1 Ceremonia Secreta De Marco Denevi Adaptación Nilo Checchi Personajes ‐LEONIDES (ANABELI, GUIRLANDA SAN
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Ceremonia Secreta De Marco Denevi Adaptación Nilo Checchi
Personajes ‐LEONIDES (ANABELI, GUIRLANDA SANTOS, DESCONOCIDA) ‐CECILIA (LA JOVEN) ‐ENCARNACION ‐MERCEDES ‐BELENA ‐EMPLEADO 1 ‐EMPLEADO 2
Producción Artística y General Juan Carlos Cantafio – Hugo Zanón
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ANALISIS ADAPTACION DE CEREMONIA SECRETA Reducción e interpretación de la obra. La presente reducción de la obra de Marco Denevi, “Ceremonia Secreta” sigue fielmente el texto original, solo he juntado las dos apariciones, de Encarnación y Mercedes que ocurren en la casona de Suipacha, en una sola, para darle más cuerpo teatral. He tomado la decisión de respetar el texto completamente después de haber visionado las dos películas, televisiva y cinematográfica, nacional la primera y inglesa la segunda, que en mi sentido, han traicionado y falsificado totalmente la nouvelle de Denevi. El estudio crítico de Cristina Piña me ha dado la clave de la interpretación escénica. La reducción teatral tiene un prologo, un cuerpo central compuesto de tres partes y un epilogo. Como se puede claramente entender, leyendo la presente reducción, el texto resulta escrito como si fuera representado al completo sobre el escenario, se debe solo transferir, así como se encuentra al palco escénico, claramente pasando para las obvias verificaciones técnicas.
Movimientos escénicos Se necesita la colaboración de un coreógrafo; sobre todo por el prologo, donde los movimientos tienen la misma importancia de las palabras, sino mas. Y también en algunos momentos particulares como, en la primera parte por “el desayuno de Leonides”, “el desfile de la misma”, “la pantomima del robo de parte de las dos viejas”, “la carrera de Leonides hacia la casona de Suipacha de Cecilia, que termina con el abrazo de las dos”.
Iluminación Prologo Colores nítidos y bien trazados; predominan los colores alegres, el verde, el blanco, el amarillo, los colores pasteles, típicos de los diseños de los niños. También las fotos que aparecen en el telón serán en partes coloradas como hacen los niños colorean los diseños.
Primera parte En la casa‐castillo, la iluminación cambia drásticamente. Colores fuertes y dramáticos. El rojo, el azul, el negro, el morado… luces y sombras... una iluminación de cuento gótico, de abajo hacia arriba… este tipo de iluminación debe usarse para presentar las dos viejas de manera de distorsionar las caras de ambas, y para el desfile de Leonides…
Segunda parte
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En la primera escena siguen los colores antecedentes pero atenuados y gradualmente pasan al blanco y negro, de fuerte contraste, típico de las películas policiales de los sesenta.
Tercera parte El soliloquio tiene la misma iluminación en blanco y negro fuertemente trazada, localizada especialmente sobre el rostro y las manos de Leonides. Gradualmente estos cambian en colores cálidos que llegan al máximo cuando Leonides grita “Cecilia”. Se endulzan después en el dúo afectivo que sigue hasta que Cecilia se acuesta y Leonides le desenreda el pelo. Al grito de Cecilia, la iluminación recobra su tono duro y dramático focalizado sobre la despertada, que cuenta lo ocurrido y Leonides que escucha, al final cuando la muerte se acerca los colores tenues y aurorales la acompañan.
Epilogo Colores lívidos y congelados iluminan el vestíbulo. Cuando llega la noche se quedan iluminadas, los ataúdes y la justiciera y apenas las largas cortinas rojo purpura que se enciende al grito de la soprano.
Escena y vestuario Telón blanco donde se proyectan imágenes. Detrás, el dormitorio de Guirlanda Santos, como esta descripto en la primera parte del texto. Se necesita un escenario bastante largo, para dar la idea de varios pasillos y otras habitaciones, sugeridas de muebles que se entrevén entre los espacios libres de las varias cortinas. El vestuario será del año de la escritura de la obra, pero bien marcado; así como las pelucas, a parte la de Cecilia que será fabulosa y deslumbrante.
Música Prokofiev. Pedro y el Lobo. Overtura y algo más de elegir. De elegir. Música de thriller policial Albinoni. Adagio en G menor Catalani. Wally. Ebben me ne andro´lontano De elegir. Soprano en el epilogo
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Actrices Leonides: Actriz antagonista apariencia de 55‐60 años, con mucho talento, magnética, en pleno poder de sus medios expresivos, vocales y corporales, delgada y alta, con un espectro interpretativo muy amplio, desde el cómico al trágico, pasando para el sentimental y el dramático. Cecilia: Actriz joven, muy linda, de 22‐25 años, que puede parecer también una muchacha de 14‐ 15 años. Con expresión fuertemente dramática. Encarnación: Una muy buena actriz de reparto. Gorda. De 65‐70 años. Mercedes: Como arriba, pero flaquísima. Belena: Hermosa y mala. De 40 años. Sexual. NILO CHECCHI
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PROLOGO Detrás del proscenio un telón blanco. Donde de vez en cuando aparecen imágenes. Antes de la madrugada. Una mujer alta y delgada vestida toda de negro, inmóvil. Casi a oscuras. Leonides: (Como si contara un cuento de hadas) Aun no había comenzado a clarear cuando la señorita Leonides Arrufat salió de su casa. (Pausa) No se veía un alma en la calle. (Pausa) Sobre el telón aparece suavemente una muy conocida calle porteña y simultáneamente empieza a clarear. Leonides simula caminar al mismo tiempo habla. (Música de Pedro y el lobo. Prokofiev. Abbado Director de orquestra. Esta música se usará en todo el prologo, cuando caminan o marchan, y también en algunos momentos particulares para subrayarlos. Como cuando aparece Natividad, en este particular momento, el movimiento musical del lobo que se come el pato). Leonides: La señorita Leonides caminó pegada a la pared, los ojos bajos, el cuerpo tieso, el paso enérgico y casi marcial, como conviene que camine a esas horas una mujer sola si además es honesta y por añadidura soltera, aunque tenga cincuenta y ocho años. Porque nunca se sabe. Vestida toda de negro, en la cabeza un litúrgico sombrero en forma de turbante, al brazo una cartera que asemeja a un enorme higo podrido, la figura alta y enteca de la señorita Leonides cobraba, un vago aire religioso.....un pope que corría a oficiar sus ritos. (Leonides empieza a marchar) Marchaba tan de prisa que (con un mano mueve como si bailasen) (música, marcha de la obertura de Pedro y el Lobo) vestido y tapado le bailaban alrededor de las piernas. Al llegar a la casa de aquel niño paralitico (evoca con la mano la imagen de un casa) (aparece sobre el telón el umbral, mima) deposita sobre el umbral de la puerta una flor de pasionaria, inclina la frente y (en voz alta:) "Oh, Señor, acoge las ofrendas de tus siervos, que te imploran por la salud de los enfermos, y sánalos de todo mal". (Sigue caminando) (Evoca imagen de un balcón) En el balcón de la casa de Ruth, Edith y Judith Dobransky (mima) pone una rama de vincapervinca atada con una cinta rosa, "Que el Dios de Israel sea el tabernáculo de tu virginidad, oh doncella, y te salve de las tentaciones de la serpiente" (Sigue caminando) (Imagen de un jardín) Arroja (mima) tres hojas de cineraria en el jardín frente al cual, varios días antes, había visto detenido un corteo fúnebre y (intrépidamente musita): "Requiem ae ternam dona eis, Domine, y lux perpetua luceat eis". (Sigue caminando) Pero cuando se detiene... (Se detiene) (La música para) frente a la casa de Navidad para invitar a la destinataria a mudarse de barrio, cuando abre la cartera y conteniendo la respiración, a fin de volverse inmune al veneno de la ortiga, extrae su mensaje; cuando va a colocarlo sobre el umbral, un rayo cae sobre ella y la fulmina. ¡Natividad!
