualquier otro hombre, tuvo estas opiniones. Pues la verdad es tal, y lo sabrás de esto. El alma seguramente es o tiene vida. Si, entonces, es vida, causaría que otra cosa viviera y no ella misma, pues el movimiento mueve a otra cosa y no a sí mismo. Ahora, que el alma vive, nadie lo niega. Pero si vive, vive no como siendo la vida misma, sino como algo que participa de la vida. Pero lo que participa de cualquier cosa, es diferente de aquello de lo que participa. Ahora bien, el alma participa de la vida, pues Dios desea que viva. Entonces, el alma no participará de la vida si Dios no desea que viva. Pues la vida no es su atributo, pues lo es de Dios, pero como un hombre no vive para siempre, ni el alma está para siempre unida a un cuerpo, pues, cuando esta armonía se debe romper, el alma deja el cuerpo y el hombre no existe más; incluso cuando el alma deja de existir, el espíritu de vida es removido de él y no hay más alma, sino que regresa al lugar de donde fue tomada.

CAPÍTULO VII.—EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD DEBE SER TOMADO SÓLO DE LOS PROFETAS ”—¿A qué maestro debemos recurrir —dije— y en quién encontrar ayuda, si incluso esos hombres no tienen la verdad? ”—Existieron, mucho antes de ahora, ciertos hombres más antiguos que todos los estimados filósofos, a la vez, justos y amados por Dios, por quienes habló el Espíritu Divino, y predijo eventos que tomarían lugar y que ahora tienen lugar. Esos hombres se llamaban profetas. Sólo ellos vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin reverenciar ni temer a hombre alguno, sin estar influidos por el deseo de gloria, sino sólo hablando de las cosas que vieron y escucharon, estando llenos del Espíritu Santo. Sus escrituras aún existen, y el que las ha leído es ayudado en su conocimiento del principio y el fin de las cosas, y de aquellos asuntos que el filósofo debe saber, teniendo en cuenta que las ha creído. ”Pues ellos no usaron demostración en sus tratados, viendo que eran testigos de la verdad que está por encima de toda demostración y es digna de ser creída; y esos eventos han sucedido y aquellos que están sucediendo, te obligan a asentir las afirmaciones dichas por ellos, aunque, sin duda, fueron creídos en función de los milagros que hacían, pues glorificaban mucho al creador, a Dios, Padre de todas las cosas, y proclamaban a su Hijo, el Cristo, enviado por Él. ”Esto, los falsos profetas, que están llenos de un espíritu inmundo y mentiroso, no lo han hecho, al contrario, han tenido la audacia de hacer cosas maravillosas para asombrar a los hombres y glorificar a los espíritus y demonios del error. Pero, oremos, sobre todas las cosas,

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para que las puertas de la luz te sean abiertas pues estas cosas no pueden ser conocidas ni comprendidas completamente, sino sólo por el hombre a quien Dios y su Cristo le han dado sabiduría.

CAPÍTULO VIII.— JUSTINO, POR SU COLOQUIO, ESTÁ ENCENDIDO DE AMOR A CRISTO ”Apenas dijo estas y otras cosas que ahora no conviene mencionar, el hombre se alejó prometiéndome profundizarlas. No lo he vuelto a ver. Pero inmediatamente una llama se encendió en mi corazón; y un amor por los profetas y por aquellos hombres que son amigos de Cristo me poseyó; y mientras repasaba sus palabras en mi mente, encontré que sólo esta filosofía era segura y útil. Entonces, por esta razón, soy filósofo. Además, desearía que todos hicieran una resolución como la mía y no se quedaran lejos de las palabras del Salvador. ”Pues ellas poseen un poder inmenso en ellas mismas y son suficientes para inspirar a aquellos que se alejan del camino de la rectitud con temor; mientras que el dulce resto es dado a aquellos que hacen una práctica diligente de ellas. Si, entonces, tú tienes alguna preocupación por ti mismo, y si estás buscando deseoso la salvación, y si crees en Dios, puedes —pues no eres indiferente al asunto— conocer al Cristo de Dios, y después de ser iniciado, vivir una vida feliz. Cuando dije esto, mis estimados amigos, los que estaban con Trifón, se rieron; pero él, sonriendo, dijo: —Apruebo tus otras observaciones y admiro el afán con el que estudias las cosas divinas; pero sería mejor para ti seguir con la filosofía de Platón, o de algún otro hombre cultivando la constancia, el autocontrol y la moderación, más que ser engañado por falsas palabras y seguir las opiniones de hombres sin reputación. Pues si continúas en ese modo de filosofía, y vives sin culpa, una esperanza de un mejor destino te queda. Pero si has abandonado a Dios y has puesto la confianza en los hombres, ¿qué seguridad te queda? Si, entonces, estás dispuesto a escucharme (pues ya te considero un amigo), primero hazte la circuncisión, y luego, observa qué mandamientos se han hecho respecto del Shabbat y las fiestas y las lunas nuevas de Dios; y, en una palabra, haz todas las cosas escritas en la ley: y quizás obtendrás la misericordia de Dios. Pero el Cristo —si en verdad nació y existe en alguna parte— es desconocido e incluso no se conoce a sí mismo y no tiene poder hasta que Elías venga a ungirlo y hacerlo manifiesto a todos. Y ustedes, habiendo aceptado una historia sin fundamentos, se inventan un Cristo para ustedes, y por esta causa están muriendo desconsideradamente.

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