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(Línea musical cuando el lobo come el paro subraya la aparición) (Aparece sobre el telón Natividad, rostro gritón, pálido, despeinado como una furia) La llama con nombre erizados de erres y de pes como de vidrios rotos, le adjudica imprevisto parentesco, le atribuye profesiones a las que se suele calificar ya de triste, ya de alegres, y en fin, la exhorta a perpetrar con la pobre ortiga los más heroicos y los menos vulgares usos y abusos. Natividad se había multiplicado por ciento, una lava volcánica avanzaba hacia ella, si no escapaba a tiempo, quedaría atrapada para siempre como un habitante de Pompeya. (Leonides, escapa) (Música) (Se oye llegar el colectivo, aparece sobre el telón el colectivo, Leonides lo para, sube, desde arriba bajan dos asientos, Leonides se desploma en uno de los asientos, el colectivo se pone en marcha, sobre el telón aparecen casa, veredas, arboles...) Leonides: Arrastrada... arrastrada (tiembla, toma aire, respira hondo) arrastrada, arrastrada, arrastrada, arrastrada (hace pequeños ademanes y gestos espasmódicos, después pensando a lo ocurrido con Natividad, sufre un ataque de hilaridad.se sofoca. se lleva un pañuelo a los labios. los hombros se le sacuden y una ráfaga de risa se le escapa estrepitosamente de la nariz). (Entretanto una muchachita, con hermoso y larguísimo pelo rojo a la manera de las jóvenes de Dante Gabriel Rossetti, pero todo desgreñado, sostenido arriba con horquillas, esta mirándola desde el fin del pasillo del colectivo, un poco gorda, vestida de luto, se acerca y se ubica a su lado. Al mismo tiempo, Leonides se mueve sobre su asiento, tose, compone una cara de dignidad ultrajada y se vuelve hacia la persona ubicada a su lado. (Música para de golpe) Para Leonides es como chocar con la punta de un cuchillo. La muchachita, hundida en su asiento, las manos en los bolsillos del abrigo, con el alma en suspenso, el rostro vuelto hacia Leonides y la mira, esperando que ocurra algo tremendo. Con esfuerzo Leonides aparta la vista, y mira y se dedica a mirar a través de la ventanilla y luego mira hacia adelante. Espera un rato. La muchacha está en la misma posición. Leonides mira otra vez por la ventanilla y después hacia adelante. La muchacha no se ha movido.). Leonides: (a si misma) Es una pobre loca. (Leonides abre y cierra la cartera, carraspea enérgicamente, canturrea en voz baja. La muchacha no se ha movido. Sigue mirándola. Sigue mirándola.) Leonides: (gimiendo) (A si misma) Como me siga mirando así. ¿Tengo monos en la cara? ¿No se da cuenta de lo que hace? ¿O seré yo la que llamo la atención? ¿Tendré algo en la oreja? ¿Se me habrá puesto la cara violácea? ¿Estaré por morirme? (Pausa) (Leonides atraída se vuelve hacia Cecilia. La muchacha llora con las manos en los bolsillos). Leonides la mira, pierde la cabeza. (Música) Se pone de pie. La muchacha murmurando algo intenta detenerla. Aplastándola le pasa por delante. La muchacha intenta detenerla. Corre por el pasillo. (Para la música) grita al conductor. Leonides: Quiero Bajar, quiero bajar!!! (o) Paras, paras!!! (Leonides baja y se oye campanas del Santísimo Sacramento, imagen del Santísimo Sacramento de afuera y después de adentro con misa). (Leonides oye un poco de misa. Sale de la iglesia. Ve
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una pareja abrazada che se besa expresando deseo sexual) (Línea de música que subraya la aparición de la pareja). Leonides: ¿Cómo es posible tener deseo de abrazarse y de besarse a las ocho de la mañana? (Pasa frente a la pareja como si no la veía) (La pareja se va y la mujer ríe, Leonides muestra disgusto) (Línea musical) (Leonides sale de un lado). (Un reloj toca las nueve. Imagen de un cementerio porteño muy conocido. Leonides aparece del otro lado) (Imagen de tumbas o Escritura fúnebres. Aquiles Arrufat cruz 23 de marzo de 1926, Leonides Liegat de Arrafut crux 23 de marzo de 1926, Robertino Arrufat cruz 23 de marzo de 1926). Leonides: Hoy no les he traído flores (le explica en voz alta) porque las que traía me las sacó esa mujerzuela, ustedes saben, esa Natividad. (Se bloquea como si estuviera enfrente de una amenaza. Se da una vuelta y la ve.) (Línea musical) (Un poco gorda, la cabeza demasiado grande para aquel cuerpo a causa de la profusa cabellera rubia, el rostro irradia inocencia y bondad. Viste ropa de calidad). Leonides: (a si misma) Vaya si es una pobre chica inofensiva. Me da la impresión de una extranjera que se ha perdido y quiere preguntarme como volver a su casa. Francamente, no sé por qué he hecho tantas historias arriba del tranvía. (La Joven se queda inmóvil, en una actitud de suplica.) (Leonides le sonríe, hace como un saludo. Como lanzada la muchacha se abalanza sobre Leonides, la abraza, apoya la cabeza sobre su magro busto, se oye un llantito mesclado con una risa convulsa que se trasforma en una palabra) La Joven: Mua, mua, mua mua. (Leonides está capturada)(Música). (La Joven la toma del brazo y van.). (Las dos caminan juntas. como dos intima amigas, como madre e hija. no cruzan palabras.) (Pasan sobre el telón, calles, tranvías, plazas, monumentos con fotos de época). (Leonides da sus enérgicas zancadas de soldado mira al suelo, perpleja, excitada, turbiamente feliz.) (La muñequita rubia trota a su lado). Leonides: ¿Que iría a ocurrirle? Sucederá lo que sucederá. Enferma de soledad, había soñado que en este poblado mundo había alguien que necesitaba de ella, que la esperaba y la buscaba y se la llevaría consigo. Y ahora esa loca fantasía dejaba de serlo. No hay que interferir. Hay que someterse y dejarse gobernar. (Avanzan, avanzan, en una especie de embriaguez). (Telón. Casona donde se lee dirección y número) (La música para.) (La Joven se para en frente) (La Joven extrae del bolsillo una llave. Leonides se queda boquiabierta) (Sale hacia arriba el telón) Leonides: (espiando el interior envuelto en oscuridades) ¿Quien hay, quien hay ahí dentro? La Joven: (sacude repetidamente la cabezota) Nadie, nadie. (Se pone repentinamente sombría y mira con angustia Leonides)
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Leonides: (dicho como si contara un cuento de hadas en tono mamarrachesco) Entonces, con el corazón palpitante, la señorita Leonides Arrufat, penetró en la casa de calle Suipacha 78.
FIN DEL PROLOGO (El tono del prologo es de un cuento infantil con música. Las palabras, la música, los movimientos perfectamente coreografiados. Todo tiene la misma importancia y debe ser armoniosamente relacionado.) (Y como en esta obra nada es como aparece se encuentra un elemento discordante: “Cecilia” que con su sufrimiento, hablado y gestual, contradice el tono paródico general).
PRIMERA PARTE (Casi a oscuras.) (Empieza suavemente la música y aumenta gradualmente de volumen hasta que las dos llegan a la habitación) (Obertura de la Cenicienta de Rossini, hasta que se ilumina el dormitorio). En toda la sala (los espectadores) de repente huelen ese olor rancio y fétido. Leonides: (con repugnancia) ¡Que olor! ¡Ah! ¿Qué es eso olor? ¡Nunca probé algo así! Quiero irme. La Joven: (le toma una mano) Nada, nada (y la arrastra hacia el fondo. Una luz como de una linterna eléctrica ilumina solo las dos y las sigue) Leonides: Ah, es demasiado fétido. No puedo aguantarlo. No puedo. La Joven: por acá, por acá. (Los movimientos en la oscuridad de las dos deben sugerir que atraviesan varias habitaciones. Llegan a un estrecho vestíbulo. Ruido de una escalera de madera bajo los pies. Otro vestíbulo.) La Joven: ¡Acá estamos! (Se ilumina lentamente una formidable cama matrimonial, cubierta de una colcha de raso blanco, después, un vasto ropero de tres cuerpos y espejo de luna, después mesitas y poltronas, una gran puerta ventana velada por una cortina de macramé, detrás la mañana, y en la mañana la silueta ocre de San Miguel. Todo de un gran lujo.) (Larguísimas cortinas rojo purpura desde lo alto bajan hasta el suelo, separadas las unas de las otras con espacios que sirven como pasillos, para mostrar partes de muebles, y tal vez como sugerencia de otras habitaciones y detrás, telón negro). (La música se alega y muere). Leonides: (da unos pasos por la habitación, a sus espaldas La Joven respira entrecortadamente. Leonides esta azorada. Buscando como colmar este vacío embarazoso se pone a examinar con
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denodado interés todas las fotografías que están sobre las mesas. De pronto un sobresalto.) Se me parece, se me parece… extraordinariamente… (Toma otra fotografía) y la chica idéntica a esa. (Leonides estupefacta se vuelve maquinalmente en dirección de La Joven y esta que esperaba ese gesto, a la carrera, se cuelga del brazo, acomoda la cabeza sobre su hombro) La Joven: Mua, mua, mua… (Pausa. Se queda así un ratito) (Leonides se libera del brazo de La Joven, da unos pasos oblicuos, como quien busca una salida y no la encuentra, se detiene, apoya una mano sobre un mueble, se ve reflejada en el espejo de luna. Una mezcla de miedo y rabia, se vuelve hacia La Joven.) Leonides: ¿Y bien? ¿Y bien? ¿Qué esperas? ¿Qué quiere de mí? ¿No haces nada? ¿No dices nada? ¿Te has vuelto muda? (se muerde los labios) La Joven: (emite una risita aguda y barbotea) Desayuno, desayuno… (Hace un ademan a Leonides que espere y sale precipitadamente) Leonides: (De pie) Vaya, esperamos. (Se envaina en un sillón de terciopelo índigo) (Penetrada de un súbito bienestar se relaja completamente. Música. Después de un momento se pone de pie, se asoma fugazmente a lo que se supone sea el balcón, vuelve adentro, hojea varios libros apilados sobre una especie de pupitre, lee una firma: Jan Engelhard, abre el ropero con mil de vestidos de mujer, admira una chimenea de piedra, un reloj de péndulo: la diez y quince ya, estatuillas de raras sustancias, acaricia el cobertor de raso cuando La Joven reaparece. Enderece instantáneamente la espalda como pillada en falta. Como La Joven entra sosteniendo con ambas manos una gigantesca bandeja, con un excelso servicio de desayuno que la Joven deposita sobre una mesita, acerca una silla, se vuelve hacia Leonides invitándola ad aproximarse. Leonides ve todo turbio. Los ojos se le nublan, un hambre caníbal se le despierta, sin quitarse el sombrero, tambaleante se acerca a la mesita y se sienta. Mira a La Joven. Pero La Joven, de pie, tiene el aire respetuoso de una criada de confianza que asiste a su patrona. El hambre es más fuerte que la buena educación. Una Leonides astral manipula cucharita en jaleas rosáceas mermeladas, perfumado te, todo asciende rabiosamente a su boca, gruesas cucharadas de dulce y manteca, tritura tostadas, medialunas tiernas, trozos de torta, a ratos levanta hacia La Joven unos ojos sin pensamiento, ojos de mica, La Joven le sonríe, ella devuelve maquinalmente la sonrisa, sigue devorando hasta que todo queda reducido a ruinas. Entonces Leonides se recuesta en la silla, da un magistral suspiro, (la música se apaga) que se convierte en un eructo, mira tímidamente a La Joven y como excusándose) ‐Delicioso. Muchas gracias. (La Joven, cada vez más parecida a una honesta sirvienta polaca, toma la bandeja con los modos tranquilos de quien repite un acto cotidiano y se la lleva. Leonides se pone de pie, se quita el sombrero, se quita el abrigo, se afloja el cinturón, y se instala en la poltrona de terciopelo. Al pasar cruza una miradita con la Leonides del espejo de luna, las dos se encogen de hombros,
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lanzan una breve risa. Se siente optimista, olas de abnegación y de bondad le trepan por el cuerpo. El mundo es hermoso. La gente es simpática. ¡Hay que vivir!) (Vuelve la chica) Leonides: (balanceando una pierna y pasándose la lengua por los dientes) Querida ¿de veras estamos solas? La Joven: (dice si con toda su cabezota) Leonides: Y ese desayuno, ¿lo preparaste tú? La Joven: (otra vez como una marioneta) Leonides: ¿Sin ayuda de nadie? La Joven: (una sonrisita socarrona aflora en los labios) (con voz de algodón, como si hablase con la boca llena) ¿No se acuerda, Mamá? ¿No se acuerda? Leonides: ¿No me acuerdo de que, querida? La Joven: Despedimos a Rosa y a Amparo. ¿No se acuerda, no se acuerda? (La Joven habla a veces como con la boca llena, a veces distorsiona el sonido de las palabras, a veces cuando está nerviosa tartamudea, a veces cuando esta relajada casi normal y su cuerpo, sus manos, sus brazos sus piernas siguen el hablar suyo en posiciones siempre innaturales) Leonides: Ah, sí: Pero abajo, ¿hay alguien más? La Joven: Nadie, nadie. Leonides: (en tono insinuante) Querida, ¿te gustaría que me quedase aquí, a vivir contigo? La Joven: (la muchacha se pone de hinojos frente a Leonides le toma ambas manos, la mira de hito en hito, una expresión de horrible congoja en el rosto, y al mismo tiempo la odiosa sonrisita socarrona entre los labios, esa fisionomía siniestramente dual aterroriza Leonides) Leonides: (tartamudeando) Si tu quieres… si tu quieres me quedaré… me quedaré todo el tiempo que… (La Joven arrodillada sigue escrutándola catatónicamente) Leonides: (gritando) ¡Para siempre, para siempre, me quedaré para siempre! (La Joven estalla en una frenética contorsión. La congoja desaparece de los ojos, a sonrisita pérfida se le corre hasta la comisura de los labios. Abraza Leonides, la estruja, la besa. Le acaricia el pelo. Leonides se debate bajo aquellas repugnantes caricias y le asesta un bofetón.) Leonides: (grita) ¡Déjame! ¡Déjame!
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(Instantáneamente La Joven se echa atrás, palidísima deja caer las manos) Leonides: (murmura) Discúlpame. (Tiende una mano implorando perdón) (La Joven prende la mano, se la lleva a la mejilla, la mantiene allí como una compresa, se relaja, sonríe amorosamente, se sienta en el suelo, a los pies de Leonidas. Así permanecen un rato.) (Hasta que Leónidas no aguanta más. Se levanta, se acerca al lecho. En seguida La Joven se acerca y dulcemente empieza a desvestirla, le dispone la cama, ayudándola) La Joven: Venga, Mamá, venga. (La Joven la ayuda a reposar la cabeza en una almohada de plumas. Se inclina e la besa en frente. Después enciende un fuego. Toma una cajita de música. Empieza la música. La luz se apaga muy lentamente. En la oscuridad lentamente se apaga la música de la cajita.) (Sale la luz, mismo lugar, mañana. Leónidas está sentada y al suelo La Joven, están bebiendo y disfrutando. Ríen.) Leonides: (alzando los hombros, frunciendo la nariz, como quien va a proponer una picardía) Queridita... ¿Qué te parece si me pruebo uno de esos vestidos? (La Joven lanza una risita estridente, mueve para todos latos la cabezota de títere y se precipita a abrir el ropero. Leonides salta fuera de la poltrona, y de pie frente al espejo de luna, se coloca uno tras otro, lo vestidos del ropero. Música. Leonides se contempla en el espejo, gira sobre sí misma, se mira de espalda y de perfil, y exclama siempre lo mismo) Leonides: ¡Pero si es un modelo, un modelo! (La Joven sentada en el suelo presencia los alabares de Leonides, y cuando el vestido le queda particularmente bien o particularmente mal ríe chillonamente. Como una loca.) Leonides: ¿Te estás burlando de mí? (Se sirven otra copita) (Leonides trata de embutirse en un traje de noche, de seda negra. Después le agrega una estola de piel. Después la chica extrañamente excitada, extrae de algún mueble una caja de afeites y Leonides se colora los labios y las mejillas). (Se sirven otra copita) Leonides: (vocifera) ¡Alhajas! ¿Donde están mis alhajas? Necesito un collar, una pulsera, aros.
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(La Joven busca febrilmente por todas partes, Leonides la secunda, encuentran unos cofres vacios, estuches también vacios, nada aparece) (Con paso ondulante Leonides regresa junto al espejo y vuelve a mirarse. No cree lo que ve) (Bebe otra copa) (En ese instante se oyen lejos, varios golpes) (Para la música) Leonides: (con voz queta) ¿Qué es? ¿Qué son esos golpes? (La Joven se pone velozmente de pie y corre a espiar desde el balcón) Leonides: (inmóvil) ¿Quién es? Por favor. ¿Quién es? La Joven: (cuchichea) Encarnación y Mercedes. (Separándose del balcón atravesando de carrera el dormitorio) Leonides: (ruega) Por favor, por favor….No le digas que estoy aquí´ (Leonides mira el desastre que ha hecho de sí misma y se queda inmóvil) (Aparecen de abajo dos viejas de pelo blanco y Cecilia les sigue, música de presentación, Cecilia se sienta en el borde de una silla en un supuesto antecomedor que se encuentra cerca del proscenio. Una de las viejas habla después la otra pero no se escucha. Leonides se descalza, se quita la estola de piel, en punta de pies llega a verlas, escondida detrás de una de la cortina roja). Encarnación: Cecilia (con voz ronca y curiosamente metálica, se corta a cada silaba y hace recordar el balito de una cabra) Cecilia (mira hostilmente al suelo, con el aire de un reo que comparece delante de un tribunal) Encarnación: ayer estuvimos en el cementerio. Sobre la tumba de tu pobre madre no había ni una flor. ¿Se ve que hace mucho tiempo que no va por allá? ¿Te parece bonito? Mercedes: (voz lenta y pastosa, un chorro de aceite goteando sobre la arena) Tu pobre madre ha muerto, Cecilia. Tenés que convencerte, y no andar buscándola por la calle. ¿Me oís? Encarnación: (la amonesta) ¡Mercedes! Mercedes: Pero es que…. Encarnación: Cállate. (Silencio. Cecilia juguetea con la falda del vestido, se sacude toda) (¿Llora, ríe?) Encarnación: (golpea con la pezuña en el piso y bala) ¿Y ahora de que te ríe? No te rías. Te ordeno que no te rías, Cecilia. Hola, hola me parece que hueles a alcohol. ¿Has bebido? Es lo único que faltaba. Que te emborrachases.
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Mercedes: Sale a su padre. Encarnación: ¡Mercedes! Mercedes: Pero es que… Encarnación: ¡Cállate! (Otro silencio) Encarnación: ¿Y hoy que pasa, que nos tienes aquí sin servirnos el té? Vamos, Cecilia, apúrate. (Cecilia se pone de pie corre hacia el fondo) Leonides: (a si misma) ¡Por lo visto cualquiera puede darle cuerda a mi muñequita! (Silencio. Por un rato no pasa nada. Las dos viejas rígidas y mudas como dos estatuas. (Música que acompaña la siguiente pantomima) Pero de pronto Mercedes rechoncha y de andar plantígrado, se pone de pie, se dirige hacia la puerta del comedor y de allí vigila el regreso de Cecilia. Pausa. Ahora se levanta Encarnación, yergue un largo cuerpo de ofidio, va derechamente hacia una vitrina, la abre, con movimientos limpios se apodera de algo, lo guarda en su bolso, cierra el mueble, vuelve al sillón y se sienta. A poco Mercedes se le reúne. Las dos se transforman de nuevo en esfinges.) (La música para). Leonides: Ladronas. Ladronas. Arrastradas. Arrastradas. (Vuelve Cecilia con la bandeja y el té) (Cecilia sirve el té. Las dos en silencio beben el té) Encarnación: (mira a Mercedes, Mercedes mira a Encarnación, se alzan) Cecilia, vamos a ver la alcoba de tu madre, si todo está en orden. Cecilia: (moviendo la cabeza y reusándose) No… no… no... (Trata de impedirlo) Encarnación: ¿Y por qué vas a impedirnos que visitemos la alcoba de tu pobre madre? ¿Puede saberse? Fuimos sus mejores amigas, no te olvides. Sus hermanas casi. O más. (Encarnación seguida de Mercedes cruza el proscenio con Cecilia que sigue malhumorada. Leonides tiene apenas el tiempo necesario para encerrarse bajo llave en el cuarto de baño.) (Entran las tres) Encarnación: (A Cecilia) Ah, que bien. Has encendido el fuego. ¿Y para que, fuego, si no hace frio? Vaya un capricho. ¿Qué te estaba diciendo antes, Mercedes? Ah, sí. En lugar de dejar que todos estos vestidos, (fíjate, Merceditas), se conviertan en harapos, bien podrías regalarnos algunos. Este, por ejemplo, a mi me queda pintado. O esta estola de visón, que a corto plazo se
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apolillará. ¿Vos para que la querés? En cambio, ¡a Merceditas le hace tanta falta! No se hable más: tomo la estola para Merceditas y el vestido para mí. Y casi casi este otro… ¿Eh? ¿Qué hay? ¿Qué hay, Mercedes? ¿Qué pasa con la cama de Guirlanda? Mercedes. Está tibia. Encarnación: ¿Qué está tibia? ¿Quién está tibia? Mercedes: La cama. Encarnación: ¿La Cama? (Silencio) Encarnación.: ¿Estás sola, Cecilia? (Silencio) Mercedes: ¿Estás sola, o has vuelto a las andadas? (Silencio) (Encarnación va a la puerta del baño, trata de abrirla pero está cerrada por adentro) Encarnación: ¿Cecilia, porque la puerta está cerrada? ¿Donde está la llave? Cecilia: (muy nerviosa) No sé, no sé. Encarnación: ¿Perdiste la llave? Cecilia: (asiente con la cabeza) Encarnación: (toma el vestido, mira a Mercedes para que tome la estola de visón) Bueno. (A Mercedes) Vamos. (A Cecilia) Recuerda de ir a visitar la tumba de tu pobre madre. Vamos. (Salen las dos acompañadas de Cecilia) (Silencio) (La puerta del baño se abre lentamente y la cabeza de Leonides aparece para asegurarse que las viejas se fueron, como mareada va a sentarse en un sillón) (Cecilia entra en el dormitorio, se sienta en el suelo, como parece ser su costumbre, apoya la cabeza en las rodillas de Leonides. Esta singularmente alegre.) Leonides: ¿Ya se han ido, por fin, esas dos? (La mata de pelo rubio se agita de arriba hacia abajo y empolla una risita.)
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Leonides: Y tú que me aseguraba que no vendría nadie… (Nuevo gorgojos de hilaridad explotan bajo el plumón rubio). Leonides: ¿Le has hablado de mí? (Nada) Leonides: Cecilia ¿Le hablaste de mí? (Cecilia: el plumón se infla, tiembla, se levanta, se echa hacia atrás, descubre el rostro, una sonrisa de desvarío en los labios. Los ojos refulgen. Mira a Leonides con horrible sorna, y en tono viscoso, molusco, babosea). Cecilia: Te creen muerta. Leonides: (sobrecogida, desvía la vista) (Cecilia ríe, y después de un rato le llega algo en la cabeza) Cecilia: (Farfulla algo así) Danerban… danerban (y se va) (Leonides sigue con los ojos Cecilia hasta que desparece. Escucha atentamente. Se oye la puerta de la calle que se cierra. Mira Leonides lo que desde la luna de azogue le devuelve una mirada conspiradora, y abandona el dormitorio. Va per el pasillo central que aparece entre las dos cortina central abre un cajón después de un rato lo cierra). Leonides: ¡El más completo abandono! (se oye abrir una puerta e después cerrarla. Baja la luz. Se ve otro pasillo), Leonides: ¡Una capa de polvo cubre todo!, (entre las cortinas) ¡acá brotan las cucarachas! (abre una puerta, la cierra, abre otra puerta) Leonides: A ver en la cocina. ¡Ah, que olor, que asco, la comida preparada en esto estiércol! (La cierra. Llega a la puerta de la calle, se ilumina el pasillo entre las cortinas de izquierda). Leonides: La puerta está encerrada. ¡En el buzón, en el buzón! Ah, solo dos sobres… Leonides vuelve a la habitación. Mira los dos sobres. Leonides: Después se los daré a Cecilia. (Se los pone en el bolsillo. Leonides tiene como una iluminación). Leonides: Su dormitorio… (Sale otra vez de prisa por uno de los pasillos, que se ilumina, desaparece, se oye abrir algo) Leonides: (se oye pero no se ve) fotografías, tarjetas postales, acá una carta… ”Querida Cecilia: Acabo de conseguir que el lunes me den franco, así que podré ir. Te ruego que rompas esta carta. La arpía que ahora vive con vos podría leerla. No estarás enojada me supongo. Ayer me quedé un rato en la esquina de Suipacha y Bartolomé Mitre, por si salías. Pero no saliste. En cambio vi a la arpía que se asomaba al balcón. Bueno el lunes seguro que voy. Yo estaré en la vereda de la Iglesia. Si todo marcha bien, salís al balcón y desde arriba me haces alguna seña. Si no te veo es porque ha habido algún inconveniente. Tuyo, Fabian.” (Ruido de secreteare cerrado).
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Leonides llega a la habitación con un humor negro. No sabe qué hacer. Se sienta. Leonides: ¡Así que, arpía! (Bate los dedos sobre mesita) Leonides: ¡La arpía que ahora vive con vos! (Mueve la cabeza de derecha a izquierda) Leonides: ¡Con vos! (Se bate una mano sobre el pecho) Leonides: ¡Tuyo, Fabián! Leonides: (explota) Entonces es una embaucadora, una simuladora. Y encerrada aquí, con esa impostora. Encerrada bajo llave. Prisionera. (Se alza. Se mueve como un tigre enjaulado.) Así que se veía con hombres. Tuyo, Fabián. En este mismo momento estará con Fabián. ¿Y dónde? (grita) ¿Y haciendo qué? Hipócrita. (Con miedo) ¿Y no tramaran algo esos dos? Para eso me han arrastrado hasta aquí. Para matarme. ¿Para qué, para qué? Con una loca y un muchachón de las esquinas no se pregunta para que. Me quieren matar y basta. Y después me enterrarán en los fondos, de noche. ¿Y quién notará la desaparición de Leonides Arrufat, quien sabrá lo que ha pasado en esta condenada casona? Nadie. Eso, nadie. Ah, no, voy a salir al balcón, voy a pedir socorro. Pero no, veamos. Tranquilízate. Tranquilízate. Veamos, veamos. (Recordando) Querida Cecilia. Conseguí que el lunes. El lunes. ¿Cuándo es el lunes? ¿Hoy que es? Jueves. ¿O viernes? Miércoles. Bueno, lunes no es, porque si fuese lunes, ayer tendría que haber sido domingo, y ayer no fue domingo; todos los negocios de Suipacha están abiertos. ¿Y cuando habría llegado la carta de Fabián? ¿La habría traído el cartero? Cartas. Cartas. (Mete la mano en el bolsillo de la pata, extrae los dos sobres y abre como con fiebre las cartas, primero abre una y lee). Andres Jorgensen “sentido pésame” (abre la segunda y lee) “Señorita Cecilia Engelhard. Titular de la cuenta 3518. Se le comunica que el saldo de su cuenta al 31 de julio… de no recibirse observación dentro de los diez días… el saldo de su cuenta es…4...4315…4315276…4.315.276 dólares”. (Todos los músculos de Leonides se paralizan. No puede entender. Vuelve a leerla). Cuatro millones. (Se ahoga. Tiene que sentarse. Se tranquiliza. Gradualmente se bebe aquel mar. Se siente humillada, burlada. Quiere llorar. Después se le despierta un rencor ecuménico y la determinación de vengarse). (Oye los pasos de la muñequita. Toma un libro cualquiera, el primero que encuentra a mano, da un salto y se introduce en el lecho. Hace como si no la ve, como si no se ha dado cuenta que ha vuelto. Esta tan entretenida leyendo aquel libro):
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“Du liebes Kind,komm,spiel mit mir, Gar schone Spiele spiel ich mit dir...” (Cecilia da unos pasos aquí, unos pasos allá, se acerca a la cama, se alega de la cama, toma una estatuilla, la coloca nuevamente en su sitio, todo esto sin apartar sus ojos de los ojos de Leonides. Pero Leonides galopa por los senderos de la poesía, obviamente sin entender nada. Cecilia se acerca al ventanal resignada a esperar todo el tiempo necesario): “Es war ein Koning in Thule, Gar true bis an das Grab, Dem sterbend seine Vhule Einem goldnen Lecher gab...” (Grita y sigue leyendo) ¿Te figuras que no sé de donde viene? (Cecilia se pone de pie como izada con una cuerda, pero no contesta). Leonides: (echándole una miradita desdeñosa) ¿Te figuras que no lo sé? (Cecilia se acerca al lecho, buscando afanosamente en sus bolsillos, extrae un fajo de billetes de 100 pesos lo muestra en alto como un trofeo, como un salvoconducto) Leonides: (con gusto como pataleando, entre hilos de liga) Quisiera saber quién te ha dado ese dinero. Cecilia: (balbuceando) Pero mamá… pero mamá… fui al Banco… al Banco… al Banco… Leonides: ¿Me juras que no ha ido a encontrarte con ningún hombre? Cecilia: (tiembla, abrumada, protesta débilmente) Pero mamá, pero mamá… ¿Qué dice?, ¿Con que hombre? Leonides: (aterradora en su dolor) ¿Quién es Fabián? Contesta. ¿Quién es? ¿Dónde se ven? No te quedas callada, no finjas que no me comprendes. Cecilia: (sollozando) Mamá, mamá, cálmese. Leonides: No quiero calmarme, quiero que me contestes. Te he preguntado quien es Fabián. Cecilia: No sé, no sé… (Con cara demudada, se retuerce las manos)
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Leonides: Hipócrita. No te creo. Mientes. Para que sepas, he encontrado la carta de Fabián y la he leído. Cecilia: (llorando) Mamá, mamá… ¿qué carta? Leonides: (llorando también) Ah, ¿todavía lo niegas? Ahora veras. (Corre como una enajenada hacia el dormitorio de Cecilia, cuando, de golpe, se detiene.) (A si misma) ¡Ah, Leonides, Leonides Arrufat, tonta, mil veces tonta! La carta de Fabián no es reciente, una película de polvo la cubre, el lunes próximo es un lunes ya pasado, la arpía no soy yo, es otra. (Pasa delante de Cecilia, se siente avergonzada y locamente feliz) Leonides: (musita con voz gemebunda) Querida…….queridita: Cecilia: (acude a su lado con un quejido de total rendición. Leonides le entrega los sobres. La muchacha ni siquiera los mira. Con ojos fijos y con la misma aborrecible sonrisa, barbotea) Mamá... ¿quién es?... ¿quién es Fabián? Leonides: (No sabe que responder. Aturdidamente… para salir del paso) Hijita, hijita, tengo hambre. (Las luces se apagan) (En la mayoría de esta primera parte predomina el tono del relato maravilloso, la casa le aparece a Leonides y por lo tanto a los espectadores como un castillo de cuentos de hadas. Como siempre pero hay notas desafinadas que hacen dudar. Momentos dramáticos que a la vez rompen el eje de la fábula. Encarnación y Mercedes son comparadas a animales, el oso, la serpiente y la cabra, carceleros de la heroína de muchas fabulas. Desde el momento que las viejas bribonas se van, el tono dramático se apodera de la situación, pero también así, notas cómicas, aparecen de vez en cuando, véase final: hijita, hijita, tengo hambre.)
SEGUNDA PARTE (Misma habitación. Están sentadas. Leonides lee. Cecilia juega con dos estatuillas) (Silencio) Leonides: (afectando indiferencia) ¿Dónde viven Encarnación y Mercedes? (Ninguna respuesta) (Leonides haciendo un grande esfuerzo tiene que volverse a mirarla).
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Cecilia:(masculla entre dientes) Calle Cochabamba. (El rostro de Cecilia está raro, tiene una crispación que Leonides no le conocía. Le da miedo) Leonides: (finge impacientarse) Ya sé que en la calle Cochabamba. Pero pregunto el número. Ya no me acuerdo. Hace tanto tiempo que… (Hace un ademan en el aire, no sabe como proseguir, se calla...) Cecilia: (sale y vuelve enseguida, se planta a lado de Leonides, Leonides mira los zapatos de aquella muñeca repentinamente temible que le ofrece con las puntas de los dedos un papel, lo toma y lee.) Leonides: Domicilio de E. y M. Cochabamba 1522. Buenos Aires. (Gargariza) Muchas gracias. (Un incomodo silencio se instala entre las dos.) (Después de un rato. Leonides se pone de pié.) Leonides: (en un tono que no admite replica) Cecilia voy a salir. (Se dirige al ropero para elegir un abrigo. A sus espaldas Cecilia respira jadeante, anhelosa, entrecortada) Voy a salir sola, Cecilia. Cecilia: (con ojos ulcerado, una sonrisa que desmiente el dolor de la mirada) Mamá… vuelva… vuelva… Leonides: (se le encoge el corazón pero pone una cara apacible y riendo) Pero claro que volveré. Que ocurrencia. (La besa en la frente, sale, Cecilia se queda inmóvil, con la misma cara que tenía en el cementerio.) (Baja el telón lentamente. Cochabamba 1522. Una casa de una sola planta, frente verde violáceo asperjado por la lluvia y los perros. Leonides toca el timbre. Ladridos. Espera. Nadie. Toca otra vez el timbre. Ladridos. Se oye una voz de adentro‐ Ya va, ya va… sale el telón) (Todo está a oscuras, solo un horrible sofá con una muñeca holandesa sentada y dos sillones de cretona que serán iluminados cuando las tres van a entrar. Se ve Mercedes llegar. Leonides está parada esperando.) Mercedes: (cuando se acerca y la ve, su garganta exhala un estentóreo estrangulamiento. Da medio vuelta y huye basculando como un oso y gritando) ¡Encarnación! ¡Encarnación!. (Esto primer triunfo envalentona a Leonides. Siempre parada esperando.) (Llegan Encarnación delante, Mercedes detrás. La cara de Encarnación se corrompe en una sonrisa que parece un bostezo reprimido, se vuelve hacia Mercedes e le habla en voz baja) Encarnación: ¿Qué se le ofrece, señora? Leonides: (cerrando los ojos) Soy la prima de Guirlanda Santos.
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Encarnación: (a Mercedes) ¿Viste? (a Leonides tendiéndole una lánguida mano invertebrada) Tanto gusto. Como usted es tan parecida a la difunta, esta zonza se asustó. Mercedes: (se adelanta, cohibida y sonriente y tiende la mano) Tanto gusto. Si, cuando la ví la tomé por la finada. Encarnación: (como para poner las cosas en su sitio) Solo que Guirlanda era un poco más baja de usted. Y tenía otro color de ojos. (Las dos se dedican a puntualizar las diferencias) Mercedes: Guirlanda era más flaca. Sobre todo en los últimos tiempos. Encarnación: A causa de la enfermedad. (Calurosamente, como si ser flaca fuese un vicio) Pero Guirlanda no era flaca. (Amablemente) Además usted tiene menos cabello que Guirlanda. Mercedes: No, si ahora la miro bien, usted es muy distinta. Encarnación: Natural. No sé cómo pudiste confundirte. Mercedes: Es que un primer momento… (Hasta que caen en la cuenta de que tienen a la visita de pié) Encarnación: Pase. Mercedes: Pase. (Entran en el cuarto. Se sientan. Se miran. Se sonríen. Se estudian). (Leonides se hace pasar por la supuesta prima de Guirlanda Santos, llamada Anabelí). Encarnación: Así que usted es prima de la pobre Guirlanda. Anabelí: Prima segunda. Encarnación: ¿Por el lado de la madre? Anabelí: Del padre. Encarnación: Así que usted también se llama Santos. De apellido, dijo. Anabelí: Naturalmente. Mercedes: Entonces usted tendrá un nombre de lo más estrafalario, como todas las Santos. Papa decía que lo sacaban de las novelas.
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Anabelí: Ah, sí. ¿De las novelas? Bueno, el mío no. El mío lo sacaron de un libro versos. Yo me llamo Anabelí. Mercedes: ¿No digo? Encarnación: ¡Mercedes! Es un precioso nombre, Anabelí. Y usted, de Belena ¿Qué viene a ser? Anabelí: ¿Yo? ¿De Belena? Pues… Mercedes. Tía. Porque si usted es prima de Guirlanda, y Guirlanda era tía de Belena, usted tiene que ser también tía de Belena. Anabelí: Naturalmente. Pero no tía carnal, sino de tercer grado. Encarnación: ¿Y cómo es que Guirlanda nunca nos habló de usted? Anabelí: Querida no dudará. Encarnación: No, si no dudo. No hay más que verle la cara. Pero qué extraño, Guirlanda decía que, salvo Belena, no quedaba nadie de la familia Santos. Y como Jan había venido solo a América, decía que ella y Cecilia estaban solas en el mundo. Porque Belena no la contaba, usted sabe. Anabelí: A mí tampoco me contaba, querida. Encarnación: Ah. Mercedes: Ah. Anabelí: Hubo ciertos disgustos, ciertas cuestiones de familia, de las que prefiero no hablar. Encarnación: ¿A causa de Jan? Lo mismo pasó con Belena. Anabelí: Fíjense que ni siquiera me avisaron que Guirlanda había muerto. Encarnación: Como a Belena. Mercedes: Belena se entró de los diarios. Anabelí: Cierto que yo vivía en Córdoba. Pero de todo modo Cecilia conocía mi dirección; pudo mandarme una tarjeta, avisándome. Digan que tuve que venir a Buenos Aires. Porque como quedé viuda… Encarnación: Ay, caramba. La acompaño en el sentimiento. Mercedes: La acompaño en el sentimiento.
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Anabelí: Muchas gracias. Muchas gracias. Como quede viuda hace cinco años, decidí mudarme a la Capital. Y naturalmente, después de tanto tiempo, yo no soy rencorosa, lo primero que hice fue ir a lo de Guirlanda. Y me encuentro con que había muerto. Encarnación: No se imagina lo que sufrió, pobre Guirlanda. No sé si Cecilia le habrá contado. Anabelí: Muy poco. Encarnación: Murió de cáncer. Los últimos tres años los pasó encerrada en aquella casa. No quería recibir a nadie, ni a nosotras, con eso le digo todo. Ni al médico. Despidió hasta a las sirvientas. Decía que querían envenenarla. Anabelí: ¿Y quién la atendía? Mercedes: Cecilia. Encarnación: Cecilia. Le hacía de enfermera, de cocinera, de mucama, de todo. No podía dejarla sola ni un minuto, porque al volver la encontraba deshecha en lagrimas y gritando que se moría. Se tiene ganado el cielo esa chica, créamelo. Anabelí: ¿Y Cecilia sabía que su madre….? Encarnación: Como no iba a saberlo. Y por eso se consagró a endulzar los últimos años de Guirlanda con una abnegación que a esta y a mí nos arrancaba lágrimas. Anabelí: Hasta que se murió. Mercedes: Hasta que se murió. Pobre Guirlanda. Anabelí: Casi fue una liberación para las dos. Encarnación: Si, pero de todos modos representó un golpe terrible para Cecilia. Adoraba a la madre. Me acuerdo la noche del velorio. Estaba allí, junto al cajón, con una cara quedaba miedo. Para mí que desde entonces empezó a trastornarse. Le diré que al velorio no asistimos más que esta y yo. Porque amigos no tenían, usted sabrá qué raro era Jan, con sus manías, las ciencias ocultas, los rosacruces. Y en cuanto a Guirlanda, no digamos. Y los pocos que tenían, con el encierro y las rarezas de Guirlanda se alejaron. Únicamente nosotras dos les permanecieron fieles. Parientes, estaba usted… Anabelí: En Córdoba, sin enterarme de nada. Encarnación: Y estaba Belena. Nunca imaginamos que Belena vendría al velorio de su mortal enemiga.
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Anabelí: Pero vino. Encarnación: Vino. Yo, cuando la vi aparecer, me quedé muda. Anabelí: ¿Y como está, Belena? Encarnación: Siempre tan hermosa, tan distinguida… Mercedes: Dirán lo que dirán de Belena, pero… Encarnación: ¡Mercedes! Lo que pasa es que Belena es una mujer demasiado atractiva, y eso siempre despierta envidias y habladurías. Y disculpe, no lo digo por Guirlanda, que en paz descanse, pero de Belena se ha hablado mucho, se han contado horrores, pero a mí no me consta. Usted la hubiera visto aquella noche. La besó a Cecilia, nos besó a nosotras dos, miró un largo rato a la finada, varias veces se llevó el pañuelo a los ojos. Si fuese la mujer que dicen, no hubiera derramado una lágrima por Guirlanda. Anabelí: ¿Y desde entonces no la han vuelto a ver? Encarnación: Pero, ¿Cómo? ¿No sabe? Mercedes: ¿No sabe? Anabelí: No. ¿Qué? Encarnación: ¿Cecilia no le ha contado? Anabelí: Nada. Encarnación: Pues verá. Como Cecilia se había quedado sola, y como Belena también estaba sola, porque enviudó hace unos años… Anabelí: Como yo. Encarnación: Como usted. Es la ley de la vida. Y como al fin y al cabo, y a pesar de las rencillas, Cecilia e Belena eran primas carnales, y como Belena tampoco es rencorosa.. Anabelí: Como yo. Encarnacion: Como usted. Pues Belena se quedó a vivir con Cecilia. Anabelí: ¿Ah sí? ¿Belena? ¿Belena se quedo a vivir con Cecilia, allá en la casa de Suipacha? Pero ya no vive más. Encarnación: No. Ya no.
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Anabelí: ¿Qué paso´? ¿Se pelearon? Encarnación: Usted pregunta que paso´. Mercedes: ¡Dios mío! Anabelí: Vaya, ustedes me asustan. Encarnación: Es que ciertas cosas no son fáciles de contar, señora. Anabelí: Querida, yo soy de la familia. Y ustedes, como si lo fueran. Ustedes son mas que parientas. Encarnación: Entonces, con su permiso. Nosotras, después de la muerte de Guirlanda, íbamos frecuentemente a visitarlas. Belena nos recibía amablemente. Mercedes: En cambio Cecilia… Encarnación: ¡Mercedes! Anabelí: Diga. ¿Cecilia qué? Encarnación: Esta quiere decir que Cecilia no hablaba jamás, no abría la boca ni para preguntarnos cómo íbamos de salud, o como estaba mama´. Porque usted sabe que tenemos a mamá paralitica. Anabelí: ¡Ah, que pecado! Encarnación: Nunca. Ni una palabra. Mercedes: Sal al padre. Usted lo habrá conocido a Jan. Nosotras le teníamos una rabia. Encarnación: ¡Mercedes! Anabelí: Pero Belena… Encarnación: A esto iba. Nosotras la notábamos a preocupada a Belena. Una tarde nos acompañó hasta la esquina, y nos contó rápidamente algunas cosas. Primero la tacañería de Cecilia. Fíjese que le controlaba hasta el último centavo. En eso tiene razón Mercedes. Sale a Jan. Pero lo más grave era otro. Si, las salidas de Cecilia. Salía por ejemplo una tarde y no volvía hasta la noche. Belena le preguntaba: ¿“De dónde vienes, querida”?, pero la otra no se lo decía. Y Belena, lógicamente, sospechaba que aquellas salidas no presagiaban nada bueno. Pero, ¿Qué podía hacer? Anabelí: Pues yo, en lugar de Belena…
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Encarnación: Usted si, querida. Usted no vive a costa de Cecilia, como vivía Belena. Porque la pobre Belena no tiene donde caerse muerta., Además, usted es la tía, es una persona madura. Anabelí: ¿Y Belena? ¿A caso es una chica? Encarnación: No, pero… Anabelí: Tenía el deber de dirigir los pasos de su prima menor de edad. Encarnación: ¿Cecilia? Mercedes: ¿Cecilia menor de edad? Anabelí: ¿O No? No sé, no tengo memoria para las edades. Encarnación: Cecilia ya ha cumplido los veintitrés. Anabelí: Do re mi fa. Encarnación: No, nada. Encarnacion: Claro que no los aparenta. Mercedes: Los locos nunca aparentan la edad. Encarnación: ¿Mercedes! Anabelí: Siga contándome, querida. Encarnación: Un día que fuimos a visitarlas, Cecilia no estaba encaso. Yo, esta y Belena conversábamos lo más tranquilas en el comedor. Y de golpe Belena que se pone a llorar. Imagines nosotras. Nos contó que revisando unas ropas de Cecilia había encontrado una foto. Esta, dijo. Y nos mostró la fotografía de un muchacho rubio, joven, nada feo, pero con unos ojos… Al dorso estaba escrito: “F a C”. Anabelí: ¿Y por eso lloraba Belena? Encarnación: Natural. Anabelí: No era para tanto un novio lo tiene cualquier muchacha. Encarnación: Si, pero Cecilia no es cualquier muchacha. Piense en su fortuna. Piense en su forma de ser. Mire que carnada para mas de un aventurero. Y si era un novio como Dios manda, ¿Por qué lo ocultaba? ¿Por qué no la visitaba en su casa, delante de Belena? Anabelí: Eso es cierto.
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Encarnación: Fíjese que Belena no había logrado que Cecilia le confiase a donde iba cuando salía sola por las tardes. Y todavía más: una vez Cecilia se había enojado y la había llamado arpía. Anabelí: ¿Arpía? ¿Mira que bien? Encarnación: ¿Cómo, que bien? Anabelí: Digo, ¿y ustedes? ¿No hicieron la prueba de hablar con Cecilia? Encarnación: Pero si esa muchacha estaba siempre en otro mundo. Usted trataba de sonsacarle algo y era como dirigirse a una pared. Además, no podíamos dejarla mal a Belena descubriendo que nos hacia confidencias. La propia Belena nos había pedido discreción. Y si usted me permite decírselo todo, le diré que Cecilia nos tenía un cierta ojeriza, no sé por qué. Mercedes: Entre Jan y Guirlanda le habían metido en la cabeza la idea que nosotras… Encarnación: ¡Mercedes! Lo que pasa es que Cecilia ya no estaba en su entero buen juicio. A veces las personas así, un poco trastornadas, le toman odio a alguien sin motivo, porque si. Anabelí: Es verdad. ¿Y después? Mercedes: ¡Ay, Dios mío! Encarnación: Después ocurrió lo que temíamos que ocurriese. Fue una tarde. Habíamos concordado que yo acompañaría a Belena hasta el consultorio del doctor Criscuolo, usted lo habrá oido nombrar, un sabio, especialista del corazón. Me pidió que la acompañase porque yo le había dicho que conocíamos a Criscuolo desde chicos. Convinimos que yo la pasaba a buscar. Y así fue. Eran las cuatro de la tarde. Me acuerdo que antes de irnos Belena le dijo a Cecilia: “No sé que me da dejarte sola”. Fíjese, precia que presentía algo, pobre Belena. En cambio yo me reí y le dije: “Pero si en un momentito vamos y venimos. Quién la va a comer”. El doctor Criscuolo atendió a Belena a eso de la seis. Le dijo que lo del corazón no era nada. Después nos fuimos a tomar el té a “Los dos Chinos”. Estábamos sentadas, lo mas bien, cuando Cecilia empezó a ponerse nerviosa, y a decirme que el día anterior Cecilia había recibido una carta, y que ella estaba preocupadísima, porque, sospechaba, por varios indicio, que su prima andaba en amoríos, y que etcétera, etcétera, y que habíamos hecho muy mal en dejarla sola tanto tiempo. En resumidas cuentas: con el té con leche en la garganta tuve que levantarme y acompañar otra vez a Belena hasta su casa. Cuando llegamos ya era de noche. La puerta de la calle estaba entreabierta. Entramos. Todo a oscuras. Belena enciende luz y vemos algunos muebles con los cajones abiertos, un sillón volcado, colillas de cigarrillos por el suelo. Belena empezó a gritar, “¡Cecilia! ¡Cecilia!”. Cecilia no aparecía. Yo estaba muerta de terror. “Llamemos a la Policía”, le dije a Belena. Pero Belena seguía gritando “¡Cecilia! ¡Cecilia!”.
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Recorrimos toda la planta baja, y ni rastro de Cecilia. Belena me arrastró escaleras arriba. Yo no quería subir, porque estaba segura de que la encontraríamos en medio de un charco de sangre, degollada, apuñaleada. Pero Belena me obligo´. La puerta de su dormitorio estaba cerrada con llave, aunque con la llave puesta en la cerradura y del lado de afuera. Abrimos, y ahí estaba Cecilia. Mercedes: Viva. Encarnación: Que novedad. Claro que viva. ¡Pero en qué estado! Temblaba como un perro rabioso. Tenía la vista extraviada, el pelo en desorden, la ropa desgarrada. Y la cama, si usted me entiende también. Toda revuelta. Mercedes: Contale lo de Belena. Encarnación: Al entrar en el dormitorio de Cecilia y a ver aquel cuadro, Belena sufrió una transformación. Puso una cara que yo jamás olvidaré mientras viva. Hasta se volvió fea, no sé si me explico. Una cara tan espantosa que Cecilia se encogió y gritó, como si temiese que Belena fuera a castigarla, o a matarla. Algo muy extraño. Pero Belena, aparte de poner aquella cara, no hizo nada. Se quedó inmóvil. Y de golpe salió de la habitación como un huracán. Yo la seguí. Cruzó la antecámara y entró en el dormitorio de Guirlanda. Y yo detrás. Se puso a revolver todos los muebles. Y yo también. Anabelí: ¿Qué buscaban? Encarnación: Las joyas de Guirlanda, las libras esterlinas, los soles peruanos, los mejicanos de oro, todas las monedas que coleccionaba Jan, una fortuna. Anabelí: Habían desparecido. Encarnación: Todo. Belena dejó de buscar. Estaba hecho un demonio. Se mordía los labios, las manos le temblaban, echaba lumbre por los ojos. ¿Cómo te dije que hacía, Mercedes? Mercedes: Uuuuuuh uuuuh, así, como si soplase. Encarnación: Después, sin siquiera mirarme, huyó a la planta baja. Yo no sabía qué partido tomar. Estuve un rato deambulando por el dormitorio de Guirlanda, por, la antecámara. No me atrevía a entrar en el cuarto de Cecilia. Por fin me decidí y busqué a Belena. La encontré en la cocina, llorando como jamás he visto llorar a nadie. Al verme dejó instantáneamente de llorar, me volvió la espalda, y en tono un poco seco, es la verdad, me dejo: “Encarnación, se lo ruego, que nadie sepa lo que ha ocurrido en esta casa. Se lo pido por la memoria de Guirlanda. Y ahora váyase. Váyase e déjeme sola”. Me pareció que el dolor la volvía un poco grosera. Pero
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se lo perdone´. Y como no soy de las que se hacen repetir dos veces las cosas, allí mismo me fui. Anabelí: Querida, una pregunta, ¿No se acuerda si el día en que, bueno, pasó lo que pasó, era lunes? Encarnación: Espere. Criscuolo atiende de lunes y jueves. Mercedes: jueves no era, porque si hubiese sido un jueves, yo habría ido a la Misión, y en cambio me quedé en casa. Encarnación: Entonces sí, fue un lunes. ¿Cómo lo sabía? Anabelí: No, nada. Pero siga, querida. Encarnación: Ya queda poco. Cuando al día siguiente volví con esta, encontramos a una Belena de piedra, que casi no nos hablo´, que abrió la boca solo para pedirnos otra vez reserva: Nosotras estábamos impresionadas viéndola así. Anabelí: ¿Así? ¿Cómo? Encarnación: Hecha un guiñapo. Ella, tan arrogante. Y todavía más: cuando le preguntamos por Cecilia, nos gritó que no se la nombrásemos, y se puso a sollozar. Le repito que estábamos impresionadas. Anabelí: ¿Y Cecilia? Encarnación: Esa tarde no la vimos. Dos días después la visitamos nuevamente, pero Belena ya no estaba más. En cuanto a Cecilia, nos recibió con una cara de loca que producía horror. Disparataba, decía que su pobre madre había salido y tardaba en volver, y que tal vez se había perdido y que ella debía ir a buscarla. Partía el alma oírla. Anabelí: De modo que Belena abandonó a Cecilia cuando la muchacha más la necesitaba. Encarnación: Si. También a nosotras nos llamó la atención. Anabelí: ¿No volvieron a verla? Encarnación: No, nunca. Anabelí: ¿Y saben donde vive? Encarnación: No. Mercedes: No.
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Encarnación: Intentamos sondear a Cecilia a ese respeto, pero fue inútil. Anabelí: De modo que ni Belena ni ustedes hicieron ninguna denuncia. Encarnación: Querida. ¿Qué hubiéramos ganado? Anabelí: ¿Ustedes? Al contrario. Habrían perdido. Encarnación: ¿Si? Mercedes: ¿Perdido? Encarnación: ¿Cómo, perdido? Anabelí: Habrían perdido la oportunidad de seguir yendo a casa de Cecilia a robarse cosas. Mercedes: ¿En? Encarnación: No sé qué quiere decir, señora. Anabelí: Por el contrario, lo sabe muy bien. Encarnación: Le advierto que si esa chiflada le ha ido con historias. Anabelí: Ninguna historia. Cecilia no me ha contado nada. Encarnación: Pero entonces, en concreto, ¿a qué se refiere? Anabelí: Me refiero, en concreto, a varias chucherías de comedor. Me refiero, en concreto, a una estola de litre. Me refiero, en concreto, a varios vestidos de Guirlanda. La persona que ayer estaba encerrada en el cuarto de baño era yo. Encarnación: ¿Usted? Mercedes: ¿Usted? Anabelí: Finalmente: me refiero, en concreto, a esta muñeca. Encarnación: Ah, no, permítame: Esta muñeca me la regaló Belena. Anabelí: ¿Y con qué derecho Belena regala objetos pertenecientes a su prima sin el consentimiento de esta? De modo que permiso. Y también este buda. Encarnación: Eso si que no se lo voy a permitir. El buda es un regalo de casamiento de mi madre. Anabelí: Me lo llevo lo mismo. Va en lugar de la estola.
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Encarnación: Ah, no. Llamaré a la policía. Mercedes: A la policía. Anabelí: Llámela. Yo la llamaré antes. Veremos que le dice usted y que le digo yo. Encarnación: No levante la voz. Mi madre puede oírla. Anabelí: Entonces comience con bajarla usted. Y dígale a su hermana que termine con sus lloriqueos. Encarnación: ¡Mercedes, cállate! Anabelí: Y ahora, ¿veamos; que mas? Encarnación: ¿Todavía hay más? Anabelí: Dinero, también dinero le habrán robado a aquella infeliz. O le habrán hecho firmar testamento a favor de ustedes, legados falsos por los que pueden ir a la cárcel. Encarnación: ¿Pero que está diciendo? Mercedes: ¿Qué está diciendo? Anabelí: Y bien, escúchenme. Les prohíbo volver por la casa de Cecilia. Ahora estaré yo ahí, vigilando. Si vuelven, con cualquier pretexto que sea, las haré detener. Encarnación: Basta, señora. Por piedad, basta. Anabelí: ¿Me han comprendido? Encarnación: Váyase, se lo ruego. Mercedes: váyase, váyase. Anabelí: Ya me voy. Pero les repito. Encarnación: No es necesario. Mercedes: No es necesario. Anabelí: Entonces, adiós. (Anabelí sale. Baja el telón. Casa de Mercedes y Encarnación) (En esta secunda parte, los movimientos son casi totalmente eliminados. La acción dramática se concentra en el dialogo. Veloz y cerrado. Típico del relato policial, segundo código literario,
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incorporado en el texto, que se engasta en toda naturaleza, al cuento de hadas precedente. Pero, el tono serio indagante, a veces dramático general, tiene a veces como contrapunto momento de comicidad, consciente en el detective, inconsciente en las dos investigadas. Véase la exclamación involuntaria de Encarnación, que en uno de los momentos más dramático de esto dialogo, se le escapa. ”Me pareció que el dolor, la volvía un poco grosera, pero se lo perdone´”. Y otra vez, nada es lo que parece).
PARTE TERCERA (Música de Albinoni. Adagio G minore. Lentamente la imagen de la casa de Mercedes y Encarnación se esfuma en una calle que se esfuma en otra casita que se esfuma en cuartito estrecho como una cárcel. Música de Albinoni sigue. Se alza el telón. Es noche. Se percibe una mujer sentada en un sillón. Todo a oscura. La música sigue. La iluminación parte de los pies sin zapatos y lentamente subiendo descubre los brazos abandonado y la cara de Leonides con los ojos cerrados. Todo alrededor es oscuro. Empieza a hablar como dirigiendo a sí misma una larga admonición. La música se esfuma y muere en las primeras palabras de Leonides) Leonides: (dicho como por calmarse a sí misma, una voz relajada, a veces ligeramente irónica, amarga, pero siempre tranquila) Leonides, está bien. Has descubierto que Cecilia tuvo un embrollo de esos que tanto te disgustan. Y ahora no merece mi afecto, y lo mismo que Belena, la abandono, no vuelvo más par allá. Leonides hace como los demás. Como la madre, como Fabián, como Belena, como todos. Se acercan a Cecilia, abusan de ella, y luego huyen. (Pausa) (Irónica). La historia de Fabián te ha golpeado en los dientes. Creías que la ruina de aquella casa, que desvarió a Cecilia, eran la obra del dolor del ángel… y ahora las dos momias…. Que no…. que ha sido, una inmunda mixtura de sexo, lujuria, violación y robo. (Pausa) Está bien. Pero no compararas a Cecilia, con esas mujeres que se besan con hombres en los paseos públicos. (Irónica) Esas mujeres no se encierran en sus casas a guidar enfermos. (Lapidaria) Sus Muertos Mueren Solos. (Con voz de vidrio que se rompe) Cecilia es tu semejante, tu hermana de timidez y de martirio. (Pausa) Después de tres años junto a la madre desahuciada, ¿qué supones que le reservaría el mundo? (amarga) Las mismas emboscadas que a ti. A ti, hablar sola… poner una rama de ortiga en la puerta de Natividad Gonzales. A ella, caminar en la calle con un aspecto de inmigrante polaca… un muchacho de las esquinas la ve, la sigue. Y ya está. Sin darse cuenta, tiene el pie en un cepo. (Con voz de vidrios rotos pero feliz) Habrá creído hallar, ¡p o r f i n!, un amigo joven, risueño, con quien pasearse tomados de la mano, alguien sano, alguien fuerte, libre de la mordedura del horrible cangrejo. No huele a remedios, a viejez, a muerte, sino a carne limpia, a juventud, a salud. (Pausa) Delante de él arroja todas las armas. Todas hasta las uñas. Y le confía que su padre le ha dejado una colección de monedas
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de oro .Que la madre tenía alhajas. Que hay dinero en todos los cajones. (Pausa) Un día le dice: “El lunes no podré salir. Mi prima tiene que ir a lo del médico y no puedo dejar la casa la casa sola” y Fabián:”Si quieres, puedo ir yo a visitarte”, después de un o dos días le escribe la carta: “Querida Cecilia. Tuyo, Fabián”. Cecilia imagina que tomarán el té juntos, se asomaran al balcón sobre Suipacha. (Dura en voz baja) Pero dentro de la casa profunda y acolchada Fabián se metamorfosea en otro hombre, un hombre lívido que ruge, que se hecha sobre ella, que la arrastra a un pozo sin fin, que la corta en pedazos, que la deslíe como un grano de tierra en el agua y que después se va, se marcha, desaparece para siempre. Y ella pierde la razón. Loca y solitaria, levanta un recinto amurallado. Y es a ti´, a ti sola, a quien le ha franqueado la entrada. (Pausa) (Amarga y irónica) Durante treinta años peregrinaste entre rechazos. Y ahora que había sido admitida, te bastó saber sobre que subsuelo de muertas escorias había sido edificada la ciudad, para que, frunciendo la nariz, te alejes. (Se levanta) (Con desprecio) Leonides, eres una estúpida. ¡Una estúpida! (sale repitiendo) ¡una estúpida! (Baja el telón) (Leonides camina de prisa. Una tras otra aparecen imágenes de calles, edificio… de la ciudad de noche, empieza nuevamente la música de Albinoni que subirá al máximo cuando Leonides grite) Leonides: (grita) ¡Cecilia! Leonides: (caminando de prisa) (con ansiedad creciente) ¿Qué hora es? No lo sé. Las once… quizá las cuatros de la madrugada… no reconozco nada de lo que veo…. No sé donde me encuentro... que me pasa, que me pasa... no sé donde estoy... Ah! Allá la esquina de Sarmiento y Suipacha... sí, sí… Adelante, adelante... Allá... allá… La Iglesia… sí, si… adelante, adelante… ya veo la puerta… quien está sentado… (Se ilumina Cecilia acurrucada en el umbral. Brazos y piernas anudados como en un abrazo consigo misma) (Tremenda de amor. Se para. Grita.) CECILIA… (Albinoni exactamente al minuto 5.25. Estalla la música. Cecilia, el nudo de piernas y de brazos se suelta como cortado por una cimitarra, se pone de pié de un salto, gira en redondo, ve a Guirlanda, se precipitan la una hacia la otra, se abrazan y lloran) Cecilia: Mamá, Mamá. ¿Donde fuiste? Leonides: ¿A que no sabe a donde he ido? A visitar a un medico famoso. ¿Y a que no sabes que me ha dicho? Que estoy curada. ¿Comprendes, Cecilia? Ya no tendremos necesidad de vivir siempre encerradas en eso caserón. Ahora podemos salir, pasear, ir al cine al teatro. Tomaremos el té en una confitería, cada día una diferente, donde haya música. Y nos compraremos cosas, muchas cosas, todas las cosas que nos gusten. (Cecilia vacila, su rostro se altera, la música se corta) ¿Que tienes?, ¿Qué hay?
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(Cecilia doblándose en dos) ¡Cecilia! ¡Cecilia! (Cecilia vomita) (Leonides comprende. Ayuda con dulzura y protección Cecilia. Las dos se acercan como para entrar en la casa, mientras baja la luz). (Se oye lejos el aire de la Wally de Catalani,” Ebben me ne andro´lontana”) (Como sube la iluminación el canto se aleja) (El dormitorio. Leonides y Cecilia han terminado el banquete y abren una botella de champan, sobre la mesa hay una imponente orografía de golosinas. Beben y ríen. Cecilia se ve embarazada. Beben y ríen. Leonides se pone a bailar sola y arroja besos a una imaginaria concurrencia. Se acerca a Cecilia que está sentada, la abraza, acerca su cabeza , detrás de las espaldas de la embarazada, acerca la cabeza a la cabeza de Cecilia, de manera que las dos se ven frente al publico.) Leonides: Cecilia, hijita. Cecilia: Mamá, Mamá. Leonides: Ya veras, ya veras, todo irá bien. Cecilia: Tengo miedo… tengo miedo… Leonides: Ya veras, ya verá, todo irá bien. Cecilia: ¿Que es lo que irá bien? Leonides: Todo, todo, querida, queridita. Todo. Cecilia: (estruja las manos de Leonides) Mamá, mamá… que va a pasar. Leonides: Nada, nada, muñequita mía, nada… ven acuéstate un poquito, reposa queridita. (La ayuda a ponerse en la cama) Duerme un poquito. Reposa… a ver... está todo trenzado, esto hermoso cabello… que te han hecho… (Lentamente le saca todas las horquillas y desata el esplendido y larguísimo pelo de Cecilia que es como la pintura Guirlanda de Dante Gabriel Rosetti.) Así, así… duerme ahora, duerme, reposa… Leonides: (suplicando) Señor, señor, no me quite esta felicidad.
(Se oye de nuevo lejos, el aire de la Wally, “Ebben me ne andro´lontano”, la música sube, la iluminación baja lentamente pero se oyendo la música. Se hace noche, otro sonido, una ruidosa música de carnaval borra el canto de Wally.) (Cecilia lanza un grito e salta fuera del sueño). Cecilia: (tratando de incorporarse) ¿Quién es usted? (pausa) (volviendo la cabeza hacia la ventana) ¿Qué es todo esto ruido?
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Desconocida: Es el Carnaval en la Avenida de Mayo, Cecilia. Cecilia: (la mira) (a si misma) ¿Por qué se ha peinado como ella? ¿Por qué tiene su vestido celeste, que tanto le gustaba? O quizá yo misma se lo he pedido, y ya no recuerdo. Desconocida: (calla. ha cruzado los brazos sobre el pecho, quiere ocultarse, encorva la espalda, toma el aire de una sirvienta que se humilla frente a una patrona altanera) Cecilia: Ya sé. Usted es mi enfermera. He estado enferma todo esto tiempo. (Quiere salir de la cama. La Desconocida se acerca como una humilde sirvienta para ayudarla. Todo el largo pelo se despliega con un manto. Saliendo de la cama Cecilia se entera que está embarazada.) ¿Por qué tengo el cuerpo así hinchado? (mira a la Desconocida –Leonides‐) ¿Voy a tener un hijo? (Ayudada de la Desconocida se sienta en un sillón) (recuerda, si recuerda alguien) ¿Y Belena? (mira interrogativamente a la Desconocida –Leonides‐) Desconocida: (tartamudea) No está… Ya no vive más aquí. Cecilia: (hay algo pendiente con Belena) (pero no puede recordar) ¿A dónde ha ido? Desconocida: No lo sé. No lo sé, señorita. Cecilia: ¿Y Encarnación y Mercedes? Desconocida: (se apelotona aun mas, se ovilla, hunde la cabeza entre los hombros) Tampoco vienen mas. Cecilia: (de golpe recuerda) (con voz repentinamente adulta) ¿Usted está enterada? (La Desconocida se sobresalta) ¿Sabe porqué enfermé? ¿Lo sabe todo? Desconocida: Sí, señorita. Y créame, ¡la compadezco tanto! Cecilia: (altera) ¿Quién se lo ha contado? Desconocida: Encarnación y Mercedes, la última vez que estuvieron aquí. Cecilia: No, ellas lo ignoran todo, Escúcheme. No quiero morirme sin que antes. Desconocida: ¡Señorita Cecilia! Cecilia: Sé que voy a morirme. Dispongo de poco tiempo. Y usted es la única persona que está a mi lado. Escúcheme. Estaba sola. Belena había ido, acompañada por Encarnación, al consultorio de un medico. Imprevistamente tres hombres aparecieron en el comedor donde me encontraba doblando unos manteles. Eran jóvenes. Dos de ellos aparentaban tener no menos de veinte años. El tercero, alto, moreno, frisaría en los veinticinco. Vestían camperas de
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cuero negro. Calzaban guantes. Uno me apunto´ con un revólver. Quise gritar y me golpearon. Me arrastraron a través de la casa. Saquearon la despensa. Comían, bebían y fumaban. Llego me llevaron arriba. Parecían conocer perfectamente la disposición de las habitaciones. En mi dormitorio, los dos más jóvenes le dijeron al otro: “Che, te brindamos el espectáculo”. El otro se rio´, y ellos se volvieron y me miraron. Luché, me defendí, clavé los dientes en una mano enguantada. Después todo se desplomo´. El techo, las paredes, la cama, la repisa con las muñecas.(pausa) Se habían ido. Me habían cerrado bajo llave y se habían ido.(pausa) Los oí hablar . No, mi no. Los oía mi cabeza. Pero la cabeza se me había desprendido del cuerpo, había, rodado lejos, por el suelo, decapitada, suelta. Esa cabeza que ya no era mía había oído. Ahora que la tengo nuevamente sobre mis hombros, ahora se´ lo que entonces esa carroña guillotinada había escuchado. Los tres hombres hablaban en la habitación de mi madre. Uno decía: “Miren, setenta libras esterlinas”. Otro: “¿Qué hora es?” Otro: “Las seis menos cinco. Belena dijo que hasta pasadas las siete no iba a volver con la vieja”. “Cuando vuelva y vea que me plante´ en la primera parte de la fiesta y que no le despache´ a la prima, la bronca que se va a agarrar”. El primero “¿Che, ¿no te denunciará?”. El otro:”Si me denuncia, se denuncia. Porque yo me quedé con la foto. Y que le explique a la policía por qué les digo a las dos viejas que la había encontrado en el vestido de la piba, y que creía que era algún novio de la piba, y hasta lloró y todo, y la foto es del marido de ella fallecido de muerte natural hace dos años. No, che, que me disculpe, pero yo con la sangre no. Siento privarla de la herencia de la prima, que proyectaba disfrutar en mi honrosa compañía, pero me conformo con estas sobras. Yo con la sangre no. En cambio ella, ¡Que temple! Pero estoy harto de esa mina. Sin mencionar, por no ser guarango, que tiene cuarenta y dos años, y yo, salvo error u omisión, veinticinco.” El primero: “¿Che, y la piba? ¿No hablara? El otro: “¿Y qué va a decir?, ¿Qué pista va a dar? Y en todo caso, ya Belena se va a encargar de malograrle la estrategia. Porque sabe que si me pescan a mí, la pescan a ella también. Así que le va a convenir de cuidarme la retaguardia. Y que se consuele con algún otro punto. Porque lo que es a mí, no me ve más el pelo.” Todo eso lo había oído entonces en mi cabeza. Pero yo no. Yacía mutilada en un rincón de mi dormitorio. Hasta que después de no sé cuánto tiempo, la puerta se abrió y entraron Encarnación y Belena. Sobre mi cuello se injertaba una cabeza artificial, una vibrátil cabeza de fetiche que se movía y hablaba por sí sola. Con ese autómata incrustado entre los hombros no podía pensar ni razonar. Solo podía en sus tibias entrañas insensible enroscarme en mi propio feto, adormecerme en un profundo sueño mórbido donde Guirlanda Santos vivía. Y es de ese sueño de que acabo de despertar. (Pausa) (A la Desconocida que la mira con una cara terrible) ¿Qué pasa? ¿Por qué me mira así? (La Desconocida sale) ¿Donde va? ¿Qué está haciendo? (silencio) (regresa la Desconocida con una carta)
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Desconocida: Señorita Cecilia, lea esto. Cecilia:(Lee) “Querida Cecilia. Acabo de conseguir que el lunes me den franco, así que podré ir… Tuyo Fabián”. (No comprende. no comprende nada) (A la Desconocida) ¿Dónde encontró esta carta? Desconocida: En su cuarto, señorita. Cecilia: Pero si yo jamás la recibí. Si no conozco a ningún Fabián. Desconocida: (la mira fijamente. Sus ojos tienen tatuado un nombre) Cecilia: (respira dificultosamente, la cabeza le da vuelta, una tempestad se fragua dentro de su vientre. Murmura…)...Belena. Desconocida: (se inclina sobre su rostro) ¿Dónde vive? Cecilia: No sé, no sé. Pero búsquela. Tráigamela. Desconocida: (parece de piedra) Cecilia: …Belena…Belena… (Se aleja. Se aleja…antes de hundirse en ese mar, se vuelve y le sonríe, tiende su mano hacia aquel rostro maternal y con acento de indecible dulzura le pregunta) ¿Quién es usted, señora? (La Wally canta otra vez “Ebben, me ne andro lontano…” “Baja lentamente la luz” A oscuras el canto sigue“) (Preparada por un contrastado soliloquio dramático de Leonides, esta tercera parte se despliega en toda naturaleza en un drama profundo, rico de variantes tonales; la jadeante carrera hacia la casa, el conmovedor abrazo liberatorio entre la hipotética madre y su hija, el patéticamente dulce consuelo hacia la embarazada Cecilia, la dura y dramática revelación de la Despierta Liberada, y la trágica muerte colorada de dulzura infinita cierran esta parte. La inversión de los roles al final, donde Cecilia liberada, alternamente retoma su papel de dueña convierte automáticamente la otra en sirvienta. Confirmando otra vez que nada es lo que es.)
EPILOGO A oscura… Lentísimamente sube una luz lívida que ilumina una entrada vacía. Todos los mueblen han desaparecido. Se han quedado solo las larguísimas cortinas de terciopelo rojo purpura que
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ondean livianamente. Del lado de una, entra Leonides, con el mismo vestido negro del prologo, empieza a hablar acercándose al proscenio y poniéndose de lado. Leonides: (como si oficiara un rito sagrado) Si mi rostro Y el rostro de Guirlanda Santos Habían sido fundidos en el mismo molde; Si Natividad González, aquella mañana Me había cubierto de insultos; Si tomé aquel tranvía y gesticulé y me rió sola, Si Cecilia, me vio y se sentó a mi lado, Si me siguió a través de las calles de la ciudad; Si que ningún capricho, se interpuso en el encuentro en el cementerio, Ningún azar, en la huida hasta la casa de Suipacha 78, Era porque todo formaba parte (Abre los brazos) De una vasta ceremonia, Todo (baja los brazos) integraba uno de esos intricados mecanismos De los que nunca sabremos Quién es el relojero, si Dios o nosotros. (Pausa) Fui A una empresa funeraria. Fui A la redacción de los diarios. Encargué Que publicasen un aviso que dijera: "Cecilia Engelhard. Su familia participa su fallecimiento. Casa de duelo: Suipacha 78. (Pausa) Los empleados de la funeraria prepararon la capilla ardiente. (Entran dos empleados con cirios, y después con un ataúd negro con Cecilia y un pequeño ataúd blanco) (Salen los empleados) Entonces Fui a apostarme junto a una ventana (Va a apostarse junto a una imaginaria ventana) Y esperé. (Pausa) Afuera, en la tarde de carnaval, Suipacha dormitaba. Trascurrieron varias horas. Lentas como los días. (Pausa) (Un reloj toca las horas) Llego la noche. (Pausa) (Oscurece)
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En la avenida de Mayo estallo la música. (Pausa) (Música de carnaval) (Después de rato:) Yo sigo esperando. (Pausa) Mi cuerpo permanece en un letargo de cocodrilo. Mis ojos filtran una mirada de sílice. Miro A través de la ciudad a un solo sitio, Y descubro a la mujer que se detiene frente a la puerta. (La música sigue más fuerte) (Una mujer entra de espalda, no se ve su rostro. Duda un instante. Entra. Ve los dos ataúdes. Se aproxima primero a uno, después a otro. Parece levemente asustada. La música de carnaval esta al máximo). BELENA: (La música se para de golpe. La mujer se gira, tiene un rostro hermoso y malo, maquillado claramente como lo de la madrastra asesina de Blancanieves) (Leonides de espaldas alza hacia el publico el brazo con en la mano un estilete. se acerca lentamente a Belena, y la traspasa.) (Estalla el grito de una soprano cantando un aria de opera) (Los esplendidos ojos de Belena se dilatan de estupor) (Abre la boca muda como para gritar. Quiere mover la cabeza, agitar un brazo, pero no lo logra y cae pesadamente) (Sigue la música de opera con el soprano) (La señorita Leonides erguida se enjuaga la gota de sudor que le corre por el pómulo, mira por última vez a Cecilia, deposita el estilete entre las manos de la muerta, sale a la calle, lentamente la música se paga) (Baja el telón con la casa de Suipacha) (Música de carnaval en la calle. Se acercan 4 enmascarados. Tratan de envolver a Leonides en sus juegos. De atraparla. Leonides se libera. Sale del escenario de un lado. Los 4 enmascarados también del otro.) Se apagan las luces lentamente y por último la música en la oscuridad.
FIN (El tono del epilogo es de pathos trágico, a la antítesis del tono paródico del prologo. Pero como en esta obra nada es lo que aparece, el rostro maquillado de Belena como la madrastra asesina de Blancanieves, pone en duda la modulación trágica, así como en el prologo, la dolorosa figura de Cecilia contrastaba fuertemente con el tono de cuento de hadas.)